Orar en Cuaresma

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II.

ORAR EN
CUARESMA
Lectio Divina con el Evangelio de cada día
Edita: Pastoral Universitaria de Madrid
Arzobispado de Madrid
Bailén, 8 – 28071 Madrid

Maquetación: Natalia Dios.


Diseño portada: Queromel Productions.

Impreso en España por:


Campillo Nevado S.A. – Madrid.
Depósito legal: 0000000000000000000000000000000

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PRESENTACIÓN

La oración es la más dulce e importante


obligación que tiene el cristiano. Todos los santos
han gozado de las intimidades divinas estando
muchas veces “a solas con quien sabemos nos ama”.
Así llegaron a ser “amigos fuertes de Dios” (Santa
Teresa de Jesús), que fue el secreto de su fortaleza y
de su grandeza.
Benedicto XVI ha dicho que la Iglesia necesita
con urgencia “testigos creíbles” que hagan fecundo
el Año de la Fe. Testigos que con su misma
existencia hagan resplandecer en el mundo la
Palabra de la verdad que el Señor Jesús nos dejó
(Cf. Porta Fidei, 6). Hacen falta, pues, cristianos
familiarizados con la Palabra de Dios, hombres y
mujeres de oración.
Y Juan Pablo II nos decía al iniciar el nuevo
Milenio: “Se equivoca quien piense que el común de
los cristianos se puede conformar con una oración
superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente
ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a
prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres,
sino «cristianos con riesgo»” (Novo Millenio
Ineunte, 34). Y exhortaba a que nuestras
comunidades fueran verdaderas escuelas de oración.
Haciéndose eco de esta preocupación pontificia y
pensando especialmente en los cristianos que están

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en la Universidad, la Delegación de Pastoral
Universitaria de Madrid ha preparado este libro de
ayuda a la oración.
Muchos de nuestros universitarios están abiertos
a la verdad de Dios y deseosos de orientación y
ayuda espiritual. Son una mies bien preparada. Por
eso resulta especialmente oportuno, incluso
necesario, facilitarles ayudas para meditar asidua y
provechosamente la Palabra de Dios, a fin de que
llegue a ser “experiencia de encuentro personal e
íntimo con el Dios que nos ama y sale a nuestro
encuentro” (Benedicto XVI)
Aunque este tomo es el primero en ver la luz, es
el II de una serie de cinco que están en perspectiva,
abarcando así los diversos tiempos litúrgicos de la
Iglesia.
Encomendamos a la intercesión de la Virgen de
la Almudena los frutos de este instrumento, a fin de
que sea verdaderamente provechoso para el ardor de
la fe de muchos, especialmente de nuestros
universitarios.

Feliciano Rodríguez
Delegado episcopal de Pastoral Universitaria
Madrid

Año de la Fe y de la Misión Madrid,


28 de enero de 2013,
Festividad de Santo Tomás de Aquino.
4
PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA CON
EL EVANGELIO DE CADA DÍA

Para el ejercicio de la Lectio Divina con el


Evangelio de cada día te proponemos seguir, uno
por uno, los siguientes puntos. El primero
(invocación) no es, estrictamente hablando, parte de
la Lectio, pero, sin embargo, es necesario para
cualquier forma de oración auténtica:
1. INVOCA al Espíritu Santo. Se trata de
empezar bien el rato que vas a dedicar al Señor.
Ponte en su presencia con un acto consciente;
considera que Él está a tu lado, más aún, ¡dentro
de ti! (esa es la maravilla de la inhabitación
divina cuando el alma está en gracia de Dios), o
está en la presencia sacramental del sagrario si
es que oras en una iglesia o en una capilla.
Pídele luz para tu entendimiento y fuego para tu
corazón. Pídele, en fin, que te disponga para
comprender la Palabra que vas a meditar y para
hacerla vida en tu vida. Igualmente es muy
necesario que acudas a la Virgen María, nuestra
Madre y le pidas que te enseñe a orar y te
acompañe durante todo el rato. En la página 9
encontrarás oraciones e himnos para este primer
punto.
2. LEE muy despacio el evangelio
correspondiente al día. Léelo varias veces si es
necesario. Hazlo sin prisas, con sosiego,
5
dejando que la Palabra penetre en ti.
3. MEDITALO, es decir, haz silencio para
interiorizar lo leído. Fija en tu memoria alguna
palabra o frase de Jesús que más te haya
impactado. O alguna acción suya o milagro.
Intenta captar los detalles y retenerlos.
Pregúntate: ¿qué me dice el texto? ¿Qué quiere
decirme Jesús aquí? No tengas ninguna prisa.
Deja actuar al Espíritu Santo dentro de ti. Piensa
que en ese Evangelio, Jesús te está hablando
hoy a ti, se dirige a ti.
4. ORA, es decir, responde al Señor y a su
Palabra, pídele con humildad, exprésale tus
deseos y necesidades… Es en este punto donde
el libro te ofrece mayor ayuda: súplicas, deseos
escritos… con la intención de que puedas
identificarte con ellos. Lo normal será que poco
a poco puedas ir prescindiendo de lo escrito y
hagas tú mismo la oración que sale, espontanea,
de tu corazón. En todo caso tu actitud en la
oración, delante de Dios, debe ser siempre la de
la Virgen María en Nazaret: Hágase en mí según
tu Palabra
5. CONTEMPLA. Con la contemplación el
ejercicio debe llegar propiamente a su grado
más perfecto. Es la quietud atenta y amorosa a


Los textos que se citan en el libro para la oración están sacados y
seleccionados, con algunas adaptaciones, del libro “Oración
evangélica”, del P. Jesús M. Granero S.J.
6
Dios, fruto de los momentos anteriores. Ya no
debe ser tanto el entendimiento el que actúe,
cuanto la voluntad y, sobre todo, el corazón que
se adhiere, acoge, ama, adora, desea, calla, se
rinde… Es también el mejor impulso para la
acción, para el compromiso; un compromiso de
mayor santidad personal y de mayor
generosidad con los demás. Es el salto a la vida:
animado e invadido por la Palabra de Dios,
regresas a la vida con otra actitud.
Para finalizar es conveniente que des gracias tal
y como se indica en la página 11.

7
Al iniciar la oración:

Ponte en presencia de Dios


Puedes hacerlo con estas palabras u otras
semejantes:
«Señor, te adoro pues eres mi Dios; te pido
perdón de mis pecados y te doy gracias por todos
los beneficios que me haces a cada instante.
Quiero que en este rato me ayudes a escuchar tu
Palabra, a interiorizarla en mi corazón, a
alimentarme de ella. Enséñame a vivir consciente de
que tu mirada me acompaña siempre, ya sea en el
trabajo, en el descanso, cuando sufro o cuando
estoy alegre. Que tu Palabra sea siempre “lámpara
para mis pasos, luz en mi camino”. Que mi corazón,
lleno de tu amor, sea descanso y consuelo para Ti y
para todos mis hermanos».
También es necesario que recurras a la
intercesión de la Virgen María:
«Santísima Madre de Dios y Madre mía, acudo a
ti lleno de confianza para que me ayudes y confortes
en este rato de oración. Abre mi corazón a la acción
del Espíritu Santo para que, dócil a sus
inspiraciones, me deje iluminar, guiar y moldear
por Él como tú, Virgen Inmaculada, a quien tomo
como Modelo, como Maestra y como Madre muy
querida».

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Invoca al Espíritu Santo:

Para la lectio divina es necesario que la mente y


el corazón estén iluminados por el Espíritu Santo, es
decir, por el mismo que inspiró las Escrituras; por
eso, es preciso ponerse en actitud de “escucha
devota”. (Benedicto XVI)
Reza y saborea despacio el himno «Veni
Creator»:

Ven, Espíritu divino, Riega la tierra en sequía,


manda tu luz desde el cielo. sana el corazón enfermo,
Padre amoroso del pobre; lava las manchas, infunde
don, en tus dones espléndido; calor de vida en el hielo,
luz que penetra las almas; doma el espíritu indómito,
fuente del mayor consuelo. guía al que tuerce el
sendero.
Ven, dulce Huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo, Reparte tus siete dones,
tregua en el duro trabajo, según la fe de tus siervos;
brisa en las horas de fuego, por tu bondad y tu gracia,
gozo que enjuga las lágrimas dale al esfuerzo su mérito;
y reconforta en los duelos. salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Entra hasta el fondo del alma, Amén.
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

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O bien la Secuencia del Espíritu Santo:

Ven, Espíritu divino, Riega la tierra en sequía,


manda tu luz desde el cielo. sana el corazón enfermo,
Padre amoroso del pobre; lava las manchas, infunde
don, en tus dones espléndido; calor de vida en el hielo,
luz que penetra las almas; doma el espíritu indómito,
fuente del mayor consuelo. guía al que tuerce el sendero

Ven, dulce huésped del alma, Reparte tus siete dones,


descanso de nuestro esfuerzo, según la fe de tus siervos;
tregua en el duro trabajo, por tu bondad y tu gracia,
brisa en las horas de fuego, dale al esfuerzo su mérito;
gozo que enjuga las lágrimas salva al que busca salvarse
y reconforta en los duelos. y danos tu gozo eterno.
Amén.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

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Al terminar el rato de meditación

Puedes terminar el ejercicio con estas o parecidas


palabras:
«Gracias, Jesús, por este rato en contacto con tu
Palabra, con tu Luz, con tu Vida, con tu Amor. Haz
que cada día te quiera más y que mi vida sea cada
día más una transparencia de la tuya, de manera
que pueda pasar por la vida haciendo el bien, como
Tú.
Gracias también por haberme dado por Madre a
tu Madre, la Virgen María, que siempre me ayuda a
serte fiel y a que no me aparte nunca de Ti».

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CUARESMA

Una oportunidad para volver a Dios, ¡para


convertirme!

El miércoles de Ceniza, que hoy celebramos, es


para nosotros, los cristianos, un día particular,
caracterizado por un intenso espíritu de
recogimiento y de reflexión. En efecto, iniciamos el
camino de la Cuaresma, tiempo de escucha de la
palabra de Dios, de oración y de penitencia. Son
cuarenta días en los que la liturgia nos ayudará a
revivir las fases destacadas del misterio de la
salvación.
Como sabemos, el hombre fue creado para ser
amigo de Dios, pero el pecado de los primeros
padres rompió esa relación de confianza y de amor
y, como consecuencia, hizo a la humanidad incapaz
de realizar su vocación originaria. Sin embargo,
gracias al sacrificio redentor de Cristo, hemos sido
rescatados del poder del mal. En efecto, como
escribe el apóstol san Juan, Cristo se hizo víctima
de expiación por nuestros pecados (cf. 1 Jn 2, 2); y
san Pedro añade: murió una vez para siempre por
los pecados (cf. 1 P 3, 18).
También el bautizado, al morir en Cristo al
pecado, renace a una vida nueva, restablecido
gratuitamente en su dignidad de hijo de Dios. Por
esto, en la primitiva comunidad cristiana, el
bautismo era considerado como "la primera

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resurrección" (cf. Ap 20, 5; Rm 6, 1-11; Jn 5, 25-
28). Por tanto, desde los orígenes, la Cuaresma se
vive como el tiempo de la preparación inmediata al
bautismo, que se administra solemnemente durante
la Vigilia pascual. Toda la Cuaresma era un camino
hacia este gran encuentro con Cristo, hacia esta
inmersión en Cristo y esta renovación de la vida.
Nosotros ya estamos bautizados, pero con
frecuencia el bautismo no es muy eficaz en nuestra
vida diaria. Por eso, también para nosotros la
Cuaresma es un "catecumenado" renovado, en el
que salimos de nuevo al encuentro de nuestro
bautismo para redescubrirlo y volver a vivirlo en
profundidad, para ser de nuevo realmente
cristianos.
Así pues, la Cuaresma es una oportunidad para
"volver a ser" cristianos, a través de un proceso
constante de cambio interior y de progreso en el
conocimiento y en el amor de Cristo. La conversión
no se realiza nunca de una vez para siempre, sino
que es un proceso, un camino interior de toda
nuestra vida. Ciertamente, este itinerario de
conversión evangélica no puede limitarse a un
período particular del año: es un camino de cada
día, que debe abrazar toda la existencia, todos los
días de nuestra vida.
"Toda la vida del cristiano fervoroso —dice S.
Agustín— es un santo deseo". Si esto es así, en
Cuaresma se nos invita con mayor fuerza a
arrancar "de nuestros deseos las raíces de la
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vanidad" para educar el corazón a desear, es decir,
a amar a Dios. "Dios —dice también san Agustín—,
es todo lo que deseamos" (cf. Tract. in Iohn, 4).
Ojalá que comencemos realmente a desear a Dios,
para desear así la verdadera vida, el amor mismo
y la verdad.
Es muy oportuna la exhortación de Jesús, que
refiere el evangelista san Marcos: "Convertíos y
creed en el Evangelio" (Mc 1, 15). El deseo sincero
de Dios nos lleva a evitar el mal y a hacer el bien.
Esta conversión del corazón es ante todo un don
gratuito de Dios, que nos ha creado para sí y en
Jesucristo nos ha redimido: nuestra verdadera
felicidad consiste en permanecer en él (cf. Jn 15, 4).
Por este motivo, él mismo previene con su gracia
nuestro deseo y acompaña nuestros esfuerzos de
conversión.
Pero, ¿qué es en realidad convertirse?
Convertirse quiere decir buscar a Dios, caminar
con Dios, seguir dócilmente las enseñanzas de su
Hijo, de Jesucristo; convertirse no es un esfuerzo
para autorrealizarse, porque el ser humano no es el
arquitecto de su propio destino eterno. Nosotros no
nos hemos hecho a nosotros mismos. Por ello, la
autorrealización es una contradicción y, además,
para nosotros es demasiado poco.
Tenemos un destino más alto. Podríamos decir
que la conversión consiste precisamente en no
considerarse "creadores" de sí mismos,

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descubriendo de este modo la verdad, porque no
somos autores de nosotros mismos.
La conversión consiste en aceptar libremente y
con amor que dependemos totalmente de Dios,
nuestro verdadero Creador; que dependemos del
amor. En realidad, no se trata de dependencia, sino
de libertad. Por tanto, convertirse significa no
buscar el éxito personal —que es algo efímero—,
sino, abandonando toda seguridad humana, seguir
con sencillez y confianza al Señor a fin de que Jesús
sea para cada uno, como solía repetir la beata
Teresa de Calcuta, "mi todo en todo". Quien se deja
conquistar por él no tiene miedo de perder su vida,
porque en la cruz él nos amó y se entregó por
nosotros. Y precisamente, perdiendo por amor
nuestra vida, la volvemos a encontrar.

Miércoles de Ceniza
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–«Cuidad de no practicar vuestra justicia
delante de los hombres para ser vistos por ellos; de
lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro
Padre celestial. Por tanto, cuando hagas
limosna, no vayas tocando la trompeta por delante,
como hacen los hipócritas en las sinagogas y por
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las calles, con el fin de ser honrados por los
hombres; os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no
sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así
tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en
lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a
quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en
las esquinas de las plazas, para que los vea la
gente. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento,
cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo
escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo
pagará.
Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los
hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a
la gente que ayunan. Os aseguro que ya han
recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la
cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note,
no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido;
y tu Padre, que ve en lo escondido, te
recompensará.». (Mateo 6, 1-6. 16-18)

 Ora
—Cuidad de no practicar vuestra justicia
delante de los hombres para ser vistos por ellos.
Me halaga, Maestro, la estimación y la alabanza
de los hombres. Como si mis cualidades o mis
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acciones no tuvieran valor de por sí,
independientemente de que los hombres puedan
admirarlas.
Pierdo la paz o me dejo poseer de un gozo vano
y desmedido, cuando advierto cuáles son las
impresiones y comentarios sobre mi persona y mis
acciones.
¿Por qué no busco sinceramente la verdad? ¿Por
qué no atiendo tan sólo a lo que debo ser y hacer,
me vean o no, me aplaudan o tomen a mal mi
manera de proceder?
¿Por qué no te miro únicamente a Ti, Señor,
investigador de los corazones, conocedor exacto de
la realidad, valorador infalible de lo que cada uno
es, a quien he de dar cuenta imposible de
tergiversar?

—Que tu limosna permanezca secreta.


Maestro, para que tu palabra se cumpla en mí,
concédeme que estas mis pocas buenas obras, que a
veces hago, no sean conocidas y estimadas como
mías.
Que todos vengan a mí con su necesidad y nadie
venga con su agradecimiento. Que ni siquiera
caigan en la cuenta de que yo he intervenido, de una
forma o de otra, en el bien que recibieron.
Más aún, Señor, que ni yo mismo aprecie lo que
haya podido hacer, sino a lo sumo como un desquite
parcial de una inmensa deuda. Ni siquiera como un

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desquite, porque ese mismo bien, que hago, es una
nueva deuda que contraigo.
Porque así es la verdad, Dios mío y generosísimo
donador de beneficios; así es que nunca terminaría
yo de dar alguna compensación por lo que he
recibido. Soy un siervo inútil y apenas hago una
mínima parte de lo que debo y puedo hacer.
Todo te lo debo, Señor, y Tú acoges como hecho
a Ti mismo lo que hago para ayudar a los demás.

—Entra en tu aposento, cierra la puerta y


reza a tu Padre.
Quiero hablar contigo, Padre bueno y santo, ya
que me admites a tu presencia. Aquí, lejos del ruido
y distracciones de las criaturas. Aquí hundo mi
frente en el polvo, donde sólo Tú puedes ver mi
anonadamiento y la reverencia que quisiera tener
ante tu Majestad.
Necesito, Señor, apartarme a ratos de todo y
entrar en la soledad de mi recogimiento y de mi
propio corazón. Ansío doblar mis rodillas y levantar
los ojos a Ti y que Tú te dignes bajar los tuyos hasta
la pequeñez de mi existencia.
Me observan los demás con curiosidad
impertinente y alguna vez también yo ando solícito,
como aquellos fariseos, de que me miren y me
admiren en mi estudiada conducta. Estoy hastiado,
Maestro, de este juego de exterioridades insinceras.
Condúceme al Padre y déjame a solas con El,
donde todo salga limpiamente del corazón. Donde
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yo pueda hablar desde mi interior, sin disimulos y
sin palabras aprendidas y sin recelo de indiscretos.
Donde no haya más que soledad y verdad, mi
presencia silenciosa ante el Padre y mi corazón
lleno de su misericordia.
 Contempla y da gracias a Dios

Jueves después de ceniza


 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: –
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser
desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y
escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»
Y, dirigiéndose a todos, dijo: –«El que quiera
seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su
cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que
quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda
su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a
uno ganar el mundo entero si se pierde o se
perjudica a sí mismo?» (Lucas 9, 22-25)

 Ora
—El Hijo del hombre tiene que padecer
mucho.
Dime, Señor, por qué era necesario el
sufrimiento.

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Como reparación de la soberbia y de la rebeldía
del hombre estaba tu sumisión absoluta al Padre.
Pero ¿por qué entraba en los planes divinos que
esta sumisión llegase hasta el sufrimiento y hasta la
cruz?
Mi sumisión no se demuestra verdadera, si no
llega al renunciamiento y al dolor. Pero tu sumisión
era sincerísima y perfecta y total en toda hipótesis.
En los sufrimientos, tu conformidad con la
voluntad del Padre no era más completa que fuera
de ellos. ¿Por qué debías sufrir, Señor?
Al tomar nuestra carne, entras en el juego
enmarañado de las causas naturales y humanas y
aceptas sus consecuencias todas. Y, dentro de este
juego, es necesario el dolor en todo caso. Y mucho
más necesario para mí, si quiero mantenerme fiel a
la voluntad divina.
Acepto, Señor, el sufrimiento como Tú lo
aceptaste. Lo acepto aun entonces, cuando pudiera
rechazarlo, rebelándome contra la voluntad de Dios.

—El que quiera seguirme, que se niegue a sí


mismo, cargue con su cruz cada día y se venga
conmigo.
Esto es, buen Maestro, lo que no acabamos de
entender o lo que no queremos admitir. Esto es lo
que aparta de Ti a muchos que te seguirían de buena
gana.

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Jesús, admiramos tu persona y tu poder y tu
bondad; nos anima lo que prometes, pero nos
aterran tus exigencias. Yo quisiera, Señor, amarte
tanto que aun la cruz se me hiciera amable por Ti.
No es el amor sino la necesidad la que hace que
la soporte. Tú te negaste a Ti mismo hasta el
anonadamiento y yo busco afirmarme e imponer mi
personalidad.
El orgullo y la resistencia al dolor me tienen
clavado en mis intereses mezquinos. Y no salgo de
mí, porque no tengo amor para seguir tus pisadas.

—¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero


si se pierde o se perjudica a sí mismo?
Así nos enseñas, Señor, que el alma vale más
que todas las cosas de la tierra.
El alma es inmortal y sigue viviendo cuando
todo lo de la tierra desaparezca y se convierta en
nada.
El alma es capaz de verte algún día, buen
Maestro, y de estar para siempre contigo.
Las cosas del mundo sirven para nuestra
necesidad o para nuestra comodidad y regalo. Todo
eso es agradable, pero todo eso es efímero. Me
decepcionan cuando se escapan y dejan un agrio
sabor, una vez pasado el primer gusto que da
poseerlas. No he encontrado a nadie que disfrutase
plenamente de ellas sino muy breves momentos.

21
Es triste, Dios mío, que esto material me
esclavice y recorte la libertad de mi espíritu. Y sería
sin remedio mi desgracia, si por no perder o por
aumentar lo de este mundo, te perdiese para siempre
a Ti.

 Contempla y da gracias a Dios

Viernes después de ceniza


 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de
Juan a Jesús, preguntándole: –«¿Por qué nosotros y
los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus
discípulos no ayunan?»
Jesús les dijo: –«¿Es que pueden guardar luto
los amigos del novio, mientras el novio está con
ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y
entonces ayunarán.» (Mateo 9, 14-15)

 Ora
—¿Por qué tus discípulos no ayunan?
Dame, Señor, unos ojos sencillos que busquen la
verdad y la vean sin deformaciones; unos ojos que
no sepan poner malicia, ni colorido ninguno en las
cosas que contemplan.

22
Dame una inteligencia humilde y un corazón
bondadoso, que pregunten para saber y no para
reprender y condenar.
Dame la amplitud de perspectivas y un corazón
sin recelos, ni suspicacias, que no me desazone
porque el prójimo sigo otros caminos y que ni
siquiera piense que los míos son los únicos buenos o
los mejores.
Concédeme Dios mío, que yo te busque a Ti
sobre todas las cosas y que jamás engañe a nadie, ni
me deje engañar por meras apariencias.

—¿Es que pueden guardar luto los amigos del


novio, mientras el novio está con ellos?
Dichosa, Señor, el alma que goza de la presencia
del Esposo y está levantada sobre todas las
peripecias de la vida.
Bendita presencia, con la que se acallan todas las
rebeldías de la carne, sin que sea necesario sujetarla
con ayunos y maceraciones. Allí estás Tú, Señor,
con misteriosa luz y con comunicaciones secretas.
De repente le descubres al alma lo que ella tanto
tiempo había deseado, en inefable paz y sin ruido de
movimiento alguno.
No hablas, ni te habla el alma desde lejos, entre
el bullicio inquietante de las criaturas. Es una
presencia quietísima y sin palabras, en absoluta
soledad y desnudez del alma contigo, oh Dios mío,
sabiduría y hermosura, ser que todo lo llenas, amor

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callado sin transportes y sin embriaguez agitada, en
dulce paz.
Cuando no se sabe nada y se sabe todo y nada
más se busca y se olvidan enteramente los amores y
las necesidades de la vida.
¡Oh presencia, en que nada se advierte del
tiempo y del fluir inestable de las cosas!

—Llegará un día en que se lleven al novio


¡Qué pronto pasó, Dios mío, la paz inefable de tu
presencia! ¡Cómo siento el aguijón de la carne y el
alboroto de las pasiones y los gritos delirantes de las
criaturas!
Ahora necesito comer y ayunar y tratar con los
demás y retirarme de ellos y recogerme en mí
mismo y salir fuera de mí para no ahogarme.
Ando inquieto y sin sosiego, entre esperanzas y
decepciones. Todos mis sentidos se abren y las
criaturas irrumpen en mi corazón con encontrados
afectos.
¡Dios mío! A ratos me halaga y me fascina el
vivir y a ratos me cansa la vida hasta el tedio. Te
busco muchas veces con inútiles esfuerzos,
acordándome de lo que ha sido para mí tu presencia,
cuando te dignaste aparecer ante mi alma.
Te llamo, Dios mío, no con palabras de mis
labios, sino con las voces más desesperadas de todo
mi ser que te necesita. Ven otra vez, Señor.
Descúbrete Tú y queden en silencio y en noche

24
todas las criaturas. Sienta yo tu presencia en mi
alma, cuando toda otra cosa calla dentro y fuera de
mí.

 Contempla y da gracias a Dios

Sábado después de ceniza


 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano
llamado Leví, sentado al mostrador de los
impuestos, y le dijo:
– «Sígueme.»
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví
ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y
estaban a la mesa con ellos un gran número de
publicanos y otros. Los fariseos y los escribas
dijeron a sus discípulos, criticándolo: –«¿Cómo es
que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»
Jesús les replicó: –«No necesitan médico los
sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a
los justos, sino a los pecadores a que se
conviertan.» (Lucas 5, 27-32)

25
 Ora
— Jesús vio a un publicano llamado Leví
Tú nos ves a cada uno, Señor, en nuestras
ocupaciones y preocupaciones ordinarias, en los
momentos más grises y vulgares de nuestra vida.
Estoy en mi humilde trabajo, enredado en mis
afanes de cada día, ocupada mi atención y mis
manos con la labor oscura, muy lejos de pensar en
Ti y de mirarte. Y Tú me estás viendo y me miras
con solicitud amorosa.
Tantos que van y que vienen a mí, que me miran
buscando cada uno sus personales intereses o que
me ven distraídamente sin mirarme.
Y Tú me ves, porque me miras sin buscar nada
para Ti mismo. Me miras cuando te miro yo y te
suplico que vuelvas a mí tus ojos. Y me miras
también cuando yo ando descuidado y no me
acuerdo de suplicarte, porque acaparan mi atención
las peripecias del trabajo y del cotidiano vivir.
¡Benditos sean, Señor, tus ojos que me miran y
me ven, para derramar sobre mí tu benignidad!
¡Ojalá que los míos te miren y te vean siempre a Ti!

—Y le dijo: Sígueme.
Tu voz, Señor, es una invitación que no fuerza,
que no hace violencia a la libertad. Y, sin embargo,
subyuga al que la escucha y le obsesiona
misteriosamente. Mateo entonces se levantó al
punto y lo abandonó todo para seguirte.
26
¡Cuántos a lo largo de los siglos han escuchado
el secreto confidencial de esa voz! Y tu palabra,
Señor, ha sido más dulce y más fuerte que todas las
otras ilusiones que ligaban el corazón.
Es una voz que sacude al alma para resoluciones
definitivas y absolutas. ¿Qué le importa lo demás al
que te ha oído a Ti, Maestro?
Seguirte es estar contigo y entrar en la intimidad
de tu corazón. Es saber de tus planes y de tus
caminos; de adónde vas y por dónde vas; qué haces
y cómo lo haces y por qué lo haces. Seguirte es ser
uno de tus amigos confidenciales, porque a la larga
no es posible seguirte sin amor. Y el amor lleva a
las confidencias y necesita de ellas.
Señor, al que oye tu voz se le iluminan los ojos
para verte a Ti y ver tus caminos. Tu presencia y tu
palabra van orientando su vida.

—No necesitan médico los sanos, sino los


enfermos.
Tú sabes, Señor, que somos enfermos y
necesitados, que tenemos manchas y que estamos
expuestos a morir de miseria. Es natural que
acudamos a Ti, como al médico único de nuestras
llagas y que Tú nos recibas.
Yo sé quién soy, Señor, y sé quién eres. Y por
eso voy a Ti. Yo sé que no puedes contaminarte, ni
contagiarte con mis sucias y tristes enfermedades.
¿Pero no te cansas de ver siempre en mi las mismas

27
llagas y la misma podredumbre? ¿No desesperas de
mi remedio, al ver siempre mi misma fiebre?
¡Oh médico sapientísimo y pacientísimo!
Permíteme que me acerque y que me arrastre una
vez más hasta tus pies. Pon tus manos divinas sobre
mis llagas. Mírame con tus ojos benignos. Dime una
palabra de esperanza. Señor, si Tú quieres, puedes
sanarme.

