Insomnio Maite Aleu

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INSOMNIO

Maite Aleu
© Maite Aleu, 2020.
INSOMNIO
Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial del
texto por cualquier medio sin la autorización previa y por escrito de la titular del copyright.
La narración y sus personajes son fruto de la imaginación de la autora.
Diseño de portada: Nerea Pérez Expósito de Imagina-designs
Maquetación: Maite Aleu
Edición: Ana Vázquez
Todos los derechos reservados Safe Creative. Número de registro: 2005103928235
ISBN-13: 978-84-09-20592-9
Para mi padre
Índice

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Notas

Sobre la novela

Agradecimientos

Sobre la autora

Otras obras de la autora


1
Halloween

La luz de la luna se filtraba entre las nubes de la fría noche del


mes de octubre. Roxanna miró las sombras del callejón mientras le
daba una fuerte calada a su cigarrillo. El destello de la pequeña
brasa resaltó entre las sombras, una luz que le trajo el recuerdo de
sus ojos. Lanzó el cigarrillo lejos de sí, disgustada. Por su culpa ni
siquiera estaba disfrutando de sus pequeños vicios humanos. Ya
apenas sentía el placer de fumar, comer, beber... y ni pensar en el
sexo. El maldito se había llevado su libido con él.
Odiaba la noche de Halloween. No solo porque era una
estúpida noche donde los niños salían a aporrear las puertas de los
vecinos, tan hambrientos de azúcar como trastornados por sus
efectos. Halloween le recordaba demasiado a su propia vida: los
disfraces, las mentiras, los monstruos… la muerte.
Echó un último vistazo al cielo antes de volver a entrar en el
edificio. Las nubes se apartaron durante unos instantes, mostrando
la luna en todo su esplendor. Roxanna sacudió la cabeza para sí.
Iba a ser una noche larga; se juntaban Halloween y la luna llena,
¿acaso podía ser eso bueno? Las sirenas sonaban en la lejanía,
como respondiendo a su lúgubre pensamiento.
Cuando iba a entrar, su cuerpo chocó con algo rígido. Chilló
mientras intentaba mantener el equilibrio. De inmediato unas fuertes
manos la agarraron por la cintura.
—¿Estás loca? ¡Hace un frío criminal!
—¡Y tú vas por ahí sigiloso como un psicópata! —protestó. Se
soltó de su agarre y se adentró en el pasillo que conducía hasta su
despacho.
—¿A qué viene esa mala leche? ¿Tienes la regla? —La burlona
voz del policía sonó a sus espaldas.
—Vete a la mierda, Jack. —Se giró y lo fulminó con la mirada—.
Si estuviera con la regla te habría clavado la rodilla entre las
piernas.
Había tanta furia en sus ojos grises que él no dudó que lo haría,
así que no quiso presionar más su suerte. Miró el culo de la forense
mientras la seguía, mordiéndose el labio con frustración. La bata
blanca tapaba aquella parte de su cuerpo, su preferida de la
anatomía femenina.
La mujer se detuvo ante la puerta de su despacho. Lo miró con
ira mientras la abría, y traspasó el umbral.
—Ahora viene cuando cierras y yo llamo y digo «truco o trato»
—bromeó Jack.
—No tengo caramelos que darle, agente Rice. —Roxanna negó
con la cabeza y se sentó tras la mesa de su pequeño despacho,
ocupada por un bolígrafo, un montón de papeles desordenados y
una caja de guantes. Sus párpados entornados y sus labios
apretados no permitían más bromas.
Definitivamente, no era la noche de Jack. Estaba claro que
mejor le iría yendo al grano y largándose. Al fin y al cabo, aún le
quedaba mucho turno por delante. Esperaba sacarle por lo menos
un sí a tomar café juntos.
—Bien, me veo obligado a interrumpir este momento de pasión
para decirte que tienes trabajo. Te traigo un fiambre.
—Sabes que odio que los llames así. Son víctimas. Hoy estás
haciendo todo lo que me cabrea. ¿Se trata de una apuesta contigo
mismo?
—No quería decir «víctima» porque puede que haya fallecido
de muerte natural. —Se encogió de hombros—. De todas formas, lo
hemos encontrado en la calle, desnudo. Quizá le han atacado para
robarle la ropa, o… algo peor. —Jack expresó repulsión en su rostro
de policía curtido—. Pero no presenta lesiones aparentes. —Se
levantó—. Te dejo con tu trabajo, Roxy. Espero que no sea una
noche larga. —Sonrió, deseando que ella correspondiera a su gesto.
—Está bien. —La forense se levantó también, tomó un par de
guantes de la caja y le recompensó con un amago de sonrisa y una
mirada más cálida—. Igualmente.
Jack se apartó para dejarla salir primero y, de paso, volver a
imaginar su culo. Le echó un último vistazo a las piernas y sus
zapatos de tacón.
—¿Dónde lo habéis dejado? —Roxanna terminó de colocarse
los guantes mientras caminaba por el pasillo.
—¿El qué? —Todos los pensamientos lujuriosos se esfumaron
cuando vio su mirada envenenada—. Ah, en el cajón número trece.
—Se encogió de hombros de nuevo—. No sabíamos si ya te ibas a
poner a la labor. Como no está identificado y no parece urgente lo
hemos metido en la nevera.
—Empezaré ahora, no me gusta que se me acumule el trabajo.
—Reemprendió la marcha por el pasillo y se paró ante la puerta de
la cámara. La empujó y volvió a sonreír—. Buenas noches.
Jack sintió que sí era su noche de suerte. Jamás la había visto
sonreír dos veces seguidas.
—Buenas noches.
Contempló con vergüenza de adolescente cómo la forense
daba un paso para entrar en la cámara sin que él se atreviese a
decir nada. En un impulso, se acercó a ella con una zancada y posó
una mano sobre su brazo para detenerla. Ella lo miró confundida.
—¿Un café cuando terminemos el turno?
El tiempo se congeló mientras Roxanna lo miraba de hito en
hito.
—De acuerdo —pronunció al final, asintiendo.
La mandíbula del policía se descolgó.
—¿De... acuerdo? —quiso asegurarse.
Ella asintió y se metió dentro de la lúgubre sala. Jack se la
quedó mirando fijamente a través de la ventanita, intentando
procesar si había algún significado oculto en todo aquello y cómo
podía ser que esta noche, justo esta noche en la que ella parecía
tan irritable, fuera la que había elegido para darle un sí.
Emprendió la marcha hacia la salida, negando con la cabeza y
pensando en el tópico de que no había quien entendiera a las
mujeres. Se reunió con su nuevo compañero, que le esperaba
tomando un café de máquina con la recepcionista.
Roxanna tiró fuerte de la manilla del cajón marcado con el
número trece hasta que su contenido estuvo completamente fuera.
La víctima estaba tapada con una sábana. De pronto, la puerta se
abrió a sus espaldas.
—Roxanna, ¿puedes venir a mi mesa? Necesito unas firmas
antes de que te pongas a trabajar. —La recepcionista asomaba la
cabeza por el espacio entre el marco y la puerta entreabierta.
Roxanna se giró, dejó el cajón tal como estaba y asintió
mientras se quitaba los guantes. Los dejó sobre la sábana. Maldita
burocracia, una persona podía morir en dos segundos, pero para
mover toda la maquinaria de después era necesario mucho más
tiempo.
—¿Estás bien, Charlotte? —inquirió al terminar de firmar los
papeles.
—Sí, sí —la chica asintió varias veces—, es que no me gusta
trabajar aquí.
—Nunca me lo habías dicho. —Roxanna la miró con el ceño
fruncido mientras se tomaba el café de la máquina.
La recepcionista echó un vistazo al policía que custodiaba la
entrada antes de hablar.
—No me gusta trabajar aquí... esta noche —explicó, sus ojos
oscuros enfocados en los de Roxanna—. Normalmente cambio el
turno, pero hoy ha sido imposible. Amanda tiene una fiesta de
disfraces y John acompaña a su hijo a pedir caramelos.
Roxanna asintió.
—Entiendo —dijo. Y era cierto. Ella tampoco podía evitar
sentirse inquieta, solo tenía ganas de que pasara la noche. Suspiró
reconfortada por el calor de la bebida, no por su sabor—. ¿Qué te
parece si luego calentamos un poco de chocolate y comemos el
bizcocho que he traído? Podemos guardarles un trozo a David y
Paul —bajó el tono de voz para que el asistente y el celador de la
morgue no las oyeran, aunque no estaban a la vista—. Uno bien
pequeño. No quiero que nos dejen sin nada como la última vez —
pronunció confidencial.
Los ojos de Charlotte se iluminaron.
—Buena idea. —Asintió mientras el color volvía a su cara.
Roxanna se dirigió de nuevo hacia la cámara, preguntándose
dónde estaban los dos hombres que compartían turno en la morgue
aquella noche junto con el policía de la entrada, la recepcionista y
ella misma. No los había visto desde que había salido a fumar aquel
cigarrillo.
Empujó la puerta de la sala y lo que vio la hizo soltar una
exclamación.
—Malditos hijos de… —murmuró, no queriendo perturbar con
blasfemias el descanso de los que allí se hallaban.
Dio unos pasos y se detuvo frente al cajón abierto, tomó los
guantes con una mano y apartó la sábana con la otra. Estaba vacío.
Aquellos desgraciados tenían ganas de broma, y ella con el trabajo
no bromeaba.
—Se van a ganar un expediente —masculló.
Salió como una exhalación.
—¡David, Paul! —rugió en el pasillo.
Los mencionados salieron de la salita donde tenían la
televisión, un microondas y un sofá. Sujetaban varias cartas de
póker y la miraban asustados.
—Ya estáis devolviendo lo que habéis escondido si queréis
seguir trabajando aquí —gruñó señalando hacia la cámara. Su
avance provocó un retroceso en ellos—. Con la comida no se juega,
y vosotros coméis de esto. Os voy a meter en la cárcel. Seguro que
ni siquiera os habéis puesto guantes.
Los dos hombres la miraban como si se hubiera vuelto loca.
—¿De qué hablas? —David, el asistente, fue el primero que se
atrevió a abrir la boca.
—De la víctima. La que habéis hecho desaparecer. —Ellos
continuaron mirándola en silencio—. ¡Venid! —ordenó al tiempo que
volvía sobre sus pasos.
Roxanna empujó con fuerza la puerta de la cámara y avanzó
sin tener la amabilidad de sujetarla para los que la seguían. Se
paralizó cuando se dio cuenta de que el cajón estaba ahora cerrado.
¿Cómo lo habían hecho, si estaban en la salita? Se preguntó si no
sería Jack quien le estaba gastando una broma de mal gusto.
Su expresión de confusión se contagió a sus ayudantes.
—¿Qué sucede? —inquirió David.
Sin responder, ella apoyó su mano en la manilla del cajón y tiró.
De nuevo estaba ocupado, la sábana y los guantes en el mismo
lugar que minutos atrás.
—Nada. —Roxanna agarró la sábana y tiró de ella
bruscamente. Casi esperaba encontrarse a Jack o su compañero
dispuestos a carcajearse.
Se puso las manos en la boca para sofocar un grito.
—¿Qué pasa? ¿Tan mal está? —David se situó al lado de su
jefa.
Paul se colocó al otro lado del cajón.
—¿Lo conocías?
La voz de Paul sonó en la lejanía mientras Roxanna
contemplaba aquel hombre, su cara mudando de una expresión de
horror a otra de asombro para terminar en una de enfado
monumental.
—Marchaos —gruñó.
No se hicieron de rogar. La puerta se cerró tras ellos y el
silencio llenó cada uno de los espacios de la fría sala mientras
Roxanna contemplaba el rostro del hombre que yacía ante ella.
—Eres un malnacido —espetó—. Debería clavarte una estaca
ahora mismo. —Se dirigió hacia el armario donde guardaban parte
del instrumental, tomó una especie de escoplo y un martillo y volvió
a acercarse al cajón—. Sal de ahí o te juro que lo hago.
Al no haber respuesta, colocó la punta del instrumento en el
pecho del joven y alzó la otra mano para descargar el mazo sobre
él.
En un instante su cuerpo se apretaba de cara contra la pared
de la cámara, sus muñecas inmovilizadas a su espalda por unas
fuertes manos.
—¿Habrías sido capaz? —la voz fue un susurro en su oreja, y
su piel respondió de inmediato con un escalofrío que nada tenía que
ver con el miedo.
—Por supuesto.
Una risa suave le transportó su aroma, como el de un prado
tras la lluvia; lo añoraba, maldita sea. El agarre desapareció y
recuperó la libertad de movimiento. Se giró lentamente sobre sí
misma hasta quedar con la espalda apoyada en la pared.
Él estaba tal como lo recordaba. Todos aquellos meses
pensando que llegaría el día en que podría borrar su imagen de su
memoria se esfumaron. Su cuerpo, alto y proporcionado, y su rostro,
de mandíbula marcada, nariz recta y ojos verdes, eran un homenaje
a la belleza masculina clásica.
—Maldito seas, Adam, ponte algo encima. No tienes vergüenza
—gruñó lanzándole la fría sábana que colgaba del cajón.
—¿Vergüenza de qué? Si hubieras escuchado los comentarios
de algunas de las personas que me han encontrado...
—Sigues siendo un puñetero presumido.
—Ha sido divertido. —Sus ojos brillaban con malicia.
Tomó la sabana y la envolvió perezosamente alrededor de sus
caderas. Roxanna se esforzó en mantener sus ojos fijos en los de
él.
—Tu idea de diversión no coincide con la mía.
—No es lo que recuerdo. —Dio un paso hacia ella, sus iris
tornándose más brillantes.
Roxanna no pudo evitar recordar la pequeña brasa de su
cigarrillo.
—Te dejé —le recordó ella—. Y no puedes estar aquí, no te he
invitado a entrar. —Se sintió orgullosa de la firmeza de su voz.
—Me han... invitado otros —susurró, volviendo a dar otro paso
hacia ella—. Y esto no es tu casa, aunque prácticamente vivas aquí.
—Se terminó, Adam. Siempre has aceptado mi voluntad, o eso
decías —le recordó, ignorando aquellas largas piernas que volvían a
avanzar hacia ella.
—No creo que este sufrimiento sea tu voluntad —murmuró—.
Te he dado tiempo para que pensaras, para que te cansaras de huir
de la realidad. —Avanzó un nuevo paso y de pronto estaba casi
rozándola. Su mano se alzó y se posó sobre la mejilla de ella—.
¿Aún no estás harta? —dijo con dulzura.
—No. —Se esforzó por controlar la respiración.
—Te echo de menos.
—Me mentiste. —Rebuscó en su interior para reavivar su rabia,
tenía que hacerlo. Se zafó de él de un manotazo y se situó al lado
de la puerta, sin preocuparse porque alguien los viera a través del
cristal. Eso no pasaría—. Ya no noto el sabor de la comida como
antes. Ni el del vino. Ni siquiera el del tabaco.
—Pero te cansas mucho menos, hace meses que no enfermas
y han mejorado tu fuerza y tus reflejos. Y estás más hermosa, si
cabe.
—Lo sabías y no me lo dijiste —le recordó con ira.
—Creí que tus cambios serían temporales… Pensé que lo
nuestro significaría más para ti que todo eso.
—¡Eres un cínico! ¡Eso debería decidirlo yo, no tú! —clamó.
De repente, Adam desapareció de su vista y la puerta de la
cámara se abrió.
—Parece que la noche está tranquila. ¿Hablabas sola? —
Charlotte la miró con preocupación.
—No... —Sacudió la cabeza—. Pensaba en voz alta, es distinto.
—Sí, es distinto —concedió—. ¿Estás bien?
Roxanna asintió, mirando a su alrededor como si buscara algo.
La administrativa siguió el movimiento de sus ojos y pareció
inquieta.
—Pues vamos por ese chocolate, ¿te parece? —dijo Charlotte.
La forense forzó una sonrisa y la siguió hasta la sala de
descanso.

—¡No nos habéis dejado nada! —Los ojos de David se


agrandaron al contemplar la exigua bandeja que Charlotte les
ofrecía a él y a Paul.
—Donde las dan las toman. —Hizo una mueca de burla—. La
última vez nos dejasteis sin pastel de cumpleaños, y eso que no era
el de ninguno de vosotros.
—Creí que me habrías perdonado.
David casi, casi consiguió fingir arrepentimiento, pero Roxanna
no tenía ganas de sonreír.
—Era una broma —dijo encogiéndose de hombros—, el resto lo
tenéis en mi despacho. Yo casi no he comido.
La administrativa la miró indignada. Aún quedaban muchas
horas de turno, y esos dos no se merecían la generosidad que ella
estaba demostrando.
—Lo siento, Charlie, no tengo hambre. —Roxanna apretó los
labios en una mueca—. Avísame si hay cualquier nueva entrada. Lo
de antes lo dejo para el turno de día, no es urgente.
Ahora Charlotte sí estaba preocupada, su jefa adicta al trabajo
dejaba su adicción para el día siguiente. Echó un último vistazo a la
espalda de la forense y volvió a su sitio, no sin antes dirigirles una
advertencia a David y Paul:
—Pobres de vosotros como os lo terminéis todo. Y apagad eso,
me pone de los nervios —gruñó señalando la radio donde en aquel
momento sonaba Esto es Halloween, de la película Pesadilla antes
de Navidad.
2
Tempestad

Un año y medio antes

Las luces del laboratorio parpadearon un instante y Roxanna


levantó sus cansados ojos del microscopio. Aunque entre esas
cuatro paredes sin ventanas era difícil asegurarlo, sentía que la
tormenta arreciaba por momentos. No solo escuchaba el
amortiguado sonido de los truenos, sino que percibía en su piel la
electricidad que crepitaba en el aire.
Una noche de perros. Una ideal para no haber traído el coche al
trabajo.
«Buen momento para ignorar los pronósticos del tiempo», se
dijo a sí misma. Respiró hondo, se frotó los párpados y volvió a
inclinarse sobre el microscopio. Desplazó la muestra de tejido
ganglionar. Nada. Y era la última.
Exhaló un suspiro de alivio justo cuando la puerta se abría a
sus espaldas. Sintió el potente empuje de la angustia del cirujano,
que se plantó a su lado en silencio. Roxanna se esforzó por
controlar aquella emoción, se giró en la silla para mirarle y sonrió.
—Están limpios, Derek. Todos. No hay células malignas.
El cirujano respiró hondo, cerró los párpados como si emitiera
una plegaria de agradecimiento y, cuando los abrió, brillaban como
si fuera a llorar. «Oh, no», pensó, nerviosa ante el ataque emocional
de su compañero.
—Gracias, Roxy. Sé que has tenido mucho trabajo.
—No te preocupes, Derek, en serio. De todas formas iba a estar
aquí. Si no fuera por... esto —hizo un gesto con la cabeza
señalando el montón de portaobjetos desperdigados sobre la mesa
de trabajo— estaría haciendo… otras cosas.
Al cirujano se le escapó una carcajada. Roxanna pensó que no
había nada gracioso en lo que había dicho.
—Si pudieras viajarías en el tiempo para adelantar el trabajo de
mañana, no lo niegues. Deberías disfrutar más de la vida, salir a
tomar algo con tus amigos o pasear de la mano con... con quien
sea.
Roxanna apretó los labios. Si no fuera porque sabía que su
compañero estaba pasando por un mal momento le habría dicho
que no se metiera donde no le llamaban.
—Está bien. Te prometo que me iré dentro de poco… si no me
das más consejos —dijo. El veterano médico le sonrió; desde que
su mujer había sido diagnosticada de cáncer de mama, su carácter,
antes engreído, había cambiado. En aquel momento estaba sobre la
mesa del quirófano, anestesiada—. Anda, lárgate. Arriba te
necesitan —masculló—. Tengo que llamar al quirófano y darles la
buena nueva. —Hizo un movimiento con la mano como si espantara
moscas, despidiendo a su compañero.
Este no perdió la sonrisa.
—Roxy, esto no ha terminado.
La doctora puso los ojos en blanco mientras marcaba la
extensión del quirófano en el teléfono.
—Largo —le dijo a una puerta ya cerrada. Al otro lado de la
línea, una voz contestó—. Soy la doctora Stone. No hay metástasis
ganglionar —pronunció con claridad.
—Gracias —la alegría de la voz traspasó el auricular, y
Roxanna colgó musitando un rápido «de nada».
Derek no era un amigo íntimo, pero sí un buen compañero, y
aquello la estaba afectando demasiado. No era bueno estar tan
implicada en un caso. Tendría que haber dejado que otro estudiara
las biopsias, pero el cirujano se lo había pedido como un favor.
Si Roxanna hubiera querido sentir emociones intensas no se
habría dedicado a una especialidad, la patología, donde se
trabajaba con tejidos, vísceras y cadáveres en vez de con seres
vivos. Desde su nacimiento tenía el don, o la maldición, de captar
los sentimientos de los que estaban a su alrededor; se metían
dentro de ella, afectándola como si fueran propios. Con el tiempo
había aprendido a bloquearlos, pero, por lo que fuera, no siempre
podía. Afortunadamente, esta vez las noticias habían sido
excelentes.
Conocía bien lo que se sentía cuando no era así.
Agitó la cabeza ahuyentando la nube negra que se cernía sobre
ella. No quería recordar eso, no en su solitario laboratorio. La
soledad no era algo que normalmente le molestara, pero, a veces, la
melancolía la atrapaba como una mala hierba, enredándose en su
corazón y estrujándolo hasta asfixiarlo. Como ahora.
Por un momento se planteó llamar a Ethan para pasar la noche
juntos. Bufó, exasperada consigo misma mientras recogía las
muestras. «En serio, Roxy. ¿Ethan? ¿Para qué?». Su plan estaba
claro desde su primera noche, meses atrás. Solo se veían los
viernes. No, Ethan estaba descartado. Quizá podría quedarse en el
laboratorio y adelantar trabajo para su tesis.
Miró el reloj de pared. Las ocho. Ya había pasado la hora de
cenar, pero tampoco tenía hambre. Limpió el área de trabajo hasta
dejarla inmaculada y se dirigió a la sala de reuniones del laboratorio,
donde había un sillón reclinable aceptablemente cómodo. Se sentó
en él, se quitó la coleta y miró a su alrededor. Estaba agotada, pero
no pudo ahuyentar aquel angustioso sentimiento de soledad. Se
sintió tentada de llamar a Kat. Entonces, escuchó un trueno que
sonó como una explosión, y la luz se apagó para volver a
encenderse enseguida.
«Genial, los generadores de emergencia». Menuda tormenta.
Podría echar un vistazo, siempre le había gustado ver a las fuerzas
de la naturaleza en todo su esplendor. De repente, lo necesitó. Eso
mejoraría su ánimo. Sus pies se movieron por sí solos antes de que
fuera consciente de lo que hacía, y cuando se dio cuenta estaba
ante uno de los ascensores marcando el botón de llamada.
Esperó. Escuchó el amortiguado sonido de los truenos y se
preguntó si estaba siendo imprudente, pero necesitaba subir,
respirar aire fresco, de una forma que ni ella misma comprendía.
Marcó la combinación de números que llevaba a la azotea, al
helipuerto. Tenía unas ganas increíbles de humedecer su cara con
agua fresca de lluvia y de sentir su cuerpo agitado por la ventisca.
Anhelaba sentirse viva.
Salió del ascensor, abrió la puerta que daba al helipuerto y la
naturaleza la recibió en forma de frío, agua y viento. Se arrebujó en
su bata mientras salía a la intemperie. Le gustó la sensación de ser
zarandeada por la lluvia y el frío. Algo que no tenía que controlar,
que no dependía de ella. Se agarró de un saliente de la pared
buscando las luces de los edificios vecinos, curiosa por ver si el
apagón solo afectaba a aquella parte de la ciudad, pero la cortina de
lluvia era como una masa opaca ante sus ojos. El viento la empujó
con más fuerza, sus cabellos rodearon su cara impidiéndole ver y
sintió pánico al verse sumergida en una oscuridad completa.
Silencio.
Paz.
Abrió los ojos y los enfocó en la pared de enfrente. Se incorporó
en el sillón, sintiéndose descansada. Se había quedado dormida sin
darse cuenta. Se pasó ambas manos por la cara para frotársela y
despejarse, y soltó un pequeño grito de sorpresa.
Su cara estaba mojada, su pelo y su ropa también. No había
sido un sueño, había estado en la azotea. Pero… ¿cómo había
llegado de nuevo al laboratorio? ¿Por qué había un vacío en su
memoria? Le latía el labio como si se le estuviera hinchando. ¿Se lo
habría golpeado sin darse cuenta? Instintivamente pasó la lengua
por él y percibió un extraño sabor dulce, algo especiado. Delicioso.
Alzó una mano y lo rozó. No dolía.
Empezó a preocuparse, no era normal despertarse en el sillón
del despacho cuando lo último que recordaba era estar en la azotea.
Se centró en la parte principal del problema y se esforzó por obviar
el sabor en su labio. Buscaba una explicación sencilla, racional.
Por más que lo intentó no recordaba nada. Frunció el ceño y
exhaló con brusquedad. Seguramente estaba demasiado cansada y
mañana lo recordaría todo.
Se incorporó poco a poco, temiendo estar enferma y perder el
equilibrio, pero no. Se sentía en plena forma. Miró la hora en el reloj
y de nuevo se sorprendió. Había dormido un par de horas. Sacudió
la cabeza y se negó a procesar más. Por la mañana hablaría con
Kat.
Se cambió de ropa y se puso un uniforme seco. Salió del
despacho sin rumbo fijo, simplemente buscando presencia humana.
Al final, decidió obedecer a su estómago y encaminarse hacia la
cafetería.
—¡Roxy! —la voz de su amiga psiquiatra sonó a su espalda
mientras, apoyada en la barra del autoservicio con una bandeja
vacía, estudiaba los sándwiches apilados.
—¡Kat! ¡Qué alegría! —Sonrió ampliamente, correspondiendo a
su rápido abrazo—. No sabía que estabas de guardia.
—Yo tampoco. —Se encogió de hombros sin perder la sonrisa
—. Me la ha endosado la jefa, la han llamado y no podía acudir. Y
menuda nochecita para venir, media ciudad estaba a oscuras. Oye...
No tomes ninguno de esos. —Señaló los sándwiches con la barbilla
—. Me parece que crecen en ellos unos hongos psicotrópicos —
pronunció confidencial, sin atender a la torva mirada que le dirigía el
camarero tras el mostrador.
Roxanna rio, pero de inmediato le cambió la cara.
—Tu jefa no debería confiar en tenerte siempre en la recámara.
Cuando tengas a Rachel...
Kat alzó las manos en señal de rendición.
—Ya, ya. No me vengas con sermones, justamente tú. Ya tengo
bastante con Jason.
—Yo no estoy embarazada de seis meses. —Entornó los
párpados contemplando el abultado vientre de su amiga.
—Un té y un paquete de galletas, por favor. —Kat se giró hacia
el camarero, dando a entender a Roxanna que había terminado con
ese tema.
Roxanna suspiró. Eran demasiado parecidas en muchos
aspectos y eso a veces era exasperante. Pidió lo mismo y siguió a
Kat hasta una de las mesas.
—¿Qué te ha traído aquí? ¿Lo habitual? —quiso saber
Roxanna una vez sentadas.
—No... Esta vez no ha sido un intento de suicidio. Me han
llamado de urgencias porque había un paciente con una crisis
psicótica grave. Estaba muy agresivo, y la policía no sabía qué
hacer con él. —Se encogió de hombros—. ¿Y tú? ¿Trabajo
atrasado? —pronunció con retintín.
—Mucho trabajo —repuso sin extenderse. Bebió un sorbo de té
—. ¿Has traído el coche?
—No, he venido en mi yate. —Se le escapó una risita cuando
su amiga le hizo una mueca—. Claro que lo he traído, ¿te llevo?
—Me harás un favor. Hoy hacía una mañana tan preciosa que
se me ha ocurrido venir andando desde casa. ¿Aún puedes
conducir? —Mordisqueó una galleta.
—Roxy, podré conducir todo el embarazo, no es como viajar en
avión. Me encuentro de maravilla, ¿y tú?
La miró incisiva y Roxanna no pudo evitar la idea de que los
psiquiatras podían leer la mente.
—Muy bien —repuso lacónica. Desvió los ojos hacia su infusión
y los centró en los escasos posos que habían escapado de la
bolsita, deseando que su futuro no estuviera ahí, porque solo veía
porquería.
Kat asintió e inició un monólogo sobre la futura habitación del
bebé, haciendo que Roxanna cantara victoria por haber conseguido
despistarla.

—Y al final nos decidimos por la cama-cuna, es lo más seguro.


—Ajá —Roxanna respondió de forma automática mirando las
luces del coche que circulaba frente a ellas.
Afortunadamente, había dejado de llover y la luz había vuelto a
la ciudad.
—Podíamos quedar algún día. Tú, tu chico, Jason, y yo. Antes
de que nazca Rachel. Estaría bien conocerlo —continuó sin variar el
tono de voz.
—Ajá... ¿Qué? —Se giró para mirarla.
—Veo que me escuchabas. —Kat sonrió sin perder de vista la
carretera.
—¡Claro que te escuchaba! —se defendió—. ¿Has esperado a
sacar el tema en el coche, ahora que no tengo escapatoria?
—Más o menos.
—No.
—¿No, qué?
—Kat, sabes bien que lo mío es un arreglo.
—Un arreglo que dura ya seis meses —la suave voz de la
psiquiatra la advertía de que esta vez no iba a dejar el tema.
Roxanna respiró hondo.
—Podría durar años y seguiría siendo un arreglo —insistió
cruzándose de brazos.
—Roxanna Stone, ¿no quieres nada más? —La miró fijamente,
aprovechando que se detenían en un semáforo.
—No. Y no me llames Roxanna, Katherine. Ethan y yo salimos,
cenamos, follamos, dormimos juntos, si es que dormimos, y al día
siguiente nos despedimos. Punto, hasta el siguiente viernes.
La psiquiatra fingió escandalizarse, agachó la cabeza y posó las
manos sobre su vientre.
—No escuches esto, mi vida —murmuró componiendo una
expresión divertida—. Roxy, cielo, eso parece el argumento del
nuevo superventas de novela romántica —se burló.
—Sí. En las librerías lo colocarán al lado de Cincuenta sombras
de Grey. —Rio.
—Eso es novela erótica, más que romántica.
—¿No te acaba de quedar claro lo que hacemos? —dijo con
picardía.
—Si eres feliz así, está bien. —Centró de nuevo la mirada en la
carretera y puso el coche en marcha.
En el silencio que siguió, Roxanna pensó en preguntarle a Kat
sobre su episodio de amnesia, pero tenía un poco de miedo.
Verbalizar un problema, o la creencia de que lo tenías, hacía que
fuera más real. Y ella no tenía ningún problema. Solo estaba
cansada.

Roxanna se había puesto el DVD de Moulin Rouge por enésima


vez. No sabía qué le encontraba a aquella historia, pero le gustaba
verla cuando se sentía decaída.
Escuchó una vez más la letra de la banda sonora: «Pase lo que
pase, te amaré hasta el día de mi muerte». Se rio de sí misma. Le
gustaban las películas románticas, pero ya hacía tiempo que había
olvidado sus sueños de adolescente, aquellos que los estúpidos
cuentos de hadas te metían en la cabeza. Ella había esperado por
su amor hasta que, al final, había bajado el listón de expectativas.
«¿Quizá lo bajé demasiado? ¿Solo sexo ocasional con un
hombre del que no sé ni el apellido?».
«No», se contestó a sí misma. Simplemente tomaba lo que la
vida le daba.
Tomó un cigarrillo de su bolso y salió a la terraza. No soportaba
que dentro oliera a tabaco. Su ático, en lo alto de un edificio de
veinte pisos, era pequeño, pero disponía de una espaciosa terraza.
Pasaba horas allí cuando el tiempo era apacible, y seguía
disfrutando de ella aunque la nieve la cubriera. Se abrigó bien con
su bata de dormir e inhaló el aire fresco que, después de la
tormenta, la acariciaba. Encendió un cigarrillo y se acercó a la
barandilla, contemplando Maincity desde la privilegiada vista de su
casa.
Entrecerró los párpados y buscó entre el humo que salía de sus
labios las luces del hospital George Washington, su lugar de trabajo.
También era el centro de su vida, así había sido y así sería. No
sentía el tictac del reloj biológico; a su edad, treinta y dos años,
mucho tenía que cambiar para sentir esa llamada. Le dio una nueva
calada a su cigarro y se apoyó relajada sobre la barandilla,
ignorando las gotas de agua fría que traspasaban el tejido de su
bata. Recordó el abultado vientre de Kat y su expresión de felicidad
al relatar los preparativos para el nacimiento de su bebé. Se
alegraba por la felicidad de su amiga, pero no la envidiaba. No
codiciaba la inseguridad que implicaba cuidar de alguien a quien
amabas más que a tu propia vida.
Otra vez detuvo el rumbo de sus pensamientos. Eran
deprimentes y no sabía por qué. Los alejaba, pero volvían a
atormentarla cerniéndose sobre ella como buitres. Decidió que ya
era hora de acostarse. Iba a dormir muy poco, pero no había
querido ir a la cama hasta relajarse.
Apagó el cigarrillo en el cenicero que tenía en el balcón y sintió
un repentino escalofrío. Se envolvió más en su bata. Sus sentidos
estaban alerta, y su vello se erizó cuando creyó percibir un aroma
esquivo, algo que intentó recordar sin conseguirlo. Agitó la cabeza,
sacudiéndose como pudo la extraña sensación que la invadía, la
misma que se siente con un déjà vu. Su mano se dirigió al pequeño
colgante de su cuello y acarició distraída el minúsculo crucifijo de
oro que era su único adorno.
Después de beber una infusión relajante se metió en la cama
con una aburrida novela, pero por más que pasaban los minutos no
notaba el efecto de una ni de la otra. Quizá estaba incubando algún
virus. Sentía escalofríos y su estómago se contrajo con nerviosismo.
«Maldita sea. Mañana tendré que meterme una intravenosa de
cafeína».
Medio tumbada en el colchón, con las rodillas dobladas y el
libro apoyado sobre sus muslos, se quitó las gafas que usaba para
leer y miró a su alrededor. Su habitación parecía tener más
sombras. Sintió la misma sensación de enorme soledad que había
tenido horas antes y, de pronto, los párpados le pesaron. Luchó,
sintiendo que no era normal, que no debería tener sueño en aquella
extraña situación. Su mente le gritó que algo no iba bien, pero la
nube de sopor la invadió de forma inexorable.

Miró alrededor. Estaba de nuevo en su terraza. Sabía que estaba


soñando, pero era todo tan real… Se sentía bien, ligera, tanto que
pensó que podría volar. Su cuerpo se elevó unos centímetros y la
sensación de libertad fue sobrecogedora. Volvió a posarse en el
suelo con una gran sonrisa en la cara.
—Roxanna —dijo una voz profunda.
Un hombre alto, vestido con camiseta negra y vaqueros, estaba
semioculto en la esquina más alejada de la terraza. Roxanna
parpadeó ladeando la cabeza. No podía ver su rostro, pero sabía
que lo conocía.
—¿Qué haces aquí? —inquirió, curiosa.
Vio que él se envaraba. «Lo he sorprendido», se dijo.
—Te he seguido —contestó al cabo de un rato.
Negó con la cabeza. Sabía que él no debería estar allí. El
hombre salió de la oscuridad con un paso adelante. Roxanna
contuvo el aliento al ver sus ojos, de un tono extraño, verde jade.
Parecían brillar por sí solos. Estudió su hermoso e inexpresivo
rostro.
—¿Quién eres?
—Déjame entrar en tu casa, te lo explicaré.
Ella soltó una carcajada antes de contestar. Sabía la respuesta
a eso.
—No, y aunque soples y soples no podrás tirarla.
El guapo desconocido enarcó las cejas y la miró de arriba
abajo. Esta vez fue él quien se rio. Ella sonrió, quería oírlo reír otra
vez. Él se acercó un paso más.
—Sigue así, por favor. Cuantas más barreras me pones más
me apetece tenerte —susurró mirándole los labios.
Ella aspiró bruscamente, recordando.
—Tú… me mordiste. —Se rozó el labio con un dedo—. Aquí. —
Miró alrededor y el entorno cambió: estaban en la azotea del
hospital, bajo una tormenta como la de horas antes. Ahora vestía el
uniforme, empapado por completo, pegándose a su cuerpo. Supo
que ese cambio en el sueño lo había logrado ella.
Él la miró boquiabierto. Roxanna se cruzó de brazos, esperando
una respuesta. El hombre pareció reaccionar y entrecerró los
párpados. El entorno cambió y desapareció la lluvia. Ella agrandó
los ojos y soltó una exclamación: estaban de nuevo en la terraza,
mirándose el uno al otro. Él enarcó una ceja y ladeó la cabeza con
expresión retadora, su boca curvada en una media sonrisa.
Roxanna también se estaba divirtiendo.
De inmediato, el decorado cambió. Volvían a estar en la azotea
del hospital, sobre la H del helipuerto.
El desconocido estaba estupefacto; lo percibía también
emocionado. Se acercó a Roxanna y alzó su mano con cuidado,
extendiendo el dedo índice para acariciar con suavidad su labio
inferior. Ella cerró los ojos durante unos segundos, respondiendo al
contacto.
—Sí, he sido yo —repuso él, por fin.
Sus dedos se deslizaron con lentitud por la curva de su mejilla
hasta su cuello. Roxanna sintió acelerarse su pulso y aguantó la
respiración. No quería que dejara de tocarla.
—Confía en mí —dijo él. Roxanna escrutó sus gestos y sus
emociones: deseo, y algo más que no sabía definir—. Déjame entrar
en tu casa. —Sus manos acunaron su cara. El decorado del sueño
volvió a ser su terraza—. Solo quiero hacerte feliz durante una
noche.
Ella sabía que le ocultaba algo importante.
—¿Eso es lo mejor que se te ocurre? —Alzó una ceja burlona,
pero no cambió de escenario.
¿Hasta dónde llegaría él? Era excitante. Habría dudado de que
aquello fuera un sueño si al principio no hubiera volado. Se
sorprendió porque podía controlar parte de él, e incluso sus
pensamientos. ¿O estaba soñando que controlaba algo y no era
así? Fuera lo que fuera, algo la impulsaba a retar a aquel hombre, a
no rendirse.
Todo a su alrededor cambió de nuevo, y se encontraron en un
extenso prado delimitado por una muralla de árboles. Flores de
colores irreales tachonaban aquí y allá un suelo cubierto de hierba
de varias tonalidades de azul. Había una fragancia en el ambiente,
una que ella ahora recordaba haber olido en su terraza. Roxanna
nunca había tenido un sueño donde la sensación olfativa fuera tan
intensa. El aroma de aquella naturaleza onírica y el de él se
combinaban para intoxicarla como una potente droga natural.
Madera, flores, tierra húmeda, hierba cortada... Se sentía como si
inhalara algún afrodisíaco.
Miró alrededor con curiosidad y admiración. Aquel paisaje era
obra de él. El cielo era negro y salpicado de estrellas, y aun así
podía ver los detalles del bosque que rodeaba al prado. Las hojas
de los árboles, de colores pardos y rojizos, se mecían al son de una
suave brisa, y se podía apreciar cada elemento de los troncos. Al
mirar hacia abajo, se dio cuenta de que sus ropas también habían
sufrido una transformación. Apretó los labios: llevaba un camisón
negro de encaje y seda, adherido a su cuerpo en el busto para caer
suelto hasta sus pies. El delicado tejido ocultaba apenas la sombra
de sus pezones. Su cabello castaño caía en cascada sobre sus
hombros y espalda.
Alzó la cara y le dirigió una mirada indignada. El extraño
disimulaba su diversión; se inclinó para susurrarle al oído:
—No te quejes... Iba a ponerte algo mucho menos discreto —
murmuró con picardía.
Roxanna sintió que el calor la inundaba. Sus dedos
hormiguearon, anhelando tocar a aquel hombre. Instintivamente, dio
un paso atrás. Apretó los párpados durante un par de segundos,
buscando algo parecido a la calma. Abrió los ojos y se sorprendió
ante su nuevo aspecto. Lo repasó con la mirada, desde los
elegantes zapatos, pasando por los pantalones y la chaqueta de un
elegante traje negro, hasta la corbata gris y la camisa de color
crudo... Contuvo un suspiro, siempre le habían atraído los hombres
con traje. Su forma de observarla hizo que apretara los muslos. Su
boca carnosa sonreía ladeada, sus ojos la estudiaban. Su cabello
rubio, corto, ondulado y revuelto, enmarcaba la belleza de un rostro
que tenía tanta perfección como falta de humanidad. Aun así, habría
mordido esos labios, lamido esa mandíbula, besado esas mejillas y
esa nariz, si algo no la estuviera avisando, parpadeando como la luz
roja de una alarma.
Él parecía leerle los pensamientos: su sonrisa se hizo más
amplia y, tomándola de la mano, tiró de ella con delicadeza mientras
empezaba a andar. Roxanna podía sentir la suavidad de sus dedos
rodeándola, pero el gesto no desprendía calor. No entendía cómo él
podía provocarle esa sensación de seguridad y al mismo tiempo de
recelo, pero era un sueño, y los sueños eran absurdos.
Caminaron en silencio, acompañados por la suave caricia de la
brisa. Roxanna iba descalza, disfrutando de la blandura del terreno
bajo sus pies. Se sentía cómoda.
De pronto, una puerta con barrotes de hierro forjado negro
apareció ante ellos, y él detuvo su marcha. Roxanna la contempló,
confusa. Tan solo estaba allí, plantada en medio del prado, sin
muros a los que agarrarse. Soltó la mano del hombre y rodeó la
puerta. Miró a su alrededor, esperando que en cualquier momento
apareciera el sombrerero loco o un conejo con mucha prisa.
—Tendría que haberlo imaginado —susurró la voz del extraño
el otro lado de la puerta. Sus largos dedos envolvieron uno de los
barrotes mientras miraba de arriba abajo aquel misterioso obstáculo.
Roxanna intentó abrir la puerta, pero no lo consiguió. Volvió
junto a él.
—¿Qué significa? —Sabía que él tenía la respuesta.
—Tú lo has puesto aquí. Ya sabes qué significa, Roxanna.
Ella negó con la cabeza, frunciendo el ceño y apoyando su
mano sobre la manija. La puerta no cedió.
—No, no lo sé. —Se volteó y lo encaró—. Y no me llames
Roxanna —espetó—. Nadie me llama así.
El extraño se apoyó con lentitud sobre los barrotes metálicos,
primero una mano y luego la otra, enjaulándola en un abrazo sin
contacto. Se inclinó hasta que sus caras quedaron separadas por
unos pocos centímetros.
—Por eso yo voy a llamarte así, Roxanna. —Los iris verdes
viajaron hasta sus labios, donde se detuvieron—. Porque nadie más
va a hacerlo. —Acercó su boca y la besó con suavidad. Una
suavidad engañosa, porque sus labios ardían—. Solo yo —
murmuró. Se retiró y ella se movió hacia delante, buscándolo.
—¿Y tú, quién eres?
Sin responder, él sonrió con gesto burlón y se inclinó hacia el
ángulo de su mandíbula. Depositó delicados besos, rozándola
también con su nariz en una caricia que ella sintió en su intimidad.
Se le escapó un suspiro. Quería sentir su boca en la de ella,
degustar de nuevo su delicioso sabor. Se aferró a su cuello y se
puso de puntillas. Le mordió el labio inferior.
—Bésame —exigió.
Él sonrió, entreabriendo sus labios. Roxanna tiró de su nuca,
acercándolo más mientras saboreaba su boca, embriagada,
deteniéndose a acariciar cada parte. Sintió que él sonreía contra sus
labios y entrelazaba su lengua con la de ella mientras le rodeaba la
cintura. La apretó contra él y la inclinó hacia atrás al tiempo que
tomaba el control del beso, que se volvió más demandante y
posesivo. De repente, un fuerte orgasmo la recorrió como una
descarga. De su garganta escapó un sonido gutural y sus piernas
dejaron de soportar su peso, pero él la sujetó.
—¿Qué...? ¿Qué ha pasado? —balbuceó. Su cara descansaba
sobre el duro torso masculino mientras él la apretaba contra sí con
un solo brazo, la mano libre acariciándole con dulzura la nuca.
El hombre volvió a acercar sus labios a su oreja y con sus
dientes tiró suavemente del lóbulo.
—Te contaré un secreto —susurró—. No necesito tocarte para
darte placer, cariño —murmuró su voz ronca—. Pero ahora tengo
que marcharme, y no sabes cuánto me entristece. Espérame la
próxima noche. Y ábreme esa maldita puerta.
Sus ojos se abrieron y se sentó en la cama mirando a todos
lados. Durante un momento no supo dónde se encontraba, y su
respiración agitada y el latido frenético de su corazón no ayudaban.
Sentía los ecos del orgasmo todavía recorriéndola. Necesitó unos
minutos para tranquilizarse y darse cuenta de que aquello era la
realidad.
—¿Pero… qué coño ha sido eso? —murmuró en voz baja.
3
Perfume

La psiquiatra firmó el alta de su paciente y se la entregó al


policía.
—Gracias, doctora. Me llevo a ese cabrón donde le
corresponde. —El agente asintió y giró sobre sí mismo. Se dirigió al
área de Psiquiatría, que estaba vigilada por dos de sus compañeros.
Kat no podía dejar de estar de acuerdo. La noche anterior,
cuando había reconocido al paciente, estaba preso de una tremenda
agitación y decía cosas incoherentes como que había visto un
vampiro, por eso ella le había diagnosticado una crisis psicótica. Le
habían tenido que administrar un sedante para conseguir que se
calmara y se durmiera.
Cuál no sería su sorpresa al llegar por la mañana y encontrarse
con un hombre que se expresaba con una coherencia total. Aquel
individuo había confesado todas y cada una de sus violaciones ante
ella, un abogado y dos policías, dando nombres y datos con tal
exactitud que los agentes no dudaron que estaba diciendo la
verdad. También negó recordar nada del supuesto vampiro.
Entonces, ¿a qué venía todo lo de la noche anterior?
Agitó la cabeza, asqueada por lo que había oído y furiosa
consigo misma porque, con toda su experiencia, alguien la pudiera
engañar simulando una crisis psicótica. Había sido una actuación de
Óscar. Si no fuera porque el control de drogas había dado negativo,
habría pensado que aquel indeseable se había pasado con alguna
sustancia ilegal, pero el tipo estaba limpio... por lo menos su sangre.
Se dirigió a la cafetería del hospital para almorzar. Su exigente
bebé no soportaba que se retrasara con sus comidas ni unos
minutos. Se sirvió un abundante plato y se sentó a la mesa. Levantó
la mirada y vio que Roxanna se acercaba.
—Estás hecha un asco —saludó a su amiga en cuanto se sentó
con ella.
—Y muerdo —advirtió Roxanna—. Ni siquiera Sophia me
soporta hoy. Me ha dicho que se ha traído un bocadillo de casa y
que comería en el laboratorio. Creo que se lo ha inventado para no
tener que soportarme más de lo necesario.
—Oh, vamos, y no irás a descargar ahora tu mal humor con una
pobre embarazada, ¿verdad? —Hizo una mueca teatral.
—¿Qué te pasa? —preguntó Roxanna, ignorando su broma.
Kat no se sorprendió, su amiga leía las emociones ajenas de
una forma extraordinaria. Abrió la botella de agua que había en su
bandeja y le dio un sorbo antes de empezar a hablar.
—Nada... Bueno, solo que el tipo de ayer había fingido la crisis
psicótica. Parece que es un... criminal —comentó. No entró en
detalles, no solo por la confidencialidad. Una no echaba basura en
los oídos de las personas—. Imagina. Me convenció de que
realmente creía haber visto un vampiro y todo. Me molesta que me
pasen estas cosas. Pensaba que estaba más capacitada —gruñó.
—No es falta de capacidad. —Le apretó la mano con cariño—.
Estoy segura de que eso le puede pasar al más experimentado. Lo
malo habría sido que lo hubieras mandado a la cárcel siendo un
psicótico.
—Lo sé. —Kat se pasó la mano por la nuca, pensativa—. ¿Y
tú? En serio, pones peor cara que la princesa del guisante después
de haber dormido sobre un colchón de faquir.
Esperó mientras la patóloga arrancaba pequeños trozos de su
servilleta de papel, sumida en sus pensamientos. Por fin, levantó
sus ojos grises y la miró.
—Verás... Ayer... —titubeó un momento, miró a su alrededor y
prosiguió—: Anoche tuve un sueño muy raro. —Se detuvo y Kat
asintió, animándola a proseguir—. Uno erótico —añadió, bajando el
tono de voz.
Kat se inclinó más sobre la mesa, todo lo que le permitió su
abultado abdomen, y escuchó atentamente el relato del sueño
mientras daban cuenta de su almuerzo.
—Lo más curioso —comentó en modo profesional cuando
Roxanna hubo terminado— es que fue un sueño lúcido. ¿Sueles
tenerlos? —Su amiga compuso un gesto de incomprensión—. Son
sueños en los que eres consciente de que estás soñando, y tienes
cierto poder para manipular lo que sucede en ellos. Creo que
algunos practicantes de yoga pueden llegar a conseguirlo, aunque
nunca he conocido a ninguno.
—Ni idea de eso que estás hablando. Jamás había tenido las
sensaciones que tuve en este sueño, Kat. Supe que podía
modificarlo. Supe que tenía que pararle los pies a aquel hombre.
Pero te aseguro que, aunque lo intenté, a él no pude controlarlo.
¿Qué significa eso? ¿Qué significa él en mi sueño? Un hombre
capaz de… provocarme un orgasmo con un beso.
—Lo último que has dicho no tiene nada de raro. Sabes que
nuestra principal zona erógena es el cerebro. Respecto a lo de que
no puedas controlarlo... ¿Qué crees tú que significa?
—Kat, no me vengas con truquitos de psiquiatra.
—No es fácil saberlo. Puede ser muchas cosas y ninguna.
Insatisfacción con tu vida sexual es lo primero que se me ocurre.
—Yo no... —empezó a protestar.
—¿Lo ves? —la interrumpió, las cejas arqueadas y un punto de
exasperación en su voz—. Hay una razón por la que las amigas no
hacemos esto. Deberías volver a consultar con Johanson.
—No. Johanson hace lo que muchos psiquiatras: escarban en
tu alma como topos hasta que se entierran en ella, te quitan tus
barreras de protección y te dejan en carne viva ante el mundo,
preparada para que cualquier cosa te haga daño.
—Voy a obviar esas palabras sobre mi profesión porque sé que
no has dormido bien —murmuró, herida.
—Lo siento, sabes que no me refería a ti. —Apretó los
párpados un instante—. Ayer me pasó otra cosa —confesó.
Kat asintió. Por fin habían llegado a lo que de veras preocupaba
a su amiga.
—Ya sabía que había más. Venga, suéltalo.
Roxanna le explicó lo que le había sucedido por la tarde en el
hospital.
—Creo que no necesitas un psiquiatra, por lo menos ahora —
opinó Kat cuando hubo terminado—. Lo que te pasó podría tratarse
de algún tipo de sonambulismo, quizá un trastorno de la fase REM.
Si sumamos eso a lo otro que me has contado, creo que necesitas
un experto en trastornos del sueño. Ya sabes que mi amiga Angela
es neurofisióloga y neuróloga, especializada en ese tipo de
problemas. Tiene su consulta en Nueva York.
—Perfecto.
—Te mandaré un wasap con la dirección de la clínica y su móvil
personal. Dile que llamas de mi parte y que creo que es urgente.
Tiene tantos pacientes que, si no lo hacemos así, no te verá hasta
dentro de tres meses. Ya sabes lo mal que duermen los niños de
hoy en día. —Le guiñó un ojo, intentando aligerar su humor.
—Gracias —musitó Roxanna.
De pronto, Kat miró por encima del hombro de su amiga y su
cara se iluminó como una calle en fiestas. Roxanna se giró, aunque
no necesitaba hacerlo para saber qué había visto.
—Hola, cariño. Hola, Roxy. —Jason se inclinó sobre la mesa
para besar los labios de su esposa— ¿Estás lista?
—¿Lista? ¿Para qué? —La patóloga los miró sin comprender.
—Hoy tengo visita con la ginecóloga, y Jason ha venido a
acompañarme —explicó Kat sin perder de vista a su esposo.
—Ah, no me lo habías dicho. —Se sintió un poco egoísta por
ocupar el tiempo de su amiga con sus preocupaciones. ¿Y si había
algún problema con su embarazo?
—Es solo un control rutinario. —Kat despegó los ojos de los de
su marido y la tranquilizó.
—¿Vamos? —El futuro padre extendió la mano para ayudar a
su esposa a levantarse de la silla—. Tengo un montón de
estudiantes furiosos esperando mi regreso para protestar por el
resultado de sus exámenes.
—Más bien tienes un montón de estudiantes locas por ti
esperando que te fijes en ellas —gruñó Kat.
Roxanna sonrió. No podía negarse que Jason era un físico de
partículas atípico. Ella se los imaginaba a todos más en plan friki,
como los protagonistas de The Big Bang Theory. De hecho, la
mayoría de sus compañeros profesores eran así. Lo cual hacía que
Jason, con su atractivo algo desaliñado, su pendiente y su tatuaje
en el brazo, llamara la atención.
—Ninguna de ellas tiene nada que hacer contra ti, preciosa. La
única rival a quien debes temer es a esta. —Posó la mano plana
sobre el abdomen de Kat y dibujó una de aquellas sonrisas que,
Roxanna estaba segura, hacían elevar varios grados la temperatura
del aula.
—Dios, marchaos antes de que me salgan caries con tanto
azúcar. Seguro que los dentistas no os recomiendan —soltó,
poniendo cara de haber comido algo estropeado.
Kat y Jason rieron y se despidieron. Roxanna recibió un
mensaje al cabo de unos minutos, mientras terminaba su café:
«Ni se te ocurra faltar a la consulta de Angelica. Quiero saber
qué día tienes hora. Llama esta misma tarde». A continuación, le
escribía el teléfono y dirección de la especialista.

