Votos y Wiphalas Campesinos y Pueblos Originarios en Democracia

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1995e con

Esteban
Votos y wiphalas: Ticona A.
campesinos y y
pueblos Gonzalo
originarios Rojas O.
en democracia
CONTEXTO

E
ste trabajo, elaborado en colaboración con Esteban Ticona Alejo
y Gonzalo Rojas Ortuste, trata sobre la democracia étnica, es de-
cir, las formas organizativas que han adoptado los pueblos origi-
narios, campesinos o indígenas, con el fin de nombrar sus propias
autoridades, establecer su gobierno local y llevar adelante sus princi-
pales reivindicaciones.

Publicado algo más de un año después de la promulgación de la ley


de participación popular, se refiere a ella y busca, al mismo tiempo,
anticiparse a las situaciones que posiblemente se presenten con la
aplicación de los cambios que introduce este nuevo instrumento ju-
rídico en la organización política y administrativa del país, .

La ampliación del municipio como órgano de gobierno local a todo el


territorio nacional, sobre la base de las secciones municipales, es
probablemente el principal cambio y el que tendrá más impacto en
la vida de los pueblos originarios y las comunidades campesinas e
indígenas. En ese marco, los autores ven posible el surgimiento o
la creación de municipios indígenas. Otro desafío importante es la
concepción misma del país, para el cual los pueblos originarios tie-
nen una audaz propuesta: Estado plurinacional.

En su versión original, el volumen lleva un prólogo de Carlos Hugo


Molina Saucedo, por entonces Secretario de Participación Popular y
principal gestor e impulsor de la mencionada ley.
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN 119

1. ANTECEDENTES HISTÓRICOS 127


A. DE LOS SINDICATOS MOVIMIENTISTAS
AL PACTO MILITAR-CAMPESINO 127
B. SE QUIEBRA EL PACTO: KATARISMO Y CSUTCB 131
C. EL FLORECIMIENTO DE LO ETNICO 134
D. LOS ÚLTIMOS AÑOS 137

2. PANORAMA DE SITUACIONES EN EL PAÍS 139


1. Ayllus tradicionales 140
2. Áreas con solo sindicatos 145
B. ANDINOS EN EL TRÓPICO 152
1. Panorama general 152
2. La Confederación de Colonizadores y su crisis 153
3. Los productores de la hoja de coca 155
4. Zafreros y cosechadores de algodón 160
C. EL RESURGIMIENTO INDÍGENA EN LAS TIERRAS BAJAS 162
D. LOS SIRINGUEROS Y CASTAÑEROS 165

3. COMUNIDAD Y GOBIERNO LOCAL: EL CASO AYMARA 169


A. LA DEMOCRACIA COMUNAL 169
1. “La asamblea manda” 169
2. Autoridad comunal como servicio 171
3. La tarea principal: el gobierno comunal 171
4. Mujeres y jóvenes en la democracia comunal 175
5. Renovación de cargos 179
6. Las contribuciones al gasto común 181
B. LA DEMOCRACIA INTERCOMUNAL 183
1. Participación en niveles intercomunales 183
2. Ayllus y sindicatos 189
3. Las organizaciones de mujeres 194
4. Comunarios, vecinos y no campesinos 195
5. Los forasteros no-campesinos 197
6. Jesús de Machaqa, un estudio de caso 199

4. NUEVOS DESAFÍOS EN LA CÚPULA 207


A. UNA RESPONSABILIDAD INÉDITA 207
1. “Es una desgracia ser dirigente” 208
2. Dos niveles, dos roles mal articulados 212
3. Los asesores 213
B. SE DESCUBRE A LA CLASE POLITICA 214
1. De monodependencia a pluridependencia 215
2. Relaciones diferenciadas con los partidos 215
C. INDIOS Y CAMPESINOS EN LA CENTRAL OBRERA 218
1. Del desprecio al reconocimiento 219
2. El debate sobre cuotas de poder 220
3. Hacia una lucha común 222
D. RENOVACION DE DIRECTIVAS:
UN DESAFIO IRRESUELTO 223
1. Democracia y maniobras en los congresos 223
2. Disputas regionales y alianzas políticas 226
3. Pugnas por hegemonías personales 227
4. El círculo vicioso de la renovación de dirigentes 228
E. LAS MUJERES DIRIGENTES 231
F. PORTAVOCES NO ESCUCHADOS 234

5. MUNICIPIO, PARTICIPACIÓN POPULAR Y ELECCIONES 241


A. DESAFÍOS DE LA LEY DE PARTICIPACIÓN POPULAR 241
1. Comunidad y personería jurídica 242
2. El comité de vigilancia 246
3. Territorio comunal y municipal 248
B. CAMPESINADO Y ELECCIONES 250
1. Historia del voto campesino 250
2. El comportamiento electoral campesino 252
3. Siete tesis sobre el comportamiento electoral campesino 259
C. MIRANDO AL FUTURO CERCANO 265

6. LA RENOVACIÓN DEL DISCURSO POLÍTICO- IDEOLÓGICO 269


A. DISTINTOS, PERO CIUDADANOS DE PRIMERA CLASE 269
1. Plena ciudadanía, el oculto deseo incumplido 270
2. Pongueaje politico y dignidad 272
3. Llunk’us, contreras y pragmáticos 274
4. Tareas inconclusas 276
B. DE SINDICATOS CAMPESINOS
A ETNIAS Y NACIONALIDADES 277
1. Nuevos enfoques en el altiplano 277
2. La CSUTCB y la intelligentsia aymara urbana 284
3. Hacia la Asamblea de Nacionalidades 286
4. De solo tierra a también territorio 289
C. ESTADO PLURINACIONAL Y OTROS PLURALISMOS 292
1. Identidad étnica 292
2. Identidad de nación originaria 294
3. Estado plurinacional y otros pluralismos 298

BIBLIOGRAFÍA 303
INTRODUCCIÓN

El presente texto pretende mostrar las posibilidades y dificultades del


campesinado y de los pueblos indígenas de Bolivia en relación al régi-
men democrático, sus valores y prácticas.

Abordamos el tema en dos grandes bloques. El primero, en los capítu-


los 1 a 4, es más descriptivo, presentando cómo funciona la democracia
en el interior mismo del sector, desde la pequeña comunidad hasta sus
niveles directivos máximos. El segundo, en los capítulos 5 y 6, se refiere
a sus relaciones con el Estado, a la vista del nuevo escenario actual y de
las propias demandas y propuestas que emanan del campesinado y de
quienes gustan llamarse pueblos originarios.

El primer bloque se introduce con una breve visión histórica recien-


te (capítulo 1), seguida de una panorámica de las diversas situaciones
existentes en el país, que ya insinúa una amplia gama de posibilidades
internas en la práctica y organización democráticas (capítulo 2). Viene
luego, a un nivel de mayor detalle, el caso andino, sobre todo aymara,
de mayor experiencia de los autores, en referencia a la democracia local,
tanto comunal como intercomunal (capítulo 3). Finalmente cerramos
este primer bloque con una discusión sobre las esferas directivas más
altas, de nivel nacional, especialmente de la Confederación Única de
120 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), sus mecanismos de


elección y estructuración, así como la problemática de la representación
y el difícil control sobre los representantes (capítulo 4).

El segundo bloque tiene dos partes. La primera es una lectura de algu-


nas propuestas pasadas y actuales de Estado, desde la perspectiva de las
comunidades rurales (capítulo 5), y la segunda presenta las propuestas
alternativas y sus varias expresiones políticas con miras a un tipo de
Estado en que se sientan más en casa (capítulo 6). En el primero de
estos dos capítulos el énfasis se pone en el nuevo municipio, tal como
ha quedado redefinido por la ley de participación popular (LPP), junto a
otras disposiciones importantes allí contenidas, y en la manera que fun-
cionan los mecanismos electorales en el campo, desde 1979 hasta hoy.
En el capítulo 6, que cierra todo el trabajo, consideramos sobre todo la
demanda más fundamental de los campesinos-indígenas de llegar a ser
ciudadanos de primera clase, sin que ello implique la pérdida de sus
identidades. Por eso desemboca en su deseo de una nación boliviana
que incorpore pero no destruya sus nacionalidades.

En el ámbito geográfico y cultural, nuestros ejemplos más detallados


se fijan sobe todo en la población rural mayoritaria de origen andino
(aymara y quechua), mostrando su doble vertiente campesina y étnica.
Pero, junto con esta visión más global de lo andino, se dan suficientes
referencias contextualizadoras a otros grupos; y en algún caso se desa-
rrolla con mayor detalle la situación y práctica de otros pueblos. En el
ámbito temporal, hay dos momentos, en parte superpuestos hasta hoy:
el sindical, propiamente dicho, que se remonta a los años de la reforma
agraria, y el étnico, resurgido en los años 70, pero inspirado en formas
organizativas y culturales mucho más antiguas. Sin embargo, no siem-
pre es claro si se trata de un cambio profundo o solo nominal, si son dos
visiones contrapuestas o complementarias.

El estudio se detiene particularmente en la práctica política del campesina-


do y pueblos originarios –que en nuestro medio tantas veces coinciden–
desde que empezó su propio curso autónomo, en los años 70, con la rup-
tura del Pacto Militar Campesino y la creación de la CSUTCB. Se señalan,
con todo, continuidades y cambios con relación a las prácticas anteriores.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 121

En el ámbito organizativo, por su relevancia para las actuales propues-


tas democratizadoras, hemos considerado indispensable distinguir dos
niveles de la organización campesina-indígena:
• Un nivel local, desde la comunidad hasta lo equivalente a un mu-
nicipio rural. Es decir: sindicato, subcentral, central o –en áreas
más tradicionales– ayllu, en sus varios niveles. Aquí prevalecen
los roles de gobierno local.
• Un nivel superior, con énfasis particular en el caso de la CSUTCB.
Aquí pasa a primer plano el carácter contestatario-reivindicativo de
la organización y surge una mayor relación con grupos políticos.

No siempre se logra la necesaria articulación interna entre estos dos


niveles de una misma organización, por responder a problemas y po-
tencialidades distintas. Las respuestas y propuestas a nuestro problema
central pueden ser muy distintas en ambos casos, con relación tanto
a los procesos internos de práctica democrática, como a la manera de
relacionarse con los demás actores sociales. Nos preguntamos cómo en
esas varias situaciones y perspectivas se propone y expresa la ciudada-
nía, qué bloqueos prácticos sigue teniendo, y cómo se están replantean-
do (o no) viejos temas como la renovación de cargos, los clientelismos,
el tradicional recelo ante el Estado, etc.

En función de este amplio panorama, sugerimos, a lo largo de todo el


texto, tareas prioritarias para una plena participación de estas organi-
zaciones en el proceso democrático y, a la vez, para un mayor recono-
cimiento de su práctica y potencial democrático por parte del Estado.
Se establecen recomendaciones, más globales o más puntuales, para
vincular las formas de democracia representativa con otras de carác-
ter participativo en atención a nuestra variada especificidad cultural.
Pensamos que es muy posible, y nos enriquecería a todos, lograr un
mayor injerto entre la experiencia de democracia liberal, compartida
con otras latitudes, y la democracia étnica –originaria– que está en
nuestras raíces.

Como un adelanto de lo que en el texto aparece con mayor lujo de ma-


tices, señalamos a continuación solo algunos aspectos que nos han pa-
recido más centrales.
122 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Una primera enseñanza de la práctica democrática interna, tanto en


las comunidades andinas como en las de tierras bajas, es que, con la
riqueza y variación de los usos y costumbres propios de cada pueblo, en
todas partes reaparecen rasgos democráticos referidos al consenso con
que los comunarios eligen a sus dirigentes y, sobre todo, al control so-
cial a que dichas autoridades quedan sometidas. Destacan, en ello, los
mecanismos asamblearios para el tratamiento de temas relevantes para
la comunidad y la búsqueda del mayor consenso posible, con el ideal
–a veces conseguido– de la unanimidad. Se hace evidente, también,
que el dirigente es más un servidor de los encargos recibidos por la
colectividad que una autoridad que decide en solitario. No se enriquece
en el ejercicio de su cargo sino que acaba endeudado con –y, a la vez,
prestigiado por– toda su comunidad.

En el caso más específico de las comunidades andinas, sobre todo


aymaras, es precisamente este permanente intercambio con la comu-
nidad lo que da sentido a los varios estilos de rotación para que todos
cumplan responsabilidades, cada uno tomando en cuenta la aptitud de
los involucrados. De esta manera el criterio de la máxima participación
se combina con el del mérito; y el sentido de reciprocidad comunal faci-
lita el acceso a los recursos disponibles que el dirigente en funciones ha
de emplear para el desempeño de sus tareas. Hay en todo este esquema
un fuerte sentido de contribuciones en responsabilidades, tiempo y re-
cursos, que no siempre ha sido reconocido por el resto de la sociedad.
El protagonismo principal, dentro de esta democracia andina, corres-
ponde más a la familia que a cada individuo tomado aisladamente. Es
particularmente central el papel simbólico que desempeña la pareja,
aunque quien más formalmente la representa en la esfera pública es
el varón, jefe de familia. Quienes no son representantes titulares en
las asambleas comunales (mujeres y jóvenes) participan mayormente
en la formación de decisiones en el ámbito privado, constituyéndose
en una instancia necesaria para el proceso de definición en los marcos
de la democracia étnica.

Estos estilos de democracia aymara, andina, étnica que, con las caracte-
rísticas propias de cada cultura, garantizan la buena convivencia de los
pueblos originarios, suele funcionar adecuadamente en el interior de
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 123

cada comunidad y, con más limitaciones, también al nivel intercomu-


nitario; es decir, en aquellas circunstancias en que el tamaño reducido
y la homogeneidad cultural facilitan esquemas de gobierno local con
intenso conocimiento y relaciones interpersonales. Pero al subir a nive-
les más cupulares se problematiza más la relación entre representación
y conocimiento inter-personal y pasan a primer plano las dificultades
propias de situaciones nuevas en que es inevitable funcionar sobre
todo con el criterio de representación. En el caso de los altos dirigentes
campesinos, que quedan entonces alejados de las comunidades que les
daban cobertura económica y moral, la desorientación inicial y la pos-
terior vulnerabilidad es mayor que en otras organizaciones urbanas,
donde el salto y la novedad es menor.

Un aspecto merece ser recalcado. En el caso de las organizaciones


campesinas e indígenas sigue pesando mucho la dimensión territorial,
desde el territorio y jurisdicción de cada comunidad y de cada pueblo
originario minoritario hasta sus mayores agrupaciones en centrales, fe-
deraciones y coordinadoras. La referencia a tales territorios es su forma
legitima y por excelencia de representación. Aquí debemos insistir en
que la representación es, por tanto, un mecanismo que ya entra en el
bagaje de elementos de la democracia étnica. Esta no es exclusivamente
directa y participativa. Si tal referencia ya es muy válida en las formas
internas de organización del conjunto de comunidades y pueblos origi-
narios hasta abarcar el nivel nacional, resulta muy oportuno el énfasis
de la ley de participación popular (LPP) en verlas a todas ellas como or-
ganizaciones “territoriales”. Pero la puesta en marcha de esta ley plan-
tea otros varios desafíos. Gran parte de los municipios creados por la
mencionada ley son de carácter urbano-rural y resulta claro –a la luz de
lo explicado en estos capítulos– que en ellos debe apuntarse a relacio-
nes de interacción mutua de unos (instituciones, proyectos, corporacio-
nes, etc.) y otros (campesinos, pueblos indígenas) para conjuntamente
encontrar los mecanismos que afiancen todo el proceso de democrati-
zación e institucionalización a que la LPP aspira. Hay otros municipios
que son casi exclusivamente rurales y sus pobladores tienen, además,
su propia identidad étnica y cultural. Allí es indispensable que el mu-
nicipio se injerte dentro de las organizaciones y formas de gobierno
propias ya de esta realidad.
124 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Dentro del capítulo 5, bajamos a críticas y propuestas más puntuales


y sugerimos, además, varias recomendaciones en relación al proceso
electoral venidero. Aquí desearíamos reiterar el valor político de la
instancia del comité de vigilancia. A la fecha, prácticamente no se
han constituido, pese a que cerca de un 15% de las OTB estimadas ya
se han registrado para obtener su personería jurídica. El comité de
vigilancia está diseñado para posibilitar la visibilidad social y local del
proceso de participación popular, así como el control social del gobier-
no municipal, dejando la fiscalización del mismo al concejo municipal
en concordancia con el rol atribuido a este cuerpo en la disposición
constitucional pertinente.

Al analizar las demandas y propuestas de campesinos y pueblos origi-


narios al Estado y al resto de la sociedad, llama la atención el vigor con
que sigue viva su exigencia de un pleno reconocimiento ciudadano, no
obstante los avances logrados desde la revolución y reformas de 1952.
Lo más singular de esta demanda, en el momento actual, es que ya no
se busca por el camino de la uniformización sino por el de la plena
igualdad en el reconocimiento y oportunidades de quienes desean se-
guir manteniendo sus identidades culturales diferenciadas. Los avan-
ces, experiencias y proyecciones existentes en nuestra Bolivia pluricul-
tural nos hacen pensar que aquí tenemos algo que enseñar y proponer
a otras viejas democracias hoy destrozadas por sus guerras interétnicas.
La clave la tenemos en nuestra mayor tolerancia y en una amplia gama
de mediaciones mutuas desde muchos ejes entrecruzados.

En suma, este trabajo aspira a que el lector cuente con nuevos instru-
mentos para responder positivamente a las demandas de ese impor-
tante sector de la población boliviana en términos de respeto cultural,
autonomía y afirmación de la democracia. No se trata simplemente de
una respuesta voluntarista y por ello aquí también destacamos los pro-
blemas, para mejor elucidar formas de superación y vinculación. La
política es también un proceso inacabado e inacabable de articulación
de formas y prácticas entre los miembros y organizaciones de una so-
ciedad dada. Bolivia está enfrentando un proceso evidente de reformas,
que acaso nos permitan avanzar a pesar de nuestras reconocidas limita-
ciones, puesto que estas tampoco son fatales.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 125

Queremos dejar constancia del carácter colectivo del presente texto, fru-
to de mucha discusión entre los autores: uno sociólogo e historiador
aymara-boliviano, otro politólogo boliviano y un tercero, antropólogo
boliviano por opción y bolivianista, los tres con experiencias de trabajo
de campo, inquietudes y visiones diferentes pero acaso complementa-
rias. En este texto final ya resuIta imposible dirimir qué aporte es de
quién. Pero los tres coincidimos en que todo error es, sin duda, del otro.

Vaya nuestro agradecimento muy particular a los entrevistados que


accedieron a proporcionarnos sus experiencias y apreciaciones1. Con
todo, para facilitar esta comunicación, hemos preferido, en ciertos con-
textos, mantener algunos de los aportes en forma de citas anónimas.

Este volumen es un ensayo, no un sesudo documento académico. Pero


esperamos que tampoco resulte una aproximación superficial para un
tema tan fundamental. Dispensamos al lector de citas eruditas y pesa-
das referencias bibliográficas, aunque sí indicamos textos complemen-
tarios que le permitan profundizar en determinados temas. Hemos
privilegiado también la anécdota y la palabra de aquellos y aquellas a
quienes más se refiere y dirige este ensayo. Con frecuencia transmiten
más que un sofisticado concepto.

Esperamos que este texto sirva ante todo a dos grupos: el primero, a los
propios dirigentes campesinos, indígenas, originarios, para su reflexión
y autocrítica. Agradeceremos que incluyan además su propia crítica al
texto, para que todos juntos aprendamos más y mejoremos nuestra de-
mocracia. El segundo, a la clase política, para familiarizarla con la expe-
riencia, sabiduría y problemas de un amplio sector de ciudadanos, al que
se conoce poco, a pesar de que pueden contribuir mucho para afianzar
la institucionalidad democrática del país. Sabemos que todo libro tiene
su destino, ojalá el de este texto se asemeje a los arriba mencionados.

En una reflexión dedicada mayormente al tema del respeto al otro y a la


pluralidad de identidades, hemos tropezado constantemente con el pro-

1 Iván Arias D., comunicador; Daniel Calle M., ex-dirigente de la CSUTCB; Jenaro Flores S.,
ex-secretario ejecutivo de la CSUTCB; Silvia Rivera C., socióloga; Juan de la Cruz Villca, se-
gundo secretario general de la COB, en representación de la CSUTCB.
126 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

blema de cómo llamar a a los sujetos de estas identidades. Se nos pidió


un ensayo sobre la democracia “campesina” y, al minuto, el análisis de
tal democracia ya nos exigía rebasar ese denominativo. ¿Para cambiarlo
por cuál? ¿Indígena? ¿Etnia? ¿Indio? ¿Originario? más los nombres que
se nos quedan en el tintero... Hemos optado por no privilegiar ni des-
cartar ninguno de ellos, pues cada uno tiene su apologista y su crítico y,
según el momento y el contexto, aparece más uno u otro en el escena-
rio. El lector irá descubriendo que, tras los nombres, está también este
debate por una democracia pluralista.

La Paz, enero 1995


UNO
ANTECEDENTES
HISTÓRICOS

A. DE LOS SINDICATOS MOVIMIENTISTAS


AL PACTO MILITAR-CAMPESINO

Para comprender mejor la dinámica campesina actual, debemos repa-


sar la evolución ocurrida en las últimas décadas. Las raíces históricas
del potencial democrático y político de campesinos y pueblos origina-
rios se remontan mucho más atrás en el pasado, primero en su vertien-
te indígena y comunal, más recientemente con las primeras organiza-
ciones sindicales campesinas desde los años 30 en Tarija y sobre todo
en Cochabamba. Pero aquí solo nos fijaremos en las evoluciones ocu-
rridas desde la consolidación en el poder del Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR) después de la revolución del 9 de abril de 1952.2
El ascenso del MNR, como se sabe, trajo consigo la reforma agraria de
1953, el derecho universal al voto para todo habitante del país con mayo-
ría de edad, incluidos los analfabetos, y el acceso masivo a la educación.

Toda esta política obedecía a un programa de modernización capitalista


estatal plasmado en el “Plan de Gobierno de la Revolución Nacional”.

2 Para un panorama sintético de la historia previa, remitimos principalmente a Albó y Barnadas


(1990) y Rivera (1984) con su correspondiente bibliografía ampliatoria. Sobre el desarrollo del sin-
dicalismo campesino hasta 1979, ver además la primera parte de Iriarte y equipo CIPCA (1980).
128 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Hubo reformas de importancia y cambios ciertamente estructurales,


aun cuando fueron distintos de las pretensiones de los sectores obreros,
campesinos y populares urbanos, que habían sido el soporte social de
la revolución y habían encumbrado en el poder político al MNR. Si bien
la gestación del sindicalismo rural en algunas zonas de hacienda venía
desde poco después de la Guerra del Chaco y contó inicialmente con el
apoyo de otros partidos y fuerzas sociales, correspondió al MNR y su
nuevo gobierno su masificación en el agro. Bajo su batuta, en pocos
años el sindicato campesino se impuso sobre cualquier otra forma de
organización rural (Antezana y Romero 1968, Antezana 1982). Dentro
de esta forma organizativa universal que, al decir de Silvia Rivera (1984:
108), tenía entonces como rasgo central su carácter para-estatal, pode-
mos distinguir, con esta autora, tres tipos de sindicalismo campesino
que han sido objeto de estudios más específicos.

Un primer tipo se asentó en los valles de Cochabamba, donde se en-


cuentra Ucureña, símbolo de la reforma agraria. Allí la existencia de
militantes campesinos mestizos –unos, antiguos pegujaleros de las
ex-haciendas y otros pequeños propietarios o piqueros– junto con la
ausencia de formas comunales de organización, permitió al sindica-
to insertarse como el único espacio de organización de las demandas
del campesinado parcelario (Dandler 1983, 1984a). En esta región, el
“sindicato campesino” se aproxima más a su definición convencional
(Rivera 1984: 109. Ver capítulo 2-A.2).

El segundo tipo se da en el altiplano, sobre todo de La Paz. Los aymaras


no vacilaron en adoptar la forma de organización sindical pero, en los
hechos, la “injertaron” en el tronco de sus organizaciones tradicionales.
El precio de la adopción fue conflictivo y no se logró una “reinterpreta-
ción” del todo sólida (Rivera 1984: 109). La gama de variación es amplia.
Una versión más cercana a Cochabamba se dio en el área mayormente
de haciendas (más alguna comunidad originaria, como Warisat’a) de
Achacachi (Albó 1979); una versión muy distinta ocurrió en el área de
comunidades originarias de Jesús de Machaqa (ver capítulo 3).

Un tercer tipo ocurre en el norte de Potosí, donde el sindicalis-


mo campesino se implementó con el rechazo de las organizaciones
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 129

tradicionales del ayllu. El sindicalismo estuvo en manos de ex-mi-


neros, de vecinos del pueblo y, en algunos casos, recibió incluso
inyecciones desde Cochabamba. Allí no se logró fusionar el nuevo
sindicato con las formas de organización del ayllu, vigentes en la
región (Ver capítulo 2-A.1).

Estos tres tipos son como hitos dentro de una gama muy amplia
de soluciones prácticas. El modelo cochabambino, por ejemplo, se
reprodujo de alguna forma –más tarde y con menos militancia– en
otras muchas ex-haciendas en los valles de Chuquisaca, Potosí, el
área andina de Santa Cruz, en los Yungas aymaras de La Paz y en
Tarija. Hubo lugares más aguerridos –como Culpina, en Sud Cin-
ti– pero en otros los innovadores forcejearon varios años con un
campesinado muy dependiente del antiguo patrón. Por otra parte,
muchos ayllus de Oruro y Potosí tomaron posiciones intermedias
entre el injerto aymara en La Paz y el conflicto abierto en el nor-
te de Potosí, con mayor prevalencia de una u otra forma según el
momento histórico. En el Oriente y otras tierras bajas, las nuevas
organizaciones campesinas entraron mucho menos al esquema
sindical, salvo en áreas de colonización (ver capítulo 2).

Pese a lo novedoso, y tal vez inoportuno, que resultaba el sindicalismo


campesino, la participación del campesinado-indio fue masiva y casi
decisiva en la etapa inicial de la revolución. El MNR tenía el interés de
subordinar y controlar a los campesinos por el camino “normal”: sin-
dicatos y dirigentes vinculados a los comandos del MNR. Por su parte
estos, agradecidos por la reforma agraria y otras medidas, votaban ma-
sivamente a favor del MNR y se movilizaron con frecuencia para defen-
der la revolución. Después de la primera euforia, cuando la motivación
central de las bases se cumplió, por la vuelta de las tierras a manos
de los campesinos, el incentivo se desplazó hacia diversas formas de
dependencia del nuevo gobierno. Por ejemplo, para la obtención de los
cupos de alimentos subvencionados, que ya había sido uno de los pri-
meros instrumentos del gobierno para atraer hacia sí a dirigentes de las
comunidades originarias. Se restableció de esta manera el clientelismo
político de las organizaciones sindicales campesinas con respecto a los
gobiernos del MNR (Albó 1985: 90-92).
130 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Sin embargo, la falta de nuevos objetivos reivindicativos agudizó tam-


bién los problemas internos entre campesinos. En una primera fase,
se consiguió una suerte de consenso activo del campesinado-indio ha-
cia el Estado, bajo la batuta del sindicalismo agrario cochabambino,
que se constituyó en la piedra angular del aparato sindical montado
a partir de la revolución de 1952. Pero en una segunda fase, toda vez
que está resuelto el problema de la tierra y consolidada la estructura
sindical para-estatal, comienzan a surgir a la superficie las contra-
dicciones internas del nuevo proyecto estatal. Se expresan en una
creciente polarización política del propio partido en el poder –como
la escisión de los “auténticos” de Guevara Arze– y tienen sus deri-
vaciones casi inmediatas en el movimiento sindical campesino. El
caso más grave fue la ch’ampa guerra entre Cliza y Ucureña (Dandler
1984b) pero hubo manifestaciones comparables en Achacachi entre
Warisat’a y Belén (Albó 1979), en los sindicatos del norte de Potosí
(Harris y Albó 1984) y en otras varias partes. En esta fase podemos
hablar más de consenso pasivo del campesinado (Rivera 1984: 112)3. En
ambas fases, el nuevo poder sindical campesino convive y reproduce
formas de dominación patriarcal y liberal entre el nuevo Estado bur-
gués y sus súbditos. El espacio en la sociedad y el lugar en la estruc-
tura del poder de estos “nuevos ciudadanos”, formalmente “libres e
iguales”, son escamoteados a través de la corrupción, la imposición
de pseudo-dirigentes y la manipulación sindical. De esta manera la
democracia de las milicias armadas de la primera etapa cede paulati-
namente a formas cada vez más subordinadas del ejercicio del poder
campesino (Rivera 1984:113).

Cuando en 1964 el general René Barrientos Ortuño barrió con el MNR,


se inició un ciclo de 18 años casi ininterrumpidos de gobiernos milita-
res. Entonces, uno de los puntales políticos del nuevo régimen fue el
llamado “Pacto Militar-Campesino” (= PMC). Fue diseñado como una
estructura institucional de enlace entre el sindicalismo para-estatal y
el ejército, para sustituir a la articulación sindicato-partido-Estado vi-

3 La autora utiliza en realidad los conceptos de “subordinación activa y pasiva” para las
respectivas fases, pero preferimos aquí los más clásicos de consenso activo y pasivo, para
evitar los ecos de una visión demasiado conspirativa, de una parte y, de otra, la noción de
“servidumbre voluntaria”.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 131

gente durante el período del MNR. El tránsito entre ambas modalida-


des institucionales pudo realizarse sin sobresaltos debido a la intensi-
dad de las luchas faccionales a que había conducido la fragmentación
del MNR. De este modo, el ejército logró asumir el control directo
del funcionamiento del aparato sindical campesino, especialmente en
sus niveles superiores e intermedios, complementando las tareas del
control preventivo de la población realizadas por la Acción Cívica de
las Fuerzas Armadas y por las alcaldías y prefecturas en manos de la
burocracia militar (Rivera 1984:18).

En resumen, el esquema MNRista de alianza dependiente entre el


gobierno y el campesinado funcionó durante los 12 años del MNR en
el poder, sobre todo en las regiones del altiplano y los valles rurales
del país, aunque con diversa intensidad. El propio campesinado, pese
a su heterogeneidad, consiguió en este tiempo replantear sus relacio-
nes con el conjunto de la sociedad criolla, forzándola a aceptar formas
relativamente más democráticas de control social. Los campesinos or-
ganizados en sindicatos y milicias logran así definir por sí mismos los
términos de su incorporación a la nueva estructura política del “Esta-
do del 52” (Rivera 1984: 111). Por otra parte, detrás de la evidente rup-
tura con el MNR, por parte de Barrientos y su PMC, hay una llamativa
continuidad en la forma de relación clientelista entre el gobierno y el
campesinado, especialmente en Cochabamba. El punto de partida del
esquema de consenso pasivo del campesinado, impulsado por el MNR,
logró convertirse en algo natural.

B. SE QUIEBRA EL PACTO: KATARISMO Y CSUTCB

Cuando el gobierno militar de Barrientos pensaba que tenía al campe-


sinado totalmente domesticado y, a recomendación de la política nor-
teamericana, lanzó su proyecto del impuesto único, el campesinado se
atrevió a cuestionarlo por primera vez. En 1968 Barrientos fue abu-
cheado por los sindicatos de colonizadores del norte de Santa Cruz y
poco después casi fue apedreado por los aymaras de Achacachi. Estos
incidentes fueron el inicio del quiebre del Pacto Militar-Campesino y la
búsqueda de la independencia sindical campesina.
132 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Irrumpió entonces al escenario nacional una organización deno-


minada Bloque Independiente Campesino, como un sindicalismo
distinto del oficial o, por lo menos, desvinculado del PMC. Este
Bloque consiguió pronto el reconocimiento de la Central Obrera
Boliviana (COB) y empezó a hacerse sentir en asuntos relacionados
con el campo y contra los abusos que allí se sufrían. Poco después el
Bloque tuvo una red en Oruro y otros puntos de influencia cerca de
las minas, en el norte de Potosí. Empero los planteamientos inde-
pendientes no llegaron a calar en las bases campesinas de la época.
El control oficialista fue más efectivo que el accionar de los dirigen-
tes del Bloque Independiente y, por otra parte, muchos de estos ya
mantenían poco contacto con sus comunidades. De todos modos,
los dirigentes del Pacto, pese al apoyo del gobierno (e incluso con el
recurso de mecanismos coercitivos), ya iban perdiendo aceptación
en varios sectores rurales.

Un segundo grupo disidente fue la Unión de Campesinos Pobres,


UCAPO, que nació hacia 1970 y respondía a los lineamientos del Par-
tido Comunista Marxista Leninista, PCML, de influencia china, como
lo evidencia el uso de la categoría “campesinos pobres” formulada
por Mao Tse Tung. UCAPO tuvo más fuerza en zonas de colonización
de Santa Cruz. Una de sus acciones más famosas fue la toma de la
hacienda Chané Bedoya, a partir de la cual empezó a crear una cierta
expectativa entre los campesinos (Albó y Barnadas 1990: 253-254).

Por la misma época surgió un tercer intento de sindicalismo in-


dependiente en varias áreas de colonización. Si bien por una par-
te los colonizadores tenían cierta vinculación y dependencia con
el gobierno, porque les había otorgado tierras, por otra parte, en
las llamadas “colonias dirigidas” la dependencia era tan fuerte que
resultó contraproducente: aunque tenían prohibido organizarse en
sindicatos, el incumplimiento del Instituto Nacional de Coloniza-
ción les llevó a organizarse para exigir que cumpliera sus promesas
de asistencia y titulación.

Sin embargo, el movimiento más importante que propició la indepen-


dencia sindical fue el movimiento katarista-indianista. Una de sus pri-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 133

meras plazas fuertes, bajo el liderazgo de Raimundo Tambo y Jenaro


Flores, estuvo en el altiplano aymara, en la provincia Aroma del depar-
tamento de La Paz no lejos de donde dos siglos antes se había alzado
Tupaq Katari, de quien tomó su nombre el movimiento4. A diferencia
de los casos anteriores, en que se creaban nuevas organizaciones, una
de las peculiaridades de este movimiento katarista es la conquista de la
confederación sindical campesina ya existente, desde el nivel local hasta
la directiva nacional. Al principio logró la dirección de dos o tres sindi-
catos en la provincia Aroma (Ayo Ayo, Sica Sica, etc.) del departamen-
to de La Paz. Después, en un congreso convocado por los dirigentes
del PMC, realizado en Aroma, logró escalar al nivel provincial. Al poco
tiempo ganó la conducción de la federación departamental de La Paz.
Finalmente el 2 de agosto de 1971, en un congreso nacional en Potosí,
donde estuvieron además el sector independiente de UCAPO, sectores
indianistas de Fausto Reinaga y otros grupos. En estas circunstancias
Jenaro Flores llegó a ser nombrado secretario ejecutivo de la Confede-
ración Nacional de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CNTCB). Al
retomar una organización sindical-comunal ya existente, infiltrándose
en ella, los kataristas tuvieron desde un principio una relación mucho
más fuerte con sus bases comunales.

Esta floración de iniciativas llegó a su máxima expresión en el período


1969-71 con los gobiernos militares de Ovando y Torres, que se abrie-
ron más a la izquierda, como reacción al impacto ideológico-político del
paso del Ché (y hasta quizás a cierto “complejo de culpabilidad” tras su
captura). Pero sufrió una ruptura brusca con el golpe militar del general
Bánzer en agosto de 1971, a los pocos días del congreso de Potosí. El
PMC volvió a imponerse, pero ya cada vez con mayor recelo o resistencia
por parte de los propios campesinos. Cuando los militares masacraron
a campesinos en Tolata, en enero de 1974, un dirigente de Achacachi

4 El principal recuento de este movimiento es Hurtado (1986). Ver también Albó (1985) y los
capítulos correspondientes de Rivera (1984) y Albó y Barnadas (1990). La denominación de
katarismo no solo hace referencia al levantamiento anticolonial de Tupaq Katari y Bartolina
Sisa en 1971. Tiene además otra connotación simbólica, relacionada con el katari o víbora que,
según Montes (1987: 78ss), constituye un totem del pueblo aymara y simboliza el terremoto y
la revolución desde abajo.
134 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

comentó: “¡Vaya pacto, que se impone a bala!” Era el principio del fin.5
Cuando, siete años después, se inició el lento y doloroso proceso hacia
los actuales regímenes democráticos, volvieron a la palestra las organi-
zaciones contestatarias de siete años antes más otras nuevas creadas
desde los partidos políticos.6 Algunas ya formaban parte de la COB des-
de su nacimiento. Los kataristas, que enseguida volvieron a controlar la
confederación campesina (a cuya sigla añadieron TK: CNTCB-TK, por
Tupaq Katari), lograron entrar a la COB, por su propia presión, pese
a la resistencia de algunos grupos políticos que preferían tener allí a
dirigentes dóciles aunque fueran menos representativos. Finalmente
en 1979 se realizó un congreso de unidad campesina, convocado por la
COB, del que surgió la Confederación Sindical Única de Trabajadores
Campesinos de Bolivia (CSUTCB), que dio sepultura definitiva al PMC
y que, desde entonces, aglutina a la mayor parte de campesinos-indios
del país. Sus primeras directivas tuvieron una clara hegemonía kataris-
ta y aymara pero, con los años, la dirección fue pasando a otras manos.

C. EL FLORECIMIENTO DE LO ETNICO

De los diversos grupos mencionados fue también el katarismo aymara


el primero que, sin romper el esquema “sindical”, reintrodujo de ma-
nera muy explícita la problemática étnica, que había quedado muy
relegada durante las décadas precedentes. Completemos el panorama
desde esta dimensión.

Las primeras manifestaciones de una nueva conciencia étnica aparecen


a fines de la década de los años 60. Una nueva generación de aymaras
que estudiaban en La Paz empieza a organizarse, fundando el Centro

5 Llama la atención que en esta masacre los cochabambinos pusieron los muertos pero fueron
los aymaras quienes sacaron la conclusión más radical. Se comprende mejor por el mayor
arraigo que allí siempre tuvo el PMC. Antes y después de la masacre, siguieron distinguiendo
entre militares abusivos y otros más cercanos (ver Albó, 1993b).

6 UCAPO había desaparecido pero el Bloque Independiente, rebautizado Confederación de Campesi-


nos Independientes, ya estaba entonces bajo el control del PCML. El MIR fundó otra confederación
solo cupular llamada, significativamente “Julián Apaza”. Los kataristas tuvieron una rama más cerca-
na a la Unidad Democrática Popular, UDP, y otra más cercana al MNR de Víctor Paz. Este complejo
panorama de 1978-79 está sintetizado en los cuadros finales de Iriarte y Equipo CIPCA (1980).
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 135

Cultural 15 de Noviembre. Bajo la mirada del pionero indianista Fausto


Reinaga, descubre la figura histórica de Tupaq Katari –ejecutado el 15
de noviembre de 1781– y empieza a percibir sus problemas desde otra
óptica. Estos aymaras son los primeros que empiezan a quejarse de
sentirse “extranjeros en su propio país”. A pesar de que la revolución de
1952 les había incorporado formalmente como ciudadanos, en la prác-
tica continuaban sintiéndose objeto de discriminación étnica y manipu-
lación política. Con los años, ellos serán los fundadores del katarismo
(Hurtado 1986: 31-39) y de su rama más indianista.7

A partir de esta base, el movimiento katarista-indianista empezó a “re-


cuperar y reelaborar el conocimiento histórico del pasado indio”. Dos
eran por entonces sus enfoques fundamentales:
a) La lucha anticolonial de los “indios” del país, donde lo central
era la lectura histórica. Más allá de la recuperación simbólica
de las figuras de Tupaq Katari y Bartolina Sisa, considera que
el aspecto central de su problemática es la continuidad de una
situación colonial, por la que una minoría social oprime a otra
sociedad “originariamente libre y autónoma”.
b) La utilización del sindicato campesino como un instrumento pri-
vilegiado de lucha. Aunque este pertenece al Estado del 52 y se
constituyó en la nueva forma de dominación estatal, los kataristas
tuvieron la habilidad de extender su influencia y difundir sus ideas
a través del sindicato, que era entonces la organización comunal
más expandida, como un espacio de “unidad en la diversidad”.

Esta síntesis entre la “memoria larga” (luchas anticoloniales y origen


étnico prehispánico) y la “memoria corta” (poder revolucionario de los

7 En este trabajo no incluimos un análisis específico de esta corriente exclusivamente indianista,


por tener una dimensión más urbana e incluso internacional. Fuera del pionero Partido Indio
de Fausto Reinaga (1970, 1971), más simbólico que real, su primer exponente fue el Movimiento
Indio Tupaq Katari (MITKA); pero después surgieron muchos más y sus símbolos fueron pos-
teriormente retomados por movimientos guerrilleros como las Fuerzas Armadas de Liberación
Zárate Willka y los Ayllus Rojos. Salvo en algunos sectores de Omasuyos, la presencia rural en
todos estos movimientos ha sido débil. Para profundizar en el tema, ver sobre todo los textos de
Ramiro Reynaga (Wankar 1971), hijo de Fausto y principal teórico de esta corriente, y la historia
y documentos recogidos por Diego Pacheco (1992). Gracias a la insistencia de esta corriente, un
tema central de sus planteamientos –la raíz colonialista de nuestros problemas– ha pasado a ser
parte del discurso de un sector político mucho más amplio.
136 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

sindicatos y milicias campesinas desde 1952), estuvo desde un princi-


pio muy presente en los primeros kataristas, aunque, en forma global,
resultó un proceso difícil y contradictorio (Rivera 1984:163-165) por el
peso de las diferentes vivencias dentro de los propios campesinos e
indígenas del país.

El katarismo-indianismo viene a ser un fruto no previsto de la revo-


lución del 52 desde dos perspectivas: es producto de sus conquistas
parciales (educación, participación política del campesinado indígena)
y producto también del carácter inconcluso de estas conquistas. Las
primeras abrieron horizontes y despertaron nuevas expectativas; su ca-
rácter de inconclusas generó una frustración que hizo resurgir la me-
moria larga de un plurisecular enfrentamiento con el Estado. Una de
sus particularidades es que, rebasando esquemas anteriores, plantea
un enfoque mucho más globalizante de la problemática, más allá de
las meras reivindicaciones campesinas. Victor Hugo Cárdenas (1988:
523-531), uno de los principales ideólogos del katarismo, distinguió la
existencia de tres corrientes: una cultural, otra sindical y una tercera po-
lítica. Ya vimos cómo la segunda de ellas, a través de la CSUTCB, jugó
un papel protagónico en la recuperación de la independencia campesi-
na. Pero es la combinación de las tres corrientes la que logra generar
una propuesta más global. En este punto, el primer hito fue el histórico
Manifiesto de Tiwanaku, suscrito en 1973 por cuatro organizaciones al
pie de las grandiosas ruinas preincaicas, difundido clandestinamente
en castellano, quechua y aymara, y utilizado como texto para la forma-
ción de cuadros en plena dictadura de Bánzer. Vino a ser una primera
plataforma de “clase y nación” porque subraya que la opresión del origi-
nario no solo es económica y política sino que tiene fundamentalmente
raíces culturales e ideológicas.8

Esta perspectiva permitió superar tanto el reduccionismo clasista (que


prevalecía en los sindicatos y en los partidos de izquierda) como el re-
duccionismo de algunas ramas más indianistas. Se daba así una doble
lectura de la problemática aymara y boliviana, en la que se combinaban

8 Hurtado (1986: 59-60). Su texto ha sido reproducido, entre otros, por el mismo Hurtado
(1986. 303-307).
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 137

los elementos étnicos y de clase social. Pero, en este cruce permanente


entre las dos dimensiones, se fue viendo que, como subraya el mismo
Cárdenas (1987:243), la contradicción principal, en muchos casos, no es
solo de clase ni de simple etnicidad, sino más bien el carácter colonialis-
ta que ambas adquieren en Bolivia. De ahí al replanteo de la estructura
misma del Estado, ya solo iba un paso. Con los años se fue desarrollan-
do más esta intuición inicial. Otros hitos importantes fueron la tesis
política de 1983, que por primera vez propone un Estado plurinacional,
y la propuesta de ley agraria fundamental (CSUTCB 1984) que plantea,
entre otros muchos puntos, la Corporación Agropecuaria Campesina
(CORACA). Esta es percibida como una entidad de servicios, encarga-
da de la promoción y ejecución de programas de desarrollo en el área
rural, con administración directa de las organizaciones campesinas y
autonomía de gestión respecto al Estado. De esta forma se incorporaba
también la dimensión económica a la propuesta.

D. LOS ULTIMOS AÑOS

Cuando por fin empezó la nueva era democrática, en 1982, ocurrió


un nuevo fenómeno: se fueron debilitando las movilizaciones pero
las ideas más globales, que acabamos de esbozar, penetraron mucho
más por todo el espectro político.9 El debilitamiento se debió a muchos
factores: la fuerte crisis económica, que convertía en pírricas algunas
conquistas solo en el papel y, por tanto, iba restando credibilidad a las
movilizaciones; la desestructuración de todo el movimiento popular
que supuso la implantación del modelo neoliberal y, a nivel mundial,
la caída de los regímenes llamados “socialistas”; los propios conflictos
internos de liderazgo dentro del movimiento popular y, en concreto,
del movimiento campesino, etc. Pero pensamos que hay también otra
razón de fondo: No es lo mismo movilizarse contra gobiernos dictato-
riales ilegítimos que en contextos democráticos. La tradición histórica,
sobre todo en la memoria corta, era la primera y no resulta fácil a mu-
chos líderes de movimientos populares adaptar su rol al nuevo contexto
manteniéndose, a la vez, fieles a sus luchas reivindicativas.

9 Esta evolución ha sido analizada en mayor detalle en Albó (1993).


138 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

En cuanto a la difusión de ideas como las que primicialmente lanzaron


los kataristas, influyó también el derrumbe de los países del bloque so-
cialista, que antes enfatizaban solo la dimensión clasista. Fue recién en-
tonces que varios sectores políticos empezaron a dar más atención a lo
que campesinos y originarios habían estado diciendo durante años. Se
unieron a ello corrientes semejantes llegadas desde más allá de nues-
tras fronteras y, dentro del país, la emergencia de nuevos movimientos
indígenas en las partes bajas del territorio nacional. Llegamos así a la
situación actual, que es el objeto de los siguientes capítulos.
DOS
PANORAMA DE
SITUACIONES EN EL PAÍS

El sector campesino sigue siendo fundamental en el país. Según el cen-


so de 1992, hay una caída de la proporción de población rural del país
a un 42,5% y un crecimiento de la población urbana hasta alcanzar un
57,5%. Sin embargo, es muy difícil establecer cifras definitivas, prin-
cipalmente por el flujo de migración temporal rural-urbana. A ello se
agrega la subnumeración del censo –pese al innegable mérito de su
ejecución­– principalmente en el área rural y en algunas ciudades como
El Alto de La Paz. Por lo demás, en términos absolutos, la población ru-
ral ha aumentado en relación a las cifras de 1976. Finalmente, según la
composición de los municipios recién creados, es notable la mayoría de
los rurales sobre los urbanos: al menos en un 65% de ellos hay mayoría
de población rural. En este capítulo presentaremos un panorama global
de la gama de situaciones existentes en el conjunto de la Bolivia rural,
para concentrarnos después, en el capítulo 3, en el caso aymara.

A. EL MUNDO ANDINO

Aproximadamente tres de cada cuatro bolivianos sigue viviendo en la


región andina, a pesar que esta representa solo el tercio de la superfi-
cie total del país. La mayoría de esta población andina habla la lengua
140 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

aymara o quechua, aparte de niveles variables de conocimiento del cas-


tellano. Incluso, en las principales ciudades de la región andina del 50
al 70% de su población sabe alguna de estas dos lenguas nativas (INE
1993). A raíz del censo de 1992, es cada vez más discutible el viejo es-
tereotipo poblacional de que lo rural es sinónimo de una mayor pobla-
ción andina y lo urbano, sinónimo de poco andino. Este mundo andino
mayoritario no es homogéneo. Aparte de las diferencias entre el área de
habla aymara (buena parte de La Paz, Oruro y norte de Potosí) y la de
habla quechua, al nivel organizativo debemos distinguir entre la región
de ayllus y comunidades tradicionales y la de sindicatos, con varios sub-
grupos en cada una de ellas. A continuación mostraremos las variantes
más significativas, enfatizando en cada caso cómo estas pueden llevar a
diferentes expresiones en su vida cívica y democrática.

1. Ayllus tradicionales

Los ayllus tradicionales predominan en la banda sudoeste del río Desagua-


dero y, más allá del lago Poopó, por casi todo el norte de Potosí, hacia
el este y, hacia el sur, hasta las provincias Nor Cinti (Chuquisaca) y
Nor Chichas (Potosí). La lista de estudios más específicos sobre deter-
minados ayllus va en aumento10 y de ellos sacaremos algunos de sus
rasgos más comunes. Calla y Arismendi (1994) acaban de publicar un
excelente mapa-síntesis con la distribución de ayllus en todo el departa-
mento de Potosí. Sus límites rara vez coinciden con los de la adminis-
tración política del Estado, por lo que, al presentar el mapa, el [enton-
ces] vicepresidente de la república, Victor Hugo Cárdenas, recordó que
este mapa “oculta muchos sufrimientos y siglos de incomprensiones”
a los que ya era hora de poner remedio.

10 Sin ánimo de ser exhaustivos y sin documentar su bibliografía, citaremos los siguientes au-
tores: Sobre el norte de Potosí: Tristan Platt y Ramiro Molina R. (ayllu Macha), Olivia Harris
(Laymi), Ricardo Godoy (Jukumani), Silvia Rivera, THOA y PAC-Potosí (ayllus de la provincia
Bustillo, incluido su atlas). Resto de Potosí: Esposos Rasnake (Yura, prov. Quijarro), Cristina
Bubba (Quruma, id.). Oruro: Tomás Abercrombie (Killaka y Quntu, prov. Challapata), Deni-
se Arnold (Qaqachaka, prov. Challapata), Ramiro Molina R. (Killaka, prov. Sud Carangas y
Pagador), Gilles Rivière (Sabaya, prov. Atawallpa), Nathan Wachtel (urus de Chipaya, prov.
Atawallpa), Equipo Ayllu Sartañani (área Carangas)... Los citados ayllus de Quruma, de raíz
aymara pero casi todos conocedores también del quechua y castellano, se han hecho célebres
en los últimos años por su exitosa recuperación de tejidos antiguos de carácter ritual, que
habían aparecido en los catálogos de inescrupulosos comerciantes norteamericanos.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 141

El norte de Potosí

Esta región constituye una de las unidades culturales más relevantes


en el país, no solo por su magnitud en un departamento de caracte-
rísticas rurales (el tercero en el país en términos absolutos y relativos),
sino también por la comparativa abundancia de información etnocul-
tural disponible. Sus ayllus no son simples conglomerados de familias,
reunidas en los caseríos dispersos, que en la región se conocen también
como “comunidades”. Son más bien organizaciones complejas con tres,
cuatro o incluso más niveles. El llamado ayllu máximo (por ejemplo,
Laymi, Jukumani, Macha, etc.) puede abarcar más de 100 km lineales y
áreas discontinuas a varios días de camino en puna y valles. Cada ayllu
máximo suele estar dividido en dos parcialidades o mitades, una arri-
ba y otra abajo (janansaya y urinsaya, en quechua; alasaya y mäsaya, en
aymara); cada una de ellas está subdividida en un número variable de
ayllus menores (continuos o no) y estos se componen de una serie de
kawiltu (cabildos), en otros tantos caseríos. Varios ayllus tienen su pueblo
central o marka con el mismo nombre del ayllu máximo. Por ejemplo,
Macha, Pocoata [Pukuwata] y Aymaya. Más aún, otra particularidad en
esta región es que un grupo notable de ellos forma una unidad o confe-
deración aún mayor en torno al pueblo-reducción colonial de Chayanta.