 Contempla y da gracias a Dios

28
PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

El combate espiritual

La Cuaresma es tiempo de renovación espiritual


que prepara para la celebración anual de la
Pascua. Pero, ¿qué significa entrar en el itinerario
cuaresmal? Nos lo explica el Evangelio de este
primer domingo, con el relato de las tentaciones de
Jesús en el desierto. El evangelista san Lucas narra
que Jesús, tras haber recibido el bautismo de Juan,
"lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y,
durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando
por el desierto, mientras era tentado por el diablo"
(Lc 4, 1-2). Es evidente la insistencia en que las
tentaciones no fueron contratiempo, sino la
consecuencia de la opción de Jesús de seguir la
misión que le encomendó el Padre de vivir
plenamente su realidad de Hijo amado, que confía
plenamente en él. Cristo vino al mundo para
liberarnos del pecado y de la fascinación ambigua
de programar nuestra vida prescindiendo de Dios.
Él no lo hizo con declaraciones altisonantes, sino
luchando en primera persona contra el Tentador,
hasta la cruz. Este ejemplo vale para todos: el
mundo se mejora comenzando por nosotros mismos,
cambiando, con la gracia de Dios, lo que no está
bien en nuestra propia vida.
De las tres tentaciones que Satanás plantea a
Jesús, la primera tiene su origen en el hambre, es
29
decir, en la necesidad material: "Si eres Hijo de
Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan".
Pero Jesús responde con la Sagrada Escritura: "No
sólo de pan vive el hombre" (Lc 4, 3-4; cf. Dt 8, 3).
Después, el diablo muestra a Jesús todos los reinos
de la tierra y dice: todo será tuyo si, postrándote,
me adoras. Es el engaño del poder, que Jesús
desenmascara y rechaza: "Al Señor, tu Dios
adorarás, y a él solo darás culto" (cf. Lc 4, 5-8; Dt
6, 13). No adorar al poder, sino sólo a Dios, a la
verdad, al amor. Por último, el Tentador propone a
Jesús que realice un milagro espectacular: que se
arroje desde los altos muros del Templo y deje que
lo salven los ángeles, para que todos crean en él.
Pero Jesús responde que no hay que tentar a Dios
(cf. Dt 6, 16). No podemos "hacer experimentos"
con la respuesta y la manifestación de Dios:
debemos creer en él. No debemos hacer de Dios
"materia" de "nuestro experimento".
Citando nuevamente la Sagrada Escritura, Jesús
antepone a los criterios humanos el único criterio
auténtico: la obediencia, la conformidad con la
voluntad de Dios, que es el fundamento de nuestro
ser. También esta es una enseñanza fundamental
para nosotros: si llevamos en la mente y en el
corazón la Palabra de Dios, si entra en nuestra
vida, si tenemos confianza en Dios, podemos
rechazar todo tipo de engaños del Tentador.
Además, de toda la narración surge claramente la
imagen de Cristo como nuevo Adán, Hijo de Dios
humilde y obediente al Padre, a diferencia de Adán
30
y Eva, que en el jardín del Edén cedieron a las
seducciones del espíritu del mal para ser
inmortales, sin Dios.
La Cuaresma es como un largo "retiro" durante
el que debemos volver a entrar en nosotros mismos
y escuchar la voz de Dios para vencer las
tentaciones del Maligno y encontrar la verdad de
nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de
"combate" espiritual que hay que librar juntamente
con Jesús, sin orgullo ni presunción, sino más bien
utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la
escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De
este modo podremos llegar a celebrar
verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las
promesas de nuestro Bautismo.
Que la Virgen María nos ayude para que,
guiados por el Espíritu Santo, vivamos con alegría y
con fruto este tiempo de gracia.
(Benedicto XVI, 21 de febrero 2010)

Domingo I de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
Ciclo A
En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto
por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y
después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta
noches, al fin sintió hambre.
31
El tentador se le acercó y le dijo: –«Si eres Hijo
de Dios, di que estas piedras se conviertan en
panes. » Pero él le contestó, diciendo: –«Está
escrito, "no sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios."»
Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo
pone en el alero del templo y le dice: –«Si eres Hijo
de Dios, tírate abajo, porque está escrito,
“encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te
sostendrán en sus manos, para que tu pie no
tropiece con las piedras.”» Jesús le dijo: –
«También está escrito, "no tentarás al Señor, tu
Dios."»
Después el diablo lo lleva a una montaña
altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su
gloria, le dijo: –«Todo esto te daré, si te postras y
me adoras.»
Entonces le dijo Jesús: –«Vete, Satanás, porque
está escrito, "al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo
darás culto."» Entonces lo dejó el diablo, y se
acercaron los ángeles y le servían. (Mateo 4, 1-11)

En los ciclos B y C se lee el mismo evangelio en


su versión paralela (Marcos 1,12-15 y Lucas 4,
1-13 respectivamente)

 Ora
— Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu.
¡Te dejas conducir por el Espíritu!

32
No es en el desierto, ni en la ciudad donde yo
podré cumplir la voluntad de Dios y responder a la
misión recibida y encontrar mi paz.
No es aquí, ni allí; ni en soledad, ni en medio de
la multitud; ni entre tentaciones, ni en la dulzura de
la oración, sino precisamente allí donde me
conduzca el Espíritu.
Señor, que no sean mis gustos los que me
muevan, ni la propia iniciativa, ni la iniciativa de los
hombres, sino la verdad de tu santo Espíritu.
Era el Espíritu el que guiaba siempre tus pasos.
No ibas nunca por tu propia voluntad humana. Te
dejabas conducir con perfecta sumisión, sin atender
a los gustos o a las repugnancias de la naturaleza.
Tu libertad y tu responsabilidad no está en
escoger cada vez tu camino, sino en seguir por el
camino que te señala continuamente el Espíritu de
Dios.
Yo opongo muchas veces resistencias y otras
veces ni siquiera siento los impulsos del Espíritu,
porque tengo el corazón endurecido o porque lo
abro anhelante a los impulsos de la tierra.

—Para ser tentado por el diablo.


Jesús, tú no rehúyes el combate y consientes en
que se te acerque el enemigo. En la soledad, en la
oración y en la penitencia te aguardan las
tentaciones.

33
No sólo las bestias perturban los días de tu trato
exclusivo con el Padre, sino que también el tentador
viene con la seducción de sus insinuaciones. Has
ido al desierto por impulso del Espíritu Santo; y allí
te aguardaba el espíritu malvado, el espíritu del mal.
¿Qué tienes Tú que ver con él?
Tú sabes que también me aguarda a mí y me
acomete para impedir mi oración y derrumbar mis
buenos deseos. Allí donde hay un impulso del buen
Espíritu, allí se presenta para contradecirlo el
espíritu del mal. Y siento en mí el rudo combate.
¡Oh, ayúdame, Maestro, en la hora de la lucha,
Tú que sabes lo que es luchar! Ayúdame para que
no caiga en la tentación. Está conmigo para que ni
siquiera se acerque el tentador. Porque Tú eres
fuerte, Señor, pero yo soy débil.

—Después de ayunar cuarenta días con sus


cuarenta noches, al fin sintió hambre.
Te impones, Maestro, el ayuno por voluntad del
Padre y sientes el hambre, porque estás sujeto a
nuestras mismas necesidades.
Mira, Señor, cuánta hambre forzada en el
mundo, mira cuántos pobrecitos sufren necesidad y
perecen de miseria e inanición.
Mira también cuántos excesos destemplados y
golosos. Mira, Dios mío, el desorden de los dos
extremos en la vida.

34
Tú haces dura penitencia por nuestros excesos y
nos enseñas no sólo la moderación, sino también el
rigor del sacrificio y del ayuno.
Que yo sepa abstenerme para que otros tengan y
que cercene de mis demasías para socorrer a los
pobrecitos.
Señor, que eres el dueño universal de todas las
criaturas, mira que con el hambre viene la tentación
y viene también para nosotros el peligro de pecado.
Mira también esas otras hambres, Señor, y
compadécete de ellas. Mira a los hambrientos del
pan de tu palabra, a los que perecen por el ayuno tan
prolongado de sus almas. ¡Señor, danos a todos de
este pan!

—Di que estas piedras se conviertan en panes.


El enemigo, Señor Jesús, quiere que renuncies al
ayuno que te has impuesto por voluntad de tu Padre.
Te acomete con el temor de que peligra tu vida o de
que tu organismo quede consumido e inútil para la
misión de tu existencia.
Propone siempre un aprecio exagerado de las
cosas materiales, como si en todo caso fueran
indispensables para seguir adelante. Se aprovecha
de la necesidad que de ellas tenemos para
angustiarnos y quitarnos la paz, si llegan a faltarnos.
Pero tu voluntad, Dios mío, nos impone muchas
veces necesidades dolorosas y otras veces nos
aconseja una renuncia voluntaria.

35
Es el enemigo quien, contra tu santa voluntad,
pretende seducirnos con los placeres y las
comodidades de la vida o, al menos, intenta
inyectarme el miedo y el horror a las asperezas del
renunciamiento.
Como si no hubiera valores más altos, por
conseguir los cuales merece la pena que hagamos
padecer al cuerpo aun en las cosas necesarias.
Tu voluntad, Señor, sobre todas las comodidades
y aun sobre todas las necesidades de la vida.

—No sólo de pan vive el hombre.


Me enseñas, Maestro, dos cosas: que hay en el
hombre otras necesidades mucho más hondas que
las puramente materiales y que Dios no necesita de
los medios naturales para sostener la vida del
hombre.
¡Cuántas veces me siento profundamente
insatisfecho, a pesar de que no me falta nada de lo
que el cuerpo reclama para su bienestar! Son otras,
Señor, las necesidades que me hacen infeliz y me
quitan el gusto de la vida. Es el vacío de mi ser y
como si estuviesen hambrientas las raíces mismas
del alma.
Cualquier otra hambre o apetencia de la materia
me parece superficial y llevadera. Dios mío, además
del pan me hace falta otra cosa para vivir. ¿Será
ésta la necesidad ineludible que tengo de Ti?
Me preocupo excesivamente de las cosas
materiales y temo perderlas o temo que me falten.
36
¡Como si tu palabra y tu voluntad no bastaran a
sostenerme sin ellas!
Porque si Tú quieres, Señor, poderoso eres para
mantener mi vida, aunque me falten las cosas todas
de este mundo.

—Mostrándole los reinos del mundo y su


gloria.
¿Y qué son las grandezas todas de este mundo?
No se sacia nunca, Dios mío, la curiosidad de
mis sentidos, a pesar de que no encuentran gran
diferencia entre las cosas que se les ponen delante.
Ávido de novedades y de variedad, pronto me
canso de lo que tengo y de lo que veo, sin penetrar
casi nunca en el fondo y sin agotar las posibilidades
que encierra aun la criatura más sencilla.
¡Señor, qué necia ambición la de recorrer el
mundo y la de amontonar sus tesoros, como si
pudiera alguien gozarlos todos plenamente con sólo
poseerlos!
¡Qué cantidad de maravillas has depositado Tú,
Dios mío, aun en la más humilde obra de tus manos!
Y la codicia hace que corramos de una cosa en
otra y no nos detengamos para gozar hasta el fondo
de ninguna. El ansia hace que en realidad lo
perdamos todo y te perdamos a Ti, Dios mío,
riqueza infinita y fuente inagotable de maravillas y
delicias.

37
—Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo
darás culto.
A Ti, Dios mío, se debe el homenaje de
alabanza, de reverencia y de adoración de todas las
criaturas. Tú eres el único infinitamente grande, de
quien todo procede y a quien todo ha de volver.
Las cosas todas son obras de tus manos, salidas
de tu poder, de tu sabiduría y de tu bondad.
Eres el único Señor, a quien debo cuanto soy y
cuanto tengo. Ante Ti he de humillarme, porque sin
Ti soy polvo y nada. Dame la gracia de poner sólo
en Ti, siempre mi corazón.

 Contempla y da gracias a Dios

Lunes I de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: –
«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y
todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su
gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un pastor
separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas
a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces
dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros,
benditos de mi Padre; heredad el reino preparado
para vosotros desde la creación del mundo. Porque
tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
38
disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me
visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
Entonces los justos le contestarán: "Señor,
¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o
con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos
forastero y te hospedamos, o desnudo y te
vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel
y fuimos a verte?" Y el rey les dirá: "Os aseguro
que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos
de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para
el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me
disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber,
fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y
no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me
visitasteis."
Entonces también éstos contestarán: "Señor,
¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero
o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te
asistimos?" Y él replicará: "Os aseguro que cada
vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los
humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." Y éstos
irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»
(Mateo 25, 31-46)

39
 Ora
—Serán reunidas ante él todas las naciones.
Día impresionante aquel. Entonces, Señor,
pronunciarás tu palabra definitiva, sin que nosotros
podamos replicarte.
Ahora nos dejas hablar. Toleras que cada cual
siga su camino. Nos separamos unos de otros,
porque nos separamos de Ti.
Día de la grande e inevitable reunión de todos
los hombres en tu presencia. Los que nunca nos
encontramos ni nos conocimos, nos veremos allí
juntos delante de Ti.
Será el día de tu verdad, como ahora son los días
de nuestras mentiras. El día de la pública y
universal justicia.
Ahora van desapareciendo los pueblos, tragados
por la resaca de la historia. Aun los más poderosos,
que hicieron temblar el mundo a su paso. Pero
tendrán que levantarse de nuevo, porque han de
escuchar tu palabra, Señor Jesús.
No habrá sino un universal silencio, Señor,
donde resonará tu voz inconfundible. Todos
seremos iguales e infinitamente pequeños delante de
Ti, Señor de la historia

—Tuve hambre y me disteis de comer.


Abre, Dios mío, mis ojos y mi corazón a toda
necesidad de mis prójimos. Pon en mí la voluntad
permanente de salir al encuentro de toda miseria.
40
Haz que yo sienta en mi misma carne y como
desgracia propia lo que aflige a mi hermano. Que la
sienta, Jesús, como si te hiriera y te hiciera daño a
Ti mismo.
Dios mío, Tú consientes esta muchedumbre de
desgracias, esta plaga universal e inevitable que nos
aflige, para ejercicio de la paciencia y de la caridad.
Porque vale más la paciencia que el bienestar y vale
más la caridad que todas las riquezas de este
mundo.
Cuando yo sufro, es para mí la hora de la
paciencia y de aceptar humildemente la caridad de
otros. Y cuando otro sufre, es para mí la hora de la
caridad y de la compasión y de acudir en su
socorro.
Ilumina, Jesús, mis ojos para que yo te vea a Ti
mismo en todo el que padece alguna necesidad y
conmueve mi corazón para que corra a ayudarte.

—Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis


humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
En el más pequeñito, en el más pobre y
abandonado y desvalido estás Tú, Jesús, sintiendo y
sufriendo con él.
No puedo vivir tranquilo sabiendo' que es un
hermano mío y un hijo de Dios el que sufre, que
eres Tú mismo.
Vas, Señor, prolongando tu dolor, a lo largo de
la Historia, en tus miembros atormentados. Y yo
puedo aliviarte un poco, ¿cómo voy a hacerlo?
41
Te acercas tantas veces a mí con tus penas, con
tus ojos tristes, con tu rostro demacrado y tendida tu
mano, solicitando mi ayuda. Eres una y otra vez el
“Ecce homo” que encuentro en mi camino.
¿Voy a pasar de largo, sin decirte una palabra de
consuelo, sin aceptar sobre mí tu dolor?
Á mí me sobran, Jesús, muchas cosas que Tú
necesitas. Y aunque no me sobraran, aunque yo
hubiera de quedar necesitado, es mucho mejor que
no te falte a Ti.
No tienes que agradecérmelo, Señor; no tienes
que apuntarlo para retribuírmelo aquel día. No es un
servicio que te presto de lo mío, sino una
devolución que hago de lo que es tuyo.
Es además una manera insignificante de
corresponder a lo infinito que he recibido de Ti.
Señor Jesús, siempre seré yo el deudor.
Y aun esta oportunidad que me ofreces es un
nuevo beneficio. Feliz seré, si quedo empobrecido
por socorrerte.

—Apartaos de Mí, malditos, id al fuego eterno.


Esta será, Señor, la desgracia incomparable e
infinita: el sentirse apartado de Ti.
Aunque hubiera de estar ya siempre solo en este
mundo, aunque vea que todos se van apartando de
mí y me dejan en mi aislamiento y amargura, pero
no te apartes Tú, Jesús, ni me apartes de Ti en aquel
día.

42
Aunque yo me aparte ahora por mi ceguedad,
por mi necia pasión, no me apartes entonces para
siempre. Haz que me fracasen todos los proyectos
en esta vida, descarga ahora sobre mí todas las
desgracias y que no haya un corazón que me
acompañe en ellas, pero no permitas que yo aquel
día sea apartado de Ti para siempre.
Que yo no caiga en los abismos del odio y haya
de maldecirte eternamente.
¿Qué sentido tiene todo esto, que aquí puede
hacerme agradable la vida? ¿Qué significan la
amistad y el placer y el amor, si después de todo
para en separación y en maldición y en fuego?
Mira, Señor, a la cruz de tu Hijo Jesucristo y
sirva ella, no para nuestro juicio y condenación,
sino para misericordia y perdón y salvación nuestra.
Ahora es cuando estoy escribiendo mi sentencia
para entonces. Y éste es, Dios mío, el valor de lo
que pasa en un momento. Ilumina, Señor, con esta
luz de la eternidad todos los pasos de mi camino.

 Contempla y da gracias a Dios

Martes I de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– «Cuando recéis, no uséis muchas palabras,
como los gentiles, que se imaginan que por hablar
43
mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues
vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que
lo pidáis. Vosotros rezad así:
"Padre nuestro del cielo, santificado sea tu
nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo, danos hoy el pan nuestro de
cada día, perdónanos nuestras ofensas, pues
nosotros hemos perdonado a los que nos han
ofendido, no nos dejes caer en la tentación sino
líbranos del Maligno."
Porque si perdonáis a los demás sus culpas,
también vuestro Padre del cielo os perdonará a
vosotros. Pero si no perdonáis a los demás,
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»
(Mt. 6, 7-15)

 Ora
—Padre nuestro.
Padre, te gusta que te llamemos así para excitar
en nosotros los sentimientos de confianza filial.
Padre mío, a Ti acude tu hijo, que está en
necesidad y tribulación. Padre, cuya providencia
paternal nunca se desmiente y que no faltas a los
que confían en Ti.
Padre, de cuya mano he recibido ya tantos
beneficios y de cuyo corazón no se agota nunca la
misericordia.

44
Padre de todos, que no te olvides de ninguno de
tus hijos, aunque son tantos y atiendes a cada uno,
como si fuera él sólo.
Por ti todos somos hermanos, con necesidades y
con intereses comunes. En quien todos hemos de
amarnos y ayudarnos como hermanos.
Padre, de quien procede toda paternidad en los
cielos y en la tierra. Padre nuestro, escucha de
nuestros labios la oración, que puso en ellos tu Hijo
Jesucristo.

—Santificado sea tu nombre.


Tú eres el Dios tres veces santo y la fuente de
toda posible santidad. Dios mío, yo estoy manchado
y mis labios son impuros para pronunciar tu santo
nombre. Purifica mis labios y los labios de toda
criatura para que sepan pronunciarlo con santidad.
Tú eres el principio y el fin de todas las cosas y
estás en medio de todos los caminos de tu criatura.
Por eso, mis comienzos y todos mis pasos y el
último de ellos, han de ser para Ti y para tu gloria.
Cuando yo prescindo de Ti o busco algo mío o
algo que no seas Tú, me alejo de la rectitud esencial
que han de tener las cosas y de la orientación única
que conviene a mis acciones.
Y no te santifico, Señor, no te conozco como
única fuente de santidad y de verdad y de bien. Te
profano en mí mismo y en tus criaturas.

45
Danos tu gracia, Dios y Padre nuestro, para que
nuestra vida te santifique, para que proclamemos
con nuestros labios y con nuestra conducta que Tú
eres santo.

—Hágase tu voluntad.
¡Dios mío, cuya voluntad es siempre santa y
ordenas todas las cosas con rectitud y con amor! Yo
adoro tus designios sobre mí y sobre todas las
criaturas y los acepto con humildad y confianza.
Me someto a tu voluntad y te suplico que no me
abandones a mis locos y desordenados deseos.
No atiendas, Señor, a mis rebeldías insensatas y
no dejes que mi libertad se aparte de tus
mandamientos y se entregue a lo que desagrada a
tus divinos ojos. Cúmplase tu voluntad santísima y
no el gusto caprichoso de mis sentidos.
Bendito seas, Señor, cuando dispones algo sobre
mí y cuando no me queda opción para escoger yo
mismo mis caminos. Bendito seas, cuando haces
fracasar mis planes y cuando quieres que venga
sobre mí la contrariedad, la tribulación y el dolor.
Porque entonces, cuando soy más impotente y
caigo vencido, comprendo mejor que todo depende
de Ti, Dios mío, y que tu voluntad ha de prevalecer
para que todo sea ordenado y santo.

46
—Perdónanos nuestras ofensas… pues
nosotros hemos perdonado
Vengo a Ti, Dios mío, cargado con mis deudas y
mis pecados y te suplico, por tu Hijo y por tu gran
misericordia, que quieras perdonarme y darme tu
paz y tu gracia.
Perdona, Señor, mis culpas, que reconozco con
vergüenza y confusión de mi rostro. Perdona
generosamente mis deudas porque yo no puedo
pagar y satisfacer por ellas.
Perdóname, Dios mío, por los méritos y por la
sangre de tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro, que nos
mandó acudir a Ti y pedirte perdón.
Perdóname a mí y perdónanos a todos y aparta
de nosotros tu ira y tu castigo; hemos merecido la
justicia y venimos a implorar tu clemencia, porque
eres rico en misericordia y porque tienes entrañas de
Padre, aunque nosotros seamos hijos malos y
pecadores. No merezco llamarme tu hijo, pero ten
piedad perdona mis pecados, Dios mío, misericordia
indeficiente.

—Y ayúdanos a perdonar
Dame, Dios y Padre mío, unos ojos sin malicia y
un corazón sencillo que no se dé por ofendido
fácilmente y que no alimente la memoria de las
molestias que le infieren.
Aparta de mí, Señor, todo espíritu de venganza y
aun todo espíritu de justicia en causa propia. Dame
mansedumbre y voluntad de perdón sin represalias,
47
no sólo frente a los ofensores involuntarios y
ocasionales, sino también frente a los maliciosos,
reincidentes y protervos.
Como Tú. Padre, me has perdonado a mí tantas
veces v sin cesar tendré que acudir a tu
misericordia.

—Líbranos del Maligno.


Tú eres, Padre, infinitamente bueno y nadie hay
de verdad y del todo bueno sino Tú. Por eso, no me
dejes caer en los lazos del enemigo, que maquina
continuamente contra mí. Anula, Dios mío, las
asechanzas y haz infructuosas y vanas sus malas
acciones.
Líbrame a mí y líbranos a todos y atiende
particularmente a aquellos que se encuentran en más
peligrosas ocasiones.
Mira, Dios de bondad, cómo el maligno extiende
y multiplica su malicia pará, perder a tus hijos, a
quienes Jesús vino a salvar.
Mira cómo lucha contra Ti y contra los planes de
tu bondadosa y paternal Providencia. Que sus-
intentos no prevalezcan contra los tuyos.
Líbranos, Señor, del malo, que parece haber
conseguido ahora un más intolerable señorío sobre
el mundo.

 Contempla y da gracias a Dios

48
Miércoles I de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor
de Jesús, y él se puso a decirles: – «Esta generación
es una generación perversa. Pide un signo, pero no
se le dará más signo que el signo de Jonás. Como
Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo
mismo será el Hijo del hombre para esta
generación.
Cuando sean juzgados los hombres de esta
generación, la reina del Sur se levantará y hará que
los condenen; porque ella vino desde los confines de
la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y
aquí hay uno que es más que Salomón.
Cuando sea juzgada esta generación, los
hombres de Nínive se alzarán y harán que los
condenen; porque ellos se convirtieron con la
predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más
que Jonás.» (Lucas 11, 29-32)

 Ora
—Y aquí hay uno que es más que Salomón.
Toda la sabiduría de Salomón no se puede
parangonar, con una sola palabra tuya, Señor. La
curiosidad de saber cosas nuevas o extraordinarias

49
nos trae de acá para allá y hacemos grandes
sacrificios para satisfacer un capricho vano.
¡Y qué poco hago, Jesús, para sentirla
hondamente y escucha en lo interior alguna de esas
tus palabras sustanciales que llenan y que
transforman mi vida!
El que no te encuentra a Ti, nada ha encontrado
que valga la pena. En tu comparación todo es nada y
vacío.
Sólo Tú, buen Maestro, sobrepasas todo deseo.
Sólo tu Amor no defrauda. Haz que viva sólo para
Ti.

—Y aquí hay uno que es más que Jonás.


Señor Jesús, todas las grandezas y todas las
maravillas del mundo son vulgaridad, si se
comparan contigo.
Me seducen a veces y me asombran las cosas
que veo y las personas con quienes trato; admiro su
hermosura y su ingenio y sabiduría. Y es que apenas
te conozco a Ti, Señor, hermosura incomparable,
sabiduría eterna del Padre, verdad suprema única.
Te has puesto en contacto con nosotros, te
presentas a nuestra vista y hablas tu palabra eterna
sensiblemente a nuestros oídos de carne; pero mis
sentidos son muy cortos y mi razón es muy raquítica
para penetrar el misterio de tu Persona y quedo
torpemente enredado en las apariencias sensibles.

50
Señor, dime quién eres; dime que eres mucho
más que cuanto atrae mi admiración y provoca mi
asombro en este mundo. Abre mis ojos a tu
hermosura y mis oídos a tu verdad y mi corazón a tu
misterio.
Señor Jesús, muéstrate a mí como quien eres
para que me entregue plenamente a Ti y nada me
entretenga de esto con que tropiezo en mi camino.

 Contempla y da gracias a Dios

Jueves I de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: –
«Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad
y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien
busca encuentra y al que llama se le abre.
Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le
va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará
una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos,
sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto
más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los
que le piden! En resumen: Tratad a los demás como
queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y
los profetas.» (Mateo 7, 7-12)

51
 Ora
—Pedid y se os dará.
Vengo a Ti, Dios mío, como el pobre mendigo
que no tiene absolutamente nada y todo necesita
recibirlo por misericordia. Vengo a Ti, que eres
dueño de los tesoros infinitos. Vengo a Ti confiando
en tu palabra y con la esperanza segura de tu
socorro. Vengo a Ti, Señor, sin exigencias
orgullosas, porque no puedo alegar ningún derecho,
sino exponiendo sencillamente mi necesidad. Vengo
con las necesidades que conozco y con otras que ni
siquiera conozco y que son quizá más graves y más
urgentes. Vengo a pedirte lo que yo sé que me hace
falta y lo que no sé, pero lo sabes Tú.
Tú me exhortas a venir, para animar mi timidez
y mi confianza y para recordarme que todo está en
tus manos y todo he de recibirlo de ellas.
Nada tengo, Dios mío, y nada puedo y todos mis
esfuerzos son vanos, si no viene de Ti mi socorro.
Dame la humildad de quien está continuamente
necesitado de tu misericordia y tu limosna. Soporta
mi importunidad. Enséñame a pedir y enséñame a
confiar.

—Cuánto más vuestro Padre celestial dará


cosas buenas a los que le piden.
Yo confío, Dios mío, en tus sentimientos de
padre y me abandono a ellos. Yo sé que Tú
52
dispondrás de mí mejor de lo que yo puedo pensar o
desear.
Muchas veces me molesta la desconfianza o me
acongojan los cuidados y las preocupaciones de la
vida.
También a veces confieso, Señor, que me
perturba algún sentimiento de inquietud o
turbación, como si Tú no quisieras atender a mis
necesidades.
Perdona, Dios mío, mi poca fe y mi mucha
impaciencia. Perdona mi soberbia, que tanto se
aferra a su propio parecer y no se aquieta con lo que
Tú dispones sabia y benignamente.
Perdona mi egoísmo, que a veces sólo mira a las
conveniencias del momento o a las necesidades
temporales y a las cosas transitorias de este mundo.
Tú sabes mejor que yo, cuáles son los
verdaderos bienes que necesito y que has prometido
concederme.

—Tratad a los demás como queréis que ellos os


traten.
Me enseñas, Señor, a vencer mi egoísmo con la
caridad. Me hablas de una caridad verdadera, que
no se detiene en sentimientos o en palabras. Los
sentimientos van y vienen. Y Tú quieres, que yo me
eleve con caridad permanente sobre los
sentimientos mudables.

53
Tú quieres que ame a todos, sea quienquiera mi
hermano y sea cualquiera mi situación, mi caridad
ha de ser siempre la misma y ha de estar guiada por
el mismo espíritu.
Me mandas querer para él lo que quiero para mí,
hacer en su favor lo que querría que otros hicieran
conmigo en ese caso. ¡Señor! Cuántas veces he
pasado a lo largo del prójimo, sin atenderle.
Pensando en mí mismo, me olvidé de él. Lo
abandoné en su necesidad y nada hice.
Este es mi pecado, Señor, que clama delante de
Ti. Es el terrible pecado de no hacer. Ayúdame a
amar como amas Tú

 Contempla y da gracias a Dios

Viernes I de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: –
«Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No
matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os
digo: Todo el que esté peleado con su hermano será
procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil",
tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo
llama "renegado", merece la condena del fuego.

54
Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda
sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu
hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda
ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu
hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito, procura arreglarte en
seguida, mientras vais todavía de camino, no sea
que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te
metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de
allí hasta que hayas pagado el último cuarto.» (Mt.
5, 20-26)

 Ora
—Si no sois mejores que los escribas y fariseos.
No te agrada, buen Maestro, la justicia de los
fariseos que es una falsa justicia, porque sólo
atiende al orden y reglamentación exterior de las
acciones. Ni sale del corazón, ni llega al corazón.
Por eso no se acercan a Ti, Jesús; ni te
comprenden, ni te quieren. No pueden llegar a tu
misterio, porque ni siquiera intentan llegar
cordialmente a lo que aparece en Ti. Como no
tienen humildad, tampoco tienen caridad.
Yo aspiro, Señor, a esa santidad interior de que
Tú hablas. Purifica mis entrañas con el fuego de tu
caridad para que pueda ser santo.
De nada valen mis acciones, por limpias que
parezcan, si se apoyan en la estimación de mí
mismo. Si terminan en complacencia propia.

55
Tú, Señor, me miras por dentro, que es donde
está la raíz y el impulso de las acciones de fuera.
Sólo por dentro está la verdadera santidad.

—Pero Yo os digo.
¿Qué me importa, Señor, lo que digan los
demás? Tú hablas y toda otra palabra queda
anulada. Lo que Tú dices es verdad siempre y tiene
firmeza de por sí y comunica tu firmeza a cuanto es
firme. Lo que Tú dices, santifica y pacifica y eleva
porque lo dices Tú.
Cuando Tú empiezas a hablar, tienen que callar
todos los demás maestros; y serán muy sabios, si se
hacen discípulos tuyos.
Tú no miras lo que han dicho los demás para
atenerte a ello, ni tienes que citar autoridades y
confirmar tu doctrina con los dichos ajenos. Porque
tu doctrina sale toda del fondo de tu infinita
sabiduría y le comunica valor tu propia autoridad.
Otros maestros tienen que demostrarnos las
razones de su enseñanza; tienen que dar argumentos
para convencernos. Verdaderamente que Tú eres el
Maestro y no necesitas dar razones, sino
sencillamente hablar.
Maestro, habla en mi corazón. Que en mi
corazón se escuche tu voz: «Yo te digo.» Ese «Yo»
encierra la suprema razón y la suprema fuerza de
todo. Gracias, Señor, por enseñarme con autoridad.