Sentada en uno de los bancos del vacío vestuario femenino,


Roxanna miraba absorta su móvil. No quería darle a la tecla de
llamada, la angustiaba ponerse en manos de alguien. Ella no
confiaba en nadie hasta ese extremo.
Bien, en casi nadie. Kat era su amiga y le había recomendado a
la doctora White. Se mordió el labio.
«Está bien, un solo intento. Si llamo y contesta pido cita. Si no,
me olvido».
A los pocos pitidos saltó el contestador. Roxanna le dio a la
tecla de terminar la llamada, aliviada. Se puso de pie, metió el móvil
en su bolso y se dirigió a la salida. Ya vería qué ingeniaba para que
Kat no le diera la paliza. Ahora que veía el asunto con un poco de
perspectiva pensaba que había exagerado.
«El tema de los sueños está olvidado». Ni tan siquiera iba a
hacer una búsqueda por internet, como había pensado en un primer
momento. Seguro que encontraría cosas que la agobiarían más.
El aparcamiento de personal del hospital estaba desierto, como
era de esperar. Un día más, había encontrado excusas para alargar
su jornada laboral. Sophia, su compañera, la había mirado con
gesto de compasión. Vale, no tenía prisa por volver a casa porque
no había nadie esperándola, pero ¿y qué? Lo había elegido así.
Abrió la puerta de su coche y se quedó paralizada. Su vello se
erizó y una parte de ella reaccionó con placer. Jadeaba como si
acabase de correr y sus nudillos estaban blancos mientras sus
manos se aferraban al vehículo. Se sintió débil y temblorosa. Entró
en el coche e intentó serenar su respiración. Entonces, se dio
cuenta de por qué había tenido aquella reacción extraña. El olor.
Aquel aroma a naturaleza salvaje... El mismo de su sueño.
Se tapó la cara con ambas manos, al borde de la
desesperación.
«¿Qué me está pasando? ¿Ahora tengo alucinaciones
olfativas?».
Lo más probable era que aquella fragancia fuera producto de su
imaginación. Que todo lo fuera. Era evidente que debía sufrir algún
tipo raro de epilepsia, y no un trastorno del sueño. No necesitaba
una especialista en problemas del sueño, sino una neuróloga, y la
doctora que le había recomendado Kat era ambas cosas.
Marcó y esta vez no saltó el contestador.
—Hola, soy la doctora White.
—Eh... Hola, doctora, soy... Soy amiga de Kat Simmons, llamo
de su parte —farfulló—. Le he comentado ciertas cosas que me
suceden y ella cree que usted debería visitarme. No es que yo lo
crea pero... —explicó, sintiéndose ridícula.
—Bien, si Kat lo piensa seguro que es cierto. —Supo que la
mujer sonreía—. Solo hay un problema.
—Ah, no se preocupe, entonces dejémoslo estar —musitó,
arrepentida de haber seguido su impulso.
—No, no me refería a eso —la voz continuó en el mismo tono
amable—. Estoy en el Congreso Mundial de Trastornos del Sueño,
en Bali, y no vuelvo a mi consulta hasta el lunes.
—Ah —repuso Roxanna mientras pensaba que los congresos
de su especialidad nunca eran en lugares exóticos.
—Pero el lunes a última hora de la tarde puedo hacerle un
hueco, señora...
—Doctora Stone.
—De acuerdo, doctora Stone. Espere un momento, que anoto
sus datos. La espero el lunes por la tarde a las siete. Y, por favor,
dele recuerdos a Kat de mi parte.
—Lo haré.
Tras darle sus datos, Roxanna colgó el teléfono con las manos
temblándole. Tenía una cita. Una que no le apetecía nada, pero a la
que iba a ir.
El ritual era el mismo de cada noche. Cena ligera, un rato de
tele, un cigarrillo en la terraza, un libro en la cama y acostarse.
Apagar la luz y dormirse.
Dormir. ¿Por qué no podía hacerlo?
Porque no se quitaba aquel maldito recuerdo de la cabeza.
Porque temía volver a soñar con él y, al mismo tiempo, temía no
hacerlo. ¿Por qué el fruto de su subconsciente tenía ese poder
sobre ella? Solo había sido maldito sueño erótico.
Dio la enésima vuelta en la cama y abrió los ojos, enfocándolos
en la penumbra de su dormitorio. Se le ocurrió que podía relajarse
de forma natural. Rebuscó con su mano en el cajón de su mesita
hasta que lo encontró.
El suave zumbido rompió el silencio de la habitación. Aquel
regalo de Ethan había resultado ser más que útil, no solo para sus
juegos de pareja, sino también para su propia diversión. El vibrador-
despertador tenía las dos funciones que su nombre anunciaba, pero
jamás se le había ocurrido usarlo como despertador. No podría
dormir bien sabiendo que tenía eso dentro.
Sintió el placer arremolinarse entre sus piernas, ascender por
su cuerpo, calentándolo. Imaginó una fantasía tras otra, pero no
conseguía dejarse llevar. Cada una de ellas la transportaba a un
prado de hierba azul y a unos ojos verdes penetrantes, pero no
quería pensar en él.
De súbito, sintió la misma sensación que en su coche: su vello
se erizó y su vientre se contrajo con placentera anticipación.
Tenía que luchar contra aquella emoción insana. Podía hacerlo.
Notó que caía en un pozo sombrío y que una turbación la
invadía. Un explosivo orgasmo la consumió haciendo vibrar cada
parte de su cuerpo. Escuchó un grito salir de su garganta y su
propio pulso latir incontrolado, martilleando sus oídos.
Cuando recuperó el hilo de sus pensamientos supo que aquello
no había sido obra del vibrador. Percibió su presencia incluso antes
de abrir los ojos. Por eso no quería hacerlo.
Al fin, abrió los párpados. Allí estaba él, en la penumbra de su
habitación, recostado a su lado mirándola con expresión burlona.
Roxanna tuvo tantas ganas de abofetearle como de besarle. Una
sábana de seda azul oscuro cubría su cuerpo desde las caderas a
los pies. Roxanna sintió la tentación de apartarla de un tirón, hasta
que se dio cuenta de que ella también estaba desnuda.
Sabía que era un sueño, pero parecía tan real que empezó a
dudar. Alargó su mano para tocar aquella cara de rasgos perfectos
con sumo cuidado, casi temiendo que se desvaneciera como el
humo. Paseó sus dedos por las cejas, los párpados, la nariz y la
boca llena y sensual. Él cerró los párpados ante el contacto, pero los
abrió de inmediato y la miró agrandando los ojos. Roxanna percibía
su sorpresa tanto como el calor de su deseo, irradiado a través de la
penumbra que los envolvía.
Hechizada, siguió pasando las yemas de sus dedos por su
cabello, y de nuevo por su piel, bajando por la barbilla hasta la
mandíbula. Quería tocarle en las zonas que no estaban a la vista.
—Déjame entrar en tu casa, Roxanna. —Esta vez la voz tenía
un tono suplicante.
—No me llames Roxanna, te lo dije. —Retiró la mano,
contemplándolo ceñuda.
—No lo entiendo, es un nombre precioso.
—Solo mis padres me llamaban así —replicó. De inmediato, se
mordió el labio.
Él la contempló con curiosidad y Roxanna percibió como si
escarbara en su memoria.
—No hagas eso — le ordenó.
—Está bien... Roxy. —Alargó la mano y tocó el rostro de ella—.
Como prefieras.
Roxanna se relajó al escucharle pronunciar su nombre con
aquella dulzura. Incluso el verde de sus ojos parecía más cálido. Él
desplazó la mano desde su cara, descendiendo por su cuello hasta
la zona entre sus pechos, su abdomen… Sentía palpitar cada parte
de piel que él rozaba. Contuvo la respiración cuando la mano se
acercó a su sexo, pero los hábiles dedos se movieron sin rozarla y
alcanzaron el pequeño aparatito.
—No necesitas esto estando conmigo. —Sonrió arrojando el
vibrador al suelo.
—No quiero estar contigo. —Y era cierto.
O no. O sí.
—¿Por qué?
Su gesto de sorpresa casi la hizo reír.
—Ni siquiera sé tu nombre —repuso tras un momento de duda.
—¿Importa eso? Tampoco sabes el apellido del hombre con el
que te acuestas cada viernes.
Las palabras fueron pronunciadas en tono neutro, pero
Roxanna se sintió herida.
—Voy a despertarme —pronunció.
Abrió los ojos y se encontró mirando el techo de su habitación.
El sueño parecía haber durado unos minutos, pero la luz del
amanecer penetraba entre las cortinas de su dormitorio.
Y, no supo por qué, estaba llorando.
A partir de aquella noche, Roxanna no tuvo más problemas de
sueño. No sabía si aquel ser era su subconsciente protestando por
su relación con Ethan, pero le daba igual. Iba a seguir saliendo con
este cada viernes mientras ambos lo pasaran bien, y le importaba
tanto su apellido como el número de cromosomas de la mosca de la
fruta. No iba a permitir que nadie le hiciera sentirse mal por ello. Ni
siquiera un guaperas ideado por su imaginación.
La mañana del viernes despertó descansada, con fuerzas y
ánimos renovados. Fuera lo que fuese lo que le pasaba, ahora
podía controlarlo. No había sentido más arrebatos de lujuria
inesperados ni sobrecargas sensoriales aromáticas.
«Definitivamente... Roxy 1-Extraño 0».
4
Pesadilla

—¿Has usado la proporción de gramos de pasta por litro de


agua que te aconsejé?
—He usado la de siempre —masculló ella sin mirarle.
—Nunca me haces caso —repuso Ethan envolviendo más
espaguetis en su tenedor, ignorando el tono seco de la respuesta.
Arreciaba de nuevo una tormenta primaveral. Roxanna había
invitado a Ethan a cenar, pero las cosas no iban como había
previsto. Ciertos detalles que ya había observado en su
comportamiento, como el egocentrismo, le resultaban más
cargantes. Antes, cuando alguna vez la irritaba, su atractiva sonrisa
hacía que lo olvidara. Ahora, lo miraba y solo veía una sonrisa
prepotente. ¿Por qué todo le molestaba más?
Quizá se había cansado de oír lo mismo durante seis meses.
Le dio un sorbo a la copa de vino y se levantó a recoger los
platos. Ethan la siguió con la mirada. Al cabo de un momento, la
siguió y la aprisionó contra la encimera de la cocina.
—Esta noche estás muy guapa —su voz sonaba ronca, y una
de sus manos se coló por debajo de la falda de la mujer, recorriendo
su muslo en dirección a la cadera. Roxanna se apartó bruscamente
—. ¿Se puede saber qué te pasa?
—Supongo que estoy cansada. —Abrió la puerta de la nevera
—. ¿Postre? He preparado tarta de queso.
—Claro —dijo volviendo a la mesa.
Roxanna sirvió dos platos con sendos pedazos de pastel y él
levantó la cara para observarla. Las velas que pretendían darle un
toque romántico a la cena solo la hacían parecer más ceñuda,
profundizando las sombras y relieves de su rostro.
—La verdad es que yo también estoy cansado. Hoy le he
ahorrado a la empresa miles de dólares —intentó iniciar una
conversación.
Roxanna contuvo un suspiro. Ya estaba con el discurso del
«trabajador de la semana». Siempre presumía de lo mismo. Se puso
un pedacito de tarta en la boca y se armó de paciencia,
esforzándose por escucharle.
—¿Y tú? ¿Cómo ha ido tu semana? —inquirió él al terminar su
relato.
«Genial. Me ha ido genial. Esta semana he tenido increíbles
sueños eróticos, más reales que esto que tenemos tú y yo, y
alucinaciones olfativas que me transportan a un mundo de
emociones que tú no me despiertas».
Tenía un problema, porque realmente se sentía así.
—Mucho trabajo —repuso lacónica—. Oye... ¿por qué no
quedamos mañana para comer? Han estrenado varias películas en
el cine, podíamos ver alguna.
Ethan la estudió. Roxanna estaba tirando de la cuerda. No
esperaba que a estas alturas, dentro del tipo de relación que
mantenían, ella le pidiera más. Y él no quería eso. No necesitaba
nada más que lo que tenía. Imaginaba que la patóloga, por ser
mujer y en los treinta, sentía el reloj biológico.
Le tomó la mano y la apretó.
—Roxy, yo estoy bien así. No puedo darte más.
La doctora lo contempló de hito en hito. En eso era sincero,
bien lo sabía. Y no es que ella quisiera más, pero estaba intentando
desencadenar... algo.
—Lo entiendo —repuso con firmeza—. No creas que te estoy
pidiendo más —aseguró mirándolo fijamente y apartando la mano—.
¿Pero… puedo saber tu apellido?
Vio la duda en los ojos de Ethan. Con la excusa de que él
compartía un piso en la vecina Nueva York, siempre habían cenado
fuera o en casa de Roxanna. A veces, pensaba que había otra
mujer.
«Si tanta pasta le ahorra a su empresa, podían pagarle más y
que alquilara un piso para él solito».
—Me llamo Ethan Sanders —repuso a los pocos segundos.
Roxanna exhaló con fuerza y dejó lo que le quedaba de pastel
en el plato, apartándolo con disgusto.
—Será mejor que te vayas.
—¿Por qué?
—Enséñame tu documentación. Si ese es tu nombre real,
puedes quedarte.
El tiempo quedó suspendido mientras ambos se miraban sin
pestañear. Al final, el hombre respiró hondo.
—Forest. Me llamo Ethan Forest. No me gusta decir mi apellido,
Roxy —explicó—. Tuve una mala experiencia con una chica que me
estuvo acosando durante mucho tiempo.
Roxanna se levantó y llevó los platos a la encimera de la
cocina. Se apoyó en ella con ambas manos, la cabeza baja,
decidiendo si mandar a la mierda al que había sido su amante
durante seis meses o darle una oportunidad. Ahora sí era sincero.
—Y después de este tiempo juntos no terminas de confiar en mí
—dijo mirando el armario que contenía los platos. Notó que la había
seguido de nuevo.
Las manos de Ethan se posaron sobre sus hombros.
—Roxy... lo siento. Jamás había estado tanto tiempo con una
mujer. Siempre he tenido relaciones de muy pocos días... desde lo
de aquella chica. No estoy acostumbrado y no sé cómo manejarme.
Lo siento —repitió.
Pasaron unos segundos mientras ella resolvía qué hacer. Ethan
podía ser un poco gilipollas, pero era buen amante, y el sexo unía
más de lo que había imaginado al principio de su relación. No se
veía dándole una patada en el culo y diciéndole adiós.
Aún.
—Está bien, pero no tengo ganas de sexo. ¿Te parece que
veamos una película y luego nos acostemos y durmamos sin más?
—Lo miró por encima de su hombro.
Ethan asintió, seguro de que Roxanna cambiaría de opinión. Lo
que acababa de pasarle había sido un desliz imperdonable. Desde
el primer momento había notado la facilidad con la que Roxanna
captaba las mentiras. Era como un maldito detector andante, con
unos jugosos labios y buenas tetas, eso sí.
Para su sorpresa, el tiempo pasó y Roxanna seguía sin aceptar
sus caricias. La señal más clara se la envió cuando se puso unos
viejos pantalones de pijama y una camiseta amplia de manga corta.
Se cubrió con el edredón y se mordió el labio, frustrado y caliente.
Probablemente cambiaría de idea, quizá la podía despertar durante
la noche para tener sexo.

Se sentó sobre la barandilla de la terraza mirando hacia la calle,


gruñendo. Sus manos aferraban el borde con fuerza, dejando
huellas de sus dedos.
Le había resultado duro mantener el control. Era algo nuevo
para él, pero no soportaba la idea de que Roxanna estuviera con un
hombre. Y si aquel hombre fuera de otra forma... pero, diablos, ¿en
qué pensaba ella para entregarse a un tipo de esa calaña? Un patán
que no la valoraba, un tipo vacío, sin nada que ofrecerle. Fantaseó
con todas las cosas que podría hacerle, como entrar en sus sueños
y provocarle una tremenda pesadilla. Una cada noche, hasta
prácticamente volverlo loco. Con un mensaje de advertencia.
Esbozó una sonrisa. Por más que la idea lo atrajera, Roxanna
debía ver por sí misma que aquel indeseable no merecía ni besar
sus zapatos. Aun así, si no se daba cuenta, él tendría que
convencerla.
«Claro. Un vampiro es lo que toda mujer necesita en su vida».
Silenció sus pensamientos, no importaba que él no fuera lo
mejor para ella. Miró al oscuro horizonte. Las luces de los edificios
parpadeaban bajo la lluvia, ahora fina y ligera. Las gotas de agua
resbalaban por su cara, acariciándole la piel. Disfrutó de la
sensación y cerró los párpados. Recordó lo que había sentido la
noche en que ella le había rozado con sus dedos en sueños y se
estremeció de placer. La sensación había sido tan real... Los sueños
parecían ser tanto parte de ella como de él, y estaba fascinado. Le
había despertado anhelos dormidos durante dos siglos, deseos que
siempre habían estado allí, esperando. ¿Cómo sería sentirla
físicamente? Tocándolo, acariciándolo por todas partes...
Soltó sus manos de la barandilla y apretó los puños. Su cuerpo
ardía solo de imaginar aquello. Su instinto la reclamaba, la
necesitaba tanto como a la sangre que lo alimentaba. Abrumado por
los sentimientos que lo recorrían como ondas sísmicas, hizo algo
que llevaba mucho tiempo sin hacer: maldijo al vampiro que lo había
transformado y se había marchado, dejándolo desamparado y sin un
guía en aquella existencia.

—¡Ay! —Ethan despertó sobresaltado al recibir un golpe en la


cara. El brazo de Roxanna le había caído encima con fuerza. Lo
apartó y la miró, preparado para protestar con indignación, pero
comprobó que estaba dormida. Sin que él lo esperara, Roxanna le
dio una patada en la espinilla—. ¡Eh, despierta, Roxy! —La sacudió
al detectar en la penumbra otro movimiento de su brazo, que detuvo
en plena acción.
—¿Qué? —Se incorporó en la cama, asustada.
—Me estabas golpeando. ¿Se puede saber qué soñabas?
—Soñaba... Un momento, ¿te he pegado? —Se tumbó de
nuevo y se puso de lado mirando a Ethan—. Lo siento. Soñaba...
que te golpeaba.
—¡Joder! ¡Pues ha sido un sueño muy real! ¿Es que sigues
cabreada conmigo?
Roxanna no contestó. Qué curioso. Había soñado que le daba
una paliza a Ethan, y lo malo es que no recordaba ni los motivos,
pero sí que estaba encantada de hacerlo.
«¿Qué me pasa?». Ella no era una persona violenta. Exhaló
con resignación. Otra cosa más que contarle a la doctora White.
—No estoy enfadada, Ethan, pero tampoco es que me sienta
muy feliz contigo. Siento haberte golpeado. Buenas noches —
murmuró, durmiéndose casi en el acto.

—¡Mamá! —La niña esperó una respuesta, pero la casa estaba


en completo silencio—. ¿No hay nadie en casa?
Estaba oscuro y Roxanna tenía miedo. Llevaba días volviendo
sola del colegio, pero normalmente había alguien para recibirla. Por
lo menos eso. Aunque luego se tuviera que preparar la merienda y
la cena ella misma con lo que encontrara en la nevera. Sus padres
estaban ocupados con sus amigos, pero no la solían dejar sola. A
veces la llevaban a las fiestas y la dejaban en alguna habitación
mirando la tele hasta que se quedaba dormida.
Él observaba atento aquel sueño. Roxanna era una niña de
unos ocho años, ojos grandes, cuerpo delgado y voz temblorosa,
parada en el umbral de una vieja casa. Su aspecto, pálido y
asustado, le recordaba al de la noche que la encontró en el hospital,
pero con mucho más desamparo. Sabía que era un sueño basado
en un recuerdo. La percibía temerosa e inquieta.
Sintió el casi insoportable impulso de adelantarse y tenderle la
mano, sacarla de allí.
Pero esperó.
La casa estaba a oscuras y Roxanna fue encendiendo las luces
a su paso.
—¿Mamá? ¿Papá?
Nadie.
Subió las escaleras, se dirigió a su habitación y se cambió de
ropa por otra más cómoda. Las gotas de agua caían sobre el tejado
de la casa, que magnificaba el sonido de la lluvia. Aunque estaba
acostumbrada, ahora le resultaba un poco inquietante escuchar
aquel ruido, similar a un redoble de tambores.
Bajó las escaleras, dejando la luz encendida por donde pasaba.
Se sentía más tranquila así. Volvió a la cocina, se preparó un
sándwich de manteca de cacahuete y se sentó a la mesa para hacer
los deberes. Sus padres no llegaban y comenzó a sentirse inquieta.
Su abuela Mary le había hecho memorizar su número de teléfono
para llamarla siempre que la necesitara, y pensó que lo haría
pronto... aunque sus papás se enfadaran con ella como la última
vez. El sándwich tembló un poco en su mano.
Él observaba en la penumbra del sueño a aquella niña, sentada
en la cocina de una casa solitaria. Hacía sus deberes sin que nadie
se lo pidiera y se removía inquieta en su silla. En su pecho percibió
algo extraño, casi doloroso, algo que hacía tanto que no sentía que
no podía definir.
Estaba a punto de acercarse a la niña cuando se abrió la
puerta.
La sensación de angustia en el sueño se disparó y se le
contagió. Todos sus sentidos se pusieron alerta.
—¡Roxanna! Has tenido que hablar, tonta chismosa. —Su
madre se acercó a ella en pocas zancadas, seguida de su padre.
Sus expresiones estaban deformadas por la ira.
—¿Qué pasa? —La voz aguda del miedo vibró en la garganta
de la niña.
—Pasa —su madre la tomó del brazo, la hizo levantar de la silla
y la obligó a mirarla — que la señorita chismosa ha explicado en el
colegio que vuelve a casa todos los días ella sola porque sus padres
siempre están de fiesta.
—Yo no he explicado nada —se defendió lloriqueando.
—Has contado algo de las fiestas. Acabamos de tener una
reunión con tu profesora y se va a poner en contacto con los
servicios sociales.
Roxanna recordó. La señora Barton era su nueva profesora,
sustituía por un tiempo a la que tenía antes, y la había notado muy
centrada en ella. Roxanna le había contado algo, no recordaba qué,
confiando en su mirada cálida. Pero no había esperado que se lo
dijera a nadie.
—Le hemos explicado que eres una niña muy imaginativa —
gruñó su padre, más calmado que su madre—, pero no está bien
que vayas aireando cosas de casa por ahí, Roxanna.
La madre la obligó a mirarla de nuevo.
—¿Recuerdas lo que te dije que pasaría si volvía a enfadarme
contigo?
—¡No! No lo hagas, mamá.
—Sí. —La madre se dirigió a la encimera y tomó una de las
tijeras de cocina que allí colgaban—. Voy a cortarte el pelo y vas a
estar muy fea.
Roxanna sollozaba de forma convulsa, sus manos cubriendo su
cara. Él no lo pudo soportar más.
—Basta. —Se acercó y se arrodilló ante ella. Inmediatamente,
los padres se volatilizaron.
Roxanna lo miró, sus ojos anegados en lágrimas, y luego giró la
cabeza buscando a su alrededor.
—¿Dónde se han ido? —le preguntó a aquel hombre.
—A lo más profundo de tus recuerdos. Y no volverán si tú no
quieres. No tengas miedo... Roxy. —Alzó una mano para capturar
una gota que se balanceaba en una de sus pestañas inferiores.
—No tengo miedo —dijo la niña. Ya no.
Él se incorporó y sonrió. Y ella le correspondió.
—Y, por cierto... Me llamo Adam —murmuró sobre su piel un
momento antes de darle un suave beso en la frente.
Roxanna abrió los ojos en el claroscuro del amanecer. Giró su
cabeza para encontrar a Ethan durmiendo a su lado.
Movió su mano hasta llegar a sus párpados y se dio cuenta de
que, de nuevo, había llorado en sueños. Pero esta vez era distinto.
Sus dedos se deslizaron por su cara, desde sus párpados hasta
tocar su frente. La zona que él le había besado en el sueño parecía
caliente.
—Adam...
Suspiró y volvió a dormirse, sintiéndose en paz y, por primera
vez desde la muerte de su abuela, protegida.
5
Seducción

Ethan se daba cuenta de que algo en Roxanna había cambiado.


Aunque había preparado tortitas para desayunar, como cada
sábado, su expresión era distante. Normalmente, tomaban un
desayuno delicioso que solía estar acompañado de una
conversación desenfadada y entretenida. Además, era la primera
vez que dicho desayuno no había sido precedido por una sesión de
sexo. Roxanna había mantenido las distancias con él desde su
pequeña —quizá no tanto como él había creído— discusión en la
cena.
Eso no le gustaba. La prefería enfadada, ceñuda, batallando...
Por lo menos así le permitía defenderse. No era la primera vez que
tenían alguna diferencia, pero algo le decía que esta vez lo había
sentenciado.
—¿Quieres que vayamos esta tarde al cine? Creo que tienes
razón. Sería un buen plan. —Tomó un sorbo de zumo de naranja,
atento a la expresión de ella.
Tras la lluviosa noche, el sol primaveral invadía el apartamento
a través de los amplios ventanales del ático, iluminando su tez y
sacando reflejos rojizos a su cabello castaño.
Pero los ojos grises no brillaban cuando se alzaron para
enfocarse en los suyos.
—Ya he quedado —repuso sin pestañear.
—¿Y si cenamos juntos mañana? —preguntó sin pensar.
—No, Ethan, gracias —. Cortó otro trozo de tortita endulzada
con jarabe de arce y se lo llevó a la boca, mirándolo a los ojos.
Él sintió un regusto ácido en el paladar, pero supo que no tenía
nada que ver con el zumo que acababa de tomar. Ni una excusa, ni
siquiera algo para endulzar la negativa. Pero así era ella. Era lo que
le gustaba de Roxanna: no se andaba con rodeos, ni en el campo
sexual ni en el personal.
Una llamada al móvil de la doctora interrumpió el espeso
silencio.
—¿Sí? Oh, vaya, Sophia, felicidades. —Una sonrisa iluminó su
rostro. Asintió, atenta a lo que decía su interlocutora—. Claro, no
hay problema —terminó.
Aún con una sonrisa dibujada en su cara, que se evaporó al
clavar su mirada en su compañero de desayuno, Roxanna habló:
—Tenemos que darnos prisa. Tengo que ir al trabajo.
—Vale, yo ya he terminado.
Sin cruzar más palabras, ambos se prepararon para marcharse.
Cuando el ascensor alcanzó la planta baja del edificio, Ethan salió.
Roxanna seguiría hacia abajo hasta el aparcamiento. Aguantando
con una mano la puerta para que no se cerrara, Ethan se inclinó
sobre la cara de Roxanna y le dio un beso. Ella no se apartó, pero
mantuvo los labios apretados. Sintió de nuevo la necesidad de
presionarla.
—¿Nos vemos el viernes? —Jamás le preguntaba eso,
simplemente lo daba por sentado.
—No, Ethan. Si acaso... —pareció dudar un momento— ya te
llamaré.
—¿Me llamarás? —preguntó.
Roxanna miró la mano que aguantaba la puerta del ascensor. Él
se dio cuenta y la bajó lentamente. Ella le sustituyó, impidiendo el
cierre con el pie.
—No, creo que no lo haré. —Suspiró—. Escucha, ya
hablaremos, ahora tengo prisa —dejó de bloquear la puerta.
Él se quedó sin palabras mientras esta se cerraba.
—Te llamaré, Roxanna —alcanzó a decir antes de que lo hiciera
por completo.

—¿Un aspirado de médula ósea? —Roxanna miró con


aprensión la muestra.
—Perdone, doctora Stone. Pensaba que ya lo sabía... Que la
doctora Thorn la habría informado —farfulló el residente de
pediatría, confuso.
—No, no sabía nada... Bueno... No nos ha dado tiempo de
hablar —murmuró. Sophia iba con prisa porque su hermana estaba
de parto en un hospital de Nueva York.
—Es de un niño de cinco años —explicó el joven médico—. Las
alteraciones en sangre parecen una leucemia, pero el hematólogo
no lo tiene claro. Mi adjunto esperaba que usted pudiera darnos más
información.
—Vale —asintió—, dame una hora. Voy a mirarlo a conciencia.
—Gracias, doctora Stone.
Ella no contestó, estaba ya inclinada sobre los oculares,
centrada en la pequeña mancha que tenía ante sí. No le agradaba
mirar muestras de médula. El tiempo lo curaba todo, o eso decían,
pero cuatro años no habían sido suficientes para calmar su dolor.
Observaba célula tras célula y el espacio entre ellas mientras se
esforzaba por apartar los recuerdos, pero de vez en cuando alguno
lograba colarse:

—Cuando te cures haremos aquel viaje a Europa que siempre


quisiste hacer, abuela.
Desde fuera parecía que era ella quien sujetaba la mano de su
abuela, pero siempre, siempre, era al revés. Mary era su soporte, lo
había sido durante toda su niñez y lo siguió siendo hasta que se
convirtió en una mujer adulta.
—Por supuesto, hija —murmuró la voz de la anciana, quien a
pesar de estar debilitada por la enfermedad y la quimioterapia aún
conservaba la esperanza en la mirada.

Roxanna se irguió, respiró con profundidad y sacudió la cabeza,


intentando que aquellos pensamientos la abandonaran. Volvió a
centrarse en el portaobjetos. Seguía sin detectar alteraciones que
justificaran los cambios que aquel niño presentaba en sus análisis.
Quizá sí se trataba de una enfermedad maligna.
Aquel pensamiento volvió a evocar la imagen de su abuela:

Mary Deveraux estaba absolutamente inmóvil. Roxanna se


reclinó sobre la cama, tomó la mano inerte y la colocó sobre su
propia cabeza, creando una caricia artificial que jamás volvería a
sentir. Llevaba así unos minutos y las lágrimas cayeron sobre la
sábana, pero no se sintió mejor. Entonces, entró la enfermera con el
aparato de electrocardiogramas y ella se apartó para que hiciera su
trabajo. Era el procedimiento habitual, aunque Roxanna tenía clara
una cosa: no sabía con seguridad dónde estaba Mary ahora, pero el
cuerpo que yacía allí ya no le pertenecía.

La tristeza la invadió al recordar lo sola que se había sentido en


aquel momento. Su abuela había muerto en paz, pero para ella fue
como si le arrancaran una parte de su ser. Una sin la cual podía
seguir viviendo, pero sintiendo siempre que le faltaba algo. Toda su
familia, la única que amaba, había desaparecido con ella.
Sabía que no lloraba por Mary, sino por ella misma.
Buscando consuelo acarició el pequeño crucifijo de oro que
colgaba de su cuello. Había pertenecido a su abuela, y lo llevaba
siempre puesto.
Menos cuando quedaba con Ethan. Como si fuera una falta de
respeto a su memoria.
Se había trasladado a vivir con Mary poco después del
incidente del corte de pelo. Roxanna no lo sabía, pero su abuela
llevaba meses en plena batalla legal con sus padres para conseguir
su custodia, y eso que ella apenas le había explicado nada de lo
que sucedía en la intimidad del hogar de los Stone. Mary nunca
había confiado en su yerno y cada vez menos en su propia hija.
Sabía cuánto podían cambiar las drogas a una persona. Cuando,
con la excusa de retomar las raíces del padre de Roxanna, se
mudaron a la otra punta del país, Mary vivió meses de angustia. No
habría tenido nada que hacer por falta de pruebas si la señora
Barton no hubiera movilizado a los servicios sociales de su nueva
localidad de residencia, que se pusieron en contacto con Mary.
Roxanna no había vuelto a ver a sus padres. Y, francamente, le
daba igual si estaban vivos o muertos.
De pronto, sus ojos se detuvieron en algo.
«Te pillé, maldita».

—¿Qué? ¿Leishmania1? —El pediatra la miraba boquiabierto.


—Sí. Ahí están... muy, muy escondidas. —Se apartó para que
su colega pudiera ver lo mismo que ella.
Tras un par de minutos observando la muestra, el médico se
separó de los oculares y miró a Roxanna.
—Eso mejora muchísimo el pronóstico del niño. —Sonrió—.
Unos días de medicación antiparasitaria y listos.
Roxanna sonrió también, sintiéndose más ligera.
—Me alegro mucho. Y ahora, si me disculpas, aún me queda
mucho fin de semana por delante —dijo.
De vuelta a casa llamó a Kat.
—Hola, Roxy. ¿Cómo te ha ido con el chico de los viernes? —
bromeó.
—No volvamos con el tema, Kat —repuso en un tono quejoso.
—¿Estás bien? —el tono de su voz perdió la ligereza. Kat no
tenía su don, que ella supiera, pero la leía con facilidad.
—Más o menos. Esta noche he vuelto a tener la… pesadilla, ya
sabes cuál —explicó—. Y esta mañana... bueno, me he encontrado
pensando en mi abuela. Ethan solo es un daño colateral.
—¿Cómo que un daño colateral? —Kat sonaba confundida.
—Ayer tuvimos un pequeño... desajuste en nuestra relación. Y
hoy me he despertado pensando que no sé qué hago con un tío así.
Ya sabes que no soy muy romántica...
—Mentira, eres una romántica empedernida. Otra cosa es que
no lo reconozcas.
—Lo que tú digas, señorita
conozcoaRoxyStonemejorqueellamisma. Bien, el caso es que he
tenido una iluminación.
—Lo entiendo... pero no sé qué tiene que ver eso con tu
pesadilla. O es que estoy espesa.
—¿Recuerdas lo que te expliqué de mi sueño erótico? —
Percibía la atención de su amiga a través del teléfono.
—Sí.
—Ha sido él. El mismo extraño con el que soñé ha interrumpido
mi pesadilla, ha... volatilizado a mis padres. Me ha... me ha
protegido.
No le dijo que el extraño ya tenía nombre, como si quisiera
atesorarlo para sí. «Adam», vocalizó en silencio. Su dulce beso
parecía haber cerrado una de sus viejas heridas, una que llevaba
años supurando. Era raro cómo un sueño podía tener tanta
influencia en su ánimo, pero todos los que tenían que ver con él la
afectaban.
—Y echas de menos sentirte así por alguien real —la voz de
Kat sonaba comprensiva.
—Supongo, no sé. —Roxanna arrugó el ceño—. Aunque
también me molesta un poco necesitar que alguien me proteja. Eso
significa que si pierdo a esa persona...
—Roxy, es algo natural —la cortó—. La necesidad de sentirse
protegido no es un defecto. Creo que ese extraño es un mecanismo
que usa tu subconsciente para ayudarte. Yo le abriría los brazos y lo
aceptaría.
—Supongo que tienes razón. —Quería creerlo. Quería pensar
que él era un sano producto de su cerebro.
—El lunes tienes la cita con Angelica, ¿verdad? Ya verás que
está de acuerdo conmigo.
—Espero que sí... —su voz se apagó. Esa teoría no explicaba
su episodio de amnesia, ni sus alucinaciones olfativas, ni que le
pegara a Ethan en pleno sueño.
Charlaron de temas intrascendentes y al final se olvidaron de
sus preocupaciones y rieron tanto que Kat amenazó varias veces
con colgar el teléfono. La pequeña Rachel no paraba de jugar al
fútbol con su estómago como respuesta a sus carcajadas.
Por la tarde, Roxanna se fue de compras y cuando volvió a su
casa se preparó una cena ligera. Cuando terminó de cenar salió al
balcón a fumar. En aquella época del año solía hacer fresco, pero la
primavera estaba siendo, aparte de lluviosa, especialmente benigna,
y disfrutaba mucho de sentarse en su terraza con un libro en una
mano, un cigarrillo en la otra y un refresco en la mesita auxiliar.
Se sentó en la tumbona con las gafas de sol, disfrutando de los
últimos rayos de la tarde. Distraída, se acarició la frente. Aún podía
notar la suavidad de sus labios. No podía dejar de darle vueltas; su
raciocinio coincidía con Kat, aunque algo le decía que aquella
explicación estaba lejos de ser la verdadera. Pero... ¿qué otra cosa
podía ser? Inspiró el humo del cigarrillo y cerró los párpados,
reclinándose. El Adam de sus sueños era tan real... Ella podía
controlarlo todo menos a él. Incluso percibía todas sus emociones:
la pasión que desprendía, su sensualidad…
Jamás había notado aquella intensidad en nadie. Adam era
como una fuerza de la naturaleza. Y, aunque algo en él la hacía
estar alerta, estaba convencida de que no iba a tener más veces la
pesadilla con sus padres.
Frunció el ceño y, al darse cuenta, se frotó con dos dedos el
entrecejo para relajarlo. Si no tenía cuidado le saldrían arrugas
prematuras. Ethan no paraba de decírselo.
«Ethan».
Ya había tenido bastante de aquella relación sin compromiso. Ni
siquiera el buen sexo que tenía con él justificaba que aguantara a un
tío así. Prefería estar sola. Sí. Estarían ella y su vibrador...
«Y Adam». El pensamiento se coló en su consciencia. «Estoy
colgada por un personaje de mis propios sueños. Va a ser que
necesito una psiquiatra, no una neuróloga».
Exhaló una nueva nube de humo y se incorporó. El sol estaba
ya muy bajo en el horizonte, las sombras se alargaban y la
temperatura descendía. Iba a entrar en la casa cuando algo le llamó
la atención: unas marcas que no recordaba haber visto. Se acercó y
las observó de cerca: parecía que unos dedos se hubieran hundido
en la barandilla de piedra. No eran profundas y había unas grietas a
su alrededor que deformaban el contorno. Tendría que llamar al
seguro del piso y ver si podían mandar a alguien para que le dijera
qué narices era aquello y que lo arreglara.
Apagó el cigarrillo, se terminó el refresco y entró en la casa.
Habría puesto demasiado hielo en la bebida, o quizá la temperatura
había descendido con rapidez, porque la piel de sus brazos se erizó.
Se tumbó en su sofá para zapear hasta que se aburrió y decidió
continuar con el libro que llevaba tiempo leyendo. Se puso las gafas
y retomó la lectura, pero la anticipación le impedía centrarse.
Presentía que iba a volver a verlo. Se sentía tan nerviosa como
antes de una primera cita y, a la vez, ridícula por sentirse así.
Se acarició el crucifijo, distraída. ¿Qué le estaba pasando? Una
parte de ella deseaba volver a soñar con Adam. «¿Qué significas en
mis sueños? ¿Qué eres?». Suspiró y cerró el libro. Sentía que él era
un ser ajeno a ella. Pero eso no podía ser. ¿Cómo se podría llamar
ese trastorno?
«Posesión». La palabra pareció resonar en su mente, pero la
rechazó. Puso el libro en la mesita junto con las gafas y se acostó.
Desde pequeña tenía miedo a la oscuridad; siempre dormía con las
cortinas entreabiertas, pero esta vez las había abierto del todo. Se
cubrió con el edredón, luchando entre el deseo de volver a verlo y el
temor a estar enferma.
No podía dormirse. Empezó a dar vueltas en la cama hasta que
volvió a aparecer aquella súbita sensación de sopor que relajó su
cuerpo en un instante.
¡No podía dejar de sentirse ansiosa, así, de pronto! Se levantó
de la cama, trastabillando con sus propias piernas, asustada. Cogió
el teléfono y miró la hora en la pantalla del aparato. Era casi
medianoche, no podía llamar a casa de Kat a esa hora.
Respiró hondo varias veces, intentando calmar el latido de su
corazón. Cuando se sintió mejor dejó el teléfono, se acercó a la
cocina y se preparó un café cargado.
Se sentó en su sillón reclinable con la taza en las manos,
encendió la televisión y puso un programa al azar. Ni tan siquiera
estaba pendiente de lo que decían, parecía una especie de
concurso. Tomó el café a sorbitos y sintió ganas de llorar. ¿Qué
esperaba, no dormir hasta que la doctora White le diera la cura para
sus extraños sueños? ¿De verdad quería «curarse»? Nunca habían
sido sueños desagradables, al contrario. ¿Por qué ansiaba y temía
al mismo tiempo el momento de volver a encontrarse con él?
«Porque es extraño lo que me hace sentir. Porque no puedo
controlarlo».
Se tomó el último sorbo y se levantó para servirse el siguiente,
preguntándose si podría estar dos días sin dormir. No sería la
primera vez. Al poco de adoptarla su abuela, había pasado noches
enteras en vela. La habían llevado a varios psiquiatras y había
recibido distintas terapias, pero al final lo único que funcionó fue
dormir con su abuela y una lucecita encendida en el dormitorio
durante mucho, mucho tiempo.
Volvió a sentarse con el nuevo café en sus manos, confusa por
una maraña de emociones. Su corazón recordó la paz que había
sentido la noche antes. Entonces notó un calor que se expandía por
su cuerpo, como una manta protectora, y se preguntó a qué estaba
resistiéndose.
La vista se le oscureció y cayó en un sueño tan profundo que ni
siquiera escuchó el sonido de la taza al caer al suelo.

—Roxy —dijo una voz.


