Store Coaching. Aprende A Vivir y Enseña A Tener Éxito A Través de Los Cuentos - Fernando Salinero

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Story Coaching

Fernando Salinero
“Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas
personas uno se pregunta: ¿qué leerán? Y al fin, libros y personas se
encuentran”.
André Gide
Todos los deseos reservados Fernando Sánchez Salinero
ÍNDICE
A veces el sol amanece por primera vez
Ten cuidado con lo que pides a los dioses… porque te lo pueden conceder
En ocasiones los sueños nos despiertan…
El comienzo del viaje
No rompas el silencio
¿Emisor o receptor?
Preparar, recibir, dar
En tu interior está la llave, pero no el camino
Dormir y despertar
No hay espera que no conduzca a un lugar
Los dos reinos del agua
¿Por qué lo haces? El talento no es un regalo
¿Qué es escuchar? No replicar
Sólo encontrarás lo que no te niegues a ver
El bastón de los dos ciegos
Sólo le falta hablar… o no
Tus ojos eligen el camino que seguirás
Cuando la ceguera se elige
Todos los caminos ajenos parecen más llanos
La fealdad que señala nuestro dedo
¿Cómo se para una máquina que vuela?
¿Quién fue antes el maestro o el discípulo?
Para la guerra o para el circo
La felicidad que no se practica
El jardín que atraía reyes
¿Por qué nosotros?
El príncipe orgulloso
¿Qué has hecho con lo que te dio la vida?
La hija del tenor
Cada sorpresa tiene su momento
El hombre más rico del mundo
¿Cuánto vale tu vida?
El hombre al que se le cumplió su sueño.
El entierro del visir
El rico inconsciente
No es fácil
La falacia de la desigualdad de la riqueza
La envidia es la sal que vuelve yerma la tierra.
¡Qué distinto el mundo!
¿Vale igual cualquier semilla, cualquier palabra?
El sabor de lo distinto
El hombre que tuvo prisa en hacerse sabio
El Bibliotecario equivocado
El pueblo del matemático
Vendedores de seguridad
No hay nada más seguro que una cadena
El mercado de seguridades
El maquinista sin vía
El preso decorador
El tiempo pasa, incluso en el paraíso
¿Con qué autoridad moral me hablas?
La balanza de los cinco brazos.
Maestro de algo, equilibrio de nada
No te lamentes por el pasado, celebra el futuro.
Los guías del Himalaya
No construyáis nada sin esto…
El primer día del resto de tu vida.
Tres preguntas
La excursión del burro
La galera del talento
El buscador de minas
Las despedidas son una fiesta de adioses
Llévame…
A veces el sol amanece por primera
vez
“Hay dos momentos importantes en la vida de una
persona. El primero cuando nace, y el segundo
cuando se descubre por qué ha nacido”.
Keith D. Harrell
Una mañana de hace ya unas décadas, Leonardo había madrugado, como
se madruga cuando no se tiene la obligación de hacerlo por razón del trabajo,
y la fortuna va a cambiar tu vida, pero aún no lo sabes. El día aún era una
promesa, que comenzaba a cumplirse en el horizonte, y el silencio
descansado de esas mañanas, le llevó a prepararse un desayuno, de ésos en
los que el tiempo no aparece por ningún lado en la mesa, y así poder esperar
al sol y al destino, en la semioscuridad del amanecer.
Tener tiempo e inquietudes, suele conducir a filosofar por encima de la
media. Algo hace que la paz nos inspire pensamientos distintos, a cuando la
prisa ocupa nuestra mente.
La cita que daba entrada a un capítulo del libro que leía de forma
descuidada, le advertía que se nace dos veces, la primera: la biológica, y la
segunda, cuando se sabe para qué se ha nacido.
- ¿Para qué he nacido? –se preguntaba cuando los primero rayos
del sol caían ya sobre la mesa, y hacían brillar cada uno de los
elementos del desayuno-.
“¿Para qué he nacido?” no es, ni una pregunta habitual, ni mucho menos
fácil de resolver. Y si no lo crees, pregúntate cuántas veces te la has hecho en
la vida, si es que te la has hecho alguna vez, y de ser así… qué respuesta clara
tienes al respecto.
Leonardo estaba en la misma situación que tú en este momento.
El éxito, en cualquier actividad, es semejante a lo que acostumbran a
representar las motos, para la mayoría de la gente que no las tiene. Las ven
divertidas, marcadores de cierto estatus, y que le dan un atractivo añadido a
quien las conduce; pero una vez que la tienes, suele ser divertida o útil, pero
sólo para un rato, rara vez para largos viajes; además se comparte mal con los
demás, llevándote, en demasiadas ocasiones, a la soledad; te hace ir más
deprisa de lo que suele ser recomendable; tu estabilidad es muy frágil, y
cualquier golpe te puede derribar y hacer mucho daño; te hará prescindir de
llevar muchas cosas contigo… Aun así, proporciona un tipo de adrenalina
que convierte su uso en casi adictivo, y si no se tiene, se anhela. Así es el
éxito en cualquier campo.
Leonardo tenía la sensación de ir en una moto demasiado aprisa, y lo peor,
hacia ninguna parte. Una velocidad que ya no le llenaba, pero que era
consciente que iba vaciando cada parcela de su vida, al pasar por ellas sin
detenerse, dejando atrás, o apenas disfrutando, de lo que tenía alrededor.
Si alguien se ha sentido en un final de etapa, comprenderá inmediatamente
lo que estamos diciendo. Y también sabemos que, como dice el aforismo
medieval, “cuando el discípulo está preparado, aparece el maestro”. Lo que
no dice, es la forma en que aparece, si en forma de persona, de libro, de
experiencia vital, ni cuántas veces aparece en pequeñas dosis a lo largo de la
vida.
La historia que vamos a contar es uno de esos momentos en que, estando
la persona preparada, apareció el maestro, y esta vez con letras mayúsculas,
con una cascada de cambios en la vida del protagonista, en este caso,
Leonardo, que le hicieron dar un giro importante a lo que había sido hasta
entonces su trayectoria.

Ten cuidado con lo que pides a los


dioses… porque te lo pueden
conceder
“El destino puede seguir dos caminos para causar nuestra ruina:
rehusarnos el cumplimiento de nuestros deseos, y cumplirlos plenamente”
Henry Amiel
Una inquietud intensa, como la que tenía Leonardo, termina por activar los
acontecimientos, no siempre en la dirección que esperamos o deseamos.
- ¿Sr. Bisnes?
- Sí, ¿quién es, y quién le ha dado el teléfono de mi casa?
- Me llamo Hans, y represento a una empresa que da
oportunidades.
¡Lo que le faltaba por oír! Ahora venían a ofrecerle oportunidades.
- Se lo agradezco, pero estoy acostumbrado a fabricar mis
propias oportunidades.
- No como éstas.
- ¿Nooo? –trataba de contener la risa ante la seguridad del
vendedor-.
- No –respondió tranquilo-.
- ¿Y qué tienen de especial?
- ¿Usted está de acuerdo que para pasar a otro nivel en la vida, y
en el trabajo, hay que disponer de los conocimientos necesarios?
Leonardo ya había conocido demasiados pseudo gurús de conocimiento, y
cantamañanas varios, que no eran más que pavos reales, que repetían
conceptos ajenos, aderezados de “lo que quieras oír, mi amor”, como para
creerse a otro, que viniera con esas aleluyas. No sabía si entrar al juego del
vendedor telefónico, pero, quizá la paz del jardín, le invitó a explorar hasta
dónde llegaba.
- Sin duda. ¿Y usted tiene el conocimiento que yo necesito
ahora? ¿No es un poco presuntuoso?
- Puede sonar así. Déjeme hacerle una pregunta.
- A ver…
- ¿No lleva un tiempo sabiendo que algo debe cambiar, y no tiene
claro qué dirección tomar?
Leonardo se detuvo. Pero pronto se dio cuenta de que esa frase podría
valer para cualquiera.
- Su trayectoria nos ha llamado la atención. A pesar de ser aún
muy joven, se nota que no es alguien “normal”. Sus puntos de vista
son los de quien se preocupa por algo más, que por ganar dinero.
Aunque, esto último, tampoco lo hace nada mal –acompañó con una
risa-.
- Bueno, ¿y qué?
- Que le ha llegado el momento de conocer más, para que pueda
dar más. Este… podríamos llamarle, “curso”, es por el que han pasado
muchas de las personas que llenan los libros de historia de numerosas
disciplinas, y que han contribuido a mejorar la humanidad. Sé que
suena un poco extraño, pero se sorprenderá al conocerlo.
- No sé aún qué me está ofreciendo, aparte de frases genéricas,
que valdrían para mí, y para los otros mil a los que llamará.
- Le ofrezco conocimiento para dar el siguiente salto personal y
profesional.
- Y, ¿en qué consiste?
- Pues resumiendo mucho… en contarle historias que toquen las
partes de su interior que le permitan ver con ojos nuevos. Es una
técnica que podríamos llamar en términos actuales… déjame que me
invente un título: “Story Coaching”. Abrir caminos a través de
historias. Sin teoría, sin práctica, simplemente narraciones, cuentos que
le lleguen de verdad. Las historias y los cuentos abren zonas de nuestra
comprensión, que los razonamientos mentales no pueden, porque las
explicaciones, normalmente, van al intelecto, mientras que las
historias, van a la emoción. Basta con observar en su interior la
sensación que tiene cuando alguien le va a contar una historia. Se
prepara para sentirla. ¿Por qué los chistes, por ejemplo, se cuentan en
forma de historieta?
Esto se sabe desde antiguo, y la mayoría de los maestros de todas
las culturas enseñaban con cuentos, que al transmitirlos, aunque no se
supiera la razón, iban causando los efectos para los que se crearon.
Leonardo no pudo por menos que reírse.
- Entonces, ¿lo que me está ofreciendo son cuentos? Esto me ha
pasado muchas veces en la vida, pero no solían reconocerlo así de
entrada –dijo sin dejar de reír-
- Una imagen vale más que mil palabras, pero menos que un
cuento adecuado, que proyecta numerosas imágenes en nuestra mente,
y siempre a nuestra medida.
- ¿Y en qué consiste? –preguntó por curiosidad, pero sin interés
real-.
- Es un retiro de un mes, donde recibirá los primeros cuentos, que
le servirán para comprender mejor cómo funciona el mundo.
- ¿Un mes? Perdone, pero no creo que le vendan nada, más que a
ociosos.
- Al revés. Cuando la persona está preparada, las
circunstancias aparecen.
¡Leches! Pensó Leonardo, recordando una de esas frases que le habían
perseguido toda su vida.
- ¿Y dónde es?
- En un pequeño monasterio románico restaurado. Si le
interesa… ya le diremos.
Algo en la voz serena y segura del interlocutor tenía desconcertado a
Leonardo. Casi nadie soportaba sin vacilar su tono seguro y, en ocasiones,
apabullante.
- Llámame mañana a la misma hora, y te daré una contestación.

En ocasiones los sueños nos


despiertan…
“Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar”.
Antonio Machado
Leonardo se sentía raro. Pasó el día ejercitándose en olvidar la
conversación entre lecturas y películas. Apenas cenó, y se fue intranquilo a la
cama. Sabía que no había sido una conversación normal, aunque su
transcripción pueda parecerlo. Hay momentos en la vida, que intuimos que
marcarán un antes y un después: cuando conocemos a una determinada
persona, cuando comenzamos un trabajo, cuando leemos un libro…
Leonardo solía, en esos momentos, dejar pasar una noche. Nunca se ven
las cosas igual después de dormir.
Los sueños, contumaces, continuaron en la misma tónica que las horas
anteriores.
Se vio frente a una especie de cortina gigante, como si fuera el telón de un
teatro, de pronto se abría, y ante él aparecía un camino que se adentraba en un
mundo con una luz distinta, que había estado ahí siempre, pero que la cortina
había ocultado.
Al llegar a la oficina al día siguiente, todo le parecía artificial, como visto
a través de una pantalla de televisión, como envuelto por una bruma muy,
muy tenue. Si uno nunca ha vivido esta experiencia, le costará entenderlo,
pero para el que haya pasado por el final de una etapa, sea de lo que sea, de
trabajo, de pareja, de cambio de residencia… llega un momento que ve, que
siente, que todo es distinto, que no lo puede ver como lo veía. Las personas
se vuelven como ajenas, los lugares como fríos, los trabajos como sin
sentido…
Ésa era la sensación que tenía Leonardo.
- María –dijo a través del interfono a su secretaria-, ¿puedes venir
un momento?
Creo que me voy a coger unos días libres. Lo necesito. No hace
falta que me llames con nada. Ya te llamaré yo.
María le miró, como miramos cuando sabemos que nos están dando sólo
una parte muy pequeña de la información, pero no podemos, ni debemos,
indagar más.

El comienzo del viaje


“Un viaje de mil millas comienza con el primer paso” Lao Tse
El teléfono sonó de nuevo a la hora convenida.
- ¿Lo has pensado ya?
- Sí, me voy a arriesgar –y sonrió para ocultar la ansiedad-.
- Sabes que estás acertando –le dijo para tranquilizarle en tono
calmado-. Mañana debes estar en el aeródromo Da Vinci con una
maleta con ropa cómoda. No lleves nada formal, no lo vas a necesitar.
- Pero… ¿Dónde vamos?
- Ya te lo diré. No te preocupes.
Esta gente parecía haberse tomado bastante en serio lo del misterio. Y
cualquier persona sensata hubiera dicho que no, en esas condiciones. Pero
los que suelen ir por delante de la media de la gente, tienen un instinto de
aventura, que les hace poner el pie, donde otros no ven puente, sólo
precipicio, para cruzar al otro lado.
El avión le esperaba, y junto a él estaba el propietario de la voz que le
había llamado por teléfono.
- Hola, soy Hans, te acompañaré en el viaje.
- ¿Dónde vamos? –volvió a preguntar Leonardo-.
- Me vas a tener que disculpar –comenzó-. Ésta es una de esas
cosas que son diferentes. No puedo decírtelo. No podemos permitir
que la ubicación sea revelada de forma pública, porque, antes o
después, se llenaría de curiosos, y nos veríamos obligados a buscar
otro lugar. Sé que puede resultar chocante, pero creo que, en no
demasiado tiempo, lo comprenderás.
Quizá te preguntes por qué tú. Nos ha resultado muy interesante la
forma que tienes de dirigir personas, haciéndoles cada vez más
capaces, procurando que crezcan, y se responsabilicen de su avance,
acompañando ese proceso de forma casi invisible.
Leonardo le miró muy extrañado. Nadie había hecho un análisis de su
comportamiento como jefe en esos términos.
- ¿Y cómo puedes saberlo?
- Cuando alguien hace algo distinto, inmediatamente destaca para
quien tiene los ojos atentos a ello. Supón por un momento, que te
pusieras sobre un puente, bajo el que pasara mucha gente caminando
en una dirección, más o menos al unísono. Si prestaras atención,
cualquier movimiento lateral, no digamos ya, si es en contra de la
corriente, lo percibirías al instante.
- Sí.
- Pues tú no te mueves como el resto de la gente –sonrió Hans-.
El vuelo duró unas 7 horas con las ventanillas cerradas del avión. No
sabría decir dónde estaban.
Aterrizó en un aeródromo también privado y modesto, desde el que un
todoterreno les llevó por pistas que ascendían continuamente, por laderas de
unas montañas no demasiado abruptas. El paisaje que se entreveía por los
densos bosques, era de lo más evocador, pero carecía de ningún signo que le
hiciera saber dónde estaba.
Al final, el coche se detuvo en medio de ninguna parte. Una pista, pensada
para peatones, se adentraba en un bosquecillo, curveando entre árboles de
aspecto centenario.
- Tienes que subir la vereda y, al llegar al monasterio, ya te
explicaran unas pocas normas muy básicas de convivencia.

No rompas el silencio
“Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos” Quintus
Curtius Rufus
Leonardo no se desprendía de esa sensación de náufrago, arrastrado por
una corriente de agua tibia, pero con suficiente fuerza como para no poder
resistirse.
Pronto llegó a una valla de madera con un portón, sobre el que estaba
grabada en inglés la siguiente inscripción:
“Do not break the silence, unless you can improve it”
No rompas el silencio, salvo para mejorarlo.
Así que había que ir callado. Leonardo sonrió hacia adentro, recordando lo
mucho que le gustaba hablar, y sentirse escuchado.
Hans había descrito como monasterio el edificio, y, posiblemente, había
sido una afirmación un tanto generosa. Un sencillo edificio, construido hacía
mucho tiempo, a juzgar por el desgaste de las piedras y el musgo que lo
cubría, hacía de eje, desde el que se diseminaban unas 20 o 25 cabañas de
madera, que tenían grandes ventanales orientados hacia el sur.
El camino parecía rodear al edificio principal, conduciendo a una especie
de claustro tallado en piedra, con arcos sin ningún adorno, y aspecto de
sobriedad. Cuidado, armónico, pero donde no sobraba ningún artificio.
- Leonardo. Hola.
Una mujer joven, delgada, se dirigió a él, al llegar al claustro.
- Me llamo Marta. Ven conmigo, por favor. Tengo que explicarte
cómo funciona el aprendizaje, y las pocas normas del monasterio.
Le condujo a una sala muy luminosa, de suelo de madera y muebles
austeros, pero con apariencia acogedora.
- Supongo que tendrás muchas preguntas, porque no suele ser
“normal” lo que te está sucediendo.
- Pues sí, tengo un montón de preguntas.
- Te voy a pedir que seas paciente –le solicitó-, porque muchas
de ellas se resolverán solas. Y es conveniente que comprendas la
filosofía del trabajo, que realizamos aquí.

¿Emisor o receptor?
“El silencio es el elemento en el que se forman todas las cosas grandes”
Thomas Carlyle
- Habitualmente, vivimos en un mundo de ruido continuo. Si te
das cuenta, hagamos lo que hagamos, siempre hay ruido: la radio, la
televisión, los ruidos de las calles, conversaciones incesantes…
Eso provoca que vivamos como medio aturdidos. Algo que no
notamos, porque lo consideramos el estado normal de las cosas. Pero si
llevaras a una persona del siglo XVIII a la civilización actual, pensaría
que se iba a volver loco, del ruido que hay.
Uno de los problemas asociados es que, en medio de tanto ruido,
nosotros hablamos mucho, tanto de forma sonora, como de forma
silenciosa en nuestro cerebro, que va comentando todo lo que nos pasa;
o recordando escenas y pensamientos del pasado; o proyectando otros
del futuro; o de cosas que no ocurren frente a nosotros.
Somos como estaciones emisoras de radio. Estamos todo el tiempo
emitiendo, en un mundo donde todo está emitiendo.
Lo que ocurre, es que, realmente, funcionamos como las radios de
los radioaficionados. O emites o escuchas, pero las dos cosas a la vez
no. Y si no sueltas el botón de emitir… no te puede llegar nada.
Una conversación normal entre personas hace que vayamos
simultaneando estas funciones, a una velocidad de vértigo. Cuando nos
dicen algo, inmediatamente lo catalogamos, comentamos, rechazamos
o aceptamos, y preparamos nuestra mente para responder.
De hecho, escuchamos sólo en los intermedios entre nuestros
propios pensamientos.

Leonardo trataba de escuchar descubriendo el fin último de aquella


presentación.
- El caso es que, con una mente tan agitada, sólo se percibe una
pequeña parte de lo que nos llega. Es como si comiéramos la comida a
puñados, y sin masticar la tragáramos, como llevados por un ansia
insaciable. Nos perderíamos mucho.
Además, imagina la desproporción:
Elige a la persona más sabia e inteligente que conozcas. Crea una
máquina que pudiera sacar todos sus conocimientos, y ponerlos en
libros.
Ahora compara eso, con todo el conocimiento que no tiene, y que
está en el universo, en la naturaleza, en el resto de las personas.
¿Cuál crees que sería la proporción?
- No sé, incalculable: mil millones a uno, por decir algo.
- Vale. ¿No crees que solemos estar más deseosos de contar ese
uno, que ya sabemos, que de escuchar los mil millones de cosas que
desconocemos? ¿En qué te enriquece decir lo que ya sabes, en vez de
escuchar lo que ignoras?
Leonardo se esforzaba por asimilar lo que oía, a la vez que observaba que
su mente se disparaba en continuos comentarios y objeciones.
- Por eso aquí, como observarás, estamos en silencio. Y no
hablamos, salvo que sea para mejorarlo. Todo funciona conforme a la
ley de Preparar, Recibir, Dar.

Preparar, recibir, dar


“Lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente” Tomás de Aquino
- ¿En qué consiste? –preguntó Leonardo-.
- Imagina un campo, que queramos que dé buenos y abundantes
frutos. ¿Qué debemos hacer?
- No sé, no entiendo mucho, pero supongo que ararlo y abonarlo.
- Exacto. Un campo tiene que ser roturado para oxigenarlo, matar
las malas hierbas que hayan salido, e irlo abonando, para que cuando
llegue la semilla, esté preparado. Si alguien lanzara semillas sobre un
campo que no estuviera roturado, no penetrarían en el terreno, los
pájaros las comerían, y las que quedaran, deberían competir con las
malas hierbas que, ya bien enraizadas, pugnarían por los pocos
alimentos de la tierra.
Después hay que echar buena semilla, porque se recoge lo que se
siembra. Mal vamos a recoger trigo, si sembramos grama. Por lo que
habrá que seleccionar bien la semilla. Para ello, debemos tener
experiencia, a la hora de reconocerlas, porque las semillas se parecen
mucho entre sí, pero no así sus frutos. Sólo alguien que haya visto
muchas cosechas, conocerá unas y otras.
Y por último, después de regarlo y cuidarlo, recogeremos una buena
cosecha.
Leonardo la miraba preguntándose aún en qué consistiría todo aquello.
- Por lo tanto, ¿debo estar en silencio? –preguntó con una buena
dosis de fastidio-.
- Sí, es mejor así. Por supuesto, si necesitas cualquier cosa
dínoslo, pero si no es para algo necesario, no deberías hablar. El
silencio te irá limpiando. Al principio, te puedes llegar a sentir hasta
mal. Es una sensación parecida a cuando dejas de comer azúcares
refinados. Estamos tan habituados que, al dejarlo, el cuerpo se nota
muy extraño.
Este lugar te ayudará. Fue un monasterio en los primeros siglos del
cristianismo. Era un lugar olvidado de las grandes rutas de todo tipo, y
ese estar al margen, precisamente, era lo que buscaban aquellos que
venían. El olvido sigue a día de hoy, y estamos tan perdidos, que ni el
ruido nos encuentra.
El método está pensado para que comprendas, no para que sepas.
- Y, ¿cuál es la diferencia?
- Saber es una función de la mente. Se queda en una especie de
“tener los datos”. Comprender es, que ese conocimiento te transforme.
Lo que no te transforma no es conocimiento, es equipaje.
¿De qué te sirve saber que el tabaco perjudica tu salud, si sigues
fumando? Te sería tan útil, como saber que la torre Eiffel está en París.
Es un mero dato. ¿De qué te sirve hacer cursos de liderazgo, si lo que
no buscas es servir a tu equipo? ¿Para qué quieres disponer de mil
técnicas de ventas, si no vas a salir a la calle?
Vivimos en un mundo donde sabemos muchas cosas, y cada vez
comprendemos menos. Porque comprender es algo que se hace en el
interior del ser humano, en esa parte, donde surgen los deseos y las
intenciones.
Lo mismo ocurre con otros conceptos, como valentía,
compromiso… una cosa es saber que sus efectos son positivos, y otra
muy distinta, comprenderlos, y vivir desde esa comprensión.
- Creo que te entiendo. Hay veces en la vida que dices: joder,
esto lo he comprendido, y ya no lo vuelves a ver nunca igual. Ya
sientes que el deporte debería ser parte de tu vida, por seguir con tu
ejemplo.
- Efectivamente. Pues aquí tratamos de que vayáis
comprendiendo qué es la vida en casi todas las facetas. La primera vez
que se viene, es sólo el primer contacto. La capa más superficial de la
cebolla, que deberás ir pelando, seguramente con algunas lágrimas,
hasta llegar al centro.
¡Ahh!, y no te lo había dicho. Si en algún momento te quieres ir,
nos lo dices, y te acercamos al avión, para que regreses a casa. No
tienes ningún compromiso con nosotros. Siéntete libre y cómodo.
Aquí no vas a necesitar reloj. El desayuno es a las 8, la comida a la
1 y la cena a las 8. Media hora antes de cada una de ellas se da un
toque de campana, para que te dé tiempo a asearte, y dejar lo que estés
haciendo. En tu cabaña siempre tendrás fruta del tiempo y agua.
También hay una estufa de leña. Si tienes frío puedes usarla, pero
deberás recoger la leña seca de los bosques cercanos. Tienes un
pequeño hacha en el armario.
Los primeros días son de silencio. Aprovecha para conocerte, para
sentir tu respiración, las sensaciones de tu cuerpo, para ver la
naturaleza.
Como primer ejercicio, puedes imaginarte ese campo del que hemos
hablado, y empezar a dejar, que te lleguen pensamientos al respecto.
Mañana, si te parece, nos vemos, y me cuentas cómo vas.
Marta acompañó a Leonardo a su cabaña. Era una estancia con una cama,
una mesa, dos sillas, un pequeño armario y un baño. Todo en madera. Sobre
la mesa, un par de cuadernos y unos bolígrafos. Había también un jarrón,
para lo que él supuso que podría ser, poner flores si le apetecía, y una fuente
con fruta variada, junto a una jarra con agua, y dos vasos.
Leonardo se quedó solo y se echó en la cama. Estaba como si le hubieran
arrancado una parte de su personalidad: la normalidad. Se sentía un poco de
corcho, como si la vida cotidiana, que hasta ayer fue “normal”, hubiera
ocurrido hacía mucho tiempo.
Pero, ¡qué leches hacía allí! ¿Qué le iban a poder aportar a él, unos
colgados que le ofrecían silencio?
Quizá era la primera tarde en muchos años, que pasaba en completo
silencio. Echaba de menos su equipo de música, y la televisión. Algo con lo
que rellenar el espacio invisible que nos rodea. Y empezó a notar mucho más
insoportable el silencio, que el ruido al que estaba acostumbrado.
De pronto, le vino una idea en relación a lo que Marta le había contado. Le
llegó de repente:
Imaginó un mundo donde, progresivamente, la gente fuera comiendo
todos los alimentos bañados en mucho azúcar. Al principio, comenzaron
añadiendo un poquito de azúcar para dulcificar los sabores, para hacerlos más
amables y atractivos. Luego, lo fueran añadiendo, poco a poco, a casi todo,
hasta usarlo en todas las comidas. Pudo imaginar ese mundo en el que, hasta
la carne y las verduras, fueran cubiertas con finas capas de azúcar, o
acompañadas de salsas dulces. Entonces, supuso que hacía un viaje, y tomaba
comida en estado puro, sin azúcar añadido.
¿Qué te parecería esa comida? ¿No te resultaría insípida, áspera,
incomestible? –se preguntó-.
Si nunca lo has vivido, al menos sí habrás observado, que mucha gente
añade azúcar a los zumos de naranja, algo, ya de por sí, extraordinariamente
dulce. Si a esas personas les pides tomar el zumo sin azúcar, te dirían que es
muy ácido. Prueba a decírselo a alguien, y lo comprobarás. Otro tanto pasa
con la leche, que es un alimento dulce, al que nos hemos desacostumbrado,
teniéndole que añadir azúcar.
Para Leonardo, ese sabor a tierra primigenia “sin azúcar”, se extendía por
su paladar, a medida que digería la aparente soledad.
Salió de la cabaña, y comprobó que había senderos, que se adentraban en
el bosque cercano, en varias direcciones. Pensó, que dar un paseo, no sería
mala idea para reconocer el terreno, y comenzar a ubicarse. El bosque
aparecía limpio y sin maleza. Los árboles centenarios cubrían el espacio con
sus enormes troncos, y esa forma de proyectar las ramas, dejando ver el cielo
a trozos, que provoca, en quien los camina, la sensación a bosque auténtico.
Todo invitaba a sentirse bien.
Era de esas escasas veces, que creemos percibir, que el tiempo se detiene,
que estamos como en otro plano de realidad, donde lo cotidiano tiene una
importancia diferente. El respirar aire de los bosques, te devuelve un cierto
sentido natural, que si lo acompañas de soledad, te va calando hasta los
huesos.
Oyó la campana que anunciaba la cena, y dio media vuelta.
Pasó por su cabaña, para lavarse las manos y coger una chaqueta, y se
dirigió al claustro. A uno de los huéspedes le preguntó:
- ¿Dónde se cena?
Le señaló una puerta, que daba entrada a un salón, con una chimenea en
un lateral y una gran mesa corrida en el centro. Unas fuentes, llenas de
distintos alimentos de aspecto orgánico, se alineaban en una mesa auxiliar,
para que cada uno se sirviera a su gusto. Una música, que a Leonardo le
pareció de Mozart, sonaba de fondo. Nadie hablaba. Comían, como sintiendo
cada sabor, masticando tranquilamente, sin prisa, y dejándose llevar por el
ambiente de serenidad, que reinaba en el comedor. Habría unas doce
personas, todas desconocidas para él.
Algo que recordaría muchos años después es que todos los que allí estaban
se habían convertido en algunas de las personas más influyentes del mundo
en distintos campos sociales, desde el mundo empresarial, la política, la
literatura, el cine… Algo que con el paso de los años le ha ido encajando,
pero que en aquel momento ni podía imaginar.
El silencio propio impresiona, pero el ajeno desconcierta. Si no lo crees
observa la sensación que tienes al coincidir con alguien completamente
desconocido en una habitación o un ascensor. Uno se siente
extraordinariamente violentado por el silencio, hasta el punto de que se habla
de temas absurdos para rellenar esos huecos. Por eso Leonardo en su primera
tarde miraba a todos lados como si estuviese rodeado de marcianos.

En tu interior está la llave, pero no el


camino
“No tratéis de guiar al que pretende elegir por sí mismo su propio
camino” Shakespeare
Leonardo se fue a su cabaña y se sentó en una especie de porche que
protegía la puerta de las lluvias.
Siempre había sido muy cumplidor, y tener que hablar con Marta al día
siguiente de lo que le había sugerido la metáfora del campo le llevó a repasar
la historia y dejar, como le habían propuesto, que viniesen las ideas que
fueran.
La primera fue: Todo lo que en la vida da resultado pasa por esas tres
fases: preparar, recibir, dar. Para ser médico primero hay que prepararse muy
bien, recibir el conocimiento específico y acertado de medicina, la buena
semilla, y sembrarlo en forma de experiencia para que crezca, y luego, eso
que has aprendido, darlo a la sociedad de vuelta.
Un buen ejecutivo también ha de prepararse muy bien antes de que le
“den” el poder de conducir a otros, y cuando recibe ese poder, debe usarlo
para dar oportunidades a los demás, y que ese impulso acabe sumando para
beneficio de la organización.
¿Qué ocurriría si se tratara de puentear o eliminar una de esas fases?
¿Qué ocurriría si no te preparas bien? Lo había visto muchas veces:
personas con conocimientos insuficientes llegaban a puestos para los que no
estaban capacitados, y comenzaban a cometer errores en cadena, muchas
veces no siendo siquiera conscientes. Era un desastre.
¿Qué ocurre si no sabes recibir o si no eliges la semilla adecuada? Hay
personas que se preparan e incluso tienen voluntad de dar, pero aún no han
adquirido la capacidad o el poder de hacer las cosas, o se basan en teorías
huecas. Suelen ser personas que se consumen entre buenas intenciones y
conceptos teóricos de la vida. Gente sin experiencia que cree descubrir el
Mediterráneo a través de los libros de otros, que a su vez nunca lo vieron, y
que quiere “extender” su verdad entre los crédulos que no diferencian. Son
médicos con teorías erradas que matan más que curan.
Y por último, ¿cómo son los que no quieren dar? Estos también abundan.
Se creen que todo lo que tienen es únicamente mérito suyo, que todo lo
merecen, porque han luchado por ello, y se niegan a compartirlo, si no es a
cambio de algo valioso. Acumulan y muestran como propio lo recibido como
regalo. ¿Cuánta gente colocada a dedo en un puesto o por razón, por ejemplo,
de parentesco, aprovechan la ocasión para exprimir a los demás?
Se concentró en ver si en su vida la sucesión de fases era un hecho o a
veces jugaba también a trilero en esas premisas.

Dormir y despertar
“El tigre para ser más que tigre, a veces tiene que perder sus rayas por el
camino”
Se fue a la cama con la extensión de esa sensación de relajación y paz.
Como si el silencio le estuviera limpiando.
Los sueños fueron mucho más vívidos, de colores más intensos, más
simbólicos que de costumbre.
Le despertó el toque de campana que llamaba para el desayuno. Se aseó y
caminó lentamente, sintiendo cada paso hasta el comedor, donde la misma
dulce quietud lo envolvía todo.
Se encontró con Marta. Se miraron y cuando iba a saludarla se detuvo.
Dejó que fuese la mirada la que diera los buenos días.
- Si te parece, al acabar de desayunar, nos vemos –le propuso
ella-.
- Perfecto –contestó Leonardo-.
Leonardo comenzó a comprobar que en silencio la comida sabía de otro
modo, masticaba de forma consciente, todo se iba convirtiendo en una
experiencia vital completamente distinta.
- ¿Qué tal vas con el silencio? –fue la primera pregunta-.
- Bien. La verdad es que sorprendido. A veces se me hace un
poco raro, pero muy bien. Me siento otra persona. Como si me fuera
quitando peso que llevaba pegado, y no era consciente.
Marta sonrió.
- En casi todas la religiones la gente que se aventuraba por el
camino de “saber más” practicaba mucho el silencio, hasta aquietar la
mente y volverla más receptiva. Son muchos años de “emisor” para
ahora cambiar a “receptor”. Y si no eres receptivo, no podrás aprender
nada de verdad. Aún te quedan unos días de silencio casi total, hasta
que vayas dominando lo que es no romper el silencio. Y esto que vivas
aquí ahora, no será más que una ligera aproximación a la potencialidad
real.
¿Te sirvió para algo la comparación con el campo?
- Creo que sí. Me siento en fase de preparación, de roturarme, de
remover mi tierra para poder aprender –y en ese momento se vio a sí
mismo como hecho de tierra que se remueve por una mano gigante-.
Comienzo a sentir también una especie de sed de saber, como si
tuviese que llover sobre mí, y eso me empapara.
Pensó que si cualquiera de sus amigos hubiera escuchado eso, le hubiera
mirado como si le faltase la razón. Pero sentía que al dejar de proyectar hacia
fuera se abrían otras puertas desconocidas hacia dentro.
- Siento también que quiero otras “semillas” distintas a las que
estoy acostumbrado, otros saberes nuevos.
- Bien, pues eso es todo. Sigue así unos días, aliméntate bien, haz
ejercicio y de momento nada más.
Marta se quedó en silencio, y Leonardo se levantó con ganas de caminar y
disfrutar del aire fresco de las montañas.
A medida que pasaban los días notaba que regresaba como a un estado
más natural de sí mismo. Dejó de sentir lo importante que se creía y le decían
que era. En aquellas montañas sobraban los títulos, los méritos y los cargos.
La naturaleza no tiene tarjetas de visita con un cargo, ni un logotipo. La
naturaleza no te mira por lo que representas, sino por lo que eres. Aún no se
creía que fuera tan sencillo sentirse bien. Algo que podría haber hecho en su
propia casa. Un viaje hacia él mismo.
Leonardo comenzó a sentir a la naturaleza de otro modo. Miraba a los
árboles en sus paseos y trataba de no pensar, de fluir con su sensación de
estar allí, sin más. En ocasiones, se sorprendía hablando a los árboles,
conducido por la rutina de tener que llenar de palabras lo que sentía, éstos lo
escuchaban entre murmullos de viento.
También estaba conociendo el desierto de silencio que conduce al interior
de cada uno. Los primeros pasos se dan con cierta alegría, incluso con una
cierta euforia y hasta valentía, pero a medida que se avanza, el miedo y la
falta de hábito se van apoderando. Una especie de síndrome de abstinencia
nos lleva a pensar continuamente en la jungla enrevesada de pensamientos
que dejamos atrás, y encontramos miles de razones para regresar a nuestros
hábitos. El miedo a no ser comprendido, a no ser “aplaudido”, a ser tomado
por simple, a no ver las caras de admiración ante el chorro de palabras a las
que había acostumbrado a la gente. Es como comenzar a vestir sencillo en un
mundo de ropajes barrocos. Uno, a pesar de ir vestido, cree estar desnudo.
Por eso, ese paso por el desierto ha sido recogido en los textos simbólicos
de todas las culturas antes de alcanzar un estado de pensamiento superior.
Entre los que vivían en el monasterio a Leonardo le llamó la atención Lúa.
Era una perra mastín color canela, que alternaba sus cadenciosos paseos con
sus siestas en lugares improvisados.
Puede ser que fuera amor a primera vista, porque Lúa se acercó a él, y lo
miró a los ojos, con esa languidez con la que miran los mastines, esperando
una caricia sin pedirla. Leonardo se la dio, sintiendo la suavidad de su tupido
pelo. Se sentó a su lado y ella se terminó por tumbar junto a él. Leonardo se
echó hacia atrás dejando descansar su cabeza en el lomo de aquella perra que
pesaría poco más o menos como él. El cuerpo de Lúa se movía impulsado por
la respiración, y ese movimiento mecía la cabeza de Leonardo que, al mirar al
cielo, se relajaba sintiendo que podría estar así mucho tiempo.
Cuando se incorporó, Lúa decidió caminar a su lado. La miraba de reojo y
comprobaba que ella hacía lo mismo. Había encontrado a una amiga que
entendía el silencio del lugar y que expresaba calma y sencillez. Quizá fuera
esa sensación la que debía encontrar, y Lúa fuera su lazarillo.
Sólo por esos días ya hubiera merecido la pena ir a ese retiro. Era curioso.
No le habían dado nada, podría haberlo hecho en cualquier momento, y se
sentía más ligero, más consciente.

