Votos y Wiphalas Campesinos y Pueblos Originarios en Democracia
Votos y Wiphalas Campesinos y Pueblos Originarios en Democracia
Votos y Wiphalas Campesinos y Pueblos Originarios en Democracia
Esteban
Votos y wiphalas: Ticona A.
campesinos y y
pueblos Gonzalo
originarios Rojas O.
en democracia
CONTEXTO
E
ste trabajo, elaborado en colaboración con Esteban Ticona Alejo
y Gonzalo Rojas Ortuste, trata sobre la democracia étnica, es de-
cir, las formas organizativas que han adoptado los pueblos origi-
narios, campesinos o indígenas, con el fin de nombrar sus propias
autoridades, establecer su gobierno local y llevar adelante sus princi-
pales reivindicaciones.
INTRODUCCIÓN 119
BIBLIOGRAFÍA 303
INTRODUCCIÓN
Estos estilos de democracia aymara, andina, étnica que, con las caracte-
rísticas propias de cada cultura, garantizan la buena convivencia de los
pueblos originarios, suele funcionar adecuadamente en el interior de
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 123
En suma, este trabajo aspira a que el lector cuente con nuevos instru-
mentos para responder positivamente a las demandas de ese impor-
tante sector de la población boliviana en términos de respeto cultural,
autonomía y afirmación de la democracia. No se trata simplemente de
una respuesta voluntarista y por ello aquí también destacamos los pro-
blemas, para mejor elucidar formas de superación y vinculación. La
política es también un proceso inacabado e inacabable de articulación
de formas y prácticas entre los miembros y organizaciones de una so-
ciedad dada. Bolivia está enfrentando un proceso evidente de reformas,
que acaso nos permitan avanzar a pesar de nuestras reconocidas limita-
ciones, puesto que estas tampoco son fatales.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 125
Queremos dejar constancia del carácter colectivo del presente texto, fru-
to de mucha discusión entre los autores: uno sociólogo e historiador
aymara-boliviano, otro politólogo boliviano y un tercero, antropólogo
boliviano por opción y bolivianista, los tres con experiencias de trabajo
de campo, inquietudes y visiones diferentes pero acaso complementa-
rias. En este texto final ya resuIta imposible dirimir qué aporte es de
quién. Pero los tres coincidimos en que todo error es, sin duda, del otro.
Esperamos que este texto sirva ante todo a dos grupos: el primero, a los
propios dirigentes campesinos, indígenas, originarios, para su reflexión
y autocrítica. Agradeceremos que incluyan además su propia crítica al
texto, para que todos juntos aprendamos más y mejoremos nuestra de-
mocracia. El segundo, a la clase política, para familiarizarla con la expe-
riencia, sabiduría y problemas de un amplio sector de ciudadanos, al que
se conoce poco, a pesar de que pueden contribuir mucho para afianzar
la institucionalidad democrática del país. Sabemos que todo libro tiene
su destino, ojalá el de este texto se asemeje a los arriba mencionados.
1 Iván Arias D., comunicador; Daniel Calle M., ex-dirigente de la CSUTCB; Jenaro Flores S.,
ex-secretario ejecutivo de la CSUTCB; Silvia Rivera C., socióloga; Juan de la Cruz Villca, se-
gundo secretario general de la COB, en representación de la CSUTCB.
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Estos tres tipos son como hitos dentro de una gama muy amplia
de soluciones prácticas. El modelo cochabambino, por ejemplo, se
reprodujo de alguna forma –más tarde y con menos militancia– en
otras muchas ex-haciendas en los valles de Chuquisaca, Potosí, el
área andina de Santa Cruz, en los Yungas aymaras de La Paz y en
Tarija. Hubo lugares más aguerridos –como Culpina, en Sud Cin-
ti– pero en otros los innovadores forcejearon varios años con un
campesinado muy dependiente del antiguo patrón. Por otra parte,
muchos ayllus de Oruro y Potosí tomaron posiciones intermedias
entre el injerto aymara en La Paz y el conflicto abierto en el nor-
te de Potosí, con mayor prevalencia de una u otra forma según el
momento histórico. En el Oriente y otras tierras bajas, las nuevas
organizaciones campesinas entraron mucho menos al esquema
sindical, salvo en áreas de colonización (ver capítulo 2).
3 La autora utiliza en realidad los conceptos de “subordinación activa y pasiva” para las
respectivas fases, pero preferimos aquí los más clásicos de consenso activo y pasivo, para
evitar los ecos de una visión demasiado conspirativa, de una parte y, de otra, la noción de
“servidumbre voluntaria”.
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4 El principal recuento de este movimiento es Hurtado (1986). Ver también Albó (1985) y los
capítulos correspondientes de Rivera (1984) y Albó y Barnadas (1990). La denominación de
katarismo no solo hace referencia al levantamiento anticolonial de Tupaq Katari y Bartolina
Sisa en 1971. Tiene además otra connotación simbólica, relacionada con el katari o víbora que,
según Montes (1987: 78ss), constituye un totem del pueblo aymara y simboliza el terremoto y
la revolución desde abajo.
134 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
comentó: “¡Vaya pacto, que se impone a bala!” Era el principio del fin.5
Cuando, siete años después, se inició el lento y doloroso proceso hacia
los actuales regímenes democráticos, volvieron a la palestra las organi-
zaciones contestatarias de siete años antes más otras nuevas creadas
desde los partidos políticos.6 Algunas ya formaban parte de la COB des-
de su nacimiento. Los kataristas, que enseguida volvieron a controlar la
confederación campesina (a cuya sigla añadieron TK: CNTCB-TK, por
Tupaq Katari), lograron entrar a la COB, por su propia presión, pese
a la resistencia de algunos grupos políticos que preferían tener allí a
dirigentes dóciles aunque fueran menos representativos. Finalmente
en 1979 se realizó un congreso de unidad campesina, convocado por la
COB, del que surgió la Confederación Sindical Única de Trabajadores
Campesinos de Bolivia (CSUTCB), que dio sepultura definitiva al PMC
y que, desde entonces, aglutina a la mayor parte de campesinos-indios
del país. Sus primeras directivas tuvieron una clara hegemonía kataris-
ta y aymara pero, con los años, la dirección fue pasando a otras manos.
C. EL FLORECIMIENTO DE LO ETNICO
5 Llama la atención que en esta masacre los cochabambinos pusieron los muertos pero fueron
los aymaras quienes sacaron la conclusión más radical. Se comprende mejor por el mayor
arraigo que allí siempre tuvo el PMC. Antes y después de la masacre, siguieron distinguiendo
entre militares abusivos y otros más cercanos (ver Albó, 1993b).
8 Hurtado (1986: 59-60). Su texto ha sido reproducido, entre otros, por el mismo Hurtado
(1986. 303-307).
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A. EL MUNDO ANDINO
1. Ayllus tradicionales
10 Sin ánimo de ser exhaustivos y sin documentar su bibliografía, citaremos los siguientes au-
tores: Sobre el norte de Potosí: Tristan Platt y Ramiro Molina R. (ayllu Macha), Olivia Harris
(Laymi), Ricardo Godoy (Jukumani), Silvia Rivera, THOA y PAC-Potosí (ayllus de la provincia
Bustillo, incluido su atlas). Resto de Potosí: Esposos Rasnake (Yura, prov. Quijarro), Cristina
Bubba (Quruma, id.). Oruro: Tomás Abercrombie (Killaka y Quntu, prov. Challapata), Deni-
se Arnold (Qaqachaka, prov. Challapata), Ramiro Molina R. (Killaka, prov. Sud Carangas y
Pagador), Gilles Rivière (Sabaya, prov. Atawallpa), Nathan Wachtel (urus de Chipaya, prov.
Atawallpa), Equipo Ayllu Sartañani (área Carangas)... Los citados ayllus de Quruma, de raíz
aymara pero casi todos conocedores también del quechua y castellano, se han hecho célebres
en los últimos años por su exitosa recuperación de tejidos antiguos de carácter ritual, que
habían aparecido en los catálogos de inescrupulosos comerciantes norteamericanos.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 141
El norte de Potosí
11 Este cargo comunal no debe confundirse con el del régimen municipal oficial.
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El gran dilema de estos ayllus es que, por una parte, en su forma de or-
ganización, expresan la continuidad andina desde tiempos muy remo-
tos, incluso precoloniales. Probablemente esta es una de las raíces por
las que el norte de Potosí es precisamente una de las zonas en que hay
más densidad de sublevaciones anticoloniales a lo largo de la historia.
