Los HIjos Del Jefe Full 01 - 120

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Los hijos

del jefe
Capítulo 1 El hombre de aquella noche
Cuando Olivia Miranda recuperó la conciencia,
era la mañana siguiente. Caminaba aturdida
por la calle principal y una única y abrasadora
lágrima rodó de manera inesperada por su
rostro.
El día anterior había sido su cumpleaños. En
principio, iba a quedar con su prometido, Hugo
Gómez, para una cita. Sin embargo, de manera
inesperada se topó con él mientras la engañaba
con su hermanastra.
En ese momento, lo único que le pasó por la
cabeza fue no montar una escena y
cuestionarlos con la única pizca de dignidad
que le quedaba. Decidió, en cambio, darles a
probar su propia medicina: ojo por ojo, diente
por diente.
«Me voy a vengar. Voy a hacer que lo paguen
caro».
Al principio, pensó que todo había terminado
con eso. Sin embargo, ¡dos meses después se
había dado cuenta de que estaba
embarazada! Olivia sintió frío en todo el cuerpo
mientras miraba a su hermanastra de pie frente
a ella. Al mismo tiempo, la expresión burlona de
esta le apuñaló el corazón de manera dolorosa.
Ana Miranda fingió estar sorprendida.
—Olivia, ¿no estabas todavía saliendo con Hugo
hace dos meses? ¿Cómo pudiste hacerle algo
así?
Olivia miró fijo a Ana y se burló:
—¿No te da vergüenza lo que hiciste? Además,
¡lo que pase entre Hugo y yo no es asunto tuyo!
—En aquel momento, solo había dicho que
quería romper y no había dicho nada sobre su
asqueroso engaño para preservar su dignidad.
Sin embargo, no esperaba que Ana actuara con
tanta desvergüenza.
«¿Cómo se atreve a mencionar los
acontecimientos de aquel momento?».
Un destello de culpabilidad cruzó los ojos de
Ana. No esperaba que Olivia sacara a relucir en
ese momento la verdad delante de su padre. Así
que la señaló y levantó la voz:
—¡No digas tonterías! Ese día te quedaste fuera
toda la noche. Luego, rompiste con Hugo al día
siguiente. La única razón por la que acepté
ocupar tu lugar y convertirme en la prometida
de Hugo fue por el bien de una unión exitosa
entre nuestras familias. Aunque no entiendas mi
dolor, ¡no deberías agraviarme diciendo tales
palabras! —Mientras hablaba, sus lágrimas caían
libremente por su rostro.
La madrastra de Olivia, Amanda Dávila, había
estado sentada a su lado. En ese momento,
abrazó a Ana y le dijo con disgusto:
—¡Olivia, no deberías hablar sin pruebas! Puede
que no te importe tu propia reputación, pero tu
hermana aún es joven. ¿Cómo va a mantener la
cabeza alta en la sociedad si arruinas su
reputación?
Olivia estaba tan enfadada que soltó una
carcajada:
—Yo misma los vi a los dos juntos; ¿necesito
obtener las imágenes de vigilancia para ti?
¡Paf!
Tan pronto como las palabras salieron de su
boca, sintió una bofetada que la golpeó con
violencia. Le dejó la mitad del rostro entumecido
por la fuerza. Agarrándose la mejilla, miró con
incredulidad al hombre que la había golpeado.
—Papá, ¿por qué me ha pegado?
—¡Tu hermana ha sacrificado tanto por esta
familia! Por otro lado, ¡mírate! ¿Cómo te atreves
a avergonzarla? Me has avergonzado tanto. ¡Ya
no puedo ni levantar la cabeza! Te lo advierto,
Olivia Miranda. Ve al hospital ahora, ¡o serás
repudiada por la Familia Miranda!
La respiración de Olivia se entrecortó y sintió que
una ola de lágrimas amenazaba con caer. Aun
así, su voz tenía una extraña firmeza:
—¡No iré al hospital a abortar!
—¡Entonces vete de aquí! ¡A partir de hoy, ya no
eres mi hija! —gritó Enrique Miranda furioso
mientras señalaba en dirección a la puerta.
Olivia miró a Enrique y luego miró a la pareja de
madre e hija, que estaban sentadas en el sofá y
se regodeaban en su angustia. Después, se giró
con frialdad y se alejó con decisión.
Se escuchó un suspiro.
—Papá, no puede querer echar a Olivia de
verdad... ¡Olivia, espera! ¡No te vayas! —Ana
puso de repente una expresión de ansiedad y la
persiguió.
En medio del patio, solo estaban ellas dos. Por
eso, Ana dejó de fingir y cacareó encantada:
—¿La pasaste bien esa noche, Olivia?
Olivia se detuvo un momento y entrecerró los
ojos.
—¿Planeaste que esa persona estuviera allí?
Como respuesta, Ana soltó una carcajada.
—Me tomé muchas molestias para que te
divirtieras. ¡Me gasté más de diez mil en eso! Fue
ese mendigo que vivía bajo el paso elevado. Lo
conoces, ¿verdad? Se alegró mucho al
enterarse de mi sorpresa para ti. ¿Cómo fue,
Olivia?
Al oír esas palabras, Olivia cerró las manos en
apretados puños y su rabia hizo que se le subiera
la sangre a la cabeza. No quiso contenerse más,
por lo que extendió la mano y la abofeteó en el
rostro.
—¡Ah! —Ana no se imaginaba que Olivia fuera a
arremeter de manera tan repentina. Por lo tanto,
la tomó desprevenida por completo. Después
de recibir dos bofetadas seguidas, cayó al suelo
por el impacto. Sin embargo, no fue suficiente
para que Olivia descargara todo su odio hacia
ella. Por eso, ¡la agarró por el cabello y la
levantó del suelo!
—¡Ana, soy tu hermana! No solo me arrebataste
a mi novio, sino que además utilizaste métodos
muy turbios conmigo. ¡Hasta dónde llega tu
poca vergüenza!
Por desgracia, sintió que alguien la tiraba con
fuerza desde atrás cuando estaba golpeando a
Ana, lo que provocó que perdiera el equilibrio y
¡cayera de espaldas! Justo antes de caer al
suelo, se cubrió de manera inconsciente su
vientre para protegerlo.
Enrique rugió furioso:
—¡¿Qué estás haciendo?!
Ana se lanzó de inmediato a los brazos de él,
mientras lloraba de forma desconsolada.
—Papá, solo quería darle un consejo a Olivia.
¡No solo no apreció mis esfuerzos, sino que
además me acusó de arrebatarle a Hugo! Es
más, ¡también nos acusó a mí y a mamá de
apartarlo a usted de ella y de apoderarnos de la
Familia Miranda! Nos mandó a mí y a mamá a la
m*erda.
Por lo que Enrique le dio unas ligeras palmaditas
en la espalda a Ana mientras la consolaba.
—Eres mi hija y me casé oficial y legalmente con
tu madre. No dejaré que nadie te aleje.
Olivia curvó los labios con sorna. Luego, se
levantó con dificultad y caminó con lentitud
hacia la puerta mientras se sujetaba el vientre.
«Ya no queda nada en esta familia para mí».
Capítulo 2 No puedo creer que sea una
ladrona
Siete años después, en el aeropuerto.
—¡Olivia, por aquí! —saludó Nataniel Balmaceda
con alegría a la mujer que salía del aeropuerto.
La mujer era alta y esbelta; llevaba unas gafas
de sol de gran tamaño sobre su rostro blanco y
de aspecto delicado y su barbilla un poco
elevada resaltaba su cuello largo y delgado. En
su mano, una maleta de color marrón claro se
deslizaba con suavidad por el suelo y un lindo
niño estaba sentado encima.
El pequeño no parecía tener más de seis o siete
años. Llevaba una chaqueta del mismo estilo
que Olivia y estaba sentado encima de la
maleta de forma muy educada y con un aire
muy simpático.
Nataniel se acercó a ellos y los saludó, luego
tomó el equipaje de las manos de Olivia y dijo
en broma:
—¡Por fin ha llegado, Doctora Bermúdez! ¡Me ha
hecho esperar tanto tiempo! Ha sido muy
doloroso.
Olivia entregó su equipaje al hombre que tenía
delante, mirándolo de reojo.
—¡Señor Balmaceda, yo no lo he hecho esperar!
—Nataniel, creo que es mejor que no te metas
con Mami —dijo Néstor Miranda, el niño sentado
sobre la maleta.
—Mocoso, debes dirigirte a mí como «Tío
Nataniel», ¿entiendes?
—No, me quedo con Nataniel.
Olivia miró a los dos, que se peleaban a diario,
con una expresión de indiferencia y dijo:
—Espérenme aquí. Voy al baño.
Después de decir eso, dio la vuelta y se apresuró
en dirección al tocador.
Solo había dado varios pasos cuando, de
repente, vio a un hombre con una gorra de
béisbol que seguía de forma sigilosa y
sospechosa a una joven. Entonces, el hombre
metió la mano en el bolsillo del abrigo de la
chica mientras esta no le prestaba atención y se
embolsó un flamante teléfono sin dejar rastro. Sus
acciones eran suaves y seguras: estaba
acostumbrado a robar carteras.
Al ver eso, las comisuras de la boca de Olivia se
levantaron en un suave arco.
«¿Robar a plena luz del día? De acuerdo, ya que
estoy libre, hoy haré una pequeña buena
acción».
Así, bajó la cabeza y corrió hacia el hombre con
toda intención. Incluso fingió tambalearse hacia
atrás debido al impacto.
—¡Oh, Dios! Lo siento. ¡Lo siento! No quería
chocar con usted.
El hombre frunció un poco el ceño. Parecía
despiadado y estaba a punto de perder los
nervios. Sin embargo, al ver su bonito rostro, su
expresión cambió por completo y dijo sonriendo:
—No es para tanto. Señorita, ¿está usted bien?
Ella negó con la cabeza de forma encantadora.
—Estoy bien. Siento haber chocado con usted.
Cuando los dos se separaron, el teléfono ya
estaba en manos de Olivia. Después de eso, ella
volvió a mirar al chico, levantando las cejas
mientras sonreía.
Por casualidad, esta escena fue presenciada
por Eugenio Navarro, que acababa de bajar del
avión. El hombre tenía un cuerpo esbelto y un
rostro frío y apuesto. Además, todo su cuerpo
desprendía una sensación de dignidad que no
tenía comparación.
Al presenciar la escena, frunció el ceño.
«No puedo creer que una mujer tan hermosa
resulte ser una ladrona».
Se sintió un poco decepcionado, pero no
pensaba interferir en el asunto. En ese momento,
su asistente, Carlos Guerra, le quitó el equipaje
de las manos.
—Director Navarro, ¿ha conseguido encontrar a
ese genio de la medicina?
Eugenio se frotó las sienes con cansancio.
—Llegamos un poco tarde. He oído que el
doctor ha vuelto hoy a Criecia. Por favor, que
alguien lo investigue rápido.
Carlos bajó la cabeza de forma apresurada.
—Lo siento, Director Navarro. Parece que hay un
individuo de alto nivel que ha estado ayudando
al doctor genio a ocultar su identidad. Aparte
de averiguar que el nombre del doctor genio es
S. Bermúdez, ni siquiera hemos podido averiguar
si es un hombre o una mujer.
Eugenio se impacientó.
—Ya basta. Vayan a la comunidad de hackers y
busquen a Guille Ramos. Tienes que localizar al
doctor genio para mí. El estado del abuelo no
puede permitirse más retrasos.
Tras decir eso, se dio la vuelta y salió del
aeropuerto.
En ese momento, Olivia salió del baño seguida
por la chica, que había perdido su teléfono
durante el incidente de hacía un momento.
—¡Muchas gracias!
—No es nada. Agarra tu teléfono con cuidado y
no lo vuelvas a perder.
Al mismo tiempo, Nataniel interrogaba al niño
sentado en el equipaje:
—¿Qué planes tienen para mañana? ¿Va a ir tu
madre a atender a mi bisabuelo mañana?
Néstor negó con la cabeza.
—No. Mami va a una entrevista mañana.
—¿Una entrevista? ¿Dónde?
—Al Grupo Navarro.
Nataniel se quedó tan sorprendido que se
tambaleó.
—¿El Grupo Navarro? ¿Por qué allí?
—¡Obviamente para buscar un trabajo!
—¿Tu madre necesita siquiera buscar un
trabajo?
«Al famoso doctor genio S. Bermúdez, ¿no le será
fácil encontrar un trabajo en cualquier parte?».
—Se lo pedí yo. —El niño tenía una mirada de
anhelo en su rostro—. He oído que el Grupo
Navarro es uno de los mayores conglomerados
de Criecia y que sus filiales están repartidas por
todo el mundo. Solo una empresa así puede
estar a la altura de mi Mami.
—¡No! —Nataniel se apresuró a interrumpirle.
Luego, bajó la voz y dijo—: ¡He oído que Eugenio
Navarro, el director del Grupo Navarro, es tan
cruel como un demonio! Si se convierte en el jefe
de tu mamá, ¿no sufrirá tu mamá todos los días?
—¿Crees que Mami es una persona débil? —
Néstor miró a Nataniel—. Tú, en cambio...
pareces tenerle mucho miedo, ¿verdad?
—¡Por supuesto! ¿Cómo no voy a tener miedo?
—Solo con pensar en los métodos de Eugenio,
Nataniel se estremeció de miedo.
Entonces, Néstor entrecerró los ojos.
—Nataniel, ¿me estás ocultando algo?
—¿No…?
—¿Quieres que lo investigue yo mismo? —El
pequeño sonrió, pero sus palabras eran
amenazantes.
—Mocoso apestoso, ¿cómo te atreves a
amenazarme...? —Nataniel lo miró con
resentimiento. Sin embargo, por desgracia,
cedió—. De acuerdo, de acuerdo; ¡sé que no
hay nada que pueda ocultar de las habilidades
de hackeo de Guille Ramos! ¡Estoy aterrorizado
por ti! Para ser sincero, el director del Grupo
Navarro es mi tío. Pero, tienes que mantenerlo en
secreto. Nunca debes revelarle que he vuelto al
país. De lo contrario, podría enviarme a África.
Néstor pareció darse cuenta de algo, mientras
asentía con la cabeza y murmuraba para sí
mismo:
—Oh, así que eres su sobrino. Eso sí que se me
escapó.
—¿Qué has dicho?
Mirándolo, Néstor respondió:
—No es nada. Te he preguntado si le hiciste algo
terrible a tu tío, tanto que ya no te atreves a
volver a este país.
Capítulo 3 Falta de carácter moral
Nataniel se apresuró a decir:
—¡No he hecho nada! Fue un accidente. Basta,
basta. No es algo que pueda contarle a un
mocoso como tú.
Mientras hablaban, Olivia regresó.
Entonces, Néstor le dijo con una sonrisa:
—Mami, tienes que ser puntual cuando asistas a
la entrevista en el Grupo Navarro mañana, ¿de
acuerdo?
Ella lo miró con frialdad.
—¡Lo haré, mocoso!
Haciendo pucheros, pensó Néstor: «¿Acaso
crees que me ha resultado fácil conseguir que
vayas al Grupo Navarro, Mami?».
Durante el trayecto, Olivia se quedó mirando los
altos edificios que había fuera de la ventanilla
del auto y se sintió bastante emocionada.
—Olivia, han pasado siete años desde la última
vez que estuviste aquí, ¿verdad? —preguntó
Nataniel.
—Sí, han pasado siete años.
«Si no hubiera sido por las circunstancias que me
obligaron en ese entonces, ¿quién hubiera
estado dispuesto a dejar su país durante siete
años?».
En ese momento, un edificio familiar pasó de
repente por delante de sus ojos: era la Empresa
Miranda.
Entonces, los acontecimientos del pasado
revolotearon por su mente, uno por uno.
—¿Olivia? ¿Cuándo irás a atender a mi
bisabuelo? Yo también necesito hacer algunos
arreglos. —Él arrastró sus pensamientos de vuelta
al presente.
Después de meditarlo, respondió:
—Mañana es viernes y tengo que asistir a una
entrevista. Puedes organizarlo para el sábado o
el domingo.
—No hay problema. Gracias, Olivia. Gracias por
volar especialmente por mi bisabuelo.
Sacudió la cabeza.
—No es gran cosa. No es que haya vuelto por tu
bisabuelo en específico. Solo pensé que ya era
hora de regresar a casa.
Después, conversaron en el auto de forma
animada. El viaje duró más de una hora antes
de llegar a La Gran Mansión, la residencia que
Nataniel había preparado para ellos.
—Los dos vivirán aquí por el momento. Cuando
se abra una unidad en nuestro distrito
comunitario, los trasladaré.
—De acuerdo —respondió Olivia.
...
Al día siguiente, Olivia se levantó temprano, se
maquilló para realzar su belleza y se despidió del
pequeño con un beso.
—Néstor, ahora me voy a la entrevista. Pórtate
bien en casa, ¿de acuerdo? Además, he
contactado con tu madrina. Vendrá pronto
para hacerte compañía.
Néstor asintió con obediencia.
—Hazlo lo mejor que puedas, mami.
Con una mirada ambiciosa, ella le aseguró:
—Sí. Solo tienes que esperar, Néstor. Voy a ganar
mucho dinero y a poder mantenerte.
Media hora después, levantó la cabeza para
mirar el emblemático edificio que se alzaba
hacia el cielo y suspiró asombrada.
«Como se esperaba del Grupo Navarro, ¡es
magnífico!».
Al entrar en el edificio, explicó a la recepcionista
el motivo de su llegada. Por eso, la mujer invitó
de inmediato a Carlos a acercarse.
—Señor Guerra, esta es la Señorita Miranda. Ha
solicitado el puesto de diseñadora de moda y
está aquí para una entrevista.
El puesto de diseñador de moda era un poco
especial. Por esa razón, el director solía realizar la
entrevista él mismo.
—Tomo nota —respondió Carlos. Al levantar la
cabeza, se le cortó la respiración en la garganta
y se quedó congelado en su sitio cuando pudo
ver bien el rostro de Olivia.
«¡Esta mujer! ¿No es la ladrona que el Director
Navarro conoció ayer en el aeropuerto? ¿Por
qué está aquí?».
—Señorita Miranda, por favor tome asiento por el
momento. Enseguida vuelvo. —Se apresuró a
decir Carlos a Olivia antes de entrar corriendo en
el despacho del director—. ¡Director Navarro!
¿Recuerda la ladrona que vimos ayer en el
aeropuerto? ¡Resultó ser una diseñadora que ha
solicitado un puesto de trabajo en nuestra
empresa!
—¿Humm? —Eugenio levantó los ojos con
lentitud—. ¿Estás seguro de que es ella?
Carlos asintió.
—Absolutamente.
Como respuesta, Eugenio entrecerró los ojos y
lanzó el bolígrafo que tenía en la mano sobre la
mesa.
—Tráela aquí.
—Sí, señor.
Al cabo de un rato, sonó otro golpe en la puerta
del despacho del director y este escupió con
maldad una sola palabra:
—Entre.
Por lo tanto, Olivia siguió a Carlos al despacho.
La oficina era muy grande, al menos varios
cientos de metros cuadrados, y con buena
iluminación natural. Aun así, lo primero que le
llamó la atención al entrar en la sala fue el
hombre que estaba sentado detrás de la mesa
del despacho como un rey. En ese momento, él
la miraba atentamente con un par de ojos
profundos y lo rodeaba un aura digna y
dominante.
Por lo tanto, ella se sorprendió por un momento.
—Señorita Miranda, este es el director de nuestra
empresa, el Director Navarro.
Volviendo a sus cabales, lo saludó de inmediato:
—Encantada de conocerlo, Director Navarro. He
venido a entrevistarme para el puesto de
diseñadora de moda.
No era una mujer que se dejara deslumbrar con
facilidad por las miradas, ya que había muchos
otros chicos atractivos a su alrededor. Sin
embargo, ninguno de ellos había hecho correr
por sus venas una sacudida de electricidad
como lo hizo él. No solo eso, sino que además le
producía una inexplicable sensación de
familiaridad.
Eugenio se recostó en su silla con pereza.
«Para ser sincero, esta mujer es muy hermosa.
¡Qué pena que no sea más que una
cleptómana!».
Mirándola con sus profundos ojos, se burló:
—Señorita Miranda, el Grupo Navarro valora
mucho el carácter moral de sus empleados.
¿Cree que su carácter moral sería aceptado
aquí?
Su tono era provocador, inclinándose
fuertemente hacia una actitud burlona
mezclada con algunas bromas ligeras. Sin
embargo, los insultos apenas velados detrás de
sus palabras hicieron que la expresión de Olivia
se oscureciera de inmediato.
—Director Navarro, ¿qué quiere decir con eso?
Eugenio la miró y articuló sus palabras con
lentitud, una por una:
—Esta empresa no necesita un empleado con
poca moral, como tú.
Después de decir eso, lanzó una mirada a
Carlos.
De inmediato Carlos respondió, acercándose y
haciendo un gesto hacia la puerta con una
floritura.
Olivia estaba disgustada por su actitud. Conocía
razones como tener un mal currículo, estar poco
cualificada o estar demasiado nerviosa en las
entrevistas, pero nunca había visto a una
persona que le dijera que no necesitaba un
empleado con un carácter moral como el suyo
sin siquiera preguntar nada.
«¿Qué tiene de malo mi carácter moral?».
Así, miró a Eugenio y frunció el ceño con fiereza.
Después de perder toda la mañana, no podía
reprimir su ira.
—Si no me necesita, puede decírmelo de forma
directa. ¿Por qué ha tenido que atacar mi
carácter? ¿Cree que a alguien le importa una
empresa como la suya? ¿Cree que no hay otras
empresas además de la suya? —Tras decir esto,
se dio la vuelta para marcharse.
Eugenio miró a su espalda y se burló. Después de
eso, lanzó una frase de manera casual.
—¿Crees que alguna otra empresa se atrevería
a contratar a alguien que fue rechazado por el
Grupo Navarro?
Olivia se detuvo en seco. Luego, le devolvió la
mirada con unos ojos que podían helar a una
persona hasta los huesos.
—No olvide lo que he dicho: aunque me ruegue
que trabaje para usted en el futuro, ¡nunca
aceptaría su oferta!
Capítulo 4 El hombre incomprendido
Cuando terminó de hablar, Olivia se dio la vuelta
y salió de inmediato de la oficina. Los ojos de
Eugenio vacilaron por un momento.
«¡Qué mujer tan arrogante! ¿Suplicarle que
trabaje para mí? ¡Sí que está segura de sí
misma!».
Sin embargo, esa mirada confiada le recordó a
una mujer que había conocido hacía siete años.
Después de pasar la noche con él, desapareció
sin dejar rastro. Incluso ahora, no podía
localizarla. Ahora que lo pensaba, aquella mujer
de hacía siete años era tan valiente como esta.
Con sorna, retiró su mirada y miró hacia Carlos.
—¿Has publicado un anuncio sobre el hecho de
que queremos que Guille Ramos localice a S.
Bermúdez, el doctor genio?
Carlos se apresuró a responder:
―Lo he informado, pero Guille Ramos aún no ha
respondido. Quizás tengamos que esperar un
poco más. Por cierto, con respecto al Fármaco
WS, por el que quería que investigara... Escuché
que se subastará en un bar esta noche. ¿Le
gustaría echarle un vistazo?
Eugenio lo pensó bien antes de aceptar:
―Sí, lo haré.
...
Por otro lado, Olivia había salido del Grupo
Navarro enfadada. No dejaba de imaginar
cómo lo asesinaría. «¡Ese hombre! ¡Voy a
matarlo!». Tomó un taxi al lado de la carretera y
se preparó para volver a casa. Sin embargo,
mientras esperaban en un semáforo, un hombre
se desplomó de repente en el suelo delante del
auto. El chofer se apresuró a desviarse a un lado,
al igual que los transeúntes, que también lo
ignoraron al pasar. Nadie parecía tener
intención de socorrerlo.
―Detenga el auto; iré a ver cómo está el
hombre.
Dejar morir a alguien no era una posibilidad para
una persona con su tipo de ocupación.
―Señorita, le aconsejo que no se baje del auto.
Hoy día, hay muchas estafas por accidentes de
tránsito. Si se topa con una, le traerá muchos
problemas ―le advirtió el chofer con el ceño
fruncido mientras la miraba por el espejo
retrovisor.
Olivia analizó la situación y dijo:
―Se desmayó de repente; quizás esté enfermo.
Voy a bajarme para examinarlo.
Al oír eso, el chofer se enojó.
―Entonces, pague lo que me debe. Puede
hacer lo que quiera después. No quiero estar
involucrado en este lío.
Ella lo miró sin decir ni una palabra. Entonces,
sacó con decisión un billete de cien y se lo arrojó
al chofer. Salió del auto y se acercó al hombre.
Era muy atractivo, pero su tez estaba más pálida
de lo normal y tenía los ojos bien cerrados
mientras yacía inconsciente en el suelo. Olivia le
tomó el pulso y se sorprendió al comprobar que,
a pesar de su juventud, tenía muchos problemas
de salud. Sin embargo, esa vez, simplemente
había perdido el conocimiento debido a una
hipoglucemia; solo necesitaba comer algo
dulce para ponerse bien.
Por esa razón, le revisó los bolsillos. Casi siempre,
las personas con un nivel bajo de azúcar en la
sangre llevan ahí algunos dulces o galletas. Sin
embargo, por mucho que buscó, no pudo
encontrar nada. Justo cuando estaba a punto
de sacar su teléfono para llamar a una
ambulancia, se dio cuenta de que había
desaparecido. «¿Se me habrá caído en el taxi?».
Suspiró. Por fortuna, encontró en ese momento el
teléfono del hombre. Se apresuró a contactar a
los servicios de emergencia. Después, lo utilizó
para llamar a su número. Aunque dio varios
timbres, nadie contestó. Entonces, la llamada se
cortó y alguien apagó el teléfono de inmediato.
Su expresión se ensombreció al instante. «Ese
chofer... ¿No le basta con no tener ni un ápice
de bondad en sus huesos? ¿Ahora también me
roba? ¡Iluso!». Agarró de nuevo el teléfono y
llamó a Néstor.
―Néstor, ¿puedes localizar mi teléfono? Lo dejé
por accidente en un taxi hace un momento.
―Claro, mamá. ¿Cómo te fue en tu entrevista?
Al escuchar su suave voz como de bebé y
diablillo, se apresuró a contestar:
―¡Bien! ―respondió con vaguedad; temía que
siguiera fastidiándola.
En realidad, Olivia había regresado al país esta
vez sin ninguna intención de buscar trabajo. Era
perfectamente capaz de establecer su propio
negocio. Sin embargo, por alguna razón, el
diablillo había afirmado que era más estable
conseguir un trabajo en comparación con iniciar
su propio negocio e incluso había elegido esa
empresa para que la entrevistara. «¿Quién se iba
a imaginar que conocería a un director tan loco
antes de unirse a la empresa?». Se quejó en
secreto para sus adentros. «¡Supongo que mi hijo
no tiene tan buen ojo para las personas después
de todo!».
Luego de encontrar una solución al problema de
su teléfono, llegó la ambulancia. Como se
trataba de auxiliar a una persona, decidió seguir
con el asunto hasta el final. Olivia tenía un
corazón bondadoso, así que acompañó al
hombre hasta el hospital, pagó el costo de la
cirugía, lo ayudó a ponerse en contacto con su
familia y esperó a que esta llegara al hospital
antes de marcharse.
Carlos entró con su teléfono en la mano al
despacho del director del Grupo Navarro para
darle la noticia.
―Director Navarro, vea esto. ¿No se parece el
hombre de la foto al Joven Bruno?
Eugenio tomó el teléfono. En la pantalla
aparecía un artículo recién publicado con el
titular «Colapso de los valores morales: una mujer
se aprovecha de un hombre atractivo que se
desmayó en la calle». Debajo, había una
imagen clara que mostraba a un joven
inconsciente en el suelo mientras una mujer lo
manoseaba de arriba abajo. Ella parecía
nerviosa y, desde cierto ángulo, sin duda
bastante sospechosa.
La expresión de Eugenio se ensombreció y
frunció el ceño mientras miraba su teléfono. «El
hombre que yace allí es, en efecto, mi hermano,
mientras que esta mujer... Ja, ja... ¿Acaso no es
la que acaba de venir a la empresa para una
entrevista, pero la rechacé por presentar
problemas de carácter? ¿Por qué hace eso?
¿Ahora está robando el teléfono de mi
hermano?». Le devolvió el teléfono a Carlos e
hizo otra llamada.
―¿Cómo está Bruno?
Escuchó una voz de mujer al otro lado de la
línea:
―Está bien. Es solo su enfermedad crónica. Hace
un momento se desmayó al lado de la carretera
y lo trajeron en una ambulancia al hospital.
Ahora está bien, así que no tiene por qué
preocuparse.
Al oír esto, dejó escapar un suspiro de alivio.
―Durante los últimos días, he estado buscando a
un doctor genio llamado S. Bermúdez. Una vez
que lo localice, le pediré que también examine
a Bruno.
La mujer hizo una pausa por un momento.
Luego, se oyó un suave suspiro a través del
teléfono.
―La salud de Bruno siempre ha sido así. Me temo
que nadie podrá hacer que mejore. Ha
transcurrido tanto tiempo. ¿Cuántos médicos ha
consultado hasta ahora para examinarlo? Ha
trabajado mucho por él durante todos estos
años.
―No es para tanto. Aun así, sigue siendo mi
hermano.
Los dos conversaron un rato y luego terminaron
la conversación. Eugenio se sintió muy aliviado al
saber que su hermano se encontraba fuera de
peligro. «El teléfono de Bruno no significa nada;
lo importante es su salud».
Carlos sacudió la cabeza con impotencia. «En
realidad, el Director Navarro se preocupa
mucho por su hermano, en especial cuando se
trata de su salud. Sin embargo, la mujer de esta
foto lo hizo enfadar en varias ocasiones. Puede
que pronto se vea involucrada en un buen lío».
Capítulo 5 Darle una lección
Olivia regresó a casa. En cuanto entró por la
puerta, notó dos personas sentadas mirando con
atención la computadora por alguna razón.
―Chicos, ¿qué están haciendo?
Katia Torres miró hacia atrás.
―Oh, ¿estás devuelta? ¿Sabes que te has vuelto
famosa? Muchas publicaciones te están
criticando por todo el Internet ahora mismo y
Néstor te está ayudando a lidiar con ello.
Katia Torres era la mejor amiga de Olivia y
también la única persona a la que le había
contado de su regreso al país en esa ocasión. Al
escuchar sus palabras, Olivia se quedó
desconcertada por completo.
―¿Qué publicaciones? ―Miró la pantalla y vio de
inmediato el artículo sobre el colapso de los
valores morales―. ¡Estaba rescatando a una
persona! ¿Por qué afirman que estoy robando?
¿Alguien robaría algo tan abiertamente a plena
luz del día?
Katia frunció los labios.
―Deberías seguir leyendo. Los que te llaman
ladrona están siendo educados. También hay
quien afirma que... ―Estaba a punto de decir
algo más, pero miró al niño que tenía delante,
quien no tenía ni siete años, y se tragó las
palabras. Entonces, se acercó al oído de Olivia y
susurró de forma indecente―: Algunos dicen que
estabas violándolo.
Olivia estaba tan enfadada que casi maldice a
grandes voces.
―¡¿Quién fue capaz de sacar mis acciones tan
fuera de contexto?! ¡¿No me vieron rescatando
al hombre?! ¿No me vieron seguir la ambulancia
hasta el hospital? ¿No me vieron pagar los
gastos médicos con mi propio dinero? ¿Cómo
pueden pintar de forma tan horrible a una
hermosa persona? ―Mientras más se
desahogaba, más se enfadaba―. ¡Néstor,
investiga quién demonios ha escrito ese artículo
y bloquea su cuenta! Solo por no haber hojeado
el almanaque antes de salir de casa hoy,
parece que he tenido toda la mala suerte del
mundo.
Néstor emitió un sonido evasivo como respuesta;
sus pequeñas manos no dejaban de teclear a
gran velocidad. Estaba muy concentrado y por
toda la pantalla aparecían códigos que
cambiaban sin parar. Resultaba confuso mirarla.
En ese momento, Katia dirigió la vista hacia
Olivia y le dijo:
―Por cierto, ¿no habías ido a una entrevista?
¿Cómo te fue?
Antes de que se mencionara el tema, Olivia aún
tenía sus emociones bajo control. Sin embargo,
en ese momento, ardió de furia.
―¡No saques el tema! ¡Me enojé tanto!
Katia frunció un poco el ceño.
―¿Qué pasa? El Director del Grupo Navarro,
Eugenio Navarro, es un reconocido empresario
en la industria. Se rumorea que es atractivo, rico
y el soltero más codiciado de toda Ciudad del
Sol. Sobre todo, he oído que ha estado
buscando a una mujer...
Olivia agitó las manos y sintió un dolor de
cabeza.
―¡Cállate! ¡Ese bast*rdo no es tan grandioso
como me cuentas!
Al escuchar eso, Néstor, que estaba sentado
frente a la computadora, aguzó el oído para
enterarse y frunció el ceño de manera más
profunda. Por su parte, Olivia suspiró y comenzó
a contar toda su experiencia durante la
entrevista. Al final del relato, concluyó
enfadada:
»¡Alegó que yo tenía una personalidad mediocre
e incluso amenazó de forma severa con acabar
con mi carrera! ¡Qué chistoso! Si yo, Olivia
Miranda, me propongo encontrar un trabajo,
¿quién no se apresuraría a contratarme? ¿Quién
se cree que es para acabar con mi carrera?
Katia le dio unas suaves palmaditas en la
espalda.
―Bueno, ya pasó, ya pasó. No te enfades. Néstor
le dará una lección.
Olivia asintió con la cabeza en respuesta a sus
palabras. En ese momento, Néstor se sintió
emocionalmente agotado. «Ese padre mío
seguro no conoce lo que significa cavar su
propia tumba».
En realidad, él ya había investigado la verdad
sobre su nacimiento. Su madre le había dicho
que su padre había muerto hacía mucho
tiempo. También le había pedido que no
hablara del tema y le prohibió que preguntara
por él. Sin embargo, él no le creyó. Después de
investigar a sus espaldas durante mucho tiempo,
su búsqueda lo condujo hasta Eugenio Navarro.
Se aprovechó de los problemas familiares de
Nataniel, convenció a su madre para que
volviera al país e intentó todos los trucos posibles
para convencerla de que asistiera a una
entrevista con el Grupo Navarro. Quería que ella
estuviera junto a su padre. Si lograba que se
vieran todos los días, solo era cuestión de tiempo
que se enamoraran. Los dos se habían
encontrado y había ocurrido según lo planeado;
pero a pesar de que tenía una buena mano de
cartas, ellos habían destruido todo el juego.
―Quédate tranquila, mami. Te ayudaré en tu
venganza ―respondió él y la miró con una
expresión solemne.
Al escuchar esas palabras, Olivia se inclinó y le
dio un beso en la mejilla.
―Ay, Néstor es la persona que más me quiere.
Dime, ¿cómo me vas a ayudar a vengarme?
Él la miró con seriedad.
―¿Cuánto dinero quieres que pierda?
Ella lo pensó bien y respondió:
―Pasé unos cinco minutos dentro y fuera de su
oficina. Así que... cincuenta millones.
Mientras las pequeñas manos de Néstor usaban
con afán y rapidez la computadora, un mensaje
de las Sedes Fantasía apareció de repente. «Ha
pedido localizar a un doctor genio llamado S.
Bermúdez. La tarifa inicial es de diez millones.
¿Acepta?».
Sus pequeñas manos se detuvieron un momento.
Frunció un poco el ceño y tecleó unas cuantas
palabras en rápida sucesión.
«¿Tienes alguna información sobre el autor de la
noticia?».
«Es un tipo llamado Carlos Guerra. No hay
mucha más información sobre él».
«¿Carlos Guerra? Ese nombre me resulta familiar.
Ya sé, ¿no es ese el nombre del asistente
personal de papá?». Pensó. Entonces, esbozó
una sonrisa maligna en su rostro como si fuera un
pequeño diablo y tecleó su respuesta:
«Rechazado».
«¡Cómo han cambiado las cosas! Después de
ofender a mamá con tanta crueldad hace un
momento, ¿vienes y suplicas su ayuda? Búscate
a otro para que te auxilie; mamá está
ocupada».
Todos estos años, habían estado trabajando
manteniendo un perfil bajo. Por eso, aunque
Olivia no paraba de tratar un gran número de
enfermedades y salvar a muchas personas,
nadie sabía que en realidad ella era el famoso
doctor genio, S. Bermúdez.
«Ahora mismo, será mejor que le enseñe a ese
despistado de mi padre una lección».
Capítulo 6 La primera advertencia a
papá
Mientras tanto, en el Grupo Navarro…
―Director Navarro, hay malas noticias. Han
violado los cortafuegos del sistema de la
empresa. Quien está detrás de esto parece ser
bastante hábil. Estamos sufriendo una gran
pérdida. Ahora mismo, hemos calculado por lo
bajo unos treinta millones. ―Carlos sudaba a
mares, pues prácticamente corría el riesgo de
recibir una paliza al acercarse a informar de sus
descubrimientos.
La expresión de Eugenio se ensombreció al
instante y dijo con voz intimidante:
―Comunícale enseguida al Departamento de
Seguridad Sinópsisrmática sobre el caso para
interceptar al intruso.
El Departamento de Seguridad Sinópsisrmática
intentó de manera desesperada de localizar y
arreglar los fallos del sistema, pero la otra parte
era muy hábil. A pesar de que hacían todo lo
posible, esta encontró con facilidad la manera
de salirse con la suya. Además, mientras más
resistían sus ataques, con más fuerza golpeaba
sus sistemas.
Diez minutos más tarde, la otra parte se retiró
con arrogancia y dejó atrás una cadena de
códigos. Su traducción formó la palabra
«advertencia». La empresa procedió a calcular
sus pérdidas e informó un total de cincuenta
millones.
Sentado frente a su computadora, Eugenio
entrecerró los ojos con fiereza. «Esta persona no
solo es hábil, también tiene agallas». Los técnicos
del Grupo Navarro estaban entre los mejores de
su campo. Además, los cortafuegos del Grupo
Navarro recibían miles de millones de ataques
cada día y solo unos pocos habían conseguido
penetrar en ellos. Sin embargo, ¡se encontraban
indefensos por completo ante esta persona!
«¿Quién demonios es tan atrevido? Además,
¿qué significa esta advertencia?»
»Carlos... ―gritó Eugenio.
―Sí, Director Navarro. ―Se acercó deprisa.
―¿Aceptó Guille Ramos la petición?
Bajó los ojos y contestó con timidez:
―S… solo la rechazó.
Eugenio entrecerró un poco los ojos.
―¿Es porque el dinero no es suficiente? Dile que
duplicaré el precio.
―Sí, Director Navarro.

Olivia vio cómo el Grupo Navarro sufría una
pérdida de cincuenta millones. Entonces, el
resentimiento en su corazón por fin se calmó. A
instancias de Katia, fueron al mayor centro de
entretenimiento de la ciudad: el Bar Rosa Negra.
Como era lógico, también llevaron a Nataniel
con ellos. Encontraron una mesa para cuatro
personas y pidieron tres cócteles. Nataniel
también pidió una taza de leche para Néstor.
―He oído que esta noche habrá una subasta.
Olivia, si hay algo por lo que quieras pujar,
dímelo. Yo me encargaré. ―Le hizo un gesto con
las cejas como para alardear de su amabilidad.
Ella lo miró.
―Cuídate.
Mientras tanto, tres hombres estaban sentados
en un espacio privado en el segundo piso. El que
estaba en la cabecera no era otro que Eugenio
Navarro, quien poco antes había rechazado a
Olivia durante su entrevista. Por otra parte, a su
lado se encontraban sus amigos de la infancia,
Alejandro Rojas y Javier Collado. Ellos lo
acompañaban esa noche, pero Eugenio no se
encontraba de buen humor; el ambiente festivo
estaba arruinado para él.
Alejandro echó un vistazo al lugar. No pudo
evitar soltar una ligera risa al fijarse en Olivia y su
grupo entre la multitud de abajo.
―Es la primera vez que veo a alguien traer a un
niño a un bar.
En cuanto dijo eso, Javier, que estaba sentado a
su lado, miró también hacia allí.
―¿Mmm? Eugenio, ¿no crees que ese hombre se
parece a Nataniel?
Eugenio, que estaba recostado en su silla con
pereza y los ojos cerrados, giró un poco la
cabeza. Al ver aquella mesa de cuatro, sus ojos
largos, finos y profundos se entrecerraron con
una expresión peligrosa.
Javier se rio y dijo:
»Solo mencioné que se parecía a él. ¿Cuándo se
coló ese mocoso en el país?
Al ver que Eugenio aún no había apartado su
mirada, Alejandro no pudo evitar intentar
persuadirlo:
―Deberías ignorarlo. Han transcurrido tantos
años; ¿todavía vas a seguir impidiéndole que
vuelva? Solo fueron acciones bien intencionadas
pero equivocadas de un muchacho en aquel
entonces.
Eugenio se quedó callado. No le importaba que
ellos dos lo fastidiaran, él permanecía en silencio.
Además, su mirada misteriosa no se apartaba de
la mesa de esas cuatro personas en el piso
inferior para ser más exactos, sus ojos solo
estaban fijos en Olivia.
«No puedo imaginar lo ingeniosa que es esta
mujer. ¿Cuándo se juntó con Nataniel? ¿Está
intentando aprovecharse de él?».
En ese momento, se escuchó la voz del
subastador desde abajo:
―A continuación, vamos a empezar la subasta
por el Fármaco WS. La puja inicial es de
quinientos mil.
Cuando Eugenio escuchó la voz del subastador,
desvió por fin la mirada. Esa era la razón por la
que había asistido allí esa noche. Se decía que
ese fármaco tenía un efecto milagroso en los
pacientes en estado grave de salud; por esa
razón, lo había buscado durante mucho tiempo.
Ahora que su abuelo estaba en estado crítico, su
única esperanza era que ese fármaco le
permitiera ganar algo de tiempo hasta
encontrar al doctor genio. Por su parte, Olivia,
quien estaba sentada en una mesa en el piso de
abajo, también mostró gran interés.
―Nataniel, ¡puja por esto! He oído hablar del
Fármaco WS desde hace mucho tiempo. Podría
ayudar a curar la enfermedad de tu bisabuelo.
―Claro ―aceptó Nataniel sin vacilar después de
escucharla y se apresuró a unirse a la subasta.
En una sola puja, el precio pasó de quinientos mil
a cinco millones. Nataniel frunció un poco el
ceño. «¿No es este fármaco solo un suplemento?
Tampoco es que pueda resucitar a los muertos.
¿Por qué hay tanta gente peleándose por
conseguirlo?». Justo cuando dudaba sobre si
quería participar en la puja, una voz fría sonó
desde el segundo piso.
―Diez millones.
La voz retumbó en toda la sala. Cuando la
multitud escuchó su oferta, susurraron entre ellos.
Aquel precio era demasiado alto; se
multiplicaba por veinte.
Nataniel montó en cólera y levantó la vista.
«¿Quién es ese tonto derrochador con tanto
dinero y que no tiene dónde gastarlo?». El rostro
que mantenía sobre él una mirada penetrante
apareció de repente en su línea de visión.
Entonces, se sentó a gran velocidad. ¡Fiu! Se
subió la capucha de la chaqueta y trató de
esconderse como un avestruz que entierra la
cabeza en la arena.
Capítulo 7 La subasta
Al darse cuenta, Olivia preguntó sorprendida:
―¿Qué sucede?
―No preguntes. Ya te lo compensaré otro día.
Regresemos ahora. Si no, voy a perder la vida
―respondió Nataniel ansioso y con una mirada
suplicante.
Ella estaba desconcertada por completo. Pensó
en sus acciones y alzó la vista hacia el segundo
piso. Solo miró una vez, pero fue suficiente para
que sus ojos se abrieran de par en par al
instante. «¡¿¡Es ese bast*rdo!?! ¡M*erda! ¿Cuánto
ha ofertado ahora? Oh, fueron diez millones».
―Veinte millones ―gritó con toda intención hacia
el segundo piso.
Cuando Nataniel escuchó eso, su cuerpo se
tambaleó. «Soy hombre muerto, definitivamente.
A este paso sufriré una muerte dolorosa».
―Eh... Puedes seguir con tu oferta y ponerla en
mi cuenta. Me voy.
Olivia no pudo evitar de ninguna forma que se
marchara, entonces hizo un gesto involuntario
con la boca. «¿Por qué este hombre se
comporta como si hubiera visto un fantasma?».
Por su parte, Néstor también miró a Eugenio. Sus
grandes ojos negros como la noche reflejaban
demasiada tranquilidad y se limitó a hacerlo sin
decir nada.
Como era de esperarse, Eugenio pudo sentir la
mirada del niño sobre él. Frunció el ceño. «Este
pequeño no parece sobrepasar los seis o siete
años. ¿Cómo es posible que tenga una mirada
tan calmada? Además, ¿acaso significa una
advertencia para mí?». Entonces, las comisuras
de sus labios dibujaron una sonrisa llena de
intriga. De pronto le comenzó a parecer todo
muy interesante. El subastador acababa de
mencionar «veinte millones». Antes de que
pudiera golpear su martillo, Eugenio gritó:
―Treinta millones.
El bar entero volvió a quedarse en silencio al
escuchar su oferta.
―¡Santo cielo! ¡Un producto de quinientos mil se
ha disparado al precio de treinta millones!
―¿Sabes quién es ese que está sentado allí?
¡Eugenio Navarro! Ya sean varios millones o
varios miles de millones, ¡no significa más que
una gota de agua para él!
Por otro lado, la furia de Olivia era indescriptible,
al punto que podía fulminar a ese hombre con la
mirada.
―Néstor, si vas a apoyarme hasta el final, haz
que pierda otros cincuenta millones. Aunque
solo esté recogiendo un vaso de agua de su
cubo, ¡voy a terminar dejándoselo vacío!
Él se limitó a tomar un pequeño sorbo de leche y
le dijo con despreocupación: ―Mami, no
importa cuánto ofertes, él te superará.
Ella se quedó sorprendida al oír sus palabras. «Es
cierto. Luchar cara a cara contra Eugenio
Navarro sería sobreestimar mis propias
habilidades; pero...». Su rostro esbozó una sonrisa
malvada y de repente gritó:
―Cuarenta millones.
En respuesta, las comisuras de la boca del
hombre también dibujaron poco a poco una
sonrisa, por diversión y también por burla. Dijo
despacio:
―Cincuenta millones.
Alejandro y Javier miraron a Eugenio
confundidos.
―Eso no vale la pena, ¿verdad, Eugenio? El
precio de un producto que vale quinientos mil se
ha disparado a cincuenta millones. ¿No es
ridículo?
Eugenio mantuvo una sonrisa intrigante en el
rostro mientras jugaba con la copa en su mano y
guardó silencio. Alejandro no pudo resistirse a
mirar de nuevo a Olivia, que estaba abajo.
―Esa mujer sí que es bastante interesante, ¿no
creen? Encantadora a pesar de lo pura que
parece. Es muy atractiva.
Javier también sonrió y se inclinó en dirección a
ella.
―Sí, sus curvas están en todos los lugares
correctos. Un poco más la haría parecer gorda y
un poco menos, delgada. Es una verdadera
obra maestra.
Cuando Eugenio escuchó los comentarios
atrevidos de los dos hombres, la expresión de su
rostro se oscureció al instante. Levantó la pierna
y le dio una patada a la silla de Alejandro, que
estaba justo frente a él. Luego, declaró con esa
misma expresión severa:
―Si quieres jugar, elige a otra mujer. El carácter
de esta no merece la pena.
Alejandro se dio cuenta enseguida de algo, se
rio y dijo:
―Por tu actitud, supongo que se conocen.
Sin embargo, Eugenio lo ignoró y mantuvo la
mirada fija en Olivia con una intención
misteriosa. Entonces, ella sonrió y levantó un
dedo de forma provocativa hacia él.
―Cien millones.
Capítulo 8 Por segunda vez y sin
arrepentimientos
Ante ese precio, el bar entero comenzó a bullir y
murmurar. Todos los ojos estaban puestos en ellos
y los miraban con gran desconcierto. «¿Cómo
puede aumentar el precio de un artículo de
quinientos mil a cien millones? ¿No se tiene que
pagar de inmediato el dinero que se oferta?».
Además de los espectadores, incluso el avezado
subastador no pudo evitar temblar. Este era el
producto más caro que se había vendido en
una subasta durante su trayectoria de trabajo.
―Cien millones a la una... cien millones a las
dos...
Katia se quedó atónita durante un largo rato,
pero luego el comportamiento de Olivia la trajo
de vuelta a la realidad.
―Olivia, ¿tienes cien millones?
Ella respondió con seguridad:
―No.
Como resultado, Katia se sintió furiosa y ansiosa a
la vez.
―Entonces, ¿por qué has hecho esa oferta?
―Nataniel lo tiene. Además, este Fármaco WS se
utilizará para su bisabuelo. Así que él aportará el
dinero.
―¡Pero, él se ha ido!
Olivia pensó por un momento y asintió. Entonces,
se dio la vuelta para mirar al adorable niño.
―Néstor, ¿cuánto dinero nos queda?
Él tomó un sorbo de leche y respondió con
calma:
―Está claro que no tenemos cien millones.
En ese momento, Katia estaba tan asustada que
ni siquiera podía respirar con facilidad. «¡Son cien
millones! Si ese hombre se niega a aumentar su
oferta, ¡tendremos que conseguir ese dinero
nosotros mismos! ¿De dónde vamos a sacarlo?
¿Acaso a Olivia no le preocupa?».
La sonrisa en el rostro de Eugenio era cada vez
más amplia, no se podía distinguir si era de burla
o insulto. Sin embargo, no aumentó su puja
cuando el subastador llamó por tercera y última
vez.
Por otro lado, Olivia lo miraba con tranquilidad
sin ninguna intención de ceder. Todo el mundo
se dio cuenta del enfrentamiento entre los dos.
Por eso, todos los ojos se giraron de manera
espontánea hacia Eugenio.
Un segundo; dos segundos; tres segundos...
El silencio era tan pesado que se podía oír caer
un alfiler en esa habitación. Justo cuando todos
pensaban que ya no iba a aumentar su oferta,
aquel hombre con más dinero que sentido
común levantó su cartel sin prisa.
―Ciento diez millones.
Ella le lanzó una mirada furiosa y no respondió
con otra oferta. Entonces, dejó escapar un
suspiro de alivio, se inclinó para agarrar al
pequeño sentado allí y salió del bar. Aunque el
Fármaco WS era asombroso, no podía
compararse con sus habilidades médicas. Ella
sabía con exactitud cuál era la enfermedad del
bisabuelo de Nataniel y que ella la podía curar.
«¡De todos modos, esta noche solo pretendía
darle una pequeña lección a ese hombre tan
inflado por su propio ego!».
Néstor le rodeó el cuello con sus tiernos brazos.
―Mamá, no te enfades. Te hará envejecer más
rápido.
Olivia asintió como respuesta.
―Mi precioso hijo sigue siendo la persona más
cariñosa que conozco.
Luego, Katia los envió a ambos de vuelta a la
Gran Mansión y regresó a su residencia. Sin
embargo, en cuanto Néstor llegó a su
habitación, se volvió a sentar enseguida frente a
la computadora. A Olivia le irritaba en gran
manera ese comportamiento.
«La afición de mi hijo por las computadoras ya
está a punto de convertirse en adicción. ¿Quién
se puede imaginar que el maestro hacker, Guille
Ramos, que ópera con total libertad en Internet,
es un niño de no más de siete años?».
Cuando Olivia se durmió, la expresión en el rostro
de Néstor se volvió a ensombrecer. «Hoy, ese
padre mío tan poco fiable volvió a hacer
enfadar a mamá. Ni siquiera tengo el valor para
hacerlo yo mismo; ¿cómo se atreve? ¿Quién se
cree que es?». Entonces, sus manos pequeñas
comenzaron a teclear a toda velocidad y volvió
a infiltrarse con éxito en el sistema interno del
Grupo Navarro. Esta vez, lleno de arrogancia,
dejó el siguiente mensaje: «Sin arrepentimientos».
Capítulo 9 Relación jerárquica
complicada
Al día siguiente, Olivia aceptó tratar al bisabuelo
de Nataniel. Esa mañana, esperó en su
residencia hasta cerca de las diez. Sin embargo,
seguía sin recibir noticias suyas. Miró varias veces
la hora y, sin poder aguantar más, sacó su
teléfono y lo llamó.
―¿Aún quieres que atienda a tu bisabuelo?
¿Podrías comportarte como alguien digno de
fiar?
Nataniel parecía muy apurado y ocupado al
otro lado del teléfono.
―¡Claro que quiero que lo atiendas! Le
comuniqué a mi madre la situación y ella
enviará a alguien a buscarte. Olivia, cuento
contigo para tratar la enfermedad de mi
bisabuelo. ¡Necesito colgar! Ahora mismo, estoy
en el aeropuerto esperando para subir a mi
avión.
―Oye, ¿cómo te vas a ir solo porque se te
antoja? ¿Ya resolviste los asuntos de la escuela
de Néstor?
―Puedes estar segura de que ya lo he arreglado
todo. Me ocupé de los trámites de matrícula. Es
el Jardín de Infancia El Imperio ubicado en
Ciudad del Sol. Solo tienes que presentarte allí.
No puedo seguir hablando, estoy a punto de
subir al avión ―dijo Nataniel con mucha prisa, sin
dejar que Olivia pudiera responder una sola
palabra. Luego, colgó el teléfono.
Olivia se quedó tan devastada que sintió hasta
deseos de matarlo. «¿Qué pasa con él? Me
engañó y me trajo a este país. Luego, se fue así
sin más y volvió a Estados Unidos».
―¿Qué pasa, mamá? ―preguntó Néstor y
levantó la cabeza con curiosidad. Solo en
momentos así se parecía a un niño de seis o siete
años.
―El Tío Nataniel nos engañó, nos trajo de vuelta y
ahora se fue a Estados Unidos él solo.
Entonces, el niño asintió como si la
comprendiera.
―Nataniel nunca ha sido una persona fiable y ha
hecho muchas veces algo parecido.
―Parpadeó con sus grandes ojos de apariencia
inocente y actuó con indiferencia.
«Si mamá se entera de que tramé esta artimaña,
¿me castigará? Es que… ¡Quiero un papá! Por
supuesto, le daré prioridad a mi padre biológico.
Aunque Eugenio Navarro no es tan bueno, es
rico, atractivo y, sobre todo, ¡mi padre biológico!
¡Solo eso basta para que lo ponga en el primer
lugar de la lista de los candidatos a ser mi papá!
Olivia suspiró y le dio una palmadita en su
pequeña cabeza.
―En el futuro, puedes bromear todo lo que
quieras. Sin embargo, el Tío Nataniel es cinco
años más joven que yo. No puedes seguir
llamándole así, ¿de acuerdo? ¿Eso no rompería
la relación jerárquica entre ambos, debido al
respeto que merece por ser mayor?
Néstor no supo bien qué responder.
«Me pregunto quién de nosotros es el
irrespetuoso. Mi padre es el tío de Nataniel. ¿Qué
hay de malo en que lo llame por su nombre?».
No obstante, no se atrevió a expresar su opinión
por miedo a enfadarla. Por eso, respondió con
obediencia:
―Lo sé, mamá. No se enojará conmigo por eso.
Mientras hablaban, alguien llamó a la puerta.
Entonces, Olivia se levantó a toda prisa y se
asomó por el intercomunicador. Una mujer de
poco más de cuarenta años estaba afuera con
dos guardaespaldas a su lado. Olivia abrió la
puerta y le preguntó con cortesía:
―¿Puedo saber a quién busca?
La mujer se quedó perpleja. Luego, dio un paso
atrás y volvió a mirar el número de la residencia.
―¿Es usted la Señorita Miranda?
―Sí, soy yo. ¿Usted quién es?
Al oír su confirmación, Jimena Navarro se mostró
simpática al instante.
―¡Oh! ¡Encantada de conocerla! Soy la madre
de Nataniel. Me dijo que pasara a buscarla. Sin
embargo, ¡no esperaba que fuera tan joven!
Nataniel le informó al respecto, ¿verdad? El
Abuelo Navarro está enfermo; por eso me pidió
que viniera.
Olivia sonrió y respondió:
―Encantada de conocerla, Señora Balmaceda.
Sí, Nataniel me comunicó sobre el asunto. Por
favor, entre.
Mientras tanto, Néstor hizo una mueca. «¿Qué es
eso de relación jerárquica? ¿Quiere decir que la
madre de Nataniel no está al mismo nivel que
mamá?».
Jimena hizo enseguida un gesto con las manos y
contestó:
―Señorita Miranda, por favor, no se preocupe. Si
está lista, podemos irnos ya.
―Claro, por favor, espere un momento
―respondió Olivia con amabilidad. Entonces
entró a su habitación y salió con una mochila
negra―. Vayamos ahora mismo. Salvar una vida
es una prioridad.
―Claro, claro. Vamos ―dijo Jimena y guio el
camino de salida por la puerta.
Entonces, subieron a un Bugatti Veyron negro y
se dirigieron hacia la Residencia Navarro.
...
En el Grupo Navarro, Eugenio analizaba en su
computadora los datos perdidos valorados en
cincuenta millones, así como ese arrogante
mensaje, «Sin arrepentimientos». Sus ojos
reflejaban una mirada profunda. Cada vez
estaba más impresionado por el hacker que
había conseguido penetrar los cortafuegos de
su empresa e infiltrarse en el sistema interno por
más de una ocasión. Esta persona podía
infiltrarse en los sistemas de la empresa y agarrar
desprevenido a todo el personal. Desde luego,
eso significaba que podría haber causado más
pérdidas de dinero y, por tanto, mayores
estragos. Sin embargo, no lo hizo.
«Esto me dice que el hacker no está tratando de
causar pérdidas a la empresa. A lo mejor... debo
haberlo ofendido sin darme cuenta. Por eso, me
dio una advertencia, pero... ¿en qué momento
lo habré hecho para que me advierta dos veces
en un mismo día...? Además, el ataque de por la
noche se produjo sobre las once. En ese
momento, yo todavía estaba en la casa de
subastas. Entonces, ¿a quién pude haber
ofendido?». De repente, frunció el ceño.
«¿Podría ser esa mujer? Ahora que lo pienso, ¿el
ataque al sistema de defensa de la empresa no
ocurrió después de que la echara? Además,
luego de la subasta donde ella estuvo anoche,
recibimos otro ataque. No puede ser... ¿Será
que... esa mujer, además de ladrona, es
también una experta en informática? De todas
formas, si tuviera habilidades de este tipo, ¿por
qué necesitaría robar teléfonos?».
En ese momento, el sonido de una llamada
entrante lo hizo reaccionar. Vio que era de
César. Últimamente, él era el que se encargaba
de los asuntos del Abuelo Navarro.
―Director Navarro, la Joven Jimena ha traído a
una mujer a la residencia para que atienda al
Abuelo Navarro. ¿Le gustaría regresar y ver?
Eugenio frunció el ceño. «Ahora mismo, el estado
del abuelo es muy débil; no puede soportar
ningún tipo de estrés».
―Deténgalas por ahora. Iré enseguida.
Capítulo 10 ¡¿Es ella?!
En ese momento, la Residencia Navarro era un
caos. El Abuelo Navarro llevaba ya una semana
inconsciente. Además, su presión arterial se
había disparado y corría el peligro de sufrir una
hemorragia cerebral en cualquier momento. Por
lo tanto, todo el mundo estaba
extremadamente ansioso. Aun así, nadie se
atrevía a dar el paso y operarlo. Después de
todo, el anciano ya tenía más de ochenta años.
¿Quién podía asegurar que sobreviviría a la
operación?
―Déjenme intentarlo. Aunque es arriesgado que
se someta a una cirugía, sigue siendo una mejor
opción que dejarlo morir, ¿no? ―dijo Patricia
Navarro.
Era la media hermana más joven de Eugenio, de
diferente madre. Además, era doctora
profesional y trabajaba en el Departamento de
Neurología del hospital de Ciudad del Sol.
En cuanto las palabras salieron de su boca,
algunas de las personas mayores que rodeaban
al anciano parecieron dudar. Creían en las
habilidades médicas de Patricia. Después de
todo, era la más joven de la familia con un
doctorado en Medicina, así como la experta en
neurología más nueva del hospital. Sin embargo,
el Abuelo Navarro estaba muy mayor y frágil, y
ninguno de ellos tenía el poder de decisión en
esa familia.
Justo en ese momento, Jimena llegó
acompañada de Olivia. Cuando se dio cuenta
de la situación en la habitación, la haló
enseguida y se apresuró a decir:
―¡Espera! ¡Patricia! ¡Esta es la Señorita Miranda!
Nataniel me comentó que es muy
experimentada y que ha logrado curar a
muchas personas. Además, la Señorita Miranda
mencionó que puede tratar al abuelo sin
necesidad de una cirugía. Deja que ella intente
atenderlo primero.
Al oír eso, Patricia miró a Olivia con
desconfianza. Cuando notó que tenía un niño a
su lado, mostró de inmediato una expresión de
desprecio. «¿Cómo se atreve una humilde ama
de casa a robarme el protagonismo?».
―Jimena, ¿de dónde sacaste a esta mujer?
Incluso ha traído consigo un equipaje
innecesario. ¿Puede en realidad curar al
abuelo?
La expresión de Olivia cambió de manera
drástica ante esas palabras. En el pasado,
Nataniel le había contado a Jimena sobre las
habilidades de Olivia. Aunque solía ser un
revoltoso, seguía siendo bastante fiable cuando
se trataba de asuntos relacionados con la
enfermedad de su bisabuelo. Al menos, nunca lo
dejaría en manos de una curandera. Por eso,
Jimena confiaba mucho en ella y en sus
habilidades.
Al escuchar las palabras de Patricia, la expresión
del rostro de Jimena cambió por completo y dijo
de inmediato:
―Cállate. Nataniel invitó a la Señorita Miranda.
Me dijo que ella era capaz de curar la
enfermedad del Abuelo Navarro. ¡Así que más
vale que la trates con respeto y la dejes
intentarlo!
―¿Dejarla intentarlo? ¿Es la vida del abuelo algo
que podemos tomar tan a la ligera? Ni siquiera
yo me atrevo a decir que puedo curarlo del
todo. Sin embargo, has traído a alguien cuyos
antecedentes son desconocidos por completo.
¿Quién va a asumir la responsabilidad si algo
sucede?
Jimena parecía estar un poco desconcertada;
no sabía cómo refutar esas palabras. En ese
momento, a Olivia le pareció que toda la
situación era increíblemente ridícula.
―Disculpe, señorita. Si ni siquiera me deja
examinar al paciente, ¿cómo va a estar segura
de que no puedo curarlo?
Entonces, se acercó a Patricia y miró al anciano
que se encontraba encamado. Según Nataniel,
su bisabuelo tenía ya más de ochenta años.
Yacía en la cama con un aspecto bastante
demacrado. Además, parecía sufrir un gran
dolor. Aunque un paciente de edad tan
avanzada, cuyas funciones corporales en su
mayoría aún no están sanas ni en óptimas
condiciones, se curara de sus enfermedades
cardiovasculares y cerebrovasculares mediante
una cirugía, ¡su cuerpo no podría soportar la
recuperación a largo plazo de sus heridas
externas! En ese caso, solo se producirían más
complicaciones y no sería seguro que pudiera
sobrevivir al proceso.
Patricia se enfureció. Dio un paso adelante y
apartó a Olivia.
―¡Deténgase ahí! ¿Quién se cree que es? ¿Sabe
quién es el que está encamado? Si le ocurre
algo, ¿va a responsabilizarse por ello?
En respuesta, Olivia la miró con frialdad.
―Si se preocupa por su abuelo, no debería
detenerme en un momento como este.
―¡Es mi abuelo! ¡Así que tengo derecho a
sospechar de usted! ¡Tráigame sus credenciales
médicas y certificados de práctica! Además,
¡muéstreme pruebas de dónde ha trabajado
antes y qué tipo de enfermedades ha tratado
en el pasado! Si es tan competente como dice,
¡entonces dejaré que lo haga!
Justo en ese momento, Eugenio llegó a toda
prisa a la entrada de la Residencia Navarro.
Entonces, su asistente, César, salió con rapidez a
su encuentro.
―Director Navarro, ¡regresó! ¡La Joven Jimena y
la Joven Patricia están a punto de pelearse!
Eugenio se quedó callado. En cambio, aceleró
el paso hacia el patio donde se encontraba el
Abuelo Navarro. De manera inesperada,
escuchó una voz fría y despectiva en cuanto
atravesó la puerta.
―¡Su familia es muy interesante! Señora
Balmaceda, solo he venido porque Nataniel me
lo pidió. Permítame ser sincera con usted; el
Abuelo Navarro no se encuentra en un estado
como para darse el lujo de esperar mucho más.
Si quiere o no que lo trate, eso depende de
usted. Después de todo, la vida de un paciente
también es cuestión del destino. Si no se corre
con esa suerte, entonces no me aferraré a ello.
Eugenio frunció el ceño con fuerza. «¿Esa voz?
¿Por qué me resulta tan familiar?». Entonces, se
apresuró a entrar. Una vez dentro, se quedó
atónito cuando vio a la mujer que estaba allí.
«¡Es la ladrona que vino ayer a la empresa para
una entrevista! ¿Qué hace aquí?».
Capítulo 11 Son familia
No había tiempo para pensar; otra pelea estaba
a punto de desatarse. La furiosa voz de Patricia
retumbó con fuerza:
―¡Cuidado con lo que dice! ¿Está condenando
a mi abuelo a la muerte? ¡Que alguien la saque
de aquí!
Los guardaespaldas que estaban afuera se
prepararon para entrar corriendo al oír su orden.
―¡Deténganse! ―gritó Eugenio. De repente, toda
la sala se quedó en silencio.
Todo el mundo, incluso Olivia, se giró para mirar.
Cuando vio a Eugenio, todo su cuerpo se
estremeció. «¿Qué hace este hombre aquí?
Justo se aparece el diablo en un momento
crucial como este. ¡Maldición! ¿No tengo
demasiada mala suerte ya?».
Al ver que era Eugenio, Patricia se le acercó
deprisa.
―Eugenio, ¡has regresado en el momento justo!
¡Jimena trajo a una mujer de Dios sabe dónde y
se empeñó en dejar que atendiera al abuelo!
Habla de forma muy grosera y tiene una actitud
muy arrogante. Aún más, ¡ha condenado al
abuelo a la muerte!
Olivia soltó una carcajada al escuchar esas
palabras.
―Disculpe, señorita. Su capacidad de
razonamiento es muy preocupante. ¿Estudió
usted español con un profesor de gimnasia?
―Una vez dicho esto, se dio la vuelta y miró a
Jimena―. Lo siento, Señora Balmaceda. Parece
que no estoy destinada a tratar al Abuelo
Navarro. Me temo que no podré ayudarla. Por
favor, búsquese a otra persona.
Sin embargo, Jimena la agarró e impidió que se
marchara.
―Por favor, no se vaya, Señorita Miranda. ―Miró
a Eugenio y le suplicó―: Eugenio, Nataniel invitó
especialmente a la Señorita Miranda a la
residencia. Dice que es una doctora muy hábil.
Por favor, ¡deja que lo intente! ¿No deberíamos
considerarlo como nuestra última esperanza de
que funcione un tratamiento? Sigue siendo
mejor que una cirugía, ¿no? A su edad, ¡el
abuelo no sería capaz de sobrevivir al proceso!
―¿Desde cuándo Nataniel ha hecho algo en lo
que se pueda confiar? ¿Olvidaste por qué
Eugenio lo castigó con que no regresara nunca
más del extranjero? ―se burló Patricia.
Jimena la ignoró. En cambio, centró todos sus
esfuerzos en tratar de persuadir a Eugenio.
―Eugenio, Nataniel es poco fiable la mayor
parte del tiempo. Sin embargo, nunca se
tomaría a la ligera nada relacionado con la vida
de su bisabuelo.
Por su parte, Eugenio dirigió la mirada hacia
Olivia y luego hacia el niño que lo miraba en
silencio. Entonces, recordó el arrogante mensaje
que había visto esa mañana: «Sin
arrepentimientos». De repente, sintió que tal vez
debía volver a conocer a esa pareja de madre
e hijo. Así que, dio un paso adelante de pronto y
caminó hacia Olivia. Se detuvo frente a ella y le
preguntó con una voz profunda:
―¿Está segura de que puede curar a mi abuelo?
«¿Es su abuelo? ¡Nataniel y él son familia!». Olivia
no manifestó ninguna emoción, pero maldijo a
Nataniel en su corazón. Levantó la cabeza,
sonrió con confianza y le dijo:
―Señor Navarro, puede elegir no creerme.
También puedo fingir, para empezar, que nunca
estuve aquí. Si sospecha de mí, solo evite que
me acerque al Abuelo Navarro. Usted y su
familia no necesitan ser tan cautelosos conmigo.
«La actitud de esta mujer es tan arrogante como
siempre». Entonces, Eugenio entrecerró los ojos
de forma amenazante y la estudió.
Normalmente, la mayoría de las personas no
podían soportar que él las mirara así. Sin
embargo, esta mujer estaba muy tranquila y
actuaba como si nada. De repente, Eugenio
desvió su mirada hacia su abuelo, que yacía
adentro, y afirmó:
―Que lo trate ella.
Olivia sonrió y dijo para sus adentros: «¡Ja,
pequeño imbécil! ¡Al fin caíste en mi trampa!».
―Director Navarro, por favor no se sienta
obligado. Solo vine porque Nataniel me lo pidió.
Si hubiera sabido que estaba involucrado, nunca
lo habría hecho. Dado que cuenta con una
doctora tan increíble y profesional, no le quitaré
más tiempo. ―Luego, tomó al pequeño de la
mano y se dio la vuelta para marcharse.
Néstor suspiró con frustración y murmuró en voz
baja:
―En serio, ¿de qué sirve hacer enfadar a mamá?
―Una vez dicho esto, siguiendo a Olivia salieron
los dos del lugar.
―Espere...
Capítulo 12 ¿Quién diablos es esta
mujer?
Eugenio la llamó de repente. Aunque él estaba
inmóvil en su lugar, Olivia podía sentir que su
aura la presionaba.
―Señorita Miranda, permítame disculparme en
nombre de mi familia. Mi abuelo lleva una
semana inconsciente. Si es capaz de curarlo, por
favor, hágalo. ―Su actitud era bastante
educada.
Entonces, Olivia se detuvo en seco y lo miró.
―¿Acaso no dijo que tengo problemas de
carácter, Señor Navarro? ¿Por qué? ¿No teme
que mi personalidad sea tan mediocre que
pueda dañar al anciano durante el proceso de
tratamiento?
Él la miró con sus largos y finos ojos.
―Creo en la benevolencia de un médico. Estoy
seguro de que no jugará con la vida de una
persona, Señorita Miranda.
Por su parte, ella torció los ojos y resopló para sus
adentros. «¿Por qué ya no es arrogante?».
―Puedo ayudarlo, pero tendremos que discutir
las condiciones de pago por adelantado.
Los ojos de Néstor brillaron y tuvo una
inexplicable sensación de excitación. «La
venganza de mamá está cerca».
Al mismo tiempo, Eugenio frunció las cejas con
naturalidad.
Ella lo miró a los ojos y le dijo:
―Señor Navarro, he accedido a tratarlo, pero no
me atrevo a garantizar que pueda curarlo por
completo al momento. Sin embargo, estoy
segura de que puedo lograrlo. Al principio, iba a
prestarles mis servicios de consulta de forma
gratuita debido a mi relación con Nataniel. Por
desgracia, tengo una mala costumbre: soy
mezquina y guardo rencor. Director Navarro, los
precios de mis consultas son muy altos.
Él entendió lo que ella había querido decir. «Esta
mujer no solo se está refiriendo a su rencor hacia
Patricia, sino también al que me guarda a mí.
Por fortuna, nunca me ha importado mucho el
dinero de todos modos».
―Claro. Puede decirme cualquier precio siempre
que pueda curar a mi abuelo.
Olivia lo miró de nuevo. Entonces, su rostro dibujó
de pronto una sonrisa en extremo arrogante.
―Puede estar seguro. Acabo de echarle un
vistazo a la enfermedad del Abuelo Navarro.
Necesitará un mes para recuperarse por
completo, pero puedo despertarlo en una hora.
Cuando Patricia escuchó esas palabras, montó
en cólera.
―¡Vaya! Es evidente que para poder alardear no
hay que pagar, ¿verdad? Ni siquiera lo ha
examinado; ¿acaso sabe qué tipo de
enfermedad padece mi abuelo? ¿Despertarlo
en una hora? ¡Deje de hablar basura!
Olivia frunció el ceño con fiereza. «Esta mujer es
más impertinente que el zumbido de una
mosca». Justo cuando iba a responder, oyó dos
voces que dijeron a la vez.
―¡Cállate!
―¡Esa es la diferencia entre mamá y usted!
Ambos, padre e hijo, la defendieron al mismo
tiempo como si lo hubieran acordado de
antemano.
Al escuchar la voz de Néstor, Eugenio hizo una
ligera pausa. Se dio la vuelta y sus miradas se
entrelazaron. La de aquel niño era muy serena.
Por fuera, parecía que tenía una calma superior
a la de los demás y sus ojos brillaban con
intensidad. Incluso Eugenio, que tenía aversión a
los niños, lo encontró muy adorable.
«Es increíble. ¡No puedo creer que esta odiosa
mujer, Olivia Miranda, pueda tener un hijo tan
adorable!».
