Ana Caller de Donesteve Por Juan Francisco Quevedo

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ANA CALLER DE DONESTEVE

ANA DE POMBO
DE LA CAVADA A LA CÚSPIDE DEL GLAMOUR

Juan Francisco Quevedo

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ANA CALLER DE DONESTEVE -ANA DE POMBO-
DE LA CAVADA A LA CÚSPIDE DEL GLAMOUR

La inmensa mayoría de las vidas transcurren de una manera anodina, inmersas


en sus rutinas. No será precisamente lo que le ocurra a Ana Caller de Donesteve de la
Vega y de la Pedraja, que hará de su vida una fuente inagotable de sorpresas. Nacida
con el siglo XX se convertirá en una mujer adelantada a su tiempo, máxime en un
mundo vetado al desarrollo personal de la mujer en el ámbito cultural, artístico y
laboral. En todos ellos marcaría una época.
Nació en La Cavada hacia el año 1900, a orillas del río Miera y en la zona más
pintoresca del pueblo, la desembocadura del río Revilla, cuya cascada, tras pasar el
Tarancón, ha servido de inspiración a tantos artistas para plasmar su belleza en óleos y
acuarelas, cuando no en multitud de fotografías.
Sus padres fueron Francisco Caller de la Vega y Elvira de Donesteve de la
Pedraja. Ana pasó una gran parte de su infancia y primera juventud en la casa que la
familia Caller tenía, y que aún persiste, frente a los pocos restos que aún quedaban de
las antiguas fábricas de cañones. Y, por medio, el río Miera, siempre el río, al que
recuerda en sus memorias en el ruido inmenso del Miera y del que confesaba que
siempre le sirvió de inspiración:
Cantaba al río, que era mi cuna, a las piedras de aquel río Miera que corría
como salido de fuente de plata. Era mi casa y mi morada. Allí encontré la libertad.
Cuando escribió su autobiografía, Mi última condena, ya era una mujer mayor,
con los setenta años cumplidos y, en esas páginas, confesaba ese amor por La Cavada
que la acompañó siempre. Ese nexo indeleble a la tierra que la vio nacer lo revivía a
través de los recuerdos, como el que la llevaba a su casa familiar, situada muy próxima
a la de los Parra, donde convivía con sus primos como si fueran hermanos, o como el
que la transportaba a las orillas del río Miera, cuyo rumor la acompañó desde su
nacimiento y la custodió a lo largo de toda su vida.
Siempre la infancia persiguiéndonos con dulzura, siempre en la memoria esa
patria verdadera a la que siempre regresamos y que nunca nos abandona.
Así habla en su poema Tierra de mis mayores:

Pensando en ti, tantas veces he llorado…


¿Qué quieres que piense ahora de ti?

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Ana Caller se crió en una familia de varios hermanos, la número ocho de una
gran familia que tuvo diez…obligó a mi madre a tratarme de distinta manera que a mis
hermanos, mayores que yo (20, 18 y 17 años me llevaban de edad).

La niña del centro es Ana. Posa junto a sus hermanas

Será en su pueblo, en La Cavada, donde transcurra su infancia, será donde se


comience a formar con las enseñanzas de sus institutrices. Será también donde
aprenderá los primeros compases sobre el piano y donde dé los primeros pasos de baile
sobre las piedras que se entrecruzan en el cauce del río Miera, bajo el viejo puente de
madera, frente a su casa. Esos mudos testigos pétreos y la cantarina corriente fluvial
habrán de ser los que verán sus primeros saltos de bailarina.
Hablará de una de sus institutrices, de miss Wiitty, que me daba lecciones de
piano. El piano estaba en el salón de su casona de La Cavada y allí escribía música, me
apasionaba Schumann, le ponía letras a las sonatas de Mendelsson. Su madre la llevó a
los ocho años a dar su primer concierto en el Círculo de Recreo de Santander.
Su madre era una gran melómana y al advertir las grandes cualidades que su hija
tenía para la música la envió a formarse a Barcelona cuando aún era una niña, como ella
relata: Y pasé a Barcelona, a la sombra protectora de los Güell y Sert. Así que, según
dice, creo que era el año 1912, Ana se trasladó a Barcelona donde perfeccionó sus

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habilidades con el piano, asistiendo a las clases de maestro Enrique Granados, mientras
las compatibilizaba con sus estudios en el Conservatorio de Barcelona. El maestro
escribió para ella una obra titulada El país de las hadas,-guárdala como una reliquia, le
dijo- con la que obtuvo, al interpretarla al piano, el premio fin de carrera del citado
conservatorio.
Su amor por la música, se reflejará en el poema que escribió titulado Música:

Muerte…, cuando me llames,


Que sea la música que me duerma para siempre.
Si vivo, que Dios no me quite los sonidos.

