Via Crucis Caballeros de La Virgen 1

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Vía

Crucis

Mons. João Scognamiglio


1 Clá Dias, EP
Heraldos del Evangelio - Caballeros de la Virgen
Asociación de Fieles de Derecho Pontificio
Urb. Campo Alegre, Calle Golondrinas E18-98 y Huirachuro
Quito - Ecuador.
Teléfonos: 593 (02) 2258840 – 593 (02) 2442585
Celular: +593 98 517 4781 (whatsapp)

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Vía
Crucis

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El Autor
Mons. João Scognamiglio
Clá Dias, EP, natural de San
Pablo, Brasil. Nació el 15 de
agosto de 1939, siendo hijo
de Antonio Clá Dias y Annitta
Scognamiglo Clá Dias.
Cursó Derecho en la Facul-
tad del Largo de San Francisco
en São Paulo, profundizó sus estudios teológicos con
grandes catedráticos de Salamanca, de la Orden Domi-
nicana. Se formó en Filosofía y en Teología en el Centro
Universitario Ítalo-Brasilero, de São Paulo; es licencia-
do en Humanidades por la Pontificia Universidad Cató-
lica Madre y Maestra, de República Dominicana, doc-
tor en Derecho Canónico por la Pontifica Universidad
Santo Tomás de Aquino (Angelicum) de Roma y doctor
en Teología por la Universidad Pontifica Bolivariana,
de Medellín, en Colombia.En 1970 a inició una expe-
riencia de vida comunitaria, semilla de tres instituciones
de Derecho Pontificio. Mons. João Clá es el fundador y
actual Superior-General del los Heraldos del Evangelio
y de la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos

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Carmeli, además fundador de la Sociedad Femenina de
Vida Apostólica Regina Virginum, entidades que extien-
den sus actividades en 78 países. Organizó cerca de 50
coros y bandas en los países en donde los Heraldos es-
tán establecidos. En el 2005 fue ordenado sacerdote para
actuar de modo más pleno en la Nueva Evangelización.
Para dar una sólida formación a los Heraldos, fundó
el Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista y el Instituto
Teológico Santo Tomás de Aquino. También es fundador
y asiduo colaborador de la revista Heraldos del Evan-
gelio, que se publica en portugués, español, italiano e
inglés con un tiraje mensual de cerca de un millón de
ejemplares.
El 15 de Agosto de 2009 el Santo Padre Benedicto
XVI, como un reconocimiento a Mons. João Clá por la
obra desempeñada a favor de la Iglesia, entregó -por
manos del Cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congre-
gación para los Institutos de Vida Consagrada y Socie-
dades de Vida Apostólica- la medalla “Pro Ecclesia et
Pontifice”, una de las honras más altas concedidas por
el Santo Padre a aquellos que se distinguen por su actua-
ción en favor de la Iglesia y del Papa.
Mons. João Clá es Canónigo Honorario de la Basílica
Pontificia Santa María la Mayor en Roma, y Protonota-
rio Apostólico.
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Oración Inicial
“Sin mí, nada pueden hacer” (Jn 15, 5).
Oh Jesús mío, me preparo en este momento para
acompañarte en tu Vía Crucis. En él voy a encon-
trarte llagado, sin fuerzas y ensangrentado: “Pero
yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de
los hombres y el deshecho del pueblo” (Sl 22, 7).
Una fuerte expresión usa la Escritura al referir-
se a Tu Pasión. Muy diferente es tu Divina Fi-
gura de la que contemplaron los Apóstoles en el
Tabor, o caminando sobre las aguas, o curando a
los enfermos. En este camino hacia la Cruz veré
estampadas la fealdad, la maldad de mis pecados
y la profunda misericordia del Señor. ¡Ah, Señor
Jesús, perdón! Comienzo pidiéndote perdón por
tanta miseria y por la enorme culpa que tengo en
tus tormentos.
Para eso te pido la intercesión de la Virgen Do-
lorosa. Que ella me cubra con su maternal manto,
auxiliándome a unirme a ti y también a abrazar mi
cruz. Así sea.

