Atención e Interpretación Resumen
Atención e Interpretación Resumen
Atención e Interpretación Resumen
W. BION
INTRODUCCIÓN
La razón es esclava de la emoción y existe para racionalizar la experiencia emocional. Algunas veces la función de la
palabra es comunicar a otro una experiencia; otras, impedir que sea comunicada fielmente.
La atención del psicoanalista es atraída en su esfera por una experiencia particular hacia la cual podría dirigir la
atención del analizado. Para hacerlo debe emplear el Lenguaje de la Realización. Es decir, métodos que tengan la
contrapartida de durabilidad o extensión en un dominio donde no existen ni el tiempo ni el espacio en el sentido en
que esos términos se utilizan en el mundo sensorial.
La atención del psicoanalista es atraída en su esfera por una experiencia particular hacia la cual podría dirigir la
atención del analizado. Para hacerlo debe emplear el Lenguaje de la Realización. Es decir, métodos que tengan la
contrapartida de durabilidad o extensión en un dominio donde no existen ni el tiempo ni el espacio en el sentido en
que esos términos se utilizan en el mundo sensorial.
En este libro hago un análisis tentativo de una cuestión que, según mi manera de ver, no ha recibido la atención debida
en psicoanálisis: la mentira. La predisposición a mentir puede tomarse como síntoma de una personalidad gravemente
perturbada. La mentira crea, por cierto, muchas dificultades en cualquier intento de aproximación psicoanalítica; pero,
por otro lado, mi experiencia en el psicoanálisis me hace pensar que la aptitud para mentir, tan universal que sólo un
mentiroso podría desconocer su naturaleza omnipresente, tiene su lugar propio como objeto de estudio y se la ignora, a
un costo peligroso, tanto por parte del analista como del analizado.
El Lenguaje de la Realización, si se va a utilizar para dilucidar la verdad, debe reconocerse como derivado no sólo de
la experiencia sensorial sino también de los impulsos y disposiciones alejadas de los que de ordinario se asocian con la
discusión científica.
El psicoanalista debe emplear el Lenguaje de la Realización, pero tiene que recordar que fue elaborado tanto para el
logro del engaño y la evasión como para el de la verdad. Este aspecto se presenta particularmente claro cuando el
campo emocional que prevalece es el de la rivalidad y la hostilidad tal como yo lo he descrito, en situaciones grupales,
como característico del supuesto básico de ataque- huida (Bion, 1961). El individuo recibe, de manera similar, la
influencia de la situación emocional del grupo. Resulta, por lo tanto, imposible dar interpretaciones correctas, salvo
por accidente, a menos que la situación sea señalada.
Los psicoanalistas deben determinar si están hablando de los medios de comunicación, incluidos los verbales, como
cosas en sí, o bien de otras cosas en sí a las cuales representan estos elementos de comunicación —gestos, acciones,
silencios y formulaciones verbales— que se están utilizando. El propósito de la tabla es recordar al psicoanalista la
necesidad de discriminar un elemento de otro en su experiencia psicoanalítica y, en particular, reconocer que lo que
causa problema es, a la vez, la comunicación y la utilización que se hace de ella. Debe observar si el rasgo presentado
(o el rasgo hacia cuya obstrucción quiere atraer la atención) tiene por objeto apoyar el esclarecimiento o el engaño y a
qué lugar del espectro genético pertenece (comunicación primitiva o refinada). Aunque la tabla no es satisfactoria en
su forma presente, espero que no confunda sino que conduzca a una versión mejorada. He usado los siguientes signos:
Τ — Transformación
Τα — Punto a partir del cual empieza la transformación
Tβ — Punto en el cual se presume que la transformación se completa
Ta — Trasformación del psicoanalista
Tp — Transformación del analizado
O — La experiencia (la cosa en sí)
II
LA MEDICINA COMO MODELO
La mayoría de las personas piensan del psicoanálisis, al igual que Freud, que es un método para el tratamiento de una
enfermedad. Esta se miraba como si fuera similar a un sufrimiento físico que, cuando se conoce su naturaleza, tiene
que tratarse de acuerdo con las normas de la medicina. El paralelo con ésta era y sigue siendo útil. Pero al
desarrollarse el psicoanálisis se ha visto que difiere de la medicina física hasta tal punto que la brecha que los separa
no es simplemente obvia, sino insalvable. Para muchos fines la analogía proporciona comparaciones aclaratorias y
modelos que facilitan la exposición. Pero cuanto más nos adentramos en el psicoanálisis tanto más se vuelven
inadecuados los modelos para definirlo, para informar acerca de él o para aplicarlo.
En la medicina física el paciente puede tener un dolor en el pecho que lo decide a visitar al médico. A él puede
explicarle la naturaleza e historia del dolor y de él puede recibir las indicaciones para someterse a un examen
posterior. Supongamos a un paciente que se queja no de un dolor físico sino mental; nadie pone en duda la existencia
de la ansiedad ni ve como una incongruencia que se busque ayuda para curarla. Encontramos necesario diferenciar
entre el dolor de una pierna rota y el que produce, pongamos por caso, una aflicción.