No hay espera que no conduzca a un


lugar
“Yo soy el dueño de mi destino; yo soy el capitán de mi alma” William E.
Henley
Después de unos días, y tras el desayuno, Marta le llamó.
- Hoy podrás asistir a la primera “clase”. Bueno, no creo que ese
nombre lo describa muy bien, pero a lo mejor es lo que más se le
aproxima. Tiene dos partes. En la primera, por la mañana, el ponente
os contará una historia, una reflexión. Después de eso os marcharéis, y
tras la cena hay que volver para compartir lo que os ha sugerido. No se
trata de polemizar con el resto de los compañeros. Cada uno aporta lo
que quiera sin contestar a lo que digan los demás. No se debate, se
escucha y se comparte. Nada más.
Leonardo siempre se había visto como un polemista eficaz, ocurrente,
capaz de encontrar la grieta en las posiciones ajenas, temido incluso si había
que sostener posturas contrarias, porque podía llevar hasta el ridículo casi
cualquier argumento ajeno, encontrando la endeblez de lo que defendemos
cargados aparentemente de razón, y normalmente con escasa reflexión.
Leonardo nunca había participado en una forma de aprender que parecía una
especie de merienda campestre de ideas, donde lo que llevaba cada uno no
rivalizaba con lo del resto de asistentes, sino que se sumaba para que cada
cual se sirviese lo que mejor le apeteciese.
El aula era tan sencilla como el resto de las estancias. Unas diez sillas con
brazos para escribir se disponían en un semicírculo. El resto de los
compañeros ya esperaban allí en silencio.
Si comer en silencio le había resultado chocante, esperar sin hablar hizo
que se removieran numerosos miedos e inseguridades. Algunos de los que
estaban le recordaban vagamente a personas de las que había leído algún
artículo en revistas sectoriales y económicas. Ninguno era muy famoso, pero
creía recordar alguno señalado como promesa en ciernes de su campo. Lo que
nunca imaginaría Leonardo en ese momento es en quien se acabarían
convirtiendo: en verdaderos iconos de la cultura y sociedad de las siguientes
décadas a nivel mundial. Como muchas otras veces pensó con el paso del
tiempo: ¡quién podía imaginarlo!
Menos podía sospechar lo que ocurriría a continuación. Entró el que haría
las funciones de profesor.
Leonardo abrió los ojos como quien ve el mar por primera vez, recorrió la
cara de sus compañeros para tratar de descifrar en sus expresiones que
estaban viendo lo mismo que él. El resto parecía acostumbrado o, al menos,
no sorprendido. Uno de sus ídolos empresariales a nivel mundial estaba allí
delante de ellos con un jersey granate y unos pantalones de pana verde.
Hubiera dado cualquier cosa por conocerlo personalmente, pero era
prácticamente imposible, y ¡ahora estaba allí!
Se fue hacia la pizarra y escribió en grande y en inglés: Todo es
energía.
Y comenzó a hablar más o menos así: Todo es energía, la vida, la materia
son electrones, protones… el dinero es energía, los movimientos sociales son
energía, las emociones de las personas también, las modas, la salud, lo que se
mueve entre dos personas que hablan o lo que hace que miles sigan a alguien,
desde un sencillo beso que mueve energías emocionales, a la orden de atacar
en una batalla. El secreto consiste en comprenderlo y dirigirla hacia donde
queramos que vaya. Normalmente la gente ve formas, objetos… ésa es la
visión miope de la realidad. Los sabios ven energía, y la conducen. Así se ha
construido la humanidad, moviendo energía, a través del poder, la fuerza, el
carisma, la atracción… de múltiples maneras.
Mientras no lo entendáis, actuaréis como si tratarais de conducir el agua a
empujones, cuando ella va sola si se le muestra el camino adecuado. Ver la
energía y encontrar cursos posibles para esa corriente, es la labor de la gente
que lo comprende y la sabe aprovechar.
Hizo una pausa en que pareció relajarse aún más y continuó.
Esto me recuerda la historia de…

Los dos reinos del agua


“La energía no se crea ni se destruye, solo se
transforma" Primera ley de la termodinámica
Hace mucho tiempo, un rey a punto de morir, que tenía dos hijos, no sabía
cuál de los dos estaba más capacitado para gobernar el reino, porque cada
tema que analizaban, lo convertían en una discusión y un desencuentro. Así
que dispuso en su testamento que el reino, que hasta entonces había sido uno,
pasara en lo sucesivo a ser regido la mitad por cada uno de ellos. La
geografía ayudaba a la partición, porque el reino se componía de dos
vertientes hídricas, siendo dos los valles que nacían en la misma cordillera y
que, al avanzar, formaban dos llanuras kilométricas que desembocaban cada
una en un mar distinto, separadas siempre por una columna de montañas que
marcaba perfectamente la frontera.
- El agua es la fuente de vida. Administradla con sabiduría –les
dijo como gran consejo-. Repartid vida y la vida os devolverá fidelidad
del pueblo y prosperidad para vosotros y para ellos.
- Así lo haremos padre –contestaron al unísono-.
No tardó mucho en morir el padre y en dividirse el reino.
Vladock, el rey del primer valle creía que el agua era la fuente de vida y
que a nadie debía privársele de esa sustancia. Se dirigió a los habitantes del
territorio que le había correspondido, y les dijo que, mientras él fuera rey,
todos tendrían derecho a dos litros de agua al día, para beber de forma
gratuita. Para ello pidió la ayuda de su pueblo, para construir una gran presa
en la parte superior de la cordillera que recogiera el agua de las montañas, y
así poder regular su uso y distribución.
La gente se entregó con alegría a una obra que les mantendría con su
ración de agua asegurada de por vida.
La obra era faraónica. Una presa que era capaz de acumular millones de
metros cúbicos de agua.
Una vez terminada la presa, se dispuso el reparto de la ración diaria, que
cada habitante debía recibir en los grifos de palacio, bajo la supervisión de la
guardia. La gente hacía cola para que le dieran su agua, que ahora era gratis y
no costaba trabajo recoger. Bastaba hacer cola y llenar las garrafas.
Como el agua podía ser usada para otros fines, también se autorizó el uso
de un metro cúbico de agua de riego al mes para cada ciudadano.
Cada uno la utilizaba como quería. No era mucho, y algunos desarrollaron
métodos para estirar su uso siendo muy eficientes, otros la vertían a manta, y
pronto sus plantas no prosperaban, sometidas a intervalos de encharcamiento
o sequía.
Esto produjo muchos desequilibrios entre los que tenían cosechas
generosas y los que no recogían nada.
Las protestas por esta situación llegaron al rey que determinó que, de la
misma forma que el agua se distribuía de forma igual para todos, todo aquello
en que interviniera el agua en su producción, debería ser repartido de igual
manera, porque, al fin y al cabo, “todo era de todos”.
Esto provocó emociones encontradas entre los que tenían buenas y malas
cosechas. Los primeros se disgustaron al ver que se les quitaba todo el fruto
de su trabajo, y los segundos se alegraron de obtener parte de lo cultivado y
recogido por sus vecinos.
Al año siguiente, ningún habitante solicitó el agua de riego para sus
campos, porque todos esperaban coger la cosecha del vecino, y no estaban
dispuestos a trabajar para luego ser desposeídos.
Cuando el rey vio todos los campos yermos mandó a los soldados para
obligar a los habitantes a plantar los campos, bajo pena de muerte.
El rey no podía entender cómo la gente era tan desagradecida, que ni
dándole el agua gratis, quería trabajar.
El trabajo forzoso siempre produce poco, porque no habiendo motivos
internos de cada uno, la principal actividad de las personas es hacer el menor
trabajo posible. Las cosechas rendían al nivel de los peores agricultores, que
eran los que marcaban lo que podía ser esperado. La presa almacenaba
millones de litros que se iban corrompiendo por falta de movimiento, y el
hambre se extendía por el valle.
El agua que bebían era gratis, pero cada vez con peor sabor, y el resto de
la comida resultaba mala y escasa. El rey dobló la ración de agua para ver si
eso estimulaba la producción, pero nadie varió su conducta, dado que más
agua supondría más trabajo e igual recompensa. Había llegado a un punto
donde la gente en vez de pensar en producir se concentraba únicamente en
recibir, y cambiar esa forma de pensar se había convertido en un laberinto
insoluble.
¿Qué había pasado en el valle de al lado?
Allí reinaba el Rey Juan sin Agua, conocido así porque su filosofía era
totalmente opuesta. Él creía que el agua era la fuente de vida, y que cuanto
más se extendiera, más vida tendrían él y sus conciudadanos.
Así que estableció un principio básico: El agua es de quien quiera
utilizarla, y pagará por ella un precio al tomarla, y una cantidad pequeña de
los beneficios que obtenga después, para hacer posible la vida del reino, y la
mejora del uso del agua.
Construyó una presa muy pequeña que servía simplemente para regular el
curso entre épocas de lluvias y de tiempo seco, y no para retener el agua, y la
gente se aprestó a solicitar el agua que estimaban que usarían, y que trataban
como algo valioso dado que les había costado su dinero.
Todos comenzaron a darle uso como mejor creían. Unos pusieron molinos,
y el sobrante se lo vendían a labradores, que plantaban campos, o que lavaban
sus ropas; otros plantaron campos de limones, y con su zumo y agua hacían
limonada, que a su vez vendían a otros. El éxito de unos inspiraba las
acciones de otros, y la riqueza se multiplicaba en el valle. Por supuesto que
había gente que malgastaba el agua, pero sus errores no se podían repetir
muchas veces porque no tenían dinero para comprar más y despilfarrarla. Así
que no le quedaba más remedio que aprender de sus laboriosos vecinos,
aunque fuera a regañadientes.
La labor del Rey Juan era facilitar que el agua llegase a todos los lugares
donde quisieran usarla. A eso destinaba el resultado del precio y el porcentaje
del resultado del trabajo de los súbditos. El valle se llenaba de cultivos y de
usos cada vez más ocurrentes del agua. Había llegado a una conclusión
crucial: Él podía ser muy inteligente, o incluso sus ministros, pero era
imposible ser más inteligentes que todas las inteligencias de un pueblo
buscando su beneficio en libertad.
Al haber tanta naturaleza no sólo llovía más, regando y acrecentando la
riqueza, sino que la misma lluvia al caer era retenida por las plantas,
produciendo beneficio y no daño a su paso.
Los países vecinos querían comerciar con la multitud de productos que se
obtenían en el valle del agua, del rey sin agua, como se había comenzado a
conocer. Así que llenaban con sus intercambios de nuevas oportunidades y
disfrutes a los habitantes del país.
¿Qué ocurrió entonces en el valle de su hermano Vladock?
Las noticias sobre el valle fértil comenzaron a llegar al primer valle, y los
ciudadanos más industriosos decidieron irse a vivir al otro país, buscando
progresar y tener una vida mejor.
Cuando ya no fueron dos ni tres los que se iban, sino muchos, Vladock
decidió poner una frontera, que sirviera para que nadie pudiese entrar y ver la
miseria y pobreza que había creado, pero sobre todo, para que nadie pudiera
salir. Atrapando a sus ciudadanos como sólo se encierra a los animales, a los
que creemos que no deben tener voluntad salvo la que les impone el humano
que es su dueño. Toda frontera es un fracaso, pero las que encierran a los
ciudadanos son un infierno, del que curiosamente tampoco se puede salir.
El reino aparecía con un pantano gigante de aguas cada día más
putrefactas, y un valle árido castigado por las pocas lluvias que caían y lo
lavaban, con una población sin ningún motivo para hacer nada, salvo la cola
para recoger la miseria que el rey llamaba justicia.
Quien osaba quejarse era encarcelado o ejecutado, porque no podía
admitir que nadie en su reino fuese más inteligente que él y la camarilla que
lo rodeaba, que de forma clandestina importaban los productos del reino
vecino, privando de ellos al resto de los ciudadanos.
Al llegar a este punto el profesor se detuvo.
- Así lo recuerdo. Después de la cena nos volvemos a ver –les
recordó-.
Los asistentes se levantaron en silencio y salieron de la habitación como si
llevaran de equipaje la historia que acaban de escuchar.

¿Por qué lo haces? El talento no es un


regalo
“El talento es un don que Dios nos hace en secreto,
y que nosotros revelamos sin saberlo” Montesquieu
Leonardo dejó que el resto de sus compañeros abandonaran el aula, y se
dirigió al profesor.
- ¿Le puedo hacer una pregunta?
El profesor le miró.
- ¿Lo que vas a decir mejora al silencio? –le interrogó sin que se
percibiera ningún tono ácido en la pregunta-.
Nunca nadie le había puesto ante esa disyuntiva. Era como si usar el verbo
supusiera una gran responsabilidad. No recordaba haber asistido a una clase
así.
- No sé aún qué es el silencio. No sé si lo que voy a decir lo
mejora.
- Pregunta entonces, y compruébalo.
- Le admiro desde hace muchos años. Nunca hubiera imaginado
coincidir con usted. Le haría muchas preguntas, pero la que me surge
ahora es: ¿Por qué está aquí enseñando esto?
El profesor sonrió.
- Primero, a mí no creo que me admires. No me conoces de nada,
y puedo ser una persona detestable. En el mejor de los casos, admirarás
lo que he hecho o dicho, a mi obra. Es absurdo admirar a personas.
Todos somos admirables de alguna manera. Lo que vemos son sus
obras. Y aun así es cuestionable…
Leonardo se ruborizó.
- ¿Por qué lo hago? Me preguntas. Lo que la gente llama
talento, no es un regalo, es una especie de contrato. No recibes
nunca para ti, sino para tener la capacidad de dar. Yo llevo muchos
años viniendo aquí y aprendiendo de la misma forma que aprendes tú
hoy. Unas veces escucho historias que me sirven para comprender mi
vida y el universo, otras, las historias las cuento yo. Cuando quieres
escuchar todo te habla. Y eso que te llega… nunca debes quedártelo.
Pero te has adelantado a una fábula que contaré dentro de unos días.
Y ahora llévate la de hoy, y después de cenar dinos qué te ha
significado para ti.
El profesor salió de la clase reflejando ese estado de escucha hacia todo.
Leonardo volvió a su cabaña sin recuperarse aún del encuentro con esa
persona. Iba de sorpresa en sorpresa. Se había olvidado de la historia, pero la
historia no se había olvidado de él. Ésta regresó a la memoria y se dio cuenta
de que había abandonado el propósito de la clase, que no era en ningún caso
admirar a nadie, sino aprender algo. Como la vida, pensó.
Se sentó en el porche de su cabaña y repasó la historia que le acababan de
contar. Trató de olvidarse del resto de pensamientos, y no sabía por qué, pero
intentó ver los dos reinos, e imaginarlos como campos de energía. Donde el
agua era la vida que los alimentaba. Como si fuera la sangre de un organismo
vivo. Llegaba a todos los lugares en uno, y en otro se detenía y se
concentraba sólo en un sitio, y estaba bajo las órdenes de una persona. Sintió
el movimiento de la energía y lo que suponía por donde pasaba, así como que
había que cavar canales para hacerla llegar. Ella sola no llegaba sin nuestra
ayuda. Recordó cuando había ido a la huerta de un amigo, y abrían surcos o
los cerraban para regar las plantas.
Y entonces abrió los ojos y miró al valle que se extendía frente a él. Sintió
que los valles conducían energía, que el mundo era un lugar donde viajaba la
energía de muchos colores, como si fueran de distinto tipo. En algunos
lugares se estancaba o no entraba, en otros la recorría con intensidad y fuerza.
Era una experiencia de conocimiento que no había intuido antes. Aprender
a través de historias que encendían la comprensión de algún aspecto.
El día transcurrió entre el silencio y la fuerza de la historia. Le venían
multitud de pensamientos de distintos órdenes y aplicables a muchas facetas
de la vida. Le resultaba increíble ver el impulso que tenían las historias,
cuando la mente estaba en calma y receptiva. Era como un interruptor de la
creatividad.
Repasaba parte de su vida y entendía por qué había obtenido algunos
éxitos, simplemente habiendo conducido la energía de las ideas y el trabajo
de sus equipos hacia los resultados que la gente quería. Lo había hecho a
través de razonamientos o intuiciones, pero ahora podía visualizarlo. Nunca
volvería a hacer negocios igual.
El problema que tenía este método es que te activaba tanto que podías
volver a ser emisor en vez de receptor, y comenzar a proyectar, olvidándote
de estar en el presente.

¿Qué es escuchar? No replicar


“Así como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar”
Epícteto
Para Leonardo todo era nuevo y aún desconocía la mecánica de
aprendizaje de aquel monasterio.
La cena transcurrió como el resto de las comidas, pero no así en su
interior. No sabía cómo debía actuar, ni qué debía decir en la reunión
posterior. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan inseguro. Sin embargo,
miró al resto de los que cenaban y todos inspiraban relajación. Se tranquilizó
al pensar que era su primera “clase”, y para ellos ya no.
Acudió a la sala con su libreta y sus miedos. Miraba a lo largo de todo el
camino tratando de ver a Lúa, de recibir, al menos, una mirada de confianza.
Pero Lúa no estaba.
El profesor volvió a entrar en silencio. Los miró a todos y comenzó a
preguntar:
- Steve, ¿qué quieres comentar?
Steve abrió su cuaderno y dijo lo siguiente:
- Pues yo me he sentido como en la obligación de llevar agua a
lugares donde aún no ha llegado. He visto campos por explotar que
necesitan agua y que cuando llegue darán mucho fruto. Campos que
otros no ven con facilidad, porque no son los “de siempre”.
Hay gente que hace negocios como siempre se han hecho, que hace
política como siempre se hizo, que hace arte por los mismos canales,
con los mismos gustos… Pero el mundo necesita personas que
reinventen la realidad, que, en términos del cuento, lleven agua a
dónde ahora hay zonas sin explotar.
Creo que verlo en términos de energía ayuda a visualizar dónde te
colocas a ti mismo. ¿Estás dentro de los límites donde ya llega el agua
o contribuyes a ampliar sus fronteras? Quien riega en campos ya
muchas veces cultivados no obtiene más que las sobras de los que
cultivaron antes. Los campos vírgenes están ahí para darnos de todo.
Nadie contestó, ni hizo ninguna consideración. Se limitaban a escuchar. A
Leonardo le hubiera gustado dar su opinión, compartir que entendía esa
visión de Steve, que se había sentido igual…
- Bill, ¿te ha surgido algo?
- La verdad es que sí. He visto que la forma de que se extienda
mucho el agua y obtener mucho fruto es hacer cosas asequibles en
todos los sentidos del término, que las entiendan, que las puedan pagar,
no ser uno sólo el que lo hace, sino conseguir que muchos otros se
unan a ese impulso. La gente es energía. Ponlos en movimiento y será
imparable, detenlos y la energía se estancará. Ser líder significa
impulsar el movimiento de la energía, sea en una empresa, en una
ciudad, incluso, en una familia. Si recordamos a la gente que nos
impulsó, ¿no notáis la energía que os transmitió?
Leo repasó en pocos segundos los momentos de su vida en que había
sentido ese empoderamiento. Aquellas conversaciones en que le invitaban a
seguir hacia delante, a dar un paso más. Eran de pura energía.
- Warren, ¿el cuento te ha ayudado a ver algo?
- Quizá yo soy más prosaico –comenzó, casi en tono de
disculpa-. He visto la economía como esos valles, y la bolsa, en contra
de lo que mucha gente pueda pensar, como una gran cañería que
conduce agua. Quizá es porque trabajo en ese mundo. Hay una energía
que es la de los ahorros de la gente, que quiere dar fruto. Hay que
llevarla hasta los campos de la economía donde se cultiva, y que la
necesitan. Si la dejas sin mover, se estanca. El retorno beneficia a
ambos. Basta con ver necesidades reales de una y otra parte. Hacer
coincidir deseos.
- Ángela, tú… -invitó el profesor-.
- El agua para mí es la libertad de las personas. En países donde
existe una extensión amplia de libertad, cada talento da fruto y procura
la prosperidad de los pueblos de forma no consciente, pero hace que se
vayan sumando los aportes de cada uno. Mientras que los países en
que alguien acumula mucho poder a través del estado, sobreviene
siempre la pobreza, porque no hay talento mayor que el que busca su
expresión, ni menor que el que sólo pasa por un aro. Los más
relevantes aportes en literatura, música, economía o tecnología, no
pueden ser conducidos o mediatizados por una única instancia, sino
que deben surgir espontáneamente de la gente y para la gente. Además
está el falso engaño de lo aparentemente gratis, que deviene en
miseria universal. Nada hay peor que acostumbrar a alguien a recibir
sin devolver parte de lo aportado, termina por no valorar lo que recibe.
Es fácil crear un engaño quedándose con todo lo que es de uno
haciéndole creer que no es suyo, y luego dándole a cambio limosnas
periódicas que sólo llevan a la inactividad y la falta de estímulo.
¿Por qué el agua era del primer gobernante? ¿Cómo alguien puede
llegar a pensar que puede ser administrador único de los recursos de un
país?
Los regímenes totalitarios, donde el estado lo organiza todo,
detienen el progreso de los pueblos, estancando la energía que podrían
desarrollar. La libertad es el camino a través del que se extiende la
riqueza.
- Oprah, ¿tú has visto algo?
- Sí. He visto sed en el ámbito de las relaciones humanas. Es
como si el mundo al crecer, nos alejara. Y que las personas
necesitáramos ese contacto emocional del que las prisas nos van
privando. Quizá debamos hacer una “cultura emocional”. Muchos lo
pueden llamar trivial, pero la gente quiere que la escuchen en su día a
día, y escuchar el de los demás. Por eso nos atrapan las historias de las
películas, de las novelas… porque llevan emoción. La televisión que
triunfará, por ejemplo, será la que lleve emociones. La emoción es
pura energía, y te puede inundar como el agua, y ahogar o dar vida.
Quiero aprender a comunicar para extender esa agua, para reconocer la
sed de los demás. Creo que si pensamos en esos términos el mundo
puede ser un lugar mejor. Preguntarnos:
¿Qué sed tienes? ¿Puedo decir algo que la alivie?
Si ves las relaciones entre las personas como intercambio de energía
es algo fascinante. Imagina un abrazo. Es pura energía. Siéntela y
hazla sentir. Estar aquí hablando en este momento, si cierro los ojos y
siento la energía de mis palabras, me hace tener mucho más respeto
por lo que voy a decir, por la armonía del mensaje…
- Leonardo, ¿te ha aportado algo?
- He comenzado a ver el mundo, mi vida y todo lo que me ha
ocurrido como flujos de energía. Y he comprendido el éxito de algunas
de mis iniciativas, así como el fracaso de otras, por no haberlo tenido
en cuenta. Eso que llamamos “sensaciones” al hacer un negocio o
desarrollar un proyecto, a lo mejor no es más que su energía, por eso
los que van a funcionar, nos dan desde el principio “buenas
sensaciones”, mientras que otros sabemos que no prosperarán,
simplemente por esa intuición. Aún estoy casi en shock al cambiar de
punto de vista. Nada es igual ya.
Después de las intervenciones de los oyentes, porque no me atrevería a
calificarlos de alumnos, y sin mediar debate, se levantaron y regresaron a sus
cabañas.
De la misma forma que se ve el cielo estrellado de una manera muy
distinta donde no hay reflejos de luz artificial en kilómetros, apareciendo
mucho más poblado de estrellas, y éstas más brillantes, mirar el cielo después
de unos días de silencio es una experiencia inenarrable. Formas parte de ese
todo que no se oculta detrás de miles de pensamientos. Se percibe el espacio
de otra forma y te dejas invadir por esa inmensidad sin comentarla, sin
valorarla, viéndola únicamente.
Comenzó a respirar pausado llenándose de noche y de nada más.
Durmió como creía que dormían los ángeles, como en una vigilia sin
gravedad, como en una especie de spá del espíritu.

Sólo encontrarás lo que no te niegues


a ver
“El destino, el azar, los dioses, no suelen mandar grandes emisarios en
caballo blanco, ni en el correo del Zar. El destino, en todas sus versiones,
utiliza siempre heraldos humildes”. Paco Umbral
La mañana siguiente vino con una sorpresa. Lúa estaba frente a la puerta
de su cabaña. ¿Cómo era posible que una mirada cambiara tanto un día?
Se dirigió hacia el salón del desayuno. Lúa insistía en darle con su enorme
pata, provocándole para que jugara. Leonardo terminó por aceptar el reto, y
comenzó a correr hacia un lado y hacia otro. Ella le perseguía con cara de
“soy más rápida que tú”. Leo aprovechaba para hacer quiebros que la
sorprendían, y ambos sentían el juego como un lazo que los unía. Quizá por
eso tanto los animales como los humanos necesitamos jugar.
Del desayuno salió con unos trocitos de pan untados en una especie de
hummus que ofreció a Lúa. Era su primer soborno… ella no se resistió.
Llegar a la clase de nuevo era entrar a un lugar donde no sabía qué cuerda
de su interior iba a ser tocada. Era como empezar cada mañana con la
esperanza de “¿Qué voy a aprender hoy?”. ¿Y si cada mañana de nuestra vida
fuera así, si nos levantáramos tratando de descubrir lo que el día nos iba a
enseñar?
Su ídolo de ayer llegó con la misma cara risueña y tranquila, y al verlo
sintió como una especie de familiaridad que no podía haber imaginado antes.
Hoy os quiero hablar de uno de los factores del éxito y de la felicidad: la
actitud.
“La actitud determina lo que veis y cómo lo veis”. Escribió. La atención
humana no puede abarcarlo todo, elige la parte en la que nos fijamos.
Vuestra actitud hará que os limitéis a ver una parte concreta de todo lo que
podríais ver, pero además de eso, lo que veáis, lo traduciréis de distinta
forma.
Si uno de vosotros está muy interesado por los coches, al caminar por la
calle se fijará principalmente en los coches que haya, no prestando atención a
fachadas y personas, y además si su actitud es “negativa” al respecto, lo que
le llamará la atención será su ruido, su contaminación; mientras que si es un
fan de los automóviles, prestará especial cuidado a los nuevos modelos que
descubra, recorrerá sus formas y recordará sus características. La calle es
igual para todos, pero cada uno ve una calle distinta.
Y con esto me acuerdo de una historia que viene al caso…

El bastón de los dos ciegos


“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que
jugamos” Shakespeare
Dos ciegos vivían próximos a una ciudad y acudían a ella a diario a poner
su escudilla y encontrar auxilio entre sus gentes.
Nunca habían coincidido en el camino a pesar de vivir tan cerca.
El primero de ellos, un día caminando hacia la ciudad pisó un excremento
de perro. Al momento se disgustó muchísimo, porque siendo como era ciego,
no le resultaba fácil limpiar completamente su zapato de la porquería que
había pisado. Se limpió como pudo, no sin ensuciarse más partes de su ropa y
sus manos, y fue refunfuñando hacia la ciudad, envuelto en un olor
desagradable, que le hacía maldecir su suerte continuamente. Se sentó en su
lugar de costumbre, y esperó las monedas habituales.
Los que paseaban cerca advertían el mal olor y, al mirar al ciego, veían su
cara malhumorada, de la que se desprendían continuas maldiciones, y se
alejaban para no ser contaminados por una cosa o la otra. La falta de tintineo
de monedas en la escudilla incrementaba su mal humor, lo que hacía que la
gente temiese aún más acercarse a un hombre, que parecía esparcir odio y
quejas, y que además, olía tan mal.
Volvió frustrado hacia casa, pero con la firme resolución de que jamás le
volvería a ocurrir lo mismo.
Así que al día siguiente decidió utilizar su bastón como si fuera una
escoba, y así apartaría cualquier caca de perro que se encontrara.
- No me volverá a ocurrir lo de ese día –se repetía orgulloso de
su estrategia-.
Con lo que no contaba ese hombre era con que al arrastrar el palo por el
camino, bastaba que hubiera un solo excremento, para que le diera con el
bastón. Algo que, de otro modo hubiera pasado estadísticamente una vez al
año, ahora pasaba cada día. El bastón se impregnaba de estiércol, y al tratar
de limpiarlo, no hacía sino agravar el problema. Repitiéndose la misma
historia día tras día.
- ¡Los habitantes de esta ciudad son unos cerdos! Sus caminos
están llenos de cacas, sus calles huelen a mierda de perro, y son unos
miserables egoístas que no dan una triste moneda a un ciego desvalido.
Por su parte, el otro ciego, vecino del anterior, caminaba un día hacia la
ciudad tratando de encontrar el sustento en sus calles.
De repente sintió que había pisado lo que, por el olor y la sensación que
tuvo, era una caca de perro. Se quedó aterrado por un momento. No podía
tratar de limpiar la suciedad de su zapato, porque lo más probable es que
manchara su ropa y a él mismo. Así que dejó los zapatos a un lado del
camino, y continuó su viaje descalzo, consciente de que si volvía a casa sin
nada, nada tendría para comer.
Los pies comenzaron a dolerle, e incluso llegaron a sangrar, pero no se
detuvo. Se sentó en el lugar de costumbre, y la gente al verlo en aquel estado,
se compadecían del pobre ciego, que además estaba descalzo. Las monedas
se sucedían con una frecuencia antes desconocida, y como siempre, cada
moneda era correspondida con una sonrisa, que aumentaba el efecto en la
gente, que no sólo se conmovían ya de su situación, sino que admiraban su
actitud.
Un zapatero del mercado, al ver cómo se encontraban los pies del ciego,
trajo un par de zapatos de los más cómodos de su tienda, y habiendo limpiado
y curado antes los pies del ciego, se los enfundó para protegerlos.
El ciego no daba crédito a su fortuna. ¡La caca del perro había sido lo
mejor que le había ocurrido en años!
Cuando volvía a su casa en un estado de felicidad difícil de contener,
movía el bastón hacia arriba y hacia abajo, expresando así su alegría. Acertó
a golpear la rama de un árbol que estaba cargada de flores. Al punto, el polen
se desprendió de las flores y le cubrieron por completo, perfumándole de una
forma exquisita. El ciego agradecía en el fondo del corazón la suerte que
tenía, y se deleitaba en el olor que ahora le envolvía.
Pronto pasó cerca de sus antiguos zapatos lo que reconoció por el olor que
aún despedían. No se atrevió a tocarlos por no mancharse, y se alejó
sonriendo al haber esquivado de nuevo el peligro.
Se propuso que lo de la caca de perro no podía volver a ocurrirle y así
pensó que debía ir más atento a los olores que le llegaran. Porque no hay
mierda que no se anuncie antes con el olor que desprende. Basta con no
distraerse al caminar. Pero como además había descubierto el secreto de los
árboles del trayecto, trataría de golpear hacia arriba hasta acertar de nuevo
alguna de esas ramas prodigiosas.
Acertar en una rama, siendo ciego, no era tarea fácil. Pero el premio
merecía la pena, así que lo intentaba una y otra vez hasta que acertaba.
Cubierto por el polen, llegaba a la ciudad extendiendo un aroma a flores por
las calles que pasaba, que hacía que todo el mundo se volviese a mirar quién
era quien así olía. Todos los comerciantes querían que se sentara cerca de su
tienda, porque ambientaba con su olor los negocios y, además, como se
reunía mucha gente para oler al ciego, atraía público a sus escaparates. Así
que todos pugnaban por agasajarlo cada vez mejor, dándole de comer y
entregándole más regalos para que volviese otro día.
El ciego, al ver que la gente se quedaba un rato a su lado, comenzó hacer
lo que sabía hacer mejor: contar historias para entretenerlos. Las personas se
quedaban extasiadas con aquella mezcla de perfume e historias, y le daban
generosas limosnas. El ciego no dejaba de sonreír, agradecido como estaba a
la vida, lo que lo convertía aún en más agradable para cada persona que se
cruzaba.
El ciego era consciente de que el camino debía andarlo estando muy atento
a los pasos que daba para buscar las flores y evitar las cacas, y así lo hacía.
Su bastón, y su atención, estaban casi todo el tiempo buscando las flores
hacia arriba, y bastaba con no distraerse demasiado para advertir el peligro de
cualquier suciedad.
El primer ciego seguía con la práctica de arrastrar su bastón y acabar
chocando con un excremento, hecho que le confirmaba que el camino estaba
sembrado de ellos. Era tal su olor que acudían moscas y tábanos que le
torturaban, y servían de heraldos de su hedor por allí por donde pasaba,
pidiéndole toda la gente de la ciudad que se alejara de sus casas y negocios,
porque los llenaba de moscas.
La diosa fortuna, por su parte, no podía permanecer impasible ante la
penosa situación del primer ciego. Así que una mañana en que acudía a la
ciudad, y siendo incordiado por los tábanos, comenzó a golpear furioso al
aire tratando de acertarlos en el vuelo. En uno de esos golpes dio en una de
las ramas que perfumaban cada día al segundo ciego. Al instante cayó sobre
él el mismo polen que sobre el segundo, llenándole de una fragancia que le
hizo maravillarse.
- ¡Oh, qué bueno es el día de hoy! ¡Mi suerte ha cambiado! –
gritaba sonriendo-.
Ahora todavía tengo que andar con más cuidado para no toparme
con ninguna caca de perro.
Así se prosternó, y movió el bastón con más pasión que nunca. Al llegar a
la primera caca, tal era la fuerza de los golpes que la deshizo en mil partes
salpicándose como nunca lo había hecho.
Si acababa de sentirse el hombre más feliz del mundo, ahora se creía el
más atribulado. Y la frustración se tradujo en resentimiento, y se dirigió a la
ciudad dando bastonazos a diestro y siniestro gritando:
- ¡Ciudad de puercos que tenéis las calles llenas de mierda! Los
caminos que conducen a vuestra ciudad están cubiertos de cacas de
perro. Sois miserables y avaros, y sólo me queda escupir sobre
vosotros para desearos todos los males.
La gente le miraba como si estuviera loco, y se apartaban a su paso no
haciendo ningún ruido para no recibir ninguno de sus terribles bastonazos.
Así, al creer que había dejado desierta la ciudad, salió por el camino
decidido a no volver jamás.
Al regresar, a mitad de trayecto se cruzó con el otro ciego.
- ¿Dónde vas caminante?
- A una ciudad que hay en esta dirección. Trataré de ganarme la
vida en ella.
- No vayas. Está llena de mierda e inmundicias, sus gentes son
crueles y avaras. Nada hay en ella que te pueda beneficiar. Y menos a
ti, que hueles tan bien.
El segundo ciego le escuchaba sorprendido porque no podía estar
hablando de la misma ciudad.
- Sin duda hablamos de distinta ciudad, señor. Yo me dirijo a una
donde la gente es generosa y amable, donde me gano la vida a diario.
- No digas que no te advertí –sentenció el primer ciego mientras
se marchaba-.
El tutor terminó aquí la historia y salió del aula.
Leonardo y sus compañeros fueron recorriendo cada uno su camino de
silencio hacia distintos puntos del bosque, como si fueran luciérnagas con sus
relatos como farol.
Se había sentido muy identificado con esa historia. No sabía si por
inclinación natural, por educación o por hábito, había tratado de ver el lado
positivo de la vida, pero siempre sin apartarse de la realidad, para no
construir sobre quimeras y falsas esperanzas. Además, había desarrollado la
costumbre de observar las afirmaciones de las personas que iba conociendo, y
se había asombrado al comprobar cómo predominaban en la sociedad las que
se construían de forma negativa, limitando las opciones de hacer algo e
incluso el propio potencial de quien las profería. También se sorprendía de la
reacción de la gente si les insinuaba que era así, defendiéndose e incluso
protestando al hacérselo ver.
Al pensar esto le vino una historia a la cabeza. Se sintió como inspirado,
como si le hubiera caído de algún lugar y él fuera sólo el recipiente. La
contaría en la reunión vespertina.
Continuó caminando por el bosque en silencio y al llegar frente a una
vuelta del camino, sobre una roca inmensa estaba Lúa, como esperándole.
Leonardo trepó, no sin dificultad, hasta estar a su lado. El paisaje era
grandioso.

Sólo le falta hablar… o no


“La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno”.
Erasmo de Rotterdam
La relación con los animales llega en ocasiones a un punto que uno tiene
la sensación de que nos comprenden más allá de lo razonable. No es extraño
oír decir de un perro que es tan listo que sólo le falta hablar.
Leo, al mirar a Lúa, tenía la convicción de ser desnudado emocionalmente
con benevolencia por su mirada, como si alcanzara a ver su estado interior, y
así reflejaba la alegría de él o su preocupación. Sentado a su lado le dijo
bajito:
- Si no te chivas, te cuento algo que se me ha ocurrido.
¿Sabes lo que creo? Que me entiendes, y que hubo un tiempo hace
muchos años que los humanos y los animales comprendían su lenguaje
recíprocamente. La norma de no hablar, salvo que mejorase el silencio,
se seguía de forma espontánea por todos. Pero un día los humanos
comenzaron a usar el verbo para trasladar sus conversaciones
interiores superfluas, sus envidias, rencores, traiciones, ironías,
ambiciones, y demás enjambre confuso de ideas.
Algo parecido a como si antes tuvieran un hilo de lana
perfectamente ordenado, y comenzaran a hacer nudos y enredos con
él. Cada vez la capacidad para usarlo se mermaría, terminando por
convertirse en un verdadero caos. Y como sólo es posible la
comunicación cuando se comparte el código, los mundos de animales
y personas se fueron separando.
Por eso se les atribuye a los místicos y santos de todas las religiones
la capacidad de entender a los animales. En el proceso de avance
interior habían ido limpiando su verbo, desatando esos nudos y
enredos, hasta comenzar a sintonizar.
Y yo sé que tú me entiendes –casi le susurró al oído-. Lo que pasa
es que yo a ti aún no…

Tus ojos eligen el camino que


seguirás
“Los hombres no son prisioneros del destino, sino prisioneros de su
propia mente”
Franklin D. Roosevelt
La vuelta al aula de la tarde era una especie de reunión para recoger
puntos de vista diferentes y aprender, y tener la oportunidad de poner sobre la
mesa lo que le había sugerido el contenido del cuento a cada uno. No más,
pero tampoco menos.
Había esa especie de alegría contenida que causa la sensación de aprender
algo, de comprender algún aspecto de la vida que antes te era ajeno.
Todos hemos tenido esa sensación al superar alguna dificultad o
comprender algo que calificábamos de complicado o inaccesible, y todos
recordamos esa sensación de logro y la alegría interna que nos causaba.
Cuando aprendimos a nadar, la primera vez que combinamos la respiración
con las brazadas, las primeras palabras en inglés…
Basta con observar a un niño cuando está aprendiendo a leer, que se pasa
el día leyendo todos los carteles que encuentra a su paso, como si quisiera
demostrarse a sí mismo y a los demás, que él ya puede descifrar esas letras,
que antes no entendía. Mirad su cara, ésa era la expresión de los que asistían
a las reuniones, a las comidas, o en los paseos.
Leonardo sintió cómo las religiones habían cambiado, seguramente de
forma inconsciente, el sentido de los monasterios a lo largo de la historia,
devaluándolos, olvidando que eran lugares de crecimiento para la vida, en
vez de puntos fijos para permanecer, para “estar” más que para “avanzar”.
Quizá deberían ser “puentes de paso”, de avituallamiento para continuar el
camino, con un poco más de sabiduría. A lo mejor, desde que alguien decidió
quedarse allí para siempre, comenzó a ser importante la arquitectura, el boato,
la apariencia… “si vamos a estar aquí muchos años… hagámoslos
imponentes…” O al menos ésa era su sensación.
- Espero que os haya sido útil el último cuento –interrumpió sus
reflexiones-.
- A ver, Leonardo, ¿qué te ha sugerido?
- Muchas cosas, pero una que me ha sorprendido más que otras,
es que, aunque es una realidad incontrovertible que sólo nos fijamos en
una pequeñísima parte de todo lo que nos pasa, a eso lo llamamos:
“nuestra realidad”. Y que si eliges mal esa parte, puedes estar viendo
algo todo negro, lo que es mayoritariamente blanco, y que no nos gusta
que nos lo recuerden. Así me han surgido tres pequeñas historias que,
si queréis, os cuento.