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I Estación
Jesús es condenado a muerte

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Pilato volvió a entrar en el pretorio y, llaman-


do a Jesús, le dijo: “¿Eres tú rey de los judíos?”.
Respondió Jesús: “Mi reino no es de este mun-
do. Si de este mundo fuera mi reino, mis minis-
tros habrían luchado para que no fuese entrega-
do a los judíos. Pero mi reino no es de aquí”.
Viendo Pilato que nada conseguía, sino que
el tumulto crecía cada vez más, hizo traer agua
y se lavó las manos delante de la multitud,
diciendo: “Yo soy inocente de esta sangre; es
asunto de ustedes”. Y todo el pueblo contestó
diciendo: “Que su sangre caiga sobre nosotros
y sobre nuestros hijos”. Entonces, Pilato puso
en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de
haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera
crucificado. (Mt. 27, 24-26)
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Jesús al afirmar que su reino no es de este mun-
do, no deja de querer ser Rey de nuestros corazo-
nes. Va a entregarse en manos de los verdugos por
amor a nosotros; en este momento de su captura,
¿no debemos ofrecerle nuestros corazones?
No quiero permanecer imparcial frente a este
profundo deseo de Jesús. Esta fue la gran falta
cometida por Pilato: su imparcialidad frente a un
llamado divino y de una falsa acusación. Jesús me
está implorando que le dé mi corazón en este paso
de la Pasión. Él quiere mi santificación.
¡Oh Jesús! Me conmueve verte preso, conde-
nado a muerte y considerado inferior a Barrabás.
Veo el enorme peso de mis pecados en el odio de
los que te rechazan. Acepta, Señor, mi pobre cora-
zón y asúmelo como Rey y Señor absoluto. Estoy
seguro de que si así lo haces, jamás te ofenderé.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.
9
II Estación
Jesús carga su Cruz
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciu-


dad para dirigirse al lugar llamado “Calvario”,
en hebreo, “Gólgota”. (Jn. 19, 17)
Y sin embargo él estaba cargado con nuestros
sufrimientos, estaba soportando nuestros pro-
pios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo
había herido, que lo había castigado y humilla-
do. (Is. 53, 4)
Jamás un romano podría ser condenado a muer-
te de crucifixión, por ser el símbolo máximo de
la deshonra, reservada a los peores criminales. El
signo de vergüenza por excelencia fue abrazado
por Jesús, “cargando sobre sí la cruz…”
En este paso de la Pasión, Jesús toma sobre sus
hombros mis pecados. No obstante, el Divino Re-

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dentor es un Rey tan grandioso que transformará
la cruz en un objeto de Redención. Se la colocará
en lo alto de las fachadas de las iglesias, en las
coronas de los reyes y será la pasión de los santos.
¿Qué debo ofrecer a Jesús en este momento en
que lo veo besar la cruz?
¡Oh Jesús mío! Al verte arrodillado para abrazar
la cruz, me lanzo a tus pies contrito y humillado.
Consume todas mis culpas en tu infinita miseri-
cordia y transfórmalas en corona para tu gloria.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

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III Estación
Jesús cae por primera vez

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Pero fue traspasado a causa de nuestra rebel-


día, fue atormentado a causa de nuestras malda-
des; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus
heridas alcanzamos la salud. (Is. 53, 5)
¡Terribles son nuestros crímenes; hacen caer a
un Dios hecho hombre!
En el camino hasta el Calvario, Jesús caerá dos
veces más aún. El agotamiento producido por la
flagelación, seguida por la coronación de espinas,
la noche sin dormir…
Bien podría negarse a seguir su Vía Crucis.
Bastaría todo lo ocurrido hasta aquí para justifi-
car una incapacidad de proseguir. Pero, Él desea
enseñarnos a no desanimar nunca. En este paso
Él demuestra que está dispuesto a levantarnos de
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nuestras caídas, por peores que sean.
Oh Jesús, castigado por mis pecados, cómo te
adoro y te agradezco que quieras levantarme de
mis caídas. Elévame de esta situación en que me
encuentro, produce en mí una verdadera conver-
sión para que regrese al camino de mi salvación y
nunca me desanime. Que deteste todo lo que me
separa de ti, que muera para el pecado y que jamás
desconfíe de ti.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