El punto que demuestra la divergencia con mayor claridad es que el médico depende de la comprobación de la
experiencia sensorial, en contraste con el psicoanalista, cuya dependencia existe en relación con una experiencia no
sensorial.
El primer problema es elegir qué interpretación dar. Todos y cada uno de los muchos aspectos de la exposición del
paciente deben tenerse en cuenta antes que nada. Puede considerarse como una afirmación o como una
transformación; con dimensiones o aspectos múltiples, puede representarse por medio de una imagen visual de una
figura en la cual se encuentran muchos planos o en la cual muchas líneas pasan por un punto común. Puedo
representármelo mediante la imagen visual de un cuerpo geométrico con un número infinito de caras. Depende de una
comprobación de la experiencia sensorial derivada del espacio. El intento de exteriorizar la imagen visual se restringe
como si la representación por líneas y puntos fuera ella misma un "espacio" demasiado restringido para "contener" la
imagen visual: por eso tiene longitud mientras que la imagen visual mental de una línea o de un punto no la tiene.
La identificación proyectiva ha sido formulada hasta ahora en términos derivados de una concepción de la idea
ordinaria del hombre (o de la mujer) del espacio tridimensional. Las formulaciones kleinianas habituales dependen de
una imagen visual de un espacio que contiene todo tipo de objetos. En ellos se supone que los pacientes proyectan
partes de su personalidad que han escindido. Melanie Klein, que descubrió este mecanismo, considera que puede
observarse en los pacientes psicóticos y en los que están al borde de la psicosis. Más tarde ella y sus colaboradores
consideran que la teoría tenía una aplicación más amplia y que podían detectarse concepciones semejantes en
personalidades neuróticas y normales. La investigadora destacó el grado de fragmentación y la distancia a la cual
fueron proyectados los fragmentos como un factor determinante en el grado de alteración mental que el paciente
desplegaba en su contacto con la realidad. Estoy de acuerdo con este punto de vista.
Hay pacientes cuyo contacto con la realidad presenta mayores dificultades cuando esa realidad es su propio estado
mental. En la mayoría de las personalidades comunes esto es cierto, pero existen personas que toleran tan poco el
dolor o la frustración (o para las cuales el dolor y la frustración son tan intolerables) que sienten el dolor pero no
desean sufrirlo y por eso no puede decirse que lo descubren. Qué es lo que no quieren sufrir o descubrir tenemos que
conjeturarlo a partir de lo que aprendemos de los pacientes que sí se lo permiten. El paciente que no quiere sufrir dolor
deja de "sufrir" placer y esto le resta el estímulo que de otra forma podría recibir de un alivio accidental o intrínseco.
Allí donde un paciente entendería que una palabra señala una conjunción constante, la experimenta como algo que no
está allí, y lo que no está allí, como lo que está allí, es indistinguible de una alucinación. A causa de que el término
"alucinación" tiene una penumbra de asociaciones que podría ser inadecuada, he llamado a estos objetos elementos
beta.
Supongamos que el paciente es capaz de tolerar la frustración y el dolor: su historia diferirá en importantes aspectos
de la que hemos visto. Para él el nombre representa una "no-cosa", pero su capacidad de tolerancia le permite observar
una conjunción constante, unirla con un nombre o utilizarla cuando ya ha sido nombrada. El paciente A, como ahora
llamaré también al intolerante, tiene entonces a su disposición elementos beta u objetos fantásticos y su caso difiere en
este aspecto del paciente B, como ahora llamo al segundo, que puede tolerar y por lo tanto nombrar (incluso si el
nombre no es más que un gruñido o un aullido) una conjunción constante, y de ese modo investigar su significado.
Yo sugiero, con carácter provisorio, que todos los elementos beta se distingan de los que están presentes en los
procesos mentales del paciente B, considerando que los últimos son pensamientos y los primeros no. A los elementos
más primitivos del pensamiento desde el punto de vista genético los agruparé como elementos alfa, distinguiéndolos
de los elementos beta.
En el dominio de las imágenes visuales mentales un número infinito de líneas puede pasar por un punto, pero si
intento representar esta imagen visual por medio de un punto y líneas trazados en un papel, sólo habría posibilidad de
trazar un número finito de ellas. Esta cualidad limitada es inherente a todas las realizaciones del espacio
tridimensional que se asemejan a los puntos, a las líneas y al espacio del geómetra, pero no al espacio mental hasta
que se intenta representar éste por medio del pensamiento verbal. En estos términos estoy postulando el espacio
mental como una cosa-en-sí que es incognoscible, pero que puede representarse por medio de pensamientos. En el
pensamiento incluyo todo lo que es primitivo, incluso elementos alfa tales como los he descrito hasta ahora. Excluyo,
arbitrariamente por definición, los elementos beta. Los pensamientos pueden clasificarse con las realizaciones de
todos los objetos que se aproximan a las representaciones del espacio tridimensional en este particular: son
intolerables para el paciente A porque comparten la frustrante cualidad de todas las realizaciones.
