Trabajo de Grado - Amalia Ojeda
Trabajo de Grado - Amalia Ojeda
Trabajo de Grado - Amalia Ojeda
Introducción……..………………………………………………………………………...1
Conclusiones……...…………………………………………...…………………….……50
Referencias……...……………………………………………..…………………………51
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo de grado reflexiona, desde una lectura posible a partir de los
conceptos de vida precaria (Butler, 2006; 2010), apátridas (Arendt, 1998) y nuda vida
(Agamben, 1998), entre otros, sobre cómo los procesos de gestión migratoria ejecutados
desde el Estado colombiano intervienen en la existencia humana y migratoria de los
venezolanos que decidieron emigrar hacia Colombia, a través del Puente Internacional
Simón Bolívar (PISB), entre los años 2018 y 2020. Como es conocido, durante los últimos
años se ha desarrollado uno de los procesos migratorios1 más alarmantes de la región
latinoamericana y del mundo: el venezolano. La situación en Venezuela es absolutamente
preocupante, en tanto se está viviendo una crisis sin precedentes (Alto Comisionado de la
ONU para los Derechos Humanos [ACNUDH], 2018). Tal crisis ha provocado que,
teniendo en cuenta la realidad existente dentro del territorio, se genere la emigración de
millones de venezolanos que buscan una mejor calidad de vida para ellos y sus familias
(Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia [MRE], 2019). Así, dada la cercanía
geográfica y la facilidad de acceder a los pasos fronterizos colombo-venezolanos, en
especial al PISB, la gran mayoría de los que emigran decide huir a Colombia.
Infortunadamente, escapar a dicho país no siempre significa mejores condiciones de vida.
1
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), el fenómeno de la migración se define
como “(…) el movimiento de una persona o grupo de personas de una unidad geográfica hacia otra a través
de una frontera administrativa o política con la intención de establecerse de manera indefinida o temporal en
un lugar distinto a su lugar de origen” (2019, párr. 1).
1
personas que han dejado Venezuela desde tal año lo han hecho por la dificultad de acceso a
los servicios básicos en su país (2018).
De esa manera, esta reflexión considera la situación de los migrantes venezolanos desde
que salen de su nación hasta que se establecen, por lo menos temporalmente, en Colombia.
En ese orden de ideas, la pregunta que dirige la investigación es: ¿Cómo los procesos de
gestión migratoria ejecutados desde el Estado colombiano intervienen en la existencia
humana y migratoria de los venezolanos que decidieron emigrar hacia Colombia, a través
del Puente Internacional Simón Bolívar, entre los años 2018 y 2020?
OBJETIVOS
Objetivo General: Reflexionar sobre cómo los procesos de gestión migratoria ejecutados
desde el Estado colombiano intervienen en la existencia humana y migratoria de los
venezolanos que decidieron emigrar hacia Colombia, a través del Puente Internacional
Simón Bolívar, entre los años 2018 y 2020.
Objetivos Específicos
1. Elaborar una plataforma de interpretación crítica a partir de los conceptos de vida
precaria, apátridas y nuda vida para reflexionar sobre la intervención de la gestión
migratoria colombiana en la existencia de los migrantes venezolanos.
2. Caracterizar algunos elementos fundamentales del estado socioeconómico de los
migrantes venezolanos que se establecieron en Colombia durante el 2018 y 2020.
3. Describir las principales características de la política migratoria colombiana hacia
los venezolanos y del Permiso Especial de Permanencia (PEP), así como de otros
componentes de gestión, y el impacto de estos en la existencia humana y migratoria
de los venezolanos que emigraron a Colombia por el PISB en el lapso estudiado.
4. Ejecutar una reflexión crítica sobre la intervención de los procesos de gestión
migratoria colombianos en la existencia humana y migratoria de los venezolanos.
2
que se ve obligado a enfrentar condiciones precarias de vida porque la realidad de su nación
lo ha forzado a huir y a buscar refugio en cualquier otro lugar del planeta, donde, como es
sabido, no siempre es bien recibido.
JUSTIFICACIÓN
La investigación presenta una relevancia innegable por diversas razones. En principio,
la abrumadora crisis que existe en Venezuela afecta, de manera directa, el bienestar y la
calidad de vida de sus ciudadanos, quienes, aunado a lo anterior, al emigrar, no siempre
logran escapar de una infortunada realidad. Además, el hecho de que el flujo de migrantes
venezolanos sea tan elevado4 y actualmente compuesto por una mayoría que se encuentra
en situaciones de vulnerabilidad -muchos huyen en estado de desnutrición y portando
enfermedades que ya habían sido erradicadas en la región-, hace que el estudio de dicho
fenómeno sea aún más necesario (Organización de Estados Americanos [OEA], 2018).
Los migrantes venezolanos también tienen que enfrentarse a los procesos migratorios de
los países receptores, los cuales no siempre cuentan con los instrumentos básicos para
afrontar el fenómeno de forma efectiva. En Colombia, por ejemplo, hay incontables vacíos
que se deben superar con respecto a la documentación, regularización, y, especialmente,
protección de los venezolanos (OIM, 2019a). De modo tal, que este hecho migratorio
representa un reto para las instituciones fronterizas colombianas y, en últimas, para el país.
2
Dichas entrevistas están compuestas por preguntas planeadas, pero ajustables a los entrevistados, lo que
permite que los migrantes expresen sus experiencias detalladamente, logrando que se tenga una visión más
precisa y adecuada sobre la realidad del éxodo venezolano.
3
Todos los entrevistados firmaron un consentimiento informado, donde aceptaron ser parte del estudio y
permitieron que la información obtenida en la entrevista pudiera ser utilizada en la investigación. Igualmente,
el anonimato le fue otorgado a aquellos sujetos que lo exigieron.
4
Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, la emigración venezolana ha sido la más grande
en la historia reciente del hemisferio occidental (El Nacional, 2018).
3
Así, es clave para la Ciencia Política y las Relaciones Internacionales estudiar cómo
operan los procesos migratorios en la frontera colombo-venezolana, particularmente en el
PISB, ya que es neurálgico comprender la manera en la que los migrantes venezolanos
entran al territorio colombiano y cómo son entendidos y asumidos desde las instituciones
estatales. Igualmente, el uso critico de conceptos para interpretar un fenómeno -la pérdida
progresiva de derechos humanos que sufren los migrantes venezolanos en Colombia-
empleado en este trabajo, es valioso para la Ciencia Política, en tanto aporta bases para tratar
escenarios similares dentro del campo. Por su lado, debido a que el estudio de las
migraciones es uno de los ejes centrales de las Relaciones Internacionales, es imperativa la
inmediata exploración de esta problemática específica, pues entenderla con sus
implicaciones, brindará herramientas útiles para futuras investigaciones. Adicionalmente,
el estudio en cuestión evidencia una realidad oscura y no siempre expuesta acerca de los
procesos migratorios: emigrar sin la protección de los Estados (de origen y receptor) expone
al sujeto a condiciones precarias de vida, acercándolo cada vez más a una pérdida total de
sus derechos humanos más básicos y obligándolo a vivir cada vez más cerca de la
deshumanización, entiéndase, de la nuda vida.
En suma, con esta reflexión se espera proveer información que ayude a entender la
necesidad de disminuir la vulneración de las garantías básicas de los migrantes y de
conseguir que el proceso migratorio se produzca dentro del marco de los derechos humanos.
Se aspira también incentivar futuras investigaciones sobre un hecho que se vuelve cada vez
más complejo y cuyo fin no se avizora en el futuro cercano, logrando que, con más estudios
sobre el caso, se conozca la problemática a fondo y se puedan establecer medidas que
permitan asegurar la protección de los derechos humanos básicos de todos los migrantes.
Ahora bien, teniendo todos los elementos en consideración, el trabajo de grado incorpora
la siguiente estructura. Posterior a la introducción, se presenta el cuerpo del estudio,
constituido por tres capítulos. El primer capítulo se compone por el encuadre conceptual, en
el cual se desarrollan los conceptos principales del análisis: vida precaria, apátridas y nuda
vida, entre otros. El segundo capítulo muestra una caracterización del fenómeno en estudio
y plantea los hallazgos más relevantes obtenidos a partir de las entrevistas semi-
estructuradas. Y el tercero expone una reflexión crítica sobre la intervención de los procesos
de gestión migratoria colombianos en la existencia humana y migratoria de los venezolanos.
Finalmente, como es habitual, se enuncian las conclusiones de la investigación.
4
1. ENCUADRE CONCEPTUAL
A continuación, se exponen los principales conceptos que dan marco de interpretación
teórica a los diferentes elementos de análisis integrados en el presente trabajo de grado.
La vida precaria se encuentra directamente relacionada con lo humano, con lo que cuenta
como humano, por lo que para tener un conocimiento real de lo que implica el término es
necesario entender cuáles son “(…) las vidas que cuentan como vidas y, finalmente, lo que
hace que una vida valga la pena” (Butler, 2006, pp. 46). En la medida en que todos los seres
humanos han experimentado la pérdida de un ser querido, argumenta Butler, es posible
comprender que todos están, al menos en parte, constituidos políticamente en virtud de la
vulnerabilidad social de sus cuerpos (2006). En efecto, debido a que los cuerpos están
socialmente constituidos, “(…) sujetos a otros, amenazados por la pérdida, expuestos a otros
y susceptibles de violencia a causa de esta exposición”, la pérdida y la vulnerabilidad se
convierten en su consecuencia (Butler, 2006, pp. 46). Es de ese modo que se llega al
momento del duelo, el cual muestra la sujeción a la que están sometidos los seres humanos
como resultado de la relación que tienen con los demás, algunas veces en formas que no
siempre se pueden explicar o contar (Butler, 2006).
Dicha sujeción, continua Butler, se traduce en la capacidad que tienen los individuos
para desintegrarse mutuamente (2006). Aun cuando las personas intentan no ser afectadas
o desintegradas por los otros, no lo logran porque “Uno no siempre permanece intacto.
Puedo quererlo y lograrlo por un tiempo, pero a pesar de nuestros mejores esfuerzos, el
tacto, el olor, el sentido, la perspectiva o la memoria del contacto con el otro nos
desintegran” (Butler, 2006, pp. 50). Queda claro, pues, que no solo es necesario pensar cómo
los humanos son constituidos por sus relaciones5, sino también cómo estas los desposeen.
Lo anterior es, precisamente, la precariedad6, la vulnerabilidad: el hecho de vivir
socialmente, de que la vida siempre esté en manos de otros y de “(…) estar expuestos tanto
a quienes conocemos como a quienes no conocemos (…)” (Butler, 2010, pp. 30).
5
No son necesariamente relaciones de amor o atención, pero son obligaciones hacia los demás, quienes “(…)
no podemos nombrar —ni conocemos— y que pueden tener o no rasgos de familiaridad con un sentido
establecido de quienes somos nosotros” (Butler, 2010, pp. 30).
6
“La precariedad tiene que ser captada no simplemente como un rasgo de esta o esa vida, sino como una
condición generalizada, cuya generalidad sólo puede ser negada negando precisamente la precariedad como
tal” (Butler, 2010, pp. 42).
5
Una vez expuesto el término precariedad, es conveniente resaltar una diferenciación que
hace la autora en cuanto a la precariedad y la precaridad. Según Butler (2010), la
precariedad se refiere al hecho de que todas las vidas son precarias, ya que pueden ser
fácilmente eliminadas, voluntaria o accidentalmente; es una realidad de todas las vidas y,
por eso, todos los órdenes políticos se deben encargar de abordar tales necesidades con el
fin disminuir el riesgo de la mortalidad. Cuando los órdenes políticos no cumplen con dicha
obligación, nace la precaridad: aquella que “(…) designa esa condición políticamente
inducida, en la que ciertas poblaciones adolecen de falta de redes de apoyo sociales y
económicas y están diferencialmente más expuestas a los daños, la violencia y la muerte”;
así, las últimas corren grandes riesgos a sufrir enfermedades, pobreza, hambre y
desplazamiento sin ninguna protección7 (Butler, 2010, pp. 46). Igualmente, tales
poblaciones son víctimas de la violencia y abusos arbitrarios del Estado, al cual,
paradójicamente, tienen que acudir para pedir protección8 (Butler, 2010).
