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La Mañana Verde

Este documento presenta un cuento corto titulado "La mañana verde" de Ray Bradbury. El cuento narra la historia de Benjamín Driscoll, un hombre que llega a Marte con el objetivo de plantar árboles y crear oxígeno en el enrarecido aire marciano. Luego de un mes de duro trabajo cavando hoyos y plantando semillas, llega una lluvia que permite que los árboles crezcan rápidamente, transformando el paisaje de Marte en un bosque verde.

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La Mañana Verde

Este documento presenta un cuento corto titulado "La mañana verde" de Ray Bradbury. El cuento narra la historia de Benjamín Driscoll, un hombre que llega a Marte con el objetivo de plantar árboles y crear oxígeno en el enrarecido aire marciano. Luego de un mes de duro trabajo cavando hoyos y plantando semillas, llega una lluvia que permite que los árboles crezcan rápidamente, transformando el paisaje de Marte en un bosque verde.

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Departamento de Lenguaje

7º básico

I.- Antes de empezar responde de acuerdo al draw my life “La carrera espacial”
a) En que año fue fundada la NASA y a qué se dedica desde entonces.

b) Cuáles eran los países enfrentados en la “carrera espacial?

c) ¿Cómo se llamó el primer humano enviado al espacio y de qué país era?

d) ¿Por qué al final del video se dice que no estamos solos? ¿Qué opinas al respecto?

II.- Lee con atención el siguiente texto.

La mañana verde
[Cuento - Texto completo.]

