Participación Política de Las Mujeres y La Paridad en México. ANNA MARÍA FERNÁNDEZ PONCELA.

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Anna María Fernández Poncela. “Participación política de las mujeres y la paridad en México”, Revista CoPaLa.

Año 4, Número 7, enero-


junio 2019. Pp. 79-95. ISSN: 2500-8870. Disponible en: http://www.revistacopala.com/

Participación política de las mujeres y la paridad en


México
Women’s political participation and parity in Mexico

Anna María Fernández Poncela

Resumen
El objetivo de este texto es un acercamiento descriptivo, histórico y general en torno al proceso de
ingreso y aumento de las mujeres en la participación política, en los espacios de poder y decisión,
llegando a la paridad. Se presenta también el estudio del caso de México, de manera particular.

Palabras clave: Mujeres, participación política, paridad, México

Abstract
The objective of this text is a descriptive, historical and general around the process of income and
increase in women in political participation, in the spaces of power and approach decision, and the parity.
Present also the study of the case of Mexico, in particular.

Keyworks: Women, political participation, parity, Mexico.

Recibido: 19/agosto/2018
Aprobado: 20/septiembre/2018
Anna María Fernández Poncela. “Participación política de las mujeres y la paridad en México”, Revista CoPaLa. Año 4, Número 7, enero-
junio 2019. Pp. 79-95. ISSN: 2500-8870. Disponible en: http://www.revistacopala.com/

Introducción
En este texto se realiza una reflexión general en torno al concepto y aplicación de la Paridad política en
México hoy, una tendencia que poco a poco se inserta en diferentes países del mundo y en América
Latina. Para ello y como contexto se introduce la revisión de las recomendaciones internacionales y el
estado de la cuestión de los debates generales; el paso por las medidas de acción afirmativa o cuotas y
la paridad política reciente. El texto se centra en esta última, desde el argumento teórico, pasando por la
legislación práctica, así como, su incidencia y resultados en la realidad social de México. El tema es
relevante por ser una política en auge internacional, y la importancia de conocer la evolución histórica
y la polémica.

¿Cómo surge la paridad? Y ¿Qué pretende? son algunas de las cosas que se responden en estas páginas,
aportando el estudio del caso mexicano.

Participación política
“El ejercicio del derecho a la participación política tiene tres manifestaciones sustanciales: el derecho a
votar y a ser elegido o elegida; el derecho de toda persona a participar en la dirección de los asuntos
públicos, y el derecho a tener acceso a la función pública” (Torres, 2010, p.230).

La participación política moderna se origina en el liberalismo (siglo XVIII), con la democracia


restringida de la época. Cuestiones, tales como, el sufragio universal o la igualdad del voto –que hoy se
dan por hechas- datan de la lucha que tuvo lugar en Estados Unidos y Europa entre en los siglos XIX y
XX. Lo más conocido es el sufragismo asociado al voto, pero las reivindicaciones de las mujeres iban
encaminados a obtener educación, derecho a la propiedad, etc.

Las mujeres tienen una larga historia de lucha por la participación política femenina, como en el caso
concreto del voto.

El derecho al voto de la población femenina data del siglo XX…Las mujeres iniciaron su
demanda…no mucho después de que éste se hiciera extensivo a los hombres, y es a partir de
la segunda mitad del siglo XIX, cuando las sufragistas realizaron serios intentos…para que
el sufragio universal pudiera realmente llamarse de ese modo…Las primeras voces sobre la
relación entre las mujeres y la política llegan con rumores de Ilustración e incipientes
sentimientos de justicia social a finales del siglo XVIII, al compás de la Revolución Francesa
y la nueva concepción política del mundo de los pensadores liberales. El feminismo como
fenómeno ilustrado, realiza sus primeras reivindicaciones teóricas en nombre de la razón y
su universalidad; sin embargo, la Ilustración no cumple sus promesas…la mujer sigue siendo
parte de la naturaleza y así es como se justifica su subordinación, confinándola al ámbito
doméstico y concebida como propiedad (Fernández Poncela, 1999, p.20).

El feminismo -en su básica definición: la igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres-
tiene sus raíces, en la racionalización y universalización de los principios ilustrados -libertad e igualdad-
(Amorós 1985). Feminismo, liberalismo y democracia comparten un origen común, surgen todos cuando
se expande la idea de que por naturaleza todos los individuos son libres e iguales y cuando ésta cobra
fuerza como teoría universal de organización social (Pateman, 1990b). Según el pensamiento liberal
todos los seres humanos son racionales y con valor intrínseco, la sociedad debería darles toda la libertad
para desarrollar al máximo sus capacidades, y todos los individuos son iguales. Sin embargo, los
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derechos son derechos básicamente públicos y las mujeres están circunscritas tradicionalmente a “la
esfera de la mujer”, propiedad del hombre (Dietz, 1990). La constitución de la mujer como sujeto político
puede decirse que comienza con la Revolución Francesa (Falcón, 1992); aunque la misma revolución
guillotinó la palabra pública de las mujeres (Marx, 1992). El feminismo es heredero directo de los
conceptos ilustrados, él mismo es un movimiento ilustrado (Valcárcel, 1997).

