Via Crucis Caballeros de La Virgen 1
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Crucis
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Vía
Crucis
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El Autor
Mons. João Scognamiglio
Clá Dias, EP, natural de San
Pablo, Brasil. Nació el 15 de
agosto de 1939, siendo hijo
de Antonio Clá Dias y Annitta
Scognamiglo Clá Dias.
Cursó Derecho en la Facul-
tad del Largo de San Francisco
en São Paulo, profundizó sus estudios teológicos con
grandes catedráticos de Salamanca, de la Orden Domi-
nicana. Se formó en Filosofía y en Teología en el Centro
Universitario Ítalo-Brasilero, de São Paulo; es licencia-
do en Humanidades por la Pontificia Universidad Cató-
lica Madre y Maestra, de República Dominicana, doc-
tor en Derecho Canónico por la Pontifica Universidad
Santo Tomás de Aquino (Angelicum) de Roma y doctor
en Teología por la Universidad Pontifica Bolivariana,
de Medellín, en Colombia.En 1970 a inició una expe-
riencia de vida comunitaria, semilla de tres instituciones
de Derecho Pontificio. Mons. João Clá es el fundador y
actual Superior-General del los Heraldos del Evangelio
y de la Sociedad Clerical de Vida Apostólica Virgo Flos
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Carmeli, además fundador de la Sociedad Femenina de
Vida Apostólica Regina Virginum, entidades que extien-
den sus actividades en 78 países. Organizó cerca de 50
coros y bandas en los países en donde los Heraldos es-
tán establecidos. En el 2005 fue ordenado sacerdote para
actuar de modo más pleno en la Nueva Evangelización.
Para dar una sólida formación a los Heraldos, fundó
el Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista y el Instituto
Teológico Santo Tomás de Aquino. También es fundador
y asiduo colaborador de la revista Heraldos del Evan-
gelio, que se publica en portugués, español, italiano e
inglés con un tiraje mensual de cerca de un millón de
ejemplares.
El 15 de Agosto de 2009 el Santo Padre Benedicto
XVI, como un reconocimiento a Mons. João Clá por la
obra desempeñada a favor de la Iglesia, entregó -por
manos del Cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congre-
gación para los Institutos de Vida Consagrada y Socie-
dades de Vida Apostólica- la medalla “Pro Ecclesia et
Pontifice”, una de las honras más altas concedidas por
el Santo Padre a aquellos que se distinguen por su actua-
ción en favor de la Iglesia y del Papa.
Mons. João Clá es Canónigo Honorario de la Basílica
Pontificia Santa María la Mayor en Roma, y Protonota-
rio Apostólico.
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Oración Inicial
“Sin mí, nada pueden hacer” (Jn 15, 5).
Oh Jesús mío, me preparo en este momento para
acompañarte en tu Vía Crucis. En él voy a encon-
trarte llagado, sin fuerzas y ensangrentado: “Pero
yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de
los hombres y el deshecho del pueblo” (Sl 22, 7).
Una fuerte expresión usa la Escritura al referir-
se a Tu Pasión. Muy diferente es tu Divina Fi-
gura de la que contemplaron los Apóstoles en el
Tabor, o caminando sobre las aguas, o curando a
los enfermos. En este camino hacia la Cruz veré
estampadas la fealdad, la maldad de mis pecados
y la profunda misericordia del Señor. ¡Ah, Señor
Jesús, perdón! Comienzo pidiéndote perdón por
tanta miseria y por la enorme culpa que tengo en
tus tormentos.
Para eso te pido la intercesión de la Virgen Do-
lorosa. Que ella me cubra con su maternal manto,
auxiliándome a unirme a ti y también a abrazar mi
cruz. Así sea.
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I Estación
Jesús es condenado a muerte
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dentor es un Rey tan grandioso que transformará
la cruz en un objeto de Redención. Se la colocará
en lo alto de las fachadas de las iglesias, en las
coronas de los reyes y será la pasión de los santos.
¿Qué debo ofrecer a Jesús en este momento en
que lo veo besar la cruz?
¡Oh Jesús mío! Al verte arrodillado para abrazar
la cruz, me lanzo a tus pies contrito y humillado.
Consume todas mis culpas en tu infinita miseri-
cordia y transfórmalas en corona para tu gloria.
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III Estación
Jesús cae por primera vez
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IV Estación
Encuentro de Jesús con su
Madre Santísima
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.
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la Anunciación: “Él será grande y será llamado
Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el tro-
no de David, su padre, reinará sobre la casa de
Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.” (Lc.
1, 32-33)
Pero, ¿cómo será ese trono y ese reino — debe-
ría pensar Ella — si mi Hijo es una sola llaga de
la cabeza a los pies, sin fuerzas bajo el peso de la
cruz?
María, por su sabiduría, conocía profundamente
la inmensa gravedad del pecado. Pero, ¿sería ne-
cesario llevar las cosas hasta ese punto? ¿Quién
podría imaginar una escena más trágica? Una es-
pada de dolor atravesó su alma purísima y allí de-
positó un sufrimiento desgarrador.
¡Oh Virgen Dolorosa! Ruega por mí por la gran
culpa que tengo en este paso de la Pasión. Re-
conozco mis faltas y te agradezco que te hayas
asociado a los tormentos de tu Divino Hijo para
redimirme. ¡Madre del Señor! Invoco este sagra-
do intercambio de miradas entre Madre e Hijo, en
circunstancias tan dramáticas, para implorar per-
dón.
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Padre Nuestro. Ave María. Gloria.
V/. Sagrado Corazón de Jesús, víctima de los pecado-
res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.
V Estación
Jesús es ayudado a llevar la Cruz
por el Cirineo
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.
VI Estación
La Verónica enjuga el rostro de
Jesús
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.