Pero, por otra parte, su larga historia colonial subordinó mucho de su
sistema de autoridades originarias a las autoridades estatales, creando
fuertes dependencias. Internamente, la renovación de autoridades den-
tro de los ayllus varía según el cargo. Los apoderados, por ejemplo, que
guardan los títulos antiguos, suelen ser personas respetadas que duran
un tiempo indefinido en el cargo. Pero otros cargos se renuevan por al-
gún mecanismo de rotación, con alta participación, semejante a los que
describiremos en el capítulo 3. Son un excelente ejemplo de democracia
étnica andina. Pero, al pasar a las relaciones entre ayllus, el esquema se
deteriora. Platt (1988) arguye que existe un proceso por el que se pasa
de la ch’axwa (guerra y encuentro violento) por conflictos reales –por
ejemplo, de linderos– al tinku (pelea ritual), como una manera de racio-
12 La destrucción de dicha iniciativa económica por el liberalismo “conservador”, a fines del siglo
pasado, muestra que la modernización acríticamente ejecutada puede acabar destruyendo ra-
cionalidades profundas y de eficiencia adaptada a realidades específicas.
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Para complicar más las cosas, tras una tardía reforma agraria local a
fines de los años 50, el MNR estableció en la región sindicatos campesi-
nos, sobre todo en las zonas de valles, con más haciendas. Con frecuen-
cia fueron creados por dirigentes semi-campesinos del vecino distrito
minero, pero este origen no los hizo más revolucionarios. Posterior-
mente, Barrientos y sus sucesores continuaron con la misma política,
en un afán de ganarse a los campesinos, en una zona estratégicamente
importante por la presencia del mayor y más belicoso distrito minero
del país. Hubo también intentos más débiles desde el lado de la opo-
sición minera, sobre todo en la época del Bloque Campesino Indepen-
diente, en la época final de Barrientos.13 Quienes promovieron todas
estas innovaciones mostraron un total desconocimiento de la fuerte or-
ganización tradicional previamente existente o, en algunos casos más
recientes, la descartaron por considerarla, muy inopinadamente, dema-
siado ligada a las autoridades estatales. Sin embargo, los sindicatos que
ellos montaron resultaron mucho más dependientes de los gobiernos y
partidos de turno y muchas veces estuvieron en manos de los mozos y
vecinos de pueblo, explotadores tradicionales de los comunarios. Estos
hechos, además de las contradicciones ya señaladas de toda la región,
pueden ayudar a entender por qué fue precisamente allí donde el sin-
dicalismo campesino resultó más conflictivo y por qué después, en la
época posterior del Pacto Militar Campesino, se transformó en uno de
los regímenes “sindicales” más serviles.
13 Hay también algunas evidencias de que, por esa misma época de Barrientos, ambos bandos
intentaron aprovechar las rivalidades tradicionales entre Laymis y Jukumanis, que alcanzaron
entonces su máxima virulencia. Ver Harris y Albó (1984).
144 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
14 Además de los dos ya señalados, hay otros nombres como kuraka y cacique, este último impor-
tado por los españoles desde el Caribe.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 145
ni-municipio o –en término acuñado años atrás por Victor Hugo Cárde-
nas– casi un “mini-Estado” por tener “su territorio, sus ciudadanos, sus
propias normas legales, su estratificación interna, su sistema de autori-
dades, su organización interna de recursos materiales y humanos, su re-
lación corporativa con otras comunidades y con el mundo exterior” (Car-
ter-Albó 1988: 490). Aquí hay una diversidad aún mayor que en el caso
anterior. Empezaremos detallando el caso primero y más conocido de
Cochabamba, para después presentar algunas otras situaciones típicas.
Ya vimos que, en la época final del MNR, la ch’ampa guerra y otros con-
flictos internos deterioraron este protagonismo y mostraron cómo la
falta de objetivos comunes de lucha, junto con un fuerte clientelismo
político, pueden llevar a un esquema poco democrático de intoleran-
cia y caciquismos. Tal vez por eso mismo, esos conflictos locales solo
llegaron a ser resueltos con la mano férrea, a la vez autoritaria y cerca-
na, del general Barrientos, que de esta forma hizo allí creíble su nue-
vo esquema del Pacto Militar Campesino. Pero, en parte, esta mayor
credibilidad respondía también al enfoque y expectativas globales del
campesino qhuchala, más amestizado. La relación entre campesinos y
militares era vista allí como algo realmente positivo y apetecible. Era
posible entenderse con militares, que en bastantes casos eran de la
zona, y era bueno cobijarse en su poder. Había incluso cierta posibili-
dad de promocionarse en la carrera militar.
15 El propio término ayllu en Cochabamba solo significa ‘pariente’ y el nombre kuraka solo evoca
al ayudante del mayordomo en el régimen de hacienda.
148 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
dicato campesino. El área de San Lucas (Nor Cinti, junto a Potosí) es tal
vez la única del departamento que ha conservado el sistema tradicional
de autoridades andinas, en este caso presididas por el kuraka.
go, lograron allí una movilización masiva. Pensamos que, como ocurrió
antes en otras partes, su principal objetivo –aunque solo implícito– era
conseguir su reconocimiento como actores sociales. Sería una expre-
sión más de esta permanente queja contra su quedar relegados a ser
ciudadanos de segunda. Estos flujos y reflujos en la importancia de de-
terminadas regiones dentro del movimiento campesino merecerían un
análisis más detallado. ¿Coincidirán con la existencia de determinadas
reivindicaciones locales más precisas? ¿O con el despertar a una nue-
va conciencia de ser actores sociales? ¿Se deberá el posterior reflujo a
conflictos internos, una vez conseguido el objetivo inmediato? ¿O será
más bien resultado del desgaste de los primeros dirigentes y la falta de
sustitutos adecuados? Hay aquí una serie de indagaciones y tareas para
la consolidación de una permanente democracia participativa.
B. ANDINOS EN EL TRÓPICO
1. Panorama general
entre 300 y 400.000 colonizadores, pero es difícil dar cifras más preci-
sas por las siguientes razones:
• Estas áreas no corresponden a unidades censales diferenciadas.
• La inestabilidad de la gente de un determinado lugar no solo por
sus permanentes idas y venidas del lugar de origen sino también
por la llamada agricultura migratoria.
• La cantidad de población flotante y, en el caso del Chapare-Chimo-
ré, también gente que se acomoda a las cambiantes coyunturas del
mercado y a las políticas de represión del cultivo de la hoja de coca.
16 Un buen punto de partida es CEDIB (1993), que puede completarse con otras publicaciones
de la misma institución. Ver también Quiroga (1990) y APEP (1990).
156 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
18 Ver Guarachi (1987) y Luján y Soliz (1990), que nos han guiado para este resumen. Los guara-
ní, trasladados casi exclusivamente para la zafra azucarera (en los cañaverales o en el ingenio),
no entraron en esta organización. Ellos tenían otra lógica: iban al principio para conseguir
dinero o adelantos, poco accesibles en su zona, y después quedaban amarrados de año a año
a patrones o enganchadores por el mecanismo de la deuda permanente. A veces su propio ca-
pitán o mburuvicha (ver C, infra) actuaba como enganchador. Las comunidades de trabajo, en
parte precursoras de la Asamblea del Pueblo Guaraní, nacieron en buena medida para romper
este círculo. Su táctica entonces no fue tanto organizarse para ir a la zafra en mejores condicio-
nes, sino organizarse para trabajar sus tierras sin necesidad de emigrar temporalmente a otras
partes. Pero no lo han logrado totalmente. Sigue habiendo un contingente notable de zafreros
guaraní, sobre todo del Isoso.
162 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
19 En esta actividad, muy manual, suele participar toda la familia menos los niños pequeños.
168 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
TRES
COMUNIDAD
Y GOBIERNO LOCAL:
EL CASO AYMARA
A. LA DEMOCRACIA COMUNAL
20 Tierra comunal pero de usufructo familiar que rota con diferentes cultivos o es utilizada para
pastoreo, con otros criterios de tenencia, en los períodos de descanso.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 171
del lugar (tullqa o yerno), aunque este último caso es más excepcio-
nal, dado que entre los aymaras las mujeres suelen establecerse en el
lugar del marido y no a la inversa. En todos los casos el criterio funda-
mental para ser persona o miembro pleno de la comunidad es tener
tierras. Pero en algunas regiones se han desarrollado además diversas
categorías de comunarios según su forma diferenciada de acceso a
la tierra: originarios, agregados, arrimantes, etc. Los mismos hijos,
incluso nuevas parejas, pueden pasar por un estatus comunal inter-
medio mientras no tengan consolidada su herencia de tierra. Todas
estas categorías intermedias tienen menos obligaciones comunales
pero también menos derechos.
21 Ver Albó (1991b) y compárese, por ejemplo, con el caso de Irpa Chico, cerca de Viacha (Carter
y Mamani 1982) o el de Carangas, Oruro (Ayllu Sartañani 1992).
174 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
El ejercicio del gobierno local está muy relacionado con el quehacer reli-
gioso-político, económico y social. A partir de la idea awki-tayka (padre-
madre), se tiende a que el ejercicio de la autoridad beneficie al quehacer
cotidiano de todas las familias integrantes de la comunidad.