Cuando la ceguera se elige


“El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”. Buda
Todos miraron a Leonardo con una expresión entre la sorpresa y el interés.
- Adelante –le invitó el tutor-.
- Había una vez una persona sentada en un banco. Vio cómo se
acercaba un caminante cojeando. Le observó bien, y de pronto se dio
cuenta de que llevaba un clavo en la suela, que le lastimaba al caminar.
Se levantó y le dijo al caminante:
- Perdone. Quizá no se ha dado cuenta de que tiene un
clavo en el zapato y esto le puede lesionar.
El caminante se volvió contra quien lo quería ayudar y le increpó:
- ¿Cree usted que soy idiota, que no sabría yo si llevo un
clavo en el zapato? Estos zapatos son los que llevamos todos
para trabajar y no tienen clavos. Bastante tengo ya con aguantar
el trabajo, para que un listillo me diga que tengo un clavo.
Ayudar a las personas es más difícil de lo que la gente imagina,
porque la mayoría de los sufrimientos son elegidos, y si son
elegidos es porque queremos tenerlos. Pero basta con que le digas
esto a alguien para que se ponga furioso, porque, como nos dice el
cuento de “la cárcel de una sola pared”, la gente cree que los
sufrimientos son como cárceles impuestas de las que no se puede salir.
Cuando lo ves desde fuera te das cuenta de que simplemente tienen
frente a sí una pared con una ventana con rejas. Si eliges agarrarte a las
rejas y mirar el mundo desde allí te sentirás preso, pero si te concedes
unos metros de distancia y te alejas de la pared, no habrá más cárceles.
Pero no se lo digas a alguien que ha construido todo su relato vital
sobre lo duro que es la cárcel de su sufrimiento, ya sea su familia, su
pareja, su trabajo…

Todos los caminos ajenos parecen


más llanos
“No soy pesimista. Soy un optimista bien informado”. Antonio Gala
Del mismo modo, también se enfurecen los que hacen lo contrario.
Los que creen que su visión extra fácil de la vida es la que tiene todo el
mundo. Y así ocurrió que en la convención de una empresa el hijo del
dueño se dirigió al equipo comercial y les dijo:
- No entiendo dónde veis las dificultades para abrir
mercado, ni vuestras continuas quejas. Todo el mundo nos
atiende con amabilidad e interés.
A ver, decidme una empresa al azar, y para esta semana
concierto una cita aquí delante de vosotros.
- Llama por ejemplo a NegativaSA –le sugirieron-.
Piluco, que así se llamaba el seguro director, descolgó un teléfono, y
por un sistema de altavoces se oyó en toda la sala:
- NegativaSA, ¿en qué puedo atenderle?
- Hola, soy Piluco el hijo de Paco de IndustrioSA. Me
gustaría hablar con el director.
- Un momento, no cuelgue.
- Le paso –dijo tras unos segundos-.
- ¡Piluco! ¡Qué alegría oírte! ¿Qué se te ofrece?
- Hola, pues mira, mañana iba a pasar cerca de tu fábrica,
y quería pedirte la opinión sobre unos productos nuevos que
tenemos, porque he visto vuestras nuevas líneas de fabricación,
y creo que te pueden interesar.
- Encantado de verte, Piluco. Pues nada, cuando estés aquí
ya me cuentas. Hasta mañana.
- ¿Lo veis? –le faltó añadir… “inútiles”, aunque el tono así
lo expresó-.
Uno de los comerciales, levantó la mano y le dijo:
- Mira, ¿Por qué no vuelves a llamar ahora y dices que te
llamas Ramón Rodríguez, a ver qué tal…?
Piluco enfureció enrojeciendo, pero el reto había hecho que todos
estuvieran expectantes.
- Trae –gruñó tirando del auricular-..
Cogió el teléfono y volvió a llamar.
- NegativaSA, ¿en qué puedo atenderle?
- Hola, me llamo Ramón Rodriguez, y trabajo en
IndustrioSA, ¿podría hablar con el gerente?
- ¿De qué se trata?
- Tenemos unos productos que creemos que encajan
perfectamente en su nueva línea de producción.
- Si es una propuesta comercial le ruego que la mande por
fax, y si la encontramos de interés, ya le llamaremos. Gracias
por su llamada, que tenga un buen día…
Los pitidos de la línea al colgar revoloteaban en torno a la cara de
frustración de Piluco.
El mundo no es como tú lo ves. El mundo es, y tú sólo ves una
parte.
Hasta aquí mis historias –concluyó Leonardo-.
Miró a su alrededor esperando comentarios de su intervención. No ya unos
aplausos, pero sí al menos un cierto reconocimiento. El resto de los presentes
callaron, simplemente habían escuchado. Leonardo sintió que todo el infierno
de antiguas vanidades revivía en la boca de su estómago. ¡Estaba tan
orgulloso de su contribución, que había olvidado que allí todo ocurría de
forma muy distinta a como estaba acostumbrado!

La fealdad que señala nuestro dedo


“Aunque le arranques los pétalos, no quitarás su belleza a la flor”.
Tagore
- Me recuerda al cuento del pueblo de los feos –apuntó Felipe-.
- ¿Cuál es? –preguntó el tutor-.
- Había un pueblo donde todo el mundo era muy feo, pero no
había ningún espejo. Unos se burlaban de los otros a sus espaldas,
sobre éste o el otro aspecto que les afeaba. Un día llegó un buhonero al
pueblo y, descubriendo la necesidad que había de ver la realidad, se
propuso que, en el siguiente viaje que hiciera, traería espejos para
vendérselos.
Cuando regresó fue casa por casa y les dijo:
- Te traigo, sólo para ti, un objeto que te permitirá verte
cómo eres y poder mejorar tu imagen, te podrás peinar,
maquillar o afeitar (dependiendo del caso) y, sin duda, serás más
guapo/a.
Los habitantes del pueblo le miraban un poco perplejos, porque
todos se creían guapos, pero al ver el espejo se quedaban horrorizados.
No era posible que fueran tan feos. Ese objeto diabólico debía
deformar la imagen sin duda.
Así que se lo compraban para que ningún vecino pudiera tenerlo y
ver lo feos que podían llegar a ser, como si la forma de descubrir lo feo
que era un vecino fuera mirarlo usando el espejo.
Nada más que salía el buhonero de la casa, los habitantes del pueblo
guardaban el espejo en el más escondido baúl que tuvieran para que
nadie lo encontrara.
La gente se había quedado resentida por lo que había visto, y
decidieron ir por la noche a donde acampaba para darle una paliza, y
asustarle para que no volviera. Con lo que no contaba ninguno es con
que el resto de los vecinos habían pensado lo mismo.
- ¿Cómo tú por aquí? –se preguntaban-.
- Ya ves… quiso engañarme vendiéndome una sartén
antiadherente, y al hacer una tortilla se ha pegado…
Cada uno inventaba una excusa, pero nadie decía la real.
Comenzaron a golpearle con toda la saña que les inducía la horrible
imagen que habían visto en aquel objeto del diablo.
Él no entendía nada, salvo una frase que oía continuamente: ¡Como
vuelvas por aquí te mataremos!
El buhonero, maltrecho y dolorido, salió del pueblo sin ningún
deseo de volver. Por el camino se encontró con otro de su profesión
que iba hacia el pueblo. Lo detuvo y le advirtió:
- Ni se te ocurra ir a ese pueblo. Son unos salvajes. Les he
vendido unos espejos que les permitirían ser menos feos y
comprender la fealdad ajena, y me han pegado una paliza
enorme, diciendo además cosas absurdas como que les había
estafado con una sartén, y otras sin sentido…
El segundo buhonero también iba a llevar un cargamento de
espejos, pero comprendió lo que había ocurrido y dio media vuelta
hasta un pueblo cercano donde vendió sus espejos, y pidió a la gente
más guapa que había en el pueblo si podía hacerles una foto, a lo que
se prestaron sin reparos. Las reveló, las enmarcó y se fue al pueblo de
los feos. Visitaba a cada uno a solas en su casa y les decía:
- Tengo un objeto mágico que te permite verte cómo eres.
¡Como de verdad eres!
Le miraban con recelo pensando que sacaría otro espejo. Pero les
mostraba una foto enmarcada de alguien que se diera un cierto aire,
pero en guapo, y al verla, ellos se quedaban extasiados. ¡Por fin, algo
que les hacía justicia!
- Pero, pero… -les advertía-, si alguien ve este objeto
mágico… te volverás tan feo como ellos.
Le juraban y perjuraban que jamás se lo dirían a nadie. Y le pagaban
con generosidad por un objeto que les hacía justicia. El buhonero salió
rico y agasajado de aquel pueblo.
Curiosamente, había grabado en la parte de atrás de cada cuadro
unas frases que nadie se tomó la molestia de leer:
“Casi nadie quiere que se le muestre su fealdad, aunque esta verdad
pueda hacerles mejorar. Prefieren la mentira que coincide con sus
deseos. De las mentiras que nos contamos, y de las que queremos
creer se enriquecen los astutos”.
El silencio de nuevo fue la reacción a esta curiosa historia. Felipe tenía la
cara de quien ha entregado algo que no era suyo, sin ningún apego a su
autoría.
- Oprah, ¿Has visto algo singular?
- Pues sí, me he puesto en un segundo momento después del
cuento. No sé por qué. Me he preguntado qué hubiera pasado si los dos
ciegos llegaran a ser muy influyentes, y a su vez hubieran tenido
muchos seguidores. ¿Qué hubieran extendido como única realidad? Y,
sobre todo, cómo hubieran recorrido el camino sus seguidores, si
arrastrando el bastón o buscando flores. ¿Cómo los habrían recibido en
las ciudades y, consecuentemente, lo que hubieran pensado de las
mismas, confirmando sus prejuicios contra los ciudadanos o abriendo
su mente antes sus posibles errores?
Y es que somos herederos de prejuicios. La ceguera se hereda.
Casi todo lo que pensamos es un pensamiento prestado que nos ha
llegado de alguien y que nosotros no hemos elaborado, y de lo que no
somos conscientes. Somos ciegos guiados por ciegos en casi todo.
Formamos parte de grupos, de ejércitos, de partidos políticos, que
creemos en “la verdad de la tribu”. Casi nadie se para a cuestionar lo
que ha dado por bueno en sus códigos morales, en sus creencias
personales o profesionales: “Hay que ir arrastrando el bastón porque el
suelo está lleno de cacas…”
¿Y si no fuera así?
Oprah se detuvo ahí. Parecía que se situaba frente a toda su vida y se lo
cuestionaba todo.
- Bill, ¿tú, qué tal?
- Hay algo fantástico en la actitud de los ciegos… y es que
condiciona la actitud de los habitantes de las ciudades. Vuelve a ser en
alguna medida un “siembra y recoge”. Al margen de lo que hacen por
el camino, que sería la producción de algo, está luego ver cómo llevas
ese algo a la ciudad, que hará que te traten de una forma u otra.
Así que la actitud que tenemos no sólo determina la porción de la
realidad que vemos y cómo la recibimos nosotros, sino que determina
cómo eso llega a los demás y los efectos que crea. Una actitud positiva
provocará actitudes positivas en quien nos encontremos y viceversa.
- Steve, ¿qué nos puedes contar?
- No sé por qué, pero imaginé que podría haber más ciegos, y
más formas de ir a la ciudad, que la historia simplifica en dos, lo que
puede ser casi infinito. ¿Por qué dejar de investigar otros modos de
hacer las cosas? Si no podemos variar estará tan preso de sus
costumbres el que agita su cayado en busca de flores, como el que
arrastra el suyo por el suelo.
¿Y si un día se terminan las flores de los árboles o no es temporada?
Su éxito se vería mermado. Nunca debemos aceptar como único lo que
conocemos. Hay muchas formas de recorrer un mismo camino. Y
explorarlas es nuestra obligación. Creo que me surgen nuevas ganas
de explorar opciones… y que esa debe ser una de mis obligaciones
vitales.
- Warren, ¿te apetece compartir algo?
- Sí. La forma más fácil de ganar dinero es haciendo ganar
dinero a los demás. Si tu paso por la vida de las personas dulcifica sus
esfuerzos, multiplicando lo que persiguen, ellos estarán dispuestos a
pagarte por ello. Una buena forma de que te vaya bien, no es tanto
buscando el beneficio propio, como incrementar el ajeno. Preocúpate
por el negocio de tus clientes, y ellos se preocuparán por ti.
Siguieron algunas intervenciones más, que iban completando la visión
caleidoscópica del cuento del bastón de los ciegos, envueltas por la escucha
de los demás.
Algo que estaba comprobando Leonardo es que recibir historias hace que
el conocimiento llegue a tu cerebro de una forma muy particular, sin
resistencias, pero además activándote a buscar significados como si fuera un
poco encontrar el camino del laberinto que se ajusta a nosotros en ese
momento, mucho mejor que argumentos pautados y estructurados.

¿Cómo se para una máquina que


vuela?
“Si no estamos en paz con nosotros mismos,
no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz”. Confucio
Muchas personas acostumbradas a la actividad frenética podrían pensar
que este régimen de vida era un despropósito, y que era “demasiado burro
para tan pocas alforjas”. Que valorar un cuento se puede hacer de seguido, y
no hace falta emplear un día en dar paseos en silencio. Puede que tengan
razón. Por eso quizá nunca irán a este lugar.
Todo el mundo es consciente de que tratar de parar un molino de viento
cuando éste sopla con toda su fuerza, bien sea tratando de agarrar las aspas,
como tratando de frenar los engranajes de su mecanismo, es casi imposible, y
seguramente llevaría asociados notables daños para el molino, así como para
quien lo intentara, que se acabaría lastimando con toda seguridad. Habría que
esperar a que amainara el viento para hacerlo, y si vive en un entorno donde
los vientos nunca se calman, debería estudiar las corrientes y comenzar a
construir un escudo de plantas o artificial, que pudiera interponerse entre el
aire y las aspas para así detenerlo. Sería una ardua labor luchar contra ese
viento. Hasta que el viento no estuviera quieto, en silencio, pararlo sería una
quimera.
Comprendió que el silencio servía para esa labor: ser la barrera en el
molino de pensamientos de nuestra mente que nos ayude a detenerlo.

¿Quién fue antes el maestro o el


discípulo?
“El trabajo del maestro no consiste tanto en enseñar todo lo aprendible,
como en producir en el alumno amor y estima por el conocimiento”. John
Locke
La mañana siguiente amaneció nublada en la montaña con ese tipo de
nubes que son nieblas para los que viven en medio, sol para los que están
arriba, y simples nubes para los que habitan en el valle. Tres cielos
distintos…
Leonardo estaba en la niebla. Y además, el profesor había decidido
sorprenderles aquel día para incrementar esa sensación de necesidad de
orientarse.
- Hoy no os quiero contar ninguna historia. Hoy os voy a lanzar
una pregunta. Todos habéis oído que cuando el discípulo está
preparado, el maestro aparece. Entonces, ¿qué debe hacer alguien que
quiera seguir aprendiendo, prepararse o buscar a un maestro y que éste
le ayude?
Hasta aquí la pregunta. Esta noche nos vemos.
La pregunta que podría parecer obvia, quizá no lo fuera tanto. Leonardo se
dispuso a recorrer su vida y a analizar esos momentos en que había dado
saltos. Siempre había habido alguien que desencadenaba los progresos y le
había dado el consejo o la ayuda para avanzar. Todos los que hemos
tropezado con ese “alguien” que nos haya enseñado algo lo recordamos con
agradecimiento, y valoramos ese acompañamiento en el proceso de
aprendizaje, de la misma forma que los padres nos ayudaron a andar, sin los
cuales, criados por una loba, por ejemplo, saltaríamos a cuatro patas, sin ser
conscientes de la ventaja que supone ser bípedo.
Pero… la cuestión era… ¿habían aparecido por el hecho de que ya
estábamos preparados?
Eso es lo que debía resolver: agradecer a sus maestros los pasos dados, o
agradecer a los pasos dados que les llevaron a los maestros.
Múltiples imágenes de su vida le venían como si hubiera sido el transcurso
de un caminar en una escalera. Cada peldaño suponía un pequeño salto, un
pequeño aprendizaje, y subir era el objetivo.
Pero el momento de hacerlo parecía algo del todo pertinente, porque a
veces había tratado de “forzar” encuentros con personas que admiraba, de los
que no había sacado nada en claro, todo parecía artificial y sin posibilidad de
que fluyera nada, como ejercicios de mitomanía, como sacarse una foto con
un famoso que nada te mejora.
La llegada de Lúa a la puerta de la cabaña le hizo preguntarse por qué los
perros, por ejemplo, que eran animales grupales, reconocían la autoridad
entre ellos, y seguían al líder. No podía ser sólo porque fuera el más fuerte y
los intimidase, ya que podían alejarse y huir. Debían encontrar una razón para
aceptar esa autoridad.
- ¿Por qué vuelves cada día a verme, Lúa? –le preguntó-. ¿Qué
encuentras en mí que te trae?
Lúa apoyó su cabeza en las manos delanteras al echarse en el suelo.
- ¿Por qué me abres tú la puerta de tu vida? –parecía preguntar
ella-.

Al final llegó la reunión de la tarde con las posibles respuestas a esas


preguntas.
- Espero que el día os haya servido para comprender otra de las
palancas del avance en la vida en cualquier faceta. Es mucho más
importante de lo que mucha gente puede suponer.
¿A qué conclusión has llegado Leonardo?
- Estoy aquí y no lo buscaba, pero también es cierto que no soy
consciente de haberme preparado en nada como para merecerlo. Es
posible que haya hecho lo segundo sin saberlo. También sé que
muchos de los avances de la vida se han producido después de ver algo
de luz, bien a través de algún libro, en una conferencia, o tras hablar
con alguien que me haya mostrado cuál podía ser una buena opción.
Creo que nuestra labor principal es prepararnos continuamente
para que cuando nos crucemos con algún maestro lo podamos
reconocer, y éste vea en nosotros alguien en quien merezca la pena
detenerse y ayudar. De nada servirá forzar la ayuda si no sabemos
aprovecharla. Lo que me recuerda una historia:

Para la guerra o para el circo


“He disfrutado mucho con esta obra de teatro, especialmente en el
descanso”.
Groucho Marx
Había una vez un pueblo de samuráis espadachines en el que se hacían
competiciones de cortar bambú para demostrar la destreza en el arte de la
espada. En aquel tiempo se valoraba la habilidad de un samurái por su
velocidad dando espadazos frente a un campo de bambús. El jurado y el
público ensalzaban la fuerza física, la resistencia a seguir dando mandobles
como si de un ventilador se tratase. Como se primaba más que se moviera
continuamente, en muchos casos se cortaban dos veces la misma rama por no
apartarla, estropeando frecuentemente el fruto del primer trabajo. Las
competiciones duraban poco más de media hora, y debían parar exhaustos a
reponer fuerzas para poder pasar a otra eliminatoria.
Un día llegó al pueblo un afamado samurái, y se le invitó a competir en
aquel concurso. Él al principio se negó, pero tanta fue la insistencia que
aceptó. Comenzó de forma calmada a cortar bambú, y a retirarlo para que no
le estorbara a un ritmo que se pudiera mantener toda la jornada, y no sólo
media hora. La gente quedó muy decepcionada al comprobar lo injustificado
de la fama que le precedía.
Sin embargo el ganador de la competición había observado la precisión de
los cortes, y todo el terreno que había limpiado. Se le acercó y le dijo:
- He visto tu destreza, y te quería preguntar ¿por qué has cortado
así? Podrías haber ganado el concurso de haber seguido nuestro estilo.
- ¿Y para qué quiero ganarlo? Prefiero ser fiel a la realidad del
arte de la espada.
- ¿A qué realidad?
- Una batalla no dura media hora, y de nada sirve dar diez
espadazos frenéticos en un enemigo abatido. Os entrenáis para
ficciones que sólo existen en vuestra mente o en las fiestas, pero la
guerra no es así. La mayoría de los guerreros mueren por agotamiento,
siendo presas fáciles de otros que llegan más frescos. De todas formas,
te invito a que cuentes los tallos de bambú entero que he cortado, y los
compares con cuántos enteros has cortado tú.
El samurái campeón fue al campo y los contó. El número de bambús
cortados por el forastero era mucho mayor.
- ¿Qué puedo hacer para cortar como tú?
- Te debes vencer a ti mismo. ¿Cuánto tiempo tardaste en
aprender a luchar así?
- Cinco años.
- Pues calcula otros cinco en desaprender, y volver a recorrer el
otro camino. Pasarás por muchas críticas que te debilitarán, parecerás
lento y patoso, y eso no es fácil de soportar para quien está
acostumbrado a los aplausos. El volumen de tus músculos
desaparecerá para encontrar la armonía en los movimientos. Quien más
difícil te lo pondrá será para quien trabajes, que seguramente preferirá
a los espadachines frenéticos.
En la batalla, tan importante como la resistencia y la técnica, es la
concentración. Te asaltarán miles de pensamientos de odio, de miedo,
de gloria… y un descuido en vigilar un flanco puede suponer la
muerte. Por eso cuando uses la espada, tú tienes que ser la espada, ver
tu entorno, y alejar cualquier distracción. Y eso amigo, es una labor
que si no eres capaz de lograrlo en cada una de las cosas que hagas en
la vida corriente, en el momento de la batalla, asaltado aún más por
urgencias y miedos, te resultará imposible.
He visto a muchos correr hacia la muerte tratando de evitarla.
Algún día tendrás que elegir entre usar la espada de forma que te
salve la vida en el mundo real, o seguir cosechando aplausos en el
circo en que lo habéis convertido.
El samurái dejó el pueblo a la mañana siguiente y el campeón no
sabemos qué acabó haciendo.
Y eso me llevó a otra anécdota, que si os parece bien os cuento,
sobre la ceguera frente a las soluciones.
- Adelante –le propuso-. Te escuchamos.

La felicidad que no se practica


“El placer es felicidad de los locos, la felicidad es placer de los sabios”.
Jules d'Aurevilly
Un tirano había oído hablar de que vivía en su reino un sabio que
tenía el secreto de la felicidad. Lo mandó traer y le dijo:
- Dame inmediatamente el secreto de la felicidad o te
mantendré preso hasta que lo hagas.
El sabio le miró con tristeza y le contestó:
- Pues entonces pasaré lo que resta de mi vida en la cárcel,
porque todo lo que te pueda decir quizá lo entienda tu cerebro,
pero no tu corazón, con lo que no lo practicarás de ninguna
manera, y te será imposible ser feliz. Entonces pensarás que te
he mentido, y no me soltarás. Haga lo que haga, seré preso.
La medicina sólo cura cuando el cuerpo está preparado para
ello. Si el cuerpo la rechaza o está demasiado débil, será como si
bebiera agua.
Ya no esperaba respuesta ninguna. Bastaba con compartir.
- ¿Tú cómo lo has visto Warren?
- Yo he visto empresas buscando inversores y clientes. Lo cual
me ha confirmado, según mi experiencia, que es un método lento si no
se ha hecho un importante trabajo previo. El secreto que una vez me
dio uno de mis referentes de la intermediación en bolsa fue: Sé una
empresa tan atractiva que todos quieran invertir en ti. Nunca te
faltará financiación. Y me contó el cuento del aspirante a cortesano.
- ¿Nos lo cuentas?

El jardín que atraía reyes


“El encanto de la belleza estriba en su misterio; si deshacemos la trama
sutil que enlaza sus elementos, se evapora toda la esencia”. Friedrich
Schiller
- Me dijo que había una vez un comerciante que aspiraba a ser
admitido en la corte del rey. Lo intentaba de todos modos, comprando
carruajes y ropas caras para aparentar ser noble, con regalos, con
recomendaciones… pero el rey era muy selectivo con las personas que
dejaba a su lado.
Llegó un día que cansado de tantos desprecios se deprimió. Volvió
a casa y miró a su jardín que estaba descuidado de tanto ir a palacio a
esperar que lo recibiera.
- ¡He sido un estúpido! Mi vanidad me ha llevado a
perseguir a un rey, cuando yo aquí soy rey de mi casa.
Cogió una azada y unas tijeras de podar y comenzó a arreglar su
jardín. El dinero que antes gastaba en regalos y dádivas, ahora lo
invertía en comprar plantas exóticas de fragancias y colores nunca
vistos en su ciudad.
Una tarde en que el calor esparcía el olor de su jardín por las calles
adyacentes, llamaron a su puerta. Salió con sus ropas de hortelano. Era
el rey, que le dijo:
- Cada vez que paso con mi carroza por tu calle, no puedo
por menos de preguntarme quién será la persona tan afortunada
que vive en esta casa, de la que sale un perfume que antes nunca
había conocido. ¿Me harías el honor de dejarme pasear por tu
jardín y aceptarme entre tus amigos?
El comerciante no daba crédito a lo que veía: ¡El rey pidiendo ser su
amigo! Desde ese día el rey pasaba a menudo por aquel jardín, sin que
el comerciante diera un paso para ir a buscarlo.
Por lo tanto, creo que la gente se empeña en buscar las cosas, y es al
revés: ¡prepárate!
Si quieres un trabajo mejor prepárate como si ya lo tuvieras, si
quieres mejores clientes trabaja como si ya los tuvieras, ¿Cómo sería la
empresa de la que serían clientes las personas que tú buscas? ¡Pues
crea esa empresa! ¡No persigas oportunidades créalas!
- ¿Cómo lo has visto tú, Felipe?
- Espero que me entendáis –dijo sonrojándose de forma
ostensible-, de la misma forma que las flores atraen a las abejas, y su
belleza y olor consigue que se fijen en ellas y que las polinicen, la
mierda atrae a las moscas, que suman con sus patas, más
contaminación e infecciones de las que ya tenía la propia suciedad.
Creo que ese principio opera en los dos sentidos. El nivel de tu
interior influye decisivamente en tus circunstancias exteriores. De la
misma forma que al estar preparado aparecerá el maestro, cuando te
vas descuidando siempre aparece quien te hunda más.
Casi todos rieron la ocurrencia.
- ¿Y tú Bill?
- Yo he visto la vida como una sucesión infinita de
oportunidades. La vida de la mayoría de las personas se configura
como si fuera una especie de carrera donde hay que llegar a la meta lo
antes posible, para luego sentarse a descansar el resto del tiempo. Con
lo cual su objetivo parece ser: lucha hasta alcanzar un nivel y luego…
ya no luches más. Olvidamos el hecho de que la posibilidad de crecer
es infinita, y que cada vez que nos intentemos superar, aparecerán las
circunstancias que lo hagan posible.
Ves a gente relativamente joven que aspira a una especie de
jubilación vital, que ya no quiere saber más, ni ser más por dentro. Ni
se preparan, ni esperan a ningún maestro. La de cosas que podemos
aprender en la vida es inabarcable, y todas ellas nos enriquecen algo. Y
sabemos que cada vez que estemos preparados, la puerta aparecerá.
Los maestros son puertas, nuestros pasos lo que nos lleva a ellos. Hasta
no estar frente a una puerta no la puedes abrir, pero si la puerta no se
abre no podrás continuar. Ambos son necesarios: la voluntad de
caminar y la señal que nos indica el camino.
- ¿Steve, qué has encontrado en la pregunta?
- Afortunadamente los maestros que nos ayudan a mejorar
pueden aparecer de muchas maneras. Es asombroso pensar cómo han
llegado a nuestras manos los libros que nos han cambiado la vida.
Este aforismo de la edad media quizá hacía referencia a que en
aquel tiempo sólo se transmitía cualquier conocimiento de persona a
persona, porque no había otro medio, y la gente con ansias de saber, se
lanzaba al mundo, en busca del maestro que le diera las claves que
calmaran esa sed. Pero a medida que ha avanzado la historia las
fuentes se han multiplicado. Los libros son muy asequibles. Y quizá
debamos crear un mundo, gracias a la tecnología, donde cada persona
tenga acceso a montañas de información que puedan darle claves de
mejora de lo que quiera. He visto un planeta todo conectado donde las
posibilidades eran infinitas, y donde podríamos navegar en el mar del
conocimiento…y, no lo olvidemos, en el de la ignorancia y la
desinformación, porque el reto en ese momento será no perderse en lo
superficial. Habrá tantos “maestros” llamando a nuestra puerta, que
nos costará discernir quién viene a ayudarnos y quién a hacernos
tropezar.
- Ángela, ¿qué nos quieres decir?
- Hace tiempo que me siento en la obligación de hacer algo con
mi vida. Encontrar el sentido que tenga, y lo que voy encontrando es
que cada reto que superas activa el siguiente. Si se te presentan unas
circunstancias complicadas y las resuelves… no sé qué pasa, pero la
vida te lleva a otras más complejas. Al principio me agobiaba, porque
en el fondo algo de mí quería detenerse, pero luego comprendí que
esas circunstancias eran parte del proceso, los “pequeños maestros”
que me enviaba la vida para mejorar.
Y a su vez… os lanzo una pregunta y ahí la dejo: ¿no debemos
también ser maestros para gente que viene detrás? Quizá cuando
veamos a alguien suficientemente preparado debamos darle parte de lo
mucho que otros nos han dado. Me parece que muchas veces buscamos
demasiados maestros que nos den pistas, trabajamos poco en estar
preparados, y cuando se necesita nuestra ayuda… encontramos
demasiadas excusas.
- Oprah, te toca –señaló el tutor-.
- La gente busca las grandes cosas de la existencia humana como
quien tiene que encontrar algo con un cartel encima que se lo señale,
por ejemplo, el amor de su vida, y es justo al revés. Conviértete en
alguien a la altura de lo que anhelas, y el amor aparecerá sólo, creo.
Dime lo que le pides a una persona para ser tu amor, y pregúntate qué
pediría esa persona a otra, para verla también como el amor de su vida
y… concéntrate en ser así. Cuanto más exigentes seamos, más
debemos estar dispuestos a dar, algo que muchas veces no ocurre…
- ¿Te apetece añadir algo más Margaret?
- Hay algo que me preocupa –comenzó ésta-. y es que de la
misma forma que hay que trabajar en mejorar cada uno en su campo,
debemos tener los ojos abiertos para saber de dónde tenemos que
aprender. Los prejuicios nos matan. Las personas de más valía que he
encontrado eran a su vez las más humildes. Habían desarrollado tanto
la capacidad de escuchar que veían maestros donde otros estaban
cegados por sus prejuicios del tipo “pero éste qué me va a enseñar a
mí…”.
Así, un mismo libro en momentos distintos de nuestra vida, puede
ser algo revelador, y después verlo como muy básico, o viceversa,
libros tenidos por aburridos, cuando nuestro nivel de preparación era el
adecuado, preguntarnos una y mil veces cómo era posible que tuviera
yo ese libro en casa, y no le hubiera hecho caso… y quien dice libros,
dice personas…
Leonardo levantó la mano una vez que intuyó que no iba a haber más
intervenciones, e hizo algo que se salía por completo de la dinámica
establecida.
- ¿Puedo hacer una pregunta?
Todos miraron extrañados.
- ¿Va a ser mejor que el silencio? –le devolvió el profesor con
una sonrisa cómplice-.
- Creo que sí.
- Hazla, entonces.
- ¿Cuál es el sentido de que estemos aquí nosotros?

¿Por qué nosotros?


“El momento elegido por el azar vale siempre más que el momento
elegido por nosotros mismos”. Proverbio chino
Todos se volvieron hacia el profesor.
- Es la primera vez que estáis aquí. Por la razón que sea (que no
voy a entrar ahora), se ha considerado que, vuestras inquietudes y nivel
de preparación, hacía necesario simplificaros el camino de búsqueda,
para que alcancéis un nivel superior de desempeño. La humanidad
necesita referentes. Y si no los tiene, los crea. Por eso hay que dar
opciones para que sea tan fácil acertar como equivocarse, y que cada
uno elija, su momento y su camino. Que estéis aquí no significa nada,
porque esto os puede cambiar para bien, o para mal. Os puede hacer la
vida más como un camino de ascenso, o volveros más pragmáticos y
materialistas. Por aquí han pasado personas que, en apariencia,
prometían mucho, y que usaron todo su talento para alcanzar grandes
“éxitos sociales o económicos”. Eso el tiempo lo dirá. Por eso no
sabéis dónde estamos, y aunque quisierais, no sabríais volver. Sólo
cuando demostréis que con ese conocimiento hicisteis un uso
adecuado, os volverán a llamar. Nada más.
El silencio ahora sabía a responsabilidad. Así que abandonaron el aula con
más agitación de la que trajeron con una simple pregunta.
Esa noche Leonardo miró hacia el valle y se acordó del otro mundo, que
hasta entonces había sido “su” mundo. ¿Se habría detenido? ¿Seguiría
funcionando sin él? ¿Estaría la humanidad esperándole, echándole de menos?
¿Se habrían parado los concursos y los realitys en la tele… ☺ ?
Sabía perfectamente las respuestas. Todo lo que creemos que es nuestra
vida cambia cuando algo importante cambia. Todas las piezas se mueven
cuando una se mueve. Si algo estaba aprendiendo era que su vida se podía
parecer a una de esas estrellas que estaba en el cielo: Podía dar luz, servir
para orientarse, pero si desaparecía, casi nadie lo echaría de menos, el cielo
seguiría siendo el cielo.
- ¿Tú me echarás de menos cuando me vaya? –le preguntó a Lúa,
que había aparecido allí haciendo el mismo ruido que hace la luna al
pasar por el firmamento-.
Los dos se miraron sin apartar los ojos del momento de la despedida.
Ninguno se atrevió a decir nada.