El material puede ser preverbal a causa de que la persona que busca verbalizarlo no ha tenido suficiente experiencia de
él para observar una conjunción constante. Se encuentra en un estado análogo al observado en un número de
configuraciones similares tales como: tener dolor sin sufrirlo, la incomprensión del movimiento planetario porque el
cálculo diferencial no ha sido inventado, no ser consciente de un fenómeno mental porque ha sido reprimido, no tener
conocimiento de un suceso porque no ha ocurrido.
Que se los piense para dar con su solución. En todas el pensamiento es restrictivo y puede experimentarse
directamente como tal tan pronto como una intuición requiere representación para la comunicación privada. Puesto
que el pensamiento libera a la intuición, hay un conflicto entre el impulso a dejarla inexpresada y el impulso a
expresarla. El elemento restrictivo de la representación, por lo tanto, interfiere en la transformación Τα Tβ del material
preverbal. Un hombre logra la transformación; el otro, que no puede tolerar la restricción, no lo hace. Entonces está
privado de la liberación que le daría el pensamiento si él fuera capaz de tolerarlo. La irrupción del principio de
realidad se pone así en peligro. En mi definición del pensamiento, el segundo hombre no generará elementos alfa y no
será capaz de pensar.
La falta de la función alfa, que debe producir elementos alfa, implica la ausencia de imágenes visuales mentales de
puntos, líneas y espacios.
Consideremos ahora al paciente enfrentado a una experiencia en la cual el paciente Β recurriría a una identificación
proyectiva como la bosquejada por Melanie Klein. El carácter restrictivo de la realidad y la dependencia de la
identificación proyectiva sobre el reconocimiento de objetos evita la proyección de partes de la personalidad porque
no hay ninguna concepción de continentes en los cuales podría tener lugar la proyección.
Por eso se siente que la proyección explosiva tiene lugar en lo que para el analista es la realización del espacio mental:
un espacio mental que no tiene imágenes visuales que cumplan las funciones de un sistema coordinado, ya se trate del
"cuerpo facetado" o de la figura multidimensional multilineal de líneas que se interceptan en un punto. Por lo tanto la
realización mental del espacio se siente como una inmensidad tal que no puede representarse ni siquiera por medio del
espacio astronómico, porque no hay ninguna posibilidad al respecto.
Paradójicamente esta explosión es tan violenta y trae aparejado un miedo tan inmenso -al que nos referimos de aquí en
adelante como miedo o pánico psicótico- que el paciente puede expresarlo por un silencio total y repentino (como para
alejarse cuanto sea posible de una explosión devastadora).
El espacio mental es tan vasto en comparación con cualquier realización de espacio tridimensional que se siente como
si se perdiera la capacidad emotiva del paciente porque la emoción en sí misma parece agotarse y perderse en la
inmensidad. Entonces lo que puede aparecer ante el observador como pensamientos, imágenes visuales y
verbalizaciones, debe tomarlo como restos remanentes o fragmentos de un discurso imitado y de una emoción
histriónica sintética que flotan en un espacio tan vasto que sus confines, tanto temporales como espaciales, están sin
delimitar.
Los sucesos de un análisis, extendidos a lo largo de lo que para el analista son varios años, no son para A sino los
fragmentos de un momento disperso en el espacio. La distancia temporal que separa una afirmación de la otra puede
tomarse como medida de la distancia espacial de un elemento del otro en la que todos son contemporáneos. Por eso A
dice que no podía comprar helado (no ice-cream). Seis meses más tarde notifica que no puede todavía comprar helado
(no ice-cream). Tres días después dice que llegó muy tarde para comprar helado (ice-cream): ya no quedaba. Dos años
más tarde dice que supone que no hay helado (no ice-cream).
Debe mostrársele al paciente la evidencia sobre la que se basa la interpretación; si la evidencia se halla dispersa a lo
largo de varios años de actuación (acting-out), el problema de interpretación reviste serias proporciones, porque el
medio en el cual efectúa el paciente su transformación no es predominantemente la lengua coloquial sino la actuación.
Aunque no hay ninguna representación del espacio mental a la disposición del paciente y la realización del espacio
tridimensional es demasiado restrictiva para un temperamento que no tolere la frustración, la realización del espacio
mental, en cuanto es ilimitado, permite una continua y constante expansión y separación de los elementos beta. Para la
investigación de este estado mental el paciente no puede, pero sí el analista, emplear puntos, líneas y espacios.
En la labor psicoanalítica los problemas interfieren con más frecuencia porque el sujeto es novel y sus dificultades son
desconocidas; las dificultades se hacen todavía más notorias cuando el material a comunicar es preverbal o no verbal.