Abrió los párpados y supo que estaba soñando. Seguía sentada
en su butaca reclinable con la taza en las manos, pero a su
alrededor había una extensa playa desierta. El cielo era crepuscular,
y el mar en calma lamía la arena de la orilla. El tono verdoso de las
aguas le recordó al de los ojos de Adam, que estaba arrodillado al
lado del sillón y la miraba con... ¿preocupación? Roxanna se frotó
los ojos.
—¿Cómo has entrado? —musitó, pensando que en esa ocasión
estaba increíblemente guapo.
Ella llevaba el camisón de blonda de su primera cita, y él vestía
de nuevo su camiseta negra, que contrastaba con su pálida tez, y
unos simples vaqueros desgastados. Su ángel de la guarda parecía
tan elegante como cuando llevaba traje.
«Un ángel oscuro».
—Roxy... Tú me has dejado entrar en tus sueños. Pero no
puedo estar contigo si no me das permiso —repuso.
Esbozó una sonrisa, le quitó la taza de las manos y la dejó
sobre la arena sin dejar de mirarla a los ojos. Roxanna lo observó.
Se mordió el labio y bajó la mirada cuando los iris verdes brillaron
como ascuas.
—¿Por qué he de hacerlo? —murmuró, volviendo a alzar la
vista.
—¿De qué tienes miedo? —Ladeó la cabeza y la observó.
Alzó una mano acercándola a su cara; los largos dedos se
posaron en su mejilla, y el delicado toque le robó la respuesta.
Adam se movió en la arena y se colocó frente a ella. Sin perder
el contacto visual, le separó las piernas con suavidad. Roxanna
soltó el aliento, pero se dejó hacer, incluso cuando él se arrodilló
entre sus muslos y la tomó de la cintura para acercarla a él. Actuaba
con calma, atento a cualquier signo de rechazo. Estaban cara a
cara. Roxanna se mordió el labio, abrumada por lo que leía en sus
ojos y por su proximidad, y él fijó la mirada en su boca.
—¿De qué tienes miedo? —repitió él, y su tono sonó como si
implorara su confianza.
—No lo sé bien, Adam. De ti. De todo esto... Es muy extraño. —
Negó con la cabeza, mirando alrededor.
—Hazlo otra vez —susurró él cerrando los párpados. Se acercó
más a sus labios, como si quisiera respirar sus palabras.
—¿El qué? —murmuró.
—Di mi nombre —pidió con suavidad.
—A... Adam —susurró.
Él contempló sus labios moverse.
—¿De qué tienes miedo? —repitió, acercándose a su cuello.
Comenzó a recorrerlo con su boca, acariciándola con los dientes y
la lengua—. ¿De mí? ¿O de ti misma?
Ella alzó los brazos y le rodeó la nuca con sus manos,
enredándolas con suavidad en sus cabellos.
—Déjame entrar en tu casa, en tu vida, en ti —prosiguió él.
Su aroma penetraba en Roxanna como una droga. El contacto
de sus labios recorriendo su piel era subyugante. Adam tenía razón,
temía lo que le hacía sentir, el impulso irresistible que la arrastraba
hacia él. Pero quería dejar de controlarlo todo, de tener miedo.
Quería volar, y en ese extraño mundo paralelo podía hacerlo.
—Hazlo, Adam. —Él levantó la cabeza y la miró a los ojos. Sus
iris verdes brillaron—. Entra —acarició sus mejillas— en mi casa, en
mi vida... en mí.
Roxanna percibía su deseo, pero también su inseguridad y una
necesidad primaria a la que no sabía poner nombre. Besó
suavemente sus labios. Él la miró como si dudase.
—¿De qué tienes miedo? —dijo ella, imitando sus palabras.
Lo abrazó y notó la vibración de un gruñido en su pecho. La
butaca desapareció y ella quedó a horcajadas sobre su regazo.
Quedaron tan abrazados que no se sabía dónde empezaba y dónde
terminaba el cuerpo de cada uno.
Roxanna logró acompasar su respiración a la de él, que sentía
más serena. Una mano de Adam retiró hacia la espalda su largo
cabello, y los dedos de la otra trazaron círculos en la sedosa piel del
hombro.
—¿Qué temes? —susurró ella en su oreja, insistiendo como él
antes.
Adam acercó la mano hasta rozar su cuello con las yemas de
sus dedos, trazando un sinuoso camino desde la clavícula hasta el
lóbulo de la oreja. Entonces, Roxanna inclinó la cabeza y la apoyó
en su hombro, en un gesto de entrega.
6
Posesión

Adam llevaba acechando sueños humanos doscientos años,


pero jamás había sentido algo tan incitante como el pulso bajo la
blanca piel de Roxanna. Su sangre clamaba por él, lo atraía de
forma inexorable, como si en ella residiera su centro de gravedad.
Negó con la cabeza y apretó los párpados. Qué extraña
humana. La percibía relajada y sus dedos le acariciaban la nuca,
provocándole dulces sensaciones. Los brazos de Adam se cerraron
rodeando la cintura de la mujer, acercándola más si era posible,
como si quisiera meterla bajo su piel. Había esperado siglos para
encontrarla sin saber que la estaba buscando, pero ahora que ella lo
envolvía con brazos y piernas, ahora que él sentía el calor de su piel
y de su entrega... Adam veía un rayo de luz en la oscuridad. Y eso
lo hundía en la confusión. ¿Cómo podía una humana tener tanto
poder sobre él?
Miró al horizonte y deseó no salir nunca de allí. Odió el
momento en el que ella abriría los ojos y seguiría su vida sin saber
que él era real. Anheló que supiera quién era él.
Lo necesitaba tanto como su sangre.
Acercó sus labios a su cuello y besó su acelerado pulso. Sintió
como si ella acabara de prender fuego a su boca, un fuego que no
dolía, pero sí calentaba su alma helada. Adam se pasó la lengua por
los labios. «Más», se dijo. Continuó besándola, inhalando el aroma
de su cabello y de su piel. La mujer temblaba en sus brazos y su
aliento salía entrecortado.
Roxanna se mecía sobre él como las olas del mar, y aún en su
lentitud estaba consiguiendo que su cuerpo se inflamara en una
hoguera de lujuria. Estaba abrumado por la intensidad de sus
emociones.
—Puedes entrar. Ven a mí, Adam —murmuró ella.
Era la segunda vez que lo invitaba. Aquello bastó para decidirle,
aunque Roxanna no supiera lo que le estaba pidiendo. Ella lo
llamaba, y no había nada que él deseara más que enterrarse en
aquel cuerpo cálido.
—Roxy, mírame, cariño. —Roxanna levantó la cabeza para
encararlo—. No más barreras. Quiero estar contigo cada noche. —
Ella asintió y él se acercó y le mordió el labio con suavidad—. Todas
las noches. Dímelo —dijo contra su boca.
—No más barreras. Quiero que vengas a mí cada noche —
murmuró.
Adam se alejó un poco y escrutó su rostro.
—No necesitas a indeseables en tu vida. —Recorrió su piel con
las yemas de los dedos.
—Ya no hay indeseables.
—Lo sé. —En un segundo, la tumbó sobre la arena y atrapó su
cuerpo bajo el suyo.
Roxanna jadeó y agrandó los ojos. Él sujetó sus muñecas sobre
su cabeza con una sola mano, y con la otra le levantó la barbilla.
Devoró su boca, exigente y lento; su lengua la invadía en lentas
acometidas, absorbiendo su voluntad. Ella se arqueó contra él,
respondiendo al beso, saboreando, chupando su lengua y
mordiendo sus labios. Sonriendo, el vampiro se separó de Roxanna,
que jadeaba.
—Puedo vivir contigo cualquier fantasía y darte un placer que
no has conocido —le susurró en la oreja. Dejó su rostro a escasos
centímetros, mirándola a los ojos, esperando.
El aire se saturó del aroma almizclado del deseo femenino y
Adam se sintió a punto de perder las riendas. «Como si alguna vez
las hubiera llevado», se dijo. Tenía que ser fuerte. Quería seducirla,
mostrarle todo lo que podía darle para que, al final de la noche, ella
no pudiera negarse a él.
El escenario del sueño cambió y ambos aparecieron en plena
fiesta de carnaval, en lo que parecía un palazzo veneciano.
—¿Bailas? —La abrazó desde atrás rodeándole la cintura.
Roxanna asintió lentamente. Él la tentaba, como si no tuviera
bastante con su aceptación. Adam le dio la vuelta con un
movimiento de bailarín consumado y la transportó por la pista al
ritmo de un vals. Llevaba un antifaz. Vestía atuendo de época, al
igual que ella. Se puso un dedo sobre los labios en actitud
misteriosa y la guio a una habitación adyacente al enorme salón de
baile. Cerró la puerta de golpe, la apoyó contra esta y se abalanzó
sobre su boca. Sus máscaras habían desaparecido. Ella se aferró a
su cuello mientras él la aprisionaba con su cuerpo.
Se separó de sus labios y la miró a los ojos.
—Puedo follarte en cualquier sitio que imagines —habló cerca
de su boca—. Como tú quieras y cuantas veces quieras. ¿Te
gustaría? —su voz era ronca y confiada.
Antes de contestar, Roxanna se encontró en su propia
habitación. Una música suave y envolvente sonaba desde ningún
lugar en concreto, y había algunas velas repartidas aquí y allá,
creando una iluminación tenue. Se miró y vio que llevaba el camisón
negro. Se levantó de la cama y anduvo por la habitación.
Insegura, se mordisqueó el pulgar. Miró a uno y otro lado,
esperando que él apareciera. ¿Si se esforzaba podría conseguir
invocarlo, atraerlo dentro del sueño de nuevo?
—Adam, vuelve —llamó, y entonces vio su silueta a través de la
ventana. Estaba en la terraza, apoyado en la barandilla
contemplando las vistas.
Paso a paso, Roxanna se fue acercando a la puerta que daba a
la terraza, y la abrió.
El aire fresco de la noche la hizo estremecer y tuvo la sensación
de estar despierta. Pero Adam estaba en su terraza con la misma
ropa que llevaba en la playa, así que ella seguía soñando.
Roxanna se detuvo en el umbral de la puerta y se apoyó en él.
Adam estaba iluminado por la luz de la luna creciente. Admiró
aquellos hombros anchos, la larga espalda y lo bien que le sentaba
el vaquero.
Desconcertada porque sentía frío, se miró: ya no vestía el
camisón, sino la ropa con la que se había ido a dormir. Se sintió
confusa; lo que vivía ahora era distinto.
El vampiro la vigilaba con todos sus sentidos. Sorprendiéndolo
una vez más, ella se había levantado sonámbula para abrirle la
puerta de su hogar. Cuando vio que salía a buscarlo, no lo dudó: la
había despertado. Quería gozar con Roxanna por completo, y sabía
que la única forma era que creyera estar un sueño. No estaba
preparada para la realidad.
Aún.
Apretó los puños. Ahora todo dependía de ella. Si se asustaba,
volvería a dormirla, la dejaría en su cama y se marcharía. Si no…
—Adam —lo llamó con dulzura.
Se giró y la encaró. Tan preciosa como la recordaba, se
abrazaba a sí misma examinándolo con gesto interrogante. Se
acercó a ella en un instante. No quería tocarla aún. Como si fuera
un animal de sangre fría, su temperatura dependía del exterior; pero
también de la sangre de sus víctimas, y ahora estaba helado. Inclinó
su cara y acercó sus labios a los de Roxanna.
Ella se puso de puntillas agarrándose de sus brazos. De pronto,
lo soltó como si se hubiera quemado. Retrocedió un paso, perdió el
equilibrio y él la sujetó de la cintura.
—Hace frío para estar aquí fuera —dijo Roxanna. Volvió a
posar sus manos sobre los brazos de él, titubeando.
Adam alzó una mano para rozar su mejilla y ella cerró los ojos.
Se inclinó y depositó suaves besos sobre su hombro, ascendiendo
hasta el cuello. Con cada roce la sangre de ella pulsaba contra su
boca con más fuerza. Atrapó el lóbulo de la oreja entre sus dientes.
—Has salido a buscarme —murmuró, complacido.
Roxanna enlazó sus brazos tras su nuca y besó sus labios,
pidiéndole sin palabras que le abriera paso. Él cedió, dejando que
sus lenguas se encontrasen. La mujer acarició la de él con la punta
de la suya, al principio tímida, lenta. De pronto, tiró de él hacia el
interior de su hogar.
En cuanto traspasó el umbral, la sensación de poder que
invadió a Adam fue abrumadora. Con un pie, cerró la odiada puerta
tras de sí. Ella le había otorgado su confianza. Sí, lo había hecho
pensando que aún estaba soñando, pero por propia voluntad, sin
prejuicios.
Estaba en territorio de caza y tenía a la humana en sus manos.
Los colmillos emergieron y Roxanna interrumpió el beso,
separándose con brusquedad. Lo miró con los ojos muy abiertos, la
respiración contenida. Dio un paso atrás.
Ignorando su sorpresa, Adam acortó la distancia entre ambos,
alargó una mano y le recorrió el rostro con la yema del índice...
Quería mezclarse con ella, ser solo uno. ¿De dónde había salido
este anhelo? Desde su encuentro en el hospital, no sentía la
desazón que durante tanto tiempo lo había torturado.
De pronto, tuvo una inspiración.
—También viniste a buscarme aquella noche —dijo, fascinado.
Se acercó tanto que ella dio otro paso atrás. Aun así no
aumentó la distancia entre ambos.
—¿Qué noche? —Frunció el ceño.
—La noche que nos conocimos, en el hospital —afirmó él—.
Viniste a por mí.
Ella enarcó las cejas y retrocedió otro paso hasta que topó con
la mesa del comedor. Él se volvió a acercar.
—Te necesitaba, pero no lo sabía —continuó Adam—. Y tú
viniste a mí. ¿Por qué? ¿Qué te hizo subir a la azotea con aquella
tempestad? —Le tomó la barbilla con suavidad para alzar su cara, y
clavó su mirada en los ojos grises—. Necesito saberlo.
Roxanna movió la cabeza liberándose de su agarre y colocó
sus manos sobre el pecho de él.
—No… No lo sé. —Lo miró de hito en hito—. Me sentía triste y
agobiada, necesitaba salir del despacho. Necesitaba… aire.
Adam se maldijo a sí mismo por pensar que, si él no tenía
respuestas, la humana las tendría. La estaba inquietando con sus
preguntas, y ya habría tiempo para eso. Posó sus labios en la curva
de su cuello y la punta de su lengua trazó sinuosos dibujos.
Roxanna se agarró de la mesa con ambas manos, luchando por
no rendirse al deseo. Algo en su interior, una voz muy apagada, le
estaba advirtiendo. Y entonces sintió que él la arañaba suavemente.
Lo sabía, lo había notado antes, al besarle.
«Colmillos».
Tenía sueños eróticos con un vampiro. No era algo que le fuera
a explicar a nadie, eso desde luego. Sus manos se separaron de la
mesa para acariciar el sedoso cabello. Tirando de su nuca, lo atrajo
hacia su piel, cerró los párpados y echó el cuello hacia atrás. Se
sentía derretir por aquel contacto, pero necesitaba algo más, más…
intenso.
Adam la alzó y la sentó sobre la mesa sin apartar sus labios de
su cuello. Las piernas de Roxanna se enroscaron alrededor de sus
caderas, atrayéndolo. Él le acarició un pezón por encima de la
camiseta mientras chupaba la piel sobre su clavícula.
—Dime que me deseas. —Necesitaba oírlo.
—Te deseo —suspiró—. Hazlo, Adam.
La mano que acariciaba su pecho se posó en su mejilla. Él se
irguió y la miró con los párpados entornados.
—¿Qué quieres que haga?
Ella exhaló, no se atrevía a pronunciar en voz alta lo que su
cuerpo anhelaba. Él paseó su dedo índice por los labios de Roxanna
y ladeó la cara, mirándola con intensidad.
—Maldita sea, Adam. Hazlo. Lo necesito.
—Y yo necesito que lo digas —repuso con calma—. No sabes
cuánto.
—Fóllame —musitó.
Adam los desnudó, desgarrando sus ropas con un solo
movimiento. Roxanna jadeó al sentir su piel contra la de ella, ahora
más tibia que en el balcón, un bálsamo para su fiebre. Él la recostó
sobre la mesa con cuidado y ella apretó sus muslos contra sus
caderas. Le miró la boca. En sus labios entreabiertos pudo
vislumbrar la punta de aquellos afilados dientes, pero no tenía
miedo. Sentía que lo que estaba pasando era lo que debía ser. No
podía luchar contra la pasión y la sensualidad que irradiaban de él,
transportándola.
—Respira con calma, Roxy —su voz la hizo desviar la vista
hacia sus ojos—, y déjate llevar.
Sus dedos le acariciaron las pantorrillas, ascendieron hasta los
muslos, recorrieron la curva de las caderas haciéndola
estremecerse. Él hacía de todo su cuerpo una zona erógena.
Roxanna se concentró en las sensaciones y cerró los ojos.
—Tu piel es tan suave... —Adam flexionó su largo cuerpo
cerniéndose sobre ella. Abrió las manos en abanico acariciando sus
caderas, su abdomen, hasta llegar a sus pechos. Los pezones
estaban duros y sensibles, y ella emitió un quejido cuando él los
rodeó con sus dedos—. Eres tan hermosa, tan dulce…
Su rostro estaba a escasos centímetros del de ella. Apoyó un
antebrazo en la mesa y desplazó la mano libre hasta alcanzar su
sexo. Lo acarició, estudiando sus reacciones hasta que encontró el
ritmo y la presión perfectos. La joven lloriqueó arqueándose, su
gesto contraído por el placer.
—Eres mía, Roxanna —susurró Adam al tiempo que,
lentamente, se introducía en ella—. No luches contra eso. No voy a
dejar que me olvides.
Ella se agarró a sus hombros y contuvo la respiración hasta que
la penetró por completo. Entonces, soltó el aliento en un suspiro
lánguido. Él le besó y lamió la piel bajo el ángulo de la mandíbula.
—Hazlo —dijo Roxanna, sintiendo una pulsión primaria—.
Muérdeme.
Gruñendo, Adam lo hizo. Con una mano sofocó el grito que
escapó de Roxanna, sintiendo sus convulsiones de placer en su
propio cuerpo. Bebió su embriagadora sangre meciéndose con
suavidad dentro de ella.
Roxanna sintió lágrimas recorrer sus mejillas. Cuando las
sensaciones fueron remitiendo, acarició la nuca de Adam con una
mano. La otra se perdió por su espalda, palpando cada músculo,
disfrutando del tacto de su piel.
—Soy tuya, Adam —vocalizó lo que ningún hombre había
escuchado de sus labios.
Él le lamió la herida del cuello y levantó la cabeza para mirarla
mientras se hundía en ella.
—Roxy... —murmuraba cada vez— Roxy...
Ella se agarró de sus hombros, sin apartar la mirada hasta que
vio cómo él llegaba a la cumbre del gozo, arrastrándola de nuevo
consigo. Al fin, Roxanna cerró los ojos, agotada por las sensaciones
que le habían atravesado cuerpo y alma; sintió que él salía de ella y
la tomaba en sus brazos. Al cabo de un momento estaba en su
cama, tapada con el edredón, y notó el colchón hundirse a su lado.
Sonrió y se dejó llevar por el sueño.

Dulces escalofríos recorrían su espina dorsal e invadían su


cuerpo. Se removió en la cama y entonces se dio cuenta de que
unas manos fuertes sujetaban sus muslos.
—Eres deliciosa, Roxy —su voz la tranquilizó antes de que le
entrara un ataque de pánico.
Estaba soñando otra vez. Al final no iba a poder distinguir los
sueños de la realidad, pero no era algo que le preocupara. No en
este momento. No cuando él puso de nuevo su boca sobre su sexo
y la chupó y lamió como si ella fuera su alimento, lengua suave
contra piel ardiente, una placentera tortura. Se incorporó a medias
para encontrar aquella hermosa cabeza entre sus piernas y le
acarició el cabello. Se tumbó y se dejó llevar, expresando sin pudor
todo lo que él le hacía sentir, blasfemando y gimiendo. Gritó cuando
introdujo sus dedos en ella sin dejar de lamerla, y gritó cuando otro
estallido de placer la recorrió. No se dio cuenta de que él dejaba de
chupar su sensible nudo para lamer su ingle, hasta que sintió de
nuevo sus colmillos dentro de ella. Un nuevo éxtasis la llenó,
mandándole un mensaje, el mismo que pudo escuchar en la
profunda voz de Adam.
—Eres mía, Roxanna. Que descanses, y sueña conmigo.
Notó unos labios suaves besarla, y fue lo último que pudo
recordar al día siguiente cuando despertó.
7
Despierta

La luz de la mañana penetró a través de sus párpados,


arrastrándola al mundo real. No quería abrir los ojos, volver a su
rutinaria vida. Sacó los brazos del edredón, resistiéndose a dar por
terminada su aventura onírica. Sonrió y abrió los ojos. Suspiró y
miró hacia el ventanal que daba hacia la terraza del ático,
sintiéndose feliz. Sentía deliciosas contracciones en su vientre al
recordar la noche anterior.
—Soy una enferma… pero una enferma contenta —susurró.
Con la sonrisa pegada a los labios se sentó en la cama, pero un
súbito mareo la hizo volver a recostarse. El cuello le había dolido un
poco. Se lo rozó con dedos temblorosos. Soltó el aliento cuando
notó la piel íntegra, seguro que había dormido en una mala postura
y por eso aquella leve molestia.
Decidió levantarse poco a poco: se puso de lado, levantó la
cabeza y fue subiendo con ayuda de los brazos hasta quedar
sentada. No volvió a sentir vértigo, pero sí cierta sensación de
inestabilidad.
Todo iba bien. Quizá estaba incubando algún virus. La boca le
ardía de sed, así que puso los pies en el suelo y se levantó con
movimientos cuidadosos. De pronto, cayó sentada sobre el colchón.
El fresco de la mañana le puso la carne de gallina.
¿O era el terror?
Desnuda. Estaba desnuda.
Sus ojos miraron fijamente una parte de su cuerpo. No sabía
qué hacían aquellos hematomas en sus muslos. Sus manos
trémulas alcanzaron la piel de su ingle y buscaron aquello que ella
sabía que no debía estar ahí. Sin embargo, lo estaba, desafiando
todo lo que creía, derrumbando de un plumazo su idea del universo,
como si ella fuera Alicia y hubiera atravesado el espejo.
Las náuseas la invadieron y oyó que un grito salía de su propia
garganta. Contempló las dos pequeñas incisiones que, rodeadas de
un halo púrpura, decoraban su ingle. Parecían dos agujeros negros
que absorbían su sentido común.
Pasaron minutos y seguía en la misma postura, sentada en la
cama mirando aquello, como si así pudiera hacerlo desaparecer.
Sus ojos se desplazaban desde las incisiones hasta los moratones
de sus muslos y, aunque lo deseaba una y otra vez, no despertó.
Recordó las palabras de Adam:
«No voy a dejar que me olvides».
Las náuseas se intensificaron y se levantó; caminó a
trompicones hacia el baño tapándose la boca para contenerlas.
Vomitó antes de llegar. Las piernas le fallaron y se arrodilló, la
cabeza caída, los hombros temblorosos y los párpados cerrados. El
sudor helado recubrió su piel.
Había perdido la noción del tiempo. Seguía en el suelo,
congelada en la misma postura de penitente, cuando se dio cuenta
de que habían cesado sus temblores. Había conseguido detener la
oleada de pensamientos aterradores y había dejado la mente en
blanco.
Frialdad. Lo único que podía ayudarla ahora era eso. Asepsia,
como en el laboratorio. Analizar. Prohibiéndose sentir nada, fue
incorporándose con cuidado. La sensación de mareo persistía y la
sed la estaba atormentando, pero se sintió satisfecha de sí misma
cuando pudo apoyarse sobre sus pies y mantener el equilibrio.
Entró en el baño, sorbió lentamente un vaso de agua fría y,
cuando comprobó que no la vomitaba, bebió hasta calmar en parte
aquella sed terrible. Se metió en la ducha, ansiosa por calentar su
cuerpo y limpiar los restos de sudor helado y del conocido olor del
miedo. Bloqueaba cualquier tipo de pensamiento y emoción, pero su
mente era como una presa que amenazaba con agrietarse. En un
momento de lucidez decidió no lavarse, podría borrar pruebas.
«Aguanta un poco más», se dijo, luchando contra otro
inminente ataque de pánico.
Minutos más tarde había limpiado el suelo; estaba vestida y
sentada en su terraza, con un vaso de agua en una mano y un
cigarrillo en la otra. Para no sentirse tan abrumada, dejó filtrarse las
ideas una a una. Había inspeccionado su cuerpo desnudo en el
baño y no había otros daños. Habría jurado que los hematomas
eran más tenues que la primera vez que los había visto, y las
incisiones más pequeñas. Había reunido fuerzas para llamar a Kat.
Iba a acudir con ella al hospital, pero no al mismo donde trabajaban.
Tenían que ver si quedaban pruebas en su cuerpo de lo sucedido.
Porque, si no creía en vampiros, y no creía, tenía que pensar
que la habían drogado. Eso debía ser, pensó con frialdad, como si
se tratara de otra persona. Inhaló una fuerte calada de tabaco,
llenando sus pulmones y permitiéndose recordar algo más de la
noche anterior.
Aquella intensidad emocional no era normal. De alguna forma,
alguien le había administrado una combinación de drogas. Eso lo
explicaría todo. Y, quien quiera que fuese, era un maldito tarado, no
solo por hacerle aquello sino por dejarle esa marca.
«Eres mía, Roxanna».
—¡Mierda! —Agitó la cabeza intentando sacar de ella aquellos
recuerdos, aquella voz sedosa que parecía haber intoxicado sus
neuronas.
Siempre le había interesado la criminología, por eso se había
especializado también en medicina forense. Estaba segura de que si
hablaba con la policía, donde tenía buenos contactos, habría más
casos como el suyo. Alguien con un comportamiento criminal tan
elaborado debía seguir el mismo patrón con otras víctimas. Solo
estaba agradecida de que no le hubiera hecho más daño, pues
había estado completamente a su merced, y de que no hubiera
robado nada. Había temido por el pequeño crucifijo de oro al no
verlo en su cuello, pero lo había encontrado en el suelo. Por más
que había buscado, no había encontrado ningún resto de la ropa
con la que se había ido a dormir. Usando guantes había recogido
del suelo la taza de café y la había guardado en una bolsa, por si
sirviera de algo.
Apagó el cigarrillo, dejó el vaso vacío en la mesita y se puso de
pie con lentitud. Se apoyó en la barandilla de la terraza, recibiendo
la caricia del aire fresco. La sensación de inestabilidad continuaba,
aunque cada vez menor, así como la sequedad de boca y la
taquicardia. Con la frialdad de una forense, había anotado por
escrito todos los cambios de su cuerpo junto a los recuerdos de lo
acontecido, sabiendo que eso ayudaría a encontrar las sustancias
que le habían administrado. Le preocupaba no saber cómo había
sido drogada. Quien le hizo aquello debía de haber entrado en su
casa y echado esa mierda en el agua. Siempre se preparaba el café
con agua mineral que guardaba en la nevera.
Se estremeció y se sintió tremendamente vulnerable. Tenía
suerte de estar viva.
El timbre la asustó, su frágil sensación de serenidad se fue al
traste y su cuerpo comenzó a temblar de forma incontrolable. El
timbre volvió a sonar y escuchó la voz de su amiga a través de la
puerta; Kat tenía las llaves de su casa, pero nunca quería usarlas.
Como pudo, arrastró los pies hasta la puerta y, cuando sus manos
pudieron obedecer, abrió.
Kat y Jason estaban en el rellano, mirándola consternados. La
psiquiatra se abalanzó sobre ella y la envolvió en un abrazo cálido,
todo lo apretado que le permitía su abultado abdomen.

La sala de espera del hospital St. Francis de Nueva York estaba


muy tranquila aquella mañana de domingo, en contraste con la
actitud tensa de la pareja que cuchicheaba al lado de la máquina de
café.
—Deberíamos haber llamado a la policía en cuanto ella nos ha
avisado.
—Ella no ha querido. Quería verme primero.
—Si la han drogado no sabe lo que se hace.
—Si ha sido así ya hace horas de eso, Jason. Ahora está
perfectamente consciente. —Kat se abrazó la barriga y miró hacia la
puerta que comunicaba con el área de urgencias.
—¿Perfectamente? ¡Ni siquiera hay rastro de esos hematomas
de los que hablaba! Ni de las incisiones de... lo que sea. —El físico
se pasó la mano por el pelo, alborotándolo más—. Dios, ¿qué le
habrán dado?
Kat pensó en lo que su marido había obviado comentar. No
había signos de que Roxanna hubiera mantenido relaciones
sexuales con aquel extraño de quien les había hablado. Aunque ella
bien sabía que eso tampoco probaba lo contrario. Se mordió el labio
y volvió a mirar a Jason.
—Lo cierto es que Roxy está un poco extraña últimamente. Ha
tenido alguna fase de amnesia. Y parece un poco obsesionada con
sus sueños.
—¿Quieres decir que todo esto pueden ser...? —La palabra
«alucinaciones» quedó suspendida entre ellos.
—Sea lo que sea, espero averiguarlo pronto. Necesita ayuda.
Aún no sé de qué tipo, pero la necesita.
La puerta que comunicaba con la sala de espera se abrió y un
hombre joven, moreno, alto y corpulento salió.
—Sam. —Kat llamó su atención con un gesto de la mano. El
policía, amigo íntimo de Roxanna, se acercó a la pareja sin sonreír.
En cuanto había llegado al hospital la había sustituido como
acompañante—. ¿Cómo está Roxy?
—Le han dado un sedante. La doctora habría llamado a un
psiquiatra si no hubieras estado tú.
Kat asintió. Había sido ella quien había insistido en acudir al St.
Francis. Parte de su formación como psiquiatra había transcurrido
en aquel centro y conocía a parte del personal. Por fortuna, la
doctora de urgencias Sally Davenport era una de esas personas.
—Estaba bastante alterada, le irá bien descansar un poco. Pero
me extraña que Sally no me lo haya comunicado.
—Bueno... Primero quería el resultado de las pruebas de
drogas, para no darle nada que pudiera perjudicarla o falsear
resultados. Pero ahora lo necesitaba tanto que se lo ha dado incluso
sin su permiso. —Se calló mirando a Jason, quien se apartó
discretamente—. Escucha, Kat, he venido aquí de forma extraoficial,
y esto también es extraoficial, pero confío en tu discreción: no hay
drogas en la orina.
Kat miró a Sam como si le hablara en otro idioma. Abrió la
boca, pero este la detuvo levantando la mano.
—No hay tóxicos, pero el análisis de sangre no es normal.
Tiene una fuerte anemia, y según la doctora la pérdida de sangre es
muy reciente. Como si hubiera sufrido una hemorragia, aunque ella
no recuerda nada excepto a ese... vampiro. La sed, el mareo... todo
ha sido por lo mismo. Y al explicarle todo esto se ha derrumbado.
—¿Derrumbado?
—Sí, quisiera decirte que se ha desmayado, pero no, se ha
desplomado sobre la camilla con los ojos muy abiertos. Nos ha dado
un susto de cojones.
Kat no sabía qué decir. No entendía nada, pero estaba muy
preocupada por Roxanna.
—¿Se abrirá una investigación? —susurró, acariciándose la
barriga de forma automática.
—Sí, si Roxy hace la denuncia. Por el momento, solo tenemos
un montón de datos inconexos y una amiga hecha polvo. —La voz
de Sam había dejado de ser profesional para volverse cálida. Él
había sido un «amigo con derecho a roce» de Roxanna, antes de
Ethan—. Escucha... Hoy almuerzo en casa de mis padres y tengo
que irme, pero volveré para hacerle compañía esta noche, si es que
se queda ingresada.
—Espero que no haga falta. —Kat estiró los labios en una
sonrisa forzada—. Voy a verla.
—No te dejarán entrar ahora aunque tengas contactos. La
enfermera que cuida de ella es una especie de rottweiler. Dice que
seguirá durmiendo varias horas, y que no quiere a nadie
molestando.
Kat torció el gesto y dirigió una mirada a Jason. Su marido
estaba preocupado por Roxanna, pero más por ella. Se comportaba
de una forma terriblemente protectora desde que estaba
embarazada, y estar en la sala de espera de un hospital con su
mujer angustiada no era algo que lo mantuviera sereno.
—Está bien, nosotros también iremos a almorzar, nos irá bien
que nos dé el aire.

Contemplando a la frágil humana rodeada de material estéril,


Adam sintió algo que debía de ser remordimiento.
—Siento haberte hecho esto, Roxy —susurró, sus largos dedos
acariciando la mejilla de la mujer—. No estás loca. Todo irá bien.
Roxanna sonrió en sueños, un gesto probablemente sin
significado. Se inclinó y la besó en la frente, como en aquella
pesadilla. Ella emitió un suave sonido, como un quejido, pero no se
movió.
—Esta noche te he puesto en peligro y jamás me lo perdonaré
—murmuró, apartándose con pesar.
Aun llevando su poder regenerador en la sangre, que él le
había pasado al morderla, le había causado a Roxanna una grave
hemorragia. Nunca bebía dos veces de la misma mujer, y jamás se
le habría ocurrido hacerlo la misma noche. Pero ella era distinta, era
pura tentación, y él no debía olvidar jamás lo que le había hecho. La
próxima vez no sucedería.
Porque habría una próxima vez, no podía ni imaginarse su
existencia sin volver a tenerla en sus brazos.

—¿Tienes la receta de hierro y ácido fólico? —Kat paró en el


semáforo y miró a Roxanna. Había mandado a su marido a casa,
muy a regañadientes por parte de él, diciéndole que tenían una
visita que hacer.
La patóloga suspiró. Su amiga estaba intentando que hablara
desde que habían salido del hospital, con escaso éxito. Alargó la
mano para rozar la de la psiquiatra, que estaba sobre el volante, y
curvó sus labios en un amago de sonrisa. No quería pensar en
nada, estaba mental y físicamente agotada, pero se sentía mal por
haber llamado a Kat. Así que reunió las fuerzas que le quedaban y
se esforzó en dejar de preocuparla.
—Gracias, Kat. No sé qué habría hecho hoy sin tu ayuda. —
Miró a uno y otro lado—. Oye, ¿dónde vamos?
—Espero que no te moleste, Roxy, pero... he hablado con
Angelica. Hace tiempo que le debo una visita, y he pensado que
podía ir contigo, por si quisieras comentarle algo de lo que te pasa...
A lo mejor nos echa un cable. O, si prefieres, puedes esperar a la
consulta de mañana —añadió precipitadamente.
Roxanna sintió cómo la golpeaba la preocupación de su amiga.
Estaba muy cansada, pero no quería dormir. Presentía que lo que
fuera que le había pasado tenía relación con aquellos extraños
sueños. Si sus alucinaciones no eran producto de una droga no
sabía qué eran, pero lo averiguaría. Ahí estaba la clave. Tenía que
ver a la doctora White.
Se sintió más animada y miró a Kat.
—Vamos a hablar con la doctora Sandman2 —pronunció muy
seria, pero Kat sonrió.
La casa donde vivía Angelica White estaba en Manhattan, en el
Upper West Side, un tranquilo barrio residencial. La doctora era una
mujer morena de más o menos su edad. Llevaba unas modernas
gafas de pasta tras cuyos cristales brillaba una mirada negra, vivaz
y penetrante. Parecía francamente contenta de verlas.
Una vez hechas las presentaciones las hizo pasar al amplio
comedor de su domicilio, donde Roxanna pudo comprobar que no
tenía hijos. Era imposible tenerlo todo tan ordenado con niños en
casa. Distraída, se preguntó si la doctora estaba soltera o aún
buscando al hombre de sus sueños.
Se amonestó a sí misma por aquel pensamiento tan tonto, pero
necesitaba distraerse con lo que fuera para no estar atenta a la
continua sensación de que él estaba cerca. Si iba a desarrollar una
paranoia, su amiga psiquiatra sería la última en saberlo. Si tenían
que ingresarla en una institución, Kat no se enteraría. Después de
su arrebato emocional de aquella mañana y su segundo
derrumbamiento al saber que no había sido drogada y que había
sufrido una hemorragia aguda, todo su montaje mental sobre lo que
le había sucedido la noche antes se había desmoronado. Como ella.
Solo le cabía pensar en una droga nueva que aún no pudiera
detectarse. Podía ser que el cabrón que le había hecho aquello la
hubiera hecho sangrar de alguna forma. Aunque, como decía aquel
principio científico, la navaja de Ockham, cuando había varias
posibles explicaciones para un mismo fenómeno la más sencilla
solía ser la correcta. Y no había teoría que explicara que sus
hematomas e incisiones hubieran desaparecido por completo. La
única explicación que lo unificaba todo era que se estaba volviendo
loca.
—Disculpadme, tengo una llamada. —La voz suave de la
doctora White la sacó de sus cavilaciones—. Estáis en vuestra casa
—dijo mientras se retiraba a otra habitación con el móvil en la oreja.
—Me siento mal. No me gusta molestar a la gente en su casa, y
menos un domingo por la tarde. —Roxanna se sentía inquieta y se
levantó del cómodo sofá donde estaban Kat y ella.
—No molestamos, Roxy. Hacía tiempo que le debía esta visita
y, además, ella ama su trabajo. No descansa ni en fin de semana,
como puedes comprobar. Seguro que quien está al teléfono es un
paciente.
—Ajá —repuso, acercándose a la enorme biblioteca que
ocupaba de arriba abajo toda una pared del comedor—.
Impresionante. Casi todo son tratados médicos, de historia,
antropología... ¿Esta mujer no sabe qué es un superventas? —Se
giró al darse cuenta de que había pensado en voz alta. Era la típica
situación en la que el anfitrión estaba a tu espalda y te oía murmurar
sobre él.
Por suerte, aquella no era una de esas ocasiones. Kat se
levantó y la acompañó.
—«Antropología del sueño» —dijo señalando un tomo—.
Angelica escribió un capítulo de este libro. —Lo tomó de la
biblioteca y se lo llevó al sofá—. Ven, hay cosas muy curiosas sobre
el tema. Como ves, es una gran experta, y no solo en el aspecto
científico.
Roxanna la acompañó y se sentó a su lado mientras Kat
hojeaba el tomo. Era un tratado divulgativo con abundancia de
imágenes acompañando el texto. De repente, le llamó la atención
una de ellas.
—¿Qué es eso? —Señaló con el índice la fotografía de una
pintura. Era fascinante y sobrecogedora. En ella aparecía la imagen
de una especie de demonio sobre el pecho de una mujer durmiente.
—Es un íncubo. —La voz de la doctora White la sobresaltó.
—Un íncubo —repitió Roxanna. Había algo en aquella imagen
que la había atrapado.
—Sí, una antigua leyenda. Un demonio que se presenta
durante el sueño para mantener relaciones sexuales con sus
víctimas.
—Pues no parece que ella lo esté pasando muy bien —bromeó
Kat.
Pero Roxanna ya no escuchaba.
8
Vampiro

«Un demonio que visita a las mujeres en sus sueños para tener
relaciones sexuales con ellas».
Fue como si varias zonas de su cerebro conectaran. Aquella
pintura había atraído su atención sin saber por qué. Se quedó
mirando fijamente cada detalle del cuadro, como si fuera el hilo de
Ariadna con el que lograría salir del laberinto en que se había
sumido. No se daba cuenta de que el color había huido de su rostro
y su respiración era acelerada.
Kat sí había notado la expresión de su amiga, y se sintió
culpable por haberla traído a casa de Angelica en lugar de
habérsela llevado a su propio hogar, tal y como tenía pensado hacer
horas antes. Después de la conmoción que había sufrido, había sido
una mala idea no dejarla descansar.
—El cuadro se llama La pesadilla. Es del pintor romántico
Henry Fuseli. Aunque tiene distintas interpretaciones, es una pintura
con un significado claramente sexual —explicó la anfitriona, ajena a
sus expresiones—. Fue muy criticada por algunos contemporáneos
del pintor por ese motivo. Roxy, ¿estás bien? —dijo, reparando por
fin en la extrema palidez de la joven.
—Roxy, cariño —Kat le puso la mano en el brazo. Ella se
sobresaltó y la miró, parpadeando—. Vamos, te llevo a casa.
Roxanna negó con la cabeza y se levantó.
—No... No... Solo... necesito ir al baño —musitó mirando a su
sorprendida anfitriona, quien se levantó de inmediato.
—Claro, te acompaño. —La precedió por la gran casa y al cabo
de un momento volvió con Kat, mirándola interrogante.
—No tendría que haberla traído —explicó la psiquiatra—. Esta
noche le ha pasado algo... No sabemos bien el qué. —Miró a su
amiga, indecisa—. No te lo quiero contar, prefiero que lo haga ella,
si quiere. Lo entiendes, ¿verdad?
La neuróloga entrelazó sus dedos en actitud pensativa y asintió.
—Y la has traído hoy porque piensas que lo que le pasó anoche
está relacionado de alguna forma con mi trabajo —dedujo.
—Eso es.
—Está bien, cielo, me gusta que te preocupes por tus amigas.
Pero que sepas que a mí me debes una visita de verdad. —Alzó una
ceja fingiendo un gesto ofendido y Kat asintió con una sonrisa.
En el baño, Roxanna estaba mojándose la cara y el cuello con
agua helada e intentando controlar su respiración. Apoyada en el
lavabo con ambas manos, se miró al espejo estudiando su aspecto.
—Estás horrible —dijo a la mujer que la miraba desde el otro
lado del cristal. Se fijó en los cercos oscuros bajo sus ojos
hinchados—. Tú sí que pareces un vampiro.
Íncubos. Vampiros. Posesiones. Todo aquello parecía el
producto de una mente enferma, pero ella no creía estarlo.
«Bueno, como todos los locos».
Sonrió sin ganas. Tenía a escasos metros de ella un compendio
de la sabiduría moderna occidental sobre la psique: una neuróloga y
una psiquiatra de prestigio. ¿Podrían ellas ayudarla?
Escrutó su rostro como si aquello fuera a darle la clave. ¿Se
habría drogado su madre mientras estaba embarazada y este era,
por fin, el resultado? ¿O ella misma había estado gestando su
locura desde su infancia?
Dejó caer la cabeza y cerró los ojos. Muy mal estaba cuando se
permitía volver a pensar en sus padres; hacía tiempo que había
dejado todo eso atrás. Intentó tomar de nuevo las riendas de sus
emociones. Había venido a casa de Angelica White a por
respuestas y las iba a tener. Su alma investigadora las pedía, su
salud mental también. Quizá no obtendría las respuestas que ella
quería, pero sí algo de luz.
Aspiró hondo y salió del baño con mejor aspecto. Cuando volvió
al comedor, sintió el escrutinio de Kat y Angelica. Ninguna de las
dos pronunció palabra mientras se sentaba y miraba de nuevo hacia
el libro.
—¿Puedo? —inquirió tímidamente a la neuróloga, que lo
sostenía sobre su regazo. Ella se lo pasó con una sonrisa. Roxanna
estaba fascinada por aquel demonio que desde el cuadro
contemplaba al observador—. ¿Todos los íncubos son así de
monstruosos? —preguntó con voz temblorosa.
—No, qué va. El íncubo es una figura que aparece en muchas
culturas; se considera un espíritu maligno —explicó Angelica con
voz segura, como si diera una conferencia—. El aspecto que tiene
cambia según cada tradición. Hay leyendas que le atribuyen una
belleza sobrehumana.
La mente de Roxanna conjuró la imagen de Adam, su voz
aterciopelada, su aroma...
«¡Basta!».
—¿Podría ser un vampiro? —la pregunta salió de su boca sin
pensar. Notó el respingo de Kat, pero no la miró.
—¿Un vampiro? Sí, por supuesto —afirmó Angelica—. Son
mitos con muchas similitudes.
Roxanna apartó la vista de la pintura con reticencia y la fijó en
su anfitriona.
—Cuéntame más, por favor —pidió con suavidad. Sentía la
creciente preocupación de Kat. Estaba segura de que se estaba
arrepintiendo de haberla traído, pero ella ansiaba saber.
—Bueno, la palabra «vampiro» es relativamente moderna, pero
ya hace miles de años que se habla de seres sobrenaturales que se
alimentan de la sangre de los vivos. En la mitología griega, por
ejemplo, se habla de las empusas, unas criaturas que se
transformaban en hermosas mujeres para seducir a los hombres en
sus sueños. Después, bebían su sangre —terminó.
—Y qué... ¿qué se supone que les pasa a los humanos que se
relacionan con íncubos? —Roxanna estaba fascinada. Kat le puso
la mano en el brazo—. Tengo curiosidad —dijo mirando a su amiga
—, y Angelica es una fuente de conocimiento.
—Siempre me han atraído los aspectos culturales del mundo
onírico —continuó la neuróloga, sonriendo—, por eso el autor del
libro me encargó esta parte. Según dice la tradición, el íncubo excita
a su víctima y absorbe su energía vital a través de esos sueños
eróticos. Gracias a esto puede materializarse y tener relaciones
físicas hasta enloquecerla de placer. Si sucede repetidas veces, la
salud se deteriora y puede terminar con la muerte. Como veis, hay
un paralelismo con la figura del vampiro. En este mito, la pérdida
frecuente de sangre debilita a la víctima y puede llegar a matarla.
Aquello era lo más parecido a una descripción de su situación
que nadie le había dado hasta ahora. Roxanna no se dio cuenta de
que sus manos estaban temblando, pero sí de que la preocupación
de Kat rozaba la ansiedad.
—Solo son cuentos de viejas, Kat. —La miró y compuso una
tensa sonrisa. Volvió su atención a su anfitriona—. Angelica, ¿se
sabe si esas leyendas tienen alguna base real?
Su amiga se calmó al ver que Roxanna dejaba de ahondar en el
tema de los vampiros. Como psiquiatra, Kat tenía claro que las
alucinaciones empezaban a ser un problema grave cuando uno no
sabía distinguirlas de la realidad.
—Hay varias teorías con respecto a los íncubos —explicó
Angelica—. La más aceptada tiene que ver con la parálisis del
sueño y las alucinaciones hípnicas.
—¿Alucinaciones?
—Sí, las alucinaciones hípnicas se pueden producir durante los
cambios de sueño a vigilia. Puede tenerlas cualquier persona, y
suelen angustiar mucho. Son de muchos tipos, a veces simplemente
se tiene la sensación de que hay un peligro en forma de presencia
en nuestra cama. Pero creo que os estoy aburriendo —dijo con una
sonrisa.
—¡Al contrario! Es fascinante —murmuró Roxanna, animándola
a seguir.
—Bueno, como os decía, la parálisis del sueño también puede
aterrorizar a cualquiera: uno se despierta en fase REM sin que el
cuerpo, que en esa etapa está normalmente paralizado, haya
recuperado la capacidad de moverse. La ansiedad y la ausencia de
respiración voluntaria generan una sensación de falta de aire, como
si alguien estuviera sentado sobre tu pecho. Se cree que la leyenda
del íncubo pudo nacer de la combinación de todos estos fenómenos.
—Debe de ser angustiante —comentó Kat.
Roxanna se mordisqueó el pulgar, nerviosa. Eso sonaba muy
desagradable, y ella jamás había tenido miedo, ni se había sentido
paralizada o controlada. Estaba confusa.
—Pero... ¿siempre es así? Si esas fueran las bases del
fenómeno íncubo, ¿no debería haber algo erótico de por medio?
¿Puede haber situaciones de esas que sean vivencias...
agradables?
Decir agradable era minimizar hasta lo ofensivo sus
experiencias con Adam. Notó que se estaba sonrojando al revivir el
arrollador placer de la noche previa, y se retorció los dedos.
—Una leyenda suele construirse con una mezcla de fenómenos
reales —explicó Angelica—, tan deformada que al final no se parece
a los sucesos originales. A la gente de hace siglos le venía muy bien
la idea del íncubo para no sentirse culpable por sus sueños eróticos
o, incluso, infidelidades. También es cierto que hay alucinaciones
hípnicas muy agradables.
Ahora se sentía más tranquila, lo suyo solo eran orgasmos
provocados por su mente a través de una extraña fantasía. Y ahora
sabía que los hematomas y las incisiones que había creído ver en
sus muslos eran aquellas alucinaciones de las que hablaba
Angelica. Debería hacerse una revisión médica, como le había
recomendado Sally Davenport, para estudiar su anemia. Las piezas
del rompecabezas iban encajando y la bruma disipándose.
La conversación con la agradable neuróloga continuó durante
un buen rato. Angelica disfrutaba contestando a sus preguntas. Solo
hizo una pausa para ir a la cocina y, cuando volvió, llevaba una
bandeja cargada con tres pedazos de tarta de chocolate y unas
tazas de té.
—¡Tarta de chocolate! Ahora no conseguirás librarte de mí. —
Roxanna sonrió.
—No pretendo librarme de ti. He sacado esto para entretener a
Kat —le guiñó un ojo a su amiga, que miraba aquel dulce con deseo
— mientras nosotras charlamos de tu problema, si quieres. No me
importa a adelantar la visita. O, si prefieres que estemos solas,
podemos esperar a mañana.
—¿En serio quieres trabajar un domingo por la tarde? —
Agrandó los ojos.
—Mi trabajo es mi afición. En mi caso, mezclarlo con placer es
sencillo. —Se encogió de hombros—. Adoro esto.
Roxanna la contempló con admiración y sonrió.
—Bueno... Si es lo que quieres... y Kat no está demasiado
cansada —miró a su amiga, que asintió animándola a seguir—,
supongo que podemos hablar hoy. Aunque no sé por dónde
empezar.
—Como dicen en las películas, por el principio —instó la
neuróloga, sirviendo un trozo de tarta a cada una.
Roxanna le explicó todo: desde la noche en que se despertó en
el hospital con el uniforme y el cabello húmedos, sin recordar cómo
había llegado a su despacho, hasta el traumático despertar de esa
misma mañana. Se sonrojó mientras contaba de forma somera sus
experiencias eróticas con Adam. Su interlocutora mantenía su
expresión cuidadamente neutra, sin embargo, Roxanna sentía en
ella preocupación, aparte de un enorme interés.
Una vez terminado el relato, Roxanna esperó ansiosa su
dictamen profesional.
—Creo... —comenzó, llevándose la taza a los labios—. Creo
que estamos ante un problema complejo.
Roxanna se abstuvo de interrumpir, aunque por dentro estaba
gritando. Se limitó a sorber un poco de té y esperar.
—Verás, no quiero decir que me parezca grave —continuó,
como si le hubiera leído el pensamiento— sino que es una mezcla
de cosas. Tu episodio de pérdida de memoria podría tratarse de una
variante de sonambulismo o de epilepsia. Golpear a tu exnovio
escenificando un sueño podría ser síntoma de un trastorno de
conducta de fase REM. Y la parte que tiene que ver con el...
vampiro —pronunció el nombre con cuidado— es lo más abigarrado
de todo, no solo por esos fascinantes sueños lúcidos, sino por las
marcas que viste en tu piel que, evidentemente, eran algún tipo de
alucinación hípnica.
En este punto saltó una alarma interna en Roxanna: Angelica
no le decía toda la verdad.
—Estoy muy jodida, ¿verdad? —quiso bromear.
Angelica sonrió a medias.
—No, solo que no es un diagnóstico sencillo. Pero hay muchas
cosas que podemos hacer para sacarnos de dudas: una
polisomnografía, un estudio de latencias múltiples de sueño,
resonancia magnética, electroencefalograma... Eh, no te agobies —
añadió apresuradamente—. No hay prisa, iremos paso a paso. Yo
empezaría usando un actígrafo.
—¿Un qué?
—Un actígrafo. Es un aparato, como un reloj de pulsera, que
estudia tus ritmos de sueño y vigilia. La falta de sueño favorece la
aparición de cualquiera de los trastornos que he nombrado. Solo me
queda preguntarte una cosa: ¿has sufrido algún estrés importante?
Roxanna frunció el ceño y Kat bebió de su taza evitando
mirarla.
—¿Te refieres a reciente?
—Reciente o antiguo. A veces, los síntomas pueden reaparecer
con el tiempo por cualquier causa.
—Mis padres me maltrataron psicológicamente. Me cuidó mi
abuela desde los ocho años. Y hace cuatro que la perdí.
—Lo siento —dijo Angelica con sinceridad. Después de una
breve pausa, prosiguió—: Los trastornos del sueño son más
comunes en personas que sufren de estrés postraumático. Tendría
que verte un psiquiatra.
—No quiero que me vea ningún psiquiatra —su voz sonó más
seca de lo esperado, y se envaró—. Escucha... Lo siento porque Kat
es mi mejor amiga, pero es que no tuve buenas experiencias con
ellos durante mi niñez. Prefiero dejarlo como último recurso. —Miró
la hora y se dio cuenta de que se había hecho más tarde de lo que
pensaba. Observó que Kat escondía un bostezo—. Kat, cariño,
vámonos a casa. Se te ve cansada. Jason va a matarme, y con
razón. No quiero molestarte más, Angelica.
—Vale, como desees. —Su sonrisa perenne no cambió—.
Piensa en consultar con alguien que investigue esa anemia —le
recordó—. Nosotras empezaremos por donde quieras y cuando
quieras.
En aquel momento Kat se levantó del sofá.
—Si me disculpáis, voy al baño, las pataditas que me da Rachel
van a conseguir que vacíe la vejiga en el coche, y eso no sería nada
agradable.
Desapareció por la puerta del comedor caminando con la típica
torpeza de la embarazada. Ambas amigas la miraron con cariño.
—Roxy, si lo necesitas puedes venir mañana a mi consulta, o a
mi casa. Solo llámame y quedaremos.
Roxanna parpadeó.
—Muchas gracias. Poca gente es tan amable cuando acaba de
conocer a alguien. Por lo menos, a mí no suele pasarme.
—Solo lo hago por trabajo. —Agitó una mano, restando
importancia al asunto—. Espero haberte ayudado un poco, pero…
me da la sensación de que te he dado demasiado en que pensar.
—Oh, no lo creas, me has quitado de la cabeza que estoy loca.
Me siento muchísimo mejor, muchas gracias. —Se acercó a ella con
timidez y le dio un leve abrazo y un beso en la mejilla a modo de
despedida. Para su sorpresa, Angelica la correspondió con
efusividad—. Espero que puedas ayudarme a resolver todo este
rompecabezas. —La miró a los ojos—. ¿Alguna vez has encontrado
un caso como el mío?
La neuróloga la miró con cariño, olvidada ya su máscara de
profesional. Ahora parecía mucho más joven. Y más triste. Tomó
aire antes de contestar, y en sus ojos oscuros se traslució la
preocupación. Roxanna percibió de nuevo que le ocultaba algo.
—He oído de todo, si no por mí misma, por otros profesionales.
No todo lo que tratamos sale en los artículos. Hay cosas que no
comentas en público porque no quieres que se rían de ti, pero en los
pasillos de los congresos los compañeros te hacen confesiones muy
curiosas. —Alargó la mano y la apretó alrededor de la de Roxanna
—. Si sientes que vas a soñar con él, si de alguna forma notas su
presencia en medio de la noche, sácalo de tus sueños. Eres lo
suficientemente fuerte como para lograrlo, ya lo has hecho antes.
Solo tienes que desearlo. No te dejes llevar por su hechizo —la
instó.
Roxanna la miró, confusa. Parecía que la especialista con quien
había estado hablando a lo largo de la tarde se había ido. Se sintió
como si estuviera en un mundo paralelo.
—¿Qué quieres decir? ¿Crees que... —farfulló— que él podría
ser... real?
—Solo digo que una parte de ti lo cree —se defendió.
Roxanna no daba crédito a lo que oía, pero la intensa mirada de
Angelica la hizo asentir y contestar.
—Gracias. Te haré caso.
La neuróloga sonrió, visiblemente más tranquila. Entonces llegó
Kat y abandonaron la conversación. Se formularon frases corteses
de agradecimiento y se despidieron.

—Jason y yo pensamos que esta noche deberías quedarte en


nuestra casa... Y toda la semana. Piénsalo. —Kat detuvo el coche
ante el edificio donde vivía Roxanna.
—Kat, estamos mayores para fiestas de pijamas —bromeó.
—Roxy, va en serio. Y voy a decirte otra cosa. Tienes que
cogerte unos días de baja, necesitas descansar. Yo me encargaré
de eso.
Roxanna pensó, no por primera vez, que el destino le había
negado una buena madre pero le había regalado una gran amiga.
—Vamos, no es la primera vez que duermes en mi casa, y así
estaré más tranquila. Hazlo por mí —insistió Kat.
—Me encantará, aunque estoy segura de que Jason va a
empezar a odiarme —aceptó Roxanna, rindiéndose por fin—. Pero
de la baja ya hablaremos, creo que será peor quedarme en casa
con tiempo libre para darle vueltas a todo. Vete tranquila, tendré que
recoger algo de ropa, luego cogeré el coche para ir a tu casa. No me
entretendré mucho, no te preocupes.
Roxanna bajó del coche de Kat aún pensativa. Angelica sí le
había dado mucho en que pensar. No es que ella fuera una persona
escéptica; poseía un don extraño, y no podía negar que había cosas
que la ciencia aún no sabía explicar. Angelica White había llevado
su máscara de profesional durante la entrevista, pero su interés y
preocupación iban más allá, y Roxanna se preguntaba por qué.
Cuando abrió la puerta de su casa se vio asaltada por los
recuerdos. Respiró hondo, cerró la puerta a sus espaldas y se
adentró lentamente en el piso. Al ver la mesa del comedor su cuerpo
rememoró cada caricia, cada beso y la íntima sensación de él
bebiendo de ella… Sacudió la cabeza, fue a por un cigarrillo y salió
a la terraza. Sabía que no debía fumar, menos aún estando
anémica, pero lo necesitaba.
Se relajó mirando las vistas apoyada en la barandilla de la
terraza. La suave brisa primaveral despeinaba su cabello. Había
sido un día muy largo, pero ya había pasado. Se sentía serena.
Apagó el cigarrillo y se dio la vuelta para volver a entrar en el piso,
reparando en algo que no había visto hasta el momento. Sintió que
su corazón dejaba de latir unos instantes:
Una caja, envuelta en papel de color rojo con un gran lazo
plateado, reposaba sobre la tumbona.
«¿Qué mierda...?».
Se acercó a la caja con el corazón a punto de salírsele por la
boca. Se agachó para cogerla. Era ligera, y tenía un pequeño sobre
escondido bajo los pliegues del lazo. Contuvo la respiración
mientras sacaba el papel que había en el interior del sobre. Si era
un regalo de Kat, no le veía la gracia. Y nadie más que ella y el
portero del edificio tenían las llaves de su piso.
Aquel pedazo de papel era una carta manuscrita con un trazo
elegante. Se sentó en la tumbona con la caja en su regazo,
intentando detener el temblor de sus manos para leerla:

Mi preciosa Roxanna:
Te ruego que me perdones por los excesos de esta noche. Te
prometo que jamás se repetirán. Por favor, dame una oportunidad
para demostrártelo.
Acepta mi pequeño regalo, prueba de que tu mente está tan
sana como pronto lo estará tu cuerpo.
A.