La democracia parlamentaria representativa occidental ha heredado del liberalismo concepciones


básicas androcéntricas y masculinas (Pateman, 1990a), las mujeres aún no han sido plenamente
incluidas. Desde algunas concepciones feministas se subraya que en la ciudadanía patriarcal se excluyen
los atributos, especificidades y capacidades de las mujeres como posibles forjadoras de la ciudadanía,
son ciudadanas de segunda categoría en este enfoque constituido a imagen y semejanza del hombre,
cuyo modelo masculino es racional, virtuoso y viril (Moreno, 1988; Pateman, 1990b; Mouffe, 1993).
Calificadas de hombres menores (Pateman, 1988, 1990a), tienen una ciudadanía imperfecta y su
identidad está fragmentada (Ardaya, 1994).

El problema de la participación política femenina se basa en la discriminación y falta de igualdad,


Las conductas discriminatorias se sustentan en valoraciones negativas … en la existencia de
una percepción social que tiene como característica el desprestigio considerable de una
persona o grupo de personas ante los ojos de otras…una relación de poder en la cual está
presente una concepción de superioridad-inferioridad (Barreiro y Torres, 2009, p.27).

Por su parte, la igualdad se define a partir de la justicia y


Igualdad es equivalencia o tener el mismo valor en el sentimiento de no ser considerado ni
por debajo ni por encima del otro… posibilidad de emitir una voz que sea escuchada y
considerada como portadora de significado, goce y credibilidad (Santa Cruz cit. Barreiro y
Torres, 2009, p.29).

No olvidemos que la igualdad es parte intrínseca de la democracia (Sartori, 1989), y un componente


inseparable de la ciudadanía (Marshall y Bottomore, 1998). Desde la academia hay discusión sobre el
tema, que aquí vamos a cerrar con objeto de pasar a revisar los acuerdos y recomendaciones
internacionales de los últimos años sobre la participación política femenina.

Recomendaciones internacionales
Conferencias y documentos han abogado por la equidad de género en todos los ámbitos y en concreto
en el político, apuntamos a continuación algunos de ellos. Como antecedentes está la Convención de los
Derechos Políticos de la Mujer de Naciones unidas (1953) donde ya se habla de igualdad y el derecho a
votar y a ser elegibles y ocupar cargos. También el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
(1976), donde se reitera la igualdad de derechos civiles y políticos, así como el derecho a participar en
asuntos públicos, ser votados, y acceso a funciones públicas.

La “Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer”


(CEDAW) de las Naciones Unidas (ONU, 1979), es quizás uno de los más importantes. Producto de un
trabajo, reflexión y acuerdos que vienen desde la Comisión Jurídica y Social de la Mujer del Consejo
Económico y Social de Naciones Unidas (1946), tiene sus antecedentes en declaraciones anteriores, pero
inicia su elaboración a partir de la “Conferencia Internacional” que tuvo lugar en México (1975). El
objetivo es lo que su nombre indica. Define la igualdad y propone cómo alcanzarla. Se centra en derechos
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civiles y la condición jurídica y social de la mujer, entre otros temas, como los factores culturales en las
relaciones entre los sexos. En concreto en el ámbito político y en el artículo 7:
Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas para eliminar la discriminación
contra la mujer en la vida política y pública del país y, en particular, garantizarán a las
mujeres…el derecho a:
a) Votar en todas las elecciones y referéndums públicos y ser elegibles para todos los
organismos cuyos miembros sean objeto de elecciones públicas;
b) Participar en la formulación de las políticas gubernamentales y en la ejecución de éstas, y
ocupar cargos públicos y ejercer todas las funciones públicas en todos los planos
gubernamentales;
c) Participar en organizaciones y en asociaciones no gubernamentales que se ocupen de la
vida pública y política del país (ONU, 1979).