El psicoanalista puede utilizar silencios; él, como el pintor o el músico, puede comunicar material no verbal. Del
mismo modo, el pintor puede comunicar material no visual y el músico material no audible. El material preverbal que
el psicoanalista debe tratar constituye, por cierto, una muestra de la dificultad de comunicar se que aquél experimenta.
La posibilidad de usar puntos, líneas y espacios resulta importante para la comprensión del "espacio emocional", para
la continuidad del trabajo y para evitar una situación en la cual dos personalidades desarticuladas se muestran
incapaces de liberarse de la esclavitud de la desarticulación, incapaces de liberarse de la esclavitud de la
desarticulación. Esta relación estéril para ambas partes proporciona un modelo para algunas relaciones internas del sí
mismo. Cuando el sí mismo establece relaciones de este tipo, tanto el continente, como el contenido deben destruirse.
Por último, el individuo no puede contener impulsos apropiados para con un compañero, ni éste para con el grupo. El
problema psicoanalítico es el problema del desarrollo y de su resolución armónica en la relación entre el continente y
el contenido, repetida a nivel individual, de pares y, finalmente, de grupo (de un modo intra y extrapsíquico).
Si la personalidad es incapaz de tolerar la frustración, no parece haber ningún motivo para que no llegue a la
conclusión de que la hipótesis definitoria significa que algo es. Se permite, entonces, que la afirmación se convierta en
una preconcepción y se deja abierta la posibilidad para que se sature el elemento no saturado. Pero supongamos que la
incapacidad para tolerar la frustración sea "excesiva": la personalidad puede reaccionar contra la afirmación viendo
tan sólo sus implicaciones negativas y, en un caso extremo, negándose a admitir que la afirmación que para él es una
"nada" exista siquiera. Se trata entonces de anularla en su función de hipótesis definitoria. Puede servir como ejemplo
el niño que no puede tolerar el destete porque lo domina la pérdida del pecho, y por consiguiente, no puede aceptar lo
que podría tener a cambio de él. El paciente no puede tolerar la hipótesis definitoria y, por lo tanto, no lleva a cabo la
preconcepción (D4).
Otra manera de formular esto consiste en decir que se siente que el dominio de las realizaciones y todo lo que podría
representarlas no proporciona "espacio" suficiente para la libertad, mientras que el dominio de la alucinación sí lo
hace. En consecuencia, no se considera que el pensamiento ofrece libertad para el desarrollo, sino que se lo percibe
como una restricción; por el contrario, el acting-out parece producir una sensación de libertad.
A fortiori una alucinación está destinada por su cualidad de cosa en sí (no el pensamiento del pecho sino el pecho
mismo) a ser indistinguible de la libertad. Puede entenderse, entonces, que el paciente enfrenta una elección: o bien
permite que su incapacidad para soportar la frustración utilice lo que de otro modo podría ser una "no-cosa" como
pensamiento y logra así la libertad que describe Freud (1911), o bien utiliza lo que podría ser una "no-cosa" como base
de un sistema de alucinosis.
Las alucinaciones no son representaciones: son cosas en sí mismas nacidas de la intolerancia de la frustración y del
deseo. Sus defectos no se deben a su incapacidad para representar sino a su incapacidad para ser. Por lo tanto resulta
necesario que consideremos la diferencia entre la realidad psíquica y la realidad externa.
Muchos meses de observación— la "incoherencia" manifiesta características que cambian de una manera constante.
En un ataque de impaciencia el analizado puede describirlas como insustanciales, y tal vez lo sean, ya que en realidad
las oraciones pueden comunicarlo todo excepto la esencia. El paciente mutila algunas frases. Emplea pronombres
personales de modo que no se conoce a qué personas éstos se refieren. Omite partes importantes del discurso, y así
sucesivamente. Las mutilaciones difieren por su forma y efectos. No siempre privan de sentido a las frases, aunque a
veces la "falta de sentido" es su "sentido". Este tipo de peculiaridad es sólo una manifestación de ataques a la
articulación, siendo el vínculo la técnica del psicoanálisis, y también, el propio discurso articulado. Mi interés
inmediato no son los ataques a la articulación sino un aspecto de la transformación
(Bion, 1965). El paciente, que se ha provisto de una serie de afirmaciones, escucha la interpretación y luego continúa,
según todas las apariencias, del mismo modo. Una observación más extensa revela que en realidad se ha producido un
cambio. Si mi interpretación intentaba mostrarle que estaba hablando más para esconder que para revelar algo
relacionado con su vida sexual, él se identificará con un "punto de vista" (un "vértice") tal que sólo se esclarezcan
ciertos elementos de mi interpretación.
Para enfrentar esta dificultad propongo construir una figura que sirva para representar los aspectos invariables de una
situación siempre cambiante.
