Salmo 4,8
Salmo 4,8
Salmo 4,8
Salmo 4: 8 “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo Tú, Jehová,
me haces vivir confiado.”
INTRO:
Con dos breves palabras podemos expresar todo el dolor, que nos provoca la
partida de un ser querido. Estas palabras son NO MÁS.
¡Ya NO MÁS te tendremos con nosotros! ¡Ya NO MÁS podremos compartir tu
compañía! ¡Ya NO MÁS podremos confesarte nuestras penas! ¡Ya NO MÁS
podremos escuchar tus consejos y palabras de aliento! ¡Nos sentimos
abandonados, porque ya NO MÁS estás con nosotros! ¡Suspiramos y
lloramos, pero tú ya NO MÁS puedes enjugar nuestras lágrimas! ¡Ah, ya NO
MAS!
Tan justificados son esos suspiros por parte de todos nosotros, cuando
pensamos en su pérdida, como también son justificadas por parte de la
nuestra ser querido que falleció, si se piensa en las aflicciones y dolores que
ha dejado atrás. Porque él o ella también puede decir: Ya NO MÁS de este
perverso mundo. Ya NO MÁS necesito luchar con mis enfermedades. Ya NO
MÁS me tienta el diablo. Ya NO MAS corro peligro de perder la corona de
Salvación. Ya NO MÁS preocupaciones, penas, y trabajos. Ya se terminó esto.
“En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo Tú, Jehová, me haces
vivir confiado.”
Recordemos la historia del hombre rico y Lázaro, del que habló Jesús en
Lucas 16,19-31, fue sepultado, posiblemente con mucha pompa y esplendor
pero no halló paz en su muerte. Porque Despertó, “estando en el infierno, en
los tormentos”. Así es como acaban todos los que ignoran y desprecian a
Jesucristo, el gran Príncipe de paz. Acaban sin consuelo y sin paz, y van a la
eterna condenación. Solo las almas creyentes y piadosas como la del
anciano Simeón, pueden decir: “Señor, ahora despides a tu siervo en paz,
porque mis ojos han visto tu salvación.”
Por lo tanto, las palabras: “En paz me acostaré y así mismo dormiré”
significan: Ahora he hallado descanso y consuelo en Cristo. Sé que mi
Salvador me libró de todos mis pecados con su santa y preciosa sangre y me
limpió de toda culpa. Ya no me amenaza ninguna mal o peligro porque
Cristo me reconcilió con el Padre. Y esa paz, que me dio Cristo sobrepasa
todo entendimiento. Y aunque durante mi vida esa paz muchas veces se vio
oculta, ahora, en mi hora de muerte, ya se tornó definitiva. “En paz me
acostaré y así mismo dormiré.”
Vean, por lo tanto, hermanos la suerte que tiene ahora su querida madre,
padre, esposa o esposo, hija o hijo fallecido. No lloren, como los que no
tienen esperanza; antes, concédanle de corazón la bienaventurada paz, que
disfruta ahora con su Salvador y que, sin duda, no quisiera cambiar por
ningún bien o tesoro del mundo. Pero consérvenla siempre en su memoria, y
cuantas veces piensen en ella, recuerden también, que ahora ya descansa en
completa paz junto al Señor.
3) Finalmente, pensemos todavía en las últimas palabras de nuestro texto:
“Porque solo Tú, Jehová, me haces vivir confiado.”