56
—Deja allí tu ofrenda ante el altar.
No es, Dios mío, el don exterior lo que te agrada,
sino la disposición interna del corazón.
¡Si yo pudiera poner mi corazón ante tu altar! ¡Si
mi corazón estuviera limpio y rebosando de
sentimientos santos!
No puedo ofrecerte oblaciones hasta que mi
corazón no se apacigüe y se purifique. Porque mis
oblaciones de nada sirven, si reposando en ellas no
va el corazón. Señor y Dios mío, extingue en mi
corazón el fuego de los rencores y endulza todas las
amarguras, para que le sea permitido presentarse
ante tu altar.
Acepta Tú, Señor, la reparación que doy a mi
hermano por las ofensas que le hice y acepta
también la reparación que él quiera darme por las
que pudo cometer contra mí.
Y, si alguna cometió, yo le abro mi corazón con
humildad y caridad para que no haya ninguna
sombra entre nosotros.
Y ahora voy a tu altar, Dios mío, a unir mis
ofrendas y mi corazón con las que te presenta tu
Hijo Jesucristo.

 Contempla y da gracias a Dios

Sábado I de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
57
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y
aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo:
Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os
persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que
está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y
buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio
tendréis? ¿No hacen lo mismo también los
publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos,
¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo
también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como
vuestro Padre celestial es perfecto.» (Mateo 5, 43-
48)

 Ora
—Amad a vuestros enemigos.
Tu precepto, buen Maestro, es de mucha
perfección e imposible de cumplir a la naturaleza.
Es necesaria una grande gracia tuya, que nos
eleve sobre todos los motivos humanos y sea más
fuerte que los sentimientos del corazón.
Es verdaderamente caridad sobrenatural y
divina, la que no encuentra motivos ningunos de la
tierra en que apoyarse.
Es una caridad como la tuya. Dios mío, que ama
por su propio amor, y sin que aliciente ninguno
exterior la reclame.

58
Una caridad que, como procede de Ti, tiene en sí
misma el motivo del amor. Puede más que todos los
motivos contrarios, que luchan por negarla y
apagarla.
Dios mío, caridad infinita y creadora, que amas
por tu propia bondad y haces el bien de propio
impulso; que amas antes de ser amado y haces el
bien a los que no te aman; que perdonas y te ofreces
a los que te odian, pon en mi corazón el amor, el
verdadero amor, el que procede de Ti.

—Sed perfectos como vuestro Padre Celestial.


¡Cuánta confianza pones en mí Señor! Me das Tu
gracia para que llegue a la alta santidad que Tú
esperas de mí.
Verdaderamente eres un amigo amantísimo pero
exigentísimo. Te digo con S. Agustín: “dame lo que
me pides y pídeme lo que quieras”. Sólo con tu
gracia podré vencer mi pobreza y miseria y alcanzar
la alta meta de la Santidad.

 Contempla y da gracias a Dios

59
SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

La Transfiguración, una experiencia de oración

La liturgia vuelve a proponer este célebre


episodio precisamente hoy, segundo domingo de
Cuaresma. Jesús quería que sus discípulos, de modo
especial los que tendrían la responsabilidad de
guiar a la Iglesia naciente, experimentaran
directamente su gloria divina, para afrontar el
escándalo de la cruz. En efecto, cuando llegue la
hora de la traición y Jesús se retire a rezar a
Getsemaní, tomará consigo a los mismos Pedro,
Santiago y Juan, pidiéndoles que velen y oren con él
(cf. Mt 26, 38). Ellos no lo lograrán, pero la gracia
de Cristo los sostendrá y les ayudará a creer en la
resurrección.
Quiero subrayar que la Transfiguración de Jesús
fue esencialmente una experiencia de oración (cf.
Lc 9, 28-29). En efecto, la oración alcanza su
culmen, y por tanto se convierte en fuente de luz
interior, cuando el espíritu del hombre se adhiere al
de Dios y sus voluntades se funden como formando
una sola cosa. Cuando Jesús subió al monte, se
sumergió en la contemplación del designio de amor
del Padre, que lo había mandado al mundo para
salvar a la humanidad. Junto a Jesús aparecieron
Elías y Moisés, para significar que las Sagradas
Escrituras concordaban en anunciar el misterio de
su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir
60
para entrar en su gloria (cf. Lc 24, 26. 46). En
aquel momento Jesús vio perfilarse ante él la cruz,
el extremo sacrificio necesario para liberarnos del
dominio del pecado y de la muerte. Y en su corazón,
una vez más, repitió su "Amén". Dijo "sí", "heme
aquí", "hágase, oh Padre, tu voluntad de amor". Y,
como había sucedido después del bautismo en el
Jordán, llegaron del cielo los signos de la
complacencia de Dios Padre: la luz, que transfiguró
a Cristo, y la voz que lo proclamó "Hijo amado"
(Mc 9, 7).
Juntamente con el ayuno y las obras de
misericordia, la oración forma la estructura
fundamental de nuestra vida espiritual. Queridos
hermanos y hermanas, os exhorto a encontrar en
este tiempo de Cuaresma momentos prolongados de
silencio, posiblemente de retiro, para revisar
vuestra vida a la luz del designio de amor del Padre
celestial. En esta escucha más intensa de Dios
dejaos guiar por la Virgen María, maestra y modelo
de oración. Ella, incluso en la densa oscuridad de
la pasión de Cristo, no perdió la luz de su Hijo
divino, sino que la custodió en su alma. Por eso, la
invocamos como Madre de la confianza y de la
esperanza.
(Benedicto XVI. Ángelus 08.03.2009)

61
Domingo II de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
Ciclo A
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a
Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte
a una montaña alta.
Se transfiguró delante de ellos, y su rostro
resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y
Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
–«Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré
tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube
luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde
la nube decía: –«Éste es mi Hijo, el amado, mi
predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos
de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: –
«Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a
Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les
mandó: –«No contéis a nadie la visión hasta que el
Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
(Mateo 17, 1-9)
62
En los ciclos B y C se lee el mismo evangelio en
su versión paralela (Marcos 9, 2-10 y Lucas 9,
28b-36 respectivamente)

 Ora
—Se transfiguró delante de ellos.
Es una transfiguración momentánea que nos
habla, Jesús, de tu gloria y de tu majestad eterna.
Por unos minutos se manifiestan los resplandores
del Verbo, que durante años están represados para
que sea posible tu obra de infinita caridad con
nosotros.
Veo tu poder en la magnificencia de la
transfiguración y veo tu amor incomprensible en la
humildad de tu ordinaria figura de siervo.
Eres, Señor, la imagen sustancial del Padre y
vives entre los hombres como uno de tantos, en la
imagen de nuestra pobre naturaleza humana.
Los discípulos se aterran cuando te ven en tu
gloria; pero nuestro terror se disipa y cobramos
confianza, cuando te vemos en nuestra humana
pequeñez.
Señor, que has venido a transfigurarnos a
nosotros, haz que mi vida sea una transparencia de
tu amor. Haz que mis obras den testimonios de que
soy, por tu misericordia, hijo tuyo.

63
—Señor, ¡qué bien se está aquí!
No, Pedro no sabe lo que dice. Lo bueno no es
estar aquí o allí: lo bueno es estar contigo, Maestro.
Aunque sea en el calvario.
Calvario y Tabor hablan a los sentidos y traen su
sabor, amargo o dulce, al paladar. Pero Tú, Jesús,
hablas en lo hondo al corazón. Y esto es lo bueno,
lo verdaderamente bueno: sentir que llegas al
corazón.
Enciende mis ojos con el misterio, que emana de
Ti para que vean tu gloria más que en el rostro
transfigurado en el Tabor, en el rostro desfigurado
por los dolores y por la muerte. Y más que en los
vestidos como la nieve, en tu cuerpo desnudo y
ensangrentado.
Sí, enciende mis ojos, Señor, que ahora están
medio ciegos por la tibieza de mi fe. Enciéndelos
para que vean tanta luz en las tinieblas del Calvario,
de tu calvario y del mío; tanta luz, que no me
deslumbre y encandile ya el sol del Tabor.
Porque el Tabor no vale nada sin Ti y el Calvario
es de infinito valor precisamente porque Tú estás en
él.

—Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.


Escuchadlo.
¡Qué misteriosa providencia la tuya, Dios mío!
¡Qué contrastes tan deliciosos! Cuando tu Hijo
bendito se manifiesta en gloria, entonces te revelas
Tú como el Padre.
64
Cuando por obedecerte, aparece en la cruz
cubierto de dolores e ignominia, Tú te ocultas y lo
abandonas, como si no fuera tu Hijo.
¿Qué pretendes, Señor? Te escucho en el Tabor,
como Tú quieres, y oigo que habla de su muerte. Le
miro en el Calvario y lo veo padeciéndola.
Siempre lo mismo, Dios mío: la lección de la
muerte y del sufrimiento hasta el final. La lección
que me parece imposible de asimilar, la que no
acabo nunca de aprender en la práctica de mi vida.
Me la predicas, Maestro, primero en tu gloria y
luego con tu propio dolor.
La muerte del Hijo predilecto, a quien el Padre
envía para enseñarme. El absoluto desprendimiento
de todo, aun de la gloria debida al Hijo, aun del
consuelo y las satisfacciones propias del Hijo.
Por eso, para que el desprendimiento sea
efectivo, cuando llega el momento, te abandona el
Padre. Ya sé, Dios mío, por dónde van los
misteriosos caminos de tu providencia.

 Contempla y da gracias a Dios

65
Lunes II de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:–
«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo;
no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y
no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados; dad, y se os dará: os verterán una
medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La
medida que uséis, la usarán con vosotros.» (Lucas
6, 36-38)

 Ora
—No condenéis y no seréis condenados.
Tú, Señor y Dios mío, sólo Tú sabes hasta dónde
llega el conocimiento, la libertad y la
responsabilidad de cada uno en sus acciones. Sólo
Tú sabes cuáles son los agravantes y los atenuantes.
Los impulsos conscientes e inconscientes de dentro,
que cada uno tiene que vencer, las presiones de
fuera, tanto generales del ambiente, como
personalísimas para cada uno; las posiciones
inevitables de cada punto de vista, lo que arrastra
consigo la educación o la herencia constitucional, la
ignorancia o la buena fe: todo lo sabes Tú.
Tú eres el único que puedes juzgar con verdad y
puedes atinar en la justísima sentencia. Tú eres el
único, Señor, que tienes autoridad para llamar a

66
juicio y pronunciar tu palabra sobre nuestras
acciones.
¿Qué sé yo o quién soy yo para juzgar a mis
hermanos? Aparta de mí, Dios mío, todo juicio y
toda palabra de condenación.
Yo sé que necesito de tu misericordia; no me
queda sino usar de clemencia con todos, para
merecer la tuya.

—Dad y se os dará.
Que siguiendo tu doctrina, buen Maestro, yo no
cierre nunca mi corazón, ni mi mano. Que nunca me
niegue a dar, cuando puedo dar. Que dé de lo mío y
que me dé a mí mismo. Mi consejo, mi consuelo, mi
aplauso, mi sonrisa, mi trabajo, mi tiempo, mi
limosna.
Que dé siempre y a todos. Lo que tenga, lo que
sepa, lo que pueda. Que dé, Dios mío, sin reparar a
quién, sin buscar reconocimiento, sin mirar si yo
necesito lo que me piden, sin el deseo manifiesto o
secreto de que me den luego a mí.
Que dé como quien te da a Ti mismo, para pagar
la infinita deuda que tengo contigo. Porque cuando
Tú das, Señor, a tus criaturas, das para que ellas
repartan profusamente y llegue a todos.
Dios mío, universal y generoso dador, cuya
mano no se cierra nunca. Dios mío, que después de
haber dado tus dones, te has dado a Ti mismo. Mira
cuán grande y cuán absoluta es mi indigencia.

67
Haz que yo no mire nunca lo que necesito, sino
lo que necesitan los demás.

— La medida que uséis, la usarán con


vosotros.
Dios mío, haría falta una medida muy grande
para apreciar mis pecados y bastaría una medida
muy pequeña para mis méritos y virtudes.
Sin embargo, la ley de tu equidad es
sorprendente, porque quiere aplicarme la misma
medida que yo empleo con los demás. Será medida
de benevolencia o de rigor, según sea benévolo o
riguroso con los otros.
Así me incitas, Jesús, a la caridad y a la
mansedumbre que, por tantos títulos, debo ejercitar
siempre con mis hermanos.
Así me recuerdas que Tú te inclinas siempre a la
misericordia. Olvidas las deficiencias y las ofensas,
disimulas nuestros pecados y los perdonas y
premias largamente nuestros escasos
merecimientos. Tal es tu infinita caridad y la
grandeza de tu corazón.
Yo no condeno, Señor, no quiero condenar, no
quiero que se haga justicia ninguna en los que me
ofendan.
Quiero perdonar siempre y perdonarlo todo,
porque necesito, Dios mío, continuamente que Tú
me perdones y cierres los ojos a mis iniquidades.

 Contempla y da gracias a Dios


68
Martes II de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus
discípulos, diciendo: – «En la cátedra de Moisés se
han sentado los escribas y los fariseos: haced y
cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos
hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos
lían fardos pesados e insoportables y se los cargan
a la gente en los hombros, pero ellos no están
dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente:
alargan las filacterias y ensanchan las franjas del
manto; les gustan los primeros puestos en los
banquetes y los asientos de honor en las sinagogas;
que les hagan reverencias por la calle y que la
gente los llame maestros.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar
maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y
todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre
vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es
vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar
consejeros, porque uno solo es vuestro consejero,
Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se
humilla será enaltecido.» Mateo (23, 1-12)

69
 Ora
—Haced y cumplid lo que os digan; pero no
hagáis lo que ellos hacen.
No permitas, Señor, que yo sea maestro de
palabras y no maestro de obras. No permitas que
mis obras contradigan a mis palabras, ni que mis
palabras digan mentira.
Y no permitas tampoco que a mí me desorienten
de la recta verdad las malas obras que veo en los
que están arriba.
Tan sólo Tú, buen Jesús, sabes decir y hacer.
Todo otro maestro es imperfecto en sus enseñanzas
y mucho más en sus obras.
Sólo Tú, Jesús, eres el camino seguro y el
modelo perfectísimo que me ha dado el Padre para
que lo imite. A Ti quiero seguirte con mis
vehementes deseos y con mis débiles pasos.
Lo que Tú haces y no lo que hacen los demás.
Haz, Señor, que ésta sea la luz de mi vida.

—Ellos no hacen lo que dicen.


Concédeme, buen Maestro, el enseñar a todos
con la doctrina de los santos ejemplos. Aunque me
falten las palabras, que no me falten las buenas
obras.
Porque no puedo hablar siempre, ni Tú quieres
que hable siempre y a todos, pero quieres que
siempre lleve una vida santa.

70
Muchos pequeño no entienden el lenguaje de las
palabras, pero les llega al corazón lo que ven con
sus ojos.
Como los ejemplos de tu santísima vida, dulce
Jesús, me enseñan a mí el misterio de tu doctrina.
No comprendería lo que dices, si no viera lo que
haces.
Por eso, no sólo te debo a Ti, Señor, y me debo a
mi la santidad de mi vida, sino que se la debo
también a mis hermanos y a todos los que me miren.
Debo por verdadera caridad llevarlos a Ti para que
te conozcan y te alaben a Ti solo, de quien todo bien
procede.
Porque sólo es don tuyo y fortaleza que Tú
infundes, si podemos hacer alguna buena obra con
sincera verdad y con perseverancia.
Entonces mis palabras, cuando hablo la doctrina
tuya, tienen fuerza. Y, si no hablo, el silencio hace
que resplandezca más límpidamente el buen
ejemplo.

—Todo lo que hacen es para que los vea la


gente.
Los fariseos sólo buscaban aparentar. Su vida era
una mentira. También yo soy un poco fariseo.
Tú ves la desnudez de mi corazón y la raíz oculta
de mis sentimientos y de mis acciones
Aun yo mismo me avergüenzo muchas veces de
lo que veo dentro de mí, cuando los demás tal vez

71
me alaban por lo que ven por fuera. Y así es la mía
una vida muchas veces falsa y contradictoria.
Estoy pobre, Dios mío, y triste en mi interior,
porque sé que mi corazón no puede presentarse tal
cual es en la verdad de sus deseos.
De nada me sirve que los otros me quieran,
cuando luego en mi soledad veo las caretas de mi
vida. No me atrevo a mirarme de frente y mucho
menos a presentarme, Señor, con sencillez delante
de Ti.
Los disfraces cubren mi miseria a los ojos de los
hombres, pero no la suprimen. Y ahí está, Dios mío,
aguardando que tu misericordia se incline sobre mi
corazón para sanarlo.

 Contempla y da gracias a Dios

Miércoles II de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, mientras iba subiendo Jesús a
Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo: –
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del
hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y
a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo
entregarán a los gentiles, para que se burlen de él,
lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día
resucitará.»

72
Entonces se le acercó la madre de los Zebedeos
con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó: –«¿Qué deseas?»
Ella contestó: –«Ordena que estos dos hijos míos
se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu
izquierda.»
Pero Jesús replicó: –«No sabéis lo que pedís.
¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de
beber?»
Contestaron: –«Lo somos.»
Él les dijo: – «Mi cáliz lo beberéis; pero el
puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a
mí concederlo, es para aquellos para quienes lo
tiene reservado mi Padre.»
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron
contra los dos hermanos. Pero Jesús, reuniéndolos,
les dijo: –«Sabéis que los jefes de los pueblos los
tiranizan y que, los grandes los oprimen. No será
así entre vosotros: el que quiera ser grande entre
vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera
ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que
le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate
por muchos.» (Mateo 20, 17-28)

73
 Ora
—Y se postró para hacerle una petición.
¡Cuántas veces, Señor Jesús, me postro también
yo, como aquella mujer, para llevarte y presentarte
mis peticiones!
Pero con frecuencia veo que sé rezar, pedirte con
confianza. Me falta sencillez de corazón y pureza de
alma para pedir lo que verdaderamente me conviene
y a Ti te agrada.
Hoy me postro ante Ti, Jesús, para suplicarte que
no tomes en consideración ni mis miedos, ni mis
pobrezas, que me gobiernes Tú mismo según los
proyectos de tu sabiduría y de tu infinita caridad.
Me postro ante Ti y no te pido otra cosa sino que
siempre y en todo sea conmigo como Tú quieres.

—El que quiera ser primero entre vosotros, que


sea vuestro esclavo.
El primero, buen Jesús, es el que está más cerca
de Ti y bebe de tu espíritu con mayor abundancia.
Y, por eso, el primero no es el que manda, sino el
que sirve. Tú eres, Jesús, el Unigénito y eres
además el primogénito entre muchos hermanos; eres
el principio y la cabeza de toda criatura. Y, por eso,
sirves a todos, porque tienes más medios y más
amor.
Sirve, Señor, el que puede y el que ama. Por eso
sirves Tú. Por eso han de servir cuantos tienen más
que los demás.
74
Esa es precisamente la misión de tu poder. No es
reclamar servicios, sino prestarlos. El poder y la
primacía sin amor sólo es tiranía de la fuerza; con
amor, es la voluntad y la prontitud para el servicio.
Así has dispuesto Tú, Dios mío, las cosas con
amorosa Providencia: junto a los débiles, a los
inferiores que están más bajos y más necesitados y
son los últimos, has puesto a los fuertes y a los que
tienen y son los primeros.
Y has dispuesto que el poder supremo sea la
suprema esclavitud.

—El Hijo del hombre no ha venido para que le


sirvan, sino para servir.
Tu espíritu, buen Maestro, es espíritu de
servicio. Espíritu de servicio humilde, abnegado,
caritativo. Y para eso has querido ser Hijo del
hombre, aunque eres Hijo de Dios.
No sirves por necesidad, sino por amor. Y como
tu amor nunca cesa, sirves siempre, sirves hasta la
abnegación totalísima de Ti mismo.
Has venido a ponerte al servicio del Padre, a
buscar las cosas de tu Padre y hacer su voluntad.
Y, por amor al Padre, nos sirves también a
nosotros, que somos hermanos tuyos, aunque
indignos y pecadores. Sirves a tu Padre,
sirviéndonos a nosotros.
Que yo esté, como Tú, a disposición de todos, en
sus necesidades, en sus deseos. Cuando pidan mis

75
servicios y cuando no me los pidan y aun cuando no
los necesiten.
Señor Jesús, enséñame a servir en todo y a
todos, aunque yo quede esclavizado y abandonado,
sin que nadie me sirva.

 Contempla y da gracias a Dios

Jueves II de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: –
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y
de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y
un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su
portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse
de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los
perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles
lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico, y lo enterraron. Y,
estando en el infierno, en medio de los tormentos,
levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a
Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abrahán, ten
piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la
punta del dedo y me refresque la lengua, porque me
torturan estas llamas."
Pero Abrahán le contestó: "Hijo, recuerda que
recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez
76
males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras
que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros
se abre un abismo inmenso, para que no puedan
cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros,
ni puedan pasar de ahí hasta nosotros."
El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que
mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo
cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites
que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abrahán le dice: "Tienen a Moisés y a los
profetas; que los escuchen."
El rico contestó: "No, padre Abrahán. Pero si un
muerto va a verlos, se arrepentirán."
Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a
los profetas, no harán caso ni aunque resucite un
muerto”. (Lucas 16,19-31)

 Ora
—Un mendigo llamado Lázaro estaba echado en
su portal, cubierto de llagas.
¡Como Lázaro hay tantos, buen Maestro, en el
mundo! ¡Hay tantas llagas, que están esperando una
mano compasiva y un poco de bálsamo que las
suavice!
Hay muchas llagas que ven también mis ojos, a
poco que quiera abrirlos, y que excitan la
compasión del corazón más duro.

77
Hay otras muchas que sólo ven tus ojos, Señor,
porque están ocultas en lo más escondido de las
entrañas.
Hay llagas que se manifiestan y hacen
ostentación de su propia podredumbre y hay llagas
que se recatan, porque son tan íntimas y tan
pudorosas que tienen vergüenza de aparecer a la luz.
Compadécete de todas, buen Jesús, con tu
inmensa caridad. Derrama tu caridad y tu
compasión en nuestros corazones duros o
indiferentes. Envía ojos solícitos que las vayan
buscando y manos dulces que las curen en tu
nombre y con tu misma misericordia.

—Murió también el rico.


Parece que el pobre tenía que morir, según era su
necesidad y su miseria. Pero al rico no le libraban
sus riquezas y sus banquetes.
Señor, todos vamos compareciendo
ineludiblemente ante tu presencia y a nadie es
posible detener la hora que Tú tienes fijada.
¡Los caminos de este mundo son tan diferentes
para unos y para otros! Pero el término de ellos es
irremediable e igual para todos. Muy necio es, Dios
mío, el que no lo tiene en cuenta; el que se marea y
pierde la cabeza con las fortunas de este mundo o el
que se abate excesivamente, porque no le va bien.
Torpe es el que no ordena la vida, para dar con
seguridad y con paz el último paso. Es vano
entregarse a la disipación de una vida frívola, sin
78
pensar que es breve y que Tú, Dios mío, aguardas
tras ella.
En tus manos me entrego, Señor, para que
dispongas a tu placer de mi vida y de mi muerte. En
Ti pongo mi confianza mientras vivo y para cuando
muera.

—No harán caso ni aunque resucite un muerto.


Nos enseñas, Jesús, que de nada servirán los
hechos más extraordinarios al que tiene cerrado su
corazón. Porque no está en la falta de pruebas el
porqué de nuestro endurecimiento, sino en que no
queremos abrirnos dócilmente a recibir tus gracias.
Tu dulce presencia, tu amor y el dolor de tu cruz
son los motivos más eficaces para conmoverse, si yo
no me resistiera a ser conmovido.
Y me excuso con que no tiene suficiente luz mi
inteligencia, con que no me aparece clara la verdad,
cuando realmente es mi afición a las cosas sensibles
lo que me retiene en mis torpes resistencias.
Habla, Jesús, directamente a mi corazón, porque
Tú sabes que no es la cabeza la que mueve a la
voluntad, sino la voluntad transformada por el amor
la que disipa las nieblas que envuelven a la
inteligencia. Entonces en cualquier pequeña palabra,
pronunciada por la menor de tus criaturas, se me
descubre toda la fulgurante luz de tu verdad.

 Contempla y da gracias a Dios

79
Viernes II de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del pueblo: –«Escuchad
otra parábola: Había un propietario que plantó una
viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar,
construyó la casa del guarda, la arrendó a unos
labradores y se marchó de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus
criados a los labradores, para percibir los frutos
que le correspondían. Pero los labradores,
agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron
a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que la
primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por
último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán
respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al
hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: venid, lo
matamos y nos quedamos con su herencia. " Y,
agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo
mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué
hará con aquellos labradores?»
Le contestaron: –«Hará morir de mala muerte a
esos malvados y arrendará la viña a otros
labradores, que le entreguen los frutos a sus
tiempos.»
80
Y Jesús les dice: –«¿No habéis leído nunca en la
Escritura: "La piedra que desecharon los
arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor
quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"? Por
eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de
Dios y se dará a un pueblo que produzca sus
frutos.»
Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus
parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y,
aunque buscaban echarle mano, temieron a la
gente, que lo tenía por profeta. (Mateo 21, 33-43
45-46)

 Ora
—La arrendó a unos labradores y se marchó.
Todo cuanto tengo, Dios mío, lo he recibido de
Ti, en arrendamiento. Es cosa tuya y no puedo
disponer de ello a mi libre voluntad. Ni siquiera
puedo dejarlo perezoso e improductivo, como tierra
baldía que no sirve para provecho de nadie.
Tiene que fructificar y debo trabajar sobre ella
para que, efectivamente, fructifique. Esta es la
responsabilidad que me imponen tus dones, Señor.
No he de mirar a mi comodidad o a mi trabajo,
sino al fin de esos dones y al bien común. Porque no
son dones para mi enriquecimiento personal, sino
para mi trabajar con ellos y para provecho de todos.
La salud que me has dado, la ciencia y los
conocimientos, la experiencia de la vida o las

81
habilidades o las riquezas, todo ha de ser empleado
como Tú quieres y puesto a rendimiento para que su
utilidad se extienda a todos tus hijos.
Tuyo es este inmenso capital y Tú contratas mi
mano de obra por el tiempo que a Ti te place. Tu
campo es grande y su tierra es buena, pero yo soy
un insensato cuando me olvido de que todo es tuyo
y de que he de darte los frutos de mi labor.

—Por último, les mandó a su hijo.


¡Dios y Señor de todos, que aguardas con
inagotable paciencia y no ahorras ningún medio
para hacer que retrocedamos de nuestro mal
camino!
¡Padre eterno, que has enviado a tu mismo Hijo,
para darnos tu perdón y para recibir de nosotros
nuestra obediencia!
Señor Jesús, que vienes como enviado del Padre,
no para perdernos sino para reconciliarnos con El y
conmover nuestro endurecido corazón. Que no se
cierre mi corazón a tu palabra y a tu misericordia.
No permitas que yo me obstine en mi soberbia
como aquellos arrendatarios homicidas. No te
canses, Señor, de llamarme cuando yo me aleje.
Envíame tus emisarios que no me dejen
descansar en mi falsa tranquilidad. Revuelve mi
conciencia para que no pueda sosegar de día ni de
noche por los remordimientos. Tortúrame con el
temor, Dios mío, y abre mis ojos ciegos para que

82
reconozca a tu Hijo y se disuelva la dureza de mi
obstinación.
Preséntate, Señor Jesús, ante todo corazón
cerrado y llama en él sin cansancio hasta que las
puertas se te abran.

—¿Qué hará con aquellos labradores?


No apeles, Dios mío, a la justicia y ten
misericordia de nosotros. La sangre de tu Hijo,
derramada por nuestras manos, merece que se haga
justicia, pero ella misma pide misericordia.
No somos dignos, Señor, pero haznos dignos Tú,
por tu Hijo Jesucristo. Míralo a Él y que su
obediencia fidelísima pueda más ante Ti que la
muchedumbre y la gravedad de nuestros pecados.
No te pido por mí sólo, aunque yo lo necesito
más que nadie. Te pido también por todos los que
estamos a punto de perecer, si miras nuestras
iniquidades.
Escucha, Señor, la oración de un desgraciado,
aunque salga de labios tan pecadores. Escúchala por
la misericordia con que enviaste a tu Hijo y por la
misericordia con que tu Hijo vino a morir por
nosotros.
¿Qué harás con nosotros, Señor? Estamos en tus
manos y no podemos escapar de ellas.
Aunque la vista de mis pecados abate mi cabeza
y me induce a desconfiar, la vista de tu Hijo muerto

83
reanima mi corazón y enciende en él un rayito de
esperanza.
¡Dios mío, Señor de la vida, Padre de tu
Enviado! ¿Qué harás con nosotros, Señor?

 Contempla y da gracias a Dios

Sábado II de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los
publicanos y los pecadores a escucharle. Y los
fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: –
«Ése acoge a los pecadores y come con ellos.»
Jesús les dijo esta parábola: –«Un hombre tenía
dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre,
dame la parte que me toca de la fortuna." El padre
les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando
todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí
derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo habla gastado todo, vino por aquella
tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar
necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un
habitante de aquel país que lo mandó a sus campos
a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el
estómago de las algarrobas que comían los cerdos;
y nadie le daba de comer.