III
REALIDAD PSÍQUICA Y SENSORIAL
Los hechos psicoanalíticos no pueden enunciarse de un modo directo, indudable e incorregible, análogamente a lo que
sucede con aquellos que conciernen a otras búsquedas científicas. Utilizaré el signo O para denotar lo que es la
realidad última, representada por términos tales como realidad última, verdad absoluta, la divinidad, el infinito, la cosa
en sí. Salvo incidentalmente, O no cae dentro del dominio del conocimiento o del aprendizaje; es posible "devenir" O,
pero no "conocerlo". Es oscuridad e informidad, pero entra dentro del dominio de Κ cuando ha evolucionado hasta un
punto en el que puede ser conocido, mediante el conocimiento obtenido por vías de experiencia, y formulado en
términos derivados de la experiencia sensorial; su existencia se conjetura fenomenológicamente.
Es inevitable que en el curso del análisis el analizado proporcione una gran cantidad de información sobre sí mismo,
del mismo modo que el analista imparte información sobre el análisis. En el mejor de los casos esta información
carece de valor, y en el peor, es perjudicial, ya que todo análisis es único, cualidad de la que no participa la
conversación acerca del análisis. El analista debe centrar su atención en O, lo desconocido e incognoscible. El éxito
del psicoanálisis depende del mantenimiento de un punto de vista psicoanalítico; éste es el vértice psicoanalítico, es
decir O. El analista no puede identificarse con él: debe ser él.
Cualquier objeto conocido o cognoscible por el hombre, incluso él mismo, debe ser una evolución de O. Es O cuando
ha evolucionado lo suficiente como para coincidir con las capacidades Κ del psicoanalista. En la medida en que el
analista se convierta en O está capacitado para conocer los hechos que son evoluciones de O.
Vertiendo esto a términos de la experiencia psicoanalítica, el psicoanalista puede conocer lo que un paciente dice, hace
y aparenta ser, pero no puede conocer el O del cual el paciente es una evolución: sólo puede "serlo". Conoce los
fenómenos por virtud de sus sentidos, pero, como lo que le interesa es O, debe considerar los hechos como poseedores
de los defectos de irrelevancia que obstruyen el proceso de "convertirse" en O, o los méritos de indicadores que
inician dicho proceso. Sin embargo, las interpretaciones dependen de su "conversión" (ya que no puede conocer a O).
La interpretación es un hecho real en una evolución de O que es común al analista y al analizado. No puede haber un
resultado genuino basado en la falsedad. Por lo tanto, este resultado depende de lo cerca que se encuentre de la verdad
la apreciación interpretativa. Tanto el psicoanalista como su analizado dependen de los sentidos, pero las cualidades
psíquicas con las que trata el psicoanálisis no se perciben por medio de los sentidos, sino, como lo dice Freud,
mediante cierta contraparte mental de ios órganos sensoriales, una función que él atribuyó a la conciencia.
Para expresarlo en un lenguaje más común, diría que cuanto más "real" sea el psicoanalista, tanto más podrá aunarse
con la realidad del paciente. Por el contrario, cuanto más dependa de los hechos reales más debe fiarse del
pensamiento que depende de un trasfondo de impresión sensorial.
(Contenido) evacúa el desagrado para librarse de él, para transformarlo en algo que es o se siente como agradable por
el placer de la evacuación, por el placer de ser contenido. (Continente)interviene en las evacuaciones por los mismos
motivos. La naturaleza de la relación requiere investigaciones. , que puede tanto evacuar como retener, es el prototipo
de una memoria olvidadiza o retentiva.
Las evoluciones de la memoria que son inevitables para el psicoanalista son elementos de la categoría C, el dominio
de (Continente-Contenido) , la primacía de placer-dolor (en contraste con la realidad o la verdad), y la "posesión" con
su correlativo, temor a la pérdida, todos fueron adquiridos en estrecha relación con los sentidos.
El impulso por liberarse de los estímulos dolorosos da al "contenido" de la memoria ( ) un carácter insatisfactorio
cuando se está empeñado en la búsqueda del verdadero O. Cuanto más exitosa es la memoria en sus acumulaciones,
tanto más se aproxima a un elemento saturado con elementos también saturados.
Un analista con una mentalidad así es aquel que es incapaz de aprender porque está satisfecho. Además, a causa de su
naturaleza primitiva se piensa que su memoria está llena sólo con objetos que dan origen a sentimientos de placer y
que está vacía de componentes de desagrado, o viceversa. La actitud respecto de la "memoria" o del "inconsciente"
depende de la idea de que es un continente para las "evacuaciones" de identificación proyectiva. Una memoria así no
constituye un equipo adecuado para un analista cuyo objetivo sea O, tal como puede verse en una consideración de lo
que este signo representa.
Representa la verdad absoluta contenida en cualquier objeto y propia de éste; se supone que no puede ser conocida por
ningún ser humano; puede saberse acerca de ella, puede reconocerse y sentirse su presencia, pero no puede
conocérsela. Es posible ser uno con ella.
Para llegar a conocer algo acerca del analizado, el analista puede recurrir a K. La memoria es una parte de K. La
notación (Freud, 1911) en el sentido amplio del término, es su servidora. Pero la memoria depende de los sentidos.