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IV Estación
Encuentro de Jesús con su
Madre Santísima
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Entonces Simeón les dio su bendición, y dijo a


María, la madre de Jesús: Mira, este niño está
destinado a hacer que muchos en Israel caigan
o se levanten. Él será una señal que muchos re-
chazarán, a fin de que las intenciones de muchos
corazones queden al descubierto. Pero todo esto
va a ser para ti como una espada que atraviese tu
propia alma. (Lc. 2, 34)
¡Ustedes, los que van por el camino, deténgan-
se a pensar si hay dolor como el mío, que tanto
me hace sufrir! (Lam. 1, 12)
“Su madre conservaba estas cosas en su cora-
zón”. (Lc. 2, 51) Ella debía recordar con exacti-
tud las palabras del Arcángel San Gabriel durante

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la Anunciación: “Él será grande y será llamado
Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el tro-
no de David, su padre, reinará sobre la casa de
Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.” (Lc.
1, 32-33)
Pero, ¿cómo será ese trono y ese reino — debe-
ría pensar Ella — si mi Hijo es una sola llaga de
la cabeza a los pies, sin fuerzas bajo el peso de la
cruz?
María, por su sabiduría, conocía profundamente
la inmensa gravedad del pecado. Pero, ¿sería ne-
cesario llevar las cosas hasta ese punto? ¿Quién
podría imaginar una escena más trágica? Una es-
pada de dolor atravesó su alma purísima y allí de-
positó un sufrimiento desgarrador.
¡Oh Virgen Dolorosa! Ruega por mí por la gran
culpa que tengo en este paso de la Pasión. Re-
conozco mis faltas y te agradezco que te hayas
asociado a los tormentos de tu Divino Hijo para
redimirme. ¡Madre del Señor! Invoco este sagra-
do intercambio de miradas entre Madre e Hijo, en
circunstancias tan dramáticas, para implorar per-
dón.

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Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

V Estación
Jesús es ayudado a llevar la Cruz
por el Cirineo
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Un hombre de Cirene, llamado Simón, padre


de Alejandro y de Rufo, llegaba entonces del
campo. Al pasar por allí, lo obligaron a cargar
con la cruz de Jesús. (Mc. 15, 20-21)
Los soldados romanos temen que vaya a morir
el Divino condenado, antes de llegar al Gólgota.
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Urge encontrar a alguien que lo auxilie a terminar
el recorrido.
El centurión que dirigía a los soldados roma-
nos ve a Simón. ¿Quién era él? Se sabe sola-
mente que era de Cirene. Casi un anónimo. Y
aunque haya sido obligado a llevar la cruz con
Jesús, de alguna forma cooperó con la obra de la
Redención.
¡Oh, qué ejemplo extraordinario para mí! Aún
siendo inocente — si es así, tanto mejor — y
mucho más si soy pecador, debo recordar de las
palabras del Divino Maestro: “el que no toma su
cruz y me sigue, no es digno de mí”. (Mt. 10, 38)
Es indispensable que tome mi cruz, o sea, aque-
lla responsabilidad, aquella humillación, la cruz
de la honestidad y de la rectitud de conciencia, de
la práctica de la virtud.
¡Oh Jesús, que en este paso de tu Pasión me pi-
des ayuda, quiero seguirte con mi cruz. Ayúdame
a ayudarte, Señor.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los peca-
dores,
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23
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