La cohesión interna y el sistema de derechos y deberes dentro de los


ayllus, en sus diversos niveles, son garantizados por la vigencia de
un sistema de organización política local muy complejo. Segundas, ji-
lanqus y alkalti (alcalde)11, además de varias otras autoridades auxilia-
res, son instancias de gobierno comunal que han subsistido –muchas
veces con cambios– desde tiempos inmemoriales, a diferencia de lo
que ocurre en otras regiones del altiplano, donde este sistema orga-
nizativo se ha simplificado y empobrecido. Estas autoridades tradicio-
nales forman parte de los mecanismos de regulación, reproducción y
resistencia de los ayllus a las múltiples presiones desestructuradoras a
que han estado sometidos por parte del Estado durante todo el proceso
colonial y republicano hasta nuestros días. Obviamente, en este proceso
hubo adaptaciones y condicionamientos externos. Algunos fueron tem-

11 Este cargo comunal no debe confundirse con el del régimen municipal oficial.
142 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

pranamente cooptados al sistema y los demás no tuvieron más salida


que cumplir una doble tarea: servir a la población india y ser correa de
exacción (mediante el tributo) para el régimen colonial. Pero, por otra
parte, como muestran los estudios de Platt (1982), es notable el nivel de
adaptación, funcionalidad y progreso económico que esta forma organi-
zativa logró hasta la república temprana, por ejemplo, como proveedo-
res autónomos de trigo.12 Dentro del sistema de cargos y autoridades del
ayllu, cabe distinguir aquellos que tienen funciones gubernativas y de
mando (segunda mayor, jilanqu, alkalti), de aquellos que tienen funcio-
nes auxiliares o especializadas. Entre estos últimos puede mencionarse
el pachaka, el sursi y el irpiri (respectivamente, el que reúne las cuotas
de “cien” personas, el cobrador y el conductor/pastor). Además de estas
autoridades sociopolíticas, la autoridad moral y del conocimiento –en
tanto sabiduría– se maneja a nivel de especialistas religiosos como el
ch’amakani, el yatiri, etc., cuya presencia es imprescindible en el ciclo
ceremonial anual organizado por las autoridades del ayllu.

El gran dilema de estos ayllus es que, por una parte, en su forma de or-
ganización, expresan la continuidad andina desde tiempos muy remo-
tos, incluso precoloniales. Probablemente esta es una de las raíces por
las que el norte de Potosí es precisamente una de las zonas en que hay
más densidad de sublevaciones anticoloniales a lo largo de la historia.
Pero, por otra parte, su larga historia colonial subordinó mucho de su
sistema de autoridades originarias a las autoridades estatales, creando
fuertes dependencias. Internamente, la renovación de autoridades den-
tro de los ayllus varía según el cargo. Los apoderados, por ejemplo, que
guardan los títulos antiguos, suelen ser personas respetadas que duran
un tiempo indefinido en el cargo. Pero otros cargos se renuevan por al-
gún mecanismo de rotación, con alta participación, semejante a los que
describiremos en el capítulo 3. Son un excelente ejemplo de democracia
étnica andina. Pero, al pasar a las relaciones entre ayllus, el esquema se
deteriora. Platt (1988) arguye que existe un proceso por el que se pasa
de la ch’axwa (guerra y encuentro violento) por conflictos reales –por
ejemplo, de linderos– al tinku (pelea ritual), como una manera de racio-

12 La destrucción de dicha iniciativa económica por el liberalismo “conservador”, a fines del siglo
pasado, muestra que la modernización acríticamente ejecutada puede acabar destruyendo ra-
cionalidades profundas y de eficiencia adaptada a realidades específicas.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 143

nalizar y controlar la violencia. Sin embargo, la historia contemporánea


de permanentes choques entre ayllus, incluso con muertes periódicas
entre bandos, nos hace pensar que demasiadas veces no se llega a cana-
lizar y “democratizar” todas las intolerancias de la ch’axwa.

Para complicar más las cosas, tras una tardía reforma agraria local a
fines de los años 50, el MNR estableció en la región sindicatos campesi-
nos, sobre todo en las zonas de valles, con más haciendas. Con frecuen-
cia fueron creados por dirigentes semi-campesinos del vecino distrito
minero, pero este origen no los hizo más revolucionarios. Posterior-
mente, Barrientos y sus sucesores continuaron con la misma política,
en un afán de ganarse a los campesinos, en una zona estratégicamente
importante por la presencia del mayor y más belicoso distrito minero
del país. Hubo también intentos más débiles desde el lado de la opo-
sición minera, sobre todo en la época del Bloque Campesino Indepen-
diente, en la época final de Barrientos.13 Quienes promovieron todas
estas innovaciones mostraron un total desconocimiento de la fuerte or-
ganización tradicional previamente existente o, en algunos casos más
recientes, la descartaron por considerarla, muy inopinadamente, dema-
siado ligada a las autoridades estatales. Sin embargo, los sindicatos que
ellos montaron resultaron mucho más dependientes de los gobiernos y
partidos de turno y muchas veces estuvieron en manos de los mozos y
vecinos de pueblo, explotadores tradicionales de los comunarios. Estos
hechos, además de las contradicciones ya señaladas de toda la región,
pueden ayudar a entender por qué fue precisamente allí donde el sin-
dicalismo campesino resultó más conflictivo y por qué después, en la
época posterior del Pacto Militar Campesino, se transformó en uno de
los regímenes “sindicales” más serviles.

En este contexto, los ayllus, con sus autoridades tradicionales, parecen


haber conservado un nivel mucho mayor de representatividad de la po-
blación campesina de base (Ver Harris y Albó 1984). En definitiva los
ayllus del norte de Potosí nos permiten ver uno de los problemas colo-
niales pendientes: la relación y la contradicción entre el ayllu andino y

13 Hay también algunas evidencias de que, por esa misma época de Barrientos, ambos bandos
intentaron aprovechar las rivalidades tradicionales entre Laymis y Jukumanis, que alcanzaron
entonces su máxima virulencia. Ver Harris y Albó (1984).
144 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

el Estado boliviano. El mito de que el ayllu tradicional, por efecto de la


colonización fue derrotado o se encuentra en una situación de mera
sobrevivencia, es solo el telón que nos oculta el problema de fondo; a
saber, la pugna permanente entre ayllus y Estado y, por tanto, una rela-
ción mutua aún no resuelta (Platt 1982).

Otras zonas de ayllus

Lo explicado para el norte de Potosí nos ayuda a comprender qué ocurre


en otras zonas de ayllus, con solo las siguientes diferencias:
• La organización de ayllus no suele llegar al mismo nivel de com-
plejidad. Suele tener menos niveles y, a veces, ni siquiera tiene
el esquema dual de arriba/abajo, introduciendo más bien siste-
mas de tres, cuatro o más ayllus directamente dependientes de
la marka o unidad central aglutinante, ordinariamente en torno
también a un pueblo-reducción colonial.
• Hay, además, áreas en que ya se perdió el esquema de ayllus a
varios niveles y solo han quedado, como residuos, “comunidades
originarias”, más o menos extensas y con su estilo tradicional de
autoridades. Ocurre sobre todo en La Paz y en la parte más meri-
dional de Potosí.
• No han surgido conflictos tan serios entre los antiguos ayllus y los
nuevos sindicatos.

Entonces lo más común es que comunidades y ayllus se rijan interna-


mente por sus esquemas y autoridades tradicionales, con cargos relati-
vamente rotativos y actividades tanto de gobierno comunal como para
otras muchas facetas de la vida comunal, con matices y nombres que
pueden variar en cada lugar.14 Pero, al mismo tiempo, los diversos luga-
res suelen tener su sindicato, relativamente subordinado a la organiza-
ción tradicional, dedicado a algunas actividades específicas. Sea a través
de las autoridades tradicionales o de los dirigentes campesinos (que a
veces son solo dos títulos de la misma persona), estos ayllus o comuni-
dades originarias participan también en los congresos y otros eventos de

14 Además de los dos ya señalados, hay otros nombres como kuraka y cacique, este último impor-
tado por los españoles desde el Caribe.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 145

las federaciones departamentales o “especiales”, según cada caso.No es


rara cierta simbiosis entre los cargos tradicionales o sindicales y otros
más ligados a la estructura administrativa del Estado. En varias áreas
rurales andinas, tanto el corregidor del cantón como el alcalde y otros
funcionarios públicos (juez, oficial de registro civil, etc.) de algunos pue-
blos menores son tan campesinos como los demás; su nombramien-
to es semejante (aunque necesite después una confirmación estatal) y
tienen el mismo control comunal. En tales casos, los diversos tipos de
autoridades suelen “caminar juntos”, incluso físicamente, en el ejercicio
de su cargo. Así ocurre, sobre todo en pueblos y cantones de reciente
creación, pero también en otros antiguos (sobre todo por Oruro) que
siguen siendo la marka central de un conjunto de ayllus en su entorno.
Este esquema, con variantes solo menores, se repite en muchas partes
de La Paz, Oruro, Potosí e incluso en el área de San Lucas (Nor Cinti,
Chuquisaca). En el capítulo próximo ilustraremos en mayor detalle di-
versos ejemplos del altiplano aymara del departamento de La Paz, para
comprender mejor este tipo de democracia tradicional y sus variantes.

2. Áreas con solo sindicatos

En otras muchas partes de la región andina la única forma de organiza-


ción comunal e intercomunal es el llamado sindicato campesino, gene-
ralizado por el gobierno del MNR desde la época de la reforma agraria.
Suele coincidir con áreas de antiguas haciendas, pero no de una manera
automática. Algunas comunidades originarias, sobre todo de áreas cén-
tricas y rodeadas de haciendas, adoptaron también este mismo esquema
que perdura allí hasta hoy. Por otra parte, con la resurgencia de la con-
ciencia étnica en los últimos años, tampoco es raro encontrar áreas de
ex-hacienda que ahora vuelven a llamarse “ayllus originarios”, aunque
se trate solo del nuevo nombre y estilo de la organización sindical. Así
está ocurriendo, por ejemplo, en las cercanías de La Paz (ver capítulo 3).

En su fase inicial, estos sindicatos cumplieron un rol claramente reivindi-


cativo, hasta expulsar a los patrones y retomar la propiedad de las tierras
de la antigua hacienda. Pero después, esta organización “sindical” pasó
a ser ante todo la organización matriz de la comunidad, no tan distinta
de la organización tradicional de otras partes, como una especie de mi-
146 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

ni-municipio o –en término acuñado años atrás por Victor Hugo Cárde-
nas– casi un “mini-Estado” por tener “su territorio, sus ciudadanos, sus
propias normas legales, su estratificación interna, su sistema de autori-
dades, su organización interna de recursos materiales y humanos, su re-
lación corporativa con otras comunidades y con el mundo exterior” (Car-
ter-Albó 1988: 490). Aquí hay una diversidad aún mayor que en el caso
anterior. Empezaremos detallando el caso primero y más conocido de
Cochabamba, para después presentar algunas otras situaciones típicas.

Los valles de Cochabamba

El campesino qhuchala de los valles más céntricos de Cochabamba


tiene ciertas peculiaridades históricas que lo diferencian de los cam-
pesinos de otras regiones. Lo más característico en tiempos antiguos,
fue la existencia de colonias y valladas de los ayllus y señoríos de otras
regiones que aquí coexistían en un mismo territorio. Por ejemplo, los
charka, los qhara qhara, los karanka, los killaka y hasta los uru. En la
época colonial los fértiles valles de Cochabamba muy tempranamente
se convirtieron en haciendas. Y el esplendor de Potosí tuvo allí dos
efectos: a) les aseguró un mercado firme, principalmente de grano,
y b) consiguió nueva mano de obra con gente que, para librarse de la
mita minera, prefería convertirse en yanakuna o peones de hacienda.
Poco a poco se fue convirtiendo en una de las zonas más densamen-
te pobladas del país y su producción agrícola y artesanal se insertó
rápidamente en el mercado. Todo esto muestra que desde antiguo
Cochabamba ha sido un espacio de geografía abierta, un punto de
encuentro, cuya identidad consistía en su propia falta de identidad, y
cuyo sello de éxito y progreso era el acomodamiento a la nueva situa-
ción, que muchas veces llegaba a través del Estado.

Cochabamba, hasta fines de la Guerra del Chaco (1935), nunca había


jugado un papel principal en las luchas campesinas e indígenas del
país. Sin embargo, el largo deterioro del sistema de hacienda, la emer-
gencia del campesinado como posible propietario y su vinculación con
nuevos partidos políticos que incluían, en sus programas de lucha, la
abolición de las haciendas feudales, modificaron esta situación. Como
consecuencia, hacia el año 1936 el campesinado de las haciendas pasa
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 147

a desempeñar un papel protagónico y cuestionador del viejo Estado oli-


gárquico. Allí fue donde, por vinculación con el PIR, nacieron enton-
ces los primeros sindicatos campesinos, organización que desde 1952
el MNR incorporó masivamente a su esquema (Dandler 1983, 1984a).
Dado que allí apenas se conocían ya los ayllus, las comunidades origi-
narias y menos aún sus formas organizativas tradicionales15, una vez
tomadas las tierras, estos sindicatos pasaron pronto a ser la forma única
y generalizada de organización comunal.

Ya vimos que, en la época final del MNR, la ch’ampa guerra y otros con-
flictos internos deterioraron este protagonismo y mostraron cómo la
falta de objetivos comunes de lucha, junto con un fuerte clientelismo
político, pueden llevar a un esquema poco democrático de intoleran-
cia y caciquismos. Tal vez por eso mismo, esos conflictos locales solo
llegaron a ser resueltos con la mano férrea, a la vez autoritaria y cerca-
na, del general Barrientos, que de esta forma hizo allí creíble su nue-
vo esquema del Pacto Militar Campesino. Pero, en parte, esta mayor
credibilidad respondía también al enfoque y expectativas globales del
campesino qhuchala, más amestizado. La relación entre campesinos y
militares era vista allí como algo realmente positivo y apetecible. Era
posible entenderse con militares, que en bastantes casos eran de la
zona, y era bueno cobijarse en su poder. Había incluso cierta posibili-
dad de promocionarse en la carrera militar.

A nivel económico la parte andina de Cochabamba tiene hasta hoy las


siguientes características:
• Una inserción al mercado, mayor que en otros sectores andinos.
• Una mayor diversificación y complementariedad entre activida-
des agrícolas y otras de tipo artesanal, comercial y últimamente
también profesional, incluso en el seno de una misma familia.
• Permanentes migraciones de los excedentes de mano de obra,
primero a las minas, después a la Argentina, a Santa Cruz y últi-
mamente al Chapare. Todo ello amplía el carácter relativamente
“cosmopolita” del qhuchala.

15 El propio término ayllu en Cochabamba solo significa ‘pariente’ y el nombre kuraka solo evoca
al ayudante del mayordomo en el régimen de hacienda.
148 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

En lo organizativo su relativo mayor desarrollo económico ha tenido


también varias consecuencias:
• La organización comunal, basada en la mutua necesidad de inter-
cambio de bienes y trabajos para la subsistencia, se ha perdido en
aquellos lugares más afectados por el nuevo esquema y en otros
ha sufrido un significativo deterioro. Siguen existiendo prácticas
como los trabajos y cuotas comunales y algunos aynis o inter-
cambios recíprocos entre familias. Pero, sobre todo en los valles
centrales, las principales redes de reciprocidad ya no se mueven
tanto al nivel comunal sino más bien al nivel de la familia más o
menos extensa, cuyos miembros pueden estar dispersos en mu-
chos lugares y ocupaciones (CERES 1981).
• Las reivindicaciones relacionadas con la nueva base económica
van adquiriendo mayor fuerza. En este sentido, el campesinado
qhuchala es más propenso a organizarse para todo lo que se re-
lacione con lo económico (créditos, insumos, etc.), cada vez más
necesarios para su actividad productiva.
• Estas experiencias más las de conflictos entre fracciones han ge-
nerado en varias comunidades cierta desilusión o cautela frente
al esquema del sindicato campesino, que habían adoptado de lle-
no con el MNR y del que eran sus principales portadores. Han
preferido entonces adoptar modelos organizativos de carácter
más urbano, como juntas vecinales, comités cívicos, autoridades
cantonales o municipales, etc.

Estos procesos afectan sobre todo a las comunidades y ranchos más


céntricos y algunos otros lugares más urbanizados. En el resto, el sin-
dicato campesino y sus organizaciones de nivel superior (subcentral,
central, etc.) sigue siendo la forma prevalente de organización comunal
e intercomunal. Sin embargo, en todo el conjunto, estas características
locales tienen también sus efectos en la práctica de la democracia:
• Apenas existe el esquema tradicional de democracia rotativa. Los car-
gos comunales son renovados por voto público, a mano alzada, sien-
do allí más común que en otras partes la permanencia de la misma
persona varios años en el cargo o su retorno al mismo, después de
haberlo cumplido. Como consecuencia, es también más nítida la for-
mación de un sector dirigente diferenciado del resto de los electores.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 149

• Sobre todo a nivel provincial y regional, la práctica del caciquis-


mo, y sus vinculaciones a determinados jefes políticos, fue fre-
cuente en la época del MNR y de los subsiguientes gobiernos
militares. Fue allí muy común, por ejemplo, la relación de com-
padrazgo entre algunos de estos dirigentes y los jefes militares
más populares, como Barrientos y Bernal.
• Sin embargo, con el retorno a la democracia y una práctica más in-
dependiente del sindicalismo campesino, tales caciquismos y pre-
bendalismos han disminuido notablemente. Su principal huella ac-
tual es que en las partes más céntricas de Cochabamba es más fácil
encontrar a campesinos vinculados a partidos políticos de derecha.
• La relación entre campesinado y partidos políticos penetra más que
en otras regiones andinas hasta el seno mismo de la comunidad. En
unos casos este puede ser un mecanismo para lograr determinados
objetivos prácticos, como trámites, obras, etc. En otros, ha llevado a
conflictos entre comunidades, dentro de una misma zona.

En todo caso, en Cochabamba también privan pautas democráticas en


lo que hace a la legitimidad de los dirigentes elegidos en las formas más
conocidas de práctica sindical, en este caso por elección mediante voto.
La más reciente expresión de la apertura del campesino cochabambino
a lo nuevo, es la masificación que allí ha logrado la economía alternativa
de la coca-cocaína, creando una especie de estratificación social dentro
del campesinado. Los llamados chapareños forman un grupo social es-
pecial dentro de la comunidad. Por una parte se sienten más libres y
poderosos para no cumplir una serie de trabajos, cargos y otras exigen-
cias comunales pero, por otra, la comunidad les exige mayores contri-
buciones monetarias por su mejor posición económica.

El resto del área andina

En el resto de la región andina, incluidas las partes más periféricas de


Cochabamba, ocurre una amplia gama de situaciones intermedias en-
tre las hasta aquí descritas: ni tan tradicionales como en los ayllus ni tan
evolucionadas como en los valles centrales de Cochabamba. Lo más co-
rriente es que el sindicato siga siendo la única organización comunal y
que sus autoridades, en un número variable de carteras, sean renovadas
150 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

periódicamente en asamblea, a mano alzada. Pero los criterios subya-


centes para nombrar a una u otra persona pueden variar mucho de un
lugar a otro. En unos casos, la misma persona es reelecta o porque lo
está haciendo bien, o porque tiene alguna obra pendiente, o porque tie-
ne control pleno de la comunidad, o simplemente porque nadie se brin-
da a reemplazarla. En otros casos, lo normal es que siempre se busque
a gente nueva, en alguna forma reminiscente del antiguo sistema de
rotación. Pero, casi siempre, la asamblea comunal es la arena en la que
se llevan a cabo tanto esos cambios de autoridad como las decisiones
que más atañen a todos. También aquí puede y suele darse la simbiosis
ya mencionada entre autoridades campesinas y autoridades estatales,
sobre todo en pueblos y cantones de reciente creación, con población
solo campesina. En uno de ellos, por ejemplo, pudimos observar cómo
gobernaban muy unidos el secretario ejecutivo de la subcentral campe-
sina (que, en este caso, era de hecho la autoridad máxima), acompaña-
do casi siempre del corregidor (más especializado en la administración
de la justicia) y el alcalde (cantonal), cuya competencia se especializaba
más en el cobro de sentajes en la feria. Pero esta no es más que una de
las mil combinaciones posibles en esta relación entre autoridades sin-
dicales y estatales en regiones exclusivamente campesinas.

Aun en áreas antes muy dominadas por la hacienda, pueden reemerger


identidades étnicas muy precisas, aunque ya no mantengan su esque-
ma organizativo tradicional. He aquí dos ejemplos de Chuquisaca. En la
provincia Yamparáez, donde se encuentra el pueblo de Tarabuco a pocos
kilómetros de Sucre, está uno de los grupos andinos más conocidos en
todo el país. Las comunidades yampara representan uno de los enclaves
más tradicionalmente qhichwas y quizás uno de los que mejor ha con-
servado su forma de vida tradicional, reconocida por sus tejidos e indu-
mentaria y por la riqueza de sus manifestaciones culturales y folklóricas,
especialmente aquellas que se muestran a propios y extraños en el famo-
so Pukllay o Carnaval. Yamparáez es el caso más conocido, pero los jalq’a
de Maragua y Potolo son tal vez los más notables de Chuquisaca. Aparte
de sus particularidades en la indumentaria, son únicos en su tecnología
y diseño de tejidos. Sin embargo, y pese a sus claras identidades como
grupos étnicos específicos, en la organización comunal e intercomunal
de estos grupos tan tradicionales de Chuquisaca se ha impuesto ya el sin-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 151

dicato campesino. El área de San Lucas (Nor Cinti, junto a Potosí) es tal
vez la única del departamento que ha conservado el sistema tradicional
de autoridades andinas, en este caso presididas por el kuraka.

En algunas áreas andinas más periféricas, como en los valles mesotér-


micos de Santa Cruz (Vallegrande, Florida y Caballero) o en partes cas-
tellanas al sudeste de Chuquisaca, no es raro que el sindicato coexista
con otras formas de organización comunal más cercanas al viejo mode-
lo español. Por ejemplo, puede ser que haya solo una única autoridad
comunal –a la que a veces se llama corregidor; aunque no se trate de
cantón– ayudada a lo más por uno o dos subalternos. Tales autoridades
son nombradas por la asamblea local y, en algunos casos, son después
ratificadas por alguna autoridad gubernamental de nivel superior. Pero
no es esta la norma. El campo tradicional de Tarija incorporó con fuerza
el modelo sindical, tal vez por ser la patria chica del fundador del MNR.
Han sido igualmente poderosos, desde la época del primer MNR, otros
sindicatos campesinos de estas áreas andinas periféricas y castellanas,
como los de Culpina (Sud Cinti) o los de Saipina y Comarapa (Caballe-
ro), desde los que esta forma de organización irradió a otras regiones
de los respectivos departamentos de Chuquisaca y Santa Cruz. En los
últimos años, a nivel de la organización indígena y campesina, Chuqui-
saca y partes de Potosí, presentan un panorama muy alentador, tanto en
áreas de ayllus como en otras de sindicatos. Su actual dinámica es muy
parecida a la de los cochabambinos en los años 50 y a la de los aymaras
de La Paz y Oruro en las décadas de los 70 y 80.

Este despertar coincide con varias actividades de la CSUTCB en estas


regiones. Por ejemplo, los últimos congresos nacionales de esta organi-
zación se han realizado en las ciudades de Potosí, Sucre y Tarija y el ac-
tual (1995) secretario ejecutivo de la CSUTCB procede del campo de Po-
tosí. Han aumentado también allí otras actividades y movilizaciones de
carácter regional y provincial, en unos casos en torno a reivindicaciones
de tierras y otras de carácter socioeconómico y, en otros casos, en torno
al resurgir de una conciencia étnica, antes más apagada. Ejemplos de
todo esto son el vigor con que allí se conmemoraron los 500 años y el
mayor impacto allí alcanzado por los bloqueos de caminos de 1994. El
objetivo de estos no estaba muy explícitamente expresado y, sin embar-
152 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

go, lograron allí una movilización masiva. Pensamos que, como ocurrió
antes en otras partes, su principal objetivo –aunque solo implícito– era
conseguir su reconocimiento como actores sociales. Sería una expre-
sión más de esta permanente queja contra su quedar relegados a ser
ciudadanos de segunda. Estos flujos y reflujos en la importancia de de-
terminadas regiones dentro del movimiento campesino merecerían un
análisis más detallado. ¿Coincidirán con la existencia de determinadas
reivindicaciones locales más precisas? ¿O con el despertar a una nue-
va conciencia de ser actores sociales? ¿Se deberá el posterior reflujo a
conflictos internos, una vez conseguido el objetivo inmediato? ¿O será
más bien resultado del desgaste de los primeros dirigentes y la falta de
sustitutos adecuados? Hay aquí una serie de indagaciones y tareas para
la consolidación de una permanente democracia participativa.

B. ANDINOS EN EL TRÓPICO

1. Panorama general

En Bolivia, de una manera genérica, se llama Oriente a una vasta región


baja, que ocupa aproximadamente dos terceras partes del territorio nacio-
nal, pero que alberga apenas a una cuarta parte de la población del país,
concentrada sobre todo en torno a la ciudad de Santa Cruz. Sin embargo
el término “Oriente” resulta insuficiente, ya que parecería excluir a las
regiones amazónica y chaqueña, situadas en el Norte y Sudeste del país,
respectivamente. Se dice que en todo el Oriente una de cada cinco perso-
nas es un inmigrante colla, llegado de las regiones andinas y establecido
en proporciones semejantes en el campo o en la ciudad. El mundo rural
oriental ha tenido una historia muy singular y tiene mayor diversidad
interna, tanto por la variedad ecológica como por sus características so-
cio-económicas y culturales, distintas de las del resto del país. Desde
la Colonia hasta la reforma agraria y de ahí al presente ha prevalecido,
por una parte, la constante expansión del latifundio, sobre todo gana-
dero, con mano de obra escasa y en condiciones laborales muy duras,
y, por otra, la persistencia de áreas marginales y de difícil acceso. (Ver
Albó et al. 1989: parte II). La expansión se realizó a costa del territorio
de los pueblos indígenas allí más esparcidos y diferenciados que en la
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 153

región andina. Muchos de ellos desaparecieron o quedaron reducidos


a la mínima expresión. Unos pocos han sobrevivido en forma más es-
table pero con fuertes expoliaciones territoriales y cambios notables en
su forma de vida. La reforma agraria de 1953 apenas alcanzó al Oriente,
pero “el Estado del 52” sí dio mucha importancia a esta región, sobre
todo a partir de lo que entonces se llamó “la marcha al Oriente”. Se die-
ron entonces los siguientes procesos:
• Consolidación y expansión del latifundio tradicional, incluso con
títulos de reforma agraria, principalmente en las áreas menos in-
tegradas.
• Aparición de grupos de poder agroindustrial, ganadero y made-
rero, con grandes concesiones de tierra a título de “empresas”.
• Inicio de programas de colonización y nuevos asentamientos
para pequeños agricultores.

Los dos primeros procesos, aunque iniciados por el MNR, adquirie-


ron su máxima expresión a partir de los años 70, en que estos grupos
elitistas orientales accedieron al poder nacional de la mano de regíme-
nes militares. Desde entonces diversos gobiernos dictatoriales poco es-
crupulosos adjudicaron a sus allegados grandes extensiones de tierras.
Hasta 1980 un 3,4% de los propietarios acaparaba el 54,6% de las tie-
rras distribuidas, mientras que el resto (pequeños y medianos propie-
tarios, 96,6%) disponía del 45,4% del universo de tierras con estatuto
legal definido para la agricultura y ganadería, afectado por la reforma
agraria (Castillo, cit. en Arrieta et al. 1990: 214). Como resultado, se
han agudizado muchas contradicciones internas de la estructura agra-
ria, tanto en el Oriente como en el conjunto del país. De esta forma ha
quedado desvirtuado todo el carácter revolucionario que hubiese podi-
do tener la reforma agraria de 1953. Dentro de este contexto general, lo
que aquí más nos interesa es ver qué ocurre con el tercer proceso, el de
los nuevos asentamientos para pequeños agricultores.

2. La Confederación de Colonizadores y su crisis

En los años 60 se inició un programa de ampliación de la superficie


agrícola del país, principalmente en los Yungas de La Paz y Cochabamba
y en la periferia del área integrada de Santa Cruz. Estimamos que hay
154 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

entre 300 y 400.000 colonizadores, pero es difícil dar cifras más preci-
sas por las siguientes razones:
• Estas áreas no corresponden a unidades censales diferenciadas.
• La inestabilidad de la gente de un determinado lugar no solo por
sus permanentes idas y venidas del lugar de origen sino también
por la llamada agricultura migratoria.
• La cantidad de población flotante y, en el caso del Chapare-Chimo-
ré, también gente que se acomoda a las cambiantes coyunturas del
mercado y a las políticas de represión del cultivo de la hoja de coca.

Aunque en colonización se suelen mezclar gentes de muchas partes,


los aymara de La Paz son la gran mayoría en Caranavi, Alto Beni, Asun-
ta, etc. y los cochabambinos van preferentemente al Chapare-Chimoré
y fueron los primeros en asentarse en la colonias de Santa Cruz. Pero
ahora Santa Cruz recibe más colonizadores de Potosí y tanto allí como
en el Chapare-Chimoré hay mucha más diversidad de orígenes que en
las colonias de La Paz. En Santa Cruz hay además muchos vallegrandi-
nos y pequeños grupos chiriguanos y chiquitanos.

El esquema organizativo de las zonas de colonización también es el


de la comunidad, formada por un número de familias semejante al
de la regiones de origen. La organización fundamental de la inmensa
mayoría de estas comunidades-colonias se llama sindicato. En varias
colonias dirigidas tal organización estaba prohibida, pero los nuevos
asentados acabaron reproduciendo también allí el esquema organiza-
tivo prevaleciente en sus lugares de origen. Algunas se llaman coope-
rativa porque así se organizaron inicialmente para lograr una dotación
colectiva; pero casi siempre, una vez lograda la tierra, los miembros se
lotean entre ellos y la única diferencia con la comunidad-sindicato es
el nombre. En su estilo, la organización sindical es débil con relación
a lo más común en las comunidades andinas, debido sobre todo a la
variedad de orígenes de la gente, al poco tiempo que viven juntos y a
su inestabilidad en un mismo lugar. En varios aspectos, se asemejan a
lo que ya vimos ocurría en Cochabamba. Por ejemplo, en los nombra-
mientos a cargos ya no funciona el sistema andino de turno rotativo,
sino una elección más formal. En términos generales se puede afirmar
que predominan criterios meritocráticos más que los de participación.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 155

También se deja sentir más la influencia de los partidos políticos, in-


cluso en el seno mismo de una colonia-comunidad. Pero, por lo de-
más, en la estructura formal de la organización no ocurren cambios
realmente significativos.

Más allá de la comunidad, el grupo principal y más antiguo se organi-


zó inicialmente en la Federación Especial de las Cuatro Provincias del
norte de Santa Cruz, con apoyo del general Barrientos. Pero no mucho
después un grupo, apoyado por el partido comunista “chino” (PCML)
formó UCAPO y a los pocos meses, en febrero de 1971, la mayoría de
los colonizadores, con apoyo de la COB, universitarios y varios parti-
dos de oposición, creó su propia Federación (hoy Confederación). Fue
uno de los primeros sectores campesinos que rompió la tutela guber-
namental. (Ver capítulo 1.) Hasta comienzos del gobierno de la UDP
(1982-1985) los colonizadores seguían dinámicos y activos y participa-
ron activamente en las movilizaciones que caracterizaron ese período.
Por ejemplo, intervinieron varias oficinas del Instituto Nacional de Co-
lonización. Pero con los años, en varias regiones, la organización perdió
fuerza llegando, en unos casos, a divisiones internas y conflictos de
liderazgo y, en otros, a fusionarse con la CSUTCB. La gran excepción
son los productores de hoja de coca, que llegaron a constituirse en uno
de los sectores más combativos dentro del campesinado nacional y uno
de los más activos dentro del movimiento popular.

3. Los productores de la hoja de coca

Sin ánimo de hacer un análisis profundo, mencionamos algunas líneas


generales de un problema que necesita un estudio particular.16 Como es
sabido, el cultivo y uso de la hoja de coca ha sido tradicional desde antes
de los inka. En la época colonial, su uso aumentó notablemente tanto
en las minas como en el campo y actualmente la hoja de coca sigue
siendo un elemento central de la cultura andina y hasta boliviana tanto
al nivel de consumo durante el trabajo como para otras muchas activi-
dades curativas, sociales y rituales. El panorama se complicó cuando,

16 Un buen punto de partida es CEDIB (1993), que puede completarse con otras publicaciones
de la misma institución. Ver también Quiroga (1990) y APEP (1990).
156 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

en los años 70, empezó a proliferar la actividad del narcotráfico en el


Oriente y poco a poco estableció la base social de una economía parale-
la, cuya principal materia prima es también la hoja de coca. Al principio
el ciclo del narcotráfico se limitaba a un sector poderoso y reducido.
Pero la fuerte crisis económica del país, sobre todo durante el gobierno
de la UDP y, luego, en el año 85 la aplicación de la política neoliberal
del MNR, con la consiguiente masiva “relocalización” de trabajadores
mineros del país, masificó la participación popular y campesina en los
niveles más subordinados de esta economía. Para la mayoría de ellos
no se trata de buscar las rápidas ganancias del narcotráfico sino de ac-
ceder a una de las poquísimas formas alternativas de sobrevivencia que
les siguen abiertas. Esta es la contradicción casi insoluble del asunto:
narcotráfico con lucro rápido y delictivo para unos; necesidad de sobre-
vivencia, con riesgo de desembocar también en actividades delictivas
para otros. Y, agarrados en medio, miles de pequeños campesinos sin
muchas opciones alternativas reales.

El ciclo de contradicciones empieza por la falta de verdaderas pro-


puestas de desarrollo rural para los pequeños campesinos en sus
lugares de origen. De esta forma, el éxodo rural sigue en aumento.
Por otra parte, al no encontrar suficientes opciones en la ciudad y al
fracasar cualquier otra alternativa a la producción de la hoja de coca,
cada vez fueron más los campesinos y hasta alguna gente de sectores
populares urbanos que dirigieron sus pasos al Chapare-Chimoré para
actividades directa o indirectamente relacionadas con el ciclo de la
coca-cocaína. Hay desde peones, productores o cosechadores de hoja
de coca y negociantes de diversos productos, hasta una minoría más
directamente dedicada a la producción o comercialización de la pasta
básica. Entre estos últimos, hay también una amplia gama que va des-
de los pequeños peones eventuales contratados por una noche como
pisacocas o cargadores (cepes) hasta los más directamente responsa-
bles de la elaboración y venta del producto ilegal (Aguiló 1986). Los
grandes beneficios siguen, con todo, en manos de unos pocos podero-
sos. El censo de 1992 ha mostrado que los colonizadores del Chapare
tienen una extracción más popular que los de otras colonias: un 90%
de ellos habla alguna lengua originaria, frente a poco más del 70% en
Caranavi y Alto Beni y apenas la mitad en las de Santa Cruz. Incluso
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 157

entre los inmigrantes procedentes de áreas urbanas, incrementados


en los últimos años, es notable el porcentaje que, en el Chapare, habla
quechua o aymara. (Albó, 1995e: capítulo 5).

Frente a este panorama, la política dominante de los Estados Unidos ha


perseguido una “estrategia contra-ofertivista”, dirigida a golpear los nú-
cleos de cultivo de la hoja de coca, el procesamiento, la producción de
la droga y los circuitos del tráfico ilícito. En realidad, es una estrategia
simple y barata, que no implica ni complica el estado de los derechos
civiles norteamericanos, pero sí el de los países productores, como es
el caso de Bolivia. Bajo estas premisas, los Estados Unidos han estable-
cido programas de lucha contra el tráfico de drogas, que al ser unila-
terales, incuestionables e inconsultos, han determinado que nuestros
países se sientan lesionados económica y moralmente. Además, dichos
programas recurren sistemáticamente a la sanción positiva o negati-
va, recompensa o castigo, y al condicionamiento para obligar a Bolivia
(y demás países implicados) al cumplimiento de los objetivos trazados
por el gobierno norteamericano. En consecuencia, también nuestros
gobiernos diseñaron políticas internas de combate al narcotráfico bajo
la expectativa de esa “recompensa” o “sanción” proveniente de Washin-
gton. Es lo que se ha llamado el “síndrome del mérito”. Ciertamente las
alternativas no son fáciles pues los Estados Unidos se apoyan en que la
comunidad internacional dispone de un amplio consenso sobre la per-
versidad de la hoja de coca misma. Por ello, el anterior gobierno puso
tímidamente en marcha una política nacional llamada “diplomacia de
la coca”, que se sintetiza en el lema “coca no es cocaína”. El repetido
argumento del gobierno norteamericano para involucrar a Bolivia y a
toda la región andina en su “guerra contra las drogas” ha sido la nece-
sidad de preservar la seguridad nacional de los Estados involucrados en
la problemática. Esto explica que desde 1985 se hayan producido conti-
nuas operaciones militares conjuntas en territorio boliviano, llegando
incluso a forzar un tratamiento militar en las regiones productoras de
hoja de coca. Pero el arribo de asesores norteamericanos a Bolivia para
“entrenar” y “potenciar” al ejército boliviano, no solo sembró celos en la
institución policial sino que, en los hechos, se convirtió también en una
militarización contra la sociedad civil, con la consiguiente confusión de
no saber cuándo es operación militar y cuándo policial.
158 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Este breve repaso permite identificar focos de presión internacional,


que no son solo de carácter moral sino que tienen consecuencias físicas
de violencia institucional (y aún estructural) en la población desprotegi-
da del campesinado e indígena en las áreas productoras de hoja de coca.
Se pueden resumir en los siguientes puntos problemáticos:
• Difusión artificial de una falsa imagen de Bolivia, a partir de la
confusión coca = cocaína.
• La imposición unilateral de la militarización de las regiones de
producción de hoja de coca, como es el caso del Chapare, sin un
esfuerzo de caracteres semejantes por controlar el consumo y la
demanda interna de cocaína en los Estados Unidos.
• La imposición de la ley 1008, que en sus artículos rebasa a la mis-
ma constitución política del Estado boliviano, como se reconoce
ahora con amplio consenso.
• El fracaso de la erradicación de la hoja de coca por parte del go-
bierno de los Estados Unidos, condicionante de la financiación
de los proyectos de desarrollo alternativo.

Pero centrémonos en la población colonizadora. El recurso a la milita-


rización y su final puesta en ejecución, junto con una serie de abusos
reiterados de la Unidad Móvil de Patrullaje Rural, UMOPAR, y otras
instancias de control, ha representado para los campesinos del Chapare
y los Yungas un nuevo motivo de movilización permanente. En ello, la
contradicción sigue latente: lo que unos perciben como delito de nar-
cotráfico, para la mayoría de los campesinos sigue siendo, ante todo,
estrategia de sobrevivencia. Ante la creciente represión, la población
civil del Chapare multiplica sus protestas, canalizadas a través de sus
organizaciones sindicales. Se coordinan varias campañas contra la mi-
litarización mediante asambleas, reuniones masivas y sobre todo con la
constitución de comités de autodefensa en el Chapare. Todo ello favo-
reció la unidad de las diversas federaciones de los productores de hoja
de coca en medio de los esfuerzos de las instituciones gubernamentales
para dividir y disociar hasta el enfrentamiento a dichas federaciones, en
torno al tema de la erradicación de los cocales. Más aún, la existencia
de un claro objetivo compartido ha facilitado también una mayor articu-
lación entre dirigentes y bases, expresada en reiteradas movilizaciones
de masas. En medio de toda esta movilización campesina, ha crecido la
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 159

importancia del sector productor de la hoja de coca dentro del campe-


sinado. Si bien sigue perteneciendo orgánicamente a la Confederación
Nacional de Colonizadores o a la CSUTCB, sobre todo a través de la
Federación Especial de Trabajadores del Trópico de Cochabamba, este
sector ha desarrollado más su propia identidad y ha ido ampliando su
capacidad de influencia y liderazgo en el conjunto de la organización
campesina. Su nuevo potencial se expresa de diversas maneras. Por
ejemplo, dentro de la CSUTCB en el III Congreso en 1987, a cambio de
su apoyo a uno de los bandos en pugna, las representaciones del trópi-
co cochabambino triplicaron el número de sus delegados. Además, sin
perder este vínculo con la respectiva confederación matriz, ellos mis-
mos se han organizado, a través de un comité de coordinación de sus
cinco federaciones, como “productores de hoja de coca” realizando sus
propios encuentros nacionales desde 1988 y elaborando sus propios
planes y propuestas alternativas.

Por otra parte, la lucha de los productores de hoja de coca ha permitido


denunciar casos de implicación en el narcotráfico de agentes y de au-
toridades policiales, casos de prevaricato en los estrados judiciales, etc.
Lograr que ese foco de corrupción llegara a ser conciencia en la opinión
pública supuso años de denuncias y un clima de tensión a momentos
insoportable (CEDIB 1993: 58). La marcha de los cocaleros del Chapare
hasta la ciudad de La Paz, “por la dignidad y la defensa de la soberanía
nacional”, en agosto y septiembre de 1994, mostró otra faceta de la gran
capacidad de movilización del sector, logrando burlar reiterados esfuer-
zos gubernamentales para dispersarla y suscitando, de paso, un amplio
apoyo nacional.17 De esta forma, forzó a un diálogo y negociación que
antes se le negaba, poniendo nuevamente sobre el tapete una serie de
cuestionamientos a la política estatal de la coca-cocaína. Quizás aquí se
cumpla con mayor fuerza lo que algunos han dicho sobre la organiza-
ción de los cocaleros en relación a una visible separación entre bases y
dirigentes (la formación de una suerte de clase política dentro del sindi-
calismo cocalero), reforzada por la necesidad al tener un enfrentamien-
to permanente. Dicha separación consistiría no en la falta de cohesión

17 Encuestas realizadas por un influyente medio de comunicación llevaron a nombrar al dirigen-


te cocalero Evo Morales, apresado al principio de la marcha, como “el hombre del año”.
160 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

con referencia a los intereses compartidos sino en la persistencia de


un grupo dirigente, cada vez más fogueado en las lides de negociación
y presión, sus relaciones con la prensa y organismos internacionales,
etc., que los convierte en imprescindibles en dicha organización. Viene
a la memoria el clásico estudio de Robert Michels sobre la organización
partidaria que se proclama democrática pero que contiene rasgos oli-
gárquicos en su interior.

La movilización de los cocaleros ha puesto también en evidencia la in-


definición del actual gobierno, que se encuentra constantemente pre-
sionado desde este frente y desde el gobierno de los Estados Unidos y
otros sectores internacionales: En septiembre de 1994, en plena mar-
cha cocalera, convoca a un “debate nacional” para discutir tan impor-
tante tema y, en él, promete revisar la ley 1008 e iniciar una campaña
internacional a favor de la hoja de coca. A los pocos días presenta al
Club de París la llamada “opción cero” cuyo punto central es la erradi-
cación total de cocales en el Chapare. Pero, ante la negativa reacción
nacional, antes de acabar el mismo año 1994 presenta un plan de “de-
sarrollo integrado”. Al menos ya se reconoce que el problema no es de
simple solución y que la tarea de buscar perspectivas viables es asunto
de responsabilidades compartidas que deberán involucrar a los propios
productores de la hoja de coca a través de sus representantes.

4. Zafreros y cosechadores de algodón

La creación de agroindustrias en el Oriente, como parte de las medidas


implementadas por “el Estado del 52”, tiene como una de sus conse-
cuencias inmediatas el fuerte crecimiento de la demanda de fuerza de
trabajo temporal. Anualmente se trasladan hacia el departamento de
Santa Cruz grandes contingentes de población del altiplano, los valles
y algunas zonas del mismo departamento –sobre todo los guaraní de
Cordillera– para incorporarse a la zafra de la caña de azúcar y, hasta
hace unos años, a la cosecha del algodón. Muchos de estos trabajadores
antes ya migraban temporalmente a las principales ciudades del país y
a la zafra de la Argentina. Pero posteriormente, ante la atractiva imagen
que se les transmitió, optaron por trasladarse al departamento de Santa
Cruz. Sin embargo, una vez que esta población arribaba a los campa-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 161

mentos, se encontraba con una realidad totalmente opuesta a esa ima-


gen ideal que habían internalizado. Su primera constatación era que no
existían las condiciones mínimas de trabajo. Por eso, la oferta laboral
no siempre era suficiente. Por ejemplo, en pleno auge del algodón, el
gobierno de Bánzer, muy ligado a estos intereses de la agroindustria
cruceña, llegó al extremo de llenar los cupos trasladando forzosamente
a jóvenes sin libreta militar. Estas condiciones llevaron paulatinamente
a la organización de un sector andino de estos trabajadores a partir de
1978. Tras su primer congreso, que se llevó a cabo en Montero, na-
ció la Federación Sindical de Trabajadores Cosechadores de Algodón
(FSTCA), afiliada a la CSUTCB y, algún tiempo después, la hermana
Federación de Zafreros18. Por este camino la tradición de lucha del cam-
pesinado andino llegaba al corazón de la agroindustria cruceña.

Tras una solidaria movilización nacional de campesinos, con bloqueos


de caminos, el 26 de abril de 1983 el gobierno de la UDP aprobó el
decreto supremo NQ 19524 que incorpora a los zafreros y cosechadores
a la ley general del trabajo. Sin embargo las presiones patronales y la
indecisión del gobierno hizo que no se reglamentara tal incorporación
a la citada ley. Se necesitó otra movilización nacional de la CSUTCB
y nuevos bloqueos de caminos, para que el mismo gobierno de Siles
Zuazo aprobara el decreto supremo NQ 20255 que en sus 47 artículos
reglamenta la incorporación de los trabajadores temporales a la ley ge-
neral del trabajo. En 1985, el gobierno del MNR y su política neoliberal
puesta en práctica con el decreto supremo No 21060, que declara la
libre contratación y rescisión de contratos, llevó a los empresarios a
interpretar que ellos no tenían ninguna obligación de negociar el con-
trato único de trabajo y en los hechos determinó la casi anulación de los

18 Ver Guarachi (1987) y Luján y Soliz (1990), que nos han guiado para este resumen. Los guara-
ní, trasladados casi exclusivamente para la zafra azucarera (en los cañaverales o en el ingenio),
no entraron en esta organización. Ellos tenían otra lógica: iban al principio para conseguir
dinero o adelantos, poco accesibles en su zona, y después quedaban amarrados de año a año
a patrones o enganchadores por el mecanismo de la deuda permanente. A veces su propio ca-
pitán o mburuvicha (ver C, infra) actuaba como enganchador. Las comunidades de trabajo, en
parte precursoras de la Asamblea del Pueblo Guaraní, nacieron en buena medida para romper
este círculo. Su táctica entonces no fue tanto organizarse para ir a la zafra en mejores condicio-
nes, sino organizarse para trabajar sus tierras sin necesidad de emigrar temporalmente a otras
partes. Pero no lo han logrado totalmente. Sigue habiendo un contingente notable de zafreros
guaraní, sobre todo del Isoso.
162 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

logros legales de los trabajadores zafreros y cosechadores. Por otra parte


la producción de algodón cayó casi en picada y bajó incluso la impor-
tancia del azúcar. Por todo ello el movimiento ha ido perdiendo fuerza
y ahora apenas se escucha de aquellas organizaciones.

C. EL RESURGIMIENTO INDÍGENA EN LAS TIERRAS BAJAS

A finales de los años 80 y principios de los 90 el avance organizativo


de los grupos indígenas de la Amazonía, Oriente y Chaco ha crecido
en forma importante. Por su tamaño mucho más reducido que el de
los andinos y por su mayor dispersión y aislamiento, la organización
matriz del campesinado (CSUTCB) difícilmente llegó a comprender su
problemática. Ha sido a través de su propia organización que estos pue-
blos empezaron a hacerse sentir en el país. Este avance tuvo dos cami-
nos complementarios: el primero, de carácter más cupular e inter-étnico
y el segundo, desde las propias bases de cada grupo indígena. Poco a
poco ambos esfuerzos encontraron un camino común de convergencia.
La primera organización dedicada específicamente a las nacionalidades
del Oriente fue la Confederación Indígena del Oriente Boliviano (CI-
DOB) que, tras varios encuentros preliminares, en 1982 se constituyó
formalmente como coordinadora y organizadora de los grupos étnicos
en las tierras bajas del país. Por el segundo camino son también varias
las nacionalidades orientales que han logrado dinamizar sus propias or-
ganizaciones. Se pueden mencionar, entre otras, la Asamblea del Pueblo
Guaraní (APG), la Coordinadora de los Cabildos Indígenas de Moxos y,
después, del Beni (CPIB), CICOC y Minga entre los chiquitanos, etc.

Como resultado de un proceso de acumulación organizativa, en 1990,


se realiza la marcha indígena denominada “por el Territorio y la Digni-
dad”, que se inicia en el departamento del Beni el 13 de agosto y llega
a la ciudad de La Paz el 17 de septiembre. Esta novedosa movilización
obligó al Estado boliviano a reconocer como “territorios indígenas”, me-
diante decretos específicos, El Iviato [ɫwɨato] de los sirionó (D.S. 22609),
las áreas pluriétnicas del Isiboro-Sécure (D.S. 22610) y las del Bosque
de Chimanes (D.S. 22611). Posteriormente otros decretos concedieron
similar estatus a otras áreas beneficiendo a diversas etnias en un total de
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 163

9 territorios y casi 3 millones de hectáreas (Rojas 1994:48).Después de


la marcha, estos grupos indígenas han desarrollado una serie de activi-
dades para consolidar el reconocimiento de su territorio. Sin embargo,
más allá del reconocimiento del Estado a través de las leyes, el problema
es que se enfrentan con los intereses de sectores muy influyentes en
el gobierno y con la estructura y la práctica de la clase política del país,
que conduce a intolerancias respecto de la diversidad étnica y cultural
del país, particularmente de los indígenas de la Amazonía, el Oriente y
el Chaco boliviano. En este sentido, si bien la marcha logró que el mo-
vimiento indígena sea reconocido como actor político en el escenario
nacional, esta negociación esconde todavía las desventajas estructurales
a las que ha conducido la colonización de los pueblos indígenas de la
Amazonía (Lehm 1994). Fuera del Beni, el otro ejemplo más notable
de fortalecimiento es el de la APG que, tras su constitución en 1987,
se ha convertido en el interlocutor indiscutible para cualquier acción
en la zona guaraní. La organización indígena tiene, por ejemplo, una
muy activa y creativa participación en el programa local de educación
bilingüe, uno de los mejores del país. En 1992 fue también Considera-
ble su movilización en torno al centenario de su derrota en Kuruyuki.
Posteriormente, ha cosechado significativos éxitos en sus negociaciones
para recuperar tierras en manos de patrones al sur de Chuquisaca y ha
logrado la creación del primer distrito municipal “indígena”, en el Isoso.