En ese sentido, mientras la precariedad es una condición compartida por todos los
humanos, la precaridad es una condición creada políticamente que permite que algunas
poblaciones, entendidas racial o nacionalmente, queden más expuestas a la violencia que
otras (Butler, 2010). De hecho, es en el marco de la precaridad que la violencia tiene la
posibilidad de profundizar la vulnerabilidad con la que viven todos los seres humanos; la
precaridad permite que la precariedad del otro pueda exacerbarse bajo ciertas circunstancias
políticas y sociales, donde la violencia es una forma de vida y los mecanismos de
autodefensa son limitados (Butler, 2006).
Es importante aclarar que la vulnerabilidad del otro puede exacerbarse porque existen
condiciones “(…) bajo las cuales ciertas vidas humanas son más vulnerables que otras, y
ciertas muertes más dolorosas que otras” (Butler, 2006, pp. 57). La verdad es que la
distribución de la vulnerabilidad del hombre en el planeta es diferenciada, por lo que la vida
se cuida y mantiene diferencialmente:
Ciertas vidas están altamente protegidas, y el atentado contra su santidad basta para
movilizar las fuerzas de la guerra. Otras vidas no gozan de un apoyo tan inmediato
7
Cuando dichas poblaciones se ven forzadas a vivir más de una vez, independientemente del lugar en el que
se encuentren, en condiciones precarias, se produce un proceso de re-precarización. Es decir, un proceso de
reinserción a situaciones que los sitúan en condiciones de amenaza a su existencia.
8
Butler explica que, si bien no toda la violencia proviene del Estado, “(…) es muy raro encontrar un caso
contemporáneo de violencia que no guarde ninguna relación con esta forma política” (2010, pp. 47).
6
y furioso, y no se calificarán incluso como vidas que "valgan la pena" (Butler,
2006, pp. 58).
La vida que no vale la pena, que es negada, no digna de atención, no recordada con dolor,
es decir, deshumanizada, pues no encaja en el marco dominante de lo humano, es víctima
de una violencia física (Butler, 2006). Es realmente complejo, explica Butler, que el fin de
una vida no produzca dolor porque, mientras no lo haga, no se trata de una vida; sin
condolencia, no existe vida alguna o “(…) mejor dicho, hay algo que está vivo pero que es
distinto a la vida” (Butler, 2010, pp. 32). Se trata, entonces, de una vida que nunca habrá
sido vivida y de una muerte, no solo pobremente marcada, sino que no deja ninguna huella
(Butler, 2006; 2010). Aún más, en estos casos se estima que no ha habido ni vida ni pérdida,
que no ha habido una condición corporal común y que mucho menos ha habido el quiebre
de una comunidad. Dicho de otra forma: “No ha pasado nada. En el silencio de los diarios
no hubo ningún acontecimiento, ninguna pérdida, y esta falta de reconocimiento se impone
mediante una identificación de estas vidas con los perpetradores de la violencia” (Butler,
2006, pp. 63). Esto ocurre porque, en efecto, una vida no puede ser perdida si antes no fue
aprehendida como vida9.
9
“Si ciertas vidas no se califican como vidas o, desde el principio, no son concebibles como vidas dentro de
ciertos marcos epistemológicos, tales vidas nunca se considerarán vividas ni perdidas en el sentido pleno de
ambas palabras” (Butler, 2010, pp. 13).
7
Mientras no se escuche el mensaje, mientras los medios de comunicación no reproduzcan
las imágenes, mientras ciertas vidas permanezcan innombrables y sin ser lamentadas,
mientras no aparezcan en su precariedad y en su destrucción, no existirá ningún tipo de
indignación moral por el otro, nunca nadie se sentirá conmovido por su realidad (Butler,
2006). La inexistencia de comprensión por la precariedad del otro, “(…) nos autoriza a
volvernos insensibles ante las vidas que hemos eliminado y cuyo duelo resulta
indefinidamente postergado” (Butler, 2006, pp. 21). Los gobiernos, no sorprendentemente,
se benefician de inducir la precaridad, es decir, de dividir las vidas en valiosas y no valiosas,
o no merecedoras de duelo, pues el duelo está directamente relacionado con la indignación,
y la indignación frente a una injusticia “(…) tiene un potencial político enorme”, el cual
puede alterar el orden y la jerarquía de la autoridad política (Butler, 2010, pp. 65). Si se
genera indignación sobre aquellos que eran considerados nada, se podría estar produciendo
un cambio de percepción que les otorgaría, por lo menos en un mínimo grado, valor en
términos de humanidad.
8
Una prueba de nuestra propia humanidad es si en momentos de violencia e
incomprensión, cuando pensamos precisamente que otros han quedado excluidos
de la comunidad humana tal como la conocemos, vamos a continuar o no
imponiendo una concepción universal de los derechos humanos (2006, pp. 121).
Es vital, dice la autora, que no exista un único modelo de racionalidad como rasgo
distintivo de lo humano porque, de ese modo, se cuestionará constantemente si aquellos
individuos que no ejemplifican tal modelo siguen siendo humanos (Butler, 2006). Al ser
algunas personas consideradas no humanas, se produce un proceso de exclusión y sus vidas
son privadas de derechos humanos supuestamente básicos y universales; sus vidas se
convierten en “(…) invisibles, cuyo status político y legal se encuentra suspendido”10
(Butler, 2006, pp. 17). Por tanto, debido a que esto ocurre así, y la universalidad de los
derechos humanos carece, precisamente, de su alcance universal, es necesario concebir lo
humano de manera diferente y garantizar que todos gocen en todo momento de la protección
que brindan los derechos humanos básicos del hombre (Butler, 2006).
10
En palabras de Agamben, “(…) un sujeto privado de sus derechos de ciudadano ingresa en una zona de
indiferenciación, ni está vivo en el sentido en que vive un animal político -en comunidad y ligado a leyes- ni
está muerto y por lo tanto afuera de la condición constitutiva del estado de derecho” (Butler, 2006, pp. 97).
9
utilizado en la investigación porque contiene un potencial explicativo único para la situación
que se analiza con respecto a los últimos.
Los apátridas no cuentan con un gobierno que los represente y proteja, por lo que están
forzados a vivir bajo la ley de excepción de los tratados para las minorías o en absoluta
ilegalidad (Arendt, 1998). De hecho, políticos -sin obligaciones respecto a las minorías-
aseguraban, en el marco de los tratados de la Sociedad de Naciones, que la ley de un país
no puede ser responsable de individuos que tengan una nacionalidad diferente, lo que
ocasionó que el Estado dejara de ser un instrumento de la ley y se transformara en uno de la
nación (Arendt, 1998). De esa forma, se rompió el equilibrio entre el interés nacional y las
instituciones legales, sobre todo porque la supremacía de la voluntad nacional sobre la ley
fue aceptada de manera universal (Arendt, 1998). Este es el sistema de funcionamiento de
las Naciones-Estados, donde los únicos ciudadanos son los nacionales; aquellos que
comparten el origen nacional pueden disfrutar de las instituciones legales, pero las personas
con diferente nacionalidad requieren una ley de excepción o ser completamente asimiladas
y separadas de su origen para gozar de tales derechos (Arendt, 1998). Así, en pocas palabras,
un apátrida es un individuo que queda totalmente desamparado por las instituciones legales
del Estado donde reside.
Aun cuando es cierto que los Estados-Nación, gracias a su soberanía territorial, contaban
con el derecho, tanto de otorgar como de negar, la ciudadanía a cualquier persona, así como
de deportar individuos que consideraban problemáticos, es igualmente cierto que en las
antiguas naciones existían constituciones que se fundamentaban en los Derechos del
Hombre, donde las personas con diferente nacionalidad que se encontraran dentro de sus
fronteras no necesitaban de una ley adicional para garantizar sus derechos (Arendt, 1998).
Lo anterior se daba de tal forma porque, como lo expone Arendt, la proclamación de los
Derechos del Hombre determinaba que la protección de los individuos ya no estaba
afianzada a los territorios en los que habían nacido, sino que, indistintamente de donde se
encontraran, todas las personas eran portadoras de derechos.
Lamentablemente, ello se acabó con la llegada de los apátridas. Necesitar de una ley
adicional produjo que estos últimos no vivieran con una protección legal normal y que
estuvieran en todo momento en un limbo, donde la posibilidad de perder sus derechos más
10
básicos, como el de residencia11, era un hecho (Jerade, 2015). Sin embargo, carecer de la
protección legal ocasiona más problemas que la pérdida de los derechos fundamentales: los
apátridas terminan por convertirse en criminales, ya que sin derecho a residencia y sin
derecho a trabajar, se ven en la necesidad de romper la ley de forma constante (Jerade,
2015). Ello se produjo como consecuencia del daño que sufrieron las estructuras de las
instituciones nacionales legales, causando que un alto número de residentes viviera al
margen de la jurisdicción de las leyes y que no fuera protegido por ninguna otra; a saber,
“(…) su condición -la de los apátridas- no es la de no ser iguales ante la ley, sino la de que
no existe ley alguna para ellos” (Arendt, 1998, pp. 246). Por tal, explica Arendt, los apátridas
sucumben en una necesidad permanente de romper las leyes, debido a que, además de no
tener otra opción, es más beneficioso para ellos convertirse en una anomalía que sí atiende
la ley, la del delincuente, que ser la anomalía para la que no hay nada en la ley general
(1998). Es mejor ser un delincuente y ser parte de la ley, puesto que estar por fuera de ella
no solo significa estar privado de la vida, de la libertad, de la felicidad y de la igualdad, sino
que implica no ser parte de ninguna comunidad12 (Arendt, 1998), no pertenecen a ningún
lado, ser nada.
El ser nada deriva del hecho de que, según Benhabib (2013), “(…) el derecho a tener
derechos no presupone a un individuo pre-político, sino que se refiere a la condición civil
del ciudadano concreto que pertenece a una polis” (Citado en Jerade, 2015, pp. 361). De esa
manera, en tanto los apátridas no forman parte de ninguna polis, estos no tienen el derecho
a tener derechos; una clara demostración de que los derechos humanos son una condición
otorgada por el Estado.
En ese sentido, Arendt identifica un problema elemental: los derechos, que cada hombre
encarnaba desde su dignidad sin referencia a ningún orden exterior, aludían a un ser humano
abstracto, que parecía no existir (Jerade, 2015). Parecía no existir porque, debido a que la
humanidad desde la Revolución Francesa fue concebida a imagen de una familia de
naciones, la imagen del hombre no era el individuo, sino el pueblo mismo13 (Arendt, 1998).
Haber identificado al hombre con el pueblo generó una gran fractura en el Estado-Nación
11
En efecto, las poblaciones que no encontraron país que les diera residencia se convirtieron en desplazados
(Jerade, 2015).
12
Ser parte de una comunidad se vuelve esencial para la persona, pues la vida se mantiene -se protege-
únicamente si aquella es reclamada por una comunidad política (Jerade, 2015).
13
Esto se agudizó a medida que el “populacho” se fue convirtiendo en el agente directo del nacionalismo
(Arendt, 1998).
11
porque hizo de las minorías una anomalía, y, por tanto, los convirtió en un grupo al cual se
le busca continuamente un significado y una explicación (Arendt, 1998; Jerade, 2015).
Aunado a ello, al ser las minorías consideradas anomalías, estas no contaban con protección,
ya que los tratados que debían ser creados para garantizar su seguridad, servían realmente
como una herramienta para singularizarlos y, eventualmente, expulsarlos (Arendt, 1998).
No se quería albergar a personas diferentes.
En efecto, cuando estos seres humanos que carecían de su gobierno recurrían a sus
mínimos derechos, ninguna institución legal o autoridad extranjera -del lugar en donde
residían- deseaba protegerlos o garantizarlos, aun cuando los Derechos del Hombre habían
sido definidos como inalienables e independientes de todos los Gobiernos (Arendt, 1998).