Está limitada por las limitaciones de éstos y por su subordinación al principio de placer-dolor; por consiguiente, los
recuerdos son falaces y la memoria tiene los defectos de su origen en funciones de posesividad y evacuación.
Al psicoanalista le interesa O, que es incomunicable excepto a través de la actividad de Κ. Ο puede parecer accesible
por medio de Κ a través de los fenómenos, pero en realidad no es así. Κ depende de la evolución de O K. La
unificación con O. parecería posible a través de la transformación Κ Ο, pero no es así. La transformación O Κ
depende de la liberación de Κ de la memoria y del deseo. Por lo tanto paso a considerar el "deseo". Además de los
recuerdos quiero considerar los pensamientos, que son formulaciones de deseo, y probablemente, aunque no es
seguro.
Los "recuerdos" y "deseos" sobre los que quiero llamar la atención tienen en común los siguientes elementos: su
formulación ya está lista y, por consiguiente, no es necesario formularlos; son derivados de la experiencia que se logra
mediante los sentidos; son evocaciones de sentimientos de placer o dolor; son formulaciones "que contienen" placer o
dolor. En la medida en que son afirmaciones de la columna 2 su función es evitar la transformación del orden Κ Ο.
El primer paso es que el analista se imponga una disciplina positiva de evitar el recuerdo y el deseo. No quiero decir
con esto que "olvidar" sea suficiente: lo que se requiere es una actitud positiva de contener ambos factores.
Puede que se presente la duda de cuál es el estado mental deseable si los deseos y la memoria no lo son. "Fe" es un
término que expresaría de una manera aproximada lo que necesito decir —fe en que existan una realidad y una verdad
últimas—: lo desconocido, lo incognoscible, "el infinito informe".
Al analista no le interesan estos objetos aprehendidos por medio de los sentidos ni el conocimiento de todos ellos. Los
recuerdos y los deseos no tienen valor; pero son rasgos inevitables que encuentra en sí mismo cuando trabaja. Está
interesado en estos objetos presentes en su analizado porque le interesa el funcionamiento de la mente de éste. Su
analizado expresará su conciencia de O en las personas y en las cosas por medio de formulaciones que representan la
intersección de las evoluciones de O con la evolución de su conciencia.
No puede haber reglas acerca de la naturaleza de la experiencia emocional que demuestren que ésta está preparada
para la interpretación. En su reemplazo puedo sólo sugerir reglas que ayudarán al analista a lograr el marco mental en
el cual sea receptivo de O; podrá entonces sentirse impelido a tratar la intersección de la evolución de O con el
dominio de los objetos sensoriales o de las formulaciones basadas en los sentidos. Que lo haga o no, no puede
depender de reglas para O, u O K, sino tan sólo de su capacidad para estar de común acuerdo con O. Mi última frase
representa un "acto" de lo que he llamado "fe". Según mi punto de vista es una afirmación científica porque para mí la
"fe" es un estado mental científico y se lo debería reconocer como tal. Pero debe tratarse de "fe" no impregnada por
ningún elemento de la memoria o el deseo.
Los ejercicios de descartar la memoria y el deseo deben considerarse como preparatorios para un estado mental en el
cual O puede evolucionar. La facilitación de la "constelación" 1 debe considerarse a su vez como un paso en el proceso
de unificación (la transformación O K). En la práctica esto significa no que el analista recuerde algo importante, sino
que durante el proceso de unificación con O, el proceso denotado por la transformación
O K, se evocará una constelación relevante.
¿Para qué es entonces relevante la memoria del analista y por qué no puede haber una constelación que tenga una
importancia ajena al análisis? Si la objeción a la memoria puede sustentarse porque toda memoria es un caso especial
de guardar (poseer) una teoría que se sabe (o se sospecha) falsa para evitar el trastorno psicológico que siempre
acompaña al desarrollo mental, tendrá la ventaja de disminuir el número de teorías que se requieren para divulgar, tal
como me propongo hacerlo, las teorías de resistencia.
Pero el "acto de fe" no es una afirmación, ni siquiera una afirmación de la columna 6, aunque tiene similitudes con los
elementos de ésta. Todos los elementos de la tabla tienen un trasfondo de O a partir del cual han evolucionado y es
sólo cuando O ha evolucionado lo suficiente como para ser aprehendido que puede representárselo mediante un
elemento de la tabla.
El "acto de fe" no tiene nada que ver con la memoria, el deseo o la sensación. Con el pensamiento tiene una relación
análoga a la que existe entre un conocimiento a priori y el conocimiento. No pertenece al sistema ± K, sino al sistema
O. No conduce por sí mismo al conocimiento "sobre" algo; pero este conocimiento puede ser el resultado de una
defensa contra las consecuencias de un "acto de fe". Un pensamiento tiene como realización una no-cosa. Un "acto de
fe" tiene como trasfondo algo que es inconsciente y desconocido porque no ha sucedido.