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VII Estación
Jesús cae por segunda vez
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.
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VIII Estación
Jesús consuela a las Hijas de
Jesusalen
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.
IX Estación
Jesús cae por tercera vez
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.
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nuamente con amor desinteresado y ánimo fuerte.
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X Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
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R/. Amén.
XI Estación
Jesús es clavado en la Cruz
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de su muerte. Los brazos abiertos, para atraer a
Sí a toda la humanidad, sin distinción, personas
de cualquier especie, como afirma San Juan Cri-
sóstomo. Ya en estado pre-agónico, enormes cla-
vos perforan sus manos y sus pies.
La maldad de sus acusadores llega al punto de
crucificarlo entre dos ladrones, para que fuera te-
nido también como uno de ellos. Él entregaba su
herencia más preciosa — María Santísima — al
discípulo amado, en un último y supremo gesto
de amor filial.
¡Te doy gracias, oh Jesús mío! En esta medita-
ción, reconstruyo el drama de la locura de amor
de un Dios por sus criaturas. Si yo fuera el único
que hubiese pecado, tu procedimiento no habría
sido distinto. Por eso afirmo con toda seguridad:
tú fuiste crucificado por mí.
Concédeme las mismas gracias derramadas so-
bre el buen ladrón y que yo pueda, como Él, un
día estar contigo en el Paraíso.
XII Estación
Jesús muere en la Cruz
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res,
R/. Ten piedad de nosotros.
V/. Que las almas de los fieles difuntos, por la miseri-
cordia de Dios, descansen en paz.
R/. Amén.
XIII Estación
Jesús es bajado de la Cruz
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.
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en aquel perfume, según es costumbre sepultar
entre los judíos. (Jn 19, 38-40)
La Providencia traza con perfección las líneas
de la Historia. José de Arimatea, además de ser
noble, tenía muchas relaciones con Poncio Pilato,
reuniendo, por lo tanto, las condiciones favorables
para obtener de él la autorización necesaria para
que Jesús no fuese enterrado como un condenado
cualquiera, sino como una persona. ¿Quién, a no
ser José, tendría el coraje de presentarse al gober-
nador romano para pedirle el cuerpo de un crucifi-
cado? Por eso, a respecto de él, comenta San Juan
Crisóstomo: “Véase el valor de este hombre; se
pone en peligro de muerte, atrayendo sobre sí la
enemistad de todos, por su afecto a Jesucristo...”
Qué gracia única diste a este José, la de poder
bajar de la cruz, con el auxilio de Nicodemo, el
cuerpo de Jesús.
¡Señor Jesús!, viéndote así, sin vida, siento ge-
mir a mi corazón. Estas manos, que dieron órde-
nes a los mares y a las tempestades, que expulsa-
ron a los vendedores del Templo, que hicieron el
bien por todo Israel, ya no se articulan. Tus pies,
que caminaron sobre las aguas y cruzaron todas
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las distancias de tu nación en busca de los necesi-
tados, no se mueven. Tu voz, que hacía estreme-
cer a los fariseos y que perdonaba con dulzura a
los pecadores arrepentidos, ya no se hace oír. Tu
mirada, que santificó a Pedro, ahora está vidriosa.
Una sola llaga te cubre, de arriba abajo.
¡Oh Virgen Dolorosa! Te imploro la insigne gra-
cia de mantener ante mí, esta terrible imagen cau-
sada por mi pecado. ¡Ruego, Madre mía, ruego!
¡Ayúdame a no pecar nunca más!
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XIV Estación
Jesús es colocado en el sepulcro
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Porque por tu santa Cruz redimiste al mundo.
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Oración final
En ti, oh Virgen Dolorosa, recuerdo la síntesis
de todos los episodios por mí meditados. ¡Qué
gracias místicas te deben haber sido concedidas
en medio a aquellas angustias! ¡Gracias por sentir
en ti los propios dolores del Redentor. Madre Co-
Redentora!.
Y es a ti a quien “acudo, y aunque gimiendo
bajo el peso de mis pecados”, con la inquebranta-
ble convicción de que “jamás se ha oído decir que
ninguno de los que han acudido a tu protección,
implorando tu asistencia y reclamado tu socorro
haya sido abandonado”.
Y mucho te pido también por la sociedad en ge-
neral y por la propia Santa Iglesia Católica Apos-
tólica Romana, para que lleguen a la plenitud de
su esplendor y de su gracia, y pueda así ser rea-
lizada la proclamación universal del triunfo de tu
Inmaculado Corazón:
“¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”.
Amén.
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Indulgencias del Vía Crucis
Además de los méritos adquiridos por el ejer-
cicio del Vía Crucis, también podemos ser bene-
ficiados fácilmente por las indulgencias que la
Iglesia concede a quien cumpla con determinadas
condiciones.
Por la obtención de indulgencias se nos perdona,
total o parcialmente, la pena debida por nuestros
pecados, o sea, el Purgatorio después de la muer-
te. Las indulgencias pueden ser aplicadas también
a las almas de personas ya fallecidas.
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Crucis es rezado en conjunto y hay dificultad de
moverse todos, ordenadamente, de una estación a
otra, basta que el oficiante se traslade.
Además del rechazo a todo afecto por cualquier
pecado, hasta el venial, también es preciso cum-
plir con las siguientes condiciones: confesión sa-
cramental, comunión eucarística y oración por las
intenciones del Sumo Pontífice (se acostumbra re-
zar un Padre Nuestro, Ave María y Gloria). Una
confesión puede valer para obtener todas las in-
dulgencias plenarias durante el período de un mes.
(Cfr. Manual de Indulgencias, normas y concesiones,
Ed. Paulus, 40 edición, 1990)
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