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Se Hace Terruno

Este documento presenta un resumen de las luchas históricas y contemporáneas de los pueblos indígenas y campesinos por defender sus territorios frente a la invasión y el despojo de sus tierras y recursos. Se describe la resistencia yaqui de hace casi 500 años contra la conquista española y los proyectos recientes de extracción de agua. También se mencionan otras rebeliones del siglo XIX y movimientos actuales en defensa de territorios amenazados por la minería, represas, urbanización y otros proyectos extractiv

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Se Hace Terruno

Este documento presenta un resumen de las luchas históricas y contemporáneas de los pueblos indígenas y campesinos por defender sus territorios frente a la invasión y el despojo de sus tierras y recursos. Se describe la resistencia yaqui de hace casi 500 años contra la conquista española y los proyectos recientes de extracción de agua. También se mencionan otras rebeliones del siglo XIX y movimientos actuales en defensa de territorios amenazados por la minería, represas, urbanización y otros proyectos extractiv

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SE HACE TERRUÑO AL ANDAR

SE HACE TERRUÑO AL ANDAR


LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

Armando Bartra
Carlos Walter Porto-Gonçalves
Milson Betancourt Santiago
Esta publicación de la Coordinación de Extensión Universitaria y la División de
Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad
Xochimilco, fue dictaminada por pares académicos especialistas en el tema. Agradecemos
a la Rectoría y a la Secretaría de Unidad el apoyo brindado para esta edición.

Se hace terruño al andar. Las luchas en defensa del territorio,


de Armando Bartra, Carlos Walter Porto-Gonçalves
y Milson Betancourt Santiago.

Primera edición, 2016.

Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco


Calzada del Hueso 1100, Col. Villa Quietud
Delegación Coyoacán, Ciudad de México, C.P. 04960.
Sección de Publicaciones
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Edificio A, tercer piso
Tel. 54837060
ISBN: 978-607-28-0498-2

Editorial Itaca
Piraña 16, Colonia del Mar
Ciudad de México, C.P. 13270.
Tel. 58405452
[email protected]
www.editorialitaca.com.mx
ISBN: 978-607-96999-3-2

Portada: Irais Hernández Güereca

D.R. © 2016 Armando Bartra


D.R. © 2016 Universidad Autónoma Metropolitana
D.R. © 2016 David Moreno Soto / Editorial Itaca

Se hace terruño al andar. Las luchas en defensa del territorio, de Armando Bartra, Milson
Betancourt Santiago y Carlos Walter Porto-Gonçalves, de la DCSH de la UAM-Xochimilco,
se terminó de imprimir en los talleres de Impresiones y Acabados Finos Amatl, S.A. de
C.V., en enero de 2016. Se tiraron 1000 ejemplares. La edición estuvo al cuidado de David
Moreno Soto y Maribel Rodríguez Olivares. Formación de originales Karina Atayde.

Impreso y hecho en México


CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Armando Bartra
ÍNDICE

PREÁMBULO ........................................................................................... 9

TIERRA INDÓMITA: LA DEFENSA DEL PATRIMONIO ..................................... 11


Recuento de rebeldías .................................................................. 19
Minería tóxica .............................................................................. 21
Tierra quebrada .......................................................................... 37
Aguas capturadas........................................................................ 41
Tajos carreteros ........................................................................... 52
Urbanizaciones invasoras ........................................................... 53
Los dueños del aire ...................................................................... 55
Silvicultura predadora ............................................................... 57
Usurpación del territorio jurisdiccional ..................................... 59
Invasión del genoma ................................................................... 61
Latifundio electromagnético ....................................................... 62
Minería de datos .......................................................................... 63
El género y sus territorios ........................................................... 63
Narcoterritorios ........................................................................... 67
Tierra caliente ............................................................................. 76
Siniestros “naturales”................................................................ 104
NUESTRA TIERRA: LA RESISTENCIA EN LOS TERRITORIOS,
NUEVA ETAPA DEL MOVIMIENTO RURAL MEXICANO .................................. 107

Señas de identidad .................................................................... 111


La nación como territorio compartido:
preservar entre todos los recursos de todos.......................... 123

TIERRA HABITADA: EL TERRITORIO CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA .......... 131
Los adjetivos del territorio ........................................................ 133
La selva como territorio............................................................. 137
Se hace terruño al andar........................................................... 139
¿La tierra ha muerto, viva el territorio? ................................... 141
Tierra y libertad ........................................................................ 144
Territorio y espacio social ......................................................... 146
¿Indios y campesinos o campesindi@s? .................................... 149

TIERRA ARRASADA: ATERRIZAJES FORZOSOS


DEL CAPITALISMO DE LA ESCASEZ ......................................................... 155

La violencia como momento de la reproducción


ampliada del capital ............................................................ 156
El capital y su entorno: breve historia del debate
sobre la permanencia del despojo ........................................ 160
Violencia primaria .................................................................... 165
Crisis de escasez y geofagia capitalista .................................... 168
De la acumulación originaria permanente
al permanente Estado de excepción ..................................... 187
La violencia pura y el carnaval ................................................ 194

BIBLIOGRAFÍA .................................................................................... 199


PREÁMBULO

Al frente de su ejército, el rey montó su caballo heredado y


partió a imponer regla y compás, autoridades y obediencia,
donde solamente había habido libertad y sueño.

Jorge Amado, Tocaia Grande

El primer combate que los belicosos yaquis tuvieron contra las fuerzas
españolas fue el 5 de octubre de 1533. Los españoles, al mando de Diego
de Guzmán, habían llegado el día 4 a la margen izquierda del río Yaqui, lo
pasaron el día 5 y después de algunas horas de marcha vieron en la llanura
una multitud de indios que venía a su encuentro arrojando puños de tierra
hacia arriba, templando los arcos y haciendo visajes. El jefe de ellos, cuando
estuvo a corta distancia de los españoles, trazó con el arco una raya muy
larga en el suelo, se arrodilló sobre ella, besó la tierra, después se puso en
pie y empezó a hablar manifestando a los invasores que se volvieran y no
pasaran la raya, pues si se atrevían a hacerlo perecerían todos (Hernández,
1985: 133-134).

Cuatrocientos setenta años después la raya sigue ahí. En mayo de


2013, la tribu yaqui instalaba un campamento sobre la carretera in-
ternacional 15, cerca de Vicam, exigiendo la cancelación del Acueducto
Independencia, que conduciría rumbo a Hermosillo 75 millones de metros
cúbicos de agua del río Yaqui almacenada en la presa Álvaro Obregón,

9
10 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

dejando sin riego suficiente a los pobladores originales y otros agricultores


en beneficio de los capitalinos pero sobre todo de empresas como Ford,
Apasco, Heineken, Coca Cola, Pepsico y Big Cola.
No importa si lo de la raya en el suelo y el “no pasarán” es leyenda
o verdad, el hecho es que los yaqui llevan cinco siglos batallando por su
sierra, por su valle, por su río, por el derecho a gobernarse a su modo y
por su existencia como pueblo. En el arranque del México independiente
se dejaron usar militarmente por conservadores y por liberales, entre
otras cosas, porque mientras duraran los conflictos entre los grupos
dominantes sus tierras no eran amenazadas, pero en los años ochenta
del siglo XIX, cuando el gobierno de Porfirio Díaz empezó a promover
la colonización económica del valle, la tribu se puso en pie de guerra
empleando las armas de sus enemigos y las tácticas aprendidas en el
ejército. Y así siguieron hasta 1940, cuando el presidente Cárdenas les
reconoció una parte de lo que exigían, la propiedad de 36 mil hectáreas
en forma de ejidos y la mitad del agua de la presa Álvaro Obregón. Al
firmar el acuerdo no dieron las gracias, simplemente dijeron que habían
“ganado la guerra”.
No la habían ganado del todo y después han tenido que seguir pug-
nando por su existencia. El combate más reciente contra el Acueducto
Independencia se inscribe en la nueva oleada de movimientos en defensa
de tierras, aguas y otros recursos naturales; generalización de la lucha
por lo que hoy llamamos territorios, que es nacional pero también in-
ternacional.
TIERRA INDÓMITA
LA DEFENSA DEL PATRIMONIO

Y de repente un día entra una topadora y se encuentra que


por donde tiene que hacer una locación petrolera está mi
casa. Y ahí comienzan los problemas, porque justamente
nosotras no nos vamos a ir a vivir a la luna, o a otro lado
que no sea donde siempre hemos estado. Entonces nuestra
lucha es fuerte.

Mujer mapuche

En el tercer milenio las mujeres y los hombres del campo siguen luchando
por la tierra como lo han hecho los últimos quinientos años. Cuando la
Conquista, algunos desafiaron la invasión, durante el siglo XIX partici-
paron en las guerras de Independencia y más tarde, en estados como
Yucatán, Sonora y lo que ahora son Jalisco y Nayarit, se alzaron contra
el ninguneo, la exclusión y los emergentes latifundios. El movimiento
protagonizado por los indios cora y encabezado por Manuel Lozada, “El
tigre de Álica”, que se despliega a fines de los sesenta del siglo XIX en el
entonces Cantón de Jalisco, fue políticamente confuso pero claridoso en
sus decires: “No estamos conformes, porque se nos ve como extranjeros
en nuestra propia patria, razón de que nuestros terrenos están usurpados
por los grandes propietarios, y aunque se nos ha ofrecido hacer que se
nos devuelvan jamás lo hemos conseguido” (Meyer, 1990: 104).
11
12 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Al alba del siglo XX tomaron las armas exigiendo tierra y libertad.


Consiguieron la primera pero no la segunda pues los gobiernos posre-
volucionarios cambiaron parcelas por sumisión política. Cincuenta años
después, en los setenta de la centuria pasada, sus hijos y nietos, que ya
no habían alcanzado ejido, forcejearon para lograr que se reanudara el
reparto agrario. Dos décadas más tarde, en los noventa, los indios se
alzaron por dignidad y por el derecho a gobernar en sus territorios.
Así, durante los siglos XIX y XX, la gente del campo batalló de distintos
modos por tierra y por libertad. Y en eso siguen. Sólo que hoy el combate
más visible es defensivo y se libra en los llamados territorios: espacios en
disputa donde las comunidades indígenas y mestizas tratan de preservar
su patrimonio y su vida, amenazados por codiciosas corporaciones. Es
como si cinco centurias más tarde el saqueo iniciado en la Conquista y
continuado en la Colonia se reavivara. Pero ahora la rapiña ya no es obra
de encomenderos, hacendados y finqueros sino de las grandes empresas
y sus cómplices en el gobierno.
Las dentelladas más lesivas al patrimonio de los pueblos vienen de
las minas, las presas, las carreteras, la urbanización salvaje, el gran
turismo… Pero lo que realmente está en juego no son sólo los territorios
específicos que interesan directamente a ciertos capitales, sino la propie-
dad social de la tierra, principio que ha sido piedra angular del México
rural durante la última centuria. Los poderes económicos y políticos
nacionales e internacionales van sobre el usufructo campesino de las
parcelas familiares y las tierras del común, una conquista y un derecho
que son partes sustantivas del pacto social resultante de la revolución
agraria de 1910 formalizado en la Constitución de 1917.
Cuando América Latina regresa a un capitalismo ciertamente soste-
nido en la valorización de los recursos naturales pero también acotado y
redistributivo, y mientras algunos países del subcontinente exploran los
caminos del posdesarrollo impulsando lo que llaman economía plural y
socialismo comunitario, los gobiernos de México se empecinan en llevar
a sus últimas consecuencias el modelo de capitalismo desmecatado y
gandalla dominante en el último tercio del siglo pasado.
La administración de Peña Nieto, con la que el Partido Revolucionario
Institucional (PRI) regresó en 2012 a la presidencia de la República, busca
TIERRA INDÓMITA... 13

llevar a su término el ciclo neoliberal iniciado hace 30 años, consumando


íntegramente la privatización de los recursos naturales, de las activida-
des económicas estratégicas y de los servicios sociales. Y más que en la
minería o el petróleo, que en la salud o en la educación, el corazón de
la contrarreforma está en acabar con la propiedad social de la tierra y
con su apropiación colectiva por las comunidades.
En lo tocante al campo, el ciclo neoliberal empezó con la reforma de
1992 al artículo 27 de la Constitución, que al relativizar la condición
inalienable de los ejidos y comunidades permitía transitar de la pro-
piedad social colectiva al pleno dominio individual y de ahí a la venta.
Conversión privatizadora favorecida por acciones jurídicas como el
Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares
(Procede), y por políticas agrícolas pro empresariales que desalientan a
la pequeña y mediana producción agropecuaria expulsando del campo
a los campesinos. Por esos mismos años la reforma a la Ley minera,
que concede a la actividad extractiva prioridad sobre cualquier otra,
evidenciaba que los grupos de poder habían tomado la decisión de
imponer la valorización privada capitalista de los recursos naturales
sobre la apropiación nacional operada por el Estado y, en el caso de la
tierra, sobre el usufructo campesino. Veinte años después, el ciclo está
concluyendo con la reforma energética que por una parte privatiza la
extracción de combustibles fósiles y la generación de energía, al ceder
las rentas a los particulares, y por otra conculca el derecho de los campe-
sinos a las tierras al llevar a sus últimas consecuencias el principio, ya
establecido en la Ley minera reformada, de que las actividades asociadas
con el petróleo y la electricidad tienen prioridad sobre cualesquiera otras.
El siguiente párrafo proviene de la ley reglamentaria de la energía
geotérmica, pero se reproduce sin cambios en las leyes que se refieren a
otras formas de generar y transmitir energía eléctrica y a la extracción
de petróleo y gas. De éstas se dice que “son de utilidad pública, preferente
sobre cualquier uso o aprovechamiento del subsuelo, y procederá la ocu-
pación, afectación superficial, ya sea total, parcial, simple limitación de
los derechos de dominio o la expropiación, previa declaración de utilidad
pública” (Ballinas, 2014).
14 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Lo que falta ahora es incorporar a las leyes y procedimientos agrarios


los cambios necesarios para que se facilite aún más el tránsito de la pro-
piedad ejidal colectiva al pleno dominio individual privado establecido
en la reforma de 1992 al artículo 27 constitucional e impulsado durante
tres décadas mediante programas de titulación. Lo que supone facilitar
el procedimiento y sobre todo restarle atribuciones a la asamblea y al
comisariado. Por si quedara alguna duda de que el cometido de la mu-
danza rural que planteó el gobierno de Peña Nieto es llevar a término lo
que se propuso en la modificación constitucional de 1992, separando a
los campesinos de la tierra y acabando definitivamente con la propiedad
social, tenemos las declaraciones de Mireille Roccatti, abogada general de
la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimen-
tación (Sagarpa), en el primer foro temático para la reforma del campo:
Hablamos de una reforma constitucional para […] darle (al ejido) flexibilidad
dentro de sus asambleas para que puedan disponer de sus parcelas, pues
desde la reforma al artículo 27 constitucional es bajo el número de personas
que han podido desincorporar sus tierras de manera legal; lo han hecho de
manera clandestina, con contratos privados y a bajos precios, pero no tienen
la certeza jurídica del pleno dominio sobre la tierra.1

En México, como en América Latina, es patente la resistencia popular


al despojo. Pero la renovada expansión del capital sobre tierras y otros
bienes que fueron comunes es un fenómeno global y también lo es la
protesta de los afectados.
El acaparamiento, concentración, financiarización y extranjerización
del suelo están asociados con la expansión de la minería, las urbaniza-
ciones, las represas, las carreteras, el gran turismo y otros negocios, pero
el hambre de tierras para siembra es el más voraz. Desde 2007 la crisis
agrícola hizo evidente que –en un contexto de cosechas erráticas por el
cambio climático– la expansión de la demanda alimentaria, forrajera y de
biocombustibles no podía ser satisfecha por el modelo agroalimentario pre-
valeciente. Y así un ámbito que por décadas había sido comparativamente

1
Véase <http://www.vanguardia.com.mx/elcampoconproblemascronicosperonoesta-
destruidosagarpa-2016263.html>.
TIERRA INDÓMITA... 15

poco atractivo para el gran dinero devino promisoria fuente de ganancias


y sobre todo de rentas. Arrancó entonces una rebatiña planetaria por la
tierra; carrera de ratas alentada por organismos multilaterales como el
Banco Mundial (BM) en la que participan con igual entusiasmo gobiernos,
empresas y fondos de inversión. Entre 2006 y 2010 la extensión de tierras
compradas cada año se triplicó hasta llegar a 10 millones de hectáreas
(Oxfam, 2012: 12), pero para Oxfam el trasiego es aún mayor, pues dicha
agencia calcula que entre 2001 y 2010 fueron adquiridas o rentadas por
los grandes compradores nada menos que 227 millones de hectáreas.2
Una parte de los grandes compradores son gobiernos a los que mueven
urgencias territoriales de diverso orden. A unos los motiva la insuficiente
disponibilidad nacional de tierra y agua respecto de la demanda alimen-
taria de su población, tal es el caso de los gobiernos de Corea del Sur,
India, Egipto, Emiratos Árabes y Arabia Saudita; este último país es un
inmejorable ejemplo de este tipo de incentivo pues importa 96 % de sus
alimentos. Otros gobiernos encabezan países con economías expansivas
y abundancia de recursos financieros de inversión que buscan extender
su influencia económica, sus redes de abasto de materias primas y sus
mercados. Tal es el caso de China, que es básicamente autosuficiente
en alimentos pero incursiona territorialmente en África, Asia y América
Latina, continentes donde ha comprado grandes extensiones de tierra,
aunque también adquiere petróleo y materias primas varias, además de
que canaliza créditos, financia y realiza obras de infraestructura, estable-
ce agroindustrias, vende maquinaria y equipo, transfiere conocimiento
tecnológico… Por si fuera poco, el país más poblado del mundo exporta
contingentes de sus propios ciudadanos (Chouquer, 2012: 16-29).
El sueco Henning Mankell no es sociólogo sino literato pero ha
vivido muchos años en Mozambique y conoce de cerca la lógica del
expansionismo chino sobre el continente negro, lo que a mi ver justifica
citar una de sus novelas, relato imaginativo donde, sin embargo, la ficción
se entrevera con la realidad.

2
Oxfam, “Our Land, Our Lives”, en Time Out on the Global Land Rush, <http//www.
oxfam.org>.
16 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Dice Yan Ba:


En la lucha por cubrir nuestras necesidades de materias primas y, desde
luego, también de petróleo, llevamos varios años estableciendo relaciones
cada vez más fuertes y profundas con muchos estados africanos. Hemos
sido generosos concediendo créditos y donaciones, sin inmiscuirnos en los
sistemas políticos de dichos países. Somos neutrales, hacemos negocios con
todos […]. A diferencia de nuestro país, el continente africano está poco
poblado. Y hemos comprendido que, dándose esta circunstancia, podemos
hallar al menos parte de la solución a los problemas que amenazan nuestra
estabilidad. El hecho de que existan similitudes aparentes no significa que
vayamos a exponer al pueblo africano a una segunda invasión colonialista.
Lo único que perseguimos es resolver un problema al tiempo que damos
nuestro apoyo a estas gentes. En las desiertas llanuras, en los fértiles valles
que rodean los grandes ríos africanos, trabajaremos la tierra trasladando allí
a millones de nuestros campesinos pobres […]. De este modo cultivaríamos
la tierra africana al tiempo que eliminaríamos la amenaza que se cierne so-
bre nosotros. Sabemos que habremos de enfrentarnos a la oposición […] del
resto del mundo que creerá que China ha pasado de apoyar la lucha contra
el colonialismo a convertirse en país colonizador […]. Ahora el continente
negro va a convertirse en fundamental para el desarrollo de China, tal vez
incluso a la larga en un satélite chino (Mankell, 2010: 242-247).

Y así es. En 1999 vivían en África unos 100 mil chinos y en 2013 ha-
bía alrededor de un millón. Un ejemplo de los problemas que genera esta
invasión silenciosa son los choques sangrientos que han tenido con los
campesinos locales los miles de pequeños mineros de Shanglin que fueron
trasladados a Ghana para desarrollar labores extractivas. En América La-
tina China incrementa rápidamente su inserción: Venezuela, que en 2013
le debía unos 40 mil millones de dólares, le exportaba ingentes cantidades
de petróleo; igualmente cuantiosa es la deuda de Ecuador con el gigante
asiático, que tiene ahí fuertes inversiones; Nicaragua le concesionó por
medio siglo un nuevo canal interoceánico que las propias empresas chinas
construirán; en México, pese a las protestas de los empresarios locales
y de muchos nacionales, avanza el proyecto Dragon Mart, un Centro de
Distribución de Productos Chinos sólo comparable con el que ese país
TIERRA INDÓMITA... 17

tiene en Dubái, que debe ser la base desde la que se desparramen las
mercancías chinas por todo el continente; el enclave contaría con alma-
cenes, área comercial, hotel y viviendas, instalaciones que ocuparían
unas 400 hectáreas y llevaría a Cancún a 2 500 chinos entre habitantes
y empleados diversos (Lomnitz, 2013).
Y del mismo tamaño que el despojo es la oposición que despierta. La
resistencia a la expoliación territorial capitalista es hoy un fenómeno
global, transclasista y multiétnico aunque se intensifica entre los po-
bres de la periferia y en particular entre las poblaciones originarias
con quienes los saqueadores se ensañan. Según el Atlas de Justicia
Ambiental,3 que para fines de 2014 había capturado información sobre
cerca de 2 000 conflictos territoriales en todo el mundo, alrededor de
40 % de éstos involucran poblaciones indígenas y entre 15 y 20 % han
tenido éxito en interrumpir los proyectos agresivos, lo que es un por-
centaje alentador. Sin embargo el costo ha sido alto: un informe de la
organización Global Witness,4 que se ocupa únicamente de acciones en
defensa de la naturaleza, obtuvo datos verificables sobre cerca de un
millar de ambientalistas muertos por causa de su lucha de mediados
de 2013 a mediados de 2014.
En el continente americano las inconformidades se han multiplicado
en los últimos tres lustros, haciendo de la defensa territorializada de
bienes comunes naturales, socioeconómicos y culturales una de las ver-
tientes más concurridas del conflicto social del siglo XXI. En Chile la etnia
mapuche mantiene su ancestral lucha por el territorio ahora mordido
también por grandes empresas mineras; en Argentina los pobladores de
Neuquén se oponen a la técnica del fracking que emplea ahí la Chevron;
en Tolima, Colombia, se batalla contra la Anglo Gould Ashanti; fracasado
el proyecto de que se compensara a Ecuador por no extraer petróleo en el
bloque Ishpingo, Tiputini y Tambococha del Parque Nacional Yasuní, el
gobierno ha decidido autorizar su explotación, medida a la que se oponen
organizaciones indígenas y ambientalistas; en el Territorio Indígena
Parque Nacional Isiboro-Sécure, en la amazonia boliviana, comunida-

3
Véase <www.ejatlas.org>.
4
Véase <http://www.globalwitness.org/deadlyenvironment/>.
18 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

des y ecologistas rechazan la carretera Villa Turani-San Ignacio de


Moxos; en Cajamarca, Perú, se combate contra la empresa Yanacocha;
en Nicaragua se resiste al proyecto de un nuevo canal transístmico;
en el estado brasileño de Pará los ecologistas y defensores de derechos
humanos se oponen a la construcción de la presa Belo Monte sobre el
río Xingú, que sería la tercera más grande del mundo y pondría en
riesgo la existencia de pueblos indígenas de la zona como los kayapó,
arara, jurtuna, araweté, xikrin, ariní y parakañá; en Brasil, Argentina
y otros países del Cono Sur hay un movimiento contra el proyecto de
interconexión del Amazonas, el Orinoco, el La Plata y otra docena de ríos
(Martínez Alier, 2013a; 2013b). Y, así, atendiendo a una sola amenaza,
la que representa la minería, a fines de 2013 la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe, hizo un recuento de los conflictos que
genera según el cual los países con mayor incidencia son Perú y Chile,
cada uno con 33 confrontaciones de la población con las empresas del
ramo, y Argentina y México, con 26 casos cada uno (González, 2013).
Es éste un trajín contestatario continental que por su composición
mayormente rústica da fe de que en Nuestra América colonizada y clasista
uno de los sujetos sociales más tenaces y persistentes es el que resulta de
la fusión de lo campesino y lo indígena, una bifronte entidad societaria
en la que se entreveran el derecho a la tierra que se gana con el trabajo
y el derecho a la tierra que otorga la ocupación ancestral.
De esta vasta confrontación, que bien podríamos calificar de civili-
zatoria, hay que dar cuenta documentándola pero también poniendo en
claro lo que está en juego y lo que hay detrás: la racionalidad sistémica
que subyace en la nueva ofensiva territorial del gran dinero y la tras-
cendencia y significado de los movimientos que la resisten. Empezaré
por la reseña de algunas de las luchas territoriales activas en México
durante el tercer lustro de este siglo que a mi ver ilustran bien la índole
del conflicto.
TIERRA INDÓMITA... 19

Recuento de rebeldías

Queremos defender este lugar sagrado […] que no se saque


el corazón y la sangre de Wirikuta, porque está vivo. Si lo
hicieran, el pueblo wixárika desaparecería.

Palabras del mara´akame,


Cerro del Quemado, Wirikuta, San Luis Potosí

Minería a cielo abierto que deja a su paso titánicos tajos; exploración


y explotación altamente contaminantes de combustibles fósiles, ahora
también mediante fractura hidráulica de esquistos; grandes presas, ca-
rreteras y ductos que desplazan pueblos, alteran cuencas y desquician
ecosistemas; silvicultura predadora que arrasa bosques y selvas, lo que da
lugar a deslaves y reduce la infiltración de la lluvia propiciando erosión
hídrica y eólica del suelo, con el consecuente azolve de los ríos, que a su
vez ocasiona inundaciones; reducción de la diversidad maicera a partir
del secuestro, alteración y privatización de su genoma; urbanizaciones
desmedidas y emprendimientos turísticos invasivos; ocupación de los
espacios del pequeño comercio por las grandes tiendas departamentales;
invasión del paisaje urbano por la publicidad comercial y política; despo-
sesión del tiempo de ocio y sus lugares domésticos y comunitarios por los
medios electrónicos de comunicación masiva que usufructúan el espectro
electromagnético; minería de datos en el ciber territorio practicada, entre
otros, por los espías del imperio; privatización de las playas y el paisaje;
mercantilización del patrimonio cultural material e inmaterial; saqueo
cinegético y pesquero; concentración de tierras agrícolas; acaparamiento
y contaminación del agua dulce; pérdida de poblados, cultivos y tierras
saldo de eventos meteorológicos que el deterioro intencional de los eco-
sistemas, la pobreza y la imprevisión transforman en desastres sociales;
cárteles de la droga que imponen su ley sobre extensos territorios… To-
dos los despojos del despojo: la nueva cabeza de Medusa, la multiforme
maldición del milenio.
20 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

La expoliación se concreta por lo general en acciones o eventos locali-


zados que chocan con formas preexistentes de apropiación del espacio y en
particular de usufructo territorial. Así, de mil maneras, las comunidades
rurales y urbanas vemos amenazado nuestro hábitat por una legión de
poderosas y predadoras empresas. Corporaciones a las que casi siempre
respalda el gobierno no sólo porque la teología de la neoliberalización lla-
ma a privatizar sin medida ni clemencia, también porque los funcionarios
saltan jubilosos de los cargos públicos a los consejos de administración
de los negocios que beneficiaron. Capitales intrusos que a primera vista
no están tan interesados en explotar nuestro trabajo como en expropiar
nuestros bienes patrimoniales y si es necesario expulsarnos de la tierra
interrumpiendo o desquiciando los intercambios sociales, laborales y
simbólicos que nos unen con el lugar que habitamos. Y éste es un acto
de violencia, de violencia extrema.
No sólo los pueblos indígenas y otros pobladores seculares, todos los
vivientes ocupamos un lugar sobre la tierra; todos nos inscribimos en
relaciones georeferenciadas por las que al habitar, trabajar y significar
el entorno mantenemos física y metafísicamente la vida; todos, sin excep-
ción, participamos de nexos sociales situados por los que refundamos a
diario el cosmos y les restituimos el sentido a las cosas. Si se rompe este
vínculo mágico, si somos expulsados de nuestro lugar o se destruyen las
condiciones que nos permitían permanecer, se rompe real y simbólica-
mente el equilibrio del mundo.
Todos preservamos el orden cósmico de a poquito con los pequeños
ritos privados y sociales de los que está empedrada la cotidianidad, pero
los wixárica asumen la compartida responsabilidad cósmica de manera
excepcionalmente entusiasta, generosa y colectiva, además de periódica,
ritual y estetizada. Así, las peregrinaciones que 30 mara´akate o jicare-
ros realizan todos los años al cerro sagrado de Wirikuta, donde a través
de visiones propiciadas por el largo viaje, el ayuno y el hicuri o peyote
recrean el mundo de la luz son eventos que de algún modo nos incumben
a todos por muy agnósticos que algunos seamos (Neurath, 2012).
Pero la peregrinación anual de los chamanes huicholes está en riesgo y
por ende también peligra la armonía cósmica. Grandes partes del Desierto
del Amanecer, que por decreto estatal es Área Natural Protegida, que se
TIERRA INDÓMITA... 21

lo considera Área de Importancia para la Preservación de las Aves, que


desde 1988 fue incorporado por la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura a la Red Mundial de Lugares
Sagrados Naturales y que desde 2004 está en lista de espera para ser
reconocido como Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad, fue
cedido en 2009 por el presidente Felipe Calderón a la minera First Ma-
jestic Silver, que tiene 22 concesiones que abarcan 6 327 hectáreas (De
la Fuente, 2014), y a la Revolution Resources, cuyo Proyecto Universo
está previsto para ocupar 60 mil hectáreas, la quinta parte de la reserva
(Barett, 2012).
Aunque divididos por un siglo de disputas territoriales, represen-
tantes de los 45 mil wixárica que habitan partes de Jalisco, Nayarit,
Zacatecas y Durango se congregan año tras año para cumplir el com-
promiso que tienen con ellos mismos, con nosotros y con el universo. Y
en 2013 lo hicieron también para defender sus territorios sagrados. El
Frente Tamatsima Wahaa puso en acción a los indígenas pero movilizó
igualmente a un amplio segmento de la opinión pública integrado por
quienes sabemos que permitir la destrucción de la base territorial del
imaginario wixárica, y con ella la destrucción de los huicholes como
pueblo, es aceptar que se violente el orden cósmico, un delicado equili-
brio sostenido sobre la pluralidad dialogante de las culturas. Primero se
fueron sobre el Desierto del Amanecer y si los dejamos después se irán
sobre los territorios significativos de todos los demás. Por fortuna, de
momento los detuvimos gracias a un amparo judicial interpuesto por la
comunidad en 2013.

Minería tóxica

La amenaza minera que aún pende sobre Wirikuta es apenas un caso


entre muchos. Desde los noventa del siglo pasado los precios de los mi-
nerales se elevaron desmesuradamente –en 10 años la cotización de la
plata se multiplicó por ocho– desatando un prolongado auge extractivo
tanto de metales industriales como hierro, cobre y aluminio, como de
metales preciosos. La extracción minero-metalífera es uno de los negocios
22 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

globales con mayor concentración de capital: 10 empresas controlan 77 %


del cobre de todo el mundo, mientras que en el aluminio la concentración
en el decil más alto es de 71 %, de 67 % en el hierro y de 60 % en el oro
(Machado, 2011: 18).
En América Latina y en especial en México, la expansión de la minería
resultó aún más arrasadora que en el resto del mundo sobre todo en oro,
plata, cobre y zinc (Rodríguez Wallenius, 2013a: 143-165). Entre 2005 y
2012 la minería mexicana creció a un promedio anual de 5.4 % y la tasa
venía aumentando pues en el último año considerado la expansión fue de
9.5 % (González, 2013). En este lapso México pasó del 30 al cuarto lugar
en el ranking minero mundial y en menos de cinco lustros la extracción
de oro se multiplicó por tres. Esto se explica por los buenos precios inter-
nacionales pero fue propiciado por la Ley minera de 1993 y el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte, que entró en vigor al año siguiente.
La nueva normatividad abrió paso a la inversión extranjera hacia un
recurso que es de la nación y que no puede explotarse sin que medien
concesiones. Y es que la Ley otorga prioridad a la extracción de metales
sobre cualquier otra actividad económica y ha sido manejada con tanta
laxitud que actualmente se han entregado permisos de exploración sobre
cerca de 20 % del territorio mexicano, concesiones que son prácticamente
a perpetuidad pues tienen una duración de 50 años y pueden prorrogarse
por otros 50 (Rodríguez Wallenius, 2011).
Entre 2000 y 2011 el gobierno otorgó más de 27 mil concesiones. Y
faltan muchas más pues el presidente de la Cámara Minera de México ha
declarado que 60 % del país tiene potencial para esta actividad. La mayor
parte de las autorizaciones se han dado a empresas trasnacionales, prin-
cipalmente de Canadá, en donde están registradas 75 % de las mineras
pues sus laxos reglamentos, facilidades financieras y complicidad política
y diplomática con éstas, cuando en otros países son demandadas por sus
desmanes, hacen del de la hoja de maple el paraíso de las trasnacionales
extractivas, lo que Sacher y Beneault (2013) llaman un “Estado minero”.
En México las mineras registradas en Canadá tienen 202 concesiones,
67 % del total; las estadounidenses 51; las australianas 7; las chinas
también 7; las japonesas 6; las de Gran Bretaña 4; las empresas mexi-
canas tienen 14 concesiones y otros países tienen una o dos cada uno. A
TIERRA INDÓMITA... 23

mediados de 2013, había 287 corporaciones con capital extranjero que


operaban 853 proyectos extractivos, sobre todo de oro y plata. Empre-
sas que explotan nuestro trabajo pues los mineros mexicanos ganan 16
veces menos que los estadounidenses y canadienses, y que destruyen
nuestro medioambiente pues 80 % son tajos a cielo abierto que dejan
la tierra envenenada y cubierta de cráteres lunares. El reciente auge
minero recuerda lo que sucedió en los años de la Colonia y después,
durante el Porfiriato, pues los 52 millones de hectáreas que entre 2000
y 2012 los presidentes Vicente Fox y Felipe Calderón concesionaron a
las corporaciones extractivas equivalen a las 50 millones que entre 1883
y 1906, mediante las compañías deslindadoras, el gobierno de Porfirio
Díaz entregó a los terratenientes nacionales y extranjeros (Fernández
Vega, 2013b). Gracias a esta cesión, en una década se ha extraído dos
veces y media la cantidad de plata y casi el doble del oro que los espa-
ñoles sacaron durante tres siglos (Observatorio Social de México, 2013).
El saqueo es a los trabajadores y a la naturaleza, pero también al país,
pues las contribuciones que dejan las mineras son ínfimas y representan
apenas 2.9 % de todos los ingresos fiscales. En el caso de las canadienses,
el impuesto sobre las ganancias es en México de alrededor de 0.07 %,
mientras que en su país las contribuciones son de 25.3 %, casi 362 veces
más (Fernández Vega, 2013a). Un estudio de la Comisión para el Diálogo
con los Pueblos Indígenas realizado en 2013 muestra con ejemplos la
renuncia del gobierno mexicano a retener una porción significativa de la
renta minera: la First Majestic Silver, con 4 mil hectáreas en Coahuila,
tuvo una utilidad bruta anual de mil 464 millones de pesos y pagó $ 68 160
de impuestos; la Timmis Gold, con 70 986 hectáreas en Sonora, ingresó
2 mil millones de pesos y pagó $ 890 mil; también en Sonora la Aurico
Gould, con 3 665 hectáreas, ingresó 933 millones y pagó $ 129 154; la
Fortuna Silver Mines y la Continuum Resources, con 30 mil hectáreas en
Oaxaca, ingresaron 2 124 millones y pagaron 4 millones 252 mil de pesos;
la Agnico-Eagle Mines, con 56 mil hectáreas en Chihuahua, ingresó 5
mil 716 millones y pagó 954 240 pesos… La diferencia con lo que pagan
en su país de origen es abismal, pues la misma Agnico-Eagle, que en
México pagó menos de un millón de impuestos por una ganancia de casi
6 mil millones, en sus minas de Quebec, que abarcan 796 hectáreas, ganó
24 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

2 203 millones, pero pagó 262 millones 260 mil pesos a esta provincia, y
352 millones 618 mil pesos de un impuesto a la minería sobre utilidades
brutas (Garduño, 2013).
Entre ejidos y comunidades, los núcleos agrarios de propiedad social
disponen en México de 53 % de la tierra y otra parte importante está en
manos de propietarios privados minifundistas, de modo que la mayor
parte de los metales que ambicionan las mineras están bajo poblados,
milpas, huertas y potreros campesinos. En un informe del Consejo
Económico y Social de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
del 14 de febrero de 2013 se reconoce que esta situación multiplica “los
frentes de contacto entre la minería y los pueblos” y precisa el contenido
de las fricciones:
Uno de los temas de conflicto entre las empresas mineras canadienses, por
un lado, y las sociedades locales y grupos ambientalistas, por otro, es el de
los pasivos ambientales: estos residuos sólidos o líquidos, generalmente pe-
ligrosos para el ambiente o la salud humana, que quedan como remanentes
de la actividad minera.1

Un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Ca-


ribe (Cepal) de 2013 concluye que después de Perú y Chile, que tienen
cada uno 33 conflictos mineros, son Argentina y México, que tienen 26,
los lugares donde hay más choques debido a la extracción de minerales.
Las empresas más confrontadas son Minera San Javier, subsidiaria de la
Metallica Resources New Gold; Grupo Frisco, de Carlos Slim; Gold Group;
Ferro Gusa Carajás; Minefinders Corporation of Vancouver; Continnum
Resources Minera Navidad; Minera El Rosario; Great Phanter Resou-
rces Limited y Media Luna (González, 2013). Por su parte, la Comisión
para el Diálogo con los Pueblos Indígenas de México, en un informe de
2013, registró 25 conflictos con mineras en los que están involucradas
comunidades indígenas: siete en Oaxaca, tres en Puebla, tres en Jalisco,
dos en Chiapas, y en 10 estados: Durango, Zacatecas, San Luis Potosí,
Guanajuato, Colima, Michoacán, Querétaro, Hidalgo, Guerrero y Morelos,
un conflicto en cada uno (Rodríguez García, 2014).

1
Véase <http://cdpim.gob.mx/extractivas.pdf>.
TIERRA INDÓMITA... 25

Eckart Boege calculó que de las concesiones mineras cerca de dos


millones de hectáreas están sobre territorios indígenas, lo que repre-
senta 17 % del total del área en posesión de comunidades originarias,
afectando sobre todo a rarámuris, zapotecas, chatinos, mixtecos, coras
y tepehuanes (Boege, 2013). Dato sin duda alarmante, pero en la pers-
pectiva de las resistencias debemos tener presente que el resto de los
permisos de exploración está sobre tierras que pertenecen a campesinos
mestizos o que son ocupadas por comunidades en que éstos coexisten con
pobladores indígenas. De modo que los movimientos contra las expro-
piaciones son casi siempre pluriétnicos y con frecuencia multiclasistas.
Baste mencionar que los lugares sagrados en que los wixárica realizan
su peregrinación anual son territorios de campesinos mestizos y que
sin su solidaridad activa, o cuando menos su neutralidad y anuencia,
la lucha netamente identitaria de los huicholes se hubiera debilitado.
Pese a la complicidad del gobierno con las mineras, el que más de
la mitad del territorio mexicano sea de propiedad social y que la Cons-
titución y algunas leyes la protejan es sin duda un inconveniente para
las corporaciones. Un obstáculo que en 2013 los diputados del PRI se
aprestaban a remover modificando la Ley de expropiación y otros orde-
namientos con el fin de que “los proyectos no sean afectados severamente
por la constante imposición de litigios en contra de los procedimientos
de expropiación”, según reza un dictamen que para diciembre de ese año
ya estaba listo y que por el momento detuvieron algunos diputados de la
oposición (Ballinas, 2013). Sin embargo, la lógica de facilitar las privatiza-
ciones se volvió a imponer en 2014 mediante las leyes reglamentarias de
la reforma energética constitucional, normas secundarias que establecen
lo que ahora se llama, siguiendo el modelo colombiano, “servidumbre de
hidrocarburos y de electricidad”, por la cual si un núcleo agrario cuyas
tierras son requeridas para un emprendimiento energético no llega a un
acuerdo con el demandante en un plazo perentorio un juez pude obligarlo
a vender al precio que fija la empresa interesada, con lo que se pasa por
encima del derecho agrario establecido en el artículo 27 constitucional.
La expansión de la minería, en particular de la aurífera, ha sido favo-
recida por sistemas que permiten extraer el metal de formaciones con muy
baja concentración. Baste señalar que para obtener una onza de oro (31
26 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

gramos) se produce en promedio 80 toneladas de desechos sólidos. Para


eso se hacen enormes tajos a cielo abierto (open pit mining) que pueden
tener más de 1 500 metros de diámetro y hasta mil de profundidad, en
los que se remueven millones de metros cúbicos de tierra que procesada
en patios de lixiviación o flotación arroja pequeñísimas cantidades del
metal dorado. La operación de una mina de este tipo, que emplea miles
de toneladas de explosivos y millones de litros de agua, deja como saldo
grandes cráteres de enorme diámetro y cientos de metros de profundidad,
así como depósitos de residuos tóxicos llamados “petateras” o “jales”, que
con frecuencia generan derrames o filtraciones de compuestos azufrados,
ácido sulfúrico, cianuro, arsénico y metales pesados (Machado, 2011:
15-18). Esto ocurrió en 2012 en la reserva de la biósfera de la Sierra de
Manatlán, donde se rompió la cortina contenedora de los residuos tóxicos
de la mina Peña Colorada ocasionando un desastre ecológico, y ocurrió de
nuevo en agosto de 2014 cuando la minera Buenavista del Cobre, filial
del Grupo México, propiedad de Germán Larrea, derramó 40 millones
de litros de agua contaminada con arsénico, cadmio, cromo, mercurio y
cobre en los cauces de los ríos Bananuchi y Sonora.
El asunto del agua empleada en la lixiviación es particularmente
sensible pues muchas minas están en zonas semiáridas o desérticas y
para operar necesitan ingentes cantidades del vital líquido que dejan
altamente contaminado. Así, por ejemplo, para extraer una tonelada
de cobre se emplean en promedio 80 mil litros de agua y más aún para
obtener pequeñas cantidades de oro. La minera Mazapil, de Zacatecas,
emplea 95 millones de litros diarios de agua; la San Xavier, en San Luis
Potosí, 32 millones diarios, y así.
Esta última, la San Xavier, dramatiza la perversa transición tecno-
lógica hacia procedimientos cada vez más geocidas así como la creciente
resistencia que esto genera.
San Pedro era pueblo minero desde 1592, cuando a San Luis se le
puso Potosí en referencia al pasmoso Potosí boliviano. Y lo fue hasta
1994, en que la American Smelting and Refining Company dio por ter-
minada la extracción despidiendo a miles de trabajadores. Por décadas
la comunidad sobrevivió con una población muy mermada, hasta que en
1995 se les acercó la minera canadiense Metallica Resources ofreciendo
TIERRA INDÓMITA... 27

reanudar la explotación y generar empleo. Al principio la perspectiva


sedujo a los sanpedreños pero luego descubrieron que con los nuevos
sistemas a cielo abierto iba a desaparecer el emblemático cerro de San
Pedro, que incluso figura en el escudo de San Luis Potosí, y que por las
explosiones resultarían dañados el pueblo y su templo del siglo XVII. Y la
gente dijo que no. En 1997 se organizó en San Pedro el Frente Amplio
Opositor a la mina San Xavier iniciándose así una larga batalla política
y legal que finalmente ganaron los vecinos al conseguir un fallo judicial
a favor de la suspensión. Por desgracia, para entonces su entrañable
cerro ya había desaparecido (Frente Amplio Opositor a Minera San
Xavier / Rema, 2013).
Las 64 pedreras, casi todas proveedoras de Cemex, que están acabando
a grandes mordiscos con las montañas de los alrededores de Monterrey
y amenazan la reserva ecológica Sierra de Picachos, son combatidas por
el Comité Ecológico pro Bienestar y también por la Asociación Ecológica
de la Sierra de Picachos impulsada por el empresario Alfonso Barragán,
dueño de gran parte de las tierras de la reserva, en lo que es un ejemplo
no excepcional de cómo la defensa de la naturaleza puede hacer coincidir
a personas y grupos sociales habitualmente distantes y contrapuestos
(Martínez Montemayor, 2013).
En esto de aceptar la minería, la gente está pensándolo dos veces
y poco a poco va cambiando de idea. Durante la Colonia y después nu-
merosos grupos de indios y mestizos fueron arrastrados a socavones y
sometidos a una explotación feroz. A eso no se acostumbra nadie, pero
con el tiempo, de grado o por fuerza, muchos se volvieron mineros y hasta
adecuaron su imaginario colectivo a la nueva condición.
Los pueblos originarios saben que abajo está el inframundo, el lugar
de los muertos: Mixtlán, para los aztecas, Xibalbá, para los mayas. Sin
embargo después de la Conquista los nuevos amos se dijeron dueños
del subsuelo e impulsaron –donde los había– la extracción de metales
preciosos. Y en el pensamiento de las comunidades autóctonas vueltas
mineras los viejos dioses de abajo dejaron provisionalmente su lugar a
nuevas deidades.
A Capulalpan, Oaxaca, la explotación del oro y la plata llegó en el siglo
XVIII, y pronto los indios que trabajaban en el socavón descubrieron que
28 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

el nuevo dios del inframundo era El Catrín (Barabas, 2003: 19), quien
a cambio de bonanza exigía sacrificios humanos en forma de accidentes
fatales. Sin embargo, escribe Salvador Aquino, que recogió la historia,
la mudanza de representaciones no fue completa pues
[...] mientras que en el imaginario de los obreros el subsuelo pertenecía a
El Catrín, el territorio, el lugar donde llevaban a cabo su vida cotidiana,
pertenecía a otra dimensión. A lo largo del territorio de Capulalpan existen
sitios sagrados, lugares de peticiones de lluvia, sitios donde generaciones de
comuneros han trabajado dando tequios, lugares de cultivo, sitios antiguos
de la memoria de la fundación de la comunidad (Aquino, 2013).

En los últimos años, exploraciones de Asarco, Continuum Resources


Sundance y otras mineras concluyeron que, empleando procedimientos
novedosos, en Capulalpan aún hay oro y plata que extraer. Pero los
comuneros ya lo pensaron mejor y en noviembre de 2012 decidieron en
asamblea que no aceptaban la explotación de minerales en su territorio.
Después de 200 años de dominio, los tiempos de El Catrín terminaron:
Salvador Aquino escuchó decir a los vecinos que en el subsuelo ya no
reina más el dios de los mineros sino San Mateo, patrón de los capul-
quenses. Rectificación con la que quizá no se restaura del todo pero sí
se remienda un poco el desgarrado imaginario que dejaron en los indios
formas particularmente cruentas de sometimiento colonial como lo fue,
y es, la minería.
En México la mayor parte del territorio pertenece formalmente a
comunidades agrarias. Lo que vale para la superficie donde –como aca-
bamos de ver en el caso de Capulalpan– la gente aún ejerce un dominio
laboral, habitacional y simbólico. Pero no vale para el subsuelo, que es
propiedad de la nación representada por el Estado. De modo que el des-
tino de lo que está abajo no lo deciden las comunidades sino el gobierno
en turno, que es quien valora las solicitudes –o los embutes– y otorga los
permisos tanto de exploración como de explotación. Sin embargo, para
operar una mina hay que ocupar también la superficie y las explota-
ciones a cielo abierto llegan a emplear miles de hectáreas, de modo que
las mineras tienen igualmente que negociar con los dueños de la tierra.
TIERRA INDÓMITA... 29

Adicionalmente los pueblos indígenas pueden usar como recurso


jurídico su derecho a la consulta y consentimiento previo, garantías que
les reconocen tanto la Constitución como el Convenio 169 de la Orga-
nización Internacional del Trabajo (OIT). Este derecho lo pueden ejercer
frente a las autoridades administrativas y si no encuentran respuesta
satisfactoria pueden llevarlo a los tribunales que ocasionalmente fallan a
su favor. Pero esto no es suficiente, pues el gobierno alega que al no existir
una Ley reglamentaria el derecho no es aplicable, es decir que lo principal
no impera porque falta lo secundario (López Bárcenas, 2011 y 2013).
A veces lo que se demanda es sólo un pago por el uso del suelo y una
compensación por las afectaciones. Tal es el caso de la empresa cana-
diense Goldcorp, que desde 2009 tiene en Zacatecas la mina de oro a
cielo abierto más grande de América Latina, con dos tajos, el mayor de
los cuales es un cráter con un perímetro de 3.5 kilómetros y una profun-
didad de 450 metros que pronto se incrementará hasta 600. Para abrir
Peñasquito, que así se llama, la empresa ocupó más de 5 000 hectáreas
propiedad de los ejidatarios de El Vergel, Cedros, Mazapil y Cerro Gordo,
y para procesar las 550 mil toneladas de tierra que diariamente remue-
ve, emplea millones de litros de agua extraídos de pozos que afectan la
capacidad de riego de los agricultores. Fue necesario que el 17 de junio
de 2013 los afectados, representados por el Frente Popular de Lucha de
Zacatecas, tomaran la mina para que Goldcorp aceptara entregar 50
millones de pesos al ejido El Vergel por las mil hectáreas que le ocupó
durante cuatro años y se comprometiera a que, a partir de 2014, pagará
un millón de dólares al año por el derecho a ocupar las tierras y aguas
necesarias para la mina (Valadez, 2013).
Sin embargo, éste es un caso extraordinario; por lo general las mineras
entregan cantidades ínfimas a los dueños de la tierra. Así, la mencionada
Goldcorp transfería 2.6 % de su ingreso a las comunidades guerrerenses
afectadas por la mina Filo Bermejal, y antes de la movilización de 2013
entregaba a los ejidatarios zacatecanos del entorno de Peñasquito apenas
0.065 % de lo que la gigantesca mina le dejaba (Rodríguez Wallenius,
2013b). En cuanto a los derechos que las mineras pagan al Estado por los
permisos de exploración son igualmente simbólicos: $ 500 por hectárea
30 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

cuando la concesión es de entre 100 y 500 hectáreas, $ 1 500 cuando es


mayor, y nada cuando es menor.
Pero además es frecuente que las compensaciones acordadas no se
concreten. En 2013 ejidatarios de San Luis Potosí bloquearon la carretera
a la mina La Pila porque la empresa Logistics Park, que la explota, nego-
ció con ellos la entrega de 30 millones de pesos por concepto de derecho
de paso, dinero que nunca pagó. Esta lucha es buen ejemplo de cómo
las resistencias territoriales prohíjan amplios frentes regionales, pues
la apoyan la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación
(CNTE); el Comité Cívico Potosino, agrupación de larga data, y el Comité
de Movimientos Alianza Popular (Juárez, 2013).
Tampoco a los campesinos de Potrero de Cancio, en Sinaloa, les cumple
la minera Paradox Global Resources, que desde 2006 extrae hierro en
sus tierras. Y es que pese a haber sacado 350 mil toneladas de mineral
los 5 millones de dólares convenidos nunca se pagaron ni tampoco llevó
a cabo la prometida introducción de servicios públicos en el pueblo. Por
estas razones, en agosto de 2013 los ejidatarios bloquearon durante 15
días el acceso a la mina (Valdez, 2013). El saldo de la medida de presión
fue una acción policiaca que dejó 30 detenidos de los cuales, para 2014,
todavía permanecían en la cárcel 17.
Hay ocasiones en que los afectados no negocian pagos o compensacio-
nes sino que de plano reniegan de las minas, como los wixárica. Entonces
se generan choques fuertes y a veces cruentos.
La Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias, integrada
por campesinos indígenas y mestizos de siete municipios de la región
Costa-Montaña de Guerrero se enfrenta a la minera británica Hochschild
Mining; en particular resisten los me´phaa de la comunidad indígena de
San Miguel del Progreso, a quienes les afectaría sus lugares sagrados.
Mientras tanto las comunidades de Mezcala, Carrizalillo y Xochiapa,
también de Guerrero, se confrontan con Goldcorp. Las razones del movi-
miento las expone Agapito Cantú Manuel, presidente del Comisariado de
Bienes Comunales de San Miguel: “Vivimos de la agricultura. No somos
como otros pueblos que se van a otros lugares a trabajar. Eso quisiera el
gobierno. Que les dejáramos el espacio […] para los empresarios mineros.
Decidimos pelear” (Díaz, 2013).
TIERRA INDÓMITA... 31

La gente de Zimapán, Hidalgo, lucha contra la Carrizal Mining. La


Coordinadora de Pueblos Unidos de Ocotlán, Oaxaca, batalla contra la
Fortuna Silver. En Chicomuselo, Chiapas, la “bronca” es con la Blackfire,
en el ejido La griega, y en el mismo municipio, pero en el ejido Monte Sinaí,
el Comité para la Promoción y Defensa de la Vida “Samuel Ruiz García”,
se enfrenta a la minera Montecristo 114. En Morelos el Movimiento de
Pueblos y Ciudadanía Unida repudia a la Esperanza Silver. Ejidatarios
de La Sierrita, en Durango, van contra la minera Exellon Resources. En
Veracruz hay un movimiento contra la minera Caballo Blanco.
En Puebla, donde se han otorgado 90 concesiones mineras que amena-
zan a la población de 31 municipios, los habitantes de Tetela de Ocampo,
apoyados por contingentes solidarios de otros estados, clausuraron una
mina de Frisco, que opera ahí desde 2009 y en 2012 empezó a construir
instalaciones para una explotación a cielo abierto. El movimiento, enca-
bezado por el grupo Tetela Hacia el Futuro, es buen ejemplo de que las
luchas territoriales localizadas van induciendo convergencias nacionales,
pues congregó a 5 mil personas, unos provenientes de la Sierra Norte de
Puebla pero otros venidos de Veracruz y hasta de Chiapas (Puga, 2013).
No todo es resistencia, siempre hay algunos que ven en la llegada
de las grandes empresas la posibilidad de recibir un pago por su tierra
o de conseguir empleo. Esto no sólo por las presiones y los cantos de
sirena a los que éstas recurren: algunas mineras contratan sociólogos
y antropólogos para identificar a los actores locales y convencerlos de
la bondad de sus proyectos, también por lo luidos que están los tejidos
comunitarios del mundo rural. Vivir de la agricultura es hoy un milagro,
de modo que ya son pocos quienes creen que las viejas estrategias cam-
pesinas les servirán para salir adelante y hay veces que los proyectos
externos en vez de reforzar las solidaridades comunitarias fracturan
a los pueblos.
En muchos casos las mineras negocian con las comunidades dueñas
de la tierra un pago por el uso de la superficie, pero esto puede crear
problemas aún mayores. En Aquila, Michoacán, desde hace un cuarto
de siglo un grupo de mineras extraen hierro de Las Encinas, primero
fue Hylsamex y desde 2005 la italo-argentina Ternium. Los terrenos
bajo los cuales se desarrollan los trabajos son comunales, pues en 1980
32 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

les fueron reconocidas 20 654 hectáreas a 344 poseedores ancestrales de


origen nahua. Y desde 2000 habían negociado que Hilsamex entregara
mil pesos anuales a cada comunero. Ésta no cumplió y tampoco Ternium.
En 2003 un grupo encabezado por José Ramírez Verduzco reclamó, pero
ese mismo año el líder fue asesinado. En 2004 se movilizaron de nuevo
los dueños de la tierra hasta que, debido al cohecho de 40 comuneros por
la minera, la demanda se desactivó. En 2011, después de imponer un
paro de tres meses en la mina Las Encinas, acción que la policía federal
fracasó en desmantelar por la fuerza, Ternium se vio obligada a acordar
un pago a la comunidad de 3.8 dólares por tonelada extraída. La empresa
incumplió el compromiso pero en cambio sí divulgó la falsedad de que cada
derechoso recibía 18 mil pesos mensuales de regalías, dando lugar a que
el cártel de narcotraficantes conocido como Los Caballeros Templarios
empezara a exigir un pago de dos mil pesos mensuales o más a cada uno
de los comuneros. “¡Pagan o se mueren!”, les dijo el capo local Federico
González Medina, conocido como El Lico (Gómez Urrutia, 2013; Dávila,
2014b).2 La enseñanza es que la negociación del pago de regalías es un
proceso tortuoso: por lo general las empresas no cumplen lo acordado, con
frecuencia la ambición divide a los grupos y que en tiempos del narco el
movimiento de dinero, o la presunción de que lo hay, resulta un rumor
extremadamente peligroso.
Finalmente, a mediados de 2013 un grupo de comuneros decidió
armarse para resistir las exacciones de los delincuentes, mientras otros
que se sentían amenazados por la fuerza de autodefensa abandonaban la
comunidad. En agosto de 2013 rondaban por Aquila decenas de hombres
pertrechados y encapuchados y había un centenar de personas despla-
zadas por amenazas de muerte. El 14 de ese mes policías y militares
detuvieron y desarmaron a 45 personas de las cuales, según la propia
comunidad, 40 son auténticos autodefensas y cinco son templarios.
Al día siguiente los comuneros secuestraron a un contingente de cien
soldados como medida de presión para negociar la excarcelación de
los detenidos (Martínez Elorriaga, 2013b y 2013c). El 20 de agosto un

2
Los datos que sobre este caso aportan las diferentes fuentes no siempre coinciden
pues se trata de información obtenida en entrevistas.
TIERRA INDÓMITA... 33

millar de policías estatales irrumpió en la comunidad, ocupó los lugares


públicos, amenazó y golpeó a los que resistían y asesinó a los autode-
fensas Salvador Ramos y Jacinto Alejandro Martínez. En noviembre,
tres funcionarios de la empresa comunal que opera 12 tractocamiones
que dan servicio a la mina, fueron secuestrados y dos meses después no
habían aparecido (Martínez Elorriaga, 2013d). En enero de 2014 se formó
en Aquila una nueva defensa comunitaria armada a la que una parte
del pueblo no reconoce (Dávila, 2014b). Cuando escribo esto, en julio de
2014, el conflicto sigue.
La minera canadiense Esperanza Silver quiere explotar a cielo abierto
el oro y la plata que contiene el cerro El Jumil, que está a tiro de piedra
del monumento arqueológico de Xochicalco y en una zona en parte bos-
cosa y en parte agrícola que sería devastada. El Movimiento Morelense
en contra de las Concesiones Mineras de Metales Preciosos se opone, sin
embargo la comunidad de Tetlama está dividida y la mayoría es favorable
al proyecto. Los argumentos de quienes dicen en sus pancartas “Sí a la
mina” son reveladores de lo mucho que se ha desgastado la esperanza
en ciertas localidades y de lo triste y raído de las utopías que les quedan.
Y es que una mina que arrasaría 700 hectáreas de campos agrícolas,
desmontaría 170 hectáreas de selva y ensuciaría diariamente 760 mil
metros cúbicos de agua les parece aceptable porque “nos ofrecen un pozo
de agua, y eso el gobierno nunca lo ha hecho”. Su argumento mayor es:
“¿Qué prefieres, 500 mineros o 500 delincuentes?”, y su respuesta a
quienes alertan contra las sustancias toxicas empleadas en la lixiviación
es “el cianuro no mata” (Enciso, 2013).
A veces la minería no agrede directamente a las comunidades sino
al medio ambiente. La reserva de la biósfera El Triunfo, ubicada en la
Sierra Madre de Chiapas, es de lo poco que nos queda de bosque de niebla
y cobija una enorme diversidad biológica, incluyendo especies endémicas
como el pavón cornudo. Pero el valioso reservorio está amenazado por
siete concesiones mineras que piensan extraer titanio, oro, cobre y ba-
rita, cinco de las cuales: Las golondrinas, Los cacaos, Titán, La libertad
y Cristina, están a menos de dos kilómetros de donde empieza la zona
núcleo. Contra las concesiones se movilizan los ambientalistas de la
Alianza Sierra Madre de Chiapas (Zúñiga, 2013).
34 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

La resistencia a la extracción agresiva de minerales amenaza intereses


extremadamente poderosos, empresas que se enriquecen a tasas impen-
sables en otros negocios, que sólo se obtienen en actividades rentistas
como la minería y la especulación financiera. Dos casos mexicanos sirven
de ejemplo: según la revista Forbes, entre 2006 y 2012 Germán Larrea,
rey del cobre, incrementó su fortuna de mil millones de dólares a 16 mil
700 millones, y Alberto Bailleres, rey de la plata, pasó de tener 2 mil
800 millones de dólares a 18 mil 200, el primero con un crecimiento de
1 750 %, y el segundo de 550 % (Fernández Vega, 2013b). ¿Dónde quedó
para ellos la “tendencia decreciente de la tasa de ganancia”?
Pero la resistencia de los afectados no sólo pone en peligro una fuente
de enriquecimiento desmesurada, en última instancia cuestiona un mo-
delo de desarrollo y un modo de producir. Así las cosas, los asesinatos de
luchadores se han multiplicado, como es frecuente en movimientos que
ponen en riesgo negocios de miles de millones de dólares pero también
los dogmas de fe de la modernidad. En la larga historia de resistencia a
la minera Tierra Colorada han caído 35 compañeros y en 2013 desapa-
recieron tres. En Chiapas, asesinaron al líder Mariano Abarca, de la Red
Mexicana de Afectados por la Minería, que luchaba contra la canadiense
Black Fire, un crimen que la fundación Otros Mundos Chiapas atribuye
a la minera y del que hace cómplice a la embajada de Canadá (Pérez,
2013). En Oaxaca dieron muerte a Bernardo Vázquez Sánchez, que se
metió con la Fortuna Silver. En mayo de 2014 fue asesinado Ramón
Corrales Vega, que en 2013 encabezara el bloqueo a la mina Paradox,
en Sinaloa, y que vivía escondido desde que a resultas de esa acción 30
de sus compañeros fueron encarcelados (Valdez, 2014). Y así.
La otra cara de la moneda es una solidaridad cada vez más extensa,
como la que se expresa en la Red Mexicana de Afectados por la Minería
y el Movimiento Mesoamericano contra el Modelo Extractivo Minero.
Este último agrupa a medio centenar de organizaciones de México, pero
también de Honduras, Costa Rica, República de El Salvador, Panamá
y Estados Unidos.
Las formaciones regionales cuyos territorios y recursos amenaza la
minería son casi siempre complejas y de composición socioeconómica
diferenciada. Pero los grandes proyectos afectan de una u otra forma
TIERRA INDÓMITA... 35

a todos sus integrantes provocando sorprendentes reacomodos en los


alineamientos sociales.
Habitualmente las empresas y el gobierno hacen ofertas de empleo
y desarrollo buscando convencer a los más frágiles de que el proyecto es
benéfico. Y en ocasiones lo consiguen, dividiendo así el frente interno del
ejido, la comunidad o la región. En compensación, a veces sucede que
también los acomodados o aun los ricos locales se sienten amenazados y
buscan sumarse a la resistencia, si no es que ellos mismos la encabezan,
generándose así acciones colectivas como las que el boliviano Luis Tapia
(2009: 117), pensando en los que despliegan los pueblos originarios,
ha llamado movimientos societales (Tapia, 2009: 117), pues en ellos
convergen en toda su diversidad sociedades regionales enteras. Colecti-
vidades que en este caso están conformadas por sectores habitualmente
divergentes y hasta contrapuestos. Ya mencioné lo ocurrido en la reserva
de Sierra de Picachos, en Nuevo León, y en la mina La Pila, en San Luis
Potosí, pero hay otros ejemplos.
En Baja California Sur, la mina Paredones Amarillos, de la Vista
Gold, autorizada por el gobierno desde 1997, amenaza con 67 millones
de kilogramos de arsénico el área protegida Sierra la Laguna. Debido a
las protestas de la población, en 2010 la Semarnat canceló el proyecto,
pero la empresa le cambió el nombre y reanudó el trámite ahora como
Minera Concordia, y cuando volvieron a rechazar se asoció con el grupo
Invecture, y renombró el proyecto como Los Cardones… Pese al traves-
tismo empresarial, la oposición ciudadana se mantiene, integrada por
pobladores de los municipios de La Paz y Los Cabos, que en 2009 crearon
el Frente Medioambiente y Sociedad del que forman parte ciudadanos de
a pie pero también asociaciones de médicos, de abogados, de ingenieros y
numerosos empresarios, sobre todo del sector turístico. Participan igual-
mente los combativos maestros de la sección democrática del Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Educación, compartiendo trinchera con
los trajeados socios del Club de Leones (Fernández Vega, 2014b).
En la Sierra Norte de Puebla las amenazas empresariales son recu-
rrentes y también las grandes convergencias para resistirlas. Las más
recientes iniciaron a fines de 2012, cuando el Consejo Tiyat Tlali con-
vocó a un foro en Amatitlán para informar de la existencia de un gran
36 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

plan regional que incluye 22 proyectos mineros servidos por seis obras
hidroeléctricas diseñadas para proporcionarles agua y energía, además
de la construcción de varias de las llamadas Ciudades Rurales donde se
concentraría la población presuntamente desplazada. Específicamente
empresas como JDC Minerales, de nacionalidad china, que con una conce-
sión que le fue otorgada en 2012 amenaza ya la integridad de Tlamanca,
en el municipio de Zautla. Dos meses después del Foro, en diciembre de
ese año, alrededor de 6 mil personas provenientes de 32 comunidades se
concentraron en Tlamanca para marchar a las instalaciones de la mina
a la que dieron 24 horas para salir (Guadalupe, 2013). En este caso la
palanca inmediata del repudio popular a la minera fue un sentimiento
cuestionable pero a la postre eficaz: la animadversión de orden racista
a las personas de origen chino que la empresa llevó para que realizaran
labores de prospección.
La activación popular rápida y potente que encontramos en la Sierra
Norte no se explicaría si en la región no hubiera experiencias previas de
resistencia a amenazas externas, como el movimiento local que impidió
la instalación de una tienda departamental de Walmart en Cuetzalan y
el que evitó que Televisa registrara y comercializara las fiestas tradicio-
nales dedicadas a San Miguel Arcángel. La más importante hasta ahora
ha sido la que protagonizó la Coordinadora Regional de Desarrollo con
Identidad, organización que surge en 2008 para enfrentar un proyecto
de “Turismo de naturaleza” diseñado por la Universidad Anáhuac e im-
pulsado desde 2007 por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los
Pueblos Indígenas el documento que lo justifica, la intención es formular
“una propuesta que venda la naturaleza, el paisaje de los hombres y las
tradiciones de la historia” (Hernández, s/a).
El proyecto, que abarca 11 municipios serranos con población nahua,
totonaca y mestiza, incluye el desarrollo de infraestructura turística y
la edificación de una gran Ciudad Rural en el llano, cerca de Libres,
pero sobre todo supone el cambio de uso del suelo y de propiedad sobre
la tierra. En esta tesitura, la CDI comenzó a inducir la compra para fines
turísticos de terrenos con manantiales y caídas de agua ubicados en el
valioso ecosistema llamado bosque de niebla.
TIERRA INDÓMITA... 37

Y los masehuales y coyomes de la sierra se alzaron. No sólo se pusieron


en pie de lucha añejas y experimentadas organizaciones campesindias
como la Cooperativa Tosepan Titataniske, Cadem y Masehual Sihuamej,
también lo hicieron los comités municipales del agua, diversas empresas
asociativas de servicios y numerosos empresarios turísticos que veían
amenazado su negocio, entre estos los hijos de algunos de los caciques
regionales más connotados. Sorpresas que da la vida.
La Cordesi diseñó un proyecto alternativo que llamaron Turismo con
Identidad y que, siendo pluriétnico y multiclasista, asumía la indiani-
dad regional como eje aglutinador de los tan diversos. En Cuetzalan,
epicentro del movimiento, el cabildo abierto del municipio aprobó en
2010 la realización de un Ordenamiento Ecológico Territorial, ejercicio
participativo que además de confeccionar un útil documento técnico sirvió
para conformar un nuevo y polifónico sujeto regional y para construir
un espacio compartido que en verdad va más allá de las delimitaciones
administrativas o agroecológicas (Meza, 2011a; 2011b; 2014: 169-183).

Tierra quebrada

La exploración y extracción de hidrocarburos por Petróleos Mexicanos


(Pemex) es una práctica en extremo agresiva tanto con el medio natural
como con los pueblos agrícolas, ganaderos o pesqueros. Por ello ha sido
confrontada una y otra vez por comunidades rurales agraviadas por
derrames y explosiones en acciones colectivas que buscan impedir los
trabajos o cuando menos que la empresa se haga responsable del daño
y lo compense debidamente.
A fines del siglo pasado los tabasqueños rurales afectados por Pemex
se alzaron repetidamente contra la paraestatal y hoy afectados de otros
estados se aprestan a resistir. Tal es el caso del Comité de Derechos
Humanos de las Huastecas y Sierra Oriental, que desde 2006 previene
contra el Proyecto Aceite Terciario del Golfo que se desarrollaría sobre
1 800 kilómetros cuadrados del paleocanal de Chicontepec afectando a
16 municipios de Puebla y Veracruz (González, 2011).
38 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Actualmente la exploración y explotación de hidrocarburos se practica


en 300 municipios de 12 estados, lo que representa alrededor de 400 mil
kilómetros cuadrados del territorio nacional, y si avanza la explotación
del gas y el aceite no convencionales la afectación será aún mayor.
La extracción de los hidrocarburos clásicos está llegando a su límite y
en México se agotaron los grandes campos petroleros como Cantarell, que
desde la década de 1980 y durante 30 años después fue la mayor palanca
de la economía nacional. La alternativa, dicen algunos, es el gas-aceite
shale que se obtiene por fractura hidráulica o fracking, de formaciones
rocosas porosas llamadas lutitas. Para 2014 en Estados Unidos se habían
excavado por este sistema unos 70 mil pozos y en nuestro país con la re-
forma constitucional sobre temas de energía, que permite la explotación
privada de los hidrocarburos, se piensa que para 2016 las corporaciones
habrán perforado entre 10 mil y 20 mil pozos para acceder a los 5 millo-
nes de metros cúbicos de gas shale, cifra que se supone es la de nuestras
reservas. Y ésta es una nueva colosal amenaza para los territorios comu-
nitarios, porque el sistema de extracción por quebrantamiento del suelo
rocoso es soezmente agresivo.
El slickwater hydraulic fracturing, conocido familiarmente como
fracking, es un método que mediante la inyección de agua, arena y otras
sustancias en piedras porosas conocidas como esquistos bituminosos o
lutitas, permite extraer gas shale y eventualmente petróleo, aunque con
rendimientos técnico económicos muy inferiores a los de los hidrocarburos
convencionales.
El petróleo fácil brota por sí mismo de los pozos y sólo al disminuir
la presión hay que inyectar hidrógeno o agua para que salga el resto.
Naturalmente éste fue el primero que se explotó, y desde los sesenta del
pasado siglo la producción mundial creció a 8 % anual, sin embargo a
mediados de los setenta se hizo más lenta y para el fin de siglo se estan-
có. Así, el crudo que se cotizaba en 25 dólares el barril, rebasó los 100
y por un tiempo se mantuvo fluctuando alrededor de esa cifra. De esta
manera se volvieron rentables los pozos submarinos a gran profundidad
y la obtención de gas por fractura hidráulica.
Alguien pudiera pensar que lo importante es que haya hidrocar-
buros donde quiera que estos estén. Pero lo cierto es que en términos
TIERRA INDÓMITA... 39

energéticos el milagro petrolero que hizo posible al capitalismo moderno


ha terminado. En los años treinta del pasado siglo el petróleo que se
obtenía en Texas multiplicaba por 100 la cantidad de energía empleada
en sacarlo, en los setenta ya sólo se multiplicaba por 15 y hoy la quema
de los hidrocarburos no convencionales apenas triplica la cantidad de
energía necesaria para extraerlos.
Así, en 80 años el precio del petróleo se disparó, al tiempo que se
desplomaba su eficiencia energética. Eso sin contar con la multiplicación
de los impactos socioambientales negativos que conlleva su extracción.
Veamos más de cerca el caso del gas shale, un providencial milagro
según los optimistas. En el fracking la distancia entre pozo y pozo es en
promedio de alrededor de un kilómetro y sólo 20 % de los explorados es
aprovechable. Además de que su producción declina entre 30 y 50 % al
año, de modo que se abandonan en menos de 4 años. En cada pozo se
inyectan unos 30 millones de litros de agua y cerca de 300 mil litros de
químicos. Parte de estos tóxicos, que mezclados con el líquido regresan
a la boca del pozo, se depositan en grandes tinas –frecuentemente con
filtraciones– en espera de que se los trate. Limpieza que resulta difícil
debido a la agresividad de las sustancias que contienen, por lo que en
ocasiones simplemente se encapsulan inyectándolas en el suelo. Cada
pozo es alimentado de agua por unos 3 mil viajes realizados por pipas
con capacidad de 10 mil litros cada una. Además de que para conducir
el gas se necesitan ductos. Así, las áreas donde se practica el fracking
están llenas de tinas con agua de retorno y cruzadas por una maraña
de caminos y tuberías.
Pero lo peor ocurre bajo la tierra. “Todo mundo en la industria sabe
que las perforaciones de gas contaminan el agua subterránea”, dice el
inversionista petrolero James Northrup. Y es que el agua inyectada a
70 atmósferas de depresión rompe frecuentemente la cobertura de ce-
mento de los pozos y las fracturas de los esquistos se extienden también
a los mantos freáticos. Así, por una u otra vía, los tóxicos inyectados, los
metales pesados del subsuelo y los hidrocarburos que se liberan de su
prisión rocosa envenenen las aguas profundas. Pero igualmente llegan a
los pueblos y las tierras de siembra y pastoreo de la superficie. Además
de que gran parte del gas shale se escapa a la atmósfera y recordemos
40 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

que se trata de metano cuyo efecto invernadero es 20 veces mayor que


el del bióxido de carbono. Por si fuera poco, está probado que la fractura
hidráulica de rocas bituminosas produce temblores de tierra (Ferrari,
2014: 23-39). ¡Un verdadero milagro energético!
La buena noticia es que al parecer el fracking no es rentable. “La
industria sufre una deuda enorme, mientras los ingresos continúan
siendo desalentadores”, dice la agencia Bloomberg.3 Y lo cierto es que la
producción estadounidense de gas shale, que había crecido mucho entre
2004 y 2008, se estancó después por causa del descenso del precio. La
mala noticia es que las fracturas hidráulicas continuarán si no hacemos
algo por detenerlas, pues la real astringencia energética alimenta los
movimientos especulativos del capital financiero, que gana invirtiendo
en tierras con presunto potencial gasífero, se exploten o no.
Si las metas que se han anunciado para México se cumplieran, en
dos años tendríamos en Coahuila, Nuevo León, Chihuahua, Tamau-
lipas y Veracruz unos 20 mil kilómetros cuadrados –cerca de 1 % de
la superficie del país– transformados en zona de guerra: altamente
contaminados, sacudidos por temblores de tierra y cubiertos por una
estrecha retícula de caminos, gasoductos, depósitos de gas, plantas
de conversión y tinas con venenosas aguas de retorno. Sólo para los
colosales requerimientos hídricos de estos pozos haría falta que una
inmensa flotilla de miles de pipas con capacidad de 10 mil litros cada
una realizara 60 millones de viajes.
Para enfrentar la amenaza de la fractura hidráulica, un grupo de
ciudadanos integró la Alianza Mexicana contra el Fracking, de la que
forman parte asociaciones civiles como Greenpeace, El poder del con-
sumidor, Grupo de Estudios Ambientales y la Red Mexicana de Acción
por el Agua.

3
Véase <http://www.bloomberg.com/news/2014-05-26>.
TIERRA INDÓMITA... 41

Aguas capturadas

En el recorrido por el despojo minero, por las luchas a las que da cober-
tura la Red Mexicana de Afectados por la Minería y por la amenaza de la
que alerta la Alianza Mexicana Contra el Fracking, llegamos al tema del
agua y al de las hidroeléctricas; presas que sirven a los fines del negocio
minero pero también a otros intereses.
Los grandes embalses que durante el pasado siglo se multiplicaron
en todo el mundo generan gases de efecto invernadero: 18 % del total
de dióxido de carbono lanzado a la atmósfera junto con 104 millones de
toneladas de metano que, como dijimos, es aún más nocivo. Pese a ello,
los llamados “mecanismos de desarrollo limpio” le dan respaldo inter-
nacional a la generación de energía hidroeléctrica porque efectivamente
es menos contaminante que la que se genera quemando hidrocarburos.
Y en México se multiplican los proyectos para edificar grandes presas.
Igual que prolifera la lucha contra ellas por parte de los pueblos que
se ubican en la zona del embalse, de modo que serían inundados, y de
quienes están en las cuencas que se verían severamente alteradas al
bloquearse el curso de las aguas.
No sólo los proyectos de nuevas presas son una amenaza, también
lo son las ya existentes. Según la Auditoría Superior de la Federación,
de las más de 5 000 presas y bordos que hay en el país al menos 115
representan riesgo pues tienen fallas por simple antigüedad o por falta
de mantenimiento, y de éstas 57 están en nivel de alerta. A esto hay que
añadir el manejo irresponsable de los desfogues, que con frecuencia se
contienen para no generar por cuenta propia una energía eléctrica que
la Comisión Federal de Electricidad (CFE) debe, por ley, comprar cara a
los generadores privados.
Hay en el mundo cerca de mil millones de personas sin acceso al agua
potable, pero con frecuencia la forma de hacérsela llegar es más dañina
que la propia sed. A Guadalajara, capital de Jalisco, le hace falta más
agua, y para procurársela se planeó levantar la presa Arcediano sobre
el Río Santiago. Casi todos los pobladores de lo que sería el embalse fue-
ron obligados a salir, menos doña Lupita Lara que, como el escribiente
Bartleby, de Herman Melville, dijo que no, que ella no se iba. Y no se fue.
42 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Por fortuna la obra fue cancelada cuando se descubrió que el Santiago es


un río muy contaminado y sus aguas no son potables. En la rectificación
influyó la presión ejercida por el Frente Amplio en Defensa del Agua y
contra la Privatización, constituido en Jalisco en 2012. También en ese
estado, la oposición organizada en el Comité Salvemos Temacapulín,
Acasico y Palmarejo logró que un juez ordenara suspender la construc-
ción de la presa El Zapotillo que, entre otros, inundaría el pueblo de
Temacapulín, fundado en el siglo VI por los tecuexes.
La oposición a las presas por los que fueron o iban a ser desplazados
debido a los embalses tiene historia. En Oaxaca, se recuerda la resis-
tencia a la Presa Cerro de Oro, y en La Montaña de Guerrero, la lucha
contra la que se iba a hacer en San Juan Tetelcingo y que a principios
de los ochenta del siglo pasado movilizó en su contra a 22 comunidades
integradas para el efecto en el Consejo de Pueblos Nahuas del Alto Bal-
sas. Gracias a tres multitudinarias marchas de La Montaña a la Ciudad
de México, la formulación de un Plan alternativo de desarrollo regional
y la exitosa apelación al Banco Mundial que iba a financiar parte de la
obra, esta amplia convergencia indígena logró detener el proyecto. En
1991 la organización nahua impulsó la creación del Consejo Guerrerense
500 años de Resistencia Indígena, que tres años después sería uno de los
primeros en apoyar al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)
(Bartra, 2000: 52-53).
Regresando al presente, los huicholes y coras de San Luis Potosí se
resisten a los grandes embalses que los amenazan, pues la presa Las
Cruces, sobre el Río San Pedro-Mezquital, que planea la CFE, afectaría
tierras de cinco municipios, entre éstas sitios sagrados de los wixárica
(García, 2012).
En Oaxaca otras etnias originarias, los mixtecos y los chatinos, se
organizaron en el Consejo de Pueblos Unidos en Defensa del Río Verde,
para detener las presas Ixtayutla y Paso de la Reina. Claridosas, como
siempre, las mujeres del Consejo dicen: “La desviación del cauce natural
del río afectaría toda forma de vida en la cuenca. La pérdida de tierras
atentaría contra la vida, pues en ellas habitamos, de ellas comemos,
ahí están nuestros antepasados y nuestros lugares sagrados” (García
Arreola, 2012).
TIERRA INDÓMITA... 43

Otros pueblos que habitan, trabajan y tienen a sus muertos en lu-


gares amenazados por presas serían afectados por los 112 proyectos
que la CFE ha diseñado para Veracruz, entre ellos Zongolica, sobre el río
Apatlahuaya; Jalcomulco, sobre el río Pescados-La Antigua; Tlapacoyan y
Atzalan, sobre el río Bobos-Nautla. En el mismo estado, la hidroeléctrica
El Naranjal, sobre los ríos Blanco y Metlac, requeriría un canal de 22
kilómetros a cielo abierto y afectaría a pobladores de cinco municipios,
que para impedirlo formaron el colectivo Defensa Verde, Naturaleza para
Siempre, que desde 2011 tiene frenada la obra (Sainz, 2012).
De entre estas amenazas destaca la defensa de sus aguas que están
haciendo los pueblos ribereños del río La Antigua que se verían afectados
por una represa que planea el gobierno del estado en asociación con la
trasnacional brasileña Odebrecht Participacoes e Investimentos, y que
almacenaría 135 millones de litros destinados a la ciudad de Xalapa, a la
que llegarían por bombeo. El proyecto fue aprobado por el Congreso del
estado en 2013 pero se oponen a él el Comité de Pueblos Unidos Contra
las Presas, el Movimiento en Defensa contra la Presa de Jalcomulco, la
Colectividad de la Cuenca Hidrológica del río Los Pescados, así como el
movimiento Pueblos Unidos en Defensa de La Antigua.
El 14 de marzo de 2014, unos 8 mil habitantes de 7 municipios vera-
cruzanos marcharon a la capital, Xalapa, al ritmo de tambores y trom-
petas, disfrazados como botargas y portando globos verdes y azules, en
una acción airada pero festiva a la que llamaron Carnaval Vida Agua
y Alegría. En una de las mantas del campamento que instalaron en la
congregación de Tuzamapan se lee: “Disculpen las molestias, estamos
salvando la vida”. Dice uno de los activistas: “Aquí nadie se ha rajado.
Nos estamos jugando nuestro patrimonio, la vivienda, el trabajo por el
cultivo de limones en las áreas verdes cercanas al río y la pesca, así como
la seguridad en tiempos de lluvias” (Zavaleta, 2014).
El 13 de marzo la Colectividad de la Cuenca Hidrológica del río Los
Pescados sentó un precedente jurídico al presentar en el juzgado una
demanda de acción colectiva por “acción de obra peligrosa” en la que se
exige suspender el ingreso de maquinaria y parar los trabajos de cons-
trucción de la presa Jalcomulco.
44 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

En 2014 se creó en el mismo estado la convergencia llamada La


Asamblea Veracruzana de Iniciativas y Defensa Ambiental (La vida)
que, entre otras afectaciones, se opone a las grandes hidroeléctricas.
La presa Pilares, por construirse sobre el río Mayo, en el municipio
sonorense de Álamos, y que afectaría tierras patrimoniales de los gua-
rijíos, está siendo resistida por una parte de los 1 200 miembros de esta
etnia, pues de hacerse quedaría bajo el agua Mesa Colorada, cabecera
de la comunidad, donde están sus panteones y se celebran anualmente
sus ritos. El embalse afectaría igualmente a particulares y ejidatarios
de Topiyeca, Chorijoa y Sejaqu, con los que el gobierno del estado ya
negoció. También lo hizo con algunos líderes de la tribu, a los que ofreció
menos de 5 millones de pesos por las casi mil hectáreas que les serían
afectadas, pero la mayor parte de la etnia no reconoce el acuerdo (Gu-
tiérrez Ruelas, 2013).
La presa Las Cruces, por construirse en el municipio de Ruiz, al norte
de Nayarit, anegaría pueblos, afectaría la pesca rivereña e inundaría 11
sitios sagrados de coras, huicholes, tepehuanos y mexicaneros, por ello
se opone a la obra el Consejo Intercomunitario por un Río Libre, apoyado
por el Centro Mexicano de Derecho Ambiental y por investigadores de
la Universidad Autónoma de Nayarit (Navarro, 2014).
No sólo los indios, también los mestizos son afectados por las grandes
represas y se rebelan contra su construcción. Miles de agricultores de
los municipios de Rosales, Julimes, Delicias, Meoqui, San Francisco
de Conchos y Saucillo, en Chihuahua, formaron un frente contra la
cortina de La Boca, que se alza en el río Conchos, pues dejaría sin agua
las presas de La Boquilla y Las Vírgenes, de las que depende el riego
que les permite cultivar.
Decir La Parota es recordar una lucha larga, difícil y hasta ahora exi-
tosa. En 2003 el Consejo de Ejidos y Comunidades Opositoras a la Presa
La Parota expulsa del sitio a la CFE, que había emprendido la construcción
de la hidroeléctrica sin consultar a los posibles afectados. La Comisión
soborna y divide a las comunidades, y en 2005 asesinan a Tomás Cruz
Zamora, que se oponía al proyecto; en 2006 matan a Eduardo Maya
Manrique por la misma razón, y en 2007 ejecutan a Benito Cruz Jacinto.
Con todo, el Consejo resiste y escala el conflicto buscando solidaridad
TIERRA INDÓMITA... 45

nacional e internacional y apelando a organismos multilaterales como


el Comité de Derechos Económicos Sociales y Culturales de la ONU. 10
años después, la obra estaba detenida (CECOP, 2012). Sin embargo, hasta
ahora los esfuerzos de quienes pararon la presa e intentaron generar en
la cuenca preservada un desarrollo rural alternativo que le dé sentido
estratégico a la lucha y permita retener a la gente en la región no ha
tenido el mismo éxito. Lo que nos habla de la gran capacidad de convoca-
toria que tienen las resistencias y de lo difícil que es hacerlas proactivas
(Toscana y Delgado, 2013: 219-245).
Con todo, el balance de la oposición a las grandes presas es positi-
vo. Cuando escribo esto están paradas en Guerrero La Parota y San
Juan Tetelcingo; en Oaxaca, Paso de la Reina; en Nayarit, La Cruces;
en Chiapas, Itzsantún y Chinin, y en Veracruz, El Naranjal. Se sigue
resistiendo en las chiapanecas Boca de Monte-Tenosique y Chicoasén
II-Copainalá; en la Bicentenario y la Pilares, de Sonora, así como en El
Zapotillo, de Jalisco. Y hay también presas terminadas, como Picachos,
en Sinaloa, que fue inaugurada en 2009 pero donde algunas de las 800
familias que fueron desplazadas siguen protestando (Robinson, 2012).
Matiza el optimismo el que los triunfos en tribunales logrados por las
comunidades con frecuencia no son respetados y pese a la suspensión
decretada por un juez las obras siguen. Tal es el caso de la presa El Za-
potillo, de Jalisco, que debía estar parada pues, como vimos, el Comité
Salvemos Temacapulín, Acasico y Palmarejo ha ganado media docena de
juicios de nulidad y amparos y tres suspensiones provisionales vigentes,
y, sin embargo, en 2014 la obra seguía su curso (López Bárcenas, 2014).
Este resultado moderadamente alentador no hubiera sido posible sin
convergencias como el Movimiento Mexicano de Afectados por las Presas
y en Defensa de los Ríos. La red, que hoy tiene grupos en 17 estados,
se formó en 2003 y desde entonces organiza encuentros anuales. El de
2013, realizado en Jalapa, Veracruz, tuvo que lamentar –airadamente– el
asesinato por lapidación de Salomón Vázquez Ortiz, integrante de la or-
ganización local Defensa Verde: Naturaleza Verde, y opositor al proyecto
hidroeléctrico El Naranjal y Bandera Blanca, en la región de Zongolica.
46 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

También ha mejorado la correlación de fuerzas a favor del movimiento


la participación en espacios internacionales como los Foros Mundiales
del Agua.
Cierro esta sección con un testimonio: la crónica del encuentro reali-
zado el 30 y 31 de agosto de 2014, en la comunidad de Olintla, Puebla,
relato en primera persona que busca transmitir algo del ánimo y textura
de estos movimientos.