El príncipe orgulloso
“Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria”. Cicerón
- Después de la pregunta que hizo ayer Leonardo me vino a la
cabeza la historia del príncipe orgulloso –comenzó el profesor-.
Además, hoy será mi último día aquí esta temporada, desde mañana
tendréis otro tutor.
Todos se miraron con un punto de desilusión, porque la admiración que
tenían por él les hacía sentir que sus cuentos tenían un valor especial.
- La historia trata de lo siguiente:
Había una vez un rey que tenía un hijo que crecía en palacio
rodeado de las facilidades que su posición le confería. Y como parte de
la labor de todo padre, es observar si el crecimiento de su hijo le acerca
a la madurez, que le permita afrontar mejor la nueva etapa de la vida o
le aleja, fue descubriendo que no sólo no valoraba nada de lo que tenía:
comida, vestido, alojamiento, caballos, jardines… sino que el trato que
dispensaba a las personas de servicio, era más parecido al que se le
daba a las cosas, que la que se debe a otro ser humano. El desprecio o
la indiferencia eran su norma de comportamiento con los demás, así
como con todo lo que tenía, que despilfarraba y trataba con total
descuido.
El padre comprendió que en esas condiciones su hijo no podría ser
rey, porque supondría una carga enorme para su pueblo, en vez de un
alivio. Así que dando una vez más muestra de su sabiduría, tomó una
dura decisión:
Ordenó construir una humilde choza pegada a los muros del
palacio, de tal forma que, desde su ventana, pudiera vigilar lo que
ocurría con él, y dio a beber a su hijo una droga que le hizo olvidar
quién era, y todo su pasado. Lo llevó hasta la choza, lo vistió con unas
ropas muy sencillas, y lo dejó durmiendo en un camastro. Los guardias
tenían orden de no decirle quién era, y simplemente darle unos platos
de gachas al día para que se alimentara.
Un día los guardias le anunciaron que le iba a visitar el rey. Él no
podía creerlo. ¡El rey en su choza!
- Su majestad, no es digna mi choza de su visita.
- ¿Por qué? ¿No es una parte de mi reino igual que mis
jardines?
- Eso sí majestad, pero acostumbrado como estará a sus
salones…
- Quien no conoce lo poco, no valora lo mucho… -
respondió el rey con calma-.
- Usted dirá, majestad. ¿Qué se le ofrece?
- Te voy a encargar un trabajo muy importante, mientras
no encuentras otro empleo, que te permita comprar tu casa, y
abandonar tu vida en esta choza.
El hijo miraba atónito al rey, ante la posibilidad de que le encargara
algo valioso a alguien, que vivía de la caridad de los soldados.
- Una de las labores principales de un rey es procurar el
bienestar de su pueblo, y para ello promueve iniciativas públicas
que repartan oportunidades por todo el reino. Aun así, hay que
hacer actuaciones puntuales para ayudar a algunas personas,
bien porque lo necesitan más, bien porque han acumulado más
méritos, y hay que ayudarles a dar aún una mejor nota en su
trayectoria.
Pero si fuese yo a entregarlo, o alguien de palacio,
desvirtuaría la actuación, y podría hacer que la gente
malinterpretara lo que le estaba ocurriendo.
Así que tú serás el encargado de hacerles llegar a esas
personas lo que los guardias te entregarán, y nunca dirás cuál es
el origen de los encargos. A cambio recibirás un sueldo con el
que podrás vivir sin estrecheces, y no ya de las gachas de los
soldados.
El hijo no se podía creer lo que le estaba ocurriendo. ¡Iba a trabajar
para el rey y además tendría un salario con el que poder vivir!
No cesaba de darle las gracias y de asegurarle que cumpliría con su
misión con creces.
Al siguiente día los guardias trajeron un cordero y una dirección a la
que entregarlo. El hijo lo llevó alegremente hasta su destino: una casa
humilde donde el padre estaba enfermo, y no habían podido trabajar en
unos días, y escaseaba la comida.
Las personas se quedaron perplejas e invitaron a comer al extraño,
que comió un trozo del cordero asado a la lumbre de la casa, y le supo
mejor que ningún manjar que pudiera siquiera imaginar.
Volvió feliz a su choza con la satisfacción del deber hecho.
Al día siguiente el guardia le trajo unos ricos vestidos y una
dirección a la que lo debía llevar. Se trataba de una casa donde
celebraban una boda, y no habían podido comprar unos vestidos
apropiados por carecer de recursos.
Los destinatarios estaban tan felices que invitaron al hijo a la boda,
donde comió, bebió y se divirtió con aquella gente sencilla en un día
tan especial para ellos.
Cuando volvía a su choza reflexionaba que no podía haber mejor
trabajo en el mundo, en el que nadie pudiera ser tan feliz, viendo a
gente feliz por doquier.
El rey, que lo observaba desde la ventana, se sintió dichoso al ver la
actitud de su hijo, e imaginaba ya el día en que se volviera a reunir con
él, y le explicara el método de aprendizaje que había ideado para
cambiar su conducta disoluta.
Al siguiente día le volvieron a traer un rico atuendo y otra dirección.
Esta vez se lo llevó a un prestigioso abogado. Se quedó muy
sorprendido porque aparentemente no le hacía ninguna falta. Era un
abogado que había promovido causas para extender la justicia, y ese
traje le permitiría presentarse ante el rey, y optar a ser magistrado de su
corte. El abogado, agradecido, le entregó un libro que había escrito
sobre la justicia.
El hijo del rey volvió esta vez a casa menos contento, y con el
estómago vacío. Tiró el libro en un rincón de su choza y se comió la
comida que su sueldo le permitía, que no tenía tampoco nada de mala.
Pero, cada vez que miraba al plato, añoraba el banquete de la boda.
A la mañana siguiente el soldado vino con una bolsa de oro y otra
dirección de entrega. Cuando llegó al lugar indicado encontró una casa
suntuosa. Al entrar y preguntar por el nombre que le habían dado salió
un hombre con apariencia de rico comerciante.
¡Qué suerte! –dijo el comerciante- Justo ahora que iba a hacer una
inversión, y crear más de cien puestos de trabajo, y no sabía cómo
afrontarlo.
- Te veo buen muchacho y de grácil apariencia. ¿Te
gustaría trabajar para mí en el tiempo libre que tengas, y
ayudarme a vender mis productos? Te pagaría un buen sueldo.
- ¡De ninguna manera! –contestó casi ofendido-.
Ahora tenía la vida aparentemente resuelta, y prácticamente no tenía
nada que hacer, salvo hacer un pequeño encargo, y luego podía
holgazanear el resto del día.
El comerciante se quedó extrañado porque se le veía de extracción
humilde, y el sueldo que le proponía mejoraría mucho su situación. ¡Él
sabrá! –pensó, y siguió a su tarea-.
El hijo del rey volvía a casa malhumorado y casi resentido con el
comerciante, y hasta con el rey.
- ¡Le da al que ya tiene mucho, y a mí, que soy su
encargado, me tiene con un humilde sueldo! Yo hubiera gastado
mucho mejor el oro de esa bolsa, que ese avaricioso comerciante
–repetía mientras veía pasar por su mente corderos y fiestas-
Por si eran pocas sus angustias, se cruzó a la vuelta con el
magistrado, que llevaba puesto el rico ropaje que él le había llevado el
día anterior. Éste le saludó cortésmente y continuó su camino. La gente
lo miraba por la calle admirando la dignidad de su ropa y el cargo que
ahora ostentaba. Y al contemplarlo y compararlo con su humilde jubón
y camisa, su resentimiento fue en aumento.
- Son mis manos las que llevan los regalos del rey, y, ¡así
me veo! Nadie por la calle se para para admirarme. Nadie alaba
mi ropa, ni mi apariencia. ¡Me ven como un siervo recadero!
Al siguiente día le entregaron una nueva bolsa de oro, que debía ser
llevado a una familia, donde el padre había muerto, defendiendo el
reino de ejércitos intrusos, dejando viuda con varios hijos. Mientras iba
por el camino sintió el peso de la bolsa, y se le ocurrió:
- Una moneda menos poco le significará.
Así que extrajo la moneda. La metió en su bolsillo y continuó con
su encargo. Apenas se detuvo en la entrega de tan deseoso que estaba
en gastárselo en fiesta y comida. Lo que provocó que llegase borracho
a dormir, y le costara levantarse y entender las instrucciones que le dio
el soldado. Además, esta vez le habían traído un hermoso caballo, que
debía entregar a un agricultor, que vivía a una jornada de viaje.
Demoró la salida todo lo que pudo, y, cuando al final no le quedó
más remedio, partió con el caballo y con la resaca.
Por el camino todo el mundo se paraba a admirar al caballo de lo
hermoso y buena planta que tenía. Hasta que un caprichoso posadero le
dijo:
- Te compro el caballo. Te doy cinco monedas de oro por
él.
- No puedo vendértelo. Tengo que entregarlo a un
agricultor. Es un regalo.
- ¿Conoce él al caballo?
- No –repuso-.
- Pues te doy, además de las monedas, ese viejo penco que
iba a llevar al matadero, y le entregas ése. Como es un regalo no
protestará.
Y así ajustaron.
Al día siguiente entregó el viejo caballo al granjero que lo recibió
con agradecimiento, aunque poco le pudo ayudar, porque viendo que
no tenía fuerza, lo sacrificó, y repartió la carne entre los más
necesitados del pueblo.
Cinco monedas de oro se traducían en muchas juergas y fiestas. Así
que el hijo se divertía durante todo el día, y fingía escuchar al soldado,
que le venía con las encomiendas, quedándose ya, directamente, con
los objetos o el dinero que le encargaban. Así pasó a vestir ricos
ornamentos destinados a otras personas, a las que nunca llegaron. E
incluso buscaba donde malvender lo que le entregaban, para convertir
en desatinos, lo que estaba destinado a socorrer o recompensar a la
población del reino. Además presumía de su rango y fortuna, y se hacía
respetar y seguir de unos cuantos siervos. De él mismo decía que tenía
la capacidad de generar riqueza, y se atribuía el mérito de su fortuna,
así como el buen gusto para elegir la ropa y los caballos. Sólo tenía que
volver a ponerse su pobre ropaje cada mañana, cada vez con más
desprecio, delante del emisario del rey, para recibir el nuevo encargo.
El padre veía desde su ventana lo que estaba ocurriendo, y el dolor
de su corazón se había extendido hasta su cara y su ánimo,
envejeciendo a ojos de todos. Esperaba que su hijo recapacitara y se
convirtiera de nuevo en un digno aspirante al trono. Cada mañana salía
a la ventana para ver cómo recibía su encargo, y al rato se sentaba
afligido en el trono al ver que empeoraba día a día.
Tan dolorido estaba que envió a uno de sus más fieles consejeros a
hablar con su hijo.
- Muchacho –le dijo el consejero-. El rey te encomendó
una tarea muy noble, como es socorrer a la gente o
recompensarla, y tú estás gastando los regalos y ayudas. Das
escándalo, y te quitas la salud.
- ¡¡¡Y a ti qué te importa!!! Hago con mi vida lo que
quiero. Y además ese rey del que hablas, creo que me ha dado
este trabajo para mofarse de mí, para ponerme la miel en los
labios que no debo comer, para ver riquezas ajenas, fiestas
ajenas… y yo aquí en mi choza.
- Pero, ¿no te ofrecieron un trabajo en el que podías ganar
más, si eso era lo que querías? Y además, ¿te falta de algo? –le
preguntó-.
- ¿Trabajar? ¿Quién ha dicho que yo quiera trabajar? ¡Lo
que quiero es vivir! Y la miseria de sueldo que me da no me
alcanza más que para sobrevivir, porque todo lo que no sea tener
los lujos y placeres que existen no es vivir de verdad. Así que,
¡sal de mi choza si quieres conservar la vida!
Después de la visita del ministro no sólo no mejoró la conducta,
sino que comenzó a reunirse con malhechores, que querían derrocar al
rey para apoderarse de toda su fortuna, con la promesa de ponerle a él
de rey títere.
El rey que, debido al continuo cuidado que ponía de su pueblo, se
enteró de la conspiración, mandó detener a todos los delincuentes que
estaban en la conjura, entre ellos a su hijo. Al que se dirigió de la
siguiente manera:
- Ha llegado un día de los más amargos, y que más temía
que pudieran ocurrir en mi vida. El de tener frente a mí lo que
me negaba a ver. Eres mi hijo –le dijo-.
El hijo lo miró como si lo viera entre alucinaciones. ¡Qué estaba
diciendo!
- Te puse en la choza para que comprendieras lo que
significaba ser rey, que es servir desde un puesto más alto y con
más perspectiva a la felicidad de un país. Tú has hecho lo
contrario. Poco tenías que hacer, y ni eso has hecho. Podrías
haber encontrado la felicidad en extender la felicidad, y te la has
querido quedar toda para ti.
Mucho más que a la sangre, me debo a la justicia, y a la
misión que la vida me encomendó. Si ahora te convirtiera en
rey, sería tan poco fiel a mi compromiso, como tú lo has sido al
tuyo. Así que, con todo el dolor de mi corazón, debo quitarte el
trabajo para el que has demostrado que no sirves, y dejarte libre,
para que te busques la vida como lo hacen todos los habitantes
del reino. Así comprenderás el esfuerzo que supone a cada uno
de los ciudadanos conseguir lo que tienen, porque el que obtiene
algo a cambio de nada, parasita a su vecino, y no suma a la
naturaleza. Vete y vuelve el día que la altura de lo que seas,
iguale a la de lo que deseas.
El padre lo despidió, y éste salió de su palacio con más
resentimiento que comprensión. Comprensión que sólo la vida le
devolvería.
Con estas palabras les envió a “cabalgar el cuento” para ver a dónde les
llevaba.

¿Qué has hecho con lo que te dio la


vida?
“Creo que un héroe es quien entiende la responsabilidad que conlleva su
libertad”. Bob Dylan
Leonardo siempre había vivido desde muy niño consciente de la
responsabilidad que tenía en el uso de los talentos que la vida le había dado.
Seguramente, la educación recibida de sus padres fue crucial: cada vez que
destacaba en algo, le recordaban que era un regalo del que no había que
enorgullecerse, y que debía servir para ayudar a los demás.
Pero no era fácil recogerse en esa parte de uno mismo que guarda para sí,
y no caer en la tentación de atribuirse el mérito, cada vez que las campanas
del halago sonaban en su vida.
El cuento había vuelto a recordárselo. Las personas que venían aquí de
una u otra forma tenían ya un cierto éxito, y uno de los mayores peligros era
terminar devorado y desnaturalizado por él.
Leonardo había visto sucumbir a muchos empresarios y personajes
populares de su entorno actuando conforme a lo que, en un momento, los
aduladores les decían. Comenzar a llevar vidas de gastos y exhibición de
riqueza, que terminaban siendo grotescas a los ojos de cualquiera. Que es,
como si alguien que está muy musculado, siempre va marcando, con
camisetas de licra, sea invierno, verano, en la playa o una boda. Hace más el
ridículo, que reconocimiento obtiene. Y para los que lo admiran en esa
faceta… es mejor que deseche su criterio, que lo hunde más que lo ayuda. Su
amigo Toni siempre le decía: en cuanto despegas los pies del suelo, la leche
está garantizada.
El venir al monasterio podía ser uno de los venenos sin antídoto de esos
que a veces nos encontramos. Si te creías un ser especial por estar allí, por
recibir los cuentos de alguien tan “famoso”… cuando volvieras a tu vida
normal, tus ojos estarían contaminados de soberbia… El resto de los
“mortales” nunca serían llamados a ir a ese lugar. Nunca los volverías a ver
igual.
Así que comprendió perfectamente la pertinencia de ese cuento para todos
los que fueran invitados al monasterio.
Cuando llegó la noche, Leonardo había sufrido horas ya de enfrentarse al
ego que amenazaba desde niño con dominarle:
- ¡Y si soy bueno, qué! –dijo a Lúa al cruzársela en su camino al
aula-.
Los ojos de la perra no acertaban a entender el currículum de nadie, y sólo
leía lo que los gestos evidenciaban. La limpieza de corazón se muestra en
cada uno de nuestros actos, donde la mirada de un perro traduce sin dificultad
cómo somos y quién somos.
Al final, comenzó el profesor:
- Como os he dicho, hoy es mi último día de este ciclo aquí. Sois
nuevos y quizá no seáis aún conscientes de la carga que asumís con lo
que aprendáis en este lugar. Si no lo sabéis manejar, destruirá vuestra
vida como la lotería destruye la mayoría de las vidas donde cae con
fuerza. Porque la soberbia es uno de esos defectos que se
retroalimenta, cuanto más subís más soberbios os volvéis.
Pero mejor nos centramos en lo que habéis visto vosotros –terminó
invitando con una sonrisa-.
¿Quién quiere empezar?
Ángela levantó la mano.
- Para mí, cada gobernante, incluso cada funcionario público, es
como ese hijo. Recibe de forma “inconsciente” la oportunidad de
servir a la gente, de aprender a socorrer y recompensar lo que se haga
en la sociedad, y compruebo continuamente, lo sencillo que es volver
ese poder para beneficio y enriquecimiento propio. Hasta el más gañán
y garrulo se acostumbra rápido a la moqueta, al coche oficial, al Señor
don o Señora doña, a los regalos, al enriquecimiento rápido, ilícito e
inmoral. Hay todo un mundo pensado para corromperte. Y no hay que
olvidar que los corruptos sólo quieren a corruptos a su lado, para que
su proceder no pueda ponerse en cuestión, sino admirado por el que
aspira a pillar en la misma proporción que él.
Cuando un país cae bajo las garras de la corrupción, algo más fácil
de lo que la gente puede imaginar, es imposible salir de ella, salvo por
una catástrofe total, porque el sistema selecciona como posibles
mandatarios sólo a los candidatos puestos por otros corruptos. Y, como
los mecanismos de corrupción están tan engrasados, ni los que vengan
con mejores intenciones, tardarán en corromperse. Me pregunto qué
hubiera pasado con el país de la historia, si hubiera ganado la
conspiración, y llegando a ser rey el hijo.
- ¿Y tú Bill?
- No creo en las herencias como algo que regale vidas, porque las
destroza. Cada uno debe ganarse su lugar gracias a su esfuerzo, al
margen de que los padres puedan ayudar a impulsar los pasos que
alguien dé. Si alguna vez tengo hijos y fortuna, –cosa improbable- se
rio. Creo que no le traspasaré la fortuna. Les ayudaré a caminar, pero
no daré pasos por ellos. Lo mismo probablemente puede ser dicho para
todo en la vida, y de la sociedad en su conjunto.
El mérito debe ser la medida. No creo que la sociedad deba
“regalar” flotadores vitales permanentes a nadie que esté en
condiciones de nadar, porque al final lo estará haciendo a costa de
otras personas, que les tocará empujar más carga de la que les
corresponde –concluyó-.
- Leonardo… ¿Cómo lo has visto?
- Como me dijo alguien no hace mucho, el talento no es un
regalo, el talento es una especie de contrato con el universo, con Dios,
con la naturaleza… con quien creas que te lo ha dado. Nunca es para ti,
es para los demás. Eres una especie de cartero que reparte cartas.
Siempre he sentido que en la vida hay dos grandes preguntas a
resolver:
- Para qué estás aquí: Qué debes hacer o aprender.
- Qué debes hacer con lo que tienes. Eres un administrador
de tu talento. Cómo lo vas a administrar.
Al final de la vida, cuando mires para atrás, deberías poder
responder de forma clara a ambas. El talento sobresaliente ha
perjudicado a más vidas de las que ha ayudado. Uno se identifica con
su talento y dice: soy inteligente, soy un músico fabuloso, soy un
tenista inigualable… no sabemos distinguir lo que se nos da, de lo
que somos. Por eso, si alguna vez se nos priva de ese talento por
cualquier motivo, un accidente por ejemplo, nos sentimos vacíos, como
si fuéramos cascarones huecos. Ya no sabemos quiénes somos. Y lo
más triste es llegar a definirse por lo que uno fue, como si ya no fuera
nada: yo fui un gran futbolista, un político importante, un gran bailarín,
el más guapo de mi barrio…
Ya no son nada, “fueron…”. Lo mismo pasa con los cargos en las
empresas y en la sociedad. Cuando hablas con algunas personas,
inmediatamente sacan en la conversación el cargo que son, como si
eso es lo que fueran, de hecho les cambias el cargo y cambia su cara, si
es hacia arriba se hincha todo su cuerpo, si es hacia abajo se arrugan
como pasas. Dile a una persona normal: eres concejal, y verás cómo
hasta su forma de andar y mirar cambia. Dile ahora: ya no eres
concejal, y verás cómo arrastra su sombra por las calles, huyendo de
cualquier encuentro. No son nada fuera de su denominación. Muchas
veces somos como carteles andantes: “soy lo que tengo”.
Si cuando uno descubre que es especialmente bueno en algo
aprendiera a resolver esa segunda cuestión, la vida estaría llena de
sentido. Y no digo que sea fácil, porque usar cualquier talento también
es un proceso de aprendizaje. Uno no recibe el talento que sea, y un
manual de instrucciones. Puede caer en el beneficio propio desmedido,
o ponerlo al servicio de causas inadecuadas. Uno que sea muy fuerte,
por ejemplo, puede aprovecharse de su fuerza en el colegio para
abusar, o estar al servicio del matoncete de la clase, o hacer todo el
trabajo que deben hacer los demás, por el simple hecho de que es más
fuerte, pero también puede ser instrumento de paz, y evitar peleas… un
montón de caminos que tendrá que descubrir.
Y que no sea fácil lo hace más interesante. Cuanto más grande es el
talento, más afilado está el filo de la navaja sobre el que se camina.
Más fácil es resbalar. Todo talento se debería vivir con esa sensación
de responsabilidad. Creo.
- ¿Qué opinas Warren?
- Conozco a muchos “líderes” de empresas. Básicamente, lo que
les distingue es cómo digiere su cabeza el poder que tienen. Los hay
que conocen el fin al que sirven, y hacen de su talento una fuente de
oportunidades para los demás, por eso son líderes de verdad.
Hay otros que se lo reservan para que su posición no sea atacada,
colapsando la empresa. Sólo él o ella saben hacer las cosas. Pronto la
empresa se ralentiza, porque es como una barca donde pudiendo remar
todos, tengan que esperar a que reme el que va delante. Me gusta
conocer a los líderes de las empresas, porque son como un oráculo del
futuro de la organización.
El talento es energía, si se expande se multiplica, si se retiene se
pudre.
- ¿Y tú Steve?
- Hay algo que siempre me ha aterrado: la falta de talento
suficiente para el cargo que se ostente. Mucha gente llega a cargos
para los que no están capacitados, bien porque son muy buenos en las
conjuras; bien porque son tan mediocres, que no amenazan a quien los
designan; o bien porque son puestos a dedo por razones familiares o de
cualquier otro enchufe. Esa carencia de talento les suele llevar a
pretender ser lo que no son. Cogen el talento prestado y lo exhiben
como propio. Son vampiros de talento. Se adueñan de ideas ajenas y
las presentan como propias. Lo que en poco tiempo acaba provocando
que todo el mundo se proteja ocultando su talento, y éste desaparece de
la organización. O son apisonadoras de talento: para que no se note su
incapacidad, anulan cualquier atisbo de brillo en su entorno. Y nada
puede ir muy lejos sin el talento como gasolina.
- Oprah, por favor…
- Me han surgido dos ideas, que se unen a las que acabo de
escuchar.
La primera es la importancia que se le da a la familia en la
transmisión del poder en cualquier ámbito. Me cuesta entender que
alguien no vea que el talento no se hereda, que resulta absurdo
empeñarnos en poner al frente de un negocio al pariente del que estuvo
antes, por el único motivo de llevar su misma sangre. Lo que siempre
me lleva a recordar un cuento, que me contaba mi abuela sobre una
mujer que conoció.

La hija del tenor


“¿Qué ve el ciego, aunque se le ponga una lámpara en la mano?”
Proverbio hindú
Había un tenor llamado Repuchini, cuyo talento se extendía de
ciudad en ciudad. Y allí donde iba la gente hacía largas colas para ver
sus representaciones, dado que no se recordaba una voz que
emocionara como la suya.
Como además de tenor tenía espíritu empresarial, fundó su propia
compañía, y contrató a algunos de los mejores artistas para
acompañarle, lo que propició que, además de éxito, cosechara riqueza
y, de ese modo se convirtió en una persona adinerada, a la par que
famosa.
Un viejo cantante de ópera amigo suyo, viéndole en su máximo
esplendor, se atrevió a darle un consejo:
- Querido amigo, sabes que te admiro y aprecio desde hace
años, y por eso te voy a decir lo siguiente: el éxito no dura
siempre, y en lo artístico menos. Ninguna voz es eterna, no hay
belleza que no se marchite, y en estas profesiones, como en
cualquier otra, me atrevería a decir, pero más en la nuestra, los
años buenos deben servir para que los tiempos en que falten los
aplausos, no vaya a la par la falta de pan. Y los aplausos, te lo
digo yo por experiencia, atontan mucho. Y como no hay bancos
para aplausos, se debe guardar el resultado económico de los
mismos. Poco se aprende de los halagos y reconocimientos, y
las más de las veces, cuando son muy sonoros, desaparecen de
repente.
El ruido de los aplausos impidió a Repuchini escuchar el consejo,
limitándose a archivarlo en el apartado: “A mí no me pasará, porque
soy mucho más listo que él”.
Los éxitos se sucedieron y el consejo, bien archivado, fue olvidado.
Si había algo que amaba más Repuchini que el éxito, era a su hija
Rosalinda. Niña criada entre bastidores y partituras, de frágil
apariencia y tímida personalidad. Quiso Repuchini que su hija
estudiara, y la llevó a los mejores colegios, desde donde le escribía
cartas, que no decían otra cosa que: quiero ser como tú papá.
Frase que enorgullecía a Repuchini más que la petición de un bis en
La Scala de Milán. ¡Él era su modelo! ¡Qué más podía pedir!
Así que accedió a la petición (nunca contrariada, por otra parte, por
el padre), y la trajo a su compañía, que pasó a llamarse Familia
Repuchini.
La probó en varios papeles, y vio que su nivel no era acorde con la
fama del padre. Así que trató de enseñarla, poniendo él todo su empeño
y su tiempo. Pero la niña era inconstante, caprichosa, y no dotada de
talento, lo que además, la volvía especialmente celosa de cualquier voz
que sobresaliera, de entre las femeninas de la compañía.
La garganta del padre comenzó a no ser ese faro que marcaba el
estilo en toda Europa, y debería, en honor a su trayectoria, no
aventurarse en según qué óperas más exigentes, que podían poner en
peligro su prestigio. Pero la hija quería añadir a su currículum el haber
sido primera soprano de obras de relumbrón, lo que llevó a Repuchini
a esfuerzos que terminaron por agotar su voz, a la vez que desmerecer
los montajes, porque no hay peor mensajero que las expectativas altas
contrastadas con la realidad mediocre.
Había silencios en el teatro que a veces llegaban a runrunes que, ni
los aplausos postreros dedicados a la voz de Repuchini, podían
compensar.
Las taquillas se resentían y la compañía tenía que cobrar. El poco
talento en el canto, venía acompañado de una menor capacidad
empresarial por parte de la hija, que se había hecho con el mando a
base de berrinches y silencios de castigo hacia su padre, y que creía
estar innovando, cuando lo que proponía no eran más que proyectos
absurdos, de corte faraónico, y sin encaje comercial, donde ella ya se
ponía de primera figura, en montajes cada vez más grandes, para una
voz cada vez más pequeña. Contrataba a quien la adulaba. Y es que
nada se gasta con más alegría que lo que no ha costado esfuerzo ganar.
El padre, débil de carácter por entonces, se había entregado a un
imposible. No acertaba la forma de parar aquel despropósito. Y, como
casi todo imposible, termina en un “lo que no puede ser, no puede ser,
y si lleva asociado dinero, acaba en ruina”.
Las mentes caprichosas y obtusas suelen culpar de sus fracasos a
quien más cerca pillan, y así el famoso cantante terminó en la miseria,
y responsabilizado por su hija por haberla llevado a ser cantante, y por
no haber dirigido la compañía con acierto…
La familia y los negocios son dos palabras muy peligrosas
cuando van en la misma frase -añadió Oprah con un suspiro
resignado-.
Y la segunda idea que me surgió al escuchar el cuento, es el uso de
un talento intangible tan poderoso como la comunicación. Quizá
estemos aquí, un lugar donde se enseña, o se descubren cosas a través
de cuentos, para que nos hagamos conscientes de que la comunicación
tiene un poder extraordinario, que puede cambiar la percepción de
cualquier realidad. Que para realizar nuestra labor, sea la que sea, la
comunicación será uno de los pilares del éxito. Por eso debemos
cultivarlo, hacer que nazca del silencio que estamos empezando a
conocer, porque creo que cuando las palabras surgen del silencio
llegan de manera imparable. El verbo debe mimarse para que sea el
mensajero de nuestro talento, y no un obstáculo.
Me gustaría poder expresar con palabras el silencio que seguía a cada
intervención de los participantes, pero no hay palabras para describir los
silencios. La sensación era como calma, como energía que se mece sin
alterarse demasiado, como de bandeja donde caen las reflexiones.

Cada sorpresa tiene su momento


“Hay dos maneras de vivir su vida: una como si nada es un milagro,
la otra es como si todo es un milagro”. Einstein
Leonardo se estaba sintiendo una persona diferente, de una forma que sólo
ocurre cuando remueves las bases sobre las que asientas el edificio de tus
creencias. Esto, que a veces nos pasa cuando la vida nos golpea de forma
decisiva, en forma de grandes desgracias propias o de personas muy cercanas,
rara vez sucede cuando las circunstancias son favorables, en que no se
percibe ni necesidad, ni urgencia de hacerlo.
Llevaba poco tiempo allí, y tenía la sensación de que hubiera pasado un
siglo. Su anterior vida y prioridades, aparecían ahora como formando parte de
una película de la que sólo se compartiera un fragmento. Le resultaba
increíble la profundidad de la huella que estaba dejando esta experiencia
dentro de sí. Lo que le hacía sentir como si estuviese dando un pequeño paso
hacia otro nivel de comprensión. Como si la vida fueran capas de
comprensión, de las que sólo había experimentado las más superficiales y
extendidas, pero empezaba a ver que todo lo que ocurría podía ser visto con
ojos nuevos, que te cambiaban completamente el significado de lo vivido.
Cuando llegó al aula aún estaba sumergido en esos pensamientos, y había
olvidado que su admirado profesor ya no estaría hoy con ellos.
Lo que ocurriría a continuación nadie lo podía esperar.
Estaban todos sentados, cuando vieron entrar por la puerta a una de las
mujeres más… no sabría que adjetivo utilizar… poderosa, conocida… no sé,
más increíble que pudieran haber imaginado.
Todos se apoyaron contra el respaldo para contener lo que estaban
sintiendo. Se miraban alternativamente, porque si la autoridad del anterior
profesor para ellos era sobresaliente, no podían creer lo que estaba
ocurriendo.
- Buenos días a todos –dijo en un perfecto y cadencioso inglés-.
Creo que estaré unos días con ustedes compartiendo lo que pueda
serles útil a través de historias o cuentos. Veo sus caras, y les puedo
asegurar que si se dejan impresionar por lo conocida que es una
persona, jamás llegarán a sus palabras, porque estarán siempre cegados
por su propio concepto de ella. Y así, tonterías solemnes de famosos,
les deslumbrarán, como grandes verdades de gente en apariencia
humilde, les pasarán desapercibidas.
De todas formas, me gustaría recordarles que casi todos ustedes han
tenido unos orígenes muy humildes, y hoy están aquí. Su anterior
profesor no es una excepción a esta afirmación. Si la gente se hubiera
fijado en sus orígenes, que seguro que les habrá pasado, a la hora de
juzgarles y valorarles… nunca hubieran imaginado dónde han llegado,
y lo que es más importante… dónde llegarán muchos de ustedes.
Así que vamos al trabajo, que no hay paisaje que visto cien veces no
nos termine por parecer normal.
Hoy les quiero contar una historia que les puede revelar el valor de
las cosas.

El hombre más rico del mundo


“La riqueza consiste mucho más en el disfrute que en la posesión”.
Aristóteles
Cuentan, que había un hombre joven quejándose amargamente en la
puerta de su casa, de la agria fortuna que le había correspondido en la
vida. Su hogar, a las afueras de la ciudad, permitía ver entrar las
caravanas de comerciantes con todo tipo de lujos y exquisiteces
destinadas a los que las pudieran pagar, en especial al palacio del
Califa. Un caminante sediento se acercó una tarde a la casa y le pidió
de beber.
- Le agradezco la hospitalidad, pero así no puedo beber el
agua –dijo cuando el malhumorado joven le trajo un vaso-.
- ¡¡Cómo!! ¡Que no quieres el agua! ¿Lo esperabas en
copa de plata, acaso?
- No. Es por la energía que trae. Debe ser que estabas
enfadado, y toda esa vibración la has transmitido al agua.
El joven le miró como quien ve a un lunático.
- ¿No te has dado cuenta de que las comidas hechas con
amor saben de otra forma? ¿Alguna vez has cocinado algo, o te
han cocinado con amor, pensando en los que lo iban a comer?
El joven recordó las comidas sencillas de su madre, que era cierto
que sabían a algo muy distinto a la simple mezcla de los componentes
que llevaban, y que, cualquier persona medianamente sensible, habrá
experimentado más de una vez en la vida.
El joven recapacitó y le pidió disculpas al viajero. Volvió a entrar
en la casa y salió con una sonrisa.
- Este vaso es como si te lo diera mi propia madre –volvió
a sonreír-.
- Seguro que sabe mucho mejor. Y como muestra de
gratitud, te diré que soy mago, y que puedo concederte un “trato
mágico” en el que se cumpla el deseo que quieras. Piénsalo
bien. Y como es un trato, deberás elegir qué dar a cambio de
obtenerlo, para compensar a la naturaleza.
El joven no necesitó ni el tiempo que tardó el mago en beberse el
vaso de agua en responder.
- Me gustaría ser tan rico como el califa –contestó sin
asomo de duda-.
El mago se sorprendió de la petición.
- Pero eso es absurdo. ¡Ya eres más rico que el califa!
Ahora el estupefacto era el joven.
- Pero, ¡qué estás diciendo, si apenas me llega lo que tengo
para vivir!
- Y no olvides… ¿qué estás dispuesto a dar a cambio de
todo lo que pides?
- No sé, a mí no se me ocurre nada, pero si es verdad que
soy tan rico, no le costará al califa elegir lo que quiere a cambio
–contestó burlonamente el joven-.
- No lo descartes. Quizá tu forma de verte, condicione lo
que obtienes –sugirió el mago-.
- ¡A ver explícate! –exigió intrigado-.
- ¿Tú crees que alguien que es rico se comporta de alguna
forma especial, que le hace tener más opciones de seguir siendo
rico? Por ejemplo… ¿tú crees que si alguien es rico no está
pensando en cómo invertir su fortuna para obtener más
beneficios?
- Supongo que sí.
- ¿Y no crees que alguien que es pobre, no suele estar
admirando o criticando la riqueza ajena, y normalmente no da
ningún paso encaminado a conseguirla, porque cree que es
imposible?
- Puede ser… -admitió contrariado-. Pero, ¿para qué dar
ningún paso si sabes que no la vas a conseguir? ¿Qué es mejor,
ser pobre y resignado o pobre y frustrado?
- Muchas veces no se pierde ab-so-lu-ta-men-te nada por
intentarlo… con lo que uno suele estar en la situación a la que
sus obras le conducen, que, a su vez, están condicionadas por su
creencia.
Por ejemplo. Uno, puede emplear el mismo tiempo y los
mismos recursos, en estar estudiando para acceder a una mejor
situación, o en ir a la taberna, ¿verdad? Luego puede decir que
la vida le trató fatal… Antes de ser rico, uno debe comportarse
como rico para que ocurra.
- Bueno…¡déjame en paz! –protestó sin más argumentos-.
Has dicho que eres mago, y que me ibas a conceder un deseo.
- Está bien. Ponte tu mejor ropa, y vayamos a ver al califa.
Así partieron hacia el palacio que presidía la colina sur de la ciudad.
Solicitaron audiencia, alegando que un mago, venido de más allá del
desierto, tenía un regalo magnífico para el soberano.
El califa era un gobernante ecuánime, curioso, y de una edad
bastante avanzada. Los miró con incredulidad, les preguntó qué
querían, y de qué se trataba el regalo.
- Estimado califa, yo soy mago, y tengo la capacidad de
obrar prodigios. Entre otros, la de conceder deseos. Mi
acompañante estaría dispuesto a cambiar lo que su alteza quiera
de él, a cambio de toda su fortuna.
El califa los miró sin dar crédito a lo que veía.
- Si esto es una burla, lo que obtendréis es el filo de la
espada del verdugo en vuestro cuello.
El joven dio un paso atrás, pero el mago permaneció sereno.
- Nada más lejos de nuestra intención. Sólo una cosa,
majestad –solicitó-.
- Dime.
- ¿Nos podría conceder la gracia de que mi amigo se
pensase si el trato le conviene? No siendo que lo que su
soberana persona le solicite a cambio, sea algo de tanto valor,
que se dé cuenta de que se ha precipitado.
- Está bien. Aunque sea sólo para seguir conociendo a mi
pueblo. Volved mañana, y os diré qué quiero.
Los dos salieron, y regresaron a la casa del joven. El mago sacó de
su equipaje alimentos completamente desconocidos para su anfitrión,
que se maravillaba no sólo de su sabor, sino de la procedencia y de las
historias que sobre ellos le contaba el mago. El cielo estrellado del
desierto invitaba a soñar con las tierras de esos alimentos, y con sus
gentes y costumbres. Cuando tuviera la riqueza del califa los visitaría
todos… -pensó el soñador muchacho, no recordando una noche como
aquella en mucho tiempo-.
Puntualmente, al día siguiente llegaron al palacio. El califa ya tenía
la respuesta.
- Lo tengo claro. ¿Sólo puedo pedir algo que él tenga,
verdad?
- Así es –repuso el mago-.
- Bien, pues quiero su juventud, y él tendrá mi fortuna
entera y mi misma edad. ¿Es posible?
- Sí. Si mi amigo lo aprueba, ahora mismo realizaré la
operación.
El muchacho miró al califa y el califa miró al muchacho. Ambos
querían algo que el otro tenía, y que consideraban más valioso que
todo lo que poseían.
Y aquí la profesora detuvo la narración.
- Os dejo el final de la historia en vuestras manos. Os invito a
sentiros el joven del cuento, y tener que decidir sobre vuestra vida y el
intercambio… y como dice un viejo aforismo clásico: tened cuidado
con lo que pedís a los dioses, no sea que os lo concedan…
Todos se habían quedado recogidos en un silencio dentro del propio
silencio. Aunque se hubiera podido hablar en ese instante, estarían sin
palabras. Estaban empezando a sentir que, cada vez que piensas o dices algo,
en alguna medida estás contribuyendo a que ocurra, así que se estaban
convirtiendo en observadores de su mente y de sus palabras.
Y una pregunta se repetía en su mente: ¿Se sentían más ricos que el califa?
¿Cuánto vale tu vida?
“Tu tiempo vale lo que valen tus obras”
Leonardo cogió una manzana, y se sentó frente a una fuente que nacía en
la parte más alta de la finca. Sentía el sabor de la fruta a la vez que escuchaba
el sonido del agua. ¿Cuánto valía la sensación de estar allí? ¿Cuánto costaba?
Comenzó a repasar las veces que su vida se había orientado a desear ser
como el califa, para, una vez conseguido, querer dar marcha atrás. Hay
muchísimas cosas que no valen lo que cuesta conseguirlas. Te puedes pasar
años trabajando para obtener algo, y cuando lo tienes, y ha pasado la euforia
inicial del logro, darte cuenta de que no aporta nada a tu vida. ¿Cuánto
vamos acumulando a nuestro alrededor, a cambio de horas y horas de
nuestro limitado tiempo?
Leonardo llegó a la reunión de la noche con otro pequeño cuento.
Cuando la profesora inició el turno de intervenciones Leonardo levantó la
mano.