Antes en el artículo 3 y 4 aparecen cuestiones relativas a medidas legislativas para garantizar la igualdad
y potenciar la participación de las mujeres:

Los Estados Partes tomarán en todas las esferas…todas las medidas apropiadas…para asegurar el pleno
desarrollo y adelanto de la mujer, con el objeto de garantizarle el ejercicio y el goce de los derechos
humanos y las libertades…

1. La adopción por los Estados Partes de medidas especiales de carácter temporal encaminadas a acelerar
la igualdad de facto entre el hombre y la mujer no se considerará discriminación en la forma definida en
la presente Convención…estas medidas cesarán cuando se hayan alcanzado los objetivos de igualdad
(ONU, 1979).

En la IV “Conferencia Mundial de la Mujer” de Beijing (1995) se reafirmaron los derechos de las


mujeres, el disfrute pleno de la vida, las libertades fundamentales y las condiciones de igualdad. En la
“Plataforma para la Acción” se remarcaron objetivos con relación a la participación política. De hecho,
en un apartado habla de “La mujer en el ejercicio del poder y la adopción de decisiones” que reivindica
la participación equitativa de las mujeres en la política, así como la inclusión de sus intereses en la toma
de decisiones. En concreto se hace una llamada a los gobiernos en el punto G 192 que dice a la letra:

Adoptar medidas positivas para construir una masa crítica de mujeres dirigentes, ejecutivos
y gerentes en posiciones de toma de decisiones… Crear o fortalecer, como mecanismos
apropiados, para supervisar el acceso de la mujer a los niveles superiores de adopción de
decisiones (ONU, 1995).

Por otra parte “Los objetivos de Desarrollo del Milenio” especifican “Promover la igualdad entre los
sexos y el empoderamiento de la mujer” y procurar una participación plena y efectiva en igualdad de
oportunidades de liderazgo y toma de decisiones (ONU 2000). Más recientemente, la “Agenda 2030”
con los objetivos del desarrollo sostenible incluye la igualdad entre los géneros y la participación plena
y efectiva en la vida política, económica y pública (PNUD, 2015).

Tras estos reconocimientos y recomendaciones internacionales, se formulan y desarrollan políticas y


legislaciones, no sin cierta polémica que aquí se recoge brevemente.
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Debates generales
Para empezar, hay obstáculos socioeconómicos y materiales -escasez de medios, recursos y sobrecarga
de trabajo que las mujeres enfrentan en mayor medida que los hombres-; limitaciones ideológicas y
culturales -creencias, valores, estereotipos, roles, etc.- de las mujeres y de la sociedad; finalmente, las
dificultades psicológicas y afectivas en el sentido de su desarrollo personal -ideas, sentimientos, baja
autoestima- todo ello en su contexto cultural (Fernández Poncela, 1995). Estudios, obras y autoras
apuntan a los problemas políticos, socioeconómicos, ideológicos y psicológicos de diversa índole
(Shvedova, 2002), las barreras para acceder al poder (Buvinic y Roza, 2004) y las específicas para la
selección de mujeres en candidaturas (Matland, 2002).

Dos son los aspectos principales, por un lado, los problemas por las características propias del sistema
político con un “techo de cristal” a la participación femenina, una limitante exógena que se relaciona
con el funcionamiento de los partidos políticos y el sistema en su conjunto. Por otro lado, la falta de
iniciativa por parte de las mujeres en postularse y ocupar cargos, lo que se ha dado en llamar “el piso
engomado” o “techo de cemento” (Heller, 2004). En este mismo sentido ya se habían esbozado los
conceptos de “círculo excluyente” y el “círculo vicioso” (Garretón, 1990). Por otra parte, en el espacio
político las mujeres reciben más señalamientos y críticas que los hombres; así como, se les exigen más
cosas, como grados académicos, títulos, experiencia, capacidad; además, suelen contar con menos redes
de apoyo en sus partidos o instituciones; mayor falta de financiamiento (Fernández Poncela, 1999).

Frente a esta situación de desventaja se elaboraron diferentes estrategias de acción política: las retóricas,
acción positiva y discriminación positiva (Fernández Poncela, 2003), en las últimas están las cuotas. Se
originan en los países europeos llegando a América Latina en 1991 con la Ley de Cupos en Argentina.
Son medidas con la intención de corregir estereotipos y prejuicios de instituciones y personas (Young,
1996), toda vez que concientizar sobre los derechos de las mujeres.

Las cuotas de género…son una forma de acción positiva cuyo objetivo es garantizar la
efectiva integración de mujeres en cargos electivos de decisión de los partidos políticos y del
Estado. Es una medida de carácter compulsivo, que obliga a incorporar mujeres en listas de
candidaturas o en listas de resultados electorales, y transitorio, puesto que supone una
vigencia sujeta a la superación de los obstáculos que impiden una adecuada representación
de mujeres en los espacios de poder y representación política (Barreiro y Soto, 2000, p.1).