Por eso mismo, los apátridas se convencieron de que la pérdida de sus derechos nacionales
se traducía en la pérdida de sus derechos humanos y, por ende, estaban siempre buscando
una reintegración en lo nacional, en su propia comunidad nacional (Arendt, 1998). Sin
embargo, mientras no lo lograran, permanecían en una situación de desprotección,
comprobándose así que los Derechos del Hombre, a pesar de todo lo que prometían,
resultaron inaplicables para los no nacionales, inclusive en países cuyas constituciones se
basaban en ellos.
Es innegable que los apátridas enfrentan una realidad intensamente compleja, pues su
problema no es el hecho de carecer de un hogar, sino la imposibilidad de encontrar uno
nuevo, de anclarse en otro territorio nacional; deben luchar contra una importante exclusión
debido a que no existe “(…) un lugar en la Tierra al que pudieran ir los emigrantes sin
encontrar las más severas restricciones, ningún país al que pudieran asimilarse, ningún
territorio en el que pudieran hallar una nueva comunidad propia”14 (Arendt, 1998, pp. 245).
14
Ello no era resultado de problemas de espacio, sino de organización política (Arendt, 1998).
12
Así, dicho grupo se ve obligado a lidiar con la pérdida de status legal en todos los países, y
no solo en el suyo, lo cual se puede juzgar como bastante injusto, ya que los últimos no
poseen responsabilidad alguna sobre la situación en la que viven (Arendt, 1998).
Finalmente, es menester notar un punto sobre los apátridas. Los seres humanos no nacen
iguales, llegan a la igualdad porque son parte de un grupo por la fuerza de su decisión de
concederse derechos iguales (Arendt, 1998). No obstante, cuando una persona es obligada
a vivir al margen de algún grupo -como los apátridas-, esta vuelve a la diferenciación en la
que nació. Al ser humano volverse diferente, pierde sus derechos humanos, ya que su
individualidad no tiene ningún significado cuando no está dentro de un mundo común
(Arendt, 1998). El gran peligro de lo expuesto radica en que, de ese modo, una civilización
global e interrelacionada puede crear bárbaros dentro de sí misma, “(…) obligando a
millones de personas a llegar a condiciones que, a pesar de todas las apariencias, son las
condiciones de los salvajes15” (Arendt, 1998, pp. 252). Los apátridas son, entonces, seres
humanos obligados a quedar por fuera de toda ley y civilización, arrojados a un estado de
naturaleza similar a la de los salvajes -suceso que ocurre aun cuando dichos individuos no
son en lo absoluto bárbaros, algunos pueden llegar a ser los más cultos de sus respectivos
países, pero que quedan, irremediablemente, sujetos a tal categoría (Arendt, 1998).
Antes de comenzar con el análisis, es esencial aclarar que, aun cuando es cierto que la
mayoría de los migrantes venezolanos que se encuentran en Colombia no han sido
reconocidos como refugiados, al menos no en sentido jurídico, el concepto sigue siendo
fundamental para la investigación, en tanto algunos de sus elementos teóricos son útiles para
reflexionar sobre la existencia migratoria de los últimos y el grado de humanidad que se les
asigna en dicho país16.
Para entender a profundidad qué implica ser un refugiado, es necesario iniciar con una
aclaración en cuanto a la palabra vida. Debido a que los griegos no disponían de un término
único para expresar lo que se entiende como vida, utilizaban dos palabras para hacerlo: zoe
“(…) que expresaba el simple hecho de vivir, común a todos los seres vivos (animales,
15
Salvajes son aquellos que “(…) viven en una naturaleza inalterada que no pueden dominar, de cuya
abundancia o frugalidad depende para ganarse la vida, que viven y mueren sin dejar ningún rastro, sin haber
contribuido en nada a un mundo común” (Arendt, 1998, pp. 250).
16
En páginas posteriores se ahondará sobre este tema.
13
hombres o dioses)17”, y bios “(…) que indicaba la forma o manera de vivir propia de un
individuo o un grupo” (Agamben, 1998, pp. 9). En el mundo clásico, la zoe se excluye del
ámbito de la polis en sentido propio y queda limitada únicamente como mera vida
reproductiva en el ámbito de la familia. Así, lo político, alega Agamben, no es un atributo
del viviente como tal, sino una diferencia que determina el género zoon de la definición del
hombre político como politikon zoon de Aristóteles (1998).
Ahora bien, la nuda vida puede ser entendida como “(…) una vida a la que cualquiera
puede dar muerte impunemente y, al mismo tiempo, una que no puede ser sacrificada de
acuerdo con los rituales establecidos (…)”; es una vida incompatible con el mundo
humano18 (Agamben, 1998, pp. 243). El exterminio de los judíos es un caso que ilustra
claramente el funcionamiento del biopoder y, por ende, de la nuda vida. De acuerdo con el
autor, el judío dentro del régimen nazi es el referente de la nueva soberanía biopolítica, pues
personifica una vida a la que se le puede dar muerte pero que es insacrificable -nuda vida;
matarlo no constituye la ejecución de una pena capital, sino simplemente la realización de
una posibilidad: morir, en tanto la muerte es inherente a la condición de judío (Agamben,
1998). Sobre ello, el autor expone que:
17
Es decir, la simple vida natural.
18
Una nuda vida es “(…) la mera vida biológica en que se encuentra reducido el ser humano abandonado de
cualquier derecho” (Bartolomé, 2014, pp. 10). Una vida sin la protección del derecho es una vida que no goza
de sus derechos fundamentales.
14
La verdad difícil de aceptar para las propias víctimas, pero que, con todo, debemos
tener el valor de no cubrir con velos sacrificiales, es que los judíos no fueron
exterminados en el transcurso de un delirante y gigantesco holocausto, sino,
literalmente, tal como Hitler había anunciado, "como piojos", es decir como nuda
vida (Agamben, 1998, pp. 147).
Es curioso que ocurran hechos como los recién descritos, cuando, si se hace una simple
examinación de la declaración de los Derechos del Hombre de 1789, es, precisamente, la
nuda vida, el puro nacimiento, la que se presenta como fuente y portadora del derecho
(Agamben, 1998). La explicación simple es que dichos hechos ocurren porque la vida
natural se desvanece en la figura del ciudadano, en la que los derechos sí son conservados.
La base del Estado moderno no se encuentra en el hombre como sujeto libre y consciente,
sino en su nuda vida, la cual, por medio del paso de súbdito a ciudadano, queda investida
con el principio de soberanía (Agamben, 1998). El mensaje es, pues, que el nacimiento no
se hace inmediatamente nación, por lo que la idea de que entre los dos términos no exista
separación, es una ficción. Por el contrario, de acuerdo con Agamben (1998), “Los derechos
son atribuidos al hombre (o surgen de él) solo en la medida en que el hombre mismo es el
fundamento, que se desvanece inmediatamente, (y que incluso no debe nunca salir a la luz)
del ciudadano” (pp. 163).
15
lo han logrado porque su actividad tiene carácter únicamente humanitario-social19, y no
político (Agamben, 1998).
El refugiado tiene que ser considerado como lo que realmente es: un simple concepto
límite que desafía las categorías fundamentales del Estado-Nación, desde el nexo de
nacimiento y nación al nexo de hombre y ciudadano (Agamben, 1998). Esto lo que quiere
decir es que la vida del refugiado es una vida que deja de revestir valor jurídico y puede ser
eliminada sin cometer homicidio. La categoría jurídica de vida sin valor corresponde con la
nuda vida del homo sacer: “(…) la vida deja de ser políticamente relevante, y no es ya más
que vida sagrada y, como tal, puede ser eliminada impunemente" (Agamben, 1998, pp. 176).
Aquel que no es más que nuda vida, explica Agamben, aun cuando biológicamente está
vivo, se encuentra privado de casi todos los derechos y expectativas que se atribuyen a la
existencia humana, condición que lo obliga a posicionarse en una zona límite entre la vida
y la muerte (1998).
La vida del refugiado, su existencia entera, queda reducida a una nuda vida despojada de
cualquier derecho, la cual solo puede salvar encontrando refugio en otro país. Sin embargo,
e infortunadamente, en la medida en que su vida está expuesta a una amenaza de muerte en
todo momento, este mantiene un contacto constante con el poder que está en su contra
(Agamben, 1998). Con esto se muestra, una vez más, que el cuerpo bipolítico, nuevo sujeto
político fundamental, es el resultado de “(…) una decisión política soberana que opera sobre
la base de una absoluta indiferencia entre hecho y derecho” (Agamben, 1998, pp. 218).
Por último, para concluir el presente apartado y como complemento a los argumentos de
Agamben, es pertinente considerar algunas de las ideas de Castor Bartolomé, quien realiza
un valioso estudio sobre lo que significa ser un refugiado. Como punto principal, dicho autor
asegura que, debido a que el refugiado se encuentra en los límites del Estado y en el umbral
de las fronteras del derecho, el último se ve en la necesidad de sobrevivir en tales límites
como un resto (Bartolomé, 2014). A saber, el refugiado se convierte en aquello que resta de
la condición humana.
Los refugiados, en el lugar al que llegan, a través del tratamiento burocrático, son
rebajados de persona ciudadana a mero ser humano, indiferente y potencialmente indigno
19
“La separación entre lo humanitario y lo político que estamos viviendo en la actualidad es la fase extrema
de la escisión entre los derechos del hombre y los derechos del ciudadano” (Agamben, 1998, pp. 169).
16
(Bartolomé, 2014). Aun cuando llegan a países que proclaman los derechos humanos,
“Todos los refugiados dejan para atrás su historia y pasan a incorporar el vacío de un
formulario; ellos son simples datos formales rellenados por un funcionario. Un número
abstracto que debe ser recibido y encajado en procedimientos burocráticos” (Bartolomé,
2014, pp. 7). Por eso mismo, no son protegidos por ninguna ley, pero si afectados por las
leyes no escritas del prejuicio cultural y desprecio social, entiéndase, las leyes de
discriminación -que incluso permiten dar muerte a alguien sin derramar sangre.
De esa forma, el gran problema de los refugiados es que, al perder la ciudadanía, quedan
desprotegidos del derecho porque se convierten en meros seres humanos; al no tener un
derecho nacional o ciudadanía que recubra su condición de meros seres humanos, sus vidas
son puras vidas naturales abandonadas a su suerte20 (Bartolomé, 2014). Por consiguiente, se
comprueba que el mismo derecho que protege la vida, puede abandonarla en el momento
inmediato en el que ya no hay ciudadanía.
Cuando el derecho es retirado de la vida humana, nota Agamben, esta vida queda en una
zona de anomía, donde está expuesta de forma vulnerable a cualquier tipo de violencia
(Citado en Bartolomé, 2014). De hecho, en la medida en que el paradigma biopolítico separa
al derecho de la vida humana, la vida se vuelve un medio eficiente para que el Estado y sus
instituciones puedan cumplir sus fines, aun cuando ello implique altos niveles de violencia
y formalmente se alegue otra cosa (Bartolomé, 2014).
20
Ello ocurre debido a que los Estados, aun cuando reconocen los derechos de las personas, defienden la vida
del ciudadano y no la vida humana (Bartolomé, 2014).
17
ciudadano; son individuos indeseables, continuamente controlados, expulsados y, en
algunos casos, víctimas de los deseos de exterminio del sitio en el que “habitan” (Bartolomé,
2014). Aunado a todo ello, y como si no fuera poco, los refugiados se convierten en personas
que, paulatinamente, pierden todo tipo de fuerza que tenían para defender sus derechos.
Este puede ser el caso de la migración venezolana. El caso venezolano es una migración
impulsada por la necesidad de alcanzar condiciones de vida óptimas -lo que se ha vuelto
casi imposible para muchos dentro de Venezuela-, resaltando el derecho a la vida, libertad,
seguridad, alimentación, salud, vivir una vida digna y tener sosiego (Bermúdez et al., 2018).
Adicionalmente, los venezolanos han tenido que salir de su país porque contar con un
empleo resulta insuficiente para satisfacer sus necesidades básicas, por lo que su motivación
principal termina siendo una cuestión de supervivencia. En efecto, los venezolanos emigran
“(…) para sobrevivir frente a una profunda crisis humanitaria, la desesperación y el colapso
de los medios de vida y de los servicios básicos en su patria” (Louidor, Calderón,
Castellanos, Leal y Sierra, 2019, pp. 34).