Será el propio Granados el que la descubriría definitivamente para el baile; un


buen día despejó la estancia donde daban clase y la puso a bailar la Marcha del
Ruiseñor-Tú, Anita, baila esto. Eres más bailarina que pianista, le dijo el maestro-. El
baile habría de ser una de las muchas facetas en las que destacaría en el futuro.
Una vez que dejó La Cavada durante el curso académico, su formación no pudo
ser más selecta, la casa de la familia Sert en Barcelona, amiga de la madre y protectora
del maestro Granados, y, posteriormente, el colegio Notre Dame, de religiosas belgas en
Liverpool. Será en este último colegio donde descubra su gran habilidad para cortar
diseños y donde supo que su destino era la creación.
Con tan solo diecisiete años, siendo aún una adolescente, volvería a su pueblo
natal para casarse. Lo haría en un sitio muy querido para ella, en la capilla de Santa
Lucía, que pertenecía a sus familiares, los Roiz de la Parra. Con uno de ellos, con
Gabriel Roiz de la Parra del Campo se casaría su hermana Rosa Caller de Donesteve.
Otra de sus hermanas, Carolina, se casó con Gonzalo García de los Ríos, director de
Tabacalera; su hija Ana se casaría con el que fuera presidente del Banco Santander,
Emilio Botín Sanz de Sautuola.
Se casó, tal y como lo cuenta en sus memorias, en torno al 4 de agosto de 1917:
Y emprendimos viaje azul y lunar a París. 1917. Salimos a bordo de un coche grande y
negro de mi suegra… El viaje Santander Biarritz nunca me había parecido tan bello.
Era el 4 de agosto y aquel era mi viaje soñado. A la salida de la capilla de Santa Lucía,
donde me había casado…

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Al comienzo de Mi última condena se puede leer: Sin haber cumplido aún los
diecisiete años, Ana contrae matrimonio con Cayo de Pombo Ibarra, veinte años mayor
que ella.
Se casó con un hombre que la doblaba la edad, perteneciente a una de las
grandes familias santanderinas. El novio era Cayo Pombo Ibarra, de treinta y siete años.
Desde entonces, adoptará el apellido de su marido y ya, para siempre, será conocida
como Ana de Pombo.
Desde entonces muy pocas veces habría de retornar Ana Caller a su pueblo y a
su río, a los que siempre evocaría tanto en sus memorias escritas como en sus recuerdos
personales e íntimos. Seguramente el día de su boda no fue un buen día para la joven
Anita; la enfermedad de su esposo no tardaría en llenarla de dolor como recuerda en su
biografía: Años más tarde comprendí que yo me había enamorado no del hombre, sino
del dolor, aquello tuvo más de compasión que de amor.
De su primer matrimonio habría de tener dos hijos, Cayo Pombo Caller y
Álvaro. Este último moriría, siendo aún un adolescente, durante la guerra civil. Veintiún
años después de su muerte, cuando publique su primer libro de poemas en 1957, le
recordará en el poema La tormenta de fuego, que lleva esta dedicatoria: A mi hijo
Álvaro, asesinado el 27-XII-36. Santander.

… Se abre la tierra.
Se cierra, se cierra.
Me acuesto encima de esa tierra.
Me duermo y sueño
Que los dos estamos durmiendo.
Sin fuego, sin tormenta, con divinos recuerdos…

Posteriormente, Cayo Pombo Caller, su hijo mayor, se casaría con Pilar García
de los Ríos, de cuya unión nacería el novelista Álvaro Pombo. Este, en su novela Un
gran mundo, refleja la vida de su abuela con el nombre de tía Elvira, precisamente el
mismo nombre que tenían tanto la madre de Ana como una de sus hermanas mayores.
Eran los años de los veraneos reales en Santander, años en los que Ana sería una
de las Damas de la Reina durante la estancia de los reyes en el Palacio de la Magdalena.
La reina Victoria Eugenia la tomaría un gran afecto y, posteriormente, no dudará en

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ayudarla en su carrera como diseñadora al convertirse en una clienta fiel en todas las
firmas para las que trabajó.

La Atalaya, 3 de agosto de 1921. Aparece Ana nombrada entre las Damas de la reina

La enfermedad que padecía su marido se agravaba día a día, por lo que se


decidió vender la finca que tenían en Campogiro-una finca heredada de mi suegra, una
maravilla-, donde residían y, de alguna manera, hasta que fue nombrada Dama de la
Reina por Alfonso XIII, donde había permanecido prácticamente secuestrada por su
marido. Dice en sus memorias que allí había aprendido Cayo, mi hijo, el amor al
campo y al labrantío y por eso, a la vuelta de Cambridge, la imitó en La Dehesilla, de
Ampudia de Campos (Palencia).
Esta localidad palentina, donde su hijo será el propietario de La Dehesilla, será
de gran importancia en la hora de su muerte. La finca, de 420 hectáreas, pertenecía a su
familia desde que la adquiriera en 1877, Juan Pombo, primer marqués de Pombo por
obra y gracia del rey Amadeo de Saboya, en cuya casa del Sardinero se hospedó el rey
durante su estancia veraniega en Santander. La finca la heredará su biznieto Cayo
Pombo Caller y allí, hacia 1942, habrá de asentarse y poner en marcha sus

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conocimientos como ingeniero agrónomo, consiguiendo convertir aquellas tierras áridas
y pedregosas en tierras de regadío.