Todos pasan por los primeros; la mayoría por los segundos; solo los más
respetados llegan a los últimos. Aunque no se llegue a este último nivel,
los que ya han sido autoridad principal y preste de la mayor fiesta comu-
nal tienen un rango especial y reciben el respetuoso nombre de pasäru
(pasados). Este proceso por el que se va avanzando de cargos menores a
otros mayores y se acaba finalmente en los de mayor prestigio y respeto,
es lo característico del thakhi o ‘camino’. Hay además algunos roles que
no son concebidos como cargos sino como especialidades. Por ejemplo,
el (o la) yatiri, ‘el/la que sabe’ o sacerdote de la comunidad, cuyos poderes
especiales no provienen del nombramiento comunal, sino de su singular
selección por parte de los poderes sobrenaturales, expresados muchas
veces a través del rayo (THOA 1986). Nótese que el esquema descrito es
típico pero no es el único. Por ejemplo, hay lugares en que ser preste de
la fiesta principal de la comunidad se considera aún más importante que
ser jilaqata y en el ‘camino’ llega, por tanto, después de haber cumplido el
cargo de autoridad comunal. En unos lugares el esquema es más simple
y en otros, más tradicionales, llega a tener mucha más complejidad de
la que aquí se señala. Esta variedad de un lugar a otro o incluso cierta
flexibilidad de un año a otro, en la misma comunidad, es una de las ca-
racterísticas de muchas culturas basadas en la tradición oral.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 175
Las esposas
Influencia indirecta
Es más probable que la mujer y los jóvenes ejerzan una influencia indi-
recta en las decisiones del jefe de familia. Muchas veces el voto del padre,
en la asamblea comunal, tiene un respaldo del núcleo familiar: la esposa
y los hijos(as) jóvenes. Al hablar de la asamblea comunal, ya mencio-
nábamos la práctica generalizada de consultar con las esposas antes de
que la decisión sea definitiva. Por eso ciertas decisiones importantes o
aquellas que implican cuotas que afectan a la economía doméstica ne-
cesitan varias asambleas, con consultas intermedias en cada hogar. Es
que la familia constituye la unidad productiva básica y cualquier decisión
178 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
afecta a todo el conjunto familiar. Sin embargo, según las propias muje-
res, algunos varones no toman en cuenta este nivel de consulta. Relegan
a la mujer y esta tiene que “acatar” la voluntad del marido. Una de las
razones para llegar a esta situación es que la mujer adulta no ha tenido
tantas oportunidades de estudiar, muchas ni siquiera se han escolarizado
y la mayoría ha alcanzado un nivel menor de estudios. Ello hace que se
sientan –y los hombres las hagan sentir– por debajo de los varones y con
incapacidad para participar activamente en las asambleas comunales.
De cara al futuro
5. Renovación de cargos
B. LA DEMOCRACIA INTERCOMUNAL
25 La microregíón está definida aquí como aquel espacio geográfico rural que aglutina a un con-
junto de comunidades que forman una unidad en base a los siguientes criterios: unidad y
complementariedad ecológica; existencia de una organización comunal común; homogenei-
dad cultural, existencia de un centro articulador de todas las comunidades que brinda deter-
minados servicios; y mayores probabilidades de comunicación y de implementación de planes
para toda la jurisdicción (CIPCA 1991: 240). Como después veremos, estos criterios tienen
también que ver con la viabilidad de un determinado municipio rural. En este caso, pueden
entrar en la definición otros grupos sociales no campesinos y es probable que deban hacerse
ajustes entre los límites microregionales y municipales. Ver Fernández (1994: 148-149).
184 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
tt 1988, Molina R. 1993). Por esta vía, que está en la raíz de todo el
sistema rotativo, el mundo tradicional andino ha buscado controlar y
frenar una hegemonía total de cualquier parte sobre el resto26. Lo dual
no solo está limitado al carácter social, sino que se extiende a la mis-
ma cosmología andina. Por eso es tan importante el principio de que
taqi kunaspanipuniwa (todo es par en este mundo). Lo ch’ulla (impar) es
deficitario y hay que buscar su par. Por eso las oposiciones ecológicas
de puna/valle, o las sexuales de hombre/mujer y las mitades sociales
de araxa/manqha son tan fundamentales en la sociedad andina. En el
pensamiento aymara, “uno es fracción de dos”, puesto que no existe la
percepción de que la cualidad es la unidad, sino la alteridad. Por eso
el concepto de dualidad se halla expresado bajo la forma de comple-
mentariedad y/o equilibrio (Sánchez-Parga 1989:81). Este permanente
flujo y reflujo entre unidad y segmentación, entre equilibrio, prestigio y
hegemonía, establece un permanente juego dialéctico entre solidaridad
y faccionalismo, muy propio de la cultura y sociedad andinas. Pero la
prevalencia del conflicto y formas de predominio excluyente, en unos
casos, o de situaciones con mayor equilibrio y complementariedad, en
otros, dependerá de muchos factores ambientales y sociales específicos,
que aquí no podemos examinar en detalle. Por ejemplo, la existencia o
no de recursos suficientes para cada una de las unidades, la existencia o
no de un objetivo, un plan o un enemigo común, claramente definidos,
que aglutinen a todo el conjunto, la influencia o no de divisiones llega-
das desde afuera por motivos políticos, religiosos o económicos, etc.27
26 Para ampliar este tema, ver Rojas O. (1988) y CIPCA (1991: 83-86).
2. Ayllus y sindicatos
Esta última solución (c) fue, naturalmente, la que adoptaron las ex-ha-
ciendas, donde ya no había cargos tradicionales, aunque en algunas
de ellas asimilaron a los antiguos jilaqatas –que en la hacienda habían
quedado reducidos a un rol subordinado al mayordomo– a los nuevos
vocales, que llaman a reuniones y hacen mandados. Sin embargo, esta
supresión de cargos tradicionales ocurrió también en varias zonas de
comunidades originarias, sobre todo en el altiplano más céntrico del
departamento de La Paz. En muchos de estos lugares, cuando empe-
zaron, todos eran teóricamente anti-tradicionales y en alguna medida
cumplieron ese rol. Pero, pasados los años, esta “innovación” organiza-
tiva acabó transformándose en un “injerto” en la forma tradicional de
organización comunal. Los grandes impulsores de esta experiencia se
vinculan sobre todo con el movimiento katarista-indianista de los años
60 y 70. En los otros arreglos (a) y (b), no hubo una clara definición. En
algunos lugares se pensaba que ya debían abandonarse las costumbres
para modernizarse con el sindicato, aunque siguiera manteniéndose
el camino rotativo para el acceso a muchos cargos. En otros lugares, el
sindicato funcionaba más como gobierno ejecutivo de la comunidad,
mientras que los cargos tradicionales iban limitándose a realizar sus
“costumbres”. En algunos lugares del estilo (b), las mismas personas
eran ejecutivos del sindicato y, a la vez, seguían realizando sus costum-
bres. Viéndolo con la perspectiva actual, el ex-dirigente nacional Jenaro
192 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
Flores hace las siguientes reflexiones sobre lo que ocurría en las comu-
nidades de su provincia Aroma:
“Recuerdo que en muchas comunidades el secretario general del
sindicato recaía en cualquier persona, ya sea con trayectoria o no y
nombraban nomás. En cambio el jilaqata no podía ejercer cualquie-
ra. Tenía que ser una persona de bastante experiencia y trayectoria,
que haya cumplido con muchas atribuciones dentro de la comuni-
dad, incluido el presterío. Entonces siempre había dos autoridades.”
En la práctica prevalecía la autoridad sindical sobre la tradicional, espe-
cialmente donde había un fuerte contingente de jóvenes, más próximos
a lo “novedoso y lo foráneo” que a lo propio. Prosigue Flores:
“Hemos visto en la práctica de que las organizaciones en su mayor
parte en las comunidades, en las centrales, en la provincias está diri-
gido por gente joven, gente sin trayectoria y sin experiencia.”
29 Por referencia a Bartolina Sisa, esposa de Tupaq Katari. (Ver capítulo 4-D.).
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 195
30 Llama también la atención que las mayores concentraciones de varones, dentro del magisterio
rural, se encuentran precisamente en el campo aymara, donde casi todos los docentes son de
origen aymara, y en algunos grupos étnicos del Oriente que ya han logrado preparar a sus
propios maestros (Albó, 1995e: capítulo 9).
196 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
Aparte de estos vecinos, en muchas zonas rurales andinas hay ahora una
presencia cada vez mayor de forasteros. Los hay de muchos tipos: co-
merciantes y transportistas, profesores rurales, policías u otros funcio-
narios del Estado, curas y religiosas, personal de diversas instituciones
de promoción, públicas o privadas, políticos, etc. Algunos de ellos son
de origen igualmente rural y a veces de la misma región; por ejemplo,
muchos comerciantes y profesores rurales. Entonces la cercanía cultural
puede ser mayor, aunque suele ser fuerte en ellos la tendencia a “hacer-
se los q’aras”. Su relación con los comunarios puede asemejarse a la de
los vecinos del pueblo, pero con una mayor gama de diversificación. Si
mantienen una buena relación con la comunidad, pueden transformar-
se incluso en sus buenos consejeros. Otros forasteros suelen ser de ori-
gen urbano, incluidos algunos extranjeros. Muchos ni siquiera hablan
el aymara o la lengua indígena local, ocultando a veces esta falencia con
el argumento de que la gente joven del lugar “ya sabe castellano”. Pero,
por otra parte, algunos de ellos, sobre todo los más profesionalizados,
dependen mucho menos de la explotación del contorno rural para su
sobrevivencia, por lo que se hacen menos odiosos que los vecinos.