La receptividad lograda por el despojamiento de la memoria y el deseo, esencial para la operación de "actos de fe", es
imprescindible para la operación del psicoanálisis y de otros procedimientos científicos. Es esencial para la
experimentación de alucinaciones o del estado de alucinosis.
El "significado" de una afirmación en la alucinosis no es el mismo que el que tiene en el dominio del pensamiento
racional. En el dominio de la alucinosis el hecho mental se transforma en una impresión sensorial, y las impresiones
sensoriales no tienen significado en este dominio; proporcionan placer o dolor. De este modo el fenómeno mental no
perceptible por los sentidos se transforma en un elemento beta que puede ser evacuado y nuevamente introducido para
que el acto produzca no un significado, sino placer o dolor.
En un estado de alucinosis el analizado experimenta alucinaciones visuales que tienden a autoperpetuarse. Producen
placer y dolor, siendo valorados ambos, y no producen significado en el sentido en que ese término se entiende en el
dominio del pensamiento racional. Por consiguiente, hay en él una tendencia a exigir y proporcionar más alucinación
para compensar por la gratificación perdida. Siente que el placer y el dolor son inadecuados; del mismo modo, el
"significado" es inadecuado. Cuantas menos gratificaciones recibe, su voracidad aumenta más; cuanto más aumenta
ésta, tanto más alucinado se vuelve.
Los puntos de vista expuestos acerca de la memoria y el deseo y la necesidad de su regulación como preparación del
psicoanalista para su trabajo proporcionan un punto de partida para reconsiderar la naturaleza de las transformaciones
proyectivas. La alucinosis, que puede ser observada cuando uno se despoja de la memoria y el deseo, debe tener algún
mecanismo correspondiente en los hechos que llevaron a su origen. Si el analista puede dar ciertos pasos que le
permitan "ver" lo que el paciente ve, es razonable suponer que el paciente también "ha dado pasos", aunque no
necesariamente los mismos, que le permitieron "ver" lo que ve.
IV
OPACIDAD DE LA MEMORIA Y DEL DESEO
El "acto de fe" (F) depende de una negación disciplinada de la memoria y del deseo. No es suficiente una mala
memoria: lo que comúnmente se llama olvido es tan malo como recordar.
Cuanto más se ocupa el psicoanalista de la memoria y del deseo, más aumenta su facilidad para darles cabida y más
proclive se vuelve a minar su capacidad para F. Ya que si consideramos que si su mente está preocupada por lo que se
dice o no se dice, o por lo que espera o no, veremos que esto significa que no puede permitir que la experiencia se
inmiscuya, en especial aquel aspecto de ella que va más allá del sonido de la voz del paciente o de la vista de sus
posturas. Los sonidos emitidos por el paciente o el espectáculo que representa se relacionan con O sólo en la medida
en que O haya evolucionado dentro del dominio de K. (el deseo o la memoria impiden la preconcepción si ocupan el
espacio que debería quedar sin saturar).
El paciente se encuentra en un estado mental para el cual no existe aparato verbal y el psicoanalista se encuentra
constantemente con la necesidad de producir su propio aparato para la investigación mientras la lleva a cabo. Si el
psicoanalista no se ha despojado de manera deliberada de la memoria y del deseo, el paciente puede "sentirlo" y ser
dominado por el "sentimiento" de que es poseído por el estado mental del analista y contenido en él, es decir, el estado
"representado por el término "deseo".
Acepto la concepción que Freud tiene de la memoria y de su relación con la notación {Freud, 1911). Puesto que toda
memoria tiene un trasfondo de impresiones sensoriales, la categoría apropiada es la de la hilera C. Como hay una
cantidad de aspectos en los cuales la memoria y el deseo parecen tener una configuración similar, propongo considerar
solamente la función C3 de la memoria. ¿Qué decir del "recuerdo" de una gratificación que se perdió? (Un deseo no
realizado debe clasificarse como un deseo)
La solución del problema es factible dando una dirección a la "identificación proyectiva" e incrementando en alto
grado los vértices y las metas. No se presta suficiente atención al inconsciente como una meta en sí misma del objeto
proyectado, ni aun a la evacuación del mundo mental hacia el mundo sensible y, por consiguiente, fuera del sistema
mental. El deseo y la memoria tienen en común que ambos tienen un trasfondo de impresiones sensoriales. Pero el
deseo se relaciona con aquello que se siente que no se posee; está "no saturado".
La comprensión del paciente y la identificación con él, que hasta ahora han sido consideradas suficientes, deben
reemplazarse por algo bastante diferente. La transformación en Κ debe reemplazarse por la transformación en O, y Κ
debe ser reemplazada por F. Ahora en las transformaciones en K, el punto sobre el que se enfoca la atención está en la
línea de intersección de la evolución de O con Τα para producir Tβ. En la transformación en O la atención se centra
más allá de la intersección y en O. Τα y Tβ son, por lo tanto, proyecciones de un punto de O (infinito) sobre una
superficie; y aunque O (infinito) es inaccesible para K, es perfectamente accesible para Τ en O. El analista debe
volverse infinito mediante la suspensión de la memoria, el deseo, la comprensión.