Éramos un chingo. Un zontli, hubiera dicho Aldegundo, joven y sabio


nahuatlato de Cuetzalan que iba al volante de la camioneta que nos llevó
a Olintla, comunidad otomí de la sierra nororiental de Puebla donde las
redes en lucha contra las presas y en defensa de los ríos realizaban una
nueva reunión internacional. Encuentro latinoamericano de las resisten-
cias al que esta vez se dejaron caer unas 400 personas: en la numeración
vigesimal de los nahuas veinte veintes, cifra significativa cuyo signo
es zontli, una cabellera ciertamente tan poblada como nuestra nutrida
convención.
Por el camino, además de contarme que en la escuela de la Cooperativa
Tosepan Titataniske a los niños de primaria y secundaria no sólo se les
enseña el náhuatl junto con el castellano, sino también el sistema vige-
simal de por acá junto con el decimal que impuso Occidente, Aldegundo
me explica que en su cultura los lugares no se ubican geográficamente
en relación con los cuatro puntos cardinales. Para nosotros, dice, valen el
este y el oeste, es decir los rumbos por los que sale y se mete el sol, pero en
lugar del norte y el sur la otra referencia es arriba y abajo, pues el mundo
se divide en niveles. Y recorriendo los escarpados caminos de la sierra
uno tiene que convenir en que les asiste la razón.
Pero los de Olintla no son nahuas sino orgullosamente totonacos. Y
el municipio cobró notoriedad porque fue ahí donde por primera vez en
la región la gente detuvo la maquinaria que iba a iniciar los trabajos de
una gran presa hidroeléctrica que además de inundar tierras de labor
descompondría la cuenca y sería punta de lanza de las empresas mineras
que ya pusieron el ojo en el Totonacapan. La amenaza era de por sí grave
pero, como es habitual en estos casos, a ella su sumó el agravio pues el
camino que iban a hacer las máquinas los del pueblo llevaban años de
TIERRA INDÓMITA... 47

solicitarlo inútilmente a las autoridades, mismas que lo autorizaron de


inmediato en cuanto lo requirió la hidroeléctrica.
El precursor movimiento de los de Olintla fue decisivo, me dice Leo-
nardo, quien como parte de la Tosepan ha estado cerca del proceso. Y
es que los comuneros de la localidad le pusieron el cascabel al gato, y
después de su acción exitosa los totonacos, nahuas y mestizos de la sierra
concluyeron que si la población de un municipio pequeño y aislado pudo
parar a las constructoras, ¿a poco los demás no iban a poder? En cambio
si las máquinas hubieran pasado en Olintla éste podría haber sido el hilo
por el que se iría toda la madeja y quizá hoy los megaproyectos serían
dueños de la región.
El hecho es que la resistencia cundió en la sierra poblana, como lo
testimonia la numerosa presencia de gente local en un encuentro inter-
nacional también llegaron representantes de toda la República y de otros
países latinoamericanos como Guatemala, Argentina y Brasil.
Olintla es pueblo chico, la gente es pobre y los congregados somos
muchos, pero la generosidad de las comunidades es proverbial y en el
deportivo donde comemos hay tamales, mixiotes y café para todos. Ade-
más, seguramente Señor del Gran Trueno, el Dueño del Monte o algún
otro dios totonaco intercedió por nosotros y el clima es benévolo; pese a
que en la sierra de por si diluvia y estamos en agosto, este fin de semana
no llovió, de modo que la enorme lona amarilla tendida a un costado de
la plaza sólo protege de los rayos del sol al zontli de participantes que
ahí nos arracimamos.
La gran lona cobija a los defensores de los ríos pero también –me dicen
los que son de ahí– a unos cuantos personeros de los caciquillos locales
que merodean atentos a lo que se habla y posiblemente abrumados por
lo nutrido de la concurrencia. Y es que los que se sentían dueños de las
tierras y de la gente se están quedando solos.
Aquí, como en muchos otros municipios donde los lugareños no se
enteraron de las reformas políticas de las últimas décadas, sólo hay dos
partidos: el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción
Nacional (PAN). Y el alcalde que dio luz verde a la presa era del PAN, de
modo que el de ahora –que es del PRI– se tuvo que alinear con los oposi-
tores y aunque no está presente en la inauguración del evento manda un
48 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

saludo con un propio. Hasta los adherentes a una organización priista


tan poco recomendable como Antorcha Campesina, que tiene presencia
en la comunidad, en lo tocante a este tema se han mantenido neutrales.
Y es que por estos rumbos los vientos de la resistencia soplan con fuerza
y el costo de confrontarlos es muy alto.
Como siempre en los encuentros convocados por redes temáticas, la
banda oenegenera se dejó caer por Olintla con su vendimia de folletos, CVD
y artesanías con cuyas ventas se ayudan para completar lo del viaje. Sin
embargo, en las intervenciones –que un prendidísimo serrano bilingüe
traduce al totonaco o al castellano, según sea la lengua que emplea el
orador– domina con mucho el discurso de los locales y en particular de
las mujeres: una, en totonaco, dice que hay que resistir a los megapro-
yectos, pero también a los programas gubernamentales clientelares como
Oportunidades, ahora Prospera; otra, en castellano, nos cuenta que hace
unos años su esposo se enfrentó a los caciques y la familia tuvo que salir
del pueblo, pero ahora ella está de regreso y dispuesta a continuar la lu-
cha. Y es que en la defensa de los territorios las mujeres van por delante.
La gente de por acá hace milpa para comer y en las huertas que generan
ingresos monetarios tiene café, pimienta, plátano y otros frutales, pro-
ductos que en muchos casos hay que sacar a lomo de bestia. Los arrieros,
cuyas interminables recuas de mulas cruzan el pueblo, nos recuerdan lo
escarpado del lugar en que nos encontramos. Y nos recuerdan también
que estamos en el México profundo, que el Totonacapan y la zona náhuatl
de las sierras norte y nororiente de Puebla son mundos rurales de hondas
raíces, sociedades fuertemente cohesivas donde el entrevero de indígenas
y mestizos que resultó de una historia difícil se resiste con todo a ceder
sus espacios vitales.

Pero no todas las afectaciones hídricas son por presas. Otras amenazas
penden también sobre el agua dulce, que es privatizada de muchas mane-
ras y por diferentes actores. Uno de ellos la Nestle Waters, que desde 2010
tiene una concesión para explotar los manantiales del eje neovolcánico
transversal y específicamente los que se originan en el Iztaccíhuatl. A
la usurpación del líquido por la trasnacional se ha opuesto el Frente de
Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), el Agua y el Aire. Convergencia
TIERRA INDÓMITA... 49

que también rechaza la construcción de un gasoducto y un par de ter-


moeléctricas que afectarían poblaciones de Puebla, Tlaxcala y Morelos.
El FPDT, conformado en el Estado de México por los habitantes de San
Salvador Atenco, es emblema de resistencia territorial, y en los años
recientes su lucha se ha tenido que enfrentar a la Comisión Nacional
del Agua y a presiones tramposas sobre los recursos hídricos de los que
dependen los cultivos de sus integrantes.
En 2006 el subcomandante Marcos, del EZLN, llamó al Frente de los
atenquenses “el Séptimo de caballería”, porque siempre cabalgaba en
defensa de los pueblos que eran acosados no por apaches sino por mega-
proyectos y privatizaciones. Y efectivamente el FPDT ha colaborado deci-
sivamente en hacer de movimientos reactivos y localizados una extensa
red nacional de solidaridades.
En 2003 el Frente había logrado que se derogara un decreto presi-
dencial de 2001 por el que 5 400 hectáreas pertenecientes a 13 ejidos de
los municipios de Texcoco y Atenco serían expropiadas para construir el
nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Tras el sonado
triunfo, la organización se mantuvo activa respaldando otras luchas e
impulsando proyectos de desarrollo en el Valle de Texcoco, por lo que
permaneció en la mira tanto del gobierno federal como del estatal, cuyas
intenciones había frustrado. En 2006 el FPDT sufrió una feroz agresión
por la fuerza pública y la mayor parte de su directiva fue encarcelada.
Ya recuperaron su libertad, pero ahora la amenaza viene por parte de la
Comisión Nacional del Agua que, amparándose en un proyecto de Zona
de Mitigación y Rescate Ecológico, promueve una plena titulación de las
parcelas ejidales que facilite su enajenación a favor de empresas como
Alter Consultores, que trabaja para la española OHL Concesiones.
El 1 de septiembre de 2014, en su segundo Informe de Gobierno, el
presidente Peña Nieto confirmó lo que muchos suponíamos: la actual
administración piensa revivir el viejo plan suspendido hace 14 años de
construir en Texcoco un aeropuerto alterno al de la Ciudad de México
(Terrones, 2011), pero ahora asociado con un gran proyecto de habitación,
comercio, turismo y recreación llamado Ciudad Futura, al que pretenden
disfrazar con el ropaje del rescate ambiental. Para vencer la resistencia
que hace tres lustros los obligó a recular, los promotores del megaproyecto
50 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

se han empeñado en dividir al ejido de San Salvador Atenco, que fuera


matriz de la resistencia, clausurando los pozos de riego de los que depende
la agricultura local, comprando terrenos a los derechosos de convicciones
más frágiles e infiltrando en la región a Antorcha Campesina, una orga-
nización de corte gansteril y triste memoria, alguna vez independiente
pero que ahora milita en las filas del PRI. El 7 de junio de 2014, en una
amañada asamblea ejidal a la que no dejaron entrar a los opositores, el
grupo de ejidatarios vinculado con el gobierno logró que en 15 minutos y
sin debate acordara pasar sus tierras al “pleno dominio”, con lo que ahora
pueden ser vendidas sin más trámite (Petrich, 2014). Todo indica que el
procedimiento es un anticipo de lo que nos espera si el gobierno de Peña
Nieto logra la aprobación de una anunciada pero aún no plenamente
explicitada “reforma del campo”.
Una lucha más directamente asociada con los recursos hídricos es la
de los pequeños y medianos agricultores de Chihuahua organizados en El
Barzón y el Frente Campesino Democrático, que reivindican el agua de
riego acaparada por los poderosos agricultores menonitas mediante repre-
sas no autorizadas y pozos clandestinos. La confrontación ha sido cruenta
y ya dejó dos muertos: Ismael Solorio Urrutia y su esposa Manuela Solís.
En 2013 el ayuntamiento de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, concesionó por
25 años el servicio de aguas del municipio a una empresa privada. A partir
del Foro Agua derecho de todos o negocio de unos cuantos, ahí realizado,
se formó Chiapanec@s en defensa del agua, agrupación que ha presentado
un proyecto alternativo basado en la gestión social.
En la Delegación Xochimilco, a las orillas de la Ciudad de México, el
pueblo San Lucas Xochimanca posee una presa ancestral construida hace
alrededor de 600 años por los antiguos xochimilcas y nahuatlacas. El al-
macenamiento, que fue rehabilitado en 1945 con trabajo comunitario de
los pobladores, guarda unos 600 millones de litros de agua provenientes
de los ríos San Lucas y Santiago y hasta hace poco en él se podía nadar
y pescar, además de que era hábitat de fauna endémica. Esto terminó
porque desde los ochenta del siglo pasado el río Santiago es vertedero
de aguas negras de un penal, el Reclusorio Sur de la Ciudad de México.
Por la restauración de la vida en la represa y contra la contaminación,
se integró desde 2010 el Comité San Lucas Xochimanca (Plata, 2014).
TIERRA INDÓMITA... 51

Se supone que en 1540 a. C. Yavé separó las aguas del Mar Rojo para
que pasaran Moisés y los israelitas, en 2009 Luis Luege Tamargo, de
la Comisión Nacional del Agua (Conagua), separó las del acuífero del
Valle de Vizcaíno para que Germán Larrea y su Grupo México pudieran
explotar mil millones de toneladas de cobre. La mina Los Arcos está en
Baja California, en la frontera con Baja California Sur, y su problema
es que se ubica en pleno desierto y para sacar el metal se ocupan 9.46
millones de metros cúbicos de agua al año, volumen que de ser extraído
mataría de sed a los pobladores de Valle de Vizcaíno, a los agricultores
y las cooperativas pesqueras. Pero Luege encontró el remedio: sobre el
papel y por decreto dividió en dos el acuífero que comparten los estados
peninsulares y rebautizó como Llanos de Berrendo a la parte que queda
en Baja California, que es donde está la mina. El Comité Técnico de
Aguas Subterráneas de Valle de Vizcaíno, que representa a los pobla-
dores, denuncia la colusión del funcionario federal y el Grupo México:
La Conagua convirtió un acuífero interestatal en dos donde, por arte de
magia, del paralelo 28 hacia el sur ya no hay disponibilidad de agua, y del
paralelo 28 hacia el norte hay tal cantidad que la empresa minera puede
explotar anualmente 9.66 millones de metros cúbicos, como si los acuíferos
fueran divisibles por líneas imaginarias (Fernández Vega, 2014c).

Lo cierto es que el paralelo 28 no tiene existencia física y pese al


decreto el acuífero es uno, de modo que si la mina comienza a extraer
el líquido se los quitará a los habitantes del Valle de Vizcaíno. Sólo que
los afectados no se van a dejar. Organizados en torno al Comité, han
emprendido la resistencia.
La mina del Grupo México durará 20, tal vez 50 años, pero a nosotros y
nuestras generaciones futuras nos desgraciará la vida mucho, pero mucho
más tiempo. Los pobladores de valle de Vizcaíno no dejaremos que esto su-
ceda, vamos a luchar muy duro por nuestro ambiente, nuestra agua, nuestra
sobrevivencia, nuestras familias […] (Fernández Vega, 2014c).

A estos movimientos hay que agregar, entre otras, la lucha ya reseñada


al principio que sostienen los pueblos yaquis de Sonora contra el Acueducto
Independencia, canalización que al trasladar a Hermosillo una alta propor-
52 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

ción del líquido reduce sustancialmente el caudal del que dispone la tribu.
Y también la que sostienen los mazahuas del Cutzamala contra la Comisión
Nacional del Agua y en defensa de sus recursos hídricos hoy usufructuados
por la Ciudad de México y su zona metropolitana, lucha a la que me referiré
más adelante al abordar el protagonismo femenino en la defensa del territorio.
En defensa del vital líquido se integró la Red Mexicana de Acción por
el Agua, que en 2014 impulsaba una Campaña Nacional Agua para Todos,
Agua para la Vida, que vincula la defensa del acceso al agua como derecho
humano con la defensa de otros recursos naturales y del territorio. La
Red promueve, por iniciativa ciudadana, una Ley General de Aguas con
enfoque socio-hídrico-ambiental que sustituya a la actual Ley de Aguas
Nacionales, frenando los intentos gubernamentales de imponer una re-
forma de corte privatizador y extractivista mediante el habitual albazo
legislativo (Burns, 2014).

Tajos carreteros

Y cuando no son aeropuertos como el que amenaza de nuevo a los pue-


blos del valle de Texcoco, son carreteras como la autopista Silao-San
Miguel de Allende, en Guanajuato, cuya construcción fue anunciada
en 2013 y que dañaría áreas patrimoniales de la etnia ñañú, la zona
arqueológica de Cruz del Palmar y la ruta de 100 capillas de indios del
siglo XVI, y a la que se opone el Frente pro Patrimonio.
En el Estado de México, comuneros de La Concepción Xochicuautla
y San Francisco Xochicuautla, organizados en el Frente de Pueblos en
Defensa de la Madre Tierra, están en contra de la construcción de la
carretera Toluca-Naucalpan, que dañaría las áreas naturales protegidas
Parque Otomí-Mazahua y Bosque de Agua.
En Morelos, el Frente Unidos en Defensa de Tepoztlán, compuesto
por algunos de los que hace años evitaron la construcción de un club de
golf hídricamente insostenible, resiste la ampliación de la carretera La
Pera-Tepoztlán por la empresa Tradeco. En octubre de 2013 los incon-
formes lograron que un juez parara la obra en tanto “no se resuelva en
definitiva el juicio de amparo, ya que está causando daños irreversibles al
TIERRA INDÓMITA... 53

equilibrio ecológico, suelos, mantos freáticos aire y como consecuencia de


ellos se afecta la salud de todos los pobladores de la región”. Ya puestos
a hacer, ahora demandan juicio político al gobernador Graco Ramírez,
emanado del Partido de la Revolución Democrática (PRD), y quien a toda
costa quiere realizar la obra (Morelos, 2013).

Urbanizaciones invasoras

Las agresivas constructoras de vivienda o de infraestructura turística


también generan oposición. Al proyecto inmobiliario Reserva Santafé,
en La Marquesa, Estado de México, se opone la comunidad Atarasquillo,
porque barrería con el sitio sagrado otomí Nacelagua. En Morelos, los
comuneros de Tejalpa, municipio de Juitepec, rechazan la urbanización
de alrededor de 70 hectáreas del Área Natural Protegida El Texal.
En Jalisco, los ejidatarios de José María Morelos se oponen al mega-
proyecto turístico Chalacatepec, que se levanta al sur del centro turístico
de Puerto Vallarta, en el municipio de Tomatlán, sobre 3 mil hectáreas
que la Procuraduría Agraria arrebató al núcleo ejidal (Pérez U., 2013).
En Rebalsito de Apazulco, en la costa de Jalisco, la Pesquera Ejidal
Tenacatitla se resiste a ser desalojada de sus puntos de pesca y de venta
por un proyecto turístico.
“Dicen que quieren construir un megadesarrollo tipo Cancún –denun-
cia una pobladora-, con campos de golf que van a ocupar las tierras del
ejido. Ahí van. Pero a mí no me van a callar con poquito” (Ramírez, 2011).4
La oposición al proyecto de urbanización y desarrollo de infraestruc-
tura turística que incluye hoteles, condominios, campo de golf…, sobre
dos mil 300 hectáreas de plantación, con el que el Grupo Lazga, de
Carlos Lagos Yagües, acabaría con la mitad de los prestigiados viñedos
de Valle de Guadalupe, en Baja California, es muestra de que la resis-
tencia territorial se extiende a casi todas las clases pues lo animan los
empresarios vitivinicultores integrados en la agrupación Por un Valle

4
Véase también Ramírez (2014: 331-367).
54 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

de Verdad, quienes además de movilizarse ya interpusieron un amparo


judicial (Madrigal, 2013).
En 2012 un proyecto turístico por desarrollarse en Ensenada, Baja
California, y llamado Cabo Cortés, fue suspendido, pero en 2014 apare-
ció de nuevo renombrado como Cabo Pulmo. La intención es construir
hoteles con capacidad de unos 22 500 cuartos en la zona colindante con la
reserva natural del mismo nombre, que sería irreversiblemente dañada
por el megadesarrollo. Al proyecto se opone la fundación Costa Salvaje,
encabezada por el famoso luchador de los encordados conocido como el
Hijo del Santo (Agencias, 2014).
Con la acuacultura, la industria contaminante, los puertos y otras
amenazas, el gran turismo es un peligroso destructor de manglares, eco-
sistema del que el país tiene 770 mil hectáreas, de las que sin embargo
se pierden anualmente 1 500, de modo que somos el mayor destructor de
manglares después de Colombia. La Red Manglar México se ha propuesto
defender este prodigioso hábitat de biodiversidad.
La amenaza del gran turismo también pende sobre las comunidades de
la región del Xinantécatl o Nevado de Toluca, que por decreto inconsulto
pasó de Parque Nacional a Área Natural de Protección de Flora y Fauna.
Los pobladores, organizados en el Frente en Defensa del Xinatécatl, sos-
pechan que se trata de reactivar el viejo proyecto de establecer un hostal
alpino y hasta pistas de esquí, emprendimientos incompatibles con la
vieja normatividad de los Parques pero que la de las Áreas Naturales sí
permite (Dávila, 2013).
Uno de los procesos de despojo más ofensivos de los años recientes es
el intento de privatizar para fines turísticos una isla quintanarroense
que forma parte del Área de Protección de Flora y Fauna de Yum Ba-
lam y cuyas tierras son ejidales. Los 12 kilómetros de playas de Holbox
son ambicionados por el consorcio Península Maya Developments, cuyo
proyecto llamado La Ensenada incluye 875 villas y condominios, tres
hoteles, área comercial y un puerto. Para echarlo a andar en 2008, el
consorcio empezó a comprar lotes a los ejidatarios y con engaños logró
que también le cedieran sus derechos agrarios, lo que le permitió inscribir
como ejidatarios a un grupo de prestanombres. Con la complicidad de
las autoridades del ramo y el auxilio de la fuerza pública, que impidió
TIERRA INDÓMITA... 55

el paso de los auténticos holboxeños, los empresarios turísticos lograron


que una asamblea amañada acordara dividir el ejido en cuatro: Holbox,
Península Holbox, Isla Holbox y Punta Holbox, a cuyos presidentes con-
trolan. Sin embargo los ejidatarios originales resisten apoyados, entre
otros, por el Centro Mexicano de Derecho Ambiental, que teme por el
delicado ecosistema de la isla (Caballero, 2014).
En Chiapas primero y después en Puebla se resiste a los desplazamien-
tos que están ocasionando las llamadas “ciudades rurales sustentables”
que, además de diseñadas para liberar a los privatizadores territorios
hoy poblados por campesinos, son urbanísticamente torpes y recuerdan
mucho las reducciones y congregaciones con que, primero las órdenes
religiosas y luego el poder virreinal, buscaban agrupar a la población
autóctona para así mejor controlarla.

Los dueños del aire

Los huaves de San Dionisio del Mar, los zapotecos organizados en la


Asamblea Popular de Pueblos de Juchitán y la Asamblea Popular de
Álvaro Obregón, convergencias regionales de larga trayectoria como
Unión de Comunidades Indígenas de las Zonas Oriente y Norte del
Istmo y diversos pueblos del istmo de Tehuantepec, hoy agrupados en
la Asamblea de Pueblos Indígenas del Istmo en Defensa de la Tierra y
el Territorio, cuestionan el establecimiento en la región de los grandes
molinos generadores de energía eléctrica.
Para 2014 había en el Istmo 20 parques eólicos, tres de la CFE, don-
de sólo se generan 187 megavatios, mientras que el resto, que genera
2 286 megavatios, está en manos de grandes empresas trasnacionales o
mexicanas, corporaciones como Iberdrola, dueña de Parques Ecológicos
de México, en La Ventosa, y Puerta del Viento, en Espinal, además de
la española Gas Natural (antes Unión Fenosa), Mareña Renovables,
Gamesa, Eoliatec del Pacífico, Eliolatec del Istmo, Eurus / Acciona, ACS
Dragados, Fuerza del Viento Limpia, Fuerza Eólica de México, Desarro-
llos Eólicos de México y Proyectos Sureste, entre otras.
56 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Independientemente de que el aire como fuente de energía es mucho


menos contaminante que, por ejemplo, las termoeléctricas, el modo en
que están instaurando los parques eólicos las corporaciones y sus cóm-
plices en el gobierno atropella a los dueños de las tierras y violenta los
derechos de las comunidades sobre sus territorios.
No sólo los huaves y los zapotecos del istmo de Tehuantepec están
siendo agredidos; en el otro extremo del país los 500 integrantes de la
tribu pai pai, que habitan en la parte alta de la sierra de Santa Catarina,
están en peligro de desaparecer como etnia pues uno de sus represen-
tantes –que no sabe leer– fue engañado para que estampara su huella
dactilar en un documento por el que la comunidad cede 62 mil hectáreas
para una central de energía eólica. Otro caso es el de la empresa eólica
Dragón, que pretende invadir tierras comunales en San Juan Volador,
municipio de Pajapan, Veracruz (Rodríguez García, 2013).
En México la generación y distribución de energía eléctrica era, según
la Constitución, atribución exclusiva del Estado. Pero las reformas a Le-
yes secundarias impulsadas en 1992 por el presidente Carlos Salinas, en
1997 por el gobierno de Ernesto Zedillo, en 2008 por la administración de
Felipe Calderón, y remachadas constitucionalmente en 2013 y 2014 por la
reforma energética privatizadora impulsada por Peña Nieto, autorizaron
a particulares la facultad de generar, cogenerar y autoabastecerse con
la garantía de que la CFE compraría sus “excedentes” de energía. Hoy
una tercera parte de la energía eléctrica proviene de empresas privadas,
y en lo tocante a la eoloeléctrica, de los alrededor de 2 500 MW que se
producían en 2013 cerca de 2 300 se originaban en generadores priva-
dos, predominantemente extranjeros y ubicados casi todos en el Istmo
de Tehuantepec, donde los 20 campos eólicos establecidos afectan una
superficie de más de 50 mil hectáreas de tierras que en la mayor parte de
los casos son ejidales o comunales. El plan es que para 2030 se generen 7
mil MW, 10 % de la producción nacional, mediante cinco mil generadores
sobre 150 mil hectáreas de tierras hoy de propiedad social. El problema
para el gobierno y las empresas es que la mayor parte de los comuneros
y ejidatarios se oponen al proyecto y sobre todo a la forma inequitativa
en que se ha venido imponiendo (Ruiz, 2013).
TIERRA INDÓMITA... 57

Silvicultura predadora

La defensa de los bosques es un combate de larga data que sigue vi-


gente, y en el arranque de los setenta del siglo pasado la resistencia de
las comunidades a los talamontes se hizo más visible. En Oaxaca, la
comunidad de Macuiltianguis se venía inconformando desde 1966 con los
usos de la empresa paraestatal Fábrica de Papel de Tuxtepec (Fapatux),
pero para 1972 se suman a la protesta otros 13 pueblos que paralizan
la Sierra Juárez impidiendo que se saque madera de unos bosques que
formalmente son suyos pero que las comunidades no están en condiciones
técnico-económicas de manejar. Este primer movimiento se debilita pero
un bloqueo posterior y más organizado obliga al gobierno a negociar. La
reivindicación de los serranos es que las comunidades indígenas silvíco-
las dueñas de los bosques puedan aprovecharlos directamente mediante
empresas asociativas, pero lo que está en el fondo es la defensa de la
tierra y sus recursos y –en positivo– el concepto de autonomía de base
comunitaria, que intelectuales indígenas como Floriberto Hernández,
Jaime Luna y Joel Aquino empezaban a rumiar (Bartra, 2003: 45-47).
También en los setenta de la pasada centuria se inicia formalmente en
la sierra de Guerrero la lucha contra el saqueo de los montes propiedad
de las comunidades, en este caso mestizas, que históricamente había
corrido por cuenta de empresarios rapaces como Melchor Ortega, dueño
de Maderas Papanoa, a los que en 1972 se añade una paraestatal, la
Forestal Vicente Guerrero, que supuestamente debía enfriarle el agua
a la guerrilla del Partido de los Pobres, por entonces beligerante en la
zona, absorbiendo y racionalizando el aprovechamiento de los bosques de
la entidad, que hasta ese momento realizaban particulares. La empresa
descentralizada solapa en realidad a los talamontes, de modo que los
ejidos se organizan creando en 1980 la Coordinadora de Ejidos Forestales
de la Costa Grande y en 1988 la Unión de Ejidos de Producción Forestal
y Agropecuaria General Vicente Guerrero, que, como en otros sectores y
otras regiones, buscan que las comunidades dueñas del bosque puedan
“apropiarse del proceso productivo” maderero.
En 1995 el gobierno concede a la empresa estadounidense Bois
Cascade el derecho exclusivo de compra y explotación de la madera en
58 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

la Costa Grande y la trasnacional contrata con 25 comunidades una


arrasadora extracción silvícola que para principios del siglo XXI había
ocasionado la pérdida de 90 mil hectáreas de bosque, 40 % del total. La
respuesta la dan unas cuantas comunidades serranas mediante de la
Organización de Campesinos Ecologistas de Petatlán y Coyuca de Ca-
talán, fundada en 1998. Combativa agrupación que después de inútiles
reclamaciones decide –como antes lo habían hecho los oaxaqueños de la
Sierra Juárez– bloquear la salida de madera. El gobierno y los caciques
responden con represión: mueren asesinados Aniceto Martínez, Elena
Barajas y Salomé Ortiz; otros, como Teodoro Cabrera y Rodolfo Montiel,
son torturados por el ejército y encarcelados. Gracias a su lucha, la Bois
Cascade sale de la región, pero aún más importante es que la organización
serrana ayuda a darle rostro campesino a un movimiento ecologista que
como tal era protagonizado casi exclusivamente por organizaciones de
la llamada “sociedad civil” (Bartra, 2001b).
Hoy los músicos son otros pero la tonada es la misma. Desde hace tiem-
po los talamontes se ensañan con los bosques de Zempoala y Huitzilac,
entre los estados de Morelos y de México, las comunidades los protegen
y por eso, en 2007, fue asesinado el activista Aldo Zamora. En abril de
2011, los comuneros purépechas de Cherán, Michoacán, emprendieron la
defensa de sus bosques y de sus vidas contra organizaciones criminales
que combinan el negocio del narcotráfico con el de la extracción de la
madera.
Eran entre 150 y 200 camionetas –cuenta Jesús Silva Tomás, del Consejo
de Bienes Comunales-. Alcanzaban a sacar dos viajes diarios, pues está re-
lativamente cerca la carretera, como dos mil árboles verdes cada día. Y pues
veíamos como se devastaba nuestro monte, sobre todo el que le llamamos “El
San Miguel”. Me tocó ver que ésos, los talamontes, pasaban por el centro del
pueblo aun cuando la calle era de sentido contrario. Pasaban y nadie decía
nada. Al contrario, creo que hasta nos agachábamos para no tener problemas.
Hasta que la gente se fue hartando. Y más cuando empezaron a derribar
TIERRA INDÓMITA... 59

cerca del ojón de agua que nosotros conocemos como La Cofradía. Eso fue lo
que hizo que nos levantáramos.5

Y “nadie decía nada” porque los rapamontes eran parte de “los malos”,
“los armados”, “los mañosos”, grupos criminales fuertemente pertrecha-
dos que además del tráfico de drogas se apropian de recursos mineros y
forestales sobornando y aterrorizando a la población. De ellos me ocuparé
más adelante. Por el momento baste decir que a la postre los de Cherán
no se dejaron. Hartos de esperar que la intervención de la fuerza pública
les devolviera la seguridad, pusieron retenes armados a las puertas del
pueblo y en las noches encendían fogatas donde los vigilantes velaban.
Hoy Cherán es Municipio Autónomo y referente de todos los que resis-
ten desde los territorios, y en mayo de 2014 se anotó un tanto de gran
importancia para todas las comunidades indígenas que exigen que se
haga valer su derecho a la consulta cuando la Suprema Corte decidió
que la reforma constitucional aprobada por el Congreso de Michoacán
en marzo de 2012 debía ser anulada pues no se había recabado el punto
de vista de Cherán (Aranda, 2014).

Usurpación del territorio jurisdiccional

La decisión purépecha de autogobernarse nos lleva al movimiento por las


autonomías indígenas, un trajín que se traslapa con el de quienes desde
los territorios buscan proteger su patrimonio. Defensores que no siempre
son indígenas y no en todos los casos tienen proyectos autogestionarios
de carácter socioeconómico o político, pero que serían impensables sin
el fuerte impulso que la potente emergencia de las reivindicaciones
autonómicas de los pueblos originarios –catapultados desde 1994 por
la aparición del EZLN– le dieron a las demandas asociadas si no con la
autogestión de los territorios sí, ando menos, con su defensa.
Dice la leyenda, casi mito fundacional, que en México los pueblos
indios salieron del confinamiento en que los tenía la malhadada acción

5
Entrevista realizada por Mayra Terrones, para proyecto de tesis de posgrado en el Insti-
tuto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
60 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

indigenista, gracias al primer Congreso Indígena Fray Bartolomé de


las Casas realizado en Chiapas en 1974. El hecho es que desde entonces
comienza a cobrar visibilidad el activismo de organizaciones étnicas
regionales en Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Michoacán y Veracruz, entre
otros estados. Fuerzas locales que convergen en encuentros regionales y
nacionales, y más tarde en el Consejo Mexicano 500 años de Resistencia
Indígena y Popular. Pero la eclosión definitiva de los pueblos originarios
como actor nacional protagónico ocurre en 1994 cuando, al calor de la
efervescencia política creada por el EZLN, surgen la Asamblea Nacional
Indígena Plural por la Autonomía y el Congreso Nacional Indígena (CNI).
Autogobiernos de facto los hay desde 1994 en las regiones chiapanecas
zapatistas que reconocen el mando del EZLN y también en las llamadas
Regiones Autonómicas Pluriétnicas, que dentro del mismo estado im-
pulsan otras corrientes políticas. Sin embargo la emergencia de lo te-
rritorial como sustento del reconocimiento de los derechos autonómicos
de los pueblos indios tendrá que esperar a los Acuerdos de San Andrés
Larráinzar entre el EZLN y el gobierno federal, que incluyen, si bien de
manera limitada, ciertas formas de autogobierno.
Como se sabe, el entonces presidente Ernesto Zedillo desconoció los
acuerdos y un lustro después, en 2001, el Poder Legislativo aprobó una
caricatura de la llamada Ley Cocopa que recogía lo pactado en San An-
drés. Desde entonces el EZLN abandonó toda negociación con el Estado
mexicano y, en congruencia, el CNI decidió replegarse a los territorios e
impulsar desde ahí, “desde abajo”, la construcción de las autonomías, con
lo cual brotaron por el país algunos municipios autónomos como Rancho
Nuevo de la Democracia, en Guerrero, y más tarde el de Cherán, en Mi-
choacán. Pero el hecho es que cuando dejó de pelear el reconocimiento
constitucional de los derechos étnicos, el movimiento indígena perdió
visibilidad y presencia nacional. Protagonismo que los pueblos originarios
en alguna medida están recuperando no tanto con la reivindicación de
la autonomía en cuanto tal como por su intenso activismo en la defensa
territorial de los bienes comunes (Bartra, 2012b: 225-236). Así, el 17
y el 18 de agosto de 2013, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, se
realizó un encuentro del CNI propiciado de nueva cuenta por el EZLN,
reunión nacional de representantes que se repitió con éxito en 2014. No
TIERRA INDÓMITA... 61

es seguro que la convergencia de pueblos originarios vaya a recuperar


la prestancia que tuvo hasta hace 10 años, pero lo cierto es que el tema
dominante fueron los cerca de cien conflictos por el territorio y el patri-
monio en que están involucradas las comunidades indígenas presentes
en las reuniones (López y Rivas, 2013: 20).

Invasión del genoma

Además del territorio propiamente dicho, la gente defiende ámbitos no


geográficos que metafóricamente podemos considerar territoriales; por
ejemplo, el territorio genético que erosionan empresas trasnacionales
como Monsanto, Syngenta y DuPont al alterarlo mediante bioingenieria
y privatizarlo a partir de patentes.
“Nuestros mismos esfuerzos para producir cepas de alta productividad
tienen el efecto de reducir la variabilidad de una especie”, escribió Otto
Frankel (Rodríguez, 2012: 48). Pero eso, que siempre es grave y mucho
más cuando el cambio climático mercadogénico hace ver la creciente im-
portancia de la capacidad adaptativa de la diversidad genética, les importa
un comino a las trasnacionales. El saldo de su desaprensiva codicia son
semillas transgénicas que las grandes corporaciones buscan establecer
comercialmente poniendo en riesgo la diversidad de plantas como el maíz,
del que México es territorio de origen.
En términos estrictamente territoriales, la amenaza también es
enorme, pues sólo entre 2012 y 2013 diversos consorcios presentaron 14
solicitudes de autorización para sembrar maíz transgénico sobre cerca
de 6 millones de hectáreas de las mejores tierras del país en Chihuahua,
Tamaulipas, Coahuila, Durango, Sinaloa y Baja California Sur. Para 2012
el permiso solicitado era para algo más de 1 millón 800 mil hectáreas,
y si consideramos que las semillas transgénicas que se emplearían son
las de Monsanto, que se necesitan 80 mil para una hectárea y que cada
bolsa de 60 mil cuesta hoy unos 3 mil pesos, el ingreso por semillas del
proyecto de plantación comercial del transgénico representa para la
trasnacional un negocio de 5 mil millones de pesos anuales, a los que se
debe agregar el costo del herbicida Roundup, también de Monsanto. La
62 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

buena noticia es que el 17 de septiembre de 2013, a solicitud de un grupo


de ciudadanos y organizaciones que presentó una acción colectiva contra
Sagarpa, Semarnat y las productoras de semillas, el Juzgado XII del DF
dictó una suspensión como medida precautoria, de modo que a mediados
de 2014, cuando escribo esto, las autorizaciones de siembra comercial de
maíz transgénico habían sido frenadas judicialmente (Tourliere, 2014).
“Si se controla el petróleo se controla el país; si se controla la comida
se controla la población”, dijo Henry Kissinger (Tourliere, 2014), y a
este control corporativo mediante semillas genéticamente alteradas se
resisten muchas comunidades, entre éstas el Grupo Vicente Guerrero,
de Españita, Tlaxcala, que en 2011 logró que se aprobara una Ley de
Fomento y Protección al Maíz que dificulta la siembra de transgénicos en
ese estado (Rudiño, 2011). En la misma línea se mueven convergencias
nacionales de agrupaciones sociales, organizaciones civiles y académicas
como la Campaña Sin Maíz no hay País y la Red en Defensa del Maíz.

Latifundio electromagnético

Otro territorio disputado es el del espectro electromagnético, un bien


propiedad de la Nación que no puede ser empleado para transmisiones sin
previa autorización gubernamental pero que los gobiernos han entregado
a los poderosos empresarios dueños de radios y televisoras.
Desde hace décadas las comunidades indígenas han defendido su de-
recho a ocupar una parte de este espacio estableciendo numerosas radios
comunitarias, unas autorizadas y otras que operan por la libre. Entre
ellas la decana Radio Huayacocotla, en la Huasteca; Radio ñomndaa y
La voz de los pueblos, de Guerrero; La voz que rompe el silencio y Radio
ikoots, de Oaxaca; La voz de los sin voz, de Chiapas; Radio xiranhua
kuskua, de Michoacán, entre muchas otras (Medellín, 2011; La Jornada
del Campo, 2013).
En septiembre de 2013 se realizó en Tlahuitoltepec, Oaxaca, la segun-
da Cumbre Continental de Comunicación Indígena del Abya Yala, que
contó con la participación de 2 700 personas, 1 300 de ellas comunicadores
de Argentina, Bolivia, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Guatemala, Perú,
TIERRA INDÓMITA... 63

Panamá, Nicaragua, Uruguay y del país anfitrión. Ahí se reclamó el de-


recho de los pueblos a franjas del espectro electromagnético, a espacios
de satélite y a software libre, pero, sintomáticamente, la demandas no se
circunscribieron al territorio comunicacional y al exigir que se conside-
rara “el espectro electromagnético como bien común”, también repelaron
contra mineras, petroleras y represas “que atentan contra la integridad
de la vida y la espiritualidad de los pueblos” (Rojas, 2013).

Minería de datos

Siendo la internet territorio franco por su accesibilidad y reciprocidad


comunicativa, hoy sabemos que también ha sido penetrado por los pode-
res oscuros. Gracias a Edward Snowden se ha revelado que la Agencia
Nacional de Seguridad de Estados Unidos recolecta información privada
en nuestras comunicaciones en línea, de modo que los espacios abiertos
de la red están siendo subrepticiamente colonizados por el imperio.
“Posiblemente en un futuro –escribe Margaret Atwood– ya no se te
permita ser quien crees que eres o siquiera quien pretendes ser, con base
en la minería de datos obtenidos de tu presencia en línea” (Yehya, 2014).

El género y sus territorios

Las mujeres del campo y la ciudad luchan de manera cada vez más orga-
nizada por todos sus derechos: los sexuales y reproductivos pero también
los económicos, sociales, políticos, ambientales, agrarios, culturales…
Las mujeres luchan, en fin, porque el género no sea motivo de opresión,
de minusvalía, de exclusión, de vergüenza. Porque la histórica maldición
que pesa sobre las mujeres tiene que ver con su cuerpo, se monta sobre
la biología.
“En la sociedad capitalista, el cuerpo es para las mujeres lo que la
fábrica es para los trabajadores asalariados varones: el principal terreno
de su explotación y resistencia”, escribió Silvia Federici (2013: 35).
64 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

El cuerpo femenino ha sido y es tierra de conquista: territorio inva-


dido, usurpado, colonizado. Les vendaron los pies y el alma para que no
pudieran caminar, les impusieron la burka para ocultar sus rostros y
sus sentimientos, les extirparon el clítoris y los deseos para negarles el
placer. El despojo que las mujeres sufren es –como todos– socioeconómico,
político, cultural…, pero el suyo es también un despojo psicosomático, un
despojo a flor de piel. Entonces las mujeres necesitan defender el primer
territorio, el territorio más íntimo y entrañable; las mujeres necesitan
emancipar y recuperar su cuerpo.
La opresión por razones de etnia y la opresión por razones de sexo no
son herencias de otros órdenes sociales ni son perversiones marginales,
“el capitalismo, en tanto sistema económico social, está necesariamente
vinculado al racismo y al sexismo” (2013: 38), sostiene Federici, con muy
solventes argumentos.
La terca desubicación de las –y los– feministas respecto de los ali-
neamientos ideológicos tradicionales forzó, a la postre, una afortunada
redefinición de los espacios político-sociales por la cual el posicionamiento
crítico respecto de la fractura de género devino por fin tan importante
como el rechazo de la explotación asalariada y de la dominación colonial.
Gracias al feminismo, la de etnia, la de clase y la de género son hoy tres
vertientes inseparables de la emancipación humana.
Y en la emancipación de las mujeres es dimensión fundamental la
reivindicación del cuerpo como territorio: del cuerpo biológico pero tam-
bién el que Marx llamaba el “cuerpo inorgánico”, el entorno inmediato
construido cotidianamente a partir de lo que ahora nombran “cuidado” y
que en el campo consiste en el hogar, el traspatio, la huerta, el mercado,
la iglesia, el bosque, la cañada, el río, el ojo de agua…; el hábitat con
rostro femenino que es el mismo, y no, que el de los varones y que los
ámbitos colectivos de las familias, las comunidades y los pueblos, pues
el territorio de ellas cuenta historias distintas, guarda secretos que sólo
las mujeres conocen, tiene significados en clave de género.
Liberarse del fatalismo del cuerpo pasa también por cuestionar cierto
neoindianismo que pretendiendo exaltar el valor de la mujer en verdad la
constriñe y encajona. Y es que género no es destino sino campo de posi-
bilidades. Las mujeres no están hechas para tener hijos –que es sólo una
TIERRA INDÓMITA... 65

de sus opciones privativas-, de modo que asimilarlas simbólicamente con


la fertilidad y con madre natura es biologicismo y sexismo; reverencial
y pachamámico quizá, pero sexismo al fin.
La lucha de las mujeres rurales es un afluente decisivo del movimien-
to en defensa del territorio; frente reivindicativo en el que destacan el
combate a la violencia de género y en particular a la siniestra ola de femi-
nicidios, la exigencia de que se garantice el derecho igual de las mujeres
a la salud y de que se reconozcan sus derechos sexuales y reproductivos,
y también lo que se ha llamado el ambientalismo con sesgo femenino.
Siempre estuvieron ahí, pero en 1980, con el Primer encuentro na-
cional de mujeres, se hicieron más visibles. El protagonismo femenino
rural se manifestó poco después, en 1984, gracias al Primer encuentro
de mujeres indígenas de Chiapas:
[...] al que siguen otros, como el de 1997, en el que participan 700 mujeres
de 14 estados y donde se constituye la Coordinadora Nacional de Mujeres
Indígenas. Antes habían aparecido otras organizaciones supraestatales como
la Coordinadora Interregional Feminista Rural (Comaletzin), la Red Nacional
de Asesoras y Promotoras Rurales, la Red Género y Medio Ambiente… En
1994 la difusión por el EZLN de la Ley Revolucionaria de las Mujeres dotó
de una plataforma de género al neoindianismo surgido en los noventa del
pasado siglo (Espinosa, 2011).

Del Río Bravo al Suchiate las mujeres se organizan para defender


sus derechos en general y también los que tienen sobre sus territorios
y sus cuerpos. En Baja California las jornaleras migrantes indígenas
formaron Naxihi na inxe na ihi (Mujeres en defensa de la mujer), que
reivindica cuestiones laborales, pero igualmente una vida libre de vio-
lencia; en Guerrero las animadoras de la Casa de Salud de la Mujer
Manos Unidas enfrentan, entre otros, el terrible flagelo de la muerte
materna; en Oaxaca el Centro para los Derechos de la Mujer Nääxwiin
trabaja por erradicar la violencia de género, y lo mismo hace Ichikahua-
listli Suhuame (La Fortaleza de las Mujeres) en Veracruz, y Toj D´olal
Puksi´lk´aal (Sanando el Corazón) en Yucatán (Carmona, 2013).
Las mujeres son las mayores animadoras del Frente para la Defensa
de los Derechos Humanos y Recursos Naturales del Pueblo Mazahua,
66 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

que nace en 2003 a resultas de que el desfogue de la presa Villa Victoria,


a cargo de la Comisión Nacional del Agua, inunda 300 hectáreas de la
región mazahua entre el Estado de México y Michoacán. El problema
de fondo es que, mientras que 500 millones de metros cúbicos de agua
son trasvasados de la cuenca del Cutzamala al Valle de México para
dar de beber a la metrópoli, los pueblos de ahí tienen sed. En reclamo
de equidad hídrica se formó en 2004 un Ejército Zapatista de Mujeres
Mazahuas en Defensa del Agua, armado con rifles de madera y encabe-
zado por la comandanta Victoria, que logró forzar una negociación con
las autoridades federales.
Los rústicos defienden de por sí los recursos naturales, pero la reivin-
dicación campesina del medio ambiente empleando el término ecologista
es poco habitual. Sin embargo, como hemos visto, en 1998 se formó en la
Costa Grande de Guerrero la Organización de Campesinos Ecologistas
de la Sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán para impedir que la tras-
nacional Boise Cascade siguiera saqueando el bosque. La depredación se
detuvo pero la organización fue reprimida y sus dirigentes asesinados o
encarcelados. En 2002 un grupo de esposas, hermanas, hijas y compañe-
ras de los varones que habían encabezado la organización ambientalista
conforma la Organización de Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán
(OMESP), que cambia el terreno en el que se había dado antes la defensa
de la naturaleza pasando de la violenta confrontación con los talamontes
y el gobierno a un trajín menos visible pero quizá más calador por el que
se modifican profundamente las prácticas sociales de
[...] reforestación; viveros familiares; campañas de limpieza de calles, cañadas
y fuentes de agua; separación y reciclamiento de basura; uso de abonos orgá-
nicos; siembra de cercos vivos; veda a la cacería de ciertas especies animales,
además de actividades de traspatio orientadas a fortalecer el autoconsumo
y el intercambio comunitario de productos y saberes (Paz Paredes, citada en
Salazar, 2011: 333-359).

Así caracteriza Lorena Paz Paredes, que recogió su experiencia, el


sentido del espacio de las mujeres de la OMESP:
TIERRA INDÓMITA... 67

El territorio de las ecologistas es multidimensional. Abarca desde sus cuerpos


y su subjetividad hasta el entorno que las circunda y que nombran, transfor-
man y rememoran. Desde la naturaleza domesticada con la que comparten
las sorpresas cotidianas que les deparan los ciclos agrícolas alterados por
el cambio climático hasta los grandes siniestros y desastres ambientales:
incendios, deslaves, crecientes y tormentas tropicales durante los que expe-
rimentan la cercanía de la muerte (Paz Paredes, 2014: 139).

Después de que en la Ciudad de México se incorporó a la ley el derecho


de las mujeres al aborto durante las primeras 12 semanas del embarazo,
en muchos estados del país la derecha está legislando para penarlo cua-
lesquiera que sean las circunstancias de la preñez y con el argumento
de “proteger la vida desde la concepción”. A esta regresión se oponen las
mujeres organizadas y muchos otros ciudadanos. Pero algunas lo hacen
de manera creativa. Así como en el siglo XIX ciertos pueblos que veían
sus tierras de propiedad colectiva amenazadas por las leyes y políticas
de desamortización de bienes en manos muertas titulaban sus terrenos
como propiedad privada para mantenerlos bajo su dominio, así, al alba
del siglo XXI, algunas mujeres que ven expropiado el derecho que tienen
sobre sus úteros y vaginas por las leyes que criminalizan la interrupción
voluntaria del embarazo están tramitando ante la autoridad jurisdiccio-
nal el registro de sus cuerpos como propiedad privada. A mediados de
2014 unas 50 regiomontanas se apersonaron ante el Instituto Registral
y Catastral de Nuevo León con sendos documentos en los que se lee:
“Solicito que sea registrada en este instituto la propiedad de mi cuerpo
como parte de mi patrimonio tangible e intangible, del cual soy titular
y sobre el que tengo autoridad y soberanía inalienables de acuerdo con
las leyes” (Ocampo, 2014b).
Cosas veredes, Sancho.

Narcoterritorios

Por si los capitales que actúan cobijados por ley no fueran plaga sufi-
ciente, en los últimos cinco lustros invadieron hasta los rincones más
recúnditos del campo mexicano los capitales que lucran con la prohibición
68 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

y obtienen rentas de la ilegalidad. En lo que va del siglo los cárteles de


la droga irrumpieron masivamente en las comunidades rurales a veces
expulsando a la gente de sus territorios, otras forzándola a entregarles
dinero y otras más obligándola a trabajar en “el negocio”. Y es que en
última instancia el crimen organizado hace lo mismo que los capitales
convencionales sólo que a mano armada.
México está enfermo de violencia, dolencia que se agravó desde 2006,
cuando el gobierno de Felipe Calderón quiso hacer frente a los cárteles de
la droga con estrategias de guerra y provocó una interminable masacre
que hasta 2012 había dejado más de 70 mil muertos y cerca de 300 mil
desplazados, cifra que durante el gobierno de Peña Nieto se sigué incre-
mentando, pues entre diciembre de 2012 y enero de 2014 se registraron
alrededor de 21 mil homicidios más. Y si a los caídos en la “guerra contra
el crimen organizado” se añaden las víctimas de homicidios dolosos la
cifra aumenta a cerca de 90 mil, lo que significa que en algo más de un
lustro los afectados indirectos de este tipo de violencia fueron del orden de
360 mil, entre ellos unas 24 mil viudas y cerca de 50 mil huérfanos (Díaz,
2012: 18-20). Y esto se expresa en una cruenta batalla por los territorios.
El moderno negocio del narco, que en México traslada cocaína sud-
americana y produce mariguana, heroína y metanfetaminas, mueve
inversiones del orden de los 850 millones de dólares, genera alrededor
de 600 mil empleos y controla 71.5 % del territorio nacional (Mondragón,
2014: 43-44). La Canabis índica, que es una de las drogas que está en su
origen, se cultiva y consume por estos rumbos desde fines de la Colonia,
pero la que aquí se conoce como mota, grifa, mariguana o doña Juanita
no fue por sí misma la que gestó en nuestro país el moderno negocio
del narco. Son factores exógenos los que impulsan aquí el globalizado
narconegocio capitalista, actividad que en lo tocante a la goma de opio
despega durante la Segunda Guerra Mundial debido a que, al obstruir
las vías por las que circulaba la droga asiática, el conflicto bélico obliga a
producirla en otras regiones. Y sobre todo porque por esos mismos años
Estados Unidos decide cultivar en México la materia prima de la morfina
que empleaban como anestésico los ejércitos aliados.
Como ahora, una parte de los narcóticos aquí cosechados se destinaba
al consumo estadounidense, sólo que hace setenta años se trataba de un
TIERRA INDÓMITA... 69

consumo legal. Por acuerdo binacional la adormidera empezó a culti-


varse por el rumbo de Santiago de los Caballeros, a menos de una hora
de la cabecera municipal de Badiraguato, Sinaloa, una zona remontada
en la que dicho estado colinda con Durango y Chihuahua. Pero sucedió
que al término de la guerra muchos de los que se habían enrolado en el
cultivo de la amapola se negaron a dejarlo y se insertaron en el mercado
ilegal. La región es lo que hoy conocemos como Triángulo Dorado, y los
apellidos de las familias que decidieron seguir en el negocio son famosos
pues algunos de sus descendientes fueron capos del narcotráfico. De ahí
son Joaquín, “El Chapo”, Guzmán Loera, nativo de La Tuna; los hermanos
Beltrán Leyva, de La Palma; Juan José Esparragoza Moreno, “El Azul”,
de Huixiopa. Y los históricos Ernesto Fonseca Carrillo, “Don Neto”, de
Nuevo Santiago de los Caballeros; Baltazar Díaz, “El Balta”, de Bamopa;
y los hermanos Emilio y Rafael Caro Quintero, de La Noria.
No es que la tierra, el agua y el clima del Triángulo Dorado hagan
malos a sus hijos, es que la demanda estadounidense –primero legal y
luego ilegal– los enganchó. Y como trasfondo del nefasto enrolamiento
estuvo el conflicto bélico, una guerra mundial atroz que destrozaba los
cuerpos y los espíritus de los combatientes haciéndolos depender de las
drogas. Estupefacientes hoy satanizados y perseguidos y por tanto más
lucrativos. Así, el recóndito Badiraguato devino emblema de las vilezas
de la pasada centuria, un siglo violento e ignominioso que no tiene para
cuando terminar.
Es sintomático que hoy en México todos tengamos algo aterrador que
contar sobre el narco. Yo, por ejemplo, sé de primera mano que cada una
de las pequeñas y medianas unidades de transporte de pasajeros que da
servicio en el denso corredor semi conurbado que va del DF a Cuautla,
Morelos, entrega 30 pesos diarios al cártel de La Familia michoacana
por el derecho a circular en “su” territorio. Los que pagan traen una
calcomanía con las letras FM; los que no, están muertos. En esa misma
ruta no se puede poner un negocio modesto sin tributar entre 5 y 10 mil
pesos mensuales por derecho de piso. Si no lo haces te queman el local
o te lo rafaguean. Los que trabajan en el DF y viven en Chalco, Estado
de México, cuando se les hace tarde para regresar mejor se duermen en
70 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

el coche y esperan a que amanezca, porque viajar en la noche es asalto


seguro… Y ésta es violencia light.
Estudios recientes sostienen que “regiones enteras de México están
controladas por actores no estatales, como son las organizaciones mul-
ticriminales (que) han mutado de […] cárteles de la droga a […] motor
de sociedades y economías alternativas (Appel, 2012)”. Esto ha llevado a
expertos como John P. Sullivan –vinculado con el Departamento de Es-
tado de Estados Unidos, pero solvente en lo suyo– a sostener que México
es un “Estado fracasado” que en muchas zonas ha sido sustituido por
un “Estado criminal liberado” que ha establecido “soberanías paralelas”.
Este mismo autor propone analogías sugerentes entre el orden creado
por los cárteles de la droga y la dominación que en otros ámbitos ejercen
los “señores de la guerra”, con las relaciones sociales propias del “periodo
del feudalismo” (Fazio, 2012), un sistema cuya reproducción se sostuvo
sobre la coacción moral y material y no sobre la lógica del mercado y la
legalidad del Estado, aunque los hubiera.
Históricamente convulso y violento es el estado de Guerrero, un
territorio desgobernado donde operan más de una docena de corpora-
ciones armadas diferentes, cada una de las cuales dice encontrarse ahí
para mantener el orden. Están el ejército, la marina, la policía federal,
los judiciales, la policía estatal, 75 policías municipales, varios cárteles
de la droga, un par de guerrillas a las que a fines de 2013 se sumaron
las Fuerzas Armadas Revolucionarias-Liberación del Pueblo y diversas
autodefensas con varios miles de integrantes armados, entre las más
importantes la Policía Comunitaria dependiente del Consejo Regional
de Autoridades Comunitarias (CRAC), el Sistema de Seguridad y Justi-
cia Ciudadana que controla la Unión de Pueblos y Organizaciones del
Estado de Guerrero (UPOEG) y la Coordinadora Regional de Seguridad y
Justicia-Policía Ciudadana y Popular.
El entuerto tiene historia. Así lo describe Abel Barreda, director del
Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan”:
En las siete regiones de Guerrero, la violencia delincuencial se gestó en el
seno de las instituciones policiacas y militares, las cuales urdieron negocios
ilícitos con el patrocinio de los caciques. Los cuerpos policiales son parte
TIERRA INDÓMITA... 71

del entramado de la corrupción y en el caso de la policía ministerial fue la


punta de lanza para la infiltración del narco en las estructuras del Estado
(Barreda, 2013).

La gente del campo ha tenido que aprender a sobrevivir en el mundo


de los cárteles y en primer lugar en la narcoeconomía: según el ex pre-
sidente del Tribunal Nacional Agrario, Ricardo García Villalobos –que
quizá exagera pero no demasiado–, en 31 % de las tierras agrícolas se
siembran plantas psicotrópicas y algunos hablan de unos 600 mil jor-
naleros trabajando en esos cultivos (Ronquillo, 2011). En el campo, los
niños que llegan a los 12 o 15 años no ingresan a la adolescencia sino a la
obsolescencia: ya están en edad de trabajar pero el desfonde productivo
del agro los hace inútiles. Entonces se van al gabacho, a las ciudades
o de perdida se enrolan en el narco, que les ofrece una vida corta pero
plena, pues a los sicarios se los respeta o cuando menos se los teme. Así
las cosas, en algunas regiones de Guerrero los proverbiales “hombres de
maíz” se están volviendo “hombres de maíz bola”, que así se conoce en
La Montaña a la planta de la amapola.
Pero así como hay inclusión económica también hay exclusión social,
y más gente ha sido expulsada de su comunidad por el narco que por
todas las presas y las minas juntas.
En julio de 2013, 1 300 personas, entre ellas 217 niños, escaparon de
siete comunidades de los municipios guerrerenses de San Miguel Toto-
lapan y Arcelia para refugiarse en el atrio de la iglesia de San Miguel,
en la cabecera de esta última circunscripción. Los desplazados huían
de un grupo armado de 200 personas que recorría los pueblos dando
tiros, tumbando puertas y quemando casas, al parecer porque algunas
comunidades antes arregladas con el cártel al que representaban habían
decidido cambiar de bando. “Ahí quedaron mis plantas, mis animalitos,
mis tierras; nos vinimos, no pudimos más”, dice don Ismael, de 72 años,
y hasta el día anterior vecino de El Cubo, municipio de San Miguel To-
tolapan (Ocampo, 2013).
También en el municipio guerrerense de Petatlán hay desbandada
por el narco, pero ahí es silenciosa, es hormiga y por tanto no es noticia
72 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

de ocho columnas. Así lo cuenta María con una elocuencia que ninguna
sociología puede superar:
Yo creo que ya no hay comunidades. Sólo hay familias arrimadas, arrincona-
das, bocabajeadas y silencias. Gente que ni siquiera puede hablarse, ayudarse.
Porque la violencia nos desaparta, nos quita hijos, sobrinos […] ¿Y entonces?
¿Cómo vamos a estar unidas las familias si ya metieron la podredumbre
dentro? ¿Si ya pusieron a fuerzas el arma en manos del hijo, si ya le dieron
una? Te dicen: “Nomás te callas, si llegan los encapuchados o la camioneta
con los armados, baja los ojos y no digas nada, ándate derechita y a la mejor
no le pasa nada a tu familia”. Entonces la gente sale, porque tiene miedo de
que la maten. No le hace que piérdamos todo. Aunque sea nos queda la vida,
¿no? (Paz Paredes, 2012).

En México el estado de derecho no impera o impera bajo la forma de


su interrupción, que diría Giorgio Agamben (2005). Es la nuestra una
sociedad donde no por excepción sino por regla el orden se preserva
o modifica mediante acciones desarrolladas al margen de la Ley, por
fuerzas extralegales que sin embargo tienen imperio de ley. Esto incluye
la añeja prepotencia caciquil y el terror impuesto por los cárteles del
narco, pero también la arbitrariedad con que el gobierno emplea tanto
su poder burocrático como la fuerza pública, y se extiende igualmente
al enriquecimiento ilícito consustancial a la cleptoburguesía mexicana.
Prácticas metajurídicas que con frecuencia son violentas, muy violentas.
No se trata de anomia y violencia residuales, progresivamente sustitui-
das por el imperio de la legalidad. Al contrario, la violencia es creciente y en
un asunto nodal como el narcotráfico tanto delincuentes como “autoridad”
actúan al margen de la Ley, pues ni unos ni otros tratan a sus contrarios
como ciudadanos con derechos sino como enemigos que hay que extermi-
nar, lo que resulta patente en el hecho de que cuando hay muertos en un
enfrentamiento que se presume fue “entre narcos” ni la policía ni el minis-
terio público se preocupan por localizar, detener y juzgar a los culpables;
al revés, se felicitan porque así hay menos delincuentes que aniquilar. Y
si los poderes formales e informales no respetan la Ley, la gente –sin
necesidad de haber leído a Walter Benjamin (2008: 43)– concluye que lo
más conveniente es crear su propio estado de excepción tomando en sus
TIERRA INDÓMITA... 73

manos la protección de familias, comunidades y territorios. La prolife-


ración en 2012 y 2013 de policías y autodefensas comunitarias armadas
es la expresión más reciente de la reivindicación activa del territorio por
parte de los pueblos. Pero el asunto tiene historia.
Desde 1994, en las zonas que estaban bajo control de EZLN, después
en los municipios autónomos y más tarde en las amplias regiones gober-
nadas por las Juntas de Buen Gobierno, los neozapatistas de Chiapas
atienden por su cuenta las cuestiones de seguridad y justicia de decenas
de miles de personas.
Un año después, el 15 de octubre de 1995, integrada por varios pue-
blos de la Montaña de Guerrero, se formó una Coordinadora Regional de
Autoridades Comunitarias que obedece a la Asamblea Regional y de la que
depende el Sistema de Seguridad, Justicia y Reeducación Comunitaria
CRAC-PC. Hoy, con más de mil 200 policías que son electos públicamente
por cada comunidad, procura seguridad a alrededor de 108 pueblos en
los que se ha reducido la criminalidad hasta en 95 %. El éxito de esta
experiencia se explica por el control social que los pueblos ejercen sobre
sus vigilantes y por el espíritu correctivo de la justicia que aplican. Así
describen ellos mismos su labor:
Una policía comunitaria está integrada por los hombres y las mujeres más
confiables de una comunidad. Uno no decide serlo; lo elige el pueblo en asam-
blea. Es un trabajo por el que no se recibe salario. La justicia comunitaria
tiene por meta la reeducación de quienes cometen faltas, porque para nosotros
no existen delitos, sino faltas leves o graves, y cuando ocurren estas últimas
el castigo lo pone la comunidad (Castillo, 2013).

A raíz del asesinato por el narco de Benjamín LeBarón y Luis Widmar


Stubbs en 2009, la comunidad mormona de Chihuahua decidió formar una
autodefensa armada. En mayo de 2011, en Tetela del Volcán se integró
el llamado Grupo Relámpago, formado por 200 personas entre las que
hay campesinos, comerciantes y profesionales que protegen una región
que abarca territorios de Morelos, Puebla, Tlaxcala y Estado de México.
Ese mismo año, también en Morelos, las comunidades de Ocoxaltepec,
Jumiltepec y Zacualpan formaron grupos de autodefensa. Y lo mismo
sucedió en Cherán, Michoacán, donde, como dijimos, la comunidad se
74 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

armó para defenderse de los talamontes vinculados con el narco. En el


mismo estado hay experiencias semejantes entre nahuas de la costa,
purépechas y mazahuas. En 2012, en la zona de Tantoyuca, Veracruz,
se integró la Guardia Civil Huasteca.
A principios de enero de 2013, en la región de Costa Chica, cuatro
comunidades agrupadas en la UPOEG, decidieron tomar las armas para
defenderse del narco. En unos cuantos días detuvieron a 54 personas
acusadas de delincuencia organizada y para juzgarlas acordaron cons-
tituirse en “tribunal popular”, aunque a la postre los entregaron a las
autoridades del estado. Ese mismo año, en Temalacatzingo, municipio
de Olinalá, se formó la Coordinadora Regional de Seguridad y Justicia-
Policía Ciudadana y Popular que, como las otras autodefensas armadas
de la entidad federativa, se ampara en el artículo segundo de la Consti-
tución y en la Ley 701 de Reconocimiento de Derechos y Cultura de las
Pueblos y Comunidades Indígenas del Estado de Guerrero.
En Ayotitlán, Jalisco, desde 2012 están tratando de conformar una
vigilancia comunitaria como parte de la Organización de la Policía Co-
munitaria de todo el estado.
Por otra parte, en las comunidades indígenas donde se mantiene el
sistema de cargos los “topiles” o “polecías” sirven a su pueblo en funciones
de seguridad y en algunas operan jueces indígenas.
En agosto de 2013, en dos estados distintos y casi simultáneamente
las autodefensas armadas se pusieron al tú por tú con el ejército: en El
Pericón, Guerrero, pobladores secuestraron a cien efectivos militares
que pretendían desarmar a los policías comunitarios, y poco después
en Aquila, Michoacán, localidad náhuatl de la que han tenido que salir
alrededor de cien personas y donde la autodefensa comunitaria desar-
mó a la policía municipal, el ejército detuvo a 45 vigilantes e incautó 70
armas, a lo que los vecinos respondieron reteniendo a 100 soldados con
el fin de negociar la liberación de sus presos. A principios de 2014 los de
Aquila anunciaron la creación de una nueva autodefensa comunitaria.
A fines de 2013 el gobierno federal comenzó a desarmar en Guerrero
algunos grupos de autodefensa y a detener a sus dirigentes. Sintomáti-
camente sus acciones se centraron en las regiones de La Montaña y la
Costa Chica, donde los guardias comunitarios de la CRAC-PC tienen con-
TIERRA INDÓMITA... 75

senso social, ha sido exitosa en su contención de la delincuencia y están


más consolidados. Por si fuera poco, con la excusa del programa público
de la Sedesol llamado Cruzada Nacional contra el Hambre y realizando
tareas como cortar el pelo, distribuir alimentos y dar consultas médicas,
los soldados están llegando a estas mismas poblaciones en una ominosa
operación que utiliza la pobreza para remilitarizar el territorio. Resul-
tado: multiplicación de los choques entre los cárteles del narco, entre
el narco y el gobierno, entre las autodefensas ciudadanas y la fuerza
pública... (Turati, 2013a: 14-18).
A principio de 2014, el exitoso avance de las autodefensas armadas
que, con la complicidad o pasividad del gobierno, expulsaron de amplias
regiones de Michoacán al cártel de Los Caballeros Templarios, tema del
que me ocuparé en el siguiente apartado, tuvo un efecto escaparate sobre
las policías comunitarias de Guerrero, quienes pasaron de establecerse
pausadamente en las comunidades que decidían organizarse de esa mane-
ra a desarrollar una pequeña guerra de movimientos al modo michoacano
para liberar de golpe a cerca de una decena de pueblos del control del
narco. Así, el 23 de enero alrededor de mil integrantes del Sistema de
Seguridad Ciudadano auspiciado por la UPOEG, provenientes de Juan R.
Escudero, Tecoanapa y Ayutla emprendieron un operativo para tomar
los poblados de El Ocotito, Mojoneras, El Rincón, Cajeles, Carrizal de la
Vía, Dos Caminos, Buena Vista de la Salud y La Haciendita, en el mu-
nicipio de Chilpancingo. Como parte de esa acción, en el rancho El Plan,
próximo a Palo Blanco y a pocos kilómetros de la capital del estado, la
policía comunitaria desmanteló un laboratorio donde se procesaba goma
de opio. “Llegaron los libertarios que nos van a enseñar que más vale
vivir de pie que morir de rodillas”, exclamo el viejo maestro de Mojone-
ras Juan Espino Aguilar. Cuatro días después, 500 soldados arribaron
a El Ocotito con el propósito de desarmar a los policías comunitarios.
Dos mil personas bloquearon la carretera federal México-Acapulco y se
interpusieron entre los militares y los comunitarios para impedir que les
quitaran el armamento. El ejército se replegó (Ocampo, 2014a).
Con base en una revisión periodística, a mediados de 2013 José Gil
Olmos intentaba dimensionar el problema. En el país, escribía, “hay más
de 36 grupos de autodefensa ciudadana en ocho estados: 20 en Guerrero,
76 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

cuatro en Michoacán, tres en Morelos, dos en Oaxaca, dos en Veracruz,


dos en Chihuahua, dos en el Estado de México y uno en Jalisco (Gil,
2013a: 14)”. Cuando redacto esto, a mediados de 2014, sin duda son más.

Tierra caliente

El curso ascendente de las autodefensas armadas de Michoacán de


principios de 2013 a mediados de 2014, lleva el sello peculiar de la
región pero es también emblemático del tipo de luchas que libran las
poblaciones locales para recuperar territorios usurpados por el narco.
Batallas contra un poder predador que viene de fuera y rompe el orden
social preexistente desquiciando un estado de cosas que –aun si inicuo y
ocasionalmente violento– era también familiar, previsible y consensual;
poder vertical y prepotente que se impone rompiendo nexos horizontales,
fidelidades antiguas y lazos solidarios.
Omnipresente en el campo mexicano, el cacicazgo es una relación
social sin adjetivos, un orden patriarcal por el que toda comunidad o
región que se respete debe tener un hombre fuerte, un padre atrabilia-
rio o benevolente que meta en orden a su grey y la represente ante los
poderes públicos, una figura de autoridad en la que por lo general se
asocian riqueza económica y poder político.
Para el caso de Michoacán, me remito a los clásicos San José de
Gracia y San Garabato Cucuchán. Aunque Luis González nunca carga
las tintas en la polarización social, quien lee Pueblo en vilo (González,
1968) concluye que en las décadas de los cincuenta y los sesenta del pa-
sado siglo, últimos años que reseña la obra, los patriarcas de San José
de Gracia fueron el padre Federico y don Bernardo González Cárdenas
quienes, sin tener autoridad formal, representaban al pueblo ante los
gobiernos y, entre otras cosas, lograron que la tenencia de Ornelas se
volviera municipio. En cuanto a la historieta canónica de Eduardo del
Río, todo el que haya leído Los supermachos (Del Río, 1992), de Rius,
sabrá que San Garabato no sería San Garabato sin el patrocinio de don
Perpetuo del Rosal.
TIERRA INDÓMITA... 77

En sociedades rurales crecientemente polarizadas como la nuestra,


cacicazgo se ha vuelto sinónimo de explotación y dominación. Pero siendo
un orden injusto, el de los caciques es también un orden conocido, mane-
jable y por ello tolerable. El imperio del narco es otra cosa. Lo ocurrido
en el Michoacán de los cárteles y en particular el de Los Caballeros Tem-
plarios es lo que Leonardo Sciascia llamó sicilianización. Degradación
consistente en que el sistema jerárquico ancestral y su sistema normativo
consuetudinario dejan paso a una dominación impredecible, sanguinaria
y desmedida en sus exigencias. Además de inestable y cambiante, pues
los cárteles pelean entre sí y a uno malo le sigue uno peor dado que los
recién llegados necesitan demostrar a sangre y fuego que ahora son ellos
los que mandan. No es casual que dos de las prácticas territoriales más
importantes del crimen organizado sean vigilar y castigar, coincidiendo
con el título de un libro emblemático de Michel Foucault sobre la micro-
física del poder (Foucault, 1980).
En la descripción que sigue Sciascia bien podría estar hablando del
Michoacán templario:
Yo entiendo por sicilianización […] una caída del espíritu público […] el
predominio de los intereses particulares, que también pueden ser criminales.
Y la mafia es un fenómeno de ese tipo […]. Antes cada pueblo tenía su capo
mafia, su jefe, sus mafiosos, todos se conocían. Un pueblo sabía quién era el
capo de la mafia, porque el capo era la persona a la que se podía uno dirigir
para conseguir justicia; una especie de juez de paz. Ahora ya no se sabe. No
se sabe quién es el capo, quiénes son los mafiosos (Campbell, 2014).

En Michoacán desde hace más de una década el narco es soberano,


primero fueron Los Zetas, después La Familia Michoacana y más tarde
Los Caballeros Templarios. Entre 2012 y 2013 este último cártel llegó a
controlar la mayor parte de la entidad. Un estudio realizado por el agente
federal de inteligencia Octavio Ferris afirma que
los Caballeros Templarios […] tienen una organización “espejo” de la Procu-
raduría General de Justicia del Estado de Michoacán […]. Están divididos,
igual que la Procuraduría michoacana, en siete subregiones, cada una de
78 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

ellas con su jefe […]. A principios de 2013 controlaban 81 municipios […] los
más importantes de la entidad, incluyendo [la capital] Morelia (Gil, 2013).