Para concluir este punto, hay que mencionar a los partidos políticos,
tan directamente involucrados en la buena o mala práctica de la de-
mocracia. La visión predominante desde la perspectiva campesina es
que intentan cooptar a los dirigentes comunales y subordinarlos en
su carril ideológico-político, distorsionando así las formas de lucha y
participación de las comunidades. Uno de los principales ejes de estas
intenciones son las prebendas, los regalos, etc., sobre todo en épocas
electorales. Más de un dirigente campesino, sobre todo de nivel supe-
rior, acaba actuando de la misma forma, sea al servicio de algún partido
o para ir ganando convocatoria para sí mismo. Tanto en la práctica de
muchas instituciones de promoción como en la de tales políticos, se
cierne, desde enfoques diversos, la continuidad de una ideología coloni-
zadora, acompañada a veces de una práctica caudillista, que sigue man-
teniendo subordinadas a las comunidades frente a quienes son ajenos
a ellas, perpetuando así mecanismos que las excluyen o marginan de
la sociedad y el Estado. Si las comunidades mismas vivían la paradoja
entre solidaridad y faccionalismo, en muchas de las ofertas institucio-
31 Hemos desarrollado algo más este punto en Albó, Libermann et al. (1989: 76-90). Ver tam-
bién Niekerk (1994).
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 199
32 Aunque los hemos dividido para fines analíticos, es muy posible que los diversos estilos aquí
mencionados en la práctica se sobrepongan. Por ejemplo, existen profesores vecinos del pueblo,
ONG politizadas o iglesias proselitistas con el mismo síndrome divisivo de los partidos.
33 Ver Albó y equipo CIPCA (1972), Choque (1986, 1988) y Ticona (1991, 1993).
200 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
34 A pesar que dentro de la zona son ya varios los cantones legalmente constituidos, sigue lla-
mándose central “cantonal”. En todo el conjunto había además dos haciendas de probable
origen cacical, cuya propiedad última era de los mismos ayllus, una pequeña comunidad uru
y alguna otra finca menor (ver Albó y equipo CIPCA 1972). Pero tras la reforma agraria, todos
se convirtieron en otras tantas comunidades, dentro del mismo esquema híbrido de sindicatos
y comunidades originarias.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 201
Durante los años 1990 y 1991 la propuesta del PM fue difundida y discu-
tida con una mayoría de los comunarios y el conjunto de los dirigentes
de Machaqa, mediante visitas programadas de las instituciones a cada
subcentral y talleres de información y discusión con la instancia cupular.
Como fruto de todo ello no solo se ha ido logrando la aceptación del PM,
por parte de la organización campesina de base, sino algo mucho más
interesante: su permanente reformulación de manera conjunta y dialéc-
tica. Veamos algunos ejemplos. Un primer punto es la relación entre ins-
tituciones y organización campesina. La primera propuesta planteaba la
conformación de una única instancia de coordinación, en que entraran
conjuntamente las diversas instituciones locales y la organización cam-
pesina, al principio limitada a solo la central cantonal CAJMA. Pero esta
mostró recelo, por temor a quedar excesivamente absorbida por las insti-
tuciones. Al fin se llegó a otra solución más apropiada: las instituciones
conformaron su propia coordinadora inter-institucional y CAJMA, como
bloque, quedó constituido como el interlocutor clave, sin cuyo consenso
era difícil hacer nada. Un segundo punto era cómo afrontar la reciente
división en dos centrales agrarias (CAJMA y CAPA). Al principio no ha-
bía claridad al respecto y más bien se tendía a marginar a la nueva central
CAPA. Solo después de muchas idas y venidas se llegó a la conformación
de una instancia común, capaz de permitir una coordinación práctica
de las dos organizaciones campesinas. Fue interesante este reencuentro
de las dos centrales, separadas poco antes. Sin embargo, hasta la fecha
(fines de 1994) esta instancia conjunta no ha llegado a consolidarse.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 203
los ayllus del norte de Potosí, que durante la Colonia jugaron un papel
importante como proveedores del mercado. La otra pregunta obvia es:
¿cuál sería otro camino viable para superar la situación de reconocida
pobreza sin afectar algunos esquemas previos?
y debe ser afirmativa. Pero, para ello, debe siempre construirse lo nuevo
a partir de lo que ya existe. No debemos repetir los errores de aquellos
años de euforia sindicalista iconoclasta. Que tomen nota de ello los pro-
motores de los nuevos municipios rurales.
Al interior de las instituciones, hay como una pugna entre dos ideas,
más implícitas que explícitas, dentro de su objetivo declarado de querer
revalorizar a la organización tradicional: ¿Hacerla funcional a sus inte-
reses institucionales particulares, dentro del PM? ¿O llegar más allá de
esa funcionalidad para apoyar, como primera prioridad, el ejercicio del
gobierno comunal y el poder comunal dentro del gobierno micro-regio-
nal? Entre los intereses de mayor funcionalidad institucional (incluso
al margen de los objetivos estatutarios) puede estar la sobrevivencia de
la misma institución y asegurar la fuente de trabajo de sus miembros.
Siempre hay el riesgo de que esta funcionalidad no declarada pase de-
lante de la utilidad real de algunos proyectos. Puede también haber una
tendencia, tal vez inconsciente, hacia un protagonismo que rebase las
acciones de la organización campesina. Por otro lado, la coordinadora
inter-institucional está en un permanente dilema: apoyar realmente a
la consolidación del gobierno comunal de Machaqa o simplemente ser
un instrumento indirecto de la penetración del Estado. Aunque este
último aspecto se intentará dilucidar después, en un contexto más am-
plio, cabe plantearnos hasta qué punto se trata de disyuntivas totales
o no. Por parte de los campesinos, hay ciertamente una permanente
sospecha –justificada por su experiencia histórica multisecular– de que
tras el afán manifestado de fortalecer a las organizaciones campesinas
e indígenas, tanto por las instituciones como últimamente también por
el Estado, puede haber otros intereses no confesados. Por ejemplo, ase-
gurar un espacio institucional o quizás contener mayores reivindicacio-
nes comunales. Una práctica transparente y la evidencia de avances o
de retrocesos hacia un gobierno local controlado por las organizaciones
comunales nos dirá si hay fundamentos o no para esta sospecha.
CUATRO
NUEVOS DESAFÍOS
EN LA CÚPULA
campesinos del país y sentir en carne propia sus anhelos y sus necesi-
dades. El cargo se constituye así en un peso social y, a veces, presión
moral, a la que toca responder de la mejor manera posible.
En los tiempos iniciales del MNR y del PMC, los gobiernos de la época
pusieron a disposición de los dirigentes oficinas para la confederación
(con frecuencia en reparticiones ministeriales) y corrían, además, con
buena parte de los gastos de los dirigentes campesinos de nivel supe-
rior. Era sabido, por ejemplo, que en el Consejo Nacional de Reforma
Agraria había algunos ítems destinados a este fin. Era también uno de
los caminos para asegurar la docilidad de estos dirigentes. Pero con la
independencia del sindicalismo campesino se acabaron estos recursos.
Ahora los dirigentes se encuentran como lanzados a su suerte y no les
queda más que buscar alguna fórmula que les asegure la subsistencia.
El problema central está en la falta de aporte (o cuota sindical) de las co-
munidades destinada a los niveles superiores de la organización matriz
de los trabajadores campesinos. No es posible aquí hacer los descuentos
automáticos por planilla, típicos de los sindicatos de asalariados. Solo
algunos dirigentes campesinos cupulares tienen ingresos económicos
fijos, aunque sean bajos, por seguir ejerciendo alguna profesión, como
por ejemplo la de profesor rural.
La relación con partidos o con el propio gobierno puede ser vista en-
tonces o como un alivio o como una coartada, según el nivel de con-
ciencia y de necesidad. La carencia de dinero puede incluso empujar
a algunos dirigentes a acciones poco transparentes. Por ejemplo, las
bases están con ganas de reclamar sus derechos mediante el bloqueo
de caminos pero el dirigente dilata el asunto, porque ha comenzado a
transar con las instancias gubernamentales correspondientes de una
manera que más le beneficia a él que a las bases. En síntesis, viene
aquí muy al caso el dicho “el sindicalismo campesino es un gigante
con pies de barro”. La organización rural tiene una elaborada estruc-
tura organizativa, pero sus pies no le permiten andar, por falta de un
sostén económico autónomo. Fruto de estos avatares, es más que pro-
bable que, en una gestión, no todos los dirigentes lleguen a terminar
su mandato. Es este uno de los principales cuellos de botella para una
genuina democracia en los niveles superiores de la organización cam-
pesina e indígena. Es claro aquí que los mecanismos que funcionan
relativamente bien al nivel comunal no son tan fácilmente replicables
a niveles superiores. Es prioritaria la búsqueda ingeniosa de solucio-
nes estructurales y sostenibles, dignas y autónomas para este grave
problema, teniendo en cuenta la dispersión y la débil economía de las
bases campesinas que sustentan toda la organización.