84
Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos
jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan,
mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré
en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre,
he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco
llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus
jornaleros."
Se puso en camino adonde estaba su padre;
cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se
conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello
y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo
y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo."
Pero el padre dijo a sus criados: "Sacad en
seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo
en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero
cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque
este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba
perdido, y lo hemos encontrado." Y empezaron el
banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al
volver se acercaba a la casa, oyó la música y el
baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó
qué pasaba. Éste le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el
ternero cebado porque lo ha recobrado con salud.
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su
padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a
su padre: "Mira: en tantos años como te sirvo, sin
desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me
85
has dado un cabrito para tener un banquete con mis
amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha
comido tus bienes con malas mujeres, le matas el
ternero cebado."
El padre le dijo: "Hijo, tú siempre estás
conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte,
porque este hermano tuyo estaba muerto y ha
revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
(Lucas 15, 1-3. 11-32)

 Ora
—Derrochó su fortuna viviendo
perdidamente.
¡Dios mío!, ¿qué he hecho yo con las gracias que
Tú has puesto en mis manos? Tesoros que has ido
acumulando sobre mí desde los días de mi infancia.
No puedo recordar sin emoción y sin vergüenza
lo que Tú me diste y lo que yo he disipado
locamente. Mi irreflexión y mi ligereza casi
siempre, mi malicia muchas veces ha jugado con tus
gracias y las ha dejado perder con insensato
derroche.
Ahora aquí estoy con las manos vacías, en mi
pobreza vergonzosa. ¿Cómo voy a pedirte, Señor,
nuevas gracias? Soy un pródigo, a quien hay que
incapacitar para que no siga disipando tantas
riquezas.
Lo he merecido, Dios mío, y no sé qué decirte
sino confesar mi insensatez y estar a lo que Tú

86
quieras disponer de mí. Que esto sirva para matar mi
orgullo. Soy un pobre, a quien han sumido en la
miseria sus propias locuras.
Mi ruina es tan grande, que ni siquiera merezco
la compasión, porque yo mismo la he provocado.
¡Dios mío, aquí estoy con mis manos vacías!

—Yo aquí me muero de hambre.


Bendita, Señor, tu providencia cuando
amontonas las desgracias sobre el pródigo que se
alejó de Ti, buscando su libertad y los placeres de la
vida.
Es misericordia tuya el que sus planes fracasen y
las cosas no le sucedan como había esperado;
porque entonces el desengaño le invita a reflexionar
y se despiertan en él los deseos de volver a la casa
del Padre.
Sus desgracias materiales le abren los ojos y
comienza a ver otras desgracias más tristes y otras
hambres más hondas, en que antes no reparaba
aturdido con el vértigo de la vida y borracho con las
placenteras sensaciones.
Eres bueno, Dios mío, cuando nos llamas a Ti,
por el dolor; cuando suscitas en mi conciencia el
hambre y la sed, que las cosas de este mundo no
pueden calmar.
Eres bueno, cuando haces que las criaturas me
vuelvan las espaldas y me abandonen; cuando haces

87
que me encuentre solo y pobre y triste y tenga que
acudir a Ti hasta por pura necesidad.
Eres bueno, Señor, cuando remueves hasta mi
elemental egoísmo para que tenga que echarme en
tus brazos de Padre.

—Me pondré en camino adonde está mi padre.


Tus palabras, Maestro, han quedado enterradas
como semilla de bendición en innumerables
corazones. Cuando más grande era su desgracia,
más cerca estaba su salvación.
De la sima desesperada de su abandono, cuando
el desengaño y el hastío lo ahogaban, el corazón se
decidió a volver a Ti, oh Padre.
¡Que sea bendita tu misericordia, cuando haces
que no encontremos paternidad acogedora, ni amor
fuera de Ti!
Mi petulancia creyó que nada me faltaría, que yo
sabría valerme en las peripecias de la vida y que los
amigos reaccionarían, en caso necesario, con
simpatía y benevolencia. Y he tropezado por todas
partes con el egoísmo; con el mismo egoísmo, que
yo tuve, cuando me aparté neciamente de Ti.
Gracias, Señor, porque he encontrado cerradas
todas las puertas y se ha pulverizado mi soberbia.
Aquí estoy, Padre, con la frente hundida y el rostro
cubierto de vergüenza. A Ti vengo, de quien nunca
debí apartarme.
He hecho mi jornada ásperamente y a mis
miembros cansados sólo los sostenía esta esperanza.
88
—Ya no merezco llamarme hijo tuyo.
No soy digno, Señor, de que me mires con ojos
de Padre y de sentarme contigo a tu mesa con los
hijos que te han sido fieles y nunca han abandonado
tu casa.
No soy digno, Señor. Vengo con las manchas de
todas mis abominaciones y con los pies rotos por
todos mis extravíos.
Ni siquiera vengo impulsado por el amor, sino
forzado por mi necesidad y por mi negra suerte.
Vengo porque no tengo más remedio que venir y
porque me aterra el miedo de perecer
definitivamente.
Pero este miedo, Dios mío, ha removido
recuerdos pasados; y estos recuerdos ponen en mi
corazón una centella de esperanza y presiento que
esta centella va a encender otra vez las llamas del
amor. No mires, Señor, a mi indignidad, sino a mi
necesidad.
Vengo porque advierto que Tú me estás
llamando con estas desgracias y con estos miedos y
con estos recuerdos y esta esperanza.
No soy digno, Padre, de que me llamen hijo
tuyo, aunque en realidad lo soy y llevo tu imagen
sobre mi frente abatida.

89
—He pecado contra el cielo y contra ti.
No sé qué decirte, Señor. No me atrevo a
llamarte padre. Aunque Tú me estás demostrando
que lo eres, si bien yo no supe ser hijo tuyo.
He pecado contra el cielo, que me mandaba
honrar y amar a los padres. He pecado contra Ti,
porque Tú siempre habías sido bueno conmigo.
No vengo por el antiguo amor y por las caricias
de antes, Señor, yo no soy digno de ser tu hijo.
Vengo porque me muero de hambre, porque estoy
abandonado, porque no sé qué hacer, porque voy a
morir.
Ya ves, Señor, que ni siquiera vengo por amor,
sino por egoísmo. Vengo por purísima necesidad.
Pero ahora empiezo a sentir que también se
despierta mi amor, porque yo no me esperaba este
abrazo tuyo.
Me hubiera bastado un pedazo de pan y estar en
tu casa y una mirada tuya. No esperaba tanto, Padre.
Y ahora veo también que mi pecado era mucho más
grande, por lo mismo que Tú eres más bueno. ¡He
pecado contra Ti!

—Todo lo mío es tuyo.


¡Dios de infinita caridad, que te dignas ser mi
Padre y quieres que yo me considere y sea hijo
tuyo!

90
Señor inmenso y Padre bueno, que me
comunicas, en cuanto puedes, todos tus bienes, que
deseas que sean mías todas tus cosas.
¿Cómo pones en mis manos tantos tesoros, que
no sé apreciarlos, ni aprovecharme de ellos para mi
bien y el de mis hermanos?
Ábreme los ojos e ilumínalos con la luz de la fe
y dame a conocer cuántos beneficios me haces
continuamente. Me dejas disponer de todos los
tesoros de tu misericordia, con sólo que quiera
pedirlos y gozarlos.
Abiertos los tienes para mí, como si fueran cosa
mía, como bienes destinados para el heredero de tus
riquezas.
Porque así es, Señor, que me has hecho hijo y
heredero, a quien nada puede negarse. A mí, que
nada tengo y nada soy por mí mismo, me has hecho
todo y me lo has concedido todo y me has llamado a
excelsos destinos.
Pero yo soy tan ciego, como niño insensato, que
me encapricho con las mil bobadas de la tierra,
como si tuvieran algún valor.
Ando tras ellas. Y, aunque me dejan tan vacío
como antes, por ellas olvido, Señor, que todas tus
cosas son mías.

 Contempla y da gracias a Dios

91
TERCERA SEMANA DE CUARESMA

Nexo entre el Tiempo cuaresmal y el Bautismo

En los domingos de Cuaresma, somos


introducidos a vivir un itinerario bautismal, casi a
recorrer el camino de los catecúmenos, de aquellos
que se preparan a recibir el Bautismo, para
reavivar en nosotros este don y para hacer de modo
que nuestra vida recupere las exigencias y los
compromisos de este Sacramento, que está en la
base de nuestra vida cristiana.
Desde siempre la Iglesia asocia la Vigilia
Pascual a la celebración del Bautismo, paso a paso:
en él se realiza ese gran misterio por el que el
hombre, muerto al pecado, es hecho partícipe de la
vida nueva en Cristo Resucitado y recibe el Espíritu
de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos
(cfr Rm 8,11). Las Lecturas que escucharemos en
los próximos domingos y a las que os invito a
prestar especial atención, se toman precisamente de
la tradición antigua, que acompañaba al
catecúmeno en el descubrimiento del Bautismo: son
el gran anuncio de lo que Dios obra en este
Sacramento, una estupenda catequesis bautismal
dirigida a cada uno de nosotros.
Queridos amigos, recemos a María santísima,
que nos acompaña en el itinerario cuaresmal, a fin

92
de que ayude a cada cristiano a volver al Señor de
todo corazón. Que sostenga nuestra decisión firme
de renunciar al mal y de aceptar con fe la voluntad
de Dios en nuestra vida.
(Benedicto XVI, 9 de marzo de 2011)

Domingo III de Cuaresma


Ciclo A
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de
Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio
Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de
Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí
sentado junto al manantial. Era alrededor del
mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y
Jesús le dice: –«Dame de beber.»
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar
comida.
La samaritana le dice: –«¿Cómo tú, siendo
judío, me pides de beber a mí, que soy
samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los
samaritanos.
Jesús le contestó: –«Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él
te daría agua viva. »

93
La mujer le dice: –«Señor, si no tienes cubo, y el
pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?;
¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio
este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus
ganados?»
Jesús le contestó: –«El que bebe de esta agua
vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo
le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le
daré se convertirá dentro de él en un surtidor de
agua que salta hasta la vida eterna.»
La mujer le dice: –«Señor, dame esa agua: así
no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a
sacarla.»
Él le dice: –«Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La mujer le contesta: –«No tengo marido.»
Jesús le dice: –«Tienes razón, que no tienes
marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu
marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dice: –«Señor, veo que tú eres un
profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte,
y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto
está en Jerusalén.»
Jesús le dice: –«Créeme, mujer: se acerca la
hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis
culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no
conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos,
porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los
que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre
en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le
94
den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto
soy deben hacerlo en espíritu y verdad.»
La mujer le dice: –«Sé que va a venir el Mesías,
el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. »
Jesús le dice: –«Soy yo, el que habla contigo.»
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban
de que estuviera hablando con una mujer, aunque
ninguno le dijo: «¿Qué le preguntas o de qué le
hablas? »
La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al
pueblo y dijo a la gente:
–«Venid a ver un hombre que me ha dicho todo
lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?» (Juan 4, 5-
29)

 Ora
—Cansado del camino.
Me consuela y emociona, Maestro, verte
cansado de la dura jornada.
Es otra prueba de que no has querido ahorrarte
ninguna de nuestras humanas penalidades. Lo vas
probando todo y ya conoces por experiencia a qué
sabe el ser hombre.
No tengo derecho a quejarme de mis trabajos.
Me basta mirarte a Ti para que los acepte con alegre
corazón, porque Tú has querido correr primero mi
misma suerte.
¡Qué bueno eres, Señor, hasta en estas humildes
peripecias de cada día! Es un episodio vulgar, como
95
en cualquier existencia de los hijos de los hombres.
Pero no es vulgar en Ti, ni es vulgar la enseñanza
que a mí me trae. Es una fatiga y un cansancio que
Tú aceptas por amor y para que yo me avergüence,
si me canso de servirte.
Es grande tu cansancio, pero es mucho más
grande el amor. Y porque el amor es grande, el
cansancio parece pequeño.
Es un cansancio que hace descansados mis
trabajos y que me alienta en las fatigas de mi vida.

—¡Si conocieras el don de Dios!


Estoy rodeado, Señor, de tus maravillas y de tus
dones; y camino entre ellos, sin darme cuenta.
Podría ir de sorpresa en sorpresa y enriquecerme
con el oro que continuamente derramas a mis pies.
Y voy siempre pobre y mendigando, como si mis
plantas desnudas no pisaran más que el barro de la
calle.
Lo veo y lo miro todo y me acerco a todas las
criaturas en expectativa alerta. Y se me escapa tu
don divino.
Enséñame, Maestro, señálame con el dedo dónde
está y aparta mi atención de lo que me distrae.
Rompe la corteza y la concha con que me engaña y
descúbreme la perla escondida.
¡La samaritana creyó que le hablaba un judío
cualquiera; y eras Tú! Preocupada con sus
pensamientos y con los odios de razas y de pueblos,

96
no advirtió que la llamaba tu amor y que estaba en
la más extraordinaria coyuntura de su vida.
¿De qué me sirve, Jesús, que vengas hasta mí, si
yo no conozco el don de Dios?

—Nunca más tendrá sed.


Dame de esa agua, Señor. Haz que brote dentro
de mí la fuente viva. Esa fuente viva es la maravilla
de tu verdad, que se puede contemplar siempre y
que, por eso, hace que nunca se sequen las entrañas
y venga la sed.
Es la delicia de tu comunicación y de tu amor,
que no se interrumpe y que calma directamente mis
anhelos. Llegue hasta mí, Jesús, siquiera un hilito de
esa fuente, que me haga nauseabunda toda otra
agua.
No me interesa el pozo de Jacob. Esa es un agua
de la cual pueden beber también los ganados del
pastor. Me interesa el agua que Tú das, Maestro,
que va directamente al corazón y que nada dice al
gusto o al paladar de los sentidos.
No te preocupes de mis sentidos; déjalos en su
sed. Pero dame de esa otra agua, que brota de tu
corazón y de tus labios.

—Soy yo, el que habla contigo.


¡Cómo te descubres inesperadamente a una
pobre mujer, Maestro! Tú que administras con tanta
cautela el misterio de tu Persona y lo vas

97
manifestando sólo gradualmente a los fariseos y
doctores, te revelas de golpe y sin rodeos a una
pecadora.
Al final de tu vida todavía están ansiosos los
sabios por saber la verdad sobre Ti, y esta mujer del
pueblo la sabe desde el primer momento.
¡Bienaventurado el corazón sencillo, a quien Tú
te manifiestas! ¡Bienaventurado el que en sus
propias culpas aprendió la humildad!
Señor, dame la sencillez para no resistir a la
verdad, para que mis tinieblas no ahoguen tu luz.
¡Qué fría es y qué ignorante la sabiduría, si no te
manifiestas Tú!

 Contempla y da gracias a Dios

Ciclo B
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús
subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los
cambistas sentados; y, haciendo un azote de
cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y
bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas
y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas
les dijo: –«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre.»

98
Sus discípulos se acordaron de lo que está
escrito: «El celo de tu casa me devora.» Entonces
intervinieron los judíos y le preguntaron: –«¿Qué
signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: –«Destruid este templo, y en tres
días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: –«Cuarenta y seis años ha
costado construir este templo, ¿y tú lo vas a
levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y,
cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos
se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la
Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de
Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los
signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con
ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el
testimonio de nadie sobre un hombre, porque él
sabía lo que hay dentro de cada hombre.(Juan 2,
13-25)

 Ora
—No convirtáis en un mercado la casa de mi
Padre.
¡Maestro, cómo te inflamas contra los que
degradan la casa de tu Padre! Azotas a los
profanadores irreflexivos, Tú que te dejarás azotar
por los malvados. Azotas primero y, como supremo
remedio, te dejas luego azotar Tú mismo.

99
Señor, yo prefiero que me azotes, con tal de abrir
mis ojos a la verdad, ya que no se abren con la dulce
persuasión de tus palabras.
Que yo no profane nunca lo que es santo y no
mezcle mis intereses materiales y mis egoísmos
utilitarios con la piedad del espíritu.
Que mi oración sea siempre una entrega humilde
de mí mismo y una aspiración a los bienes de lo
alto.
Y que este templo de mi alma, escogido para
morar el Espíritu Santo, no caiga en poder de mis
concupiscencias profanas.
Señor, arroja con violencia de mí todo lo que
desdice de la santidad de este templo.

—Destruid este templo y en tres días lo


levantaré.
Señor, hablas palabras misteriosas, que entonces
no comprendieron y no podían comprender los
judíos que ni siquiera comprendieron entonces tus
discípulos.
Envueltas en su misterio bastaban para hacer que
callasen tus enemigos en aquella ocasión e
indicaban tu autoridad y tu poder. Pero el sentido
profundo se manifiesta cuando tu cuerpo destruido
se levantase del sepulcro.
Y no necesitas tres días para reconstruir el
templo derribado; te basta un solo instante y, en
realidad, la obra de reconstrucción fue de un

100
instante. Pero convenía que pasaran tres días para
que nadie pudiera dudar de la destrucción y, por
tanto, de tu incomparable poder.
Tú santificas lo profanado. Tú levantas lo
destruido: esto es lo que nadie hubiera sido capaz de
hacer entre nosotros y para eso vienes al mundo.
Jesús, levanta y santifica Tú lo que mis manos
pecadoras han dañado en mi alma y en tantas almas.
Sólo tu misericordia y tu poder lograrán levantar lo
que yo he derribado.

 Contempla y da gracias a Dios

Ciclo C
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita

En aquella ocasión se presentaron algunos a


contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió
Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús
les contestó:
–¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores
que los demás galileos, porque acabaron así? Os
digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo
mismo. Y aquellos dieciocho que murieron
aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran
más culpables que los demás habitantes de
Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís,
todos pereceréis de la misma manera.
101
Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera
plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y
no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: –Ya ves: tres años
llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no
lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar
terreno en balde?
Pero el viñador contestó: –Señor, déjala todavía
este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol,
a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.
(Lucas 13, 1-9)

 Ora
–¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores
que los demás?
Yo soy, Dios mío, tan pecador como aquellos
galileos y como cualquier otro pecador sobre la
tierra. No puedo estimarme en más, aunque mi vida
parezca tal vez intachable a los ojos de los hombres.
El pecado, Dios mío, está en el fondo de cualquier
corazón que no se entrega plenamente a Ti.
Tengo que volver mi corazón a Ti, Señor y Dios
mío, con sumisión total y humildísima a tu santa
voluntad.
Soy pecador porque siempre hay algo en mi, aun
en mis mejores momentos, que intenta emanciparse
de Ti e imponer su autonomía. ¿Qué haré para que
todo se subordine en silencio, sin resistencias a tu
amor?

102
Que tu gracia realice en mi corazón esa
conversión tan necesaria, en que consiste la
verdadera penitencia.

—Fue a buscar fru to en ella.


Me enseñas, Maestro, con una parábola tan
transparente, que no puedo dudar de la lección que
quieres darme. Me haces reflexionar sobre la
esterilidad de mi vida.
Soy higuera, que no da el fruto que de ella se
esperaba. El que esperabas Tú, Dios mío, porque Tú
me plantaste y cuidaste de mí.
Tengo una misión recibida de Ti y con ella los
medios para realizarla. No has faltado Tú, Señor; no
puedo pedirte más. Es mi pereza, mi poco espíritu
de mortificación y mi amor a la comodidad; es mi
egoísmo el que se encierra en la inutilidad de mi
existencia.
Tantas necesidades de otros, a cuyo lado paso sin
molestarme, sin prestar mi ayuda. ¡Cuántos se
acercaron a mí, buscando el fruto y encontraron a lo
sumo buenas palabras, apariencias y sólo
apariencias, que no calman las hambres!
Muchas veces vivo para mí y sin comprender que
el árbol de mi vida es tuyo, y que Tú quieres un
árbol fecundo, de cuyos frutos pudieran todos
satisfacer su necesidad.
Hoy lo comprendo, Maestro, con tu parábola. La
razón de mi vida es ésta: el árbol para Ti y los frutos
para los demás.
103
—¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Me aterra, Señor, la inutilidad de mi vida. Me
decepcionan estas mis manos vacías. Han pasado
años y yo debiera estar cargado de buenas obras,
como la higuera bien cultivada lo está de sus frutos.
Pero mi rendimiento no corresponde a los
beneficios recibidos y a los cuidados que sobre mí
ha multiplicado tu providencia.
Nada ha faltado, Dios mío, de lo que era
necesario para que mi vida fuese fecunda. Los
demás esperaban con razón que revertiese también
en algún beneficio de ellos lo que Tú hacías
conmigo. Han sido pocos y han sido mediocres los
frutos que este árbol ha producido.
Señor, tengo miedo de que quieras ya arrancar
definitivamente un árbol tan improductivo. Ten
paciencia conmigo. Aguarda, Señor, un poco y
concédeme otra oportunidad, que no quiero
defraudar tus esperanzas.

 Contempla y da gracias a Dios

Lunes III de Cuaresma


 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús al pueblo en la
sinagoga de Nazaret:

104
–«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado
en su tierra. Os garantizo que en Israel había
muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo
cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una
gran hambre en todo el país; sin embargo, a
ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una
viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y
muchos leprosos había en Israel en tiempos del
profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue
curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron
furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del
pueblo hasta un barranco del monte en donde se
alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
(Lucas 4, 24-30)

 Ora
—Ningún profeta es bien mirado en su
tierra.
Las apariencias y las rutinas de la vida me
engañan muchas veces, Señor. Pienso, por ejemplo,
que no puede ser profeta, ni santo el que convive
conmigo. Veo que es un hombre como yo, sujeto a
mis mismas necesidades, y no quiero concederle su-
perioridad ninguna sobre mí. La envidia y la
soberbia cierran muchas veces mi corazón.
Pero Tú, Señor, inspiras donde quieres y escoges
tus instrumentos según tu voluntad, sin atender a
circunstancias de la tierra.
105
No permitas, Señor, que consideraciones
terrenas cieguen mis ojos a tu luz. Háblame por
quien Tú quieras y dame humildad para recibir y
escuchar al que viene a mí con tu mensaje.
Dame la fe suficiente para rasgar las apariencias
de cosas, circunstancias y personas y ver en ellas
siempre tu presencia providente.

— Al oír esto, todos en la sinagoga se


pusieron furiosos.
No era eso, Maestro, lo que ellos esperaban de
Ti. Los has defraudado. A pesar de que tus palabras
han sido tan discretas.
Ellos sólo quieren ventajas y privilegios, por ser
Tú del pueblo. Ventajas materiales, milagros.
Y comprendieron inmediatamente que no habría
nada de eso. Pero no comprendieron que Tú
intentabas levantarlos a regiones más espirituales
pero salvadoras. Más exigentes.
No lo comprendieron y se pusieron furiosos. Se
acabó toda la admiración de hace un momento.
No lo comprendo yo tampoco. Señor, con mis
impaciencias y mis desilusiones.
Me he acercado tantas veces a Ti; pero no te
buscaba a Ti mismo, ni buscaba la verdad. Me
buscaba a mí y la solución de mis problemas y de
mis intereses egoístas.

106
Dios mío, dame ojos de fe para aceptar siempre
con amor tu doctrina salvadora aunque me resulte
exigente.

 Contempla y da gracias a Dios

Martes III de Cuaresma


 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a
Jesús: – «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas
veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: – «No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se
parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con
sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le
presentaron uno que debía diez mil talentos. Como
no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo
vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus
posesiones, y que pagara así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le
suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo
pagaré todo. "
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo
dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al
salir, el empleado aquel encontró a uno de sus
compañeros que le debía cien denarios y,

107
agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo
que me debes."
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba,
diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré"
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel
hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron
consternados y fueron a contarle a su señor todo lo
sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
"¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la
perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú
también tener compasión de tu compañero, como yo
tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo
entregó a los verdugos hasta que pagara toda la
deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo,
si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
(Mateo 18, 21-35)

 Ora
— Le presentaron uno que debía diez mil
talentos.
Enséñame, Señor, a reconocerme como deudor
tuyo, perpetuo e insolvente. Todo lo que tengo es
tuyo.
Soy deudor tuyo a perpetuidad, como procede de
Ti, Señor infinitamente grande y generoso.
Tú eres el universal Acreedor y cuando te damos
algo, no hacemos sino devolver parte de lo que ya
108
es tuyo, porque Tú eres la fuente primera de todos
los bienes.
En tus manos estoy, Dios mío, para que hagas de
mí como te plazca. Puedes tomarte a tu voluntad lo
que yo no sabré devolverte sino a medias, con
morosidades y con resistencias.
Dame un corazón muy agradecido y muy
generoso.
Soy depositario poco de fiar y un administrador
perezoso de tus bienes.
Todo lo que recibo de Tí, Señor, aumenta mi
responsabilidad y el que yo pueda ir descargándome
de ella no puede hacerse sin nuevo beneficio tuyo y
nueva deuda mía.

—"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo."


Señor y Dios mío, tu paciencia conmigo tiene
que ser ilimitada, porque reconozco que nunca
podré pagarte ni una mínima parte de lo que te
debo.
Con el tiempo, Señor, no se hará menor mi
deuda, sino que aumentará incesantemente.
Se multiplicarán, día tras día, tus beneficios y se
multiplicarán también desgraciadamente mis
ingratitudes y mis ofensas.
Por eso te digo: ten paciencia conmigo, Señor.
Ten paciencia y no me dejes de bendecir con tu
gracia, con tu misericordia aunque yo no merezca

109
nada. ¿ Qué sería de mí, Señor, si te olvidaras un
solo instante de mi?

—Uno de sus compañeros le debía cien


denarios.
Sí, Dios mío, nosotros tus humildes siervos
tenemos pequeñas deudas los unos con los otros.
Siempre pequeñas, infinitamente pequeñas en
comparación con las que todos tenemos contigo.
Pequeñas ofensas, pequeñas inadvertencias o
pequeñas malicias. Nuestros egoísmos y nuestros
intereses chocan entre sí. Luchamos unos con otros
y nos hacemos daño. Corren las lágrimas y, a veces,
Dios mío, corre la sangre.
Reconozco, Señor, que soy más pronto a juzgar
y lamentar las deudas que se tienen conmigo, que
las que yo tengo con otros.
Nos cuesta perdonar y casi nunca lo hacemos de
todo corazón.
Tan miserable soy, Dios mío. Y tiemblo cuando
me veo tan duro con los demás, habiéndome Tú
regalado y perdonado tanto..

— Lo mismo hará con vosotros mi Padre del


cielo.
Señor, tú me pides un amor grande y auténtico
¡como el tuyo!

110
Tú pides que brote del corazón el perdón que
otorgamos. Es difícil, Señor, esta lucha para que el
corazón superare su amor propio o sus egoísmos.
Necesito tu espíritu, buen Maestro, que haga
rebosar con tu caridad y misericordia en mi.
Enséñame a acoger, a comprender, a perdonar, a
olvidar, a no tener cuenta con mis intereses, a
pensar únicamente en mis hermanos. Enséñame a
hacer lo que haces Tú, buen Jesús, lo que hace tu
Padre celestial.
Porque también yo necesito ser acogido y
perdonado. Necesito que Tú, Señor y Dios mío,
ejercites conmigo tu inagotable misericordia.

 Contempla y da gracias a Dios

Miércoles III de Cuaresma


 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: –
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los
profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra
que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de
la Ley. El que se salte uno solo de los preceptos
menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres
será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el
reino de los cielos.» (Mateo 5, 17-19)
111
 Ora
—Antes pasarán el cielo y la tierra.
Tú eres, Señor Jesús, anterior al cielo y la tierra.
Por tu palabra es y permanece el universo. Cuando
nada existía, ya era desde siempre tu palabra
sustancial y eterna. Y de ella es manifestación
mudable y transitoria cuanto tiene ser.
Todo pasará en su punto y hora, según tu
ordenación divina, como todo comenzó a existir. Y,
mientras va pasando, todo sucede en el conjunto del
universo y en cada cosa particular, conforme lo
tiene definido tu omnipotente palabra. Únicamente
tu palabra no pasa, ni puede dejar de cumplirse,
porque Tú eres el soberano Señor de todo.
Tú has dicho también tu palabra sobre mí,
Señor. Yo la acepto y la adoro de antemano, aunque
no la conozca.
Quiero aceptarla y adorarla particularmente
después, conforme la voy conociendo, porque Tú te
dignas manifestarla.
Tú me dejas, Dios mío, esta terrible y misteriosa
facultad de poder resistir algún tiempo a tu palabra,
aunque, en definitiva, sea ella la que se imponga a
todas mis veleidades. Pero te digo, Señor, que no
quiero resistir y te suplico que no permitas mi
resistencia.
Pase en mí y conmigo como Tú digas, Señor,
mientras yo voy pasando por este mundo, de
camino hacia Ti.

112
— Pero quien los cumpla y enseñe.
No basta enseñar; hay que cumplir. Tengo que
dar la enseñanza de mi conducta y de mi ejemplo.
Hablar con mi vida. Todos han de ver cómo estoy
yo mismo tan persuadido de la verdad, que soy el
primero en someterme enteramente a ella. Mis
obras no deben dar testimonio contra mis palabras.
Dame la coherencia de la vida. Que tu amor y tu
verdad resplandezcan en mi conducta. Concédeme
amor tu ley y tu voluntad hasta en los detalles más
pequeños. Porque sé que no importa tanto hacer
cosas grandes, cuanto hacer las pequeñas de cada
día con amor.
Porque la vida del hombre se concreta en lo
grande y en lo pequeño. Y tras cada peripecia
imperceptible estás siempre Tú, Dios mío, y tu
magnífica voluntad y señorío sobre todo.
Hazme amorosamente fiel en lo pequeño de cada
día, para que sea testigo de tu Amor.