El hombre al que se le cumplió su


sueño.
“¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra,
una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los
sueños, sueños son”. Calderón de la Barca
- Se me ocurrió, durante el día, proyectarme en la vida del joven,
para reconocer los peligros de una decisión en principio más “sabia”
pero que podía ser una nueva trampa. Y la historia continuaría más o
menos así:
El joven después de reflexionar y de ver la vida del mago optó por
no aceptar la propuesta del califa. Quería recorrer y conocer los países
de los que le habló el mago, ser casi tan sabio como él, dominar los
misterios de la naturaleza. Antes necesitaría generar los recursos
suficientes para poder permitírselo. Y dado que un hombre tan
importante había valorado de esa forma su vida, empezó a verse a sí
mismo como un proyecto por hacer, como un mapa de oportunidades.
Demostraría que se podía ser tan rico como el califa, sin perder la vida
en el intento. ¡Ahora sentía que era rico, y actuaría como tal!
Sin demorarse por la mañana, se dirigió a la primera caravana que
llegaba a la ciudad, y se ofreció a ser su guía para la comercialización
de sus productos a comisión, dado que conocía perfectamente a la
gente de la ciudad y sus gustos. Algo que podría haber hecho en
cualquier momento, pero ahora que se veía a sí mismo del mismo
rango que los ricos comerciantes con los que hablaba, lo afrontaba con
diferente aplomo y seguridad.
En muy pocos días se dio cuenta de que había ganado más que en
los dos años precedentes, y en vez de sentarse en casa y gastarlo, buscó
nuevos contactos en las caravanas que llegaban.
En poco tiempo se convirtió en el referente para todo aquel que
quisiera comercializar cualquier producto en la ciudad. No tardó en
comenzar a traer sus propias mercancías, y a montar su negocio con
almacenes y trabajadores.
El joven se fue enriqueciendo progresivamente, hasta que el límite
de su riqueza era difícilmente calculable.
Un buen día de esos que sabes que va a pasar algo, pero no el qué,
uno de sus criados le anunció:
- Un mago de más allá del desierto pregunta por usted.
Dice que es un viejo amigo.
El joven se llenó de gozo al saber que el sabio había regresado.
¡Cuántas veces le había recordado y contado su historia a toda persona
con la que se relacionaba! Ahora le podría mostrar que tenía razón,
cuando le dijo que era más rico que el califa, y que no había
desperdiciado su vida.
Se fundieron en un abrazo de los que realmente se dan con el
corazón.
- Pues al final ha resultado que tenías razón… Mira todo lo
que he conseguido –le invitó a comprobar lo magnífico de su
palacio y sus posesiones-.
- Claro que sí amigo. No tenía ninguna duda. Y te voy a
hacer una pregunta.
- Dime.
- ¿Cuánto hace que no te miras a un espejo?
- ¿A un espejo? ¡Qué pregunta tan rara! No te creas que
tengo mucho tiempo para espejos, con todo lo que tengo que
hacer.
El mago sacó un espejo y se lo puso delante.
Un grito de horror heló toda la estancia.
Lo que vio era la cara del califa, pero con sus rasgos. Palpó su
cuerpo, y se dio cuenta de que se había convertido en un anciano sin
haberse dado cuenta.
- Es asombrosa la vida. Estamos en el mismo punto que
aquella noche. Con la diferencia de que has elegido ser el califa,
creyendo no serlo. ¿De qué sirvió tu elección?
- Entonces, ¿qué ha sido de mis sueños? –preguntó
consternado-.
- Que se han cumplido –respondió el mago-.
Y es que el nivel de autoengaño al que nos sometemos es inmenso.
Muchas veces hacemos, por caminos sinuosos, el recorrido que nos
negamos a realizar por otros más obvios. Mientras no cambiemos
nuestro objetivo en la vida, todos los caminos nos conducirán a nuestro
interés real. Algo que casi nadie quiere admitir, cuando no le gusta en
lo que se ha convertido su vida. Tus objetivos, conscientes o
inconscientes, te acaban atrapando, y no tú a ellos.
Leonardo se detuvo y se dio cuenta que, un barco sin capitán, es arrastrado
por la corriente, al margen del viento que sople. Y que, salir de esa corriente,
no podía ser un ejercicio de inconsciencia, sino una suma de muchos
esfuerzos conscientes.
- ¿Qué nos puedes decir tú, Warren?
- Pues me he preguntado por qué el califa habría aceptado la
propuesta. Porque estoy seguro que, a mucha gente le parecería
absurdo, dejar de ser inmensamente rico, y renunciar a vivir una vejez
holgada, donde repasara su vida, y convertirse en un pobre, que por
mucha vida que tuviera por delante, ésta podría ser una sucesión de
esfuerzos y privaciones. Cambiar una corta holgura, por una larga
tortura…
Y la razón por la que el califa aceptó, no puede ser otra, que el
hecho de que él sí tenía claro en qué quería emplear esos años que
recibiría de añadidura. Porque desde su perspectiva, y una vez
aprendido mucho de la vida, cuarenta años sí tenían un sentido nuevo,
y que probablemente tantas riquezas le eran innecesarias.
También me he preguntado por qué mucha gente, en lugar del
joven, podría llegar a renunciar a su vida, a cambio de una vejez con
riquezas. Y la razón es que para ellos su vida realmente vale muy
poco, aunque digan lo contrario. No ven que la vida es un regalo de
incalculable valor… siempre, claro está, que llenes de valor cada uno
de los días. Es posible que quieran llenar de riqueza por fuera la
pobreza que sientan por dentro.
Conocer el valor de las cosas es conocer su potencialidad. Para
quien nada espera de algo, ese algo vale cero.
Y por último, me he hecho una no menos terrorífica pregunta, que
es: ¿cómo reaccionaría el entorno del califa ante la propuesta? ¿Qué
dirían sus herederos al verse convertidos en pobres de la noche a la
mañana, a cambio de tener a su padre del que disfrutar otros cuarenta
años? ¿Preferirían que se muriera, y seguir siendo ricos…?
Cuando uno tiene una gran fortuna: ¿Nos quieren de verdad o
prefieren la fortuna?
Esas últimas preguntas cayeron como una carga de profundidad entre los
que escuchaban, volviendo el silencio aún más exigente.
- Ángela. ¿Quieres compartir algo?
- Sí. Llevo todo el día dándole vueltas a la ceguera de nuestra
riqueza. Somos incapaces de ver lo que tenemos. Somos “los niños
mimados de occidente”. Tenemos condiciones de vida mejores que las
que tenían los reyes hace tan sólo ochenta años, y nos sigue pareciendo
poco. Nuestros ojos están siempre más atentos a la situación ajena, que
a la propia, en lo que nos falta, en vez de lo que disponemos. Todo nos
parece insuficiente. Es como si la humanidad padeciera de
permanente estado de insatisfacción. No sabemos disfrutar de nada
de lo que tenemos, porque no le damos valor, y esa conciencia de
escasez, nos lleva a no sentirnos felices en muchos momentos de
nuestra existencia. Por eso mucha gente se cambiaría por el califa,
porque es incapaz de ver lo que tiene. Por el contrario, cuando uno
comienza a celebrar cada uno de los bienes materiales e inmateriales
que posee, la vida cambia.
¿A cuántas personas conocéis que de forma diaria sientan
sinceramente lo afortunados que son con la casa donde viven, la salud
que disfrutan, y las personas que les rodean y los quieren? ¿Cuántas
personas conocéis que os hayan dicho siquiera una vez en la vida: ¡qué
afortunado soy por la vida que tengo!? Vivimos completamente ajenos
a nuestra fortuna.
¿Veis a la gente disfrutando la enorme suerte que tiene? Si te
encontraras a una persona que le acaba de tocar la lotería, no haría falta
que le preguntaras si le había pasado algo. Todo su cuerpo lo estaría
proclamando. Seguramente, hasta te lo diría. ¿A cuánta gente vemos
mostrando esa alegría, simplemente por estar vivos, que es más que
ninguna lotería?
Ángela parecía muy sensibilizada con esa especie de ingratitud vital en la
que se ha instalado occidente.
- Bill, ¿te apetece continuar?
- A mí este cuento me ha recordado a uno que me contaba mi
madre cuando era niño. Ella lo llamaba:

El entierro del visir


“¿Miedo a la muerte? Uno debe temerle a la vida, no a la muerte”.
Marlene Dietrich
Cuentan que había un visir tan apegado a su riqueza, que dejó
establecido en su testamento, que quería ser enterrado con todos sus
bienes. Se mandó construir un mausoleo más adecuado para servir de
palacio que de tumba. Dejó pagados los salarios para cincuenta años de
guardia, suficiente para que lo protegiera de saqueos, y cuando se vio
cercano a la muerte, vendió todos sus bienes para poder ser convertidos
en monedas de oro.
En el cortejo fúnebre, numerosos carros cargados de cofres llenos
de oro precedían al ataúd. Y si durante toda su vida había ido detrás de
su riqueza, ésta le dominaba tanto, que hasta lo hacía una vez muerto.
Toda la ciudad había acudido para contemplar tan inusual evento, y
reía de la ocurrencia del visir. Pero detrás del féretro había ordenado
que fuera otro carro con un letrero que se podía leer por ambos lados.
- ¿De qué os reís? Sois igual que yo. Vuestra vida es la
misma que la mía. Vivís agarrados a vuestros bienes hasta el
último día de ella, como si os los pudieseis llevar al otro mundo.
De hecho, si pudierais también cogeríais mis bienes. ¿Qué más
da hacer el ridículo en la muerte, cuando no se ha entendido
para qué era la vida?
Y como decía mi madre… ni el visir se los llevó, ni tú te los
llevarás. No corras detrás de ellos, aprende a usarlos.
- Steve, ¿Qué te ha sugerido?
- Que cada día cuenta. Cada día podemos haber invertido los
minutos que tenemos por delante en lo que creamos que merece la
pena, o simplemente dejarlos pasar, como si estuviésemos frente al
arroyo de la finca… donde el agua pasa alejándose. Vivimos
tranquilos, porque pensamos que mañana pasará más agua, y podremos
hacer con ella lo que queramos. Pero un día, y no sabemos cuándo, el
arroyo deja de pasar y, desgraciadamente no habrá mago, ni joven,
para intercambiar con ellos nuestra fortuna. “Cada día cuenta” es un
compromiso con uno mismo, con aprovechar el tiempo, con
desarrollar nuestro potencial, en vez de dejarlo sin usar.
- Oprah, ¿y tú?
- En que es curioso lo rápido que pasa la vida. Cuando preguntas
a gente de avanzada edad, una de las cosas que más le sorprende, es,
que parece que fuera ayer, cuando estaban corriendo por la calle siendo
niños. También el cuento me ha hecho sentir, que no es fácil
aprovechar el tiempo, porque no sabemos lo que nos queda. El teorema
de Parkinson dice que, uno utiliza todo el tiempo y los recursos de los
que dispone, para hacer lo que tiene que hacer. Es decir, que si
tenemos dos horas para hacer un trabajo, lo haremos en dos horas, pero
que si disponemos de cuatro, utilizaremos las cuatro. Lo curioso de la
vida es que no sabemos de lo que disponemos, ni del tiempo, ni la
energía, ni la compañía, ni la salud… pero la usamos como si no se
fuera a acabar nunca nada de todo eso. Por lo que si al final, nos
ofrecieran cuarenta años más, lo aceptaríamos, porque aún tendríamos
muchas cosas por hacer. Las personas que consiguen repetidamente
objetivos en la vida, viven con una cierta sensación de urgencia, con
un “hoy está, quizá mañana no”. Lo que les lleva a aprovechar cada
circunstancia que se les presenta. Si crees que la oportunidad seguirá
allí mañana, puedes tener la tentación de dejarlo para mañana, y
así hasta que dices… ¡pues no era tanta oportunidad! Y lo abandonas –
terminó su intervención con una cara como de volverse más
consciente-.
- ¿Y tú, Felipe?
- A mí me ha recordado una historia que nos contaba una
profesora de secundaria, para hacernos comprender la importancia de
saber valorar lo que teníamos. Es la historia de…

El rico inconsciente
“La enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia”. Amos
Bronson Alcott
- Cuentan que un hombre rico poseía campos y casas, caballos y
vacas. Y que una tarde paseaba triste por la plaza del pueblo, cuando
se cruzó con un amigo.
- ¿Qué te pasa, Ramón, que te veo tan afligido?
- Las desgracias me acechan –gimió-. Una de mis mulas
ha enfermado, y está a punto de morir. ¿Puedo ser un hombre
con mayor mala suerte?
- En verdad compruebo que eres desgraciado y pobre,
porque teniendo bienes que no alcanzarías a contar… no te he
visto ninguna tarde venir sonriendo y dando las gracias a la
vida, por cada uno de los caballos que gozan de buena salud, por
tu familia, por las cosechas de tus campos, por el sol que llena
esta tarde la plaza, y que nos calienta a ambos sin pedirnos nada.
Bien veo que eres pobre y desgraciado, porque eres ciego para
la felicidad, mientras que tienes una vista muy aguda para
cualquier rasguño que te haces en la piel. Pasarás toda tu vida
viendo lo que te falta, en vez de disfrutar de lo que tienes.
- Ramón se despidió de su amigo y se fue a casa pensando que
era muy fácil ser feliz sin tener mulas que se le muriesen, que ya le
gustaría a él ver a su amigo en su lugar, y si entonces sonreiría tanto.
Después de la intervención de Felipe todos salieron en silencio hacia una
noche que comenzaba a colocar las estrellas en el cielo.
Leonardo necesitaba seguir quitando capas de su cebolla particular.
Necesitaba saber que estaba haciendo algo valioso en su vida, y para ello
tendría que desprenderse de muchos conceptos que le habían ralentizado,
cuando no detenido, a la hora de seguir avanzando.

No es fácil
“Si soy lo que tengo y lo que tengo lo pierdo, entonces ¿Quién soy?”
Erich Fromm
- No es fácil –escuchó a su espalda en aquella voz con perfecto
inglés británico de la profesora-.
- ¡¿Qué?!
- Que no es sencillo dejar atrás el “Yo soy así”. Primero hay que
comprender que “no somos así”, sino que hemos “aprendido a ser así”.
Nadie es perezoso, sino que ha aprendido a ser perezoso, primero un
poco, luego se convirtió en costumbre, y terminó por cristalizar en la
creencia de que éramos así. Si crees que “eres” de una manera, no es
posible el cambio. Es como si crees que eres rubio, no puedes pensar a
la vez que eres moreno. El verbo “ser” es de los más peligrosos que
existen. Si lo usas mal, puedes desperdiciar una vida entera.
Muchas veces son los demás los que nos definen: eres tonto, eres
gracioso… y si nosotros nos lo creemos, actuaremos de ese modo,
como si nos hubieran repartido un papel de una obra de teatro. No
somos, nos comportamos, y las conductas sí se pueden cambiar. No
sólo no hay que tener miedo al cambio, sino entender que es una de
nuestras primeras funciones en la vida: cambiar, mejorando. Si alguien
no quiere cambiar, es que no quiere mejorar.
A medida que vas trabajando sobre la mejora, llega un día que no
sientes dejar atrás esas costumbres que hasta ese momento creías que
eras tú, sino que deseas soltar el lastre para ser más libre, para poder
decidir, y que esa pereza, por ejemplo, no decida por ti.
Leonardo necesitaba oír esas palabras para no sentirse tan solo en ese
camino.
- ¿Y usted también pasó por esto? –le preguntó pensando que era
imposible que, alguien como ella, un día estuviese sentada en una silla
como la suya, haciéndose las mismas preguntas-.
- Todos los que conozcas aquí somos voluntarios, que antes
estuvimos donde estáis vosotros, sembrando historias en nuestro
interior para que germinasen en otras nuevas, y en comprensiones del
mundo donde nos ha tocado estar. No todos han seguido, porque, como
has sentido, cada capa de la cebolla es más difícil de quitar. No es lo
mismo reconocer que una ha sido un poco perezosa, que admitir que
ha sido enormemente egoísta frente a la gente que te rodea. Hay capas
que, de momento, nos dejamos puestas. Nadie puede recorrer tu
camino por ti. Nadie puede despertar por ti cada mañana. Debes
despertar tú. Alguien puede llamarte, pero si te empeñas en dormir…
No se duerme igual sabiendo que no estás solo en el camino. Cuando
cierras los ojos por la noche, sientes que la oscuridad no es tan fría, que algo
te acompaña.
A la mañana siguiente la profesora les esperaba con una nueva
advertencia.
- Con lo que aprendéis aquí no os resultará difícil tener “éxito”
en el mundo. En parte se trata de eso, porque eso permitirá que
vuestras palabras tengan más eco, y que vuestras acciones lleguen a
más personas. Pero vivimos en un mundo donde, quien no quiere
avanzar, desea que nadie avance. No os van a regalar nada, y debéis
estar preparados.
Si una persona que forma parte de un grupo no quiere andar, y los
demás sí, ¿qué creéis que hará? –les preguntó-.
- Tratar de torpedear el avance de los demás –contestó Steve-. Si
los frena a todos, no se notará que él no ha querido moverse… ha sido
el grupo entero, el que no ha avanzado.
- ¡Exacto! Pues vosotros os vais a querer mover en muchas
ocasiones. No lo olvidéis. Por eso os quiero contar la historia de una de
las muchas falacias a las que tendréis que enfrentaros.

La falacia de la desigualdad de la
riqueza
“La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”. Quevedo
Cuenta lo siguiente: Había una vez en un pueblo dos vecinos,
Amancio y Provechonio, los dos tenían la misma tierra y la cultivaban
de igual forma. Eran más o menos igual de ricos o de pobres, como se
quiera ver. Ganaban al año 20 monedas de plata, con las que vivían
modestamente.
Amancio decidió coger las verduras y hacer conservas para
venderlas, cuando escasearan éstas en el mercado, por estar fuera de
temporada.
Provechonio se reía de él, argumentando, que prefería el dinero de
hoy para disfrutarlo ya, que esperar a más adelante. Amancio, no le
hacía caso, y salía de viaje con sus conservas. Lo que provocaba que
Provechonio se volviera a reír, diciendo que él estaba mejor en casa,
sin arriesgarse por esos caminos, sufriendo penalidades, y malos
hostales.
Al volver del primer viaje, ese primer año, Amancio había ganado
40 monedas de plata.
“De repente” ganaba el doble que antes, y, consecuentemente, que
Provechonio.
Amancio se dio cuenta de que había una demanda importante de
conservas. Así que al año siguiente compró la cosecha de otros vecinos
del pueblo, y entre ellos de Provechonio, al que dio 22 monedas por
sus verduras. ¡Más que nunca! Y se dedicó a hacer conservas, además
tuvo que contratar a personas del pueblo para que le ayudasen a hacer
las conservas, y a otros para que colaboraran en los repartos, por las
rutas que él iba abriendo.
Ahora todo el mundo en el pueblo ganaba más dinero que el año
pasado, y estaban felices. Amancio comenzó a vender cada vez más y
en más lugares, y por lo tanto ganaba más dinero. Obviamente,
también tenía más problemas, y a veces perdía el cargamento por el
camino. Pero entre los ingresos, los gastos y las pérdidas, ganaba
mucho más que cuando simplemente era un labriego.
Al pasar de los años, Amancio se convirtió en uno de los hombres
más ricos del mundo, y el pueblo donde vivía había prosperado mucho.
La gente, como mínimo, ganaba el doble que antes. Por ejemplo,
Provechonio ganaba 40 monedas de plata. Sin embargo, no se le veía
feliz.
Un día en que su envidia superó a su sentido común, Provechonio
fue a la plaza del pueblo, y dijo que era injusto que existiese esa
desigualdad, que Amancio era un explotador y un avaricioso,
pretendiendo que Amancio diese toda la fortuna que había logrado en
esos años, y que pagara todos los gastos que se les antojara a los del
pueblo.
El gran argumento que esgrimía, era que la riqueza de Amancio, era
mayor que la de todos los del pueblo juntos. A lo que la gente se
llevaba las manos a la cabeza. La envidia se extiende entre los
envidiosos como el fuego en verano. Y que desde que estaba Amancio,
la desigualdad había crecido en el pueblo. Ahora eran mucho más
desiguales. No miraban, obviamente, lo que habían mejorado, sino lo
que tenía el vecino.
Amancio de forma generosa daba conferencias en el pueblo,
instando a la gente a recorrer el mismo camino que él. Asegurándoles
que en sus muchos viajes por el mundo, se había dado cuenta de que
estaba lleno de oportunidades, esperando a que la gente las
aprovechara, y que, igual que él había hecho sin ser más listo que los
demás, cualquier otro podría. Que no sólo se necesitaban conservas de
verduras, sino de otras muchas cosas, y herramientas de todo tipo,
ropa, utensilios variados, muebles de fácil montaje… Y que gracias a
su empresa, se habían abierto carreteras, que ahora podrían aprovechar
los demás, para llegar a cualquier lado. Y que además, el mundo ahora
respetaba a su pueblo, porque lo consideraban cuna de emprendedores.
De nada servían los exhortos de Amancio, que caían en el saco roto
de la avaricia de sus vecinos. Nadie quería hacerse su propia fortuna y
arriesgar su cómoda seguridad de todos los meses, ¡querían la fortuna
de Amancio! La gente sólo veía ya sus 40 o 50 monedas, comparadas
con las miles que tenía Amancio. Los ojos envenenados por el odio, no
alcanzan a ver más, que lo que alimenta su locura. Algo, de lo que fue
haciéndose consciente Amancio, muy a su pesar.
Decidieron robarle todo lo que tenía, y él al saberlo, se resignó a
tener que irse a vivir a otro país, donde entendieran el beneficio que
suponía, que personas se dedicaran a crear riqueza. Pero antes de que
pudiera salir, lo atraparon y lo mataron. Se repetían que, una vez que la
empresa fuera suya, la riqueza revertiría en el pueblo, y todos serían
ricos, no tanto como Amancio, porque además eso era “inmoral”, pero
sí mucho más de lo que eran ahora.
Lo que se hace con codicia y envidia se reparte mal. Los del pueblo,
como auténticos saqueadores, se aprestaron a coger todo aquello que
pudieron de Amancio. Unos se apropiaban de una parte de la empresa
de Amancio, otros de otra; unos le robaban los muebles, otros el coche;
uno se llevó un camión, y así, hasta desvalijarlo todo.
Pero una cosa era ponerse de acuerdo para robar, y otra muy distinta
hacerlo para producir. Así, cada uno pretendía, que la parte de la
empresa de la que se habían apoderado, era la más importante, y, por
ello, debían recibir mayor porcentaje de los beneficios. Todos se
llamaban entre sí avariciosos y codiciosos, y no había peor insulto que
decirle a alguien que era como Amancio. Las pretensiones del vecino
pasaron a ser usurarias, mientras que las de uno eran completamente
legítimas. Además, siendo todos jefes, todos esperaban que trabajaran
los demás, y ser ellos los que daban órdenes, esperando simplemente
llenar sus arcas de beneficios inagotables.
No se tardó mucho en que las latas de conservas dejaran de salir de
los almacenes. Los campos quedaron sin cultivar, porque todo el
mundo esperaba que cavara el vecino. “Nunca se vio a un conservero
ser agricultor…” –se había implantado ese lema en el pueblo-. Al
principio, con el dinero de las cuentas de Amancio, compraron
verduras a pueblos cercanos, que al detectar la escasez, subieron los
precios. Cuando fueron a vender las latas al mercado, los clientes las
encontraron caras y de peor calidad que las que antes ofrecía Amancio.
Al año siguiente, desde otra parte del mundo, alguien creo una
empresa de conservas parecida a la que tenía Amancio en su día, y
ocupó su lugar en el mercado. Los habitantes del pueblo no tenían a
quién vender sus verduras, y menos al precio que antes les pagaba
Amancio, con lo que se fueron pudriendo en sus despensas, incapaces
de rebajar sus expectativas y precios.
La fama de codiciosos, envidiosos, y vagos, junto con lo que habían
hecho con Amancio, se extendió por el mundo, y nadie quería
comerciar con ese tipo de personas, a las que ni les vendían nada, ni
tampoco les compraban.
Cuando la pobreza era extrema, surgieron las envidias entre ellos,
porque no todos tenían lo mismo. Unos, dentro del desorden, habían
administrado mejor sus recursos que los otros.
Así el que tenía un poco más que los demás, inmediatamente era
asaltado, robado y matado por sus vecinos, con lo que nadie trabajaba y
producía, porque el que lo hacía se arriesgaba a morir. Cada vez eran más
pobres, y cada vez se odiaban más entre sí.
Por supuesto, los discursos de Provechonio justificaban su situación, y
culpaban de todo a Amancio, que por lo visto, incluso muerto, seguía
siendo la causa de todas sus desgracias, y también al mercado de
hortalizas, que estaba lleno de gente egoísta y ambiciosa, que quería
aprovecharse de ellos.
Éste será el mundo al que os tengáis que enfrentar. Cualquier avance en
vuestros respectivos campos será contemplado con recelo. Hay que
aprender a nadar entre tiburones:
Primero, hasta que se tenga la suficiente fuerza, no llamando la
atención del resto,
luego no provocándoles innecesariamente,
y, por último, siendo más inteligente que ellos, si se produce un ataque.
Ahí os lo dejo. ¡Que la fuerza del cuento os acompañe! –bromeó para
terminar-.

La envidia es la sal que vuelve yerma


la tierra.
“El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están
pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: "Es
envidiable"”. Borges
Hay hábitos o defectos en la vida que, por ejemplo, te perjudican la
salud, y, hasta cierto punto, te impiden conseguir tus metas. Si no tienes
una buena salud, todo te costará más. Pero hay otros defectos más
transversales, que destrozan todo lo que tocan. De éstos, la envidia destaca
entre los peores. Porque ni te deja disfrutar de lo tuyo, y cada éxito ajeno,
en vez de alimentarte, te envenena. Y cuando digo que envenena, no es
una figura retórica, es que segregamos sustancias muy tóxicas para
nuestro organismo, cada vez que sentimos envidia.
Quizá a eso se debió que incluyeran este cuento en la primera etapa del
desarrollo de Leonardo y sus compañeros.
Los cuentos le llegaban a Leonardo como si fuera una especie de juego
de resortes, que le permitían seleccionar momentos de su vida, que
resonaban con esa historia en concreto. Las comprendía mejor, también
entendía al resto de personas implicadas en ellas, las veía desde otra
óptica, y eso hacía que, lo que deseaba para el resto de su vida, fuera
distinto, más sólido, más sencillo también.
Le gustaba ese régimen de ideas sin imposiciones, sin espacio para la
discusión, ni la persuasión, como invitaciones a vivir sin más.
Cuando llegó a la sala de cursos miró a sus compañeros, y, a pesar de
que no había hablado nada con ellos al estilo tradicional, parecía
conocerlos de toda la vida, y los sentía cercanos y afines.
- Bueno, ¿Con qué habéis venido hoy? ¿Quieres empezar tú,
Oprah? –comenzó la profesora-.
- Vale. Creo que hay que vivir en lugares donde la envidia tenga
poco eco. Donde al que obtenga un éxito sea puesto de ejemplo, en vez
de convertirlo en sospechoso. Hay lugares en el mundo llenos de luz, y
el que llega se suma a la dinámica de iluminar con su ejemplo, y otros
que son tenebrosos, en el que todo el que allí está o va, termina por
contagiarse de esa oscuridad.
Mi vida es un ejemplo de salir de la nada, como la de casi todos los
que estamos aquí. Y hay algo que no te perdona mucha gente: que
lo intentes.
Hay grupos, personas, empresas, donde está prohibido intentarlo.
Porque el intento puede dar lugar al logro, y el logro les deja sin
excusas. No hay nada que odien más los que eternamente se están
quejando, que ver que alguien con las mismas condiciones, consigue
aquello que, según los quejicas, les está vedado. A veces lo soslayan
con un: “algo habrá hecho…” y si eres mujer, ya ni te cuento, lo que
darán por supuesto que has hecho… Por eso, es mejor salir cuanto
antes de ambientes, zonas o incluso países, donde la envidia sea la
norma de convivencia, porque, a la dificultad propia de cualquier
proyecto, habrá que añadir las miles de zancadillas, que recibirás por el
camino. Mi norma es: ante la envidia, escapa antes de que te atrape.
- ¿Qué te ha sugerido el cuento, Warren?
- Pues, que de la misma forma que no hay que ser envidioso,
porque eso nos detiene en nuestro avance, haciéndonos perder energía,
obstaculizando el progreso ajeno, hay algo fundamental para alcanzar
el éxito: no provocar envidias.
Hay un placer al que algunas personas no se sustraen, que consiste
en exhibir su éxito frente a los demás. Especialmente, frente a los que
no lo han alcanzado. Sienten que la envidia ajena es un reconocimiento
implícito. Y lo es. ¡Pero, a qué precio!
Nos gusta mostrar nuestro coche nuevo, nuestro premio reciente,
nuestro hijo risueño de ojos azules, para ver esa cara que se deforma en
un rictus de envidia y que reconoce nuestro ego.
Los verdaderamente grandes que he conocido, son viajeros en un
camino que no se preocupa de pregonar sus logros, avanzan sin dar
importancia a la meta que alcanzan. Condensan su energía en el logro
de la siguiente. Si pueden evitar hacer alarde de lo que tienen, lo
hacen. Y es algo que llevo a gala desde relativamente joven, cuando en
alguna ocasión me salté esa advertencia, y atraje sobre mí dificultades,
que antes no parecían estar en el guion.
- ¿Y tú Leonardo?
- Casi estoy en la misma línea. Recuerdo cuando estudiaba, un
amigo acostumbrado a los éxitos me dijo: Hay que hacerse perdonar
los éxitos. Algo que no entendí hasta que me contó la historia del
Conde de Romanones. Fue presidente del Senado, presidente del
Congreso de los Diputados, varias veces ministro, y tres veces
presidente del Consejo de Ministros, durante el reinado de Alfonso
XIII. Y además hombre muy, muy rico.
España es un país fecundo en envidias, y no podía escapar de ellas,
alguien que tanto tenía, en tantos sentidos. El conde, de pequeño, tuvo
un accidente que lo dejó cojo de por vida, lo que fue aprovechado por
sus enemigos y los caricaturistas de la época, para focalizar sus burlas
y ataques. Y al decir de algunos amigos, cuando entraba en el
congreso, acentuaba su cojera para hacerse perdonar sus éxitos. Nada
había más gratificante que la aminoración de la envidia, con un:
“bueno sí, tiene de todo, pero es cojo…”. Porque como bien decía él:
“Los amigos suelen abandonarnos a la hora de la desgracia; los
enemigos nos siguen hasta la muerte”. Y trataba de desbrozar el
camino de enemigos, no llamándolos con su presunción.
Mi amigo era un experto en hacerse perdonar los éxitos. Había
comprendido que las envidias eran como ganchos que te tiraran de la
ropa cuando tratas de avanzar. Cuantas más tengas… más lento será el
avance.
- Y tú Steve, ¿qué has encontrado en el cuento?
- A lo largo de mi vida he comprendido que las envidias ajenas
tienen el valor que nosotros les demos. No deja de ser una forma de
energía que se proyecta, pero a la que nos podemos apegar o no. Al
principio nos hacen mucho daño, porque también les damos mucha
importancia, tanto provocándolas, como recibiéndolas. Llega un
momento en que pierden valor de atracción.
Imaginad por un momento que tuviéramos que pasar por un campo
en el que hubiera perros agresivos. Podríamos ir temerosos, asustados
de los perros, olvidándonos de dónde íbamos, porque toda nuestra
atención está en los perros. Podía llegar a ser más importante evitar los
mordiscos, que llegar a nuestro destino. Si nos gusta despertar
envidias, nuestros esfuerzos estarán enfocados a hacer, o llevar cosas,
que enciendan la respuesta de los perros, para que nos ladren, e incluso
nos quieran morder. Si las padecemos, nuestra atención estará sólo
pendiente de sus ladridos y sus amenazas. Llega un momento, en que
aprendes a caminar en silencio entre envidias. Lo asombroso es que
disminuyen a una velocidad inesperada, cuando lo haces así. Los
perros se calman. Te ladran porque ven en ti lo que ellos llevan dentro,
en cuanto tú les restas importancia, no se reconocen y te olvidan.
Sería como tres pasos:
- No provoques envidias.
- No temas las envidias.
- Olvida las envidias.
Y con esa recomendación terminó su intervención.
- Bill, por favor. Es tu turno.
- Lo he visto desde otro punto de vista. Parece que las envidias
siempre son de personas ajenas, como si nosotros no lo lleváramos
dentro.
Uno de los principales frenos que he sentido en mi vida ha sido
precisamente la envidia que sentía yo. Cuando me ha fastidiado el
éxito de alguien que conocía, al que, siempre desde esa óptica,
consideraba que le habían regalado sus logros, o que lo había tenido
más fácil que yo, porque era hijo de fulano o amigo de zutano.
Me di cuenta que, si eres envidioso, no puedes avanzar. Corres más,
pero avanzas menos, porque tus ojos no están en tu camino, sino en el
camino de las personas que te rodean.
Las personas que he visto prosperar eran poco envidiosas, lo que les
permitía concentrarse en seguir hacia delante. Todo el tiempo que
pierdes echando zancadillas, no avanzas tú. Es posible que
ralentices el paso de los demás, pero el que más frenas es el tuyo
propio.
- ¿Y tú Ángela?
- Yo he hecho un repaso por las ideologías basadas en la envidia,
que tanto éxito han tenido a lo largo de la historia. Basta ver a muchos
líderes cuyos discursos se sustentan continuamente en hablar de lo
mucho que tienen los otros, y lo injusto que es. Que, curiosamente, es
injusto porque lo dicen ellos. Hay un paralelismo inevitable en quien
critica mucho lo que tienen los demás, y la incapacidad para dar
recetas para generar riqueza ellos. Cuanto más hable de reparto,
menos habla de crear.
Hay discursos políticos, que cuando los resumes en las bases sobre
las que se crean, se reducen al odio y a la envidia. Obviamente, todos
tenemos esos sentimientos dentro, y si viene alguien azuzándolos,
eligiendo un enemigo común, es fácil que nos identifiquemos con el
mensaje. Pero es un engaño absoluto, porque es imposible repartir lo
que no se ha creado. Y va contra el funcionamiento de la propia
naturaleza. Querer cosechar donde no se ha sembrado, termina por
convertir todo en un erial.
La gente que crea riqueza debería tener un lugar privilegiado en la
sociedad. Porque aunque no lo quisiera, esa riqueza acabaría
revirtiendo en su entorno. Aún el más egoísta de los creadores de
riqueza acaba mejorando a los demás, porque terminaría comprando
bienes como coches, o casas, o ropas, que darían que alimentar a
muchos otros. Mientras que el que no se ocupa de crear riqueza, y sólo
piensa quitársela al que la genera, tras un inicial y ruin reparto del
botín, se quedaría sin nada que repartir. Y, habiéndose acostumbrado
al mando y a disfrutar de la riqueza ajena, trataría de usar a los que le
rodean para vivir él mejor. Desde el momento que has justificado
quedarte con la riqueza ajena la primera vez, la segunda y siguientes
vendrán solas.
Lo más asombroso es que los que esperan lucrarse de esos
“repartos”, nunca llegan a recibirlos. Se cambia de dueños, no de
riqueza. Con la diferencia de que ahora ya nunca tendrán la
posibilidad de generarla, porque se ha consagrado el principio de
arrebatársela a quien la genere.
Hay gente muy generosa con el dinero de los demás. Que reparte
de forma fantástica el dinero ajeno, pero nunca el suyo. Siempre son
políticos que traen dos cosas a sus pueblos: promesas incumplibles y,
de resultas de éstas, mucha pobreza.
Hay muchos famosos que se tienen por muy buenas personas,
porque siempre están diciendo que hay que dar a unos o a otros. Los
entrevistan en la televisión, y siempre encuentran justificadísimo dar a
cualquier colectivo, cuyo conflicto esté de moda, pero si observas de
dónde quieren sacar el dinero para dárselo… nunca es de su bolsillo.
No les digas, “pues, ponlo tú, que tienes mucho más que la media…”
porque se te echarán encima como lobos salvajes.
Lo asombroso es que este cáncer mental está tan extendido, que
hasta millonarios “populares” dicen que hay que dar más a unos que a
otros, pero no con su dinero, que habitualmente tratan de escamotear a
la generosidad. Así podrás encontrarte a muchos millonarios, que van
de progres repartidores del dinero de los demás, y, que si los conoces
en su vida corriente, son codiciosos hasta límites difíciles de concebir.
La forma de repartir riqueza es crear sistemas en que se repartan
oportunidades. Crea un país donde no des pescados, sino que
repartas cañas. Que cada uno pueda tener su caña. El que no quiera
pescar, allá él. Y eso se hace procurando buena educación, que es la
que reparte los conocimientos y, por lo tanto, las oportunidades entre
la gente.

¡Qué distinto el mundo!


“Discúlpeme, no le había reconocido: he cambiado mucho”. Oscar Wilde
Leonardo decidió hacer algo que se suponía que no debía hacer, aunque
nadie le había advertido al respecto: bajar de la montaña al pueblo, que había
curso abajo del arroyo.
Lúa decidió unirse a la aventura, y ambos enfilaron la estrecha senda que
conducía a la aldea. A medida que bajaba notaba el olor a leña ardiendo en
los hogares, a vida organizada, a poste y alambrada, a vaca que da leche, a
pan en la mesa.
Nunca hubiera visto el mundo así, lleno de detalles que antes pasaba por
alto. Llegaron al pueblo, y caminaron entre la gente en silencio. Al pasar, los
lugareños miraban alternativamente a la perra y a su acompañante, con ese
aire relajado que desprendía Leonardo, y les enviaban unos saludos que
debían significar buenos días.
Leonardo miraba sus caras, en las que echó de menos la paz que
encontraba en el aula. Los coches llenaban las calles, que en otro tiempo,
seguro fueron patrimonio de peatones y caballerías, con su ruido a transporte
y a velocidad. Sintió que nada de ello era criticable, pero que debía verlo con
una cierta distancia, para que nada de aquello fuera su objetivo en la vida. Era
como ver un tenedor o una cuchara. Todo el mundo los usa, pero nadie se
apega a ninguno. Pero no era fácil convertir todo en tenedores y cucharas.
Comprendió que el día a día no sería tan sencillo como recibir historias,
pasear, e ir tranquilizando su interior en una fértil escucha.
Lúa enfiló la vereda de vuelta con la misma parsimonia que hacía casi
todo. Parecía que para ella todo era presente. Para ella no había un pasado en
el pueblo, ni un futuro en el monasterio. Había un ahora en el camino.

¿Vale igual cualquier semilla,


cualquier palabra?
“Tú verás que los males de los hombres son fruto de su elección; y que la
fuente del bien la buscan lejos, cuando la llevan dentro de su corazón”.
Pitágoras
La nueva reunión venía con la historia de cada día.
- Quizá penséis que el silencio y la escucha es suficiente. Es un
primer paso. Es la acción de roturar el campo, como ya seréis
conscientes. Estáis empezando a comprender lo que no es emitir, pero
aún falta saber qué es sembrar. Por eso hemos elegido la historia del
“agricultor escogido”. Que dice más o menos así:
Había una vez un pueblo de agricultores muy atareados, que habían
llegado a la conclusión que, para obtener buenas cosechas, debían
trabajar sin descanso.
Como no se habían tomado el tiempo suficiente para saber qué era
mejor o peor cultivar, sembraban todo lo que encontraban, con la
esperanza de que ésa fuera la mejor cosecha.
Salían con una carretilla de semillas variadas cada mañana, y las
esparcían por los campos, o las intercambiaban con sus vecinos, para
multiplicar las posibilidades de tener una producción abundante.
¡Y abundante era! Pero la mayor parte de lo cogido no alimentaba.
Bien era cierto, que lo usaban de igual forma para comida de los
ganados como de ellos mismos, y lo que más valoraban es que se
produjera pronto, para así poder realizar otra cosecha, y calmar su
hambre, como también que se anunciara en la televisión. Las semillas
que salían en la televisión pronto eran sembradas por casi todo el
pueblo.
Por entonces, había allí un vecino que se le ocurrió separar las
plantas por tipos, e ir probando los efectos que tenían en su salud, una
vez que las comía. Así pudo distinguir entre algunas que le mantenían
fuerte y vigoroso durante el día, otras que apenas parecían alimentarle,
y otras que incluso le causaban enfermedades y dolores, hasta el
extremo que, al comerlas por separado, alguna estuvo a punto de
costarle la vida. Pero aprendió que muchos de los problemas que había
tenido, eran debidos a haber ingerido esas plantas envueltas con las
otras.
Con el tiempo fue desarrollando un sentido más agudo para
reconocer plantas útiles para distintos fines en el bosque, y así poder
incorporarlas a su huerto. Para ello tuvo que desarrollar unas
habilidades que nadie le había enseñado:
- Saber encontrar lo nuevo y nutritivo entre millones de
plantas.
- Descubrir cómo vivía y se reproducía la planta, para
poder cultivarla. De nada serviría llevarse una planta, si se
moría por no saber cómo tratarla.
- Esperar al momento adecuado para cogerla. Si no estaba
madura, las semillas serían estériles, y si llegaba tarde, es
posible que los pájaros ya hubieran dado buena cuenta de ella.
- También respetar el ciclo de las plantas. Había algunas
que necesitaban de muchos años para empezar a dar fruto, como
los nogales. Si hubiera querido nueces el primer año, nunca las
habría tenido.
La gente del pueblo se reía de su huerta improductiva y ordenada, y
atribuían su buena salud a su genética generosa. Él los había dejado
por imposible.
De vez en cuando, pasaban por el camino que corría cercano a su
huerta algunos viajeros que, al verla, se detenían. Algunos de ellos le
pedían al agricultor que les enseñara su arte, y les diese algunas
semillas, para empezar ellos su huerta en su tierra. También, de forma
aún más esporádica, alguno de esos viajeros venía con semillas y
saberes nuevos, que intercambiaba con el labriego. Esos días eran de
fiesta, porque le ahorraban horas y horas de trabajo, incluso años,
además de recibir el ánimo de la compañía, cuando compartes un
mismo sueño.
Muchas tardes, cuando miraba a su huerto, sonreía al ver el sentido
que tenía su vida, y la relación que había establecido con la naturaleza.
Bueno… y hoy hasta aquí. Daos una vuelta por la finca y sus
alrededores, descubrid que en silencio las plantas tienen otro aspecto –
terminó, guiñándoles un ojo-.