Las formas de participación democrática de estos diversos grupos indí-


genas de las tierras bajas son notablemente distintas de las de los gru-
pos andinos, mucho más insertos en la lógica estatal desde varios siglos
antes, y presentan internamente tantas variantes como etnias. Distin-
gamos entre sus formas internas de “democracia étnica” (Rojas 1994) y
sus maneras de relacionarse con los poderes del Estado boliviano. Den-
tro de la inmensa gama de variaciones por etnia, en su democracia in-
terna prevalecen dos esquemas: el cabildo, de origen colonial-misional,
y las capitanías. En los cabildos hay una larga lista jerárquica de cargos,
que en parte cumplen funciones de gobierno local y, en parte, son cere-
moniales y religiosos, de una manera no tan distinta de lo que ocurre
en los ayllus andinos. Pero aquí los nombres y actividades reflejan mu-
cho más su origen español. El sistema ha sido totalmente indigenizado
en el área de Moxos, cuyos cabildos fueron la base organizativa de la
164 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

marcha y otras movilizaciones arriba mencionadas. Pero en otras par-


tes, como Guarayos, ha sido más cuestionado por nuevas organizacio-
nes indígenas, como el CIDOB, por considerarlo demasiado cooptado y
manipulado por las autoridades no indígenas. El sistema de capitanes
(mburuvicha, capitán, cacique u otros nombres locales) concentra más la
autoridad en un individuo, que suele permanecer en el cargo por tiem-
po indefinido, hasta que sus fuerzas no se lo permitan o hasta que, por
su falta de aceptación, la comunidad decide reemplazarlo por otro. No
es raro que en los criterios para nombrar a un sucesor entren en juego
ciertas prácticas hereditarias. Esta autoridad puede ejercer su mando
sobre una comunidad, una red de comunidades o –en algunas etnias
más dispersas, como los ayoreo o los chimane– solo sobre una o pocas
familias extendidas. Más allá de estos grupos locales, es frecuente la
reticencia por una autoridad única. Se prefiere, más bien, algún tipo de
gobierno colectivo. Solo por razones prácticas las organizaciones indí-
genas más “modernas”, como la APG, la CPIB y la CIDOB, han acaba-
do por adoptar esquemas con un dirigente máximo, aunque sometido
a un notable control por parte de sus segundos. En cuanto a la manera
de relacionarse con otros sectores, el sentido de respeto y diálogo, no
necesariamente condescendiente, prevalece sobre el agravamiento de
las contradicciones conflictivas, tan común en otros grupos más politi-
zados. Parecería que, en medio de su desconfianza generalizada por los
“blancos” (karai, karayana, ma sharata, etc.), sus múltiples identidades
étnicas llevan más a una actitud de pluralismo, en contraste con la po-
larización más típica de un enfoque clasista.

Las diversas etapas de la Marcha por el Territorio y la Dignidad, bien do-


cumentadas por Contreras (1991), muestran estas varias facetas. Llegó
a involucrar a hombres, mujeres y niños de doce grupos étnicos, entre
los que surgieron algunos conflictos, por ejemplo entre los sirionó y
los moxeños, que se solucionaron a través de un sistema de dirección
conjunta. A nivel cupular, hubo también un grave conflicto por la hege-
monía entre dos organizaciones, la CPIB, que había organizado la mar-
cha, y la CIDOB, que acabó abandonándola por no poder imponer sus
criterios en ella. Sin embargo, poco tiempo después, fue modélico el
sentido de respeto y concesiones mutuas con que se solucionó esta fric-
ción, evitando una rotura en el movimiento indígena del Oriente. Por
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 165

otra parte, en el relacionamiento con el gobierno, no se levantaba la voz


pero tampoco se cedía, ni siquiera cuando el presidente de la república,
acompañado de varios ministros y parlamentarios, viajó hasta Yolosa
para negociar con los marchistas. No faltó quien viera ese evento como
un encuentro “de jefe a jefe”, por el respeto y a la vez dignidad con
que se llevó a cabo. Resultaba difícil a otras organizaciones nacionales
(como la CSUTCB, la COB y los partidos políticos de oposición) com-
prender la terca suavidad con que los indígenas del Beni lograban evitar
el conflicto frontal sin tampoco ceder; o explicarse por qué, al llegar a La
Paz, prefirieron una misa solemne en la catedral, en vez de una masiva
manifestación en la plaza San Francisco. Como suele decirse en tantas
movilizaciones de los pequeños, a estos grupos más bregados en la po-
lítica criolla solo se les ocurría pensar que todo estaba manipulado por
otros, sospecha que los hechos desmintieron. Algo tiene que aprender
nuestra democracia criolla de estas otras formas de democracia étnica.

D. LOS SIRINGUEROS Y CASTAÑEROS

Aunque sea muy brevemente, esbozaremos, para concluir, una última


situación muy distinta de las anteriores. En esta síntesis nos hemos ba-
sado sobre todo en Pablo Pacheco (1992), al que remitimos para pro-
fundizar más en esa fascinante realidad. Hablar de los siringueros y
castañeros, significa hablar del campesinado de la Amazonía del país.
Históricamente se ha constituido con gente de muchos orígenes que lle-
gó allí desde fines del siglo pasado, cuando la goma se convirtió en uno
de los principales rubros de exportación del país. Entre ellos están los
descendientes de muchos grupos indígenas orientales trasladados, con
frecuencia a la fuerza, por los enganchadores, pero también hay aventu-
reros o hijos de aventureros de todo origen –cambas, collas, peruanos,
brasileros o japoneses– que llegaron allí buscando su vida. Varias carac-
terísticas distinguen a esta población de la del resto del agro boliviano.

Aquí lo que importa ya no es la propiedad de la tierra, propiamente


dicha, para cultivarla sino la concesión, es decir, el derecho a recolectar
(picar o rayar) la leche de la siringa (de abril a octubre) y zafrear la casta-
ña (de noviembre a febrero) a lo largo de un sendero o circuito circular,
166 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

llamado la estrada, en el que se encuentran desperdigados los diversos


árboles, en medio de la selva. Hecha la recolección, vendrá el trabajo de
ahumar y preparar la bolacha de goma, en el primer caso, y de quebrar
los cocos con machete y preparar las cajas de almendra, en el segundo.
De esta forma, el producto quedará finalmente listo para su venta y ex-
portación. Esto supone, por una parte, una gran dispersión de la gente
en la selva y, por otra, una gran dependencia del mercado de ambos
rubros y de quienes lo controlan. Aunque se cultivan algunos productos
de subsistencia, se depende fundamentalmente de lo adquirido a cam-
bio de la venta de goma y castaña.

La actual estructura de tenencia y comercialización deriva de dos he-


chos fundamentales: la desintegración de la Casa Suárez y la dictación
de la ley de reforma agraria, ocurridos ambos por la misma época, a
principios de los años 50. Para el siringuero y zafrero de castaña los
efectos de esta última se reducen a dos:
• La anulación del tributo en especie que debía pagar al patrón por
el uso de las estradas gomeras. Sin embargo, no rompió el siste-
ma patronal, como enseguida veremos.
• La posibilidad de establecerse como pequeño propietario inde-
pendiente en tierras dentro de las cuales puede o no haber árbo-
les gomeros y castañeros. En principio la reforma preveía la asig-
nación de un pequeño pedazo para cultivos y hasta dos estradas.
Pero solo algunos lograron la condición de propietarios.

Como consecuencia, surgieron dos tipos de productores:


• Los empatronados, que seguían dependiendo de algún patrón,
dueño de las llamadas barracas, unas 400 a lo largo de los prin-
cipales ríos.
• Los productores mal llamados “independientes”. Sin tener pa-
trón, dependen de todos modos de los rescatadores y marreteros,
que circulan por los ríos, para la venta final de su producto y para
la compra de artículos de primera necesidad.

En la línea final de unos y otros están las beneficiadoras y casas exporta-


doras, sobre todo en Riberalta, que financian todo el sistema. Según da-
tos de 1984, las barracas cubrían el 47% de la unidades gomero-casta-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 167

ñeras pero controlaban el 80% de las estradas gomeras (Pacheco 1992:


177). Un elemento clave en todo este sistema es el habilito o adelanto
de dinero o productos, a cambio de la entrega de goma y castaña, sea
a través de la pulpería en las barracas o de los marreteros, a lo largo
de los ríos. Por este camino los siringueros se ven obligados a con-
traer deudas frente al patrón o el rescatador, y después quedan ligados
a este por el mismo sistema de deuda permanente con que se retiene
y explota a los guaraní en la zafra de Santa Cruz o al obrero agrícola
en las grandes plantaciones de capital extranjero, en Centroamérica.
Las formas más salvajes del capitalismo primitivo se reproducen así
en medio de la selva amazónica. Sin embargo, a mediados de los años
80 ha empezado a cambiar todo el esquema. Hubo un fuerte bajón
en el precio de la goma, que por mucho tiempo había sido el rubro
principal, y poco después se canceló un convenio con el Brasil, que
era el único comprador. Subió, en cambio, la importancia de la cas-
taña, cuyo valor total en 1990 llegó a ser ocho veces mayor que el de
la goma. Como resultado, las barracas perdieron importancia. Muchos
empatronados se fueron a las ciudades o empezaron a colonizar nue-
vas zonas agrícolas a partir de los pocos caminos de penetración o se
lanzaron a la nueva aventura de buscar oro. Por otra parte, se ha incre-
mentado notablemente el trabajo temporal para la zafra de castaña en
las antiguas barracas. Las crecientes tareas de quema y desmonte hacen
peligrar la existencia misma de un esquema productivo que exige la
preservación del medio selvático: la siringa y la castaña prefieren cre-
cer y reproducirse en medio de otras mil especies naturales. En 1990
se estimaba que seguía habiendo unas 1.000 familias empatronadas
regulares (frente a las 7.000 de antes) pero el número de zafreros tem-
porales, en la época de la castaña, había subido hasta 8.000 familias19
(Pacheco 1992: 196).

Frente a todo este panorama, las reivindicaciones de seguridad en el


trabajo u otras de carácter educativo siempre quedaron en un pla-
no secundario y temas mayores, como la organización en sindicatos,
estaban aún más interferidos por una fuerte oposición y control del
patrón. Pese a ello, dentro de la CSUTCB y la COB siempre ha habido

19 En esta actividad, muy manual, suele participar toda la familia menos los niños pequeños.
168 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

un pequeño cupo para siringueros y castañeros, que llegaron a con-


formar sus sindicatos (Ormachea 1988). La Federación Sindical Úni-
ca de Trabajadores Gomeros y Castañeros (FSUTGC) logró contratos
colectivos con la organización patronal ASPROGOAL (Asociación de
Productores de Goma y Almendra) e incluso logró transformar algu-
nas barracas en empresas propias, independientes del patrón. Una
de ellas, lleva el sugerente nombre “Contra Avaricia”. El movimiento
ganó cuerpo sobre todo en el momento en que la goma entraba en
crisis y se debilitaban las barracas. Pero ahora, con el nuevo panorama
de trabajadores temporales, debe reformularse todo el esquema, para
lo que ya ha surgido la Federación de Zafreros, inspirada en el modelo
de los zafreros de la caña.

El panorama presentado hasta aquí no agota todo el abanico de varia-


ción rural. Apenas hemos mencionado, por ejemplo, a los chapacos o a
los pequeños productores “cambas” esparcidos por toda la periferia de
las tierras bajas de Bolivia. Tampoco nos hemos fijado en las relaciones
entre las organizaciones comunales, aquí privilegiadas, y las “organi-
zaciones de productores” que han ido surgiendo en algunas zonas y
rubros, como los pequeños cañeros en Santa Cruz, los productores de
leche en Cochabamba o los productores de quinua al sur de Oruro. Sin
embargo, esperamos que las situaciones esbozadas permitan contex-
tualizar mejor y, dado el caso, relativizar lo que se dirá en los próximos
capítulos. En la imposibilidad de detallar cada caso, en el siguiente nos
limitaremos a desarrollar solo lo que ocurre en el mundo aymara más
céntrico, en el altiplano de La Paz. Después nos concentraremos en los
niveles superiores de la CSUTCB, la organización campesina-indígena
que más tiene que ver con las diversas situaciones aquí señaladas.


TRES
COMUNIDAD
Y GOBIERNO LOCAL:
EL CASO AYMARA

Distinguiremos dos niveles dentro de los cuales es más probable en-


contrar en funcionamiento alguna forma de “democracia étnica”, en
este caso aymara. Uno es la comunidad, cuyo tamaño reducido –entre
decenas y centenas de familias– permite mantener muchas relaciones
personales entre todos. El otro es la micro-región, formada por un con-
junto de comunidades que forman una unidad, posiblemente en torno
a un municipio rural.

A. LA DEMOCRACIA COMUNAL

1. “La asamblea manda”

La asamblea comunal (en aymara parlakipawi o ‘junta’) es la máxima


instancia de autoridad y el eje de la vida comunitaria. Su potestad se
extiende desde el dominio económico de los recursos comunales, pa-
sando por las regulaciones sociales y políticas hasta las celebraciones
rituales-religiosas. Es el centro del poder de la comunidad. Es convo-
cada y presidida por la principal autoridad comunal, nombrada perió-
dicamente en una asamblea general. En principio, todos los jefes de
familia que forman parte fija de la comunidad, es decir, todos y solo
170 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

aquellos que tienen casa y tierras en ella, tienen el derecho y la obliga-


ción de participar en la asamblea. Otros posibles advenedizos o simples
ayudantes adscritos a una familia, pero sin tierras propias (uta wawa,
‘hijo de la casa’), no son miembros de la asamblea sino que quedan re-
presentados en ella por el jefe de familia o, en su defecto, su sustituto.
Estas asambleas son un foro de expresión amplia y un proceso colectivo
de decisiones. Por su grado de participación y por su sentido de respe-
to mutuo, se constituyen en el principal escenario para la práctica de
la democracia comunal. Generalmente los acuerdos se toman después
de largas discusiones entre los participantes y estos solo se retiran a
sus casas habiendo conciliado intereses. Las decisiones comunales que
más afectan a las familias suelen pasar por el tamiz de varias asambleas
comunitarias debido a que, en forma menos visible, implican consultas
en cada hogar, donde el marido, la mujer y los hijos definen su posición
antes de llevar una decisión firme a la asamblea. La lógica prevalente
es la de lograr amplio consenso. Su ideal es arribar incluso a la una-
nimidad, más que conformarse con que una mayoría se imponga a la
minoría. Solo en asuntos más delicados, como un conflicto entre dos
zonas de la comunidad por el acceso a recursos, ocurren a veces pola-
rizaciones agudas entre comunarios, llegando en casos extremos a la
división de la comunidad.

Las asambleas generales pueden ser ordinarias, reunidas en fecha fija


(en período mensual, quincenal o incluso semanal), o extraordinarias.
Lo más común es que unas y otras sean de largo aliento –toda el día y a
veces parte de la noche– lo que brinda oportunidad para una amplia co-
municación social. En las asambleas ordinarias suelen tratarse asuntos
rutinarios como el inicio o término de un ciclo escolar, el nombramien-
to de nuevas autoridades comunales, la fijación de responsabilidades
ante alguna fiesta u otro acontecimiento local, la iniciación de trabajos
en una aynuqa20 o también otros asuntos más coyunturales como un
pleito interno familiar o las actitudes políticas o cívicas de la comunidad
frente a un acontecimiento regional o nacional. A veces la urgencia o
gravedad de los asuntos a tratar requiere de una citación extraordinaria;

20 Tierra comunal pero de usufructo familiar que rota con diferentes cultivos o es utilizada para
pastoreo, con otros criterios de tenencia, en los períodos de descanso.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 171

por ejemplo, con ocasión de un conflicto grave por linderos comunales,


por agitaciones políticas, por desastres naturales, o por visitas impor-
tantes de alguna autoridad. No es raro hacer coincidir el día de la asam-
blea con algún trabajo comunal, por ejemplo, la limpieza de acequias,
etc., de modo que al principio de la jornada se tenga la reunión y a
continuación todos se dediquen al trabajo previamente acordado o vi-
ceversa. En otros lugares se reúnen el mismo día del culto (cuando una
mayoría pertenece a alguna iglesia evangélica), del deporte o de la feria
local; aunque esto último ocurre más en asambleas inter-comunales de
la subcentral o central agraria.

2. Autoridad comunal como servicio

Uno de los puntos en los que periódicamente la comunidad debe llegar


a tomar decisiones es el nombramiento de aquellos miembros habi-
litados para desempeñar el cargo de autoridades comunales. La cabe-
za o autoridad máxima ejecutiva, responsable de la comunidad, suele
llamarse secretario general o general (del sindicato) o, en comunidades
originarias, mallku, jilaqata, jilanqu u otros nombres locales. Asume el
cargo y lo ejerce junto con quienes desempeñan otras funciones. La au-
toridad y demás cargos comunales son concebidos como un “servicio”
y cubren roles muy específicos, tanto en el ámbito político comunal,
como en el ceremonial-religioso. Cada cargo es visto como una “car-
ga”, porque quita tiempo y dinero, pero hace avanzar a la pareja y a
su familia en estatus y prestigio social dentro de la comunidad. En la
concepción aymara se supone también que atrae mayores bendiciones
y abundancia en un futuro próximo.

3. La tarea principal: el gobierno comunal

“Una carga para todos”

Cuando un individuo se casa y hereda tierras en/de la comunidad


llega a la categoría de jaqi o ‘persona’ y pasa automáticamente a ser
comunario con todos sus derechos y obligaciones. Como tal aparece
en la lista de “afiliados” del libro de actas de la comunidad. También
pueden adquirir este último estatus los de afuera casados con mujeres
172 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

del lugar (tullqa o yerno), aunque este último caso es más excepcio-
nal, dado que entre los aymaras las mujeres suelen establecerse en el
lugar del marido y no a la inversa. En todos los casos el criterio funda-
mental para ser persona o miembro pleno de la comunidad es tener
tierras. Pero en algunas regiones se han desarrollado además diversas
categorías de comunarios según su forma diferenciada de acceso a
la tierra: originarios, agregados, arrimantes, etc. Los mismos hijos,
incluso nuevas parejas, pueden pasar por un estatus comunal inter-
medio mientras no tengan consolidada su herencia de tierra. Todas
estas categorías intermedias tienen menos obligaciones comunales
pero también menos derechos.

Sin embargo, en la medida en que persiste una organización comuni-


taria, la tendencia es hacia una mayor uniformización de las categorías
de comunarios más que hacia una creciente diversificación. Entre las
obligaciones de todo comunario se cuentan las siguientes: prestar sus
servicios en los trabajos comunales; aportar regularmente con cuotas;
asistir a las asambleas; “pasar” los cargos públicos –políticos y religio-
sos– que la comunidad tiene establecidos; etc. Sus derechos son: usu-
fructuar una o más parcelas del área agrícola con su respectiva dotación
de agua (si la hay); tener acceso a los demás recursos comunales (pasti-
zales, madera, material de construcción, etc.); ser nombrado autoridad;
intervenir en la toma de decisiones de los asuntos comunales a través
de la asamblea; participar en las fiestas; ser atendido por las autoridades
locales en sus demandas y emergencias; etc. Si el jefe de familia está
imposibilitado de asistir (o incluso de cumplir un determinado cargo),
puede hacerlo otro de su familia. En este sentido el miembro y/o el
titular de los cargos no es tanto el individuo sino la unidad familiar a la
que representa el jefe de familia.

El thakhi o ‘camino a andar’

Thakhi significa ‘camino’ y es también la metáfora utilizada para re-


ferirse a un proceso de crecientes responsabilidades comunales en el
que se combina el crecimiento y prestigio de cada familia en la co-
munidad con el ejercicio real del gobierno comunal. Comienza una
vez que la pareja ha contraído matrimonio, con lo que se vuelve jaqi
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 173

(persona) y queda habilitado para desempeñar “servicios” a la comu-


nidad. Para fines de una mejor comprensión, tomamos el ejemplo de
las comunidades de Jesús de Machaqa que, con sus pequeñas variantes
locales, puede generalizarse a otras partes21 por compartir todos una
serie de elementos organizativos y culturales que siguen siendo fun-
cionales en el presente.

El machaqa jaqi o ‘nueva persona’ (recién casado) hace su ingreso al


círculo mayor (tamankiri) de la comunidad, con un pequeño aporte
simbólico (regalo de alcohol) llamado t’inkha. A partir de ahí, empieza a
recorrer tres grandes ‘caminos’ a lo largo de su vida: jisk’a thakhi (cami-
no corto), taypi thakhi (camino medio) y jach’a thakhi (camino grande).
Los dos primeros permiten el ejercicio del gobierno comunal, que en
resumen, sucede de la siguiente manera:
• Los primeros cargos de autoridad comunal consisten en ser ma-
chaqa p’iqi (nuevo “cabeza”) que, según Triguero (1991), tiene la
función del antiguo kamana (encargado), como yapu kamana,
uywa kamana (encargado de la chacra, del ganado), etc.
• Después de un tiempo, una vez consolidada la familia y, por
acuerdo con la esposa, el machaqa jaqi opta por ser preste de la
fiesta de la comunidad, teniendo en cuenta los recursos econó-
micos de que dispone. Esto le lleva a la realización de unas tres
fiestas, con variantes según el lugar.
• Estas actividades son el comienzo para candidatear al cargo de
jilaqata de la comunidad, período durante el que se les llama
thakhini awki-tayka ‘señores (lit. padre-madre) en camino’ o ma-
chaqa awki-tayka ‘nuevos señores’.
• El jilaqata, como autoridad principal de la comunidad, al inicio de
su gestión hace el compromiso de ser un auténtico representante
de la misma y portador de la buena moral y las sanas costum-
bres. Pero sobre todo ser el mejor ”hermano-mayor” (jila-qata) y
protector de los “hermanos menores”. Se le compara incluso al
pastor que conduce y cuida a sus rebaños.

21 Ver Albó (1991b) y compárese, por ejemplo, con el caso de Irpa Chico, cerca de Viacha (Carter
y Mamani 1982) o el de Carangas, Oruro (Ayllu Sartañani 1992).
174 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

El ejercicio del gobierno local está muy relacionado con el quehacer reli-
gioso-político, económico y social. A partir de la idea awki-tayka (padre-
madre), se tiende a que el ejercicio de la autoridad beneficie al quehacer
cotidiano de todas las familias integrantes de la comunidad.

En resumen, en los mecanismos de nombramiento puede distinguirse


un avance creciente por tres niveles:
1) Cargos menores pero que exigen más trabajo (por ejemplo, se-
cretario de actas, alcalde escolar), etc.
2) Otros más onerosos, sean ejecutivos (por ejemplo, mallku o jila-
qata, secretario general) o ceremoniales (pasante de fiesta). Por
su costo en dinero y tiempo para beneficio de los demás, dan el
máximo prestigio.
3) Los cargos máximos (por ejemplo, justicia, asesor, apoderado de
los títulos comunales), que suponen prestigio pero exigen poco
trabajo y menor erogación económica.

Todos pasan por los primeros; la mayoría por los segundos; solo los más
respetados llegan a los últimos. Aunque no se llegue a este último nivel,
los que ya han sido autoridad principal y preste de la mayor fiesta comu-
nal tienen un rango especial y reciben el respetuoso nombre de pasäru
(pasados). Este proceso por el que se va avanzando de cargos menores a
otros mayores y se acaba finalmente en los de mayor prestigio y respeto,
es lo característico del thakhi o ‘camino’. Hay además algunos roles que
no son concebidos como cargos sino como especialidades. Por ejemplo,
el (o la) yatiri, ‘el/la que sabe’ o sacerdote de la comunidad, cuyos poderes
especiales no provienen del nombramiento comunal, sino de su singular
selección por parte de los poderes sobrenaturales, expresados muchas
veces a través del rayo (THOA 1986). Nótese que el esquema descrito es
típico pero no es el único. Por ejemplo, hay lugares en que ser preste de
la fiesta principal de la comunidad se considera aún más importante que
ser jilaqata y en el ‘camino’ llega, por tanto, después de haber cumplido el
cargo de autoridad comunal. En unos lugares el esquema es más simple
y en otros, más tradicionales, llega a tener mucha más complejidad de
la que aquí se señala. Esta variedad de un lugar a otro o incluso cierta
flexibilidad de un año a otro, en la misma comunidad, es una de las ca-
racterísticas de muchas culturas basadas en la tradición oral.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 175

4. Mujeres y jóvenes en la democracia comunal

El concepto chacha-warmi (hombre-y-mujer, como una unidad), aunque


se refiere más específicamente a la unidad doméstica, es una aproxima-
ción simbólica a las relaciones sociales ideales en la sociedad andina. Al
plantearse la complementariedad y unidad chacha-warmi, se provee un
modelo, una especie de declaración normativa de cómo deben ser las
relaciones conyugales entre mujer y hombre. Sin embargo, la realidad
no siempre es así. Por otra parte, para evaluar el grado de participación
de los jóvenes solteros de ambos sexos en la democracia comunal, hay
que tomar en cuenta además algunas variables específicas. Por ejem-
plo, si son estudiantes o no y su nivel de vinculación con la organiza-
ción local. A continuación daremos algunas pistas más específicas para
comprender mejor estos puntos.

Participación pública restringida

La actividad pública en las comunidades locales está íntimamente aso-


ciada con los quehaceres formales, sean estos de carácter social, po-
lítico, religioso o económico. En la esfera ceremonial se da siempre
por supuesta la participación conjunta de la pareja, los hombres en su
lugar, las mujeres en el suyo, y para ciertas actividades, ambos juntos.
Los y las jóvenes tienen también su lugar, ellos como músicos y ambos
como danzantes o como ayudantes en roles secundarios. En la esfe-
ra pública económica, que incluye los trabajos comunales, es también
común la participación general: mientras los varones trabajan (el jefe
de familia o su hijo sustituto), puede ser que las mujeres estén juntas
preparando comida o tal vez tienen también asignadas algunas tareas,
como acarrear y colocar piedras. Pero en la esfera política-comunal, ex-
presada sobre todo en la asamblea y en los puestos de la organización
comunal, si bien el cargo recae sobre la unidad familiar, es más patente
la prominencia del varón jefe de familia.

Las esposas

Se dice que antiguamente la elección de los dirigentes era en pareja: va-


rón y mujer. Ahora la asamblea solo elige al dirigente varón; sin embargo,
176 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

por extensión, su esposa también llega a ser autoridad, al menos en las


comunidades originarias: él es el mallku o jilaqata y ella es su mama t’alla.
La mama t’alla acompaña al esposo a donde sea y debe sustituirlo en caso
de ausencia; pero nunca puede reemplazarlo o decidir por él. Incluso en
algunas comunidades se considera que, en las actividades comunales,
la esposa del ‘cabeza’ debe servir a la comunidad cocinando y haciendo
extensivo su papel doméstico al conjunto de la comunidad. La función de
servicio, inherente a todo cargo comunal, es aún más patente en la espo-
sa que en el varón; la de autoridad, en cambio, apenas se reconoce en la
mujer. En cuanto a las demás mujeres casadas, solo asisten a la asamblea
si son viudas o si el marido está ausente, a menos que se trate un tema
que les incumba directamente. No hay participación plena de la mujer en
las instancias más formales de la democracia comunal. Esto se expresa
incluso de manera simbólica en la ubicación física del pequeño grupo
de mujeres en una asamblea general. Generalmente se encuentran ais-
ladas del centro de discusión por lo que muestran desinterés (cuchicheo
constante, excusas por falta de tiempo), hasta el punto que no llegan a
saber qué se ha tratado en la reunión. Es que el rol que culturalmente
se les asigna es la extensión del quehacer doméstico. La mujer no tiene
poder público y su participación es esporádica aunque, como enseguida
veremos, tiene muchas maneras indirectas de influir en las decisiones22.

Los jóvenes solteros

Los jóvenes que aún no se han casado no son plenamente personas y no


tienen, por tanto, pleno derecho de participar en la asamblea. No se les
impide la asistencia, pero si están presentes suelen limitarse a escuchar
porque, en términos estructurales, siguen siendo yuqallas e imillas, mu-
chachos y muchachas sin responsabilidades. Es aún menos frecuente ver
mujeres solteras en la asamblea, a menos que representen a sus padres
ausentes, y entonces están todavía más calladas. Esta idea de que son
aún yuqalla o imilla inmaduros todavía pesa sobre muchas de sus inicia-
tivas y justifica su ausencia en las deliberaciones y cargos públicos de la
comunidad. Por eso no suelen ocupar cargos importantes que requieren

22 Sobre la perspectiva femenina, ver los testimonios recogidos en el Autodiagnóstico elaborado


por el Equipo de la Mujer (1990) de Jesús de Machaqa.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 177

experiencia y responsabilidad (como secretario general, secretario de ha-


cienda, alcalde escolar, etc.). Pero es posible que ocupen cargos de menor
importancia (como secretario de deportes) o que requieren cierta des-
treza escolar (como secretario de actas). En esos casos, es generalmente
el varón, y no la mujer, el que tiene más posibilidades de desempeñar
esos cargos menores aunque ambos tengan cierto grado de escolariza-
ción. Tampoco es raro encontrar a jóvenes (incluidas algunas mujeres)
involucrados en cargos y actividades que no están contemplados especí-
ficamente en la estructura de la organización comunal. Por ejemplo, ser
reportero o educador popular, funciones nuevas que en algunas regiones
se realizan en coordinación con el secretario de cultura de la subcentral
o central agraria. En ciertas deliberaciones también se puede solicitar la
participación de un estudiante avanzado, llegado quizás de la ciudad o
de algún centro superior, porque se supone que está más enterado de
determinados temas. Pese a estas restricciones formales, el rol de sus-
tituto, arriba indicado, puede alcanzar proporciones que sorprenden al
forastero. En aquellas comunidades con fuerte migración, los jóvenes
varones suelen ser parte activa de las mismas ocupando el puesto del
padre ausente y, en algunos casos, son incluso reconocidos como nuevas
personas llegando incluso el hijo a tener más vigencia pública que su
madre. Si el padre falleció cuando ya estaba en lista para cumplir cargos
comunales tan importantes como ser jilaqata, le reemplaza entonces el
hijo, en compañía de la madre viuda. La razón última, ya señalada, es que
el cargo recae en realidad en la unidad familiar –de la sayaña o terreno en
torno a la vivienda– más que en un individuo específico.

Influencia indirecta

Es más probable que la mujer y los jóvenes ejerzan una influencia indi-
recta en las decisiones del jefe de familia. Muchas veces el voto del padre,
en la asamblea comunal, tiene un respaldo del núcleo familiar: la esposa
y los hijos(as) jóvenes. Al hablar de la asamblea comunal, ya mencio-
nábamos la práctica generalizada de consultar con las esposas antes de
que la decisión sea definitiva. Por eso ciertas decisiones importantes o
aquellas que implican cuotas que afectan a la economía doméstica ne-
cesitan varias asambleas, con consultas intermedias en cada hogar. Es
que la familia constituye la unidad productiva básica y cualquier decisión
178 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

afecta a todo el conjunto familiar. Sin embargo, según las propias muje-
res, algunos varones no toman en cuenta este nivel de consulta. Relegan
a la mujer y esta tiene que “acatar” la voluntad del marido. Una de las
razones para llegar a esta situación es que la mujer adulta no ha tenido
tantas oportunidades de estudiar, muchas ni siquiera se han escolarizado
y la mayoría ha alcanzado un nivel menor de estudios. Ello hace que se
sientan –y los hombres las hagan sentir– por debajo de los varones y con
incapacidad para participar activamente en las asambleas comunales.

De cara al futuro

En todos estos puntos, pensamos que las nuevas circunstancias sociales


y culturales irán imponiendo una evolución en la práctica de la demo-
cracia comunal. Para empezar, cada vez es más discutible que la mujer
tenga menos oportunidades educativas. Sigue habiendo una brecha,
pero va haciéndose más estrecha y la gran cantidad de programas de
promoción de la mujer y de organizaciones específicas para ellas van de-
jando huella tanto en las mujeres como en los varones. Pensamos que, a
medida que esta generación más joven vaya formando nuevas familias,
será más probable encontrar algunas mujeres con ciertos roles comuna-
les y, a la larga, se verá también útil que participen más activamente en
la vida política de la comunidad tanto en la asamblea como con cargos
comunales. El punto más difícil de analizar es el de la asignación de
los cargos no tanto a individuos sino a unidades familiares. No es tan
claro que el camino del futuro sea cambiar el esquema y nombrar, más
bien, a individuos por su simple calificación personal, sean hombres o
mujeres, jóvenes o viejos, miembros o no de una misma familia. Como
iremos viendo más adelante, hay toda una concepción simbólica de la
relación entre cargos y reciprocidad comunal, que pasa casi siempre por
la unidad familiar.23 Probablemente serán más funcionales aquellas in-
novaciones que fomenten, por una parte, la participación conjunta de la
pareja –chacha-warmi– en la asamblea y en las actividades de la directiva

23 En algunos lugares de Cochabamba, o de colonización, la comunidad ha decidido incorporar


automáticamente en sus listas de afiliados a cualquier joven varón mayor de 18 años, esté o
no casado, con tal que tenga acceso propio a un pedazo de tierra. La razón expresada es que
ya tienen que participar igual que los demás en tareas comunales como trabajos, cuotas, etc.
Pero solo hemos visto esta innovación en lugares donde el esquema andino pesa poco.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 179

y, por otra, la designación casi automática de mujeres (como protagonis-


ta de la pareja) para determinados tipos de carteras en que ellas puedan
desempeñarse mejor (por ejemplo, salud o educación) y, ciertamente, en
la representación formal ante la asamblea de grupos específicos de mu-
jeres. Todo ello implica innovaciones, pero más en línea con toda la con-
cepción aymara de la pareja y su relación conjunta con la comunidad.

5. Renovación de cargos

Periódicamente, la comunidad debe decidir el nombramiento de aque-


llos miembros pre-seleccionados para desempeñar cargos comunales.
El criterio general subyacente es el de la rotación e igualdad de responsa-
bilidades (más que de oportunidades) entre los que ya han llegado a de-
terminado nivel en el thakhi o camino. En el pasado la gente se anotaba
con bastantes años de anticipación, en una lista llamada tila (= fila), para
ocupar cargos de nivel superior. Sabía así con tiempo qué año le iba a
tocar y se preparaba mediante aynis y otras previsiones para poder cubrir
bien todo el gasto que el cargo suponía. Hoy esas filas son menos abun-
dantes y la tendencia es a disminuir la edad de los candidatos por falta de
voluntarios en lista de espera. Pero el criterio de fondo sigue siendo el de
acceder al cargo por cierta rotación: a cada jefe de familia –a cada saya-
ña– “le toca cumplir” su cargo, por reciprocidad con la comunidad que
le concedió su pedazo de tierra y le brinda protección. Por eso mismo,
nadie suele repetir un cargo que ya ha “cumplido”. Sin embargo siempre
hay un número relativamente grande de jefes de familia que, por haber
cumplido ya cargos del nivel precedente, califican para los de nivel supe-
rior. Por eso, actualmente, más que filas o rotaciones rígidas, suele haber
cierto margen de juego para nombrar a uno u otro pero solo dentro de
este grupo que ya califica. Casi siempre la designación se realiza a viva
voz y mano alzada, lográndose muchas veces el consenso. En este proce-
so de elección final, además de la rotación, pueden influir otros criterios
complementarios, como los que a continuación comentamos.

Escoger al más capaz

La elección del más apto, en algún cargo importante, es una práctica


que toma muy en cuenta la capacidad, la experiencia y el compromiso
180 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

con la comunidad, demostrada en el quehacer cotidiano o en el desem-


peño de cargos anteriores. Este criterio funciona más para cargos de
mayor responsabilidad, sobre todo si la comunidad tiene entre manos
algún proyecto que a todos interesa. En tales casos es incluso posible
que la permanencia en el cargo se alargue hasta que la persona consi-
derada más idónea para llevar a cabo el proyecto lo haya concluido. Sin
embargo, el criterio de la rotación sigue siempre presente. Por ejemplo,
si el candidato prueba que ya ha “cumplido” este u otros cargos onero-
sos equivalentes, más fácilmente se le dispensa y se busca a otro.

Exigir al flojo y criticón

Hay otros criterios complementarios, aparte de la aptitud. Uno particular-


mente interesante, para comprender la democracia comunal, es el de nom-
brar a un “flojo” o “criticón”, precisamente “para que aprenda”. Este crite-
rio, a primera vista sorprendente, adquiere sentido en la medida en que la
asamblea general sigue siendo la instancia superior cuya autoridad contro-
la y obliga a los pobladores de la comunidad, incluidas sus autoridades. El
así elegido puede funcionar y hasta cambiar si es estimulado por la propia
comunidad. Juegan entonces un papel particularmente útil los consejos
de los “pasados” (pasäru), es decir el grupo de gente mayor y respetada
que ya cumplió anteriormente estos cargos más ejecutivos y que ahora son
más bien consejeros. Suelen ser siempre muy tenidos en cuenta por los
nuevos que entran en el cargo. En la medida que estos mecanismos siguen
funcionando dentro de la democracia comunal, son excelentes formas de
pedagogía ciudadana. Sin embargo, hemos visto también comunidades
descuidadas en que, por ese camino, van quedado estancadas y limitan su
actividad a solo seguir haciendo lo rutinario de siempre.

“Se queda el más vivo”

Pese a la democracia comunal aymara, en el nombramiento de los car-


gos tampoco es extraño, aunque poco común, que se produzcan algu-
nas formas de manipulación. La vieja práctica caudillista, de muchos
politiqueros y sindicalistas, ha tomado cuerpo en algunos comunarios.
En este sentido, no es tan raro que algunos cargos importantes sean
ocupados por “el más vivo”. Es decir, por aquellas personas que intentan
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 181

aprovecharse del cargo para su propio beneficio e incluso acceder a res-


ponsabilidades mayores a nombre de la comunidad, pero sin el consen-
timiento de ella. Es más difícil que así ocurra en cargos muy arraigados
en la tradición comunal, como el de jilaqata o secretario general. Pero
puede ser, por ejemplo, que alguien se avive para conseguir en alguna
oficina pública su nombramiento como corregidor u oficial de registro
civil, o que en un congreso logre manipular su disignación a algún cargo
supracomunal. Generalmente “el más vivo”, no dura mucho tiempo en
sus funciones. Tan pronto la comunidad detecta sus intenciones perso-
nalistas, es probable que se produzca una fuerte sanción moral al infrac-
tor, e incluso podría llegar a producirse la expulsión o separación de la
persona, por su práctica oportunista y atentatoria a los intereses locales.

En resumen, las modalidades arriba descritas no son contradictorias y


las comunidades siempre intentan combinar dos criterios, formulados
idealmente como máxima participación y eficiencia. El primero, se ase-
gura más por el camino de la rotación. El segundo, por la elección del
más apto. La combinación puede darse, por ejemplo, escogiendo al más
apto solo entre los que aún no han ocupado el cargo. Otro recurso muy
socorrido es el de nombrar reiteradamente a los menos aptos a una se-
rie de cargos onerosos pero no complicados para que así cumplan tam-
bién su “servicio comunal obligatorio”, sin obligarles ya a que accedan
a los cargos que exigen mayor madurez y responsabilidad.

6. Las contribuciones al gasto común

En la comunidad, el autofinanciamiento es una práctica generalizada.


Se cumple por tres vías complementarias: mediante trabajos comuna-
les para todo tipo de servicios compartidos (caminos, puentes, obras de
riego, escuelas, postas, sede social, etc.); mediante ocasionales cuotas,
casi siempre vinculadas a un gasto muy específico, por ejemplo para
comprar un motor; y mediante los gastos extraordinarios en que incu-
rre rotativamente cada comunario cuando le toca desempeñar un cargo
oneroso. Llevar adelante trámites suele ser una de las cargas más one-
rosas de los dirigentes en funciones. El servicio a la comunidad lo lleva
entonces más allá del nivel local, conectando al dirigente a otros espa-
cios, tales como las principales urbes, las oficinas públicas y privadas,
182 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

etc. Esta actividad, al decir de muchos ex-dirigentes, es una aventura


inacabable y requiere contar con un sustento económico permanente,
que no siempre es reembolsado por la comunidad. Muchas veces, a fin
de que el trámite no se estanque, es sustentado por la autoridad en ejer-
cicio. El final arroja casi siempre un sentimiento agridulce cuando el
trámite no se llega a concluir en su gestión, por lo que el dirigente se ve
obligado a dejar su prosecución a las autoridades entrantes. Los aportes
a veces son diferenciados, según se trate de originarios o agregados,
lo que significa la posesión de mayor o menor extensión de tierra. Se
espera también que los “residentes”24 prósperos, además de cumplir re-
gularmente con los cargos y demás obligaciones que les corresponden,
contribuyan extraordinariamente con “mejoras” para la comunidad.
De no ejecutar satisfactoriamente estas exigencias, el residente corre
el riesgo de perder sus tierras con lo que se romperían definitivamente
sus vínculos con la comunidad.

Si se contabilizara todo lo que llega a gastar una comunidad y cada uno


de sus miembros, por esa triple vía, ya nadie se animaría a afirmar,
como se hace de vez en cuando por ignorancia, que “los campesinos
no pagan impuestos”. No hablemos ya de su contribución preferencial
al servicio militar. Si además se tiene en cuenta lo que estos aportes
suponen con relación al ingreso total campesino, dudamos que haya
contribuciones proporcionalmente tan onerosas, al menos en los sec-
tores urbanos de clase media y alta. Por ese camino la comunidad lleva
adelante una serie de tareas que, en rigor, corresponderían al Estado.
Lo justo sería que, por lo menos, este las reconociera formalmente
como contribuciones. Sin embargo, no siempre se llega al autofinan-
ciamiento. En momentos de emergencia, como desastres naturales,
sequía u otros, puede ser que no se cumpla con estas obligaciones.
Por otra parte, estos aportes propios difícilmente pueden cubrir toda
la dotación deseable de servicios básicos, que seguirá exigiendo des-
embolsos mucho mayores del Estado. Pensemos, por ejemplo, en una
infraestructura de riego o en la electrificación rural. El mayor o menor
aporte comunal mucho depende de las necesidades y actividades en las

24 Comunarios que, habiendo emigrado de la comunidad, viven en la ciudad o, por extensiòn, en


otras partes como áreas de colonización o en alguna mina. En la medida que sigan cumplien-
do sus obligaciones comunales, mantienen el derecho sobre sus tierras.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 183

que está envuelta la comunidad. Cuando hay alguna obra de emergen-


cia (como un camino esencial) o un proyecto que ha suscitado el en-
tusiasmo general (como un colegio), la contribución puede ser mucho
mayor. No es raro que en esos casos cada comunario llegue a dedicar
hasta 60 días por año a ese trabajo comunal concreto. En cambio, si los
servicios básicos ya están atendidos y la comunidad cuenta, además,
con el servicio regular de alguna repartición pública (por ejemplo, una
céntrica carretera asfaltada), es probable que los aportes se reduzcan
notablemente. Proyectos como alimentos por trabajo y otros semejan-
tes, aunque pueden cumplir buenas funciones, muchas veces han apa-
gado también la iniciativa comunal para llevar adelante sus propios
proyectos. Un dirigente nos habló en cierta ocasión de una comunidad
en que cada casa tenía por lo menos tres letrinas, casi todas en desuso,
porque hubo ayuda y alimentos para ese proyecto.

B. LA DEMOCRACIA INTERCOMUNAL

1. Participación en niveles intercomunales

La comunidad nunca es un ente aislado sino que forma parte de con-


juntos intercomunales de niveles superiores. Como punto histórico de
partida, la actual organización campesina e indígena andina, a nivel de
microregión25 tiene orígenes en las antiguas markas, que a la vez, forma-
ban parte de unidades mayores llamados a veces señoríos, como los
lupaqa, los paka jaqi (pacajes), los killaka, etc. que solo parcialmente
fueron reestructuradas en las reducciones toledanas de la Colonia tem-
prana. Incluso donde la organización originaria ya no se mantiene de
manera explícita, la distribución de subcentrales y centrales sindicales

25 La microregíón está definida aquí como aquel espacio geográfico rural que aglutina a un con-
junto de comunidades que forman una unidad en base a los siguientes criterios: unidad y
complementariedad ecológica; existencia de una organización comunal común; homogenei-
dad cultural, existencia de un centro articulador de todas las comunidades que brinda deter-
minados servicios; y mayores probabilidades de comunicación y de implementación de planes
para toda la jurisdicción (CIPCA 1991: 240). Como después veremos, estos criterios tienen
también que ver con la viabilidad de un determinado municipio rural. En este caso, pueden
entrar en la definición otros grupos sociales no campesinos y es probable que deban hacerse
ajustes entre los límites microregionales y municipales. Ver Fernández (1994: 148-149).
184 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

suele reflejar y hacer referencia al pueblo central y al espacio territorial


de su antigua marka. Este punto de partida explica mejor la persistencia
de la lógica comunal a este nivel intermedio, junto con algunas de sus
nuevas particularidades.

La rotación entre comunidades

También a este nivel funciona en mayor o menor grado el sistema rota-


tivo. Cada unidad menor dentro del sistema –comunidad local– tiene la
oportunidad de ser la cabeza de la jurisdicción, de acuerdo a un orden
fijo y rotativo. Hasta cierto punto se podría decir que la principal expre-
sión andina de igualdad y democracia microregional suele ser alguna
forma de rotación cíclica. Pero aquí es aún más evidente la complemen-
tariedad entre este principio de máxima participación y los de mayor
eficiencia (buscar al más capaz) o de habilidad política (el más vivo). Se
sabe, por ejemplo, que en tal año el cargo máximo corresponderá a tal
comunidad o grupo de comunidades (antiguo ayllu, parcialidad, subcen-
tral, etc.). Pero el juego político para elegirla se centrará entonces entre
varios candidatos procedentes de este grupo, a menos que la comunidad
o grupo de comunidades ya haya llegado a un pleno consenso sobre el
particular. Igualmente, habrá cierto juego para que el resto de comuni-
dades vayan accediendo a cargos de mayor o menor prestigio. Cuando,
siendo varios los candidatos idóneos, no se llega a suficiente consenso
y el esquema tradicional de voto por aclamación o a mano alzada ya no
resulta tan obvio, puede pedirse que cada elector haga fila frente a su
candidato para nombrar al que logre agrupar a más gente frente a sí. Un
problema típico, al aplicar estos mecanismos comunales a niveles supe-
riores, es que se va perdiendo el control que siempre supone el intenso
conocimiento personal entre todos. Puede entonces imponerse el que
habla mejor o, con el esquema de “cabildo abierto”, todos los presentes
votan y, por tanto, se impone el del lugar mismo del evento, por haber
más gente de allí mismo, o el que haya logrado traer a más paisanos y
seguidores. Hemos visto diversos mecanismos ingeniosos para resolver
este problema, por ejemplo, haciendo una segunda vuelta solo entre los
más votados, o exigiendo que cada unidad inferior (por ejemplo la sub-
central) decida de manera unánime. Pero el criterio rotativo se mantiene
sobre todo al asegurar que todas las unidades inferiores queden de algu-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 185

na manera representadas en la directiva del nivel superior asegurándose


así que, con el tiempo, todas lleguen a ocupar el cargo máximo. En este
mundo aymara tradicional no se ve tanto la hegemonía de determinadas
comunidades, dentro de una microregión, algo que ocurre más en áreas
menos tradicionales, como Cochabamba, o incluso en la variante sindi-
cal en los valles del norte de Potosí (ver capítulo 2). Pero sí puede darse
una fuerte competencia entre partes para ir ganando prestigio.

Prestigio y hegemonía, conflicto o equilibrio

El prestigio, en la cosmovisión aymara, no solo tiene el carácter positivo


que ya vimos al hablar del ‘camino’; también tiene sus aristas negativas
que se expresan en clichés y estereotipos, como signos de legitimidad,
en congresos campesinos, en manifestaciones rituales y simbólicas o
en el quehacer cotidiano. El prestigio entre comunidades de una mi-
croregión y entre micro-regiones casi siempre está sustentado en ele-
mentos históricos y de identidad local, que buscan la reafirmación y
el reconocimiento en el ámbito intercomunal (por ejemplo ocupando
cargos importantes). Así, dentro del altiplano paceño, es interesante
la fama de los oriundos de Achacachi como “lazo seguros”, en alusión
simbólica a su condición de guerreros y valientes en acciones prota-
gonizadas contra las haciendas en los primeros años del gobierno del
MNR después de 1952 y confirmada después en la etapa de consoli-
dación de la CSUTCB, por sus grupos de defensa y choque; pero, a la
vez, insinúa que son prepotentes, también por la época del movimien-
tismo. Asimismo los comunarios de Jesús de Machaqa, pese al tiempo
transcurrido, aún tienen el renombre de “come curas”, a partir de la
sublevación de 1921 y el supuesto canibalismo ejercido sobre el cura del
lugar (hecho desmentido por documentos firmados por el mismo cura
tras la sublevación). Sin embargo, este apodo negativo manifiesta, a la
vez, el orgullo local por una rebeldía que destruyó el sistema opresor
pueblerino y que ha pasado a ser el símbolo de la resistencia comunal
aymara, aun en nuestros días. Esta pugna por mayor prestigio puede
además estar vinculada con otras pretensiones o conflictos, por ejemplo
para imponer sus intereses a los de otros o ganar para sí algún recurso
escaso, como tierra, agua o totoral. Todas estas formas de prestigio y de
lucha, que están muy ligadas al regionalismo aymara, son comunes en
186 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

la vida de las grandes markas o pueblos. Reproducen lo positivo de la


fama, muchas veces a contrapunto con su lado negativo. Pero, si ade-
más hay algún conflicto subyacente, pueden llevar a situaciones parti-
cularmente agresivas. Lo más peligroso es cuando del prestigio se pasa
a la intolerancia con ambiciones extremas de predominio por parte de
alguno de los lugares o bandos. Puede entonces degenerar en una fuer-
te resistencia de los otros lugares o regiones afectadas y desembocar en
ch’axwas (peleas), que ponen en serio peligro la unidad intercomunal de
algunas markas. En el capítulo 2 vimos el ejemplo típico de los ayllus del
norte de Potosí. Pero muchas fragmentaciones de ayllus, subcentrales y
comunidades tienen su origen en este tipo de procesos.