VI Estación
La Verónica enjuga el rostro de
Jesús
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Alza sobre nosotros, ¡oh Yavé!, la lumbre de


tu rostro. Yo en justicia contemplaré tu faz, y
me saciaré, al despertar, de tu imagen (Sl 4, 7:
17, 15).
“Vera icona”, o sea, verdadera imagen. Este es
el significado del nombre de aquella que se com-
padeció de Jesús y le secó el rostro. ¿Qué podría
ofrecerle Él, en ese momento, como retribución a
tan noble actitud? Su verdadera faz. Jesús quiso
dejarnos este precioso mensaje: siempre que, de
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alguna forma, yo le enjugue la faz, su fisonomía se
estampará en mi alma, seré otro Cristo. Sí; “chris-
tianus alter Christus”, el cristiano es otro Cristo.
Si en la vida de todos los días me empeño en
auxiliar al prójimo a seguir las vías del Evangelio,
de la salvación, el rostro de Cristo se grabará en
mi espíritu, y yo me haré semejante a Él.
Comprendo ahora, con el auxilio de tu gracia, tu
mandamiento: “que os améis los unos a los otros;
como yo os he amado” (Jn. 13, 34). Tú quieres
que sea solícito con los necesitados de mi auxilio,
bondadoso con los humildes, fuerte con los orgu-
llosos. Estoy dispuesto a proceder así.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

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VII Estación
Jesús cae por segunda vez
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Ni siquiera abrió la boca; lo llevaron como cor-


dero al matadero, y él se quedó callado, sin abrir
la boca, como una oveja cuando la trasquilan.
(Is. 53, 6-7). Por Yavé se afirman los pasos del
varón cuyo camino le place. Si cayere, no perma-
necerá postrado, porque Yavé lo sostiene de su
mano. (Sl. 37, 23-24)
A pesar del auxilio del Cirineo, el peso de la
cruz va haciéndose aplastante. ¿Quién, al caer por
segunda vez en aquellas circunstancias, no se de-
jaría estar en el suelo? Habría llegado la oportu-
nidad de desistir. ¡Qué suaves eran las piedras del
camino comparadas a los sufrimientos que esta-
ban por llegar!
Además, Jesús quiso mostrarnos cuál debe ser
la extensión de nuestra confianza, hasta cuán-
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27
do recaemos en nuestras faltas. El Salvador está
siempre dispuesto a perdonarnos, y para esto es
fundamental que nunca nos desanimemos. Ha-
biendo Él asumido nuestras culpas, jamás dejará
de levantarnos otra vez. Por los méritos infinitos
de tu segunda caída, confírmame en tu gracia, te
lo imploro por María Santísima.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

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29
VIII Estación
Jesús consuela a las Hijas de
Jesusalen
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Lo seguía una gran multitud del pueblo y de


mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamen-
taban por Él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas,
les dijo: “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí;
lloren más bien por ustedes y por sus hijos. (Lc
23, 27-31)
A pesar de estar sumergido en los tormentos
de la Pasión, Jesús caminaba hacia el triunfo del
cumplimiento de su misión. Sus sufrimientos eran
una nueva corona de gloria, y por eso afirmó: “no
lloren por mí”. En su infinita justicia, Jesús ad-
vertía a las mujeres de la necesidad de reparar el
pecado colectivo. No bastaba conmoverse con la
tragedia de un Dios injustamente ejecutado.
¡Oh Jesús, Señor de Justicia, que premias todo
bien y corriges el mal!, dame la gracia de tener
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plena conciencia de mis locuras y pecados, a fin
de descubrir tu amor. Cuanto más profundamente
reconociese mis faltas, mejor será mi arrepenti-
miento y más amplia será tu absolución.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

IX Estación
Jesús cae por tercera vez
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

El Señor quiso oprimirlo con el sufrimiento. (Is


53, 3)
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Porque también Cristo padeció por ustedes, y
les dejó un ejemplo a fin de que sigan sus hue-
llas. Él llevó sobre la cruz nuestros pecados, car-
gándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al
pecado, vivamos para la justicia. (1 Pe 2, 21, 24)
Ahí está ante mis ojos, y bajo el peso de la cruz,
la luz del mundo caída al suelo por tercera vez.
¿De qué apoyo servía el Cirineo para cargar la
cruz? ¿Por qué no tomó sobre sus hombros la par-
te más pesada? Si los soldados ya habían decidido
obligar al Cirineo a cargar la cruz, es porque com-
prendían el estado de agotamiento de su víctima.
¿Por qué le exigen seguir caminando?
Una vez más ésta es la imagen de nuestra mise-
ria. Así somos nosotros.
Perdón por ser relajado en el cumplimiento de
mi deber. Bien sé que no siendo perfecto como
nuestro Padre celestial es perfecto, hago tu cruz
aún más pesada. Yo soy también la causa de esta
tercera caída.
Te agradezco el ejemplo de generosidad y entre-
ga totales que me das en este paso de la Pasión, y
te ruego las gracias necesarias para servirte conti-