 Contempla y da gracias a Dios

Jueves III de Cuaresma


 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús estaba echando un
demonio que era mudo y, apenas salió el demonio,

113
habló el mudo. La multitud se quedó admirada, pero
algunos de ellos dijeron:
–«Si echa los demonios es por arte de Belcebú,
el príncipe de los demonios.»
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo
en el cielo. El, leyendo sus pensamientos, les dijo:
–«Todo reino en guerra civil va a la ruina y se
derrumba casa tras casa. Si también Satanás está
en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino?
Vosotros decís que yo echo los demonios con el
poder de Belcebú; y, si yo echo los demonios con el
poder de Belcebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién
los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros
jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de
Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a
vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda
su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro
más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de
que se fiaba y reparte el botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no
recoge conmigo desparrama.» (Lucas 11, 14-23)

 Ora
— Jesús estaba echando un demonio que era
mudo y, apenas salió el demonio, habló el mudo.
Otro desgraciado que necesita de Ti, Señor,
aunque no lo sabe, ni te ve, ni puede decirte nada,

114
porque está mudo. Nadie puede socorrerle contra el
terrible poder del demonio.
Y ésa es su mayor desgracia, que no puede
verte, ni hablarte. Ese es el mayor triunfo que sobre
él ha logrado, hasta ahora, el enemigo. Pero Tú lo
ves a él y puedes hablarle y te compadeces de su
inconmensurable desgracia.
Lo mismo pasa siempre, Señor, cuando yo estoy
lejos y estoy ciego y ando olvidado de Ti.
Tú me ves desde las alturas de tu misericordia y
te pones a mi lado, para que yo te sienta de algún
modo.
Entonces caigo en la cuenta de mi desgracia y
nacen en mí los deseos de verte y comienzo a
balbucir con mi impedida lengua.
Te compadeces de todos, Señor. A este pobre
endemoniado le liberas de su mal que le impedía
hablar y le esclavizaba. El demonio siempre
entorpece mi comunicación contigo. No quiere que
haga oración, que hable contigo, que me comunique
con los demás, que les hable de tu amor. También a
mi me tienes que ayudar, me tienes que liberar de la
acción del diablo, para que sea tu Espíritu quien
hable en mi con alabanzas y gemidos inefables.
Tú, Señor benignísimo, que has hecho brotar
esos gemidos en mi corazón, los entiendes aunque
muchas veces un murmullo vago y casi impercep-
tible, que te descubren el abismo de mi necesidad y
de mis ansias.

115
—Si echa los demonios es por arte de
Belcebú, el príncipe de los demonios.
¡Dios mío, líbrame de la ceguedad y de la dureza
de corazón! ¿De qué me aprovecharían tus santas
obras, si yo no las conozco o si me obstino en
interpretarlas maliciosamente?
Porque tus obras son santas y proceden de tu
soberano poder y de la bondad inextinguible de tu
corazón. Pero mis ojos son malos y deforman con
su malicia todo cuanto miran.
Según son mis deseos, torpes y perversos, así
manchan y deforman la limpia verdad de tus obras
santas.
Líbrame, Dios mío, de estos malos espíritus, que
pervierten mi corazón y entorpecen
monstruosamente mis ojos, porque yo soy el que
estoy bajo su operación.
Ellos influyen sobre mí para que no te conozca y
me acerque a Ti y sea salvo.
Ven, Jesús, no con tus milagros por fuera, sino
con tu operación secreta en mi interior. Porque
mientras mi corazón esté endurecido y mis ojos
sean ciegos, nada comprenderé.
Solamente los limpios de corazón te conocen y
saben cuándo las obras proceden de tu divina virtud.
¡Limpia, Señor, mi corazón!

116
—El que no está conmigo, está contra Mí.
Señor, no eres amigo de medianías. Pides nuestro
corazón entero. Quieres que nos abramos totalmente
a tu gracia, a tu verdad, a tu amor.
Porque Tú eres el Sumo Bien, la única Verdad,
el todo para mi existencia y para mi salvación
eterna.
La indiferencia sólo se comprende ante las cosas
y los seres, que nada dicen para mí, que no quitan ni
ponen nada sustancial para mis supremos intereses.
Por eso, todo lo que no seas Tú o no diga relación
contigo, me es indiferente.
Y lo que me aleje o me aparte de Ti, me hace
daño y es contrario a mi bien. Tú quieres de mí,
Jesús, una entrega absoluta que renuncie, en caso
necesario, a todo para quedarme contigo.
Se puede escoger o vacilar entre dos bienes
relativos, pero Tú eres el bien absoluto. Y sin Ti,
todo me está mal.

 Contempla y da gracias a Dios

Viernes III de Cuaresma


 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y
le preguntó: – «¿Qué mandamiento es el primero de
todos?»

117
Respondió Jesús: – «El primero es: "Escucha,
Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor:
amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El
segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó: – «Muy bien, Maestro, tienes
razón cuando dices que el Señor es uno solo y no
hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el
corazón, con todo el entendimiento y con todo el
ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más
que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido
sensatamente, le dijo: – «No estás lejos del reino de
Dios.»
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
(Marcos 12, 28b-34)

 Ora
—Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón.
Comprendo, Dios mío, que este mandamiento
del amor es el mandamiento grande. Todo tiene que
proceder del amor o tiene que conducir al amor.
Si amo, el amor me conduce y se manifiesta en
toda mis acciones. Entonces mis acciones son
buenas y agradables a Ti, porque te llevan mi amor.
Tú eres grande, Señor, el único verdaderamente
grande y todo procede de Ti y vuelve a Ti. Tu

118
mandamiento es también el mandamiento grande,
porque todo se explica por él.
Dios mío, concédeme que yo con la totalidad de
mi pequeñez me entregue al mandamiento grande.
Siempre, aunque me entregue del todo, seré muy
pequeño para tanta grandeza. No podré llenar la
grandeza del mandamiento, pero su grandeza me
llenará a mí y colmará el sentido de mi vida.
Con todo mi corazón y con toda mi alma y con
toda mi mente, es decir, con la plenitud de mi ser
quiero entregarme al amor.
El amor eres Tú, Señor y Dios mío,
infinitamente amable, que llenas de luz y beatitud
todos mis caminos. Es tan grande el amor, que sólo
Tú puedes ponerlo en la raíz de mi ser.

—El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo


como a ti mismo."
Quien te ama, Dios mío, ama también todo
aquello en que Tú pones tu amor infinito.
Mil pequeñeces me separan y me alejan de mi
prójimo que es hijo tuyo, Señor, y es hermano mío.
Guardo tal vez ciertos respetos sociales y
mantengo las conveniencias ineludibles del
convivir. Me acerco con la educación de las buenas
maneras, pero estoy lejos con el corazón.
No me intereso por él, no siento con él, no me
entrego a él. Me falta el amor. Vivo con ellos como
con seres extraños, a quienes es forzoso tratar. Amo

119
poco y amo mal. Cuántas veces vivo encerrado en
mí y en mi egoísmo. Mi corazón está solitario y
apagado.
Ayúdame Dios mío. Ensancha mi corazón. Hazlo
universal par que cada día ame mejor a los que tú
has puesto a mi lado.

—No estás lejos del Reino de Dios.


No está lejos del Reino de Dios, Maestro, el que
conoce y confiesa la verdad; pero no está todavía
dentro, si no la practica.
Mira cuántos hay que no la conocen y están
lejos. Acércate, Señor, a ellos como buen Maestro e
ilumínalos con tu doctrina.
Preséntate y háblales la verdad, que no conocen.
Ilumínanos también a los que ya la conocemos con
tu luz superior e infúndenos la abundancia del
espíritu de fe para que lo veamos todo y siempre con
ojos iluminados.
Que los que están lejos se acerquen y entren y
los que están dentro no salgan nunca de la verdad y
de la felicidad de tu Reino.
Escucha, Dios mío, la oración de tu siervo, que
te hago por tu Hijo Jesucristo. Extiende a todos los
hombres y por toda la tierra su Reino de paz y de
caridad. Porque es la caridad y el amor, Maestro, lo
que Tú enseñaste como ley sustancial del Reino,
que venías a fundar entre nosotros.

120
Donde está la caridad, allí estás Tú y allí está tu
Reino. El que lo sabe está cerca. Y el que la vive
está dentro y está contigo. Tú estás con él y reinas
en su corazón.

 Contempla y da gracias a Dios

Sábado III de Cuaresma


 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por
justos, se sentían seguros de sí mismos y
despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:
–«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno
era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo,
erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy
gracias, porque no soy como los demás: ladrones,
injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno
dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo
que tengo."
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se
atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se
golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten
compasión de este pecador."
Os digo que éste bajó a su casa justificado, y
aquél no. Porque todo el que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
(Lucas 18, 9-14)

121
 Ora
—Teniéndose por justos, se sentían seguros de sí
mismos y despreciaban a los demás.
¿Cómo puede presumir nadie de justo, Señor, si
no es necio y está completamente ciego?
Yo me conozco mal y sé apenas lo que hay en
mí; y sin embargo, sé tantas miserias, que llevo
siempre hundida mi frente en tu presencia.
No puedo presumir, Dios mío, sino que voy con
una permanente y abrumadora vergüenza. No puedo
presumir porque sería mayor mi pecado. Aun lo que
haya bueno es don de tu gracia y no esfuerzo mío y
queda ahogado con la muchedumbre de mis
maldades.
No puedo presumir, Señor, más bien tengo que
mirarte a Ti y a tu infinita misericordia para alentar
mi confianza y seguir adelante.
No puedo y no quiero presumir de nada, Dios
mío, y no puedo despreciar a nadie porque de nadie
sé lo que sé de mí mismo.
No puedo despreciar a nadie, porque no conozco,
Señor, tus dones en ellos y sus esfuerzos y sus
deseos y sus luces.

—No se atrevía ni a levantar los ojos al cielo.


También yo, Dios mío, hundo mi frente y no me
atrevo a levantar mis ojos para mirar con la
sencillez y confianza de un buen hijo. No me atrevo
a mirarte y no soy digno de que me mires.
122
Y, sin embargo, aquí estoy, Señor, esperando
que bajes hasta mí tus ojos de benignidad.
Quiero sentir en mis entrañas la compasión de tu
mirada, para que mi vergüenza empiece a
convertirse en agradecimiento y mi esperanza en
seguridad y mis lágrimas de contrición amarga en
lágrimas de amor.
Me atrevo a presentarme ante Ti, Dios mío, pero
no me atrevo aún a levantar mis ojos.
Acudo a Ti y me entrego a tu misericordia, hasta
que tus ojos se aplaquen y me miren. Tu mirada me
reanime y me conforte y me convierta en otro
hombre y pueda yo también, Señor, mirar tu
benigno rostro.

—El que se humilla, será enaltecido.


Cierto es, Señor, que nada hay en mí que pueda
servir de cimiento para la soberbia. Cuando pienso
con verdad en mí mismo, termino por despreciarme
profundamente.
Y más aún me desprecio, por los mismos deseos
que siento de que los demás me estimen y
consideren.
A Ti te descubro, Dios mío, toda mi triste
verdad, aunque Tú ya la conoces. No busco que me
levantes, sino que tengas misericordia. No que me
levantes con los dones de tus consuelos y gracias,
sino que no me dejes hundido en el barro de mis
miserias.

123
Gran misericordia tuya es ya que conozca la
verdad de mi condición y que me permitas acudir a
Ti, siendo quien soy. Quisiera huir de mí mismo y
Tú me admites a tu presencia.
Abre, Señor, los ojos de los demás para que me
conozcan cuando brote en mí algún sentimiento de
orgullo y busque la estimación de los que me
rodean.
Cuando me aflija por verme olvidado o porque
prescinden de mí, abre mis propios ojos y pon ante
ellos mi desnuda verdad.

 Contempla y da gracias a Dios

124
CUARTA SEMANA DE CUARESMA

Dios no tolera el mal

¿Por qué la Cuaresma? ¿Por qué la Cruz? La


respuesta, en términos radicales, es ésta: porque
existe el mal, es más, el pecado, que según las
Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero
esta afirmación no es algo que se puede dar por
descontado, y la misma palabra "pecado" no es
aceptada por muchos, pues presupone una visión
religiosa del mundo y del hombre. De hecho, es
verdad: si se elimina a Dios del horizonte del
mundo, no se puede hablar de pecado. Al igual que
cuando se esconde el sol desaparecen las sombras -
-la sombra sólo parece cuando hay sol--, del mismo
modo el eclipse de Dios comporta necesariamente
el eclipse del pecado. Por este motivo, el sentido del
pecado --que es algo diferente al "sentido de culpa",
como lo entiende la psicología--, se alcanza
redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el
Salmo Miserere, atribuido al rey David con motivo
de su doble pecado de adulterio y de homicidio:
"Contra ti --dice David dirigiéndose a Dios--,
contra ti sólo he pecado" (Salmo 51,6).
Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de
oponerse al pecado y salvar al pecador. Dios no
tolera el mal, pues es Amor, Justicia, Fidelidad; y
precisamente por este motivo no quiere la muerte
125
del pecador, sino que se convierta y viva. Para
salvar a la humanidad, Dios interviene: lo vemos en
toda la historia del pueblo judío, a partir de la
liberación de Egipto. Dios está determinado a
liberar a sus hijos de la esclavitud para conducirles
a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda
es precisamente la del pecado. Por este motivo,
Dios ha enviado a su Hijo al mundo: para liberar a
los hombres del dominio de Satanás, "origen y
causa de todo pecado". Lo ha enviado a nuestra
carne mortal para que se convirtiera en víctima de
expiación, muriendo por nosotros en la cruz.
(Benedicto XVI, 13 de marzo 2011)

Domingo IV de Cuaresma
Ciclo A
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre
ciego de nacimiento. Y sus discípulos le
preguntaron: –«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus
padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó: –«Ni éste pecó ni sus padres,
sino para que se manifiesten en él las obras de
Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las
obras del que me ha enviado; viene la noche, y
nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo,
soy la luz del mundo.»
126
Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la
saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: –«Ve
a lavarte a la piscina de Siloé (que significa
Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y
los que antes solían verlo pedir limosna
preguntaban:
–«¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían: –«El mismo.»
Otros decían: –«No es él, pero se le parece.»
Él respondía: –«Soy yo.»
Y le preguntaban: –«¿Y cómo se te han abierto
los ojos?»
Él contestó: –«Ese hombre que se llama Jesús
hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que
fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé,
y empecé a ver. »
Le preguntaron: –«¿Dónde está él?»
Contestó: –«No sé.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido
ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le
abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban
cómo había adquirido la vista. Él les contestó: –
«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban: –«Este
hombre no viene de Dios, porque no guarda el
sábado.»
Otros replicaban: –«¿Cómo puede un pecador
hacer semejantes signos?»
127
Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al
ciego: –«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los
ojos?»
Él contestó: –«Que es un profeta.»
Pero los judíos no se creyeron que aquél había
sido ciego y había recibido la vista, hasta que
llamaron a sus padres y le preguntaron: –«¿Es éste
vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació
ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres contestaron: –«Sabemos que éste es
nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora,
no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los
ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a
él, que es mayor y puede explicarse.»
Sus padres respondieron así porque tenían
miedo a los judíos; porque los judíos ya habían
acordado excluir de la sinagoga a quien
reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres
dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»
Llamaron por segunda vez al que había sido
ciego y le dijeron: «Confiésalo ante Dios: nosotros
sabemos que ese hombre es un pecador. »
Contestó él: –«Si es un pecador, no lo sé; sólo sé
que yo era ciego y ahora veo.»
Le preguntan de nuevo: –¿«Qué te hizo, cómo te
abrió los ojos?»
Les contestó: –«Os lo he dicho ya, y no me
habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra
vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos
suyos?»
128
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: –
«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos
discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a
Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de
dónde viene.»
Replicó él: –«Pues eso es lo raro: que vosotros
no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha
abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los
pecadores, sino al que es religioso y hace su
voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera
los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera
de Dios, no tendría ningún poder.»
Le replicaron: –«Empecatado naciste tú de pies
a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían
expulsado, lo encontró y le dijo: –«¿Crees tú en el
Hijo del hombre?»
El contestó: –«¿Y quién es, Señor, para que crea
en él?»
Jesús le dijo: –«Lo estás viendo: el que te está
hablando, ése es.»
Él dijo: –«Creo, Señor.» (Juan 9, 1-41)

 Ora
—Al pasar, Jesús vio a un hombre ciego de
nacimiento.
Jesús, Tú ves a aquel pobre ciego, pero él no
puede verte a Ti. Jamás su ceguera ha sido tan triste

129
como ahora, que te tiene delante y sus ojos no
pueden abismarse en los tuyos.
Poco importa no haber visto las maravillas que
Tú creaste ni las que produjo el arte del hombre.
En compensación, tampoco ha sufrido viendo las
cosas monstruosas y deformes de la vida, ni las
abominaciones que tan pródigamente siembra por
todas partes la maldad humana.
Pero ahora no puede verte tampoco a Ti, espejo
del Padre y resplandor de los cielos, Jesús, el más
hermoso y perfecto de los hijos de los hombres.
¿Hay mayor desgracia que ser ciego cuando Tú
estás delante?
Tú le ves a él y te conmueves y quieres que él te
vea e iluminas milagrosamente sus ojos.
Señor, sí, hay una desgracia infinitamente más
triste que no verte con los ojos del cuerpo y es tener
ciegos ante Ti los ojos del alma.
Pasa, Señor, entre nosotros y mira cuántos
ciegos. Conmuévete más hondamente con nuestra
desgracia.
Toca nuestros pobres ojos, Señor, danos la
lumbre interior.
Y aun, como aquel ciego, recibo de Ti los ojos
para verte; mas luego te pierdo de vista. Y empleo,
Señor, mis ojos para todo menos para verte a Ti.
Sin embargo, lo que me interesa no son tus obras
y tus prodigios, sino Tú mismo.

130
Como Tú más que a mis obras, me buscas y me
quieres a mí.

—Era sábado el día que Jesús hizo barro.


Líbrame, Dios mío, de la hipocresía y de ese
espíritu de envidia, que corroía a los fariseos.
Líbrame de esa perversión de la estimativa que hace
escrúpulos ante un mosquito y se traga luego un
camello. Ellos son los verdaderos ciegos.
Concédeme, Señor, la interior ley de la caridad
que procede de tu mismo corazón, y que es siempre
la única regla válida para interpretar cualquier ley
escrita.
Sí, concédeme la verdadera caridad, con que no
me mire a mí mismo y a quedar bien y a causar
buen efecto; sino que mire al prójimo y lo busque
por Ti, Señor, y vaya a él por tus caminos, los
únicos que no se desvían de la verdad.
Que tu amor y el amor a mi hermano vayan
unidos en mi corazón y que no me detenga ante
oportunismos o insensatas interpretaciones que
buscan mi orgullo y mi deseo de parecer entendido.
La caridad, Señor, dame la verdadera caridad.

—¿Cómo es que ahora ve?


También yo me asombro muchas veces, Señor,
de que yo, tan ciego y tan entregado a las cosas de
la tierra, vea tan claro en ciertas ocasiones y me
encuentre levantado con aspiraciones tan altas.

131
Y vuelvo de nuevo, con mayor asombro, a
perder todos mis alientos y a cegar tanto más que
antes. ¿De dónde viene, Señor, tanta luz y tanta
ceguera?
Misericordia tuya es cuando abro los ojos. Si
fuera cosa mía, vería siempre. Pero me dejas en
tinieblas de cuando en cuando, para que reconozca
mi propia miseria y acuda a Ti con redoblada
humildad.
No puedo ensalzarme cuando tengo luz, ni
puedo despreciar a los que no la tienen. Mayor es
mi miseria que la de los ciegos y por eso te has
compadecido de mí con mayor misericordia.
Y, si me das la luz, no es para mí solo, para mi
propio provecho, sino para que yo la difunda en tu
nombre y la comunique también a otros.
Porque no es mi luz, Señor, sino tu luz. No tiene
tan sólo un destino personal y mío; es una gracia
para todo el que necesita de ella.

—Yo era ciego y ahora veo.


¡Maestro, qué grande es tu poder y qué dulce la
bondad de tu corazón! ¡Cuántos pueden decir como
este mendigo del Evangelio: “Yo era ciego y ahora
veo”!
Y es que se han encontrado contigo. ¡Tantos
años ciegos por la vida, y un día venturoso pasas Tú
a su lado y ven lo que nunca antes habían visto!

132
Yo estaba sentado en tinieblas, Señor,
mendigando a las criaturas sus consuelos y sus
favores; y de repente se abrieron mis ojos y vi una
gran luz.
Era tu luz, que lo ilumina todo y le dio un nuevo
sentido a la vida. Vi que esos consuelos y favores,
que yo mendigaba y con los que pretendía
ayudarme, eran también miserias y naderías
repartidas por otros tan ciegos como yo, que
necesitaban también mendigar.
Yo estaba ciego y ahora veo. ¡Dulcísima
misericordia y compasión tuya, Maestro, que has
abierto mis ojos! Que has derramado sobre las cosas
la luz de tu verdad eterna y sobrenatural.
Ahora veo y no ando palpando sombras, como
antes. Gracias, Señor.

 Contempla y da gracias a Dios

Ciclo B
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
–«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del
hombre, para que todo el que cree en él tenga vida
eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo
único para que no perezca ninguno de los que creen
133
en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no
mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él. El que cree en él
no será juzgado; el que no cree ya está juzgado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios.
El juicio consiste en esto: que la luz vino al
mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la
luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que
obra perversamente detesta la luz y no se acerca a
la luz, para no verse acusado por sus obras. En
cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz,
para que se vea que sus obras están hechas según
Dios.» (Juan 3, 14-21)

 Ora
— Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único.
¡Oh caridad infinita de Dios y amor movido de
misericordia! Dios entregó a su Hijo por nosotros; a
su propio Hijo, al Hijo único. ¡Oh caridad infinita
del Hijo, que se ofreció por mí!
Amó Dios al mundo; es decir, a los hombres que
estábamos perdidos en el mundo y merecíamos la
justicia del castigo.
La justicia no perdonó al Hijo, para que conmigo
hubiera lugar a misericordia.
Tú no amas al mundo, Dios mío, y no quieres
que nosotros amemos al mundo, ni a las cosas del

134
mundo. El que ama al mundo no tiene la caridad del
Padre.
No amas al mundo, que está regido por las
concupiscencias del sentido y de la carne y guiado
por la soberbia. No amas los placeres, los criterios y
los pecados del mundo.
Pero amas a quienes estamos en él y te
compadeces de nosotros. Y envías a tu Hijo, para
que el mundo lo crucifique y yo viva como un
crucificado del mundo.
Tú amaste al mundo, buen Jesús, y el mundo te
aborreció. Que yo aborrezca al mundo y te ame a Ti
y me entregue a Ti.

— El que realiza la verdad se acerca a la luz.


Enséñame el sentido de estas palabras, Maestro.
¿Quién hace el bien sino el que obra según la
sincera rectitud de su conciencia?
Muchas veces yo he tenido miedo y vergüenza
de que fueran conocidas mis obras y, sobre todo, de
que se manifestasen los móviles y las intenciones de
mi obrar.
Yo entonces no hacía el bien y la luz me causaba
horror. Aun la luz de los hombres me era molesta y
buscaba que mi acción quedase en las sombras. Más
que nada tenía miedo de la luz de tus ojos, Señor, y
del día en que todo quedase patente y descubierto.
Pero quien hace el bien, quien ajusta su conducta
a la sinceridad de su recta intención, no teme que se

135
encienda la luz sobre él. La luz es tu mirada; la luz
eres Tú mismo, Señor.
Y es verdad que Tú no te niegas nunca, no
niegas tu luz al que va con sincero corazón. El que
hace el bien, aunque no te conozca, aunque no sepa
tu nombre, te busca a Ti, porque Tú eres el bien y la
verdad. Y llegará a la luz.
¡Oh Luz! ¡Oh Verdad! A quien tiene miedo mi
torcido corazón.

 Contempla y da gracias a Dios

En el Ciclo C se lee el evangelio de Lucas 15, 1-


3. 11-32. Lo puedes meditar en las págs. 84-91.

También puede ayudarte esta reflexión de


Benedicto XVI:

Este pasaje de san Lucas constituye una cima de


la espiritualidad y de la literatura de todos los
tiempos. En efecto, ¿qué serían nuestra cultura, el
arte, y más en general nuestra civilización, sin esta
revelación de un Dios Padre lleno de misericordia?
No deja nunca de conmovernos, y cada vez que la
escuchamos o la leemos tiene la capacidad de
sugerirnos significados siempre nuevos. Este texto
evangélico tiene, sobre todo, el poder de hablarnos
de Dios, de darnos a conocer su rostro, mejor aún,
su corazón. Desde que Jesús nos habló del Padre

136
misericordioso, las cosas ya no son como antes;
ahora conocemos a Dios: es nuestro Padre, que por
amor nos ha creado libres y dotados de conciencia,
que sufre si nos perdemos y que hace fiesta si
regresamos. Por esto, la relación con él se
construye a través de una historia, como le sucede a
todo hijo con sus padres: al inicio depende de ellos;
después reivindica su propia autonomía; y por
último —si se da un desarrollo positivo— llega a
una relación madura, basada en el agradecimiento
y en el amor auténtico.
[…] En la parábola los dos hijos se comportan
de manera opuesta: el menor se va y cae cada vez
más bajo, mientras que el mayor se queda en casa,
pero también él tiene una relación inmadura con el
Padre; de hecho, cuando regresa su hermano, el
mayor no se muestra feliz como el Padre; más aún,
se irrita y no quiere volver a entrar en la casa. Los
dos hijos representan dos modos inmaduros de
relacionarse con Dios: la rebelión y una obediencia
infantil. Ambas formas se superan a través de la
experiencia de la misericordia. Sólo
experimentando el perdón, reconociendo que somos
amados con un amor gratuito, mayor que nuestra
miseria, pero también que nuestra justicia,
entramos por fin en una relación verdaderamente
filial y libre con Dios.
Queridos amigos, meditemos esta parábola.
Identifiquémonos con los dos hijos y, sobre todo,
contemplemos el corazón del Padre. Arrojémonos
en sus brazos y dejémonos regenerar por su amor
137
misericordioso. Que nos ayude en esto la Virgen
María, Mater misericordiae.
(Benedicto XVI, 14 de marzo 2010)
 Contempla y da gracias a Dios

Lunes IV de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, salió Jesús de Samaria para
Galilea. Jesús mismo había hecho esta afirmación:
«Un profeta no es estimado en su propia patria.»
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo
recibieron bien, porque habían visto todo lo que
había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues
también ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde
había convertido el agua en vino. Había un
funcionario real que tenía un hijo enfermo en
Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de
Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a
curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo: «Como no veáis signos y prodigios,
no creéis.»
El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que
se muera mi niño.»
Jesús le contesta: «Anda, tu hijo está curado.»

138
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso
en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados
vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo
estaba curado. Él les preguntó a qué hora había
empezado la mejoría. Y le contestaron: «Hoy a la
una lo dejó la fiebre.»
El padre cayó en la cuenta de que ésa era la
hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo está
curado.» Y creyó él con toda su familia. Este
segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a
Galilea. (Juan 4, 43-54)

 Ora
— Como no veáis signos y prodigios, no creéis.
Tú eres, Señor Jesús, la más extraordinaria señal
que podría aparecer en este mundo. Si te presentas
Tú, sobran todos los demás prodigios.
Tú operas por dentro, cuando vienes, y
transformas el corazón.
Un corazón, a quien Tú has tocado, se abre a
todos los prodigios y, aun sin necesidad de
prodigios, cree en Ti y se entrega sin vacilaciones.
Pero si Tú no lo tocas, Señor, los prodigios no
convencen y un obstinado encuentra cualquier
explicación o, si no la encuentra, los atribuye a
Belcebú.
Toca, Señor, continuamente a mi corazón con tu
poderosa y secreta virtud.

139
Aquellos fariseos estaban alerta para descubrir
algún prodigio en los cielos; yo espero calladamente
y cierro los ojos y te suplico, buen Jesús, que
realices tus maravillas en lo hondo de mi corazón.
Porque lo necesario no es que se reformen o se
transformen las cosas en torno mío, sino mi propia
reformación interior.

—Señor, baja antes de que se muera mi hijo.


Aquel hombre te apremiaba como si Tú no
supieses lo que tenías que hacer. A mí me pasa
igual. Muchas veces, Señor, te quiero prescribir el
modo de ayudarme, decirte lo que tienes que hacer
y cómo.
No entiendo que tus perspectivas son
infinitamente más amplias y que Tú sabes inventar
caminos imprevistos para la imaginación humana.
Enséñame, Dios mío, a confiar y a abandonarme
en tu sabiduría. Tú sabes cuál es el socorro
necesario y la hora de prestarlo y el método
oportuno.
Mis providencias son cortas de vista y mis
deseos son impacientes.
Señor, mira esta necesidad. Y no hace falta que
te diga más; obra como te lo dicte tu corazón.

—Creyó él con toda su familia.


El régulo se acercó a Ti, buen Maestro, con el
deseo de que remediases aquella desgracia de su

140
hijo. Buscaba y quería de Ti que fueses el médico
de una enfermedad humana. Era un beneficio
puramente temporal y transitorio lo que esperaba de
Ti.
Y lo encontró; aunque tu misión no era y no es
concedernos las cosas de la tierra. Pero te apoyas en
ellas, cuando lo ves conveniente para levantar
nuestros corazones.
Tú te preocupas no sólo del hijo, sino también
del padre y de toda la familia. Y abriste los ojos de
todos a las visiones de la fe. En eso no había
pensado el régulo.
Y no pienso yo tampoco, Señor, cuando me
absorben los cuidados de aquí abajo. Voy a Ti
muchas veces, harto ya y cansado de acudir a las
criaturas. Voy a Ti con mis solicitudes humanas. Y
tu respuesta sobrepasa infinitamente todas mis
preguntas.
Cuando yo te hablo del cuerpo o de los bienes
materiales, Tú respondes al corazón y abres mis
ojos con la fe.
Y entonces yo veo, Dios mío, por qué me
concedes o por qué no quieres concederme lo que te
pido. Y me entrego con paz al dulce gobierno de tu
providencia.

