Violencia y Discriminación Psico-Social y Lingüística

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Espacio Abierto Cuaderno Venezolano de Sociología

ISSN 1315-0006 / Depósito legal pp 199202ZU44


Vol. 20 No. 3 (julio-septiembre, 2011): 409 - 426

Violencia y discriminación psico-social


y lingüística
“¿Qué hubiese sucedido si en vez de ser
tres reyes magos hubiesen sido tres
reinas magas?”
Ana María Fernández Poncela*

Resumen
Este texto es una revisión de la violencia y discriminación en el len-
guaje hacia los sexos. Aborda en concreto el discurso y mensajes que
contienen los chistes sexistas. Para ello revisa algunos chistes. Final-
mente hay una reflexión explicativa de estos mensajes sexistas.
Palabras clave: Violencia, discriminación, sexismo, sociedad, len-
guaje, chistes.

Recibido: 01-09-10/ Aceptado: 28-04-11

* Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, México. E-mail: [email protected]


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Psycho-Social and Linguistic Violence


and Discrimination
“What Would Have Happened if the Three Kings
Had Been Three Queens?”

Abstract
This text is a review of violence and discrimination toward gender in
language. Specifically, it deals with the discourse and messages con-
tained in sexist jokes today; therefore, some jokes are reviewed. Fi-
nally, there is an explanatory reflection about these sexist messages.
Key words: Violence, discrimination, sexism, society, language, jo-
kes.

Un artículo de The New York Times inicia así: “En nuestra época supues-
tamente de ilustración, solamente un patán intolerante contaría un chiste cruel
sobre una minoría” (Delaney, 2010:1). La verdad nos sorprende un poco tal
afirmación, ya que según la misma se deduce que hay quien podría considerar
que el autor de la frase es sordo, no está en ambientes en los cuales corren los
chistes o también pudiera ser que viva en otro planeta. Otra deducción lógica
de dicha afirmación es que nosotras/os como lectores estamos rodeados de
patanes, e incluso, de vez en cuando los somos. Eso sí Patán es según el diccio-
nario “hombre grosero, ignorante, zafio y rústico” (RALE, 1992: 1546; Moliner,
2002:601) por lo cual tal vez las mujeres nos salvemos1; como veremos a con-
tinuación, al parecer no. Prosigue el texto de una forma algo más aterrizada:
“En la realidad, la vida no es tan sencilla. Formas más sutiles de discriminación,
algunas de ellas basadas en la apariencia y el atractivo, persisten aún donde el
prejuicio manifiesto, contra la raza o la religión, es condenado. Sólo pregúntele
a una persona con sobrepeso. Muchas sienten que el ridículo que soportan es
más doloroso porque es socialmente aceptable” (Delaney, 2010:1).
Detenemos aquí la cita, sin embargo, es preciso señalar que el artículo ha-
bla de los prejuicios que hay hacia las personas con sobrepeso, se discrimina por
razones de edad, hay presiones para verse bien y los fumadores parecen parias.

1 Los diccionarios indican que se trata de un vocablo de género gramatical


masculino, y de hecho se trata de un adjetivo calificativo aplicado a los hom-
bres en masculino, los dos consultados coinciden.
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Señalar esto como “los bastiones del prejuicio” es loable, sólo que el prejuicio,
la discriminación y la violencia no se dan sólo hacia minorías, y en todo caso,
los grupos sociales que hace años eran objeto de señalamiento, burla o des-
precio todavía lo siguen siendo: mujeres, indígenas, extranjeros y otros en ge-
neral, todos de ambos sexos. Quizás lo nuevo es que se ha ampliado algo el ra-
dio de acción y ahora también hay numerosos nichos de chistes hacia o contra
los hombres, cuando lo tradicional había sido contra las mujeres, como acon-
tece en el refranero popular también (Fernández Poncela, 2002a).
Vamos a continuación a responder la pregunta que titula este texto, que
no es más que la primera parte de un relato chistoso, de esos típicos que ini-
cian con un interrogante que llama la atención por su contenido y que despier-
ta expectativas en quien es el interlocutor o interlocutora de quien narra:

“No se hubiesen perdido…hubiesen preguntado por el camino. Hubiesen


llegado puntualmente. Hubiesen ayudado en el parto. Hubiesen limpiado el
establo. Hubiesen traído regalos “útiles” y también algo para comer. Pee-
ro!!, mira lo que hubiese pasado…inmediatamente después de partir…¿Te
fijaste en las sandalias que usaba María, con esa túnica? ¿Cómo se aguan-
tan a todos esos animales en una casa? Me pregunto si me van a devolver el
envase que les presté…Dicen que José está sin trabajo…el burro se ve bas-
tante acabado…El bebé no se parece en nada a José” (www.escueladela-
risa.com.ar 22/06/2010).