21
“Los venezolanos emigran sin distinción de estado civil, nivel educativo, ocupación y tampoco está
condicionado a la ubicación geográfica, es decir se trata de una crisis migratoria generalizada” (Bermúdez et
al., 2018, pp. 9).
22
Según la OIM, “El concepto de migración forzada se utiliza para describir un movimiento de personas en
el que se observa la coacción, incluyendo la amenaza a la vida y su subsistencia, bien sea por causas naturales
o humanas” (2019, párr. 3).
18
forzadas -obligadas- a huir de sus hogares debido a una violencia generalizada y a las
violaciones de los derechos humanos a las que se enfrentan (2003). Igualmente, Gzesh alega
que la migración forzada es la caracterización de la migración que ha sido causada por las
violaciones de derechos humanos, donde los migrantes realmente no tienen muchas
opciones más que escapar, pues su forma de sostenimiento vital es miserable (2008). Estas
definiciones se relacionan directamente con la realidad de los venezolanos.
La masiva emigración de ciudadanos venezolanos hacia diferentes países del mundo que
se observa hoy en día, es un proceso bastante complejo y compuesto por diversos factores,
que encuentra sus orígenes aproximadamente dos décadas atrás. La llegada de Hugo Chávez
a la presidencia de Venezuela puede ser considerada como el punto de partida para estudiar
el desarrollo y el aumento de la emigración de venezolanos. Según Páez y Vivas (2017), el
fenómeno migratorio venezolano se divide en tres fases: la primera comenzó en el 2000 y
se caracterizó por la salida de personas de clase media-alta, empresarios y estudiantes, con
Estados Unidos y Europa como principales destinos. Las causas de la emigración en esta
fase fueron las tensiones políticas y sociales, exacerbadas por la creciente inseguridad y
nacionalización de varias industrias en el país (Páez y Vivas, 2017). Si bien durante la
primera fase un grupo de venezolanos decidió radicarse en otro país, la emigración fue muy
19
reducida, en tanto, entre 2005 y 2010, la cantidad de ciudadanos venezolanos viviendo en
el exterior solo aumentó de 378.000 a 521.000 personas (Freitez, 2011).
En 2012 se dio el inicio a la segunda fase, caracterizada por la crisis económica que se
empezó a cristalizar en Venezuela, el aumento de la represión política y la escasez de
alimentos y medicinas (Acosta, Blouin y Freier, 2019). Durante dicha fase, los perfiles
socioeconómicos de los migrantes y los destinos fueron más diversos; emigraron personas
de diferentes estratos sociales y, además de Estados Unidos y Europa, los venezolanos
comenzaron a establecerse en países de la región, como Colombia, Panamá y República
Dominicana (Acosta et al., 2019). Empero, la cantidad de emigrantes continuó siendo
bastante moderada: las solicitudes de asilo de venezolanos en todo el mundo pasaron de 505
a 4.820 entre 2012 y 2014 (Páez y Vivas, 2017). Finalmente, la tercera fase tuvo lugar
cuando, como consecuencia de la muerte de Hugo Chávez y la elección de Nicolás Maduro
como presidente de la República, las condiciones políticas, sociales y económicas del país
empeoraron notablemente.
23
Es precisamente por las dimensiones de la realidad en Venezuela que la migración forzada se ha expandido
a casi todos los grupos sociales (Acosta et al., 2019).
20
Debido al incremento exponencial de emigrantes que se ha presentado en los últimos
años de la tercera fase, es conveniente analizarla con mayor determinación. Si bien es cierto
que en Venezuela se vive una crisis sin precedentes desde hace algunos años, esta parece
empeorar cada vez más. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR), aun cuando los ciudadanos venezolanos continúan huyendo por las
mismas condiciones negativas que se vienen presentando en el país desde 2015, lo cierto es
que estas se hacen cada vez más preocupantes, puesto que se siguen intensificando con el
tiempo (2020c). Por tal, la situación en dicho país impulsa la masiva salida de venezolanos,
quienes se enfrentan a una realidad tan precaria dentro de su nación, que se ven impedidos
de desarrollar sus proyectos de vida.
24
Vale la pena recordar que, debido a que se trata de un fenómeno progresivo y que no se ha detenido, las
cifras aumentan constantemente y, por ende, es esencial tener en cuenta las fechas de publicación.
21
2019, lo que sugiere que los desafíos fiscales están aumentando” (Fondo Monetario
Internacional [FMI], 2019, párr. 3).
25
Por esta situación, la CIDH hace un llamado a los Estados Miembros de la OEA para que tomen medidas
que fortalezcan los mecanismos de responsabilidad compartida con respecto a la situación de los migrantes
venezolanos y les insta a abstenerse de adoptar medidas que restrinjan o violen los derechos humanos de los
ciudadanos venezolanos (Páez y Vivas, 2017).
22
En ese sentido, en tanto se trata de familias en estado de extrema vulnerabilidad, los
Estados receptores tienen la responsabilidad de atenderlos de forma inmediata en temas de
documentación, protección, albergue, alimentos y medicamentos, lo cual, para algunos, se
vuelve cada vez más difícil, pues no cuentan con la capacidad para cumplir dicho reto
(ACNUR, 2020c). Tal es el caso de Colombia, principal destino de los ciudadanos
venezolanos que deciden huir de su país: según Juan Francisco Espinosa, Director General
de Migración Colombia, para el 03 de abril de 2020, más de 1.825.000 venezolanos se
encontraban radicados en Colombia26 (MRE, 2020a).
26
Siguiendo los datos de ACNUR, en 2016 había 48.714 venezolanos en Colombia; en 2017, 600.000; en
2018, 1.17 millones; y para junio de 2019, 1,3 millones de personas (Toro, 2019).
27
Es importante mencionar que el artículo 4 de la Resolución 6.370 de 2018 permite la cancelación del PEP
cuando la presencia del extranjero en territorio nacional se considere inconveniente (Acosta et al., 2019). Esto
puede resultar complicado, ya que la normativa es bastante ambigua y no especifica de manera clara a qué se
hace referencia con “inconveniente”.
23
Posteriormente, a comienzos del año 2020, con la noticia de que el país ya albergaba más
de 1.8 millones de venezolanos, el gobierno colombiano anunció una nueva ronda de
creación del Permiso Especial de Permanencia que busca beneficiar a más de 100.000
venezolanos, permitiéndoles trabajar y acceder a algunos servicios sociales en el país, tales
como educación y salud (ACNUR, 2020). Igualmente, se dio la expedición del Permiso
Especial de Permanencia para el Fomento de la Formalización (PEPFF): un permiso laboral
que se concederá únicamente a los venezolanos que se encuentren en Colombia y tengan
una oferta formal de trabajo28 (MRE, 2020). Estas medidas se dan como respuesta al hecho
de que, de acuerdo con el Informe Mensual de las Américas de ACNUR, casi el sesenta por
ciento de los venezolanos que está en Colombia se encuentra sin un status legal regular, por
lo que sufren de grandes dificultades para acceder a sus derechos básicos (2020b).
De hecho, de acuerdo con los datos de la PCRMV, del 1.825.000 de venezolanos que se
encuentran en Colombia, solo 784.234 cuentan con permisos de residencia y de estancia
regular (2020). No obstante, algo que es aún más preocupante es que el Estado colombiano
ha reconocido únicamente a 140 venezolanos como refugiados (PCRMV, 2020). Colombia
constituye la tercera nación, después de España y Uruguay, que ha reconocido la menor
cantidad de refugiados venezolanos, aun cuando es el país con la mayor presencia de estos.
Por supuesto, se evidencia una clara renuencia del gobierno nacional a otorgar dicha
condición a los venezolanos, la cual implicaría una serie de responsabilidades que el Estado
debe cumplir con respecto a los últimos. Quizás es, precisamente, por esa razón que el país
ha decidido no hacerlo. Sin embargo, independientemente de las razones, el gobierno
colombiano debe, de manera inmediata y real, mejorar el acceso al status regular, ya que,
además de que hay una presencia excesiva de venezolanos en condición de irregularidad,
los permisos actuales no permiten permanecer en el país de manera permanente ni acceder
al mercado laboral de forma digna (OIM, 2020). Si bien es cierto que el PEP ha beneficiado
a un gran número de venezolanos, este no es suficiente; es necesario crear procesos seguros
y efectivos de regularización y asilo que sean accesibles para la población venezolana.
28
Con el PEPFF se tiene la intención de que los ciudadanos venezolanos comiencen a aportar al sistema de
seguridad social para disminuir la carga prestacional del Estado (MRE, 2020).
24
Ramos, Rodríguez y Robayo (2018), en Colombia no existe una política migratoria integral
que responda eficientemente a las necesidades del flujo venezolano.
25
ser una integral que incluya lineamientos de abordaje para garantizar la seguridad de los
venezolanos, evitando que sean afectados por las bandas criminales29 (Ramos et al., 2018).
29
Aún más en una frontera -la colombo-venezolana- que es denominada como la más insegura de toda la
región suramericana (Ramos et al., 2018).
30
Sin necesidad de pasaporte, permite la circulación en las áreas fronterizas entre Venezuela y Colombia de
personas que van a realizar compras sin ánimo de residencia (OIM, 2020).
31
Tiene como finalidad “(…) combatir el contrabando y el crimen organizado, atender situaciones de
ocupación del espacio público, así como garantizar la protección de los derechos de los menores de edad”
(DNP, 2018).
26
No obstante, tales medidas no han sido realmente efectivas y, aunque según el Ministerio
de Relaciones Exteriores, la administración procura seguir implementando estrategias cada
vez más completas y multisectoriales para manejar ordenadamente la situación (2018), es
claro que los esfuerzos continúan siendo insuficientes. Esto se comprueba al considerar que
las experiencias internacionales muestran que los gobiernos receptores deben atender temas
de salud de la población migrante, evitar asentamientos ilegales, garantizar cobertura
escolar, participación en el mercado laboral, integración social y articulación institucional,
lo cual no ha sido posible lograr en Colombia (DNP, 2018). Si bien es justo reconocer que
el gobierno colombiano no está preparado para enfrentar una coyuntura tan complicada
como la relacionada al flujo venezolano, pues no cuenta con las herramientas necesarias
para brindar un servicio eficiente a una cantidad realmente voluminosa de migrantes, no se
puede ignorar el hecho de que hacen falta una notable cantidad de mejoras. Así como es
innegable que dicha situación implica desafíos para el Estado nunca antes considerados,
razón por la que la capacidad de Migración Colombia se ha visto sobrecargada, tanto en la
zona de frontera como al interior del país (DNP, 2018), también es innegable que el gobierno
no puede seguir actuando inefectivamente, ya que está faltando a su responsabilidad legal y
moral de atender a quienes llegan a su frontera pidiendo ayuda.
Por esta razón, la creación de una política migratoria integral es imperativa y vital para
que el Estado colombiano pueda brindar el servicio de atención que los migrantes merecen,
ya sea en la zona fronteriza y/o dentro del territorio nacional. En ese orden, aseveran Ramos
et al. (2018), una política migratoria integral es aquella que se encarga de coordinar la
gestión del riesgo humanitario a nivel internacional y nacional, impulsar el diálogo
binacional, articular la política con la agenda interna del Estado, disminuir la brecha de
implementación en la escala territorial y local, crear un órgano (más allá de Migración
Colombia) que dirija la migración e inmigración en Colombia, generar un sistema de
registro nacional permanente, convertir el PEP en una medida de mediano y largo plazo,
crear una ley integral y orgánica de la migración, fortalecer la seguridad en la zona fronteriza
y habilitar rutas de asistencia humanitaria.
27
comenzar, es esencial notar que la totalidad de los entrevistados (doce venezolanos)
aseguraron que el trato que han recibido en Colombia es excepcional. Todos afirmaron que
los funcionarios públicos colombianos los habían tratado con respeto e igualdad y que nunca
sintieron malas respuestas ni rechazo a ayudarlos. Por el contrario, para los entrevistados,
todos los funcionarios ubicados en la zona fronteriza estaban completamente dispuestos a
brindarles la información que fuera necesaria, y a hacerlo con dedicación y buena actitud.