 Contempla y da gracias a Dios

141
Martes IV de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los
judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén,
junto a la puerta de las ovejas, una piscina que
llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco
soportales, y allí estaban echados muchos enfermos,
ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un
hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba
mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?»
El enfermo le contestó: «Señor no tengo a nadie
que me meta en la piscina cuando se remueve el
agua; para cuando llego yo, otro se me ha
adelantado.»
Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa
a andar.»
Y al momento el hombre quedó sano, tomó su
camilla y echó a andar. Aquel día era sábado, y los
judíos dijeron al hombre que había quedado sano:
«Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla.»
Él les contestó: «El que me ha curado es quien
me ha dicho: Toma camilla y echa a andar.»
Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha
dicho que tomes la camilla y eches a andar?»

142
Pero el que había quedado sano no sabía quién
era, porque Jesús, aprovechando el barullo de
aquel sitio, se había alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le
dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no
sea que te ocurra algo peor.»
Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que
era Jesús quien lo había sanado.Por esto los judíos
acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en
sábado. (Juan 5, 1-3. 5-16)

 Ora
— Llevaba treinta y ocho años enfermo.
¡Cuántos sufrimientos prolongados en esos años
interminables! ¡Cuán duramente pruebas, Señor, a
algunas criaturas!
Y yo soy tan fácil a la queja y a la impaciencia.
Cuando sufro, no miro a mi alrededor, no caigo
en la cuenta de cuán pesadas cruces cargan otros.
¿Quién puede penetrar en el misterio increíble
del dolor humano? Sin duda que el pecado es la
causa de tanto dolor. Pero no son siempre los
pecadores los más afligidos. Tú has confiado al
dolor la misión bendita de santificar a las almas.
Consuela, buen Jesús, y fortifica a todos los que
sufren. Dulcifica sus dolores con tu presencia y con
tu esperanza. Derrama en torno a ellos la caridad de
los corazones.

143
Dame, Señor, a mí la dulce caridad con los que
sufren y la santa resignación en mis sufrimientos.

—No tengo a nadie.


Así hay muchos desamparados en este mundo y
sin ayuda humana. Tú lo sabes, Señor.
Compadécete de esos pobrecitos y acude a su
lado. Llena su corazón de tu amable presencia.
Suscita corazones generosos y compasivos, que
sean los emisarios de tu caridad y de tu socorro.
¡Cómo se parecen a Ti, Jesús, los que acuden al
desamparo y a la desgracia! Al niño, al anciano, al
más abandonado, a aquel de quien no se preocupa
nadie.
Que resuene en mi corazón, te lo suplico, el
gemido que se pierde sin que nadie lo escuche.
Enséñame a enjugar las lágrimas que corren, sin que
nadie las vea. Y, si no puedo otra cosa, que yo sepa
llorar con el llanto ajeno y sufrir con el desvalido.
Unge mi corazón con tu misericordia, Jesús
bueno; dame que descubra las penas escondidas y
que derrame en ellas de tu bálsamo. ¡Jesús, mira que
hay tantos que no tienen ayuda!

—No peques más.


Con gran misericordia has dispuesto, Señor, que
al pecado siga muchas veces inmediatamente el
castigo en este mundo, para ahorrarnos o aminorar

144
el castigo en el otro y para que con tiempo abramos
los ojos y nos convirtamos a penitencia.
Hago mal en quejarme y en resistir a los
sufrimientos que me vienen, como si yo no los
hubiera merecido. Mejor sería resistir al pecado y
aceptar el dolor.
Cuando me pruebas con el dolor, me estás
avisando piadosamente para que me guarde de
castigos más terribles. Muy tibio es mi amor, pues
que conmigo apenas si pueden más que las
amenazas.
Dame, Dios mío, la compunción del corazón, ya
que han sido tantos mis pecados e infunde en mí tu
saludable temor a la vista de tus juicios. Levántame,
Señor, a sentimientos más generosos y nobles, ya
que es tan grande tu misericordia conmigo.

 Contempla y da gracias a Dios

Miércoles IV de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
– «Mi Padre sigue actuando, y yo también
actúo.»
Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo:
porque no sólo abolía el sábado, sino también

145
llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a
Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
– «Os lo aseguro: El Hijo no puede hacer por su
cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que
hace éste, eso mismo hace también el Hijo, pues el
Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace,
y le mostrará obras mayores que ésta, para vuestro
asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y
les da vida, así también el Hijo da vida a los que
quiere.
Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha
confiado al Hijo el juicio de todos, para que todos
honren al Hijo como honran al Padre. El que no
honra al Hijo no honra al Padre que lo envió.
Os lo aseguro: Quien escucha mi palabra y cree
al que me envió posee la vida eterna y no se le
llamará a juicio, porque ha pasado ya de la muerte
a la vida.
Os aseguro que llega la hora, y ya está aquí, en
que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los
que hayan oído vivirán.
Porque, igual que el Padre dispone de la vida,
así ha dado también al Hijo el disponer de la vida.
Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo
del hombre.
No os sorprenda, porque viene la hora en que los
que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan
hecho el bien saldrán a una resurrección de vida;
146
los que hayan hecho el mal, a una resurrección de
juicio.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le
oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió.» (Juan
5, 17-30)

 Ora
— El Hijo no puede hacer por su cuenta nada
Tu voluntad divina, Maestro, es la misma que la
del Padre, aunque recibida de Él. Y tu voluntad
humana está sujeta, armonizada y en íntima
dependencia con la de Dios. Nada haces que no sea
aprobado y dirigido por El. En esto se cifra tu
santidad.
Y mi deficiencia y pecado está en la
independencia orgullosa de mi voluntad, que no
quiere someterse.
Que se haga tu voluntad, Dios mío, y no mi
voluntad. Yo renuncio de antemano a todo plan e
iniciativa que no venga de Ti o que no apruebes Tú.
Guía mi voluntad por los caminos de tu
beneplácito y que mí obediencia sea cordial y
amorosa como de hijo y no sujeta a viva fuerza
como de esclavo.
Necedad será en mí seguir otra ruta que la que
Tú indiques con tu divina sabiduría. Dame, Dios
mío, espíritu de servicio, ya que Tú eres el Señor.

147
—Porque es el Hijo del hombre.
Tú eres, Maestro, el Hijo de Dios y tienes una
naturaleza divina; pero eres también Hijo del
hombre, o sea, que tienes una naturaleza humana
como cualquiera de nosotros. Eres el Hijo de la
Virgen María.
Como Hijo de Dios eres juez por derecho propio;
y, como hombre, has sido constituido juez, para que
toda la economía de la salvación hasta su momento
culminante pase por tus manos.
Yo adoro, Maestro, la potestad que has recibido
y me someto a ella con íntima confianza en mi
corazón.
Tú sabes lo que es ser hombre y, aunque no has
pasado por mis caídas, sabes lo que es la flaqueza
de la naturaleza humana. Señor, yo tengo confianza
porque me juzgará el que ha venido para ser mi
salvador.

—Mi juicio es justo.


Tú ves, Maestro, la verdad en su misma esencia
y no puedes engañarte cuando calibras el valor de
las cosas y de las personas. Tu juicio es justo, pero
yo pido para mí tu misericordia. No des sentencia
según lo que ves en mí, sino según tu voluntad de
salvar.

148
No entres, Señor, en juicio con tu siervo.
Acuérdate de tu piedad y de que has dicho que
tendrán la vida los que creen y confían en Ti. Usa
conmigo de misericordia. Oh juez, que salvas a los
que creen, aumenta mi fe y confirma mi voluntad de
creer y de entregarme sin vacilaciones.

 Contempla y da gracias a Dios

Jueves IV de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
– «Si yo doy testimonio de mí mismo, mi
testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio
de mi, y sé que es válido el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha
dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa
del testimonio de un hombre; si digo esto es para
que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que
ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un
instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el
de Juan: las obras que el Padre me ha concedido
realizar; esas obras que hago dan testimonio de mí:
que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado
testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni

149
visto su semblante, y su palabra no habita en
vosotros, porque al que él envió no le creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en
ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio
de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No
recibo gloria de los hombres; además, os conozco y
sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me
recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si
lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis
gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene
del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar
ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en
quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a
Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él.
Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a
mis palabras?» (Juan 5, 31-47)

 Ora
— Esas obras que hago dan testimonio de mí:
que el Padre me ha enviado.
Eres, Jesús, un maestro venido del cielo. Si no,
¿cómo podrías hacer esas obras y decir esas
palabras? Tus obras dan testimonio de que vienes
del Padre y de que no hay poder como el tuyo, ni
hay bondad como la de tu corazón.
Las obras son como los frutos del árbol, dijiste
Tú un día. Sana, Señor, mi árbol con un injerto

150
divino, sacado de Ti mismo, porque mis obras no
son buenas.
Yo soy de la tierra y pienso y hablo y obro lo
terreno. Mis obras son obras de la carne y de
muerte.
Me da fatiga, Jesús, presentarme ante Ti con
estos frutos y con estas raíces que brotan de mi
corazón. Pero, si no me acerco, ¿cómo podrá
transformarse el árbol cómo circulará por él la savia
que dé frutos de bendición?
Renueva mis raíces, Señor, con tu palabra y con
tu virtud.

—No recibo gloria de los hombres.


Buscar la Gloria de Dios en todo lo que hago,
pienso y digo, tendría que ser mi gran
preocupación. ¡Darte gloria! ¡Vivir, Jesús, para tu
gloria! Poner en mi alma voz a las criaturas que no
te pueden amar, ni glorificar y bendecirte por todas
ellas: por el cielo y la tierra, por el mar y el cosmos,
y por todas las maravillas que contienen.
Perdónanos, Señor, porque los hombres no te
damos la gloria que mereces y que esperas de
nosotros.

—No buscáis la gloria que viene del único Dios.


¿Qué me importa la gloria que viene de los
hombres? Y sin embargo muchas veces actúo en la
vida pendiente del qué dirán. El juicio de los
hombres me condiciona mucho. Ellos no saben la

151
verdad. No ven más que las apariencias, los
fenómenos. Y, por muy avisados que sean, hay
muchas maneras de engañarlos.
Yo tiemblo y lloro, Dios mío, cuando me miro
por dentro, allá donde ves Tú; porque aun las aguas,
que parecen más limpias, brotan de fuente turbia.
Purifica mi fuente. Dame la sencillez y la sinceridad
de corazón. Aunque desentone entre los astutos de
este mundo; aunque ellos me reprueben y se aparten
de mí.
Pero Tú, oh luz increada, Tú que llegas hasta los
rincones del corazón, Tú eres quien ha de decir la
palabra de verdad sobre mí.

 Contempla y da gracias a Dios

Viernes IV de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues
no quería andar por Judea porque los judíos
trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de
las tiendas.
Después que sus parientes se marcharon a la
fiesta, entonces subió él también, no abiertamente,
sino a escondidas.
Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron:
«¿No es éste el que intentan matar? Pues mirad
cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será
152
que los jefes se han convencido de que éste es el
Mesías? Pero éste sabemos de dónde viene,
mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá
de dónde viene.»
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo,
gritó: «A mí me conocéis, y conocéis de dónde
vengo. Sin embargo, yo no vengo por mi cuenta,
sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no
lo conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y
él me ha enviado.»
Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le
pudo echar mano, porque todavía no había llegado
su hora. (Juan 7, 1-2. 10. 25-30)

 Ora
—Los judíos trataban de matarlo.
Intentaban, Señor, traicionarte y acabar contigo.
Antes que hubieran dado un paso, ya habías Tú
leído en los escondrijos de sus perversos corazones.
Nada podrían contra Ti ni su fuerza ni su astucia, si
no hubiera llegado tu hora. Es ya la hora de que tu
corazón manifieste todos sus secretos.
Los planes escondidos de ellos van a salir a la luz
muy pronto; pero precisamente así es como veremos
todos los escondidos planes que la caridad infinita
del Padre depositó en el corazón de su Hijo.
Permites que te prendan con engaños y con
fuerza, porque Tú quieres prendernos
definitivamente a todos con la verdad y con el amor.

153
¡Señor, que mis traiciones insensatas terminen
siendo vencidas por tu paciencia y tu misericordia!
¡Que termine por ser yo el prendido en los lazos
inevitables de tu caridad!

—No había llegado su hora.


Tú te manifestarás, Señor, a tu hora, aunque de
una manera muy distinta a como piensan y desean
tus parientes. No será como ellos quieran, ni cuando
ellos quieran, sino cuando tu Padre tiene señalado y
de la forma que El te ha propuesto y Tú has
aceptado de todo corazón.
No hay presión ninguna que te aparte de ese ca-
mino, ni lo retrase, ni lo precipite. Has venido al
mundo para manifestarte y, sin embargo, no tienes
prisa y esperas a que suene en el reloj la hora de la
Providencia.
Mis impaciencias, Señor, frustran muchas veces
tu obra, porque no la dejan madurar. Creo que es
caridad y celo y son miras terrenas o ignorante
apresuramiento, en que se mezcla el amor propio.
Enséñame, Maestro, a esperar y a no temer; a
esperar tu obra sin precipitaciones y a no temerla
con cobardías.
Enséñame la humildad y la docilidad para
dejarme conducir por tus caminos y al paso que Tú
quieras llevarme.

 Contempla y da gracias a Dios


154
Sábado IV de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que
habían oído los discursos de Jesús, decían: «Éste es
de verdad el profeta.»
Otros decían: «Éste es el Mesías.»
Pero otros decían: «¿Es que de Galilea va a
venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el
Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el
pueblo de David?»
Y así surgió entre la gente una discordia por su
causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le
puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los sumos
sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: «¿Por qué
no lo habéis traído?»
Los guardias respondieron: «Jamás ha hablado
nadie como ese hombre.»
Los fariseos les replicaron: «¿También vosotros
os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o
fariseo que haya creído en él? Esa gente que no
entiende de la Ley son unos malditos.»

155
Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a
visitarlo y que era fariseo, les dijo: «¿Acaso nuestra
ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y
averiguar lo que ha hecho?»
Ellos le replicaron: «¿También tú eres galileo?
Estudia y verás que de Galilea no salen profetas.»
Y se volvieron cada uno a su casa. (Juan 7, 40-
53)

 Ora
— Jamás ha hablado nadie como ese hombre.
Es tu doctrina, Maestro, y también es la
seguridad y autoridad de tu magisterio. No hay
nadie que hable como Tú. Nadie que diga esas cosas
y de esa forma como las dices Tú.
Nadie que llegue así al corazón y que derrame
esa luz sobre los misterios más oscuros y sobre los
problemas más hondos de la vida.
Hablas de lo que pasa entre nosotros a la vista de
todos, de lo que se esconde en lo más replegado de
nuestro yo y de lo que hay más allá y en los mismos
senos de Dios, donde sólo penetras Tú.
¿Y cuándo hablas directa y secretamente en mi
corazón? Porque a veces te dignas decir palabras
misteriosas y lucidísimas dentro de mí. Háblame,
Señor, que no hay nadie que hable como Tú.

156
—¿También vosotros os habéis dejado
embaucar?
¡Buen Maestro, yo quisiera ser seducido por tu
palabra y por tu bondad! Sin resistencia ninguna,
sin vacilaciones, sin espíritu crítico, con admiración
y con amor, como fascinado, quisiera seguirte a Ti.
Que no me quedara ni la libertad de elección,
que no es posible cuando se ha encontrado al Sumo
Bien.
Que yo me dé cuenta, que me domine la
convicción y aun la sensación irresistible de que en
Ti tengo la Verdad y el Bien. Yo quiero ser
seducido por Ti.
¡Qué torpemente me han seducido ciertos
prestigios humanos, algunos esplendores de cosas
de la tierra! ¡Y cómo he querido también seducir yo
a pobres corazones, que se acercan sencillamente o
incautamente!
Jesús, sé Tú y sólo Tú el seductor de los
corazones: del mío y de los otros.

— Esa gente que no entiende de la Ley son unos


malditos.
¡Qué vana es la ciencia, si lleva el desprecio de
los demás, si engendra la soberbia en el corazón!
¡Qué necia es y cómo hincha la ciencia sin caridad!
Tú te comunicas gustoso al corazón humilde,
que confía en tu palabra más que en' sus propias
luces. No quiero, buen Maestro, letras que sequen

157
mi espíritu y fomenten en mí sentimientos de
superioridad y de orgullo.
Tú enseñas secretamente cuando infundes la
caridad, en la cual se cifran la lev y los profetas.
El más pobre está muchas veces más cerca de Ti,
porque está más inclinado a la humildad y más
convencido de su propia insuficiencia.
La curiosidad de saber no se extingue nunca y
fatiga siempre. Bendito el que te conoce a Ti,
Señor, porque; ya no siente ansias de saber más.

 Contempla y da gracias a Dios

158
QUINTA SEMANA DE CUARESMA

La Cuaresma no es una obligación pesada

La Cuaresma en su conjunto, constituye un gran


memorial de la pasión del Señor, en preparación de
la Pascua de Resurrección. Durante este período no
se canta el «aleluya» y se nos invita a practicar
formas adecuadas de renuncia penitencial. El
tiempo de Cuaresma no debe afrontarse con espíritu
«viejo», como si fuera una obligación pesada y
fastidiosa, sino con el espíritu nuevo de quien ha
encontrado en Jesús y en su misterio pascual el
sentido de la vida, y experimenta ahora que todo
debe hacer referencia a El. Ésta era la actitud del
apóstol Pablo, quien afirmaba que había dejado
todo atrás para poder conocer a Cristo, «el poder
de su resurrección y la comunión en sus
padecimientos hasta hacerme semejante a él en su
muerte, tratando de llegar a la resurrección de
entre los muertos» (Filipenses 3, 10-11).
Que nuestra guía y maestra en el camino
cuaresmal sea María santísima, quien, cuando
Jesús se dirigió con decisión hacia Jerusalén para
sufrir la pasión le siguió con fe total. Como «ánfora
nueva» recibió el «vino nuevo» preparado por el
Hijo para los desposorios mesiánicos (Cf. Marcos
2,22). Y, de este modo, fue la primera en recibir
bajo la Cruz esa gracia, derramada por el Corazón
159
traspasado del Hijo, encarnación del amor de Dios
para la humanidad, que ella misma, había
solicitado con instinto de madre para los esposos de
Caná (Cf. «Deus caritas est», 13-15).
(Benedicto XVI, 26 febrero 2006)

Domingo V de Cuaresma

Ciclo A
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la
aldea de María y de Marta, su hermana, había
caído enfermo. María era la que ungió al Señor con
perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el
enfermo era su hermano Lázaro.
Las hermanas mandaron recado a Jesús,
diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo:«Esta enfermedad no
acabará en la muerte, sino que servirá para la
gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó
todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra
vez a Judea.»
160
Los discípulos le replican: «Maestro, hace poco
intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver
allí?»
Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si
uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de
este mundo; pero si camina de noche, tropieza,
porque le falta la luz.»
Dicho esto, añadió:«Lázaro, nuestro amigo, está
dormido; voy a despertarlo.»
Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si
duerme, se salvará.»
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos
creyeron que hablaba del sueño natural.
Entonces Jesús les replicó claramente:«Lázaro
ha muerto, y me alegro por vosotros de que no
hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora
vamos a su casa.»
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los
demás discípulos: «Vamos también nosotros y
muramos con él.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro
días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén:
unos tres kilómetros"; y muchos judíos habían ido a
ver a Marta y a María, para darles el pésame por su
hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba
Jesús, salió a su encuentro, mientras María se
quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:«Señor, si
hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.
Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios,
Dios te lo concederá.»
161
Jesús le dijo:«Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la
resurrección del último día.»
Jesús le dice:«Yo soy la resurrección y la vida:
el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el
que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.
¿Crees esto?»
Ella le contestó:«Sí, Señor: yo creo que tú eres el
Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al
mundo.»
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María,
diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te
llama.»
Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba
él; porque Jesús no había entrado todavía en la
aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había
encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa
consolándola, al ver que María se levantaba y salía
deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro
a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba
Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto
mi hermano.»
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los
judíos que la acompañaban, sollozó y, muy
conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis
enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos
comentaban:«¡Cómo lo quería!»
162
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto
los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que
muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro.
Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús:«Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor,
ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás
la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me has escuchado;
yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por
la gente que me rodea, para haya que crean que tú
me has enviado. »
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven
afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atadas con
vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de
María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en
él. (Juan 11, 1-45)

 Ora
—Señor, tu amigo está enfermo.
Basta, Señor, con que sepas mis cosas. Y,
aunque las sabes, Tú quieres que yo te las
163
comunique con sencillez y confianza.
Lo quieres, no para tu noticia, sino para mi
consuelo y seguridad y para que aprenda a recurrir a
Ti.
Vengo, pues, Jesús, a Ti con estas miserias que
me humillan, que prueban mi debilidad y la
necesidad que de Ti tengo. No te pido nada, no te
digo lo que quiero o lo que espero o lo que has de
hacer.
Nada, Señor; me basta decirte, como en aquella
ocasión tus amigos: me encuentro así, tengo esto,
estoy enfermo y ciego, soy cobarde, las pasiones me
arrastran.
Me basta decirte lo que Tú ya sabes, antes que te
lo diga.
Si te lo digo, no es para mover tu corazón, sino
para mover y preparar y disponer el mío. Para
excitarme a humildad y a confianza. Para que viva
colgado de Ti.
Para darte ocasión, Señor, de que ejercites
conmigo tu infinita caridad.

— Jesús amaba a Marta, a su hermana y a


Lázaro.
Esto basta, Señor Jesús. ¿Qué más puede desear
una pobre criatura en este mundo?
¡Familia dichosa, a la que Jesús amaba, a todos y
a cada uno de ellos! ¡Dichoso aquél, a quien Tú
amas, Señor!

164
¡ Quién pudiera tener la seguridad infrustrable y
dulcísima de que Tú le amas!
Entre las peripecias y contrariedades de este
mundo, aunque nadie me mire ni se acuerde de mí,
aunque esté completamente solo, pero ¡si Tú me
amas, Jesús! Esto basta, Señor, y todo lo daré y
dejaré con gusto por conseguir tu amor. Dime dónde
está y cómo se consigue. Hazme sentir algo de tu
amor, Señor Jesucristo.
Yo no merezco, no soy digno de ser amado por
Ti. Me soy muchas veces insoportable a mí mismo,
y ¿cómo quiero que Tú me ames?
Y, sin embargo, tengo hambre de que me ames y
de amarte; necesito sentir tu amor, para que me
desprenda de toda criatura, para que ninguna me
atraiga y me aparte de Ti.

—Yo soy la resurrección y la vida.


Lo dices, gran Maestro, con majestad, con
solemnidad, con sencillez. No te tiembla la voz.
Nosotros nos estremecemos desde la raíz,
cuando te escuchamos. No tienes miedo a la muerte,
porque en Ti están las fuentes de la vida.
Yo aparezco en el mundo sin saber cómo, me
agito con preocupación angustiosa, desaparezco
en el gran silencio de la muerte. Esta es, Señor, la
tragedia inevitable de todo el que tiene
conciencia de su vida. Todo habla dentro de mí y
repentinamente todo enmudece. ¿Qué es esto,
Dios mío?
165
Es la gran impotencia y la humillación radical
de mi ser. No soy la vida. Tengo unos fragmentos
limitadísimos, microscópicos de vida. Y tengo
ansias infinitas de más.
¿Qué dices Tú, Jesús? Yo soy la vida. Pero es
que te vemos morir. Yo soy la resurrección. Yo
quiero perderme en Ti y fundirme contigo,
precisamente porque quiero vida.

—¿Crees esto?
Esta es también, Maestro, la pregunta que yo
me hago muchas veces ante las dificultades o
sorpresas de la vida.
¿Creo, Maestro, en Ti y en tu palabra y en las
seguridades de tu providencia y en tu amor de
Padre?
Aumenta mi fe, Dios mío. Dame la esperanza
ciega y absoluta, superior a todas las pruebas y
contrariedades, superior a todas las seguridades
que podría yo encontrar fuera de Ti, superior a
todas las certezas de. lo que yo mismo percibo
con mis ojos.
Dame esa confianza que cree y espera
ilimitadamente, como le exigías a Marta, cuando
su hermano estaba ya en el sepulcro y no
quedaba aquí abajo sino la desesperación y la
corrupción definitiva.
Dame, Señor, la fe en los planes ocultos de tu
amor y en los caminos misteriosos que Tú sabes.
Dame la fe que perfora todo lo sensible, que ve
166
cómo tu mano opera más hondo de lo que alcanzan
las criaturas y las fuerzas naturales.
Dame la fe que ve siempre más lejos, que cree en
la vida y en el amor.

— Jesús se echó a llorar.


¡Bendita sean esas lágrimas que salen de tus
ojos, Maestro, y de la compasión de tu corazón!
¡Benditas las lágrimas que lloras por nuestras penas,
cuando mis ojos están secos ante las tuyas!
Y si así lloras la muerte corporal y breve de un
amigo, ¿qué lágrimas habrás tenido por otras
muertes más lamentables de tantas almas?
Lloraste por una vida que te costó muy poco
resucitar. Pero cuánto te costó traernos la vida
eterna, que habíamos perdido, y resucitarnos de la
muerte del pecado.
Lloraste al ver llorar a las hermanas y a los
amigos de tu amigo. ¡Cómo habrás llorado por el
llanto eterno de tantas almas!
¡Buen Jesús, por tus lágrimas y por tu sangre y
por la muerte que padeciste, dame la vida y no
permitas que yo llore para siempre! Enséñame a
mezclar mis lágrimas con las tuyas, ante las
necesidades de mis hermanos.

 Contempla y da gracias a Dios

167
Ciclo B
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, entre los que habían venido a
celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos,
acercándosela Felipe, el de Betsaida de Galilea, le
rogaban:
– «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y
Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
– «Ha llegado la hora de que sea glorificado el
Hijo del hombre.
Os aseguro que si el grano de trigo no cae en
tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da
mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y
el que se aborrece a sí mismo en este, mundo se
guardará para la vida eterna. El que quiera
servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también
estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo
premiará.
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?:
Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he
venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo:
–«Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había
sido un trueno; otros decían que le había hablado
un ángel.
168
Jesús tomó la palabra y dijo:
–«Esta voz no ha venido por mí, sino por
vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el
Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y
cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a
todos hacia mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que
iba morir. (Juan 12, 20-33)

 Ora
—Señor, quisiéramos ver a Jesús.
¡Dios mío! Este es también mi anhelo íntimo,
que va expreso o implícito en todos mis deseos. Es
una aspiración tan grande, que apenas me atrevo ni
a formularla.
Yo quisiera verte, Maestro. Te lo dice mi
corazón con palabras calladas, porque parece un
atrevimiento decirlo con los labios. Es la aspiración
suprema que puedo tener, pero es también la
necesidad suprema y la más urgente.
Quisiera verte, Jesús, no por vana y estéril
curiosidad, sino porque necesito que tu visión
purifique definitivamente mi corazón y mis ojos.
Para que en mis ojos muera toda curiosidad y en
mi corazón muera todo otro deseo. No te diré,
Señor, que quiero verte, porque no merezco que Tú
atiendas mis deseos. Te diré que necesito verte,
porque Tú te inclinas benignamente a las
angustiosas necesidades.
169
Tú sabes que lo necesito. Lo sabes infinitamente
mejor que yo mismo. Has venido a la tierra para que
te veamos, Dios invisible. Y nadie puede tener
deseos de verte, si Tú no se los pones en el corazón.
¡Jesús, yo necesito verte y Tú quieres que yo te
vea! Que se cumplan, pues, tus deseos, y que se
remedie mi necesidad.

— Si el grano de trigo no cae en tierra y muere,


queda infecundo.
¿A quién te refieres, buen Maestro, con estas
palabras: a Ti mismo o a tus discípulos? ¿Quién es
ese grano de trigo que ha de morir escondido en la
tierra?
¿O hablas generalmente de una condición
indispensable para la fecundidad?
A la luz de tu ejemplo y de tus exigencias, veo
que indicas lo que te iba a suceder a Ti, Señor
Jesús, y lo que debe suceder conmigo.
Me enseñas que sólo el dolor es fecundo, que
sólo el dolor se atrae los corazones. Porque sólo el
dolor es la prueba irrecusable del amor verdadero.
Sólo sufre de corazón quien de corazón ama.
Quien se resiste a sufrir es que no sabe de amor. Y
quien no sabe de amor se queda solo en su egoísmo.
Por eso sé, Señor, que Tú amas: porque caes en
la tierra como el grano de trigo, y mueres. Y así sé
si te amo yo a Ti y a mis hermanos, si estoy,

170
dispuesto a caer yo también y a morir por Ti y por
ellos.
Eres, Jesús, grano de trigo destinado a ser hostia
y la hostia está destinada a ser Eucaristía, el
Sacramento del amor. En Ti y en mí, el dolor es el
sacramento inconfundible del amor.

— El que se ama a sí mismo se pierde.


Es una vida inútil y perdida, Maestro, la que
quiere reservarse y no se entrega. Y aún no he
aprendido yo esta lección difícil.
Porque no se trata de que me arrebaten la vida
por el odio, sino de que yo la dé por amor. Que te la
vaya dando, Señor, gota a gota y minuto a minuto,
conforme Tú me la vayas pidiendo. Que no quiera
conservarla y retenerla para mí.
Quiero conservarla y gozarla yo, como si fuera
posesión mía; y es inútil, porque la pierdo
irremediablemente.
Pero no es posesión y propiedad mía, sino un
tesoro que yo tengo de Ti y que he de administrar en
tu nombre. Que he de ir dando, poco a poco o de
golpe toda ella, según lo exija el amor.
Porque no es posible, Dios mío, que yo
administre bien sin amor. Y el amor no es una
apropiación, sino una entrega.
El que intenta apropiarse su vida es un egoísta y
un ladrón; y la perderá. Pero el que la entrega, en la
desnudez de su amor por Ti, te encuentra a Ti,

171
Señor, y en Ti encuentra la vida verdadera e
inadmisible.

— Y cuando yo sea elevado sobre la tierra


atraeré a todos hacia mí.
Ya no estás entre nosotros, Señor Jesús, como en
tus días de Palestina. Has sido levantado a la cruz y
despojado de todas las cosas de este mundo. Y
luego has sido levantado y ensalzado a la diestra del
Padre, sin que ya te contaminen las cosas materiales
de este mundo, el polvo y el barro de la tierra.
Ahora es cuando más que nunca atraes a Ti
todas las miradas y todos los corazones. Atraes
nuestros corazones, Señor, porque has sido
levantado a la cruz.
Atraes nuestras miradas y nuestras esperanzas,
porque estás a la diestra de tu Padre.
Te veo levantado sobre la tierra, primero por el
dolor y después por la gloria. Tu dolor atrae mi
corazón y tu gloria reaviva mi esperanza.
Mi corazón quiere ser despojado contigo de
todas las cosas de la tierra y levantado sobre todas
ellas. Como Tú, amo y acepto el dolor que me priva
de todo lo de este mundo. Y espero que, también
como Tú, seré levantado sobre el dolor y
glorificado contigo.
El dolor y la esperanza me atraen a Ti y me
levantan sobre la tierra.

