Trbajo Final Argentina
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Año: 2019
Pero, cuando en 1815, el régimen revolucionario cayó por primera vez, ya no era,
para Halperín, más que una dictadura administrativa y militar ejercida por una muy
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reducida oligarquía. De esta forma, la reconstrucción política que siguió después siguió un
camino muy diferente: proclamó el fin de la revolución; redefinió la guerra como una lucha
por la supervivencia, desprovista de cualquier ideología; y se presentó como la expresión
política de las clases respetables (Halperín Donghi, T. 1992: 18) Así, por estos años se
darán dos aspectos para del orden revolucionario de importancia para Halperín, el primero
es la consolidación de un precoz Estado comparativamente desarrollado y complejo, y el
segundo es el apoyo casi unánime, una vez surgida la clase propietaria o terrateniente, a la
economía exportadora (que logro salvar a ambos actores y de la cual los mismos esperaban
grandes beneficios) Cuando en 1820, sufrida la derrota del ejército nacional por los
caudillos del litoral, se acontece al derrumbe definitivo del Estado revolucionario que había
heredado el poder de los virreyes. Este acontecimiento (el de la derrota de las fuerzas
directoriales el primero de febrero de 1820), la disolución del congreso primero y luego del
directorio, abrió, para la historiadora Marcela Ternavasio, un proceso de transformación
política general, que a largo plazo daría la conformación de los Estados provinciales
autónomos (Ternavasio, M. 1998: 161)
Pero en el corto plazo, como afirma Ternavasio, este proceso género en Buenos Aires
una crisis política, que se agudizo luego del tratado de Pilar el 23 de Febrero de 1820, en el
que se firmó que la futura organización del país seguiría siendo el modelo de la federación.
En consecuencia tanto la ciudad como la campaña fueron escenario de una disputa que vió
sucederse hasta una docena de gobernadores, elegidos de formas variadas: cabildo abierto,
elecciones indirectas, asambleas populares, etc. (Ternavasio, M. 1998: 162) Esta proceso de
disputas facciosas conocido como “el fatídico año 20”, dio paso a una cierta depuración de
la elite y a la conformación de una clase dirigente, heterogénea en su origen, pero con un
objetivo en común: ordenar el caos producido luego de la caída del poder central
(Ternavasio, M. 1998: 162) Este orden buscaba organizar a la indisciplinada sociedad
movilizada por el calor de la guerra de independencia e imponer un nuevo principio de
autoridad.
Este nuevo grupo, que en perspectiva de Ternavasio, estaba compuesto por muchos
personajes, que luego de la revolución hicieron de la política principal actividad, se
autodenomino “partido del orden”, que como se dijo con anterioridad, reunió en su seno a
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un grupo heterogéneo proveniente de la elite bonaerense empeñado en un plan de reformas
tendientes a la modernización de la estructura administrativa heredada de la colonia y
ordenar la sociedad surgida de la revolución (Ternavasio, M. 1998: 163) El periodo de este
nuevo orden fue llamado “la feliz experiencia de Buenos Aires” (por la paz de esos años),
pero para Ternavasio no estaba destinada a durar mucho. La concordancia en tanto las
transformaciones que este grupo proponía se derrumbó cuando un surgieron propuestas
para convocar a un congreso constituyente e intentar organizar al país bajo un Estado
unificado, esto revivió las viejas diferencias y querellas de las luchas facciosas de los años
anteriores (Ternavasio, M. 1998: 164) Este partido del orden cayó preso de las divisiones y
disputas, además de enfrentar la guerra con el Brasil en el exterior, y la guerra civil en el
interior, y con el cayó la feliz experiencia iniciada años antes. Pero su efímera duración no
debe ocultar la importancia y continuidad de sus logros, ya que el gobierno próximo de
Rosas se apoyaría, por ejemplo en la ley electoral sancionada en 1821 (Ternavasio, M.
1998: 164)
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y les era imposible pasarlo por alto, como bien marca J. Gelman en Un gigante con pies de
barro. Rosas y los pobladores de la campaña.
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servicio de la práctica política, esbozando los modelos de país que se presentan en el
periodo, de los cuales Halperín dará mayor importancia a los de Juan Bautista Alberdi y
Domingo Sarmiento.
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al conflicto ha evitado la quiebra de la unidad nacional en el momento mismo de emprender
la lucha, la guerra ofrece un arsenal de nuevos argumentos para la eterna disputa facciosa.
Todo este proceso recorrido, solo estará concluido, propone Halperín, en 1880 con la
culminación de la instauración del Estado nacional, que se suponía preexistente, cerrando
este periodo de treinta años de discordias, marcados por la violencia política y la guerra
civil. (Halperín Donghi, T. 1995:9) En 1879 se conquistaba el territorio indio, esa presencia
que había acompañado la entera historia española e independiente de las comarcas
platenses se desvanecía por fin. Al año siguiente el que fuera conquistador del desierto se
convertía en presidente de la nación, tras doblegar la suprema resistencia armada de Buenos
Aires, que veía así perdido el último resto de su pasada primacía entre las provincias
argentinas. La victoria de las armas nacionales hizo posible separar de la provincia a su
capital, cuyo territorio era federalizado; el triunfo de Roca era el del Estado Central mismo,
que desde tan pronto se había revelado difícilmente controlable, sea por las facciones
políticas que lo habían fortificado para mejor utilizarlo, sea por quienes dominaban la
sociedad civil (la Argentina es al fin una, porque ese Estado nacional, lanzado desde
Buenos Aires a la conquista del país, en diecinueve años, ha coronado esa conquista con la
de Buenos Aires)
Cabe resaltar algunas oposiciones al modelo planteado por Halperín para analizar este
periodo, de la construcción del Estado y la nación. La propuesta de Bragoni y Miguez
busca contraponer, la visión de alguna literatura de suponer que la construcción del Estado
a partir de la sociedad civil, con el hecho de que el Estado nacional es una forma de
organización política que se edifica sobre otras formas de autoridad y de gobierno
preexistentes. Pero, por otro lado, también pretende debatir los postulados de cierta
historiografía, de visión “porteño-céntrica” o “elite-céntrica”, como es el caso del aporte
hecho por Jorge Gelman en su artículo Una mirada descentrada de los estados provinciales
a la nación: algunas reflexiones desde la primera mitad del siglo XIX. El punto de partida
de lo que Gelman propone es la postura de la historiografía argentina, que postuló,
tradicionalmente, que los sistemas políticos modernos, nacionales, de tipo liberal, de la
segunda mitad de siglo, implicaron una ruptura radical con los sistemas políticos
imperantes previamente. Así, las visiones dominantes, parten de la idea de que las elites de
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la capital diseñaron un proyecto político liberal y moderno, que buscaron implantar en el
territorio nacional, doblegando de una u otra manera la resistencia a ese modelo; Pero este
proceso, en su perspectiva, no se resuelve simplemente con la imposición de reglas,
instituciones, más o menos por la fuerza, desde arriba hacia abajo, sino que se trata de un
proceso más complejo, en el cual se puede observar, en los sistemas políticos de la primera
mitad del siglo, importantes persistencias de antiguo régimen, tanto en el orden político
cultural, como en el social y económico. (Gelman, J. en, Bragoni, B y Miguez, E. 2010:
307-308)