Y esto sólo es posible porque los delincuentes tienen un enorme


poder de fuego. Según un estudio sobre el tráfico a México de armas
provenientes de Estados Unidos realizado por la Oficina de las Nacio-
nes Unidas contra la Droga y el Delito, en 2007 había en nuestro país
15.5 millones de armas ilegalmente en manos de civiles, además de los
3 millones 100 de armas debidamente legalizadas. En 2014 la cifra ya
era de 20 millones, la mayor parte provenientes de Estados Unidos. El
informe establece también que el principal destino de las armas llegadas
entre 2006 y 2010 fue Michoacán.6
El estado que nos ocupa da al Océano Pacífico, colinda con la Sierra
Madre Occidental y tiene fronteras con Guerrero, Jalisco, Guanajuato,
Colima, Querétaro y Estado de México. Ahí se mueve cocaína por tierra
y en lanchas con doble motor fuera de borda; en la sierra de Coalcomán
se siembra mariguana con sofisticados sistemas de riego y también ama-
pola, de la que se extrae goma de opio base de la morfina y la heroína.
Michoacán es el segundo productor nacional de mariguana y amapola
pero sobre todo produce “cristal” y otras drogas sintéticas en verdaderas
“fábricas de enervantes”, también llamadas “cocinas”, que a través del
puerto de Lázaro Cárdenas reciben los precursores provenientes de Asia.
Según la Marina Armada de México, la producción de metanfetaminas
en la entidad se incrementó hasta en 1 200 %, desplazando la siembra
de plantas psicotrópicas (Gil, 2013a).
Pero la imagen de unos cárteles dedicados exclusivamente a la pro-
ducción y tráfico de estupefacientes es ya anticuada; en Michoacán –como
en casi todo México– el narco se diversifica. En una entidad federativa
que aporta 25 % del mineral de hierro que se extrae en el país y en el que
Los Caballeros Templarios gobiernan de facto, el cártel no podía dejar
escapar el negocio de Vulcano. Cuando menos desde 2010, mediante
amenazas o simples acuerdos comerciales, la empresa delincuencial co-
menzó a acopiar el material ferroso de minas situadas en Michoacán pero

6
Véase <http://www.unodc.org/documents/data-and-analysis/tocta/6. Firearms.pdf>.
TIERRA INDÓMITA... 79

también en los vecinos estados de Colima y Jalisco. Cientos de camiones


lo concentraban en el pueblo de Arteaga, para de ahí llevarlo al puerto
de Lázaro Cárdenas, donde se embarcaba rumbo a China. Se calcula que
cada año zarpan de ese puerto unos 30 barcos llenos de mineral y cada
cargamento vale unos 13 millones de dólares. De éstos, entre 50 y 75 %
proviene del cártel, que además cobra a las mineras cuotas de protección
y hasta las presiona para que aumenten las compensaciones que deben
pagar a las comunidades dueñas de las tierras. Esto último lo hace no
por afán justiciero, sino porque sobre estas bonificaciones se lleva un
porcentaje. Cuando un ejecutivo de la Arcelor Mithal, la mayor acerera
del mundo, denunció las exacciones de los templarios, fue asesinado (Her-
nández, 2014b). De menor volumen pero alto valor son las exportaciones a
China y Taiwán de madera de granadillo o sangualica, especie en peligro
de extinción que el narco extrae violando la ley y pasando por encima de
la oposición de las comunidades (Guillén y Torres, 2014).
Estas exportaciones se hacen abiertamente, mientras que por la mis-
ma vía y también a la luz del día se reciben de China y la India cientos de
toneladas de los precursores químicos necesarios para producir “drogas
de diseño”. Los templarios importan igualmente llantas coreanas para
tractocamiones y ropa de confección china que reetiquetan como Armani,
Hugo Boss, Guess y otras marcas de prestigio. El imperio del narco sobre
Lázaro Cárdenas y su aduana significa el control del segundo puerto del
país, que a su vez es enlace con el mayor puerto del mundo, que es el de
Shanghai, y con la red ferroviaria de contenedores que opera la Kansas
City Southern de México, que conecta nuestro magno embarcadero con
el movimiento de mercancías de Estados Unidos (Hernández, 2014a).
El dominio templario sobre esta parte del comercio exterior se mantuvo
hasta el 4 de noviembre de 2013, cuando la Secretaría de la Defensa
Nacional asumió el control de Lázaro Cárdenas y de la Administración
Portuaria Integral. Según el ex gobernador Fausto Vallejo, el negocio
del puerto le dejaba al cártel alrededor de dos mil millones de dólares al
año (Aranda, 2013; Fernández Vega, 2014a).
Sin embargo, al parecer la intervención del puerto no fue suficiente,
pues 5 meses después, el 3 de marzo de 2014, el Ejército, la Marina, la
Policía Federal y otras agencias del gobierno emprendieron una revisión
80 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

de los patios de acopio durante la que se embargaron 127 máquinas


pesadas, se incautaron 120 mil toneladas de mineral, posiblemente de
procedencia ilegal pues no contaban con los permisos correspondientes
y fueron detenidas 6 personas de nacionalidad china. Las intervenidas
son empresas en forma como Golden Container Yard, Global Sheeping,
Rock Mineral, PWI Zhong, entre otras (García Davish, 2014).
Si casi medio año después de que la Secretaría de la Defensa había
ocupado el puerto de Lázaro Cárdenas y en momentos en que, como ve-
remos, los templarios estaban siendo barridos por la acción combinada
de las autodefensas ciudadanas y la fuerza pública, se seguían moviendo
sin permisos cientos de miles de toneladas de mineral ferroso, todo hace
pensar que la ilegalidad no es sólo práctica de los narcos sino también de
las empresas extractivas formalmente establecidas, lo que se confirma
con las violaciones a la ley que reseñamos en el apartado referente a la
minería tóxica. La conclusión es que el narconegocio no es más que una
forma extrema de la acumulación de capital y que sus procedimientos
son sólo un poco más intimidantes, incontinentes y atrabiliarios que los
del resto de los empresarios.
La narcominería también opera en Coahuila. En octubre de 2012
Humberto Moreira, ex gobernador de la entidad, cuyo hijo fue asesinado
por los cárteles, denunció que “desde hace un año y meses […] los narco-
traficantes empezaron a cambiar su giro y en lugar de secuestro, levan-
tones y cuotas […] les dio por extraer carbón. Empresarios de la región
[…] están coludidos con los narcotraficantes” (Fernández Vega, 2014a).
En el caso de las explotaciones forestales, el grado de penetración del
narco como operador directo o protector de la extracción ilegal de madera
se mide por el hecho de que en abril de 2014, cuando las autodefensas
ya habían golpeado fuertemente el poder de Los Caballeros Templarios,
las autoridades federales y estatales clausuraron 13 aserraderos y dos
astilleros clandestinos en los municipios de Tacámbaro, Villa Madero,
Queréndaro, Charo y Zinapécuaro, lugares en los que fueron incauta-
dos 11 vehículos, maquinaria y sierras. La madera requisada equivale
a cerca de 10 mil árboles con un valor de casi 15 millones de pesos. La
Procuraduría General de Justicia del Estado señaló que el golpe era
TIERRA INDÓMITA... 81

para contrarrestar el “financiamiento de los grupos delictivos” (Martínez


Elorriaga, 2014f).
Al negocio de las drogas, de la minería y de la silvicultura el crimen
organizado añade otras fuentes de ingresos que además les recuerdan
a los pobladores quién manda en ese territorio. Los cárteles cobran de-
recho de piso a los comerciantes, en las zonas silvícolas se hacen pagar
un porcentaje por la madera que sale; en las de ganadería por las reses
que se venden y en las de agricultura de exportación, donde se cosecha
limón, toronja, aguacate, mango, pepino y fresa, exigen dinero por cada
tonelada producida, mientras que en otros casos cobran por la cantidad
de tierra que se trabaja y según el cultivo. Tampoco los municipios es-
capan a la extorsión y por diferentes vías entregan al narco parte de su
presupuesto. En el extremo, los templarios llegaron a cobrar derecho
de piso a los funcionarios del Departamento de Agricultura de Estados
Unidos que trabajan en Michoacán certificando las huertas que exportan
a ese país sus cosechas.
Los datos sobre montos de las exacciones varían dependiendo del in-
formante, pero en todas las estimaciones son exhaustivos y cuantiosos.
Éstas son algunas cifras. La minería de hierro pagaba entre 3 y 5 dóla-
res la tonelada exportada, pero otros sostienen que una empresa como
Minera del Norte entregaba hasta 30 mil dólares semanales a cambio
de “protección”. Los silvicultores debían cotizar 10 % del valor de la ma-
dera cosechada, y hay que considerar que la de Michoacán es la tercera
producción forestal del país, con un volumen anual que llegó a ser de
un millón de metros cúbicos, aunque la inseguridad reciente lo redujo
a la mitad. En el aguacate había que cotizar 1.50 pesos por planta en el
vivero, dos o tres mil pesos por hectárea en la plantación y tres o cuatro
mil pesos la tonelada después del corte. En el ganado se debían ceder 8
pesos por kilo en las reses en pie y los carniceros entregaban 5 pesos más
por cada kilo que venden de carne ya procesada. Los maiceros pagaban
mil 500 pesos por hectárea y cien pesos más por tonelada al embodegar
la cosecha. Los jornaleros abonaban 20 pesos de los 80 que en promedio
reciben como salario. El Comandante Cinco, de las autodefensas, calcula
que sólo en Tepalcatepec, entre lo que les sacaban a los limoneros, los
82 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

empacadores, los ganaderos y los comerciantes, el cártel de los templarios


obtenía 30 millones mensuales (Martínez Elorriaga, 2014i).
Y también las alcaldías cotizaban; en la de Chinicuila, por ejemplo, te-
nían que dar 10 % de las participaciones federales, entregado al recibirlas,
60 mil pesos en salarios que se abonaban sin que tuvieran que trabajar
a quienes indicara el narco, y la obra pública había que contratarla con
las empresas que ellos manejaban, además de comprarles los materia-
les de construcción. Justo Virgen, alcalde de ese municipio, calcula que
entregaba a los templarios medio millón de pesos al mes (Cano, 2014j),
y José Manuel Mireles, quien fuera vocero de las autodefensas, sostiene
que entre 15 % y 25 % del presupuesto público del estado de Michoacán
terminaba en las arcas del cártel. Los alcaldes tributaban y se hacían de
la vista gorda con las operaciones del narco porque estaban amenazados,
pero también porque habían llegado al cargo gracias a los templarios que
financiaban las campañas y decían por quién había que votar.
Más que sobornos, estos pagos se convirtieron en una suerte de carga
fiscal extraordinaria. Así lo reconoció recientemente un productor de
aguacate: “No hacemos el pago porque queramos, pero con eso ya no nos
roban y dejan que vendamos nuestro producto” (Román, 2013). Como ya se
dijo, ni los jornaleros –que ganan una miseria– escapaban a la exacción;
así, en el ejido de Antúnez los cortadores de limón pagaban una cuota de
200 pesos a la semana (Martínez Elorriaga, 2013a).
Los testimonios recogidos por el periodista Arturo Cano documentan
la omnipresencia de la coacción y las exacciones del narco:
Si usted decía que iba a cortar limones, ellos decidían cuándo.
Si su parcela valía un millón y a ellos les gustaba, quesque se la compra-
ban en 100 mil pesos.
Al empaque de pepinos donde yo trabajaba llegaban los sábados a cobrar
cuota.
Si querías sacar un camión de toronja tenías que pagar 400 pesos.
Cobraban 700 pesos si matabas una vaca y aparte un peso por kilo.
Una señora que vende birria resume la situación en dos datos: el iva
templario elevó el precio del quilogramo de bistec de 60 a 90 pesos, y el de
tortilla de 12 a 16 (Cano, 2014s).
TIERRA INDÓMITA... 83

Como se puede apreciar, después de la droga y junto con la minería y


la silvicultura, la actividad agrícola se volvió importante en el negocio de
los cárteles de Michoacán. Y es que el estado, que es uno de los mayores
productores agropecuarios del país, cosecha anualmente un millón 300
mil toneladas de aguacate Hass, la mayor parte vendidas a Estados Uni-
dos por montos próximos a los mil millones de dólares; cerca de medio
millón de toneladas de limón; 250 mil toneladas de fresa, además de que
es de los más grandes productores nacionales de guayaba, lenteja, melón
y papaya, y cuenta con una importante producción silvícola y pecuaria.
En consecuencia los templarios no sólo controlaban el territorio, tam-
bién se apropiaban de las tierras. Los Ceballos tenían cinco huertas de
aguacate en Cuaramo, El Arapo, Charapóndiro, El Arenal y Cuinío, con
un total de 124 hectáreas. Para quitarles sus plantaciones, los narcos
mataron a Alfonso Ceballos, a sus hijos Adrián y Edgar y a dos de sus
hermanos. El argumento fue que las huertas “les gustaban” (Martínez
Elorriaga, 2014a). Al parecer el cambio de manos de las tierras ha sido
cuantioso pues el sacerdote Gregorio López, de Apatzingán, sostiene que
sólo en ese municipio 14 mil títulos de propiedad pasaron a manos del
crimen organizado (Cano, 2014a).
Y el estado es un camposanto. A la hija del pastor de Codémbero se la
llevaron los narcos, dos días después la encontraron muerta, pero aun así
lo llamaron para exigirle dinero. A Jesús, de Tancítaro, le secuestraron
un hijo y para juntar lo del rescate trató de vender su tierra, pero como la
operación se tardaba mataron al niño. Los templarios tienen un código de
conducta que se han encargado de difundir pero que no respetan. “Pura
mentira –dice José, que fue sicario-, decían que no se debía maltratar a
las mujeres, y lo hacían; que no había que llevarse niñas y también lo
hacían; que no se dedicaban al secuestro y secuestraban” (Cano, 2014i).
Desde que el 3 de enero de 2007 –precisamente en Apatzingán, co-
razón del narco michoacano– el presidente Felipe Calderón le declaró
la guerra a los cárteles de la droga, según datos oficiales ha habido 13
mil homicidios dolosos en la entidad, aunque la Iglesia católica, a través
de la arquidiócesis de Morelia, sostiene que son más de 30 mil muertes
violentas, de las cuales 2 300 ocurrieron entre 2011 y 2013, desde la
llegada de Fausto Trejo al gobierno (Gil, 2014a). Fue la de Trejo una
84 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

administración controlada por el narco, pues hoy sabemos que el hijo del
mandatario estaba relacionado con los capos de la droga desde los tiem-
pos de la campaña de su padre y el secretario de gobierno Jesús Reyna
García, que en ausencia del titular del Ejecutivo fue gobernador interino,
tenía tratos con Los Caballeros Templarios cuando menos desde 2011.
Desde el 4 de abril de 2014 Reyna está detenido debido a su presunta
vinculación con el narco (Gil, 2014b) y el 18 de junio de ese año Fausto
Trejo renunció a su cargo alegando motivos de salud.
La cartelización del estado es de larga data pero hay diferencias de
estilo en la dominación delincuencial. Entre la violencia sin adjetivos
de Los Zetas, el patriarcalismo armado de La Familia Michoacana y el
moralismo salvaje de Los Caballeros Templarios, algunos añoran el au-
toritarismo ordenado y previsible que mantenía “el jefe”, “el impartidor
de justicia” que fue Jesús “El Chango” Méndez, cabeza de La Familia,
quien cuando menos sabía mantener el gallinero en paz (Cano, 2014f).
Ex director de una agencia de inteligencia y conocedor del tema,
Guillermo Valdez Castellanos caracteriza así la situación creada en
Michoacán:
Esto es lo grave del proceso de captura y reconfiguración del Estado. Estos
[cárteles] llegan a imponer la normatividad mafiosa, y como no se sabe a
quién recurrir para romper esta normatividad del crimen organizado, pues
los actores sociales se acomodan, ya sea empresas trasnacionales, comisarios
ejidales o autoridades portuarias (Ap, 2013).

Y lo mismo sostienen algunos de los propios afectados, como el


agricultor calentano que, entrevistado por Arturo Cano, se refiere a
los añorados tiempos en que no se habían conformado Los Caballeros
Templarios y reinaba “El Chango” al frente de La Familia Michoacana:
“Sólo el dinero ilícito se movía en la región. Todos lo aceptábamos. Los
narcotraficantes no sólo invertían, sino que evitaban los secuestros, los
robos, las extorsiones. Eran un gobierno sobre un gobierno” (Cano, 2014).
Y los descobijados por la vida se hacían narcos. “Soy pobre y necesi-
taba dinero para sacar adelante a mi familia” (Cano, 2014i), dice uno
que por un tiempo fue “puntero” o “halcón”, el equivalente a topil en el
escalafón del cártel.
TIERRA INDÓMITA... 85

Según estimaciones periodísticas no comprobadas citadas por Luis


Hernández Navarro, los templarios contaban con un ejército de 10 mil
hombres motorizados, comunicados y bien pertrechados, y una nómina
de 30 mil servidores, mientras que en comprar favores de policías, mi-
litares, políticos y funcionarios diversos gastaban unos 7 millones de
dólares mensuales (Hernández, 2014b).
En Michoacán, como en otras entidades federativas, los cárteles de
la droga son de hecho un Estado: imperan sobre una población y un
territorio determinados, disponen de fuerzas armadas disciplinadas y
centralizadas, cobran impuestos y con sus “ejecuciones” pretenden hacer
justicia. En algunos casos, como el de Los Caballeros Templarios, se dicen
portadores de una ideología libertaria y de protección al pueblo que está
registrada en los dos libros de “pensamientos” escritos por Nazario “El
Chayo” Moreno, también conocido como “El más loco”, y hasta inspiran
una religión en ciernes pues Nazario, presuntamente muerto por la fuerza
pública durante el gobierno de Calderón, pero en realidad ejecutado por
el ejército en 2014, tiene numerosas capillas por toda la región de Tierra
Caliente. La filosofía templaria –“Sin riesgo no hay gloria”, dice uno de
los libros de autodesarrollo narco– es ciertamente mentirosa, pero no
mucho más que el discurso de los políticos convencionales.
Según Gregorio López, cura de la diócesis de Apatzingán, que los
conoce bien, el control templario se basaba en su capacidad de fuego
pero también en que dominaban la economía, manejaban los servicios de
salud y educación, mandaban en las alcaldías, tenían a su servicio a las
fuerzas de seguridad y al ministerio público, y, en el ámbito de las ideas
y las creencias, se apoderaban de las conciencias a través de una secta
religiosa protestante llamada Nueva Cosecha y mediante un centro de
capacitación al que bautizaron Vida Vital (Cano, 2014o).
A veces los narcos de Tierra Caliente incursionaban en espacios fe-
derales presuntamente reservados a la política institucional. Así, el 17
de octubre de 2013, un grupo de 12 personas que se identificaba como
Michoacanos Paz y Dignidad, y de quienes después se dijo que estaban
vinculados con los templarios, se apersonó en la Cámara de Diputados
para “dialogar con los legisladores” (Castellanos y Gil, 2013). Y cuando
lo consideraban necesario los templarios mostraban su poder de fuego
86 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

golpeando directamente al gobierno federal a partir de sus instituciones:


el 27 de octubre de 2013 atacaron simultáneamente 18 instalaciones de la
CFE dejando sin energía eléctrica a medio millón de usuarios.
Los cárteles nacidos en Michoacán tienen señas de identidad que los
distinguen de otros grupos delincuenciales. Si en regiones menos tradi-
cionales la cultura del narco es deslumbrante y ostentosa, en la densa
y ancestral sociedad michoacana no deja de rendir culto al “mañoso”
emprendedor y presumido, pero apela también a valores más profundos
y entrañables como la comunidad, la familia y la religión cristiana. Así
lo hicieron en su momento los templarios al tomar su nombre de la orden
militar y religiosa fundada en Jerusalén en 1119, y así lo hacen las au-
todefensas al usar consignas de viejos movimientos católicos mexicanos.
En un contexto como el michoacano no sorprende que en el entorno de los
grupos armados que desde principios de 2013 combaten al narco se grite
“¡Viva Cristo Rey! (Cano, 2014a)”, pues cuando menos en Guanajuato,
Jalisco y Michoacán, el de los Cristeros de los años veinte del pasado siglo
fue un movimiento defensor de las costumbres y encaminado a recuperar
los territorios comunitarios y expulsar a los personeros del autoritarismo
jacobino del presidente Calles.
El hecho es que cuando menos desde hace 10 años el Estado mexi-
cano perdió el control sobre el territorio de esa entidad federativa. Así
lo reconoció implícitamente la propia Presidencia de la República en
mayo de 2013 cuando Peña Nieto lanzó una “cruzada” para “recuperar
Michoacán” y el 25 de ese mismo mes sostuvo: “Han habido espacios que
se han dejado o que ha ganado, lamentablemente, el crimen organizado.
Por eso el operativo […] tiene el propósito, precisamente, de lograr una
recuperación territorial de la zona” (Gil, 2013a: 14).
Pero el verdadero golpe a Los Caballeros Templarios no se los dio
el gobierno sino las autodefensas ciudadanas, que desde “la fecha del
alzamiento”, el 24 de febrero de 2013 se multiplicaron por todo el estado.
Fueron más de 12 años de sufrir en carne propia los secuestros, las ejecuciones
y descuartizamientos en la familia de mi esposa; todo esto afecta hasta que
llega un momento en que dices “¡ya no!” –explica el médico José Manuel Mi-
reles Valverde-. Lo que hicimos fue ponernos de acuerdo y elegir la forma en
TIERRA INDÓMITA... 87

que queremos morir. Todos coincidimos en una sola: morir luchando, no como
animalitos en un rastro […]. Andamos haciendo el trabajo que el gobierno
del estado no ha querido hacer o no ha podido, por estar involucrado con el
crimen organizado […]. Nosotros para muchos pueblos somos la justicia, no
la ley, porque no pretendemos ser la ley (Gil, 2013c).

La aparición en Michoacán de grupos armados formados para en-


frentar a los cárteles de la droga tiene como antecedente la emblemática
lucha que en abril de 2011 emprendieron los purépechas de Cherán con-
tra los narcotraficantes que arrasaban sus montes. Y aunque el agravio
inicial era por tierras comunales usurpadas por pequeños propietarios,
también se recuerda que el 14 de junio de 2009, en el pueblo náhuatl de
Santa María Ostula, el CNI, ahí reunido, declaró que los pueblos tenían
derecho a la autodefensa. Dos semanas después la comunidad recuperó
sus tierras ancestrales, a las que devolvieron el nombre de Xayakalan, e
integró una Policía Comunitaria, reanimando la Guardia Tradicional que
había existido hasta los ochenta del siglo pasado y había sido disuelta por
órdenes del gobierno. En mayo de 2010 el ejército desarma a estos grupos,
el narco se envalentona y desde entonces se multiplican los asesinatos.
Significativamente, el 8 de febrero de 2014, apoyados por autodefensas
de Coalcomán, Chinicuila y Aquila, que llegan armados y a bordo de 50
camionetas, ex integrantes de la Policía Comunitaria que habían tenido
que abandonar la comunidad, regresan a Ostula, liberan al pueblo de los
delincuentes y restauran su cuerpo de autodefensa. Cinco días después
ocupan una población cercana, conocida como La Placita, que era bastión
del crimen organizado (Guillén y Torres, 2014).
Pero éstos fueron, en su origen, movimientos locales de base comunita-
ria y talante indígena, mientras que el proceso organizativo que arranca
el 24 de febrero en Tepalcatepec, Coalcomán y Buenavista, donde unos
800 hombres y mujeres se alzan en armas, y que más tarde conforma el
Consejo General de Autodefensas y Comunitarios, que Mireles y otros
promueven, es un movimiento ciudadano amplio y representativo del
descontento popular incubado durante la larga noche del narco, pero
encabezado por agricultores pequeños, medianos y grandes, y por un
tiempo consentido, si no es que auspiciado, por el gobierno federal. Un
88 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

movimiento que, por obvias razones de seguridad, primero toma las


localidades expulsando a los narcos y sólo después realiza asambleas
donde explica sus motivos y llama a formar comités ciudadanos. Un
movimiento que, a diferencia de las policías comunitarias de Guerrero,
vinculadas con un Consejo que trabaja por la justicia social, rechaza a
empresas mineras y apoya a los maestros democráticos de la Cordinadora
Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), no tiene más objetivo
que librar de templarios a Michoacán. Un movimiento en cierta medida
concertado por sus principales animadores pero al que se van integrando
grupos diversos autónomos y con frecuencia tácticamente divergentes,
que a la postre conforman más una federación que un organismo con
mando unificado. Un movimiento que dispone de recursos y armas AK-
47, R-15, M2 y fusiles de asalto, de las que otros carecen. Un movimiento
con luces y sombras, pero de notable eficacia e indiscutible legitimidad
social cuando menos en ese estado.
La transición cualitativa que representan las autodefensas respecto
de las policías comunitarias está en que el movimiento desplegado en
Michoacán durante 2013 no fue –como el de la CRAC-PC en Guerrero– la
pausada construcción de una instancia autogestionaria capaz de res-
tablecer y administrar la seguridad en los pueblos, sino una explosiva
insurrección para derrocar el poder establecido. Porque los indignados de
Tierra Caliente se alzaron en armas contra el mal gobierno…; contra el
mal gobierno templario, naturalmente, pues es claro que quien mandaba
en la región era el cártel y no el Estado mexicano.
El Consejo General de Autodefensas no fue una policía comunitaria
como la guerrerense, que combate el delito y hace justicia mediante
una estructura autogestionaria permanente. Los alzados de Michoacán
emprendieron una guerra que, como ellos mismos han dicho, terminará
el día en que erradiquen a los templarios de su entidad federativa. Lo
demás es harina de otro costal. Si los comités ciudadanos que las auto-
defensas llaman a formar en las asambleas que realizan cuando toman
un pueblo se transforman o no en órganos de gestión autonómica de la
vida comunitaria es cuestión que no depende de quienes los convocaron.
Y también es otro asunto si algunos de los grupos armados se asocian con
un cártel emergente, se vuelven paramilitares o se someten a los desig-
TIERRA INDÓMITA... 89

nios gubernamentales de control social. Una guerra se propone lo que se


propone y la de Tierra Caliente tenía por objeto derrocar el despotismo
tributario de los templarios. Nada más y nada menos.
Para entender su especificidad puede ser útil diferenciar las policías
comunitarias de Cherán y Aquila de las autodefensas de Tierra Caliente,
y compararlas con otras insurgencias rurales ocurridas antaño en nuestro
país. Los alzados nahuas de Aquila y los purépechas de Cherán siguen
los patrones que por lo general atribuimos a los pueblos indios: son de
base comunitaria y territorialmente se circunscriben a ámbitos locales;
los alzados de Tierra Caliente, en cambio, operan con una lógica mestiza
y ranchera, y aun si se anclan en sus municipios de origen tienen una
visión más regional. Los indígenas deciden sus acciones con base en las
condiciones que guarda su comunidad; los mestizos tienen presente la
totalidad del escenario bélico. Los indígenas responden a previos acuer-
dos de asamblea; los mestizos actúan con base en lo pactado entre unos
cuantos notables, aunque posteriormente convoquen asambleas. Los
indígenas pueden sufrir reveses –como los han sufrido los de Aquila– pero
se sobreponen gracias a su cohesión comunitaria; los mestizos se dividen,
se confrontan y tienen posturas zigzagueantes. Los indígenas pueden
liberar una comunidad y gobernarla pero no debilitan sensiblemente el
dominio estatal del narco; los mestizos tienen mayor capacidad de fuego,
desarrollan tanto la guerra de posiciones como la más difícil y compleja
guerra de movimientos y pudieron quebrar el poder del narco en el estado.
Los indígenas son tácticamente débiles y estratégicamente fuertes; los
mestizos son tácticamente poderosos pero frágiles en la perspectiva del
mediano y largo plazos. Los indígenas son ensimismados; los mestizos
son extrovertidos.
El objetivo de nuestra guardia es cuidar nuestra comunidad y nuestra gente
–declara Octavio Villanueva Magaña, presidente del Comisariado de Bienes
Comunales de Aquila–. Estamos en contra de expandirnos y andar conquis-
tando territorios como lo hacen los grupos de autodefensas.
No compartimos la idea de una autodefensa expansiva que conquista
territorios –sostiene Francisco Jiménez Pablo, representante en Michoacán
de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA) Movimiento Nacional–.
90 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

La concepción de Aquila era de una guardia circunscrita a su territorio […]


que respeta la forma de organización comunitaria (Dávila, 2014a).

Los alzamientos indios de Cherán y Aquila se asemejan al de los


zapatistas históricos: invencibles en su terruño pero reacios a combatir
fuera de su región; el de los mestizos de Tierra Caliente se parece al de los
villistas: menos aferrados a sus comunidades y por ello capaces de inte-
grar una fuerza militar de alcance nacional. Podremos tener predilección
por el Ejército Liberador del Sur o por la División del Norte, pero es un
hecho que sin la convergencia de los “apocalípticos” y los “integrados”,
la Revolución Mexicana de 1910 no hubiera tenido el carácter plebeyo y
campesino que finalmente tuvo.
Las autodefensas han incorporado a los muchos agraviados por el
narco que hay en el estado y hasta a algunos arrepentidos que estu-
vieron con los templarios y desertaron. Las cabezas más visibles son
pequeños productores rurales como Estanislao Beltrán, conocido como
Papá Pitufo, que es agricultor y ganadero de Buena Vista. Y ellos mis-
mos confiesan que son sus negocios agropecuarios los que sostienen
económicamente el movimiento: “¿Sabe quién financia nuestra lucha?
Nuestras huertas”, declaró el mismo dirigente (Cano, 2014s). El Co-
mandante Simón, también conocido como El Americano, dice dedicarse
a “la agricultura, la ordeña y la compraventa de queso” (Cano, 2014p);
Alberto Gutiérrez, conocido como el Comandante Cinco, iniciador de las
autodefensas en el municipio de Tepalcatepec, es productor de limón
y criador de caballos (Martínez Elorriaga, 2014i). Hipólito Mora, de La
Ruana, que fue el primero en levantarse en armas, tiene 15 hectáreas de
limoneros y se alzó porque los templarios controlaban las empacadoras
y no permitían que los demás sacaran su cosecha (Cano, 2014n). Misael
González, ex alcalde de Coalcomán, que en febrero de 2014 coordinaba
los avances de las autodefensas hacia Lázaro Cárdenas, es un fuerte
empresario de la madera al que los templarios le sacaban hasta 150 mil
pesos mensuales (Cano, 2014g). José Manuel Mireles Valverde, conocido
como El Viejón, se aparta de la norma de los demás jefes alzados pero
a cambio su saga es típicamente michoacana: hijo de migrantes, nieto
TIERRA INDÓMITA... 91

de braceros y migrante él mismo, es médico cirujano y trabajaba en el


hospital de Tepalcatepec.
También participa gente muy pobre, alzados del común que reviran
con ironía a la insinuación de que los de las autodefensas están con algún
grupo del narco. Dice burlona María, esposa de uno de los comunitarios
armados de La Ruana, detenido en marzo y acusado de formar parte del
cártel Jalisco nueva generación: “Sí, como no, somos de la delincuencia
organizada que vive de cortar pizanes para venderlos a diez pesos la
bolsita, de chaponear, de pedir limosna […]” (Camacho, 2014).
Todo hace pensar que el contingente más numeroso de las autode-
fensas lo constituyen los jornaleros y empleados diversos que laboran
para los agroempresarios. La historia enseña que en el mundo patriarcal
de las fincas agrícolas, los trabajadores generan nexos de dependencia
con el patrón que van más allá de las labores del campo. Juan Álvarez,
Nicolás Bravo, Hermenegildo Galeana, Vicente Guerrero y otros que en
el arranque del siglo XIX respondieron al llamado independentista de Mi-
guel Hidalgo formaron sus ejércitos con los peones de sus haciendas, que
cuando lo ordenaba el amo pasaban de pizcar a guerrear (Bartra, 1996:
16); lo mismo ocurrió durante la Revolución de 1910 con los ejércitos de
los finqueros conservadores de Chiapas, que se enfrentaron a los ejércitos
carrancistas con tropa de luneros y acasillados, y podemos suponer que
lo mismo sucede hoy en Michoacán, donde los agricultores convocan a
sus peones cuando se trata de poner el cuerpo a favor o en contra de los
templarios. Esto es lo que se desprende de testimonios recogidos por
Arturo Cano: “A mí me fueron a exigir [los templarios] que fuera y que
si no podía mandara a alguien. Y ni modo, mandé a dos peones míos.
Yo mismo fui, con unos de mis peones a plantarme en la carretera con
unas camisetas que decían ‘policía anticomunitaria’, pero todos fuimos
obligados” (Cano, 2014f).7
Del financiamiento de sus operaciones, dicen las autodefensas que se
obtiene de los agricultores afectados por las exacciones y de la venta del
limón y el aguacate de las huertas recuperadas a los narcos. Reconocen,
también, que algunos michoacanos migrados a Estados Unidos envían

7
Las cursivas son mías.
92 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

al Consejo General de Autodefensas una suerte de remesas antinarco,


que incluyen apoyos en especie como radios, tiendas de campaña, trajes
para lluvia… y armas. “Las pagan allá y se recogen en Colima”, le dijo
un policía comunitario al periodista. Aceptan, finalmente, que las propias
empresas mineras de la región los han apoyado (Cano, 2014h), cosa sin
duda preocupante dado el carácter atrabiliario de estas corporaciones,
pero que no debiera sorprender a nadie pues los templarios las saquea-
ban igual que a los demás y asesinaban a los personeros empresariales
que les hacían frente.
Hemos visto con ejemplos que, para bien o para mal, la defensa del
territorio es transclasista y los diversos actores de las sociedades locales
se unen cuando lo que está en juego son sus ámbitos de reproducción.
La composición del frente de los defensores depende en cada caso de la
naturaleza de la amenaza: donde las mineras son el peligro, es natural
que los pobladores converjan para defenderse de ellas, pero donde la
agresión proviene de un cártel como los templarios, que extorsiona a
todos por igual, incluyendo a las mineras, es entendible que algunas de
éstas apoyen el movimiento de resistencia.
Las acciones que más tarde darán lugar al Consejo General de Auto-
defensas y Comunitarios empiezan en Tepalcatepec, Coalcomán y Buena-
vista el 24 de febrero de 2013, extendiéndose después a Aguililla, Aquila,
Tomatlán, Chinicuila, Los Reyes y Vista Hermosa. Pero en noviembre
de ese año los armados pasan de ocupar posiciones en una expansión
que parece errática a desplegar una calculada guerra de movimientos
cuyo primer objetivo es tomar Apatzingán, ciudad de 150 mil habitantes
y donde tiene su sede la 43 Zona Militar, mediante una estrategia de
pinzas que les permita ir cercando la capital del narco michoacano.
El 16 de noviembre toman Tancítaro; el 18 de diciembre ocupan La
Huacana, El Chauz y Zicuirán; el 29 del mismo mes liberan Churumuco
y Poturo; el 4 de enero entran en Parácuaro; el 11 caen Coahuayana,
El Ceñidor y Antúnez y, el 12 de enero, a bordo de unos 150 vehículos y
después de una balacera que no deja víctimas mortales, ingresan en el
bastión templario que es Nueva Italia. Lo que sigue es Apatzingán, donde
grupos presuntamente movidos por los templarios queman tiendas depar-
tamentales y cierran caminos con vehículos incendiados en prevención de
TIERRA INDÓMITA... 93

la ofensiva anunciada. “Ya está cercadita […]. La queremos tomar pero


aún no tenemos fecha. Será en estos próximos días” (Martínez Elorriaga,
2014k), declara a principios de 2013 el jefe Hipólito Mora.
Sin duda el gobierno de Peña Nieto estaba enterado de los planes de
las autodefensas pues hay testimonios de que asistieron militares a al-
gunas de las reuniones que se realizaban en Tepalcatepec para preparar
el alzamiento (Cano, 2014q). Sin embargo, pese a que –legítimas o no sus
motivaciones– era patente que los ciudadanos armados estaban formal-
mente fuera de la ley, durante todo 2013 el gobierno federal permanece
a la expectativa y dejándolos hacer. Y finalmente, cuando a principios
de 2014 el presidente de la República decide tomar cartas en el asunto
lo hace con gran impericia política y peligrosa torpeza militar. Así, el 12
de enero el secretario de Gobernación da instrucciones de desarmar a
las autodefensas y al día siguiente, en Antúnez, el ejército dispara sobre
un grupo de civiles que se interponían entre los militares y los comu-
nitarios. El saldo es de tres muertos. Al día siguiente los militares y la
policía federal toman el control de Apatzingán, después de desarmar y
acuartelar a los policías locales.
Las medidas que la fuerza pública emprendieron contra las autode-
fensas en enero de 2014, aunque puntuales y discontinuas, tienen ante-
cedentes: en Buenavista habían sido arrestados 50 autodefensas de los
cuales 37 permanecen en prisión y, como dijimos más arriba, en Aquila
45 guardias comunitarios habían sido detenidos en agosto de 2013.
Las acciones gubernamentales orientadas a desactivar al Consejo
General de Autodefensas y Comunitarios, o cuando menos de frenar un
avance que hasta entonces la federación había consentido, se comple-
mentan con la difusión en el principal noticiero televisivo de un video
editado donde el vocero Mireles –hospitalizado por un accidente aéreo
y en manos de la policía federal que presuntamente lo protege– llama a
deponer las armas. Los otros dirigentes y el propio Mireles, que al día
siguiente denuncia la manipulación mediática de sus dichos, celebran
que por fin la federación se decida a entrar en el bastión narco, pero re-
chazan tajantemente dejar las armas. “Si nos desarmamos y regresan los
templarios nos van a matar como perros”, dicen. Y para convencer a la
gente, el autodefensa de Coahuayana Héctor Zepeda emplea una fórmula
94 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

semejante: “Yo le digo al pueblo: si los templarios vuelven a nosotros nos


van a matar, pero ustedes van a ser esclavos” (Cano, 2014r).
La federación ratifica su presencia en Michoacán nombrando un
Comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral. Personero del
presidente de la República, el poderoso Alfredo Castillo suplanta en los
hechos al gobernador y, cuando menos al principio, su atrabiliaria intro-
misión resulta contraproducente para los fines del gobierno. Así, dos días
después de la ofensiva del 12 de enero contra las autodefensas Castillo
y Peña Nieto interrumpen su finta contrainsurgente abandonando por
el momento la pretensión de quitarles las armas y la iniciativa político-
militar a los civiles alzados. “Venían con la intención de desarmarnos, y
siempre no –declaró el 15 de enero el Comandante Beto–. La situación
cambió radicalmente a como lo plantearon en el acuerdo firmado entre
el gobernador y el secretario de Gobernación, en el que prácticamente
nos llevaban al precipicio” (Márquez y Martínez, 2014).
Sin embargo, a la vez que se repliega temporalmente en lo tocante al
desarme, el gobierno federal emprende una ofensiva en el frente social.
El 4 de enero Peña Nieto, anuncia un Plan Michoacán por el que du-
rante 2014 canalizarán al estado 45 mil millones de pesos destinados al
desarrollo social y el fomento económico. Y de inmediato los secretarios
respectivos se apersonan con sus séquitos en la entidad federativa. Lo
cierto es que de los 45 mil millones anunciados 43 mil ya estaban incluidos
en el Presupuesto de Egresos de la federación, pero en todo caso lo que
no está en duda es la enésima reedición de la estrategia asistencial y
clientelar como instrumento para neutralizar y eventualmente controlar
insurgencias sociales que se salen de cauce. En los setenta del pasado
siglo fue el Plan Guerrero para enfriarle el agua a la guerrilla del Partido
de los Pobres; así respondió en 1994 Salinas al alzamiento del EZLN, en
Chiapas, y así se hace ahora en Michoacán ante la rebelión ciudadana
de 2013. El doctor Mireles, vocero de las autodefensas, descalificó la
medida: “Primero tienes que limpiar el estado, después establecer el
estado de derecho, y cuando ya lo hiciste ya puedes hacer todo lo demás,
las inversiones, los cambios […]. Porque mientras esté el mismo sistema
cada peso que entre […] va a ir al crimen” (Cano, 2014l).
TIERRA INDÓMITA... 95

O, como dijo el siempre claridoso Padre Goyo: “Cabrón, nos van a


mandar agua potable por la tubería del drenaje; no, pues, no chinguen”
(Cano, 2014l).
El hecho es que pese a la renovada presencia de las fuerzas federa-
les en Michoacán los grupos armados del Consejo siguieron liberando
territorio: el 14 de enero tomaron Úspero; más tarde incursionaron en
La Huerta, y el 20 del mismo mes entraron en La Cofradía, La Cancita
y El Carrizo; el 25 se sumaron a la lista San Pedro, Jucutácato, La Ca-
rátacua, Jicalán, Chimilpa y Cutzato, en el municipio de Uruapan, San
Juan Nuevo Parangaricutiro, cabecera del municipio del mismo nombre,
y Las Yeguas, municipio de Parácuaro. El 16 de febrero entraron en
Puruarán del Río, de La Huacana, y en Las Cruces, de Tumbiscatío; el
26 de ese mes tomaron Pátzcuaro a bordo de 90 camionetas, y dos días
después 50 vehículos de las autodefensas ingresaron a la ciudad agua-
catera de Uruapan.
Para abril de 2014 los ciudadanos armados estaban en más de 31
municipios; controlaban totalmente los de Tepalcatepec, Buenavista,
Coalcomán, Chinicuila, Tancítaro, Parácuaro, Peribán y Coauayana, y
tenían presencia importante en La Huacana, Apatzingán, Churumuco,
Múgica, Huruapan, Tocumbo, Los Reyes, San Juan Nuevo, Aquila, Ario
de Rosales, Tingüindín, Lombardía, Aguililla, Nuevo Urecho, Lázaro
Cárdenas, Gabriel Zamora, Pátzcuaro, Jiquilpan, Cotija y Yurécuaro,
y también en municipios predominantemente indígenas como Salvador
Escalante, Cherán y Paracho. En esos momentos el objetivo explícito
de la guerra de movimientos de los alzados era cercar y tomar Lázaro
Cárdenas así como poblaciones cercanas como La Mira y Arteaga, que
son nidos templarios y forman parte del corredor de acceso al puerto.
También la capital del estado estaba en sus planes, pero todo hace pensar
que la logística necesaria para liberar del narco una gran ciudad como
Morelia es algo que aún no tenían claro.
Después de la finta del 12 de enero de 2014 la federación, y con ella
el gobierno estatal, renunciaron temporalmente a desarmar y contener
a las autodefensas. Al contrario, desde febrero de ese año el ejército
empezó a acompañar sus avances aunque sin participar directamente
en los combates. Coordinación de facto que se pudo constatar el 28 de
96 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

febrero en la 43 Zona Militar, sita en Apatzingán, donde se reunieron los


representantes de las autodefensas y el comisionado federal. Según el
boletín emitido en el encuentro se acordó que las autodefensas reportarían
a las autoridades sus movimientos antes de realizarlos y, en general, que
“las autoridades federales y estatales y los grupos ciudadanos trabajarán
de manera coordinada” (Martínez y Becerril, 2014l). Un acuerdo quizá
necesario y hasta pertinente pero de dudosa legalidad.
Las señales que apuntaban a ese avenimiento empezaron antes. El
23 de enero, desde Davos, Suiza, donde participaba en el Foro Económi-
co Mundial, el presidente Peña Nieto había ofrecido que “aquellos que
genuinamente quieran participar en las tareas de seguridad [pueden]
ser parte de los cuerpos policiacos” (Vargas, 2014).
Al día siguiente Estanislao Beltrán, líder de las autodefensas, le
contestó: “No estamos pidiendo trabajo, estamos limpiando la casa y
haciendo lo que le tocaba hacer al gobierno hace por lo menos 12 años”
(Castillo y Becerril, 2014).
Sin embargo, el 27 de enero el gobierno federal y los armados llegaron
a un acuerdo por el cual “las autodefensas se institucionalizan al incorpo-
rarse a los Cuerpos de Defensa Rurales” (Cano, 2014k), figura que existe
en las leyes desde los años sesenta del pasado siglo, pero que había dejado
de emplearse. Para los del Consejo lo que en verdad importaba del pacto es
que –aunque portarlo sea ilegal por ser de uso exclusivo de ejército– en la
práctica el gobierno les permita conservar su buen armamento y continuar
liberando pueblos en su ininterrumpida campaña contra los templarios.
De hecho al día siguiente del acuerdo las autodefensas tomaron las ca-
beceras municipales de Los Reyes de Salgado y Peribán de Ramos, el 4 de
febrero ocupaban Santa Clara y Tocumbo y el 5 entraron en Lombardía.
Mientras tanto, en la cabecera municipal de Yurécuaro y comunidades
vecinas como El Sabino, Las Palomas y La Joya se levantaban en armas
los pobladores constituidos en policía comunitaria. El Comandante Cinco
puso en claro su interpretación del acuerdo del 27 de enero: “Ahora somos
un movimiento legítimo que cuenta con el apoyo de la federación y el esta-
do para seguir adelante y limpiar de la delincuencia a todo Michoacán”
(Martínez Elorriaga, 2014d).
TIERRA INDÓMITA... 97

Por fin, el domingo 9 de febrero las autodefensas, encabezadas por


el Comandante Cinco y por Estanislao Beltrán, Papa Pitufo, tomaron
Apatzingán a bordo de 150 camionetas. Lo hicieron armados pero sin
exhibir sus pertrechos y escoltados por la fuerza pública, tanto federal
como estatal. Desde el sábado estaban a las puertas de la ciudad espe-
rando ingresar juntos, sin embargo ese día se les adelantó Hipólito Mora,
quien con un centenar de hombres desarmados se apersonó en la catedral
donde fue recibido por el sacerdote Gregorio López, el Padre Goyo, que
frente a unos dos mil fieles ahí congregados celebró un Rosario por la
Liberación y llamó a conformar un consejo ciudadano que en adelante
vigile que las autoridades no se vendan de nuevo al narco. Las sudade-
ras que portaban los hombres de Hipólito Mora traían el distintivo del
Consejo Ciudadano Responsable de Impulsar el Sano Tejido del Orden
Social, impulsado por el sacerdote, cuyas siglas: CCRISTOS, y consignas:
¡Viva Cristo Rey!, remiten al movimiento impulsado por la Iglesia que en
los años 20 del pasado siglo resistió el jacobinismo del presidente Calles.
Apatzingán era templario. Según Estanislao Beltrán, “entre 20 y 30
por ciento de la población estaba coludido con el crimen organizado” (Cano,
2014b), apreciación que ratifica de manera más florida uno de los autodefen-
sas: “La delincuencia no sólo compró la yunta, sino todos los bueyes” (Cano
y Martínez, 2014). La erradicación del cártel será una operación difícil que
puede caer fácilmente en una “limpieza” sin reglas claras en las que los
vecinos se enfrenten violentamente entre sí. Todo indica que en los cateos
y detenciones practicados por policías federales y estatales a los que acom-
pañaban autodefensas se cometieron arbitrariedades. Paradójicamente
las violaciones corrieron por cuenta de la fuerza pública más que de los
civiles armados, quienes se deslindaron por boca del Comandante Cinco:
“Vamos a exigir a los gobiernos federal y del estado que aquellos que son
inocentes y que nada tienen que ver con la delincuencia sean liberados de
inmediato” (Martínez Elorriaga, 2014m).
A mediados de 2014, cuando escribo esto, no es aún claro cómo ter-
minará el alzamiento ciudadano de Michoacán, pero ya se desató el
debate sobre el carácter de las autodefensas y la especulación sobre las
intenciones de los diversos actores. Para algunos analistas de prensa
el Consejo encabeza una emergencia social justiciera y libertaria cuyo
98 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

ejemplo hay que seguir; otros en cambio consideran que las autodefensas
están movidas por cárteles emergentes como el que lleva por nombre
Jalisco Nueva Generación, que así se deshacen de la competencia; otros
más –entre ellos los propios templarios y el grupo guerrillero llamado
Ejército Popular Revolucionario– ven en el proceso michoacano el princi-
pio del paramilitarismo de estado, presuntamente inspirado por el general
colombiano retirado Óscar Naranjo, que hasta principios de 2014 fuera
asesor de Peña Nieto. Estos últimos podrían abonar a su favor que el 22
de enero, en entrevista, el Comandante Simón reconoció que “son altos
mandos (del ejército) los que nos están apoyando” (Cano, 2014p), y un
autodefensa de Tepalcatepec manifestó ante el periodista Arturo Cano
que “desde meses antes del surgimiento de las autodefensas el gobierno
se comenzó a reunir con gente en Tepeque (a) las reuniones asistían
militares” (Cano, 2014q).
Es también sintomático y preocupante que vean con simpatía a las
autodefensas michoacanas políticos de derecha como el panista Mauricio
Fernández de la Garza, que como alcalde del municipio más rico del país,
San Pedro Garza García, en Nuevo León, combatió al narco recurriendo
a informantes que participaban de los cárteles y mediante un llamado
“equipo rudo” que operaba al margen de la ley y al parecer se financiaba
con cuotas que pagaban los propietarios de antros (Campos, 2014).
Lo que está fuera de discusión es que en Michoacán la gente llana
libra una batalla por el territorio, una cruenta disputa –las autodefensas
calculan, seguramente con exageración, que en un año han muerto entre
mil 200 y mil 800 templarios (Cano, 2014e) y un número de los suyos
que no publicitan– en la que la población local se enfrenta tanto a los
cárteles como a la corrupción y torpeza de los gobiernos. Combate del
todo semejante al que se libra en otras regiones del país.
Ciertamente hay diferencias. El Sistema de Seguridad, Justicia y
Reeducación Comunitaria, dependiente de la Coordinadora Regional
de Autoridades Comunitarias, que surgió en 1995 en Guerrero, es un
instrumento al servicio de los pueblos de La Montaña y la Costa Chica
sustentado en las asambleas y regido por reglas claras que se ha man-
tenido independiente tanto del gobierno estatal como del federal. El
Sistema de Seguridad y Justicia Ciudadana que a principios de 2013 se
TIERRA INDÓMITA... 99

formó en la misma entidad federativa tiene bases comunitarias menos


sólidas, nace por la iniciativa de la UPOEG, una organización que gestiona
recursos públicos, y desde el comienzo se vinculó al gobierno del estado
aunque posteriormente cobró distancia. El michoacano Consejo General
de Autodefensas y Comunitarios se confronta de arranque con el omiso
gobierno local pero no necesariamente con el federal, surge en un medio
campirano dominado por agricultores acomodados y adopta sus usos y
costumbres. Pero lo que éstos y otros procesos tienen en común es la
defensa del territorio, la férrea resistencia de las poblaciones locales a
poderes externos que las someten y amenazan.
Más allá de los contrastes, pienso que los logros de la autodefensa
michoacana son plausibles y, cuando menos en México, inéditos: en
un año liberaron de un poderoso cártel a cerca de 40 municipios que
representan la mayor parte de la entidad federativa, impusieron su
iniciativa al gobierno federal forzando al ejército y la policía a respaldar
sus acciones, hicieron posible que el secretario de gobierno estatal y ex
gobernador interino –al que desde siempre habían señalado como hom-
bre del narco– fuera encarcelado acusado de vínculos con los templarios,
forzaron la renuncia del gobernador, propiciaron la caída de una docena
de narcoalcaldes, impulsaron la creación de casi un centenar de comités
ciudadanos, redujeron dramáticamente la criminalidad y tenían un plan
para restaurar el tejido social en las comunidades divididas mediante
tres procesos: reconciliación, justicia y paz (Cano, 2014o).
Nada de todo esto se lo propone la “guerra contra el narco” iniciada
por Calderón y continuada en lo esencial por Peña Nieto. Y es que las
autodefensas, como las policías comunitarias, luchan contra los asesina-
tos, secuestros y exacciones que hacen imposible la vida de la gente, no
contra el narconegocio en cuanto tal. Lo suyo no es la batalla contra el
tráfico de drogas hacia el país vecino, tarea que Estados Unidos le impuso
a México desde hace más de 30 años; lo suyo es seguridad y justicia para
la gente, lo suyo es restaurar el tejido social.
Los claroscuros de una saga inesperada, desconcertante e irreductible
a las analogías simplificadoras y a los clichés reduccionistas se ratifican
en los acontecimientos de abril, mayo y junio de 2014 que, a reserva de
100 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

lo que suceda más adelante, parecen ser el capítulo final de la primera


etapa de la insurgencia armada ciudadana en Michoacán. Veamos.
Como señalamos antes, los acuerdos del 27 de enero para que las
autodefensas se transformaran prontamente en Cuerpos de Defensas
Rurales no se cumplieron y por unos meses los alzados siguieron liberando
territorios con la anuencia pasiva y el acompañamiento expectante de
la fuerza pública, tanto la federal como la estatal. Sin embargo, en ese
lapso el comisionado Alfredo Castillo logró poner cuñas en la precaria
unidad de las autodefensas y cuando en abril anunció de nueva cuenta el
inicio del desarme del cuerpo ciudadano y su conversión en una Fuerza
Rural reconocida y legalizada, tenía ya amarrada la aprobación de una
parte de los líderes, entre ellos Estanislao Beltrán, Papa Pitufo, y Alberto
Gutiérrez, Comandante Cinco.
En cambio otros dirigentes como Hipolito Mora –con ambigüedades–
y sobre todo José Manuel Mireles, sin desconocer que las autodefensas
no pueden seguir indefinidamente como fuerza pública al margen de la
ley, seguían subordinando la transición a que Michoacán quede libre de
cárteles y los comunitarios presos sean excarcelados. Condiciones que
más que constituir una alternativa distinta –que en realidad nunca han
esbozado claramente– expresan su profunda desconfianza en el gobierno.
Y la desconfianza se justifica: convenido el desarme entre el Comisio-
nado y una parte del liderazgo, una minoría de los cabecillas destituye
a Mireles como portavoz del Consejo General de Autodefensas. En abril
Hipólito Mora es detenido y encarcelado acusado de asesinato por algunos
de sus propios compañeros, cargo del que se le exculpa poco después pre-
sumiblemente a cambio de que se incorpore a la Fuerza Rural. En mayo
también a Mireles se lo señala como responsable de algunas muertes,
aunque en ese momento no se le fincan acusaciones formales.
El 16 de mayo 450 ex autodefensas rinden protesta como flamantes
policías de la nueva Fuerza Rural. En el acto el comisionado Castillo
resume a su modo el periplo de la policía comunitaria michoacana: “La
gente se levantó para solicitar la presencia del Estado y hoy ustedes son
el Estado” (Martínez Elorriaga, 2014g).
Muy distinta es la visión de los ahora disidentes. El martes 8 de abril,
después de una caravana motorizada en la que más de 8 mil autodefensas
TIERRA INDÓMITA... 101

desarmados recorrieron los 30 kilómetros que hay entre Apatzingán y


Nueva Italia, Mireles declaró:
Yo anuncié el 5 de febrero que lo que estaba haciendo el gobierno con las
autodefensas era puro teatro, porque jamás iba a cumplir sus compromisos
y porque es su modus operandi. Nosotros hemos visto a través de la historia
que el gobierno jamás ayudó al pueblo; al contrario, lo traicionó todas las
veces que tuvo oportunidad y ésta no es la excepción (Gil, 2014c).

Otras voces coinciden con la postura del dirigente. El sacerdote


católico José Luis Segura Barragán sostiene que “el error de todas las
autodefensas fue haberse legalizado, porque al legalizarse el gobierno
las puede controlar. Perdieron su autonomía, su sentido, hicieron un
pacto con el diablo que no les benefició en nada y ahora están revueltos
con narcotraficantes” (Cano, 2014m).
Por su parte, Francisco Jiménez Pablo, dirigente de la Coordinadora
Nacional Plan de Ayala, Movimiento Nacional, en el estado, considera
que la creación de las Guardias Rurales:
[...] pervierte el proyecto comunitario, porque las corporaciones policiacas y
militares están corrompidas, en tanto que las autodefensas están partidas:
hay unos que apoyan a Mireles y otros a Papa Pitufo. Lo que vemos es que con
este planteamiento se está dando paso, a mediano plazo, al paramilitarismo
y a comunidades luchando contra comunidades (Gil, 2014e).

En abril de 2014 un académico, Salvador Maldonado Aranda, inves-


tigador de El Colegio de Michoacán, hace su propio balance provisional.
Para empezar se desmarca de las lecturas obsesionadas en descubrir
en todas partes la mano negra del poder político y el poder económico:
“Más allá de si surgieron con o sin apoyo gubernamental o de grandes
intereses empresariales […], contribuyeron a abrir un espacio de discu-
sión para atender el problema de la violencia”. En consecuencia asume
que el movimiento tuvo un carácter popular: “Sigo manteniendo que
estos grupos de autodefensa, sobre todo los de Tierra Caliente, nacieron
con un impulso popular y con dos demandas: seguridad y justicia”. Con
base en estas apreciaciones considera que la única alternativa viable del
102 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

gobierno es reconocerlos y negociar con ellos, si no lo hace –o si lo hace


con doblez, como parece estar sucediendo– el saldo será nefasto.
Si hay un alejamiento práctico del gobierno federal con las autodefensas
[…] no sé con quién o con qué otros actores políticos puede estar jugando
[…] para contribuir a la pacificación o generar una mayor certidumbre de
gobernabilidad […]. Si se desaprovecha esta capacidad, esta fuerza política
con la que nació la demanda social de las autodefensas, este tipo de proyectos
corre el riesgo de descarrilarse, y esto va a ser lamentable pues podemos
regresar a la situación de hace un año […] Mireles está haciendo recorridos
en varios municipios; estuvo en la costa y está estableciendo una serie de
diálogos con otro tipo de autodefensas. Las autodefensas no se pueden borrar
de un plumazo y hay que entender que se deben hacer estos acercamientos
por bien del estado y de la población (Gil, 2014d).

En Michoacán cualquier cosa puede pasar, pero a diferencia de aque-


llos a quienes la arrancherada sociedad calentana les genera suspicacias
yo encuentro en las autodefensas la vigorosa presencia de los mestizos
del campo, el otro “México profundo” que en verdad constituye la mayoría
de nuestro mundo rural. En particular en el habla de los rebeldes, tal
como la recoge el espléndido periodista que es Arturo Cano, escucho la
claridosa voz mestiza de los campesinos de por acá: el abrumador sentido
común, el realismo, la sensatez, los arcaísmos y otros hallazgos verbales,
la ironía y el humor… Una palabra más “a ráiz”, menos contaminada
por el tallerismo y los clichés que ciertos discursos neoindianistas al uso.
Así, algunos hechos y dichos de los líderes cívicos ahora disidentes me
hacen ser optimista.
El 10 de abril de 2014, antes de participar en una reunión con otros
dirigentes de las autodefensas, Mireles encabezó un homenaje a Emiliano
Zapata en la glorieta Cuatro Caminos, de Nueva Italia. Mientras tanto
en otro mitin michoacano con el mismo motivo, el orador relacionaba
certeramente el presente con el pasado: “Madero quería que Zapata se
regresara a su rancho, quería que el pueblo se desarmará, pero el Cau-
dillo del Sur continuó luchando” (Cano, 2014f). El día anterior Mireles
había dicho en Tepalcatepec:
TIERRA INDÓMITA... 103

Aquí todo el pueblo es autodefensa. Antes cometía el error de decir “somos 3


mil armados en Tepeque”, en un pueblo de 37 mil. Pero cuando regresamos
de Apatzingán, el 26 de octubre del año pasado, había 5 mil gentes esperán-
donos. Jamás volví a decir somos 3 mil. Somos el pueblo […]. El día en que
nosotros enfrentemos nuestros temores nos empezaremos a dar cuenta de
nuestra grandeza, y cuando el pueblo se organiza no lo detienen (Cano, 2014l).

El 26 de junio de 2014, sin pedirle permiso al gobierno y encabezadas


por el médico calentano, 300 autodefensas de los no “legalizados” toman
La Mira, bastión del narco y puerta de entrada a Lázaro Cárdenas. El
27, en un operativo en el que participan el ejército, la marina y policías
federales y estatales, el médico y 82 de sus compañeros son detenidos.
Acusado de portación de armas de uso exclusivo del ejército y de nar-
comenudeo –aunque se presume que tanto las armas largas como la
cocaína y mariguana le fueron “sembradas” por sus captores–, Mireles
es trasladado al penal federal de alta seguridad de Hermosillo, Sonora.
De inmediato cientos de personas, entre ellas los que apoyan a la policía
comunitaria nahua de Aquila, bloquean en diferentes puntos la carretera
costera michoacana. Al día siguiente el consejo ciudadano del Movimiento
Nacional de Autodefensas, en proceso de integración, declara: “El levan-
tamiento de autodefensas no es violación del derecho sino restauración
del mismo […]. Entre la ley y la vida se privilegia siempre la vida y, en
todo caso, las autodefensas no hacen más que defender la Constitución
frente al desorden” (Martínez Montemayor, 2014).
El encarcelamiento de Mireles confirmó que desde principios de 2014
la estrategia del gobierno para con las autodefensas de Michoacán había
sido cooptar a los dóciles y reprimir a los rebeldes. Por otra parte, la
postura del líder calentano y el apoyo popular con que cuenta –y que se
hizo evidente tras de su aprehensión– convencieron a muchos dudosos
de que la insurgencia ciudadana de Tierra Caliente era un movimiento
legítimo. Así, desde el 27 de junio en que fue encarcelado la solidaridad
con Mireles ha ido creciendo. A principios de julio, cuando escribo esto,
continúan los bloqueos en la carretera federal 200, en la costa de Mi-
choacán, en los que se turnan alrededor de 5 mil personas, entre ellas
los nahuas de Aquila. Además, ha habido actos públicos de apoyo en
104 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Colima, Jalisco, Sonora, Tamaulipas, Guanajuato, Quintana Roo y el


Distrito Federal. Adicionalmente se han manifestado por su libertad
personajes políticos que hasta ese momento habían mantenido prudente
distancia como Javier Sicilia, del Movimiento por la Paz con Justicia y
Dignidad y, Andrés Manuel López Obrador, del Movimiento Regeneración
Nacional. También una parte de la Iglesia católica ha tomado partido.
La Conferencia de Superiores Mayores de Religiosos de México, que
agrupa a 400 congregaciones, sostuvo en un manifiesto: “Hay regiones
del país donde el Estado ha perdido el control. No es de extrañarse que
grupos de autodefensa civil busquen frenar al crimen organizado en sus
comunidades y expresen de esta manera su hartazgo ante la inseguridad,
los abusos y la desprotección” (Vera, 2014).

Siniestros “naturales”

Los huracanes y tormentas tropicales no son corporaciones predado-


ras ni cárteles delincuenciales, pero sus efectos destructivos sobre los
territorios comunitarios son semejantes a los que ocasionan el narco o
el capital, y aunque los primeros parezcan naturales no son ajenos a la
codicia de los segundos.
El holding que entre el 14 y el 15 de septiembre de 2013 formaron los
huracanes Ingrid y Manuel mató a más de 160 personas, devastó casi
medio millón de hectáreas y acabó con alrededor de 100 mil cabezas de
ganado, arrebatando caseríos, siembras, puentes y caminos a cientos
de comunidades de Guerrero, Michoacán, Oaxaca y otros estados. La
arena y el lodo desplazados en los llanos por las crecientes de los ríos y
los aludes y avalanchas que las lluvias provocaron en la sierra no sólo
arrastraron o sepultaron gente, casas, sembradíos y animales, también
tornaron inhabitables e incultivables terrenos donde antes hubo caseríos,
milpas, huertas, potreros…
¿La naturaleza que imita a los capitales? No: los saldos indirectos de
la acción de esos mismos capitales que mediante desmontes arrasadores,
relleno de humedales, taponamiento de ríos, urbanizaciones irrespon-
sables, carreteras mal hechas y pésima operación de presas hicieron
TIERRA INDÓMITA... 105

más destructivo el impacto de las lluvias que, como siempre, acabaron


ensañándose con los más pobres.
Quienes habían perdido parte de sus tierras por causa de minas, pre-
sas, carreteras, urbanizaciones…, ahora perdieron por el agua enfurecida
lo poco que les quedaba. Y también de este despojo se defiende la gente
supliendo a la autoridad omisa con heroicas acciones solidarias, con lo
que Abel Barrera llama “comunitariedad”. Tal es el caso del Consejo
de Comunidades Damnificadas de Montaña y Costa Chica, formado en
Guerrero el 22 de septiembre de 2013, a pocos días del temporal.
En la desgracia, los pueblos desentierran sus viejas estrategias de
supervivencia; así lo cuenta el animador de Tlachinollan:
Es con […] la fuerza que da la solidaridad, con sus manos […] tienden puentes
entre ellos para ayudarse. [Hacen] puentes colgantes volviendo a las técnicas
de los vejucos y las varas, improvisan cobertizos, llevan la cocina de la casa
al cerro con braseros, hacen guardias […] para velar el sueño de sus hijos a
quienes cubren con nailons que los protejan un poco del viento de la noche
(Turati, 2013b: 13).

Lo que sigue ocurrió en San José Guatemala, Municipio de San Mar-


cos, Guerrero. El río crecía y la autoridad responsable del auxilio no
tenía para cuando. “Dijeron que venían, pero nunca llegaron”. Entonces
José Trinidad Carrillo, sus hijos y unos compadres agarraron una canoa
y de las 6 de la mañana a las 10 de la noche, se dedicaron a sacar gente:
Pasábamos entre las casas, estaba hondo todo. Los recogíamos y los llevá-
bamos al cerro. De a cuatro por viaje, con remos. Cada niño con su mamá. Y
así lo hacíamos. Los trajimos seguros, no podíamos perder ni una criatura.
Nos pusimos de acuerdo para que no se perdiera ni una familia. Sacamos
como 400 personas (Turati, 2013b: 13).
NUESTRA TIERRA
LA RESISTENCIA EN LOS TERRITORIOS,
NUEVA ETAPA DEL MOVIMIENTO RURAL MEXICANO

Estos movimientos […] suelen perder la contienda. A veces


ganan provisionalmente, hasta que aparece un nuevo inva-
sor minero, petrolero, papelero o hidroeléctrico respaldado
por el Estado. Pero seamos optimistas: dichos movimientos
son una principal fuerza social en busca de aliados en todo
el mundo para encaminar la economía en una ruta más
justa y sostenible.

Joan Martínez Alier, El ecologismo de los pobres,


veinte años después: India, México y Perú.

Cuando se analizan movimientos en curso todo corte temporal resulta


arbitrario, y desde mediados de 2014, en que dejé de seguirle la pista, sin
duda el panorama del despojo y la resistencia en el medio rural mexicano
habrá cambiado. Con todo, creo que –aun si incompleta– la precedente
reseña interpretativa era necesaria para hacer patente la omnipresencia,
diversidad e intensidad que en los últimos lustros han cobrado las luchas
territoriales en defensa del patrimonio y de la vida. Hay en el campo
otros conflictos y otros movimientos, sin embargo tengo la impresión de
que los procesos locales y regionales reseñados, y muchos más que no

107
108 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

pude incluir, conforman no una suma de acciones sueltas y dispersas sino


un gran movimiento rural en formación. Oleada de lucha que pese a su
diversidad –o quizá gracias a ella– va definiendo una etapa específica y
diferenciada del secular movimiento campesindio mexicano.
Me doy cuenta de que hay en lo que afirmo una paradoja. Es verdad
que numerosas comunidades se alzan en defensa de su territorio ame-
nazado por las corporaciones o el narco pero al mismo tiempo la abru-
madora mayoría de los jóvenes rurales se aleja física o espiritualmente
del campo, lo que sin duda debilita todos los frentes del rústico accionar.
En las últimas décadas se han ido definiendo algunos ejes de la lu-
cha campesina tales como la soberanía alimentaria, la protección del
medioambiente y la que aquí me ocupa, la defensa del territorio.
En lo tocante a cultivar comida, los pequeños productores organizan
ferias del maíz y bancos de las semillas de por acá –a las que nombran
“criollas”– y algunos impulsan una campaña permanente por la soberanía
alimentaria llamada Sin maíz no hay país, que ha movilizado a cientos
de miles de personas. No dudo, entonces, que la soberanía alimentaria es
una de las banderas unificadoras del combate rural. Pero ¿dónde queda
esta centralidad cuando quizá cinco millones de los presuntos producto-
res de alimentos se han marchado del campo en los últimos años, unos
a las ciudades y otros a Estados Unidos, y muchos de los quedados sólo
esperan que allá acabe la recesión para escapar?
En cuanto a la agroecología, es verdad que algunos agricultores
familiares están revalorando las viejas prácticas de cultivo y exploran
alternativas novedosas inspiradas en el ancestral paradigma de la milpa.
Pero ¿dónde quedan la preservación del medioambiente y las prácticas
agrícolas sostenibles como demandas generales y compartidas cuando
la competencia con productos chatarra baratos desalienta el empleo de
técnicas sustentables pero en apariencia caras, laboriosas y menos “efi-
cientes”, y cuando la migración al extranjero –que se lleva mano de obra
y trae dólares– induce a sustituir trabajo, que se ha vuelto escaso, por
insumos de fábrica que se pueden comprar?
Y, como hemos visto, cientos de comunidades a lo largo y ancho del
país se oponen a presas, minas, carreteras, ductos, urbanizaciones, cár-
teles de la droga… Pero ¿dónde queda como reivindicación generalizada
NUESTRA TIERRA 109

la defensa del territorio y de la propiedad social cuando de los 26 millo-


nes de hectáreas de tierras cultivables 12 millones están abandonadas,
principalmente por la migración y por la poca rentabilidad?
Nunca en nuestra historia las nuevas generaciones del agro se habían
sentido tan alejadas de lo rural y al mismo tiempo nunca había sido tan
decidida la defensa de los territorios rústicos y de su apropiación colectiva.
La paradoja es sólo aparente, pues nada impide que quienes toman dis-
tancia del mundo de vida de sus padres estén al mismo tiempo dispuestos
a defender con todo la integridad de ámbitos de los que fervientemente
desean escapar. Lugares entrañables en los que quizá no encuentran
futuro pero que tienen harto pasado; espacios significativos en los que
se fincan identidades profundas. Todos hemos oído del cubano que se fue
a Miami y sin embargo regresaría a la isla para defenderla con su vida
si la amenazara una invasión gringa. Y así nuestros balseros de tierra
firme, los rústicos mexicanos que se van: en las capas superficiales de la
conciencia no quieren saber nada del campo, pero en las más profundas
siguen apegados a los valores que vienen de atrás y a los lugares donde
están sus raíces.
No afirmo que la generalizada compulsión peregrina de los jóvenes
rurales no debilite la defensa del campo de las amenazas corporativas.
Tengo claro que sin un porvenir campesino por que luchar, el arraigo que
otorga el pasado es insuficiente. Sostengo, sí, que la condición campesina
es un hueso duro de roer y que la tan anunciada descampesinización que
sedujo a los “proletaristas” de hace 40 años y a los “neorruralistas” de
hace 20 es más lenta y sinuosa de lo que parece. Pienso que los campesi-
nos mexicanos –aun los que se marchan– quieren de algún modo seguir
siendo campesinos. Más aún, creo que deciden irse precisamente porque
desearían seguir siendo campesinos. Cuantimás estarán dispuestos a
defender el terruño.
El movimiento campesino avanza por oleadas y cada una con distintos
ejes de movilización: En los años setenta del siglo pasado un generalizado
combate contra el neolatifundio y por el acceso a tierras agrícolas que
puso en pie a millones de campesinos en toda la República, muchos de los
cuales ocuparon pacíficamente grandes propiedades, obligó al gobierno
a repartir entre los solicitantes cientos de miles de hectáreas.
110 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

En los ochenta del mismo siglo los pequeños agricultores, agrupados


en organizaciones económicas, impulsaron una lucha por apropiarse
del proceso productivo tomando en sus manos financiamiento, cultivo,
transformación agroindustrial y comercialización en proyectos asociativos
integrales que por un tiempo prosperaron.
En los noventa, el combate por los derechos autonómicos de los pue-
blos originarios activó a cientos de miles que, con el respaldo de muchos
más, forzaron un acuerdo con el gobierno, a la postre minimizado por
los legisladores.
En el arranque del siglo XX, riadas de campesinos se movilizaron
contra los aspectos agrarios del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte y para tratar de imponer un viraje en las políticas públicas
para el agro en una convergencia conocida como El Campo no aguanta
más; el movimiento logró forzar un importante Acuerdo Nacional para
el Campo que sin embargo el gobierno no honró.
En lo que va de este siglo, el reiterado incumplimiento por parte del
gobierno de los acuerdos a los que había llegado, primero con los indios
y luego con los campesinos, convenció a muchas organizaciones rurales
de que mientras gobernara la derecha, y por medio de ella la oligarquía,
nada importante se iba a lograr, y que para salvar al campo hacía falta
un cambio de régimen político. Así, en 2006 una coalición de 27 organi-
zaciones agrupadas en torno a una plataforma titulada “Un nuevo pacto
nacional por un mejor futuro para el campo y la Nación” apoyó la candi-
datura de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la Presidencia de la
República. Seis años después, éstas y otras 70 organizaciones formularon
el Plan de Ayala para el siglo XXI, con el que AMLO, de nuevo candidato,
también se comprometió (Bartra, 2012b: 268-273).
Durante los últimos 40 años los campesindios mexicanos han dado
cuando menos cinco grandes batallas nacionales convocadas por dife-
rentes reivindicaciones unificadoras. En la pasada centuria fueron la
tierra, en los setenta; la producción económica, en los ochenta; y los
derechos autonómicos indios, en los noventa, y en los primeros años de
este siglo fue la reorientación del modelo agropecuario, mientras que en
las coyunturas electorales de 2006 y 2012, cobró fuerza el movimiento
por el cambio del régimen político. En rigor estas diversas vertientes
NUESTRA TIERRA 111

no se suceden, más bien se traslapan. Pero, en perspectiva, el ascenso


de una va acompañado por el reflujo y pérdida de visibilidad de otras.
Mi hipótesis –o más bien mi apuesta, pues lo que suceda dependerá
de lo que hagamos para hacerlo suceder– es que en los últimos años la
defensa territorial de los comunes, y más recientemente la propiedad
social de la tierra reivindicada por ejidatarios y comuneros, se volvió la
tendencia dominante de la lucha rural y está definiendo una etapa nueva
y distinta del movimiento campesino. Aquí enlisto algunas características
que encuentro en esta vertiente del rústico activismo.

Señas de identidad

La pérdida de tierras atentaría contra la vida, pues en ellas


habitamos, de ellas comemos, ahí están nuestros antepasa-
dos y nuestros lugares sagrados.

Mujeres que se oponen a la presa Paso de la Reyna

Pese a la diversidad de los combates territoriales, detrás de todos ellos sub-


yacen factores estructurales comunes. La defensa del patrimonio familiar
y comunitario responde a una amplia gama de amenazas: minas, presas,
pozos petroleros, carreteras, gran turismo, urbanizaciones, eoloeléctricas,
talamontes, narcotraficantes, erosión del genoma, usurpación del espectro
electromagnético, privatización de la cultura, colonización del cuerpo…
Agresiones múltiples pero convergentes que de no pararse a tiempo es-
trecharán los espacios agroecológicos, económicos, sociales y culturales
de la vida comunitaria al punto de hacerlos por completo inhabitables. Lo
que está en riesgo es la existencia misma del mundo campesino e indíge-
na, un ethos plástico y mudable pero milenario que pese a sus cambios
internos –o gracias a estos– ha preservado los principios básicos de una
socialidad otra, sin duda subordinada al gran dinero pero en sí misma
no capitalista. La moneda está en el aire y el albur es civilizatorio.
112 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Digo que en estas luchas se juega el futuro de los indios y los campesi-
nos porque son ellos los que tienen en los ámbitos geográficos que ocupan
la condición primordial de su supervivencia. En esencia, lo que en este
combate se dirime es una cuestión de clase: los campesindios, como posee-
dores ancestrales de sus territorios y como trabajadores de sus tierras, se
enfrentan al gran capital encarnado en las corporaciones, narco incluido.
Pero que en el fondo haya una confrontación de clase no significa que los
conflictos y movimientos territoriales se presenten de manera inmediata
y directa como lucha de clases. Las batallas en el territorio tienen una
especificidad que debemos tener presente.
El paradigma de conflicto social implícito en el concepto “lucha de
clases” supone que los alineamientos –ciertamente sobredeterminados–
remiten directamente a la estructura económica subyacente, de modo
que los actores se definen por el lugar que ocupan en el entramado de
las relaciones de producción; relaciones que en el mundo moderno son
globales, de modo que globales son también las clases. Pero hay conflictos
que aun si tuvieran un trasfondo clasista se desarrollan en campos de
fuerzas más complejos y abigarrados. Conflictos cuyo esclarecimiento
demanda paradigmas alternativos o cuando menos complementarios.
Éste es el caso de las batallas territoriales que nos ocupan.
En el mundo antiguo eran frecuentes los choques entre sociedades
estructuradas y jerárquicas: los griegos contra los “bárbaros”, los ro-
manos contra los pueblos de su periferia imperial, la dinastía china
de los T´ang contra los turcos, los aztecas contra los purépechas… La
modernidad trasladó algunas características de estas confrontaciones
a los conflictos entre las debutantes naciones, tensiones que durante el
siglo XX cobraron la forma de dos grandes guerras mundiales, un par de
encontronazos bélicos que en el fondo respondían a la rebatinga entre los
capitales que se disputan el mundo, pero que en su expresión inmediata
aparecían como batallas entre sociedades nacionales identitarias que
ocupan territorios; batallas en que se confrontaban grupos humanos
complejos e internamente diferenciados, sociedades polarizadas en
tiempos de paz pero que estallada la guerra se unían en torno a sus
banderas para hacer frente a un enemigo externo.
NUESTRA TIERRA 113

El paradigma que ilumina este tipo de conflictos no se agota en las


relaciones económicas estructurales –como el que daría razón de la lu-
cha de clases–, remite también y destacadamente a Estados nacionales,
territorios históricos, identidades étnicas, culturas… Conceptos que, a
diferencia de las relaciones de propiedad y de producción, conforman
sujetos cuyos límites son borrosos. En el sentido económico que algunos
le atribuyen al concepto, la pertenencia a una clase es casi un dato duro,
en cambio participar de un ethos, de una identidad, de una cultura, de
una nacionalidad, es algo mucho más impreciso, pues cada quien lo in-
terioriza con distinta intensidad y de muy diversas maneras.
Pero lo que aquí me importa destacar es el carácter territorial de esta
pertenencia. Los obreros viven y trabajan en algún lugar, pero la clase
obrera es un sujeto global, una entidad en principio desterritorializada
como lo es el capital que la subsume. En cambio –con muy pocas excepcio-
nes como los gitanos y el pueblo judío– las etnias ocupan espacios físicos
determinados, las culturas se construyen sobre ámbitos geográficos;
nación es territorio, identidad es terruño. Y cuando los conflictos adop-
tan formas territoriales e identitarias los alineamientos de los actores
sociales son abigarrados, pues la pertenencia de clase se diluye o atenúa,
y eventualmente los que comparten un ethos amenazado se unifican aun
cuando ocupen lugares antagónicos en las relaciones de producción.
Dije más arriba que la defensa de los territorios que hoy se despliega
en México es multiclasista en su composición y resultante de la conver-
gencia de muy diversos y hasta opuestos intereses sociales. Lo que ahora
trato de explicar es que multiclasista o, mejor, transclasista, no es aquí un
término puramente descriptivo, pues el abigarramiento es consustancial
a los conflictos territoriales. Más aún, sostengo que es precisamente la
diversidad entreverada de los que resisten territorialmente lo que hace
potente su lucha, de modo que cualquier intento de “limpieza clasista”
resultaría contraproducente.
La convivencia de los tan diversos y el que en ocasiones sean sectores
minoritarios relativamente privilegiados quienes conducen las acciones
puede ser indeseable si lo que tenemos en mira es la justicia social, pero
es inevitable si de lo que se trata es de agrupar a todos los susceptibles
de ser unidos creando así la relación de fuerzas necesaria para enfren-
114 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

tar con éxito las contradicciones más urgentes y agudas. Y es que las
constelaciones sociales que conforman los movimientos son cambiantes,
como lo son las alianzas que impulsan sus diferentes actores, porque es
también mudable el sistema de contradicciones en que se ubican.
La insurgencia antitemplaria en Michoacán es un buen ejemplo de lo
que digo. Integrar policías comunitarias indígenas para enfrentar proble-
mas locales como el saqueo de los bosques en Cherán o la usurpación de
las tierras comunales en Ostula es muy distinto a enfrentar y derrotar
en casi todo el estado el enorme poder económico, militar, político y hasta
cultural de un cártel como el de Los Caballeros Templarios. Difícilmen-
te las autodefensas de Tierra Caliente hubieran podido liberar buena
parte del territorio de las garras de la delincuencia vuelta Estado si no
hubieran sumado fuerzas regionales extremadamente heterogéneas
obligando primero al gobierno federal y luego al estatal a reconocerlas y
hasta resguardarlas. Que esto conlleva riesgos, que ya se vieron. Claro.
Pero cuando la rebelión se justifica, como era el caso de Michoacán, es
necesario correr el riesgo de rebelarse.
La defensa del territorio define una época del movimiento campesin-
dio mexicano. La reivindicación de la tierra, la resistencia localizada, es
ancestral, y su emblema bien podría ser la raya en el suelo con que el
jefe yaqui quiso parar a los españoles hace 500 años. Desde entonces esta
lucha ha sido recurrente y la combativa oposición de las comunidades
campesinas e indígenas a los acaparamientos de tierras y aguas, a los
talamontes y a las presas y minas que los agredían marcó la segunda
mitad del siglo XX. Sin embargo en los últimos tres lustros los despojos
asociados con la neoterritorialización del capital han multiplicado las
resistencias. No estamos ante una simple continuidad, sino ante un
salto de calidad, una etapa nueva del activismo campesino e indígena.
En pocos años el movimiento en defensa del territorio devino nacional.
Las concesiones mineras cubren todo el país, los proyectos hidroeléctricos
se multiplican, y pese a algunos descalabros financieros las inmobiliarias
siguen en marcha, los cárteles del narco extienden su dominio… Así las
cosas, también la resistencia se extiende por todo México. No hay estado
de la República en el que estén ausentes los movimientos en defensa del
territorio y sus recursos.
NUESTRA TIERRA 115

El movimiento está en ascenso. Lo que se juega es –literalmente– el


negocio del siglo, de modo que las empresas y sus personeros en el go-
bierno recurren a la represión y, si hace falta, al asesinato, además de
que numerosas comunidades están debilitadas y divididas. Aun así, la
defensa de los territorios es una lucha en expansión que el tamaño del
reto y la beligerancia de los enemigos no han logrado poner a la defensiva.
Las convergencias se van imponiendo a la dispersión inicial. Siendo
territorial y respondiendo a diferentes clases de amenazas, la defensa del
patrimonio es de arranque una lucha dispersa en la que, sin embargo,
comienzan a evidenciarse confluencias regionales y temáticas. Frentes
estatales, redes nacionales como el Movimiento Mexicano de Afectados por
las Presas y en Defensa de los Ríos, la Red Mexicana de Afectados por la
Minería, la Red Mexicana de Acción por el Agua y la Asamblea Nacional de
Afectados Ambientales y abundantes nexos internacionales, entre estos el
que tienen con El Tribunal Permanente de los Pueblos, que ha documentado
300 luchas contra afectaciones del territorio y otros bienes comunes, dan
fe de las tendencias confluentes de una lucha aún parcelada pero sin duda
en proceso de unificación. El mismo significado tienen iniciativas dudosas
como el Movimiento por la Soberanía Alimentaria, la Defensa de la Tierra
y el Agua, los Recursos Naturales y el Territorio, nacido en 2014 en un
variopinto encuentro nacional, y compuesto por unas 40 organizaciones
rurales entre las que destaca, por estar fuera de lugar, la Confederación
Nacional Campesina, principal brazo agrario del partido gobernante…,
que es también la principal fuerza privatizadora. El movimiento sin
embargo emitió un elocuente manifiesto en el que se dice: “No al despojo
de ejidos y comunidades. No a la devastación de los recursos naturales.
Salvemos el agua, el aire, la tierra y el territorio de todos. Derogación
total de las servidumbres legales de hidrocarburos”. Cuando un amplio
y heterogéneo contingente de organizaciones del campo –del que forman
parte muchas francamente clientelares y gobiernistas– se pronuncia
contra las privatizaciones es que los vientos de la resistencia son cada vez
más poderosos y de momento a nadie le conviene desmarcarse.
El evento unitario más reciente que la necesidad de ponerle fin a
este interminable texto me permite reseñarles el encuentro y jornadas
116 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

en defensa de la tierra, el agua y la vida, ocurrido el 16 y 17 de agosto


de 2014 en San Salvador Atenco, Estado de México.

Al llamado de un colectivo variopinto y ajeno a los protagonismos, se


reunieron alrededor de 400 delegados de 110 organizaciones, movimien-
tos, redes, grupos y colectivos regionales y nacionales provenientes de
15 estados de la República. Pero lo significativo no fue tanto el número
como la composición, pues en emblemática plaza del pueblo convivieron
organizaciones económicas nacionales como El Barzón, la Coordinadora
Nacional Plan de Ayala, la Coordinadora Nacional de Organizaciones
Cafetaleras y la Asociación Nacional de Empresas Campesinas con
movimientos locales como el de Cherán, en Michoacán; el de La Parota,
en Guerrero; los que en el istmo oaxaqueño resisten a las eoloeléctricas;
los que en Zautla, Puebla, se enfrentan a las mineras, y naturalmente el
anfitrión Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, ahora amenazado
de nueva cuenta por un aeropuerto, además de redes temáticas como las
que animan los opositores a las presas y los que resisten a las minas, así
como numerosas asociaciones civiles y colectivos.
Esta pluralidad fraterna y dialogante permitió enlazar dos vertientes
del combate rural que con frecuencia marchan separadas: la defensa de
la producción campesina encabezada por las organizaciones económicas
que gestionan recursos públicos y la defensa de los territorios, protagoni-
zada por movimientos que –salvo los patrimonios en disputa– prefieren
no negociar nada con el gobierno. Del diálogo resultaron formulaciones
incluyentes como la siguiente, que consta en los resolutivos:
Pero sin un proyecto de vida no detendremos los proyectos de muerte. Entonces
lo primero es entender que la defensa de los territorios es también la defensa
de la economía y el modo de vida campesino e indígena. Porque el derecho a
la tierra es el derecho a vivir dignamente cultivándola y sólo la unión entre
quienes defendemos los territorios que habitamos y quienes reivindicamos la
producción y los buenos usos de las comunidades podrá revertir la destruc-
ción del campo. Y es que la expoliación por mineras, presas, urbanizaciones y
otros megaproyectos es grave, pero el gran despojo empezó hace más de treinta
años con el progresivo desmantelamiento de la pequeña y mediana produc-
NUESTRA TIERRA 117

ción agropecuaria y el impulso a una excluyente y depredadora agricultura


empresarial que desalentó a las nuevas generaciones rurales.

Igualmente incluyentes son los ejes de lucha consensuados por los par-
ticipantes:

1. Defensa del territorio y el patrimonio desde los propios territorios.


2. Defensa de los recursos naturales, su apropiación colectiva y su
gestión social.
3. Defensa de la propiedad social de la tierra base del ejido y la
comunidad agraria.
4. Defensa de la producción campesina sustentable y sin transgé-
nicos, soporte de la soberanía alimentaria.
5. Defensa del derecho a la alimentación mediante una alianza
ciudad-campo.
6. Defensa de las libertades políticas y los derechos humanos contra
la represión y la criminalización de las resistencias.