 Contempla y da gracias a Dios


172
Ciclo C
El Evangelio de este día es Juan 8,1-11. Puedes
ver el texto y los comentarios del mismo en el lunes
de la V semana de Cuaresma.

Lunes V de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los
Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el
templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose,
les enseñaba.
Los letrados y los fariseos le traen una mujer
sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio,
le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida
en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda
apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?
Le preguntaban esto para comprometerlo y
poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en
el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les
dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera
piedra.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oirlo, se fueron escabullendo uno a uno,
empezando por los más viejos, hasta el último.
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Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie.
Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde
están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó: Ninguno, Señor.
Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en
adelante no peques más. (Juan 8, 1-11)

 Ora
—Le traen una mujer sorprendida en adulterio.
¡Cuántas miserables y destrozadas criaturas han
venido, por buena suerte, a parar a tus pies,
Maestro! Quizá temblando, como aquella pobre
mujer, y no sabían que era ésa su liberación y su
elevación.
Tú has venido, Señor, a buscar a los pródigos y
a los perdidos. ¡Y has encontrado a tantos!
Enséñame a llevarte los que yo encuentre en mi
camino y enséñame a salir a sus caminos para
buscarlos y traerlos a Ti. Es para suprema felicidad
de ellos y para alegría de tu corazón.
¡Cómo venciste y confundiste la malicia de los
fariseos! Ablanda mi corazón ante las desgracias
del alma pecadora, para que yo no desprecie nunca,
ni me irrite con los que caen.
Yo he caído también, Señor, y me atrajiste a Ti.

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— El que esté sin pecado, que le tire la primera
piedra.
Yo tampoco puedo, Maestro, acusar a mi
hermano; no puedo condenar a nadie, aunque su
pecado sea evidente y no tenga disculpa.
No puedo, con mi conciencia cargada y con mis
manos sucias, tirar piedra ninguna. Harto tengo con
huir de las piedras que otros puedan tirar justamente
contra mí o con someterme a ellas con humildad y
en silencio.
Es verdad, Señor, que yo puedo ser acusado y
que, por lo mismo, yo no puedo acusar. Jesús, que
yo me mire tanto a mí mismo, a mis pecados y
negligencias, que no tenga tiempo, ni ánimo para
mirar los de otros.
Que yo tenga compasión de los demás, cuando
tanto necesito que la tengan de mí. Enséñame,
Maestro, esta sabiduría del silencio para no acusar y
para soportar.
Tú salvaste a la pobre mujer, cuando la acusaban
con verdad y no te defendiste a Ti mismo cuando te
acusaban en falso. Me enseñas a no acusar y a
soportar. ¡A perdonar!

—Tampoco yo te condeno.
Tú no la condenas, porque has cargado sobre Ti
sus culpas y las mías. No la condenas, porque por
ella y por mí te ofreces como única víctima al Padre.

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Ellos se marchan cargados con sus propios
pecados y Tú irás muy pronto cargado con la cruz
de los nuestros. Por eso no la condenas, ¡Jesús,
gracias por ella y por mí!
Yo no quiero pecar en adelante, para que tu
carga no sea tan grande. Gracias, porque me has
perdonado y porque me has perdonado tan a costa
tuya.

—Y en adelante no peques más.


Delante de Ti, Maestro, está la pobre mujer con
sus ojos bajos y con vergüenza en el rostro.
La miras con infinita compasión, porque es una
víctima desgraciada de su sensibilidad y de las
seducciones del mundo.
Ya ha aprendido los engaños de los hombres y
de la carne. Ahora está con su dolor por lo ciega
que ha sido y con su agradecimiento por lo bueno
que eres.
Buscó el placer y el amor, y encontró el pecado.
Y estuvo a punto de perder la vida del cuerpo y del
alma.
¡Qué gran fortuna, Maestro, que la condujeran a
Ti! La salvas y la enseñas que huya del pecado,
aunque se presente envuelto en las seducciones del
placer y del amor.
Esas palabras tuyas, Señor, son también para mí.
Yo las necesito más que esa pobre mujer. He caído
muchas veces, aunque no me haya sorprendido

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nadie en mi pecado. Necesito tu misericordia y tu
perdón.
Soy más ciego y más débil que ella. Ayúdame.
Señor.

 Contempla y da gracias a Dios

En el Ciclo C, como el evangelio anterior (Juan 8,1-


11), se ha leído en el domingo, este lunes se lee este
otro:

 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María


 Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús volvió a hablar a los
fariseos:
– «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no
camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida.»
Le dijeron los fariseos: –«Tú das testimonio de ti
mismo, tu testimonio no es válido.»
Jesús les contestó: «Aunque yo doy testimonio de
mí mismo, mi testimonio es válido, porque sé de
dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros
no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros
juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si
juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo
solo, sino que estoy con el que me ha enviado, el
Padre; y en vuestra ley está escrito que el
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testimonio de dos es válido. Yo doy testimonio de mí
mismo, y además da testimonio de mí el que me
envió, el Padre.»
Ellos le preguntaban: –«¿Dónde está tu Padre?»
Jesús contestó: –«Ni me conocéis a mí ni a mi
Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también
a mi Padre.»
Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las
ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le
echó mano, porque todavía no había llegado su
hora. (Juan 8, 12-20)

 Ora
—Yo soy la luz del mundo.
Tú iluminas, Maestro incomparable, los grandes
problemas de la vida. Tú enseñas una sabiduría, que
no puede aprenderse en otra escuela sino en la tuya.
Aun el alma más sencilla y más ruda, si te
conoce, resuelve con facilidad y como naturalmente
esas cuestiones complicadísimas, que no alcanzan a
descifrar los sabios de este mundo.
Porque Tú eres, sobre todo, una luz íntima del
alma. Una como inteligencia superior, sin medida,
más potente que todas las luces de la tierra.
El que va contigo y tras Ti camina en la luz,
aunque todo en derredor siga sumergido en
tinieblas.
No basta, Maestro, el mero conocimiento
exterior de tu doctrina. Hay muchos que la conocen
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y, sin embargo, siguen ciegos. Y no saben resolver
los problemas que más importan. Que no me falte
nunca tu luz interior. Tú la concedes en la oración
humildísima y no en los muchos libros y en la vana
curiosidad.
¡Oh Maestro, oh Luz! ¡Qué bienaventurado es el
que te conoce y te sigue!

—El que me sigue, no camina en tinieblas.


¿Y quién es, buen Maestro, el que camina en
tinieblas? El paralítico no puede moverse, aunque
esté inundado de luz y conozca todos los caminos.
El que se mueve de acá para allá en todas
direcciones, si no sabe dónde ha de ir o no sabe
cuáles son y dónde están los caminos, es como si
marchara entre tinieblas.
Y eso dices Tú que le sucede al que no te
escucha a Ti y no aplica a su propia vida tus
enseñanzas y tus ejemplos. Ese no sabe el fin de su
vida en este mundo o no sabe cómo tiene que
conseguirlo. Camina en tinieblas. Porque nada de
eso nos enseñan las luces de la sabiduría humana.
Pero Tú enseñas al alma ignorante y humilde una
celestial prudencia, de manera que ve con mucha
claridad lo que está oculto a los sabios de este
mundo.
Ve el camino y se goza en la seguridad que Tú le
comunicas y no pierde el tiempo en angustiosas
investigaciones, que de nada sirven si no iluminas
Tú.
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— Todavía no había llegado su hora.
Yo no puedo, Dios mío, ni puede hombre alguno
precipitar los acontecimientos de tu providencia; ni
puedo retrasarlos.
Muchas veces me impaciento porque no acaba
de llegar el momento deseado o me angustio porque
ya parece inminente y amenazante la hora temida y
quisiera eludirla.
¡Cuánta paz tendría mi alma, Señor de bondad y
misericordia, si renunciase a temores y a deseos
propios y estuviese siempre colgada de Ti, siempre
en brazos de tu infinita caridad y sabiduría!
Los relojes de la tierra padecen las influencias
del clima y del ambiente y yo con ellos me dejo
influenciar miserablemente por todo cuanto me
rodea.
Por eso pierdo el ritmo de tu santa voluntad y
caigo en la agitación de espíritu y en la vanidad e
inconsistencia de los deseos humanos.
Señor, dame la serenidad de tus eternas
decisiones y que mi reloj se acompase con el tuyo.

 Contempla y da gracias a Dios

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Martes V de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo
me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro
pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros.»
Y los judíos comentaban: «¿Será que va a
suicidarse, y por eso dice: "Donde yo voy no podéis
venir vosotros"?»
Y él continuaba: «Vosotros sois de aquí abajo,
yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo,
yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que
moriréis por vuestros pecados: pues, si no creéis
que yo soy, moriréis por vuestros pecados.»
Ellos le decían: «¿Quién eres tú?»
Jesús les contestó: «Ante todo, eso mismo que os
estoy diciendo. Podría decir y condenar muchas
cosas en vosotros; pero el que me envió es veraz, y
yo comunico al mundo lo que he aprendido de él.»
Ellos no comprendieron que les hablaba del
Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis al
Hijo del hombre, sabréis que yo soy, y que no hago
nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre
me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no
me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que
le agrada.»
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.
(Juan 8, 21-30)

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 Ora
—Vosotros sois de aquí abajo, Yo soy de allá
arriba.
Sí, Señor, soy de abajo y todas mis inclinaciones
tiran de mí y me encadenan a la tierra.
Mis gustos, mis deseos, mis temores, todo anda
girando en torno a las cosas de este mundo, sin que
yo pueda remediarlo.
Soy tan de abajo que no logro suprimir mis
instintos de tierra y apenas si consigo
contrarrestarlos para que no me esclavicen
vergonzosamente.
Y, sin embargo, también siento en mí, buen
Jesús otras fuerzas que me empujan hacia arriba.
Como si yo no fuera totalmente de aquí abajo.
¡Qué contradicción y qué lucha, Dios mío,
dentro de mí mismo! Me atraen las cosas de aquí
abajo y me repelen; y también me atraen muchas
veces las de arriba y no acaban de tirar de mí con
tanta fuerza que me levanten sobre todo lo de este
mundo.
Tú eres de arriba, Jesús, aunque has venido aquí
abajo para levantarnos.
Eleva mis pensamientos y mis deseos a las
alturas de tu corazón, adonde no llegan las fuerzas
de la tierra.

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— Podría decir y condenar muchas cosas en
vosotros.
Esas palabras resuenan, Maestro, en lo más
hondo de mi corazón, como si me las dijeras a mí
mismo. Me parecen una queja triste más que un
reproche airado.
Pero ante mis ojos se ponen en pie contra mí mis
egoísmos y mis ingratitudes y mi resistencia a tu
gracia.
Sí, es mucho lo que tienes que decir, Señor, y yo
no podría responder ni a una sola de tus quejas.
Toda mi conducta de tantos años es una terca y
despreciable contradicción de tus palabras y de tu
vida.
Tienes mucho que condenar y, sin embargo, no
condenas, sino que vienes con tu severa dulzura
para amonestarme.
¿Esperas todavía, Jesús, que yo abra los ojos y
comprenda la falsedad de mi proceder contigo?
Porque, en realidad, pienso mucho más en mí
mismo que en Ti y busco la satisfacción de mis
gustos e inclinaciones mucho más que lo que Tú me
pides y yo debo darte en correspondencia a cuanto
has hecho por mí.

—Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabréis


que Yo soy.
Sabes, Jesús, lo que te aguarda; ves la cruz y tu
levantamiento en ella, a los ojos de todos. Y ves que

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entonces se cumplirá tu misión en este mundo y
conseguirás lo que no consigues con tus palabras y
con tus milagros.
Tu levantamiento será tu humillación y tu
humillación será la luz de nuestros ojos y el
levantamiento de nuestros corazones.
Tu cruz nos lo explicará todo.
Sin la cruz, Señor, no se nos desvelan tus
misterios. Y, aunque ella misma es un misterio, nos
ilumina los misterios de nuestra culpa y de tu
infinita caridad y de la misión que has recibido del
Padre.
En la cruz resplandecen también todas tus
virtudes y la que es el eje y síntesis de todas ellas: tu
misión absoluta a la voluntad del que te envió.
Enséñame, Jesús, el misterio de tu cruz.
Enséñame también el misterio de mi cruz, de mi
perfecta sumisión, de la verdad y eficacia de mi
apostolado por ella y en ella.

—Yo hago siempre lo que le agrada.


Concédeme también a mí, Dios mío, esta
disposición permanente del espíritu, esta voluntad
constante de hacer lo que te agrada a Ti.
Sobre todos los respetos humanos y sobre todas
las inclinaciones del sentido, que yo busque
sinceramente tu voluntad.

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Aunque mi carne flaquee y aunque yo caiga,
Dios mío, que mi voluntad de agradarte a Ti no
varíe, ni vacile.
Que en esta contradicción interna que en mí
siento y que no se apacigua nunca; que entre tantas
pasiones e impulsos exteriores, sea tu voluntad para
mí lo definitivo.
Si Tú te complaces, Señor, en mi humillación y
en mi soledad y en mi dolor, que yo lo acepte todo,
porque te agrada a Ti.
Sea tu voluntad y no mi gusto la norma para mis
acciones.
No el complacer a las criaturas, sino estar a tu
servicio, Señor y Dios mío, santidad infinita,
principio y fin último de mi vida, esperanza de mi
paz y de mi felicidad eterna.

 Contempla y da gracias a Dios

Miércoles V de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que
habían creído en él: «Si os mantenéis en mi
palabra, seréis de verdad discípulos míos;
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.»
Le replicaron: «Somos linaje de Abrahán y
nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices
tú: "Seréis libres"?»
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Jesús les contestó: «Os aseguro que quien
comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda
en la casa para siempre, el hijo se queda para
siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente
libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin
embargo, tratáis de matarme, porque no dais
cabida a mis palabras. Yo hablo de lo que he visto
junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le
habéis oído a vuestro padre.»
Ellos replicaron: – «Nuestro padre es Abrahán.»
Jesús les dijo: – «Si fuerais hijos de Abrahán,
haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de
matarme a mí, que os he hablado de la verdad que
le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán.
Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre.»
Le replicaron: –«Nosotros no somos hijos de
prostitutas; tenemos un solo padre: Dios.»
Jesús les contestó: –«Si Dios fuera vuestro
padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y aquí
estoy. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él
me envió.» (Juan 8, 31-42)

 Ora
—Conoceréis la verdad.
La verdad eres Tú, Maestro, y no te conocían. Te
tenían ante los ojos y, sin embargo, estaban ciegos.
Buscaban la verdad en otra parte. Se creían en
posesión de la verdad y sólo tenían la promesa y el
símbolo.
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La verdad es tu Persona y tu misterio. Te
negaron a Ti y no conocieron el misterio de tu carne
y de tu venida.
Señor, no me des descanso en ninguna cosa de
este mundo, ni permitas que me seduzcan las
apariencias mentirosas.
¿Qué me importan los fragmentos de verdad, que
.Tú has sembrado por las criaturas, si se me escapa
la verdad total por la que tengo hambre incesante?
¡Oh Verdad, que calmas la inquietud de mi
inteligencia y satisfaces los deseos de mi corazón!
¡Misteriosa verdad, que sólo empieza a vislumbrar
quien se sumerge humildemente en la noche del
misterio!
¡Verdad de Jesús, que empieza hablando a los
ojos y a los oídos y termina apoderándose de todo
mi ser!

—La verdad os hará libres.


Dios mío, siento que muchas veces me ligan y
me esclavizan los respetos engañosos del mundo.
Veo la verdad y no me atrevo a orientar mi vida
según ella; por eso me traen y me llevan las olas de
este mar agitado y ando siempre ansioso y
temeroso, lleno de preocupaciones que me roban la
libertad.
Porque sólo es verdaderamente libre, Señor,
aquel que sabe gobernarse por las leyes inmutables

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de la verdad y no tiene que andar investigando cuál
es el gusto o el capricho de los hombres.
Busco agradarlos o temo desagradarlos y esto me
mete por caminos que no quería seguir y que no
seguiría, si no estuvieran ellos y los respetos
humanos de por medio. Y así estoy pendiente de la
voluntad de ellos.
Vanamente me hago la ilusión de que soy libre,
cuando en realidad vivo y me muevo según el
arbitrio de los demás. Por no sujetarme a Ti y a tu
verdad, Señor y Dios mío, sufro una tiranía continua
y agobiadora.

—Quien comete pecado es esclavo.


¡Maestro, yo he aprendido con dolorosa
experiencia qué exacta es la verdad de tu palabra!
He aprendido que no hay servidumbre tan
amarga como la del pecado y que es difícil escapar
luego a su tiranía. El deseo de gozarlo me
inquietaba y ataba miserablemente mis
pensamientos y mis movimientos; y luego el temor
por haberlo cometido me sumergía en nueva y negra
cautividad.
Andaba prisionero entre el deseo y el temor y no
podía libertarme ni del uno, ni del otro.
Compraba con mi libertad un breve goce. El
placer duraba poco, pero la esclavitud se prolongaba
largo tiempo.

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Sólo tu gracia, Señor lleno de misericordia, pudo
arrancarme de ella.
Más tristes todavía son las cadenas invisibles e
insufribles, con que el pecado me ataba al demonio
y me arrastraba lejos de Ti y de tu casa, donde sólo
moran los hijos y no los siervos.
Señor, bendita sea tu mano, que rompió las
cadenas y me dio libertad.

 Contempla y da gracias a Dios

Jueves V de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
– «Os aseguro: quien guarda mi palabra no
sabrá lo que es morir para siempre.»
Los judíos le dijeron:
– «Ahora vemos claro que estás endemoniado;
Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices:
"Quien guarde mi palabra no conocerá lo que es
morir para siempre"? ¿Eres tú más que nuestro
padre Abrahán, que murió? También los profetas
murieron, ¿por quién te tienes?»
Jesús contestó:
–«Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no
valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de
quien vosotros decís: "Es nuestro Dios", aunque no
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lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera: “no lo
conozco" sería, como vosotros, un embustero; pero
yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán,
vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día;
lo vio, y se llenó de alegría.»
Los judíos le dijeron:
– «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto
a Abrahán?»
Jesús les dijo:
– «Os aseguro que antes que naciera Abrahán,
existo yo.»
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero
Jesús se escondió y salió del templo. (Juan 8, 51-59)
 Ora
— Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es
morir para siempre.
Bienaventurado es, Maestro, el que escucha tu
palabra y la deposita en su corazón, para meditarla
continuamente y cumplirla con fidelidad. Porque
ella es el germen de una vida y de una paz
inextinguible.
Los hombres, aun los más sabios, me hablan de
esta vida y de cosas de esta vida. Y, a pesar de sus
palabras halagadoras, esta vida se me escapa
irremediablemente y voy muriendo cada día un
poco, sin que ellos sepan contener esta irrefrenable
disolución de mí mismo.
Veo, Señor, que todo cuanto toco se va
desmoronando, porque nada tiene consistencia. Yo
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me voy desmoronando también, en estas
innumerables y enanísimas partículas del tiempo,
que dispersa en seguida un viento misterioso.
Pero tu palabra, Señor, es permanente y vital,
que no conserva la vida ya dada, sino que infunde
una vida nueva y superior y la construye
continuamente en el tiempo, para que se prolongue
y permanezca sobre el tiempo.

— Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo


pensando ver mi día.
Señor, el gozo y la exultación no consiste en
verte de manera sensible y con los ojos del cuerpo.
Así te vieron también Herodes y Caifás. Sino en
verte con los ojos iluminados del corazón, que
llegan hasta el misterio de tu Persona.
Aunque no hayas venido aún en carne, como te
vio Abraham. O aunque hayas desaparecido
sensiblemente de nuestra vista.
Lo que entra por mis ojos no satisface nunca del
todo a mi corazón. En momentos fugaces, mi
corazón ha entrevisto algo de lo que eres Tú y se ha
conmovido también entrañablemente y ha quedado
con un hambre infinita de ahondar más.
Dígnate, Jesús, aparecer en mi interior, aunque
para eso sea necesario que ya no vean ninguna otra
cosa los ojos de mi cuerpo. Ilumíname, Señor, por
dentro con tu propia luz y que yo te vea a la manera
como te vieron los santos.

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Que yo te vea para que toda mi vida se
transforme; no para agradarme en mi visión, ni
siquiera para complacerme en Ti, sino para
agradarte y complacerte tan sólo a Ti

—Jesús se escondió.
No te ocultes, Señor, a mí; al contrario,
descúbrete más, manifiéstate más. Que me sea
forzoso verte y conocerte; que no me quede ningún
género de vacilaciones sobre quién eres Tú.
Tú eres el Dios escondido e invisible, a quien
nunca ojo humano ha visto ni puede ver. Y, sin
embargo, te dignaste aparecer en la tierra y te
dejaste ver entre los hombres.
Pues ¿por qué te ocultas tan pronto, que no te en-
cuentran los que te buscan? Cierto que te buscan
con perversa intención para hacerte desaparecer.
Pero es, Señor, Dios mío, porque no te han visto del
todo y no han conocido quién eres Tú.
Manifiéstate más, descubre invenciblemente tu
persona y tu misterio. Estás en medio de nosotros
y—como dijo Juan—no te conocemos. Aun en
aquellos que te ven con los ojos del cuerpo, quieres
Tú la libertad y la humildad y el mérito de la fe.
Te ocultas a los soberbios, mientras maravillosa-
mente te manifiestas a los humildes de corazón.
Dios oculto y manifiesto según son los ojos que te
miran.

 Contempla y da gracias a Dios

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Viernes V de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras
para apedrear a Jesús. Él les replicó: – «Os he
hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi
Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?»
Los judíos le contestaron: – «No te apedreamos
por una obra buena, sino por una blasfemia: porque
tú, siendo un hombre, te haces Dios.»
Jesús les replicó: – «¿No está escrito en vuestra
ley: "Yo os digo: Sois dioses"? Si la Escritura llama
dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios
(y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre
consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que
blasfema porque dice que es hijo de Dios? Si no
hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si
las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las
obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre
está en mí, y yo en el Padre.»
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les
escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro
lado del Jordán, al lugar donde antes habla
bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron
a él y decían: – «Juan no hizo ningún signo; pero
todo lo que Juan dijo de éste era verdad.»
Y muchos creyeron en él allí. (Juan 10, 31-42)

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 Ora
—El Padre está en mí y yo en el Padre.
Eres una misma cosa con tu Padre, Señor Jesús,
y sin embargo, estás aquí entre nosotros y como uno
de nosotros.
Tienes la misma naturaleza eterna e infinita del
Padre y tienes también una naturaleza humana como
la nuestra, sujeta a nuestras penalidades y a los
vaivenes de nuestra vida.
Puedo seguirte como la oveja al Pastor, porque
andas por nuestros caminos y entendemos tu
lenguaje y vemos tu figura que va delante de
nosotros.
Pero confío y espero infinitamente en Ti, porque
sé que tu poder es el mismo del Padre y nadie puede
arrebatar de tus manos al que Tú guardas.
¡Bendito seas, Señor, porque siendo quien eres,
has descendido hasta nosotros y, siendo el Invisible,
te has aparecido a nuestros ojos de carne!
¡Bendito seas por tu poder y por tu flaqueza, por
tu esencia divina y por tu naturaleza humana!

—A quien el Padre consagró y envió al mundo.


No vienes, Señor, al mundo como los demás
hombres, según la ley ordinaria de las criaturas,
como un eslabón más en la interminable sucesión de
ellos. Pero Tú, Señor, eres un eslabón misterioso. Sí,
eres un eslabón; porque no estás aislado y como un
ser aparte, sin comunicación con nosotros.
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Has entrado en la rueda de nuestras generaciones
humanas. Vas también desfilando a tu hora, como
uno más, entre los hijos de los hombres.
Y, sin embargo, no eres uno más; sino que eres el
que da valor y sentido a toda la humanidad.
Todos los eslabones antecedentes van corriendo
hacia Ti y todos los que vienen después, se anudan a
Ti para no caer en el vacío.
El Padre te ha ungido, Señor, y te ha enviado
para que todos, cuantos antes o después venimos al
mundo, recibamos de tu unción y seamos salvos.
Eres el Hijo, por quien todos alcanzamos la
filiación.

 Contempla y da gracias a Dios

Sábado V de Cuaresma
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, muchos judíos que habían
venido a casa de María, al ver lo que había hecho
Jesús, creyeron en él.
Pero algunos acudieron a los fariseos y les
contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos
sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y
dijeron: – «¿Qué hacemos? Este hombre hace
muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán

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en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el
lugar santo y la nación.»
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote
aquel año, les dijo: – «Vosotros no entendéis ni
palabra; no comprendéis que os conviene que uno
muera por el pueblo, y que no perezca la nación
entera.»
Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por
ser sumo sacerdote aquel año, habló
proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir
por la nación; y no sólo por la nación, sino también
para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso
Jesús ya no andaba públicamente con los judíos,
sino que se retiró a la región vecina al desierto, a
una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo
con los discípulos.
Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos
de aquella región subían a Jerusalén, antes de la
Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y,
estando en el templo, se preguntaban: – «¿Qué os
parece? ¿No vendrá a la fiesta?»
Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado
que el que se enterase de dónde estaba les avisara
para prenderlo. (Juan 11, 45-57)

196
 Ora
—¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos
signos.
¿Qué podían o qué debían hacer, buen Maestro,
sino rendirse y entregarse a tu misericordia?
Reconocen que haces muchos milagros, es decir,
que haces lo que un hombre es incapaz de hacer por
sí mismo. Luego, cuando menos, Dios te asiste y
está contigo.
No están ciegos; si lo estuvieran, tendría alguna
excusa su obstinación. Con los ojos abiertos van
contra Ti.
Dios mío, cuántas veces no es que el
entendimiento necesite ser convencido, porque ya
no hay más que decirle. Es la voluntad y el corazón
quien deben rendirse.
No es el de esos fariseos un pecado de debilidad,
de apasionamiento momentáneo, como cuando el
hombre es arrastrado por un ímpetu ciego. Es un
frío calculado cerrarse a la luz superior, por puros
motivos humanos.
Líbrame, Dios mío, a mí de tanta insensatez. Que
yo no me rebele contra la verdad conocida.

—Os conviene que uno muera por el pueblo.


Caifás no entendía, Maestro Jesús, lo que estaba
diciendo. Decía una verdad misteriosa y
profundísima y la entendía en un sentido vulgar y
puramente político.
197
Tú, que acabas de resucitar a Lázaro, tenías que
morir para que no muriéramos todos.
Has dicho que eres la Vida y vas a entregar tu
propia vida para que nosotros vivamos. Eres, buen
Maestro, un hombre destinado a la muerte,
necesitado a morir que viene con la misión de
morir. Esto no lo sabía Caifás. El pensaba en la
política que le obligaba a matarte.
Era tu infinita caridad y misericordia la que te
traía a este mundo con el exclusivo fin de morir.
Jesús, salva a este pueblo tuyo por el cual has
muerto. Salva al pueblo, por cuyas venas corre tu
sangre.
Pese a todas las razones y sinrazones políticas,
Tú has muerto para que el pueblo todo se salve.

— Para reunir a los hijos de Dios dispersos.


Caifás pensaba tan sólo en el pueblo judío, en su
propio pueblo. Y, para evitarle una catástrofe
política, maquinaba tu muerte, buen Maestro.
Pero Tú pensabas en el pueblo misterioso y
amplísimo de todos los que debían llegar a ser hijos
de Dios.
Es tu muerte y tu sangre lo único que puede
congregarlos a todos, como son las razones políticas
las que dispersaron al pueblo judío de Caifás.
Tu muerte va a unirnos y congregarnos a Ti, va a
juntarnos a Ti y hacernos uno contigo, para que

198
contigo el Padre nos acepte, ya que no podía
aceptarnos dispersos y separados de Ti
No es, Señor, que yo me una con los otros y los
otros conmigo, sino que ellos y yo tenemos que
unirnos contigo y en Ti Atráenos a todos, oh Jesús,
en tu muerte y fúndenos contigo.
Esta es mi esperanza infrustrable, que tu muerte
ha de ser eficaz para mi salvación.

 Contempla y da gracias a Dios

199
DOMINGO DE RAMOS

Cada año, en este día, se lee el Evangelio de la


Pasión. Ofrecemos para tu meditación de este día
esta bella reflexión de Benedicto XVI sobre el
misterio de la Cruz de Cristo.

