Andrews, Ilona - Kate Daniels 06.5 - Magic Steals (E.a.)

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Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de manera altruista y

sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a traducir, corregir y diseñar libros de
fantásticos escritores. Nuestra única intención es darlos a conocer a nivel
internacional y entre la gente de habla hispana, animando siempre a los lectores a
comprarlos en físico para apoyar a sus autores favoritos.

El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar realizado por


aficionados y amantes de la literatura puede contener errores. Esperamos que
disfrute la lectura.

2
3
Sinopsis
C
uando la gente comienza a desaparecer, la cambiaformas tigresa, Dali
Harimau y el jaguar cambiante Jim Shrapshire deben descubrir la verdad
sobre las misteriosas criaturas responsables.

4
Extracto
E
ste extracto es de un borrador y puede contener errores gramaticales. Aunque se ha
hecho todo lo posible para permanecer fiel al espíritu de los mitos de Bali, esta es una
obra de ficción y se tomaron algunas libertades con el folklore.
***

Me miré en el espejo. Llevaba unas braguitas negras y un liguero de satén


rojo tomate con cordones negros. La etiqueta del precio había descrito el color
como grana, pero en realidad era tomate rojo. El liguero sujetaba medias de red
negras. Un sujetador a juego hizo todo lo posible para empujar mis tetas pequeñas.
No tenía mucho con que trabajar. No era solo delgada. Cuando se hizo mi cuerpo,
alguien había leído las instrucciones mal. Tenía pechos diminutos, las caderas
estrechas y piernas delgadas como palillos con rodillas huesudas.

Me veía ridícula.
5
La descripción del sujetador había prometido ‘curvas tentadoras’ y me animó
a ‘coquetear con su más impresionante escote’. Me apoyé en el tocador del baño y
soplé aire. Esto apestaba.

Me quedé mirando mi reflejo en el espejo.

—Eres una tigresa. Confiada. Agresiva. Rugiendo.

Aún ridículo.

Podría ser peor, me dije. Podría haber ido por el bikini de cota de malla. La
tienda de lencería tenía uno de esos, también.

El empleado de ventas había recomendado una cosa rosa flotante


transparente con arcos. La compra estaba fuera de cuestión. Yo ya era baja y
delgada. La cosa me hubiera tragado. Además, ese traje era un traje de muñequita.
Parecer linda y dulce era lo último que quería, porque esta noche Jim Shrapshire y
yo teníamos una cita.

Jim Shrapshire dirigía el Clan Felino, uno de los siete clanes cambiantes de la
Manada de Atlanta. Un hombre jaguar, que normalmente trabajaba como Jefe de
Seguridad de la Manada. Jim no era solo un tipo duro. Era un tipo duro que
escribió un libro para patear culos sobre cómo ser el tipo duro más mortífero. Por
eso, cuando Curran, el Señor de las Bestias y gobernante de la Manada, tuvo que ir
a una expedición al Mediterráneo, dejó a Jim a cargo de mil quinientos
cambiaformas. Curran se fue hacía aproximadamente un mes y Jim estaba
manteniendo a la Manada junta con garras de hierro. Era el hombre más
inteligente que he conocido. Daba miedo, era divertido, tenía los músculos en
lugares que no sabía que existían, y por alguna extraña razón le gustaba.

Al menos pensaba que le gustaba. Las cosas se complicaron. Como el alfa del
Clan Felino, estaba a cargo de mí y había sido muy cuidadoso de no aprovecharse
de eso. Habíamos estado intentando tener una cita, a excepción de que Jim estaba
ocupado y yo estaba demasiado ocupada, así que apenas conseguíamos una cita
cada dos o tres semanas. Cuando conectábamos, hablábamos sobre todo bajo el sol
y nos besábamos. Él me dejaba marcar el ritmo. Decidí lo lejos que iríamos y las
primeras veces que nos reunimos, no fuimos muy lejos.

Besar a Jim era mi definición de nirvana, pero una pequeña parte de mí, no
creía que realmente estuviera allí para mí. Jim necesitaba a una igual: una mujer
poderosa, agresiva y sexy. Él me consiguió a mí, Dalí, una chica vegetariana flaca
que tenía que usar gafas con lentes tan gruesos como fondos de botella de Coca
Cola, que vomitaba cuando olía sangre, y era tan útil en una pelea como una
quinta pata en un burro. Para colmo, mi propia madre, que era la que más me 6
quería en todo el mundo, no me describiría como suficiente. Ella le decía a la gente
que era inteligente, valiente y educada. Lamentablemente nada de eso me ayudaba
en este momento, porque esta noche quería ser sexy. Quería seducir a Jim.

Tenía todo previsto. Compré el vino. Cociné. Incluso le hice un bistec. Cociné
al menos por separado en una sartén para asegurarme de que no caían jugos de la
carne en mi ñoquis. Pude haber sentido náuseas, porque no quería tocarlo, pero
estaba bastante segura de que lo había preparado correctamente. Elegí este equipo,
ya que el modelo que lo lleva en el anuncio era exactamente la forma en que quería
ser: alta, con los pechos DD, culo regordete, cintura pequeña, y ella tenía el tipo de
cara que haría que los hombres se volvieran para mirarla. La ropa interior le
sentaba muy bien.

Miré furiosamente a mi reflejo. Quería que cayera a mis pies, no hacerle caer
de la risa. Si no me hubiera puesto ya el rimel, hubiera llorado.

Nada de eso importaba de todos modos. Eran las ocho y veinte. Jim llegaba
tarde. Tal vez tenía un imprevisto. Tal vez cambió de opinión sobre todo este
asunto de las citas.

Sonó el timbre.

¡Aaa! Volví al baño, agarré mi kimono de seda azul, me lo puse, y corrí


escaleras abajo.
El timbre sonó de nuevo. Revisé la mirilla. Mi corazón dio un vuelco. ¡Jim!

Abrí la puerta. Estaba de pie en mi puerta, alto, moreno, y tan caliente, que
me debilitó las rodillas. Había estado enamorada de él durante años y cada vez que
lo veía, mi respiración todavía se quedaba atrapada. Su olor se apoderó de mí,
sándalo, ligero almizcle, y vainilla cremosa de su desodorante, el toque de cítricos
y menta verde en su champú, y la fragancia de su piel, una complicada mezcla de
sudor y el olor fuerte y picante de macho ligeramente áspero, integrado en un coro
de varias capas que cantó, ‘Jim’ para mí. Todas mis palabras inteligentes
desaparecieron y me convertí en una imbécil.

—¡Hey! —Oh, genial. El heno es para los caballos.

—Hola. —Se abrió paso en la casa. Vestía vaqueros oscuros, una camiseta
negra y una chaqueta de cuero sobre ella. Jim normalmente vestía de negro. Su piel
era de un intenso color marrón oscuro, y el pelo negro recogido, dejando su rostro
masculino a la vista.

Se inclinó hacia delante. Me puse de puntillas y le di un beso en los labios. Él


no me devolvió el beso. Algo estaba mal. 7
—Tengo una botella de Cabernet Franc —le dije. Jim cocinada como un chef y
le gustaba el vino. El hombre de la tienda de vinos me dijo que era un galardonado
vino—. De la bodega Tiger Mountain.

Él asintió. Yo ni siquiera conseguí una sonrisa de satisfacción.

¿Y si estuviera rompiendo conmigo?

—Iré a buscarlo. —Mi voz se volvió chillona—. Sigue adelante y siéntate.

Fui a la cocina, cogí las copas, y serví el vino de color rojo oscuro. Él no podía
estar rompiendo conmigo.

Agarré las gafas y me fui a la sala de estar.

Jim estaba dormido en mi sofá.

¡Oh, no! La última vez que lo encontré durmiendo en mi casa, una criatura
araña se había alimentado en su alma. Otra vez no.

Puse las copas sobre la mesa auxiliar, le agarré de los hombros y le sacudí.

—¡Jim! Jim, háblame.

Él parpadeó y abrió sus hermosos ojos oscuros. Estaban vidriosos, como si no


estuviera totalmente allí.
—¿Estás bien? ¿Que está mal?

Me miró.

—Me desafiaron.

En la Manada, los retos personales decidían el liderazgo. Querían decir una


lucha a muerte. No había piedad.

—¿Quién?

—Roger Mountain —dijo.

Roger Mountain era una pantera, cruel y despiadado. Jim estaba vivo, así que
tenía que haber matado a Roger, pero yo había visto a Roger pelear antes. Dejaba a
sus oponentes hechos pedazos.

—¿Qué tan malo fue? —le pregunté.

—No tan malo.

—¿Jim?
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Levantó el lado de su camiseta. Todo su torso estaba oscuro. Me llevó un
segundo darme cuenta de que era una contusión continua. Oh, hombre tonto
idiota.

—¿Los medimagos han visto esto? —La Manada tenía su propio hospital y
nuestros medimagos eran algunos de los mejores.

—Claro.

—¿Qué te dijeron?

—Dijeron que estaba bien.

—Te golpearé con una botella de vino —gruñí—. ¿Qué es lo que realmente
dijeron?

—Hablé con Nasrin. Dijo que reposo en cama durante veinticuatro horas.

Por supuesto, le había recomendado reposo en cama. La pelea tuvo que haber
drenado a Jim a la nada y cambiar de forma tomaba una gran cantidad de energía,
sobre todo ahora. La magia inundaba nuestro mundo en olas. Cuando la magia
subía, los hechizos funcionaban y transformarse era más fácil y más aún, si un
cambiaformas normal cambiaba dos veces en veinticuatro horas; el Lyc-V, el virus
cambiaformas, obligaría a su cuerpo a dormir la siesta. Yo estaba exenta de esta
regla, porque mientras llevaba el virus, mi magia era mística en origen, pero la de
Jim no. Con la tecnología en control, una pelea detrás, y dos cambios, Jim debería
haber estado descansando, no aquí.

—Así que, ¿en lugar de descansar cambiaste de tu forma guerrero y


condujiste hasta aquí? —No podía haber sido tan imprudente. Podría haberse
quedado dormido al volante.

Jim bostezó.

—No me lo quería perder —me sonrió—. Te ves muy bien.

Oh estúpido imbécil.

—Sólo me sentaré aquí durante un segundo —dijo y cerró los ojos.

Jim medía seis pies de altura. Mi sofá era pequeño. Si se quedaba dormido
aquí, no sería capaz de caminar por la mañana.

—Nasrin dijo reposo en cama, no sofá. —Metí el hombro bajo su axila—.


Venga. Vamos al dormitorio.

Sus ojos se iluminaron durante medio segundo. 9


—Bueno, si insistes...

—Insisto. —Le puse en vertical. Era una tigresa vegetariana, pero todavía era
una cambiaformas. Podría haberle llevado por las escaleras pero no creí que fuera
a dejarme—. Venga.

Subimos por las escaleras y le dejé en la cama. Me encantaban las enormes


camas blandas, y esta era tamaño reina con un colchón de plumas tan espeso, que
tenía que saltar para llegar a ella. Jim aterrizó en él y se hundió. Alcancé sus botas,
pero él se sentó.

—Ya lo tengo.

Sus botas golpearon el suelo. Se recostó y cerró los ojos. Me metí en el


armario y me quité la ropa interior. No quería que me la viera puesta. Si lo hacía,
podría pensar que tenía un plan para la noche y se molestaría por dormirse. No
importaba el plan. Sólo quería que estuviera bien. Me puse un par de bragas de
algodón liso y una camiseta blanca, salí, y me metí en la cama junto a él.

La magia rodó sobre nosotros en una ola invisible. Todas las luces eléctricas
se apagaron y la linterna fey en el baño se agitó a la vida, brillando con azul suave.
Mi magia fluía a través de mí. Excelente. Él sanaría más rápido durante una ola de
magia.

—Lo siento por arruinar la cita —murmuró Jim.


Me acurruqué con él, mi mano en su pecho, con cuidado de no presionar
demasiado.

—No lo has hecho. Esto es perfecto.


***
Toc-toc-toc.

Abrí los ojos. Estaba acostada en mi cama. Aspiré profundamente y olí a Jim.
Su olor estaba a mi alrededor, olor a limpio, especias cítricas que me volvía loca. Su
brazo estaba al otro lado de mi cintura, su cuerpo caliente contra mi lado.

Jim estaba en mi cama y me sostenía. Sonreí.


Toc-toc-toc.

Alguien estaba llamando a la puerta de mi casa. Eso estaba bien. Podrían


seguir llamando. Sólo quería seguir allí, en mi cama suave, envuelta en Jim.
Mmm...

—¡Dalí! Abre la puerta. 10


Mamá.

Me enderecé en mi cama. Jim saltó hacia arriba y cayó de pies, con los brazos
en alto, su cuerpo tenso, listo para saltar.

—¿Qué?

—¡Mi madre está aquí! —Salté al suelo, tiré un par de pantalones cortos de
debajo de mi cama, y di saltitos sobre un pie intentando ponérmelos.

Él exhaló.

—Pensé que era una emergencia.

—Es una situación de emergencia —le susurré en un susurro teatral—.


¡Quédate aquí! No hagas ruido.

—Dalí —comenzó.

Agarré una almohada y se la lancé.

—¡Calla!

Él parpadeó. Agarré mi kimono, me lo puse, cerré la puerta de mi dormitorio,


y corrí escaleras abajo, aferrándome a la barandilla para salvar mi vida, para no
tropezar. La última cosa que necesitaba era que mi madre descubriera que tenía a
Jim en mi dormitorio. No habría ningún final a las preguntas y entonces querría
saber si fijaríamos la fecha para la boda y cuando llegarían los nietos. Yo ni
siquiera sabía si Jim iba en serio.

Salté los últimos siete escalones, até mi kimono, y llegué a la puerta.

Las copas de vino. Oh, dispárame. Corrí a la cocina, cogí las dos copas de
vino, el vino lo vertí por el desagüe, las metí en el armario más cercano, vacié la
sopa de curry vegetariano en el fregadero, arrojé los ñoquis de calabaza a la
basura, después tiré el bistec que hice para Jim y se lo empujé profundamente en el
cubo de la basura por si acaso mi madre decidía tirar algo. Me lavé las manos, corrí
hacia la puerta y la abrí.

Mi madre levantó las manos. Sostenía su bolso en una y una caja de donuts
en la otra. Estaba frente a una copia exacta de mí con treinta años más. Las dos
éramos bajas y pequeñas y cuando hablábamos, agitábamos demasiado las manos
alrededor. Una mujer de mi edad estaba a su lado. Tenía el pelo oscuro, ojos
grandes, y una cara linda en forma de corazón. Komang Indrayani. Al igual que
yo, nació en Estados Unidos, pero sus dos padres habían venido de Indonesia,
desde la isla de Bali. Su madre conoció a mi madre y nos encontramos un par de
veces, pero nunca hablamos. 11
Algo malo había pasado. La única vez que mi madre traía visitantes a mi casa
que no fueran de la familia era cuando algún tipo de emergencia mágica había
tenido lugar.

—Me has hecho esperar en la puerta durante media hora —resopló mi madre.

—Estaba dormida. —Sostuve la puerta abierta—. Adelante.

Entraron, mi madre la primera. Komang me dio una mirada de disculpa.

—Lamento molestarte en sábado.

—Está bien —le dije.

Nos sentamos en la cocina.

—¿Quieres algo de beber? —le pregunté.

Mi madre hizo un gesto con las manos.

—Vosotras hablad. Yo haré café.

Por encima de nosotras algo hizo un ruido sordo. Me quedé helada.

Mi madre se quedó mirando el techo.


—¿Has oído eso?
—Oír, ¿qué? —le pregunté, mis ojos muy abiertos. Mataría a Jim. Podía
sentarse completamente inmóvil durante horas cuando espiaba. Le había visto
hacerlo. Tuvo que dejar caer las cosas a propósito.
¡Pum!

—¡Eso! —Mi madre se volvió depredadora como un ave de rapiña—. ¿Qué


fue eso?
Miente, piensa en algo rápido, miente, miente...

—Tengo un gato.

—¿Qué clase de gato? —Entornó los ojos mi madre.

—Uno grande.

—Quiero verlo —dijo mamá—. Tráelo.

—Es callejero y un poco salvaje. Es probable que esté escondido. Puede que
no sea capaz de encontrarlo.

—¿Cuánto hace que le tienes? 12


—Unos pocos días. —Cuanto más mentía, más me hundía. Mi madre tenía un
superordenador por cerebro. No se perdía nada.

Mamá me señaló con una cucharadita.

—¿Está castrado?
Oh mis dioses.

—Todavía no.

—Es necesario que le castres. De lo contrario, rociará toda la casa. El hedor es


terrible. Y cuando no está fuera haciendo el gato, pequeñas gatas en celo se
presentarán y gemirán bajo las ventanas.
Mátame, por favor.

—Es un buen gato. No es así.

—Es el instinto, Dali. Antes de que te des cuenta, podrás dirigir un prostíbulo
felino.

—¡Madre!

Mi madre agitó la cuchara y se volvió para hacer el café.


Me volví hacia Komang. Ella me dio una mirada simpática que decía ‘He
estado ahí, lo he soportado, recibí la camiseta de buena hija por eso.’

—¿Qué puedo hacer por ti? —le pregunté.

Komang cruzó las manos sobre el regazo.

—Mi abuela ha desaparecido.

—¿Eyang Ida?

Komang asintió.

Recordaba a Ida Indrayani. Era una agradable señora de unos setenta años
con una cálida sonrisa amistosa. Todavía trabajaba como peluquera. La familia no
necesitaba el dinero, pero Eyang Ida, la abuela Ida, como la llamaban
habitualmente, le gustaba ser social.

—¿Cuánto tiempo ha estado desaparecida?

—Desde ayer por la noche —dijo Komang—. Se suponía que tenía que venir a
mi fiesta de cumpleaños, pero no se presentó. Sutan, mi marido, y yo nos pasamos 13
por su casa en el camino de vuelta desde el restaurante. Las luces estaban
apagadas. Tocamos a la puerta, pero no estaba allí. Pensamos que tal vez se había
dormido de nuevo. Es mayor y necesita una gran cantidad de siestas. Mis padres
siguen queriendo que viva con ellos, pero no lo hará. Su audición no está en el
mejor momento, y una vez que se duerme, es difícil despertarla. Mis padres fueron
a su casa a primera hora de la mañana, pero no estaba allí. No había abierto la
tienda, y ahí es cuando supimos que algo estaba realmente mal. Mi madre tiene
una llave de repuesto por lo que abrió la puerta. Mi abuela se había ido y había
sangre en el porche de atrás.
No es bueno.

—¿Cuánta sangre?

Komang tragó.

—Sólo una mancha.

—Enséñaselo —dijo mi mamá.

Komang buscó en su bolsa de lona.

—Nos encontramos esto al lado de la sangre.


Sacó una bolsa Ziploc de su bolso. En su interior había tres pelos negros
gruesos. Cerca de nueve pulgadas de largo, se veían como algo que puedes sacar
de la crin de un caballo.

—Tratamos de ir a la policía, pero nos dijeron que teníamos que esperar


cuarenta y ocho horas antes de que pueda ser declarada desaparecida.

Abrí la bolsa y solté un resoplido. Ugh. Acre, amargo, el tipo seco de olor,
mezclado con un rastro repugnante de sangre podrida. Sacudí los pelos en la mesa
y con cuidado toqué uno. La magia mordió mi dedo. El pelo se volvió blanco y se
partió, como si se hubiera quemado desde adentro hacia afuera. Mala magia. Mala
magia familiar.

Komang jadeó.

—Te lo dije —dijo mi madre con orgullo en su voz—. Mi hija es el Tigre


Blanco. Ella puede desterrar el mal.

—No todo el mal —le dije y empujé un bloc de notas pegajoso hacia
Komang—. ¿Podrías escribir la dirección de la abuela para mí? Iré a echar un
vistazo a la casa. 14
Komang garabateó y consiguió una llave de su bolso.

—Aquí está la llave de repuesto. —Escribió otra dirección—. Esta es la casa


de mis padres. Estaré allí hoy. ¿Hay algo que pueda hacer? ¿Quieres que vaya
contigo?

—No. —Ella sólo se pondría en el camino.

—¿Tengo que pagarte?


Mi madre se quedó inmóvil en la cocina, mortalmente ofendida.

La gente a menudo confundía la etnia y formación cultural. Sólo porque


alguien se viera japonés o indio, no quiere decir que tengan fuertes lazos culturales
con su país de origen. La identidad cultural estaba más allá de la piel. Debido a la
naturaleza de mi magia, me di a conocer a muchos indonesios en Atlanta, y
aprender sobre la cultura y los mitos de mis padres no sólo era una parte de mi
patrimonio, era parte de lo que me hacía mejor en lo que hacía. Komang eligió
tener menos lazos con las familias de Indonesia. Culturalmente era más
convencional. No me podía ofender alguien que simplemente no sabía cómo
funcionaban las cosas.
—No tienes que pagarme —expliqué con suavidad—. Lo hago porque es mi
obligación para la comunidad. Hace generaciones a mi familia se le dio el don de
esta magia, así podría ayudar a otros. Es mi deber y estoy feliz de hacerlo.

Komang tragó.

—Lo siento mucho.

—No, no, yo lo siento por hacerte sentir incómoda. Por favor, no te preocupes
por eso.

—Gracias —dijo—. Por favor, encuéntrala. Ella es mi única abuela.

—Haré todo lo que pueda —le dije.


***
Acompañé a Iluh a la puerta. Cuando volví, mi madre se cruzó de brazos.

—¿Pagar? ¿Cómo si fueras una especie de tendera?

—Déjalo ir, mamá. No lo sabía.


15
—Debería saberlo. Ese es mi punto. ¿Vas a ir?

—Sí. Déjame vestirme.

—Bien —dijo mi madre—. Te haré la cena mientras estás fuera. De esta forma
cuando regreses, habrá algo de comer.

¡No!

—Muchas gracias, pero estoy bien.

—¡Dalí! —Mi madre abrió la nevera—. No hay nada aquí, excepto arroz.
Puede que tenga que purificar la casa hoy. Ni siquiera tienes tortas para la ofrenda.

No había nada allí porque había planeado almacenar sobras de mi cena con
Jim. Jim, que actualmente se escondía arriba y que tenía que salir a hurtadillas de
aquí.

—Iba a ir de compras hoy. Y robaré algunos donuts para la ofrenda. —Tenía


manzanas en la nevera y mi jardín estaba en flor. Eso sería suficiente para la
ofrenda.

—Te haré algo de comer. Mírate, eres piel y huesos.


—Madre, estoy perfectamente bien. Tengo veintisiete años.

—Sí los tienes. Tu fregadero huele raro, la nevera está vacía, y la basura
desborda. ¡Y! —Mi madre sacó dos copas sucias fuera del armario.