La defensa del territorio se politiza. En un país donde el Estado, que


por años se presentaba como heredero de “La Revolución”, extendió sus
atribuciones a todos los ámbitos de la producción y la reproducción; en el
país del “ogro filantrópico”, los movimientos sociales se tornan políticos
rápidamente pues a las primeras de cambio se topan con el poder guber-
namental. Más aún los campesinos, que por décadas dependieron de “papá
gobierno” para acceder a sus parcelas y a los recursos para cultivarlas.
La lucha por la tierra de los setenta tenía enfrente al latifundio pero
sobre todo al presidente Luis Echeverría, los proyectos asociativos de
los ochenta y primeros noventa se negociaban primero con Miguel de la
Madrid y luego con Carlos Salinas, los derechos autonómicos de los indios
se le reclamaban a Ernesto Zedillo, la rectificación del modelo agropecua-
rio se discutió con el presidente Vicente Fox… La defensa del territorio
también se topa con el gobierno que proyecta presas, carreteras y ductos,
y que otorga los permisos para otros emprendimientos, sin embargo en
muchos casos tiene como contrapartes directas y mayores a las grandes
corporaciones silvícolas, mineras, turísticas, comerciales, inmobiliarias,
118 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

delincuenciales…, y a veces el gobierno quisiera presentarse como ár-


bitro. No hay tal, la lucha es contra los capitales predadores y contra el
modelo privatizador que se impulsa desde el poder, la lucha es a todas
luces política y los movimientos más estructurados y participantes en
redes lo tienen cada vez más claro.
Aun si con frecuencia participan clases medias y algunos empresa-
rios, la defensa del patrimonio es por su talante una batalla plebeya, un
movimiento esencialmente popular. Sin embargo, por su composición, la
reivindicación de territorios y recursos es transclasista y multisectorial,
una lucha societal que con frecuencia moviliza a todos –o casi todos– los
miembros de una sociedad regional. Ejemplo de unidad en la diversidad
es el ya mencionado y emblemático movimiento contra el Acueducto
Independencia, en el que participa el pueblo yaqui pero también las au-
toridades municipales de la región y los propios empresarios agrícolas,
históricos antagonistas de la tribu con los que, según su vocero Mario
Luna, los yaquis firmaron un “pacto simbólico” en defensa del agua.
Los peligros que se ciernen sobre una región y que amenazan de di-
ferentes maneras a todos sus habitantes generan respuestas incluyentes
pues el riesgo compartido destaca los intereses comunes de quienes viven
en un mismo territorio aun si lo hacen de manera divergente y a veces
antagónica. Sabemos que los territorios son ámbitos de enconos, conflictos
y rencillas entre quienes tienen intereses y pensamientos encontrados.
Pero los territorios amenazados pueden ser también espacios de reconci-
liación y unidad donde la pluralidad de saberes y capacidades enriquece
y fortalece la convergencia en torno a los intereses de la mayoría. Las
luchas territoriales realmente potentes son incluyentes al tiempo que
plebeyas y en esto radica su fuerza.
Donde hay cohesión comunitaria y organizaciones preexistentes el
movimiento es más fuerte. Las amenazas graves de por sí movilizan,
pero más fácilmente donde los afectados disponen de previas experiencias
organizativas, como las de la Unión de Comunidades Indígenas de la Zona
Norte del Itsmo y otras que impulsan en Tehuantepec la resistencia a las
eoloeléctricas; la Cooperativa Tosepan Titataniske, de la sierra de Puebla,
que anima la resistencia a minas e hidroeléctricas invasivas; el Frente
Democrático Campesino y El Barzón, que se movilizan en Chihuahua
NUESTRA TIERRA 119

contra los pozos clandestinos y el acaparamiento de agua por los menoni-


tas, etcétera. Y es que la defensa del territorio puede ser explosiva pero
por sí misma no genera prácticas y estructuras que le den continuidad a
los movimientos. Más allá de los sabidos e inevitables flujos y reflujos de
la participación popular, la permanencia de los núcleos básicos depende
de que se vaya creando patrimonio organizativo y densificando el entra-
mado social, lo que habitualmente se logra pasando de las emergencias
coyunturales a la atención de problemas estructurales.
Pero no todas las virtudes están del lado de los aparatos permanen-
tes, pues es frecuente que con el tiempo éstos se esclerosen, de modo
que la gestión –y a veces los beneficios– se concentran en un grupo pe-
queño. El remedio a este endurecimiento perverso de lo instituido es la
irrupción de movimientos coyunturales capaces de romper las inercias
y revivificar a las organizaciones. En perspectiva, lo que vemos es una
dialéctica estructura-movimiento en cuyas tensiones está su debilidad
pero también su fuerza.
Más que los combates anteriores por tierra, producción, derechos
autonómicos, modelo de desarrollo o cambio de régimen, el movimiento
actual es campesindio. Tanto los indígenas como los mestizos defienden su
patrimonio, pero no es la coincidencia de unos y otros en ciertas luchas lo
que hace de ésta una resistencia campesindia. El concepto que propongo
no remite a una mezcla de etnias, a una hibridación, sino a la coherente
y unitaria identidad política de un sujeto social que al defender tanto
la tierra del que la trabaja como el territorio del que lo habita resiste
a la vez la opresión de clase y la opresión de etnia, el capitalismo y el
colonialismo. Al reconocerse parte de un actor social de larga duración,
gran calado y presencia continental, quienes asumen que al racismo y a
la explotación se les resiste en una y la misma lucha son campesindios,
no importan el color de su piel ni su genealogía. Y por la naturaleza de la
contradicción estructural que lo genera, el movimiento territorial de un
continente colonizado y sometido al capital será campesindio o no será.
Sin dejar de apelar a sus raíces y atender al pasado, el movimiento va
mirando al futuro, va haciéndose utópico. La preservación del territorio
es un combate al comienzo reactivo y defensivo. Por lo general, y en su
arranque, los movimientos que buscan proteger el terruño y los recursos
120 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

locales responden a amenazas nuevas que introducen o actualizan con-


tradicciones antes ausentes o sólo latentes. Es por ello que al desatarse
generan alineamientos sociales inéditos, convergencias de diversos que
antes de la agresión marchaban separados o aun enfrentados. En esta
capacidad de unir a los que estaban desunidos está su fuerza, pero para
potenciarse los movimientos necesitan hacerse propositivos, generar un
proyecto compartido, una modesta utopía. Tal fue el caso de la forestería
comunitaria que le dio perspectiva a las comunidades de la Sierra Juárez
de Oaxaca que luchaban contra Fapatux; del Plan de desarrollo regional
que fortaleció a los nahuas de La Montaña de Guerrero que resistían a
la presa San Juan Tetelcingo; del concepto de Policía Comunitaria que
permitió a las comunidades de la Costa Chica y La Montaña guerrerense
recuperar los territorios perdidos por la acción de la delincuencia y las
arbitrariedades de la fuerza pública; del proyecto de Turismo con Iden-
tidad que por un tiempo cohesionó a la Cordesi en la Sierra Norte de
Puebla. Y en el plano nacional, tal es el caso de propuestas legislativas
como la nueva Ley General de Aguas, que promueve la campaña Agua
para todos. Agua para la vida; las iniciativas para preservar nuestro
territorio genómico que impulsa la campaña Sin maíz no hay país; la
Ley minera ciudadana; la Ley de consulta popular…
No por rijoso sino porque toca los fundamentos mismos del sistema,
el movimiento –sépalo o no– es anticapitalista. Oponerse al despojo y la
depredación, es decir a la violencia expropiatoria con que el gran dinero
se hace permanentemente de las premisas de la acumulación, y resistir
su forma destructiva de consumir esos recursos, es poner en entredicho
uno de los dos pilares del sistema capitalista. El otro es la conversión de
nuestra fuerza vital en mercancía y la explotación del trabajo, cuestio-
nes canónicas que algún día recuperarán la centralidad en el combate
libertario que tuvieron durante los siglos XIX y XX.
El grado de participación popular en cada una de las luchas por el
territorio depende de muchos factores, pero sobre todo del arraigo. La
fuerza y lo estrecho de los lazos que unen a la gente con los lugares que
habita es lo que le da identidad y razones para luchar. Muchos crecen
y hasta florecen en un territorio, pero no todos tienen en él raíces pro-
fundas que les permitan resistir el vendaval. Al defender un lugar y sus
NUESTRA TIERRA 121

recursos se defienden muchas cosas: propiedades, intereses económicos,


derechos… Pero los movimientos invencibles, los movimientos capaces de
sobreponerse a los golpes y las derrotas, son los que defienden al terruño
porque ahí tienen fincada su identidad. Y sin identidad nada somos. Por
eso la lucha indígena por sus ámbitos ancestrales es tan potente.
Arraigo es un concepto denso y complejo en el que identifico tres
dimensiones temporales complementarias: pasado, presente y futuro.
Profundidad histórica, densidad organizativa y capacidad de convoca-
toria del proyecto son factores que se combinan en el arraigo, el recurso
más poderoso de los movimientos territoriales. El pasado remite a las
raíces mítico-culturales de un poblamiento; el presente, a la intensidad,
solidez y calidad de las relaciones sociales vivas, es decir, al grado y
tipo de organización de la que disponen los que se movilizan; el futuro,
a las expectativas que tengan los participantes de poder edificar un
mejor porvenir en su territorio, el futuro es la esperanza. Y sin raíces,
organización y esperanza, es decir sin arraigo, no hay mucho que hacer.
Para defender los territorios hay que tener los pies sobre la tierra. En
muchos casos se defienden los patrimonios localizados sin hacer énfasis
en los espacios agrícolas no porque la cuestión de la tierra ya pasó y
ahora lo que cuenta es el territorio, sino porque a causa del hostil en-
torno socioeconómico y las políticas públicas desalentadoras el proyecto
campesino para el agro está desfondado. Y esto es alarmante pues la
pequeña producción familiar es el sustento más sólido de la ocupación
territorial. No todos los pobladores son campesinos que cultivan, pero
sin labriegos no hay territorios rurales. Ciertamente los lugares se
ocupan, se nombran, se significan, se gobiernan, pero si no se cultivan
son lugares sin alma.
Al respecto, un activista me informa que en una reunión en la Sierra
Norte de Puebla donde se planeaba la defensa del territorio amenazado
por hidroeléctricas y minas, alguien comentó que hacía tres años que no
se paraba por su parcela, pero que ahora sí la iba a cultivar para que no se
la quitaran. La misma idea expresa Ignacio del Valle, principal dirigente
del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra. El líder atenquense no
vive exclusivamente de la agricultura y el pozo que tenía fue clausurado
por las autoridades, por lo que ahora depende del temporal para hacer
122 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

milpa, pero aun así a principios de junio siembra algo de maíz y poco
después cebada. “Sembramos –dice– para que la gente que ha caído en
el desánimo vea que defender la tierra, defender nuestra identidad como
campesinos sí tiene sentido” (Petrich, 2014).
Las organizaciones rurales nacionales que fueron protagónicas en
las oleadas de lucha por la tierra, por la producción, por los derechos
autonómicos… hasta ahora han tenido una escasa participación en los
combates contra el despojo. Quizá porque estas resistencias son locales
y contra amenazas de diversa naturaleza, de modo que no es fácil definir
una agenda única y un único interlocutor, las diversas coordinadoras
rurales han estado muy poco presentes en los combates. La CNPA partici-
pó en la negociación contra una minera en Zacatecas, en su encuentro de
2013 el Congreso Nacional Indígena congregó a portavoces de numerosos
conflictos territoriales y en abril de 2014 el Frente Auténtico Campesi-
no, integrado por organizaciones nacionales como la Unión Nacional de
Trabajadores Agrícolas, la Central Independiente de Obreros Agrícolas
y Campesinos y El Barzón, anunció mediante un manifiesto su decisión
de construir “comités zapatistas en defensa del territorio en cada uno de
los ejidos y comunidades del país” (Pérez U., 2014) acuerdo del que sin
embargo no se han visto resultados.
El hecho es que hasta mediados de 2014, en que escribo esto,
ninguna organización o convergencia nacional de perfil indígena y/o
campesino había asumido el reto que representan las resistencias
territoriales. Lo que quizá es afortunado dado el verticalismo y los
vicios clientelares que aquejan a muchos de estos agrupamientos. Por
su parte, las redes que las mismas resistencias locales han construido
con apoyo de grupos de la sociedad civil son convergencias estrecha-
mente temáticas, y aunque a veces buscan englobarse como oposiciones
a los “megaproyectos” el hecho es que hasta ahora han servido para
visibilizar y procurar solidaridad pero no para mucho más.
El movimiento recurre a las acciones, pero éstas son casi siempre
locales, focalizadas en el problema específico que las provoca y protago-
nizadas por los agraviados directos y sus acompañantes solidarios. Sin
duda la lucha contra las presas, contra las minas, en defensa del agua y
contra los daños ambientales mira más allá de sus regiones y hasta se
NUESTRA TIERRA 123

globaliza, pero por lo general lo hace a través de convergencias en red y


encuentros temáticos, de modo que su presencia nacional es menos visible
que la de otros sectores, como los campesinos organizados, que tienen
entre sus usos políticos grandes marchas conjuntas y movilizaciones en
la capital de la República.
El lugar de los intelectuales orgánicos del movimiento lo están ocu-
pando las organizaciones civiles. En la lucha por la tierra de los setenta
del pasado siglo y en los combates por la producción de los ochenta fue
importante la participación de estudiantes y maestros neonarodnikis
catapultados por el movimiento de 1968. En la insurgencia de los pue-
blos originarios a fines de los ochenta y en los noventa tuvieron un papel
destacado las ONG, muchas de éstas vinculadas con la Iglesia católica, que
para esos años ya proliferaban. Desde entonces el discurso calificado de la
“sociedad civil” ha sido inseparable de las resistencias. Acompañamiento
en el que encuentro las virtudes de la profesionalización y las limitacio-
nes de su tendencia al patrimonialismo y su propensión a especializarse
impuesta en parte por la lógica de la “cooperación” internacional. Y es
que si hay razones para que las asociaciones civiles se enfoquen en un
sólo tema no es deseable en cambio la excesiva compartimentación de
las diferentes vertientes del movimiento: presas, minas, agua, transgé-
nicos, radios comunitarias... Los oenegeneros traen una sola cachucha,
y está bien, en cambio la gente del común trae tantas como problemas
la aquejan, y la experiencia demuestra que a la larga es mejor trabajar
sobre el conjunto que atender sólo a una de sus partes (Bartra, 2014).

La nación como territorio compartido:


preservar entre todos los recursos de todos

Artículo 27. La propiedad de las tierras y aguas comprendi-


das dentro de los límites del territorio nacional corresponde
originariamente a la Nación […]. Corresponde a la Nación
el dominio directo de todos los minerales […]. Son también
propiedad de la Nación las aguas de los mares territoriales
124 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

[…]. En los casos a los que se refieren los párrafos anteriores,


el dominio de la Nación es inalienable e imprescriptible.

Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, 1917.

Por principio de cuentas, los bienes comunes se defienden en los territo-


rios donde están sus usuarios directos. Pero si no se reivindican también
en el nivel nacional y global y en los espacios políticos donde se hacen
y deshacen las leyes y se deciden las políticas públicas, la lucha será
parcial e insuficiente.
La defensa del territorio y los recursos naturales amenazados por el
capital tiene dos grandes vertientes que debieran ser complementarias:
una es la que acabo de reseñar para el caso de México, sostenida por
comunidades y centrada en lo local y en el patrimonio comunitario; la
otra es la defensa de bienes nacionales sostenida por el conjunto de un
pueblo y en ocasiones por el gobierno (aunque lo segundo no ocurre aquí).
En el primer caso se reivindican bienes que los defensores usufructúan
de manera directa o mediada sólo por instancias comunitarias; en el se-
gundo, se reivindican para la nación recursos usufructuados de manera
directa o indirecta y en ocasiones mediada por el Estado. En el primer
caso el sujeto principal de la resistencia al despojo son las comunidades
locales, en el segundo el sujeto es la comunidad nacional, el pueblo todo,
la ciudadanía. Tengo para mí que las dos luchas son igual de importantes
y que si perdemos una de las dos batallas también perdemos la guerra.
Los recursos naturales comunes como bosques, potreros, ríos, espacios
rituales y zonas de pesca, así como el patrimonio productivo y repro-
ductivo de las familias, son bienes colectivos o individuales de los que
depende la vida de sus poseedores y que estos defienden en los territorios
habitualmente con una lógica étnica y/o comunitaria. La tierra, el agua
los recursos del subsuelo, el mar territorial, el espacio aéreo, el espectro
electromagnético, el patrimonio cultural tangible e intangible son bienes
que en México y muchos otros países están bajo el dominio de la nación,
y porque de ellos depende la viabilidad material y espiritual de un país
NUESTRA TIERRA 125

su defensa es componente fundamental del mejor nacionalismo. Bien en-


tendidos, comunalismo y nacionalismo no se excluyen, se complementan.
En su codicia, el capital atropella el patrimonio todo de los seres
humanos: el doméstico, el comunitario, el nacional y el global. Cruentos
despojos que son resistidos colectivamente por tres vías principales: en
la localidad, defendiendo los bienes comunes de cada poblado o grupo de
poblados; en el país, defendiendo los bienes de todos, que ampara la sobe-
ranía nacional; en el mundo, defendiendo los bienes naturales y sociales
de los que depende la existencia de la humanidad.
No me ocuparé aquí de la defensa de los recursos que pertenecen a
la humanidad toda. No atenderé tampoco en extenso a los de cada país,
asunto que incumbe al conjunto de ciudadanos que conforman un Estado
y que debiera ser asumido por el gobierno, presunto encargado de hacer
valer la soberanía nacional, o directamente por los pueblos cuando el
gobierno es omiso. Sin embargo, mal abordaría la lucha territorializada
contra el despojo capitalista si no dijera cuando menos algo sobre los
contenidos del nacionalismo patrimonial y su relación con la defensa
de los patrimonios comunitarios, es decir, sobre la relación que en las
resistencias tienen lo local y lo nacional. Entre otras cosas, porque en
América Latina la defensa del patrimonio del país o su rescate para la
nación si ha sido enajenado es piedra de toque de las administraciones
públicas progresistas del tercer milenio, gobiernos de izquierda que to-
man distancia de los gobiernos desnacionalizadores dominantes desde
los ochenta de la pasada centuria y hasta los primeros años de ésta.
Es habitual llamar “neoliberal” y “salvaje” al tipo de capitalismo
de fines del siglo XX. Convención no muy adecuada pues el calificativo
“neoliberal” así empleado destaca una sola de las múltiples facetas del
liberalismo histórico –por cierto la más nefasta–, mientras que “salvaje”
designa a las plantas silvestres, los animales indómitos y los pueblos
rebeldes a la civilización occidental. Entonces, si de adjetivar se trata,
mejor llamarlo desmecatado en tanto que no admite ataduras sociales
ni morales, y gandalla, que en México es quien “toma cualquier cosa sin
permiso” (Flores, 1994).
El Estado propio del capitalismo rentista, parasitario y predador de las
décadas recientes es el privatizador y represivo que en Chile inauguró el
126 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

gobierno del general Pinochet, una golpista y socialmente nefasta admi-


nistración con la que América Latina se adelantó a Margaret Thatcher
en Gran Bretaña y a Ronald Reagan en Estados Unidos. Estado desna-
cionalizador y globalifílico que es la negación del Estado nacionalista
y social de los años de la posguerra, tiempos de crecimiento endógeno
sustentado en el mercado interno, tiempos de expansión económica cier-
tamente desigual y polarizada pero también redistributiva e incluyente
pues de la capacidad de consumo de la población local dependía en parte
la viabilidad del modelo, tiempos de “sustitución de importaciones” y de
discurso nacionalista. Acción y discurso “desarrollistas” que se extravia-
ron por más de tres décadas y –previa poda y crítica– reverdecen en el
arranque del tercer milenio.
La defensa de los recursos soberanos de la Nación puede analizarse
cuando menos desde tres perspectivas complementarias: la económica,
la tecnológica y la social.
En términos económicos, lo que está en juego es quién opera el aprove-
chamiento de los recursos naturales y pone en acción el modelo con base
en el cual se aprovechan: ¿los gestiona el Estado asociado con empresas
privadas?, ¿los gestiona sólo el Estado pero canalizando la renta a favo-
recer la acumulación de los grandes capitales?, ¿los gestiona el Estado
empleando la renta con vistas en la equidad social?.
En términos tecnológicos, lo que está a debate es cómo se operan es-
tos recursos: los criterios socioambientales aplicados, el tipo de relación
sociedad-naturaleza que se busca: ¿se impulsa una explotación extensa
e intensiva que genera grandes y prontas utilidades pero conduce al
rápido agotamiento de los recursos, la degradación del medio físico y
de los ecosistemas y la erosión social?, ¿se busca un aprovechamiento
sustentable que minimice y compense los inevitables impactos socioam-
bientales negativos?.
En términos sociales, lo que se debate es para qué son aprovechados
los recursos naturales, quiénes son los destinatarios de las rentas y cuál
es el contenido y la tendencia de las transferencias: ¿el objetivo es la
privatización empresarial, sea porque, solas o asociadas con el Estado,
las corporaciones participan en el negocio de los recursos naturales, sea
porque éste destina los ingresos a favorecer el enriquecimiento de unos
NUESTRA TIERRA 127

cuantos?, ¿el objetivo es la captación de las rentas por el Estado dándoles


un uso puramente redistributivo y asistencial que perpetúa la depen-
dencia respecto de un tipo de ingreso que es transitorio?, ¿el objetivo es
la captación de las rentas por el Estado, dándoles un empleo en parte
redistributivo pero también de inversión productiva sostenible tendiente
a reducir progresivamente la dependencia respecto de ese ingreso?.
Es importante sumar fuerzas en la defensa de los recursos de todos
que están en la mira de las corporaciones. Pero también lo es discutir el
quién, el cómo y el para qué de la gestión soberana de los bienes preser-
vados. De otro modo nos llevaremos sorpresas y nos llamaremos a engaño.
Y esto me lleva a una tensión principalísima que no he abordado
antes: la que existe entre el interés general, habitualmente entendido
como interés nacional, y los intereses de los pueblos y comunidades,
“originarias” o no, que conforman los Estados.
En el caso de México, la defensa de los recursos de la nación y la
reivindicación del patrimonio local de los pueblos siguen dinámicas dis-
tintas y a veces divergentes. Para explicar este eventual desencuentro
hay que tomar en cuenta que, en un país donde hay presencia indígena
significativa en más de un tercio de los municipios y casi dos terceras
partes de la tierra agrícola se encuentra en manos de ejidos o comuni-
dades, los recursos que la Constitución califica de nacionales están con
frecuencia en lugares ocupados por pueblos campesinos, muchos de ellos
originarios. Debemos asumir, también, que el interés nacional y la propia
nación no son sustancias establecidas de una vez y para siempre, sino
construcciones mudables resultantes de las convergencias y divergencias
de la pluralidad que los conforma.
Además de los niveles de gobierno: municipios, estados y federación,
que definen incumbencias territoriales, la Constitución mexicana, como
fue formulada en 1917, instituye el régimen de propiedad agraria sobre
los recursos territoriales superficiales que, siendo de la nación, usufruc-
túan los ejidos, comunidades y propietarios privados; establece también
la exclusividad del Estado en el aprovechamiento del petróleo y los
minerales radioactivos, y para el resto de los bienes nacionales, entre
los que se incluyen las aguas, casi toda la minería, el espacio aéreo y el
espectro electromagnético, establece un régimen de adjudicación que
128 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

permite su aprovechamiento por particulares previo permiso o concesión


por parte del Estado.
Y esto último es lo que genera las mayores tensiones, pues en nombre
del interés nacional que dicen representar los gobiernos en turno han
ido privatizando la explotación económica de los bienes de todos, con lo
que se atropella por una parte el verdadero interés nacional y por otra
los legítimos intereses de las comunidades asentadas en los lugares de
las concesiones.
Como hemos visto, los pueblos resisten reivindicando sus derechos
como pueblos, es decir sus legítimos derechos particulares. Derechos
de la parte que, sin embargo, no expresan necesariamente el interés
general, el interés del todo, que es el interés de la nación. Porque la
nación ciertamente no es el gobierno, pero tampoco la simple suma de
los intereses particulares que la componen. Sobre la base de un pacto
que establece principios y reglas de juego, la nación –como las grandes
ciudades– está permanentemente en obra, está todo el tiempo en cons-
trucción. Edificación en la que habrían de participar los pueblos étnicos
y las comunidades agrarias, así como las diferentes formas individuales
y colectivas de ciudadanía. Entre éstas, claro está, los partidos políticos
que, sin embargo, no debieran tener el monopolio de la representación.
Cuando esto no fluye por cauces institucionales, como es el caso del
aprovechamiento de los recursos de la nación y en particular de los que
se localizan en las áreas patrimoniales de los pueblos, se desatan legíti-
mas y pertinentes luchas por el territorio, pues para la gente lo primero
es defender el patrimonio familiar y comunitario. Pero para que esta
defensa lo sea a la vez del interés nacional éste debe ser construido por
una diversidad de actores, pluralidad dialógica que incluye a los que
resisten desde los territorios pero también a los demás.
Y en la constante y participativa redefinición del interés nacional es
necesario establecer bien los principios y las reglas del juego. Para el
caso de México habría que empezar por cumplir con los preceptos de la
Constitución de 1917 en sus términos originales y respetando su espíritu,
evitando con ello que los gobiernos privaticen los recursos de la nación,
incluyendo los que debieran ser de aprovechamiento exclusivo del Estado,
y que lo hagan pasando por sobre los intereses de los grupos étnicos y
NUESTRA TIERRA 129

las comunidades agrarias. Pero también sería pertinente establecer en


la Ley que cuando los recursos nacionales que pueden ser concesionados
están en los territorios de los pueblos con derechos territoriales su apro-
vechamiento se les asigne prioritaria o exclusivamente a ellos.
Exclusividad es lo que propone Jorge Fernández Souza, quien en 1996
participara, con muchos otros, en la construcción de los incumplidos
Acuerdos de San Andrés Larráinzar entre el gobierno federal y el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional. Según este autor,
la defensa del bien común nacional y los derechos de los pueblos indios, entre
otras formas por medio de la defensa de los recursos naturales, son insepara-
bles. Por esto, nada impide que vayan juntas las demandas de que la renta
petrolera sea para la nación y que los recursos de los pueblos indios sean para
ellos y, en consecuencia, también para la nación (Fernández Souza, 2013).

Pero lo cierto es que en nuestra Constitución los derechos de los


pueblos originarios y de otras colectividades se diluyen en un concepto
liberal e individualista de ciudadanía que deja la pluralidad en las nada
confiables manos de los partidos políticos. Hay otras opciones, como las
que están ensayando Bolivia y Ecuador, países cuyas nuevas constitucio-
nes los definen como estados multinacionales en los que se les reconoce
a los grupos étnicos un papel decisivo en la definición del bien común.
Marco constitucional que por lo visto no basta, de modo que, también
ahí, proyectos gubernamentales presuntamente inspirados en el interés
nacional chocan con intereses y proyectos locales impulsados por los
pueblos originarios. Tensiones que, sabiéndolas manejar, quizá puedan
ser creativas, como quisiera Álvaro García Linera (2012), vicepresidente
de Bolivia.
A final de cuentas, en la lucha por el patrimonio lo que está en juego
son las condiciones que hacen posible la existencia de las familias y las
comunidades cuando el despojo es local, pero también la existencia de los
mexicanos todos cuando se resiste al saqueo de los recursos de la nación.
Y es que si seguimos cediendo soberanía sobre tierras y aguas, recursos
del subsuelo, mar patrimonial, espacio aéreo, generación y distribución
de energía, espectro electromagnético, sistemas de intercomunicación, ri-
queza biocultural… el país dejará de ser viable al quedar por completo en
130 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

manos de capitales predadores. Corporaciones que apuestan a las rentas


más que a las ganancias, de modo que agotan los recursos no renovables
y especulan con los que sí lo son sin ocuparse en preservar o recrear las
premisas de las que depende que la producción sea sostenible y duradera.
En lo local y lo nacional, estamos ante la peor clase de capitales, los que
saquean y se van.
Cuando defendemos tierras, aguas, montes, ríos, flora y fauna estamos
peleando por bienes colectivos que además de darnos sustento hacen
placentera la vida. El petróleo, en cambio, no sólo no alimenta sino que
es feo, mancha y huele mal, además de que al sacarlo contamina y si
lo quemamos produce gases de efecto invernadero. El petróleo y otros
minerales no se nos presentan como bienes en sentido amplio, sino como
recursos inseparables de su valor económico. Quizá la pachamama no se
vende pero el petróleo sí, y su defensa como patrimonio de todos los mexi-
canos es su defensa como pieza clave de nuestra estrategia energética y
nuestra producción económica. En primer lugar porque de él provienen los
combustibles básicos y en segundo porque genera cuantiosas ganancias
extraordinarias. La batalla por el petróleo es la batalla por la soberanía
energética y por la renta petrolera, un ingreso extraordinario y temporal
que bien empleado puede ser palanca para transitar a un desarrollo con
equidad y pivote de la transición a un arreglo socioeconómico en el que
se consuma menos energía y de fuentes menos contaminantes y más
duraderas.
Los bienes locales de las comunidades y los recursos nacionales de
todos los mexicanos son las dos piernas de la nación, el binomio del que
depende nuestra existencia individual y colectiva. Si no entendemos que la
lucha por defenderlos es una sola y gran batalla con muchos frentes pero
que nos involucra a todos, los vamos a perder. Y con ello extraviaremos
también nuestro futuro como pueblo, porque es verdad que “sin maíz no
hay país”, como dice una persistente y combativa campaña ciudadana,
pero también lo es que “sin país no hay maíz”.
TIERRA HABITADA
EL TERRITORIO CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Aquí respiramos un solo aire, comemos el mismo maíz,


los mismos frijoles y la misma tortilla. A eso lo llamamos
territorio y no tiene precio.

García Arreola, Mujeres de Tataltepec, Oaxaca

Los avatares de pueblos que defienden su tierra frente a los más diversos
poderes expansivos y predadores cubren el mapa entero de la historia
humana. Y es que los pueblos son su historia y son su tierra: son el
tiempo vivido y el soñado; son el espacio habitado, cultivado, nombrado,
significado.
A veces hablamos de la tierra como un ámbito preexistente que nos
tocó ocupar y de la historia como un curso preestablecido al que fuimos
lanzados porque con frecuencia la tierra y la historia nos son ajenos y nos
son hostiles. Pero en la medida en que labramos nuestro espacio y le po-
nemos cadencia a nuestro tiempo descubrimos que en verdad son nuestros
en tanto que los hacemos nuestros.
Como colectividad somos nuestra tierra y nuestra historia, de la
misma manera que como individuos somos nuestro cuerpo y nuestra
memoria. Tierra y cuerpo que reinventamos a partir de la tierra y el
cuerpo que nos legaron. Historia y memoria que recreamos a partir de
la historia y la memoria que heredamos.
131
132 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Tlalli, tierra; pan o tlan, lugar. Pocas sílabas del náhuatl se repiten
más que éstas. Y es que nuestra identidad individual y colectiva está
indisolublemente asociada a lugares sobre la tierra, a terruños. Todas
las personas somos tlaltécatl, somos habitantes de una tierra, y todas las
comunidades son tlalpan, son lugares sobre la tierra. Y si empleamos
la fórmula reverencial tendremos que quienes no sólo son de una tierra
sino que la defienden son tlaltecotzin.
La tierra es espacio en disputa y la historia es tiempo de confronta-
ción, de modo que sólo con lágrimas y sangre se construyen a contrapelo
espacios y tiempos habitables. Porque sucede que estamos nosotros pero
también están los otros, los hostiles, los que nos arrebatan nuestro espa-
cio, los que nos roban nuestro tiempo. Entonces hay que bregar, resistir,
darse tiempo para imaginar futuros mundos alternos… Y también hay
que ir construyendo –aquí y ahora– tiempos y lugares solidarios y fra-
ternos, huequitos calientes donde a ratos podamos ser felices.
Es bonito soñar con futuros más soleados, y mejor aún si desechamos
la tonta idea de que algún día los otros, los malos, se van a ir. Porque
los otros somos nosotros; nosotros en el tiempo de la escasez. Y como la
escasez es constitutiva de los mortales hay que ir aprendiendo a vivir
y morir con ella, pero sin dejar que por ella se rompa para siempre la
solidaridad, que por ella se fracture del todo el nosotros.
Es fácil darse cuenta de que en verdad nosotros somos los otros: yo
soy el otro que fui ayer y el otro que seré mañana y, sin ir tan lejos, mi
propio cuerpo que a cada rato exige, que de vez en cuando duele y que
un día de estos morirá, me confronta con el otro que hay en mí. Y de la
misma manera en el deseo y el sueño se apersona mi otro yo, mi ignoto
demonio personal –también llamado “ello” o duende– del que dieron
razón, cada quien a su modo, Goethe, Freud y García Lorca. Entonces,
si me doy cuenta de que yo mismo me hago otro en el tiempo, de que en
el espacio mi cuerpo se me extraña y de que en los abismos del ello mi
inconsciente se insurrecciona, no me costará tanto entender que el otro
frente a mí no es del todo ajeno; que el que me mira y al que miro –a veces
con desconfianza, a veces con rencor– es en el fondo uno de mis posibles.
TIERRA HABITADA... 133

Así las cosas, para aprender a vivir hay que aprender a morir. Vivir y
morir en la escasez solidaria; vivir y morir con los otros y a veces contra
los otros; los otros que somos nosotros…
La madre tierra, el planeta tierra, la tierra en que nacimos y que nos
espera al final del camino; la tierra que habitamos, cultivamos, nom-
bramos…; la tierra que junto con la libertad inspiró desde las guerras
campesinas alemanas del siglo XVI hasta las revoluciones campesinas
del siglo XX… La tierra.
En la cultura grecolatina es Gea, la de anchas espaldas, primera
divinidad después del Caos, madre de todos los dioses y también de
Demeter, la de hermosa cabellera, que reina sobre los campos cultiva-
dos y siendo dadora de vida igualmente lo es de muerte. Y junto a ellas
una avecindada de origen asiático: la exuberante, montañosa y salvaje
Cibeles… En Mesoamérica es Tlazoltéotl, devoradora de los desperdicios
y diosa de la fecundidad, o la huasteca Ixcuina, patrona de los partos y
madre de Centéotl, dios del maíz. En el mundo andino es la Pachamama…
Por su profundidad mítica devenida potencia revolucionaria, tierra
es un concepto raigal que nos ha acompañado desde siempre. Territorio,
en cambio, es un prometedor recién llegado: un plausible debutante que
tendrá aceptación entre los que cuentan, siempre y cuando no trate de
suplantar a la voz más entrañable de todas: tierra, madre tierra, Gea,
Pachamama.

Los adjetivos del territorio

No sólo era un lugar ocupado; también era un lugar habi-


tado, hábitat, habitus, y, de este modo, un locus de confor-
mación de subjetividades.

Carlos Walter Porto-Gonçalves, Geo-grafías.

Dos son las fuentes primordiales y legítimas del derecho a la tierra: no


el dinero con que se compra ni el poder con que se arrebata, sino la ocu-
pación y el trabajo, que a su vez asignan significados al entorno y son
134 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

fuentes de sociedad y de cultura. Habitar y aprovechar productivamente


pueden arrojar delimitaciones espaciales algo diferentes, pero en el fondo
son prácticas inseparables, pues en el campo el lugar donde vives es el
lugar que trabajas.
Habitar, cultivar, cuidar, significar y de esta manera apropiarse colec-
tivamente del entorno es, además, la base más sólida del buen gobierno
local, pues la convivencia es lo que legitima las decisiones del grupo.
Compartir vecindario, trabajo productivo, imaginario, es la mejor forma
de construir ciudadanías capaces de dialogar y por tanto de conformar
gobiernos democráticos en su sentido originario. Por fortuna, en el cam-
po laborar, habitar, significar y gobernar son dimensiones que aún van
juntas. No es casual que en un estado con fuerte presencia indígena como
Oaxaca sea habitual que la comunidad agraria y el municipio coincidan
espacialmente.
Y aquí aparece por primera vez el territorio como algo diferente de
la tierra. El territorio jurisdiccional es el espacio político administrativo
dentro del cual los órganos del Estado ejercen sus poderes, ámbito que
puede ser el de un país, un estado o provincia, un municipio o una etnia
que reivindica algún grado de autogobierno.
La superposición de comunidad y municipio hace que por lo general
en Oaxaca los comisarios de bienes comunales y los alcaldes compartan
espacios, lo que facilita la comprensión de que la tierra es la verdad del
territorio. Y es que cuando los miramos desde abajo los territorios ju-
risdiccionales en tanto que ámbitos de gobierno aparecen como tierras:
lugares habitados, trabajados y significados por personas; espacios con
identidad y rostro humano.
Otro asunto es que el municipio como ámbito jurisdiccional le quede
chico a grupos étnicos cuya presencia ancestral abarca territorios de
varios municipios y a veces de varios estados y hasta de varios países.
Algún día habrá que definir y reconocer las tierras de los nahuas, pu-
répechas, zapotecos, mixtecos…, y establecer qué derechos tienen las
respectivas etnias sobre ellas. Pero en todo caso este derecho provendrá
de que por muchos años trabajaron esas tierras, no de que alguna vez las
tomaron por la fuerza imponiendo tributos a quienes las habitaban. La
ocupación de los espacios de otras etnias, que en el pasado practicaron los
TIERRA HABITADA... 135

expansivos aztecas y los avasallantes zapotecas, no les concede derechos


en tanto que ocupación, sino porque en algunos casos a la imposición
autoritaria de una jurisdicción siguieron la migración y el poblamiento.
Y con ellos nació la apropiación legítima, la apropiación que cuenta, la
apropiación por el cultivo.
Cuando menos en el campo, detrás del abstracto ciudadano están
siempre el comunero concreto y el concreto agricultor (cazador, pescador,
recolector). La idea simplificadora y dicotómica de que tierra es la que
se trabaja y territorio el que se habita y gobierna funciona quizá para
abogados, sociólogos y politólogos, no para la gente llana. En el mundo
rural el derecho de gobernar viene no de la ciudadanía legal sino del
trabajo y la ocupación, con frecuencia ancestrales. Tenemos derecho a
gobernar en nuestras tierras porque las habitamos, trabajamos, cuida-
mos, nombramos y conocemos mejor que nadie.
Entre antropólogos se habla de territorio añadiéndole la palabra étnico
para referirse al espacio “histórico, cultural e identitario que cada grupo
reconoce como propio, ya que en él no sólo encuentra habitación, susten-
to y reproducción como grupo sino también oportunidad de reproducir
cultura y prácticas sociales a través del tiempo” (Barabas, 2003: 23).
Territorio étnico o etnoterritorio es sin duda un término pertinente y
útil más allá de la antropología, pues por algún tiempo a la palabra tierra
se le asignó un contenido básicamente agrícola o habitacional: la tierra
era el lugar que se cultivaba y donde se vivía, nada más. Como si cultivar
y habitar no fuera inseparable de “reproducir cultura y prácticas sociales
a través del tiempo”, que es lo que el concepto etnoterritorio explicita.
Los elementos necesarios para nuestra vida se ubican en lugares
específicos, en territorios, de modo que con frecuencia en términos
reivindicativos se prefiere hablar del territorio de los pueblos y no de
su tierra, porque en el primer concepto incluimos también los recursos
aéreos y del subsuelo, mientras que tierra sería sólo la capa superficial.
Decimos, entonces, que los derechos de los pueblos sobre sus recursos
naturales territoriales van más allá de sus derechos agrarios, pues
quienes los habitan reivindican la superficie pero también lo que está
arriba y lo que está abajo.
136 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Lo que en torno a este concepto se debate es hasta dónde llegan los dere-
chos de los pueblos y hasta dónde los de la Nación, y el empleo del término
tierra en un sentido estrictamente agrícola y el de territorio en un sentido
más amplio permiten diferenciar las posiciones. En el marco de dicha
discusión, es pertinente decir que los pueblos más aferrados luchan por el
territorio y no sólo por la tierra. Pero entendiendo que si circunstancial-
mente el término tierra nos queda corto es por la connotación restringida
que en México le dan la Constitución y las leyes agrarias, restricción que
el concepto no tiene si atendemos a su contenido mítico, histórico y político.
Las características físicas y biológicas de una región son inseparables
de las actividades humanas que en ella se practican o se han practicado;
la naturaleza no existe en estado puro, como tampoco las sociedades
pueden abstraerse del entorno natural que las sustenta. Y dado que
el cultivo ha sido históricamente el nexo fundamental que nos une con
el medio biofísico, es pertinente reconocer la existencia de territorios
agroecológicos. Ámbitos cuya delimitación sirve para fines descriptivos
y clasificatorios pero también de planeación y gestión.
La ordenación del territorio es una actividad interdisciplinaria y pros-
pectiva que, en vistas al desarrollo económico, fue impulsada en Estados
Unidos mediante instancias de planeación regional como la Tennessee
Valley Autority, y en México mediante las comisiones por cuencas hidro-
lógicas inspiradas en las de nuestros vecinos del norte. Hoy los estudios
de uso del suelo y los planes de manejo devinieron ámbitos de disputa,
pues con frecuencia las comunidades y otros actores locales que defienden
sus territorios de amenazas externas hacen de estas herramientas de
planeación potencialmente participativa un eficaz instrumento técnico-
político de lucha. Y es que la gestión del desarrollo sólo será democrática
si se hace desde las regiones y con protagonismo de los actores locales.
Al entrevero espacial de ecosistemas, prácticas productivas, conoci-
mientos tradicionales y concepciones del mundo que se conforma en torno
a los pueblos indios se le ha llamado territorio biocultural, término que
según Eckart Boege tiene los siguientes componentes:
Recursos naturales bióticos intervenidos en distintos gradientes de intensidad
por el manejo diferenciado y el uso de los recursos naturales según patrones
TIERRA HABITADA... 137

culturales, los agroecosistemas tradicionales, la diversidad biológica domes-


ticada con sus respectivos recursos fitogenéticos desarrollados y/o adaptados
localmente (Boege, 2008: 13).

El concepto es trascendente, pues por lo general la diversidad bioló-


gica y la diversidad cultural están asociadas, de modo que las regiones
bioculturales son espacios de enorme valor. Defenderlas del genocidio
y el ecocidio, como lo hacen los pueblos que las habitan y quienes son
conscientes de su trascendencia biológica y social, es una tarea de la que
en muchos sentidos depende el futuro de la humanidad.
A fines del siglo pasado, la combativa emergencia en nuestro continen-
te de los pueblos que en él se originaron y que por mucho tiempo fueron
ninguneados catapulta el espacio jurisdiccional de las etnias autóctonas
por encima de la tierra económicamente parcelada. Aparecen entonces con
fuerza los territorios indios. Así se refiere al tema el Informe del relator
del Grupo de Trabajo de la Organización de Estados Americanos sobre
derechos indígenas: “Los derechos territoriales son una de las principales
reivindicaciones de los pueblos indígenas en el mundo. Estos derechos
son el sustrato físico que les permite sobrevivir como pueblos, reprodu-
cir sus culturas, mantener y desarrollar sus organizaciones y sistemas
productivos” (Gómez y Hadad, 2007).
En tanto que referido expresamente al sujeto que lo construye, los
pueblos originarios, este concepto engloba dimensiones del territorio
como la jurisdiccional, la étnico-cultural, la agroecológica y la referente
a los recursos naturales. Así lo plantea Álvaro Bello: “La demanda por
el territorio se encuentra presente en casi todos los países en que existe
población indígena, pues agrupa a un conjunto de otras demandas como
la gestión de recursos naturales, el autogobierno y el desarrollo de las
identidades” (Bello, 2004: 95).

La selva como territorio

A partir de su experiencia con los seringueiros de la amazonia brasileña,


hombres y mujeres que viven en la selva y de la extracción de resina, Car-
los Walter Porto-Gonçalves desarrolla una propuesta sobre el territorio
138 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

que tiene como punto de arranque el sujeto, el grupo humano que con
sus prácticas construye un hábitat y que en este caso no son los pueblos
indios en los que recalan la mayoría de los estudios recientes sobre te-
rritorios, sino un puñado de resineros netamente identitario y cohesivo
pero mestizo, que además, por lo itinerante de su labor, desarrolla una
ocupación extensiva.
Para el sociólogo brasileño la “reserva extractivista” como expresión
de la territorialidad de los resineros amazónicos es la “materialización
de un proceso/sujeto instituyente que es el movimiento de los serin-
gueiros” (Porto-Gonçalves, 2001: 207), y en este sentido geografía no es
tanto sustantivo como verbo: la acción de marcar, de dibujar la tierra.
Apoyándose en la idea de clase-sujeto del historiador E. P. Thomson y
en los conceptos de hábitat y habitus como los emplea el sociólogo Pierre
Bourdieu, Gonçalves propone que
no existe un hábitat que no comporte un habitus […], no existe lo instituido
que no tenga procesos y sujetos instituyentes […], las reservas extractivistas
son la expresión de una identidad posible (y no natural) de los seringueiros
a través de sus encuentros […], de lo que la reserva extractivista es su ex-
presión teórico-práctica (2001: 217).

En su lucha por preservar espacios de vida y trabajo amenazados por


los “coroneles de barranca” y por la silvicultura y la ganadería predado-
ras, los seringueiros se dan cuenta de que a ellos no les sirve el marco
jurídico en que se amparan los campesinos para reclamar terrenos de
siembra. “La reforma agraria […] basada en el Estatuto de la Tierra no
era útil para el seringueiro”, que requería no de un lote sino de una gran
extensión, los llamados “caminos de seringa” (Porto-Gonçalves, 2001:
240), escribe Cándido Gryzbowsky. Tiene razón el resinero de Nuevo
Porvenir, Pedro Sebastiao Rocha cuando argumenta que “a los serin-
gueiros no les interesa el título de la tierra; para ellos carece de valor”
(Porto-Gonçalves, 2001: 250).
La lucha y experiencia de los seringueiros brasileños es un contun-
dente cuestionamiento teórico-práctico al minimalismo de las Reformas
agrarias latinoamericanas de los tiempos de la Alianza para el Progreso
que, en el mejor de los casos, reducían a una parcela titulada en propie-
TIERRA HABITADA... 139

dad los derechos territoriales de los trabajadores del campo. De manera


patente para los resineros itinerantes –pero en realidad para todos los
rústicos, sean éstos agricultores, ganaderos, resineros o recolectores-, el
espacio que hace posible la vida no es el lote que algunos cultivan sino los
valles, cañadas, potreros, ríos y bosques que trabajan, habitan, nombran,
cantan, lloran y celebran.
No es del todo cierto, como afirma Porto-Gonçalves, que los seringuei-
ros “no luchaban por la tierra, sino por el territorio” (2001: 250), pues
los resineros amazónicos –como todos los hombres y mujeres del campo–
luchan por la tierra; por la tierra en el sentido generoso que le dan ellos
a la palabra, por la tierra que es terruño, que es territorio.
La lucha de los seringueiros no por lotes agrícolas sino por lo que
también llaman “tierras libres” (Porto-Gonçalves, 2001: 249) los alejó
de los colonos parcelarios y los aproximó a los pueblos indios y a los
afrodescendientes, pues, como ellos, reivindicaban el uso común de la
tierra y sus recursos. “Terras de preto, terras de indio, terras de santo”,
como se dijo en el IV Congreso Nacional de Trabajadores Rurales de 1985
(Porto-Gonçalves, 2001: 264).

Se hace terruño al andar

Todas las comunidades humanas –y de modo muy patente las rurales–


interactúan con la naturaleza circundante y forman parte de sistemas
agroecológicos que las sustentan. De ahí que todas las comunidades sean
directa o indirectamente territoriales y, en consecuencia, tengan derechos
territoriales. Unitaria y orgánica, esta interacción puede descomponerse
para fines analíticos en diferentes dimensiones.
Una que podemos designar agroecológica es el multifacético, abigarra-
do, indisoluble y dinámico entrevero de personas y ecosistemas localizados.
Otra es la que llamamos económica, consistente en la producción y dis-
tribución de bienes y servicios –incluidos el autoconsumo y las llamadas
actividades reproductivas-, práctica en la que los elementos del entorno
natural social: tierras, aguas, biodiversidad, saberes, infraestructura y
equipamiento, aparecen como capacidades, medios y objetos de trabajo.
140 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Otra más, la sociopolítica, surge cuando en la labor transformadora


los hombres se relacionan entre sí definiendo normas de convivencia y
estableciendo nexos sociales y sistemas políticos localizados.
Finalmente tenemos la práctica simbólica constitutiva de espacios
culturales, interacción colectiva con el medio que al tiempo que gesta
agroecosistemas, satisfactores materiales, bienes económicos, relaciones
sociales y órdenes políticos nombra las cosas, otorga significados a los
lugares y asigna valores.
Parafraseando a Antonio Machado, podemos decir que se hace terru-
ño al andar y así, en su múltiple accionar, las comunidades humanas
construyen espacios. Ámbitos agroecológicos, económicos, sociopolíticos
e imaginarios; espacios que son territorialmente delimitados en las co-
munidades sedentarias y extendidos –si no es que discontinuos– en las
nómadas o las que dispersó la diáspora.
Espacios unificados por el sujeto colectivo que los conforma pero
aprehensibles mediante diferentes códigos: regionalizaciones agroeco-
lógicas, planos catastrales, cartografías políticas, mapeos lingüísticos
o culturales…
Pero más allá de cartas de uso del suelo, mapas políticos, Guías Roji o
Michelin y otras convenciones, el hecho es que las comunidades somos in-
separables de los territorios que habitamos, de los sitios donde trabajamos,
de las calles y plazas donde celebramos, de los lugares en los que votamos
o nos abstenemos, de los espacios públicos donde protestamos contra los
malos gobiernos, de los ámbitos entrañables que guardan nuestro ombli-
go y cobijan a nuestros ancestros o cuando menos a nuestros recuerdos.
Las colectividades no ocupamos espacios preexistentes, las colecti-
vidades somos el entorno que hemos construido, somos el territorio que
hemos inventado. Y tenemos derecho a este territorio. Derecho a que se
nos reconozca como usuarios y preservadores de un específico ecosistema,
como dueños de la parcela que cultivamos y del lote en que habitamos, como
usuarios de las calles que caminamos, como ciudadanos de la localidad
en que vivimos, como portadores de la cultura que nos identifica. Las
comunidades tenemos derechos territoriales y en la centuria pasada la
reivindicación de estos derechos dio lugar a revoluciones campesinas y
reformas agrarias.
TIERRA HABITADA... 141

A todo esto los pueblos campesinos lo han llamado siempre tierra,


entendiendo por tierra el lugar en el que por medio de la ocupación y
el trabajo los colectivos se hacen uno con el entorno, transformándolo
físicamente pero también nombrándolo, significándolo, y reproduciendo
de este modo sus mundos de vida. Espacios siempre en construcción
mediante diversas clases de prácticas: públicas o privadas; individuales,
familiares o comunitarias; agrícolas, pecuarias, silvícolas…; gubernativas,
comerciales, culturales…; rituales, cívicas, festivas… Y por tanto espa-
cios que son múltiples, fluidos, cambiantes, sobrepuestos, discontinuos,
intercalados, disputados, rotos… Espacios transidos por el tiempo pues
en ellos está impreso el pasado y se prefigura el futuro. Espacios desde
los que un grupo se relaciona con otros grupos o con los centros rectores
del conglomerado mayor al que pertenece… Espacios, en fin, donde cada
quien pone su corazoncito, una maceta con flores y el centro de su cosmos.
Hay territorios jurisdiccionales, étnicos, agroecológicos, bioculturales,
de planeación y de gestión… que es necesario defender. Pero debe quedar
claro que al reivindicarlos no hacemos más que restituirle a la ancestral
lucha por la tierra la polifónica integralidad que siempre había tenido y
que se fue diluyendo cuando al concepto se le empezó a dar un sentido
puramente agrícola y parcelario. Hay que entender que se trata de una
restitución que hace explícitas dimensiones jurisdiccionales, étnicas,
ecológicas, bioculturales y de gestión que, aunque no se las designara
con los nombres que ahora empleamos, han estado siempre contenidas
en la interminable lucha de los pueblos por la tierra. Pueblos que, más
allá de precisiones técnicas y jurídicas que hoy mucho nos preocupan
lucharon por la tierra toda en su más amplio sentido y en su connotación
más generosa y profunda.

¿La tierra ha muerto, viva el territorio?

Hay una corriente sociológica que podríamos llamar territorialista para


la que el territorio, y en particular el ordenamiento territorial, deben
ocupar hoy el sitio que en el pasado ocupó la tierra. “Los esfuerzos hasta
ahora desarrollados para comprender las dinámicas territoriales man-
142 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

tienen una fuerte conexión con la tierra, lo cual confunde y perjudica


la adecuada comprensión de la lucha por el ordenamiento territorial”,
escribe el colombiano Carlos Vladimir Zambrano (2001: 32). Y en otros
lugares propone transitar “de la propiedad de la tierra a la pertenencia
territorial”, pues dado que todas las reformas agrarias del siglo XX se
“frustraron” es necesario pasar de “la reforma agraria al ordenamiento
territorial” (Zambrano, 2001: 11, 26, 28).
Siendo indefendible el enfoque que reduce la problemática rural a
la tenencia de la tierra agrícola y la solución de esos problemas a una
reforma agraria entendida como entrega de parcelas en propiedad con
fines puramente económicos, también lo es que de un sociológico teclazo
se quiera mandar al basurero de la historia a las reformas agrarias, a
la tierra y a los campesinos. Porque a Zambrano no le basta con afirmar
que pensar en la tierra “confunde y perjudica”, también ve al campesino
como un “depredador ecológico afanado por titular las tierras” (Zam-
brano, 2001: 16) y sostiene que quien defina “regiones económicas” en
los sacrosantos territorios concibe al ser humano como un “recurso”
(Zambrano, 2001: 15).
He dicho más arriba que el Ordenamiento Ecológico Territorial que en
2010 demandó la convergencia serrana llamada Cordesi, y que en sesión
del cabildo abierto acordó el municipio de Cuetzalan, Puebla, resultó un
instrumento valiosísimo en manos del Comité del Ordenamiento Territo-
rial Integral de Cuetzalan (COTIC) para obligar a que los proyectos públicos
o privados que se desarrollaran en la región respetaran las vocaciones de
cada fragmento del territorio. Mencioné igualmente que, extendiendo su
competencia al ámbito de las prácticas comerciales, el ordenamiento fue
esgrimido para impedir que en la cabecera del municipio se estableciera
una tienda Walmart, y se le dieron también incumbencias culturales al
emplearlo para impedir que Televisa registrara y difundiera como parte
de su imagen corporativa las fiestas de San Miguel Arcángel. En este
caso Ordenamiento Ecológico y el Esquema de Desarrollo Urbano fueron
la cristalización en un documento técnico de una convergencia política
regional de autoridades, organizaciones campesindias, gremios empre-
sariales, asociaciones, académicos y ciudadanos. Confluencia en que se
entrelazaron y armonizaron intereses y preocupaciones ambientales,
TIERRA HABITADA... 143

culturales, económicas, sociopolíticas. Sin embargo, por importantes que


hayan sido, ni la Cordesi ni el COTIC integrado para vigilar que se respetaran
los lineamientos del ordenamiento, son la forma superior de organización
y lucha de los pueblos serranos, presunta figura suprema que sustituye y
deja atrás formas anteriores que de perdurar “confunden y perjudican” la
tarea única y verdadera que es la ordenación del territorio.
Lo que objeto del territorialismo a ultranza no es el pertinente enrique-
cimiento del debate académico y político a partir de las dimensiones que lo
territorial ilumina, debate al que Zambrano aporta mucho; cuestiono que
se confunda un hallazgo conceptual con el típico borrón y cuenta nueva de
las modas sociológicas que desde el cubículo pretenden cambiar o cuando
menos redescubrir el sentido de la historia.
La cuestión es que Zambrano tiene como referente mayor a Colombia,
que en el siglo XX no vivió insurgencias campesinas del tamaño de las que
ocurrieron en México, en Bolivia o en Perú y que, por tanto, tampoco tuvo
una reforma agraria con el alcance de las que sí tuvieron estos países;
grandes mudanzas rurales que ciertamente no liberaron de una vez por
todas a la gente del campo pero le rompieron el espinazo a los viejos terra-
tenientes y pusieron a los campesinos en posesión de una gran parte de
la tierra. Lo que no es poca cosa. Sobre todo porque, aun si operadas por
gobiernos que las burocratizaron, estas transformaciones rurales fueron
impuestas por los alzados, que de esta manera salieron de la ancestral
sumisión y cobraron conciencia de sus derechos y de su capacidad para
ejercerlos, conciencia que sigue iluminando su camino.
La tierra ha sido la bandera de todas las revoluciones campesinas
de la historia, y por grande que fuera el “cambio cultural” que según
Zambrano introdujo la Constitución colombiana de 1999 (2001: 37), me
resisto a creer que la lucha por la tierra ha dejado su lugar a la lucha por
el ordenamiento territorial. Aunque sólo fuera porque tierra remite a un
mito fundacional trasformado después en mito revolucionario, mientras
que ordenamiento territorial es un término técnico.
La cuestión no está en reconocer que el novedoso ordenamiento terri-
torial supera la vieja y achacosa lucha por la tierra, sino en entender algo
que los campesinos siempre han entendido: que luchar por la tierra es
luchar por un nuevo orden territorial, agroecológico, económico, político
144 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

y simbólico; que la lucha de las mujeres y los hombres rurales nunca


fue por parcelas individuales en propiedad privada, sino por restituir la
relación originaria de las comunidades con su entorno natural y con ello
su autonomía y su dignidad.
Quienes pretenden sustituir el concepto tierra por el concepto te-
rritorio porque el primero es chato, utilitario, agrícola, productivista y
privatizador, mientras que el segundo es multidimensional pues implica
ecología, cultura, economía, política, jurisdicción…, de seguro han olvi-
dado las grandes revoluciones campesinas del siglo XX amparadas por
la bandera Tierra y Libertad.

Tierra y libertad

Veamos el caso de México. Dice la Ley Agraria promulgada por el Ejército


Libertador del Sur en 1911:
Se restituyen a las comunidades e individuos los terrenos, montes y aguas
de que fueron despojados. […]. La Nación reconoce el derecho tradicional e
histórico que tienen los pueblos, rancherías y comunidades de la República
a poseer y administrar sus terrenos de común repartimiento, y sus ejidos,
en la forma que juzguen conveniente.

A su vez, el Plan de Ayala firmado por los zapatistas en ese mismo año
establece que se respetará el derecho de las comunidades a mantener “a
todo trance con las armas en la mano la mencionada posesión”.
“Restituir”, “reconocer”, no dotar, no repartir; “terrenos, montes y
aguas”, no parcelas familiares; “poseer y administrar […] en la forma
que juzguen conveniente”, es decir autogobernarse en sus territorios;
defender la posesión “con las armas en la mano”, o sea poder popular. Y
todo bajo la bandera de Tierra y Libertad. ¿Es eso lo que el ordenamiento
territorial hace obsoleto?
Si pensamos que el término territorio le añade a tierra un sentido de
ancestralidad indígena que no tenía es que no leímos los manifiestos en
nahua del Ejército Libertador del Sur, donde queda claro que la tierra a
la que se hace referencia en consignas de apariencia campesinista como
TIERRA HABITADA... 145

“Tierra y Libertad” o “La tierra es de quien la trabaja” es en el fondo


“nuestra madre tierra” (tlalticpac nantzi), y que la lucha que damos
“quienes demandamos tierras” (aquihque quitlahtani tlalli) no es por
parcelitas sino por una “vida buena” (cuali-inemiliz) (León, 1995: 71-87).
La primera revolución campesindia de la historia, la que hicieron
los mayas de Yucatán entre 1917 y 1924, encabezados por un partido
indianista que se proclamaba socialista y cuyo lema era Lu´um etel
almehenil (Tierra y libertad), tenía como eje precisamente una reforma
agraria, mudanza trascendente cuyo sentido era económico pero también
político y moral.
Nuestra primera tarea ha sido distribuir las tierras comunes –escribe Felipe
Carrillo Puerto en 1923–. La apropiación de la tierra por las comunidades
indígenas es […] la contribución fundamental de la revolución […]. Esta
distribución está teniendo consecuencias de largo alcance. Pero lo más im-
portante ha sido el surgimiento de una nueva vida […], una nueva existencia
política […]. Todo está dando al indio independencia económica y mayor
confianza en sí mismo. El futuro de Yucatán pertenece a los mayas (Bartra,
2010: 47, 49).

Podemos ir aún más atrás. Los campesinos rusos se alzaron una y


otra vez durante el siglo XIX y amaneciendo el XX hicieron una revolu-
ción bajo la bandera de Semlia i Volia (Tierra y Libertad), que exiliados
políticos como Ogaref y Herzen habían popularizado desde 1862 y que
llegó a México por medio de los anarquistas españoles que en Cataluña y
Andalucía la habían hecho consigna emblemática. Sun Yat-Sen, impulsor
de la primera revolución China, tomó de Confucio su lema “La tierra y el
universo pertenecen a todos”, y el eje de la revolución encabezada treinta
años después por el Partido Comunista chino fue una reforma agraria.
Y en Nuestra América habría que recordar las palabras del venezolano
Ezequiel Zamora quien en 1846 encabezó una rebelión popular cuyo
lema era “Tierra y hombres libres”. Decía Zamora: “La tierra no es de
nadie, es de todos en uso y costumbre, y además, antes de la llegada
de los españoles, la tierra era común como lo es el agua, el aire, el sol.”
Durante la lucha los alzados liberaron Barinas, donde lo primero que
146 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

hicieron fue una reforma agraria para restituir sus tierras del común a
las villas, pueblos y caseríos (Bartra, 2012a: 321-323).
Decir que hoy se lucha por el territorio y no por la tierra es un dis-
late que sólo se les puede ocurrir a quienes tienen en mente las falsas
reformas agrarias de la Alianza para el Progreso y no las grandes revo-
luciones campesinas del siglo XX. Porque cuando los zapatistas decían
tierra pensaban en milpas, huertas y potreros pero también en montes
y valles, ríos y bosques. Las mentadas “tierras de los pueblos” son tanto
los campos de labor como sus dominios, ámbitos extensos en donde tiene
sentido el complemento de tierra, que es libertad. Confío en que a nadie
se le ocurra hablar del “territorio donde nací” o del “territorio de mis
padres”, renombrar la clásica película Así es mi tierra como Así es mi
territorio o exigir que se incluyan en la Constitución no los derechos de
la madre tierra sino los derechos de nuestro padrecito territorio.

Territorio y espacio social

Hasta aquí traté de explicar el porqué de la preeminencia histórica y


política del concepto tierra sobre el concepto territorio. Pero el hecho
es que entre sociólogos y antropólogos se habla insistentemente de te-
rritorio y desde hace un rato también los activistas de los movimientos
sociales usan el término a veces añadiéndolo al de tierra, de modo que
es necesario aclarar qué quiere decir cada quien cuando lo emplea. Va
pues mi posición.
En primer lugar pienso que no hay territorio sino territorios: en las
comunidades rurales está el de cada familia y el del común; el de los hom-
bres, que por lo general llega más lejos, y el de las mujeres, que es más
denso; el agrario, que en México compete formalmente al Comisariado
de bienes ejidales o comunales, y el político municipal, que compete al
cabildo; el del trabajo, el del ritual y el de la fiesta; el de los vivos y el de
los muertos que en ciertas ocasiones se traslapan… Espacios plurales que
a veces se sobreponen y se contraponen; por ejemplo, la huella colonial
patente en que el espacio de los criollos y mestizos está concentrado en
la cabecera y el de los indios disperso en poblados, barrios o parajes. Hay
TIERRA HABITADA... 147

espacios con más derechos, como los de los lugareños antiguos, y con
menos derechos, como los de los avecindados recientes. Y están, cada vez
más, los espacios que usurpan actores externos hostiles que por lo general
no se limitan a incorporar una variante territorial sino que rompen la
racionalidad espacial comunitaria que –aun si contradictoria– era ma-
nejable por el colectivo. Y entonces los territorios –que ya eran lugar de
rebatiñas a veces entre pueblos y entre comunidades agrarias– devienen
verdadero campo de batalla.
Los territorios son tan plurales, fluidos y cambiantes como los múlti-
ples sujetos que los construyen y como las diversas dimensiones de cada
uno de estos sujetos. Pluralidad que se expresa siempre en anuencias
y desavenencias, acuerdos y disputas. Sin embargo, cuando un actor
externo y ominoso se cierne sobre el territorio las anteriores rencillas
pasan a segundo plano o quizá se potencian, pero en todo caso cambia
la naturaleza de la confrontación pues entonces lo que está en juego no
son ciertos privilegios o desventajas dentro de la comunidad, sino la
existencia misma de la comunidad.
Las relaciones sociales son casi siempre territoriales, pero el concepto de
espacio social puede emplearse también, y con pertinencia, en un sentido
no geográfico. Dentro y fuera, por ejemplo, son conceptos espaciales no
necesariamente territoriales, útiles para designar la pertenencia o no de
una persona, familia o grupo de familias a la comunidad, pues si algunos
violan la norma –no participan en el tequio, no colaboran con las fiestas
patronales o no cumplen con sus cargos– pasan de estar dentro a estar fuera
de la colectividad sin que medie necesariamente un desplazamiento físico.
Los conceptos “cerca” y “lejos” referidos al espacio social y no al geográ-
fico designan bien, por ejemplo, la cercanía o contigüidad moral que existe
entre los que se quedaron y los que migraron, mientras que dentro de la
comunidad pueden existir familias o grupos distantes aunque sean vecinos.
Hay en los pueblos los comuneros que son “localizados” pero también
los que son “ubicuos”, calidad espacial materialmente imposible pero
socialmente frecuente, pues el migrante que habiendo creado comunidad
en su lugar de destino mantiene su sitio en la de origen ocupa a la vez
dos lugares distintos en el espacio social.
148 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Un grupo étnico identitario puede ser culturalmente “continuo” y


su población ser geográficamente “discontinua” porque sus integrantes
viven comunidades dispersas y a veces muy distantes.
Después de una asamblea, los comuneros pueden salir “separados”
o “unidos”, lo que puede ser decisivo en términos sociales pero no tiene
un correlato espacial.
Dentro-fuera, cerca-lejos, continuo-discontinuo, localizado-ubicuo,
agrupado-disperso son conceptos espaciales que pueden aplicarse a lo
social sin darles un sentido territorial.
Igualmente podríamos emplear metáforas provenientes de la física
posnewtoniana. Así, yo he hablado de la comunidad como “campo”,
es decir como continuum, y de los individuos que la forman como
“partículas”, es decir como discontinuidad, entendiendo –como en
física– que campo y partícula son dos aproximaciones no excluyen-
tes a una realidad compleja. He dicho también que el viaje de los
transterritoriales –a los que Michael Kearney (2000: 11-23) llama
polibios– entre su comunidad de origen y su comunidad de destino,
o viceversa, es un salto cuántico como el de los electrones entre ni-
veles orbitales, pues, como las partículas físicas, los comuneros sólo
existen como tales cuando están en uno u otro lugar y no cuando
están en medio (por eso es tan doloroso el viaje de los migrantes que
enfrentan su periplo en gran medida desocializados). En el mismo
ensayo sostuve que la visión que Einstein tenía del espacio-tiempo
como algo plástico y metamórfico al que asemejaba con un molusco
aplica bien al espacio-tiempo comunitario, que no es rígido e inflexible
como la concha, sino chicloso, cambiante, oportunista…, como el que
la habita (Bartra, 2001a: 41-50).
En otros textos (Bartra, 2013: 36-46), y tomando el concepto de la
cristalografía, he hablado de momentos y lugares fractales; aconteci-
mientos excepcionales y mágicos como el carnaval, la fiesta y otros ritos,
pero también como algunas acciones colectivas contestatarias; eventos
extáticos que en su disciplina los físicos llaman “atractores extraños”,
que permiten intuir el sentido subyacente en sistemas complejos de
apariencia caótica y en los que, en lugares aleph y por instantes que
parecen eternos, saltamos fuera del tiempo lineal, del tiempo muerto.
TIERRA HABITADA... 149

Territorio y, más aún, espacio, son conceptos polisémicos con tantas


capas como las cebollas. A los sentidos ya mencionados habría que añadir
los territorios del cuerpo; los territorios del inconsciente en los que, según
Freud, no valen ni el espacio ni el tiempo; los territorios imaginarios del
deseo y la utopía.
Y también están las cartografías del hipocampo, que para mí son un
descubrimiento. Según un artículo firmado por Neil Burgues, director
del Instituto de Neurociencia Cognitiva de la Universidad College, de
Londres, y publicado en Nature, los lugares que habitamos están repre-
sentados espacialmente en una suerte de cartografía neuronal situada en
el área entorrinal de cerebro, y su activación no sólo nos orienta cuando
andamos por nuestros rumbos, al parecer también nos ayuda a recordar
lo que ahí nos sucedió. De ser así, nuestra huella espacio-temporal es-
taría no solamente en las marcas significativas que hemos ido dejando
en nuestro hábitat, también la traeríamos impresa en las neuronas del
hipocampo (Gutiérrez Portillo, 2013).

¿Indios y campesinos o campesindi@s?

Los actuales dirigentes estamos convencidos de que no


aceptamos ni aceptaremos cualquier reduccionismo clasista
convirtiéndonos sólo en “campesinos”. Tampoco aceptamos
ni aceptaremos cualquier reduccionismo etnicista que
conduzca nuestra lucha a una confrontación de “indios”
contra “blancos”. Somos hederos de grandes civilizaciones.
También somos herederos de una permanente lucha contra
cualquier forma de explotación y opresión. Queremos ser
libres en una sociedad sin explotación ni opresión organi-
zada en un Estado plurinacional que desarrolla nuestras
culturas y auténticas formas de gobierno propio.

Coordinadora Sindical Única de Trabajadores


Campesinos de Bolivia, Tesis Política 1983.
150 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Como hemos visto, es frecuente que a la lucha por tierras y haberes


colectivos se incorporen sociedades locales enteras formadas por secto-
res diversos y hasta contrapuestos, sin que esto le quite la condición de
movimiento popular y plebeyo, pues los pueblos originarios y las comu-
nidades de pequeños agricultores forman la mayoría y por lo general
son los que los dotan de alma y tienen la conducción. El movimiento en
defensa del territorio se nos presenta, entonces, como una insurgencia
societal en la que predominan los indios y los campesinos, es decir como
un movimiento plural pero de naturaleza campesindia. Neologismo, este
último, que me importa menos popularizar que explicar (Bartra, 2011).
Lo primero es dejar claro que el término no designa una sumatoria
ni se refiere tampoco a una hibridación como las que abundan en las
sociedades regionales y movimientos latinoamericanos, particularmente
en la porción mesoamericana y andino-amazónica, donde la proporción
de población indígena es alta. Mezcla o combinación para la que bastaría
la habitual fórmula “indios y campesinos”.
Lo campesindio –si es que existe o está en proceso de existir– es una
rebelde subjetividad rural latinoamericana en la que se expresa la uni-
cidad del talante a la vez capitalista y colonial del subcontinente. Con-
dición bifronte pero unitaria por la que explotación de clase y opresión
racial van juntas. No es que una parte de los rústicos sea explotada como
campesina y otra oprimida como india, es que la subalternidad agraria
resulta de la inextricable combinación de capitalismo y colonialismo,
sin que a la hora de la verdad –es decir de las insurgencias históricas de
gran calado– sea tan relevante la intensidad que cobre uno u otro rasgo
en las diferentes regiones y sectores.
Entonces, no es que unos son campesinos y les tocó la joda capitalista
y otros son indios y les tocó la chinga colonial, es que todos son campe-
sindios aunque no siempre se hayan dado cuenta de que lo son. Y más
nos vale que se vayan dando cuenta, porque la liberación de Nuestra
América tendrá que ser a la vez anticapitalista y anticolonial, de modo
que en el mundo rural –ámbito que pese a la urbanización sigue siendo
decisivo– el sujeto transformador son los campesindios, como se vio en
los momentos estelares de las revoluciones boliviana y ecuatoriana.
TIERRA HABITADA... 151

Aunque en rigor el curso emancipatorio deberá ser a la vez anticapi-


talista, decolonial y contrapatriarcal, de modo que sería preferible hablar
de campesindi@s.
Y la dimensión antipatriarcal es tan sustantiva como la descoloniza-
dora pues como ha establecido, entre otros, Silvia Federici, la explotación
y sumisión asalariada definitoria del capitalismo es inseparable de la
diferenciación, jerarquización y sometimiento por raza, por género y por
edad. En su imperio el gran dinero instituye al obrero como la fuerza de
trabajo mercantil que lo valoriza directamente, pero al mismo tiempo
instituye al negro y al indio como razas cuya capacidad laboral puede
ser no sólo comprada sino forzada y a las mujeres como reproducto-
ras domésticas de sí mismas y del resto de los trabajadores. Función
esta última no directamente mercantil y por tanto presuntamente no
productiva que las mujeres “del hogar” comparten con los campesinos-
artesanos, unidades familiares donde lo inmediatamente productivo y
lo reproductivo están indisolublemente entreverados y de cuya labor los
economistas sólo reconocen la que se traduce en productos que salen al
mercado. Así lo plantea Federici:
La acumulación originaria no fue, entonces, simplemente una acumulación
y concentración de trabajadores y capital, fue también una acumulación de
diferencias y divisiones dentro de la clase trabajadora, en la cual las jerar-
quías construidas a partir de género, así como las de raza y edad, se hicieron
constitutivas de la dominación de clase y de la formación del proletariado
moderno (Federici, 2013: 108).

Entiendo que el concepto campesindi@s choca con una vieja idea de


clase social vuelta sentido común. Según esto una clase social está for-
mada por individuos que participan de cierta condición: son dueños de
extensas tierras o pagan tributo por acceder a ellas o poseen un capital
o venden su fuerza de trabajo al que lo posee… El término clase nos
hablaría de uniformidad: de la presunta homogeneidad socioeconómica
de los grandes grupos sociales. Sin embargo esta noción de clase es sim-
plista y en el fondo falsa. Una simplificación políticamente peligrosa que,
en cuanto a sus fuentes teóricas, se aleja tanto de Marx como de Hegel.
152 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Quizá sea difícil comprender –escribe Hegel en Introducción a la historia de


la filosofía– cómo las diversas o diferentes determinaciones opuestas pueden
existir en lo uno, pero esto sólo es difícil para el entendimiento […]. En primer
lugar el entendimiento pone de relieve lo abstracto, lo vacío, y lo afirma como
lo verdadero. La sana razón humana [en cambio] exige lo concreto [que] es
en sí mismo contradictorio (Hegel, 1961: 65).

Pero no sólo en el concepto concreto, que no en la abstracta definición,


pueden coexistir “determinaciones opuestas”, también las entidades socia-
les vivas son “contradictorias”, internamente “diversas” y precisamente
por eso están vivas. Los sujetos sociales de gran calado y larga duración
no son homogéneos, pues tampoco es uniforme la manera en que las
grandes injusticias sistémicas afectan a sus víctimas. Ser campesino,
en la acepción moderna de la palabra, es formar parte de un cierto ethos
rural subordinado y resistente que sin duda involucra la actividad agro-
pecuaria por cuenta propia desarrollada en el contexto de un mercado
capitalista, pero no supone que todos los que a él pertenecen –y son por
tanto campesinos– deban cultivar puntualmente la tierra. Y es que, como
cualquier otra clase, la de los campesinos es una entidad colectiva compleja
y abigarrada, no una suma simple de individuos sacados del mismo molde.
Esto se hace evidente si atendemos a la lucha –que, como explicó E. P.
Thompson (1977), es el modo de existencia de las clases–, pues en todas
las grandes insurgencias que la historia y sus protagonistas llamaron
campesinas participaron tanto los agricultores pequeños como el resto
de quienes integraban la parte sometida y subordinada de la sociedad
rural, incluyendo muchos que en los microcosmos aldeanos eran privile-
giados, y en una visión inmediatista, miope y falsamente concreta hasta
“enemigos de clase”, pero que a la hora de la verdad se alinearon con
las mayorías rurales. Esto es algo que en el curso de la Revolución Rusa
no entendieron Lenin y los bolcheviques, y por eso se enajenaron a los
campesinos realmente existentes (Paz Paredes, 2013), y que en cambio
entendieron bien Zapata en México y Mao Tse Tung en China.
Sin duda la condición socioeconómica individual cuenta a la hora de
tomar partido, pero cuentan más las identidades sociales profundas, la
adscripción a mundos de vida, que es la que en momentos de crisis guía
nuestras definiciones.
TIERRA HABITADA... 153

Es en este marco conceptual que hablo de la condición tendencialmen-


te campesindia de los grandes movimientos rurales latinoamericanos
que están haciendo historia al participar –y a veces encabezar– luchas
en las que se cuestiona el clasismo capitalista pero también el racismo
colonial. Cuando sostengo que en nuestro continente, y probablemente
en otros también colonizados, las luchas rurales libertarias realmente
trascendentes deben ser de un modo u otro campesindi@s, no me apoyo
en una presunta generalización del mestizaje –por más que en algunos
casos es real– sino en la arraigada y persistente condición colonial capi-
talista y patriarcal de Nuestra América. Una herencia viva que a todos
nos incumbe, con independencia de cuál sea nuestra genealogía personal,
el número de indígenas que haya en nuestra región o nuestro país, y el
género al que nos adscribimos.
Hablar de campeseindi@s como hipótesis de trabajo –o más bien como
apuesta política, pues los sujetos sociales no existen, se construyen, y el
modo en que se nombran influye en su conformación– significa reconocer
que en nuestras sociedades la opresión es de clase pero también de etnia
y de género, y que la compartimos tod@s. En cambio seguir hablando de
indios, campesinos y mujeres significa, en el mejor de los casos, pensar
en una alianza en exterioridad bajo el supuesto de que el problema del
colonialismo es sólo de los indios pues ellos son los racialmente discri-
minados, que el problema del clasismo es bronca de los campesinos,
porque es a ellos a los que el capital explota como productores. Y un
razonamiento semejante vale para la opresión de género, pues no hay
que ser mujer para asumir la injusticia de la discriminación sexual, ni
hace falta ponerse pollera para luchar contra el orden patriarcal.
Reconozco sin embargo que, cuando menos en México, les resulta
más fácil reconocerse como campesindios a los movimientos ubicados en
regiones mesoamericanas de fuerte presencia indígena y extendido mes-
tizaje que a los que se localizan en el ámbito aridoamericano, donde los
descendientes de pueblos originarios locales son minorías muy segregadas
y el resto de los campesinos se siente parte de la sociedad “blanca”. En
el norte mexicano es más difícil, sin duda, pero habrá que proponérselo,
pues el colonialismo interno es una realidad transversal de la que nadie
escapa, y menos aún aquellos que creen ser ajenos al problema.
TIERRA ARRASADA
ATERRIZAJES FORZOSOS DEL CAPITALISMO DE LA ESCASEZ

Todo es demente en el sistema: la máquina capitalista se


alimenta de flujos descodificados y desterritorializados [y]
los descodifica y desterritorializa aún más. [Sin embargo] no
puede arreglárselas sin suscitar siempre nuevas territoria-
lidades. El gran flujo mutante del capital es pura desterrito-
rialización, pero efectúa otras tantas re-territorializaciones
cuando se convierte en reflujo de medios de pago.

Deleuze y Guattari, El Antiedipo

El término “ecologismo de los pobres” no designa a los movimientos


populares que han incorporado el discurso ecologista, más bien es el
reconocimiento, desde el discurso ecologista, de que ciertos movimien-
tos populares, sea cual sea su discurso, son la expresión viva de lo que
desde la academia y las organizaciones de la sociedad civil hemos dado
en llamar ecologismo. Reconocimiento que le debemos, entre otros, a
la india Vandana Shiva y al catalán Joan Martínez Alier, quien en un
libro de 1992 llamó “ecologismo popular” o “ecologismo de los pobres” al
que conforman los movimientos en defensa de la vida y de la naturale-
za emprendidos por comunidades frecuentemente rurales que buscan
preservar su patrimonio familiar y sus bienes comunes (Martínez Alier,

155
156 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

2012: 57-77). Veinte años después, las resistencias en los territorios son
aún más extensas, intensas y globales de lo que eran entonces.
Esto ocurre porque la gente no se deja despojar así nomás, pero tam-
bién porque la amenaza a la que hace frente no ha dejado de crecer. En
las últimas décadas estamos padeciendo un masivo aterrizaje del gran
capital en busca de elementos naturales y sociales que antes le impor-
taban menos o de plano no le interesaban. Pero estos elementos, que
en la perspectiva del gran dinero son recursos para la valorización del
valor, para nosotros son bienes, y con frecuencia bienes comunes necesa-
rios para la subsistencia colectiva. Entonces hay un choque; un choque de
proporciones civilizatorias.
Es fácil entender las razones por las que muchas comunidades se
resisten al despojo, y hasta aquí me he ocupado de cómo lo hacen y de
los conceptos interpretativos con que desde la reflexión académica nos
aproximamos a sus luchas. Pero ¿por qué hoy despoja con tanta furia
el capital?, ¿por qué en nuestros tiempos se enconan un saqueo, una
depredación y una violencia muy semejantes a las que ensangrentaron
el nacimiento del capitalismo?, ¿por qué en el cruce de los milenios el
gran dinero aterriza del modo feroz y canalla como lo está haciendo?.