En su forma tradicional, el ayllu andino tiene una serie de mecanismos


que pretenden regular esta puja por mayor prestigio y poder. Como vi-
mos en el capítulo 2, a este nivel intercomunal o de ayllu mayor nos
encontramos con frecuencia, pero no siempre, con la división entre dos
parcialidades o mitades, cada una de ellas conformada por un conjun-
to de comunidades: arriba/abajo (araxa/manqha o alasaya/mäsaya en
aymara y janansaya/urinsaya en quechua) o, en algunos casos, derecha/
izquierda (kupi/ch’iqa, en aymara). Con esta forma de clasificación, al in-
terior de la organización socio-política se produce una separación siste-
mática en dos partes (saya), con sus respectivos territorios, cada una de
las cuales determina a la otra, aunque puede existir cierta preeminencia
de alguna, o una lucha por la preeminencia, porque no es un sistema es-
tático. Este esquema socio-organizativo ayuda a dinamizar los diversos
elementos y niveles regionales del mundo aymara. Así, puede reapare-
cer también en algunas unidades menores. Por ejemplo, hay comuni-
dades subdivididas en arriba y abajo, o en varias zonas que se aglutinan
con cargos rotativos en todo el conjunto comunal (o sindicatos, en una
subcentral), al tiempo que cada uno de estos conjuntos se aglutina en la
unidad mayor microregional (o en una central sindical).

En otras palabras, toda unidad social está dentro de un sistema seg-


mendo en el que cada una de dos “parcialidades” –como su mismo
nombre indica– son parte de un conjunto dual. Esto quiere decir que
hay una separación interna –una especie de regionalización– pero, a
la vez, el conjunto dual es parte de una organización más amplia (Pla-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 187

tt 1988, Molina R. 1993). Por esta vía, que está en la raíz de todo el
sistema rotativo, el mundo tradicional andino ha buscado controlar y
frenar una hegemonía total de cualquier parte sobre el resto26. Lo dual
no solo está limitado al carácter social, sino que se extiende a la mis-
ma cosmología andina. Por eso es tan importante el principio de que
taqi kunaspanipuniwa (todo es par en este mundo). Lo ch’ulla (impar) es
deficitario y hay que buscar su par. Por eso las oposiciones ecológicas
de puna/valle, o las sexuales de hombre/mujer y las mitades sociales
de araxa/manqha son tan fundamentales en la sociedad andina. En el
pensamiento aymara, “uno es fracción de dos”, puesto que no existe la
percepción de que la cualidad es la unidad, sino la alteridad. Por eso
el concepto de dualidad se halla expresado bajo la forma de comple-
mentariedad y/o equilibrio (Sánchez-Parga 1989:81). Este permanente
flujo y reflujo entre unidad y segmentación, entre equilibrio, prestigio y
hegemonía, establece un permanente juego dialéctico entre solidaridad
y faccionalismo, muy propio de la cultura y sociedad andinas. Pero la
prevalencia del conflicto y formas de predominio excluyente, en unos
casos, o de situaciones con mayor equilibrio y complementariedad, en
otros, dependerá de muchos factores ambientales y sociales específicos,
que aquí no podemos examinar en detalle. Por ejemplo, la existencia o
no de recursos suficientes para cada una de las unidades, la existencia o
no de un objetivo, un plan o un enemigo común, claramente definidos,
que aglutinen a todo el conjunto, la influencia o no de divisiones llega-
das desde afuera por motivos políticos, religiosos o económicos, etc.27

El rol de la marka o pueblo central

En su forma más tradicional todo este conjunto de comunidades, ayllus


y parcialidades suele aglutinarse en torno a un centro urbano-ceremo-
nial llamado marka, que no tiene una sino dos cabezas, una para cada
mitad. Se supone que ambas deben caminar juntas y van alternando, de
un año a otro, en su mutua jerarquía. Donde no hay un sistema de mita-
des, como en algunas markas del occidente orureño, puede ocurrir algo
semejante entre los varios ayllus que las componen. Sin embargo, esta

26 Para ampliar este tema, ver Rojas O. (1988) y CIPCA (1991: 83-86).

27 Remitimos a Albó (1985a) para un análisis más detallado de este punto.


188 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

forma máxima de equilibrio en la dualidad se ha perdido en muchos lu-


gares, en buena parte porque el pueblo central ha quedado en manos de
gente mestiza o amestizada, que –en contra de la lógica andina– preten-
de monopolizar todo el conjunto. En muchos de esos pueblos centrales
ha influido también la presencia de autoridades gubernamentales (al-
calde, subprefecto) que no son de origen andino o no se mueven en esa
misma lógica de hegemonía compartida. Si a ello se añaden –como ocu-
rre muchas veces– diversas prácticas de explotación sobre el contorno
campesino e indígena, esta agresividad puede incentivar, por reacción,
la solidaridad de todo el conjunto rural frente al pueblo. Esta realidad
conflictiva, demasiado frecuente en pueblos provinciales, deberá tenerse
muy en cuenta en todo el proceso de consolidación democrática de los
nuevos municipios urbano-rurales en el área andina. La marka o pueblo
central es parte de la democracia y lógica andina, pero su monopolio so-
bre el contorno rural sería una violación de esta misma democracia. Más
abajo retomaremos este punto en un contexto más amplio.

Persiste el control comunal

En este nivel microregional de la organización campesina-indígena si-


gue habiendo una buena posibilidad de control a sus dirigentes por parte
de las comunidades que los nombraron. Se suele garantizar así la repro-
ducción y el ejercicio de la democracia comunal, ampliada a intercomu-
nal, pese a que al nivel microregional suelen entrar en juego, de una
manera más intensa, las relaciones con otros actores como los vecinos y
autoridades del pueblo central, las instituciones estatales, las ONG, los
partidos políticos, etc. Los mecanismos de control son variados. He aquí
algunos: el seguimiento y observación cotidiana (no planificada) de las
acciones de los dirigentes por parte de los comunarios; las peticiones de
informes regulares y otras varias formas de cuestionamiento, aproba-
ción o sanción en las reuniones, ampliados y congresos; la participación
o ausentismo en diversos eventos convocados por la directiva; el aportar
o no con trabajos u otras contribuciones cuando se solicitan; y, natu-
ralmente, la garantía de que nadie se podrá perpetuar en el cargo, sino
que habrá renovación y rotación. Con todo ello suelen facilitarse ciertas
formas de autonomía de la organización campesina-indígena microre-
gional, sobre intentos contrarios, alentados tal vez por algunos de los ac-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 189

tores arriba mencionados o incluso por algunos campesinos influencia-


dos por lógicas distintas. Una discusión, que retomaremos en el capítulo
4, se refiere justamente a la distancia entre estos niveles intermedios,
donde persiste suficiente control comunal, y otros niveles superiores de
la organización campesina, donde el control se va perdiendo. Es decir, a
medida que nos distanciamos de la pequeña comunidad toman mayor
cuerpo ciertos problemas emergentes de las formas de representación,
que indudablemente están presentes en la organización campesina e
indígena, con predominio de referentes territoriales (Rojas 1994: cap.3).

2. Ayllus y sindicatos

A la luz de lo explicado hasta aquí, retomemos el tema de las formas


tradicionales o modernas de organización comunal e intercomunal hoy
prevalentes en los sectores andinos rurales. Ayllus y sindicatos, ¿son
dos sistemas en pugna? ¿se articulan de una manera complementaria?
¿o son simplemente dos apariencias de una misma realidad? Como ya
vimos en el capítulo 1, el sindicalismo campesino surgió en la década
de 1930 como una respuesta de los sectores reformistas mestizo-crio-
llos frente a la dominación oligárquica. Desde la revolución de 1952,
el MNR planteó la urgencia de “incorporar” al indio a la “civilización”,
dotándole masivamente de este instrumento “moderno” –el sindicato–
para expresar sus reivindicaciones. No descartamos que, en todo este
afán, hubiera al mismo tiempo el deseo de controlar y neutralizar la
movilización campesina-india, que había logrado desestabilizar por su
cuenta al orden oligárquico a través de masivas rebeliones, entre las
que se destacan la de 1921 (Jesús de Machaqa), la de 1927 (Chayanta) y
las de 1947 (altiplano y Cochabamba)28. Según Silvia Rivera (1986: 12),
lo que se buscaba era frenar la cristalización de una propuesta radical,
anticolonial, contra el dominio criollo en la que los propios reformistas
se verían rebasados. De este modo, el MNR fundó en esos sindicatos
la esperanza de liquidación del “problema del indio”, a través de una
dinámica de cooptación/incorporación que recogía y canalizaba una de
las demandas latentes que había animado hasta entonces al movimien-

28 Sobre el Congreso Indigenal de 1945 y la participación de Ayopaya, Dandler y Torrico (1990)


aportan datos muy precisos a favor de nuestra sospecha.
190 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

to indio-campesino: la lucha por la ciudadanía. Pero lo hizo al precio de


negar otra de las demandas fundamentales de este movimiento: la lu-
cha por la autonomía y el autogobierno. En la práctica, como ya hemos
ido insinuando a lo largo de estas páginas, la imposición del sindicalis-
mo campesino ha desembocado en situaciones muy diversas, desde los
casos extremos de choque abierto entre ayllu y sindicato, en el norte de
Potosí, hasta los casos de máxima aceptación, en Cochabamba, pasando
por otros de mayor ambigüedad en vastas zonas del altiplano de La Paz.
No cabe generalizar sobre quién predomina en la pugna, el ayllu o el
sindicato. Hay que distinguir según casos y regiones. Es innegable que
el ayllu entronca con las raíces más antiguas del mundo andino y que
su accionar está muy relacionado con la ruptura con el Estado colonial
y republicano, lo que no le exime de contradicciones, por las fuertes
modificaciones que sufrió desde principios de la Colonia, sobre todo
con su “reducción” en torno a pueblos centrales de estilo español. En
la Colonia muchos ayllus fueron cooptados por el sistema, pero de los
propios ayllus surgió también la resistencia. Kuraka de ayllus era Tupaq
Amaru, que se rebeló; pero kurakas hubo también, como Pumakawa,
que se le enfrentaron y se alinearon más bien junto a los españoles.

Una amplia gama de opciones

Para analizar el ayllu o la comunidad hay que recordar la co-existen-


cia de dos situaciones históricas en el mundo aymara: las regiones con
ayllus y las de haciendas (ver capítulo 2). En las regiones de ayllus la
presencia del sindicalismo fue con frecuencia un fenómeno superficial.
En muchos casos quedó rápidamente subordinado al ayllu y, en otros,
generó conflictos, sin llegar a desbancarlo. Pero en las regiones que ya
habían sido invadidas por haciendas desde la época colonial o republi-
cana –sobre todo en los valles, en torno al lago Titicaca y en otras áreas
ecológicas más productivas– el impacto del sindicalismo campesino
tuvo efectos interesantes y, después de la revolución de 1952, se consti-
tuyó en un instrumento organizativo que ayudó en la expulsión de los
patrones y a la recuperación de las tierras usurpadas. Posteriormente,
las mismas ex-haciendas han adquirido el carácter de neocomunida-
des mínimas, reconstituidas con la reforma agraria de 1953 (CSUTCB
1984). Sobre todo en el altiplano de La Paz, había muchas situaciones
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 191

intermedias, con mezcla de haciendas y comunidades originarias, que


ya habían perdido o debilitado su referencia a ayllus mayores. Entonces
la gama de soluciones prácticas es muy amplia. Al nivel de la pequeña
comunidad, optaron sobre todo por las siguientes alternativas:
a. Nombramiento de un secretario general, que no tenía ningún
cargo tradicional, como autoridad máxima de la comunidad. Le
seguía el secretario de relaciones, que sí era mallku. Algunos
otros cargos también eran jilaqatas y al final se añadían otras car-
teras menores, como secretario de deportes, obras públicas, etc.
b. El cargo de secretario general es ocupado por el jilaqata y/o
mallku y la secretaría de relaciones también es ejercida por otro
jilaqata. El resto de las carteras fueron ocupadas por los “cabe-
zas” de la comunidad.
c. Solo cargos sindicales.

Esta última solución (c) fue, naturalmente, la que adoptaron las ex-ha-
ciendas, donde ya no había cargos tradicionales, aunque en algunas
de ellas asimilaron a los antiguos jilaqatas –que en la hacienda habían
quedado reducidos a un rol subordinado al mayordomo– a los nuevos
vocales, que llaman a reuniones y hacen mandados. Sin embargo, esta
supresión de cargos tradicionales ocurrió también en varias zonas de
comunidades originarias, sobre todo en el altiplano más céntrico del
departamento de La Paz. En muchos de estos lugares, cuando empe-
zaron, todos eran teóricamente anti-tradicionales y en alguna medida
cumplieron ese rol. Pero, pasados los años, esta “innovación” organiza-
tiva acabó transformándose en un “injerto” en la forma tradicional de
organización comunal. Los grandes impulsores de esta experiencia se
vinculan sobre todo con el movimiento katarista-indianista de los años
60 y 70. En los otros arreglos (a) y (b), no hubo una clara definición. En
algunos lugares se pensaba que ya debían abandonarse las costumbres
para modernizarse con el sindicato, aunque siguiera manteniéndose
el camino rotativo para el acceso a muchos cargos. En otros lugares, el
sindicato funcionaba más como gobierno ejecutivo de la comunidad,
mientras que los cargos tradicionales iban limitándose a realizar sus
“costumbres”. En algunos lugares del estilo (b), las mismas personas
eran ejecutivos del sindicato y, a la vez, seguían realizando sus costum-
bres. Viéndolo con la perspectiva actual, el ex-dirigente nacional Jenaro
192 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Flores hace las siguientes reflexiones sobre lo que ocurría en las comu-
nidades de su provincia Aroma:
“Recuerdo que en muchas comunidades el secretario general del
sindicato recaía en cualquier persona, ya sea con trayectoria o no y
nombraban nomás. En cambio el jilaqata no podía ejercer cualquie-
ra. Tenía que ser una persona de bastante experiencia y trayectoria,
que haya cumplido con muchas atribuciones dentro de la comuni-
dad, incluido el presterío. Entonces siempre había dos autoridades.”
En la práctica prevalecía la autoridad sindical sobre la tradicional, espe-
cialmente donde había un fuerte contingente de jóvenes, más próximos
a lo “novedoso y lo foráneo” que a lo propio. Prosigue Flores:
“Hemos visto en la práctica de que las organizaciones en su mayor
parte en las comunidades, en las centrales, en la provincias está diri-
gido por gente joven, gente sin trayectoria y sin experiencia.”

A más de 40 años de la implantación de este sindicalismo campesino


en el área rural, experiencias como las del norte de Potosí y otras mu-
chas, cada vez mejor comprendidas, nos hacen concluir que el proble-
ma entre el ayllu y el sindicato no es un asunto que esté resuelto. La
flexibilidad del principio de rotación, que sigue subyacente en muchas
situaciones “sindicales”, no fue suficiente para lograr un buen injerto
entre tradición e innovación, aunque sí permitió al sistema del ayllu
local sobrevivir en el interior de la organización sindical.

Posiciones reduccionistas o complementarias

El sindicalismo campesino siempre tuvo –y aún tiene– una carga ideo-


lógica de “modernidad” y “progreso”, que establece distancias históricas
sobre la antigua organización tradicional. Por eso frases como “bajo el
nombre de sindicato se esconde la organización comunitaria tradicional”
(Iriarte y Equipo CIPCA 1980: 80) son de doble filo. Por una parte, nos
muestran la resistencia de los esquemas tradicionales, aunque lleven
ahora otro nombre. Pero, por otra, podrían llevar a justificar la existencia
de un “sindicalismo campesino” con esas características, ciertamente,
pero reemplazante y, por tanto, excluyente de la organización tradicional
como tal. Plantear la reducción de ayllu y sindicato en uno solo sigue
siendo una posición excluyente, pues conlleva que al final se opte por
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 193

uno de las dos. Inevitablemente lleva a posiciones de intolerancia entre


un sistema y el otro. La complementación unitaria parece el camino más
viable y quizás una de las salidas más claras a la intención de injerto
entre ayllu y sindicato. La idea de complementación permite distinguir
dos dimensiones diferentes, no siempre contradictorias ni tampoco se-
paradas del todo. Esta doble estructura, a la vez tradicional y sindical, en
su nivel local no representa mayor problema para los comunarios. Por
una parte les permite legalizarse como organización campesina fuera de
la comunidad; pero por la otra, les permite legitimarse al interior de ella.
Nos cuenta Daniel Calle, a propósito de la provincia Aroma:
“En varias comunidades y ex-haciendas, el libro de actas es un cer-
tificado para presentarse y sacar credenciales en la Federación o la
Subcentral sindical campesina. Pero dentro de la comunidad es otra
su estructura: lo llaman jach’a tata, mallku, wawa qallu o jilaqata; si-
guen esa práctica, mientras se llaman secretarios generales solo para
representar en la Federación y en las reuniones provinciales.”
Sin embargo, esta complementariedad entre ayllu y sindicato no es sino
una de las varias soluciones culturales posibles en una sociedad plural
que tiene otras muchas formas organizativas: ayllu, capitanía, cabildo,
sindicato, corregimiento, etc. a veces presentes en una expresión única,
pero a veces en combinaciones de dos o más. En este último caso ten-
drán quizás que articularse, de modo que se respete y dé funcionalidad
a unos y otros. El exdirigente nacional Jenaro Flores, que últimamente
ha fomentado la reemergencia de las autoridades tradicionales en su
propia provincia, reconoce la necesidad de este pluralismo:
“Los que siempre salen en defensa del sindicato son las ex-haciendas,
[donde] de una u otra manera el sindicato ha sido su primera autoridad,
que ha salido en defensa de ellas, que ha tramitado la consolidación de
su propiedad en las oficinas de reforma agraria: [todo] eso es cierto...”
“No es bueno decir que hay que borrar al sindicalismo. Al sindicato
habría que darle su propio espacio, dentro de la estructura de la Confe-
deración. Por ejemplo en el trópico no hay autoridades originarias, es
gente que ha migrado del altiplano a diversos lugares y que están orga-
nizados en sindicatos. Habría que dar un espacio a las organizaciones
sindicales dentro de la nueva estructura de las naciones originarias.”
Lo fundamental es respetar las experiencias y decisiones de cada lugar,
sea cual fuera, asegurando que, al mismo tiempo, estas diversas expe-
194 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

riencias lleguen a articularse unitariamente a niveles superiores. El plu-


ralismo, que es uno de los principios básicos de toda democracia, puede
tener una de sus mejores expresiones si se logra respetar y articular de
manera constructiva esta heterogeneidad de las diversas formas organi-
zativas de nuestra Bolivia rural pluricultural.

3. Las organizaciones de mujeres

En el campo de la organización de la mujer aymara a nivel microregio-


nal, nos encontramos con un panorama todavía más heterogéneo, por
la diversidad de sus formas organizativas, antiguas o nuevas. Al nivel
tradicional está el rol ya mencionado de la pareja, chacha-warmi, muy
visible en la dimensión ceremonial de los cargos comunales e interco-
munales de tipo originario; pero hay también una clara hegemonía de
los varones en la dimensión pública y política. Al nivel de las innovacio-
nes, aquí ya no hay una propuesta única (como lo era el sindicalismo)
sino un bombardeo de ellas, con enfoques a veces contradictorios. En
muchas partes se han multiplicado los centros o clubes de madres, vin-
culados en su mayoría a programas de donación de alimentos o a activi-
dades de instituciones de salud. En algunas regiones, como la provincia
Aroma y partes de Oruro, han tomado fuerza los sindicatos femeninos
combativos de las llamadas “Bartolinas”29, fomentados por la misma
CSUTCB a finales de la dictadura de Bánzer. Existen además varias
formas de organización femenina ligadas a la producción artesanal o a
pequeñas huertas de autoconsumo, etc.

Algunos enfoques, como el de los cargos tradicionales o el de los nue-


vos clubes de madres, apelan a los roles clásicos de la mujer sin apenas
cuestionarlos. Otros, en cambio, entroncan más con el movimiento rei-
vindicativo de mujeres, propio de la actual coyuntura mundial. Es pre-
visible que este último enfoque irá ganando cuerpo, sobre todo en los
niveles superiores de las organizaciones femeninas, sean cuales fueren.
Pero no pensamos que en el campo se llegue a imponer el estilo “femi-
nista” de la clase media urbana, que solo percibe esta dimensión. Más
bien, las reivindicaciones de género –que también las hay en el sector

29 Por referencia a Bartolina Sisa, esposa de Tupaq Katari. (Ver capítulo 4-D.).
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 195

rural– tenderán a incorporarse en un conjunto mayor de demandas que


apuntan a mejorar las condiciones de vida. Ambos tipos de reivindica-
ciones pueden muy bien articularse dentro de un proyecto aymara, que-
chua o amazónico. Lo anterior no es óbice para que las organizaciones
de mujeres de índole reivindicativa tengan un toque de oposición en
el interior de su propio sector rural, por asumir una actitud de perma-
nente resistencia a la ideología “patriarcal” vigente en el sindicalismo,
en la organización tradicional aymara y en toda la sociedad boliviana.
Esta oposición transciende a su sector en términos de la práctica que
llevan adelante, sin que le falten dificultades y contradicciones al inte-
rior del mismo. Es que la expectativa de muchos dirigentes campesinos
e indígenas sigue siendo que las mujeres, aun las dirigentes, se limiten
a ampliar sus actividades domésticas cuando hay eventos del corres-
pondiente nivel microregional en el sindicato aymara y en la propia
organización tradicional.30

4. Comunarios, vecinos y no campesinos

La relación de los comunarios con los no campesinos (no indios) es


muy distinta de la que se tiene con otros comunarios y campesinos,
incluso de otras regiones, y con los “residentes”, sobre todo si provie-
nen de la misma comunidad. En ella el énfasis se pone en la diferen-
cia cultural, económica, etc. y en una permanente combinación de re-
sentimiento agresivo y a la vez dependencia. La diferencia se expresa
simbólicamente en el contraste entre el comunario o campesino, que
es ‘persona’, jaqi (en aymara) o runa (en quechua), mientras que los
demás son q’ara. Este apelativo literalmente significa ‘pelado’, es decir,
incivilizado. Se traduce generalmente como ‘blanco’, pero en realidad
tiene también connotaciones sociales y éticas: q’ara es el que no tiene
algo digno porque no vive de su trabajo sino explotando a otros. Por
eso a los comunarios que han dejado su comunidad y se han vuelto
abusivos se les dice que “se han transformado en q’aras”. En la prác-
tica la relación con los q’ara muchas veces es ambigua. Por una parte

30 Llama también la atención que las mayores concentraciones de varones, dentro del magisterio
rural, se encuentran precisamente en el campo aymara, donde casi todos los docentes son de
origen aymara, y en algunos grupos étnicos del Oriente que ya han logrado preparar a sus
propios maestros (Albó, 1995e: capítulo 9).
196 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

se les evita y hasta ridiculiza (sobre todo dentro de la comunidad) y se


les tiene rencor por sus permanentes abusos. Por otra parte, algunos
más y otros menos, necesitan de ellos y de su poder y por eso hay una
práctica de dependencia, muchas veces servil, expresada quizás a través
de lazos de compadrazgo. Más aún, uno de los modelos más viables de
ascenso social es “volverse q’ara”, aunque sea al costo de muchos con-
flictos internos de identidad y de convertirse en explotador u opresor de
la propia gente, como ilustra la historia del protagonista de La nación
clandestina en el poderoso lenguaje fílmico de Sanjinés.

Visto desde el otro lado, ocurre exactamente lo contrario, sobre todo


en los pueblos rurales. Los vecinos se consideran a sí mismos “gente
decente” y siguen viendo a los campesinos y comunarios del contorno
como “indios brutos”. Por eso, la oposición comunario-persona y no-co-
munario-q’ara tiene su expresión más crónica en la relación entre los
comunarios y los “vecinos” antiguos de los pueblos tradicionales. Sobre
todo en las regiones más aisladas y periféricas, estos últimos son tam-
bién los que manifiestan un desprecio y oposición más pertinaz contra
los comunarios, a los que siguen llamando “indios” y considerándolos
“incivilizados”, por mucho que dichos vecinos compartan muchos ras-
gos culturales y hasta lingüísticos con los comunarios a los que recha-
zan. No hace muchos años la autoridad política de uno de esos pueblos,
al norte de La Paz, nos comentó que su cargo se denominaba “corregi-
dor” porque su principal obligación era “corregir a los indios”. Desde la
reforma agraria de 1953 varios de estos pueblos entraron en decadencia,
con lo que también se acrecentó el rencor de sus vecinos contra esos
nuevos “indios alzados” que cada vez dependían menos de ellos. Otros
pueblos ganaron importancia por la entrada de inmigrantes de origen
campesino y, muy particularmente en el altiplano, han ido surgiendo
una serie de pueblos y ferias nuevas, formados con gente de las comu-
nidades del contorno. En estos dos últimos casos, aunque van surgien-
do también “nuevos q’aras”, es más fácil que el contraste se diluya por
la mayor dependencia mutua y por las relaciones de parentesco que van
existiendo entre comunarios y “nuevos vecinos”. La convivencia y rela-
ción democrática entre vecinos y campesinos en los nuevos municipios
no será fácil, menos aún en aquellos lugares en que la élite de vecinos
ha mantenido el dominio microregional hasta el día de hoy. Las nuevas
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 197

jurisdicciones, con mayor cobertura rural, reducen esta base de poder


de los vecinos pero, por lo mismo, exigen que se vayan encontrando
mecanismos de convivencia igualitaria entre “personas” y “gente de-
cente”, sin que sean inmediatamente tipificados los unos como “indios
brutos” y los otros como “q’aras explotadores”. Naturalmente, ello solo
será posible si, respetando las diferencias culturales, se evitan relacio-
nes de explotación y discriminación social y étnica.

5. Los forasteros no-campesinos

Aparte de estos vecinos, en muchas zonas rurales andinas hay ahora una
presencia cada vez mayor de forasteros. Los hay de muchos tipos: co-
merciantes y transportistas, profesores rurales, policías u otros funcio-
narios del Estado, curas y religiosas, personal de diversas instituciones
de promoción, públicas o privadas, políticos, etc. Algunos de ellos son
de origen igualmente rural y a veces de la misma región; por ejemplo,
muchos comerciantes y profesores rurales. Entonces la cercanía cultural
puede ser mayor, aunque suele ser fuerte en ellos la tendencia a “hacer-
se los q’aras”. Su relación con los comunarios puede asemejarse a la de
los vecinos del pueblo, pero con una mayor gama de diversificación. Si
mantienen una buena relación con la comunidad, pueden transformar-
se incluso en sus buenos consejeros. Otros forasteros suelen ser de ori-
gen urbano, incluidos algunos extranjeros. Muchos ni siquiera hablan
el aymara o la lengua indígena local, ocultando a veces esta falencia con
el argumento de que la gente joven del lugar “ya sabe castellano”. Pero,
por otra parte, algunos de ellos, sobre todo los más profesionalizados,
dependen mucho menos de la explotación del contorno rural para su
sobrevivencia, por lo que se hacen menos odiosos que los vecinos.

Entre estos últimos hay un sector significativo que, si está en el campo,


es por alguna finalidad de promoción y servicio, aun cuando sea des-
de su propia perspectiva. Entran muy particularmente aquí las ONG,
las iglesias y algunos otros servicios públicos menos burocratizados o
politizados. Se da entonces la paradoja de que en su cultura son más
distantes pero en su motivación son más cercanos. Por su origen, pue-
den actuar, quizás sin darse cuenta, contra las pautas culturales arriba
señaladas, por ejemplo, en el diseño de sus proyectos y en las formas
198 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

de relacionarse31, por lo que no siempre son aceptados por los comuna-


rios que, de todos modos, siguen viéndolos como q’aras y hasta como
k’ankas (‘gallo viejo’, aplicado a los gringos). Sin embargo, pueden tam-
bién ser vistos como amigos, por el tipo de servicios y, a veces, regalos
que proporcionan. Algunos que llegan a arraigar en la zona superando
la distancia cultural, pasan a tener una notable influencia y aceptación
en las comunidades. Si no cometen muchos errores, este segundo tipo
de forasteros genera más relaciones de dependencia que de conflicto.
Pero, por lo mismo, algunos de ellos llegan a tener un poder real (aun-
que sea tal vez “paternal”) mucho mayor que los mismos vecinos y, si
no se esfuerzan explícitamente para irlo transferiendo al campesino, en
vez de promoverlo pueden acabar por anular su iniciativa. Buitendijk
(1994) piensa que, por ese motivo, no será fácil a muchas ONG –y,
podríamos ampliar, a otras instituciones de servicio y promoción rural–
aceptar los retos de transferencia de poder, implícitos en el espíritu de
la ley de participación popular.

Para concluir este punto, hay que mencionar a los partidos políticos,
tan directamente involucrados en la buena o mala práctica de la de-
mocracia. La visión predominante desde la perspectiva campesina es
que intentan cooptar a los dirigentes comunales y subordinarlos en
su carril ideológico-político, distorsionando así las formas de lucha y
participación de las comunidades. Uno de los principales ejes de estas
intenciones son las prebendas, los regalos, etc., sobre todo en épocas
electorales. Más de un dirigente campesino, sobre todo de nivel supe-
rior, acaba actuando de la misma forma, sea al servicio de algún partido
o para ir ganando convocatoria para sí mismo. Tanto en la práctica de
muchas instituciones de promoción como en la de tales políticos, se
cierne, desde enfoques diversos, la continuidad de una ideología coloni-
zadora, acompañada a veces de una práctica caudillista, que sigue man-
teniendo subordinadas a las comunidades frente a quienes son ajenos
a ellas, perpetuando así mecanismos que las excluyen o marginan de
la sociedad y el Estado. Si las comunidades mismas vivían la paradoja
entre solidaridad y faccionalismo, en muchas de las ofertas institucio-

31 Hemos desarrollado algo más este punto en Albó, Libermann et al. (1989: 76-90). Ver tam-
bién Niekerk (1994).
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 199

nales y políticas que llegan al campo predomina sobre todo lo último.


Por ejemplo, no se quiere coordinar y surgen celos o intrigas entre dos
instituciones que ofrecen lo mismo a los mismos, entre iglesias o parti-
dos que pugnan por ganar adeptos. Por eso, en la pérdida del equilibrio
andino, a favor de las divisiones, hay una buena dosis de responsabili-
dad por parte de quienes llegaron a las comunidades con pretensiones
de servirlas.32 Por el contrario, cuando hay unidad de criterios entre las
diversas instituciones de una región, es también más fácil que sus co-
munidades compartan un objetivo común y la balanza se decante, más
bien, hacia el lado de la unidad y solidaridad.

6. Jesús de Machaqa, un estudio de caso33

Toda la región de Jesús de Machaqa, a unos 100 km de La Paz en la pro-


vincia Ingavi, tiene una población de unas 5.000 familias dispersas a lo
largo de 60 km y forma una unidad histórica y social. Su historia reciente
nos ayudará a entender los problemas y desafíos que plantea el ejercicio
de la democracia en un espacio social de tamaño intermedio, cuyos princi-
pales actores son campesinos aymaras, con poco peso del grupo social de
“vecinos”, pero con una significativa influencia de instituciones de apoyo.
Tradicionalmente el espacio de este territorio aymara ha estado organi-
zado en 12 ayllus (recientemente conocidos más bien como kumunirara,
‘comunidades’) agrupados a su vez en dos mitades o “parcialidades”, a las
que se llama también arax suxta (los/las seis de arriba) y manqha suxta
(los/las seis de abajo). Desde que, ya en época republicana, desapareció
el cargo de cacique, que presidía todo el conjunto y lo articulaba al siste-
ma colonial a través del tributo y la mita minera, los cargos máximos de
autoridad estatal sobre toda la marka quedaron en manos de mestizos,
vecinos del pueblo central. Pero, después de la sublevación de 1921 arriba
mencionada (Choque 1986), la mayoría tuvo que irse. Desde entonces
los pocos vecinos del pueblo pesan poco y este es a la vez la marka tayka
(pueblo matriz) y uno de los 12 ayllus. Al nivel de ayllus cada uno de ellos

32 Aunque los hemos dividido para fines analíticos, es muy posible que los diversos estilos aquí
mencionados en la práctica se sobrepongan. Por ejemplo, existen profesores vecinos del pueblo,
ONG politizadas o iglesias proselitistas con el mismo síndrome divisivo de los partidos.

33 Ver Albó y equipo CIPCA (1972), Choque (1986, 1988) y Ticona (1991, 1993).
200 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

mantuvo varios jilaqatas o mallkus, nombrados a través del sistema rotati-


vo y del camino ya descrito más arriba. El conjunto de todos ellos formaba
el cabildo, presidido por dos segundas uno por cada parcialidad. Uno de
ellos tenía el título principal de escribano y el otro el subordinado de justicia
alternándose ambas parcialidades en los dos cargos. Los seis ayllus de cada
parcialidad mantuvieron un orden simbólico expresado en términos de
un cuerpo vivo [aparentemente de un puma]: uno era cabeza, otro hombro
o cuerpo y los cuatro siguientes, patas delanteras y traseras. Pero todos
accedían rotativamente a los dos cargos máximos.

Este esquema perdura simbólicamente hasta el día de hoy. La manera


de referirse a toda la región sigue siendo “los doce ayllus”, o “las doce
comunidades”, o “los seis de arriba y los seis de abajo”. En la cerámica
local, todo el conjunto sigue también expresándose como dos anima-
les simétricos, cuya cabeza, patas, etc. representan sus seis ayllus. Sin
embargo, esta imagen simbólica convive con una serie de evoluciones
en la organización real, que aquí no podemos sino esbozar. Ya desde
tiempos relativamente antiguos, muchos de los ayllus se han ido subdi-
vidiendo en “comunidades” a veces incluso discontinuas con nombres
adicionales de arriba/abajo, del cerro/de la pampa u otros varios más
específicos. A ello se añadió, desde la reforma agraria, la organización
sindical, considerada más moderna y preferible. Muchas de estas uni-
dades menores se transformaron en sindicatos; otras instancias inter-
medias, que podían o no coincidir con el antiguo ayllu, se convirtieron
en subcentrales; y todo el conjunto, en la Central Agraria Jesús de Ma-
chaqa (CAJMA), conocida también como central “cantonal”.34

El proceso de fragmentación y de ocasionales fusiones y reagrupacio-


nes –a veces para mayor prestigio de cada nueva unidad, a veces por
conflictos entre ellas– dura hasta ahora. Si hacia 1970 había unos 40
“sindicatos” (o nuevas “comunidades”), en 1994 ya se había llegado a

34 A pesar que dentro de la zona son ya varios los cantones legalmente constituidos, sigue lla-
mándose central “cantonal”. En todo el conjunto había además dos haciendas de probable
origen cacical, cuya propiedad última era de los mismos ayllus, una pequeña comunidad uru
y alguna otra finca menor (ver Albó y equipo CIPCA 1972). Pero tras la reforma agraria, todos
se convirtieron en otras tantas comunidades, dentro del mismo esquema híbrido de sindicatos
y comunidades originarias.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 201

78, agrupados en 23 “subcentrales”, que siguen funcionando un poco


como el antiguo ayllu. Sin embargo, en el imaginario y en algunas ac-
tividades ceremoniales, la referencia sigue siendo los doce (seis y seis)
ayllus o comunidades y, a este mismo nivel, los cargos de escribano y
justicia perduraron hasta fines de los años 70, época en que desapare-
cieron ante el mayor peso real que tenía ya el secretario ejecutivo de
toda la central cantonal. Según las épocas y las comunidades, ha habido
mayor o menor identificación entre los viejos cargos tradicionales y los
nuevos títulos sindicales. Al principio parecían imponerse estos últi-
mos pero más recientemente casi en todas partes los principales cargos
son a la vez sindicales y tradicionales, con un injerto casi perfecto entre
ambos tipos de organización. El mismo secretario ejecutivo de la cen-
tral también es llamado ahora jach’a mallku (la gran autoridad) y, con
su indumentaria tradicional, realiza el tipo de ceremonias que antes
correspondían al escribano. La última evolución ocurrió el año 1989,
en que un grupo de cinco subcentrales, con 21 sindicatos, se separó
del resto para formar la Central Agraria de Parcial Arriba (CAPA). La
central matriz CAJMA quedó con 18 Subcentrales y 57 sindicatos. Esta
escisión parecería recuperar el antiguo sistema dual, aunque las sub-
centrales separadas solo representan cuatro de “los seis ayllus de arriba”
y tienden más bien a prescindir de actividades conjuntas con el resto,
incluso al nivel ceremonial.

Todas estas fragmentaciones parecían llevar a la plena descomposición


de la unidad inicial, pese a algunos contra-intentos como campeonatos
de fútbol, festivales, etc. En agosto de 1989, en el I Congreso Regional,
se llegó a prohibir la creación de nuevas subcentrales y se decidió for-
talecer más bien la organización tradicional. El más exitoso de estos
intentos fue el Plan Sequía –a partir de la grave sequía de 1983– que,
efectivamente, logró aglutinar momentáneamente a todo el conjunto
en torno a una tarea común. Pero, pasada la emergencia, persistió el
proceso de atomización. El problema de fondo era, evidentemente, la
falta de actividades y objetivos comunes. La historia sola no bastaba. Fi-
nalmente, por iniciativa de algunas instituciones de la zona, en 1988 se
decidió emprender un diagnóstico y un plan conjunto para toda la mi-
croregión, conocido como el Plan Machaqa (= PM). El PM está concebi-
do como la instancia ordenadora y articuladora del conjunto de recursos
202 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

materiales y humanos existentes en la micro-región. Es una propuesta


“integral” de desarrollo rural, en que no solo interesa la producción
económica sino también lo educativo, la salud, la infraestructura y la
consolidación de un territorio propio. Para todo ello se toma en cuenta
a la organización comunal e inter-comunal, como la única instancia
capaz de llevar adelante su transformación. En realidad, esta visión de
integralidad forma ya parte de la organización de la comunidad andina,
donde no existe una separación entre lo político, lo económico o lo reli-
gioso. Por tanto, La idea de un plan microregional, como el PM, no solo
reivindica el fortalecimiento de la organización campesina, sino incluso
su transformación en un instrumento político, capaz de ayudarla en el
ejercicio del gobierno comunal y micro-regional.

Durante los años 1990 y 1991 la propuesta del PM fue difundida y discu-
tida con una mayoría de los comunarios y el conjunto de los dirigentes
de Machaqa, mediante visitas programadas de las instituciones a cada
subcentral y talleres de información y discusión con la instancia cupular.
Como fruto de todo ello no solo se ha ido logrando la aceptación del PM,
por parte de la organización campesina de base, sino algo mucho más
interesante: su permanente reformulación de manera conjunta y dialéc-
tica. Veamos algunos ejemplos. Un primer punto es la relación entre ins-
tituciones y organización campesina. La primera propuesta planteaba la
conformación de una única instancia de coordinación, en que entraran
conjuntamente las diversas instituciones locales y la organización cam-
pesina, al principio limitada a solo la central cantonal CAJMA. Pero esta
mostró recelo, por temor a quedar excesivamente absorbida por las insti-
tuciones. Al fin se llegó a otra solución más apropiada: las instituciones
conformaron su propia coordinadora inter-institucional y CAJMA, como
bloque, quedó constituido como el interlocutor clave, sin cuyo consenso
era difícil hacer nada. Un segundo punto era cómo afrontar la reciente
división en dos centrales agrarias (CAJMA y CAPA). Al principio no ha-
bía claridad al respecto y más bien se tendía a marginar a la nueva central
CAPA. Solo después de muchas idas y venidas se llegó a la conformación
de una instancia común, capaz de permitir una coordinación práctica
de las dos organizaciones campesinas. Fue interesante este reencuentro
de las dos centrales, separadas poco antes. Sin embargo, hasta la fecha
(fines de 1994) esta instancia conjunta no ha llegado a consolidarse.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 203

Un interpretación es que, de nuevo, abría demasiado espacio a las ins-


tituciones y a algunos dirigentes cupulares para ocupar las funciones
de la antigua marka de Machaqa, lo que fue rechazado abiertamente
por las comunidades, siempre recelosas de tal subordinación. Había
susceptibilidad de que, con la creación de la nueva instancia, se habría
originado una especie de estructura supra-comunal, que hacía peligrar
el ejercicio político de las dos centrales agrarias (Ticona, comp. 1991:
1-2). Otra interpretación es que CAPA, ubicada en un extremo de la
microregión y sobre otra carretera de acceso, busca ya su propia vía au-
tónoma, apoyada por ciertos dirigentes locales y por alguna institución
que no ha deseado entrar en el PM. Una salida parcial a estos conflictos
fue la creación de la directiva del PM, como instancia ejecutiva. Está
conformada por los tres dirigentes principales de las dos centrales agra-
rias (secretario ejecutivo, secretario de relaciones y secretario de actas).
El primero ejerce la presidencia y vicepresidencia de manera rotativa
entre las dos parcialidades, de una manera comparable a lo que antes
ocurría con el escribano y el justicia. Por otra parte, se constituyeron cin-
co comisiones: producción, infraestructura, salud, educación y mujer,
a las que después se añadió una sexta, comunicación. Están presididas
por mallkus de las subcentrales y/o comunidades y deben ser la ins-
tancia ejecutora de los proyectos existentes en su área respectiva. Estas
comisiones comenzaron a ser apoyadas por las instituciones a las que
se dió el cargo de “asesoras”, a pesar de que con frecuencia son co-eje-
cutoras, por tener ya sus planes y recursos especializados. Pero, con
este arreglo, cada institución encuentra así un rol más específico en la
implementación del PM y se ve obligada a una coordinación más rígida,
con programas conjuntos y más claridad en el trabajo.

Pese a estos avances, aún no se han solucionado todos los problemas.


La relación entre CAJMA y CAPA, por ejemplo, sigue teniendo subidas
y bajadas, según el programa y los dirigentes implicados. Algo seme-
jante ocurre en las relaciones entre organizaciones comunales e insti-
tuciones, o entre estas últimas. El proceso sigue en marcha y pensamos
que no se ha dicho aún la última palabra, pues cada año cambian los
dirigentes y las ofertas y enfoques institucionales también van cam-
biando. Pero una primera lección a rescatar es la importancia de que las
organizaciones locales jueguen siempre un papel protagónico. Las po-
204 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

líticas institucionales, y sus líneas de coordinación intersectorial, siem-


pre deben tener en cuenta que un objetivo central es apoyar y viabilizar
la “retoma” del gobierno microregional –y ahora, debemos añadir, mu-
nicipal– por parte de las organizaciones comunales e intercomunales.

Antes de concluir, queremos subrayar tres retos que esta experiencia


nos plantea, por considerar que reaparecerán en otros muchos planes
microregionales o municipales. Implican la constante relación dialécti-
ca entre las organizaciones locales de base y las instituciones de apoyo,
entre la tradición y la innovación.

Primer reto: tradición y cambio económico

El PM, en su vertiente económica, está concebido por las instituciones


desde una racionalidad orientada al mercado y con una lógica de ad-
ministración empresarial, por considerar que estos mecanismos son
indispensables para superar la actual situación de pobreza rural. Sin
embargo este enfoque ha generado varios bloqueos y contradicciones
con la práctica tradicional. Hasta ahora se han implementado proyectos
productivos como forrajes, invernaderos, granjas lecheras e inclusive
un matadero, unos con más éxito que otros. Pero persiste el temor de
que, por este camino, surjan nuevas formas sutiles de control insti-
tucional. Por ejemplo, a través del crédito o los precios del mercado,
podrían imponerse mayores dependencias que, en vez de apoyar la re-
toma del poder de las comunidades en la marka de Machaqa, la retarda-
rán. El conflicto de fondo es propio de toda transformación económica.
En Machaqa, es por el paso de una incierta autosubsistencia marginal
a la adición de productos para el mercado (con todas sus nuevas posi-
bilidades pero también riesgos). En otras partes, podría ser por la tran-
sición de un tipo de agricultura extensiva de temporal (a secano), a un
tipo de agricultura intensiva bajo riego. En los inmigrantes a Yungas es
por la entrada total al mercado y, en el Chapare, al controvertido mer-
cado de la hoja de coca... Cada uno de esos pasos implica no solamente
un cambio en el tipo de organización productiva sino también en otros
varios hábitos. La pregunta es: ¿implican necesariamente la pérdida de
la propia identidad cultural y de sus formas básicas de organización co-
munal? Pensamos que no siempre, como nos lo muestra la historia de
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 205

los ayllus del norte de Potosí, que durante la Colonia jugaron un papel
importante como proveedores del mercado. La otra pregunta obvia es:
¿cuál sería otro camino viable para superar la situación de reconocida
pobreza sin afectar algunos esquemas previos?

Segundo reto: organización tradicional y nuevas tareas

El PM ha ayudado en alguna medida a consolidar la decisión, toma-


da ya en 1989 y ratificada en el III Congreso Regional de Autoridades
Originarias (noviembre 1992), de retornar a la organización tradicional
de los ayllus y la marka, aunque reestructurada ya según las 23 subcen-
trales nuevas. Pero una cosa es decirlo y otra, lograrlo. Este “retorno”,
en la práctica, es una transición en el discurso más que un cambio a
fondo. Desde entonces las tradicionales ceremonias de cambio de au-
toridades, a principios de año, han recuperado esplendor en la marka
central de Machaqa. Pero, hasta enero de 1995, seguían ausentes varios
“ayllus-subcentrales” de la Central Agraria de Jesús de Machaqa y no
había ninguno de la Central Agraria de Parcial Arriba. En unos casos,
prefieren realizar la ceremonia aisladamente en sus propios lugares sin
referencias a una unidad mayor; en otros, simplemente, ya no la reali-
zan. Por otra parte, la implementación del PM ha exigido, como hemos
visto, la creación de nuevas instancias organizativas como la directi-
va conjunta y las comisiones. De cara a la retoma de la organización
tradicional, cabe preguntar cómo deberían sustituirse o reformularse
tales instancias. Se plantea, por ejemplo, la refuncionalización de los
antiguos kamana o especialistas, en cada uno de las áreas (agricultura,
salud, etc.), en la esperanza de que podrían infundir un mayor dinamis-
mo al PM. Pero, aparte del uso de nombres y expresiones simbólicas
más arraigadas en la tradición aymara (que ya no es poco), aquí las pre-
guntas de fondo son: Cuando surgen nuevas tareas y desafíos, ¿deben
también surgir nuevas funciones y ajustes organizativos? ¿Implica ello
necesariamente una rotura con la organización tradicional? ¿O puede
contribuir también a su fortalecimiento y adaptación en el nuevo con-
texto? Ejemplos como los ya vistos en las tierras bajas con APG, CPIB o
CIDOB –todas ellas organizaciones de nuevo cuño pero que amplían el
potencial de sus organizaciones tradicionales sin eliminarlas (ver capí-
tulo 2)– nos hacen pensar que la respuesta a la última pregunta puede
206 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

y debe ser afirmativa. Pero, para ello, debe siempre construirse lo nuevo
a partir de lo que ya existe. No debemos repetir los errores de aquellos
años de euforia sindicalista iconoclasta. Que tomen nota de ello los pro-
motores de los nuevos municipios rurales.

Tercer reto: instituciones y poder comunal

Al interior de las instituciones, hay como una pugna entre dos ideas,
más implícitas que explícitas, dentro de su objetivo declarado de querer
revalorizar a la organización tradicional: ¿Hacerla funcional a sus inte-
reses institucionales particulares, dentro del PM? ¿O llegar más allá de
esa funcionalidad para apoyar, como primera prioridad, el ejercicio del
gobierno comunal y el poder comunal dentro del gobierno micro-regio-
nal? Entre los intereses de mayor funcionalidad institucional (incluso
al margen de los objetivos estatutarios) puede estar la sobrevivencia de
la misma institución y asegurar la fuente de trabajo de sus miembros.
Siempre hay el riesgo de que esta funcionalidad no declarada pase de-
lante de la utilidad real de algunos proyectos. Puede también haber una
tendencia, tal vez inconsciente, hacia un protagonismo que rebase las
acciones de la organización campesina. Por otro lado, la coordinadora
inter-institucional está en un permanente dilema: apoyar realmente a
la consolidación del gobierno comunal de Machaqa o simplemente ser
un instrumento indirecto de la penetración del Estado. Aunque este
último aspecto se intentará dilucidar después, en un contexto más am-
plio, cabe plantearnos hasta qué punto se trata de disyuntivas totales
o no. Por parte de los campesinos, hay ciertamente una permanente
sospecha –justificada por su experiencia histórica multisecular– de que
tras el afán manifestado de fortalecer a las organizaciones campesinas
e indígenas, tanto por las instituciones como últimamente también por
el Estado, puede haber otros intereses no confesados. Por ejemplo, ase-
gurar un espacio institucional o quizás contener mayores reivindicacio-
nes comunales. Una práctica transparente y la evidencia de avances o
de retrocesos hacia un gobierno local controlado por las organizaciones
comunales nos dirá si hay fundamentos o no para esta sospecha.
CUATRO
NUEVOS DESAFÍOS
EN LA CÚPULA

Vistas las posibilidades y problemas de la democracia campesina e in-


dígena a niveles locales, nos queda por analizar lo que ocurre en los
niveles orgánicos superiores, ya lejos de las comunidades rurales. Nos
fijaremos sobre todo en la cúpula de la CSUTCB, que es la más re-
presentativa de sus organizaciones. Pero, con los debidos ajustes de
proporción, muchos de los problemas y pistas de solución reaparecen
en las instancias departamentales, en los niveles superiores de otras
organizaciones, como colonizadores o indígenas del Oriente y en los
partidos indios o campesinistas.

A. UNA RESPONSABILIDAD INÉDITA

Muchos ex-dirigentes y algunos en ejercicio, al ser consultados sobre


el significado que tiene el ser dirigente de la cúpula de la CSUTCB,
contestan simplemente que “es una gran responsabilidad”. Este térmi-
no encierra muchos significados, desde cómo enfrentar la nueva vida
en la ciudad, o incluso satisfacer ciertas aspiraciones urbanas, hasta la
práctica ideológica y política de responder a las expectativas y reivindi-
caciones socioeconómicas y culturales de sus representados. El hecho
más importante es la responsabilidad de representar a los indígenas y
208 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

campesinos del país y sentir en carne propia sus anhelos y sus necesi-
dades. El cargo se constituye así en un peso social y, a veces, presión
moral, a la que toca responder de la mejor manera posible.

Jenaro Flores, ex-dirigente y uno de los fundadores de la CSUTCB, nos


recordaba, al ser entrevistado para este trabajo:
“Es una gran responsabilidad, porque si nosotros queremos defen-
der a los compañeros campesinos, pues había que estar al lado de
ellos de día y de noche”.

La diferencia marcada entre la ciudad y el campo genera en este grupo


dirigencial una disparidad de impactos, que muchas veces es brusca.
Un comunario que desarrollaba sus actividades agrícolas y/o pecuarias,
de pronto es elegido en un congreso miembro de la directiva nacional
de la CSUTCB y enseguida se ve obligado a trasladarse a la ciudad de
La Paz. Una vez en la ciudad, se enfrenta forzosamente con un fuerte
proceso de urbanización, que poco a poco moldea sus hábitos y costum-
bres rurales, creándole nuevas expectativas ya con “gustos y sabores ci-
tadinos”. Cuando no es suficientemente consciente, termina alienándo-
se y manejando más un discurso de la vida campesina que una práctica
de ella. Hay una especie de juego permanente entre quedar atrapado
definitivamente o aceptar críticamente. Ese es el gran reto.