Finca de La Dehesilla en Ampudia (Palencia)

A su prematura muerte, el 30 de diciembre de 1964, a la edad de 49 años, la


familia se desprendería de la finca.
Curiosamente, fue enterrado a toda prisa por su mujer e hijo, con el fin de evitar
que viniera su madre, en una tumba de tierra. Ana de Pombo habría de mover todas sus
influencias para desenterrarlo y darle sepultura como creía que se merecía, más de tres
semanas después de su muerte, como se aprecia en la esquela, por lo que fue enterrado
dos veces. Los gastos del panteón fueron costeados por un matrimonio amigo de Ana, el
médico de Ampudia, Pedro Castillo y su esposa María Teresa. Ambos constan en el
epitafio que puso Ana de Pombo sobre la tumba.

Esquela de Cayo, hijo mayor de Ana de Pombo.

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La finca santanderina a la que se refiere Ana en sus memorias es la de La
Remonta, que fue vendida al estado en el año 1921, concretamente al ejército para la
cría de ganado caballar. En ella nacerían sus dos hijos: En la casa vieja, arreglada hasta
el confort, nacieron mis dos hijos, Cayo a los dos años de matrimonio, y Álvaro dos
años después. En Peñacastillo bautizaría, a escondidas de su marido, a sus hijos, que se
oponía a ello, en la parroquia, allá metida en la montaña.
Posteriormente, tras la venta de La Remonta, estuvieron asentados, según ella
misma confiesa, en Santander, Muelle 26-actual Paseo Pereda-, donde vivimos seis
meses (invierno). De allí a La Cabada, a la casa de mi madre, otros seis meses, y,
según consejo de Marañón y Sánchez Covisa, hubo de hospitalizarle.

Casa de la familia Caller en La Cavada

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La enfermedad del marido progresaba de tal manera que, según relata en su
biografía, Sánchez Covisa le dijo de manera concluyente: Está a punto de locura y ella
confiesa: Era un peligro para mí y para mis hijos.
Será entonces cuando, por indicaciones médicas irán a Francia, al sanatorio
L´Hamau en Pau y uno de los siquiatras más reputados de la época, el marqués de
Fleury, le trasladará a un sanatorio parisino del que era director.
Entre tanto su marido era tratado, la familia se alojó en un piso situado en Quai
d´Orsay. Después de un mes en el hospital, le trasladaron a casa y, ante el cariz que
tomaba su enfermedad, Ana decidió quedarse sola con él y enviar a sus hijos a estudiar
fuera del calor familiar. Cayo irá a Inglaterra a un colegio en Cambridge y a Álvaro le
internará en el colegio parisino de Normandie cuando contaba con siete años de edad.
Por entonces la década de los veinte estaba mediada. No obstante, pasará el
verano de 1926 en Santander, en sus funciones como Dama de la reina.

En el periódico El Cantábrico de 16 de agosto de 1925 aún aparece al lado de la reina


Victoria Eugenia.

La enfermedad de su marido se agudizaba y ella le asistió con resignación, tal y


como ella misma lo describe: Quedé sola. Nunca le dejé solo y caí en un amor
compasivo.

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En esos días duros, todos le aconsejaban que se separara de su marido, como así
hará.
Será precisamente esta desgracia la que la llevará a París por un tiempo, desde
donde iniciará una fulgurante carrera como diseñadora de modas. Su marido Cayo
regresaría a Santander, mientras ella se quedaba en su amado París.
Tras su separación marital, con el apoyo y la generosidad de un grupo de
amigos, como el infante Carlos de Borbón y su esposa Luisa de Órleans, pondrá en
marcha, a partir del año 1929, una casa de modas, Casa Elviana, próxima a La
Madeleine. El nombre que ideó para el proyecto es un acrónimo proveniente de Elvira,
como se llamaba una de sus hermanas, y de su propio nombre. Su hermana Elvira estaba
casada en Francia desde hacía años con el señor Chappuis, director de la Citroën, y
ayudó a Ana cuando esta lo necesitó. La nueva Maison se situaba en el número 12 de la
Rue Tronchet, a la que la reina Victoria Eugenia iba con regularidad cada vez que
visitaba París. La primera vez que fue le dijo a Ana, tal y como lo cuenta en sus
memorias: Esta noche tenemos una gran cena en la Embajada y voy a hablar de la
Casa Elviana. La fama de aquella española no hizo sino ir en aumento.