La violencia como momento


de la reproducción ampliada del capital

La expropiación y el desahucio de la población campesina,


realizados por ráfagas y constantemente renovados…

Carlos Marx, El capital

Todos sabemos que la “gran transformación” por la que surge el capita-


lismo es un proceso violento y nadie ignora que el orden del gran dinero
nace “chorreando sangre”. Nos damos cuenta también de que una vez
establecido el capitalismo como orden dominante su reproducción con-
lleva una permanente violencia económica y social. No se nos escapa que
cuando enfrenta resistencias que no ceden a la pura coerción económica el
TIERRA ARRASADA... 157

sistema recurre a la violencia política para preservarse. Y nos percatamos


igualmente de que la expropiación mediante la fuerza de bienes sociales
y naturales de usufructo compartido se ha vuelto rasgo permanente de
la acumulación de capital.
Sin embargo esta última evidencia choca con la idea por mucho tiempo
admitida según la cual, una vez consumada en lo fundamental la sepa-
ración del productor directo de sus medios de producción, se impondría
la valorización ampliada con base en la extracción de plusvalía, de modo
que el saqueo con fines de acumulación devendría puramente residual.
Y porque todos los días constatamos el carácter permanente de la que
Marx llamo “acumulación originaria” o “primitiva” es ya momento de
explicar debidamente su inesperada longevidad.
Por un tiempo se concibió el desarrollo del capitalismo como el pro-
gresivo establecimiento de un orden totalmente asimilable al sofisticado
y brillante modelo teórico que acuñaron los economistas clásicos. Un
orden donde imperaría la privatización capitalista de todos los medios de
producción, la proletarización de todo el trabajo, la producción industrial
de gran escala, la productividad como principal vía para incrementar
la plusvalía y las ganancias. A estas alturas es cada vez más claro que
el capitalismo realmente existente se aparta de lo que el paradigma
prescribe. Falta de correspondencia que para algunos desacredita a la
añeja economía política de los clásicos, tanto la apologética como la con-
testataria. Pienso, por el contrario, que muchas de las claves del mundo
contemporáneo siguen estando ahí, en esas reflexiones fundacionales.
Aunque sin duda hay que ajustar las viejas llaves a la nueva cerradu-
ra en una creativa puesta al día por la que deberíamos desempolvar y
agregar nuevas mediaciones a conceptos como “acumulación originaria”,
“renta capitalista”, “subsunción formal y subsunción real del trabajo en
el capital”, todos ellos relacionados entre sí.
La “acumulación originaria” es, para Marx, un proceso violento y
presidido por la política, un curso histórico cuyo centro es la expropiación
de riqueza natural-social y la “liberación” de la fuerza de trabajo rural
necesaria para la industria, un tránsito conflictivo del viejo al nuevo
régimen, en el que hay saqueo tanto como resistencia.
158 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

El despojo de los bienes de dominio público y sobre todo la depredación sis-


temática de los terrenos comunales –escribe Marx en El capital– ayudaron a
incrementar [las] grandes posesiones […] y dejaron a la población campesina
“disponible” como proletario al servicio de la industria (Marx, 1965: 617).

Es también un proceso en el que el orden emergente no aparece como


virtuoso en tanto que progresivo, sino con su rostro más cruel y expolia-
dor, mientras que el viejo régimen muestra su cara más amable. Salvo
en los excepcionales casos en que la mudanza resulta de una revolución
democrática, en la desarticulación por obra de poderes económicos
emergentes de una sociedad añeja y estabilizada –por injusta que ésta
sea– sufren tanto las viejas clases explotadoras como las viejas clases
explotadas. En el caso del capitalismo lo que sucede es que en vez de
romper las cadenas de la servidumbre el nuevo orden suma grilletes a
los grilletes. Pero no sólo no emancipa efectivamente a los siervos sino
que destruye el ethos comunitario –artesanal y campesino– en que se
desarrollaba su existencia.
Lo mismo se podría decir de la acumulación originaria que ejerce el
capital en ámbitos periféricos y sobre órdenes sociales distintos del feuda-
lismo europeo. Tal es el caso de la violenta y predatoria desarticulación-
refuncionalización de los sistemas despótico-tributarios del continente
americano.
De desmistificar al capitalismo su presunta función emnacipadora
se ha ocupado Federici:
El capitalismo debe justificar y mistificar las contradicciones incrustadas
en sus relaciones sociales –la promesa de libertad frente a la realidad de
la coacción generalizada y la promesa de prosperidad frente a la realidad
de miseria generalizada– denigrando la “naturaleza” de aquellos a quienes
explota: mujeres, súbditos coloniales, descendientes de esclavos africanos,
inmigrantes desplazados por la globalización […]. Resulta, por lo tanto,
imposible asociar el capitalismo con cualquier forma de liberación (Federici,
2013: 38-39).

La acumulación “primitiva” –a la que prefiero llamar “primaria” por


cuanto el término califica una prelación lógica más que temporal– es
TIERRA ARRASADA... 159

ciertamente originaria en un sentido histórico pero, como hoy sabemos,


es también un rasgo estructural y permanente del sistema. Permanen-
cia que no proviene de la parsimonia expropiatoria del capital o de la
inaudita resistencia de los esquilmados, sino de que la cantidad y cali-
dad de las riquezas que ambiciona el gran dinero dependen de si vive
momentos de expansión o de recesión, además de que mudan conforme
cambia el modo de producir y lo que se produce. Así, los metales precio-
sos como medios de cambio dejan paso a los metales industriales como
el hierro y el cobre, entre los que hoy emerge el litio, necesario para las
pilas eléctricas; las minas de carbón pierden importancia frente a los
pozos petroleros y el gas shale; al interés por las maderas y resinas se
añade la ambición por apropiarse de la biodiversidad y los saberes que
la hacen utilizable…
Pero esa insaciable voracidad del capital que lo impulsa a devorar
ininterrumpidamente un entorno que nunca es del todo mercantil llama
la atención sobre su fundamento: la tensión entre el valor de uso y el valor
de cambio. Un desencuentro perpetuo que, por lo visto, no se salda con la
conversión productiva que Marx llamó “subsunción real del trabajo en el
capital”, la reconfiguración material del proceso de trabajo por la que la
fuerza productiva de los medios de producción, ahora conformados como
gran industria, deviene fuerza productiva del capital.
El despojo es consustancial al sistema capitalista de todos los tiempos
y debemos designarlo con precisión. El problema con el reciente y socorri-
do concepto de “acumulación por desposesión” está en que es puramente
descriptivo, alude a un solo tipo de acumulación primaria y por sí mis-
mo no esclarece cuál es la articulación del momento del despojo con la
acumulación productiva o reproducción ampliada. Y es que expropiación
no es acumulación de capital sino premisa de la acumulación; premisa
histórica si nos referimos a la originaria, y premisa lógico-estructural
si hacemos referencia a la permanente. Sin valorización del capital
mediante la explotación del trabajo asalariado no hay acumulación, de
modo que el complemento de la acumulación primaria –sea primitiva o
recurrente– es la valorización capitalista y ampliada de lo expropiado.
La insuficiencia del concepto “desposesión” para dar cuenta de pro-
cesos de acumulación de los que forma parte el despojo la tiene clara el
160 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

propio autor de la fórmula. En una entrevista realizada en 2011, David


Harvey sostiene que la explotación de los recursos naturales “tiene dos
dimensiones: la primera consiste simplemente en tomar el recurso sin
remunerar a los que lo tienen, y la otra consiste en que una vez que se
tiene el control sobre un recurso natural se especula con él para extraer
una renta” (Composto y Rabasa, 2011-2012). Lo que es esencialmente
correcto, con la única objeción de que para el geógrafo la “ganancia ex-
traordinaria” o “renta” que obtiene el despojador –ahora especulador– la
paga “el mundo entero”, pues el monopolio constituido mediante el despojo
“se convierte en una forma de extraer riqueza de todos los que usen ese
recurso”. Lo que es cierto –y lo dice Marx–, pero al plantearlo así una
vez más queda en las sombras la explotación de la fuerza de trabajo que
subyace en toda valorización, pues detrás de toda “ganancia extraordina-
ria”, detrás de toda “renta”, lo que hay es plusvalía y, en sentido estricto,
un reparto desproporcionado de la plusvalía social entre los capitales
rentistas y los no rentistas.
Suena bien, pero sostener que la “acumulación por desposesión” se
basa en un doble despojo, el que sufren los poseedores originales del bien
apropiado y el que sufre “el mundo entero” al pagar precios de monopolio,
escamotea lo esencial, que es el proceso de valorización productiva a tra-
vés del trabajo impago, pues es verdad que las rentas las desembolsamos
todos, pero no en tanto que consumidores sino en tanto que productores
–asalariados o no– que directa o indirectamente aportamos nuestro gra-
nito de trabajo excedente a la gran bolsa de plusvalía del capital global.

El capital y su entorno: breve historia


del debate sobre la permanencia del despojo

El capitalismo está atenido, aun en su plena madurez, a la


existencia coetánea de capas y sociedades no capitalistas.

Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital


TIERRA ARRASADA... 161

A los primeros teóricos que reflexionaron sobre el capitalismo como


sistema económico no les interesaba tanto analizar su curso expansivo
–lo que hoy llamaríamos globalización-, cuya culminación consideraban
cuestión de tiempo, como desentrañar las condiciones inmanentes de su
reproducción y en especial las tensiones que ésta enfrentaba. Obstáculos
que según algunos había que superar para que permaneciera el sistema,
mientras que para otros eran el límite y palanca de su transformación
revolucionaria. El tema común de apologistas y críticos eran las contra-
dicciones internas del capitalismo y no tanto sus contradicciones externas.
Con la perspectiva que nos dan dos siglos de historia, hoy sabemos
que las tensiones del capitalismo con su entorno son crónicas y que las
contradicciones internas y externas del sistema están indisolublemente
entreveradas. Entre éstas lo que podemos llamar despojo estructural,
es decir la permanencia de las formas primarias de acumulación –que
aquí nos ocupan– y su articulación con la “acumulación o reproducción
ampliada” propiamente dicha.
Las perturbaciones endógenas del capitalismo fueron estudiadas de
antiguo por Smith, Say, Ricardo y Mill, quienes pensaban que el sistema
procura su propio equilibrio, y por Malthus, Lauderdale y Sismondi,
quienes aceptaban la posibilidad de trombosis mayores. Muchos de los
fundadores de la ciencia económica se percataban de que al desarrollarse
el capital las ganancias tendían a bajar y John Stuart Mill, el visionario
que se anticipó a proponer como ideal social un “estado estacionario”
(Stuart, 1978: 639-644) de la economía, sostenía ya en 1848 que la única
forma de contrarrestar la tendencia decreciente de la ganancia era la
expansión del sistema sobre su periferia aún no capitalista: “Esto nos
lleva a la última de las fuerzas contrarias que frenan la tendencia de las
ganancias a bajar […]. Se trata de la constante emigración del capital
hacia colonias o países extranjeros, en busca de ganancias más altas
[…]” (Stuart, 1978: 633).
Lógica colonial de la modernidad capitalista a la que ya se había re-
ferido Hegel veinte años antes: “Por medio de su dialéctica la sociedad
civil […] es empujada más allá de sí para buscar fuera, en otros pueblos
–que están atrasados respecto a los medios que ella posee en exceso– a
162 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

los consumidores y, por lo tanto, los medios necesarios de su subsistencia”


(Hegel: 1968: 206).
Pero fue Marx (1965: 215) quien sentó las bases de la teoría de las crisis
económicas al establecer que “la cuota general de plusvalía tiene necesa-
riamente que traducirse en una cuota general de ganancia decreciente
[pues] la masa de trabajo vivo empleada disminuye constantemente en
proporción a la masa de trabajo materializado”. Marx vislumbró también
algunas posibles salidas a los periódicos atolladeros en que se mete el
capital. “La contradicción interna –escribió siguiendo a Mill– tiende a
compensarse mediante la expansión del campo externo de la producción”
(Marx, 1965: 243).
Opción que parecía evidente en tiempos de expansión colonial, pero
que una centuria después, en plena etapa imperialista, seguía resultando
una explicación sugerente y fue desarrollada por Rudolf Hilferding en El
capital financiero y por Rosa Luxemburgo en La acumulación de capital.
En 1909, y refiriéndose a la violenta expropiación de las tierras y
al trabajo forzado como procedimientos habituales del moderno impe-
rialismo desde fines del siglo XIX, Hilferding (1963: 558) escribe: “En
este caso, la riqueza capitalista se concentra en manos de unos cuantos
magnates con arreglo a los métodos de la acumulación primitiva”, y a
continuación se refiere a las minas de oro y diamantes de África del Sur.
Su argumento es que, a diferencia del capitalismo liberal de base nacio-
nal, el capitalismo imperialista “exige una ilimitada política de fuerza”
(Hilferding, 1963: 558).
Paralelamente, en 1912, la polaca Rosa Luxemburgo presenta la am-
pliación permanente del sistema sobre su periferia como una suerte de
huida hacia delante para escapar de las crisis de subconsumo apelando
a mercados externos de carácter precapitalista.
El capital no puede desarrollarse sin los medios de producción y la fuerzas
de trabajo del planeta entero –escribe la autora de La acumulación de capi-
tal–. Para desplegar sin obstáculos el movimiento de acumulación necesita
los tesoros naturales y las fuerzas de trabajo de toda la tierra. Pero como
éstas se encuentran, de hecho, en su gran mayoría, encadenadas a formas de
TIERRA ARRASADA... 163

producción precapitalistas […] surge aquí el impulso irresistible del capital


a apoderarse de aquellos territorios y sociedades (Luxemburgo, 1967: 280).

Siguiendo a Hilferding y apoyándose en Luxemburgo, en Los orígenes


del totalitarismo Hannah Arendt sostiene que
[...] el punto decisivo de las décadas de los sesenta y de los setenta [del siglo
XIX] que iniciaron la época del imperialismo fue el que forzaron a la burguesía

a comprender por vez primera que el pecado original de simple latrocinio


que hacía siglos había hecho posible la “acumulación originaria” (Marx) y
que había iniciado toda acumulación ulterior, tenía que ser eventualmente
repetido, so pena de que el motor de la acumulación se desintegrara súbita-
mente (Arendt, 2007: 209).

Esta línea de ideas sobrevivió a la circunstancia que le dio origen y ha


generado planteos como el que propone la existencia en el capitalismo de
una “acumulación primitiva permanente”, concepto que desarrolló hace
medio siglo Samir Amin (1974: 11): “[…] los mecanismos de la acumulación
primitiva […] no se ubican, entonces, sólo en la prehistoria del capitalismo;
son también contemporáneos”. Y más recientemente el de “acumulación
por desposesión”, acuñado por David Harvey (2007).
El carácter crónico de la violencia capitalista ha sido destacado por
feministas que al ocuparse de la opresión de género se dan cuenta de que
la coacción es rasgo estructural del sistema. Escribe Federici:
Marx suponía que la violencia que había presidido las primeras fases de la
expansión capitalista retrocedería con la maduración de las relaciones ca-
pitalistas; a partir de ese momento la explotación y el disciplinamiento del
trabajo serían logrados fundamentalmente a través del funcionamiento de
las leyes económicas. En esto estaba profundamente equivocado. Cada fase
de la globalización capitalista, incluida la actual, ha venido acompañada de
un retorno a los aspectos más violentos de la acumulación originaria, lo que
demuestra que la continua expulsión de los campesinos de la tierra, la guerra
y el saqueo a escala global y la degradación de las mujeres son condiciones
necesarias para la existencia del capitalismo en cualquier época (Federici,
2013: 28).
164 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

En capítulos anteriores destaqué la importancia de la lucha actual


en defensa de la tierra y el patrimonio y el protagonismo de los movi-
mientos campesindios en los combates libertarios latinoamericanos del
tercer milenio. Cabe aquí señalar la estrecha relación que existe entre
estos fenómenos sociales –y en cierto modo coyunturales– y la condición
estructural del capitalismo realmente existente, tema que abordo en el
presente apartado.
Al sobreestimar la capacidad del capital para subsumirlo todo y
edificar un mundo a su imagen y semejanza, los apologistas y críticos
tempranos del orden del gran dinero pensaron que el despojo de los
antiguos poseedores sería transitorio, mientras que hoy sabemos que
la violencia expropiatoria primaria es en verdad crónica. La misma so-
breestimación que les impidió apreciar la importancia permanente que
para el capitalismo tiene la periferia, la exterioridad socio-natural y las
tensiones resultantes de la apropiación destructiva de los recursos no
producidos –la que O´Connor llamó “segunda contradicción” del sistema–,
se tradujo en la sobrevaloración de la relación asalariada como condición
tendencial de todo el trabajo humano que cuenta. Y de ahí era forzoso
pasar a la exaltación del proletariado como única clase verdaderamente
revolucionaria, pues al ser hijos del capitalismo y saldo de la expropia-
ción originaria a los obreros todo se les ha quitado y no tienen nada que
perder. En contraste, los campesinos, artesanos y otros productores
directos que defienden sus patrimonios de la desposesión emprendida
por el gran dinero, pueden –quizá– dar combates heroicos, pero es el
suyo un trajín antihistórico, de modo que sus luchas son conservadoras
y no revolucionarias.
Marx pensaba que el proletariado es la clase más revolucionaria por-
que carece de todo, porque salvo sus cadenas no tiene nada que perder,
de modo que no representa ningún interés particular y esto lo hace una
clase universal cuya emancipación coincide con la liberación de la huma-
nidad toda. Chance. Pero en un orden donde el despojo es permanente las
comunidades se ponen en movimiento también cuando ven amenazadas
sus tierras, sus pueblos, su memoria, su patrimonio material y espiritual.
Las comunidades son potencialmente revolucionarias porque tienen algo
que perder y para conservarlo son capaces de cambiar el mundo. Dice
TIERRA ARRASADA... 165

John Womack en el Prefacio de Zapata y la Revolución Mexicana: “Éste


es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por
eso mismo, hicieron una revolución” (Womack, 1969: XI), es decir que los
comuneros de Morelos hicieron una revolución porque no querían acabar
de perder sus milpas, sus cerros, sus bosques, sus ríos, sus pueblos… Y
así los campesindios del mundo que hoy se unen para defender su tierra
y su patrimonio.

Violencia primaria

En su impulso ciego y desmedido el capital no sólo derriba


las barreras morales, sino que derriba también las barreras
puramente físicas.

Carlos Marx, El capital

Rudolf Hilferding, Rosa Luxemburgo, Hanna Arendt, Samir Amin y


ahora David Harvey –que es quien la rebautizó como “acumulación por
desposesión”– describieron, siguiendo a Marx, la que he llamado acu-
mulación primaria. Pero si el resultado del despojo no se queda en puro
atesoramiento y la renta no es simple especulación habrá que explicar
también cómo es que lo expropiado y privatizado se valoriza.
Si el valor económico es trabajo social medio que existe bajo la forma de
precio, la acumulación de capital pasa forzosamente por la apropiación del
excedente producido por el trabajo. Trabajo que puede ejercerse en forma
asalariada o en labores desempeñadas por cuenta propia pero articuladas
al capital vía mercado. Sin este tipo de acumulación sustentada en la
generación de plusvalía no hay capitalismo. Pero no toda apropiación de
excedente que tiene lugar dentro de este sistema proviene directamente
de la explotación del trabajo, también hay rentas que se generan a par-
tir de la propiedad sobre recursos necesarios para la producción que al
ser escasos y de diferentes calidades permiten que quien se los apropia
166 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

los valorice captando con ello una parte de la plusvalía social en cuya
generación no participó.
En este caso lo que se valoriza no es la inversión productiva –aunque
ésta pueda añadirse generando ganancias propiamente dichas– sino la
propiedad de un bien limitado que al privatizarse conforma un monopolio.
Si todas las mercancías se fabricaran con medios de producción pro-
ducidos socialmente las rentas tenderían a desaparecer. Pero pese al
desarrollo de la tecnología los recursos naturales y sociales no generados
por el capital son y serán condición permanente de la producción. De modo
que también es permanente su apropiación capitalista y su valorización.
Se configura así un proceso continuo de expropiación ejercido sobre
la sociedad y la naturaleza por un capital que Marx califica de “ciego y
desmedido”. Curso violento por el que el gran dinero, derribando barreras
no sólo “morales” sino incluso “físicas”, transforma reiteradamente en
mercancías bienes sociales y naturales que no lo son. Y no lo son –aun si se
les asigna un precio– dado que su gestación y reproducción se desarrollan
fuera de los circuitos mercantiles y con una lógica distinta a la del lucro.
La transformación de bienes y recursos naturales o sociales en mer-
cancías y su empleo en la producción es premisa histórica del capitalismo.
Pero en realidad esta transformación es paso necesario en todo proceso
pasado, presente o futuro de acumulación pues, directa o indirectamente,
todos ellos emplean bienes sociales y naturales.
Este momento de apropiación puede ser llamado con rigor acumula-
ción primaria, en tanto que pone a disposición del capital las premisas
externas de su valorización productiva. Acumulación primaria que es
constitutiva de toda acumulación posible dado que una y otra vez la
naturaleza y el hombre se le exteriorizan al capital, haciendo recurrente
así su reapropiación.
Que los llamados “recursos naturales” se reproducen en ecosistemas
externos al circuito económico del capital parece evidente. Pero la exte-
rioridad vale también para la “fuerza de trabajo”, que no es más que la
forma mercantil que dentro del capitalismo adopta la capacidad laboral
de los seres humanos. Y es que, si bien es cierto que la explotación asala-
riada reproduce en el obrero la compulsión a seguir vendiendo su fuerza
de trabajo en tanto que ésta es su única forma de subsistir, también es
TIERRA ARRASADA... 167

verdad que la llamada reproducción social en ámbitos familiares y co-


munitarios es un proceso externo al de la producción capitalista. Y lo es
porque sus elementos constitutivos siguen siendo esencialmente valores
de uso, aunque en algunos casos sean también mercancías. Dicho de otra
manera: la inversión mercantil no ha calado en los ámbitos llamados “re-
productivos” que –pese al acoso– resisten a la radical deshumanización.
En esta perspectiva, habrá que reconocer que la reiterada transfor-
mación de las capacidades humanas en la mercancía fuerza de trabajo
es una forma permanente de violencia, de expoliación, de despojo. Una
modalidad de la misma clase de violencia que el capital ejerce sobre la
naturaleza. Y no estoy pensando en el desgarramiento que sufre el cam-
pesino al ser expulsado de su comunidad y proletarizado, estoy pensando
también en el desgarramiento que sufren todos los días los asalariados al
salir de sus sueños y prepararse frente al espejo del lavabo para asumir
su condición de mercancías.
Resumiendo: si el valor es trabajo social, toda acumulación lo es de plus-
valía, pero en la medida en que hay factores socio-naturales indispensables
en la producción que no se reproducen como mercancías la propiedad
excluyente de estos recursos puede ser valorizada por sí misma, dando
lugar a pagos de rentas a los que va a parar parte del excedente generado
por el trabajo en inversiones que sí son productivas. Este ingreso, que no
es ganancia sino renta, tiene como todos su base en la acumulación pri-
maria, entendida como recurrente y violenta mercantilización del hombre
y la naturaleza. La clave de la acumulación primaria que está detrás de
la ganancia y de la renta es la irreductibilidad última del valor de uso al
valor de cambio, es decir, la imposibilidad de subsumir radicalmente la
reproducción socio-natural a los procesos productivos del capital.
Por originarse en la privatización de recursos naturales y sociales
heterogéneos, la renta tiene un componente diferencial, el cual –como la
ganancia– es definido por las distintas productividades. Pero por origi-
narse en la apropiación de recursos escasos la renta tiene un componente
absoluto que depende del grado de monopolización y de la capacidad de
pago de la demanda. Es decir que la renta total resulta siempre de una
acción especulativa consistente en apropiarse de manera excluyente de
recursos escasos indispensables para la producción y reproducción social.
168 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Cuota especulativa que se expresa en el precio y se multiplica a partir


del mismo mecanismo que genera las rentas diferenciales.
Un ejemplo: los diferentes costos de extracción del petróleo procuran,
en cualquier circunstancia, ganancias diferenciales para los distintos
productores. Pero en tanto que los hidrocarburos son escasos y los
yacimientos tienen dueño, el precio del petróleo puede elevarse por me-
canismos especulativos. Cotizaciones infladas que reflejan el grado de
monopolio y la capacidad de pago de la demanda, y que se transforman en
sobreganancias diferenciales que benefician en mayor medida a quienes
disponen de mantos más productivos.
Hay también renta –o en todo caso una sobreganancia muy parecida
a la renta– en la apropiación por el gran dinero de recursos sociales
escasos y de calidad diferenciada. Tal es el caso de los capitales o las
economías nacionales que emplean sistemáticamente jóvenes migran-
tes, fuerza de trabajo excepcionalmente productiva y de bajo precio que
representa lo mejor de las capacidades laborales del país de origen y de
la que los empresarios del país de destino se apoderan ya madura sin
haber asumido los costos de su formación y escamoteándole todo o parte
del salario indirecto. En esta perspectiva deberíamos que reconocer que
las remesas que envían los migrantes son migajas, y que a lo largo del
siglo XX México y otros países expulsores le han pagado una enorme renta
laboral a Estados Unidos.
De lo anterior se desprende que el monopolio y la especulación resultan
de las contradicciones internas de un proceso más o menos competitivo
de acumulación productiva sustentado en la explotación del trabajo, pero
resultan también de las contradicciones externas de un proceso de acumu-
lación primaria por apropiación y valorización de los factores naturales y
sociales de la producción, privatización que es monopólica por naturaleza.

Crisis de escasez y geofagia capitalista

Ocurre que las tres cuartas partes de la población del globo


están subalimentadas, tras miles de años de historia; así, a
pesar de la contingencia, la rareza es una relación humana
TIERRA ARRASADA... 169

fundamental [con la naturaleza y con los hombres]. La


rareza aparece cada vez menos contingente en la medida
en que engendramos nosotros mismos sus nuevas formas
como medio de nuestra vida sobre la base de una contin-
gencia original.

Jean-Paul Sartre, Crítica de la razón dialéctica.

He tratado de demostrar que la violencia que el capital ejerce sobre las


personas y sobre las cosas es momento primario de toda acumulación ca-
pitalista posible, pues en todos los casos la valorización del valor depende
de recursos natural-sociales que el capital no puede reproducir al modo
en que produce las mercancías propiamente dichas. Sostuve, también,
que el ritmo, cantidad y calidad de esta violenta apropiación-expropiación
depende del momento que vive el sistema y de la evolución de sus ne-
cesidades productivas, factores que explican la magnitud y dirección de
su voracidad. Antes documenté, poniendo a México como ejemplo, que
vivimos una época de excepcional intensificación del saqueo y despojo a
las comunidades de recursos naturales territorializados. Trataré ahora
de explicar cómo es que la civilizatoria y multidimensional crisis de es-
casez que nos aqueja está en la base de la renovada compulsión del gran
dinero a territorializarse o, mejor dicho, que la incontrolable geofagia del
capital contemporáneo es parte sustantiva de la Gran Crisis.
El capitalismo es el primer sistema socioeconómico basado en la des-
vinculación y la desterritorialización de la riqueza. Sin embargo en su
ocaso se multiplican las batallas por recursos espacialmente enraizados.
¿Por qué?
En las viejas sociedades los ricos atesoraban bienes y disfrutaban
de estos. En el capitalismo esto es residual pues lo que importa es la
acumulación por la acumulación misma. En el mercantilismo absoluto
el dinero se monta sobre las cosas y sobre las personas, es decir que el
valor de cambio se impone sobre los valores de uso. Y dado que el valor
de cambio es pura cantidad, en el sistema del gran dinero lo cualitativo
es marginal. El capital no son las tierras, las minas, las fábricas…; el
170 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

capital es fluido, móvil, inestable, ubicuo y sin arraigo, como el capital


financiero, que es su emblema y mascarón de proa, un capital que lo es
todo y no es nada, que está en todas partes y en ninguna, que se mueve
de un sitio a otro con sólo tocar con el dedo una pantalla de plasma. ¿Por
qué, entonces, si el capital es puro valor que se valoriza, se reanima hoy
su avidez por tierras, aguas, minas…?
La dificultad para el gran dinero radica en que el valor de cambio
nunca podrá someter del todo al valor de uso. Para su desgracia, el capital
no puede fabricar naturaleza ni fabricar personas, cuya reproducción res-
ponde a lógicas socioeconómicas externas a los circuitos del gran dinero,
de modo que éste tiene que someterlos una y otra vez por la violencia.
Hemos visto en el apartado anterior que no se cumplió la hipótesis
de que vuelto mercancía lo fundamental de los medios de producción y de
la fuerza de trabajo, la violencia originaria con que históricamente se les
expropió dejaría paso a una reproducción capitalista cada vez menos de-
pendiente de la naturaleza y la sociedad comunitaria, pues los sistemas
socioecológicos pueden ser intervenidos pero no sustituidos por procesos
económicos capitalistas. Entonces, lo que el sistema no puede producir
como mercancía debe transformarlo recurrentemente en mercancía. Y
dado que la vida se resiste (la sociedad se defiende de la mercantilización
y de paso defiende a la naturaleza), esta monetarización se opera por la
fuerza, por una violencia como la originaria pero permanente, es decir
primaria y estructural.
La intensificación del despojo y saqueo de los recursos naturales
que padecemos desde fines del siglo XX se origina en la catástrofe civi-
lizatoria que desde hace algunos lustros nos aqueja. Colapso de larga
duración que en esencia es una crisis de escasez. O, como diría Sartre,
una escasez crítica de las que crean los sistemas sociales a partir de la
rareza original.
La Gran Crisis no es un problema de sobreproducción, como sí lo
es su dimensión económica. El problema de fondo en la debacle epocal
que enfrentamos es la insuficiencia de los bienes y recursos disponibles
respecto de necesidades y demandas crecientes, astringencia resultado
de la expansión económica a toda costa que caracteriza al capitalismo y
TIERRA ARRASADA... 171

del carácter destructivo de muchas de las presuntas fuerzas productivas


que este sistema incubó.
El cambio climático ocasiona pérdidas agrícolas, reducción de las
cosechas, especulación con el hambre y acaparamiento global de tierras,
aguas y climas adecuados para expandir la agricultura. El progresivo
agotamiento de los combustibles fósiles aumenta su costo económico, el
impacto ambiental de su extracción y la carrera por energías alternativas
frecuentemente insostenibles. La creciente demanda de minerales favorece
prácticas excepcionalmente destructoras como la minería a tajo abierto.
La expansión de las ciudades y de los desarrollos turísticos se expresa en
batallas por los terrenos susceptibles de urbanización y en expropiación
de sus poseedores originales…
Entre otros apetitos destructivos, el hambre de tierras ha hecho de
nuevo presa del gran dinero. Cerrado el capítulo del colonialismo clási-
co, el capital fue perdiendo interés en una agricultura cuya operación
contrastaba con la del resto de la economía, un sector de la producción
perverso donde el agronegocio –aun si expansivo y concentrador– coexistía
con la pequeña y mediana producción campesina, y donde el mercado de
tierras, crédito, insumos y productos era más o menos intervenido por
algunos gobiernos. Hoy esto ha cambiado; el gran capital trasnacional
se está volcando en el campo y muchos gobiernos pasaron de regular la
producción a promover la venta de tierras a los inversionistas extranje-
ros. Un indicador: entre 1989 y 1991 la inversión extranjera directa en
agricultura fue de apenas 600 millones de dólares, mientras que entre
2005 y 2007 fue de 3 mil millones.
Durante la segunda mitad de la centuria pasada los precios de los
alimentos disminuyeron de manera sostenida en respuesta al acelerado
incremento de los rendimientos técnicos, esta tendencia se detuvo a fines
del siglo XX y en los últimos 15 años los precios aumentaron sistémati-
camente con dos picos en 2007-2008 y 2010-2011.
El fin del milagro agrícola de la posguerra y la reciente carestía de los
alimentos ocasionó en la presente centuria una carrera global de compra
de tierras en la que participan países y trasnacionales que están adqui-
riendo o arrendando vertiginosas extensiones de áreas fértiles y recursos
hídricos, sobre todo en países en desarrollo como los asiáticos Pakistán,
172 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Kazajstán, Camboya, Birmania, Indonesia, Laos, Turquía; los africanos


Camerún, Madagascar, Nigeria, Uganda, Ruanda, Zambia, Sudán y Zim-
babue y los latinoamericanos Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Perú y
Ecuador. Los máximos compradores son, por el momento, Corea del Sur,
que hasta 2010 había adquirido 2.3 millones de hectáreas, China, que
ya se hizo de 2 millones a través de su mayor empresa agroalimentaria,
Beidahuang Group; Arabia Saudita, que compró 1.6 millones en Indo-
nesia y Sudán, y los Emiratos Árabes Unidos adquirieron 1.3 millones
en Paquistán, Sudán, Filipinas y Argelia. Pero también se hicieron de
tierras India, Japón, Egipto y Barhéin, entre otros. Igualmente se están
sumando al auge de adquisiciones territoriales consorcios privados como
el corporativo ruso Renaissance Capital, la trasnacional coreana Daewo
Logistics, así como Morgan Stanley, Landkom, Benetton, Mitsui y el
holding saudí Bin Laden Group (Bartra, 2013: 48-49). La organización
GRAIN, que le sigue la pista al hambre de tierras, ha documentado una
nueva vertiente: “Entre los mayores inversionistas que buscan sacar
provecho se encuentran los fondos de pensiones [que] actualmente […]
manejan entre 5 mil y 15 mil millones de dólares en adquisición de tierras
de cultivo. Hacia 2015, se espera que estas inversiones en mercancías y
tierras se dupliquen” (Duch, 2011).
“La compra de tierras es claramente uno de los mayores negocios de
la economía global” (Chouquer, 2012: 30), sostiene Charlotte Castan.
Y la misma autora menciona que entre 2001 y 2011 se firmaron 2012
contratos de compraventa de tierra por un total de 228 millones de hec-
táreas. La nueva ofensiva territorial sólo encuentra paralelo en la que
acompañó la expansión inicial del comercio sobre todo el planeta. Si en
los orígenes del mercantilismo se formaban sociedades por acciones para
incursionar en los territorios de ultramar, como la que llevó el descriptivo
nombre de Misterio y Compañía de los Comerciantes Aventureros, para
el descubrimiento de regiones, dominios, islas y lugares desconocidos
(Huberman, 1989: 90), y años después corporaciones como la Compagnie
Française du Congo tenía 4 millones 300 mil hectáreas en las colonias
y la Caoutchoucs el Produits de la Lobac contaba con más de 3 millones,
hoy la norcoreana Daewo Logistics tiene un millón 300 mil en Madagascar,
la Global Green Energy casi un millón en ese mismo país además de en
TIERRA ARRASADA... 173

Mali y Guinea, mientras que China compró dos millones 800 mil en la
República Democrática del Congo (Chouquer, 2012: 13; Hermele: 12-13).
Y todavía “algunos dicen que el colonialismo es cosa del pasado”, escribe
en un reporte de 2008 el grupo GRAIN, que ha estudiado bien estos asuntos.
El acontecimiento central en la renovación de la avidez capitalista por
las tierras de la periferia es el encarecimiento sostenido de los alimentos
y la crisis agrícola que hay detrás. Fenómenos que señalan el fin del
prolongado espejismo de la Revolución Verde, un modelo tecnológico que
por unos años y acompañado de fuertes subsidios había incrementado los
rendimientos y la producción de granos. El resultado fue que los precios
de los cereales y las leguminosas disminuyeron de manera sostenida
hasta fines del siglo XX, cuando el agotamiento de los suelos, el cambio
climático que la agricultura intensiva ayudó a generar y la dependencia
de los hidrocarburos causada por el abuso en el empleo de energía y
agroquímicos frenaron y finalmente revirtieron la anterior tendencia a
la elevación de los rendimientos. Esto se combinó explosivamente con
una demanda cada vez mayor de alimentos resultante del incremento de
la población mundial, pero también de los crecientes requerimientos de
los países que en nombre de las “ventajas comparativas” había desalen-
tado la producción interna y renunciado a la autosuficiencia debido a la
demanda de forrajes ocasionada por el cambio de dieta de pueblos como
los de China, India e Indonesia, que incrementaron su ingesta de carne
y leche, y finalmente por la demanda de agrocombustibles derivada del
agotamiento del petróleo fácil y barato. De ahí derivó una severa escasez
que el oligopolio de las graneleras y los fondos de inversión que especulan
en bolsa con los alimentos tornaron explosiva. El resultado fue que un
sector que ya era sistemáticamente saqueado desde el segundo piso por
corporaciones productoras de insumos como Monsanto, por graneleras
como Cargill y por agroindustrializadoras como Nestlé devino enorme-
mente atractivo para las inversiones directas en la producción primaria
y en las tierras y aguas que son su sustento.
El mundo económico se ha dado cuenta de las altas ganancias que pueden ob-
tenerse en la agricultura –sostiene Castan– y las compañías están explorando
nuevos métodos económicos y financieros, inspirados en los de otros sectores
174 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

de la economía global. El resultado es que la agricultura se ha incorporado


al modelo liberal dominante (Castan citado en Chouquer, 2012: 30).

El neoexpansionismo territorial capitalista es distinto del de otros


tiempos. Hoy lo que importa es el control de la producción, y los proce-
dimientos para lograrlo incluyen –aunque no siempre– la adquisición de
tierras pero también la financiarización de la agricultura. El fenómeno
coincide con el estallido de la burbuja especulativa en 2008 y el ulterior
despliegue de una crisis recesiva global que hizo más atractivo para el
capital financiero un sector como el agropecuario que pese a la volubili-
dad del clima del que depende resulta comparativamente estable dado
que se sostiene en una demanda poco flexible a la baja como lo es la de
los alimentos y buena parte del ingreso que genera son rentas fincadas
precisamente en la propiedad territorial. Ejemplos de control financiero
del negocio agrícola son los pools de siembra imperantes en Argentina
y otros países sudamericanos en los que el inversionista trabaja con un
socio encargado de la producción, que a veces tampoco es dueño de las
tierras sino que las renta. De manera semejante operan Adecoagro –de
Georges Soros–, Los Grobo, El Tejar y otros.
En cuanto a las fuentes de energía, y particularmente los combustibles
fósiles, las señales de agotamiento son evidentes y con éstas el encareci-
miento y la presión sobre la oferta. Aunque las proyecciones cambiaron
recientemente porque la técnica de fractura hidráulica permite obtener
petróleo y gas de esquistos y porque el prolongado estancamiento de
la economía mundial disminuyó la demanda de energéticos, el mundo
entró en una época de astringencia energética que deriva en rentas y
extractivismo exacerbado.
En el resto de la minería las presiones de la demanda son igualmente
ingentes. La economía de Estos Unidos, por ejemplo, depende en gran me-
dida de minerales importados, en 19 de estos la dependencia es de cien por
ciento y en 26 de más de 30 %. Requerimientos que este país –de manera
semejante a como lo hacen todos los demás, sean desarrollados o emergen-
tes– busca satisfacer fuera de sus fronteras y si es necesario mediante el
despojo y el saqueo. Y sucede que en la parte sur de nuestro continente
están buena parte de estos recursos mineros.
TIERRA ARRASADA... 175

Por ejemplo, el 46 % de las reservas mundiales de bauxita […] se localizan en


Sudamérica (24 %) y en el Caribe (22 %) –escribe Gian Carlo Delgado–. Entre
las más importantes de cobre están las chilenas con cerca de 360 millones
de toneladas métricas o de un 35 a 40 % de las reservas base en el mundo.
Otras son las peruanas con 120 millones y las mexicanas con 40 millones de
toneladas métricas. En cuanto al zinc, el 35 % de las reservas base mundiales
o 168 millones de toneladas métricas, corresponden al continente americano.
Y en lo que respecta al níquel, vale señalar que las mayores reservas base en
el continente y del mundo están en Cuba con unos 23 millones de toneladas
métricas. Le sigue Canadá con 15 millones y, aún más lejos, Brasil con 8.3 mi-
llones y Colombia con 2.7 millones de toneladas métricas (Delgado, 2012: 19).

En estas condiciones, no debe sorprendernos la invasión del subcon-


tinente por predadoras mineras trasnacionales.
La escasez relativa de recursos y productos necesarios aumenta sus
precios y con ellos las utilidades de quienes los poseen monopólicamente,
los elaboran o especulan con su rareza. Y cuando se trata de recursos
naturales no renovables y de sus derivados inmediatos, estas utilidades
extraordinarias se fijan en forma de renta.
Debemos reiterar que, a diferencia de las ganancias que provienen de
la inversión, las rentas se originan en la apropiación de bienes naturales
escasos que por el sólo hecho de serlo generan ingresos de monopolio.
Bienes privatizados que además son de diversas calidades y rendimientos
económicos, por lo que generan rentas diferenciales. Estas rentas no salen
de la tierra, de la mina o del espectro electromagnético, salen del fondo
común del capital global y son un sobrelucro obtenido a costa del resto
de los empresarios. Utilidad extraordinaria que permite a los rentistas
contrarrestar la tendencia decreciente de las ganancias y sobre todo la
volatilidad de los mercados, factores que afectan negativamente a los
capitales marginados del monopolio sobre los recursos naturales y por
tanto obligados a competir.
Ciertamente las rentas son más estables que las ganancias, pero
no son inmunes a las fluctuaciones de la oferta y la demanda ni a la
especulación. Tal es el caso de los combustibles fósiles. En diciembre de
2014, el barril de petróleo Brent, que andaba arriba de 100 dólares, cayó
176 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

a menos de 60, cotización que no se veía desde 2009 en plena recesión


estadounidense. El contexto de este colapso es la previa apreciación de
los hidrocarburos cuyo precio se cuadruplicó en los últimos 40 años hasta
superar los 100 dólares el barril de petróleo de referencia. El alza estuvo
sustentada en la demanda creciente y el progresivo agotamiento de los
yacimientos más fértiles, de modo que la tendencia no es coyuntural sino
estructural y define un fin de época, la de los combustibles fósiles baratos.
Hay sin embargo factores que pueden contrarrestar temporalmente esta
apreciación: el descubrimiento de nuevos yacimientos y nuevas técnicas
de extracción, por el lado de la oferta, y el uso más eficiente de los com-
bustibles y el menor crecimiento económico, por el lado de la demanda.
Todos estos factores confluyeron en 2014 provocando un desplome de
alrededor del 50 % en el precio del aceite mineral. Dramática desvaloriza-
ción circunstancial a la que contribuyeron decisiones especulativas como
la estadounidense de sostener pese a su baja rentabilidad la oferta del
gas-petróleo shale, del que es el mayor productor, con el fin de controlar
el mercado y tumbar los precios golpeando de pasada las economías de
países fuertemente dependientes de las exportaciones de crudo como
Rusia, Venezuela y Ecuador; y la decisión paralela de grandes produc-
tores árabes que controlan la OPEP, tal es el caso de Arabia Saudita que
además de tener bajos costos ha formado con los ingresos petroleros un
fondo de 757 mil millones de dólares, lo que le permite soportar la baja
y mantener sus volúmenes de extracción en vez de reducir la oferta
para hacer que suban los precios, pues calcula que de esta manera se
desinflará la burbuja del shale, que no resulta rentable a menos de 60
dólares el barril, y sacando de la jugada los hidrocarburos no convencio-
nales de nueva cuanta se apreciará su petróleo, aunque posiblemente
no al sobredimensionado precio de los años recientes. Dice la consultora
Goldman Sachs:
[...] el exceso de oferta que ha provocado el desplome desaparecería pronto si
las mayores petroleras cancelan o difieren proyectos importantes de nueva
producción […] entre ellos los de regiones difíciles […] practicables con precios
altos y que pueden no ser redituables a niveles del orden de 60 dólares por
barril (citado en Navarrete, 2014).
TIERRA ARRASADA... 177

Las potencias petroleras y las megacorporaciones están jugando a


las vencidas. Pero pase lo que pase no debemos perder de vista que la
eficiencia energética del petróleo se derrumbó, es decir que cada vez
es mayor la cantidad de energía necesaria para obtener una unidad de
energía fósil, y que aun a 60 dólares la cotización del crudo es el doble
de lo que era hace cuatro décadas. Y es que mientras no se modifiquen
dramáticamente los patrones de consumo energético y/o se encuentre
la manera de generar masivamente energía mucho más barata, la pro-
pensión al alza se mantendrá. Más allá de milagros energéticos que son
espejismos y de jugadas mercantiles especulativas, el hecho es que la
tendencial escasez de hidrocarburos señala el fin de un largo ciclo histó-
rico: el del capitalismo industrial tal como hoy lo conocemos.
Así las cosas, rentista, especulativo, parasitario y predador son los tér-
minos que definen al capitalismo de la Gran Crisis. Y cuando las ganancias
competitivas disminuyen y la escasez incrementa las rentas los capitales
buscan los nichos favorables al monopolio y la especulación ubicados en
las actividades extractivas y en los servicios.
Sólo en las dos últimas décadas –sostiene Horacio Machado– los monocultivos
forestales y de agronegocios –principalmente caña, soja y maíz transgénicos–
llegaron a ocupar 680 000 km2 de la Amazonia, 140 000 km2 en Argentina, y
más de 20 000 km2 en Paraguay y Bolivia, respectivamente. Por su parte, la
superficie concesionada a grandes explotaciones mineras llegó a cubrir el 10 %
del territorio de la región a fines del año 2000: en el caso de Chile, 80 000 km2;
en Perú, 105 000 km2; en Argentina, 187 5000 km2 (Machado, 2011-2012: 26).

El mismo autor saca la conclusión obligada de estas cifras y sus


tendencias: la “reprimarización, concentración y extranjerización del
aparato productivo regional”. Y la documenta:
A medida en que avanzaban y se consolidaban grandes núcleos trasna-
cionalizados de extracción de materias primas, fue retrocediendo el perfil
industrial de la región y la importancia del mercado interno como factor
de dinamización de la economía. La exportación de productos primarios
pasó a ser la clave de la nueva ecuación macroeconómica de la región, ve-
rificándose un virtual “retorno” al siglo XIX: en términos generales, el peso
178 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

de la exportación de materias primas sobre el total de las exportaciones


llegó a alrededor de 90 % en países como Venezuela, Ecuador, Chile, Perú
y Bolivia, y entre 70 y 60 % en países como Colombia, Uruguay, Argentina y
Brasil. Las exportaciones de bienes primarios (agricultura, silvicultura y
pesca) de la región saltaron de 16 000 millones de dólares en 1990 a 72 250
millones de dólares en 2008, en tanto que las exportaciones de recursos
minerales –excluidos los hidrocarburos– pasó de 27 000 millones de dólares
a más de 140 000 millones de dólares durante el mismo periodo (Machado,
2011-2012: 26-27).

En tiempos de escasez marcados por el alza de precios de la tierra,


el agua, la energía y en general las llamadas commodities, así como
por el gran negocio de las finanzas en donde se especula con el dine-
ro –que tampoco es mercancía sino medio de pago–, hemos visto que
economías que en un tiempo se industrializaron ahora se reprimari-
zan y tercerizan pues es en la agricultura, la minería y los servicios
donde se gana más dinero. Esto sucede a costa de la llamada “economía
real”, es decir la estrictamente productiva. Pero sobre todo a costa de los
trabajadores, las comunidades y la naturaleza, que son expoliados por
dos vías: la mayor explotación de su trabajo y el despojo de sus bienes,
saberes y territorios. Este modelo de desarrollo, al que se ha llamado
extractivista (Gudynas, 2010) por cuanto saquea los recursos naturales,
no es más que la forma rentista, especulativa, parasitaria y predadora
que adopta el capitalismo de la crisis de escasez.
Otro de los saldos de la escasez y revalorización de los recursos natura-
les es la regresión de una parte del pensamiento económico antisistémico
a posturas cercanas a las de los fisiócratas franceses del siglo XVIII, pues
así como aquéllos consideraban que sólo la agricultura creaba riqueza y
que esa plusvalía era un don que manaba de la fertilidad natural de la
tierra, así los neofisiócratas del XXI explican la acumulación de capital
por el saqueo de los recursos y la explotación de las potencialidades in-
trínsecas de la naturaleza. Madre natura produce, el hombre sólo extrae
y transforma, parecen decir, siguiendo a Quesnay y sobre todo a Turgot:
Lo que (la naturaleza) da es el resultado físico de la fertilidad del suelo […].
El trabajo del agricultor produce más allá de sus necesidades […], sobrante
TIERRA ARRASADA... 179

que la naturaleza le ofrece como puro regalo por encima del salario de su
esfuerzo […]. El labrador recoge, además de su sustento, una riqueza inde-
pendiente y disponible (Turgot, 1977: 331-332).

No el valor trabajo sino el valor fertilidad, tal es la clave de la moderna


economía, sostienen los franceses seguidores de Quesnay, por oposición
a los ingleses encabezados por Smith y Ricardo. Y algo parecido sugie-
ren los conceptos usuales de algunos de los críticos contemporáneos del
capitalismo. La fórmula “acumulación por desposesión” da a entender
que se forma capital al apropiarse de los bienes naturales; la palabra
“estractivismo” remite a un modelo de acumulación sostenido en el saqueo
de recursos dados; los términos “primario exportadora” empleados para
calificar a las economías periféricas supone que en éstas la acumulación
proviene principalmente de actividades como la agricultura y la minería,
sustentadas en la fertilidad de la tierra y las riquezas del subsuelo.
El sesgo neofisiocrático de este discurso lo confirma la casi total
ausencia de referencias a la teoría del valor-trabajo y a la explotación
laboral como clave última de la acumulación de capital. Y de la misma
manera el “pachamamismo” –explícito o subyacente– se emparenta con
el culto a un “orden natural” que los fisiócratas consideraban eterno,
inmutable y de origen divino.
“Hay, entonces, un orden natural y esencial al cual están sujetas las
convenciones sociales […]. La sumisión exacta y general a este orden es
la condición única […] de todas las ventajas que la sociedad puede pro-
curarse”, escribe Pierre Samuel Dupont de Nemours (1977: 318).
Sin duda la subestimación de la naturaleza, reducida por el capita-
lismo urbano industrial y sus apologistas a un reservorio de recursos
incondicionalmente disponibles, explica la regresión del discurso antica-
pitalista a un pensamiento económico como el de los fisiócratas, cierta-
mente moderno pero que representaba a los agricultores y absolutizaba
el cultivo de la tierra como actividad productiva. El riesgo que hay en
esto es que el ambientalismo devenga un puro naturalismo, cuando, a
mi entender, debiera ser un nuevo humanismo.
Al criticar a Thomas Pikertty y su libro Capital in the Twenty first
Century por atender más a la distribución que a la producción, como
180 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

fuentes de desigualdad, Waciek Kismewski (2014) cuestiona la “miste-


riosa desaparición del trabajo en la formación del capital del siglo XXI”,
sesgo que aplica para las teorías de los circulacionistas, pero también
para las de los neofisiócratas antiextractivistas.
Debo decir que soy filosóficamente agnóstico y en lo económico comul-
go con la teoría del valor-trabajo. Pero si algunos necesitan reeditar el
panteísmo para entender que la naturaleza merece respeto, bienvenido
sea su panteísmo. Y bienvenida sea la regresión fisiocrática de otros si
sirve para que se reconozca la relevancia económica de la naturaleza.
Ahora bien, que yo admita y aplauda la diversidad del pensamiento am-
bientalista no significa que deje de ser un marxista ateo para quien el
ecologismo es un humanismo relowded y no un naturalismo trasnochado.
Otro problema resultante del sesgo fisiocrático de una parte del pensa-
miento crítico latinoamericano es la exageración de los rasgos y tendencias
de los países del subcontinente que presuntamente abonan la caracteriza-
ción de nuestras economías como extractivistas y primario exportadoras.
Para documentar esta equívoca propensión me referiré al caso de México.
El petróleo es importante para la economía mexicana y decisivo
para sustentar el gasto público, pero estamos muy lejos de ser un país
primario exportador pues, en precio, de lo que vendemos al exterior
15 % es petróleo y 4 % productos agropecuarios, mientras que 75 % son
manufacturas. Entre estas últimas las más importantes son vehículos
automotores, maquinaria, equipo y productos electrónicos, bienes gene-
rados por industrias trasnacionales que se ubican en nuestro país porque
la mano de obra es barata y no porque valoricen recursos naturales. Así,
en México la acumulación de capital es directamente proporcional a la
masa de trabajo que aquí se explota y sólo marginalmente se alimenta
de la participación extraordinaria en la plusvalía total, es decir, de las
transferencias que genera la actividad extractivo-rentista.
En los tiempos de la sustitución de importaciones y el despegue indus-
trial, los bajos salarios mexicanos se explicaban en parte por los alimentos
baratos provenientes de la pequeña y mediana producción campesina,
de modo que el trabajo agrícola y la fertilidad de nuestros suelos apor-
taban de manera significativa a la valorización del capital industrial.
Ya no es así. La baratura de la fuerza de trabajo local se explica por los
TIERRA ARRASADA... 181

niveles de vida históricamente bajos que aquí privan y por la escasa o


nula capacidad nuestra clase obrera para negociar sus salarios directos
e indirectos, y cada vez menos por el bajo costo de los bienes de consumo
básicos de origen agropecuario, que por el contrario se han revalorizado
en la medida en que hoy no provienen tanto de pequeños o medianos
productores familiares como del agronegocio local y la importación.
Tampoco se sostiene la idea de que la actividad extractiva es do-
minante en el producto interno bruto. Sí hay una tercerización de la
economía mexicana, pues 62 % del PIB corresponde a los servicios, pero
del resto el 22 % lo aportan la manufactura y la construcción y sólo 16 %
actividades total o parcialmente extractivas: 7 % minería, 6 % petróleo,
3 % agricultura. Así, las ramas en que un componente importante de
las ganancias del capital son rentas provenientes de la valorización de
recursos naturales –tierras, aguas, minerales, petróleo…– representa
apenas una sexta parte del total y menos de la mitad de lo que aporta la
industria, actividad que, a diferencia de los servicios, no tiene un compo-
nente importante de rentas.
No cabe duda de que en los tiempos de la Gran Crisis es vital la de-
fensa de la naturaleza saqueada hasta el extremo, tampoco está a discu-
sión que en tiempos de escasez las rentas se disparan y las actividades
especulativas devienen cada vez más atractivas para el capital, lo que
intensifica un saqueo financiero extractivo que debe ser combatido por
todos los medios. Lo que no se justifica es soslayar en el análisis –y en
la lucha– los mecanismos clásicos de acumulación y las formas canó-
nicas de explotación del trabajo humano. Focalizar toda la resistencia
y todo el combate antisistémico en la defensa de la naturaleza y los
bienes comunes –factores que en el caso de México aportan menos de
20 % de la valorización del capital– y no en la explotación directa de los
trabajadores –que aporta el 80 %– es perder de vista la contradicción
estructural dominante y marginalizar la lucha. Y que no se diga que
esto es economicismo y que lo que importa es la relevancia social de las
agresiones sistémicas, pues lo que más ofende a la enorme mayoría de
los mexicanos y mexicanas es –y ha sido desde hace mucho tiempo– la
desvalorización de su trabajo.
182 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

En Hambre / Carnaval. Dos miradas a la crisis de la modernidad


formulé un razonamiento que aquí viene a cuento y que me da pereza
reescribir, de modo que me cito en extenso:
En el capitalismo especulativo –que es el capitalismo realmente existente– el
gran dinero rentista opera una triple exacción. La primera es el saqueo de
quienes son despojados de los bienes, saberes y otras condiciones de las que
depende su vida productiva, social y espiritual; violencia primaria que es
premisa permanente de la acumulación. La segunda es la explotación de los
trabajadores –asalariados o no– que por diferentes vías somos desposeídos
de una parte del valor creado con nuestro esfuerzo; violencia estructural con
la que –en términos lógicos– culmina el proceso de valorización del capital.
Así, lo que empieza como desposesión concluye como explotación en un curso
cuyas dos dimensiones son inseparables. En los dos momentos señalados, la
expoliación la ejerce el capital sobre las personas: en tanto que poseedoras y
usuarias, primero, y en tanto que trabajadoras, después. En cambio, la tercera
exacción –la propiamente rentista– la ejercen los capitales particulares que
privatizaron a su favor bienes escasos no reproducibles como mercancías o
mercados que por su naturaleza impiden el pleno juego de la competencia sobre
el resto de los capitales excluidos de tales monopolios; aquí la expoliación se
presenta bajo la forma de un reparto de la plusvalía desigual e “inequitativo”
–si es que tal término cabe, para calificar la rebatiña por el botín entre los
piratas del gran dinero-, pues además de valorizar, como todos, su inversión
productiva, los capitales rentistas valorizan también su propiedad o control
excluyente sobre bienes, conocimientos y mercados. La primera y la segunda
exacciones corresponden a relaciones antagónicas de explotación, mientras
que la tercera se ubica en el ámbito del intercambio desigual entre capitales
y, pudiendo ser muy aguda y explosiva, no es sin embargo antagónica.
Así como la explotación del trabajo es un proceso global en el que todos
y cada uno de los capitales agravian a todos y cada uno de los trabajadores,
así la explotación que incluye despojo y renta involucra al conjunto de los
expropiados-explotados y al conjunto de los expropiadores-explotadores. Es
verdad que en el momento de la expropiación, que es su premisa, la acumu-
lación rentista lesiona inmediatamente a grupos específicos de desposeídos,
pero en la explotación laboral con que culmina participamos todos los tra-
TIERRA ARRASADA... 183

bajadores, todos quienes mediante nuestra actividad –manual o intelectual,


asalariada o doméstica, comercial o autoconsuntiva– contribuimos directa o
indirectamente a la creación social del valor.
En el orden del tiempo, la modalidad específica de explotación propia del
capitalismo rentista tiene dos momentos sucesivos, el primero, en el que por
la fuerza ejercida sobre las personas como poseedoras (una fuerza que puede
ser física, económica, legal, institucional e incluso moral) el capital privatiza
bienes, saberes o mercados, y el segundo, en el que mediante una compulsión
semejante pero ejercida sobre las personas en tanto que trabajadoras éstas
son directa o indirectamente obligadas a valorizar laboralmente en beneficio
de su expropiador los bienes expropiados. De modo que si la acumulación pri-
mitiva analizada por Marx es premisa histórica de la acumulación ampliada
propiamente capitalista, el saqueo permanente es premisa estructural de la
acumulación ampliada rentista consustancial al capitalismo contrahecho
realmente existente.
Los capitalistas nunca renunciaron a las seguras rentas por las inciertas
y volátiles ganancias, más bien buscaron combinarlas. Pero el capitalismo
moderno se está volviendo un orden progresivamente rentista donde la
plusvalía generada por el trabajo no se distribuye tanto en función de la in-
versión productiva de capital como de la privatización de recursos escasos y
diferenciados con cuya propiedad excluyente se puede especular. La expresión
más dramática de esto es la renta del dinero, las insondables ganancias que
genera la rapiña financiera en un capitalismo cada vez más virtual. Lucrati-
vas operaciones que el claridoso multimillonario Warren Buffet ha llamado
“ganar dinero con dinero”, y que, por si fuera poco, prácticamente no pagan
impuestos. Y junto a ellas están las vertiginosas rentas provenientes de la
privatización y explotación excluyente de los hidrocarburos y otros minerales,
del agua potable, de las bandas del espectro electromagnético, del genoma,
del paisaje, de los territorios geoestratégicos, de las patentes tecnológicas, del
software, de la información, de las franjas del mercado que satisfacen necesi-
dades irrenunciables y que por lo tanto tienen una demanda inelástica, como
la alimentación, la salud y la educación […].
De las amenazas cumplidas que representa la “acumulación por despo-
sesión” se han enfatizado mucho la privatización y concentración de tierras
comunales o campesinas; la apropiación y explotación de recursos del subsue-
184 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

lo, que en el caso de la minería a cielo abierto es particularmente agresiva;


el acaparamiento de fuentes y reservas de agua dulce; la pesca abusiva; la
compra o robo de la biodiversidad –y de los saberes que sobre ella tienen las
comunidades– con el propósito de patentar el genoma; el usufructo excluyente
de playas, paisajes y bienes culturales empleados en negocios turísticos […].
Se habla, en estos casos, de los ingentes peligros que conlleva la renovada
y agresiva territorialización del capital. Y hay razón, pues los estragos sociales
y naturales que ocasiona dicho “aterrizaje” son enormes. Pero entre los daños
causados por la acumulación primaria permanente éstos no son los únicos ni
necesariamente los más graves; los en verdad arrasadores se ubican en las
modalidades etéreas y ubicuas de acumulación salvaje (Bartra, 2013: 51-54).

El capitalismo de los tiempos de la Gran Crisis es de nuevo un


capitalismo ferozmente territorial porque en tiempos de escasez la pri-
vatización de los recursos naturales promete enormes rentas; pero es
también un capitalismo radicalmente desterritorializado, pues cuando
caen las utilidades de la inversión productiva no hay mejor negocio que
la especulación financiera. El de hoy es, como ha dicho Claude Serfati,
un capitalismo financiero-rentista. Y en los dos extremos, el etéreo y el
pedregoso, el gran dinero resulta predador y destructivo.
Ya lo sabía Karl Polanyi: la mayor irracionalidad del mercantilismo
absoluto es que trata como mercancías cosas que no lo son: por un lado el
hombre y la naturaleza, que no se reproducen como valores de cambio, y
por otro el dinero, que es medio de pago y no mercancía. Y esta violencia
permanente y primaria es adictiva para el capital porque no sólo ofrece
ganancias, ofrece rentas, ingresos extraordinarios de carácter especu-
lativo sustentados en el monopolio de lo que no se puede fabricar y por
tanto no es de suyo mercancía.
La llamada “huella ecológica” es un pertinente acercamiento a la ex-
trema irracionalidad que conlleva imponerle a la naturaleza la lógica del
lucro, pues al calcular la extensión territorial necesaria para producir lo
que consumimos y asimilar lo que desechamos vemos que ya hoy sobre-
pasamos entre 25 y 39 % al planeta Tierra. Y es que se transgredieron
los límites del ciclo del nitrógeno y del fósforo, se está destruyendo la
capa de ozono, se acidifican los mares, 50 mil grandes represas rompen
el ciclo hidrológico, se sobreexplotan los mantos freáticos, se contaminan
TIERRA ARRASADA... 185

ríos, lagos y mares, se talan bosques, se reduce la biodiversidad (Delgado,


2012: 12).
Pero si es catastrófico el saqueo de la naturaleza resultante del rentis-
mo no lo es menos el saqueo de la economía, y por tanto, indirectamente,
de las personas y de la naturaleza, operado mediante la especulación
financiera. Insisto, el capital de los tiempos de la gran crisis es un capital
financiero-rentista.
Las grandes sociedades trasnacionales que son el corazón del capitalis-
mo contemporáneo buscan sobreganancias, y si es posible sobreganancias
seguras. Al respecto escribe Claude Serfati:
La sobreganancia puede deberse a las innovaciones tecnológicas. Conviene
sin embargo no sobreestimar [su] papel […]. Lo que está en juego para estos
grupos es conservar permanentemente estas sobreganancias, transformarlas
en “renta de monopolio”. Esto implica, a la manera de los propietarios de la
tierra que captan una parte del valor incluido en los precios de monopolio
[…], que los […] grupos logren establecer derechos de propiedad y de exclu-
sividad que permitan perpetuar los precios de monopolio. La reorientación
estratégica de los grupos ha sido dirigida en su totalidad al aumento masivo
de los gastos que permiten transformar los precios de monopolio en renta de
monopolio (Serfati, 2013: 16).

La sobreganancia de monopolio se fija en forma de renta de muchas


maneras. Una es asentándose en mercados de demanda poco flexible
a la baja como los de la alimentación, la salud o la educación, pero sin
duda la más segura es la que se sustenta en la privatización de recursos
naturales escasos, pues entonces a la ganancia por la inversión produc-
tiva se suma el inconmovible ingreso proveniente de la apropiación de
un bien que no se puede producir. “Las rentas de monopolios acaparadas
por los grandes grupos mundiales –escribe Serfati– resultan entonces al
mismo tiempo actividades industriales y poder de la propiedad privada
para imponer derechos exclusivos” (Serfati, 2013: 18).
Al autor no se le escapa que para la comprensión del capitalismo del
tercer milenio está echando mano de conceptos que fueron desarrolla-
dos por los economistas clásicos y por Marx hace 150 o 200 años, y que
atendían a las perversiones derivadas de la incorporación al mercado de
186 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

bienes naturales escasos que no son mercancías, y en particular de la


tierra. Dice el economista:
El capitalismo es un modo de producción basado en el derecho de propiedad
privada: así, no es antagónico a la renta. [La renta] no es solamente una
rareza natural […] sino todo un desequilibrio que se forma en el mercado.
En efecto, un precio de monopolio se convierte en renta desde el momento
en que la propiedad privada es capaz de obstaculizar a la inversión en esta
esfera de la producción […]. Este objetivo es el que precisamente los grandes
grupos industriales se esfuerzan en alcanzar (Serfati, 2013: 18).

Y concluye: Los “extensos estudios [de Marx sobre] la cuestión de la


tierra […] permiten constatar su vigencia para entender mejor la lógica
financiero-rentista de valorización de capitales de los grupos industriales
mundiales” (Serfati, 2013: 17), frase que contiene un doble reconocimiento:
que a 150 años de distancia las reflexiones de Marx no han perdido el filo y
que, un siglo y medio después de que el alemán lo estudiaba, el capitalismo
sigue marcado por la sobreganancia monopólica que en última instancia
se origina en su incontrolable proclividad a tratar como mercancía lo que
no lo es, tanto a las personas y la naturaleza como al dinero.
Tampoco a Joseph Stiglitz se le escapa el carácter marcadamente
rentista del capitalismo contemporáneo: “Los economistas llaman rent-
seeking –escribe en The Price of Inequality– a la obtención de un ingreso
no como recompensa por la creación de riqueza sino al apoderamiento de
una porción mayor de la riqueza” (Boltvinik, 2014). E ilustra la que llama
“succión de dinero” con las sobreganancias provenientes de la apropiación
de recursos naturales, pero también con los monopolios en general, con
las transferencias gubernamentales al capital y con los subterfugios que
permiten a las empresas transferir costos a la sociedad.
Emblema del rentismo extremo son los llamados “fondos buitre”
operados por especuladores que cuando las crisis de deuda de algunos
países tocan fondo compran bonos por morralla, no participan en la re-
estructuración de los créditos y posteriormente exigen el pago íntegro,
cuyo monto puede ser 10 o 20 veces superior a lo invertido. El problema
con el rentismo carroñero no está sólo en que lucra a costa de todos,
sino también en que desalienta las inversiones en la economía “real”.
TIERRA ARRASADA... 187

Dijo bien la presidenta Cristina Fernández cuando la Suprema Corte


de Justicia de Estados Unidos falló a favor de la exigencia de pago de
los buitres y contra Argentina: “Si alguien pone un dólar para ganar el
mil por ciento con esta facilidad ¿por qué va a invertir en otro tipo de
negocio?” (Callón, 2014).
Las rentas son directamente proporcionales a la escasez, de modo
que el capitalismo rentista gana más cuanto mayor es la rareza de lo
monopolizado. A los rentistas les conviene que se multiplique la escasez
de bienes vitales, a la que ven como una “ventana de oportunidad” para
los negocios. El capitalismo rentista es un capitalismo suicida.
Al erosionar aceleradamente las premisas naturales y sociales de
la vida humana, el capitalismo nos lleva al desbarrancadero. De esto
se dan cuenta los gobiernos, los organismos multilaterales y hasta los
capitalistas. Pero el capital en cuanto tal es ciego para todo lo que no
sean ganancias y los mercados que la codicia anima trabajan en contra
del sentido común que llama a moderar el saqueo, la contaminación, la
pobreza… Para el capital, el fin del mundo es un buen negocio.

De la acumulación originaria permanente


al permanente Estado de excepción

Las transgresiones periódicas a la Ley pública son inheren-


tes al orden social; funcionan como condición de estabilidad
de este último.

Slavoj Žižek, Las metástasis del goce. Seis ensayos


sobre la mujer y la causalidad.

La acumulación capitalista por despojo violento de los comunes se des-


pliega tanto en los megaproyectos corporativos o gubernamentales como
en los negocios y exacciones del narco y también en la acumulación com-
parativamente modesta pero lacerante que practican patrones abusivos,
caciques atrabiliarios, gamonales, maras... En todas estas vertientes
se despliegan heterodoxos mecanismos de expoliación distantes de la
188 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

racionalidad capitalista canónica y en los que impera no el intercambio


de equivalentes sino el intercambió desigual: el colosal de las grandes
rentas especulativas; el enorme de las ganancias de la ilegalidad; el
menudo del trabajo sobreexplotado, del acaparamiento de tierras, del
coyotaje, de la usura, de la criminalidad…
Y todos fluyen aceitados por la coerción extraeconómica, el empleo
de la fuerza, el uso sistemático de diferentes tipos de violencia. En todos
se deja de lado un presunto libre mercado que debería operar sin más
violencia que la económica y en todos se transgrede el Estado de derecho
desconociendo reiteradamente su monopolio de la violencia legítima.
En el mundo de las megacorporacionses predadoras, de los cárteles del
narco y del cacicazgo rapaz, no imperan ni el mercantilismo ortodoxo ni
el liberalismo clásico.
En lo tocante al Estado de derecho, del que aquí apenas me he ocupa-
do, cabe la misma conclusión que formulé más arriba referente a que la
violencia para apropiarse de los factores económicos de la acumulación
de capital no es primitiva sino primaria y momento insoslayable de la
valorización del gran dinero. Porque también en lo tocante a su repro-
ducción sociopolítica la violencia parece ser consustancial al sistema.
“Quien se tome en serio la historia de la violencia en el siglo XX difí-
cilmente podrá creer en los mitos del progreso”, es la frase con que Hans
Joas (2005: 13) empieza su libro Guerra y modernidad. “El riesgo de
la barbarie, tal y como está inscrito en el programa de la modernidad,
nos seguirá acompañando en el futuro, si la modernidad y sus formas
institucionales se siguen desarrollando”, sostiene Eisenstadt (citado en
Joas, 2005: 13).
Y es que no se trata de una violencia residual y menguante, una vio-
lencia administrativa enfocada a controlar eventuales desviaciones sino
de una violencia crónica, no regulada y progresiva que no practica sólo el
Estado y conforme a la ley sino los más diversos actores y sin otro límite
que su fuerza. Es lo que Walter Benjamin en el ascenso del fascismo y
Giorgio Agamben en los tiempos de Bush el pequeño llamaron “Estado
de excepción permanente”.
“La violencia es, como medio, poder que funda o conserva el derecho”,
escribió Benjamin (2010: 100) en un texto de 1921 preparado para la
TIERRA ARRASADA... 189

revista Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik. Y para distin-


guir la que funda de la que conserva llamó “obrante” a la violencia que
instaura derecho y “administrativa” (Benjamin, 2010: 121) a la que lo
preserva. Sostuvo también que “la instauración del derecho es sin duda
alguna instauración del poder y, por tanto, un acto de manifestación
inmediata de violencia” (Benjamin, 2010: 32), coincidiendo en gran me-
dida con lo sostenido por Carl Schmitt en La dictadura (1985), también
de 1921, y en Teología política (Schmitt, 2001), de 1922. La diferencia
entre Schmitt, quien más tarde diera sustento a la teoría jurídica del
nacional-socialismo, y el comunista y antinazi que fue Benjamin radica
en el lugar que ocupa en el pensamiento de uno y otro el “estado de
excepción” respecto del derecho, y sobre todo en la reivindicación de la
“violencia pura” o violencia revolucionaria que propone el animador de
la escuela de Fráncfort.
En México la violencia “obrante” de la que habla Benjamin –y a la
que prefiero llamar “violencia originaria”, pues origina, funda o instaura
derecho– irrumpe en las guerras de Independencia, en las de Reforma
y durante la Revolución de 1910, lapsos en los que por las armas se es-
tablece un nuevo poder y por las armas se fincan instituciones inéditas,
entre éstas sucesivas Constituciones en las que se registra lo sustantivo
del nuevo derecho. Violencia originaria que deviene mito fundacional de
la sociedad mexicana y reaparece transformada en rito cívico, actualiza-
do en performances del poder o del contrapoder como la ceremonia del
“grito de Independencia”, los innumerables homenajes a Benito Juárez,
los desfiles militares que conmemoran la revolución, las marchas contes-
tatarias en airado recuerdo del asesinato de Emiliano Zapata (Turner,
1987), entre otros.
Sin ir más allá de la pasada centuria, es patente que en las primeras
décadas de la posrevolución no sólo los particulares sino diversos gru-
pos sociales organizados y el propio gobierno apelaban profusamente a
la violencia extralegal. Por un tiempo el uso de la fuerza al margen del
derecho pudo verse como fenómeno residual en paulatina remisión, pero
a un siglo de distancia la transgresión de normas y la violencia como re-
lación social no han mermado sino que cobran más fuerza, lo que sugiere
que no se trata de un remanente –recurso transitorio que perdura sólo
190 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

durante el lapso necesario para que el nuevo orden se estabilice– sino


de una violencia semejante a la originaria pero crónica y estructural.
Violencia que sin embargo no es ni “fundante” ni “administrativa”, y a la
que llamaré “violencia primaria permanente”, empleando aquí la fórmula
no para definir un momento insoslayable de la acumulación sino para
designar un mecanismo crónico de la dominación.
Pienso que esto es lo que tenía en vista Benjamin cuando, en una de
las notas compiladas bajo el título de Tesis sobre la historia, y redactadas
en pleno ascenso del fascismo, escribió:
La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” en que
ahora vivimos es en verdad la regla. El concepto de historia al que lleguemos
debe resultar coherente con ello. Promover el verdadero estado de excepción
se nos presentará entonces como tarea nuestra, lo que mejorará nuestra
posición en la lucha contra el fascismo (Benjamin, 2008: 43).

Estado de excepción vuelto regla y violencia originaria permanente


remite a un mismo oxímoron con el que el alemán se refiere al fascismo
europeo del siglo XX y con el que nosotros nos referimos a otra excepción
vuelta regla, la violencia primaria que en tiempos canallas como los
presentes y en países periféricos como México devino continua, secular,
estructural.
Retomando la propuesta conceptual de Benjamin, Giorgio Agamben
sostiene que, cuando menos desde los tiempos de George W. Bush, vivimos
en el mundo una “guerra civil legal”, un “estado de excepción permanen-
te” instaurado desde el poder análogo al que impuso el Tercer Reich al
suspender artículos básicos de la Constitución de Weimar.
El aspecto normativo del derecho –escribe Agamben– puede ser así impune-
mente obliterado y contradicho por una violencia gubernamental que, igno-
rando externamente el derecho internacional y produciendo internamente
un estado de excepción permanente pretende sin embargo estar aplicando
el derecho (Agamben, 2005: 155-156).

El empleo sistemático de la fuerza, una violencia comparable a la


originaria que en las primeras décadas del siglo XX fundó el México pos-
revolucionario, pero que se ha vuelto continua, es del todo semejante a la
TIERRA ARRASADA... 191

“acumulación originaria permanente”, fórmula que discutí más arriba al


referirme al saqueo de los recursos naturales por las corporaciones. Este
concepto, que en su primera parte proviene de Marx, que Samir Amin
sobreadjetivó y que yo he traducido como violencia primaria, se refiere
a la coerción como momento estructuralmente constitutivo de la repro-
ducción económica del capital. Pero no sólo está presente en esa esfera,
lo está también en el resto de las relaciones de la sociedad capitalista.
Así como hasta nuestros días la acumulación ampliada mediante in-
versiones productivas coexiste con la rapiña, la depredación, el rentismo,
el trabajo forzado, el saqueo de los recursos naturales, la especulación con
bienes naturales escasos y otras formas presuntamente “atrasadas” de
hacerse de riquezas, así también la operación de instituciones públicas
que se rigen por el derecho y lo hacen valer mediante el monopolio de
la violencia que les es propio coexiste con el ejercicio de la violencia por
agentes privados que defienden sus intereses por la coacción y al margen
del Estado; por el uso que hacen particulares de una fuerza pública y un
aparato judicial que se venden al mejor postor; por el empleo contrario
a la ley que de la fuerza pública hace el gobierno justificándose en la
presunción de que mediante la estricta aplicación del derecho el orden
no podría ser preservado; por el recurrente empleo de la presión –ocasio-
nalmente transgresora y extralegal– por parte grupos reivindicativos y
movimientos sociales que saben por experiencia que sus demandas no van
a prosperar si se atienen a los procedimientos y cauces administrativos.
De la misma manera como las formas primitivas de apropiación de
riqueza se perpetúan entreverándose con las formas maduras de acu-
mulación, así la vida institucional regulada por el derecho se entrevera
con las prácticas extralegales, conductas perversas que sin embargo no
son ocasionales, transitorias y circunscritas a los momentos de crisis,
sino continuas, perseverantes, estructurales.
Algunos pensaron que el orden socioeconómico capitalista fundado
institucionalmente mediante la violencia política “obrante” u originaria
se preservaría por el sólo imperio del derecho mantenido por el Esta-
do a partir de su monopolio sobre la violencia “administrada” en una
normalidad sólo interrumpida por ocasionales “estados de excepción”
durante los que se cancelaría provisionalmente la vigencia del derecho
192 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

mientras se restablecía el orden. Muy otra es la modernidad realmente


existente: así como en el tercer milenio tenemos un capitalismo desme-
catado y gandalla que recurre por sistema a la economía violenta de
la “acumulación por desposesión”, tenemos también un orden burgués
atrabancado y autoritario que tanto en el plano global como en el nacional
recurre sistemáticamente a la violencia política primaria permanente,
quebrantando una y otra vez el estado de derecho, tenemos lo que se
podría llamar “dominación por represión”.
Hay una férrea legalidad subyacente en el capitalismo rapaz que
nos agobia, sólo que ésta no es la formal que presuntamente regula las
instituciones y a los ciudadanos. Como en el estado de excepción pero
de manera continuada, el ejercicio discrecional de la fuerza sirve al
mantenimiento de un orden oculto cuyas normas no escritas son parte
sustantiva de nuestra convivencia.
Slavoj Žižek es claro al distinguir la ley de papel que se viola y la ley
profunda que se cumple.
El superyó es la obscena ley “nocturna” que necesariamente duplica y acom-
paña, como una sombra, a la Ley “pública” […]. Este código debe permanecer
oculto en la noche, desconocido, inconfesable; en público todos fingen desco-
nocerlo, o incluso niegan activamente su existencia [sin embargo] representa
el “espíritu de la comunidad” […]. Las normas explícitas, públicas, no bastan,
y deben por tanto ser suplementadas por un código […] “no escrito” (Žižek,
2003: 87-88).

Y es que para mantener el orden social no bastan la Ley pública


escrita y el derecho, hace falta también que opere en las sombras una
ley no escrita y oculta que violenta el orden superficial para preservar
el orden profundo.
La violación sistemática de la Ley formal para imponer la ley sus-
tantiva es una infracción que subyace en sociedades como la mexicana,
donde en vez de la violencia administrativa del Estado acotada por
normas escritas lo que rige es la transgresión de la Ley como verdadera
ley; la normalización de una violencia no sujeta a normas, o más bien no
sujeta a las normas públicas y diurnas del derecho sino a normas ocultas,
nocturnas y siniestras pero efectivas. En un sistema cuya esencia es el
TIERRA ARRASADA... 193

predominio del más fuerte –entendiendo por el más fuerte el más rico,
el más poderoso, el más “influyente”, el que tiene clientelas más fieles y
extensas, el que mueve más gente y, en tiempos del narco, el que tiene
mayor capacidad de fuego–, transgredir mediante la violencia toda Ley
que limite el derecho de la fuerza es hacer valer la norma profunda.
Se nos ha dicho que la ley del más fuerte –que es la “ley de la selva” o
“estado de naturaleza”– deja su lugar al derecho cuando surge el Estado,
institución que en el capitalismo debe garantizar ante todo la propiedad
establecida y sustentada en la “legítima” acumulación empresarial.
Pero en un capitalismo rentista y rapaz como el de las trasnacionales
depredadoras, los cárteles globalizados, los empresarios desalmados y el
cacicazgo hecho gobierno la que mejor sirve a las necesidades del sistema
es precisamente la “ley de la selva”.
Una lectura de la violencia también referida a México y semejante a la
que aquí esbozo es la de Araceli Mondragón, para quien el “triunfo de la demo-
cracia” fue sólo aparente y sociedades como la nuestra avanzan hacia “una
condición latente de ‘estado de guerra’ hobbesiano, de disolución estatal
e institucional” (Mondragón, 2014: 20). La aproximación es sugerente,
pero al apoyarse en el “estado de guerra” como lo entiende el autor de
Leviatán y no, como lo hago yo, en el “estado de excepción” como lo con-
ciben Schmitt, Benjamin y Agamben, Mondragón remite reiteradamente
la violencia a unas presuntas “pasiones […] no controladas racionalmen-
te” (2014: 21) que se imponen porque “esta nueva era del capitalismo
a nivel planetario da rienda suelta a las pulsiones de los individuos y
crea condiciones de extrema violencia” (2014: 39). Interpretación muy
distinta a la de Lacan y Žižek, a quienes también se refiere. En cuanto a
los saldos del “estado de guerra”, para Mondragón la destrucción de los
ethos que hacían “vivible lo invivible” (Bolívar Echeverría dixit) cancela
las estrategias adaptativas identitarias y no le deja a la gente más que
la falsa salida de la droga, con lo que la violencia se muerde la cola. Y
también aquí se resiente la ausencia de Benjamin, para quien al estado
de excepción de ellos se le enfrenta con nuestro propio estado de excep-
ción, y ante su violencia instrumental se esgrime la violencia pura: no
adaptación barroca ni echeverriana evasión narcótica mondragonesca
sino subversión grotesco-carnavalesca.
194 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

Recapitulemos: hay una violencia primaria transitoria y fundadora


por la que se destruye el orden, el poder y el derecho precedentes y se
crea un nuevo orden, un nuevo poder y un nuevo derecho; violencia
originaria que reaparece como violencia simbólica en los ritos cívicos
sean éstos institucionales o populares. Hay una violencia administrada
o violencia legal que es monopolio del Estado, que se sujeta a las leyes y
que sirve para hacer valer el derecho establecido y con ello el poder y el
orden a los que respalda. Hay una violencia discrecional que la fuerza
pública ejerce temporalmente durante los estados de excepción y para
restablecer el orden en riesgo, violencia que interrumpe el derecho pero
está prevista en el derecho y que debe ser decretada siguiendo ciertas
formalidades. Hay, finalmente, una violencia primaria permanente (un
estado de excepción vuelto regla) asociada a las modalidades primitivas
y brutales de acumulación, violencia que ejercen tanto el gobierno como
los particulares y que responde a una suerte de moderna “ley de la sel-
va” donde los intereses del más fuerte se imponen de manera directa e
inmediata y sin las mediaciones del derecho y sus instituciones; violen-
cia primaria que ocasionalmente apela a las leyes escritas no como su
fundamento y legitimación sino como un instrumento entre otros. En
una sociedad donde formalmente opera el derecho pero que se reproduce
con base en la violencia primaria permanente encontramos una doble
legalidad: la superficial y la profunda, la diurna y la nocturna, la que
busca preservar las formas de la sociedad burguesa y la que apuntala el
fondo de la sociedad capitalista canalla realmente existente.