Aquí se introduce el debate sobre la representación descriptiva -el número- y sustantiva -los temas-
(Pitkin, 1985), pues la mayor presencia no equivale a cambios en los estilos y concepción de la política,
ni siguiera en la asunción de políticas favorables, acordes con los intereses de género y las necesidades
específicas de las mujeres (Moser, 1991). No obstante, se esgrime la “política de la presencia”
(Mansbridge, 1999; Phillips, 1995) que va más allá de la cantidad, constituye el actuar político en el
sentido de la “masa crítica” -calculada alrededor de 30 y 40%-, lo cual se encamina a generar cierto
impacto en cuanto a la representación de temas de interés y preocupación para las mujeres (Thomas,
1994; Stevenson, 1999). Se ha comprobado que el número sí ha tenido incidencia en el sentido de abordar
temáticas y focalizar intereses, como los derechos o la violencia, así como, la creación de alianzas
interpartidistas presionando a los hombres a lo interno de las formaciones políticas y a lo externo
posicionando temas, reformas legislativas y políticas públicas (Htun, 2002; Buvinic y Roza, 2004;
Guzmán y Moreno, 2007).
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Otro asunto que ha conllevado las cuotas es la valoración simbólica más positiva de las mujeres, mostrar
un nuevo modelo social para las nuevas generaciones y toda la sociedad, ver a mujeres en puestos de
responsabilidad y normalizar tal imagen. En palabras de Jaqueline Peschard:

…han tenido un importante efecto simbólico porque ha venido sensibilizando a la población


sobre el problema de la inequidad, así como de la situación de la mujer y de los problemas
que enfrenta. Igualmente, el debate en torno a la adopción de cuotas ha permitido que se
vaya creando el hábito de pensar en las mujeres como profesional y políticamente capaces
de ocupar cargos de responsabilidad pública (Peschard, 2002, p.183).

La ciudadanía se completa y la opinión pública se sensibiliza, además de señalar nuevos modelos de


liderazgo político.

En cuanto a la polémica concreta de las cuotas, la resumiremos a continuación como precedente de la


paridad, pues esta última se expande por los países donde con anterioridad éstas eran las encargadas de
fomentar la participación política femenina. Existen dos posicionamientos, por un lado, la aceptación
social en general que fue en crecimiento, por otro, la resistencia que no se eliminó pero sí se redujo, y
básicamente ésta debida no por motivos de considerar su incapacidad, sino por razones de competencia
ante los hombres o algunos hombres de los partidos políticos, como investigaciones han comprobado
(Fernández Poncela, 1997, 1999, 2003; (www.parlamento.gub.uy, 2008; IDEA, 2008; Garcés 2008;
Fernández Ramil, 2008; Urrutia Sierra, 2009). En los estudios se reitera cómo las mujeres y la sociedad
en su conjunto parecen cada día más favorables a la presencia política femenina, por lo que los partidos
han sido durante mucho tiempo los más resistentes en la materia (Htun, 2002; Guzmán y Moreno, 2007;
Archeti y Tula, 2009; Fernández Poncela, 2014, 2015a). Hubo, eso sí, argumentos a favor -compensan
no discriminan, derecho a la equidad, mujeres necesarias para vida política, son capaces, visibilizan
inequidad- y en contra -contradicen principio de igualdad de oportunidades, antidemocráticas, contra la
meritocracia, conflictos partidistas, son políticamente correctas-.

Junto a la anterior discusión y en paralelo, tuvo lugar la polémica sobre la ineficacia de las cuotas, en el
sentido de los obstáculos que éstas tienen que vencer para su aplicación satisfactoria. En el caso de
México y del continente latinoamericano, se afirma que la falta de obligatoriedad y sanciones, no
claridad en normas y su interpretación, los tipos de sistemas electorales, la falta de mandato en cuanto
al lugar en la lista, la designación en lugares sin posibilidades de triunfo, la inequidad de los recursos
son algunos de los obstáculos que persistieron (Peschard, 2002; Htun y Jones, 2002; Huerta y Magar,
2006). Se requeriría de reformas legislativas y judiciales, como en el caso de México, que se dieron a lo
largo de más de dos décadas para reglamentar la efectividad real, no obstante, en 2014 se aprueba la
paridad, a la que a continuación nos referiremos.

Para apuntar algunas cifras sobre cuotas, diremos que entre 1991 y 2008, por ejemplo, una docena de
países instituyeron legislaciones con cuotas en el legislativo, éstas iban del 20 al 40%, y la presencia de
mujeres creció (www.ipu.org 2011) cuantitativamente, y sus temas y miradas se fueron introduciendo
en la agenda pública.