Ana de Pombo ante la reina Victoria Eugenia y el príncipe de Asturias, Jaime de


Borbón

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Vestido de novia de Elviana. Fotografía publicada en Les Modes, septiembre de 1930

No tardó en llegarle la fama y convertirse en una referencia de la moda de su


tiempo, lo que llevó a que recibiera una oferta irrechazable por parte de una de las
mujeres más influyentes del mundo de la costura, Coco Chanel. La contrapartida era
cerrar su firma. Aceptó y durante seis años, de 1930 a 1936, fue directora de empresa de
la firma y secretaria personal de Gabrielle Chanel.

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Ana de Pombo vestida de Chanel 1933. Foto de George Hoyningen-Huene

Ambas diseñadoras tenían una visión muy similar de la moda del futuro, habría
de ser sencilla y funcional, donde la mujer pudiera encontrarse bella y a la vez cómoda
para poder llevar una vida activa sin verse encarcelada en un corsé.

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1932. Diseño de Ana de Pombo para Chanel

Después de dos años en París, Coco Chanel tomó la decisión de que Ana
dirigiera las casas que acababa de abrir en Biarritz y Deauville, centro del turismo

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elitista europeo. Allí obtendría el reconocimiento de dos clientes muy fieles, el duque de
Windsor, por entonces y antes de su matrimonio con la señora Simpson aún Príncipe de
Gales, y el duque de Kent, primos del príncipe Dimitri, que con su esposa Mira ejercían
como relaciones públicas de Chanel en Biarritz, mientras que Ana era la directora y
creadora de la casa. Será en esa época cuando aparecerá en Vogue París, en su número
de diciembre de 1933, retratada por George Hoyningen-Huene y cuando posará para la
firma L´Officiel de la Couture et le Mode.

Ana de Pombo con un polo de punto de Chanel. L’Officiel de la Couture et la Mode.


Agosto de 1932

Con el tiempo surgirían discrepancias entre las dos creadoras que la llevarían a
abandonar la firma. Las diferencias de criterio con el amante de Chanel, el ilustrador

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Paul Iribe-inventor y diseñador del mueble moderno-, sería el detonante que la llevaría a
tomar la decisión: Y al cabo de cuatro años, por las intromisiones de Paul Iribe en
nuestra amistad, decidí dejar Chanel.
Había permanecido en la firma francesa desde 1930 a 1936. Se irá con 52
empleadas y con el príncipe Dimitri y su esposa. A continuación, todos ellos ingresarán
en la prestigiosa Casa Lucien Lélong, de donde marchará a los pocos meses.
Nada más abandonar Lélong, dirigirá las creaciones de la Maison Paquin, una
firma de gran reputación con sede en París, Londres y Buenos Aires. Así describe
Bertrand Meyer-Stabley su llegada a Paquin: 1936 es el año de la llegada a la casa
Paquin de una extravagante sudamericana, la costurera Ana de Pombo, que hasta
entonces se había ocupado de las relaciones públicas de Chanel…hace triunfar una
vena hispánica, inspirada en las costumbres regionales y en los retratos de Velázquez o
de Goya. Ella también dará, como Ana de España, recitales de danza.

Diseño de Ana de Pombo para Paquin. Vogue, 1940, foto de André Durst

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Hacia 1938 se casará civilmente con el uruguayo Fernando Capurro, del que se
divorciará en 1943. Así le describe Cayetana de Alba: …Ana vuelve a casarse, ahora
con Fernando Capurro, diplomático uruguayo, destinado en París, y que se distingue
también como escritor y pintor.
En el libro Historia de moda argentina, de Susana Saulquin, da cuenta de su
presencia al frente de la firma: En 1937, la directora de relaciones públicas de Paquin,
Ana de Pombo, contrató…
Se considera a Jeanne Paquin la pionera femenina en el ámbito del diseño y una
de las mujeres que más influyó en el desarrollo de la moda.
Será en esta época cuando Ana de Pombo ingenie un tejido que revolucionará el
mundo de la moda, creará el ciamono (fuente: Real Academia de la Historia), un tejido
precursor de la lycra que permitía adaptar el nuevo material al cuerpo femenino,
dándole gran movilidad. Así lo cuenta Bertrand Meyer-Stabley en su libro de 2013, 12
Costureras que han cambiado la historia: … inventa elementos sorprendentes que
moldean el cuerpo con bandas elásticas de terciopelo, el ciamono, envuelto en espiral.

Ana de Pombo trabajando en un modelo para la temporada de primavera/verano 1939.

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En la casa Paquin, Ana de Pombo haría sus diseños más españoles con multitud
de detalles característicos de su tierra-volantes, encajes, mantillas, peinetas…- que
entusiasmaron al mundo internacional de la moda. Sus diseños los acompañaba con
ideas atrevidas y originales, a través de cortes irregulares, que gustaron y sedujeron a la
sociedad parisina y a multitud de personalidades-duquesa de Windsor, Marlene
Dietrich, duquesa de Kent…- que se convirtieron en admiradoras del gran talento de la
santanderina.