La violencia pura y el carnaval

Un movimiento describe un gran grupo de personas que


colectivamente se mueven hacia un objetivo definido, el cual
logran o no. Pero dicha descripción ignora las innumerables
decisiones personales, los encuentros, las iluminaciones,
los sacrificios, los nuevos deseos, los pesares y, finalmente,
las memorias que este movimiento hace emerger y que, en
sentido estricto, serían incidentales.
TIERRA ARRASADA... 195

La promesa de un movimiento es su victoria futura,


mientras que las promesas de esos momentos incidentales
tienen un efecto instantáneo. En su intensidad vital o su
tragedia, tales momentos incluyen aquellas experiencias
de una libertad en la acción. Momentos así son trascenden-
tales, como ningún “resultado” histórico puede serlo […].
No todos los deseos conducen a la libertad, pero la libertad
es la experiencia de un deseo que se reconoce, se asume y
se busca […]. El deseo es una demanda: la exigencia de lo
eterno ahora. La libertad no constituye el cumplimiento de
ese deseo, sino el reconocimiento de su suprema importancia.

John Berger, Con la esperanza


entre los dientes

La violencia es medio para fundar un nuevo orden o para preservarlo,


medio para violar la Ley o para hacer que se cumpla. Pero hay una
violencia que no es medio sino fin, una violencia que busca negar para
siempre la necesidad de la violencia. Es la que Benjamin llama “violencia
pura”, “violencia divina” o “violencia imperante”.
[Dado que] la violencia tiene asegurada la realidad más allá del derecho
como violencia pura e inmediata, resulta demostrado qué y cómo es posible
también la violencia revolucionaria […], la más elevada manifestación de
la violencia pura del ser humano […]. Tal violencia puede aparecer en la
auténtica guerra, así como el juicio divino de la multitud respecto del crimi-
nal […]. Toda violencia mítica instauradora de derecho […] se puede llamar
obrante […]. Igualmente reprobable [es] la violencia administrada puesta
a su servicio. La violencia divina […], nunca medio […], se ha de llamar
imperante (Benjamin, 2010: 121).

La violencia pura o imperante es revolucionaria, pero no en el senti-


do en que lo es la violencia política que busca imponer un nuevo orden,
un nuevo poder y un nuevo derecho, por cuanto esta última es también
instrumental. Para Benjamin la violencia propiamente revolucionaria
no es la que funda un derecho sino la que cuestiona el derecho. Y es que
196 CON LOS PIES SOBRE LA TIERRA

el derecho –cualquiera que éste sea– es arma del poder que legitima la
violencia administrada preservadora del orden establecido.
La violencia “pura”, “revolucionaria” e “imperante” tampoco es utópica
en tanto que vehículo del altermundismo. Aunque sí lo es en el sentido
que le da Benjamin a la utopía como irrupción del “Mesías” que rompe el
flujo de la historia (Walter Benjamin, 2010: 40, 54, 59, 97), o como el salto
fuera del progreso que quiere Horkheimer (Horkheimer, 2006: 55-56), o
como el éxtasis compartido y el trance libertario colectivo a los que me
he referido… (Bartra, 2008:164-165). De estos momentos fulgurantes
que resignifican al sujeto y su entorno han hablado pocos sociólogos,
unos cuantos filósofos y muchos literatos. Ya he mencionado a García
Lorca y he empleado como epígrafe un texto de John Berger, cito ahora
al sudafricano J. M. Coetzee: “Mientras dura este momento fuera del
tiempo las estrellas se reconfiguran de modo que los acontecimientos
no sean sólo tales, sino que representen otras cosas” (Coetzee, 2010: 63).
Interpretando a Walter Benjamin, Slavoj Žižek sostiene que la violen-
cia divina es “rabia vengativa”, “cólera revolucionaria”, “justicia más allá
de la ley”… y la remite a circunstancias históricas sangrientas como los
momentos del terror en la Revolución Francesa (1792-1794) y en la Revo-
lución Rusa (1919) (2010: 211-242). Lectura del esloveno que deja fuera
la violencia simbólica que estando presente en estos eventos también lo
está en otras transgresiones incruentas que a mi ver son violencia pura
en el sentido que le da al concepto su introductor. Coincido en cambio con
Žižek en que las acciones a las que se refiere Benjamin son lo que Alan
Badiou llama “acontecimientos”, pues no resultan de causas, no sirven
a ningún fin ulterior y se sustentan en sí mismas.
Resumiendo, para el esloveno la violencia divina benjaminiana es la
“dimensión teológica sin la cual la revolución no puede ganar” (Žižek,
2010: 235), mientras que para mí la revolución como acontecimiento
radical es sin duda uno de los modos de la violencia pura, pero en tanto
que ontocreadora, incondicional e irreductible a cualquier causalidad y
racionalidad previas o trascendentes, este modo extremo de la violencia
abarca igualmente actos individuales y colectivos muy diversos que cons-
tituyen también auténticos acontecimientos y que en cierto modo son las
revoluciones de la cotidianidad. Incluyo aquí como emblemática la desqui-
TIERRA ARRASADA... 197

ciante y violenta, aunque pasiva, desobediencia bartlebyana de la que


escribió Herman Melville y a la que, por cierto, hace referencia Žižek.
La violencia pura que “puede aparecer” en la “auténtica guerra” que
es la revolución política pero que no se confunde con ella, la violencia
imperante “de la multitud” de la que habla Benjamin, no tiene que ser
violencia física. Y sin embargo es la violencia más radical posible por
cuanto cuestiona todo orden que genere autoridad y por tanto violencia;
por cuanto cuestiona todo orden que sea fuente de inercias encarnadas
en el derecho, en las instituciones estatales, en los poderes fácticos y en
las relaciones sociales; por cuanto cuestiona todo orden, cualquiera que
éste sea, dado que en todos los órdenes se gestan estructuras de poder
cuya preservación demanda algún tipo de violencia.
La violencia pura de Benjamin se parece a la parte más fugaz y evanes-
cente de lo que yo llamo utopías vividas: arcadias por lo general efímeras
hechas a mano en territorios marginales. Pienso en marchas, mítines y
acampadas multitudinarias donde los participantes entran en comunión;
pienso en los trabajos colectivos intensos y gratificantes que practican
algunas comunidades indígenas; pienso en ciertas celebraciones, ciertas
asambleas, ciertos debates, ciertas tocadas, ciertos tocamientos…
Pienso en la Plaza Syntagma, en Atenas; en la Plaza de Tahrir, en El
Cairo; en la Plaza de los Mártires, en Trípoli; en la Plaza de las Palomas,
en Rabat; en La Plaza del Sol, en Madrid; en la Plaza de Cataluña, en
Barcelona; en la avenida Alameda, en Santiago de Chile; en el Parque
Zuccotti, en Nueva York; en el Monumento a la Revolución, en la Ciudad
de México; en la Plaza de la Independencia, en Kiev, Ucrania; espacios
tomados por ocupas, indignados y otros rebeldes, alephs pródigos en
experiencias utópicas y momentos de “violencia pura”.
Violencia pura, violencia divina, violencia imperante, trances extáti-
cos que pueden tener causa, efecto y propósito pero que mientras duran
son fines en sí mismos, que rompen la cadena causal y saltan fuera del
tiempo. Experiencias utópicas que son también parte de la resistencia al
omnipresente despojo, de la resistencia a un sistema que al transformar
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SE HACE TERRUÑO AL ANDAR
SE HACE TERRUÑO AL ANDAR
LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

Armando Bartra
Carlos Walter Porto-Gonçalves
Milson Betancourt Santiago
Esta publicación de la Coordinación de Extensión Universitaria y la División de Cien-
cias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad
Xochimilco, fue dictaminada por pares académicos especialistas en el tema. Agrade-
cemos a la Rectoría y a la Secretaría de Unidad el apoyo brindado para esta edición.

Se hace terruño al andar. Las luchas en defensa del territorio,


de Armando Bartra, Carlos Walter Porto-Gonçalves
y Milson Betancourt Santiago.

Primera edición, 2016.

Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Xochimilco


Calzada del Hueso 1100, Col. Villa Quietud
Delegación Coyoacán, Ciudad de México, C.P. 04960.
Sección de Publicaciones
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Edificio A, tercer piso
Tel. 54837060
ISBN: 978-607-28-0498-2

Editorial Itaca
Piraña 16, Colonia del Mar
Ciudad de México, C.P. 13270.
Tel. 58405452
[email protected]
www.editorialitaca.com.mx
ISBN: 978-607-96999-3-2

Portada: Irais Hernández Güereca

D.R. © 2016 Armando Bartra

D.R. © 2016 Universidad Autónoma Metropolitana

D.R. © 2016 David Moreno Soto / Editorial Itaca

Impreso y hecho en México


ENCRUCIJADA LATINOAMERICANA
EN BOLIVIA
EL CONFLICTO DEL TIPNIS
Y SUS IMPLICACIONES CIVILIZATORIAS

Carlos Walter Porto-Gonçalves


Milson Betancourt Santiago
ÍNDICE

PRÓLOGO ............................................................................................... 9

ENCRUCIJADA LATINOAMERICANA EN BOLIVIA:


EL CONFLICTO DEL TIPNIS Y SUS IMPLICACIONES CIVIVILIZATORIAS........17
Resumen ....................................................................................... 17

INTRODUCCIÓN ..................................................................................... 19

SOBRE EL TIPNIS: SITIO Y POSICIÓN ........................................................ 25

LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPOS IMBRICADOS


EN EL CONFLICTO DEL TIPNIS ............................................................. 29

El espacio-tiempo ancestral ........................................................ 30


El espacio-tiempo estructural del sistema
mundo moderno-colonial capitalista ...................................... 32
El espacio-tiempo de los estados “nacionales” ............................ 33
El espacio-tiempo pos Segunda Guerra Mundial / Guerra Fría
y descolonización (1945-1968)................................................ 37
El espacio-tiempo del sistema mundo
en “caos sistémico” I (1968-1989) ........................................... 40
El espacio-tiempo del sistema mundo
en “caos sistémico” II (1990-2013) .......................................... 44

TIPNIS-BOLIVIA VISTA DESDE LOS MÁS SUBALTERNIZADOS


ENTRE LOS SUBALTERNIZADOS
Y LA REINVENCIÓN DE LOS TERRITORIOS ............................................. 51

TENSIONES TERRITORIALES EN TORNO AL TIPNIS ...................................... 59


El núcleo indígena y sus dinámicas socio-espaciales ................ 62
La dinámica socio-espacial forestal
al noroccidente del TIPNIS........................................................ 64
La dinámica socio-espacial pecuaria
al nororiente del TIPNIS .......................................................... 66
La dinámica socio-espacial
de la coca en el sur del TIPNIS .................................................. 68
Dinámica socio-espacial ligada
al subsuelo rico en gas y petróleo ............................................ 74
Dinámica socio-espacial del agronegocio. .................................. 76

EL TIPNIS FRENTE A LA NUEVA GEOPOLÍTICA DEL SUBCONTINENTE ............ 81

LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL DEL TIPNIS:


LA CARRETERA QUE (DES)INTEGRA ...................................................... 91

DE COCA, SOBERANÍA Y NUEVOS HORIZONTES DE SENTIDO ...................... 109

INCONCLUSIONES (EN UNA ENCRUCIJADA NADA SE CONCLUYE) ................ 117

BIBLIOGRAFÍA .................................................................................... 121

APÉNDICE 1. MAPAS .......................................................................... 129

APÉNDICE 2. CUADROS ....................................................................... 145


PRÓLOGO

Los dos textos que componen este libro están lejos de teorizar distantes
de la realidad, en una torre de marfil de sabios ajenos a la carnalidad y
materialidad sociales. Son escritos que indagan, escrutan, observan, disec-
cionan, con los pies en la tierra. Tierra, territorio, terruño, lugar, origen,
donde se enlodan los conceptos. Los años recientes han sido testigos del
ascenso en el contexto latinoamericano de luchas diversas, desde abajo, de
los habitantes de los distintos territorios multiculturales, multinaturales y
multirraciales; gente que actúa y se levanta en la defensa de sus recursos,
sus viviendas, su tierra, su naturaleza, sus productos, su existir. Estos
procesos están registrados en una memoria antigua, que nos remite al pa-
sado colonial, y así encontramos actores sociales colectivos que reelaboran
su “r-existencia”, concepto acuñado por Porto-Gonçalves y Betancourt en
el trabajo que aquí presentan. Es decir, permanecen en terca resistencia
por existir y reinventar esta existencia. No es gratuito que se perciba una
exacerbación de estos movimientos en los tiempos actuales: el momento
presente del capitalismo se caracteriza por explotar y depredar de mane-
ra voraz los recursos naturales, avasallando sin miramientos a los seres
humanos que habitan los territorios donde éstos se encuentran. Agua,
minerales, hidrocarburos, madera, biodiversidad, tierra, genoma, plantas,
animales, microorganismos…, nada escapa a esta expansión creciente.
América Latina se encuentra en la disyuntiva de seguir como exporta-
dora de productos primarios, a lo que ahora se llama neo-extractivismo,

9
10 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

cuando la vigorosa discusión de la posguerra sobre la conveniencia de la


industrialización ha perdido buena parte de su fuerza.
Desde la teoría se han aventurado explicaciones al difícil momento
internacional que se vive: ante una naturaleza cada vez más destruida
y un planeta que ya no resiste, se registra un “caos sistémico”, proponen
Porto-Gonçalves y Betancourt, basándose en Wallerstein y Arrighi. Este
“caos sistémico” nos interpela y reclama un nuevo orden. Ello se da en
medio de una reconfiguración socio-espacial y económica del mundo,
donde el poderío antes indiscutible de Estados Unidos y Europa, desde
los tiempos de la segunda posguerra del siglo XX, ha pasado a segundo
plano y las nuevas estrellas se localizan al oriente, en China e India.
Los llamados países emergentes buscan un nuevo lugar y nuevas re-
laciones en el capitalismo mundial. Se trata de los llamados BRICS (los
dos mencionados: China e India, además de Brasil, Rusia y Sudáfrica),
entre los cuales es indiscutible un proyecto de Brasil-potencia en nuestro
continente, que se transparenta en el conflicto del Territorio Indígena y
Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), estudiado con detalle e ingenio
en el texto de Porto-Gonçalves y Betancourt. Explícitamente, los autores
proponen superar la dicotomía tiempo-espacio, y desarrollan en su rico
análisis seis espacios-tiempos imbricados en el conflicto actual del TIPNIS
(que podrían hacerse extensivos a toda América Latina, agregaría yo):
1) Espacio-tiempo ancestral de los pueblos indígenas de tierras bajas, que
protagonizan una intensa lucha por la afirmación de sus territorios, frente
a la actualización de los frentes coloniales de expansión/invasión que los
amenazan como comunidades de vida. Hay otros cinco espacios-tiempos
imbricados, a saber: 2) el espacio-tiempo estructural del sistema mundo
moderno-colonial capitalista; 3) el espacio-tiempo de los Estados Nacio-
nales; 4) el espacio-tiempo pos Segunda Guerra Mundial / Guerra Fría y
descolonización (1945-1968); 5) el espacio-tiempo del sistema mundo en
“caos sistémico” I (1968-1989), y 6) el espacio-tiempo del sistema mundo
en “caos sistémico” II (1990-2013).
En ambos textos hay mención de la hoy llamada acumulación por
desposesión, concepto propuesto por el geógrafo inglés David Harvey,
para explicar esta nueva ola expansiva capitalista sobre los territorios
ricos en recursos naturales. Bartra nos recuerda que el fenómeno bien
PRÓLOGO 11

podría seguirse llamando acumulación originaria, como lo planteó Marx,


o acumulación primitiva, o primitiva permanente, como la han identifi-
cado otros autores (Rosa Luxemburgo, Rudolf Hilferding y Samir Amin)
y plantea la opción de reconsiderarlo como acumulación primaria. Para
él, hay que considerar también la explotación del trabajo humano en el
concepto. Es una crítica al planteamiento de Harvey, pues éste propone
que la explotación desmesurada de recursos naturales es generadora de
rentas (de ahí su expansión reciente en el capitalismo presente, en el “caos
sistémico”), ante lo cual Bartra recuerda que las rentas son, en última
instancia, plusvalía que se quedan quienes acaparan recursos naturales
no reproducibles, la cual proviene originalmente del trabajo humano del
resto de la sociedad. Es así que la llamada acumulación por desposesión de
Harvey es también un proceso de extracción sin precedentes de plusvalía
proveniente de la explotación del trabajo.
De ahí Bartra hace una rica reflexión sobre el concepto de clase, la
cual es un sujeto global, “una entidad en principio desterritorializada”,
en cambio, “las etnias ocupan espacios físicos determinados, las culturas
se construyen sobre ámbitos geográficos, nación es territorio, identidad
es terruño”. Es por ello, nos explica, que en los conflictos territoriales
e identitarios los actores sociales participantes son abigarrados, la per-
tenencia a una clase se diluye o atenúa, “y los que comparten un ethos
amenazado se unifican, aun cuando ocupen lugares antagónicos en las
relaciones de producción”. Es decir, para nuestro autor la defensa del te-
rritorio es multiclasista o transclasista por naturaleza y ahí radica buena
parte de su fortaleza. Aun con este carácter, en los últimos tres lustros
estamos ante una nueva etapa del movimiento campesindio mexicano,
que se opone y resiste a la neoterritorialización capitalista, si bien las
raíces se anclan en la memoria de los múltiples despojos desde la Colonia.
Destaca el carácter anticapitalista de los movimientos, en el sentido en
que se oponen al uso depredatorio de los territorios por el capital, así
como su carácter comunitario, al defenderse recursos colectivos.
Desde las luchas territoriales, por su parte, Bartra analiza los nuevos
movimientos sociales de este tipo en México y propone atenderlos sin
olvidar la lucha por la tierra que es impronta en nuestro país, a partir
de la Revolución Mexicana y sus principales protagonistas: los campe-
12 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

sinos armados demandantes de tierra. El autor toma distancia crítica,


entonces, de aquellos que plantean que los nuevos movimientos sociales
son territoriales y que la lucha por la tierra está superada. Entre ellos,
por cierto, no están Porto-Gonçalves y Betancourt, en cuyo texto hay una
valoración del significado profundo de la lucha por la tierra en América
Latina. Ante la concepción de que la lucha territorial invalida o minimiza
la lucha por la tierra, Bartra argumenta que los campesinos e indígenas
(campesindios, en su propia terminología) de nuestro país y de Amércia
Latina han luchado, y luchan hoy en día, por la tierra pensando en su
territorio. No se trata de obtener sólo una parcela para sus cultivos,
sino de sus montes, sus cuevas, manantiales, ríos y caminos. Que en
la negociación política de estas demandas los poderes hegemónicos, los
vencedores de la lucha armada de la Revolución Mexicana, les hayan
dotado exclusivamente de parcelas, es otra cosa.
Lo que sucede hoy en el TIPNIS, a mi juicio, es expresivo de estas contra-
dicciones, pues en el conflicto están presentes dos cosmovisiones indígenas
que chocan: la de los cocaleros quechuas y aymaras del altiplano, que han
emigrado al territorio del TIPNIS y expandido el cultivo de la coca en sus
parcelas individuales, y la de los Tsinames, Yuracarés y Mojeño-trinitarios
de la Amazonia y las tierras bajas, habitantes del TIPNIS y portadores de
saberes ancestrales sobre la sobrevivencia en la selva húmeda, compati-
bles con la conservación de la naturaleza en el territorio (el TIPNIS es de
los lugares más biodiversos del planeta). Estos últimos han aportado al
proceso boliviano mucho de su léxico innovador y fundacional en cuanto al
respeto a la Pachamama y el Buen vivir (Suma kausay o Suma qamaña),
y sobre todo al carácter plurinacional y comunitario del Estado. Con lo
anterior no quiero decir que ésta sea la confrontación central en el TIPNIS,
pues el conflicto es multidimensional, como lo señalan atinadamente
Porto-Gonçalves y Betancourt. En su interesante propuesta de superar la
dicotomía tiempo-espacio en su investigación, los autores nos describen el
territorio del TIPNIS como atravesado por múltiples intereses y contradiccio-
nes, caracterizando las relaciones conflictivas que mantiene este territorio
con cinco dinámicas socio-espaciales: 1) la dinámica socio-espacial norte,
con empresas madereras que codician los árboles nobles de sus bosques;
2) la dinámica socio-espacial sur, donde predomina la presencia de cam-
PRÓLOGO 13

pesinos de origen quechua y aymara, cocaleros y colonizadores, reciente-


mente rebautizados por el gobierno como “comunidades interculturales”;
3) la dinámica socio-espacial del nororiente, donde se da la presencia
de haciendas ganaderas; 4) una dinámica socio-espacial que apunta al
subsuelo rico en gas y petróleo, considerando las aptitudes que las se-
rranías del TIPNIS comparten con toda la franja sub andina de América
del sur, que le brinda un carácter de tensión en función de los enormes
intereses que despierta (Amazonia ecuatoriana, peruana y colombiana),
y finalmente una 5) dinámica socio-espacial del agrobusiness, donde se
destaca la soja, que tiene su epicentro económico y político en Santa
Cruz de la Sierra. Aunque esta dinámica no tenga en este momento un
contacto directo con el TIPNIS, necesariamente tendrá implicaciones en
los destinos de esa área en función del carácter expansionista / invasor
de tierra que la caracteriza.
Es decir, muy lejos están nuestros dos autores de la simplificación que
hace la élite separatista de Santa Cruz de caracterizar al conflicto del
TIPNIS como una disputa entre “collas” (migrantes quechuas y aymaras
del altiplano) y cambas (indígenas amazónicos). Para nuestros autores,
por el contrario, el conflicto del TIPNIS abriga espacios-tiempos distintos
en tensión, a partir de sus múltiples grupos, clases sociales, pueblos y
nacionalidades, cuyos proyectos sociopolíticos e intereses se encuentran
confrontados.
Al lector que se aventure al análisis de los dos casos estudiados, le
quedará la sensación de encontrarse ante dos procesos con similitudes,
pero también con fuertes diferencias: Por una parte, Bartra nos describe
un México desgarrado, en un proceso de degradación social y económica
que ha implicado el desgobierno y la agresividad cada vez mayor de los
capitales nacionales y foráneos por adueñarse de las riquezas naturales
en manos de los campesindios. Se insiste en medidas neoliberales, con
una apertura cada vez mayor a las grandes corporaciones para explotar
recursos no renovables: el petróleo desde luego (con una nueva reforma
energética más aperturista que nunca a las grandes corporaciones), pero
también los minerales (con concesiones que ya abarcan casi la mitad del
territorio), el agua (capturada para hidroelétricas que avanzan sobre
poblaciones enteras), las urbanizaciones invasoras, las plantaciones
14 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

forestales, las trasnacionales agroalimentarias (que presionan por libe-


ralizar el maíz transgénico y eliminar, ahora sí de una vez, a los cam-
pesinos maiceros), las carreteras que se construyen sin mayor consulta,
los parques eólicos que se instalan sobre tierras a cuyos dueños no se
beneficia, el monopolio electromagnético de las comunicaciones, estando
presentes también en la depredación la situación de las mujeres y las
intervenciones en su cuerpo, que es su territorio. Por si esto fuera poco,
ante el dantesco recuento el autor remata con una detallada crónica de
lo que sucede en los narco-territorios, donde el gobierno ya no existe y
éste lo ejercen grupos violentos del crimen organizado. Porque éste es el
sello de todo lo descrito: la violencia, que para Bartra no es nada nuevo
en la despiadada acumulación capitalista que avanza, especialmente en
nuestro continente con su historia colonial. Aquí nos recuerda que la
violencia es consustancial a la acumulación, “no una violencia residual
y menguante, no una violencia administrativa enfocada a controlar
eventuales desviaciones, sino una violencia crónica, no regulada y pro-
gresiva que no practica sólo el Estado y conforme a la ley, sino los más
diversos actores y sin otro límite que su fuerza”.
Se refiere aquí a lo que Walter Benjamin caracterizó en el ascenso
del fascismo, y Giorgio Agamben en los tiempos de Bush el pequeño, que
ambos llamaron “Estado de excepción permanente”. Hay fuertes intereses
económicos detrás de esta violencia. “Lo que se juega es –literalmente–
el negocio del siglo, de modo que las empresas y sus personeros en el
gobierno recurren a la represión y si hace falta al asesinato”.
Pese a lo anterior, el recuento de los daños también registra la re-
sistencia:
[...] ante cada una de las agresiones descritas se movilizan grupos organizados
de campesinos, de mujeres, de indígenas, de vecinos, de mujeres, de ambien-
talistas […] en una pléyade que pequeñas y grandes resistencias, que en
algunos casos han logrado detener la depredación y negociar vías socialmente
más equitativas y ambientalmente más amigables de llegar al “desarrollo”.

En otras ocasiones han sido la materia prima que abastece el campo-


santo en que se está convirtiendo nuestro país, con números crecientes de
muertos, no sólo por la guerra contra el narcotráfico declarada en el sexenio
PRÓLOGO 15

anterior, enfrentada con las mismas estrategias fallidas en el gobierno


presente, sino por el mismo proceso de acumulación descrito.
En Bolivia, por su parte, Porto-Gonçalves y Betancourt nos llevan a
las entrañas de un proceso innovador y esperanzador para nuestro con-
tinente, donde puede aparecer una alternativa al modelo depredador y
excluyente del neoliberalismo. En este proceso, lo que los autores llaman
la encrucijada civilizatoria del TIPNIS pone a prueba la viabilidad real de
esta esperanza, pues avanzar con una carretera que corta el territorio
indígena por la mitad, con previsibles consecuencias negativas ambien-
tales y sociales, implica que se abandona la posibilidad de hacer algo
diferente. Es decir, que nuevamente se fomenta un supuesto desarrollo
en beneficio de poderosas élites económicas (en este caso brasileñas),
a costa del bienestar de quienes ellos llaman “subalternizados” y de la
destrucción de la naturaleza. Bolivia pierde con ello, en opinión de los
autores, un liderazgo internacional que comenzaba a construir en torno
a un “ecologismo popular”, y se evidencian las fracturas del “bloque
histórico” que llevó por primera vez a un presidente indígena al poder.
En ambos casos, encontramos aquí una interesante reflexión sobre
la trascendencia e implicaciones políticas de las luchas en defensa del
territorio. Para Bartra, lucha de clases de los campesindios, portadores
de una socialidad muy otra, de la posibilidad de un mundo distinto, más
equitativo y sustentable, enfrentados al gran capital y a las corporaciones,
crimen organizado incluido. En esta lucha los campesindios se juegan la
vida, la posibilidad de existir, lo que se acerca a la r-existencia de Porto-
Gonçalves y Betancourt. Bartra nos aclara que la lucha de clases a la
que se refiere no se agota en las relaciones económicas estructurales,
está hablando de “Estados nacionales, territorios históricos, identidades
étnicas, culturas”. En el TIPNIS, por su parte, los autores nos plantean
que la encrucijada es civilizatoria, lo que se imponga ahí afectará a los
campesinos e indígenas del mundo, pues se juega la posibilidad de crear
un mundo alternativo al capitalismo neoliberal, con base en un proyecto
sociopolítico decolonial, campesino-indígena y latinoamericano, nacido
de movimientos sociales vigorosos, de raíces ancestrales, pero vigente y
propositivo en el mundo de hoy.
16 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

Estamos, pues, ante un par de textos que iluminan la explicación


teórico-política de procesos vivientes, palpitantes y en curso en dos países
latinoamericanos que, si bien tienen semejanzas, encarnan dos modelos de
desarrollo diferentes pues en México se insiste en el neoliberalismo mien-
tras que en Bolivia surge un proceso innovador a partir de movimientos
sociales que se encuentra ante retos de gran envergadura. En la evolución
y resolución de las luchas territoriales descritas se está forjando el fu-
turo, no sólo de los campesindios, en términos de Bartra, o campesinos
e indígenas, como los nombran Porto-Gonçalves y Betancourt, sino de
sus países y de nuestra región, con repercusiones para todos aquellos
“subalternizados” y para el planeta en el capitalismo presente.

Yolanda Massieu
julio de 2015
ENCRUCIJADA LATINOAMERICANA EN BOLIVIA
EL CONFLICTO DEL TIPNIS Y SUS IMPLICACIONES CIVILIZATORIAS

Carlos Walter Porto-Gonçalves*


Milson Betancourt Santiago**

Nuestra lucha es epistémica y política

Luis Macas

Resumen

En el presente ensayo se analizan las implicaciones civilizatorias


presentes en el conflicto del Territorio Indígena y Parque Nacional
Isiboro-Sécure (TIPNIS) resaltando la importancia del desarrollo y desen-
lace del conflicto para el continente y las luchas territoriales, sociales y

*
Doctor en geografía de la Universidad Federal de Río de Janeiro. Es profesor del
programa de posgrado en geografía de la Universidad Federal Fluminense en Brasil.
**
Milson Betancourt Santiago es doctorante en geografía de la Universidad Fe-
deral Fluminense en Brasil. M.A en estudios interdisciplinarios de América Latina
de la Universidad Libre de Berlín; abogado de la Universidad Nacional de Colombia
e investigador sobre movimientos sociales, conflictos por tierra-territorio y transfor-
maciones socio-espaciales en territorios rurales, especialmente en los países andinos
Colombia, Perú, Ecuador y Bolivia.

17
18 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

ambientales. El análisis se divide en dos ejes argumentativos centrales


que buscan romper tanto con el estructuralismo como con la linealidad
del pensamiento social. En la primera parte se describen los múltiples
espacio-tiempos imbricados en el conflicto y la manera como se hacen
actuales / actuantes en el presente. La segunda parte se centra en las
diversas dinámicas socio-espaciales que constituyen presiones, esto es,
frentes de expansión / invasión y que por tanto conforman tensiones
territoriales sobre y alrededor del territorio y la territorialidad de los
pueblos indígenas del TIPNIS.
En el estudio se resalta el papel de los movimientos sociales bolivianos
en la configuración de las nuevas luchas políticas emancipatorias en el
mundo y su aporte teórico-político a partir de conceptos clave como terri-
torio, autonomía, buen vivir, madre tierra, derechos de la naturaleza y
Estado plurinacional comunitario, que resignifican la antigua lucha por
la tierra en otra clave teórico-política, distinta de la liberal y / o marxista.
Se destaca la importancia de entender las profundas cuestiones que el
TIPNIS nos plantea y que constituyen toda una encrucijada no sólo para los
gobiernos que intentan empujar procesos de cambio sino también para
las luchas emancipatorias y descoloniales en el continente y en el mundo.
INTRODUCCIÓN

En el corazón de América del Sur (véase Anexo, mapa 1), a pie del monte
andino-amazónico de Bolivia, más específicamente en el área conocida
como Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) se
lleva a cabo en este momento una batalla de significativas implicaciones
no sólo teóricas y políticas sino también civilizatorias. Se trata de un con-
flicto que nos coloca al frente del desafío de desarrollar marcos analíticos
que superen las tradiciones de pensamiento hegemónicas marcadas por
la colonialidad del saber y del poder, con su geopolítica de conocimiento
propia (eurocentrismo) (Lander, 2006 [2000]).
La razón inmediata de este conflicto nace de la iniciativa tomada en
2007 por el gobierno boliviano de construir una carretera que atravesa-
ría el TIPNIS por la mitad. Es importante señalar que el TIPNIS está en el
origen del nuevo ciclo de luchas que se instauró en Bolivia cuando, en
1990, a partir de la Primera Marcha por la Dignidad, por la Vida y por el
Territorio, los indígenas de las tierras bajas y de la Amazonia se colocan
como protagonistas en la escala nacional. El resultado inmediato de la
primera Gran Marcha fue el reconocimiento por el Estado boliviano de
la Convención 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la
creación del propio TIPNIS y la introducción del debate teórico-político de
la cuestión territorial Tierras Comunitarias de Origen. El conflicto sobre
el TIPNIS alcanza su máxima expresión en agosto / septiembre de 2011
cuando la VIII Marcha llega a La Paz con más de 500 000 marchistas,
una de las mayores manifestaciones hasta entonces realizada en el país.

19
20 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

En el TIPNIS, diversas escalas geográficas se imbrican de modo com-


plejo, desde la escala local-regional hasta la escala global, intermediadas
directa o indirectamente por las escalas nacional y sub-continental, en
un momento de reconfiguración geográfica del sistema mundo moderno-
colonial capitalista. Las escalas no actúan por sí mismas. Ellas indican
lugares de acción / enunciación de discursos de etnias / grupos / clases
sociales que se conforman en sus relaciones y que incluso se reafirman
por medio de las escalas que constituyen. La tradición teórico-política
hegemónica de matriz eurocéntrica privilegia desde el siglo XIX la escala
nacional y por tanto invisibiliza otros lugares de enunciación / prácticas
a través de las cuales otra / s etnias / grupos / clases sociales se realizan
(Porto-Gonçalves, 2002, y Lafont, 1971 [1967]). El constructo Estado-Na-
ción es el lugar privilegiado de afirmación de la alianza entre la burguesía
y los gestores (juristas, militares, agentes financieros, planificadores-
geógrafos / arquitectos / economistas / ingenieros, entre otros). Aunque
Marx haya afirmado que “el capital no tiene patria”, el Estado, con su
fundamento en la soberanía territorial (desde el tratado de Westfalia
de 1648) ha sido esencial, por lo menos hasta hoy, como guardián de la
propiedad, entre otras implicaciones (Wallerstein, 2003 [2001]).
El sistema mundo moderno-colonial está constituido por lo menos por
dos lógicas estructurales / estructurantes: la territorial y la del capital,
tal como bien lo observó Giovanni Arrigi,1 lógicas que son complemen-
tarias pero que pueden ser contradictorias en determinadas circuns-
tancias histórico-geográficas. El carácter moderno-colonial del sistema
mundo atraviesa sus diversas escalas, incluso la nacional, que con su
“colonialismo interno” (González, 2006 y Lafont, 1971 [1967]) produce
“un desperdicio de la experiencia” (Sousa Santos) al invisibilizar otros
mundos, otros segmentos sociales que se conforman en otras escalas,

1
Giovanni Arrighi, en su libro El largo siglo XX, nos habla de esas dos lógicas, a saber:
1) la “lógica del capital”, comandada por la formula D-M-D’, y 2) la “lógica territorial”,
para lo que usa la fórmula T-T’ para indicar las estrategias de buscar mayor control del
espacio, sus recursos y su gente. La “lógica territorial” se afirma a través de los estados
territoriales que son la base del sistema interestatal del sistema mundo que se consagra
a partir del Tratado de Westfalia, de 1648. Así, el “Estado territorial” se constituye como
la forma geográfica de organización del poder donde el principio de soberanía territorial
se vuelve central en el derecho internacional.
INTRODUCCIÓN 21

otros lugares, otros espacio-tiempos sub nacionales. Esto nos coloca al


frente de un doble desafío teórico-político: comprender esas imbricaciones
escalares y, al mismo tiempo, superar la separación espacio-tiempo. Sólo
así será posible entender las implicaciones civilizatorias envueltas en el
conflicto del TIPNIS, aún más, en un momento de bifurcación histórica que,
como suele acontecer, se constituye en momento de reconfiguración de
las relaciones sociales y de poder, así como de los espacios, sus lugares
y sus regiones.
Varios autores, entre ellos Immanuel Wallerstein y Giovanni Arrighi,
llaman la atención sobre el hecho de que desde los años sesenta el sistema
mundo habría ingresado en un “caos sistémico”,
[...] una situación de falta total, aparentemente irremediable, de organización.
Se trata de una situación que surge a partir de una escalada del conflicto más
allá del límite dentro del cual despierta poderosas tendencias contrarias, o
porque un nuevo conjunto de reglas y normas de comportamiento es impuesto,
o brota de un conjunto de reglas y normas sin anularlo, o por una combinación
de estas dos circunstancias. A medida que aumenta el caos sistémico, la de-
manda de “orden” –el viejo orden, un nuevo orden, ¡cualquier orden!– tiende
a generalizarse cada vez más entre los gobernantes, los gobernados, o ambos.
Por tanto, cualquier Estado o grupo de Estados que esté en condiciones de
atender esa demanda sistémica de orden tiene la oportunidad de tornarse
mundialmente hegemónico (Arrighi, 1994:30).

La caracterización de Arrighi de “caos sistémico” nos permite visuali-


zar un cuadro político en reconfiguración en el que, por primera vez desde
1492, el Atlántico Norte ve su centralidad amenazada por la importan-
cia que países como China, India, Rusia, Brasil, Sudáfrica, entre otros,
comienzan a desempeñar a partir de 1990, y más visiblemente desde el
año 2000. En una situación de caos sistémico, la lógica territorial que
daba soporte al orden en crisis también está en transformación. Así, los
lugares están siendo reconfigurados y pueden ganar dimensiones de al-
tísima relevancia si son portadores de un determinado orden, como nos
parece es el caso del TIPNIS, que galvaniza corazones y mentes apuntando
hacia nuevos horizontes de sentido para la vida “frente a la demanda
sistémica de orden” –el viejo orden, un nuevo orden, ¡cualquier orden!–.
22 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

En ese cuadro, no solamente “cualquier Estado o grupo de Estados” son


protagonistas, aunque aún desempeñen un papel importante, sino que
también otros personajes tienen un lugar al señalar la posibilidad de “un
nuevo orden”, como parece ser el caso de los movimientos sociales que
surgen desde finales de los años sesenta (movimiento ecológico, descolo-
nización, derechos civiles, antirracismo, feminismo, entre otros) y desde
los años noventa (nuevamente) el movimiento indígena y campesino.
En este ensayo procuraremos mostrar cómo en el conflicto del TIPNIS los
movimientos sociales protagonizan una lucha local, regional y nacional
con significativas implicaciones políticas globales y civilizatorias.
Con este objetivo hemos utilizado la tesis defendida por el geógrafo Mil-
ton Santos (1978) de que el espacio geográfico se caracteriza por abrigar
una compleja “acumulación desigual de tiempos”, la “contemporaneidad de
lo no coetáneo”. Esta perspectiva nos permite superar uno de los mayores
obstáculos epistemológicos heredados de las tradiciones de pensamiento
eurocéntricas: la linealidad temporal. Así, consideramos que el espacio
alberga al mismo tiempo múltiples territorialidades / temporalidades,
por lo que no tiene sentido situar los espacios, las regiones, los lugares y
los grupos sociales que los habitan dentro de una línea temporal, como
si existiesen pueblos y/o regiones atrasados y/o adelantados. Un análisis
de este tipo es característico de la colonialidad del saber y del poder de
matriz eurocéntrica y niega otras temporalidades / territorialidades
ajustándolas a una única temporalidad, la del sujeto de ese discurso –el
europeo, blanco, burgués y patriarcal–. Los pueblos originarios de Abya
Yala / América, de África, de Asia y de Oceanía, llamados nativos / indí-
genas / aborígenes, no son y nunca fueron atrasados o adelantados, pues
siempre fueron contemporáneos de los momentos que les correspondió
vivir. Situarlos en otro tiempo es hacerlos ausentes del tiempo presente y
así negarles la prerrogativa fundamental de la política que, según Hanna
Arendt, es el poder de la iniciativa2 de la acción, puesto que no estarían
aquí y ahora para hacerlo.

2
En las sociedades europeas, hasta la Revolución Francesa, la prerrogativa de la
iniciativa de una acción, el acto de “principiar”, era una prerrogativa del Príncipe; así,
era el Príncipe el que principiaba. Le correspondió a la filósofa H. Arendt explicitar ese
INTRODUCCIÓN 23

La lectura que privilegia el tiempo en detrimento del espacio je-


rarquiza entonces las escalas, los lugares, las regiones, en el mismo
movimiento que jerarquiza las etnias y grupos / clases sociales y sus
espacios, como se constata con la subvalorización / descalificación de lo
local y de lo regional en nombre de lo nacional y de lo supranacional, en
donde lo local / regional es desprovisto de universalidad. Lo universal,
en ese caso, sería atópico, de ningún lugar. Lo mismo se percibe con las
lenguas minoritarias en el interior de las fronteras territoriales de los
Estados, casi siempre llamadas de dialectos; de cultura no-céntrica y
no-hegemónica, llamadas de folclore, como si fueran de un nivel inferior.
La colonialidad del espacio comienza con su colonización por y desde un
espacio-tiempo determinado.
Vivimos en un periodo histórico de “caos sistémico” en el cual un
determinado orden ya no controla las condiciones de su reproducción y,
así, es un momento de encrucijadas en el que se abren varios caminos
posibles, por tanto, lugar / momento de elecciones / decisiones. En este
contexto de “caos sistémico”, los mapas cognitivos conocidos hasta aho-
ra no se muestran adecuados frente a “mares nunca antes navegados”
(Luis de Camões, 1524-1580). La expresión del siglo XVI es oportuna pues
vivimos hoy, como en aquel entonces, un momento de bifurcación histó-
rica. El paisaje que se configura frente a nosotros exige nuevos mapas
cognitivos y en el horizonte se presentan puntos de referencia. El TIPNIS
bien puede ser uno de ellos.

carácter fundamental del ser/hacer político, o sea, la prerrogativa de la iniciativa de la


acción. ¡El príncipe entonces abandona el castillo!
SOBRE EL TIPNIS
SITIO Y POSICIÓN

El Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) está


localizado en el piedemonte andino-amazónico, con un área aproximada
de 1 200 000 hectáreas. El 62 % de su superficie, al oriente, corresponde a
la Planicie Aluvial Beniana; 8 % ocupa el piedemonte propiamente dicho
y 29 %, al occidente, las serranías (Servicio Nacional de Áreas Protegidas
(Sernap), 2011) (véase el mapa 2). El TIPNIS se encuentra habitado por los
pueblos Tsimanes, Yuracarés y Moxeño-Trinitarios, básicamente caza-
dores, recolectores, pescadores y agricultores itinerantes. Igualmente es
hoy habitado por los denominados “colonizadores”, sobre todo Quechuas
y Aymaras, en su mayor parte migrantes del altiplano andino, y aún en
carácter minoritario, una población criolla beniana que ocupa cerca de
32 000 hectáreas en 25 haciendas ganaderas.
Como nos informa Gustavo Soto (2012), los tres pueblos indígenas
que habitan el TIPNIS y las Tierras Comunitarias de Origen adyacentes
(véase el mapa 3) tienen una larga historia de r-existencia y de prácticas
sofisticadas de manejo de las condiciones naturales de existencia.
Los moxeños, de origen arawak, produjeron la extraordinaria cultura hidráu-
lica de Moxos, de al menos 1 550 años a.C., que a través de represas, canales,
terraplenes y lagunas artificiales controlaron los desbordes periódicos de los
ríos provenientes de los Andes y conquistaron tierras agrícolas fértiles para
la agricultura.

25
26 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

El pueblo yuracaré (aproximadamente hay 2 829 personas en las Tierras


Comunitarias de Origen [TCO] TIPNIS, y la TCO Yuqui-CIRI [Consejo Indígena
Río Ichilo]), aunque tuvo contacto con la orden de los franciscanos, éstos
no lograron establecerlos en ninguna reducción. El pueblo yuracaré está
organizado a través de grupos locales dispersos e itinerantes que ocupan un
vasto espacio territorial (estribaciones orientales de los Andes, desde el río
Ichilo y Chapare hasta el río Sécure).
Las aproximadamente 8 615 personas del pueblo Tsimane / Chimán –pue-
blo rebelde que no pudo ser incorporado al proceso jesuítico de las reduccio-
nes– habitan el territorio del TIPNIS, el Territorio Indígena Multiétnico (TIM)
y la TCO Chimán (TICH). En el TIPNIS ocupan el Bosque Chimán, al noroeste
del Parque (Soto, 2012).

A mediados del siglo XIX, el naturalista francés Alcide D’Orbigni carac-


terizó la región situada entre los ríos Isiboro y Sécure como “los bosques
más hermosos del mundo” (Soto, 2012). La región permanece inundada
gran parte del año debido a un complejo sistema hidrológico “compuesto
por ríos de sierras con pendientes altas y aguas transparentes y ríos de
planicie muy dinámicos de aguas blancas y oscuras. En el parque hay
más de 170 lagos que preservan una incalculable riqueza hidrobiológica”
(Sernap, 2005).
En el TIPNIS existen tres grandes ecosistemas: el Subandino con bos-
ques, el Piedemonte o Selva Alta y el ecosistema de Bosques y Sabanas
Inundables. Según el documento Evaluación ambiental estratégica, “en
los tres ecosistemas existen especies endémicas de alto valor para la
reproducción de la biodiversidad en flora y en fauna” (Sernap, 2011).
Esta región es conocida como Loma Santa entre estos pueblos de las
tierras bajas. El significado de Loma Santa es muy próximo al de “Tierra
sin mal”, del pueblo Guaraní.
Luego de la expulsión de los jesuitas y el debilitamiento de sus misiones
en el siglo XVIII, se acrecentaron las fugas moxeñas hacia los contrafuertes
andinos. A fines del siglo XIX, durante el auge de la goma y la castaña, se in-
tensificó el despojo de las tierras tradicionales y el acoso directo a la población
indígena como mano de obra esclava. Estos hechos explican la aparición de
un movimiento milenarista conocido como la “búsqueda de la Loma Santa”,
SOBRE EL TIPNIS... 27

nomadismo masivo desde el pueblo de Santísima Trinidad hacia sus zonas de


ocupación ancestral con el fin de escapar de los procesos de avasallamiento
y abuso. Las regiones ocupadas por los buscadores de la Loma Santa en los
últimos 165 años formaron el actual TIPNIS y el adyacente Bosque de Chima-
nes. La construcción de una espiritualidad que teje elementos misionales y
amazónicos, la música y la fiesta es una característica de la fuerza identitaria
mojeña-trinitaria. Actualmente, los moxeños, en torno a 63 370 personas,
están distribuidos en la TCO TIPNIS, en el TIM, en la TCO Yuqui-CIRI y en la TCO
Joaquiniano (Soto, 2012).

La Loma Santa, que abarca varias TCO en las tierras bajas, entre
ellas el TIPNIS (véase el mapa 3) es, al mismo tiempo área de refugio y de
resistencia contra los diversos imperios / naciones / grupos sociales que
intentaron imponerse, entre ellos los incas, los españoles, los portugue-
ses, las misiones religiosas, la élite criollo-mestiza pos independencia y
también los brasileños que se aventuraron en la región.
Aproximadamente 62 % de la población de Bolivia se autorreconoce
como indígena y la mayor parte habita los altiplanos andinos y se iden-
tifica como quechua y aymara. La Nueva Constitución Política reconoce
otros 34 pueblos, la mayor parte viviendo en las tierras bajas y en la Ama-
zonia. La designación colonial de indígenas encubre muchas diferencias
entre esos pueblos cuya comprensión es fundamental para el análisis del
conflicto actual del TIPNIS. En el Altiplano Andino tenemos la presencia
milenariamente consolidada de los herederos del Imperio de Tiahuanaco
representada por los aymaras, y la presencia relativamente reciente del
Imperio Incaico, que a través de los mitimaes llegaron al Collasuyo al-
rededor de 1471. Por otro lado, en las tierras bajas y amazónicas, donde
está localizado el TIPNIS, tenemos la presencia de varios pueblos (moxos,
tsimanes, yuracarés, guaranís, entre otros) con presencia milenaria
conforme se constata en la cultura hidráulica de los moxos (1550 a.C.).
La posición del TIPNIS, esto es, sus relaciones con sus entornos inmedia-
tos y otras escalas, nos hace ver, primero, que son múltiples las Tierras
Comunitarias de Origen y Unidades de Conservación Ambiental que los
rodean (véase el mapa 3), así como las dinámicas socio-espaciales con /
contra las cuales el TIPNIS mantiene relaciones conflictivas con mayor o
28 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

menor tensión, a saber: 1) la dinámica socio-espacial norte, con empresas


madereras que codician los árboles nobles de sus bosques; 2) la dinámica
socio-espacial sur, donde predomina la presencia de campesinos de origen
quechua y aymara, cocaleros y colonizadores, recientemente rebautiza-
dos por el gobierno como “comunidades interculturales”; 3) la dinámica
socio-espacial del nororiente, donde se da la presencia de haciendas
ganaderas; 4) una dinámica socio-espacial que apunta al subsuelo rico
en gas y petróleo, considerando las aptitudes que las serranías del TIP-
NIS comparten con toda la franja subandina de América del Sur, que le
brinda un carácter de tensión en función de los enormes intereses que
despierta (Amazonia ecuatoriana, peruana y colombiana), y finalmente
una 5) dinámica socio-espacial del agrobusiness, donde se destaca la
soja, que tiene su epicentro económico y político en Santa Cruz de la
Sierra. Aunque esta dinámica no tenga en este momento un contacto
directo con el TIPNIS, necesariamente tendrá implicaciones en los desti-
nos de esa área en función del carácter expansionista / invasor de tierra
que la caracteriza, pues está basada en empresas que demandan gran
concentración de la tierra y que presionan la apertura de la frontera
agrícola. Regresaremos a estas dinámicas socio-espaciales en el ítem
5, que dedicaremos al análisis de las tensiones territoriales en torno al
Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure.
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPOS
IMBRICADOS EN EL CONFLICTO DEL TIPNIS

Según indicamos, basados en Milton Santos, el espacio geográfico es una


acumulación desigual de tiempos, lo que implica admitir que siempre en
un mismo espacio conviven múltiples temporalidades. En la tradición
de pensamiento occidental hegemónica, o pensamos el espacio o pen-
samos el tiempo, pero de manera separada, tradición que se reproduce
por medio de un lenguaje donde la ausencia de términos para expresar
esa unidad indivisible espacio-tiempo condiciona el propio pensamiento
(Wittgenstein, 1975). De esta manera, la perspectiva teórica que se abre
a partir de la comprensión del espacio como acumulación desigual de
tiempos se revela importante para entender el mundo a partir de los
conflictos que rodean el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-
Sécure (TIPNIS). En este marco consideramos que coexisten en el TIPNIS
seis espacios-tiempos a saber: 1) espacio-tiempo ancestral de los pueblos
indígenas de tierras bajas que protagonizan una intensa lucha por la
afirmación de sus territorios, frente a la actualización de los frentes
coloniales de expansión / invasión que los amenaza como comunidades
de vida, 2) el espacio-tiempo estructural del sistema mundo moderno-
colonial capitalista, 3) el espacio-tiempo de los Estados nacionales, 4)
el espacio-tiempo pos Segunda Guerra Mundial / Guerra Fría y desco-
lonización (1945-1968), 5) el espacio-tiempo del sistema mundo en “caos
sistémico” I (1968-1989) y 6) el espacio-tiempo del sistema mundo en
“caos sistémico” II (1990-2013).

29
30 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

Veamos, entonces, las maneras cómo estos múltiples espacio-tiempos


implicados en el conflicto del TIPNIS actúan, se hacen actuales:

El espacio-tiempo ancestral

Como indicamos arriba, el TIPNIS es una zona de contacto no sólo entre


el Altiplano Andino y las Tierras Bajas, sino también una zona de con-
tacto entre los quechuas y aymaras venidos del Altiplano y los pueblos
amazónicos y de las tierras bajas. Hay una lectura consagrada entre
los estudiosos de los pueblos originarios de América / Abya Yala que los
caracteriza a partir de la oposición entre pueblos indígenas de “tierras
altas” y de “tierras bajas”, de acuerdo con Julian Stewart, en su obra
Handbook of South American Indians (Guerra, 2012). En esa lectura, los
indígenas de las “tierras bajas” y de la Amazonia “no habrían desarrolla-
do una civilización capaz de cultivar el suelo intensamente, domesticar
animales, dominar la metalurgia y los ardides del poder tal como se dio
en la aspereza de los altiplanos andinos” (Guerra, 2012) y sus imperios
incaico (quechua) y tiahuanaco (aymara). En los años setenta, Pierre
Clastres reitera esa diferencia entre los pueblos andinos y los de las
tierras bajas y amazónicas cuando nos dice:
Cuando se penetra en el mundo andino se accede a un horizonte cultural, a
un espacio religioso bien diferente al de los salvajes. Para estos últimos, por
más que exista una gran mayoría de agricultores, tienen gran peso las fuentes
alimenticias naturales: la caza, la pesca y la recolección. La naturaleza no
es negada como tal por las huertas, y las tribus salvajes aprovechan tanto
la fauna y las plantas salvajes como las plantas cultivadas. No se trata de
una deficiencia técnica –les bastaría aumentar la superficie de las plantacio-
nes– pero sí sobre la base de un menor esfuerzo que requiere la explotación
de un entorno ecológico frecuentemente muy generoso (caza, peces, raíces,
legumbres y frutas). La relación técnico-ecológica que establecen los pueblos
andinos con su medio natural sigue una línea completamente distinta: ellos
son todos propiamente agricultores, en el sentido de que los recursos salvajes
casi no cuentan para ellos. Eso significa que los indios de los Andes mantienen
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 31

con la tierra una relación infinitamente más intensa que los indígenas de
la Amazonia. Para ellos la tierra es realmente la madre nutricia y eso tiene
incidencias profundas en la vida religiosa y en la práctica ritual. Desde el
punto de vista de la ocupación real y simbólica del espacio, los indios de la
selva son gente de territorio, mientras que los indios de los Andes son gente
de la tierra: son, en otras palabras, campesinos.

Y continúa Pierre Clastres.


Este enraizamiento en la tierra es muy antiguo en los Andes. La agricultura
se encuentra presente desde el tercer milenio antes de nuestra era y conoció
un desarrollo excepcional, como prueban la especialización extrema de las
técnicas de cultivo, la amplitud de los trabajos de irrigación, la sorprendente
variedad de especies vegetales obtenidas por selección y adaptadas a los
diferentes pisos ecológicos que se escalonan desde el nivel del mar hasta
los altos de la meseta central. Las sociedades andinas se distinguen en el
horizonte sur-americano por una característica ausente en otros lugares:
están jerarquizadas y estratificadas, en una palabra, divididas, según el eje
vertical del poder político. Las aristocracias o castas religiosas y militares
reinan sobre una masa de campesinos que deben pagarles tributo. Esta
división del cuerpo social en dominantes y dominados es muy antigua en los
Andes, como lo ha establecido la investigación arqueológica […]. La historia
de los Andes parece ser, a partir de esta época, una sucesión de surgimiento
y derrumbamiento de imperios fuertemente impregnados de teocratismo,
siendo el último y más conocido el de los incas.
Las sociedades amazónicas y del Gran Chaco se caracterizan por una
amplia igualdad interna y por una autonomía local máxima. Son sociedades
sin Estado e indivisas (Clastres, 2001: 86-87).

Estos diferentes pueblos, tanto los del altiplano como los de tierras
bajas y de la Amazonia, se mestizaron en los últimos 500 años de invasión
de sus territorios lo que no les impidió llegar a nuestros días reivindi-
cándose con otros en relación con las tradiciones moderno-coloniales,
esto es, reivindicándose como aymaras, quechuas, tsimanes, yuracarés,
moxeño-trinitarios, entre otros, lo que da vida al concepto de “forma
primordial” propuesto por René Zavaleta Mercado y al que hemos lla-
32 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

mado r-existencias (Porto-Gonçalves, 2002). Retomaremos algunas de


las características de estos pueblos más adelante.

El espacio-tiempo estructural
del sistema mundo moderno-colonial capitalista1

Es el espacio-tiempo de larga duración que funciona como sistema mun-


do moderno-colonial desde 1453-1492 y que tiene su inicio con la des-
re-territorialización de los pueblos originarios de Abya-Yala / América
Latina (1492) cuando se instaura la primera moderno-colonialidad bajo
la hegemonía ibérica. En el espacio de la actual Bolivia se debe concreta-
mente desde 1533 cuando Atahualpa fue derrotado por los españoles. En
las tierras bajas y la Amazonia de la actual Bolivia hay que considerar
que el imperio inca no consiguió imponerse e incluso el imperio español
tuvo una presencia débil, la región tuvo un papel subsidiario en el ciclo
minero. El espacio-tiempo ancestral de esas tierras bajas y de la Ama-
zonia debe ser considerado en sus especificidades ya señaladas arriba.
Debemos destacar aquí que el espacio-tiempo estructural del sistema
mundo se hizo / se hace a partir de sucesivas olas de des-re-territorializa-
ción de los pueblos originarios y de otros grupos subalternizados que sin
embargo se re-territorializaron de diferentes maneras: sea a través de los
quilombos/palenques/cumbes de los quilombolas/cimarrones/maroons, sea
a partir de los “gobiernos directos” de indígenas en regiones de misiones
religiosas, sea por medio del aislamiento voluntario, sea manteniendo
territorios en resistencia, como entre los mapuche y otros pueblos, para
no hablar de los campesinos que ocupan tierras como libres, como los
“posseiros” de Brasil, escapando de los latifundios, de la opresión y la
explotación. Este reconocimiento es importante para entender la violen-

1
Para I. Wallerstein (2006), con base en F. Braudel, el tiempo estructural del sistema
mundo que se inicia en 1492 se caracteriza por las relaciones asimétricas de larga dura-
ción que se reproducen incluso cuando hay desplazamientos de sus centros geopolíticos
mundiales, el primero de los cuales giró en torno de España y Portugal, después, de Gran
Bretaña y hasta hace muy poco de Estados Unidos. Ese espacio-tiempo estructural de la
primera moderno-colonialidad continúa en la segunda moderno-colonialidad desde el siglo
XIX, bajo la hegemonía de Inglaterra y, después de 1945, de Estados Unidos.
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 33

cia que se reproduce con los sucesivos “frentes de expansión” del capital
que, para Pablo González Casanova (2006), son “frentes de invasión”.
Debemos resaltar que sobre todo en la segunda moderno-colonialidad la
“lógica territorial” del sistema mundo será en gran parte conformada por
un sistema inter-estatal donde el imperialismo y los estados “nacionales”
desempeñarían un papel decisivo, en particular en las Américas, como
veremos a continuación.

El espacio-tiempo de los Estados “nacionales”

En el paso de la primera moderno-colonialidad, bajo la hegemonía ibéri-


ca, a la segunda, bajo la hegemonía inglesa, el continente, denominado
por las élites criollas “Americano”, desempeñó nuevamente2 un papel
protagónico en la conformación del nuevo orden, sobre todo debido a
los eventos de 1776, 1781 y 1804. Al final, este nuevo orden se instaura
con la primera revolución de liberación colonial que el mundo conoció,
desencadenada en Estados Unidos el 4 de julio de 1776 y protagonizada
por los colonos libres del norte de las Trece Colonias. Desde entonces el
nombre de América se impone y no más el de Indias Occidentales (entre
otros nombres con los que los europeos designaban el continente). En la
misma época, en 1781, la revuelta quechua-aymara en el Altiplano Andi-
no (Tupac Katari-Bartolina Sisa y Tupac Amaru) contribuyó a debilitar
aún más el ya declinante imperio español, lo que se sumó al movimiento
de independencia que poco a poco conformó el nuevo mapa del continente.
La hegemonía criolla en el interior de los diversos países que se hacían
independientes dio continuidad a la colonialidad del saber y del poder
(Quijano) a través de la concentración de la tierra y del racismo contra
los pueblos indígenas y afrodescendientes. La independencia de Haití, en
1804, y su tentativa de doble emancipación (tanto de la antigua metrópoli

2
Se debe considerar que la centralidad de Europa en el mundo se establece a partir
del dominio sobre este continente que habitamos. En aquel entonces (1453-1492), los
grandes circuitos de la economía-mundo se organizaban en torno al Oriente. Es a partir de
este dominio colonial que Europa asume su condición de centralidad. Ese sistema-mundo
implica los dos lados –Europa y América–, uno no se explica sin el otro.
34 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

como del racismo) se vio constreñida por Francia, la que, con apoyo de
Estados Unidos, se posicionó contra la independencia de esta colonia que
hasta entonces era la principal fuente de riqueza de la burguesía que,
revolucionaria en Francia, se negó a hacer valer los mismos principios
de “libertad, fraternidad e igualdad” en Haití.
Como bien sustentó el peruano José Mariátegui –en “El problema
primario del Perú”–, en América Latina “la república ha significado para
los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado
sistemáticamente de sus tierras”.
Desde inicios del siglo XIX, los diversos Estados recién independiza-
dos en el continente americano se verán atravesados por una escisión
interna y una tensión imperialista que los constituirá 1) con / contra la
tentativa de las metrópolis europeas de ejercer la hegemonía en la re-
gión, sea por Francia, que dio apoyo a Estados Unidos en su movimiento
de independencia contra Inglaterra y que buscó ampliar su influencia
en el continente rebelde, sea por Inglaterra, que también buscó ejercer
influencia estimulando las revoluciones libertadoras contra el Imperio
español, o sea 2) con / contra Estados Unidos que desde 1823, con la Doc-
trina Monroe (“América para los americanos”) procura alejar la presencia
europea, fuera la que fuese, para afianzarse en la región. Esta doctrina,
que al principio podía parecer pura retórica estadounidense, se conver-
tió en una nueva geografía, con las marcas de la guerra imperialista de
Estados Unidos contra México (1845-1848), al que arrebató extensos
territorios desde Texas hasta California incluyendo Arizona, Nuevo
México y Utah. Desde entonces, expresiones como “Las dos Américas”
y “América Latina”, ambas acuñadas en 1854 por el poeta colombiano
José María Caicedo, y “Nuestra América” (José Martí) se afianzan como
expresiones que revelan esa presencia imperialista hasta hoy.3 Bolivia

3
Notemos que el nombre de América deriva del bautismo, en 1507, por el cosmógrafo
Martin Waldseemüller (1475-1522), contratado por la corona española para rehacer el
mapa con las nuevas orientaciones traídas por los viajantes, entre ellos Américo Vespucio,
a quien Waldseemüller homenajeó bautizando las tierras recién georreferenciadas. En
fin, un europeo bautiza tierras ajenas homenajeando a otro europeo. La calificación de
“Latina”, que se impone desde la segunda mitad del siglo XIX y sobre todo en el siglo XX,
dialoga con el debate europeo de la primera mitad del siglo XIX derivado de la disputa por
la hegemonía intra-europea entre Francia e Inglaterra, en la que la primera invocaba su
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 35

trae en su nombre parte de esa contradictoria historia de liberación, aun


cuando ese homenaje silencie la casi totalidad de su población de origen
indígena, por no hablar de los afrobolivianos.
Otros nombres que buscan definir a esa presencia imperialista son:
“Otra América” diferente a la que asumía un carácter imperial como el de
Estados Unidos, y “América Mestiza” que se ha utilizado a partir de las
independencias de nuevos países. Esta expresión buscaba dar cuenta de
una diferencia con la América anglosajona. Los ingleses no se mestizaban
con los otros pueblos pero los descendientes de españoles y portugueses
aquí nacidos –los criollos– se veían a sí mismos como originarios por
haberse mestizado con los nativos y los negros de las nuevas naciones
que se constituían. Sin embargo, hay una nueva colonialidad subyacen-
te en esa expresión en la medida en que silencia diferentes mestizajes
que se desarrollaron a partir de distintas matrices de racionalidad, así
como de diferentes condiciones sociales y políticas, esto es, los mestizos
indígenas y los mestizos negros. Este mestizaje implicó formas propias
en los indígenas y afroamericanos, de tal mudo que no extingue las
diferencias entre blancos y no blancos y no puede ser un concepto que
haga invisibles la opresión étnico-racial que conforma la colonialidad
(Quijano, 2006). En fin, no todos los mestizos son iguales en relación
con los mestizos descendientes de españoles nacidos en América, como
se puede ver en el carácter de “enclasamento”4 de las nuevas sociedades
que aquí se constituyeron, donde los mestizos indígenas y los mestizos
negros ocupan los espacios socialmente menos privilegiados, esto es, los
espacios caracterizados por condiciones de opresión y explotación (qui-

carácter latino para afirmar su hegemonía. El poeta colombiano José María Caicedo, que
vivía en París en esta época, conocía ese debate y con certeza buscaba afianzar su lengua
española, también de origen romano como la francesa, contra la lengua inglesa, que se
expandía no sólo culturalmente sino también militarmente en el continente a través de
Estados Unidos, como se vio en la guerra de 1845-1848 contra México (Porto-Gonçalves,
2007 y Porto-Gonçalves y Quental, 2012).
4
Enclasamento es un concepto híbrido, que proponemos incorporando dos conceptos
tradicionalmente pensados de manera separada en las ciencias sociales: clase y estamen-
to, de ahí enclasamento. Al final, la estructura de clases en nuestro continente abriga
un componente racial que se muestra menos móvil en su reproducción y, así, sería un
estamento por su inmovilidad, teniendo en cuenta que las clases tendrían una movilidad
al interior de una racialidad.
36 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

lombos, favelas, resguardos, reservas, o en las prisiones en donde hay un


absoluto predominio de estos grupos). Así, las sociedades latinoamerica-
nas se caracterizan por ser sociedades de clases que por tanto admiten
movilidad social, de modo que un filtro étnico-racial regula la ascensión
de estos grupos subalternizados por la racialidad que nos constituye. Es
como si un carácter estamental étnico-racial se imbricara con el carácter
de clase de estas formaciones sociales.
La concentración de la tierra entre las oligarquías terratenientes y
otras que controlan las mejores tierras tanto por su fertilidad como por
su localización, así como el control de las minas, que también caracte-
rizaron la primera moderno-colonialidad ibérica para garantizar que la
riqueza fuera transferida hacia las metrópolis, son características agu-
dizadas después de las independencias con la afirmación del derecho de
propiedad privada sobre extensas tierras indígenas, como en Bolivia lo
hizo la Ley de Exvinculación, de 1874, que autorizó el despojo de tierras
comunitarias indígenas. La voracidad de la apropiación de esas tierras
apuntaba a aprovechar las oportunidades que se abrían para una nueva
integración a la nueva división internacional del trabajo, que se va di-
versificando con la demanda de nuevas materias primas impulsada por
la revolución (de las relaciones sociales y de poder) industrial.
Aquí queremos resaltar una característica poco comentada entre los
científicos sociales, esto es, la continuidad entre las élites criollas de un
carácter innovador (modernizador) que es tradicional en las élites colo-
niales. Después de todo, desde la conquista del territorio del continente,
en 1942, aquí se implantaron técnicas de poder revolucionarias, inusuales
hasta entonces, como los monocultivos de grandes extensiones en los lati-
fundios de caña de azúcar en Cuba, Haití y Brasil, así como tecnologías de
punta que permitían exportar desde el primer momento de la colonización
productos manufacturados como el azúcar elaborado en los ingenios, cuya
tecnología no tenía paralelo en territorio europeo.5 La modernidad tecno-

Superemos la colonialidad que nos forma / conforma. El azúcar es un producto


5

manufacturado y, así, desde el inicio exportábamos manufacturas y no materias primas


como se enseña en las escuelas desde la primaria hasta el posgrado. En aquel entonces
no había nada más moderno en términos de tecnología en el mundo. ¡Somos modernos
hace 500 años! Modernidad y colonialidad son conceptos complementarios.
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 37

lógica nos acompaña desde el primer momento de la colonización y ¡fue


/ es condición de la integración en la división internacional del trabajo
desde siempre! Ya se tornó un lugar común afirmar que la ocupación de
nuestros territorios se dio con base en la tríada monocultivo-latifundio-
esclavitud y con eso se olvida que la esclavitud se configuró como racismo
contra pueblos y etnias originarios y contra los negros.
La esclavitud fue al principio una exigencia de una producción a
gran escala con latifundios y monocultivos que espontáneamente nadie
practicaba, más aún por ser orientadas hacia mercados geográficamente
distantes y cuya producción no se destinaba a quien producía y sí para
terceros “blancos”. Esta lógica capitalista territorial atravesada por la
racialidad (Quijano) continúa operando, aunque con especificidades. Pa-
blo González Casanova usó la expresión “colonialismo interno” y Aníbal
Quijano afirmó que en “América Latina el fin del colonialismo no signi-
ficó el fin de la colonialidad” para caracterizar las continuidades que se
mantuvieron en la discontinuidad espacio-temporal del continente, sobre
todo en la Abya Yala / América Latina. Una vez más estamos obligados a
llamar la atención sobre el hecho de que en las tierras bajas y la Amazonia
hay diferencias importantes que merecen ser destacadas. Por ejemplo, el
Alzamiento de Trinidad, en 1810, protagonizado por indígenas moxeños en
Charcas (Trinidad) como parte del proceso que llevaría a la independencia
liderada por Pedro Ignacio Muiba. Las tierras bajas y la Amazonia han sido
las únicas regiones de Bolivia en donde las luchas por la independencia no
son lideradas por criollos sino por indígenas.

El espacio-tiempo pos Segunda Guerra Mundial


/ Guerra Fría, descolonización (1945-1968)

El espacio-tiempo que emana después de 1945 trae las marcas de las


contradicciones del capitalismo –de su vertiente laissez faire– que dan
lugar al “capitalismo de Estado monopolista” (Rusia, 1917; China, 1949)
38 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

que vino a juntarse al “capitalismo monopolista de Estado”.6 El capita-


lismo en su fase imperialista que se diseña desde la segunda mitad del
siglo XIX hizo del territorio europeo campo de dos guerras (1914-1918 y
1939-1945) y lleva al “viejo continente” a perder la centralidad geopolítica
que tenía desde 1492, cuando se desplaza el centro mundial hacia afuera
del continente, esto es, hacia Estados Unidos de América, y también
vio deshacer su dominio colonial con los procesos de descolonización en
Asia y en África en la posguerra. En fin, emergen dos polos que pasan
a comandar geopolíticamente el mundo: la Unión Soviética y Estados
Unidos. El continente americano, que ya había experimentado el término
del colonialismo político desde finales del siglo XVIII y sobre todo a lo largo
del siglo XIX, ve agudizadas las contradicciones internas que organizan
su inserción en el sistema mundo moderno-colonial, particularmente en
América Central, América del Sur y el Caribe. En ese periodo emerge
un nacionalismo revolucionario que tuvo un papel importantísimo en el
cuadro de la Guerra Fría. La cuestión agraria se torna entonces particu-
larmente revolucionaria por todo lo que significa en la conformación de
los bloques de poder internos que articulan nacionalmente su inserción

Capitalismo monopolista de Estado y capitalismo de Estado monopolista son las dos


6

vertientes hegemónicas que el capitalismo asumió. La inversión de los términos Estado y


monopolio procura dar cuenta de la existencia de dos clases capitalistas –la burguesía y los
gestores– señalizando la hegemonía de una o de otra de estas clases. La burguesía funda
su condición de apropiación de la plusvalía a partir de la condición de propietaria privada
de los medios de producción. Los gestores no son propietarios privados de los medios de
producción pero como clase capitalista viven de la extracción de plusvalía a partir de la
gestión de las condiciones generales de producción que puede ser el control del aparato
de Estado cuidando, por ejemplo, de las condiciones generales de transporte, energía y
comunicaciones, y también del dinero (de ahí la lucha persistente entre la burguesía y los
gestores para saber quién controla los bancos centrales). Los gestores se pueden constituir
también a partir de las nuevas condiciones que asume el capital financiero a partir de los
fondos de pensión. Los gestores (y no solamente gerentes) no son propietarios de los fondos
de pensión pero viven de la alianza con la burguesía para extraer plusvalía. En 2011, los
fondos de pensión poseían un capital de 17 trillones de dólares y, para fines de comparación,
el producto interno bruto (PIB) de Estados Unidos era, en el mismo año, de 15 trillones de
dólares. El papel de los fondos de pensión en Brasil, sobre todo a partir del gobierno de
Lula da Silva y de los gestores estatales del Partido Comunista Chino, son ejemplos
emblemáticos de la nueva configuración de clase del capitalismo que de esta manera
confunde prácticas y discursos que se presentan como anticapitalistas sin que lo sean.
Eso nos lleva al “Ornitorrinco” de Chico de Oliveira.
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 39

en el sistema mundo como proveedores de materias primas agrícolas y


minerales. La nacionalización de los minerales estratégicos, así como la
reforma agraria, están en el centro de las revoluciones en Bolivia (1952),
en Guatemala (1944-1954) y en Cuba (1960), como lo estuvieron en la
Revolución Mexicana (1910) y, en los años veinte, en Nicaragua (César
Augusto Sandino) y en El Salvador (Farabundo Martí). Contra todos
los manuales revolucionarios, si es que alguna revolución puede tener
manual, la Revolución Cubana es señal de un aumento de la tensión del
sistema mundo en sus múltiples dimensiones, sobre todo en el continente
americano. Por todos lados, el ímpetu revolucionario se hace presente
con guerrillas diversas, lo que hará que el imperialismo estadounidense
despliegue distintas estrategias, desde la intervención militar directa (Re-
pública Dominicana, 1965); indirecta, con golpes militares (Brasil, 1964);
por medio de fuerzas paramilitares, cuya máxima expresión vemos en
Colombia, o bien por medio del estímulo y apoyo a políticas desarrollistas
de integración nacional y de modernización agrícola y agraria. En Bolivia,
en particular en la región de las tierras bajas y la Amazonia, que nos inte-
resa más de cerca en este ensayo, el gobierno nacional, en consonancia con
la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, elaboran
en 1966 los Planos de Contrato para Proyectos Viales I y 4 (Contrat plans
for highway projects 1 and 4), el primero para conectar Cochabamba-Villa
Tunari-Puerto Villarroel y el segundo para conectar Villa Tunari-Río
Isiboro (véase el mapa 5).
Como se ve, la integración nacional no es incompatible con la inte-
gración al imperialismo, como bien señalara el Che Guevara en 1961,
cuando reaccionó enfáticamente en contra de las políticas de la Alianza
Para el Progreso en un pronunciamiento en Punta del Este:
Se dan dólares para hacer carreteras, caminos, alcantarillas. ¿No tienen un
poco la impresión de que se les está tomando el pelo? Señores: ¿con qué se
hacen las carreteras, los caminos, las alcantarillas?, ¿con qué se hacen las
casas? No se necesita ser un genio para saber eso. ¿Por qué no se dan dólares
para comprar equipos, dólares para maquinarias, dólares para que nuestros
países subdesarrollados, todos, puedan convertirse en países industriales-
agrícolas de una sola vez? Realmente, es triste.
40 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

En este contexto se crea en 1965 el Parque Nacional Isiboro Sécure,


en una iniciativa que buscaba dar protección frente a las amenazas que
sufrían los pueblos indígenas, aunque por razones de preservación de la
naturaleza, lo que bien indica la colonialidad prevaleciente y la debilidad
del movimiento indígena como tal.
En América Latina / Abya Yala, en los años sesenta, un pensamiento
propio vuelve a tener fuerza articulando lo que en Europa se mantuvo
separado: por un lado, el cristianismo, rebautizado en Puebla y Mede-
llín como Teología de la Liberación, y, por otro, el marxismo, materia-
lizándose y, así, territorializándose, entre los pobres; una teoría de la
dependencia, en alta en los medios académicos y políticos, aunque con
diferencias, como se puede ver en pensadores como Raul Prebich, Ruy
Mauro Marini, Theotonio dos Santos y Fernando Henrique Cardoso. En
Bolivia, el marxismo se aproximará al indigenismo (katarismo) así como
en México nos dará el neozapatismo. En las tierras bajas y la Amazonia
boliviana esas imbricaciones verán nacer un importante movimiento
social protagonizado por los pueblos indígenas en parte derivado de las
contradicciones de las visiones eurocéntricas que privilegian a los grupos
y clases sociales urbanas y subestiman a los pueblos indígenas en un
país de clara mayoría indígena. Las olas migratorias para ocupar las
tierras bajas, para colonizar “el vacío demográfico” fueron incentivadas
por la reforma agraria de 1953. El Manifiesto de Tiahuanaco (1973) y
la fundación de la Central de Pueblos y Comunidades Indígenas del
Oriente Boliviano en 1982 son buenas expresiones de ese protagonismo
de los indígenas.

El espacio-tiempo del sistema mundo


en “caos sistémico” I (1968-1989)

El mapamundi de los años sesenta nos muestra la fuerza de los movi-


mientos antisistémicos –comunismo, socialdemocracia y nacionalismo
revolucionario (Wallerstein, 2008)– que habían impuesto límites a la
explotación de la plusvalía global. La estrategia de los dos pasos –pri-
mero la llegada al poder del Estado para, en segundo lugar, promover la
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 41

transformación del mundo (Wallerstein, 2008) muestra toda su fuerza y


sus límites ocupando casi todo el mapamundi. Los límites a la extracción
de plusvalía impuestos sea por la fuerza de los sindicatos, inclusive en el
pacto fordista, sea por la crisis de las instituciones de control social, incluso
los sindicatos y los partidos políticos jerarquizados (huelgas “salvajes”,7
rebeldía en las plantas de las fábricas contra la burocracia sindical y par-
tidista como en la Primavera de Praga, por ejemplo), mostrarán nuevas
subjetividades y otros horizontes de sentido para la vida (movimiento
ecológico, antirracismo, feminismo, derechos civiles, descolonización)
cuya imaginación pasó a comandar las luchas sociales desde entonces.
Todo parecía indicar que había “límites al crecimiento”.8 Ya en 1972 la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) convoca la primera gran
reunión para tratar el tema ambiental introduciendo definitivamente
el “vector ecológico” como parte del nuevo orden geopolítico que desde
entonces se diseña buscando asimilar las voces que venían de las calles
(mayo de 1968).9 En esa misma época, Estados Unidos, con Nixon y
Kissinger, muestra su pragmatismo político al alinearse con los gestores
del Partido Comunista de China sin perder su ideología anticomunista,
como se constató en el apoyo al sangriento golpe militar contra el gobierno
democrático y socialista de Salvador Allende en Chile (11 de septiembre
de 1973), donde lanzaría por primera vez en el mundo las bases de las
políticas neoliberales por medio del general Pinochet con sus asesores,
conocidos como los Chicago Boys.

7
Las huelgas que eran decididas sin la anuencia de los sindicatos por las propias
bases obreras.
8
La cuestión ambiental tal vez sea la que mejor explicita el “caos sistémico” que el
mundo empieza a vivir desde el fin de la década de 1960. Uno de los mejores síntomas
de eso es la propia idea de “límites al crecimiento”, como si pudiera existir capitalismo
sin crecimiento. La idea de desarrollo pasa a ser abiertamente cuestionada y a ser objeto
de atención teórico-política no sólo entre intelectuales como Gustavo Esteva, Wolfgang
Sachs, Arturo Escobar, Alberto Acosta, Serge Latouche y Celso Furtado, sino también
para intelectuales colectivos del mundo aymara, quechua, guaraní, maya, yuracaré,
tsimane y otros.
9
Wallerstein comenta que la revolución de 1968 fue, tal como la revolución de 1848,
una revolución derrotada que sin embargo transformó el mundo pues fue un proceso de
formación de otras subjetividades y no un proceso político en el sentido estricto de toma del
poder de carácter superestructural. Gramsci hablaría de “revolución de larga duración”.
42 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

Como parte del “caos sistémico” (Arrighi) que vivimos desde la gran
revolución de los años sesenta y la crisis del patrón de poder del siste-
ma mundo moderno-colonial y del capitalismo (Quijano y Wallerstein)
tenemos la reconfiguración de la “lógica territorial” –el sistema interes-
tatal– y su forma geográfica de organización del poder, donde es puesto
en cuestión el carácter “nacional” del Estado. Esta reconfiguración de
las escalas de poder tiene protagonistas “por arriba” y “por abajo”. “Por
arriba”, las grandes corporaciones trasnacionales y sus organismos de
poder –el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la
Organización Mundial del Comercio (OMC), tutelados por Wall Street–,
y la alianza de las grandes corporaciones del capitalismo monopolista
de Estado estadounidense con los gestores del “capitalismo de Estado
monopolista” del Partido Comunista de China y con los gestores de fon-
dos de pensión. “Por abajo”, otros movimientos sociales aparecen como
“nuevos” e ingresan en la escena política, como los negros, las mujeres y
los indígenas, que hasta entonces estaban excluidos del escenario público
(Scott, 2000), aunque hubieran irrumpido en diferentes momentos his-
tóricos en esos espacios (en 1781 en los altiplanos andinos con Bartolina
Sisa, Tupac Katari y Tupac Amaru; en 1789/1804 en Haití con Thoussaint
de l´Overture; en 1910 con Emiliano Zapata y Pancho Villa; en los años
1920/1930 con Sandino y F. Martí; en 1952 en Bolivia; en 1960 con la
Revolución en Cuba).
Estos grupos sociales hasta entonces invisibilizados, sin embargo
ya estaban en r-existencia desde que se estableció el patrón de poder
mundial burgués blanco, europeo, heterosexual y patriarcal. La expre-
sión r-existencia se impone en la medida en que, además de resistir a
la acción de otros, lo hacen a partir de una existencia propia. Después
de todo, el estado territorial que surgió desde Westfalia abrigaba en
su seno un “colonialismo interno” (González Casanova) en donde las
etnias y grupos sociales consiguieron adaptarse creativamente, muchos
en circunstancias extremadamente adversas y, cambiando de manera
propia, hoy reivindican “dignidad” y como no pueden ejercerla en abs-
tracto reivindican el “territorio”. Otro léxico político es ofrecido por los
movimientos sociales al análisis teórico.
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 43

No olvidemos que la nueva reconfiguración geográfica del capitalismo


después de 1960 desencadenará el más intenso proceso expropiatorio
jamás visto en la historia del capitalismo: del saldo de 3 mil 720 millones
de habitantes que el planeta vio crecer entre 1960 y 2010, nada más
y nada menos que 67 % se estableció en ambientes (mal) denominados
urbanos, es decir, 2 mil 515 millones de esos habitantes se localizaron en
ciudades, mientras que mil 204 millones se establecieron en ambientes
rurales. En 1960, esto es, 50 años antes, 63.1 % de los habitantes del
planeta estaban en las áreas rurales frente a 32.9 % en las áreas urbanas.
No se conoce en la historia de la humanidad un proceso tan extenso de
expropiación de campesinos y de poblaciones indígenas.10 En América
Latina / Abya Yala, ese proceso expropiatorio será aún más intenso de-
bido a que del crecimiento de 380 millones de habitantes ocurrido entre
1960 y 2010, 368 millones se establecieron en las ciudades, especialmente
en sus periferias: ¡es decir 96.7 % del total de crecimiento poblacional,
frente a una proporción de 67 % en el mundo! Registremos que, una vez
más en América Latina / Abya Yala, las viejas oligarquías terratenientes
se muestran modernizadoras asimilando las nuevas tecnologías de la
Revolución Verde, tal y como lo hicieron en los inicios de la colonización
con los ingenios manufactureros de azúcar, para una nueva expansión
colonizadora con monoculturas de exportación de eucalipto y pasta de
celulosa, de soja y pasta para el ganado, de caña de azúcar (azúcar y
etanol), de maíz, pollo y cerdo con las nuevas tecnologías de punta, es
decir, siempre up to date.
Es en este contexto que el territorio emana como concepto teórico-
político resignificando la antigua lucha por la tierra en una clave
teórico-política distinta de la liberal y/o marxista. Naturaleza y cultura
se materializan en cuanto territorio, esto es, en cuanto parte de las re-
laciones sociales y de poder. Por tanto, hay un “giro descolonial” en los
años 1990 donde el debate por la tierra gana otros contornos al colocarse

10
Ese tenso e intenso proceso de desterritorialización está en la base de uno de los
más importantes movimientos sociales que surge desde entonces en nuestra región, el
Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), que, dígase de paso, hibridiza en
sus místicas la teología de la liberación y el marxismo.
44 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

como cuestión territorial. “No queremos tierra, queremos territorio”, he


aquí una bandera que emana junto con la bandera de la dignidad, pues
sin las condiciones materiales de producción y reproducción de la vida
la dignidad es una bandera abstracta perdida en el debate identitario.
El intenso proceso expropiatorio arriba indicado lanzó a las ciudades,
sobre todo en América Latina, Asia y África, gran cantidad de poblaciones
en un momento en el que el Estado era reorganizado para abandonar
cualquier política de carácter social en nombre de ajustes estructurales
pro-mercado (Consenso de Washington). Además, nuevas tecnologías
y formas de gestión, incluso de logística, flexibilizaban derechos y lo-
calizaciones, generando flujos y quitando de la concentración operaria
característica del fordismo un poder que esa clase supo aprovechar
para conquistar derechos (socialdemocracia y su Welfare State). Así, las
nuevas tecnologías muestran lo que verdaderamente son, esto es, parte
esencial de las relaciones sociales y de poder. En fin, las tecnologías no
son externas a las relaciones sociales y de poder a pesar de la fascina-
ción que ejercen sobre las personas por su pragmatismo mágico. Por el
contrario, son parte de las relaciones sociales y de poder y se desarrollan
como elemento de las luchas sociales, incluso de las luchas de clases
(Porto-Gonçalves, 2006). Al mismo tiempo que el capital gana fluidez en
el espacio, en el encuentro / desencuentro con / contra las rugosidades de
las territorialidades campesinas e indígenas se reinventan los territorios.