Un acercamiento a la paridad
Origen: ¿dónde, ¿cuándo, cómo surge y qué pretende? En la Cumbre Europea “Mujeres en el Poder” en
Atenas (1992)’, tuvo lugar una discusión sobre la discriminación de las mujeres en los espacios de poder,
y la reivindicación de la igualdad, plasmada en la denominada “Declaración de Atenas”, que reivindica
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la paridad como parte de una democracia duradera, verdadera y justa. Parte también, de igualdad formal
y real, como derecho fundamental del ser humano, con objeto de lograr un equitativo equilibrio de
poderes entre ambos sexos.

La democracia paritaria propone que tanto mujeres como hombres pueden contribuir plenamente a la
sociedad…deberían participar ambos en el procedimiento de toma de decisiones…cuyo objetivo último
sería alcanzar el 50% para cada uno de los sexos. La democracia paritaria implica también un reparto
genuino de las responsabilidades familiares entre hombres y mujeres, y la conciliación de la vida familiar
y profesional (Parlamento Europeo, 1997, p.20).

La paridad inicialmente es el poder compartido en todos los espacios, y para el caso de la política
representa la igualdad formal y real, una participación equilibrada en la toma de decisiones desde la
igualdad de derechos y oportunidades. No solo aumento numérico, sino cambio cualitativo en el ámbito
político y la cultura política, por un mundo más justo y equilibrado.

La igualdad se define a partir de un criterio de justicia, un pacto o convención social que reconoce iguales
a los diferentes -sexos, etnias, clases, etc.-, un valor que reconoce la diversidad. “Como expresa Rawls,
somos “igualmente desiguales” o en palabras de Ferrajoli, la igualdad sustantiva no es otra cosa que la
idéntica titularidad y garantía de los mismos derechos fundamentales” (Torres, 2010, p.227). Los
derechos humanos de las mujeres significan tener las mismas oportunidades que los hombres, tratadas y
reconocidas como iguales. “El derecho a tener derechos -como sostiene Hanna Arendt- o los derechos
de las humanas -como reivindica el movimiento feminista- “(Torres, 2010, p.227).

Como dice la Declaración de Atenas sobre “la democracia paritaria”, hay que “lograr transformaciones
reales que vayan más allá del reconocimiento formal de derechos que, en la práctica, no logran ser
ejercidos por las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres” (Llanos, 2013, p.19). Pese a la
discusión sobre meritocracia, coartar la libertad de los partidos, lo antidemocrático de la medida, entre
otros argumentos, siguió adelante. Todo ello a pesar incluso de que otros sectores sociales permanecen
excluidos, y la crítica desde el culturalismo (Bird ocit. Archenty y Tula, 2014a), además de la acusación
de esencialismo y homogenización femenina (Marques-Pereira, 2001).

Se trata de un “nuevo contrato social” entre hombres y mujeres (Cobos cit. Llanos, 2013), y al mismo
tiempo una “concepción nueva de la aplicación de la democracia” (Sierra cit. Llanos, 2013), en el sentido
de enriquecerla y completarla, haciendo que sea realmente universal en cuanto a derechos se refiere. Eso
sí, no se trata, como en el caso de las cuotas, de una medida temporal y transitoria, es definitiva, inspirada
en el derecho universal a la igualdad (Marqués-Pereira, 2001). Una igualdad, repetimos, sustantiva,
efectiva y real.

En 1993 se realiza la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos y se llegó por consensó a que
los derechos humanos de la mujer y la niña, son parte inalienable e indivisible de los derechos
humanos de las mujeres y, que la plena participación de las mujeres en condiciones de
igualdad -en la vida política, económica, social y cultural- y la erradicación de todas las
formas de discriminación basadas en el sexo, son objetivos prioritarios (Torres, 2010, p.229).

En 1995 en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer de Beijing, y como ya se mencionó con


anterioridad, también se habló de igualdad y equilibrio de participación, toma de decisiones, y de
paridad. Con posterioridad varios acuerdos redundan en el asunto.
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Panorama mundial y latinoamericano


A partir de los años 90 en varios países, como Francia y España, se reivindicó y obtuvo la paridad. En
el primer caso, por ejemplo, Agancinski (cit. Lamas, s.f.) apunta que la paridad contiene dos ideas, una
es la diferencia entre sexos sin jerarquización, y otra es el reconocimiento democrático que la
responsabilidad pública es por igual de hombres y de mujeres. Las mujeres excluidas del poder por su
categoría cultural e histórica distinta precisan una inclusión ex profeso, así se refleja en la representación
política la doble manera de ser humano, y el abordaje de la agencia política. En este país se reforma la
Constitución (2000) con la Ley de Paridad, defendida desde el criterio de justicia, cuestiones prácticas,
parte de la democracia, considerada “superación cualitativa con respecto a las cuotas, en la medida que
no confronta con el universalismo republicano, sino que lo reemplaza por un nuevo universal con dos
géneros” (Archenty y Tula, 2014, p.48).