1. “Es una desgracia ser dirigente”

La frase es de Esteban Silvestre, ex-dirigente de la CSUTCB, en un en-


cuentro de ex-dirigentes (Ajpi, comp. 1993). ¿Por qué el dirigente per-
cibe este pasaje de su vida como un percance? ¿Por qué se recibe con
tanta fatalidad? Una respuesta es que en este caso el representante se
siente arrancado de su habitat y vivencia comunitaria y lanzado a otros
mundos desconocidos, donde está más expuesto a su propia suerte. El
hecho de que los dirigentes provengan de distintas regiones del país
marca una primera diferencia, a la que se suma el no contar con nin-
guna ayuda en la ciudad, la carencia de recursos económicos, etc. El
representante debe enfrentar todo ello redefiniendo sus actividades,
incluidas las de su familia. El problema más grave y complejo es el de
la sobrevivencia sin contar con una fuente de recursos económicos en
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 209

la ciudad. El financiamiento de los dirigentes fue –y sigue siendo– la


parte más delicada. Dice otro dirigente35:
“Nosotros mandamos a un dirigente, pero ese dirigente ¿qué va a
comer? ¿De dónde va a comer? Porque ese dirigente también tiene
mujer y sus hijos. Entonces ¿quién le va a dar algo a ese dirigente?”

En los tiempos iniciales del MNR y del PMC, los gobiernos de la época
pusieron a disposición de los dirigentes oficinas para la confederación
(con frecuencia en reparticiones ministeriales) y corrían, además, con
buena parte de los gastos de los dirigentes campesinos de nivel supe-
rior. Era sabido, por ejemplo, que en el Consejo Nacional de Reforma
Agraria había algunos ítems destinados a este fin. Era también uno de
los caminos para asegurar la docilidad de estos dirigentes. Pero con la
independencia del sindicalismo campesino se acabaron estos recursos.
Ahora los dirigentes se encuentran como lanzados a su suerte y no les
queda más que buscar alguna fórmula que les asegure la subsistencia.
El problema central está en la falta de aporte (o cuota sindical) de las co-
munidades destinada a los niveles superiores de la organización matriz
de los trabajadores campesinos. No es posible aquí hacer los descuentos
automáticos por planilla, típicos de los sindicatos de asalariados. Solo
algunos dirigentes campesinos cupulares tienen ingresos económicos
fijos, aunque sean bajos, por seguir ejerciendo alguna profesión, como
por ejemplo la de profesor rural.

Muchos dirigentes coinciden en señalar que, si la cuota sindical fuera


una realidad, los representantes no “irían a venderse” a los partidos po-
líticos ni a otras organizaciones. Y las bases tendrían más derecho de re-
clamar lealtad de sus líderes, incluso sancionando a los infractores “con
azote, como es la costumbre campesina”. Pero son contados los casos
en que la ayuda llega de las bases mismas. Ocurre más fácilmente si la
organización de la que proviene el dirigente tiene acceso a recursos. Por
ejemplo, algunas federaciones de colonizadores han subsistido gracias

35 Mantenemos el anonimato y hemos modificado algunas circunstancias en muchos testimo-


nios de dirigentes, sobre todo de los más actuales, por respeto a quienes han puesto confianza
en nuestro trabajo y para que el lector se fije más en los contenidos que en las personas im-
plicadas. Hemos utilizado también materiales de un encuentro de ex-dirigentes, recopilados,
transcritos y traducidos por Ajpi (1993).
210 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

a trancas para cobrar contribuciones a los camiones que transportan


los productos de sus zonas. Hemos sabido también de dirigentes de la
APG, de los guaraní, que mientras cumplían cargos a niveles superio-
res fuera de la zona eran apoyados financieramente gracias a algunos
proyectos productivos y otros recursos de sus bases. Los primeros diri-
gentes de la CSUTCB sortearon parcialmente este problema gracias a
los aportes de instituciones locales o internacionales que perseguían la
misma causa de los campesinos: recuperar el proceso democrático del
país. Jenaro Flores nos recuerda:
“...No teníamos nada. Entonces han contribuido [las instituciones]
porque la lucha en aquel entonces era única, ya sea para las insti-
tuciones privadas y las organizaciones sindicales y otros, porque al
frente teníamos gobiernos de facto. Entonces era necesario luchar
en forma conjunta para recuperar el proceso democrático del país.”

Debemos distinguir aquí diversos niveles de gastos. La organización


campesina como tal suele gestionar y disponer de algunos recursos,
invitaciones, proyectos, etc. con los que se cubren viajes, cursos y de-
terminados tipos de actividades. El financiamiento de cada congreso y
ampliado, por ejemplo, suele ser motivo de grandes trajines. Es incluso
posible que a través de alguno de esos proyectos se llegue a asegurar un
pequeño sustento para algunos de los dirigentes siquiera durante algún
tiempo. Lo que más rápidamente suele solucionarse es el alojamiento,
por la austeridad de los interesados. Es habitual, en diversas oficinas
sindicales en la ciudad, ver cuartos modestísimos, con frecuencia co-
munes, en los que se alojan buena parte de los dirigentes. El problema
más difícil de resolver es el de la subsistencia diaria. La solución más
común es que solo se quedan permanentemente en la ciudad aquellos
pocos dirigentes que, por un camino u otro, tienen medios para subsis-
tir. Los demás reducen su permanencia en la ciudad a temporadas cor-
tas o simplemente desaparecen del escenario. Los siguientes ejemplos
y testimonios ilustran algunas de las maneras con que los dirigentes
sortean este problema cuando están en la ciudad.

Unos subsisten con la ayuda de su familia o parientes instalados ya


en la ciudad, que contribuyen siquiera parcialmente a financiar sus
gastos. Supone un mayor compromiso y conciencia, pero también te-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 211

ner cierta holgura de recursos. No es tampoco raro que el dirigente


cuente con parientes instalados ya en la ciudad y que estos le faciliten
su permanencia, dentro de los esquemas tradicionales de hospitalidad
y reciprocidad. Pero en otros casos, el problema que cobra fuerza es
más bien la atención a las obligaciones familiares. En casos extremos
hasta puede llevar a abandonar la representación:
“Las propias esposas exigen al marido diciendo ‘tú debes traer dine-
ro, porque debes estar trabajando’. A ese compañero no le queda otra
cosa que abandonar a sus bases e irse a su casa.”

Otros buscan trabajos urbanos para sí o la familia, solicitan apoyos ins-


titucionales o acaban aceptando ofertas del gobierno o de partidos.
“Decían pues ‘iré a buscar algo de dinero’. Entonces, ¿qué es lo que les
pasa? Se venden rapidito. Después ya no piensan en sus bases, quienes
les han encomendado. De hecho se venden a los partidos políticos.”

La relación con partidos o con el propio gobierno puede ser vista en-
tonces o como un alivio o como una coartada, según el nivel de con-
ciencia y de necesidad. La carencia de dinero puede incluso empujar
a algunos dirigentes a acciones poco transparentes. Por ejemplo, las
bases están con ganas de reclamar sus derechos mediante el bloqueo
de caminos pero el dirigente dilata el asunto, porque ha comenzado a
transar con las instancias gubernamentales correspondientes de una
manera que más le beneficia a él que a las bases. En síntesis, viene
aquí muy al caso el dicho “el sindicalismo campesino es un gigante
con pies de barro”. La organización rural tiene una elaborada estruc-
tura organizativa, pero sus pies no le permiten andar, por falta de un
sostén económico autónomo. Fruto de estos avatares, es más que pro-
bable que, en una gestión, no todos los dirigentes lleguen a terminar
su mandato. Es este uno de los principales cuellos de botella para una
genuina democracia en los niveles superiores de la organización cam-
pesina e indígena. Es claro aquí que los mecanismos que funcionan
relativamente bien al nivel comunal no son tan fácilmente replicables
a niveles superiores. Es prioritaria la búsqueda ingeniosa de solucio-
nes estructurales y sostenibles, dignas y autónomas para este grave
problema, teniendo en cuenta la dispersión y la débil economía de las
bases campesinas que sustentan toda la organización.
212 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

2. Dos niveles, dos roles mal articulados

Desde el punto de vista estructural, el problema central que debe afron-


tar un dirigente, más allá de su lucha inmediata por la sobrevivencia
diaria, viene dado por la estructura misma de la organización campesi-
na, que tiene mucho de híbrida. Lo hemos plasmado en el gráfico 4.1.

Gráfico 4.1. Función principal de la


organización campesina, según niveles

En su nivel mínimo, y en buena medida también en su nivel microregional


o incluso municipal, esta organización tiene actualmente mucho de gobier-
no comunal (e intercomunal), con toda la lógica de la democracia étnica,
llena de relaciones de reciprocidad, cara a cara, y rica en expresiones simbó-
licas. Si algo entra ya allí de orden reivindicativo, es desde la propia cancha,
como una acción más o menos masiva de estas comunidades en su propio
terreno, tal vez en su propia asamblea ante un visitante o en la marka común
de todos ellos, frente a los vecinos. Todo esto es lo que hemos desarrollado
en el capítulo anterior. En cambio, en estos niveles superiores, desaparece
casi totalmente el rol de gobierno comunal y, en cambio, pasa a un prime-
rísimo plano una nueva tarea al mismo tiempo reivindicativa y política que,
además, se juega ya en plena cancha ajena. Más aún, desde la retoma de
las tierras, estas reivindicaciones ya no se hacen ante un patrón fácilmente
identificable sino frente a un sistema sin rostro, proyectado mayormente en
todo el aparato estatal que, pese a la apertura democrática, sigue siendo visto
por muchos como “anti-campesino”, en frase de Miguel Urioste.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 213

Estas reivindicaciones responden, sin duda, a demandas de las comuni-


dades. Las oficinas departamentales y nacionales de la CSUTCB están
siempre llenas de delegaciones llegadas desde cualquier rincón del país
con este tipo de problemas, sean tierras, abusos de alguna autoridad,
precios o falta de servicios básicos. Los dirigentes superiores son recono-
cidos, de esta forma, como los legítimos representantes de estas comu-
nidades, a los que se recurre para que les ayuden a solucionar el proble-
ma. Pero esta legitimidad no llega tan lejos como para asegurar que las
comunidades sientan la necesidad de financiar sistemáticamente a sus
reconocidos representantes, como hacen por ejemplo para ciertos trámi-
tes de sus dirigentes locales. Por otra parte, a este nivel superior, ya no
se trata simplemente de ser una agencia tramitadora de cada caso local.
Los dirigentes descubren que deben habérselas con instancias guberna-
mentales a las que se entregan pliegos de peticiones de tipo mucho más
genérico, o con oficinas estatales en las que se plantean nuevas leyes,
que se deben discutir. Son invitados a seminarios, dentro y fuera del
país, en que se discuten estos asuntos y otros de carácter aún más global.
Algunos políticos, a la vez que ofrecen ayudarles, los proponen otras ac-
ciones o tomas de posición sobre otros mil asuntos, globales, ideológicos
o coyunturales, con las que pueden o no estar de acuerdo. Pocos son los
dirigentes, que al ser nombrados a estos niveles superiores, habían esta-
do previamente preparados para este cúmulo de nuevas tareas.

3. Los asesores

La consecuencia inmediata de lo precedente es que los dirigentes bus-


can apoyos para no perderse en este nuevo mundo de responsablida-
des. El sistema de recambio de dirigentes, después de cada congreso,
dificulta con frecuencia que aquellos que ya habían adquirido cierta
experiencia vayan iniciando a los nuevos en algo que sus anteceso-
res ya estaban superando (ver D, infra). Entran entonces en escena los
“asesores”. El tema de los asesores de la cúpula de la CSUTCB, es casi
siempre misterioso y cambiante. Los únicos asesores que son visibles
y casi públicos son los “asesores jurídicos”. El asesoramiento político
siempre se mantiene a niveles reservados, por el temor a que digan
que “es manejado por un partido político y no por los campesinos”.
Pese a esta reserva, se suele saber y comentar “quién está con quien”,
214 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

principalmente de las cabezas. Pero no siempre se trata de vínculos


permanentes, pues los mismos dirigentes, si no tienen una firme filia-
ción partidaria, prefieren no ligarse excesivamente con la misma per-
sona o partido. Desde la perspectiva de los partidos, las reacciones de
estos dirigentes en ciertos momentos les resultan difíciles de entender
y, a veces, los tildan de “ambiguos” y hasta “desleales”. Desde la pers-
pectiva del dirigente, estas actitudes pueden ser caminos de aprendi-
zaje o incluso mecanismos de seguridad, semejantes a los que utiliza
en el campo, cuando siembra en distintos lugares y épocas, para “no
ganar mucho pero tampoco perderlo todo”. En política también puede
convenirle no poner todos los huevos en una misma canasta. El térmi-
no de “asesoramiento”, significa muchas veces sumisión y obediencia
a los intereses de alguna organización política, o al menos cierto senti-
miento de acoso. Nos cuenta un dirigente:
“Yo no me he hecho asesorar con nadie. Los partidos saben querer
asesorarme. Saben decirme: ‘trabajaremos con nosotros, nosotros te
vamos a asesorar’. Nada, señor, yo sabré perder o ganar en la conduc-
ción. Aunque no soy estudiante, yo no he conocido el colegio ni la
universidad, yo me he formado junto con las bases en los seminarios,
talleres y no he descuidado mi formación.”
Hay aquí una tarea nada fácil de diálogo genuino entre desiguales.
El dirigente tiene mucha conciencia de que, para cumplir bien un
rol que le resulta tan nuevo, necesita asesoramiento, cuando no apo-
yo financiero. Pero, por otra parte, es desconfiado porque sabe que
tras el asesoramiento puede haber también otros intereses. Prefiere
entonces ir aprendiendo un poco al tanteo, a menos que logre en-
contrar a alguien en quien pueda confiar plenamente. Por el camino,
pueden surgir entonces alianzas firmes, dependencias humillantes o
mañuderías a la criolla, según el sentido de respeto y democracia que
tengan las diversas partes implicadas.

B. SE DESCUBRE A LA CLASE POLITICA

A medida que se va conociendo y ejercitando el nuevo rol, la dimensión


política pasa a ocupar una posición preponderante, tanto por la mayor
relación con los partidos como por exigencias del nuevo rol.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 215

1. De monodependencia a pluridependencia

El esquema inicial del MNR funcionó a partir de la revolución de 1952


durante los 12 años de este régimen y fue continuado después, con
Barrientos y el PMC. En toda esta época la dependencia de la entonces
CNTCB era única y monodireccional hacia el gobierno. El derrumbe
del pacto, en 1978, constituye el inicio de la ruptura con esta tutoría y
sujeción del campesinado al “Estado del 52”. Entra entonces en esce-
na, bajo el liderazgo del movimiento katarista, una nueva generación
de pobladores rurales dispuestos a lograr su autonomía organizativa.
Según Silvia Rivera (comunicación personal), en el momento de la
aparición de la CSUTCB, sus dirigentes tenían ciertas metas persona-
les, aunque confusas. Por un lado, deseaban salir de la “marginalidad
política” y, por otro, ser los nuevos “protagonistas políticos” en la vida
del país. Este último propósito era el más importante. A partir de su
afiliación a la COB, la CSUTCB adquirió un valor muy importante.
En frase de Rivera, era como decir: “Bueno, a esta Bolivia, le opone-
mos otra Bolivia, pero es una Bolivia de todas maneras”. Es decir,
en ese momento crucial de tránsito de largos años de dictadura a la
democracia, los dirigentes de la CSUTCB empezaron a proyectar una
nueva imagen, enmarcada en la transformación del actual Estado. Sin
embargo, pasados los primeros años y pese al discurso radical y auto-
nomista, en la práctica el movimiento campesino e indígena sucumbe
ante una multiplicidad de formas de dependencia. La gran diferencia es
que ahora la dependencia ya no es unilateral con el gobierno, ni siquie-
ra es principalmente con este. Tiene mucho más que ver con una gama
relativamente amplia de partidos políticos, sobre todo de oposición, con
la COB y otras instancias más específicas del movimiento popular. Se-
gún los lugares y circunstancias puede incluir también a ONG, insti-
tuciones internacionales y otras instancias semejantes. Nos fijaremos
sobre todo en las relaciones con partidos políticos y con la COB, por ser
actualmente las dos instancias más significativas.

2. Relaciones diferenciadas con los partidos

Ha habido una clara evolución en las maneras en que la cúpula de la


CSUTCB se ha relacionado con los partidos. Desde un principio esta
216 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

relación ha sido muy abierta con algunos partidos y tendencias polí-


ticas surgidos del seno mismo del campesinado. Pero durante varios
años se mantuvo más camuflada con otros partidos de izquierda. Ahora
esta última relación es bastante más abierta pero sigue siendo vergon-
zante o conflictiva con partidos de derecha o ligados al gobierno. En
los primeros años, en la confederación había una plena hegemonía del
movimiento katarista, muy particularmente del MRTK que entonces
era visto en gran medida como su rama política. Las relaciones con
otras ramas más indianistas del katarismo, como MITKA, eran en-
tonces algo más distantes. En ese período cualquier publicación de la
CSUTCB tenía el cuidado de incluir una declaración en que se recha-
zaba explícitamente cualquier posición “racista”, que era por entonces
la denominación que se daba a estas otras tendencias más radicales. Se
mantuvieron ciertas relaciones con otros partidos de izquierda, sobre
todo los que conformaron entonces la UDP. A fin de cuentas alguna de
sus ramas sindicales campesinas había participado en el surgimiento
unitario de la CSUTCB en 1979. Pero, durante este primer período, en
tales relaciones se guardaba siempre cierta distancia. Por ejemplo, en
una proclamación rural al candidato Hernán Siles Zuazo, el dirigente
katarista, al tiempo de apoyarlo, dejó dicho a la audiencia que solo lo
hacían de momento, hasta que tuvieran sus propios candidatos.

Jenaro Flores, entonces a la cabeza de la CSUTCB y del movimiento


katarista, justifica aquella forma diferenciada de vinculación política:
“Había necesidad de tener nuestra organización política. Yo no tengo
un entrenamiento marxista, ni de la iglesia, ni de nadie; pero yo tenía
en la cabeza que nadie podía satisfacernos en el campo político. No
porque habíamos tenido formación, no porque hayamos leído libros
y otras [cosas]. Y así ha nacido el katarismo. Más después se ha lleva-
do varios cabildos en provincias, en algunos departamentos y a nivel
nacional, el katarismo surge desde allá.”
Se evitaba o rechazaba una relación directa con los partidos clásicos de
la izquierda más urbana, sobre todo en términos de injerencia directa
de estos en la misma organización rural. Pero, a otros niveles públicos,
no faltaron alianzas y pactos, como fue la experiencia del movimiento
katarista que cogobernó con la UDP y las diversas alianzas de candida-
tos campesinos con otras fuerzas políticas en cada coyuntura electoral.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 217

Pero poco a poco, a medida que se iba debilitando la primera euforia


katarista, cambió la figura. El espectro de afinidades políticas y la pugna
entre determinados dirigentes que luchaban por la hegemonía dentro de
la directiva de la CSUTCB fue abriéndose cada vez más. Junto, o frente,
al MRTK (y después su doble rama MRTKL y Frente Unido de Liberación
Katarista, FULKA), ahora otros dirigentes principales estaban claramente
alineados con otros partidos de izquierda, con partidos “indios” o con
otros movimientos políticos dentro del campesinado, como el Movimien-
to Campesino de Bases (MCB), desgajado de un partido de izquierda.

Este nuevo enfoque tuvo un fuerte impulso a partir de las medidas eco-
nómicas de 1985, que hicieron perder fuerza al movimiento obrero y
minero y, poco después, a partir de la crisis mundial del modelo so-
cialista. Varios sectores de la izquierda tradicional, que hasta entonces
daban poca importancia al movimiento campesino, se sintieron de re-
pente sin sustento ideológico-político y sin sus bases tradicionales por
lo que recién volcaron su interés hacia el campesinado. El movimiento
indígena-campesino se convierte así en una especie de arena partidaria.
A los partidos mayores (sean de izquierda o de derecha) les interesaba
cooptar dirigentes (o ubicar a sus militantes) con miras a las elecciones
generales o municipales. Prima en ellos la idea de la “rentabilidad” so-
cial y política. En cambio, a los partidos “chicos” les interesa sobrevivir al
interior de la organización campesina o del movimiento indígena, ocu-
pando algunas carteras principales, como tribuna de expresión y prácti-
ca política. La pregunta entonces es hasta qué punto estas prácticas par-
tidarias ayudan al crecimiento de la organización campesina e indígena
o la ahogan, haciendo aparecer sus propias ideas y perspectiva como
la expresión genuina del campesinado. Reflexionando sobre su propia
experiencia, un alto ex-dirigente se inclina por lo último:
“Eso solo ha pasado cuando he participado por última vez en el congreso
nacional [campesino]... donde a mí me nombran, creo, siete partidos
políticos. Me ponen como candidato de ellos. Ahí he visto, en la práctica,
que yo ya no era candidato del campesinado boliviano, sino de siete u
ocho partidos. Por tanto, en la actualidad, en la práctica estamos viendo,
si un dirigente es elegido por los partidos políticos, este jamás va a luchar
por los intereses del campesinado boliviano. Eso lo he probado en mi
última gestión, por eso he dejado también la secretaria ejecutiva.”
218 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Varios dirigentes y analistas coinciden en señalar que desde el congreso


extraordinario, realizado en la ciudad de Potosí en 1988, las puertas de
la CSUTCB se abrieron de manera más patente para el libre ingreso de
los partidos políticos de izquierda y de derecha.36 Al parecer, antes del
evento citado, los congresos eran:
“Bien controlados, porque al congreso campesino no podían entrar
personas extrañas. No podían ingresarlos paramilitares, garcíamecis-
tas ni MNRistas ni ningún partido político.”

Pero el congreso de Potosí, según el mismo dirigente,


“Abrió la puerta a los q’aras, a los wiraquchas37 con bigotes.”

Pese a esta interpretación, en el ambiente de las dirigencias campesinas


e indígenas, sigue evitándose aparecer abiertamente como militante de
un partido político de derecha o en función de gobierno. Es automáti-
camente interpretado como resultado de una cooptación política y una
amenaza que llevará a la creación de fracciones contrarias al campesi-
nado y en suma al debilitamiento de la organización. No es pensable en
la cúpula de las organizaciones campesinas e indígenas que se pueda
ser a la vez buen dirigente y “oficialista”; mucho menos, militante de
un partido derechista. Por otra parte, a medida que nos acercamos más
a la base, muchos dirigentes locales siguen manteniendo cierto rubor
que les impide presentarse abiertamente como militantes de tal o cual
partido, cualquiera que sea. Ocurre más así en áreas de mayor con-
trol comunal, como el altiplano aymara o los ayllus quechuas de Potosí,
que en otras regiones más transformadas, como los valles centrales de
Cochabamba, o nuevas, como las áreas de colonización.

C. INDIOS Y CAMPESINOS EN LA CENTRAL OBRERA

La historia de las relaciones entre campesinos y obreros, en torno a la


COB, nos ayudará a entender cómo a este nivel se cruza la solidaridad

36 Calla, Pinelo y Urioste, eds. (1989) han recopilado los principales documentos políticos pre-
sentados en dicho congreso.

37 “Caballeros”, gente blanca.


1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 219

de clase y el prejuicio étnico. En términos teóricos se habló siempre de


la “alianza natural” entre obreros y campesinos, pero en la práctica no
resultaba tan natural, debido en parte al juego de intereses políticos,
pero más que nada, a la existencia de una poco explicitada barrera étni-
ca entre los dos grupos.

1. Del desprecio al reconocimiento

Como se recordará, la COB, antes de que se fundara la CSUTCB, tenía


en su seno a la Confederación de Campesinos Independientes, con-
trolada por el PCML, y su reconocimiento de la CSUTCB, mucho más
representativa, no fue fácil (ver capítulo 1 y Albó 1985: 110-113). Nos
comenta Jenaro Flores, el primer secretario ejecutivo de la CSUTCB:
“Pero nosotros nada teníamos que ver con esa confederación, con
el Pacto Militar Campesino, ni con nada. Nosotros no teníamos ni
padrino de la iglesia ni de los partidos políticos. Nosotros hemos
nacido de las mismas comunidades. Entonces lo que se ha visto es
unirfuerzas con otros sectores de trabajadores. Nosotros asistíamos
a los ampliados de la Central Obrera Boliviana, simplemente como
oyentes, nunca nos han dado importancia. Los trotskystas, a la cabe-
za de Filemón Escobar, decían: ‘A los kataristas, a los indianistas hay
que controlarlos, compañero Lechín’, en pleno ampliado nacional de
la COB. ‘A estos indios hay que controlarlos’. Así ¿no? Pero nosotros
no queríamos entrar ahí para ser controlados.”

Al fin, prosigue Flores, se llegó a un acuerdo:


“La COB nos ha puesto una condición, de sellar la unidad con la Con-
federación de Independientes. Nosotros dijimos que sí. Por entonces
nos llamábamos la Confederación Nacional de Trabajadores Campe-
sinos de Bolivia Tupaj Katari.”

Así, en el congreso de unidad de junio de 1979, convocado por la COB,


se logró la fusión de las principales organizaciones y nació la CSUTCB,
dentro de la COB, pese a la reticencia de algunos partidos entonces con
mayor influencia dentro de ella. Pero más allá de lo político, afloraba
siempre lo étnico. Flores, nos sigue comentando, había observado que
los campesinos “independientes” eran muy dependientes de los obre-
ros de su mismo partido:
220 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

“Les mandaban a comprar refrescos y obedecían de callado. Yo me


dije, entraremos en la COB pero no para írselo a comprar refrescos.
Cuando por fin entramos en la COB, un día el dirigente NN. me dijo:
‘Compañero Flores, ¿puedes ir a comprármelo cigarrillos?’ Yo le con-
testé: ‘Cómo no. Si tu me lustras mis zapatos, yo iré a comprar tus
cigarrillos’. Comprendieron que ya no era lo mismo.”

El toque final para lograr el pleno respeto fue un bloqueo general de cami-
nos, convocado por la CSUTCB, en un momento sumamente delicado, a
los pocos días de haber fracasado el golpe de Natusch a fines del mismo
año 1979. Los dirigentes de la COB y otros partidos decían autoritaria-
mente a los campesinos que era una decisión peligrosa y no la permiti-
rían. Los campesinos, con igual fuerza decían que no les pedían permiso,
que ya lo habían decidido. Al fin, el bloqueo se realizó y contó incluso con
el apoyo de una huelga de 48 horas por parte de la COB. Para la CSUTCB
era un triunfo más significativo que las demandas que hacían al gobier-
no. Por fin obreros y campesinos se respetaban de igual a igual.

2. El debate sobre cuotas de poder

Como no fue fácil el reconocimiento de la COB a la CSUTCB, tampoco


lo fue el ocupar más carteras, y más significativas, dentro de la estruc-
tura sindical-obrera. La primera conseguida, como recuerda Flores, era
puramente simbólica:
“En ese entonces yo tenía un cargo de hazme reír: secretario de mili-
cias armadas. Nosotros nos reíamos porque la COB tenga ese cargo...
No tenía milicias armadas, ni un revólver, ni una q’urawa [honda].”

Era un cargo ridículo, que expresaba el rechazo sutil a los campesinos


del país. Él mismo lo abandonó y se autonombró algo más funcional:
secretario de defensa sindical. Pero el campesinado, pese a ser mayoría
demográfica, seguía tratado como minoría en la COB, por considerar
que el campesinado, al ser dueño de su principal medio de producción,
la tierra, en el fondo no era proletario sino pequeño burgués. Debía
pues subordinarse a la vanguardia obrera (y minera), que le daría la
verdadera orientación revolucionaria. Tras estas razones teóricas, sobra
decir que había también otros intereses políticos y subyacían los prejui-
cios culturales de siempre. Hubo que pasar por la profunda crisis labo-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 221

ral e ideológica de la clase obrera, en los años 1985 y siguientes, para


poder plantear una representación más equitativa dentro de la directiva
de la COB. Fue un debate duro y de varios años, en el que –de nuevo– se
mezclaron intereses políticos y étnicos. Recién en 1989, en el VIII con-
greso de COB realizado en Oruro, la organización campesina reclamó
mayor representación en el comité ejecutivo nacional. Gracias a Arias
(1991) podemos seguir en detalle lo que entonces ocurrió. En la comi-
sión orgánica y en la plenaria se debatieron dos propuestas opuestas. La
campesina-indígena sustentaba que el cambio económico y social que
vivía el país exigía modificar la estructura de la COB para fortalecerla.
La obrerista argüía que los cambios económicos y políticos y en espe-
cial la disminución de la clase obrera, a raíz de la política neoliberal,
eran fenómenos coyunturales y que dentro de unos años el proletariado
volvería a recuperar su fuerza y rol protagónico. Por tanto, no había
razón para variar la estructura orgánica de la COB y debía mantenerse
la hegemonía de los trabajadores mineros. La propuesta de los campe-
sinos, rompiendo esquemas mentales y partidarios, era contundente y
logró el respaldo de la mayoría. Pero los fabriles rechazaron la votación
y abandonaron el congreso. Los campesinos decidieron tener paciencia
en vez de forzar una mayor división en la COB. Al comunicar esa deci-
sión, su dirigente Juan de la Cruz Villca dijo a los congresales:
“No retiramos nuestro pedido. Simplemente lo postergamos hasta el
próximo congreso. Si hemos esperado 500 años, no es mucho espe-
rar dos o tres años más. Reflexionen en este tiempo, compañeros, y
nos volveremos a encontrar.”

Entretanto, dejaban vacantes sus cargos en el comité ejecutivo de la


COB hasta que el asunto se resolviera en un congreso orgánico con-
vocado para 1991. La victoria de los campesinos fue solo moral, pero
permitió proseguir un amplio y rico debate sobre el tema de la hege-
monía en la COB. En los hechos se prolongó por dos congresos más, el
orgánico de 1991 y el IX, de 1992, en el que, por fin, la CSUTCB logró
una de dos secretarías generales –la otra es ocupada por los fabriles y
la primera, ejecutiva, sigue ocupada por los mineros– más otros tres
cargos, aparte de la secretaría de colonización, en manos de esta confe-
deración (COB 1992). Esta capacidad y firmeza de espera, junto con la
altura del debate, es una buena muestra tanto del potencial democrático
222 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

de la dirigencia campesina indígena como de su madurez ideológica


en un terreno muy distinto del de su propia comunidad o ayllu. En su
artículo “COB: la hoz frente al martillo”, Iván Arias selecciona algunos
de los aportes más relevantes, aunque deja claro que “la riqueza de ar-
gumentos y viviencias solo [la] pueden captar quienes presenciaron [el
debate] o quienes escuchen las grabaciones completas.” (Arias 1991:
84). Aquí no podemos hacer lo último ni reproducir esa bella antología.
Solo daremos tres ejemplos de intervenciones de dirigentes de la CSUT-
CB para mostrar que, tras el juego político por cuotas de poder, salieron a
relucir temas mucho más de fondo sobre la concepción misma del país:
“Hasta ahora nosotros los campesinos estamos metidos en la bolsa de la cla-
se media, cuando en realidad nosotros caminamos con abarcas... La estruc-
tura de la COB solo ha servido para que Lechín se quede 30 años en la direc-
ción sindical a nombre de los proletarios... Somos nosotros los que estamos
defendiendo la hoja de coca, los recursos naturales, el oro, las maderas...
mientras nuestros compañeros proletarios, con tal que les den un salario
justo, les basta y se callan; no ven lo nacional.” (Juan de la Cruz Villca).
“La teoría viene de afuera, de Europa. ¿Por qué no teorizamos aquí?
Estas teorías que vienen nos hacen emborrachar. Entonces estamos
repitiendo como borrachos lo que hemos aprendido. Parece que no
tenemos capacidad de teorizar nuestra propia realidad.” (Delegado
campesino anónimo).
“Algún compañero ha dicho que los mineros han alcanzado su con-
dición de vanguardia porque han derramado muchos muertos... Si
eso nos puede dar la condición de vanguardia, hace mucho tiempo
que nos tocaba la secretaría ejecutiva de la COB. [...] Si la tierra es
un medio de producción, ¿qué están haciendo los campesinos en las
minas? ¿Por qué se han ido allí?... Ahora que se ha roto el espejo eu-
ropeo donde se peinaban, se miraban y funcionaban –ese espejo se
ha roto–, no tienen otro camino, si quieren seguir peinándose y fun-
cionando, que mirarse en nosotros. ¡Mírense en nosotros. Nosotros
somos ustedes, ustedes son nosotros, y así juntos vamos a avanzar!
Hemos vivido 500 años de sangre, pero también 500 años de espe-
ranza. Que la sangre no tape la esperanza.” (Félix Cárdenas).

3. Hacia una lucha común

Parece estar definida en la COB una hegemonía obrera (minera), que


hace difícil el acceso de los campesinos a ocupar cabeza de la máxima
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 223

organización de los trabajadores. Aunque campesino aymara fue quien,


en la época de García Meza, ocupó su dirección clandestina, mientras
otros dirigentes de mayor rango estaban presos o en el exterior.38 Sin
embargo, debates como el citado, una mayor y mejor presencia en su
directiva actual, y la práctica conjunta, por ejemplo en bloqueos o en las
marchas de los cocaleros, han ido dejando su impacto. La dirigencia de
la COB es ahora más sensible a lo rural y a los temas étnico-culturales.
Más que de alianzas coyunturales, se habla ahora de una lucha unitaria
entre la clase obrera y las naciones originarias del país. En palabras de
un representante campesino,
“Ahora lo que hay que atacar es el concepto de alianza, que es un fra-
caso. No podemos estar solo aliados. ¿Como me voy a aliar con un
Victor López que tiene raíz aymara? No hay necesidad... La alianza es
utilizar: yo me he aliado contigo para hacer algo. El concepto de alianza
es utilización. Lo que estamos planteando [es] matrimonio, tiene que
ser claro, no alianza sino convivir. Hemos estado como en una espe-
cie de concubinato, desconfianza y desconfianza, para que alguien se
aproveche. Entonces ahora queremos matrimonio. Convivir, ¿eso qué
es? La unidad real entre nación originaria y la clase es nuestra teoría.”

D. RENOVACION DE DIRECTIVAS: UN DESAFIO IRRESUELTO

Las reglas de renovación de los dirigentes, establecidas en el estatuto or-


gánico de la CSUTCB, no son la única referencia. Entran en juego otros
muchos elementos de tipo político, cultural o de simple inexperiencia
que conviene dilucidar. Pensamos que este es uno de los puntos más
débiles para una democracia constructiva y participativa, dentro de la
organización máxima del campesinado indígena de Bolivia.

1. Democracia y maniobras en los congresos

En los congresos de la CSUTCB, si bien se expresa algo de la “democra-


cia campesina”, también se nota una fuerte incorporación de las “ma-
niobras partidarias”. En eso la CSUTCB se va asemejando a la COB y

38 Fn el ejercicio de este cargo, Jenaro Flores fue detenido y baleado por las fuerzas paramilitares,
dejándolo paralítico.
224 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

sus “maquinitas” o estrategias políticas para acceder al poder. Si los par-


tidos antes tenían mucho interés por influir en la COB, por considerar-
la estratégicamente clave en el escenario nacional, parece que ahora van
pensando lo mismo de la CSUTCB. Pero sigue habiendo diferencias:
• Primero, en los congresos obreros hay bloques de partidos políticos
claramente establecidos y aceptados por los trabajadores. Si uno quie-
re saber algo, tiene que preguntar a los partidos, quienes pueden lle-
gar a proponer el nombre de los candidatos a dirigentes, antes que las
bases. En cambio en los congresos campesinos, casi nadie sabe lo que
va a pasar y siempre flota el interrogante de qué dirán las provincias.
Pues muchas veces ha sido en las provincias donde se libraron las
batallas decisivas por la dirección nacional. Con todo, en los últimos
congresos aparece más la práctica de digitar los cargos cupulares.
• Segundo, hay una significativa diferencia en el tratamiento de las
tesis políticas. Mientras en los congresos obreros hay la práctica de
aprobar las tesis por mayoría sobre la minoría, a través del voto, en
los congresos campesinos se ha tendido más a buscar el consenso,
lo que puede implicar un largo trabajo y debate hasta llegar a incor-
porar elementos de unos y otros en el documento final.
• En tercer lugar, en un congreso campesino, toda la dimensión sim-
bólica suele pesar más que el debate conceptual. Hay vistosas y
sonoras marchas, un gran mural, grupos que han llegado con sus
conjuntos de música autóctona, wiphalas y estandartes, la actua-
ción patente de la “policía sindical” para mantener el orden, los
abucheos o aclamaciones, las mismas condiciones de alimentación
y alojamiento, etc. Es común que, mientras una minoría está dis-
cutiendo en las “comisiones”, otra gran masa esté en el recinto
principal participando en actividades que apelan más a esta esfera
simbólica y de vivencia colectiva.

La mayor pugna suele ocurrir en el nombramiento de los cargos prin-


cipales donde suele haber grandes despliegues para el mismo acto elec-
cionario, pueden intercambiarse golpes o aún producirse el abandono
de los perdedores. Es común apelar a argumentos regionalistas para
esta primera cartera. Por este camino, desde que se fundó la CSUTCB,
los aymaras la habían mantenido reiteradamente hasta que, por fin, en-
tró un secretario ejecutivo quechua de Potosí. No es raro, con todo, que
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 225

después de la contienda, al perdedor se le asigne entonces la segunda


cartera. En vez del rodillo, se prefiere el equilibrio dialéctico. Para los
cargos secundarios, suele prevalecer de nuevo cierto esquema rotativo
–al estilo de la “democracia comunal”– con cuotas relativamente fijas
para cada región. A cada representación le toca algo y ella misma deci-
de quién ocupará el cargo. Nos encontramos así ante un permanente
contrapunto entre la clásica contienda política y la democracia étnica
o campesina. Esta última puede llevar a horas y horas de discusión y
reuniones y más reuniones, para llegar al consenso, con un ritmo muy
distinto del que se ve en los congresos obreros. Un buen presidente de
presidium es el que no muestra impaciencia para ir dando la palabra a
todos, aunque resulten reiterativos en sus intervenciones. Pero en otros
momentos o espacios predomina el cuchicheo entre bambalinas para
diseñar estrategias, negociaciones o alianzas y, finalmente, las acalora-
das votaciones para la nueva directiva.

La presencia de intereses partidarios en los congresos campesinos ha ido


en aumento. En las épocas de la CNTCB, la única influencia era la del
gobierno. En los primeros años de la CSUTCB los partidos no le daban
tanta importancia a un congreso campesino, aunque algunos de izquier-
da siempre estaban presentes. En este sentido, la organización y eleccio-
nes estaban más libres de estas influencias. Prevalecían más los intereses
regionales de cada delegación. Pero el interés de los partidos fue aumen-
tando desde el III Congreso, de 1983, y creció notablemente a partir de la
crisis del movimiento obrero. Poco a poco, los congresos campesinos han
quedado más dominados por las tesis políticas, propuestas por diversos
partidos –como en los congresos obreros– y han aumentado las pugnas
internas para llegar a controlar la dirección, corriéndose incluso el riesgo
de no prestar suficiente atención a otros problemas de fondo sobre la
realidad rural. De todos modos, en estos congresos campesinos, no se
distingue tan claramente qué partido está dentro de qué bloque campe-
sino, como tampoco es fácil reconocer en qué bloque está cada delegado.

Uno de los ámbitos en que más se suele notar la injerencia de uno u


otro partido es el de la logística. Normalmente, al principio de cada con-
greso se gastan varios días en la aprobación de credenciales de modo
que, al final, cuando llegan las decisiones más esperadas, como el nom-
226 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

bramiento de la nueva directiva, muchos ya sienten la falta de recursos


para comida y alojamiento. Suele correr entonces el rumor de que los
de tal partido son más porque les han pagado pasajes y reciben mejor
atención en tal lugar. Los que resisten más tiempo tienen más posibi-
lidades de imponer sus listas. En medio de todas estas vicisitudes todo
congreso refleja y resume lo que ocurre en el campesinado. Puede apa-
recer la distancia entre directivas más politizadas y sus bases. Mientras
los segundos están preocupados en solucionar los problemas de ali-
mentación y de hospedaje, los primeros o la “inteligencia” del congreso,
están discutiendo, por ejemplo, si es valedera o no la lucha armada.
Pero, si hay algún problema de fondo, por ejemplo, sobre tierras o so-
bre los productores de hoja de coca, es seguro que quedará plasmado en
las conclusiones y en futuros pliegos de peticiones. Es, con todo, proba-
ble que todo vaya salpicado de propuestas ampulosas y retóricas, más
expresivas que operativas, que el plenario aprueba sin mayor debate,
tal vez incluidas solo para que conste la presencia ideológica de algún
partido, más por cansancio que por deliberación.

2. Disputas regionales y alianzas políticas

Uno de los principales logros del sindicalismo campesino, a través de


sus congresos y ampliados nacionales, ha sido haber abierto el hori-
zonte de referencia mucho más allá de la región que lo rodea. En los
congresos campesinos el elemento regional, como criterio de identifi-
cación, adquiere vital importancia y se manifiesta de manera múltiple.
Estas formas de homogeneidad no solo permiten declarar rivalidad con
grupos exteriores, sino también al interior de un grupo. Por ejemplo,
entre los aymaras de Pacajes y Omasuyos del departamento de La Paz.
Muchas veces, las alianzas regionales son las que definen los espacios
de poder del congreso, rebasando otros elementos como lo político e
incluso lo cultural. Pero también ocurre lo contrario. Un pacto interre-
gional, por ejemplo, permite encontrar a aymaras en diferentes bandos.
Así lo testimonia un dirigente aymara de Oruro que en un congreso
votó en contra de Jenaro Flores, aymara de La Paz:
“Estando NN de secretario general de la provincia, hubo el problema
de la división en la CSUTCB y teníamos que decidir con cuál estába-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 227

mos. Nosotros estábamos con el bando de Víctor Morales [dirigente


de la región chaqueña], mis otros compañeros con Jenaro Flores... La
cuestión fue decidirse por alguien; finalmente de optar quién va a ser
el ejecutivo de la confederación.”

Experiencias de esta naturaleza, nos enseñan que no es posible pensar


en la subordinación total de lo político a lo regional. El ejemplo presen-
tado nos muestra cómo, detrás de una alianza interregional (dirigida por
Víctor Morales), estuvo también la estrategia política de un determinado
sector de la izquierda, que vio entonces a Flores como su enemigo más
serio y utilizó todos los espacios y esfuerzos para que caiga del poder.
Más allá de la valoración de estas acciones, interesa preguntarse hasta
qué punto lo regional prima como elemento de definición política. ¿O
simplemente lo regional escuda el accionar político? No es necesaria-
mente negativo que, además de las lealtades adscritas a un lugar de na-
cimiento o a la identidad étnica, haya también otras lealtades adquiridas
por coincidir en determinadas perspectivas ideológico políticas. Es un
claro caso de lealtades múltiples, que se enmarañan de diversas mane-
ras, según los contextos, dentro de una totalidad, en este caso nuestra
compleja sociedad boliviana. Volveremos al tema en el capítulo 6).

3. Pugnas por hegemonías personales

Al margen de regiones o partidos, los conflictos de poder pasan a ve-


ces al plano personal. Aunque, por suerte se han superado ya los caci-
quismos de los primeros tiempos del MNR, no siempre los máximos
dirigentes recuperan los elementos democráticos del nivel local al que
representan. En el caso de los movimientos políticos y étnico-cultura-
les el distanciamiento práctico de la comunidad es aún más notorio,
aunque los dirigentes puedan expresarse muy democráticamente a
nivel del discurso. En el marco del juego democrático las pugnas in-
ternas son la expresión normal de búsqueda del poder político. Pero
la lucha resulta a veces más áspera de lo deseable debido, en nuestro
caso, a la falta de democratización interna y a la dificultad de aplicar la
práctica política de democracia étnica a los niveles cupulares. El pro-
blema ocurre en la cúpula de la CSUTCB pero es aún más notorio en
el seno de los diversos partidos campesinistas, kataristas e indianistas
–que en un momento llegaron a fragmentarse en once–, probable-
228 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

mente porque en estos casos es mucho menos visible la represen-


tatividad de los dirigentes con relación a unas bases y comunidades
concretas. Entonces la lógica partidaria-grupal prevalece sobre la que
atiende a las demandas de los representados. Una mayoría de los pro-
blemas de pugna interna no se llega a resolver en el plano del diálogo
sino a través de la división, que arroja como una de sus primeros
resultados la intolerancia política en el marco de un juego declarado
democrático, pero que no llega a practicarse como tal.

Cabe preguntarse ¿dónde se perdió la lógica de la democracia étnica,


que fomenta el equilibrio entre contrarios?, ¿hasta qué punto algunos
dirigentes adoptan el juego democrático liberal? Para responder, debe-
mos plantear una vez más el tema del tránsito de un estilo democrático
en que prevalecen las relaciones personales y de reciprocidad, dentro
del espacio reducido de la comunidad, a otro, con actores más distan-
tes, donde este tipo de relacionamiento directo ya ha quedado diluido.
A ello se añade el hecho de que muchos de estos dirigentes políticos
son ya de extracción urbana. Su discurso andino, en muchos casos, es
más una elaboración ideológica que una vivencia cotidiana. Entonces,
la lógica de sus relaciones y pugna entre ellos no se distingue ya tan-
to de la que funciona en los conflictos entre otros dirigentes políticos,
sean de otros grupos minúsculos –como los tan fragmentabas partidos
trotskystas– o de otros mayores, como el polimorfo MNR de ayer y de
hoy. Esto nos plantea el viejo tema de la representación en la teoría po-
lítica que, siendo un mecanismo necesario, si no se complementa con
mecanismos participativos tiene en la vida pública costos que es preciso
evitar (Hannah Arendt, en Pitkin 1989).

4. El círculo vicioso de la renovación de dirigentes

Generalmente los dirigentes elegidos en un congreso campesino, si no


tienen mayores antecedentes dignos de cuestionarse, tienen la oportu-
nidad de empezar una carrera de líder, con amplio consenso y legitima-
ción nacional. Conocemos algunos que fueron y siguen reconocidos o
que, si ya han dejado sus cargos ejecutivos, siguen respetados y consul-
tados. La prolongada permanencia de algunos dirigentes en su cargo es
posible a través de la reelección, donde se combinan los intereses de los
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 229

líderes y la insistencia de las propias bases, quienes argumentan que


“ya está habilitado” o “fogueado”. Pero son probablemente la minoría.
Lo más común es que su paso por la dirección nacional sea transitorio.
Aunque hay excepciones, muchos dan por supuesto –como en el es-
quema comunal– que en cada congreso “ya le toca a otro”. Tal decisión
puede ser correcta, aunque a veces lleva a desperdiciar la mayor contri-
bución que podría seguir haciendo gente ya fogueada en una tarea que,
como vimos, resulta siempre novedosa al principio y, después, nada
fácil. Nos cuenta otro ex-ejecutivo de la CSUTCB:
“Yo estaba con deseos de ser ratificado, pensaba que podía asumir
una gestión más, porque un año era una especie de ensayo. Pero no
ha sido posible. Me ha ganado NN.”

Como consecuencia de esta práctica, demasiados, después de haber


sido dirigentes, simplemente desaparecen de la escena para dar paso
a otros que repiten el doloroso y desafiante proceso de aprender a mo-
verse en ese mundo para, cuando ya están empezando a conocerlo, re-
tirarse también y dar paso a otros. Es un círculo vicioso. Sin embargo,
no es esto lo más preocupante. Lo grave, en nuestra opinión, es cierta
creencia generalizada y solo a veces justificada de que un dirigente, des-
pués de permanecer en el cargo por cierto tiempo, “ya se ha maleado” o
“se ha hecho mañudo” y, por tanto, debe ser cambiado.

Analicemos este punto con mayor cuidado: Hayan o no dado motivos


para ello, los dirigentes no siempre salen con la frente alta, pues “se sos-
pecha” que de una u otra manera traicionaron a las bases, sea a través
del clientelismo o de otros mecanismos. El punto de partida es que un
dirigente de alto nivel queda, efectivamente, alejado y aislado de las bases
y empieza también a desarrollar otro tipo de preocupaciones e intere-
ses, buenos o malos. La sospecha tiene que ver también con la forma de
ejercer el cargo por parte del dirigente y la falta de información y control
por parte de sus representados. El manejo económico es más fácilmen-
te motivo de acusaciones y contra-acusaciones. Sin embargo, pensamos
que muchas veces estas acusaciones de corrupción no son tal vez más
que un mecanismo de autodefensa o de “igualación social” campesina.
Como “hacia arriba” no hay mecanismos de control, entonces se opta por
la denuncia, que no siempre es comprobada en la práctica. Es cierto que
230 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

con alguna frecuencia faltan cuentas claras, sea por inexperiencia o por
malos manejos. No faltan tampoco dirigentes que después aparecen con
bienes de dudoso origen o con “pegas” que suenan a compensación por
sus servicios. Pero el problema central, en nuestra opinión, es más bien
la ausencia de mecanismos regulares de información y control. Esta ca-
rencia puede, además, ser aprovechada por quienes aspiran al cargo o por
enemigos políticos que quieran desprestigiar a un determinado dirigente
para precipitar su caída. Comparemos con lo que ocurre al nivel de la co-
munidad local. Allí la principal autoridad, después de su año de gestión,
en el momento de dejar sus funciones, no suele retirarse cuestionado ni
acusado por las bases. Sale con la moral alta, probablemente su bolsillo
está más vacío, pero ha subido su prestigio ante los demás comunarios.
Es que los mecanismos de control comunal y social, que velan por las
acciones de los dirigentes y los intereses comunales, suelen funcionar
bien a este nivel. En cambio a nivel cupular, cuando el ejercicio del poder
no tiene resultados en las bases, como ocurre a tantos dirigentes por la
razón que sea, es la tragedia del líder. Pierde su legitimidad, “se quema”
y tal vez se le tilda de vendido al gobierno, a partidos o a instituciones.

¿Qué ocurre entonces con los ex-dirigentes? Si en la comunidad se re-


incorporan a sus bases sin mayores problemas y, más bien, con mayor
prestigio, no puede decirse lo mismo de los dirigentes de nivel supe-
rior. Los hay que ciertamente retornan a sus bases y gozan allí de un
bien merecido prestigio. Hemos conocido incluso a ex-dirigentes de
alto nivel que, cumplido su ciclo, fueron obligados por su comunidad
a desempeñar el cargo de jilaqata, porque aún no lo había “cumplido”.
Así ocurrió, por ejemplo, con el connotado líder Jenaro Flores, cuando
dejó la directiva de la CSUTCB. Es un ejemplo más del hibridismo de
la organización campesina indígena. Por su habilidad y preparación,
alguien puede llegar a cargos altos en la cúpula pero, en su casa, esto
no le exonera del “camino” tradicional de la reciprocidad comunal. En
cambio otros, acostumbrados ya a vivir en la ciudad, se quedan en ella
sin retornar a su pago, salvo para visitas cortas. Hay quienes, siendo
apreciados por sus conocimientos pasan a ocupar cargos en diversas
reparticiones de la administración pública, en instituciones de promo-
ción o se lanzan a una carrera política, junto con el partido que más
les colaboró en su tarea. No faltan algunos que, habiendo aprendido
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 231

el mecanismo, fundan su propia ONG. Por estos u otros caminos, por


tanto, muchos ex-dirigentes, aunque no vuelvan al trabajo diario en su
comunidad, mantienen sus vínculos con el campo, del que surgieron,
pero ya desde otra dimensión. Bueno o malo, un dirigente de alto ni-
vel tiene varios caminos por delante. La reconstrucción de un número
representativo de sus historias de vida podría arrojar nueva luz sobre
qué ocurre y qué debería ocurrir en esta “gran responsabilidad” que,
según don Esteban Silvestre, era también “una desgracia”.