Además, era la primera vez que Néstor se
encontraba frente a frente a su padre biológico.
Por un momento, sus ojos lo habían cautivado
por completo. Comparado con todos los
hombres que había conocido antes, Eugenio era
diferente. Solo bastaba con su presencia y el
aura que emanaba de su cuerpo, para que las
personas se rindieran ante él.
«Este es el tipo de padre que quiero».
Luego, Néstor apartó despacio su mirada y se
recostó a Olivia con tranquilidad.
Eugenio lo miró y se dirigió a ella:
―Señorita Miranda, por favor, no le haga caso.
Por favor, trate a mi abuelo.
Ella miró con desdén a Patricia, se dio la vuelta y
se acercó a la cama. Una vez frente al paciente,
su expresión cambió de forma drástica y se puso
muy seria. Luego, sacó de su mochila negra una
pequeña almohada para que apoyara la
muñeca, le tomó el pulso y le abrió los ojos para
examinarlo.
Una vez confirmado su diagnóstico preliminar,
sacó de su mochila una bolsa de tela blanca
enrollada y la extendió con elegancia. En su
interior había agujas de plata densamente
empaquetadas y de diferentes longitudes. Todos
se miraron entre sí para manifestar sus
sospechas. «¿Esta mujer va a hacer acupuntura?
¿Es una practicante de medicina tradicional?
¿No son todos los practicantes de medicina
tradicional ancianos llenos de canas?». Aunque
estaban inundados de dudas, Eugenio los
disuadió y no se atrevieron a hacer ninguna
objeción.
Sin embargo, al ver cómo Olivia sacaba con
destreza las agujas de plata y las insertaba con
precisión en varios puntos de acupuntura del
cuerpo del Abuelo Navarro, se quedaron
asombrados. Su habilidad para insertar las
agujas se debía a años de práctica y era bien
precisa a la hora de localizar los puntos de
acupuntura. Con un solo vistazo se podía notar
que ella no era una persona común y corriente;
no hubiera podido alcanzar ese nivel de
destreza sin una práctica constante y mucha
experiencia.
En ese momento, la sala quedó en silencio.
Todos miraban a Olivia mientras trabajaba, al
igual que Patricia, que seguía sin estar
convencida. En cambio, la mirada de Olivia era
firme. Mantenía una total concentración
mientras seguía insertando las agujas en otros
puntos de acupuntura del cuerpo del anciano.
Eugenio observó con atención a la mujer que
tenía delante, de principio a fin, mientras ella
introducía las agujas en el cuerpo de su abuelo,
una por una. La preocupación y las sospechas
que tenía al inicio se habían convertido en
asombro y admiración. Comenzaba a
desarrollarse en él un profundo deseo por
conocerla. «¿Quién diablos es esta mujer?».
Capítulo 13 Un precio exorbitante
Después de cerca de treinta minutos de arduo
trabajo, Olivia al fin se detuvo. Miró a la multitud
que la rodeaba con el rostro cubierto de sudor.
―No se preocupen; el Abuelo Navarro estará
bien. Se despertará en diez minutos si no ocurre
nada inesperado.
El ambiente quedó en silencio y nadie habló una
palabra, excepto Patricia, que dijo disgustada:
―¿Mi abuelo se va a despertar solo porque le ha
clavado unas agujas? ¿De qué demonios
presume? ―Sin embargo, mantenía la mirada fija
en el anciano tumbado en la cama como si
tratara de verificar las palabras de Olivia.
Por su parte, Olivia la ignoró y se sentó a un lado
a descansar.
―Toma, mamá. ―Néstor le entregó un pañuelo
que tenía listo de antemano.
Ella lo tomó, sonrió y le acarició la cabeza.
―Gracias, Néstor. ―Mientras se limpiaba el sudor,
volvió a mirar a Eugenio y sus labios dibujaron
una sonrisa.
―Director Navarro, el precio de la consulta es de
cincuenta millones.
Del mismo modo, él también dibujó una ligera
sonrisa en su rostro. Entonces, extendió la mano
hacia atrás. Carlos le entregó un cheque al
instante. Él lo tomo y luego se lo dio a Olivia.
―Exige usted un precio exorbitante, Señorita
Miranda. ―Su sonrisa insinuaba la suficiencia de
haber previsto ya sus acciones.
Ella se quedó sorprendida por un momento al
ver el cheque. «¡Maldición! ¡He pedido
demasiado poco!». Su inconformidad se
intensificó aún más, sobre todo cuando vio la
desagradable sonrisa en los labios de Eugenio.
Lo miró con furia y alargó la mano para tomar el
cheque. Sin embargo, no esperaba que una
figura se abalanzara de repente sobre ella y se
lo quitara antes de que pudiera palparlo.
Entonces, Olivia frunció el ceño y se giró para
mirar a Patricia, que había sido quien se lo había
arrebatado de las manos.
―El abuelo aún no se ha despertado, ¿y ya
quiere tomar el dinero y marcharse? ¿Qué tal si
le pasa algo? ¿Dónde la vamos a encontrar?
―dijo Patricia de forma muy razonable.
Olivia sintió que su furia aumentaba. Intentó
contener las ganas de golpear a alguien.
Entonces, levantó la vista y le lanzó a Eugenio
una mirada fulminante.
―¿Es así como trata a quien lo ayuda? ¿Muerde
la mano que le da de comer?
Eugenio nunca se imaginó que Patricia fuera
capaz de hacer algo así. Por eso, la expresión de
su rostro se ensombreció al instante. Al mismo
tiempo, desprendió un aura hostil y dijo con
frialdad:
―Entrégalo.
Patricia frunció el ceño, pero no se movió ni un
centímetro.
―Eugenio, ¡no te dejes engañar por ella! ¡El
abuelo aún no ha despertado! ¿Quién sabe lo
que le hizo hace un momento?
Él frunció un poco el ceño al oír sus palabras y
miró al anciano que se encontraba tumbado en
la cama. Aunque no sabía lo que Olivia le había
hecho al Abuelo Navarro un momento atrás,
podía decir que su estado era mucho mejor que
el de antes.
―¡Confío en ella! ―expresó.
Olivia se quedó perpleja al escucharlo. Nunca
esperó que él dijera esas tres palabras tan
poderosas. Como resultado, la mayor parte del
resentimiento y la ira que se habían acumulado
en su corazón se disiparon. «Supongo que este
hombre también sabe hablar en lenguaje
humano».
―Olvídelo; no tengo por qué esperar hasta que
el Abuelo Navarro se despierte. De todos modos,
no tardará más de unos minutos ―dijo con
indiferencia.
Patricia abrió los ojos de par en par al escuchar
esas palabras.
―Eugenio, ¿te has vuelto loco? A saber de
dónde salió esta mujer; ¿cómo puedes creerle?
Eugenio seguía con el ceño fruncido. Solo su
expresión se volvió más fría. Miró a Patricia y
luego dijo con una voz que no daba lugar a
objeciones y ejercía una inmensa presión de
manera indirecta:
―¿Desde cuándo se te ha permitido tener la
última palabra en esta familia?
Patricia manifestó una sensación de
incomodidad y dijo con petulancia:
―No he dicho que no se lo vayamos a dar... Solo
quería que actuaras sobre seguro y le pagaras
cuando el abuelo se despertara.
Entonces, Eugenio le quitó el cheque de las
manos y se dirigió a Olivia:
―Señorita Miranda, aquí tiene el pago de la
consulta. Además, no fue mi intención superar su
puja durante la subasta de anoche por maldad.
Oferté por el Fármaco WS porque quería dárselo
al abuelo.
Olivia aceptó el cheque, frunció un poco el
ceño y respondió con indiferencia:
―No es para tanto. De todos modos, pujaba por
el producto para el Abuelo Navarro. Como todo
fue para salvarlo a él, al final no importa quién lo
haya obtenido.
Los ojos de Eugenio brillaron por la sorpresa.
Luego, bajó la mirada y estudió a la mujer que
tenía delante. «Ya entiendo; estaba tratando de
obtenerlo para tratar la enfermedad del
abuelo».
Capítulo 14 Solo quiero a papá
En ese momento, se escuchó la voz de Patricia
en la habitación.
―¡Abuelo! ¡Abuelo, está despierto!
Todo ese tiempo había estado mirando con
atención al Abuelo Navarro, que se encontraba
encamado. Su grito sorprendió a todos los
presentes, quienes luego corrieron hacia la
cama.
Olivia frunció el ceño, pues le preocupaba que
las personas aplastaran a su hijo. Justo cuando
estaba a punto de acercarse y llevárselo,
Eugenio se adelantó de improviso y agarró al
niño en sus brazos. No obstante, tenía el ceño
fruncido, lo que hacía que la expresión de su
rostro no fuera agradable.
―Carlos, César, dejen que vayan a ver al abuelo
por turnos. Acaba de despertarse; no podrá
soportar tanto ruido de golpe.
Ellos respondieron de inmediato a sus órdenes.
La Familia Navarro estaba creciendo. Después
de todo, el Abuelo Navarro tenía cuatro hijos y
estos, a su vez, uno o dos. A partir de ahí, le
sucedieron nuevas generaciones. Si se sumaban
todos, casi ciento ochenta personas
conformaban la Familia Navarro. Ese día, solo
estaban presentes veintitrés. Sin embargo, si
tantas personas se amontonaban alrededor del
anciano, podrían aplastarlo y adelantar su
encuentro con su Creador.
Por otro lado, Olivia tomó a su hijo de los brazos
de Eugenio y le dio las gracias. Néstor mantenía
sus pequeños labios apretados y sus grandes ojos
negros semejantes a las uvas, parpadeaban en
dirección a Eugenio. «¡Este es mi papá! ¡Mi papá
me ha llevado en brazos! ¡Mi papá me ha
llevado en brazos!»
¿Cómo podía saber Olivia que ese pequeño
estaba a punto de estallar de emoción? Por lo
tanto, le habló a Eugenio con profesionalidad:
―El Abuelo Navarro ya debería estar bien. Le
prescribiré una receta. Esta medicina acelerará
su recuperación.
Eugenio asintió y la siguió hasta la sala de estar.
Entonces, ella escribió una receta en un papel y
se la entregó.
»Déselo dos veces al día durante la mitad de un
mes; una por la mañana y otra por la noche. Si
ya no hay más nada que hacer, me despido.
Él tomó la receta y le hizo un gesto de
despedida.
―Bien. Carlos, por favor, acompaña a la Señorita
Miranda a la puerta.
―No hace falta ―respondió Olivia con frialdad.
Luego, tomó a su hijo en sus brazos y, sin pensarlo
dos veces, se dio la vuelta y se marchó.
Eugenio miró la espalda de aquella mujer
mientras se marchaba y sintió que su corazón
comenzó a flaquear un poco.
«A pesar de haberla visto robar un teléfono,
aprovecharse de Bruno al borde de la carretera
cuando este se encontraba en una situación
precaria e intentar con malvadas intenciones
superar mi oferta durante la subasta en el bar,
no me da la impresión de que sea de baja
moral. Tal vez... haya algo más».
...
Cuando madre e hijo salieron de la Residencia
Navarro, pidieron un taxi enseguida. Por el
camino, Olivia parecía estar de buen humor.
Tarareaba una canción; actuaba como si la
hubieran liberado de la esclavitud.
Néstor inclinó la cabeza hacia un lado y la
sacudió sin decir nada.
―Mamá, has trabajado mucho e incluso te han
insultado, pero ni siquiera has ganado lo
suficiente como para compararlo con el dinero
que él se gastó en el Fármaco WS. Entonces,
¿por qué estás tan contenta?
Al escuchar esas palabras, ella se detuvo y
reflexionó. «Al parecer, sí tiene razón». Entonces,
se dio la vuelta y preguntó con seriedad:
―¿Qué intentas insinuar al recordarme esa cruel
realidad?
―Solo quise decir que todo esto es insignificante
desde una perspectiva más amplia. Deberías
proponerte una meta mejor.
―¿Cómo cuál?
Frunció los labios y sintió vergüenza por alguna
razón.
―Como que... Mamá, ya tienes veintisiete años.
¿No es hora de que te busques un novio?
Olivia parecía haber entendido el significado
detrás de sus «buenas intenciones». Por tanto, sus
labios dibujaron una sonrisa burlona.
―Entonces, ¿hiciste todo lo posible para que
entrara al Grupo Navarro porque querías que él
fuera mi novio?
Néstor se quedó sorprendido al escuchar sus
palabras. «¡No pensé que mamá fuera tan
inteligente! Solo se lo insinué de forma sutil y ella
captó de inmediato mis intenciones». Por eso,
solo pudo asentir con obediencia.
Ella resopló con frialdad.
―Ni siquiera lo pienses. Aunque no me case,
nunca lo elegiría a él. Después de todo, todavía
quiero tener una larga vida.
Se sentía emocionalmente agotado. Las miradas
de su padre aún reverberaban en su mente.
«Aunque a mamá no le guste, puede que no lo
odie, ¿verdad?».
Luego de decirle aquello, se dio cuenta de que
el pequeño había estado inmóvil durante un
largo rato. Entonces, se dio la vuelta para
mirarlo. Él había bajado la cabeza y tenía una
expresión sombría en su rostro. «Eh...». Se sintió un
poco incompetente como madre al verlo.
«Quizás me las arregle bien sin un hombre, pero
este niño necesita el amor de un padre. De eso
no cabe duda».
—Te prometo que, en el futuro, te daré un papá.
Alguien que te quiera y te mime, ¿qué te
parece?
Tras escucharla, él levantó la cabeza y señaló:
—Mami, ese hombre me cargó hoy. —Sin querer,
entrecerró los ojos, sonrió satisfecho y luego
agregó—: Me sentí abrigado en sus brazos.
Ella se quedó callada, pues tenía sentimientos
encontrados. Al rato le preguntó:
—Néstor, ¿no puede ser otra persona?
El niño permaneció en silencio, en tanto su
madre seguía frustrada. «Este chiquillo solo ha
visto a ese hombre una vez, ¿qué le llama la
atención en él?».
Capítulo 15 ¿Por qué debería pedirle
perdón
Olivia se frotó las sienes y contuvo la irritación
que sentía. Luego, decidió llevar a su hijo al
centro comercial cercano para que comiera
algo delicioso y compensarlo así por lo que no
podía darle. Llamó a Katia y la invitó a comer a
un restaurante del centro comercial.
—¿Te ganaste la lotería? —preguntó Katia al ver
la mesa repleta de apetitosos platos.
—Sí, nos ganamos la lotería —asintió Olivia. «Ah,
no hay nada que supere la alegría de gastar el
dinero que he extorsionado»—. Más tarde,
iremos de compras y te compraré lo que quieras.
Katia sonrió encantada, pero enseguida se dio
cuenta de que Olivia estaba mirando hacia la
entrada con una expresión extraña; sucedía
algo. Cuando Katia se volteó vio entrar a un
hombre y una mujer. «¿No son Ana y Hugo?».
—¿Teníamos que encontrarnos con esos dos
sinvergüenzas? Olivia, ¿estás bien?
—preguntó Katia preocupada.
—Estoy bien —dijo Olivia y apartó su gélida
mirada. «Han pasado siete años, ahora tengo un
hijo. No revivamos el pasado».
Sin embargo, por desgracia, Ana los vio.
—¡Oye! ¿No es esa Olivia? ¿Por qué has vuelto?
¿Porque ya no podías mantenerte en el
extranjero? Je, je, je...
En los ojos de Hugo se vio un destello de sorpresa
y asombro. «¡Está aún más hermosa que antes!».
—Olivia, ¡has vuelto!
Olivia pretendía ignorarlos. Revolvió el café que
tenía delante y permaneció callada.
Al ver que los ignoraba, Hugo se desanimó.
Entonces, tiró de Ana y le dijo:
»Vámonos, papá nos está esperando arriba.
—Hugo, ¿no crees que deberíamos invitar a
Olivia para que vea a papá? Después de todo,
ha pasado un buen tiempo desde la última vez
que nos vimos. —Mientras Ana hablaba, se
acurrucaba con toda intención contra Hugo.
Tenía una mirada provocativa; parecía que
estaba mostrando su botín de guerra.
Olivia, que no les había dirigido la mirada, de
repente llamó en voz alta:
—¡Camarero!
—Sí, señorita. ¿Qué más necesita?
—Dos p*rros nos están ladrando y están
importunando nuestra comida —dijo sin levantar
la cabeza.
En ese momento, la expresión de Ana cambió y,
sorprendida, gritó enfadada:
—Olivia Miranda, ¿a quiénes llamas p*rros?
—¡Aquel que ladra es un p*rro! —se burló Olivia.
Ana apretó los dientes furiosa y miró a su
alrededor. Luego, reparó en Néstor que estaba
sentado con un vaso de leche en las manos.
Parecía que la pelea entre los adultos no lo
había afectado en absoluto, pues seguía
tomando su leche con el absorbente. Ana se
acercó a la mesa como una loca, haló a Néstor
de la silla con una mano y gruñó con saña:
—¡Acérquense todos! Miren. Este pequeño
bast*rdo es la prueba de la infidelidad de Olivia.
Ana actuó con tal rapidez que antes de que
alguien tuviera tiempo de reaccionar, el niño ya
había caído al suelo y las piernas del pequeño
tropezaron contra las patas de la mesa. Su
diminuto rostro palideció y gritó de dolor. La
leche que tenía en las manos le salpicó todo el
cuerpo.
—¡Néstor! —Olivia se asustó tanto que le cambió
el tono de voz. Corrió para cargarlo y abrazarlo.
Estaba tan nerviosa que le temblaban las
manos—. Déjame ver. ¿Dónde te duele?
Néstor retiró despacio la manito con la que se
agarraba la rodilla y la consoló:
—Estoy bien, mamá, no me duele.
Cuando Bruno, que estaba sentado en la barra,
vio el altercado, se le ensombreció el rostro. Él
era un hombre bien parecido, su rostro era como
el jade, tan blanco que casi era translúcido. Sus
ojos azules eran como el inmenso océano. En
ese momento, frunció el ceño con sutileza. Tomó
el teléfono con sus delgados dedos y sin moverse
se quedó mirando a Olivia. Un camarero se le
acercó y le preguntó:
—Director Macías, ¿llamamos a la policía?
—Esperen un poco más —dijo el hombre al ver
que Olivia se había levantado.
Olivia le entregó el niño a Katia y luego acechó
a Ana con la mirada. Olivia estaba iracunda,
tenía la expresión gélida como un témpano.
—¡Ana Miranda! ¡Te voy a matar!
Dio grandes zancadas y con sus largas piernas
pateó a Ana con tal fuerza que casi la levantó
en peso. Sus movimientos fluyeron como uno
solo. Sin esperar a que Ana se levantara, se paró
frente a ella. Entonces, se agachó, la agarró por
el cuello y la empujó contra la mesa. Los
cubiertos y los platos de la mesa cayeron al
suelo de manera estrepitosa.
—Director Macías, si no intervenimos alguien
saldrá lastimado. —El camarero se estaba
poniendo nervioso.
—Está bien.
—¡Suéltame, Olivia! —gritó Ana.
Olivia la miró con frialdad y luego la soltó un
poco.
—Ana, mi paciencia también tiene límites. No
des por sentada mi magnanimidad ni la utilices
para alimentar tu desvergüenza. La próxima vez
que me provoques, te daré una paliza cada vez
que te vea. —Después de advertirle la soltó y se
dispuso a levantarse.
En ese momento, Ana vio con el rabillo del ojo
que alguien bajaba las escaleras y giró la
cabeza con rapidez. Con toda intención puso
una expresión de terror, se aferró a las manos de
Olivia que acababa de soltarla y gritó con todas
sus fuerzas:
—¡Aaah! Olivia, ¡no me mates!
Olivia no tardó en notar su raro comportamiento
y trató de evitarla. Sin embargo, Ana la agarró
con fuerza. En la posición en la que se
encontraban, cualquiera pensaría que Olivia
estaba intentando estrangularla.
En ese momento, Olivia sintió que la halaron con
fuerza hacia atrás. Se tambaleó y cayó al suelo.
—Olivia Miranda, ¿cómo te atreves a volver?
Capítulo 16 No se permite la entrada de
p*rros ni de Ana Miranda
Aquel rugido sonó con fuerza en sus oídos, la voz
le resultaba familiar.
«Yo tenía razón...».
Olivia levantó la cabeza y vio a su padre,
Enrique Miranda. Hacía siete años que no lo
veía.
Lucía mucho más viejo ahora, pero estaba
vigoroso y aún tenía un aire de nobleza y
dignidad. En ese momento, miró a Olivia con
furia. Aún sentía aversión y asco de ella. Enrique
enseguida fue a ayudar a Ana a levantarse,
mientras le secaba las lágrimas se compadecía
de ella.
—Ana, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño?
Ella se recostó con suavidad en sus brazos.
—Papá, estoy bien. Solo estoy un poco
mareada... No la culpes. Cuando la vi solo
quería llevarla para que se encontrara contigo,
pero se negó.
Olivia estaba demasiado cansada para
pronunciar palabra. Se levantó del suelo con
cierta dificultad. Por otro lado, Katia se acercó
deprisa con Néstor en brazos. El niño extendió sus
cortos brazos, rodeó el cuello de su madre y
mientras la abrazaba le preguntó con ternura:
—Mami, ¿te duele?
Olivia lo abrazó con fuerza, enterró el rostro en su
cuello y sacudió un poco la cabeza. Sonrió,
respiró profundo y dijo:
—Vámonos, Néstor.
—¡Alto ahí, Olivia! —Enrique los detuvo con tono
severo—. En todo este tiempo no te has
calmado. ¿Qué tan profundo es el rencor que
guardas para que hayas intentado matar a tu
hermana? Discúlpate con ella.
Olivia se puso rígida por un momento y luego dio
un giro brusco.
—¿Disculparme? ¿Por qué debería pedirle
perdón? ¡Ella inició todo cuando hirió a mi hijo!
¡Debería alegrarse de que no la haya matado!
¿Por qué debería disculparme? —preguntó con
gélida mirada.
«¿Hijo?», Enrique se quedó sorprendido ante tales
palabras. Luego con incredulidad, miró al niño,
que estaba acurrucado en los brazos de su hija.
—Papá, no le pongas las cosas difíciles a Olivia.
La culpa es mía. Yo soy la que debería ofrecerle
disculpas. Hace un momento, herí al niño sin
querer, por eso es normal que me odie y me
haya pegado. Ahora que Hugo y yo tenemos
una relación, es normal que sus emociones se
desborden —intervino Ana con voz de lástima.
Tras escucharla, Enrique volvió a fruncir el ceño y
la consoló:
—¿Qué has hecho mal? Ella se lo buscó. Si no
fuera por ti, el Grupo Miranda no sería lo que es
hoy. —Sin embargo, después de todo, su hija
había regresado. Así que suavizó el tono—. Muy
bien, tu hermana ha dicho que no lo hizo a
propósito. Como su hermana mayor, deberías
ser indulgente con ella.
Olivia estaba tan enfadada que casi se echa a
reír.
—Haya sido o no intencional, ella debería
saberlo. Desde el día en que me repudiaste,
dejaste de ser mi padre. ¿Qué más da? La
recogiste sabe Dios dónde; ella no tiene ningún
parentesco conmigo ¡P*ta!
—¡Olivia! Si vuelves a decir algo así, ¡ni se te
ocurra volver a la Familia Miranda! —gritó
Enrique, pues con aquella sola frase, Olivia
consiguió reabrirle la herida y hacerle perder los
estribos.
Cuanto más se enfurecía él, más se tranquilizaba
ella.
—No necesito ser parte de esa familia —dijo ella.
Enrique se quedó impactado al escucharla. Tal
vez no imaginaba que ella no tuviera planes de
volver a casa a pesar de haber regresado al
país.
Olivia sacó un fajo de billetes de su bolso, lo puso
sobre la mesa y le dijo al camarero:
—Tome, esto es para pagar la cuenta y la vajilla
dañada.
El camarero sonrió y asintió.
—Disculpe, señorita. Nuestro jefe ha dicho que
no tiene que pagar la comida —dijo mientras
señalaba a un hombre que estaba cerca. Olivia
miró en la dirección que le señalaba. «¿Mmmm?
¿No es ese hombre que salvé en el camino?».
—¿Es usted? —preguntó Olivia sonriendo.
Bruno se acercó, asintiendo sonriente.
—Tengo que agradecerle que me haya salvado.
Así que, no tiene que pagar por los daños
causados hoy.
—No puedo hacer eso. El incidente de hoy y el
que yo lo salvara son asuntos diferentes. Todavía
tengo que pagar mi comida.
—Estoy hablando en serio, Señorita Miranda,
deme la oportunidad de saldar mi deuda —le
dijo sonriendo.
Como ella no estaba de humor para cortesías,
no rechazó su oferta.
—Muchas gracias.
En ese instante, el camarero le entregó a Bruno
una tarjeta VIP. Cuando este la tuvo en sus
manos se la dio a Olivia.
—Esta tarjeta es para usted. En lo adelante,
puede usarla para comer en este restaurante
cuando guste.
—Gracias de nuevo. —Olivia aceptó la tarjeta
con una sonrisa.
Bruno asintió con la cabeza y la vio marcharse.
Luego miró al gerente del restaurante para que
sacara la factura y se la entregara a Ana.
—Señorita, los daños causados al restaurante
ascienden a un total de 1 800.
—Yo no he roto nada de eso, ¿por qué nos pide
que lo paguemos? —preguntó Ana con el ceño
fruncido.
—Lo ha dicho nuestro jefe: «Todos sabemos, en
el fondo, quién debe pagar esta factura» —
respondió el gerente sin pestañear.
—¿Y si me niego a pagar? —preguntó Ana con
tono burlón.
El gerente no dijo nada, en cambio señaló a
varios guardias de seguridad que enseguida se
acercaron y los rodearon. Sin decir nada más,
uno de ellos sujetó la cabeza de Ana y otro las
piernas. Juntos, la levantaron y se dirigieron
hacia la puerta.
—¿Qué están haciendo? —Ana estaba tan
asustada que su rostro palideció. Enrique y Hugo
se les abalanzaron para intentar ayudarla.
—¡Bájenla!
Los guardias echaron a Ana del restaurante y
luego, a Enrique y a Hugo también. Se quedaron
en el suelo como tres miserables.
Después, otro guardia de seguridad se acercó
con un cartel recién escrito:
—¡No se le permite la entrada de p*rros ni de
Ana Miranda!
Ana casi enloqueció de rabia.
—¡Ustedes...! ¡Esto es ilegal! ¡Los demandaré!
El gerente la miraba de reojo con frialdad.
«Lunática. No puedo creer que quiera
demandar a nuestro jefe; ¿acaso tendrá el valor
de hacerlo?».
—Adelante —le espetó sin miedo.
Capítulo 17 Tentando a la muerte
Olivia entró a un taxi sin decir una palabra.
Abrazaba a Néstor con fuerza, como si tratara
de proteger el último tesoro que le quedaba. El
pequeño le rodeó el cuello con los bracitos y le
dijo:
—No estés triste, mamá. Recuperaré para ti todo
lo que has perdido.
—Así es, el niño tiene razón —intervino Katia—.
Ya estás de vuelta. ¿Cómo podemos permitir
que siga actuando con tanta arrogancia?
Recuperarás todo lo que te arrebató.
—No te preocupes, estoy bien —contestó Olivia
con una sonrisa.
Luego, regresaron a la Gran Mansión. Cuando
Néstor salió del auto, sintió una punzada en la
rodilla y estuvo a punto de caer al suelo. Por
fortuna, Olivia reaccionó a tiempo para
sujetarlo.
—Néstor, ¿qué pasa?
—No es nada —contestó con tranquilidad, pero
fingía no sentir dolor.
Sin embargo, Olivia no se dejó engañar tan
fácilmente. Enseguida se arrodilló y le ordenó:
—Muéstrame la pierna.
—No es nada mami, estoy bien. Vámonos a
casa —dijo Néstor tratando de evadirla.
Olivia no le hizo caso y cuando le remangó el
pantalón, vio que tenía la parte superior de la
rodilla raspada y la piel desgarrada. Los
moretones contrastaban con su piel blanca y
tierna. Ella respiró profundo sintiéndose el
corazón oprimido. Entonces, se agachó para
llevarlo en brazos.
—Entremos enseguida a casa. —Una vez allí, ella
lo sentó en el sofá y Katia trajo el botiquín. Olivia
le frotó con delicadeza la herida con un
algodón empapado en alcohol desinfectante.
Estaba tan angustiada que sentía que su
corazón se había hecho añicos. Le soplaba con
suavidad la herida mientras la limpiaba con
delicadeza.
—Mami, no me duele. —Néstor trató de
consolarla al ver lo angustiada que estaba.
Cuanto más considerado era el pequeño, peor
se sentía Olivia, que no decía nada, pero se le
salían las lágrimas. «Tengo tantos problemas que
he provocado que mi hijo sufra también».
Néstor cerró los ojos y fingió dormirse. Cuando su
madre abandonó la habitación, él se levantó a
hurtadillas de la cama y se sentó frente a la
computadora. De inmediato, sus pequeñas
manos se deslizaron con destreza sobre el
teclado. Tras una rápida búsqueda encontró el
estudio donde trabajaba Ana. Sonrió satisfecho
cuando accedió a una carpeta de documentos
en la computadora de Ana. «Los cortafuegos
son un fiasco; no hay que ser un genio para
esto».
—¡Qué feos! —murmuró mientras miraba los
archivos. Luego, pulsó Intro. «¡Borrado!». Al ver la
carpeta vacía, se sintió mucho mejor. «Cómo te
atreves a acosar a mamá, debes estar tentando
a la muerte».
Al día siguiente, en el Grupo Navarro.
—Director Navarro, mire esto. ¿No es la Señorita
Miranda? —preguntó Carlos mientras le
entregaba el teléfono.
Con el ceño fruncido, Eugenio agarró el teléfono
para ver lo que le mostraba. Era un video de
imágenes cortas mezcladas, que tal vez uno de
los clientes de un restaurante había filmado. El
video se titulaba «Dueño de restaurante
defiende a hermosa madre y logra un feliz
desenlace».
En una de las imágenes se veía a Ana halando a
un niño de una silla y luego aparecía Olivia
pateándola a ella. Casi al final de video se veía
un cartel que decía «No se permite la entrada
de p*rros ni de Ana Miranda».
—¿A qué familia pertenece Ana Miranda? —
preguntó Eugenio con el ceño fruncido.
—Su padre es Enrique Miranda, el dueño de la
Empresa Miranda —respondió Carlos.
Cuando leyó varios de los comentarios acerca
del video, Eugenio levantó la vista y preguntó:
—¿El niño está bien?
—Creo que sí —contestó Carlos.
—El lugar se parece bastante al restaurante de
Bruno —comentó Eugenio con el ceño aún
fruncido.
—En efecto, es el restaurante de Bruno. Está
cerca del centro comercial. No puedo creer que
Bruno apoyara tanto a la Señorita Miranda
como para poner un cartel así —respondió
Carlos riéndose.
En ese instante, Eugenio se quedó pensativo.
«Bruno no es de los que se entromete en los
asuntos de los demás. Si mal no recuerdo, Olivia
le robó el teléfono. Entonces, ¿por qué querría
ayudarla? ¡Aquí hay gato encerrado! Si las
habilidades médicas de ella son de primera
categoría y gana cincuenta millones en una
consulta, ¿para qué necesitaría robar un
teléfono? Hay algo aquí que no encaja».
Eugenio, sacó su teléfono y llamó a Nataniel. Se
irritó un poco porque el teléfono sonó varias
veces y Nataniel no respondía. Cuando su
paciencia estaba a punto de agotarse, su
sobrino atendió la llamada.
—¡T… Tío! —exclamó temeroso, parecía haber
vacilado un largo rato antes de contestar.
—¿Dónde encontraste a Olivia Miranda? —
Eugenio fue directo al grano y Nataniel se
alarmó al escuchar su tono severo.
—¿Qué pa… pasa? ¿Olivia no puede curar al
bisabuelo?
—Te pregunto cómo la conociste, de dónde es y
cuánto sabes de ella. Dime todo lo que sabes —
preguntó Eugenio con precisión y sin responder a
las preguntas de su sobrino.
Nataniel no sabía qué estaba pasando; estaba
tan asustado que empezó a tartamudear.
—La co… conocí en Morrillo, pero Ciudad del Sol
es su ciudad natal. Es una mujer honrada. Por
aquel entonces, me salvó cuando me
acechaban los deudores. Es... Es soltera. Tiene
habilidades médicas de primera categoría, por
eso le pedí que volviera. ¿Acaso no puede curar
al bisabuelo?
—Ya basta, cállate —le espetó Eugenio.
—De acuerdo. —Nataniel estaba estupefacto.
—¿Cuánto tiempo piensas que vas a estar
fuera? —preguntó Eugenio.
—¿Eh? —preguntó con ingenuidad Nataniel al
no entender la pregunta.
—¿Qué quieres decir con «eh»? Te estoy
diciendo que vengas de inmediato. No podrás
escabullirte cuando regreses. Es un fastidio
hablar contigo.
Nataniel se dio cuenta de que Eugenio no
estaba enfadado, así que sonrió y dijo:
—Tío, ¿usted lo sabía? ¿Sigue enfadado
conmigo?
—Te perdonaré porque ayudaste a salvar al
abuelo —resopló Eugenio.
—Gracias, tío.
Eugenio ignoró su alegría y colgó. Después de
pensarlo un rato, hizo otra llamada. El teléfono
sonó dos veces y una mujer atendió el teléfono.
—¿Eugenio?
—Catalina, hay algo que quería preguntarte. La
vez que Bruno se desmayó en la carretera,
¿quién lo llevó al hospital? —preguntó con
frialdad.
Catalina en cambio, estaba tranquila.
—Fue una joven de apellido Miranda. Parecía
muy amable; hasta ayudó a pagar los gastos
médicos. Yo quise devolverle el dinero, pero se
negó a aceptarlo. Ahora que recuerdo, parecía
bastante apurada en aquel momento.
Al escucharla, Eugenio volvió a fruncir el ceño.
«Una joven de apellido Miranda... ¿Será Olivia
Miranda?».
—¿Comentó por qué tenía prisa? —preguntó
frunciendo los labios.
—Creo que mencionó que acababa de salir de
una entrevista y que estaba a punto de irse a
casa —dijo Catalina.
«¡Era Olivia Miranda!». Eugenio se quedó un
tanto aturdido. Permaneció inmóvil en su silla
durante un largo rato. Una extraña sensación le
oprimía el pecho; no esperaba que sucediera
algo así. Sin embargo, por raro que pareciera,
encajaba dentro de lo razonable. En ese
momento, estaba de muy mal humor. «Olivia
rescató a Bruno; sin embargo, la llamé inmoral y
¡le amenacé con acabar con su carrera!».
—Mira en el sistema de vigilancia del aeropuerto
el día en que regresamos al país. Quiero saber
qué demonios pasó cuando Olivia robó el
teléfono allí —ordenó irritado.
Carlos actuó con rapidez y se marchó
enseguida.
«Si Olivia no es una ladrona, entonces ¿cómo se
supone que voy a enfrentarme a ella?», se
preguntaba Eugenio irritado mientras se
presionaba las sienes.
Capítulo 18 Sembrar la discordia
Néstor debía comenzar la escuela; pero, como
se lesionó la rodilla, Olivia solo lo llevó por la
mañana para inscribirlo y luego regresaron a
casa. Habían acabado de llegar cuando sonó el
timbre. Cuando Olivia abrió la puerta, vio a
Hugo en la entrada con varias bolsas en las
manos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó
extrañada.
Por su parte, él mostraba una enorme sonrisa.
—Olivia, lo siento. Vengo a hacerte una visita.
Ana adoptó esa actitud contigo ayer porque
intentaba vengarse de ti por todos los agravios
que sufrí en el pasado. Se buena persona y por
favor no te ofendas por sus acciones. Para ser
honesto, te hemos echado de menos durante
todos estos años.
—Ya tuve suficiente. Ve a otro sitio con ese
cuento. No vengas a molestarme. Tú fuiste el que
te revolcaste con Ana a mis espaldas; ¿qué
agravios son los que has sufrido?
Se quedó atónito por un momento cuando la
escuchó y le preguntó:
—¿Cómo supiste que estábamos juntos?
Mirándolo fijo y sin pestañear, Olivia le reveló:
—Hace siete años, yo misma los vi. Ana dejó la
puerta abierta a propósito para que yo los viera.
Aquella noche, me dio una copa de vino con
algo dentro antes de ir contigo a nuestra cita. Lo
planeó todo, ¡incluso lo que me pasó después!
Hugo Gómez, ¿no te parece aterrador? Esa
mujer que duerme a tu lado es una arpía cruel.
Hugo quedó del todo conmocionado, la mente
se le quedó en blanco y no lograba coordinar
sus pensamientos.
—Olivia, en realidad no amo a Ana. ¿No te
parece una lástima que hayamos estado
separados durante tantos años por culpa de sus
maquiavélicos planes? Puedo divorciarme de
ella y no me importa que tengas un hijo. Por
favor, dame otra oportunidad. Volvamos a estar
juntos, ¿de acuerdo? —dijo desesperado.
Al principio, Olivia quería plantar la semilla de la
discordia entre Hugo y Ana para que se
pelearan y ella poder vengarse. «Pero… Ese
parece ser un plan que requiere de experiencia
y habilidades específicas». Sentía tanta aversión
por él que se le revolvió el estómago. «No
conseguí sembrar discordia entre ellos y ahora
estoy a punto de morir asqueada».
—¡Sal de aquí! —Lo empujó con todas sus
fuerzas, pero él aprovechó para agarrarle la
mano.
—Olivia, siempre te he querido. Sé que he
cometido un error. Por favor, dame otra
oportunidad para que volvamos a estar juntos.
—Mientras le hablaba, trató de abrazarla e
intentó entrar a la casa.
Como hombre al fin que él era, a Olivia le
resultaba difícil zafarse por mucha resistencia
que opusiera.
—¡Vete a la m*erda! —gritó ella con rabia al
sentirse impotente.
En ese momento, un hombre alto y fuerte agarró
a Hugo por la parte posterior del cuello de la
camisa, tiró de él hacia atrás y le asestó un
puñetazo que lo hizo caer al suelo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Olivia
sorprendida cuando se dio cuenta de quién era.
Eugenio la miró. Aunque parecía enojado aún,
con voz suave le preguntó:
—¿Estás bien?
—Estoy bien —respondió ella en un suspiro
profundo. Luego, miró a Hugo con frialdad y le
preguntó—: ¿Te irás, o quieres que te den una
paliza? Si no te vas ahora mismo, voy a llamar a
Ana. ¿Eso es lo que quieres?
Hugo respiró profundo y dijo:
—Está bien. Sé que ahora mismo te cuesta
aceptarlo, pero todo lo que he dicho es cierto.
Volveré otro día. —Entonces se marchó.
En el pasillo había un silencio sepulcral. Olivia y
Eugenio se miraron, pero el momento les parecía
demasiado incómodo como para decir algo. Al
final, Olivia rompió el hielo.
—Señor Navarro, gracias por su ayuda.
—No fue nada —dijo Eugenio. Luego, miró a
Néstor, que estaba dentro de la casa y le
preguntó—: ¿Estás bien?
Néstor, que había estado grabando todo desde
dentro de la casa, vio el lado bueno de su padre
tan pronto como apareció. Se sintió orgulloso al
verlo acudir como un héroe al llamado de una
dama en apuros. Se le acercó a Eugenio,
fingiendo que cojeaba e hizo un adorable gesto
como si le doliera la herida.
—Señor Eugenio, me duele la rodilla.
Eugenio ya había visto que el pequeño tenía
gasa alrededor de la rodilla. Se puso serio y
frunció el ceño. Se acercó, se agachó y lo
cargó.
—Déjame ver. Sin embargo, Néstor frunció el
ceño y evitó que Eugenio le tocara la herida.
—No, Señor Eugenio. Me duele... —dijo con
angustia.
Olivia estaba horrorizada por la escena que
estaba presenciando. «¡Este chiquillo está
fingiendo para que Eugenio lo trate con lástima!
Su herida no es tan grave. Hasta ahora no se
había quejado. Es evidente que se ha
encariñado con él y por eso busca sus cuidados.
A Néstor le brillaban los ojitos.
—Señor Eugenio, ¿ha venido para ver a mamá?
¿por qué no entra y se sienta? —sugirió mientras
continuaba cojeando a propósito y, diciendo
así, hizo entrar a Eugenio a la casa tomándole
de la mano.
Olivia abrió los ojos de par en par y le lanzó una
mirada de advertencia a su astuto hijo. «¿Quién
se cree que es para invitarlo a entrar?». Para su
sorpresa, el pequeño ni siquiera la miró, pero
Eugenio sí la miró para buscar su aprobación.
Olivia no pudo hacer más que sonreír con
alegría, hacer de tripas corazón y decir:
—Señor Navarro, ¿por qué no entra y se toma
una taza de té?
Capítulo 19 ¿Estarías aún dispuesta a
trabajar aquí
Eugenio entró y miró a su alrededor. Aunque
todas las habitaciones tenían la misma
distribución, la de ella le parecía más cálida y
acogedora. Olivia se sentía un poco incómoda.
Acababa de darle la medicina a Néstor, así que
la casa estaba desordenada. Mientras lo
invitaba a pasar, recogía un poco el desorden.
—¿Solo viven ustedes dos aquí? —preguntó él.
—Sí —respondió ella con parquedad y luego
añadió—: Siéntese, Señor Navarro. Voy a servirle
una taza de té. —Entró entonces a la cocina.
—No se moleste. He venido a visitarla por un
asunto. Tome asiento para que podamos
conversar —dijo Eugenio enseguida.
De todas maneras, Olivia salió de la cocina con
una taza de té y la puso delante de él.
—No tenemos té de gran calidad en nuestra
casa, por favor, acepte este.
—Está bien. —Lo bebió por cortesía.
Olivia se sentó frente a él. Néstor, que se sentó al
lado de Eugenio, no hacía más que parpadear y
mirar a su alrededor entusiasmado.
—Quiero comer frutas, mamá. —Olivia lo miró
molesta y se dispuso a complacerlo.
En cuanto hubo servido las frutas, Néstor arrancó
una uva y se la ofreció a Eugenio.
—¡Para usted!
—Gracias, cómetela tú —dijo Eugenio mientras
le acariciaba la cabeza.
—Mamá ha traído las uvas solo para usted; a mí
me gustan las manzanas. —En ese instante, el
niño agarró una manzana y se la entregó. Al ver
que no sabía qué hacer con ella le preguntó—:
¿Puede ayudarme a pelarla, Señor Eugenio?
Olivia estaba perpleja. Trató ella de tomar la
manzana para no importunar al invitado.
—Permítame, Señor Navarro.
Sin embargo, Eugenio se negó y contestó:
—Está bien. Puedo hacerlo.
«Te he dado una oportunidad, papá. Hazlo
bien», pensó Néstor sin quitarle la vista de
encima. No obstante, el pequeño no imaginaba
que Eugenio no sabía pelar una manzana.
Durante los siguientes cinco minutos, Olivia y
Néstor se quedaron en vilo viendo cómo pelaba
la fruta. A Néstor le preocupaba que su mamá
estuviera decepcionada con su incipiente
destreza. Sin embargo, a ella solo le inquietaba
la manzana. «¿Qué forma es esa de pelar una
manzana?». La fruta tenía abolladuras y malos
cortes por todos lados; parecía que había vuelto
de la guerra, toda maltrecha y magullada.
Eugenio se disculpó y dijo avergonzado:
—Puedes comer lo que queda de ella. Nunca
había pelado una.
En realidad, Néstor no tenía ningún deseo de
comérsela, pero después de escuchar a
Eugenio, la aceptó con gusto.
—No está mal para ser la primera vez.
—La próxima vez lo haré mejor —dijo Eugenio
sonriendo.
—Sí, ¡siempre es difícil la primera vez! —Néstor
asintió con la cabeza.
Olivia frunció los labios. Le molestaba ver a su
hijo engatusando a Eugenio. «Se está comiendo
la manzana con gusto, a pesar de que luce
horrible. Se está encariñando. ¿Todo lo que
hace Eugenio es bueno? ¡Esto es una locura!».
—¿Cómo está su abuelo? —preguntó Olivia
mirándolo.
Él se volvió hacia ella con expresión seria.
—Cuando te fuiste aquel día, se durmió a la
media hora. Le dimos algo de comer y se volvió
a dormir. Tarde en la noche, se espabiló de
nuevo y estuvo casi dos horas despierto.
—Eso es normal —afirmó Olivia—. Tiene una
enfermedad cerebral, es normal que necesite
dormir constantemente. Que coma alimentos
más ligeros. Puede comer más huevos, leche y
alimentos de ese tipo.
—Pero hoy no he venido a verla para eso —dijo
Eugenio luego de prestarle atención a sus
palabras. Vaciló unos segundos. Le resultaba
difícil decirle lo que tenía en mente, pero se
sentía inquieto incluso en la oficina. Si no
aclaraba las cosas, no tendría la conciencia
tranquila.
—¡Oh! ¿De qué se trata? Dígame sin pena, Señor
Navarro. —Olivia lo miró expectante.
Eugenio respiró profundo y continuó:
—Aquella vez que usted estuvo en la empresa
para solicitar un empleo, le dije un montón de
cosas horribles. Me equivoqué, la verdad. Me
preguntaba si aún está dispuesta a trabajar en el
Grupo Navarro.
Capítulo 20 Debería registrar mi número
telefónico
Cualquier otra mujer, habría aceptado
encantada su propuesta. El Grupo Navarro no
era un lugar al que cualquiera pudiera entrar
solo porque quisiera. Mucho menos era la norma
que el director de la empresa, hiciera una
propuesta así en persona.
¿Quién era Olivia Miranda? Ella también
pertenecía a una familia rica y poderosa. No
dependía de nadie para poder llevar una vida
lujosa. Néstor, metiendo las narices donde no lo
llaman, fue quien solicitó el puesto para su
madre, ella solo decidió ir para probar. Sin
embargo, era muy consciente de lo que
significaba trabajar para otra persona; una vez
fue suficiente para ella. Néstor la miraba
ilusionado. «¡Di que sí! ¡Di que sí!». Olivia sintió el
peso de la mirada de su hijo sobre ella y, aunque
Eugenio era apuesto, no era su tipo.
—Agradezco su amabilidad, Señor Navarro —
dijo sonriendo—, pero estoy planeando abrir mi
propio estudio de modas. Estoy ocupada en los
preparativos.
Néstor se desilusionó e hizo una mueca de
angustia. «¡Qué difícil es!». Era demasiado difícil
emparejar a esos dos.
Eugenio, por su parte, parecía comprender y no
parecía turbado.
—¡Parece que el Grupo Navarro se lo pierde! —
suspiró.
—No diga eso, Señor Navarro. Hay otras
personas, yo no soy la única —dijo Olivia sin dejar
de sonreír.
—De acuerdo —dijo con los labios fruncidos—,
siempre que no se tome a pecho lo que dije
sobre usted.
—No lo haré. Yo también le agradezco que me
haya ayudado hoy —respondió ella.
—No hay de qué. Llámeme si vuelven a
molestarla. Debería registrar mi número
telefónico.
«¿Registrar su número? No pienso seguir en
contacto con él».
—¡Tome, Señor Eugenio! —Néstor le alcanzó el
teléfono enseguida.
Olivia estaba enojada. «¿De qué lado está este
niño?». Miró con enojo al pequeño y cuando iba
a arrebatarle el teléfono, Eugenio lo interceptó.
—Le daré mi número de teléfono.
Entre sus largos dedos, el teléfono parecía de
juguete. Solo estaba guardando su número,
pero era agradable verlo. Cuando terminó, le
devolvió el teléfono a Olivia y le dijo:
—Siempre que tenga algún problema, puede
llamarme. Lo digo en serio. Su humanidad salvó
a mi abuelo y por eso le estoy muy agradecido.
Además, le tengo mucho cariño a su hijo. Ahora
es mi amigo —añadió de repente Eugenio al
verla sorprendida.
Olivia sonrió, pero no se inmutó ante sus
palabras.
—Sobran las cortesías, usted paga los honorarios
de mi trabajo. —No estaba dispuesta a ceder
ante sus amabilidades.
—Reconozco que me equivoqué con usted,
pero estamos a tiempo. Podemos resolverlo
poco a poco —dijo avergonzado.
—De acuerdo. —Olivia dejó escapar una leve
sonrisa. Cada una de las frases de ella parecía
un callejón sin salida. Eugenio no pudo encontrar
otra excusa para quedarse, así que se levantó.
—De acuerdo. Llámeme si me necesita. Los
dejaré a solas. —Mientras se despedía, le frotó la
cabeza a Néstor—. Si en un futuro me necesitas,
búscame.
—¡Sí, señor! —asintió sonriente Néstor
emocionado.
Olivia también se levantó y sonrió con
amabilidad.
—Lo acompaño a la salida. —Se despidió de él y
cuando regresó, se sentó frente a su hijo
preocupada.
—¿Por qué te comportaste así?
—¿Qué pasa, mamá? —Néstor se hizo el
desentendido.
—¿De verdad te duele tanto la rodilla? —
preguntó ella mirándole a los ojos.
Los hijos
del jefe
Capítulo 21 ¿Quién anduvo en mi
computadora
—¡Me duele! —exclamó Néstor mientras asentía
con la cabeza.
—¿Por qué rayos le diste mi teléfono? —le
reprochó Olivia desconcertada.
—¿No querías, mamá? —inquirió él.
—¡Lo hiciste a propósito! —exclamó con la vista
fija en él.
—¿Por qué no quieres ser su amiga, mamá?
—Porque no somos amigos —le dijo con el rostro
serio.
—¿No te has encontrado con él varias veces? —
preguntó Néstor con el ceño fruncido.
—Eso no quiere decir que seamos amigos —le
aclaró ella con voz severa.
—Hace un rato te ayudó.
—Si él no hubiera llegado, yo misma me habría
encargado.
—Dijiste que hay que ser agradecidos cuando
nos ayudan. Estás siendo ingrata —insistió el
pequeño.
—¿Ingrata? ¿Acaso no lo invité a tomar té?
También le di fruta.
Néstor no supo qué decir.
...
Ana no durmió mucho en toda la noche. Que
Hugo defendiera a Olivia le hacía hervir la
sangre. Cuando se despertó temprano por la
mañana y vio que no había llegado, se
enfureció aún más. ¿Quién iba a pensar que
pasaría la noche fuera? Aun así, no quiso
llamarlo. Hacía tiempo que se había apagado la
llama de siete años atrás. Si no fuera porque la
Familia Gómez era importante para los negocios
de la Familia Miranda, ella se habría divorciado
de él hace mucho tiempo.
Se levantó, se arregló un poco y se dirigió a su
estudio. Cuando entró, su asistente, Sara, la
saludó:
—Señorita Ana.
Ana solo murmuró su saludo de respuesta y
luego preguntó:
—¿Cómo salieron las cosas ayer?
—No hubo ni una sola persona —contestó Sarah
mientras negaba con la cabeza.
Ana se detuvo en seco.
—¿La famosa de tercera categoría no se
interesó por ninguno de nuestros vestidos? ¿No
vino?
—La llamé, pero ya había reservado uno en otra
tienda. Dijo que nuestros vestidos son demasiado
caros y que nuestros diseños no son originales.
También habló de muchas otras cosas.
—No es más que una famosa de tercera y
¿desprecia así nuestros diseños? —resopló Ana—
. Ya veremos cuando yo suba de rango con el
próximo Gran Concurso. ¿Veremos qué dirán
entonces?
Ana había abierto su estudio de modas hacía
dos años, pero nunca prosperó. Pensó que se
debía a la falta de popularidad. Por eso, decidió
presentarse para El Gran Concurso de Moda a la
Moda 2019. Se rumoreaba que la jueza principal
de ese importante concurso sería Ángela, la
mundialmente conocida diseñadora de moda.
Si Ana conseguía ganarse su aprobación,
ascenderían al estrellato ella y su estudio. En
estos tiempos, pocos se fijan en los diseños, la
mayoría se fija más en la popularidad.
—Sí. Se llevarán una sorpresa cuando llegue el
momento —afirmó Sara—. Por cierto, Señorita
Ana, ¿cómo van los preparativos para el
concurso? Solo quedan unos días para la fecha
de entrega.
—Ya está todo casi listo. Hoy trabajaré en
algunos detalles —respondió Ana
despreocupadamente. De hecho, había
terminado el primer borrador, pero sentía que le
faltaba algo, por eso seguía haciendo retoques
aquí y allá.
Entró a su oficina, encendió la computadora e
introdujo la contraseña. Inició sesión y buscó la
carpeta en la que guardaba sus diseños, pero
esta había desaparecido. Los ojos casi se le
salieron de las órbitas. Salió y volvió a entrar en la
carpeta; sin embargo, los archivos no aparecían.
Entonces, se conectó para buscarlos en la nube,
pero tampoco estaban. Nerviosa, llamó:
—¡Sara! ¡Sara!
Su asistente entró corriendo.
—¿Qué pasa, Señorita Ana?
Con una mano, Ana agitaba un montón de
documentos.
—¿Quién anduvo en mi computadora?
Asustada, Sara retrocedió unos pasos.
—Yo no la he tocado, Señora. ¿Su computadora
no tiene contraseña? ¿Quién podría acceder?
Ana estaba consternada, porque si había
configurado diferentes contraseñas para su
computadora, ¿cómo habían podido
desaparecer esos archivos de la noche a la
mañana?
Capítulo 22 Robando el diseño
Ana golpeó la mesa con furia. En ese momento,
entraron dos diseñadores de su atelier que
también estaban en la misma situación.
—Señorita Ana, nuestros bocetos también han
desaparecido.
—Sí, los míos también.
En ese instante, Ana se dio cuenta de que la
situación era grave.
—Que venga un técnico a echar un vistazo
ahora mismo —ordenó.
—El técnico acaba de irse. Ha dicho que alguien
borró los archivos o nos han hackeado —
comentó uno de los empleados que estaba
fuera de la oficina.
—¿Hackeado? —preguntó atónita. «¿Qué
hacker querría atacar mi pequeño estudio?».
—¿No hay forma de recuperarlo? —preguntó
Ana desesperada.
—Por desgracia, no la hay. El técnico dijo que
fue un hacker experto. Parece que no puede
seguirle el rastro.
Con un semblante de espanto, Ana se desplomó
en su silla.
—No se asuste, Señorita Ana. ¿Tiene algún
boceto dibujado a mano? Si lo pule un poco, tal
vez tenga tiempo para la inscripción. —Sara
intentó consolarla.
—¿Eres tonta? El concurso quiere que
presentemos una copia digital de nuestros
diseños —dijo Ana fulminando con la mirada a
su asistente que solo quería confortarla.
Sara guardó silencio.
—¡Fuera! ¡Salgan todos! —ordenó la dueña del
atelier.
Todos salieron cabizbajos de la oficina. Aturdida,
Ana permaneció en su silla. ¿Quién querría
hackear su pequeño estudio? Acto seguido, se
levantó, cerró la puerta de la oficina y tomó el
teléfono para hacer una llamada.
—Benjamín, ¿puedes venir ahora mismo?
—¿Qué pasa, cariño? —preguntó Benjamín.
—Alguien me ha hackeado la computadora y
todos mis diseños han desaparecido —dijo
nerviosa.
—No te preocupes, cariño. Ahora mismo no
estoy en la ciudad. ¿Puedo ir mañana? Mañana
le echaré un vistazo.
—¿No puedes venir ahora? —preguntó Ana con
el ceño fruncido.
—Cariño, estoy en Morrillo. Regresaré mañana
sin falta. No te preocupes, ¿cuándo te he
decepcionado?
—¿Cuándo es tu vuelo? Iré a recogerte —
murmuró Ana.
—¿Ya me echas de menos? —preguntó
Benjamín con picardía.
—¡Ufff! Ni me hables de ello —refunfuñó ella
sonrojada.
—Te lo diré después de reservar los billetes de
avión. Te extraño muchísimo —dijo con una
sonrisa.
Antes de colgar, estuvieron un rato
coqueteando. Ella se sentó en su silla después y
se quedó pensando unos minutos. «No puedo
darme por vencida. Si Benjamín tampoco puede
recuperar los diseños, habré perdido mi tiempo».
Se levantó de pronto, salió del estudio y condujo
a la Residencia Miranda. Cuando llegó, Amanda
era la única que estaba allí.
—¡Mamá! —gritó al entrar a la casa.
—¿Qué haces aquí tan pronto? —preguntó
Amanda sorprendida al verla en casa.
—¿Has tirado todas las cosas de Olivia? —le
preguntó Ana.
Amanda no podía entender lo que estaba
pasando.
—Sus pertenencias están guardadas.
Ana no perdió tiempo en dar explicaciones y fue
directo a dónde estaban. Estuvo un buen rato
buscando y a la media hora encontró un libro
con bocetos de diseños.
—¿Qué es eso? —preguntó Amanda.
—Diseños. Los míos para el concurso se borraron
y solo quedan unos días para que se cierre la
inscripción. Voy a ver si encuentro algo útil aquí
—dijo mientras hojeaba el libro.
Aquellos bocetos eran el fruto de la inspiración
de Olivia cuando era estudiante de diseño.
Estaban todos recopilados en aquel grueso libro
al no poder llevarse todas sus pertenencias
cuando se marchó de casa.
De pronto Ana dejó de hojear y reparó en una
página donde aparecían cuatro bocetos de
trajes de alta costura en total. Cada uno de ellos
era de diferente estilo: ciruela, lila, bambú y
crisantemo y fusionaba el arte tradicional
oriental en los diseños de forma cautivadora y
refrescante.
Al principio, solo quería volver a casa para
distraerse. Le pareció que esos diseños ya
debían estar pasados de moda y nunca imaginó
que encontraría ideas tan atrevidas en bocetos
de su hermana con siete años de antigüedad.
—Este es el que debería usar para participar en
el concurso —murmuró para sí.
—He oído que Olivia ha vuelto. Si te atrapa, ¿no
temes que te demande por violación de la
propiedad intelectual? —mencionó Amanda un
poco preocupada.
Capítulo 23 Un día estresante
Ana sonrió satisfecha.
—¿Quién dijo que eso era suyo? No tiene su
nombre. Yo digo que es mío. No te preocupes. Si
pudimos deshacernos de ella hace siete años,
¿qué puede hacernos ahora? —dijo y se fue con
el libro de diseño en las manos.
—Oye, espera. —Amanda la retuvo de
repente—. Deberías comportarte mejor estos
días. No vuelvas a hacer enfadar a tu padre; ya
tuvo bastante durante toda la mañana con lo
que publicaron de ti en Internet.
—¿Qué publicaron de mí en Internet? —
preguntó sorprendida. Estaba tan ocupada con
el asunto de los bocetos que no había revisado
Internet.
—Creo que ayer uno de los clientes del
restaurante grabó un breve video de lo
sucedido y lo publicó en Internet. Mira esto… —
le dijo Amanda mientras buscaba el video para
mostrárselo.
Cuando terminó de verlo, Ana estaba furiosa.
«¿Quién pierde el tiempo en poner algo tan
trivial como eso en Internet?».
—¿Qué dijo papá?
—Aunque delante de mí no dijo nada, no
parecía muy contento. Anoche incluso me dijo
que nunca se había sentido tan humillado en su
vida. Él casó a Olivia con Hugo por tu bien, pero
tú también tienes que saber cuándo retroceder.
Lo que importa es que Olivia ha vuelto. No creo
que tu padre aún esté enfadado con ella. Ayer
hasta mencionó a su hijo, parecía bastante
emocionado mientras hablaba de él. Hugo y tú
están en buenos términos ahora, así que no
molestes a Olivia en vano. Ven este fin de
semana a comer, trae a Michel.
—Entendido —contestó Ana.
...
Cuando Ana regresó a casa aquella noche, el
intenso olor a cigarrillos la sofocó. Vio a Hugo
exhausto, acurrucado en el sofá. Notó que no
estaba afeitado y que tenía las comisuras de los
labios un poco hinchadas, lucía desastroso. «¿Le
habrán dado una paliza?». Se quitó los zapatos y
entró. En ese mismo instante, su regordete hijo,
Michel, que estaba sentado a la mesa del
comedor, tiró desafiante el tazón que tenía
delante al suelo.
—¡No quiero! ¡He dicho que no quiero comer
eso!
La Señora Morales se acercó para recoger el
tazón.
—De acuerdo, no tiene que comérselo. ¿Qué le
gustaría comer entonces, Joven Michel?
—Carne. Ya te he dicho que quiero comer
panceta de cerdo estofada —dijo.
Llegar a casa después de un día estresante y
encontrarse con un niño llorando y un marido
que parecía estar entre la vida y la muerte hizo
que la ira de Ana se disparara en un instante.
—Hugo, ¿no oyes que el niño está llorando? ¿Por
qué no te ocupas de él?
Hugo estaba un poco ebrio, pero cuando
escuchó las quejas de Ana, se enfureció de
inmediato.
—¿Por qué me gritas? ¿No hay nadie que lo
cuide?
—¿No ves que la Señora Morales sola no es
capaz de lidiar con él? —replicó Ana.
Hugo se sentó y le contestó:
—Entonces busca a otra persona. ¿Por qué la
contrataste si no puede hacer nada bien? Te
dije que dejaras que mi madre cuidara del niño,
pero insististe en cuidarlo tú misma. ¿Por qué no
lo cuidas tú entonces? ¿Por qué me gritas?
Enfurecida, Ana se acercó al sofá y lo empujó.
—¿Eres consciente de lo que estás diciendo? Ese
es tu hijo también.
Hugo estaba un poco ebrio, pero tenía la mente
clara. Todo lo que Olivia le había dicho ese día,
aún rebullía en su mente. Se separó de Olivia por
Ana, estaba ciego cuando se casó con una
mujer tan vulgar. Se sobrepuso a los mareos,
agarró a Ana y la tiró al sofá. La tomó por la
barbilla y burlándose le preguntó:
—¿Cómo sé si es mi hijo en realidad? Dime,
¿cómo pude casarme con una p*ta como tú?
Capítulo 24 Una víbora despiadada
Ana se enfureció al escucharle, levantó la mano
y le propinó una bofetada.
—No te escudes en el alcohol para decir esas
tonterías. Llevo siete años contigo, ¿y esto es lo
que recibo a cambio?
Él ya estaba harto de recibir sus bofetadas cada
vez que se le antojaba, por eso sin dudarlo, le
pagó con la misma moneda.
Al oír el sonido del golpe, el niño dejó de gritar,
miró aterrorizado a sus padres y corrió a la sala
de estar. Preocupada de que pudieran hacerle
daño al pequeño en medio de la pelea, la
Señora Morales fue tras él.
—Joven Michel.
—¿Acabas de golpearme, Hugo Gómez? Ahora
verás —dijo Ana ciega de rabia. Se abalanzó
sobre él y comenzó a abofetearlo sin parar. Sin
embargo, él enseguida se le subió encima para
inmovilizarla y sujetarle las manos.
—Ana Miranda, será mejor que te comportes. No
creas que no te voy a pegar.
—¡Maldito! —gritó ella, mientras forcejeaba.
—¡Mami...! ¡Mami...!
Michel tiró del brazo de Hugo con todas sus
fuerzas.
—¡Suelta a mi mamá, monstruo!
De repente, Hugo empujó al niño a un lado y
gruñó:
—¡Compórtate o te pegaré a ti también! —
Luego, se volvió hacia la Señora Morales y le
ordenó—: Llévate al niño a casa de mi madre.
La Señora Morales estaba demasiado asustada
para contradecirlo.
—Sí, Señor Hugo.
—No voy a ir. ¡No voy a ir a casa de la abuela! —
gritó Michel.
La Señora Morales hizo todo lo posible para
sacar al niño de allí; si hubiera tenido que
arrastrarlo o llevárselo a hombros, lo hubiera
hecho
La habitación quedó en calma después.
—Será mejor que te muerdas la lengua la
próxima vez. No puedes pegarme cada vez que
se te antoje. ¿Crees que no me atreveré a
pegarte? —Hugo la soltó al ver que tenía el
rostro manchado de rímel.
Ella lo empujó tan fuerte como pudo al
levantarse.
—Maldito desgraciado. ¿Te casaste conmigo
para pegarme? ¿Cómo puedes decir que no
estás seguro de que Michel sea tu hijo? —le
preguntó con lágrimas en los ojos.
—¿Me pusiste algo en la bebida aquella noche?
Drogaste a Olivia y dejaste que la violaran, ¿no
es así? Eres abominable. ¿Quién iba a imaginar
que eras una víbora despiadada? —comentó
fulminándola con la mirada.
—¿De dónde sacas eso? ¿Quién está tratando
de separarnos? —Ana dejó de llorar y lo miró
sorprendida.
—¿Estás actuando otra vez? —se burló él
mientras la miraba.
Estaba tan sorprendida que se olvidó por
completo de la bofetada y continuó
defendiéndose.
—No, yo te quiero de verdad. Reconozco que
cuando bebí contigo aquella noche, quise
entregarme a ti, pero solo quería consolarte. Mi
amor, llevamos mucho tiempo juntos. Hemos
pasado momentos difíciles juntos. Tenemos un
hijo. Me entristece mucho verte dudar así de mí.
—¿Cómo pude dejarme engañar por ese rostro
de lástima que pones? ¿Quién iba a pensar que
tú fuiste la razón por la que Olivia y yo
rompimos? —preguntó Hugo agarrándole el
mentón.
En ese momento, todas las piezas encajaron y
ella comprendió lo que pasaba, le agarró de la
mano y prosiguió:
—¿Olivia te dijo eso? Está intentando sembrar
desavenencia entre nosotros. Todavía me
guarda rencor por haber herido a su hijo aquel
día, por eso quiere manchar mi nombre de
cualquier manera que pueda. Tú eres mi marido.
¿Por qué le crees a otra mujer y no a mí?
—Ana Miranda, prefiero creerle a Olivia y no a ti.
Vi con mis propios ojos cómo te hiciste la víctima
delante de tu padre y cómo lograste
convencerlo con tu palabrería. Pero yo no soy él,
no dejaré que me tomes el pelo —afirmó con
voz firme al soltarle la mano.
Capítulo 25 La amante
—Vaya, todos los hombres son iguales: nunca
saben apreciar lo que tienen —dijo ella en tono
burlón—. Cuanto más difícil es conseguir algo,
mejor te parece, ¿no? Si Olivia te ama de
verdad, ¿entonces por qué dio a luz con otro?
¿Por qué rompió contigo tan fácilmente? Ella
solo está tratando de separarnos. ¿Acaso te dijo
que todavía piensa en ti al cabo de todos estos
años? ¿De veras crees que ustedes dos estarían
juntos ahora de no ser por mí? Te lo estoy
diciendo, ella quiere que te divorcies de mí para
vengarse.
—No intentes predecir sus acciones con tu
mente sucia. Olivia no es tan malvada como tú.
—Hugo la miró con desagrado, luego se levantó
y fue directo a la habitación.
—Ya no soy buena, ¿eh? Tu Olivia es genial. ¡Es
la mejor! Pues vete con ella a ver si todavía te
quiere —dijo Ana con los dientes apretados y
llena de resentimiento. Se quedó mirando la
puerta cerrada y empezó a reír con malicia.
Hugo abrió la puerta, salió con una manta en los
brazos y se dirigió al cuarto de huéspedes. Cerró
la puerta de golpe.
—¡Hugo Gómez! —gritó ella alterada mientras lo
señalaba con el dedo, pero no supo qué más
decir. Se dio cuenta de que no había palabras
que pudieran describir la furia que sentía. De
repente, en sus labios se dibujó una sonrisa
despectiva. «¡Qué importa si Olivia es genial! No
creo que regrese con ella ¡Por supuesto que no!
¡Hugo solo me tiene a mí! ¡Hasta después de
muerto, será mío!». Se sentó en el sofá y, con la
mirada perdida, se secó las lágrimas. Su
matrimonio no podía romperse así de fácil.
...
Al día siguiente, Néstor le comentó a Olivia que
quería ir a la escuela.
—¿Ya no te duele la pierna? —preguntó ella
atónita.
—Creo que mejoré después de comerme la
manzana que peló para mí el Señor Eugenio —
respondió su hijo sin titubear.
Olivia se quedó boquiabierta. No entendía por
qué a Néstor le agradaba tanto Eugenio.
Después de llevar al niño a la escuela, fue
directo al Concesionario 4S. El vuelo de Nataniel
llegaba a las tres de la tarde. Si todo iba bien,
tendría tiempo suficiente para comprar un auto.
Cuando entró, miró a su alrededor y se dirigió a
un Ferrari rojo.
Un joven enseguida se le acercó, pues pensó
que era rica. Primero la saludó con amabilidad y
después empezó a hablarle de las bondades del
auto. Mientras le escuchaba, Olivia dio dos
vueltas alrededor del auto.
El Ferrari tenía la carrocería en forma de cuña, o
sea, la parte trasera más alta que el capó. A ella
le gustaba mucho su imponente aspecto. Las
llantas delanteras, la puerta y las llantas traseras
eran diferentes, pero encajaban a la perfección
con el conjunto. Sus líneas eran muy elegantes.
—¡Este! —Satisfecha, asintió con la cabeza.
Justo en ese momento, un hombre se acercó al
Ferrari abrazado a una mujer. Llevaba una
camisa azul y un pantalón de traje negro. Tenía
un aspecto común, pero parecía una persona
de mala reputación. La mujer en sus brazos era
de piel blanca, tenía ojos grandes y boca
pequeña. Su largo cabello castaño contrastaba
con su pequeño rostro. Según los estándares
sociales, era una joven hermosa.
—¿Qué te parece este, Benjamín? —preguntó la
chica—. El rojo inspira alegría. Podemos ir en él
cuando nos casemos.
—¡Depende de ti! —se jactó Benjamín.
En lugar de chillar, ella rodeó el auto para
echarle un vistazo.
—Me gusta este.
—¡Nos lo llevamos! —exclamó Benjamín y le dio
al vendedor su tarjeta a una velocidad de
vértigo.
El empleado se vio en un aprieto.
—Disculpe, señorita, ¿está segura de que quiere
este auto? —preguntó mirando a Olivia.
—¡Sí! ¡Pagaré ahora! —Olivia asintió y le entregó
la tarjeta.
—Señor, esa señora vio este auto antes que
usted. Tendremos que hacer el trato con ella
primero. Si es posible, espere un poco y haremos
que alguien traiga otro auto —le explicó el
vendedor con deferencia y discreción.
—¿Cuánto tiempo demoraría? —preguntó
Benjamín con el ceño fruncido.
Capítulo 26 Cazado
—Unas dos horas —respondió el joven.
Ben miró su reloj.
—No podré esperar, tengo cosas que hacer más
tarde. ¿Puede hablar con esa señora para ver si
nos deja comprar este auto? Podríamos
compensarla.
El vendedor se le acercó a Olivia para
transmitirle el mensaje, pero como era de
esperar, ella se negó. Estaba comprando el auto
para recoger a Nataniel y si esperaba dos horas
no llegaría a tiempo para recogerlo.
—Cariño, ¿por qué no lo compramos juntos
cuando vuelva la próxima vez? —Como Olivia
no accedió, Benjamín abrazó a la chica para
consolarla.
—Esta vez estarás fuera una semana —contestó
la chica descontenta.
—¿Qué podemos hacer? Tengo que trabajar
para poder casarme contigo. Mira, hagamos
esto. Yo lo pagaré primero y tú puedes llamar a
una amiga para que te acompañe mientras
esperas que llegue el auto. ¿Qué te parece? —
le propuso tratando de persuadirla.
—Pero es que quiero llevarte —se quejó ella.
—No tienes que hacerlo. Puedo tomar un taxi y
tú solo tienes que esperar aquí a que llegue el
auto. Lo tienes que conducir hoy mismo.
—¡Después no digas que no te quiero! —bromeó
ella. Parecía más animada.
—¡Muy bien, traviesa! —exclamó con picardía.
Olivia pudo escuchar la conversación, pues no
hablaban en voz baja. «Él no parece muy
simpático, pero es muy hábil embelesando a
una mujer». No les prestó más atención y siguió al
vendedor para efectuar el pago. El joven no
demoró en hacer efectiva la transacción y,
gracias a la eficiencia del Concesionario 4S,
antes de las dos de la tarde, Olivia ya conducía
su nuevo auto.
Primero, fue a buscar a Katia y, luego, ambas se
dirigieron al aeropuerto. Se dieron prisa y
lograron llegar antes de las tres. Cuando el auto
se detuvo, Katia estaba pálida de miedo.
—Olivia, ¿puedes conducir más despacio, por
favor? Esto no es una pista de carreras. Hay
autos por todas partes.
Olivia la miró confundida.
—Eres demasiado comedida. Mira la hora.
Nataniel saldrá pronto.
Katia se bajó con piernas temblorosas y se
recostó al auto.
—Bueno, que espere un poco. No vale la pena
que perdamos la vida por él. Estuvo de viaje
unos días nada más y ahora regresó.
Olivia le lanzó una mirada.
—Te dije que no vinieras, pero tú insististe.
Katia resopló.
—¿Crees que vine a recogerlo? Vine a decirle un
par de cosas.
—Está bien, está bien —le dijo Olivia tomándola
del brazo—. Vamos dentro a decirle un par de
cosas.
Entraron al salón principal del aeropuerto y
esperaron. El tiempo pasó y ya eran más de las
tres. Al indagar, se enteraron de que el vuelo
estaba demorado. Katia miró a Olivia.
—Te dije que no había necesidad de apurarse.
¿Cuándo Nataniel ha sido confiable? ¡Ni siquiera
su vuelo es confiable!
—Ustedes dos son como el agua y el fuego.
¡Nacieron para estar siempre contrariados!