Diseño de Ana de Pombo para Paquin. Verano 1937

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Diseño de Ana de Pombo para Paquin en el verano de 1937

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Vestido de Paquin diseñado por Ana de Pombo. Fotografía de Roger Schall publicada
en Vogue.

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1939. Diseño de Ana de Pombo con bolero para Paquin

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Diseños de Ana de Pombo para Paquin

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Diseño de Ana de Pombo

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Ana de Pombo fotografiada por Boris Lipnitzki, junio de 1939

Su triunfo mundial como diseñadora fue apoteósico; nadie había llegado tan alto
en tan poco tiempo en el mundo del diseño, y menos una mujer, pero aún habría de
sorprender y enamorar al mundo con otra de sus facetas artísticas, aquella que empezara
a practicar durante su niñez en La Cavada, el baile.

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Con los alemanes en París y la Casa Paquin desmantelada, Ana se traslada a
Madrid a formar mis ballets españoles y con ellos volveré a París. A su vuelta al
Madrid de la postguerra abrirá con gran éxito, en Claudio Coello esquina Hermosilla,
una casa de costura con el nombre de Ana de Pombo. Por unos oscuros motivos de
espionaje hubo de cerrar la casa. En 1945 regresará a París pero antes se consagrará
como bailarina, como Ana de España.
En sus memorias volverá a unir su nombre y su baile a La Cavada:
Si estaba en mi casa de campo no oía el mar Cantábrico, pero oía el ruido
inmenso del río Miera, que me daba, cuando estaba en calma, sensaciones románticas
de movimientos lentos. Pero si venía la riada, que se llevaba todo por delante, yo me
volvía loca queriendo imitar e interpretar aquellos ruidos, como tempestad en el
ambiente, como locura.
Siempre había sentido una pasión desmesurada por la danza y, al final de la
década de los treinta, se volcó en ella. En este ambiente se dio a conocer con el nombre
de Ana de España y en sus espectáculos incluía conciertos de castañuelas, siendo junto a
Manuela del Río y Laura de Santelmo la que dio curso a esta faceta artística. Se dedicó
al baile y a las castañuelas desde 1938 hasta 1943 con una gran variedad de repertorio,
interpretando con ellas a Schubert, Turina, Falla, Granados…
Con las ganancias obtenidas en Paquin, se decidió en 1939 a crear su propio
cuerpo de baile, una compañía que pervivirá durante cuatro años, hasta 1943.

Ana de España

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Bailó en multitud de escenarios internacionales-Champs Élysées, Herbetot…- y
nacionales-Teatro Español, de la Zarzuela, María Guerrero…- con gran éxito,
descubriendo al gran público lo que el maestro Granados viera en ella cuando siendo
una niña la puso a bailar. Con sus coreografías de baile español se erigió como una de
las más afamadas bailarinas de París, cuando esta era la capital cultural del mundo. Tras
la guerra mundial, Nueva York la arrebataría ese privilegio.
Recurramos de nuevo al prólogo de la duquesa de Alba: … ha estudiado con
Boris Kinassef, debuta en la Ópera de Lyon, con la gran cantante francesa Ninon
Vallin. Luego baila en París…

Ana con la famosa soprano francesa Ninon Vallin

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La crítica de Paris Soir después de una actuación no puede ser más expresiva: Con un
zapateado y giro de caderas, Ana de Pombo nos arrastra con su gracia turbulenta al
descubrimiento de una tierra instintiva, apasionada, anárquica y creyente. Con ella
penetramos en ese mundo de ensueño que ha inspirado a los poetas, pintores y músicos
de la Península y en el que los gozos del corazón se transforman en exaltación del
espíritu.

Ana de España

Fue memorable su actuación en el Festival de Granada de 1942, donde salió al


escenario vestida de gitana, con un llamativo traje negro, salpicado de grandes rosas
blancas, que había sido pintado por Ignacio Zuloaga.

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La danza siempre fue una de sus grandes pasiones, una expresión que recuerda
con sentimiento en su poema Danza mía:
¿Qué será de mí sin ti? Dos seres que estuvieron juntos por los gruesos
Caminos del bien y del mal.
¡Danza! ¡Danza mía!

Ilustración de Ana de Pombo en París (Bérard, 1937)

Alfonso Puig Claramunt, en su libro del año 1944, Ballet y bailes españoles, nos
habla de su faceta como bailarina: En el Teatro Español de Madrid se presentan los

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“Ballets de Ana de España”. Además de excreadora y exhibidora de modelos femeninos
en las casa Chanel y Paquin de París, Ana de España (Ana de Pombo) siente una
pasión…
Gregorio Marañón, con quien mantiene una gran amistad además de estar emparentados
por su madre, le escribe en una carta: Querida Anita: cada día mejor. Consuela y alegra
ver el arte español tan ennoblecido, tan lleno de señorío sin perder su alma popular.