E. LAS MUJERES DIRIGENTES

La CSUTCB fue la primera organización sindical que decidió crear una


rama femenina. La idea surgió de algunos de sus directivos, a raíz del
papel decisivo que muchas mujeres habían tenido en diversos bloqueos
de caminos, todavía en la época de dictadura. En 1977 empezaron los
primeros sindicatos de mujeres, en 1978 hubo un congreso departa-
mental en La Paz y en enero de 1980 se realizó el I congreso nacional,
del que surgió la Federación Nacional de Mujeres Campesinas de Boli-
via ‘Bartolina Sisa’, como rama femenina de la CSUTCB, popularmente
conocidas como “las bartolinas”. Por ese camino, resultó ser también
la primera –y prácticamente única– organización femenina dentro de
la COB. Sobre toda esta historia y la problemática específica de las di-
rigentes máximas de la rama femenina, contamos con la excelente pu-
blicación testimonial Las hijas de Bartolina Sisa (Mejía et al. 1985), de la
que sacamos los siguientes rasgos estructurales.

En el primer momento hubo bastante unanimidad en el planteamien-


to: Se trataba de una organización claramente en manos de mujeres
–fueron muy celosas en no admitir a hombres en sus deliberaciones en
el I Congreso– pero para llevar adelante la lucha muy juntas, mano a
mano, con sus esposos y la CSUTCB. Como punto culminante de esta
fase, puede considerarse la marcha del 1o de mayo de 1980 en La Paz,
que contó con la militante presencia de miles de mujeres campesinas,
todas con sus mejores galas. Pero estos brillantes comienzos nunca han
llegado a cuajar del todo. Cuando, pasado el eclipse de la dictadura de
García Meza, por fin se consolidó la democracia en 1982, la Federación
232 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

reemergió y sigue hasta hoy, pero como un esfuerzo demasiado cupu-


lar, sin sólidas instancias locales. Ha habido además diversas discrepan-
cias sobre todo en cuanto a la conveniencia o no de tener una rama más
separada o fusionarse más bien con la de los hombres. Aparte de otros
conflictos por tendencias políticas internas, el problema estructural de
fondo es el que ya hemos mencionado a niveles locales: Los dirigentes
varones esperan de la mujer, incluso dirigente, un rol más doméstico
que público. Las mujeres, en cambio, comienzan a cuestionar esta su
forma de subordinación a una visión masculina. La siguiente anécdota,
relatada por Lucila Mejía, entonces dirigente de las bartolinas, cuenta
su doble experiencia, como dirigente campesina y como dirigente mu-
jer, en el II congreso de la CSUTCB, en 1982:
“Ha sido amargo ver cómo mujeres de la pequeña burguesía del
MACA, MNRI, PCB, MIR se han colado en el congreso sin tener cre-
denciales y se han metido en todas las comisiones apareciendo como
campesinas y allí han estado manipulando y tratando de dividirnos
mientras nosotras nos hemos tenido que ocupar de cocinar para los
compañeros congresales, más de 1.500, y por ello no hemos podido
asistir bien a los trabajos de comisiones. Nos hemos sentido, pues,
discriminadas y utilizadas. Esto no nos ha gustado; esta es la crítica
que hacemos a este magno congreso.” (Mejía et al. 1985: 48).

No nos resistimos a añadir otra anécdota, que nos tocó vivir dos años
después. Cuando se estaba ultimando la versión final del proyecto de
ley agraria fundamental, en 1984, hubo una reunión de emergencia en
la sede de la CSUTCB, a la que debía asistir el comité ejecutivo en ple-
no, la comisión de redacción final de dicho proyecto y algunos asesores
invitados. Las únicas mujeres allí presentes eran dos asesoras no-cam-
pesinas. A las ejecutivas de las bartolinas también les tocaba asistir.
Una de ellas era, además, miembro de la comisión redactora. Pero, en
realidad, estaban en el patio, no muy satisfechas, preparando la comida
para todos los demás. Sin embargo se las ingeniaron para transmitir
su mensaje: fueron llamando uno a uno a todos los que se hallaban
reunidos y les obligaron a que por lo menos pelaran una papa. Si los
campesinos no querían entrar en la COB “para comprárselo sus refres-
cos de los obreros”, tampoco las mujeres querían ser dirigentes “para
cocinárselo a los hombres”. Otra mujer, dirigente de Tarija, nos habla
de su experiencia en un congreso de la COB:
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 233

“He notado que la participación de la mujer en la COB es muy poca.


Me acuerdo de una reacción que tuvo don Lechín: una vez estaba ha-
blando una compañera y se levantó nomás mientras hablaba y todo el
mundo empezó a moverse y a hacer ruido. No le dieron curso a la com-
pañera; no tuvieron consideración ni respeto.” (Mejía et al. 1985: 81).

Por todas esas experiencias, con el paso del tiempo, las compañeras
campesinas empezaron a buscar objetivos y prácticas autónomas como
mujeres y fueron cuestionando la subordinación y el tutelaje masculi-
no. Esta reivindicación más de género provocó una serie de suscepti-
bilidades y cuestionamientos por los dirigentes, incluso tildándolas de
“feministas” (Rivera 1985: 161). Por otra parte, la permanencia misma
de las dirigentes máximas de las bartolinas en la ciudad es una expe-
riencia aún más dura que la de los hombres, por suponerse mucho más
que ellas no pueden desligarse de sus obligaciones domésticas, tanto en
su hogar como dentro de la misma organización. Una de las más califi-
cadas dirigentes de esta organización tuvo que abandonarla y dedicarse
a actividades comerciales más rentables y más compatibles con su rol
de esposa y madre, para que no se deshiciera su hogar. Por todos estos
motivos, agravados por otros conflictos y divisionismos más internos
entre ellas, en la última década el movimiento ha decaído, aunque si-
gue manteniendo actividades en diversas partes del país y las bartolinas
siguen presentes en los congresos. Pero en los últimos años es mucho
menos notoria y habitual su presencia en las oficinas de la CSUTCB.

Han ocurrido, sin embargo, otros desarrollos. En el V congreso de


la CSUTCB, realizado en Sucre en 1992, una mujer joven, Elsa de
Guevara, representante de Chuquisaca, fue nombrada presidenta del
presidium y otra mujer, Lidia Flores, salió elegida como secretaria ge-
neral, segundo cargo en importancia de la confederación. Esta última
ya se había desempeñado muy exitosamente durante años como se-
cretaria ejecutiva de la federación campesina de Santa Cruz y, poco
tiempo después fue momentáneamente candidata vicepresidencial de
Izquierda Unida.39 Pero siguen siendo las excepciones que confirman
la regla. Sea por la vía de una instancia organizativa propia o por la del
nombramiento directo de mujeres a cargos importantes de la CSUT-

39 Hasta que la corte electoral la descalificó por ser demasiada joven.


234 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

CB, estas experiencias demuestran una vez más que es falso suponer
que la mujer es incapaz de ejercer los cargos más importantes. Pero,
al mismo tiempo, ponen también de manifiesto que sigue habiendo
problemas de fondo para que tengan acceso a ellos de una manera
habitual. Pensamos que el camino de una instancia propia, aunque
articulada a la organización única, ofrece un camino más pedagógico
para dar solución estructural a esta asimetría también estructural. En
palabras de Florentina Alegre:
“En una reunión conjunta con los varones no podemos hablar bien
las mujeres. Los hombres siempre nos ganan; en esas reuniones con-
juntas tenemos miedo de hablar. Pero cuando estamos reunidas pu-
ras mujeres, discutimos bien, no tenemos miedo de lanzar ideas, nos
comprendemos más rápido sin tantas palabras y también hablamos
las cosas de mujeres que frente a los hombres no se puede hablar.
Pero mezclados nos quedamos calladas. Ahora sabemos lo que perde-
ríamos si nos vuelven a juntar a los hombres.” (Mejía et al. 1985: 18).

La reivindicación de género provocó una ruptura parcial con la cúpula


de la CSUTCB, llevando a la interrogante de qué es lo que se privilegia:
¿la condición de mujer?, ¿la pertenencia a una etnia? o ¿la pertenencia a
una clase social? Hasta el momento, la articulación de estos tres compo-
nentes no ha tenido éxito en la propia organización de mujeres y menos
en la de los varones (Rivera 1985).

F. PORTAVOCES NO ESCUCHADOS

Nuestro último punto tiene que ver con los planteamientos más comu-
nes en este nivel cupular, en que casi desaparece la función de gobierno
comunal para transformarse en portavoces de las demandas de las co-
munidades a las que representan. La máxima instancia de la organiza-
ción campesina, generalmente maneja dos niveles de comunicación en
sus reivindicaciones:
• Un nivel retórico, que refleja un determinado discurso ideoló-
gico pero no llega a plantear nada preciso. Ocurre más entre los
principales dirigentes y en grandes eventos nacionales. A veces
en este nivel algunos dirigentes corren el riesgo de convertirse en
simple “oposición por oposición”.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 235

• Un nivel más pragmático. Tiene que ver con peticiones concre-


tas y factibles para ser canalizadas a los destinatarios específicos.
Suelen ser las necesidades más urgentes y sentidas de una ma-
yoría de los campesinos. Se da constantemente a niveles locales,
pero suele aparecer también en varios puntos de los pliegos peti-
torios de alcance nacional.

Este juego entre lo utópico y lo urgente ha sido muchas veces contra-


producente por haber conducido a una mala interpretación por parte
del Estado y la sociedad civil, con lo que demandas aceptables son ne-
gadas por supuesta especulación. Por otra parte, muchas demandas al
nivel retórico no por ello dejan de tener valor, pues contribuyen a la
conformación de todo un modo coherente de pensar. ¿Acaso no tiene
también mucho de retórico la igualdad planteada por nuestra Constitu-
ción Política del Estado? ¿O las promesas de creación de cientos de mi-
les de empleos hechas en las últimas campañas electorales? Las utopías
son imágenes de sociedades imposibles que permiten crear mejores
sociedades posibles. Volveremos a este punto en nuestro capítulo 6.
Con frecuencia ambas dimensiones se mezclan en una misma deman-
da. Por ejemplo, la propuesta de ley agraria fundamental de 1984 fue
ante todo programática, con mucho de planteamiento utópico. Fue así
uno de los primeros documentos campesinos que empezó a cuestionar
el modelo de Estado, algo que ahora está mucho más sobre el tapete y
que desmiente el prejuicio de que el campesinado solo tiene demandas
inmediatistas. La forma allí planteada de cogestión entre el Estado y la
organización campesina era, sin duda, un planteamiento utópico, pero
la demanda implícita de una mayor participación en la toma de decisio-
nes en asuntos que les tocaban era, y sigue siendo, algo muy necesario
y realista. La propuesta incluía, al mismo tiempo, planteamientos muy
concretos, como la recuperación de la instancia comunal, incluso en
ex-haciendas –algo hoy totalmente aceptado– y la necesidad de recu-
perar (más allá de la tierra) el potencial productivo del campesinado,
algo que muchas instancias gubernamentales siguen soslayando. Las
demandas centrales de la CSUTCB no deberían ignorarse, si se quiere
construir una democracia sólida que incorpore plenamente a campesi-
nos y pueblos originarios. Entre ellas, las más vivenciales y concretas se
mueven en torno a los siguientes ejes:
236 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

a) Acceso garantizado y suficiente a la tierra y al territorio

A más de 40 años de la reforma agraria de 1953, el sector agropecuario


está conformado por dos grupos dialécticamente opuestos:
1) El minoritario, formado por el 8% de los propietarios rurales,
agrupa a patrones, ganaderos y agroindustriales. Ubicado sobre
todo en el Oriente, acapara el 89% de las tierras y tiene acceso
privilegiado al capital y a los recursos tecnológicos.
2) El mayoritario, compuesto por el 92% del sector rural empo-
brecido, con acceso a solo el 11% de las tierras. Constituye el
medio millón de unidades familiares campesinas e indígenas,
pertenecientes a las etnias oprimidas del país. Gracias a la refor-
ma agraria de 1953, la mayoría tiene un pedazo de tierra propia
aunque en diverso nivel de consolidación legal (Urioste 1987).

Además, desde 1985 la política neoliberal pretende reeditar, una vez más,
la mercantilización de las tierras de comunidades. Éstas y la CSUTCB
se oponen firmemente a ello, pese a que ha ido en aumento la visión
privada y secularizada de la propiedad sobre la tierra, con pérdida del
sentido de territorio. La ley de tierras actualmente bajo estudio deberá
tener en cuenta esta exigencia. El mercado de tierras comunales no pue-
de ser irrestricto, sino que debe quedar mediatizado por la organización
comunal que, en la práctica, ya resuelve conflictos y avala transacciones,
teniendo en cuenta el bien de toda la comunidad. Sobre todo en las zonas
bajas del país, esta demanda de tierra y territorio ha tenido mucho más
que ver con conflictos con patrones y otros explotadores del territorio. Si-
gue habiendo “comunidades esclavas” dentro de haciendas, por ejemplo
entre los guaraní del Chaco. En otras zonas, los ganaderos no solo se han
apoderado de territorios comunales sino que además meten a sus vacas
en terrenos que todavía conservan las comunidades. Los problemas con
madereros han pasado también a primer plano en aquellas áreas del Beni
donde se originó la Marcha por el Territorio y la Dignidad.

b) Servicios y recursos básicos

Muchísimas de las demandas concretas que llegan desde el sector cam-


pesino se refieren a los servicios básicos que permitirían acortar la bre-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 237

cha entre el estilo de vida rural y el urbano. Los principales indicadores


de pobreza, que arrojan cifras tan alarmantes en el área rural, se refie-
ren precisamente a ellos. En concreto, las dos demandas más reiteradas
tienen que ver con los servicios de educación y de salud, tanto en tér-
minos de la infraestructura básica como en términos de la calidad del
servicio. Por ejemplo, no solo se quieren más escuelas y colegios sino
también que los profesores cumplan y enseñen lo que más se necesita.

c) Alternativas económicas

El otro gran reclamo se refiere a la infraestructura productiva. Ante todo,


la existencia de caminos estables durante todo el año. Enseguida, la te-
mática de la asistencia técnica y del mercado: precios adecuados, canales
para comercializar, etc. Estos puntos nos llevan al siguiente tema, más
de fondo. Los promotores de los ajustes estructurales neoliberales no
tienen en cuenta el potencial productivo del pequeño campesino. A lo
más, están dispuestos a concederle ciertos servicios básicos de carácter
asistencial. Primero se hizo solo a través de fondos de “emergencia” y
posteriormente, a través de mecanismos más estables como las diversas
instancias del ministerio de Desarrollo Humano. Se pretende por esos
caminos aminorar la “deuda social” y calmar, por tanto, una potencial
explosión social. Es muy significativo que, con la reestructuración del
poder ejecutivo en 1993, el “desarrollo rural y provincial” quedó en el
ministerio de “Desarrollo Humano”, junto a los demás servicios socia-
les, mientras que toda la problemática productiva del “desarrollo agrope-
cuario”, propiamente dicho, se enfocaba hacia los sectores grandes, en
el ministerio de Desarrollo Económico y la competencia sobre la tierra
y el territorio pasaba a otro tercer ministerio. Los pequeños productores
campesinos se han sentido desamparados, sin Consejo Nacional de Re-
forma Agraria, sin Banco Agrícola y sin MACA –que les atendían, pese a
sus graves problemas–, y peregrinando de una a otra repartición guber-
namental sin tener siquiera un claro interlocutor en el Estado.

El problema se plantea siempre en términos sociales, no económicos,


mientras que la demanda campesina tiene mucho de económica. Los
diseñadores de las prioridades económicas dan por supuesto que solo
los grandes empresarios pueden realmente producir riqueza, con lo
238 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

que se desperdicia gran parte del potencial humano del país. Si se die-
ra a pequeños y grandes productores un tratamiento de real igualdad,
por ejemplo en términos de infraestructura productiva básica, acceso a
crédito, insumos y asistencia técnica, apoyo a los precios, capacitación,
etc., pensamos que la “eficiencia” presuntamente mayor de las gran-
des empresas agropecuarias quedaría mucho más cuestionada por la
eficiencia de los pequeños productores. Según datos de Urioste (1992:
128-129), los pequeños productores, que poseen solo el 11% de la tierra,
son los que más la cultivan (94% del total) y, hacia 1985, producían el
70% de los alimentos para la canasta familiar del país. Sin embargo
desde la implantación de la política neoliberal en 1985, sin que se hayan
producido notables cambios en la tenencia de la tierra, hacia 1992 esta
proporción habría disminuido a solo el 50%. Esta política –o mejor,
falta de políticas productivas para el pequeño campesino– estimula el
éxodo rural, la mayor inserción del campesinado a la economía infor-
mal y también los migraciones al área productora de hoja de coca, uno
de los pocos rubros agrícolas económicamente viables que le seguía
permitiendo la sobrevencia económica. La miopía llega también allí:
se prioriza la erradicación o, en el mejor de los casos, se habla de de-
sarrollo “alternativo” en el área productora de hoja de coca, pero sigue
sin plantearse un verdadero desarrollo rural en el conjunto del campo.

d) Canales regulares de participación

En el trasfondo de todas estas demandas hay otro reclamo central de la


CSUTCB, que se constituye en uno de los grandes desafíos pendientes
para consolidar un sistema democrático participativo. Se queja de que
no se le consulta ni se busca su participación. La atención estatal solo
se arranca en los momentos de crisis, como resultado de bloqueos y
marchas. El conflicto abierto suele ser el principal trampolín hacia el
diálogo. La queja campesina suele ser válida. El MNR, antes de las elec-
ciones generales de 1993, manifestó su intención de que las reformas
planteadas fueran realmente participativas, a través de canales regula-
res, o sea la COB, la CSUTCB, etc. En el Plan de Todos se señalaba:
“Estamos convencidos de que mientras más cerca estén los ciuda-
danos de las decisiones que les afectan, estas serán mejores y más
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 239

efectivas. Por ello dotaremos al pueblo de Bolivia de mecanismos efi-


cientes de participación popular y control social en diferentes niveles,
a partir de los barrios y comunidades rurales” (MNR 1993: 33).

Sin embargo, al ver los hechos, la CSUTCB ha mencionado varias veces


que la ley de participación popular se discutió y aprobó sin buscar su
participación. De ahí también la sospecha de que no sea una propuesta
tan buena. En este caso, es probable que la sospecha no tenga tanto fun-
damento, pero tiene razón en el procedimiento seguido, aunque haya
posibles justificaciones para ello.40 La misma queja existe con relación al
proyecto desconocido (al menos hasta principios de 1995) de una ley de
tierras, tema en que los campesinos tanto tienen que decir. En cambio,
en el proyecto previo de la ley del Instituto Nacional de Tierras (INTI),
para crear el ente sucesor del Consejo Nacional de Reforma Agraria y el
Instituto Nacional de Colonización, ha habido amplios niveles de consul-
ta. Con este mayor conocimiento de causa, la CSUTCB ha hecho una pro-
puesta alternativa -–proyecto de ley INCA– que, a decir de algunos enten-
didos, muestra muchos más puntos de coincidencia que discrepancias
de fondo. Este último procedimiento debería ser el común. En el fondo,
muchas veces el punto central de la democracia participativa no es tan-
to que haya o no coincidencia en los contenidos finales (que suelen ser
el fruto de concertaciones y transacciones entre intereses contrapuestos)
sino que estos sean realmente el resultado de una intensa participación.
No es solo qué se dice sino también quién y cómo lo ha dicho.

40 Ver el capítulo 5, sobre los contenidos. Tal vez la oposición a esta ley, que quiso esquivarse al
limitar un mayor diálogo previo, no venía tanto del sector campesino sino de otros grupos re-
gionales de poder, como las Corporaciones Departamentales de Desarrollo, los comités cívicos
y otros poderes departamentales que fueron trascendidos para fortalecer más bien a los muni-
cipios. Las comunidades campesinas e indígenas quedaron incluso en una posición mejor que
el sector “funcional” de los obreros de la COB, preteridos ante otros sectores “territoriales”.
CINCO
MUNICIPIO,
PARTICIPACIÓN POPULAR
Y ELECCIONES

El futuro inmediato reviste características muy especiales por varias ra-


zones. Entre ellas destaca la actual vigencia de la LPP, que reconoce
las organizaciones tradicionales y sindicales, municipaliza el total del
territorio nacional a la vez que le dota de recursos, con el 20% de los
ingresos nacionales a ser distribuidos en proporción al número de ha-
bitantes de cada sección provincial, que es la división político adminis-
trativa convertida en municipio. A la luz de lo analizado en los capítulos
anteriores, será bueno abordar estos temas de manera más explícita.

A. DESAFÍOS DE LA LEY DE PARTICIPACIÓN POPULAR

La ley de participación popular, LPP (ley 1551 del 20 de abril de


1994), es la principal expresión, por parte del Estado, de una volun-
tad de contribuir al fortalecimiento de una democracia campesina
e indígena en niveles como los que aquí nos han ocupado. Dentro
del sector campesino e indígena, esta ley ha despertado franco in-
terés en unos casos, pero en otros sigue mirándose con recelo. En
esta sección, analizando sus principales logros, límites y desafíos
de cara a la consolidación de una democracia campesina e indígena,
intentaremos además explicar por qué.
242 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

1. Comunidad y personería jurídica

El primer hito de la LPP es que reconoce a las organizaciones tradi-


cionales de los pueblos y comunidades indígenas o campesinas (ay-
llus, tenta, cabildos, sindicatos, etc.) como sujetos de participación en
la actual democracia. Para ello, ante todo, reconoce su personalidad
jurídica con lo que les hace sujetos de derecho con capacidad legal
para ejercer derechos y obligaciones dentro del ordenamiento jurídi-
co del país. Explícitamente reconoce a sus representantes, hombres y
mujeres, en sus diversas modalidades: jilaqatas, mallkus, secretarios/
as generales, capitanes, etc. Las organizaciones de todo tipo, así recono-
cidas (incluidas las juntas vecinales de las ciudades), reciben entonces
el nombre genérico de “organizaciones territoriales de base” u OTB,
sin que ello implique una pérdida de la forma y estructura tradicional
de cada una de ellas (Art. 3 y 4). De esta forma, se hace por fin justicia
a una demanda multisecular de las comunidades. Es este un notable
avance con relación a la situación precedente y el principio de una
posible articulación entre la democracia étnica y todo el sistema de-
mocrático del país, de inspiración europea y norteamericana. Ahora ya
se empieza a pensar el país en sus propios términos. De todos modos,
es indispensable añadir algunas puntualizaciones y contrastes entre
lo que la LPP reconoce en este punto y los alcances de la demanda
campesina e indígena. Nos referimos particulamente a los temas de su
identidad, autonomía y territorio comunales. Aunque aquí nos hemos
extendido más en el caso andino, nuestras consideraciones son igual-
mente válidas para los demás pueblos originarios.

Comunidad y OTB

El nombre mismo de OTB ya ha causado cierto problema, pese a que la


LPP es clara en este punto: no es una nueva organización que reempla-
za a las anteriores, sino solo un nuevo nombre genérico para referirse
a cualquiera de las organizaciones de siempre. En términos populares,
es otra pollera de la misma chola, o quizás solo es un nuevo aspecto y
derecho de la misma pollera de la misma chola. Sin embargo muchos
no lo han entendido así. Hay incluso muchos funcionarios que hablan
de “organizar OTB”, como si se tratara de algo totalmente nuevo. Al-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 243

gunos no lo hacen simplemente por ignorancia sino con un claro afán


de manipulación política. Esta es una de las principales razones por las
que en algunos departamentos, como Oruro y Cochabamba, las orga-
nizaciones campesinas han decidido negarse a seguir el trámite. Hace
poco un alto dirigente de la CSUTCB nos comentaba:
“Antes nos quisieron cambiar de aymaras a campesinos, de origina-
rios a sindicatos. Ahora, ¿no será lo mismo con la OTB? Ya tenemos
nuestro estatuto, que nos reconozcan como somos sin necesidad de
hacernos OTB. Que se aplique el artículo 171 de la nueva Constitu-
ción Política del Estado.”41

El mencionado artículo 171, ahora reformulado, tiene sin duda en cuen-


ta la LPP. Sin embargo, el hecho de que en él no se mencione a la OTB,
ya eliminaba la susceptibilidad del dirigente. Supuesto que este es el
espíritu de la ley y la letra de la misma Constitución Política del Estado,
sería preferible seguir utilizando, en cada lugar, los nombres locales ya
aceptados, incluso al reconocérseles la personería jurídica. Es indispen-
sable que la secretaría de Participación Popular haga campañas más
explícitas sobre el espíritu de la LPP. Por ser reconocido como “pueblo
originario”, nadie deja de ser aymara, quechua o sirionó. De la misma
forma, por ser “OTB” ninguna organización deja de ser cabildo, ayllu,
sindicato o junta vecinal. Pero el título genérico de “originario” facilita
plantear demandas comunes y el de OTB ha posibilitado proponer una
ley para todas y cualquiera de estas variadas organizaciones sin suplan-
tarlas. Sin embargo, para evitar malentendidos en algo que no toca el
fondo de la cuestión, sería oportuno que se diga más explícitamente,
incluso en los documentos, que lo que se reconoce es la personería
jurídica de la comunidad, del ayllu, etc.

Conviene un paso más. Autoridades y organizaciones deberían denunciar


sistemáticamente a aquellos funcionarios, alcaldes o políticos que van con-
tra este espíritu, queriendo “organizar” o imponer “sus” OTB: La pollera
no debe anular a la chola. La LPP no determina cuál de los niveles de la
organización indígena o campesina será reconocida como OTB, al aludir

41 “El Estado reconoce la personalidad jurìdica de las comunidades indígenas y campesinas y de


las asociaciones y sindicatos campesinos”.
244 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

al sindicato, comunidad o pueblo indígena como algunas de las unidades


posibles. La decisión dependerá de las propias organizaciones rurales. Se
añade así mayor flexibilidad a una decisión de las propias aspirantes a ser
reconocidas como OTB. Pero, sea cual fuere la decisión tomada, parece
que esta podría canalizar la dinámica de la organización campesina en
un sentido u otro. Sabemos, por ejemplo, de casos que han decidido que
la OTB sería la pequeña comunidad o sindicato, “porque así tendremos
mayor número de votos y será más difícil que nos manipulen”. Otros, en
cambio, han privilegiado a la subcentral “para fortalecer este sector, ahora
débil”. Para fines prácticos, como la firma de contratos o la recepción de
créditos, habrá que considerar también cuál es la instancia en la que más
conviene tener personería jurídica (y por tanto habilitar como OTB).

Hay otro problema pendiente, a saber, cuál será reconocida, cuando un


mismo territorio tiene dos o más tipos de organizaciones campesinas o
indígenas (art. 6). Como ya insinuamos en el capítulo 2 (A.1), donde el
problema sigue más candente es en el norte de Potosí y otras regiones
aledañas, en las que los sindicatos nacieron y persisten de manera para-
lela al ancestral ayllu. Allí pueden surgir conflictos sobre cuál es la orga-
nización principal y más representativa, apelando para ello a argumentos
de tipo ideológico (lo ancestral vs. lo moderno, etc.), que ocultan la lucha
de poder de una u otra instancia o de los grupos externos que las apoyan.
La mejor solución, en nuestra opinión, es que, superando intolerancias,
ambas formas de organización lleguen a un acuerdo por el que se trans-
formen en una organización única, con mutua complementación de
funciones, como ya ocurre en tantas otras partes del país. Lo más grave
sería que, por intereses políticos, se duplicaran arbitrariamente las orga-
nizaciones para forzar el reconocimiento de aquella que mejor responda
a una determinada autoridad estatal. Para evitarlo, conviene que sean las
actuales comunidades y sus organizaciones las que tengan la iniciativa
para el reconocimiento de su personería jurídica. Y si ocurrieran esas
arbitrarias duplicaciones, deberían denunciarse inmediatamente.

Reconocimiento legal y autonomía

Al reconocer legalmente a las comunidades campesinas, ayllus y


otras formas de organización indígena, “según sus usos, costum-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 245

bres o disposiciones estatutarias” (art. 3), se viabiliza una forma de


organización socio-política hasta ahora oficialmente desconocida.
Empero, las viejas reivindicaciones de autonomía de las comunida-
des andinas y otras frente al Estado42, en la LPP son atribuidas al
municipio. En el concepto de OTB solo se prevé que la comunidad
sea un vigilante de los recursos económico-financieros regionales,
fijados por las políticas estatales y ejecutada por las municipalida-
des. Cualquier pretensión del ayllu o comunidades locales de deci-
dir y fijar sus propias políticas económicas, deberá canalizarse en
el momento de la planificación participativa que deben realizar los
municipios creados por la LPP.

En la práctica, como hemos visto en las páginas anteriores, las comu-


nidades ya tienen mucho de “mini-municipios”, que deciden, plani-
fican, tramitan, ejecutan y en parte financian sus propios proyectos.
Por el tono de la LPP ahora, toda esta tarea quedaría en buena parte
transferida a un nuevo municipio que, en muchos lugares ni siquie-
ra existía previamente. Es cierto que la unidad municipal puede ser
una instancia más idónea de planificación. Pero, dentro de ella, el
potencial de autodeterminación siquiera parcial que ya tenía, y sigue
reclamando, la antigua comunidad o la agrupación de comunidades,
¿quedará realmente potenciado o se transferirá a otra instancia que
no es la propia? Como dice Ricardo Calla (1995), sigue pretendién-
dose que los pueblos originarios se acerquen al esquema del Estado;
aunque se hacen esfuerzos, no parecen suficientes para que un Es-
tado –que habla y piensa en castellano– se acerque a los esquemas
de dichos pueblos. Aquí puede ponderarse tanto la capacidad para
responder a una demanda social desde el actual gobierno, en los tér-
minos que permite nuestro ordenamiento jurídico, cuanto el riesgo
innegable de que las comunidades y sus agrupaciones –que ahora son
también OTB– jueguen en una cancha que no conocen: el municipio.
La demanda de autonomía podría terminar favoreciendo más bien, al
menos en algunos lugares, a las oligarquías locales de siempre, que
conocen mejor esta instancia estatal.

42 Ver Platt (1982) y Albó (1988) para la región andina y CIDOB (1992) para los grupos de
tierras bajas.
246 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

¿Dos caras de lo mismo?

Con lo dicho hasta aquí queda claro que, por ser OTB, se reconocen de-
rechos a los ayllus, comunidades, sindicatos, etc. pero no se satisfacen
todas sus demandas históricas. La LPP promueve el relacionamiento de
los ayllus, sindicatos, etc. con los órganos públicos. Por otra parte, incor-
pora la tuición de las organizaciones campesinas e indígenas sobre los
nuevos gobiernos municipales, privilegiados por la LPP. Por tanto, las
OTB, tal como están planteadas, no recogen pero tampoco excluyen, las
principales reivindicaciones de los ayllus y/o sindicatos, como el dere-
cho al ejercicio pleno del poder comunal. Lo que principalmente se pro-
mueve es que las organizaciones comunales hagan sugerencias para el
plan municipal y supervisen la administración del gobierno municipal.
En este sentido, el ayllu y/o sindicato y la OTB, siendo dos caras de la
misma organización, tienen tareas diferentes, aunque no contradicto-
rias. El ayllu andino persigue que el Estado lo reconozca como organi-
zación social (y no solo como un ente supervisor), capaz de autodeter-
minarse políticamente y de manejar sus propios recursos. En cambio la
OTB, al intentar articular e incorporar a las organizaciones comunales,
lleva el peligro de relegar a los ayllus o sindicatos a un rol meramente
subordinado, no decisorio, en lo atingente a cuestiones locales. Tanto
la autonomía parcial del ayllu y otras organizaciones originarias como
su incorporación a instancias estatales superiores son deseables. Lo pri-
mero asegura su identidad, lo segundo evita su marginación. Habrá
que esforzarse para que ambas necesidades no se eliminen mutuamen-
te. Resulta claro aquí que la democracia representativa busca ser com-
pletada y reforzada con la forma de participación reconocida por la LPP.
No se busca tanto la primacía de la participación, como alguna vez se
insinuó o interpretó erradamente.

2. El comité de vigilancia

Una innovación, dentro de este marco limitado de la LPP, es la creación de


comités de vigilancia (art. 10). Esta sí es una instancia nueva. Viene a ser
como una nueva cartera de la organización campesina o indígena, com-
parable a las secretarías de vinculación (con la COB, con la Asamblea Per-
manente de Derechos Humanos (APDH), etc.), que ya existen dentro de
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 247

la CSUTCB. Pero en este caso toma responsabilidades mucho más especí-


ficas. Así, la formación de comités de vigilancia que la LPP prevé, permite
una participación política de las OTB en las cuestiones del municipio, más
allá de ser recurso humano para la realización de trabajos. “Política” impli-
ca aquí atención al conjunto (del municipio), representación legítima de
las OTB y canal de relacionamiento con el resto de la estructura política
del Estado boliviano. Se critica a las formas de participación en programas
de autoayuda, impulsadas en países en desarrollo, como nuevas formas
de transferir responsabilidades a los subordinados (Rahnema, 1995) por
el Estado dirigido por los privilegiados de siempre. Por ello, en el caso
boliviano, debe subrayarse esta tarea observativa del comité de vigilancia.

El riesgo principal del comité de vigilancia, sobre todo en los munici-


pios mixtos urbano-rurales, es que este grupo tan reducido sea mani-
pulado por instancias contrarias al campesinado. En efecto, la elección
de los varios miembros del comité no depende exclusivamente de los
comunarios sino también de otros sectores, como los “vecinos” de los
pueblos. Además del peso específico de cada sector43, en la configura-
ción del poder local, en cada situación concreta, contarán las capaci-
dades y experiencias de los elegidos. Para superar este riesgo, el regla-
mento de las OTB (DS 23858, del 9 de setiembre de 1994) especifica
con claridad la relación de los comités de vigilancia con sus corres-
pondientes organizaciones de base (título III, art. 14-20) y establece
que cada miembro sea escogido según “los usos, costumbres y dispo-
siciones estatutarias” de cada organización (art. 16) y, dado el caso, sea
revocado en cualquier momento “bajo la modalidad en que se llevó a
cabo su elección o designación” (art.20). Se quiere garantizar así que
esta nueva instancia tampoco sea una nueva pollera que llegue a anu-
lar a la chola44. El mismo artículo establece que “cada OTB tiene los

43 El art. 10-1 habla de tantos miembros como cantones y el inciso II precisa que el mínimo
es de 3 y 4 miembros, si solo hay uno o dos cantones. El art. 16 del reglamento (DS 23858)
dice que se reconocerá un solo representante “por cantón o –añade– distrito” (= subalcaldía).
Suponemos que solo se aplica si hay más de tres cantones. Pero ¿qué pasa si un distrito está
constituido por varios cantones? Suponemos que entonces el distrito tendrá tantos delegados
como cantones, porque en esto la ley es más clara que su reglamento. Ténganlo en cuenta las
organizaciones de base.

44 Con todo, en el reciente plan general de desarrollo económico y social de la república, El


cambio para todos, hay una frase desconcertante que, esperamos solo haya sido un desliz. Una
248 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

mismos derechos”. Tanto los vecinos, es decir los pobladores mestizos


de las antiguas markas, como los campesinos organizados tienen así la
oportunidad de subir al carril de este comité y desde allí podrán tener
una significativa influencia en la definición y ejecución de los temas y
proyectos que involucren al conjunto local.

Es fundamental, por tanto, que las organizaciones campesinas e indí-


genas piensen bien a quiénes se escoge para esta función. Un criterio
sugerente, escuchado de labios de otro dirigente aymara, es que podría
darse esta función a algunos ex-dirigentes de reconocida trayectoria.
Tendrían, en este caso, cierto parecido con los pasados, en el actual
camino de cargos, que no ejecutan pero influyen y supervisan. Esta
solución parece adecuarse más a los municipios exclusivamente ru-
rales45. Pero en municipios mixtos, donde hay otros actores sociales
y mayores pugnas de intereses, habrá que asegurar que los represen-
tantes campesinos e indígenas dentro del comité tengan, además, una
fuerte capacidad de mediación y de negociación. De lo contrario, la
participación popular podría quedar reducida a una mera “vigilancia
popular”. Una vez más, el tipo de interacción entre municipalidad y las
organizaciones sociales, a que hacemos referencia, será el que defina
los resultados, sea para revertir tendencias de exclusión, o en algún
caso para ratificarlas.

3. Territorio comunal y municipal

La LPP no se pronuncia sobre el aspecto territorial, potencialmente


conflictivo. Es un vacío que debería ser resuelto. Sabemos que, tan-
to en el Oriente como incluso en la región andina la demanda por
el reconocimiento de territorio es central en los pueblos originarios.

de las políticas señaladas para contribuir a la “aplicación plena de la participación popular” es


“la otorgación de personalidad jurídica a las OTB y a los comités de vigilancia para el control de
la inversión” (ministerio de Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente 1994: 80-81. Subrayado
nuestro). Si, según el reglamento de la LPP, los miembros de estos comités son solo nom-
brados (y revocados) por su OTB, según sus usos o estatutos ¿qué sentido tiene otorgarles
también personería jurídica?

45 No se descarta que puede haber también problemas entre los comunarios y los vecinos
aymaras, aunque entonces existen mayores posibilidades de encontrar un acercamiento al
diálogo y a las negociaciones, por la proximidad cultural y hasta el parentesco.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 249

No se refiere ya solo al acceso a la “tierra para trabajarla”, como en la


época de la reforma agraria. Tiene que ver también con el tema de la
jurisdicción comunal o intercomunal y con ciertos derechos sobre el
acceso y control de los recursos naturales (tierra, agua, madera, mine-
rales, etc.) que se encuentran dentro de ella. (Ver capítulo 6-B.4). Al
privilegiar al municipio, habría el riesgo de asumir que la LPP solo
contempla la jurisdicción municipal para la utilización de recursos
o la resolución de conflictos territoriales. En realidad, no es así. Más
aún, esta es quizás la primera ley que reconoce el carácter territorial
de las organizaciones originarias, al identificarlas precisamente como
“organizaciones territoriales de base”. El reglamento, al definirlas, pre-
cisa que los pueblos indígenas “mantienen un vínculo territorial en
función de la administración de su habitat y de sus instituciones” y
que las comunidades campesinas “comparten un territorio común”
(art. 1). Después, al reglamentar el reconocimiento de su personalidad
jurídica, dice que deberán indicar “el espacio territorial que ocupan”
aclarando que este “podrá comprender una o más comunidades” (art.
6). Están actualmente en debate otros instrumentos legales, como la
ley de tierras, en los que –ya lo hemos mencionado– podría prevalecer
más bien el criterio de un irrestricto “mercado libre de tierras”, lo que
enseguida sería visto por las comunidades y pueblos indígenas como
una amenaza, como ocurrió no hace mucho en México y en el Ecuador
por disposiciones semejantes.

Por otra parte, en este punto el actual gobierno parece más indeciso que
el anterior, que reconoció varios territorios indígenas, en concordancia
con el Convenio 169 de la OIT y la ley 1257 (del 11 de setiembre de 1991)
que explicitan este derecho (art. 14 y 15). Algunos han argüido que ha-
blar de “territorios” de comunidades o pueblos indígenas sería incons-
titucional. Pero el propio Carlos Hugo Molina (1991), actual secretario
nacional de Participación Popular, precisó que no había tal contradic-
ción sino que se trata de un claro caso de competencias concurrentes.
Pensamos que sería muy oportuno que, para asegurar su coherencia
con la LPP, la propuesta ley de tierras fuera también ley de territorios, y
explicitara el reconocimiento de esta demanda y derecho de los pueblos
y comunidades indígenas. Entonces su reconocimiento como organiza-
ciones territoriales adquiriría pleno sentido y coherencia.
250 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

B. CAMPESINADO Y ELECCIONES

La otra innovación que puede mejorar la participación campesina en las


formalidades de la democracia está en el ámbito de las elecciones. Será
bueno ubicar antes el asunto en su contexto histórico.

1. Historia del voto campesino

Desde que se consiguió el voto universal, en 1952, hasta las últimas


elecciones del general Barrientos, en 1966, los campesinos votaban de
forma casi unánime para el candidato oficial. Además, el sistema de pa-
peletas distintas para cada partido dificultaba que fuera de otra manera,
pues en tiempo del MNR era difícil que llegara al campo otra papeleta
que la rosada o la verde, en las elecciones de Barrientos. Si, a pesar
de las dificultades, llegaban otras en cantidades suficientes, fácilmente
eran destruidas antes de la elección, no solamente por malas prácticas
partidarias sino porque, efectivamente, había un alto nivel de consenso
del campesinado para apoyar a esos candidatos46. Tras los doce años de
regímenes militares, un hito fundamental dentro del resurgimiento de-
mocrático del campo fueron las elecciones de 1978 –las primeras desde
1966– en las que la participación y orientación del electorado campesi-
no no tuvo nada que ver con una subordinación pasiva al poder. Seguía
vigente el esquema de papeletas diferentes por partido y el gobierno
militar suponía, al parecer, que sería fácil controlar el voto campesino.
Sin embargo no fue así. Fue notable el sentido democrático y a la vez la
sagacidad del campesinado para obtener la papeleta de su preferencia y
dar libremente su voto.

Una publicación de CIPCA (Alcoreza y Albó 1979) documentó am-


pliamente esta madurez y astucia campesina a lo largo y ancho del
campo, de la que aquí solo podemos dar algunos botones de muestra:
En muchísimos lugares aparentaron externamente apoyar al candi-
dato oficialista y votar con su papeleta verde, pero a la hora de la ver-
dad utilizaban otra que llevaban oculta en la manga, en el sombrero

46 El principal resquicio en este consenso ocurrió solo en ciertas partes del campo en
1960, cuando el MNR se fragmentó con la creación del MNRA “auténtico”, de Walter
Guevara Arze.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 251

o en el seno. En varios lugares donde solo había papeleta verde, los


campesinos abandonaron el lugar sin votar; en otros, esperaron ho-
ras pacientemente, hasta que consiguieron las papeletas deseadas. En
un lugar, al ver destruidas sus papeletas, los comunarios partieron a
pedacitos las pocas que se habían librado del fuego para con ellos de-
positar “su” voto y exigieron que se les computara como válido porque
no tuvieron otra alternativa. En otro, hicieron lo mismo con pedazos
de bolsas de cemento, por ser lo único de color café, que era el color
de su candidato, etc., etc. Uno de los observadores internacionales,
que viajó a Caranavi, quedó particularmente impresionado por la ma-
durez democrática del campesinado y en su informe dejó el siguiente
testimonio:
“La gente del campo está muy consciente de lo que sucede en el país.
Los campesinos más pobres entienden de política. Tienen su propia
opinión y desean ser tratados como adultos y no como niños.”

Ante la evidencia de lo inapropiado y poco democrático que resultaba


el esquema vigente desde los años 50, la propia corte electoral de 1978,
entonces presidida por Julio Mantilla Larrea, patrocinó dos estudios in-
dependientes47 para establecer la viabilidad de aplicar en el campo un
nuevo esquema de papeleta multicolor y multisigno, pues en esferas
urbanas y gubernamentales seguían siendo muchos los que dudaban.
Los resultados de ambos estudios demostraron claramente la viabili-
dad, por lo que se formalizó el sistema actual, que permite una expre-
sión mucho más libre del votante, sobre todo campesino. Ha seguido
habiendo abusos, como la manipulación en la ubicación de asientos
electorales y la utilización de camiones, comida y alojamiento por par-
te de determinados partidos, sobre todo en las áreas más aisladas de
Oriente, o –más grave– la presencia de extraños en las casetas electo-
rales, para marcar el voto sobre todo de mujeres mayores. Pero en con-
junto la presencia campesina, tanto en las mesas electorales como en el
control de los escrutinios, ha ido reduciendo tales abusos a la mínima
expresión. Las mayores manipulaciones antidemocráticas del voto han
ocurrido más allá de las urnas y de los escrutinios rurales.

47 Uno estuvo a cargo de Carlos Perotto, de la Universidad Católica Boliviana, y el otro de un


equipo conjunto de investigadores del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social,
CERES, y de CIPCA.
252 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

2. El comportamiento electoral campesino

Después de la revolución de 1952 prevaleció la imagen de que el com-


portamiento electoral del campesino era homogéneo y, más precisamen-
te, de apoyo al MNR. Si bien tal cosa fue cierta para el período 1956-64,
e incluso para la elección de 1966, a favor de Barrientos, no puede soste-
nerse una afirmación de esta índole de 1979 adelante. Dentro del actual
período democrático, cabe también distinguir dos épocas y estilos elec-
torales, antes y después del año 1987, el primero en que hubo elecciones
municipales claramente diferenciadas de las presidenciales.

Elecciones generales

Dentro de las elecciones generales de más larga trayectoria, subra-


yaremos los siguientes rasgos en el comportamiento electoral cam-
pesino. Aquí no nos interesa tanto saber por quiénes se votó en cada
sufragio, sino qué mecanismos y criterios parecen funcionar en el
voto campesino. Ha habido cierta evolución a medida que se ha ido
ganando experiencia electoral. En las primeras contiendas electora-
les era más evidente que la asamblea comunal deliberaba para ver a
quién convenía dar el voto. Llegado el momento del sufragio secreto,
no todos votaban unánimemente pero se dejaba sentir bastante la in-
fluencia de la previa deliberación comunal sobre el voto individual.
Las diferencias de voto ocurrían sobre todo de una a otra comunidad y
mucho más de una a otra región o departamento. Pero, dentro de cada
comunidad, la unanimidad de voto fácilmente superaba el 80%. Con
los años, sigue habiendo cierta deliberación en asamblea comunal,
pero los niveles de unanimidad han disminuido. La otra evolución,
común a otros sectores del país, ha sido la de cierta desilusión después
del entusiasmo despertado por las primeras justas electorales. Por eso
han aumentado los niveles de ausentismo, aunque no de manera alar-
mante en el caso de elecciones generales. Se debió en parte, como en
otros lugares, a la pérdida de la novedad y, tal vez, a que siempre se
produce un bajón al contrastar las expectativas preelectorales con las
realidades postelectorales. Pero, en el caso campesino, influyeron muy
notablemente, quizás más que en la ciudad, la constatación de que
intereses partidarios habían desvirtuado su voto. Por ejemplo, en el
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 253

“empantanamiento” de 1979 –que desembocó en un presidente por el


que ningún ciudadano había votado– o en las célebres maniobras de
“la Banda de los Cuatro” que, en 1989, llevaron al acuerdo patriótico al
poder. En tales circunstancias no era raro escuchar en el campo frases
como la siguiente:
“¿Para qué votar? Después igual harán lo que más les convenga.”

gráfico 5.1. voto campesino, 1985 y 1987


En porcentaje por partido (Fuente: Arias y Rojas 1989)

En este contexto, no sobra recordar que en diversas elecciones, a


diferencia de lo que ocurre en otros países, el voto rural ha sido con
frecuencia menos inclinado a la derecha que el urbano, aunque tam-
poco ha sido por los partidos minoritarios más izquierdistas, de con-
vocatoria más urbana. Por esa tendencia, al principio poco tenida en
cuenta por los medios de comunicación48, en diversas elecciones, las
primeras proyecciones urbanas iban quedando después lentamente
rectificadas a medida que llegaban los votos más desperdigados del
área rural. Los gráficos 5.1 y 5.2 muestran esta tendencia en las elec-
ciones de 1985 y 1987. Los cuatro mapas que vienen a continuación,
en el gráfico 5.3, muestran la respuesta diferenciada en las capitales
y el resto del departamento en las cuatro elecciones generales de
1979 a 198949. Lamentablemente el excelente análisis de Romero

48 Las tecnologías más sofisticadas, usadas por los medios de comunicación en las elecciones más
cercanas, han corregido notablemente esa imagen inicial excesivamente urbana del pasado.

49 Ver, además, la 3ra. tesis, al fin del capítulo, para comprender mejor la reacción del campo de
La Paz, especialmente en las elecciones de 1985.
254 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

GRÁFICO 5.2. VOTO URBANO Y RURAL, 1985 Y 1987


En porcentaje dentro de cada partido (Fuente: Arias y Rojas 1989)

(1993), de donde los hemos tomado, no llegó a cubrir las elecciones


más recientes de 1993. Esta constatación tiene que ver tanto con el
potencial democrático campesino, en el momento de votar, como
con su potencial para empujar electoralmente a todo el país hacia
gobiernos más populares e innovadores.

GRÁFICO 5.3. VENCEDORES EN CAPITALES Y EN RESTO DEL DEPARTAMENTO


EN CUATRO ELECCIONES GENERALES: 1979, 1980, 1985, 1989
(Fuente: Romero 1993)
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 255

Otro rasgo del electorado campesino es que suele ser reacio a dar votos
meramente “simbólicos”. Prefiere votar para alguien con posibilidades
reales de ganar, siquiera en su contexto local. En el campo han fracasa-
do siempre las campañas para pifiar el voto, incluso cuando han sido
promovidas por reconocidos dirigentes campesinos, como en el caso
del llamado “voto wiphala”. El campesino es incluso reacio a votar por
su propia gente, si no ve oportunidad real de que su candidato gane.
La principal excepción, muy comprensible pero sin mayor incidencia
en la votación global, es si se trata de un candidato con pocas oportu-
nidades pero oriundo del lugar o zona. Un ejemplo de esta tendencia
nos lo da la votación campesina para el propio Victor Hugo Cárdenas,
actual vicepresidente del país. Cuando en 1989 corrió en solitario, tuvo
tan pocos votos como los otros candidatos campesinos o indígenas. En
cambio, en 1993, es evidente que su presencia, junto a Goni, amplió de
manera muy significativa los votos de ese frente, sobre todo en La Paz.
El campesino, aunque no llegue a compartir plenamente la ideología
de ningún candidato, es electoralmente pragmático y realista, y calcula
de quién logrará sacar más ventaja, caso de que llegue a ser elegido.
Sin embargo, como veremos más adelante, esto no quiere decir que no
pesen en él las orientaciones ideológicas de los diversos partidos.

Elecciones municipales

Aquí nuestro análisis solo se remonta hasta 1987, cuando se indepen-


dizaron de las presidenciales. En las elecciones municipales, el interés
campesino ha sido mucho menor y el ausentismo muchísimo mayor,
por una serie de factores:
• El municipio quedaba en la práctica reducido (hasta la aproba-
ción de la LPP) al ámbito urbano.
• En rigor, en muchas partes del campo, lo que se escogía era el
agente cantonal, cargo formal sin ningún poder real en compa-
ración al que tienen los dirigentes de la organización campesina
del nivel equivalente.
• Con frecuencia se reducen incluso las mesas y asientos electora-
les, con relación a los existentes en las elecciones presidenciales.
• Las papeletas muestran solo partidos, sin ninguna referencia a
los candidatos reales correspondientes al propio lugar.
256 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

• La propaganda electoral se concentra en las grandes ciudades y,


con frecuencia, es la única que llega al campo a través de la radio.