Luego, fueron al baño. Cuando Olivia salió, vio
un rostro familiar: Ana. Olivia frunció el ceño. «¿A
quién vino a buscar ella?». Mientras se
preguntaba esto, otra figura familiar entró en su
campo de visión. Le resultaba familiar porque lo
había visto hacía tan solo unas horas. Era el
hombre que había conocido en el
Concesionario 4S: Benjamín Ramírez. Ni siquiera
se había cambiado de ropa. Sin embargo,
ahora llevaba una maleta y caminó en
dirección a Ana en cuanto la vio.
—¡Mi amor!
Olivia se quedó atónita. Otra vez decía «mi
amor». Si la memoria no le fallaba, hacía solo
unas horas, el hombre había llamado «mi amor»
también a aquella mujer. «¿No dijeron que se
iban a casar? Con razón es tan persuasivo. ¡Es un
cerdo!». La mirada enamorada de Ana lo decía
todo. Tenía algo con aquel hombre, ¡como que
su nombre era Olivia Miranda! Sin llamar la
atención, retrocedió unos pasos, sacó su
teléfono y, con calma, comenzó a tomarles un
video. Sin embargo, lo que vio la desconcertó
por completo.
Capítulo 27 Nataniel está de vuelta
Como si no se hubieran visto en mucho tiempo,
corrieron a encontrarse. Él dejó caer su maleta
incluso antes de llegar a ella y extendió los
brazos para abrazarla. Luego, la levantó y
comenzó a darle vueltas. Ana sonreía feliz,
rodeándole el cuello con ambos brazos. Estaba
claro que lo había extrañado. Con una mano en
su nuca, el hombre la besó con pasión. Un rato
después, la soltó y la abrazó.
—¿Me extrañaste, mi amor?
—Sí —respondió ella con timidez—. ¿Te bajaste
ahora mismo del avión?
—Sí —respondió Benjamín—. Fui al baño y en ese
momento llegaste tú. Estabas loca por verme,
¿no es así?
Le pellizcó la nariz y la miró con cariño. Ana
presionó su frente contra la de él.
—Te extrañé mucho.
Olivia no tenía palabras. No obstante, por
alguna razón, sentía ganas de reír. Había
hombres que eran cerdos, pero también mujeres
que fingían ser puras. Para su sorpresa, se
descubrió deseando que llegara el día en que el
engaño saliera a la luz para ver qué harían al
respecto.
En el baño, hacía ya un largo rato que Katia no
oía la voz de Olivia. Cuando salió, reparó en
cómo Olivia miraba en dirección al baño de los
hombres.
—¿Qué miras?
—¡Déjame enseñarte algo increíble! —susurró
Olivia y le mostró el video.
Katia abrió mucho los ojos de asombro al verlo.
—¿Esa no es Ana? ¿Quién es ese hombre? ¿Por
qué me resulta tan familiar?
—Creo que se llama Benjamín o algo así. Me lo
topé cuando estaba comprando el auto hace
unas horas. Había otra mujer con él. Le dijo que
se iba en un viaje de negocios, pero ahora le
dijo a Ana que se acababa de bajar del avión.
—Olivia no pudo contener una risita—. ¡Qué
gracioso es todo esto! Yo admiro a este hombre.
Les está mintiendo a dos mujeres y aún no lo han
descubierto.
Katia frunció el ceño y preguntó:
—¿Benjamín? ¿Benjamín Ramírez?
—¿Lo conoces? —preguntó Olivia sin darle
importancia.
—Benjamín Ramírez es el joven del Grupo
Ramírez, ¡el sobrino de la madrastra de Eugenio!
A Olivia le tomó un momento procesar la
información.
—Ah, con razón. Debe ser muy poderoso. Le
compró a aquella mujer un auto deportivo de
varios millones como si nada.
—Eso no hay ni que decirlo. Los Ramírez no se
comparan con la Familia Navarro, pero son ricos
y poderosos. Si arreglaran un matrimonio con los
Salcedo, no tendrían rival. ¿La mujer que viste en
el Concesionario 4S era Jessica Salcedo?
Olivia pensó un momento.
—Creo que él no dijo su nombre. Solo las llama
«mi amor». Presiento que no son solo estas dos.
Por eso las llama «mi amor». Creo que le da
miedo equivocarse de nombre, así que las llama
igual.
Katia rio y asintió.
—Yo pienso lo mismo.
Cuando las dos salieron del baño, el avión de
Nataniel ya había aterrizado.
—Solo has estado fuera unos días —le dijo
Olivia—. Regresé a recogerte a la misma hora y
en el mismo lugar.
Katia también se le acercó para ayudarlo con su
maleta.
—Vienes y vas cada dos o tres días —le
reprochó—. ¿Por qué te sometes a esto?
Nataniel la tomó por los hombros con gesto viril.
—No te preocupes. No te volveré a dejar.
—¿Lo dices en serio? —preguntó ella.
—Por supuesto.
Salieron del aeropuerto y subieron al auto.
Nataniel comenzó a provocar a Olivia:
—¿Por qué te compraste este auto? ¿Te vas a ir
a vivir al campo?
—¡Fue para venir a recogerte! —le respondió ella
mirándolo de reojo—. Tienes que reembolsarme
la mitad.
—Está bien —dijo él—. Te reembolsaré el precio
de la rueda que está de mi lado. Katia te puede
reembolsar las dos de atrás.
Capítulo 28 Una agradable reunión
familiar
—Habla por ti. Olivia no me ha pedido que le
reembolse nada —apuntó Katia.
—Si no vas a pagar, deberías tener el buen tacto
de bajarte del auto.
—¿Por qué crees que vine hasta aquí, si no fue
para recogerte? En el viaje hacia aquí,
pensamos que se nos haría tarde, así que Olivia
condujo muy rápido. Me pasé todo el trayecto
con el corazón en la boca. Se suponía que el
viaje tome una hora, pero ella lo hizo en menos
de cuarenta minutos. Casi se me salió el alma
del cuerpo. Deberías ser más considerado y
pagar mi parte.
Olivia la miró por el retrovisor.
—Si quieres que pague tu parte, díselo sin
tapujos. No te andes con rodeos ni hables de mis
habilidades al volante en vez de tu propia
cobardía. Siempre estás criticando cómo
conduzco.
—Exacto —intervino Nataniel—. ¿Y quieres que
yo pague tu parte? ¿Acaso te crees muy linda?
Desde el asiento trasero, Katia dio un salto y le
agarró el cuello con ambas manos.
—¡Vuele a decir eso!
A Nataniel le costaba respirar.
—Tú eres… la más… hermosa.
Katia lo soltó.
—Al menos, tienes tacto.
—Qué tosca eres —le dijo Nataniel,
masajeándose el cuello—. Casi me matas.
—¿Y de quién es la culpa? —bufó ella.
Olivia sacudía la cabeza en silencio. «Es una
relación de amor-odio».
—Olivia, ven conmigo después a ver a mi
bisabuelo. Así le haces la visita. Yo siempre
pienso en él y, ahora, puedo por fin presentarme
ante él —anunció Nataniel contento.
—Claro —asintió Olivia.
Primero, dejaron a Katia. Luego, fueron a
recoger al niño y se dirigieron a la Residencia
Navarro. Olivia no esperaba que Eugenio
estuviera allí.
—Nataniel estaba preocupado —explicó ella
con timidez—. Me insistió para que viniera a
hacer la visita.
—Sí, gracias —asintió Eugenio con un leve gesto.
—¡Señor Eugenio! —lo saludó Néstor inclinando
la cabeza. Una alegría desenfrenada se
reflejaba en su rostro.
Eugenio se le acercó y le acarició la cabeza con
ternura.
—¿Cómo sigue tu pierna?
—Ya no me duele —respondió el niño.
—¡Tío! —lo saludó Nataniel.
Eugenio le respondió con un gesto de la cabeza
y le preguntó:
—¿Acabas de regresar?
—Sí, vine en cuanto me bajé del avión.
—Ve a ver al bisabuelo. ¡Siempre está hablando
de ti!
Nataniel murmuró algo y luego miró a Olivia por
sobre el hombro.
—Vamos, Olivia.
Ambos entraron en la habitación del Abuelo
Navarro. El anciano había adelgazado
considerablemente. Su rostro macilento y sin
brillo estaba cubierto de arrugas. En la barbilla,
le había crecido una incipiente barba que no se
veía mal. Parecía consciente de lo que ocurría a
su alrededor y desbordante de energía. En
cuanto vio a Nataniel, rompió a llorar. Lo tomó
de la mano y comenzó a hacerle mil preguntas.
¿Cómo le había ido todos esos años en el
extranjero? ¿Qué tal era la comida? ¿Cómo era
la vida allí? Por su parte, Nataniel se mostró
preocupado por la salud y los sentimientos del
anciano.
Sin soltarse las manos, los dos conversaron
durante un largo rato. Después, el Abuelo
Navarro reparó en Olivia y Néstor.
—¿Y ellos dos son…? —preguntó mirando a
Nataniel, pues pensó que estaban relacionados
con su bisnieto de alguna manera.
—Bisabuelo, esta es la doctora que te ha estado
atendiendo, la Doctora Miranda. Y él es su hijo.
¿Nunca se han conocido?
El Abuelo Navarro le dirigió una mirada
inquisidora a Eugenio.
—Cuando el abuelo se despertó la última vez —
respondió Eugenio con las manos en los
bolsillos—, la familia lo rodeó enseguida, así que
no hubo tiempo para presentarlos.
El Abuelo Navarro comprendió y asintió.
—Gracias, Doctora Miranda.
—Es un placer —dijo ella con una sonrisa—. Solo
hice mi trabajo.
El anciano miró a Néstor.
—Ven aquí. ¿Cómo te llamas?
El pequeño sonrió y se le acercó.
—Bisabuelo, yo soy Néstor Miranda.
Su saludo llenó de felicidad al Abuelo Navarro.
Tomó entre sus manos arrugadas las diminutas
manos de Néstor y le preguntó:
—Niñito, ¿qué edad tienes? ¿Ya comenzaste la
escuela?
Capítulo 29 Mi mamá es genial
—Seis años y medio, bisabuelo —respondió
Néstor—. Voy a un jardín de infancia
internacional.
El Abuelo Navarro se acarició la barba y rio con
gusto.
—Pues es muy elocuente y despierto. Doctora
Miranda, ¡su hijo es increíble!
—Sí —asintió Olivia riendo—, pero es muy
travieso.
El anciano miró a Néstor y murmuró para sí:
—Es bueno ser travieso. Todos los niños traviesos
son inteligentes.
Néstor miró la barbita gris del Abuelo Navarro.
—Bisabuelo, ¿puedo tocar su barba? —preguntó
ansioso.
—¡Pero claro! —respondió feliz el Abuelo Navarro
y adelantó la barbilla.
Al oír la petición de Néstor, Olivia frunció el ceño.
—Néstor, no seas maleducado.
—No hay problema —dijo con gentileza el
Abuelo Navarro—. El niño es curioso. ¡Tócala!
Los ojos de Néstor desbordaban entusiasmo.
Con su pequeña mano, le tocó la barba y sonrió
feliz.
—Bisabuelo, su barba no pincha. —Néstor se
tocó el mentón y preguntó—: ¿Por qué a mí no
me sale?
Al oírlo, todos los presentes rompieron a reír. El
Abuelo Navarro sonrió radiante de felicidad.
—Cuando tengas mi edad, tendrás una larga
barba.
—¿Y veremos entonces quién tiene la barba más
larga?
El Abuelo Navarro soltó una sonora carcajada.
—De acuerdo. Me esforzaré por vivir más para
que, llegado el momento, podamos comparar.
Néstor le dio una palmadita en el pecho y le
aseguró:
—No se preocupe. Mi mamá está aquí. ¡Ella lo
curará!
El Abuelo Navarro volvió a reír con rostro
radiante y mejillas sonrojadas. Mientras tanto, el
rostro de Olivia se ensombreció. No entendía
cómo Néstor podía tener tanta confianza. Ella ni
siquiera se atrevía a hablar del tema. Una tenue
luz brilló también en el rostro de Eugenio. Lo
complacía que aquel niño le trajera tanta
felicidad a su abuelo. Nataniel tampoco pudo
contener la risa.
—Siempre le haces publicidad a tu mamá,
donde sea y cuando sea.
Néstor lo miró y explicó:
—Porque mi mamá es genial.
Nataniel no le dio mucha importancia a su
respuesta. En cambio, se dirigió al Abuelo
Navarro:
—Bisabuelo, Olivia debería examinarlo.
El Abuelo Navarro accedió. Olivia sacó una
almohadilla para que el anciano descansara su
mano y le tomó el pulso. También le preguntó
sobre su dieta y sus hábitos de sueño. Diez
minutos después, Olivia dio su dictamen:
—Su recuperación va bien, abuelo. Trate de no
enojarse ni alterarse demasiado. Sin importar lo
que suceda, trate de no angustiarse y de
mantenerse positivo. Trate también de llevar una
dieta balanceada. No coma demasiado. Trate
de comer poco, pero con frecuencia.
—De acuerdo —asintió el Abuelo Navarro—. No
esperaba que fuera tan buena siendo tan joven.
—Solo soy buena en medicina tradicional —dijo
Olivia con una sonrisa—, y dio la casualidad de
que logré curarle su enfermedad.
El Abuelo Navarro rio.
—No tiene que ser tan humilde. Yo conozco muy
bien mi enfermedad. Fueron sus habilidades las
que me salvaron de la muerte. Pocholo, ¿ya le
agradeciste a la Doctora Miranda?
Olivia tuvo que contener la risa. «¿A Eugenio le
dicen “Pocholo”?». El rostro de Eugenio se
ensombreció.
—Abuelo —susurró—, ¡hay invitados presentes!
El Abuelo Navarro se quedó inmóvil un
momento, acariciándose incómodo la barba.
—No seas malcriado —le dijo al fin—. Ya estoy
acostumbrado a llamarte así. Te pregunté si le
habías dado las gracias. ¿No puedes
concentrarte en mi pregunta?
Eugenio se llevó una mano al rostro y miró a los
presentes que se esforzaban por contener la risa.
—Abuelo, ¿puedes preguntarles si oyeron algo
más aparte del sobrenombre?
El Abuelo Navarro los miró y les preguntó:
—¿Oyeron algo más?
Con rostro serio, Nataniel respondió:
—Oí que usted quiere que Eugenio le dé las
gracias a Olivia.
—Exacto —añadió Olivia—. No hay por qué
agradecerme, abuelo. ¡El Señor Navarro ya me
pagó!
Néstor sonrió y dijo:
—Bisabuelo, mi mamá dice que su deber es
tratar a las personas y salvarlas.
—¡¿Ves?! —exclamó el Abuelo Navarro—. ¡Todos
escucharon algo diferente!
Eugenio estaba tan furioso que se quedó sin
palabras. ¿Acaso todos mentían
descaradamente?
Capítulo 30 Permítame invitarle a cenar
Eugenio miró a Olivia y dijo:
—De acuerdo entonces. Esta misma noche, me
gustaría invitar a la Doctora Miranda a cenar,
para agradecerle como es debido.
Sin embargo, Olivia se apresuró a responder:
—Muy amable, pero no es necesario. Yo estoy
bien, de verdad.
—No es broma —siguió diciendo Eugenio—. En
serio, permítame invitarla a cenar. Nataniel, que
nos visita de tan lejos, puede venir también.
—No hace falta —insistió Olivia—. Vayan ustedes
dos.
De pronto, Nataniel se puso de pie.
—No seas aguafiestas —le rogó a Olivia—. Vine
de muy lejos. ¿No puedes darme la bienvenida
con una cena? ¡Eugenio incluso prometió que
esta noche me llevaría al Palacio Rubí!
—Cenaré contigo otro día —le respondió ella.
El Abuelo Navarro se unió a la conversación y le
dijo:
—Olivia, me cae muy bien su hijo. ¿Puede dejar
que converse conmigo un rato más y me haga
compañía?
Su petición aturdió a Olivia por un instante. Antes
de que pudiera responder, su hijo se apresuró a
decir:
—Eso suena bien. ¡Yo también quiero jugar con
el bisabuelo!
Sin embargo, Olivia frunció el ceño y le ordenó:
—Déjate de tonterías, Néstor. El bisabuelo
necesita descansar.
—Pero, mamá, ¿no le dijiste al bisabuelo que se
mantuviera positivo? Puedo hacerle compañía y
conversar con él. —Néstor codeó suavemente a
su mamá—. Deberías darte prisa. Quiero jugar
ajedrez con el bisabuelo. Tú y el Señor Eugenio
pueden venir a recogerme más tarde.
Al decir esto, Néstor le hizo un guiño juguetón a
su madre. Olivia sabía que la intención de Néstor
era juntarla con Eugenio, pero aun así ella se
preocupaba por él. Sin embargo, el Palacio Rubí
era un lugar muy concurrido y caótico, así que
no podía llevar a Néstor. Después de pensarlo
mucho, Olivia mantuvo su postura y rechazó la
invitación.
—¿Por qué no lo dejamos para otro día?
—¿Le preocupa su hijo o le preocupo yo? —le
preguntó Eugenio.
—Sí —dijo Nataniel—. Vamos, que acabo de
llegar. Si tú no vas, yo tampoco.
Sus palabras dejaron muda a Olivia. Al final, los
tres fueron en auto al Palacio Rubí.
El Palacio Rubí era el mayor centro de
entretenimiento de Ciudad del Sol, donde se
podía comer, beber y jugar, todo bajo un mismo
techo. No había nada que no se pudiera hacer,
por inconcebible que pareciera. Huelga decir
que solo los ricos podían permitirse visitar el lugar.
En cuanto los tres entraron al salón principal, se
encontraron con Alejandro, Javier y los otros. En
total, eran cuatro o cinco hombres y mujeres
reunidos en el salón. Todos saludaron con
cordialidad a Eugenio y, al parecer, tenían una
relación muy cercana. De pronto, un hombre
vestido con un traje de color granate se dirigió al
grupo:
—Javier, vayan ustedes delante. Yo los alcanzo
después.
Luego de que Javier y los otros subieron las
escaleras, Alejandro le rodeó el cuello a Nataniel
con un brazo y le preguntó:
—¿Cuándo regresaste?
Nataniel le sonrió y le dijo:
—¡Llegué hoy mismo, Alejandro!
—Genial —respondió Alejandro—. Puedo
invitarte a cenar. Y a los otros también.
Nataniel quería ir; pero, al mirar a Olivia, le
preocupó que ella se sintiera incómoda. Estaba
a punto de rechazar la invitación de Alejandro,
cuando Eugenio preguntó de súbito:
—¿Y tú puedes pagar la cena?
Alejandro chasqueó la lengua y le respondió:
—Siempre puedes pagar tú.
—¡Ni jugando!
Alejandro le lanzó una mirada y le dijo:
—Si no fuera por la hermosa dama que te
acompaña, ¡nadie repararía en ti! —Alejandro
era una persona amigable y accesible. Mientras
hablaba, se acercó a Olivia—. Le da miedo que
usted no esté acostumbrada a todo esto. Uno
debe hacer amigos. Como dicen por ahí:
extraños la primera vez, amigos la segunda. ¿No
es así? Creo que esta es la segunda vez que nos
vemos.
Olivia estaba un poco confundida. ¿Cómo era
posible que no tuviera ni el menor recuerdo de
él? Le sonrió incómoda.
—Lo siento. Me temo que no le recuerdo.
Impaciente, Eugenio dio una patada en
dirección a Alejandro.
—Arriba. Vete ya.
Sin embargo, Alejandro logró esquivarla.
—Este es un lugar público. Por favor, ¡cuida tus
modales!
Eugenio rio de furia.
—¿Cómo te atreves a hablarme de modales,
cuando tú no tienes ninguno?
Olivia miró a Eugenio y pensó que no era el
hombre frío e inaccesible que parecía ser. De
hecho, también era capaz de bromear con sus
amigos en privado. Alejandro decidió no pasarse
de vivo y se acercó a Olivia.
—Nos conocimos en el Bar Rosa Negra aquella
vez que usted hizo una apuesta con Eugenio.
¿Recuerda? Ese día, yo estaba arriba y usted me
impresionó mucho. ¡No! ¡Me causó admiración!
¡Es usted la primera persona que le provoca una
pérdida tan grande!
Capítulo 31 En la sala VIP
Eugenio le dijo:
—¿Desde cuándo hablas tantas sandeces?
—Solo estoy elogiando a esta hermosa dama.
Olivia se llevó una mano al rostro. No creía que
Alejandro la estuviera elogiando en lo más
mínimo.
—De hecho, ¡el Señor Navarro quiere beneficiar
a la sociedad!
Alejandro rio y dijo:
—¿Está hablando por el Señor Navarro? Vamos,
entonces. Todos sus amigos están arriba. Se los
presentaré. No se puede negar. O la seguimos
nosotros a usted o nos sigue usted a nosotros.
¿De acuerdo?
Olivia sonrió.
—Yo seguiré al Señor Navarro y a los otros. Me
da igual.
Alejandro volvió a reír.
—Vamos. ¡Qué aburridos son ustedes tres!
Así diciendo, puso sus manos sobre los hombros
de Nataniel y subió las escaleras. Eugenio se
sentía impotente.
—No tiene que obligarse si no le gusta —le dijo a
Olivia—. Podemos cenar en otro sitio.
—Estoy bien —dijo ella—. ¡Vamos!
Guiados por el camarero, llegaron a la sala VIP.
Al parecer, Eugenio era cliente asiduo del lugar,
pues todos los camareros lo saludaron con suma
cortesía.
—Por aquí, Director Navarro.
Incluso Olivia, que caminaba detrás de él,
recibió la admiración y los corteses saludos de
los camareros. Cuando la puerta se abrió, las
luces de colores les bañaron los ojos. Era como si
hubieran entrado a una tierra de ensueño. La
decoración de la sala era exclusiva, con sofás
de cuero y amplios espacios donde cabían más
de una docena de personas. Había un biombo
con dibujos de flores típicas y, detrás, otro
espacio donde quizás hubiera mesas de póquer,
de billar y otros entretenimientos.
Varias personas que habían entrado antes
conversaban y reían. La enorme mesa estaba
repleta de licores y vinos, mientras una canción
romántica sonaba en un televisor que ocupaba
la mitad de la pared. Un hombre que estaba de
pie a un lado los vio entrar y los saludó con un
gesto de la mano y una sonrisa, antes de seguir
cantando con emoción:
Porque mañana me casaré con otro,
déjame extrañarte una última vez…
Alejandro le gritó al hombre:
—Está bien, está bien. No cantes más. ¿No ves
que hay una hermosa dama aquí? —Luego,
miró a Eugenio y una sonrisa traviesa se dibujó
en sus labios—. Bueno, arriba —le dijo burlón—,
¿qué esperas para presentarnos?
Así que Eugenio procedió a decir:
—Olivia Miranda es una destacada doctora y
Alejandro Rojas es la persona más molesta que
existe.
Alejandro miró con recelo a Eugenio y, con una
elocuente sonrisa, preguntó:
—¿En qué área se especializa usted, Señorita
Miranda? ¿Psicología o Fisiología?
Al oír su pregunta, todos los presentes soltaron
una carcajada. Algunos de los hombres reían
con atrevimiento, mientras que dos mujeres
intentaban disimular su risa, aunque habían
captado el doble sentido en la pregunta.
Alejandro miró a los hombres que reían en voz
alta y los mandó a callar:
—¡Chsss! ¡No se rían tan alto! Mi pregunta es
seria. Por favor, no sean tan malpensados.
Eugenio le lanzó una mirada y le preguntó:
—¿Quieres que te hagan un examen físico?
Alejandro chasqueó la lengua y le respondió:
—¿Qué tiene de malo querer entender mejor el
cuerpo humano?
Por suerte, Olivia tenía buen sentido del humor y
estaba acostumbrada a lidiar con hombres de
mente obscena. La situación era un juego de
niños para ella. Sus labios se curvaron en una
leve sonrisa.
—Puedo curar todo tipo de enfermedades. Me
pregunto qué problemas tendrá usted.
¿Psicológicos o fisiológicos?
Los presentes volvieron a estallar en carcajadas.
Varios hombres provocaron a Alejandro:
—Alejandro, encontraste la horma de tu zapato.
—Cuéntanos. ¿Cuál es el problema?
—¿Será que no puedes hacerlo, Alejandro?
—¡Jódete! —lo reprendió Alejandro—. ¡Tú eres el
que no puede hacerlo!
Sin embargo, Olivia permaneció seria y le dijo:
—No esconda su padecimiento ni rehúya el
tratamiento médico, Señor Rojas. Si tiene un
problema, dígamelo. Le prometo que lo seguiré
tratando igual y que nunca cambiaré la imagen
que tengo de usted.
Alejandro juntó las manos y se disculpó con
Olivia:
—Lo siento, Olivia. No me burlaré más de usted.
Sin embargo, en ese preciso momento, otro
hombre preguntó:
—Olivia es una doctora integral. Puede tratar
problemas psicológicos y fisiológicos. Así que yo
me estaba preguntando, doctora, ¿cómo trata
usted a los pacientes con problemas fisiológicos?
¿Los trata en una camilla de hospital o en una
cama normal? ¡Ja, ja, ja!
Capítulo 32 ¿Cómo le gustaría que lo
trataran?
Quien había hablado era Roberto Jiménez. Su
boca protuberante y su barbilla de simio le
daban un aspecto horrendo. Mientras hablaba,
les hacía guiños a varios hombres, con una
sonrisa que delataba su verdadera intención.
En cuanto oyó su pregunta, Eugenio agarró la
copa que tenía en la mano y se la lanzó. Su voz
sonó fría y distante:
—¿Acaso no sabes hablar?
Roberto levantó las manos para esquivar la
copa. Aunque sintió unos segundos de dolor por
el golpe, eso no le molestaba tanto como la
humillación que le había provocado Eugenio.
Miró su rostro sombrío y se quedó inmóvil un
instante. Luego, sonrió y le dijo:
—Solo fue una broma.
El silencio se apoderó de la sala. Todos se
voltearon a mirar el rostro sombrío de Eugenio.
Este le lanzó una mirada furiosa a Roberto y, con
voz fría, le preguntó:
—¿La conoces tan bien?
En ese momento, una mujer que llevaba un
hermoso y elegante vestido extendió una mano
para apartar a Roberto y sonrió.
—Por favor, Eugenio, no te enojes. Aquí todos
somos amigos. Roberto está acostumbrado a
hablar así, sin tapujos. Como vio que la Señorita
Miranda era una persona de mente abierta, le
hizo una broma.
Sin embargo, el rostro de Eugenio seguía frío
como un témpano.
—¿Una broma? Está ciego. ¿Acaso no ve que
ella vino conmigo? ¿A quién está insultando
entonces?
Una vez más, la sala quedó en silencio.
Incómodo, Alejandro se adelantó y explicó:
—Es mi culpa. Yo no debí haber comenzado con
las bromas. Por favor, no te enojes. Todos somos
amigos. Siéntate, por favor, y así podemos
hablar.
—Eugenio —añadió la mujer—, Roberto no quiso
decir eso. Tú sabes cómo es él. Es un hombre
muy directo. Roberto, ¿no le vas a pedir
disculpas a la Señorita Miranda?
Roberto miró a Eugenio y avanzó unos pasos.
—Lo siento, Señorita Miranda. Por favor, no le
preste atención a mi broma.
Aunque Olivia se sentía un tanto molesta, no
quería empañar el ambiente festivo. Así que
sonrió y le tiró de la manga a Eugenio.
—¿Por qué se enoja? Yo sé aceptar las bromas.
Además, sus preguntas las haría normalmente un
paciente. Siéntense todos, por favor. —Llevó a
Eugenio a que se sentara en el sofá. Entonces, se
dirigió a Roberto con mirada seria y profesional—
. Señor Jiménez, yo practico la medicina
tradicional. Lo normal es que utilice la
acupuntura. Si es en una cama normal o en una
camilla de hospital, para mí es irrelevante. Si
quiere que lo trate en el sofá, por mí está bien.
Le aseguro que, después de mi tratamiento, su
padecimiento desaparecerá. Pero antes
necesito hacerle algunas preguntas. ¿Cuánto
tiempo lleva en esta situación? ¿Su impotencia
es permanente o solo durante un corto tiempo?
¿Con qué frecuencia tiene sexo? ¿Cuál es su
duración normal? ¿Se angustia o se preocupa
antes de hacerlo? ¿Ha sufrido algún estrés
psicológico reciente?
En la sala VIP, solo se escuchaba la voz de Olivia.
Cada frase era una bofetada en el rostro de
Roberto. Él había hecho la broma para dejarla
en ridículo. Ahora, no podía hacer nada para
limpiar su propio nombre. Quien no entendiera el
contexto pensaría que de verdad tenía
problemas.
No todos los presentes habían reaccionado
igual. Algunos querían reír, pero no se atrevían,
mientras que otros se sentían incómodos y no
sabían qué decir. Los demás estaban tan
avergonzados que habrían corrido a esconderse
en un agujero. El rostro de Roberto estaba rojo
como una manzana. Se apresuró a explicar:
—No estoy hablando de mi…
—No hay por qué ser tímido —lo interrumpió
Olivia—. ¿Estos no son sus amigos de la infancia?
Aquí no hay extraños. No se preocupe. Yo soy
doctora y debo seguir mi ética profesional.
¡Nunca divulgo información de mis pacientes!
Señor Jiménez, avíseme cuando quiera recibir
tratamiento. ¿O quiere recibirlo ahora?
Sentado junto a Olivia, Eugenio se veía más
relajado, pero aún no lograba disimular la
frialdad de su mirada. Sus ojos miraban furiosos a
Roberto.
—Te hizo una pregunta.
Como los vientos de Siberia, la voz de Eugenio
sonó gélida. Roberto sintió que el corazón se le
encogía de miedo y en su rostro se reflejó una
expresión confusa, mezcla de tristeza y
vergüenza. Levantó con cuidado la vista para
mirar a Olivia y luego a Eugenio, que recibió su
mirada con cara de pocos amigos.
Capítulo 33 Yo me beberé su vino
Al final, Roberto tuvo que rendirse.
—Nos… Nos volveremos a ver la próxima vez —
balbuceó—. Tengo que ocuparme de un asunto.
Ustedes, diviértanse. Yo tengo que irme.
Sentía demasiada vergüenza como para
quedarse. Roberto estaba seguro de que el
incidente lo convertiría en el hazmerreír de sus
amistades por el resto de su vida. Cuando se fue,
el ambiente en la sala se sintió menos cargado.
Sin embargo, el rostro de Eugenio mantuvo su
expresión sombría cuando miró a Alejandro y le
dijo:
—¿Ves lo que han hecho tus amigos?
Alejandro se sintió ofendido. En efecto, eran sus
amigos de la infancia, pero a Roberto lo había
traído Alina. Habían comido juntos varias veces,
pero Alejandro no le tenía mucho afecto. Sin
embargo, no esperaba que causara problemas.
—Está bien, está bien. Es mi culpa, ¿no? Señorita
Miranda, ¿qué desea beber? Aprovecharé el
brindis para disculparme.
Antes de que Olivia pudiera responder, Eugenio
dijo:
—Beberá algo sin alcohol.
Alejandro frunció el ceño.
—Eugenio, las reglas de nuestro círculo no
permiten las bebidas sin alcohol. —Tomó la copa
que sostenía Olivia, le sirvió vino tinto y se la puso
delante. Sonrió y le dijo—: Señorita Miranda,
siempre puede beber poco.
El rostro de Eugenio se ensombreció.
—Ella no pertenece a este círculo —dijo,
quitándole la copa de vino a Olivia—, así que
beberá algo sin alcohol. En cambio, yo me
beberé su vino.
Los labios de Alejandro se curvaron en una
sonrisa siniestra.
—De acuerdo —dijo y asintió satisfecho.
Olivia miró a Eugenio. No esperaba que hiciera
eso. Como Eugenio la había defendido de
manera tan abierta, otros se adelantaron para
seguir importunándola. En ese momento, alguien
tuvo el buen tino de servirle a Olivia una bebida
sin alcohol. Entonces, Alejandro levantó su copa
de vino y dijo con sinceridad:
—Señorita Miranda, aunque tiene motivo para
estar disgustada, por favor, sea magnánima y no
se lo tome a pecho. Con este brindis, quiero
disculparme con usted. Puede hacer lo que
quiera.
Cuando terminó de hablar, Alejandro se bebió
de un trago su copa de vino. Olivia tomó un
sorbo de su bebida y le espetó:
—Señor Rojas, los doctores recomiendan que las
personas con padecimientos físicos no beban
mucho, ¡pues el alcohol puede afectar el
impulso sexual!
Olivia habló despacio, pues temía que Alejandro
no la entendiera. Sin embargo, el grupo de
amigos de Alejandro estaba compuesto casi en
su totalidad por mujeres, así que ¿cómo podía
no entender lo que Olivia intentaba decir? Acto
seguido, Alejandro escupió el vino que tenía en
la boca y comenzó a toser sin cesar. Eugenio
encontró graciosas las palabras de Olivia, pero
tenía todo el cuerpo cubierto del vino que
Alejandro había escupido. Por un momento,
perdió el control de su expresión y su rostro se
llenó de furia y asco. Levantó una pierna para
patear a Alejandro.
—¡Quítateme de delante! ¡Asqueroso!
Alejandro dejó por fin de toser. «¿Acaso Eugenio
piensa que lo hice a propósito? ¿No oyó cuán
escandalosas fueron las palabras de ella?».
—Señorita Miranda, ¿aún no ha superado el
incidente?
Olivia fingió volver en sí.
—Ay, discúlpeme. Es el hábito de la profesión.
Por favor, no me lo tenga en cuenta. De hecho,
debería dar gracias por que no traje aguja. Si no,
ahora mismo le estaría aplicando un tratamiento
de acupuntura.
Todos rompieron a reír. Ni siquiera Eugenio pudo
evitar una sonrisa. Ya había visto en su mente la
imagen de Alejandro acostado en el sofá
mientras le aplicaban acupuntura. Eugenio miró
a su amigo y le advirtió en tono amistoso:
—¿La oíste? ¡Cuidado con lo que dices?
Por su parte, Alejandro estaba avergonzado y le
dio una patada a Eugenio.
—¿De qué te ríes? ¡Vamos a beber!
Eugenio sonrió y levantó su copa. La señaló y le
dijo a Alejandro:
—¡Llénamela hasta el borde!
Alejandro quería que él se emborrachara, así
que le llenó la copa de vino. Sin esperar, Eugenio
se la bebió de un trago.
Del otro lado, estaban sentadas dos mujeres.
Junto a Alina, quien se levantó para hablar,
había otra mujer que llevaba un vestido negro
corto. Sus ojos eran vivarachos y encantadores.
Sin dejar su copa de vino tinto, permanecía en
silencio, pero no les quitaba los ojos de encima.
—Natalia, ¿quién crees que sea esa mujer? —le
preguntó Alina con curiosidad—. ¿Por qué
Eugenio la protege tanto? Bebe por ella e
incluso está dispuesto a golpear a alguien por
ella.
Capítulo 34 Un brindis
Los labios de Natalia se curvaron en una leve
sonrisa.
—¿No lo dijeron ya? Es una doctora.
Alina frunció los labios.
—Me pregunto cuál será su relación con
Eugenio. ¿Será que le gusta?
Natalia le lanzó una mirada de reproche.
—¿Sabes por qué los hombres se enamoran de
mujeres así?
—¿Por qué? —le preguntó Alina perpleja.
Natalia se inclinó hacia delante y le respondió:
—Porque ella está allá arriba, lejos de él,
haciéndose la difícil. Eso exacerba el deseo de
un hombre por poseer a una mujer. Aun así, ella
no es difícil. Es de mente abierta, osada y tiene
don de gentes. Se echa en el bolsillo a
cualquiera que tenga en la mira.
Alina se sobresaltó.
—¿Qué hacemos entonces?
Una mirada de desdén le surcó el rostro a
Natalia.
—Creo que puedes ir y brindar por ella —dijo
con voz tranquila—. Será como brindar por
Eugenio. Aunque él no ha comentado sobre lo
que sucedió hace un rato, imagino que estará
molesto. Brindar con ellos puede relajar la
tensión entre ustedes y mostrar cuán
comprensiva eres.
Esas palabras reconfortaron a Alina.
—Natalia, eres la mejor. Espera y verás la
humillación pública que le voy a provocar. —
Alina se acercó a hurtadillas hasta Olivia—.
Señorita Miranda, Roberto es mi primo y había
venido conmigo. Le ofrezco mis disculpas por la
molestia que causó en nuestro primer encuentro.
Por favor, perdónelo. Quisiera brindar por usted.
Olivia se sentía un tanto incómoda, pues ya
había bebido varias copas de su bebida sin
alcohol. Sonrió y le respondió:
—De seguro, usted encontrará la manera de
beber con el Señor Navarro. Yo solo estaba
respondiendo como doctora a las preguntas de
un paciente. Que vengan todos a pedirme
disculpas solo me hace parecer una persona de
mente estrecha.
—No diga eso —le respondió Alina—. Señorita
Miranda, no trabajamos en lo mismo que usted y
tampoco la conocemos bien. Por eso, solo
podemos seguir disculpándonos. Si no,
podríamos ofenderla y Eugenio nos culparía otra
vez.
Olivia levantó las cejas. «¿Quiere decir eso que
no tengo derecho a molestarme, cuando son
ellos los que me importunan?». Eugenio dejó su
copa sobre la mesa e intervino:
—Me temo que yo no tengo un corazón tan
grande como los otros. Si se atreven a buscar
problemas conmigo, no pueden culparme si me
molesto.
—Claro —respondió Alina en tono gentil—, tienes
razón. Por eso vine a disculparme. ¿O ya no
somos amigos? —Se volvió hacia Olivia y le dijo
con sarcasmo—: Señorita Miranda, tiene que
aceptar mi brindis. Si no, Eugenio nunca me
perdonará.
Olivia frunció el ceño.
—Señorita, ni siquiera sé su nombre y creo que
no estamos en la misma sintonía. Usted no me
ofendió, pues nunca antes hemos hablado.
Ahórrese las disculpas. Si le preocupa lo que hizo
su primo, por favor, no se preocupe. No soy tan
mezquina. Si teme que Eugenio siga enfadado
con usted, es por él que debería brindar.
Alina frunció el ceño con un ligero desconcierto.
En su rostro, se reflejó una expresión
amenazadora.
—Pero ¿y si quiero brindar por usted, Señorita
Miranda?
Eugenio torció el gesto.
—¿Qué es lo que quieres? Ya no puede beber
más.
Alina miró con odio a los ojos de Eugenio, con
expresión confundida.
—¿No puede beber más o no la dejas beber
más?
Eugenio entrecerró los ojos y le sostuvo la
mirada.
—¿Cuál es la diferencia?
Alina se quedó sin palabras. La tensión entre
ambos había empeorado. «A Eugenio debe
gustarle mucho Olivia, por eso se muestra tan
hostil conmigo».
—Bueno, está bien. Beberé con usted —dijo
Olivia con una sonrisa amable y levantó su
copa—. ¿Alguien puede servirme?
Javier, como todo un caballero, le preguntó:
—Señorita Miranda, ¿desea cerveza o vino tinto?
Olivia enarcó las cejas.
—Voy a beber lo que esté bebiendo la señorita.
El rostro de Eugenio se llenó de consternación.
—No ha comido nada aún. ¿Cómo va a beber?
Capítulo 35 Competencia de beber
Olivia sonrió y trató de calmar a Eugenio:
—No se preocupe. Solo nos estamos divirtiendo.
El tono meloso de la conversación entre ambos
disgustó a Alina. Juró que Olivia se las pagaría.
Así que ideó un plan.
—¿Quiere decir que beberá usted tanto como
yo?
—¡Delo por hecho! —asintió Olivia.
Eugenio no se sentía cómodo.
—¿Está segura? Si no puede, no se obligue.
Olivia sonrió.
—Es su amiga. No pasa nada.
—Es cierto —dijo Alina—. Esto es entre nosotras.
Eugenio, por favor, déjanos tranquilas. —Levantó
su copa de vino y dijo—: ¡Por usted, Señorita
Miranda! —Alina se bebió su vino tinto y Olivia la
imitó. Alina volvió a llenar las copas—. Señora
Miranda, ¡qué bien! ¡Déjeme volver a brindar por
usted!
Olivia volvió a beberse su vino con una sonrisa.
Aunque nadie lo había dicho en voz alta, todos
entendían que se trataba de una competencia.
Sentada en una esquina, Natalia miró a Alina
con reproche y sacudió la cabeza. «¿Por qué no
puede contener su ira? Ahora que está
compitiendo delante de Eugenio, él la culpará si
le gana a Olivia. Y si pierde, sufrirá una
humillación. Pase lo que pase, es una estupidez».
Eugenio comenzaba a preocuparse. Aunque no
sabía cuánto podía beber Olivia, sabía bien que
Alina era una bebedora consagrada. Quizás, ni
siquiera él podría vencerla. Alejandro no podía
despegar la vista de las dos mujeres y seguía
atento el espectáculo. Javier también sentía
curiosidad. De todos, Nataniel parecía sentirse
más tranquilo; no dejaba de comer pedazos de
fruta con un tenedor. «Quien se atreva a beber
contra Olivia, está cavando su propia tumba».
Todos pensaban distinto sobre la competencia
entre las dos mujeres.
Luego de un rato, Alina ya se sentía achispada y
estaba perdiendo la concentración. Sin
embargo, se mantuvo firme, pues se daba
cuenta de que Olivia era buena bebedora e iba
a ser difícil vencerla. Cuando la competencia
había comenzado, Olivia se había pronunciado
y Alina no renunciaría hasta que una de los dos
perdiera el conocimiento.
Habían comenzado la cuarta botella y la
competencia continuaba. Eugenio ya estaba
tan relajado como Nataniel, recostado en su
asiento, comiendo una tajada de manzana.
Alejandro también fue perdiendo interés, pues el
desenlace parecía lejano.
—¡Vamos a cantar! Nataniel, ¡cántanos algo!
Nataniel estuvo de acuerdo y le gritó al
camarero:
—¿Me pueden poner «Somos novios»?
Enseguida, comenzó a sonar la popular melodía:
Somos novios,
Pues los dos sentimos mutuo amor profundo.
Y con eso,
Ya ganamos lo más grande de este mundo.
Nos amamos, nos besamos
Como novios, nos deseamos
Y hasta a veces, sin motivo
Y sin razón, nos enojamos…
Cuando terminó la canción, Javier y Natalia
subieron al escenario y cantaron «Contigo en la
distancia». Mientras ellos se divertían, las dos
mujeres seguían enzarzadas en su feroz
competencia. Nadie sabía quién ganaría. Ya
había cinco botellas de vino vacías sobre la
mesa y buen número de botellas de cerveza,
también vacías. Alina yacía inmóvil sobre la
mesa. Olivia la codeó con cuidado.
—¿Va a seguir bebiendo? Si no, voy a dar por
terminada la competencia.
Alina se obligó a incorporarse y la miró con ojos
soñolientos.
—Sí. ¡No voy a parar hasta que te desmayes!
Capítulo 36 El rompecorazones
Muy asombrada, Olivia miró a Alina.
—¿Está segura de que todavía puede?
En ese momento, Natalia se acercó y levantó a
Alina por el hombro. Sonrió y le dijo a Olivia:
—Señorita Miranda, dele un descanso. Ha
bebido mucho, así que ahora la llevaré de
regreso.
Olivia enarcó las cejas.
—¿Darle un descanso? Creo que usted ha
entendido mal. Todo este tiempo, yo he estado
siguiéndole la corriente a ella.
Natalia soltó una risita.
—Sí, disculpe. Quise decir que, aunque ella se
levantara, no podría seguir bebiendo. Señorita
Miranda, no solo es usted buena oradora, ¡sino
además buena bebedora!
Olivia sonrió levemente.
—Usted sería igual, si hubiera sufrido tanto abuso
como yo.
Natalia le devolvió la sonrisa y se volteó hacia
Eugenio.
—La llevaré a casa. Ustedes diviértanse.
Entonces, Natalia ayudó a Alina a levantarse.
Cuando por fin lo consiguió, la golpeó un
repugnante olor a alcohol. Sin darse cuenta,
Natalia la soltó, por miedo de que Alina le
vomitara en el rostro. Por suerte, la soltó justo a
tiempo y Alina solo le vomitó encima del vestido.
—¡Ay! —Con las manos abiertas, Natalia no tenía
idea de qué hacer ahora que estaba cubierta
de vómito. Se cubrió la nariz y, llorando, gritó—:
¡¿Y ahora qué?!
En ese momento, Javier se acercó corriendo.
—Vamos a ocuparnos de esto —le dijo y la llevó
al baño casi a rastras.
Por su parte, Alina estaba en un estado mucho
peor. Cuando Natalia la soltó, cayó al suelo. Su
elegante vestido blanco tenía una abertura
lateral que le llegaba hasta el muslo. En
circunstancias normales, solo dejaba ver el muslo
y nada más. Sin embargo, luego de la caída, el
vestido se había abierto por completo. Se veía
todo, hasta su ropa interior blanca. Eugenio le
lanzó a Alina una mirada rápida e indiferente, y
apartó la vista. Miró entonces a Olivia.
—¿Está bien?
—Sí —asintió ella con un gesto de la cabeza. A
pesar de su rostro enrojecido, a Eugenio le
pareció que se veía bien—. Señor Navarro, iré
con Nataniel a recoger a mi hijo. Usted puede
quedarse y ocuparse de ella —le dijo, con la
vista clavada en Alina, que yacía en el suelo.
Eugenio no encontraba palabras. Alina no era
nadie especial para él. ¿Por qué entonces tenía
él que ocuparse de ella? ¿Por qué tenía él que
molestarse, cuando había sido ella quien había
insistido en beber tanto?
—No, que se ocupe otro. —Agarró su chaqueta
y le dijo a Olivia—: Vámonos.
Olivia le respondió con una leve sonrisa y, luego
de despedirse de los pocos que quedaban en la
sala, bajaron las escaleras. Al ver que ella
mantenía la compostura, Eugenio rio. Sin duda,
estaba bien. Luego de pagar la cuenta, se subió
al auto. En ese momento, vio que Nataniel se
acercaba corriendo.
—Eugenio, por favor, espérenme. Yo también
me voy a casa.
Eugenio frunció el ceño.
—¡Llama un taxi!
—¿Por qué iba yo…? —comenzó a preguntar;
pero, antes de que pudiera terminar, el auto
arrancó, se alejó y él se quedó con la palabra
en la boca. «¿Desde cuándo Eugenio y Olivia
son tan cercanos? ¿Cómo puede dejarme aquí,
así sin más?».
En el auto, Eugenio comenzó a reír.
—Si hubiera sabido lo buena bebedora que es
usted, no habría intentado detenerla.
—Sé que se preocupaba por mí —le dijo Olivia
con una sonrisa—, pero intentar detenerme a
expensas de herir a sus amigos no vale la pena.
No puedo permitir que le haga eso a sus amigos,
¿o sí? —preguntó, enarcando las cejas.
Eugenio entrecerró los ojos y la miró fijamente.
—¿Herir a quién?
Olivia lo miró como quien mira a un
rompecorazones.
—Me refiero, por supuesto, a la hermosa dama
que compitió conmigo. No me vaya a decir que
no sabe que usted le gusta.
Una vez más, Eugenio rio. Aunque Olivia no
estaba tan bebida como Alina, no se podía
negar que el alcohol le había hecho efecto. De
lo contrario, no le habría hablado así, después
de haberlo tratado antes con tanta frialdad.
—Si le gusto, ¿quiere decir eso que ella también
tiene que gustarme?
Capítulo 37 La gratitud
Olivia hizo una mueca.
—¿Ella no le gusta? No es fea.
Sin saber muy bien qué responder, Eugenio
espetó:
—¿Y solo por eso tiene que gustarme? Usted
también es bonita.
Olivia asintió y le hizo un gesto de aprobación
con los pulgares.
—¡Tiene usted un gusto único! Me gusta.
Sus palabras divirtieron a Eugenio, pues eran un
cumplido para ambos al mismo tiempo.
—¿Cómo es que es tan buena bebedora?
—He tenido práctica. Antes, no podía siquiera
terminarme una botella de cerveza, pero seguí
practicando hasta que mejoré.
—¿Por qué tuvo que hacer eso? —preguntó
Eugenio sorprendido—. ¿Tuvo que asistir a
muchos eventos sociales?
Olivia respiró profundo, pensó un momento y
respondió:
—Si su vida estuviera a punto de venirse abajo
por una copa de licor, usted haría lo mismo.
Confundido, Eugenio se volteó hacia ella. Quería
preguntarle qué había sucedido, pero no le
parecía apropiado, pues su relación no había
llegado aún a ese punto.
—Discúlpeme por lo que sucedió esta noche. No
creí que nos encontraríamos con ellos.
—No se preocupe —dijo Olivia—. Si no ofendí a
ninguno de sus amigos, estoy feliz.
Eugenio resopló.
—No creo que tengan derecho a molestarse.
Idiotas.
—Por favor, no se lo tome a pecho. Yo soy la
extraña en su círculo, así que entiendo que me
trataran así. Si alguien irrumpiera en mi territorio,
yo haría lo mismo.
Eugenio sonrió. Disfrutaba mucho escucharla
hablar. Lo hacía sentirse en casa. Los dos
siguieron conversando hasta que llegaron a la
Residencia Navarro. Oliva entró a saludar al
Abuelo Navarro, quien estuvo encantado de
verla e incluso le pidió que trajera al niño de vez
en cuando. Néstor también se alegró. Se
despidió de ellos agitando con entusiasmo la
mano y prometió ir de visita más a menudo.
El plan inicial era que Carlos los llevara a casa en
el auto, pero el Abuelo Navarro estaba
preocupado por ellos, así que le pidió a Eugenio
que los llevara. Cuando Eugenio detuvo el auto
en La Gran Mansión, Olivia se dio cuenta de que
Néstor se había quedado dormido. Le dio una
suave palmadita en la mejilla y le dijo:
—Mi amor, ya llegamos.
Néstor no respondió.
Olivia frunció el ceño y gritó:
—Néstor, ¡despiértate!
Néstor tampoco respondió.
—Déjelo —le dijo Eugenio—. Yo lo cargo hasta la
casa.
Eugenio se bajó del auto y abrió la puerta
trasera. Se quitó la chaqueta y se la puso por
encima a Néstor. Luego, se inclinó y lo sacó del
auto. Néstor pesaba entre veinte y veinticinco
kilogramos, así que Olivia temía que Eugenio se
hiciera daño. Al mismo tiempo, tuvo que
recordarse que no era la primera vez que
Eugenio iba a la casa y que esta vez no tenía
nada de diferente. Eugenio ya se había alejado,
así que ella lo siguió.
En cuanto Eugenio entró a la casa, llevó al niño
hasta su habitación y lo arropó en la cama. Su
manera de cuidar de Néstor conmovió a Olivia.
Si tuviera un hijo, sería un muy buen padre.
Luego de salir de la habitación del pequeño,
Eugenio le dijo:
—De esto quería hablarle hoy, pero ellos me
arruinaron el momento.
—¿De qué?
—¿Puedo invertir en su estudio de modas?
Sorprendida, Olivia sonrió y respondió:
—Claro. ¿Cuánto le gustaría invertir, Director
Navarro?
—Dígame cuánto necesita —le dijo él muy serio.
Olivia aprovechó la oportunidad para darle una
cifra enorme:
—Supongo que, por lo menos, diez millones.
—Hecho —asintió Eugenio—. ¿Bastarán
cincuenta millones?
A Olivia, su generosidad le pareció graciosa.
—Mi estudio es solo mi manera de canalizar mi
pasión por el diseño. ¿No le da miedo no
recuperar nunca su dinero?
—No me preocupa —respondió él—. Usted
puede decidir cuántas acciones darme a
cambio de mi inversión.
A decir verdad, no sabía cómo compensarle. Se
sentía en deuda con ella y también agradecido,
no solo porque había salvado a su abuelo, sino
además por haber ayudado a Bruno. Estaba
dispuesto a darle incluso varios cientos de
millones, si ella los necesitaba. También
recordaría el tiempo que el niño había pasado
con su abuelo y lo que había dicho esa noche.
Capítulo 38 Lo hizo porque quiso
Olivia sonrió y le dijo:
—¿Eso es todo?
—Ya que usted no quiere trabajar en mi
empresa —respondió Eugenio—, tengo que venir
yo a usted. No voy a permitir que su talento se
desperdicie.
Olivia inclinó la cabeza y lo miró a los ojos con
una sonrisa traviesa.
—Usted nunca ha visto mis diseños. ¿Cómo
puede estar seguro de que tengo talento?
Puede que solo sea una farsante.
Eugenio la miró sorprendido.
—¿Acaso olvidó que incluyó sus diseños en el
currículo que me envió?
Olivia también se sorprendió.
—Ese currículo lo envió Néstor. Ni siquiera sé qué
diseños incluyó.
—¿El niño envió el currículo por usted? —
preguntó Eugenio asombrado.
—Sí. Quería que fuera a trabajar a su empresa.
Cuando regresé, mi plan era tener mi propio
estudio de modas, pero él trató por todos los
medios de que yo trabajara en su empresa.
¿Quién se habría imaginado…?
Olivia extendió las manos y se encogió de
hombros. ¿Quién se habría imaginado que,
desde entonces, ocurrirían tantas cosas?
Eugenio le respondió en tono de disculpa:
—Siento mucho lo que sucedió en el pasado.
Ahora que lo pienso, lo que sucedió fue
bastante dramático. Si no los hubiera visto con
mis propios ojos, no lo habría creído. También
estuve en el aeropuerto el día que usted llegó y
vi que traía en la mano el teléfono de un
hombre. Al día siguiente, cuando fue a las
oficinas del Grupo Navarro para la entrevista, yo
había acabado de leer el artículo que criticaba
sus acciones hacia Bruno. Así se acentuó la
imagen negativa que tenía yo de usted.
Olivia soltó una risita.
—Vi cómo un hombre le robaba el teléfono a
una mujer, así que decidí recuperar el teléfono
usando el mismo método. El día de la entrevista,
usé el teléfono de Bruno para hacer llamadas,
porque él se había desmayado.
Eugenio asintió.
—Lo sé. Discúlpeme por haberme hecho una
mala imagen de usted.
Magnánima, Olivia le dijo con una risita:
—No se preocupe más por eso. No me tomo las
cosas a pecho.
—Gracias por eso, Señorita Miranda —le dijo él
con una sonrisa—. Con respecto a mi inversión
en su estudio de modas, está decidido. Mañana,
le transferiré el dinero.
Olivia no esperaba que fuera tan en serio.
—Señor Navarro, ¿de verdad?
—Por supuesto. —La expresión en el rostro de
Olivia le provocó una risita—. Me voy. Por favor,
asegúrese de cerrar bien las puertas.
—Claro —asintió ella.
Eugenio se fue y Olivia se quedó allí de pie.
Todavía no se creía que él fuera a invertir en su
negocio. ¿Acaso creía de verdad que ganaría
dinero con esa inversión? Cerró la puerta y se dio
la vuelta. Se asustó al ver a su hijo frente a ella.
—¿No… no estás durmiendo todavía?
Con una amplia sonrisa, Néstor le dijo:
—Me encanta que el Señor Eugenio me cargue.
La expresión de Olivia se tornó muy seria.
—Néstor Miranda, te lo advierto: deja ya las
jugarretas, por favor. No quiero que sienta que
nos estamos aprovechando de él una y otra vez.
Néstor infló las mejillas y respondió:
—No va a sentir eso. Yo creo que le caemos
bien. Y tú le gustas. Te llevó a cenar y a mí
incluso me cargó.
Olivia frunció el ceño.
—Eso es porque salvamos a su abuelo. Tenemos
que saber dónde están los límites. Si sigues así, va
a pensar que tenemos motivos ocultos.
—¿Y eso no es normal? —dijo Néstor—. El Señor
Navarro está soltero y tú también. Como ya los
malentendidos se aclararon, ¿no sería bueno
que ustedes dos comenzaran a salir?
Olivia lo miró fijo.
—¿De qué hablas? Sin ir más lejos, hoy una mujer
casi me ataca porque él quiso beber por mí.
Néstor arrugó los labios.
—¿Tú necesitabas que el Señor Eugenio bebiera
por ti?
—No se lo pedí —respondió ella—. Lo hizo
porque quiso.
Capítulo 39 El hijo ilegítimo
Néstor continuó:
—El Señor Eugenio es muy considerado.
Olivia decidió que Néstor nunca entendería lo
que ella intentaba decirle. En lugar de explicarle,
lo tomó de la mano y lo llevó a su habitación.
—Mira. Lo que intento decir es que no hay
ninguna posibilidad entre él y yo, así que no
desperdicies tu energía, por favor. ¿Y por qué
llamaste «bisabuelo» a su abuelo?
Néstor respondió calmado:
—Lo hice por Nataniel. Si lo hubiera llamado
«abuelo», significaría que soy tío de Nataniel.
Olivia se quedó sin palabras. «¿Quién le enseña
esas cosas a este niño?».
Al día siguiente, cuando Olivia se levantó, ya
eran las siete de la mañana. Aunque no le
parecía que hubiera bebido mucho la noche
anterior, el alcohol había afectado su rutina,
pues se le había pasado la alarma de las seis. O
quizás la había escuchado, pero la había
apagado sin querer. Sea como fuera, se había
levantado tarde. Así que corrió a despertar a
Néstor y le preparó el desayuno. Llevarlo a la
escuela fue una batalla.
Por fin, llegaron al colegio. Sin embargo, no
vieron a ningún maestro en la entrada; solo el
portón abierto. Por suerte, otro niño regordete
también llegaba tarde. Corriendo hacia el
portón, el niño tropezó con Néstor, que se daba
la vuelta para despedirse de Olivia; pero Néstor
no se hizo daño. Retrocedió un paso y el otro
niño cayó al suelo. Por mucho que lo intentó, no
logró levantarse. Dando un berrinche y agitando
las piernas, comenzó a gritar que le dolía el
trasero y que ya no quería ir a la escuela.
Olivia se dio la vuelta. Estaba a punto de
ayudarlo a levantarse, cuando una mujer
rechoncha de mediana edad llegó corriendo y
empujó a Néstor.
—¿Por qué tropezaste con él?
Niño al fin, Néstor no puedo resistir la fuerza y
cayó al suelo. El rostro de Olivia se transformó por
completo. Soltó al otro niño, que todavía estaba
en el suelo, y le dio un tirón a la mujer.
—¿Cómo se atreve a empujar a un niño?
La mujer levantó la vista con ferocidad y,
cuando vio los ojos furiosos de Olivia, se quedó
aturdida un momento. Luego, volvió en sí.
—¿Es usted?
Olivia respiró profundo. No esperaba
encontrarse con la madre de Hugo: ¡Florencia
Ortega! «¿Este niño es… el hijo de Hugo y Ana?».
Olivia soltó a Florencia y se acercó a Néstor para
ayudarlo a levantarse.
—¿Estás bien, Néstor?
—Estoy bien —asintió el niño.
—Entra entonces —le dijo ella—. No llegues
tarde.
No quería que su hijo supiera lo que había
sucedido años atrás. En ese momento, Florencia
se acercó y agarró a Néstor.
—¿Adónde crees que vas? Tropezaste con mi
nieto. ¿No deberías pedirle disculpas antes de
irte?
Olivia frunció el ceño y gruñó:
—¡Fue su nieto quien tropezó con mi hijo y se
cayó! Y, además, usted empujó a mi hijo sin
saber lo que había sucedido. ¡Debería
disculparse usted!
Florencia no cedió.
—¿De qué habla? Si mi nieto no tropezó con él,
¿por qué se caería?
Olivia estaba aún furiosa.
—¿Por qué no le pregunta a su nieto qué fue lo
que sucedió? ¡No debería echarle la culpa a mi
hijo!
Florencia miró entonces a su nieto, quien yacía
todavía en el suelo, y agarró a Néstor por el
brazo.
—No me importa. Su hijo tiene que disculparse
con mi nieto. Si no, no irán a ningún sitio.
Olivia, de alguna manera, había perdido los
estribos. Pensaba que, por ser Florencia de
mayor de edad, no debía hacerle mucho caso,
pero la anciana no le dejó opción. Sin mediar
palabra, Olivia la agarró con fuerza del brazo. El
intenso dolor hizo que Florencia al fin soltara a
Néstor y, alterada, la empujó con su otra mano.
―¡Ay…! ¡Suéltame!
―¡Pida disculpas a mi hijo! ―exclamó con
frialdad.
Florencia lo miró con desaprobación.
―¿Yo? Bromeas, ¿no? ¿Por qué debería
disculparme ante el hijo bast*rdo de un
mendigo? Suéltame o llamo a la policía.
Capítulo 40 La nuera
Con una mirada amenazadora, Olivia le apretó
aún más el brazo.
―Dios los cría y ellos se juntan. ¡Su familia entera
es una lacra!
―¡Ay! ¡Suéltame!
―Mejor te vas, Néstor ―dijo Olivia mirando a su
hijo.
Él se mantuvo imperturbable y gritó:
―Mamá, ¡solo razonamos con las personas, no
con los animales!
―Está bien, pero mejor vete a la escuela
―respondió ella riendo de sus palabras.
Néstor asintió antes de entrar a la escuela
despreocupadamente con las manos en los
bolsillos. Florencia lo miró furiosa y comentó con
desprecio:
―Sin duda es el hijo de un mendigo, es un
maleducado.
―¿Quién se cree que es? ―Olivia entrecerró los
ojos y la lanzó de un tirón por los aires.
Del todo desprevenida, Florencia impactó
contra la reja de la escuela, rebotó y casi cae al
suelo. Estaba del todo aterrada; aun así, quería
provocarla.
―Olivia, eres irrespetuosa en verdad. ¿Cómo
puedes tratar a una anciana así? Por suerte, mi
hijo no se casó contigo.
―Por fortuna, no me casé yo con él. Hubiera sido
la peor de las suertes contar con una pérfida
suegra como usted. ¡Solo alguien como Ana
puede tratar con usted! ―respondió con aire
despectivo y se dispuso a marcharse.
―¿A dónde crees que vas? ¡Se lo diré a tu padre!
―gritó en vano pues Olivia no pareció prestarle
atención.
Entonces el guardia de seguridad salió de la
escuela.
―¿Su hijo va a entrar entonces? ―preguntó.
―¿No vio que mi nieto se acaba de caer? ―le
gritó Florencia aún un tanto enojada.
―En ese caso, ayúdelo. No es nada grave.
¿Acaso el chico que empujó no está bien? No es
nada serio ―respondió el guardia de seguridad
sin poder creer lo que oía. Su respuesta acalló a
Florencia.
―Michel, déjame ver si estás bien.
―¡Me duele el trasero! ¡No quiero ir a la escuela
hoy! ―gritó descompuesto el muchacho.
―De acuerdo, de acuerdo. Vayamos a casa
entonces ―dijo la anciana tratando de
consolarlo mientras le sacudía el polvo de la
ropa. Lo llevó de vuelta al auto ante la mirada
atónita del guardia de seguridad que sacudía la
cabeza en señal de desaprobación por la
educación que recibía el pequeño.
Al regresar, Olivia llamó de inmediato a Katia y
Nataniel para que la visitaran y debatir un
asunto importante.
―Abriré un estudio de moda de inmediato. Nos
introduciremos en el mercado de lujo.
―Me parece bien. Serás la fundadora. Como
trabajo en el mundo de las revistas de moda, nos
complementamos a la perfección. ―Katia la
apoyó.
―Puedo ayudarte a encontrar el lugar
adecuado para el local. Como conozco Ciudad
del Sol me será fácil ―añadió Nataniel.
―De acuerdo entonces. Es oficial. Le ajustaré las
cuentas a esa familia ―dijo Olivia mirándolos y
sonriendo.
Katia y Nataniel intercambiaron miradas.
―¿Qué pasó? ¿Te tropezaste con Ana otra vez?
―Con su suegra ―respondió con los labios
fruncidos―. Empiezo a creer que cada vez que
Dios nos pone obstáculos en el camino, no
debemos quejarnos, pues estos pueden ser sus
instrumentos para la propia salvación de uno.
―Aquella intervención, tan repentina como
profunda, dejó a Nataniel y Katia aún más
confundidos.
―¿Pelearon? ―preguntó Katia.
―Llevaba al hijo de Ana a la escuela, el niño se
lanzó a correr y tropezó con Néstor, que no le
pasó nada, pero él se cayó… ―Después de
relatar lo sucedido aquella mañana, añadió―:
Por suerte no soy su nuera, porque me podría
morir joven.
Los hijos
del jefe
Capítulo 41 Una cita para almorzar
Katia no se contuvo y dijo:
―Esa familia es del todo disfuncional.
―¿Por qué eres tan indulgente con ellos?
Deberías darles una lección que nunca olviden
―añadió Nataniel enojado.
―¿Saben que eso mismo me dijo Néstor? Dijo
que solo debería razonar con las personas, no
con los animales.
―Ja, ja, ja… ―Los tres rompieron a reír y Katia
agregó―: El niño está en lo cierto. No deberías
malgastar tus energías en tratar de razonar con
ella.
―Ese muchacho busca vengarse hasta de la
más mínima ofensa. Me preocupa un poco ese
niño obeso ―dijo Nataniel con una sonrisa
burlona.
―En lo que respecta a ese niño, no creo que
haya ido a clases hoy. Lo vi partir con su abuela
antes de irme ―dijo Olivia.
―Está bien que sea precavido ―opinó Nataniel.
―No hablemos más del asunto ―dijo Olivia―. Por
favor, ayúdenme con mi proyecto. Necesito que
esté ubicado en un lugar de primera categoría,
no se preocupen por el dinero. Mientras más
cerca esté del estudio de Ana, mejor. Me muero
por ver cómo reaccionará cuando se entere.
―Está bien. Pondré manos a la obra ―asintió
Nataniel.
Mientras conversaban, el teléfono de Olivia
sonó. En la pantalla figuraba un número
desconocido. Un tanto extrañada, procedió a
responder:
―¿Hola?
Una voz masculina familiar respondió al saludo:
―¿Es la Señorita Miranda? Es Brian. ¿Tiene tiempo
esta tarde?
A Olivia le tomó tiempo reaccionar.
―Oh, hola, Señor Macías. ¿Sucede algo?
―Parece que saldrá a almorzar, si mis oídos no
me engañan. ¿Será aquel hombre vulgar de
nuevo? ―preguntó Katia y le dio un discreto
codazo a Nataniel.
―Ve y entérate.
―No, ve tú. ―Katia lo empujó.
―¿Por qué yo?
―Es tu trabajo.
Mientras discutían sobre quién debía ir. Olivia
regresaba de hablar por teléfono.
―¿De qué están hablando?
Se miraron el uno al otro y, sin decir nada, luego
miraron a Olivia que empezó a sospechar. Esta
frunció los labios y preguntó:
―¿Por qué me miran así? ¿Quieren
acompañarme?
―¿Quién te ha invitado a almorzar? ¿Es un
hombre o una mujer? ¿Te agrada esa persona?
―preguntó Katia mientras, a propósito, ponía
cara de pocos amigos.
―Vamos, Katia. No me mires como si te acabara
de traicionar. ¡Cualquiera diría que somos
pareja! ―dijo Olivia sorprendida.
―Todo el mundo lo sabe, no trates de ocultarlo.
―Katia juntó los labios y le envió un beso con un
gesto―. ¿Quién ha osado mirar a mi mujer? ¿Te
marchas ya? ¿Me amarás todavía cuando
vuelvas?
―No creo que tu lugar esté en la industria de las
revistas de modas. ¡Eres una actriz nata!
―No cambies el tema. Habla
―Era el hombre que salvé en la calle el otro día.
Dijo que quería invitarme a comer como muestra
de su agradecimiento ―accedió Olivia enojada.
―¿El tipo del restaurante? ―preguntó Katia
quien, al ver a su amiga asentir, sucumbió del
todo a la ansiedad por saber más―. Ah, ¡es
apuesto y te ha invitado a comer! ¿Quiere decir
eso que le gustas? ―No había terminado de
hablar cuando sintió un manotazo en la cabeza,
seguido de la familiar voz de su amigo que le
regañaba―: ¿Nunca te han dicho que eres una
tonta? Que la haya invitado a comer no quiere
decir que le guste. Voy a tu casa a comer todos
los días, ¿quiere eso decir que tú me gustas?
―Nataniel, ¿no valoras en nada tu vida?
―Mientras se abalanzaba sobre él, los ojos de
Katia brillaban furiosos.
Capítulo 42 Estás aquí
En un abrir y cerrar de ojos, los dos estaban
peleando.
―¡Por favor, sean cuidadosos con mi sofá! Si lo
rompen, ¡haré que se sienten en el suelo! ―les
advirtió Olivia sacudiendo la cabeza y fue a
cambiarse.
Katia intentó someter a su oponente con
cosquillas, pellizcos, mordidas y patadas. Probó
con todo. Sin embargo, Nataniel se limitó a jugar
su mejor carta: abrió las piernas y se sentó sobre
Katia, mientras sus grandes manos inmovilizaban
las de ella y la levantaban. Era la maniobra
definitiva. Ella, sin más opción, comenzó a gritar
reacia a aceptar la derrota.
―Nataniel, ¡qué paliza te daré cuando me
sueltes!
―En ese caso, no creo que te suelte pronto
―bufó y la asió más fuerte, impidiéndole aún más
la libertad de movimiento.
―¡Bast*rdo! ¡Suéltame o me las pagarás! ―gritó
ella enfurecida, pero Nataniel no cedía.
―Dime algo agradable y te soltaré.
―¡Qué paliza te daré luego! ―Katia perdió los
estribos y comenzó a golpearle con la cabeza.
De manera inadvertida, Nataniel trató de evitar
sus cabezazos que bien podrían herir a los dos y,
al mismo tiempo, restó fuerza a su agarre poco a
poco. Ella se dio la vuelta y comenzó a
perseguirlo.
―¡Párate si eres hombre!
―¡Deja de perseguirme si eres mujer!
La suma de la edad de ambos no sobrepasaba
los cincuenta años; no obstante, retozaban y se
perseguían por todos lados como niños.
Olivia, cambiándose de ropa en su cuarto, oía el
ruido que hacían con sus juegos. Enojada, salió
de la habitación y agarró a uno.
―Dejen de juguetear. Me voy a almorzar ahora.
¿Me esperarán aquí o regresarán?
―¿Ya? ―preguntó Katia.
―Ya son las diez y media de la mañana
―respondió Olivia.
―Oh, de acuerdo. Regreso ya entonces. Por
favor no olvides mi amor por ti…
Sin saber qué decir, Nataniel le lanzó una mirada
a Katia, la empujó y empezó a cantar:
Te enviaré miles de millas lejos; por favor, no
vuelvas jamás.
―¿Quieres que te de otra paliza? ―preguntó
dándose la vuelta con el rostro serio.
Nataniel no dijo más.
Después de salir de su residencia, Olivia se dirigió
al restaurante de comida occidental del que
Brian había hablado. Eran algo más de las once
y media cuando llegó. El lugar hacía gala de un
ambiente agradable por su diseño interior. Una
relajante melodía de saxofón y el perfecto
equilibrio en la intensidad de la esencia de
jazmín que se respiraba le otorgaban una paz
particular; además, el servicio era amable y la
clientela, tranquila. Los suspiros y risas
ocasionales le añadían clase.
Al aproximarse el camarero, Olivia señaló la
mesa al lado de la ventana donde esperaba
Brian. Con la cabeza inclinada, miraba su
teléfono. Llevaba una elegante camisa de vestir
de cuello blanco y pantalones de mezclilla
negros. Lucía espléndido. Al verlo, ella se
emocionó. No pudo sino exclamar para sus
adentros: «¡Qué hombre tan apuesto!».
Quizás porque escuchó sus pasos, Brian inclinó la
cabeza y dirigió la mirada hacia ella. Al ver que
en verdad era ella, de inmediato se levantó.
―Llegaste.
―Siento llegar tarde ―se disculpó ella con una
sonrisa.
―Está bien. Acabo de llegar también. ―Brian
tomó una silla y se la ofreció para que ella se
sentara―. Por favor, toma asiento.
―Gracias
Brian volvió a su asiento entonces y aceptó el
menú de las manos del mesero.
―Pide lo que quieras comer. El bistec a la
francesa de este lugar es exquisito.
―Seguro. Pediré eso entonces. ―La orden estuvo
lista cuando Olivia añadió algunas
recomendaciones del camarero.
La presencia de Olivia deleitaba a Brian que
preguntó:
―¿Por qué no ha traído a su hijo?
Capítulo 43 ¿Somos amigos ahora?
―Está en la escuela. ―Olivia se quitó su abrigo y
lo dejó sobre la silla.
―Oh, ¿le pasó algo aquel día? ―preguntó Brian.
―Nada grave. Pensé que estaba bien hasta que
vi su rodilla amoratada al llegar a casa; incluso
sangraba un poco. No tengo idea qué pudo
haberle herido ―respondió Olivia y respiró
profundo.
―Esa mujer es su hermana menor, pero usted y
ella tienen madres diferentes, ¿cierto?
―preguntó él algo abatido.
―Sí ―respondió ella casi a regañadientes. Como
no quería seguir hablando del asunto, cambió,
con toda intención, el tema―. ¿Cómo está de
salud?
―Estoy bien ―respondió más bien con
indiferencia.
Entonces, Olivia se dio la vuelta y extrajo de su
bolso de mano una caja metálica y se la
entregó.
―Es para usted
―¿Qué es? ―preguntó Brian un tanto
sorprendido.
―Son caramelos. Debería llevarlos consigo así se
lleva uno a la boca cuando se sienta mal. Hay
de diferentes sabores. Es una de mis marcas
favoritas. Me recuerdan mi infancia.