El espacio-tiempo del sistema mundo


en “caos sistémico” II (1990-2013)

La gran revolución iniciada en los años sesenta (Wallerstein, 2008) gana


contornos propios en América Latina / Abya Yala en 1988-1989-1990

1) (1988) con el asesinato, el 22 de diciembre, de Chico Mendes, uno de


los protagonistas de la Alianza de los Pueblos de los Bosques de la
Amazonia brasilera;
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 45

2) (1989) con el fin de la Revolución sandinista en medio de la cual los


Miskitos actualizarán la cuestión de la autonomía territorial indígena
(revolución kuna, de 1926);
3) (1989) con el sangriento 27 de febrero conocido como “caracazo”, donde
por primera vez los de abajo se colocan claramente contra las medidas
neoliberales;
4) (1990) cuando un nuevo léxico político comienza a delinearse, con las
Marchas por la Dignidad, por la Vida y por el Territorio, en Bolivia y
Ecuador, que señalaron definitivamente la presencia del movimiento
indígena campesino como protagonista de las luchas sociales en nues-
tra región. Hay que registrar que esas marchas salieron de las tierras
bajas y de la Amazonia de estos dos países, y en el caso específico de
Bolivia, de Trinidad, en plena área del TIPNIS.

Al mismo tiempo que cae la superestructura bipolar de la Guerra Fría


del sistema mundo moderno colonial en 1989, los campesindios (Bartra,
2011) o indigenato (Darcy Ribeiro, 1986) supieron leer de manera creativa
la nueva coyuntura que se abría y se insertaron en la Conferencia de las
Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (CNUMAD), la Río
92, presentando un significado propio: asociaron el año de 1992 con el de
1492 y así hicieron actuar (actual) un tiempo de larga duración de 500
años de constitución de un patrón de poder que ignora a otros pueblos y
otras racionalidades, y que en aquel momento se reunía en Río de Janeiro
para debatir sobre los límites de la relación de las sociedades con la natu-
raleza. En fin, se debatía el riesgo de la vida en el planeta y el entonces
movimiento ecológico vio surgir otros protagonistas: pueblos y grupos
sociales que fueron asimilados a la naturaleza, como los campesinos,
los afrodescendientes, los indígenas y las poblaciones de las periferias
urbanas. Nacía el ecologismo de los pobres, el socioambientalismo y el
ecosocialismo (Chico Mendes, Martínez Alier, Leff).
En fin, estos pueblos y grupos sociales se apropiaron creativamente de
un vector ecológico que pasó a ser parte del nuevo orden mundial después
de los años sesenta y que, dígase de paso, es un vector que no fue creado
por ellos ni para ellos. Estos pueblos y grupos sociales conseguirán identi-
ficar el carácter contra natura del desarrollo en sus diferentes vertientes
46 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

eurocéntricas, carácter que era extensivo a sus culturas y civilizaciones,


las cuales a partir de esas mismas claves coloniales fueron asimiladas
a la naturaleza. El Buen Vivir, por ejemplo, emerge de este contexto,
así como otro léxico político que destacamos a lo largo de este trabajo.
La década de 1990 vio nacer una reestructuración capitalista que no
sólo buscaba una regionalización globalizadora aun en torno al Atlántico
Norte –un bloque regional de poder conformado por Estados Unidos, Ca-
nadá y México, con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y
otro bloque regional de poder en Europa, con el Tratado de Maastricht–,
pero también se reorganizaba geoeconómicamente abriendo espacios
para una nueva reconfiguración geopolítica, malogrados los esfuerzos
unilaterales estadounidenses de monopolizar el nuevo orden mundial que
emana del derrocamiento del socialismo real, como se vio en la primera
guerra contra Iraq en 1991. Oriente vuelve a ocupar un lugar prominente
en el nuevo orden geoeconómico y geopolítico, sobre todo por el lugar que
China pasa a ocupar, lugar que, dígase de paso, Oriente venía perdiendo
desde 1492, especialmente desde los siglos XVIII y XIX.
En este contexto de “caos sistémico”, varias formas sociales de orga-
nización se reconfiguran, desde los viejos movimientos sociales, con sus
sindicatos y organizaciones de base, comunidades indígenas y campesi-
nas, incluso comunidades eclesiásticas de base que acercan religiosos a
marxistas, hasta las llamadas organizaciones no gubernamentales, cuya
propia designación deja entrever su origen neoliberal –¡pues no quieren
gobierno!–.11 En estos contextos de “caos sistémico”, diferentes vertientes
políticas se pueden acercar, como ya vimos en el caso del marxismo y el
cristianismo (teología de la liberación), o también con la aproximación
geopolítica entre Estados Unidos y China en la década de 1970. En este
contexto, es necesaria mucha lucidez para identificar qué es lo que aporta
o no para nuevos horizontes de sentido para la vida emancipatorios, esto
es, identificar aquellas prácticas que superen las múltiples formas de
opresión, dominación y explotación.

Hay entre grupos sociales subalternizados otras ideas y prácticas en curso no de no


11

gubernamentales y sí de autogobierno, como entre los zapatistas y el Consejo Regional


Indígena del Cauca colombiano, para poner ejemplos.
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 47

Al final de los noventa en América Latina / Abya Yala se observan los


efectos de las movilizaciones sociales en la crisis de diversos regímenes
políticos y el derrocamiento de varios gobiernos, sobre todo en América
del Sur. En 1998, las fuerzas sociales liberadas por el Caracazo de 1989
llevaron al gobierno a Hugo Chávez Frías en Venezuela. En el año 2000,
la Guerra del Agua de Cochabamba eleva a un nuevo nivel las luchas que
emanaron de los miskitos en Nicaragua, las Marchas por la Dignidad y
por el Territorio, en Ecuador y Bolivia en 1990, y del zapatismo en México
en 1994, que se profundizan con la guerra del gas en Bolivia, en 2003, y
que culminan con la Agenda de Octubre (véase el cuadro 1) y la elección
de Evo Morales en Bolivia en 2005.
El Foro Social Mundial de 2001 reconocía que “un otro mundo es
posible” a partir de estas fuentes de inspiración y contra el Foro Econó-
mico de Davos. No olvidemos que el Foro Social Mundial que se reúne
en Porto Alegre en 2001 da continuidad al primer Encuentro de la Hu-
manidad contra el Neoliberalismo convocado por el zapatismo, en 1996 y
al Foro Paralelo de la CNUMAD realizado en el Aterro de Flamengo en Río
de Janeiro en 1992, que, además, inaugura una serie de foros paralelos
a las grandes conferencias mundiales de la ONU, la OMC y el FMI, en una
clara indicación de las nuevas relaciones entre las escalas geográficas
y sus protagonistas, donde lo local y sus comunidades ocupan un lugar
relevante (indígenas, campesinos, afroamericanos y los migrantes con
sus rebeliones urbanas) en la lucha global. Todo parece indicar que la
política no debe abandonar a la gente que clama por territorio y digni-
dad, esto es, por el control de las condiciones materiales de producción
y reproducción y por su reconocimiento.
En este complejo contexto, justo el mismo año de la Guerra del Agua
en 2000, nace en nuestra región una nueva megapropuesta de reorga-
nización geográfica del capitalismo con el objetivo de reposicionarse en
el nuevo orden mundial con el Plan Puebla Panamá (hoy Plan Meso-
américa, abarcando a Colombia) y la Integración de la Infraestructura
Regional de Sudamérica (IIRSA), esta última una iniciativa convocada
por Fernando Henrique Cardoso en Brasilia. Regístrese que las dos
propuestas fueron apoyadas por el Banco Interamericano de Desarrollo
(BID) y surgieron en plena lucha contra el Área de Libre Comercio de
48 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

las Américas, lo que por sí solo indica una tensión en el interior de los
bloques de poder que se configuraron en el nuevo escenario geopolítico
en el que China en particular desempeñó un papel destacado por su
pujante crecimiento económico.
En ese nuevo escenario, Brasil se mostrará especialmente apto para
llevar a cabo un papel prominente no sólo por el tamaño de su población,
por su extensión territorial y de sus recursos, y por el tamaño de su PIB,
también por haber conseguido mantener bajo control soberano, incluso
durante el huracán neoliberal del Consenso de Washington, su sistema
financiero, que dispone de un poderoso banco estatal de fomento al
desarrollo, el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES),
como también por sus grandes corporaciones trasnacionales capaces de
actuar a escala regional, subcontinental y global (Petrobras, Cia Vale do
rio Doce, Oderbrecht, Camargo Correa, Constructora OAS, Friboi, Gerdau,
entre tantas otras).
Así, Brasil vuelve a tener, a partir de 2004, una estrategia política con
implicaciones geopolíticas, donde la lógica del capital y la lógica territorial
se cruzan, con una actualización del proyecto de Brasil Potencia (Zibechi,
2012), que había sido abandonado con la caída del régimen dictatorial
civil-militar (1964-1985). En esta vía, en 2003 Lula da Silva, con una
medida administrativa, permite que el BNDES preste recursos financieros
para las grandes corporaciones brasileñas en el exterior, lo que no era
permitido desde su fundación,12 en 1952. En 2004, el gobierno de Lula
da Silva crea la Secretaría de Asuntos Estratégicos y desde entonces
América, particularmente América del Sur, pasa a tener un papel rele-
vante en la política externa brasileña, con consecuencias directas para
los destinos de la región, sobre todo para los grupos sociales subordinados
como los indígenas y campesinos.

12
El BNDES, solamente en el año 2011, disponía de más de $ 100 billones de dólares
americanos para fomentar el desarrollo y, así, el IIRSA sale del papel y se materializa de
forma conflictiva en la vida de las comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes
en las periferias urbanas por donde pasarán los ejes de integración y desarrollo.
LOS MÚLTIPLES ESPACIO-TIEMPO... 49

***

Hemos visto de qué manera cada uno de esos múltiples espacio-tiempos


se hacen presentes, actuales y por tanto actuantes en los procesos socia-
les, económicos, políticos y culturales en los que se encuentra envuelto
el TIPNIS. Hemos señalado entonces que esos diferentes espacio-tiempos
no solamente coexisten en la actualidad, sino que sus vivas relaciones
y contradicciones sobresalen y se expresan en “escena” en el marco del
conflicto del TIPNIS. Por lo tanto, no son espacio-tiempos “superados” o
del “pasado”, como lo sugiere la tradición moderna-colonial eurocentris-
ta, que se caracteriza por una linealidad unitemporal y aespacial que
marca el unihistoricismo de las ciencias sociales, perspectiva que es
funcional a la invisibilización de otras temporalidades y, por tanto, de
otras territorialidades. Muy por el contrario, afirmamos que la perspectiva
presentada en este ensayo, que entiende el espacio como la acumulación
desigual de tiempos (Santos), no sólo busca romper con el eurocentrismo
moderno-colonial en la forma de entender los problemas sociales de Améri-
ca Latina / Abya Yala, sino que permite entender las complejas dinámicas
y procesos que están inmersos en el TIPNIS y que es importante develar para
entender lo que está en juego en esta lucha y sus múltiples implicaciones
locales, regionales, continentales y mundiales.
TIPNIS-BOLIVIA VISTA DESDE
LOS MÁS SUBALTERNIZADOS
ENTRE LOS SUBALTERNIZADOS
Y LA REINVENCIÓN DE LOS TERRITORIOS

La historia no se hace fuera de la geografía y cuando la consideramos en


su geograficidad muchas cuestiones se evidencian. En ese sentido, Boli-
via es particularmente esclarecedora de las contradicciones del sistema
mundo moderno-colonial que aún nos gobierna. En un sistema mundo
que, como vimos, se inicia con la desterritorialización de los pueblos
originarios de nuestro continente, la actual Bolivia, aun después de 480
años de presencia del imperio español y, aun después de constituirse en
Estado independiente, tiene más de 60 % de su población que no sólo se
identifica como indígena sino que, más que eso, se reivindica política-
mente como tal, con 36 pueblos desnaturalizando el territorio.1 Siendo el
núcleo epistémico del concepto de territorio las relaciones de poder por
el control del espacio, de sus recursos y de su gente, lo que siempre se
da por medio de determinados horizontes de sentido para la vida (terri-
torialidad), no es poco lo que nos ofrecen estos movimientos sociales que
ponen en jaque el territorio, sobre todo cuando son protagonizados por

1
Sabemos que el territorio naturaliza, lo que se ve cuando se pide que informemos
dónde nacemos. Nuestro registro de identidad informa de dónde somos “naturales” y el
Estado es quien nos da esa documentación, por ejemplo, con el pasaporte, que es el pasa-
porte, cuyo control en los puertos y aeropuertos, que son puertas, el mismo Estado controla.

51
52 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

poblaciones que durante aproximadamente cinco siglos fueron descali-


ficadas a partir de violencias varias, tanto físicas como simbólicas. Sólo
por esta razón Bolivia ya se constituye como una sociedad de gran interés
para todo/a aquel/la preocupado/a con las luchas emancipatorias contra la
opresión y la explotación en todo el mundo. Pocos fueron los intelectuales
que escaparon de la visión eurocéntrica, que también domina las lides
emancipatorias, y consiguieron leer los procesos histórico-geográficos a
partir de las experiencias concretas vividas por los grupos oprimidos y
explotados que en América Latina tienen en los pueblos indígenas y en
las poblaciones negras traídas de África su máxima expresión debido al
“enclasamento” que caracteriza nuestras sociedades, como vimos atrás
(véase supra: página 35, nota 8).
René Zavaleta Mercado, uno de los intelectuales que escaparon de
la visión eurocéntrica, caracterizó a Bolivia como una “formación social
abigarrada” puesto que ahí conviven múltiples formas sociales que consi-
guieron mantener su “forma primordial”. El concepto de “forma primordial”
de Zavaleta es tan importante como el de “formación social abigarrada”,
pues permite explicar cómo, a pesar de la intensa (y forzada) convivencia
con / contra el conquistador, invasor y colonizador, los diferentes pueblos
conseguirán reproducirse mediante procesos propios y originales. Así,
todos estos pueblos son mestizos y distintos al mismo tiempo.
Ese carácter abigarrado da cuenta no sólo de las dificultades de los
conquistadores, invasores y colonizadores para dominar a los pueblos
que aquí habitaban / habitan como también de las dificultades de las
élites criollas para implantar un Estado nacional unificado a su imagen
y semejanza a pesar del colonialismo interno establecido postindepen-
dencia. Esta historia-geografía abigarrada fruto de esas transformacio-
nes primordiales es la demostración de una larga y rica lucha contra la
opresión y la explotación por parte de estos pueblos y que no comienza
con la invasión española, considerando las resistencias anteriores contra
el imperio incaico (quechuas) no sólo de los aymaras sino también de los
pueblos de las tierras bajas y de la Amazonia, algunas de las cuales se
dieron incluso contra los aymaras. En parte, las dificultades de las élites
criollas para unificar el territorio boliviano explican también las pérdidas
territoriales contra Chile (salida para el Pacífico), Brasil (Acre) y Para-
TIPNIS-BOLIVIA VISTA DESDE LOS MÁS SUBALTERNIZADOS... 53

guay (Guerra del Chaco) que aún hoy atormentan, de un modo u otro, a
los bolivianos. Esta memoria de pérdida territorial está presente de modo
activo hoy y con serias implicaciones incluso en el conflicto del Territorio
Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS), como veremos adelante.
En este sentido, el conflicto actual en torno al TIPNIS es emblemático
pues trae a la luz esa larga historia que ocultaba el lugar de los pueblos
indígenas de las tierras bajas y de la Amazonia sobre todo porque fueron
esos pueblos los responsables de introducir la cuestión indígena definiti-
vamente en la agenda política nacional boliviana con la Primera Marcha
por la Dignidad, por la Vida y por el Territorio, en 1990. A pesar de que
la mayor parte de la población indígena de Bolivia habita los altiplanos
andinos, donde prevalecen los quechuas y sobre todo los aymaras, cuyas
relaciones con los indígenas de las tierras bajas y de la Amazonia no
dejaron de estar influidas por conflictos. Podemos afirmar que entender
Bolivia desde las tierras bajas y de la Amazonia, sobre todo a partir de
los pueblos que habitan la región actual del TIPNIS es comprender a Boli-
via desde los más subalternizados entre los más subalternizados grupos
sociales y etnias de Bolivia.
Pero esta construcción de subalternidad y de subalternos en la que los
indígenas de tierras bajas terminan en el nivel más inferior es aún más
compleja si consideramos la forma como en la práctica acaban enfrenta-
das las dos poblaciones más subalternizadas y necesitadas de tierra: por
un lado, los colonos migrantes del altiplano en busca de tierra, y, por otro,
las comunidades indígenas del oriente, como si el conflicto central por
la tierra fuera una lucha entre estas dos poblaciones, conforme veremos
más adelante con la tentativa de “etnización” del conflicto entre “collas”
y “cambas” por parte de oligarquías terratenientes de Santa Cruz.
Justamente estos pueblos indígenas de tierras bajas, el día 16 de
agosto de 1990 partían de Trinidad con cerca de 300 indígenas y 34 días
después, el 17 de septiembre, llegaban a La Paz con cerca de 800 indíge-
nas (moxeños, tsimanes y yuracarés) de San Lorenzo (moxeños), de San
Francisco (moxeños), de Ibiato (sirionós) así como izoceños, guaranís de
la provincia Luis Calvo de Chuquisaca, matacos del Chaco, tacanas del
norte de La Paz, mosetenes del Alto Beni, urus y chipayas del Altiplano.
Durante la marcha indígena se señalaba que “el gobierno tiene que hacer
54 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

notar al pueblo boliviano que nosotros existimos, que somos humanos


y que debemos compartir la igualdad (Rubén Yuco, La Cumbre, 17 de
septiembre de 1990)”.
En este contexto es interesante registrar el “espíritu de la época” con-
siderando que pocos años antes, en 1984, los seringueiros, campesinos
de la Amazonia brasilera, también daban un paso importante al fundar
una entidad de carácter nacional, el Consejo Nacional de los Seringueiros,
haciendo constar en su acta de fundación que “aquí tienen gente” para
expresar que la Amazonia no era vacío demográfico (Porto-Gonçalves,
[1998] 2004). Y luego, por iniciativa de Chico Mendes, por parte de los
seringueiros, y de Ailton Krenak y David Kopenawa Yanomami, por parte
de los indígenas, daban otro paso importante con la creación de la Alian-
za de los Pueblos de los Bosques de la Amazonia, uniendo por primera
vez en la historia brasileña campesinos e indígenas como protagonistas
de la escena política nacional e internacional. Nótese la apropiación que
hacen del vector ecológico del nuevo orden mundial al identificarse como
“de los bosques” introduciendo también una nueva dimensión en el debate
ambiental al colocar a los “pueblos” como protagonistas de una lucha que
hasta entonces defendía la naturaleza pero que los ignoraba. En fin, un
nuevo horizonte de sentido se delinea.
El asesinato de Chico Mendes el 22 de diciembre de 1988 vendría a de-
mostrar que la Amazonia ganará otro significado en el escenario geopolítico
mundial y que por primera vez en la historia sus pueblos pasaban a ser
protagonistas políticos tanto en la escala nacional como en la internacional
afirmando que no son “juguetes de nadie”. En 1989, la Organización Inter-
nacional del Trabajo daba a conocer el Convenio 169 en el que se reconocen
los derechos de los pueblos indígenas y tribales. Recordemos que así como
en Bolivia la Primera Marcha por la Dignidad y por el Territorio partía de
las tierras bajas y de la Amazonia, en Ecuador, también en 1990, se daba
en los pueblos indígenas de la Amazonia. Los indígenas estaban atentos
a los movimientos en otras escalas y en 1982 los pueblos indígenas de las
tierras bajas y de la Amazonia de Bolivia toman la iniciativa de fundar
la Central de Pueblos y Comunidades Indígenas del Oriente Boliviano
(CIDOB), hoy Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia.
Fundación de la CIDOB-Santa Cruz de La Sierra, 1982

Fuente: CIDOB.
56 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

En 1988, en el Segundo Encuentro de Corregidores y Representantes


Indígenas de la región Isiboro Sécure, realizado en Puerto San Lorenzo,
se reivindica lo siguiente:
En cumplimiento del artículo 120 de la Ley General Forestal y otras disposi-
ciones legales vigentes, exigimos a las autoridades correspondientes, benianas
y nacionales, la dotación de la TOTALIDAD DEL PARQUE NACIONAL ISIBORO SÉCURE,
de manera colectiva, al conjunto de comunidades indígenas originarias de
esta zona para su aprovechamiento presente y de sus futuras generaciones
(Segundo Encuentro de Corregidores y Representantes Indígenas de la Región
Isiboro Sécure, Puerto San Lorenzo, 29 de septiembre de 1988).

Esta región que, como vimos, fue de donde partió la Primera Marcha
por la Dignidad y por el Territorio en 1990, promovió un verdadero pa-
chakutik2 que reconfiguraría completamente el debate teórico-político
boliviano. El concepto de territorio conlleva otra concepción política de
organización social que se nutre de la ancestralidad de los pueblos indíge-
nas amazónicos y de las tierras bajas. Desde la Marcha por el Territorio
y por la Dignidad de 1990, como bien destacó Wilder Molina,
[...] la demanda de “territorio indígena” no sólo representa la principal deman-
da “material”, sino también viene acompañada de una definición que articula
aspectos como autogobierno y organización política, nunca antes tomados en
cuenta por el Estado en cualquier forma de ocupación territorial o propie-
dad de la tierra. Por tanto, es además una lucha por la reapropiación de la
historia y por la sustitución de significados (citado en Lehm Ardaya, 1999).

Zulema Lehm Ardaya reproduce un testimonio de la época que expresa


bien ese otro horizonte de sentido que a partir de entonces pautará el debate
teórico-político: “Por eso marchamos a la sede de gobierno para que vean
que nosotros vivimos aquí y tenemos nuestro propio sistema de organiza-

2
Pachakutik, según Catherine Walsh (2009), es “un vuelco total de una era en la que
un cierto orden (pacha) vuelve o regresa (kutik), para originar un orden (pacha) distinto;
el retorno o regreso de tiempos nuevos, en el cual el espacio y tiempo caminan, van y
vuelven (Esterman, 1988, Yampara, 1995, 2005). Tal perspectiva pone en tensión la noción
occidental de progresividad del proceso temporal histórico y su tripartición del tiempo en
pasado, presente y futuro, a la vez que sugiere una multidireccionalidad, relacionalidad
y racionalidad cíclica”.
TIPNIS-BOLIVIA VISTA DESDE LOS MÁS SUBALTERNIZADOS... 57

ción y capacidad para distinguir y definir nuestros asuntos sin contravenir


intereses ajenos, como sí hacen con nosotros” (Lehm Ardaya, 1999).
Los resultados de esta Primera Marcha fueron inmediatos: el reconoci-
miento por Bolivia de la Convención 169 de la Organización Internacional
del Trabajo y la creación por decreto presidencial de los cuatro primeros
territorios indígenas, uno de éstos el TIPNIS, otros dos en el Bosque de
Chimanes y otro en Ibiato.
Con eso el concepto de territorio, hasta entonces sustantivado como
sustrato natural del Estado, pasa a ser visto como fruto de un proceso
de apropiación del espacio, de sus recursos y de su gente, siempre con
un determinado sentido que proviene de los grupos, clases y etnias que
los protagonizan; es decir, en fin, por una determinada territorialidad.
Así, se trata de una tríada conceptual –territorio, territorialidad, terri-
torialización– en donde sólo es posible esclarecer un concepto por medio
del otro. No hay territorio sin una determinada territorialidad y que no
haya sido resultado de un proceso de territorialización.
La lectura que Pierre Clastres había anticipado en la década de 1970
en el sentido de que los indígenas amazónicos y de tierras bajas eran
“de territorio”, en tanto que los del altiplano andino eran “de tierras”, se
mostraba plena de consecuencias teórico-políticas, aunque revela una con-
cepción limitada del complejo concepto de territorio. A lo largo de los años
noventa, la cultura política de los indígenas amazónicos y de las tierras
bajas por primera vez se relacionará en el plano nacional con la cultura
política indígeno-campesina del altiplano; se conforma así, un bloque
histórico (Gramsci, 1977) que se mostrará poderoso sobre todo después de
la Guerra del Agua. Regístrese que la conformación del bloque histórico
con base indígena-campesina a escala nacional que se dio en Bolivia no
tiene paralelo en ningún otro país de América / Abya Yala. Y por ello,
el rompimiento reciente del pacto indígena-campesino en Bolivia en el
contexto de los hechos y circunstancias de la Octava Marcha en que se
ha desarrollado el conflicto del TIPNIS es de gran preocupación para las
perspectivas emancipatorias de los movimientos indígena y campesino
de América Latina.
TENSIONES TERRITORIALES EN TORNO AL TIPNIS

Si buscamos la Loma Santa, no hay más Loma Santa; si


me voy pal norte me encuentro con un alambrado; me voy
al sur, con otro alambrado; al este, al oeste con otro alam-
brado. ¿Dónde está entonces la Loma Santa? Digo también,
al mismo tiempo, ¿no será la Loma Santa el terreno donde
estamos asentados?, y si es bajo esa concepción de idea,
entonces la Loma Santa es donde estamos asentados y el
deber de nosotros es proteger esa Loma Santa. La verdad,
entonces, yo también pienso, y en algún momento dije
también, la Loma Santa es donde estamos, y somos como
una fiera que está acribillada, que está herida y que, por
escapar de su verdugo en algún momento, la fiera tiene que
pararse y tiene que atacar. Entonces también relaciono esa
situación. Somos como una fiera herida, que está acorralada,
y tenemos que atacar, tenemos que atacar para defendernos.

Pedro Nuni, 2005.

En el espacio del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure


(TIPNIS) se contienen y confluyen una serie de tensiones territoriales a
partir de diferentes intereses que presionan mediante distintas formas
para integrar el TIPNIS a los procesos de explotación y acumulación del

59
60 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

capital. Estas tensiones territoriales suponen dinámicas socio-espaciales


conflictivas: por un lado, las dinámicas socio-espaciales internas en r-
existencia del propio núcleo indígena en el interior del TIPNIS y desde
diferentes vertientes, a saber, 1) la dinámica socio-espacial forestal del
norte, 2) la dinámica socio-espacial pecuaria del nororiente, 3) la diná-
mica socio-espacial de la coca en el sur, 4) una dinámica socio-espacial
relacionada con el subsuelo rico en gas y petróleo y 5) una dinámica socio-
espacial ligada al agronegocio. Estas dinámicas componen un bloque de
dinámicas socio-espaciales en expansión / invasión que con seguridad
serán reforzadas con la construcción de la carretera (véase el mapa 6). A
continuación analizaremos las principales manifestaciones del encuentro
de estas dinámicas socio-espaciales en conflicto.
El TIPNIS guarda ya desde el inicio en sí mismo una ambigüedad con-
ceptual al ser al mismo tiempo territorio indígena (proteger los pueblos
y su cultura) y parque nacional (proteger la naturaleza). Esa ambigüe-
dad es heredera de la matriz epistémica eurocéntrica que comanda la
institución del propio Estado y que separa lo que en otras matrices de
racionalidad no está separado: de un lado la naturaleza y de otro lado
la cultura, la sociedad, lo relativo a lo humano. Esta matriz de pensa-
miento se presenta en el conflicto actual en torno al TIPNIS, especialmente
después de la Octava Marcha de 2011 con la Ley 180, cuando sobre todo
políticos y técnicos que defienden la carretera cortando el TIPNIS por la
mitad invocan la cuestión de la “intangibilidad”, lo que sólo tiene sen-
tido en esa matriz epistémica colonial pues ignora, entre otras cosas, la
formación de la región amazónica en donde la selva co-evolucionó con
la presencia humana en su formación, sobre todo después de la última
glaciación (Posey y Porto-Gonçalves, 2001) (véase el cuadro 3 sobre la
Amazonia).
Durante esa glaciación, la Amazonia abrigaba amplias áreas de saba-
nas y reducidas áreas de bosque. En ese periodo hay registro de ocupación
por poblaciones anteriores a la ampliación del bosque luego de esa última
glaciación (entre 10 000 y 12 000 años). En los bosques de la Amazonia
tenemos cerca de 500 a 700 toneladas de biomasa por hectárea y anual-
mente se produce y reciclan al año aproximadamente de 40 a 70 tonela-
das, una productividad biológica primaria que no encuentra parangón
TENSIONES TERRITORIALES... 61

en ningún lado. Incluso no se conoce hasta hoy ningún sistema técnico


agrícola con esa capacidad de producción por hectárea / año. Los pueblos
originarios de la Amazonia han desarrollado su cultura aprovechando
esa productividad biológica primaria en prácticas con la naturaleza y no
contra la naturaleza.1
Como se ve, la productividad no resulta solamente de prótesis que los
hombres y mujeres desarrollan, sino también de la propia naturaleza y de la
creatividad que permite a los pueblos conocer su metabolismo y aprovechar-
lo, como incluso Marx lo señaló con su crítica al Programa de Gotha. Pierre
Clastres también ha constatado que, entre los pueblos de las tierras bajas,
[...] por más que exista [entre ellos] una gran mayoría de agricultores, tienen
gran peso las fuentes alimenticias naturales: la caza, la pesca y la recolección.
La naturaleza no es negada como tal por las huertas, y las tribus salvajes
aprovechan tanto la fauna y las plantas salvajes como las plantas cultivadas.
No se trata de una deficiencia técnica –les bastaría aumentar la superficie
de las plantaciones– pero sí sobre la base de un menor esfuerzo que requiere
la explotación de un entorno ecológico frecuentemente muy generoso (caza,
peces, raíces, legumbres y frutas).

En fin, estamos frente a un debate que es epistémico y político a la vez.


Hablar de intangibilidad solamente tiene sentido en los marcos de una
episteme determinada, en este caso eurocéntrica, que subyace al Estado
y que forma y conforma profesionales para operar esas unidades admi-
nistrativas y territoriales que tantos conflictos engendran. Como afirmó
el geógrafo Emerson Guerra (2012), “el proceso de territorialización del
Estado y del capital es, al mismo tiempo, un proceso de desterritoriali-
zación de otros pueblos”.
Para comprender las tensiones territoriales actuales en juego en el
TIPNIS debemos que partir de la comprensión de aquellos pueblos que
ocupan el espacio en defensa del cual protagonizan la lucha contra la
invasión y en defensa de sus modos de vida y de producción.

1
La máxima de Chico Mendes de que “no hay defensa del bosque sin los pueblos del
bosque” ofrece una base segura para otros horizontes de sentido para la vida, para la rela-
ción de las sociedades con la Madre Tierra que, al contrario de la matriz eurocéntrica, no
separa hombres y mujeres de la naturaleza, para mantenernos en sus propios términos.
62 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

El núcleo indígena y sus dinámicas socio-espaciales

Nosotros los yuracares y trinitarios somos hombres que


vivimos en los ríos, hacemos nuestras comunidades cerca a
las orillas. En cambio los quechuas siempre están donde hay
camino: donde se acaba el camino, ahí se acaban los collas.

Don Silverio Muiba


de Santísima Trinidad (moxeño trinitario).

Los pueblos indígenas que habitan el TIPNIS –Tsimanes, Yuracarés y


Moxeños-Trinitarios– se caracterizan por las “economías étnicas” de ca-
rácter comunitario (Paz, 2012). Realmente son etnias que desarrollaron
culturas (con sus implicaciones prácticas) que conviven creativamente
con la productividad biológica primaria (Leff, 2004) –caza, pesca, reco-
lección y agricultura itinerante–. Como ya señalamos, las tradiciones
epistémicas coloniales atribuyen al trabajo y a la creación tecnológica la
exclusividad de la producción e ignoran la productividad biológica de los
bosques tropicales.
Los tres pueblos indígenas realizan las cuatro actividades, con sus matices.
Por ejemplo, las familias indígenas yuracarés y chimanes desarrollan agri-
cultura en la selva alta y se caracterizan por sostener una agricultura de
carácter agroforestal; en cambio, los moxeño-trinitarios han desarrollado más
destrezas agrícolas en la región de los bosques inundables, sin manejar dema-
siadas parcelas agroforestales pero incorporando las regiones de sabana a su
sistema productivo. La economía étnica que caracteriza a estas comunidades
muestra un acoplamiento muy estrecho a los ritmos biovegetativos de los tres
ecosistemas existentes en el TIPNIS. Dicho acoplamiento es optimizado por las
familias indígenas bajo un sistema de aprovechamiento de recursos caracteri-
zado por la concentración y dispersión poblacional; esto es, comunidades que
concentran familias indígenas donde se desarrolla centralmente agricultura y
actividades menores de cacería, recolección, pesca y dispersión poblacional de
las familias indígenas en un área de influencia grande comunal e intercomu-
nal para centrarse en actividades de cacería, recolección y pesca (Paz, 2012).
TENSIONES TERRITORIALES... 63

Se trata de una economía orientada para la reproducción de las fami-


lias y garantizar la seguridad alimentaria de los pueblos donde el mercado
cumple la función de lugar de intercambio de la vida material y no de
acumulación de capital, tal como lo formula E. Thompson (2000) con su
idea de economía moral. Hay un fuerte componente familiar, comunal y
colectivo en la apropiación de las condiciones naturales.
La gran condición para su existencia es que el bosque y sus bienes no sean
parcelados ni individualizados. Las bases materiales de su reproducción como
sistema económico están en que las áreas comunales e intercomunales a las
que acceden las familias indígenas sean de propiedad colectiva, por tanto,
su gestión es una gestión compartida entre las distintas comunidades. En
el caso de la actividad agrícola, los sistemas agroforestales son de beneficio
familiar y se traspasan de una generación a otra en base a lazos consanguí-
neos. Las familias indígenas respetan el trabajo incorporado en los sistemas
agroforestales y por eso el acceso es familiar y consanguíneo. En cambio el
resto de las actividades, la cacería, la recolección y la pesca, se desenvuelven
en los bosques comunales e intercomunales del territorio. De ahí el carácter
de su propiedad colectiva. Así, el modelo económico que se desenvuelve en-
tre las comunidades indígenas ubica los bienes del bosque en un sentido de
articulación integral. La valoración combinada de los bienes del bosque nos
hace ver que la selva alta es tan importante como las parcelas agrícolas, los
árboles son tan importantes como la tierra; lo propio, los animales que habi-
tan en el bosque, son tan importantes como los frutos de la agricultura o los
recursos acuáticos. En ese sentido, la economía étnica antes que responder
a las necesidades del mercado responde a las necesidades de las familias
indígenas (Paz, 2012).

Fue en función de ese carácter de apropiación comunitaria y colectiva


del espacio y de sus recursos, que Pierre Clastres (2001) caracterizó estos
pueblos como “pueblos de territorio”, aunque lo haya hecho en contra
de los andinos que, según él, serían “pueblos de tierra”, pues ignoraba
el carácter de otros territorios y otras territorialidades basadas en los
ayllus, que son típicos de éstos.
Desde 2001, y ya como consecuencia del carácter de área de conserva-
ción ambiental en un territorio indígena, los pueblos del TIPNIS desarro-
64 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

llaron, junto con órganos estatales a los que estaban adscritos como el
Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), proyectos de economía
forestal, agrícola (cacao) y de turismo que se mostraron compatibles con
sus relaciones comunitarias, con lo que se configura un nuevo momento
de su histórica lucha de r-existencia al asimilar creativamente las nuevas
circunstancias pero a partir de su propia racionalidad. Es lo que se puede
ver en el análisis de Sarela Paz (2012) cuando dice que,
[...] amalgamada con la economía étnica de las familias indígenas, existe una
esfera económica que funciona en base a modelos productivos comunitarios
y que tiene como fin usar y aprovechar los recursos naturales renovables
con destino comercial. Es posible afirmar que estos proyectos de desarrollo
comunitario han sido madurados en un diálogo y contrapunto con los crite-
rios de conservación que se ponen en juego en el TIPNIS como área protegida
(Paz, 2012).

La dinámica socio-espacial forestal


al noroccidente del TIPNIS

En el noroccidente del TIPNIS, en las fronteras de la subregión conocida


como Alto Securé, hay fuertes presiones provenientes del Bosque de
Chimanes que se inician con concesiones a empresas forestales en los
años 1970. Esas concesiones de extensas áreas se basaron en la idea
de que se trataba de “vacíos demográficos” y, como tal, estaban dadas
las condiciones para su ocupación. Así, hubo “ocupación y desalojo de las
comunidades y/o ocupación y transformación de las áreas de cacería en
aserraderos forestales”. Las empresas involucraron hábilmente a las
comunidades indígenas Tsimanes y Yuracarés, sobre todo a partir del
“cuartoneo”,2 para obtener más madera, y así lograron ocupar áreas que
no hacían parte de las concesiones recibidas, como el caso de la empresa
Bolivian Mahogany. La lucha por el territorio y la conquista por las co-

2
Se trata de una práctica usada por las empresas madereras ubicadas en cercanía de
territorios indígenas por medio de la cual, con la ayuda de algún indígena, logran sacar
troncos, para venderlos a la empresa.
TENSIONES TERRITORIALES... 65

munidades indígenas de que diferentes áreas de esta región hayan sido


declaradas por el Estado como Tierras Comunitarias de Origen (TCO), han
limitado el avance de las concesiones forestales pero no el cuartoneo, que
sigue siendo una amenaza sobre todo frente al hecho de que continúa
la presencia de las empresas con concesiones en las áreas adyacentes a
las TCO (véase el mapa 7).
Como nos informa Sarela Paz (2012):
La subregión debe considerarse como una de las áreas donde mayor reali-
zación tiene la matriz cultural de ocupación espacial (tradicional), por ello
mismo, la que mayor impacto puede sufrir en cuanto a las dinámicas de
cambio socioeconómico estructural. Un lugar donde las comunidades tsiman
y yuracaré, pero también en menor medida moxeño-trinitario, tienden a re-
producir el patrón tradicional de ocupación del territorio, la actividad forestal
de la madera que viene asociada a la gran empresa con grandes concesiones,
enfrenta criterios distintos de aprovechamiento de los recursos.

Según Sarela Paz,


[...] los datos nos muestran que cuando las comunidades indígenas no se
encuentran presionadas por la empresa maderera ni por la concesión fo-
restal, logran una actividad de cuartoneo satisfactoria que no rompe con
las reglas básicas de asignación de beneficios familiares mediante el uso y
aprovechamiento de los bosques intercomunales. Es el caso del río Chapare
y la asociación forestal de la zona (véase Paz, 1998). Pero cuando las comu-
nidades indígenas se encuentran presionadas por la empresa maderera y
la concesión forestal, la actividad del cuartoneo se vuelve una herramienta
de disociación social y debilitamiento de las reglas comunitarias e interco-
munitarias para aprovechar el bosque. Son los casos de las comunidades
indígenas Bosque de Chimanes y el Pilón Lajas durante la década del 90 y
una buena parte del 2000.

Obsérvese que cuando hay presión de las empresas para la compra


de madera hay ruptura de las reglas comunitarias de apropiación de los
recursos naturales, como observamos arriba, como el beneficio personal
o de algunas familias que genera la división organizativa política y, como
66 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

señala Sarela Paz (2012), ocurre “la formación de espacios forestales


comunales con desgobierno”.

La dinámica socio-espacial pecuaria


al nororiente del TIPNIS

En la región del nororiente del TIPNIS, en el Bajo Securé y en el Bajo Isi-


boro, viene desarrollándose una fuerte dinámica socio-espacial que tiene
la actividad pecuaria como base. En realidad, se trata de una actividad
que fue creada en el periodo colonial por iniciativa de los jesuitas (Paz,
2012) y que se conformó como actividad de terratenientes oligarcas desde
el final del siglo XIX con despojo de los pueblos indígenas de las áreas de
sabanas. La concentración de la tierra y de cabezas de ganado es la base
de una oligarquía política cuyos miembros llegan incluso a ser “dueños de
poblados enteros”, como son los casos de Magdalena, Santa Ana del Yacu-
ma, San Ramón, San Joaquín, San Borja o aun San Ignacio de Moxos, San
Lorenzo y Loreto, “donde los hacendados solían contar con 8 o 10 estancias
que en muchos casos suman una cifra de 60 a 80 mil hectáreas de tierra
en manos de una sola familia” (Paz, 2012).
En el interior del TIPNIS, la actividad se desarrolla en pequeñas y
medianas propiedades, como se puede notar en Gundonovia y San Pe-
dro, que también involucra población indígena subalternizándola. La
actividad incluye la “población beniana que llega a la zona en busca de
tierras para la ganadería y población indígena que está comprometida
con la actividad ganadera, sobre todo trinitaria, y que usa el potencial
de su conocimiento cultural sobre la sabana para optimizar los suelos y
las gramíneas locales que produce la región”.
Consta que los pueblos indígenas tienen un gran conocimiento del ma-
nejo de la sabana y de la áreas inundables en las confluencias del Secure
y del Isiboro: aprovechan la producción de pastos y gramíneas que se
desarrollan naturalmente y que permite alimentar el ganado durante
el periodo seco cuando los ríos bajan tal y como lo hacen los “retireiros”
del río Araguaia en el nordeste de Mato Grosso (Brasil). Consta también
que muchas de las pequeñas lomas, áreas ligeramente más altas y que
TENSIONES TERRITORIALES... 67

abrigan el ganado son en realidad “trabajo de las comunidades indígenas


y su antiguo sistema de adaptación cultural a la sabana que implicaba
tecnología hidráulica para sobrevivir a las inundaciones en una región
con casi ninguna inclinación” (Paz, 2012).
La actividad pecuaria que se desarrolla en el interior del TIPNIS tie-
ne como base la propiedad privada de terceros y viene restringiendo
el uso de las áreas comunitariamente usadas para la caza. Como bien
lo señala Sarela Paz (2012), se trata de una “economía local que atrae
mano de obra indígena, por tanto, produce un mercado local de venta
de mano de obra que se realiza en los momentos de inactividad del ciclo
productivo de las comunidades” (Paz, 2012: 142).
Las comunidades indígenas yuracarés y trinitarias habitan los bos-
ques de galería del Sécure y del Isiboro, aunque acostumbran atravesar
la sabana para hacer uso de las lagunas y los pequeños ríos que se
encuentran en medio de las sabanas. Antes del saneamiento territorial
del área del TIPNIS, el acceso a estos lagos y ríos era objeto de tensos e
intensos conflictos con los hacendados. Como informa el Estudio de Eva-
luación Ambiental del TIPNIS, después del saneamiento quedó claro “que
la propiedad de las haciendas es sobre la tierra y que el resto de bienes
forman parte de la TCO. Así, las lagunas y los arroyos formados entre la
propiedad pecuaria o terceros admiten áreas de acceso colectivo para las
comunidades que conviven con la propiedad privada de las haciendas”.
La tensión territorial que se establece en esa área del TIPNIS no in-
volucra sólo a terceros, también se presenta entre indígenas, como se
puede ver en Tres de Mayo, Puerto San Lorenzo, Coquinal, San Vicente,
Galilea y Gundonovia, en el Bajo Sécure y en la comunidad de São Paulo,
en el Bajo Isiboro, como lo revela el Estudio de Evaluación Ambiental del
Sernap donde se lee que varias familias indígenas ven en la actividad
pecuaria no sólo un medio para adquirir algún dinero con la venta de su
mano de obra, sino también la posibilidad de incursionar en esa actividad
[...] en el marco de una asociación familiar que permite contar con cabezas de
ganado y áreas de sabana que van siendo negociadas con los miembros de sus
comunidades. El principal cambio que se genera entre las comunidades indí-
genas no es a nivel productivo ni a nivel político organizativo, sino a nivel de
68 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

las normas y reglas de convivencia entre comunidades, a nivel de la dinámica


intercomunitaria que produce áreas comunes entre comunidades y áreas que
pertenecen a cada comunidad (Sernap).

La dinámica socio-espacial de la coca en el sur del TIPNIS

El área sur del TIPNIS es la que presenta mayor tensión territorial actual-
mente, con la ocupación de tierras comunitarias por parte de pequeñas
propiedades privadas integradas a la dinámica económica de la coca,
con fuertes vínculos con el mercado paralegal3 global. Se trata de una
lógica económica que tiene bases materiales en la economía de producción
de hoja de coca que es impulsada por los colonizadores andinos, quechuas y
aymaras, quienes migraron a la región como fruto del programa de ocupación
de tierras bajas del Estado nacional populista pos 52 y que se desarrolla en
base al eje de uso, acceso y aprovechamiento de los bienes del bosque en forma
individual. Este modelo económico prioriza en el contexto del bosque un bien
mayor: la tierra. Bosque convertible en tierra cultivable para la hoja de coca.
Su producción tiene un destino exclusivamente comercial, la venta de hoja de
coca (Paz, 2012).

La relación de los quechuas y aymaras con estas áreas tropicales


tiene un origen antiguo en la práctica del “máximo control de los nichos
ecológicos”, criterio espacial a través del cual procuraban garantizar el
acceso a una mayor diversidad de productos agrícolas (Murra, 2009).
“La región de los yungas o de los Andes orientales se caracterizó, en este
esquema de ocupación territorial de los Andes, por ser un espacio desti-
nado a la siembra de hoja de coca cuyo destino era sustancialmente el
consumo tradicional que realizaba de ella la mano de obra en el mundo
andino” (Paz, 2012).
En el siglo XX fueron varias las olas migratorias que se dirigieron
hacia la región del actual TIPNIS, sobre todo venidas del Altiplano: hasta

Decimos mercado paralegal porque necesariamente el mercado de la cocaína atra-


3

viesa la estructura legal (financiera, policial, jurídica, fiscalía de los puertos, aeropuertos,
etcétera) y por eso no es simplemente ilegal, aunque formalmente lo sea.
TENSIONES TERRITORIALES... 69

la década de 1920 para controlar las tierras y garantizar la demanda de


coca para las minas; después de la Revolución de 1952, y principalmente
en la década de 1960, con los programas de colonización que pretendían
ocupar los “vacios demográficos” de los trópicos. En los años 1960, en
función del cambio del escenario geopolítico provocado por la Revolución
Cubana, hubo iniciativas de abrir carreteras, incluso con el apoyo de
la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, con el
objetivo de integrar la región al resto del país, ignorando los vínculos
históricos que la integraban, aunque en permanente tensión / resistencia.
En el contexto de los años 1960, el TIPNIS comienza a ser diseñado en el
mapa con la creación, en 1965, del Parque Nacional Isiboro Sécure, que
buscaba proteger a los indígenas del área ante la inminencia de la llegada
de una nueva ola migratoria con la creación de la carretera.
Una tercera ola migratoria, de mediados de 1980, se dirigió a las tie-
rras bajas en virtud de la desproletización de los mineros, especialmente
después del Decreto Supremo 21.060 de 1985 que prácticamente aniquiló
al tradicional y combativo sector minero boliviano.
El mismo escenario de ocupación de la Amazonia y de las regiones que
la circundan se observa en la época en diversos países de América del Sur
como Brasil, Ecuador y Colombia donde fueron intensos los conflictos y
la resistencia de los pueblos al despojo.
En el caso de la zona sur del TIPNIS, la construcción de un tramo del camino
en los años 70 hasta el asentamiento yuracaré de Moleto dentro del entonces
Parque Nacional Isiboro Sécure facilitó el aumento de la colonización. Ésta
se acelera a partir de 1978, sobre todo en el periodo de auge de la producción
masiva de coca (1980 a 1987) –que convirtió a la región del Chapare en la de
mayor producción de coca en Bolivia– y con la crisis de la gran minería y la
relocalización asociada de los mineros (Paz, 2012: 26).

Como ya destacamos, las familias de colonos que ocupan la zona sur


del TIPNIS son en su casi totalidad de origen quechua y aymara, y tienen
una tradición agrícola forjada en ambientes ecológicamente distintos de
los bosques y sabanas tropicales. Al moverse con la dinámica comercial
que demanda el cultivo de hoja de coca han generado prácticas agrícolas
insustentables desde el punto de vista ecológico. También, como ya se-
70 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

ñalamos, estos colonos no ven el bosque como fuente de vida sino como
tierra para el cultivo de hoja de coca y por eso cazan poco y no pescan,
como lo hacen los pueblos que tradicionalmente ocupan la región para
quienes el bosque y su productividad primaria es fundamental.
Para los nuevos colonizadores de las tierras bajas los principales
productos agrícolas comerciales son los cítricos y la coca, el arroz y el
plátano, la crianza de pequeños animales (gallinas, patos y cerdos), y
últimamente el ganado bovino ha sido importante.
La socióloga Sarela Paz (2012) llama la atención sobre la diferencia
entre los colonizadores andinos que ocuparon las tierras bajas en los
yungas tropicales que, según ella, tuvieron una participación significa-
tiva en el desarrollo del mercado interno de Bolivia con características
típicamente campesinas por su producción diversificada de frutas, arroz,
café, chocolate y, por supuesto, el producto privilegiado de los yungas:
la hoja de coca y; por otro lado, la dinámica de la colonización de los
productores de esta última que recientemente ocupan el sur del TIPNIS,
cuyo proceso migratorio ocurre en otra época y en otro contexto político,
en los años 1982-1985 y 1986-1989, procesos migratorios que sostienen una
estrecha relación con las políticas de ajuste estructural y de desplazamiento
del Estado nacionalista hacia un Estado con contenido mucho más neoliberal.
Empobrecimiento extremo de la economía campesina en ciertas regiones de
los Andes (norte de Potosí) y relocalización de mineros producen migracio-
nes masivas a la región sur del TIPNIS. Pero a diferencia de sus otros pares
colonizadores de los yungas de La Paz, Ixiamas o Ivirgarzama en el propio
Chapare, en el TIPNIS el sujeto migrante centra su actividad agrícola en la
producción de hoja de coca (Paz, 20012b: 8).

En ese caso, sus características señalan un desplazamiento de aquella


condición campesina a la de pequeños productores rurales integrados a
los mercados capitalistas globales, con la singularidad de que se apoyan
en una fuerte organización sindical, cuya cohesión es aún mayor por sus
tradiciones comunitarias indígenas. El impacto de este frente de expan-
sión / invasión cocalera puede ser visto en el mapa 10 que muestra las
áreas deforestadas del TIPNIS durante 19 años entre 1990 cuando el TIPNIS
es creado, y 2009 cuando se entrega el título definitivo.
TENSIONES TERRITORIALES... 71

Desde 1992-1994 esa tensión en la región llamada Polígono Sur era


objeto de negociaciones entre, por un lado, campesinos indígenas coca-
leros y, por otro, indígenas comunitarios del TIPNIS. En 1994, el acuerdo
firmado entre Evo Morales por los cocaleros y Marcial Fabricano por
los indígenas estableció una “línea roja” como límite del avance de los
cocaleros en el TIPNIS (véase el mapa 11).
En la reciente entrega del título definitivo a los pueblos indígenas del
TIPNIS, las diferencias se explicitaron debido a que esa zona sur ocupada
por los cocaleros quedó fuera del TIPNIS porque estos campesinos indíge-
nas prefirieron títulos de propiedad privada y no tierras comunitarias
de origen.4 En ese caso, la diferencia entre los indígenas amazónicos y
de las tierras bajas y los indígenas del altiplano andino se mostraron
radicales. Todo indica que la tradición indígena del ayllu de los aymaras
y quechuas del altiplano andino, que constituye la formación social de los
cocaleros que avanzan por el sur del TIPNIS, se vino a adjuntar la cultura
sindical adquirida por ellos en cuanto mineros, además del fuerte sentido
comercial que los caracteriza y que les permitió a lo largo de los siglos
una adaptación más suave al capitalismo y ahora alimenta el “frente de
expansión” de los cocaleros y la confrontación con los pueblos indígenas
del TIPNIS.
Así, es posible entrever –como lo hace Sarela Paz (2012)– que a
pesar de sus especificidades el modelo de desarrollo de los productores de
hoja de coca es compatible con las dinámicas extractivistas primario-
exportadoras y por tanto más conforme con las políticas del gobierno de
Evo Morales.
De hecho, como enclave productor de materia prima para el negocio
regional de cocaína, reproduce una buena parte de las características
del negocio de la agroindustria que ha sido tipificado como parte de los
modelos extractivos. Primero, es monoproductor del bien por exportar

4
Tierras comunitarias de origen, según la Ley INRA, numeral 5 (art. 41), son definidas
como “los espacios geográficos que constituyen el hábitat de los pueblos y comunidades
indígenas, a los cuales han tenido tradicionalmente acceso y donde mantienen y desarrollan
sus propias formas de organización económica, social y cultural, de modo que aseguren
su supervivencia y desarrollo. Son inalienables, indivisibles, irreversibles, colectivas,
compuestas por comunidades o mancomunidades, inembargables e imprescriptibles”.
72 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

(hoja de coca-pasta base); segundo, usa intensivamente la tierra en


desmedro del bosque, causando daños irreversibles para la composición
biovegetativa de la zona sur del TIPNIS; tercero, produce el bien agrícola
(hoja de coca) en función exclusiva de las necesidades del mercado global.
La única gran diferencia con los modelos extractivos agroindustriales es que
la monoproducción no está en manos de empresarios que controlan la tierra
y el proceso productivo, sino más bien en manos de campesinos que buscan
optimizar la producción de hoja de coca abriendo cada año nuevas fronteras
agrícolas (Paz: 2012b: 16).

Ésta es una dinámica estructural poco controlable por las organizacio-


nes indígenas, por los propios sindicatos y por el propio Estado boliviano.
Tiene relación con una economía global de venta de estupefacientes que
crece desmesuradamente y en ella la cocaína posee un lugar primordial.
El último informe de la Organización de las Naciones Unidas sobre la
ampliación de superficies cultivadas con hoja de coca en América del Sur
nos muestra que en general las áreas de cultivo han crecido tres veces
más en Colombia, dos veces más en Perú y en Bolivia se aproxima a un
crecimiento de 40 % (ONU, 2010). Para los cocaleros,
[...] un tramo carretero resulta estratégico en la ampliación de nuevas fronte-
ras agrícolas y, por el comportamiento de los poblados de colonos en la zona, la
saturación de las áreas agrícolas con cultivo de hoja de coca está empezando
a pronunciarse. En ese contexto, el avasallamiento de nuevas áreas agrícolas
sobre el bosque de la TCO del TIPNIS se muestra como una estrategia útil y
necesaria para la dinámica de producción y comercialización de la materia
prima de la cocaína. Un esquema productivo de tal naturaleza puede convivir
con relativa sintonía con la exploración y explotación petrolera.

En fin, la fuerte cultura sindical y comercial, amalgamada con una


cultura indígena con base en los ayllu, por tanto comunitaria, no sólo
refuerza el sentido colectivo identitario cocalero que se forjó, como todo
proceso identitario, por contraste, en la confrontación dura contra las
fuerzas estadounidenses que, sobre todo después de la caída de la Unión
Soviética, elegirá la guerra contra el narcotráfico como su principal
enemigo.
TENSIONES TERRITORIALES... 73

En esta tensión con el imperialismo estadounidense, los “campesin-


dios” (Bartra, 2008) se reinventaron como cocaleros en el debate contra
la erradicación de la coca. En ese enfrentamiento fue decisivo el apren-
dizaje histórico del movimiento sindical minero. Emerge ahí un debate
en el que se crean conceptos como el de “coca excedentaria” y el de “coca
tradicional”. En torno de esos conceptos se representan dos mundos
distintos y antagónicos: la coca que se inscribe en un mercado paralegal
y la que se inscribe en la ancestralidad indígena.
He aquí la ambigüedad que atraviesa a los cocaleros entre la necesaria
afirmación de la coca ancestral, y por tanto la defensa de las tradicio-
nes indígenas y, por otro lado, la coca destinada a un mercado que ni
los sindicatos ni el gobierno boliviano controlan ni pueden controlar y
que se articula con un mercado global que tiene en Estados Unidos su
principal enlace.5
En el centro de los conflictos generados por la política estadounidense
de erradicación forzada, ésta llegó a tener un programa que proponía
“cero de coca”, contra el cual Evo Morales haría una declaración que sin-
tetiza simbólica y políticamente el nuevo bloque histórico que se forjaría
en el país cuando afirmara que “cero de coca es cero de quechua, es cero
de aymara, es cero de guaraní”. Así, afirmaba a los cocaleros en cuanto
indígenas y de esta manera abría espacio para la formación de un blo-
que político “desde abajo” –indígenacampesino– que por primera vez en
la historia boliviana se presenta como bloque nacional, para lo que fue
fundamental el hecho de constituirse contra un enemigo externo, en este
caso contra el imperialismo estadounidense. Pero ese bloque histórico
que se forja en cuanto bloque nacional abriga dentro de sí ambigüeda-
des. En fin, la poderosa organización cocalera forjada en el encuentro
de la cultura aymara-quechua, sus ayllus y su cultura comercial con la
cultura sindical, que dialoga con el mundo occidental y capitalista, se
mueve contradictoriamente en relación con los indígenas de las tierras
bajas y de la Amazonia.

5
Basta observar que a pesar de la fuerte presencia militar estadounidense en Colombia
este país continúa siendo el que más produce coca destinada al narcomercado (véase cuadro
sobre la coca).
74 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

Dinámica socio-espacial ligada


al subsuelo rico en gas y petróleo

Esta dinámica socioespacial se basa en las aptitudes que las serranías


del TIPNIS comparten con toda la franja subandina de América del Sur, a
la que brinda un carácter de tensión en función de los enormes intereses
que despierta tanto en la Amazonia ecuatoriana como en la peruana y
colombiana. El TIPNIS soporta, así, una tensión territorial basada en su
subsuelo, y la comparte con el resto de la Amazonia andina, cuyas con-
diciones han propiciado la formación de grandes yacimientos de petróleo
y gas y otros minerales.
Esta presión minero-energética se concretiza para el TIPNIS en abril
de 2007 con la Ley 3.672, que aprueba un contrato de exploración por
sociedad mixta entre Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB),
Petrobras Bolivia y TOTAL, en el área de Río Hondo (Bloque Ichoa), locali-
zada en la zona núcleo del TIPNIS. Observemos que, según el zoneamiento
territorial hecho por el propio gobierno (Servicio Nacional de Áreas Prote-
gidas) junto con las comunidades indígenas, esta zona es calificada como
“área de extrema protección”. Aún en abril del mismo año, con adendo de
julio de 2008, la Ley 3.911 aprueba un contrato de exploración, también
por sociedad mixta, de YPFB con Petroandina Sam (Petróleos de Vene-
zuela, Sociedad Anónima (PDVSA)), abarcando el Bloque Sécure 19 y 20,
también localizado en el interior del TIPNIS. En mayo de 2007, el Decreto
Supremo 29.130 establece, entre otros, el Bloque Sécure 19 y 20 en el
TIPNIS, como área no tradicional de interés hidrocarbunífero reservada
para YPFB. En agosto de 2007, el Decreto Supremo 29.226 aumenta de 21
a 33 el número de concesiones reservadas a YPFB, y en 2010 el Decreto
Supremo 676 aumenta de 33 a 56 las áreas concedidas a YPFB y permite
que las actividades de exploración hidrocarbonífera se realicen en áreas
protegidas, “aunque excepcionalmente”.
En un estudio, Sarela Paz (2012c) confirma que cerca de la tercera
parte del TIPNIS fue declarada zona petrolera de la siguiente manera:
El 9.8 % del parque está destinado para la exploración y explotación de la
transnacional brasileña Petrobras y la francesa Total. Otro 17.7 %, en el
TENSIONES TERRITORIALES... 75

centro del parque, es área hidrocarburífera bajo contrato con Petroandina,


parte de la cual sería atravesada por la carretera que se pretende construir
(Paz, 2012c).

Tenemos entonces aquí presente la conjunción de características fun-


cionales a la reproducción y ampliación del capitalismo, especialmente
los intereses brasileños. Por un lado, toda la franja subandina amazónica
boliviana, que ya ha sido concesionada para exploración (véase el mapa
12) y en donde la participación de Petrobras y de PDVSA es importante, y,
por otro, la carretera que partiría al TIPNIS por la mitad y que se conecta
con una red de vías que buscan dar diferentes salidas a las exportaciones
brasileñas en su camino hacia los puertos del pacífico. Esta conjunción
de características se refuerza mutuamente para fortalecer la presión de
los diferentes frentes de expansión / invasión. Como lo señala Sarela Paz
para Brasil, “nuevos campos de exploración petrolera resultan atractivos,
mucho más si éstos poseen la infraestructura necesaria para operaciones
de exploración y explotación” (Paz, 2012b: 15).
Esta arremetida petrolera contra el TIPNIS muestra claramente el
quiebre con la Agenda de Octubre levantada por los movimientos sociales
según la cual era necesario, además de nacionalizar los hidrocarburos,
buscar su industrialización. Sin embargo, hemos visto que si bien la
renegociación de contratos con las trasnacionales le ha permitido al go-
bierno mayor recaudo de regalías, su acento mayor ha sido el de buscar
nuevos campos de exploración por medio de contratos de sociedad mixta
antes que avanzar en la industrialización del producto extraído de los
campos ya existentes. Esta política se ha convertido en estratégica para el
gobierno y su avance y materialización se da por encima de los derechos
territoriales de los pueblos indígenas. Tenemos entonces que en el TIPNIS
la ampliación del modelo económico extractivista del Estado se convierte
en un frente de expansión/invasión con altísimo poder considerando el
carácter estratégico que la explotación de hidrocarburos tiene para el
gobierno boliviano y para las trasnacionales, especialmente Petrobras.
76 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

Dinámica socio-espacial del agronegocio

No podemos dejar de mencionar el agronegocio como una de las dinámi-


cas socioespaciales que, si bien hoy en día no afectan directamente las
dinámicas del núcleo indígena en el TIPNIS, con certeza la apertura de
la carretera traerá su avance sobre estas tierras. El proceso de avance
de la agroindustria, el agrobusiness, en el subcontinente sudamericano
sobre tierras indígenas y/o campesinas ocurre de manera tajante, como
diversos estudios lo indican (Fajardo, 2008; Domínguez, 2005; Urioste, y
Pacheco, 2001). Estamos viviendo entonces, desde los diferentes países
un avance del agronegocio en sus diferentes versiones sobre la Amazonia
en detrimento de los territorios indígenas y campesinos que no tiene
parangón en la historia de los pueblos y de las tierras bajas.
La llegada de estos monocultivos se caracteriza como un proceso que
concentra la propiedad sobre la tierra, consume inmensos recursos na-
turales, en especial tierra y agua, y por lo tanto tiende a la erosión de la
tierra y la polución de las fuentes de agua. Igualmente los monocultivos
agroexportadores han demostrado ser capaces de continuar avanzando
diversificándose de acuerdo con las características y potencialidades de
los lugares (soja, palma africana, caña, algodón, eucalipto, etcétera),
pero especialmente, y esto demuestra su poder como frente de expansión
/ invasión, han manifestado una extraordinaria capacidad para expan-
dirse / invadir territorios en donde la configuración histórica y legal de
la tierra se lo dificultaría en principio, por ejemplo, los territorios étnicos
de propiedad colectiva y comunitaria.
Los monocultivos, asociados con las escalas globales de exportación de
commodities, han conseguido quebrar sistemas legales de tenencia de la
tierra. En Colombia, por ejemplo, de la expropiación violenta de comunidades
indígenas y afrocolombianas que tenían la titularidad colectiva legal de la
tierra, se han apoderado de miles de hectáreas de tierra en las que rápi-
damente fueron sembradas grandes extensiones de palma africana. Estas
formas de violencia física para dar paso al agronegocio no son exclusivas
de Colombia; por el contrario, en todo el continente son frecuentes los
asesinatos y persecuciones a líderes indígenas y campesinos. Pero la vio-
lencia física directa no es la única forma en que el agronegocio consigue
TENSIONES TERRITORIALES... 77

penetrar en tierras colectivas. En Brasil, pero también en varios países


más, se conocen múltiples casos en los que ante la presión económica del
monocultivo, que no pocas veces se manifiesta como guerra económica
contra el indígena y el campesino, las comunidades indígenas y campesinas
acaban “aceptando” que sus tierras ingresen en contratos desfavorables
por largos periodos, de 20, 30, 40 años de exclusividad, para uso de de-
terminado monocultivo y bajo las condiciones del agrocapital. Vemos así
cómo esta economía, en tanto dinámica socio-espacial, contiene un gran
poder de expansión / invasión en el continente.
En el caso boliviano, se destacan la soja y la caña de azúcar como los dos
principales monocultivos exportadores, que tienen su epicentro económico
y político en Santa Cruz de la Sierra, especialmente en lo que ahí se deno-
mina “Norte Integrado” y que ha tenido una dinámica expansiva hacia el
nororiente y noroccidente, justo en dirección al TIPNIS. Aunque la distancia
hasta el territorio del TIPNIS es aún considerable, y en el intermedio se en-
cuentra la economía ganadera, ya hemos visto experiencias de conversión
de haciendas ganaderas a sojeras incluso bajo la necesidad de “recuperar”
tierras degradadas, por lo que a mediano y largo plazo es posible predecir
que el eje soja-caña de azúcar consiga presionar directamente el territorio
del TIPNIS. Indirectamente eso ocurré con la expansión de los cultivos de
soja y caña de azúcar sobre áreas de pastaje en las regiones en que estos
cultivos están consolidados con la economía ganadera, avanzando sobre las
sabanas y el bosque, como ya se constata claramente en Brasil. Mucho más
si tenemos en cuenta que la presión desde el eje del agronegocio de Santa
Cruz se complementa con la presión que ya viene de Brasil, en donde las
áreas de expansión de la soja ya llegan hasta los límites de las fronteras
orientales y nororientales de Bolivia, avanzando desde los estados de Mato
Grosso y Rondonia (véase la imagen 1).6
Ese poderoso bloque político de la “república unida de la soja” hace
una tentativa de etnizar del TIPNIS como si fuera un conflicto entre

6
En 2003 la trasnacional Syngenta publicó en El Clarín y La Nación, los dos periódicos
argentinos más importantes, un informe publicitario con el título de “República Unida
de la Soja”. La imagen de ese informe publicitario de carácter colonial fue obtenida en
<http://www.agropecuaria.org/analisis/EviaRepublicaSoja.htm>, consultado el 18 de
febrero de 2014.
Imagen 1. La república de la soja

Fuente: http://www.agropecuaria.org/analisis/EviaRepublicaSoja.htm
TENSIONES TERRITORIALES... 79

“collas” y “cambas”. Esta “etnización” del conflicto atado a la tierra


y el territorio, se constituye en un hábil dispositivo funcional a las
élites agroindustriales que concentran las mejores y mayores tierras
del oriente boliviano. Este dispositivo permite desviar el debate sobre
el latifundio y la reforma agraria hacia un debate en torno al mito de
la invasión “colla” y la necesidad de la defensa de las tierras bajas,
que en su versión más radical han llamado de “nación camba”. Como
claramente señalan Plata y Soruco (2008), el camba fue siempre el
nombre peyorativo que daban a los indígenas de tierras bajas las
élites cruceñas que se consideraban blancas y descendientes directas
de los españoles, por lo que la recién “cambanización” de las élites
cruceñas es una estrategia para legitimar su proyecto autonomista
y generar unidad en torno el enemigo común, “el colla” invasor. El
apoyo instrumental de la derecha del oriente a la causa del TIPNIS
debe entenderse dentro de este contexto, pues las élites de las tie-
rras bajas nunca fueron ni indigenistas ni ecologistas. Entender
este proceso es fundamental para no reducir el actual conflicto del
TIPNIS a un conflicto entre colonos cocaleros “collas” e indígenas de
tierras bajas.7

***

En esta parte hemos presentado y analizado las diferentes tensiones


territoriales que recaen en y rodean el territorio del TIPNIS desde dife-
rentes dinámicas socio-espaciales de economía capitalista que se cons-
tituyen en frentes de expansión / invasión, y que por tanto tensionan la
territorialidad de las formas de reproducción de la vida de los pueblos

7
Esas contradicciones han exigido una refinada capacidad teórico-política de los
liderazgos indígenas, como ha demostrado Héctor Díaz-Polanco en el affair de los mis-
kitos en la Nicaragua sandinista en los años ochenta, cuando “los contras” procuraban
utilizar las luchas indígenas a favor de su interés. Ese es un desafío de estos pueblos,
cuya lucha no es solamente contra el capital sino a la vez, es una lucha anticolonial. Y
por eso chocan con frecuencia contra el eurocentrismo de muchas corrientes de izquierdas
(véase Díaz-Polanco, 2008).
80 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

indígenas que habitan el TIPNIS. Es importante ver las distintas dinámicas


socio-espaciales que hemos presentado y que presionan al TIPNIS no como
procesos separados, buscando identificar intereses y agentes detrás de la
carretera; por el contrario, consideramos que el affair de la carretera es
una adecuación espacial técnica que sirve a múltiples sectores e intereses
(algunos de estos en contradicción, como es el caso de los colonos y las
élites agroindustriales de la soja y la caña), y que en tanto que el proyecto
de la carretera se realice se verán indiscutiblemente posibilitados en sus
condiciones técnicas de funcionamiento.
Todos estos procesos económicos hegemónicos, y particularmente su
poder político y económico, que los refuerza como frentes de expansión
/ invasión, no pueden ser entendidos sin analizar cómo se insertan en
una nueva geopolítica del subcontinente sudamericano. Es esta tarea la
que nos proponemos a continuación.
EL TIPNIS FRENTE A LA NUEVA GEOPOLÍTICA
DEL SUBCONTINENTE

No se puede entender el conflicto del Territorio Indígena y Parque Nacional


Isiboro-Sécure (TIPNIS) sin tener en cuenta las múltiples relaciones escalares
implicadas. Luego de describir, aunque sucintamente, la dinámica interna
de las tensiones socio-espaciales regionales y nacionales más próximas,
pasemos ahora al contexto subcontinental y mundial destacando sus im-
plicaciones con la dinámica local y regional del TIPNIS.
Ya destacamos que en Bolivia, se forjó especialmente después de la
Guerra del Agua, en Cochabamba en el año 2000, un bloque histórico
(Gramsci, 1977) de base indígena y campesina que no tiene paralelo
en ningún país de nuestro continente,1 dando consecuencia política al
potencial emancipatorio acumulado en el periodo iniciado en nuestra
región en 1988-1990. La Guerra del Agua forjó una coalición que reunió
indígenas, campesinos, ecologistas, habitantes urbanos pobres y de clase
media y la Iglesia católica; así se consiguió por primera vez expulsar
un consorcio trasnacional del cual formaba parte la poderosa empresa
estadounidense Bechtel,2 que se había beneficiado de un contrato que

1
Los zapatistas intentaron colocar el México profundo indígena campesino en la
agenda política nacional con los Acuerdos de San Andrés, pero fueron derrotados y a
partir de ahí desarrollaron otras estrategias de carácter autonómico, como los Caracoles
y las Juntas de Buen Gobierno.
2
Bechtel recibiría la concesión de administrar el agua de Irak después de la invasión
estadounidense. Consta que el entonces vicepresidente de Estados Unidos Dick Cheney
figuraría en el Consejo Director de la empresa.

81
82 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

privatizaba el agua. Más adelante, en 2003, la Guerra del Gas ratifica el


carácter de reapropiación social de la naturaleza de estas luchas, además
del carácter antiimperialista, de donde emana la Agenda de Octubre
que llevará a Evo Morales al gobierno en enero de 2006, no sin antes
derrocar varios gobiernos a lo largo de 2000, con el sacrificio de vidas y
con muchas marchas y bloqueos de caminos.3
Al mismo tiempo que se forjaba este bloque histórico en Bolivia, un
nuevo proyecto de restructuración espacial del capitalismo ganaba fuerza
en América Latina / Abya Yala con / contra el Área de Libre Comercio
de las Américas (ALCA), con la Iniciativa de Integración de la Infraes-
tructura Regional Suramericana (IIRSA) y el Plan Puebla Panamá (PPP,
hoy Proyecto Mesoamérica), ambos apoyados por el Banco Interameri-
cano de Desarrollo (BID). Son dos proyectos de gran envergadura para
la integración física del continente desde Alaska a Tierra del Fuego a
partir de obras como puertos, aeropuertos, carreteras, puentes, canales,
represas hidroeléctricas y líneas de comunicación. El apoyo del BID a estas
iniciativas indica que, por primera vez, la integración del continente es
pensada por sectores hegemónicos más allá de la retórica diplomática.
Integrar físicamente el continente buscando su incorporación a los
nuevos mercados que se abren con la reconfiguración geoeconómica del
capitalismo donde se destaca Asia y sobre todo China, es el objetivo que
sobresale claramente en la lectura de los documentos oficiales del IIRSA
(Porto-Gonçalves, 2011).
Tanto el IIRSA como el PPP fueron pensados en los marcos de la estructu-
ración espacial del capitalismo (Harvey, 2007) y no desde una perspectiva
emancipatoria,4 como ha sido acríticamente planteado sobre todo por los
partidos y gobiernos que se colocan a la izquierda del espectro político y

3
En 1999, tomaba posesión, como presidente, en Venezuela Hugo Chavez Frías, el
primero de una serie de gobiernos que se elegirán en función de las movilizaciones que
deslegitimaron las políticas neoliberales. En Venezuela estaba en curso el proceso de
privatización (y desnacionalización) de Petróleos de Venezuela, Sociedad Anónima, lo
que fue impedido por el nuevo gobierno. En Argentina, en diciembre de 2001, las políti-
cas neoliberales en el continente llegan a su mayor nivel de desprestigio con el “que se
vayan todos”.
4
En el caso del PPP, el carácter colonial del documento oficial es tan explícito que
llega al punto de decir que uno de sus objetivos es, después de 500 años, “castellanizar la
EL TIPNIS FRENTE A LA NUEVA GEOPOLÍTICA... 83

que deben su existencia, sin duda, a los movimientos sociales que, con sus
luchas, deslegitimaron el neoliberalismo en América Latina / Abya Yala.
Estamos asistiendo a la actualización de una tensión histórica que nos
constituye desde los primeros momentos de las luchas independentistas
en los inicios de los años 1800, con el interamericanismo de James Monroe
–“América para los americanos” (1823)–, por un lado, y la Patria Grande,
de Simón Bolívar, por otro. Sin embargo, esta no es la única tensión que
nos constituye desde entonces y que también nos acompaña hasta hoy,
como la que se hizo / se hace en cuanto “colonialismo interno” (González,
2006) o “colonialidad del poder”, que sobrevivió al final del colonialismo
(Quijano, 2006), tensión que no es valorada por la élite criolla y sus inte-
lectuales. Sabemos cómo las élites criollas se vieron amenazadas por el
haitianismo y cómo avanzaron vorazmente sobre las áreas de depósitos
minerales y sobre las tierras comunitarias indígenas para destinarlas a
los mercados, que en la época también se abrían como una ventana de
oportunidades con el progreso de la Revolución (en las relaciones sociales
y de poder) industrial. Progresismo, he aquí la ideología que los une.
Hay una dinámica capitalista de fondo que se viene imponiendo desde
los años noventa con la reconfiguración geográfica del capitalismo y en
donde destaca el lugar de Asia, sobre todo China, y la alianza política ahí
presente entre las grandes corporaciones de Occidente, estadounidenses
especialmente, y los gestores del Partido Comunista chino.5 Esa dinámi-
ca capitalista ya se imponía independientemente de los gobiernos que se
eligieron con mandatos políticos fuera de la agenda neoliberal, como se
puede ver con la paulatina pérdida de importancia de Estados Unidos
en las transacciones comerciales con América del Sur, el crecimiento
de China en ese campo y también el mayor desempeño de Brasil en el
comercio intrarregional.

población”, sin preguntarse por la historia regional de aquellos pueblos y de su resisten-


cia, entre las cuales se inscribe el hecho de no hablar español (Porto-Gonçalves, 2002).
5
Esa alianza se inicia con la visita de Richard Nixon a Pequín a principios de 1970.
No olvidemos que Estados Unidos ubicó a la Unión Soviética como el mayor enemigo de
su proyecto nacional / imperial y sin ninguna incomodidad ideológica y en plena Guerra
Fría se aliaron a los comunistas chinos. Estos últimos, por su parte, en aquella época
también identificaron a la URSS como su enemigo estratégico. Y no dejemos de ver que
Estados Unidos y China fueron los grandes beneficiarios de la caída de la Unión Soviética.
Gráfica 1. Participación de los productos primarios
sobre el total de las exportaciones (%).
América Latina (1990-2011)

68.0

61.0

54.0

46.9

40.0

1996
1997
1998
2001
2003
2004
2005
2007
2008
2011

1993

1990
1991
1992
1994
1995
1999
2000
2002
2006
2009
2010

% total

Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).