212 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
3. Los asesores
1. De monodependencia a pluridependencia
Este nuevo enfoque tuvo un fuerte impulso a partir de las medidas eco-
nómicas de 1985, que hicieron perder fuerza al movimiento obrero y
minero y, poco después, a partir de la crisis mundial del modelo so-
cialista. Varios sectores de la izquierda tradicional, que hasta entonces
daban poca importancia al movimiento campesino, se sintieron de re-
pente sin sustento ideológico-político y sin sus bases tradicionales por
lo que recién volcaron su interés hacia el campesinado. El movimiento
indígena-campesino se convierte así en una especie de arena partidaria.
A los partidos mayores (sean de izquierda o de derecha) les interesaba
cooptar dirigentes (o ubicar a sus militantes) con miras a las elecciones
generales o municipales. Prima en ellos la idea de la “rentabilidad” so-
cial y política. En cambio, a los partidos “chicos” les interesa sobrevivir al
interior de la organización campesina o del movimiento indígena, ocu-
pando algunas carteras principales, como tribuna de expresión y prácti-
ca política. La pregunta entonces es hasta qué punto estas prácticas par-
tidarias ayudan al crecimiento de la organización campesina e indígena
o la ahogan, haciendo aparecer sus propias ideas y perspectiva como
la expresión genuina del campesinado. Reflexionando sobre su propia
experiencia, un alto ex-dirigente se inclina por lo último:
“Eso solo ha pasado cuando he participado por última vez en el congreso
nacional [campesino]... donde a mí me nombran, creo, siete partidos
políticos. Me ponen como candidato de ellos. Ahí he visto, en la práctica,
que yo ya no era candidato del campesinado boliviano, sino de siete u
ocho partidos. Por tanto, en la actualidad, en la práctica estamos viendo,
si un dirigente es elegido por los partidos políticos, este jamás va a luchar
por los intereses del campesinado boliviano. Eso lo he probado en mi
última gestión, por eso he dejado también la secretaria ejecutiva.”
218 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
36 Calla, Pinelo y Urioste, eds. (1989) han recopilado los principales documentos políticos pre-
sentados en dicho congreso.
El toque final para lograr el pleno respeto fue un bloqueo general de cami-
nos, convocado por la CSUTCB, en un momento sumamente delicado, a
los pocos días de haber fracasado el golpe de Natusch a fines del mismo
año 1979. Los dirigentes de la COB y otros partidos decían autoritaria-
mente a los campesinos que era una decisión peligrosa y no la permiti-
rían. Los campesinos, con igual fuerza decían que no les pedían permiso,
que ya lo habían decidido. Al fin, el bloqueo se realizó y contó incluso con
el apoyo de una huelga de 48 horas por parte de la COB. Para la CSUTCB
era un triunfo más significativo que las demandas que hacían al gobier-
no. Por fin obreros y campesinos se respetaban de igual a igual.
38 Fn el ejercicio de este cargo, Jenaro Flores fue detenido y baleado por las fuerzas paramilitares,
dejándolo paralítico.
224 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
con alguna frecuencia faltan cuentas claras, sea por inexperiencia o por
malos manejos. No faltan tampoco dirigentes que después aparecen con
bienes de dudoso origen o con “pegas” que suenan a compensación por
sus servicios. Pero el problema central, en nuestra opinión, es más bien
la ausencia de mecanismos regulares de información y control. Esta ca-
rencia puede, además, ser aprovechada por quienes aspiran al cargo o por
enemigos políticos que quieran desprestigiar a un determinado dirigente
para precipitar su caída. Comparemos con lo que ocurre al nivel de la co-
munidad local. Allí la principal autoridad, después de su año de gestión,
en el momento de dejar sus funciones, no suele retirarse cuestionado ni
acusado por las bases. Sale con la moral alta, probablemente su bolsillo
está más vacío, pero ha subido su prestigio ante los demás comunarios.
Es que los mecanismos de control comunal y social, que velan por las
acciones de los dirigentes y los intereses comunales, suelen funcionar
bien a este nivel. En cambio a nivel cupular, cuando el ejercicio del poder
no tiene resultados en las bases, como ocurre a tantos dirigentes por la
razón que sea, es la tragedia del líder. Pierde su legitimidad, “se quema”
y tal vez se le tilda de vendido al gobierno, a partidos o a instituciones.
No nos resistimos a añadir otra anécdota, que nos tocó vivir dos años
después. Cuando se estaba ultimando la versión final del proyecto de
ley agraria fundamental, en 1984, hubo una reunión de emergencia en
la sede de la CSUTCB, a la que debía asistir el comité ejecutivo en ple-
no, la comisión de redacción final de dicho proyecto y algunos asesores
invitados. Las únicas mujeres allí presentes eran dos asesoras no-cam-
pesinas. A las ejecutivas de las bartolinas también les tocaba asistir.
Una de ellas era, además, miembro de la comisión redactora. Pero, en
realidad, estaban en el patio, no muy satisfechas, preparando la comida
para todos los demás. Sin embargo se las ingeniaron para transmitir
su mensaje: fueron llamando uno a uno a todos los que se hallaban
reunidos y les obligaron a que por lo menos pelaran una papa. Si los
campesinos no querían entrar en la COB “para comprárselo sus refres-
cos de los obreros”, tampoco las mujeres querían ser dirigentes “para
cocinárselo a los hombres”. Otra mujer, dirigente de Tarija, nos habla
de su experiencia en un congreso de la COB:
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 233
Por todas esas experiencias, con el paso del tiempo, las compañeras
campesinas empezaron a buscar objetivos y prácticas autónomas como
mujeres y fueron cuestionando la subordinación y el tutelaje masculi-
no. Esta reivindicación más de género provocó una serie de suscepti-
bilidades y cuestionamientos por los dirigentes, incluso tildándolas de
“feministas” (Rivera 1985: 161). Por otra parte, la permanencia misma
de las dirigentes máximas de las bartolinas en la ciudad es una expe-
riencia aún más dura que la de los hombres, por suponerse mucho más
que ellas no pueden desligarse de sus obligaciones domésticas, tanto en
su hogar como dentro de la misma organización. Una de las más califi-
cadas dirigentes de esta organización tuvo que abandonarla y dedicarse
a actividades comerciales más rentables y más compatibles con su rol
de esposa y madre, para que no se deshiciera su hogar. Por todos estos
motivos, agravados por otros conflictos y divisionismos más internos
entre ellas, en la última década el movimiento ha decaído, aunque si-
gue manteniendo actividades en diversas partes del país y las bartolinas
siguen presentes en los congresos. Pero en los últimos años es mucho
menos notoria y habitual su presencia en las oficinas de la CSUTCB.
CB, estas experiencias demuestran una vez más que es falso suponer
que la mujer es incapaz de ejercer los cargos más importantes. Pero,
al mismo tiempo, ponen también de manifiesto que sigue habiendo
problemas de fondo para que tengan acceso a ellos de una manera
habitual. Pensamos que el camino de una instancia propia, aunque
articulada a la organización única, ofrece un camino más pedagógico
para dar solución estructural a esta asimetría también estructural. En
palabras de Florentina Alegre:
“En una reunión conjunta con los varones no podemos hablar bien
las mujeres. Los hombres siempre nos ganan; en esas reuniones con-
juntas tenemos miedo de hablar. Pero cuando estamos reunidas pu-
ras mujeres, discutimos bien, no tenemos miedo de lanzar ideas, nos
comprendemos más rápido sin tantas palabras y también hablamos
las cosas de mujeres que frente a los hombres no se puede hablar.
Pero mezclados nos quedamos calladas. Ahora sabemos lo que perde-
ríamos si nos vuelven a juntar a los hombres.” (Mejía et al. 1985: 18).