Ray Bradbury 

Cuando el sol se puso, el hombre se acuclilló junto al sendero y preparó una cena frugal y
escuchó el crepitar de las llamas mientras se llevaba la comida a la boca y masticaba con
aire pensativo. Había sido un día no muy distinto de otros treinta, con muchos hoyos
cuidadosamente cavados en las horas del alba, semillas echadas en los hoyos, y agua traída
de los brillantes canales. Ahora, con un cansancio de hierro en el cuerpo delgado, yacía de
espaldas y observaba cómo el color del cielo pasaba de una oscuridad a otra.
Se llamaba Benjamín Driscoll, tenía treinta y un años, y quería que Marte creciera verde y
alto con árboles y follajes, produciendo aire, mucho aire, aire que aumentaría en cada
temporada. Los árboles refrescarían las ciudades abrasadas por el verano, los árboles
pararían los vientos del invierno. Un árbol podía hacer muchas cosas: dar color, dar
sombra, fruta o convertirse en paraíso para los niños; un universo aéreo de escalas y
columpios, una arquitectura de alimento y de placer, eso era un árbol. Pero los árboles, ante
todo, destilaban un aire helado para los pulmones y un gentil susurro para los oídos,
cuando uno está acostado de noche en lechos de nieve y el sonido invita dulcemente a
dormir. 
Benjamín Driscoll escuchaba cómo la tierra oscura se recogía en sí misma, en espera del sol
y las lluvias que aún no habían llegado. Acercaba la oreja al suelo y escuchaba a lo lejos las
pisadas de los años e imaginaba los verdes brotes de las semillas sembradas ese día; los
brotes buscaban apoyo en el cielo, y echaban rama tras rama hasta que Marte era un bosque
vespertino, un huerto brillante. 
En las primeras horas de la mañana, cuando el pálido sol se elevase débilmente entre las
apretadas colinas, Benjamín Driscoll se levantaría y acabaría en unos pocos minutos con un
desayuno ahumado, aplastaría las cenizas de la hoguera y empezaría a trabajar con los
sacos a la espalda, probando, cavando, sembrando semillas y bulbos, apisonando
levemente la tierra, regando, siguiendo adelante, silbando, mirando el cielo claro cada vez
más brillante a medida que pasaba la mañana. 
-Necesitas aire -le dijo al fuego nocturno. 
El fuego era un rubicundo y vivaz compañero que respondía con un chasquido, y en la
noche helada dormía allí cerca, entornando los ojos, sonrosados, soñolientos y tibios. 
-Todos necesitamos aire. Hay aire enrarecido aquí en Marte. Se cansa uno tan pronto… Es
como vivir en la cima de los Andes. Uno aspira y no consigue nada. No satisface. 
Se palpó la caja del tórax. En treinta días, cómo había crecido. Para que entrara más aire
había que desarrollar los pulmones o plantar más árboles. 
-Para eso estoy aquí -se dijo. El fuego le respondió con un chasquido-. En las escuelas nos
contaban la historia de Juanito Semillasdemanzana, que anduvo por Estados Unidos
plantando semillas de manzanos. Bueno, pues yo hago más. Yo planto robles, olmos, arces
y toda clase de árboles; álamos, cedros y castaños. No pienso sólo en alimentar el estómago
con fruta, fabrico aire para los pulmones. Cuando estos árboles crezcan algunos de estos
años, ¡cuánto oxígeno darán! 
Recordó su llegada a Marte. Como otros mil paseó los ojos por la apacible mañana y se
dijo: 
-¿Qué haré yo en este mundo? ¿Habrá trabajo para mí?
Luego se había desmayado. 
Volvió en sí, tosiendo. Alguien le apretaba contra la nariz un frasco de amoníaco. 
-Se sentirá bien en seguida -dijo el médico. 
-¿Qué me ha pasado? 
-El aire enrarecido. Algunos no pueden adaptarse. Me parece que tendrá que volver a la
Tierra. 
-¡No! 
Se sentó y casi inmediatamente se le oscurecieron los ojos y Marte giró dos veces debajo de
él. Respiró con fuerza y obligó a los pulmones a que bebieran en el profundo vacío. 
-Ya me estoy acostumbrando. ¡Tengo que quedarme! 
Lo dejaron allí, acostado, boqueando horriblemente, como un pez. «Aire, aire, aire -
pensaba. Me mandan de vuelta a causa del aire.» Y volvió la cabeza hacia los campos y
colinas marcianos, y cuando se le aclararon los ojos vio en seguida que no había árboles,
ningún árbol, ni cerca ni lejos. Era una tierra desnuda, negra, desolada, sin ni siquiera
hierbas. Aire, pensó, mientras una sustancia enrarecida le silbaba en la nariz. Aire, aire. Y
en la cima de las colinas, en la sombra de las laderas y aun a orillas de los arroyos, ni un
árbol, ni una solitaria brizna de hierba. ¡Por supuesto! Sintió que la respuesta no le venía
del cerebro, sino de los pulmones y la garganta. Y el pensamiento fue como una repentina
ráfaga de oxígeno puro, y lo puso de pie. Hierba y árboles. Se miró las manos, el dorso, las
palmas. Sembraría hierba y árboles. Ésa sería su tarea, luchar contra la cosa que le impedía
quedarse en Marte. Libraría una privada guerra hortícola contra Marte. Ahí estaba el viejo
suelo, y las plantas que habían crecido en él eran tan antiguas que al fin habían
desaparecido. Pero ¿y si trajera nuevas especies? Árboles terrestres, grandes mimosas,
sauces llorones, magnolias, majestuosos eucaliptos. ¿Qué ocurriría entonces? Quién sabe
qué riqueza mineral no ocultaba el suelo, y que no asomaba a la superficie porque los
helechos, las flores, los arbustos y los árboles viejos habían muerto de cansancio. 
-¡Permítanme levantarme! -gritó-. ¡Quiero ver al coordinador! 
Habló con el coordinador de cosas que crecían y eran verdes, toda una mañana. Pasarían
meses, o años, antes de que se organizasen las plantaciones. Hasta ahora, los alimentos se
traían congelados desde la Tierra, en carámbanos volantes, y unos pocos jardines públicos
verdeaban en instalaciones hidropónicas. 
-Entretanto, ésta será su tarea -dijo el coordinador-. Le entregaremos todas nuestras
semillas; no son muchas. No sobra espacio en los cohetes por ahora. Además, estas
primeras ciudades son colectividades mineras, y me temo que sus plantaciones no contarán
con muchas simpatías. 
-¿Pero me dejarán trabajar? 
Lo dejaron. En una simple motocicleta, con la caja llena de semillas y retoños, llegó a este
valle solitario, y echó pie a tierra.
Eso había ocurrido hacía treinta días, y nunca había mirado atrás. Mirar atrás hubiera sido
descorazonarse para siempre. El tiempo era excesivamente seco, parecía poco probable que
las semillas hubiesen germinado. Quizá toda su campaña, esas cuatro semanas en que había
cavado encorvado sobre la tierra, estaba perdida. Clavaba los ojos adelante, avanzando
poco a poco por el inmenso valle soleado, alejándose de la primera ciudad, aguardando la
llegada de las lluvias. 
Mientras se cubría los hombros con la manta, vio que las nubes se acumulaban sobre las
montañas secas. Todo en Marte era tan imprevisible como el curso del tiempo. Sintió
alrededor las calcinadas colinas, que la escarcha de la noche iban empapando, y pensó en
la tierra del valle, negra como la tinta, tan negra y lustrosa que parecía arrastrarse y vivir en
el hueco de la mano, una tierra fecunda en donde podrían brotar unas habas de larguísimos
tallos, de donde caerían quizás unos gigantes de voz enorme, dándose unos golpes que le
sacudirían los huesos. 
El fuego tembló sobre las cenizas soñolientas. El distante rodar de un carro estremeció el
aire tranquilo. Un trueno. Y en seguida un olor a agua. 
«Esta noche -pensó. Y extendió la mano para sentir la lluvia-. Esta noche.» 
Lo despertó un golpe muy leve en la frente. 
El agua le corrió por la nariz hasta los labios. Una gota le cayó en un ojo, nublándolo. Otra
le estalló en la barbilla. 
La lluvia. 
Fresca, dulce y tranquila, caía desde lo alto del cielo como un elíxir mágico que sabía a
encantamientos, estrellas y aire, arrastraba un polvo de especias, y se le movía en la lengua
como raro jerez liviano. 
Se incorporó. Dejó caer la manta y la camisa azul. La lluvia arreciaba en gotas más sólidas.
Un animal invisible danzó sobre el fuego y lo pisoteó hasta convertirlo en un humo airado.
Caía la lluvia. La gran tapa negra del cielo se dividió en seis trozos de azul pulverizado,
como un agrietado y maravilloso esmalte, y se precipitó a tierra. Diez mil millones de
diamantes titubearon un momento y la descarga eléctrica se adelantó a fotografiarlos.
Luego oscuridad y agua. 
Calado hasta los huesos, Benjamín Driscoll se reía y se reía mientras el agua le golpeaba
los párpados. Aplaudió, y se incorporó, y dio una vuelta por el pequeño campamento, y era
la una de la mañana. 
Llovió sin cesar durante dos horas. Luego aparecieron las estrellas, recién lavadas y más
brillantes que nunca. 
El señor Benjamín Driscoll sacó una muda de ropa de una bolsa de celofán, se cambió, y se
durmió con una sonrisa en los labios. 
El sol asomó lentamente entre las colinas. Se extendió pacíficamente sobre la tierra y
despertó al señor Driscoll. 
No se levantó en seguida. Había esperado ese momento durante todo un interminable y
caluroso mes de trabajo, y ahora al fin se incorporó y miró hacia atrás. 
Era una mañana verde. 
Los árboles se erguían contra el cielo, uno tras otro, hasta el horizonte. No un árbol, ni dos,
ni una docena, sino todos los que había plantado en semillas y retoños. Y no árboles
pequeños, no, ni brotes tiernos, sino árboles grandes, enormes y altos como diez hombres,
verdes y verdes, vigorosos y redondos y macizos, árboles de resplandecientes hojas
metálicas, árboles susurrantes, árboles alineados sobre las colinas, limoneros, tilos, pinos,
mimosas, robles, olmos, álamos, cerezos, arces, fresnos, manzanos, naranjos, eucaliptos,
estimulados por la lluvia tumultuosa, alimentados por el suelo mágico y extraño, árboles
que ante sus propios ojos echaban nuevas ramas, nuevos brotes. 
-¡Imposible! -exclamó el señor Driscoll. 
Pero el valle y la mañana eran verdes. 
¿Y el aire? 
De todas partes, como una corriente móvil, como un río de las montañas, llegaba el aire
nuevo, el oxígeno que brotaba de los árboles verdes. Se podía ver brillando en las alturas,
en oleadas de cristal. El oxígeno, fresco, puro y verde, el oxígeno frío que transformaba el
valle en un delta frondoso. Un instante después las puertas de las casas se abrirían de par en
par y la gente se precipitaría en el milagro nuevo del oxígeno, aspirándolo en bocanadas,
con mejillas rojas, narices frías, pulmones revividos, corazones agitados, y cuerpos
rendidos animados ahora en pasos de baile. 
Benjamín Driscoll aspiró profundamente una bocanada de aire verde y húmedo, y se
desmayó. 
Antes de que despertara de nuevo, otros cinco mil árboles habían subido hacia el sol
amarillo.
FIN