EL TIPNIS FRENTE A LA NUEVA GEOPOLÍTICA... 85

Desde el año 2000, con un aumento exponencial de las exportaciones


de commodities, observamos la reversión de la tendencia que se venía
delineando en América Latina desde la década de 1980, esto es, la caída
significativa de la dependencia de las exportaciones de recursos naturales,
al punto de que hoy ya se habla de reprimarización de las exportaciones.
La Gráfica 1 muestra que en 1980 el porcentaje de productos primarios
sobre el total de bienes exportados bordeada el 68 %, porcentaje que cae
cerca de 40 % en 2002, pero luego vuelve a crecer hasta cerca de 60 %
en 2011.
Los datos de la Cepal para el año 2009 sobre exportación de bienes
primarios también muestran la importancia del aumento de ese rubro
entre los países de la región, más acentuado en algunos como Ecuador,
Bolivia y Venezuela,6 y una dependencia menos acentuada, pero tam-
bién creciente, en países como Colombia y Brasil. En Bolivia, se puede
detectar un aumento sostenido de las exportaciones minerales, en las
que el gas ha aumentado su participación en las exportaciones a 73 %,
entre 2000 y 2005, y a 75 % en apenas tres años, entre 2007 y 2009. Como
vemos, hay una continuidad en esa comoditización independientemente
del color de los gobiernos.
Es interesante observar las implicaciones políticas y geopolíticas
de la reconfiguración geoeconómica de América del Sur, donde al
mismo tiempo que se observa en todos los países un proceso de repri-
marización de las exportaciones, en las relaciones interregionales de
Brasil, a pesar de acompañar a los demás países en su integración en
la economía global, pasa a ocupar un lugar destacado como exportador
de bienes manufacturados para la región. Los análisis de Víctor Hugo
Klagsbrunn sobre la inserción de Bolivia en el mercado mundial ratifican
lo que afirmamos arriba. Dice él: “El gran cambio ocurre en el periodo de
2000 a 2005 con la disminución absoluta y relativa de las importaciones
oriundas de los Estados Unidos, del Reino Unido y de Alemania Federal,

6
Según la Cepal, las exportaciones de petróleo y otros minerales alcanzan 92.7 % de
las exportaciones de Venezuela; 91.9 % en Bolivia, con gas y otros minerales, y 91.3 % en
el caso de Ecuador (Paz, 2012).
86 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

con un paralelo aumento de las importaciones de las importaciones de


Argentina y sobre todo de Brasil” (Klagsbrunn, 2007).
La mayor presencia brasileña en Bolivia se refleja en la creciente
participación en las inversiones directas de empresas brasileñas y en el
crecimiento de las exportaciones bolivianas para el país.7
En ese sentido, se puede afirmar que hay una tendencia en la reconfi-
guración geoeconómica del capitalismo con serias implicaciones políticas
y sociales. Siempre es bueno recordar que el hecho de que América Latina
/ Abya Yala se presente como proveedor de materias primas representa
una característica histórica de nuestra formación socio-espacial con gra-
ves consecuencias, sobre todo para los pueblos indígenas, los campesinos,
los cimarrones / marrons / quilombolas y los habitantes de las periferias
urbanas, sus parientes sociológicos y un destino geográfico más común.
Además de que Brasil es el mayor promotor de esta iniciativa de
integración física, Bolivia, por su centralidad geográfica, es el país más
afectado pues cinco de los diez “ejes de integración y desarrollo” de la
IIRSA cortarán su territorio. Brasil, por su población, su extensión terri-
torial (recursos naturales) y la magnitud de su economía (su producto
interno bruto que oscila entre los cinco o seis mayores del planeta), es
el único país que dispone de las condiciones materiales necesarias para
protagonizar la integración del subcontinente. Le faltaba hasta hace poco,
antes del gobierno de Lula da Silva, un proyecto político con dimensiones
geopolíticas como existía en la época de la dictadura militar (1964-1984)
(Zibechi, 2012).
Estos proyectos de integración física, como el PPP y el IIRSA, cuando
son lanzados en 2000, mantenían una relación ambigua con el ALCA, del
que ambos pueden ser entendidos como complemento material. Incluso,
mientras el PPP puede asumirse como una aplicación física del Tratado
de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que subordina aún más

7
Según Klagsbrunn las exportaciones bolivianas para Brasil pasan de 2.1 % del to-
tal en 1992 a 11.4 %, en 2000, alcanzando 36.2 % en 2005 (Klagsbrunn, 2007). Hay que
considerar que ese proceso es anterior al gobierno de Evo Morales, así como a lo largo de
1990 el comercio de América del Sur con China y Oriente ganaba importancia, y no es
una opción exclusiva de los nuevos gobiernos de izquierda. En fin, el progresismo es una
ideología y una práctica compartidas por muchos liberales y marxistas.
EL TIPNIS FRENTE A LA NUEVA GEOPOLÍTICA... 87

a los países de América Central y a México a Estados Unidos, la IIRSA


se presenta como un conjunto de ejes de integración y desarrollo que re-
vela algo más, sobre todo por las conexiones entre los océanos Atlántico
y Pacífico y por la convergencia que varios de sus “ejes de integración y
desarrollo” presentan en relación con la región en que se encuentra ubicado
el mayor parque industrial de América del Sur, el eje São Paulo, Río de
Janeiro y Minas Gerais.
La geografía del trazado de los ejes del IIRSA revela la relación ambi-
gua de “cooperación antagónica” –conforme a la fórmula de Ruy Mauro
Marini (1974)– con los centros más dinámicos del capitalismo global. Al
fin y al cabo la IIRSA en cuanto proyecto de integración física de América
del Sur, no es incompatible con una integración del capitalismo bra-
sileño con los grandes centros imperiales del capitalismo pero revela
también que esa integración física afirma un proyecto nacional propio
que en algunas circunstancias puede ser antagónico al país que más ha
interferido geopolíticamente en la región condicionando la soberanía, los
Estados Unidos, y contra el cual se forjó la identidad de América Latina
(Porto-Gonçalves, 2011; Porto-Gonçalves y Quental, 2012). Y es lo que
nos ayuda a entender la posición de Brasil, apoyada por todos los países
de la Unión de las Naciones Suramericanas, de no apoyar la tentativa
separatista de las oligarquías de la Media Luna –Santa Cruz, Beni y
Pando– que, como se sabe, está formada por un complejo de poder que
involucra a grandes corporaciones estadounidenses como Monsanto, por
ejemplo, aliadas a las oligarquías latifundiarias tradicionales, el agrone-
gicio, que tiene en el Brasil uno de sus principales centros, en ese caso
con gran influencia en instituciones del Estado como Embrapa, que les
presta inestimables servicios en el campo técnico-científico. Regresaremos
a este asunto más adelante.
En 2003, luego de tomar posesión como presidente, Lula da Silva
propuso la modificación de la legislación interna del país para permitir
que el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, el mayor banco
de fomento del mundo fuera de China, pudiese hacer préstamos a empre-
sas brasileñas en el exterior, lo que estaba vedado desde su fundación
en 1952. Así, con Lula da Silva, en 2000, cuando convocara a Brasilia a
los presidentes de los países de América del Sur para presentar el gran
88 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

proyecto físico iniciado por Fernando Henrique Cardoso de reorganiza-


ción regional del capitalismo, la IIRSA gana las condiciones financieras,
llamadas de materiales en la lógica capitalista y de este modo la inte-
gración continental, particularmente subcontinental suramericana, gana
dimensiones prioritarias en la política externa brasileña. En 2004 Lula
da Silva crea la Secretaría de Asuntos Estratégicos y a partir de ahí el
país retoma el proyecto de Brasil Potencia (Zibechi, 2012), que había sido
abandonado con la crisis económica de los años ochenta, con el fin de la
dictadura y con los gobiernos neoliberales. En 2010 China se transforma
en el mayor socio comercial de Brasil y de la región, lo que torna la IIRSA,
con sus interconexiones con el Pacífico, en un proyecto vital para el país
teniendo en cuenta su carácter atlántico. Considerando que la malla
logística del parque industrial brasileño está concentrada en el sur y en
el sudeste del país, Bolivia se torna necesariamente estratégica para la
interconexión de Brasil con los mercados de Asia a través del Pacífico.
En fin, la IIRSA no es solamente un conjunto de carreteras, puertos,
aeropuertos, hidroeléctricas y redes de comunicación. Es un modelo
societario, político, económico y cultural que engendra conflictos de te-
rritorialidades que suelen ser violentos y que se imponen desde arriba a
partir de la reconfiguración espacial del subcontinente mediante de las
infraestructuras como primer paso, pero que inexorablemente tiende a
ser una política de transformación / eliminación de las territorialidades
existentes. Hay un fuerte componente moderno-colonial subyacente a
este proyecto, al que se le suman las diferencias entre indígenas, donde
el prejuicio y la discriminación también se hacen presentes, como ya
indicamos en referencia a las relaciones entre indígenas del altiplano.
El conflicto del TIPNIS revela las contradicciones del proceso en curso en
Bolivia, donde se debe destacar, como lo hace la socióloga Sarela Paz,
[...] que los pueblos indígenas en Bolivia no necesariamente comparten la
misma visión de desarrollo, la misma comprensión acerca de lo que signi-
fica “vivir bien” y, además, no necesariamente los indígenas se distancian
social y económicamente de un modelo extractivo primario exportador […].
Muestra con mucha claridad que los pueblos indígenas portan miradas de
desarrollo que son producto de sus procesos histórico-estructurales y no así,
EL TIPNIS FRENTE A LA NUEVA GEOPOLÍTICA... 89

como lecturas primordialistas lo quieren ver, producto de comprensiones


esenciales en el ser indígena. Los pueblos amazónicos en Bolivia han vivido
procesos económicos muy distintos de los pueblos quechuas y aymaras, y si
bien ambos comparten la experiencia estructural de haber sido colonizados
y subalternizados en la dinámica del Estado colonial republicano, lo cierto
es que las distintas iniciativas de desarrollo que están empujando dentro
del TIPNIS obedecen a sus distintos nexos con los circuitos de capital global.
Básicamente, la proyección de la política étnica en Bolivia ha encontrado
su límite en la proyección de la política económica estructural (Paz, 2012).

Existe todo un esfuerzo político de integración al nuevo orden geo-


económico y político a partir de la exportación de materias primas que
es asumido por los sucesivos gobiernos de distintas formaciones político-
ideológicas en América Latina en los últimos años. No estamos afirmando
que son formaciones iguales, pero sí políticas y epistémicas que comparten
la misma matriz eurocéntrica de progreso lineal, aun cuando esa linea-
lidad sea más o menos compleja, dialectizada.
Así, observamos que las clases capitalistas –la burguesía y los gesto-
res– se unen en su afán progresista, desarrollista –esa es su matriz de
racionalidad eurocéntrica– que hoy todavía comanda, con su hegemonía
cultural, la reconfiguración geopolítica del sistema mundo moderno-
colonial capitalista, como se nota en la alianza de los gestores del Partido
Comunista de China con las grandes corporaciones trasnacionales occi-
dentales, pero también en Brasil, con la ampliación de la élite en el poder
con sindicalistas que hoy operan grandes fondos de pensiones, además de
altos puestos políticos (Zibechi, 2012).
He ahí el valor político, emancipatorio y epistemológico continental y
planetario de la lucha local, regional, nacional, continental y global del
TIPNIS, al ofrecer otros horizontes de sentido emancipatorio con la desnatura-
lización del concepto de territorio que hacen referencia a los derechos de la
Madre Tierra, con el Estado Plurinacional Comunitario y con el buen vivir.
LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL DEL TIPNIS
LA CARRETERA QUE (DES)INTEGRA

Bolivia se encuentra frente a dos movimientos: una, por debajo, que viene
de las luchas indígenas por “dignidad y territorio” y que desemboca en la
idea de Estado Plurinacional Comunitario así como en una alternativa
al desarrollo con el suma kausay o suma qamaña (buen vivir), y otra, por
arriba, para abrir su territorio a la explotación de sus riquezas naturales
transformando el país en “corredor” para los flujos regionales y globales de
mercaderías. La salida al Pacífico, por ejemplo, tiene interés para varios
sectores de la sociedad boliviana desde abajo y desde arriba e involucra
los más profundos sentimientos nacionales de los pueblos bolivianos
pero también el interés de las grandes corporaciones brasileñas y de los
capitales con origen en otros países que operan en la región.
Bolivia, así como otros países como Ecuador y Venezuela, donde surgen
gobiernos electos con base en movimientos sociales que deslegitimaron
las políticas neoliberales, heredan una deuda social histórica. De esta
manera, se ven ante el desafío de garantizar mejores condiciones sociales
para un sector significativo de la población que, sometido a relaciones de
opresión y explotación, vive en situación de pobreza, teniendo como prin-
cipal fuente de divisas la explotación y exportación de recursos naturales
como petróleo y gas. Las presiones geopolíticas externas arriba señaladas
convergen con las necesidades de atender esos desafíos internos. Desde
2007, varias medidas tomadas por el gobierno de Evo Morales buscaban
ampliar las opciones de explotación de los hidrocarburos después de la

91
92 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

nacionalización efectuada en 2006. Observemos que el tema está en las


calles desde 2003, con la Guerra del Gas, y en la mesa con la ley de hi-
drocarburos del gobierno de Carlos Mesa, de 2005. Estamos, pues, ante
una presión por la profundización de la inserción en la nueva división
internacional del trabajo, aunque con el mismo papel que siempre tuvimos
desde el periodo colonial, esto es, el de exportador de materias primas.
Muchas son las contradicciones que a partir de ahí se establecen,
comenzando por las condiciones tecnológicas propias de Bolivia para
poner en práctica la política de nacionalización, en donde no le resta otra
alternativa que la de recurrir a empresas trasnacionales para explotar sus
recursos, de ahí la necesidad de los “contratos de explotación por sociedad
mixta”, por más que hayan aumentado las regalías –royalties– recibidas
con la nacionalización de 2006. Una demostración de estas contradiccio-
nes fue la polémica medida tomada por el gobierno en diciembre de 2010,
el “gasolinazo”, que aumentaba los precios de los combustibles en cerca
de 80 %. Las amplias manifestaciones populares contra la medida mos-
traron el desfase entre el gobierno y el sentimiento popular, lo obligaron
a retirar inmediatamente las medidas. Este hecho es revelador tanto
de las limitaciones de la política específica del sector de explotación de
gas y petróleo como también de la relación política del gobierno con la
población en general y debe ser visto en perspectiva histórica, pues en
torno del tema tuvimos la amplia movilización de la Guerra del Gas de
2003, para no hablar de los años treinta con la Guerra del Chaco, que
permanece viva en la memoria del pueblo boliviano.
En 2007, el gobierno de Evo Morales, sin ninguna consulta previa a las
comunidades indígenas, presenta el proyecto de una carretera que uniría
Villa Tunari a San Ignacio de Moxos, cuyo trazado cortaría el Territorio
Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) por la mitad (véase
el mapa 10).
Los dirigentes indígenas del TIPNIS convocaron a un encuentro terri-
torial que, según Sarela Paz, “se constituye en la máxima instancia de
decisión interna”, en la comunidad de São Paulo de (río) Isiboro y “sa-
caron un voto resolutivo que dice claramente que los pueblos indígenas
del TIPNIS no se oponen a la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos
LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL... 93

sino que se oponen a que dicha carretera pase por el centro del territorio
y lo parta en dos (Paz, 2012, cursivas nuestras)”.
Considerando el significado histórico del TIPNIS, una propuesta como
ésta está lejos de ser un mero proyecto de integración del país; por el
contrario, indica un serio cambio de rumbo político del gobierno.
En abril de 2011, la Asamblea Legislativa de Bolivia aprueba un crédito
del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social ( BNDES) de Brasil
para la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos,
una vez más sin ninguna consulta previa a los destinatarios del título
definitivo que el propio gobierno entregó en junio de 2009. Con la llegada
de las primeras máquinas para realizar las obras en el TIPNIS, los indígenas
comienzan a movilizarse y, en agosto, organizan la VIII Marcha Rumbo a La
Paz, tal como lo hicieron en 1990. El bloque histórico indígena-campesino
que se había consolidado en el Pacto de Unidad y que llevó a Evo Morales
al gobierno comienza a ser públicamente quebrado, sobre todo con el apoyo
de las dos mayores organizaciones indígenas de Bolivia a la marcha, la
Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano y el Consejo
Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu.
La VIII Marcha sufre una serie de obstáculos, incluso represión contra
mujeres y niños, hasta hoy no debidamente esclarecidos1 pero al contrario
de lo que esperaba el gobierno, llegó fortalecida a La Paz con cerca de
500 000 marchistas, una de las mayores manifestaciones de la historia
de Bolivia. Con vacilaciones, el gobierno recibe a los marchistas y atiende
sus reivindicaciones con la Ley 180 que declara la intangibilidad2 del TIP-
NIS. Poco después, otra marcha, ahora de cocaleros, es movilizada contra
la Ley 180. Es recibida por el gobierno que, atendiendo sus demandas,
aprueba una nueva Ley, la 222, de Consulta sobre la intangibilidad y la
construcción de la carretera. El argumento de intangibilidad se muestra
tramposo en la medida en que intangible es el pueblo y su cultura, pero
no la naturaleza, concepto que no incluye las tradiciones de los pueblos

1
Véase imágenes en <http://eju.tv/2011/09/imgenes-sobre-la-violenta-represin-poli-
cial-a-la-marcha-indgena-hay-detenidos-y-niños-desaparecidos/>)
2
Intangibilidad es un concepto que no tiene sentido para los pueblos del TIPNIS que,
como vimos, tradicionalmente hacen uso de su espacio y sus recursos, en fin, y cuyos
conocimientos y prácticas hacen de esa idea un oxímoron.
94 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

indígenas que, muy por el contrario, hablan de Madre Tierra y de Pacha-


mama, lo que no es lo mismo que naturaleza en la tradición occidental.
La propia Ley 180 del 24 de octubre –Ley de Protección del TIPNIS–, en su
artículo 1° dice: “Se declara el TIPNIS patrimonio sociocultural y natural,
zona de preservación ecológica, reproducción histórica y hábitat de los
pueblos indígenas Chimán, Yuracaré y Moxeño-trinitario, cuya protec-
ción y conservación son de interés primordial del Estado Plurinacional
de Bolivia”.
En fin, tal como en el “gasolinazo” de diciembre de 2010, el gobierno
oscila y ahora poniendo en riesgo el Pacto de Unidad entre indígenas y
campesinos que hizo posible la Nueva Constitución Política del Estado.
Como dicen los indígenas del TIPNIS, “se trata de una lucha desigual, pues
los ‘cocaleros’ tienen ‘un presidente de la República a su lado’ y, con eso,
no ven en el presidente un indígena, pero sí un cocalero”.
Las dificultades del gobierno de Evo Morales para promover las trans-
formaciones que emanaron de la Agenda de Octubre y del Pacto de Unidad
siempre fueron grandes, como se puede ver en la presión ejercida por las
oligarquías tradicionales para impedir la promulgación de la Nueva Cons-
titución de la República y por la apropiación funcional de la propuesta de
autonomía territorial, reivindicación tradicional de los indígenas, ahora
transformadas en tentativa de secesión por los sectores conservadores,
sobre todo del Oriente y de la Amazonia (Santa Cruz, Beni y Pando). Como
destaca Catherine Walsh:
Para estos departamentos, sobre todo los de Santa Cruz y Tarija, donde
están las mayores reservas de gas e hidrocarburos, la más moderna agri-
cultura comercial y la mayor asociación con el capital global, el interés de
la autonomía y descentralización está claro: el control de la administración
autónoma de la riqueza. Los referendos de mayo de 2008 en Santa Cruz y
de junio del mismo año en Tarija, sin reconocimiento estatal-constitucional,
con relación a su autonomía, sirven como muestra de los intereses y de las
políticas de división actualmente en juego y de los que despertaron la violencia
racializada (Walsh, 2009).

La tentativa separatista de la Media Luna, que involucró a Beni y


Pando (Tarija y Chuquisaca) y es liderada desde Santa Cruz por un
LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL... 95

bloque histórico de poder3 hegemonizado por el agronegocio, tuvo su


momento de mayor tensión a finales de 2008, cuando incluso ocurrió la
masacre de Pando, en la Amazonia boliviana, donde fueron asesinadas
decenas de campesinos. En su momento, fue decisiva la acción de la Unión
de las Naciones Suramericanas (Unasur) que, reunida en Santiago de
Chile con carácter de urgencia frente a la presión separatista, dejó claro
que el mapa de América del Sur no estaba en negociación.
Las propuestas del Pacto de Unidad de una nueva configuración te-
rritorial que apuntaba hacia la pluralidad nacional del país, incluso la
que reconocía la existencia de 36 naciones en el territorio boliviano, son
repelidas por los partidos conservadores (Movimiento Nacionalista Revo-
lucionario y Poder Democrático Social) y por los centros cívicos de Santa
Cruz que conseguirán, contando con el apoyo de la mayoría de los consti-
tuyentes del Movimiento al Socialismo (MAS), subordinar las autonomías
territoriales indígenas a las autonomías departamentales, es decir, a los
viejos “containers de poder” (Giddens, 1989).
En este contexto coyuntural que amenazaba abiertamente la inte-
gridad territorial del país –amenazada desde Santa Cruz–, el gobierno
boliviano desarrolla su política de “Revolución vial para un país integrado:
carreteras y puentes”, a través de su Plan de Gobierno para el periodo
2010-2015. Se puede identificar aquí un claro punto de bifurcación en el
seno del gobierno boliviano comandado por Evo Morales y Álvaro García
Linera a partir de su segundo mandato, y que resalta el carácter priori-
tario de la “integración nacional” que además gana contornos geográficos
materializados en los cinco4 “corredores”5 que harán la interconexión de

3
Este bloque de poder involucra grandes corporaciones como Monsanto, Cargill, Bung
& Born y grandes propietarios latifundistas. En América del Sur opera desde Brasil,
Paraguay y Argentina y ha sido responsable de gran parte de la renta obtenida de la
exportación de commodities de soja, eucalipto, algodón, girasol del complejo maíz-cerdo-
pollo, entre otros productos.
4
Los cinco corredores son: Corredor I: este-oeste. Tambo Quemado / Pisiga-Oruro-Co-
chabamba-Santa Cruz-Puerto Suárez / San Matías; Corredor II: norte-sur. Yacuiba-Santa
Cruz-Trinidad-Puerto Ustariz; Corredor III: oeste-norte. Desaguadero-La Paz-Caranavi-
Yucumo-Riberalta Guayamerin-Cobija; Corredor IV: oeste-sur. Desaguadero-La Paz-
Oruro-Potosí-Tarija-Bermejo; Corredor V: central-sur. San Agustin-Tarija-Cañada Oruro.
5
Llamamos la atención hacia la misma matriz epistémica (que, sabemos, es siempre
epistémica y política) que opera con los mismos conceptos de los planes de Banco Inte-
96 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

las nueve capitales de los Departamentos que conforman el país. Como


bien destacó Gustavo Soto,
[...] el 4 de agosto 2008, en medio de la desestabilización propiciada por
los latifundistas de Santa Cruz —y cuya conspiración fracasó, entre otros
motivos, por la total renuencia brasilera a apoyarlos en sus afanes conspi-
rativos— fue suscrito el contrato ABC núm. 218/08 GCT-OBR-BNDES […] para
el diseño y la construcción de la carretera por un monto de 415.000.425.39
USD. El 4 de septiembre de 2008, los presidentes de Bolivia, Evo Morales, y
de Brasil, Luiz Ignacio Lula Da Silva, firman un convenio de financiamiento
del camino (Soto, 2012: 18).

Como parte del proyecto de los cinco corredores se establecieron “tres


acciones vitales para el periodo 2009-2014” y en este marco está inscrita la
construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos que, así,
se revela como parte de la política nacional inscrita en el Plan Nacional
de Desarrollo y en el Plan de Gobierno 2010-2015 y su “revolución vial
para un país integrado: carreteras y puentes”. El vicepresidente Álvaro
García Linera, en su libro Geopolítica de la Amazonia, afirma que no
tiene sentido la crítica de los opositores al proyecto que insisten en que
la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos es parte de Integración
de la Infraestructura Regional de Sur América (IIRSA).
Para comprender mejor lo que implica esa reorganización del espacio
geográfico boliviano es necesario entender la relación entre las escalas de
esos diferentes grandes proyectos, tanto nacionales como internacionales,
que hoy atraviesan el territorio de Bolivia. La “revolución vial para un
país integrado” nos obliga a actualizar el debate suscitado por la lectura
original que los movimientos sociales bolivianos y sus intelectuales hi-
cieron del país como una “formación social abigarrada” con un carácter
multisocietal (Tapia, 2004; Zavaleta, 1986).
La presión separatista de las oligarquías de la Media Luna actualiza la
memoria de pérdidas territoriales históricas, en parte debido a su carácter
abigarrado y, por eso, la necesidad de integrar el país con una “revolución

ramericano de Desarrollo de Bolivia (Plan Puebla Panamá e IIRSA) y de los Planes Plu-
rianuales de Acción de Brasil, como los de “corredor” y “ejes de integración y desarrollo”.
LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL... 97

vial” aparece como legítima. Pero para ello es precaria la noción de “co-
rredores” que orienta los fundamentos tanto de la “Revolución vial para
un país integrado” como de la IIRSA. Además, sorprende la similitud de los
fundamentos teórico-conceptuales entre los dos proyectos. En el caso de
la IIRSA, los “corredores” son nombrados como “ejes de integración y desa-
rrollo” (EID). Aún más, las nociones de “corredor” y de EID nos remiten a las
de “flujos” y “redes” que, en el debate sobre los estudios regionales, implicó
que los teóricos del “regionalismo abierto” abandonaran otros conceptos
consagrados como los de “región” y “territorio” (Porto-Gonçalves, 2011).
Es interesante registrar que este desplazamiento conceptual se da
justamente en un momento en el que los territorios eran cuestionados
a partir de perspectivas provenientes del mundo indígena-campesino
(Porto-Gonçalves, 2011). Desde el mundo indígena, y principalmente
desde el más subalternizado, que es el de los indígenas de las tierras
bajas y de la Amazonia, la Primera Marcha del TIPNIS, en 1990, tuvo
un papel seminal al cuestionar la formación territorial del país y otras
formas de tratar su carácter abigarrado y multisocietal a través de una
integración descolonizadora en la medida en que el nuevo pacto político
debería abrigar las múltiples territorialidades que conviven en el país.
Así, en la propuesta de Estado plurinacional y comunitario ganó expre-
sión, con la lucha por “dignidad, por la vida y por el territorio”, la lucha
por las tierras comunitarias de origen y la inscripción del tema de las
autonomías en la nueva constitución del Estado (véase el Cuadro 5. Los
indígenas en la nueva constitución política del Estado).
De esta manera, podría ser superado el “espacio concebido” (Lefe-
bvre, 2000) de los planes de desarrollo con sus “corredores” y “ejes de
integración y desarrollo” en la medida en que consideremos los “espacios
vividos” por “gente de carne y hueso” (Thompson, 2000) en sus comuni-
dades y territorios ya que no se integran los espacios con “corredores” y
EID sino considerando los territorios y su gente a partir de las dinámicas
territoriales en curso en la región del entorno del TIPNIS, cuyo núcleo es
ocupado por yuracarés, tsimanes y moxeños. Hasta el pequeño número
de población indígena de las tierras bajas y de la Amazonia y de lo que
podría ser considerado como baja densidad demográfica del TIPNIS con
relación a la población boliviana, exige osadía teórica para su lectura
98 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

pues no estamos frente a minorías sino pueblos únicos. Así, al contrario


de lo que se expresa en el documento que justifica el Plan Vial, más que
integración nacional deberíamos hablar de integración plurinacional.
Regresaremos a este punto.
Observemos ahora desde otro ángulo, el de la escala continental su-
ramericana, la escala del IIRSA. Bolivia, como ya señalamos, se encuentra
atravesada por cinco EID de la IIRSA (véase el Mapa 14) que no fueron
pensados tomando la escala nacional de Bolivia como referencia terri-
torial. Por el contrario, fueron concebidos para la integración regional
suramericana a los nuevos mercados globales por las oportunidades que
se abren en el mercado asiático sobre todo debido al crecimiento expo-
nencial de la economía china. Sin embargo, Bolivia no tiene recursos
financieros para viabilizarlos.6
En el caso del BNDES, el mayor banco de fomento fuera de China, los
préstamos que se abren con Lula da Silva en 2003 no pueden ser para em-
presas que no sean brasileñas, como es el caso de la carretera que cortaría
el TIPNIS, financiada mediante un préstamo concedido a la constructora
OAS. Para Bolivia, su deuda implica contraer préstamos que deberán ser
pagados en moneda fuerte, lo que sólo es posible mediante exportaciones
de commodities, es decir, de petróleo, gas, litio, soya u otros granos de
agronegocios. Es lo que bien constató la socióloga boliviana Sarela Paz:
La carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos y su importancia estra-
tégica en la región […] forman parte de la iniciativa de romper con las
fronteras naturales de la selva alta que nos dan acceso a los Andes y luego
al Pacífico, pero también forma parte de la faja subandina donde podemos
obtener energía fósil. No por nada las concesiones petroleras a Petroandina

6
El Consejo Suramericano de Infraestructura y Planeación decidió impulsar 31
proyectos de infraestructura entre 2012 y 2020 con un costo de 14 billones de dólares.
Los cuatro más importantes son: “corredor ferroviario” entre los puertos de Paranaguá
(Brasil) y Antofagasta (Chile), con un costo de 3 billones y 700 millones de dólares; la
carretera Caracas-Bogotá-Buenaventura-Quito, o sea, con salida al Pacífico, con un costo
de 3 billones 350 millones de dólares; la carretera de hierro bioceánica Santos-Arica, tramo
boliviano, que costará 3 billones y 100 millones, y la carretera Callao-La Oroya-Pucallpa,
que costará 2 billones y 500 millones de dólares. En su mayor parte, estos proyectos serán
financiados por el BNDES de Brasil, pero podrán participar el Bandes de Venezuela, el Banco
de Inversión y Comercio Exterior de Argentina y el regional Banco del Sur (Zibechi, 2011).
LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL... 99

y Petrobras. Para el Brasil y sus proyectos energéticos hasta 2020 donde


corre el riesgo de tener un déficit de energía, nuevos campos de exploración
petrolera resultan atractivos, mucho más si éstos poseen la infraestructura
necesaria para operaciones de exploración y explotación. La comunicación
interoceánica sirve también para el creciente desarrollo de la agroindustria
que se está desencadenando en estados como Acre, Rondonia o Mato Gros-
so, estados frontera con Bolivia y Perú que ven en la vinculación caminera
que atraviesa los yungas orientales una oportunidad para bajar costos de
operación llegando hacia el Pacífico con sus productos. Ciertamente, en el
escenario de los modelos extractivos primario-exportadores, no todos los
países estamos en las mismas condiciones (Paz, 2012).

La relación entre la integración nacional, a partir de la propuesta de


“revolución vial” y la integración vía IIRSA se evidencia cuando observamos
las conexiones que, en el terreno, se establecen entre las carreteras de
la “revolución vial para un país integrado” que unen los departamentos
y las carreteras de los ejes de la IIRSA. El propio gobierno incorporó los
proyectos de la IIRSA a sus planes estratégicos nacionales. Las conexiones
entre esos dos macro proyectos pueden ser observadas a partir de las
acciones gubernamentales. El 3 de septiembre de 2008, el vice ministerio
de Inversión Pública y Financiamiento Externo informa que los recursos
destinados a la construcción de la carretera San Ignacio de Moxos-Villa
Tunari estaban vinculados con los de otra carretera que la interconectaba
con uno de los EID de la IIRSA, la Riberalta-Rurrenabaque.7 Esta carrete-
ra, que une Riberalta con Rurrenabaque, establece una conexión directa
con las carreteras de la IIRSA y así aproxima este “eje de integración y
desarrollo” al “corredor” San Ignacio de Moxos-Villa Tunari, que cortaría
el TIPNIS por la mitad.
Como Marx señala en el libro II de El capital, las carreteras cumplen la
misma función del dinero de facilitar la circulación y, así, no sólo ayudan a

7
De los 332.1 millones de dólares destinados a este proyecto, 30 tenían carácter de
concesión (2.07 % con 20 años de plazo y 5 años de carencia) y 302.1 sobre condiciones
comerciales (Tasa Libre en 5 años más un spread de 1 %, con 12 años de plazo y 3 años
de carencia). Este crédito tuvo inicio en el marco de un crédito global para la carretera
Riberalta-Rurrenabaque, además de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos, que
afecta el TIPNIS (Documento VIPFE/DGPP/UIFSI/000229/2008-002401 citado en Soto, 2012).
100 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

expandir geográficamente el capital, sino que también cumplen la función


de aumentar la productividad global al disminuir el tiempo de rotación
global del capital y de este modo aumentar la producción de plusvalía
global que será apropiada por los capitalistas y por los gestores. De este
modo explicita la función complementaria entre las dos clases capitalistas
–la burguesía y los gestores– a las que ya hicimos alusión en este trabajo,
pues mientras que los gestores cuidan de las condiciones generales de
producción, la burguesía cuida de sus unidades particulares de producción
que todavía no pueden desarrollarse sin aquellas condiciones generales.
Obsérvese que la velocidad intensificada del capital se transmite entre
las unidades particulares de producción interconectadas a través de las
condiciones generales de producción (Bernardo, 1987) y de esta manera
tiende a presionar sobre los tiempos lentos (Milton Santos, 2004) de
los pueblos indígenas. La aceleración del tiempo de rotación del capital
aumenta la plusvalía social total. Tal vez aquí encontremos las razones
por las cuales generalmente se ha llamado “indolentes y perezosos” o
“atrasados” a determinados pueblos indígenas y grupos sociales cuyo ima-
ginario se forja con otras matrices de racionalidad distintas de la lógica
del time is money.8 Así entendemos cómo la colonialidad del saber y del
poder se muestran compatibles con el capitalismo al justificar la lucha
contra los pueblos indígenas, los campesinos, los cimarrones, maroons,
quilombolas o el “malandro” urbano, con sus ritmos corporales propios.
En fin, hay una clara relación política entre el proyecto de integración
nacional y el contexto de integración subcontinental vía IIRSA.
Todo indica que la coyuntura que puso en cuestión el mapa de América
del Sur en 2008 a partir del separatismo protagonizado por las oligar-
quías cruceña, beniana y pandina, así como la pronta respuesta de la
Unasur, donde tuvo acción destacada el gobierno brasileño, generó otras

8
Aquí hay un desplazamiento semántico de enormes consecuencias políticas y de gran
interés para las cuestiones en debate en este ensayo. Decir “tiempo es dinero” sería decir
“tiempo es riqueza”, un desplazamiento nada desinteresado. Entonces, si la riqueza es el
tiempo, la única manera de disfrutarla es tener más tiempo y, por tanto, la vida debería
transcurrir más lentamente, condición normalmente reclamada por los que viven en el
llamado mundo moderno. Tal vez podamos entender mejor los movimientos como Slow
food o Slow science.
LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL... 101

condiciones políticas con el fortalecimiento del Estado por encima de los


intereses de los “de abajo”, sobre todo de los indígenas de las tierras bajas
y de la Amazonia. Todo indica que la celebrada victoria electoral del MAS
en la reelección de Evo Morales y Álvaro García Linera ha llevado a los
dirigentes políticos a ser seducidos por la legitimidad de la represen-
tación y a olvidarse de las formas políticas horizontales, de asambleas
participativas donde los grupos sociales se hacen presentes, como, por
ejemplo, el Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos. Resal-
tamos aquí el carácter plural –pueblos–, otra idea que forma parte del
nuevo léxico político que, en Bolivia, nació en el movimiento indígena y
que culminaría con la propuesta de Estado Plurinacional Comunitario.9
La forma en que el corredor (que sería para integrar) Villa Tunari a
San Ignacio de Moxos es sometido a debate revela que en la práctica se
trata de una integración por arriba que, en verdad, desintegra por abajo.
Observemos que el tramo II, que partiría de Isinuta, poblado situado en
el límite sur del TIPNIS, e iría hasta el pueblo de Santo Domingo, en el
límite norte del TIPNIS, es separado de los otros dos tramos (ya en estado
avanzado de construcción), como si el tramo II de la carretera no tuviera
conexión con los otros y sus implicaciones y consecuencias futuras. La
fragmentación para los “de abajo” es la que está implicada en la estra-
tegia de quienes formularon “desde arriba” la carretera como “corredor”
de integración. Una conclusión se impone: la fragmentación del debate,
así como de la construcción, demuestra que la carretera al mismo tiempo
que integra a los “de arriba” desintegra a los “de abajo”.
El tramo II es el de mayor complejidad no sólo porque se encuentra
dentro de un área doblemente protegida (Parque Nacional y Territorio
Indígena), sino también porque es el tramo que en el zoneamiento es-

9
En Ecuador pasa lo mismo con idéntica visión liberal de la Revolución Ciudadana
de Rafael Correa, que sobrevalora al individuo en el sentido liberal y olvida la diversidad
cultural que clama por nuevas formas de organización política, incluso territorial, que
superen la colonialidad. El concepto de individuo como átomo o molécula, como unidad
indivisible de la materia, característico del sentido común científico occidental, viene siendo
puesto en jaque por nuevas concepciones científicas contemporáneas (física cuántica y
teoría de la complejidad, entre otras), como señala Pablo González Casanova (2004), así
como por tradiciones de pensamiento otras, como los runas (quechuas), de acuerdo con
Josef Estermann (2006).
102 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

tablecido en 2001 entre las comunidades indígenas a través de la Sub


Central Indígena del TIPNIS y el Servicio Nacional de Áreas Protegidas
fue definido como “zona núcleo”, es decir, como el área más restringida
al uso por su valor ambiental. Encontramos esa evaluación no sólo entre
los críticos del trazado de la carretera sino también en las observaciones
del vice ministerio de Inversión Pública y Financiamiento Externo,
[...] entre las observaciones más destacadas de esta repartición pública a la
propuesta de financiamiento de la empresa OAS se mencionan las siguientes:
No cuenta con estudio previo donde se haya identificado la alternativa más
favorable. No está delimitado el alcance de las EEI (especies exóticas invaso-
ras) y no considera los impactos ambientales que afectarán directamente al
territorio intervenido que tiene doble estatus de territorio indígena y área
protegida […]. Al no existir camino entre Ichoa y Norte Grande, el trazo del
tramo debería proyectarse fuera de la zona núcleo del Parque. De acuerdo
con la normativa de Áreas protegidas, este sector no debería intervenirse de
ninguna manera (Soto, 2012).

Las poblaciones que se oponen al trazado de la carretera pero no a ésta


(pues proponen otro trazado), insisten en las consecuencias desastrosas
que traerá para el TIPNIS cortarlo por la mitad, como lo señalaron incluso
documentos oficiales que no recomiendan este trazado.
Recuperemos algunos datos analizados más arriba acerca de la
caracterización interna del TIPNIS y las dinámicas socio-espaciales de
su entorno: la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos, tal como
está planeada, corta el TIPNIS por la mitad y, más grave aún, corta el
área menos poblada por los pueblos indígenas que es la más protegida
exactamente por causa de ese aislamiento en que se mantuvo hasta hoy;
es un área de gestión y manejo comunitario y colectivo que corre serios
riesgos de ser invadida por una ola migratoria que se basa en la propiedad
privada individual, como lo es la expansión e invasión cocalera.
Es decir, abrir camino, en este caso, es contrario a los pueblos indíge-
nas que tanto contribuyeron para la configuración de otro léxico político
que viene desarrollándose en Bolivia desde la primera marcha de 1990.
En junio de 2009, cuando el gobierno de Evo Morales entrega el título
definitivo del TIPNIS ya saneados los conflictos territoriales, el Polígono
LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL... 103

7, localizado al sur del TIPNIS y ocupado por cocaleros de origen aymara


y quechua, quedó fuera del TIPNIS porque los cocaleros no optaron por las
tierras comunitarias de origen, como sí lo hicieron los indígenas yuraca-
rés, tsimanes y moxeño-trinitarios, pues prefirieron títulos de propiedad
privada individual en su mayor parte destinada al plantío de coca. Aquí
el carácter de productores rurales de los cocaleros se muestra más fuerte
que su componente indígena, incluso apoyados en una fuerte organiza-
ción sindical, por el sentido comercial imperante entre ellos, como lo
demuestra la dinámica económica en el área que gira en torno de la coca.
Observemos que la “revolución vial para un país integrado” procura
afirmar su importancia para la “integración de las capitales departa-
mentales” y no de los territorios y territorialidades que conforman la
abigarrada sociedad boliviana. Siendo así, hace valer un tipo de unidad
territorial –los departamentos– en detrimento de otras divisiones terri-
toriales que claman reconocimiento, entre éstas, tierras comunitarias de
origen. Al final, las capitales que se integrarían son de departamentos que
se configuran como unidades político-territoriales (containers de poder)
tradicionales en Bolivia. De esta manera la nación como “comunidad ima-
ginada” (Benedict Anderson) desde el imaginario de proyectos nacionales
que siempre han sido los de las élites, viejas o nuevas, se impone sobre las
comunidades reales con sus territorialidades y sus temporalidades. Así,
estamos ante uno de los más importantes desafíos teórico-políticos de la
sociedad boliviana, esto es, el de reinventarse como Estado plurinacional
y, aún más, comunitario, donde se impone el tema del territorio y sus
territorialidades en tensión.
No olvidemos que el Estado tradicional, el “Estado aparente” de
Zavaleta Mercado, que se ve como nacional, se organiza a partir de la
capital en cuanto sede del poder. Ocurre que el poder no tiene sede,
está implicado en todo el tejido socio-espacial, en todo el territorio. La
ciudad-capital, que en la tradición eurocéntrica es la cabeza –capita–,
es parte de un cuerpo, el territorio, y es ese cuerpo el que hasta aquí ha
sido olvidado. Así, son las capitales departamentales el objetivo de la
integración y, con eso, una vez más se olvida del cuerpo de la patria, que
es el territorio como un todo donde están abrigadas, como es el caso de
Bolivia, (Zavaleta, 1986) múltiples territorialidades indígenas y otras.
104 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

El paso teórico-político que se requiere es el de superar la idea de so-


beranía como nacional e inventar la plurinacional comunitaria. Para ello
sería necesario tomar en serio la caracterización de Zavaleta (1986), para
quien el carácter abigarrado de la formación boliviana no es una carencia
por ser superada por una revolución vial, sea lo que eso quiera decir, pero
sí “una forma de pensar la diversidad conflictiva y contradictoria produ-
cida por el colonialismo” (Tapia, 2004) y, más que una caracterización,
es el reconocimiento analítico de la histórica lucha de r-existencia de los
pueblos indígenas en el interior de esa formación social colonial. El desafío
teórico-político que se plantea es el de, mediante el Estado plurinacional
comunitario, realizar una integración entre iguales en su diferencia, lo
que Catherine Walsh (2009) llamaría, con razón, intercultural.
En relación con el TIPNIS, las cinco dinámicas socio-espaciales señala-
das que operan en su entorno y que hoy ya tienen, aunque débilmente,
sus vinculaciones nacionales e internacionales, verán intensificadas
esas relaciones a partir de nuevas interconexiones viales nacionales.
La aproximación de las carreteras Riberalta-Ruquenabaque y Villa
Tunari-San Ignacio de Moxos intensificará la dinámica socio-espacial
del nororiente, el frente de expansión e invasión pecuario, que intensi-
ficará sus conexiones hacia Guayara-Myrim y, por ahí, hacia Rondônia,
donde el complejo de hidroeléctricas de Cachuela Esperanza, Jirau y
Santo Antonio potencializará energéticamente esa región hasta hoy sin
mayores posibilidades de transformación de materia.10
En nuestro caso específico, esa dinámica socio-espacial pecuaria se
conectará con el complejo del agronegocio brasileño, que ya controla la
logística de exportación de granos por los puertos de Río Madera hasta
el puerto de Itacoatiara, próximo a Manaus. Es imposible no entrever
una intensificación de las relaciones internacionales globalizadas con la

10
Consideremos que, según los físicos, energía es la capacidad de realizar trabajo, y
trabajo es la capacidad de transformar la materia y por eso la voracidad capitalista ne-
cesita permanentemente de más energía para transformar más materia. La construcción
de este complejo hidroeléctrico con toda seguridad favorecerá a quien es ya más fuerte
políticamente en la región para apropiarse de los recursos y reproducirá ampliamente la
concentración de poder, además de capital, más allá de sus daños ambientales, siempre
desigualmente distribuidos.
LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL... 105

nueva “revolución vial para un país integrado”. Y esto es aún más cierto
para la dinámica socio-espacial del sur en torno a la hoja de coca, donde
se plantean los mayores desafíos no sólo para el gobierno boliviano sino
también para toda su sociedad por sus implicaciones, por definición de
difícil control.
Así, todo indica que la delimitación de la “línea roja” en 1994 entre el
dirigente de la Sub Central del TIPNIS Marcial Fabricano y el entonces líder
de los colonizadores Evo Morales con el objetivo de frenar la expansión
cocalera será objeto de una presión cada vez mayor. Las dinámicas socio-
espaciales antes analizadas se verán intensificadas en sus relaciones
internacionales globales con la ampliación de la “revolución vial para un
país integrado”, y con más razón podemos esperar la intensificación de
esas relaciones en ese frente sur, esto es, la dinámica de la hoja de coca
que, desde ya, tiene sus vínculos con los mercados globales:
En 2009 surgió un nuevo conflicto en la frontera de la línea roja. Familias
de productores de hoja de coca no sindicalizadas rebasaron los mojones fron-
terizos del polígono 7 a la altura del río Lojojouta e ingresaron a las Tierras
Comunitarias de Origen para habilitar nuevas parcelas de hoja de coca. Hoy
día si visitamos la zona al frente de la comunidad indígena de Mercedes del
Lojojouta encontraremos un letrero que dice “Coca o Muerte” (Paz, 2012).

Incluso, en noviembre de 2011 fuerzas policiales contra el narcotráfico


encontraron una megafábrica de producción de cocaína en el río Isiboro
–localidad de Santa Rosa– con vínculos comerciales de la zona con los
cárteles colombianos.
La cuestión será, por tanto, una integración nacional-internacional
que integra por arriba y desintegra por debajo, como parece ser la que
se basa en los “corredores” y en los EID que es impulsada por el gobierno,
o tal vez, una integración descolonizadora, intercultural, que va de la
mano con los “de abajo” considerando sus “territorios”, un concepto clave
que es condición para la “dignidad” de ese nuevo léxico político que está
siendo engendrado desde abajo.
Lo que parece configurarse son las contradicciones internas del bloque
indígena campesino originario que se constituye en Bolivia, sobre todo
después de la Guerra del Agua y que, a lo largo del proceso, viene actua-
106 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

lizando la histórica discriminación de los indígenas de las tierras bajas


y de la Amazonia. Al final, vemos que se impone una clara hegemonía
indígena-campesina del altiplano andino quechua-aymara, especialmente
debido al protagonismo cocalero. Roberto Coraite, secretario ejecutivo de
la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Boli-
via, que apoya al gobierno en su propuesta de construir la carretera que
atraviesa el TIPNIS indica que: “Hay que diferenciar cuál da más beneficio
a nuestros hermanos del territorio [indígena], la carretera o mantenerse
en la clandestinidad, mantenerse como indigentes, mantenerlos como
salvajes, por decir, cuál es lo más importante”.11
Como bien señaló Gustavo Soto,
el “bloque social” del indígena originario campesino está atravesado por la contra-
dicción estratégica profunda entre visiones campesinas de desarrollo mercantil
contra las visiones indígenas respecto a los derechos de la naturaleza y sus modos
de vida no-desarrollista [El Buen vivir, Yvy Marei / Tierra sin Mal]; temas que
en su momento alimentaron el discurso y la imagen externa (2012: s/p).

Estamos frente a un enorme desafío no sólo práctico sino también


teórico-político. No es lo mismo invocar la soberanía nacional en un Es-
tado nacional que en un Estado plurinacional y, más aún, en un Estado
plurinacional comunitario, como es el boliviano. La idea del Estado plu-
rinacional implica necesariamente el desafío de incorporar las escalas
local y regional en el debate nacional, lo que implica otra geometría de
poder (Massey, 2008).
Los Estados territoriales modernos (y coloniales), como demostraron
Perry Anderson (1998) y Etienne Balibar (Balibar apud Arrighi, 1994:
337), que se construirán contra los campesinos e indígenas y contra todo
lo que fuera local o regional en nombre de lo nacional (Porto-Gonçalves,
2002), estigmatizaron lo que no era cultura nacional como folklore y
como dialecto frente a las otras lenguas diferentes a la impuesta como

11
En línea, <http://www.laprensa.com.bo/diario/actualidad/bolivia/20110906/ro-
berto-coraite-de-la-csutcb-afirmo-que-desea-que-la-carretera-evite-que_5690_9859.
html>, consultado el 3 de enero de 2013.
LA ENCRUCIJADA MODERNO-COLONIAL... 107

lengua nacional. Todo lo que es local y regional fue y es menospreciado,


descalificado.
El desafío teórico-político planteado por el bloque de poder indígena-
campesino que se constituyó en Bolivia es el de construir lo nacional
enraizado en lo local y lo regional, cualificándolos. No más colonialismo
interno, he ahí el mensaje que nos llega no sólo del TIPNIS, sino también
de los miskitos; de los zapatistas; de las reservas extractivistas de Chico
Mendes; de Cajamarca, en Perú; de la lucha contra Belo Monte en Brasil;
de Inambari, en Perú; de Catamarca en Argentina; de los Mapuche en
Argentina-Chile; de los Yukpas en la Sierra del Perijá en Venezuela, o
de los quilombos brasileños, así como del Movimiento Socialista de los
Trabajadores y de la Vía Campesina. No hay modelo sobre el cual ba-
sarnos pero sí desafíos que debemos enfrentar con los movimientos y no
contra ellos, para inventar un Estado plurinacional. Y, estemos atentos,
en la expresión plurinacional el acento debe estar en lo pluri y no en lo
nacional, pues ya sabemos lo que significa soberanía nacional para los
grupos subalternizados.
DE COCA, SOBERANÍA Y NUEVOS
HORIZONTES DE SENTIDO

Como analizamos a lo largo de este ensayo, el bloque histórico indígena-


campesino que se forjó como bloque nacional en Bolivia se construyó en
confrontación directa contra el imperialismo mediante una combinación
particular que reunió una historia ancestral de larguísima duración y
una historia reciente que tenía en la hoja de coca su elemento simbólico-
material. Múltiples tiempos se encontraron en el mismo espacio.
En torno de la coca se reunió uno de los nuevos enemigos que el impe-
rialismo escogió después de la caída del muro de Berlín, el narcotráfico,1
y que en Bolivia atraviesa un proceso de larga duración que se inscribe
en una historia de carácter ancestral. En esta nueva “guerra del opio”
imperialista, ahora contra el cultivo de coca, se levantó el campesinado
del Chapare cochabambino contra la Administración para el Control de
Drogas (DEA, por sus siglas en inglés). Así, historias de larga duración se
actualizan: el campesino cocalero se dignificó en cuanto indígena y formó
el bloque histórico de la Bolivia profunda, que es indígena-campesina. Y
esa dignidad del cocalero es una dignidad que él se forja en cuanto indí-
gena, en cuanto produce “coca tradicional”, la que sirve para acullicar y
para remedios, y no como “coca excedentaria”, la que abastece el mundo
del narcotráfico.

1
Otro es el terrorismo, éste sobre todo después de la caída de las Torres Gemelas
en 2001.

109
110 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

Estos conceptos de coca “tradicional” y “excedentaria” surgen de la


lucha protagonizada por los cocaleros. En esa lucha, invisten a la coca
del carácter de “hoja sagrada”, conforme a la expresión de Evo Morales.
Pero, si bien la coca significa la resistencia al imperialismo, también
oculta el hecho de que ella tuvo un papel fundamental en la génesis del
capitalismo alimentando a los indígenas mineros de Potosí, la mayor
mina del mundo en la época. Para Gustavo Soto, no podemos ocultar
ese papel de la coca:
[...] en la génesis del dispositivo colonial capitalista. ¿Será ocioso recordar
que la expansión colonial del cultivo de hoja de coca en los yungas paceños
responde a las necesidades de la minería de la plata en Potosí? ¿No es acaso
parte de esa famosa historia de sangre y lodo de la acumulación originaria
del capitalismo? ¿No es acaso uno de los negocios más rentables y san-
grientos del actual capitalismo global? La hoja de coca tiene en sí misma
anverso y reverso, dos caras. Alivio y sustituto del alimento para permitir
la sobrexplotación minera colonial, republicana y nacionalista. Generadora
de un movimiento social muy fuerte cuyo horizonte social es, de nuevo, otra
modalidad de acumulación, consumo y subjetividad capitalistas […]. La
hoja de coca, desacralizada, arrancada al contexto de su uso ritual, es pues,
desde hace 500 años genésica del capitalismo. Por esta razón fundamental es
inapropiado hablar de coca tradicional versus coca excedentaria (Soto, 2012).

Ese bloque histórico indígena-campesino que tiene la coca como sím-


bolo gana gran presencia internacional cuando consigue liderar un campo
político propio que se diseñó en el interior de la lucha ambiental y que
comienza a mostrar su división en Copenhague en 2009, y sobre todo
en Cancún en 2010. Esa división mostró, por un lado, organizaciones no
gubernamentales (ONG) cada vez más asimiladas por el neoliberalismo
ambiental (Porto-Gonçalves, 2006) y por el mundo de las grandes corpora-
ciones del “capitalismo verde”, y, por otro lado, entidades y movimientos
sociales que se mantuvieron próximos a las luchas emancipatorias.
La mayor prueba del poder de convocatoria internacional de este
bloque histórico que se conformó en Bolivia pudo verse en abril de 2010,
y también en Cochabamba, en la Cumbre de los Pueblos sobre Cambio
Climático y Derechos de la Madre Tierra. El amplio apoyo de movimientos
DE COCA, DE SOBERANÍA... 111

sociales autónomos y de algunas ONG que se mantuvieron junto al campo


popular muestra el éxito que pudo verse con más de 30 000 participantes
de más de 120 países en 18 mesas de trabajo ahí reunidos.
Ya ahí se vislumbraba el conflicto que se mostraría de modo más
abierto en la VIII Marcha contra la carretera San Ignacio-Villa Tunari,
en 2012, cuando la Mesa 18, que procuraba explicitar los conflictos en el
interior del movimiento emancipatorio fue apartada de la programación
oficial de aquella Cumbre. Hay todo un capital político desperdiciado en
la posición del gobierno boliviano en relación con el TIPNIS. Así, no tiene
sentido la crítica del sociólogo y actual vicepresidente de Bolivia Álvaro
García Linera a las ONG ambientalistas en su libro El “oenegismo”, enfer-
medad infantil del derechismo y en Geopolítica de la Amazonia, en los que
ignora no sólo que los indígenas “no son juguete de nadie”, expresión de
un libro en el que García Linera es coautor, sino que también ignora esa
escisión en el interior del movimiento ambientalista, en el que Bolivia era
protagonista del “ecologismo popular”, socioambientalismo o ecosocialis-
mo. Ese campo no es homogéneo, tal como sugiere el concepto de campo
en Pierre Bourdieu (2002).
El gobierno boliviano, luego de concebir una ley, la 180, que reconocía
las demandas de la VIII Marcha, y, luego, al sacar una nueva ley, la 222,
que entraba en contradicción con la primera, demuestra que anda a las
tontas no sólo en la cuestión del TIPNIS, como ya lo había demostrado en
el caso del “gasolinazo” en diciembre de 2010. En verdad, contribuyó a
quebrar el Pacto de Unidad que era la base del proyecto político que se
diseñó desde lo local y atravesó, literalmente con marchas y sufrimientos,
las escalas regional y nacional, plasmando una amplia simpatía interna-
cional sólo comparable con la de los zapatistas en 1994, como se vio en
la Cumbre de los Pueblos de Cochabamba de abril de 2010, en el auge
de este proceso. Entiéndase aquí simpatía como algo que en el sentido
común es la realización en la subjetividad cotidiana de lo que Gramsci
(1977) llamaría revolución de larga duración o hegemonía.
Desde esta época, el gobierno de Evo Morales se ha caracterizado, en
el plano externo, por una campaña sistemática por la valorización de la
coca y al mismo tiempo deja a un lado el protagonismo que ejercía en
relación con el cambio climático y los derechos de la Madre Tierra. El
112 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

conflicto del TIPNIS y las contradicciones del proceso político boliviano


reciente muestran que la defensa de la coca es indisociable de la defensa
de los territorios indígenas. Las dos cuestiones caminan juntas, éste es
el núcleo del bloque político indígena-campesino que se forjó en Boli-
via, y es esa conjunción la que ofrece otros horizontes de sentido para
la vida y para la política de los que emanan los derechos de la Madre
Tierra, el Buen Vivir, el Estado Plurinacional Comunitario, la cuestión
territorial y las autonomías indígenas. Hay aquí nuevos horizontes
de sentido para un mundo donde, como afirmara Giovanni Arrighi, “a
medida que aumenta el ‘caos sistémico’, la demanda de ‘orden’ –el viejo
orden, un nuevo orden, cualquier orden– tiende a generalizarse cada
vez más entre los gobernantes, los gobernados, o ambos”.
Hay razones justas para afirmar la coca y descriminalizarla, pero eso
implica ir a fondo en el debate que envuelve el TIPNIS. Lo que hoy más
presiona al TIPNIS en cuanto territorio indígena y parque nacional es el
avance del frente de expansión de la coca que viene del altiplano con
base en una agricultura de roza-quema-tumba que no es sustentable y
se proyecta para adentro del parque en cuanto frente de invasión, como
lo denominara Pablo González Casanova (2006). Quiso el destino que
en las contradicciones del debate interno boliviano el TIPNIS abrigase
esa ambigüedad conceptual de Parque Nacional y Territorio Indígena
que, en el fondo, expresa la originalidad que América Latina imprime al
debate ambiental en cuanto debate al mismo tiempo social, económico,
cultural y político (Leff, 2004). La propia ambigüedad de esos conceptos
revela entre nosotros la tentativa de superación de esa dicotomía del
pensamiento eurocéntrico entre lo natural y lo social. Apunta en dirección
a otras perspectivas epistémicas donde no existe naturaleza prístina y,
en ese caso, la Amazonia es un ejemplo elocuente, con su “selva tropical
cultural húmeda” (Posey, 2002) (véase el Cuadro 3). Además, es la matriz
eurocéntrica la que se encuentra atrás de la pobre argumentación sobre
la intangibilidad del TIPNIS como prohibición de cualquier actividad en el
interior del territorio indígena. Con este argumento, el gobierno procuró
prohibir proyectos que estaban en curso, algunos basados en una original
experiencia de las comunidades indígenas del TIPNIS, concertados con
el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (órgano estatal boliviano), y
DE COCA, DE SOBERANÍA... 113

que apuntaban hacia una integración no violenta con el mundo global


en la medida en que se basan en las prácticas comunitarias.
La coca que consagra el proyecto político boliviano y lo impulsa global-
mente es la coca ancestral indígena, es aquélla que une campesinos coca-
leros y pueblos indígenas del TIPNIS y aún proyecta sus usos tradicionales
y medicinales varios. Bolivia se encuentra en el centro de dos proyectos
civilizatorios contradictorios: uno que viene de una integración que busca
incorporarse a los mercados globales vía exportación de commodities, y
otro que pasa por los Derechos de la Madre Tierra, pauta del debate del
cambio climático que tiene en el TIPNIS un caso emblemático conceptual.
La escala en que el primer proyecto se apoya, el de los commodities, que
tiene en los ejes de integración y desarrollo de la Integración de la In-
fraestructura Regional de Sur América su base, no fue, y no es, la escala
nacional boliviana, y mucho menos las escalas local y regional. E, insis-
timos, las escalas nunca son social y políticamente neutrales. La única
manera de lograr una integración verdadera es hacerla “desde abajo”,
reinventando la democracia en plurinacional comunitaria, considerando
que sin justicia y democracia territorial no puede haber democracia. De lo
contrario, serán las grandes corporaciones de la minería, del agronegocio,
incluso de Santa Cruz, para no hablar de las grandes contratistas de la
construcción civil, sobre todo brasileñas, con sus carreteras y represas
hidroeléctricas, las grandes beneficiarias de la integración. Como seña-
lamos, el proyecto de integración progresista ya estaba en curso antes de
los gobiernos que se eligieron en las brechas creadas por los movimientos
sociales que deslegitimaron al neoliberalismo.
No debemos permitir que la justa crítica a las ONG que se sometieron
a la agenda ambiental neoliberal y se aliaron al “capitalismo verde”, que
comenzaron a ser identificadas desde Copenhague en 2009 y Cancún
en 2010, se proyecte sobre aquellas ONG que se mantuvieron junto a
los movimientos sociales de base y ayudaron a separar la paja del trigo
acatando incluso la invitación de Evo Morales a apoyar la Cumbre de
los Pueblos por el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra
en abril de 2010, en Cochabamba. Y fue en este departamento, en esta
ciudad, en el año 2000, que una vasta coalición de campesinos, indígenas,
ambientalistas y habitantes de la ciudad desencadenó un nuevo ciclo de
114 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

luchas por la reapropiación social de la naturaleza a partir de la Guerra


del Agua. No debemos permitir que el estatuto de la Consulta Previa,
consagrado en la Convención 169 de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), se transforme en una consulta “póstuma” de un proyecto
político que los movimientos sociales latinoamericanos, en particular el
movimiento indígena-campesino, construyeron con tanto esmero y que
permitió que el bloque político indígena-campesino llegará al gobierno
de Bolivia y concretara en el primer mandato de Evo Morales y Álvaro
García Linera.
La posición que mantiene el gobierno boliviano en relación con los
pueblos indígenas de las tierras bajas y de la Amazonia, particularmente
con quienes habitan el TIPNIS, vulnera la lucha de los pueblos indígenas
en todo el mundo pues reproduce la colonialidad del saber y del poder
al no articular la lucha anticapitalista con la lucha anticolonial y, así,
autoriza que 300 millones de indígenas del mundo –como informa el
antropólogo mexicano Arturo Argueta–, con sus 6 800 lenguas habladas,
en fin, que ese enorme patrimonio de la humanidad sea avasallado por
la acumulación por desposesión (Harvey, 2007) que caracteriza a esta
nueva fase del imperialismo capitalista (Fontes, 2010).2
Hay un legado epistémico y político (Macas, 2005) acumulado por los
movimientos sociales en todo el mundo que se construyó al lado de los
escombros del muro de Berlín, que cayera en 1989. El TIPNIS es parte de
ese nuevo ciclo de luchas en Bolivia y caso emblemático de un proceso
que sintetiza el lugar de América Latina en el sistema mundo en la
perspectiva de los grupos subalternizados.

2
En el vecino Brasil, por ejemplo, el censo realizado en 2010 por el Instituto Brasileño
de Geografía y Estadística indica la existencia de 305 pueblos indígenas que hablan 274
idiomas distintos del portugués, con una población de 896 900 personas. De acuerdo con
datos de la Fundação Nacional do Índio, las tierras indígenas totalizaban hasta 2012
612 áreas en una extensión de 106 773 144 hectáreas, equivalente a 12.5 % del territorio
brasileño (Guerra, 2012). En Bolivia, más de 60 % de la población se autorreconoce como
indígena, hay 36 pueblos, es decir ¡15.5 % de los pueblos existentes en el territorio brasi-
leño! En Brasil, el movimiento indígena no tiene el mismo peso político que adquirió en
Bolivia, y si Bolivia no es capaz de sustentar una política que los incorpore, con seguridad
eso vulnera a los indígenas brasileños y a los de en todo el mundo.
DE COCA, DE SOBERANÍA... 115

El aprendizaje que el movimiento indígena-campesino fue capaz de


articular, incluso internacionalmente, está siendo amenazado: la cues-
tión territorial –que politiza la relación con la naturaleza (soberanía,
autonomía, autogobierno, derechos de la Madre Tierra), así como la
cultura (territorialidad); la cuestión de la plurinacionalidad; la cuestión
de un nuevo horizonte de sentido para la vida con el suma qamaña,
suma kausay (buen vivir); las conquistas de la Convención 169 de la OIT
(consulta previa, entre otras) y la Declaración de Derechos Indígenas de
la Organización de las Naciones Unidas de 2007–.3
En fin, desde la caída del Muro, al contrario de lo que piensan mu-
chos intelectuales que se consideran críticos, el movimiento social supo
articular otros horizontes de sentido para la vida y la política a partir
de otro léxico político que asocia la lucha anti-capitalista con la lucha
anti colonial, por el buen vivir, por alternativas al desarrollo, por los
derechos de la Madre Tierra, por los territorios en cuanto condición ma-
terial necesaria para la dignidad (reconocimiento). El TIPNIS, en cuanto
Loma Santa, en cuanto Tierra sin Mal, para seguir la expresión guaraní
y devolver a las tierras bajas del oriente boliviano la inspiración que nos
da, es fuente, lugar donde brota el agua para saciar la sed de orden que
el “caos sistémico” provoca.

3
Tal vez sean éstas las dos mayores conquistas de los de abajo en el mundo durante
el periodo neoliberal, cuando tantos derechos fueron afectados.
INCONCLUSIONES
(EN UNA ENCRUCIJADA NADA SE CONCLUYE)

Como hemos visto en el presente ensayo, las repercusiones y lo que está


en juego en este momento en el conflicto del Territorio Indígena y Parque
Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS) no son cuestiones menores. Aceptar el
desarrollismo sin más es darle vía libre a la colonización, ahora bajo la
bandera de una izquierda desarrollista y extractivista que con la pro-
mesa del progreso y la reducción de la pobreza abre las puertas a más
capitalismo explotador y depredador de mujeres, hombres y naturaleza.
Igualmente ha llegado el momento, después de tanto desarrollismo de
las fuerzas productivas en nombre del progreso, ideología esgrimida por
la burguesía y por los gestores, de ver por qué se teme tanto la autoges-
tión, la autonomía, el autogobierno. La crítica a la propiedad privada
de los medios de producción, también sostenida en muchas ocasiones
por los gestores, se ha mostrado insuficiente para garantizar el control
autogestionario y el autogobierno de los pueblos.
Y esto es aún más grave si tenemos en cuenta los dos principales actores
en juego en el conflicto del TIPNIS, el gobierno y las comunidades indígenas.
Por un lado, un gobierno que había levantado la bandera indigenista y
ecologista reivindicando la necesidad de otros modelos de civilización
que hicieran justicia cognitiva, cultural, política y económica al mundo
indígena y que restaurara el equilibrio con la Pachamama por medio de
la búsqueda de un buen vivir (suma qamaña, suma kausay) y el avance
hacia el reconocimiento integral de los derechos de la Madre Tierra. Un

117
118 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

gobierno que era tomado como ejemplo en otras partes del mundo por
los principios de búsqueda de un proceso de cambio que abriera espacio
a horizontes emancipatorios y acaba pisoteando esos principios con la
política que ha mantenido ante el conflicto del TIPNIS.
Por otro lado, las comunidades indígenas del TIPNIS, con la primera
marcha en 1990, colocaron en el debate nacional e internacional la rei-
vindicación por la dignidad, la vida y el territorio como una triada de
elementos esenciales e inseparables, para romper con la continuidad del
colonialismo del Estado mono-nacional territorial. Inauguraban así un
ciclo de luchas que junto con las marchas indígenas en Ecuador en el
mismo periodo serán atentamente observadas en el mundo entero como
muestra de que otro mundo sí es posible a partir de r-existencias concre-
tas. La posición del gobierno ante las comunidades indígenas del TIPNIS en
el actual conflicto debilita las luchas indígenas, campesinas y ecológicas
en todo el mundo y manda un mensaje negativo frente a las posibilida-
des de que desde el Estado se pueda avanzar realmente hacia políticas
emancipatorias y nuevos horizontes de sentido. El Estado permanece
moderno-colonial. Por este motivo la lucha del TIPNIS es planetaria, sus
hechos tienen inmensas repercusiones en presentes y futuros procesos
de cambio, emancipación y descolonización en otras partes del mundo.
Sólo en la dimensión suramericana, en donde han sido elegidos va-
rios gobiernos sobre la plataforma de luchas sociales y se reivindican
como gobiernos de izquierda, el TIPNIS nos lleva a poner en cuestión la
continuidad de la empresa desarrollista de muchos de estos gobiernos.
No se trata de continuar el desarrollismo como promesa de crecimiento,
redistribución, progreso y bienestar, sino de salirse del mito del desarro-
llo y del crecimiento y desenmascarar la dominación y la exclusión que
el proceso desarrollista implica como continuidad contemporánea del
proceso político, cultural y económico moderno-colonial. ¿La izquierda
latinoamericana nos está llevando a un proceso emancipatorio?, o ¿se
trata de la continuidad del proceso de explotación y exclusión ahora re-
configurado? Eso es lo que está en juego en el conflicto del TIPNIS, cuyas
dimensiones teóricas, políticas y civilizatorias afectan a todo el continente
no obstante que los medios y buena parte de la intelectualidad reducen
el conflicto a debates binarios entre desarrollistas y conservacionistas,
INCONCLUSIONES... 119

o entre si es una carretera al servicio de los intereses brasileños o de


intereses nacionales bolivianos, o si es una carretera de Integración de
la Infraestructura Regional de Sur América (IIRSA) o del plan nacional
de integración. Como hemos visto, estos reduccionismos no dan cuenta
de todo lo que implica para Bolivia y para el mundo el conflicto del TIPNIS
y sus profundas repercuciones para la política y el pensamiento crítico
latinoamericano. En este texto hemos intentado dar cuenta de estas
profundas implicaciones.
Sudamérica se encuentra en un momento particular en la historia de
su articulación con el sistema mundo capitalista. La llegada al gobierno
de diferentes líderes sociales de izquierda dio la esperanza a grandes
sectores sociales de que se estaba iniciando un nuevo ciclo de políticas
que venían a revertir y transformar las décadas de explotación, exclusión
y desesperanza que se vivieron bajo las políticas neoliberales que han
regido en el continente. La llegada al gobierno de estos sectores de izquier-
da coincidió con un proceso de reconfiguración de los poderes regionales
económicos globales, especialmente con el ascenso económico de China,
pero también con el crecimiento de la alianza Brasil, Rusia, India, China
y Sudáfrica que abría oportunidades para la consolidación de un mundo
multipolar en donde los poderes globales estuvieran mejor equilibrados.
El ascenso de estas economías no sólo se ha visto como una oportunidad
política para el subcontinente suramericano, sino también económica,
ya que el crecimiento sostenido de estas economías ha descentrado a
Estados Unidos y Europa, así como aumentado exponencialmente la
demanda de recursos naturales de Sudamérica.
El impacto de estas transformaciones geopolíticas se hace sentir hoy
en el conflicto del TIPNIS, pero también sobre Cajamarca, Famatina, Yana-
cocha, Belo Monte, Bio-Bio, Serrania del Perija, Marmato, Quimsacocha,
Pastaza, Alumbrera, Tres Valles, Cordillera del Cóndor y tantísimos
otros lugares porque implica una transformación de los territorios y
las territorialidades de miles de pueblos en el continente de cara a una
adecuación espacial frente a las “nuevas oportunidades geopolíticas”. Se
crean así las bases para un nuevo ciclo de acumulación que hunde sus
raíces en la sobreexplotación de la naturaleza y cuyo medio de extrac-
ción es la penetración de una infraestructura técnica de comunicación y
120 LAS LUCHAS EN DEFENSA DEL TERRITORIO

energía. Estamos entonces ante un panorama de reconfiguración espacial


del continente al servicio de la explotación de los recursos naturales en
el marco de una política regional desarrollista e integracionista cuya
bandera más sobresaliente es IIRSA pero incluye todas las infraestructuras
y economías proyectadas sobre el continente.
Ante estas circunstancias, los caminos que tome el conflicto del TIPNIS
indicarán hacia dónde apuntan las políticas que orientan el proceso
económico y de integración del continente. La integración regional de
América Latina, que había sido una bandera de emancipación en con-
tra del imperialismo estadounidense, avanza hoy, pero no como una
reivindicación de integración de los pueblos emancipados sino como
una herramienta de integración capitalista, sea nacional o continen-
tal, funcional a nuevas formas imperiales y coloniales de explotación
y exclusión. Se trata, entonces, de una integración para la exclusión y
la dominación de los pueblos, la integración que con políticas económi-
cas y de infraestructura se lleva a cabo en Bolivia y que recae sobre el
TIPNIS pero que igualmente afecta a miles de otros “TIPNIS” existentes
en todo el continente. Por ello, y por todo lo indicado en este texto, el
conflicto y la lucha que levantan las comunidades indígenas del TIPNIS
son paradigmáticos de la conflictividad territorial y civilizatoria que
vive hoy el continente. Y con seguridad la política y la intelectualidad
crítica del continente entero continuará atenta a los acontecimientos
y al curso que tomen los hechos entorno al TIPNIS.
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Mapa 1. Localización del TIPNIS en Bolivia

MAPAS
APÉNDICE 1

Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo
TIPNIS, RUMBOL 2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 2. Relieve del TIPNIS
Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo TIPNIS,
RUMBOL2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 3. Tierras comunitarias de origen en torno al TIPNIS

Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano
de Manejo TIPNIS, RUMBOL 2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 4. Mapa de las etnias del TIPNIS
Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo
TIPNIS, RUMBOL
2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 5. Proyectos de carreteras
del gobierno boliviano y de la Agencia de Estados Unidos
para el Desarrollo Internacional USAID (1966)

Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano
de Manejo TIPNIS, RUMBOL 2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 6. TIPNIS. Tensiones territoriales: 1) mosaico y 2) sobreposición
Mapa 6. TIPNIS. Tensiones territoriales: 1) mosaico y 2) sobreposición

Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB), Plano de Manejo TIPNIS, RUMBOL,
2011, PLUS 2004. LEM-TO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 7. Dinámica socio-espacial forestal al noroccidente
Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo
TIPNIS, RUMBOL
2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 8. Dinámica socio-espacial pecuaria al nororiente

Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo TIPNIS, RUMBOL
2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 9. Dinámica socio-espacial de la coca
Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo TIPNIS,
RUMBOL2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 10. Áreas deforestadas en el periodo 1990-2009 en el TIPNIS

Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo TIPNIS, RUMBOL
2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 11. “Línea Roja” acuerdo de límite entre cocaleros e indígenas en 1994
Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo TIPNIS, RUMBOL
2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 12. Derechos petroleros concedidos sobre el TIPNIS

Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo TIPNIS,
RUMBOL 2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 13. Trazado de la carretera que corta el TIPNIS por la mitad
Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano de Manejo TIPNIS,
RUMBOL2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 14. Iniciativa para la Integración
de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA)

Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano
de Manejo TIPNIS, RUMBOL 2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
Mapa 15. Zoneamiento estatal
y de las comunidades indígenas del TIPNIS
Fuente: Base digital: Centro Digital de Recursos Naturales de Bolivia (CCRNB). Plano
de Manejo TIPNIS, RUMBOL 2011, PLUS 2004. LEMTO-POSGEO-UFF. Preparación Hugo Gravina.
APÉNDICE 2
CUADROS

Cuadro 1. Agenda de Octubre


La Agenda de Octubre fue el resultado de una amplia articulación de
movimientos sociales tanto urbanos como rurales en Bolivia desde la
Guerra del Agua, en 2000, hasta la Guerra del Gas, en 2003. Estas movi-
lizaciones articularán una agenda política en la que constaban temas
como la Convocatoria a la Asamblea Constituyente, la industrialización
del gas, la representación política sin el monopolio de los partidos y la
nacionalización de los recursos naturales estratégicos. Como fuente
de esa agenda cabe destacar la creación del Instrumento Político
para la Soberanía de los Pueblos a lo largo de los años 1990 por dos
motivos: 1) porque se autodenomina Instrumento Político, en explícita
tensión con la idea de partido político y sus implicaciones centralistas
jerárquicas, y 2) porque se afirma “de los pueblos”, en plural, y, así,
explicita el carácter decolonial y la diversidad como parte del nue-
vo léxico político que se delineaba. Es en torno de esta Agenda de
Octubre que fue electo por el Movimiento al Socialismo, en 2005, Evo
Morales Ayma. Las tradiciones comunitarias indígenas desempeñaron
un papel importante en la conformación de este nuevo léxico político.
Cuadro 2. Ley 180 del 24 de octubre
Ley núm. 180, 24 de octubre de 2011.
LEY DE PROTECCIÓN DEL TIPNIS

Artículo 1°. (Declaratoria de Patrimonio del TIPNIS)


Se declara al Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS)
patrimonio sociocultural y natural, zona de preservación ecológica, repro-
ducción histórica y hábitat de los pueblos indígenas chimán, yuracaré y
moxeño-trinitario, cuya protección y conservación son de interés primordial
del Estado Plurinacional de Bolivia.
En el marco de los artículos 30, 385, 394 y 403 de la Constitución Po-
lítica del Estado y otras normas vigentes, se ratifica al Territorio Indígena
y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS) como territorio indígena de los
pueblos chimán, yuracaré y moxeño-trinitario, de carácter indivisible,
imprescriptible, inembargable, inalienable e irreversible y como área
protegida de interés nacional.
Asimismo, adicionalmente, se declara al TIPNIS como zona intangible.

Artículo 2°. (Territorio indígena y área protegida) Teniendo el TIPNIS, además


de la categoría de territorio indígena, la categoría de área protegida, se
constituye, en garantía de conservación, sostenibilidad e integridad de los
sistemas de vida, la funcionalidad de los ciclos ecológicos y los procesos
naturales en convivencia armónica con la Madre Tierra y sus derechos.

Artículo 3°. (Carreteras por el TIPNIS) Se dispone que la carretera Villa Tunari-
San Ignacio de Moxos, como cualquier otra, no atravesará el TIPNIS.

Artículo 4°. (Protección) Dado el carácter intangible del TIPNIS, se deberán


adoptar las medidas legales correspondientes que permitan revertir, anular
o dejar sin efecto los actos que contravengan a esta naturaleza jurídica.

Artículo 5°. (Prohibición de asentamientos humanos ilegales en el TIPNIS)


De conformidad con el Artículo Primero de la presente Ley, al ser de-
clarado territorio intangible, los asentamientos y ocupaciones de hecho
promovidas o protagonizadas por personas ajenas a los titulares del TIPNIS
son ilegales y serán pasibles de desalojo con intervención de la fuerza
pública, si fuera necesario, a requerimiento de autoridad administrativa
o judicial competente.
Cuadro 3. La Selva Tropical Cultural Húmeda de la Amazonia
Es del antropólogo Darell Posey la denominación de la selva amazóni-
ca como “selva tropical cultural humedad”. Sus estudios, junto a los Ka-
yapó, mostraron cómo estos indígenas sabían manejar el metabolismo
altamente productivo de la selva practicando una agricultura en tierras
que abandonaban en un corto tiempo y en las que rebrotaban, llama-
das “capoeiras”, lanzaban semillas que consideraban útiles en tierras
en las que, después, retornaban colectando sus frutos. Por otro lado,
José Veríssimo (1857-1916), intelectual de Óbidos, estado de Pará, afir-
mó que la mayor dificultad que el capitalismo encontraría para afirmar-
se en la Amazonia sería el hecho de que los trabajadores conseguían
sobrevivir libremente con la riqueza de los frutos de la selva y, así, no se
sujetaban al capital. Es decir que la productividad biológica primaria
de la selva les proporcionaba las condiciones para ser libres. Al final,
la naturaleza ofrece un producto líquido anual de entre 40 y 70 tone-
ladas por hectárea y saber explotar esa potencialidad productiva es
una virtud de los pueblos que habitan la región hace más de 11 200
años. Tenemos aquí un ejemplo vivo de lo que el sociólogo portugués
Boaventura de Souza Santos caracterizó como uno de los principales
males del colonialismo —“el desperdicio de la experiencia humana”—,
que descalifica el conocimiento acumulado por estos pueblos que de-
sarrollaron un vasto saber con una larga historia de relación con este
complejo ecosistema. El hecho de no establecerse un diálogo con las
matrices de racionalidad de los pueblos de las tierras tropicales ha lle-
vado a que se hagan caracterizaciones simplistas, como la de que los
suelos amazónicos son pobres, ignorando que sustentan ese stock de
entre 500 y 700 toneladas de biomasa por hectárea y ofrecen una pro-
ductividad biológica primaria de entre 40 y 70 toneladas por hectárea/
año. Una vez más somos víctimas de una matriz eurocéntrica que ve
el suelo y no ve el bosque, además de promover una especie de de-
forestación epistemológica, pues de antemano dice que el suelo sin
el bosque queda expuesto a lateralización y lixiviación perdiendo sus
elementos químicos básicos, lo que sólo es verdad en una caracteriza-
ción cartesiana del suelo visto separado del bosque, que le ofrece toda
la materia orgánica que se transforma en humus. En fin, los suelos de
la Amazonia no son ricos ni pobres, ellos simplemente son compatibles
con el bosque, y es ese metabolismo del que los pueblos originarios de
las tierras bajas y de la Amazonia supieron apropiarse creativamente
Cuadro 3 (continuación)
(Porto-Gonçalves, 2001). Hay una lectura prejuiciosa derivada de una
afirmación de Karl Marx de que “una naturaleza pródiga puede llevar
a un hombre por la mano como se lleva un bebé en los brazos”, como
si eso imposibilitara el desarrollo de las fuerzas productivas. El mismo Karl
Marx afirmó que “el trabajo no es la fuente de toda riqueza. La natura-
leza es tan fuente de valores de uso [que son los que verdaderamente
integran la riqueza material] como lo es el trabajo, que no es más que
la expresión de una fuerza natural, la fuerza del trabajo del hombre”.
En fin, la mayor fuerza productiva son los propios hombres y muje-
res y los sentidos que prestan a sus prácticas (cultura), como ciertos
pueblos que tomaron la naturaleza, como se llama en Occidente,
por su productividad biológica primaria, que a través de la fotosín-
tesis nos ofrece un rendimiento medio por hectárea que varía de
acuerdo con el ecosistema, siendo, de lejos, los ecosistemas tropica-
les como los de las tierras bajas y de la Amazonia los más productivos
que el planeta conoce. Los “Pueblos del Bosque”, como le gustaba
llamarlos a Chico Mendes, son portadores de un gran acervo de co-
nocimientos que son tan de interés para la humanidad como los bos-
ques que movilizan ciertos ecologistas que se olvidan de los pueblos.
Cuadro 4. Sobre la coca
El negocio del narcotráfico en Colombia, Perú y Bolivia produce cocaí-
na para 174 países. Aproximadamente 450 toneladas de la mercancía
tiene origen en Colombia, contra 302 toneladas producidas en Perú y
113 toneladas en Bolivia. Son los tres mayores productores, Colombia
con 54 %, Perú con 43.9 % y Bolivia con 13.1 %. Como se ve, es en el país
de mayor presencia militar de Estados Unidos, Colombia, en donde
se tiene la mayor producción del agronegocio de coca destinada a
la cocaína. Los beneficios brutos (mayoristas y vendedores al por me-
nor) se quedan en Estados Unidos (35 billones de dólares) y en Europa
Occidental y Central (26 billones de dólares). En otras palabras, éste
es un negocio transnacional en el que los capitalistas del comercio
de las drogas se llevan 72 % de los beneficios. Otros 20 billones de
dólares (24 %) se quedan “en los lugares de tráfico, más allá de las
fronteras de los países andinos como Centroamérica, el Caribe, o el
Cono Sur y África”. Los medios informan del gran crecimiento de las
mafias de narcotraficantes en países como Guatemala y México y su
penetración cada vez mayor en las instituciones formales de los Es-
tados. Las mafias locales se benefician con 3.53 % de los capitales, es
decir, aproximadamente 3 billones de dólares. Los agricultores de la
hoja de coca de la región andina (Bolivia, Perú y Colombia) tendrían
un ingreso de 1.18 % de todo el negocio, es decir, alrededor de 1 bi-
llón de dólares. Varios estudios destacan que el consumo de la hoja
de coca tradicional se efectúa con coca originaria de los Yungas
y no del Chapare, lo cual indica que aproximadamente 94 % de la
producción del Chapare es dirigida al narcotráfico.
Fuente: Boletín Patria Insurgente, núm. 171.
Cuadro 5. Los indígenas en la nueva Constitución Política del Estado
El artículo 30, párrafo II de la Constitución Política del Estado dice lo
siguiente:

“II. En el marco de la unidad del Estado y de acuerdo con esta Cons-


titución, las naciones y pueblos indígenas originarios campesinos
gozan de los siguientes derechos:
1. Existir libremente.
2. A su identidad cultural, creencia religiosa, espiritualidades, prácti-
cas y costumbres, y a su propia cosmovisión.
3. A que la identidad cultural de cada uno de sus miembros, si así lo
desea, se inscriba junto a la ciudadanía boliviana, en su cédu-
la de identidad, pasaporte u otros documentos de identificación
con validez legal.
4. A la libre determinación y territorialidad.
5. A que sus instituciones sean parte de la estructura general del Es-
tado.
6. A la titulación colectiva de tierras y territorios.
7. A la protección de sus lugares sagrados.
8. A crear y administrar sistemas, medios y redes de comunicación
propios.
9. A que sus saberes y conocimientos tradicionales, su medicina tra-
dicional, sus idiomas, sus rituales y sus símbolos y vestimentas sean
valorados, respetados y promocionados.
10. A vivir en un medio ambiente sano, con manejo adecuado de los
ecosistemas.
11. A la propiedad intelectual colectiva de sus saberes, ciencias y co-
nocimientos así como a su valoración, uso promoción y desarrollo.
12. A una educación intracultural, intercultural y plurilingüe en todo el
sistema educativo.
13. Al sistema de salud universal y gratuito que respete su cosmovisión
y prácticas tradicionales.
14. Al ejercicio de sus sistemas políticos, jurídicos y económicos acordes
con su cosmovisión.
15. A ser consultados mediante procedimientos apropiados, y en par-
ticular a través de sus instituciones, cada vez que se presenten
medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectarlos.
En este marco, se respetará y garantizará el derecho a la consulta
Cuadro 5 (continuación)
previa obligatoria, realizada por el Estado, de buena fe y con-
certada, respecto a la explotación de los recursos naturales no
renovables en el territorio que habitan.
16. A la participación en los beneficios de la explotación de los recur-
sos naturales en sus territorios.
17. A la gestión territorial indígena autónoma y al uso y aprovecha-
miento exclusivo de los recursos naturales renovables existentes en
su territorio sin perjuicio de los derechos legítimamente adquiridos
por terceros.
18. A la participación en los órganos e instituciones del Estado. [...]

Artículo 31 párrafo II de la Constitución puntualiza respecto a los pue-


blos indígenas amazónicos y del Chaco:
II. Las naciones y pueblos indígenas en aislamiento y no contactados
gozan del derecho a mantenerse en esa condición, a la delimi-
tación y consolidación legal del territorio que ocupan y habitan.”

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