Introducción
El propósito de este texto es revisar la violencia psicosocial y lingüística que
se da hacia las mujeres que tiene lugar hoy en nuestras sociedades latinoamerica-
nas. La violencia simbólica a través del uso del lenguaje y la creación del discurso,
una violencia verbal y simbólica que apenas es percibida y menos aún señalada.
Una violencia que existe y se continúa creando y reproduciendo en la literatura, la
publicidad, el periodismo o las narrativas y expresiones populares, por citar algu-
nas fuentes lingüísticas. Una violencia que según consideramos, aglutina varios
fenómenos bio-psico-sociales, los entrelaza y se retroalimenta de ellos. Y una vio-
lencia que presenta diversos enfoques para su abordaje y explicación, tanto causal
como funcional. Y una violencia añadimos, que recientemente y en algunos espa-
cios y medios, como en el caso particular que vamos a tratar, el de los chistes, se
ha hecho extensiva de manera amplia y usual hacia los hombres.
Uno de los enfoques sobre la violencia en varios medios lingüísticos, o
mejor dicho sobre el uso del lenguaje mismo (García Meseger, 1994) afirma
que es reflejo de la realidad y la retrata tal cual es ésta, más o menos, desde su-
puestamente cierta objetividad. Aquí consideramos también una segunda ex-
plicación que señala que es reflejo de la diferencia sexual que existe en la socie-
dad, estereotipándola, pero en especial desde una perspectiva de discrimina-
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ción, androcentrismo y sexismo2. Una tercera mirada posible es la que reitera y


normaliza dicha realidad y la discriminación inscrita en la misma, a veces la le-
gitima y justifica, siempre la reproduce, en ocasiones la podría transformar. Y
consideramos una cuarta perspectiva que también bien pudiera ser una válvula
de escape de la tensión fisiológica y psíquica, un desvío, rodeo o encubrimien-
to de emociones negativas, una forma de descarga energética mediante expre-
siones y de manera simbólica.
Un ejemplo de este tipo de violencia verbal que es muy común, en la his-
toria y en nuestros días, en varios contextos geográficos, atravesando edades,
estratos sociales, niveles culturales y los sexos, es el estereotipo de las mujeres
charlatanas. Esta imagen estereotipada recorre el lenguaje la cultura conside-
rada culta, la cultura popular y las bromas utilizadas en nuestros días:

“Por bien que hable una mujer le está mejor callar” Plauto
“No hay ninguna mujer genial. Las mujeres son un sexo decorativo. Nunca
tienen nada que decir, pero lo dicen de una manera encantadora” Oscar Wilde
“Ni al perro que mear, ni a la mujer que hablar, nunca les ha de faltar”
“Donde hay barbas, callen faldas”
“Me dijeron que usted es un hombre que domina muchas lenguas. Efecti-
vamente domino todas menos una. ¿Cuál? La de mi esposa”
“¿Por qué Dios hizo antes a Adán que a Eva? Para darle una oportunidad
de hablar”

Ya se ha demostrado que las mujeres en contextos de conversaciones en-


tre hombres y mujeres, hablan menos que los hombres (Coates, 2009) y ade-
más también sabemos que su habla tiene que ver con capacidades y habilida-
des neuronales y sociales (Fisher, 2000). Sin embargo, el estereotipo perdura
en el discurso, se refuncionaliza y reproduce. Un estereotipo que discrimina y
violenta, y en este caso es adjudicado, incluso autoadjudicado, a una mayoría:
la población femenina. Podemos abordar el tema desde diferentes perspecti-
vas y también desde diversos ejemplos narrativos. Aquí elegimos el enfoque
que señala que la violencia lingüística –relacionada con la psicológica y social,
además de su centralidad simbólica- reproduce y justifica la discriminación so-
cial, sin negar sus efectos emocionales y hasta fisiológicos, por supuesto. Tam-

2 De forma breve diremos que androcentrismo es el mundo centrado en el


hombre y a su medida y la invisibilización de las mujeres, y sexismo, la desva-
lorización de éstas en todos los aspectos.
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bién seleccionamos los chistes sobre hombres y mujeres, muchos de ellos


considerados misóginos o machistas que han sido tradicionales desde hace
años y se mantienen en nuestros días, a los que vamos a sumar los chistes con-
tra la población masculina que algunos/as han dado en llamar erróneamente
feministas, y que son de nueva data, ya que su difusión importante es de los úl-
timos tiempos y parecen en auge en nuestros días.

La violencia y la discriminación: definición y datos


En fechas recientes ha tenido lugar cierta sensibilización más o menos
generalizada hacia el tema concreto de la violencia y la discriminación hacia las
mujeres y las niñas. Han sido redactadas y aprobadas leyes y acuerdos contra la
violencia, así como campañas publicitarias frente a la discriminación desde or-
ganismos internacionales o gubernamentales. Y es que ambas cuestiones van
unidas, ya que la discriminación produce y es una forma de violencia, y la vio-
lencia a su vez no sólo es resultado de la discriminación sino que contribuye a
su reproducción.
Para empezar definiremos violencia y violencia hacia las mujeres según
lo que dice el artículo 1 de la “Declaración sobre la eliminación de la violencia
contra la mujer” de las Naciones Unidas (1993): “se entiende todo acto de vio-
lencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener
como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer,
así como las amenazas de tales actos, la coacción o privación arbitraria de li-
bertad, tanto si se produce en la vida pública como en la privada”. Los tipos de
violencia son: física, sexual y psicológica. Los espacios donde tiene lugar la vio-
lencia: la familia, la comunidad y el Estado. Y sobre el qué se puede hacer o los
“deberes” de los estados, según el artículo 4, está el

“Adoptar todas las medidas apropiadas, especialmente en el sector de la


educación, para modificar las pautas sociales y culturales de comporta-
miento del hombre y de la mujer y eliminar los prejuicios y las prácticas con-
suetudinarias o de otra índole basadas en la idea de inferioridad o la supe-
rioridad de uno de los sexos y en la atribución de papeles estereotipados al
hombre y a la mujer” (Naciones Unidas 1994 en www.un.org 11/11/09).