El sabor de lo distinto
“¿Qué sería de la vida, si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo?”
Van Gogh
Lúa lo había ido a esperar a la salida de la clase. Hay pocas cosas que
alegren más que ver la cara de un perro cuando reconoce a quien espera,
moviendo la cola. Leonardo la abrazó, y ella, con cara entre resignada y
orgullosa, apoyó todo su peso contra él, como para decirle que el abrazo era
de los dos.
Fueron caminando hasta la cabaña, pero Lúa continuó hasta la parte de
atrás. Leo la siguió, y ésta le mostró unas plantas de fresas, que no había visto
antes, debido a que habían crecido unos arbustos al lado, que medio las
ocultaban.
Cogió una de las más maduras y se la llevó a la boca. Cerró los ojos, y
sintió la suerte de encontrar algo que no sabía que buscaba, y que le llenó de
frescor más sentidos de los que recordaba que le estimulaban las fresas.
Cuando abrió los ojos, la cara de Lúa parecía preguntarse qué le estaba
pasando. Leo alargó la mano y cogió otra fresa completamente roja, y se la
dio a Lúa. La masticó extrañada, y la tragó sin mucha convicción.
Estaba visto que el mismo libro, no sabe igual a todo el mundo.
A Leonardo le tocaba ahora dejar que el cuento diese su fruto en el
interior. Para ello visualizó los campos, y la lenta y poco comprendida labor
de seleccionar lo que nos llega. Algo que no podía compartir con nadie, le
dijo a Lúa.
La compañía de la perra comenzaba a hacerse casi imprescindible para él.
Su silenciosa presencia, la elocuencia de sus miradas, su extraña forma de no
obedecer órdenes, formaban parte de ese silencio que compartían.
Ésta, a veces, se situaba a una distancia desde la que podía vigilar la
mayor parte de la finca, y a la vez la puerta del aula. Leonardo la veía desde
su silla y sonreía, como se sonríe cuando ves que en tu buzón aparece la carta
de un amigo.
- Bueno, bueno… ¿Habéis encontrado las semillas que darán
mejor fruto? –preguntó la profesora con una jovialidad, que jamás
hubieran imaginado después de verla en la televisión o en los
periódicos-.
Warren tomó la palabra.
- Podríamos definir la economía como la gestión de los recursos
escasos. Y creo que lo que no tenemos muy “economizado” es nuestro
tiempo y nuestra capacidad mental. No los vivimos como lo escasos
que son. Ni nos va a dar tiempo a saber de todo, ni a conocer a todo el
mundo, ni a hacer ni la décima parte de cosas que nos hubiera gustado
hacer. Por eso tengo la regla de los 500.
Todos se inclinaron ligeramente hacia delante para saber de qué se trataba,
y es que pocas cosas captan más atención que una etiqueta bien puesta…
- Hace poco me pregunté cuántos libros iba a leer en mi vida.
Algo que la mayoría de la gente no se ha preguntado jamás. Pensé que
si leía una media de 12 al año, que es uno al mes, durante los próximos
42 años serían 504 libros. Algo que me situaría, probablemente, entre
el uno por ciento de la sociedad que más lee.
¡Qué fácil es estar entre el uno por ciento! -bromeó-.
Pero obviamente, libros hay cientos de miles, seguramente
millones. Lo fácil es leer libros intrascendentes, que no te aporten
nada, y te quiten de leer alguna de esas joyas que el ingenio humano ha
dado. Por lo tanto, decidí hacer una lista con los 500 libros a leer, y me
juré que jamás empezaría ninguno, sin que previamente hubiera sido
jerarquizado en esa lista.
Me he reservado un hueco al año para una novedad que haya
captado profundamente mi interés, pero siempre la dejo seis meses
enfriar, y si aún la quiero leer, entonces sí lo hago.
La regla de los 500 sirve para muchas cosas. Algunas veces no
serán 500 sino 100, o tal vez 1.000. Por ejemplo, ¿Cuántos viajes vais
a hacer? Pues elegid siempre lo que no os queráis perder, no siendo
que cambien las circunstancias, y la lista se vea truncada de repente.
Al igual que hay que saber invertir el tiempo, hay que acertar
invertiendo el dinero… dado que no lo tenemos infinito… hay que
priorizar, para obtener los mejores frutos.
Ahí lo dejó.
Steve levantó la mano, y con un gesto fue invitado a continuar.
- Hay algo que muchas veces me han criticado, y que ha llevado
a muchos a calificarme de huraño y también de desapegado. Odio los
lugares comunes en las conversaciones y las opiniones repetidas, y
todas aquellas que se ven que han tomado prestadas de otros. La
carencia de originalidad me sobrepasa. Prefiero a alguien sencillo con
opiniones propias, que a otros con apariencia de más cultos, con
pensamientos que no son suyos. Por eso la típica frase: “de toda
persona se puede aprender algo…” la encuentro incompleta. Debería
terminarse con un “siempre que le dediques el tiempo suficiente…”.
Como decía Warren, quizá todo libro tenga una idea genial, un
pensamiento valioso. Pero si me tengo que tragar trescientas páginas
para sentir que es así… no merece la pena leerlo, porque ese tiempo
dedicado a leer otro libro, me reportaría quizá quinientas ideas
geniales. Sé que suena como muy frío. Lo que ocurre es que, al final,
casi todo el mundo actúa de forma inconsciente, porque acaba
destinando el tiempo a aquello que más le gusta. ¿Cuántas horas de
media pasan las personas viendo televisión de programas
insustanciales, o contemplando eventos deportivos? Su selección es
ésa. Pero si luego esos mismos, cuya cultura se ha formado en base a
esos programas, quieren que tú les dediques una tarde, y ven que no te
interesa… les justifica para pensar que eres un cardo insociable.
Ocurre igual en las reuniones, y las ideas en la empresa. Tenemos
un lema:
¿Lo que me vas a proponer me va a sorprender? ¿A quién va a
sorprender tu idea?
Nos hemos comprometido a ser innovadores. Les dejamos el campo
de copiar al resto. Creemos que no es el camino de la grandeza.
Steve hablaba con una pasión intensa, como si cambiar el mundo fuera su
leitmotiv.
Leonardo levantó la mano y, ante una indicación de la mirada de la
profesora, comenzó a hablar.
- Yo me he visto como una esponja, que cada mañana amanece
vacía, y va a tener que recorrer el mundo. Todo lo que haga, cada
conversación, cada lectura, le va impregnando de su sustancia. Cuando
llega la noche esa esponja se escurre en un cuenco, y ése es el alimento
del cerebro, del corazón, de la vida en general.
Puede ser insustancial, tóxico o muy rico y nutritivo.
Si vas alimentándote de forma pobre interiormente, serás alguien
débil y manipulable, alguien sin peso para ti mismo. Por el contrario, si
la esponja retiene lo verdaderamente bueno, cada día será un paso
hacia delante. Lo que sí está claro es que la esponja no puede dar
más de lo que ha recibido. Si no te gusta lo que ves en el cuenco,
cuida lo que absorbes.
Ya antes de venir, trataba de evitar el consumo de información
chatarra, especialmente la vertida por la televisión, que sigue un
principio básico de fácil digestión y cierta capacidad adictiva, porque
lanza anzuelos a esa parte de la psicología que no quiero potenciar.
Y la culpa seguramente no es de la televisión, que simplemente nos
da lo que nosotros le pedimos. Si conocemos a una persona cotilla, y le
preguntamos qué información consume, nos daremos cuenta que es
sobre cotilleos. El problema es que los hábitos y los gustos son
contagiosos. Por eso nunca olvido que soy una esponja. Por lo que los
evito. Porque al final, seré lo que haya dejado entrar en mí, lo que
cada noche exprima como producto del día. Si el resumen de un año
son cuencos llenos de un líquido tóxico, habré, como mínimo,
desperdiciado ese año, cuando no, me habré perjudicado.
Es fácil caer en las trampas y convertirlos en hábitos. Cada día
debemos decidir de qué se llena nuestra esponja –concluyó, haciendo
un gesto como de escurrirla-.
- Oprah, ¿tienes algo para compartir?
- Pues sí. Hace años entrevisté a un hombre que parecía muy
apesadumbrado, al que llamé:

El hombre que tuvo prisa en hacerse


sabio
“El hombre corriente, cuando emprende una cosa,
la echa a perder por tener prisa en terminarla”. Lao Tse
Al menos eso repetía continuamente: “tuve demasiada prisa por
hacerme sabio”. Me contaba que, desde muy joven, le impulsaba un
intenso deseo de aprender lo más útil y relevante sobre la naturaleza
humana:
El sentido de la vida, cómo ser más feliz, cómo tener más éxito, el
mecanismo y la razón de nuestra conducta…
Y se lanzó con esa hambre a consumir todo lo que pilló por el
camino. Leyó muchísimo, escuchó a muchos pretendidos gurús y
maestros y, al final, terminó con la cabeza llena de teorías y
contradicciones. Se había dado cuenta de que había equivocado el
método. Cada nueva información la comparaba y mezclaba con lo
visto anteriormente, pero era incapaz de decidirse por ninguna. A todas
encontraba pegas, y trataba de completar unas con otras.
Sin embargo, todos los que le oían se maravillaban de su
conocimiento. Hasta que se dio cuenta de que había comportado como
un consumidor desesperado por comprar al inicio de las rebajas. Con el
dinero del entusiasmo en la mano, había entrado en los grandes
almacenes del conocimiento, y en los primeros montones de ropa,
había gastado casi todos los recursos. Una vez tranquilizado, y con una
bolsa enorme de prendas, que le costaba arrastrar, se había dado cuenta
de que las verdaderas oportunidades eran otras, no tan rebajadas en
apariencia, pero que podrían formar parte de su armario el resto de su
vida, frente a esas otras de rabiosa actualidad, que el año que viene
serían ridículas, pero que ahora no tenía más remedio que llevar.
Así que lo primero que hizo fue ponerse a dieta de conocimientos, y
comenzar a vaciarse. Nada sencillo, porque una vez que has abrazado
un conocimiento, te cuesta renunciar a él.
A mí me advertía que no tuviera prisa, que la vida nos da el tiempo
suficiente, si no descuidamos la tarea, sin necesidad de apresurarse.
Que aprendiera poco a poco, y practicara hasta saber distinguir el
grano de la paja, y que así, desde la experiencia, podría diferenciar lo
valioso, de lo superficial. Porque lo superficial copia las palabras de
lo profundo, pero no su esencia, y la práctica te deja vacía. Algo que
ocurre en todos los campos del saber, donde verdaderos sabios hay
muy pocos, pero imitadores prolíficos abundan a patadas.
- Bill, ¿qué nos puedes contar?
- Os quiero contar la historia del bibliotecario equivocado, que
me contó un profesor que tuve en la universidad, para hacerme
comprender que, en el conocimiento, el cuándo importa casi tanto
como el qué.

El Bibliotecario equivocado
“No hay mejor medida de lo que una persona es que lo que hace
cuando tiene completa libertad de elegir”. William M. Bulger
Cuentan que un viajero llegó a un pueblo donde descubrió a gente
extraordinariamente inculta. Al preguntarles si no habían estudiado
nada, le miraron como se mira al que habla del alimento que les causó
una indigestión. Todos odiaban leer. El viajero no podía entender
aquella unanimidad en el rechazo a la lectura. Visitó al alcalde, que le
dijo que hacía mucho tiempo, otro alcalde, muy preocupado por la
mejora del pueblo, había contratado a un sabio para que enseñara a la
gente. Además le habían dotado de un presupuesto casi sin
restricciones, para que hiciera la mejor biblioteca que se pudiera tener.
El sabio aceptó el cometido con mucha ilusión, pero pronto todos
aquellos que le visitaban rechazaban leer más. Ninguno quería seguir
leyendo.
El visitante no había oído hablar de ningún caso así en toda su vida,
así que fue a ver al bibliotecario.
- Hola. Soy nuevo en el pueblo, y me gustaría que me
recomendara un libro para leer, para entretener el tiempo que
pase aquí.
- Seguro que serás igual de burro que el resto de habitantes
del pueblo –comenzó resoplando-. ¡En la hora que vine a este
pueblo!
- Es posible. No lo sé. ¿Cuál me recomienda?
- Creo que debes empezar a leer a los clásicos, y no perder
el tiempo en lecturas absurdas, que a ningún lugar conducen.
No sonaba mal la propuesta, pensó el recién llegado.
- Aquí tienes, la Ilíada de Homero.
- ¿Y no tiene algo un poco… menos denso…?
- ¡Otro igual! No me equivocaba. Estáis todos cortados por
el mismo patrón. ¿Qué quieres, leer cosas sin sustancia que
entretengan tu tiempo, y atrofien tu mente?
- ¿Esto es lo que ha recomendado al resto de vecinos?
- Por supuesto. Me trajeron por sabio, no por payaso. Si
querían cosas divertidas, que hubieran traído a un cómico.
- ¿Usted daría de comer a un bebé un chuletón de buey?
- ¡Claro que no! No lo digeriría.
- Pues con la lectura ocurre algo parecido, creo yo –
argumentó el viajero-. Leer es un camino que nos conduce a
tesoros, pero si no se ama andar no se recorre ni un metro.
Todos los grandes lectores que conozco, y usted seguro que
no es una excepción, comenzaron por leer en su infancia y
juventud los mejores textos para esas edades. No sé, Julio
Verne, Jack London, Stevenson… para una vez dominado el
medio, aventurarse con lecturas cada vez más densas y
completas. Pero sin esos primeros pasos, jamás hubieran
recorrido el camino.
Ésa y no otra es la labor de un maestro. Saber seleccionar lo
mejor para cada nivel de madurez de sus alumnos. Despertar el
amor por cualquier materia de la que se quiera enseñar.
Cimentar la pasión, con la seguridad y la fluidez en el avance.
Hay muchos eruditos que están más preocupados de
demostrar que lo son, que de ser de ayuda a los demás, y luego
se quejan de que la gente no los entienda. Y recuerde, lo que a
usted le ha costado años entender, no puede pretender que otros
lo consigan en semanas. Lo obvio para usted, es complicado
para el que se inicia en cualquier campo.
- Pues si eso era lo que buscaban… deberían haber
llamado a un maestro de escuela, y no a un erudito de mi nivel –
respondió sin deseo de descabalgarse de su orgullo-.
- Efectivamente –repuso el viajero-. Un ciego, cogiendo
libros al azar, lo hubiera hecho mejor que usted.
Y se fue a explicárselo al alcalde, que lo despidió al día siguiente.
- Ángela, para terminar, ¿qué nos dices?
- Pues me he visto, y nos he visto a todos, con la responsabilidad
que adquirimos al recibir todo este conocimiento. Hay mucha cultura
vacua, que no ayuda más que a entretener el tiempo, y debemos ser los
que aportemos un puntito más. La gente cuando sale a cenar a un
restaurante un poco especial no pide lentejas con chorizo. Eso ya lo
come en casa cuando quiere. Buscan que les sorprenda el talento del
cocinero. No van a calmar su hambre, sino su capacidad de sorpresa.
Pero, como me advertía mi padre cada vez que cuestionaba algo de
nuestra ciudad… los que hoy mandan en la ciudad no van a recibir de
forma pacífica a una niña que los aventaja en talento. Para que no se
me olvidara, me contaba el cuento de

El pueblo del matemático


“Aparentar tiene más letras que ser”. Karl Kraus
Que decía más o menos así:
Había un pueblo, más allá de las últimas montañas de un país, del
que se tenían pocas noticias en la corte. Así que el rey envió a uno de
sus más cultos consejeros, para que lo visitara, hiciera un informe y, si
podía ayudarles en algo, lo hiciera, aprovechando el viaje.
Cuando llegó al pueblo vio que vivían en una razonable armonía,
pero era notable el retraso que tenían respecto al resto del país en
muchas materias.
Cuando preguntó quién se encargaba de enseñar a la gente, le
dijeron que habían tenido mucha suerte, porque hacía ya bastantes
años, llegó al pueblo un eminente matemático, que les ayudaba en
aquellos temas que fueran más complejos.
¿Un eminente matemático? Preguntó extrañado, al no haber oído
hablar de él en la corte. Les pidió que se lo presentaran, para así
conocerlo.
Cuando lo hicieron, precedido por esos epítetos tan grandilocuentes,
el matemático quiso restar importancia a la admiración del pueblo.
- Exageran –dijo, sin evitar mostrar la satisfacción de
volverlo a oír-. Cuatro cosillas que sé, y que dan más
importancia de la que tienen.
- La matemática es una ciencia nada fácil de dominar, y
muy útil. Así que no sea tan modesto, que seguro que lo dicen
con fundamento –trató de acercar posturas el enviado-.
- ¡Demuéstrele, por favor, al señor del gobierno, todo lo
que sabe! –solicitó uno entre la multitud-.
Petición que fue respaldada por vítores y aplausos: “sí, sí, sí, por
favor” –se escuchaba por doquier-.
- Quizá el visitante esté cansado, y no quiere que le
abrume con algo tan pesado como la matemática –trató de
hacerse de rogar de nuevo-.
Todos miraron al delegado del rey para ver su contestación,
esperando que aceptase, y pudiese deleitarse con su saber, como hacían
ellos.
- Al contrario. Ardo en deseos de conocer a un hombre
que ha hecho tanto bien al pueblo –invitó a su ego a expandirse-.
El matemático ahuecó el gesto, y comenzó:
- 1 x 1, 1. 1 x 2, 2… y así fue recorriendo la tabla de
multiplicar, como un cantante hubiera interpretado un aria con
la que se había hecho famoso.
Todos aplaudían cada remate de un número.
- También puede hacer divisiones de cabeza –apuntó uno
de los vecinos-. Pruebe, señor forastero-.
- ¡Cómo sois, cómo sois! –se hinchaba cada vez más el
sabio-. Pruebe, pruebe –invitó el matemático-.
- Bien –accedió un poco azorado el interpelado-. 586
dividido entre 32…
El matemático se tomó su tiempo, y dijo al fin:
- 18 con 3
Los aplausos llenaban la plaza.
Y el visitante, pecando de ingenuo, y sin ninguna mala intención,
preguntó.
- Muy bien, pero supongo que sabrá otras muchas cosas…
- ¿Como cuáles? –preguntó consternado el aludido-.
- No sé. Hacer raíces cuadradas, el teorema de Pitágoras,
las ecuaciones…
- ¿Raíces cuadradas? ¿Pitágoras? ¿A qué se refiere
exactamente?
- Bueno, las raíces cuadradas es la operación que nos
permite, partiendo de un número, encontrar otro, que
multiplicado por sí mismo, nos dé el primero. Por ejemplo, la
raíz cuadrada de 25 es 5, porque 5 x 5 es 25.
El matemático lo miró maravillado, pero, al ver esa misma
expresión en la cara de todos sus conciudadanos, un miedo atroz se
apoderó de él.
- Por supuesto –improvisó-. Lo que ocurre, es que yo
siempre lo llamé la multiplicación inversa… -trató de salir,
disimulando un torpe tartamudeo-
Algo que dejó ojiplático al emisario.
- Por eso le invito a cenar esta noche, y podremos tener
una interesante discusión matemática.
Cuando el forastero llegó a cenar, el matemático lo recibió con toda
la generosidad y boato, que albergaba la invitación que le había hecho.
A lo largo de la cena, el matemático le interrogó para saber cuánto
sabía. Pronto llegó a la conclusión, de que ni tenía edad, ni capacidad,
ni ganas, para aprender aquello que parecía dominar el visitante, a
pesar de que se ofreció, sin pedir nada a cambio, a enseñárselo, y estar
allí el tiempo que fuera requerido.
- Se lo agradezco mucho, pero lo veo totalmente
innecesario. Hasta hoy hemos vivido con lo que sabemos.
El funcionario quedó muy decepcionado, porque esperaba otra
respuesta. De todas formas, fiel a su cometido, al día siguiente salió a
la plaza del pueblo, y se dispuso a enseñar a su gente a hacer raíces
cuadradas.
- ¿Para qué sirve eso? –preguntó un escéptico, al ver que
el viejo y admirado matemático no se sumaba a su intento-.
- Pues para hallar, por ejemplo, la hipotenusa de un
triángulo rectángulo.
- ¿La hipote qué? –rieron, como sólo se ríe cuando se es
del todo ignorante-.
Nadie veía las ventajas de aprender algo tan abstracto.
Por fin apareció el matemático que se dirigió a sus vecinos.
- ¿Lo habéis visto útil?
Todos rieron la ocurrencia.
- Yo tampoco. Ha venido a inventarse unas matemáticas
que para nada sirven, y para confundir a los estudiantes que
tenemos. Mejor será “invitarle” a que se vaya.
Los vecinos que entendieron, esta vez sí, la ironía del profesor,
dieron una salvaje paliza al forastero, de resultas de la cual murió, al
tratar de cruzar las montañas, que le separaban del resto del reino.
Por eso, si dispones de un talento o unos conocimientos superiores a
la media, muéstralo en pequeñas dosis. Si quieres innovar y que te
sigan, hazlo partiendo del nivel de la sociedad a la que te diriges, me
decía mi padre, porque de otro modo, no te entenderán, y si alguien ve
amenazado su status, te perseguirá con saña, al no poder oponerse en el
campo en que le aventajas.
Y creo, por lo que voy conociendo, que todos nosotros hemos
tenido, pero sobre todo, vamos a tener muchos momentos de éstos en
nuestra vida.
Un gesto de reconocimiento recorrió el aula, trayendo a cada uno
episodios en que se habían pasado de listos, y las consecuencias que se
derivaron.
El movimiento de las sillas alertó a Lúa del final de la clase, y estimuló la
alegría de volver a ver a Leo. Su carrera, balanceando los carrillotes, le daba
una cierta comicidad al trote. Se habían convertido en dos grandes amigos,
que se esperaban y chocaban al caminar, para jugar a ver quién ponía su
manaza sobre el otro…
Leo había dormido de una forma extraña. Tanto silencio estaba
provocando que los sueños resultaran cada día más claros, como si fueran una
prolongación de la consciencia del día. Hasta el punto que, en aquella noche,
sintió ser consciente de sí mismo, en uno de ellos, como si hubiera
despertado, y se pudiera mover a su antojo, dirigiendo el sueño. Fue
inquietante, y a la vez cargado de una extraña electricidad.
Por eso, tanto ducharse como desayunar, lo había hecho más metido en el
presente. Veía sus movimientos, sus sensaciones físicas, como sutiles
pinceladas que antes le habían pasado desapercibidas. Era curioso, cuanto
más presente estaba, más relativa era la importancia del resto. Y con esa
sensación de presencia en sí llegó hasta el aula.
- Hoy os quiero advertir de una de las mayores trampas que se
han creado, y en la que una vez que se cae, es muy difícil zafarse –
comenzó la profesora-. De hecho, muchos que pasaron por aquí, no la
supieron sortear.
Las miradas de unos y otros se intercambiaban, tratando de adivinar el
peligro.
- Pero antes os voy a contar una historia, que lo ejemplifica
perfectamente.

Vendedores de seguridad
“Aquellos que cederían la libertad esencial para adquirir una pequeña
seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad”. Benjamin
Franklin
Había una vez un reino donde la población era rebelde, libre y
levantisca. Las personas se resistían a aceptar la autoridad de nadie que
se proclamase superior al resto. Sin embargo, de entre ellos había uno
que se tenía por descendiente de nobles, y pretendía convertirse en rey,
para así gobernarlos, vivir a su costa, que trabajaran para él, y lo
enriquecieran, apropiándose de las propiedades ajenas.
Lo había intentado todo, pero el deseo de libertad de la gente
parecía irreductible, y se concretaba en el lema que habían repetido
durante generaciones: “No quiero dirigir la vida de nadie, pero que
nadie dirija la mía”.
Ambicionando el poder, no paraba de darle vueltas de cómo hacerse
con el control de la sociedad.
Había oído hablar de un hábil consejero que encontraba fisuras en
cualquier rival, terminando por vencer casi todas las batallas. Su
nombre era Nicolás Masquiapelo. Lo mandó llamar y, una vez que
hubo llegado, le contó su propósito y su, aparentemente insalvable,
dificultad.
- Véndeles seguridad. A eso no se resiste nadie –fue su
primer consejo una vez oído-. Todas las personas tenemos un
pozo oscuro en nuestro interior que se llama “miedo”. En él
se ocultan numerosas palancas que nos atenazan. Lo único que
debes hacer es ahondar en el pozo ese de tu pueblo, y luego
ofrecerles el antídoto… la seguridad.
- ¿Seguridad? ¿Estás loco? ¿De dónde voy a sacar yo
seguridad, si no te puedo ni garantizar que dentro de un año esté
aquí?
- Pero ellos no lo saben. El principio básico de
manipulación humano es el siguiente: todo el mundo tiende a
creer que es cierto, aquello que quiere que ocurra. Así si
alguien quiere enamorar a una persona, tenderá a interpretar
como confirmaciones, cada palabra o gesto medio favorable que
ésta haga. El que no quiera trabajar, recibirá con agrado toda
promesa de pan, casa y sueldo gratuito…
- ¿Y qué podemos garantizarle que ellos quieran, y se lo
vayan a creer?
- Empieza por la paz. Inventa enemigos o créalos de
verdad, para que se sientan amenazados. Cuando la gente teme
por su vida, encuentra muchas razones para reclamar seguridad.
¿Y quién puede dársela? Tú y tu pequeño ejército.
Dicho y hecho. Reclutó un pequeño ejército, y con él atacó a un país
vecino del norte, procediendo rápidamente a replegarse en su castillo.
El reino vecino se armó inmediatamente para devolver el daño
recibido, atacando las zonas limítrofes, quemando casas y cosechas.
Los habitantes de esas zonas huyeron despavoridos hacia el castillo, en
busca de refugio.
El aspirante a rey los recibió con aparente generosidad. Al poco los
reunió y les dijo:
- Bien está prestaros seguridad, pero esto tiene un coste. A
partir de ahora, crearemos unos impuestos, que servirán para
tener un ejército, que proteja, de posibles ataques extranjeros,
vuestras vidas y haciendas. Y para ello, me daréis el diez por
ciento de lo que obtengáis de vuestras cosechas y ganados.
Los habitantes lo aceptaron para poder volver a sus casas. Mejor era
el 90% que nada. Al poco tiempo se dirigió al resto de habitantes del
reino y les dijo:
- Hemos sabido, gracias a nuestros espías, que países
extraños quieren invadir otras zonas del nuestro, para quedarse
con las propiedades y esclavizar a las personas. Debemos hacer
un ejército superior. Ya visteis lo que pasó en la zona norte…
La gente asustada transigió voluntariamente. Y ahí comenzó el
principio de la riqueza del rey, puesto que si él recaudaba diez, el
mantenimiento del ejército no costaba ni la mitad, y además tenía a
todo un cuerpo de personas armadas a su servicio, que podía utilizar
para intimidar a los reinos extranjeros, pero sobre todo a los
ciudadanos propios en caso de revuelta.
- Quiero más -dijo su codicia a Masquiapelo, que
inyectaba sus ojos de fuego como un tigre que ha probado la
sangre-.
- Deja a los ladrones robar por las casas. Crea luego la
policía, y eso te dará aún más control, y justificación para
recaudar más.
Así lo hizo. Subió los impuestos otro 10% y como, obviamente, la
policía no costaba ni la mitad, seguía llenando sus arcas del dinero de
sus ciudadanos.
- ¡Más! Esto es poco –volvió a reclamar-.
- ¿Qué es lo que más temen las personas?
- La muerte –repuso el rey-.
- ¿Y quién la trae?
- La enfermedad.
- Pues véndeles seguridad con su salud.
Y así lo hizo… Decidió crear un servicio nacional de salud para
atender las enfermedades, y eso justificó la subida de otro 10% en
impuestos. Algo, que siguiendo el mismo modus operandi…costaba
mucho menos, y lo enriquecía cada día más.
- Masquiapelo… ¡quiero más! –gritó sin contención-.
- Crea un cuerpo de trabajadores vitalicios a tu servicio.
Asegúrales que no les faltará el sueldo. Matarán por su
seguridad para defenderte, y…
- ¡No me lo digas! Que pagarán el resto de los
ciudadanos…
- Exactamente. Y por si aún quieres más… Véndeles la
seguridad a todos de que les prepararás para un mejor futuro
profesional. Crea un sistema de educación.
El rey rio la ocurrencia del Masquiapelo.
- Jamás pensé que fuera tan fácil… Puedo entender lo del
ejército, pero… ¿Por qué no contratan ellos a los profesores?
Les saldría infinitamente más barato.
- El miedo no hace cálculos, su majestad. Cuando yo
llegué, éste era un país de hombres libres… hoy no sabrían ni
sonarse los mocos sin una ley que les diga cómo. Hoy se creen
absolutos incapaces para organizar su propia vida.
- ¿Y cómo no ven la completa ineficiencia del sistema?
- Porque el miedo no les deja –sentenció-.
Pronto no sólo fue el rey, sino que los empresarios más potentes
comprendieron el mecanismo utilizado por el mismo, y comenzaron a
ofrecer trabajo a cambio de seguridad. La gente acudía en masa,
porque habían renunciado a su potencial. Como si alguien que tiene
una huerta, le dijeran que se la dejase cultivar al vecino, a cambio de
una mínima parte de lo que podría sacar él si la cultivara, pero eso sí…
sin esfuerzo y, sobre todo, ¡seguro!
El miedo se convirtió en el gran ladrón del talento del pueblo.
Porque el miedo extirpa la voluntad de actuar en contra, pero
desincentiva, cuando no inhibe completamente, al talento.
El país se volvió más pobre en la medida que el rey se hacía más
rico. Y aunque intentos hubo de revelarse, recordando su antigua
bravura, bastaba que el rey hiciera un comunicado, diciendo que fulano
quería poner en peligro su seguridad, para que el mismo pueblo lo
laminara. Cada uno miraba lo que temía perder, y eran incapaces de
calcular lo que les costaba.
Por eso os he contado este cuento… porque sois personas de
sorprendente talento, pero no sé si entre vuestras virtudes está la de la
valentía, que es la que hace posible que florezca el resto. Recibiréis
muchas ofertas para que tiréis del carro de otros, que os venderán algo
que no tienen: la seguridad. Seguridad que os garantizaréis, sin saberlo,
los unos a los otros de los que estéis uncidos al carro, jamás el que lo
lleva.
Y ahora… cabalgad sobre el cuento –les dijo concluyendo la
narración-.

No hay nada más seguro que una


cadena
“La seguridad es más que nada una superstición.
La vida es una aventura atrevida o no es nada”. Helen Keller
De nuevo Leonardo y Lúa se aventuraron fuera de la finca para pasear.
Lúa sólo llevaba un collar, pero sin correa. Se acompañaban mutuamente.
Se cruzaron con algunas personas que paseaban por los bosques. Al ver el
tamaño de la perra, y que iba suelta, algunos recularon, otros se apartaron del
camino hasta que Leo y Lúa hubieran pasado.
- Es curioso, Lúa. Les das miedo. Pero tú no haces nada para
provocarlo. Ellos traen el miedo de casa.
¿Y sabes una cosa? He visto asomarse una sombra en mi interior…
la del poder de inspirar miedo, una sombra resbaladiza que he sentido
como un brillo cortante en mis ojos, y que ha erguido mi postura. Una
mala sombra.
¿Te has dado cuenta de que somos amigos sin cadena, Lúa? que
tenemos que saber serlo así –dijo después de un buen rato de caminar
en silencio-.
Lúa lo miró sin recordar cuál era el tacto de una cadena, comprendiéndolo
a medias.

El mercado de seguridades
“El pueblo no renuncia nunca a sus libertades sino bajo el engaño de una
ilusión”. Edmund Burke
La reunión de la noche venía cargada de miedos superados o descubiertos,
de ansias de ser libres y arriesgados. Al menos a eso olía el aire antes de
llegar, a eso, y a azahar...
- ¿Un voluntario para empezar? –invitó la profesora-.
- Me gustaría contaros por qué decidí ser siempre libre –propuso
Steve-. Cuando yo era un jovenzuelo, en mi misma calle vivía un
conductor de trenes, que al verme siempre brujuleando en busca de
nuevas cosas me dijo:
- Te voy a contar la historia de

El maquinista sin vía


“Sólo es digno de libertad quien sabe conquistarla cada día”. Goethe
- Como sabes, yo trabajo en la compañía ferroviaria.
Siempre he disfrutado mucho de mi empleo. Cuando yo entré
había un conductor al que todos teníamos como referencia,
trabajador, simpático, resolutivo… Había resuelto tantas
situaciones difíciles, que la compañía le daba casi lo que pedía.
Él había decidido conocer todo el país, y raramente
permanecía en la misma ruta. Cambiaba de destino cada poco,
lo que le daba la oportunidad de visitar nuevas ciudades, nuevas
personas… más culturas.
Un día, con el paso del tiempo, me lo encontré triste.
¿Qué te pasa? –le pregunté-.
Que me he hecho consciente de la trampa –me contestó en
palabras de color gris-.
¿Qué trampa? –no podía imaginar ninguna-.
Que creía que era libre, y nunca he salido de la vía. La
trampa es la vía. Yo juego con ella, pero no puedo salir. Hay
mil veces más mundo fuera de las vías que dentro de ellas. Hay
muchas ciudades y pueblos a los que no llega el tren.
Nunca se me hubiera ocurrido que eso fuera relevante.
Al poco me contaron que un día, cuando el tren cruzaba una
pradera casi infinita, detuvo el tren y se bajó. Comenzó a
caminar hacia la puesta de sol. Los viajeros lo miraban como a
un loco que corre sin sentido. Él se dio la vuelta, y los vio
asomados a sus ventanillas, reconoció la locura que le había
caracterizado a él hasta hacía un rato, y los compadeció.
Hasta pasado más de un año no se supo nada de él.
Una mañana se presentó en las oficinas de la compañía, y les
contó que había descubierto unos territorios, que si se llevaba el
tren hasta allí, serían poblados de seguro, porque la tierra era
fértil y el clima benigno. La compañía hizo sus cálculos, y
accedió a la petición. Él mismo dirigió la construcción de la vía.
Cuando la compañía creía que se quedaría a vivir en esa
ciudad que él había contribuido a crear, de repente, otro día, se
volvió a bajar de nuevo del tren, y comenzó a explorar un valle
cubierto de tupidos bosques… y así una y otra vez. Nunca
conocí a un maquinista mejor. Era un maquinista sin vía. Y tú
me lo recuerdas.
Desde que mi vecino me contó esa historia –continuó Steve-,
trato de ver caminos donde otros no ven más que obstáculos;
veo ciudades donde aún no hay ninguna calle; y posibilidades en
las manos de las personas, donde ellos ven utopías.
Es posible que el silencio hubiera dado fuerza a las palabras de todos,
porque a medida que avanzaba el retiro, sus intervenciones producían un eco
mayor en el pecho de sus compañeros.
- Bill, ¿quieres seguir tú?
- Encantado –respondió-. ¿Sabéis una cosa? Hasta cierto punto es
normal, que la seguridad sea uno de los principales valores que se
inducen, por parte de quien aspira a mandar.
Si vosotros fueseis pastores, ¿qué preferiríais, un rebaño de
corderos o uno de leones? Pues quienes nos pastorean opinan igual.
Por eso todos los mensajes que se nos dan desde pequeños son
concurrentes con los miedos que se tienen. Los miedos se heredan con
la educación. Dibuja dentro de la línea… El orden es necesario, pero
el orden es el punto de partida para la creación, no el límite.
He visto a muchas personas reclamar más libertad y, cuando se la
conceden, asustarse de las consecuencias. Porque libertad sin
responsabilidad, es jugar a cargar a los demás con las consecuencias de
nuestros deseos. Y también he tenido que sufrir a grandes
“reivindicadores de libertad”, que, una vez que se hallan en puestos
con poder, se convertían en los más dictadores. Porque el poder de
decidir la conducta ajena, es una droga, a la altura de las más adictivas.
Lo curioso es que, cuando has convertido a tus leones en corderos,
lo serán también cuando te hubieran venido bien los leones. Por eso
desaparecen los imperios y las empresas: Sufren procesos de
corderización. Llega un momento en que un simple lobo les
atemoriza, y balan aterrados llamando al pastor, que no sabe nada más
que esquilar ovejas.
Ser pastor de leones exige mucho esfuerzo, pero también tiene
grandes recompensas. Obviamente, no todo el mundo está preparado
para serlo, por eso eligen la vía rápida: desde que llegan, les dan
alimento para corderos, y castigan cualquier arranque de leones, hasta
que olvidan lo que son.
Si quieres alcanzar éxitos, saca el corazón de león que tienen tus
empleados y compañeros.
La noche quizá invitaba a sentirse león.
- Oprah, ¿quieres aportar algo?
- Por supuesto –dijo sonriendo-. Creo que un mercado
gigantesco de seguridades es el de las relaciones humanas. Lo
queremos tener todo seguro, y hasta cierto punto tiene todo el sentido,
porque si quieres construir un proyecto a largo plazo, necesitas algunas
certidumbres…
¿Cuándo viene el problema? Cuando esa seguridad se convierte en
la trampa del descuido.
Las personas queremos tener horizontes seguros para bajar la
guardia de nuestras responsabilidades. Los habitantes de ese país del
cuento compraban seguridad, para no preocuparse ellos por hacerlo.
Eran estafados como lo son los que creen comprar un décimo de lotería
premiado a un tonto, en el timo del tocomocho. Los estafan por creerse
que son ellos los que se lucran.
Y pasa igual en las relaciones… acepto unas normas de seguridad
vitalicia, para garantizarme que el cordero o la cordera no marchan. Y
el otro extremo de la cadena que lo ata… llega hasta mi cuello.
Si un perro es más fuerte que su amo y lo lleva de una correa, y van
donde el perro quiere… ¿quién lleva a quién? ¿Quién es el dueño del
otro? Si el humano le tiene que comprar la comida que le gusta al
perro, porque si no, no la come, le tiene que sacar a pasear a la hora
que le dice, porque le ladra, le deja el lugar en el sofá que impone,
porque le gruñe… ¿quién es el dueño?
La seguridad es la principal causa de que se detenga la
innovación. ¿Para qué innovar si nos lo van a comprar de la misma
forma?
¿Para qué reconquistar a nuestra pareja si tendrá que estar a nuestro
lado quiera o no?
Los romanos lo tenían muy claro. Denominaban affectio maritalis a
la voluntad de continuar viviendo juntos, y la desaparición de la
misma, suponía causa suficiente para el divorcio.
¿No será mejor dar una razón cada día a la persona a la que
queremos, para que se quede a nuestro lado, a que la única razón
para que lo haga, sea que la ley le impide irse?
La pregunta que quizá nos deberíamos hacer todos, es si la
seguridad merece cualquier precio, por ejemplo, el de renunciar a
nuestro potencial, el de renunciar al potencial de quien nos rodea. ¿De
verdad necesitamos tanta seguridad, o nos han convencido de ello para
hacernos dóciles y asustadizos?
Si esto lo argumentáis frente a alguien que quiere tenerlo todo atado
y bien atado, os mirará como si viera a un enfermo mental. No
comprenderá que quieras arriesgarte a nada. No entenderá que nunca
ha habido grandeza, ni creación, sin riesgo.
Quizá el tema de la seguridad, normalmente opuesto a la libertad,
despertaba el recuerdo de profundas luchas que todos habían tenido. No
parecía éste un grupo de buscadores de seguridad.
- Leonardo, te toca.
- A mí me ha venido a la cabeza la fábula de

El preso decorador
“La puerta mejor cerrada es aquella que puede dejarse abierta”.
Proverbio chino
- Que cuenta la historia de un hombre al que metieron preso muy
joven. Al poco tiempo de estar allí y, una vez asumido su destino entre
llantos, decidió enfocarlo de la forma más positiva posible.
Existía la opción de trabajar tejiendo cestos a cambio de un salario
miserable. Así que a ello se encomendó, ya que las autoridades
penitenciarias, astutamente, habían permitido que los presos, con el
resultado de su trabajo, pudieran comprar muebles y distintos enseres,
que ellos mismos les vendían, para mejorar la comodidad de la celda.
El preso casi derramó el mismo número de lágrimas al estrenar su
nuevo colchón, que cuando entendió la duración de su condena, pero
esta vez de felicidad. Habían sido algunos meses de duro trabajo para
conseguirlo.
Redobló la dedicación y el esfuerzo para comprar un pequeño
butacón, y luego un televisor en color, así como un bonito edredón, y
unos cuantos cuadros, una alfombra… de tal suerte, que su celda
parecía una habitación de un modesto hotel. Y sin duda, la más
coqueta de la cárcel. Cada compra suponía un motivo de regocijo
interno. Pidió permiso para tener una pequeña parcela en el patio,
donde cultivaba algunas hortalizas, para la que fue comprando
herramientas, y hasta una pequeña caseta.
Al cabo de bastantes años, un día el alcaide le llamó, y le dijo que
su conducta había sido ejemplar, y que había redimido su pena. Que
mañana sería libre. Que el mundo le esperaba.
El preso recibió la noticia como se reciben las bombas en tiempo de
guerra. Su vida se caía como un edificio demolido. ¿Qué sería de su
cama, su alfombra, sus cuadros, y sus plantas de tomates, que aún no
habían dado la cosecha de este año?
Esa misma noche al ser conducido a su celda se volvió contra un
carcelero, y le golpeó hasta dejarlo inconsciente.
Su pena se amplió otro gran número de años.
Y al pasar su mano esa noche sobre su mullido edredón, sintió que
un hombre debe luchar por aquello que le pertenece, que ninguna
justicia podría arrebatarle todo por lo que había luchado, y dejado la
salud y la vista, durante todos esos años.
Muchas veces, quizá no nos damos cuenta, de que lo que estamos
haciendo, es decorando nuestra cárcel, en vez de luchar para
liberarnos. Cuantos más adornos le pongas, más preso estarás. Me
pregunto, si esta sociedad consumista , no será un gran mecanismo,
creado para que ratones impulsen una rueda, que no va a ninguna
parte.
Así concluyó Leonardo.
- Ángela, ¿qué te ha venido?
- Pues yo he repasado, no sólo la construcción de las sociedades
en base al miedo, sino también las relaciones internacionales. ¿Cuántas
alianzas hay basadas en el miedo? El miedo militar, el miedo
comercial, el miedo social, religioso… los países se asustan entre ellos
en vez de colaborar, se enseñan los dientes, cuando no, directamente,
los clavan en forma de guerras. Por eso existen las fronteras, para
establecer el límite al miedo. Un límite ficticio, como ficticias son las
fronteras, que sólo son visibles a los ojos de los prejuicios.
Igual que hay políticos que hacen toda su política en base al miedo.
Hace un tiempo oía a un líder decir: El miedo va a cambiar de bando.
Pretendiendo con ello animar a los suyos, y tratar de asustar a los
adversarios. Lo que no podían imaginar los que le reían las gracias es,
que cuando el miedo es la moneda de cambio, ésta se dirige contra el
divergente, que el miedo y la represión se volvería contra cualquiera
que le cuestionara lo más mínimo, convirtiendo la política de ese
sujeto en una extensión de las amenazas y las represalias contra
cualquier opositor.
Con el miedo sólo se construyen infiernos, y el infierno, eso sí, es
un lugar muy seguro.
- Felipe, ¿quieres añadir algo?
- Me gustaría contar una anécdota, que me ha servido de
impulso, frente a la tentación del “territorio seguro”. Cela, un
escritor español, cuando se fue a vivir a Madrid para forjarse una
carrera, recaló en una pensión acorde al dinero de que disponía. Por
aquel entonces: cien pesetas al mes.
El tiempo pasaba, y Cela siempre encontraba excusas para no
buscarse la vida de forma decidida.
En ese momento tuvo una ocurrencia que le salvó, y que
probablemente le convirtió en el escritor que luego fue:
Se cambió a una pensión mucho mejor, cuyo coste mensual, era
nada menos que el doble: doscientas pesetas. Ahora no la podía pagar
con sus recursos.
¿Qué le tocó hacer?
Trabajar y encontrar soluciones, para reunir las cien pesetas que le
faltaban. Salió de la seguridad y encontró la gloria.
Desde ese momento, salir de mi zona de seguridad es una norma
que nunca desobedezco. A lo que suelo añadir una pregunta que me
clarifica el análisis:
¿Lo que vas a hacer te acerca o te aleja de tu objetivo? Todo lo
que no me acerque a él, es una cárcel, por atractiva y oportuna que
pueda resultar. A Cela, una pensión de cien pesetas, le alejaba de su
objetivo de ser escritor. A otros será un proyecto muy interesante, una
“oportunidad única”, un miedo no resuelto, un supuesto ámbito de
seguridad…
Más de uno rio la ocurrencia del escritor. Quizá no era mala palanca, la
necesidad, para estimular el talento…
- Warren, creo que sólo quedas tú.
- Yo he tomado la decisión de dar respuesta a la estupidez
humana. ¿Quieren seguridad? Pues se la daré. Construiré un mundo
donde sientan que pisan de forma más firme que por otros caminos.
He comprobado que quizá la pregunta que más se hace la gente, y
sobre todo, en temas de dinero, es la siguiente: ¿Es seguro?
Pregunta absurda, porque habría que contestarla diciendo: depende
de lo que cambien algunas variables que determinan el resultado. Pero
ellos quieren oír: sí. Así que me concentraré en los medios y negocios,
que más puedan acercarme a ese sí que me reclaman.
Y no sólo hay que dar seguridad, hay que dar una imagen que vaya
en consonancia. El comportamiento predecible, la vida “sensata”…
innovaré en mi campo, siendo el gran proveedor de seguridades.
De todas formas, hay algo que me resisto a comprender, aunque lo
veo a diario. La gente se empeña en creer que hay cosas gratis.
Como esa seguridad que buscan en el estado. Nada, absolutamente
nada, es gratis. Tendemos a llamar “gratis” a lo que pagan los demás.
Y, de hecho, todo lo que nos parece gratuito suele ser aquello por lo
que pagamos un precio más alto. No hay nada más liberador que la
etiqueta con el precio de cualquier bien. Eso te permite saber cuál es su
valor en el mercado.
Si un médico me cobra X por una consulta puedo valorar si es caro
o barato, pero si no me cobra, y lo pago de forma indirecta a través de
impuestos, nunca sabré lo que me está costando, y la tentación para
que ese servicio se convierta en un sistema de llevarse dinero, los que
lo organizan, es imposible de evitar.
Si alguien os dice “gratis”… ¡salid corriendo! –terminó con tono
burlón-.