Miró al horizonte y esbozó una sonrisa cansada. Estaba soñando


de nuevo. No cabía otra posibilidad.
A partir de ese momento experimentó un curioso fenómeno: su
mente se bloqueó mientras su cuerpo se movía de forma
automática, apartaba la carta a un lado y abría cuidadosamente el
envoltorio de la caja. Oyó su propia exclamación ahogada cuando la
abrió y sacó su contenido:
Era un delicado camisón de seda negra y encaje.
Derrotada, se dobló sobre sí misma y comenzó a llorar.
9
Real

Angelica estaba en la cocina preparándose una cena ligera


cuando sonó el timbre de su puerta. Extrañada, miró la hora. No
solía tener visitas un domingo por la noche. A través de la mirilla vio
a Roxanna parada en el umbral y abrió. La joven estaba pálida
como un fantasma y con cara de haber visto uno.
—Necesito hablar contigo, Angelica. Y quiero que seas sincera.
—Adelante.
Le franqueó el paso mordiéndose el labio. Si Roxanna había
acudido a ella y no a Kat, su mejor amiga, solo podía ser por una
razón. Cerró la puerta a sus espaldas y se quedó frente a ella.
Roxanna rebuscó en el contenido de su bolso y sacó de él un
camisón negro. Sin una palabra, se lo tendió junto a un pequeño
papel con unas palabras manuscritas. Angelica entrecerró los ojos
sin cogerlo y asintió.
—Estaba preparando la cena, pero creo que será mejor que
pida comida por teléfono. ¿Te gusta la comida china?
—Si como algo ahora, vomitaré. —Negó con la cabeza.
—Vale. —Angelica se esforzó por sonreír—. Ponte cómoda.
Vuelvo enseguida, tengo el teléfono del chino en la cocina. ¿Te
traigo algo de beber?
—Nada, en serio, tengo un nudo en el estómago.
—Bien, un par de minutos y estoy contigo.
Cuando Angelica volvió de la cocina, Roxanna estaba sentada
en el sofá que había ocupado antes, los ojos cerrados, su pecho
bajando y subiendo lentamente, sus manos laxas sobre su regazo.
—¿Ejercicios de relajación? —Se sentó en el sillón más
cercano.
—Sí... —Abrió los ojos—. Es lo único que me quedó de las
sesiones de psicoterapia a las que asistí cuando era niña. Me
ayuda... a veces —musitó abatida.
—Tengo diazepam, si quieres. Me parece que lo necesitas.
—¡No! No, no quiero sedantes. Mi madre era adicta a ellos. Por
culpa de la coca padecía insomnio, así que en vez de dejarla se
dedicaba a drogarse también con ellos —explicó. Angelica arqueó
las cejas— Lo siento, cuando estoy nerviosa hablo más de la
cuenta. Y ahora lo estoy, y mucho.
—Te puedo ofrecer una copa de vino tinto, si te has replanteado
lo de vomitar —repuso con voz serena, reparando en la prenda
negra que yacía en el sofá al lado de Roxanna.
—Vale.
—Voy a buscar un par de copas, luego me lo cuentas todo. Sea
lo que sea, prometo serte sincera.

La neuróloga miraba alternativamente el camisón y la carta.


Sabía que Roxanna Stone decía la verdad, pero su parte más
racional luchaba, negando que aquello pudiera ser posible. Ella
había abierto su mente desde su experiencia en Londres, que había
marcado su futuro profesional. Tenía un grupo de colegas, amigos
con los que compartía su gusto por lo sobrenatural. Todos ellos,
mentes brillantes abiertas a lo que no era oficial, habían
comprobado que había una dimensión oculta en el sueño del ser
humano. Una zona oscura en la cual las personas se sumergían en
terrenos inexplorados, visiones del futuro, del pasado, salían de su
cuerpo y visitaban lugares lejanos... o eran visitadas por otros seres.
Creía en ello, pero eso no significaba que cualquiera la fuera a
persuadir de una patraña. No. Había visto demasiados enfermos
mentales, impostores, gente con afán de protagonismo... Aunque
también sabía que, en aquel momento, en el comedor de su casa no
había ninguna de esas personas.
La patóloga, sentada frente a ella en la mesa del comedor,
bebía a pequeños sorbitos su copa de vino tinto. Empezaba a
desaparecer el temblor de sus manos y a volver algo de color a sus
mejillas. Sus ojos estaban fijos en el pedazo de papel que tenía
delante, su mirada aterrada, atrapada por aquella elegante letra
como lo estaría una pequeña mariposa en una tela de araña.
No era de extrañar su estado. Aún recordaba la intensidad de
su propia experiencia. Si a ella un único sueño la había llevado a
estudiar la carrera de medicina y especializarse en el mundo de lo
onírico... ¿qué haría a Roxanna haber vivido más veces esa misma
experiencia, y de pronto saber que lo que creía fruto de su mente
era real?
Angelica había ansiado estar equivocada, pero desde el
momento en que Roxanna le había contado su historia había estado
tan segura de que decía la verdad como de que aquello había sido
real, no alucinaciones oníricas. Había dudado entre decírselo o
callar, y al final había optado por lo último. Siempre era la opción
más sana, al menos eso era lo que le había aconsejado Gabriel, su
colega londinense... su novio. Era raro que un vampiro se
encaprichara de una humana. Solo lo había leído en una ocasión,
en aquel antiguo diario, pero había creído que su autora era una
persona muy imaginativa.
Hasta ahora. Cuán equivocada había estado.
Y la cuestión era: ¿qué le decía a Roxanna? Volvió a tomar la
nota de Adam y estudió su caligrafía. Aunque no era la misma, le
recordaba a la letra de aquel diario. Tenía un estilo tan cuidado
como pasado de moda en una época, la actual, donde apenas se
escribía con papel y tinta.
Un largo suspiro la despertó de sus cavilaciones. Levantó la
vista para encontrar a Roxanna con las dos manos aferrando la
copa de vino, los párpados apretados con fuerza.
—No lo puedo creer, pero aquí está. Es la prueba. Él es real. —
Abrió los ojos y los fijó en Angelica, asustada—. Hemos estado
juntos. No era un sueño. Y él ha... ha bebido de mí. Dios mío,
parece una mala película de terror. —Se tapó la boca y su expresión
se deformó por el pánico.
Angelica no lo dudó. Salió corriendo hacia su botiquín y volvió
con media pastilla y un vaso con agua que dejó sobre la mesa. En
aquel momento sonó el timbre de la puerta. La comida a domicilio
había llegado.
—Tómatela —ordenó—. Hazlo o llamaré al servicio de
urgencias. Estás teniendo una crisis de ansiedad. Es muy poca
cantidad y no te hará daño aunque hayas tomado esos sorbos de
vino, pero te ayudará a serenarte. Lo necesitas. Voy a abrir la
puerta.
Roxanna parpadeó varias veces mientras veía a su anfitriona
salir de la habitación. No estaba acostumbrada a que le hablaran
así, pero se dio cuenta de que Angelica había asumido el papel de
médica, y de que tenía razón. Tomó el vaso y el fragmento de
pastilla y se los llevó a la boca.
—Gracias —murmuró avergonzada cuando Angelica volvió con
los paquetes de comida.
Esta le correspondió con una sonrisa y le puso una mano en el
brazo.
—De nada. Escucha, sobre lo que me acabas de explicar...
tengo algo que contarte, y necesito que estés lo más serena posible,
¿de acuerdo? —El gesto de la patóloga reveló su preocupación,
pero asintió—. Te creo —comenzó Angelica sentándose ante ella—,
sería fácil decirte que esto que has traído no es auténtico... pero no
lo haré. Quizá otro colega te recomendaría un buen psiquiatra, pero
yo no. Lo que has vivido ha sido una experiencia tan real como que
tú y yo estamos conversando ahora. Y no eres la primera que me
habla de cosas parecidas —dijo con calma.
Hizo una pausa para estudiar la reacción de Roxanna,
sopesando lo que podía decir y lo que no. Al ver que esta parecía
más interesada que asustada, prosiguió:
—Hace mucho, antes de decidirme por una carrera
universitaria, me tomé un año sabático y me fui a Londres. Al
principio, estuve con unos familiares; luego encontré trabajo de
camarera y me alojé en una casa grande, conviviendo con diez
chicas más. Cada una tenía turnos de trabajo distintos, así que
raramente coincidíamos todas, pero teníamos muy buena relación.
Una noche... tuve un sueño extraño. Un sueño erótico tan vívido que
parecía real. Jamás he tenido aquellas sensaciones con ningún
hombre, y bueno, no es que me pueda quejar de malos amantes,
Roxanna.
La patóloga asintió en silencio, absorbida por la narración.
—Al día siguiente —prosiguió Angelica—, me desperté feliz,
pero tan agotada como si no hubiera dormido. No le di mayor
importancia hasta que unos días más tarde una de mis compañeras
de piso me contó que la noche anterior había tenido... un sueño
erótico con un vampiro. Me quedé de piedra al descubrir que su
descripción coincidía con el hombre de mi sueño. Creo que me
mordió mientras dormía, de ahí mi cansancio.
Roxanna la interrumpió:
—¿Tenía el cabello rubio oscuro y los ojos verdes?
—No, su pelo era rubio claro, y sus ojos eran de un azul
increíble. Eran lo que le daba un aspecto distinto al de una
persona… normal.
Roxanna sintió una curiosa mezcla de decepción y alivio.
Decepción porque de alguna forma ansiaba no ser la única a quien
él había poseído y poder compartir su experiencia, y alivio porque
precisamente eso no había pasado. «¿Se puede ser más
absurda?». Guardó silencio, esperando a que Angelica prosiguiera:
—Aquello fue muy chocante, ya te puedes imaginar. No sabía
qué pensar, así que sentí la necesidad de encontrar una explicación
lógica. Leí y leí, descubrí lo apasionante que era el mundo del
sueño, y estudié medicina solo para dedicarme a ello. ¿Y sabes
qué? Que me encanta lo que hago, pero jamás le encontré una
explicación racional a lo que pasó en Londres. Y todo lo que he
investigado, los contactos que he hecho... lo único que me ha
enseñado es a respetar esas leyendas, esos... cuentos de viejas,
como los has llamado.
—Cuando lo he dicho ha sido para tranquilizar a Kat —
argumentó Roxanna.
—Lo sé. Por supuesto, esto debe quedar entre tú y yo. No
quiero darle a nuestra amiga otras cosas en que pensar que su
propio embarazo.
—Estoy de acuerdo.
Roxanna se sentía más serena de lo que habría esperado
dadas las circunstancias. Estaba claro que el sedante ayudaba, pero
también creía que el hecho de aceptar la verdad, de saber que no
estaba enferma ni loca, la ayudaba a ver las cosas con otra
perspectiva, a enfrentarse a ellas en vez de huir. Ahora que
empezaba a saber lo que había sucedido, se sentía, de alguna
manera, capaz de manejar sus propias emociones. Tenía ya la
respuesta que ansiaba y no se sentía tan perdida. Aunque la propia
explicación era irracional, era la única que lo hacía cuadrar todo.
Antes de hablar con Angelica, le había mandado un mensaje a
Kat diciéndole que había tenido un pequeño escape de agua en su
apartamento, que no la esperara para cenar. Ahora estaba segura
de que no debía dormir en casa de su amiga. ¿Y si él entraba en
casa de Kat de alguna forma? Si aquel ser sobrenatural la acosaba,
no podía quedarse en casa de nadie.
—Disculpa un momento —le dijo a Angelica, levantándose para
tomar el teléfono de su bolso. Marcó el número y se preparó
mentalmente para mentir a la persona que más quería—. ¿Kat?
—¡Roxy! ¿Has solucionado aquello? ¿Necesitas ayuda?
¿Vienes para aquí?
—Sí, no y no. Eh... Kat, he pensado que es mejor que me vaya
a dormir a casa de Sam. He hablado con él y se ha ofrecido. No te
preocupes, de verdad, estaré bien. Hace mucho que no nos vemos
y tenemos muchas cosas que contarnos. Deja que alguien comparta
mi custodia contigo —bromeó.
—No te estoy cuidando, solo...
—Lo sé —la interrumpió. Cuanto más durara la conversación,
más posibilidad habría de que la descubriera mintiendo—. Cariño,
eres la mejor amiga que podría tener, pero voy a estar bien, de
veras. Además, he hablado con Angelica, y vamos a comenzar el
estudio de mis problemas de sueño.
—¿Vas a descansar unos días?
—No —fue tajante. No podía mentirle también en eso. Soltó un
sonoro suspiro—. Kat, mañana consultaré con el psiquiatra que
quieras y que sea él quien decida si necesito descansar o no.
—¡Oh! —el grito de genuina sorpresa resonó a través del
auricular y Angelica arqueó las cejas. Por un momento, Roxanna
pensó que se había pasado haciendo concesiones con tal de que su
amiga dejara el tema de la baja médica, pero cambió de idea al
notar la alegría en la voz de Kat—. ¿Estás... segura?
—Sí.
—Entonces me callo. Me dejas más tranquila, Roxy. Mañana
nos vemos. Dale recuerdos a Sam. No sabes lo preocupado que
estaba hoy por ti. Imagino que tendréis mucho de qué hablar.
Roxanna se sintió culpable.
—Sí, eso seguro. Y tú saluda a Jason de mi parte. Buenas
noches, y hasta mañana.
—Buenas noches, Roxy.
Cuando colgó le mandó un mensaje tranquilizador a Sam
agradeciéndole sus cuidados y prometiendo llamarle al día
siguiente, luego guardó el móvil en su bolso y se quedó pensativa.
¿Dónde iba a pasar la noche? Le daba miedo volver a su casa. No
creía que pudiera dormir en su estado hiperalerta, pero el
agotamiento que arrastraba quizá podría con ella. ¿Aprovecharía él
para invadir sus sueños? Fijó la vista en la nota que había encima
de la mesa del comedor.
«Por favor, dame una oportunidad para demostrártelo», decía.
¿Le estaba pidiendo permiso? «¿Acaso no lo ha hecho siempre?»,
se respondió a sí misma. Era cierto. Él la había engañado
haciéndole creer que estaban en un sueño, pero nunca la había
obligado a nada.
—Angelica —se sentó de nuevo—, ¿te pidió permiso para
entrar? Me refiero al ser de tu sueño.
—Sí, y se lo di. —Asintió lentamente—. Y mi amiga también. Es
una característica.
—¿De los… íncubos? —bajó la voz como si le diera vergüenza
pronunciar la palabra.
—Solo de los vampiros —Angelica fue tajante—. No todos los
íncubos piden permiso, pero esos sí.
—Por lo menos son educados. —Vio que Angelica arqueaba las
cejas—. Ya sé que no tiene gracia.
—Está bien bromear un poco, ayuda a preservar la salud
mental. —Le sonrió.
Roxanna estaba admirada por su interlocutora. ¿Cómo podía
hablar tan tranquilamente? Para ella era como si le acabaran de
revelar que El Señor de los Anillos era un documental y no una
historia de fantasía, y allí estaba aquella reputada especialista del
sueño, una mujer todoterreno que igual te hablaba de íncubos que
de polisomnografías.
—Por eso mismo, porque necesitan tu permiso —continuó
Angelica tras una breve pausa—, no debes ir a un hotel. Entiendo
que no quieras volver a tu casa ahora y que tampoco vayas a casa
de Kat, pero ir a un hotel es invitarle a pasar.
—No lo entiendo. —Frunció el ceño.
—En los hoteles, hospitales y demás sitios públicos, ellos no
necesitan tu permiso. Solo estarás segura en el hogar de alguien,
tuyo o de quien sea. Aunque ya le hayas dado permiso se lo puedes
retirar —explicó muy seria.
Roxanna apretó los labios, preocupada por aquella nueva idea.
Estaba sorprendida por la facilidad con la que estaba aceptando lo
que Angelica le decía, pero casi era sencillo ahora que todo
cuadraba. Rebuscando en su interior, en sus recuerdos, supo que
desde el principio había cerrado los ojos a las numerosas
evidencias, como todo el mundo cuando algo no concuerda con su
sistema de creencias. No quería verlo, y eso la había vuelto ciega.
La negación era poderosa, pero su instinto sabía la verdad.
Recordó el primer sueño con él, tan solo unos días antes: «Déjame
entrar en tu casa. Solo quiero hacerte feliz durante una noche». Ella
le había contestado con una burla, y él la había mirado con
sorpresa. Entonces la había llevado hasta aquel extraño lugar con
hierba azul y flores de colores increíbles. Y la puerta... ¡Aquella
puerta! Su mente no lo dejaba entrar, le ponía barreras.
«Espérame otra noche. Y ábreme esa maldita puerta». Esa
había sido su despedida. Esa y aquel beso con orgasmo incluido,
que la había sacudido más que ninguno antes.
Definitivamente, el cabrón era bueno en su trabajo. Había
conseguido ir minando sus defensas. Era sexualidad en estado
puro, lujuria concentrada, placer hecho carne... o lo que fuera de lo
que estaba hecho. Y ella, al final, había cedido.
—¿Qué he hecho? —Se tapó la cara con las manos.
—Roxy —oyó la amable voz de la neuróloga—, hay maneras de
sacarlo de tu vida.
Bajó las manos mirando a su anfitriona. Se tocó el cuello y
acarició el pequeño crucifijo de oro, como siempre que se sentía
desprotegida. Angelica siguió el gesto con la mirada.
—Eso no te ayudará —dijo haciendo un gesto con la cabeza
hacia el símbolo religioso—, pero hay otras maneras. La cena puede
esperar. Volvamos al sofá, estaremos más cómodas. —Se levantó y
su invitada la siguió como sonámbula—. Primero que todo, ¿por qué
no te quedas aquí esta noche?
—No quiero ponerte en peligro.
—No lo harías. He aprendido a controlar mis sueños. Tú lo
haces de forma natural, pero también se puede aprender. No sé si
podría echarle de ellos, pero estoy casi segura de que no me
convencería para dejarle entrar en casa.
—Ese «casi» es lo que me preocupa —murmuró Roxanna—.
No sé qué decirte... Me siento como una bomba de relojería que
puede estallar en cualquier momento.
—Roxy, está claro que tú eres lo que él desea. Preocúpate de
protegerte a ti misma.
—Pero todo eso no dejan de ser teorías.
—Exacto, estamos jugando con la incertidumbre. Siempre es
así en nuestra profesión, ¿no? —Hizo un gesto mostrando las
manos—. No hay garantías. No podemos correr el más mínimo
riesgo con Kat y su embarazo, además de que ella no es consciente
de nada de esto, pero yo conozco la historia y te lo vuelvo a pedir.
Quédate en mi casa. Te ayudaré.
Roxanna renunció a discutir. Estaba demasiado cansada, y al
fin y al cabo Angelica tenía razón.
—¿Haces todo esto porque te caigo bien, porque eres así, o…
por curiosidad científica?
—Un poco de todo. Y ahora relájate y cuéntame absolutamente
todos los detalles que hayas pasado por alto antes.
Roxanna inició su narración y cuando terminó pareció haberse
quitado más peso de encima. Miró a Angelica con gesto
esperanzado.
—¿De veras crees que lo puedo sacar de mis sueños?
—Lo has hecho ya, Roxy, y eso sin saber lo que él es. Puedes
hacerlo de nuevo. Solo debes estar convencida, como te he dicho
antes, no dejar que te tiente. Y no solo eso, hay medios químicos
para evitar la fase REM, que es probablemente la que ellos usan
para penetrar en la mente. Es la que produce sueños más vívidos.
—Seguimos en el campo de lo teórico. Y no me gusta tomar
pastillas, ya te lo he dicho.
—Como quieras, pero solo sería para probar, y unos pocos días
no te harían daño.
Roxanna soltó un bufido.
—¿Sabes qué es lo peor? Lo he expulsado de mis sueños
cuando era un extraño, pero ya no lo es. Con él… —titubeó—. Sé
que suena a locura, pero con él me siento segura, como si a su lado
no tuviera nada que temer. Estoy convencida de que no voy a volver
a tener pesadillas con mis padres.
—Ten cuidado, eso es parte de su hechizo. Su atractivo, el
placer que te da, no bastan para arrasar con tus defensas. Necesita
que sientas que no hay ningún peligro. Y no digo que su intención
sea hacerte daño, pero piensa en lo que ha pasado esta noche, en
lo que sucedería si volviera a pasar. Sabes cuánta sangre tienes
que haber perdido para llegar al grado de anemia que tenías en el
análisis de hoy. Y sin contar que te estás regenerando a toda
velocidad gracias a su veneno. ¿Crees que no tienes nada que
temer?
Roxanna parpadeó, confusa.
—No tienes que convencerme de que él no es bueno para mi
salud —repuso con sequedad—, te aseguro que me he dado
perfecta cuenta. ¿Y qué es eso del veneno? No me irás a decir que
voy a transformarme en vampira...
—Lo siento —Angelica volvió a su gesto sereno habitual—, es
que te he oído hablar así y te he imaginado volviendo a abrirle la
puerta. —Suspiró—. No es habitual que un íncubo vampiro se
obsesione por una mujer.
—Espera, espera... —Alzó las manos para detenerla—.
Vayamos por partes. El veneno. Luego la obsesión.
—Las heridas que tenías esta mañana, los hematomas... era
todo real. Y lo que te dice en esta carta —la tomó y señaló el párrafo
al que se refería— es cierto: tu cuerpo se recuperará pronto. Los
vampiros íncubos segregan dos sustancias antes de morderte: una
es la saliva anestésica, por eso te lame antes. Así no te despiertas
cuando clava los colmillos.
—Qué atento. —Roxanna se obligó a no recordar la sensación
de la lengua de Adam sobre su piel.
—La otra es lo que llamamos el veneno, aunque no sea
exactamente eso. El vampiro —prosiguió— no es un ser inmutable.
Al contrario, está regenerándose continuamente. Y, mediante el
veneno, su mordedura te transfiere parte de su poder reparador. Si
lo piensas, es lógico. Es para conservar la salud de sus víctimas y
que les duren más. —Se encogió de hombros.
—O sea, que me muerde y me inyecta una mierda conservante.
Asqueroso. —Su nariz se arrugó. Prefería usar el humor negro, o
tendrían que ingresarla esa misma noche en un manicomio. Y ese
era un lugar público al que no le convenía ir—. Oye, menos mal que
no sabías mucho sobre vampiros. ¿Qué pasa, hay una charla sobre
fenómenos extraños en cada congreso vuestro? ¿O sois un grupo
secreto con santo y seña y todo eso?
—Más o menos lo último —admitió con una sonrisa—. Llevo
años en esto, incluso desde antes de terminar la carrera. No podía
explicarte nada delante de Kat, habría pensado que estoy chiflada, y
estaba demasiado preocupada por ti. Lo mejor es evitar este tema.
—No lo tomes a mal, pero... podías haber sacado el tema
cuando ella estaba en el baño y me habría ahorrado el ataque de
pánico al llegar a casa... O no.
—No es normal que vuelvan a por la misma víctima —se
defendió—. Pensaba que lo mejor era que te quedaras con la
explicación racional, que era la que querías creer, y olvidaras lo
demás.
—Nada de esto es normal. —Puso la mano plana sobre la carta
que tenía en su regazo. Sentía como si le quemara a través de la
ropa y no quiso detenerse a pensar en sus razones para mantenerla
ahí—. Y eso nos lleva a lo otro: no suena nada bien lo de la
obsesión.
Angelica exhaló el aire y también miró la carta.
—Ya te lo he dicho, nunca había oído que un vampiro íncubo
volviera a por la misma mujer. —La miró fijamente—. Debes estar
segura al cien por cien de que no lo quieres en tus noches.
—No entra en mis planes que me dejen seca, gracias. Pero te
agradecería que fueras completamente sincera.
—¿Perdona?
—Me ocultas algo, Angelica. ¿Qué es?
—Tu estado mental no es el mejor para determinar si te oculto
algo —protestó.
—Está bien, tú has sido sincera conmigo. Ahora voy a serlo yo
contigo, es lo justo. —La miró a los ojos y habló tras una breve
pausa—: Puedo captar tus emociones y las de todos los que tengo
cerca.
—¿Cómo? —La neuróloga la miró con asombro—. ¿Desde
cuándo?
—Desde siempre. A veces es útil, pero tuve que aprender a
poner barreras o me habría vuelto loca.
—¿Solo las de las personas?
—No puedo captar las de los animales. Pero sí las de él. —Se
calló que tenía la leve sensación de seguirlas captando, como un
eco muy lejano e indefinible. ¿Podrían los vampiros salir de día?
Angelica se había quedado anonadada. Las capacidades de
percepción extrasensorial no eran su campo de estudio, pero, como
todo lo que era conocimiento extraoficial, las encontraba
fascinantes.
—Entonces… quizá él esté en lo cierto cuando te dijo que lo
fuiste a buscar la primera noche. ¿No me has dicho que sentías
tristeza sin saber por qué? —dijo. Roxanna la miró de hito en hito,
como sopesando la idea—. ¿Podría ser que no identificaras de
dónde venía aquella sensación porque no venía de un humano?
—Podría ser... pero... ¿ir a buscarlo? —Se resistía a pensarlo.
¿Tan tonta era, tan pobre su instinto de conservación, que iba en
busca del peligro? ¿Para eso le servía su supuesto don? La carta de
Adam pareció de pronto tan pesada que la apartó a un lado—. No,
no lo creo. Debía de estar confundida al percibir una emoción de
aquella intensidad a pesar de mis barreras mentales. Y ahora dime
qué me ocultas.
Angelica suspiró y ordenó sus ideas antes de empezar a
hablarle de aquel antiguo diario.

Adam caminaba por las calles de la ciudad entre las sombras de


la noche, ajeno a las lujuriosas miradas que atraía entre algunas de
las personas que se cruzaban con él. La tarde había sido fructífera,
pero necesitaba pensar con claridad, y para eso tenía que separarse
de Roxanna.
La idea de mostrarle que era él real había sido tan egoísta
como descerebrada. ¿Qué esperaba? Tenía que agradecerle a la
doctora White que hubiera apoyado a Roxanna en aquel momento
de descalabro emocional, aunque había montado en cólera al
escuchar sus acertados consejos para alejarla de él.
Era cierto que estaba obsesionado con ella, y eso le
preocupaba. Le hacía sentirse vulnerable, y no era una sensación
agradable. Prefería centrarse en lo que había escuchado desde el
exterior de la residencia de Angelica White. Descubrir el pequeño
don de Roxanna había sido una deliciosa sorpresa. Ahora entendía
algunas cosas. Y, por si no hubiera sido suficiente regalo, la doctora
de los sueños había dejado caer aquellas revelaciones del íncubo y
del diario. Tenía que saber más, hablar con ella, sonsacarle cada
detalle. Y no lo haría en sus sueños.
Sería un encuentro interesante.
Se separaba de Roxanna sintiendo cada metro que lo
distanciaba de ella como si fuera una molestia física. No sabía qué
le pasaba con aquella humana, pero, como ya había intuido, su
encuentro no había sido casual. Ella había acudido a él siguiendo
algún tipo de llamada subconsciente. No le importaban las razones,
el cómo ni el porqué. Le importaba que lo había hecho; le importaba
que ella hacía que el vacío que lo había atormentado las últimas
semanas se esfumara; le importaba que unir su cuerpo con el de
ella había sido la mejor experiencia de su vida. Y que, ahora que
tenía la sangre de Roxanna en su cuerpo, no sentía la necesidad de
buscar más, como si con ella sola pudiera saciarse.
¿Sería la sangre de Roxanna la que lo liberaría de la esclavitud
de la búsqueda? ¿Había sido aquella sed eterna la manera de
encontrar a una compañera, y ahora que lo había hecho se había
calmado?
Tantos interrogantes…
10
Adam

Angelica White se recolocó las gafas sobre el puente de la nariz


mientras repasaba por última vez sus notas para la conferencia de
aquella noche. No es que lo necesitara; se la sabía de memoria,
pero se sentía inquieta y aquel ritual la calmaba.
Como la vida estaba llena de casualidades, la conferencia, que
tenía planificada desde hacía meses, era sobre su tema favorito, la
antropología del sueño. Las costumbres antiguas y leyendas sobre
su campo de estudio siempre la habían fascinado, pero en los
últimos días el tema se había transformado en su obsesión vital. Si
la leyenda del íncubo era cierta, y la del vampiro también, quién
sabe cuántas más cosas había por descubrir.
Ella no creía en la magia, pensaba que todo tenía una
explicación lógica, que lo único que había que hacer era buscarla.
Era una firme creyente en la frase de A.C. Clarke, «la magia es solo
ciencia que aún no entendemos», y la aplicaba en su investigación
como un dogma. Así, no creía que el vampiro fuera un ser mágico,
sino tan solo una especie fascinante y peligrosa que estudiar.
Exhaló con fuerza y cerró los ojos, pues su línea de
pensamiento la había hecho volver sobre su nueva amiga, Roxanna
Stone. Habían pasado tan solo seis días desde que se conocieron,
pero compartir sus experiencias y su hambre de conocimiento sobre
ese campo las había unido mucho. Era una especie de alma
gemela, tanto en su adicción al trabajo como en la manera de
enfocar lo sobrenatural. Sonrió a su pesar cuando recordó sus
palabras sarcásticas diciendo que eran las nuevas cazafantasmas.
Roxanna, quizá por su duro pasado, se había tomado con filosofía
su situación.
Los días habían transcurrido tranquilos. Roxanna iba al trabajo
y cumplía con sus obligaciones sin que nadie tuviera queja. Un
psiquiatra amigo de Kat había pasado con ella una tarde entera y
había llegado a la conclusión de que estaba en perfectas
condiciones para trabajar, lo que había acallado los miedos de una
reticente Kat.
Hacía dos días se había hecho un nuevo análisis de sangre,
que era normal excepto por los bajos niveles de hierro. Roxanna le
había mostrado el informe con expresión resignada; no era nada
inesperado. El responsable del laboratorio había comparado los
resultados con los del análisis realizado días antes y, tras repetir los
suyos, había llegado a la conclusión de que los primeros eran «un
fallo técnico».
Fallo técnico. Eso era mucho más sencillo que creer que ella se
había recuperado de una grave anemia en cuatro días.
Las noches eran otro tema.
Roxanna seguía ocupando una de sus habitaciones para
invitados. Dormía periodos breves de tiempo alternados con fases
en las que se desvelaba. Cuando Angelica iba al baño por la noche,
a la hora que fuera, la escuchaba moverse una y otra vez en la
cama, porque Roxanna no cerraba la puerta, ni corría las cortinas. A
veces la encontraba sentada en la cama, leyendo o mirando hacia el
exterior envuelta en penumbra. En ocasiones llamaba a Adam en
sueños; le había dicho que soñaba con él, pero no como antes.
Sentía que estos sueños eran solo suyos. Por más que le insistía,
no cedía a sus presiones para que tomara una pequeña dosis de
antidepresivo, que sería lo que le permitiría descansar y bloquear la
fase REM.
Quizá el vampiro se cansaría y la dejaría.
«¿De verdad crees eso?», le había preguntado su amiga con
gesto resignado. Ella se había encogido de hombros. ¿Qué iban a
hacer, si no? Estaban planeando un viaje a Londres para ver a
Gabriel. Angelica tenía sus propias razones para ansiar aquel viaje,
pero también creía que sería de gran ayuda. Quizá él convencería a
Roxanna para tomar la medicación o tendría nuevas ideas para
manejar la situación, porque ella misma se sentía impotente.
Terminó de recolocar sus notas y miró su reloj. Bien, cinco
minutos y comenzaría la conferencia. Era tiempo de dejar de
preocuparse y centrarse en la antropología del sueño.
Salió con una sonrisa y paso seguro. Subió al estrado y echó un
vistazo a la abarrotada sala. Estaban en el salón de actos de un
conocido hotel de cinco estrellas de la ciudad, ya que su
conferencia, aunque no tenía nada que ver con el insomnio, estaba
patrocinada por una conocida marca de somníferos. Observó el
auditorio mientras el organizador la presentaba al público. Una cara
en las primeras filas captó su atención. El hombre llevaba unas
gafas de sol, pero no era eso lo que hacía que sus ojos volvieran
una y otra vez a clavarse en aquel joven. Aparte de su belleza física,
desprendía una sensualidad con la que, por otra parte, se le veía
muy cómodo. Parecía fuera de lugar en aquel sitio, como si una
estrella de cine hubiera acudido a su conferencia.
Una idea se fue formando en su cabeza, expandiéndose por su
conciencia.
No, no podía ser. No veía bien el color de su cabello, pero... no,
no era él. Simplemente era un excéntrico que no tenía nada mejor
que hacer un sábado por la noche.
Entonces él asintió y sonrió mostrando una perfecta hilera de
dientes, y a ella el vello se le erizó. Intentó recuperar la calma,
luchando contra la oleada de ansiedad que la estaba invadiendo.
Oyó un carraspeo: la introducción había terminado y el organizador
le había cedido la palabra. Sacudió la cabeza en su dirección y,
entrelazando sus dedos sobre el atril, comenzó a hablar.
Fue la hora más larga de su vida. Solo su profesionalidad hizo
que pudiera terminar la charla, aunque había desistido de usar el
puntero láser al ver que era incapaz de dejarlo fijo. Cuando terminó
se encendieron las luces de la sala y, en medio de una ovación, se
atrevió a volver a mirar hacia la silla que ocupaba aquel hombre.
Vacía.
Se secó con disimulo una gota de sudor que le caía por la sien
y se dirigió lentamente a la mesa central para el turno de ruegos y
preguntas.

—Lo siento, Richard. Hoy no me encuentro bien, creo que estoy


incubando algún virus. —Angelica bebió un sorbo de refresco
mirando a los ojos de su interlocutor, un hombre alto de mediana
edad—. No ha sido mi mejor conferencia, y en las preguntas he
titubeado como una residente de primer año.
—Te he notado extraña —coincidió su colega y organizador del
evento, quitándole importancia con un gesto—, pero no te
preocupes, lo has hecho muy bien. Nos has atrapado a todos con tu
labia, como siempre —comentó.
Angelica sonrió ante lo que consideraba pura amabilidad. Solo
su dominio del tema había evitado que aquella conferencia fuera un
completo desastre. Echó la enésima mirada nerviosa al amplio
comedor del hotel donde se estaba obsequiando a los asistentes
con una cena fría.
—¿Esperas a alguien? —inquirió el hombre al notar su gesto.
—No...
Se sintió más tranquila al comprobar de nuevo que el extraño
de las gafas de sol no estaba allí. Tenía que arreglárselas para no
estar sola desde ahora hasta llegar a su casa. Roxanna había
decidido no acompañarla a la conferencia y estaba haciendo una
visita a Kat. Esta se había encontrado indispuesta y su ginecóloga le
había recomendado reposo.
—Richard, voy a coger una de esas brochetas, tienen una pinta
buenísima, y luego iré en busca de mi colega del Mount Sinaí.
Quiero felicitarle por su último artículo.
Angelica sabía que aquel médico se le pegaría como una
garrapata y, como mínimo, la acompañaría hasta el taxi. Después
sería una tarea de titanes conseguir despegarse de sus atenciones
para poder irse sola a casa, pero valía la pena el esfuerzo. Se dirigió
a una de las mesas provistas de platitos con una gran variedad de
delicias y tomó lo que quería. Mientras observaba el comedor sintió
un escalofrío. Se giró lentamente.
—Doctora White, qué placer conocerla en persona. —El
hombre de las gafas de sol estaba plantado detrás de ella,
demasiado cerca—. Creo que tenemos una amiga en común.
Podía oler su aroma, embriagador y masculino. Vestía un
esmoquin negro y corbata a juego, y pudo ver el ondulado cabello
rubio oscuro coronando su elevada estatura. La miraba con un
atisbo de sonrisa.
Angelica sintió que la luz abandonaba sus ojos, pero unas
manos la sujetaron tan rápido por la cintura que no se movió del
sitio.
—No se preocupe —susurró en su oreja. La voz era suave—.
No quiero hacerle daño. Si quisiera hacérselo nada me lo impediría,
así que espero que me crea y esté más... calmada.
—Eso es muy tranquilizador —repuso, añadiendo algo de
sarcasmo a su débil voz.
Al comprobar que se mantenía de pie sin ayuda, él la soltó.
—¿Podemos ir a un sitio tranquilo? ¿El bar del hotel, quizá?
Supongo que preferirá un lugar público.
—Si no le importa, señor...
—Spencer, Adam Spencer. Pero puede llamarme Adam.
Al escuchar el apellido, ella sintió que se mareaba de nuevo,
pero cerró los ojos y respiró hondo. Cuando los abrió, él seguía con
aquella leve sonrisa en su cara de ángel. Angelica abrió la boca,
pero no emitió ningún sonido. Adam le tomó la mano y la colocó en
la flexura de su propio codo. Tiró de ella en dirección al lugar que le
había indicado.
Cuando Angelica recuperó la capacidad del habla estaban
sentados cara a cara en el lugar más discreto del bar, y él ya le
había pedido un cosmopolitan. Su cóctel favorito.
—¿Lee el pensamiento?
Él chasqueó la lengua y curvó sus labios. Apoyó la barbilla
sobre la palma de la mano mientras su codo reposaba en la mesa.
Parecía divertido.
—Qué directa. Por favor, Angelica, tutéame. Y no, no lo leo,
pero tengo muy buen oído.
Angelica se estremeció, planteándose cuánto habría escuchado
él de sus conversaciones con Roxanna. Sentía como si tuviese una
losa sobre su pecho al respirar, pero decidió que era la oportunidad
de su vida.
—¿No crees que llamas demasiado la atención con esas
gafas?
—¿Crees que la llamaría menos sin ellas? —Acentuó su
sonrisa, más pronunciada de un lado.
Aquel gesto hizo que su estómago diera un vuelco, pero esta
vez no de miedo. «Me estoy dejando hechizar», se amonestó a sí
misma.
—No eres muy modesto.
—No me va la falsa modestia. —Ladeó la cabeza—. Pero no
me refería a mi aspecto, sino a mis ojos.
—Hoy en día hay lentillas de colores muy raros. No creo que
sea para tanto.
Como única respuesta él se llevó la mano a la cara y se quitó
las gafas. Angelica quedó prendada de aquellos dedos elegantes...
hasta que vio sus ojos.
Él tenía razón. Las gafas le podían dar pinta de excéntrico, pero
ninguna lentilla podía imitar aquellos iris.
—Son preciosos —se le escapó sin poderlo evitar. Se mordió la
lengua esperando que se riera de ella, pero él inclinó la cabeza.
—Gracias. —Bajó la mirada hacia el cóctel—. Deberías tomar
algo, lo necesitas. Siento haberte estropeado la conferencia.
—No lo creo. —Lo miró a los ojos y pudo detectar una chispa
de diversión.
—Tienes razón. Pero me tienes admirado, no solo has
conseguido terminar la charla con dignidad sino que todo el miedo
que tenías hace un momento parece hacerse evaporado.
—Gracias. Son años de práctica.
—¿Con vampiros? —preguntó él enarcando una ceja.
—No. En conferencias donde a veces a la gente le interesa más
hacerte quedar mal que escucharte.
—Pero tengo entendido que tienes cierta experiencia con los...
de mi especie —insistió.
Angelica sintió que la lengua se le pegaba al paladar. Lo había
sospechado al escuchar su nombre completo, pero ahora era
evidente el porqué de su interés por ella. Le dio un largo sorbo a su
bebida, aprovechando para despegar sus ojos de aquella mirada
hipnótica. Deseó que volviera a ponerse las gafas.
—Supongo que sí —aceptó volviendo a mirarle.
Él contratacó con una deslumbrante sonrisa, con el agravante
de que ya no llevaba gafas.
«¡Mi madre! Sabe usar sus encantos, de eso no hay duda».
—Entonces supongamos —él enfatizó la palabra— que tuviste
alguna experiencia con uno de los míos. ¿Serías tan amable de
describirme cómo era?
—Era… muy atractivo, con el cabello rubio pero más claro que
el tuyo, ojos muy azules. Tenía tu altura, pero una complexión más
robusta. —Se encogió de hombros notando que se sonrojaba.
Esperaba que no le pidiera detalles íntimos.
Adam asentía, animándola a continuar.
—¿Dijo su nombre en algún momento?
Angelica estaba tan nerviosa que casi volcó la copa.
—¿Lo dices tú alguna vez? ¿Por qué se lo dijiste a Roxy? ¿Has
intentado sonsacarme esto en sueños y no has podido?
—Nunca lo digo. Excepto a Roxanna, y mis motivos son entre
ella y yo —repuso él con voz afilada—. ¿Y tú? ¿Estás intentando
sonsacarme?
Ella lo pensó unos instantes antes de contestar:
—Esto —movió las manos entre ambos— me asusta, pero al
mismo tiempo es como el momento cumbre de mis investigaciones.
Quiero saber cosas de ti, por favor.
Él ladeó la cabeza y su gesto se volvió inexpresivo.
—¿Y quién te asegura que luego puedas recordar lo que te
cuente? —susurró.
Angelica lo miró horrorizada.
—¿Vas a borrarme la memoria?
Él siguió sin cambiar de gesto.
—Aún no lo sé. Pides demasiado.
—No se lo explicaré a nadie. Además, ¿quién va a creerme?
—Gabriel. Él te creería.
Ella sintió ganas de llorar. Lo había escuchado todo.
Probablemente estaba espiándolas desde que Roxanna y Kat
habían ido a verla.
—Tampoco a Gabriel. Además, aunque lo supiera, ¿quién iba a
creernos? Por favor —repitió, implorante.
—Está bien. No podrás hablar de mí a nadie, excepto a
Roxanna. Pero tampoco podrás hablar con ella de nuestra
conversación. En el momento en que rompas tu promesa, el
recuerdo de esta charla y de mí desaparecerá de tu memoria. —Sus
ojos brillaron de una forma que la hizo estremecer y sintió que se
mareaba de nuevo, no sabía si por miedo o por algo que él estaba
haciendo en su cabeza. Asintió en silencio—. Primero cuéntame lo
del diario. Después te diré lo que quieras saber, aunque te advierto
que puedo explicarte lo que hago, pero tengo pocas respuestas
sobre cómo y porqué.
Angelica apuró su bebida y levantó la mano para llamar al
camarero y pedirle otra. Adam apoyó sus codos sobre la mesa y
entrecruzó sus dedos bajo la barbilla, mostrándole todo su interés.
—Supongo que ya conoces la historia. ¿Qué más quieres
saber?
—Lo del vampiro que se lo pasó bien en una casa con diez
chicas no me interesa. Cuéntame todo lo del diario, como si yo no
supiera nada —contestó sin pestañear.
—Vale... —Tomó aire profundamente—. Ya sabrás que aquello
decidió mis estudios. Aproveché unas vacaciones durante el primer
año de residencia y regresé a Londres para investigar en sus
bibliotecas y conocer a Gabriel Walker, un residente de neurología
con el que había coincidido en un foro de internet relacionado con
nuestra profesión. Enseguida congeniamos, estaba claro que nos
gustaban los mismos temas.
Angelica hizo una pausa para dejar de mirar a Adam. Él no le
estaba sorbiendo la sangre, pero la estaba dejando agotada.
Probablemente era la combinación de miedo y excitación.
—Es todo muy interesante. Sigue, por favor —murmuró él.
—Gabriel tenía acceso libre a bibliotecas donde a mí, como
estudiante extranjera, me habría sido difícil acceder sin un permiso
especial. También conocía librerías donde te podías perder durante
horas hojeando textos médicos antiguos. Era fácil encontrar libros
de astrología o brujería, mezclados con otros que en la actualidad
se considerarían más serios. Pero hubo una época en la que todo
era lo mismo... Bueno, qué voy a decirte. —Encogió los hombros.
Estaba divagando, pero a él no pareció importarle, tan solo asintió y
cambió de postura, colocando las manos cruzadas sobre la mesa.
Entrecerró los párpados como si se concentrara y ella prosiguió:
—En una vieja librería encontramos un diario. No tenía gran
valor desde el punto de vista de un museo o una biblioteca, pero
para nosotros fue muy importante. Era de 1820. Nos fascinaba la
época del romanticismo porque había muchos relatos sobre los
temas que nos atraían y eran más ricos en detalles.
—Era una época muy poco racional —observó él, inexpresivo
—. Disculpa la interrupción. ¿Estaba firmado el diario?
Angelica se detuvo unos instantes antes de proseguir:
—Sí, estaba firmado por Grace Spencer —repuso lentamente.
De forma brusca, Adam se apoyó en el respaldo de la silla, que
pareció crujir. Sus ojos se abrieron con sorpresa y brillaron con una
tenue luz.
Angelica sintió que un sudor frío cubría las palmas de sus
manos.
—Era mi madre —explicó él, mirándola sin verla—. ¿Qué decía
el diario?
—Ella... Grace lo… lo usaba como terapia. Lo escribió para
desahogarse y reflexionar sobre su vida y lo que le estaba
sucediendo. Estaba casada con Michael Spencer, un noble que
poseía tierras en Norfolk. Se casaron siendo tan solo unos
adolescentes y juntos tuvieron un hijo... —lo miró, aún sin creer que
hablaba con él—: Adam. Querían que se criara en el campo, pero
cuando cumplió los doce años se trasladaron a Londres para
ampliar su círculo de relaciones y que él pudiera terminar su
educación en la gran ciudad. No hubo más hijos. Se habían casado
por conveniencia, y aunque ella no amaba a su marido lo respetaba.
Pero habiéndole dado un heredero se... —hizo una pausa—.
Perdona, me siento un poco incómoda explicando esto sobre tu… tu
madre.
—Sigue. Lo de los matrimonios de conveniencia era lo normal.
—Suspiró, centrando sus pupilas en las de ella.
—Como te decía, Grace creía que ya había cumplido con su
marido dándole un heredero, y se negaba a tener relaciones íntimas
con él salvo en contadas ocasiones. Pasaron los años y su vida era
tranquila. Ella no estaba interesada en el sexo hasta... —bajó la voz
y la piel de su cara se calentó— hasta que empezó a soñar con...
con... —Cielo santo, ¿por qué no podía dejar de farfullar?
—Con un vampiro de ojos azules —terminó él secamente.
Angelica se removió en el asiento, incómoda.
—Exacto. Rubio y con ojos azules. Él le dijo su nombre. Se
llamaba Nicholas.
—Yo nunca le había dicho mi nombre a ninguna mujer… en sus
sueños. Hasta que llegué a Roxanna. O lo más correcto sería decir
que ella llegó a mí —murmuró, de nuevo con la mirada perdida.
La revelación, aunque esperada, había sumido a Adam en un
estado melancólico. Estuvo en silencio unos minutos, durante los
cuales Angelica lo contempló a conciencia. Ahora tenía cierto aire
de vulnerabilidad que lo hacía aún más atractivo.
«¿Pero qué estoy pensando? Me nubla el cerebro. Tengo que
apartar a Roxy de él. No quiero que acabe como la pobre Grace».
El camarero le trajo el segundo cóctel y aprovechó para darle
un buen sorbo.
—Cuéntame qué más decía mi madre en su diario —pidió
Adam, mirándola de nuevo. Su expresión se había serenado.
—Nicholas y Grace pasaron varias noches juntos. Ella creía
que soñaba, y probablemente al principio era así. Pero pasaba el
tiempo y cada vez estaba más débil, hasta que tu padre,
preocupado, consultó a varios médicos.
—Lo recuerdo bien.
—Fue diagnosticada de clorosis3. Por fortuna, el médico que la
atendió no le recetó sangrías, solo una dieta que incluía abundante
carne roja. Era lo único que le apetecía comer a tu madre.
Seguramente su cuerpo le pedía más hierro.
Él no contestó. Volvió a sumirse en un profundo silencio, la
mirada perdida. Angelica se preguntó si estaría pensando en
Roxanna, comparando hechos. Bebió otro sorbo de su copa,
esperando que él le hiciera una señal para continuar. Cuando volvió
a mirarla, retomó la narración:
—Pasaron varias semanas hasta que tu madre por fin admitió
que había una relación entre sus extraños sueños y su enfermedad.
Se lo contó todo a tu padre, muy avergonzada. No estaban
enamorados, pero se querían, y tu padre buscó ayuda de nuevo,
esta vez en un sacerdote católico. Ellos eran protestantes, pero esta
religión no admite los exorcismos. El pobre cura puso todo su
empeño en expulsar al íncubo de las noches de tu madre, sin
ningún éxito. —La voz de Angelica sonó teñida de tristeza.
Adam apretó sus labios hasta convertirlos en una línea.
Angelica bebió de nuevo, iba a llegar borracha a casa —suponiendo
que Adam cumpliera su palabra y la dejara marchar—, pero le daba
igual. Si no se intoxicaba un poco no aguantaría mucho más la
tensión de estar con él. Era como si todas las alarmas de su cuerpo
estuvieran sonando a la vez y estuviese pagando las consecuencias
de ignorarlas.
—Yo no le haré lo mismo a ella —murmuró Adam.
—¿Entonces, vas a dejarla tranquila?
Él se echó hacia atrás, sus ojos volvieron a brillar y sus
párpados se entornaron. La neuróloga sintió como si su corazón se
detuviera. Cuando se estaba preguntando si habría atravesado
alguna línea sin retorno, él pareció retomar el autocontrol y su
hermoso rostro volvió a su expresión serena.
—Termina la historia, por favor —repuso, atravesándola con la
mirada.
—Una noche —prosiguió, deseando terminar la narración—,
Nicholas se presentó a tu madre cuando estaba bien despierta. Y
ella, que tantas y tantas veces había estado con él en sueños, o
creyendo que soñaba, se sintió aterrada. Quedó tan alterada por
aquel encuentro que tu padre consultó de nuevo un médico tras
otro, y ni la ciencia ni la religión le dieron solución. Nicholas visitaba
cada noche a tu madre, diciéndole que eran compañeros eternos,
que se dejara llevar por lo que sentía y él la transformaría. Pero ella
solo sentía terror. Hasta que al final...
—Creo que puedo anticipar el final —gruñó en voz baja—: ella
no cedió y él, por despecho, transformó a su único hijo en vampiro.
—Algo más retorcido... —lo miró titubeando—. Lo hizo para que
ella no tuviera otro remedio que acceder si no quería separarse de
su hijo —musitó Angelica, agradeciendo que Adam se estuviera
estrujando sus propias manos y no la mesa—. Y ahí termina el
diario.
Se fijó en su copa casi vacía. Aquel diario había sido tan
fascinante como triste, pero, al contrario que Gabriel, siempre había
pensado que Grace Spencer era una persona con mucha
imaginación. Interiormente le pidió perdón por ello.
—Te contaré lo que no llegó a escribir mi madre. —Adam
respiró hondo y ella volvió su atención a él—. Mi madre intentó
quitarse la vida, y al no lograrlo se encerró en sí misma. No se la
recluyó en ningún manicomio porque mi padre se negó. No volvió a
salir de casa. Yo fui transformado y abandonado sin nadie que me
guiara en mi nueva existencia. Tenía miedo de hacerle daño, así que
tardé años en volver a visitarla. Cuando lo hice, volví cada noche
hasta el final de sus días. Ella no me hablaba, pero sé que me
esperaba; su mirada se iluminaba cuando me veía.
Angelica parpadeó varias veces para secar sus ojos. No quería
que él pensara que lo compadecía. Se quedó callada, mirando a su
alrededor, dándole su tiempo.
Al ver que pasaban unos minutos y él seguía con la mirada
baja, decidió romper el silencio.
—¿Dejarás que me vaya ahora? —murmuró insegura.
Él levantó la cara y pareció reparar en su presencia. Ladeó la
cabeza y sonrió levemente.
—¿Ya no quieres saber nada más de mí? —Ella abrió la boca,
pero él la interrumpió—. Te contaré lo que quieras, pero me tienes
que acompañar a dar un paseo. Aquí huele mucho a sangre
humana y estoy demasiado alterado —explicó como quien habla del
tiempo.
—¿Y si no quiero? Mejor dicho, ¿y si no... no puedo?
—Entonces haré que te pidan un taxi. —Se puso las gafas y
alzó una mano para pedir la cuenta.
Angelica se retorció los dedos. Sabía que de haber querido
hacerle daño lo habría hecho ya, pero... le estaba exigiendo
demasiado. Se quedó mirando sus elegantes gestos mientras
sacaba su cartera y pagaba con un billete, dejando una generosa
propina.
Al final exhaló un prolongado suspiro.
—Vamos. —La palabra salió de su garganta como un lamento,
y él sonrió ampliamente.
Dos horas después estaban de nuevo en la puerta del hotel, al
lado de un taxi. Adam le abrió la puerta, pero antes de que entrara la
detuvo posando una mano en su codo.
—Yo jamás obligaría a Roxy a nada. Respeto su voluntad.
La neuróloga subió al taxi, bajó la ventanilla y lo miró a los ojos:
—Lo sé, pero ¿y si confundes su voluntad con la tuya? —
inquirió con suavidad.
Él frunció el ceño y torció el gesto, mostrando su desacuerdo.
—Buenas noches, Angelica. Que tengas dulces sueños.
El taxi arrancó en cuanto la joven le dio la dirección de destino
al conductor. Cuando se giró, Adam ya no estaba.
11
Reacción