¿Cómo lo sabía? Era como si tuviera un radar.

—¿Qué es esto? ¿Has estado bebiendo?

Ayúdame.

—¿Beber sola? Eso no es saludable para ti. Mira, ni siquiera las has lavado.
Solo quieres conseguir otro y luego pegan la suciedad ahí. Eso es lo que los
alcohólicos hacen.

—Soy un cambiaformas, mamá. No puedo emborracharme, aunque lo


intente. —Técnicamente podía. Si me bebía una botella entera de whisky, me
emborracharía durante unos veinte minutos más o menos, y luego mi cuerpo
metabolizaría el alcohol y estaría sobria como un bebé.
16
—Bebes, no comes, juegas con gatos callejeros. —Mi madre sacudió la
cabeza—. ¿Sabes lo que necesitas? Tienes que conocer a un buen hombre. Es
necesario casarse y tener muchos hijos sanos...

Puse las manos sobre mi cara.

Algo golpeó encima de nosotras de nuevo.

—Se acabó. —Mi madre se dirigió a las escaleras—. Voy a ver a ese gato.

—¡Le vas a asustar! —La perseguí por las escaleras—. ¡Madre!

Mi madre abrió la puerta del dormitorio. Se encontraba vacío.

—Missi, missi... —Mi madre se agachó y miró debajo de la cama—. Missi,


missi... ¿Tu gato habla indonesio?

En realidad sí. Aprendió sólo por mí.

—Te lo dije, se está escondiendo. —Tal vez había salido por la ventana.

La puerta del armario estaba abierta. La ropa interior color tomate rojo que
había dejado en la alfombra había desaparecido.

—Gatito, gatito, missi, missi…


Jim todavía estaba allí. Podía olerle. Me acerqué al armario y levanté la
cabeza. Jim estaba encima de la puerta, las piernas apoyadas en los estantes
superiores del armario, la espalda presionada contra la pared. La estúpida lencería
colgaba de sus dedos.

Me hubiera gustado atravesar el suelo.

Jim sacudió la ropa interior hacia mí y levantó las cejas oscuras.

Mi madre se dio la vuelta.

—¿Por qué te estás sonrojando?

Tenía que sacarla de mi cuarto.

—Tengo que ir a buscar a Eyang Ida —le dije—. Voy a vestirme.

Mi madre me miró.

—¿Puedo tener un poco de privacidad?


17
—Bien. —Sacudió la cabeza y salió de la habitación. La oí bajar las escaleras,
cerré la puerta, me apoyé en ella, y dejé escapar el aliento.

Jim salió del armario, moviéndose sin hacer ruido sobre la alfombra y se
apoyó en la puerta de al lado.

—¿Cuánto te costó esto? —susurró.

—No importa —le susurré —. Lo has hecho a propósito.

—¿Hacer qué?

—El ruido. ¿Eres un jaguar o un elefante?

—Soy un gato callejero, al parecer. Y tu madre me quiere castrar.

—No hubiera querido castrarte si te hubieras quedado quieto. —La castración


era lo último de lo que tenía qué preocuparse. Si le hubiera encontrado, estaría
encantada y saldría corriendo de la casa para que pudieran seguir haciendo nietos.

Él me agarró y me levantó. Sus ojos brillaban con diversión.

—¿Qué estás haciendo? —le susurré—. Estoy ocupa…


Su boca se cerró sobre la mía. Sus labios me rozaron, burlándose,
persuadiendo, y me derritieron, abrí la boca. Una sola lamida sensual sobre mi
lengua y me estremecí. Su aroma se arremolinaba a mi alrededor, ámbar y
almizcle, y amargos cítricos dulces, me llevaban a un lugar secreto, donde sólo
existía Jim, mi caliente, loco Jim, con sus fuertes brazos cerrados a mi alrededor. Su
beso se volvió intenso, apasionado, entonces posesivo. Cada golpe de su lengua
decía: —te deseo. Envolví las piernas alrededor de sus caderas y dejé que me
besara. Nuestras lenguas se mezclaban mientras compartíamos el mismo aliento.
No tenía ni idea de lo hermosa que me hacía sentir cuando me besaba así.

—¡Dalí! ¿Qué te está tomando tanto tiempo?

Me separé de él.

Él sacudió la cabeza, los brazos envueltos a mi alrededor.

—No.

—Me tengo que ir. 18


—No, no lo haces.

Me moví y le sentí. Estaba duro y listo para la acción.

—Jim, déjame ir. No podemos hacer esto ahora.

Él asintió.

—Sí, podemos.

—Mi madre está abajo.

No parecía impresionado.

—Es esa cosa roja, ¿no? —le susurré.

—No, en realidad era tu pequeña camiseta y las bragas cuando saltaste de la


cama esta mañana. O específicamente lo que había en ellos.

—¿Dali? —llamó mi madre.

Me dejé caer sobre él.

—Ella no lo dejará ir.


—¿Qué coche usarás? —preguntó.

—Pooki.

Él me puso en la alfombra.

—Te alcanzaré.

Antes de que pudiera decir nada, Jim abrió la ventana y saltó. Suspiré.

—¡Ya voy, mamá! —grité y fui a vestirme.

***

Pooki era mi Plymouth Prowler1. Cuando pesas apenas cien libras y otros
cambiaformas se burlan de ti a tus espaldas, porque eres el único tigre que come
hierba en todo el estado, tienes que hacer algo para demostrar que no eres un
cobarde. Lo mío eran los coches. Yo corría. Siendo desafortunadamente medio
ciega debo decir que tenía muchos accidentes, pero el ser un cambiaformas
significaba que salía indemne de la mayoría de las veces, por lo que el riesgo se 19
equilibrada por sí mismo. Jim me prohibió correr, como el alfa de Clan Felino.
Seguí y le desobedecí. Algunas cosas tenían que hacerse. Cuando corría, me sentía
poderosa y fuerte. Me sentía increíble. No podía renunciar a eso, no importaba
cuántas veces hubiera destrozado mis coches.

Normalmente Pooki ocupaba un lugar preciado en mi garaje, pero un amigo


me pidió que cuidara de su Corvette2. No vivía en el mejor barrio y era paranoico
sobre que su bebé fuera robado mientras no estaba en la ciudad. Así que ahora
mismo el Corvette descansaba en el garaje junto a Rambo, mi '93 Mustang3, y
Pooki había tenido que sufrir la indignidad de ser aparcado en la calle. Miré a mi
alrededor. No había señales de Jim. Hmm.

Abrí a Pooki, subí, y empecé a cantar en voz baja. La magia estaba en pleno
apogeo y tardó quince minutos en encender el motor de agua. Pooki tenía dos
motores, uno de gasolina y otro de agua encantada. Los motores de combustión
interna se negaban a funcionar durante la magia, no tenía ningún sentido
científico, porque los vapores de gasolina seguían ardiendo al aire libre. Pero tratar

1 Coche deportivo de diseño retro, año 97.


2 Coche marca Chevrolet, no especifica modelo ni año, por lo que puede ser del 53 en adelante.
3 Coche de la marca Ford, del 93, se considera un utilitario de bastante potencia.
de medir la magia por las leyes de la física newtoniana4 y la termodinámica de
Gibbs5 era inútil. No se limitaba a desobedecer esas leyes. La magia no tenía ni idea
de que existían.

El motor ronroneó. Esperé un segundo extra, con la esperanza de que Jim


saltara en el coche de la nada, pero no pasó. Su olor estaba todavía en mí. Suspiré,
salí y avancé por la calle.

Era demasiado esperar todo un día juntos. La Manada le mantenía ocupado.

Llegué a la señal de STOP. La puerta del pasajero se abrió y Jim se deslizó en


el asiento de al lado. Cerré el coche. ¡Ja, ja! Estaba atrapado.

—Intentaré encontrar a Eyang Ida. Es una señora mayor agradable, que


desapareció de su casa y algún tipo de mala magia está involucrado.

Él asintió.

—¿Puedo ir?
20
—Sí. Ponte el cinturón de seguridad.

—Debería conducir yo —dijo.

Me reí.

—Dalí —dijo, usando su tono ‘Soy un Alfa Serio’—. He visto como conduces.

—Nadie conduce a Pooki excepto yo. Ya lo sabes. Cinturón.

Jim se abrochó el cinturón y se preparó.

Pisé el acelerador. Tomamos la siguiente curva a treinta millas por hora.


Pooki no hizo suficiente carrera, pero lo pensaba. Jim juró.

Me reí un poco.

—La magia está arriba. Lo más rápido que irá es a cuarenta y cinco.

4 La mecánica newtoniana o mecánica vectorial es una formulación específica de la mecánica clásica


que estudia el movimiento de partículas y sólidos en un espacio euclídeo tridimensional.
5 En termodinámica, la energía libre de Gibbs (energía libre o entalpía libre) es un potencial

termodinámico, es decir, una función de estado extensiva con unidades de energía, que da la
condición de equilibrio y de espontaneidad para una reacción química (a presión y temperatura
constantes).
Jim se preparó con las piernas. Si estuviera en su forma de jaguar, estaría
erizado y todas las garras fuera, hundidas en la tapicería.

Pasamos las ruinas de un edificio de oficinas, que sobresalía hacia el cielo, sus
entrañas saqueadas hacía mucho tiempo por los vecinos emprendedores. La magia
odiaba a los subproductos de la tecnología, incluyendo el pavimento, los
ordenadores y los edificios altos. Cualquier cosa más alta de tres o cuatro pisos, a
menos que se construyera a mano y protegido con hechizos, se convertía en polvo.
Todo el centro de Atlanta estaba en ruinas y los edificios todavía se estrellaban sin
advertencia aquí y allá. A la mayoría de los habitantes de Atlanta no le importaba.
La exposición repetida a temer estímulos crea familiaridad, que a su vez reduce la
ansiedad. Nos habíamos aclimatado al caos y a la tecnología. La caída de los
edificios y los monstruos ya no nos aterraban. No tenía tanto miedo de los
monstruos en primer lugar. Era uno.

—¿Cuándo vas a hablarle a tu madre sobre nosotros? —preguntó Jim.

Nunca.
21
—Sabes que me conoce, ¿verdad?

Hice un ruido de hurrumph. Eso era todo lo que podía manejar.

—Soy demasiado viejo para irme escondiendo por los armarios —dijo.

—No tienes que esconderte en un armario si no vas derribando cosas.

—¿Cuál es el problema? —me preguntó.

Chicas como yo no conseguían a tipos como Jim. Y si lo hicieran, no podían


mantenerles. Jim era todo lo que un alfa de un clan debía ser: potente, feroz y
despiadado. El Clan Felino no era el clan más fácil de tratar. Nos gustaba nuestra
independencia y nos irritaba la autoridad, pero escuchábamos a Jim. Se lo había
ganado. Gobernaba como un alfa, luchaba como un alfa, y también estaba
construido como un alfa, amplios hombros, brazos fuertes, gran pecho, un paquete
de seis. Le mirabas y pensabas, ‘Guau. Me mirabas... Yo era todo lo que una alfa de
un clan no era: físicamente débil, con aversión a la sangre, y una mala visión que
incluso el Lyc-V no podía arreglar, porque estaba atada a mi magia. Si pudiera
transformarme en modo combate, podría haber conseguido un pase. Pero mi
imagen de tigre feroz era sólo la piel. Peleaba si mi vida se veía amenazada, pero
para ser una alfa, había que vivir para el combate.
No es que Jim fuera una especie de adicto al asesinato. Utilizaba la fuerza
sólo como último recurso y cuando peleaba, luchaba con una precisión metódica,
rápido, brutal y como un relámpago. Me encantaba eso de él. Era tan competente,
que daba miedo a veces, y admiraba que él fuera tan bueno en lo que tenía que
hacer. Pero yo también le había visto en combate el tiempo suficiente para
reconocer la emoción en sus ojos cuando golpeaba y el momento de tranquila
satisfacción cuando su oponente caía muerto al suelo. Jim no buscaba una pelea,
pero cuando la encontraba, le gustaba ganar.

Los cambiaformas eran todo sobre el físico y las apariencias. Era tan injusto,
solía llorar por eso cuando era una adolescente. Para colmo de males, hacía magia.
No sólo la magia purificadora del tigre, sino magia real, basada en la ortografía.
Escribía maldiciones. No siempre funcionaban. Los cambiaformas desconfiaban de
la magia. Eran magia y tenían muy poca necesidad de hacerlo. Se agregaba a mi
desgracia general.

En la sociedad cambiaformas, una pareja alfa actuaba como una unidad.


Hacían cumplir las leyes juntos, tomaban las decisiones juntos y cuando eran 22
desafiados, contestaban a los desafíos juntos. En un desafío, yo no sería un activo
para Jim. Sería una debilidad. Así que todo este mágico cuento de hadas que estaba
pasando, su olor en mi coche, su gran cuerpo en mi cama, y nuestras citas secretas
robadas, era temporal. Pronto Jim despertaría y olería la realidad. Él me dejaría y
me rompería el corazón. Cuando eso sucediera, y era un cuándo no un si, quería
lamerme las heridas en paz. No quería la compasión de mi madre, mi familia, o la
Manada. Me compadecían ya lo suficiente como estaba.

Ni siquiera quería pensar en ello. Sólo quería disfrutar de la magia mientras


durase.

—¡Dalí!

Me di cuenta de que nos dirigíamos directamente a un bache, lo esquivé y


golpeé el asfalto a saltos, donde una raíz de árbol había excavado bajo el
pavimento. Pooki voló. Mi estómago intentó salirse por mi boca. El Plymouth
aterrizó sobre el asfalto.

—¡Yuju! —Sonreí a Jim.

Puso su mano sobre su cara.

—¡No es tan malo!


—Dalí, ¿te avergüenza presentarme a tu madre?

—¡No!

—¿Es porque estamos pensando en tener relaciones sexuales antes de la


boda?

—No. Mi madre es de Indonesia, pero ha vivido en Estados Unidos desde


hace mucho tiempo. —Por no hablar de que estaría muy contenta de que estuviera
teniendo sexo en primer lugar, probablemente llamaría a todos nuestros familiares
y se lo contaría. Daría una fiesta para celebrarlo.

—Entonces, ¿por qué tengo que esconderme?

Piensa en algo rápido...

—Ya sabes, esta cosa de la presentación va en ambos sentidos. No me has


presentado a tu familia tampoco.

Él asintió. 23
—Bien. Haremos una barbacoa este domingo. Estás invitada.

Abrí la boca. No salió nada. ¿Una barbacoa con la familia de Jim? Con su
madre, sus hermanas, y sus primos... Oh, no.

Jim se acercó, puso sus dedos debajo de mi barbilla, y empujó mi mandíbula


hasta cerrarme la boca.

—Si sigues conduciendo así, vas a morderte la lengua.

Yo era inteligente. Con todo el poder de mi cerebro tenía que idear algún tipo
de forma inteligente para escapar.

—No puedo aparecer sin previo aviso.

—Ya les he dicho que te lo iba a pedir, para que supieran que podías venir.

—Oh, ¿así que se supone que aparecería?

—No, pero pensé que podría haber una posibilidad de que no quisieras ir.

Solo se negaba a dar rodeos y utilizaba la lógica para conseguirlo. Era difícil
discutir con la lógica.
Hicimos otro giro. Habíamos llegado a un barrio viejo. La magia destruía
edificios altos, convirtiéndolos en polvo, pero también alimentaba el crecimiento
de los árboles. Los amigables árboles, arces rojos, álamos amarillos, robles rojos y
blancos, que normalmente crecían en espacios cuidados a la sombra de los jardines,
se habían disparado hacia arriba, extendiendo las ramas gruesas sobre la carretera
y sus raíces masivas debajo de ella, abultando el asfalto en ondas. La calle parecía
una playa con la marea subiendo.

—Dalí, necesito saber si vas a ir a la barbacoa.

—Conducir por esta carretera es simplemente horrible. Deberían hacer algo al


respecto.

—Dalí —gruñó Jim.

—Sí, iré a la barbacoa, ¡vale!

Él negó.

—Gracias por invitarme —le dije. 24


—De nada.

Me detuve delante de una pequeña casa amarilla y apagué el motor.

—Aquí es.

La casa aguardaba delante de nosotros, la típica casa estilo rancho de un piso,


las paredes brillantes con alegre pintura amarillo pollo. El jardín bien cuidado,
recién cortado, se extendía hasta la puerta principal, a la sombra de un redbud 6 de
edad. Una docena de comederos para pájaros y campanas de viento, algunas sin
forma, algunas con ornamentos brillantes de vidrio, colgaban de las ramas del
árbol. Se veía tan limpio y brillante, justo como uno se imaginaba que la casa de
una abuela debía ser.

Esperaba que nada malo le hubiera pasado a Eyang Ida.

—Baja las ventanillas —le pedí.

6Cercis canadensis es una especie arbórea de la familia de las leguminosas Fabaceae, subfamilia
Caesalpinioideae, género Cercis, originaria del este de Norteamérica desde Ontario meridional,
Canadá, hacia el sur hasta el norte de Florida, Estados Unidos.
Él lo hizo. El aire flotó, cocido en el implacable calor del verano de Atlanta.
Cerré los ojos y me concentré. En mi mente, la pared frontal alegre de la casa cayó
hacia adelante. Dentro la magia esperaba, podrida y terrible. Caía de los muebles,
se deslizaba por las paredes en gruesas gotas oscuras, y suelos recubiertos con su
baba. Cada casa tenía un corazón, el eco de la presencia de su dueño, y la simple
magia que convierte un edificio en un hogar. El corazón de esta casa estaba
podrido hasta la médula. Algo se había alimentado de ella y ahora se estaba
muriendo.

El miedo levantó el vello en la parte posterior de mi cuello. Esto era malo.


Esto era muy malo.

Esa terrible magia se fijó en mí. Cientos de bocas aparecieron por todo el
limo, hendiduras oscuras armadas con afilados y negros dientes. El limo se
extendía hacia mí, intentando tomar un bocado. Se sentía familiar. Puaj magia
negra indonesa. Las cosas estaban fuera de equilibrio aquí, rompiendo el
equilibrio.

Abrí los ojos. La casa parecía muy acogedora desde el exterior. Sólo espera,
25
cosa desagradable. No tienes ni idea de a quién quieres comerte. No sé lo que estás haciendo
en esta casa, pero voy a purgarte. No vas a profanar la casa de alguien que conozco.

—¿Qué es? —preguntó Jim.

—Eyang Ida es una agradable señora —le dije, mi voz tensa de ira—. Algo
malo está escondido en su casa y se alimenta de ella. Voy a sacarlo. Esto se va a
poner espeluznante en un minuto. ¿Quieres quedarte en el coche?

Jim me miró, su rostro completamente plano.

—¿Jim?

Se inclinó hacia mí.

—No me quedo en el coche —me dijo en una voz baja que daba miedo

Bueno, por supuesto. Eso sería ridículo. El Gran Alfa no se quedaba en el


coche. El Gran Alfa rugirá y golpeará su pecho varonil. Apretó los dientes. Jim era
un hombre increíblemente inteligente. Era por eso que me enamoré de él con tanta
fuerza. Él también era increíblemente tenaz.

Suspiré.
—Mira, esto es algo que tengo que hacer. Si vienes conmigo, tienes que
hacerlo en mis términos. Voy hacer algo de magia y tendrás que ir con ella y sin
actuar como un estúpido.

—Es tu espectáculo.

Di lo que quieras sobre Jim, siempre trataba a mi magia con una dosis
saludable de respeto. Mi caligrafía no siempre funcionaba, pero mi magia balinesa
era una historia diferente. Él nunca había visto esa parte de mí antes.

Abrí la furgoneta bruscamente y salí del coche. Dos baúles situados en la


furgoneta, el pequeño con mis suministros de caligrafía y el grande con todas mis
cosas balinesas. Una caja de donuts estaba situada encima del baúl más grande.
Los ojos de Jim se iluminaron. Alcanzó la caja y golpeé su mano ligeramente.

—No. Ofrenda.

Abrí el baúl más grande, saqué un collar de cuentas de paneles de hierro con
un gran amuleto negro colgando de él. Un león estilizado, rojo brillante con 26
detalles pintados en dorado brillaba en el amuleto. El león tenía grandes ojos
negros redondos medio cubiertos con brillantes párpados rojos, una nariz ancha
con dos ventanas nasales redondas, dos oídos anchos, y una enorme boca llena con
brillantes dientes blancos.

—Barong Bali —le dije a Jim, cuando puse el collar sobre su cuello—. El rey
de los espíritus y enemigo jurado de Rangda, la Reina Demonio.

Jim estudió el amuleto.

—¿Cuan a menudo haces cosas así?

—Casi una vez cada dos semanas —dije—. Normalmente está pasando algo
inapropiado.

—¿Y es un insulto ofrecerte dinero por ello?

—La leyenda dice que hace mucho, mucho tiempo en la isla de Bali, vivió un
hechicero malvado. Era un hombre horrible que invocaba demonios, lanzaba
maldiciones, y robaba niños y hombres y mujeres bastante jóvenes para drenarles
de su sangre para poder usarla en sus rituales oscuros. Un hombre llamado Ketut
tuvo suficiente y le pidió a Barong Bali la fuerza para destruir al hechicero. Barong
Bali habló con Ketut y le dijo que le concedería sus poderes para ahuyentar el mal,
pero de vuelta si algún aldeano iba a Ketut a por ayuda contra la magia oscura, ni
él ni su familia podrían alejarse. Ketut estuvo de acuerdo y Barong Bali le convirtió
en Barong Macan, el Barong Tigre. Ketut derrotó al hechicero y sus descendientes
garantizaron el equilibrio entre el mal y el bien para siempre.

—¿Crees que es cierto? —preguntó Jim.

—No lo sé. Pero soy un tigre, tengo el poder de ahuyentar la magia mala, y la
gente viene a mí por ayuda.

—¿Tienes miedo de que si empiezas a hacerte cargo de los servicios, estarías


tentada a priorizar?

Le miré sorprendida. Guau. En el clavo.

—Sí. Ahora mismo ricos y pobres son iguales para mí. No consigo
compensación de ninguno, excepto por la satisfacción de restaurar el equilibrio y
hacer mi trabajo bien. Me gustaría mantenerlo de esa manera.

—Debería haber alguna recompensa para esto —dijo él. 27


—La gente deja regalos —le dije—. Algunas veces dinero, algunas veces
comida. Mayoritariamente en los escalones de mi puerta o con mi madre. Nunca sé
quiénes son pero siempre lo aprecio.

Abrí el baúl más grande y saqué una estatua de Barong Bali. Era de un pie de
alta, pero el tamaño no importaba.

—Por favor, ponle bajo el árbol.

