Salmo 4,8

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Predicación de la Palabra

Salmo 4: 8 “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo Tú, Jehová,
me haces vivir confiado.”

INTRO:

Con dos breves palabras podemos expresar todo el dolor, que nos provoca la
partida de un ser querido. Estas palabras son NO MÁS.
¡Ya NO MÁS te tendremos con nosotros! ¡Ya NO MÁS podremos compartir tu
compañía! ¡Ya NO MÁS podremos confesarte nuestras penas! ¡Ya NO MÁS
podremos escuchar tus consejos y palabras de aliento! ¡Nos sentimos
abandonados, porque ya NO MÁS estás con nosotros! ¡Suspiramos y
lloramos, pero tú ya NO MÁS puedes enjugar nuestras lágrimas! ¡Ah, ya NO
MAS!

Tan justificados son esos suspiros por parte de todos nosotros, cuando
pensamos en su pérdida, como también son justificadas por parte de la
nuestra ser querido que falleció, si se piensa en las aflicciones y dolores que
ha dejado atrás. Porque él o ella también puede decir: Ya NO MÁS de este
perverso mundo. Ya NO MÁS necesito luchar con mis enfermedades. Ya NO
MÁS me tienta el diablo. Ya NO MAS corro peligro de perder la corona de
Salvación. Ya NO MÁS preocupaciones, penas, y trabajos. Ya se terminó esto.

Por lo tanto estas palabras NO MÁS descubren nuestra tristeza. Pero


también nuestra consolación. Por eso, Dirijamos ahora nuestra atención,
bajo la guía del Espíritu Santo, a esas PALABRAS DE DESPEDIDA DE UN
PEREGRINO, QUE LLEGÓ FINALMENTE A LA BIENAVENTURADA META:

“En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo Tú, Jehová, me haces
vivir confiado.”

1) Antes de acostarnos a descansar cada noche, estamos cansados y


agotados, por todo el trabajo y el sufrimiento que pasamos día a día. Y así es
la mayoría de nuestros años. Nuestra vida es un camino difícil de trabajos,
luchas, preocupaciones y angustias del que no salimos sino al fin de nuestra
vida. Nosotros sabemos cuanto debio sufrir nuestro querido difunto. Si
llevaba una pesada carga, hasta que Dios, por medio de la muerte,
finalmente la libró de todo de todos sus males.
Las palabras, “en paz me acostaré”, describen, por lo tanto, su situación
actual. Con estas palabras confiesan: Ahora todo quedó ya felizmente
superado. Mis ojos se cerraron. Ya no ven miseria, ni lloran ninguna lágrima.
Mi corazón dejó de latir y ya no necesitan suspirar. Mis manos están cruzadas
y ya no necesitan trabajar. Mi cuerpo está frio, y ya no siente dolor alguno.
Gracias Señor.

2) “En paz me acostaré, y asimismo dormiré” pero no toda muerte es un


descanso en paz. La inscripción “aquí descansa en paz” en las lapidas de
muchas personas quienes en vida ignoraron al Salvador Jesús, su Palabra, su
Gracia, su Iglesia, son palabras vacías; son una cruel mentira.

Recordemos la historia del hombre rico y Lázaro, del que habló Jesús en
Lucas 16,19-31, fue sepultado, posiblemente con mucha pompa y esplendor
pero no halló paz en su muerte. Porque Despertó, “estando en el infierno, en
los tormentos”. Así es como acaban todos los que ignoran y desprecian a
Jesucristo, el gran Príncipe de paz. Acaban sin consuelo y sin paz, y van a la
eterna condenación. Solo las almas creyentes y piadosas como la del
anciano Simeón, pueden decir: “Señor, ahora despides a tu siervo en paz,
porque mis ojos han visto tu salvación.”

Por lo tanto, las palabras: “En paz me acostaré y así mismo dormiré”
significan: Ahora he hallado descanso y consuelo en Cristo. Sé que mi
Salvador me libró de todos mis pecados con su santa y preciosa sangre y me
limpió de toda culpa. Ya no me amenaza ninguna mal o peligro porque
Cristo me reconcilió con el Padre. Y esa paz, que me dio Cristo sobrepasa
todo entendimiento. Y aunque durante mi vida esa paz muchas veces se vio
oculta, ahora, en mi hora de muerte, ya se tornó definitiva. “En paz me
acostaré y así mismo dormiré.”

Vean, por lo tanto, hermanos la suerte que tiene ahora su querida madre,
padre, esposa o esposo, hija o hijo fallecido. No lloren, como los que no
tienen esperanza; antes, concédanle de corazón la bienaventurada paz, que
disfruta ahora con su Salvador y que, sin duda, no quisiera cambiar por
ningún bien o tesoro del mundo. Pero consérvenla siempre en su memoria, y
cuantas veces piensen en ella, recuerden también, que ahora ya descansa en
completa paz junto al Señor.
3) Finalmente, pensemos todavía en las últimas palabras de nuestro texto:
“Porque solo Tú, Jehová, me haces vivir confiado.”

La vida de la que habla nuestro texto, es la vida que se disfruta en las


moradas del Padre celestial, en el cielo. La que Cristo preparó. Nadie puede
preparar o ganar el derecho de las moradas celestiales por sí mismo o por
algún mérito que haya hecho. Nadie ni siquiera puede conocer el camino,
solo Cristo nos puede llevar allá. Por eso nuestro texto dice: “solo Tú,
Jehová, me haces vivir confiado.” Así declara el propio Señor Jesucristo en
Juan 14.6: “Yo soy el Camino y la Verdad, y la Vida; nadie viene, al Padre, sino
por Mí.” De modo que nadie puede vivir en la morada celestial, Sin Cristo.
Gracias a la fe en Cristo, podemos obtener la vida eterna y entrar en las
moradas celestiales.

Querida hermanos, Es cierto, ustedes sufrieron una dolorosa pérdida, porque


la presencia de sus seres queridos seguramente habría sido de mucha
bendición para su familia. Pero como Dios se la llevó, alégrense y
agradézcanle que la dejo tantos años con ustedes, hasta alcanzar la mayoría
de edad. Y siendo que sufrió tanto durante los últimos días de su vida,
conténtense que ahora fue librada de todo mal y sufrimiento, y díganle:
¡Acuéstate NO MÁS QUERIDA MADRE, ESPOSA HIJO O HIJA, DUERME EN
PAZ!

La muerte de nuestros seres queridos nos sirve nuevamente de


ADVERTENCIA, para estar preparados para nuestra muerte. Nadie sabe
cuándo nos llegará, porque viene como el ladrón en la noche. Guardemos
este precioso Evangelio por el que Dios nos llamó a la Salvación,
permanezcamos bajo la gracia y la fe de nuestro Señor Jesucristo y
adorémoslo, hasta que Él nos lleve también a nosotros a las moradas eternas,
a la casa de su Padre, donde viviremos confiados por siempre, para reunirnos
con nuestros seres. Amén.

La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y


sus pensamientos en Cristo Jesús. Amén (Filipenses. 4:7)

Sermón extraído de Heberto G. Berndt, P.r.

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