De hecho, Luis Martínez, venezolano de 24 años, alega: “Aquí te tratan excelente, las
autoridades son muy educadas y tratan bien a las personas. Nunca me han maltratado, ni
tampoco he visto que se lo hagan a otra persona”. Asimismo, Diomel López, venezolano de
32 años, agradece profundamente el buen trato que ha recibido en Colombia por parte de
los funcionarios, pues en su experiencia como migrante en Ecuador, el mal trato fue una de
las principales razones por las decidió irse de tal país. En sus palabras: “Colombia es un
buen país, que nos ha recibido. En Ecuador la discriminación es horrible, las personas son
muy déspotas, el trato es de lo peor. Aquí te tratan bien en todos lados”. De acuerdo con
Diomel, aunque en los dos países la situación es extremadamente difícil, el trato influye
mucho, por lo que, a pesar de las dificultades, prefiere quedarse en Colombia.
Sin embargo, aun cuando el trato que reciben es un aspecto que indudablemente influye
en la existencia humana y migratoria de los venezolanos, este no es el único. El acceso a los
servicios básicos presenta una gran importancia cuando se habla de la calidad de vida de los
últimos, ya que, sin estos, la supervivencia se convierte en un verdadero reto. Como ya se
explicó, la mayor parte de venezolanos que se encuentra en Colombia está en condición de
irregularidad, lo que ocasiona que el acceso a dichos servicios se vuelva mucho más
complicado. Tal es el caso de Liliana Duque, de 33 años, quien cuenta con la TMF y ha
intentado en múltiples oportunidades, pero infructuosamente, inscribir a su hijo en una
escuela. Las respuestas que ha obtenido han sido: no permitimos el ingreso a venezolanos o
no tienes los papeles en regla. Lamentablemente, ella no solo ha tenido dificultades con el
acceso a la educación; debido a que su hijo se enfermó por varios meses, Liliana tuvo que
acudir a diferentes hospitales buscando algún tipo de ayuda. El resultado fue también
desolador: le informaron que sin pasaporte y sin el PEP era imposible atenderlos. Aunado a
la falta de status regular, en los hospitales le comunicaron que no los podían atender porque
la prioridad era atender a los colombianos. Esto deja en evidencia que, aun cuando la TMF
28
le ha permitido a Liliana circular con facilidad entre Colombia y Venezuela, tal instrumento
no le brinda ningún otro tipo de beneficio.
Considerando lo anterior, se podría inferir que todos los venezolanos que cuentan con el
PEP y que, por ende, están de manera regular en el país, tienen total acceso a los servicios
de salud, trabajo y educación. No obstante, esa no es la realidad. Para comprobarlo, es
indispensable analizar algunas de las declaraciones hechas por los entrevistados con
respecto al funcionamiento de este permiso.
El primer testimonio que se tomará en cuenta será el de Diomel López. Para Diomel, el
PEP presenta fallas innegables ya que, aun cuando él posee dicho permiso, los únicos
trabajos que ha podido realizar en Colombia han sido informales. Diomel comenta que se
siente engañado porque el PEP no le brinda la posibilidad de tener un trabajo estable como
cualquier otro ciudadano; por el contrario, cuando llega a pedir empleo en diferentes
establecimientos u organizaciones se lo niegan por ser venezolano: “Algunos dicen que ellos
no contratan venezolanos aun teniendo el papel que nos hace legal en el país” declara el
entrevistado. Por otra parte, en cuanto a la salud, Diomel también ha tenido inconvenientes.
La única vez que tuvo que acudir a un hospital, le negaron la atención bajo la premisa de
que el PEP no era suficiente para ser atendido.
La educación fue otro ámbito en el que el permiso no resultó en ningún sentido útil para
este venezolano, en tanto su hijo, quien también cuenta con el PEP, no ha podido ingresar a
ningún colegio en Cúcuta. En principio, varias instituciones le negaron la posibilidad de
estudio por ser venezolano, mientras que otras le pedían una serie de papeles que
simplemente no tenía la capacidad de conseguir, tales como las notas certificadas del colegio
en Venezuela. Después de acercarse a diecisiete escuelas en Cúcuta, a Diomel le seguían
negando la entrada de su hijo por las mismas razones. Por ello, él se pregunta: “¿Por qué
hay tantas barreras sabiendo la situación en la que nosotros nos encontramos? Deberían ser
un poco más flexibles porque, imagínese, dejaron a mi hijo sin estudio. Allá en Venezuela
no tenemos estudio, entonces acá también nos lo niegan”. Por supuesto, para Diomel el PEP
es un permiso que no tiene ningún efecto, ya que los tres derechos que supuestamente
garantiza, son a los que no ha podido acceder: “Ni el régimen de salud, ni la educación, ni
el trabajo, ósea que el papel -PEP- es un papel que no sirve de nada”, asegura el venezolano.
29
De la misma manera, Lizbeth Monsant, venezolana de 33 años, considera que el PEP no
le garantiza sus derechos. En el caso específico de Lizbeth, las mayores dificultades las ha
tenido en torno al tema del trabajo y salud, pues, aunque en condiciones bastante
complicadas, con el PEP logró que sus hijos accedieran a educación. El problema sobre el
acceso a sistemas de salud se dio cuando al menor de sus hijos, quien permanecía en una
condición de apátrida, le negaron la atención en los hospitales porque no contaba con una
partida de nacimiento que constatara que era ciudadano colombiano; fue solo después de
que el gobierno colombiano diera la nacionalidad a los niños nacidos en el país que Lizbeth
logró llevar a su hijo a un hospital. En cuanto al trabajo, a pesar de los incasables esfuerzos,
ni ella ni su esposo han podido conseguir empleo, razón por la que ambos decidieron
continuar trabajando de manera independiente. Por tal, Lizbeth opina que entre lo que dice
la ley y lo que se aplica no hay mucha concordancia, lo que es un irrespeto hacia su persona.
En sus términos:
Tú haces lo posible por estar legal, está bien si ni siquiera lo intentaras, pero tú te
moviste, dedicaste un tiempo, estás esforzándote, estás tratando de hacer todo lo
posible, y no es valorado, son muy pocas las entidades que lo ejercen -el PEP
(Lizbeth Monsant, comunicación personal, 26 de noviembre, 2019).
Además, para Lizbeth el problema de la discriminación es muy preocupante porque
muchas de las entidades, tanto de salud como de trabajo y educación, deciden no brindar la
ayuda al momento de escuchar que se trata de personas venezolanas.
El caso de Luz Marina Gómez, de 48 años, no es muy diferente. Luz Marina cuenta con
el PEP, pero decidió dejar de usarlo porque estuvo buscando trabajo y le fue imposible
conseguir uno. Adicionalmente, ha observado que la mayoría de personas que lo tienen no
logran acceder a un buen trabajo ni a un buen salario. Debido a que hay mucha desconfianza
hacia el venezolano, cuenta Luz Marina, “Los dueños de las empresas deciden no contratarte
y decir que con el PEP no es suficiente”. Por esta razón, ella dejó de confiar en el permiso
y decidió buscar algún trabajo de forma independiente. Incluso, prefiere irse de Colombia a
buscar trabajo en otro país que depender de dicho permiso, puesto que ya muchos
colombianos le han dicho: “Aquí no hay trabajo para nosotros, mucho menos para ustedes”.
Lo mismo le ocurre con el sistema de salud. Luz Marina tuvo que acercarse a un hospital
por un dolor de cabeza que había mantenido por varios días. Cuando llegó al lugar, le
tomaron la tensión y le pidieron una fotocopia de la cédula para poder atenderla; sin
30
embargo, al observar que se trataba de una venezolana, la encargada le comentó que allí no
atendían a extranjeros. Por esta razón y porque sus conocidos le han informado que tampoco
han recibido atención médica cuando la necesitan, Luz Marina ha preferido no acudir más
a los hospitales.
De ese modo, pues, queda en evidencia que el acceso total a trabajo, educación y salud
que “garantiza” el PEP no es más que una ilusión para la mayoría. Se trata de una medida
con una cantidad enorme de deficiencias que, en muchas ocasiones, perjudica la ya difícil
situación en la que se encuentran los venezolanos en Colombia. Es por eso mismo que en el
Refugee and Migrant Response Plan se estipula que los objetivos principales de Colombia
con respecto a la migración venezolana se basan en mejorar el acceso efectivo a servicios
básicos, como trabajo digno32, recursos productivos, medios de vida y, sobre todo, sistemas
de salud33 (OIM, 2020). La problemática en cuanto a los sistemas de salud puede observarse
32
Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), uno de cada cinco migrantes
venezolanos, económicamente activos y que habían estado en Colombia por menos de un año, estuvo
desempleado entre julio de 2018 y junio de 2019 (OIM, 2020). De manera similar, el 93.5% y el 94.5% de la
población venezolana no tenían un contrato de trabajo por escrito durante el mismo período (OIM, 2020).
33
“Una de las necesidades más urgentes para los refugiados y migrantes en Venezuela es el acceso a servicios
de salud de calidad. Para junio de 2019, del total de 597,583 personas con el Permiso Especial de Permanencia,
solo el 25,6% (158,829) estaban afiliados al Sistema Nacional de Salud” (OIM, 2020, pp. 77).
31
claramente en el hecho de que, de todos los entrevistados, solamente dos hayan recibido
atención médica presentando únicamente la cédula venezolana.
Es de destacar, además, que las fallas que presenta el PEP se intensifican porque no se
ha creado una campaña de difusión masiva que haga saber a los venezolanos de qué se trata
y cómo utilizarlo de manera correcta. La verdad es que los migrantes venezolanos no
cuentan con fuentes de información verídica respecto a los distintos procesos que se llevan
a cabo desde el gobierno colombiano para brindarles algún tipo de ayuda.
Por su lado, otro de los entrevistados, hombre de 40 años, quien se identificará como
“anónimo 1” -prefirió no revelar su identidad-, expresó la misma preocupación sobre la
desinformación. Sin embargo, aunado a la falta de información sobre las actividades que
realiza el gobierno, mencionó la falta de orientaciones acerca del pasaporte, cómo sellarlo,
cuáles son sus limitantes y qué es lo que se permite hacer con él. Para el entrevistado, “La
información nos ayudaría muchísimo. Hacen falta campañas que orienten a las personas
sobre cómo estar legal en el país, cómo se debe utilizar el pasaporte, dónde se debe sellar y
para qué nos sirve”. La realidad de dicho problema es tan abrumadora que una encuesta
hecha por ACNUR reveló que solo el cincuenta por ciento de las personas refugiadas y
migrantes de Venezuela se sienten informadas (2020a). Los venezolanos que participaron
en tal encuesta expresaron que no tienen suficiente información sobre sus derechos ni sobre
32
dónde encontrar la asistencia disponible (PCRMV, 2020a). Muchos confían, especialmente
quienes se encuentran en tránsito, en la comunicación cara a cara con familiares, amigos y
actores humanitarios, ya que la información que se encuentra en las redes sociales, en
muchas ocasiones, es incorrecta o inexacta (ACNUR, 2020a). Tras de ello, más del 30% de
los encuestados no cuenta con un celular, por lo que es necesario implementar mecanismos
de comunicación sólidos e inclusivos para que todos puedan acceder a información vital.
No obstante, aun contando con pasaporte, varios migrantes tampoco han podido adquirir
un status regular en Colombia. Luis Martínez, por ejemplo, comenta que no tiene
conocimiento sobre cómo obtener el PEP, por lo que no lo ha sacado. Para permanecer
legalmente en Colombia, él entra sellando su pasaporte como turista. Una vez su tiempo
legal en el país se agota, se va a Venezuela y luego cruza de nuevo a Colombia para volver
a sellar el pasaporte y seguir estando legal en el país. Luis ha realizado esta actividad desde
que decidió emigrar a Colombia, hace casi dos años. Sin embargo, vale la pena recordar que
no todos los venezolanos pueden hacer lo mismo porque, primero, no todos cuentan con un
pasaporte y, segundo, no todos tienen la posibilidad de dejar sus trabajos por tantos días34.