III.- Responde las preguntas que se presentan a continuación:

 -  ¿Para que el personaje quiere fabricar el aire?

 -  ¿Por qué crees que el protagonista no quiere volver a la tierra?

 -  ¿En qué etapa de la colonización de Marte se sitúa el relato?

 ¿A qué se refiere el narrador al decir “Era una mañana”?

 -  ¿Qué provoca el desmayo de Driscoll al final del cuento?


 - Busca los significados de las palabras destacadas.
VI.- Relacionemos el texto leído con la película Misión Rescate (2015).

Misión Rescate (2015) es una película basada en la exitosa novela El marciano, escrita
por Andy Weir. En esta se narra la historia de Mark Watney, un astronauta que forma
parte de la primera misión tripulada a Marte y que, debido a un accidente, queda
abandonado en el planeta rojo. (Veamos el tráiler)

1.- ¿Qué ocasionó el accidente del astronauta Mark Watney?

2.- Menciona dos dificultades que debe enfrentar el astronauta para sobrevivir en Marte.

3.- ¿Qué características debería tener Watney para afrontar la situación?

4 - Menciona dos similitudes entre el protagonista de esta historia y Benjamín Driscoll.

7.- ¿Cuál crees que será el desenlace de la historia? Escribe un breve desenlace en un
párrafo.

V.- Escribe un cuento en el que narres una historia donde el protagonista enfrenta su
estadía en Marte. Recuerda la estructura de una obra literaria.

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