«Mirarán al que traspasaron» (Jn 19,37)


En el misterio de la Cruz se revela enteramente
el poder irrefrenable de la misericordia del Padre
celeste. Para reconquistar el amor de su criatura,
Él aceptó pagar un precio muy alto: la sangre de su
Hijo Unigénito. La muerte, que para el primer Adán
era signo extremo de soledad y de impotencia, se
transformó de este modo en el acto supremo de
amor y de libertad del nuevo Adán. Bien podemos
entonces afirmar, con san Máximo el Confesor, que
Cristo «murió, si así puede decirse, divinamente,
porque murió libremente» (Ambigua, 91, 1956) […]
¡Miremos a Cristo traspasado en la Cruz! Él es
la revelación más impresionante del amor de Dios,
un amor en el que eros y agapé, lejos de
contraponerse, se iluminan mutuamente. En la Cruz
Dios mismo mendiga el amor de su criatura: Él
tiene sed del amor de cada uno de nosotros. El
apóstol Tomás reconoció a Jesús como «Señor y
Dios» cuando puso la mano en la herida de su
costado. No es de extrañar que, entre los santos,
200
muchos hayan encontrado en el Corazón de Jesús la
expresión más conmovedora de este misterio de
amor. Se podría incluso decir que la revelación del
eros de Dios hacia el hombre es, en realidad, la
expresión suprema de su agapé. En verdad, sólo el
amor en el que se unen el don gratuito de uno
mismo y el deseo apasionado de reciprocidad
infunde un gozo tan intenso que convierte en leves
incluso los sacrificios más duros. Jesús dijo: «Yo
cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos
hacia mí» (Jn 12,32). La respuesta que el Señor
desea ardientemente de nosotros es ante todo que
aceptemos su amor y nos dejemos atraer por Él.
Aceptar su amor, sin embargo, no es suficiente. Hay
que corresponder a ese amor y luego
comprometerse a comunicarlo a los demás: Cristo
«me atrae hacia sí» para unirse a mí, para que
aprenda a amar a los hermanos con su mismo amor.
«Mirarán al que traspasaron». ¡Miremos con
confianza el costado traspasado de Jesús, del que
salió «sangre y agua» (Jn 19,34)! Los Padres de la
Iglesia consideraron estos elementos como símbolos
de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía.
Con el agua del Bautismo, gracias a la acción del
Espíritu Santo, se nos revela la intimidad del amor
trinitario. En el camino cuaresmal, haciendo
memoria de nuestro Bautismo, se nos exhorta a
salir de nosotros mismos para abrirnos, con un
confiado abandono, al abrazo misericordioso del
Padre (cf. S. Juan Crisóstomo, Catequesis, 3,14 ss.).
La sangre, símbolo del amor del Buen Pastor, llega
201
a nosotros especialmente en el misterio eucarístico:
«La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de
Jesús… nos implicamos en la dinámica de su
entrega» (Enc. Deus caritas est, 13). Vivamos, pues,
la Cuaresma como un tiempo ‘eucarístico’, en el
que, aceptando el amor de Jesús, aprendamos a
difundirlo a nuestro alrededor con cada gesto y
palabra. De ese modo contemplar «al que
traspasaron» nos llevará a abrir el corazón a los
demás reconociendo las heridas infligidas a la
dignidad del ser humano; nos llevará,
particularmente, a luchar contra toda forma de
desprecio de la vida y de explotación de la persona
y a aliviar los dramas de la soledad y del abandono
de muchas personas. Que la Cuaresma sea para
todos los cristianos una experiencia renovada del
amor de Dios que se nos ha dado en Cristo, amor
que por nuestra parte cada día debemos «volver a
dar» al prójimo, especialmente al que sufre y al
necesitado. Sólo así podremos participar
plenamente de la alegría de la Pascua. Que María,
la Madre del Amor Hermoso, nos guíe en este
itinerario cuaresmal, camino de auténtica
conversión al amor de Cristo.
(Benedicto XVI, 21 de noviembre de 2006)

202
LUNES SANTO
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania,
donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de
entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena;
Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban
con él a la mesa.
María tomó una libra de perfume de nardo,
auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los
enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la
fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo
iba a entregar dijo: – «¿Por qué no se ha vendido
este perfume por trescientos denarios para dárselos
a los pobres?»
Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres,
sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa
llevaba lo que iban echando.
Jesús dijo: – «Déjala; lo tenía guardado para el
día de mi sepultura; por e a los pobres los tenéis
siempre con vosotros, pero a mí no siempre me
tenéis.»
Una muchedumbre de judíos se enteró de que
estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también
para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre
los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar
también a Lázaro, porque muchos judíos, por su
causa, se les iban y creían en Jesús. (Juan 12, 1-11)
203
 Ora
—María tomó una libra de perfume de nardo,
auténtico y costoso.
Aquella mujer no quiere falsificaciones, ni
imitaciones. Aquel perfume es de legítimo nardo.
Busca la verdad para Ti, que eres la absoluta
verdad. Busca la verdad, porque la impulsa su
corazón.
Todo es legítimo, auténtico y verdadero, sin
tacañerías y sin limitaciones. Cuanto cabe en el
frasco, la libra entera, sin sisarle unas gotas.
¡ Señor, otra vez comprendo lo mismo; que lo
mío no es auténtico! No traigo un perfume legítimo,
sino la imitación insulsa e inolora de lo que hacen
los demás.
Pura apariencia de obras exteriores, que no van
ungidas con el perfume de lo interior. Aun eso lo
traigo con recortaduras, con el frasco a medio
llenar.
No puede satisfacerte, Maestro, porque ni
siquiera me satisface a mí. Algo dice dentro de mí
mismo que no puedo engañarte con vanas cortesías.
Como aquellos de quienes Tú mismo dijiste: este
pueblo me honra con sus labios, pero su corazón
está lejos de Mí.
Esta es la verdad infalsificable, Señor: el
corazón.

204
— Le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con
su cabellera.
Tus pies, buen Maestro, cansados de caminar se
aliviaron con la fresca delicia de aquel perfume y
con la seda finísima de sus cabellos.
Pronto habrán de sentir la dureza de los clavos,
como han sentido ya tantas veces la aspereza de los
caminos de este mundo.
Desde que los besaba tu Madre, cuando eran
pequeñitos, esos pies no han vuelto a sentir el regalo
del amor.
Hasta ellos se extiende por mil hilillos la sangre,
que va impulsada por tu corazón. Son pies movidos
por el amor y entienden el contacto del amor.
La piel endurecida por el camino de cada día se
reblandece limpiamente con el bálsamo del nardo.
Y sobre ellos caen luego ardientes los besos y las
lágrimas de María.
Así se encuentran y como que se fusionan en tus
pies tu corazón y el corazón de ella. ¡Jesús, si yo
pudiera prestarte también algún servicio, aun el más
humilde, que regalase un poco tu fatigada
peregrinación por este mundo!
Por muy larga que fuese, toda mi vida se
lograría con un solo momento de contacto contigo.
Por muy ligero y superficial que fuese ese
contacto, bastaría para transformar definitivamente
mi corazón.

205
— La casa se llenó de la fragancia del perfume.
Cuando hay, Dios mío, un gran amor, su
perfume lo llena todo.
Se disipó aquel aroma del nardo, pero la historia
sigue perfumada por el amor concentrado de
aquella mujer.
Apenas sabemos nada de ella sino que te amó,
Maestro, y que por eso consagró para regalarte lo
más precioso que tenía para sus propios encantos.
Se olvidó de sí misma, porque tenía en Ti su
corazón. Pero el olor nauseabundo de mi egoísmo
me sigue a todas partes. Infecta todas mis acciones y
me hace insoportable a los demás y también a mí
mismo.
Es éste, Dios mío, un aire viciado, que no puedo
respirar. De cuando en cuando, llega hasta mí la
brisa perfumada de algún alma santa, de algún
corazón desprendido. Es algún frasco que se ha roto
generosamente y todo en torno suyo lo embriaga
con su delicia.
Como cuando se rompió también el frasco
divino de tu Corazón y dejaste caer sobre nosotros
sus últimas gotas. Su perfume subió hasta los cielos
y, embriagado por él, el Padre llenó la tierra de
bendiciones.
Haz, Señor, que vaya yo derramando el amor por
donde quiera que vaya.

 Contempla y da gracias a Dios

206
MARTES SANTO
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús, profundamente
conmovido, dijo: –«Os aseguro que uno de vosotros
me va a entregar.»
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos,
por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que
Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la mesa junto
a su pecho. Simón Pedro le hizo señas para que
averiguase por quién lo decía. Entonces él,
apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: –
«Señor, ¿quién es?»
Le contestó Jesús: –«Aquel a quien yo le dé este
trozo de pan untado.» Y, untando el pan, se lo dio a
Judas, hijo de Simón Iscariote. Detrás del pan,
entró en él Satanás.
Entonces Jesús le dijo: –«Lo que tienes que
hacer hazlo en seguida.»
Ninguno de los comensales entendió a qué se
refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos
suponían que Jesús le encargaba comprar lo
necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió
inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo
Jesús: –«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y
Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en
él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto
lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar
207
con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los
judíos os lo digo ahora a vosotros: "Donde yo voy,
vosotros no podéis ir."»
Simón Pedro le dijo: –«Señor, ¿a dónde vas?»
Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes
acompañar ahora, me acompañarás más tarde.»
Pedro replicó: –«Señor, ¿por qué no puedo
acompañarte ahora? Daré mi vida por ti.»
Jesús le contestó: –«¿Con que darás tu vida por
mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que
me hayas negado tres veces.» (Juan 13, 21-33. 36-
38)

 Ora
— Jesús, profundamente conmovido.
¡Jesús, quién llegara a degustar la amarga
turbación de tu espíritu! ¡Quién viera tu corazón
conmovido, mucho más qué la inmutación de tu
semblante!
Eres un hombre sujeto a la misma perturbación
de afectos que nosotros. Y mucho más que nosotros,
porque tu sensibilidad era más exquisita y más
perfecta.
No estaba embotada o ensoberbecida, como en
nosotros, por la materialidad y brutalidad de
nuestras pasiones.
¿Cómo podré yo penetrar esa turbación interior?
¿Cómo podré yo medirla por lo que pasa en mí?

208
Dame a sentir algo de eso que en Ti produce la
traición de un amigo; porque yo, a quien Tú habías
llamado amigo, también te he traicionado.
Aun con mi sensibilidad tan gastada y tan fría,
yo me estremezco. ¿Qué pasaría por tu corazón,
buen Jesús?

—Uno de vosotros me va a entregar.


¿Cuáles son tus preocupaciones, buen Maestro,
en esta última reunión con tus discípulos? Todos
están contigo para celebrar la comida pascual. No
falta ninguno. Pero tú conoces lo que hay dentro de
cada uno de nosotros. ¿Por qué hablas de traición,
Señor?
El corazón del hombre no sabe nunca lo que va a
hacer mañana. Y a veces ni siquiera sabe lo que está
haciendo ahora mismo. ¡Qué penoso es recordar
cuán voluble es el corazón!
Hoy te es fiel, Maestro, y mañana puede negar tu
amistad y volverse contra Ti.
Hoy es capaz de morir por serte fiel y mañana tal
vez te venda por una niñería.
No permitas, Señor, que mi corazón te niegue
nunca. Por muchas que sean mis debilidades y por
grandes que sean mis pecados, que proteste siempre
contra ellos el corazón.
Que mis pecados, si por desgracia llego a
cometerlos, sean contra mi corazón tanto como
contra Ti.

209
Que sean debilidades, que sea pasión ciega, pero
que no sean traición a tu amor. Guarda, Señor, mi
corazón para Ti.

—Daré mi vida por Ti.


¡Maestro, Pedro te ama, pero no sabe lo que
dice! Sabe los sentimientos que ahora bullen en su
corazón, pero no sabe cómo el corazón es cobarde.
¡Cuántas promesas te he hecho, Señor, en horas
inflamadas de mi espíritu! ¿Dónde se fueron? Yo
creo que muchas salían sinceramente de dentro,
aunque otras sé que eran fórmulas forzadas de mis
labios.
¿Qué te voy a decir, Señor? Aunque parezca
extraño oírlo, cree en mi corazón y no creas a mis
obras. Mis obras van en contra de mí y salen a pesar
mío; pero la verdad está en mi corazón y en lo que
mi corazón te dice.
Tú sabes que Pedro es lo que te está diciendo;
quien habla después a la criada del pontífice no es
Pedro, es un muñequillo zarandeado por los vientos.
Jesús, cree a mi corazón, en esos momentos
auténticos cuando el corazón habla; y no creas,
cuando habla la cobardía o el miedo o la pasión
ciega.
Por eso tienes tanta misericordia y tanta
comprensión cuando caigo. Porque Tú miras al
corazón, Señor.

 Contempla y da gracias a Dios


210
MIÉRCOLES SANTO
 Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
 Lee y medita
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado
Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les
propuso: –«¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo
entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y
desde entonces andaba buscando ocasión propicia
para entregarlo. El primer día de los Ázimos se
acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: –
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de
Pascua?»
Él contestó: –«Id a la ciudad, a casa de Fulano,
y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está
cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis
discípulos."»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de
Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso
a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: –
«Os aseguro que uno de vosotros me va a
entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle
uno tras otro: –«¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió: –«El que ha mojado en la misma
fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del
hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del
que va a entregar al Hijo del hombre!; más le
valdría no haber nacido.»
211
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a
entregar: –«¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió: –«Tú lo has dicho.» (Mateo 26,
14-25)

 Ora
—¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo
entrego?
No va el infeliz con exigencias, no lleva
pretensiones concretas. Va dispuesto a entregarte,
dulce Maestro, y acepta cualquier cosa.
Empieza la historia triste de su traición y la
historia dolorosa de tu pasión.
Tu corazón sufre al ver la ingratitud del suyo. Ha
recibido tanto de Ti y ahora se contenta con tan
poco de tus enemigos. Se aparta de Ti y se va con
ellos. Como tantas veces yo, Señor, por cualquier
esperanza o promesa de las criaturas.
Voy mendigando miserablemente lo que puedan
ofrecerme. Y me olvido de lo que Tú me has dado,
de lo que te debo y de lo que aún me prometes.
No necesito pensar en Judas, Maestro, para
horrorizarme, para llenarme de miedo, de vergüenza
y de pena. Me basta pensar en mí mismo.
Me conmueve lo que él te hizo sufrir y me
conmueve más lo que te he hecho sufrir yo.
¡Jesús, lo entrego todo por Ti, aunque no quieras
darme nada!

212
—Andaba buscando ocasión propicia para
entregarlo.
No fue el arrebato ciego de un momento, cuando
cuesta abajo por la pendiente empinadísima no
puede el hombre adueñarse bien de los frenos de su
libertad. Es el cálculo refinado contra Ti, Maestro
bueno, la fría astucia que va madurando lentamente
un proyecto para poder ejercitarlo sin riesgos.
Va el infeliz con los ojos abiertos examinándolo
todo. Ha decidido su crimen y estudia muy despacio
las circunstancias, para que su crimen no se vuelva
contra él.
Lo mira todo en torno suyo, pero no te mira a Ti,
buen Jesús, ni a su propia conciencia.
Cuando tropieza inevitablemente con tus ojos,
mira a otra parte para que no le traicionen a él los
pensamientos de su propia traición.
El no quiere mirarte para no leer, en tu corazón y
para que Tú no leas en el suyo.
Eso precisamente bastaría para transformarle, el
que procurara leer en tu corazón.

—Tú lo has dicho.


Como siempre, buen Maestro, cada uno dice de
sí mismo lo que en él hay. Para su bien o para su
mal, brota hacia afuera lo que ha echado raíces en el
corazón.
Aun entonces, cuando uno está intentando
disimular, la verdad de la conciencia no permite

213
mucho tiempo el engaño, porque no son posibles
simultáneamente dos vidas.
Aunque lo fuera, a Ti, Señor, quiero yo siempre
decírtelo todo, tal como lo siento. No necesito
decírtelo para que lo sepas, porque ya lo sabes, sino
para ir con absoluta sinceridad delante de Ti.
Pon en mis labios palabras de desnuda verdad en
tu presencia. Pon la humildad y la confesión
amarga, que te abra todas mis llagas y te muevan a
misericordia.
Porque entonces empieza mi salvación, Dios
mío, cuando me decido a que mis palabras y mi
conducta no sean una trampa en que tropiecen los
incautos.
Entonces mucho más te hablaré a Ti con la
verdad de lo que soy y Tú podrás hablarme de tu
verdad al corazón deseoso de escucharla.

 Contempla y da gracias a Dios

214
TRIDUO PASCUAL

La cuaresma termina con el inicio del Triduo


Pascual. Ofrecemos estos textos para la oración y
meditación de estos días especiales.

Estos días santos nos invitan a meditar los


acontecimientos centrales de nuestra Redención, el
núcleo esencial de nuestra fe: el Triduo pascual,
culmen del entero año litúrgico, en el que somos
llamados al silencio y a la oración para contemplar
el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del
Señor.
Que estos días orienten decididamente la vida de
cada uno a la adhesión generosa y convencida a
Cristo, muerto y resucitado por nosotros.
Dispongámonos a vivir intensamente este Triduo
Santo, para ser cada vez más profundamente
insertados en el Misterio de Cristo, muerto y
resucitado por nosotros. Que nos acompañe en este
itinerario espiritual la Virgen Santísima. Ella, que
siguió a Jesús en su pasión y estuvo presente bajo la
Cruz, nos introduzca en el misterio pascual, para
que podamos experimentar la alegría y la paz del
Resucitado.
(Benedicto XVI, 31 de marzo de 2010)

215
JUEVES SANTO

En la tarde de este día celebraremos el momento de


la institución de la Eucaristía. El apóstol Pablo,
escribiendo a los Corintios, confirmaba a los
primeros cristianos en la verdad del misterio
eucarístico, comunicándoles cuanto él mismo había
aprendido: “El Señor Jesús, la noche en que fue
entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo
partió y dijo: 'Este es mi cuerpo que se da por
vosotros; haced esto en recuerdo mío'. Asimismo
también la copa después de cenar diciendo: 'Esta
copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas
veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío'” (1Cor
11,23-25). Estas palabras manifiestan con claridad
la intención de Cristo: bajo las especies del pan y
del vino, Él se hace presente de modo real con su
cuerpo entregado y con su sangre derramada como
sacrificio de la Nueva Alianza. Al mismo tiempo, Él
constituye a los Apóstoles y a sus sucesores
ministros de este sacramento, que entrega a su
Iglesia como prueba suprema de su amor.
Con un rito sugestivo recordaremos, también, el
gesto de Jesús que lava los pies a los Apóstoles (cfr
Jn 13,1-25). Este acto se convierte, para el
evangelista, en la representación de toda la vida de
Jesús y revela su amor hasta el final, un amor
infinito, capaz de capacitar al hombre para la
comunión con Dios y hacerle libre. Al término de la
216
liturgia del Jueves santo, la Iglesia deposita al
Santísimo Sacramento en un lugar preparado a
propósito, que representa la soledad del Getsemaní y
la angustia mortal de Jesús. Ante la Eucaristía, los
fieles contemplan a Jesús en la hora de su soledad y
rezan para que terminen todas las soledades del
mundo. Este camino litúrgico es, por otro lado, una
invitación a buscar el encuentro íntimo con el Señor
en la oración, a reconocer a Jesús entre quienes
están solos, a velar con él y a saberlo proclamar luz
de la propia vida.
(Benedicto XVI, 31 de marzo de 2010)

Medita estos puntos:


-'Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced
esto en recuerdo mío'
- Jesús lava los pies a los Apóstoles
-Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos
a otros como Yo os he amado.
-Jesús se queda desde entonces en los sagrarios.

217
VIERNES SANTO

El Viernes santo es el día en que se conmemora


la pasión, crucifixión y muerte de Jesús. En este día,
la liturgia de la Iglesia no prevé la celebración de
la santa misa, pero la asamblea cristiana se reúne
para meditar en el gran misterio del mal y del
pecado que oprimen a la humanidad, para
recordar, a la luz de la palabra de Dios y con la
ayuda de conmovedores gestos litúrgicos, los
sufrimientos del Señor que expían este mal. Después
de escuchar el relato de la pasión de Cristo, la
comunidad ora por todas las necesidades de la
Iglesia y del mundo, adora la cruz y recibe la
Eucaristía, consumiendo las especies eucarísticas
conservadas desde la misa in Cena Domini del día
anterior. Como invitación ulterior a meditar en la
pasión y muerte del Redentor y para expresar el
amor y la participación de los fieles en los
sufrimientos de Cristo, la tradición cristiana ha
dado vida a diferentes manifestaciones de piedad
popular, procesiones y representaciones sagradas,
orientadas a imprimir cada vez más profundamente
en el corazón de los fieles sentimientos de auténtica
participación en el sacrificio redentor de Cristo.
Entre esas manifestaciones destaca el vía crucis,
práctica de piedad que a lo largo de los años se ha
ido enriqueciendo con múltiples expresiones
espirituales y artísticas vinculadas a la sensibilidad
de las diferentes culturas. Así, han surgido en

218
muchos países santuarios con el nombre de
"Calvario" hasta los que se llega a través de una
cuesta empinada, que recuerda el camino doloroso
de la Pasión, permitiendo a los fieles participar en
la subida del Señor al monte de la Cruz, al monte
del Amor llevado hasta el extremo.
(Benedicto XVI, 19 de marzo 2008)

Puedes también meditar hoy los misterios


dolorosos del Rosario, comentados por Benedicto
XVI en la JMJ Madrid 2011:
1. La oración de Jesús en el huerto (Mc 14, 32-
42)
No pocos, por causa de su fe en Cristo, sufren en
sí mismos la discriminación, que lleva al desprecio
y a la persecución abierta o larvada que padecen en
determinadas regiones y países. Se les acosa
queriendo apartarlos de Él, privándolos de los
signos de su presencia en la vida pública, y
silenciando hasta su santo Nombre. Pero yo vuelvo
a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi
corazón: que nada ni nadie os quite la paz; no os
avergoncéis del Señor. Él no ha tenido reparo en
hacerse uno como nosotros y experimentar nuestras
angustias para llevarlas a Dios, y así nos ha
salvado.

219
2. La flagelación del Señor (Mc 15, 14-15)
Queridos amigos, que ninguna adversidad os
paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni
a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir
en este momento de la historia, para que gracias a
vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la
tierra. En esta vigilia de oración, os invito a pedir a
Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en
la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella
con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en
nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con
valentía y generosidad el camino que él nos
proponga.

3. La coronación de espinas (Mc 15, 16-20)


Queridos jóvenes, que el amor de Cristo por
nosotros aumente vuestra alegría y os aliente a
estar cerca de los menos favorecidos. Vosotros, que
sois muy sensibles a la idea de compartir la vida
con los demás, no paséis de largo ante el
sufrimiento humano, donde Dios os espera para que
entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra
capacidad de amar y de compadecer. Las diversas
formas de sufrimiento son llamadas del Señor para
edificar nuestras vidas siguiendo sus huellas y
hacer de nosotros signos de su consuelo y
salvación.

220
4. Jesús con la cruz a cuestas (Lc 23, 26-32)
Mientras avanzábamos con Jesús, hasta llegar a
la cima de su entrega en el Calvario, nos venían a
la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó
y se entregó por mí» (Gál 2,20). Ante un amor tan
desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos
preguntamos ahora: ¿Qué haremos nosotros por él?
¿Qué respuesta le daremos? San Juan lo dice
claramente: «En esto hemos conocido el amor: en
que él dio su vida por nosotros. También nosotros
debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1
Jn 3,16).

5. La crucifixión y muerte del Señor (Jn 19, 25-


30)
La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino el
modo de expresar la entrega amorosa que llega
hasta la donación más inmensa de la propia vida. El
Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su
Hijo crucificado por amor. La cruz en su forma y
significado representa ese amor del Padre y de
Cristo a los hombres. En ella reconocemos el icono
del amor supremo, en donde aprendemos a amar lo
que Dios ama y como Él lo hace: esta es la Buena
Noticia que devuelve la esperanza al mundo.

221
SÁBADO SANTO

El Sábado santo se caracteriza por un profundo


silencio. Las iglesias están desnudas y no se celebra
ninguna liturgia. Los creyentes, mientras aguardan
el gran acontecimiento de la Resurrección,
perseveran con María en la espera, rezando y
meditando. En efecto, hace falta un día de silencio
para meditar en la realidad de la vida humana, en
las fuerzas del mal y en la gran fuerza del bien que
brota de la pasión y de la resurrección del Señor.
En este día se da gran importancia a la
participación en el sacramento de la
Reconciliación, camino indispensable para
purificar el corazón y prepararse para celebrar la
Pascua íntimamente renovados. Al menos una vez al
año necesitamos esta purificación interior, esta
renovación de nosotros mismos.
Este Sábado de silencio, de meditación, de
perdón, de reconciliación, desemboca en la Vigilia
pascual, que introduce el domingo más importante
de la historia, el domingo de la Pascua de Cristo.
La Iglesia vela junto al fuego nuevo bendecido y
medita en la gran promesa, contenida en el Antiguo
y en el Nuevo Testamento, de la liberación
definitiva de la antigua esclavitud del pecado y de
la muerte. En la oscuridad de la noche, con el fuego
nuevo se enciende el cirio pascual, símbolo de
222
Cristo que resucita glorioso. Cristo, luz de la
humanidad, disipa las tinieblas del corazón y del
espíritu e ilumina a todo hombre que viene al
mundo. Junto al cirio pascual resuena en la Iglesia
el gran anuncio pascual: Cristo ha resucitado
verdaderamente, la muerte ya no tiene poder sobre
él. Con su muerte, ha derrotado el mal para siempre
y ha donado a todos los hombres la vida misma de
Dios.
(Benedicto XVI, 19 de marzo 2008)

Puede ayudarte hoy este Evangelio:


Junto a la Cruz de Jesús estaban su Madre y la
hermana de su Madre, María mujer de Cleofás, y
María Magdalena. Jesús viendo a su Madre y junto
a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre:
"Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dice al
Discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella
hora el discípulo la acogió en su casa.(Jn 19,25 -
27)

Y también esta Secuencia de la Virgen Dolorosa


que recoge la liturgia de hoy:

223
Stabat Mater

La Madre piadosa estaba ¡Oh Madre, fuente de amor!


junto a la cruz y lloraba Hazme sentir tu dolor
mientras el Hijo pendía, Para que llore contigo.
cuya alma triste y llorosa,
Y que por mi Cristo amado,
traspasada y dolorosa
Mi corazón abrasado
fiero cuchillo tenía.
Más viva en él que conmigo.
¡Oh, cuán triste y cuán
aflicta Y por que a amarle me anime,
se vio la Madre bendita, en mi corazón imprime
de tantos tormentos llena, las llagas que tuvo en sí.
cuando triste contemplaba Y de tu Hijo, Señora,
y dolorosa miraba divide conmigo ahora,
del Hijo amado la pena! las que padeció por mí.

Y ¿cuál hombre no llorara Hazme contigo llorar


si a la Madre contemplara y de veras lastimar
de Cristo en tanto dolor? de sus penas mientras vivo.
Y quien no se entristeciera, Porque acompañar deseo
Madre piadosa, si os viera en la cruz donde lo veo,
sujeta a tanto rigor? tu Corazón compasivo.

Por los pecados del mundo, ¡Virgen de vírgenes santas!


vio a Jesús en tan profundo llore yo con ansias tantas,
tormento la dulce Madre. que el llanto dulce me sea,
Vio morir al Hijo amado porque su Pasión y Muerte
que rindió desamparado tenga en mi alma de suerte
el espíritu a su Padre. que siempre sus penas vea.

224
Haz que su cruz me Haz que me ampare la muerte
enamore, de Cristo, cuando en tan fuerte
y que en ella viva y more, trance vida y alma estén.
de mi fe y amor indicio. Porque, cuando quede en
Por que me inflame y calma
encienda, el cuerpo, vaya mi alma
y contigo me defienda a su eterna gloria. Amén
en el día del juicio.

225
226
ÍNDICE

PRESENTACIÓN ................................................... 3
PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA CON EL
EVANGELIO DE CADA DÍA ............................... 5
Al iniciar la oración: ............................................ 8
Ponte en presencia de Dios .................................. 8
CUARESMA ......................................................... 12
Miércoles de Ceniza ........................................... 15
Jueves después de ceniza ................................... 19
Viernes después de ceniza ................................. 22
Sábado después de ceniza .................................. 25
PRIMERA SEMANA DE CUARESMA .............. 29
Domingo I de Cuaresma .................................... 31
Lunes I de Cuaresma .......................................... 38
Martes I de Cuaresma ........................................ 43
Miércoles I de Cuaresma ................................... 49
Jueves I de Cuaresma ......................................... 51
Viernes I de Cuaresma ....................................... 54
Sábado I de Cuaresma ........................................ 57
SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA ............. 60
Domingo II de Cuaresma ................................... 62
Lunes II de Cuaresma ........................................ 66
Martes II de Cuaresma ....................................... 69
Miércoles II de Cuaresma .................................. 72
Jueves II de Cuaresma ....................................... 76
Viernes II de Cuaresma ...................................... 80
Sábado II de Cuaresma ...................................... 84
TERCERA SEMANA DE CUARESMA.............. 92
Domingo III de Cuaresma .................................. 93
227
Lunes III de Cuaresma ..................................... 104
Martes III de Cuaresma .................................... 107
Miércoles III de Cuaresma ............................... 111
Jueves III de Cuaresma .................................... 113
Viernes III de Cuaresma .................................. 117
Sábado III de Cuaresma ................................... 121
CUARTA SEMANA DE CUARESMA ............. 125
Domingo IV de Cuaresma................................ 126
Lunes IV de Cuaresma ..................................... 138
Martes IV de Cuaresma.................................... 142
Miércoles IV de Cuaresma ............................... 145
Jueves IV de Cuaresma .................................... 149
Viernes IV de Cuaresma .................................. 152
Sábado IV de Cuaresma ................................... 155
QUINTA SEMANA DE CUARESMA............... 159
Domingo V de Cuaresma ................................. 160
Lunes V de Cuaresma ...................................... 173
Martes V de Cuaresma ..................................... 181
Miércoles V de Cuaresma ................................ 185
Jueves V de Cuaresma ..................................... 189
Viernes V de Cuaresma.................................... 193
Sábado V de Cuaresma .................................... 195
DOMINGO DE RAMOS .................................... 200
LUNES SANTO .................................................. 203
MARTES SANTO............................................... 207
MIÉRCOLES SANTO ........................................ 211
TRIDUO PASCUAL ........................................... 215
JUEVES SANTO ................................................ 216
VIERNES SANTO .............................................. 218
SÁBADO SANTO .............................................. 222
Stabat Mater ..................................................... 224
228

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