―Gracias. ―La grata sorpresa hizo que él dejara
escapar una sonrisa.
―Mantengámonos en contacto. Eso no es nada
comparado con la lujosa cena a la que me ha
invitado.
―Supongo que mi vida todavía vale algo ¿no?
¿Cómo puede una invitación a comer bastar
como pago por haberme salvado la vida?
―Brian sonrió con aires de agraciado caballero.
―Las cosas no funcionan así. No importa cuán
caro sea el restaurante o cuantas veces me
invite a comer en uno de estos. Se trata de
cómo estuvo dispuesto a ayudarme cuando
más lo necesitaba. Nunca olvidaré que me
ayudó. Supongo que estamos a la par.
―Parece como si estuviera rompiendo conmigo
―comentó Brian sin poder evitar reírse.
―No quise decir eso ―dijo Olivia entre
carcajadas―, más bien que me gustaría que no
fuéramos tan formales en nuestro trato.
Mientras la miraba, Brian parecía algo tímido.
―Si no puedo encontrar alguna otra excusa,
¿cómo voy a poderle invitar a comer la próxima
vez?
La pregunta la tomó desprevenida. Sonrió y
respondió:
―¿Por qué necesitaríamos una excusa para
comer juntos? Podemos hacerlo cuando
queramos.
―¿De veras? Entonces, ¿somos amigos? ―Brian
se sorprendió un tanto al escucharla.
―Por supuesto. Vi el cartel de tu restaurante en
las redes no hace mucho. Me pareció tierno y
generoso.
―No quiero clientes así ―dijo él con una sonrisa.
―¿No te traería problemas ser tan selectivo?
―¿Problemas? ―Brian parecía sorprendido―. Es
mi restaurante, así que es mi decisión.
―Disculpen. La comida está lista ―interrumpió el
mesero.
Olivia despejó la mesa con rapidez. Brian,
sosteniendo aún su regalo, le preguntó:
―¿Has probado ya uno de estos?
―Sí. Hace tiempo.
―¿Te gustan los caramelos?
―No mucho ―respondió ella―. Probaba alguno
cuando estaba de mal humor. Algo dulce
puede hacer a uno sentirse mejor, deberías
intentarlo, es muy práctico. Mis favoritos son los
verdes, saben a manzana.
Brian abrió la caja, sacó un caramelo verde y
dijo:
―Me estás incitando a comerme uno.
―Mírate. Comamos primero. ―Olivia rio de
buena gana.
―Lo guardaré para luego entonces. ―Él rio
también.
Olivia asintió y una extraña sensación le recorrió
el cuerpo. Reparó inadvertidamente en una
pareja no lejos de donde ellos estaban. Él era en
extremo corpulento y de rostro pétreo, mientras
ella era alta y parecía un tanto arrogante. En
ese momento, les miraban.
Olivia frunció el ceño. «¿No son esos Eugenio y la
señora con el doctorado en medicina? Su
nombre era… Patricia».
―¡Qué coincidencia! ―los saludó Olivia con una
sonrisa.
―Tienes razón. Patricia me pidió probar el asado
de este lugar y ahora me obliga a pagar por los
dos ―dijo Eugenio alegre.
―Eugenio, ¿qué dices? Me lo habías prometido
―gruñó Patricia coqueta con el ceño fruncido.
Eugenio permaneció en silencio.
Olivia con una sonrisa forzada dibujada en los
labios no sabía qué decir. Si fuera ella quien
pagara por la cena, probablemente los hubiera
invitado a acompañarlos.
Capítulo 44 Es mi hermano mayor
Sin embargo, era Brian quien invitaba y ella no se
atrevía a decidir por él, por eso, lo miró. Todo
marchaba a la perfección hasta que Olivia se
fijó en el rostro de Brian. Lo que vio la inquietó:
lucía diferente, alerta, como en los momentos
previos a una tormenta. Sus ojos miraban
desafiantes a Eugenio mientras permanecía en
silencio con las comisuras de los labios tensas.
Eugenio, por su parte, parecía indiferente a
todo. Le dirigió la mirada y le preguntó:
―¿Cómo está tu cuerpo?
―¿Y a ti qué te importa? ―La mirada de Brian se
volvió arrogante. Se convirtió en un hombre tan
diferente al gentil y apuesto Brian de hacía unos
segundos.
Olivia quedó algo extrañada. Miró a Eugenio,
luego a Brian de nuevo. «¿Qué pudo haber
pasado entre estos dos?».
Ante de intentar entender todo el contexto,
Patricia se aventuró a preguntar:
―¿Por qué reaccionas así, hermano? Eugenio se
preocupa por ti; así que, ¿cómo le vas a
responder así?
―No me llames hermano. No tengo una
hermana como tú ―le espetó con frialdad tras
una leve pausa.
―Aunque no quieras reconocerla como tu
hermana, sigues siendo parte de la Familia
Navarro. Mamá ya falleció hace mucho tiempo,
así que es mejor dejar atrás el pasado ―intervino
Eugenio, sin esperar a que Patricia hablara.
De pronto, Brian estaba alterado. Se levantó de
un salto con los ojos inyectados en sangre.
―Si así lo cree, adelante entonces. Sin embargo,
yo no soy tan olvidadizo como tú. Mi madre
sufrió muchas humillaciones y no olvidaré ni una
de ellas. Si estás dispuesto a disfrutar de toda la
gloria y la riqueza lamiendo botas, pues
adelante y sírvete; pero, por favor, ¡no venga a
asquearme con tu presencia y piérdete de mi
vista!
―¿Qué hay de grandeza en ti, Brian? ¿Quién
está dispuesto a cuidar de ti? ―bufó Patricia
mientras arrastraba hacia la puerta a Eugenio.
Este, por su parte, no se amilanó. Con mirada
acusadora, lo encaró.
―Brian, el abuelo está enfermo. ¿Tienes tiempo
para visitarlo? ―le preguntó.
―Es tu abuelo. ¡No te estropearé la oportunidad
de adularlo! ― dijo Brian con desprecio.
Con un gesto orgulloso, miró a Brian y a Olivia
con rabia antes de abandonar el lugar con
Patricia.
Olivia se quedó atónita con la escena que
acababa de presenciar. ¿Qué había pasado?
Con tacto, miró a Brian y vio que estaba sentado
en el suelo. Con el rostro desencajado, todo su
cuerpo destilaba una terrible hostilidad.
―¿Estás…? ¿Estás bien? ―quiso saber ella.
Él respiró profundo y permaneció callado. Abrió
la caja de caramelos que le regalo Olivia,
extrajo un caramelo con cubierta verde, lo abrió
y se lo llevó a la b oca. Olivia no dijo más y se
quedó sentada al otro lado de la mesa.
Después de diez minutos o quizás más, cuando
estaba a punto de terminarse el caramelo logró
decir:
―Es mi hermano mayor.
―¿Quién dices? ¿Eugenio? ¿Eres parte de la
Familia Navarro también? ―preguntó ella
asombrada al escucharle.
―Hace diez años que no soy parte de la familia
―añadió.
―¿Por qué…? Está bien si no quieres hablar de
ello. ―Olivia se quedó estupefacta una vez más.
Con la mirada perdida, ante los ojos oscuros de
Brian parecieron desfilar los recuerdos de
muchos años atrás.
―No hay nada de lo que no pueda hablar. Mi
ruptura no les avergonzó de todas maneras, así
que puedo decir lo que quiera. Las relaciones
entre las familias pudientes son más apáticas.
Solo los intereses personales prevalecen. Hace
ya más de diez años, Eduardo deliberadamente
le tendió una trampa a mi madre haciéndola
pasar por infiel para así poder divorciarse de ella
y casarse con la madre de Patricia, Lara
Ramírez. Sus maquinaciones dieron resultado y
mi madre se vio obligada a abandonar su hogar.
Todavía no logro comprender cómo se puede
llegar a ser tan despiadado.
Olivia tampoco podía creer lo que escuchaba.
Ese hombre del que hablaba era más cruel que
su propio padre.
―¿Los Ramírez eran ricos? ―preguntó.
―Sí. ―Brian respiró profundo y añadió―: Sí, lo son
y mucho; incluso más que el Grupo Navarro. Yo
tenía doce años por aquel entonces. Eugenio y
yo sabíamos sobre la trampa; sin embargo, no
teníamos pruebas. Así que le propuse a Eugenio
que, para cuando el divorcio se materializase,
eligiéramos permanecer junto a nuestra madre
para demostrarle nuestro apoyo. No me
esperaba que eligiera permanecer a la sombra
de Eduardo después del divorcio.
Capítulo 45 Los problemas que los demás
no saben
―Aquel fue el año más oscuro de mi vida. Seguí
a mi madre de regreso a la Familia Macías. Mi
salud dejaba mucho que desear y me
desmayaba de cuando en vez. Además, al ser
mi madre expulsada de la Familia Ramírez, mi tío
temía ofenderlos a ellos y a los Navarro por lo
que nos negó el regreso al seno de la Familia
Macías. Mi madre terminó alquilando una
habitación y, unos pocos meses más tarde,
fallecía en un accidente de tráfico. Desde
entonces no he tenido más familia en este
mundo.
Con unas pocas palabras Brian resumió sus
vivencias en ese año fatídico. Aun así, Olivia
pudo imaginar cuán desamparado debió
sentirse él durante aquellos días. Tenía solo doce
años cuando sufrió el divorcio de sus padres, la
traición de su hermano y la muerte de su madre.
En un mismo año perdió cuanta familia tenía.
«¡Dios! ¿Cómo habrá podido superarlo? No me
extraña ahora que se haya puesto tan agresivo
al ver a Eugenio». Quizás estaba convencido de
la crueldad de su hermano: un hijo ingrato y
traidor que antepuso las riquezas a su propia
familia, a pesar de la injusticia cometida con su
madre.
Sin pretenderlo, los ojos de Olivia se fijaron en él
con dulzura.
―¿Dónde te estas quedando ahora? ―preguntó.
―Ahora me va bien. Más adelante, mi abuelo
me acogió. Me enfrasqué en unos negocios y
me independicé ―respondió con una leve
sonrisa. Sus ojos parecían decirle que no
necesitaba de su compasión.
―¿Se ha investigado con minuciosidad el caso?
―preguntó ella, que por un momento no supo
qué decir.
―Ese hombre está muerto ―respondió él―. Es
imposible averiguar la verdad. Supongo que no
me puedo desvincular de Lara y Eduardo. Sin
pruebas, solo puedo hacerles pagar con mis
propios métodos. Sin embargo, a la Familia
Navarro le fue bien bajo la supervisión de
Eugenio. Ahora no soy lo suficientemente fuerte
como para competir con ellos.
―¿Alguna vez has llegado a pensar que las
cosas quizás no sean como parecen ser en la
superficie? ¿Alguna vez te has sentado a hablar
con tu hermano con tranquilidad? ―preguntó
después de tomarse un tiempo para analizar la
situación y respirar profundo.
―¿Sobre qué hablaría con él? ¿Familia?
¿Hermandad? ¿Qué tiene él? ―dijo Brian y
resopló con frialdad.
Olivia intentó decirle algo, pero no sabía cómo
persuadirlo. A ella le parecía que Eugenio no era
la persona que su hermano creía que era.
¿Podría Eugenio abandonar a su propia madre,
víctima de un engaño y destruir la relación con
su hermano solo por dinero? No obstante, ella
solo sabía del caso por oídas; ignoraba cuánto
en de verdad había en la trama. En resumidas
cuentas, ella no conocía a Eugenio bien y solo
había coincidido con él un par de veces. ¡Como
también siempre imaginó a Brian cariñoso y
delicado, pero en realidad tenía profundas
cicatrices!
Olivia permaneció con él en el restaurante por
dos horas antes de regresar. Tenía el
presentimiento de que había secretos indecibles
y se sintió abrumada. Seguro todos tenemos
problemas de los que solo nosotros mismos
sabemos. En cuanto llegó al camino de entrada,
sin siquiera bajarse del auto, vio a un hombre
caminar hacia ella con un gran ramo de rosas
en las manos. Las flores le impedían ver su rostro,
por lo que se apeó del auto con recelo. Tan
pronto hubo cerrado la puerta, las flores
aparecieron ante ella. No aceptó las flores, sino
que insistió en ver el rostro tras las rosas. Su porte
no se correspondía con el de Nataniel. ¿Quién
podría ser entonces? ¿Se habrá equivocado de
dirección?
Sin embargo, esa persona no esperó a que
Olivia aceptara las flores y reveló su rostro tras las
rosas. Con una sonrisa la saludó:
―Señorita Miranda.
―¿Roberto? ―Un leve temblor recorrió los labios
de Olivia.
―Sí, Señorita Miranda ―asintió él―. Siento mucho
lo de ayer. Estoy acostumbrado a bromear con
ellos; no era mi intención hacerle daño de forma
alguna. ―Puso el ramo en sus manos y añadió―:
Por favor, acepte estas rosas y olvide el
incidente.
Olivia solo atinó a hacer una mueca extraña. Era
la primera vez que le regalaban rosas para pedir
disculpas.
Capítulo 46 Me gustas mucho
―No te preocupes. No hablemos de ello, ya que
es algo del pasado. Como no me lo tomé a
pecho, puedes quedarte con las flores ―dijo
Olivia mientras pasaba a su lado con intención
de marcharse.
De repente, Roberto dio un paso adelante y la
detuvo mientras sonreía.
―Señorita Miranda, estoy muy interesado en
usted. Es usted hermosa y afable. ¿Podría
cortejarla?
Olivia comenzó a sudar profusamente. Sabía
que era extraño que alguien pidiera perdón con
un ramo de rosas. Resultó que él no estaba allí
para disculparse.
―Lo siento. No tengo ninguna intención de
entablar una relación ahora mismo.
Olivia intentó marcharse de nuevo y, una vez
más, Roberto le bloqueó el paso y se apresuró a
añadir:
―Aunque mi familia no puede compararse con
la de Eugenio, la trataré bien a usted y a su hijo.
Trataré a su hijo como si fuera mío. Si bien las
condiciones de Eugenio son mejores que las
mías, la Familia Navarro nunca le permitiría
casarse con alguien que ya tiene un hijo. Sin
embargo, en mi familia no tendrá esos
problemas. Mientras se case conmigo...
―No tiene que decir más ―le interrumpió ella sin
querer oír más del asunto―. ¿No entiende lo que
acabo de decirle? He dicho que no quiero tener
una relación. ¿Qué le hace pensar que me
casaré con una persona solo porque ha dicho
que se casará conmigo? No sea impertinente.
Roberto quiso detenerla de nuevo. Sin embargo,
el rostro de Olivia se ensombreció enseguida.
―¡Váyase! ―gritó.
―Señorita Miranda, usted me gusta mucho
―añadió él―. Nunca cejaré en mi empeño por
tenerla.
No obstante, Olivia le ignoró y se dirigió hacia su
residencia. «¡Qué psicópata!». Justo al entrar,
sonó el móvil en el bolsillo. En cuanto lo
respondió, se oyó la voz de un hombre.
―Olivia, ¿ha vuelto al país?
―Sí ―respondió ella sonriente―. ¿Cómo te va,
Marcos?
―¿No deberías saberlo al ser usted la jefa? ―dijo
quejándose.
―Marcos, tú también eres uno de los accionistas
de la empresa. También dispones de autonomía,
¿sabes? ―respondió ella sin poder evitar reírse.
―Siempre me consuelo pensando en ello
cuando no quiero trabajar ―dijo él―. Hace poco
apareció un nuevo guion. Soy bastante optimista
al respecto. Échele un vistazo cuando tenga
tiempo.
―Estoy un poco ocupada por estos días. Si crees
que está bien, entonces lo está. No estoy en el
país tan a menudo, así que no soy tan sensible al
mercado local como tú.
―Solo admita que es perezosa.
―Ja, ja... ¿Me has descubierto así de fácil?
―Olivia se reía mientras se cambiaba de
zapatos―. En serio, estoy bastante ocupada
estos días.
―¿En qué anda? ―preguntó Marcos.
―Quiero abrir un estudio de moda ―respondió
ella.
―¿Por qué haría algo así? ¿Para qué cansarse si
no le falta dinero? ―preguntó él y su voz
aparentaba sorpresa.
Olivia esbozó una ligera sonrisa.
―¿Cómo que no me falta dinero? ¿Quién se
quejaría de tener demasiado dinero?
―De acuerdo ―asintió Marcos ―. De todas
maneras, le enviaré una copia del guion. Échele
un vistazo si tiene tiempo. Es una novela de
fantasía; se llama El Zorro de las Nueve Colas VII.
Creo que no está mal.
―De acuerdo ― asintió Olivia con una leve
sonrisa.
Habló con él un rato más antes de colgar.
Esa mañana, Ana recibió una llamada de la
profesora de su hijo, para informarle que éste
había faltado a la escuela. Si Benjamín no
hubiera estado ayudándola a arreglar la
computadora, ella habría ido a la escuela. Al
final, acompañó a Benjamín mientras arreglaba
la computadora durante toda la mañana. Sin
embargo, los diseños borrados no aparecieron.
Después de dedicar buena parte del día a eso,
Ana no se atrevió a demorarse al salir del trabajo
y fue directamente a la antigua residencia de la
Familia Gómez.
Nada más entrar en el comedor, Ana se quedó
sin palabras al ver a Michel engullir cerdo
estofado bocado tras bocado. Ana no quería
dejar a su hijo allí porque sabía que la pareja de
ancianos lo malcriaría. Se le permitía al niño
hacer lo que quería. Solo al dejarle estar allí unos
días, Ana tendría que dedicar mucho tiempo a
corregir sus malos hábitos.
Al entrar, Ana colocó su bolso sobre un mueble y
preguntó furiosa:
―Mamá, ¿por qué no dejaste que Michel fuera a
la escuela hoy?
―¿Quién ha dicho que no hemos ido?
―Florencia la miró―. Llegamos a la entrada del
colegio antes de encontrarnos con Olivia y su
hijo. Su niño tiró a nuestro Michel al suelo. Herido
como estaba, se puso a llorar y gritar que no
quería ir a la escuela. Por eso lo traje a casa.
Al escuchar eso, Ana frunció el ceño y preguntó:
―¿Olivia Miranda?
Capítulo 47 Propósito cumplido
Durante los últimos días, Ana no paraba de oír el
nombre de Olivia. «¿Siempre fue Ciudad del Sol
tan pequeña? ¿Cómo es posible que nos
encontremos con ella en la escuela primaria?».
―Exacto ―asintió la anciana―. Debiste ver su
actitud. ¡Fue en extremo arrogante! ¡Incluso me
echó! Además, aún me sigue doliendo el brazo.
―Florencia se frotó el brazo, curvando los labios
con todas sus fuerzas.
Cuando Ana escuchó eso, se quedó atónita por
un momento. A continuación, los engranajes de
su mente giraron con rapidez; fingió acercarse a
Florencia con preocupación.
―¿Se atrevió a pegarte? ¿Dónde te has hecho
daño? ―Mientras hablaba, se puso en cuclillas
frente a ella―. Déjame ver, ¿es grave?
Florencia sonrió enseguida y le agarró la mano.
―Estoy bien. Lo tenía un poco hinchado esta
mañana, pero me he frotado con un aceite
medicinal. No te preocupes; ya está bien.
―Mamá, la próxima vez no te enfrentes a ella
directamente. Deja que diga lo que quiera. Ya
no eres joven; tu salud es más importante ―dijo
Ana y tomó asiento en otra silla.
―Me alegro mucho de que Hugo se haya
casado contigo. Si se hubiera casado con esa
hermana tuya, me habría restado años de vida.
Hoy me ha puesto contra las cuerdas. No solo se
ha negado a disculparse, sino que, además, me
ha pegado. ¡Quien se case con esa mujer nunca
encontrará la paz! No se parece en nada a ti,
tan amable y considerada ―la halagó Florencia
con una expresión de satisfacción en su rostro.
Habiendo logrado su propósito, Ana fingió
suspirar con impotencia.
―Olivia volvió hace unos días ―le dijo―. En
cuanto volvió, nos enzarzamos en una
desagradable disputa. Justo el día anterior, ella
había intentado sembrar la discordia entre Hugo
y yo. No sé qué le dijo, aunque él me abofeteó
nada más volver. Incluso dijo que, si no hubiera
sido por mí, él no habría roto con ella. Ahora
mismo, se niega a dormir en la misma habitación
que yo. Ni siquiera sé cuánto tiempo más podré
seguir siendo su nuera. A este paso, puede que
no tarde mucho en tener una nueva.
―¿Qué dices? ¿Es eso cierto? ¿Hugo quiere
casarse con Olivia? ―Florencia abrió los ojos de
par en par al escuchar aquello.
―No lo sé. Sin embargo, creo que si él sigue
embelesado con Olivia y eso podría ocurrir muy
pronto. No llegó a ver la mirada que me echó
Hugo. ¡Parecía que quería matarme! Quizás
todos los hombres son así: dejan de apreciar
algo una vez que lo han obtenido. Ahora piensa
que Olivia es tan buena y maravillosa, tanto que
incluso empezó a dudar de la paternidad de
Michel. Me dijo que no estaba seguro de que el
niño fuera suyo. Mamá, ¿no crees que está
actuando como un poseso? ―Ana parecía muy
triste y sus ojos se llenaron de lágrimas.
―¡Debe de estar alucinando! ―Florencia maldijo
furiosa―. ¡Si quiere casarse con mi hijo, seguirá
necesitando de mi aprobación! ¿Una mujer de
moral cuestionable como ella tratando de entrar
en la Familia Gómez? ¡Ni en sueños! Ana, no te
preocupes. Eres la única nuera que quiero.
Nadie los separará jamás.
Ana sonrió ligeramente y dijo en tono
conciliador:
―De acuerdo. Gracias, mamá. He hecho que te
preocupes de nuevo por nosotros. Es que no
puedo evitar sentir que ella siempre está al
acecho en todas partes. Incluso ahora, su hijo va
al mismo colegio que Michel. Además, he visto
que su hijo parece bastante avispado; así que
me preocupa que abuse de Michel.
―¿Cómo se atreve? ―Florencia resopló―. Dentro
de unos días, haré que alguien le dé una lección
que no olvidará nunca a ese pequeño bast*do.
Sus palabras hicieron que Ana alzara las cejas
con disimulo y una leve sonrisa en los labios.
El tiempo pasó de prisa. Olivia había encontrado
un lugar para su estudio y lo estaba renovando.
Había estado supervisando todo el proceso. Un
día recibió una llamada del equipo del
programa a cargo del Gran Concurso de Moda
a la Moda. Le pedían que participara al día
siguiente como jurado en el desfile final de la
colección prêt-à-porter. Esta vez, la escala del
concurso era enorme. Muchas empresas lo
habían patrocinado. Además, estaba muy bien
publicitado y gozaba de gran prestigio. De entre
miles de diseños, solo se seleccionaban los diez
más populares y prometedores.
Después, el equipo de diseñadores debía
confeccionar prendas a partir de sus diseños las
cuales serían presentadas en la pasarela por
modelos o por ellos mismos. A continuación, los
jueces y el público emitirían sus votos. Los
mejores candidatos no solo obtendrían el dinero
del premio; sino también, la promoción y la
publicidad en las redes, la televisión y los medios
de prensa.
Por desgracia, su estudio aún no estaba listo. Si
no, habría aprovechado la oportunidad para
explotar la popularidad del concurso y
promocionar su proyecto. «¡Habría sido más
eficaz que cualquier anuncio que pudiera
poner!».
Capítulo 48 El Gran Concurso de Moda
Al día siguiente, Olivia envió a su hijo a la
escuela. Luego, se dirigió a donde estaba el
equipo del programa. Bajo la guía de uno de los
miembros del personal, llegó a una sala entre
bastidores. En esta, solo Barba Negra, un hombre
con una barba muy poblada, estaba ocupado
trabajando detrás de un escritorio. Cuando la
vio, se levantó de inmediato para saludarla con
una sonrisa:
―¡Olivia! Te prometo que esta vez no quedarás
decepcionada. Esta vez, el nivel general de los
participantes es relativamente alto. Así que estoy
seguro de que algunas de las obras te llamarán
la atención.
―No importa. Esta va a ser la última vez ―dijo
Olivia arqueando las cejas.
―No digas eso. No es la primera vez que nos
encontramos. ¡He sido testigo de tu ascenso al
éxito! ― dijo Barba Grande riendo.
Años atrás, cuando él todavía era un reportero y
ella una diseñadora, la acosaba día y noche
filmándola todo el tiempo. Por lo tanto, había
sido testigo de su ascenso hacia el éxito a cada
paso en el camino. Si no fuera por su petición,
nunca habría aceptado ser jurado.
―Sí, sí. Eso solo es suficiente para conseguir este
favor una vez ―le dijo con frialdad.
―Si hay ganancias esta vez, ¿no lo considerarás
la próxima vez?
―No.
―Olivia, ¿sabes lo larga que es tu sombra?
―Barba Negra la miró con emoción―. Esta vez, el
Gran Concurso de Modas logró obtener más de
veinte patrocinadores, incluido el Grupo
Navarro, que tiene infausta fama por no
participar nunca ni patrocinar eventos. Además,
¡hubo miles de propuestas! Entre ellas había
propuestas de varios diseñadores famosos. Y solo
se unieron gracias a ti.
―¿Incluso el Grupo Navarro? ―Olivia se
sorprendió.
―Sí. ¿También has oído hablar de ellos? Es una
de las mayores empresas de Criecia. En el
pasado, solían menospreciar los programas
pequeños como el nuestro. Incluso ahora, la
única razón por la que patrocinaron nuestro
evento es por el poder de tu fama como
Ángela.
Frunciendo los labios, Olivia se sintió muy
complacida en secreto. «No puedo creer que
Eugenio haya patrocinado el evento por mí.
¿Qué pasará cuando se entere de que soy
Ángela? ¿Se arrepentirá?». De repente, se
encontró deseando ver su reacción al enterarse
de que ella era Ángela.
―¿Asistirán los patrocinadores? ―preguntó ella.
―Todos ellos fueron invitados. Por lo general no
se lo pierden. ―Al ver que ella estaba de buen
humor, Barba Negra continuó intentando
persuadirla―. ¿Qué te parece? ¿No
considerarías hacerlo de nuevo? La próxima vez,
puedes poner tus propias condiciones.
―De ninguna manera. ¡Sabes que odio la
publicidad! ―Mientras se negaba, señaló detrás
de sí―. Voy a echar un vistazo.
El desfile de moda estaba programado para
comenzar a las diez de la mañana. Aun así,
todos los participantes ya estaban reunidos allí;
estaban ocupados en los últimos preparativos a
pesar de no ser aún las nueve.
Había, en total, diez colecciones. Sin embargo,
cada una requería un equipo de al menos cinco
o seis personas, que incluía al diseñador, al
patronista y a las modelos. Cada diseñador tenía
que presentar cuatro conjuntos. Por lo tanto,
necesitaban al menos cinco personas en su
equipo, incluso si el propio diseñador modelaba
vistiendo sus propias obras sobre la pasarela.
Mientras tanto, el presentador también revisaba
el desarrollo del programa. A pesar de los
esfuerzos del personal del programa por
mantener el orden, la actividad tras bambalinas
era tan animada y bulliciosa como un día de
mercado.
Olivia le echó un vistazo disimuladamente a la
sala principal. Ya habían entrado bastantes
espectadores, pero los asientos de los
patrocinadores permanecían vacíos. «Bueno, es
pronto todavía. Con seguridad, no llegarán tan
temprano». Por lo tanto, regresó por donde
había venido y se fue a descansar a la sala
preparada por el equipo del programa. Justo
cuando estaba a punto de tomar asiento, Ana
entró con una expresión de incredulidad
dibujada en el rostro.
―¡Eres tú de verdad! ¿Qué haces por aquí?
¿También te has apuntado al gran concurso?
―No es de tu incumbencia. Vete ―dijo Olivia
que, al ver que era Ana, levantó las cejas y la
fulminó con la mirada.
Sin embargo, Ana no se fue. En su lugar, miró la
habitación como estudiándola y preguntó:
―¿Dónde está tu equipo? No me digas que solo
estás tú.
Capítulo 49 El que golpea primero, gana
Olivia la miró serena. «No puedo creer que ella
también haya participado en este concurso de
moda. Esto va a ser interesante. Supongo que
todavía no sabe que soy parte del jurado. De
verdad, de todos los caminos que podría haber
escogido, tenía que elegir este... supongo que
tendrá su justa recompensa».
―¿Por qué sonríes? ―Ana sintió miedo al ver la
sonrisa socarrona en el rostro de Olivia. Después
de todo, ella sabía en su corazón que todos sus
diseños eran copias de los de Olivia. «Bueno, ella
no tiene ninguna prueba. Así que no puede
hacerme nada. Aun así, encontrarla aquí... Si
armara un escándalo, afectaría mi reputación.
De ser así, ¿por qué no la atacó yo a ella
primero?». Así pues, miró la habitación con
indiferencia mientras jugueteaba con su
teléfono para luego volver a guardárselo en el
bolsillo.
Olivia la miró y dijo indiferente:
―Me río de lo infantil que eres. ¿Acaso necesito
un equipo para vencerte? Puedo encargarme
de ti sola.
―¿Por qué no puedes dejarme en paz? ¿No
podemos vivir en paz? ―dijo Ana con voz
lastimera.
A pesar de estar sentada en una silla, Olivia
desprendió una inexplicable aura de rey
gobernando entre sus súbditos cuando le dijo
con frialdad:
―Eso no es posible. Nunca podré vivir a tu lado
en paz. ¿Por fin conoces el miedo ahora? Es una
pena que sea demasiado tarde para eso. Te
haré pagar por todo lo que me hiciste, ya sea
ahora o en el pasado.
―Olivia, te lo ruego. He invertido mucho tiempo y
esfuerzo en el diseño para este concurso.
¿Podemos pactar una tregua solo por hoy?
Cuando el gran concurso termine, podrás hacer
lo que quieras. ―Ana bajó la voz para aparentar
que estaba suplicando.
―Ana, ¿puedes actuar como una persona
normal? ―Olivia entrecerró los ojos mientras
levantaba la mirada hacia Ana. Sentía que algo
andaba mal.
Entonces, Ana empezó a llorar.
―Olivia, ¡te lo ruego! ¡Si me dejas terminar la
competición, te prometo que haré lo que me
digas después! No importa lo que quieras que
haga, yo lo haré.
Olivia sintió un escalofrío en su corazón.
Levantándose con brusquedad, miró a Ana
como si hubiera visto un fantasma. «Ana está
actuando de forma muy extraña. Debe ser uno
de sus trucos otra vez».
―¡No digas tonterías! No tenemos nada que ver
la una con la otra ―dijo y se dio la vuelta para
irse. Sin embargo, sintió que alguien la abrazaba
por detrás antes de que pudiera dar un solo
paso. Mientras trataba por desprenderse como
es normal, escuchó el claro sonido de una
bofetada, seguido del grito demoledor de Ana.
¡Ay!
Enseguida se oyó el ruido de productos
cosméticos cayendo al suelo estrepitosamente.
Olivia permaneció impasible junto a la puerta,
mirándola a ella dentro de la habitación. Con
medio rostro hinchado y enrojecido Ana
actuaba como si hubiera sido poseída por el
espíritu de un actor en el papel de un personaje
sufrido, agraviado y trágico.
―Ana, ¿cuántas veces vas a recurrir a ese truco?
― dijo Olivia con frialdad. La miraba y no sentía
más que asco.
―Olivia, ¡por favor, permíteme terminar la
competición! Una vez que regrese, aceptaré tu
castigo, ¿de acuerdo? ―Continuó con sus
lamentos a pesar de todo.
Algunos de los participantes se acercaron al oír
el alboroto. Sin embargo, ninguno de ellos sabía
quién era Olivia. Al ver lo mal que había sido
golpeada Ana, supusieron enseguida que la otra
la había agredido, por lo que la acusaron.
―¿Qué está pasando?
―¡Eso! ¿Quién eres? ¿Por qué la has golpeado?
¿Eres parte del personal que trabaja con el
equipo del programa?
―¿Cómo puede un miembro del personal actuar
con tanta arrogancia? ¿Debemos llamar a
seguridad?
Olivia se sentía en extremo agotada con tantas
emociones a flor de piel. Miraba a la multitud
con rostro desafiante.
―¿Me han visto acaso golpearla? El que cae
debe ser la víctima, mientras que quien queda
en pie debe ser el agresor. ¿Es eso lo que
piensan? ¿Por qué me acusan sin pruebas
cuando ni siquiera han presenciado nada?
Al escuchar sus palabras, la multitud calló
enseguida. Olivia miró entonces con indiferencia
a Ana, que permanecía en el suelo. Luego, se
dio la vuelta y salió de la habitación. «Ojos que
no ven, corazón que no siente».
Una chica que tenía una buena relación con
Ana se apresuró a ayudarla a levantarse.
―Ana, ¿estás bien?
Incorporándose con su ayuda, Ana sonrió con
amargura.
―Por favor, no te sientas mal por mí. Es mi
hermana. Creo que ella también participa en el
concurso. Perdió los estribos y pensó que yo
intentaba competir con ella porque también me
había apuntado al concurso. Por eso me pegó.
Capítulo 50 No es una concursante
―¿Cómo puede tu hermana actuar así?
―preguntó la amiga de Ana enfadada―. Si las
dos participan en el concurso, ¡el mérito debería
depender de la habilidad individual de cada
una! Depende de la habilidad de cada una el
recibir los elogios del jurado. Aunque ella te
impida participar, ¿puede detener a los demás?
―Es que no quiere dejarme competir ―dijo Ana
en un suspiro―. Desde que éramos jóvenes,
siempre ha querido todo lo que yo tenía y me he
acostumbrado a dejar que se salga con la suya.
Aun así, ¡esta era una oportunidad tan rara de
probarme a mí misma de lo que soy capaz!
Aunque me temo que mis sueños se van a ver
truncados de nuevo.
―¿De qué tienes miedo? ¿Qué puede hacerte
delante de tantas personas? Tienes que
levantarte rápido y prepararte. Yo soy la primera
en salir y tú eres la última. ¿Qué pasa con ella?
¿Qué número es ella?
―No lo sé ―respondió Ana bajando la cabeza
con rostro apenado―. Ni siquiera sabía que
competía. Si lo hubiera sabido, no me habría
apuntado.
―¿Por qué no te apuntarías? ―preguntó su
amiga entonces―. No puedes seguir dejándote
mangonear así. Si se niega a que participes en el
concurso, es una razón más para obtener el
primer puesto en el concurso y restregárselo en
las narices.
―Date prisa y termina tus preparativos. Estoy bien
―asintió Ana.
Su amiga estuvo de acuerdo y se marchó. Al
mismo tiempo, la multitud que las rodeaba se
dispersó poco a poco. Una sonrisa fría apareció
entonces en los labios de Ana. «Olivia, si
mantienes la boca cerrada, las cosas terminarán
aquí de forma pacífica. Si no... ¡Me pregunto
cómo vas a explicar lo que acaba de suceder!».
Minutos antes de las nueve, algunos de los
patrocinadores comenzaron a llegar al recinto.
El puesto de Olivia entre el jurado y los asientos
de los patrocinadores se encontraban en lados
opuestos de la sala. Sin embargo, no podía ver a
Eugenio. «Supongo que no vendrá; después de
todo, es un hombre ocupado». En realidad,
había pasado mucho tiempo desde la última
vez que se vieron. «Es un poco extraño. Parece
como si estuviéramos tratando de evitarnos a
propósito. No me he atrevido a acercarme a él
por miedo a ser incomprendida. Del mismo
modo, él tampoco ha intentado acercarse a mí.
Aun así, espero que venga hoy. Quiero ver cuál
sería su reacción cuando se entere de que soy
Ángela».
Justo cuando más sumida estaba en sus
pensamientos, una figura alta y delgada
apareció en la entrada: era el hombre en el que
estaba pensando. Iba vestido con un traje
negro, que resaltaba su cuerpo fuerte y en
forma; su semblante adusto le hacía parecer frío
y distante. Un aura fuerte y poderosa
desbordaba de él y acaparaba la atención de
los que le rodeaban. Carlos le seguía de cerca,
junto con otros miembros del personal que le
condujeron al asiento VIP. Todos los demás
patrocinadores se levantaron de inmediato para
saludarle, mientras él respondía asintiendo con la
cabeza. De repente, Olivia sintió que se le
levantaba el ánimo. Se levantó, caminó hacia
Eugenio y le saludó:
―Señor Navarro.
―¿Por qué estás aquí? ¿También participas en el
concurso? ―Un destello de sorpresa cruzó el
rostro de Eugenio, seguido de un inesperado
estallido de euforia.
―Sí. No esperaba verlo aquí ―respondió
vagamente con una sonrisa traviesa reflejada en
los ojos y los labios fruncidos.
―El Grupo Navarro patrocina este evento ―dijo
asintiendo, pues eso era lo que quería decir
también.
Como respuesta, ella sonrió y también asintió.
―Bien. Por favor, tome asiento; volveré.
―De acuerdo, nos pondremos al día más tarde
―accedió él.
Sin embargo, la siguió con la mirada. De un
tiempo acá, había estado sufriendo mucho. La
escena de ella sentada a la mesa frente a Brian
en un restaurante se repetía en su mente: Brian
sostenía una caja de caramelos en las manos y
ella sonreía feliz. Cada vez que pensaba en ello,
se sentía desanimado. «Parece que Brian está
enamorado de ella. Como su hermano, debería
mantenerme apartado de ella». Por esa razón,
se había mantenido muy ocupado, tanto como
para no tener tiempo de encontrársela, ni de
pensar en ella. «Aunque...». En ese momento,
comprendió con claridad que había deseado
encontrársela desesperadamente. La alegría en
su corazón no era algo que pudiera reprimir por
mucho que lo intentara. No fue hasta que
Eugenio vio a Olivia sentada entre el jurado que
se sintió un tanto sorprendido. «¿Será que no es
una diseñadora que participa en el concurso,
sino parte del jurado?».
Capítulo 51 Más que capacitada para
ser miembro del jurado
Estaba fuera de las expectativas de Eugenio. Sin
embargo, le pareció que también tenía sentido:
con sus habilidades, estaba más que
capacitada para ser miembro del jurado. Había
un total de cinco jueces, y Olivia se sentó justo
en el medio. Después de sentarse, le sonrió
alegre al notar que él seguía observándola.
Como respuesta, las comisuras de sus labios
también se levantaron sin él advertirlo. Carlos
casi lloró de alegría al ver la sonrisa del
presidente. «Hice bien en pedirle que viniera a
ver la final del concurso». Por aquellos días,
Eugenio rara vez sonreía. De vez en cuando,
incluso se distraía y perdía la concentración
durante el trabajo. En ese momento, el
presentador en el escenario comenzó su discurso
de apertura.
―Buenos días, señoras y señores, distinguidos
líderes y estimados invitados. ¡Gracias a todos
por tomarse el tiempo de asistir al Concurso! Soy
su anfitrión hoy, Severino Blanco. ―En cuanto
hubo terminado, se oyeron los aplausos. Sonrió y
continuó―: Este concurso ha durado tres meses,
desde el día en que empezamos a aceptar
inscripciones hasta el día de las semifinales. Entre
los miles de trabajos que recibimos, ¡solo se
seleccionaron los diez más populares y
atractivos! Hoy, esos diseños se han
transformado en los conjuntos prȇt-á-porter que
verán. ¡Vamos a mostrar todos y cada uno de
ellos!
»Ahora, permítanme explicarles las reglas de
puntuación: los jueces disponen de un total de
ocho puntos, incluyendo tres puntos por la
originalidad y creatividad del diseño, tres puntos
por la presentación y la estética, y otros dos
puntos por la atención al detalle y el oficio. Por
último, pero no menos importante, tenemos los
dos puntos por la popularidad, que decidirá
nuestro público. Miren el dispositivo de votación
que tienen en sus manos; ¡puedes votar por
cualquiera de tus diseños favoritos! Sin más,
¡anuncio de manera oficial el inicio del Gran
Concurso de Moda a la Moda 2019! ¡Demos la
bienvenida a la primera de nuestras diseñadoras
en el escenario! ¡Demos la bienvenida a Dalia
Roca!
Después de que el presentador bajara del
escenario, las luces circundantes se atenuaron
de pronto. Quedaron encendidas solo las luces
del escenario en forma de U. Entonces, cuatro
chicas salieron, una tras otra, mientras una
música relajante de fondo se escuchaba. No
caminaron tan rápido como de costumbre sobre
la pasarela, sino que se tomaron su tiempo, casi
como si tuvieran que pensar antes de dar el
siguiente paso.
Los vestidos de Dalia Roca eran atrevidos y
brillantes. Sus cuatro diseños hacían uso de
cuatro colores y mostraban una óptima
sensación de profundidad. Olivia estudió los
modelos sobre el escenario sin pestañear y se
sintió algo satisfecha. Aunque el diseño
presentaba algunos fallos que interrumpían la
fluidez de los conjuntos, la creatividad, en
general, era buena.
La presentación de los cuatro vestidos duró unos
diez minutos. Después, el presentador invitó a
Dalia a subir al escenario. Una vez allí, siguió la
rutina de saludar al jurado, expresar su gratitud y
presentarse. Durante toda esa perorata, ni
siquiera se atrevió a levantar la cabeza para
mirar a los jueces; no hasta que oyó la voz de
Olivia decir:
―Háblame del concepto de tus cuatro diseños.
Entonces, levantó la cabeza confundida.
Cuando vio a Olivia, se quedó tan sorprendida
que no pudo moverse de su sitio. «¿No es la
hermana de Ana? ¿No está participando en el
concurso? ¿Por qué está entre el jurado?».
Al verla así, aturdida, el presentador le recordó
con amabilidad:
―Señorita Roca, por favor, háblenos sobre el
concepto detrás de sus diseños.
En ese momento, Dalia entró en pánico y
comenzó a explicar:
―Soy del norte. Todosí, las cuatro estaciones son
muy distintas y eso me sirvió de inspiración para
mis diseños. Utilicé el verde claro para
representar la primavera, con la esperanza de
hacer que las personas redujeran su agitado
ritmo de vida, se liberaran de la presión de tanta
competitividad y prestaran más atención a la
esencia de la vida...
―Muy bien, eso es bueno. ―Olivia asintió
mientras escuchaba su explicación―. Tus ideas y
conceptos son buenos. Sin embargo, tus diseños
son un poco bastos. Hay margen de mejora en
ellos.
―Gracias ―dijo Dalia con una reverencia.
―Jueces, ¡por favor, evalúenla! ―pidió a
continuación el presentador.
Dalia apretó los puños nerviosa, lamentando en
silencio sus acciones precipitadas de hace un
momento. «Muchas personas se acercaron
durante la conmoción, pero yo fui la que más
parloteó. ¿Me dará la puntuación más baja por
despecho?». Así, esperó con ansiedad y una
expresión de amargura.
Olivia le dio una puntuación de 7,5 mientras que
los otros cuatro jueces le dieron una puntuación
de entre 7 y 7,5. Con esos números, más los
resultados de la votación de la popularidad,
Dalia se adjudicó una puntuación total de 8,5.
Capítulo 52 Pasara lo que pasara
Dalia no esperaba obtener una puntuación tan
alta. Estaba tan sorprendida que se quedó en
blanco por un momento. «No puedo creer que
no solo no me haya dado la puntuación más
baja por despecho, sino que me haya dado una
puntuación tan alta». Así que brindó una
profunda reverencia sobre todo para mostrar su
gratitud hacia Olivia por ser justa y no guardarle
ningún rencor.
Después, el espectáculo continuó.
Había un total de diez diseñadores y Olivia ya
había visto a nueve de ellos. Todavía no había
visto los diseños de Ana. Sentía mucha
curiosidad por saber qué tipo de diseños podría
hacer ella. Sin embargo, no sabía qué tramaba
ella después de la farsa de hoy. Por lo tanto, se
sentía bastante ansiosa al respecto.
Al fin terminó de puntuar a nueve de los
diseñadores. Entonces, se masajeó las sienes.
Después de fijar la vista en la pasarela durante
tanto tiempo, sus ojos empezaban a cansarse.
Eugenio la había estado observando todo el
tiempo. No dedicó ni una sola mirada al desfile
que se estaba celebrando. Al escuchar las
sugerencias y opiniones que Olivia daba a
aquellos diseñadores, descubrió que su
percepción de la profesionalidad de ella
aumentaba cuanto más la escuchaba. Él, que
casi nunca soportaba quedarse en las reuniones
más de una hora, había permanecido en su
asiento durante casi dos horas.
Entonces, el presentador volvió a sonreír y dio
paso al último diseñador:
―A continuación, demos la bienvenida a nuestra
última diseñadora, Ana Miranda, y a su equipo
de diseño. Sus trabajos han sido bien recibidos
por el público y han ocupado el primer puesto
de la clasificación. ¡Démosles la bienvenida al
escenario!
Una suave melodía tocada en un arpa se
escuchó en todo el vestíbulo, coincidiendo a la
perfección con las modelos que salieron a
desfilar despacio. Las cuatro modelos vestían
cuatro estilos diferentes, cada uno de los cuales
incorporaba los cuatro caballeros de las
estaciones: el ciruelo florecido, la orquídea, el
bambú y el crisantemo. Los colores y diseños de
cada pieza eran distintos y se distinguían unos de
otros. Eran elegantes y nobles; y, al mismo
tiempo, incorporaban elementos de la herencia
cultural del país. En cuanto aparecieron sobre el
escenario, produjeron una sensación
deslumbrante.
Cuando Eugenio escuchó el nombre de Ana,
frunció el ceño. «¿Por qué está ella también
aquí?». Sin embargo, su expresión cambió por
completo cuando vio salir a las modelos.
Entonces, sacó su teléfono y lo miró. Al mismo
tiempo, Carlos se inclinó hacia él y le preguntó:
―Presidente Navarro, ¿no cree que el diseño con
temática de flores de ciruelo se parece mucho
al diseño del catálogo de la Señorita Miranda?
―¿A ti también te parece así? ―le preguntó
mirándolo.
―Es idéntico ―respondió Carlos asintiendo con la
cabeza sin apartar la vista de la modelo.
Justo entonces, Eugenio encontró la foto del
diseño de Olivia en su teléfono. «De verdad son
como dos gotas de agua. ¡Eran exactamente
iguales! ¡Es un plagio sin duda!». Miró a Olivia y
vio que ella ya se había levantado.
―¡Alto! ―gritó Olivia que dejó a todos mirándola
confundidos por su proceder. Estaba tan
enfadada que su rostro palideció. «Me
preguntaba qué tipo de diseño se le ocurriría a
Ana. En cambio, ¡resultó tener tan pocas luces!
Es un burdo plagio. ¡Ni siquiera se molestó en
hacer un solo cambio!».
La modelo se paró en seco y miró a Olivia con
desconfianza. El presentador no entendía qué
estaba pasando. Se acercó a Olivia y le
preguntó:
―Señorita Miranda, ¿qué ocurre?
―¿De quién es ese diseño? ―Olivia estaba
furiosa.
―Los cuatro fueron diseñados por la señorita Ana
Miranda. ―El presentador pareció
desconcertado por un momento.
―¡Tráiganla aquí! ―rugió Olivia.
Ana, que observaba todo lo que ocurría desde
los bastidores, no pudo evitar sentirse incómoda.
Había asumido que Olivia era una participante.
Por lo tanto, contaba con que, cuando esta
afirmara que le había robado sus diseños, ella
podría rebatirla diciendo que Olivia había
recurrido a métodos deshonestos para echarla
del concurso difamándola con toda intención.
Después de todo, Olivia no tenía pruebas.
«¿Cómo podía saber que ella era parte del
jurado?». Por eso, cuando escuchó al
presentador pedirle que subiera al escenario,
supo que pasara lo que pasara, lo inevitable
estaba a punto de suceder.
Con la respiración agitada, miró a Sara a su
lado. Esta se acercó de inmediato y la ayudó a
salir al vestíbulo paso a paso. Ana cojeaba. La
marca de la bofetada en su rostro seguía siendo
clara como el día. Tenía una bandita en la
frente. Cualquiera que la viera en ese estado, es
probable que se preocupara por ella. El anfitrión
frunció un tanto el ceño y con voz suave
preguntó:
―Señorita Miranda, ¿qué le ha pasado?
Capítulo 53 Los cuatro caballeros de las
estaciones
Ana sonrió al anfitrión y asintió.
—Estoy bien. —Luego, se inclinó y saludó en
todas las direcciones antes de dirigir su mirada a
Olivia y gritar con voz lastimera—: Olivia, por
favor, déjame terminar de participar en este
concurso. Si hay algún problema, podemos ir a
casa y hablar, ¿de acuerdo?
Olivia la miró con una expresión indiferente.
—¿Ahora quieres regresar para hablar? ¿Por qué
no me dijiste nada cuando robaste mis diseños?
Después de eso, todo el recinto se sumió en un
revuelo. Antes de que pudieran entender lo que
estaba pasando, o si habría alguna injusticia en
una situación en la que una hermana
participaba en el concurso mientras la otra era
miembro del jurado, ¡la hermana mayor reveló
que la hermana menor había plagiado su
trabajo! «¿Qué? ¡Estas historias son cada vez más
escandalosas!».
Mientras tanto, los patrocinadores susurraban
entre ellos:
—¡Qué interesante! ¿Una participante robó los
diseños de una de las juezas?
—¡Eso es imposible! ¿Quién se atrevería a ser tan
audaz?
—Bueno, no puede ser que la jueza esté
mintiendo, ¿verdad?
—¿No te parecen extrañas las heridas de esa
diseñadora? En mi opinión, es probable que
haya algo más detrás de todo esto.
No estaban hablando tan bajo y Eugenio podía
oírlos con claridad. Entonces, miró hacia atrás y
les dijo en voz baja:
—¡La participante plagió esos diseños!
Los patrocinadores se miraron entre sí. «¡Eugenio
Navarro nos está hablando!».
Por lo general, no había ninguna posibilidad de
entrar en contacto con él. Ahora que tenían una
oportunidad, uno de ellos, que intentaba
entablar una relación con él, se inclinó de
inmediato y le preguntó:
—Director Navarro, ¿usted sabe algo?
—Vi esos diseños hace mucho tiempo —
respondió.
Carlos levantó las cejas con discreción. «Parece
que el director favorece bastante a la Señorita
Miranda. No puedo creer que ni siquiera haya
soportado escuchar los comentarios de las
personas a su alrededor. ¿Desde cuándo es tan
conversador?».
El público murmuraba y la situación en el
escenario se había paralizado.
—Olivia… —Ana no pudo decir otra palabra. Las
lágrimas corrían por sus mejillas; se veía
lamentable—. Por favor, no sigas intentando
detenerme. Desde septiembre he trabajado muy
duro para esta gran competencia. Todos estos
años, siempre hice lo que me pedías. Te lo
ruego; ¡por favor, escúchame esta vez!
—¿Estás segura de que estos son los diseños en
los que has trabajado desde septiembre? —
preguntó Olivia con desdén mientras señalaba
los modelos.
—Por supuesto —asintió Ana—. El personal de mi
estudio puede dar fe de ello. Además, los jueces
de este gran concurso también son mis testigos.
Han elegido mis diseños entre otros miles.
El público comenzó a susurrar de nuevo.
—¿Por qué Olivia no le permitiría a Ana
participar en el concurso?
—Tal vez tiene miedo de que su hermana
amenace su posición.
—¿Quién es esta Olivia Miranda? Nunca he oído
hablar de ella.
—Yo tampoco he oído hablar de ella. Tal vez
vino aquí porque ya no podía sobrevivir por su
cuenta.
—Recuerdo que, en la promoción del gran
concurso, ¿no decían que habían invitado a
Ángel, ese diseñador de modas de fama
mundial?
—¿Quién sabe? Es probable que haya sido un
truco publicitario.
Al mismo tiempo, Olivia miró fijo a Ana. Una
sonrisa malvada se dibujó en sus labios mientras
tomaba asiento despacio.
—Bien. Entonces, por favor, explícame el
concepto que hay detrás de tus diseños. ¡Dime
en qué te has inspirado, así como la motivación
original de tu colección!
Ana vio a Olivia sentarse y su corazón se calmó
un poco. Se había preparado mucho para estas
preguntas, tanto que podía recitarlas de
memoria con fluidez.
—El ciruelo florecido, la orquídea, el bambú y el
crisantemo se conocen como los «Cuatro
Caballeros de las Estaciones» en el arte
tradicional —explicó mientras señalaba el
atuendo que llevaba la modelo—. Han sido
durante mucho tiempo símbolos de los
sentimientos y las aspiraciones del pueblo de
este país y representan su fascinación por el nivel
más alto del carácter y la naturaleza de la
humanidad. La flor del ciruelo es grácil y
orgullosa y florece en invierno; la orquídea es
elegante, etérea y noble; el bambú es modesto,
humilde y tenaz; el crisantemo es frío, casto,
sencillo y elegante. Los cuatro transmiten las
mismas cualidades: rectitud, pureza, humildad y
perseverancia frente a las condiciones difíciles.
Todo el mundo los adora. Por eso quise expresar
mi respeto personal hacia ellos a través de mis
diseños.
Olivia asintió y se rio.
—Se ve que has investigado. De seguro tuviste
que buscar mucho en Google para el concepto
de este diseño, ¿eh?
Capítulo 54 La acusación falsa
Ana miró fijo a Olivia; sus ojos se llenaron de
lágrimas a punto de caer y su expresión pedía a
gritos que se compadecieran de ella.
—Olivia, sé que no te gusta que compita contigo
—dijo—, ¡pero también me encanta diseñar! Esta
será la última vez, ¿de acuerdo?
La ira en el corazón de Olivia se disparó. Aun así,
parecía tranquila por fuera. «Si quiere fingir, yo lo
puedo hacer mejor que ella».
—¿Quieres decir que esta es la última vez que
vas a cometer plagio?
Entonces, Ana fingió estar agitada y comenzó a
llorar.
—¡No he plagiado nada! ¡Yo diseñé todo esto!
Olivia, aunque yo no te agrade, ¡no puedes lazar
esa acusación falsa contra mí!
—Para ser sincera, podrías haberme pedido
permiso si querías usar mis diseños —respondió
Olivia en tono de burla—. No había necesidad
de montar un melodrama tan elaborado, llorar
de forma tan lastimosa delante de todo el
mundo y luego dar la vuelta para robar y
plagiar... Es simplemente... una total
desvergüenza.
—Olivia, ¿cuándo hice eso? Fuiste tú...
Mientras Ana hablaba, le hizo una señal
disimulada a Sara con los ojos. Esta comprendió
de inmediato sus intenciones y dijo:
—Sr. Anfitrión, tengo una grabación. ¿Puedo
reproducirla para usted?
—Sara, ¡no! —Ana fingió detenerla.
—Señorita Ana, no puedo permitir que alguien
acuse de plagio su duro trabajo. Quiero que
todo el mundo sepa la verdad. —Sara también
le siguió el juego.
El presentador pidió su opinión al director y este
asintió:
—¡Claro!
Entonces, Sara pulsó el botón de la grabadora
de su teléfono y se reprodujo el sonido de la
pelea entre Olivia y Ana en el salón.
Tras escuchar la grabación, todos
intercambiaron miradas. No podían imaginar
que Olivia actuaría de forma tan violenta y
amenazante en privado.
La multitud miró a Ana, una belleza que lloraba,
y luego miró a Olivia, una mujer arrogante y
prepotente. Al compararlas, era inevitable que
tuvieran un prejuicio hacia las dos damas.
—¿Acaso esa jueza no está siendo demasiado
severa con la participante?
—¡No puedo creer que se haya negado a
permitir que su hermana participe en el gran
concurso solo porque le preocupa la
competencia!
—No me extraña que Ana esté cubierta de
heridas.
—¿Escuchaste esa frase en la grabación en la
que dijo: «puedo manejarla sola»? ¡¿Acaso eso
no indica con claridad que ella pretendía usar su
poder como jueza para arruinar la reputación
de la chica?!
—¡Sí, cuánta crueldad! Además, ¡también es la
hermana mayor!
Ana escuchó las críticas a su alrededor y se sintió
muy satisfecha de sí misma. Incluso la mirada
que le dirigió a Olivia era bastante provocativa.
«¿Qué pasa si le robé sus diseños? ¿Acaso tiene
algún truco bajo la manga? Al fin y al cabo, no
está en condiciones de quejarse de nada. ¡Solo
puede sufrir en silencio! ¡No solo no puede
hacerme nada, sino que me temo que también
tiene que asumir el delito de negligencia
profesional, favoritismo y calumnia en contra de
su propia hermana!».
Olivia se burló con discreción. «No me extraña
que actuara de forma tan rara; ¡estaba
esperando esta oportunidad!». Miró a Ana como
si estuviera viendo a un payaso ridículo
acercándose a su fin; incluso la leve sonrisa en
sus labios parecía burlona.
—La inspiración para los diseños de los cuatro
caballeros de las estaciones, el ciruelo florecido,
la orquídea, el bambú y el crisantemo, vino de
mis tres mejores amigas de la universidad. ¡Las
flores del ciruelo florecen en la nieve y las
orquídeas ocultas en los valles permanecen
escondidas; el viento atraviesa el bosque de
bambú y trae consigo la tenue fragancia de los
crisantemos morados! Teníamos personalidades
similares: éramos frías y retraídas o tranquilas y
solitarias, pero manteníamos el orgullo de no
habernos dejado influenciar por el mundo, así
como nuestra libertad de pureza y autenticidad.
Por eso, cuando nos graduamos en la
universidad, diseñé estos cuatro vestidos de
noche como regalos de graduación para las
cuatro. Ana, al principio, solo cometiste plagio,
pero ahora, has añadido la difamación de una
jueza a tu lista de delitos.
Cuando Ana escuchó eso, se asustó un poco.
«No puedo creer que estos diseños se hayan
convertido en productos acabados. Además,
¿los regaló? O, ¿solo lo dice a propósito?».
—Olivia, afirmas que estos diseños son tuyos y
que creaste productos acabados a partir de
ellos y los regalaste. Entonces, ¿por qué no sacas
esos supuestos vestidos de noche y dejas que
todo el mundo los vea con sus propios ojos?
¿Serán en realidad iguales que mis diseños? ¿O
es otra idea que se te ha ocurrido para
detenerme? —Su voz era muy fuerte y agitada.
«¡No creo que ella pueda encontrar a alguien en
este lugar para desmentir esto!».
Olivia estaba tan furiosa que se rio con frialdad.
—No lo creerás hasta que lo veas, ¿eh?
Capítulo 55 Ángela, diseñadora de
modas de fama mundial
Tan pronto como Olivia dijo eso, la voz profunda
de un hombre se oyó desde el lado opuesto de
la habitación.
—¿Todavía necesita encontrar a alguien que
verifique los diseños? Tengo su diseño con
temática de ciruelo florecido aquí ahora mismo.
Carlos, muéstraselo al público.
Entonces, Carlos llevó el teléfono de Eugenio a la
parte posterior del escenario.
Cuando todos miraron para ver de quién se
trataba, se sorprendieron al descubrir que era
Eugenio Navarro.
Ana parecía indignada. «¿Quién es ese hombre?
¿Por qué tiene una copia del diseño de ciruelo
florecido? ¿Ese no es el diseño de Olivia? O, ¿él
se está poniendo de su lado a propósito?».
Olivia también estaba un tanto sorprendida.
«¿Por qué Eugenio tiene una copia de mi
diseño?».
Mientras todos seguían sumidos en la confusión,
una imagen apareció en la pantalla grande: era
exactamente el mismo del vestido de ciruelo
florecido que llevaba la modelo, sin ningún
cambio.
Ana se horrorizó, pero siguió argumentando:
—¿Qué prueba eso? ¡Mis diseños de los cuatro
caballeros de las estaciones llevan más de un
mes publicados en el sitio web oficial del
concurso! ¡Es posible que alguien me lo haya
robado y lo haya colocado en su portafolio!
¿Cómo puede demostrar que este diseño fue
creado antes que el mío? Disculpe, señor, pero,
por favor, ¡sea un poco más cuidadoso al
hablar! De lo contrario, ¡lo voy a demandar por
difamación!
—¿Difamación? —se burló Eugenio—. Si es o no
difamación, puede comprobarlo usted misma.
—Entonces, miró a Carlos—. Carlos, amplía la
imagen.
Cuando la imagen de la pantalla se amplió,
reveló con claridad que la fecha de entrega era
el 10 de agosto de 2019.
»¿Le queda claro ahora? —preguntó Eugenio,
sentado en el asiento VIP; su aura se encendió
mientras miraba a Ana—. Empezó a diseñar esto
en septiembre de este año, pero yo recibí este
currículum en agosto. Dígame, ¿cuál fue
primero?
Ana se tambaleó un poco mientras gritaba en su
interior: «¿Cómo es posible que otra persona
tenga el mismo diseño que yo?». Sin embargo,
mantuvo una apariencia fuerte y tranquila.
—¿Quién es usted? ¿Qué relación tiene con mi
hermana? —lo increpó con furia—. Por lo que
veo, es probable que sea alguien que mi
hermana contrató a propósito para confundir al
público, ¿no es así? ¿Quién puede demostrar si
esta foto suya es real o falsa?
—¡Yo puedo! Presenté ese currículum. —Olivia se
levantó y miró a Ana con frialdad—. Antes, tus
diseños podían no ser los mejores, pero al menos
eran tus diseños originales. Ahora, no solo has
plagiado mi trabajo, sino que además me has
calumniado. Esto ya no es una mera cuestión de
falta de moral, sino que es sin duda una
difamación y una falsa acusación. Escribiste y
representaste tu propia obra de teatro en la que
soy la hermana horrible que la emprende
contigo. Estoy segura de que todo lo hiciste para
asegurarte de que no tengo ninguna prueba
que demuestre que este diseño es mío. ¡Por eso
estabas tan segura! Bueno, es una pena para ti
porque yo sí tengo pruebas. —Después de decir
eso, utilizó el teléfono especial del gran concurso
y marcó el número de Katia—. Katia, ¿todavía
tienes el vestido de noche con temática de
bambú que te regalé por nuestra graduación?
Puso la llamada en altavoz y el público escuchó
con claridad la voz de Katia:
—Por supuesto. Lo guardé porque fue tu regalo.
—Envíame una foto de nosotras cuatro con los
vestidos de la colección de los cuatro caballeros
de las estaciones —le pidió Olivia—. Además,
toma una foto de tu vestido y envíamela
también.
—¿Qué pasa? ¿Por qué necesitas eso? —
preguntó Katia.
—Hay una participante aquí que no solo ha
plagiado mi trabajo, sino que me ha calumniado
—contestó Olivia.
La risa de Katia sonó desde el otro lado del
teléfono.
—¿Qué? No puede haberte acusado a ti,
Ángela, diseñadora de modas de fama mundial,
de plagiar sus diseños, ¿verdad?
Olivia miró a Ana y se burló:
—¡No se atrevería!, aunque afirma que le impedí
a propósito participar en el concurso porque
tenía miedo de que fuera mi contrincante. No
quiero que me culpen por eso, ¡así que date
prisa y envíame esas fotos! —Tras finalizar la
llamada, volvió a mirar a Ana y le dijo—:
¡Relájate; vas a quedar tan convencida que no
tendrás más remedio que admitirlo!
Cuando esas palabras se oyeron en la sala, todo
el recinto se quedó en silencio. Todos lo habían
escuchado.
«¿S… Su amiga acaba de mencionar que es
Ángela?».
Capítulo 56 Descalificada del concurso
«¡¿Esa diseñadora de modas de fama mundial
es una jueza en este concurso?! ¡Oh, Dios mío!
¡Pensábamos que Ángela sería una belleza rubia
y de ojos azules de otro país! En cambio, ¡resultó
ser una ciudadana de Criecia! ¡Ja, ja!».
«¡Esto se pone interesante! Pensar que Ana
Miranda plagió los diseños de Ángela e incluso
tuvo la osadía de afirmar que su hermana le
impidió participar en el concurso porque tenía
miedo de su talento. ¿Qué clase de broma es
esta?».
Todos los que seguían dudando de las palabras
de Olivia hacía un momento cambiaron de
inmediato su percepción de ella en cuanto se
reveló su identidad. Ángela era una diseñadora
de modas de fama mundial. Por lo tanto, no
valía la pena que la emprendiera contra una
diseñadora de poca importancia, ¡a menos que
esta le pisara los talones!
Incluso Eugenio tenía una expresión de sorpresa
en su rostro en ese momento. «¡Ella es Ángela, la
diseñadora de modas de fama mundial! ¡No
puedo creer que la haya rechazado cuando
vino a buscar trabajo en mi empresa!». Entonces,
se frotó la cabeza, que le daba latidos. «¡Ya es
demasiado tarde!».
Por otro lado, Ana parecía estar en estado de
conmoción. No se podía saber si sus ojos
reflejaban miedo o incredulidad; quizás era una
mezcla de ambos. «¿Cómo es posible? ¿Cómo
puede ser Ángela, a quien siempre he admirado
y de quien siempre he querido recibir consejos?
¿Esa Ángela? ¿Cómo es posible? Ahora mismo,
aunque Olivia no muestre esos diseños, el
público ya está de su lado. ¡Ya no me creerán!
¿Qué hago? ¡Todo se acabó!».
Justo entonces, Olivia recibió las fotos de Katia.
Era una foto de las cuatro mejores amigas juntas
de pie a la entrada de la universidad, cada una
con un vestido de la colección de los cuatro
caballeros de las estaciones que ella había
diseñado. También había otra de Katia con su
vestido de noche con temática de bambú.
Parecía que se la acababa de tomar. En
comparación con la foto de siete años atrás,
desprendía un encanto más maduro.
Olivia miró hacia el público.
—Esta colección es un diseño preliminar que
creé hace siete años. Que aparezca aquí es,
con honestidad, una sorpresa para mí. Por otra
parte, me da mucha rabia. No se trata solo del
asunto del plagio; también se ha arruinado la
razón original de por qué diseñé estos cuatro
vestidos de noche para mí y mis mejores amigas
en aquel entonces. Los diseñé porque quería
que tuviéramos vestidos únicos. Representaban
cómo las veía en mi corazón: ¡únicas e
irremplazables!
»Por desgracia, mi creación, con toda su
originalidad, fue copiada y expuesta en la
pantalla, ¡justo delante de mis narices! Si yo no
fuera jueza en este concurso, ¿estos diseños no
se producirían en serie para el público? Si no
tuviera las pruebas para demostrar que estas
creaciones eran mías, ¿no me habrían tildado
de hermana terrible y despiadada que la
emprende contra su hermana? No todas las
personas de aspecto débil son inofensivas;
¡pueden resultar ser unas p*rras pretenciosas que
tienden una trampa para acabar con los fuertes!
¡Una supuesta creación original es original
porque es única en su tipo! ¡No basta con hacer
trucos sucios a escondidas y hacer una escena
patética con lágrimas incluidas! ¡No participes
en este concurso si no tienes la capacidad de
hacerlo!
En ese momento, ya nadie se atrevió a decir que
Olivia la emprendía con los demás. Después de
todo, lo que dijo era cierto. Era una
competencia. Uno debe demostrar lo mejor de
sus habilidades cuando participa en un evento
de este tipo. Si uno no tiene esas habilidades,
entonces no debería participar para no terminar
haciendo el ridículo.
El rostro de Ana estaba pálido. No había forma
de desmentir esas imágenes. Además, las
miradas del público eran como cuchillos que se
clavaban en su corazón. «¡Nunca imaginé que
las cosas terminaran tan mal! Si hubiera sabido
que esto iba a pasar, no habría robado los
diseños de Olivia, pero ¿cómo iba a saber que
ella es Ángela!». Entonces, se apresuró a huir del
escenario y, por supuesto, quedó descalificada
del gran concurso. En comparación con el
número de personas a las que avergonzó, ¡se
libró con bastante facilidad!
A continuación, el equipo del programa del
gran concurso se disculpó con Olivia. Aun así,
ella no se molestó. Sabía con exactitud lo que
pasaba con Ana.
Después del evento, vio a Eugenio esperándola.
Entonces, se acercó a él para disculparse.
—Siento haberlo hecho sufrir una acusación
injusta por mi culpa hoy.
Eugenio se rio.
—No hay problema, Ángela.
Al escuchar eso, Olivia bajó la cabeza y rio
ligeramente también.
—No muchos me conocen por ese nombre.
Eugenio respiró hondo.
—¡Si hubiera usado ese nombre cuando llegó a
la empresa, ni siquiera habría necesitado pasar
por una entrevista! —dijo con pesar—, y yo no
habría perdido la oportunidad de tener bajo mi
tutela a una diseñadora de modas tan famosa
por un malentendido.
Capítulo 57 Demasiado tiempo
durmiendo
Olivia miró de reojo a Eugenio.
—Ya veo. Así que es usted un hombre que trata
a las personas de forma diferente según su
estatus social, Señor Navarro.
—¿Qué? ¡Solo he dicho que, si hubiera revelado
su identidad desde el principio, no habríamos
dado tantos rodeos! Dicho esto, ¿no cree que
sea bastante previsor? Invertir en usted es lo
mismo que contratarla en el Grupo Navarro —
contestó Eugenio.
Olivia se quedó sin palabras. «Consiguió darle la
vuelta de nuevo a la situación».
Por su parte, él parecía estar de buen humor y
no dejaba de sonreír.
»Vamos. La llevaré de regreso —dijo.
—No hace falta; tomaré un taxi —rechazó ella su
oferta, como siempre.
—Tengo un auto en perfectas condiciones aquí
mismo; ¿para qué necesita tomar un taxi?
Entonces, ella no se negó de nuevo y se subió al
automóvil.
—Gracias por lo de hoy.
—¿Por qué me da las gracias? Solo hice lo que
debía hacer. Por cierto, ¿cómo piensa arreglar
este asunto? ¿Va a olvidarlo así sin más?
Olivia respiró profundo.
—Sí, ella quedó muy avergonzada por sus
acciones. Además, fue descalificada del
concurso. Eso es suficiente.
—¡De verdad que usted es apacible!
—Es que no quiero verla más. —La mirada de
Olivia se volvió distante—. El aniversario de la
muerte de mi madre se acerca, así que
consideraré esto como una buena acción para
honrarla.
Un destello de sorpresa se reflejó en el rostro de
Eugenio. «¿Su madre falleció?».
Estaba a punto de consolarla cuando recibió
una llamada de Jimena para decirle que el
Abuelo Navarro aún no había despertado de su
sueño. Después de colgar la llamada, miró a
Olivia con ansiedad.
—¿Hay algún problema en que el Abuelo
Navarro pase demasiado tiempo durmiendo? —
le preguntó.
—¿Demasiado tiempo? ¿A qué se refiere con
demasiado? —Ella se sorprendió con su
pregunta.
—Mi hermana me ha dicho que lleva durmiendo
desde las 9 de la noche de ayer y que aún no se
ha despertado. ¿Puede acompañarme a ver
cómo está? —Parecía preocupado.
Al mirar el reloj, ella vio que ya eran más de las
11 de la mañana.
—Claro, cálmese. Tengo que regresar a casa y
tomar algunas cosas antes de ir. —Se apresuró a
decir.
Después, los dos regresaron a la Gran Mansión
para buscar la mochila negra que ella usaba
siempre, antes de dirigirse a la Residencia
Navarro. Al llegar, encontraron la habitación del
Abuelo Navarro llena de personas.
Cuando vieron que Eugenio se acercaba
acompañado de Olivia, todos les cedieron el
paso de inmediato. Por su parte, Jimena casi
llora de alegría al verlos.
—Señorita Miranda, Eugenio, ¡están aquí!
—¿El abuelo sigue durmiendo? —preguntó
Eugenio, inexpresivo.
—Sí, he tratado de despertarlo, pero no lo he
conseguido. Me temo que... —Jimena no
terminó su frase, pero todo el mundo
comprendió que, si el Abuelo Navarro caía
inconsciente una vez más, no volvería a abrir los
ojos.
Por lo tanto, Olivia dio varios pasos hacia
adelante y dejó su mochila en el suelo. Sentada
junto a la cama, abrió los ojos del Abuelo
Navarro y echó un vistazo. Luego, le retiró la
muñequera y le midió el pulso; era débil e
inestable. Después, le tomó la presión arterial; el
valor máximo era de 180. Ella frunció el ceño
ligeramente. La presión arterial del Abuelo
Navarro era demasiado alta. Antes, solo era de
140.
—¿Cómo estaba el estado de ánimo del Abuelo
Navarro ayer?
—Estaba bien y parecía muy feliz —respondió
Jimena con ansiedad.
Entonces, Olivia asintió.
—¿Qué comió anoche?
Algunos de los que estaban allí intercambiaron
miradas. Entonces, una mujer, que llevaba una
blusa blanca, dio un paso al frente. Parecía
tener más de cuarenta años, pero aún mantenía
un aspecto juvenil. Caminó hacia la puerta y
gritó al exterior:
—Lily, ¡ven aquí!
A continuación, una joven sirvienta, que parecía
tener unos veinte años, se apresuró a responder,
nerviosa:
—Señora.
—¿Qué comió el Abuelo Navarro anoche? —
preguntó la señora.
Olivia frunció el ceño. «¿Señora? ¿Podría ser Lara
Ramírez, la madrastra de Eugenio?». Entonces, la
observó con calma. «Bueno, sin duda es
hermosa. No es de extrañar que Eduardo
Navarro se empeñara en casarse con ella».
—Se comió un tazón de sopa de huevos
centenarios y pollo, y dos claras de huevo. Antes
de dormir, también tomó una taza de leche. No
comió nada más —respondió Lily.
—¿Se lo comió todo? ¿Dejó sobras? —Olivia
volvió a preguntar.