El cuadro 5.1 muestra la participación electoral en las cuatro más re-


cientes elecciones municipales. Como se ve, las oscilaciones en los por-
centajes de votación en las provincias prácticamente siguen la misma
tónica que los porcentajes en las ciudades y, por tanto, en el conjunto
del país. Es claro también que en el ámbito rural, las elecciones muni-
cipales han registrado menor interés que en el ámbito urbano. Nótese
que el aparente aumento en la participación en 1991 oculta una falacia:
hay un notable bajón en el número de inscritos en el sector rural. Si
asumiéramos el mismo número de inscritos de dos años antes (1989)
–que en el campo son menos que en 1987–, la participación habría
sido de un respetable 75% en el conjunto del país, casi del 100% en las
ciudades, pero un magro 52% en el sector rural. De todos modos, el
hecho de que en aquel mismo año no coincidieran con las elecciones
generales, implicó ciertamente un repunte en el total de votos emitidos
incluso en el campo. No hemos logrado saber a qué se debe este bajón
en el número de inscritos pues antes de 1993 todavía no se exigía el
carnet de identidad como requisito único de identificación para votar.
Sin embargo, ni siquiera en las elecciones generales de 1993 se llegó

CUADRO 5.1. PARTICIPACIÓN EN ELECCIONES MUNICIPALES


(Fuente: Corte Nacional Electoral e Informe R, nn. 229, 231 y 232. Elaboración propia)
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 257

en el campo a recuperar el total de inscritos de los años 80, pese al


innegable aumento de población.

Es típica la siguiente experiencia, vivida en 1993 por uno de los autores


de este trabajo. En las últimas elecciones presidenciales, hubo una gran
afluencia en la comunidad campesina altiplánica donde está su asiento
electoral, a más de cien kilómetros de La Paz. La mayoría de las directivas
y demás controles de mesa estaban en manos de campesinos y campesi-
nas del lugar, que ejercieron sus roles con gran seriedad y responsabili-
dad, sin mayores incidentes. Llegado el escrutinio, mientras se voceaban
los nombres, eran numerosos los que hacían su propia anotación. El
mismo espectáculo se repetía en otras comunidades de la zona. En cam-
bio, poco tiempo después, en las elecciones municipales, ocurrió algo
muy distinto. Para empezar, desde días atrás intentó averiguar quiénes
eran los candidatos locales –en este caso, para agentes cantonales–, pero
nadie supo responderle. Llegado el día, ni siquiera había mesas electo-
rales en su comunidad. Tuvo que ir, como los pocos comunarios que se
preocuparon por votar, hasta la comunidad sede del cantón. Cuando lle-
gó allí, ya avanzada la mañana, las mesas seguían prácticamente vacías.
Antes de depositar su voto, preguntó por última vez:
– ¿Quiénes son los candidatos aquí?
– Todavía no se sabe.

Lo único que pudo hacer, responsablemente, fue anular su voto con el


siguiente texto en la papeleta:
“Voto en blanco, porque aún no se sabe quiénes son aquí los candidatos”.

Recién después, al hablar con otro comunario en su casa, este le dijo:


“Yo soy el candidato para el partido A y don N. es el candidato para
el partido B. Yo he sido ratificado desde las anteriores elecciones, en
que salí elegido agente cantonal por el mismo partido.”
– ¿Y que tuvo que hacer Ud., como agente cantonal?
– Casi nada. Los dirigentes lo hacen todo.

A los pocos días, otro comunario comentaba:


“Hemos ganado. Ha salido la comadre Mónica”,
258 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

como si aquellos votos del campo hubieran contribuido a decidir quién


iba a ser alcalde en la ciudad de La Paz. Un mes después, al concluir el
año, había la gran asamblea de todos los dirigentes de la región para
nombrar al nuevo ejecutivo de la central agraria, que en la zona es a
la vez el mallku o jilaqata principal. Aunque este nombramiento tiene
cierto margen de rotación por comunidades y se hace en el pueblo
matriz, el nivel de participación y entusiasmo era muchísimo mayor,
con grandes y a ratos acaloradas deliberaciones sobre quién debía ser
el nuevo mallku. Tal como se hace tradicionalmente, los diferentes
representantes de las comunidades se fueron alineando frente al can-
didato de su preferencia y así se decidió el ganador. Este, al igual que
el cesante, fueron objeto de los consabidos festejos y ceremonias du-
rante varios días y, a lo largo del año, fue la autoridad real de toda la
zona, por encima del corregidor y, por supuesto, de los desconocidos
agentes cantonales.50 Para actualizar la anécdota, en diciembre de 1994
llegó el alcalde de Viacha (distante ciudad a cuya alcaldía pertenece aho-
ra esta zona), que había encontrado razonable el planteamiento local de
que se nombrara un subalcalde para este alejado distrito. Propuso que
nombraran una terna y él decidiría. El cabildo local de jilaqatas, mama
t’allas y pueblo en general protestó. Querían que se lo nombrara según
sus usos y costumbres, para que fuera aceptado. Después de alguna dis-
cusión, el alcalde viacheño, de ancestro aymara, comprendió y accedió.
Se había logrado consenso. Tras un corto conciliábulo entre jilaqatas y
alcalde, se decidió que cada subcentral nombrara su candidato y en una
doble ronda, en que cada participante formó fila frente a su candidato,
se llegó a nombrar al subalcalde. A lo pocos días, a principios de enero
de 1995, tomó posesión de una manera muy semejante a la de los jila-
qatas tradicionales y junto con ellos.

A quienes vivimos este forcejeo y su solución, nos quedaban algunas


preguntas. ¿Quién tendrá la autoridad real? ¿Este nuevo subalcalde?

50 La secretaría nacional de Participación Popular ha manifestado que al menos la mitad


de los agentes cantonales, casi todos de áreas rurales, ni siquiera se preocupó de reco-
ger sus credenciales. El informe al congreso nacional (Elecciones Municipales, Diciembre
1993) afirma que “la entrega de credenciales se realizó con normalidad en las capitales
de departamentos y provincias. No se ha logrado los mismos resultados en algunas secciones
o cantones.” (p. 50, énfasis nuestro).
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 259

¿El jilaqata principal? ¿Caminarán juntos? Más allá de los escrúpulos


jurídico-burocráticos, para que el sistema realmente funcione, ¿qué di-
ficultad de fondo habría para que en una región como esta, homogé-
neamente aymara, fuera de una vez la autoridad real y tradicional de
siempre la oficialmente reconocida por el Estado como subalcalde o
alcalde en esa jurisdicción?

3. Siete tesis sobre el comportamiento electoral campesino

Hemos de establecer ahora varias tesis con base en lo anteriormente


señalado, añadiendo varias cifras y tendencias, para luego pasar a reco-
mendaciones específicas.

1ra Tesis: El voto campesino (rural) es tan diferenciado como en el res-


to del país

Aún cuando es común en el lenguaje electoral considerar “rural” o


“provincial” a toda la votación que excluye simplemente a las capitales
de departamento (y últimamente, también a El Alto), esta imprecisión
no afecta sensiblemente a una denominación con mayor grado de fi-
neza que, con el INE, considere población urbana a toda agrupación
de más de dos mil habitantes. Así lo muestran los anteriores gráficos
5.1 y 5.2 y lo confirmó un ejercicio realizado con datos de las eleccio-
nes municipales de 1987 y en especial para el departamento de La Paz
(CIPCA 1989, Anexo 4).

2da tesis: La variación del voto campesino no solo se da en relación a


la pluralidad partidaria ofrecida, sino también de acuerdo a
la experiencia y condiciones de cada lugar

Un primer caso más general lo da la constatación hecha más arriba de


que el voto campesino ha sido, en conjunto, más tirado a la izquierda
que el voto urbano, variando según los partidos que se presentaran en
cada caso (Romero 1993). Otro ejemplo más detallado se ve al comparar
la elección “rural” en todas las provincias de La Paz, en la provincia Aro-
ma y, dentro de ella, en la micro-región de Ayo Ayo (que hoy coincide
con el municipio del mismo nombre) en las elecciones generales de
260 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Cuadro 5.2. Variación electoral en tres contextos


urbanos de la paz, en las elecciones generales de 1989
(Fuente: Corte Nacional Electoral)

1989 (ver cuadro 5.2). En los dos primeros casos gana el MIR, pero en
Ayo Ayo gana FULKA cuya cabeza era Jenaro Flores, oriundo de la mis-
ma provincia y de larga trayectoria local. Se debe notar que se trata de
un fenómeno muy local, pues tal triunfo apenas modificó el resultado a
nivel departamental rural.

3ra tesis: El campesinado recurre al voto por partidos de manera com-


parable al resto del electorado, por razones pragmáticas e
incluso por razones ideológicas

Ilustramos este punto con ejemplos del altiplano aymara sacados del
detallado estudio de Romero (1993), que cubre cuatro elecciones gene-
rales desde 1979 hasta 1989. En primer lugar, hay consistencia en una
mayor opción del campesinado por el conjunto del katarismo (con sus
varios candidatos) en el campo aymara (La Paz y Oruro) más que en las
ciudades de los mismos departamentos y que en el resto del país. Aun-
que se trata de porcentajes bajos y los candidatos y siglas cambian, hay
continuidad en el mayor voto de estos lugares por esta misma corriente
(Romero 1993: 181-204).El segundo caso es más complejo pero muestra
cierta consistencia ideológica del campo de La Paz en medio de la evolu-
ción de los partidos. En las primeras elecciones, hasta 1980, los campe-
sinos aymaras del departamento votaron consistentemente por la UDP,
en muchas provincias con más del 70% del voto. Tras la debacle de este
frente, en 1985, Acción Democrática Nacionalista, ADN, sale primero
en el país sobre todo por su triunfo en La Paz. Pero ello se debe más que
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 261

nada al voto urbano (46%); pues en provincias solo alcanza un 19%.


Aunque allí este partido fue también el más votado, la particularidad
rural fue una dispersión mucho mayor del voto, por falta de alternativas
convincentes. En rigor, si nos limitamos a las 16 provincias aymaras del
departamento solo llegó a triunfar en dos; en las demás la esperanza se
puso sobre todo en el nuevo MNR-V, cuyo candidato era dueño de Radio
Méndez, de fuerte audiencia aymara rural. Pero en 1989, desaparecido
este partido, se impuso el MIR (de la antigua UDP) seguido de cerca por
CONDEPA, el nuevo partido urbano-aymarista del compadre Palenque,
la comadre Mónica y la “cholita” Remedios, que causó la gran sorpresa
en la ciudad de La Paz y sobre todo en el El Alto y que, en el altiplano,
logró detener el avance previo de los kataristas. Fuera ya del citado estu-
dio de Romero, cabría añadir que, en el altiplano aymara, recién en 1993
el voto volvió a favorecer al MNR. Influyó, sin duda, la presencia como
candidato a vicepresidente del aymara y katarista Victor Hugo Cárdenas,
aliado esta vez con quien tenía un buen chance de ganar.

4ta tesis: Los partidos también pueden ser instrumentalizados por


los electores para sus propios fines locales

Se puede mencionar el ejemplo de Tiraque (Cochabamba) donde una


élite política local vinculada a los vecinos ocupó la alcaldía desde el pe-
ríodo de los regímenes militares y, para ello, se adecuó a diferentes
partidos durante los ochenta pero no sin problemas con los campesi-
nos que en algún momento lograron incluso la presidencia del concejo
municipal (CIDETI 1994: 142-151 y 166). En el caso de la recién creada
provincia José Manuel Pando (Santiago de Machaqa), pesa el sentido co-
munitario: postulan a alguien con suficiente legitimidad y lo adscriben
a algún partido político con perfil de ganador a nivel nacional o depar-
tamental. Es preciso establecer aquí que los partidos políticos han ido
modificando su comportamiento desde el restablecimiento del régimen
de derecho en el país, y en especial en el ámbito municipal. En el medio
urbano, se ha dado lugar a liderazgos locales –y por tanto, a construirlos
como tales– con una vinculación solo coyuntural con el partido que los
apoya. La modificación constitucional para elegir a la mitad de los 130
diputados por la vía de conformación de distritos uninominales segu-
ramente afirmará la tendencia mencionada en esta tesis. Ya vimos que
262 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

en el medio rural había menor interés por las elecciones municipales.


Hemos de discutir posteriormente los cambios posibles, emergentes de
la promulgación de la LPP.

Cuadro 5.3: Ausentismo comparado entre elecciones generales


y municipales en Cochabamba, por tipo de jurisdicción
(Fuente: Valda 1994: 5)

5ta tesis: La participación en elecciones generales es mayor que en elec-


ciones municipales, sobre todo si ocurren en un mismo año

Los datos recogidos por Valda (1994) sobre las provincias de Cochabamba
muestran tendencias válidas para el conjunto del país (cuadro 5.3). El
ausentismo es con relación al total de inscritos. Recuérdese lo dicho
más arriba sobre la baja inscripción y un ausentismo algo menor en
1991 (ver cuadro 5.1) porque en ese año las elecciones municipales no
coincidieron con las generales. En la provincia Cordillera, donde está
asentada la mayor parte del pueblo guaraní de Bolivia, hubo una par-
ticipación del 80% en las elecciones generales de 1993 pero para las
elecciones municipales de ese mismo año cayó a cerca de 40%, es decir,
que solo participó alrededor de la mitad de aquellos que pocos meses
antes habían votado.

6ta tesis: A menor importancia de una jurisdicción, mayor ausentis-


mo electoral

Ya establecimos la menor participación electoral en el ámbito rural


con relación al conjunto del país y, en particular, con relación a las
principales ciudades. En las elecciones generales se debe a mayores
dificultades de carnetización y de acceso a las mesas y, en las muni-
cipales, se unía –hasta la LPP– su menor relevancia. Interesa ahora
ver la cuestión a nivel micro, de donde podremos inferir ciertas lógicas
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 263

particulares. Con datos oficiales de la Corte Departamental Electoral


de Cochabamba, Valda (1994) muestra que el ausentismo electoral -el
reverso de la participación- aumenta en la medida que disminuye la
importancia de la jurisdicción de los municipios. En el conjunto de las
tres últimas elecciones municipales, el ausentismo en la capital depar-
tamental fue de solo el 30,5%. En la ciudad de Quillacollo fue del 38%;
en las ciudades de Punata y Sacaba fue del 42 y 47%, respectivamente,
pero en algunas provincias más alejadas subía todavía más: 54% en el
Chapare, 51 % en Arque, 66% en Tapacarí. Como muestra el cuadro
5.4, hay también la tendencia a mayor ausentismo en las secciones y
cantones fuera de la capital provincial. Este hecho es perfectamente
consistente con la indolencia, ya mencionada, por la que ni siquiera se
recogen las credenciales de agente cantonal.

Cuadro 5.4: Ausentismo electoral por jurisdicción municipal


en el departamento de Cochabamba
(Fuente: Valda 1994)

7ma tesis. Más allá del ausentismo, el gran problema en el campo es la


falta de inscritos, sobre todo por no tener carnet de identidad

Ya vimos (cuadro 5.1) el fuerte bajón en el número de inscritos en todo


el sector rural, a partir de 1991, pese a que por entonces todavía no se
exigía carnet. En varios lugares en que hemos tenido la oportunidad
de comparar el número de inscritos y de votantes con el de electores
potenciales, se nos ratifica que es este un problema extremadamente
grave. Un ejemplo entre miles. En tres áreas de colonización del nor-
te de Santa Cruz (San Julián, El Chore y Antofagasta) hemos podido
constatar que en las elecciones generales de 1993, aunque llegó a vo-
tar el 85% de los inscritos, estos votantes efectivos en realidad corres-
pondían solo al 48% (en el mejor de los casos) y al 21% (en el caso más
grave) de los potenciales votantes de la respectiva zona. El problema
264 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

ya no era el ausentismo (no votar pudiendo hacerlo) sino la imposibi-


lidad de hacerlo por trabas, en el fondo, burocráticas. En realidad, este
problema, principalmente rural, tiene dos dimensiones. La primera, y
principal, se centra en la falta de documentación para poder cumplir
el derecho y deber de votar; la segunda es la falta de mesas y asien-
tos electorales en los lugares adecuados, suficientemente céntricos y
cercanos, ausencia que en el pasado ha sido aún más notoria en las
elecciones municipales.

En cuanto al problema de la carnetización, contamos con la informa-


ción del Censo Nacional de 1992, que incluyó esta pregunta en la bo-
leta (ver INE 1993: cuadros PP. 05). En el área rural del conjunto del
país, entre los que en 1992 eran mayores de 15 años (y que, por tanto,
ahora ya tienen los 18 años legales para votar), solo el 52,8% de los va-
rones y un minúsculo 37,8% de las mujeres indicaron tener carnet, lo
que suponía un déficit de unos 700.000 (prescindiendo ahora de los
problemas de subnumeración). Entre los varones solo en los adultos
más jóvenes, hasta los 24 años, prevalecen los sin carnet. Pero entre
las mujeres, no hay ni un solo grupo de edad en que las carnetizadas
alcancen el 50%. El problema se agrava por la falta de una clara deci-
sión de ponerle remedio, por parte del gobierno. Para empezar, falta
coordinación entre la oficina de registro civil, ahora en manos de la
corte nacional electoral, y la oficina del Registro Único Nacional, RUN,
fundada para acelerar la carnetización sobre todo rural, que sigue de-
pendiendo del ministerio de Gobierno sin mayor coordinación con la
oficina regular de identificación.

Durante el gobierno del acuerdo patriótico hubo varias denuncias de


irregularidades en el RUN, que habría distribuido carnets a favor de la
fórmula oficialista, por lo que la oposición pedía que, para mayor trans-
parencia y mejor coordinación, debería pasar a depender también de
la corte nacional electoral. Pero llegó el cambio de gobierno y quienes
antes protestaban, una vez en el poder, se desentendieron del asunto.
En su discurso inaugural del 2 de enero de 1995, el presidente de la
corte lamentó que durante el año 1994 todo el proceso hubiera quedado
estancado, con el agravante de la baja asignación de recursos tanto a la
corte como al RUN. Es de temer que ahora ya sea demasiado tarde para
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 265

ponerle remedio antes de las cruciales elecciones municipales de fines


de 1995, las primeras dentro del nuevo panorama creado por la LPP51.
Estas dificultades llevan, en los hechos, a desvirtuar la no tan vieja
conquista del voto universal. Si antes se negó el voto a los que no sa-
bían escribir, ahora se lo sigue negando a los –y, sobre todo, a las– que
no tienen carnet de identidad o que, teniéndolo, no tienen asientos
electorales cercanos; todo ello, en buena medida, por la ineficiencia
o desidia de los gobernantes. Si no se pone eficaz y rápido remedio
a este masivo problema, pierde credibilidad la voluntad política de
facilitar la plena incorporación democrática de los ciudadanos, sobre
todo rurales. También en este punto seguirían quejándose de ser solo
“ciudadanos de segunda clase”.

C. MIRANDO AL FUTURO CERCANO

Las próximas elecciones municipales revisten características especiales


sobre todo por el nuevo contexto creado por la LPP y por las nuevas dis-
posiciones de la Constitución Política del Estado, que alargan el período
de la gestión municipal y conceden el voto a los mayores de 18 años.
Hemos de destacar que con las recientes reformas a la constitución se
soluciona el aspecto de la fatiga electoral arriba mencionado pues, como
se sabe, desde ahora las elecciones municipales se realizarán a mitad del
período constitucional del gobierno nacional; y la duración del mandato
municipal deja de ser de dos años para establecerse en cinco. Con la
vigencia de la LPP y la mayor importancia de la institución municipal en
el ordenamiento del país no será muy osado esperar una mayor partici-
pación electoral en el proceso venidero, incluso alterando las tendencias
ya señaladas del comportamiento electoral rural.

51 Agradecemos al vocal Iván Guzmán de Rojas habernos aclarado todo este panorama. Nos ha
mencionado, además, otro problema adicional: las imprecisiones existentes en las nuevas
jurisdicciones municipales. Hasta principios de 1995 seguía habiendo tres versiones sobre
el número legal y real de municipios: 308 según la secretaría de Participación Popular, 305
según el ministerio de Finanzas, que les distribuye los fondos, solo 296, según la corte na-
cional electoral. Por no hablar de los conflictos o imprecisiones sobre la cobertura real de
cada jurisdicción (57 casos en las oficinas de Participación Popular y hasta 290 en la corte
electoral). Pero pensamos que todos estos problemas indican sobre todo que el gobierno ha
descubierto, por fin, que existe el campo, el sector antes ignorado. Hay que reconocer que,
tras el descubrimiento, se está empezando a poner orden al previo vacío cuando no caos legal.
266 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Por lo dicho en las tesis precedentes 2 y 3, se puede pensar en modificar


el actual monopolio de partidos para la participación en justas electo-
rales exclusivamente para comicios municipales. Se trataría de recuperar
una mención constitucional que ya no se recuerda en los artículos co-
rrespondientes (arts. 113-117) de la vigente ley electoral de 1993. Nos
referimos al art. 223 de la constitución, que dice:
“las agrupaciones cívicas representativas de las fuerzas vivas del país,
con personería reconocida podrán formar parte de dichos frentes o
coaliciones de partidos y presentar sus candidatos...”

Así, la misma tendencia que ha llevado a la elección de un 50% de


los 130 diputados electos por distritos uninominales y a la formación
de liderazgos locales urbanos, quedaría complementada por liderazgos
“provinciales”. Todo ello concuerda mejor con el respeto a la diversidad
cultural y regional reconocido en el Art. 1 de la reformada constitución,
la propia LPP y la ley de reforma educativa. Las diversas organizaciones
indígenas o campesinas, es decir las OTB a las que la LPP reconoce
como el sujeto social de la participación popular, junto con sus aso-
ciaciones, quedarían posibilitadas de intervenir directamente en justas
electorales sin necesidad de subordinarse a lógicas e intereses partida-
rios, pero sin ser ajenas –en tanto organizaciones– a la constitución de
los gobiernos municipales.

Posibilitar que no únicamente los partidos políticos puedan


presentar candidatos para las elecciones municipales, sino
también las OTB y otras organizaciones populares locales.

Pasemos a otro punto. La LPP claramente concibe al municipio como


el lugar privilegiado de la concertación de intereses sectoriales. Por ello,
interesará fortalecer esa instancia para gobernantes y gobernados. Por
otra parte, como se aludió arriba, la LPP obliga a un reordenamiento
territorial del Estado, pues las actuales divisiones político-administrati-
vas inferiores a la provincia (sección y cantón) no siempre responden a
criterios de planificación y administración global, y menos a criterios de
geografía humana y/o cultural. Hay ahora algunas secciones municipa-
les que, creadas en otra lógica, abarcan territorios y ecologías distantes y
mal comunicadas y otras que parten grupos humanos que forman una
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 267

misma unidad social. Por el momento, para superar las incongruen-


cias más patentes, la categoría de “distrito municipal” o “subalcaldía”,
dentro de la LPP, provee un instrumento que utilizado con flexibilidad
posibilitará que el municipio sea efectivamente la célula básica de la
institucionalidad democrática y pluralista de Bolivia, de toda Bolivia.
Posteriormente, para dar una solución definitiva a este asunto, desde
1996 tendría que iniciarse un paulatino reajuste de las áreas territo-
riales de los municipios. Dentro de ello, habrá que considerar la opor-
tunidad de que en aquellas que, por las características culturales de su
población, califiquen para ello, se adopte la figura de municipio indígena
que ya se está experimentando, de manera formal y de momento solo
como distritos municipales, en el Isoso (provincia Cordillera) y Amare-
te (provincia Saavedra). Esta fórmula podría facilitar una mejor articu-
lación entre los “usos y costumbres” de la democracia étnica local y la
inserción en las estructuras estatales incluso con poder de decisión y
ejecución. Además, si en el plano electoral se cumple lo dispuesto en el
Art. 18 de la LPP, hemos de conseguir mejorar en tanto Estado la base
de datos en relación a los ciudadanos y la población en cada municipio,
con transparencia y confiabilidad.

Hacer del “distrito municipal” (subalcaldía) el instrumento


de organización y ordenamiento territorial con atención a
los datos de la geografía humana y cultural del país. Donde
el tamaño y composición de la población lo amerite, podrá
plantearse también su futura transformación en munici-
pios, indígenas o no.

Finalmente, y emergente de la 7ma tesis, no cabe sino multiplicar los


esfuerzos por documentar a los ciudadanos, primordialmente en el ám-
bito rural, para que precisamente allí se apuntale el ejercicio ciudadano.
El RUN debe continuar tareas que previamente se iniciaron pero están
lejos de haber culminado. Para evitar susceptibilidades político-partida-
rias parece oportuno responsabilizar a la confiable corte nacional elec-
toral, encabezada por los notables aceptados en el congreso nacional,
para una tarea de supervisión en este punto, dotándola de recursos eco-
nómicos específicos para ello. Lo anterior ha de complementarse con
una adecuada distribución de mesas para evitar el ausentismo genera-
268 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

do a consecuencia de que el poblador rural tenga que cubrir importan-


tes distancias para votar.

Atender prioritariamente la demanda de documentación


(RUN) en el campo, lo mismo que la distribución de asien-
tos electorales según los datos en las sucesivas elecciones y el
Censo de 1992, ampliando su cobertura.
SEIS
LA RENOVACIÓN DEL
DISCURSO
POLÍTICO- IDEOLÓGICO

En este último capítulo analizaremos algunos aspectos de índole más


general y teórica sobre el enfoque global del actual discurso campesino
andino, tanto en sus esferas superiores como en sectores intermedios.
Nos interesa sobre todo la utopía de país con que sueña este sector pero
tendremos también en cuenta la retórica prevalente en sus relaciones
con el gobierno. Nuestra lectura parte sobre todo de lo que ocurre en
la región andina, particularmente en la cúpula de la CSUTCB y en el
movimiento aymara. Pero esperamos tener suficientemente en cuenta
la dinámica y aportes de los movimientos indígenas de las tierras bajas
(ver CPIB y CIDDEBENI 1995).

A. DISTINTOS, PERO CIUDADANOS DE PRIMERA CLASE

La demanda política históricamente más antigua de los campesinos e


indígenas de Bolivia, especialmente en la región andina, ha sido la de
llegar a ser plenamente ciudadanos. El arreglo colonial había sido el de
un régimen estamentado con una sociedad superpuesta sobre la otra:
la “república” de españoles y la “república” de indios, con una obvia y
humillante subordinación de la segunda a la primera, pero también un
cierto reconocimiento de la segunda, a través de un implícito contrato
270 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

de respeto a sus territorios a cambio de tributo y mita (Platt 1982). Po-


dría resumirse en la frase: “ustedes tienen sus autoridades y nosotros
las nuestras y nosotros los españoles y criollos mandamos a los indios”.
Este arreglo se deterioró a fines de la Colonia, motivando los grandes
levantamientos de 1780, y se desmoronó totalmente, ya en época re-
publicana, en la segunda mitad del siglo XIX con el ataque frontal a
las “ex-comunidades”, instaurando una relación aún más asimétrica
con “ciudadanos”, en un bando, y una “indiada” desestructurada y no
reconocida, en el otro. Seguían siendo dos repúblicas pero ya sin un
contrato implícito. El mejor indio era el peón de hacienda sin tierra pro-
pia, porque algo podía aprender de su patrón blanco. Desde entonces,
y muy particularmente en todo el movimiento cacical de los años 1920
y 30 (Mamani 1991), la permanente protesta india tuvo dos frentes:
la defensa de sus títulos y el pleno acceso a la educación. Aparte de la
motivación económica de la primera, en ambos frentes estaba implí-
cito el tema de la ciudadanía. Con la revolución de 1952, comenzó a
resquebrajarse esta otra forma de subordinación. La fórmula del MNR
iba por el camino liberal de la uniformización, transformando al indio
en campesino, reconociéndole la propiedad privada de una parcela, el
derecho a la educación y el voto. Fueron importantes avances, pero la
tarea quedó de alguna forma inconclusa y, con los años, los interesados
han cuestionado también el enfoque.

1. Plena ciudadanía, el oculto deseo incumplido

Las aspiraciones de ciudadanía del indio, iniciadas ya a fines del siglo


pasado, se entroncan con las cosas inéditas que trae consigo la noción
de ciudadanía del “Estado del 52”. Sin embargo cuando viene la pro-
puesta de una paridad real, que supone los criterios de validación polí-
tica, basados en la igualdad liberal, cambia la figura. Porque para llegar
a esta se tiene que incorporar la noción de que “se va a dejar de ser dis-
criminado cuando uno deje de ser indio”. Aquí precisamente, la noción
de igualdad liberal se vuelve una promesa incumplida, que finalmente
lleva a posiciones indias radicales, como el decir: “o nos tratan como
indios y nos dejan que nos gobernemos”, (como era la vieja propuesta
de las dos repúblicas), “o de una vez seamos ciudadanos de verdad, no
en ese término medio, que no es ni lo uno ni lo otro”, que muchas ve-
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 271

ces significa una alienación total del indio. Esta legítima aspiración de
ciudadanía del indio supone de una u otra manera el incorporarse a la
sociedad nacional, como una forma de superar la discriminación colo-
nial. Es decir, el dejar de ser indio y hacerlo de un modo activo, es una
de las alternativas frente a la discriminación, en lugar de hacerlo por
efecto de una derrota. Es como decir “yo asumo el cambio cultural”, “yo
los llevo a la ciudad a mis hijos, o los pongo en la escuela”.

Pero, pese a esta forma de “civilización”, resulta que los indios conti-
núan discriminados y es allí donde comienza el camino de las frustra-
ciones, que muchas veces desembocan en una retoma de un discurso
radical de rechazo a todo lo “blanco”. Pero esa retoma de un discurso
propio no siempre está acompañada de una práctica renovada del sin-
dicalismo campesino en sus niveles cupulares, porque la estructura del
nuevo “sindicalismo aymara”, no se ha modificado de la herencia clien-
telista MNRista (entrevista a Silvia Rivera; ver Rivera 1993). En el caso
contemporáneo, el tema de la ciudadanía del indio no siempre se ha
expresado de una manera clara y pública. Pero tiene mucho que ver con
otras ideas cercanas como las de dignidad y respeto. El tema de la digni-
dad, tan extendido en los últimos años, está explícitamente enunciado
en las varias marchas hacia la ciudad de La Paz. El respeto a la condición
de indio, campesino o indígena, el ser escuchado por el otro, reaparece
también una y otra vez en la práctica cotidiana. Dignidad, respeto, ser
escuchados, se han vuelto para los indios del país, sinónimos de reivin-
dicación de la ciudadanía plena. Precisamente sobre este último punto,
el siguiente testimonio nos ilustra el panorama:
“Le pasó una vez a don Juan Lechín el año 79, quien le propuso a don
Jenaro Flores para que vaya [como compañero suyo de candidatura] y
este me decía: ‘yo a este señor le debo una cosa, tengo que devolver-
le’- ¿Qué es pues, don Jenaro?’ Y el me contó, el año 79 en el congre-
so de los campesinos, donde Juan le había dado su espaldarazo: ‘El
hizo el voto, y voy a ir con él’. Yo ahí comprendí, cuán importante es
para el campesinado en general la reciprocidad. Se la juega por tí en
un determinado momento.”

Esta interpretación en términos de reciprocidad, no es simplemente


eso, sino también el “ser escuchado” por el otro, en este caso, por un
líder de los obreros.
272 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

En el bloqueo de caminos de la CSUTCB de 1979, se consiguió un


día de huelga de apoyo de la COB y con esto se potenció el reclamo de
ciudadanía de los campesinos que alcanzó mayor legitimidad más allá
del mundo rural. En otro congreso de la COB, los campesinos votaron
por Lechín y Filemón Escobar cuestionó entonces esta actitud con un
criterio sobre todo ideológico y político. Según este último, no había
necesidad de hacerlo, porque la COB es una instancia política de todos
los oprimidos. Pero, más allá de una posición política, en el fondo, los
campesinos votaron por quien “les había dado bola” y representaba de
alguna manera, con esta actitud, la “apertura democrática” de los otros
a los campesinos aymaras, quechuas y guaraníes del país. Pero el mi-
nero Escobar aprendió la lección y cambió de actitud, llegando a una
alianza con el mismo Jenaro Flores para las elecciones nacionales de
1985. La argumentación de Flores siguió la misma tónica:
“El único minero que supo escucharnos el año 85 a los campesinos
fue Filemón Escobar, el único que se abrió a la temática. Con el de-
batimos, no estamos de acuerdo con él... [pero] yo voy con él, porque
este señor siempre me ha apoyado.”

Es importante preguntarse si las instituciones democráticas del país


dan vigencia al respeto a los indígenas andinos, si se escuchan sus de-
mandas. Esto tiene que ver mucho con la construcción simbólica de la
democracia representativa. El ejemplo de Paz Zamora, cuando en 1990
fue al encuentro de los marchistas indígenas del Oriente (insistimos
en su denominativo, “por el territorio y la dignidad”), fue interesante
en esta perspectiva del respeto y el intento de escuchar sus demandas.

2. Pongueaje politico y dignidad

El término “pongueaje político” surgió sobre todo a partir de la práctica


política del MNR con el campesinado, al que había apoyado en su lucha
contra el otro “pongueaje” físico-económico en las haciendas. Esta for-
ma de aproximación al poder se dio sobre todo en las relaciones entre los
campesinos-indios y los criollos-mestizos, principalmente después de la
revolución de 1952 y la consecuente titularidad del MNR en el poder po-
lítico. Pese al rechazo oficial que desde entonces tuvo el término “indio”,
el pongueaje político sigue inscrito en las relaciones coloniales de indios
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 273

y no indios. Es una ideología patriarcal y tradicional, que da como resul-


tado una forma de clientelismo, ya sea a nivel estatal o institucionalizada
en la sociedad civil, a través del compadrazgo, etc. Desarrolla y reprodu-
ce el hábito del servilismo del indio, un cierto “agachar la cabeza” y pedir
“el favor”. El problema del pongueaje político, pretendió ser extirpado
de las filas campesinas con la ascensión del katarismo/indianismo a la
cúpula de la CSUTCB. En la época katarista, esta práctica estuvo casi
desterrada, sobre todo en sus relaciones con otros niveles superiores.
Las relaciones que tuvo este movimiento con organizaciones políticas
tuvo otro carácter, de igual a igual, abiertamente y sin sumisión. El tér-
mino mismo de pongueaje político empezó a reservarse para lanzar du-
ras críticas, si es que no insultos. Fue cabalmente entonces también que,
a la clásica trilogía inka ama suwa, ama llulla, ama qhilla, los dirigentes
kataristas añadieron un cuarto precepto: ama llunk’u: no seas servil ni
adulón52. Sin embargo, no es fácil romper hábitos tan arraigados. Secto-
res menos hegemónicos dentro del katarismo se quejaron a veces de que
sus dirigentes caían en lo mismo en su trato con sus bases.

Al pongueaje político se contrapone, de nuevo, el tema de la dignidad.


Uno de los campos en que mejor puede analizarse este constante con-
trapunto es en las alianzas indio-campesinas con los partidos políticos
de izquierda e incluso de la derecha. En la historia política del país,
estas alianzas han fracasado sencillamente porque los partidos políti-
cos pocas veces han escuchado y respetado la libertad de decisión del
indígena. Incluso el Pacto Militar Campesino –totalmente inscrito en
el esquema del pongueaje político– funcionó mejor al principio, por
la actitud personal de Barrientos, más respetuosa dentro de su abierto
autoritarismo; se deterioró cuando empezó a exigir el impuesto único
y se descompuso totalmente cuando otros militares, poco sensibles a
las relaciones humanas, volvieron a tratar a los campesinos como in-
feriores. Años después, el MIR y la UDP fracasaron también con los
kataristas por mirarlos demasiado de arriba hacia abajo, sin llegar real-
mente a deliberar con ellos. Por ejemplo, en los primeros contactos con

52 Víctor Hugo Cárdenas retomó la cuatrilogía, como su lema de conducta, en su discurso


de asunción de la vicepresidencia, el 2 de agosto de 1993. Pero algunos de sus oponentes
políticos aymaras inmediatamente le pusieron más bien a él el apodo de llunk’u por su
alianza con el MNR.
274 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

el entonces candidato UDPista Hernán Siles Zuazo, estos dirigentes


frenaron su forma demasiado autoritaria de aproximación con la frase:
“Doctor, ya no somos los campesinos del 52”.

Muy particularmente en la provincia Aroma, cuna del katarismo, las re-


laciones entre kataristas y MIRistas estuvieron llenas de fricciones por
esta relación desigual y el MRTK acabó saliéndose de la alianza. La his-
toria se repitió después, de forma casi exacta, con el Eje de Convergencia
que inicialmente tenía una alianza entre el sector “indio” y los “criollos”.
De la falta de comprensión de los segundos con respecto a los primeros,
nació el Eje Comunero (después Eje Pachakuti), como un instrumento
político propio y autónomo, ya sin tutores. Juan de La Cruz Villca, uno
de los cuestionadores, nos da su testimonio, que incluso destaca la exis-
tencia de algunas ideas-fuerza hacia una teorización relevante.
“Yo como militante del Eje de Convergencia, [sé que] no es el Eje que
[nos] hace surgir, sino mas bien [quien] se opone; el MBL se opone;
todos los partidos se oponen a una acción que hemos llamado de los
500 años. Yo he sido el presidente de la campaña. Nosotros hemos
dicho que la izquierda tradicional ha fracasado con su lucha de cla-
ses. No han teorizado ni los intelectuales del Eje ni ningún otro [par-
tido]. Los que hemos teorizado somos nosotros. Ellos no querían sa-
ber nada. El criterio ha sido evidentemente [compartido por] muchos
campesinos y ha generado una conciencia. Entonces eso es lo que ha
empujado que surja el construir nuestro instrumento político.”

Entonces, bajo el rótulo de dignidad se está reclamando ciudadanía


efectiva, no aquella de “baja intensidad” prevalente en grandes áreas de
la población boliviana. Otra vez, son ideas complejas en su articulación
que hacen referencia a igualdad de derechos, respeto a diferencias cul-
turales y a una operacionalización del concepto de equidad en términos
de “discriminación positiva”.

3. Llunk’us, contreras y pragmáticos

Pero no siempre los cambios son lineales. En este proceso de rotura del
pongueaje político se ha caído a veces en el extremo contrario. Si antes
se tenían actitudes adulonas y serviles –de llunk’u– después fueron pre-
valeciendo las actitudes de “contreras”, oponiéndose por principio a todo
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 275

lo que viniera de los otros, los q’aras; mucho más, de los políticos q’aras,
fueran de derecha o de izquierda. Es una actitud muy comprensible de
rebeldía. En épocas de dictadura casi cabría decir que era la única legíti-
ma. Posteriormente, ha seguido muy viva la idea del Estado “anti-cam-
pesino” y, por tanto, la sospecha frente a todo lo que venga de allí. Por
otra parte las experiencias que acabamos de mencionar, en las alianzas
con diversos partidos, tampoco favorecían una actitud más dialogante.
El contrerismo contra los de arriba puede expresarse en la frase: “Cuando
éramos llunk’us esperamos mucho y no hemos conseguido casi nada;
por eso ahora somos contreras”. Es decir, no se acaba de creer que ahora
estos señores demócratas sean muy distintos de lo que antes fueron.
Últimamente esta actitud viene además alimentada por la mayor identi-
ficación de las cúpulas campesinas con partidos de la oposición. A la ex-
periencia histórica acumulada se suma entonces la oportunidad política.

Pero hay también una tercera vía, que podríamos llamar el pragmatis-
mo sin compromiso. Pese al colonialismo y las formas de imposición
al campesinado, por un lado, o a los esfuerzos para liberarse de todo
pongueaje político, por el otro, el sector campesino e indígena muchas
veces ha actuado de manera pragmática: sortear los escollos, disimular
sus propias actitudes y ver qué ventaja puede sacar de cada uno, para
sus propios fines. Esta forma de accionar se la puede ver con nitidez,
por ejemplo, en momentos pre-electorales. Allí se comienza a manejar
un dicho en aymara: Churam sataxa qatuqt’askañaya. Kunaraki ukaxa
(Si alguien quiere regalarte, hay que recibir. Eso no es comprometerse).
Los congresos pueden ser otra muestra de lo mismo:
“Yo nunca he podido determinar la filiación partidaria o de simpatías de
los dirigentes campesinos, a excepción de unos pocos cabecillas. Pero de
los otros no. Tu ves a un campesino en dos, tres reuniones. Cuantas veces
me he encontrado con ellos, me dicen ‘estoy viniendo a escuchar’, ‘a ver
qué dicen’. No se complican y, en el momento de votar, votan según les
parezca. Veo una actitud práctica, estoy con quien me da, con ADN por
que me da comida, soy del MIR porque me está dando el dormitorio y soy
del MNR porque me ha pagado pasaje y voy a votar por cada uno de ellos.”

... O muy posiblemente, por ninguno de ellos, porque el regalo, en este


caso, no compromete: kunaraki ukaxa. Ya vimos en el capítulo 4 (A.3)
que a muchos “asesores” de partidos políticos, que rondan la cúpula de la
276 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

CSUTCB, este mundo les resulta misterioso, cambiante y difícil de prever,


precisamente por esta actitud pragmática de los dirigentes. En unos casos
puede responder a un mecanismo de defensa frente a quienes consideran
demasiado distantes. Pero, en otros casos, puede que no sea más que un
simple utilitarismo, en el mejor estilo del discurso explícito de Max Fer-
nández. Fukuyama también podría hablar del “fin de las ideologías” en
alguna de esas prácticas. A menos que se trate de astutas formas de sobre-
vivencia para un objetivo claramente definido, ninguna de estas prácticas
conduce a la larga al reforzamiento de una convivencia democrática. De
llunk’u a pragmático no hay a veces mucha diferencia y el oponerse por
oponerse a la larga resulta esterilizante. Las tres actitudes cobran cuerpo
sobre todo cuando desaparece un claro objetivo común y aglutinante.

4. Tareas inconclusas

Sin embargo, este es un tiempo en el que, desde distintos frentes, se


están realizando esfuerzos para fortalecer las estructuras del sistema
democrático en el país. Hay, por tanto, tareas pendientes por ambas
partes para superar estas posturas tan defensivas. Desde la perspectiva
del movimiento indígena y campesino, la gran tarea inconclusa es que
en el país se les llegue a respetar como a ciudadanos de primera clase.
Por sentirse en los hechos ciudadanos de segunda categoría, siguen
reclamando niveles de autonomía en búsqueda de una democracia más
participativa. Los ajenos al movimiento solo ven en ello el peligro de
la formación de caciquismos locales, regionalismos y, el más temido,
el del separatismo (aún cuando en la práctica ningún campesino ni
indígena ha pretendido separarse de este país llamado Bolivia). Sin
embargo el reclamo es legítimo. Este anhelo indígena-campesino debe
llevarnos al replanteamiento de las formas de representación democrá-
tica en el país, por pueblos indígenas, regiones, etc. La misma repre-
sentación política, precisa ser reformulada. Como argumentamos en
el capítulo 5, sobre el comportamiento electoral campesino, no parece
plausible que los partidos políticos sean la única y monopólica instancia
de representación política de la ciudadanía campesina en el municipio
urbano-rural, y por esa vía para el conjunto de los municipios del país.
Pero hay también, en este punto, tareas inconclusas para el propio mo-
vimiento indígena y campesino. Para la construcción de la democracia,
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 277

el pongueaje y el pragmatismo político no se resuelven tampoco por


el camino del contrerismo a ultranza. El respeto debe ser mutuo y la
búsqueda debe pasar por la escucha y comprensión de las razones del
otro para desde allí, sin renunciar a la propia perspectiva, ir construyen-
do. Naturalmente, al ser el grupo de menor poder, tendrá que seguir
combinando este diálogo con medidas de fuerza y astucias, como en los
cuentos del zorro y el conejo. Pero el diálogo es el elemento que deberá
ir creciendo. En el fondo, esta falta de diálogo puede ocurrir también
entre iguales, en las pugnas por el poder entre dirigentes o regiones
(ver capítulo 4-D3). Tras buenos argumentos ideológicos se puede des-
calificar a individuos rivales, precisamente por ser rivales.

B. DE SINDICATOS CAMPESINOS A ETNIAS Y NACIONALIDADES

La búsqueda de plena ciudadanía, una de las promesas del MNR, llevó


en los hechos a cuestionar la otra premisa de la revolución del 52: la uni-
formación de todos los ciudadanos. En el movimiento “campesino” ello
se expresa en la paulatina sustitución del discurso “campesino” y “sindi-
cal” de los 50 y 60, por otro de contenido más étnico. Ya insinuamos sus
principalés hitos históricos en el capítulo 1. Aquí nos interesa sobre todo
la evolución en el discurso mismo, tal como se fue profundizando desde
los años 80 como consecuencia de la crisis del modelo sindical campe-
sino y de la apertura del proceso democrático. La nueva conciencia de
etnicidad adquiere muchos rostros: en la lengua, la música y festivales,
la religión, la relectura histórica, en los estilos de medicina o produc-
ción, rasgos de la indumentaria, etc. Pero aquí nos fijaremos solo en
un aspecto que ha adquirido notable visibilidad y que toca más de cerca
nuestro tema de la democracia: las formas de organización, autoridad y
representación. Primero mostraremos algunas experiencias en curso en
el departamento de La Paz, y en las próximas secciones nos remontare-
mos a los planteamientos más generales de todo el movimiento.

1. Nuevos enfoques en el altiplano

Sobre todo en el ámbito rural altiplánico la conciencia étnica ha llevado


a profundizar el discurso de la retoma de la organización tradicional
278 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

del ayllu y la comunidad, en vez del actual esquema sindical. Siempre


queda, de todos modos, una pregunta que ya nos hemos formulado
en otros contextos. ¿Se tratará solo de un cambio de nombres, mante-
niendo las viejas prácticas de la época “sindical”, o se llega a cambios
más a fondo? Hemos desarrollado solo tres ejemplos, en las provincias
Villarroel, Ingavi (Jesús de Machaqa) y Aroma. Pero, como al final seña-
lamos, los casos podrían multiplicarse.

Por las tierras de Marka T’ula (provincia Villarroel)

A iniciativa del Taller de Historia Oral Andina (THOA) y los dirigentes


de la federación de campesinos de la provincia Gualberto Villarroel, del
departamento de La Paz, el 13 de noviembre de 1984 se realizó el primer
homenaje de recordación a los 39 años de la muerte del cacique-apo-
derado Santos Marka T’ula, realizado en la comunidad de Ch’uxña, su
lugar de nacimiento. Una multitudinaria participación de comunarios
de más de 26 comunidades de la provincia fue la muestra de recono-
cimiento al cacique, que luchó gran parte de su vida en defensa de las
comunidades y ex-haciendas de cinco departamentos del país (THOA
1984 y 1986). No fue un simple acto de recordación, sino el inicio del
proceso de revalorización de la identidad histórica y difusión de la lucha
de cientos de comunidades originarias y ex-haciendas que, agrupadas
en el movimiento de los caciques apoderados, protagonizaron la resis-
tencia comunal frente a los hacendados y la agresión estatal. Quizás la
más importante movilización campesina de los primeros 40 años del
siglo XX. La investigación del THOA se difundió poco después, entre
1987 y 1990, mediante una radionovela de 90 capítulos, en aymara,
llamada “Santos Marka T’ula”, elaborada por los radialistas aymaras
Florentino e Inocencio Cáceres y difundida por Radio San Gabriel, de
máxima audiencia en el mundo aymara, y luego por otras varias emi-
soras provinciales. Como resultados indirectos de estas tareas concien-
tizadoras se han iniciado actos de recordación en otras varias partes,
dentro y fuera de la provincia y, a partir de 1992, la provincia Villarroel
fue la primera que, como tal, dió a su federación campesina un nuevo
nombre étnico: Federación de Ayllus y Comunidades de la Marka Ku-
rawara de Pacajes. De esta forma, gracias a un trabajo de investigación
en manos de aymaras, la figura histórica de Santos Marka T’ula, quien
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 279

luchaba no solo por las comunidades originarias sino también por el


territorio, ha empalmado con el actual movimiento de recuperación de
identidad de las nuevas generaciones (entrevista a Simón Yampara).

La marka de Jesús de Machaqa (provincia Ingavi)

Ya estamos familiarizados con esta microregión y la compleja evolu-


ción de su estructura de ayllus, comunidades y sindicatos (ver capítulo
3-B.7), con un proceso de descomposición que parecía sin retorno. Sin
embargo, desde fines de los años 80 se logró el retorno a una identidad
étnica colectiva. Aquí nos fijaremos en algunas de las facetas que han
llevado a este reencuentro.

En 1986 el historiador aymara Roberto Choque había publicado el libro


La masacre de Jesús de Machaqa puntualizando lo que había realmente
ocurrido en el levantamiento de 1921, del que hasta entonces se hacía
únicos culpables a los comunarios. Aunque el libro tuvo cierta difusión
local, corría el riesgo de ser conocido solo por unos pocos “letrados”.
Sin embargo en 1988, por iniciativa de los mismos radialistas aymaras,
Inocencio y Florentino Cáceres, la obra de Choque fue radionovelada
en 120 capítulos y difundida por Radio San Gabriel. En el proceso de di-
fusión de la radionovela, muchos de sus capítulos fueron enriquecidos
y apoyados por los propios comunarios, mediante visitas, entrevistas
a los sobrevivientes o descendientes de los mismos. En agosto de este
mismo año 1989 se realizó el primer congreso regional que supuso una
nueva toma de conciencia. La comisión de historia y cultura presentó
a la plenaria las historias orales de una mayoría de las comunidades
actuales, recogidas en una especie de actas53, con lo que se comprendía
también mejor otro tema central del evento: el faccionalismo y la exage-
rada fragmentación de las comunidades tradicionales (el mismo año se
había separado la nueva central Parcial Arriba).

Esta floración de memorias históricas tuvo una fuerte influencia en los


dirigentes jóvenes, que no conocían el pasado de Machaqa, y permitió,
por una parte frenar el proceso de fragmentación y, por otra, afirmar

53 Estas “Actas históricas” fueron compiladas en Ticona (comp. 1991).


280 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

la voluntad de retomar la forma de organización tradicional y seguir


luchando por el ejercicio real del poder comunal. A lo dicho se juntaron
otros incentivos, como las diversas actividades del PM, la creación de
una emisora local en aymara y una masiva campaña de alfabetización
en aymara (con cartillas producidas por gente del lugar), con lo que se
ha fortalecido el sentido de identidad étnica de todo el conjunto. Una
expresión de ello son diversas celebraciones que han recobrado un nue-
vo esplendor. El primer conjunto de celebraciones hoy remozadas son
las que tienen que ver con las autoridades tradicionales (que son a la vez
“secretarios generales” o “subcentrales” y mallkus), tanto en el pueblo
matriz como en muchas comunidades, desde su inauguración en enero
hasta su festivo cese al cabo de un año. Tanto en estas ocasiones como
en otras muchas actividades a lo largo del año, incluidos algunos even-
tos fuera de la zona, participan en pareja cada mallku con su esposa, la
mama t’alla, con su indumentaria y rituales, tal como se explicó en el
capítulo 3. Otra, con gran fuerza evocadora, es la fiesta del Rosario, en la
que la marka o pueblo de Jesús de Machaqa cumple el rol de antaño, de
ser el lugar del encuentro simbólico de los 12 ayllus. Las comunidades
bailan en rueda la qina qina y se ritualiza el encuentro, en muchos casos
prescindiendo incluso de las subdivisiones actuales. Esta fiesta nunca
llegó a perderse pero en los últimos años una mejor organización ha
permitido fortalecer su papel reforzador de todo el sistema tradicional
(Ticona 1990 y Triguero 1989).