Eyang Ida había adorado el árbol. Creció con ella cuando envejeció, y podía
sentir su rastro en las ramas del árbol. El espíritu del árbol la amaba. Eso nos
ayudaría.

Jim dejó la estatua en las raíces del árbol. Me quité los zapatones y los
calcetines y saqué mi ofrenda del baúl. Lo había hecho en la casa antes de irme. Jim
consideró la hoja de banana retorcida en una pequeña cesta, la elaborada hoja de
palmera en la bandeja, y el arreglo de flores y frutas, y levantó sus cejas. Añadí un
donut a él, llevándolo hacia la estatua, me arrodillé, y lo situé a los pies de Barong
Bali. Jim se arrodilló a mi lado.

Me senté tranquila, hundiéndome en la meditación, y dejando que mi magia


penetrara en el césped. Fluía a través de la tierra, tocaba las raíces del árbol, y
giraba en espiral por el tronco hacia las hojas. Un sutil cambio invadió la magia
emanando del árbol. Los espíritus notaron a Jim y reflexionaron su conexión hacia
mí. Si había suficiente de un vínculo, ellos lo reconocerían. El problema era, que no
estaba segura de si había suficiente de un vínculo.

—¿Así que es una ofrenda tradicional Indonesa el donut glaseado con


azúcar? —preguntó él.

Sabelotodo.

—No, la ofrenda tradicional se hace con pasteles. En este caso estoy


ofreciendo algo que me gusta mucho. El esfuerzo en hacer la canasta, la ofrenda, es
lo que cuenta.

—¿Por qué no solo haces tu nota pegajosa?

La última vez que entramos en una casa corrupta por la magia, había escrito
los kanji de protección en una pegajosa nota y lo pegué en su pecho.

—Porque esta magia oscura es de origen indonesio. Soy mucho más fuerte en 28
mi magia nativa de lo que soy escribiendo maldiciones en trozos de papel.

Los espíritus aún no estaban seguros. No podía dejarle en el césped aquí.


Golpearía su pecho y me seguiría dentro de la casa. Tenía que mostrarles porqué
era importante.

—¿Jim?

—¿Sí? —dijo él.

—Necesito ayuda.

—Estoy aquí —dijo él.

—Necesito que pienses en porqué me pediste salir al principio. Piensa en ello


realmente.

—Te pedí salir porque...

Levanté mi mano.

—No, por favor no me lo digas. —Estaba demasiado asustada para


averiguarlo—. Solo piensa en ello.
—Vale.

Sabía exactamente porqué me había enamorado de Jim. No era solo una cosa,
era todo. Él era uno de los hombres más inteligentes que había conocido nunca.
Cuando Curran se señaló en una esquina, él fue a Jim y confió en él para pensar en
una manera de salir de allí. Él parecía... Bueno, estaba caliente. Insoportablemente
caliente, como el tipo de hombre que podrías ver en una revista o en TV. Estaba esa
masculinidad en él, un tipo de mezcla de masculinidad entre confianza y poder.
Era muy diferente a mí. Yo era pequeña y ligera, y él era grande y con cordones de
músculos. Me gustaba esa dualidad, el contraste entre él y yo. Eso me encendía y le
observaba cuando él no estaba mirando. Le conocía por la manera que mantenía la
cabeza, el ángulo de sus hombros, la manera en la que caminaba, pausado y
seguro. En una multitud de hombres vestidos idénticos, instantáneamente
conocería a mi Jim.

Pero lo que hizo que me enamorase de él no era su inteligencia, su apariencia,


o incluso el hecho de que era letal. Todo eso era genial, pero eso solo no era
suficiente. Así que abrí mi corazón y dejé que los espíritus miraran dentro. Mi vida 29
a menudo era caótica. Me asustaba. Perdía mi temperamento. Alucinaba. Nunca
estaba segura de si mi mágica maldición funcionaría o no. Estaba indefensa sin mis
gafas y eso me asustaba, también. Pero Jim... Jim podía dar un solo paso en mi caos
y de repente mis problemas se resolvían. Él los derribaba uno por uno con su
tranquila lógica y luego se giraba hacia mí y decía: —Tú puedes con esto. —Y me
dada cuenta que tenía razón y podía hacerlo. Él creía en mí.

Una cálida sensación se extendió a través de mis pies descalzos y salió a


través de mí, todo el camino hacia la punta de mis dedos hasta que hormiguearon.

—Está ocurriendo algo —dijo Jim, su voz tranquila.

—Deja que ocurra.

Jim se sentó muy tranquilo. Los músculos tensos y reunidos en su marco,


como si estuviera por lanzarse. Los espíritus le estaban tocando y a él claramente
no le gustaba. Aparentemente “deja que ocurra” significaba “prepárate para
matar.”

El amuleto en su pecho tembló. Los ojos de Barong Bali se abrieron de golpe


con un clic metálico. Los espíritus reconocían nuestro vínculo y garantizaban su
protección hacia él. Por supuesto también significaba que Jim vería cosas a través
de mis ojos ahora. Eso sería un poco sorprendente.

—Los espíritus te conceden el don de la visión —dije—. Ahora puedes ver el


mundo como yo lo veo. Solo temporalmente. Si te quitas el amuleto, serás ciego a
la magia otra vez. También probablemente parará tan pronto como esta ola de
magia termine. —Me puse de pies—. Entremos a la casa ahora. Podrías ver algunas
cosas realmente extrañas. No te asustes.

Él me dio otra mirada llana de Jim.

Caminamos hacia la puerta. Metí la llave, la giré, y se abrió de golpe. La casa


ante nosotros estaba oscura y fría. Un débil hedor a carroña iba a la deriva a través
del aire. Jim cambió su postura, cayendo en esa pose suelta y lista que significaba
que estaba preparado para que algo saltara sobre él e intentara desgarrar su cuello.
Puse mis manos juntas, cerré mis ojos, y dejé que mi poder girara en una ola de mí.

Jim gruñó.
30
Abrí mis ojos. Viscosa magia fétida goteaba de las paredes a nuestro
alrededor, deslizándose a lo largo de los paneles, traslúcidos y moteados con
manchas de oscuridad.

—¿Qué demonios es esto? —gruñó Jim.

—Esto es tu pie zambullido en mi mundo. Permanece cerca, Jim.

Las paredes cercanas a la puerta eran más ligeras, la fétida patina de magia
más delgada, pero al final del pasillo, la magia se hacía más espesa. Podía ver la
ventana de la cocina abierta desde dónde estaba de pies, y la oscura baba
vertiéndose a través del marco en la casa. Fuera lo que fuera vino desde el patio de
atrás.

Pequeñas bocas salpicadas de colmillos se formaron en la lodosa magia,


estirándose hacia mí. Jim sacó su cuchillo. Era enorme, gris oscuro, con la punta
curvada y serrados dientes de metal cerca de la empuñadura.

Tomé una profunda respiración y levanté mis manos, mis movimientos lentos
y graciosos, las manos hacia arriba, los dedos separados, temblando.

La malvada magia pausó, insegura.


En mi cabeza las flautas de bambú cantaban, con los sonidos metálicos del
xilófono montado para golpear. Abrí mis ojos ampliamente, doblé mis rodillas, mis
pies dejaron el suelo, y giré. La magia pulsó desde mi cuerpo. El lodo a nuestro
alrededor se evaporó, como si ardiera por un fuego invisible. Brillante luz del sol
se extendía en una ola, girando sobre las paredes, suelo, y techo purgando la
putrefacción. Esto limpió el pasillo, el salón, la cocina, y se deslizó por el marco de
la ventana. La baba oscura desapareció de la vista.

Extraño.

—Santa mierda —dijo Jim.

Fruncí el ceño.

—Esto está mal.

—¿Qué quieres decir con mal? Eso fue condenadamente increíble.

—Normalmente cuando una casa está corrompida, la magia está


profundamente enraizada. Debería haber tomado más que dos pasos de baile 31
limpiarlo. No comprendo esto. Había mucha corrupción, pero realmente toda fue
tragada.

Marché hacia la cocina y abrí la puerta hacia el porche trasero. El patio de


atrás se abría hacia una extensión de árboles. Una valla de hierro forjada separaba
el césped de los árboles, una estrecha puerta entreabierta. La fétida magia se cernía
entre los árboles, abrigando la corteza, goteando, y esperando. La sentía y
serpenteaba profunda en el bosque.

¿Adónde vas? No corras. Acabamos de comenzar.

Crucé el césped, caminé a través de la puerta abierta, y seguí hacia el bosque,


Jim justo detrás de mí. La magia se alejaba en un riachuelo de mí. La seguí por un
camino entre los grandes robles. El mismo olor que había olido en el tosco pelo en
mi cocina llenó mis ventanas nasales: seco, acre, amargo olor. Casi allí.

El camino se zambullía debajo de un toldo de miembros trenzados de árboles


atados por kudzu7. Lo seguí, moviéndome rápido a través del túnel natural de
hojas y ramas. El túnel verde se abría en un claro. Un gran árbol debía haberse
caído aquí y se llevó a un vecino o a dos. Tres gigantes troncos estaban el césped.

7 Grupo de plantas usada en la medicina tradicional china.


Los árboles de los alrededores y el kudzu reclamaban la luz, codiciosos por cada
fotón extraviado, y las hojas llenaban el espacio sobre nosotros, convirtiendo la luz
del sol en acuosa y verde. El aire olía raro, manchado con descomposición. Era
como estar en la parte inferior de la escoria realmente profunda e infestada.

Eyang Ida estaba sentada en el tronco. Su piel tenía un enfermizo tinte gris,
sus ojos vidriosos y abiertos ampliamente. Me miraba justo a mí, pero no creía que
pudiera verme. La magia giraba a su alrededor, tan espesa, era casi negra opaca.

Paré. Jim paró detrás de mí.

—¿Es ella?

—Es ella. —Levanté mi mano para detenerle si intentaba ir a ella, pero él no


se movió. Realmente confiaba en mí. Le había dicho que se quedara cerca y había
seguido mi liderazgo.

Los helechos crujieron a mi izquierda y una criatura entró en mi visión. Cerca


de diez pulgadas de alto, parecía como un diminuto humano, con la piel marrón 32
oscura, dos piernas y dos brazos. Largo pelo áspero caía desde su cabeza todo el
camino hacia sus pies, arrastrándose un par de pulgadas en el suelo como un
manto oscuro. Me miró con dos ojos color ámbar, cada uno con una pupila oscura
y con forma de raja como los ojos de una víbora templo azul, luego abrió la ancha
raja de su boca, mostrando dos colmillos blancos, y siseó.

—¿Qué es eso? —preguntó Jim.

—Un jenglot8 —dije. Justo como pensaba. Este era uno de los horrores
indonesios tradicionales. Excepto que a juzgar por el montón de magia en esa casa,
tenía que haber más de ellos. Muchos más—. Es vampírico.

Otro jenglot gateó fuera del tronco. Un tercer par de ojos se encendieron en el
hueco de un árbol.

—Eso y su familia robó a Eyang Ida de su casa —dije—. Ellos se alimentarán


de la esencia de su sangre y cuando no haya más esencia, se convertirá en uno de
ellos.

8 Es una criatura humanoide y deforme en la cultura y mitología de Indonesia.


Los bosques revivieron con docenas de ojos. Una tribu grande, al menos
cincuenta criaturas. Había esperado quince, quizás veinte. ¿Pero cincuenta?
Cincuenta era malo.

—¿Son difíciles de matar?

—Sí. Son resistentes. Prenderles fuego ayuda.

—Hay muchos de ellos —dijo Jim.

—Sí.

—Podrías necesitas algo de ayuda... —La voz de Jim era muy tranquila. Él
sopesó nuestras opciones. Los números no estaban a nuestro favor.

Con un suave susurro, una criatura serpenteó hacia el regazo de Eyang Ida. Si
tenía piernas, su jenglot sería de al menos un pie de alto, con el pelo dos veces más
largo, pero si no tenía piernas. En su lugar tenía una cola de serpiente, larga y
marrón, como el cuerpo de una cobra. El jenglot real.
33
Los jenglots susurraban a través de la vegetación, rodeándonos. Se
abalanzarían sobre nosotros en cualquier momento.

Normalmente cuando cambiaba de forma, durante un minuto o dos, no tenía


ni idea de dónde estaba o por qué estaba allí, pero en este caso, con Jim a mi lado,
tenía que tomar una oportunidad.

Me quité mis gafas y se las entregué a Jim.

—Aquí, sujeta esto durante un segundo.

Él levantó sus cejas y tomó mis gafas.

Me dejé ir. El mundo giró en miles de luces borrosas en todos los colores del
arco iris. Oh, tan bonito. Bonitas y pequeñas burbujas de colores.

Un olor familiar giró a mi alrededor, cautivando. Oh, Jim. Jim. ¡Él estaba aquí,
conmigo! Jim...

¿Qué es ese olor?

Uhg. Asqueroso, repugnante olor. Sucio. Puaj.


¡Un jenglot! Había un jenglot enrollándose en el regazo de Eyang Ida. Espera, ¿Qué
estaba haciendo Eyang Ida aquí? ¿Dónde estaba?

La Reina Jenglot levantó su cabeza, abrió su boca, y me siseó, la magia negra


detrás de ella llameó como alas demoníacas.

¿Qué? Indignante. Que nervio. ¿Quién se creía que era?

Golpeé mi enorme pata blanca en el suelo y rugí. El sonido de mi voz giró


como el repiqueteo de un gong gigante, ensordecedor, y mi magia lo siguió como
una ola expansiva. Tocó al jenglot más cercano. La fea criatura siseó con pánico, se
rompió en trozos, cuando instantáneamente se quemó hasta las cenizas, y se
desintegró. Todo a mi alrededor, jenglots desaparecieron, rompiéndose en cenizas
y derritiéndose en el fino aire. La Reina Jenglot siseó, agitándose. Su magia intentó
lucharme, pero mi rugido se la tragó como un furioso bosque en llamas tragándose
un charco. La Reina desapareció.

El molesto olor desapareció. Los bosques exhalaron, liberados de la mancha


malvada, pero Eyang Ida no se movía. Ella aún estaba atada. No por mucho 34
tiempo.

Caminé hacia Eyang Ida sobre mis grandes y suaves patas y curvé hacia sus
pies, mi pata delantera izquierda sobre mi derecha. Aguanta. Te liberaré, también.

Enfrenté a Jim y dejé que mi magia se extendiera de mí. Las flores empujaron
a través del musgo a mis pies, floreciendo en diminutas flores blancas y amarillas.
Una mariposa azul flotó a mi lado, rebotando en las suaves alas. Una blanca se la
unió, luego otra y otra...

Jim me miraba, su mandíbula colgando abierta.

Mi magia se deslizó en los troncos de los árboles. Los robles sobre nosotros
gruñeron, sus ramas se movieron, compelidos por mi poder, y un rayo de sol, puro
y caliente, cayó en la cara de la mujer. Eyang Ida tomó una profunda respiración y
parpadeó.

Jim dejó caer mis gafas en el musgo.

***

El problema con ser una cambiaformas es que nunca puedes mantener tu


ropa puesta, lo cual es el porqué siempre llevo un repuesto en mi coche. Así que
cuando nos detuvimos delante de la casa del hijo de Eyang Ida y Jim llevó a la
frágil mujer a la puerta delantera, yo fui capaz de golpear con mi modestia intacta.

La puerta se abrió y Wayan, el hijo de Eyang Ida, vio a su madre. El aire lavó
sobre nosotros, trayéndonos aromas de la cocina: cúrcuma, ajo, cebolla, jengibre,
citronela, canela, y pato asado. Bebek Betutu estaba cocinando en alguna parte
cercana.

Todos estaban hablando al mismo tiempo. ¿Qué ocurrió, por qué, necesita ir
al hospital? Respondía tan rápido como podía. Ella fue atacada por magia negra;
estaría bien; no, el hospital no es necesario, solo descansar en cama y mucho amor
de su familia; no, gracias, no estaba hambrienta... Después de los primeros veinte
minutos, la tormenta de preguntas y excitación murió y Iluh llegó a nosotros.

—¡Gracias por salvar a mi abuela!

El alivio en su cara era tan obvio, que odié romperlo.

—Esto no ha terminado aún. 35


La cara de Iluh cayó.

—¿Qué quieres decir?

—Necesito hablar contigo —la dije.

Un par de minutos después Jim, Iluh, su madre Komang, y yo estábamos


sentados en las sillas de mimbre en el porche trasero, lejos del zumbido de la
familia. Iluh y Komang se parecían mucho: ambas bonitas, graciosas, y altas.
Komang tenía una licenciatura en ingeniería química. Mi madre y ella habían
llegado a Atlanta como parte de la misma expansión corporativa justo después del
Cambio.

Me enfrenté a Komang y hablé en inglés para beneficio de Jim.

—Este es Jim. Él es…

Oh, dioses, ¿cómo debo llamarle…? Si le presentaba como mi novio, mi


madre se enteraría.

—Trabajamos juntos —dijo Jim.

¡Salvada!
—Y estamos saliendo.

¡Maldita sea!

Komang enarcó las cejas.

—¡Felicidades!

¡Argh! Casi me golpeé la cara con la mano.

—¿No causará un problema en tu trabajo? —preguntó Iluh.

—No. —Jim le dio una sonrisa—. Yo soy el jefe.

Lo miré. ¿Por qué diablos estás tan contento? Me sonrió y me acarició la mano
con la suya.

Me volví hacia las dos mujeres.

—Tu madre fue atacada por jenglots.

Komang parpadeó.
36
—¿Un jenglot? Qué extraño. Siempre tuvo miedo de ellos. Vio uno cuando
era niña. No era real, sólo algo de un taxidermista hecho con crin y un mono
muerto, pero la aterrorizaba. Tuvo pesadillas con él durante años.

No había tal cosa como la coincidencia cuando se trataba de magia.

—Normalmente, cuando aparece una tribu jenglot, comienza con una reina.
Encanta a una persona y se alimenta de ella. Cuando se agota la esencia mágica de
la persona, él o ella se convierte en un jenglot. La magia jenglot envenena la zona.
Uno a uno la tribu crece. Una tribu típica es de cinco a ocho miembros. En unos
veinte años la tribu se convierte en un enjambre. Vimos al menos cincuenta
jenglots alrededor de tu madre.

—¿Cincuenta? —Komang abrió mucho los ojos.

—Sí —dijo Jim.

—Un enjambre de este tamaño tendría que robar a una persona cada semana
—le dije—. No hay manera de que cincuenta personas se desvanecieran en el
barrio de Eyang Ida y nadie se diera cuenta. No sólo eso, sino que la magia jenglot
es tan tóxica, que envenena el área alrededor de su nido. Es difícil de purgar. La
purificación en la casa de Eyang Ida tomó muy poco esfuerzo.

—¿Qué estás tratando de decir? —preguntó Iluh.

—Alguien ha invocado al enjambre jenglot. Creo que alguien


deliberadamente les dirigió a tu abuela.

Las dos mujeres se miraron.

—¿Pero por qué? —preguntó Komang.

—Eyang Ida no tiene enemigos —dijo Iluh.

—¿No hay rencores personales? —pregunté—. ¿Vecinos furiosos? ¿Alguien


celoso o enfadado con ella? ¿Cualquier ami-enemigo?

Komang miró Iluh.

—¿Ami-enemigo?
37
—Una persona falsa que pretende que le caes bien, pero secretamente te odia
—dijo Iluh—. No lo creo.

Komang negó.

—No, me lo hubiera dicho.

—No tiene que ser alguien con rencor. —Jim se echó hacia atrás en su silla—.
La mayoría de los homicidios son cometidos por tres razones: el sexo, la venganza,
o el lucro.

—Podemos descartar el sexo —dijo Komang—. Mi madre estuvo felizmente


casada durante más de cincuenta años. Mi padre murió hace dos años y ella no
está en busca de romance.

—Probablemente la venganza no es un factor tampoco —le dije—. Su madre


es universalmente amada y respetada.

—Eso nos deja con ganancias —dijo Jim.

—Tenía una póliza de seguro de vida —dijo Iluh.

Komang irguió la espalda.


—¿Estás sugiriendo…?

Uh-oh.

—No está conectado con el seguro de vida —dije rápidamente—. Se necesita


un cuerpo para el seguro de vida, y si todo hubiera salido según lo planeado,
Eyang Ida se hubiera convertido en un jenglot. Sería declarada desaparecida y la
familia tendría que esperar años antes de que se la declarase oficialmente fallecida.

—¿Qué otras cosas de valor tenía? —preguntó Jim.

—Bueno, la casa no —dijo Komang—. La habéis visto. No es algo por lo que


alguien quisiera matarla. La gente no se asesina unos a otros por treinta años de
edad, tres dormitorios, dos baños. Su coche es seguro y funciona bien, pero no es
caro.

—¿Cualquier artefacto? —pregunté—. ¿Elementos culturales? A veces las


personas no se dan cuenta de que poseen cosas que tienen valor mágico.

Komang suspiró. 38
—Recoge juguetes de My Little Pony.

Iluh asintió.

—Deberías haber ido a la habitación. Tiene estantes de esos. Piensa que son
dulces. Los esculpe en arcilla y los pinta.

Eso es algo que nunca hubiera adivinado.

Iluh se mordió el labio.

Jim se centró en ella.

—Se te ha ocurrido algo.

Ella exhaló.

—Probablemente no sea nada. Eyang Ida posee parte del edificio donde se
encuentra su salón. Hace unos meses, un bufete de abogados se puso en contacto
con ella preguntándole si quería venderlo.

—Me acuerdo de eso —dijo Komang—. Le echamos un vistazo. Ha sido


dueña de ese lugar durante años, así que les rechazó.
Jim se puso en alerta, como un tiburón que detecta una gota de sangre en el
agua.

—¿Dijeron en nombre de quién?

—No. —Komang frunció el ceño—. Creo que el cliente se mantuvo en el


anonimato.

—¿Os acordáis del bufete de abogados? —pregunté.

—Abbot y algo —dijo Komang.

—¡Abbot, Sadlowski, y Shirley! —dijo Iluh, su cara se iluminó—. Lo recuerdo


porque si pones todas las iniciales te queda…

Me reí. Iluh rió de nuevo.

Komang dio a Iluh una mirada de madre decepcionada.

—Deberían haber reorganizado los nombres —dijo Iluh.


39
—Es un punto de partida —dijo Jim.

***

Conduje por las tranquilas calles hacia el salón de Eyang Ida. Era el mejor
lugar para empezar. Podríamos ir después de la firma de abogados, pero ningún
abogado que valiera la pena divulgaría el nombre de su cliente, si el cliente
deseaba permanecer en el anonimato. En este momento, con el atentado contra la
vida de Eyang Ida habiendo fracasado, era el mejor momento para husmear y ver
si alguien estaba inquieto.