F. PORTAVOCES NO ESCUCHADOS
Nuestro último punto tiene que ver con los planteamientos más comu-
nes en este nivel cupular, en que casi desaparece la función de gobierno
comunal para transformarse en portavoces de las demandas de las co-
munidades a las que representan. La máxima instancia de la organiza-
ción campesina, generalmente maneja dos niveles de comunicación en
sus reivindicaciones:
• Un nivel retórico, que refleja un determinado discurso ideoló-
gico pero no llega a plantear nada preciso. Ocurre más entre los
principales dirigentes y en grandes eventos nacionales. A veces
en este nivel algunos dirigentes corren el riesgo de convertirse en
simple “oposición por oposición”.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 235
Además, desde 1985 la política neoliberal pretende reeditar, una vez más,
la mercantilización de las tierras de comunidades. Éstas y la CSUTCB
se oponen firmemente a ello, pese a que ha ido en aumento la visión
privada y secularizada de la propiedad sobre la tierra, con pérdida del
sentido de territorio. La ley de tierras actualmente bajo estudio deberá
tener en cuenta esta exigencia. El mercado de tierras comunales no pue-
de ser irrestricto, sino que debe quedar mediatizado por la organización
comunal que, en la práctica, ya resuelve conflictos y avala transacciones,
teniendo en cuenta el bien de toda la comunidad. Sobre todo en las zonas
bajas del país, esta demanda de tierra y territorio ha tenido mucho más
que ver con conflictos con patrones y otros explotadores del territorio. Si-
gue habiendo “comunidades esclavas” dentro de haciendas, por ejemplo
entre los guaraní del Chaco. En otras zonas, los ganaderos no solo se han
apoderado de territorios comunales sino que además meten a sus vacas
en terrenos que todavía conservan las comunidades. Los problemas con
madereros han pasado también a primer plano en aquellas áreas del Beni
donde se originó la Marcha por el Territorio y la Dignidad.
c) Alternativas económicas
que se desperdicia gran parte del potencial humano del país. Si se die-
ra a pequeños y grandes productores un tratamiento de real igualdad,
por ejemplo en términos de infraestructura productiva básica, acceso a
crédito, insumos y asistencia técnica, apoyo a los precios, capacitación,
etc., pensamos que la “eficiencia” presuntamente mayor de las gran-
des empresas agropecuarias quedaría mucho más cuestionada por la
eficiencia de los pequeños productores. Según datos de Urioste (1992:
128-129), los pequeños productores, que poseen solo el 11% de la tierra,
son los que más la cultivan (94% del total) y, hacia 1985, producían el
70% de los alimentos para la canasta familiar del país. Sin embargo
desde la implantación de la política neoliberal en 1985, sin que se hayan
producido notables cambios en la tenencia de la tierra, hacia 1992 esta
proporción habría disminuido a solo el 50%. Esta política –o mejor,
falta de políticas productivas para el pequeño campesino– estimula el
éxodo rural, la mayor inserción del campesinado a la economía infor-
mal y también los migraciones al área productora de hoja de coca, uno
de los pocos rubros agrícolas económicamente viables que le seguía
permitiendo la sobrevencia económica. La miopía llega también allí:
se prioriza la erradicación o, en el mejor de los casos, se habla de de-
sarrollo “alternativo” en el área productora de hoja de coca, pero sigue
sin plantearse un verdadero desarrollo rural en el conjunto del campo.
40 Ver el capítulo 5, sobre los contenidos. Tal vez la oposición a esta ley, que quiso esquivarse al
limitar un mayor diálogo previo, no venía tanto del sector campesino sino de otros grupos re-
gionales de poder, como las Corporaciones Departamentales de Desarrollo, los comités cívicos
y otros poderes departamentales que fueron trascendidos para fortalecer más bien a los muni-
cipios. Las comunidades campesinas e indígenas quedaron incluso en una posición mejor que
el sector “funcional” de los obreros de la COB, preteridos ante otros sectores “territoriales”.
CINCO
MUNICIPIO,
PARTICIPACIÓN POPULAR
Y ELECCIONES
Comunidad y OTB
42 Ver Platt (1982) y Albó (1988) para la región andina y CIDOB (1992) para los grupos de
tierras bajas.
246 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
Con lo dicho hasta aquí queda claro que, por ser OTB, se reconocen de-
rechos a los ayllus, comunidades, sindicatos, etc. pero no se satisfacen
todas sus demandas históricas. La LPP promueve el relacionamiento de
los ayllus, sindicatos, etc. con los órganos públicos. Por otra parte, incor-
pora la tuición de las organizaciones campesinas e indígenas sobre los
nuevos gobiernos municipales, privilegiados por la LPP. Por tanto, las
OTB, tal como están planteadas, no recogen pero tampoco excluyen, las
principales reivindicaciones de los ayllus y/o sindicatos, como el dere-
cho al ejercicio pleno del poder comunal. Lo que principalmente se pro-
mueve es que las organizaciones comunales hagan sugerencias para el
plan municipal y supervisen la administración del gobierno municipal.
En este sentido, el ayllu y/o sindicato y la OTB, siendo dos caras de la
misma organización, tienen tareas diferentes, aunque no contradicto-
rias. El ayllu andino persigue que el Estado lo reconozca como organi-
zación social (y no solo como un ente supervisor), capaz de autodeter-
minarse políticamente y de manejar sus propios recursos. En cambio la
OTB, al intentar articular e incorporar a las organizaciones comunales,
lleva el peligro de relegar a los ayllus o sindicatos a un rol meramente
subordinado, no decisorio, en lo atingente a cuestiones locales. Tanto
la autonomía parcial del ayllu y otras organizaciones originarias como
su incorporación a instancias estatales superiores son deseables. Lo pri-
mero asegura su identidad, lo segundo evita su marginación. Habrá
que esforzarse para que ambas necesidades no se eliminen mutuamen-
te. Resulta claro aquí que la democracia representativa busca ser com-
pletada y reforzada con la forma de participación reconocida por la LPP.
No se busca tanto la primacía de la participación, como alguna vez se
insinuó o interpretó erradamente.
2. El comité de vigilancia
43 El art. 10-1 habla de tantos miembros como cantones y el inciso II precisa que el mínimo
es de 3 y 4 miembros, si solo hay uno o dos cantones. El art. 16 del reglamento (DS 23858)
dice que se reconocerá un solo representante “por cantón o –añade– distrito” (= subalcaldía).
Suponemos que solo se aplica si hay más de tres cantones. Pero ¿qué pasa si un distrito está
constituido por varios cantones? Suponemos que entonces el distrito tendrá tantos delegados
como cantones, porque en esto la ley es más clara que su reglamento. Ténganlo en cuenta las
organizaciones de base.
45 No se descarta que puede haber también problemas entre los comunarios y los vecinos
aymaras, aunque entonces existen mayores posibilidades de encontrar un acercamiento al
diálogo y a las negociaciones, por la proximidad cultural y hasta el parentesco.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 249
Por otra parte, en este punto el actual gobierno parece más indeciso que
el anterior, que reconoció varios territorios indígenas, en concordancia
con el Convenio 169 de la OIT y la ley 1257 (del 11 de setiembre de 1991)
que explicitan este derecho (art. 14 y 15). Algunos han argüido que ha-
blar de “territorios” de comunidades o pueblos indígenas sería incons-
titucional. Pero el propio Carlos Hugo Molina (1991), actual secretario
nacional de Participación Popular, precisó que no había tal contradic-
ción sino que se trata de un claro caso de competencias concurrentes.
Pensamos que sería muy oportuno que, para asegurar su coherencia
con la LPP, la propuesta ley de tierras fuera también ley de territorios, y
explicitara el reconocimiento de esta demanda y derecho de los pueblos
y comunidades indígenas. Entonces su reconocimiento como organiza-
ciones territoriales adquiriría pleno sentido y coherencia.
250 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
B. CAMPESINADO Y ELECCIONES
46 El principal resquicio en este consenso ocurrió solo en ciertas partes del campo en
1960, cuando el MNR se fragmentó con la creación del MNRA “auténtico”, de Walter
Guevara Arze.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 251
Elecciones generales
48 Las tecnologías más sofisticadas, usadas por los medios de comunicación en las elecciones más
cercanas, han corregido notablemente esa imagen inicial excesivamente urbana del pasado.
49 Ver, además, la 3ra. tesis, al fin del capítulo, para comprender mejor la reacción del campo de
La Paz, especialmente en las elecciones de 1985.
254 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
Otro rasgo del electorado campesino es que suele ser reacio a dar votos
meramente “simbólicos”. Prefiere votar para alguien con posibilidades
reales de ganar, siquiera en su contexto local. En el campo han fracasa-
do siempre las campañas para pifiar el voto, incluso cuando han sido
promovidas por reconocidos dirigentes campesinos, como en el caso
del llamado “voto wiphala”. El campesino es incluso reacio a votar por
su propia gente, si no ve oportunidad real de que su candidato gane.
La principal excepción, muy comprensible pero sin mayor incidencia
en la votación global, es si se trata de un candidato con pocas oportu-
nidades pero oriundo del lugar o zona. Un ejemplo de esta tendencia
nos lo da la votación campesina para el propio Victor Hugo Cárdenas,
actual vicepresidente del país. Cuando en 1989 corrió en solitario, tuvo
tan pocos votos como los otros candidatos campesinos o indígenas. En
cambio, en 1993, es evidente que su presencia, junto a Goni, amplió de
manera muy significativa los votos de ese frente, sobre todo en La Paz.
El campesino, aunque no llegue a compartir plenamente la ideología
de ningún candidato, es electoralmente pragmático y realista, y calcula
de quién logrará sacar más ventaja, caso de que llegue a ser elegido.
Sin embargo, como veremos más adelante, esto no quiere decir que no
pesen en él las orientaciones ideológicas de los diversos partidos.