Carta manuscrita de Gregorio Marañón a Ana de Pombo

De la importancia que Ana Caller tuvo en el devenir de la danza española da


buena cuenta la duquesa de Alba en el prólogo de su autobiografía. Con el alargamiento
de la segunda guerra mundial y ante la imposibilidad de llevar el ballet al extranjero las
posibilidades de sostenerlo se complican. Así lo explica la duquesa: Ana se arruina. Ha
dejado detrás de sí, no obstante, las bases de unas grandes creaciones: el Ballet
Español y los Festivales de Granada.
Así lo relata Ana en sus memorias: Yo creé el ballet español La idea se pone en
movimiento. Hay que formar una Asociación que oriente, apoye y fomente a escala
nacional e internacional el ballet español. Humildemente...
Un ballet de gran importancia y empaque, tal y como lo recoge el volumen de 14
de El libro Español: Es entonces cuando crea el Gran Ballet Español, con 60
bailarines…

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Ana de España con sus castañuelas

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Ana de Pombo, enfundada en negro, como le gustaba bailar en una foto de Ibáñez

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Al finalizar la contienda mundial, Ana regresará a Francia para comprobar-dice
la duquesa de Alba- con desolación que sus casas de París y Normandía han sido
destruidas. A su casa de Normandía la había bautizado como La Casuca.
Posteriormente, en 1946, con Perón recién elegido como presidente, se trasladará
a Argentina a continuar con su vida. En Buenos Aires fundará su propia marca de
costura, desvinculada de la casa Paquin, abriendo nuevos salones en París, Río de
Janeiro, Montevideo y Buenos Aires

1947. Ana de Pombo en la portada de una revista argentina

Una vez más su triunfo no se hizo esperar. En estos años su fama se extendería
por todo el continente americano, diseñando el vestuario para algunas películas y para
actrices como Dolores del Río, Lola Membrives o Zully Moreno.

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Así mismo, Evita Perón sería una de sus clientas más conocidas que confiaba
plenamente en su gusto. En su biografía da cuenta de la confianza que Evita tenía en sus
creaciones: Pienso que no tengo que decirle lo que usted tiene que hacerme-le dijo
Evita.
Así mismo, Juan José Sebreli, en su ensayo Comediantes y mártires, da cuenta
de la relación que mantenía con la esposa de Juan Domingo Perón: (Evita) antes de
viajar a Europa citó en la residencia presidencial a Ana de Pombo, que acudió con dos
costureras y un empleado cargado de cajas con vestidos. Evita se lo agradeció…
Para ver este periplo bonaerense, sigamos el relato de la duquesa de Alba: Al
cabo de un año de estancia en Buenos Aires se casa por tercera vez, ahora con Pablo
Olivera y en la iglesia del Pilar. Se casó un 27 de septiembre de 1947.

Pablo Olivera

Tras unos años de estancia en la capital argentina se trasladará en diciembre de


1949 con su marido, un joven arquitecto al que sacaba veintidós años, a Madrid. En la
capital abrirá, en el año 1950, Tebas, una tienda de antigüedades, decoración e
interiorismo con una gran vocación cultural. En ella organizaba coloquios a los que
acudían grandes personalidades de la época. Entre los clientes más conocidos estaban,
entre otros, el doctor Gregorio Marañón y el poeta Manuel Machado.

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Antonio, el bailarín, en sus Memorias de viva voz, recordara el establecimiento y
a su propietaria: Ana de Pombo, que tenía la tienda Tebas en la calle Claudio Coello.
También tenía un estudio donde tocaba los palillos y bailaba música clásica.
Manuel Mújica Laínez, el afamado autor bonaerense de Bomarzo, asevera lo
expuesto por Antonio: Ana de Pombo, casada con un compatriota nuestro y dueña de
una reputada casa de antigüedades, Tebas, en cuyo subsuelo hay un teatrillo, donde
Ana de Pombo, inventora de modas sensacionales, renovadora de la danza…
Después de unos años, en 1957, se verá obligada a cerrar Tebas por problemas
de financiación al haber dado buena cuenta de lo que había ganado hasta entonces.
Del impacto que Ana de Pombo causó en la intelectualidad española solo hay
que recurrir a algunos testimonios. Antonio D. Olano la denominó la Greta Garbo
española, César González Ruano dijo que se podría decir, sin miedo a la exageración,
que ella misma es una obra de arte y Ramón Gómez de la Serna describió sus
facultades artísticas al decir que su danza causa una impresión espiritual en los
espectadores.
En la Semana Santa de 1957 se trasladará con su marido hasta Marbella, donde
tendrá lugar su última etapa profesional. Hasta la ciudad acudirá cada verano su vieja
amiga Coco Chanel, que nunca dejaba de visitarla según relata en su biografía: ella
viene a verme cada verano que se llega por estas costas malagueñas de Marbella y
recordamos los viejos tiempos triunfales como si fuéramos generales en excedencia.
Ana abriría en Marbella la que se considera la primera boutique de moda de la
ciudad. Más tarde, abriría La Maroma, un salón al que acudían personalidades de lo más
relevantes, un lugar de encuentro donde charlaban ante los paneles de inspiración
flamenca creados por Jean Cocteau en el año 1961. Este diría de ella ese mismo año en
Paris-Soir que Ana de Pombo cree en las castañuelas como Andrés Segovia en su
guitarra.
Antonio D. Olano en su libro del año 1974, Guía secreta de la Costa del Sol,
hablaría de este local: Se llamó “La Maroma”. La decoró Jean Cocteau y hoy los
murales son propiedad de Ignacio Coca.
Así mismo, Antonio D. Olano hará referencia a su extravagancia en el vestir y a
los paneles de Cocteau: Llegó de París de la Francia, vistiendo los más raros atuendos,
por ella diseñados… Jean Cocteau era su amigo y en Marbella la visitó y le hizo el
regalo de sus murales, los dibujos del poeta…