Jim se sentó en el asiento de al lado. Era la cosa más extraña. Su rostro se


relajó, su pose perezosa. Jim tenía sólo dos modos: amenazador y esperando para
amenazar. Solía trabajar tan duro para ser aterrador, que intimidaba a la gente
mientras dormía.

Reduje la velocidad, sólo para mantenerle tranquilo un poco más. La forma


en que estaba sentado ahora sobre el asiento, me hizo pensar en él acostado sobre
una manta de hierba bajo los árboles de durazno. Sólo acostado allí,
tranquilamente durmiendo la siesta, con el sol en la cara. Podría mentir dormir a
su lado, leer un libro, y llevar un poco de té helado cuando tuviéramos sed... En
otro universo.
—¿Cuál era el plan, diciendo a Komang que estamos saliendo? —exigí.

—Sólo mantener las cosas claras —dijo Jim.

—Acabas de decirle a la mejor amiga de mi madre que tengo novio. Me


llamará.

—Puedes manejar una llamada telefónica —dijo.

—Y después las de mi tío y mi tía y mi prima y mi otra prima, y la segunda


hija de mi prima una vez removida, y mi compañera de cuarto de universidad a
quien no he visto en cuatro años…

Jim sonrió.

—No es gracioso.

—Si les reúnes a todos y haces un gran anuncio, te ahorrarías algunos


problemas —dijo.

Ja. Ja. Oh tan gracioso.


40
—¿Es por eso que me estás invitando a la barbacoa? ¿Para hacer un gran
anuncio?

—Ya lo saben —dijo.

Perfecto. Solo la Magia sabía lo que les había dicho de mí.

Nos detuvimos frente a un edificio rectangular y alargado. Construido con


ladrillo rojo robusto que resistía bien la magia, las paredes parecían casi intactas y
el techo estaba en buen estado. Cinco empresas ocupaban el edificio. En primer
lugar, la Peluquería de Ida, cerrada y oscura, la puerta intacta; luego Vasil Deli
Europea; seguido de Family Chiropractic and Wellness Center; F & R Servicio de
mensajería; y Undécimo Planeta, una tienda de cómics.

—¿Por qué comprar sólo un negocio? —Pensé en voz alta—. Eso no tiene
sentido.

—Exactamente —dijo Jim.

—No hay nada extraordinario en este lugar. La calle tiene algo de tráfico,
pero no es muy transitada.
—Y el aparcamiento está casi vacío —añadió Jim.

Era cierto. Dos coches delante de la tienda de cómics, un caballo atado al


poste del quiropráctico pasando de un pie a otro, un camión grande frente a Vasil,
y un montón de bicicletas descansaban en los bastidores por parte del servicio de
mensajería. Me concentré. No sentía nada místico o mágico en este lugar. Era
completamente... promedio.

—O esta persona le hacía una oferta a todas la empresas… —comenzó Jim.

—O es el dueño de uno de los negocios que busca expandirse —terminé—.


Siento ganas de ir de compras.

—Como tu novio atento y alfa, te apoyo completamente en eso.

Cada vez que decía que era mi novio, tenía que luchar contra la necesidad de
seguir, ‘¡Síííííííííííí! ¡Ha dicho que es mi novio!’

Nos bajamos del coche y nos dirigimos al salón de Eyang Ida. Caminando a
su lado siempre me daba cuenta de lo grande que era. Se alzaba por encima de mí, 41
casi un pie más alto que yo. Estaba caminando junto a mí, ¿no? ¿Cómo había
pasado eso?

—Jim, ¿por qué estás aquí? —le pregunté.

—¿Quieres que esté en otro lugar? —preguntó.

—¡No! —Pobre medio ciega Dali, que suena tan desesperada—. Quise decir
que tienes que dirigir a la Manada y estás aquí conmigo. Ya casi nunca estás
conmigo. —Bien, ahora me había ido de desesperada a patética.

—Lo sé —dijo—. Pero tú eres de la Manada. Se trata de un asunto de la


Manada. El resto de la Manada aguantará un fin de semana. Saben dónde
encontrarme.

—No te creo.

Estábamos casi en la puerta.

Jim se detuvo. Miré su cara. Sus ojos eran cálidos y yo me quedé con un pie
en el aire. Sus ojos nunca eran cálidos. Despiadados, vigilantes, duros, sí, pero no
cálidos. No así.
—Quiero saber lo que haces —dijo en voz baja—. Quiero salir contigo y pasar
tiempo contigo. Me gusta estar contigo.

Casi me derretí allí. Y luego la culpa me asaltó. Había estado evitando la


Fortaleza. Podría haber ido y pasado tiempo con él. Él estaba ocupado y
probablemente miserable y había sido egoísta y estaba preocupada sobre quién iba
a pensar qué. Esa no era yo.

Me acerqué, me metí bajo su brazo, froté la cabeza contra él, y le sonreí. Él me


apretó contra su cuerpo, la punta de sus dedos suavemente deslizándose sobre mi
piel. Oh Dios mío, hizo lo del gato. Me dieron ganas de quitarle la ropa para poder
tocar más de él.

Nos detuvimos en la puerta y olfateamos al unísono.

Hmm, vamos a ver, Eyang Ida, humo de coches, una media docena de
perfumes de los jabones y champús, los aromas de cinco personas diferentes, todo
del día anterior... Nada nuevo, excepto el olor de Iluh hacía unas horas. Debió
entrar al salón para comprobar a Eyang Ida. 42
—¿Crees que lo podría haber hecho ella? —preguntó Jim.

—¿Iluh? —Le di vueltas en mi cabeza—. No. Creo que quiere a su abuela.


Pero tampoco Iluh tiene fuertes lazos con la comunidad. Los jenglots no pasan
exactamente por la calle. Son únicos de Indonesia. Podría haber sabido de ellos,
pero no dónde conseguirlos o que pudiera convocarlos.

—¿Sabes quién podría convocarlos? —preguntó.

—Y esa es la cosa. —Le fruncí el ceño—. La mayoría de la gente de Bali hace


un poco de magia. Cada vez que haces una ofrenda, haces magia. No es raro que
las personas sacrifiquen cosas de vez en cuando. Pero los jenglots están ligados a la
magia negra. Un médico típico de brujería podría hacer un jenglot con un muñeco
vudú, y luego alimentar la magia y la sangre y la esperanza de que llegara a la vida
e hiciera su voluntad. O podrían comprar un feto abortado, embalsamarlo, y hacer
un tuyul de él.

Jim parpadeó.

—Es una idea —le dije—. Pero de todos modos, lo sabría. Soy la elegida de
Barong. Soy el tigre blanco, una fuerza del bien, y guardo el equilibrio. Cuando un
mago oscuro hace algo como crear a un jenglot o desatar un tuyul, crea un
desequilibrio y lo corrijo. Sería lo mismo si intentase usar mi poder para algo
antinatural, como evitar una enfermedad habitual a mi pariente. Podría salvarle
por un tiempo, pero un elegido de Rangda, la reina del demonio, aparecería y
desharía lo que había hecho. Se debe mantener el equilibrio. En este momento no
hay ningún campeón de Rangda en la comunidad. Se fue a vivir con su hija a
Orlando, porque es de edad avanzada y está preocupado por su salud. Y si hubiera
uno nuevo, él o ella podrían venir a hablar conmigo. Sería mi responsabilidad
saber de ellos y su responsabilidad saber de mí.

—¿Pueden hablar? —preguntó Jim.

Asentí.

—Somos guardianes del equilibrio. ¿Te acuerdas del ruso, el que es sacerdote
del Dios de todo lo malo?

—¿Roman? —preguntó Jim—. Sí. Buen chico.

Extendí los brazos. 43


—Es así. Yo podría tener una buena comida, civilizada, con el elegido de
Rangda. No es que nos gusten las mismas cosas y algunos de ellos se vuelven locos
y llegan a ser agresivos en su nombre, pero es cuestión de equilibrio. Convocar a
cincuenta jenglots, eso no es equilibrio. Eso es algo de mierda loca, eso es lo que es.

Nos detuvimos en la tienda de delicatessen. Se veía oscura. El signo de papel


decía: CERRADO. Probé el pomo. Bloqueado. Hmm. Si Vasil estaba siendo comido
también por jenglots, estaba pasando algo realmente malo.

Nos movimos al Centro Familiar Quiropráctico y de Bienestar.

—¿Vas a amenazarles? —le pregunté—. Porque si es así, no hablarán


conmigo, así que puedes esperar fuera.

Jim me dio una mirada plana y mantuvo la puerta abierta para mí. Entré en
una zona de recepción tranquila. Las paredes estaban pintadas de verde menta
suave y flores grandes de metal decoraban la pared. El aire olía ligeramente a rosa,
geranio y lavanda. Alguien debía de haber estado calentando algunos aceites. Un
hombre de unos treinta años me sonrió desde detrás del mostrador.

—¿Puedo ayudarles?
—Hola. —Jim se acercó al mostrador, la mano extendida. Le miré a la cara y
me quedé boquiabierta. Jim, el ‘atravieso paredes sólidas para llegar al malo de la
película’ Alpha, se había ido. Se veía... amigable. Preocupado pero agradable.
Como si viviera en un suburbio e invitara a los vecinos a comidas amistosas.

Jim sacudió la mano del hombre.

—Mi nombre es Jim Shrapshire. Ésta es mi colega, Dali. Su pariente posee un


salón dos puertas más abajo del suyo.

—Es un placer conocerte. Soy Cole Waller. Nos dimos cuenta de que la
Señora Indrayani no estaba hoy aquí. ¿Está bien?

Cogí mi mandíbula del piso e hice que mi boca se moviera.

—No se siente bien esta mañana.

La preocupación le tocó la cara. Parecía genuina.

—Lamento escuchar eso. Espero que no sea nada serio. 44


¿Decírselo o no decírselo? Si no se lo contaba, y esto estaba conectado a la
propiedad, podrían estar en peligro.

—Me temo que lo es. Alguien usó la magia para atacarla.

—¿En serio? —El hombre se volvió y gritó—. ¡Amanda!

Una mujer rubia emergió de las profundidades de la oficina.

—¿Sí?

—Este es mi esposa, Amanda. Es quiropráctica. —El hombre salió de detrás


del mostrador y se puso al lado de su esposa—. Alguien trató de herir a la
agradable señora propietaria del salón.

Amanda parpadeó.

—¿La señora Indrayani? Oh, Dios mío, ¿qué pasó? ¿Está bien?

—Está bien por ahora —dijo Jim, con el rostro preocupado—. Creemos que
alguien la atacó porque quieren esta propiedad. ¿Han recibido ninguna oferta para
vender?

Cole frunció el ceño.


—Sí. Sí, lo hemos hecho.

Volvió detrás del escritorio, abrió un archivador, hojeó los archivos colgados
en los bastidores de metal, y sacó una hoja de papel. Le eché un vistazo. Abad,
Sadlowski, y Shirley membrete, letra, oferta cerrada para la compra. Fechado hace
dos meses.

—¿Se ha comprometido a vender? —preguntó Jim.

—Pensamos en ello —dijo Cole—. El precio era generoso.

—Pero este lugar es nuestro. Está a unos cinco minutos de nuestra casa.
Tenemos una lista de clientes establecida —dijo Amanda—. Y la escuela de nuestro
hijo está a sólo diez minutos de aquí. El autobús le deja a doscientos pies más abajo
de la calle. Es muy agradable. Viene, consigue un aperitivo, hace su tarea y luego
nos vamos a casa juntos. Si nos trasladamos, tendría que ser cerca de nuestra casa y
como los teléfonos no funcionan durante magia, ni siquiera sabríamos si lo hizo o
no. Mi hermano mayor murió de camino a la escuela. Fue atropellado…
45
—Dijimos que no —terminó Cole por ella y la abrazó suavemente.

—¿Tienen alguna idea de quién es el comprador? —preguntó Jim.

Cole negó.

—Tiene que ser alguien del edificio. He hablado con algunas personas, pero
nadie lo admitió. Lo que pasa es que están ofreciendo doscientos cincuenta mil
dólares. Si se trata de uno de los propietarios y los otros cuatro tienen la misma
oferta le hace un millón de dólares para la construcción. No me puedo imaginar
que cualquiera de nosotros reúna esa cantidad de dinero. Está Vasil, que dirige la
tienda. Trabaja seis días a la semana y medio día del domingo. Luego está el lugar
de mensajería de al lado. Nunca vemos más de tres mensajeros allí. El tipo que lo
dirige, Steve Graham, es una especie de tuerca de gimnasio. Corre maratones y se
queja de cómo en el futuro la magia hará que todos engordemos. Hace que sus
mensajeros vayan en bicicleta.

—Adora a su hija —dijo Amanda.

—Sí, habla de ella todo el tiempo.

—El Undécimo Planeta está a cargo de dos niños de la universidad —dijo


Amanda—. Venden los juegos de cartas y tienen un bote de propinas en el
mostrador. Me sorprendería si tuvieran dos monedas de cinco centavos para frotar
juntos.

—Lo que no entiendo es por qué —dijo Cole—. Es un edificio viejo y la


ubicación es genial para nosotros, pero no es exactamente Mercado Central Lane.

—¿Ha notado algo inusual? —pregunté—. ¿Un comportamiento extraño de


los otros propietarios, magia inusual?

—¿Inusual? —Amanda negó con la cabeza—. Bueno, Vasil no está aquí hoy.
Supongo que es inusual. Por lo general es como un reloj. Un hombre muy
agradable.

—¿Crees que vendrán después a por nosotros? —preguntó Cole.

—Es una posibilidad —dijo Jim.

Amanda suspiró. Sus hombros caídos.

—Dios, si no es una cosa, es otra. Ya sabes, incluso con todas las cosas que 46
suceden, nunca nos hemos preocupado por la magia. Yo sobre todo me preocupo
por los accidentes de tráfico.

Cole puso el brazo alrededor de su esposa de nuevo.

Le entregué una tarjeta con mi nombre y número de teléfono.

—Si algo extraño sucede, por favor llámenme.

***

Steven Graham resultó ser un hombre de unos cuarenta años. Parecía un


entusiasta de la bicicleta, su cuerpo tonificado, su constitución estrecha, y sus
movimientos económicos, mientras permanecía de pie detrás del mostrador, la
pared detrás de él alineada con las cajas de muestra y las etiquetas de precios. El
mensajero solitario restante en la oficina, en cambio, parecía más un portero en
alguna discoteca. Grande, hombros anchos, el pecho marcado con el músculo. Dio
a Jim una mirada de yo-soy-el-hombre-más-grande. Jim le miró por un momento.
El mensajero cruzó los brazos sobre su pecho. Ja, ja.

Cuando éramos jóvenes, podíamos escondernos detrás de mesas y sillas


cuando nos sentíamos amenazados. Pero una vez que tuvimos cinco, ese
comportamiento ya no era aceptable, así que cruzábamos los brazos sobre nuestro
pecho, formando una barrera y protegiendo los órganos vitales. A juzgar por los
dientes y los puños cerrados del mensajero, estaba construyendo un infierno de
barrera entre Jim y él. Tienes razón. Mi Jim da miedo. Pero eso no te va a salvar.

—¿Envío o aviso? —preguntó Steven Graham.

—Ninguno de los dos —le dije, mientras el mensajero y Jim se miraban. El


lugar olía a suministros de embalaje: cartón y pegamento. La cinta de plástico se
había vuelto demasiado cara hacía un tiempo y ahora las cajas eran selladas con
cinta de papel hecho en casa sumergida en pegamento mezclando el almidón de
maíz con agua hirviendo. Eso es exactamente lo que olí, y toneladas de lo mismo.

—Soy un pariente de Ida Indrayani, la dueña del salón de este edificio. Fue
atacada con magia, y estamos buscando al responsable.

Steve dio un paso atrás.

—¿Ella está bien?

—Está bien por ahora —dijo Jim. 47


—¿Qué demonios es este mundo? —Steve negó—. ¿Fue un asalto sexual?

¿Qué?

—No —le dije—. Fue un asalto mágico.

—Sigo diciéndole a mi hija, que tiene que llevar a Mace. Hay pervertidos y
asesinos en este mundo, pero ¿qué vas a hacer? No se puede enviar a los niños a la
escuela en un tanque. ¿Qué pasó con la bondad humana básica? Ya sabes, las cosas
buenas. —Steve saludó al mensajero—. Puedes dejar de fruncir el ceño, Robbie.
Perdonen. Nos robaron hace un año. Es mi seguridad. Está aquí para dar miedo.

—¿Y si las cosas se ponen serias? —preguntó Jim.

Robbie flexionó el pecho. Oh, hombre tonto, tonto.

—Deja de hacer eso. —Steve saludó con la mano.

—Nos preguntábamos si ha recibido alguna oferta para vender esta


propiedad —le dije.

—En realidad, lo he hecho. Algún lunático me ofreció mucho dinero. —Steve


se encogió de hombros—. Acepté. Mi hija quiere ir a TCU. Cuarenta mil dólares al
año. Cuarenta. Les contesté, pero nunca tuve respuesta. Creo que fue una oferta
falsa. La cantidad de dinero era una barbaridad para estas premisas.

—Si recibió un aviso, puede ser un objetivo —dijo Jim.

—Bueno, eso es simplemente genial. Fantástico. —Steve negó—. Porque no es


suficiente que a mi personal le agredan en la calle, ahora esto. Uno de mis chicos se
saltó una valla el mes pasado, le brotaron dientes y trató de comérselo. Arruinó su
rueda trasera.

—¿Tiene alguna idea de quién podría querer este edificio o por qué?

Steve se encogió de hombros.

—¿Quién sabe? Hay idiotas en todas partes. Esto es lo que sucede cuando la
gente deja de vivir bien. Ya sabes, tienes que comer. Tienes que cuidar tu cuerpo.
Se trata de tu huella de carbono y magia. He estado aquí ocho años. Soy el más
viejo en el edificio y tengo que decir, que no es nada especial.

—Gracias por su tiempo. 48


—Claro, claro. —Steve sacó una tarjeta del soporte y nos la ofreció—. Piense
en nosotros si necesita enviar algo.

Salimos a la calle.

—¿Asalto sexual? —Levanté las cejas.

—Tiene una hija. Es probable que esté constantemente preocupado de que sea
asaltada —dijo Jim.

Caminamos hasta el Undécimo Planeta.

—Has hecho una cara extraña —dijo Jim.

—Me imaginaba a ese tipo dentro de la tienda en una bicicleta. No puedo


hacerlo. Pero me lo puedo imaginar con un palo en la mano muy bien.

—Imagínatelo —dijo Jim.

—Hablando de caras extrañas, ¡sonreíste en el consultorio del quiropráctico!

Jim sacudió la cabeza.

—No me acuerdo de eso.


—¡La vi! Estaba allí. Sucedió, Jim.

Sus cejas se fruncieron. Su rostro se volvió tan sombrío, que si intentase


sonreír, probablemente se agrietase y se rompería en pedazos.

—Debes estar equivocada.

—¡Jim!

Él me sonrió. Era una deslumbrante sonrisa brillante. Casi tropecé. Por lo


general, cuando Jim mostraba los dientes a la gente, lo hacía porque estaba a punto
de matarlos.

—Antes de ser Jefe de Seguridad, trabajé para Wendelin. ¿La recuerdas?

Lo hacía. Wendelin no era alguien a quien pudiera olvidar. Cuando se unió a


la manada, decidió llamarse a sí misma Wendelin Fuchs, que se quedó por
Wendelin Fox, igual que yo elegí llamarme Harimau. Con mi vista y la aversión a
la sangre, sabía que estaría en una carretera en mal estado, así que elegí mi apellido
porque cada vez que lo decía, recordaba que era un tigre. Wendelin eligió el suyo 49
porque quería engañar a la gente. Se convertía en lobo, despiadado, astuto, y tan
temible, que incluso Mahon, el alfa del Clan Pesado que se convertía en un Kodiak
gigantesco, hacía el esfuerzo para evitarla. No tenía ni idea de que Jim hubiera
trabajado para ella. Cuando le conocí, era beta del Clan Felino y por lo que sabía,
era todo lo que hizo. Cuando Curran le convirtió en jefe de seguridad después de
que Wendelin se retirara, todo el mundo, incluyéndome a mí, se sorprendió.

—Durante los tres primeros años con ella todo lo que hice fue trabajo
encubierto —dijo Jim—. Pretender ser alguien que no eres. Ir al lugar correcto en el
momento adecuado, escuchar, hablar con la gente, ser agradable y convincente. No
era mi parte favorita del trabajo, pero he aprendido a ser lo que la gente espera que
sea. La gente espera que el Jefe de Seguridad sea un culo duro que da miedo, así
que eso soy. Los were gatos esperan que su Alfa muestre los dientes cada vez que
alguien se pasa de la raya, así que les doy también eso.

Mi corazón se hundió.

—¿Significa esto que si espero un novio cariñoso Jim, me darás eso?

—No —dijo—. Tú me has conseguido de la manera que soy, lo que significa


que estás jodida. Soy más del tipo idiota.
Puse la mano en el picaporte del Undécimo Planeta.

—¿Puedes hacer de friki de los cómics?

—¿Qué voy a recibir si lo hago?

—¿Qué deseas?

—Hazme la cena esta noche —dijo.

Cena. Ofrecer comida era una cosa especial para los cambiaformas. Nuestras
contrapartes animales mostraban afecto con los alimentos. Había dicho muchas
cosas sin palabras. Me preocupo por ti. Voy a compartir lo que tengo contigo. Yo te
protegeré. Y a veces dice Te amo. Yo le había hecho la cena antes, pero la forma en
que lo dijo ahora enviaba pequeños escalofríos por mi espalda. Forcé a mi voz a
sonar casual.

—Tienes un acuerdo.

*** 50
Los propietarios de la tienda de cómics eran niños de universidad. Sólo
conocimos a uno, Brune Wayne, un hombre rubio de unos veinte años, que pasaba
demasiado tiempo en el gimnasio, agitaba los brazos al hablar e inmediatamente
nos explicó que fue nombrado después de su abuelo y se lamentaba de que
estuviera a sólo una letra de distancia de ser Batman. Su socio en el crimen,
Christian Leander, estaba ayudando a sus padres con algunos muebles ese día. La
tienda de cómics era igual que todas las demás tiendas de cómics en Atlanta. Con
los ordenadores en el pasado, los libros de papel y los cómics, una vez más se
convirtieron en una forma viable de entretenimiento, y la tienda estaba haciendo
un buen negocio.