En el caso de América Latina tuvo lugar el “Consenso de Quito” en la X Conferencia Regional de


Mujeres de América Latina y El Caribe (2007), donde se dice

Desarrollar políticas electorales…que conduzcan a los partidos políticos a incorporar las


agendas de las mujeres en su diversidad, el enfoque de género en sus contenidos, acciones y
estatutos y la participación igualitaria, el empoderamiento y el liderazgo de las mujeres, con
el fin de consolidar la paridad de género como política de Estado (CEPAL, 2007, p.5).

En el mismo sentido de lo dicho, aumentar el número de mujeres y sus valores, capacidades, enfoque y
contenido de género, con objeto de desarrollar una democracia inclusiva e incluyente, donde el ejercicio
del poder y la toma de decisiones se compartan. La paridad se considera propulsora de la democracia al
garantizar la igualdad en el ejercicio del poder en la política, la familia, las relaciones sociales,
económicas, políticas y culturales. Se propugnan las medidas y mecanismos necesarios para garantizar
la paridad institucional en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, con la implementación de
reformas y cambios legislativos, entre otras cosas. Eso sí, se habla de fortalecer la democracia
participativa y la inclusión igualitaria haciendo énfasis en la pluralidad y multiculturalidad de las mujeres
en el continente.

En la XI Conferencia de la Mujer de América Latina y El Caribe se vuelve a hablar de paridad como


necesaria, meta de la democracia en la región, y se plasma en el “Consenso de Brasilia” (2009) (Archenty
y Tula, 2014b). Se señala que la exclusión estructural afecta a las mujeres de los pueblos indígenas, las
afrodescendientes y las que padecen alguna discapacidad, de manera especial (CEPAL, 2010).

Hoy, varios países europeos, tales como Francia (2000), Bélgica (2002), España (2007) que tienen por
ley la Paridad. En América Latina están los casos de Ecuador (2008), Bolivia (2009), Costa Rica (2009),
Nicaragua (2012). En los dos primeros latinoamericanos es de carácter constitucional, y los otros dos,
según normativa de la legislación electoral; además los tres primeros transitaron por un régimen de
cuotas, cosa que no pasó en el último. Veamos ahora con más detenimiento el caso mexicano.

México ¿Cómo llega y cómo funciona?


En México el sufragio se consigue en 1953, tras un reclamo histórico desde el siglo XIX, pasando por
la Revolución Mexicana a inicios del XX, así como, una reivindicación por parte de varios grupos
importantes en los años 30 de esa centuria. En la actualidad la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos, tiene dos artículos, el 1° y el 4to, reformados, que reconocen la igualdad de hombres
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y mujeres, según derechos de la carta magna y tratados internacionales. Por su parte, en el artículo 41
queda explícita la paridad (Diario Oficial, 2014a).

La Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, en su artículo 2 establece la libertad e


igualdad de condiciones de las personas, y en el artículo 9 se dice que ha de haber una participación
efectiva en la vida política, desde el derecho al voto a la elegibilidad y puestos públicos (Diario Oficial,
2014b). La Ley General para la Igualdad entre Mujeres y Hombres (2007), también reafirma la igualdad
y la importancia de la participación y representación política equilibrada (INMUJERES, 2007).

En cuanto a las cuotas, son o fueron consideradas medidas transitorias con objeto de equiparar la
participación de hombres y mujeres en los espacios de poder y de toma de decisiones. En México
aparecen en escena con una reforma del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales
(COFIPE) en 1993, en esa ocasión se pide a los partidos políticos que “promuevan” una mayor
participación política de las mujeres y su postulación a puestos de elección popular (IFE, 1996). Otra
reforma en 1996 sobre el COFIPE añadió a lo anterior la consideración que las candidaturas a diputados
y senadores por el principio de mayoría relativa y por el de representación proporcional no excedan el
70% para un mismo género, lo cual significa en la práctica que por lo menos ha de haber 30% de uno de
ellos (IFE, 1999). Otro cambio en la legislación electoral tuvo lugar en el año 2002, en la cual se
ahondaba en lo anterior en el sentido que en ningún caso se incluirán más del 70% de candidatos
propietarios de un mismo género, y se añade que en los tres primeros segmentos de las listas habrá un
candidato de distinto género, las llamadas “listas cremallera”. No obstante, había la excepción para
aquellas fuerzas políticas cuyas candidaturas eran resultado de elección directa (IFE, 2003). En 2008 se
realiza un nuevo cambio donde aparece la frase de que “los partidos políticos procurarán la paridad de
género” y la cuota se pasa de 30 a 40% en las candidaturas a propietarios, las listas se dividen en
segmentos de cinco y en ellas ha de haber dos candidaturas de distinto género, aunque se mantiene la
excepcionalidad anterior en cuanto la elección interna del partido (IFE, 2009).