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Ana de Pombo ante los paneles de Jean Cocteau

Será Fina de Calderón quien dé cuenta también de ese trabajo artístico y de su


destino cuando describe su encuentro con Jean Cocteau: Me entrevisté con él en
Marbella, en casa de Ana de Pombo, que tenía un mural pintado por el artista francés.
A su muerte lo adquirió Silvia Coca.
Ahora bien, será la propia Ana de Pombo en su biografía quien hablé de los
paneles que llegaron a sus manos en 1961: Son cuatro panansé-paneles- sobre madera
que le encargué yo y los pintó para mi segunda tienda de Marbella, “La Maroma”.
A finales de los sesenta, Ana tenía un establecimiento en la Plaza de los
Naranjos, el tercero que abrió en Marbella, con un sabor muy chic, combinando
grabados de Goya con elementos de hierro y cristal, donde atendía a una selecta
clientela entre las que figuraban, entre otras, Beatriz de Saboya, la duquesa de
Peñaranda y la de Alba. Allí acudían estrellas como Audrey Hepburn de la que

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recordaba que había comprado cuatro pamelas. Se había especializado por entonces en
el diseño de accesorios y sombreros, siendo su nombre y su figura un gran reclamo lo
que hizo que se hiciera con una gran clientela internacional. La cerraría en 1968 por mi
mala salud.

Ana de Pombo en una revista francesa en su época marbellí

Carta manuscrita de Jean Cocteau a Ana de Pombo

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Ana de Pombo en Marbella (1962) con Jean Cocteau y el alcalde marbellí

La revista Blanco y Negro, en 1973, recordaba y loaba su figura: Ana de Pombo,


gran dama en un mundo de aristócratas, vive en la “Huerta de los Olivos”, entre sus
cuadros, libros y columnas fenicias. Sacerdotisa de la Costa del Sol… Su dueña es una
fuera de serie: pianista, personaje en la alta costura internacional, bailarina, poeta,
gran dama... Ana de Pombo, la loca Ana como la llamaba González Ruano, fue la niña
mimada de París durante treinta años.
Así es como quiso llamar a su última casa en Marbella, Huerta de los Olivos.

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Esta etapa marbellí, así la describe la duquesa de Alba: Ahora la tenemos en
Marbella, con su boutique especializada en sombreros, elegante y animosa, como
siempre, almacén de recuerdos de cuanto va de siglo, sin apearse nunca de su caballo
de batalla. Esta es Ana de Pombo.

Ana de Pombo en Marbella con Luis Escobar

Ana de Pombo con Orson Welles en Marbella

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Ana de Pombo

Será en la ciudad marbellí donde se despierte su afición poética. Comenzará a


escribir publicando algún libro de poesía. Quizás la entendiese como refugio o
consuelo; la muerte de su hijo Álvaro durante la guerra y la posterior de su hijo Cayo,
en diciembre de 1964, sin duda la marcaron gravemente. A ello se unió lo que calificó
como una calumnia urdida sobre ella que nunca quiso revelar y de la que tan solo dijo
que la alejó de su familia y de su hijo mayor, cuando aún vivía: Una gran calumnia vino
a borrar el sueño de mi vida. La noche oscura cayó sobre mí; me deshizo la obra de
una vida entera… Mis hermanas queridas la creyeron, mi único hijo viviente, Cayito, la
creyó. Todos se taparon los ojos, me volvieron la espalda y se fueron por un camino sin
retorno.
Tal vez, estas mordeduras interiores fueran las que la llevasen hacia la poesía.
Escribió tres libros de poemas, 37 poemas (1957), A tu puerta (1960), este
último prologado por César González Ruano y La última luz (1978). A ellos, hay que

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añadir su propia biografía que lleva por título Mi última condena (1971) y que fue
prologada por la duquesa de Alba.