Jim sabía mucho más sobre cómics de lo que esperaba. Brune y él hicieron clic
y Brune nos mostró la tienda, hablando sin parar. Era demasiado malo lo que le
había pasado a la agradable señora mayor, y recibieron una carta, pero pensaron
que era una broma, porque nadie pagaría una cantidad como esa, así que la tiraron
a la basura. Y esas eran miniaturas pintadas a mano. Un chico local las hacía. Mira,
son mágicas. Los ojos del dragón brillaban. ¿No es la cosa más guay?

En el momento en que salimos de allí, mis oídos zumbaban y tenía tantos


títulos de cómics de superhéroes y nombres pegados a mi pelo, que tendría que
usar dos veces champú para sacarlo todo. Pero una cosa estaba clara. Brune no
tenía ni un hueso de maldad en su cuerpo.

La frustración arañaba en mí. Cualquiera que pudiera convocar a todo un


enjambre de jenglots era peligroso y no tenía miedo de matar. Hasta ahora todo lo
que teníamos eran posibles víctimas. Alcanzar ese tipo de magia tomaba
dedicación y años de práctica. Ninguno se sentía tan poderoso, ni mágicamente, y
ninguno parecía tener el dinero para contratar a alguien que ese poder requeriría,
por no hablar de perder un millón en la compra de esta propiedad.

Teníamos que hacer progresos y pronto, porque él o ella intentaría terminar


lo que había empezado. No podía ir de nuevo a la familia Indrayani y decirles: ‘Lo
siento mucho, su amada abuela está muerta porque era demasiado estúpida como
para averiguar quién era el responsable.’

—Mira —dijo Jim.

Un coche se detuvo en Deli de Vasil. Un hombre salió. Tendría unos


cincuenta años, con sal y pimienta en el pelo. Se acercó a la puerta de la tienda de 51
comestibles, llaves en mano. Sus dedos temblaban. Su rostro estaba pálido, con los
ojos inyectados en sangre. Dejó caer las llaves, se agachó para recogerlas, por fin
logró meter una en la cerradura, abrió la puerta y entró.

Jim y yo caminamos hacia el Deli. El cartel de CERRADO se había girado


hacia ABIERTO. El hombre estaba sentado en una silla, al otro lado del mostrador,
cabeceando. Jim abrió la puerta y lo vi, la nube peluda y oscura de la magia,
envuelta alrededor del hombre, colgando de su espalda como un saco de líquido
repugnante erizado de púas de jabalí. Hebras viscosas finas cruzaban su cuello,
agarrotando su garganta, y se extendían por su rostro, tratando de entrar por la
nariz y los ojos.

Salté sobre el mostrador y cogí sus manos. La magia me susurró. El saco de


líquido en la espalda del hombre se rompió y un nido de serpientes peludas negras
estalló, retorciéndose hacia mí, cada una armada con un pico oscuro donde la boca
debía haber estado. Jim se subió al mostrador y cortó las serpientes fantasmas con
su cuchillo. La hoja pasó a través de ellos. Ellos ni siquiera se dieron cuenta.

Empujé con mi magia. Los picos me mordieron, excavando heridas


sangrientas en mis brazos. Empujé con más fuerza, tratando de purgar la terrible
oscuridad. Persistió, apretando alrededor del hombre. Me esforcé. La magia se
deslizó hacia atrás, retrocediendo desde su cara pero apretando su espalda.

El hombre abrió los ojos azules y me miró.

—¿Señor Vasil? —le pregunté.

—Es señor Dobrev —dijo en voz baja—. Vasil es mi nombre de pila. —Vio
como mis manos le sostenían—. No me dejes ir.

—No lo haré —le prometí.

—Dali, habla conmigo —dijo Jim, con el rostro sombrío.

—¿Ves la magia? —le pregunté.

—Sí.

—Ahora mismo le estoy sosteniendo, pero esto es todo lo que puedo hacer. Si
le dejo ir, se lo tragará de nuevo.
52
—¿Por qué está pasándome esto? —preguntó el señor Dobrev.

—No lo sabemos —le dije—. ¿Cuándo comenzó?

—Hace dos noches. Al principio era sólo una pesadez, a continuación, un


dolor de cabeza. Me fui a la cama temprano. Pensé que había contraído la gripe.
Entonces vino ella.

—¿Quién es ella? —le pregunté.

Se inclinó hacia mí. Su voz temblaba.

—La bruja.

—Cuénteme más —le dije—. Hábleme de la bruja.

Su cara se aflojó. Tenía manos grandes y ásperas, como los hombres fuertes y
amables que trabajaban con sus manos mucho, y sus dedos callosos estaban
temblando. Estaba aterrorizado.

—Abrí los ojos. La habitación estaba a oscuras. Me pareció que tenía un peso
opresivo en el pecho, muy pesado. Como un coche. Mis huesos deberían haberse
agrietado y no sé por qué no lo hicieron. Y entonces la vi. Estaba sentada en mi
pecho. Era... —Tragó—... como... como un esqueleto. Largo, enmarañado pelo gris,
piel negra en los brazos y los dedos con garras, como un pájaro. Garras largas,
igual que la pintura.

—¿Qué pintura?

—Una pintura que vi... hace mucho tiempo. Se sentó encima de mí y se


quedó. No pude llamar a mi hijo. No me podía mover. Ni siquiera podía mover los
dedos de los pies. Estuvimos así durante horas. Finalmente me dormí y me
desperté cansado. Tan cansado. Anoche llegó de nuevo. Apenas podía moverme
esta mañana. Creo que está tratando de matarme.

Jim me miró.

—El síndrome de la vieja bruja —le dije. La mayor parte de mi experiencia


mágica estaba atada a lo que los occidentales consideran Lejano Oriente, pero tenía
un poco de educación sobre los mitos europeos. No se puede vivir en EE.UU. y no
ser expuesto a ella—. Antes del cambio, la gente pensaba que tenía que ver con la
parálisis del sueño profundo, que se produce cuando el cerebro cambia de una
rápida fase de movimiento ocular a la vigilia. A veces los cables se cruzan y el 53
cerebro se despierta parcialmente pero el cuerpo permanece paralizado, como si
todavía estuviéramos dormidos. Se siente como un gran peso que te mantiene
abajo y te congela. Antes de la era científica, la gente pensó que ocurría a causa de
los demonios, íncubos y súcubos, o, a veces, por viejas brujas. Si las leyendas son
ciertas, se alimenta de él hasta que muere y no tengo el poder para purgarla.

—Vamos a tener que matar a la bruja —supuso Jim.

Es por eso que le amaba. Era inteligente y rápido.

—Señor Dobrev —dije—. Necesito que se duerma.

Se estremeció como una hoja.

—No.

—Es la única manera. Estaremos aquí. Cuando ella venga, nosotros nos
encargaremos de matarla.

—No.

—Despertará, señor Dobrev. No me conoce, pero confíe en mí, se despertará.


Duerma ahora, mientras todavía conserve algo de fuerza.
Me miró a los ojos y soltó mis dedos.

—Tome una respiración profunda —le dije, tratando de sonar confiada—.


Estará bien. Estará bien.

La magia negra le rodeó. El señor Dobrev respiró estremeciéndose. Parecía


que se estaba ahogando.

—Está bien —murmuré—. Está bien. Estoy aquí. No iré a ninguna parte.

—Por favor —dijo—. ¿Por qué yo? ¿Por qué…

Me sentí tan mal por él. Estaba tan asustado. Pero era la única manera.

—Deje que suceda —murmuré.

Poco a poco sus ojos perdieron la luz y se volvieron vidriosos. Parpadeó,


luego parpadeó de nuevo, se reclinó en la silla y cerró los ojos.

—Si los mitos son ciertos, tiene que ser corpórea para matarla —le dije—.
Cuando eso suceda, tenemos que llegar a ella primero.
54
Jim sacó un segundo cuchillo de la funda de su cadera.

Esperamos. La tienda estaba en silencio a nuestro alrededor.

—No lo entiendo —le dije—. Tiene que estar conectado a Eyang Ida. Esto es
simplemente demasiado grande para ser una coincidencia. Pero los jenglots y la
vieja bruja están literalmente en los lados opuestos del planeta. Ningún usuario de
magia debería ser capaz de convocarlos a los dos.

—Tenemos que ir a ver a ese bufete de abogados —dijo Jim.

—¿Ha dicho que vio a la bruja en una pintura antes? —le pregunté.

—Sí.

Significaba algo. Nos sentamos y esperamos.

***

No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado. Tenía que ser cerca de una
hora. Jim trajo mi kit de maldiciones y me senté con él, mi tinta, pincel, y los
papeles listos, mirando fijamente a los cortes de carne delicatessen tras el cristal bajo
el mostrador. Tenía hambre. El resto de la tienda estaba llena de estanterías llenas
de productos enlatados, snacks eslavos con temas y todas las frutas y verduras que
podrían conservarse en escabeche. Tenía muchas ganas de probar algunos, pero
tomar sin permiso era robar.

Pocos minutos después de que la respiración del señor Dobrev se igualara, la


magia peluda empezó a arrastrarse muy lentamente, pasando de la espalda sobre
su pecho, y finalmente se sentó justo debajo de su cuello, una mancha fea grande
que ocupaba todo el camino hasta la cintura.

El rugido de un motor de agua llegó desde el exterior. Miré a través del


escaparate de cristal. Un autobús escolar amarillo subía por la calle.

El saco en el pecho del señor Dobrev tembló.

Me incliné hacia delante.

Una oleada cambió la piel. Otra. Se veía como una pelota de tenis rodando
bajo alguna manta repugnante.

Saqué un papel y empecé a escribir una maldición. La maldición tenía que ser 55
fresca, así que iba a terminarla un segundo antes de lanzarla. Me detuve con mi
pincel en el aire. Un golpe a la izquierda.

Fuera, un niño, unos diez u once años, dobló la esquina y caminó hacia el
edificio. Debía ser el hijo de Cole y Amanda.

Una garra negra delgada salió a la superficie bajo la piel. Algo estaba a punto
de salir.

El aire en medio de la calle vaciló, como si de pronto una nube de vapor


hubiera escapado de la clandestinidad y estuviera atrapada en un remolino de
polvo. ¿Qué demonios…?

El aire se volvió, trenzado, y dio se forma a sí mismo en un coche. ¿Qué


demonios? Nunca había oído hablar de un coche mágico que apareciese de la
nada…

Mi cerebro ardía a través de las pruebas, haciendo una conexión. Mi hermano


mayor murió de camino a la escuela, dijo la voz de Amanda en mi cabeza. Fue
atropellado. . . Oh mis dioses.

El coche giró sólido. Su motor aceleró. No había nadie detrás del volante.
—¡Jim! —Señalé al muchacho—. ¡Sálvale!

Él se dio la vuelta, vio el coche, el niño, y saltó atravesando la ventana de la


calle, fragmentos de vidrio volando por todas partes.

Un codo nudoso empujó para salir de la bolsa, seguido de una mano


huesuda, cada dedo armado con una garra negra de dos pulgadas. La bruja se
acercaba.

Jim se lanzó a través del aparcamiento. El coche, un enorme '69 Dodge


Charger, gruñó como un ser vivo, corriendo directamente hacia el chico. Jim corrió,
tan, tan rápido. . . Por favor, cariño. ¡Por Favor!

La cabeza de la bruja salió, un ojo pálido funesto, luego el otro, una larga
nariz torcida y una amplia boca llena de dientes de tiburón.

El coche estaba casi sobre el niño. Jim estaba a diez pies de distancia.

Por favor, por favor, por favor que no le mate.


56
Jim barrió al chico de sus pies y el coche le embistió y se estrelló contra un
poste.

Le golpeó. Oh dioses, el Charger le había dado. Algo dentro de mí se rompió.


Me quedé inmóvil, horrorizada y agonizante.

La bruja se arrastró fuera de la magia y se sentó en el pecho del señor Dobrev,


aferrándose a él con sus dedos largos y espeluznantes. Era de mi tamaño, pero
demacrada, huesuda, su escasa carne estirada demasiado apretada sobre su
constitución, mientras que su piel se hundía en pliegues y arrugas.

El coche aceleró su motor. Todavía estaba allí. No desapareció y eso


significaba que su objetivo estaba todavía vivo.

Jim saltó sobre el capó del cargador, el niño en sus brazos, aterrizó, y corrió
hacia nosotros.

La bruja alcanzó la garganta del señor Dobrev. Pinté el último símbolo de la


maldición y la pegué en su espalda.

—¡Puñales envenenados!

Tres puñales traspasaron a la bruja, una tras otra, saliendo de su espalda.


El Charger dio marcha atrás y persiguió a Jim.

La bruja chilló como una gaviota gigante, me escupió, y siguió su camino. No


funcionó.

Agarré un nuevo papel, escribí otra maldición, y se la arrojé. La maldición de


veintisiete rollos vinculantes había funcionado antes. La bruja arañó el papel. Pulsó
con el verde. Tiras de papel salieron disparados y cayeron sin causar daño al suelo.
Deberían haberla atado en nudos. ¡Maldita sea!

El coche estaba solo a unos pies detrás de Jim. ¡Por favor, que funcione! ¡Por
Favor!

La bruja arañó el cuello del señor Dobrev.

Cogí un tarro de salmuera y se la arrojé a la cabeza. Rebotó en el cráneo con


un golpe carnoso. Ella aulló.

—¡Quítate de encima! —gruñí.


57
Jim saltó por la ventana rota. El Charger embistió la apertura, justo detrás de
él, y se detuvo, su rugido del motor, metido entre la pared y el marco de madera.
¡Bum!

Cogí otro frasco y salté sobre el mostrador. La bruja me gritó en la cara y le


golpeé con el tarro.

—¡Bájate de él, perra!

El Charger gruñó. El metal de sus puertas doblándose bajo presión. El coche


estaba forzando su camino.

El frasco se rompió en mi mano. El zumo de pepinillos se apoderó de la bruja.


Ella me agarró, demasiado rápido para esquivarla. Sus garras arañaron mis brazos,
me quemaron como cuchillos al rojo vivo. Grité. Me soltó y vi los huesos de los
brazos a través de las heridas ensangrentadas.

Jim soltó al chico. El niño se puso en la parte trasera de la tienda. Jim saltó al
Charger y golpeó en el capó del coche, tratando de golpear al vehículo. El Charger
rugió. Jim plantó los pies, se apoderó del capó, y se tensó. Los músculos de sus
brazos se hincharon. Había visto a Jim levantar un coche normal antes, pero el
Charger no se movió.
Golpeé a la bruja en la cabeza, poniendo toda mi fuerza de cambiaformas. No
mataría al señor Dobrev, siempre y cuando respirase. La bruja me arañó otra vez,
gritando, cortando mis hombros, sus manos como hachas. Seguí golpeándola, pero
no me estaba haciendo ningún bien.

Los pies de Jim se deslizaron hacia atrás. Un momento más de que el coche
entrara.

Era un coche. Sabía de coches y Jim sabía de combate cuerpo a cuerpo.

—¡Cambio! —grité.

Jim me miró, soltó el capó del coche y saltó sobre el mostrador. Su cuchillo
brilló y la mano derecha de la bruja cayó.

Me precipité fuera de la tienda, saqué un espejo del lado del conductor del
Pooki, y corrí dentro. El Charger estaba a medio camino, sus ruedas girando.
Escribí la maldición, pegué el papel en el capó, y planté el espejo de Pooki en él.

La Magia crujió como fuegos artificiales. 58


El capó del coche se aboyó, como si un gigante invisible le hubiera golpeado
con un puño. La rueda delantera izquierda se cayó. El capó burbujeó, como si otro
golpe le hubiera aterrizado. El parabrisas se agrietó. Algo dentro del coche crujió
con un chasquido metálico repugnante. El agua se disparó a través del agujero del
capó. El techo del coche se derrumbó. Ambas puertas de los pasajeros y el
conductor cayeron. Los faros explotaron. Con otro crujido, el vehículo entero se
estremeció y se derrumbó en un montón, pareciendo que algo con dientes colosales
lo hubiera masticado y escupido.

Jim se detuvo a mi lado. Llevaba la cabeza de la bruja por el pelo. Nos


miramos el uno al otro, ambos con sangre y cortes, y miramos el coche. Jim levantó
las cejas.

—La maldición de transferencia —le dije—. Esto es todo lo que he hecho a


Pooki. Excepto, que no todo al mismo tiempo.

Jim miró el coche en ruinas. Sus ojos se abrieron aún más. Se esforzó por decir
algo.

—¿Jim?

Desencajó la mandíbula.
—No más carreras.

***

Ser un cambiaformas tenía sus desventajas. Por un lado, los olores ordinarios
de la gente normal te volvían loco. Si habías quemado algo en la cocina, no solo
abrías las ventanas, había que abrir toda la casa y salir a la calle. Significaba que la
dinámica dentro de las manadas de cambiaformas y clanes eran diferentes a las de
una sociedad humana. Y, por cierto, la mayoría de esas dinámicas eran una
mierda. Sí, nos hacía tomar algunos de los rasgos de nuestros homólogos animales:
los gatos tenían una fuerte tendencia a la independiente, los Bouda —las hembras
hiena— tendían a ser dominantes, y los lobos mostraban una fuerte tendencia al
ODC, que les ayudaba a sobrevivir en la naturaleza mediante el seguimiento y a
continuación, ejecutar la caza a través de largas distancias. Pero toda la jerarquía
de la manada era en realidad mucho más cercana a la jerarquía de la dominación
de los grupos de primates silvestres, lo cual tenía sentido teniendo en cuenta que la
parte humana en nosotros tenía el control. Y, por supuesto, la desventaja más
importante era el lupismo. En momentos de tensión extrema, el Lyc-V, el virus 59
responsable de nuestros poderes, —florecía— dentro de nuestros cuerpos en gran
número. A veces, la floración desencadenaba una respuesta catastrófica y conducía
a un cambiaformas a la locura. Un cambiaformas loco era llamado lupo y no había
manera de volver. El lupismo era la amenaza constante que se cernía sobre
nosotros.

Pero en este momento, mientras vertía agua sobre mis brazos para lavar la
sangre, estaba agradecida por cada célula de Lyc-V en mi cuerpo. Mis heridas ya se
estaban cerrando. Si se viera más de cerca, verías las fibras musculares en
diapositivas de las heridas. Era increíblemente brutal.

Amanda estaba sentada en el suelo con su hijo meciéndose hacia adelante y


hacia atrás. El muchacho se veía como si quisiera escapar, pero debía sentir que su
madre estaba profundamente afectada, así que se sentó en silencio y dejó que le
abrazara. Cole se cernía sobre ellos, con un bate de béisbol y usando ese tiempo,
con la expresión que ponían algunos hombres cuando están aterrorizados por sus
familias y no saben de dónde vendrá el peligro. Ahora mismo, si una mariposa
pasara flotando frente a Cole por las bandas difusas, probablemente se liara a palos
con el bate.
El señor Dobrev estaba mirando la cabeza de la bruja que Jim había dejado en
el mostrador. Había examinado la tienda un minuto o dos, inspeccionando los
daños, y luego volvió a la cabeza y se la quedó mirando.

—Señor Dobrev —le llamé—. Está muerta.

—Lo sé —Se volvió hacia mí—. No puedo creerlo.

—¿Dijo que la vio en una pintura antes?

—Cuando era niño. Era exactamente igual.

Yo tenía razón. Bien. Bien, bien, bien, odiaba no saber con lo que estaba
tratando.

Jim cruzó la puerta, con el cara pálida de Brune detrás de él.

—¿Dónde está Steven? —le pregunté.

—Agarró una bicicleta y fue a la escuela de su hija para ver cómo estaba —
dijo Brune.
60
Bueno, no me resultaba difícil entender eso.

Jim se acercó a mí. Vertí agua de una botella sobre un trapo que el señor
Dobrev me había dado y le limpié suavemente la sangre de la cara.

—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.

—Estoy bien —le dije.

Por un pequeño momento estábamos solos en la tienda, atrapados en un


momento que a nadie más le importaba, y yo sonreí sólo para Jim. Y entonces la
realidad regresó.

—Pensamos que era hechizo o talento —le dije—. No lo es. Es una maldición,
Jim.

Esperó. Oh. Probablemente no tenía sentido. A veces mi cerebro iba


demasiado rápido para mi boca.

—La mayoría de la magia es muy específica. Por ejemplo, alguien capaz de


convocar jenglots tendría que ser un practicante de magia negra Indonesa. No
podía también ser un experto en la magia japonesa o magia Comanche, por
ejemplo, porque para llegar a ese nivel de experiencia, tenía que dedicarse a la
magia balinés completamente. No se puede ser un maestro de todos los oficios.
¿Tiene sentido?

Él asintió.

—Sí.

—Así que cuando vi a los jenglots, supuse que habían sido convocados por
una persona experta en hechizos o una persona con un talento especial de
convocación. Pero entonces nos encontramos a la bruja. La bruja no tenía sentido.
Es de origen europeo. Sabíamos que estaba conectada a Eyang Ida, porque sería
demasiada coincidencia de otra manera.

—Lógicamente, eso significa que dos usuarios de magia diferentes están


involucrados —dijo Jim.

—Eso es lo que pensé, pero luego vi el coche. No conozco a nadie que pueda
convocar coches asesinos. No es un ser mitológico. Eso es algo de la literatura de 61
terror. Entonces recordé que en primer lugar, Eyang Ida tenía miedo de los jenglots
porque vio uno falso cuando era niña, entonces el Sr. Dobrev nos dijo que había
visto una bruja en una pintura, y luego…

—Amanda dijo que su hermano fue atropellado por un coche de camino a la


escuela —dijo Jim—. Pensé en eso.

—Esta magia no es cultural o un talento. Se basa en una maldición. Sé de


maldiciones. Funcionan como programas informáticos: tienen una estructura
rígida. Si se cumplen una serie de condiciones, la maldición hace algo. Si no se
cumplen, la maldición permanece latente. Por ejemplo, digamos que estoy
apuntando a una persona cuya pierna izquierda ha sido amputada. Yo podría
maldecir a esa persona por lo que cualquier criatura sin una pierna podría contraer
gonorrea.

Jim levantó la mano.

—Espera. ¿Puedes realmente hacer eso?

Agité las manos hacia él.

—Ese no es el punto.

—No, ese es el tipo de información que necesito saber.


—Está bien, probablemente podría.

La expresión de Jim se quedó en blanco.

—Recuérdame no hacerte enfadar.

—Jim, ¿quieres dejar de preocuparte por que te maldiga con la gonorrea? No


la puedes tener, eres un cambiaformas. De todos modos, en las condiciones de esa
maldición, cualquier persona con una sola pierna vendría a través y esparciría la
plaga. Si un gato de tres patas la cogiera, también obtendría la peste.

—¿Pueden los gatos ser contagiados por los humanos?