Eugenio se dio cuenta enseguida de la
gravedad del asunto. Dio un paso adelante y
preguntó:
—¿Qué ocurre? ¿Sospecha que hubo algún
problema con la comida?
Capítulo 58 Manipularon la comida
Olivia observó a todos los presentes y luego
fingió no estar preocupada.
—No es nada; solo preguntaba. No se debió a
una fluctuación de sus emociones ni a la comida
que ingirió. Tal vez, es solo que su presión arterial
es inestable debido a su historial médico. El
Abuelo Navarro tiene una edad avanzada. De
ahora en adelante, deberían sacarlo al patio a
dar un pequeño paseo cuando tengan un
tiempo libre. Ahora voy a aplicarle acupuntura.
Por favor, salgan de la habitación para que el
paciente pueda tomar un poco de aire fresco.
Al escucharla, todos obedecieron y solo
quedaron Olivia y Eugenio.
—¿Qué pasa? —preguntó Eugenio,
preocupado.
Olivia soltó una risita. «No puedo creer que haya
podido darse cuenta de que estaba mintiendo».
—¿Cómo? —preguntó a propósito.
—¡Pasó algo extraño que dejó a mi abuelo
inconsciente! —respondió él con seguridad.
—¡Qué inteligente! —dijo ella con las cejas
levantadas y miró hacia la puerta, que estaba
bien cerrada—. El coma del Abuelo Navarro fue
causado por un aumento repentino de su
presión arterial. Si no se debió a una fluctuación
de sus emociones y la comida que ingirió no era
algo que pudiera influir en su presión sanguínea,
¡eso solo puede significar que alguien alteró su
comida!
La expresión de Eugenio se ensombreció de
inmediato: lo que acababa de escuchar era
aterrador.
—¿Está diciendo que alguien está tratando de
hacerle daño?
Olivia estaba seria. Tomó el bolso que traía
consigo y lo abrió. Sacó las agujas que estaban
dispuestas con cuidado y las insertó en los nueve
puntos de acupuntura a lo largo del meridiano
del pericardio del anciano, que comenzaba en
el pecho y bajaba por el brazo hasta terminar en
la punta del dedo medio. Trabajaba sin prisa y
colocaba cada aguja con precisión.
Por ello, Eugenio no la apresuró ni la molestó.
Además, el aspecto que ella tenía en ese
momento le resultaba muy agradable a la vista.
Al cabo de un rato, Olivia se levantó y lo miró.
—Sospecho que alguien añadió una pequeña
cantidad de medicamento en la comida del
anciano para aumentar su presión arterial.
Como sabe, las personas con enfermedades
cerebrovasculares son más sensibles a los
aumentos repentinos de la presión arterial. Si solo
ocurre una o dos veces, puede que no pase
nada. Sin embargo, si ocurre durante un período
prolongado, las paredes de las arterias se
adelgazan. De ser así, la vida del anciano
correrá peligro.
La expresión de Eugenio era sombría y solemne;
tenía los ojos entrecerrados. Sin embargo, no dijo
nada.
»¿Ha pensado en cómo atrapar al culpable? —
preguntó ella.
—Hay cámaras de vigilancia en la residencia —
respondió él.
—Si usted lo sabe, ¿no lo sabrán también los que
manipularon la comida? —Volvió a preguntar
ella.
Al escuchar eso, Eugenio frunció el ceño. «Es
cierto. No va a ser fácil atrapar a un culpable
que evita las cámaras de vigilancia».
—Entonces, ¡vamos a interrogarlos uno por uno!
—contestó.
—Eso solo pondrá sobre aviso a los culpables.
—¿Tiene alguna forma de atraparlos? —le
preguntó mientras la miraba fijo.
Olivia estudió su entorno. La habitación del
Abuelo Navarro era el lugar más fácil para evitar
las cámaras de vigilancia y a todos los demás.
Entonces, señaló un pequeño adorno en la
mesita de noche.
—Si pudieron hacerlo una vez, lo harán de
nuevo. Mientras no los alerte, podrá atrapar al
culpable.
—De acuerdo. —Eugenio enseguida
comprendió lo que ella quería decir.
Mientras hablaban, el Abuelo Navarro, que
estaba tumbado en la cama, abrió poco a
poco los ojos. Miró confundido a las personas
que lo rodeaban, pues seguía un poco
somnoliento. El primer rostro que vio fue el de
Olivia. Una mirada de sorpresa se reflejó su rostro
antes de comprender lo que estaba
sucediendo.
—¿Doctora Miranda?
Olivia asintió. Luego, comenzó a retirarle las
agujas del hombro.
—Abuelo, ¿cómo se siente? —le preguntó,
sonriente.
El Abuelo Navarro sonrió y asintió.
—Estoy bien; solo un poco cansado y aturdido.
Ella se rio.
—Es normal. Ha dormido demasiado; ya es
mediodía. Casi mata del susto a su familia —le
dijo.
—¡Es que les gusta hacer una tormenta en un
vaso de agua! —dijo él, sonriente, pues se sentía
feliz de que lo mimaran.
—Abuelo, la próxima vez no puede ser tan
voluntarioso —le advirtió Olivia con severidad.
Eugenio estaba de pie junto a la cama, con las
manos en los bolsillos, observando al anciano.
Aunque se veía como siempre, había un atisbo
de alegría y alivio en sus ojos.
—¡Entiendo! La próxima vez dormiré menos —
respondió el Abuelo Navarro, sonriente.
Al escucharlo, Eugenio sonrió también. «Como si
pudiera dormir menos solo porque quiere».
El ambiente de la habitación se volvió más
cálido porque el anciano había despertado.
Hasta que... Olivia respondió a una llamada
telefónica que arruinó la atmósfera del
dormitorio.
—¡¿Qué?! ¿Cómo está mi hijo? —Olivia se asustó
tanto que se levantó de repente y su rostro
perdió el color de inmediato.
Capítulo 59 ¿Néstor está bien?
—De acuerdo, claro. Estaré allí enseguida.
Eugenio miró a Olivia con una expresión seria.
—¿Qué pasó?
—Según la maestra, varios estudiantes
golpearon a Néstor. Tengo que ir a ver cómo
está. —Entonces, Olivia miró al Abuelo Navarro—
. Abuelo, cuídese mucho. Vendré a visitarlo
cuando tenga tiempo. Debo irme ahora.
—¿Néstor está bien? —Se apresuró a preguntar
el Abuelo Navarro, que también parecía
bastante angustiado.
—No lo sé. Voy para allá ahora —dijo Olivia
mientras guardaba las cosas que había traído.
—No se apresure. Iré con usted —dijo Eugenio.
—No hace falta —rechazó ella la oferta de
forma inconsciente—. El abuelo acaba de
despertarse, así que debería quedarse a su lado.
—Vamos. Hay muchas más personas aquí.
Además, no es fácil conseguir un taxi en este
lugar. —Él ya había recogido el bolso de Olivia.
—Trae al niño más tarde para que pueda verlo
también. —El Abuelo Navarro estaba muy
ansioso.
—De acuerdo, abuelo. No se preocupe. Néstor
está bien. Volveremos más tarde —respondió
Olivia.
Cuando abrieron la puerta, vieron a Jimena
esperando afuera.
—Jimena, el abuelo está despierto. Por favor,
prepara algo para que coma.
—¿El abuelo está despierto? Voy a verlo. —
Jimena parecía emocionada y se apresuró a
entrar en la habitación.
Los dos salieron de la Residencia Navarro y se
dirigieron directo al jardín de infancia. En ese
momento, la maestra encargada de la clase de
Néstor estaba esperando en la puerta. Cuando
vio llegar a Olivia, se acercó a saludarlos con
una mirada de disculpa.
—Señorita Miranda, por favor no se preocupe.
No fue nada grave.
—¿Dónde está? —preguntó Olivia, ansiosa; no
estaba de humor para escuchar los cumplidos
de la profesora.
—En el aula. Quise llevarlo a la enfermería, pero
se negó a ir. Se empeñó en que la llamara a
usted, pues dijo que era doctora —respondió la
maestra.
Olivia no dijo nada. En cambio, se dirigió hacia
el aula. Cuando llevó a Néstor al jardín por
primera vez, fue allí en una ocasión, así que
todavía tenía una vaga idea de dónde
quedaba.
Por su parte, Eugenio tenía una expresión
tranquila.
—¿Quién lo golpeó? —preguntó luego de
reprimir su ira.
—Eran niños de la clase mayor —respondió la
maestra mientras caminaban.
—¿Cuántos eran?
—Tres.
Eugenio respiró profundo, sorprendido tras
escuchar a la maestra. «¿Cómo es posible que
madre e hijo hayan sido acosados el mismo
día?».
Mientras se acercaban al aula, oyeron la voz de
una mujer que venía del interior:
—¿Fuiste tú quien golpeó a mi nieto? ¡Pequeño
bribón maleducado! ¿Te crees increíble? Date
prisa y pídele disculpas.
«Esa voz es muy familiar. ¿No es Florencia?».
Olivia, por instinto, reaccionó aún más rápido. Se
apresuró a abrir la puerta de una patada y vio a
varias personas alrededor de Néstor.
Florencia sostenía en sus manos un libro, que usó
para golpear a Néstor en la cabeza. Por su
parte, el niño permanecía inmóvil. Tenía los
labios apretados con fuerza y su rostro indicaba
que estaba reprimiendo su ira mientras intentaba
razonar con ellos.
—¡Ellos me golpearon primero!
En ese momento, Olivia se quedó boquiabierta.
«¿Cómo puede haber personas tan malvadas?».
Al entrar, tomó una taza que había en una mesa
al lado, se la lanzó a Florencia y la golpeó en el
rostro de forma certera. Florencia soltó un grito
de dolor y la taza se hizo añicos al caer al suelo.
Entonces, Olivia se acercó. Levantó la pierna y
lanzó una patada a una mujer que llevaba una
camisa de manga corta y estaba intimidando al
niño.
—¿Qué demonios estás haciendo? —rugió
enfurecida.
—¡Oye! ¿Por qué la violencia?
Otro hombre se aproximó para agarrar a Olivia,
pero Eugenio se interpuso y lo lanzó a un lado.
—¿Qué es esto? ¿Cómo es que una pelea entre
niños se ha convertido en una competencia de
fuerza entre adultos? —preguntó Eugenio
mientras intentaba contener su ira.
Capítulo 60 Me rompí los pantalones
—¡Tú empezaste primero! ¡Tú golpeaste primero
a la Señora Florencia! ¿Qué edad crees que
tiene ella? —preguntó la mujer pateada
mientras se levantaba del suelo.
Eugenio la fulminó con la mirada.
—¿Me estás diciendo que ustedes, los adultos,
no estaban intimidando al niño?
—Lo estábamos disciplinando. Como su madre
no sabe cómo educarlo, decidimos ayudarla —
dijo Florencia con tono arrogante—. ¿Qué creen
que están haciendo?
—Ya veo. Seguro que no te importa que te
ayude a educar a tu hijo también, ¿verdad? —
Mientras hablaba, Eugenio extendió la mano y
agarró a Michel, que estaba de pie al lado suyo,
y lo levantó del suelo con una mano.
Michel quedó colgando en el aire y estaba tan
aterrorizado que rompió a llorar.
»¿Por qué lloras? —le preguntó Eugenio mientras
lo miraba, enfurecido—. Ahora lloras, pero ¿por
qué no lo hacías cuando intimidabas a los
demás? ¿No sabes que una pelea debe ser
entre dos? Confabularse para agredir a alguien
es de cobardes.
Florencia estaba sorprendida. Se precipitó y
trató de arrebatarle a Michel como una
demente.
—¡¿Quién te crees que eres para regañarlo en
nuestro nombre?!
Eugenio, que sujetaba al pequeño gordito por la
ropa, se soltó del agarre de Florencia y apartó a
Michel de ella.
—¿Tienes que preguntar eso? ¿Por qué no se lo
preguntaron ustedes cuando disciplinaron al hijo
de otro?
Florencia no podía hablar de lo furiosa que
estaba. No esperaba que Olivia llegara tan
rápido y mucho menos que trajera a un hombre
con ella.
—Él intimidó a mi nieto primero. Mira esas heridas
en su rostro.
—Fueron tres contra uno, ¿y aun así terminaste
en estas condiciones? No puedo creer que
tengas el valor de llorar. Es más, incluso le
pediste a los adultos de la familia que te
ayudaran a pelear. ¿No te da vergüenza? ¿Te
criaron para venderte por lo que pesas? —se
burló Eugenio mientras miraba al pequeño
gordito.
—¡¿Cómo puedes decir eso?! —gritó enfadada
la mujer de la camisa de manga corta.
—¡Cualquier cosa que haya dicho no se
compara con lo que ustedes hicieron! ¡Me
pregunto si hay algún adulto en su familia! —
respondió Eugenio con frialdad.
La maestra los miraba, estupefacta. Hacía un
instante, esos padres estaban en la enfermería
del jardín para curar las heridas de sus hijos. Por
lo tanto, ella salió un momento para recibir a
Olivia. ¿Quién iba a pensar que ellos entrarían al
aula en tan poco tiempo e incluso le levantarían
la mano a un niño?
—Escuchen, por favor, no se peleen. Vamos a
ver cómo están los niños, ¿de acuerdo? Nada es
más importante que su bienestar —dijo la
maestra.
Olivia ignoró por completo la pelea que se
estaba produciendo y abrazó a Néstor con
fuerza. Estaba tan asustada que todo su cuerpo
temblaba y frotaba la herida en la cabeza de su
hijo.
—Néstor, ¿estás bien? No me asustes, ¿eh?
¿Dónde te duele? No me lo ocultes, déjame ver
—preguntó con voz de pánico.
—¡Me duele la cabeza! Me siento mareado —
dijo el niño con tono pretencioso después de
mirar a los demás.
—No te preocupes. Vamos al hospital. —
Entonces, ella se agachó con la intención de
levantarlo.
Sin embargo, él forcejeó y se negó a moverse.
Después, acercó su cabecita a ella.
Olivia se sentía confundida cuando sintió el
aliento caliente del niño en su oreja.
—Mami, me rompí los pantalones.
Olivia se sorprendió, pero enseguida
comprendió. «No es de extrañar que se niegue a
moverse. Sus pantalones están rotos y tiene
miedo de pasar vergüenza».
—No hay problema —dijo y luego se levantó, se
quitó la chaqueta y se la ató al niño a la
cintura—. Todo se resuelve si hacemos esto.
Tenemos que atender la herida en tu cabeza.
Néstor se tocó la herida sangrante de su cabeza
con sus manitas y se inclinó hacia el oído de su
mamá.
—Mami, para ser sincero, me siento bien.
Además, ¡también les he dado una buena
paliza! —le susurró de nuevo.
Por un momento, Olivia no supo si reír o llorar
ante la situación.
—De todas formas, debemos ir a la enfermería.
—Se agachó y levantó a su hijo—. Señor
Navarro, voy a llevarlo para que le atiendan sus
heridas.
Eugenio respondió con un gruñido y tiró al
pequeño gordito al suelo.
Michel estaba tan asustado que le temblaban
las piernas. Por lo tanto, incluso después de ser
arrojado al suelo, permanecía sin fuerzas.
Entonces, Eugenio los miró con indiferencia.
—Esperen y verán. Van a pagar por todo lo que
hicieron hoy.
Los hijos
del jefe
Capítulo 61 No es una simple
advertencia
Después de decir eso, Olivia salió del aula y se
dirigió a la enfermería del jardín de infancia.
La maestra se apresuró a seguirlos. La sensación
de autoridad que provenía de aquel hombre
era muy fuerte; una sola mirada le bastó para
entender que no era alguien con quien se
pudiera jugar. «¡Estoy segura de que lo que
acaba de decir es más que una simple
advertencia!».
Cuando llegaron a la enfermería, la doctora
examinó a Néstor y le hizo muchas preguntas.
Luego, confirmó que solo se trataba de heridas
externas.
—¿Cómo ha ocurrido esto? —le preguntó
mientras lo curaba.
—Cuando me empujaron al suelo, me golpeé
contra los escalones del baño —respondió
Néstor.
La expresión de Eugenio se ensombreció al
instante cuando escuchó esas palabras. Luego,
miró a la maestra.
—Todavía son niños —le dijo—. ¿Acaso los
maestros no los acompañan al baño? Cuando
traemos a nuestros hijos a este jardín, esperamos
que usted, como maestra, sea capaz de
garantizar su seguridad dentro de este lugar.
¿Cómo puede permitir que ocurra un incidente
como este? ¿Cómo es posible que un grupo de
alumnos lograra confabularse para golpear a
otro alumno?
—Sé que esta institución es en parte responsable
de este incidente. Por lo tanto, estamos
dispuestos a cooperar en la medida de nuestras
posibilidades. Mientras los niños estén bien, todos
los problemas restantes se pueden resolver. —La
maestra se apresuró a disculparse.
—Espéreme aquí —le dijo Eugenio a Olivia. Él
seguía muy molesto.
—¿Adónde va? —preguntó ella.
—Hay algo que tengo que hacer —respondió
Eugenio. Entonces, se dirigió a la profesora—:
Usted, venga conmigo.
La maestra miró a Olivia y lo siguió.
»¿Cómo se llaman esos niños? —preguntó
Eugenio mientras caminaban.
—Michel Gómez, Eric Ortega y Braulio Olivera.
Parecen ser parientes. —La maestra casi tuvo
que trotar para seguirle el paso.
Eugenio asintió ligeramente; supuso que era así.
—¿Dónde está la oficina del director?
—Le mostraré el camino —respondió la maestra
sin más dilación. Ella sintió un escalofrío en su
interior. «Sabía que no se podía jugar con este
hombre».
...
En el interior del aula, Florencia y los demás
seguían injuriando a Olivia con furia.
—¡Esa Olivia es una p*rra! ¡Todavía me duele
donde me pateó hace un momento! Por
fortuna, Hugo no se casó con ella, si no, ¡habría
destrozado a su familia! —exclamó la mujer de la
camisa de manga corta.
—Tía Florencia, ¿acaso no dijo que Olivia sigue
soltera y que intenta seducir a Hugo? Entonces,
¿quién era ese hombre? ¿Por qué tengo la
sensación de haberlo visto antes? Además, a
juzgar por su aura, es probable que no sea una
persona corriente. —El hombre, por su parte,
estaba desconcertado.
—¿Cómo es eso que no parece una persona
corriente? —Los labios de Florencia temblaban
con fuerza—. En mi opinión, su aura no está a la
altura de la de tu primo. Además, ¿qué tipo de
persona influyente podría encontrar Olivia, con
ese hijo ilegítimo que tiene? Y lo que es más
importante, ¿qué persona influyente querría
tener algo que ver con una mujer tan libertina?
—Así es —asintió la mujer—. De todos modos, no
creo que tengan una relación estrecha; como
mucho podrían ser conocidos. ¿No la oyeron
llamarlo «Señor Navarro»?
—¿Cuál dijiste que era su apellido? ¿Navarro?
No puede ser parte de la Familia Navarro del
Grupo Navarro, ¿verdad? —intervino el hombre,
quien tuvo un pensamiento repentino al
escuchar esas palabras.
—I… Imposible. ¿Cómo podría Eugenio Navarro
estar interesado en Olivia? —La mujer parecía un
tanto sorprendida.
—Si se trata de la Familia Navarro, entonces las
palabras que acaba de decir no eran solo una
amenaza, ¡sino la verdad! Tía Florencia, ¿por qué
no nos dijo que Olivia está relacionada con
Eugenio Navarro? —Cuanto más pensaba el
hombre en ello, más pánico sentía.
—Basta ya. Hay muchas personas con el apellido
Navarro en Ciudad del Sol y, lo que es más
importante, Olivia no es capaz de eso. ¿Cómo
podría tener algo que ver con Eugenio Navarro?
No se asusten por gusto —negó la señora con
vehemencia, pues no podía creer que eso fuera
posible—. Díganme, ¿por qué la maestra nos
dejó esperando aquí? Ni siquiera nos dio una
explicación. ¿Acaso quiere que vaya a buscarla
yo misma? —Después de decir eso, llevó a
Michel de la mano fuera del aula. En cuanto
salió, vio a la maestra caminando hacia ellos. De
repente, una ola de rabia surgió en ella. «Es
obvio que esa maestra ahora se puso de parte
de Olivia».
»¿Qué pretendía al dejarnos esperando de esa
manera? —preguntó con tono de superioridad—
. El hijo de ellos resultó herido, pero los nuestros
también. El jardín tiene la mayor responsabilidad
en este incidente; no obstante, no he recibido
ninguna explicación ni una disculpa. Es más,
¡incluso nos han dejado solos! ¿Acaso quieren
que sigamos trayendo a nuestros hijos a este
jardín de infancia?
Capítulo 62 La expulsión
«Aunque la calidad de la educación, el
ambiente y las medidas de seguridad del Jardín
de Infancia El Imperio están entre los mejores del
sector, no son el único jardín disponible,
¿verdad? Entonces, ¿a qué se debe su actitud
indiferente al tratar este asunto?».
Entonces, la maestra sonrió. Al principio, no tenía
ni idea de cómo iba a abordar el tema, pero
esto le facilitó mucho las cosas.
—Lamentamos mucho que un incidente como
este haya ocurrido en nuestras instalaciones. Por
lo tanto, el jardín pagará los gastos médicos de
los niños. En cuanto a asumir la responsabilidad,
nos parece un poco exagerado culpar a los
niños. Por otro lado, como padres, ustedes le
levantaron la mano a uno de nuestros alumnos.
Digan lo que digan, ¡ha sido un comportamiento
inaceptable! Si no quieren traer a sus hijos al
Jardín de Infancia El Imperio, pueden llevarlos a
otro. No los obligaremos.
—¿Qué ha dicho? ¿Nos está pidiendo que
vayamos a otro jardín? —Florencia no podía
creer lo que acababa de escuchar. Pensó que
podía amenazar a la maestra; pero, para su
sorpresa, ella no tenía miedo.
—Sí. Estos son los gastos de matrícula de los
niños; el jardín se los reembolsará. Además, estos
mil son para los gastos médicos de los tres
pequeños. —Mientras la maestra hablaba, puso
el dinero en manos de Florencia.
—¡¿E… Están expulsando a nuestros hijos?! —
preguntó Florencia, asombrada.
—¡El jardín solo está cumpliendo con sus deseos
y dándoles la libertad de elegir! —respondió la
maestra mientras sonreía con amabilidad.
Las dos personas que acompañaban a Florencia
se pusieron nerviosas.
—¡Por favor, no lo haga, maestra! —Se apresuró
a decir uno de ellos—. No tenemos ninguna
intención de trasladar a nuestros hijos a otro
jardín. Solo les queda un año más para
graduarse aquí. Si se trasladan ahora, tendrán
que familiarizarse con un nuevo entorno y volver
a conocer a nuevos amigos. ¡No queremos que
los transfieran!
—Así es, maestra —asintió la otra persona—.
Entiendo que nuestros hijos se han pasado un
poco de la raya en este incidente, así que los
disciplinaremos como se debe en casa.
—¡No sean cobardes! —les gritó Florencia a los
dos con rabia—. ¿No ven que están expulsando
a nuestros hijos del jardín? Entonces, ¿por qué
suplican con tanta humildad? Hay otros jardines
buenos por ahí. —Miró fijo a la maestra y
continuó—: ¡Es solo un pésimo jardín de infancia!
¡No necesitamos venir aquí! ¿Qué tiene de
increíble este lugar? ¡Voy a denunciarlo al
Departamento de Educación!
Entonces, la maestra sonrió y asintió.
—Por favor, ¡adelante! —pronunció esas
palabras sin darles importancia, pero sonaron
muy arrogantes, casi como si les dijera que
siguieran adelante y lo intentaran.
Como resultado, Florencia y los otros dos que la
acompañaban se sorprendieron tanto que se
quedaron sin palabras. Al final, se marcharon
furiosos y arrastraron a sus hijos con ellos.
Por otro lado, Eugenio salió del despacho del
director y se dirigió de inmediato a la enfermería
para encontrarse con Olivia y su hijo. Madre e
hijo estaban hablando de algo entre ellos y
riéndose con alegría.
—¿Por qué se ríen? —preguntó él.
Olivia levantó la vista y lo miró. El hombre era
corpulento y alto. Además, parecía estar
cubierto de un brillo dorado. Aunque su rostro
permanecía tan impasible como de costumbre,
la hacía sentir segura. Entonces, se rio.
—Néstor está presumiendo. Afirma que, si no se
hubiera rasgado los pantalones, los otros tres
niños habrían acabado en peores condiciones.
Eugenio no sonrió. En cambio, se comportó
como un padre que educa a su hijo.
—Siempre habrá alguien mejor que tú ahí fuera.
Por lo tanto, todo lo que hagas debe estar
dentro de tus límites. Hay muchas formas de
tratar con las personas; no siempre hay que
enfrentarse a ellas —aconsejó al niño.
Olivia quedó un tanto sorprendida. «No puedo
creer que esas palabras sin importancia del
pequeño lo hayan puesto tan serio».
—¿Quiere decir que ni siquiera puedo
defenderme, aunque me golpeen? —Néstor
parecía no entender del todo.
—Por supuesto que no —contestó Eugenio
mientras colocaba las manos en los bolsillos y
miraba a Néstor a los ojos—. Cuando eso ocurre,
tienes que defenderte. Aun así, tienes que
conocer bien tus propias habilidades. ¿Tienes la
fuerza necesaria para derrotarlos? Si no es así,
tendrás que aguantar por el momento. Si atacas
a ciegas, solo conseguirás que te hagan daño.
Además, soportarlo no significa que estés
admitiendo la derrota; solo tienes que encontrar
otra forma de enfrentarte a ellos. Hazte más
fuerte, tan fuerte que nadie pueda meterse
contigo, tan fuerte que puedas proteger a quien
quieras proteger.
Capítulo 63 El hijo ilegítimo de un
mendigo
Néstor asintió enérgicamente con la cabeza.
Olivia sonrió aliviada. En ese momento, se sintió
de repente muy agradecida hacia ese hombre.
Frente a su hijo, que carecía de amor paterno, él
había asumido el papel de figura paterna.
A decir verdad, esto era algo que ya había
discutido con su hijo. Quizás es que hay
diferencias en la forma en que un padre y una
madre educan a sus hijos. El niño podía
escuchar los consejos, pero no tenían el mismo
efecto para él cuando venían de ella.
Al ver la expresión seria en los ojos de su hijo,
supo que se esforzaría en portarse bien. Después
de todo, admiraba a Eugenio e incluso, ¡lo
anhelaba como padre! Entonces, volvió a mirar
a Eugenio. «Supongo que la razón por la que mi
hijo lo quiere no es solo que sea muy apuesto.
¡Tal vez sea en verdad muy capaz!». Si tan solo
Olivia lograra hacer un análisis racional con
calma.
Por su parte, la doctora estaba tan emocionada
que no pudo evitar intervenir.
—¡Usted es un padre tan bueno! —exclamó
mientras miraba a Eugenio, admirada.
—No es el padre. —Olivia miró sorprendida a la
doctora.
—Vamos. No puedo ir a clase por la tarde.
Necesito un nuevo par de pantalones. —Néstor
no quería dar más explicaciones, así que se puso
de pie.
—Bien. El bisabuelo acaba de llamar. Está
preocupado por tus heridas. ¿Quieres ir a
visitarlo? —preguntó Eugenio.
—¡Sí! —asintió Néstor.
Entonces, Eugenio sonrió y se agachó para
levantar a Néstor.
—Muy bien; ¡vamos a comprarte unos
pantalones!
El niño se sonrojó de timidez. «A pesar de todo,
¡papá y mamá parecen llevarse mucho mejor
que antes!».
En cuanto los tres se marcharon de la
enfermería, se encontraron con Florencia y sus
sobrinos, a la salida del jardín.
Florencia vio que salían con el niño. Por lo tanto,
supuso que también los habían expulsado. Si ese
era el caso, al menos se sentía algo satisfecha.
—No paraban de hablar de lo increíbles que
eran. Miren, ¿no los expulsaron a ellos también?
—se dirigió a sus sobrinos.
Olivia se quedó atónita. «¿Expulsados?». Luego,
comprendió enseguida lo que sucedía y le
dirigió a Eugenio una mirada; parecía dudosa.
«No me digas... Cuando salió hace un momento,
¿fue por esto?». En ese instante, sintió un
sentimiento cálido en su corazón. «Está
actuando como el padre del niño y
protegiéndonos».
Eugenio los ignoró. Pasó por delante de ellos sin
mirarlos, pero Florencia lo detuvo.
»Espere... —Florencia sonrió con alegría y
continuó—: Usted tiene el apellido Navarro,
¿verdad? No me importa de qué familia venga,
pero permítame hacerle una amable
advertencia. Olivia no es una mujer virtuosa; fue
muy alocada en el pasado. ¡Ese niño es el hijo
ilegítimo de un mendigo! Si quiere tener una
relación con ella, será mejor que se replantee su
decisión.
Al oír esas palabras, Olivia montó en cólera de
inmediato y se apresuró a agarrar a Florencia
por la muñeca.
—¡La única razón por la que no te he hecho
nada es por respeto a tus años! No te atrevas a
aprovecharte de tu edad otra vez. Si vuelvo a
oírte decir algo inapropiado sobre mi hijo, haré
que te arrepientas. —Después de decir eso,
apartó a Florencia de un empujón.
—¡Oye, mujer! ¿Por qué siempre actúas con
violencia? —gritó la mujer mientras se acercaba
para detener a Olivia.
—Si alguien viene a provocarme, ¿qué otra cosa
puedo hacer? Erica Ortega, he sido respetuosa
contigo por la presencia de tus hijos. ¡No te
atrevas a aprovecharte más de mí! —gruñó
mientras se soltaba del agarre de la mujer. Olivia
exudaba un aire frío.
Florencia se sintió encantada al ver lo furiosa
que estaba Olivia.
—Tiene que creer lo que digo —se dirigió a
Eugenio de nuevo e ignoró el hecho de que casi
se había caído hacía un momento—. ¡Olivia
estaba tratando de seducir a su cuñado hace
apenas dos días! Me refiero a mi hijo, Hugo
Gómez, del Grupo Gómez. Debe conocerlo,
¿verdad? ¡Ella trató de seducirlo porque es un
hombre excelente! Mi hijo y mi nuera tienen una
buena relación; ¡¿quién estaría interesado en
una mujer mancillada como ella?! Será mejor
que abra bien los ojos. No se deje engañar por
esa apariencia suya.
Capítulo 64 Enamorar a Olivia Miranda
de manera oficial
Eugenio exudaba una hostilidad aterradora.
Incluso Néstor, a quien llevaba en brazos, apretó
sus pequeños puños con fuerza. Tuvo ganas de
decir la verdad. «¡No soy hijo de un mendigo!».
—Antes de que usted dijera algo, podría haberlo
considerado, pero ahora me he decidido. A
partir de hoy, ¡voy a enamorar a Olivia Miranda
de manera oficial! Hugo Gómez, Ana Miranda y
ahora, usted. ¡Toda su familia es insolente,
petulante y engreída! ¡Supongo que ser
expulsado del jardín de infancia fue un castigo
demasiado leve! A partir de mañana, ¡voy a
aplastar a todo el Grupo Gómez en un mes! —
habló Eugenio con voz escalofriante.
Al oír esas palabras, todos tuvieron la misma
reacción: quedaron mudos de asombro.
Entonces, Erica y Ariel Ortega se miraron. ¡Ese
hombre era el causante de la expulsión de sus
hijos!
Por su parte, Olivia se sorprendió por lo que dijo
Eugenio. «“A partir de hoy, voy a enamorar a
Olivia Miranda de manera oficial”. Aunque sea
para provocarlos, no necesitaba ir tan lejos,
¿verdad? Puede que nos conozcamos desde
hace dos meses más o menos, ¡pero solo nos
hemos visto un par de veces!».
Por el contrario, para Néstor fue una grata
sorpresa. Mantuvo los labios apretados por
miedo a revelar los alegres pensamientos de su
mente. «¡Lo he conseguido! ¡Todos mis esfuerzos
no fueron en vano! ¡Mi papá por fin va a
empezar a enamorar a mi mamá!».
—¡De verdad sabes cómo presumir! —exclamó
Florencia con rostro de desprecio—. ¡Incluso
amenazas con aplastar al Grupo Gómez! ¿Quién
te crees que eres?
—¡Póngame a prueba! —dijo Eugenio con
indiferencia mientras la miraba de reojo. Luego,
añadió—: Ah, por cierto, Olivia no estaba
seduciendo a su hijo. Él la estaba molestando. En
ese momento, ¡pasé por allí y lo eché! Vaya a
avisar a su hijo; Olivia es mía ahora. ¡Más vale
que no la acose sin motivo!
—¡Qué ideas tan delirantes! ¡Mi hijo y mi nuera se
quieren el uno al otro! ¿Acosar a Olivia? ¿Qué
broma es esa? —gritó Florencia, enfadada. Se
sentía muy avergonzada.
Entonces, Olivia se echó a reír.
—Bueno, ¡espero que se sigan queriendo tanto!
—Después de decir eso, se llevó a Eugenio lejos.
«¡Discutir con esa zorra frente a las puertas del
jardín es una vergüenza!».
Enseguida oyó las voces de las peleas, que
venían de detrás de ella.
—¡Debe ser Eugenio Navarro! Si no, ¿cómo
podría hablar con tanta seguridad? Va a
aplastar al Grupo Gómez en un mes. ¿Afectará
a la Familia Ortega? —preguntó Ariel.
—¿No lo dije? —intervino Erica—. ¿Cómo es
posible que los niños hayan sido expulsados del
jardín sin motivo? ¡Resulta que fue su culpa! Tía
Florencia, ¡sí que nos has causado problemas!
—Mira cómo logró asustarte —protestó
Florencia—. ¡No creo que sea capaz de hacerlo!
Por otro lado, Olivia se subió al auto.
—Siento lo de ahora. Muchas gracias por su
ayuda —se disculpó. No mencionó lo que él
había dicho de enamorarla. Después de todo,
no fue más que un impulso al hablar.
Eugenio la miró.
—No es nada. La próxima vez que traten de
pelear con usted, ignórelos.
—Aunque fue solo un breve momento, yo
también tuve ganas de matarla. Sin embargo,
cuando pensé en que me tacharían de asesina
por culpa de una anciana tan despiadada, me
di cuenta de que no merecía la pena —confesó
ella mientras lo miraba con extrañeza y no pudo
evitar sonreír.
—¿De qué tiene miedo? —le preguntó él con los
ojos fijos en ella; se notaba que su ira no se había
calmado—. Si no aplastamos a este tipo de
personas, ¿se supone que debemos dejarlos
tranquilos?
—Oh, yo sí los aplastaré, pero me vengaré de
otra manera —dijo Olivia después de reír.
Él la miró. Sabía que ella era intransigente y se
desquitaría hasta por el más mínimo agravio. De
lo contrario, no le habría hecho pagar 50
millones en honorarios médicos. Sin embargo, le
gustaba su personalidad.
Después, le compraron a Néstor un nuevo par de
pantalones y se los puso de inmediato.
Olivia levantó el par de pantalones rotos que
ahora parecían más bien una falda. Entonces, se
echó a reír. «No es de extrañar que se negara a
moverse incluso mientras le pegaban». Miró a
Eugenio, que llevaba al niño.
»Señor Navarro, permítame invitarlo a comer.
Estoy muy agradecido por su ayuda de hoy —le
dijo.
Al oír eso, Eugenio se sintió feliz de repente y
asintió con la cabeza.
—Si tiene que decir eso, creo que debería ser yo
quien la invite a comer. Si no fuera por su
oportuno rescate, la vida del abuelo podría
haber estado en peligro.
—¿Es necesario seguir intercambiando
agradecimientos? ¿Podemos hacerlo después
de comer? —interrumpió Néstor luego de mirar a
uno y al otro.
Capítulo 65 ¿Dónde está su padre?
Olivia y Eugenio intercambiaron miradas y
sonrieron.
—Claro, vamos a comer. ¿Qué quieres comer?
Eugenio giró la cabeza y miró hacia el niño.
—Néstor, ¿qué quieres comer? —preguntó.
—Estofado —dijeron los dos a la vez mientras se
miraba a los ojos.
Al oírlos, Olivia se echó a reír. «Mira qué bien se
entienden entre ellos; si no los conociera, habría
pensado que en realidad eran padre e hijo».
Más tarde, llegaron al restaurante donde
preparaban el estofado. Eran más de las 2 de la
tarde; la hora de almuerzo ya había pasado. Por
lo tanto, no había muchas personas allí, así que
no pidieron un salón privado; encontraron un
lugar para sentarse en el salón principal.
—¿Qué tipo de estofado quieren? ¿Picante o sin
picante? —preguntó Olivia.
—¡Sin picante! —respondieron al unísono los dos,
que estaban sentados frente a ella.
—Señor Navarro, ¿no le gusta la comida
picante? —Ella se sorprendió.
—Sí, pero ¡no me acostumbro a comerla! —
contestó Eugenio.
—¡Es igual que Néstor! Él tampoco come
estofado picante —comentó ella, risueña.
Olivia no dio mucha importancia a sus palabras,
pero Néstor entrecerró los ojos de felicidad.
«Bueno, somos padre e hijo después de todo. Por
supuesto, ¡somos parecidos! Papá se ha estado
portando muy bien. Voy a observar las cosas
durante un tiempo más. Si él trata a mamá tan
bien como yo a ella, ¡le diré la verdad!».
Al final, Olivia pidió un estofado sin picante junto
con muchos platos para acompañarlo. Se podía
decir que había satisfecho del todo el apetito de
los dos chicos sentados frente a ella.
—Su hijo es muy adorable —dijo Eugenio
mientras miraba a Néstor y sonreía con una
expresión afectuosa y amable.
—Solo finge tener buenos modales; pero, en
realidad, es muy atrevido —protestó Olivia
después de mirar a Néstor.
—No hay nada malo en que un niño sea
travieso. —Entonces, Eugenio observó a madre e
hijo y preguntó vacilante—: Hace tiempo que
quiero preguntar; ¿por qué Néstor tiene su
apellido? ¿Dónde está su padre? —No había
creído las viles palabras que dijo la anciana. Por
lo tanto, decidió que era mejor preguntar a la
persona adecuada.
Olivia se quedó desconcertada y respondió con
indiferencia:
—¡Está muerto! Murió antes de que el niño
naciera.
Pfff. Néstor escupió el agua que bebía al
escuchar esas palabras. Al mismo tiempo, estuvo
a punto de morir ahogado con la poca agua
que había tragado. Miró a Olivia con
resentimiento y dijo en secreto para sus adentros:
«Mamá, ¿por qué le dices a papá que se ha
muerto de forma tan despiadada? ¿No es eso
malo?».
Eugenio, nervioso, le dio una palmadita en la
espalda.
—¿Estás bien?
Mientras tanto, Olivia le entregaba un vaso con
agua de forma inquieta.
—¡Bebe un poco de agua! De verdad, ¡más
despacio! ¿Cómo puedes atragantarte con
agua? —Se bebió el agua mientras la regañaba
para sí mismo: «¡¿No sabes lo impactantes que
fueron tus palabras?!».
Después de un rato, al fin dejó de toser. Al subir
la mirada, se quejó con resentimiento:
—Mamá, ¿quieres que beba más rápido o más
despacio? ¡Decídete! —Ella lo fulminó con la
mirada.
—¡No contestes tanto! —Sin embargo, Néstor se
limitó a sonreír.
Por otro lado, Eugenio había anotado en secreto
ese hecho. «Ya veo; el padre se ha ido. No es de
extrañar que el niño tome el apellido de su
madre».
—Todos estos años, ¿lo has criado sola?
—Sí, más o menos —asintió ella.
A él le pareció muy admirable.
—Es increíble. Tienes mucho talento. Incluso así,
te las arreglaste para cuidar tan bien de tu hijo.
—Olivia recibió tantos elogios que no supo cómo
reaccionar. De esta manera, se quedó atrapada
en una pena incómoda. Por suerte, el camarero
se acercó a servir la comida y evitaron el tema.
¿Quién iba a saber que el pequeño continuaría
con el tema después de que el camarero se
fuera? Néstor dijo:
—A mi mamá no se le da muy bien cuidar de los
demás. Como no sabe cocinar, siempre
comemos fuera. Además, está muy ocupada.
Así que, básicamente, me cuidé a mí mismo.
Bueno, ¡ella ni siquiera sabe ponerse una capa
más de ropa cuando tiene frío! Tengo que
recordárselo... —Antes de que pudiera terminar,
Olivia le cortó la frase:
—Néstor, date prisa y come.
«¡¿Cómo puede este niño contarle todo?! ¡¿No
puedes dejarme un poco de dignidad frente a
los demás?!».
Capítulo 66 Vamos a comer estofado, yo
invito
Néstor sonrió en voz baja. Era raro ver que se
reflejara vergüenza en el rostro de Olivia. De este
modo, Eugenio no pudo contener la risa.
—Supongo que no fue fácil para ti sobrevivir
tanto tiempo.
—Así es. Por suerte, tengo muchos amigos. Si no,
ya me habría muerto de hambre o me habría
congelado. Aun así, sé que mamá no lo hizo a
propósito. Según el padre de mamá, es un
milagro que no se haya matado por accidente
—murmuró Néstor de forma vaga.
Al oír eso, Eugenio no pudo evitar una risa
estruendosa.
Por otro lado, la expresión de Olivia se volvió
asesina de manera inmediata y amenazó con
voz feroz:
—¡Néstor Miranda! ¿No has comido lo que
cocino a diario los últimos días? Si sigues
diciendo tonterías, no cenarás esta noche. —
Néstor frunció el labio con tristeza y dijo de
manera inocente:
—¡Pero, yo no he dicho eso! Solo repetía lo que
había dicho tu padre. Mami, ¡no puedes meterte
conmigo solo porque tu padre no está aquí!
Ella sudaba en exceso.
—¿Cuándo me he metido contigo? Tú eres el
que delata todos mis defectos.
—¡Me amenazaste con la cena! —replicó él.
Entonces, ella lo fulminó con la mirada.
—Bueno, ¿por qué no vas a buscar a esos
amigos tuyos? Después de todo, ellos te criaron.
No importará si cenas o no. —De esta manera,
Néstor se volvió para mirar a Eugenio.
—Tío Eugenio, ¿me invitarás a cenar esta noche?
—Eugenio se echó a reír.
—Claro, los invitaré a cenar a los dos.
—Néstor Miranda, ese al que llamas tío Eugenio
es mi amigo. —Olivia miró a Néstor con furia. En
respuesta, Néstor hinchó las mejillas y frunció el
labio con tristeza mientras bajaba la cabeza
para comer.
—Entonces, será mejor que coma más ahora, ya
que no voy a comer esta noche.
Ella se quedó casi sin palabras. «Empiezo a notar
que cada vez me resulta más difícil controlar a
este pequeño bast*rdo».
Sin embargo, la expresión de Eugenio estaba
llena de calidez. Le gustaba la forma en la que
interactuaban entre sí, era muy agradable.
Extendió la mano y acarició la cabecita de
Néstor.
—Eres un chico. Los chicos deben cuidar a las
chicas, ¿entiendes? —Entonces, se inclinó hacia
él y le susurró—: Ahora mismo, tus alas todavía
están en crecimiento. Así que tienes que ser
calculador y actuar de forma dócil para que te
den tres comidas al día. ¡No es prudente ofender
a tus padres que te alimentan y te visten!
Olivia se quedó sin palabras. «Puedo oírlo todo,
¿de acuerdo? ¿Qué pasa con este método de
educación?». Néstor sonrió a sus anchas.
—Lo entiendo. —Después, se dirigió a su madre
de manera obediente y dijo—: Mami, estaba
equivocado. Eres la mejor mamá del mundo. —
Ella no dijo nada.
«¿Por qué me siento tan avergonzada?».
Eugenio sonrió. Luego, puso poco a poco todos
los ingredientes que habían pedido en el
estofado. Era muy exigente con el tiempo de
cocción de cada cosa. Por lo tanto, fue muy
claro con respecto a qué ingrediente debía ir
primero y qué ingrediente debía ir después.
Al final, Olivia decidió no seguir luchando contra
ellos. «Bueno, si soy mala para cuidar a los
demás, que así sea. Voy a ser una pequeña
glotona despreocupada, ¿de acuerdo?».
...
No muy lejos, una mujer les hizo una foto en
secreto y se la envió a Natalia por WhatsApp.
Junto con la foto había un mensaje que decía:
«Natalia, he visto a Eugenio. Está comiendo con
una mujer y un niño. Mira, ¿es un pariente
suyo?».
Pronto recibió una respuesta.
«Es la doctora que ayudó a curar al abuelo de
Eugenio».
«Si no lo supiera, pensaría que son una familia de
tres».
«Haz otra foto y asegúrate de elegir un ángulo
en el que no sea demasiado obvio que son ellos
en el fondo. Luego, publícala en Instagram»,
respondió Natalia en otro mensaje.
La mujer entendió sus intenciones de inmediato.
De ese modo, se puso de lado y se tomó un
selfie, incluyendo a Eugenio y a Olivia en la foto
mientras lo hacía. Aunque no era demasiado
obvio, podían verse de forma clara en la foto si
se ampliaba. Al publicarla en Instagram, escribió
el siguiente pie de foto:
«Vamos a comer estofado, yo invito».
En esta era digital, dos amigos comunes pueden
hacer que una foto se convierta en viral muy de
prisa. En consecuencia, la foto se convirtió en
tema del momento entre sus círculos de amigos
en un abrir y cerrar de ojos.
No era un secreto lo difícil que era acercarse a
Eugenio Navarro. Aparte de Alex, ni siquiera sus
amigos de la infancia se atrevían a bromear con
él. Por tanto, la foto de él comiendo con una
mujer, en especial porque era una mujer con un
niño, se convirtió al momento en una noticia
sensacional. Todo el mundo pensó que la mujer
era fascinante al poder acercarse tanto a
Eugenio.
Como resultado, compartieron las fotos varias
veces y Alina también la vio.
Capítulo 67 Su relación
Alina apretó los dientes al ver la sonrisa de
Eugenio en la foto ampliada de él y su familia. El
hecho de que eligiera a una mujer con un hijo
antes que a ella era inaceptable y llamó a
Roberto al instante.
—¿Cómo van las cosas por tu lado?
—Esa mujer es un hueso duro de roer. —Su voz
llegó a través de la línea.
—¿No tienes otra forma de hacerlo? —replicó
Alina enfadada—. ¡Fuera de mi vista si ni siquiera
puedes realizar una tarea tan insignificante!
Al día siguiente, el nombre de Ana estaba en la
parte superior de la lista de búsqueda en las
redes sociales y sin ayuda se hizo cargo de
algunas secciones de la lista de búsqueda:
«Ana Miranda plagio».
«Ana Miranda descalificada».
«Ana Miranda la p*rra falsa llorona».
«Olivia se revela como la diseñadora de moda
de renombre mundial, Ángel».
La última opción de búsqueda de la lista fue
retirada debido al deseo de Olivia de mantener
un perfil bajo. Sin embargo, hubo muchas
personas que vieron su nombre, lo que les llevó a
descubrir el hecho de que pronto crearía su
propio estudio de moda y a solicitar pedidos
anticipados. Incluso la reconocieron como la
hermanastra de Ana Miranda, la joven ejecutiva
del Grupo Miranda.
Olivia no tenía intención de revelar su pasado al
público y solo quería una vida tranquila, por lo
que hizo que Néstor retirara todas las opciones
de búsqueda relacionadas con ella. Ana estaba
encantada de ver su reacción, ya que su
reticencia a revelar su identidad significaba que
Ana tendría derecho a decir lo que quisiera. La
noche anterior se había conocido la noticia de
la expulsión de su hijo de la guardería, así que
decidió pasarse por la Residencia Gómez.
Ana se encontró con un grupo de periodistas al
salir del edificio, a los que respondió al poner
una delicada fachada mientras escatimaba en
palabras:
—El incidente ya pasó, así que, por favor, ¡no me
hagan más preguntas! No me importa lo que los
demás piensen de mí, ya que los que me
aprecian no dejarían de hacerlo incluso después
de haber sido descalificada, y los que no lo
hacen asumirían que soy una astuta mentirosa
sin importar lo que diga. Mantengo mi palabra,
ya que nunca me he apartado de mi
conciencia. —Tras dar una respuesta ambigua,
se marchó.
Dejó atónitos a los periodistas y a los
consumidores, que se preguntaban si había
ocurrido algo entre los competidores. Ana fue
directo a la morada de la Familia Gómez tras
despistar a los periodistas. Enfurecida tras
escuchar el informe de Florencia sobre lo
ocurrido en la guardería, trató de reprimir su ira
mientras preguntaba:
—¿Qué debemos hacer ahora? ¿Adónde debe
ir mi hijo después de haber sido expulsado?
Florencia pensó que lo ocurrido no era culpa
suya, así que no le importó su actitud.
—No hace falta que te sientas tan angustiada
por ello. Ya mandé a Hugo a buscar otras
guarderías. Hay muchas, así que siempre
podemos trasladar a tu hijo a otra.
—¿Dijiste que el apellido del hombre es Navarro?
—preguntó Ana después de respirar de manera
profunda.
Florencia frunció el labio y su expresión era de
angustia.
—Sí, y dijo que le gustaría cortejar a Olivia. Tus
primos me dijeron que era Eugenio Navarro, del
Grupo Navarro, pero no creo que sea el caso, ya
que no tiene ninguna razón para ir detrás de una
zorra como Olivia.
Un sentimiento de temor se apoderó de Ana al
recordar que había preguntado por el orador
después de que terminara el concurso, que
había resultado ser Eugenio y se preguntaba si
Olivia estaba de hecho relacionada con él de
alguna manera.
—¿Qué aspecto tiene el hombre?
Desganada, Florencia recordó el aspecto del
hombre con mucha renuencia y dio una
respuesta sin compromiso al cabo de un rato:
—Es bastante alto y apuesto; llevaba un traje
oscuro completado con una corbata carmesí a
rayas.
Ana estuvo a punto de perder el equilibrio al oír
la descripción que Florencia hacía de él, pero
consiguió sentarse en una silla que había detrás
de ella, al darse cuenta de que la descripción
coincidía con la de Eugenio.
Capítulo 68 Patada en la ingle
Al notar el cambio en el semblante de Ana,
Florencia preguntó:
—¿Qué pasa? —Ana respiró profundo y
respondió:
—Es Eugenio, en efecto. Fue él quien me acusó
de plagio, además de presentar un currículum
que obtuvo por medios dudosos.
—¿Por qué Eugenio está tan en contra de
nosotros si no nos guarda ningún rencor en
particular? —preguntaba Florencia mientras
fruncía el ceño.
—Debe ser por Olivia. Ella debe haber seducido
a Eugenio, lo que explicaría su comportamiento
—conjeturaba Ana que apretaba los dientes de
odio.
—Olivia es sin dudas una p*rra como su madre.
¿No está próximo el aniversario de la muerte de
su madre? Deberías aprovechar la oportunidad
para darle una lección a Olivia. —Florencia
pareció estar de acuerdo con ella.
Una sonrisa siniestra brotó en el rostro de Ana, lo
que cambió su expresión a pesar de su silencio.
Tres días después, Olivia recibió una llamada de
Eugenio para informarle de la detención del
criminal que había drogado a su abuelo, antes
de solicitar su presencia en la Residencia
Navarro ya que estaba preocupado por la salud
de su abuelo. Comenzó a preparar lo que
necesitaría llevar tras colgar y salió de su
habitación con el bolso en la mano.
El timbre de la puerta la sorprendió y se
preguntaba cómo Eugenio había logrado llegar
en tan poco tiempo. No se lo pensó mucho
mientras abría la puerta con una sonrisa
educada en el rostro, pero esta se congeló en
cuanto notó que era Roberto quien estaba
parado junto a la entrada en lugar de Eugenio,
ante lo cual se enfadó.
—¿Qué haces aquí?
—Seguro que estás ansiosa por abrirme la
puerta. Sé que a las mujeres como tú les
encanta hacerse las difíciles, así que ¿te
arrepentiste de tus acciones después de un
tiempo de inactividad? —Una sonrisa lasciva se
podía ver en el escuálido rostro de Roberto
mientras intentaba entrar en su casa.
—¡Sal de aquí! —La voz de Olivia sonó áspera,
pero Roberto no le prestó atención mientras
seguía haciendo lo que era propio de él, todo el
tiempo divagando:
—De acuerdo, no tiene sentido repetir los mismos
trucos viejos. Mientras tanto, deberías mirarte
bien. Aunque eres bonita, tienes un hijo y ningún
hombre rico se casaría con una mujer con un
hijo, excepto yo.
—¡Sal de aquí o no seré blanda contigo! —Olivia
tenía una mirada sombría en el rostro cuando se
vio obligada a retroceder.
—¿Por qué estás a la defensiva? ¡Deja de ser
tímida después de haberme acogido en tu casa!
¿No quieres invitarme? ¿Y por qué no hacerlo
hoy? ¿Crees que deberíamos hacerlo en la
cama o en el sofá? —Roberto alargó la mano en
un intento de abrazarla, lo que provocó que
Olivia echara el bolso a un lado antes de darle
una patada mientras gritaba:
—¡Lárgate de aquí!
El dolor insoportable por la patada de Olivia,
que aterrizó justo en su parte más vulnerable,
hizo que Roberto se agarrara la ingle al darse
cuenta de que la había subestimado. Maldijo en
voz baja antes de abalanzarse de nuevo sobre
ella:
—¡Ya has tenido tu oportunidad,
desvergonzada! ¡No te atrevas a pretender ser
una mujer noble mientras me das un sermón! ¡Te
demostraré cuánto puedo durar y cuántos
asaltos puedo dar!
Mientras lucía una sonrisa de desprecio que
hablaba de su indiferencia, Olivia retrocedió
unos pasos para poner algo de distancia entre
ambos antes de saltar en el aire para darle a
Roberto, que estaba delante de ella, una fuerte
patada que lo hizo tambalearse hacia atrás
hasta caer fuera de la puerta. A continuación,
se acercó a él y espetó:
—¡Tú eres el que no tiene vergüenza!
Roberto perdió la calma al ser expulsado de la
casa, lo que hizo que mirara a Olivia con
desprecio mientras hacía una llamada
telefónica, durante la cual solo escupió una
escueta orden:
—¡Ven aquí! —Entonces se levantó para gritar a
todo pulmón frente a la casa de Olivia—:
¡Espera! ¡Ya no eres una niña, ni tampoco una
mujer casta, así que te lo merecías! ¡El hecho de
que quiera acostarme contigo demuestra mi
cortesía!
Capítulo 69 La pelea desatada
—¡Bájate de las nubes! —Impulsada por la rabia,
Olivia agarró el brazo del hombre en lo que
daba un paso adelante para lanzarlo por
encima de su hombro con destreza mientras
ponía una expresión arrogante en su rostro.
Otros dos hombres llegaron a su puerta mientras
seguían enfrascados en su pelea, a lo que
Roberto respondió con una sonrisa
complaciente:
—Olivia, eres desagradecida, así que hoy voy a
darte una lección.
—¡Agárrenla! —gritó a los dos hombres.
Enseguida Olivia fue acorralada por estos
hombres mientras sostenía una mirada fría y
penetrante en su rostro inexpresivo.
—Roberto, Eugenio llegará en cualquier
momento. ¿Estás seguro de que quieres hacer
esto?
—¡Ni se te ocurra intimidarme con semejante
artimaña! ¿Quién te crees que eres? ¡Eugenio ni
siquiera le dedicará una mirada a una zorra con
un niño! —se burló Roberto. Luego se volvió
hacia los otros dos hombres antes de dar sus
órdenes—: ¡Vamos, nosotros tres la capturaremos
y nos divertiremos con ella!
Aunque las posibilidades de ganar contra tres
hombres eran escasas, Olivia no tuvo más
remedio que enfrentarse a ellos. Tomó aire antes
de voltearse para lanzar una patada al hombre
más cercano a ella y se metió en la casa. Sin
embargo, Roberto pareció leerle la mente, ya
que la siguió de prisa sin darle tiempo a cerrar la
puerta. Los tres hombres entraron sin problemas,
mientras sus esfuerzos combinados hacían pasar
un mal rato a Olivia. Cuando puso su atención
en los dos hombres, Roberto se lanzó hacia
adelante para sujetarla por la cintura desde
atrás a la par que soltaba palabras de
desenfreno:
—¡Deja de luchar sin sentido! ¿Por qué no te
diviertes con nosotros?
Uno de los hombres se acercó a ella
emocionado mientras decía:
—¡Sí, así es como se hace! En comparación con
el combate cuerpo a cuerpo, parece que le va
mejor en la lucha a distancia, ¡así que nos
acercaremos a ella de esta manera!
El hombre que recibió una patada y cayó al
suelo con anterioridad se levantó rápido y se
acercó a ellos.
—¡Gordo, sujétala mientras yo voy a buscar una
cuerda! —ordenó Roberto, a lo que el hombre
más gordo obedeció y la sujetó con un apretón
aún más fuerte.
Los forcejeos de Olivia fueron inútiles, así que solo
pudo observar cómo Roberto encontraba una
cuerda en algún lugar de la casa. En el silencio
que se produjo, mantuvo una expresión severa
mientras se apoyaba en el hombre que estaba
detrás de ella para apartar a Roberto de una
patada cuando este se acercó con la intención
de atarla.
La fuerte patada hizo que Roberto se deslizara
unos metros hacia atrás por el suelo, lo que
causó que su cabeza chocara con el mueble de
la televisión que tenía detrás. El dolor hizo que le
diera un ataque de rabia mientras maldecía y
luego tomó un jarrón del mueble de la televisión
para lanzárselo a la cabeza:
—¡Firmaste tu propia sentencia de muerte,
maldita p*rra!
Una brisa pasó por delante de Roberto en ese
instante antes de que recibiera una patada en
la espalda, que le hizo caer sobre la mesa de
centro. La vajilla de té que estaba sobre ella fue
barrida debido al choque, mientras él fustigaba:
—¡Por la p*ta madre! ¿Quién está ahí? —Su
primera reacción fue buscar a la persona que le
había dado la patada, pero su visión falló antes
de que pudiera ver la figura, ya que le habían
roto un jarrón en la cabeza. El sonido que hizo
fue indescriptible, ya que era una mezcla de
ruido contundente y crujiente. Lo único que supo
fue que vio de color rojo de manera literal, lo
que reconoció cuando sus ojos se cubrieron con
la sangre que salía de la herida en su cabeza.
—Sí que eres valiente, Roberto. —El tono frío y
feroz de la voz le causó un escalofrío en el
centro de su ser cuando Roberto se dio cuenta
de que Eugenio había llegado.
Capítulo 70 La revisión de Mario
—E-Eugenio... —Al limpiarse la sangre sobre los
ojos, la mente de Roberto se quedó en blanco
mientras temblaba al darse la vuelta para tener
una visión más clara de la persona que tenía
delante.
—Estoy seguro de que tienes ganas de morir. —El
tono de voz de Eugenio era escalofriante y tenía
una expresión fría.
Los otros dos hombres se estrellaron contra
Roberto al ser pateados por Olivia antes de que
pudieran siquiera responder, mientras Roberto
gritaba de dolor y casi se desmaya. Al examinar
a Olivia de pies a cabeza, Eugenio podía sentir
el miedo persistente en su corazón. También
sintió un agudo pinchazo en su corazón al notar
que su cabello estaba despeinado, su ropa
sucia y sus muñecas rojas debido al forcejeo
durante la lucha.
—¿Estás bien? —preguntó, a lo que Olivia movió
la cabeza de manera positiva como respuesta.
A pesar de la furia desatada, no se atrevió a
imaginar lo que hubiera sucedido si hubiera
llegado un segundo más tarde.
—Ve a cambiarte y luego iremos al hospital para
que te revisen. —A continuación, hizo una
llamada en su teléfono para que sus hombres se
acercaran.
—Estoy bien, así que primero deberíamos
hacerle una visita a tu abuelo. Espera aquí
mientras voy a cambiarme —Olivia respiró
profundo y entró en la habitación después de
haber dicho eso.
La cojera de la pierna le dolía al sentarse en la
cama, pero aparte del moretón que hacía
evidente que estaba herida, no sabía cómo se
la había hecho. Era una suerte que sus hijos no
estuvieran en casa, si no, no hubiera conseguido
ocuparse de todo ella sola. Tras aplicar los
primeros auxilios a sus heridas, Olivia se puso un
nuevo par de pantalones antes de salir de su
habitación. Cuando salió, el salón ya estaba
limpio y no quedaba ningún rastro de sangre en
el lugar.
—¡De alguna manera te compensaré por esto!
—Había un semblante de disculpa en la mirada
de Eugenio mientras la observaba desde donde
estaba parado en la sala de estar.
—Está bien. De todas formas, ya recibieron unos
buenos golpes. —Olivia respiró profundo antes
de hablar.
—No tienes que preocuparte de que se repita —
respondió él.
Los dos se dirigieron entonces a la Residencia
Navarro. Después de un par de visitas, Olivia no
era ajena a este lugar. Vio al padre de Eugenio,
Eduardo, que emanaba un aura de
superioridad. Aunque Eugenio no se parecía en
nada a Bruno, los dos tenían un parecido con
Eduardo, quien saludó a Olivia antes de que ella
pudiera hacerlo:
—¡Usted debe ser la doctora Miranda! Gracias
por salvar a mi padre.
—Es parte de mi trabajo, así que no tiene que
agradecerme —respondió Olivia.
—Su edad ya casi lo alcanza, así que por favor
trátelo lo mejor que pueda —dijo Eduardo.
—No se preocupe, haré mi mayor esfuerzo —
respondió Olivia con la misma actitud.
Si debía ser franca, ella no era buena para las
galanterías, pero Eduardo tampoco dijo mucho
más aparte de recordarle a Eugenio que
analizara la situación antes de salir de la
habitación. No parecía que a Eduardo le
importara en absoluto el anciano en
comparación con Eugenio, pero Olivia optó por
mantener su silencio al notar lo imperturbable
que estaba Eugenio. Entraron en la habitación
de Mario y lo vieron de buen humor al saludar a
Olivia:
—¿Por qué no trajiste al niño contigo? —A juzgar
por el hecho de que Mario preguntaba por
Néstor después de haber hablado con él
durante un largo rato la última vez, Olivia se
alegró al confirmar que a Mario le había
agradado mucho Néstor.
—Néstor está en la escuela, Señor Mario.
—¡Ten por seguro que tienes un gran hijo, Olivia!
—asintió con la cabeza el anciano.
—Pero también puede ser exasperante a veces.
—Olivia dejó escapar una risa.
—Abuelo, deja que la doctora Miranda te haga
una revisión. —Eugenio sonaba preocupado.
—Claro, adelante —consintió Mario.
Ya que tenía su consentimiento, Olivia sacó una
pequeña almohada antes de comprobar su
pulso, al tiempo que le preguntaba por su
estado de ánimo, su dieta, su sueño y demás.
Diez minutos después, miró a Mario con una
sonrisa antes de decir:
—Parece que está en buenas condiciones, siga
así.
—Todo es gracias a ti. —Mario soltó una
carcajada al escuchar lo que ella dijo.
—Por favor, no diga eso, Señor Mario. ¡Su nieto es
el verdadero héroe! Él es el que estaba
preocupadísimo —respondió Olivia con mucha
humildad, a la vez que miraba de reojo a
Eugenio.
Capítulo 71 Hace de casamentero
—Seguro que tengo un nieto excepcional —dijo
Mario mientras se acariciaba la barba. Entonces
le entregó a Eugenio una llave de cobre y fijó la
mirada en él.
—Tráeme la carpeta roja de la gaveta.
—A pesar de su sorpresa, Eugenio tomó la llave,
abrió la gaveta y sacó la carpeta.
—¿Te refieres a esto?
—Sí, tú la guardarás a partir de ahora —dijo
Mario y asintió con la cabeza.
—¿Qué es esto? —Al abrirlo, a Eugenio le dio un
salto el corazón al darse cuenta de que era el
testamento de su abuelo, lo que le hizo fruncir el
ceño—. Abuelo, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué
escribes un testamento si estás bien?
Mario agarró la mano de Eugenio mientras este
intentaba volver a cerrar la carpeta en sus
manos.
—No te pongas nervioso, lo único que te pido
mientras tanto es que lo guardes. Mi día llegará
ahora que soy viejo, así que debes pensar en la
empresa, aunque en lo personal no te importe la
riqueza. Para mí, eres el mejor candidato a
presidente de esta empresa. Las acciones que
tenemos tu abuela y yo suman una cuarta parte
del total de las acciones, lo que garantizaría tu
adquisición del cargo, con una condición. —
Eugenio se veía enojado al mirar de cerca las
condiciones adicionales enumeradas al
escuchar las palabras de Mario.
—¿Quieres decir que tengo que casarme antes
de poder heredar la empresa? ¿Estás seguro de
que me quieres como presidente? —Mario
mostró una sonrisa traviesa al responder:
—¡Intentaré seguir vivo mientras tú haces todo lo
posible por cumplir esa tarea!
—Entonces deberías heredársela a otra persona
—dijo Eugenio.
A medida que la ansiedad se apoderaba de él,
Mario le dio una palmada en la espalda.
—¿Planeas hacer que me enoje tanto para
poder heredar mi riqueza después de que muera
de un ataque al corazón?
—¿Cómo podría hacerlo si ni siquiera puedo
cumplir con tus requisitos? —Eugenio estaba
exasperado.
Mario miró entre Olivia y Eugenio mientras le
hacía una señal a este último.
—¡Entonces deberías esforzarte más, vago sin
remedio! Hice un trabajo mucho mejor en mis
tiempos.
«Entonces, ¡quiere que corteje a Olivia!». Darse
cuenta de esto le provocó a Eugenio
sentimientos contradictorios. «¿No nos hemos
visto solo un par de veces? ¿Por qué tiene tan
buena impresión de ella?».
Mientras tanto, Olivia estaba allí incómoda,
como si hubiera escuchado algo que no debía y
se preguntaba si la harían mantener el secreto.
«¡Este anciano! ¿Por qué no me dijo que les diera
un poco de espacio para hablar de asuntos tan
importantes?».
Mario le entregó el documento a Eugenio y al
mismo tiempo le guiñó el ojo de forma traviesa.
—Guárdalo y no dejes que nadie lo descubra o
dirán que te estoy favoreciendo a ti. Sin
embargo, deberás mostrar esto si alguien
cuestiona tu derecho al cargo cuando yo
fallezca. —Esas palabras dejaron un mal sabor
en la boca a Eugenio, que se sentó en la cama
de su abuelo.
—¡Abuelo! ¡No digas tonterías! ¿No oíste lo que
te dijo la doctora Miranda? Será mejor que te
esfuerces en vivir todo lo que posible para que
puedas presenciar mi boda.
—¡Si ese es el caso, deberías apresurarte para
cumplir tu promesa! —asintió Mario antes de
dirigirse a Olivia.
—Trae a Néstor a visitarme durante las
vacaciones, pues me agrada mucho.
—De acuerdo —aceptó Olivia.
Mario lanzó un suspiro.
—Aunque ya no me relaciono con los asuntos
mundanos, tengo las cosas claras, así que no
tienes que sentirte inquieta por ello. Sé que eres
una buena chica, ya que estaría muerto desde
hace tiempo si no fuera por tus constantes visitas.
Puedes reírte todo lo que quieras, pero para las
familias como la nuestra, las relaciones familiares
vienen después de los beneficios de cualquier
tipo. Sin embargo, Pocholo no está cegado por
estos beneficios, así que pueden trabajar en
construir una relación juntos.
«¿Por qué parece que hace de casamentero?».
Olivia se puso rígida y se sonrojó.
Capítulo 72 La pastilla que le dio
La incomodidad se reflejaba en Eugenio
mientras se preguntaba qué tramaba su abuelo
y por qué había decidido actuar de manera tan
evidente, si antes era más discreto.
—Muy bien, eso será todo por hoy, ya que es
obvio que me estás sobreestimando. Por ahora,
nos iremos.
—¡Claro, adelante! Voy a tomar una siesta
ahora. —El Abuelo Navarro parecía divertirse.
¡Tráiganmela! —ordenó Eugenio a César tan
pronto salieron de la habitación de su abuelo.
Aunque no había heridas visibles en el rostro de
Lily cuando la trajeron a la casa, estaba muy
pálida, como si hubiera recibido una gran
conmoción.
Mientras tanto, Eugenio le indicó a Olivia que
tomara asiento en lo que sacaba un cigarrillo
que encendió y al que comenzó a darle una
calada con una ligera actitud indiferente. Con
un tono casual, preguntó:
—¿Cuál es la droga que añadiste a la comida
de mi abuelo? —El miedo se apoderó de Lily que
temblaba mientras tartamudeaba:
—Yo... yo añadí solo un somnífero en su comida
al ver que el Señor Mario experimentaba
palpitaciones durante su sueño. ¡No era para
hacerle daño, así que por favor perdóneme,
Joven Eugenio! ¡Sé que cometí un error y no lo
volveré a hacer! —se disculpó Lily mientras se
arrodillaba ante él con una reverencia.
—¿Segura que añadiste somníferos y no
vasoconstrictores? —preguntó Olivia y frunció el
ceño.
—No, solo le di un somnífero. —Lily todavía pedía
perdón.
—¡El Señor Mario siempre ha estado enfermo, así
que nunca debes darle ningún medicamento sin
las instrucciones de su médico! ¿Cómo es
posible que no sepas una cosa tan sencilla? —
dijo Eugenio con una expresión de rudeza en su
rostro.
—¡Lo sé, por eso le di uno nada más! Mi
intención era ayudarlo a dormir mejor.
—Supongo que no vas a decir la verdad. —
Eugenio mantuvo un tono despreocupado e
indiferente mientras echaba la ceniza de su
cigarrillo en el cenicero.
—¡Digo la verdad, Joven Eugenio! Puede
examinar la comida y comprobará que son
somníferos —explicó Lily en un apuro.
—¿Es tu somnífero la razón por la que el Señor
Mario durmió hasta el mediodía del día 7? —
preguntó Eugenio con el rostro serio.
—No, eso no tiene nada que ver conmigo. Me
preocupaba que el Señor Mario tuviera
problemas para dormir mientras yo estaba de
guardia anoche, así que mis intenciones eran
puras. —Lily miró a Eugenio con atención.
—¡Sácala de mi vista y luego rómpele las
piernas! —ordenó Eugenio con una expresión de
frialdad en su rostro.
—¡Por favor, perdóneme, Joven Eugenio! ¡Sé que
cometí un error y no lo volveré a hacer nunca
más! —Resonaron los gritos de Lily, pero César
hizo lo que se le había ordenado sin darle la
oportunidad de rogar por su perdón.
—Envía la comida de mi abuelo para que la
examinen. —Eugenio no se movió del sofá.
—De acuerdo —respondió César con pocas
palabras.
Mientras tanto, Olivia reflexionaba con el rostro
serio: «¿Cómo puede ser eso posible? La presión
arterial del Señor Mario alcanzó los 180 mmHg
ese día y las cifras no se habrían disparado si le
hubiera dado un somnífero».
Sin embargo, no tuvo tiempo de continuar su
reflexión pues Eugenio se levantó y se ofreció a
llevarla a su casa, a lo que ella accedió con una
respuesta corta mientras agarraba su bolso y
subió al auto. El viaje transcurrió en silencio y
Olivia se sentía perturbada. «¿Qué significa esto?
¿Era porque los resultados no cumplían sus
expectativas o porque tenía dudas sobre mi
diagnóstico?». Olivia nunca fue de las que se
quedan con las cosas por dentro, así que, tras
mirarlo de reojo unas cuantas veces, le
preguntó:
—¿Sospecha que he cometido un error en mi
diagnóstico?
Sorprendido, Eugenio pensó, «¿por qué
preguntaría eso?».
Capítulo 73 Una noche de fiesta
—No es eso. Creí que sospechaban que nosotros
investigábamos el asunto y por eso usaron a la
criada como chivo expiatorio —respondió
Eugenio.
—¿Quiere decir que ella no lo planificó? —
preguntó Olivia con el rostro serio
—Una criada no sería tan atrevida —se burló
Eugenio.
Olivia mantuvo el rostro serio, pues la respuesta
que le dio le recordó lo que el Abuelo Navarro
dijo sobre la ausencia de relaciones familiares.
Tenía una sensación de incertidumbre mientras
lo miraba, sin saber cómo debía enfrentarse a él
y si debía compadecerlo o consolarlo.
—¿Sospecha de alguien? ¿Sería uno de los
miembros de su familia, solo por esa herencia?
—No lo sé —respondió Eugenio tras respirar
profundo. Para él, este era un tema difícil de
abordar ya que su familia había hecho mucho
más que eso, por lo que optó por una respuesta
ambigua.
Al darse cuenta de que solo eran conocidos,
Olivia tuvo la repentina sensación de que no
debería haber preguntado al respecto, así que
no indagó más. En lugar de eso, optó por
recordarle:
—Debería conseguir algunos guardaespaldas
para proteger a su abuelo en secreto.
—Lo haré. Gracias por su tiempo hoy, haré que
alguien le transfiera los honorarios de la consulta
—asintió Eugenio mientras hablaba.
—No tiene que ser tan educado. Soy yo quien
debería agradecerle. Su oportuna llegada me
salvó de una catástrofe —contestó ella.
El recuerdo del incidente ocurrido antes de su
llegada desencadenó un sentimiento de
vergüenza en Eugenio, ya que Roberto no
habría podido encontrar fallas en Olivia si no la
hubiera presentado a ese grupo de
alborotadores. Se sentía responsable de lo
ocurrido, por lo que le dijo:
—No se preocupe, no dejaré que lo que hicieron
quede impune. —Sin saberlo, lo que dijo sonaba
más a promesa que a otra cosa.