Elecciones municipales
1989 (ver cuadro 5.2). En los dos primeros casos gana el MIR, pero en
Ayo Ayo gana FULKA cuya cabeza era Jenaro Flores, oriundo de la mis-
ma provincia y de larga trayectoria local. Se debe notar que se trata de
un fenómeno muy local, pues tal triunfo apenas modificó el resultado a
nivel departamental rural.
Ilustramos este punto con ejemplos del altiplano aymara sacados del
detallado estudio de Romero (1993), que cubre cuatro elecciones gene-
rales desde 1979 hasta 1989. En primer lugar, hay consistencia en una
mayor opción del campesinado por el conjunto del katarismo (con sus
varios candidatos) en el campo aymara (La Paz y Oruro) más que en las
ciudades de los mismos departamentos y que en el resto del país. Aun-
que se trata de porcentajes bajos y los candidatos y siglas cambian, hay
continuidad en el mayor voto de estos lugares por esta misma corriente
(Romero 1993: 181-204).El segundo caso es más complejo pero muestra
cierta consistencia ideológica del campo de La Paz en medio de la evolu-
ción de los partidos. En las primeras elecciones, hasta 1980, los campe-
sinos aymaras del departamento votaron consistentemente por la UDP,
en muchas provincias con más del 70% del voto. Tras la debacle de este
frente, en 1985, Acción Democrática Nacionalista, ADN, sale primero
en el país sobre todo por su triunfo en La Paz. Pero ello se debe más que
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 261
Los datos recogidos por Valda (1994) sobre las provincias de Cochabamba
muestran tendencias válidas para el conjunto del país (cuadro 5.3). El
ausentismo es con relación al total de inscritos. Recuérdese lo dicho
más arriba sobre la baja inscripción y un ausentismo algo menor en
1991 (ver cuadro 5.1) porque en ese año las elecciones municipales no
coincidieron con las generales. En la provincia Cordillera, donde está
asentada la mayor parte del pueblo guaraní de Bolivia, hubo una par-
ticipación del 80% en las elecciones generales de 1993 pero para las
elecciones municipales de ese mismo año cayó a cerca de 40%, es decir,
que solo participó alrededor de la mitad de aquellos que pocos meses
antes habían votado.
51 Agradecemos al vocal Iván Guzmán de Rojas habernos aclarado todo este panorama. Nos ha
mencionado, además, otro problema adicional: las imprecisiones existentes en las nuevas
jurisdicciones municipales. Hasta principios de 1995 seguía habiendo tres versiones sobre
el número legal y real de municipios: 308 según la secretaría de Participación Popular, 305
según el ministerio de Finanzas, que les distribuye los fondos, solo 296, según la corte na-
cional electoral. Por no hablar de los conflictos o imprecisiones sobre la cobertura real de
cada jurisdicción (57 casos en las oficinas de Participación Popular y hasta 290 en la corte
electoral). Pero pensamos que todos estos problemas indican sobre todo que el gobierno ha
descubierto, por fin, que existe el campo, el sector antes ignorado. Hay que reconocer que,
tras el descubrimiento, se está empezando a poner orden al previo vacío cuando no caos legal.
266 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
ces significa una alienación total del indio. Esta legítima aspiración de
ciudadanía del indio supone de una u otra manera el incorporarse a la
sociedad nacional, como una forma de superar la discriminación colo-
nial. Es decir, el dejar de ser indio y hacerlo de un modo activo, es una
de las alternativas frente a la discriminación, en lugar de hacerlo por
efecto de una derrota. Es como decir “yo asumo el cambio cultural”, “yo
los llevo a la ciudad a mis hijos, o los pongo en la escuela”.
Pero, pese a esta forma de “civilización”, resulta que los indios conti-
núan discriminados y es allí donde comienza el camino de las frustra-
ciones, que muchas veces desembocan en una retoma de un discurso
radical de rechazo a todo lo “blanco”. Pero esa retoma de un discurso
propio no siempre está acompañada de una práctica renovada del sin-
dicalismo campesino en sus niveles cupulares, porque la estructura del
nuevo “sindicalismo aymara”, no se ha modificado de la herencia clien-
telista MNRista (entrevista a Silvia Rivera; ver Rivera 1993). En el caso
contemporáneo, el tema de la ciudadanía del indio no siempre se ha
expresado de una manera clara y pública. Pero tiene mucho que ver con
otras ideas cercanas como las de dignidad y respeto. El tema de la digni-
dad, tan extendido en los últimos años, está explícitamente enunciado
en las varias marchas hacia la ciudad de La Paz. El respeto a la condición
de indio, campesino o indígena, el ser escuchado por el otro, reaparece
también una y otra vez en la práctica cotidiana. Dignidad, respeto, ser
escuchados, se han vuelto para los indios del país, sinónimos de reivin-
dicación de la ciudadanía plena. Precisamente sobre este último punto,
el siguiente testimonio nos ilustra el panorama:
“Le pasó una vez a don Juan Lechín el año 79, quien le propuso a don
Jenaro Flores para que vaya [como compañero suyo de candidatura] y
este me decía: ‘yo a este señor le debo una cosa, tengo que devolver-
le’- ¿Qué es pues, don Jenaro?’ Y el me contó, el año 79 en el congre-
so de los campesinos, donde Juan le había dado su espaldarazo: ‘El
hizo el voto, y voy a ir con él’. Yo ahí comprendí, cuán importante es
para el campesinado en general la reciprocidad. Se la juega por tí en
un determinado momento.”
Pero no siempre los cambios son lineales. En este proceso de rotura del
pongueaje político se ha caído a veces en el extremo contrario. Si antes
se tenían actitudes adulonas y serviles –de llunk’u– después fueron pre-
valeciendo las actitudes de “contreras”, oponiéndose por principio a todo
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 275
lo que viniera de los otros, los q’aras; mucho más, de los políticos q’aras,
fueran de derecha o de izquierda. Es una actitud muy comprensible de
rebeldía. En épocas de dictadura casi cabría decir que era la única legíti-
ma. Posteriormente, ha seguido muy viva la idea del Estado “anti-cam-
pesino” y, por tanto, la sospecha frente a todo lo que venga de allí. Por
otra parte las experiencias que acabamos de mencionar, en las alianzas
con diversos partidos, tampoco favorecían una actitud más dialogante.
El contrerismo contra los de arriba puede expresarse en la frase: “Cuando
éramos llunk’us esperamos mucho y no hemos conseguido casi nada;
por eso ahora somos contreras”. Es decir, no se acaba de creer que ahora
estos señores demócratas sean muy distintos de lo que antes fueron.
Últimamente esta actitud viene además alimentada por la mayor identi-
ficación de las cúpulas campesinas con partidos de la oposición. A la ex-
periencia histórica acumulada se suma entonces la oportunidad política.
Pero hay también una tercera vía, que podríamos llamar el pragmatis-
mo sin compromiso. Pese al colonialismo y las formas de imposición
al campesinado, por un lado, o a los esfuerzos para liberarse de todo
pongueaje político, por el otro, el sector campesino e indígena muchas
veces ha actuado de manera pragmática: sortear los escollos, disimular
sus propias actitudes y ver qué ventaja puede sacar de cada uno, para
sus propios fines. Esta forma de accionar se la puede ver con nitidez,
por ejemplo, en momentos pre-electorales. Allí se comienza a manejar
un dicho en aymara: Churam sataxa qatuqt’askañaya. Kunaraki ukaxa
(Si alguien quiere regalarte, hay que recibir. Eso no es comprometerse).
Los congresos pueden ser otra muestra de lo mismo:
“Yo nunca he podido determinar la filiación partidaria o de simpatías de
los dirigentes campesinos, a excepción de unos pocos cabecillas. Pero de
los otros no. Tu ves a un campesino en dos, tres reuniones. Cuantas veces
me he encontrado con ellos, me dicen ‘estoy viniendo a escuchar’, ‘a ver
qué dicen’. No se complican y, en el momento de votar, votan según les
parezca. Veo una actitud práctica, estoy con quien me da, con ADN por
que me da comida, soy del MIR porque me está dando el dormitorio y soy
del MNR porque me ha pagado pasaje y voy a votar por cada uno de ellos.”
4. Tareas inconclusas
En realidad, para que ocurriera el cambio de que habla Calle, hizo falta
una nueva coyuntura político-sindical. Fue una pugna interna entre di-
rigentes la que llevó a uno de los sectores a planteamientos étnicos más
radicales. En este caso la raíz (u ocasión), no fue tanto un claro plan-
teamiento ideológico sino esa búsqueda del liderazgo local. En efecto,
Jenaro Flores había dejado ya la dirección nacional de la CSUTCB –no
sin controversia– y al retornar a su comunidad para por fin “cumplir”
su obligación pendiente de ser jilaqata, tomó mayor conciencia de esta
realidad comunal, que además le ofrecía una nueva base para recons-
truir su influencia política local, rebajada por otros dirigentes “sindica-
les” de la zona. Prosigue el mismo Flores:
“Se ha visto... que las autoridades originarias son importantes, no
podemos borrar a ellos, su presencia es importante en las comunida-
des, en los cabildos, en las centrales y otras instancias. Entonces de
ahí que se ha retomado. Empezamos en la parcialidad de Urinsaya,
concretamente en la comunidad de Intipampa Collana Waracora de
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 283
54 Nina Qhispi nació en Chiwu, una de las comunidades de Taraco, y fue educador, apoderado
de los indios de Taraco y protagonista de la rebelión de 1920-22. Propugnó la propuesta de
“Renovación de Bolivia”. Ver Mamani (1991) y la radionovela histórica en 55 capítulos “Eduar-
284 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
do L. Nina Quispe, yatichiri, Presidente de la República del Qullasuyu”, difundida por Radio
Méndez, Radio San Gabriel y otras en 1993.