Ana de Pombo, con Gafas, con la duquesa de Alba

Ana de Pombo con César González Ruano

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Ana de Pombo. Porta de uno de sus libros

Portadas de dos de sus libros

Firma autógrafa de Ana de Pombo

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Recreación de Juan Francisco Quevedo de la portada del libro “37 poemas”

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De su primer libro, 37 poemas, se editaron 500 ejemplares, estando numerados
los 50 primeros. El libro se abre con el poema dedicado a su hijo Álvaro. La portada es
un dibujo de Agustín Hernández, que representa a una bailarina.
Quizás una manera perfecta para definirla la encontremos en sus propias
palabras, las que dejó escritas sobre sí misma en su poema Los Saltimbanquis:
Yo también soy la loca, la tonta, la saltimbanqui.
En el prólogo de su libro A tu puerta, César González Ruano dirá:
Pocos seres habrán asistido a tanto acontecimiento, habrán tenido las llaves de
tantas cajas de Pandora, de tantas torres de Barba Azul. Un desfile de reyes y de
príncipes, de intelectuales, de artistas famosos o de aventureros excepcionales, alzan en
la plaza mayor de su memoria… En este carrousel mágico estuvo la niña Ana. La loca
Ana, con una rosa en la mano.
Su etapa profesional terminaría en la ciudad marbellí donde, tras ponerse
enferma, sería ingresada en la residencia madrileña de ancianos Santo Duque de Gandía.
Fallecería el 14 de diciembre de 1980.

Esquela de Ana de Pombo

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Al morir, dejó constancia de querer descansar en el cementerio palentino de
Ampudia de Campos, junto a la tumba de su hijo mayor Cayo Pombo Caller y junto a su
tercer marido Pablo Olivares. Y así se hizo, tal y como lo deja escrito en sus memorias:
Mi hijo descansa en el panteón familiar de Ampudia, junto al templo milenario de arte
y a la sombra del castillo templario, que fue mucha historia de España. Allí quiero
junto a mi hijo Cayito, aunque lejos de la catedral de Santander, donde descansa mi
otro ser querido, llegar un día y descansar para siempre. Allí mismo, también está
enterrado el que fuera su gran amor, Pablo Olivera, que falleció en Marbella, víctima de
un ataque cardíaco, el 14 de junio de 1975. Le sobrevivió cinco años antes de ser
trasladada al panteón familiar de Ampudia. Nadie se ocupó de grabar sobre la lápida
una simple inscripción con su nombre.

Panteón de los Pombo en Ampudia

Estas palabras, las que pusiera Ana de Pombo a la muerte de su hijo Cayo, son
las que aparecen sobre la lápida:
Aquí yace Cayo Pombo Caller. Que tu sacrificio arrastre a muchos hacia el
camino de la verdad, la justicia y el amor con fe, esperanza y caridad. Descansa en
paz, Cayito, yo, tu madre, Ana Caller de Donesteve, Pablo Olivera, Joan Campbel,
Teresa y Pedro Castrillo pedimos a Dios, por intermedio de Nuestra Señora de
Alconada, para que así sea. El 30 de diciembre de 1964.

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Con su muerte se va una de las mujeres más destacadas en el panorama nacional
e internacional de mediados del siglo XX, una mujer que dotada de un talento inmenso
destacó en todo aquello a lo que se acercó, una mujer que fue respetada y mimada por
las personalidades intelectuales, artísticas y sociales más importantes del momento. Una
mujer que desde La Cavada, provista de un genio excepcional y una personalidad de lo
más atrayente, llegó a la cúspide del glamour.
Quizás cuando escribiera su poema Niña Loca estuviera pensando en su pueblo,
en La Cavada, al que siempre llevó pegado a sus entrañas:

Niña loca, que estás sentada junto al río…,


Que bailas con las aguas frías del río mío,
Que gritas y te reflejas en las aguas, que corren entre
Piedras azules y orillas verdes.
Niña loca, que reflejas en el río tu carita marchita y sucia,
Tu figura de pájaro caído,
Que olvidaron tus padres al abandonar el nido.
Niña loca, que piensas en las aguas que corren,
Que te llevarán arrastrándote si no te detienes,
No juegues con las aguas que corren,
Que si viene la riada se volverán turbias y sucias, no verás
el fondo.
Niña loca,
Vuelve a tu casa;
Corre, acuéstate en tu manta amarilla y negra;
Juega con tus sueños.
No esperes que venga nadie.
Corre; pero no cerca del río,
Que te caerás y rodarás como una piedrecita más y llegarás al mar.
Allí no tendrás praderas verdes.
Tendrás inmensidades y un mundo que no es para ti,
Pájaro extraño, triste y caído.
Quédate, quédate.
Quédate a la orilla de mi pequeño río, con piedras azules
y laderas verdes.

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Su recuerdo aún flota sobre las piedras del Miera y su reflejo permanece en sus
aguas.

Juan Francisco Quevedo

Ana de Pombo

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