Pronto llegó la noche siguiente. Olivia recibió
una llamada de Katia, en la que esta solicitaba
su compañía para asistir a una fiesta. Por tanto,
dejó a Néstor en casa de Nataniel, lo que le
encantaba. Como desarrollador de videojuegos,
todos los juegos de Nataniel pasaban primero
por Néstor, por lo que visitar su casa era la
actividad favorita del niño. Apenas llegaron,
Néstor le indicó a Olivia que se fuera y dijo con
amabilidad:
—No tienes que venir a buscarme esta noche,
ya que será bastante tarde cuando termines,
dormiré aquí.
—¿Estás seguro de que vas a dormir en lugar de
jugar toda la noche? —dijo Olivia con rostro de
enojo.
—Prometo vigilarlo —dijo Nataniel.
—Sé que los dos son iguales cuando se trata de
videojuegos. Vendré por la mañana y tendrás
que soportar mi ira si descubro que jugaron
videojuegos toda la noche —afirmó Olivia e hizo
un ruido con la garganta en señal de
desaprobación.
—Lo sé, lo sé, así que ya puedes irte. Esa idiota
debe estar esperándote. —Nataniel la forzaba a
irse mientras hablaba.
Su apuro hizo que Olivia se resignara a llamar un
taxi para ir al hotel, al llegar se encontró a Katia
que la esperaba en la entrada.
—¡Me has hecho esperar bastante! —Katia se
acercó a ella de prisa.
—Me demoré al llevar a Néstor a casa de
Nataniel —se disculpó Olivia y agarró a Katia de
la mano mientras entraban con el dobladillo del
vestido en la mano.
—¡Haga lo que haga, tengo que conseguir que
Lucas colabore conmigo! —dijo Katia, que
trabajaba en una novedosa agencia editorial
de revistas de moda que estaba en proceso de
alcanzar la fama y sus ventas no iban muy bien,
por lo que la empresa se encontraba en un
estado bastante lamentable.
Aunque la empresa había conseguido un
contrato con otra empresa especializada en
anuncios de relojes, habían insistido en que
Lucas Martínez debía ser el modelo de sus
productos, lo cual era una petición que Katia no
podía rechazar, ya que debía tener en cuenta el
sustento de sus subordinados.
—¿Te refieres a Lucas Martínez, el protagonista
de «No puedo evitar enamorarme de ti»? —
Olivia miró a Katia con curiosidad.
—Sí, ¡entonces lo conoces! —Katia parecía
encantada de oír eso.
—¡También sé que es empleado de
Entretenimiento Estrella Metropolitana! —dijo
Olivia con una expresión pícara en su rostro.
—¡Sí! —dijo Katia.
—Sin embargo, el drama es un éxito y su
empresa y patrocinadores parecen tenerlo en
alta estima, así que no es seguro que tengas
éxito —comentó Olivia con sinceridad.
Capítulo 74 Cada uno con sus propios
planes
—¡Tendré que intentarlo sin importar el resultado!
—expresó Katia, que lucía confiada.
—Muy bien, mucha suerte. —Oliva arqueó una
ceja.
La espléndida decoración resplandecía bajo las
brillantes luces del salón, la cual formaba una
vista abrumadora que asaltaba sus sentidos
cuando ambas entraron en la sala. El sonido de
las copas de vino chocando entre sí se oía entre
el bajo parloteo de los invitados, que consistía en
hombres de éxito y mujeres glamurosas.
Brindaban unos con otros mientras caminaban
con gracia y elegancia por el escenario
decorado de forma lujosa.
Olivia llevaba un vestido negro hasta la rodilla
con un dobladillo un poco más largo en la parte
de atrás, que mostraba su sensualidad e
inocencia, al tiempo que la hacía parecer un
hada sacada de un cuento. Además, las luces
añadían un brillo a su tez blanca, que
contrastaba con su vestido negro.
El vestido blanco y largo que llevaba Katia era
más bien conservador. También llevaba el
cabello recogido en un moño, mientras dos
mechones colgaban junto a su rostro, lo que
acentuaba sus cualidades sensuales y
encantadoras. Debido a su belleza y a su falta
de fama en general dentro de la industria de la
moda, en comparación con los demás invitados,
acapararon la atención de muchos al entrar en
el recinto.
—¿Quiénes son? —murmuraban entre la
multitud.
—Una parece ser la editora jefa de la revista
«Vida de la Burguesía», mientras que la otra es
una desconocida.
—Nunca he oído hablar de esa revista. ¿Cómo
es?
—Está regular. El primer número llamó la
atención. Sin embargo, sus ventas han bajado
durante sus últimas publicaciones a pesar del
buen comienzo.
—¿No te parece conocida la mujer que está a
su lado? ¿Es Ángel, la diseñadora de moda de
fama mundial?
—¿No es Ángel una extranjera?
—No, recuerdo haber visto su foto en un artículo.
Déjame buscarla.
Mientras los demás las analizaban, empezaron a
buscar a Lucas apenas entraron al lugar, hasta
que lo encontraron entre una multitud de
mujeres con su traje azul claro. Tenía un aura de
superioridad en su mirada mientras una sonrisa
de satisfacción se dibujaba en la comisura de
sus labios.
—¡Lo encontré! Olivia, diviértete por tu cuenta,
¡yo volveré en un rato! —Los ojos de Katia se
iluminaron al verlo y fue de prisa hacia él con sus
tacones, todo ello con una caja de tarjetas de
presentación en el bolsillo que entregaría a
posibles socios de negocios.
Olivia no prestó demasiada atención al
comportamiento de su amiga, buscaba comida
en el mostrador del bufé mientras observaba las
prendas que llevaban los demás invitados para
obtener inspiración. «Humm. Podría dar una
vuelta a la sección del bufé y comer algo». Al
mirar alrededor vio a Alina, pero se calmó con
rapidez después de pensar que era muy
probable verla en una ocasión así. Sin embargo,
a Olivia no se le pasó por la cabeza la intención
de saludar a Alina, ya que no se conocían
demasiado, solo hizo lo que tenía que hacer la
última vez porque no tenía elección.
Alina entrecerró los ojos al ver a Olivia. «Parece
que Roberto aún no ha cumplido con su tarea,
dado que esta mujer aún es capaz de aparecer
aquí sin problemas. Bien, lo haré yo misma». Así
pensaba mientras agarraba a uno de los
camareros y lo llevaba hacia un lado.
—Ven conmigo.
—¿En qué puedo ayudarla, señora? —Era obvio
que el camarero estaba confundido mientras la
seguía.
Al llegar a un lugar donde no había cámaras de
seguridad, ella le entregó una pastilla al
camarero antes de susurrarle órdenes al oído.
—¡De ninguna manera voy a hacer eso, señora!
¡No tengo el valor para hacerlo, así que será
mejor que busque a otro! —rechazó el servidor
su petición en un ataque de pánico.
—¡Todo lo que tienes que hacer es servirle una
bebida! No es una tarea tan difícil —dijo Alina,
que a la vez tomó un montón de dinero en
efectivo y lo metió en el bolsillo del camarero.
Capítulo 75 Desgracia
El dinero se convirtió en el factor decisivo para
que el camarero accediera a lo que le pedía
Alina. Entonces, salió del lugar aislado después
de ella. Alina se acercó a Olivia apenas salió.
—¡Srta. Miranda, qué casualidad verla aquí!
—Lo mismo digo, Señorita Juncosa. —Olivia
sonreía al verse obligada a saludar a Alina, ya
que no podía fingir que no la veía.
—¡No esperaba encontrarla aquí! ¿Ha venido
sola?
—He venido con una amiga —dijo Olivia.
—¿También conoce a Leonardo Herrera? —
preguntó Alina.
Leonardo Herrera era el organizador de esta
fiesta.
—Mi amiga lo conoce —respondió Olivia.
—Es amigo mío, así que puede decirme si
necesita algo. —Alina se comportó como si
fueran viejas conocidas mientras le hacía una
señal con la mano al camarero—, ¡aquí! —Al ser
llamado, el camarero sobornado se acercó a
toda prisa, Alina le dio el vino con la droga a
Olivia mientras tomaba otra copa para ella y
dijo—: ¡Salud!
Olivia no creyó que fuera educado rechazarla,
aunque el entusiasmo de Alina era un poco
exagerado, así que tomó la copa de vino antes
de chocarlas. Luego, Alina se bebió todo el vino
de un tirón mientras mantenía el contacto visual
con Olivia, quien percibió la presencia de un
aroma que no era el del vino en cuanto se llevó
la copa a los labios. En vista de que Olivia había
estado rodeada de medicamentos todo el
tiempo, así como el hecho de que había caído
en el mismo truco hacía siete años, había
aprendido bien la lección, por lo que era
sensible hacia la droga.
Al echar una mirada entre Alina y el camarero
que acababa de marcharse, Olivia se imaginó
que el camarero no tendría el valor de
acercarse a ella, por lo que alguien más tenía
que haberlo planeado. Aunque era una
desconocida para el resto de los invitados, sabía
que Alina le guardaba rencor, por lo que pensó
que era probable que ella fuera la culpable. Por
otro lado, el retraso en las acciones de Olivia
provocó ansiedad en Alina mientras
preguntaba:
—¿Pasa algo?
—No es nada. Olvidé que mi cuerpo aún se
recupera de una lesión previa, así que no puedo
beber. Por favor, permítame sustituirlo por un
poco de jugo. —Olivia sonrió mientras mantenía
su mirada en Alina, luego dejó su copa en busca
de un poco de jugo. Sin embargo, una fuerte
bofetada y los gritos de algunas mujeres desde
el interior del salón la interrumpieron.
Olivia puso el rostro serio cuando miró en la
dirección en la que se había producido el
alboroto, al ver que Katia se había desplomado
en el suelo, mientras Lucas parecía regañarla. Al
verlo, Olivia reaccionó de manera espontánea
al dejar su jugo sobre la barra en lo que se
apresuraba a socorrer a Katia. Mientras tanto,
Lucas mostraba su personalidad en tanto
maldecía a Katia.
—¡No deberías ser tan engreída cuando solo
eres la editora jefa de una revista de mierda! ¡Si
quieres contratarme, haz lo que te digo o
lárgate de aquí! ¿Quién te crees que eres para
recurrir a la violencia, p*rra?
—Lucas, no te enfades. No tienes que hacer un
escándalo por una mujer. —La multitud que lo
rodeaba trató de apaciguarlo.
—Sí, tienes una imagen pública que mantener y
aquí hay bastantes periodistas.
La multitud ofreció todo tipo de consejos, pero
ninguno de ellos intentó ayudar a Katia, ya que
esta era una simple redactora de una editorial
desconocida, mientras que Lucas era una gran
celebridad y todos sabían de qué lado ponerse.
Además, Lucas estaba rodeado de mujeres que
percibían que Katia era mucho más bonita que
ellas, por lo que se negaron a ayudarla,
pensaban que ya habían hecho bastante al
retener sus humillaciones.
Enseguida Olivia llegó hasta Katia para ayudarla
a levantarse antes de preguntar por su estado.
Se dio cuenta de que Katia tenía la mitad del
rostro hinchado. Aunque ya era difícil calmar su
ira, Lucas continuaba sus insultos hacia Katia
para causarle más daño.
—¡Sinvergüenzas!
Olivia miró a Lucas con enojo antes de atacarlo
con una patada frente a la multitud que
permanecía en silencio.
Capítulo 76 Su verdadera naturaleza
—¡Carajo! ¿Quién diablos eres tú, p*ta? ¿Cómo
te atreves a darme una patada? —La patada
derribó a Lucas, que gritaba de dolor mientras se
oían exclamaciones de desconcierto entre la
multitud que miraba a Katia y Olivia.
—¿Quiénes son? ¿Por qué le han pegado?
—¡Ella lo atacó primero!
—¡Qué mujer tan arrogante!
Sin querer repetir las viles palabras que Lucas
soltó, Katia explicó la situación en términos
sencillos mientras lo miraba:
—Intentaba invitarlo a trabajar en una sesión de
fotos para nuestra revista, pero empezó a
manosearme, así que le pegué por rabia.
A pesar de mostrar su simpatía hacia Katia,
todos guardaron silencio y se abstuvieron de
hablar mal de Lucas debido a sus conexiones
con los inversores y Entretenimiento Estrella
Metropolitana. Lucas no estaba dispuesto a
admitir sus malas acciones mientras divagaba:
—¡Deja de decir tonterías! ¡Yo no te he
manoseado! Fuiste tú la que me acosaba y
hacía promesas en vano. Me abstuve de
acusarte de seducirme, ¿cómo te atreves a
atacarme de esa manera?
—¡Es usted el que dice tonterías! Yo no lo seduje.
—Katia se enojaba más.
Mientras tanto, una mueca de desprecio
asomaba en el rostro de Olivia al observar a
Lucas.
—¡Es usted un ignorante por hacer lo que le da
la gana sin importarle la imagen de su empresa y
es un hombre sin virtudes por ser arrogante y
decir obscenidades en público! ¡El hecho de
que haya atacado a mi amiga demuestra lo
injusto que es y además es una prueba de su
desvergüenza al golpear a una mujer en
público! ¿Cómo se atreve un ser tan bajo de
crear un disturbio aquí?
—¡Espere, imbécil odioso!
Después de que le dijeran unos cuantos insultos,
Lucas se marchó a llamar por teléfono tras
insultarlas, pero a Olivia no pareció importarle
mientras guiaba a Katia para pedirle hielo a un
camarero antes de preguntarle:
—¿Qué pasó entonces?
—Él está entre la escoria más baja de la
sociedad. Fui tonta al pensar que podría ser un
buen tipo al juzgarlo por la imagen del hombre
leal que representaba en la televisión. En lugar
de eso, me pidió que te presentara porque le
gustabas, luego empezó a tocarme el cuerpo
mientras decía que consideraría mi oferta si las
dos nos acostábamos con él esta noche. ¿No es
un imbécil arrogante? Así que le di una
bofetada por la ira, pero de inmediato me
arrepentí de mis acciones.
—No tienes que arrepentirte de ello. Incluso te
animaría a darle una bofetada más fuerte —dijo
Olivia con una mirada de desprecio
—¡Ahora la portada de mi próximo número ha
desaparecido! —Katia no pudo evitar sentirse
abatida por ello.
—Una escoria como él no es apta para tu
portada de todos modos. Ven, ponte hielo en el
rostro que lo tienes hinchado. Ese desgraciado
te golpeó fuerte.
—Tú no estás tan mal. No pudo aguantar en pie,
así que tu patada debió doler. ¡Se lo merece! Sin
embargo, no deberías haber recurrido a la
violencia. No servirá de nada si te metes en
problemas por esto, ya que acabas de llegar
aquí.
—¡Mírate! ¡No deberías preocuparte por mí!
Deberías haberme pedido ayuda si querías
pegarle, ya que tienes una complexión tan
pequeña —decía Olivia mientras Katia
presionaba la bolsa de hielo sobre su rostro.
Un alboroto en la entrada del salón de
banquetes atrajo la atención de todos los
invitados cuando uno de ellos gritó:
—¡Es Eugenio Navarro!
—¡Vaya, es tan apuesto! ¡Dios mío!
—¡Debe ser su aura! Solo hay que ver cómo las
personas que lo rodean hacen su voluntad.
—¡Solo podemos mirarlo!
Los comentarios de algunas mujeres llamaron la
atención de Olivia, que miró hacia donde se
producía el revuelo. Su posición en la parte
interior del vestíbulo hizo posible que pudieran
ver con claridad lo que ocurría afuera sin
exponerse.
En efecto, era Eugenio quien los privilegiaba con
su presencia en un traje de color oscuro. Parecía
distanciarse mientras analizaba su entorno con
una mirada perspicaz, lo que contribuía a su aire
de líder innato. Detrás venía Carlos, que lo
seguía de manera dócil, y los demás que
pretendían adularlo. Eugenio era la
representación del poder y el prestigio en
Ciudad del Sol y su presencia se imponía en
todos los lugares a los que llegaba, incluida la
sala de banquetes.
Capítulo 77 Una bofetada en el rostro
Había un enorme sofá semicircular en la zona
del salón más adelante y todo el mundo se
levantó para ofrecerle un asiento a Eugenio,
acorralándolo en un puesto justo en el centro.
Enseguida todo el mundo se acercó a saludarlo
sin importar si lo conocían. Esto parecía ser
obligatorio, aunque era más bien una forma de
conocerlo, puesto que era una oportunidad de
oro para colaborar con el Grupo Navarro.
Olivia estaba ocupada poniendo hielo en el
rostro de Katia, así que no fue a saludarlo, pero
vio que Alina se le acercaba.
—¿No es esa Alina Juncosa? —exclamó Katia—.
¡En Ciudad del Sol se rumorea que tiene una
relación con Eugenio!
—La he visto antes e incluso hablamos un poco y
también sospecho que podría haber venido
porque sabía que Eugenio estaría aquí —asintió
Olivia.
—Es posible. Por lo demás, una fiesta así no es
digna de ella al tener en cuenta el origen de su
familia —respondió Katia.
—¿Cuál es su origen? —preguntó Olivia
sorprendida.
—He oído que su padre es el director general de
aduanas de Ciudad del Sol —respondió Katia.
Olivia comprendió lo que sucedía. «No es de
extrañar que conozca a alguien como Eugenio».
Mientras tanto, Alina estaba extasiada en
verdad, pues apenas supo que Eugenio asistiría
a esta fiesta, ella fue a esperarlo a él en
específico. Aunque Olivia no cayó en su trampa,
se alegró de ver a Eugenio. Se acercó y lo
saludó con amabilidad:
—Eugenio.
Con un cigarrillo en la boca, Eugenio la miró con
pereza y murmuró un saludo, la trató igual que a
los demás. Alina se sintió dolida por su actitud
indiferente, pero respiró profundo y comentó
con una sonrisa:
—Si hubiera sabido que tú también vendrías,
podríamos haber asistido juntos. Tú estás solo y
yo tampoco tengo acompañante. —Este
comentario era muy obvio.
—No estoy solo —contestó Eugenio, con una
expresión indiscernible.
Alina se limitó a soltar una risita incómoda.
—Carlos no es una mujer.
Eugenio la miró de manera fija.
—¿Quién estipula que debe ser una mujer?
Alina se quedó pasmada de nuevo. Leonardo, el
anfitrión, trató entonces de suavizar las cosas e
intervino con una sonrisa:
—¡Cuando dos personas están hechas la una
para la otra, esto hace que un trabajo difícil sea
muy sencillo, ya que las dos se complementan!
—Al oír esto, el público se echó a reír.
Alina también esbozó una pequeña sonrisa. Miró
a Eugenio con timidez y comentó de forma
aduladora:
—Visité al abuelo esta mañana e incluso
hablamos de ti. —Se acercó a él con la
esperanza de sentarse a su lado mientras
hablaba.
Leonardo, que por casualidad estaba sentado
al lado de Eugenio, se paró al percibir su
intención.
—Alina, ven y siéntate aquí.
De repente, Eugenio levantó los ojos y lo fulminó
con la mirada, aunque su voz permanecía
apacible.
—¿Tan ocupado estás?
Leonardo volvió a sentarse avergonzado.
—En absoluto. Solo pensaba en hacer los
preparativos para llevar esta fiesta a otro lugar
—respondió con una sonrisa.
—No es necesario. Aquí está bien —replicó
Eugenio sin preocupación.
Alina se quedó inmóvil por la humillación,
dudaba entre tomar asiento o permanecer de
pie. En un momento dado, se sintió angustiada.
«¿Por qué Eugenio tiene que ser tan cruel
conmigo si he venido solo por él?».
A estas alturas, cualquiera podía darse cuenta
de que Eugenio no solo quería bromear con
Alina, así que nadie hizo nada durante algún
tiempo hasta que la señora que vino con Alina la
llamó, lo cual dio una salida a esta embarazosa
situación. Con una sonrisa, se despidió de
Eugenio y se fue. Al marcharse, un grupo de
mujeres murmuraba:
—La Señorita Juncosa siempre se ha
considerado la mujer de Eugenio Navarro y sin
embargo mira la forma despectiva en que la
trató. Estoy mortificada por ella.
—¡Eugenio Navarro también es duro, no le da
ninguna oportunidad!
—¿A quién puede culpar ella? Él nunca ha
reconocido su relación. Más bien, es ella la que
se beneficia.
—Exacto. Ella misma se menospreció.
Capítulo 78 Estamos en problemas
Aunque Olivia podía ver lo que ocurría, no podía
oír nada. Sin embargo, seguía bastante
sorprendida. «¿Por qué Alina no se quedó más
tiempo con Eugenio?».
—Olivia, deberías ir a saludar a Eugenio también.
Después de todo, es algo descortés no saludarlo
ya que lo has visto. Sin embargo, como tengo el
rostro magullado, no te acompañaré —comentó
Katia.
—No importa, te esperaré —respondió Olivia al
ver que Eugenio seguía rodeado por una
multitud.
—¿Por qué ibas a esperarme? ¿Cómo voy a ir
con el rostro así?
—¡Excusas! Con esa ingenuidad, me preocupa
el futuro de tu revista. —Olivia la miró con
seriedad.
Al ser astuta, un momento de claridad se
apoderó de Katia y se le ocurrió una idea ante el
recordatorio de Olivia. «La influencia de Eugenio
Navarro es aún mayor que la de cualquier
celebridad o persona importante». Hizo un
puchero como gesto de aprobación en lo que
sonreía.
—¿Esto es apropiado?
Olivia la fulminó con la mirada.
—Solo vamos a saludarlo, no vamos a hacer
nada grave. ¿Qué hay de inapropiado en eso?
—dijo mientras levantaba la barbilla de Katia—.
Déjame echar un vistazo. Listo. Mejor ahora. ¡Ve
a retocarte un poco el maquillaje!
Para Katia tenía sentido, así que se levantó y fue
al baño con Olivia para retocarse el maquillaje.
Cuando salió, su apariencia era exquisita y los
moratones no se le veían, a no ser que revisaran
bien su rostro.
Todavía había una multitud alrededor de
Eugenio, incluidas las pocas mujeres que habían
hablado antes a favor de Lucas. Todo el mundo
las miraba en ese momento, tal vez porque era
demasiado brusco que se dirigieran directo
hacia Eugenio o porque su alboroto de antes
había atraído la atención. Aunque Olivia no
temía el escrutinio, no estaba acostumbrada a
tanta atención. Katia la seguía, se abrieron paso
entre la multitud y llegaron al salón del vestíbulo.
Entonces, saludó con cortesía al hombre que
estaba sentado en el centro del sofá e irradiaba
una fuerte aura:
—Señor Navarro.
Todos se sobresaltaron un poco al oír esto, la
mirada de las otras mujeres rebosaba de
desprecio. «¿Estas dos personas también desean
hacerse amigas de Eugenio Navarro a pesar de
no tener popularidad, antecedentes o
reputación? Él ya ha aplastado a la Señorita
Juncosa antes, así que estas dos señoras no son
gran cosa».
Un destello de sorpresa e incluso de placer se
reflejó en los ojos de Eugenio. «Nunca pensé que
la encontraría aquí».
—¡Señorita Miranda!
Katia estaba un poco más nerviosa en
comparación con Olivia, e inclinó la cabeza un
poco hacia Eugenio:
—Señor Navarro.
Eugenio inclinó con cortesía la cabeza hacia ella
como respuesta.
Todos se quedaron boquiabiertos. «¿Qué sucede
aquí? ¿De verdad se conocen?».
—¡Vengan y siéntense aquí! —Eugenio les hizo
una seña a los dos.
«¿Sentarse? ¿Dónde se supone que debemos
sentarnos?». Como era obvio, debían sentarse a
su lado, así que Leonardo volvió a levantarse al
darse cuenta, pero Eugenio no protestó esta vez.
Así, todos se levantaron de prisa como una
reacción en cadena y vaciaron dos lugares a su
lado. Olivia inclinó un poco la cabeza hacia la
multitud y estuvo a punto de sentarse mientras
tiraba de la mano de Katia cuando sonó una
voz enérgica de mujer.
—¿Quién golpeó a mi hermano?
Ante esto, todos miraron hacia la dirección de la
que venía la voz. Una mujer de aspecto
adinerado con un vestido de marca que
parecía tener unos 40 años se dirigía hacia ellos,
con un aura feroz e intimidante. Mientras tanto,
el hombre que iba detrás de ella no era otro que
Lucas, al que Olivia había dado una patada
antes.
Las cejas de Olivia se fruncieron de manera leve.
«Nunca hubiera pensado que este hombre le
pediría a una mujer que viniera a vengarlo.
¡Maldita sea, no es un hombre en lo absoluto!». El
desdén que llevaba dentro se reflejaba en su
rostro. En lugar de sentarse en el sofá,
permaneció de pie mientras miraba fijo a la
mujer que se acercaba con rapidez. Katia
susurró:
—Esta mujer es la presidenta del Grupo
González, Elena González. Es una mujer con
estudios que ha estado soltera desde su divorcio.
Esta vez estamos en problemas, porque esta
mujer es tan dura que ni siquiera la mayoría de
los hombres se atreven a provocarla.
Olivia asintió con la cabeza de modo
imperceptible. Eugenio no se movió, pero sus
cejas se arrugaron de forma leve mientras
mantenía la mirada en la situación de Olivia.
Capítulo 79 Qué formidable
—Señorita Elena, esa es la mujer que se acercó a
mí y me pateó sin motivo —murmuró Lucas.
Sin siquiera dedicar una mirada a los demás,
Elena miró fijo a Olivia y se acercó a ella.
—Es usted bastante salvaje, ¿eh?
—No soy salvaje. Me sentía igual que usted
ahora. Vino en defensa de su amigo, igual que
yo defendí a mi amiga. Él empezó el incidente —
explicaba Olivia calmada mientras le temblaba
el borde del labio.
—Entonces, ¿dice que fue culpa de mi
hermano? —demandaba Elena con fiereza
mientras resoplaba.
—Nunca nada es casual. —Olivia, por su parte,
sonreía.
—Señorita Elena, esa es la mujer que me golpeó
primero —susurró Lucas al oído de Elena.
De repente, Elena miró a Katia de forma tan
feroz que parecía un lobo despiadado. Las
rodillas de Katia se doblaron por el miedo ante
tal mirada. «No me extraña que esta mujer
pueda competir con los hombres en el mundo
de los negocios. Es tan feroz».
—Él me insultó a mi primero. Me indigné y le di
una bofetada.
—Entonces, ¿fue usted quien le pegó primero?
—Elena miraba a Katia, como si fuera a levantar
la mano contra ella en cualquier momento.
Olivia dio un paso adelante para proteger a
Katia detrás de ella.
—No pensaba llevar las cosas demasiado lejos,
ya que todos estamos en el mismo círculo y nos
encontraremos con frecuencia, pero parece
que ya está fuera de mi control. Señora
González, si alguien la insultara, la manoseara e
incluso le pidiera que se acostara con él, ¿sería
capaz de controlarse para no abofetearlo?
Elena entrecerró los ojos y miró a Lucas con
desconfianza, este se asustó al instante de tal
manera que su corazón dejó de latir por un
momento. Mientras la miraba de forma fija, se
apresuró a explicar:
—Señorita Elena, eso es mentira. Fue ella quien
me invitó a hacer una sesión de fotos para su
revista, de la que nunca he oído hablar, así que
la rechacé, pero ella continuó con su acoso.
Frustrado, le dije que se largara y le llamé la
atención por aprovecharse de mi popularidad,
para que entonces dijera que la había insultado.
Entonces me abofeteó. Señorita Elena, soy de
verdad inocente, este desastre me sucedió de la
nada.
—¡Tonterías! —Katia estaba tan furiosa que su
rostro se puso rojo. En ese momento, hizo caso
omiso de toda modestia y espetó—: ¡Fuiste tú
quien dijo que solo aceptarías la invitación si
Olivia y yo pasábamos la noche contigo!
Como era de esperar, Elena no creyó las
palabras de Olivia y Katia. Su rostro se
ensombreció de inmediato y bramó:
—No me importa si fue un accidente o lo hiciste
a propósito. Dado que golpeaste a mi hermano,
no voy a dejarlo pasar. O te disculpas con él o
haré que alguien te devuelva el golpe. Tú eliges.
Justo después de decir estas palabras, se
escuchó una burla muy suave:
—¡Ah, qué miedo, Directora González!
Esta exclamación atrajo la atención de todos de
inmediato.
«¡Así es! Estas dos damas conocen a Eugenio
Navarro, así que es probable que intervenga,
¿no? Seguro que habrá un espectáculo
interesante».
Elena frunció el ceño y miró en dirección a la
voz. En ese momento, el hombre que estaba
sentado en el sofá, rodeado por todos lados, se
recostó hacia atrás de manera indiferente con
las piernas cruzadas; sus manos sostenían un
teléfono móvil que golpeaba con agilidad como
si estuviera jugando; parecía bastante
voluntarioso y arrogante. La expresión de Elena
se petrificó por un momento antes de sonreír y
acercarse a Eugenio.
—¿Usted también está aquí, Director Navarro?
Sin siquiera levantar la cabeza, Eugenio
respondió:
—Desde el principio.
Elena se rio avergonzada y dijo:
—Estaba enfurecida por el incidente de mi
hermano, así que no me di cuenta de que usted
estaba aquí. Qué descuido el mío. —Mientras
decía eso, tomó una copa de vino del
camarero—. Lo siento, Director Navarro. Tome,
beberé por usted como disculpa. Por favor, no
se ofenda conmigo.
Eugenio no levantó la cabeza, así que como era
de esperarse, tampoco levantó su copa de vino.
En su lugar, continuó jugando en su teléfono. De
repente, el ambiente se sumió en un incómodo
silencio y todos lo miraron con incomprensión.
Capítulo 80 Imágenes de la cámara de
vigilancia
Solo cuando el juego terminó, Eugenio dejó su
teléfono y miró a Elena, quien seguía
sosteniendo una copa de vino. A continuación,
tomó la copa de vino que tenía delante con
indiferencia y la chocó con la de ella.
—Exagera usted, Directora González. ¿Quién soy
yo para ofender a quien se digna a notar?
—No, no. Aunque soy unos años mayor que
usted, todo el mundo conoce su delicadeza en
el mundo de los negocios, Director Navarro.
Todavía tengo mucho que aprender de usted —
respondió Elena de manera respetuosa.
—Me halaga —comentó Eugenio con suavidad.
Tras decir eso, miró a Olivia—. ¡Olivia, ven aquí!
—Era la primera vez que se dirigía a ella así, lo
que a Olivia le pareció refrescante y a la vez
embarazoso. Dado que sabía que lo hacía por
ella, atrajo a Katia y se sentó al lado de él sin
protestar.
Estupefacta por completo, Elena miró a Eugenio
de manera incrédula.
—Director Navarro, estas dos damas son...
Eugenio levantó sus ojos hacia los de ella, su
mirada aguda.
—¡Mis amigas!
Con solo estas dos palabras, las dos fueron
atraídas a su círculo y este cambio de estatus
era muy importante. Aquellos que pensaban
que ellas no tenían popularidad ni reputación,
ahora las miraban con envidia mientras se
elevaban a las alturas que anhelaban.
—Oh, si son sus amigas, todo debe haber sido un
malentendido, Director Navarro. — Elena se rio.
Eugenio, sin embargo, no respondió a este
comentario; en cambio preguntó:
—Antes capté pedazos, pero no pude entender
bien la situación. ¿Fueron mis dos amigas las que
golpearon a su hermano?
Por supuesto que Elena no se atrevió a afirmarlo.
—No, es probable que haya sido un
malentendido. Ya que son sus amigas, Director
Navarro, me olvidaré de esto —respondió de
inmediato.
—No parece estar convencida. Parece que en
realidad son mis dos amigas las que tienen la
culpa aquí. —Con una pizca de burla en su voz,
Eugenio dijo—: Leonardo, ve a buscar las
imágenes de la cámara de vigilancia. Después
de todo, tengo que averiguar quién tiene la
culpa aquí y darle a la Directora González una
explicación razonable.
Aunque Leonardo quería mantener la paz, no
era tonto. Ya que Eugenio había intervenido en
este asunto, tenía que mirar hacia él. Era obvio
que Eugenio estaba del lado de las dos mujeres,
así que Leonardo no podía protestar.
«Ofender a cualquier otra persona no es un
problema, siempre y cuando permanezca en el
lado bueno de Eugenio Navarro».
Por lo tanto, fue directo hacia la sala de
seguridad.
Era ahora cuando Lucas empezaba a
arrepentirse de haberle echado leña al fuego.
«Creía que la victoria estaba garantizada con
Elena González como respaldo, pero nunca
pensé que nos encontraríamos con Eugenio
Navarro, y mucho menos imaginé que esas dos
mujeres fueran sus amigas. Aunque quiera irme
ahora, seguro es imposible. Solo espero que esta
anciana sea capaz de protegerme de ser
aniquilado por Eugenio Navarro más adelante».
Leonardo fue bastante rápido y consiguió la
grabación de la cámara de vigilancia en poco
tiempo. Aunque la grabación tenía sonido,
había demasiadas personas hablando, así que
las palabras no eran del todo inteligibles.
Además, la voz de Lucas era suave. Sin
embargo, el video era bastante claro después
de ampliarlo; mostraba a Lucas mirando a Olivia
antes de decirle algo a Katia, lo que hizo que la
expresión de ella cambiara y se enfureciera con
él. Con una sonrisa lasciva, estiró un brazo y tiró
de Katia para abrazarla; su mano pasó de la
cintura a su trasero con una expresión lujuriosa.
Justo después, Katia lo apartó de un empujón y
le dio una bofetada. La expresión de Lucas se
tornó viciosa de inmediato y le devolvió la
bofetada, lo que la hizo caer de espaldas. En
ese momento, las voces del vestíbulo se
calmaron bastante y Lucas arremetió contra
Katia.
—¿Te crees tan importante solo porque eres la
editora en jefe de una revista de la que nunca
he oído hablar? Si quieres que te ayude, ¡o
haces lo que te digo o te pierdes! ¿Quién
demonios te crees que eres para atreverte a
pegarme? ¡Vete a la m*erda! —Esta declaración
fue clara como el agua, incluida la reprimenda
de que era un ignorante, inmoral, pervertido y
desvergonzado por parte de Olivia después de
haberle dado una rápida patada. ¡Fue un
espectáculo magnífico!
Los hijos
del jefe
Capítulo 81 Manéjalo como quieras
Cuando la grabación de más de diez minutos
de la cámara de vigilancia terminó, todos se
miraron entre sí.
«Aunque el intercambio no es del todo
inteligible, a juzgar por la expresión de Lucas
Martínez, es obvio que las dos mujeres estaban
diciendo la verdad. Nunca esperé que fuera
una persona así».
Las rodillas de Lucas se debilitaron. Una inmensa
ola de impotencia surgió en su interior y se
acercó a Elena de manera imperceptible como
si se aferrara a su último rayo de esperanza.
Mientras tanto, la expresión de Elena era sombría
por completo. «Nunca pensé que este bast*rdo
sería tan coqueto. Me susurra palabras dulces
mientras está con otras mujeres a escondidas».
Ella lo miró fijo y le dio una bofetada. Esta fue
mucho más fuerte que la de Katia, hasta el
punto de que Lucas sintió que la mitad del rostro
se le había entumecido y un zumbido le llegaba
a los oídos. Entonces la miró implorante.
—Señorita Elena, lo siento. En realidad, solo lo
hacía para alejarla...
Antes de que terminara de hablar, Elena le lanzó
una mirada severa.
—¡Cállate! —Luego, miró a Eugenio—. Lo siento,
Director Navarro. Fue culpa de mi hermano.
El rostro de Eugenio comenzó a ensombrecerse
mientras la miraba con frialdad.
—¿Quién es tu hermano con exactitud? ¿Es el
tipo de persona que puede hacer que cualquier
mujer se acueste con él?
Avergonzada por su comentario, Elena respiró
profundo antes de decir:
—Es un artista de Entretenimiento Estrella
Metropolitana. Invertí en su película recién
estrenada y sentí afinidad con él, así que lo
acepté como hermano. Nunca pensé que fuera
tan insensible. Ya que él es el culpable de este
incidente, se lo entregaré a usted, Director
Navarro. Haga con él lo que crea conveniente.
—Le perdonaré la vida por usted. —Eugenio hizo
un gesto de satisfacción.
Al oír eso, Lucas entró en pánico y tiró de Elena
rápido.
—Señorita Elena, por favor, sálveme. Señorita
Elena...
Elena le estrechó la mano con fuerza.
—Piensa en una forma de salvarte, porque yo no
puedo hacerlo —comentó indiferente.
«Si no fuera por el comentario de Eugenio
Navarro de antes, también me habría vengado
de esa mujer. Este idiota no solo quiere morir, sino
que incluso quiere arrastrarme con él».
Lucas suplicó con frenesí:
—Lo siento, Director Navarro, no sabía que eran
sus amigas. Por favor, perdóneme esta vez.
—Actuaste de manera muy engreída hace un
rato. Si no estuviera aquí, ¿las habrías
perdonado esta vez? —comentó Eugenio con
tranquilidad.
—Lo siento, Director Navarro. Sé que me he
equivocado. Soy de Entretenimiento Estrella
Metropolitana y es probable que el Director
Ceballos lo conozca. Director Navarro, por favor,
perdóneme por el bien del Director Ceballos. —
Lucas siguió inclinándose y disculpándose.
Olivia, que había estado sentada en silencio
junto a Eugenio, intervino de repente:
—Adelante, llama al Director Ceballos para ver si
intercede por ti. —Al oír esto, Lucas quedó
petrificado. Levantó la vista y los miró de manera
inexpresiva, sin saber si ella estaba hablando en
serio—. ¡Adelante! —espetó Olivia.
Lucas temblaba aterrorizado cuando sacó su
teléfono para hacer la llamada. Esta conectó de
inmediato y él se apresuró a decir:
—Señor Ceballos, soy Lucas Martínez. He
ofendido por accidente al Director Navarro del
Grupo Navarro. Por favor, interceda por mí. Sin
dudas trabajaré duro para lograr que la
empresa prospere en el futuro. Se lo ruego, Sr.
Ceballos.
La voz de un hombre salió del teléfono:
—Pásale el teléfono al Director Navarro. —Lucas
se sobresaltó por un momento, pues no
esperaba que las cosas salieran tan bien. Sin
atreverse a darle el teléfono a Eugenio, se limitó
a colocar el móvil en la mesita de café frente a
Eugenio y puso la llamada en altavoz—.
¿Director Navarro?
—Director Ceballos —saludó Eugenio de mala
gana. En realidad, no eran tan cercanos, ni
solían relacionarse. Solo conocía la existencia de
tal empresa y tal persona.
—Encantado de conocerlo, Director Navarro.
Me he enterado del incidente de Lucas, así que
me disculpo primero con usted. Es la mala
gestión de mi empresa la que le ha causado
problemas y ha perjudicado a sus amigas. No
pretendo pedirle que lo perdone, pero quiero
expresar mi postura sobre este asunto. A partir de
este momento, Lucas Martínez ya no es el artista
de Entretenimiento Estrella Metropolitana, así
que ¡manéjelo como crea conveniente, Director
Navarro!
Capítulo 82 Mantén tu distancia de ella
Eugenio se sorprendió un poco, pues había
pensado que Marcos Ceballos pronunciaría
algunos comentarios suplicantes. Aunque no
pudo cambiar de opinión, tuvo que responder a
la llamada por el bien de Olivia.
«No esperaba que Marcos Ceballos fuera una
persona tan directa como para entregar a su
artista sin siquiera preguntar lo que había
sucedido».
Las comisuras de su boca se levantaron una
poco.
—Claro, reunámonos algún día.
La voz de Marcos se desprendió del teléfono.
—De acuerdo. Entonces lo dejaré para que
continúe con su trabajo.
Las comisuras de la boca de Olivia se crisparon
sin querer.
«Este primo mío es inteligente de verdad. Le está
dejando clara su postura a Eugenio Navarro
cuando, es obvio que se lo he contado todo por
WhatsApp».
Ella hizo que Lucas hiciera esta llamada a
propósito para que no se hiciera ilusiones.
Entretenimiento Estrella Metropolitana no podía
permitir que un artista de su carácter se
quedara, dado que había empezado a darse
aires de grandeza antes de conseguir algo
importante.
Tras escuchar el intercambio, los ojos de Lucas se
pusieron en blanco y casi se desmaya del susto.
Insistió en disculparse mientras se inclinaba.
—Director Navarro, lo siento. Señoritas, lo siento.
Ahora me he dado cuenta de mi error.
Olivia le lanzó una mirada plácida y comentó
con indiferencia:
—¿Cómo ha podido Entretenimiento Estrella
Metropolitana crear un basura como tú? —
Después de decir eso, se volvió y miró a
Eugenio—. Director Navarro, ya que
Entretenimiento Estrella Metropolitana lo
despidió, ha recibido el castigo adecuado
después de todo. Así que, dejémoslo así.
—¿A esto le llaman castigo? Las dos están bien
solo porque él se vio impedido por la situación,
no porque se haya arrepentido y haya decidido
no llevarla más allá —comentó Eugenio con
tranquilidad.
Olivia suspiró y respondió:
—Lo sé. Si usted no hubiera estado aquí hoy, las
consecuencias podrían haber sido desastrosas
para mí y para Katia, pero ahora equivale a un
suicidio profesional que le haya ocurrido algo así
en la cumbre de su carrera. Por lo tanto, no
quiero seguir con este asunto.
Elena también estaba un poco preocupada.
Aunque no había levantado la mano contra
ellas, su actitud anterior había sido de represalia,
así que era cuestión de una palabra de Eugenio
si quería vengarse de ella. Por lo tanto, le dijo a
Olivia de inmediato:
—Señorita Miranda, lo siento mucho. Por error
creí que Lucas decía la verdad y pensé que lo
habían intimidado. Luego quise tomar represalias
en su nombre sin haber entendido la verdad, así
que también le debo una disculpa.
Olivia la miró y respiró profundo.
—Como he dicho, ambos queríamos tomar
represalias en nombre de nuestros amigos, así
que no me importa. Solo tengo un amable
recordatorio para ti: no todo el mundo es digno
de ser considerado un amigo. Algunas personas
no merecen tu amabilidad.
Elena asintió.
—Tiene razón. Todavía tengo que mejorar mi
juicio sobre los demás. —Se apresuró a
responder. Olivia inclinó un poco la cabeza sin
decir nada más.
Eugenio miró a Lucas, que parecía un cordero
en espera de ser sacrificado, con la mirada
perdida e impotente.
—Te dejaré libre esta vez por el bien de la
Señorita Miranda, pero mantén tu distancia de
ella en el futuro.
Casi a punto de llorar por la inmensa alegría,
Lucas se inclinó ante él como si le hubieran
concedido la amnistía.
—¡Gracias, Director Navarro! Gracias, señoritas.
Alina, que había presenciado toda la debacle
desde un rincón, apretó tanto los dientes que
casi se le rompen.
«¿Por qué hay tanta diferencia en su actitud? Yo
quería sentarme con él, pero me despreciaba.
Sin embargo, cuando Olivia Miranda se acercó,
la llamó con rapidez para que tomara asiento e
incluso ayudó a vengarla, lo cual causó que se
pusiera en evidencia por ella. ¿Por qué? ¡Me
gusta tanto! ¿Cómo puedo ser inferior a ella?».
Sus uñas se clavaron en su carne de forma
inconsciente, pero no sintió dolor; sus ojos
rebosaban de un odio no disimulado.
—Alina, ¿quién es esa mujer? ¿Por qué Eugenio
parece tan protector con ella? —La mujer que
estaba a su lado los miró desconcertada.
—¿Protector? En absoluto. Solo sabe algunas
habilidades médicas y resulta que ha salvado al
abuelo de Eugenio, así que él la tiene en gran
estima —resopló Alina.
—No importa la razón, habrá chispas si sigue
poniéndose en el camino de Eugenio, así que no
puedes quedarte sin hacer nada —instó la
mujer.
Capítulo 83 Pensamientos sucios
Alina no dijo nada, pero meditaba en su interior
las palabras de la mujer.
«Tal vez tenga muy buenos modales. Debería
emplear un método más directo. Maldito seas,
Roberto, por no hacer una tarea tan trivial».
Después del alboroto en el cóctel, todos
miraban a Olivia y Katia de forma diferente. La
prueba más evidente era el hecho de que todos
parecían amigables con ellas y cada vez más
personas les entregaban tarjetas de visita e
incluso expresaban sus esperanzas de una
colaboración si surgía la oportunidad en el
futuro. En realidad, todos pensaban lo mismo.
«Estas dos señoras son amigas de Eugenio
Navarro». Después de todo, nadie se atrevía a
ofender a su amiga.
Katia estaba extasiada. «Nunca pensé que mi
revista y yo llegaríamos a tener tanta fama algún
día».
Mientras tanto, nadie se atrevió a denunciar el
incidente en el cóctel de esa noche, ya que
Eugenio había hablado. Cuando se marchaban,
este se ofreció a enviarlas de vuelta, pero Olivia
se negó. Las dos mujeres llamaron entonces a un
taxi para volver a casa.
Mientras veía las comisuras de la boca de Katia
que no bajaban, Olivia no pudo resistirse a decir:
—Está bien, ríete si quieres.
Katia se rio sin contemplaciones.
—Ja, ja... ¿No crees que fue una bendición
disfrazada que me abofetearan? Muchos
famosos han expresado hoy su interés en
colaborar conmigo, así que creo que no tengo
que preocuparme durante los próximos seis
meses.
Olivia soltó una carcajada.
—Tu éxito al aprovechar la influencia de Eugenio
hoy ha superado con creces mis expectativas.
Katia agarró su mano y declaró con seriedad:
—Sé que eres la persona a la que más debería
agradecer. Si no fuera por ti, Eugenio Navarro no
me habría reconocido de entre un desconocido
en la calle y mucho menos sería mi amigo.
¡Maldita sea, soy amiga de Eugenio Navarro! He
decidido publicitar tus diseños gratis sin pedirte ni
un céntimo en el futuro.
Olivia le lanzó una mirada fulminante.
—Puede que quieras hacerlo, pero puede que
no me interese.
Katia la miró con duda y preguntó:
—¿No puedes ser un poco más educada?
Olivia se aferró a su hombro.
—¿Por qué habría de serlo? Teniendo en cuenta
nuestra relación actual, hablar de dinero solo
arruinará nuestra amistad. —Katia se quedó sin
palabras.
Mientras tanto, Eugenio se dirigió directo hacia el
Palacio Rubí después de salir del cóctel, ya que
Alejandro y Javier lo habían acosado sin cesar
desde que el incidente del cóctel llegó a su
conocimiento a través de algún individuo
desconocido.
Al verlo, todos los presentes gritaron:
—¡Está aquí, está aquí! —Entonces obligaron a
Eugenio a sentarse en el sofá. Dado que sabían
que no le gustaban las mujeres, ninguna de ellas
se atrevió a adelantarse y burlarse de él.
Como Alejandro era el maestro de ceremonias,
llamó a una encargada de atención al cliente
(EAC):
—Samanta, date prisa y sírvele una copa de vino
al Sr. Navarro. Seguro que no ha bebido lo
suficiente en el cóctel de antes.
Samanta Menéndez le mostró una sonrisa a
Eugenio y le sirvió un vaso de vino antes de
colocarlo en la mesa frente a él.
—Aquí tiene, Señor Navarro. —Luego, volvió a su
puesto. Las encargadas de atención al cliente
del Palacio Rubí eran todas damas perspicaces,
por lo que no acostumbraban a acercarse a sus
clientes a menos que las llamaran.
Eugenio sacó un cigarrillo del paquete y lo
encendió con un chasquido del mechero. A
continuación, dio una calada sin prisas, tras la
cual una nube de humo envolvió su muy
atractivo rostro.
—¡Deprisa y deja de andar con rodeos!
—¿Qué sucede? ¿Estás de mal humor? Acaso,
¿no has salvado a la damisela en apuros? —
comentó Alejandro con una risita.
Del mismo modo, Javier se burló:
—De seguro es porque la damisela no se
comprometió con él.
Eugenio los fulminó con la mirada.
—¿Salvar a la damisela en apuros es solo con el
propósito expreso de que la damisela se
comprometa conmigo?
Ante esto, Alejandro miró a Javier.
—Si no es para que ella se comprometa con él,
¿por qué la salvó?
—Para que se comprometa con él en el futuro —
respondió Javier tácitamente con una risa.
De inmediato, Alejandro le mostró un pulgar
hacia arriba.
—¡Excelente!
Eugenio arrojó la ceniza de su cigarrillo al
cenicero.
—¡Deja de usar tus pensamientos sucios para
valorar mis acciones! ¿Qué sabes tú?
Con sorna, Alejandro instó a Samanta:
—Rápido, toca una canción para purificar mis
sucios pensamientos.
Capítulo 84 Salir mal
Samanta asintió con una sonrisa. Luego, se sentó
a una buena distancia de ellos con su laúd en
los brazos. En poco tiempo, los crujientes y dulces
acordes de la música flotaron en la habitación.
Mientras tanto, las otras damas exclamaron en
broma:
—¡No se purifique, Señor Rojas! Lo queremos tal y
como es.
Mientras reía, Alejandro comentó:
—Eso tiene sentido. El Sr. Navarro es casto, así
que soy su única esperanza. ¿Cómo dice el
refrán? Si no me sacrifico por el bien mayor,
¿quién lo hará?
—Pff... —Las damas soltaron una risita mientras
Eugenio le lanzaba una mirada, ofendido—.
¡Debería tener cuidado, no sea que vomite ante
ese comentario tan asqueroso!
Sin inmutarse, Alejandro se inclinó hacia él con la
curiosidad escrita en su rostro.
—Entonces, ¿qué pasó con exactitud? ¿He oído
que incluso aplastaste a Elena González? ¿No
hay una colaboración entre el Grupo González y
el Grupo Navarro?
Eugenio bajó su copa de vino y respondió con
total desagrado:
—¡Ella no puede manejar bien a su hermano, así
que fui amable y la ayudé!
—Su objetivo era Olivia Miranda, ¿qué tiene que
ver contigo? —preguntó Alejandro con fingido
desconcierto y la astucia oculta en sus ojos.
—¿Podría haberla ignorado cuando ella estaba
a mi lado? —replicó Eugenio.
Alejandro arqueó una ceja mientras sonreía con
picardía.
—¿De verdad? ¿Es que te gusta tanto?
Eugenio lanzó una mirada fulminante y declaró
de forma obstinada:
—Lo que hizo ese hombre fue prácticamente
darme una bofetada, así que no me gustó.
¿Qué tiene que ver con que me guste ella?
Alejandro curvó los labios y exclamó:
—¡Déjate de tonterías! ¿Crees que no te
conozco? ¿Cuándo te ha gustado, Eugenio
Navarro, meter las narices en los asuntos de los
demás?
—Solo tenía que venir a buscar la muerte, así
que, ¿qué podía hacer? —respondió Eugenio de
inmediato.
Alejandro intercambió una mirada con Javier.
—¿Estás seguro de que no te gusta?
—Aunque le guste, no puede admitirlo. Después
de todo, Eugenio está acostumbrado a que lo
persigan.
Después de apagar su cigarrillo en el cenicero,
Eugenio exigió con una mirada desdeñosa:
—¿Acaso saben lo que significa que te guste
alguien?
Los dos compartieron una mirada antes de soltar
una carcajada.
—Claro que no, nunca hemos salvado a
ninguna damisela en apuros, a diferencia de ti.
—Déjame preguntarte esto: ¿en qué estabas
pensando entonces? —preguntó Alejandro.
—En nada —respondió Eugenio con displicencia.
La expresión de Alejandro se volvió cómplice.
—Eso es todo. Se acabó el juego para ti. Justo
esa acción subconsciente es la más aterradora.
Parece que te han vencido sin que te hayas
dado cuenta.
Eugenio se quedó sin palabras por primera vez.
En realidad, estaba pensando en ese momento.
Cuando escuchó que el hombre quería que
Olivia se acostara con él, su único pensamiento
fue matar a ese hombre. Tal vez fuera porque le
habían tomado el pelo, pero recordó de
repente el momento en que la vio durante el
gran concurso.
«En aquel momento estaba muy feliz, incluso
encantado. ¿Podría ser que... en verdad
afloraron en mí sentimientos por ella?».
Al día siguiente, Olivia estaba en el estudio
vigilando las cosas, ya que la renovación estaba
a punto de terminar, cuando de repente recibió
una llamada de Eugenio apenas unos
momentos después de haber llegado y este le
pidió que fuera al Palacio Rubí. Aunque no
especificó el motivo, ella sabía que no era el tipo
de persona que la invitaría a salir sin uno, así que
aceptó de inmediato y se dirigió al Palacio Rubí.
Como ya había estado aquí una vez, estaba
familiarizada con el lugar. Nada más entrar, se
dio cuenta de que había una gran multitud
reunida en el vestíbulo. Mientras se preguntaba
qué estaba pasando, escuchó el grito furioso de
una mujer.
—Benjamín Ramírez, ¿por quién me tomas? ¿Una
amante de repuesto? ¿No estás en un viaje de
negocios?
El hombre sofocó su ira y proclamó:
—Acabo de regresar, ¿de acuerdo? Es solo una
clienta, así que no hace falta que comiences a
sospechar.
Tras dar dos pasos más, Olivia captó de un solo
vistazo a la persona que hablaba. El hombre iba
vestido con ropa casual de color negro y tenía
una expresión tan oscura como el carbón. Por
otro lado, la mujer llevaba un vestido rojo y su
rostro rebosaba de profunda ira. Mientras tanto,
la mujer que estaba al lado del hombre era Ana.
Olivia la reconoció.
«¿No son estas dos personas la pareja con la que
me encontré cuando compré un auto?
Benjamín Ramírez y Jessica Salcedo. ¿Eh? ¿Están
discutiendo ahora?». Una alegría inexorable la
inundó. «Sabía que las cosas iban a salir mal
tarde o temprano». Entonces, se abrió camino
más hacia el frente.
Jessica tenía el rostro rojo de furia y dijo con
desdén:
—¿Una cliente? Benjamín Ramírez, ¡estoy de
verdad impresionada de que hayas conseguido
inventar una mentira tan absurda! ¿En qué
mundo sería ella una cliente?
Capítulo 85 Benjamín Ramírez, ¡bast*rdo!
Jessica estiró la mano, agarró a Ana y arremetió
en voz alta:
—¡Sal, maldita seas! ¿Tienes las agallas para
seducir a un hombre, pero no tienes las agallas
para admitirlo? Te escondes detrás de un
hombre como una cobarde.
Ana tiró con sutileza de Benjamín mientras
murmuraba de forma lastimosa:
—Lo ha entendido mal. En realidad, estábamos
hablando de negocios.
Furiosa, Jessica se agarró a ella y exigió:
—¡Pues bien! Dime, ¿de qué estaban hablando
que les llevó toda una noche?
—No, yo acababa de llegar. El Sr. Ramírez dijo
que estaba en la habitación, así que fui allí para
encontrarme con él, pero entonces llegó usted
—replicó Ana.
Jessica levantó la mano y le dio otra bofetada.
—Entonces, ¿es un requisito desnudarse cuando
ustedes dos hablan de negocios? Si vuelves a
contestar, te arrancaré la lengua.
Ana se escondió detrás de Benjamín y cubrió su
rostro con ambas manos. En ese momento,
Benjamín, que había estado guardando silencio,
agarró la muñeca de Jessica.
—Jessica Salcedo, deberías parar mientras llevas
la delantera. ¿Tienes que armar tanto alboroto y
hacer que esto sea de dominio público?
Jessica se soltó de su agarre con mucho
esfuerzo, sus ojos ardían de furia.
—¿Qué tengo que temer? Ya que ustedes dos,
infieles, no tienen miedo alguno, ¿por qué iba a
tenerlo yo? Quiero que todo el mundo sepa que
eres un basura y que ella es una rompe hogares.
—Mientras decía eso, sacó su móvil para
hacerles fotos.
—¡Benjamín! —exclamó Ana y se quedó
escondida detrás de la espalda del hombre,
aterrorizada.
Preso del pánico, Benjamín arrebató el móvil de
la mano de Jessica, lo estrelló contra el suelo y le
lanzó una mirada llena de furia.
—¡Ya basta!
Con la mirada fija en el móvil que había
quedado hecho añicos, Jessica preguntó con
forzada calma:
—Benjamín Ramírez, estás decidido a protegerla,
¿verdad? —Benjamín permaneció inexpresivo,
pero protegió a Ana detrás de él. Esta acción
inconsciente enfureció mucho más a Jessica y
esta dijo—: Si me entregas a esta mujer hoy,
dejaré pasar este asunto. Si no, cancelaré
nuestro compromiso.
Benjamín respiró hondo, reprimió la furia que
llevaba dentro y extendió las manos para
abrazarla.
—Muy bien, deja de crear problemas sin razón.
He dicho que no hay nada entre nosotros. Te lo
explicaré mejor en casa.
Jessica le apartó la mano de un manotazo, con
el rostro arrugado por la decepción.
—Si no hay nada entre ustedes, ¿por qué la
proteges tanto? Crees que soy tonta, ¿verdad?
—Después de decir eso, extendió la mano para
agarrar a Ana—. Ven aquí. ¡Maldita sea!
Aterrorizada, Ana se apresuró a esquivarla.
Benjamín perdió la calma, extendió sus manos y
empujó a Jessica.
—¡Deja de molestar! —Fue un empujón bastante
fuerte, por lo que Jessica retrocedió a
trompicones varios pasos antes de caer al suelo.
Todos los espectadores exclamaron
sorprendidos, ya que no esperaban que llegaran
a las manos. En ese momento, pasaron de mirar
a instar en voz baja:
—No importa lo que pase, no deberían llegar a
las manos.
—Así es. Deberías explicarte bien en su lugar.
—¡No deberías ser tan brusco, ya que eres un
hombre!
Con una mirada intensa, Jessica se levantó del
suelo y se abalanzó sobre Benjamín como si
hubiera perdido la cabeza, moviendo los puños.
—Benjamín Ramírez, ¡bast*rdo!
Esto tomó a Benjamín por sorpresa y recibió
varios golpes. Al mismo tiempo, se enfureció y
pasó la mano por su rostro.
—¿Aún no has terminado con tu rabieta? ¿No es
esto común para los hombres? Ya te he
explicado las cosas, ¿cuándo vas a dejar de
hacer estas tonterías? ¿Y te llamas a ti misma
una persona de la alta sociedad? ¡No eres
diferente de una fiera callejera! ¿Quieres
cancelar el compromiso? Adelante. —Después
de decir eso, quiso marcharse y llevarse a Ana;
pero, de manera inesperada, lo enviaron de
vuelta a la multitud justo después de haber dado
dos pasos.
Al mismo tiempo, se escuchó la voz de una
mujer.
—Es incluso un insulto para los bast*rdos
etiquetarte como uno. ¿Acaso eres humano?
¿Quieres desaparecer después de golpear a
alguien, eh?
Capítulo 86 Estaré esperando
Benjamín frunció el ceño y miró a Olivia, que
estaba de pie ante él.
—¿Quién demonios eres tú? ¡Esto no es de tu
incumbencia!
Olivia se agachó y ayudó a Jessica, a la que
había tirado al suelo. Luego, dijo abatida:
—Es que no soporto a alguien como tú, que
sigue discutiendo a pesar de estar equivocado.
Aunque el compromiso sea por tu propia
voluntad, tienes que consentir ya que estás
comprometido. Ser fiel es lo mínimo que deberías
hacer, pero incluso estás dando excusas para el
engaño y alegas que es común para los
hombres. No metas a todos los hombres en esto.
Otros hombres no son tan bast*rdos como tú.
Mientras decía eso, miró a Jessica y luego la
sermoneó con paciencia, diciendo—: ¿De qué
sirve enfadarse por un hombre así? ¿Todavía
esperas que vuelva como el hijo pródigo, para
no echarlo lejos? ¿No has oído nunca que el
leopardo nunca cambia sus manchas?
Ante el inevitable cruce de caminos, Ana exigió
con frialdad:
—¿Qué pretendes hacer aquí? ¿Por qué metes
tus narices en la pelea de esta pareja?
Olivia la miró con una sonrisa de desprecio en los
labios.
—¿No eres tú el motivo de la disputa de esta
pareja? Tu hijo está a punto de ir a la escuela
primaria, ¿y aun así te empeñas en ser una
rompe hogares? ¿No sabes que los rompe
hogares son ahora el blanco del escarnio
público? Eres bastante inteligente, ya que
incluso planeas sacarte de la ecuación después
de haber creado este problema. No obstante,
¿en realidad puedes hacerlo?
—No digas tonterías. Solo estábamos hablando
de una colaboración y fue esta señora de aquí
la que lo entendió mal. —Se apresuró a aclarar
Ana, con los ojos clavados en los curiosos.
Olivia le lanzó una mirada desdeñosa.
—Deberías decírselo a tu marido. Mientras él te
crea, a nadie le importaría, aunque afirmaras
que estabas bailando en la discoteca de la
habitación. —Mientras decía eso, miró a
Benjamín y las comisuras de su boca se curvaron
en un arco burlón—. ¡Parece que es amor
verdadero, ya que incluso golpeas a tu propia
prometida por el bien de una mujer casada!
Benjamín dio un paso adelante y la señaló con
un dedo con dureza.
—¡Deja de actuar como un sabueso y métete en
tus asuntos!
—Los sabuesos deben estar bastante ocupados
estos días, ¡si no, hace tiempo que habrían
agarrado a estas dos ratas infieles! —respondió
Olivia con indiferencia.
—Te lo estás buscando, ¿eh? —Benjamín estiró la
mano para empujarla.
De repente, el rostro de Olivia se ensombreció.
Agarró una mano en su muñeca, se dio vuelta
de manera brusca antes de doblar la espalda
hacia él y ejercer fuerza. El hombre salió volando
por encima de su hombro con un golpe.
Temerosos de ser golpeados, los espectadores
retrocedieron un paso mientras se animaban por
dentro. El dolor de la caída fue tan intenso que
Benjamín rugió:
»Demonios...
Sin embargo, Olivia se quitó el polvo de las
manos y se acercó a él en unos pocos pasos.
Luego, bajó la mirada y lo miró fijo.
—¿No sabes que deberías ser más caballeroso
con las mujeres? ¡Qué basura!
—¡Benjamín! Benjamín, ¿estás bien? —Ana se
apresuró a ayudarlo a levantarse—. Benjamín,
vamos. No te molestes con esta loca.
Mientras los miraba fijo, Olivia murmuró:
—No te has disculpado.
—Olivia Miranda, ¿quieres dejarlo ya? ¿Este
asunto tiene que ver contigo? —gritó Ana, quien
dio un salto de rabia.
—Si no quiere disculparse, llamemos a la policía
y que ellos se encarguen del asunto —replicó
Olivia.
De manera sorprendente, Jessica dio un paso
adelante y los miró con una sonrisa en sus labios.
—No hace falta que te disculpes. Más bien,
incluso tengo que agradecerte que me hayas
mostrado su verdadera personalidad. Soy muy
afortunada de que solo estemos
comprometidos. Benjamín Ramírez, la amas,
¿verdad? Me aseguraré de que estén juntos.
Mañana le diré a mi padre que cancele nuestro
compromiso.
Benjamín se quedó desconcertado por un
momento antes de asentir de forma
despiadada:
—¡Está bien! Solo asegúrate de no arrepentirte.
—Al decir eso, dirigió su vista a Olivia con una
mirada feroz que transmitía algo parecido a «me
vengaré» antes de declarar—: ¡Espera y verás! —
Tras decir eso, se marchó enfadado.
—¡Estaré esperando! —respondió Olivia con
desparpajo.
Capítulo 87 Invitado inesperado
Jessica estaba preocupada.
—No deberías haberte puesto en su contra por
mí. Benjamín es un hombre mezquino.
Eso no inquietó a Olivia.
—Bueno, yo tampoco soy una presa fácil.
—Gracias por lo que hiciste, o me habría
humillado. —Sonrió Jessica.
Olivia le devolvió la sonrisa.
—Está bien. Desprecio a los imbéciles así, sobre
todo a los abusivos.
—¿Nos... conocimos antes en algún sitio? —
Jessica la miró fijo.
—Sí, en el Concesionario 4S. Compramos el
mismo auto. —Olivia sonrió.
Esto sorprendió a Jessica.
—¡Oh, me acuerdo de ti! Sabía que me
resultabas familiar.
—Olivia.
—Jessica.
—Lo sé. Mi amigo me lo dijo. Deberías tratar tu
rostro. Está hinchado. —Un momento después,
Eugenio la llamó y eso le recordó a Olivia su cita
«Ups, el programa es divertido, pero no hay
tiempo que perder ahora». Jessica tenía mucho
que preguntar, pero Olivia no tenía tiempo para
responder—. ¡Tengo algo que hacer, así que
hasta la próxima! —Entonces, subió las escaleras.
Tras llegar a la sala VIP de la cita, respiró hondo
para calmarse antes de entrar. Lo primero que
vio fue a Eugenio. Estaba sentado en el centro y
hoy llevaba una camisa negra. Su rostro era
inescrutable y disfrutaba despacio de su taza de
té.
Una mujer estaba sentada a dos asientos de
distancia y no era otra que Alina. Llevaba un
vestido color lavanda y el cabello recogido en
un moño. Tenía un aspecto lánguidamente
sensual y era obvio que se había arreglado.
Cuando vio a Olivia, Alina pareció sorprendida,
al parecer no la esperaba.
Olivia estaba perpleja también, pero saludó:
—Hola, Señor Navarro, Señorita Juncosa.
—Tome asiento.
Olivia se sentó a dos espacios de distancia de
Eugenio. Luego este le sirvió una taza de té, para
sorpresa de Olivia.
—Gracias; pero, por favor, permítame.
—¿Atascada en el tráfico? —preguntó Eugenio.
Incluso le había dado una excusa.
«Sí, claro», pensó Olivia. «Estaba viendo un
accidente de auto». Aun así, murmuró:
—Sí.
Mientras tanto, Alina la miraba con celos y su ira
se encendió.
—¿Qué significa esto, Eugenio? —Contuvo su
furia. Alina pensó que Eugenio la invitaba a una
comida solo para ellos dos porque la había
ignorado la noche anterior, así que se sintió
encantada. Ella había estado esperando que él
hablara, pero incluso después de una hora, él no
dijo nada. Aun cuando ella intentaba iniciar una
conversación, él la cortaba en un segundo.
Alina se dijo a sí misma que Eugenio podía tener
esta actitud debido a su estatus.
«Invitarme a comer ya es una prueba de que soy
importante para él, así que, si no quiere hablar,
hablaré yo; pero ¿también invitó a Olivia? ¿Todo
lo que imaginé fue solo eso? ¿Mi imaginación?
¿Acaso me estaba avergonzando yo misma?».
La humillación y su orgullo herido la hicieron
llorar. Eugenio la miró. Si lo hubiera hecho más
de cerca, habría notado las lágrimas en sus ojos,
pero no lo hizo. Lo único que hizo fue echarle
una mirada y comentar:
—¿Por qué? ¿No puedo invitar a nadie más solo
porque te invité a ti?
Alina respiró profundo.
—No creo que haya nada que valga la pena
hablar si estamos los tres aquí.
Eugenio la miró.
—Eso lo veremos en un momento.
Capítulo 88 No acoses a nadie
Olivia estaba perpleja también, pero no dijo
nada. Cuando se fijó en los ojos humedecidos
de Alina, le vino a la mente lo que había dicho
Nataniel. Eugenio defendía mucho a las
personas que le importaban, pero era apático
con las que no.
«Ah, parece que se trata de un amor no
correspondido». De repente, sintió pena por
Alina, pues se había enamorado de alguien que
no debía.
Eugenio llamó a alguien.
—Tráiganlo. —Cuando alguien llamó a la puerta
un momento después, Eugenio solo dijo—:
Adelante.
Cuando se abrió la puerta, entraron Carlos y un
hombre con una máscara plateada. Traían un
saco y, tras entrar, lo arrojaron al suelo con un
golpe seco. Un grito de dolor salió de dentro y
entonces Olivia miró a Eugenio por reflejo.
«¡Es Roberto el que está ahí dentro!».
»Ábrelo —dijo Eugenio.
Carlos abrió el saco y de este salió una cabeza
ensangrentada. Si no hubiera sido por su voz,
Olivia no habría reconocido que ese hombre
ensangrentado era Roberto. Alina estaba pálida
ahora. Si Olivia había podido ver que se trataba
de Roberto, ella también, pero aun así pensó,
«Tal vez no sea él». Aun así, sintió un dolor en su
pecho al ver su rostro.
Ahora podía explicar todo lo que no entendía.
Alina se preguntaba por qué no podía
comunicarse con Roberto y por qué Eugenio la
invitaría a comer, así que era debido a esto. No
mostró ninguna expresión, pero Alina dijo para
sus adentros: «Así que esto es solo una trampa
para nosotros. Quiere vengarse de nosotros por
lo que le hicimos a Olivia».
»¿Lo dijo? —preguntó Eugenio.
El hombre de la máscara plateada respondió:
—Sí, lo hizo. Roberto dijo que a la Señorita
Juncosa le preocupaba que usted se
enamorara de la Señorita Miranda, así que le
pidió que la cortejara.
Un ceño fruncido apareció en el rostro de
Eugenio y cuando miró a Alina, no había nada
en sus ojos.
—¿Sabes lo que más me molesta? Las personas
que no conocen su lugar. Quién me gusta y
quién no, no tiene nada que ver contigo. ¿Quién
te crees que eres para meterte en mis asuntos?
Alina lloró aún más.
—¡Eugenio! —gritó—. ¿No conozco mi lugar?
¡Somos amigos desde hace años! ¿Cómo
puedes decirme eso debido a alguien que
conoces desde hace menos de una semana? A
Roberto le gusta, así que por supuesto que va a
cortejarla. ¡No puedo detenerlo! ¡Todo lo que
hice fue alentarlo! No le ordené que hiciera
nada.
Eugenio la miró de manera sombría, con un tono
distante.
—Deberías saber lo que has hecho. Yo te
presenté a Olivia, así que tener problemas con
ella significa tener problemas conmigo. ¿Acaso
no piensas bien las cosas? Si no fuera porque
somos amigos, te habría echado hace mucho
tiempo. Deberías saber que lo haré.
Eso le rompió el corazón y Alina se sofocó. «¿De
verdad va a humillarme así? ¿Cómo puede ser
tan cruel? No, solo es cruel conmigo».
—¡Nadie va a tener problemas con ella! Solo fue
una broma y nos disculpamos, así que, ¿qué
quiere? ¿Es tan especial y poderosa que nadie
puede cortejarla? ¿O es porque te gusta y no
quieres que nadie la corteje?
Eugenio frunció el ceño y la fulminó con la
mirada. Estaba furioso porque Alina se había
pasado de la raya. Todos tenían ese rasgo de
rebeldía y hacían exactamente lo que alguien
no quería que hicieran.
«Sigue diciendo que tengo una relación con
Olivia, ¿verdad? Bueno, ¿y qué si la tengo?».
La miró y alzó la voz, con un tono hostil.
—No te rendirás hasta que yo te lo diga,
¿verdad?
Capítulo 89 Mujer falsa
Olivia entró en pánico. Eugenio odiaba que
alguien lo insultara y se imaginaba lo que diría,
así que Olivia dijo con rapidez:
—Señorita Juncosa, por supuesto que puede
cortejarme si le gusto, pero el consentimiento es
importante. Su primo vino a mi casa y me obligó
a salir con él. Cuando me negué, pidió a sus
hombres que me sometieran para poder
violarme. Destrozaron mi casa y dijo que tendría
sexo conmigo hasta que me muriera. ¿Es así
como los hombres de tu familia cortejan a las
mujeres? Si no fuera por la oportuna llegada del
Señor Navarro, no estaría sentada aquí ahora.
Alina la miró con furia.
—No sé cómo te corteja, así que, ¿por qué me
dices eso?
Olivia la miró.
—Por nada. Tal vez tomó tu consejo de manera
equivocada, o tal vez tomó tus órdenes de
manera equivocada.
—¿Sospechas que la idea fue mía? Ya te he
dicho que no. —Alina frunció el ceño.
Antes de que Olivia pudiera replicar, Eugenio
dijo:
—Y por eso estás aquí en vez de en el hospital.
Te llamé para decirte que he maltratado a tu
primo, así que, si quieres una explicación, acude
a mí.
Olivia miró a la llorosa Alina sin compasión.
Enamorarse de alguien no estaba mal, ni
tampoco frenar un mal hábito, aunque se sintió
molesta al verse atrapada en este fuego
cruzado. Olivia no le creyó a Alina cuando esta
negó haber participado en este asunto, así que
no quiso compadecerse de ella.
«Ya dejé pasar el asunto de anoche, así que
todo esto es culpa de ella».
Eugenio se levantó.
»Te enviaré de vuelta —le dijo a Olivia. Ella
asintió, pero luego lo rechazó. Eugenio no le
permitió negarse—. Ven conmigo. Necesito
hablar contigo de algo.
Olivia gruñó y se fue con él, luego Carlos y el
hombre de la máscara la siguieron. Al final, solo
quedaron Alina y Roberto.
Las lágrimas cayeron por las mejillas de Alina,
que se tumbó en la mesa y lloró. «Es tan cruel.
¿No sabe que me gusta? ¿Cómo puede
hacerme esto?».
No fue hasta que Eugenio se fue que Roberto
hizo un sonido. Como tenía la boca sellada, todo
lo que decía apenas se oía. Alina lo miró con
disgusto y se limpió las lágrimas antes de
arrancarle la cinta adhesiva de la boca.