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nuamente con amor desinteresado y ánimo fuerte.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

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X Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Después que los soldados crucificaron a Je-


sús, tomaron sus vestiduras y las dividieron
en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron
también la túnica, y como no tenía costura, por-
que estaba hecha de una sola pieza de arriba
abajo, se dijeron entre sí: “No la rompamos.
Vamos a sortearla, para ver a quién le toca”.
Así se cumplió la Escritura que dice: “Se repar-
tieron mis vestiduras y sortearon mi túnica.”
(Jn 19, 23-24).
¿Quién podría imaginar tan grande humillación?
Jesús, el propio creador del pudor, y dotado con
éste en el grado más perfecto, es despojado de sus
vestidos frente a toda aquella gente. Tal vez fuese
para reparar el valor del cuerpo tan relativizado
ayer y hoy.
Cuatro son los rincones de la Tierra, y en cua-
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tro se repartieron sus pertenencias. Es un bellísi-
mo símbolo de la expansión de la más alta de las
obras de Jesús, la Santa Iglesia, que tomaría cuen-
ta de todo el mundo.
Los soldados decidieron sortear la túnica, por-
que concluyeron que se trataba de una pieza de
elevado valor, pues no tenía una sola costura de
arriba abajo.
La Santa Iglesia está simbolizada en su unidad
perfecta por la túnica sin costura. Ella reclama una
unidad total entre todos sus fieles, no permitiendo
la menor división.
¡Oh Jesús mío ! Que ame la unidad de tu San-
ta Iglesia y sea testigo de su misión en el mundo
entero, nunca haciendo distinción de personas en
esta tarea, para ayudarte a salvar a los pobres, a
los ricos, a cualquier clase de almas.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.

37
R/. Amén.

XI Estación
Jesús es clavado en la Cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Cuando llegaron al lugar llamado “Calva-


rio”, lo crucificaron junto con los malhechores,
uno a su derecha y el otro a su izquierda. Pilato
redactó una inscripción que decía: “Jesús el Na-
zareno, rey de los judíos”, y la hizo poner sobre
la cruz. (Lc 23,33; Jn 19,9)
Por fin llega Jesús al Calvario, lugar en el cual,
según una piadosa y antigua tradición, había sido
sepultado Adán. Allí había abundado el pecado,
allí desbordaría la gracia.
¡Crucificado! Aquella misma cruz que tanto le
pesaba sobre los hombros sería el instrumento

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de su muerte. Los brazos abiertos, para atraer a
Sí a toda la humanidad, sin distinción, personas
de cualquier especie, como afirma San Juan Cri-
sóstomo. Ya en estado pre-agónico, enormes cla-
vos perforan sus manos y sus pies.
La maldad de sus acusadores llega al punto de
crucificarlo entre dos ladrones, para que fuera te-
nido también como uno de ellos. Él entregaba su
herencia más preciosa — María Santísima — al
discípulo amado, en un último y supremo gesto
de amor filial.
¡Te doy gracias, oh Jesús mío! En esta medita-
ción, reconstruyo el drama de la locura de amor
de un Dios por sus criaturas. Si yo fuera el único
que hubiese pecado, tu procedimiento no habría
sido distinto. Por eso afirmo con toda seguridad:
tú fuiste crucificado por mí.
Concédeme las mismas gracias derramadas so-
bre el buen ladrón y que yo pueda, como Él, un
día estar contigo en el Paraíso.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
40
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

XII Estación
Jesús muere en la Cruz

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.