Sobre este tema se lleva ya un largo camino recorrido y falta todavía mu-
cho por andar3. En México, por ejemplo, en el año 2007 se aprobó la “Ley Ge-

3 Desde la Primera Conferencia Internacional de la Mujer que tuvo lugar en Mé-


xico y el Año Internacional de la Mujer que fue en 1975, y el Decenio de la Mu-
jer (1975-1989) varias han sido las declaraciones y acciones sobre el asunto.
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neral de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia”, en la cual se seña-
lan también los tipos de violencia: la física, patrimonial, económica y sexual.
Además en el artículo 6 se añade: “Cualquiera otras formas análogas que lesio-
nen o sean susceptibles de dañar la dignidad, integridad o libertad de las muje-
res”. En cuanto a los espacios: familiar, laboral y docente, en la comunidad, ins-
titucional y feminicida4. Casi todos los países latinoamericanos tienen legisla-
ciones sobre el tema, o leyes en contra de la violencia hacia las mujeres y/o la
familia: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Sal-
vador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Paraguay, Perú y Venezuela.
Una forma de violencia es la discriminación, y a ésta la definiremos según
la “Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Dis-
criminación Racial” de 1965, cuyo artículo 1 señala que es:

“toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de


raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por re-
sultado anular o menospreciar el reconocimiento, goce o ejercicio, en con-
diciones de igualdad, de los derechos humanos, y libertades fundamenta-
les en las esferas política y económica, social, cultural o en cualquiera otra
esfera de la vida pública” (Naciones Unidas 1965 en www.un.org 11/11/09).

En 1967 tiene lugar, la “Declaración de la Asamblea General de Naciones


Unidas sobre la Eliminación de la Discriminación Contra la Mujer” y en 1979 la
“Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación con-
tra la Mujer” también conocida popularmente por su siglas en inglés CEDAW.
En su artículo primero define la “discriminación contra la mujer” como

“toda distinción, exclusión o restricción basada en el sexo que tenga por ob-
jeto o por resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejerci-
cio por la mujer, independientemente de su estado civil, sobre la base de la
igualdad del hombre y la mujer, de los derechos humanos y las libertades
fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural y civil o en
cualquier otra esfera” (Naciones Unidas 1979 en www.un.org 11/11/09).

Volviendo a la violencia, ésta va más allá de las definiciones y de las leyes,


de lo físico y lo psicológico, es producto de la discriminación toda vez que la rei-
tera, como decíamos. Y dentro de los tipos de violencia y como ya se dijo hay al-
gunos que pueden resultar casi invisibles, o bien porque socialmente parecie-
ran aceptados, o porque el peso de la tradición y la costumbre se impone, o

4 La “Ley General de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia” fue
aprobada por la Cámara de Diputados del Histórico Congreso de la Unión y
publicada en el Diario Oficial el 1º de febrero, México, 2007.
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quizás porque no los percibimos. Esta es la violencia cultural y psicológica, mu-