—¡Adam! —Roxanna despertó, de nuevo con aquella sensación


de falta de aire.
Se levantó, lo único que le funcionaba cuando se sentía así, y
se acercó a la ventana que iluminaba la penumbra de su habitación.
Como cada noche, no se atrevió a abrirla, pero mirar afuera atenuó
el vacío. La luz de la luna bañaba Nueva York. Miró hacia el cielo y
deseó ver las estrellas, caminar descalza sobre algún hermoso
prado, sentir las caricias de la hierba en las plantas de sus pies, la
brisa del aire en su piel y oler aquel aroma a bosque, madera... Su
aroma.
«Estoy bien jodida». Reprimió una lágrima de impotencia y
apoyó la frente en el frío cristal. Supo que no podría volver a
dormirse. Había soñado con él, como cada noche desde hacía días.
Sueños descoloridos, anodinos cuando menos, angustiantes en sus
peores formas, pero todos ellos meras sombras de los que habían
compartido.
Había soñado que estaba en su dormitorio, tumbada sobre su
cama, vestida con aquel camisón. Su piel ansiaba la de él; sus
labios, el sabor de su boca. Buscando calma, se había levantado,
había abierto la puerta de la terraza y lo había llamado, pero en el
exterior de su casa solo había oscuridad, tan densa que pareció
absorberla y llevarse el aire. Le quedó el aliento mínimo para llamar
a quien sabía que podía ayudarla.
Solo él.
«Maldito seas, Adam». Se preguntó si aquel veneno, o
sustancia regeneradora, que él le había inyectado era también una
especie de droga.
Se retiró de la ventana, encendió la luz de la mesilla y tomó su
portátil. Se sentó en la cama con él sobre sus rodillas, intentando
pensar en otras cosas.
Kat. Estaba preocupada por ella. Había tenido algunas
contracciones dolorosas, que habían cedido con el reposo. No había
alteraciones en el cuello uterino y por tanto no había riesgo
inmediato de parto prematuro, aun así la ginecóloga la había
obligado a permanecer en cama por lo menos durante un mes.
Eso implicaba que Roxanna no podría ver a su amiga con la
frecuencia a la que estaba acostumbrada, pero también era mejor
para ambas. El día anterior no había podido esconder sus ojeras a
pesar del maquillaje, y Kat se había mostrado preocupada. Quizá
ese había sido su error, nunca se maquillaba tanto y hacerlo la
delataba. Roxanna la tranquilizó como pudo, pero si su problema de
sueño persistía no habría manera de inventar excusas para explicar
su aspecto de zombi.
Se obligó a centrarse en el artículo que estaba preparando para
una revista de su especialidad. Solo el trabajo lograba anestesiar los
sentimientos negativos que, a ratos, amenazaban con ahogarla.
Estaba furiosa con Adam: por haber invadido sus sueños, por
engañarla haciéndole pensar que estaba soñando, por seguir
acosándola, y… también por no hacerlo. A veces podía sentirle:
estaba en el mismo punto que ella, lleno de sentimientos
contradictorios, incluido el miedo.
Esa maraña de emociones le estaba destrozando los nervios.
¿Terminaría trastornada como la pobre Grace, la dama del diario?
No había podido quitarse aquella historia de la cabeza. Era otro de
los motivos para apartarse de Kat. Si aquel vampiro había
transformado al hijo de la pobre mujer para forzar su voluntad y
arrastrarla a su mundo, ¿quién le decía que Adam no haría lo mismo
con Kat?
Él no había vuelto a invadir sus sueños, pero se había llevado
su tranquilidad, se había metido en su sangre, y ahora ella tenía
síndrome de abstinencia.
Quizá sí se estaba volviendo loca.
Tras dos horas de trabajo sintió que sus párpados se cerraban.
Aunque la angustiaba la idea de que la pesadilla se repitiera, dejó su
portátil sobre la mesita, se acostó y apagó la luz. Si no dormía
terminaría enferma, tenía que intentarlo. Pasó el resto de la noche
en un duermevela, retorciéndose entre sus sábanas, anhelando que
la luz del sol llenara la habitación. Entonces, por fin, pudo dormir.
Angelica había pasado una noche inquieta, pero estaba segura
de que Roxanna la superaba. Cuando había pasado por delante de
su puerta, el edredón estaba hecho un lío a los pies de la cama y
ella acostada de lado, mirando hacia la ventana, abrazándose a sí
misma. La había cubierto de nuevo, pero no había corrido las
cortinas para atenuar la claridad de la habitación. Sabía que eso la
habría despertado.
Era más de mediodía, y aunque odiaba perder el tiempo en la
cama no había podido despertarse antes. Se puso a preparar un
brunch completo: tortitas, huevos, salchichas, fruta variada cortada
en trozos... Todo aquello la tendría ocupada durante un buen rato
mientras dejaba que Roxanna descansara un poco más.
Movió la cabeza exhalando un suspiro al recordar la noche
anterior. La más extraña de su vida, la que daba sentido a toda su
investigación, y por desgracia una noche de la que no podía hablar.
Parecía algún tipo de maldición mitológica, pensó sin humor. Por un
momento se preguntó si realmente olvidaría lo que Adam le había
explicado al hablar de ello.
No. Estaba segura de que él no estaba mintiendo y cumpliría su
amenaza. Solo había un par de cosas que podía hablar con
Roxanna, nada más: ni su conversación en el bar ni la que vino
después, durante las dos horas más increíbles de su vida. Se
habían sentado en un banco y él había vuelto a quitarse las gafas.
Mientras conversaban, algunos grupos de hombres habían pasado
cerca de ellos, algo que en otras circunstancias la habría puesto
alerta, pero él los había alejado con una mirada. Literalmente. Era
como si llevara una señal de peligro iluminada sobre su cabeza.
Cuando le había pedido a Adam que le permitiera explicar a
Roxanna el final de la historia del diario, argumentando que
cambiaría la idea que tenía de él, había fijado aquellos ojos
sobrenaturales en ella.
—¿Crees que cambiará de opinión al ver que me preocupé por
mi madre? No, Roxanna tiene que escucharlo todo de mi propia
boca, si así lo desea. No quiero que pueda malinterpretar una sola
palabra. Este asunto es solo nuestro.
—¿Y si no quiere escucharte? —había sido su pregunta.
Él siguió negando, su gesto ensombrecido, como si le hiriera
contemplar aquella posibilidad.
—Si quiere saber más sobre mí, solo tiene que preguntarme —
había dicho con calma.
Angelica llenó un par de vasos con zumo de naranja recién
exprimido. No dejaba de sentirse mal por ocultarle cosas a su
amiga. Casi se arrepentía de haber hablado con el vampiro.
Casi. La existencia de Adam había sido fascinante, desde sus
comienzos. Había estado completamente perdido como vampiro
recién nacido, y a ella le pareció que volvía a estarlo. Él no sabía
bien qué hacer con la novedad que Roxanna representaba, pero no
había querido hablar más de ella.
No sabía cómo enfrentar aquella situación. ¿Y si olvidaba su
particular entrevista con el vampiro e intentaba ayudar a Roxanna a
rehacer su vida? Adam había prometido que no haría nada contra la
voluntad de su amiga; quizá si ella le dejaba claro que no quería
nada con él la dejaría en paz. ¿Pero sería capaz de hacerlo, si
incluso lo llamaba en sueños? Una parte de Roxanna se había visto
arrastrada hacia Adam, la más instintiva, de eso estaba segura.
¿Sabía aquella parte más que su propia consciencia?
—Buenos días —murmuró la voz soñolienta de Roxanna a sus
espaldas.
Angelica se envaró.
—Buenos días, Roxy. —Le echó un rápido vistazo por encima
de su hombro y sacó los cubiertos de un cajón—. Supongo que esta
noche la has pasado como siempre...
—Peor. —Se sentó a la mesa—. ¿Te ayudo? Madre mía, aquí
hay comida para un equipo de baloncesto.
—Ya he terminado. —Tomó los vasos y los llevó a la mesa.
—¿Preocupada por algo?
La voz de su amiga, aún ronca por el sueño, la sacó de sus
cavilaciones. Demasiado tarde, recordó que no podía mentirle.
Adam la había tentado con la manzana prohibida y ella había caído
ciegamente.
—Sí, cosas del trabajo. ¿Cómo estaba Kat? —Evitó los
inquisitivos ojos grises.
—Bien, el malestar ha desaparecido y ya no tiene
contracciones, pero tendrá que guardar reposo un tiempo —
murmuró distraída mientras le daba vueltas a uno de los platos.
—Me alegro de que esté bien. Esta tarde le haré una visita, si
se encuentra con ánimos. Sírvete, Roxy. —Le acercó un par de
platos, uno de beicon y huevos, y otro de tostadas.
—No tengo mucha hambre. —Se encogió de hombros—. Creo
que tomaré un zumo y un yogur... Bueno y una tortita acompañada
de fruta —añadió al notar la decepción de Angelica—. ¿Cómo fue la
conferencia?
—Bien, bien. Bueno, es mi tema favorito, aunque he tenido días
mejores. —Apartó sus ojos de los de Roxanna y se sirvió ella misma
huevos con beicon.
Escuchó un suspiro y levantó la vista hasta los ojos grises.
Roxanna fruncía el ceño.
—¿Y qué más? —preguntó con voz apagada—. Oh, vamos,
aunque no captara tus emociones mientes fatal, Angelica. Estás
evitando mirarme, y tampoco tengo un aspecto tan horrible esta
mañana... ¿Qué te tiene tan preocupada?
Angelica permaneció en silencio mirando hacia la mesa,
planteándose cómo explicarle a su amiga lo que había pasado sin
decir demasiado. Al final, decidió que lo mejor era ser directa.
Roxanna no soportaba los rodeos.
—Anoche hablé con Adam —pronunció lentamente. Cuando
levantó la vista vio que ella se había quedado con la boca abierta.
Esperó a que reaccionase.
—¿En sueños? ¿Ha ido a visitarte en sueños? —inquirió.
—No, en sueños no. Vino a la conferencia.
Esta vez sus ojos se abrieron desmesuradamente.
—¿Fue a escuchar tu conferencia en persona?
—Sí, y sentado en las primeras filas, con unas gafas de sol —
explicó Angelica.
La patóloga se había quedado sin palabras y la miraba de hito
en hito, como dudando si su amiga estaba alucinando.
Con lentitud, midiendo cada una de sus palabras, Angelica
explicó su encuentro con Adam hasta el punto en que él le había
prohibido hablar: el final de la historia del diario y la conversación
posterior en Central Park. Roxanna la contemplaba como si
memorizara sus palabras, hasta que se detuvo.
—¿Y ya está? ¿Esa fue la entrevista?
—Él quería confirmar que la mujer del diario era su madre.
—¿Y cómo reaccionó al saberlo? ¿Entonces… escucha todas
nuestras conversaciones? ¿Nos está escuchando ahora?
—No lo sé, Roxy. ¿Tú qué crees? —La mirada de Angelica la
atravesó—. Puedes percibir sus estados de ánimo a distancia.
Percibiste su angustia en el hospital, a pesar de que él estaba ocho
pisos más arriba. ¿Está escuchándonos?
Roxanna se mordió el labio.
—No lo creo —repuso algo avergonzada—. Pero es cierto que
suele… aún suele acosarme, de vez en cuando.
—¿Acosarte? Cada noche gritas su nombre en sueños, durante
los escasos momentos en los que duermes, y no son gritos de
terror. Le llamas —continuó con serenidad—. Sientes su presencia
con más intensidad que la de cualquier persona. No sé qué es lo
que os une, pero creo que él está tan perdido como tú.
—¿Simpatía por el diablo, doctora White? —preguntó con
sarcasmo.
—Quizá sí. —Sonrió a medias, se encogió de hombros y bebió
un sorbo de café.
Roxanna mordisqueó un bollo, dándole vueltas a lo que
acababa de oír.
—No comprendo que ahora veas las cosas así, ¿solo porque
fue transformado contra su voluntad por un vampiro obsesivo que
quería chantajear a su madre? Eso fue hace mucho tiempo.
¿Cuánto queda en él de aquel humano? ¿Y cuánto del vampiro
obsesivo que lo transformó?
—Creo que solo lo sabrás cuando hables con él. —Pinchó un
trozo de fresa con el tenedor y se lo quedó mirando.
—¡¿Qué?! —gritó agrandando los ojos—. ¿Dónde está lo de
alejarme de él, que es un peligro para mi salud, todo lo que me has
estado repitiendo? —Gesticuló con las manos—. No te reconozco.
¿Seguro que no te ha lavado el cerebro?
—No lo sé. No te puedo asegurar que no. Su encanto es...
bueno, es arrollador —musitó.
Roxanna contempló el rubor en las mejillas de su interlocutora.
Se levantó bruscamente.
—Gracias por todo, Angelica. Creo que voy a hacer las maletas.
Su amiga parpadeó, sorprendida. Por fin, la siguió.
—¿Estás huyendo? ¿Por qué no te enfrentas a él? Lo hiciste
muy bien antes —le dijo a su espalda.
—Estoy haciéndote caso —gruñó Roxanna sin girar la cabeza
mientras subía las escaleras en dirección al dormitorio que ocupaba
—. Por lo menos, a la Angelica que eras ayer. No puedo
enfrentarme a él. Su seducción es demasiado fuerte, ya lo has
comprobado. No sería justo. No voy a arriesgarme a eso, como tú
misma me has aconsejado… hasta ahora.
—Porque hasta ahora no había visto otro camino. Pero Roxy...
no cerrarás esto hasta que te enfrentes a él. Mejor dicho, a ti misma
y a lo que sientes.
Roxanna dejó caer la maleta sobre la cama con un movimiento
brusco y miró a su amiga con llamas en los ojos.
—Creía que no eras psicóloga, ¿o esa es otra de tus múltiples
facetas? Neuróloga, especialista en sueños, entrevistadora de
vampiros y además experta en psicología —atacó.
—Yo no soy todo eso —repuso, picada—. Pero tú sí eres quien
fue a buscarlo a la terraza, quien le abrió la puerta no solo en
sueños sino literalmente, y quien le pidió al vampiro que la mordiera.
—¡Creí que era un puto sueño! —gritó Roxanna—. ¡No sabía
que se iba a transformar en una pesadilla!
Le dio la espalda y fue abriendo los cajones del armario
empotrado, haciendo una pila con su ropa para meterla toda de una
sola vez en la maleta.
Angelica se arrepentía de haber acorralado a Roxanna para
que afrontase la realidad. Era consciente de su propio cambio de
actitud, un giro radical en su forma de pensar, pero no podía negar
más los hechos. Quizá Adam la había hechizado, quizá lo que le
había explicado era todo mentira. Pero había algo que, hasta ahora,
ninguna de las dos había considerado, y eran las reacciones de
Roxanna. Entendía la ira de su amiga, pero el problema no residía
solo en el vampiro, sino en ella misma. Quizá el miedo a terminar
como la pobre Grace le impedía considerar otras posibilidades.
Contemplando los bruscos movimientos de Roxanna y la
tensión de su cuerpo se dio cuenta de que, de momento, era pedirle
demasiado.
Roxanna abrió el cajón de la mesita y tomó un bote de pastillas.
Lo arrojó al interior de la maleta.
—Creo que esta noche las probaré —gruñó.
Angelica suspiró. Se lo tenía merecido por su insistencia.
Ambas quedaron en silencio, la una finalizando la preparación de su
maleta y la otra observándola sin saber qué decir.
—Roxy... —reaccionó, viendo que su amiga había terminado
con su tarea y se dirigía hacia la puerta cargada con todo lo que
había traído una semana antes— Quédate. Hablaremos con calma.
Roxanna dejó la maleta en el suelo y se quedó mirando a su
anfitriona con gesto serio.
—¿Me contarás todo lo que él te explicó? Solo podré cambiar
de idea cuando sepa lo mismo que sabes tú ahora.
—¡No puedo! Si te empiezo a contar lo que prometí no explicar,
hará que lo olvide todo. No servirá de nada, tú te quedarás en
blanco y… yo también.
Roxanna tomó su maleta y se dirigió hacia la puerta.
—Siento como si me hubieras vendido por una pizca de
conocimiento. —Se giró y la miró un momento antes de salir al
pasillo.
—No seas dramática. Solo tienes que hacer como yo, reunirte
con él y hablar. ¿Dónde está tu espíritu científico? —la voz de
Angelica a sus espaldas denotaba impaciencia.
—¿Estás segura de que no te ha mordido, Angelica? —Alcanzó
la puerta de la casa y se giró para echarle una última mirada
venenosa—. Yo que tú me haría unos análisis. Quizá te ha follado
mientras se bebía tu sangre y luego te ha borrado la memoria.
Salió de la casa dejando la puerta abierta y Angelica la siguió
unos pasos, ignorando la brusquedad de sus palabras.
—¿Sabes qué me dio permiso para decirte? Que jamás te
obligaría a hacer algo contra tu voluntad —habló a sus espaldas.
—¿Y tú le crees? —se giró y la fulminó con la mirada.
—Sí.
—Entonces ya nos lo hemos dicho todo. Gracias por tu
hospitalidad. Y por intentar ayudarme, por lo menos hasta ayer. —
Levantó una mano para llamar a un taxi, sin volver a mirar atrás.
—Vuelve cuando quieras, cuando necesites alguien con quien
hablar. Serás bienvenida, Roxy.

Su ático pareció recibirla con calidez después de su ausencia.


Dejó la maleta al lado de la puerta, la cerró y se paseó por toda la
vivienda, examinando con serenidad cada una de las habitaciones.
No sabía qué esperaba encontrar. Su casa no tenía ningún interés
para él sin estar ella dentro. ¿O sí?
Pero no vio nada fuera de lo normal. Pensó que cuando Adam
le había regalado el camisón lo podía haber dejado dentro de la
casa, pero eligió la terraza. Se encaminó hacia allá. «No quiero ni
pensar en cómo llegó aquí arriba», decidió mientras miraba la altura
que separaba su piso de la calle. El balcón estaba como siempre, el
día soleado ahuyentaba los temores de su mente y calentaba su
cuerpo. Rebuscó en su bolso y encontró el encendedor y un
paquete de tabaco. Apartó el bolso a un lado y se encendió un
cigarrillo, inhalando con sensualidad. Angelica no había parado de
decirle que dejara de fumar, que la nicotina no era buena para
conciliar el sueño.
«A la mierda». Tenía las pastillas en su maleta, necesitaba
dormir, y no lo necesitaba a él. Si de veras respetaba su voluntad
entendería que su deseo era aquel: que la dejara en paz con su vida
monótona y segura, llena de sucesos ordinarios.
Cerró los ojos, relajada, abandonándose a la caricia del sol y a
la sensación de la nicotina invadiendo su cuerpo, y de pronto
recordó. Abrió los párpados y se incorporó, fijándose en el balcón de
la terraza. Aquellas señales que le habían llamado la atención
seguían ahí. Se acercó y las estudió. Parecían marcas de... dedos.
Unos dedos increíblemente fuertes que se hubieran hundido en la
piedra, agrietando el material por varios lados.
Se estremeció al pensar que había estado en sus brazos y que
con un solo dedo podía haber atravesado su cuerpo.
Sintió náuseas y apagó el cigarrillo. ¿Cómo podía confiar en él,
si podía hacerle daño con suma facilidad y salir impune? El sonido
de su teléfono la sobresaltó. La alegría la invadió cuando comprobó
quién era.
—¡Sam!
—Roxy —la preocupada voz de su amigo sonó al otro lado de
la línea—. ¿Cómo te encuentras?
Sam la había llamado cada día desde que estuvo en el hospital,
y el afecto que sentía por ella le daba sosiego.
—Bien —mintió—. Mucho mejor. ¿Y tú? ¿Mucho trabajo?
—Sí, pero hoy libro. ¿No recuerdas que te lo dije?
—No, lo siento... —Se sintió egoísta por no estar atenta a las
conversaciones. La verdad es que había vivido como en un estado
medio vegetativo, pero ahora había decidido actuar y dejar de ser la
víctima.
—No importa, sé que no has estado muy bien estos días. —
Aquello era un eufemismo enorme, pero sí, no había estado bien—.
Oye, ¿te apetece que nos veamos? Podemos cenar en el
restaurante de siempre y luego ir a casa para ver una película.
Roxanna dudó un momento. Hasta la llegada de Ethan, Sam
había sido durante muchos meses un gran amigo con derecho a
roce, pero ella prefería que siguiera siendo simplemente un gran
amigo. No sabía si en aquella invitación iba implícito algo más,
porque aquel restaurante le traía recuerdos cálidos de susurros
insinuantes y caricias bajo la mesa...
—Escucha, solo como amigos —aclaró él como si captara sus
dudas—. No estás pasando por una buena época y no me
aprovecharía de una amiga en problemas.
Una voz aterciopelada y unos ojos verdes se colaron en su
mente: «Eres mía, Roxanna». Apretó los labios y tomó una decisión:
—Me parece un buen plan. ¿A las siete?
—Perfecto. Yo seré el de la sonrisa de idiota que espera con
una rosa en la mano —bromeó.
—Y yo la de las ojeras que llegan al suelo y la cara de zombi.
—Estarás preciosa aunque parezcas una muerta viviente o una
vampira... —Ella no dijo nada. No podía—. ¿Roxy? ¿Estás ahí?
—Sí... Sí. A las siete entonces. Hasta luego, Sam.
Roxanna se arregló a conciencia. La temperatura había subido, y
podía estrenar un vestido primaveral que había comprado un mes
antes. De color verde y sin mangas, contrastaba con su pálido tono
de piel, haciéndola brillar. Se recogió el cabello en un moño alto con
algunos mechones cortos sueltos, e intentó cubrir sin éxito sus
ojeras con maquillaje suave. Suspiró apartando los bártulos a un
lado. Por lo menos, sus mejillas y labios tenían un toque de color,
aunque la máscara de pestañas agrandaba más sus ojos,
resaltando su delgadez. Tenía un aspecto algo mejor que el de una
muerta viviente, pero dudaba que su belleza se pudiera equiparar a
la de un vampiro como Adam. Agitó la cabeza y siguió vistiéndose.
Unas finas medias de color carne, zapatos de tacón y un bolso
a juego completaban su atuendo. Por si acaso, rebuscó en su
armario buscando una chaqueta fina.
Una caja cayó del armario abriéndose al tocar el suelo. Dio un
paso atrás. No recordaba haberla dejado allí cuando volvió a su
casa para coger su ropa y un neceser, pero recordaba muy poco de
lo que había hecho la noche que Angelica y ella se confesaron.
Se agachó para recoger el camisón, el sobre con el mensaje y
la caja. Debería haberlo tirado todo a la basura. Mejor, haberlo
quemado. No sabía qué la había impulsado a conservar aquello,
quizá el anhelo de comprobar con algo tangible que no estaba
zumbada, pero ya estaba bien. Se dirigió hacia la cocina, pero en el
último momento cambió de idea y, con un bolígrafo, escribió una
nota en el reverso del papel:

Espero que cumplas tu palabra. Mi voluntad es que me dejes en


paz.
R.

Metió el sobre dentro de la caja junto con el camisón y lo dejó


con cuidado sobre la tumbona de su terraza.

—Me alegro de que hayas venido, aunque comparta tu atención


con algún profundo pensamiento. Media atención siempre es mejor
que ninguna.
Roxanna apartó sus ojos del pastel que estaba removiendo con
el tenedor. Se veían tempestuosos e insondables en aquella cara
tan conocida y al mismo tiempo tan extraña. Seguía preciosa,
aunque parecía haber perdido unos cuantos kilos.
—Eso no es cierto. —Sonrió con tristeza—. Si alguien no tiene
toda la atención de su interlocutor es mejor estar solo. —Se encogió
de hombros—. Lo siento, Sam, no estoy en mis mejores días.
—No hace falta ser un gran detective para darse cuenta.
Apenas has comido, por no decir que estás muy delgada...
—«Consumida», pensó, pero no se atrevió a pronunciar aquella
palabra.
—Duermo mal y me alimento peor. Pero tenía ganas de verte.
Gracias... —hizo una pausa y por fin tocó el tema que llevaban
evitando toda la cena—: Gracias por tu ayuda aquel día.
—No vuelvas a dármelas. Ojalá pudiera hacer más —afirmó
mientras Roxanna se llevaba un trocito de pastel a la boca. Vio
como el tenedor se perdía entre sus labios.
No sabía bien qué expectativas tener de aquella cita. Era cierto
que no quería aprovecharse de la vulnerabilidad de la joven, pero
cada uno de sus gestos, de sus movimientos, lo estaba excitando un
poco más. Quizá era porque llevaba semanas en ayunas —
sexualmente hablando—, pero hoy la encontraba más atractiva que
nunca. Lo malo era que no sabía en qué punto estaba ella. No le
había mandado ninguna señal en toda la velada.
—No podía haber esperado más de un amigo. —Esbozó una
sonrisa.
Sam carraspeó.
—Como te expliqué, estoy estudiando tu caso de forma
extraoficial, pero no hay ninguna pista, de momento.
—No me extraña. Ni la habrá. Ya te dije que me está
estudiando una especialista en sueños. No hay caso —afirmó.
Sam la observó, pasmado por su calma.
—Pues he descubierto algunas cosas curiosas —comentó.
Eso captó el interés de la doctora. Lo miró con fijeza y cruzó
sus manos sobre la mesa.
—Ve al grano, Sam.
—Verás, no hay casos como el tuyo. Pero —bajó la voz,
consciente de que lo que hacía no era correcto— hace días hubo un
caso de un tipo que ingresó en psiquiatría de tu hospital con el
diagnóstico de posible psicosis esquizofrénica; fue Kat quien lo
evaluó. Al día siguiente, el cabrón negó todo lo que le había
explicado y, en cambio, declaró ser el culpable de varias violaciones.
Decía la verdad, las víctimas lo han identificado.
Roxanna se separó de la mesa y frunció el ceño, esforzándose
en recordar lo que Kat le había explicado. La falta de descanso
perjudicaba su memoria. Había sido al día siguiente de su primer
sueño con Adam. ¿Qué había dicho?
Se mareó al recordarlo:
«Imagina. Me convenció de que realmente creía haber visto un
vampiro».
—Por la cara que pones, creo que ya sabías algo. Sí, el tipo
juraba haber visto un vampiro. He encontrado un par de casos
similares, pero en Nueva York, el año pasado. Roxy, ¿estás bien?
¡Roxy!
Intentó llamar su atención palmeándole la mano. Pero ella solo
observaba por encima de su hombro, hacia la oscuridad de la calle.
Habría jurado ver un joven muy alto fugazmente iluminado por las
farolas.
—Lo siento, no tendría que haber sacado el tema. Pero ya
sabes que no creo en las casualidades. Investigaré por mi cuenta en
esa línea. —Su mano acariciaba el dorso de la de Roxanna y sus
ojos la miraban con preocupación. Levantó la otra mano para pedir
la cuenta.
—Pagamos a medias —espetó ella.
—Está bien —aceptó—. Escucha, ¿te sigue apeteciendo lo de
venir a mi casa a ver una peli? Tengo helado de chocolate Ben &
Jerry's, tu favorito. Y puedes pasar la noche... en la habitación de
invitados, por supuesto —añadió.
Ella dudó. No quería que Sam malinterpretara su respuesta,
tanto si era negativa como afirmativa. Entonces sintió una intensa
ira, una que no venía de sí misma. Ira acompañada de celos,
inseguridad... Posesión. Se abrazó a sí misma intentando detener el
estremecimiento, y luchó contra el calor que simultáneamente se
expandía en su interior. Luchó contra aquel tumulto de emociones.
«No soy tuya, Adam. Te dije que dejaras de acosarme».
—De acuerdo, Sam. Vamos a tu casa.
12
Reencuentro

Sam no sabía qué pasaba por la cabeza de su amiga, pero


durante el cuarto de hora que habían tardado en llegar a su casa
apenas había podido arrancarle más que monosílabos. Era cierto
que él tenía la remota esperanza de que la noche se transformara
en algo más que una velada de amigos, pero lo que más le
preocupaba era el bienestar de Roxanna. Desde aquel extraño
suceso, que ella le había prohibido llamar asalto tras retirar la
denuncia, su actitud había sido más retraída de lo habitual. Aquella
noche se había tranquilizado al comprobar que seguía siendo la
Roxanna de siempre, pero sabía que le ocultaba algo. Su olfato de
policía podía olerlo, hacía saltar una alarma en su cabeza cada vez
que rozaban el tema. El asunto en sí ya era raro, tanto como la
coincidencia de que algunos criminales alucinaran con vampiros.
Roxanna sabía más de lo que le contaba, estaba seguro.
Tenía que convencerla de que le contara más sobre aquel
suceso, solo así podría ayudarla.
—Estás muy callada —murmuró el policía tras aparcar el coche
no lejos de su casa.
—Es cansancio —repuso ella con una mueca—. Ya te lo he
dicho, últimamente duermo mal.
—No cogiste la baja que te recomendó Kat —comentó,
intentando evitar el tono acusador con poco éxito.
Roxanna apretó los dientes, controlando su mal humor a duras
penas.
—No quiero estar de baja. ¿Cuándo os convenceréis de que no
necesito más tiempo para pensar? —sonó más brusca de lo que
había esperado—. Lo siento, Sam. Sé que os preocupáis por mí,
pero estoy cansada de oír lo mismo.
—Perdóname tú a mí. No quería ser un plasta.
Se quedaron mirando el uno al otro durante unos segundos, sus
caras apenas iluminadas por la luz de las farolas. Roxanna
estudiaba aquel rostro que tantas veces había acariciado, aquella
cara tan... humana. Sam le transmitía calma y seguridad, como
siempre, pero no pudo evitar tensarse cuando él levantó la mano y,
titubeando, la posó sobre su mejilla.
No estaba preparada para sentir aquel tsunami de ira. Jadeó
con los ojos muy abiertos, aferró la mano de Sam y, sin mucha
delicadeza, la apartó de su cara por puro instinto. Jamás había
percibido a Adam tan airado.
—¿Qué sucede? Lo... Lo siento. —Sam la miraba sin
comprender—. ¿Te molesta que te toque? Es... ¿Es por lo que te
pasó? Sabes que jamás te haría daño. —Su voz sonó dolida—. Lo
siento.
—No, no. —Negó con la cabeza sin soltar su mano para rebajar
su brusquedad, aunque le costaba tanto no hacerlo como si Sam
estuviera electrificado. Tomó aire varias veces hasta que controló
aquella extraña sensación. Era como si con Adam sus barreras se
vinieran abajo—. No es nada, es... No te preocupes, ¿vale? —Le
apretó la mano unos segundos y la soltó, abrió la puerta y salió del
coche—. Sé que no harías nada contra mi voluntad —dijo con voz
firme, esperando que él captara el mensaje.
—¡Por supuesto que no! —protestó Sam, saliendo del coche.
Rodeó el vehículo y se acercó a ella sin llegar a tocarla—. Roxanna,
si quieres te llevo a casa. No quiero que estés inquieta. Sabes que
puedes confiar en mí.
—Lo sé, Sam. Vamos a tu casa, me apetece ver una película.
El piso de Sam era un pequeño apartamento de dos
habitaciones, ordenado y limpio aunque impersonal. Tras
preguntarle qué quería tomar, el policía marchó a la cocina. No la
ayudó a quitarse la chaqueta antes de desaparecer por la puerta
diciéndole que dejara sus cosas donde le viniera en gana. Se tenían
demasiada confianza como para ponerse en ese plan. Habían
pasado varios años desde que ella lo conoció durante sus estudios
de criminología, siendo él un poli novato.
Roxanna dejó su chaqueta y su bolso sobre la mesa del
comedor, meditando sobre los momentos que habían compartido, su
amistad y sus... roces. Los ocasionales y los no tan esporádicos.
Roxanna siempre le había dejado claro que no quería ataduras y él
había aceptado. Además de disfrutar de la amistad, se habían
buscado el uno al otro cuando habían necesitado sexo, y así fueron
las cosas, sin complicaciones... hasta que falleció Mary. Lloró sobre
su hombro durante días y él la consoló con sus palabras y con su
cuerpo durante meses, hasta que, inesperadamente, ella rompió
aquella relación.
Él no protestó, y ni siquiera ella misma fue consciente del
porqué de su propia reacción hasta mucho después: meses tras la
pérdida de su ser más querido, cuando sentía que podía empezar a
levantar cabeza, decidió que no necesitaba alguien más de quien
dependiera su felicidad y viceversa. Fue egoísta, pero él le dijo que
no había esperado nada del rumbo que había tomado su relación, y
Roxanna se esforzó en creerle.
Y ahora aquí estaba, en casa de su amigo y antiguo amante,
retorciéndose las manos mientras miraba por la ventana,
sintiéndose confusa, perdida y de nuevo egoísta.
Su mano se dirigió hacia su crucifijo, que rozó con las yemas de
los dedos. Su abuela la habría mirado con reprobación, pero, qué
narices, Mary Deveraux jamás había tenido que lidiar con un
vampiro... al menos que Roxanna supiera.
Su corazón casi se paró al sentir hielo entre sus omóplatos.
Soltó un grito seguido de una retahíla de maldiciones mientras Sam
se carcajeaba a su costa. Esa era una de sus viejas bromas,
acercarle latas de bebida heladas a la piel cuando menos se lo
esperaba, y ella lo había olvidado.
—Lo siento, lo siento —levantó las manos en señal de rendición
—, es que estabas muy seria y esto era para...mmm... ¿romper el
hielo? —Le tendió la lata de cerveza con una de sus mejores
sonrisas, una que le hacía parecer un niño travieso, y Roxanna la
tomó fingiendo seguir enfadada.
—Se me ocurren otras cosas mejores que romper —bufó
dejándose caer sobre el sofá de su amigo.
—Oh, vamos, Roxy —sonrió y le acercó su lata para brindar—,
por los viejos tiempos —afirmó al ver que ella por fin sonreía y
levantaba su bebida.
La elección de la película fue sencilla. Roxanna no quería
ninguna comedia romanticona ni una peli de terror así que pusieron
un clásico de la ciencia ficción, Blade Runner, que ambos adoraban.
Lo estaban pasando bien, bebiendo y comentando la película.
Aquella era la versión sin cortes, le había dicho Sam, y cuando ya
iba por su segunda cerveza se dio cuenta de su error. La escena
erótica entre Deckard y Rachael la hizo removerse en su asiento.
«Mierda, no recordaba que esta escena fuera tan caliente». Le
echó un vistazo a Sam, que la estaba mirando. Roxanna apuntó a la
pantalla con la lata de cerveza.
—¿Esta es una de las escenas que estaban incompletas en la
versión original? —inquirió.
—Ajá —musitó Sam sin apartar sus ojos de ella.
Roxanna bebió de su lata y apartó la vista de él, sintiendo el
calor de su mirada y una inquietud cada vez mayor.
Sam llevaba deseándola desde que la había visto entrar en el
restaurante. No le importaba si Roxanna lo deseaba solo para una
noche o para algo más, en aquel momento únicamente le importaba
el ahora. Si luego volvía a apartarlo de su cama... bien, valía la pena
arriesgarse. Decidió que tenía que salir de dudas, saber si se sentía
como él y quería dejarse llevar.
—Roxy, mírame.
Su voz sonaba ronca y la obligó a apartar la vista de la pantalla.
Lo miró con ojos muy abiertos, alerta, mientras él se acercaba más
a ella, como en una de esas escenas a cámara lenta, le tomaba la
lata de la mano y la depositaba sobre la mesita que tenían enfrente.
—Sam, yo...
Su amigo alzó su mano y le rozó la mejilla, mirando
alternativamente sus ojos y su boca.
Entonces Roxanna tuvo una iluminación: no deseaba estar con
Sam. Su mente no paraba de proyectar fogonazos de sus
encuentros con Adam y sabía que nada podría compararse con eso,
con aquella pasión que la llenaba, que la conducía por caminos que
nunca había explorado. Y aunque, francamente, una parte de ella
estaba asustada, otra ansiaba abandonarse en sus brazos...
Sin embargo, también percibía su ira, y no podía permitirlo.
Nadie le impondría su voluntad. Ella no era de él, ni de ningún otro
puñetero macho. Se mordió el labio mientras contemplaba cómo el
rostro de Sam avanzaba hacia ella poco a poco, como si temiera
asustarla.
—Roxy... ha pasado tanto tiempo...
—Sam... No sé si esto es buena idea —musitó—, estoy hecha
un lío.
—Deja que te ayude a aclararte.
Sus labios rozaron los de Roxanna, que cerró los párpados,
esperando el contacto con cierta aprensión.
De pronto sintió la mano de Sam separarse de su mejilla. Miró a
su amigo y lo encontró con los ojos cerrados, la expresión plácida, la
cabeza apoyada en el respaldo del sofá.
—¿Sam? —Le dio unas suaves palmadas en la cara pero él tan
solo cambió de postura y suspiró—. ¡Sam! —Le buscó el pulso, que
era normal—. Por todos los... ¡Se ha dormido! ¡Como un tronco! —
exclamó mientras intentaba despertarlo de forma nada delicada.
Como única respuesta, él se tumbó sobre el sofá y se acomodó de
lado, agarrándose a uno de los cojines. Solo le faltaba meterse el
pulgar en la boca.
Roxanna se lo quedó mirando. Eso había sido cosa de Adam.
—Maldito. Es como el puto dios del sueño. —Se levantó del
sofá bruscamente y miró por la ventana, escrutando en la oscura
noche sin éxito.
Apretó los puños mientras se dirigía hacia la puerta de la casa
de Sam, que abrió. Nadie.
Volvió a entrar, tomó su bolso y le dejó una nota tranquilizadora
en la mesita del comedor. Apagó las luces y cerró la puerta con
cuidado. Salió a la calle sintiendo cómo la cólera ardía en su interior.
Miró a uno y otro lado. Él no estaba a la vista, pero podía sentirle.
No había deseado que Sam la besara, menos aún que la
llevara a la cama, pero aquella era su decisión. Suya, no de ningún
vampiro presuntuoso con aires de macho alfa.
—¿Esta es tu forma de respetar mis decisiones? —gruñó a la
oscuridad de la noche.
Sintió una dulce calidez embriagándola, amenazando con
llevarse los últimos restos de su resistencia. Puso todo su empeño
en bloquearla, pero con él era difícil. Deseaba dejarse acunar por
aquella dulzura, aquel sentimiento de plenitud.
—¡No! No juegas limpio, Adam. Déjame en paz, por favor —
suplicó al aire fresco que la rodeaba. Las lágrimas resbalaban por
su cara hasta caer en sus ropas.
Se detuvo en medio de la acera abrazándose, sin saber qué
hacer o a dónde ir. Se sentía agotada, cansada de no dormir,
cansada de luchar. Si en aquel instante Adam hubiera aparecido a
su lado habría inclinado su cuello para que tomara lo que quisiera
de ella.
Fue solo un momento.
Roxanna miró a su alrededor buscando un taxi. Levantó una
mano al ver acercarse uno y percibió que estaba sola. No había
nadie en la calle a aquellas horas, pero ella sentía otro tipo de
soledad, un hueco en su interior.
Él ya no estaba.
Cuando entró en el vehículo, el taxista la miró con preocupación
a través del retrovisor.
—¿Se encuentra bien, señorita?
—Sí, sí... gracias. Solo es cansancio. Necesito llegar a casa. —
Aunque no tenía ni idea de lo que haría una vez estuviera allí. Se
sentía extraña. ¿Él se había ido, por fin? ¿Era eso lo que ella
quería?
Mientras el taxi recorría las calles y ella contemplaba las luces
nocturnas de Maincity, comenzó su propio viaje interior. Tenía que
admitir su miedo. No de Adam, si era sincera consigo misma, y era
hora de serlo. Repasando sus momentos con él solo halló placer
sensual, sensación de plenitud y una unión con otro ser como jamás
había experimentado.
«Te mintió», decía una voz dentro de ella. Y ella le contestaba
que sí, que había estado mal, pero que él tampoco podía
presentarse como lo que era de buenas a primeras.
«Casi te desangra». Negó con la cabeza. Estaba segura de que
aquello había sido porque ella era tanta novedad para él como a la
inversa. Y a los cuatro días del suceso se había recuperado.
Y así todo el viaje.
Abrió la puerta de su casa y, arrastrando los pies, se dirigió
hacia el sofá del salón, donde se dejó caer. No podía continuar
negando la evidencia: echaba de menos a Adam. Le gustara o no,
consciente o no, todas aquellas noches había estado llamándolo. Su
presencia la hacía sentirse bien en un plano muy profundo. Era una
conexión íntima, y sabía que si no la exploraba lo lamentaría
durante el resto de su vida.
Recordó las palabras de Angelica aquella misma mañana —
¿habían pasado solo unas horas?— y sintió una punzada de
remordimiento. La llamaría en cuanto fuese de día para disculparse
por volcar su irritabilidad y sus... sí, sus celos sobre ella. Angelica
tenía razón, tenía que enfrentarse a lo que sentía antes de
enfrentarse a Adam. Y Roxanna no soportaba que, mientras con ella
se había comportado como un ladrón en la noche, engañándola, con
Angelica hubiese ido de cara.
Una soledad densa como la niebla se adentró en sus huesos,
una soledad que no había vuelto a sentir desde la pérdida de su
abuela. «Cólera, mejor sentir cólera que tristeza», se dijo; una
criatura mitológica había invadido su vida, llevándose toda
coherencia como un vendaval.
Pero solo pudo sentir añoranza. De día, mientras trabajaba, el
sentimiento era más tolerable. De noche se sentía impotente, como
aquella niña que no llamaba a sus padres cuando tenía miedo de la
oscuridad porque no acudirían, demasiado drogados para escuchar
su llamada.
Cerró los párpados intentando ahuyentar sus lúgubres
pensamientos. Miró la hora en el reloj de pared y calculó cuánto
quedaba para el amanecer. Recordó las pastillas para dormir.
Probablemente le permitirían descansar y alejarían los sueños,
malos o buenos. Se levantó y rebuscó en el cajón del armario hasta
que las encontró. Las colocó al lado de su cama, en la mesita de
noche, junto a un vaso lleno de agua.
Como una autómata, se quitó la ropa y se puso un pijama
cómodo. Consistía en una camiseta negra de tirantes y un sencillo
pantalón gris de algodón, largo hasta los tobillos. Entonces recordó
el atrevido camisón que él le había regalado y ella había dejado en
la terraza. Ni siquiera había pensado en él. Ni tan siquiera había
recordado retirarle su permiso para entrar en su casa. ¿Para qué?
Sabía que él se había marchado, y era lo mejor.
Abrió la puerta y salió a la terraza. Se abrazó a sí misma y miró
hacia abajo, a la tumbona donde había dejado el regalo. Soltó una
exclamación cuando vio que solo había un papel doblado. Se inclinó
y lo tomó entre sus dedos con cuidado, como si temiera que fuera a
quemarla. Lo desplegó y se esforzó por leerlo a la luz que salía del
interior del apartamento.