—Alina…
—¡No me hables! —dijo Alina de inmediato—.
¿Eres tonto? ¿Por qué me delataste?
Roberto dijo con tristeza:
—Alina, no tienes idea de lo que pasé. Fue un
infierno, te digo. ¡Mira mis heridas! Pensé que
moriría.
La mirada oscura de Alina contrastaba con el
desastre de llanto que era hace un momento.
—¿Pero moriste? No. Sin embargo, ¡casi me
matas! Tenías un solo trabajo y lo arruinaste.
¡¿Qué tan difícil es acostarse con una mujer?!
¡No me sigas a partir de ahora! —Ella quería irse.
Roberto entró en pánico y se aferró a su pierna
mientras suplicaba:
—¡Hice lo que pude, Alina! Esa mujer sabe
pelear, ¡y nos ganó a los tres!
Alina sacudió la pierna para liberarse de su
agarre.
—Entonces, ¡consigue más hombres para hacer
el trabajo! ¡Busca a sus enemigos! Tiene que
haber alguien a quien puedas pedirle ayuda.
Por otro lado, Benjamín y Ana habían salido del
Palacio Rubí y habían entrado en su auto
durante un rato. Cuanto más pensaba Benjamín
en ello, más se enfadaba. «No voy a aceptar
eso».
Ana lo miró. Sabía que Benjamín podía ser un
coqueto que hablaba con facilidad con todo el
mundo, pero él era un machista. Sabía que a
Benjamín no le gustaba necesariamente Jessica,
pero su llanto arruinaba su imagen, así que una
cosa había llevado a la otra y esto había
sucedido.
Capítulo 90 Ana no es amable aquí
En realidad, Benjamín quería calmarla, pero la
hostilidad de Jessica lo irritaba. Iba a dejar que
se relajara un poco antes de calmarla por
completo, pero Olivia había irrumpido a mitad
de camino. Ahora se sentía humillado y sería
difícil recuperar a Jessica. Si Jessica cancelaba
el matrimonio, su padre y su tía lo matarían.
Mientras se preocupaba por este asunto, Ana se
acercó a él y se hizo la tímida.
—¿Qué debemos hacer, Benjamín? ¿Olivia se lo
contará a todos?
El rostro de Benjamín se entristeció.
—¿Y qué? De todos modos, no hemos hecho
nada —dijo impaciente. Ana lo pensó y asintió.
Benjamín tenía razón, pues no habían hecho
nada en público—. ¿Conoces a esa mujer? —
preguntó Benjamín.
Ante la mención de Olivia, el desdén apareció
en el rostro de Ana.
—Es mi hermanastra. Hace siete años, se acostó
con un mendigo después de emborracharse y
tuvo un hijo bastardo. Mi padre piensa que es
una desgracia, así que la envió al extranjero.
Volvió hace poco, pero por alguna razón, me la
encuentro en todas partes.
Benjamín le agarró la barbilla y resopló:
—¿Te guarda rencor?
Ana se apoyó en él y levantó la barbilla.
—No abiertamente.
—Así que sí te guarda rencor.
—Bueno, yo arreglé que ese mendigo se
acostara con ella esa noche.
Benjamín se mordió el labio.
—Lo sabía. Eres traviesa. —Ana sintió una
punzada de dolor en el labio y quiso vengarse
de Benjamín, pero él la apartó—. No te metas en
líos. Tengo que ir a la Residencia Salcedo
después de esto.
—¿Y no tengo que ir a casa? Mira lo que has
hecho. ¿Cómo debo explicar esto? —Ella lo
fulminó con la mirada.
Benjamín sonrió.
—Solo di que es porque tenías antojo de carne.
Ana puso los ojos en blanco.
—Y tú dices que soy traviesa. Bueno, tú eres el
más malvado aquí.
—Somos iguales en realidad. —Se inclinó hacia
delante y la besó de nuevo—. Vete a casa.
Tengo que regresar ahora, o será malo si Jessica
me delata primero.
Ana era una mujer comprensiva, al menos
cuando se trataba de aventuras. Ella sabía
cuándo debía hacer su movimiento y cuándo
retirarse. Esta relación con Benjamín no iría a
ninguna parte y ella lo sabía. Todo lo que quería
era conseguir los elogios y la pasión que se
había perdido en su relación con Hugo, así que
no le importaba esto.
—Llámame cuando puedas. —Salió del auto y
Benjamín se dirigió hacia la Residencia Salcedo.
...
Cuando Eugenio y Olivia bajaron, vieron a
Jessica sentada en el sofá del salón.
—¿Por qué sigues aquí? —Olivia se sorprendió.
Jessica se acercó, sonriendo.
—Te he estado esperando.
—¿Necesitas algo? —Olivia frunció el ceño.
—Te espero en el auto —dijo Eugenio con
calma.
Eso iba dirigido a Olivia, así que ella gruñó. Quiso
negarse, pero cuando recordó que él tenía algo
que decirle, Olivia no dijo nada más.
Jessica miró fijo a Eugenio y le preguntó a Olivia:
—¿Cuál es tu relación con él?
—Traté la enfermedad de su abuelo —respondió
Olivia.
—¿Solo eso? —preguntó Jessica.
—Sí. ¿Qué más crees que pasó? —Olivia frunció
el ceño.
—Es Eugenio Navarro. El Eugenio Navarro. Nunca
he oído que espere a nadie. Siempre es al revés
—exclamó Jessica.
Olivia se quedó sin palabras.
—Sí, porque quieres hablar conmigo. ¿Qué
necesitas?
Capítulo 91 El idiota actúa como un
idiota
Jessica hizo una mueca.
—Nada por ahora. Iba a invitarte a una comida
como agradecimiento, pero no quiero
entorpecer tu cita.
—¿Qué cita? —Olivia frunció el ceño—. Eso es
una tontería. Es solo la familia de mi paciente,
nada más.
Jessica se rio.
—Oh, qué comprometedor. Si en realidad no
hay nada más, ¿por qué estás tan nerviosa?
—Porque ustedes no paran de inventar rumores
estúpidos —contestó Olivia—. Alguien pensó que
éramos pareja y casi me meto en problemas por
eso. Ahora ustedes están haciendo lo mismo.
¿No es eso un poco ingrato?
—Eso solo significa que no soy la única que
piensa que son pareja.
Olivia la fulminó con la mirada y luego dijo:
—¿Algo más? Me iré si no tienes nada más que
decir.
Un poco sobresaltada, Jessica la agarró de la
mano con rapidez.
—Está bien, está bien. Es solo una broma. Si dices
que no es nada, entonces no es nada. En
realidad, quiero darte las gracias, así que
llámame cuando tengas tiempo. Te invitaré a
comer.
—No es necesario. Esto no es nada —respondió
Olivia.
—Aun así, tengo que darte las gracias —insistió
Jessica—. Si no hubiera sido por ti, no podría
haber seguido con la decisión de romper con él.
Me gustaba, ya sabes.
Olivia la miró.
—Ahora me haces sentir culpable. Sueno como
alguien que ha separado a una pareja de
enamorados. Es un imbécil, así que echarlo
cuanto antes es una buena idea.
Jessica se rio.
—Me gusta hablar contigo, Olivia. Lo que intento
decir es que me has ayudado a ver a través de
él. Quizás me deprima un poco después de la
ruptura, pero no me arrepentiré.
Olivia le dio una palmadita en el hombro.
—No te deprimas durante mucho tiempo.
Recuerda que ahora puedes pescar muchos
peces.
Jessica asintió:
—Sí. Voy a tener muchos novios. Dame tu
número. Podemos vernos cuando tengamos
tiempo.
Después de intercambiar números, alguien llamó
a Jessica. Ella frunció el ceño antes de deslizar su
teléfono para contestar la llamada.
»Pa...
La persona que llamaba dijo con enfado:
—¿Dónde estás? ¿Qué pasó entre tú y
Benjamín?
Jessica estaba agotada por esto.
—Estoy fuera y no puedo explicar esto con
facilidad. Todo lo que tienes que saber es que
hemos terminado.
—Esto es un matrimonio de conveniencia. No
puedes romper sin más. ¿Sabes cuánto puede
perder la empresa con esto? —bramó el
hombre, furioso.
Jessica tampoco cedió.
—¿Soy en realidad tu hija, papá? ¿Es tu empresa
más importante que mi felicidad? Ni siquiera nos
hemos casado todavía ¡y ya me está
engañando! ¿Cómo esperas que siga junto a él?
El hombre trató entonces de aconsejarla:
—Por favor, entiende sus circunstancias.
Benjamín nos dijo que solo es una clienta. Los
hombres siempre tienen que socializar, así que
retráctate. Solo estaban compartiendo una
habitación. Eso no es prueba de que haya
pasado algo. Benjamín me dijo que le pegaste
en público. ¿Es eso cierto? ¡Eso es inaceptable!
¡Vuelve ahora mismo! ¡El padre de Benjamín
vendrá dentro de poco! —Entonces la llamada
se cortó.
La mano de Jessica temblaba y su rostro estaba
pálido por la furia que sentía.
—¿Qué sucedió? —preguntó Olivia.
Las lágrimas casi cayeron por las mejillas de
Jessica mientras se quejaba:
—¡Ese bast*rdo me ha desprestigiado de forma
descarada! ¡Les dijo a mis padres que lo había
humillado por nada! ¡Los agarré con las manos
en la masa! ¡Pero aun así trata de justificarlo!
Eso no sorprendió para nada a Olivia.
—¿Y tu padre le creyó?
—Sabe tergiversar los hechos como nadie. Por
supuesto, mi estúpido padre le creyó. —Jessica
se secó las lágrimas—. Ya me voy, Olivia.
Reunámonos algún día.
Antes de irse, Olivia la llamó:
—Espera.
—¿Qué pasa? —Jessica miró hacia atrás.
Capítulo 92 Apoyo
Olivia se lo pensó.
—¿De verdad quieres terminar tu relación con
Benjamín? ¿Y si él se opone y hace que las cosas
se inclinen a su favor?
—Nunca voy a salir con un imbécil como él,
aunque me cueste la vida —resopló Jessica.
Olivia contestó:
—Te enviaré algo. Podría ser útil. —Entonces le
envió a Jessica el video en el que Benjamín y
Ana se besaban en el aeropuerto.
—¿Qué es esto? —Con el rostro lleno de duda,
Jessica hizo clic en él. Después de terminar el
video, sintió que se le helaba la sangre, como si
la arrojaran directo a un pozo de hielo y se
estremeció de asco—. ¿Cuándo ocurrió esto?
—El día que nos conocimos cuando compraste
el auto —respondió Olivia—. Fui a recoger a
alguien al aeropuerto. ¿Dijo que se había ido de
viaje de negocios? Sí, eso es mentira. Acababa
de volver con Ana y los vi cuando fui al baño. —
Jessica bajó la cabeza y parecía que iba a
llorar, para preocupación de Olivia—. Oh, no
llores. Los imbéciles como él no merecen tus
lágrimas.
—No estoy llorando por él. Lloro por mí misma.
No puedo creer lo estúpida que fui por confiar
en este imbécil durante tanto tiempo —dijo
Jessica.
Olivia puso su mano en el hombro de Jessica.
—Nadie es perfecto. No estoy tratando de
ponerte triste. Esto es solo para que tú y tu familia
lo vean como es. Como somos humanos, somos
susceptibles de ser alabados, pero eso no
significa que puedas mentirte a ti misma para
siempre solo porque él te hable con dulzura.
Aprende la lección esta vez y aléjate de los
imbéciles después de esto.
Jessica se secó las lágrimas y abrazó a Olivia.
—Gracias, Olivia.
Olivia asintió:
—Está bien. Vete a casa ahora. —Después de
que se fueran cada una por su lado, Olivia salió
y vio que Eugenio seguía esperándola en el
auto. Se sintió conmovida y fue hacia él de
inmediato. Como Eugenio conducía, Olivia se
sintió rara por ello, pero entró de todos modos—.
Sr. Navarro.
Eugenio gruñó:
—¿Cuándo la conociste?
Olivia sonrió.
—Esta mañana. Cuando venía hacia aquí, la vi
peleando con Benjamín en el vestíbulo. Benjamín
se negó a admitir su engaño y trató de abusar
de ella, así que la ayudé.
A Eugenio le hizo gracia.
—¿Así que llegaste tarde no por el tráfico, sino
porque querías ser una heroína?
«Uy».
En su deleite, Olivia había olvidado su anterior
encuentro, así que sonrió con timidez.
—Usted también habría ayudado si lo hubiera
visto.
Eugenio la miró.
—No tengo la costumbre de inmiscuirme en los
asuntos personales de los demás.
Olivia se enfadó.
—Los habría disuadido de romper si se tratara de
una pelea normal, pero Benjamín había cruzado
la línea moral. Intentó justificar su engaño e
incluso abusó de su prometida. Ni siquiera se han
casado todavía, ¡imagina lo que pasará cuando
lo hagan! Solo intentaba que ella viera a ese
imbécil como lo que es —habló Olivia con
rapidez.
Su agitación sorprendió a Eugenio.
—Solo estoy tratando de analizar esto de forma
racional. Es difícil decir quién está equivocado y
quién tiene razón a partir de una simple
discusión.
Olivia lo miró y dijo:
—¿Está analizando esto? ¡Las mujeres sabemos
quién tiene razón por instinto! ¡Vi a ese imbécil
besándose con Ana! Se han pasado de la raya
¡y esto es culpa suya! De ninguna manera voy a
dejar que Jessica se humille de esta manera.
Eugenio la miró con sorpresa. «No me extraña
que esté tan alterada. Así que Ana está
involucrada».
—Hiciste lo correcto. —Eugenio había optado
por dar un paso atrás.
Esa simple frase consiguió calmar a Olivia, pero
la hizo pensar, «¿por qué me he puesto tan
nerviosa?».
Capítulo 93 Casa nueva
Jessica le recordó a Olivia cómo era ella misma.
Aquella noche de hace siete años se había
enterado de que la habían engañado, igual que
lo que estaba viviendo Jessica. Sin embargo, la
diferencia entre ellas era que Jessica había
interrogado al imbécil como una criada, pero
Olivia había dejado que el imbécil probara de su
propia medicina. Por mucho que Jessica hiciera,
no podía salvar la relación y, en cambio, la
hacía más incómoda. Olivia, en cambio,
pensaba que los imbéciles como él deberían irse
a los confines del infierno.
—Estaba demasiado agitada. Lo siento.
Eugenio le sonrió.
—No pasa nada. —Sin embargo, se preguntaba
por qué estaba tan alterada.
Un silencio incómodo se apoderó de ellos y no
fue hasta un rato después que Olivia dijo:
—Perdón por lo de antes. La verdad es que
estoy bien. Lo pasado, pasado está. No tiene
que ofender a su amigo por mí.
—Debería ser yo quien pidiera perdón —
respondió él—. Ese problema que te encontraste
vino de mi parte, así que debería asumir algo de
responsabilidad por eso.
—Ese no es el caso —contestó Olivia—. No son
niños, así que nadie tiene que responsabilizarse
de sus errores. Ni siquiera sus padres tienen que
hacerlo y mucho menos un amigo.
Eugenio la miró fijo. La luz del sol la iluminaba a
través de la ventanilla y la bañaba en una luz
etérea. No tenía ni un solo poro dilatado en el
rostro y, si no lo supiera, habría pensado que era
una estudiante universitaria en lugar de la madre
de un niño de siete años. Olivia era gentil,
hermosa, comprensiva y, a veces, graciosa. Sin
darse cuenta, Eugenio la miró durante un largo
rato, embelesado por Olivia.
A Olivia le incomodaba que la miraran. «¿Por
qué me mira a mí en vez de a la carretera?».
Ella tosió, para indicarle que debía espabilarse.
—¿Necesita algo de mí? —preguntó.
Eugenio recordó para qué estaba aquí, así que
sacó una llave del compartimento del auto.
—Tu dirección está expuesta, así que no es
segura. Tengo una nueva casa para ti en la
Península de las Musas.
—Estoy bien, pero muchas gracias. —Como si
fuera un reflejo, Olivia rechazó su oferta.
—Solo tómala —dijo Eugenio con seriedad—.
Siempre hay personas tontas por ahí. Tienes
suerte de que Néstor no estuviera allí ese día, o
quién sabe lo que podría haber ocurrido. Hay
que pensar por los niños. La Península de las
Musas no está lejos de la escuela y de tu lugar
de trabajo. Vivirás en el mismo barrio que
Nataniel y él podrá cuidar de ti.
Olivia agradeció la atención de Eugenio a los
detalles. Aunque había estado en el extranjero,
Nataniel le había dicho que las casas de
Península de las Musas costaban una fortuna y
eso, si había una unidad disponible. Si no fuera
por eso, no le habría organizado la estancia en
La Gran Mansión. Se asombró de lo poderoso
que era Eugenio, ya que lo había arreglado en
apenas dos días desde aquel incidente.
—Gracias. Le devolveré el dinero.
—Está bien. Solo toma esto como tu tarifa de
consulta —respondió él.
Olivia sonrió con resignación.
—Me siento agradecida de que su abuelo fuera
mi primer cliente tras mi regreso. Sin darme
cuenta, esto resolvió muchos de mis problemas.
—Consigue que alguien te ayude a mudarte lo
antes posible. —Eugenio sonrió.
—Claro, pero ¿puede dejarme ir, Sr. Navarro?
Tengo que ir a buscar a mi hijo —respondió
Olivia.
Eugenio estaba a punto de ofrecerle un
aventón, pero el teléfono de ella sonó. Para
diversión de Eugenio, ella solo alcanzó a saludar
antes de que la llamada terminara.
—¿Qué ocurre?
—Nataniel trajo a Néstor para que visitara a su
abuelo. —Olivia se quedó sin palabras.
En cambio, Eugenio estaba encantado.
—Al abuelo le agrada mucho Néstor, así que no
te preocupes. Estará bien.
—Lo sé —respondió ella. Olivia pensó que esto le
resultaba discordante, ya que no conocían
mucho a los Navarro, por lo que visitarlos
demasiado le parecía una grosería. Sin
embargo, no podía hacer nada al respecto, ya
que el barco había zarpado.
Capítulo 94 Llamada a un amigo
Ella le dijo a Eugenio con amabilidad:
—Vaya a mi estudio entonces. Déjeme en algún
lugar donde pueda pedir un aventón.
Por alguna razón, Eugenio no quería separarse
de ella de esta manera.
—Hoy no estoy ocupado, así que, ¿por qué no
te mudas hoy?
—¿Hoy? —Olivia se sorprendió.
—Sí. Llamaré a los de la mudanza para que
trasladen tus cosas y luego te llevaré a la
residencia para recoger a Néstor. —Procrastinar
no era el estilo de Eugenio, así que llamó a los de
la mudanza de inmediato. Como acababa de
regresar, Olivia no tenía muchas pertenencias.
Con la ayuda de una empresa de mudanzas, no
tardó mucho en trasladar todo y sin tan siquiera
mover un dedo.
Cuando Olivia llegó a Península de las Musas y
vio la enorme casa, le pareció que estaba
soñando.
—He oído que es difícil comprar una casa aquí.
La disponibilidad es nula, así que, ¿cómo
consiguió hacerlo?
—El Grupo Navarro es el propietario. —Se rio.
Eso respondió a su pregunta. «No es de extrañar
que haya conseguido una tan rápido».
—Entonces no puedo quedarme gratis. No he
hecho nada para merecer esto, así que no
puedo aceptar su regalo. Es demasiado.
Eugenio dijo con urgencia:
—Quédate aquí. No estás siendo tú.
—¿Qué se supone que signifique eso? —Ella hizo
una mueca.
—Ni siquiera pestañeaste cuando me hiciste
pagar tanto por ese objeto. Debía costar
quinientos mil, y solo porque querías vengarte de
mí, hiciste que costara cien millones. ¿Ahora
vacilas por una casa? —respondió con calma.
Olivia lo miró.
—Dijo que tenía una personalidad podrida, así
que todo vale para mí, ¿no?
Eugenio se puso rígido.
—Sí, así que sigue así y piensa en la casa como
una compensación.
Con la cabeza baja, Olivia reflexionó.
—¿No debería seguir dejando que la culpa lo
atormente?
—Creo que sí, para que obtengas el máximo
beneficio —respondió él.
—De acuerdo entonces. —«A veces acepto los
buenos consejos».
—¿Qué vas a hacer ahora? ¿Recoger a Néstor?
—Eugenio sonrió.
Cuando lo miró, pensó que no era tan distante
como todos lo hacían ver.
—Claro y después compraré algo para cocinar.
Si no le importa, venga a comer a la casa. —
Mudarse a una nueva casa significaba que
tenían que comer allí primero, así que ella no
podía comer fuera; esa era su costumbre de
todos modos.
—¿Sabes cocinar? —Eugenio la miró con duda
en el rostro.
Olivia pensó que él se estaba riendo de ella, así
que chasqueó la lengua y dijo:
—No sé mucho de cocina, pero eso no significa
que no tenga idea de cómo hacerlo. Si no, ¿de
qué forma cree que hubiera conseguido criar a
mi hijo?
—¿Tus amigos te ayudaron? —Se rio.
Olivia se burló:
—Sí, claro. Bien, buscaré a alguien que sepa
cocinar. —Entonces, llamó a Katia y le dijo—:
Katia, me mudé a una nueva casa.
—¿De nuevo? ¿Para dónde esta vez? —dijo
Katia de manera entrecortada.
—Península de las Musas.
Katia levantó la voz.
—¡Caramba! ¡Estás muy bien ahora! Un lugar de
alta gama, ¿eh? Va a costar al menos
cincuenta mil al mes, ¿verdad? ¿Nataniel te
convenció?
—Lo he pensado bien, ¿de acuerdo? Ven aquí
ahora para celebrar la inauguración de la casa.
—Me vas a pedir que cocine, ¿cierto? —Katia
sonó alarmada.
—Te estoy dando la oportunidad de mostrar tus
habilidades.
—¡Eso no es verdad! Hay alguien importante ahí,
¿no? ¿Por eso no quieres cocinar?
«¿No podrá bajar la voz?». Con resignación,
Olivia se alejó unos pasos y bajó la voz.
—Yo sé cocinar, pero tú eres un poco mejor que
yo, ¿no? Compraré las cosas, así que ven antes
de las seis. —Antes de que Katia pudiera
protestar, Olivia colgó.
Capítulo 95 Zamira López
«Me va a avergonzar si sigue hablando».
Eugenio la miró y siguió sonriendo. «Así que en
realidad es este tipo de persona en su vida
privada».
—Vayamos a recoger a Néstor entonces —le dijo
Olivia.
Un rato después, llegaron a la residencia y los
sirvientes los recibieron.
—Bienvenido a casa, Señor Eugenio. Buenas,
Doctora Miranda. —Olivia asintió con cortesía y
siguió a Eugenio.
Cuando entraron, además del abuelo de
Eugenio, Nataniel y Néstor, había una joven de
unos veinte años. Llevaba un vestido rosa
ajustado; el cabello le caía por los hombros y
acentuaba su menudo rostro; sus ojos eran claros
e inocentes. Al verlos, la chica se levantó de
inmediato, sujetó a Eugenio por el brazo y le dijo:
—¡Eugenio! Pensé que el abuelo mentía, pero ¡es
verdad que vienes todos los días!
—¿Por qué estás aquí? —Eugenio frunció el
ceño.
—Vine a visitar al abuelo —respondió Zamira
López—. Hablamos de ti antes.
Néstor no se veía muy contento con lo que
había hecho Zamira, así que pasó por delante
de Eugenio para ir directo hacia su madre.
—Mamá.
A Olivia le sorprendió que Néstor no se dirigiera a
Eugenio si lo tenía delante. La mayoría de las
veces lo prefería a él, pero su hijo no dijo nada
ese día. Ella le dio una palmadita en la cabeza.
—¿Te has portado bien?
—Sí. Le conté algunos cuentos al bisabuelo y
está muy contento de que lo haya hecho —dijo
Néstor con alegría.
El Abuelo Navarro saludó a Olivia con alegría y le
dijo:
—Olivia, toma asiento. Néstor me ha dicho que
las enfermedades tienen miedo de las personas
muy fuertes, así que, si me mantengo feliz y sin
miedo en todo momento, me curaré rápido. Es
un chico inteligente.
Olivia parecía orgullosa de su hijo, lo miró con
dulzura y lo elogió:
—Tienes razón, cariño.
—Has enseñado bien a tu hijo, Olivia. Me agrada
mucho —asintió el Abuelo Navarro.
—Siempre y cuando usted no piense que él es
un fastidio. —Olivia se rio.
El Abuelo Navarro negó con la cabeza.
—Por supuesto que no. Vengan los dos siempre
que puedan.
Justo después, Zamira se acercó rápido y tomó
al abuelo por el brazo.
—Abuelo, ¿entonces quiere que venga? ¿Le
gustó la sopa que le hice?
Él la miró con indiferencia.
—Sí.
Olivia hizo una pequeña mueca con los labios.
«¿Quién es esta chica? ¡Se comporta como si
fuera una niña!».
—Zamira, ¿no viniste hasta aquí por Eugenio?
Ahora que está aquí, no molestes más al abuelo.
Ni siquiera ha tenido tiempo para descansar en
toda la tarde. —Patricia tenía una expresión
oscura en su rostro.
Olivia sabía que ese mensaje era para ella y la
hizo sentir incómoda. Al notar que Patricia hizo
hasta lo imposible por mirar a Néstor cuando dijo
eso, Olivia supo que no estaba siendo
demasiado susceptible.
—He venido a recoger a Néstor, Señor Navarro.
Ya nos vamos.
El Abuelo Navarro había visto de todo a lo largo
de su vida, así que sonrió.
—¿Por qué no se quedan a comer? Quiero
pasar más tiempo con Néstor.
Olivia lo rechazó con cortesía.
—No se preocupe, Señor Navarro. Tengo cosas
que hacer más tarde, así que vendremos en otro
momento.
Néstor se despidió del Abuelo Navarro, quien, sin
más remedio, también le dijo adiós.
—Conduzcan con cuidado entonces. Eugenio
los acompañará.
«Por supuesto que lo haré. Tengo que comer
allá», pensó Eugenio.
Zamira se levantó de inmediato y dijo:
—Eugenio, ¡he venido por ti! Si te vas, entonces
yo también voy.
Capítulo 96 Néstor estaba descontento
Eugenio frunció el ceño, descontento.
—No me sigas. Tengo asuntos que atender. —
Luego, le dijo a Nataniel—: Nataniel, ¿vienes o
no?
—Por supuesto que sí —respondió Nataniel,
quien le dijo al Abuelo Navarro que vendría en
otro momento y se marchó.
El silencio los acompañó en el auto hasta que
Olivia susurró a su hijo, quien parecía
descontento:
—¿Qué te ha pasado?
Eugenio escuchó con atención para saber si
estaba bien, pues Néstor y él no habían hablado
mucho antes de esto.
—Nada —le dijo mientras jugaba con su
teléfono.
—¿Estás molesto? —Olivia sintió curiosidad.
—No. —Néstor respiró profundo.
Entonces, Eugenio intervino en un intento de
entablar una conversación:
—Néstor, ¿cuál es la historia que le contaste hoy
al bisabuelo?
—Nada —respondió Néstor con indiferencia.
Ahora, hasta Nataniel se había dado cuenta de
que estaba molesto. «¿Qué le ha pasado?
Estaba bien por la tarde. Bueno, aunque estuvo
callado después de la llegada de Zamira».
Olivia trató de animarlo.
—Nos mudamos a un lugar nuevo. Está a un
paso de la casa de Nataniel. ¿Te gusta la idea?
Eso le llamó la atención, ya que después de
todo era un niño.
—¿Por qué nos mudamos?
Olivia respondió con calma:
—Para que puedas jugar con los últimos juegos
que crea Nataniel.
—Claro. Es solo porque quieres que me cuide en
todo momento. —Hizo un puchero.
—¡Sh! Que esto quede entre nosotros. No
queremos que él se entere.
Nataniel parecía molesto.
—Al menos susurren cuando hablen en secreto.
Cualquiera podría escucharlos.
Néstor levantó la barbilla y le dijo:
—Ten cuidado con lo que dices.
—Solo estoy diciendo la verdad —replicó
Nataniel.
—Mami, Nataniel me llevó a jugar hasta las tres
de la mañana. Yo le decía que quería dormir,
pero él seguía diciendo que ese sería el «último
juego». —Néstor incluso miró a Nataniel de forma
provocativa.
—¡Nataniel! —Olivia iba a pegarle—. ¿Crees que
puedas ser más responsable? ¡Creí que te había
dicho que nada de pasar la noche en vela!
—¡No, no lo hicimos! —Nataniel esquivó su golpe
y señaló a Néstor—. Oye, prometimos mantener
esto en secreto.
Néstor le sonrió.
—Solo estoy diciendo la verdad.
Nataniel lo señaló con rabia y declaró:
—¡Pequeño soplón! ¡Se acabaron los juegos
nuevos para ti!
Néstor se cruzó de brazos y resopló:
—No vengas a mí si tienes algún problema
técnico entonces.
Esto hizo que Olivia se divirtiera.
—Las amistades se acaban tan rápido.
Eugenio los miró por el espejo retrovisor y sintió
que Néstor estaba enfadado.
No había ninguna razón para que ignorara a
Eugenio, incluso cuando este intentaba iniciar
una conversación, Néstor no se mostraba
demasiado entusiasmado.
Después de hacer la compra y volver a la
Península de las Musas, se encontraron con
Katia, quien acababa de llegar en un taxi.
Nataniel la miró y se burló:
—¿Y qué te trae por aquí?
Ella volteó los ojos y respondió:
—No vine por ti, tenlo por seguro. Vete a la
m*erda.
—¡Este es mi territorio!
—¡No! ¡Este es el territorio de Olivia! —Nataniel
estaba a punto de replicar más, así que ella lo
señaló—. No vas a decir que no, ¿verdad?
Entonces, Eugenio se bajó del auto y Katia entró
en pánico. «Sabía que alguien importante
estaba aquí. No me extraña que Olivia me
llamara». Cambió a su modo cortés al instante y
saludó:
»Hola, Señor Navarro.
—Hola —asintió Eugenio.
Después de hablar un rato, entraron en la casa
número 5901 del bloque 3. Al hacerlo, se
encontraron frente a una enorme ventana
francesa. El sol se escondía y la luz que
penetraba en la casa se sentía cálida.
Capítulo 97 No somos tan cercanos
El diseño interior de las habitaciones parecía
sencillo y reservado, pero un profesional podría
darse cuenta sin problemas de que su costo era
elevado. Con tres habitaciones y dos salones, se
podía decir que el lugar era espacioso. En
cuanto Olivia entró a la casa, dijo:
—Señor Navarro, póngase cómodo. Vamos a
preparar la cena.
Eugenio asintió y tomó asiento en el sofá, pero al
ver que Nataniel estaba en el teléfono jugando,
le dijo:
—¡Ve a ayudar en la cocina!
Nataniel apretó los dientes y le respondió:
—Tío Eugenio, pero no sé cómo.
—¡Más razón para que aprendas! —Eugenio
ignoró sus quejas y lo mandó para la cocina.
Entonces, él y Néstor se quedaron solos en la sala
de estar. De hecho, Eugenio quería pasar un
tiempo a solas con él con toda la intención para
preguntarle cuál era el problema. Sin embargo,
Néstor se limitaba a jugar en su teléfono, lo
ignoraba por completo y ni siquiera le dedicaba
una mirada. Eugenio estaba sentado justo
enfrente de él y, ¡desde allí se dio cuenta de los
extraordinarios reflejos que tenía el pequeño en
las manos! «¿Los niños de hoy en día son tan
hábiles?». Por curiosidad, le preguntó:
»¿Juegas a menudo?
Sin levantar la cabeza, Néstor respondió:
—Sí.
—¿Qué edad tenías cuando empezaste a jugar?
—No lo recuerdo.
Eugenio respiró profundo, estaba seguro de que
este pequeño tenía algo contra él.
—¿No estás contento hoy?
—No.
Eugenio, desconcertado, no tenía idea de cómo
comunicarse con el pequeño. La mayoría de las
veces, Néstor no lo ignoraba, pero hoy su
respuesta había sido bastante fría, corta y breve.
—¿Te he ofendido o algo así? —En lugar de
adivinar, Eugenio pensó que podría preguntarle
sin rodeos.
—Para empezar, no somos tan cercanos. ¿Cómo
me iba a ofender?
Al escuchar las palabras «no somos tan
cercanos», la ira dejó a Eugenio sin aliento.
«¿Qué le pasa a este mocoso?». Dejó escapar
un suspiro y dijo:
—No sé si nos podamos considerar cercanos,
pero sí los trato a ti y a tu madre como amigos.
Con una expresión de calma en su rostro, Néstor
no dijo más nada hasta que terminó su juego.
Entonces, levantó la cabeza, miró a Eugenio y le
dijo:
—¿Preparó esta casa para nosotros?
Eugenio levantó una ceja, estaba sorprendido
por su perspicacia.
—¿Cómo lo supiste?
Néstor le lanzó una mirada y le respondió:
—Si no fuera así, no estaría aquí. Mi mamá no
invitaría a cualquiera a cenar así de fácil.
Con resentimiento, Eugenio preguntó:
—¿Nataniel no está aquí?
—Es diferente con Nataniel porque hemos sido
amigos durante muchos años. Además, hemos
pasado por situaciones de vida o muerte. —
Néstor lo miró con desdén. La expresión en su
rostro reflejaba con claridad lo que estaba
pensando: «¡No es su caso!».
Al escuchar sus palabras, Eugenio se dio cuenta
de algo: el trabajo de un profesor debía ser
bastante duro porque él no podía ni siquiera
manejar a un solo niño. En este momento, pensó
que era necesario convertir a este enemigo en
un aliado y decirle lo que él había hecho,
aunque en un inicio no hubiera tenido la
intención de sacarle provecho.
—¡Tu madre y yo también hemos pasado por
situaciones de vida o muerte! Si no fuera así,
¿por qué crees que se habrían mudado?
Néstor entrecerró los ojos y preguntó:
—¿Qué quiere decir? ¿También ha salvado a mi
mamá?
Eugenio sonrió, pues la perspicacia del niño lo
había impresionado de nuevo.
—¡Muy inteligente!
—¿Cuándo?
—Hace apenas dos días.
Néstor miró a las tres personas que estaban
ocupadas en la cocina y vio a su mami
bromeando sobre algo mientras Nataniel y Katia
se reían de lo que había dicho. Se volvió para
mirar a Eugenio y le preguntó con voz severa:
—¿Quién lo hizo?
Eugenio estaba asombrado. Siempre lo había
visto como un niño; sin embargo, ahora se había
dado cuenta de que podía hablar con él como
si fuera un adulto, pues era bastante maduro
para su edad y parecía entender muchas cosas.
—No te preocupes, me he asegurado de que
castiguen a esa persona. Todavía eres joven, así
que lo único que tienes que hacer ahora es
concentrarte en tus estudios. Me sentiré más
tranquilo si todos se mudan a este lugar. —
Eugenio no sabía con cuál de sus palabras había
tocado el punto débil de Néstor; no obstante,
por su expresión, podía ver que ya no mostraba
mucha hostilidad hacia él.
—Hay algo que quiero decirle. Busque una
excusa para llevarme con usted mañana. ¡Que
mamá no sospeche nada! —dijo Néstor con su
habitual arrogancia.
—¿Qué quieres decirme? —Eugenio se rio y
pensó que la sugerencia del niño era un poco
divertida.
Capítulo 98 La inauguración de la casa
—Lo sabrá mañana —dijo Néstor con
despreocupación mientras se ponía en pie de
un salto y se iba directo a su habitación.
Eugenio lo miró y no pudo evitar sonreír. Para ser
un chico de apenas un metro de alto, Néstor en
verdad no actuaba ni sonaba como tal.
Para la cena, Olivia preparó una olla caliente
con dos tipos de caldo: con picante y sin
picante. De este modo, satisfacía las
preferencias de todos. Como se trataba de una
comida sencilla y fácil de preparar, no tardó
mucho en poner la olla caliente sobre la mesa y
el olor del caldo llegó hasta la sala de estar.
Eugenio, atraído por el olor, se levantó de su
asiento y se dirigió al comedor. Al ver la
tentadora cantidad de comida sobre la mesa,
se le hizo la boca agua.
Olivia sostenía un plato de carne en sus manos y
al verlo, le dijo:
—Señor Navarro, por favor, tome asiento. La
cena estará lista pronto. —Luego, se volvió en
dirección al amplio pasillo y gritó—: Néstor, la
cena está lista.
Al escuchar eso, el niño abrió la puerta de golpe
y salió corriendo de la habitación.
Olivia sacó el vino recién comprado y sirvió una
copa a cada uno. Cuando le alcanzó el vino a
Eugenio, le dijo:
»Señor Navarro, beba un poco. Puede pedirle a
su chofer que venga a buscarlo más tarde.
—De acuerdo —respondió él.
Olivia no necesitó atender a Nataniel y a Katia,
pues ya estos se habían servido una copa.
Como se trataba de la inauguración de la casa,
todos brindaron por Olivia y le dieron sus
bendiciones. Por formalidad, Olivia dijo unas
palabras en respuesta. Después de todo, alguien
ajeno a su pequeño grupo estaba presente.
Además, como había dicho Néstor, la relación
de ellos con Eugenio no era tan cercana.
Durante la cena, ella puso especial cuidado en
atenderlo.
—Señor Navarro, si no le gusta el picante, no
tenga pena de tomar esta parte de la comida
junto con Néstor.
—Lo haré. Come tú también. No te molestes en
servirnos —le respondió.
Sin embargo, ella seguía ocupada sirviendo la
comida que estaba cerca de Eugenio y Néstor.
Con Eugenio cerca, la atmósfera de la cena
parecía estar más comedida que lo habitual. Sin
embargo, para Nataniel no había demasiada
diferencia, ya que desde el principio sentía que
Eugenio lo intimidaba; por eso, no se atrevía a
decir mucho y tendía a ser más correcto con él.
En cuanto a Katia, su comportamiento en la
mesa solo lo determinaba el tipo de relación
que tuviera con las personas que se encontraran
alrededor. Hoy se mostraba correcta, lo cual era
inusual, y disfrutaba de la comida en silencio.
Con una copa de vino en la mano, Olivia miró
hacia Eugenio y le dijo:
—Señor Navarro, gracias por cuidar siempre de
nosotros, sobre todo por su ayuda en el
incidente de anoche. Si no hubiera sido por
usted, Katia y yo no habríamos podido salir ilesas.
—De nada. ¡Salud! —Levantaron sus copas y
terminaron el vino.
Nataniel preguntó confundido:
—¿Qué sucedió?
Katia bajó la cabeza y explicó a grandes rasgos
lo que había pasado la noche anterior. Néstor
miró a Eugenio; la expresión en su rostro indicaba
que parecía haber recuperado su carácter
amistoso habitual, le dio un golpecito con el
codo y le dijo:
—Quiero comer esa salchicha.
Eugenio, eufórico, tomó de inmediato dos
salchichas de la olla y se las sirvió en el plato.
Con una sonrisa de oreja a oreja, el niño agachó
la cabeza y empezó a comer. De esta forma,
Eugenio se entretenía ocupándose del
pequeño. Al notar que ambos interactuaban
como si fueran cercanos, Olivia pensó que la
relación parecía estar bien y se culpó por pensar
demasiado.
Nataniel, al terminar de escuchar todo lo que
había pasado, sintió que su ira se disparaba.
—¡Cómo se atreve! Ese Lucas, ¿quién se cree
que es?
Katia le haló las mangas y lo consoló:
—¡Cálmate! El Señor Navarro lo solucionó todo.
Lo despidieron de Entretenimiento Estrella
Metropolitana de forma oficial y supongo que la
Directora González no se atreverá a trabajar con
él nunca más.
—Cierto, Elena González fue inteligente al hacer
eso —dijo Eugenio.
Teniendo en cuenta lo modesto y amable que
era el Señor Navarro, Katia se atrevió a levantar
su copa para proponer un brindis.
—Señor Navarro, me gustaría proponer un brindis
por usted. Además de ayudarnos a resolver
nuestro gran problema de ayer, muchos
anunciantes se han acercado desde entonces
al editor de nuestra revista, por respeto a su
persona. Gracias por todo.
Capítulo 99 Una noticia divertida
Con una sonrisa, Eugenio dijo:
—De nada. Decidieron cooperar con su revista
solo porque creen que tienen potencial para
ayudarles a generar más ventas, lo cual es en
esencia una colaboración en la que ambos
saldrán ganando, así que ni lo menciones.
Al escuchar eso, Katia se sintió muy conmovida e
incluso tuvo el repentino deseo de hablar bien
sobre Olivia.
—Gracias por todo lo que ha hecho. En el futuro,
si hay algo que requiera nuestra ayuda, no dude
en pedírnoslo. Olivia es muy capaz, es simpática
y tiene una personalidad muy agradable. ¡Es una
gran bendición ser su amiga!
Olivia tomó una bola de pescado, la echó en el
plato de Katia y le dijo:
—¡Come! —le ordenó y le insinuó que
mantuviera la boca cerrada.
—Exacto, tienes que pasar desapercibida. No te
pases de la raya —se burló Nataniel.
Olivia tomó otra bola de langostinos, la echó en
el plato de Nataniel y le advirtió:
—¡Cállate y come tú también! —«Estos dos
simplemente no van a dejar de avergonzarme».
Con una sonrisa en los labios, Eugenio en verdad
disfrutaba de este ambiente de confianza y de
informalidad.
—Tengo la suerte de ser yo quien reciba
semejante bendición —comentó Eugenio.
Con una sonrisa, Olivia dijo:
—Entonces supongo que todos ustedes tienen
que tratarme mejor. Si no, ¡retiraré todas las
bendiciones!
Como una nomofóbica, Katia estaba
navegando en su teléfono cuando, de repente,
se echó a reír y miró con disimulo a Eugenio.
—¿De qué te ríes? —preguntó Nataniel.
—Mira esto. —Katia le pasó su teléfono a
Nataniel, quien también se rio mucho.
Olivia los fulminó con la mirada y se quejó:
—¿Por qué se están riendo ustedes solos?
¡Compartir es bueno!
—Ataron a dos hombres desnudos en el Puente
Jovellanos y los vieron congelándose de frío
durante toda la noche. Dios mío, ¡me voy a morir
de la risa! —Nataniel soltó una carcajada
mientras se enjugaba las lágrimas de los ojos.
Katia se rio y dijo en broma:
—¿A los que lo hicieron no les dio miedo
provocar un accidente? Pues los choferes
estarían ocupados mirando a los hombres en
lugar de prestar atención a la carretera.
Olivia volteó los ojos y dijo:
—¿Por qué les da risa eso?
Durante toda la conversación, Eugenio no había
pronunciado ni una sola palabra. Estaba
ocupado con la comida, como si lo que
estuvieran diciendo no tuviera nada que ver con
él.
Antes de terminar la cena, ya todos estaban un
poco mareados. Ni Nataniel ni Katia eran
capaces de sostener su trago; después de un
par de rondas, ambos llegaron a su límite. Si
Eugenio no hubiera estado presente, lo más
probable fuera que ya estuvieran dando un
concierto en vivo y cantando a todo pulmón.
Eugenio tenía más tolerancia al alcohol, pero
poco a poco también comenzó a sentirse un
poco mareado. En comparación con Olivia, él
no era rival en absoluto.
Al notar que la luz de su teléfono parpadeaba,
Eugenio supo que Carlos había llegado. Se
levantó de su asiento y dijo:
—Es tarde, así que me retiro. Llámenme si sucede
algo.
—De acuerdo —respondió Olivia con gentileza y
no le impidió marcharse.
Nataniel y Katia, en un intento por mantenerse
sobrios, se levantaron para acompañar a
Eugenio y, más tarde, se fueron también.
Después de despedirlos, Olivia llevó al dormilón
de Néstor a su habitación y salió para ocuparse
de la mesa. Estuvo una hora limpiando todo el
desorden y luego se fue a su dormitorio.
Mientras navegaba en su teléfono, leyó la
noticia que Katia había mencionado sobre los
dos hombres. Era un video de diez segundos y la
calidad de la imagen era bastante buena. A
primera vista, Olivia reconoció con exactitud a
los dos hombres que habían llegado a su casa
con Roberto: los hombres con malas intenciones.
Si no los hubiera reconocido, ella habría
pensado que no había nada de divertido en esa
noticia. De cierta manera, tenía el
presentimiento de que era obra de Eugenio. En
un inicio, cuando él puso a Roberto en manos
de Alina en señal de advertencia, Olivia se
desconcertó por un momento porque no vio a
los otros dos hombres con él. «¡Qué sorpresa!
Estaban en el puente; Eugenio no perdonó a
nadie». Ella no podía encontrar palabras para
describir sus sentimientos actuales.
Después de estar aquí por algún tiempo, él sí
tenía algunos conceptos erróneos sobre su
carácter, pero dejando eso a un lado, parecía
estar ayudándola siempre, en cuestiones que
iban desde resolver los problemas por las peleas
del niño hasta la ceremonia de ayer por la
noche, así como en defenderla de Roberto. Ella
sabía muy bien que su intención era devolverle
su amabilidad porque ella había salvado a su
abuelo; de ahí que hiciera todo lo posible por
ayudarla. Con honestidad, ella estaba muy
conmovida por todo lo que él había hecho.
Capítulo 100 ¿Le gustas a Eugenio?
Al día siguiente, Olivia llevó a Néstor al estudio
con ella. Por el camino, quedaron atascados en
el tráfico. Detuvieron el auto por completo y se
escuchaba el sonido de las bocinas por todas
partes. Había autos que se interponían en el
camino de otros, así como otros que debían
moverse, pero, en cambio, estaban parados.
¡Una verdadera escena bulliciosa! De repente,
sonó el teléfono de Olivia. Se colocó el manos
libres y escuchó la voz de Katia al otro lado.
—Olivia, ¿dije algo embarazoso ayer?
—No creo —le respondió.
—Era la primera vez que cenaba con una
persona de tanta reputación, así que estaba
algo nerviosa —confesó.
—¿Nerviosa? ¿No es humano como tú? ¡Con dos
ojos y una boca!
—No me refería a eso. En cuanto él se sentó, me
costó respirar. En verdad no entiendo cómo te
relacionas con él. ¡Eso me recuerda algo! Quería
preguntártelo desde ayer: ¿le gustas a Eugenio?
Al escuchar eso, Olivia se puso nerviosa.
—¡Deja de decir tonterías! Tiene incontables
chicas interesadas en él, así que, ¿por qué le iba
a gustar yo?
Desde la parte de atrás, Néstor escuchó lo que
dijo Olivia y sintió que su interior bullía de alegría.
«¡Supongo que no soy el único que piensa que a
papi le gusta mami!».
—¿Puedes explicarme entonces por qué nos
ayudó? ¿Y dime de la casa? Si no le gustas, ¿por
qué haría tanto por ustedes? —preguntó Katia.
Con ansiedad, Olivia le dijo:
—¿Qué más hay que explicar? Por casualidad él
estaba cerca cuando ocurrió el incidente. ¿No
es normal que un amigo ayude? Sobre la casa,
dijo que era para pagarme la consulta. Yo he
ido a la Residencia Navarro varias veces y él
nunca me ha pagado un solo centavo. ¿Crees
que es tan fácil solicitar mi consulta?
—¡Bien! Eres buena y es difícil ganar dado tu
poder de convencimiento. ¿Quieres apostar?
—¿Estás tan aburrida?
—¡Cobarde!
¡Bum! Antes de que Olivia pudiera responder, un
auto se interpuso en su camino y no pudo frenar
a tiempo, por lo que se estrelló contra él.
Después de esto, se dio cuenta de que el auto
acababa de encender su intermitente. Se dio
una palmada en la frente y le dijo a Katia:
—Hablamos luego. Ha surgido algo.
Al colgar, vio que un hombre y una mujer salían
del auto delante de ella. La mujer llevaba un
vestido negro ceñido y un abrigo de lana color
crema; golpeó de forma brusca la ventanilla
lateral de Olivia y le gritó:
—¡Baje ahora mismo! ¿No vio nuestro auto hace
un momento? ¿Chocó contra nosotros a
propósito?
Olivia frunció el ceño, no estaba para nada
contenta. Con honestidad, los daños en el auto
no le molestaban mucho, pues lo primordial era
que nadie había resultado herido. Además,
teniendo en cuenta que había sido a tan poca
distancia, era probable que el auto solo tuviera
algunos arañazos. Lo correcto hubiera sido
haber encendido los intermitentes si querían
incorporarse a ese carril; sin embargo, ella pensó
que no debía haber estado hablando por
teléfono, así que también era culpable. De todos
modos, lo justo sería tomar cartas en el asunto,
pero esta mujer se estaba comportando de
forma grosera. Cuando se bajó, Olivia verificó el
estado del auto y se dio cuenta de que, en
efecto, había arañazos en el lado izquierdo de
la defensa delantera. El vehículo que tenía
enfrente era un Mercedes-Benz y parecía estar
mucho peor, pues la puerta del pasajero estaba
abollada. El hombre no dijo nada, pero estaba
tocando esta parte. Sin ánimos de calmarse, la
mujer continuó:
»Acabamos de comprar este auto y mire lo que
ha hecho.
Atónita, Olivia protestó:
—Bueno, mi auto también es nuevo y está
rayado. Además, ustedes adelantaron en la fila
y ni siquiera encendieron los intermitentes. ¿Por
qué actúa como si todo fuera culpa mía?
La mujer señaló los intermitentes y gritó como si
fuera una fiera:
—¿Está ciega? ¿No ve que el intermitente está
encendido? ¡Usted era quien hablaba por
teléfono mientras conducía! ¿No sabe que eso
va en contra de la ley?
Olivia le hizo un gesto para que parara y le dijo:
—De acuerdo, no vamos a discutir. No vale la
pena perder nuestro tiempo así. Llamemos a la
policía y dejemos que ellos determinen si he
infringido la ley.
Los hijos
del jefe
Capítulo 101 Es mi culpa
—¡Llamemos a la policía entonces! ¡Ni que
tuviera miedo de usted! ¡Será una cobarde si no
llama! —gritó la mujer.
La expresión de Olivia se ensombreció, pero
antes de que pudiera hacer la llamada,
escuchó una voz suave detrás de ella.
—¿Olivia?
Olivia se dio la vuelta y vio a un hombre alto,
con un impermeable hasta las rodillas, que el
viento le levantaba. En su atractivo rostro se
podía ver una cálida y suave sonrisa.
»¡En verdad eres tú!
—¿Bruno? ¡Eres tú! —respondió sorprendida.
Al notar que había un hombre cerca de su
mamá, Néstor se bajó de inmediato del auto y
se puso delante de ella mientras observaba la
figura que tenía enfrente. Este hombre le
resultaba familiar y la impresión que tenía de él
tampoco era mala, pero no recordaba dónde
se habían conocido. Aunque Néstor lo había
olvidado, Bruno lo recordaba con claridad. Él
miró al niño y le dijo:
—¡También estás aquí! ¿Todavía te acuerdas de
mí?
Néstor parpadeó, era obvio que estaba
aturdido.
—¿No te acuerdas? Comimos en su negocio una
vez —le recordó Olivia.
Después de pensarlo un poco, Néstor preguntó:
—¿Usted es el dueño del restaurante?
Bruno asintió y le frotó la cabeza con
delicadeza.
—Tienes buena memoria. ¿Cómo está tu pierna?
—Está mejor desde hace tiempo —dijo Néstor.
Con una sonrisa, Bruno se volvió y miró a la
mujer.
—¿Por qué lo hizo? ¿Es una estafa?
La mujer dio unos pasos hacia Bruno y dijo con
prepotencia:
—¿A quién está llamando estafadora? ¿Sabe lo
que está diciendo? ¡Ella era la que estaba
hablando por teléfono y chocó con nuestro
auto!
Bruno lanzó una mirada a la mujer y no
pronunció ni una palabra, en cambio, miró al
hombre agachado en el suelo y lo llamó:
—¡Yoel!
Al instante, el hombre se incorporó de un salto y
sonrió de manera extraña mientras caminaba
hacia ellos.
—Señor Macías.
Con una sonrisa de satisfacción, Bruno se burló:
—¿Pretendías fingir que no me habías visto?
Yoel sonrió de forma halagadora y lo negó:
—No, acabo de verlo, Señor Macías. ¿Qué lo
trae por aquí?
Bruno echó un vistazo a los autos y preguntó:
—¿Cuál parece ser el problema?
—Tenía prisa, así que me cambié de carril, pero
no esperaba que el auto de atrás chocara con
el mío —respondió Yoel.
—¿De quién es la culpa? —Bruno no mostraba
ningún signo de mal humor; no obstante, por
raro que pareciera, Yoel lucía como si estuviera
sudando por los nervios.
—Es... mi culpa —confesó Yoel y se volvió para
mirar a Olivia—. Lo siento, es mi culpa. ¿Cuánto
necesita? Puedo pagárselo. —Entonces, sacó un
montón de dinero del bolsillo.
Sorprendida, la mujer lo haló por las mangas y lo
reprendió:
—¿Estás loco? Se supone que tenemos que
llevar ese dinero a casa de mis padres.
Él apartó las manos de la mujer, se volvió hacia
ella y le susurró al oído:
—No lo entiendes. ¡No te metas! —Luego,
depositó el montón de dinero en efectivo en las
manos de Olivia.
Olivia no era del tipo que se aprovecharía de
alguien. Al contrario, si eran amables con ella,
de seguro ella también lo sería. Además, prefería
hablar las cosas para que fuera menos
problemático.
—Está bien. No necesito el dinero. Para empezar,
no es para tanto. Compartamos la culpa y
hagamos algo sencillo: que cada cual arregle su
propio auto. ¡Solo váyase!
Había una gran sonrisa en el rostro de Yoel. Sin
embargo, no se fue como le dijo Olivia. En
cambio, se volteó y miró a Bruno como si le
estuviera pidiendo permiso para irse.
—¡Supongo que está decidido! —anunció Bruno.
—¡Genial! ¡Voy a mover mi auto ahora mismo! —
dijo Yoel y llevó a la mujer amargada hacia el
auto.
Al ver eso, Olivia no pudo evitar reírse.
—Parece que te tiene mucho miedo.
—Bueno, en realidad me debe dinero. —Bruno
sonrió.
Olivia se dio cuenta de todo y dijo:
—¡No me extraña! De todos modos, gracias por
tu ayuda. Si no fuera por ti, creo que habría
perdido mucho tiempo aquí.
—Ni lo menciones. Estoy feliz de ayudar. Si tienes
prisa, ¡puedes irte!
—De acuerdo. ¡Te invitaré a comer cuando estés
libre!
—¡Claro que sí! —dijo Bruno mientras se daba la
vuelta y volvía a entrar en su auto. Entonces,
marcó un número y se escuchó el sonido de la
voz temblorosa de Yoel del otro lado.
—Señor Macías, lo siento. En verdad no sabía
que era su amiga.
Capítulo 102 No habrá rumores
—Está bien, pero no busques problemas con ella
en el futuro.
—Por supuesto, Señor Macías. No se preocupe —
respondió Yoel.
Muy animado, Bruno declaró:
—¡Considera pagada la deuda de medio millón
que tienes conmigo! —Tras decir esto, colgó el
teléfono.
Yoel se quedó boquiabierto.
Poco después de que Olivia llegara al estudio,
entró Eugenio. Olivia se sorprendió bastante al
verlo, así que bromeó con una sonrisa:
—Director Navarro, ¿está haciendo una visita
sorpresa?
Al entrar en la habitación, Eugenio miró a su
alrededor y proclamó con expresión seria:
—¡Solo estoy aquí para ver si estás
haraganeando en el trabajo!
—Mire qué dedicación tengo. —Olivia extendió
las manos sucias.
—Deja el trabajo sucio a los demás. No tienes
que hacerlo.
Olivia hizo un gesto de desaprobación con los
labios.
—¿Sigue mirando con desprecio a la clase
trabajadora?
Él la miró de reojo y le dijo:
—No pongas palabras en mi boca. Es obvio que
me refería a que cada persona tiene su propio
fuerte. Mientras que a ti no se te da bien esa
tarea, ¡ellos de seguro no son tan buenos como
tú cuando se trata de diseñar!
Olivia asintió con satisfacción. «Bueno, su
explicación pasó la prueba».
—Ah sí, tengo algo que preguntarle: ¿fue usted
quien le hizo eso a las dos personas en el Puente
Jovellanos ayer?
Eugenio arqueó una ceja.
—¿Qué crees?
—¡Fue usted! —Su voz estaba llena de
convicción.
Sin afirmarlo ni negarlo, Eugenio se volvió y
preguntó con una sonrisa:
—¿Dónde está Néstor?
—Está dentro. —Cuando dijo esto, dijo en
dirección a la habitación interior—: Néstor, ¡ven
aquí!
En poco tiempo, el niño salió corriendo con las
manos sucias también.
»Dios, ¿por qué te ensuciaste también? —Ella lo
llevó al lavamanos.
—Quería ayudarlos a terminar más rápido —
explicó Néstor.
Olivia le subió las mangas y lo reprendió:
—¿No escuchaste al Señor Eugenio decir que
cada persona tiene su propio fuerte? Este no es
el nuestro, así que deberías centrarte en estudiar.
Los dos se lavaron las manos. Cuando salieron,
Eugenio dijo:
—Me di cuenta de que el abuelo estaba de
buen humor ayer y todo fue gracias a Néstor.
Estoy pensando en volver a la Residencia
Navarro, así que me gustaría preguntarle a
Néstor si le gustaría ir a visitar al abuelo.
Néstor sabía lo que él quería decir y se apresuró
a contestar:
—¡Claro!
Olivia enseguida tiró de él y dijo:
—No, no creo que deba ir. Néstor es demasiado
revoltoso, así que afectará el descanso de su
abuelo. Llévelo cuando él esté mejor de salud.
—Soy consciente de tu desasosiego, pero no
tienes que preocuparte de que alguien diga
algo estando yo allí. Podrías pensar que, dado el
tamaño de la Familia Navarro y sus negocios,
hay muchas personas haciendo compañía al
abuelo y que ni siquiera tiene tiempo para
descansar, pero, en realidad, está muy solo. Ni
siquiera tiene con quién hablar a menudo. Creo
que le encanta platicar con Néstor porque
siempre pregunta por él cada vez que voy.
Como has dicho, mantener el estado de ánimo
del paciente en alto es sumamente importante.
Si no tienes ninguna otra preocupación,
permíteme llevar a tu hijo conmigo. En cualquier
caso, incluso puedo pagar por el privilegio.
Ya que había dicho todo eso, Olivia no podía
negarse más. Además, se sentía un poco
angustiada al pensar en aquel adorable
anciano sin compañía.
—¿Usted también estará allí?
—Sí, suelo irme al mediodía para no interrumpir la
siesta del abuelo —respondió Eugenio.
—Néstor, ¿quieres ir?
Néstor asintió y respondió:
—Sí.
Fue entonces que Olivia miró a Eugenio y le dijo
con seriedad:
—No necesito ningún pago. Néstor le hará
compañía porque es un buen niño y porque
disfruta de una estrecha relación con él. Por lo
tanto, no será bueno que las personas hablen
sobre nosotros y confundan sus buenas
intenciones con algo erróneo.
Eugenio respiró profundo. «Esta señorita es muy
elocuente».
—De acuerdo, entiendo. Prometo que no habrá
rumores.
A continuación, Olivia le recordó a su hijo:
—No hagas ruido allí y solo quédate por un rato,
¿de acuerdo?
—¡Está bien, mamá! —dijo y salió con Eugenio.
Cuando se habían alejado bastante en el auto,
Eugenio preguntó:
—¿Tu mamá pensará que te he secuestrado?
Capítulo 103 Quiero recomendarle una
esposa
Néstor le lanzó una mirada fulminante.
—¿Creyó que me iría con cualquiera? —
preguntó con frialdad.
De forma inexplicable, el niño dejó perplejo a
Eugenio, quien comenzó a reírse.
—¿Parece que te doy seguridad?
—¡Por supuesto! —contestó Néstor.
Eugenio se puso de buen humor al instante.
—¡Ja! ¡Tu criterio es impecable! Entonces, ¿para
qué querías salir conmigo?
Sin responder a su pregunta, Néstor señaló un
restaurante de comida rápida que estaba justo
delante de ellos y dijo:
—¡Quiero comer pollo frito!
Eugenio lo miró, pero no dijo nada. Entonces, dio
la vuelta y se detuvo a la entrada del
restaurante. Una vez dentro, Néstor pidió algunas
cosas que Olivia casi nunca le permitía comer.
Después, buscó una mesa y esperó a Eugenio,
quien por primera vez se encontraba esperando
en una fila. Había bastantes clientes, así que
tuvo que esperar unos diez minutos para poder
llevar la comida a la mesa.
Néstor mantuvo la cabeza baja y comió con
tranquilidad, sin decir una sola palabra. Por su
parte, Eugenio no comió porque no tenía
hambre. Su principal interés era saber por qué
este pequeño individuo quería verlo. Después de
esperar más de diez minutos, el niño al fin
terminó de comer, se limpió las manos con una
servilleta y lo miró.
»¿Qué relación tiene usted con la señorita que
estaba en la Residencia Navarro ayer? —
preguntó con seriedad.
Eugenio frunció el ceño.
—¿Te refieres a Zamira? Ella no significa nada
para mí. Nuestras familias son cercanas, así que
nos conocemos desde jóvenes.
—¿Siente algo por ella?
Eugenio frunció el ceño de nuevo.
—¿Por qué iba a sentir algo por ella?
Néstor lo fulminó con la mirada.
—Entonces, ¿por qué permitió que lo tomara del
brazo?
Eugenio lo miró fijo y sintió deseos de reír.
—¿Estabas enojado conmigo solo por eso? —Al
ver que Néstor no lo negó ni lo confirmó, Eugenio
entonces explicó—: Para mí, ella es igual que
Nataniel.
Néstor hizo un gesto de desaprobación con los
labios.
—Son diferentes en todo. Nataniel es un hombre.
—Para mí no hay ninguna diferencia —replicó
Eugenio.
Después de reflexionar por un momento, Néstor
preguntó:
—Entonces, ¿qué le parece mi mamá?
De repente, Eugenio comprendió. «¿No me
digan que este pequeño está tan molesto
porque quiere hacer de casamentero entre su
mamá y yo?». Cuando este pensamiento pasó
por su mente, no pudo contener la risa.
—Tu mamá es bastante buena.
—¿En qué sentido?
Eugenio sonrió con picardía.
—Pequeño, ¿qué estás tratando de hacer?
Néstor lo miró con una mirada desdeñosa.
—¿Todavía no lo ha entendido? ¡Quiero
ayudarlo a conseguir una esposa!
Eugenio se dobló de la risa. «¿Todos los niños de
ahora son tan precoces?».
—¿Quieres recomendarme a tu mamá?
Néstor juntó sus delicadas cejas y su voz se tornó
un poco gélida.
—¿No le gusta ella?
Después de meditarlo un rato, Eugenio
respondió:
—No es que no me guste. Solo me sorprendió un
poco que me recomendaras a tu mamá para
que fuera mi novia.
Néstor lo miró fijo y dio un suspiro de adulto.
—Quiero recomendarle una esposa, no una
novia.
Estaba muy ansioso. «Estos dos se conocen
desde hace tanto tiempo, entonces ¿por qué no
avanzan a otro plano? Van tan lentos como una
tortuga. Si espero a que su relación florezca de
forma natural, otra mujer se robará a mi papá o
viceversa».
»Si le gusta mi mamá, ¿por qué no va tras ella?
Eugenio soltó una carcajada.
—Cuando te gusta alguien, hay que dejárselo a
la vida. Todavía eres demasiado joven, así que
no lo entiendes.
Néstor le lanzó una mirada y le replicó con
frialdad:
—Solo sé que, si se demora en ir tras mi mamá
por más tiempo, ¡alguien más se la va a robar!
Eugenio se paralizó al escuchar eso.
—¿Quién más está interesado en tu mamá?
—Un hombre que se parece a usted. Mi mamá
incluso mencionó invitarlo a comer. Creo que es
el dueño de un restaurante.
De forma espontánea, Eugenio se sintió un poco
decepcionado.
—¿También te cae bien?
Néstor suspiró de nuevo:
—No importa si a mí me gusta. Creo que a mi
mamá sí le gusta bastante.
Después de esto, Eugenio preguntó:
—Entonces, ¿yo sí te caigo bien?
Capítulo 104 Golpeado por un rayo
Néstor arqueó una ceja y miró a Eugenio.
—¿He escuchado que hace algunos años
estaba buscando a una mujer?
La sorpresa invadió a Eugenio.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Eso no es de conocimiento público por
tratarse de una investigación? —declaró Néstor
con desdén.
—¿Lo investigaste? —preguntó Eugenio con
incredulidad.
Néstor, descontento, curvó los labios y lo miró
fijo.
—¿Sabe cuánto me tuve que esforzar para que
mi mamá volviera aquí y solicitara un puesto de
trabajo en el Grupo Navarro? ¿Y sabe cuántos
de mis planes ha tirado por la borda?
¿Podrán imaginar lo que se siente tener a un
niño de seis años sentado enfrente diciendo
cosas tan espeluznantes? Eugenio sintió que su
cuerpo se desplomaba sin explicación, su
corazón latía con fuerza como si hubiera estado
en un maratón. Estuvo a punto de explotar y dar
una respuesta, pero sintió que algo no tenía
sentido.
—¿Qué quieres decir?
Néstor sonrió con astucia.
—¡Se lo diré si acepta algunas de mis
condiciones!
Eugenio asintió con la cabeza.
—¿Cuáles son tus condiciones?
Néstor lo miró fijo y declaró con seriedad:
—No puede contarle a mamá nuestra
conversación de hoy y, por supuesto, es mejor
que los demás tampoco lo sepan.
Eugenio asintió:
—¡De acuerdo!
Néstor entonces continuó:
—Además, no puede intimidar a mi mamá. De lo
contrario, ¡tomaré represalias para defenderla!
Eugenio mantuvo su mirada fija en el niño, sus
latidos se aceleraron sin cesar. Parecía haber
entendido, pero esto no le cabía en la cabeza.
—Te lo prometo. Sigue hablando.
Néstor sintió que había sometido a su papá a
suficiente tortura y fue directo al grano.
—Mi mamá... es la mujer que estuvo buscando.
¡Bum! En el momento en que Eugenio escuchó
esto, sintió como si un rayo lo hubiera golpeado.
Su cuerpo se balanceó un poco y miró fijo a
Néstor conmocionado. Tenía esa sospecha, pero
seguía asombrado hasta el punto de que no le
salieron las palabras cuando escuchó tal
declaración. Quería preguntarle si era su hijo y
cómo lo había encontrado, pero, en realidad,
no pudo decir nada. Nunca había perdido tanto
la compostura, mucho menos delante de un
niño.
Néstor lo miró fijo con una expresión seria en su
pequeño rostro.
»Aunque soy hijo suyo con mi mamá, no puede
pelear con ella por mis derechos de custodia y
tampoco elegiré ir con usted. Mamá no sabe
que es mi padre, así que será mejor que
tampoco lo mencione. De lo contrario, ¡tendrá
que afrontar las consecuencias usted solo! No la
coaccione. Más bien, haga que se enamore de
usted por voluntad propia. Además, si quiere
conseguir a mi mami, debe cortar todo
contacto con otras mujeres. Ella es bastante
difícil de conquistar porque la hirieron una vez,
así que debe tener algo de paciencia.
Eugenio estaba un poco conmovido y le ardía la
nariz, así que se cubrió el rostro con ambas
manos, pero seguía irritado después de un largo
rato. En verdad no quería perder la compostura
ante un niño, pero esta enorme sorpresa lo hizo
sentirse confundido. «Resulta que Olivia es la
mujer de esa noche, ¡y que este niño inteligente
y travieso que tengo delante es mi propio hijo! Ni
en mis sueños más osados habría imaginado que
la mujer que me gusta es la que tanto he
buscado». Después de un largo rato, al fin
extendió una mano y le acarició la cabeza a
Néstor.
—No te preocupes, no le haré daño. ¡Debías
habérmelo dicho antes!
Néstor curvó los labios en una sonrisa.
—Primero tenía que conocerte para saber si eras
digno de mi mamá.
—¿Y ahora? ¿Crees que lo soy? —preguntó
Eugenio con una risita.
—Eres aceptable.
Eugenio miró la expresión distante de Néstor y la
alegría lo impregnó.
—¡Eres idéntico a tu mamá!
Néstor vio que él continuaba sonriendo y le
recordó:
—No asustes a mi mamá. Deberías seguir con tu
método de dejárselo a la vida. Solo no quiero
tomar ningún riesgo y por eso te dije la verdad.
Al fin y al cabo, daré prioridad a mi padre
biológico, pero si no lo haces bien, ¡no me
importará pedirle a mi mamá que me busque un
padrastro!
Eugenio estaba muy alegre, tanto que no se
ofendió por la amenaza de Néstor.
—De acuerdo —aceptó.
Capítulo 105 Guardar un secreto
Néstor sacudió su pierna con aire de suficiencia.
Podía sentir que su padre estaba muy feliz.
—¿Vamos a visitar al bisabuelo entonces?
Eugenio asintió:
—Sí.
Salieron del restaurante y entraron en el auto.
Eugenio no dejaba de mirar a su hijo por el
espejo retrovisor. Cuanto más lo hacía, más lindo
lo encontraba. «No por gusto me agrada tanto».
Sin embargo, ya tenía algunas pistas que le
indicaban esto desde antes. La última vez que
Néstor fue a la Residencia Navarro, llamó a
Mario «bisabuelo» y la primera vez que Eugenio
fue a su casa, Néstor le dio una manzana.
Ambos evitaron el caldo picante de la olla
caliente y cuando Olivia dijo que el padre de
Néstor había fallecido, el chico escupió su agua.
Eugenio nunca imaginó que la mujer que quería
encontrar estaba tan cerca y que tenía a su hijo.
«Néstor tiene razón. Dejé pasar demasiadas
pistas con mucha facilidad».
Néstor sonrió y pensó que a Eugenio le costaría
dormir esa noche. Una vez que llegaron a la
Residencia Navarro, fueron directo a la
habitación de Mario, quien se sorprendió, pues
no esperaba que Néstor lo visitara de nuevo
aquel día, así que lo llamó con alegría:
—Ven aquí, Néstor.
Néstor se acercó sonriendo.
—Bisabuelo.
La barba de Mario se movió por la alegría.
—¿Por qué estás con Eugenio?
Néstor miró a Eugenio.
—El Señor Eugenio fue a buscarme.
Mario también miró a Eugenio y se dio cuenta
de que hoy parecía más feliz de lo habitual.
Eugenio solía ser difícil de descifrar, pero hoy era
todo sonrisas.
—¿Sucedió algo bueno?
Eugenio quería decírselo, pero como le había
prometido a Néstor guardar el secreto, se mordió
la lengua.
—Nada. Néstor me contó un buen chiste.
Mario miró al niño.
—¿Ah? ¿Y de qué fue?
«¿Un chiste? Sí, claro. Una idea genial, papá».
Por suerte, él sabía muchos chistes, así que dijo
uno:
—Érase una vez una mujer que preguntó en
Internet a qué campamento de verano debía
enviar a su hijo. Todos le dieron buenas ideas,
pero ella las rechazó. Bueno, eso tiende a
confundir, pero luego añadió que estaba en
contra de las vacunas, así que su hijo no estaba
vacunado. Entonces escuchen esto: un hombre
le dio la respuesta perfecta. ¿Saben lo que le
dijo? —Néstor hizo una pausa para lograr un
efecto dramático y Eugenio y Mario negaron
con la cabeza—. Le dijo: «Sí, hay un
campamento de verano perfecto para su hijo.
Se llama el cementerio».
Ambos soltaron una carcajada al escuchar el
chiste.
—Dios mío, ¡la mató con la respuesta! —La
barba de Mario casi se movía por la alegría y
Néstor sonrió—. Otro juego, Néstor. Esta vez voy a
ganar.
—Claro —asintió él.
Colocaron el tablero de ajedrez y Eugenio se
quedó con ellos. No se aburrió; por el contrario,
se sintió contento, como si estuviera reviviendo
su infancia. Cuando Eugenio jugaba al ajedrez
con Mario, este siempre se contenía, aunque a
veces le ganaba para que él quisiera
desquitarse. Ahora, Mario estaba haciendo lo
mismo con Néstor. La escena casi lo hizo llorar.
«Abuelo, es mi hijo y tu bisnieto».
Eugenio y Néstor se quedaron en la residencia
hasta la una y después se fueron. Mario detuvo a
Eugenio y le susurró:
—Pocholo, ¿leíste el archivo que te envié?
—Lo hice. —Eugenio se sorprendió.
—Léelo con atención. —Mario frunció el ceño.
Esto tomó a Eugenio por sorpresa, así que gruñó
perplejo. De camino a casa, siguió pensando en
el mensaje enigmático que le había dejado su
abuelo.
—¿Cuál es tu plan? —bromeó Néstor.
Eugenio se sorprendió y no comprendió en el
momento.
—¿Qué?
Capítulo 106 Hacer de casamentero
Era obvio que Néstor estaba contrariado; a
pesar de eso, dijo tres palabras de mala gana:
—¡Conquistar a mamá!
En este momento, Eugenio estaba muy
animado. De hecho, sintió deseos de abrazar al
niño, pero temía asustarlo.
—¿No me dijiste que se lo dejara a la vida?
Néstor se quedó sin palabras. «Entonces, ¿en
verdad pretende dejárselo a la vida?».
—Puedes invitar a mi mamá a comer o a ver una
película cuando estés libre. Por lo que veo en la
televisión, todo esto forma parte del cortejo de
una mujer.