chas veces transportada a través de los canales lingüísticos, el habla, la lengua,
el lenguaje (García Meseger, 1994; Fernández Poncela, 1997), los discursos y
las narrativas sociales (Fernández Poncela, 2002a; 2002b). Así llegamos, como
diría Pierre Bourdieu (2000) a la “violencia simbólica”. Y es que existe una vio-
lencia o especie de agresión, que no tiene lugar por medio de la fuerza física o
material directa, económica o sexual, sino más bien por coacción psicológica,
emocional, social y cultural, quizás más indirecta e inconsciente también, me-
nos visible, más tolerada por esta razón, sin embargo, igual de opresiva: la vio-
lencia simbólica y concretamente la violencia en el lenguaje y en el discurso. No
es violencia física directa pero sí violencia psicológica y social, es también coer-
ción en el sentido que perpetúa la discriminación, desvalorización, dependen-
cia y control, de las mujeres, entre otras cosas.
Una violencia que estructura tanto la psique personal, como y también, la
mentalidad y el imaginario cultural. No se limita, por ejemplo en el caso de las
mujeres, a la violencia emocional de los gritos, humillaciones, amenazas, bur-
las, intimidaciones, vejaciones o insultos, va más allá, y tiene que ver con invisi-
bilizar –androcentrismo- y con desvalorizar -sexismo- a la población femenina
en general. El sexismo también incide en categorizar a las mujeres con una serie
de roles y estereotipos a modo de modelo a seguir, o denunciar y erradicar, en
caso contrario, y amenazar, castigar o simplemente burlarse e ironizar de mane-
ra hiriente y humillante, en ocasiones como represaría por el incumplimiento.
Por supuesto, no sólo se dirige hacia las mujeres, también abarca a otros secto-
res discriminados por causa de su sexualidad, como los homosexuales en espe-
cial. Además de la discriminación por razones de edad, clase social, nivel educa-
tivo, nacionalidad, etnia, incluso como se veía en el ejemplo inicial por su aspec-
to físico. Y como vamos a mostrar también en estas páginas, en algunos medios
o expresiones verbales, aparecen también los hombres señalados, discrimina-
dos y objeto de desvalorización, burla y violencia, de una forma novedosa, aún
cuando no el contenido cualitativo, sí en cuanto a cantidad y amplitud de su difu-
sión, hasta hace poco inimaginada. Todo como parte de un discurso, una prácti-
ca social, que es en sí mismo un acto social, como diría Van Dijk (2001a).
Para concluir este apartado, damos algunos datos ilustrativos de la situa-
ción. Mostramos aquí a través de estudios de encuestas en México, la importan-
cia y gravedad de la violencia hacia las mujeres. Según “La Encuesta Nacional
sobre la Dinámica de las Relaciones de los Hogares” dos de cada tres mujeres
de más de 15 años de edad, han sufrido algún tipo de violencia en algún mo-
mento de sus vidas. Alrededor de 43% han sido violentadas de alguna manera
por parte de sus parejas. Dicha fuente apunta a que 37% de las mujeres afir-
man haber sufrido violencia emocional -de parte de la pareja-, 23% violencia
económica, 19% violencia física y 9% violencia sexual (INEGI, INMUJERES, UNI-
FEM, 2006).
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Pero más allá de los datos duros de violencia, también observamos cómo
existe un discurso justificatorio de la misma por parte de las mujeres, por su-
puesto, porque ellas mismas son parte y asumen ideológicamente el modelo
hegemónico cultural en el cual algunos estereotipos de cómo son y han de
comportarse hombres y mujeres permanecen muy vivos, y en el cual también,
la legitimación de la violencia penetra la psique personal y la formación cultural
y se reitera en las narrativas sociales, que también parecen bastante vivas a juz-
gar por la información existente y según los ejemplos que daremos en el apar-
tado siguiente.
“La Encuesta Nacional de Violencia en las Relaciones de Noviazgo” tam-
bién nos muestra, entre otras cuestiones que en por lo menos la mitad de los
hogares de origen de las y los jóvenes consultados, había habido insultos y gol-
pes. Ya en el noviazgo 15% de las y los jóvenes han experimentado por lo me-
nos un incidente de violencia. En cuanto a la violencia física 61% la reciben las
mujeres y 46% los hombres, según esta misma fuente. También se habla de
violencia psicológica (76%) para ambos sexos. Y luego está la violencia sexual,
y dos terceras partes de las mujeres que afirmaron haber sido forzadas a tener
relaciones sexuales. Concretamente 16% de las jóvenes dijeron haber sufrido
un evento de violencia sexual por parte de su pareja. La encuesta señala tam-
bién el mantenimiento de “estereotipos de género”, tales como: “el hombre es
infiel por naturaleza”, “la mujer es mejor para cuidar a los hijos”, “los hombres
tienen que ser los proveedores de la familia y quienes tomen las decisiones”,
“en el noviazgo el hombre debe pagar todo”, etc. (IMJ, SEP, 2007).5
Subrayamos la existencia de la violencia hacia la población femenina,
que al parecer no sólo se mantiene sino que ha aumentado. Y también la repro-
ducción de estereotipos y creencias de “cómo deben ser hombres y mujeres”.
Dichas imágenes y creencias sociales generalizadas existen en nuestra socie-
dad, y no sólo existen, sino que al parecer también persisten, de alguna mane-
ra se reproducen, más o menos inercialmente en varios espacios: familia, es-
cuela, calle, instituciones, iglesia. Y a través de diversos medios: la televisión y
la radio, los libros de texto, la prensa y también en las narrativas tradicionales
como canciones (Fernández Poncela, 2002b), cuentos (Fernández Poncela,
2000) y refranes (Fernández Poncela, 2002, 2009), así como en el género na-
rrativo que nos ocupa en estas páginas: los chistes. Remarcar que como en
otras expresiones lingüísticas, la violencia no es exclusiva hacia las mujeres,

5 La Encuesta Nacional de Violencia en las Relaciones de Noviazgo, se hizo en


2007 y algunos de sus datos se publicaron en ese mismo año, fue auspiciada
por el IMJ, y puede consultarse en la página web: www.imjuventud.gob.mx.
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aunque sean éstas las que mayoritariamente parecen recibirla, mientras que
en los chistes, parece ir dirigida a ambos sexos, más o menos por igual.