Mi querida Roxanna
Te dejaré en paz si así lo deseas. Si cambias de opinión, solo
tienes que llamarme y acudiré.
A.
Se quedó mirando las letras una y otra vez. Al fin, alzó la vista
observando los tejados de los edificios de alrededor, sintiéndose
hundida en lugar de feliz. Dejó caer la hoja de papel y se dio la
vuelta para volver a la seguridad de su hogar. Se tumbó en su cama
con el bote de antidepresivos en la mano, repasando la composición
de aquel fármaco. Lo abrió y vertió los comprimidos haciéndolos
rodar sobre el colchón. No tomó ninguno sino que comenzó a
contarlos, como si deshojara una margarita que le permitiera decidir
su futuro. La sensación de controlar de alguna forma su destino
contra el vértigo de la incertidumbre.
Poco a poco sintió la tensión abandonar sus músculos y se dejó
llevar por el cansancio.
—Adam... ven —musitó mientras se deslizaba por la frontera
entre la vigilia y el sueño.
Abrió los ojos, sintiéndose descansada. El cielo estrellado sobre
su cabeza no contenía ninguna constelación que ella conociese.
Una brisa suave y aromática acariciaba su piel, pero no se
escuchaba ningún sonido. No sentía nada más que calma. Miró
alrededor, aunque desde que había abierto los ojos sabía dónde
estaba: en medio de un prado de tonalidades azules rodeado por un
bosque. Estaba en su cama y aquel era un sueño producto de su
propia mente, lo sabía.
Se sentó y se miró la ropa, llevaba la misma que cuando se
había ido a dormir.
Seguía sin percibir su presencia. Salió de la cama,
contemplando el extraño paisaje. ¿De dónde venía aquella
sensación de paz? Solo sabía que, mientras el sueño la arrastraba,
había decidido dejar de huir. Se apartó un mechón de cabello que,
agitado por la brisa, le hacía cosquillas en la cara. Suspiró
largamente. A pesar de sentir sosiego, le faltaba él. Era la maldita
verdad. Pero él no iba a aparecer hasta que ella no lo llamara.
Tragándose su orgullo, pronunció su nombre en voz alta,
sintiéndose un tanto avergonzada. Luego miró a su alrededor.
Nadie. Soledad absoluta.
Pensó que, si él estaba lejos, no acudiría de inmediato a su
llamada, así que se dispuso a esperar. El transcurrir del tiempo en
los sueños era impredecible. Se frotó el ceño para relajarlo. Todo
era absurdo, pero debía acostumbrarse a aquello.
—Adam. —De nuevo la respuesta fue un prolongado silencio—.
Maldito vampiro petulante hijo de su madre —gruñó.
—Me han llamado cosas peores —la voz fue un murmullo a su
espalda, pero Roxanna dejó escapar un grito.
—No... no quería decir lo de tu madre —fue lo primero que se le
ocurrió. Escuchó una risa suave que le puso la piel de gallina, pero
no de miedo.
—Vaya —la voz fingió disgusto—. ¿Y lo otro sí?
Supo que sonreía, pero no se atrevía a girarse. Llevaba días sin
verle, y era la primera vez que se encontraban sabiendo que él era
real.
—No sabía que tenía que llamarte tres veces. Podías haber
especificado más en tu carta —repuso, crispada por las reacciones
que él le causaba.
—No era necesario. Pero quería estar seguro de que deseabas
verme... Esta noche estabas muy enfadada.
Su voz la tentaba a mirarle, pero se contuvo.
—¡Por supuesto que estaba enfadada! ¿Te parece poco lo que
has hecho? Qué... ¿Qué derecho tenías a interrumpir mi cita y dejar
al pobre Sam anestesiado? ¿Dónde quedó lo de respetar mis
decisiones?
Percibió su cercanía, su anhelado olor.
—Yo dije que no te obligaría a hacer nada —susurró—. Creo
que esta noche no deseabas estar con ese... —Hizo una pausa—.
Con ese. Solo te he ayudado a aclarar las ideas.
Tenía razón, pero no iba a dársela. Su comportamiento no era
aceptable, y él tenía que saberlo.
—La próxima vez prefiero equivocarme yo sola, gracias —
afirmó.
—Lo tendré en cuenta para la próxima vez... si la hay. —Ella no
contestó—. Roxy —dijo tras unos momentos de silencio—, no tengo
nada en contra de hablarle a tu retaguardia, pero quisiera verte la
cara. ¿Tienes algún problema con ello?
Ella asintió con la cabeza. Había mucho de qué hablar, y sabía
que aquellos iris verdes la harían deshacerse como el hielo bajo el
sol.
Él resistió la tentación de tocarla. No quería estropear nada,
ahora que por fin se había decidido a hablar con él. Pero el pijama
que vestía se amoldaba a su cuerpo en los lugares adecuados, y los
tirantes dejaban los redondeados hombros desnudos. Era puro
erotismo por sí misma, no importaba lo que llevara puesto. Y era
halagador que hubiera elegido para buscarle el escenario que él
había creado para ella en su primera cita.
Su instinto le decía que si Roxanna le buscaba él lo sabría.
Había escuchado su llamada mientras estaba en su propia casa,
cuando ella estaba durmiéndose. Dejarla sola horas antes había
sido duro, pero había comprendido que liberarla, dejarla con su
lucha interna, era la única manera de poder llegar a ella.
—Está bien, hablemos de esta forma, si así lo deseas —suspiró
con un toque de decepción.
—Siéntate a mi lado —pidió ella. Se dejó caer en la hierba y se
abrazó las rodillas contra su pecho, mirando al frente—. Prefiero no
mirarte mientras hablamos. Perdería el hilo de mis pensamientos —
musitó notando que él se sentaba un tanto apartado de ella—. No
juegas limpio, ¿lo sabías?
—No me puedes culpar por aprovechar lo que la naturaleza me
ha dado. Si quieres, puedo usar las gafas de sol, como con Angelica
—sugirió.
Roxanna apretó la mandíbula antes de hablar.
—No sé qué hiciste con ella —espetó— pero cuando volvió de
vuestra... cita —la palabra sonó como un insulto— parecía otra.
—Tan solo hablamos —dijo con calma—. Imagino que no te
habrá explicado nada.
—No, me dijo que harías que lo olvidara todo. ¿Por qué lo
hiciste? —inquirió, enfadada.
—¿El qué?
—Hablar con ella. —Se dio cuenta de que sonaba infantil—.
Bueno, puedes hablar con quien quieras —rectificó—, pero... fue
toda una puesta en escena, ¿no? ¿Te divertiste? —Había fracasado
en su intento de ocultar sus celos. Resopló con frustración.
—Sí, sobre todo en la conferencia. Si hubieras visto cómo se
removía en la tarima... —su voz sonaba traviesa y ella se esforzó en
no mirarle—. Créeme, he de encontrar placer en las pequeñas
diversiones para que mi vida no resulte tan aburrida —comentó.
—¿Eso soy yo para ti? ¿Una pequeña diversión? —las
preguntas habían salido de su boca antes de pasar por su filtro
mental.
—Todavía no sé qué eres para mí, pero me encantaría que me
dejaras descubrirlo —su timbre de voz se volvió más profundo.
Sintió que se acercaba más a ella. Su mano se movió lenta,
como pidiendo permiso, hacia el cabello que le caía sobre los
hombros y el escote.
—Pero sé lo que no eres para mí —prosiguió—: no eres una
diversión, y, menos aún, algo pequeño —murmuró.
Sus dedos atraparon un mechón de los que rozaban su
hombro. Ella no intentó detenerlo, fijó sus ojos en aquella mano y en
cómo lentamente lo acariciaba, siguiendo su longitud.
—Necesitaba saber lo del diario, Roxy —dijo en voz baja—.
Sospechaba que la mujer de la que habíais hablado era mi madre.
La historia era tan parecida... Solo me faltaba saber los detalles.
Roxanna se centró en cómo seguía jugueteando con el mismo
mechón de cabello, enroscándolo en sus dedos para volverlo a
soltar.
—Dime... —quiso saber Adam— ¿Qué habrías hecho si una
tarde te hubiera esperado, por ejemplo, a la salida del trabajo? —
Ella no contestó—. ¿Y si una noche... —hizo una breve pausa— me
hubiera presentado pidiéndote una cita, en lugar de hacerte creer
que estabas soñando? —Sus palabras se transformaron en un
susurro—. No sabía cómo actuar, Roxy. Nunca he sentido la
necesidad de que una humana supiera lo que soy y me aceptara.
Pero contigo es distinto, anhelaba salir de tus sueños. ¿Podrás
perdonarme alguna vez el dolor que te he causado? —Sus dedos se
separaron titubeantes del mechón de cabellos para acercarse a su
rostro, midiendo la respuesta de ella.
Cuando las yemas rozaron su barbilla y se quedaron allí,
Roxanna cerró los párpados. Tan pausada como él, levantó su mano
y la posó sobre la de Adam. Sintió una felicidad abrumadora, como
todas las emociones que venían de él. Manteniendo aquel contacto,
se movió para encarar su rostro y vio que sonreía. Adam era tan
hermoso como lo recordaba, pero le pareció más humano, con un
rastro de inseguridad en sus sorprendentes ojos. Por primera vez,
percibía fragilidad en él.
Adam atrapó su mano y la acercó a sus labios. Besó el dorso
de sus dedos de uno en uno después de inhalarlos con gesto de
placer. Ella sintió el latido acelerado de su propio corazón.
—Tu aroma es delicioso. Me intriga que puedas impregnar tus
sueños de él. O quizá esta parte del sueño la construimos entre los
dos. —La miró maravillado—. Nunca había penetrado en un mundo
onírico como el tuyo. Normalmente, soy yo quien lo controla todo,
pero contigo... es como una realidad paralela.
—Angelica me dijo que es algo innato en mí, que tú has
despertado. —Se encogió de hombros. Aquello era un misterio, uno
más de los que la rodeaban desde que él había entrado en su vida
—. ¿Dónde... dónde estás en este momento? —quiso saber.
—En tu terraza, como un Romeo moderno y gilipollas. —Él
ladeó la cabeza con expresión divertida.
Roxanna tragó saliva.
—¿Cómo has llegado hasta ella?
—Se me dan bien la escalada y el salto —repuso sin variar el
gesto.
Ella se removió sobre la hierba azul, muy consciente de su
cercanía.
—¿Y… cómo funciona esto? —preguntó intentando apartar de
su mente la idea de Adam trepando veinte pisos—. ¿Puedes volver
a entrar? Yo no te retiré el permiso.
—Lo sé. Pero solo entraría si volvieras a invitarme, lo contrario
sería descortés, ¿no crees? —Su mano no había soltado su presa
sobre la de ella y volvió a llevarla a sus labios para besarla una vez
más—. Roxanna, déjame entrar en tu casa, por favor. Te necesito —
murmuró. Le dio la vuelta a la mano y recorrió su palma con un
rastro de besos.
Un leve arañazo indicó a la mujer que los colmillos de Adam
estaban ahí, recordándole quién era él. Su boca se secó. «No es
normal sentir esto», se repitió por enésima vez, pero su cuerpo
actuaba por propia voluntad. Aquella sensación sobre su piel había
conseguido alterarla a niveles obscenos.
Iba a saltar al vacío con él. ¿Para qué lo había llamado, si no?
Le había costado mucho ser consciente de eso, pero ahora que lo
tenía tan cerca no podía negarlo más.
—Si me miras así voy a echar tu puerta abajo —el ronco
murmullo la sorprendió. Adam le acariciaba la mano y una leve
sonrisa dejó entrever la punta de sus colmillos.
Los contempló fascinada. Adam volvió a besar la palma de su
mano, rozó con sus labios la muñeca y el interior del brazo. Cada
contacto hacía que el aire pareciera más denso. Las manos que
sujetaban su brazo parecían dejar huellas de fuego en su piel.
Era la hora de la verdad. O le abría la puerta o se quedaba en
ese mundo de ensueño. Un lugar seguro donde encontrarse con él,
un mundo paralelo que sentía tan real como el de la vigilia.
No era una mala opción.
—¿Podríamos seguir aquí siempre? —preguntó en un susurro
entrecortado.
Él siguió besando con reverencia su piel hasta llegar a la flexura
del codo.
—¿A qué te refieres? —musitó.
—A vernos aquí, cada noche, como... como al principio. En…
en mis sueños —farfulló. Él se había movido y sus besos se estaban
acercando a su cuello.
—¿Podrías hacerlo? —dijo contra su piel.
Ella percibió la caricia de su aliento y luchó por formar una frase
coherente.
—Supongo que... sería más seguro... para mí.
Adam levantó la cabeza y la miró a los ojos, visiblemente
dolido.
—Sé que no te he dado muchos motivos para confiar en mí,
pero conmigo no corres peligro. Además, de la forma que tú
planteas tendría que beber de otras mujeres —explicó con voz
neutra.
Un arrebato de ira la atravesó al imaginar a Adam bebiendo de
otras. «¿Qué me pasa? ¿Estoy mal de la cabeza?».
—¿No es lo que has estado haciendo hasta ahora? ¿Y no es lo
que seguirás haciendo? —sonó herida, pero su rostro airado la
silenció.
—No vuelvas a decir eso. No he bebido de ninguna otra mujer
desde la noche que estuvimos juntos —siseó—. No he podido ni he
necesitado hacerlo. Tu sangre me sacia más que cualquier otra, no
sé por qué.
Se echó hacia atrás hasta que se tumbó sobre la hierba azul,
cerrando los ojos. Mantuvo el silencio durante varios segundos,
quizá esperando que Roxanna hablase, pero esta se limitó a
recostarse de lado y contemplarlo. Su mano se movió por sí sola
hacia el atractivo rostro y lo rozó con las yemas. Lo oyó suspirar, sus
rasgos relajándose.
—A veces, conozco a mujeres en un bar, en la calle... Ellas
buscan sexo casual, yo busco sangre. Bebo de ellas después de
haberlas llevado al orgasmo y luego las hago olvidarme. Otras
veces —continuó en voz baja— les provoco sueños eróticos en los
que me dan permiso para entrar en sus casas y me alimento sin que
lo sepan y siempre sin causarles daño… Jamás me había pasado
como contigo, y no volverá a suceder —afirmó.
Su expresión era serena. Roxanna deslizó sus dedos por el
ángulo de su mandíbula, por la curva de sus pómulos, hasta subir
por el arco de sus cejas y trazarlas con delicadeza. Él entreabrió los
labios y sus colmillos capturaron su atención de nuevo. Al fin, se
atrevió a tocar lo que tanta curiosidad le provocaba. Notó que él se
tensaba.
—No siempre están ahí —comentó ella a modo de pregunta.
—No, solo cuando tengo sed o estoy excitado, Roxanna. —Al
notar que apartaba su mano, Adam abrió los ojos para estudiar su
expresión.
—No me llames Roxanna —gruñó ella—. Sabes bien que no
me gusta ese nombre. —Se sentó con las rodillas dobladas y se las
abrazó, dándole la espalda—. Y sabes bien por qué. Tú estabas en
el sueño... en aquella pesadilla.
—No has vuelto a tenerla, ¿verdad? —inquirió, sentándose el
también.
—No. Supongo que he de darte las gracias —murmuró. Sintió
su mano acariciándole el cabello.
—No lo sé. No te pedí permiso para hacerlo, pero no soportaba
verte sufrir. —Sus dedos masajearon la cabeza de Roxanna, que
exhaló un suspiro.
—Entonces, gracias —dijo con sinceridad.
Hubo unos minutos de silencio en los que solo se escuchó la
respiración de ambos.
—Podría... podría hacer que lo olvidaras todo —musitó el
vampiro.
—¿El qué? —preguntó ella, de pronto arrastrada fuera de su
nube.
—Todo lo que pasaste con ellos. Todo el daño que te hicieron.
—¡No! —exclamó, alarmada. Se giró bruscamente y sus rostros
quedaron muy cerca—. ¿Qué sabes tú de eso? ¿Puedes leer mi
mente? —Lo miró con suspicacia.
—Solo tus recuerdos, en tus sueños y únicamente si me dejas.
Y tú te cierras a mí con mucha habilidad, créeme. Pero con lo que vi
en aquella pesadilla tengo bastante para imaginar lo que pasaste.
—No quiero olvidar nada, Adam. —Sacudió la cabeza—. Todo
aquello es parte de lo que soy, me guste o no. Prométeme que no
me borrarás ningún recuerdo. Jamás.
—Te lo prometo —afirmó, asintiendo—. Aunque es una pena
que no te guste tu nombre, es tan hermoso como tú. Supongo que
sabes que significa «amanecer» en persa. Y, ya que estamos en el
turno de preguntas, esto... —Adam tomó entre sus dedos pulgar e
índice la pequeña cruz— es importante para ti, ¿verdad?
Ella asintió.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo has traído contigo al sueño.
—Era de mi abuela. Lo llevo porque me recuerda a ella. —
Apartó la vista y la centró en el suelo. Arrancó una brizna de hierba
y la acarició entre sus dedos—. Ella cuidaba de mí.
—Yo podría cuidar de ti ahora.
Él acercó su rostro. Creyó que iba a besarla, pero se mantuvo a
unos centímetros de distancia, mirándole la boca.
—No necesito que nadie cuide de mí.
Él esbozó una sonrisa.
—Entonces cuida tú de mí. —Sus labios se acercaron hasta
rozar los de ella. Cerró los párpados, emitiendo un murmullo de
placer—. Tu aroma se mete tan dentro de mí que me roba la
voluntad. Me tienes en tus manos.
—No digas eso. —Sin aliento, puso las manos en su pecho y lo
empujó para separarse de él. Necesitaba distancia—. Soy yo tu
marioneta, y eso me da miedo. No entiendo cómo puedo sentirme
así, cuando debería huir de ti —dijo apartando la vista.
Él tomó su barbilla y, con suavidad, la instó a mirarlo.
—¿No te das cuenta de que estamos igual? ¿Crees que a mí
me gusta sentirme vulnerable? Pero confío en mi instinto. ¿Aún no
lo ves? ¿Qué hay de racional en todo esto? —La soltó e hizo un
gesto con ambas manos, como abarcando el entorno.
Roxanna miró a Adam de hito en hito mientras absorbía sus
palabras. Ante su silencio, él prosiguió:
—Viniste a buscarme a la azotea del hospital cuando sentiste
mi melancolía. Entonces no pensaste, actuaste. Yo no he vuelto a
sentir aquella angustia, y supe que no podía separarme de ti. Sí, te
aceché como un cazador a su presa, porque sentí que eso era lo
que tenía que hacer. Pero no te obligué a nada. —Hizo una pausa y
su mirada se dulcificó—. Roxy, te entregaste a mí cuando creías que
yo era solo un sueño. Me pediste que bebiera de ti cuando
pensabas que era un producto de tu mente. Y entonces, mientras te
dejabas llevar, ¿eras feliz? ¿Sentías paz? Piénsalo —se detuvo
unos instantes mirándola fijamente—: tu pesadilla empezó cuando
tu razón se enfrentó a lo que sientes.
Roxanna alejó sus ojos de él, lo que acababa de decir era
cierto.
—¿Me estás diciendo que estábamos predestinados o algo así?
—inquirió con cierto temor.
—No lo sé. Yo creo en los hechos. —Se puso en pie y dio unos
pocos pasos hacia atrás, apartándose de ella. Roxanna levantó la
mirada bruscamente, creyendo que se marchaba. Su gesto ansioso
lo dijo todo—. ¿Quieres que sigamos fingiendo que soy un sueño?
¿O deseas salir de este mundo de fantasía —se alejó un poco más
de ella— y estar conmigo, sin miedo y sin prejuicios? —Desde su
altura le tendió una mano.
—¿Me estás ofreciendo una... relación? —su voz sonó aguda.
—Si quieres llamarlo así... Podemos intentarlo. —Fijó sus iris en
los de ella, diciendo sin palabras «confía en mí».
Ella parpadeó, desconcertada. ¿Una relación con un vampiro?
No era nada convencional, pensó con cierto humor. Pero ella jamás
había tenido una relación estable ni soñaba con tener familia. Y no
podía negar que aquel ser mitológico ejercía sobre ella una
atracción difícil de resistir.
Se levantó, venció la distancia que los separaba y posó su
mano sobre la de él, quien la envolvió de inmediato. Adam no habló,
pero las llamas en su mirada y su expresión triunfante fueron
suficientes. Caminaron en silencio sobre la hierba, como la noche en
que se conocieron. Miró hacia el nexo de contacto entre sus
cuerpos, sus manos entrelazadas, y sonrió para sí. Cuando alzó la
vista se encontró a pocos metros de una puerta, la misma que la
primera vez no pudo abrir.
Se acercó sin soltar a Adam y posó su mano libre en la manija.
De pronto, se encontró de espaldas a la reja mientras él se apoyaba
en los barrotes a ambos lados de su cabeza, aprisionándola.
—Eres rápido. ¿Solo puedes hacer… estas cosas en sueños?
—susurró. Apoyó su cabeza en los barrotes. Él la miraba como si
fuera lo más valioso del mundo. ¿Cómo resistirse a un nivel de
pasión así? Aunque la arrastrara a lugares inexplorados.
—Tendrás que comprobarlo tú misma —dijo cerca de su cara—.
Roxanna... debes saber algo: si atravesamos esta puerta no debes
temer nada de mí. Pero quiero advertirte que ardo de deseo y sed
por ti. Solo por ti.
Se sintió mareada por un tumulto de emociones. Sin pestañear,
contempló sus pupilas dilatadas. Apoyó su mano en el torso de él,
que dio un paso atrás. Después entrelazó sus dedos de nuevo y con
la otra mano aferró la manija.
—Lo sé —dijo, y abrió la puerta.
Cuando despertó, oyó unos suaves golpes en la puerta de su
hogar.
13
Intimidad

Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba despierta.


Le había parecido oír unos golpecitos en la puerta de su casa, pero
no estaba segura, quizá lo había soñado. ¿Podría ser...?
«Claro que es él, idiota. ¿Quién si no iba a llamar a estas
horas?», pensó echándole un vistazo al reloj: las cinco de la
madrugada.
Se levantó de un salto para acercarse al recibidor y de nuevo
escuchó golpecitos. Distraída, se preguntó por qué Adam no usaba
el timbre. «Dios, está ahí fuera...». Caminó hacia la puerta con esta
idea golpeándola al ritmo de sus frenéticos latidos. Se detuvo a unos
metros de la entrada y tuvo que apoyarse en la pared.
Encendió las luces del recibidor mientras intentaba calmarse.
No lo esperaba ahí, sino en la terraza. Pero tampoco sabía el tiempo
que había tardado en despertar después de salir por la puerta del
prado.
Divagaba. ¿Estaba asustada? ¡No! Eran los nervios de una
primera cita elevados al límite. Incluso se encontraba nauseosa.
«Inhala, exhala». Se miró en el espejo del recibidor y compuso una
mueca. «Vaya pintas», se dijo. El cabello revuelto, la cara pálida y
aquel pijama... Intentó alisar su pelo.
—Roxy... ¿Te parece correcto hacerme esperar? —La voz sonó
divertida, como si adivinara su estado.
Tenía la boca tan seca que no podía responder. Se acercó a la
entrada y, con lentitud, abrió la cerradura de seguridad. El ruido
resonó en su cabeza. Le pareció que se mareaba mientras tiraba de
la puerta para abrirla. Su visión se oscureció y sintió que caía.
Cuando volvió a abrir los párpados estaba tumbada sobre su
sofá. Adam estaba de espaldas, rebuscando en su armario de
bebidas.
La situación era de lo más absurda.
—¿Tú bebes? Bueno... Yo... quiero decir alcohol. —Carraspeó
mientras admiraba el movimiento de los músculos de su espalda y
brazos. Estaba vestido exactamente igual que en el sueño.
Él rio entre dientes.
—Es para ti. Creo que el whisky te irá bien —dijo abriendo la
botella. Sirvió una cantidad que Roxanna no pudo ver.
—Podías haber preguntado. A lo mejor me apetecía beber otra
cosa. ¿Y por qué has entrado por esta puerta, y no la de la terraza?
Él volvió a reír, con más ganas y negando con la cabeza.
—Quería… De alguna forma, quería empezar de nuevo. Por
eso he entrado por otra puerta. Sabes, he imaginado este momento
muchas veces —dijo él dándose por fin la vuelta—, pero jamás así.
Una ancha sonrisa iluminaba sus rasgos. Era aún más guapo
que en el sueño y que en sus recuerdos. Parecía imposible, pero ahí
estaba la prueba, ante sus ojos. Y aquellos iris... Cielo santo, ¿cómo
había podido hablar Angelica con él sin las gafas de sol? ¿Cómo
había podido centrarse en lo que le decía?
Él se acercó con el vaso en la mano, lentamente, no queriendo
asustarla. Roxanna tenía los ojos muy abiertos, la postura tensa y
su corazón iba a un ritmo desbocado. Era su primera cita con una
humana y no sabía cómo actuar. Cuando estuvo al pie del sofá se
sentó en el extremo contrario y le tendió el vaso con cautela.
Roxanna se encontraba extraña. No podía dejar de pensar que
tenía a un vampiro en su sofá, lo que como título de una novela
quedaba gracioso, pensó, pero en la realidad era muy... raro.
—Pensaba que ya habíamos superado lo del miedo —comentó
él con ligereza. Arqueó una ceja mientras mantenía su brazo
tendido, ofreciéndole la bebida.
—No es miedo —remarcó Roxanna.
Se incorporó. No quería que él pensara que le temía. «Mírate...
Intentando no herir los sentimientos de un vampiro». Cuando tomó
el vaso de su mano sus dedos se rozaron y la temperatura del
comedor pareció subir. Sintió que sus mejillas se calentaban
mientras él la contemplaba.
—No me mires así —murmuró centrándose en su vaso—.
Parece que nunca hayas visto una humana sonrojada.
—Me encanta ver cómo te sonrojas —su voz era envolvente—.
Cuando tienes un orgasmo, ese delicioso color rosado llega hasta
tus pechos. Quisiera volver a verlo... pronto.
La joven se atragantó y empezó a toser. El vaso le resbaló de
las manos, pero no llegó a caer. Adam lo dejó sobre la mesita que
había frente al sofá y le dirigió una sonrisa inocente, como si no le
acabara de soltar una bomba. Ahora estaba colorada hasta los
dedos de los pies. Se negó a plantearse a qué velocidad se había
movido él y lo miró a los ojos.
—¿Siempre eres tan sincero?
—¿Qué problema hay? Creía que la sinceridad era una virtud.
—Eres terrible, lo sabes, ¿no? —Roxanna no pudo evitar reírse
con él.
«Si supieras lo que pasa por mi mente... terrible es poco»,
había pensado contestar él. Pero su risa cortó el hilo de sus ideas.
Nunca la había visto reír. No así, con aquella expresión de felicidad.
Ella se calló en cuanto notó su mirada.
—Eres preciosa. —la voz de Adam fue una caricia.
Roxanna sintió que se derretía y todavía no la había tocado. Él
irradiaba sensualidad a un nivel abrumador. Su respiración se agitó
al verlo acercarse más.
Adam se detuvo. Se moría por hacerla suya, pero sus signos
vitales estaban tan alterados que temía hacerle daño. Tomó el
whisky de la mesa y se lo ofreció de nuevo. Roxanna lo cogió
poniendo ambas manos sobre las de él. Cuando sus labios se
posaron en el cristal cerró los párpados. Él emitió un quejido sutil al
observar el movimiento de los músculos de su cuello tragando un
sorbo.
Ella abrió los ojos y vio el cambio en su expresión: era pasión
descarnada. El Adam juguetón había desaparecido. Se quedó
inmóvil, arrollada por el deseo que él irradiaba. Vio que dejaba el
vaso sobre la mesita sin apartar la mirada de ella.
—Hace mucho que no pruebo el sabor del whisky. —Su mirada
descendió hasta sus labios.
Se acercó con movimientos lentos y tomó el óvalo de su cara
entre sus manos. Rozó su boca con la de ella, sus manos se
desplazaron hasta la nuca femenina y se enredaron en sus cabellos.
Roxanna entreabrió los labios y los presionó contra los suyos. Adam
tocó con la punta de su lengua la de ella y la acarició durante unos
segundos.
—No recordaba que tuviera un sabor tan adictivo —susurró en
su boca.
Roxanna emitió un quejido de protesta al perder el contacto con
él. Adam no se hizo de rogar y profundizó el beso. Capturó la lengua
de Roxanna y la chupó, deleitándose con los sonidos que manaban
de ella. Su sabor era exquisito, pero quería paladearla por todas
partes... Ansiaba devorarla donde le permitiera y darle tanto placer
que le hiciera perder el control. De pronto, ella le mordió el labio y
recorrió el contorno de sus colmillos con la lengua. Adam no estaba
preparado para lo que sucedió a continuación: Roxanna lo empujó y
se colocó a horcajadas sobre él. Lo agarró del cabello y saboreó su
boca mientras él se derretía.
Roxanna ya no pensaba. Adam la había llevado hasta un
precipicio y había saltado. No sabía cuánto lo necesitaba hasta que
había vuelto a probarlo, y ahora era una yonqui tras una larga
abstinencia. Sintió que la agarraba por las nalgas y la acercaba a él.
Podía notar su erección justo en su punto más sensible y se empezó
a frotar contra él sin pudor.
—Shh… Tranquila. —Le sujetó las muñecas a la espalda con
una de sus manos y sonrió al ver que los iris grises brillaban de
lujuria—. Necesitas relajarte un poco.
Roxanna lo miró a los ojos, agitada. Sus pupilas estaban tan
dilatadas como si quisieran absorberla. Sintió la mano de Adam
atravesando la cinturilla de su pijama, después la de las bragas, sus
dedos acariciando la delicada piel hasta perderse entre los húmedos
pliegues de su sexo. El pecho del vampiro vibró en un ronroneo. Ella
intentó liberarse de su agarre, pero él no lo permitió y prosiguió con
sus caricias. Roxanna cerró los párpados con fuerza y echó la
cabeza hacia atrás, mostrándole el cuello.
A Adam le ardió la garganta; oía su corazón golpeando tan
fuerte que parecía ir a buscarle. Pero en aquel momento su anhelo
era hacerla disfrutar. Su acuciante sed había pasado a un segundo
plano.
—Roxanna, no. Aún no —ordenó. Ella lo miró de nuevo,
confusa—. Todo a su tiempo. He esperado mucho para esto.
—Entonces suéltame —la voz femenina sonó firme y él liberó
sus muñecas—. Quítate la camiseta.
—No puedo quitarme la camiseta, cariño —prosiguió rozándole
su punto más sensible con el pulgar. Vio el rostro de ella contraerse
de placer—, porque para hacerlo tendría que quitar mi mano de aquí
—dijo introduciendo un dedo en ella—. Y no quiero.
La mujer se agarró de sus brazos como si temiera perder el
equilibrio.
—Ah, Adam. Sí... no...
—¿En qué quedamos? ¿Me quito la camiseta o no? —murmuró
acariciándole la cara con la mano libre.
—¡No, joder!
Adam la vigilaba, atento a todas sus reacciones. Se guiaba de
esa forma cuando exploraba el cuerpo de una mujer. Notó cómo se
cerraban las paredes íntimas contra su dedo. Faltaba poco.
Roxanna se acercó a su rostro y repartió besos ligeros por él. Adam
cerró un momento los párpados, invadido por la sensualidad del
contacto.
—Mírame, cariño, creo que estás muy cerca. ¿Sabes? Algunos
dicen que el punto G es una leyenda —susurró—. ¿Tú qué crees?
—dijo curvando el dedo que la penetraba.
Sin previo aviso, Roxanna sintió un estallido de gozo. Echó la
cabeza atrás, gritando mientras su interior se contraía y su cuerpo
latía en espasmos de placer. Cerró los ojos y vio luces a través de
sus párpados. Se agarró con fuerza a los hombros de Adam, cuya
camiseta hizo un ruido de desgarro.
Adam retiró su mano y la lamió. La mujer lo observó con los
párpados entornados, después lo abrazó e inclinó su cabeza hasta
dejarla reposar en el hombro masculino. Él también la rodeó con sus
brazos, disfrutando del contacto estrecho de sus cuerpos.
—Gracias —susurró ella, provocándole una risita.
—A ti, por confiar en mí.
—Hmm —fue la respuesta.
Adam cerró los párpados, sentir en su propia piel que ella no le
temía bastaba para hacerle soportar la deliciosa tortura de tenerla
así. Su mano ascendió hasta la nuca de Roxanna. La masajeó con
suavidad mientras escuchaba cómo la música de su corazón iba
lentificando su ritmo y su respiración se volvía más pausada.
Roxanna se había dormido.
En brazos de un vampiro.
¡Qué extraña mujer! Después de huir de él durante días, de
llegar a proponerle aquella misma noche que no se vieran en la
realidad... ahora se quedaba dormida. Con cuidado, se movió hasta
tomarla en sus brazos y se levantó, sujetándola como la carga
preciosa que era. Roxanna ni siquiera se movió. Adam se dirigió
hacia el dormitorio mientras descubría en su interior un sentimiento
que crepitaba como el fuego de un hogar. No era algo erótico. Lo
había sentido durante la pesadilla de Roxanna, lo había sentido las
noches que había acompañado a su madre. Por fin, recordó su
nombre: ternura.
Cuando la depositó sobre su cama, era la imagen de la paz; su
cara se había transfigurado y parecía más joven. De pie a su lado,
se maravilló de todo lo que ella le inspiraba.
Era cierto: él estaba a su merced.
Miró hacia la ventana. Estaba oscuro, pero no le hacía falta
consultar la hora, su cuerpo sabía que pronto la luz se abriría paso
entre las sombras. Tomó una decisión: se quitó toda la ropa y se
acostó a su lado. Se acopló a su espalda, atrayéndola hacia su
cuerpo, apagó la luz, tapó a ambos con el edredón y cerró los ojos.
Aspiró, llenándose de su olor antes de caer dormido.

La despertó un sonido estridente. Por unos segundos no supo lo


que era hasta que la idea penetró en su agotada consciencia.
El despertador. Era lunes. Tenía que ir al trabajo.
—Joder, joder. ¡Mierda!
Se preparó para levantarse de un salto, pero un brazo de hierro
la detuvo.
—Quieta donde estás.
—¡Adam! —Con dificultad, se dio la vuelta en la cama y miró al
dueño del brazo que la aprisionaba. Sus ojos estaban cerrados—.
¿Qué...? ¿Estabas durmiendo?
—Ajá, y quiero seguir haciéndolo. Y tú necesitas seguir
haciéndolo. —La voz no admitía réplica. La confusión le impidió
mostrarse todo lo enfadada que quería. Los recuerdos de la noche
anterior se abalanzaron sobre su mente, inundándola. Recordaba el
intenso placer, pero no que él la hubiera mordido ni haber tenido
otro tipo de relaciones. ¿Y qué hacía en su cama?
—Llama y di que estás enferma, Roxy. —Él seguía sin abrir los
ojos.
—No es cierto, no lo estoy. —«Solo muerta de cansancio»—.
Adam, suéltame. He de ir al trabajo.
Él se movió tan rápido que tardó un momento en darse cuenta
de que lo tenía encima de ella, aprisionándola contra su cuerpo.
Y estaba desnudo.
Los ojos verdes brillaban con lujuria y su expresión era voraz.
Sin embargo, sus palabras y su tono de voz eran sedantes cuando
habló:
—Has estado trabajando cuando no debías. Todos los que te
aprecian te lo dicen, pero tú, mujer cabezota, no escuchas a nadie.
No puedes trabajar así. Tienes derecho a descansar, por lo menos
hoy. —La miró tan fijamente que Roxanna pensó si podría
hipnotizarla—. Llama a tu jefe y díselo.
La patóloga llevaba muchos días de estrés y demasiadas
noches durmiendo mal mientras luchaba contra sí misma, y ahora
parecía como si todo el sueño perdido la reclamara.
—Está bien. —Observó el casi imperceptible movimiento de los
párpados de Adam y vio que lo había sorprendido al ceder—. Pero
si no me sueltas no lo podré hacer. —Antes de que terminara la
frase él la había liberado y vuelto a cerrar los ojos.
Una vez hecha la llamada, Roxanna volvió a la cama dando
tumbos, como si hubiera tomado las pastillas de Angelica. Su jefe le
había dicho que no volviera en un par de días, parecía sinceramente
aliviado de que por fin se viera obligada a descansar por un
supuesto virus. «Pedazo de virus», pensó con humor. Miró al
vampiro y la sensación de irrealidad fue abrumadora. Se acostó
frente a Adam; podría haber pasado horas mirándolo si no fuera
porque el sueño le estaba cerrando los ojos. Él estaba de lado y el
edredón le cubría la mitad inferior del cuerpo. Su cara permanecía
serena, y se fijó en que, a pesar del tono de su cabello y sus cejas,
sus pestañas eran negras, además de espesas y largas. Su piel era
pálida y el vello dorado que recorría sus brazos y su pecho se
perdía en una fina línea hacia... Roxanna tragó saliva.
—Duerme, cariño —murmuró él esbozando una sonrisa, como
si supiera lo que ella pensaba—. Lo necesitas.
—¿Me has hecho algo? Tanto sueño no es normal —balbuceó
—. Y no recuerdo qué pasó después de... de lo del sofá.
—Después de aquello te dormiste. Lo que no es normal es
resistir como lo has hecho. Simplemente tu cuerpo te está pasando
factura —repuso con voz soñolienta, los párpados aún cerrados.
—¿Tú también duermes? ¿El sol te daña? ¿Necesitas que
corra las cortinas? —Vaciló. Estaba muy perdida. ¿Cuánto de lo que
decían los mitos era real?
Él se limitó a sonreír y al cabo de unos momentos Roxanna se
dio cuenta de que no respiraba. Por lo menos, en eso las leyendas
no fallaban. Si alguien se lo hubiera dicho ayer, no lo habría creído:
Adam, en su cama, durmiendo. La realidad parecía un sueño y
viceversa.
No podía pensar con claridad, pero sí sabía que sentía más paz
que en mucho tiempo. El sueño insistía en llevarla a las
profundidades de su consciencia prometiéndole un merecido
descanso, y se dejó arrastrar por él.
Abrió los ojos sintiéndose descansada. La escasa claridad de
su habitación indicaba que la luz del crepúsculo se estaba
apoderando de la ciudad. Había dormido todo el día, pero no se
sintió mal por ello. Movió el cuello para contemplar al vampiro. Adam
continuaba acostado de lado, encarado a ella. Nada que ver con
esas películas de terror donde el vampiro parecía un muerto, ¡y eso
que no respiraba! Desnudo, pálido, perfecto, más bien era como una
estatua, un modelo de belleza masculina. Roxanna quería alargar su
mano y enredar sus dedos en su cabello, rozar la piel de su cara, su
cuello y luego sus hombros...
—¿Disfrutando de las vistas, doctora Stone? —preguntó en
tono petulante, aún con los párpados cerrados—. Puedes tocar
además de mirar. No muerdo... de momento.
Roxanna disimuló su turbación.
—Eres un presumido.
Él abrió los párpados, volviendo a deslumbrarla con el singular
verde de su mirada.
—¿Me vas a negar que me estabas comiendo con los ojos? —
Arqueó las cejas con gesto teatral.
—Tu falta de modestia resulta irritante, Adam —repuso. Apretó
los labios para no sonreír al ver su carcajada.
—Y a mí me encanta cómo dices mi nombre, aunque sea
enfadada, Roxanna.
Lo pronunció de forma deliberadamente lenta y ella miró
embobada su boca. Los colmillos estaban ahí, desmintiendo su
apariencia tranquila.
—¿Por qué… solo me has dicho a mí tu nombre? —balbuceó
ella con timidez. Tenía tanta curiosidad por él que no sabía por
dónde empezar.
—Nunca lo hago cuando invado los sueños ajenos. Para
mantenerme más en el mundo de lo imaginario. Pero contigo me
pasó al revés.
—¿Sueños ajenos? ¿Quieres decir que también los tienes
propios? —se sorprendió.
—Sí. —Alargó una mano para trazarle el contorno de los labios
con la yema del índice—. Como ves, yo también duermo. Aunque
solo de vez en cuando, y de día. Es algo parecido a un duermevela
humano.
—¿También sueñas?
—Sí, sueño contigo.
—En serio.
—No bromeo, dulce Roxanna. Desde que te conocí, cada vez
que he dormido he soñado contigo. Imágenes de nosotros
simplemente paseando, o charlando. Jamás había anhelado esas
cosas, pero cuando me despertaba me entristecía al darme cuenta
de que no había sido real. Y había otro tipo de sueños... —El índice
se desplazó a lo largo del cuello, hasta el hueco entre las clavículas
—. ¿Quieres que te explique alguno? —preguntó mientras apartaba
uno de los tirantes de la camiseta de Roxanna.
—No sé... —su voz salió ahogada. Sintió que el aire se volvía
más denso y que el calor se extendía por su piel.
Él se inclinó sobre su hombro izquierdo y lo lamió, emitiendo un
murmullo apreciativo.
—Entonces puedo empezar a explicártelo, y si en cualquier
momento me lo pides pararé.
Su aliento sobre la piel húmeda le causó un escalofrío que se
extendió hacia su intimidad. Ella asintió, incapaz de nada más.
Mirándola, Adam retiró el segundo tirante.
—Soñé que me permitías adorar todo tu cuerpo con mi boca.
Empezaba por la suave piel de tus hombros. Primero por uno, y
seguía por el otro, así. —Se cernió sobre ella y, apoyándose en sus
antebrazos, se dirigió a besar y lamer el otro hombro.
Roxanna sentía su corazón latirle en la garganta. ¿Podría morir
de excitación? Sus manos temblorosas e inseguras acariciaron la
nuca y el pelo del vampiro.
—Después besaba tus brazos y chupaba los dedos de tus
manos uno por uno —continuó, dándose un festín con su piel.
Se dejó hacer mientras él la transportaba a una realidad que
fluía a cámara lenta.
—En mi sueño estabas desnuda —comentó—. ¿Puedo...? —
Sus manos alcanzaron el borde de la camiseta. Roxanna asintió, se
sentó y él le quitó la prenda lentamente—. Eres muy hermosa —
murmuró recorriendo con sus ojos la piel que iba desnudando.
Alargó las manos hasta la cinturilla del pantalón del pijama y de las
bragas y, con su ayuda, los retiró. Ambos estaban sentados y
desnudos, el edredón apartado a los pies de la cama.
—Tú también eres hermoso. —Roxanna paseó la mirada por
los músculos que se marcaban bajo la piel de su largo cuerpo.
Adam sonrió como respuesta. Con delicadeza, le retiró la
cadenilla de oro con el crucifijo y la dejó sobre la mesilla de noche.
Roxanna se llevó la mano al cuello, sintiéndose expuesta.
—En estos momentos yo cuido de ti. Y no quisiera que tu
amado recuerdo se rompiera por accidente —susurró él. Acarició su
mejilla con el dorso de la mano, mirándola a los ojos en silencio.
Acercó sus labios a la curva del cuello e inhaló con placer la mezcla
de esencias que emanaba de ella: su sangre, su excitación, su
aroma propio.
—¿Y qué pasaba después? —Escuchó la voz de Roxanna
como un rumor lejano.
—¿Después? —Había perdido el hilo de sus pensamientos.
—Después de chupar mis dedos y desnudarme —susurró
mientras se recostaba y tiraba de Adam hasta que la cubrió con su
cuerpo.
Roxanna le acarició la espalda desde la nuca; al llegar a las
nalgas recorrió el camino inverso. Él se deleitó en la sensación de
sus dedos tocándole.
—Después de saborear todo tu cuerpo, me permitías beber de
ti. —Sus ojos estaban a escasa distancia y él captó la súbita
dilatación en las pupilas, el cambio en su respiración y el canto de
su corazón llamándolo—. Pídemelo, Roxanna. Como la primera vez,
pero ahora con plena consciencia de lo que pides. Necesito oírlo.
Roxanna no dudó.
—Puedes beber de mí, Adam. —Le sujetó la cara con ambas
manos y lo miró a los ojos—. Te doy mi permiso.
Él acercó sus labios a los de Roxanna y los besó con fervor.
Alcanzó su lengua y la chupó, la acarició con la suya hasta hacerla
gemir. Un frenesí se apoderó de ambos. Sin parar de besarla, él
tomó uno de sus muslos y lo colocó en su cadera. Roxanna sintió
cómo la penetraba con cuidado, su cuerpo amoldándose poco a
poco a la deseada invasión, y un sonido de placer escapó de su
garganta.
La sensación de estar dentro de ella era abrumadora. Su
abrasador interior lo acogía, su aroma rico en matices invadía su
olfato, el sabor de su boca era ambrosía. Aquella humana era la
esencia de la feminidad. Jamás se había sentido tan posesivo.
—Mía. —Repartió besos ligeros por toda su cara mientras se
movía en su interior—. Dilo, cariño, como cuando creías que era un
sueño.
Ella se sentía así. Suya. Pero no iba a decirlo. Entregarse de
esa manera era como arrojarse por un acantilado. Él la miró a los
ojos en silencio y ella estuvo a punto de claudicar, pero siguió sin
pronunciar palabra. Él embistió más profundamente, provocando un
delicioso espasmo en su vientre. Roxanna cerró los párpados con
fuerza, mordiéndose el labio en medio de un gemido, resistiéndose.
Adam se sentó sobre la cama, llevándola con él hasta dejarla a
horcajadas. Roxanna apretó su cintura con los muslos. Él le lamió y
besó el cuello, después el escote. Tomó uno de sus pechos entre
sus labios, succionó el pezón mientras su lengua trazaba círculos en
él. Las manos de Roxanna se aferraron a sus hombros susurrando
su nombre. Adam puso las manos en las caderas de la mujer,
dejando que ella marcara el ritmo mientras seguía saboreando sus
pechos. Parecía un duelo de voluntades sin vencedor posible.
—Adam... Lo que me haces sentir —jadeó.
Sus manos se aferraron a las caderas femeninas e impusieron
su propio ritmo. Ella se sentía como blanda gelatina y no pudo más
que dejarse llevar. Ni siquiera reconocía sus propios gritos de lujuria.
Adam la recostó sobre la cama, aún arrodillado entre sus piernas,
sujetando sus muslos. Ella se agarró de las sábanas mientras
recibía sus acometidas, lentas y profundas. Adam tomó una de sus
manos, la alzó hasta su boca y chupó su muñeca, demostrándole
que era una potente zona erógena. Sus ojos parecieron rodar hacia
atrás por sus órbitas, y entonces él la mordió. Percibió el fogonazo
de calor y placer que irradiaba a su cuerpo desde aquella zona, una
lava sensual que invadía sus venas y la privaba de pensamientos,
agitando su carne hasta que llegó a su espíritu. Cerró los párpados
mientras Adam lamía y besaba su piel entre pequeñas succiones.
Solo podía sentirle a él.
—Dilo, Roxanna.
La voz masculina parecía salir de dentro de ella, pero era
demasiado... Le pedía demasiado. No eran solo palabras. Era una
promesa.
Los ojos grises y los verdes se entrelazaron. Adam esperaba,
ella no cedía. Por fin, él se inclinó y le lamió el cuello. Entonces, la
mordió. Roxanna soltó un grito ahogado y se estremeció con un
último orgasmo.
Él bebió con cuidado, paladeando en su lengua el gozo de ella.
Selló con su saliva la herida y con una última embestida llegó a su
propio clímax pronunciando su nombre, que sonó amortiguado
contra la piel de su cuello. Entre sus brazos, Roxanna perdió la
consciencia.
—Yo sí soy tuyo, Roxanna —susurró él en su oreja,
abrazándola.
14
Preguntas

Roxanna respiraba serena, y Adam la contempló durante unos


instantes, admirando su belleza. El latido de su corazón era
pausado y eso lo satisfizo.
Examinó sus propias emociones. Ella lo había transportado a
un éxtasis nunca conocido, y estaba casi seguro de que había sido
mutuo. Se resistía a separarse de Roxanna, y no solo por prolongar
el contacto con su suave piel. Necesitaba... más.
Los cubrió a ambos con el edredón, se tumbó de lado junto a
ella, le dio un beso en la mejilla y recostó la cabeza en la almohada,
aproximando la cara a su fragante cabello.
—Que duermas bien, mi dulce Roxanna —susurró,
prometiéndose a sí mismo que haría que ella olvidara los malos
recuerdos que le traía su nombre completo y los sustituiría por otros
más gratos.
Roxanna no se movió lo más mínimo. Probablemente estaría
vencida hasta el amanecer o más tarde. Y cuando despertara, la
tendría solo para él el resto del día.
¿El resto del día? La verdad era que la quería para el resto de
sus días. Sintió una desagradable sensación en el pecho y se puso
la mano a la altura del corazón. Cerró los párpados e inspiró como si
tuviera sed de aire.
Hacía mucho que no pensaba en el futuro. Sin conocer cuál
sería su destino, solo sentía vértigo cuando pensaba en el porvenir,
así que por su salud mental había optado hacía décadas por no
darle vueltas al tema. La vida era un eterno presente. Vivía cada
momento, sin más. Pero ella había revolucionado su existencia.
Suspiró mientras contenía las ganas de acariciarla.
«Es humana. Necesita descansar». Cerró los párpados y se
centró en su respiración. Dormía apaciblemente, y él anhelaba
seguirla al interior de sus sueños, estar allí con ella... Pero incluso
él, con su escasa práctica en relaciones, sabía que no debía hacer
eso.
Ahora sabía el gozo y el miedo que se sentía cuando
necesitabas a alguien. Se maldijo porque, de alguna forma,
empezaba a comprender a Nicholas, y eso lo aterraba.
—Yo jamás te obligaré a nada, Roxanna —murmuró para sí
mismo.
En la oscuridad, ella ladeó la cabeza hacia él y sonrió en
sueños. Él también lo hizo. Era preciosa.
Decidió dejar de pensar. Roxanna estaba allí, con él. Y eso era
lo que importaba.