—No necesariamente, pero la maldición aún trataría de infectar al gato. Si


quisiera hacer una maldición más específica, lo definiría como toda criatura con
una sola pierna, menos al gato de tres patas. Incluso más específico: cualquier
hombre con una sola pierna. Hay un límite para lo específico. Volviendo a nuestra
situación actual. Creo que alguien ha maldecido a estas personas a ser presa de su
peor temor. No estoy segura exactamente de cómo se estructuró esta maldición, 62
pero creo que manifiesta los temores irracionales que tenían desde la infancia. La
maldición depende de que le proporcionen los detalles de sus peores temores.
Eyang Ida tenía miedo de los jenglots, por lo que ella consiguió un enjambre
gigante. Dobrev tenía miedo de una bruja, por lo que le dio una bruja. Y cuando
llegó a los temores de Amanda, hizo que apareciera un coche. Eso es lo que
Amanda vio en su mente cuando se preocupaba por su hijo.

—Tiene sentido —dijo Jim—. ¿Pero no habría que usar un montón de magia?

—Sí y no. Maldecir es una magia de pagar para jugar. Si hay una maldición,
tiene que haber un sacrificio. Mis maldiciones no siempre funcionan, porque el
precio que pago es pequeño: papel especial, tinta especial, pincel especial y los
años que pasé aprendiendo caligrafía. Esto... —Levanté el dedo índice e hice un
círculo, que abarcaba la tienda arruinada—, esto tomaría un verdadero sacrificio.
La sangre, la carne o algo así.

Jim frunció el ceño.

—¿Qué es tan importante sobre el edificio que lo hace digno de ese tipo de
sacrificio?

Me había leído la mente.


—Exactamente. No lo sé. Pero quien sea esta persona, se ha comprometido.
Esto no se va a detener. Habrá más. ¿Cuál es el miedo de Brune?

—¡Brune! —ladró Jim.

El propietario de la tienda de cómic se detuvo.

—¿Sí?

—Cuando eras niño, ¿a qué tenías miedo?

—A ser bajo.

—Eres bajo —solté.

—Sí, pero estoy creciendo. —Brune se flexionó detrás de Jim—. Así que estoy
bien.

No tenía ni idea de cómo podría ser bajo matarte. Mi cuerpo todavía dolía,
como si alguien me hubiera puesto a través de un molino de carne y de pensar en
ello me dolía la cabeza.
63
Un cambio imperceptible rodó sobre nosotros, como si el planeta alguna
manera diera la vuelta en su cama. La magia se desvaneció. Las luces eléctricas se
encendieron en la tienda.

Todo el mundo exhaló.

***

Dejé a Jim cerca de una casa de seguridad de la Manada. Quería tomar una
ducha y cambiarse de ropa. Me dirigí a la carnicería y compré otro gran bistec. Y
luego me fui a casa. Necesitaba tomar una ducha y hacer la cena.

La magia siempre tenía un precio, pero al maldecir ese precio era muy
claramente definido. Pagar la cantidad correcta de la mercancía: el derecho más
preciado, el mejor resultado y ser deseada. Y el que estaba maldiciendo a los
propietarios de la tienda sabía exactamente hasta qué punto él o ella podría
empujarlo. El cursor les había maldecido a que sus peores temores se manifestasen,
confiando en que las manifestaciones les matarían. Él o ella no maldijo a morir. Eso
hubiera requerido un sacrificio aún mayor, su vida o la vida de un ser querido. No
valdría cualquiera. Un sacrificio tenía que venir a un coste real para que funcionase
la maldición.
Todo esto me ponía nerviosa. Habíamos detenido tres intentos para asesinar
a los dueños de las tiendas. Eso significaba tres sacrificios desperdiciados. La
persona vendría a por nosotros. No tenía ni idea de lo que era mi mayor temor.
Bueno, no, lo conocía. Mi mayor temor era no ser lo suficientemente buena. Que no
fuera lo bastante mujer, lo suficientemente atractiva, lo suficientemente caliente. Yo
misma lo había analizado hasta la muerte. Tenía el tipo de cerebro que se negaba a
permanecer en silencio, excepto cuando Jim estaba cerca. Entonces cállate y déjame
tomar el sol en mi felicidad tranquila.

Llegué a casa, me di una ducha, y examiné la cocina. Mi madre había pasado


por allí. Había arroz cocido y curry de verduras en la cocina y la nevera había sido
reabastecida con todo, desde el queso de soja y los pepinos, a las manzanas y la
sandía.

Había aprendido que Jim, como la mayoría de los cambiaformas, no se


preocupaba por la comida demasiado picante. Comía heroicamente, pero prefería
el condimento ligero. Llené una olla con agua, desenvolví el bistec y le dejé caer en
ella. 64
Sangre. Puaj. El aroma se desvió hacia mí desde el agua. Cogí una cuchara de
madera y removí el filete para evitar toda la sangre y la posible contaminación. Fijé
la carne con una cuchara y vertí el agua, luego, con una toalla limpia, la puse en el
mostrador, la deslicé en la carne y la acaricié para que se secara con la toalla. Hasta
ahora, todo bien.

Transferí el bistec a una tabla para cortar; tenía un poco de ajo, exprimido a
través de una prensa; añadí un poco de pimienta, sal y un poco de aceite de oliva;
lo mezclé todo con una cuchara y lo extendí sobre la carne.

Todavía podía oler la carne.

Y ahora apestaba a ajo. Hola, Jim, soy tu cita sexy con olor a ajo.

Fui al teléfono para llamar a mi madre. Mi magia purificadora vino a mí


desde la línea de mi padre. Pero las maldiciones, hechizos y el enfoque sistemático,
era todo de mi madre. Ella veía las cosas con claridad, como yo, y tenía más
experiencia.

Mi contestador automático parpadeaba con rojo. Di al botón.

—Dali, soy tu madre.


Como si no lo supiera.

—Komang me ha llamado. Dice que estabas allí con un hombre.

Me apoyé en la isla.

—¡Dijo que el hombre era muy oscuro y dijo que era tu novio! Quiero saber…

Hice clic en el siguiente mensaje.

—Soy tu tía Ayu…

Clic.

—Dali. —Mi primo Ni Wayan—. Mi madre me dijo que tienes novio.


Clic.

—¿Novio? ¿Qué?
Clic.
Clic. 65
Clic.

—Dali. —Mi tío Aditya. Había hecho todo el camino hasta Carolina del
Norte. La magia había estado abajo durante una hora. ¿Cómo se habían puesto en
contacto con él tan rápido?—. Estoy tan feliz por ti.

Presioné Borrar Todo y marqué el número de mi madre. No sabía que era


más triste, el hecho de que mi familia viviera de los chismes o que todos estaban
tan contentos porque una persona de sexo masculino, finalmente se interesara por
mí.
No contestó.

Escuché el contestador automático encenderse con un clic.

—Hola, mamá. Gracias por la comida. Averigüé lo que está mal con Eyang
Ida. Por favor, llámame cuando llegues. Necesito un consejo.

Colgué y miré alrededor de la cocina. Me sentí muy sola de repente. ¿Sería así
cuando Jim y yo nos separásemos?

A veces era mejor no entrar en las relaciones en primer lugar. Entonces nunca
tendrías que lidiar con la angustia. Y ni siquiera habíamos tenido sexo todavía.
No es que el sexo siempre mejorara las relaciones o de alguna manera mágica
los hiciera permanentes. Mi primera experiencia sexual no fue increíble. Tenía
quince años, mi novio de entonces tenía dieciséis años, y era la primera vez para
los dos. Fuimos bastante torpes y nerviosos para convertir todo el asunto en un
juego largo. Él me preguntó si me gustó y me quedé pensando: ‘Si eso es todo lo
que hay que hacer, guau, es una decepción.’ Cuando terminamos, me preguntó si
era bueno para mí y luego me preguntó si pensaba que tenía un pene pequeño.

Nos separamos en silencio después de eso. Nunca hablamos de ello; nos


fuimos por caminos separados. Había tenido relaciones desde entonces. Salí con un
chico rubio magnífico en la universidad. Era el hombre más guapo que había visto
nunca. Resultó ser tonto como una tabla. Se sintió atraído por mí, porque compró
el asunto de chica sexy de Asia mística. Combinado con que cambiaba a un tigre
blanco, fue vendido. El sexo fue genial, pero al final tuvimos que hablar. Estaba
decepcionado porque yo no era china, y nunca entendí por qué pensaba que lo era,
porque no me veo china en absoluto. No sabía que Indonesia era un país. No podía
encontrarlo en un mapa, incluso después de que se lo mostrara varias veces. Le
hablé de Bali y le di un libro con imágenes. Una noche, cerca de dos meses desde
que empezamos él estaba acostado en la cama junto a mí y me preguntó si me 66
gustaría llevar un kimono para él como una geisha. Y luego se preguntó si
teníamos geishas de dónde era. Me di cuenta de que tenía que dejarle.

Había habido un par de chicos desde entonces, pero siempre supe que no
eran el Único. No lo hacía bien en las relaciones.

Suspiré. Estaba empollando. No me gustaba fallar y ya que mi cerebro corría


sin frenos, ahora estaba vuelto hacia adentro por pura frustración. El Único podría
llegar en cualquier momento, si la Manada no le secuestraba para salvar el mundo
o resolver alguna crisis vital. Estaría muerto de hambre. Necesitaba hacer el bistec.
***

Acababa de lograr deslizar la carne de la sartén a la tabla de cortar, cuando


sonó el timbre de la puerta.

Jim.

Corrí a abrirle.

Jim estaba en la puerta. Iba de negro otra vez. Pantalones vaqueros negros,
camiseta negra y botas negras. Las cicatrices en sus brazos donde la bruja le había
cortado habían curado hasta ser solo líneas blancas. Su mirada se clavó en mí.

Yo llevaba pantalones cortos, una camiseta blanca y un delantal azul con


flores de color amarillas y blancas. El delantal era un poco largo. Me di cuenta de
que todavía estaba sosteniendo la espátula. Había algo en la forma en que Jim me
miró, con una especie de apreciación persistente, que hizo que mi corazón se
acelerara.

—Adelante —le dije, mi voz chillona.

—Gracias.

Cerré la puerta detrás de él. Uff, la chica tigre ciega es torpe. ¿Qué hay de
nuevo?

Caminó a mi cocina. Me gustaba la forma en que se movía, como un gato


enorme, sin prisas, casi perezoso, a menos que algo le interesase y entonces se
convertiría en velocidad cegadora y poder abrumador. Su olor le siguió. No tenía
ni idea, pero podía obligarme a hacer todo tipo de cosas estúpidas solo con su olor.

Se sentó en el taburete del mostrador.

—Te hice un bistec —le dije y lo señalé con la espátula—. Todavía está
caliente.

—Gracias —dijo. 67
—¿No quieres comer? Sé que tienes hambre.

—No en este momento.

—Se va a enfriar. —Aquí yo haciendo una carrera de obstáculos para hacerle


la comida, y él ni siquiera la quería, hombre tonto.

—Lo mejor es dejar que la carne repose unos minutos después de cocinar.

—¿Por qué? —¿Era yo, o había una extraña cualidad casi ronroneante en su
voz?

—Si se corta de inmediato, todos los jugos se agotarán y solo conseguirás un


pedazo seco de carne.

—Puaj. —Agité la espátula—. Por favor, mantén tus datos de carnívoro para
ti mismo…

Él me tomó por los hombros y se inclinó. Oh Dios mío, estaba sucediendo.


Sus labios tocaron los míos, calientes y suaves, forjando una conexión. De repente,
nada más importaba. Dejé caer la espátula al suelo, cerré los ojos, abrí mi boca y le
dejé entrar. Su olor se arremolinaba a mi alrededor, embriagador, la presión de sus
labios sobre los míos deliberada pero cuidadosa. Lamí su lengua, mis manos
acariciando sus anchos hombros. Los músculos estaban muy tensos bajo mis
dedos, como si todo su cuerpo vibrara con energía apenas contenida. Eso
desencadenó una necesidad ansiosa dentro de mí. Quería que se dejase ir conmigo.
Quería al verdadero Jim. Si pudiera hacer eso, podía hacer cualquier cosa.

Su beso se profundizó, creciendo posesivo, más áspero, pasando de una


invitación a una seducción en toda regla. Me dejó sin respiración. Un calor de
terciopelo se extendió lentamente sobre mí, apretando mis pezones. Le devolví el
beso, acariciando su lengua con la mía y saboreándole para a continuación, tirar
hacia atrás. Me besó con más fuerza. El sabor envió escalofríos por mi espina
dorsal. Mis músculos se volvieron cálidos y flexibles. Un dolor suave estalló entre
mis piernas. Mi cabeza dio vueltas. Tenía que tomar un respiro. Estaba perdiendo
el poco control que tenía y quería mucho que fuera bueno para él.

Sus brazos me agarraron, el músculo duro, potente deslizándose contra mis


hombros mientras tiraba de mí más cerca. Me aparté y le dejé ir. Nos separamos.
Abrí los ojos y le vi mirándome y en la profundidad de sus iris oscuros vi crudo
deseo abrumador.

Oh Dios mío, haría cualquier cosa si él no dejaba de mirarme así.

Me deseaba. Oh, me deseaba de verdad. 68


Me incliné y le mordí el labio inferior.

Inclinó mi cabeza hacia atrás, cerró su boca en la mía, empujando con su


lengua salvaje y caliente. Mi delantal salió volando, y luego sus manos se
deslizaron debajo de mi camiseta. Su pulgar áspero acarició mi pezón derecho,
enviando pequeñas descargas eléctricas a través de mí. Me apoyé contra ese toque,
apretándome contra él, su lujuria conduciéndome a la locura. Todo era para mí.
Estaba excitado por mí. Me estaba besando. Sus manos se apoderaron de mi
trasero y me levantó hasta sus caderas. Su largo y duro eje empujó contra el
húmedo dolor entre mis piernas. Estaba duro por mí.

Quería ser el mejor sexo que tuviera.

Se alejó de mi boca.

—Tan hermosa.
Por favor, Jim, por favor. Tócame, bésame, ámame…

Me besó en el cuello, mordisqueando la piel sensible, cada pizca de sus


dientes añadiendo combustible a mi fuego. Gemí, atrapada en el torbellino de
sensaciones, y la monté. Le quería dentro de mí. Necesitaba llenarme con él.

Saltó de la silla, con las manos en mi trasero, acariciándome y besándome


hasta que llegamos a mi cuarto. Me dejó en la cama y se quitó la camisa. Los
tendones sobre los músculos eran como cables de acero. La emoción corrió a través
de mí. Sus botas y pantalones desaparecieron. Era enorme. Oh guau.

Él se inclinó y mi ropa también desapareció. Le abracé el cuello y tiré de él


hasta que estuvo encima de mí. Bajó la cabeza y cerró la boca sobre un pezón,
mientras su mano acariciaba el otro. La ola de placer rodó a través de mí y me
arqueé, mis manos en su pelo. Su boca se movió al otro pecho. Todo mi cuerpo
estaba excitado, listo para él, como si estuviera sentada en el borde de un baño
escaldado y tuviera que zambullirme.

Se alzó por encima de mí y pude alcanzarle. Mis dedos encontraron su dura


longitud y la acaricié. Jim gruñó. Me reí y envolví mis piernas a su alrededor. Se
puso sobre mí, su peso en sus brazos, su expresión malvada y caliente, tan caliente.

—¿Sí?
¿Qué? Por supuesto que era un sí.

—Sí…

Se metió en mí, líquido y profundo. El placer explotó y gemí su nombre.


Construyó un ritmo suave y rápido, deslizándose dentro de mí, grueso y duro,
69
cada vez una explosión de éxtasis. Cerré mis dedos en su espalda e igualé el ritmo.
Éramos uno y me perdí en la dicha física pura. Me hizo el amor como si fuera una
diosa. Traté de aguantar y quedarme allí con él, pero el placer creció dentro de mí
y me arrastró. Me fundí en un feliz y lento clímax. Jim se movió más rápido dentro
de mí, fuerte, intenso, todo su cuerpo rígido, los músculos de su espalda
temblando bajo mis dedos. Su rostro se volvió salvaje. Gruñó y le sentí dejarse ir
dentro de mí. Envolví mis brazos alrededor de su cuello.

Durante un tiempo estuvimos así y luego, lentamente, deslizó su gran cuerpo


a un lado y me atrajo hacia él.

—Mía.

Parpadeé hacia él.

—¿Qué?

—Eres toda mía. —Me agarró y me izó sobre él—. Mía, mía, mía.

Me reí y caí encima de él.


***
Jim era un gato. Y como a todos los gatos, le gustaba los lugares blandos,
dormir y rondar por ahí. No habíamos salido de la habitación. Echamos una siesta,
nos abrazamos, tuvimos otra vez sexo y fue fantástico. Y ahora nos acabábamos de
sentar juntos disfrutando de la compañía del otro. Los dos estábamos hambrientos
pero ir abajo era simplemente demasiado esfuerzo. Fuera se daba la puesta de sol
lentamente. El mundo estaba oscureciendo.

—Acerca de la barbacoa —le dije—. ¿Tengo que llevar algo?

—No, lo tienen bajo control. —Estaba jugando con mi pelo—. Me llamaron y


les dije que ibas a ir. Vas a tener que adaptarte un poco. Nunca han conocido a
nadie como tú.

—¿Cómo yo? ¿Indonesa? —Probablemente no esperaban que llevase a


alguien como yo. ¿Qué pasaba si no les gustaba?

—No —dijo—. Vegetariana.

Lo miré durante un rato.

—Es una barbacoa —dijo—. Somos hombres gato. Todo es carne o tienen
carne. Les expliqué que no podías tocarla. Compraron una nueva parrilla para ti,
pero no pueden decidir qué cocinar… 70
Solté un bufido y me reí.

Él me sonrió de nuevo. Mi guapo e inteligente Jim.

—Sólo una advertencia justa: podrías terminar con el maíz sazonado de tres
maneras diferentes…

Me reí.

—Están emocionados —me dijo—. Vas a tener que responder preguntas. Si se


ponen demasiado pesados, dímelo y les gruñiré y patearé el culo.

—¡Maniobras de distracción!

—Correcto. Cualquier cosa por mi hermosa chica.

Había dicho que era hermosa. Sonreí.

—Hice una solicitud a la Manada —dijo Jim—. Vamos a ver si pueden


desenterrar algo de ese bufete de abogados.

Sonó el timbre. ¿Quién podía ser? Bajé de la cama y miré por la ventana. Mi
madre, mi tía, Komang, y su hija estaban en mi puerta. Oh, no.

—Mi familia está aquí —le susurré—. No hagas ruido.

Se rió de mí.
—¡Jim! Te voy a estrangular.

—Está bien, está bien.

Corrí al cuarto de baño para limpiarme, me vestí, y corrí escaleras abajo.

Oh, no, la estúpida carne otra vez. Corrí a la cocina, agarré la tabla de cortar
con la carne, y me giré. ¿Dónde podía ponerla? En el armario no, mamá lo
encontraría. En la nevera no o contaminaría todas mis compras. . .

Puse la tapadera de madera de la cesta del pan de gran tamaño, pegada a la


tabla de cortar y el bistec allí, la cerré, y corrí a la puerta.

Mi madre levantó las manos.

—¿Otra vez?

—Estaba durmiendo.

—Pensé que estabas persiguiendo al gato callejero que has adoptado. —Entró
y las otras tres mujeres la siguieron.

—¿Tienes un gato? —preguntó mi tía. 71


—Es callejero —dijo mi madre—. Lo adoptó.

Suspiré, cerré la puerta, y las seguí a la cocina. Nos sentamos en la mesa.

—Sobre ese novio… — dijo mi madre.

—No hay novio —le dije—. Es alguien de la Manada. Me estaba ayudando y


estaba siendo gracioso. Es un bromista.

Komang abrió la boca. Los grandes ojos de Aulia se ampliaron y Komang


cerró los labios y se sentó de nuevo.

—De todos modos, descubrí el origen de los jenglots. —Les expliqué lo de la


maldición y lo de la propiedad—. Este usuario de magia es muy peligroso y
poderoso. Puede convocar a un horror mitológico como una bruja. Sin embargo,
esta persona también convocó un coche asesino. La gente cree en el síndrome de la
vieja bruja, pero la mayoría de nosotros al instante descartaríamos la idea de un
coche asesino como una completa tontería. Él o ella no necesita una base
mitológica para sus invocaciones. Así que si alguien tenía miedo a los fantasmas,
esta persona podría convocar un fantasma asesino a pesar de que los fantasmas no
existen.

—¿Así que esta persona intentará matar a la abuela otra vez? —preguntó
Aulia.
—Creo que sí —le dije—. Pero él o ella irá primero a por los chicos de la
tienda de cómics, el dueño de la tienda de mensajería, o a por mí. Esta persona va
claramente a por todos en el edificio y le he hecho enfadar. Debe haber sacrificado
algo personal y ahora el sacrificio se ha desperdiciado por mi culpa. Puede querer
sacarme de en medio.

Mi madre frunció el ceño.

—¿Qué tiene de especial esa propiedad?

—No lo sé. Estoy comprobándolo. Es probable que…

Jim entró en la cocina. Llevaba una toalla blanca alrededor de sus caderas y
nada más. Su piel brillaba con la humedad… obviamente acababa de darse una
ducha.

Le miré con horror.

Él asintió con la cabeza a mi tía, a mi madre, y a las otras dos mujeres.

—Señoras.
72
Luego se acercó a mi cajón de los cubiertos, consiguió un tenedor, tomó un
plato de mi armario, se acercó a la caja del pan, atravesó la carne con el tenedor, lo
puso en el plato, se dio la vuelta y se fue.

Eso no acaba de suceder. Eso no había pasado.

Aulia me miró con ojos tan grandes como los platos de postre.

—Guau —murmuró.

Las cuatro me miraron fijamente.

Tenía que decir algo. Abrí la boca.

—Como estaba diciendo, creo que los dos próximos objetivos serán los chicos
de la tienda de cómics y el dueño de la tienda de mensajería. Sus maldiciones ya
están probablemente a punto. Y luego estoy yo, que le he hecho enfadar. Así que
Eyang Ida está a salvo por el momento.

—Es bueno saberlo —dijo Komang—. Gracias por todo lo que has hecho.
Ahora nos iremos.

Se levantó. Aulia saltó también.

—Yo también me voy —dijo mi tía con la voz demasiado alta.


Las seguí hasta la puerta. Aulia fue la última en salir. Se dio la vuelta, apuntó
hacia arriba, fingió flexionar, me dio un pulgar hacia arriba, y huyó. Tomé una
respiración profunda, entré en la cocina, y me senté.

—Ya lo sabía —dijo mi madre.


¿Qué?

—¿Desde cuándo?

—Vino a verme después de que le salvaras de la mujer araña.


¿Cómo es que no sabía eso?