La violencia verbal y simbólica: ejemplos y reflexión


Para adentrarnos en la discriminación y la violencia verbal acudimos pri-
mero a una definición de dominación simbólica, según la cual ésta no tiene lugar
desde la lógica de la conciencia y el conocimiento, “sino a través de los esque-
mas de percepción, de apreciación y de acción que constituyen los hábitos y que
sustentan, antes que las decisiones de la conciencia y de los controles de la vo-
luntad, una relación de conocimiento profundamente oscura para ella misma”
(Bourdieu, 2000:53-4). Es más, la violencia simbólica es “amortiguada, insensi-
ble, e invisible para sus propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de
los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o,
más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, del sentimiento”
(Bourdieu, 2000:12). Según Sigmund Freud (2008) el humor y los chistes -y en
concreto los de tendencia ofensiva- provienen del inconsciente.
En segundo lugar nos adentramos en lo que es y significa el lenguaje,
como vemos se trata de una forma simbólica, y a través de él transmitimos infor-
mación de sentimientos y pensamientos con palabras y frases creadas por las
personas y éstas a su vez son construidas por aquellas (Ducrot y Todorov, 1984;
Benveniste, 1984). Es una suerte de molde en el cual venimos al mundo (García
Meseger, 1982; Tannen, 1996), al mismo tiempo que refleja a la sociedad y la
cultura de la que forma parte (Burke, 1996). Construye las maneras de entender
e interpretar el mundo, trasmite conocimientos y experiencias. Refleja la reali-
dad social, también como señalamos, la crea y produce (Violi, 1991). Nos enseña
a pensar e incluso nombra sentimientos. Nos permite relacionarnos. En fin, el
lenguaje es esencial en nuestras vidas, individual y colectivamente hablando.
Por último y en tercer lugar, señalamos que el lenguaje ha sido usualmente
androcéntrico -centrado en el hombre y a su medida- y también ha sido sexista
-desvalorizativo de las mujeres, o de forma más amplia, de alguno de los sexos-,
discriminatorio y violento con relación a las expresiones que crea y recrea res-
pecto de las mujeres, lo mismo que de otros grupos y sectores sociales, por su-
puesto. Eso sí, como se dijo y reiteramos, lo sexista es su uso (García Meseger,
1994). La diferencia sexual existe (Alario, Bengoechea, Lledó, Vargas, 2005),
nombrarla es lo lógico y éticamente recomendable, no hacerlo se debe al peso
de la tradición, y mencionarla a veces de manera discriminatoria también es fru-
to de la fuerza de la costumbre. Los estudios sobre el lenguaje y el discurso se-
ñalan que este último es en sí y por si sólo un acto social (Van Dijk, 2001a). Las
investigaciones desde el feminismo reiteran que el lenguaje es “un acto prolon-
gado” y una “representación con efectos” (Butler, 2004:24). Desde la lingüística
se afirma que es en y por el lenguaje que los seres humanos se construyen como
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actores y actoras, como sujetos sociales (Benveniste, 1984). Es más, se puede


ir un poco más lejos, y hablar de la performatividad de las palabras y la concep-
ción del lenguaje como agencia, esto es, cómo el lenguaje, como mecanismo
de poder, participa en la constitución del sujeto a través de la violencia simbóli-
ca, llegando a afirmar incluso que el lenguaje es violencia (Butler, 2004).
Partimos como ya señalamos, de que el lenguaje no es neutro -o por lo
menos su empleo-, que incorpora en su estructura la diferencia sexual y la trans-
forma en dato natural, extrasemántico, en estructura simbólica, dotada de signi-
ficado y a la vez productora de sentido. Por un lado, quien se expresa deja su pre-
sencia subjetiva, por otro lado, el lenguaje inscribe y simboliza en su misma es-
tructura la diferencia sexual de forma jerarquizada y orientada. La simbolización
de esta diferencia en el lenguaje configura de antemano la estructura de los roles
sexuales que son asimilados posteriormente por los que hablan y reproducidos
en el uso lingüístico (Violi, 1991). Las objetivaciones de la vida cotidiana se ins-
criben en el lenguaje -acumulación de experiencias y significados- y se presen-
tan como facticidad externa y con efecto coercitivo sobre las personas -particula-
rmente las mujeres- y la sociedad en su conjunto (Berger y Luckmann, 1986). Se
crean y recrean roles y estereotipos de género que en ocasiones se perciben
como las formas normativas de ser, o según el caso, como lo negativo, criticable
y no deseable, para amplios sectores de la población, los mismos roles y este-
reotipos que se fijan y repiten en las distintas narrativas sociales de forma con-
tundente (Fernández Poncela, 2002a; 2002b).
Un ejemplo muy claro de todo esto y que constituye el núcleo de esta re-
flexión sobre la discriminación y la violencia en el lenguaje y sus aspectos psi-
cosociales, además de verbales, son los chistes sexistas. Que como decíamos
en un inicio suelen ser denominados machistas o misóginos, cuando van dedi-
cados a la población femenina. Y como novedad más reciente, tenemos los
chistes mal llamados feministas -ya que el feminismo es la igualdad de dere-
chos y oportunidades-, que denigran a los hombres. En todo caso, ambos tipos
de chistes según a quien se dirijan son sexistas6, esto es, denigran y desvalori-
zan, ofenden y ridiculizan, son discriminatorios y en consecuencia violentos
verbal y simbólicamente hablando. Y aquí incluimos la violencia hacia ambos
sexos. Solamente queremos remarcar que si bien en otras narrativas culturales
o expresiones verbales hay sexismo hacia ambos géneros, en general son las
mujeres las que lo sufren. El que se inclina por denigrar a los hombres es de
data reciente por lo menos en cantidad, dureza y extensión, y es en los chistes

6 Aquí consideramos que sexismo es la desvalorización y discriminación hacia


un sexo, el que sea, pueden ser hombres o ser mujeres, si bien tradicional-
mente era definido como degradación únicamente de las mujeres (Sau 1990).
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donde más existe. Al margen de su difusión real7, su existencia hacia mujeres y


hacia hombres parece ser numéricamente similar, pudiéndose hablar incluso
de que es equitativo.
Ahora pasemos a revisar estas expresiones verbales tan comunes en la
actualidad como son los chistes, para lo cual traemos a estas páginas chistes
en lengua española, de varios países. Y observaremos que hay chistes que de-
nigran a las mujeres en el sentido de su escasa inteligencia, por ejemplo en
nuestros días con la moda del mundial de futbol se puede oír: “El fútbol es un
juego de inteligencia. Por eso a las mujeres no les gusta”. Pero los hay también
que desprecian a los hombres, incluso por el mismo motivo: “¿Cuál es la forma
de conseguir que un hombre pase un fin de semana entretenido? Le pones en
una habitación redonda y le dices que barra las esquinas”. ¿Venganza históri-
ca? ¿Igualdad en las ofensas? En fin, no profundizaremos aquí sobre esto, pero
sí queremos dejarlo señalado por su interés y necesidad de ser ahondado.