Como resultado de todo este proceso de introducción legal y aplicación práctica de las cuotas se han de
señalar dos cuestiones. En primer lugar, sí hubo un aumento notable de mujeres en las candidaturas, por
ejemplo, de 25% de mujeres candidatas para la Cámara de Diputados en 1991 a 45.55% dos décadas
después en 2012, y de 15% de candidaturas femeninas para la Cámara de Senadores en 1991 a 44.97%
en el año 2012. Sin embargo, esto no siempre se correspondía con los resultados electorales, por ejemplo,
en 1991 en la LV Legislatura había 8.4% de mujeres y en 2012 en la legislatura LXII había 37.4%, lo
cual representa un gran aumento que es justo reconocer, no obstante, la asintonía entre el porcentaje de
candidatas y elegidas para la Cámara Baja. Por su parte, en el Histórico Senado de la República en 1991
la presencia femenina era de 3% y en 2012 había 32.8%, de nuevo un notable incremento, pero igual
siempre el porcentaje de mujeres electas es menor al de las candidatas en alrededor de 10% (Fernández
Poncela, 2015b).

El caso es que tras diversos problemas y a raíz de los subterfugios que los partidos empleaban con objeto
de cumplir aparentemente, pero mantener el subregistro femenino en sus candidaturas, mujeres en
distritos perdedores, hombres encabezando listas, mujeres que renunciaban tras ser electas a favor de un
suplente hombre, como el famoso caso de las Juanitas en 2009-, en 2011 un grupo de mujeres presentó
una demanda ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF). La sentencia del
mismo SUP-JDC-12624/2011 (http://200.23.107.66/siscon/gateway.dl/nSentencias/nSuperior), también
llamada “sentencia antiJuanitas”, apunta a que tanto propietario como suplente debían ser del mismo
género, no habría excepciones en cuanto a la selección de los candidatos por los partidos, y todo sería
obligatorio.
Anna María Fernández Poncela. “Participación política de las mujeres y la paridad en México”, Revista CoPaLa. Año 4, Número 7, enero-
junio 2019. Pp. 79-95. ISSN: 2500-8870. Disponible en: http://www.revistacopala.com/

Tras este periodo de aplicación de cuotas llegó la paridad. En la celebración del 60 aniversario (2013)
del derecho al voto femenino en México, el presidente Enrique Peña Nieto anunció que enviaría una
reforma al COFIPE para que la mitad de las candidaturas fueran de mujeres. En 2014 tuvo lugar la
reforma político electoral y constitucional que en materia de género introdujo la Ley de Paridad. En
primer lugar, la reforma del artículo 41 de la Constitución que hace responsable a los partidos políticos
de la promoción de la participación en general y las normas para garantizar la paridad de género en
concreto, en las candidaturas locales y federales (Diario Oficial, 2014a).

Al mismo tiempo, la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (LEGIPE) subraya


derechos y obligaciones en las elecciones y garantizar la igualdad de oportunidades y paridad para los
puestos de elección popular, según el artículo 7.1. Las fórmulas de diputados y senadores en las
candidaturas deberán estar integradas por un mismo género, afirma el artículo 14.4. El artículo 232.2
señala que la titularidad y la suplencia deben de estar compuestas de un mismo género también, y tanto
el INE como los Órganos Públicos Locales rechazarán el registro si no es así. El artículo 233.1, dice
que se ha de cumplir con la paridad en las solicitudes de registros de las candidaturas. El 234.1, sobre
las listas de representación proporcional indica la propiedad y suplencia del mismo género, así como, la
alternancia de las fórmulas de distinto género. Y en el artículo 364.1, se propone que las fórmulas de
candidatos para senador deberán estar integradas de manera alternada (LEGIPE, 2014).