La amenaza a la "realidad" se siente como derivada de:
1) la supresión de la memoria, el deseo, la comprensión, ya que tal supresión hace vacilar la experiencia basada en los
sentidos, que es la realidad con la que cada individuo está familiarizado;
2) el aumento del poder de F, que revela y hace posible experiencias que a menudo son penosas y difíciles de tolerar
para el analista y el analizado individuales.
3) el tipo peculiar de relaciones entre un elemento y otro del dominio de O. Se incluye en esto una relación que se
expresa indistintamente como espacial o como temporal.
Cuanto más cerca se halla el analista de lograr la supresión del deseo, la memoria y la comprensión, tanto más
probable es que caiga en un sueño similar al estupor. Aunque distinta, la diferencia es difícil de definir.
El aumento disciplinado de F por supresión de Κ, ο la subordinación de las transformaciones en Κ a las
transformaciones en O, se siente, por consiguiente, como un ataque muy serio al yo hasta que F ha quedado
establecido.
Si se concibe con estrechez el método psicoanalítico como una acumulación de conocimiento (posesividad) en
armonía con el principio de realidad y divorciado de los procesos de maduración y crecimiento (ya sea porque no se
reconoce el crecimiento o porque se lo reconoce pero se lo considera inalcanzable y fuera del control del individuo),
se convierte en un poderoso estimulante de la envidia. Una fuente más de distorsión es la tendencia a vincular F con lo
sobrenatural por falta de experiencia de lo "natural" con que se relaciona.
En primer lugar, el analista descubrirá enseguida que parece ignorar el conocimiento que hasta ese momento
consideró como garantía de escrupulosa responsabilidad médica. Es más simple considerar que las afirmaciones del
paciente tienen una categoría en el vértice del analista y observar que, según el punto de vista de éste, no
"significan" que el paciente esté casado (es decir, que no son elementos de la columna 3) sino que tienen una categoría
particular y que es de la evaluación que el analista hace de la categoría de donde deriva el "significado". Sus elementos
no saturados están saturados. Lo que el paciente piensa que quiere decir es, en lo que respecta al psicoanalista,
irrelevante, pero lo que en realidad es la afirmación y el uso que se le da, es relevante. Ahora está claro que si el
psicoanalista se ha permitido el libre juego de la memoria, el deseo y la comprensión, sus preconceptos estarán
habitualmente saturados y sus "hábitos" lo llevarán a recurrir a una saturación instantánea y bien practicada derivada
del "significado" más que de O.
Digámoslo una vez más: la capacidad para olvidar, la habilidad para evitar el deseo y la comprensión deben
considerarse como una disciplina esencial para el psicoanalista. La falta de práctica de esta disciplina llevará a un
firme deterioro de los poderes de observación cuyo mantenimiento es fundamental.
Es así como el deseo, la memoria, la comprensión tienen la función de la columna 2 de mantener a F a raya y evitar así
que su transformación en Κ se convierta en una transformación en O. De un modo ostensible representan un
compromiso, ya que no sólo perjudican a F y a las transformaciones en O, sino que sustituyen las transformaciones en
Κ que tienen similitud con la transformación en O y hacen que el preconcepto (D) en Κ sirva más como saturación
que como un medio para lograrla.
El punto más importante parece ser la penosa naturaleza del cambio tendiente a la maduración. Quizá sea ocioso
preguntar por qué debería ser penoso, por qué la intensidad del dolor guarda tan poca relación con la intensidad del
peligro identificable, y por qué se teme tanto el dolor. No hay ninguna duda acerca de que se teme el dolor mental en
particular de una manera que sería apropiada si se correspondiera de un modo directo con el peligro mental. Con todo,
la relación entre el dolor y el peligro es oscura.
VI
EL MÍSTICO Y EL GRUPO
Parece absurdo que un psicoanalista deba ser incapaz de evaluar la calidad de su trabajo. Para intentar una evaluación
cuenta con la opinión pública (notoriamente inconstante y poco segura, inadecuada además para usarla como
fundamento de cualquier juicio), con la ansiedad, o con una sensación de satisfacción y bienestar relacionada con un
trabajo que le parece bien hecho. Este último constituye un fundamento tan valedero como cualquier otro, pero está
sujeto a dudas y a desconfianzas.
La única persona, aparte de él, que se encuentra en condiciones de tener una opinión es el analizado. También su
opinión debe ser examinada. Los sentimientos hostiles o amistosos que se revelan convergen en un punto donde
debería producirse un juicio prudente y desapasionado. En cambio, lo que se produce es una intuición: "Es verdad,
acéptelo". Formulaciones de este tipo no se consideran científicamente adecuadas y uno anhela algo mejor.
Se ha dicho que el genio es semejante a la locura. Sería más acertado decir que los mecanismos psicóticos requieren
que un genio los maneje de una manera adecuada para promover el crecimiento o la vida (que es un sinónimo de
crecimiento).