Sobre los mismos temas:

Las nuevas tecnologías y las mujeres:


“¿En qué se parecen las mujeres a las computadoras? ¿En qué? En que
hay que invertir mucho para que tenga algo más o menos decente”
“¿Cómo sabes qué computadora estaba usando una mujer? Por el co-
rrector en la pantalla”

Las nuevas tecnologías y los hombres


“¿En qué se parece un hombre al Windows? En que cada vez que sale pa-
rece que lo incluye todo, pero al final siempre aparece una versión que lo reem-
plaza”
“¿En qué se parece un hombre a una computadora? En que piensa y
hace todo, pero si no lo programas no hace nada”

7 A modo de comentario adicional consideramos que tal vez los chistes contra
los hombres se cuentan en círculos más reducidos de difusión y en boca de
las mujeres, si bien no contamos con pruebas o estudios al respecto, excepto
quizás la propia experiencia y la recogida de personas cercanas.
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Sobre distintos temas:


Torpezas de las mujeres:
“¿Cómo se llama la modalidad de tenis en la que en cada lado de la pista
hay una mujer y un hombre? Individual masculino con obstáculos”
“¿Qué hace una mujer después de estacionar? Camina hacia la vereda”
“¿Por qué el alcohol tiene células femeninas? Porque cuando alguien se
emborracha, conduce mal y no deja de decir tonterías”
“A un hombre le robaron la tarjeta de crédito, pero no hizo la denuncia
porque el ladrón gastaba menos que su esposa”

Infantilismo de los hombres:


“¿Por qué el psicoanálisis es más breve para el hombre que para la mu-
jer? Porque cuando hay que hablar de la infancia, los hombres todavía
están allí”
“¿Por qué los hombres no llegan a la menopausia? Porque se quedan en
la adolescencia”
“¿Por qué los hombres son como niños prodigio? Porque a los cinco años
tienen la misma inteligencia que a los 50”
“¿Cuánto tarda un hombre en cambiar un rollo de papel higiénico? No se
sabe, nunca ha pasado”

A continuación algunos chistes intercambiables, esto es con el mismo


mensaje idéntico hasta en las palabras, aplicado a hombres y mujeres por
igual. Son por lo tanto equitativos, aunque no dejan de ser ofensivos, discrimi-
natorios y violentos.
“¿Cómo elegirías a las tres mujeres más tontas del mundo? Al azar”
“¿Cómo elegirías a los tres hombres más tontos del mundo? Al azar”
“¿Qué hay detrás de una mujer inteligente? Un hombre sorprendido”
”¿Qué hay detrás de un gran hombre? Una mujer sorprendida”

Hemos observado en estas páginas algunos chistes sexistas contra las


mujeres y contra los hombres que son de circulación actual. En la búsqueda se
encontraron muchos, por lo cual hicimos una selección, en primer lugar sobre
el mismo tema para ambos sexos, y en segundo sobre temas diferentes especí-
ficos de cada sexo según la mirada del otro, por supuesto. Todos dentro de los
roles sociales y estereotipos culturales que circulan, pero no desde la senten-
cia, advertencia o consejo que sería la función, por ejemplo, de un refrán, tam-
violencia y discriminación psico-social y lingüística...
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bién sexista, sino más bien desde una mirada crítica y burlona, irónica y des-
preciativa, que además por las características técnicas del chiste produce risa,
si bien y en honor a la verdad su tendenciosidad acentúa la misma como señala
Freud (2008) en su estudio sobre los chistes.
Podríamos seguir -como dijimos- con numerosos ejemplos, sin embargo,
deseamos detenernos con objeto de indagar los por qué -causas- y los para qué
-funcionalidad- de estos chistes en nuestras sociedades y nuestros días. Todo
ello desde el punto de vista lingüístico, simbólico, cultural y emocional, es decir,
desde, como señalábamos en un inicio lo bio-psico-social, esto es lo fisiológico,
lo psicológico y lo social. Y se nos ocurren una serie de hipótesis explicativas,
que por supuesto son de carácter inicial y exploratorio, no van a probarse ni refu-
tarse en estas páginas, sólo pretenden guiar y ordenar nuestra reflexión.

Los por qué y para qué de la violencia:


lo bio-psico-social en acción
Discriminación y violencia, con el objetivo y la intención directa o indirec-
ta de denigrar y ofender, además, por lo general, de controlar y dominar, en
este caso a través del lenguaje, del habla, de mensajes inscritos en una narrati-
va popular por así llamarla, expresada verbalmente y común en nuestra cultu-
ra, como son los chistes.
Si bien se considera, como vimos en la cita inicial, que este tipo de len-
guaje y expresiones no son políticamente correctas, no por ello dejan de usar-
se, consciente o inconscientemente como un modo más que de ofensa y vio-
lencia, de burla y risa tal vez. Pero que en todo caso producen discriminación y
desvalorización, del mismo modo que reflejan y construyen a la vez las formas
de relaciones intersubjetivas e intergenéricas. Por un lado muestran cómo los
estereotipos están vivos, cómo se ejerce la violencia y cuáles son las necesida-
des emocionales y culturales de nuestra sociedad, más allá del mensaje chisto-
so, y de la intención fisiológica, psicológica y cultural que representa. Y es que
si se cuentan estos relatos y no otros, algún sentido deben de tener, y si ade-
más nos provocan risa, eso tampoco ha de ser simplemente casual.
Violencia verbal y simbólica como herencia histórica y cultural, emocional,
geográfica y social. Violencia discursiva para controlar o para tener y mantener el
poder. El discurso es un medio y un recurso de poder (Van Dijk, 2001a). Violencia
simbólica para perpetuar el supuesto sometimiento, la discriminación y la desi-
gualdad social sobre algunos sectores (Fernández Poncela, 2002a) y quizás re-
vertirlo para otros. Para ello se coacciona, desvaloriza, minusvaloriza, menos-
precia y denigra. Para ello se justifica y legitima el uso de la violencia, ahora sí,
violencia física incluso. Sin embargo, y si bien en otras narrativas tradicionales
como puede ser, por ejemplo, el refranero popular, la violencia y la discrimina-
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ción están mayoritariamente dirigidas hacia el colectivo de las mujeres, todas


las mujeres, y hacia algunas específicamente con más saña (Fernández Ponce-
la, 2002a), en este caso no vemos aquí lo mismo, ya que en fechas recientes
como dijimos y mostramos, hay una proliferación de chistes que denigran a los
hombres de forma igualmente cruel, como lo hacen los mensajes tradicionales
destinados a la población femenina. En el caso de estos últimos, en el discurso
y mensajes inscritos en los refranes, una de las conjeturas explicativas, ante su
abundancia y dureza, bien pudiera ser que dichos grupos, en este caso las mu-
jeres, no son tan sumisas ni obedientes como a los sectores dominantes o cier-
tos grupos de hombres les gustaría o necesitan que fueran. Porque en caso
contrario qué sentido tendría toda esta profusión de mensajes negativos, qué
intención perseguiría la extensión, crueldad y repetición de los mismos. Todo
ello es violencia simbólica con objeto de justificar la inequidad y de legitimar el
abuso y el maltrato físico o sexual, entre otros (Fernández Poncela, 2002a).
Pero en el caso de los chistes, y en vista que son una narrativa de nueva
creación -aquellos a los que nos referimos-, lo cual se nota tanto en el léxico
como en el mensaje y su significado, y que se reactualizan y poseen una fun-
ción clara en nuestros días, hemos de señalar en honor a la verdad que los
mensajes son negativos tanto los dedicados a la población masculina como los
dirigidos a la femenina. Esta situación requiere de una reflexión diferente, si
bien la intención pudiera ser similar a la del refranero, al abarcar a hombres y
mujeres. Hay que ver que se trata de mensajes propios de nuestros días, que
surgen en una coyuntura histórica determinada en la cual las mujeres parecen
tener en primer lugar más visibilidad, traspasando las fronteras del androcen-
trismo (Moreno, 1986; Sau, 1990). En segundo lugar, tienen más altos niveles
educativos, una inserción mayor en el mercado de trabajo, más diversa y de
mayor duración, y ocupan algunos espacios en el poder de las empresas y el
mercado, así como en las instituciones políticas formales. Esto representa una
nueva posición social, pese a que se les critica mediante los mismos estereoti-
pos de siempre, tal como se aprecia en algunos chistes. Sin embargo, como
acabamos de señalar han adquirido, creemos, una posición para tener mayor
voz y que ésta se oiga. A ello obedecen los chistes contra los hombres, pues
nos parece obvio que no los inventaron los hombres, sino que surgen fruto de
este cambio en las posiciones de las mujeres en la sociedad, básicamente en
sus roles y ejercicios educativos, laborales y políticos, y de su mirada hacia el
mundo de las relaciones intergenéricas en general y de los nuevos estereoti-
pos masculinos, por así llamarlos. Ya que si los roles y estereotipos tradiciona-
les masculinos eran de cornudo o mandilón, de macho o proveedor (Fernández
Poncela, 2002a), ahora también son objeto de burla cuestiones tales como su
infantilismo, su escasa inteligencia -cuestión de la cual se ha acusado tradicio-
nalmente a las mujeres- y el hecho que sirvan poco o no sirvan para nada -esto
sí ya recogido en el refranero tradicional y popular-.
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Ya para finalizar deseamos añadir algunas reflexiones sobre el tema que