R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo


se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó
su espíritu. Los soldados fueron y quebraron las
piernas a los dos que habían sido crucificados
con Jesús. Cuando llegaron a Él, al ver que ya
estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino
que uno de los soldados le atravesó el costado
con su lanza, y al instante brotó sangre y agua.
(Jn 19, 28-30 , 32-34)
“Inclinando la cabeza, entregó el espíritu.” A
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42
este respecto afirma San Agustín: “¿Quién puede
dormir cuando quiere, como Jesús murió cuando
quiso?”. Y en el mismo sentido, leemos en San
Juan Crisóstomo: “Por sus actos indica el Evange-
lista que Él era Señor de todas las cosas.”
“Brotó sangre y agua”, que simbolizan los Sa-
cramentos de la Iglesia, indispensables para nues-
tra salvación. San Juan emplea el verbo “atrave-
sar” para significar el paso de la puerta de la cual
nacería la Santa Iglesia.
¡Oh Jesús mío, mayor prueba de amor no hay!
¡Diste tu preciosísima vida por mí! ¿Y qué debo
dar yo? ¿Qué más grandioso podría recibir? ¡Pen-
sar que este mismo sacrificio se renueva todos los
días sobre el altar, de forma incruenta, pudiendo
beneficiarme totalmente de él!
¡Ah, Señor, acepta mi pobre ser, mi cuerpo,
mi alma, mis parientes, todo lo que me pertene-
ce ahora y me pertenecerá en el futuro, hasta mis
méritos. Todo es tuyo, Señor, y te lo entrego, por
medio de María Santísima.

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-

43
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

XIII Estación
Jesús es bajado de la Cruz
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Después de esto, José de Arimatea, que era


discípulo de Jesús, aunque en secreto, por temor
a los judíos, pidió autorización a Pilato para re-
tirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y
él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mis-
mo que anteriormente había ido a verlo de noche,
y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba
unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo
de Jesús y lo envolvieron con vendas empapadas

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en aquel perfume, según es costumbre sepultar
entre los judíos. (Jn 19, 38-40)
La Providencia traza con perfección las líneas
de la Historia. José de Arimatea, además de ser
noble, tenía muchas relaciones con Poncio Pilato,
reuniendo, por lo tanto, las condiciones favorables
para obtener de él la autorización necesaria para
que Jesús no fuese enterrado como un condenado
cualquiera, sino como una persona. ¿Quién, a no
ser José, tendría el coraje de presentarse al gober-
nador romano para pedirle el cuerpo de un crucifi-
cado? Por eso, a respecto de él, comenta San Juan
Crisóstomo: “Véase el valor de este hombre; se
pone en peligro de muerte, atrayendo sobre sí la
enemistad de todos, por su afecto a Jesucristo...”
Qué gracia única diste a este José, la de poder
bajar de la cruz, con el auxilio de Nicodemo, el
cuerpo de Jesús.
¡Señor Jesús!, viéndote así, sin vida, siento ge-
mir a mi corazón. Estas manos, que dieron órde-
nes a los mares y a las tempestades, que expulsa-
ron a los vendedores del Templo, que hicieron el
bien por todo Israel, ya no se articulan. Tus pies,
que caminaron sobre las aguas y cruzaron todas

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las distancias de tu nación en busca de los necesi-
tados, no se mueven. Tu voz, que hacía estreme-
cer a los fariseos y que perdonaba con dulzura a
los pecadores arrepentidos, ya no se hace oír. Tu
mirada, que santificó a Pedro, ahora está vidriosa.
Una sola llaga te cubre, de arriba abajo.
¡Oh Virgen Dolorosa! Te imploro la insigne gra-
cia de mantener ante mí, esta terrible imagen cau-
sada por mi pecado. ¡Ruego, Madre mía, ruego!
¡Ayúdame a no pecar nunca más!

Padre Nuestro. Ave María. Gloria.