Eugenio soltó una carcajada.
—¿Y tú, entonces?
Néstor hacía tiempo que había pensado a
dónde podía ir.
—Ustedes dos no tienen que preocuparse por mí.
¡Puedo ir a casa de Nataniel!
Eugenio lo miró y le aseguró:
—No te preocupes, no permitiré que otra
persona se quede con tu mamá.
Néstor lo miró fijo y le recordó una vez más como
si él fuera el padre en esta relación:
—Mi mamá detesta a los hombres que no le
brindan un afecto constante, así que debes
tener cuidado. Si mi mamá te encuentra con
otra mujer, ¡sin duda no te perdonará!
—Lo sé —respondió Eugenio. Lo supo desde el
momento en que ella le habló de Benjamín.
—Todo es culpa tuya por ofender a mi mamá.
De lo contrario, no habría tantos problemas,
pues estaban en la misma empresa. Ahora,
incluso tienes que buscar una excusa solo para
verla. —Néstor lo miró fijo desde atrás y deseó
poder hacerle un agujero en la nuca.
Consciente de haber arruinado el meticuloso
plan de su hijo, Eugenio le explicó:
—Entendí mal a tu mamá, pero tengo una
manera de remediarlo.
Los ojos de Néstor se iluminaron.
—¿Cuál?
Eugenio sonrió de forma misteriosa.
—No seas tan impaciente. Les daré una sorpresa
a los dos.
Como dijo esto, Néstor no siguió con el asunto.
Por la noche, se sentó en la parte trasera del
auto y tarareó en voz baja; parecía estar de
buen humor. Olivia sonrió.
—¿Por qué estás tan contento?
Néstor fingió estar tranquilo.
—Por nada.
Olivia sonrió de nuevo. «No quiere contarme,
¿eh?». La verdad es que ella se había dado
cuenta desde hacía mucho tiempo. «Cuando
regresó con Eugenio, su humor parecía bastante
bueno e incluso se reía de vez en cuando.
Ahora, mueve las piernas y tararea. ¿Qué otra
cosa podría ser sino felicidad?».
—¿Tan bien te cae el Señor Eugenio?
Néstor dejó de agitar las piernas y se inclinó
hacia el asiento delantero.
—Mamá, ¿te gusta el Señor Eugenio?
—¿Estás pensando en hacer de casamentero
otra vez?
Como era de esperar, él no se atrevió a
admitirlo.
—No, solo quiero saber si te gusta.
—No —respondió Olivia.
Néstor se puso un poco ansioso.
—Creo que el Señor Eugenio es bastante bueno.
—Hay muchos hombres buenos. ¿Se supone que
me tienen que gustar todos? —Olivia no se
inmutó.
Néstor quería responderle: «En efecto, hay
bastantes hombres buenos, pero ¡solo hay un
padre biológico!». Sin embargo, cambió sus
palabras.
—En efecto, hay muchos hombres buenos, pero
¡solo el Señor Eugenio es bueno contigo!
Olivia lo miró por el espejo retrovisor.
—¿Quién ha dicho eso? Hay muchos hombres
que son buenos conmigo. ¿Tú no eres bueno
conmigo? ¿Tu Tío Nataniel no es bueno
conmigo? ¿Mi superior no es bueno conmigo?
Un poco desanimado, Néstor se deslizó hacia su
asiento. «Mi papá tiene un largo camino que
recorrer si quiere ganarse a mi mami».
Al ver que estaba abatido, Olivia no pudo evitar
decirle:
»Como el Señor Eugenio es muy simpático, las
mujeres lo persiguen una tras otra. Así que no nos
vamos a unir a ellas. ¿No te gusta que estemos
nosotros dos solos?
—Al Señor Eugenio no le gustan esas mujeres.
—¿Cómo sabes eso?
—Se lo pregunté.
Olivia sintió miedo.
—¿Le preguntaste? ¿Cómo se lo preguntaste?
¿Y por qué lo hiciste?
En realidad, Néstor pensaba explicarse; sin
embargo, al ver que su mamá parecía
enfadada, frunció los labios y no se atrevió a
decir ni una sola palabra.
Olivia entró en pánico entonces. «¿Por qué este
niño no dice nada? ¿Pensará Eugenio que fui yo
quien le dijo a mi hijo que le preguntara eso?».
»¡Escúpelo!
Néstor respondió con cautela:
—Ayer vi que una mujer tomó al Señor Eugenio
por el brazo, así que hoy le pregunté si era su
novia, pero me dijo que no.
Capítulo 107 El propietario tiene prisa
—¿Eso fue todo lo que dijiste?
Néstor asintió de forma tímida.
Olivia se dio cuenta de que podía haber
asustado a su propio hijo, suavizó su voz y
continuó hablando:
»No hagas esas preguntas en el futuro, Néstor.
Los demás podrían pensar que tenemos
segundas intenciones. El Señor Eugenio no es un
sujeto cualquiera. Consigue mucha atención
pública; tiene muchos enemigos ricos y es un
poco más distante con los miembros de su
propia familia. No me gusta eso y no quiero
involucrarme, ¿entiendes?
Néstor asintió con una expresión bastante
confusa en su rostro.
Había ciertas cosas que Olivia simplemente no
podía explicarle a un niño pequeño: se había
enterado de que cuando Eugenio traicionó a su
madre y a su hermano menor con el fin de
obtener riqueza, este último decidió cambiar su
propio nombre; su padre tramó un plan que le
permitía divorciarse de su esposa y casarse con
su amante sin tener que pagar un acuerdo de
divorcio; y alguien intentó asesinar a su abuelo
hacía apenas unos días. Todos esos incidentes,
uno tras otro, eran muy espeluznantes. Ella solo
quería una vida estable y segura con su hijo; no
quería formar parte de su disputa familiar por
causa de la riqueza.
...
Cuando Eugenio volvió a su residencia, buscó
de inmediato el testamento que su abuelo le
había dejado y lo hojeó, página por página,
pero no encontró nada interesante, ni siquiera
cuando llegó al final. Sin embargo, notó algo en
una sección de la última página del documento.
No era algo obvio e incluso estaba diseñado
para que pareciera que estaba escondido; no lo
habría encontrado si no lo hubiera estado
buscando. Siguió husmeando y sacó un montón
de papeles. Sorprendido por las disposiciones
testamentarias precisas y meticulosas de su
abuelo, los abrió de prisa y vio que se trataba de
un informe de prueba de ADN. Leyó por encima
hasta que la última frase le llamó la atención:
«Teniendo en cuenta las valoraciones
autorizadas de las pruebas de genética de los
dos individuos, ¡se puede concluir que hay un
99,99% de probabilidades de que estén
relacionados de forma biológica!». Tras el susto
inicial, lo invadió una oleada de alegría. «Esto
explica por qué al abuelo parece gustarle tanto
Néstor: siempre supo que el niño era su bisnieto
biológico».
Ahora que estaba solo en la habitación, no tenía
que preocuparse por que los demás lo vieran y
por fin tenía una expresión de alegría que
reflejaba sus sentimientos. Comenzó a reír y unas
cálidas lágrimas se formaron en sus ojos, miró a
la mujer del cuadro de la mesita de noche y dijo:
—Mamá, ¡ahora tienes un nieto!
A continuación, hizo una llamada a la empresa
de mudanzas en medio de la noche. No era una
empresa de mudanzas cualquiera, sino la que
Olivia había contratado. Los encargados
estaban aturdidos y tenían la voz apagada
cuando atendieron la llamada a altas horas.
—Señor, si no hay prisa, deberíamos empezar la
mudanza mañana. Es un poco incómodo
hacerlo de noche, ya que tememos que se
puedan caer o romper algunos de sus objetos.
Eugenio no podía esperar más: su mujer y su hijo
estaban allí; ¿cómo iba a poder estar por más
tiempo en su residencia actual? Aunque no
había logrado invitarla a salir, ya la consideraba
su mujer.
—Está bien, la mayoría son cosas que uso a
diario. Les pagaré el doble si no rompen nada;
¡quiero mudarme ya! —Por este motivo, la
Residencia Navarro se mantuvo clara y bien
iluminada en medio de la noche mientras los
hombres entraban y salían.
...
Cuando regresó a su edificio después de tirar la
basura, Olivia se encontró con un grupo de
personas que trasladaban cosas por el ascensor.
Se ofreció a permitirles entrar primero y subió
cuando vio que había un espacio extra. Los miró
y les dijo:
—¿Qué planta es? Déjenme ayudarlos.
—El piso 60.
Olivia se sorprendió un poco al saber que
alguien ya había comprado ese piso. Cuando se
mudó por primera vez al piso 59, una vez
consideró lo agradable que hubiera sido
haberse mudado al piso más alto: le habría
brindado una vista panorámica de la ciudad.
—¿Por qué están haciendo la mudanza tan
tarde?
—El propietario tiene un poco de prisa.
—Me di cuenta de que trabajan para la
Empresa de Mudanzas Rápidas, pero, ¿por qué
no los he visto por aquí? Contraté a la misma
empresa para que me ayudara en la mudanza
hace unos días.
—Somos trabajadores temporales que estamos
aquí para cubrir al resto. Los trabajadores fijos no
están dispuestos a hacer horas extras —explicó
uno de los empleados.
Olivia comprendió y preguntó:
—¿Cuál es el apellido del dueño?
—¡Navarro!
—¿Navarro? —Se quedó asombrada al
escuchar esto.
Capítulo 108 Llevarse bien con ella
«No puede ser Eugenio. Eso espero». Cuando
esta posibilidad le vino a la mente, Olivia la
rechazó casi de inmediato. «¿Cómo podría ser
Eugenio? ¿Por qué iba a dejar su enorme villa
para mudarse a un lugar como este? Hay pocos
residentes con el apellido Navarro en Ciudad del
Sol».
¡Ding! Cuando la puerta del ascensor se abrió,
Olivia salió y miró al panel indicador con
desconfianza. Tenía la corazonada de que era
Eugenio, pero le daba un poco de miedo que
fuera en verdad él. «Ains, ¡qué sensación tan
indescriptible!».
La puerta estaba abierta y Néstor estaba de pie
junto a la entrada.
—Mamá, ¿qué estás mirando?
—Me encontré con los trabajadores de la
empresa de mudanzas hace un momento;
estaban trasladando cosas al piso de arriba y
me han dicho que el propietario es de apellido
Navarro —le explicó.
En ese momento hubo una chispa en la mirada
del niño. Ella no estaba del todo segura de la
identidad del propietario, pero su hijo lo supo
desde el momento en que escuchó eso y pensó:
«Esto es a lo que se refería cuando dijo que iba a
arreglar las cosas. Parece que papá es un
hombre muy confiable». El niño sonrió, lo hizo de
una forma que parecía un poco madura para su
edad.
Olivia se dio cuenta de la sonrisa disimulada en
el rostro de Néstor y se acercó para preguntarle:
»¿De qué te ríes?
—Nada importante. —Néstor hizo lo posible por
evitar que su sonrisa se viera.
Olivia fingió que estaba enfadada, se acercó a
él y le dijo:
—Apúrate y cuéntalo. Si no, te voy a hacer
cosquillas. —Sus palabras lo asustaron y entró de
inmediato a la casa.
...
En la Residencia Ramírez, se escuchó la fuerte
bofetada que le dieron a Benjamín.
Esteban estaba muy furioso, lo señaló con un
dedo y le dijo:
—¿Qué te he dicho? No me importa con quién
andes, pero tienes que asegurarte de estar en
buenas con Jessica. No fue muy inteligente de tu
parte golpearla por una inútil, incluso te
grabaron un video y tuve que lidiar con ello en
tu nombre. Han pisoteado mi dignidad gracias a
ti.
Aquel incidente también había sorprendido a
Benjamín. Aunque Jessica lo había detenido en
su habitación esa mañana, Ana ya llevaba
puesta su ropa, así que él podría haber mentido
y haberle dicho que estaban en una reunión de
negocios. ¿Qué importaba si Jessica no los había
visto intimando? Incluso si lo hubiera hecho, no
tendría prueba alguna.
Debía de tener una explicación convincente
para la bofetada que le había dado abajo: ella
armó un escándalo y él le puso la mano encima,
de manera impulsiva, cuando ella lo avergonzó.
Sin embargo, eso no era un gran problema;
podía disculparse con ella y no les importaría
mucho cancelar su boda. No obstante, no se
imaginaba que Jessica tuviera una grabación
suya, que mostraba con exactitud toda la
escena de esa misma mañana, donde besaba y
abrazaba a Ana. Él solo bajó la cabeza y
respondió:
—No sé de dónde Jessica ha sacado ese video.
—¡A ver cómo le vas a dar explicaciones a tu tía!
—maldijo Esteban con rabia.
Con la palma de la mano en su mejilla, Benjamín
habló con los dientes apretados:
—Todo es culpa de esa mujer, que fue una
entrometida esta mañana. De lo contrario,
Jessica no habría estado segura de romper
conmigo. Puedo sentir que todavía le gusto.
—¿Qué sentido tiene decir esto? Creo que
deberías centrarte en arreglar tu relación con
ella. Aunque tanto ella como su madre desean
cancelar la boda, tienes suerte de que su padre
aún quiera seguir adelante. No me importa
cómo lo arregles, pero quiero que te reconcilies
con Jessica.
—De acuerdo, entendido —respondió Benjamín.
Su teléfono sonó justo cuando terminó de hablar
y se asustó al mirar el identificador de llamadas—
. Es... es mi tía.
Esteban también se puso un poco nervioso al oír
eso y dijo con rapidez:
—¡Deprisa, contesta! ¿Qué esperas?
Después de respirar profundo, Benjamín
respondió:
—¡Tía Lara!
La voz suave de Lara se oyó al otro extremo de
la llamada.
—Benjamín, ¿cómo van las cosas con Jessica?
Él miró a Esteban como si le estuviera pidiendo
un consejo para responder a su pregunta.
Esteban le lanzó una mirada que decía:
«Transmítele calma a la persona que llama».
—N… Nada mal.
Sonó satisfecha con la respuesta de Benjamín y
le dijo:
—Muy bien. Asegúrate de llevarte bien con ella.
La Familia Ramírez solo podrá enfrentarse a
Eugenio si somos capaces de unirnos con la
Familia Salcedo.
Capítulo 109 Está de buen humor
—Sí, lo sé.
—Empatizo mucho con Jessica porque es
inteligente, atenta y considerada contigo.
Deberías halagarla un poco más. Créeme, a las
chicas les encantan esos gestos.
—Lo entiendo, Tía Lara.
—¿Está dormido tu padre? Pásale el teléfono.
—De acuerdo. —Benjamín le pasó con prontitud
el teléfono a Esteban, como si se tratara de una
papa caliente que ya le quemaba los dedos.
La Tía Lara había sido siempre una mujer
codiciosa y ambiciosa. La Familia Ramírez pudo
alcanzar su estatus actual gracias a sus
esfuerzos. Aunque su padre era quien dirigía de
momento la Empresa Ramírez, la Tía Lara era
aún la mayor accionista. Ella era una buena jefa
para sus trabajadores y, a la vez, era amable y
estricta con toda la familia. Sin embargo, nunca
estaba satisfecha con lo que tenía, ni siquiera
después de que Eduardo de manera obediente
se doblegó ante ella. Siempre buscaba más,
sobre todo un estatus más alto en la sociedad. Si
alguna vez se enterase de cómo Benjamín había
arruinado su plan, él no era capaz de imaginar
cuánto lo reprendería. Por encima de todo, no
tenía ni idea de cómo podría continuar con su
vida rica y lujosa.
...
Eduardo salió del baño con una expresión agria
tan pronto Lara terminó su llamada telefónica.
—¿Qué pasa? —preguntó ella mientras
caminaba hacia el hombre y extendía sus brazos
para aferrarse a su cuello. Con su cuerpo suave
y flexible, se le enroscó como una serpiente.
Él se inclinó hacia ella, la besó en los labios y le
dijo:
—Acabo de recibir una llamada de María. Me
dijo que Eugenio volvió a traer al mocoso hoy.
—¿Al hijo de Olivia?
—Sí, me pregunto en qué estará pensando el
viejo acercándose tanto a un extraño. ¿No tiene
muchos bisnietos? Nunca ha estado cerca de
ninguno de ellos.
Lara entrecerró los ojos.
—¿Crees que el viejo sabe algo? De lo contrario,
¿por qué habría de investigar los orígenes del
mocoso? ¿Ese niño podría tener alguna relación
con Eugenio? ¿Podría ser su hijo?
Eduardo preguntó:
—¿Cómo podría ser posible? Eugenio no tuvo
ninguna mujer a su alrededor durante años; así
que, ¿cómo podría tener un hijo? —Ella bajó la
cabeza y permaneció en silencio durante un
rato. Luego levantó de nuevo la cabeza y dijo
de repente—: Escuché que Olivia volvió de
Morrillo. ¡Eugenio solía ir allí todo el tiempo en
viajes de negocios hace unos años! Si se
conociesen desde entonces, sería posible que
hubieran tenido un hijo juntos.
Tras unos minutos de reflexión en silencio,
Eduardo preguntó:
—Si es hijo de Eugenio, ¿él no lo sabría ya?
—Tal vez solo esté montando un espectáculo
para nosotros. Quizás sea posible que no lo sepa.
De cualquier manera, tenemos que investigar
esto, ¡no podemos dejar que el niño se aproxime
si resultara ser el hijo de Eugenio! —Una chispa
de crueldad apareció en la mirada de Lara.
Él parecía haberse acostumbrado a ver a Lara
de esa manera, pues se inclinó con
despreocupación hacia adelante en forma de
burla. Luego, besó sus cejas y descendió con sus
besos por su rostro mientras decía:
—Muy bien, deja de preocuparte por esto. No es
que no tengas dinero para tus necesidades
diarias. ¿Por qué necesitas tanto dinero?
Lara empezó a jadear un poco mientras su voz
se oía entrecortada.
—Ya te dije... quiero reclamar lo que es tuyo... no
me lo impidas.
—No me importa nada más... mientras te tenga
conmigo.
En el Grupo Navarro, al día siguiente, Eugenio
estaba más que nada eufórico. Incluso cuando
su secretaria se equivocó con la cotización, se
limitó a recordarle que tuviera más cuidado la
próxima vez y perdonó sus errores.
Todos los trabajadores lo habían comentado
entre ellos.
—¿Qué le pasa a nuestro director?
—No lo sé, pero está de muy buen humor,
incluso me sonrió.
—Es muy raro ver cómo se derrite un témpano
de hielo.
Carlos fue el primero en darse cuenta de ello, se
inclinó en un tono jovial y preguntó:
—¿Tiene alguna buena noticia que compartir,
Director Navarro?
—No. —Eugenio se esforzó por mantener la
calma y el sosiego, pero no pudo evitar, ni
siquiera un poco, que sus labios esbozaran una
sonrisa.
Carlos frunció los labios con incredulidad. El
Director Navarro estaba contento sin duda
alguna, pero ya no parecía favorecerlo, puesto
que se había negado a compartir la buena
noticia con él. Justo en ese momento, tres
suaves golpes llegaron desde la puerta de la
oficina del director.
Capítulo 110 ¿Qué lógica es esa
Sin levantar la cabeza, Eugenio ordenó:
—¡Adelante!
La secretaria abrió la puerta, entró y anunció:
—¡El Señor Rojas ha venido a verlo, Director
Navarro!
Antes de que la secretaria pudiera decir algo
más, Alejandro atravesó la puerta con rapidez y
sonrió mientras se burlaba:
—Tu secretaria dijo que estabas ocupado y que
no debía molestarte, pero le pregunté en qué
estarían ocupados dos hombres en una
habitación cerrada como esta.
Eugenio levantó la vista con indiferencia y lo
miró de reojo.
—Definitivamente en algo más apropiado que
cuando tú estás encerrado en una habitación
llena de chicas y ocupado con ellas.
Con una risa, Alejandro respondió:
—Pero nunca podrás experimentar los negocios
serios que hacemos ahí dentro.
—¿Crees que alguna vez quiera hacerlo?
—Lo sé, eres un hombre al que le gustan otros
hombres. —Alejandro sonrió mientras miraba a
Carlos y siguió hablando—: No deberías pasar
tanto tiempo con tu director. A él no le importa,
pero ¿no temes no poder buscar una novia en el
futuro?
Carlos se limitó a reír y dijo:
—Somos iguales que tú, Alejandro. ¡Somos
hombres heterosexuales a los que le atraen las
mujeres!
En ese momento, Eugenio le lanzó una mirada y
le dijo:
—¿Quién ha dicho que seamos iguales?
Nosotros hacemos hincapié en la calidad
mientras él solo se preocupa por la cantidad.
Alejandro asintió con la cabeza.
—Sí, el número de mujeres que he acumulado se
extiende de una punta a otra de la ciudad. Sin
embargo, tú no has encontrado tu supuesta
calidad.
Después de firmar el último documento, Eugenio
se lo entregó a Carlos, quien salió con la pila de
documentos en sus manos. Una sonrisa se dibujó
en el rostro de Eugenio mientras se desplomaba
contra la silla y miraba a su amigo.
Alejandro no pudo evitar hacer una mueca de
desdén con los labios.
—¿Puedes comportarte un poco más como una
persona normal? —preguntó Eugenio—. ¡Una
bestia que solo sabe usar la mitad inferior de su
cuerpo como tú nunca entenderá esto!
—Como si tú mismo no fueras una bestia. Si eres
tan genial, ¿por qué no intentas usar la mitad
superior de tu cuerpo en lugar de la mitad
inferior? —Alejandro se sintió molesto y
entretenido a la vez por las palabras del otro
hombre.
Tras sacar un cigarrillo de su caja y encenderlo,
Eugenio se apoyó tranquilamente en el
respaldar de su silla y dio unas cuantas caladas
con calma. Con un toque de ira y amargura en
su voz, continuó su burla hacia Alejandro:
—Tú de veras dices que sí a cualquier chica. Yo
no puedo hacerlo porque temo que sea una
mala decisión.
Alejandro pudo comprobar que hoy estaba de
buen humor.
—¿Qué hay de malo en eso? ¿No puedo tenerle
miedo a la sangre?
—¡Sé que te gustan los artículos usados!
—¿La tuya no es de segunda mano? —Alejandro
lo fulminó con la mirada.
—¿A quién te refieres?
—A Olivia.
Eugenio volteó los ojos y exclamó con orgullo:
—¡Ella no es para nada un artículo de segunda
mano! —«¡Su primera vez fue conmigo!».
Alejandro curvó los labios en señal de sospecha
y preguntó:
—Pero tiene un hijo. ¿Lo adoptó?
—¡Podrías ser periodista con ese carácter
entrometido tuyo! —Eugenio estuvo a punto de
golpearlo hasta hacerlo pedazos.
El otro hombre lo señaló con el dedo y dijo:
—Tch, tch. ¿Cómo puedes decir que no te gusta
cuando la proteges tanto? ¿Habrías golpeado a
Roberto si no te gustara? ¿Habrías dado tantos
problemas a Alina si no te gustara?
Con una sonrisa de oreja a oreja, Eugenio
respondió:
—¿Qué te dice eso entonces? ¡Ese par de
hermanos se merecían lo que les hice!
—¿Roberto se merecía estar al borde de la
muerte? Aunque no somos tan cercanos,
crecimos juntos. ¿No es demasiado lo que
hiciste? —preguntó Alejandro.
—La única razón por la que no seguí adelante
fue porque crecimos juntos —explicó Eugenio
con una expresión cruel mientras daba una
calada a su cigarrillo.
—¿Qué lo provocó? Cuéntame. Escuché que
intentó conquistar a Olivia, ¿no? —Javier se lo
había contado todo a Alejandro. Sin embargo,
él conocía lo suficiente a Eugenio como para
saber que no habría reaccionado así por
asuntos tan pequeños; por tanto, había pasado
por la oficina con la intención de saber más
sobre ese día.
El rostro de Eugenio se ensombreció al decir:
—¿Consideras que es «conquistar a Olivia»
cuando trajo a varias chicas e incluso las obligó
a meterse en la cama con él?
Con una expresión de asombro, Alejandro se
detuvo un momento antes de preguntar:
—¿Roberto tiene esa clase de valor?
—No, pero alguien más sí, ¿no? —se burló
Eugenio.
Alejandro preguntó con el ceño fruncido:
—¿Te refieres a Alina? —Como Eugenio no negó
nada, Alejandro no cesó de hablar—: Bueno, es
una lástima que le gustes. La avergonzaste
delante de todo el mundo entonces; por lo
tanto, lo más probable es que haya decidido
vengarse y atacar a Olivia en vez de a ti.
—Está interesada en mí, entonces ¿ataca a las
personas que me rodean? ¿Qué lógica tiene
eso?
Alejandro se burló:
—¿Cómo puedes decir que no sientes nada por
ella? ¿Te enfadarías tanto si no sintieras nada?
Capítulo 111 ¡Te he sobreestimado!
—¿A quién avergüenzan cuando van con
frecuencia en contra de ella de manera tan
tonta y descarada? —señaló Eugenio.
Alejandro parecía decidido a forzarlo para que
revelara su verdadero rostro. Levantó una ceja y
prosiguió:
—¿De verdad crees que es porque te hacen
sentir avergonzado? ¿No tienes otros
pensamientos?
Su pregunta molestó a Eugenio, quien lo miró de
reojo.
—¿No tienes nada mejor que hacer? ¿Por qué
estás aquí insistiendo en esto?
—Solo estoy preguntando. Podría cortejarla si no
te interesa.
Eugenio lo miró fijo y le dijo en un tono mandón:
—¡No te atrevas!
Eso provocó que Alejandro se riera, por fin había
conseguido desenmascarar sus verdaderas
intenciones.
—Mira lo tacaño que eres respecto a ella.
¿Cómo puedes decir que no estás interesado?
Revelaste tus verdaderas intenciones, ¿no?
Eugenio, sin intentar defenderse, dijo con calma:
—¿Crees que los demás te encuentran molesto?
Alejandro no se preocupó por las burlas del otro
hombre y preguntó con una mirada inquisitiva:
—Oye, te gusta de verdad, ¿eh? ¿No te importa
ser el padrastro del niño?
«¿Qué padrastro? Soy su padre biológico»,
pensó Eugenio. Sin embargo, su expresión no
reveló nada cuando expresó:
—Advierte a esas personas que procuren no
criticarla más. La próxima vez que ocurra, no me
voy a contener por el mero hecho de haber
crecido juntos.
Alejandro negó con la cabeza, chasqueó la
lengua y suspiró:
—Es amor verdadero; no hay duda de ello.
Dime, ¿hasta dónde han llegado? ¿Se han
acostado?
—¿Crees que tengo la misma personalidad que
tú? —preguntó Eugenio con el ceño fruncido.
Una vez más, Alejandro no dio importancia a las
palabras del otro hombre y dijo:
—Muy bien, es mi culpa. Te sobreestimé, pero al
menos la has besado, ¿no?
Eugenio permaneció en silencio.
Con una mirada inquisitiva, Alejandro continuó:
»¿Abrazos? ¿Se han tomado de la mano?
Eugenio aún permanecía en silencio.
Tras un movimiento exagerado, Alejandro se
inclinó y gritó:
»¡Amigo! ¿Intentas tener una relación utilizando
tus pensamientos subconscientes?
Sus palabras hicieron que Eugenio volteara los
ojos de nuevo.
—¿Crees que ella es como las numerosas
mujeres que tienes?
Entre sus largos suspiros y sus lamentables
sacudidas de cabeza, Alejandro exclamó:
—¡En verdad te he sobreestimado! —Después,
preguntó con una expresión de arrogancia—: ¿Y
ahora qué? ¿Te enseño algunos trucos? ¡Soy un
gran maestro en comparación contigo cuando
se trata de comunicarse con las mujeres!
—¿Me enseñarás basándote en tus experiencias
con relaciones carentes de vínculos
emocionales? —Eugenio lo miró con desdén.
El otro hombre se rio con tranquilidad y dijo:
—¿Qué importa eso? ¿No sería útil si te enseñase
simplemente trucos que te ayuden a conseguir a
la chica?
—¡Bien, dime! —contestó Eugenio de mala
gana.
Alejandro se rio porque era raro ver a su amigo
siendo complaciente y obediente.
—Olivia es una mujer independiente. Tiene una
gran personalidad. Al no ser una caza fortunas,
no necesita a un hombre y es muy inteligente. ¡Es
de veras difícil conseguir una chica como ella!
Aunque en el fondo Eugenio estaba complacido
al escuchar los elogios de su amigo hacia ella, se
limitó a decir:
—Ve al grano.
—¡Por favor, pague para acceder al contenido
restante! —expresó Alejandro con tranquilidad.
Con una mirada fulminante, Eugenio lo
amenazó:
—¿De verdad crees que tengo miedo de
echarte de aquí?
Alejandro respondió entre risas:
—Suele ser difícil conseguir que una persona
como ella se vuelva cálida y expresiva con
alguien, ya que parece tener un carácter poco
afectivo. Sin embargo, siempre se puede
empezar por las personas cercanas a ella, como
su hijo, por ejemplo. Más allá de si es su hijo
biológico o su hijastro, tener una buena relación
con el pequeño ayudaría mucho en tu caso.
—No me digas —replicó Eugenio.
Alejandro chasqueó la lengua en señal de
molestia antes de continuar:
—Parece que no estás del todo desesperado,
pero déjame darte unos cuantos consejos más.
Hay que tratar de forma diferente a cada mujer.
Puede resultar difícil acercarse a alguien tan
cuidadosa e inescrutable como Olivia. Eso la
asemeja a ti, ya que no son del tipo de personas
que transigen con sus ideales o se conforman
con algo que no es perfecto. Con una persona
así no se puede ser demasiado contundente ni
directo; tienes que ser lento y delicado mientras
avanzas con ella. Por supuesto, no me refiero a
que te quedes estancado sin hacer ningún
movimiento. Sería bueno usar uno que otro truco
cuando llegue el momento adecuado. Para
buscar el nivel de intimidad perfecto con ella,
tendrás que calibrar realmente la dinámica
entre ustedes dos. Asegúrate de poder
acercarte lo suficiente como para aprovecharte
de ella sin aburrirla en el proceso, ¿vale?
—Es casi como si no hubieras dicho nada en lo
absoluto —señaló Eugenio.
Alejandro se incomodó un poco por esa
respuesta.
—Tch, todas son indicaciones útiles que pueden
enseñarte a crear afecto e intimidad con
alguien más, ya sabes. Es el arte de ser capaz de
crear interacciones fortuitas entre unos y otros sin
tener la intención de hacerlo. ¿Entiendes lo que
trato de decir?
Capítulo 112 El mejor camino a su
corazón
Eugenio respiró profundo. Estaba sorprendido de
pedir consejos a ese hombre poco confiable
sobre cómo acercarse a Olivia, pues solía ser
despectivo en extremo hacia las opiniones de
Alejandro en estas cuestiones.
—De acuerdo, no creo que tus métodos me
sean útiles. —Además, la relación entre ella y él
no estaba en una etapa en la que pudieran
hacer mucho. «Ella me llama Señor Navarro todo
el tiempo. ¿Cómo se supone que voy a intimar
con ella?».
Esa noche, el teléfono de Olivia sonó justo
cuando entraba a la casa luego de recoger a su
hijo. Respondió a la llamada y se sorprendió al
percibir que era Eugenio el que estaba al otro
lado.
—Señor Navarro.
La fuerte voz del hombre llegó desde el otro
extremo de la llamada.
—¿Estás en tu casa?
—Sí —dijo tras una breve pausa de confusión.
—¡Sube! —ordenó Eugenio con brevedad.
Ella pareció no entenderlo.
—¿Qué?
Su risa se escuchó por el teléfono tras haber
logrado sorprenderla.
—Al piso de arriba de tu casa.
Ella pensó en las palabras que había dicho el
señor de la mudanza en aquel momento. «Así
que, en efecto, era Eugenio».
—En verdad es usted. ¿Por qué se mudó aquí?
—¿Lo sabías? —preguntó Eugenio.
—Ayer me encontré con los trabajadores de la
empresa de mudanzas y me dijeron que el
apellido del dueño era Navarro.
—Bueno, pensé en darles una sorpresa. Suban
para invitarlos a cenar —manifestó él con una
sonrisa.
Ella se lo pensó un instante antes de aceptar.
—De acuerdo.
Néstor acababa de colocar su mochila en su
cuarto de estudio cuando oyó a lo lejos que su
madre mencionaba a un «Señor Navarro».
Curioso, salió y preguntó:
—¿Quién era, mamá?
—El Señor Eugene quiere invitarnos a cenar.
—¿Dónde?
Olivia se rio mientras señalaba con un dedo
hacia el techo.
El niño estaba eufórico.
»¡Pues démonos prisa! —dijo mientras recogía su
portátil y se preparaba para salir.
Ella lo detuvo y le advirtió:
—Recuerda no decir nada inapropiado cuando
estemos allí.
—Entendido, mamá. —Entonces, Néstor la haló
por el brazo y dijo—: ¡Deprisa, vamos!
Olivia creyó que habría muchas personas por ser
la inauguración de la casa. Incluso pensó que
como mínimo Nataniel podría estar allí. Sin
embargo, cuando Eugenio abrió la puerta, se
percató de que solo estaban ella y su hijo y se
sintió un poco incómoda. «Sabía que no
debíamos de emocionarnos mucho por venir.
¡Este mocoso fue quien me apuró!».
—Tomen asiento; ya casi termino. —Eugenio
entró en la cocina y sacó algunos platos.
Ella se sorprendió al ver que la distribución de
esa casa era un duplicado de la suya,
haciéndola sentir casi como si estuviera en su
propia casa. Sin embargo, supo que no era así
cuando lo vio ajetreado. Se acercó con
cuidado a él y le preguntó:
—¿Los demás... no han llegado todavía?
—No viene nadie más —explicó él mientras
alzaba la vista después de colocar los platos en
la mesa.
Los labios de Olivia hicieron una pequeña
mueca. «¿Significa que solo nos invitó a venir a
nosotros dos?».
—Deberíamos pedirle a Nataniel que se nos una.
Eugenio se detuvo un momento antes de
responder con calma:
—Se lo pedí, pero tenía otros asuntos pendientes.
Ella, aturdida, murmuró algo en respuesta y tuvo
una sensación de alivio en el pecho. «Entonces
solo lo estaba pensando demasiado. Él sí pidió a
otras personas que se unieran, pero simplemente
no pudieron porque estaban ocupadas. ¿Por
qué estaba pensando tanto en ello?».
»Siéntate —dijo Eugenio al verla de pie e inmóvil.
Ella asintió y se sentó con ansiedad. Le
sorprendió ver los platos de aspecto sabroso
sobre la mesa y preguntó:
—¿Usted... ha hecho todo esto?
—Hace tiempo que no cocino, así que no sé
cómo sabe —respondió él asintiendo con la
cabeza.
Entonces, sus ojos se llenaron de admiración.
—¿Incluso sabe cocinar? —Le impresionaban en
especial los hombres que sabían cocinar, quizás
porque ella misma no sabía.
Eugenio alabó en secreto sus decisiones
audaces una vez que vio a Olivia asombrada.
Pensó en pedirle a otra persona que preparara
la comida, pero luego decidió cocinar él mismo,
puesto que era la primera vez que invitaba a
cenar a su futura esposa y a su propio hijo. ¿No
dijo alguien que el mejor camino al corazón de
un hombre es a través de su estómago? Parecía
que lo mismo ocurría con las mujeres.
Capítulo 113 Consigue un novio que sepa
cocinar
—Pruébalo rápido y dime si está rico.
Olivia asintió mientras sus ojos miraban los platos
ordenados sobre la mesa del comedor. Daba
lástima comérselos de lo bien que se veían.
Dudó en tomar un trozo de pescado asado, que
Eugenio le había puesto delante. Al probarlo, el
sabor era perfecto; aquel trozo de pescado se
derritió en sus papilas gustativas al tocar su
lengua. Sabía mejor de lo que parecía.
—¿Por qué no me dijo que era tan bueno
cocinando? —Ella estaba impresionada de que
él fuera capaz de preparar una comida tan
deliciosa, lo que lo convertía en un genio.
Eugenio sonrió ante su repentino elogio hacia él.
—Me alegro de que te guste. —Luego le dijo a
Néstor—: Néstor, ¿quieres langostinos?
Néstor asintió. Sentía mayor grado de confianza
con Eugenio, ¡ya que el hombre era su papi!
Eugenio se puso un par de guantes y empezó a
quitarles el caparazón con habilidad. Después
de unos segundos, colocó varios langostinos sin
caparazón en el plato de Néstor.
»Aquí tienes. —Tomó otro y lo limpió antes de
colocarlo en el plato de Olivia—. Tú también
deberías probarlo.
—Gracias, pero me serviré yo misma —respondió
ella.
—Está bien. A ustedes dos solo les corresponde
comer hoy.
Olivia esbozó una sonrisa rígida con el corazón
en la garganta. «¿A dónde quiere llegar Eugenio
con esto?».
Él notó que ella estaba un poco incómoda y
preguntó:
»¿Vino? —Ella levantó la vista y antes de que
pudiera rechazarlo, él ya se había puesto de pie
y se dirigía hacia el estante del vino. Tomó una
botella y le sonrió—. Sé que sabes tomar alcohol.
No tienes que conducir esta noche, así que
estarás bien, aunque bebas un poco.
Eugenio abrió la botella y sirvió una copa para
ella y otra para él. Poco después, llenó el vaso
de Néstor con zumo de frutas. Levantó su copa y
dijo:
»A partir de ahora, seremos vecinos. ¡Me hace
mucha ilusión!
—Lo mismo digo —respondió Olivia por cortesía.
Ella levantó su copa en respuesta y tomó un
sorbo.
Néstor vació su vaso de zumo de frutas antes de
servirse algunas alas de pollo. Pensó con orgullo
que su papá estaba haciendo un buen trabajo.
»¿Por qué decidió mudarse aquí? —Olivia hizo
por fin la pregunta que la carcomía desde que
llegó.
Eugenio la miró mientras su mente respondía al
instante. «Por supuesto que es porque estás
aquí». Sin embargo, tras mirar de reojo a Néstor,
su expresión era calmada y lo que respondió fue
diferente.
—Siempre vengo cada año para quedarme por
un tiempo corto. Es mucho más tranquilo en
comparación con la villa; aquí viven menos
personas.
Olivia asintió al comprender y procedió a
burlarse de él:
—¿Obstaculizan sus sesiones de meditación?
Eugenio se rio y le respondió:
—Todavía no llego a ese punto. ¡Es que no me
gusta que los demás me vigilen!
Olivia se sorprendió.
—¿Que lo vigilen? ¿Lo están vigilando?
Eugenio dudó, pues no estaba seguro de cómo
explicar su situación sin que fuera demasiado
chocante. Así que se limitó a asentir evitando
una respuesta y le sirvió un plato de sopa.
Olivia recordó de repente algo que el Abuelo
Navarro le había dicho. Sintió la necesidad de
evitar temas delicados y comentó:
»Siempre pensé que un joven de familia
acomodada llevaría una vida fácil y lo asistirían
en todo. ¡No esperaba que supiera cocinar!
—Me quedé solo a temprana edad y tuve que
hacérmelo todo, así aprendí lo básico de la
cocina —explicó Eugenio.
Olivia levantó una ceja confundida y se mostró
escéptica. «¿Cómo podría un joven rico como él
quedarse solo desde pequeño?». Temía rebasar
sus límites y no preguntó más.
—A veces, confiar en uno mismo es mejor que
ser mimado todo el tiempo. Cuando era más
joven, mi madre no me pedía ayuda en nada.
Solo cuando crecí supe cuánto daño me había
hecho —confesó Olivia.
Eugenio sonrió.
—¿Qué importa? A Néstor le va muy bien bajo tu
cuidado.
Olivia frunció los labios.
—Definitivamente él no piensa como usted,
siempre se queja de mi comida.
—Mami, puedes buscarte un novio que sepa
cocinar.
Olivia se sonrojó al escuchar el comentario de su
hijo. «¡Este pequeño travieso siempre haciendo
de las suyas!». Miró al pequeño de forma
amenazante.
Eugenio soltó una risita.
—¡Néstor tiene razón! Hoy en día, los novios son
los que cocinan. Todos tus problemas se
resuelven si consigues un novio.
Capítulo 114 ¿Qué hace él aquí?
Olivia se rio con torpeza ante su comentario.
—Olvídelo. ¡Es una molestia encontrar un novio!
Eugenio frunció un poco el ceño.
—¿Qué tan molesto puede ser?
Ella lo miró perpleja.
—Es igual que usted, que tampoco está
buscando novia. Nos va muy bien a Néstor y a
mí, ¿por qué necesitaría de alguien que trajera
cambios a nuestras vidas? ¿Solo porque necesito
que me cocine? Si esa es la razón, siempre
puedo contratar a un chef. Sin embargo, si
consigo un novio, tendré que preocuparme de
cómo se siente, por no hablar de sus intereses y
aficiones, incluso tendré que preocuparme de su
lealtad hacia mí. ¡No merece la pena en
absoluto!
Eugenio se quedó sin palabras; al parecer,
¡estaba librando una batalla perdida!
Néstor también se quedó sin palabras y pensó lo
mismo que su papá.
Eugenio hizo una pausa antes de responder:
—¡Solo piensas así porque no has encontrado un
hombre que te haya enamorado!
Olivia mostró indiferencia.
—¡Supongo que sí! Creo que el amor es una
apuesta con solo un diez por ciento de
posibilidades de acierto y no quiero cometer el
mismo error dos veces. Los humanos tenemos un
alto nivel de inteligencia. Después de todo,
deberíamos aprender de nuestros errores.
Eugenio sonrió ante sus palabras.
—El error no es el amor en sí, sino a quién se lo
entregas. Decidiste entregarte a la persona
equivocada, lo que hizo que tu percepción del
amor se distorsionara, pero no todos los hombres
son malos. Tenemos que permitirnos cometer
errores y evitar que eso nos impida seguir
adelante. ¡No hay amor sin altibajos agridulces!
—Si el amor no existiera, ¡no habría altibajos
agridulces de los que preocuparse!
Eugenio estaba derrotado. Olivia era difícil de
vencer en un debate, esto hacía que él se
quedara sin ideas para rebatir sus argumentos.
Néstor seguía enérgicamente la conversación y
giraba la cabeza de izquierda a derecha
mientras ambos exponían sus puntos, uno tras
otro. Al fin y al cabo, del resultado dependería
que él tuviera un papá o no.
—¿Es eso siquiera amor? El amor significa
extrañar a la persona en cuanto se va de tu lado
y no poder concentrarte en todo el día hasta
que la ves de nuevo. Cuando lo haces, te da
mucha felicidad. ¡Es esa clase de atracción
incontrolable que sientes por ella! —replicó
Eugenio de una vez y por todas.
Olivia lo miró con curiosidad.
—Qué explicación tan completa, ¿eh? Supongo
que ya conoció el amor.
Eugenio se quedó un poco sorprendido.
—¡Sí, lo hice! Pero después de escucharte,
empiezo a sentirme un poco inseguro al
respecto.
Los labios de Olivia hicieron un pequeño
movimiento. «¿Qué he hecho? No puedo ser yo
quien arruine la emoción de otra persona con mi
opinión, ¿verdad?».
Ella no se imaginaba que la persona a la que
Eugenio se refería podía ser ella y trató de
animarlo.
—Para ser honesta, le di una opinión simplona
del asunto. El amor es diferente para todos y solo
se sabe si se experimenta. ¡Todo estará bien
mientras los dos sean felices!
Al principio le preocupaba que Néstor
parloteara y provocase que Eugenio la
malinterpretase. El pequeño mocoso podía
ahora darse por vencido al ver que Eugenio
estaba interesado en otra persona.
En cambio, los ojos de Néstor se iluminaron al
mirar a Eugenio. «¿De quién está hablando mi
papá? ¿No me digas que es de mi mamá?».
Sin embargo, la expresión de Eugenio
permaneció indiferente.
—Tienes razón. Estoy muy contento, pero aún no
se lo he dicho. ¡No estoy seguro de lo que siente
por mí!
Olivia asintió a medias y dijo:
—No puedo ayudarlo en eso. Al fin y al cabo,
cada persona piensa de forma diferente, pero
no debe haber muchas mujeres que rechacen a
alguien como usted, ¿verdad?
—Tiene una personalidad única y no le importa
el dinero. Me preocupa que mi confesión arruine
nuestra relación, así que lo dejaré todo como
está justo ahora.
Ella asintió.
—Eso también es bueno. Nadie mejor que usted
puede medir el progreso.
Eugenio la estudió con sus profundos ojos. «Esta
mujer no está interesada en mí en lo absoluto.
Tiene que ser eso porque si sintiera algo por mí,
no estaría tan ajena a todo».
De repente, sonó el timbre de la puerta, lo que
sobresaltó a Eugenio, quien se dirigió rápido a
Olivia.
—Deberían comer. Yo iré a echar un vistazo. —
Cuando Eugenio vio que Nataniel le devolvía la
mirada a través de la mirilla de la puerta, abrió
los ojos de par en par sorprendido. «¿Qué está
haciendo aquí? ¡No! ¿Cómo supo que estoy
aquí?». Se volteó y le dijo a Olivia—: Oh, es mi
asistente. —Luego, abrió la puerta.
Capítulo 115 ¡Esto es un chantaje!
—Tío…
Eugenio le tapó la boca a Nataniel, lo empujó
hacia afuera y salió del apartamento él
también.
—¿Qué quieres?
Nataniel miró con desconfianza a través de la
puerta principal.
—¿Quién está allá dentro?
Eugenio la cerró de golpe.
—Ocúpate de tus asuntos, ¿quieres? ¿Hay algo
que necesites de mí?
Nataniel se alegró de verlo nervioso.
—¿Acaso no soy inteligente? Vi tu auto y adiviné
que te mudaste aquí. ¿Esa que está ahí no es
Olivia?
Eugenio lo fulminó con la mirada.
—No es asunto tuyo.
Nataniel se burló al percatarse de que había
descubierto algo.
—¿Por qué invitaste a comer a Olivia y no a mí?
Eugenio lo apartó de un empujón.
—¿Qué quieres decir? ¡Olivia no está aquí!
Nataniel insistió y mostró una expresión de insulto.
—De acuerdo, ¡la llamaré entonces!
La mirada de Eugenio se tornó gélida.
—¿Quieres que te mande al extranjero otra vez?
Nataniel rio con incomodidad y argumentó:
—Por favor, no hagas eso. Solo estoy bromeando
contigo, ¿de acuerdo? Estoy aquí porque voy a
lanzar un nuevo juego y no he encontrado
ningún inversionista. ¿Estás interesado en invertir,
tío?
Eugenio exhaló profundo. «¡Esto no es más que
un simple chantaje!».
—¡Lleva tu propuesta mañana al Grupo Navarro!
—respondió Eugenio.
—¡Sí! ¡Eso es genial! —exclamó Nataniel de
inmediato—. Tío, entonces me despido. ¡Espero
que todo te salga bien!
Eugenio vio cómo la figura de Nataniel se hacía
más pequeña mientras se alejaba. Se sintió
frustrado y entretenido al mismo tiempo: no era
fácil tener a Olivia en casa para compartir una
cena y Nataniel vino a interrumpir.
Entró en el apartamento y tanto la madre como
el hijo lo miraron.
—Señor Navarro, si está ocupado, entendemos
—expresó Olivia.
Eugenio se dirigió a la mesa del comedor y se
sentó.
—No es nada. Comamos.
Néstor no estaba comiendo; tecleaba en la
computadora que había traído. De repente,
sonó una notificación de advertencia y el
pequeño frunció las cejitas: alguien quería
obtener información sobre él y su mami una vez
más. Ya se había dado cuenta de lo mismo
hacía un mes, así que había instalado una capa
de cortafuegos y alarmas. Ahora que volvía a
ocurrir, ¿quién podría ser? Rastreó el historial del
hacker según las huellas electrónicas que fue
dejando por torpeza y se dio cuenta de que no
era muy hábil en su oficio. Dibujó una leve
sonrisa mientras su rostro mostraba una
confianza extraña en un niño. Sus diminutos
dedos tocaban el teclado con rapidez;
dominaba bien el lenguaje de programación
que aparecía en la pantalla a la velocidad de la
luz. Entonces, pulsó «Intro». «¡Ya está!».
Al mismo tiempo, la pantalla de la computadora
de otra persona adquirió un tono azul brillante y,
por mucho que lo intentara, el hombre frente a
ella era incapaz de hacerla volver a la
normalidad. Desesperado, solo pudo marcar un
número en su teléfono.
—¡Hola, Señorita Lara!
—¿Cómo va su investigación? —Al otro lado de
la línea estaba Lara.
—Lo siento, Señorita Lara. Solo pude conseguir
información básica. El objetivo tiene a alguien
con mucho conocimiento que obstruye en
secreto mi trabajo. No solo me fue imposible
recuperar información, sino que el objetivo ha
infectado mi computadora con un virus.
—¿Son incluso más hábiles que tú?
—¡Sí, por mucho! Señorita Lara, ¡debería
encontrar a alguien mejor para investigarlos!
Lara colgó y miró a Eduardo.
—Entonces, si no somos capaces de rastrear su
información, lo más probable es que el Abuelo
Navarro tampoco pueda, ¿no?
—He ahí la cuestión. Sin embargo, Lila llamó
para informar que Eugenio se mudó a la
Península de las Musas.
—¿Península de las Musas? ¿Por qué?
—¡No estoy seguro!
—No puede haberse mudado allí por Nataniel,
¿verdad? —preguntó Lara con el ceño fruncido.
—Tal vez descubrió al hacker que contratamos
para vigilarlo, ¡y no quería que lo vigilaran!
—Lo investigaré mañana. ¡La madre y el hijo
empiezan a ser cada vez más sospechosos!
Por otro lado, Néstor había puesto en apuros al
hacker en solo instantes y ya volvía a terminar su
cena.
Olivia casi no se sorprendió cuando preguntó:
—¿Qué pasó?
—¡Alguien está rastreando nuestra información!
—respondió él mientras tomaba otra alita de
pollo. En señal de disfrute juntó sus labios,
embarrados de aceite.
Capítulo 116 ¿Fuiste tú?
—¿Bloqueaste al hacker?
Néstor dijo con picardía:
—Sí, planté un virus en su computadora. Hace
que la pantalla se vuelva azul cuando la
encienden.
Olivia rio sin poder evitarlo.
—¡Eres un niño muy travieso!
Néstor se burló:
—¡No doy segundas oportunidades!
Al oír la conversación entre madre e hijo,
Eugenio quedó perplejo y recordó la vez que
rechazó la solicitud de trabajo de Olivia en su
empresa. Poco tiempo después, su empresa
perdió un total de cincuenta millones. La
segunda vez que ocurrió fue cuando él y Olivia
lucharon por la propiedad de la fórmula Wuyou
San. Su empresa acabó perdiendo otros
cincuenta millones; fue entonces cuando
sospechó que tenía alguna relación con Olivia y
Néstor. Sin embargo, nunca esperó que la
persona que le había hecho perder cien millones
fuera un niño pequeño, ¡que tenía menos de
siete años!
Si Eugenio no hubiese presenciado la habilidad
de Néstor con el teclado y si no fuera por el tono
intimidatorio que usó antes, ¡no hubiese
adivinado que fue el niño! «¿Acaso infectar la
computadora de otra persona con un virus era
tan fácil como cambiar un solo dígito?
¡Increíble!». No era de extrañar que el chico
pudiera realizar una investigación exhaustiva
sobre él.
Eugenio se volteó y miró a Néstor.
—¿Fuiste tú quien me dio el aviso? —Aunque era
una pregunta, su tono era seguro y decidido.
Néstor quedó un poco sorprendido y sus
redondos ojos negros parpadearon con
inocencia.
—¿Me creerías si te dijera que no?
—¡No, no lo haría!
Néstor suspiró exasperado:
—¡Muy bien, fui yo!
Eugenio estaba atónito, pero encantado.
«¿Cómo podía ser su hijo un genio así?». Se
levantó y quiso, por instinto, darle un abrazo al
chico.
Sin embargo, Olivia malentendió su intención y
pensó que estaba furioso. Enseguida le explicó
en nombre de su hijo:
—Mm, Señor Navarro, yo le pedí a Néstor que lo
hiciera. ¿Qué le parece esto? ¡Le compensaré
acorde a la cantidad que su empresa perdió!
Eugenio se quedó boquiabierto. Al principio
quiso hacer caso omiso de lo que decía, pero
de repente se le ocurrió otra idea. La miró y dijo:
—Él hackeó dos veces la computadora de mi
empresa y he perdido un total de 100 millones
por ello. ¿Cómo quieres devolvérmelo?
Ella miró a su hijo.
—¿No eran cincuenta millones?
Eugenio empezó a relajarse de la agitación y
volvió a su asiento.
—Después de eso, cuando volví del bar, me hizo
perder otros cincuenta millones —dijo en tono
relajado.
Olivia volvió a mirar a su hijo y susurró:
—¿Por qué lo dejaste perder otros cincuenta
millones?
Néstor, sin dejar de masticar, respondió:
—¡Te intimidó!
Olivia se quedó sin palabras. «Qué niño tan
descarado… ¿Por qué no siente ningún
remordimiento por deberle a alguien tanto
dinero?». Si ese era el caso, su hijo no debería
haberlo admitido, pero lo hizo. Sonrió a Eugenio
con incomodidad.
—No puedo darle cien millones de una vez.
¿Qué tal si se lo devuelvo a plazos?
Eugenio obvió sus propuestas y dijo con calma:
—¡Esto no es cuestión de dinero!
Olivia no esperaba semejante reacción. «Si no se
trata de dinero, ¿de qué se trata?».
—Entonces, ¿cómo le gustaría resolverlo?
Eugenio se alegró desde lo profundo, pero su
expresión no cambió.
—¿Estarías de acuerdo con lo que yo diga? —
preguntó Eugenio
Ella comenzaba a sospechar.
—Lo escucho.
Néstor miró fijo a Eugenio, con los ojos bien
abiertos. No dudaría en hacer que perdiera otros
cien millones si se atrevía a intimidar a su mamá
de nuevo.
Eugenio, sin dejar de mirar a Olivia, dijo solemne:
—¡A menos que me prepares tú misma la cena,
no podemos arreglar esto!
Al oír sus palabras, Olivia tuvo muchas ganas de
reír. «¿Se esforzó tanto solo para pedirme una
comida?».
—Si hubiera sabido que mi cocina valía tanto
dinero, ¡me habría apuntado a una clase de
cocina hace tiempo!
Eugenio esbozó una ligera sonrisa.
—¡No es demasiado tarde para apuntarse
ahora!
Ella se sentó tras darse cuenta de que Eugenio
no deseaba que le devolvieran el dinero.
—Mi madre solía decir que las chicas no
necesitan saberlo todo, sino que basta con
dominar un solo oficio para sobrevivir. Así que,
por aquel entonces, lo dejé todo y me centré en
mi carrera de diseño de moda. Después de
graduarme, mi madre falleció y desde entonces
no tuve a nadie en casa que me cocinara.
Alguien dijo una vez que la felicidad es limitada.
Supongo que agoté la mía completa
demasiado pronto y ahora de adulta, la he
perdido.
Capítulo 117 Aniversario de la muerte de
Greta
Sus palabras sobrecogieron a Eugenio. Con una
voz de consuelo, dijo:
—Tú eres la que sigue inmersa en la felicidad de
tu infancia y no estás dispuesta a salir de ella.
Ahora, eres capaz de vivir una vida interesante
sin depender de un hombre porque tu hijo es
muy inteligente y extraordinario. ¿No es esto una
felicidad para ti?
Olivia sonrió.
—Bueno. Así es. ¡Soy mucho más feliz desde que
tengo a mi hijo! Dar a luz fue la mejor decisión
que tomé en mi vida.
Néstor también sonrió, mostrando sus dientecitos.
—Yo también me siento feliz y agradecido de
tenerte, mami.
Mientras tanto, Eugenio miraba a Olivia y
pensaba que él también estaba feliz de tenerlos.
De repente, quiso compensarles todo lo que ella
debió haber sufrido mientras criaba a su hijo
sola.
—¿Qué les gustaría comer en el futuro? Pueden
venir aquí. ¡Prepararé algunos platos para los
dos!
Hoy era el aniversario de la muerte de la madre
de Olivia. Ella se había despertado temprano en
la mañana y tanto ella como Néstor se vistieron
de negro. Llevaba un ramo de pequeñas flores
blancas contra su pecho. Justo cuando terminó
de vestirse, recibió una llamada telefónica de
Marcos.
—Olivia, hoy es el aniversario de la muerte de la
Tía Greta. Por favor, espérenme; yo también voy
a ir.
—De acuerdo —respondió ella.
Diez minutos después, cuando Olivia bajó las
escaleras, vio un auto que conocía estacionado
a un lado de la carretera. Junto al auto había un
hombre vestido de negro. Era alto y llevaba unas
gafas doradas. Todo su cuerpo emanaba una
refinada gentileza. Era su primo, Marcos.
Olivia se acercó a saludarlo.
—¡Marcos!
Néstor también lo llamó:
—¡Tío Marcos!
Marcos sonrió al verlos.
—Néstor, ¡te has puesto aún más guapo!
Néstor sonrió y respondió:
—Tío Marcos, ¡estás igual, tan guapo como
siempre!
Entonces Marcos alargó el brazo para despeinar
la cabecita de Néstor dos veces.
—Pequeño mocoso, ¡qué bien hablas ahora!
Después de subir al auto, arrancaron despacio.
Cuarenta minutos más tarde, se detuvieron en el
cementerio detrás de una montaña. Al llegar, se
entristecieron todos. Se detuvieron ante la lápida
de Greta Ceballos. Olivia llevaba un ramo de
crisantemos y otras flores en las manos y Marcos,
una cesta de frutas.
En la lápida, estaba el rostro sonriente de Greta.
Sin embargo, era evidente que no la habían
cuidado en mucho tiempo. Las flores que
habían colocado yacían esparcidas por el suelo;
había hojas caídas por todas partes y una
gruesa capa de polvo cubría la lápida.
De repente, a Olivia le empezó a arder la nariz
mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Mamá, he venido a visitarte. —Al decir esto, se
arrodilló ante la lápida de Greta.
Néstor y Marcos se agacharon para organizar un
poco la tumba y colocar las flores frescas y las
frutas. Luego Olivia limpió la lápida con un
pañuelo mientras se le hacía un nudo en la
garganta.
»Mamá, ¿has estado bien en el más allá? ¿Hace
frío allí? He vuelto al país y ahora me va bien.
También soy capaz de protegerme por mis
propios medios. Mamá, mira. Este es tu nieto,
Néstor Miranda. —Mientras hablaba, Olivia
acercó a Néstor y se lo presentó a Greta—.
Néstor, esta es tu abuela. Por favor, inclina la
cabeza en señal de respeto hacia ella.
Néstor se arrodilló de manera obediente frente a
la lápida de su abuela e inclinó su cabeza.
—Abuela, te conozco. Mamá siempre llora
mientras sostiene tu foto. Todos los años, en esta
fecha mamá se entristece y no come nada.
También compra muchas velas porque dice que
te da miedo la oscuridad. Abuela, tienes que ser
feliz en el cielo. Así, mamá también será feliz.
Marcos se arrodilló también.
—No te preocupes, Tía Greta. Cuidaré bien de
Olivia, así que no tienes que preocuparte por
ella.
—Mamá, te echo tanto de menos. ¡Cómo me
gustaría poder abrazarte de nuevo! —Luego,
Olivia se acercó a la lápida y habló—: Siempre
decías que las chicas no necesitaban saberlo
todo, pero nunca dijiste que te irías. Ahora, ni
siquiera sé nada y no puedo cuidar bien de mí
misma. Néstor siempre se queja de la comida
para llevar y dice que cocino terrible. Ya no sé ni
qué hacer.
Néstor se sobresaltó un poco con sus palabras y
de inmediato se inclinó de nuevo ante la lápida.
—Yo no he hecho eso, abuela. No me he
quejado de mamá. Mi mami es la mejor, así que
no te preocupes; ¡cuidaré bien de ella!
Capítulo 118 ¿Has visitado antes su
tumba?
Marcos casi se echó a reír pese al ambiente
sombrío. «¡Estos dos son tremendos!». Cuando la
madre actuaba de forma infantil, el hijo
actuaba de forma madura.
No muy lejos de ellos, había una familia grande
también con ofrendas para sus antepasados.
Estaban el marido, sus hijos y quizás algunos de
sus parientes. Todos arrodillados ante la lápida. El
marido lloraba mucho mientras abrazaba la
lápida con aflicción.
Al ver semejante escena, Olivia se entristeció
más. Sintió que no pasó lo mismo con su madre,
entonces ¿por qué ella se quedó con su padre?
Lo más probable es que su esposo nunca
hubiera estado de luto por su muerte, ¿verdad?
Para conservar la armonía de su familia actual,
él estuvo dispuesto a dejar a su exesposa en el
pasado. Olivia estaba pensando en esto
cuando su teléfono sonó de repente. En cuanto
lo sacó, vio que era Ana.
Olivia contestó la llamada con una expresión
serena, pero no dijo ni una palabra. Por el otro
lado, se escuchó la voz arrogante de Ana.
—¿Has ido a barrer la tumba de tu madre
muerta? ¿Todavía te preguntas por qué no
hemos ido antes? Deja de creer que vamos a
visitar su tumba. ¿Quién te crees que es para
que barramos su lápida?
La voz de Olivia sonó gélida.
—¿Qué intentas decir?
Sin embargo, Ana se rio a carcajadas.
—Intenta escuchar esto...
Olivia escuchó una canción llamada Hoy es un
buen día y también la bulla de una multitud.
»¿Oyes eso? Hoy es un buen día para celebrar
mi séptimo aniversario de boda con tu querido
Hugo. ¿Quién tendría tiempo para visitar ese
desafortunado lugar? En principio quería
invitarte, pero supuse que no estarías de humor
para venir. ¡Puedes quedarte en el cementerio
junto a tu madre!
Aunque Olivia temblaba de pies a cabeza, su
voz era inesperadamente tranquila y calmada.
—¿Quieres morir, Ana?
Sin embargo, Ana se rio y respondió:
—Tú eres la que busca la muerte. Si no me dejas
vivir en paz, ¿por qué debería dejarte a ti? ¿No
eres una persona con talento? Si tienes tanto
talento, ¡haz que papá visite la lápida de tu
madre! No tengo miedo de decirte esto, pero
papá nunca la ha visitado después de tantos
años. Mi madre y yo somos las únicas personas
importantes en su vida. En cambio, ¡tú y tu
madre deberían irse al infierno!
Después de decir esto, Ana colgó. Mientras
tanto, Olivia estaba tranquila pese a la situación.
No había ni una pizca de ira en su rostro. Sin
embargo, Néstor pudo notar que su mamá
estaba bastante furiosa en este momento y no
había nada que la pudiera calmar. Poco
después, Olivia utilizó su teléfono para marcar un
número que no había marcado en siete años.
El teléfono sonó varias veces. En cuanto
contestaron, Olivia preguntó:
—¿Has olvidado que hoy es el décimo
aniversario de la muerte de mamá?
La voz de Enrique sonó un poco vacía:
—Lo sé, pero hoy es el séptimo aniversario de la
boda de Hugo y tu hermana. ¿Cómo voy a
ausentarme?
No obstante, la voz de Olivia sonó normal al
preguntar:
—En tantos años, ¿has visitado alguna vez la
tumba de mamá?
Enrique respondió:
—Olivia, el luto se lleva adentro. Tu madre
siempre tendrá un pedazo de mi corazón.
—Por eso en el aniversario de su muerte, tú,
como su marido, ¿participas en un evento a
gran escala?
—¿Crees que tenga otra opción?
—¿Ana y Hugo no se casaron en diciembre?
¿Por qué celebran su aniversario de boda en
noviembre?
—En los últimos tiempos, el Grupo Gómez ha
presentado algunos problemas. El banquete que
están celebrando es para estabilizar toda la
situación. Así, también pueden establecer redes
de negocios y conectarse con otros socios.
—¿En qué hotel están?
—Olivia, deja de ser tan calculadora con tu
hermana. Si no hubiera sido por tu hermana
aquel año, ¿dónde estaría hoy el Grupo
Miranda?
—¿En qué hotel? —repitió su pregunta Olivia
como un robot.
—En el popularidadel Buenavista. Olivia, ¡solo
visitaré a tu madre mañana!
Olivia permaneció inexpresiva y dijo con
frialdad:
—¿Y si quiero que vengas ahora?
Enrique dijo con impotencia:
—¿Puedes dejar de armar un escándalo por
esto?
Capítulo 119 ¡Alguien está intimidando a
mi madre!
Olivia resopló de forma impasible:
—¿Soy yo la que está armando un escándalo?
¡Todavía no he empezado a causar problemas!
—Colgó. Se arrodilló de nuevo ante la lápida y
se inclinó con clemencia. Con voz calmada,
continuó—: Espera, mamá. Te vengaré. ¡No
dejaré que mueras en vano! —Olivia se levantó
de inmediato y bajó la montaña.
Marcos se asustó un poco al ver a Olivia en ese
estado.
—¿Qué ha pasado?
—No es nada. Puedes volver primero, Marcos.
¿Cómo iba a volver si él había escuchado toda
la conversación al estar cerca de ella?
—No intentes jugar su juego. Acabas de regresar
y tus bases no son muy estables, mientras que
ellos tienen conexiones por todas partes. Aunque
los ataras y los trajeras aquí, mentirían y se
limitarían a fingir. Entonces, ¿de qué sirve todo
esto? Nada de esto es suficiente para molestar a
la Tía Greta, ¡así que no les des importancia!
Olivia miró a Marcos y le preguntó:
—¿Desde cuándo te parezco una persona
razonable y empática? —Se puso sus gafas de
sol y llevó a Néstor hacia la zona de alquiler de
autos.
En ese mismo momento, Eugenio celebraba una
reunión interna a gran escala. Se sentó en su silla
con un rostro tranquilo e inexpresivo. Sus fríos ojos
recorrieron la sala y esto hizo que todos
guardaran silencio. Eugenio tenía un rostro más
anguloso. Por tanto, cuando no sonreía, daba la
impresión de que era una persona estricta que
no toleraba ninguna tontería. En la sala de
conferencias, estaban presentando y
discutiendo el resumen de los informes. De
repente, se oyó un teléfono vibrar.
Todos se miraron entre sí y comprobaron rápido
sus teléfonos: temían que fuera la vibración del
suyo. No sabían quién sería tan atrevido como
para no apagar su teléfono durante la reunión.
Sin embargo, después de que todos miraron
alrededor de la sala, se dieron cuenta de que
era el teléfono de su propio director el que
sonaba. Eugenio no pudo evitar fruncir las cejas.
Contra todo pronóstico había olvidado apagar
su teléfono hoy. En un principio, quiso ignorar la
llamada, pero después llegaron dos mensajes.
Tomó el teléfono y lo miró. Entonces, notó que
Néstor había enviado los mensajes.
«¡Alguien ha intimidado a mamá! ¡Ella se ha ido
al popularidadel Buenavista! Por favor, ¡ven
pronto!».
Cuando Eugenio terminó de leer los mensajes, su
rostro cambió de inmediato. «¿Quién se atreve a
intimidarla?». Sin pensarlo mucho, se levantó y
espetó:
—¡Se cancela la reunión!
Todos en la sala de reuniones empezaron a
debatir confundidos.
—¿Cuál es la situación?
—¿Quién ha podido llamar a nuestro riguroso
director para que abandone la reunión?
—Acérquense todos. Apuesto cinco kilogramos
de cigalas a que quien llamó fue una mujer.
—¡Yo veinticinco a que es una mujer hermosa!
—¡Yo cincuenta a que seguramente se
convertirá en la esposa de nuestro director!
—¡M*erda! ¿Qué sentido tiene que todos
apuesten por la misma mujer?

En el interior del popularidadel Buenavista,
canciones y risas alegres inundaban la sala en
este preciso momento. Todos los invitados,
vestidos de forma glamurosa y con magníficos
peinados, socializaban y brindaban entre ellos.
Por su parte, Ana y Hugo se encontraban uno
frente al otro en el escenario con sus ojos llenos
de sentimientos profundos. El presentador
estableció el ambiente general de la sala:
—Tomados de la mano mientras envejecen
juntos, estos siete años de matrimonio no son
meros juramentos para el Señor y la Señora
Gómez, sino algo que han construido día a día.
Esta unión eterna entre estos dos me ha
conmovido sin lugar a duda. Su amor ha
penetrado en cada aspecto de su vida. Su total
integración en la vida del otro se ha sublimado
en su espíritu y alma. El río de su amor fluirá para
siempre. Ahora, me gustaría invitar al Señor y la
Señora Gómez a expresar sus pensamientos y
sentimientos actuales.
Entonces, Ana tomó el micrófono, miró con
timidez a Hugo, quien parecía dudar, y dijo:
—Hugo, ya han pasado siete años. Se dice que
existe la maldición de los siete años, pero yo no
la siento en absoluto en nuestro matrimonio.
Sigues siendo mi único y verdadero amor desde
aquel lejano comienzo.
Capítulo 120 Nuestro séptimo aniversario
de boda
—No importan los altibajos por los que hayamos
pasado, nunca me has dejado atrás. No importa
lo difícil que haya sido, nuestra familia sigue
siendo feliz junta. Hoy, con un profundo
sentimiento de gratitud, me gustaría agradecer
a mi amor, quien ha estado a mi lado durante
los últimos siete años. Gracias por llevarme al
palacio de los matrimonios y darme una familia
propia. Gracias por darme un hijo tan adorable y
travieso, por darme una razón para seguir
viviendo. Gracias por tus cuidados, tu amor, tu
apoyo y tu protección contra viento y marea. ¡Te
amo, Hugo!
Justo cuando Ana terminó su frase, estallaron los
aplausos. Sus palabras conmovieron a todo el
mundo. Entonces, el presentador tomó el
micrófono y preguntó:
—Señor Gómez, ¿tiene algo que decir?
Hugo respiró profundo y forzó una ligera sonrisa.
—No estoy seguro de qué decir, pero primero
me gustaría dar las gracias a todos por asistir a la
celebración de nuestro aniversario de boda.
Además, ¡me siento feliz de tener una esposa
como Ana!
El presentador rio entonces.
—Parece que el Señor y la Señora Gómez son
muy cariñosos y afectuosos. Ahora, veamos los
altibajos por los que han pasado juntos en los
últimos siete años. Por favor, ¡miren a la pantalla
grande!
Con esto, la mirada del público se dirigió a la
pantalla grande, donde se mostraban imágenes
en orden cronológico desde el comienzo de su
matrimonio, de cuando tuvieron su hijo y de
ahora como familia de tres.
Debajo del escenario, todos sentían envidia y
cuchicheaban entre sí.
La mujer sentada al lado de Florencia suspiró:
—Tiene suerte de tener una nuera tan buena. No
le quita los ojos de encima a Hugo.
Sin embargo, Florencia negó con la cabeza y
dijo:
—Eso es porque mi hijo es una persona
excelente y sobresaliente. Si ella no admira a mi
hijo, ¿a quién más va a admirar?
—Tienes razón. Son una pareja muy adorable —
expresó la mujer.
Por su parte, Amanda también miró al escenario
con ojos sonrientes. Luego bajó la cabeza antes
de susurrarle en secreto a Enrique:
—Mira qué buena es Ana en la oratoria.
Comparada con Hugo, ¡es mucho mejor!
Enrique no dijo nada. De hecho, su mente
estaba en otros asuntos. No dejaba de pensar
que había sido un error haber aceptado
celebrar el aniversario de boda el mismo día que
el de la muerte de su exmujer. Había olvidado el
aniversario de la muerte de Greta en ese
momento. Lo vino a recordar más tarde, pero la
Familia Gómez ya había informado a los
invitados y no podían hacer ningún cambio. Por
tanto, Enrique no tuvo más remedio que estar de
acuerdo con ellos. Sin embargo, después de que
Olivia lo llamara, comenzó a sentirse incómodo.
»Estoy hablando contigo. —Amanda le dio un
golpecito con el codo.
Solo entonces Enrique reaccionó.
—¿Qué?
Con un rostro lleno de felicidad, Amanda miró
con detenimiento la gran pantalla.
—De veras que estos dos se compenetran muy
bien. Han pasado siete años y aun así siguen
siendo adorables.
Justo cuando terminó de hablar, se oyó una
trompeta desde la entrada del hotel. Era un
sonido melancólico que hizo que todos se
entristecieran y sus ojos se humedecieran.
Varios hombres iban vestidos de negro con
cestas en sus manos, las cuales estaban llenas
de billetes funerarios, que esparcían cada varios
pasos. Había billetes funerarios volando y
cayendo desde lo alto.
Cuando el público se volteó, una mujer y un niño
aparecieron en la entrada del hotel. La mujer
iba vestida de negro con una guirnalda de flores
blancas contra su pecho, su mano izquierda
guiaba a un niño, que también iba vestido como
un adulto.
—¿Quién es?
—No lo sé. Quizás se han equivocado de lugar.
—¿No se parece a la hija mayor de la Familia
Miranda?
—¡Ah! ¡Realmente es ella! ¡Debe ser el hijo que
tuvo con el mendigo!
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Intentas montar
un espectáculo? —Enrique se levantó de su silla
y se dirigió hacia la puerta a toda prisa con
mucha furia en el rostro—. ¿Qué estás haciendo,
Olivia Miranda?
Olivia le lanzó una mirada fría y preguntó:
—¿Quién... es usted?
De repente, Enrique dijo ahogado de rabia:
—Olivia, hoy es el aniversario de boda de tu
hermana. Hay muchos invitados aquí, ¡así que
deja de causar problemas!

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