Finalmente, desde 1989, por efecto de la mencionada radionovela, se


ha comenzado a recordar públicamente el aniversario de los mártires
comunarios de la sublevación y masacre del 12 de marzo de 1921. Al
principio era un acto sencillo y muy local. Pero en los últimos años, se
ha ido masificando el suceso de recordación. La presencia de las au-
toridades tradicionales de muchas de las comunidades de ambas par-
cialidades y visitantes de otras partes le han dado un carácter de mo-
vilización regional con profundo contenido ideológico-político. Viene
a ser una especie de remedio psico-social colectivo anual para curar el
estigma del “come cura” y la frustración machaqueña, originados a raíz
de los sucesos de 1921. Este día es un espacio de reencuentro con el pa-
sado histórico, con el camino abierto por aquellos líderes y con la ambi-
ción de llegar a la plena autonomía comunal (Ticona 1993). Ninguna de
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 281

estas celebraciones logra convocar todavía a todas las comunidades de


los antiguos 12 ayllus. Se nota sobre todo la ausencia de algunas comu-
nidades de Parcial Arriba. Sin embargo, por el simbolismo y vistosidad
de estas celebraciones y por la autoridad real de que gozan estas autori-
dades en su vida cotidiana, es innegable que toda la zona está viviendo
un intenso proceso de etnogénesis.

Por las tierras de Tupaq Katari (provincia Aroma)

En la provincia Aroma, lugar de origen de Tupaq Katari, la memoria


étnica tiene una larga data, pues ya está muy presente en las reivindi-
caciones del movimiento katarista de los años 60. Un hito importante
fue la inauguración del monumento a Tupaq Katari en Ayo Ayo, a cargo
del presidente Juan José Torres en 1970. Poco después, ya en pleno
régimen represivo de Bánzer, el 15 de noviembre de 1972, se distribuyó
una “invitación religiosa” al estilo tradicional:
“...en memoria del que en vida fuera Caudillo Indígena Don JULIAN
APAZA ‘TUPAJ KATARI’. Invitan a las autoridades (...), residentes
de las 18 provincias del departamento y pueblo católico en general, se
dignen asistir a la misa de requiem que en sufragio del alma del ex-
tinto y recordando el 191 años de su trágica inmolación... El duelo se
despide al pie del monumento que inmortaliza la figura de nuestro
inmortal caudillo.” (en Albó 1985b).
Era la primera edición de un evento que desde entonces se realiza
anualmente con participación masiva de toda la provincia y otras de-
legaciones. Sin embargo por muchos factores, el tema mismo del for-
talecimiento de las autoridades tradicionales no se privilegió sino años
después. No es que se las rechazara, como nos muestra el siguiente
testimonio de Jenaro Flores:
“Ya renacía el jilaqata, ya estaba al lado de Jenaro Flores. Por ejemplo,
las t’allas estaban al lado de nosotros, se pueden ver en todas las fo-
tos. El Comité Ejecutivo de la Confederación [Única] de Campesinos
siempre está acompañado por jilaqatas, desde su congreso [fundacio-
nal] del 26 de junio del 79.”

Pero tampoco se lo privilegiaba. Durante muchos años también en Aro-


ma persistió cierta dualidad y un injerto solo parcial, más factual que
282 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

pretendido, entre sindicato y organización tradicional. Daniel Calle nos


cuenta que la toma de conciencia fue solo paulatina:
“De esta situación nos dimos cuenta en la práctica sindical. Llámese
ex-haciendas y comunidades originarias, todavía había arraigo de la
práctica del ayllu, de la autoridad máxima de la comunidad, no sola-
mente como autoridad, sino como un gobierno, mientras lo sindical
era más reivindicativo...
“[Pero] nosotros hemos cometido el error de no recuperar esta prácti-
ca real que existía en las comunidades. Por ejemplo, una anécdota con
Raimundo Tambo y Jenaro Flores: a una comunidad de Calamarca no
podíamos entrar sin poncho, sin lluch’u, o sin los símbolos de auto-
ridad. Entonces decíamos: ‘¿Qué estamos haciendo? ¿Qué es esto?’”
“El sindicalismo campesino del MNR no se había introducido del
todo en la comunidad, sino que en la comunidad seguían vigentes
sus autoridades de los jilaqatas, de los mallkus, la autoridad política.
Entonces en ese contexto nosotros comenzamos a dar viraje, a dar
fuerza, de retomar esta organización, para que sea una base social y
política de los aymaras y de los quechuas... Mucha gente no estaba de
acuerdo y [lo mismo ocurría con] muchas organizaciones... Pero [al
fin] se han dado cuenta que a través de estas autoridades, a través de
este instrumento se puede controlar, se puede neutralizar, se puede
articular con las organizaciones superiores.”

En realidad, para que ocurriera el cambio de que habla Calle, hizo falta
una nueva coyuntura político-sindical. Fue una pugna interna entre di-
rigentes la que llevó a uno de los sectores a planteamientos étnicos más
radicales. En este caso la raíz (u ocasión), no fue tanto un claro plan-
teamiento ideológico sino esa búsqueda del liderazgo local. En efecto,
Jenaro Flores había dejado ya la dirección nacional de la CSUTCB –no
sin controversia– y al retornar a su comunidad para por fin “cumplir”
su obligación pendiente de ser jilaqata, tomó mayor conciencia de esta
realidad comunal, que además le ofrecía una nueva base para recons-
truir su influencia política local, rebajada por otros dirigentes “sindica-
les” de la zona. Prosigue el mismo Flores:
“Se ha visto... que las autoridades originarias son importantes, no
podemos borrar a ellos, su presencia es importante en las comunida-
des, en los cabildos, en las centrales y otras instancias. Entonces de
ahí que se ha retomado. Empezamos en la parcialidad de Urinsaya,
concretamente en la comunidad de Intipampa Collana Waracora de
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 283

la provincia Aroma. Eso lo hemos hecho un 23 de marzo de 1990,


donde se retoma [nuestra forma tradicional de organización]. No es-
tamos importando de Estados Unidos o de Rusia, lo que nosotros
hemos retomado es simplemente lo nuestro.”

La organización que así renace en la provincia Aroma es el Cabildo de


Naciones Originarias de Urinsaya, a la cabeza de los mallkus, los jilaqa-
tas, sullka jilaqatas, mama t’allas y otras autoridades menores regionales,
con tareas en la producción, en la ganadería, la artesanía y todo el que-
hacer político de la comunidad. A los pocos meses, el grupo de Jenaro
Flores extiende el proceso a otras regiones de la misma provincia:
“El 18 de octubre hemos hecho una nueva retoma, en el sector de
Umala. Ahí nace el Cabildo de Comunidades Originarias de Aransa-
ya de Umala. Umala es una zona de comunidades originarias, enton-
ces no ha sido difícil hacer que se retome, lo único que han hecho es
recuperar lo que siempre ha sido de ellos.”

La pugna política subyacente queda insinuada en las siguientes frases


del promotor local de esta retoma de la organización tradicional:
“Lo más problemático es la presencia de los partidos políticos, que
van inyectando a la gente [ideas como las siguientes]: ‘el sindicato es
lo mejor, el jilaqata en el pasado tenía relaciones con el patrón’. No
pues, no es así. La lucha es en este momento.”

Relectura del sindicalismo andino

Podríamos haber añadido ejemplos de otras muchas partes y de otros va-


rios aspectos de esta reemergencia de la conciencia étnica. A la sombra de
las ruinas de Tiwanaku, por ejemplo, se han recuperado manifestaciones
religiosas y simbólicas, como la del año nuevo aymara. Ahora, cada 21 de
junio, esta celebración se repite en muchas regiones andinas, e incluso
en el área quechua. Un poco más allá, en las ex-haciendas de Taraco, fue
más bien la memoria de Eduardo Leandro Nina Quispe –investigado por
su paisano Carlos Mamani (1991) y objeto de otra radionovela54– la que
desató el proceso. En Oruro y Potosí ha habido ya varios encuentros de

54 Nina Qhispi nació en Chiwu, una de las comunidades de Taraco, y fue educador, apoderado
de los indios de Taraco y protagonista de la rebelión de 1920-22. Propugnó la propuesta de
“Renovación de Bolivia”. Ver Mamani (1991) y la radionovela histórica en 55 capítulos “Eduar-
284 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

autoridades originarias, de los que han surgido sus coordinadoras, etc.,


etc. Pero los tres casos analizados bastan para mostrar cómo el plantea-
miento de la retoma de las autoridades originarias esboza una relectura
crítica del sindicalismo aymara y de la práctica de muchos dirigentes de
los años 60 y 70. Está claro que el sindicalismo campesino del MNR no
se había plasmado del todo a nivel local. No había desarticulado totalmen-
te la práctica de la organización comunal, lo que ha permitido retomar
formas de organización tradicional, nutridas de elementos históricos y de
identidad, que permiten pensar en su consolidación. Daniel Calle llega a
la siguiente conclusión:
“En el movimiento sindical, nos damos cuenta que los altos dirigentes
habíamos recibido toda una instrucción y capacitación del sindicalismo
urbano y cuando nosotros queríamos practicar toda esa teoría en la co-
munidad, queríamos imponer a la comunidad y ha sido un fracaso ese
intento. Entonces en la práctica he aprendido que esta teoría recibida en
los cursos no me ha servido, porque había sido otra la práctica de la co-
munidad. Un ejemplo: yo quería hacer funcionar como un reloj las quin-
ce carteras, como los fabriles, como los mineros. [Pero] en la comunidad,
imposible, solo cuatro funcionaban. Entonces me preguntaba, ¿por qué
cuatro no más funcionan?. Solo tenían para presentarse ante el Estado
las doce carteras. Las verdaderas autoridades eran tres de la comunidad y
esos tres tenían el control territorial, el control social y el control político
de la comunidad. ¡Que diferencia! Hasta el día de hoy [así funcionan].”

2. La CSUTCB y la intelligentsia aymara urbana

Cuando pasamos del campo a la ciudad, principalmente a la ciudad de


La Paz, descubrimos nuevas formulaciones que reflejan los contactos
de otro tipo que los dirigentes de nivel nacional pueden establecer en su
nuevo medio urbano. Ya hemos mencionado los más obvios, con par-
tidos y otras instituciones, públicas o privadas. A través de ellos y de
diversos viajes e invitaciones, se interiorizan también más fácilmente
con otras corrientes que flotan en el ambiente o llegan desde el exte-
rior. Los dirigentes de nivel superior tienen horizontes más amplios que
cualquier dirigente solo local, y lo reflejan en sus planteamientos. Pero

do L. Nina Quispe, yatichiri, Presidente de la República del Qullasuyu”, difundida por Radio
Méndez, Radio San Gabriel y otras en 1993.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 285

no vamos a entrar aquí a detallar los productos de estos contactos más


convencionales, que tenderán a mostrar mayores semejanzas con los
planteamientos de otros partidos e instituciones, por ejemplo, en las
críticas de la oposición al gobierno –como el rechazo sistemático a las
“tres leyes malditas”– o la preocupación por el medio ambiente, la pro-
blemática de género, la década indígena o el año internacional de lo que
sea. En nuestra temática, más interesante resulta ver cómo ha influido
el mayor relacionamiento entre los dirigentes máximos de la CSUTCB
u otras organizaciones y otros movimientos urbanos, como el de los ka-
taristas-indianistas. Estos últimos han dado mayor peso a las ideologías
étnicas, mientras que los primeros tienen más en cuenta las reivindi-
caciones económicas de sus bases en el campo. De estos intercambios
han surgido nuevos planteamientos programáticos y más englobantes.
Fijémonos un poco más en estos grupos urbanos, en particular en los
aymaras de las ciudades de La Paz y El Alto. Por su inserción en el medio
urbano, estos aymaras están mucho más en contacto con la mentalidad
colonial y hasta racista que sigue demasiado viva y dominante en las
capas criollas de la población. El aymara urbano vive con más intensidad
que el comunario rural los fenómenos cotidianos de la discriminación
y exclusión social y étnica, que testimonian la reticencia con que la so-
ciedad “post-revolucionaria” acoge a sus “nuevos ciudadanos”. Por otra
parte, los aymaras residentes en La Paz han tenido, ya desde los años 60,
un mayor acceso a la educación media y superior y ello ha permitido el
surgimiento de un estrato de intelectuales que busca dar expresión ideo-
lógico-política a este sentimiento de aguda frustración que acompaña a
su experiencia urbana (Rivera 1984:120). Es importante mencionar aquí
la influencia del escritor indígena Fausto Reinaga (1970, entre otras),
uno de los precursores del indianismo boliviano, con mucha influencia
entre los aymaras de la nueva intelligentsia y, en particular, sobre los pri-
meros fundadores del katarismo (Hurtado 1986). Pero han sido muchos
los focos. Por ejemplo, diversos grupos de residentes, organizaciones e
instituciones que enfocan la problemática rural y étnica desde mil pers-
pectivas: la histórica (como el ya citado THOA), la lingüística, la econó-
mica, la cultural, la comunicacional o tantos y tantos grupos folklóricos
con preocupaciones también ideológicas55.

55 Sobre esta influyente élite aymara, ver Albó, Greaves y Sandoval (1985: IV 145-192).
286 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

Otro lugar típico de encuentro puede ser el centro educativo en que coin-
ciden. En la UMSA, por ejemplo, surgió el MUJA (Movimiento Univer-
sitario Julián Apaza). Es también típica la preferencia de muchos jóvenes
inquietos de diferentes provincias por el colegio “Gualberto Villarroel”,
ubicado en una zona de gran concentración india-urbana. Coincidie-
ron allí connotados estudiantes de la futura intelligentsia aymara, como
Raimundo Tambo, Jenaro Flores, Juan Condori Uruchi, Daniel Calle y
otros.La principal contribución de esta nueva intellingentsia aymara ur-
bana se ha dado en el planteamiento ideológico, con formulaciones de
una gradación lógica cada vez más englobante: Primero, han ayudado
a ver el problema ya no en términos meramente campesinistas sino
como algo propio de un pueblo, primero “aymara” y –más generalmen-
te– “indio”. Segundo, como consecuencia de lo anterior, contribuyeron
a la reformulación del colonialismo interno, como una contradicción
aún más fundamental que la de clase social. Tercero, hicieron la cone-
xión entre lo étnico y una visión de “nación” que ya no coincidía con el
Estado nacional. Cuarto, consecuencia de todo lo anterior: cuestionaron
el mismo Estado boliviano, ampliando el horizonte y lanzando la idea
de que es posible tener otro tipo de Estado. Nótese que lo que enriquece
el debate y las propuestas es la mutua relación entre quienes llegan del
campo y lo representan y quienes tienen otras experiencias y reflexiones
desde su mayor inserción en la ciudad. Si falta este intercambio, los del
campo tienden a ser demasiado pragmáticos e inmediatistas y los de la
ciudad, demasiado teóricos. Es patente, por ejemplo, la manera como
algunas de estas ideas se engarzaron con otras demandas más concretas
llegadas desde el campo en la versión final de la propuesta de ley agraria
fundamental, aumentando su vigor y alcance. Los planteamientos que
a continuación señalamos se enriquecen también de este intercambio y
de otros varios, aunque en última instancia siguen siendo propuestas de
los niveles superiores de organizaciones campesinas e indígenas.

3. Hacia la Asamblea de Nacionalidades

Pasado el entusiasmo de los primeros años, en las esferas superiores de


la CSUTCB se han vivido diversas situaciones de crisis por una serie de
factores que ya fueron analizados en el capítulo 4. Pero ello no impidió
–y en algún caso incluso favoreció– seguir avanzando en términos del
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 287

discurso propiamente dicho. Es un avance, con todo, que sufre al intentar


plasmarse en hechos, como consecuencia de esta misma crisis. Donde
ha habido mayores progresos, ha sido probablemente en la articulación
entre el discurso de clase y el de etnia, muy en consonancia con todo lo
que ya hemos ido viendo hasta aquí en este y otros capítulos. Una im-
portante ocasión para esta profundización fue el año 1992, que llevó a
repensar todo el tema de “los 500 años” en sus múltiples dimensiones:
descubrimiento o encubrimiento, celebración o luto, invasión, coloniza-
ción española, evangelización, giro en la historia, mestizaje, resistencia y
vigencia actual de los pueblos originarios, nuevos actores sociales, etc. En
todo ello cupo a la CSUTCB, a la CIDOB y a otras organizaciones de base
un rol muy protagónico. Podríamos afirmar que el tema caló mucho más
hondo en estos ambientes que en los comités oficiales “de celebración”.

Una de las intenciones entonces más acariciadas fue la de crear “un


instrumento político”: la asamblea de las nacionalidades, propugnada
desde el primer congreso extraordinario realizado en Potosí en 1988,
debatida en varios encuentros y comités conjuntos de la CSUTCB y la
CIDOB y en otras varias instancias. La idea central era la reconstitución
formal de las comunidades a través de sus autoridades originarias y del
pueblo, y la creación de una instancia superior de todas ellas a nivel
nacional. Se preveía incluso que esta última podía llegar a sustituir, o al
menos coordinar con este nuevo enfoque de unidad en esa diversidad
étnica, a las actuales organizaciones sindicales o indígenas, según el
caso. Por este camino, los varios promotores de la idea esperaban do-
tarse de un espacio político de deliberación, decisión y ejecución como
pueblos originarios del país (Calla et al. 1989:81-165, Cuadros, comp.
1991 y CSUTCB 1992). Mientras esta propuesta solo era una idea, to-
dos propugnaron la asamblea y fue masiva su aceptación. Pero, a medi-
da que se intentó darle cuerpo, surgieron los problemas prácticos y los
juegos de intereses. No faltaron algunas voces que se preguntaban con
recelo: ¿Qué oculta la idea de la asamblea de las nacionalidades? ¿Qué
intereses políticos estarán detrás de ella? Estas contradicciones saltaron
a la vista, con un gran éxito expresivo y un naufragio organizativo, en
el momento mismo de su ejecución. El 12 de octubre de 1992 vivió al
mismo tiempo masivas movilizaciones, llenas de fuerza simbólica, y un
doloroso fracaso en la instauración de la asamblea.
288 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

En las principales ciudades del país confluyeron grandes marchas de


las organizaciones indígenas y campesinas, llegadas a veces después
de muchos kilómetros de caminata militante. Las wiphalas ondeaban
por doquier, más que nunca antes. Provocaron comentarios a veces de
sorpresa, a veces de repudio: “No hay banderas bolivianas, solo hay wi-
phalas56”. Muy particularmente en La Paz, se habló mucho del cerco
simbólico de la ciudad –a los dos siglos del de Tupaq Katari– y la escena
fue la de una toma simbólica pero pacífica del centro de poder. Toda la
plaza Murillo estuvo acordonada por las fuerzas del orden, con soldados
y policías de rostros muy andinos, mientras otros miles de andinos, con
sus ponchos, pututus y wiphalas, y representantes de los principales gru-
pos étnicos del resto del país, recorrieron todo el cordón vitoreando vi-
vas y mueras. La imagen de un sistema aún colonial que iba quedando
cercado, en la voluntad de estas multitudes, resultaba impresionante.

Concluidas las demostraciones, las diversas delegaciones se dieron cita


en el Teatro al Aire Libre para la instauración formal de la nueva asam-
blea de las nacionalidades. Los diversos delegados acudieron, llenos de
expectativas. Pero empezaron las dudas sobre quiénes debían ser los re-
presentantes, quiénes debían impulsar la organización definitiva, y al
final un fuerte diluvio los dispersó a todos y selló el naufragio. Al nivel
organizativo, la asamblea no solo quedó aguada sino prácticamente liqui-
dada. Este contraste entre la gran fuerza expresiva y la dificultad de trans-
formar la idea compartida en una organización de consenso trae muchas
enseñanzas para la maduración democrática de los sectores campesinos
e indígenas, en sus niveles superiores. Cada grupo temió ser instrumen-
talizado por el otro, en especial por los que estaban en la dirección y les
tocaba organizar el evento. Dentro de ello hubo sin duda intereses parti-
darios, que fueron cuestionados por otros intereses partidarios.

56 La wiphala, con su juego de siete colores en un campo de siete por siete cuadros, representa
muy bien la imagen de una Bolivia diferente, pluriétnica. Aunque tiene raíces en la cultura
andina, su emergencia como símbolo primero del pueblo aymara y después de la variedad de
las “naciones originarias” es un fenómeno de los últimos años. Han surgido incluso nuevas
explicaciones sobre sus orígenes y significados (ver Chukiwanka 1993). Hacia el fin de su
mandato presidencial, Jaime Paz Zamora llegó a prometer que daría reconocimiento oficial
de la wiphala como otro símbolo patrio. No llegó a cumplirlo, pero es común ahora encon-
trarla incluso en celebraciones oficiales en el palacio de gobierno. Es este un claro caso de
“invención de la tradición” (Hobsbawm) dentro de un proceso mucho más amplio y masivo
de etnogénesis y de creación de un nuevo imaginario de país.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 289

En un reciente congreso, en Sucre, la directiva de la CSUTCB había


quedado en manos del MBL (que entonces formaba parte de la oposi-
ción) por maniobras que no eran aceptadas por otros partidos (igual-
mente de oposición) que habían resultado perdedores. Se planteó la
conveniencia de crear una comisión ad hoc entre las principales or-
ganizaciones campesinas e indígenas ya existentes y presentes. Pero
otros sugirieron que debía reestructurarse todo el esquema desde las
mismas bases, lo que en el fondo venía a ser una señal de desconfianza
o en la representatividad de las organizaciones o –más probablemen-
te– de los partidos o sectores que entonces estaban en la dirección. El
resultado fue esterilizar todo el proceso. Prescindiendo de quién con
quién, nuevamente salen a relucir las ambigüedades, que constituyen
uno de los grandes problemas del movimiento indígena-campesino. En
términos expresivos, para manifestar un deseo, es bastante eficaz. Pero
en términos de operatividad, sigue siendo poco eficaz. Se imponen las
pugnas irresueltas por la hegemonía política y faltan mecanismos prác-
ticos para seguir ejerciendo la democracia a unos niveles en que ya no
basta con aplicar esquemas que son muy válidos en la comunidad, la
marka y, probablemente, el municipio.

4. De solo tierra a también territorio

Ya hemos mencionado en otros contextos la importancia central que


para todo campesino tiene toda la problemática sobre el acceso a la tie-
rra y no es preciso insistir más en ello. Hemos insinuado también cómo
se ha empezado a plantear la temática adicional del territorio. Esta últi-
ma es la que aquí desarrollaremos algo más, por ser un elemento relati-
vamente nuevo en el discurso de las organizaciones andinas.

En la concepción jurídica, económica y occidental hay una clara dife-


renciación entre la tierra, como un medio de producción, y el territorio,
como un espacio lleno de recursos sobre el que se tiene jurisdicción. La
reforma agraria de 1953 solo rescató el primer concepto, como expresa
su célebre eslogan “la tierra es para el que la trabaja”. Pero el concepto
de territorio quedó olvidado y, para algunos juristas, debería referirse
solo al “territorio” de la nación-Estado. Este enfoque quedó en parte
asumido por los propios beneficiarios de la reforma y sus organiza-
290 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

ciones sindicales que, durante años, casi solo se preocuparon de esa


parcelita de “tierra” para cultivar. Sin embargo, en la concepción andina
tradicional, hay una clara relación entre tierra y territorio. Ambas tie-
nen fuertes connotaciones sacrales y, a la vez, son realidades sociales y
económicas fundamentales. Hay como un continuo entre tierra y terri-
torio. Malengreau (1992) nos proporciona los conceptos básicos sobre
cómo este conjunto de tierra y territorio es percibido como una forma
de expresión del espacio:
“[Es] un espacio delimitado, pero indiviso, aunque no necesariamente
continuo, ligado al mundo de los antepasados” (Malengreau 1992: 10).

Pese a las diferencias regionales y culturales de los pueblos andinos,


los rasgos comunes de este doble concepto de tierra-territorio son la
continuidad social y biológica (tierra, animales y gente) que vive en la
superficie de la tierra y la relación con diferentes antepasados, asocia-
dos con lugares telúricos distintos.
“[La tierra constituye] un lugar de conservación del pasado y la fuente
del futuro; es un lugar de enfrentamiento permanente entre la esteri-
lidad y la fecundidad, un movimiento cíclico entre la vida y la muerte,
la salud y la enfermedad, y más que todo el origen y el fin del mundo”
(Malengreau 1992: 13).

Una de las primeras manifestaciones de la pertenencia de la comunidad


a un territorio es a través de la relación ritual con la tierra, así como por
el trabajo realizado en la misma, acciones que condicionan la reproduc-
ción en lo económico y social. Por ejemplo, el ciclo productivo suele em-
pezar con ritos de roturación de una nueva aynuqa en los que a la vez se
enfatiza la relación sacral con la Pacha Mama ’Madre Tierra’ productiva
y la relación de la comunidad con su territorio. Este último está jalonado
con diversos seres protectores como los uywiris, los cerros-antepasados
o achachilas (abuelos), etc. que legitiman la relación de una unidad so-
cio-territorial con el espacio-territorial que ocupa y da al conjunto un
carácter sagrado de integridad (Malengreau 1992: 15; Albó 1994b). De
ahí, se avanza a la dimensión ‘territorial’ propiamente dicha, que está
íntimamente ligada a la comunidad, ayllu o incluso a la antigua marka;
es decir, a una determinada jurisdicción. No existe, en cambio, la idea de
un territorio único y universal para todos. Toda esta percepción no quita
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 291

que haya conflictos territoriales (y, por tanto, jurisdiccionales) como los
ya mencionados entre ayllus del norte de Potosí. Los referentes sacrales
no llegan a predeterminar cuál es el territorio de unos u otros o incluso,
a nivel familiar, cuál es la parcela de uno u otro comunario (Albó 1994b).

Tal como ocurría entre autoridades tradicionales y sindicales, también


aquí hay un desfase y a la vez un injerto entre el discurso oficial, limitado
a la “tierra” como parcela cultivable y vendible, y toda esta cosmovisión
que da un carácter sagrado a la tierra y avanza a la visión de un territo-
rio comunal e intercomunal. En las comunidades andinas, el sentido de
territorio comunal se manifiesta sobre todo en momentos de conflicto.
Por ejemplo, si alguien se ausenta definitivamente o deja de cumplir sus
obligaciones comunales, la comunidad, a través de la asamblea y sus au-
toridades, se reserva el derecho a disponer de tierras que dejó, aunque los
títulos ya sean individuales. Lo normal es que sean también esas mismas
instancias comunales quienes conozcan y resuelvan casos de usufructo,
herencias, compraventas internas, trueques, etc., a través de normas con-
suetudinarias. Sin embargo, para que estas prácticas pasaran del nivel de
vivencia al de conciencia y discurso político, fue fundamental la relación
con los pueblos indígenas del Oriente que, por su relación distinta con su
medio, habían explicitado mucho más su lucha por el “territorio”. Muy
particularmente, la “Marcha por el Territorio y la Dignidad” en 1990 y
el subsiguiente debate de una abortada ley indígena para los pueblos
orientales han permitido a los campesinos-indígenas andinos reflexio-
nar más sobre el tema del territorio e incorporarlo en su plataforma de
lucha, como otra de sus reivindicaciones centrales. De esta forma ahora
se percibe mejor el continuum tierra-territorio y comienza a ser percibido
muy al estilo de los pueblos indígenas de la Amazonía. Así lo muestran
las conclusiones del sexto congreso de la CSUTCB (Cochabamba, enero
de 1994), donde de la tierra se pasa al territorio, que es definido como:
“el conjunto de la naturaleza que comprende el suelo, el subsuelo y el
espacio aéreo, en cuyas entrañas existen todos los recursos naturales
(minerales, hidrocarburos, forestales, etc.), además es parte de la po-
blación y de su identidad cultural” (CSUTCB 1994: 143).

Esta recuperación de la reivindicación del territorio, también en las comu-


nidades y ayllus andinos, pone sobre el tapete un problema colonial no
292 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

resuelto: la autonomía de las naciones indígenas dentro del Estado boli-


viano. Está claro que demandar territorio implica demandar jurisdicción
y, por tanto, libertad de decisión sobre él. Por otra parte, al demandar au-
tonomía, ni se piensa en plena soberanía sobre el territorio ni en simple
propiedad sobre la tierra en el sentido occidental. Se busca el reconoci-
miento de derechos sobre los recursos, márgenes de autonomía, jurisdic-
ción y vigencia de los propios “usos y costumbres” sobre un determinado
territorio. Encontramos aquí importantes analogías no solo con la noción
jurídica ya mencionada de las competencias concurrentes (Molina 1991) sino
también con el sentido de participación en regalías que en Bolivia tienen,
por ejemplo, los departamentos productores de petróleo. Además, de
una manera tal vez inesperada, resulta que esta noción de “territorio” ha
quedado planteada por la ley de participación popular (ver capítulo 5-A.3).
Surge así una excelente coyuntura para insertar y desarrollar una deman-
da fundamental de los pueblos indígenas, incluidos ahora también los
andinos, en una oferta legalizada desde el Estado, que tiene sus propios
parámetros pero no es necesariamente incompatible con aquella.

C. ESTADO PLURINACIONAL Y OTROS PLURALISMOS

La consecuencia lógica del discurso precedente es que Bolivia debería


reinterpretarse como un Estado plurinacional. Esta formulación apa-
reció por primera vez en un documento de la CSUTCB ya en 1983,
como un planteamiento central de la tesis política de su segundo con-
greso57. Pero propuestas más recientes, como la que acabamos de ver
sobre la asamblea de nacionalidades, siguen apuntando a lo mismo.

1. Identidad étnica

De una u otra forma todos los planteamientos analizados hasta aquí


demandan respeto por las diversas maneras de ser. Es decir, quieren
que la sociedad y el Estado bolivianos respeten las diversas identidades,

57 “Queremos... la construcción de una sociedad plurinacional que, manteniendo la unidad de


un Estado, combine y desarrolle la diversidad de las naciones aymara, quechua, tupi-guaraní,
ayoréode y todas las que la integran.... [Un] Estado Plurinacional y Pluricultural que agrupe a
las naciones aymara, quechua... respetando sus diferencias.” (CSUTCB 1983).
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 293

fundamentalmente étnicas, de una manera semejante al respeto por


cada individuo y sus ideas, propio de toda democracia pluralista. ¿Pero
qué es, en realidad, una identidad étnica? La etnicidad tiene un carácter
polisémico y ambiguo. Se sustenta en un sentimiento colectivo de iden-
tidad, que resulta de la objetivación y de la auto-conciencia de los gru-
pos humanos, en situaciones de contraste y/o confrontación con otros
grupos, principalmente en sus diferencias socioculturales (Pujadas
1993:11-12). ¿Y qué son estas diferencias socioculturales? Al intentar
correlacionar la emergencia de naciones con uno u otro rasgo objetivo
compartido, sean estos históricos, lingüísticos, territoriales, culturales,
etc.; tales elementos resultan significativos en ciertos casos y en otros
no. Pero quizás esta impredictibilidad, no exenta de subjetivismo y ca-
paz de aglutinar varios tipos de discurso, es la raíz que da fuerza simbó-
lica a la cuestión nacional o étnica, ambas tan emparentadas.

En el caso boliviano, una identidad étnica puede también enfatizar uno


u otro rasgo de acuerdo a cada pueblo. Quechuas y aymaras se sienten
distintos entre sí sobre todo por su lengua, aunque históricamente mu-
chos quechuas fueron hasta hace poco de habla aymara y, al nivel de
otros usos y costumbres, hay muchas semejanzas que cruzan ambos
pueblos y diferencias dentro de cada uno de ellos. Cada comunidad o
ciertos grupos de comunidades, en torno a una marka, tiene su territo-
rio pero es difícil hablar de un único territorio aymara y casi imposible
concebir un territorio quechua. Los pueblos de Moxos, en cambio, en
sus reivindicaciones han dado más importancia a su territorio, inclu-
so interétnico, que a su lengua, que muchos ya están perdiendo. Los
pescadores muratos del lago Poopó ya hablan aymara y prácticamente
no tienen territorio pero saben que históricamente son urus y quieren
mantenerse como tales. Y así sucesivamente... No cabe pues una fórmu-
la única. La identidad étnica, aunque parte de hechos objetivos como los
señalados, pasa casi siempre por la interpretación subjetiva y colectiva
que cada pueblo tiene de sí mismo. No son los historiadores, los arqueó-
logos, ni siquiera los etnólogos quienes definen esas identidades, sino
los propios interesados, en cada momento de su historia. Por otra parte,
cuando se tiene conciencia de esta identidad y quiere defenderse, pasa a
ser un elemento tanto o más importante que otras reivindicaciones más
inmediatas y cotidianas de las que hablábamos al final del capítulo 4.
294 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

2. Identidad de nación originaria

Un paso más. Cuando estos grupos pelean para que se les reconoz-
ca esa identidad compartida, les gusta llamarse y ser llamados por sus
nombres propios –aymara, guaraní (¡no chiriguanos!), weenhayek (¡no
matacos!), etc.– y por el nombre genérico de “nacionalidades”, “na-
ciones” o –su fórmula preferida– “pueblos” y “naciones originarias”.
Significativamente esta última formulación mucho se parece (sin que
hubiere previos intercambios) al término que acuñaron y consagraron
los pueblos indígenas de Norteamérica para identificarse y ser recono-
cidos: First nations. El término originario empezó a escucharse de labios
de dirigentes de la CSUTCB durante los debates con la CIDOB sobre el
proyecto de ley indígena para el Oriente en 1991 y se incorporó como
sinónimo de indígena en dicho proyecto (CIDOB 1992, art. 3). Su men-
saje no es que ellos estén aquí desde siempre sino que la presencia y
los derechos de estos pueblos tienen raíces anteriores a lo que pueda
otorgarles un Estado conformado después y sin ellos (incluido el Es-
tado colonial). En talleres conjuntos de la CIDOB, la CPIB, la APG y
la CSUTCB, en torno a la prometida ley indígena, el tema del nombre
consumió muchos días y horas. No era simple nominalismo bizantino
sino una cuestión muy sentida de identidad. Los dirigentes de la CSUT-
CB defendían entonces el término acuñado de “originario”, frente al de
“indígena” y otros –que ya satisfacían a los pueblos orientales y entra-
ban en el uso habitual del gobierno y agencias internacionales– con un
razonamiento no falto de lógica: era el único denominativo no inventa-
do ni impuesto por los otros y el único que no tenía las connotaciones
negativas de los demás.

Una de las más vigorosas argumentaciones de aquellos días fue puesta


por escrito por Juan de la Cruz Villca (1991), entonces secretario general
de la CSUTCB, en un artículo titulado “No podemos rezar lo que no es
nuestro”. Reproducimos algunas partes, como contribución a un diálo-
go pendiente:
“Hay diferentes opiniones y razonamientos. Como hay personas que
‘somos hermanos’ dicen; que hay que dignificar esos nombres [de
‘indio, indígena’] para levantarse con el mismo nombre contra la ex-
plotación; otros dicen que el nombre no les interesa un ‘comino’.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 295

Pero otros decimos que sí nos interesa mucho el nombre porque no


podemos seguir aceptando bautismos que han significado la peor
desgracia de humillación... Es cierto que no podemos tapar la boca
de los que nos dicen o bautizan. Ellos seguirán diciéndonos, incluso
publicándonos en la historia. Sin embargo nosotros mismos no po-
demos decirnos semejante humillación, porque eso significaría acep-
tar el bautismo de ‘indio-indígena’ que ha servido para tratarnos peor
que un perro. (Una cosa es que ellos, los racistas descendientes de
los monarcas, nos digan perro, pero nosotros mismos no podemos
llamarnos perro.) Por eso debemos levantar en alto nuestra identidad
personal como pueblo, porque tenemos clavado en el profundo de
nuestro corazón y conciencia de que somos aymaras, quechuas, gua-
raníes y otras nacionalidades y que nos enorgullece...
Hace 500 años hemos venido cantando, rezando y recitando dicien-
do ‘niño indio’ ‘niño indio’ que ha nacido para trabajar y para servir
al amo. ¿Será que vamos a seguir cantando? Esperamos que no. Más
bien hay que cantar que los hijos vuelven a recuperar el poder y el
territorio porque nadie tiene derecho a hacernos cantar ni bautizar...
También hay otro razonamiento. Cuando decimos Q’ara, Qharayana
a los extraños, les estamos diciendo lo peor... Pero ellos no dicen que
con el mismo nombre q’ara o qharayana vamos a seguir matando,
saqueando los recursos naturales, etc. sino dicen ‘somos buenos bo-
livianos que estamos trabajando por un desarrollo, democracia, liber-
tad de expresión...
Por eso la comisión redactora de la ley de mayorías nacionales como
el parlamento de las minorías y todo el pueblo tiene la responsabili-
dad de no seguir equivocaciones históricas... la Ley debería llamarse
una ley de pueblos originarios de Bolivia que consoliden la unidad de
todas las nacionalidades.”
Estos análisis de matices y vivencias, más allá de las meras etimologías
y de las frías definiciones del diccionario, son otro buen ejemplo de
idea-fuerza o gérmenes ideológicos para la elaboración una teoría pro-
pia, que bien merecería ser parte de una teorización más general58.
El primer grupo que en Bolivia se planteó el tema de su identidad
como nación fue el aymara (ver Albó 1991a). A partir del surgimiento
del movimiento katarista-indianista no solo se han trazado reivindi-
caciones de corte liberal, como el “derecho a la diferencia” ciudadana,

58 Para un tratamiento más detallado de estos desarrollos más teóricos, en nuestro contexto
boliviano, ver CIPCA (1991) y Albó (1995c).
296 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

dentro de los marcos de la democracia actual. Ya desde los años 70


empezaron a usar el término de nación aymara, primero casi como
sinónimo de grupo lingüístico y cultural y más adelante, en algunos de
sus intelectuales, incluso como un derecho a algún tipo de autonomía
no muy precisada, como una reivindicación legítima. Por el camino
han ido aumentando los sectores no campesinos que han recuperado
su conciencia de ser aymaras y han ido floreciendo instituciones de
diversa índole con algún tipo de referencia a esta identidad. Una de
las más notables expresiones de ello fue, indudablemente, el ascenso
a la vicepresidencia de la república de uno de los aymaras que más
promovió todo este desarrollo (Albó 1993a). Posteriormente, diversos
grupos y organizaciones de las tierras bajas utilizaron también el tér-
mino, dentro de una corriente que se ha ido generalizando en casi todo
el movimiento indígena del continente, al que se ha dado también un
nombre “originario”: Abya Yala59.

Dentro de estos pueblos minoritarios, el que más ha desarrollado su


conciencia étnica y “nacional” es probablemente el pueblo guaraní del
Chaco, a través de su organización, de la recuperación de su lengua
y cultura y de la relectura de su historia. En 1992, mientras otros ha-
blaban de los 500 años, ellos celebraron masivamente su propio cen-
tenario: el de la batalla de Kuruyuki, en 1892, la última muestra de
resistencia armada indígena contra su reducción y colonización. Pero
actualmente apenas hay en el país organización campesino-indígena
que no incluya en su discurso el tema de su identidad como naciones
originarias. Incluso las organizaciones de productores de hoja de coca
apelan a estos temas, más allá de su insistencia –de fácil explicación–
en la “sagrada hoja de coca”. Más aún, el término ha pasado a ser parte
del paisaje político en el conjunto del país. Desde el gobierno de Paz
Zamora, ha entrado incluso en la jerga gubernamental. El propio Goni
Sánchez de Lozada, cuando en 1993 cerró su campaña electoral en la
plaza Villarroel de La Paz, llegó a decir que Bolivia era “una nación de
muchas naciones”. Lo significativo no es tanto si realmente lo pensaba
o no, sino que consideró oportuno utilizar este lenguaje, pese a la re-

59 Tierra virgen y madura, en lengua kuna, de Panamá. Aparece también en el artículo antes
citado de Villca (1991).
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 297

ticencia de su propio partido. Era un avance coherente con la imagen


que, tras su estudio del electorado, había delineado la consultora publi-
citaria de su campaña (ver Albó 1993a: 6, 23-26).

Pero, ¿qué quiere decir nación en este contexto? ¿Cómo se relaciona


o contrapone con el otro uso de “nación” boliviana? Es evidente que
este concepto de nación étnica originaria es distinto del que usan los
Estados para referirse a la colectividad humana que cada uno de ellos
abarca. Pero tiene un elemento en común: etnias y Estado piensan que,
al aplicar a sí mismos el término nación, hacen referencia a algo muy
fundamental para ellos. De ahí que este término haya cuajado mucho
más que, por ejemplo, el de clase social. En ambos casos se apela a una
identidad grupal con la que sus miembros se sienten primariamente
identificados. Por otra parte, hay también diferencias. La principal es
que, mientras la nación-Estado tiende a dar un sentido de exclusividad
al término –ser boliviano implica no ser peruano, etc. (salvo los arreglos
meramente jurídicos de doble nacionalidad)–, estos grupos subestata-
les, por llamarse naciones, no pretenden dejar de ser parte de la nación
boliviana. Menos aún, al decir que son naciones originarias, buscan ser
Estado o algo parecido.

En esto nuestras naciones originarias se diferencian tanto del uso


casi monopólico del término por parte de muchas naciones-Estado
como también del uso político que le dan otras naciones europeas
que buscan independizarse, desde Bosnia hasta Chechenia. En nues-
tro medio no se habla de nación como antesala para ser Estado, sino
para enfatizar el respeto con que desean ser tratados y reconocidos,
con sus peculiaridades, dentro de una nación-Estado de la que todos
quisieran sentirse parte. No quieren dejar de ser ciudadanos bolivia-
nos pero tampoco quieren perder su identidad indígena, originaria,
ni por ello quieren quedar relegados a ser ciudadanos de segunda.
Desean que se reconozcan sus organizaciones propias, su territorio y
su margen de autonomía para resolver los asuntos según sus usos y
costumbres, pero no pretenden que todo ello quiera decir que ya son
Estados autodeterminados. Todo ello pretenden lograrlo en el seno
de un único Estado boliviano. Por eso, al nivel estatal, su propuesta
es otra: el Estado plurinacional.
298 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

3. Estado plurinacional y otros pluralismos

Al hacer esta propuesta entendemos que se desea construir un Esta-


do único a partir de la diversidad de culturas –naciones originarias– y
regiones que lo componen. Al hablar de la asamblea de las naciona-
lidades como “instrumento político” se plantea que este respeto debe
pasar también por alguna forma de organización política a partir de
estas identidades. Esta diversidad ya no es vista como un obstáculo a ser
eliminado sino más bien como un constituyente fundamental del nue-
vo Estado. Veamos hasta qué punto se trata de algo totalmente descabe-
llado o de una utopía que –imposible, como tal– puede conducirnos a
una sociedad posible mejor que la actual.

En Bolivia los sectores criollos y mestizos son una minoría dominante que
no constituye una nación a no ser que invoque una densidad histórica que
necesariamente se engarza, por lo menos discursivamente, con el período
prehispánico. Como mínimo, debe enfatizar el momento antihispánico
como momento fundacional de la república boliviana; de hecho, los liber-
tadores apelaron con frecuencia a la época inka y precolonial. Sin embargo,
estos sectores criollos y mestizos aspiran a imponer su visión cultural a
toda la nación, o para decirlo provocativamente, al conjunto de naciones
que conforman la Bolivia plurilingüe y multicultural. Más aún, el mestizo
aceptado es el que, a pesar de sus orígenes, más se acerca a los modos cul-
turales del blanco. Por otro lado, aunque sectores medios urbanos y hasta
sectores proletarios niegan ahora su identidad y origen aymara, quechua
o indígena en general –e incluso mantienen pautas de discriminación en
su relación con los indígenas–, están más ligados culturalmente a lo indí-
gena que aquella minoría criolla y mestiza acríticamente occidentalizada.
Además, el proceso actual muestra que la recuperación de su identidad
­–emprendida con vigor por los aymaras y continuada con convicción por
los demás pueblos originarios–, se expande a la propia clase obrera a través
de la presencia katarista-indianista en la COB y de los pueblos originarios
del Oriente en el escenario nacional. Hay, pues, una maduración para ir
imaginando el país de otra manera. En el fondo, se trata de plantear una
radicalización de la democracia que articule con equidad y sin negarlas las
distintas identidades étnicas y sociales. Aunque no es este el único plantea-
miento, lo consideramos el de mayor envergadura y viabilidad.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 299

Pero, por lo mismo, plantea retos teóricos y políticos. La crítica más


escuchada es que, por este camino, Bolivia podría caer en lo mismo
que Yugoslavia o Rusia, hoy tan descompuestas precisamente por sus
luchas “étnicas”. Vale la pena analizar más este punto. Pensamos que
la diferencia fundamental entre lo que ocurre en Europa y el plantea-
miento de los pueblos originarios bolivianos está precisamente en esta
distinta relación entre etnia-nación y Estado. Desde tiempo atrás en
Europa ha existido una concepción política evolucionista por la que se
va “progresando” de etnia –o algo semejante, más o menos “primiti-
vo”– a nación y Estado. Está muy presente en todos los planteamientos
separatistas del siglo pasado y actual, incluida la balcanización e in-
cluso en la forma en que el marxismo enfocaba sus discusiones de la
“cuestión nacional”. En cambio, entre nosotros, ya no hay tal. Nación
es nación y Estado es otra cosa, aunque al mismo tiempo aglutine a
una nación-Estado. Probablemente les resulta tan obvio a cada uno de
estos pueblos que no serían viables como Estado, que ni se lo plantean.
Solo buscan que el Estado del que forman parte les respete y, dentro de
él, puedan vivir y crecer según su propia identidad. A lo más algunos,
que viven cortados por dos o más Estados –como los aymaras, los gua-
raní, los guajiros o los shuar– han planteado la necesidad de libre trán-
sito entre ellos y entre todos hay conciencia de enfrentar problemas
semejantes con cada Estado, por lo que han creado sus coordinadoras
amazónica, centroamericana, etc. Tal vez llegan a intuir que una fede-
ración de Estados latinoamericanos, sin tantos conflictos fronterizos
llegaría a facilitar su situación.

Tras la diferencia en el planteamiento, hay una actitud colectiva de


una intolerancia de larga data en los conflictos europeos (como en el
tribalismo africano), pero de mayor tolerancia entre nosotros. El mis-
mo concepto de nación, que allí se refiere al grupo social y territorial
al que se debe más lealtad, si es preciso con exclusión y hasta elimina-
ción de los demás, en la concepción de nuestras naciones originarias
pasa a ser un concepto de lealtades concurrentes. Como arguyen los
dirigentes aymaras de Chile, a los que insultan llamándoles “bolivia-
nos”, ellos desean ser a la vez muy chilenos y muy aymaras. En Chile,
Bolivia o donde sea, esa doble lealtad será mucho mayor si se logra un
tipo de Estado que reconozca y fomente el desarrollo de todos los gru-
300 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998

pos y naciones que lo componen. Ser parte de tal Estado-nación sí será


una gran fuente de orgullo para todos y cada una de sus componen-
tes. Pensamos que en este punto los pueblos originarios bolivianos, y
nuestro país, podemos dar un ejemplo y un nuevo modelo teórico de
convivencia política incluso a Europa.

Pero no debemos tampoco ignorar las lecciones que nos llegan de los
conflictos étnicos europeos o de otras intolerancias más cercanas, como
las que le tocó sufrir a nuestro vecino Perú. Precisamente para evitar el
surgimiento de intolerancias, es bueno asegurar mediaciones. Respetar
identidades, sí; pero crear barreras entre ellas, ya no. Tal vez una de las
razones por las que Bolivia, a pesar de sus convulsiones y contrerismos,
no se ha deteriorado como nuestro vecino país, tan parecido bajo otros
aspectos, es precisamente porque en nuestro medio hay más y más
representativas mediaciones. La COB, la CSUTCB o los cocaleros pro-
testan, bloquean, rechazan, pero también se sientan en la misma mesa
con sus oponentes para dialogar y la polarización se suaviza. Hay que
dar crédito por ello a ambos bandos de nuestra clase política.

Centrémonos de nuevo en nuestro tema étnico. No se trata de crear


“islas” de segregación, sino que existiendo un respeto a esas diversas
identidades culturales –y aún su aliento– se creen o potencien también
otros elementos de cohesión en un ámbito nacional-estatal que tenga
sus correlatos tangibles en términos de equidad. Esto es, que el Estado
asuma con voluntad cierta de cambio las persistentes asimetrías confi-
guradas a lo largo de una historia común e indisoluble, pero que, para
proyectarse a un futuro deseable para muchos, acorte –o elimine defini-
tivamente– esa pesarosa correlación entre la condición indígena y rural
(agudizada si incluimos la variable “mujer”) y la pobreza. Por otra parte,
es también importante evitar que todas las formas de relacionamiento y
de distanciamiento tengan siempre el mismo referente. Algunos países
han sufrido conflictos extremos porque casi todas las dimensiones de
la vida quedaban polarizadas bajo un mismo corte: bosnios o serbios,
cristianos o musulmanes en los Balcanes; católicos o anglicanos en el
norte de Irlanda; liberales o conservadores en Colombia... Correríamos
también riesgos semejantes si aquí todo lo viéramos y reorganizáramos
solo desde el prisma étnico, político o cualquier otro. Es preferible un
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 301

sistema de organización en el que, sin negar las identidades básicas, se


aseguren también otras relaciones cruzadas, que atraviesen la frontera
étnica, política o la que sea. Por ejemplo, aymaras, quechuas y chapacos
se encuentran como campesinos y, por otra parte, sus mujeres y las de
otros sectores se juntan en sus demandas de género, mientras que al
nivel político, religioso y otros tal vez tienen otras agrupaciones y cor-
tes. Es decir, hay que asegurar un cúmulo de mediaciones que desde
diversos ángulos faciliten la expresión y satisfacción de todo tipo de
intereses, por un lado, y la convivencia entre todos, por el otro. Estas
formas de ingeniería política también pueden contribuir a fortalecer la
democracia, dentro de los pueblos campesinos e indígenas y también
en las relaciones entre ellos y el resto de la sociedad. El Estado pluri-
nacional será entonces un Estado que fomentará y respetará también
otras muchas formas de pluralismo que conforman, entre todas, el teji-
do de la convivencia social.

La presencia del aymara Victor Hugo Cárdenas, como vicepresidente


constitucional del país (1993-1997), abre nuevas pistas en la discusión
de la problemática interétnica. La reforma del artículo 1 de la constitu-
ción –reconociendo que Bolivia es “multiétnica y pluricuItural...” con
una democracia “fundada en la unión y solidaridad de todos los boli-
vianos”– recoge buena parte, siquiera como discurso político, de la de-
manda aquí tratada. Se recogen también nuevos elementos en algunas
de las reformas en marcha. Así, el afianzamiento de los grandes ideales
del movimiento indígena del país ha encontrado cierto cauce que ojalá
se ensanche y prospere para avanzar de la frustración no al paraíso,
pero sí a una sociedad democrática no únicamente en lo electoral.
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