34
Lo que produce que exista una larga lista de venezolanos que tienen dificultades para acceder a un status
regular en Colombia, permaneciendo en un limbo, mientras esperan que el Estado provea las soluciones
necesarias (OIM, 2020).
33
Otro aspecto importante a tener en cuenta, es la opinión de los migrantes sobre el
funcionamiento de las entidades fronterizas en Cúcuta y sobre las condiciones en las que se
encuentra el Puente Internacional Simón Bolívar.
34
los migrantes para pasarlos por una trocha y a delincuentes robándoles los papeles para
después cobrarles por la recuperación de los mismos.
Además de todo lo expuesto, la atención migratoria por parte de las entidades fronterizas
es bastante ineficiente, pues el Estado colombiano no cuenta con la infraestructura necesaria
para atender un flujo tan elevado de migrantes (DNP, 2018). Para ilustrarlo, es posible
recurrir al caso de Abel, quien tuvo que hacer una cola de dos días en la Dirección de
Impuestos y Aduanas Nacionales (DIAN) para poder sellar su pasaporte. O peor, Yesenia
Sequera relata que, aun cuando ella tuvo suerte, su vecina duró tres días en la fila. En la
misma sintonía, Luis Martínez opina que los migrantes usualmente pierden mucho tiempo
haciendo las colas y que, por tanto, el gobierno debería poner más taquillas de atención para
agilizar el proceso o enviar más funcionarios que brinden la ayuda que se necesita y, así,
lograr mejorar el funcionamiento de las entidades fronterizas. Por supuesto, corregir esas
situaciones es fundamental, sobre todo si se consideran las implicaciones negativas
inmediatas en la existencia humana y migratoria del venezolano que está obligado a realizar
un trámite burocrático y debe pasar tres días esperando en una cola para sellar su pasaporte.
Por último, sobre las declaraciones de los entrevistados, vale la pena rescatar un punto
que la mayoría tuvo en común: la posibilidad de que el Estado construya albergues para los
migrantes que lleguen y que se encuentren en condiciones precarias. Jonathan Caraballo
cuenta que los albergues son básicos para la supervivencia de los venezolanos en Colombia,
puesto que arrendar es sumamente complicado por dos razones principales: 1. Muchas veces
los dueños de las viviendas no arriendan a venezolanos y 2. El costo, generalmente, no entra
dentro de sus posibilidades económicas. Lo mismo cree Luz Marina, quien opina que sería
verdaderamente útil construir albergues a donde puedan llegar las familias más necesitadas,
especialmente aquellas con niños o personas de tercera edad.
Igualmente, el entrevistado “anónimo 1” dice que: “El gobierno debería crear, al menos,
un sitio donde puedan abrigar a todas esas personas que van llegando, para que tengan un
lugar donde alojarse de manera temporal”. Luis Martínez comparte la posición de sus
compatriotas y nota que se necesitan casas de paso, donde la gente que está llegando pueda
dormir por varios días y, de esa forma, evitar que duerman en la calle, mientras consiguen
un trabajo y tienen el dinero suficiente para pagar un arriendo. Por último, Lizbeth Monsant
explica que los arriendos son realmente costosos y que pagarlos es muy complicado, sobre
35
todo cuando se cuenta con trabajos irregulares y salarios muy bajos. De acuerdo con esta
venezolana, es indudable que se requieren albergues para ayudar a los migrantes, donde se
puedan desenvolver y recibir la información necesaria para poder comenzar a laborar.
Para concluir, es notorio que existen innumerables fallas respecto a los procesos de
gestión migratoria que brindan las entidades de Colombia a los migrantes venezolanos, así
como en la implementación efectiva del instrumento jurídico que el gobierno colombiano
decidió crear para hacerle frente a tal fenómeno: el PEP. Las declaraciones de los
entrevistados fueron fundamentales para conocer ambas caras de la realidad y poder
identificar cuál es la verdadera situación a la que se enfrentan los venezolanos que deciden
emigrar hacia Colombia. Si bien todos rescataron aspectos positivos sobre los esfuerzos que
viene emprendiendo el gobierno, también mencionaron sus deficiencias y explicaron dónde
se necesitan las mayores ayudas actualmente. En efecto, uno de los hallazgos más
sorprendentes fue el hecho de que, así como la totalidad de los entrevistados estuvo de
acuerdo con que el trato que han recibido en Colombia ha sido excepcional, todos también
estuvieron de acuerdo con que el gobierno puede hacer mucho más para ayudarlos, como,
por ejemplo, con el tema de los albergues. Con esto se demuestra que, aun cuando se puede
argumentar que el Estado colombiano está esforzándose para buscar soluciones efectivas al
fenómeno migratorio venezolano, tales esfuerzos no son suficientes. Antes bien, debe
involucrarse y ahondar mucho más en esta realidad a fin de ofrecer ayudas que tengan un
impacto favorable en la vida de los venezolanos que ahora viven en Colombia.
36
3. MIGRANTES VENEZOLANOS: ENTRE LA PRECARIZACIÓN Y LA
NUDA VIDA
Los migrantes venezolanos en Colombia encaran una realidad preocupante, por decir lo
mínimo. Como se ha explicado previamente, los ciudadanos venezolanos, desde hace
algunos años, han estado viviendo una situación verdaderamente precaria en su país, pues,
debido a que existen grandes dificultades en el acceso a los servicios básicos, muchos no
cuentan con una buena calidad de vida y sufren de importantes necesidades. En ese sentido,
en tanto no han podido encontrar soluciones en Venezuela, una significativa porción de los
más afectados ha decidido emigrar hacia Colombia con la esperanza de mejorar su situación.
Infortunadamente, el reto en Colombia parece ser aún mayor.
Para comenzar, uno de los principales problemas que han enfrentado los venezolanos en
Colombia ha sido el acceso a un status regular y, por tanto, a los servicios básicos (un
problema que ya tenían en Venezuela). Siguiendo los argumentos de Hannah Arendt, se
podría decir, inicialmente, que en el momento en que los venezolanos decidieron abandonar
su país, experimentaron una fractura de su condición de sujetos de derechos que se tradujo
en la disminución de su status social, de la posibilidad de trabajar, de conservar una
propiedad, de tener derechos, etc. (1998). Por ello, permanecer de manera legal y
permanente en Colombia, así como contar con acceso a los servicios públicos, es una de las
mayores razones por la que decidieron emigrar, ya que es fundamental para garantizar su
supervivencia y alcanzar una calidad de vida digna. Empero, lo anterior se ha vuelto muy
complicado de lograr, especialmente porque los venezolanos son ahora individuos
completamente desprotegidos, rechazados alrededor del mundo y, en tanto no son
nacionales, desamparados por las instituciones legales de los Estados receptores.
Para Arendt, todos los individuos, independientemente del lugar en el que residan,
deberían contar con la protección de sus derechos humanos por el simple hecho de ser
37
humanos (1998). En efecto, debido a que los Derechos del Hombre fueron definidos como
inalienables, los gobiernos deberían garantizar los derechos no solo de sus nacionales, sino
también de los extranjeros que viven en su territorio, pues se sigue tratando de seres
humanos. Realmente, los derechos humanos no deberían estar relacionados con la
nacionalidad o con la condición de ciudadano, sino únicamente con el hecho de haber nacido
(Agamben, 1998). Sin embargo, en la práctica, explica Agamben, los derechos humanos no
son atribuidos al hombre por haber nacido, sino solamente en la medida en que dicho
hombre se convierte en un ciudadano (1998). Dicho de otra manera, mientras no se presente
la condición de ciudadano, el ser humano no es sujeto de derechos en sí mismo. Y el caso
de los venezolanos no es la excepción. Los derechos humanos de los venezolanos son
protegidos únicamente en el lugar en donde constituyen la base de su ciudadanía. Es decir,
los venezolanos son portadores de derechos únicamente en Venezuela, pues es solo allí
donde cuentan con la condición de ciudadano y, por consiguiente, con la protección de sus
derechos -aunque, en la actualidad, dicha afirmación pueda ser altamente cuestionada.
Sin embargo, esto no es lo peor. Considerando que los derechos humanos no son
garantizados por el hecho de nacer -como debería ser-, los Estados se ven en la necesidad y
en el deber de establecer una ley adicional para proteger a los individuos extranjeros que
llegan a su territorio (Arendt, 1998). Con la creación de tal ley, se espera que aquellos
35
Evidenciado, según la totalidad de los entrevistados, en la imposibilidad de conseguir trabajo y salario digno,
y en la falta de acceso a los servicios básicos. La mayoría de los entrevistados tiene dificultades para acceder
a los sistemas de salud y de educación, para adquirir una vivienda y para vivir dignamente. Según Human
Rights Watch, es indispensable que el Estado colombiano busque soluciones en cuanto al status de los
migrantes venezolanos en el país, pues la alta presencia de migrantes con status irregular dificulta su acceso a
los servicios públicos y permite una importante violación de sus derechos humanos (VOA Noticias, 2020).
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migrantes tengan la posibilidad de contar con derechos, como cualquier otro ciudadano. De
esa forma, el PEP fue creado por el gobierno colombiano para los migrantes venezolanos
con el fin de que se constituyera en sucedáneo de esa ley adicional y diera beneficios a estos
extranjeros. No obstante, aun contando con el permiso, los venezolanos continúan
enfrentando múltiples dificultades cuando de derechos se habla. Como se demostró
previamente, es innegable que el PEP adolece de innumerables inconvenientes que han
imposibilitado a los venezolanos contar con un acceso real a la educación, salud y trabajo.
Más allá de las implicaciones legales del PEP -las cuales no deben ser subestimadas en
ningún sentido-, se esperaba que el permiso, en tanto garantizaba el acceso a los servicios
básicos, diera la posibilidad a los migrantes venezolanos de ser percibidos como seres
humanos merecedores de derechos y, por ende, de alguna forma, de ser parte de la
comunidad, de pertenecer a algo. No obstante, las fallas del PEP no solo dificultan que los
venezolanos tengan un empleo digno, salud y/o educación, también eliminan toda
posibilidad de que estos sean parte de la comunidad. Ocasionan que el venezolano sea visto
como un individuo no perteneciente a la comunidad, no portador de derechos, demostrando
que los derechos humanos de los venezolanos -supuestamente inalienables- pueden llegar a
ser suspendidos en Colombia.
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de sus derechos humanos y, por eso, es realmente complicado para estas personas conseguir
las más mínimas garantías en Colombia, donde son simplemente migrantes.
Adicionalmente, otro de los problemas que deben enfrentar los venezolanos en Colombia
es la presencia de restricciones y la dificultad de asimilarse y encontrar una nueva
comunidad propia (Arendt, 1998). Aun cuando es cierto que el gobierno colombiano creó
el PEP con el objetivo de brindar una ayuda efectiva a los venezolanos, este es un permiso
bastante restrictivo, tanto en términos de expedición como en términos de los derechos que
garantiza. Por un lado, las condiciones para poder obtener un PEP se vuelven complicadas
para los venezolanos, quienes en muchas ocasiones no cuentan con la información necesaria
para poder adquirirlo. Las fechas en las que se permite la expedición del PEP son muy
específicas para cada caso y, sin la información precisa, puede causar confusión en los
migrantes. Muchos venezolanos no han podido obtener el permiso porque no conocen el
procedimiento, las fechas ni los requisitos, los cuales no son fáciles de entender. De hecho,
varios de los entrevistados que no cuentan con el PEP alegaron no haberlo sacado porque
sencillamente no sabían cómo ni cuándo hacerlo. Una venezolana de 32 años, quien prefirió
permanecer anónima y será denominada “anónimo 3”, afirma
No he sacado el permiso porque no sé dónde ni cómo hacer para sacarlo. Deberían
informarnos mejor sobre esos permisos porque si uno está trabajando, uno no
puede andar pendiente de averiguar si lo que dicen en los alrededores es verdad
(anónimo, comunicación personal, 27 de noviembre, 2019).