—Me dijo que quería salir contigo y comprendía que pudiera tener un
problema con él porque no es de Indonesia, pero que no le detendría. Le dije que
eras especial y si quería intentar ganar, ya podría ir saliendo por la puerta. Le dije
que otros hombres más guapos lo intentaron y fracasaron.

—¿Qué te dijo?

—Dijo que estaba bien y que eras lo suficientemente hermosa por los dos. Y
fue entonces cuando lo supe. —Mi madre sonrió—. La verdadera belleza no está en
73
lo grande que sea tu pecho, o lo grandes que sean tus ojos, o lo bonita que sea tu
nariz. Todo eso es temporal. Los senos se caerán, tu piel se arrugará, las cinturas se
ensanchan, y las espaldas fuertes se encorvan. Traté de enseñarte esto cuando eras
más joven, pero debo haber hecho un mal trabajo, porque nunca lo aprendiste. La
verdadera belleza está en cómo esa persona te hace sentir. Cuando un hombre
realmente te ama, cuanto más tiempo estéis juntos, más hermosa serás para él.
Cuando te mira y tú le miras a él, no sólo te permite ver la superficie. Verás todo lo
que habéis compartido, todo lo que habéis pasado, y cada momento feliz que os
espera.

Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Tu padre murió siendo un hombre de mediana edad, calvo, con un vientre
redondo y cuando lo miraba, era más hermoso para mí que cuando nos conocimos
y tenía veinte años y todas las chicas jadeaban detrás de él. —Su voz tembló—.
Después de treinta y dos años, éramos más que amantes. Éramos familia.

Me limpié las lágrimas de mis ojos.

—O tienes ese vínculo o no —dijo mi madre—. Si el vínculo no está ahí, no


importa lo bonitos que sean, iréis por caminos separados. Has cambiado, cariño,
desde que los dos empezasteis a salir. No pierdes los estribos con tanta frecuencia.
Solía ser una palabra equivocada, y sacabas todas tus garras. Él debe hacerte feliz.
Entonces. Si te gusta, a mí me gusta. Si lo odias, lo odio. Pero creo que te ama y eso
es algo por lo que cualquier madre puede tener esperanza.

Mi madre se levantó y se fue.

Durante un tiempo me senté en la mesa llorando y ni siquiera sabía por qué.


Unos cinco minutos después de que la puerta se cerrara Jim bajó del piso de arriba
y puso sus brazos a mi alrededor. Me apoyé en él y permití que me sostuviera.

La magia volvió durante la noche, pero el teléfono sonó de todos modos. No


era para mí. Era para Jim. Lo escuchó durante mucho tiempo, mientras yo nos
preparaba el desayuno y me preguntaba por qué no estaba enloqueciendo por el
hecho de que alguien en la Manada claramente supiera que Jim pasaba sus noches
conmigo.

—Espera un minuto. —Jim apartó el teléfono de su oreja—. ¿Dali? Tengo un


tipo en el juzgado. ¿Quieres escuchar lo que ha encontrado?

—¡Sí! —Ondeé el trapo de la cocina hacia él.

—La firma de abogados que envió las cartas sólo existe en papel —dijo Jim—. 74
Estuvo activa hace unos ocho años, pero Shirley se retiró de la práctica de la ley
hace cinco años y se mudó, Sadlowski murió poco después, y Abbot murió hace un
año. Pero la empresa sigue existiendo como una corporación legal. Está inscrita en
el Colegio de Abogados de Georgia bajo John Abbot.

—¿El que murió?

—No, diferente número de barras. —Jim frunció el ceño—. Aquí es donde se


pone interesante. También les hice comprobar el edificio. Es viejo, pre-Cambio. Los
registros están incompletos, pero parece ser que solía ser un antro de desnudismo.

—No veo por qué es tan valioso. —Los clubes de desnudismo surgían en
Atlanta como hongos.

—Era un club de desnudistas de desnudez total —dijo Jim.

—¿Y?

Jim se encogió de hombros.

—Tampoco entiendo cuál es el asunto importante. Una licencia de desnudez


completa es más cara, pero eso es todo.

—¿Cuál era el nombre del club? —pregunté.

Jim repitió la pregunta en el teléfono.


—El Martini Sucio.

—¿La licencia sigue activa? ¿Pueden investigar a los propietarios anteriores?

—Buena idea. Comprueba si esa licencia sigue activa y averigua sobre el


último propietario —dijo Jim—. Ah, ¿y, Tamra? Comprueba el permiso de alcohol
para mí.

—¿Por qué el permiso de alcohol? —pregunté.

—Un lugar con el nombre de Martini Sucio es probable que sirva alcohol. —
Jim dio golpecitos con los dedos sobre la mesa. Estaba pensando en algo. Podía
verlo en sus ojos.

Los minutos pasaron.


—Está bien —dijo Jim—. Gracias.

Colgó y me miró.

—No me tengas en suspenso.

—El nombre del propietario del club era Chad Toole. Fue acusado hace doce 75
años con cargos de lavado de dinero, declarado culpable y condenado a treinta
años de prisión —dijo Jim—. Murió en la cárcel. ¿Adivina quién lo representó?

—¿Abbot, Sadlowski, y Shirley?

Él asintió con la cabeza.

—Tenías razón. La licencia sigue activa. El club de desnudismo no ha sido


abierto durante once años, pero al parecer John Abbot ha pagado esa licencia cada
año.

—Eso tuvo que costar una fortuna.

—Oh, sí. —Jim asintió.

—Así que déjame ver si lo entiendo. Chad Toole posee un club de


desnudismo. Se mete en problemas, contrata a John Abbot para que lo represente y
le transfiere el club como pago por los servicios jurídicos. Chad va a la cárcel y
muere. La firma de John Abbot divide el club en cinco tiendas ¿y lo vende como
espacio comercial?

—Así parece.

—Estoy confundida. Si John Abbot vendió el club, ¿cuál es el punto de pagar


por el permiso? —Pensé en voz alta—. Los permisos están vinculados a la
dirección. John Abbot sólo debe de haber vendido cuatro tiendas y mantuvo una.
Él todavía es dueño de una parte de la construcción original. Esa es la única
manera en que su permiso sería válido.

Jim sonrió.

—Exactamente. Hay más. El club también tiene un permiso actualizado de


venta de licores, pagado en su totalidad nuevamente por John Abbot.

Él me miró.

—¿Por qué es tan significativo? —le pregunté.

—Debido a que es ilegal para un bar con desnudez completa servir alcohol
dentro de los límites de la ciudad de Atlanta. Los bares donde hacen topless
pueden servirlo, pero los bailarines tienen que usar un tanga.
Me crucé de brazos.

—¿Cómo sabes eso?

Jim me dio una mirada.

—Es mi trabajo saberlo. 76


Ajá.

—Así que si es ilegal…

—No lo es. Esta ley se relajó después del Cambio y luego se apretó de nuevo,
pero el Martini Sucio debe haber sido descontinuado. Es el único club húmedo de
completa desnudez en Atlanta. En las manos adecuadas, sería una mina de oro.

—Pero el club ya no existe —le dije.

—Mientras que los permisos están archivados y la ubicación física no sea


modificada, no sé si a la ciudad le importaría.

Me apoyé contra la isla.

—De acuerdo. John Abbad, el abogado, posee en secreto una de las cinco
tiendas. Él decide que quiere revivir el club. Les trata de comprar las tiendas a los
otros cuatro propietarios, así puede volver a abrir Martini Sucio y hacer una
fortuna. Excepto que ellos no quieren vender, ¿así que hace que los maldigan para
sacarlos del edificio? ¿Este John Abbot estaba dispuesto a matar a cinco personas
por un club de desnudismo?

—Las personas asesinan por menos —dijo Jim.


—¿Supongo que no hay una foto de John Abbot o una dirección? —le
pregunté.

—La dirección es la misma que la del ex club de desnudismo. Él también


podría contratar a alguien para manejar una de las tiendas por él.

Avancé a través de la lista de los dueños de las tiendas en mi cabeza.

—Creo que podemos eliminar a Eyang Ida y a Vasil Dobrev —dije—. Ellos
fueron atacados.

—Podemos eliminarlos porque estuvieron personalmente en peligro.


Probablemente podamos eliminar a la quiropráctica, incluso. Vi su cara. Ama a su
hijo. Pero no podemos descartar a Cole —dijo Jim.

—¿Crees que podría tratar de matar a su propio hijo?

—La gente está muy mal —dijo Jim.

No podía discutir con él allí.

—Así que tenemos a Cole, a los chicos de la tienda de cómics, y a Steven. 77


Todos ellos parecen inofensivos. —Los chicos probablemente eran demasiado
jóvenes para participar, pero no podíamos descartarlos basados solamente en su
apariencia. La magia de Atlanta hacía todo tipo de cosas divertidas con la edad y la
apariencia de las personas.

—No hemos conocido el segundo chico —dijo Jim.

—Es cierto. Podemos ir allí y reunirnos con él ahora.

—Buena idea. —Jim se levantó—. Conduciré.

Me reí y conseguí mis llaves.

Estaba a dos cuadras del centro comercial cuando vi a un hombre que corría a
toda velocidad por la calle. Llevaba una camiseta con el puño de Hulk rompiendo
el suelo y gafas, y cargaba a dos niños idénticos. Detrás de él dos adolescentes
corrían por la calle, con los rostros pálidos de miedo.

—Písalo —dijo Jim.

Apreté el acelerador y Pooki salió disparado hacia adelante. En dos


respiraciones vimos el edificio. La gente corría del Undécimo Planeta,
dispersándose en todas direcciones. Una multitud bloqueaba la puerta de la tienda
de cómics, golpeando con sus puños en la puerta.
¿Qué diablos estaba pasando?
Frente a nosotros una mujer estaba de pie con ropa rasgada, su cabeza
extrañamente ensangrentada. Se dio la vuelta para mirarnos. Una herida roja
abierta se abría donde la mitad izquierda de su rostro solía estar. Ella gritó y se
estiró hacia nuestro coche con los dedos retorcidos.

El vello de mis brazos se levantó. Alguien en el Undécimo Planeta tenía


miedo de los zombis.

—No vale la pena dañar el coche —dijo Jim.

Pisé los frenos. Pooki chilló, desacelerando. Antes de que se detuviera, Jim
saltó y se abalanzó sobre el zombi. El cuchillo brilló en su mano y la cabeza de la
mujer zombi rodó fuera de sus hombros. Jim la atrapó. Tan asqueroso. Tan, pero
tan asqueroso.

El cuerpo de la mujer se desplomó.

Salté fuera de Pooki. Lanzó la cabeza hacia mí. La agarré. La magia corrupta
tocó mis dedos y retrocedió. La cabeza se derritió, la piel y el músculo gotearon de
ésta, volviéndose ceniza de color blanco, y desapareciendo.
78
¡Ja! Inmundo. Mi magia funcionaba en ello. No había tal cosa como zombis en
nuestro mundo, pero lo que sea que fueran estas cosas, podía purgarlas.

Jim sacó un segundo cuchillo de la vaina en la parte baja de su espalda. Sus


ojos brillaban con verde.

—Vamos a hacer esto.

Caminamos hacia la multitud de zombis bloqueando la tienda de cómics.


Nunca me sentí tan ruda y completamente aterrorizada al mismo tiempo en toda
mi vida. Había tantos de ellos… Si mi magia fallaba, me destrozarían con sus
dientes podridos. Por alguna razón la imagen de dientes podridos amarillos me
quedó grabada. Me estremecí y miré a Jim. Él simplemente siguió caminando,
como si no tuviera dudas de que yo arrasaría con toda la horda de zombis.

Los zombis gemían en la tienda de cómics, ajenos a nosotros.

—¡Escuchen! —rugió Jim, su voz profunda y teñida con un gruñido.

Se volvieron y lo miraron.

—Carne fresca —dijo Jim.

La masa de muertos vivientes se volvió y corrió en dirección a nosotros,


rechinando los dientes podridos, con sus manos extendidas hacia nosotros como
garras. Jim giró como un derviche, con sus cuchillos desenvainados. Cabezas
rodaron.

Tomé una respiración profunda, di un paso a su lado, y me dirigí hacia la


multitud. Mi magia esperaba mis órdenes.

Yo soy el Tigre Blanco. Un aura invisible estalló a mi alrededor.

Un enorme zombi con la mitad de sus tripas colgando venía corriendo


directamente hacia mí.

¿Y si no funcionaba? Una punzada de pánico se disparó a través de mí. No,


no puedes pensar así. Me concentré en el zombi. Medía más de seis pies de altura,
con unos brazos como troncos de árboles.
Eres una aberración. Distorsionas el equilibrio.

El zombi extendió los brazos, gimiendo, listo para aplastarme con su


corpulencia.
Voy a restablecer el equilibrio. Voy a purificar esta tierra.

Alargó la mano hacia mí. Mi magia surgió, el aura recubriéndome fue


79
ganando un débil resplandor pálido.

El zombi me tocó. Un nauseabundo líquido, de color oscuro goteó de sus


dedos. Se quedó inmóvil como si estuviera petrificado, su carne cayéndose de él en
riachuelos sucios. Un parpadeo y se convirtió en cenizas.

Podía hacer esto.

Otro zombi me agarró y se derritió. Sostuve mis brazos en alto y caminé en


medio de ellos.

Cayeron a mi alrededor. Algunos tropezaron conmigo, algunos trataron de


morderme, algunos trataron de rasguñar mi espalda, pero al final todos ellos se
convirtieron en líquido, y luego en cenizas. A mi lado, Jim cortaba un camino a
través de los cuerpos, cada golpe de su cuchillo encontraba su objetivo con
precisión mortal. Extremidades caían mientras las escindía, manejando los
cuchillos con una fuerza sobrehumana. Cabezas se desplomaron, cortadas
limpiamente a la altura de los cuellos podridos.

Los cráneos se agrietaban cuando los cuchillos perforaban el cerebro de


dentro.

Seguimos avanzando. Se sentía tan bien. Tan correcto. Ojalá todas las peleas
fueran así.
El último zombi se fundió a mis pies.

Jim se irguió, salpicado por la sangre derramada, y me hizo un guiño.

Le sonreí y miré en dirección a la tienda. Tres zombis muertos yacían en el


suelo, dos apaleados y uno decapitado.

Jim golpeó con los nudillos a la puerta.

Dos cabezas aparecieron de detrás de los estantes, una rubia; la de Brune, y la


otra de pelo oscuro; probablemente la de Christian Leander. Hice una cara
divertida y posé contra la carnicería junto a Jim.

Los dos chicos salieron de su escondite. Leander portaba una espada


reproducida que lucía como si perteneciera a algún bárbaro y Brune blandía una
barra de hierro.

Pasaron por encima de los cadáveres y Brune abrió la puerta con cuidado.

—Hola —le dije, con una sonrisa brillante.

—Hola —dijo el chico de cabello oscuro. 80


—¿Eres Christian?

Él asintió con la cabeza.

—¿Tienes miedo de los zombis?

Él asintió con la cabeza de nuevo.

Correcto.

—¿Habéis visto a vuestro vecino hoy? —preguntó Jim—. ¿Steven Graham?

—No —dijeron al mismo tiempo.

—¿Qué hay de Cole? —pregunté.

—Cole y Amanda se fueron —dijo Brune.

—Partieron hacia Augusta —dijo Christian—. Hasta que se termine todo esto.

—¿Qué tan seguros están de eso? —preguntó Jim.

—Los vi abordar la línea de ley anoche —dijo Brune—. Amanda no se


metería en el coche después de lo que pasó ayer, así que les llevé en mi carrito
hasta la línea de ley.
Jim me echó un vistazo, con una pregunta en sus ojos.
—No —dije—. Augusta está demasiado lejos para que la maldición funcione.

Cole no era nuestro hombre.

—Gracias —dije y cerré la puerta—. Steven.

El rostro de Jim se transformó en una máscara severa.

—Vamos a hacerle una visita.

Conseguimos la dirección de Steven de su guardaespaldas en la tienda de


servicio de mensajería. Al principio no quería decírnoslo, y luego Jim le preguntó si
era zurdo o diestro. El guardaespaldas le preguntó por qué y Jim le dijo que iba a
romperle el otro brazo primero, porque no era un completo bastardo. El
guardaespaldas cedió.

Ahora estaba conduciendo por un barrio elegante hacia el edificio de Steven.


Todas las casas a ambos lados de la carretera tenían vallas muy altas coronadas con
alambre de púas y al menos tres acres de tierra. La vida en la Atlanta post-Cambio
requería de vallas y un montón de espacio entre ellas y la casa, así podrías
dispararle a lo que viniera a por ti. 81
—¿Qué es lo que sucede contigo? —preguntó Jim.

Yo había estado pensando en la lucha zombi.

—Nada.

—Tengo tres hermanas —me recordó Jim—. Sé lo que significa nada.

—¿Qué quiere decir eso, Sr. Experto en Mujeres?

—Significa que estás molesta por algo, que algo te ha estado molestando,
pero no quieres tocar el tema porque no estás segura de si estás preparada para
dónde podría derivar la conversación. A veces también significa que debo adivinar
mágicamente por qué estás molesta.

Carraspeé. Me pareció una buena respuesta.

—Sabes que nunca voy a averiguarlo por mi cuenta —dijo Jim—. No seas una
cobarde. Sólo dímelo.
Vamos, niña tigre. Puedes hacer esto.

—Solamente quiero ser clara. Esto no es una cosa parecida a un compromiso


necesitado.

—Está bien —dijo, estirando las palabras.


—¿A dónde se dirige esta relación, Jim?

—Este es el tipo de pregunta que puede explotar en mi cara —contestó Jim—.


Vas a tener que ser más específica.

—Me refiero a ¿qué sucede a partir de aquí?

—Descubrimos si Steven es responsable, golpeamos su culo, vamos a tu casa


o a la mía, y lo celebramos.

—¿Estás siendo deliberadamente obtuso?

—No, estoy siendo muy preciso en mis respuestas.


Grr.

—Digamos, por el bien de esta discusión, que continuamos con esta relación.

—Pensé que era un hecho —declaró.

Agité mi mano.

—Déjame seguir adelante con esto, o nunca llegaré al punto. ¿En dónde nos
ves de aquí a un año, si todo va bien y permanecemos juntos?
82
—¿Estás preguntando sobre matrimonio? —preguntó.

—Estoy preguntando sobre el apareamiento. —El apareamiento en el mundo


cambiaformas era una firme declaración de estar en una relación. Algunas parejas
se casaban, otras no, pero el apareamiento cimentaba la relación.

—Nunca me gustó esa palabra —dijo Jim—. Pero sí. Apareamiento.


Matrimonio. Esta no era la forma en que quería sacar el tema a colación.

Hice un esfuerzo consciente de voluntad para no enloquecer porque la


palabra matrimonio salió de su boca. Esto tenía que ser dicho.

—Eso me haría la alfa de los Gatos.

—Sí.

Las palabras salieron de mí, tambaleándose unas sobre otras.

—¿Qué sucederá cuando seamos desafiados, Jim? Mi poder purificador no


funciona contra los cambiaformas. La magia no siempre estará activa. No siempre
puedo usar mi maldición y aunque pudiera, no me respetarán por usar la magia.
Tú y yo sabemos que ellos entienden y respetan la destreza física. Ellos me verían
como un bicho raro. No sólo eso, sino que sería una carga. Si te paras allí y me
proteges, tendré tiempo para escribir mis maldiciones, eso hace que nuestra
estrategia de batalla sea predecible. Te anclaría a un lugar. No soy una luchadora,
pero incluso yo entiendo eso. Sacrificamos la movilidad y el elemento sorpresa.
Haré que te maten, Jim. No soy un alfa. Soy un tigre vegetariano, medio ciego.

Allí estaba. Eso se encontraba entre nosotros ahora, a la intemperie.

Jim abrió la boca.

—No es que no quiera ser ruda —le dije—. Lo hago. Nada me gustaría más
que sacar garras gigantes y patear y girar y destripar todo a mi alrededor, pero no
puedo.

Jim asintió y abrió la boca de nuevo.

—Y ni siquiera es la sangre, porque puedo morder. Es sólo que no soy buena


en las peleas. No soy viciosa. Tengo miedo de hacerme daño. Tengo miedo al
dolor. No quiero que mueras por mí.

Jim me miró.

—¿No vas a decir nada? —pregunté.


83
—¿Ya terminaste?

—Sí.

—Dali, eres un tigre. Eres el felino más grande del planeta y pesas más de
setecientas libras en tu forma de bestia.

Tomé una respiración profunda. Si estaba a punto de regañarme porque era


un tigre y no podía luchar…

—Espera —dijo Jim—. Déjame terminar.

Me aclaré la garganta.

—Bueno. Continúa.

—Tienes curación acelerada, incluso para nuestros estándares.

—Eso es cierto.

—No tienes que ser una buena luchadora para que hagamos un buen
equipo. Si te sentaras sobre nuestro atacante durante un segundo, sería suficiente
para matarlo.
Abrí la boca y la cerré con un clic.

—Estás concentrándote en las debilidades. Es bueno ser consciente de tus


debilidades, pero tienes que pensar en términos de activos. ¿Qué fortalezas tienes?

Le eché un vistazo.

—Tienes masa —dijo—. Tienes la curación. Tienes patas del tamaño de mi


cabeza. Eres majestuosa.

—¿Majestuosa?

—Tu piel es tan blanca que casi brilla. Eres una enorme criatura
majestuosa. Cuando te miro en tu forma animal, te ves como de otro mundo. Hay
casi un toque de divinidad en ello. El efecto psicológico es asombroso. Uno te ve y
piensa “¿cómo diablos voy siquiera a pelear contra eso?” Te garantizo que
cualquier atacante dudará. Incluso si piensan que eres débil, dudarán. Esa
vacilación es todo lo que necesitamos. Si no están seguros, si cuestionan su juicio,
ganamos psicológicamente la pelea, porque déjame decirte que luchar conmigo 84
requiere un compromiso completo. Yo no juego.

Traté de procesar lo que estaba diciendo.

—Eres la mujer más inteligente que conozco —dijo—. Piensas


estratégicamente y usas ese cerebro ágil. Y acabas de pasarte la casa.

Frené a Pooki bruscamente, giré, y aparqué frente a una gran mansión de dos
pisos. La casa estaba en silencio.

Nos bajamos y caminamos hacia la puerta de hierro forjado con la valla de


seis pies. Jim pateó la cerradura. La puerta se abrió.

—¿Es eso lo primero que pensaste cuando me viste? —le pregunté—. ¿Que
era majestuosa?