El tiempo pasa, incluso en el paraíso


“ALICIA: "¿Cuánto tiempo dura lo eterno?" CONEJO: "A veces, apenas
un segundo". Lewis Carroll
Tendemos a creer que lo bueno durará para siempre, como forma de
excitar el optimismo, de la misma manera que decimos que no hay mal que
cien años dure, para acortar el límite de la desesperación. Por eso, cuando
algo nos gusta mucho, suele terminarse con un “¿ya?”, que muestra nuestra
sed de más.
Los días se habían sucedido, y los cuentos, las reflexiones y su
interiorización, de tal forma que, Leonardo y sus compañeros, no volverían a
ser jamás las mismas personas.
Desde el último día que los dejamos, a éste que ahora escribo, pasaron no
pocos, con suficientes historias como para llenar otro libro, que nadie
descarta escribir, de la misma forma que, tampoco amenazamos con hacerlo.
Lo que sí se consolidó fue la amistad entre Lúa y Leo, que hicieron del
silencio y del sosiego una forma de entenderse. Llegó un momento, que no se
podía ver a uno sin el otro, convirtiéndose en el binomio y la anécdota de esta
promoción. Lúa había migrado, con esa testarudez propia de los mastines, a
vivir a la cabaña de Leonardo, comenzando por el porche, sin pedir permiso.
Y una vez allí, a base de mostrar miradas lastimeras, que ni el más duro de
los corazones habría resistido, terminó por encontrar acomodo en un rincón,
desde el que sentía el relajado respirar de Leo. No correspondía esa paz con
igual moneda, porque no eran aisladas las veces que Lúa roncaba,
deshaciendo el encanto que esa “perrita” de cincuenta kilos tenía.
Quedaban, cuando retomamos la historia, sólo dos días para terminar su
paso por el monasterio. Hecho que aún no sabían, porque nadie les había
dado un calendario.
- Bueno –comenzó la profesora-. Hoy es el penúltimo día de su
estancia aquí.
En ese momento, y aunque el tiempo había calmado las ganas de hablar,
hasta volverlos irreconocibles, el resto de lenguaje no verbal se expresó con
rotundidad, manifestando la tristeza y desencanto, que la noticia les producía.
- Veo que no se alegran, y en buena parte eso nos recompensa.
No debieron estar mal seleccionados, cuando así sucede –y sonrió,
como se sonríe de forma sincera, cuando ves a alguien, a quien quieres
dar los primeros pasos de un camino promisorio-. Este lugar, igual que
un libro, no puede ser un destino, sino un puente hacia la vida real,
donde ocurren las cosas reales, que afectan a las personas de carne y
hueso.
Os voy a hacer una pregunta:
¿No os ha sorprendido el hecho, de que ahora casi todos contáis
cuentos, para explicar lo que os sugiere cualquier información o
pensamiento que os llega?
Era cierto. Ellos mismos habían ido comprobando cómo se producía esa
metamorfosis en su interior y en el de sus compañeros.
- En el fondo de todos nosotros hay cuentos esperando a salir, y
huecos que esperan cuentos ajenos, para entender lo que nos ocurre. El
lenguaje de los cuentos es el más universal que existe. No ha habido
gran maestro de la historia de la humanidad, que no enseñara contando
cuentos e historias. Todas las culturas han transmitido sus más
profundos y útiles saberes a través de los cuentos.
¿Creéis que alguien recordaría a Shakespeare, si en vez de fábulas
en forma de teatro, nos hubiera dejado extensos tratados sobre los
celos, la traición, el poder o el amor? ¿Qué sería de la enseñanza de
Platón, sin el Mito de la Caverna, que nos lo acercó? ¿Qué es El
Quijote, más que una sucesión de cuentos, que van desnudando el alma
humana, a través de una máquina doble de hacer radiografías, como
son el propio Quijote y Sancho, y que gracias a ellos, quien lo
comprende, entiende el modo y proceder de cualquier ser humano?
Como el mismo Cervantes decía en la segunda parte del libro, que
su lectura “es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los
niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los
viejos la celebran”
Esa es la sencilla profundidad de los cuentos, como elementos de
transmisión de conocimiento, van calando en ti en la medida que estás
preparado, y así se convierten en una clase de medicina, que puede
administrarse a muy distinta gente, que cada uno tomará de la fábula,
la sustancia que en ese momento necesite. Un mismo cuento, si es
bueno, no sólo significará cosas distintas para cada persona que lo
escuche, como bien habéis podido comprobar, sino que una misma
persona, en dos momentos diferentes de su vida, hará lecturas dispares.
Esperamos que ésta sea la primera de muchas visitas a este
monasterio, como ha sido el caso del profesor que me precedió, y el
mío. Hasta ahora nos hemos denominado profesores, pero no solemos
llamarnos así.
Un gran maestro de la narración, R. L. Stevenson, como bien sabéis
autor de La Isla del Tesoro, y el Extraño Caso del Dr. Jekyll y el señor
Hyde, entre otras, terminó viviendo en Samoa, donde los aborígenes le
“bautizaron” con el nombre de Tusitala, que significa: “el que cuenta
historias”.
A eso aspiramos nosotros aquí, a convertirnos en verdaderos
Tusitalas, y a que vosotros lo seáis, y con ello esparzáis el
conocimiento que el mundo necesita, para impulsar a la humanidad,
desde los lugares visibles que ocuparéis.

¿Con qué autoridad moral me hablas?


“En lo tocante a la ciencia, la autoridad de un millar no es superior al
humilde razonamiento de una sola persona”. Galileo Galilei
Hay algo que cambia completamente el poder de un cuento, y de
cualquier comunicación, y es la autoridad moral con la que se expresa.
El verbo es una herramienta poderosa que, siempre que no la hayas
desvirtuado, puede cambiar estados de ánimo y comportamientos. Hay
personas que arrastran traumas durante su vida, simplemente por lo
que una vez les dijeron, u otras que se atrevieron a grandes retos,
porque les llegó la palabra de ánimo en el momento que dudaban. Pero
no es lo mismo que lo diga una persona que otra. La autoridad moral
carga de valor o devalúa las palabras.
¿Imagináis a una persona obesa dando charlas de dietética? Nadie
que lo escuchara, se sentiría movido en esa fibra interior que te lleva a
tomar resoluciones.
Da igual que lo que dijera fuera completamente cierto. Lo estaría
diciendo sin la fuerza del que ha comprendido algo. Y eso se nota.
Así pasa con mensajes para emprendedores dados por funcionarios,
o de dirección de personas, por alguien que jamás se haya tenido que
enfrentar a la difícil tarea de liderar a grupos humanos, con la presión
de obtener unos resultados.
La historia de la comunicación humana es una sucesión de ciegos
guiando a ciegos, de gente que repite lo que ha leído, de otro que a su
vez ha hecho lo mismo, salpicado afortunadamente, eso sí, de
verdaderas joyas, creadas por personas con auténtico conocimiento
vivido y experimentado de lo que están hablando.
Eso es nuestro objetivo. Convertirnos en reflejo de nuestras
palabras, y que éstas lo sean de nuestra vida. Por eso no buscamos a
eruditos de biblioteca sin vida real sobre las materias. No buscamos a
cobardes hablando de heroicidades, ni aspirantes a dictadores, dando
discursos sobre la libertad.
Por eso, las estancias aquí son tan limitadas, porque el trabajo está
fuera. Y el billete de vuelta será la riqueza interior que acumuléis.
Vuestra vida será la que llame de nuevo a la puerta, o no lo haga. Y la
vida habla con una voz tan alta, que impide oír a las palabras. De ahí
otro de nuestros lemas: Obras y silencio.
Es muy fácil decir “yo soy esto o lo otro”, mucho más difícil es
serlo de verdad. Y lo más curioso es que cuanto más lo seas, más
fuerza tendrán tus palabras. Las personas que nos impactan de verdad,
son aquellas en que lo que dicen y lo que hacen están alineados. El
resto, sólo impresiona a otras personas que a su vez carecen de
experiencia, y son tan ciegos como los que los conducen.
Por eso nuestro gran reto: el mundo necesita personas que, aun
sabiendo esto, aprendan a conducir a ciegos, teniendo ellos los ojos
abiertos. Pero si en el país de los ciegos, el tuerto es rey, ¡qué no
será el que ve con los dos ojos! La tentación de lucrarse de ciegos es
inmensa. Así está el mundo lleno de pillos, que aprovechan la
ignorancia de la gente, para abusar de ellos.
De ahí, que debáis ser los que creen otras oportunidades, pero sin
parecer demasiado sabios, ni demasiado capaces, porque os
rechazarían.
Y además hay que respetar el libre albedrío de las personas. A nadie
puedes obligar a mejorar. De ahí la extraña magia de los cuentos.
Los cuentos tienen un poder especial porque entran por un canal
directo hacia el interior de su esencia. El deseo de escuchar cómo
continúa la historia, provoca que no ofrezcas resistencia a seguir
oyendo el mensaje. Querrás saber el final, de la misma forma que si
dejas una película a la mitad, continuamente acude a tu mente la
pregunta de cómo terminará, y para saberlo, debes escuchar hasta el
final. Lo que hagas después con el mensaje es cosa tuya, pero de
momento, te ha llegado.
No es fácil la tarea. Pero hay pocas tan gratificantes.
Quedan sólo dos días, y hemos reservado una historia para hoy, y
un esquema de trabajo para mañana, con la intención de facilitaros el
éxito en todo lo que emprendáis, que, a juzgar por vuestras ganas, será
mucho.
Así que no me demoro más, y comienzo con la historia.

La balanza de los cinco brazos.


“Más cuesta mantener el equilibrio de la libertad que soportar el peso de
la tiranía”. Simón Bolívar
- Cuentan, que había un sabio llamado Mahatma Jhavi, que
nunca había admitido discípulos a lo largo de su vida, a pesar de ser
muchas las solicitudes al respecto, que le habían llegado.
- Cuando tenga algo que enseñar, lo haré. Mientras tanto,
debo vivir lo que voy aprendiendo, no siendo que muestre el
camino al precipicio, en vez de ser de ayuda –explicaba a todo
el que le urgía en la tarea de enseñar-.
Un día, en la plaza del pueblo donde vivía, apareció un cartel:

La noticia se extendió como plaga de pulgas, saltando de una


persona a otra hasta lo más recóndito de los confines, picando en el
interés y misterio que ese maestro había suscitado durante toda su vida.
Todos los que tenían alguna inquietud espiritual, y también los que
querían ser reconocidos como genios o aspirantes a maestros, sintieron
que ésta era su gran oportunidad. Si el gran Mahatma Jhavi los
admitía, el mundo debería rendirse.
El mismo pueblo se engalanó, hasta donde las arcas municipales
pudieron soportar, para recibir a todos los aspirantes el día de la prueba
de admisión.
Los habitantes del pueblo se reunieron en la plaza para escuchar a
los cinco últimos candidatos.
El Mahatma se sentó en el suelo atento a lo que podían decirle.
El primero en intervenir fue Karmadharma, venido de las
estribaciones del Tíbet.
- Si tuviera que elegir uno sólo de todos los elementos que
conducen al éxito –comenzó silabeando bien las palabras, para
ir generando más interés-, sin duda, escogería la ACTITUD. La
actitud transforma la realidad, son las gafas de colores que nos
hacen ver lo que nos ocurre, de manera distinta. Si te pones unas
gafas oscuras, todo tu mundo serán tinieblas, pero si eliges unas
con tonos vivos, todo será una invitación a ser feliz. Somos
como gigantes dormidos, la actitud es lo que puede hacer que
pongamos en movimiento nuestra enorme fuerza, o sintamos
que la vida o cualquier tarea son un peso insufrible.
Alguien dijo una vez: Si tuvierais fe como un grano de
mostaza, le diríais a esa montaña –y señaló a una que se veía
desde la plaza-, muévete, y la montaña se movería.
Esa fe es la actitud. Podemos elegir mover montañas o no. El
poder lo tenemos.
Cada mañana, la vida nos da la opción de levantarnos, y
escoger la actitud para el resto del día. Las dificultades que
encontremos, serán nuestras montañas, que nos detendrán o
serán apartadas por nosotros.
¿Veis, como no hay nada mayor que la actitud? ¿Qué puede
ser más importante que la capacidad de mover montañas?
El orador se sentó entre aplausos de la audiencia, que nunca había
considerado a la actitud como algo tan determinante.
Mahatma Jhavi se levantó y dijo:
- Por hoy vale. Dejemos que sus palabras resuenen en
nosotros, y sintamos el efecto que causan.
De entre los que escuchaban, había un joven herrero que regresó a
casa conmovido.
- ¡Qué interesante ha sido! ¡Tenías que haberlo oído! ¡Qué
sabio tan grande el que nos ha hablado hoy! –le dijo a su mujer,
preso aún de la emoción-.
Se me ha ocurrido colgar de una cadena un gancho en el que
colocaré un cubo. Cada mañana, si tengo la actitud adecuada,
pondré una pequeña piedra. Y, si al llegar a la noche, sigo
estando así, la dejaré dentro, pero si mi actitud cambió a lo largo
del día, sacaré ésa y otra. Cuando haya llenado el cubo, sabré
que puedo mover montañas.
- Por favor, Alí –protestó su mujer, en tono más que
resignado-. ¡Tú y tus inventos! Me vas a volver loca. Ahora un
cubo con piedras… Como se enteren los vecinos, creerán que
estás loco.
Alí pensó que esa actitud era la primera montaña en su camino, así
que la apartó de su mente, y no permitió que la emoción de su mujer le
contagiara. Miró a su esposa con comprensión, pero comenzó a
fabricar su “máquina de la actitud”.
A la noche siguiente se reunieron aún más vecinos que la anterior,
para escuchar al segundo candidato.
Se llamaba Rostropovre, y era un eremita que vivía en la estepa
rusa. Comenzó así:
- El verdadero secreto del éxito es el TALENTO. Lo
descubrí de muy joven. Mi gran sueño era ser un gran pintor, y
acudí a los mejores maestros para aprender de ellos. No había
mañana que me levantara y que no soñara con serlo. Le
dedicaba horas, me esforzaba… pero el tiempo pasaba, y mis
cuadros continuaban siendo mediocres. Insistí e insistí, pero no
hacía más que repetir mis pobres resultados.
Un día, uno de los más talentosos maestros se acercó a mí, y
me dijo:
- Me gustaría preguntarte algo: ¿Por qué quieres ser
pintor?
- Porque había un pintor en mi pueblo que nos maravillaba
a todos con su arte.
- Y, ¿tú en que maravillabas a la gente?
Lo tuve que pensar un rato, pero me di cuenta de que siempre
arreglaba todos los artefactos del pueblo cuando se rompían.
- ¿Y cómo te sentías cuando lo hacías?
- Muy bien. Es una sensación extraordinaria que te lleguen
con algo roto, y tú se lo puedas devolver funcionando.
- No quiero desincentivarte de la pintura, sino invitarte a
reflexionar sobre dónde daría más fruto tu talento –me dijo
aquel gran pintor-.
Comprendí en aquel momento que el secreto del éxito era
encontrar el talento que todos tenemos y cultivarlo. Quien no lo
hace… cultiva en terrenos arenosos, donde nada bueno puede
fructificar. Empeñarse en sacar agua de una piedra es absurdo.
Como dicen en mi pueblo: no trates de enseñar a cantar a un
cerdo. Pierdes el tiempo, y aburres al cerdo.
Por eso, el primer paso hacia el éxito es descubrir el talento
que albergamos en nuestro interior. La actitud está muy bien,
pero mal dirigida te entierra más que te eleva –dijo lanzando una
mirada al orador de la noche anterior, que se revolvió en su
sitio-.
¡Encontrad vuestro talento, y éste os llevará al éxito! –
concluyó-

Todo el pueblo aplaudió a Rostropovre, que, con una inclinación del


torso, agradeció el reconocimiento.
Mahatma Jhavi había escuchado con interés esta intervención, y de
nuevo volvió a convocar al pueblo para el día siguiente, encargando a
los asistentes que hicieran suyas las palabras del sabio, para conocer
los efectos de las mismas.
Alí volvió a casa tan emocionado con el discurso, como confundido
con lo verdaderamente importante a la hora de conseguir el éxito.
Ahora ya no sabía si era más importante la actitud o el talento, para
conseguir lo que se propusiera.
- ¡Lo tenías que haber visto! ¡Qué sabio nos ha hablado
esta noche! Resulta que lo que nos dijo el de ayer, no tiene nada
que ver con lo que he escuchado hoy.
- ¡Pero ayer decías lo mismo, borrico! –le reprochó su
mujer-.
- Es verdad –reconoció-. Y además esta mañana cuando
me levanté, hice el propósito de tener una actitud positiva, y me
ha servido durante todo el día. No puede ser mentira lo que nos
dijo.
- ¿Lo ves? Cada tontería que te cuentan, te alucina.
Alí no era hombre de rendirse fácilmente, y se le ocurrió una idea
para ir probando cuáles eran los efectos de cada enseñanza, y así hablar
desde la experiencia, y no desde la especulación.
Soldó una barra a la cadena de forma horizontal, y a cada extremo
colocó un gancho, del que a su vez pendía un cubo a cada lado.
Cada día que mi actitud sea positiva, seguiré con mi regla de echar
una piedra o sacar dos si no lo hago. Del mismo modo, cada día
dedicaré al menos una hora a un talento que tenga sobresaliente, y
seguiré la misma norma: una piedra si lo hago, dos fuera si no –se
comprometió consigo mismo-.
Ahora le faltaba saber cuál era un talento en que sobresaliera. Así
que fue a preguntárselo a su mujer.
- Quiero que me hagas un favor –comenzó-. Que pienses
durante unos minutos, y me digas en lo que soy realmente
extraordinario.
La risotada de la mujer se oyó por toda la calle.
- ¿Extraordinario? Como herrero, ya te digo que no. Y no
necesito ningún minuto para contestarte. Tienes una capacidad
sobrehumana, pero sobrehumana, para no pensar, para quedarte
con la mente en blanco –añadió con sarcasmo-.
Pero, ¡eso era meditar! –pensó Alí-. Ni se le hubiera ocurrido. Quizá
mi talento es meditar –comenzó a dar vueltas a la idea-. Desde hoy
dedicaré al menos una hora al día a meditar. Y para poder poner la
primera piedra, comenzaré esta misma noche.
Así que subió a la azotea de su casa y, mirando a la luna, trató de no
pensar en nada.
Un enjambre de pensamientos le acudía a la mente, contradiciendo
la supuesta facilidad con la que le había descrito su mujer. Pero no se
rindió. Si había dicho una hora, estaría una hora, para poder echar su
piedra al cubo del talento.
Alí esperaba a la siguiente noche para escuchar al próximo sabio,
para ver si confirmaba las teorías anteriores, o añadía una nueva.
Los habitantes del pueblo volvieron a responder con la misma
expectación que en los días anteriores.
- Hoy tenemos entre nosotros –comenzó Mahatma Jhavi-.
Al gran Todolosabepoulus, que viene desde Delfos, Grecia.
- Soy de una tierra fértil en sabios. Cuando nace un niño
en Grecia, los padres lo miran para saber si han alumbrado a un
sabio, o será portador de una tragedia. Unos y otros nos enseñan
por distintos caminos –y se detuvo para dar un giro teatral a su
presentación-.
Toda la plaza estaba expectante.
- Estas dos noches he escuchado con interés a los que me
precedieron, y me han parecido muy interesantes –se adivinaba
la crítica en el pobre elogio que les bridaba-. Y me recordó la
historia que enseñan a los niños en mi pueblo, sobre el guerrero
de Corinto, y que dice más o menos así:
Nació un niño en Corinto que pronto destacó entre todos por
su fortaleza y destreza. No sólo sus padres, sino también el resto
de la ciudad admiraban sus capacidades para la lucha, lo que le
motivaba a perseverar en la mejora de su talento natural. Desde
muy pequeño se convirtió en el campeón de su generación. Su
disposición a fortalecerse era máxima, y alternaba el levantar
piedras, con correr por los montes que rodeaban la ciudad. Al
llegar a la juventud, no había en toda Corinto ningún adversario
que resistiera su fuerza en combate.
¡Por fin tendrían un campeón para enfrentarse en las
olimpiadas a los fanfarrones guerreros de Esparta!
Cuando llegó la fecha de los famosos juegos, buena parte del
pueblo acudió a ellos, convencidos de traerse los laureles en
aquella ocasión.
Esa confianza se redobló al ver al oponente que le había
correspondido en la primera ronda: un espartano, casi una cuarta
menor de alto y de ancho, que su acreditado luchador.
Al salir a la arena el corintio casi sintió lástima del espartano.
Fue hacia él con la confianza de la imbatibilidad, que le
acreditaba su currículum. Agarró al oponente de los brazos, y se
dispuso a voltearlo. Cuál no sería su sorpresa, cuando un hábil
movimiento de éste, provocó que se viera a sí mismo con un
brazo a la espalda, retorcido hasta el límite de la luxación, y
provocándole un dolor que no había sentido nunca.
Suplicó que no se lo rompiera, y se rindió en la primera
prueba.
La alegría de sus seguidores enmudeció hasta que uno de los
más animosos gritó:
- ¡Aún queda la lucha de espadas! ¡En ésa vencerá!
Los aplausos volvieron a la grada como regresan los ánimos
de un náufrago al ver una vela en el horizonte.
Aquí Todolosabepoulos volvió a hacer una pausa para beber agua,
aclarar la garganta, y recorrer con su mirada los ojos y la ansiedad de
su público.
Esta vez no se fiaría –se conjuró el corintio-. Estaría alerta desde
el primer momento.
Asió fuertemente la espada, y se lanzó sobre el espartano que, con
un simple movimiento de muñeca, lo desarmó. De dos pasos se plantó
frente al gigante, y le puso la espada en el cuello, antes de que pudiera
explicar qué estaba pasando. Un movimiento más, y la carrera y la vida
del hombretón, desaparecerían.
Una nueva rendición, y toda la grada sintió el filo de la espada en su
propia garganta.
Antes de volver a Corinto, y a sus esperanzas negras, el alcalde de
la ciudad detuvo al entrenador del espartano para preguntarle:
- ¿De dónde habéis sacado a ese luchador tan
extraordinario que ha vencido a nuestro campeón, sin necesidad
de arrancar a sudar?
- ¿Extraordinario, dices? –preguntó perplejo-. Es uno de
los peores que tenemos.
El alcalde abrió los ojos como sólo se abren cuando la vida te
abofetea con la palma bien abierta.
- Entonces, ¿qué ha pasado?
- La ignorancia es la respuesta. La técnica de tu hombre es
la propia de alguien de hace cien años. Vuestro luchador ha
empezado donde nuestros tatarabuelos lo dejaron. Es como un
trozo de mármol en bruto, del que tú dices que hay una estatua
dentro. Sacarla es una función de maestros, no de aprendices
bien intencionados. ¿De qué le sirve el talento si no lo ha
cultivado? Cualquier adolescente de nuestra patria lo hubiese
vencido.
Todolosabepoulus se volvió a detener.
- Queridos amigos… es el CONOCIMIENTO el mayor
secreto del éxito. El conocimiento que acumularon los que nos
precedieron, y se nos brinda a nosotros para nuestro desarrollo.
Vidas enteras de sabios resumidas en un libro o en varios, que
nosotros tenemos a nuestra disposición. Ése, y no otro, es el
secreto. Tenemos que elegir entre la ignorancia con mucho
ánimo y talento, o el conocimiento que se nos entrega, como el
mapa que nos lleva a nuestro destino. Por eso Grecia ha sido lo
que ha sido, porque los centros de estudios llenaban sus
ciudades. Aprended de los sabios, no comencéis de nuevo
desde el descubrimiento de la rueda vuestro trabajo. Por eso
he venido yo aquí, para aprender de Mahatma Jhavi.
Toda la plaza estaba maravillada con el saber del griego. Y, tras
superar el asombro, prorrumpieron en un aplauso cerrado.
- Dormid con la enseñanza de nuestro invitado de hoy.
Dejad que dé su fruto, y sentid la sensación que os produce –
propuso el Mahatma-.
Alí marchó a casa más confundido aún si cabe que el día anterior.
No podía ser. Lo que decía aquel hombre tenía todo el sentido.
Su mujer lo sorprendió modificando su artefacto. Ahora de la
cadena pendía un trípode y tres cubos.
- No pasará ningún día de mi vida sin que estudie una hora
–dijo sin apartar los ojos de los de su mujer-.
- ¿Y cuántas horas vas a dedicar a buscar clientes? Porque
en esta casa sólo suena el martillo para construir perchas de las
que colgar cubos -recriminó al herrero, con un talante que
rayaba en el desprecio-.
Alí, no quería sacar dos piedras del cubo de la actitud, así que no se
dejó arredrar. ¡La decisión estaba tomada!
Había oído hablar de un sabio que vivía en una choza, en un monte
cercano a la ciudad, y que llevaba toda la vida meditando. Cogió un
mendrugo de pan y unas manzanas, y se dirigió a buscarlo.
- Sabio. He venido a verlo para que me enseñe a meditar.
Quiero parar mi mente y encontrarme con lo real.
Era la primera vez que alguien de la ciudad le preguntaba algo. La
sinceridad de sus palabras vibraba en sus ojos. El sabio le explicó una
primera práctica para conseguir la concentración de la mente en el
presente, como preparación para posteriores avances.
- Cuando lo domines, ven a verme. Te daré la siguiente.
Alí bajó del monte tratando de andar cada uno de sus pasos con
consciencia plena. Se sentía otro hombre. Más enfocado, considerando
a su pasado como algo muy lejano.
Al llegar la mañana compró, a cambio de trabajos de herrería, al
librero de la ciudad, algunos libros de maestros antiguos, para
acompañarse en esa hora que dedicaría al estudio cada día.
Encomendado a vivir el presente, encendió la fragua y comenzó a
forjar rejas, que trataría de vender en el mercado. Quizá su mujer
tuviera parte de razón en lo que a su falta de impulso se refería.
¡También en eso cambiaría!
La noche le sorprendió trabajando aún.
Corrió a la plaza para no perderse al siguiente orador.
- Hoy podremos aprender el secreto de Martin Yunke del
clan de los Mac Tillo, de las Islas Británicas. Éste es tu público
Martin –invitó a subir al estrado a un hombre pelirrojo y
fornido, que arrastraba una piedra perforada por el centro-.
- No soy hombre de muchas palabras, porque la vida no
las necesita. Son los hechos los que cambian los destinos. He
traído desde mi tierra, esta piedra que colocó el abuelo, del
abuelo, de mi abuelo, para enseñar a todos sus descendientes el
secreto del éxito, que no es otro, que la PERSEVERANCIA.
Esta piedra estaba bajo un fino hilo de agua que caía de la
montaña. Una hoja de un árbol puesta debajo de ella, apenas
sentiría su roce, pero déjala noche y día cayendo, y taladrará,
como ha taladrado, esta roca.
Mi padre me dijo: visita a todos los hombres de éxito del
mundo y pregúntales su secreto. Y así lo hice. Para concluir que
mi antepasado ya lo sabía, y se resumía en esta piedra. Golpear
una y otra vez. Si golpeas con buen ánimo, mejor, porque te
costará menos. Pero si esperas a tener buena actitud para
golpear, habrá muchos días que no lo harás. El secreto muchas
veces no es cómo lo hago, sino cuántas veces lo hago. El
conocimiento se alcanza con horas de esfuerzo, y si el talentoso
necesita diez para aprender algo, no habrá ninguno, por tonto
que sea, que a las cincuenta horas no sepa lo mismo. Todos
aquellos a los que visité no negaban su talento, pero me
aseguraron que de haber un solo secreto, éste sería la constancia.
De entre todos me impresionó un músico sordo tenido por
genio, que se llamaba Beethoven, que me lo resumió en una
frase: “El genio se compone del dos por ciento de talento y del
noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación”. Si lo
decía un músico sordo, quién era yo para contradecirle
No ha habido ningún sabio que no llamara mil veces a la
puerta del cielo, que sólo se abre cuando se ha probado la
verdadera voluntad de no volver hacia atrás.
He arrastrado la roca desde mi casa hasta la del Mahatma
Jhavi, para demostrarle mi voluntad de practicar todo lo que me
diga, hasta donde mis fuerzas alcancen. Mi voluntad es como el
agua que cae de la montaña.
El pueblo entero miraba la energía que desprendía cada uno de los
toscos gestos del pelirrojo británico, y luego se fijaban en la piedra
horadada, y no les cabía ninguna duda de su determinación.
- Gracias, Martin. Nos quedamos con tu ejemplo para
dormirlo y saborearlo –reconoció el Mahatma para cerrar la
velada-.
Alí aceptó que el fruto de la meditación estaba al final de un camino
de miles de pasos. Y que el primero sería añadir un cuarto brazo al
artefacto de los cubos.
Su mujer, al verlo, no pudo contener los gritos:
- ¡Añade un quinto cubo para medir mi paciencia! ¿Qué
pude ver en ti? ¡Dios mío! –se lamentaba de la elección que
hizo-.
La piedra de la actitud costaba cada día más no sacarla del cubo.
Pero si algo había aprendido hoy, es que hay que golpear, golpear, y
volver a golpear en el destino para someterlo, porque el destino
puede ser que te golpee, te golpee, y te golpee, para probarte.
Se dirigió a su azotea respirando al unísono de cada escalón que
subía. Y allí, mirando sólo a su corazón, comenzó a meditar como le
había enseñado el sabio.
Por fin llegó el quinto día, y con él, el último orador. Desde
Hispania había llegado Jantonio Mijo, nombre que debía a la peculiar
pronunciación de su madre, y a su falta de ganas de corregirla.
Tras las presentaciones comenzó a hablar.
- De entre lo que he oído he echado en falta un pilar del
éxito: la CARIDAD. La necesidad de dar para crecer. Ningún
éxito se construye sin repartir, aunque se haga desde el más frío
egoísmo. No se conoce a ningún sabio que haya llegado a
ningún lugar, sin la ayuda de cientos de personas. Y nadie te
ayudará, si sólo ven en ti un pozo del que nada sale, y todo se lo
traga.
Si queréis alcanzar el éxito, pensad en qué vais a dar a los
demás para que impulsen vuestros pasos, preparen vuestra
comida, cosan vuestras ropas, construyan la casa donde os
refugiéis, y os señalen el camino. Si lo hacéis de corazón, os
saldrá espontáneamente, si no… deberéis hacerlo igual. No hay
meta valiosa que dure, si se construye desde el egoísmo. He
venido a aprender para seguir desprendiéndome. Al final, te vas
dando cuenta de que cuanto más peso lleves, más lento
avanzas, y que dar es la forma de aligerar la carga.
Realmente, creo que no tengo mucho más que añadir.
El Mahatma se dirigió a la multitud:
- Volved a saborear el mensaje que nos deja. Dentro de
tres noches nos volveremos a reunir, y espero que el fruto de sus
palabras, nos muestre al que será el discípulo.
Alí debió añadir un quinto brazo a su balanza, para colgar un nuevo
cubo, donde sólo metería una piedra si ese día había dado algo a
alguien, no necesariamente material. El amor también contaba, había
comprendido.
Los tres siguientes días fueron una prueba tras otra de lo difícil que
era el camino, si nos proponemos poner una piedra en cada uno de esos
cubos. Era muy fácil que se desequilibrara la balanza para algún lado,
al cuidar el contenido del que más afín fuera a nosotros, descuidando el
resto.
Parecía increíble, pero Alí no era la misma persona. Ahora su vida
tenía un propósito definido, y una máquina para facilitárselo.
La noche del tercer día había hecho hervir de curiosidad al pueblo.
El Mahatma Jhavi salió al final a la plaza, y preguntó:
- ¿Habéis dejado que las enseñanzas de estos candidatos
den fruto en vuestra vida?
La plaza fue una sucesión de silencios y miradas al suelo. Una cosa
era asistir a un concurso de oradores, y otra, que eso tuviera que ver
nada con su vida.
El mahatma miró al cielo, y se le escapó:
- ¡Joder, qué tropa!
Pero de entre todos, se adelantó la mujer de Alí.
- ¡Mira el fruto que ha dado en el majadero de mi marido!
Una balanza de cinco brazos, que sólo sirve para echar piedras
en ella. –protestaba tirando la balanza al suelo, y poniéndose en
jarras-.
El Mahatma se quedó extrañadísimo.
- ¿Podrías decirnos cómo funciona?
- ¡Cómo funciona! –se rio-. Dice que cada cubo sirve para
una cosa. Uno para medir la ACTITUD, otro para el cultivo del
TALENTO, otro para el CONOCIMIENTO, otro para la
PERSEVERANCIA, y el último para la CARIDAD. Cada día
que lo tiene presente, y vive de acuerdo a ello, mete una piedra
en el que corresponda. Y si lo olvida, saca dos al acabar el día,
del cubo que corresponda. Y dice que el secreto es el
EQUILIBRIO de todas.
- ¿Y dónde está tu marido?
- ¿Mi marido? Si no me equivoco estará en la azotea
meditando.
Mahatma Jhavi, acababa de encontrar al discípulo al que entregar
todo su conocimiento. Su cara reflejaba su gozo, y como suele ocurrir,
no había que desplazarse muy lejos para encontrar lo que se busca.
Así terminó la profesora.
Es nuestra penúltima lección. No la olvidéis. Fabricaos una balanza
como ésa cada vez que queráis alcanzar el éxito en cualquier campo.
Y ahora id y cabalgad el cuento…
Maestro de algo, equilibrio de nada
“El fanatismo consiste en redoblar el esfuerzo cuando has olvidado el
fin”. George Santayana
Todos los que asistían a la clase se sintieron identificados. Sus apuestas
vitales y profesionales habían sido un canto al desequilibrio. Y no sólo eso,
un canto al proselitismo en ese sentido. Habían reclutado y promocionado a
quien pensaba y estaba en la misma longitud de onda que ellos.
Todos habían repetido innumerables veces, que había que construir
equipos, en que los defectos de uno quedaran equilibrados con las virtudes de
otros, pero al examinar a la gente en la que más confiaban… se podía
observar, al final, que eran prolongaciones de su mapa mental…
Lo más triste era comprobar cómo se habían aferrado a alguna de esas
componentes del éxito, queriendo explicarlo todo, cuando ahora comprendían
que la sabia mezcla de todas, les impulsaría con más fuerza.
Al salir del aula el aire comenzaba a oler a despedida. Es ese olor mezcla
de nostalgia, de futuro incierto, de promesa de recuerdo, que sabes que
incumplirás… esa fina capa de rocío que cubre las separaciones, y los finales
de un viaje.
Lúa, aparentemente ajena al paso del tiempo, movía la cola, como la
mueven los que creen que la vida es ahora.
- Vamos a dar un paseo –le dijo-.
Lúa no era perro de tirarle palos para que los devolviera. Leo lo había
intentado, pero la mirada de ella fue un… “si quieres que te lo traiga… ¿para
qué lo tiras?”
Y Leo se había sentido estúpido ante esa afirmación de su actitud.
- Es verdad, Lúa. Creo que estás aquí para enseñarme otras cosas
–y le dio un abrazo-.
Por eso, los paseos de ambos eran más de camaradería. Ella había tenido
que soportar la improvisación de algún que otro cuento que le surgía, a raíz
de lo escuchado por la mañana, haciendo de paciente público de ensayo. Y
Leo llevaba con resignación los continuos intentos de ella por marcar su
superioridad jerárquica, sentándose o poniendo cualquiera de sus manos
encima de él, que le obligaba a retirarlas, para hacerle comprender que eran
iguales.
Era un mundo, el de los dos, de recíproca alegría.
- ¡Qué lástima no haberte conocido antes, y en otro lugar! –le
dijo agarrándole su cabezota con las dos manos-.
- ¿Por qué? –pareció contestarle ella con su mirada-. Cuando el
humano está preparado, aparece el perro… -añadió sin proferir una
sola palabra-.