Por otro lado, el permiso estipula el acceso a salud, trabajo y educación, pero deja por
fuera otros derechos que también son esenciales para la supervivencia, como es el tema de
la vivienda. Los entrevistados fueron muy claros al exponer que la falta de ayuda en la
creación de albergues es uno de los elementos que más los afecta. La gran mayoría necesita
de un lugar donde vivir, al menos de manera temporal, mientras logran alcanzar cierto nivel
de estabilidad. Una vez consiguen trabajo y tienen un salario, los migrantes tienen la
posibilidad de pagar un arriendo, pero hacerlo inmediatamente después de que llegan a
Colombia es verdaderamente complicado, ya que no cuentan con los ingresos económicos
suficientes para pagar una vivienda.
Un entrevistado de 34 años de edad, referido como “anónimo 4”, explicó que los
migrantes necesitan una casa donde puedan vivir, dormir, tener privacidad, hasta que tengan
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el dinero suficiente para mudarse, puesto que actualmente están pasando decadencias en la
calle. “Nos vemos, lamentablemente, como indigentes, no migrantes, indigentes, buscando
como resolver”, informa este venezolano. Sin embargo, el Estado colombiano no ha previsto
aún ningún tipo de ayuda en este ámbito, con lo cual los venezolanos pierden otro de sus
derechos más básicos, como es el de la residencia. Carecer de residencia tiene implicaciones
realmente demoledoras, debido a que causa que los venezolanos dejen de ser migrantes y se
conviertan en desplazados o, peor, como lo expuso el entrevistado, en indigentes.
De ese modo, siguiendo a Arendt (1998), se evidencia que los migrantes sufren de una
pérdida progresiva de sus derechos humanos y de las garantías jurídicas que otorga la
ciudadanía en todos los países, y no únicamente en el de origen, lo que termina siendo una
injusticia, más aun, considerando que los venezolanos son víctimas, sin ningún tipo de
responsabilidad en la situación que se atraviesa en su país.
El hecho de que los migrantes venezolanos necesiten de una ley adicional para gozar de
sus derechos humanos básicos en Colombia, los arrastra a una especie de limbo pernicioso
entre la regularidad y la irregularidad, donde sobreviven en condiciones precarias, o, en
palabras de Arendt, como salvajes. La falta de mecanismos legales en Colombia para incluir
realmente a los venezolanos en la vida diaria, los arroja a un estado de naturaleza similar al
de los salvajes; a saber, como “personas” que quedan por fuera de toda ley y de toda
civilización, donde perder sus derechos más básicos ya no es una posibilidad sino una
dolorosa realidad.
Aunado a las trabas y complicaciones que de por sí tienen que vivir todos los migrantes
en territorio extranjero, la situación de los venezolanos presenta características particulares
que hacen de su caso uno mucho más problemático. Se ha explicado a lo largo de la
investigación que la crisis venezolana ha impactado de manera negativa la vida de la
mayoría de ciudadanos, ocasionando que su vida se transforme en una completa pesadilla.
Los venezolanos afrontan una realidad absolutamente precaria dentro de su país de origen,
donde no tienen la posibilidad de satisfacer sus necesidades más básicas ni de vivir con un
mínimo nivel de dignidad. Y, por ello, deciden emigrar. Sin embargo, cuando un ciudadano
venezolano decide huir hacia Colombia con el objetivo de construir una mejor calidad de
vida para él y su familia, pero se encuentra, nuevamente y contrario a su deseo, con
condiciones precarias de vida, ocurre un proceso de re-precarización.
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Re-precarización en tanto se trata de personas que ya vivían en una constante lucha por
sobrevivir en su país de origen y, cuya situación, al emigrar, continúa siendo la misma o
inclusive, en algunos casos, peor. Todos los inconvenientes que encaran los venezolanos al
llegar a Colombia causan que su existencia, tanto migratoria como humana, se vea
inmediatamente afectada. Tener que vivir en otro país como algo menos que un ser humano
implica numerosos problemas para tales personas. Principalmente, siguiendo los
argumentos de Butler, cuando un individuo no es considerado humano, se produce un
proceso de exclusión, a través del cual su vida es privada de derechos “básicos y
universales”, y queda suspendida de su status político y legal (2006).
Los venezolanos, al representar una anomalía dentro del territorio colombiano, o al ser
simplemente un fenómeno que no es asimilado por el Estado receptor, quedan
completamente excluidos de la comunidad. El verdadero problema de no ser parte de la
comunidad se origina en el momento en el que la humanidad decide dejar de imponer la
universalidad de los Derechos del Hombre y atribuírselos únicamente a aquellos
reconocidos como parte de dicha comunidad (Butler, 2006). Si la concepción universal de
los derechos humanos se aplicara, los venezolanos, aunque no integrantes de la comunidad,
seguirían gozando de la protección de sus derechos. Pero no es así. Contrariamente, los
venezolanos sufren un proceso de re-precarización, en la medida en que las condiciones
precarias en las que vivían en su país de origen y por las que decidieron escapar, se vuelven
a presentar, aunque de diferente forma, en el Estado destino -primordialmente como
resultado de la falsa universalidad de los Derechos del Hombre.
Para el caso preciso de Colombia, las condiciones precarias en las que deben vivir los
venezolanos son resultado, en general, de la inefectiva actuación del Estado, especialmente
en el tema de la regularización. Si la única manera que tienen los venezolanos de vivir
dignamente en tal país es a través del PEP, el gobierno colombiano debería hacer un trabajo
mucho más efectivo en facilitar la adquisición del permiso para asegurar que todos los
migrantes, o al menos la gran mayoría, cuenten con la ley que les garantiza sus derechos
humanos. Y, de esa manera, erradicar el problema que significa una población migrante,
mayoritariamente en status irregular y con necesidades apremiantes. El PEP se ha revelado
como un mecanismo restrictivo que no asegura el acceso real a los servicios de trabajo,
educación y salud, por lo que el Estado debería hacer un importante esfuerzo para
convertirlo en un instrumento que cumpla su propósito de verdadera inclusión y protección.
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Dicho problema es de tal magnitud que el entrevistado “anónimo 4” comenta que obtener
el PEP no es para nada fácil. Según él: “La gente está pendiente del día a día, de conseguir
dinero para pagar su arriendo y comer. Muchos no tenemos el dinero para usar una
computadora, ni el tiempo. Hay que estar pendiente es del trabajo”. Cuando la mayoría de
los migrantes se encuentra en la misma situación que dicho venezolano y trabajar es lo único
que tienen en mente, es claro que son pocos los que tienen la posibilidad de adquirir el
permiso, lo cual explica el alto porcentaje de migrantes que sigue en la irregularidad.
Los venezolanos en Colombia están en riesgo continuamente de ser tratados como menos
que humanos porque, aunado a todo lo explicado previamente, son personas que no gozan
de representación y, por tanto, son deshumanizados (Butler, 2006). Ser tratado como menos
que humano se traduce también en el hecho de simplemente no ser tomado en cuenta, ya
que se trata de individuos cuyo sufrimiento o muerte no causa dolor. Cuando una vida es
deshumanizada, esto es, cuando es negada, no merecedora de duelo, no digna de atención,
no reconocida ni llorada, es víctima de la violencia (Butler, 2006). Los venezolanos, a lo
largo de toda su experiencia migratoria, son víctimas de diferentes tipos de violencia. Como
ya se expuso, son víctimas del despojamiento progresivo de sus derechos humanos más
básicos, pero también son individuos en riesgo de padecer una importante violencia física.
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ambiente altamente inseguro para todos los que transitan el puente; tanto así que, según
varios de los entrevistados, los tiroteos se han vuelto la normalidad en dicho sector. La
realidad es que los venezolanos, al emigrar, se enfrentan a condiciones políticas y sociales
creadas por los Estados -Venezuela y Colombia- que permiten a la violencia convertirse en
una forma de vida. Es decir, cuando los venezolanos emprenden su travesía migratoria por
medio del PISB, como consecuencia de las dinámicas sociopolíticas originada por los
gobiernos, se ven, irremediablemente, expuestos a la violencia, con pocos mecanismos para
defenderse. El hecho de que los venezolanos tengan que hacer frente a este nivel de
violencia durante todo su proceso migratorio profundiza su vulnerabilidad (inherente a
todos los humanos), volviéndolos seres aún más indefensos.
La inseguridad existente en el Puente debería ser manejada y controlada por los Estados
fronterizos, los cuales tienen la responsabilidad de proteger a todos aquellos individuos que
lo transiten, evitando que sean cooptados por bandas criminales o que sean afectados por
acciones ilegales. Si bien en otro escenario sería posible desarrollar una estrategia binacional
para mejorar la situación en la frontera, la tensa realidad entre Colombia y Venezuela lo
vuelve imposible. Aun cuando el Estado venezolano no ha desaparecido, existe
exclusivamente en lo político y no administrativo, por lo que no emprende las medidas
necesarias para coyunturas como la aquí tratada. Además, debido a que es un gobierno no
reconocido, considerado ilegítimo y con el cual no se mantienen relaciones diplomáticas,
Colombia queda con la difícil tarea de manejar la crisis individualmente. Se reconoce que
la tarea es enorme, pero debe hacerse, pues, mientras el Estado colombiano siga permitiendo
esta situación, los venezolanos continuarán siendo víctimas de la precaridad; entiéndase,
víctimas de los efectos de la coacción legal ilegítima que decide que las vidas de los
migrantes son perdibles, sin condolencia ni valor (Butler, 2010).
Cuando se habla de vidas perdibles, se hace referencia a personas cuya muerte no causa
indignación, ni deja ninguna huella; esto es, personas cuyas vidas no presentan ninguna
importancia. Por esa razón, la extrema situación que enfrentan los migrantes venezolanos
en la frontera, donde la inseguridad y la ilegalidad pueden fácilmente atentar contra su vida,
no busca ser resuelta de fondo por los gobiernos del país de salida y del país receptor, ya
que, en caso de que ocurra una muerte, se trata de una que no produce indignación.
Efectivamente, el gobierno colombiano se beneficia de inducir la precaridad en los
migrantes venezolanos, en tanto, al decidir que sus vidas no son valiosas, logra que los
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abusos hacia estas no sean vistos como una injusticia y que su falta de acción siga sin ser
cuestionada. El Estado estaría en graves problemas si las vidas de los venezolanos
empezaran a ser consideradas como merecedoras de duelo porque su muerte y/o afectación
causaría tanta indignación que la autoridad política se vería amenazada. Por eso, para evitar
este escenario, el gobierno colombiano debe asegurar que dichas vidas continúen siendo
consideradas como perdibles, ya que, solo así, garantizará su estabilidad.
Además de la violencia física que sufren los venezolanos en la frontera con Colombia,
existe otro tipo de daño del que son víctimas. El desorden a lo largo de la frontera y la
ineficiente atención migratoria por parte de las entidades fronterizas colombianas impactan
negativamente la existencia humana y migratoria de los venezolanos, quienes se ven, de
nuevo, en la obligación de afrontar condiciones precarias en Colombia. Que el Estado
colombiano no cuente con la infraestructura necesaria para atender un flujo de migrantes de
tal magnitud y que, aun así, siga recibiendo a los venezolanos sin ningún tipo de restricción,
ocasiona que estos tengan que experimentar situaciones disgustosas y hasta denigrantes.
Hacer una cola durante dos días para sellar el pasaporte, tal como lo tuvo que hacer uno de
los venezolanos entrevistados, afecta inmediatamente y de forma negativa la existencia
migratoria y, sobre todo, humana de la persona. Si bien es posible rescatar la buena intención
del gobierno colombiano al abrir sus puertas a todos los migrantes, la verdad es que hacerlo
cuando el país no cuenta con los instrumentos básicos para manejarlo de manera eficiente
es irresponsable. Colombia presenta grandes deficiencias institucionales con respecto a la
atención del flujo migratorio venezolano -falta de infraestructura y herramientas necesarias
para brindar un servicio eficiente en la zona fronteriza, poca coordinación entre diferentes
niveles del gobierno y escasez de recursos (DNP, 2018)-, lo cual ocasiona que estos sufran
un proceso problemático y que el Estado reciba un número de migrantes que simplemente
no puede atender como debería.