Roxanna abrió los párpados a la penumbra de su habitación. Lo


primero que pensó fue en lo bien que se sentía. Su cuerpo estaba
relajado y su mente parecía más liviana, como si se hubiera liberado
de un peso. Y su corazón estaba lleno... de él.
Se sentó en la cama y miró a su alrededor.
—Adam —musitó. ¿Se había ido sin decirle nada? ¿Eran las
cosas así para él, tomar lo que quería y marcharse?
—Roxy —Adam apareció como de la nada y se sentó a su lado
—, bebe. —Le tendió un vaso.
—Estabas aquí —repuso cogiéndolo.
—¿Ibas a llorar? —Sus dedos trazaron sus mejillas.
—¿Qué es? —Esquivó la pregunta olfateando el contenido del
vaso.
—Zumo de naranja del frigorífico. Necesitas hidratación, y
también vitaminas, aunque eso ya lo sabes. Sé que es mejor el
zumo natural, pero no quería dejarte sola. —Le mostró un plato que
llevaba en la otra mano—. También te he preparado un sándwich
repleto de cosas que he encontrado en la nevera. Ayer no comiste
nada y hoy has vuelto a dormir todo el día.
—¡Vaya! —exclamó, sorprendida por la noticia y porque fue
consciente de que estaba hambrienta—. Gracias —dijo cogiendo el
plato. Olfateó su contenido antes de darle un mordisco.
Adam contuvo una sonrisa.
—No es tan difícil hacer un sándwich decente, no creo que te
envenene —se mofó.
Roxanna asintió mientras tragaba el bocado.
—Está bueno.
—Mañana sin falta debes empezar a tomar hierro.
Ella no supo si enfadarse por su sobreprotección o sentirse
halagada por sus cuidados. Iba a decirle que era médica y que
sabía perfectamente lo que tenía que hacer, pero se conformó con
bromear.
—Gracias, papi. —Apuró sin pausa el contenido del vaso y se
dio cuenta de que estaba sedienta. Sonrió y le devolvió el vaso, que
él depositó en la mesita de noche.
—¿Por qué estabas triste al despertar? —inquirió.
—Porque... —Se mordió el labio, titubeando—. Porque no te he
visto.
—¿Pensabas que iba a marcharme sin decirte nada? —sonaba
enojado.
—No lo sé, Adam. No he pensado nada —se defendió—. A
veces me parece que eres como un sueño... y me da la sensación
de que eres tan volátil como el humo. Y… bueno, al no estar a mi
lado te he echado de menos —su voz se apagó.
—Entonces siento mucho que te hayas entristecido, pero me
alegra que estemos los dos igual de… necesitados —repuso. Vio la
duda en sus ojos y, tomándola por la nuca con ambas manos, la
atrajo hacia sí y la besó. Fue un beso ardiente que la dejó sin aliento
—. ¿Esto te ha parecido volátil? Ya no soy un sueño, Roxy, soy real
y estoy en tu vida.—Hizo una pausa, observando satisfecho el rubor
de sus mejillas—. ¿Cómo te encuentras?
Ella percibió la ansiedad tras aquella frase.
—Muy bien —repuso con una leve sonrisa—. Nada que ver con
la primera vez.
Ninguno de los dos habló mientras se terminaba el sándwich.
Adam le tomó la mano y se la apretó con ternura.
— No me habría perdonado hacerte daño de nuevo. —Llevó la
muñeca de Roxanna a sus labios y besó la zona donde la había
mordido.
Roxanna apartó su mano con suavidad, avergonzada por la
forma en que su cuerpo respondía a él.
—Tu piel está cálida —murmuró ella cambiando de tema.
—Es tu calor el que llevo dentro —explicó—. Estás dentro de
mí. Solo tú.
Aquello sonó… muy íntimo. Debería estar asustada, pero ya
había sobrepasado aquella fase. ¿Y él? ¿Qué sentía él?
—Me gusta eso —levantó la mano para posarla sobre su mejilla
—, mucho. Y es maravilloso cuando estás dentro de mí.
Él emitió un sonido semejante a un ronroneo y puso su mano
sobre la de ella.
—Ayer fue... —hizo una pausa buscando cómo expresarse—.
No... No tengo palabras para explicar lo que sentí. ¿Cómo has
podido pensar que después de algo así me marcharía sin más?
—No sé, a lo mejor entre los vampiros el «ya te llamaré» es lo
más. —Sonrió y, bajo la escasa luz que provenía de la ventana,
intuyó que él fruncía el ceño—¿Estás bien? —Bajó su mano.
—Sí, solo estoy convenciéndome de que necesitas descansar.
—¿No tomaste bastante sangre? —se preocupó.
—Shh... Calla, imprudente. —Le puso un dedo sobre los labios
—. Puedo tomar más, pero no me hace falta... —Suspiró—.
Deberías descansar un poco.
—Deja de decirme lo que debo hacer, vampiro mandón —soltó
ella mientras le apartaba el dedo de su boca. La carcajada de Adam
resonó en la habitación—. La verdad es que no estoy nada cansada
—añadió sofocando una sonrisa.
—Podríamos hablar, para variar —sugirió él en tono jocoso.
—Vale. —Asintió y palmeó la cama a su lado—. Siéntate
conmigo. Tengo algunas preguntas que hacerte.
—Y yo pocas respuestas, ya se lo dije a Angelica. —Se sentó y
apoyó la espalda en el cabecero, como ella. Alargó una mano y
encendió la luz de la mesita de noche para que pudiera verle el
rostro—. El vampiro que me creó me abandonó de inmediato, y no
he conocido a nadie más de mi especie.
—Eso ya son muchas respuestas juntas —susurró, tomándolo
de la mano y entrelazando sus dedos sobre la cama. Necesitaba su
contacto—. No tenemos que hablar ahora, si no quieres.
—Sí quiero. —Ladeó la cabeza para mirarla—. Quiero
conocerte, y que me conozcas.
Ella perdió el hilo de su pensamiento al mirarlo a los ojos. Por
fin, parpadeó y asintió. Le preguntó lo primero que le pasó por la
cabeza:
—Mientras duermes no respiras. ¿Eso significa que despierto lo
haces voluntariamente?
—Cielos, no. Sería agotador. Es una especie de reflejo que solo
tengo mientras estoy despierto. Como parpadear y otras cosas, pero
no lo necesito.
—Debe de ser para mimetizarte mejor con los humanos —dijo,
pensativa—. Ahora tú. Dime lo que quieras.
—Sé que has investigado bastante sobre nosotros. Por
ejemplo… ¿Sabes cómo un humano se transforma en vampiro? —
La observó.
—Creo que sí, en eso los mitos son bastante coincidentes, se
trata de una mezcla de sangres. Me llama la atención que no os lata
el corazón, y aun así la sangre fluya por vuestro cuerpo.
—¿Solo te llama la atención eso? —Se rio con ella y suspiró—.
Ojalá hubiera existido internet en mis tiempos, habría sido todo
mucho más fácil —comentó a la ligera, y ella sonrió—. El vampiro
bebe primero del humano, y después este bebe del vampiro.
Supongo que es necesario ese orden, para que el humano pueda
tomar las dos sangres mezcladas, aunque no estoy seguro. —
Apretó los dientes y apartó la mirada de ella—. La verdad es que no
estoy seguro de nada.
Ella se acercó más a él, apoyó las yemas de los dedos sobre su
mejilla y aquel sencillo contacto disipó su mal humor. Volvió a
mirarla.
—Cuando te toco, siento con más fuerza tus emociones —dijo
Roxanna. Titubeó unos instantes y siguió hablando—. Por un
instante creí que sería demasiado para mí sentir tu placer a la vez
que el mío. —La estremeció una oleada de deseo que vino de él.
Adam cerró los párpados y colocó sus manos sobre las de ella.
—Sigamos con el tema de antes, Roxy. Es más seguro para ti.
—Esbozó una sonrisa culpable mientras abría los ojos—. Te toca.
—¿El qué? —inquirió, confusa.
—Decir algo sobre ti.
Ella bajó las manos, dobló las rodillas y entrelazó los dedos
delante. Adam reconoció la misma postura que había adoptado en
el prado y la anotó mentalmente. Estaba a la defensiva.
—Tengo pocos amigos —dijo ella al cabo de unos instantes—.
No soy una persona muy sociable. —Se encogió de hombros—. Me
costó mucho aprender a bloquear las emociones de la gente, y para
entonces ya me había ganado fama de rarita.
—¿Eres empática desde siempre?
—Sí, desde que tengo memoria. Que yo sepa, soy la única de
mi familia.
Él abrió la boca para hacer otra pregunta, pero ella lo cortó.
—Mi turno.
—Odias hablar de ti, ¿verdad? —Entornó los párpados,
estudiándola.
Ella suspiró.
—Odio sentirme vulnerable. Y cada vez que hablo de mí… —
Negó con la cabeza—. Lo sé, es absurdo. Te he ofrecido mi sangre
y mi cuerpo, pero hay cosas más íntimas que eso. —Hizo una
mueca.
—No quiero que me hables de ti si te incomoda. Podemos
hablar solo de mí, pero luego no me llames maldito vampiro ególatra
o lindezas similares.
Ella soltó una carcajada. Sus ojos se encontraron durante un
momento y le sonrió.
—Gracias.
Él correspondió a su sonrisa y Roxanna sintió como si su
corazón bailara. El Adam sensual era poderoso, pero el Adam dulce
era demoledor.
—Gracias a ti, por estar en mi vida —murmuró. Ella se ruborizó
bajo el calor de su mirada y él le brindó una sonrisa burlona—.
Vamos, humana, aprovecha tu turno de preguntas.
Roxanna se mordió el labio mientras escogía una entre las mil
que bullían en su interior. Él tenía necesidades como dormir,
alimentarse y relacionarse sexualmente. ¿Tendría también
necesidades reproductivas?
—Dime... ¿Cómo es que cuando me exploraron en el hospital
no había restos de semen?
—Supongo que porque no uso de eso —afirmó con
despreocupación—. No vas a quedarte embarazada de mí. Lo que
eyaculo se esfuma de tu cuerpo en pocas horas.
—Entonces, ¿los vampiros solo os reproducís mordiendo a la
gente?
Él se encogió de hombros.
—Supongo que sí.
—¿Y nunca has tenido la necesidad de… tener un compañero o
compañera?
Aquella conversación estaba entrando en terreno peligroso.
Adam frunció el ceño.
—Sí. Alguna vez lo he pensado, pero te lo dicho, no soy como
Nicholas. —De pronto, se arrodilló ante ella y se sentó sobre sus
talones. Le tomó las manos—. Jamás le haría esto a nadie sin su
permiso.
Roxanna lo miró a los ojos e, inclinándose, le besó ligeramente
los labios.
—Lo sé, Adam.
—Ese era uno de los temas que más preocupaba a Angelica.
—¿También te preguntó sobre esto?
—Tu amiga me ametralló a preguntas, pero yo no tenía
respuestas para la mayoría de ellas. Ya le dije que podía explicar
hechos, no el porqué de ellos.
—No sé si aún es mi amiga después de lo del otro día —se
lamentó.
—Por supuesto que lo es. Te aprecia mucho, Roxy. Y la
necesitas. Vas a necesitar a alguien de confianza con quien hablar
de todo esto, o quizá en algún momento temas volverte loca. Sé de
lo que hablo —le dijo él sin rastro de sonrisa.
Ella lo miró de hito en hito y asintió. Era un sabio consejo. Pero
quería saber más.
—¿Cuántos años tenías cuando...? —no sabía cómo sacar el
tema—. Ya sabes, cuando te transformaron.
—Veintidós. Mi madre me tuvo con quince años, en aquella
época no era raro.
—¿Qué? Parecías mayor. ¡Yo tengo treinta y dos! —Tiró de sus
manos para liberarlas.
Él la miró como si le hubiera salido un tercer ojo y luego soltó
una carcajada, negando con la cabeza.
—Eres increíble. Si te sirve de consuelo, tengo más de
doscientos años. Doscientos veintidós, exactamente.
—Pues te conservas genial. —Ella se permitió sonreír de nuevo
—. ¿No… no has cambiado nada desde entonces?
—Un poco. La transformación incluye mejoras físicas, supongo
que me hice más guapo, aunque era difícil —declaró enarcando una
ceja.
Ella soltó una carcajada.
—¿Ya puedo llamarte vampiro ególatra?
—Puedes llamarme lo que quieras siempre que te rías así —
aseguró, embelesado.
Roxanna tragó saliva con dificultad. ¿Cómo podían afectarla
tanto unas pocas palabras?
—Debías de ser muy popular entre las chicas de tu época.
¿Tenías… novia?
Adam apartó la mirada de ella y miró el reloj despertador de la
mesita de noche. Eran las tres de la madrugada.
—Sí. Era un matrimonio concertado. Supongo que no me echó
mucho de menos. —Pensó cuánto tiempo aguantaría Roxanna
despierta. No quería dejar de estar así, hablando como un par de
amigos, pero podían cambiar de escenario. Volvió la vista hacia ella
—. ¿Te apetece dar una vuelta?
Ella agrandó los ojos, pero lo pensó un momento.
—Claro —asintió.
—Te llevaré a mi casa. ¿Quieres saber dónde vivo?
Roxanna parpadeó, abrió la boca y la cerró varias veces, y él se
carcajeó de nuevo.
—¿Te sorprende que tenga casa propia? No esperarías que
durmiera bajo tierra —se burló, dándole un toque cariñoso en la
nariz con la punta del índice. Un gesto que a él mismo lo sorprendió.
Ella reaccionó al fin.
—Me gustaría mucho ver tu casa... Adam —habló con
coquetería y le dio un beso rápido en los labios.
15
Tentación

Adam conducía con la mirada fija en el asfalto, pero Roxanna


percibía que la estaba observando también a ella. Un silencio
cómodo llenaba la atmósfera del coche mientras se deslizaban por
la autopista. Ella se movió en el asiento del copiloto para poder
encarar el perfil masculino. Conducía con precisión y respetando
todas las normas de circulación.
—No esperaba que Batman condujera de esta manera.
Él alzó una ceja y curvó levemente los labios, pero siguió atento
a la carretera.
—Explícate.
—Bueno, lo decía porque estás yendo muy lento. No me
esperaba eso de ti. Con tu supervelocidad y tus megarreflejos
podrías apretar un poco más el acelerador —se mofó.
Las cejas de Adam se arquearon.
—No voy lento, doctora. Estoy respetando las normas de
circulación. Y espero que tú también lo hagas —explicó exagerando
la paciencia en su tono.
—Vale, papi.
—Es la segunda vez que me llamas eso. ¿Es porque tu
seguridad me preocupa? —fingió ofenderse.
—Sí, aunque es una forma de hablar. Al mío le importaba una
mierda mi seguridad.
Él se la quedó mirando un momento, pensativo.
—No te gusta hablar de ellos, pero siempre acaban saliendo en
alguna conversación.
—Qué quieres que te diga, la mierda flota. Pero a lo que iba —
cambió de tema—, decía lo de Batman porque te dedicas a salvar
mujeres en apuros.
La observó atentamente sin que el coche se desplazara un
centímetro de su trayecto.
—No me dedico a eso, Roxy. No soy un superhéroe. Pero si en
mi camino se cruza un cabrón, y se han cruzado unos cuantos, no
dudaré en darle lo que se merece.
—¿Has... has matado alguna vez? —preguntó en voz baja.
—Nunca, que yo sepa. —Apretó la mandíbula—. No ensucio
mis manos y, menos aún, mis colmillos con ciertos individuos. Pero
sé ser... digamos... persuasivo.
—Haces que se entreguen a la policía, como aquel violador de
la guardia de Kat y los otros de los que me habló Sam. ¡Por favor,
mira a la carretera, me estás poniendo nerviosa! —exclamó.
Él trazó una breve sonrisa, pero le hizo caso.
—Con aquel en particular me… excedí un poco asustándolo. Le
dio una crisis nerviosa que casi hizo que terminara en el psiquiátrico,
y eso no me interesaba. Así que le hice otra visita, esta vez en el
hospital.
—¿Entraste en sus sueños?
—Fue difícil porque iba hasta arriba de sedantes, pero sí...
Esperé a la madrugada, cuando los niveles de medicamentos en su
sangre eran menores, y entonces pude hacerlo. Lo convencí de que
tenía que confesarlo todo e ir a la cárcel, y de que no tenía que
nombrarme si quería seguir vivo. No le permití olvidarme, ni a él ni a
los otros de los que habló tu amigo. Nunca lo harán, y cada vez que
cierren los ojos estaré allí —sentenció entornando los párpados.
—Creería que se estaba volviendo loco.
—Me da igual. Hizo lo que yo quería.
—¿Angelica sabía esto? —Él asintió—. ¿No se te ocurrió que si
le hubieras dado permiso para explicármelo, habría inclinado la
balanza en tu favor?
Adam curvó los labios.
—¿Lo habría hecho?
Ella se lo planteó un momento.
—No lo creo.
—Bien, porque ya te dije que no soy ningún héroe. Ya hemos
llegado —su tono de voz fue tajante, dando a entender que quería
dejar el tema.
Apretó el botón del mando a distancia y abrió la puerta de una
verja oscura. La casa era imposible de ver desde fuera y Roxanna
sintió un estremecimiento. Le vino a la mente la mansión de la
película Psicosis. Sin mirar a Adam supo que estaba sonriendo.
—Me regalas tu sangre y tu confianza, pero temes ver dónde
vivo. No es un cementerio ni una cripta, cielo.
—Nunca me han gustado las pelis de miedo, tengo demasiada
imaginación. —Se encogió de hombros con una sonrisa. Le había
agradado el apelativo cariñoso.
—Oh, bien, así no te sorprenderá el harén de esclavas
humanas que tengo en el sótano, listas para satisfacer mis apetitos
—murmuró.
Ella lo miró, la duda reflejada en sus ojos. Fue solo un segundo
que bastó para que él empezara a reír.
—En serio, Roxy, relájate. Diría que ya has superado lo peor,
¿no? —Le apretó cariñosamente la mano y ella se rio de sí misma.
La verja se abrió y el coche se adentró en un camino iluminado
por faroles a ambos lados. Ella se inclinó hacia delante para ver
mejor.
—¡La casa es preciosa! ¡Incluso tiene piscina! —exclamó con
entusiasmo.
—Me gustan las comodidades humanas, Roxanna.
—Roxy —espetó.
Él exhaló con fuerza.
—Juro que, aunque nunca he matado a nadie, en momentos
como este me entran ganas de ir a buscar a tus padres.
—Olvídalos. Para mí es como si estuvieran muertos.
Él detuvo el coche en un espacio cubierto al lado de la casa,
apagó el motor y la tomó por la barbilla obligándola a que lo mirase.
—No puedes tapar toda esa... esa mierda que llevas dentro,
Roxy, y simplemente ignorarla. Y ellos deberían saber todo lo que te
hicieron sufrir.
—¿Ahora eres loquero? Eres peor que Kat. —Le agarró la
mano y la apartó de su barbilla, echando chispas por los ojos—. Por
mí como si un día la palman de una sobredosis y cuando los
encuentra la policía es por el olor a podrido que sale de su casa. Lo
único bueno que hicieron en esta vida fue tener solo una hija, para
no poder atormentar a otro ser humano. —Salió dando un portazo y
al segundo siguiente tenía a Adam enfrente, con un brazo apoyado
a cada lado de ella, arrinconándola contra el coche.
—Voy a dejar el tema porque sé que te saca de quicio —habló
con calma. Roxanna no podía ver su expresión a contraluz, pero
notaba su enfado—. Solo por el momento, Roxy. Conmigo no te
servirán esas rabietas. Eres una mujer madura y tienes que encarar
los problemas.
Ella compuso una cara de sorpresa, sin terminar de creerse lo
que estaba oyendo. Ignorando su expresión, él la tomó de la mano y
se apartó, dejándole ver su casa.
—Vaya. —Roxanna agrandó los ojos sin perder detalle del
edificio—. La verdad es que no me lo esperaba.
—¿Eso es bueno o malo?
—Pues... partiendo de la base de que no había pensado que
tuvieras una casa, no me esperaba nada. Pero esta casa me
encanta. Es preciosa, Adam.
—No esperabas que te encantase. —Tiró de su mano y se
dirigieron hacia la puerta de entrada—. No sé si ofenderme. ¿No he
demostrado tener buen gusto hasta ahora? —dijo con intención.
—Hasta ahora has demostrado muchas cosas —rio—, y los
piropos trillados no son lo tuyo precisamente... ¡Ehh! —chilló cuando
él la tomó en sus brazos y se detuvo ante la entrada—. ¿Qué
haces? ¡No nos hemos casado! —exclamó casi horrorizada
mientras él marcaba un código en la puerta. Esta se abrió sola al
tiempo que se iluminaba el interior de la mansión.
—Eso crees tú. En el mundo de los vampiros, después de todo
lo que hemos hecho, es como si estuviéramos casados —explicó él
muy serio. La puerta se cerró a sus espaldas.
Ella se quedó sin habla hasta que él la depositó en el suelo y
vio el destello malicioso en su mirada.
—¡Deja de hacer eso!
Al ver que él volvía a reír le golpeó en el hombro con el puño.
Se lo quedó mirando, embobada. Reía despreocupado, sus ojos
brillaban y su boca, que en otros momentos era una tentación para
el pecado, era... adorable. ¿Reía así con facilidad? ¿O era solo
porque estaba con ella? Egoístamente, esperaba esto último.
Despegó sus ojos de él y se centró en el entorno.
—Una casa muy grande para ti solo.
—Es parte de mi forma de vida. —La llevó hacia una de las
dependencias—. Cambio de casa y de ciudad periódicamente. Si no
lo hiciera, creo que ya me habría vuelto loco. Necesito experimentar
cosas nuevas de vez en cuando, y cada vez es más difícil. He vivido
en pisos diminutos, enormes, en hoteles, en pensiones... hasta en
una cueva.
—¿En una cueva? —inquirió sin saber si estaba bromeando. Él
se limitó a sonreír.
—Sí, y en una iglesia.
—Un vampiro en una iglesia. Eso es muy... no sé cómo
decirlo... ¿atípico?
—Fue al principio de mi transformación. Mira, esta es mi
habitación favorita —dijo empujando la puerta.
Un piano destacaba justo en el centro de una espaciosa sala
decorada con sobriedad, con una cálida y tenue iluminación.
—¿Tocas?
—No, lo tengo de adorno porque es bonito. —Roxanna le puso
los ojos en blanco y se acercó a acariciar el suave mueble—. Claro
que toco. Ya lo hacía cuando era humano.
Ella se tomó su tiempo para admirar tanto la estancia como el
elegante instrumento. No se cansaba de saber cosas de Adam, pero
necesitaba ir asimilándolo todo. Era como descubrir al hombre que
había tras el monstruo. De una cosa estaba segura: esa palabra no
era en absoluto adecuada para él.
—¿Cómo te ganas la vida? —inquirió curiosa.
Él esbozó una sonrisa.
—Inversiones. —Hizo una pausa—. Cuando mi padre murió me
encargué de recibir mi herencia. Era lo justo. No era muy grande,
pero supe administrarla, y he tenido mucho tiempo para
incrementarla.
—Ahora, cuéntame lo de la iglesia —pidió. Se acarició de forma
inconsciente el cuello, buscando el ausente crucifijo de su abuela.
Adam se sentó al piano en un fluido movimiento y dio unos
golpecitos a su lado en el banco.
—Siéntate, mi dulce Roxanna. Son recuerdos tristes, y tu
presencia me reconforta.
Roxanna no pudo evitar sonreír. Adam podía pasar de excitarla
hablándole sucio a dirigirse a ella como si fuera una heroína de
novela decimonónica. Se sentó a su lado, sin apenas rozarle pero
sintiendo su cercanía física, como si ejerciera sobre sus células la
atracción de un imán.
—Cuando fui transformado pasé una época muy dura. La peor
de mi vida —empezó. Cerró los párpados mientras acariciaba las
teclas y se perdía en sus recuerdos—. Mi padre no me había
mantenido al margen de aquella historia de la posesión. Yo ya era
un hombre, e hice lo que pude por encontrar ayuda para mi madre.
Fui yo quien se encargó de buscar al sacerdote que intentó el
exorcismo.
Un sonido disonante salió de sus manos, demostrando que, a
pesar de controlarse muy bien, aquello le estaba resultando duro.
—No te preocupes, no hace falta que me cuentes más —dijo,
aunque en el fondo deseaba saberlo todo.
—No, te lo contaré, no puedo exigirte que te abras si yo no lo
hago.
—Que tú te abras no significa que lo tenga que hacer yo —
repuso ella apretando los labios y cruzando los brazos.
—Oh. No olvides que puedo ser muy persuasivo —murmuró. La
miró entornando los párpados.
Roxanna parpadeó para liberarse del hechizo de sus ojos.
—Ya hablaremos —dijo ella, apartando la vista—. Sigue, por
favor.
Adam dejó de tocar, le tomó la mano y le acarició los nudillos
mientras volvía a su relato, como si el contacto con ella le fuera
necesario para volver a aquellos recuerdos.
—Bien, imagina cómo me sentí cuando aquel ser, igual al que
mi madre había descrito, se me apareció una noche mientras yo
volvía a casa y, sin mediar palabra, me arrastró a un callejón y me
mordió.
»Me resistí, pero tenía una fuerza sobrehumana. Empecé a
verlo todo oscuro y a rezar por mi alma. Sentí un sabor desconocido
en mis labios. No sabía qué era, pero lo lamí instintivamente, y
cuanta más cantidad caía en mi garganta más anhelaba. Tragué
sintiendo que toda mi debilidad de momentos antes iba
desapareciendo. Al cabo de un rato escuché una voz masculina que
me dijo que ya tenía suficiente. Entonces pude abrir los ojos y mirar
a la figura arrodillada a mi lado. El hombre me observaba.
»—¿Te ha gustado mi sangre? —Sonreía y parecía un ángel en
lugar de un demonio.
»Lo miré horrorizado, consciente de lo que acababa de hacer,
pero asentí.
»—La sangre humana será tu alimento a partir de ahora...
Adam. —Me miró sin expresión—. Esta es una existencia solitaria,
pero por fin he encontrado a alguien con quien compartirla. Tu
madre. Ella y yo estamos hechos el uno para el otro, pero se
empeña en negárselo a sí misma y luchar contra lo que siente.
Quizá tú me ayudes a convencerla, ya que ahora eres de los míos».
—Eso fue lo único que me dijo. Luego se esfumó. —Roxanna
movió su mano hasta que se entrelazó con la de Adam. Él prosiguió
con la mirada fija en el teclado—: Hui antes de que nadie me
encontrara y me escondí en el bosque, como una fiera salvaje. Al
principio sobreviví alimentándome de sangre de animales. Poco a
poco fui descubriendo cosas sobre mí: que podía beber y comer
como los humanos, pero que eso no me saciaba. Que necesitaba
dormir de día, pero que la luz del sol no me quemaba. Y no tardé en
darme cuenta de que las imágenes que veía de noche no
significaban que me estuviera volviendo loco; mi creador me había
hecho como él, y entendí que eran los sueños de las personas que
tenía alrededor. Creyendo que estaba maldito para siempre, fijé mi
residencia durante un tiempo en el claustro de una vieja iglesia.
Buscaba consuelo. —La miró fijamente—. Como cuando tú tocas tu
pequeño crucifijo.
—¿Y lo encontraste?
—Se puede decir que sí. Fue mi última etapa de rechazo, hasta
que acepté que no era responsable de mis necesidades, pero sí de
mis actos. Entonces me prometí que jamás tomaría una vida
humana.
El silencio los envolvía como una manta reconfortante mientras
Roxanna intentaba asumir todo lo que él le estaba explicando. No
podía imaginar lo duro que debió de ser.
—¿Cuándo volviste a acercarte a tu familia? —inquirió con
suavidad.
—Al principio no quería acercarme a ningún humano, y menos
a mi familia. Olían... apetitosos y yo no sabía hasta dónde podría
soportar. Al cabo de unos meses, cuando aprendí los rudimentos de
ser un vampiro y probé mis límites... no quise que mi padre me viera
así —su voz era apenas un murmullo—, convertido en un ser como
el que él odiaba. Supe que mi creador le había explicado a mi madre
lo que había hecho y me negué a ser su cómplice, así que tampoco
fui a verla. Pero ella fue desquiciándose poco a poco, y cuando al fin
fui a visitarla una noche... ya no hablaba. Me reconoció, lo vi en sus
ojos. Quizá fue demasiado tarde... No sé, nunca sabré qué habría
pasado si hubiera aparecido antes para hablar con ella..., pero
tenía... No podía...
—¡Dios, Adam, claro que hiciste lo correcto! —Roxanna soltó su
mano y le acunó la cara. Sintió como si su corazón saltara para ir a
buscarle.
«Estoy enamorada de ti».
Exhaló bruscamente y le soltó. Adam la miró, preocupado.
—¿Te encuentras bien? Creo que estoy agobiándote con tanta
información.
—No, no me agobias, de verdad. —Sacudió la cabeza,
componiendo un gesto más sereno—. Cuéntame más, por favor.
—Como quieras... Lo creo, creo que hice lo correcto, Roxy.
Jamás estaré seguro, pero es algo que he aprendido a aceptar.
Intenté comunicarme con ella en sus sueños y descubrí lo difícil que
es introducirse en una mente rota. Desde entonces, le hice
compañía durante cada una de sus noches. Creo que ella entendía
lo que pasaba. Aunque nunca se recuperó, le di un poco de paz,
supongo. —Su ceño dibujó un surco profundo.
Roxanna se estremeció y se abrazó a sí misma.
—Adam, si quieres cambiamos de tema. No estás obligado a
explicármelo todo. Al fin y al cabo, hasta hace poco yo creía que
eras un...
—Monstruo —terminó él de forma brusca.
—Sueño —habló ella al mismo tiempo—. ¡Creí que eras un
sueño! —se indignó.
—Soy un monstruo, cariño. —Su expresión mutó hasta perder
toda su humanidad y transformarse de nuevo en la máscara
perfecta e irresistible de la criatura de la noche que la deslumbró en
el prado—. No lo olvides jamás. Bebo sangre humana. No soy una
persona que puedas presentar a tus amigas. ¿Acaso me llevarás a
casa de tu amiga Kat con su marido y su bebé, cuando lo tengan?
—¿Por qué haces eso? —espetó.
—¿El qué? —Alzó las cejas.
—Estropearlo.
Él negó con gesto de incomprensión.
—Solo quiero que seas realista y no caigas en el hechizo,
Roxanna.
—Estás acostumbrado a alejar a la gente de ti, ¿verdad?
Adam comenzó a tocar una dulce melodía sin responder a su
pregunta y, como si fuera un encantador de serpientes, aquellas
notas la transportaron hacia emociones profundas. Demasiado
profundas, para las que aún no estaba preparada. Se maldijo a sí
misma. Toda la vida protegiéndose de relaciones estables con sexo
sin compromiso, y después de un par de polvos estaba colgada de
aquel hombre como una tonta. Hombre o vampiro, daba igual, pero
lo que sentía por Adam apenas había nacido y ya era tan fuerte que
tiraba de ella hacia él como la jodida fuerza de la gravedad. Y no era
porque follara como nadie, de eso estaba segura... Aunque eso
ayudaba, claro. Tampoco porque era el hombre más guapo que
hubiera visto en su vida. Sí, eso también ayudaba. Si fuera solo
eso… sería fácil luchar contra la atracción. No podía negárselo más,
estaba enamorada.
Sintió que los ojos se le humedecían. Adam paró de tocar y
rozó con el dedo uno de sus párpados. Había cazado la lágrima
antes de que rodara por su mejilla.
—Un centavo por tus pensamientos —murmuró, mirando
aquella gota fijamente.
—No.
—¿No?
—Lo has oído: no. Me he desnudado demasiado contigo, y no
me refiero a quitarme la ropa.
Él se lamió el dedo que sostenía la pequeña lente de agua
salada y se quedó muy quieto, las manos sobre el teclado.
—No sé cómo tratar a una mujer, Roxy. Una de más de una
noche. Una que de veras me importa. —La miró de soslayo—.
Ayúdame a conocerte.
—¿No has tenido ninguna amiga?
—Tuve una prometida, ya te lo he dicho, pero era un
matrimonio pactado y apenas nos habíamos tratado.
—¿Y en esta vida? —insistió ella.
—En esta vida, con los seres humanos me ha pasado como
con las casas. Cuando por fin pude esconder mis ojos a la gente,
pude probar todo tipo de compañías... He intentado de todo,
tratando de encontrar un sentido a mi existencia. Pero no lo logré. A
veces me alejaba de los humanos porque… se hacía... —titubeó—
demasiado duro. —Hizo una pausa mientras tocaba otra melodía
más suave.
—¿Qué se hacía duro?
Tocó unos minutos sin contestar, pero al final tomó aire y habló:
—El apego. No quería tener lazos emocionales con... —dudó
un momento y la miró— con seres tan distintos a mí.
—¿Distintos, en qué sentido? —Estaba segura de que él no se
refería al tipo de alimentación.
—Seres que cambian, que tienen hijos.
—Y que enferman y mueren.
Roxanna sintió el dolor de Adam al oír sus palabras, pero él se
mantuvo en silencio.
—¿No soy yo tan distinta a ti como aquellos humanos? —
insistió. Su voz exigía respuestas.
—Lo eres.
—¿Entonces qué ha cambiado? ¿Por qué yo? ¿Soy solo una
de esas fases en que quieres algo diferen...?
Él no la dejó terminar. Sus labios se abalanzaron contra los de
ella con una fuerza casi dolorosa. Adam le sujetó la cara entre sus
grandes manos y la besó, un beso que no fue dulce ni tierno. Fue
intenso, posesivo, absorbente, que tomaba y al mismo tiempo
entregaba todo. Roxanna sintió que la cabeza le daba vueltas como
si estuviera envuelta en un remolino. Su lengua invadía su boca en
placenteros ataques y todo estaba oscuro, solo sentía su contacto.
Un prolongado gemido, de él o de ella, resonó en sus bocas.
Ansiando su proximidad, sus brazos lo rodearon como una hiedra,
enredándose en sus cabellos, en su espalda.
Se sintió extraña y no supo bien qué era hasta que se dio
cuenta de que estaba dentro del agua, completamente desnuda,
cuerpo a cuerpo con Adam.
Se separó con esfuerzo y abrió los párpados. Vio que se
encontraban en la playa tropical que ella recordaba de sus primeros
encuentros.
—¿Has hecho que me duerma? —La neblina dulce que
enturbiaba sus pensamientos se disipó.
—Lo siento, Roxy —dijo, pero no había un ápice de culpabilidad
mientras le besaba el cuello de forma insistente.
—No puedes hacer eso, Adam. No puedes invadir mi mente
cuando te dé la gana —protestó débilmente, arrastrada por el
vértigo del placer.
—Te necesito —susurró contra su piel. Una de sus manos
recorrió su espalda hacia arriba, hasta sujetarle el cabello de la
nuca, y la otra acariciaba sus nalgas con firmeza.
El cuello de Roxanna se flexionó a un lado bajo la firme tensión
de sus manos en su pelo. Su pulso oscilaba rápido. La lengua de
Adam acarició la piel palpitante, irradiando escalofríos de gozo hacia
todo su cuerpo.
—No, Adam. ¡Escúchame! Así no.
De inmediato, Adam liberó su cabello. Roxanna apoyó su
cabeza en el hombro masculino. Él alzó la cara para mirar hacia el
horizonte y la abrazó con fuerza.
—Lo siento —murmuró, ahora sí arrepentido—. Lo siento, lo
siento —repitió en una letanía suave, entrelazando los dedos entre
los mechones de ella—. Te sacaré de aquí, si lo deseas.
—No. No pasa nada. Estoy bien —murmuró sin moverse.
El aliento de Roxanna le acarició el cuello y Adam tragó aire,
aún no recuperado de su abrumadora necesidad de beber de ella y
regalarle su propia sangre.
Regalarle la eternidad.
«No haré lo que Nicholas hizo. Nunca».
Por eso, en un arrebato, se la había llevado al mundo de los
sueños. Porque sabía que, por lo menos allí, ella estaba segura.
Necesitaba calmarse, pero se sentía como un insecto en medio de
un vendaval. Apretó los párpados mientras escuchaba la serena
respiración de Roxanna.
—Dímelo, Adam.
—¿Qué quieres que te diga? —su voz era ronca, su garganta
estrangulada por un nudo de emociones que sabía que no podría
volver a sentir jamás. Con nadie.
—Di que eres mío, como… como yo soy tuya. —confesó
Roxanna. Se abrazó a sus hombros con más fuerza.
Cuando escuchó aquellas codiciadas palabras, Adam luchó de
nuevo por apartar sus colmillos de la tersa piel. «Ven, ven, ven...» lo
llamaba el latido de su corazón.
—Mírame, cariño —pidió. Ella levantó la cabeza—. Soy tuyo,
Roxanna. Mi cuerpo es tuyo, mi inmóvil corazón es tuyo, y si me
queda alma... también es tuya.
Ella buscó sus labios y apretó su abrazo como si deseara
fundirse con él. Adam le correspondió, pero no cedió a la pulsión de
volver a hacerle el amor. Roxanna parecía extenuada por toda la
experiencia. Permanecieron entrelazados el uno al otro, hasta que él
sintió la llegada del sol y los despertó.
Roxanna abrió los ojos y vio los primeros rayos de sol
penetrando a través de los grandes ventanales del dormitorio,
iluminando a la pareja que yacía abrazada sobre la cama.
—Creo que deberíamos tomarlo con más calma, solo soy una
pobre humana. —Sonrió y miró a Adam. «Cielo santo, no sé si está
más guapo de día o de noche». Él contuvo una sonrisa, como si le
leyera el pensamiento. Titubeó al pensar en el día anterior—. Tú…
¿necesitas dormir ahora?
—No. ¿Y tú? ¿Estás muy cansada?
—Sí. Bueno, no... La verdad es que físicamente me encuentro
bien. Es solo... —se tocó la cabeza— que me siento extraña aquí
dentro. Creo que un café me vendría muy bien, aunque supongo
que tú no tienes de eso.
—Por supuesto que sí.
—¿Tomas café?
—No, pero tú sí —repuso levantándose de la cama.
—¿Tan seguro estabas de que terminaríamos aquí? —intentó
parecer ofendida mientras sus ojos repasaban con avaricia la ancha
espalda y el culo de él, deseando que no estuviera vestido.
«Mierda, estoy enferma».
Apartó la vista cuando él se giró y la miró por encima del
hombro, pero su media sonrisa le dio a entender que había sido
demasiado lenta.
—Contigo nunca estoy seguro de nada—explicó, dirigiéndose
hacia la puerta—, pero desde hace algunos días tengo una pequeña
reserva en la despensa.
—¿Desde cuándo?
Él se volvió en la puerta y se apoyó en el quicio.
—Desde la primera noche que estuvimos juntos en la realidad.
Hice algunas compras, incluyendo el camisón. Fue algo impulsivo, ni
siquiera lo pensé. Lo hice y ya está. —Se encogió de hombros y
estudió la expresión de ella.
—¿Todavía lo guardas? Me refiero al camisón.
—Por supuesto. ¿Lo quieres? —Sus ojos brillaron.
Roxanna asintió y al instante tenía a Adam frente a ella
ofreciéndole la prenda.
—¿Eres consciente de que tengo que ir a trabajar en breve? —
dijo ella alzando una ceja—. Tendrás que esperar a la noche para
vérmelo puesto.
—Cuando haya terminado contigo no querrás ir a trabajar en
muchos días. Voy a encerrarte en mi casa y serás mi prisionera
hasta volverte loca de placer.
Aquellas palabras pronunciadas con voz grave la excitaron más
de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero había comprendido que,
o empezaba a poner límites, o la cruda sensualidad de Adam la
convertiría en una adicta.
Puso sus manos sobre las mejillas de él, acariciándolas con las
yemas de sus dedos.
—No, Adam —. Le costó más pronunciar estas dos palabras
que un discurso de una hora—. Tengo el tiempo justo de ducharme,
vestirme y tomar un desayuno rápido.
Para su sorpresa el gesto de él cambió a un cómico puchero.
Mientras reía, él ya estaba en la puerta.
—Entonces voy a prepararlo mientras te duchas... para evitar
tentaciones de entrar a enjabonarte la espalda, ya sabes. —Le
sonrió desde el umbral para desaparecer de inmediato.
16
Tuyo

Roxanna llamó al timbre de la casa de Kat intentando ocultar su


nerviosismo. Se sentía culpable por haber desatendido su amistad.
Las últimas semanas solo se habían comunicado a través del
teléfono, y en cuanto su amiga le pusiera los ojos encima sabría el
motivo de su alejamiento.
Había pasado casi un mes desde su última visita. Llevaba
tiempo sin poder ir a verla, sus días ocupados por trabajo, sus
noches ocupadas por Adam y unas cuantas horas de sueño. A
pesar de eso, su piel lucía radiante y no mostraba las ojeras que
tenía la última vez que se vieron.
No se podía vivir de amor, pero con él se vivía mejor. Amor.
Jamás se había sentido así, pero estaba segura de que era eso.
Tanto como lo estaba de que él sentía lo mismo.
Cuando la puerta se abrió, un sonriente Jason apareció en el
umbral. Le franqueó el paso con gesto amable.
—Adelante, Roxy, me alegro mucho de verte. Kat y Angelica
están en el comedor. ¿Quieres tomar algo?
—¿A... Angelica? —farfulló Roxanna deteniéndose—. No sabía
que ya teníais visita. Quizá será mejor que vuelva en otro
momento...
—¿Pero qué tontería es esa? —Jason la miró sorprendido—.
Cabéis las tres en nuestro comedor. Además, a Kat le han dado el
alta —le guiñó el ojo—, pero no le digas que te lo he dicho, quiere
darte la noticia ella. —Jason se adentró en la casa sin dar opción a
negativas. Roxanna lo siguió—. ¿Te traigo algo? —preguntó desde
el umbral de la sala donde se encontraban su esposa y su amiga.
No había lugar para retiradas cobardes. Roxanna suspiró y dio
un paso adelante.
—Agua fría, gracias —murmuró, notando la boca más seca
conforme avanzaba.
Kat estaba sentada en el sofá con Angelica a su lado. Sobre la
mesita enfrente de ellas había tazas de té, una tetera y galletas.
Ambas miraron hacia la puerta en el momento en que Roxanna hizo
su aparición. Se sintió abochornada porque fuera la casualidad
quien hubiera dado el primer paso en su reencuentro con la
neuróloga.
Aspiró hondo y se acercó al sofá forzando una sonrisa.
—Hola, chicas. —Se inclinó y besó a Kat en la mejilla,
tendiéndole al mismo tiempo una gran caja de bombones. Un regalo
muy poco original, pero ¿para qué esforzarse más si a su amiga la
volvía loca el chocolate?
Kat tomó la caja con una amplia sonrisa mientras sus ojos
estudiaban a Roxanna, que se preparó para lo que venía. Lo había
pospuesto demasiado e iba a pagar las consecuencias.
—Gracias, cielo —dijo sin apartar sus ojos azules de ella—.
Disculpa que no te haya avisado de que tenía visita, pero... ya os
conocéis, así que... —Se encogió de hombros—. Además, sé que
Angelica y tú habéis congeniado muy bien desde que te trató los
problemas de sueño.
Roxanna vio por el rabillo del ojo que Angelica asentía.
—Lo siento, Angelica —murmuró sentándose en el sillón más
cercano a Kat—. Hace tiempo que debería haber pedido otra cita
contigo, pero... he estado ocupada.
—Podemos hablar de eso en otro momento, si quieres —ofreció
—. Y, a lo mejor, ponernos al día. Por cierto, tienes muy buen
aspecto.
—¡Decir bueno es quedarse corta, Angie! Esta mujer brilla
como un árbol de Navidad —puntualizó la psiquiatra—. Estás
preciosa, Roxy.
Roxanna se incomodó ante el escrutinio de ambas mujeres.
Miró a Jason, quien había entrado para ofrecerle el vaso de agua y
se retiró tan discretamente como había aparecido. Estuvo tentada
de pedirle que no lo hiciera, no quería un tercer grado.
«Dios, Roxy. Te acuestas con un vampiro, pero le tienes miedo
a un par de encantadoras mujeres». Titubeó, buscando qué decir.
—Bueno, chicas, me encantaría quedarme, pero os tengo que
dejar. —Angelica interrumpió sus cavilaciones—. Estoy preparando
mi viaje a Londres —explicó a Roxanna— y aún tengo cosas por
hacer.
—No te marches por mí, Angelica —pidió ella sintiéndose
culpable.
—Vaya, pensaba que podríamos charlar un poco las tres —
añadió Kat.
—¡No me marcho por ti, Roxy! Y Kat, seguro que podemos
quedar otro día las tres. —Se levantó para ir a recoger su bolso—.
¡Ni se te ocurra moverte! Conozco el camino de salida —exclamó al
ver el gesto de su anfitriona.
—Angelica, me... me gustaría volver a tu consulta antes de tu
viaje, si puedes encontrar un hueco para mí. ¿Sabes? Aquellas
pastillas que me diste... no las necesité. Al final seguí tu consejo.
—¿Y qué consejo era ese? Si puede saberse, claro —preguntó
la psiquiatra.
—Que hay que escucharse a una misma —dijo Roxanna
mirando a los ojos negros de Angelica.
—Lo que importa es que estés bien —asintió sonriendo—.
Llama cuando quieras y te haré un hueco en la consulta. Pero que
sea pronto, en pocos días desaparezco de aquí. —Su cara se
transfiguró y la patóloga volvió a preguntarse cómo podía querer
tanto a Gabriel y vivir tan lejos de él.
Angelica se despidió cariñosamente de Kat, prometiendo volver
a hacerle una visita antes de su viaje. Roxanna echó de menos el
grado de confianza que se tenían. ¿Quién mejor que ella para
comprenderla?
—Te acompaño a la puerta, Angelica. Quería preguntarte sobre
otros posibles tratamientos en caso de recaída. He leído algunas
cosillas en internet y han despertado mi curiosidad —mintió y se
levantó para seguirla.
—¡Ya sabes que internet lo carga el diablo! No te creas todo lo
que dice —repuso siguiéndole la corriente.
En el umbral del hogar de Kat, ambas doctoras se miraron.
Roxanna abrió y cerró la boca varias veces sin acabar de decidirse
a hablar. Al final, Angelica la rescató de sus apuros.
—Esta tarde a las siete, cena en mi casa... Si no tienes otros
planes, claro.
—Los tengo, pero... —bajó la mirada, de pronto la punta de sus
zapatos parecía muy interesante— más tarde.
—Ya imagino —dijo con ligereza. Roxanna asintió alzando la
mirada. Su amiga sonreía, y ella se sintió aliviada—. Roxy... no
tienes que explicarme nada. Entiendo que aquel día te ofuscaras.
No es fácil pasar por todo lo que tú has pasado.
—Gracias por tu comprensión, Angelica, pero aquello fue un
ataque de celos en toda regla. No tengo excusa.
—Sigo diciendo que tu situación no era... ni es ordinaria. Así
que no espero reacciones ordinarias —bajó el tono de voz—.
Olvídalo todo, como yo.
—Gracias. Oye, de veras necesito hablar contigo. Necesito
explicarte...
—¿Él sabe que vas a hablarme de vosotros? —bajó tanto la
voz que Roxanna tuvo que acercarse para oírla.
—Sí, fue él quien me lo sugirió —susurró.
—A mí me prohibió hablar de él contigo.
—Te prohibió hablar de vuestra conversación privada. Dice que
no tendrás ningún problema. Me encantaría hablar… si no es muy
duro para ti guardar más secretos.
—¿Bromeas? ¡Aunque después tenga que hablar sola durante
horas para descargar la tensión! —Le sonrió—. Te veo luego —dijo,
y giró sobre sus talones para encaminarse hacia el ascensor.
Roxanna cerró la puerta y caminó hacia el comedor, decidida a
enfrentarse a las preguntas de Kat. Charlaron de todo, no solo de la
nueva relación de Roxanna. Esta tuvo que hacer juegos malabares
para contentar la natural curiosidad de su amiga y, a la vez,
mantener el secreto sobre la mayor parte de su relación con Adam.
Celebraron con varios bombones la mejoría de Kat y su pronta
reincorporación al trabajo.
Durante la velada con Angelica, Roxanna pudo ser más
explícita. Fue un alivio ver que no la juzgaba como una pervertida
por encontrar placer en entregarse, sangre incluida, a una criatura
de la noche. Angelica escuchó su relato casi sin parpadear; sentía
tanta curiosidad como preocupación por su amiga, a la que, según
sus propias palabras, había ayudado a meterse en una relación con
muchos interrogantes.
—No pienses en ello, Angie. Yo no lo hago. Vivo el presente —
fue la respuesta de Roxanna, reacia a profundizar en sus dudas. Ya
habían cenado y no podía evitar que sus ojos viajaran repetidas
veces al reloj de pared, disfrutando de la amistad pero al mismo
tiempo ansiando reencontrarse con Adam.
—Es lo mejor que puedes hacer. Sin embargo... podríamos
intentar algo. Cuanto más sepamos de vampiros y todas las
leyendas que se cuentan sobre ellos, todo el folclore, menos a
ciegas irás. Mejor dicho, iréis, porque estoy segura de que a Adam
también le interesaría todo eso.
—¿Crees que en doscientos años no se ha preocupado por
saber lo máximo posible? ¿Quién puede tener más información que
él, aunque solo sea por tiempo para investigar?
—Gabriel —dijo tajante—. Adam puede tener todo el tiempo,
pero estoy segura de que pocas personas están tan informadas
sobre vampiros como Gabriel Walker. Incluso hizo su tesis doctoral
sobre ellos, ya lo sabes.
—Lo sé, neurólogo de día, Van Helsing de noche... Perdona —
se disculpó al recibir una mirada agria de su amiga—, sé que son su
obsesión. Por eso Adam no quiere que sepa nada. Gabriel vivirá
más feliz. Solo consentiría explicárselo si él aceptara que luego le
borrara la memoria.
—No es un trato justo. Roxy... Intenta convencerle. Piensa que
será bueno para tu relación. Se te ve tan feliz que... —su voz se
apagó.
—Escucha, Angelica —apoyó una mano sobre el muslo de esta
y bajó la voz—, nuestra relación no está bendecida con un «felices
para siempre». Cuanto antes lo admita, menos sufriré.
—¿Y qué relación lo está? —inquirió para aligerar el ambiente
—. Seamos realistas, nadie tiene garantías.
Al final de la velada, la felicidad de Roxanna pudo más que
todas las incógnitas y Angelica se conformó. Le dio un gran abrazo,
obligándose a hacer como su amiga y vivir el presente.

Meses más tarde

—Roxy, ¿podrás encargarte del residente esta tarde?


Levantó la cara de los oculares del microscopio y miró a su
compañera.
—Claro, Sophia, cuando quieras.
—He pedido permiso para salir un poco antes. Hoy tengo una
cita y unas entradas para Broadway —le explicó.
—Vaya, Broadway. ¿Qué musical? —se interesó.
—El fantasma de la ópera. —Sophia sonrió de oreja a oreja.
—¡Qué envidia! He visto la película, pero no el musical. Y lo de
la cita aún suena mejor. ¿Es la primera?
—No, llevamos unas cuantas. No había querido decir nada
antes para no gafarlo... —Se sonrojó.
Roxanna asintió, comprensiva. La suerte de Sophia con los
hombres no era demasiado buena, o quizá era que tenía mal gusto
para el sexo opuesto. Esperaba que esta vez funcionara, ella lo
merecía.
—Me alegro un montón. Entonces, parece que va en serio...
—Y que lo digas. Ethan es maravilloso.
—¿Ethan? —Roxanna arqueó las cejas.
—Sí, Ethan. Me gusta su nombre. Bueno, y él me gusta más
aún. —Sonrió y los ojos le brillaron.
«Por favor, que no sea él».
—¿Y cómo es ese tal Ethan?
—Es un moreno de metro ochenta y cinco, guapísimo. Y lo
mejor es que me hace sentir que le importo... —dijo con gesto
soñador.
En aquel momento apareció el residente de patología y la
conversación llegó a su fin. Sophia asignó algunas tareas al joven
médico y el silencio llenó la sala. Roxanna recordó que había
conocido a Ethan en una fiesta del hospital, y que trabajaba como
asesor fiscal en una gran empresa. Ni siquiera se había preocupado
de saber en cuál, y él apenas le había hablado de su vida privada.
¿Cómo había conocido Sophia a su Ethan? ¿Sería el mismo que
había sido su follamigo durante meses? Y lo más importante: ¿su
encuentro con Sophia había sido premeditado?
Estaba preocupada por su compañera. Si aquel cabrón le
rompía el corazón como una especie de venganza por haber
cortado con él... ¿Sería capaz? A veces recibía mensajes de móvil y
correos electrónicos de él. En algunos le relataba cosas que le
sucedían en el día a día, como si a ella le importara lo más mínimo,
pero en otros le describía algunos de los encuentros sexuales que
habían tenido, preguntándole si no lo echaba de menos.
«Vaya imbécil. Qué estúpida fui».
Ella se había limitado a ignorarle sin explicarle nada a Adam.
No sabía qué podía pasar si el vampiro se enterara de todo, pero no
quería averiguarlo. Ethan era cosa suya.
Abstraída, se sobresaltó cuando sintió una mano sobre su
hombro.
—Roxy, voy a los vestuarios a arreglarme. El residente está en
una sesión clínica, no tardará mucho en volver.
—De acuerdo, Sophia. Pásalo muy bien. —se despidió. Volvió a
concentrarse en su labor, tenía unas cuantas biopsias intestinales
que repasar.
De pronto, su vello se erizó y su corazón se aceleró, como si
hubiera recibido una descarga de adrenalina.
—Hola, Roxy —saludó la voz burlona de Ethan.
Se giró y lo vio parado en la puerta del laboratorio.
—¿Qué se te ha perdido por aquí? —espetó ella.
—Contigo, nada. He venido a buscar a Sophia —respondió
seco, mirándola fijamente.
—Está en el vestuario. —Roxanna le sostuvo la mirada.
Él la contempló durante unos segundos y después fue
acercándose poco a poco.
—No puedes estar aquí —dijo la doctora—. Sal a la calle.
Mientras, le diré a Sophia con qué clase de tipo está y ella decidirá
si quiere dejarte esperando toda la noche.
—Dile lo que quieras —dio un paso adelante—, ¿a quién crees
que va a creer? Fue una casualidad que ella y yo nos
encontráramos. Lo demás son inventos de una mujer despechada.
Ella me gusta mucho, Roxy.
—Me alegro por vosotros. Te agradecería que dejaras de
enviarme correos y la esperaras en la calle.
—No voy a mandarte más correos. Y no pienso irme, Sophia
me ha dicho que la espere aquí. —Se acercó más.
Roxanna supo que mentía.
—Entonces hazlo en el pasillo. Aquí hay información
confidencial —gruñó, sintiendo una extraña sensación al verlo
acercarse. Como una inyección de energía que centraba sus
sentidos en cada uno de los movimientos de él, por pequeños que
fueran.
Inspiró hondo y apartó sus ojos de Ethan, confiando en que
ignorarle iba a ser suficiente para que se largara. Pero, al perder
contacto visual, él se acercó hasta rozarla.
—Roxy, yo... ¡Ah! —Una mano estaba sobre su garganta,
inmovilizándolo contra la mesa, y otra agarrando su entrepierna con
la fuerza justa para que no llorara de dolor.
La silla de Roxanna ni siquiera se había tambaleado al
levantarse.
—Escucha, capullo —siseó apretando su agarre al ver que él
intentaba revolverse. Se inclinó sobre él—: no quiero verte más. No
quiero saber nada más de ti. Borra mi móvil y mi correo de tu
agenda.
Ethan estaba petrificado. Ni siquiera pudo protestar, solo asintió
con los párpados, pues ella no lo dejaba moverse mucho más.
—No voy a meterme en tu relación con Sophia —continuó—.
Pero… si no vas a ser sincero con ella, será mejor para ti que la
dejes hoy mismo. Te lo aseguro —masticó las palabras.
Él parpadeó mientras su cuerpo reaccionaba con un sudor frío.
Un temblor lo recorrió. Asintió de nuevo, y ella lo soltó, sorprendida
por su olor a miedo.
Roxanna se sentó y se inclinó de nuevo sobre su microscopio.
Le escuchó tropezar con una silla y salir por la puerta. No se volvió
hasta que oyó la voz de Sophia:
—Me voy ya, Roxy —dijo desde la puerta—. Ethan debe estar
esperándome.
—Muy bien, cielo. Disfruta.
Cuando se quedó sola, un repentino temblor, contenido a duras
penas hasta ese momento, la invadió.
«¿Qué acaba de pasar?».