No te lamentes por el pasado, celebra


el futuro.
“Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde
vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde
van”. José Ingenieros
Al fin llegó la reunión de la tarde. Las caras habían ido adquiriendo la
doble versión que dan los finales de curso: las ganas de regresar a sus lugares
de origen y volcar en su vida lo aprendido, y la sensación de que aquí se
quedaría parte de su paz.
- Bueno, espero que el cuento de la mañana os haya dado muchas
pistas para organizar estratégicamente el resto de vuestra vida. Así que,
si os parece, pasamos a vuestros aportes. ¿Empiezas tú, Warren?
- Perfecto. ¿Sabéis la sensación que he tenido todo el día? Una
que me ha retrotraído a un curso que hice sobre dirección de personas
hace ya unos años. Hasta ese momento me había ido muy bien con mi
equipo, y decidí hacer un curso para mejorar mis habilidades. A
medida que avanzaba la formación mi agobio aumentaba, porque no
veía más que lagunas en mi conducta habitual. Hasta el punto que un
día llegué a mi casa derrotado por dentro, y le dije a mi mujer:
- No entiendo cómo me ha podido ir bien hasta ahora. Era
un completo ignorante en lo que a personas se refiere, y hacía
muchas cosas mal. ¡Qué lástima no haber sabido esto hace años!
¡La de problemas que me habría evitado!
¿Sabéis lo que me contestó?
Todos miraron a Warren esperando la respuesta.
Me dijo dos cosas:
- Primero, no es verdad que todo lo hagas mal. De hecho,
cuando lo veas con perspectiva, te darás cuenta de que haces
muchas cosas bien, pero tu afán perfeccionista te lleva a ver lo
que te falta, y no lo que tienes.
Y segundo, lamentarse por el pasado… es absurdo. Fíjate la
suerte que has tenido, que el resto de tu vida contarás con este
conocimiento para aplicarlo. ¿Cuánta gente pasa por este mundo
sin que nadie le explique lo que tú has aprendido estos días?
¡Celebra el futuro!
Desde entonces nunca añoro las cosas hacia atrás, sino que las
disfruto hacia delante. Igual que la estancia aquí y el cuento de ayer,
que a punto estuvo de hacerme decir: ¡Qué lástima no haber sabido
esto antes!
- Recuerdo el lema que teníamos cuando empezamos a trabajar
en mi primer gran proyecto –comenzó Steve, una vez que Warren hubo
terminado-. Nos tocó romper muchos muros de incomprensión, y había
una imagen que nos daba ánimos ante cada uno de los rechazos. Lo
denominábamos: “la secta de las anteojeras”.
Mucha gente, una vez que llega a una conclusión sobre algo, se
coloca una especie de anteojeras mentales que le impiden ver en otra
dirección, que no sea la estrecha señalada. Son como mulas sin visión.
Por eso, cada vez que alguien ni siquiera nos escuchaba, nos
echábamos a reír y nos decíamos:
- Otro de la secta de las anteojeras. ¿cómo van a ver
nuestro proyecto si sólo miran en una dirección?
Así conseguíamos que cada rechazo no nos hiciera daño. Estábamos
seguros de llegar a la gente que tiene la mente abierta. El secreto está
en destruir el túnel de nuestros conceptos, en integrar visiones. Una
sola verdad, es posible que no sea la verdad.
- Pues yo también estoy cerca de ese enfoque –continuó Oprah-.
Observo con preocupación el proceso de especialización creciente al
que estamos sometiendo a la sociedad. Es cierto que es mucho más
eficiente para la productividad profesional y empresarial a corto plazo,
pero nefasto para las personas.
No creo que hayamos venido al mundo para ser la persona que
mejor sabe hacer una única cosa, y que ignora todas las demás.
Estamos creando una sociedad de burros que saben mucho de una
sola cosa.
Es como si alguien fuera caminando por una cuerda cada vez más
estrecha. Su inestabilidad sería creciente. Fuera de esa cuerda sería
como un niño ignorante. Mientras que alguien, con una visión de
conjunto, sería como si pudiera caminar por una autopista de muchos
carriles, y muchas posibilidades.
Yo misma, he sido durante mucho tiempo una adicta a la actitud
positiva como fuente de todos los avances. Y de golpe, en un
monasterio a miles de millas de mi casa, me doy cuenta de que he
querido correr tanto, que me he dejado buena parte del equipaje
necesario para vivir bien en este mundo. ¡Necesito urgentemente esa
balanza de cinco brazos!
- ¿Qué nos quieres decir, Ángela? –invitó la profesora al ver que
Oprah no tenía más que decir-.
- Pues que somos cajas de resonancia de lo que nos llega. Nos
creemos muy autónomos y muy libres, y muchas veces no hacemos
más que repetir, como el eco, lo que nos llega. Nosotros mismos nos
auto limitamos. Diseñamos nuestra mente para resonar, no para pensar.
No hay nada más triste que ver qué información consume un
seguidor político de un partido: lee los periódicos afines, escucha las
radios afines, comenta con amigos afines… por favor… ¿podemos ser
más sectarios? ¿De verdad los que no piensan como nosotros no hacen
nada bien? ¿Todo lo que dicen está equivocado? Vivimos en un mundo
de sectas que se “incomprenden”, por falta de voluntad.
Las peores discusiones, observadlo, comienzan por un “sí, pero…”.
Es decir, se está de acuerdo en el 90% de la afirmación, y vamos a
discutir el 10% restante, que a medida que avanza la discusión, va
creciendo hasta convertirse en el 100% de lo que importa, y a hacernos
sentir alejados unos de otros.
¡Por favor!
Si, simplemente, nos reuniéramos con la voluntad de ver qué hay de
útil en lo que estoy oyendo del otro…
- Leonardo, ¿Se te ha ocurrido algún cuento? –preguntó la
profesora-.
- Pues sí, uno que refleja lo que he encontrado muchas veces. Se
titula:

Los guías del Himalaya


“Me enseñaron que el camino del progreso no es ni rápido ni fácil”.
Marie Curie
- Cuentan que, en una ciudad a los pies de la cordillera del
Himalaya, centro de reunión de montañeros que deseaban alcanzar la
cumbre, hace muchos años había dos guías, que daban consejos para
afrontar la escalada.
Un escalador novato recién llegado quiso tomar consejo antes de
lanzarse a la ascensión. Preguntó en un bar del centro sobre quién
podía orientarle:
- Hay dos consejeros. El primero vive en aquella casa roja
destartalada del final de la calle, prácticamente fuera de la
ciudad. Dicen que fue un gran escalador en su juventud, pero no
es muy popular. Como ves, nadie va a su consulta.
Por el contrario, aquí está otro muy popular. Desde el día que
llegó ha tenido un éxito sin discusión. La lista de espera para
recibir su consejo dura tres días. Todo el mundo sale muy
contento con su asesoramiento.
El montañero, deseoso de empezar a escalar ya, y no queriendo
demorar la subida otros tres días, fue a ver al consejero que vivía en las
afueras de la ciudad.
- Son 20 dólares, a pagar por adelantado –empezó de
forma seca el supuesto guía-.
- Está bien. Aquí los tiene –se sintió intimidado el
aspirante-. Me gustaría que me diera algún consejo para subir al
Himalaya.
Al coger los billetes, el chico se dio cuenta de que le faltaban varios
dedos de la mano, con marcas de lo que debió ser alguna congelación.
El viejo lo miró de arriba abajo.
- Te voy a hacer cuatro preguntas, y de acuerdo a lo que
me digas, te daré uno u otro consejo.
- Está bien. Pregunte.
- ¿Por qué quieres ir al Himalaya?
¿Qué experiencia tienes subiendo a ochomiles?
¿Con qué equipo cuentas?
¿Quién va a subir contigo?
El joven comenzó a contestar en el mismo orden de las preguntas.
- Subir al Himalaya es la cumbre a la que cualquier
escalador quiere llegar. Lo máximo que he soñado sobre lo que
puede ser la escalada. No hay un pico mayor en la tierra.
No tengo experiencia en ochomiles. De momento no
pretendo escalar más. Una vez que haya conseguido subir al
Himalaya, los otros serán trofeos de segundo orden. ¿Por qué
empezar por segundos platos?
El equipo es el que ve. He comprado todo aquello que me
aconsejaron en la tienda de escalada de mi país.
En cuanto a con quién subiré. Me han dicho que en el
campamento base siempre hay sherpas que se ofrecen para subir
con los escaladores que les pagan.
El consejero se rascó la barbilla y le contestó:
- Lo mejor que puedes hacer es volverte a tu casa, para no
perder la vida. Tus probabilidades de éxito no creo que sean de
más del dos por ciento. Empieza subiendo montañas menores.
Resuelve problemas complejos que seguro que se te darán. Ahí
comprobarás cuál es el equipo útil y cuál el inútil. Ten lo mejor.
Cuando estás hablando de tu vida, no ahorres. Ahorra en lujos,
pero no en lo vital. Intenta algunos ochomiles más accesibles.
Todos son muy peligrosos, pero no igual de peligrosos. Y
cuando hayas hecho eso, vuelve. Convive unos días con los
sherpas para saber de cuál te puedes fiar, y cuál tiene un carácter
más afín al tuyo. Cuando los problemas se den, y se darán, esos
detalles te salvarán la vida.
El joven se derrumbó en el sofá de la habitación completamente
desmoralizado.
- ¡Nunca debí venir a ver este aguafiestas! No me extraña
que no tenga clientes, y que cobre por adelantado –se repetía al
bajar hacia el centro-.
Entró de nuevo en el bar, y el camarero adivinó de dónde venía.
- ¿Fuiste a ver al de la casa roja, verdad?
- Sí.
- Ya te dije que no era muy popular. ¿Por qué no vas a ver
a este otro?
El joven, una vez allí, decidió probar suerte, y cogió un número para
que lo recibiera.
En esos días paseaba, y a cada uno que salía de la consulta le
preguntaba qué tal le había ido.
Su alegría solía ser bastante elocuente.
Siempre les hacía dos preguntas:
¿Por qué quieres ir al Himalaya?
¿Cuál es tu mayor virtud como escalador?
Y luego les daba los consejos pertinentes para afrontar la escalada.
El chico casi podría adivinar lo que le diría, de la cantidad de
escaladores que había entrevistado.
- Hola. Namasté, escalador –le dijo llevándose las manos
al pecho con un gesto espiritual-. Dime, ¿qué quieres?
- Subir al Himalaya.
- Muy loable propósito –contestó-. Te voy a hacer dos
preguntas y conforme me contestes, te daré uno u otro consejo.
¿Por qué quieres ir al Himalaya?
¿Cuál es tu mayor virtud como escalador?
El joven tenía las respuestas preparadas, y le habló del sentido de la
vida, y de que nada en él era comparable a su entusiasmo a la hora de
encarar un ascenso en la montaña.
El guía le escuchó con una sonrisa, y en tono melifluo le
recomendó:
- Me alegra ver a alguien con ese empuje. Mi mayor
consejo es que no lo pierdas durante el ascenso. Cada vez que
flaquees, busca en tu corazón la sensación que tienes ahora, para
que eso te impulse a seguir adelante. Tu entusiasmo es tu
camino.
El joven lo escuchaba embelesado, y sintiéndose más poderoso de
lo que jamás se había sentido.
- Muchas gracias. No sabe cuánto me ha servido su
consejo.
- Son 50 dólares –le respondió con una sonrisa-. Déjalos
en esa bandeja.
Al entregárselos, la manga del abrigo movió la bandeja unos
centímetros sobre la mesa. El consejero alargó la mano para coger el
billete, pero lo hizo hacia el sitio donde debía estar la bandeja. Y luego
comenzó a palpar la mesa hasta dar con ella, y tomar el billete.
- ¡Eres ciego! –le dijo, rojo de ira-.
- Baja la voz, insensato –le exigió el guía ciego-.
- ¡Que baje la voz! ¡Te voy a arrancar la cabeza!
- ¿Por qué? Hace un segundo me decías que jamás te
habías sentido así.
El joven saltó sobre el ciego, sacó su navaja de escalada, y se la
puso en el cuello.
- Dime por qué haces esto, estafando y poniendo en riesgo
la vida de los que te preguntan.
- Hijo –comenzó el guía ciego, pensando que era lo último
que iba a decir en su vida, y no quería que fuera una mentira-. Si
la gente quisiera escuchar la verdad, irían al otro guía, que
tiene experiencia y es honrado. La gente no quiere oír la
verdad, sino “su verdad”. Y ésa me la has dicho desde que has
entrado. Si alguno de los que intenta la escalada muere, no
vendrá a quejarse, y la gente atribuirá su muerte a un sin fin de
razones, y si, por el contrario tiene éxito, todo el mundo,
incluido el escalador, me dirá que fue gracias a lo que le dije. Mi
apuesta es a caballo ganador. Y si quieres que te vaya bien en la
vida… haz lo que yo.
El joven retiró la navaja, cogió sus cincuenta dólares, y le propinó
un puñetazo en la cara al ciego, que se desplomó hacia atrás.
- ¡Mierda, es lo que eres! No mereces ni el tiempo de
golpearte más. Al salir de aquí te desenmascararé.
Una risa macabra se escuchó desde el suelo.
- ¡Es ciego! –salió gritando. ¡Es un estafador! ¡Se ríe de
todo el que viene!
Tanto los que iban a entrar a buscar consejo, como los que lo habían
recibido ya, se quedaron estupefactos.
A su espalda salió el ciego.
- ¡Por supuesto que soy ciego! Mis ojos se quemaron de
recibir el reflejo del sol en la nieve, cuando yo solo salvé a una
expedición de más de veinte personas, uno por uno –se inventó
sin que le temblara la voz-. Desde ese momento comprendí, que
Dios me quería para salvar a la gente, y que toda mi experiencia
nunca serviría para subir a más montañas yo, sino para que
subieran otros. Por eso cerró mis ojos, para abrir mi corazón.
La admiración de la gente se redobló, que ahora no sólo valoraban
el consejo, sino también el sacrificio.
El ciego se acercó al oído del joven, y le dijo en voz apenas
perceptible:
- Es cien veces más fácil engañar a la gente, que
convencerles de que les han engañado. La vanidad les impide
admitir que han sido engañados, con lo que caen en la trampa
dos veces.
El joven miró al resto de los escaladores, y les compadeció al ver
cómo abrevaban en el pesebre del “miénteme con mis propias
mentiras”.
La tusitala esperó a que el silencio se hiciera de nuevo después de la
intervención de Leonardo, y les exhortó:
- Es la penúltima noche. Os aconsejo que pidáis un deseo y lo
arrojéis hacia el firmamento. Es muy posible que se cumpla. La última
noche no suele ser buen momento para ello, porque los sentimientos
acostumbran a estar desatados, y es mucho más difícil que vuestro
corazón acierte.
Era noche cerrada fuera de la cabaña. Leonardo había encendido la
chimenea, y los juegos de luces iluminaban tanto a Lúa en su rincón, como a
Leo sobre la cama.
- ¿Qué deseo vas a pedir, Lúa?
Lúa lo miró.
- Yo no te lo voy a decir. Si te lo digo no se cumplirá –se excusó
Leonardo-.
Lúa tampoco se lo dijo.
Pasó una estrella fugaz.

No construyáis nada sin esto…


“No hay secreto mejor guardado, que aquel que todos conocen”. George
Bernard Shaw
- Sólo nos falta hoy –comenzó la profesora después del
desayuno-. Y hemos decidido no contaros ningún cuento, sino daros un
consejo triple que os sirva para todos los proyectos que tengáis de
ahora en adelante. Y que no es más que un ligero anticipo de futuras
estancias aquí, si nos volvemos a ver.
Los cuentos son el medio, pero, realmente a lo que os dedicaréis es
a construir proyectos y cambios, y a ayudar a otros a que lo hagan, y
que no tengan vuestra formación. Por eso necesitáis, por lo menos, las
claves más básicas de funcionamiento.
Como os digo, cualquier empresa o proyecto que va bien, se asienta
en tres pilares fundamentales.
- Estrategia. Es decir, saber dónde queremos ir, y cómo
llegar.
- Gestión de personas. No hay activo más importante que
las personas que comparten nuestro camino. Y gestionarlas bien
es un arte muy exigente, a la vez que una obligación.
- Producir resultados y ventas. Sin ingresos, ningún
proyecto irá hacia delante.
Si descuidáis cualquiera de los tres, el proyecto o la empresa
naufragará.
Y por eso os voy a pedir un ejercicio al revés. Voy a pedir tres
voluntarios para que esta noche nos cuenten un cuento, y otros tres
para que resuelvan una pregunta cada uno.
¿Voluntarios para los cuentos?
Leonardo, Oprah y Ángela levantaron la mano.
¿Voluntarios para la pregunta?
Esta vez fueron Warren, Bill y Steve los que se ofrecieron.
Leonardo. Harás un cuento sobre una empresa o proyecto que le
falte la estrategia.
Oprah, tú de uno donde se haga mal la gestión de personas. Y tú,
Ángela, de uno que no se preocupe de los resultados y las ventas.
Y las preguntas son las siguientes:
Bill. ¿Qué ciencia o arte estudia el punto donde se une la estrategia
y la gestión de personas?
Steve. ¿Cuál es la que estudia el punto donde se une la estrategia y
las ventas?
Y Warren. ¿Cuál, según tú, estudia el punto donde se unen las
ventas y la gestión de personas?
Para ser el último día, la tarea era completamente diferente, y volvía a
descolocarles.
- Ahhhh, y esta vez cabalgad sobre el encargo… quizá os venga
un cuento.

El primer día del resto de tu vida.


“Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu
propia casa”. Proverbio chino
Leonardo entendió, nada más salir del aula, que el resto de su vida sería,
precisamente, como ése. Encontrar soluciones, y ayudarse de los cuentos para
comunicarlas. Debía convertirse en un tusitala.
Lúa estaba más inquieta de lo normal. No entendía a qué venía tanto
abrazo por parte de todos los compañeros de Leo. A Leo también lo
encontraba raro. Esas caras sólo le recordaban un momento de su vida:
cuando la separaron de la camada en la granja donde vivía, para dársela a los
que fueron sus dueños. Pero lo que estaba sucediendo no podía tener ninguna
relación con aquello. Aquí no había camada de la que separarla… ¿o sí?
Hay veces que hasta al silencio le sobra silencio. Así estaba Leo.
Queriendo llenar el silencio que compartía con Lúa de mentiras que
tranquilizaran a una, cada vez más inquieta, perra.
- Pero, ¿qué está pasando? -se preguntaba Lúa, oliendo
insistentemente el viento en todas direcciones, tratando de reconocer
alguna amenaza.
- ¿Quién desata los nudos que se hacen en la garganta? –preguntó
Leonardo a un invisible interlocutor, que obviamente no le contestó-.
Pues si éste día será como el resto de mi vida… uufff, no va a ser
fácil…

Tres preguntas
“Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son
los demás”. Albert Einstein
Lo bueno que tiene el sol es que de la misma forma que nos trae la
mañana, también se encarga de que llegue la tarde, aunque el día haya sido
triste y largo. Y con la tarde vino la última reunión.
Hoy haremos una nueva excepción al método de enseñanza. Después de la
puesta en común de los encargos, nos tomaremos unos refrescos y unos
dulces, y podremos hablar entre nosotros. Os aconsejo que aprovechéis para
conoceros, y quedaros con la forma de poneros en contacto entre vosotros,
porque seguramente os podréis ayudar más de lo que imagináis.
Una ola de alegría recorrió la sala.
- Venga, ¡a la tarea! –no dio tregua-.
Bill. ¿Qué ciencia o arte estudia el punto donde se une la estrategia
y la gestión de personas?
- Bien, no sé si habré acertado. Creo que es el LIDERAZGO.
Con él se consigue que las personas persigan la consecución de los
fines y objetivos de la empresa o el proyecto. Sin liderazgo habrá que
llevar a las personas a empujones, y se ralentizará mucho el paso. Por
lo tanto, el liderazgo sería la ciencia que nos permitiría que las
personas de un proyecto se sumen voluntariamente a la consecución
del objetivo que tengan.
Todos se sorprendieron del análisis de Bill
Te toca Steve. ¿Qué ciencia estudia el punto donde se une la
estrategia y las ventas?
- Pues ésta creo que la he tenido siempre clara: el MARKETING.
No es otra cosa que, escuchar primero a tus clientes, detectar sus
necesidades, incluso más allá de lo que son conscientes, y una vez
escuchados, orientar la estrategia de la empresa para encontrar
soluciones para esas necesidades. Luego recorrer el camino inverso…
Es decir, una vez decididas las apuestas, encontrar los medios para
comunicarle a tus clientes, que tienes las mejores soluciones para sus
necesidades, y que se convierta en adhesión en caso de un proyecto, o
de ventas en caso de una empresa.
De nuevo todos miraron con asombro el ejercicio de claridad que acababa
de hacer Steve.
- Y por último… Warren. ¿Qué ciencia estudia el punto donde se
unen las ventas y la gestión de personas?
- Una crucial y muy peculiar… -dejó unos segundos para
provocar ese pelín de ansiedad que nace de los silencios que no
esperas…-. La DIRECCIÓN COMERCIAL. Si dirigir personas es un
arte complicado, la dirección del personal que debe “comunicar” a la
sociedad las bondades de nuestras propuestas, es mucho más
complicada, porque los resultados son siempre imprevisibles, y la
motivación es un elemento crucial en la consecución de los mismos.
He conocido a pocos buenos directores comerciales. Cuando conoces a
uno… te marca, porque no son gente normal.
- ¿Habéis visto cómo se va completando un esquema básico de
empresa o proyecto? No olvidéis ninguna de las patas… porque si lo
hacéis, pasará lo que nos van a contar nuestros compañeros a
continuación.
Ángela cuéntanos tu historia, por favor.

La excursión del burro


“Nadie puede ser sensato con el estómago vacío”. George Eliot
Hace mucho tiempo… unos amigos, al terminar sus estudios,
decidieron hacer una excursión fin de carrera que no pudieran olvidar.
A uno se le ocurrió que algo original podría ser hacer una travesía por
el desierto a pie. Comprarían un burro con un carro, para que llevase la
carga de tiendas, comida y bebida, y así ellos, simplemente, tendrían
que caminar.
La excursión comenzó con una camaradería genial, y con un
objetivo perfectamente definido: cruzar el desierto hasta llegar a
Tombuctú.
Al llegar la primera noche se dispusieron a cenar, y uno de los
chicos dijo:
- ¿Dónde está la comida y la bebida del burro?
Todos se miraron entre sí como esquivando el bulto. ¿A quién le
había importado el burro? Sólo habían pensado en ellos.
No quedó más remedio que destinar más de la mitad de la comida
que tenían para ellos, así como el agua, a alimentar al burro, salvo que
estuvieran dispuestos a llevar toda la carga ellos.
La organización y el ambiente entre los compañeros, a pesar del
contratiempo, eran geniales, así que no costó asumir los sacrificios.
El segundo día, el calor fue en aumento, y el racionamiento tuvo
que ser más severo, lo que lo hacía cada vez más complicado de
elaborar, sin que la reducción produjera daños en la salud tanto del
burro, como de las personas.
Al tercer día, se optó por apostar por los seres humanos, no dando
nada al burro que, al llegar la noche, murió.
Los amigos trataron de repartirse la carga, pero eso no hacía más
que clavar sus pies con mayor profundidad en la arena, hasta que el
desierto, y su aliado, el sol, hicieron justicia a su falta de previsión.
Murieron todos con un final del que mejor nos ahorramos los detalles.
Tenían un destino y una estrategia, se gestionaban genial entre ellos,
pero olvidaron la importancia de alimentar y cuidar al motor de su
salvación.
En una empresa las ventas son por donde entra el alimento que
permite pagar todo. Cuando se descuidan, la empresa comienza a tener
problemas financieros, hasta que desaparece. Si se carga en exceso de
peso al burro, este también desfallecerá, por lo que nunca hay que
gastar más de lo que se ingresa en ningún asunto en el que participéis.
Porque no hay carga más pesada que la de las deudas.
En una sociedad ocurre igual: El burro son las empresas, y como
dijo Churchill: “Las empresas no son ni la vaca que hay que exprimir,
ni el tigre que hay que abatir, sino el caballo que tira del carro”.
Cuando esto se olvida, y se sobrecarga al caballo, sencillamente,
llega un día que todos sucumben. Y la tentación, creedme, es muy alta.
No habrá proyecto en la vida que no necesite alimentarse, bien de
dinero, bien de otros muchos tipos de ayuda. No lo olvidéis.
- Oprah, ¿quieres continuar tú? –solicitó la profesora-.
- Encantada –sonrió-. A mí me ha venido uno muy sencillo…

La galera del talento


“El esclavo que obedece escoge obedecer”. Simone de Beauvoir
- Hace también mucho tiempo, surcaba el mar Mediterráneo una
galera dedicada al comercio. Los remeros eran personas que, acuciadas
por las deudas, habían sido condenadas a pagarlas de esa penosa
forma.
El capitán del barco era un hombre con un acentuadísimo sentido de
la oportunidad. Así, descubría qué productos había como excedentes
en una parte del Mediterráneo, y que a su vez escaseaban en la otra,
provocando él los intercambios, con un margen más que lucrativo.
Tan cegado estaba con ser el primero en llegar allí donde intuía una
necesidad y multiplicar los beneficios, que exigía más y más a los
remeros, que bogaban al límite de sus fuerzas.
Cuando las personas están en ese umbral, los conflictos surgen casi
de forma espontánea. El capitán, para tener controlados a los remeros,
fomentaba la competencia entre ellos, la delación y las inquinas, en
vez de la colaboración, que hacían que la atención se centrara en
protegerse del que estaba en otro remo, en vez de la presión a la que
eran sometidos.
Eran tiempos de celebración en la galera, donde el oro entraba a
raudales. Y la exhibición de lujo y excesos, era la norma en cubierta y
zonas nobles del barco.
Al continuar la situación en la misma tónica, los más listos de los
remeros comenzaron a plantearse si no habría otras galeras donde
remar, y así enjugar su deuda. Al atracar en los puertos, y a través de
los huecos por los que se sacaban los remos, podían hablar con otros
remeros de diferentes galeras.
Pronto descubrieron que su situación no era igual en todas. Y así
comenzaron a hacer movimientos para cambiarse de barco. Bien es
cierto que, para ser aceptados en otro barco de mejores condiciones,
deberían pasar una rigurosa prueba, tanto de actitud, como de aptitudes
para el remo, desde la fuerza, a la capacidad para acompasarse a los
ritmos de sus compañeros.
Los más dotados pronto comenzaron a cambiarse de embarcación.
Y para rellenar los huecos, la galera fue aceptando a los remeros que
rechazaban o que echaban de otras naves.
Como podéis imaginar, esto se reflejó en el funcionamiento del
barco.
El capitán creía que todo el éxito se debía a su contrastada intuición
para los negocios, pero había olvidado un factor: había que mover el
barco de un lado al otro del mar, y llegar pronto a destino, tanto para
comprar lo mejor y más novedoso, como para vender, y ser así el
primer bocado de un mercado en ayunas de sus productos. De nada
servía ser los últimos, y tener que comprar las sobras, y así arribar a las
lonjas cuando ya todas las cestas estaban llenas, y nadie quería
comprar.
Los gritos y las amenazas se sucedían en el barco, que cada vez
avanzaba más lento y con mayores conflictos. En muchas ocasiones
había que parar la marcha para sofocar peleas entre los remeros, entre
la tripulación y los remeros, e incluso ya hasta entre la tripulación, que
urgidos de forma cada vez más agria por el capitán, conspiraban entre
ellos por miserables cuotas de poder.
Se extendió el lema por el barco: “El látigo es suyo, pero los remos
son nuestros”, y comenzaron a sabotear el avance del barco.
Hasta que un día, se desató una tormenta en el mar, que coincidió
con otra entre los remeros y la tripulación. La nave se convirtió en
ingobernable, y una ola terminó por sepultar los innumerables errores
en ese mar de descontrol y olvido.
Cuando dejas de lado a los que impulsan tu avance, porque tu ego
no permite espacio para nadie más… acabas naufragando, porque el
ego es un curioso elemento que transmite la sensación de que te
eleva, cuando realmente te hunde.
Por lo tanto, uno de los secretos del éxito es elegir bien a las
personas que nos acompañen, y también gestionarlos bien, dirigirlos,
motivarlos, e incluso reemplazarlos si ya no suman. Y, sobre todo,
tenerlos en cuenta a la hora del reparto de los beneficios, para que el
sentimiento de comunidad se afiance, y el barco sea tanto suyo como
vuestro.
- Bueno, Leonardo, pues creo que te toca a ti…
- Eso creo también –sonrió-. No sé aún por qué, pero esta noche
he soñado con…

El buscador de minas
“El futuro está oculto detrás de los hombres que lo hacen”. Anatole
France
- Es una historia sencilla de una familia que trabajaba excavando
minas, extrayendo metales como el wolframio del corazón de la tierra,
que servía para endurecer los cañones de artillería. Eran tiempos
felices y prósperos, donde el esfuerzo era largamente recompensado
por los ingresos. La armonía reinaba en la familia y en sus cuentas.
Uno de los hijos menores pensaba por encima de la media, y un día
le dijo a su padre:
- Papá. Está muy bien disfrutar del presente, pero debemos
ocuparnos también del futuro. Como bien nos repites… donde
pones tu atención, crece, y creo que nos centramos demasiado
en este momento, olvidando que necesitamos futuro.
- ¿Cuándo nos hemos ocupado antes del futuro? ¡Y ya ves
cómo nos va!
- Sí, papá, pero algún día la guerra terminará, y la
demanda de wolframio bajará, con lo que los precios caerán, y
minas más eficientes y modernas que la nuestra serán las únicas
rentables. Debemos buscar otras minas, quizá incluso otros
metales que extraer. Deberíamos estudiar cuáles serán las
tendencias que se impondrán.
- Piensas demasiado hijo. Quizá el wolframio te está
endureciendo la mente también. ¿Cuánto vas a conseguir por
pensar? Aquí dos brazos significan un buen jornal. Más vale
wolframio en mano que cientos de minas volando –le dijo en
buen, pero incontestable tono-.
Y, de la misma forma que cavar una mina supone enterrarse un
poco más cada día… así fue quedándose sin luz el porvenir de la
familia.
Un día al salir fuera para vender el metal, que con tanto esfuerzo
habían obtenido, descubrieron que ya no había mercado al que vender.
O que el precio que les daban era tan bajo, que no les alcanzaba para
vivir.
No les quedó otro remedio que ir mal vendiendo sus herramientas,
lo cual les imposibilitaba afrontar ninguna otra extracción. Y el
remanente de sus ahorros, que en otro tiempo podría haber sido usado
para mandar a su hijo como explorador de minas y proyectos, ahora
había que dedicarlo a subsistir en calamitosas condiciones.
Era una familia sin rumbo. Les cegó no saber que el éxito no es
eterno, y hay que estar reinventándolo. Que parte de sus esfuerzos y
recursos se deben dedicar a la creación de ese futuro.
Así desaparecen muchas empresas, víctimas de exceso de éxito
presente, y olvido del futuro. Sin estrategia no hay futuro, y sin
futuro… el presente, tarde o temprano, cambia para peor. De la
misma forma que se ahorra para la vejez, que no deja de ser una
decisión estratégica, debemos invertir en crear el camino, por el que
discurriremos en el porvenir.
Y con esto termino mi narración –dijo Leonardo, con la sensación
de estar poniendo un punto y seguido a la estancia de todos en el
monasterio-.
- Hemos querido plantearos unos problemas –retomó de nuevo la
reunión la tusitala-, para que comprendáis que, cuando uno tiene
abierto el canal de su creatividad, ante un reto, siempre surgirá una
respuesta en forma de cuento o de explicación. No existe reto sin
solución. También, os daréis cuenta que el deseo de saber, llevará a
vuestra imaginación a la región donde viven los cuentos, y que el
cuento “os llega”. A eso se ha llamado inspiración desde los orígenes
de la humanidad. El que conocemos hoy es un término latino: in-
spirare, que significa respirar hacia dentro, meter dentro ese “spiritu”
que nos da la vida. Y un día sentiréis que eso precisamente es lo que
es… Y así, cuando necesitéis un puente para cruzar hasta el
entendimiento de los demás, sencillamente, os inspiraréis, haciendo
que entre la solución desde el mundo de las ideas. Estaréis inspirados.
Así que no olvidéis esa sensación, y la sensación os conducirá a la
inspiración.

Las despedidas son una fiesta de


adioses
“No te dejes abatir por las despedidas. Son indispensables como
preparación para el reencuentro. Y es seguro que los amigos se
reencontrarán, después de algunos momentos o de todo un ciclo vital”.
Richard Bach
El final de las palabras de la profesora dio lugar al comienzo de la pequeña
fiesta de despedida.
Todos hablaron entre ellos, y se maravillaron al saber quiénes eran
realmente, y el increíble currículum que ya habían acumulado. Unos veían, en
los ojos de los otros, prometedores futuros.
El ambiente era de fiesta, era una especie de invitación a volverse a ver, a
futuros reencuentros. Los adioses sabían a hasta pronto, o hasta nunca, a
destino, en cualquier caso.
No eran las mismas personas que llegaron hacía realmente poco a aquel
olvidado monasterio, y que ellos no podrían olvidar. La metamorfosis se
había producido gracias a dejar que los cuentos entraran en su interior, y
desde allí los transformaran.
Leonardo, antes de abandonar la fiesta, se quedó mirando la reunión en
silencio, que aún discurría en medio de una gran animación. Si el comercial
que le llamó aquel día le hubiera explicado lo que iba a ocurrir, no le hubiera
creído en absoluto. Tampoco era fácil que nadie de su entorno le creyera. Así
que, posiblemente, esta experiencia debería ser almacenada en ese lugar
donde guardamos los secretos que de verdad dan sentido a nuestra existencia.
Salió al aire frío de la montaña. Lúa lo esperaba en el claro oscuro que
producían las luces de la sala a través de sus ventanas.
Caminaron en silencio, ocultando Leonardo la noticia a Lúa. Lúa
disimulando su preocupación.
Llévame…
“La verdadera amistad es como la fosforescencia,
resplandece mejor cuando todo se ha oscurecido”. Rabindranath Tagore
Leonardo recogió sus últimas pertenencias en la cabaña, y rezó con todo
su corazón para que no apareciera Lúa. No la había visto después de
desayunar, y no quería despedirse. Su mirada le hubiera matado.
Se dio la vuelta para ir al punto donde le recogería el coche y allí, en el
umbral de la puerta, estaba ella, parada, esperando una respuesta a lo que ya
intuía. Su vuelta por la finca había estado trufada de demasiadas maletas, de
caras de adiós a la camada…
- ¡No me jodas, Lúa! No me hagas esto.
Lúa dio dos pasos hacia delante, y Leo terminó de rodillas para abrazarla.
Era su último abrazo.
- Me tengo que ir, Lúa. Esta vez no puedes venir conmigo.
- Llévame, o no te vayas –su mirada sólo significaba eso-.
Hay pocas cosas que desarmen tanto como ver llorar a un animal como un
perro.
- No puedo. Perteneces al monasterio. Otros muchos vendrán, y
necesitarán tu compañía para entender el silencio y la paz. Pero te juro
que nunca te olvidaré. Ven, te voy a llevar con Marta, para que no te
salgas.
Lúa se dejó conducir diciendo llévame en cada paso.
- Marta. Te traigo a Lúa. Yo me tengo que bajar al cruce ya.
- ¿Se llama Lúa? No sabíamos cómo se llamaba.
Leonardo la miró desconcertado. Entonces, ¿quién le había dicho a él que
se llamaba así?
- Apareció aquí, como unos tres días antes de que llegaras tú, sin
collar, ni forma de identificarla. Nos dio pena, y la hemos estado
alimentando. Luego ya vimos que se hacía amiga tuya, y que no quería
que la cuidáramos nosotros.
- Llévame –volvió a suplicar la mirada de Lúa-.
- Llévatela… -le propuso Marta-.
Hay palabras que cortan la realidad en dos mitades: la que fue y la que
será.
- ¡Cómo voy a llevarla!
- Por el avión no es problema. Se puede organizar.
La mirada de Lúa estaba ahora en silencio. El corazón de Leo al borde de
un precipicio.
- Vamos –le dijo fingiendo resignación-.
Lúa saltó como un cachorro, y las miradas se cruzaron igual que sus
destinos.
Desde aquel retiro se abrió el tiempo donde Leonardo no volvió a ser el
mismo. Comprendió que debía vivir ayudando a los demás con el
conocimiento que había adquirido. Sorprendentemente, les contaba cuentos
“inspirados” que todos entendían.
Lúa continuó cultivando la paz que había aprendido a practicar en el
monasterio.
Entre ellos nació una amistad como pocas veces se ha visto, donde no
necesitaron palabras para decírselo todo, ni correa para compartir el camino.
Y como diría la tusitala:

Ahora id y cabalgad los cuentos…

¿Recordáis la frase en la parte segunda de Juan Salvador Gaviota? : " ...


entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podremos vernos un par de veces?"

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