En cuanto a Ley General de Partidos Políticos (LGPP), también remarca los derechos ciudadanos de
votar y ser votados, y la participación política en igualdad de oportunidades, promocionando la
capacidad y el liderazgo político de las mujeres. Se señala incluso en su artículo 3.3, que se promoverá
la cultura democrática entre niños, niñas y adolescentes, fomentando la participación efectiva de ambos
géneros. Los partidos garantizarán los criterios de género en sus candidaturas (artículo 3.4). No se admite
la asignación exclusiva de un género en distritos de votación baja (artículo 3.5.). En el artículo 25.r. se
vuelve a garantizar la paridad, en el 37.e. la obligación de la promoción de la participación política
igualitaria. En el 51.1.v. el compromiso de designar 3% del financiamiento público a la capacitación y
desarrollo del liderazgo femenino, el 72.2.a. el gasto sobre el liderazgo político de la mujer, y el 73.1.a.
la investigación para informar sobre los avances en el liderazgo político de las mujeres (LGPP, 2014).
Para cerrar este punto con algunos datos, producto de la aplicación de la Paridad en el legislativo federal
mexicano en las elecciones del 2018, diremos que hay 48.6 % de mujeres en la Cámara de Diputados -
243 de los 500 curules-, mientras que en el Senado de la República hay 51.2% -63 de los 128 escaños-
(Animal político, 2018). El espacio local todavía requiere de mayor legislación y jurisprudencia al
respecto. Remarcar el proceso de aumento de mujeres en cargos políticos en las últimas décadas producto
de las cuotas hasta llegar en algunos espacios a la paridad.

Anotaciones finales
La igualdad y la prohibición de la discriminación, son las dos piedras angulares de los sistemas de
derecho y de la cultura de la legalidad. El respeto a los derechos humanos y a los principios
fundamentales, constituyen la base para el desarrollo de una sociedad democrática y la vigencia de un
Estado de Derecho (Torres, 2010, p. 225).

Esta cita es un resumen de como la igualdad, la no discriminación, los derechos humanos y la democracia
están en la base de la paridad. Se abren paso los derechos de las mujeres en el sentido de poder ser
elegidas, estar presente en los espacios de poder político y participar en las decisiones en la vida pública.
La democracia igualitaria “no puede dejar de lado la participación y representación de los intereses y
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junio 2019. Pp. 79-95. ISSN: 2500-8870. Disponible en: http://www.revistacopala.com/

necesidades de la mitad de la población” (Torres, 2010: 233). Para ello han sido necesarias ciertas
legislaciones como se ha visto.

Aquí se ha realizado un acercamiento descriptivo, histórico y general sobre la participación política de


las mujeres, como se planteó en un inicio, aterrizando el tema en el caso de las cuotas y la paridad en
México. Se ha pasado revista a conceptos, recomendaciones y debates en general, así como, información
y datos en particular. Se ha expuesto como surge la paridad en Europa en 1992 y cómo se incorpora a la
Constitución mexicana en 2014, y que su pretensión es la igualdad real entre mujeres y hombres en la
esfera pública.

Finalizamos reiterando ideas fundamentales en torno a la paridad, como que es una manera de subsanar
un déficit democrático, una forma de enriquecimiento de la democracia, cuestión de igualdad y justicia,
derecho humano. A diferencia de la cuota que era un porcentaje y una medida temporal que incidía en
las candidaturas, la paridad es algo definitivo que influye en los resultados, que significa compartir el
poder entre ambos sexos, y poner en práctica el derecho a la igualdad.

Las mujeres han de estar en la política, sus preocupaciones específicas, así como su voz y su mirada
hacia la agenda política general. Más mujeres favorecen legislaciones y políticas públicas justas,
equitativas y favorables dicen las experiencias e ilustran los estudios. Más mujeres responsables y
comprometidas con las necesidades de las mujeres, los intereses de género, la justicia y la humanidad,
serían beneficiosas para la igualdad, la política y la vida.

Más mujeres potencializan una renovada mirada y proyectan una expresión diversa, ofrecen un modelo
nuevo que encamina hacia un cambio cultural en la sociedad, más plural, respetuosa y ética. Más
mujeres, en fin, son sinónimo de más libertad e igualdad, democracia real y fraternidad, más justicia y
dignidad. No es algo mecánico ni automático, por supuesto, es parte de un proceso más amplio que
implica democratizar la democracia, extender la justicia social, renovar los valores éticos, en fin, llegar
a ser seres humanos más conscientes de la vida, respetuosos del planeta, sensibles y justos con el otro y
la otra.

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Anna María Fernández Poncela


[email protected]

Doctora en Antropología cultural por la Universidad de Barcelona, estudios en historia, sociología y


psicología, profesora de la Universidad Autónoma Metropolitana/Xochimilco, miembro de la Academia
Mexicana de Ciencias, miembro del Sistema Nacional de Investigadores; entre los temas que trabaja está
el de cultura y participación política de hombres y mujeres, jóvenes y adultos, así como, temas de cultura
popular, emociones y relaciones de género.

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