—Sí —dijo—. Me preguntaste en casa de Eyang Ida por qué estoy contigo.
Estoy contigo porque eres inteligente y hermosa, y no eres como cualquier persona
que haya conocido. No importa cómo de duras sean las cosas, te arrojas a
ellas. Durante los Juegos de la Medianoche entraste a una jaula con asesinos
entrenados sin saber si tus maldiciones funcionarían porque sabías que otras
personas contaban contigo. Eso es lo que haces. Tú lo enfrentas.

Se detuvo, dando un paso muy cerca de mí. Su voz era tranquila.


—Yo observo a todos a mi alrededor, esperando con un cuchillo en la
espalda. No puedo evitarlo. La paranoia está tan profundamente arraigada en mí
que es una parte de lo que soy. No se trata de lo que harán, sino de lo que podrían
hacer. Tengo amigos, pero nunca se me olvida que la amistad es condicional.

—Curran no te apuñalaría por la espalda.

—Él lo haría si las circunstancias lo pidieran.

—Jim, ¿realmente vives siempre esperando que la gente te traicione?

Él asintió.

—Es como ir por la vida aguantando la respiración.

—Eso es terrible. —Me acerqué y le acaricié la mejilla con mis dedos—. Las
personas no son así. Algunas personas sí, pero la mayoría de la gente es honesta y
amable. Nuestros amigos. Curran, Derek, Kate, Doolittle, son leales a nosotros.

Él cogió mi mano y la besó. 85


—Amo eso de ti.

Mi corazón latía demasiado rápido.

—Jim…

—Yo los observo a todos, pero cuando te veo a ti, todo lo que siento es… que
quiero estar contigo. Tú nunca me mentirías. Y si necesito ayuda, estarás
allí. Contigo, respiro.

Puse mis brazos a su alrededor. Sólo quería hacérselo mejor, protegerlo de


alguna manera. Sus brazos se cerraron a mi alrededor, su cuerpo duro
presionándose contra el mío.

—Todo el mundo tiene alguien que es más importante para ellos —dijo, su
voz tan baja que sólo un cambiaformas podría haberlo escuchado—. Una persona
que triunfa sobre sus reglas. Tú eres eso para mí. Haría cualquier cosa por ti.

El mundo se detuvo. Me quedé allí, en estado de shock. Él acababa de


decirme todo eso a mí, ¿verdad? ¿No me lo imaginé?

—Nunca contestaste —dijo en voz baja.


—¿Nunca contesté qué?

—Si quieres ser alfa gato conmigo.

Él me estaba pidiendo…

—No sabía que era una pregunta.

Se apartó y encontró mi mirada.

—Lo es.

—Sí —dije en voz baja.

Jim sonrió.

Caminamos hacia la puerta. Jim intentó el picaporte. Giró en su mano. Abrió


la puerta. Olfateamos el aire al unísono. Steven estaba en casa. No había otros
olores humanos turbando la casa. ¿Qué demonios había hecho con su hija? ¿Tal
vez no vivía con él?
86
Jim entró por la puerta. Lo seguí con pasos suaves, rastreando la fragancia. El
interior de la casa estaba casi completamente vacío. No había chucherías. No había
muebles para las chucherías. No había fotos en las paredes. La casa estaba
desnudada. Sólo quedaban las cortinas, bloqueando la luz brillante del verano.

Olí sangre y alcohol. Nunca era una buena combinación.

Giramos a la izquierda en una vasta sala y nos detuvimos.

Steven Graham, completamente desnudo, se sentaba con las piernas cruzadas


en un círculo de sal en la esquina de la habitación. Su pie derecho sobresalía. Se
veía mal, deformado, y me llevó un momento darme cuenta de que le faltaba la
totalidad de los dedos de sus pies, excepto el grande. Había un plato pequeño
frente a él, al lado de una caja de cerillas. En él, empapado en una especie de
líquido claro, había un sangriento trozo de carne.

Entrecerré los ojos. Un peludo dedo cortado. Puaj.

Él había estado cortando pedazos de sí mismo para su


sacrificio. Puaj. Puaj. Puaj.

La sal era probablemente una guarda, un hechizo defensivo. Traté de llegar a


ella con mi magia. Sí, una guarda y una fuerte.
—¿John Abbot? —le pregunté.

—Solía ser John Abbot Junior —dijo Steven—. Cambié mi nombre a Steven
Graham hace mucho tiempo.

Oh. Ahora, eso tenía sentido. John Abbot era su padre.

—¿Cuál es el trato con el club de striptease? —dijo Jim.

—Mi viejo era abogado —dijo Steven—. Trabajaba para su empresa. La


mayoría de la gente me habría hecho socio, pero no, mi viejo me hizo un asociado
de menor rango. Cuando Chad Toole fue acusado, estaba bajo de dinero, por lo
que le dio el club de striptease a mi padre. En su apogeo, ser dueño de ese lugar
era un sinónimo de dinero. La magia acabó con Internet. Toda la pornografía en
línea se había ido. Los vídeos habían desaparecido. Las chicas en directo eran la
única opción. Quería ese club. Siempre he querido uno. Me gustan las mujeres. Ser
propietario de un club de striptease como Martini Sucio es como un maldito
paraíso. Todas esas rajas y son todos tuyos. Sin ataduras, sin culpa, sólo ir por ello
y tenerlo. 87
Bueno, había algo más repugnante que sus arrancados dedos del pie.

—El viejo malnacido no quería dármelo. Dijo que no servía para el negocio de
los bares. Odiaba desesperadamente a mi padre. Toda mi vida ha estado
fastidiándome. Me trataba como mano de obra esclava. Trabajaba para él y ese
maldito bufete por casi nada, luego se quejaba de que estaba cobrando demasiadas
horas.

«Entonces, desapareció el dinero de una cuenta de depósito en


garantía. Resulta que mi padre, el famoso John Abbot, había estado robando
dinero a sus clientes. De repente, necesitaba a alguien que cargara con su culpa. De
repente, todo era “hijo” y “mi niño” y “irías a la cárcel por mí.” Le dije que
asumiría la culpa por su robo, pero tenía que darme el club. Lo tengo por
escrito. Confesé que había tomado el dinero, fui inhabilitado, y pasé dos años en la
cárcel.

Steven se inclinó hacia delante.

—Yo era suave. Débil. No tienes ni idea de lo que ese lugar me hizo. Lo que
era. Fue un infierno. Me senté en esa maldita jaula durante dos años, golpeado,
violado, abusado, y no dejaba de pensar: cuando salga, tendré mi club. Eso me hizo
seguir. Viviría como un rey, una vez que estuviera fuera. Todo el alcohol, las
mujeres, y el dinero que quisiera me esperaban.

Steven dio una risa áspera.

—Salgo de la cárcel y descubro que mi padre remodeló el lugar y lo vendió


en trozos. Veréis, había una laguna en la documentación que firmó. Él no podía
vender el lugar por completo, porque yo era dueño de una parte, pero podía
dividirlo en partes y venderlo, siempre y cuando me diera algo. Una oficina. El
malnacido. Le di dos años de mi vida. Arruiné mi carrera por él y él me fastidió de
nuevo.

Sus ojos brillaban a la luz. Parecía trastornado. Debió haberse sentado


durante dos años tras las rejas y pensado todos los días en ese estúpido club. Se
suponía que iba a ser su gran recompensa cuando saliera, y su padre lo había
traicionado. Todo su odio hacia su padre se había atado de alguna manera a ese
club. Ahora lo entendía. Steven tenía que tenerlo. Haría cualquier cosa por poseer
Martín Sucio. Haría daño a quien fuera, mataría a quien fuera, sólo para poder
caminar a través de sus puertas.
88
—No podía esperar a que mi padre muriera —dijo Steven—. Lo hubiera
matado hacía años, excepto que tenía una disposición de voluntad que decía que si
moría de forma violenta, yo no conseguiría nada. Así que tenía que seguir y
reanudar mi vida. Me cambié el nombre. Compré este pequeño negocio de mala
muerte. Durante todo este tiempo, él todavía respiraba. Era una tortura, eso es lo
que era. Lo maté todos los días en mi cabeza.

Está bien, estaba loco. Clínicamente demente.

Steven señaló las paredes con un movimiento de su mano.

—Por fin murió, el malnacido. Me quedé con su “palacio.” Vendí todo lo que
tenía. Ya no queda ni rastro de él.

—Entiendo todo eso —dijo Jim—. Lo que no entiendo es por qué estás
cortándote los dedos de los pies.

—Ellos tienen una nueva política ahora —dijo Steven entre dientes—. Úsalo o
lo pierdes. A partir de este año, sólo los establecimientos activos que pasen la
inspección obtendrán una licencia para vender licor. Durante años les he estado
dando dinero y no tuve ningún problema con ellos y de repente quieren
inspeccionar el club. Tenía que sacar a la gente o perdería mi ventaja. Los permisos
y licencias nunca caducaban, la propiedad del edificio nunca se interrumpía ya que
todavía poseo una parte de ella, y tengo el dinero suficiente para abrir las puertas
durante un par de meses. Cuando llegó el momento de renovar, estaba
forrado. Pero esos cabrones no querían vendérmelo. Les ofrecí una fortuna por sus
pequeños espacios de mala muerte y me dijeron que no.

—Estás matando gente para iniciar un club de striptease —le dije—. ¿No te
parece extremo?

Él me miró. Era como mirar los ojos de un pollo. No había vida inteligente
allí. Se había centrado tanto en ese club, que lo consumió.

—¿Sabes cuál es tu problema? —preguntó—. No sabes para qué tienes la


boca. Después de que termine con tu novio aquí, arreglaré eso.

Genial.

—¿Es así como le hablas a tu hija, también? 89


—Lo haría, si tuviera una —dijo.

Así que había mentido sobre eso también.

Steven encendió una cerilla y lo puso en el plato con el dedo del pie.

—Veamos a qué le tenéis miedo. La forma en que esto funciona es que gana el
que tiene los más fuertes miedos. Buena suerte, tortolitos.

Un hilo de oscuridad se alzó contra la pared de enfrente, un desorden caótico


trenzado, atravesado por vetas de color rojo violento que escupió un cambiaformas
en una forma de guerrero. Se paró en sus ocho pies de altura. Monstruoso músculo
hinchaba todo su cuerpo, algo de ello enfundado en piel dorada con rosetas negras
y el resto cubierto con piel humana oscura. Parecía que podía partir a una persona
por la mitad con las manos. Sus hombros eran enormes. Sus piernas eran como
troncos de árboles. Garras sobresalían de sus gigantes manos. Sus mandíbulas, con
incrustaciones de afilados dientes más largos que dedos, no acababan de encajar
juntas. Rayas largas de baba se extendían desde los espacios entre sus dientes,
goteando al suelo.

Un aroma furioso cortó a través de mis sentidos como un cuchillo, familiar


pero repugnante. Era como si el relleno de su boca fueran puras monedas de
cobre. Era el olor de la violación, el asesinato y el terror, el horrible hedor de
humano y animal transformado en algo catastróficamente malo. Succionando aire,
dije:

—Jim.

Y entonces él gritó:

—¡Corre!

Así era como olía la locura.

La bestia abrió la boca, mirándonos con sus ojos verdes brillando


intensamente, y chasqueó sus dientes de pesadilla.

—Oh, esto es simplemente maravilloso —dijo Steven—. Me has costado cinco


dedos del pie. Voy a disfrutar esto y después de que se acabe, iré a por mi club de
striptease. Apuesto a que me lo venderán ahora.

—Jim —dije—. Yo le tengo miedo al rechazo. ¿A qué exactamente le tienes 90


miedo tú?

El rostro de Jim era sombrío.

—A convertirme en lupo.

Era por eso que esta abominación olía familiar. Era Jim. Excepto que él era
más grande, más rápido y más fuerte que mi Jim. Los lupos eran
sorprendentemente más poderosos que los cambiaformas. Jim tendría que luchar
contra una versión mejorada de sí mismo y sólo me tenía a mí de refuerzo. El Jim
lupo era un cambiaformas. Ninguna de mis maldiciones funcionaría contra él.

—Dali —dijo mi Jim—. Concéntrate. Ayúdame a patearle el culo.

El Jim lupo gruñó. Mi Jim se volvió peludo. Un segundo estaba allí y al


siguiente su ropa estaba hecha jirones y era mitad hombre, mitad jaguar, con dos
metros de altura, músculos tensos como cables y listo para pelear.

Tenía que cambiar de forma. En el peor de los casos tendría alrededor de un


minuto de desorientación, en el mejor quince segundos. No tenía quince
segundos. Jim estaba en peligro. Me aferré a ese pensamiento y canté en mi mente,
intentando dedicar todo dentro de mí a tener una idea. Jim estaba en peligro. Jim
estaba en peligro…
El mundo se disolvió en mil puntos borrosos de colores luminosos. Ellos se
arremolinaron y se fundieron, ahuyentados por un olor repugnante.

… en peligro. Jim estaba en peligro. Jim estaba en peligro.

Había un lupo en medio de la habitación. Olía a Jim, pero no era Jim, porque
Jim estaba en peligro. Afilados picos de adrenalina se dispararon a través de
mí. Mis piernas temblaban de miedo. Yo era pequeña y débil y yo…

El lupo se abalanzó. Él iba directamente a Jim. No creía que yo fuera una


amenaza.

Compromiso completo. Cargué y embestí al lupo. Mi hombro se estrelló


contra él. El lupo salió volando y rebotó contra la pared. Jim me pasó y escarbó en
la zona intermedia del lupo con sus garras. La sangre salpicó el suelo. El lupo giró
y pateó a Jim. Oí crujir los huesos. Jim voló más allá de mí, golpeado hacia atrás.

Tenía que mantener a esta cosa ocupada. Cargué hacia el lupo de nuevo. Él
me hizo a un lado, tan rápido, y arañó mi columna vertebral, de la nuca a la cola. 91
Oh, Dios mío, eso duele. Eso me dolió mucho. Me había cortado
completamente. Olí mi propia sangre.

No seas débil. ¡Piensa! Usa tu cerebro. Me di media la vuelta y le rugí tan


fuerte que las ventanas temblaron. Era el tipo de desafío que ningún gato
ignoraría.

El lupo se volvió hacia mí y rugió de nuevo. Jim aprovechó la apertura y se


abalanzó sobre él, sus garras como cuchillas, rebanando y cortando. Rodaron por el
suelo. Los perseguí, tratando de morder o arañar, pero estaban moviéndose tan
rápido que eran casi un borrón. El lupo dio media vuelta, igualando a Jim golpe
por golpe, y pasó sus garras sobre el pecho de Jim. Sangre empapó su piel. Jim
rugió, enfadado y herido. Me lancé a la pierna del lupo. Se dio la vuelta y me dio
una patada en la cara, justo en la nariz. La sangre empapó mis ojos, mientras sus
garras rasgaban mi piel. Aún así me lancé, pero lo perdí y me estrellé contra una
pared. Au.

Todo dolía ahora. Mis heridas ardían.

Negué con la cabeza, arrojando la sangre fuera de mí y deseando que mi piel


se cerrara, y me di la vuelta.
El lupo consiguió agarrar el brazo de Jim y se inclinó hacia atrás, dejando al
descubierto su pecho y luego metiendo sus garras en él.

¡No!

Cargué hacia él, rugiendo.

Soltó a Jim y se volvió hacia mí. Me puse entre Jim y él. El lupo se abalanzó
sobre mí, hundiendo sus uñas en mi piel. El dolor estalló en mí. No creía que
pudiera herirme aún más. Arremetí hacia él y hundí mis dientes en su muslo. La
ráfaga caliente de su sangre en mi lengua era la cosa más repugnante que había
probado. Cerré mis grandes dientes en su pierna y tironeé hacia mí.

El lupo se puso de pie. Estaba herido, pero nosotros lo estábamos aún más. El
suelo delante de mí estaba mojado con sangre. En todas partes. Jim estaba siendo
superado. Luchaba muy bien y lo intentaba muy duro, pero esa cosa era
demasiado grande.

Jim aterrizó junto a mí, con sangre, sus ojos brillando tan brillantes que 92
parecían en llamas.

—¿Recuerdas lo que te dije en el coche?

¡Me dijo un montón de cosas! Me puse a recordar. Bla, bla, bla, fuerza,
debilidades, ¿sentarse sobre él? ¿Sentarme sobre él? ¿Qué tipo de estrategia de
batalla era esa?

Jim rugió. Era el largo rugido de un jaguar. El lupo era un hombre jaguar. Él
no sería capaz de resistirse.

Hice un movimiento hacia adelante.

—¡No! —ladró Jim.

¿Qué? ¿En qué estaba pensando? ¿No quería que le ayudase?

Jim volvió a rugir. El lupo saltó al otro lado de la habitación. Se atacaron y


arañaron el uno al otro.

Jim quería mi ayuda. Algunos hombres intentaban hacerlo todo por su


cuenta, pero Jim no tenía ese tipo de ego. Jim se preocupaba sólo por los resultados
y objetivos. Tenía que ser una distracción. ¿Para qué iba a necesitar una
distracción? Para mí, para que me acercara.
Me dirigí hacia adelante en las suaves patas, dando vueltas, quedándome con
cuidado lejos del campo de visión del lupo. Estaba mareada y ni siquiera podía
entender si era mi cuerpo intentando curarse a toda marcha o si por fin me iba a
desmayar de todos los gases sanguíneos que me estaban haciendo enfermar. El
recuerdo del dolor me atravesó. Tenía tanto miedo de hacerme daño de nuevo.

Nada de eso importaba. No podía permitir que esta cosa escapase al mundo.
Mataría, violaría, devoraría y se abriría paso en un camino de destrucción por toda
la ciudad antes de que le pudieran detener.

No podía dejar a Jim de lado. Le quería. Él era mi todo.

Estaba justo detrás del lupo. Jim me vio. El lupo le tenía en un apretón de
muerte, los brazos alrededor de Jim, las garras clavándose en su espalda.

Me preparé.

Con un rugido de furia y dolor, Jim se arrancó las garras del lupo, dejando
jirones de carne en las garras de la abominación. Jim saltó y pateó al lupo en el 93
pecho con ambas piernas. El cuerpo del lupo me golpeó y cayó sobre mí,
aterrizando en el suelo.

Salté sobre él y clavé las uñas en el suelo de madera.

El lupo se tensó, intentando empujar, y clavándome las garras en la espalda.


Parecía que estaban al rojo vivo.

Sólo tenía que aguantar unos segundos.

El lupo me agarró de nuevo. Dolió. Me hizo mucho daño. No sabía que me


podía doler más. Me equivoqué.

El lupo aulló y me mordió el hombro. Mi hueso crujió bajo la presión de sus


dientes.

Sólo tenía que aguantar.

Jim aterrizó junto a mí. Sus enormes fauces de jaguar se abrieron, cada vez
más anchas... Su mordedura era dos veces más potente que la de un león. Podía
romper un caparazón de tortuga con los dientes.

El lupo levantó la cabeza.


Jim mordió, sus enormes colmillos perforaron los huesos temporales del
cráneo del lupo, justo en frente de las orejas. Los huesos crujieron como cáscaras de
huevo. Los dientes de Jim se hundieron en el cerebro del lupo. La abominación
gritó. Sus garras me arañaron la espalda una vez más y se relajaron. Jim apretó más
fuerte. La cabeza se rompió en su boca y escupió los trozos al suelo y aplastó los
restos repugnantes con el pie.

Me arrastré lejos del cuerpo. Cada célula me dolía. Las heridas se abrían a
través del cuerpo de Jim. Estaba sangrando por todas partes.

Jim aterrizó junto a mí, se inclinó, y suavemente me lamió la cara


ensangrentada con la lengua de jaguar. Me quejé y rodé mi gran cabeza contra él.
Me besó de nuevo, limpió mis cortes, su tacto suave y tierno. También te quiero, Jim.
Te quiero mucho. ¿Adivina qué? Ganamos. Valió la pena.

—No puedes derrotarme —dijo Steven. Su voz tembló un poco—. Estoy a


salvo.

Nos dimos la vuelta y le miramos con los ojos brillantes. Hombre tonto. Nos 94
habíamos enfrentado a nuestro peor temor. No había nada que pudiera hacernos
ahora.

—Somos gatos —dijo Jim, su voz un gruñido áspero—. Podemos esperar


horas a que el ratón salga de su agujero. Y cuando termine la ola mágica, tu
agujero se derrumbará.

El rostro de Steven se puso blanco como el papel.

—Roe, ratoncito —dijo Jim, su voz poniéndome los pelos de punta—. Roe
mientras esperamos.

***

—¿Me veo bien?

—Sí —dijo Jim—. Te ves hermosa.

—¿Es mi barra de labios demasiado brillante?

—No.

—Debería haberme trenzado el pelo.


—Me gusta tu pelo.

Me volví hacia él. Estábamos sentados en un Jeep de la Manada en frente de


una casa grande. El aire olía a humo de leña, carne cocida y gente.

—No seas gallina —dijo Jim.

—¿Qué pasa si no les gusto?

—Les vas a gustar, pero si no lo hacen, no me importará. —Jim salió del


coche, se acercó a la puerta del pasajero, y la abrió para mí. Salí. Llevaba un vestido
lindo y un sombrero para el sol. Mi espalda estaba llena de cicatrices, Jim cojeaba y
tenía que ser cuidadoso con su lado derecho, pero era inevitable. En un mes o dos,
incluso las cicatrices desaparecerían. Steven no tendría tanta suerte. El mundo
estaba mejor sin él.

Jim llamó al timbre.

Ayuda. Ayúdame.
95
—No digas nada por adelantado —murmuré—. Sólo podemos dejarlos que
lleguen a algún tipo de acuerdo con…

La puerta se abrió. Una mujer afroamericana mayor estaba en la puerta.


Llevaba un delantal, y tenía grandes ojos oscuros, igual que Jim.

—Dali, esta es mi madre —dijo Jim—. Mamá, esta es Dali. Mi compañera.

Fin
Sobre los Autores

96

I
lona Andrews es el seudónimo de un equipo de redacción de
marido y mujer. Ilona es rusa por nacimiento, y Andrew es un ex
sargento de comunicaciones del Ejército de EE.UU. Contrariamente a la
creencia popular, Andrew nunca fue un oficial de inteligencia con licencia para
matar, e Ilona nunca fue una espía rusa misteriosa que lo sedujo. Se conocieron en
la universidad, en Composición Inglesa 101, donde Ilona obtuvo una mejor
calificación (Andrew todavía está enfadado por eso). Juntos, Andrew e Ilona son
los coautores del New York Times Best Seller Kate Daniels, serie de fantasía urbana,
y de las novelas románticas de fantasía urbana Edge. En la actualidad, residen en
Austin, Texas, con sus dos hijos y sus numerosos animales domésticos. Para
capítulos de muestra, noticias y más, visita www.ilona-andrews.com
¡¡¡Visítanos!!!

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