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55 Sobre esta influyente élite aymara, ver Albó, Greaves y Sandoval (1985: IV 145-192).
286 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
Otro lugar típico de encuentro puede ser el centro educativo en que coin-
ciden. En la UMSA, por ejemplo, surgió el MUJA (Movimiento Univer-
sitario Julián Apaza). Es también típica la preferencia de muchos jóvenes
inquietos de diferentes provincias por el colegio “Gualberto Villarroel”,
ubicado en una zona de gran concentración india-urbana. Coincidie-
ron allí connotados estudiantes de la futura intelligentsia aymara, como
Raimundo Tambo, Jenaro Flores, Juan Condori Uruchi, Daniel Calle y
otros.La principal contribución de esta nueva intellingentsia aymara ur-
bana se ha dado en el planteamiento ideológico, con formulaciones de
una gradación lógica cada vez más englobante: Primero, han ayudado
a ver el problema ya no en términos meramente campesinistas sino
como algo propio de un pueblo, primero “aymara” y –más generalmen-
te– “indio”. Segundo, como consecuencia de lo anterior, contribuyeron
a la reformulación del colonialismo interno, como una contradicción
aún más fundamental que la de clase social. Tercero, hicieron la cone-
xión entre lo étnico y una visión de “nación” que ya no coincidía con el
Estado nacional. Cuarto, consecuencia de todo lo anterior: cuestionaron
el mismo Estado boliviano, ampliando el horizonte y lanzando la idea
de que es posible tener otro tipo de Estado. Nótese que lo que enriquece
el debate y las propuestas es la mutua relación entre quienes llegan del
campo y lo representan y quienes tienen otras experiencias y reflexiones
desde su mayor inserción en la ciudad. Si falta este intercambio, los del
campo tienden a ser demasiado pragmáticos e inmediatistas y los de la
ciudad, demasiado teóricos. Es patente, por ejemplo, la manera como
algunas de estas ideas se engarzaron con otras demandas más concretas
llegadas desde el campo en la versión final de la propuesta de ley agraria
fundamental, aumentando su vigor y alcance. Los planteamientos que
a continuación señalamos se enriquecen también de este intercambio y
de otros varios, aunque en última instancia siguen siendo propuestas de
los niveles superiores de organizaciones campesinas e indígenas.
56 La wiphala, con su juego de siete colores en un campo de siete por siete cuadros, representa
muy bien la imagen de una Bolivia diferente, pluriétnica. Aunque tiene raíces en la cultura
andina, su emergencia como símbolo primero del pueblo aymara y después de la variedad de
las “naciones originarias” es un fenómeno de los últimos años. Han surgido incluso nuevas
explicaciones sobre sus orígenes y significados (ver Chukiwanka 1993). Hacia el fin de su
mandato presidencial, Jaime Paz Zamora llegó a prometer que daría reconocimiento oficial
de la wiphala como otro símbolo patrio. No llegó a cumplirlo, pero es común ahora encon-
trarla incluso en celebraciones oficiales en el palacio de gobierno. Es este un claro caso de
“invención de la tradición” (Hobsbawm) dentro de un proceso mucho más amplio y masivo
de etnogénesis y de creación de un nuevo imaginario de país.
1995e | con Esteban TICONA y Gonzalo ROJAS | VOTOS Y WIPHALAS 289
que haya conflictos territoriales (y, por tanto, jurisdiccionales) como los
ya mencionados entre ayllus del norte de Potosí. Los referentes sacrales
no llegan a predeterminar cuál es el territorio de unos u otros o incluso,
a nivel familiar, cuál es la parcela de uno u otro comunario (Albó 1994b).
1. Identidad étnica
Un paso más. Cuando estos grupos pelean para que se les reconoz-
ca esa identidad compartida, les gusta llamarse y ser llamados por sus
nombres propios –aymara, guaraní (¡no chiriguanos!), weenhayek (¡no
matacos!), etc.– y por el nombre genérico de “nacionalidades”, “na-
ciones” o –su fórmula preferida– “pueblos” y “naciones originarias”.
Significativamente esta última formulación mucho se parece (sin que
hubiere previos intercambios) al término que acuñaron y consagraron
los pueblos indígenas de Norteamérica para identificarse y ser recono-
cidos: First nations. El término originario empezó a escucharse de labios
de dirigentes de la CSUTCB durante los debates con la CIDOB sobre el
proyecto de ley indígena para el Oriente en 1991 y se incorporó como
sinónimo de indígena en dicho proyecto (CIDOB 1992, art. 3). Su men-
saje no es que ellos estén aquí desde siempre sino que la presencia y
los derechos de estos pueblos tienen raíces anteriores a lo que pueda
otorgarles un Estado conformado después y sin ellos (incluido el Es-
tado colonial). En talleres conjuntos de la CIDOB, la CPIB, la APG y
la CSUTCB, en torno a la prometida ley indígena, el tema del nombre
consumió muchos días y horas. No era simple nominalismo bizantino
sino una cuestión muy sentida de identidad. Los dirigentes de la CSUT-
CB defendían entonces el término acuñado de “originario”, frente al de
“indígena” y otros –que ya satisfacían a los pueblos orientales y entra-
ban en el uso habitual del gobierno y agencias internacionales– con un
razonamiento no falto de lógica: era el único denominativo no inventa-
do ni impuesto por los otros y el único que no tenía las connotaciones
negativas de los demás.
58 Para un tratamiento más detallado de estos desarrollos más teóricos, en nuestro contexto
boliviano, ver CIPCA (1991) y Albó (1995c).
296 XAVIER ALBÓ | OBRAS SELECTAS | Tomo X: 1994-1998
59 Tierra virgen y madura, en lengua kuna, de Panamá. Aparece también en el artículo antes
citado de Villca (1991).
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En Bolivia los sectores criollos y mestizos son una minoría dominante que
no constituye una nación a no ser que invoque una densidad histórica que
necesariamente se engarza, por lo menos discursivamente, con el período
prehispánico. Como mínimo, debe enfatizar el momento antihispánico
como momento fundacional de la república boliviana; de hecho, los liber-
tadores apelaron con frecuencia a la época inka y precolonial. Sin embargo,
estos sectores criollos y mestizos aspiran a imponer su visión cultural a
toda la nación, o para decirlo provocativamente, al conjunto de naciones
que conforman la Bolivia plurilingüe y multicultural. Más aún, el mestizo
aceptado es el que, a pesar de sus orígenes, más se acerca a los modos cul-
turales del blanco. Por otro lado, aunque sectores medios urbanos y hasta
sectores proletarios niegan ahora su identidad y origen aymara, quechua
o indígena en general –e incluso mantienen pautas de discriminación en
su relación con los indígenas–, están más ligados culturalmente a lo indí-
gena que aquella minoría criolla y mestiza acríticamente occidentalizada.
Además, el proceso actual muestra que la recuperación de su identidad
–emprendida con vigor por los aymaras y continuada con convicción por
los demás pueblos originarios–, se expande a la propia clase obrera a través
de la presencia katarista-indianista en la COB y de los pueblos originarios
del Oriente en el escenario nacional. Hay, pues, una maduración para ir
imaginando el país de otra manera. En el fondo, se trata de plantear una
radicalización de la democracia que articule con equidad y sin negarlas las
distintas identidades étnicas y sociales. Aunque no es este el único plantea-
miento, lo consideramos el de mayor envergadura y viabilidad.
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Pero no debemos tampoco ignorar las lecciones que nos llegan de los
conflictos étnicos europeos o de otras intolerancias más cercanas, como
las que le tocó sufrir a nuestro vecino Perú. Precisamente para evitar el
surgimiento de intolerancias, es bueno asegurar mediaciones. Respetar
identidades, sí; pero crear barreras entre ellas, ya no. Tal vez una de las
razones por las que Bolivia, a pesar de sus convulsiones y contrerismos,
no se ha deteriorado como nuestro vecino país, tan parecido bajo otros
aspectos, es precisamente porque en nuestro medio hay más y más
representativas mediaciones. La COB, la CSUTCB o los cocaleros pro-
testan, bloquean, rechazan, pero también se sientan en la misma mesa
con sus oponentes para dialogar y la polarización se suaviza. Hay que
dar crédito por ello a ambos bandos de nuestra clase política.
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