venimos tratando. Primero remarcar que el chiste, “…dicho u ocurrencia aguda
y graciosa. Dicho o historieta muy breve que contiene un juego verbal o con-
ceptual capaz de mover a risa” (DRALE, 1992:650), se considera formado por el
inconsciente produciendo un placer que surge del gasto de coerción ahorrado.
Esto es, y según la teoría de Freud, el chiste tiene una función psíquica, que
pasa por la descarga de la tensión acumulada por la coerción y represión debi-
do a cuestiones morales o de índole educativa. El chiste puede expresar un in-
sulto retenido, descarga el displacer y producir placer, y esto acontece espe-
cialmente en los chistes tendenciosos, esto es, hostiles y ofensivos que ade-
más suelen ser los que hacen de la risa una explosión más grande. El expresar
anhelos y deseos, el placer por el ahorro del gasto de la coerción y cohibición,
placer por la actualidad, placer por el reencuentro con lo conocido, placer por
los disparates, placer por el reconocimiento. Todo eso produce el chiste, y todo
eso se produce de manera especial y como decíamos debido a la descarga psí-
quica de la excitación anímica, la represión y el insulto retenido que sale. Eso sí,
fortaleciendo el pensamiento y fortificando tendencias y al servicio de éstas; y
también de los sentimientos que habían estado reprimidos (Freud, 2008).
Y es que el chiste es, o por lo menos los chistes que abordamos a lo largo de
estas páginas, una expresión reflejo y producción social a la vez. A través de ellos
podemos indagar sobre nuestras sociedades, sus preocupaciones, necesidades,
intereses y problemáticas. Por medio de ellos podemos profundizar y reflexionar
sobre cómo están nuestras culturas (Berger, 2008). Pero también dice mucho de
la manera de pensar de quien lo cuenta (Kozak, 2009) y por supuesto de quienes
lo escuchan, ya que se trata de una interrelación y co-creación. Esto es, la inten-
ción consciente o no de quien lo dice es importante, y la sensibilidad de quien lo
recibe, también; además y por supuesto, del contexto y tono en que se pronuncie.
Pero queremos añadir con respecto a los fenómenos de condensación y desplaza-
miento de los que Freud hablaba (2008) en el caso que nos ocupa que,

“vemos como se ha producido un desplazamiento ya que la carga agresiva


hacia el sujeto del sexo opuesto (pareja o progenitor) se desplaza de un
modo abstracto hacia el género masculino o femenino en general. Al mis-
mo tiempo…suelen hacer que el sujeto del chiste condense a una plurali-
dad de representaciones del inconsciente; así la víctima de la gracia del
chiste representa a todas las personas sobre las que queremos liberar
nuestra agresividad” (Robledero, 2008:2).

Por lo que según todo esto, está claro en que contexto vivimos, con cier-
tos niveles de enfrentamiento entre ambos sexos, aquí de manera verbal y sim-
bólica (Bourdieu, 2000). Dicho enfrentamiento simbólico y verbal a través de
los chistes descarga emociones toda vez que reproduce estereotipos. Por lo
que por un lado, el chiste y la risa que lo acompaña producen una descarga de
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tensiones corporales, energéticas o incluso de la química cerebral, además


descargan la tensión psíquica, ya sea emocional o mental, a través del mensaje
reprimido o de la representación que éste hace de las más profundas intencio-
nes del mismo. Mientras que por otro lado, en lo que se refiere al ámbito del
lenguaje, el discurso, los mensajes, esto es las narrativas sociales, se reprodu-
cen roles y estereotipos, que como se ha visto son de carácter fundamental-
mente negativo y muchas veces agresivos y violentos.
Quizás también hay descarga de tensión cultural, tal vez evasión de la
realidad social, acaso cambio o intercambio de miradas según las intenciones
de los mensajes mismos. Pero al fin y al cabo el discurso se reproduce, un dis-
curso cargado de violencia y discriminación, como decíamos en un inicio, y un
discurso que si bien no es políticamente correcto aquí parece permitirse y no
verse. Unos mensajes que siempre han criticado, se han burlado y han desvalo-
rizado a las mujeres, y que hoy por hoy hacen lo propio con los hombres. Qui-
zás las voces silenciadas de las mujeres se alzan, quizás una suerte de revan-
cha con rencor se cierne sobre los hombres, también eso sí, de forma simbóli-
ca, pero en todo caso igual de hiriente y cruel que la que se ha ejercido siempre
contra la población femenina.
Queremos pensar aquí, sin afán de censura ni mucho menos, que se tra-
ta de una etapa de tránsito donde los viejos discursos contra las mujeres per-
sisten, los nuevos contra los hombres están llegado, con lo cual metafórica-
mente se produce una equidad en la violencia y desvalorización mutua, y de al-
guna manera llegará el día en que estos chistes no tengan gracia ni sentido y
por ello tenderán a desaparecer como parte de la evolución y cambio de los
mensajes en las culturas y también de la misma cultura. Tal vez estos chistes
sean una narrativa que descargan la posible agresividad social y física de ma-
nera menos violenta y directa, esto es canaliza otras formas de violencia o ayu-
da a soltar ciertas emociones que podrían desencadenar violencia social o in-
cluso enfermedad corporal, todo ello más allá de la pura risa que provoca y que
como sabemos hoy es muy sanadora. No obstante esto, sí conviene estar alerta
a lo que contamos o escuchamos, a lo que nos alegra u ofende, a lo que sin dar-
nos cuenta expresamos a los cuatro vientos, contribuyendo simbólicamente al
mundo que a lo mejor en la práctica social queremos transformar y que incons-
ciente y verbalmente estamos contribuyendo a mantener. No dejar de ver la
agresión y la violencia, pararla si nos hiere o alguien así lo siente, reírse si nadie
en el ambiente la percibe hostil y nosotros/as tampoco. En todo caso no desco-
nocer ni dejar de observar que son mensajes violentos, más que violentos mu-
chas veces directamente muy agresivos, y que en muchas ocasiones ni tan si-
quiera nos damos cuenta. Darse cuenta desde la conciencia inmediata y viven-
cial con todo el organismo -sensaciones y emociones- y la conciencia intelec-
tual y el pensamiento -que llamamos racional- son el primer paso para estar
presentes y conscientes de lo que pasa en la vida y en nuestras vidas.
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