V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

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XIV Estación
Jesús es colocado en el sepulcro
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Había cerca del sitio donde fue crucificado un


huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el
cual nadie aún había sido depositado. Como
era para los judíos el día de la Preparación y el
monumento estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Después [José de Arimatea] hizo rodar una gran
piedra a la entrada del sepulcro, y se fue. María
Magdalena y la otra María estaban sentadas
frente al sepulcro. (Jn 19, 41-42 : Mt 27, 60-61)
Una gran piedra nos separa, en este momento,
del cuerpo de Jesús.
Quien tuviese fe, podría adorar a Jesús en Cuer-
po y Divinidad presente en el sepulcro, y bene-
ficiarse de él recibiendo las gracias concedidas
directamente por el Salvador. Este fue el gran
consuelo de las Santas Mujeres.
Por esto afirma San Jerónimo:“Las mujeres per-
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severaron en su fe y fueron al sepulcro, esperando
lo que Jesús había prometido; por esa razón mere-
cieron ser las primeras que vieron la Resurrección,
porque ‘quien persevera hasta el fin, se salvará’” .
¡Felices santas mujeres! Pero más felices somos
nosotros, pues tenemos a Jesús Resucitado en
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad presente en la
Eucaristía. En ella lo adoramos, no con “una gran
piedra” de por medio, sino solamente a través de
las apariencias de pan y de vino.
A ti, oh Virgen, recurro, a fin de que obtengas
de Jesús sepultado la confirmación en la gracia de
Dios para que, un día, siguiendo tus caminos y los
suyos, pueda también yo resucitar para la gloria
eterna.
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.

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Oración final
En ti, oh Virgen Dolorosa, recuerdo la síntesis
de todos los episodios por mí meditados. ¡Qué
gracias místicas te deben haber sido concedidas
en medio a aquellas angustias! ¡Gracias por sentir
en ti los propios dolores del Redentor. Madre Co-
Redentora!.
Y es a ti a quien “acudo, y aunque gimiendo
bajo el peso de mis pecados”, con la inquebranta-
ble convicción de que “jamás se ha oído decir que
ninguno de los que han acudido a tu protección,
implorando tu asistencia y reclamado tu socorro
haya sido abandonado”.
Y mucho te pido también por la sociedad en ge-
neral y por la propia Santa Iglesia Católica Apos-
tólica Romana, para que lleguen a la plenitud de
su esplendor y de su gracia, y pueda así ser rea-
lizada la proclamación universal del triunfo de tu
Inmaculado Corazón:
“¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”.
Amén.

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Indulgencias del Vía Crucis
Además de los méritos adquiridos por el ejer-
cicio del Vía Crucis, también podemos ser bene-
ficiados fácilmente por las indulgencias que la
Iglesia concede a quien cumpla con determinadas
condiciones.
Por la obtención de indulgencias se nos perdona,
total o parcialmente, la pena debida por nuestros
pecados, o sea, el Purgatorio después de la muer-
te. Las indulgencias pueden ser aplicadas también
a las almas de personas ya fallecidas.

Requisitos para obtener la


indulgencia plenaria con el
Vía Crucis
Se puede obtener indulgencia plenaria rezando
el Vía Crucis de acuerdo con la costumbre, que
consiste en hacer las lecturas, oraciones y medi-
taciones de cada estación delante del respectivo
cuadro o cruz, colocados habitualmente a lo lar-
go de las paredes de las Iglesias. Cuando el Vía

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Crucis es rezado en conjunto y hay dificultad de
moverse todos, ordenadamente, de una estación a
otra, basta que el oficiante se traslade.
Además del rechazo a todo afecto por cualquier
pecado, hasta el venial, también es preciso cum-
plir con las siguientes condiciones: confesión sa-
cramental, comunión eucarística y oración por las
intenciones del Sumo Pontífice (se acostumbra re-
zar un Padre Nuestro, Ave María y Gloria). Una
confesión puede valer para obtener todas las in-
dulgencias plenarias durante el período de un mes.
(Cfr. Manual de Indulgencias, normas y concesiones,
Ed. Paulus, 40 edición, 1990)

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