De esa suerte, en la medida en que el Estado no realiza su trabajo con respecto a los
migrantes de manera efectiva, la situación que enfrentan los venezolanos en la frontera se
replica dentro del país. La falta de acceso a un status regular, así como a los servicios
necesarios para la supervivencia, y el mal funcionamiento del PEP reducen a los
venezolanos a una condición de individuos cuyas vidas no son tan valiosas como las del
resto de seres humamos; razón por la que se permite -y no se refuta- que estos existan en
condiciones altamente precarias dentro del territorio colombiano.
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Una vez más se convierten en humanos privados de casi toda humanidad, que viven bajo
la insensibilidad de los demás, cuyas muertes no producen dolor y que, por consiguiente,
continúan viviendo en la miseria. Se trata, pues, de una población migrante constituida por
vidas modeladas como destructibles, no merecedoras de ser lloradas, desposeídas y
perdibles (Butler, 2010), las cuales están lejos de representar el mismo nivel de importancia
que los nacionales. Como se ha evidenciado a lo largo de todo el análisis, los venezolanos
son víctimas innegables de la violencia y abusos emprendidos por el Estado colombiano,
tangibles en el momento en el que este decide caracterizar las vidas de los migrantes como
no valiosas y, en consecuencia, a no protegerlas como protegería las de los colombianos.
Aun cuando los venezolanos en Colombia son seres humanos necesitados de la protección
estatal contra múltiples riesgos, tales como hambre, enfermedades, pobreza o pandemias, se
toma la decisión de asumirlos en calidad de amenazas a la vida humana, por lo que su muerte
es fácilmente interpretada como necesaria para garantizar la vida de los vivos (Butler, 2010),
colombianos en este caso.
En ese orden de ideas, los venezolanos en Colombia hacen parte de una población que,
en el marco de la precaridad, es víctima de la ilegítima violencia emprendida por el Estado,
el cual, contrario a lo que hace, los debería proteger. Así, los venezolanos se encuentran en
una encrucijada muy preocupante en Colombia, pues aquel que debería ser su defensor,
toma una posición de abusador, causando que, en caso de querer protección, los migrantes
no tengan más opción que pedir ayuda a su victimario.
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En este punto y, por último, es trascendental rescatar algunos elementos sobre la cercanía
de la vida de los migrantes venezolanos a la nuda vida. Según Agamben, una nuda vida
hace referencia a la categoría jurídica de vida sin valor, es decir, una vida que deja de ser
políticamente relevante y a la que se le puede dar muerte impunemente (1998). En este
sentido, hablar de la vida de los venezolanos en Colombia es hablar de una vida que está
cerca de convertirse en nuda vida, ya que sufre de una pérdida creciente de su valor jurídico,
por lo que puede llegar a ser eliminada sin cometer homicidio. En efecto, se considera que
los venezolanos en Colombia están en riesgo de caer en la nuda vida porque experimentan
una amenaza permanente a sus derechos más básicos y a las expectativas que se le atribuyen
a la existencia humana, posicionándolos en una condición de moribundos. Aunque están
vivos biológicamente, carecen de toda vida; viven en una zona límite entre la vida y la
muerte. Esto ocurre, fundamentalmente, porque los migrantes, incluyendo los que alcanzan
la condición de refugiado, se ubican entre los límites del Estado y las fronteras del derecho,
siendo forzados a sobrevivir en las orillas, en los confines, como un resto. Resto en la
medida en que son, precisamente, lo que resta de la condición humana. Puesto de forma
simple, los migrantes venezolanos se ven obligados a vivir como algo que no pertenece a la
humanidad y que, por lo tanto, no es merecedor de aquello esencial para la existencia. Se
trata, en pocas palabras, de una vida que no es compatible con el mundo humano.
Es una vida que, incluso, es despojada de su propia voz. Los migrantes venezolanos en
Colombia no son realmente escuchados, no hay preocupación por conocer cuáles son sus
necesidades específicas y hacerlas cumplir. Antes bien, el Estado receptor es el que define
al migrante y, por lo tanto, define qué es lo que este necesita. Lógicamente, dicha definición
presenta múltiples errores, pues no tiene una base real. Se produce una identificación muy
superficial y tendenciosa sobre el migrante, y se asume que permitirle la entrada a Colombia
es suficiente para resolver su situación. Claramente, esto no es así; los venezolanos
requieren de unas condiciones mínimas para poder alcanzar una buena calidad de vida en
Colombia que sea, al menos, mejor de la que ya tenían en Venezuela. Pero, conseguir lo
previo en un país donde los migrantes no califican como verdaderos seres humanos es
complicado, por decir algo. La entrevistada “anónima 2” narra:
Aquí es muy difícil encontrar trabajo, casa, de todo porque nos discriminan por ser
venezolanos. A mí ni siquiera me dejaban dormir en el piso, encima de un cartón,
por ser venezolana, y cuando pido trabajo, prefieren dárselo a los colombianos. Por
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eso, muchos deciden devolverse. Al menos allá tienen su casa, están en su tierra
(anónimo, comunicación personal, 27 de noviembre, 2019).
Abandonar su tierra, dejar de ser un ciudadano y perder todos sus derechos nacionales
hace de los venezolanos personas que han sido rebajadas en Colombia a algo menos que un
ser humano: a un ser indiferente e indigno (Bartolomé, 2014). Como ya se demostró, la
universalidad de los Derechos del Hombre es una total ficción, incluso en los países que los
proclaman. La única realidad es que los venezolanos, al igual que todos los migrantes, dejan
atrás su historia, sus derechos, y pasan a ser no más que un formulario. Se convierten en
datos formales, un número abstracto que funciona para los procedimientos burocráticos,
pero que en ningún sentido recubre una vida humana. No son lo suficientemente “humanos”
-en tanto carecen de ciudadanía- como para gozar de la protección de la ley. Por el contrario,
constituyen una vida que es abandonada a su suerte y que es completamente vulnerable al
desprecio social y a las dinámicas de discriminación, capaces de causar un daño quizás
mayor que la misma muerte. Como lo declara la venezolana “anónima 3”: “Desde que yo
llegué a este país, el gobierno no me ha brindado ningún tipo de información ni ayuda. Entré
a defenderme sola, a luchar por mi cuenta”; una vida abandonada a su suerte. Siendo así,
los migrantes venezolanos son, pues, la más clara representación de que el mismo derecho
que protege la vida de los ciudadanos, puede abandonarla en el momento en que dicha
condición se desvanece.
Cuando una vida humana queda carente de derecho, cae en una zona de anomía, donde
el mayor riesgo al que se enfrenta es a estar expuesta como nunca antes a cualquier tipo de
violencia y sin mucha capacidad de defensa. Los migrantes venezolanos sufren de una
usurpación parcial y progresiva de sus derechos al llegar a Colombia porque, entre otras
cosas, el paradigma biopolítico permite que la vida humana -de los venezolanos en este
caso- sea ahora el soporte biológico del Estado, ya que se convierte en un medio para que
el último, así como sus instituciones, logren cumplir sus fines (Agamben, 1998). Aunque
oficialmente el Estado colombiano alegue lo contrario, la verdad es que para este es vital
disponer de los cuerpos con el fin de definir quién es sujeto de derechos y quién no. De esa
forma, la vida de los venezolanos en Colombia deja de ser valiosa, portadora de derechos,
y se transforma en puro objetivo de las estrategias políticas de la autoridad estatal.
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La desprotección del gobierno colombiano se evidencia en los testimonios de la totalidad
de los entrevistados, quienes concuerdan en el hecho de que no sienten que el Estado esté
interesado en su bienestar. La entrevistada identificada como “anónimo 2” comentó:
“Nosotros hemos sobrevivido aquí porque hay personas muy buenas que nos ayudan, como
los que tienen los comedores, pero nunca he visto una ayuda que sea del gobierno, ni
siquiera podemos tener trabajo ni lugar donde dormir”. De hecho, ella tuvo una mala
experiencia con el gobierno por el tema de la vivienda. Debido a que no tiene un lugar donde
vivir, esta venezolana se ve obligada a dormir en la calle, donde, en múltiples ocasiones ha
sido sorprendida por las autoridades que buscan deportarla por dormir en tal lugar: “Si no
tenemos dinero para pagar un arriendo, ¿dónde esperan que durmamos? En lugar de ayudar,
el gobierno nos ataca” dice tal entrevistada. Asimismo, el entrevistado “anónimo 4”
informó: “Yo no he visto ninguna iniciativa del gobierno. Recibimos muchas ayudas, pero
ninguna del gobierno. Siento que puede hacer mucho más para ayudarnos, en el trabajo, en
la vivienda, en la salud, pero la realidad es que estamos en una tierra que no es nuestra y, la
mayoría de las veces, llevamos las de perder”. Irónico cómo este venezolano entiende
perfectamente la falsa universalidad de los derechos humanos. Así, con las recientes
declaraciones, se demuestra que el gobierno colombiano no se preocupa por realmente
asegurar las condiciones mínimas de vida a los venezolanos, cuya existencia es tan
insignificante que cae en el olvido, donde, al parecer, no existen los derechos.
Finalmente, siguiendo tal lógica, es indudable que la vida de los migrantes venezolanos
en Colombia se convierte en una vida que se puede eliminar sin mucho problema y, en la
mayoría de los casos, de una manera insólita e, incluso, monstruosa. Acabar con la vida de
los migrantes es verdaderamente sencillo porque, dado que los últimos, con el pasar del
tiempo, terminan siendo personas que pierden toda la fuerza que tenían para defenderse, su
muerte se produce sin mayor resistencia. Dicha muerte, es importante aclarar, no siempre
alude a la muerte física, sino al fin de su humanidad.
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CONCLUSIONES
Una vez analizados todos los elementos de la investigación, es posible afirmar que los
procesos de gestión migratoria ejecutados desde el Estado colombiano, debido a que
presentan una importante cantidad de deficiencias, intervinieron, y siguen interviniendo, de
manera negativa en la existencia humana y migratoria de los venezolanos que decidieron
emigrar a Colombia, a través del PISB, entre los años 2018 y 2020. El encuadre conceptual
fue crucial para llevar a cabo este ejercicio reflexivo, en tanto los conceptos trabajados en
él dieron el marco de interpretación para estudiar el fenómeno en cuestión. Igualmente, la
información expuesta y, en especial la brindada por los venezolanos entrevistados, fue
determinante para tener un conocimiento profundo acerca de su situación en Colombia.
Con estos insumos se dejó en evidencia que una importante porción de la población
migrante venezolana que ha decidido escapar a Colombia para buscar una mejor calidad de
vida, ha tenido que enfrentarse a condiciones de vida precarias en el Estado receptor, lo cual
ha afectado negativamente su existencia migratoria, pero sobre todo humana.
El Estado colombiano no cuenta, ni en la zona fronteriza ni dentro del país, con las
herramientas necesarias para ejecutar eficientemente los procesos de gestión migratoria
hacia los venezolanos, lo que ha dificultado que los migrantes puedan vivir como verdaderos
seres humanos, con acceso efectivo a los servicios básicos y con una buena calidad de vida.
Infortunadamente, los últimos se ven obligados a vivir cada vez más cerca de la nuda vida,
expuestos a cualquier tipo de violencia y como víctimas de una desprotección prácticamente
plena por parte del país destino, el cual está lejos de asumirlos como personas con vidas
valiosas y portadoras de derecho; por el contrario, los venezolanos son individuos que, al
perder su condición de ciudadanos, han visto disminuido su valor en términos de humanidad
y, por tal, su derecho a tener derechos. Sin duda, la ineficiente gestión migratoria por parte
del gobierno colombiano hacia los venezolanos ha atentado directamente contra su
existencia humana, pues, durante toda su experiencia migratoria, estos encaran una fuerte
violación de sus derechos humanos, que los rebaja continuamente a meros seres indignos.
Así, queda claro que la desprotección que sufren los venezolanos en Colombia es
suficiente para reprochar el desempeño del Estado -no corresponde con el de un gobierno
defensor de los derechos- y para corroborar que la vida de los migrantes ha sido, sin lugar a
escapatoria, reducida a pura vida perdible, carente, casi en absoluto, de toda humanidad.
50
REFERENCIAS
Achotegui, J. (2008). Migración y Crisis: El Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico
y Múltiple (Síndrome de Ulises). AVANCES En Salud Mental Relacional, 7.
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