—Al final, pensaré que tu mal humor es por mí.


Desde que había ido a buscarla a la salida del trabajo, apenas
había pronunciado más de diez palabras. Adam no sabía a qué se
debía el silencio de Roxanna, pero algo le decía que tenía que ver
con él. Ni siquiera ahora, durante la cena en el exterior de su
mansión, había tenido ganas de conversación, así que había puesto
música clásica de fondo y se había sentado a su lado, esperando.
Pero ya se había cansado.
Tomó su mano y la acarició, mirándola a los ojos.
—¿Tendré que esperar a que te duermas? —habló en voz baja.
Ella alzó la vista.
—Me prometiste que...
—No voy a invadir tu mente sin tu permiso, mi dulce Roxanna
—la interrumpió—. Ya sabes que a veces hablas en sueños, y
puede ser muy revelador. —Tomó la pequeña mano y besó su
palma, aliviado porque ella no evitara su contacto.
—Esta tarde... ha sucedido algo —empezó, y no paró hasta que
lo hubo relatado todo.
Mientras hablaba, la expresión del vampiro iba volviéndose
cada vez más sombría. Al final del relato, Adam tenía la mandíbula
tensa y sus ojos brillaban de ira, su tono verdoso oscurecido. La
mano que aguantaba la de Roxanna se había soltado para cerrarse
en un puño.
—¿Ese cabrón te acosaba y no me has dicho nada hasta hoy?
—masculló.
Ella se levantó bruscamente tirando la silla al suelo.
—¿Es eso lo único que te preocupa? ¡Me parece que he
demostrado que me sé defender yo solita! —gritó. Dio media vuelta
y se dirigió hacia donde tenía el coche aparcado—. Será mejor que
me abras la puerta del jardín si no quieres que estrelle el coche
contra ella.
De inmediato, él bloqueó su paso y tomó sus manos entre las
suyas.
—Lo siento... Perdóname, Roxanna —pronunció con dulzura—.
Estaba... No quiero ni pensar que ese… desgraciado fuera un
psicópata. No... no puedo pensarlo. —Negó con la cabeza.
Por su salud mental, ella estaba aprendiendo a bloquear las
intensas emociones de Adam. Aun así, no estaba preparada para la
oleada de preocupación que la golpeó, disolviendo su mal humor.
Suspiró, fijando la vista en el torso del vampiro.
—Cariño, exageras. Jamás ha sido una amenaza. Si algo he
captado en él ha sido pánico. No creo que vuelva a acercarse a
menos de un kilómetro de mí.
—Tiene mucha suerte de que hayas sido tú quien lo ha
asustado —gruñó—. Te juro que, si no fuera porque sé que te
enfadarías, ese indeseable no dormiría tranquilo en un año.
Literalmente.
—En efecto, me enfadaría si hicieras eso. —Levantó la cara
para enfrentarse a él—. ¿Qué opinas de lo que me ha pasado?
—Creo que estabas furiosa y has reaccionado de forma
instintiva. La adrenalina te ha ayudado, y lo has pillado
desprevenido. —Acunó el óvalo de su cara.
Roxanna lo sondeó durante unos segundos. La explicación no
la convencía.
—Tengo que hablar con Angelica sobre esto, quizá tenga
alguna respuesta. Y, si dejaras que compartiera información con
Gabriel, quizá podríamos saber más ―aventuró.
—¿Gabriel Walker? Ni hablar. Ese tipo está obsesionado con
los de mi especie.
—Ella está hecha polvo por no poder hablar con él de todo esto
—dijo aún ceñuda, aunque las caricias de sus pulgares en las
mejillas la iban calmando.
—Roxy, lo sabes bien… —la besó en los labios—, no puedo
tolerar que lo sepa nadie más, y ella aceptó el trato.
—Está bien... Nos quedamos sin la opinión del experto en
vampiros. Pero... si notaras algo raro en mí me lo dirías, ¿verdad?
Él la tomó de la mano y tiró de ella para que le siguiera.
—No noto nada raro en ti, cariño. Ven, anda. —Adam la
acompañó de nuevo hasta la mesa, al lado de la piscina, y le apartó
la silla para que se sentara. Desapareció un momento de su vista y
volvió a aparecer de rodillas delante de ella mostrándole una cajita
de joyería. La cara de susto que puso fue monumental y él estalló
en carcajadas.
—No podía evitar hacer esto. Sabía que reaccionarías así —
dijo entre risa y risa, mostrándole que la caja estaba vacía.
Roxanna le golpeó el hombro.
—Vampiro malo. —Frunció el ceño apretando los labios para no
sonreír—. Te mereces que te tire al agua.
Él la retó con una ceja arqueada.
—Inténtalo —tentó con voz grave al tiempo que se incorporaba
con lentitud.
Ella se abalanzó sobre él como una tigresa, se colgó de su
cuello y empezó a devorarle la boca mientras lo empujaba hacia
atrás. Él pensaba dejarse ganar, pero aun así lo impresionó su
fuerza. Pretendiendo mantener su orgullo intacto, la tomó de la
cintura y la arrastró con él en su caída a la piscina.
Ambos emergieron abrazados y rieron. Roxanna reposó su
cabeza en el hombro de Adam, enredada en el cuerpo de él,
acariciando su nuca. La mano del vampiro subía y bajaba con
lentitud a lo largo de la columna de la mujer.
—Cariño... quiero decirte algo.
—¿Hmm?
—Lo de arrodillarme ante ti como si te pidiera en matrimonio ha
sido una broma.
Ella irguió la cabeza y lo miró a los ojos.
—Lo sé, lo he captado.
—Pero lo del regalo no era broma. Verás, hace tiempo que
quiero darte algo.
Roxanna compuso un gesto de incomprensión mientras él se
desplazaba con ella abrazada a través de la piscina. Al llegar a una
esquina, alargó su mano y tomó una caja escondida bajo uno de los
arbustos cercanos. Cuando se la tendió, ella despegó sus brazos de
la nuca de Adam para cogerla con precaución.
—Lo que hay dentro no va a saltarte a la cara como si fuera
Alien, Roxanna. Puedes abrirla —se mofó, y ella le sacó la lengua
conteniendo una sonrisa.
—Me alegra que vayas teniendo más conocimientos sobre cine,
te irá bien para nuestra próxima partida de Trivial —imitó su tono de
burla mientras abría la caja.
Dentro había una gargantilla de la que colgaba un pequeño dije
formado por unas letras que parecían árabes, de oro y diamantes.
Boquiabierta, Roxanna sacó la joya de su cuna de terciopelo. Miró al
vampiro y se dio cuenta de que parecía avergonzado.
—No tengo experiencia en estas cosas, así que decidí usar la
sinceridad. —Pareció que se atragantaba, hizo una pausa y
prosiguió con voz ronca—. Necesitaba que la tuvieras. Deseo que,
si te gusta y decides ponértela, me recuerdes cuando la toques y te
sientas... bien.
—¿Qué significa?
—Es persa, como tu nombre. Significa «tuyo».
Roxanna sintió escozor en los ojos. Tragó saliva con dificultad.
Por fin, pudo hablar con voz temblorosa.
—Por supuesto que me lo pondré, Adam. Y no me sentiré solo
bien. Me sentiré increíblemente bien. Te... te amo —dijo besándolo
con ternura. Aquellas palabras eran tan nuevas para ella como para
él, y pronunciarlas se le hacía difícil.
—Yo también te amo —murmuró él en sus labios. «Para
siempre», pensó mientras le colocaba la gargantilla, acariciando al
mismo tiempo la suave piel de su cuello.
17
Tres

Roxanna abrió la boca en un bostezo que intentó disimular con la


mano. Sophia pasó por su lado y soltó una risita.
—¿De qué te ríes? —Miró a su compañera.
—Deberías decirle a ese novio tuyo que te dé menos caña.
Últimamente vas muerta de sueño —comentó con mirada
chispeante.
Roxanna esbozó una sonrisa y apartó la vista de su amiga,
temerosa de que leyera en ella las actividades nocturnas que la
habían llevado a estar tan agotada. Se esforzó en centrarse en su
labor de escribir informes. Volvió a esconder un bostezo y pensó
que esa noche necesitaba descansar sí o sí. Al día siguiente,
viernes, se iba de congreso con su jefe. Tenía una ponencia que
presentar y quería hacerlo bien. No iba a saldar su deuda de sueño,
como Angelica lo llamaba, con una sola noche, pero tendría que
bastar.
Las escasas ocasiones en que quedaban, la neuróloga se
mostraba preocupada por ella. Más aún desde que le había contado
que últimamente le resultaba difícil dormirse a una hora normal a
pesar del cansancio.
Las letras en la pantalla aparecían borrosas y empezó a dolerle
la cabeza. Quizá tenía que volver a graduarse la vista. Pensó en
tomarse en serio los consejos de su amiga y empezar con una rutina
de sueño sana. Se sentía como cuando hacía guardias, como si
tuviera una especie de desfase horario crónico.
—¿Cuánto tiempo lleváis? —Su animada compañera se sentó a
su lado durante la comida y Roxanna contuvo un suspiro. No tenía
muchas energías para hablar, pero no quería amargar el buen
humor de Sophia.
—Nueve meses... —Su expresión se volvió soñadora. Los
mejores de su vida, sin duda.
—Oye... Podríamos salir alguna vez los cuatro juntos.
Roxanna se mordió el labio. Afortunadamente para Ethan,
parecía ir en serio con Sophia. «Sí, quedemos, y más vale que tu
novio se lleve una muda de pantalón y ropa interior para cambiarse
después de que Adam le haya dirigido su mirada asesina».
—No lo creo, Sophi. Adam es... —hizo una pausa— un poco
especial. No es muy sociable.
—Menos mal. Un tío tan bueno debía tener algún defecto, o no
sería justo. Aunque eso ni siquiera es un defecto. Oye, ¡qué mala es
la envidia! —bromeó su amiga en plan dramático. Roxanna no pudo
evitar una carcajada—. Eh, —bajó el tono de voz a uno más
confidencial— dime que al menos la tiene pequeña.
—¡Sophia! —Fingió escandalizarse y meneó la cabeza—. Eso
es privado. —Ahogó otro bostezo.
—Vale, cambio de tema. ¿Crees que te dará tiempo de visitar
Nueva Orleans?
Roxanna pensó en la ironía de que ese año el Congreso
Nacional de Patología Clínica fuera en Nueva Orleans, la ciudad de
Louis y Lestat, los vampiros de las novelas de Anne Rice.
—No lo creo, pero lo intentaré.
—Bueno, volviendo a lo importante, no has contestado mi
pregunta —susurró Sophia. Roxanna alzó una ceja, dando a
entender que la conversación sobre los genitales de su novio había
terminado—. Está bien, te dejo, pero algún día querré saber más
que las migajas que me cuentas —dijo Sophia antes de levantarse
de la mesa.

Roxanna se retocó el maquillaje ante el espejo del aseo de


señoras. Aquella noche había salido con Adam para cenar en su
restaurante favorito. A ella le gustaba cómo él se anticipaba tantas
veces a sus caprichos. Sonrió mientras se repasaba los labios ante
el espejo. En las ocasiones en que salían juntos, Adam lucía unas
lentillas de color verde que disimulaban sus llamativos iris.
Era toda una experiencia verlo mezclarse con los humanos. Se
le veía cómodo, y atraía a las personas como si él fuera el Sol y los
demás sus planetas. Sin embargo, había algunos que lo miraban de
reojo como deseando alejarse de su presencia cuanto antes.
Roxanna sospechaba que estos humanos percibían a nivel
subconsciente lo que él era. Aun así, su presencia causaba
sensación entre el género femenino —y parte del masculino— de
cualquier local a donde iban. Fue en uno de esos locales donde
Roxanna y Adam se habían encontrado con Sophia. No con Ethan,
afortunadamente para él. Adam, que aquella noche estaba juguetón,
le regaló su sonrisa más espectacular al presentarles Roxanna. Su
exuberante amiga, con alguna copa de más, no había disimulado el
impacto que el vampiro le había causado. Su mirada fija y su
mandíbula descolgada no necesitaban traducción. Roxanna le atizó
un codazo al ver cómo jugaba con las pobres hormonas de Sophia.
Para qué engañarse, sentía un punto de celos. A veces temía no ser
suficiente para él.
Roxanna guardó la polvera y la barra de labios en el bolso y se
miró al espejo. Confiaba en sus sentimientos por ella, pero no podía
acallar la vocecita que preguntaba, muy en el fondo de su ser, de
dónde salía aquella atracción que desafiaba las leyes de la
naturaleza y hasta cuándo duraría.
Decidida a dejar de darle vueltas al tema, salió del baño para
encontrar a la maître comiéndose con los ojos a Adam. Una
camarera se acercaba con la cuenta y casi tropezó al ser objeto de
una sonrisa por parte del vampiro.
—Creo que si no reafirmas tu ego no eres feliz —le gruñó
cuando se encaminaron a la salida del restaurante.
Pasó por delante de él, abrió la puerta del local y se alejó del
lugar a grandes zancadas. Desde que estaba con él, sus reacciones
eran más viscerales. De pronto, sus fuertes manos la sujetaron por
la cintura y, arrastrándola hacia atrás, la aproximaron a su torso. Se
inclinó y le habló a la oreja al tiempo que cerraba su agarre sobre su
vientre. Roxanna sintió que le faltaba el aire, pero no era por su
abrazo. Su proximidad siempre conseguía aquello.
—A veces, no puedo evitar jugar un poco. Pero ahora…
intentaba ponerte celosa —admitió con suavidad—. Acarició su
oreja con sus labios, provocándole escalofríos de placer—. Lo
siento.
A su alrededor empezó a caer la nieve. Era un mes de enero
muy frío, pero Roxanna apenas notaba la baja temperatura. Se giró
para mirarle. Su expresión era una mezcla de adoración y fuego que
la hizo temblar. Alargó la mano para acariciar su semblante, mirando
en la profundidad de sus ojos. Su corazón se aceleró, como cada
vez que se perdía en la negrura de sus pupilas, intentando
desentrañar la esencia del ser que amaba.
—No vuelvas a ponerme celosa —murmuró—. Sabes que nadie
me ha importado como tú, en toda mi vida.
La expresión de Adam cambió y una nube oscureció su perfecto
rostro. Fueron solo unos segundos, pero Roxanna parpadeó al
sentir la angustia que él irradiaba. Su mano se posó, helada, sobre
la de ella.
—No sé qué haría sin ti —musitó con más dolor del que
traslucía su impenetrable rostro.
No era la primera vez que le decía eso, pero se alarmó. La
intensidad de las emociones de Adam había traspasado su bloqueo,
y no le había gustado cómo había sonado su frase. Ni que él la
mirara de aquella forma, tan perdido en sus propios pensamientos
que parecía ver a través de ella. ¿Dónde se había ido el erotismo de
unos segundos antes?
—¿Qué sucede? —Alzó su otra mano para acariciarle la cara
con dulzura—. Adam, ¿dónde estás?
«En un mundo terrible donde tú no existes, Roxanna». La
perspectiva del viaje de su amada lo atormentaba cada vez más.
Había logrado ocultárselo, pero el esfuerzo le estaba pasando
factura y estaba teniendo una especie de ataque de ansiedad. Se
esforzó en ignorar el miedo que, como un veneno, invadía sus
venas. La miró, sonriendo y empleando toda su seducción en
hacerle olvidar lo que ella acababa de percibir.
—Aquí, contigo. Pero preferiría estar en otra parte. ¿Vienes a
casa?
—Nooo... —se quejó—. Sabes que mañana tengo que
madrugar, amor. Mi avión sale muy temprano, y ya te dije que tengo
mi ponencia a primera hora de la tarde. Necesito algunas horas de
sueño, y contigo cerca eso es tarea imposible.
—Te prometo que me controlaré —murmuró recorriendo su
mejilla con el dedo índice.
—Lo sé... En quien no confío es en mí misma. —Le brindó una
trémula sonrisa.
—Sabes que podría convencerte de lo contrario... aquí y ahora.
La grave voz de Adam esparció la carne de gallina por su piel.
La sencilla caricia de su dedo en la cara la abrasaba. Lo quería. En
su cama, encima de ella, dentro de ella. Pero, tanto como lo
necesitaba a él, ansiaba saber si podía estar unos pocos días
separada de su abrumadora pasión y sobrevivir. La intensidad de su
relación era adictiva y, esfumada su resignación del principio, ya no
sabía qué iba a hacer con su vida cuando él se marchase.
No. Esta noche iba a pasarla sola. La primera en nueve meses.
La primera de tres noches.
Adam la acechaba, sus párpados entrecerrados, estudiando las
luces y sombras de su cara, las líneas de su expresión, descifrando
un mapa para leerle la mente.
—Sé que podrías —respondió ella en voz baja—, pero no lo
harás, ¿verdad? Un gran poder conlleva una gran responsabilidad,
ya viste Spiderman —bromeó y agrandó los ojos, componiendo un
gesto inocente. La tensión sexual se arremolinaba en torno a ellos
como los copos de nieve que habían caído durante la tarde.
A los pocos segundos Adam la miró con expresión serena.
—Es más divertido cuando me permites… convencerte —
repuso, soltándola.
—Lo sé, tu instinto de predador te puede —comentó con media
sonrisa.
—Me conoces demasiado bien... Roxanna —dijo apartándose
de ella.
Adam tenía razón en lo que le prometió al principio de su
relación. Su nombre, que él adoraba, ya no le provocaba rechazo.
Con paciencia, se había empeñado en borrar la amargura ligada a él
hasta sustituirla por la dulzura de la miel.
—De acuerdo, amor —continuó, asintiendo—. Quiero que lo
hagas muy bien y que te aplaudan todos los presentes. Pero ten
cuidado si paseas por la ciudad. Puede que se te acerque Lestat.
No confíes de él, no es como yo.
Roxanna frunció el ceño, estudiando su expresión.
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Por supuesto que bromeo. —Guiñó un ojo—. No creerás en
vampiros, ¿no?
—Claro que no. Soy una mujer racional. —Elevó una ceja.
—Pasa la noche conmigo y te volveré irracional. —La sonrisa
que le dirigió fue de alto voltaje.
—¡Adam! —protestó con el ceño fruncido.
A pesar de sus supuestas buenas intenciones de momentos
antes, él estaba volviendo a emplear sus armas de seducción para
convencerla.
—Déjame ir contigo —murmuró en voz baja.
—¿Qué? —Lo había oído, pero no estaba muy segura de
haberlo entendido bien.
—Déjame ir contigo, Roxanna. —Sus dedos se posaron en la
mejilla de la mujer y descendieron por un lado de su cuello, rozando
la línea por la que corría su acelerado pulso.
Ella agrandó los ojos.
—No... no me pidas eso, Adam. Viajo con el jefe, su habitación
está al lado de la mía. No es buena idea.
El vampiro exhaló un bufido.
—Roxanna, si no quieres que vaya solo tienes que decirlo.
Puedo superarlo, pero tenía que intentarlo. —Dio media vuelta y
siguió caminando con las manos en los bolsillos de su abrigo.
Ella se quedó quieta un momento, ahora era su turno de estar
exasperada. Aquel vampiro bicentenario se estaba comportando
como un crío.
—¿A ti qué te pasa? —exclamó. Él la ignoró y su exasperación
se transformó en ira—. ¡No es que no quiera! ¡Y no me des la
espalda! —Lo alcanzó corriendo y se detuvo frente a él, su
respiración visible en el aire helado.
Él la contempló con gesto impasible. A pesar de eso, sus ojos
destilaban tristeza. Le tomó las manos con las suyas. Se miraron
durante unos segundos mientras el contacto entre ellos, incluso a
través de los guantes que llevaba, generaba un calor que se
irradiaba desde la piel hasta la médula de los huesos, borrando todo
rastro de ira a su paso. Era una constante en su relación, sus pieles
hablaban por ellos.
—No es que no quiera —repitió ella—. Es... es... —Apartó la
mirada y se mordió el labio con frustración. ¿Cómo decirle que
quería comprobar que podía estar unos pocos días sin él? ¿Que
necesitarle de aquella forma la asustaba? ¿Que la falta de futuro en
su relación empezaba a angustiarla?
Adam le levantó la barbilla para que lo mirara a los ojos; pareció
sondear su alma y adivinar hasta el más profundo de sus secretos.
Pero si lo supo no dijo nada. Tomó su mano, y tirando de ella se
encaminó de nuevo en dirección a su casa.
—Olvídalo, Roxy. Sé que me vas a echar de menos tanto como
yo a ti. Vamos, cariño. Necesitas descansar.
Pasearon en silencio recorriendo las manzanas que les
quedaban hasta la casa de Roxanna. Mientras, la nieve volvía a
caer silenciosamente a su alrededor. Ella exhaló con fuerza y miró
su aliento condensado en una nube de volutas. Siempre había
detestado el frío. Los inviernos en casa de sus padres parecían un
infierno helado y eterno; la dejaban sola y no le permitían poner la
calefacción, según ellos por seguridad, así que tenía que ponerse
varias capas de ropa y mantas encima.
Pero ahora, con Adam, el frío era mucho más tolerable. Sabía
que era uno más de los efectos de su veneno. Su mente vagó por
aquel hilo de pensamiento y se sorprendió a sí misma contando los
días que habían pasado desde que él la había mordido por última
vez. Nada menos que catorce. Cada mes se hacía un análisis, y el
último había salido un poco alterado. Por eso él bebía solo sangre
de donante mientras Roxanna anhelaba que se alimentara de ella…
¿Cuál era su problema? Había intentado analizar sus propias
necesidades y las circunstancias que la habían unido a él, pero se
había rendido. Había tenido que admitir que, como le pasaba con su
propio don, no tenía una explicación racional. Agitó la cabeza
cuando pensó, no por primera vez, si ambos estaban predestinados
a estar juntos. ¿Por qué iba a ser así? Ella solo sería una mancha
más en la pintura que representaba la prolongada vida del vampiro.
Un punto en su cuadro impresionista.
Adam captó a través de su lenguaje corporal la angustia que
estaba apoderándose de ella. Se detuvo a unos metros de su
destino y soltó su mano para pasarle el brazo por la cintura y
acercarla a él.
—¿Estás bien? —Besó sus labios y la miró a los ojos.
—Sí, solo estaba pensando.
—¿Estoy yo en esos pensamientos? —Sonaba inseguro.
—Sí, como casi siempre, amor. —Le sonrió y decidió cambiar
de tema—. Oye, ¿cómo llevas lo de beber True Blood? —Roxanna
le había puesto aquel apodo, sacado de unas novelas de vampiros,
a la sangre envasada que usaba él, aunque no tenía nada de
artificial aparte del conservante.
Él entornó los ojos por el cambio de tema y se encogió de
hombros.
—Lo llevo. Sobrevivo, mejor dicho. Es lo que hay.
—No quiero saber de dónde sacas esa sangre donada.
—Si te sirve de consuelo, no se la robo al sistema sanitario.
—Lo imagino —repuso, mordiéndose la lengua para no pedirle
que bebiera de ella.
Estaba loca. Era irracional pedirle eso cuando lo que ella
pretendía era estar separados unos días. Se riñó a sí misma en
silencio. Sintió los fríos dedos de Adam presionando suavemente en
su barbilla para que alzara la cabeza, de nuevo.
—¿Y? —inquirió él.
—¿Y, qué?
—Y qué más estabas pensando. —Le clavó la mirada.
—Un poco de todo. —Se encogió de hombros, incómoda por el
escrutinio.
A Adam no le gustaban esos momentos en los que Roxanna
estaba tan pensativa, le recordaban al pasado, cuando ella
escuchaba la voz de la razón e ignoraba la visceral atracción que los
unió desde el principio. Dado que su propia existencia era de todo
menos racional, eso a él no lo beneficiaba.
Le acunó la cara entre sus manos mirándola con intensidad
antes de besarla. Apoyó sus labios con suavidad sobre los de ella, y
lentamente tomó posesión de su boca, llenándose de su sabor y su
aliento, de su calor y su vida. La exploró con suaves roces de su
lengua, como si esperara encontrar la respuesta a sus preguntas en
la húmeda cavidad, en el tacto de su piel y en su proximidad, pero
su cuerpo le negó las respuestas que él pedía. Siempre había una
parte de ella que se protegía de él, cerrada bajo mil llaves como el
tesoro más preciado.
Suspirando, Adam se apartó tan lentamente como se había
acercado. Pegó su frente a la de ella y cerró los párpados,
respirando su perfume.
—Piensas demasiado, mi vida —musitó.
—Lo sé.
Contuvo la respiración. Él hacía trampa, como de costumbre.
Estaba a un paso de claudicar. «Acompáñame esta noche, mañana,
toda mi vida. No puedo estar separada de ti». Su corazón
bombeaba aquellas palabras con cada latido, pero se apartó de
Adam. Sus ojos lo evitaron, centrándose en la nieve que caía en el
suelo mientras intentaba recomponer su voluntad.
—Quisiera leerte la mente —susurró él.
—No sería justo, ¿no crees? —Se volteó y miró a su alrededor,
sorprendida al darse cuenta de que estaban frente al portal de su
casa—. Buenas noches, mi amor. —Se puso de puntillas para darle
un beso rápido en los labios.
Fue como besar a una estatua de mármol. La sangre envasada
lo alimentaba, pero no calentaba su cuerpo.
Adam no intentó seguir con su juego de seducción y se dejó
besar. Sin embargo, insistió en acompañarla a su piso y no se
apartó hasta que cerró la puerta. La perspectiva de pasar la noche
sin ella le helaba el corazón.
En la calle, se sorprendió al sentir los aguijones del frío
penetrando en su cuerpo. Se apretó más la ropa que llevaba, en un
gesto muy humano. Pero el calor no lo envolvió, porque quien lo
calentaba por dentro y por fuera era Roxanna. Sintió ganas de
correr, trepar por las paredes y saltar sobre los edificios, quiso
buscar una presa en algún dormitorio solitario. Quizá, mejor aún,
buscarla en la calle, seducirla, hacerla sucumbir a su deseo en
cualquier callejón oscuro y alimentarse de ella. Lo había hecho miles
de veces, en una época de la que tan solo le separaban unos
meses. Entonces era libre. Sin la angustia que ahora se infiltraba en
su pecho como un parásito, sin el intenso miedo a la pérdida.
Se pasó ambas manos por el pelo, no podía encauzar la riada
de sus emociones. Pensó en Nicholas por enésima vez y un
sentimiento parecido a la comprensión encogió su corazón. ¿Les
había unido solo la casualidad? ¿Existían humanos que eran
complementarios a los vampiros? La historia de su madre y Nicholas
demostraba que, aunque hubiera atracción, no siempre había un
final feliz. Pero si su madre se hubiera dejado llevar en vez de
aterrorizarse, ¿habría sido feliz al lado de Nicholas? No pudo evitar
pensar si su creador habría encontrado a alguien, y deseó con
fervor que no hubiera sido así. Él merecía estar solo.
«Hipócrita, no le has dicho a Roxanna que está cambiando, que
su olor es distinto», le dijo su conciencia, que sonaba como la voz
de su amada.
«No, no estoy seguro de eso, ¿para qué asustarla? Quizá la he
mordido demasiadas veces. Quizá sea cuestión de no beber de ella
durante unos meses. Pero eso es imposible, y no solo para mí», dijo
otra parte de él sin remordimiento.
«Mientes. Y cuando lo sepa te dejará».
Agitó la cabeza. No estaba seguro de nada, por eso no
pensaba compartir su inquietud con Roxanna. Percibía que se
encontraban en un momento clave de su relación, no porque
dudaran de lo que sentían, sino porque cada vez estaba más claro.
Al menos por parte de él. Pero ¿y ella? ¿Y si salía huyendo de
nuevo?
De repente, su teléfono lo sacó de sus cavilaciones con la
melodía que indicaba que era Roxanna. Contestó rápido, temiendo
que se encontrara mal o tuviera algún problema. Si no, ¿por qué le
iba a llamar ahora, si acababan de despedirse?
—¡Roxy!
—Adam, ¿estás bien? —inquirió con preocupación.
—¿Yo? ¡Claro que estoy bien! ¿Y tú?
—Perfectamente, pero tú no suenas nada bien.
—¡Porque me has asustado! Pensaba que te había pasado
algo.
—Está bien, pues entonces cuelgo —sonó enrabietada.
—Ni se te ocurra hacerlo, o iré a tu casa.
Hubo un silencio al otro lado de la línea, y Adam escuchó la
respiración superficial de Roxanna. Frunció el ceño mirando su
teléfono un momento, como si fuera a desentrañar el misterio. ¿Qué
le estaba pasando?
—Roxanna, estás asustándome. Habla —ordenó. Notó que ella
tragaba saliva—. Ahora.
—Bueno... lo que quería decirte... es sobre eso.
Adam tuvo que morderse la lengua para no gritarle «¿sobre
qué?». Hubo un silencio de unos segundos y ella continuó:
—Sobre lo de volver a mi casa —murmuró. Adam tomó una
bocanada de aire y se prohibió anticipar lo que ella iba a decirle—.
¿Puedes venir?
—¿Para qué? —preguntó con cautela. ¿Por qué había
cambiado de idea?
—Para pasar la noche conmigo. Quiero... Quiero estar contigo.
Te necesito —las últimas palabras fueron suspiradas.
Adam apretó los párpados.
—¿Estás… segura?
—Sí. Ven. —Su voz transmitía tal anhelo que Adam tuvo que
abrazarse a sí mismo para no moverse del sitio.
—¿Por qué has cambiado de idea? —quiso saber.
—No voy a poder dormir sin ti a mi lado. Lo sé.
—Si voy, no dormirás, Roxanna. O, por lo menos, no
descansarás. No quiero engañarte. Tengo hambre de ti. Un hambre
desesperada que no vas a poder calmar de ninguna forma.
—Eso lo veremos —susurró ella con voz cargada de deseo. No
hubo respuesta—. ¿Adam? —tampoco hubo respuesta y miró el
móvil. Él había colgado.
Frunció el ceño y se dispuso a volver a llamarle cuando sonaron
unos golpecitos en la puerta. Él jamás usaba el timbre. Se acercó al
umbral de su casa y abrió lentamente, mirando al vampiro con
timidez.
—Sí que has ido rápido —dijo mientras le franqueaba el paso.
Él chasqueó la lengua fingiendo disgusto. Era una rutina entre
ellos. Con una vez que le diera permiso era suficiente para que él
pudiera visitarla —siempre que no se lo revocara—, pero él quería
oírlo cada vez. Roxanna lo atribuía a que así se sentía más
aceptado. O a una vieja costumbre difícil de cambiar. Cuando sus
ojos se encontraron se le escapó el aliento. Se había quitado las
lentillas y el brillo jade de sus iris era intenso, como si hubiera una
pequeña brasa en su interior.
—Déjame entrar, Roxanna. —Su voz era una caricia
demandante, una voz para la que el «no» no existía.
Roxanna parpadeó para librarse del hechizo de aquellos ojos,
en vano. Estaba a su merced y ni siquiera la había tocado. Era en
esos momentos cuando su mente alcanzaba a comprender lo que él
era. Con facilidad, olvidaba que caminaba sobre la cuerda floja, sin
pensar que su amante, su amor, no era humano.
—Pasa, Adam —murmuró mientras él atravesaba el umbral. Su
presencia pareció llenar la casa.
Se giró hacia la puerta para cerrarla con llave. Tragó saliva
cuando sintió su aliento acariciarle la nuca y sus brazos cerrarse
alrededor de su cintura. Se pegó a su espalda, aprisionándola
contra la puerta con tanta firmeza como suavidad.
—Voy a hacer que no olvides esta noche, Roxanna —habló en
voz baja.
Sus labios recorrieron la delicada curva desde el hombro hasta
el lóbulo de la oreja, despertando la piel a su paso, haciéndole sentir
viva.
—No olvido ninguna noche que paso contigo, Adam —suspiró
Roxanna, inclinando más el cuello, ofreciéndose a la caricia y a lo
que él quisiera.
Él sonrió contra su piel, satisfecho con la respuesta. Sentía la
necesidad de hacer que aquella noche fuera inolvidable, para que
esos días que iban a estar separados le fuera imposible dejar de
pensar en él.
Sí. Era un cabrón egoísta.
—Estás helado. —Roxanna echó sus brazos hacia atrás para
acariciar el sedoso cabello del vampiro—. Déjame calentar tu
cuerpo, cariño. Bebe de mí.
Al escuchar estas palabras, él sintió el cosquilleo de sus encías.
Tenía tanta hambre de ella... La necesitaba como nunca. Pero hoy
no. No hasta que estuviera recuperada.
—El hambre al que me refiero no es solo de ese tipo, Roxanna
—murmuró su voz grave.
Ella emitió un leve quejido de protesta y él sonrió a su pesar. Ni
siquiera la exposición frecuente a su veneno había podido evitar la
anemia. Para hacerlo, Roxanna tendría que haber tomado mucho
más hierro del que su estómago podía tolerar. Él no podía permitirlo.
Tenía que cuidar de ella.
«Mentiroso».
Ignoró la voz de su conciencia y se abandonó a su deseo de
Roxanna, controlando el de su sangre. Arañó su suave piel con los
dientes, jugueteando, disfrutando al sentirla retorcerse entre sus
brazos.
—Oh, por favor, hazlo —gimoteó.
Él se puso duro al comprobar una vez más que ella deseaba
aquello tanto como él.
—No, amor, tengo otra idea. Vamos a probar algo nuevo. —Le
mordisqueó el lóbulo de una oreja y tironeó de él, gruñendo al
percibir el aroma de su excitación—. ¿Confías en mí?
Ella paró de moverse. La anticipación que habían provocado
sus palabras y el deseo le hacían difícil respirar.
—Confío en ti, Adam.
—Bien. Entonces no te resistas. Voy a dormirte, Roxanna —dijo
dándole la vuelta para que lo encarara.
Roxanna lo miró y su cuerpo tembló de forma perceptible solo
para los ojos del vampiro. Se mordió el labio inferior y entrecerró los
párpados.
—¿Estás seguro?
La pregunta no era gratuita. Con el transcurso del tiempo, las
sensaciones en el mundo onírico habían llegado a ser tan intensas
para la mujer que él, temiendo que Roxanna se extraviara en su
propio subconsciente, había sugerido que dejaran de encontrarse en
aquella realidad paralela. La propia Angelica lo había aconsejado,
argumentando que Adam estaba alterando sus ciclos de sueño con
demasiada frecuencia.
—Seguro. Solo será una vez. Lo que he pensado no puedo
hacerlo en el mundo real. —Le sujetó la cara entre sus grandes
manos y la sondeó con la mirada, acercando sus labios a los de ella
—. ¿Tengo tu permiso?
—Sí, lo tienes. —Sin aliento y sin parpadear, asintió.
Apenas había hablado cuando en un movimiento rápido se
encontró en su propia cama con él tumbado a su lado, ambos
vestidos y descalzos. Adam la acarició con suavidad, dominando el
ansia de posesión. Puso una de sus manos sobre el pecho
femenino, a la altura del corazón, donde este le respondió con un
golpeteo, música para sus oídos. Desplazó la caricia hacia la
clavícula. Sus largos dedos acariciaron el pulso que latía acelerado
en su cuello, y clavó la mirada en los ojos grises. Sus pupilas
dilatadas lo llamaban. Anhelaba perderse en aquella oscuridad,
introducirse en los secretos de su alma.
Sin perder el contacto de sus dedos contra el pulso de su
cuello, se inclinó sobre ella, se acercó a sus labios y los rozó con los
suyos, envolviéndola en su aroma a naturaleza. Roxanna inhaló,
llenando sus pulmones como si él fuera su oxígeno.
—Cierra los ojos, dulce Roxanna —susurró en sus labios.
Roxanna así lo hizo. Percibió la familiar sensación de vértigo, y
por fin calma.
Sentía bajo su cuerpo el tacto suave de unas sábanas y la
blanda textura de un colchón, como si continuara en vigilia. Quiso
mover los brazos, pero no pudo. Tampoco veía, cegada por una
especie de antifaz. Aspiró el aroma de Adam. Su dedo le recorrió el
labio inferior con suavidad mientras su boca acariciaba su mejilla.
La frialdad de su piel había desaparecido y el contacto era casi
ardiente.
—Shh, tranquila, cariño —su voz la serenó—. Confía en mí.
Ella se sentía excitada e inquieta a partes iguales, pero
confiaba en él. De pronto, una boca voraz le chupó un pezón y la
descarga de placer la atravesó de arriba abajo. Su respiración se
aceleró más al notar que eran dos las bocas que recorrían su piel.
Mientras una lamía un pezón y lo mordisqueaba con suavidad, la
otra hacía el mismo tratamiento a su otro pecho.
—Adam, ¿qué sucede? Quiero verte. —Se tensó.
Pudo escuchar un prolongado suspiro.
—¿No confías en mí?
—Depende... ¿Qué tramas? —La voz de Roxanna poseía una
advertencia clara.
De inmediato, sintió sus muñecas liberadas y el antifaz
desapareció. Cuando abrió los ojos se encontró en una gran
habitación estilo renacentista, iluminada por velas. Estaba tumbada
en una cama con dosel en la que había un pañuelo de seda roja
atado a cada poste. Sonrió para sí, el vampiro sabía cuidar la
escenografía.
A pocos centímetros de su cara, Adam lucía una encantadora
mueca de pena y una mirada más traviesa de lo habitual en él.
—Parece que Roxanna no se fía de nosotros.
Los ojos de Roxanna se abrieron como platos al mirar más
abajo y ver al que bien podía ser el gemelo de Adam, sentado a sus
pies. Este le guiñó un ojo con aquella media sonrisa que la derretía.
Abrió la boca y la volvió a cerrar, mirándolos a ambos
alternativamente. Como si estuviera despierta, sintió sus mejillas
arder. Se sentó y se abrazó las rodillas mientras decidía con qué
Adam hablar. Si era difícil concentrarse con uno, con dos era una
tarea ardua.
—Adam... No sé... —Se mordió el labio, mirando al que tenía
más cerca.
Sus ojos ardientes se serenaron. Alzó una mano y la posó bajo
su barbilla.
—¿Tienes miedo? ¿No es una de tus fantasías, que dos
hombres te hagan el amor? Así podemos cumplirla... sin celos.
Ella exhaló, negando con la cabeza.
—No estoy segura... ―titubeó―. En una fantasía yo soy quien
maneja todos los personajes. No es lo mismo que realizarla.
—Un sueño es como una fantasía —susurró él.
—No nuestros sueños, y lo sabes. —Ella miró alternativamente
a los dos Adam.
—Como si lo fuera. Puedes parar cuando lo desees —constató.
—Si es que no confías en mí... en nosotros —terminó el otro
Adam—. A mí puedes llamarme Andrew.
—Sí, confío en ti... en vosotros y lo sabes. Lo sabéis. Joder.
¿Tendré que discutir con los dos? —protestó al más cercano.
Miró al otro Adam, a Andrew. Qué extraña situación. Y, sin
embargo, era tan... excitante. Olvidó las advertencias de Angelica
sobre lo que aquellos sueños podían hacerle. Sobre sus cambios de
ritmo biológico. Eran como una droga. Él era como una droga. Lo
peor era que desconocía todos los efectos secundarios. Lo mejor...
que no le importaba. Era su opio, su paraíso escondido.
—Es solo que... no sé si estoy preparada.
—Como desees. No quiero que te sientas incómoda, amor. —El
vampiro que estaba más apartado de ella desapareció.
—¡No!
—¿No? —Adam alzó una ceja, divertido.
—No he dicho que se vaya... es solo...
Adam sonrió a medias. «Maldito creído». Entonces su gemelo
reapareció y Adam estiró los brazos, ofreciéndole sus muñecas.
—Átame, cariño —dijo mirándola a los ojos—. Tú controlas.
Roxanna tragó saliva y miró a aquellos dos hombres que se
ofrecían a ella. Eso podía hacerlo. Quería e iba a hacerlo. Su
fantasía hecha realidad, sin extraños de por medio.
Sin dudar más, se dispuso a atarle cada muñeca con los
pañuelos de seda roja.
—¿Cómo puedes hacerlo? No... ¿no perderás la
concentración? —De pronto un pensamiento la golpeó. Detuvo el
anudado y lo miró con recelo— ¿Lo habías hecho antes?
—¿Y tú?
—Sabes bien que no. Y no me has contestado —su voz fue un
gruñido mientras terminaba de anudar el pañuelo.
Adam escondió una sonrisa al comprobar que ella no era
menos celosa que él.
—También es nuestra primera vez, Roxanna —contestó la voz
justo a su espalda, tomándola por sorpresa. Casi había olvidado que
eran tres—. Relájate —dijo, sus dedos hábiles masajeando sus
hombros.
Roxanna cerró los párpados y ronroneó. Cuando los cálidos
labios contactaron con la piel de su nuca sintió su interior derretirse.
—En...tonces estamos... igual —farfulló, pero se relajó,
entregándose a las sensaciones.
—¿Qué deseas que haga, Roxanna? Pídemelo. —La voz a su
espalda era rasgada, profunda. La respiración, anhelante. El tacto
de sus labios dibujaba un camino de fuego por su sensible piel.
—Quiero que me des placer —habló en voz baja.
—Y yo no deseo otra cosa.
Sin perder de vista los ojos verdes, terminó de atar a Adam. A
su espalda, Andrew continuaba besándola, a veces con suavidad,
otras con pequeños mordiscos, y otras eran besos húmedos donde
su lengua trazaba dibujos en su piel: en el cuello, entre los
omóplatos, en los hombros, tomándose su tiempo. Roxanna resistió
el impulso de cerrar los párpados y echar la cabeza hacia atrás.
—No podrás liberarte, Adam, ¿entendido? —ordenó.
Él asintió. Ella acarició la piel de su muñeca justo al lado del
nudo que había hecho. Se obligó a ignorar el calor que desprendía
la mirada de ambos, era como estar desnuda bajo el sol del
mediodía en verano.
—Y ahora —dijo en voz baja— quiero follarte.
Escuchó un siseo. Adam agarró con fuerza sus ataduras, y
cada uno de los músculos de sus brazos fue visible. Ella percibió su
deseo como una fiebre que la atravesó hasta lo más hondo. Esa
fiebre fue creciendo en intensidad mientras ella se movía sin prisas,
saboreando la sensación de poder que le proporcionaba despertar
su pasión. La anticipación llenaba el aire de la habitación. Era como
estar en una montaña rusa cerca del final del ascenso, sin saber lo
que vendría después.
Se colocó a horcajadas sobre la cintura de Adam, quien la
acarició con la mirada desde la cara hasta el cuello, los pechos, el
abdomen. Como si la tocase de verdad. Jadeó al percibir las manos
de Andrew rozar su espalda, recorriendo su columna vertebral con
el roce de sus yemas. Su aliento le calentó la nuca.
—Roxanna... es demasiado para mí verte así... —Sus manos
se desplazaron rodeando la cintura hasta llegar a sus pechos y
abarcarlos con rudeza. Roxanna sintió que le faltaba el aire—.
Poder gozarte por partida doble me va a volver loco—. Ella gimió al
sentir su tacto en los pezones, echó la cabeza hacia atrás y la apoyó
en su hombro.
Él besó su cuello con roces de sus labios, de arriba abajo, luego
los hombros, y de repente sus brazos se cerraron en la cintura de
ella y la levantaron, desplazándola hacia la cara de Adam.
Roxanna soltó un gritito por la sorpresa. ¿No se suponía que
estaba al mando? Sus piernas se apoyaban contra los brazos
atados de Adam, aprisionándolos, y su boca estaba tan cercana a
su sexo que sintió el calor de su aliento.
—Lo siento, pero no puedo esperar, cariño... —dijo Adam, su
tono de voz suave y sumiso.
«¿Sumiso tú? Y un cuerno». Roxanna tragó saliva cuando la
boca hambrienta de Adam contactó con ella, provocándole una
descarga de placer. La lengua del vampiro la lamía con delicadeza,
rodeando el sensible nudo de nervios y alejándose de él para volver
una y otra vez; su boca chupaba su sexo como si se alimentara de
él. Roxanna emitió gemidos entrecortados y hundió sus dedos en el
suave cabello de Adam, que mostraba una expresión de puro
éxtasis. Al mismo tiempo, las manos de Andrew la recorrían y
creaban ondas expansivas de gozo que se mezclaban con el placer
que Adam le estaba proporcionando, sobrecargando su cuerpo.
—Joder, Adam, lo... que me... haces sentir —balbuceó.
—Dímelo, cariño.
—Me vuelves loca.
—Así te quiero —Andrew susurró en su oreja mientras Adam
volvía a torturarla con su lengua—. Loca por lo que te hago. Por mí.
Quiero que estos tres días con sus noches te acuerdes de este
momento.
Su cuerpo se agitaba bajo el insistente roce de su lengua y sus
caricias. Las manos de Andrew se perdían en sus pechos
tironeando de sus pezones, pellizcándolos, haciéndolos rodar entre
sus dedos.
—Oh, por favor, no puedo más —lloriqueó Roxanna.
La presión en su interior creció hasta que sintió cercana su
liberación. De repente, los dedos de Andrew se introdujeron en ella,
acariciando su punto más sensible, y convulsionó en medio de un
fuerte orgasmo. Andrew la mantuvo en su sitio mientras Adam lamía
su excitación, prolongando la placentera tortura. Se inclinó hacia
atrás hasta apoyarse en él, que la besó en el cuello, su lengua
trazando círculos bajo su oreja. Sin previo aviso, la mordió en aquel
punto y Roxanna gritó y se estremeció hasta sentir que desfallecía
en medio de un éxtasis. Las manos de Andrew la abrazaron con
fuerza y la atrajeron contra su pecho sin dejar de beber de ella.
Estaba literalmente envuelta de Adam; estaba delante de ella,
detrás, por todos lados... Su piel, sus manos, su boca... Era
abrumador. Sentía aumentar de nuevo la placentera presión de su
vientre, atravesando sus entrañas hasta salir por la piel. Sintió cómo
su mente se iba, flotaba y se diluía en el aire de la habitación. Solo
existía el gozo que la llenaba, la pasión compartida.
—Roxanna... Roxanna... —jadeó Adam como si la llamase—.
Mírame.
Ella no podía. Estaba fundiéndose con él; era él, era dulzura,
era posesión, era calor, era su vida.
—Roxanna. Abre los ojos —insistió, y esta vez había una orden
en su voz, y un leve eco de alarma.
Adam había sentido que la situación escapaba a su control y
quería que ella volviera a centrarse. Estaba empleando mucho
esfuerzo en mantener el sueño y Roxanna estaba tan metida en él
que empezó a temer que no retornara a la conciencia. Andrew
desapareció y él se movió hasta ponerla sobre su regazo. Los
párpados de Roxanna temblaron levemente hasta que los elevó. Al
principio, lo miró de forma un tanto desenfocada, como si acabara
de despertar. Adam la contempló y su belleza lo dejó fuera de
combate: sus ojos expresaban adoración, su boca de labios llenos
estaba entreabierta como esperando un beso, su piel blanca parecía
brillar con luz propia y su respiración era anhelante. Estaba
completamente rendida... Jamás la había visto tan entregada.
Deseó experimentar lo mismo que ella, pero no podía dejarse llevar.
No en aquel mundo irreal. Necesitando más contacto, la atrajo hacia
sí hasta que sus frentes se tocaron.
—Roxanna... quédate aquí, conmigo —susurró, y la besó con
ternura.
—Adam —musitó su nombre contra su boca, concentrándose
en él. Su mirada le transmitía todo lo que él significaba para ella.
Adam lo sabía, porque él se sentía igual. Era adicto a Roxanna, sin
remedio y para toda la eternidad.
Roxanna despertó tumbada de espaldas sobre su cama,
desnuda. Adam estaba acostado de lado, también desnudo y
apoyado sobre un antebrazo, acariciándole el brazo arriba y abajo
con las yemas de los dedos, mirándola con preocupación. Le dirigió
un gesto interrogante.
—¿Qué pasa, Adam? ¿Y cuándo me he desnudado?
—Cuando salimos del sueño estabas tan agotada que volviste a
caer dormida. —Su dedo índice trazó una línea a través de su frente
y mejilla hasta llegar a sus labios. Ella cerró los ojos
momentáneamente—. Ni siquiera te despertaste cuando te quité la
ropa. Qué decepción. —Hizo una divertida mueca de resignación y
Roxanna no pudo evitar sonreír, pero seguía notando su
preocupación y frunció el ceño.
—¿Qué sucedió? Me refiero a cuando me dijiste que me
quedara contigo.
—Hubo un momento en que te vi demasiado metida en el
sueño. Lo mejor será no repetir esto. —Escondió una sonrisa al ver
la cara de contrariedad de la mujer—. Somos un par de
imprudentes. Yo mucho más, porque tuve la idea y porque soy el
que tiene experiencia, pero contigo... —compuso una mueca—
pierdo el sentido común.
Ella asintió, demasiado cansada aún para pensar en todo
aquello.
—¿Qué hora es? —dijo sofocando un bostezo.
—Las seis. Me dijiste que tenías que despertarte a esta hora.
Su dedo seguía trazando dibujos por su piel, como si le costara
despegarse de ella.
—Es verdad. —Suspiró—. Qué pereza, por favor. Voy a
ducharme, a ver si me despierto un poco. —Se levantó arrastrando
el cuerpo.
—Yo conozco mejores formas de despertarte —bromeó él.
Ella tan solo gruñó «sátiro» y se metió en el cuarto de baño sin
mirar atrás ni atender a su risa.
Cuando salió del baño, se encontró a Adam sentado en el sofá
mirando las noticias. Ya estaba vestido, tan perfecto que parecía
que hubiese dormido diez horas y acabara de pasar un buen rato
acicalándose. Se había puesto las lentillas, lo que indicaba que al
final la acompañaría al aeropuerto. Notó el aroma de la estancia y
sonrió. Él siempre recordaba que ella no podía empezar el día sin
un café o dos. Se sirvió una taza y caminó hacia el comedor. El día
anterior habían dejado una conversación a medias y quería
terminarla antes de marcharse. Lo necesitaba, y más después de
aquella noche.
—Sobre lo de ayer... —Se sentó en el sofá a su lado y pareció
dudar. Él la miró con dulzura y asintió, instándola a seguir—. Yo... no
es que no quiera que vengas conmigo... Solo quiero ver... —bajó la
mirada y la centró en el café— si puedo estar unos días sin ti.
Se mordió el labio y bebió un sorbo sin atreverse a mirarle.
Adam no se movió ni contestó, así que ella no tuvo más remedio
que alzar la vista para ver qué cara ponía. Tenía que ver si le había
herido.
El aire que había estado reteniendo escapó de sus pulmones
en un suspiro de alivio: él la contemplaba con ternura.
—Lo comprendo bien. —Acercó su mano hasta su cabello y
enredó sus dedos en él—. Yo siento algo parecido. Sobreviviremos,
nos echaremos muchísimo de menos y cuando vuelvas no vamos a
salir de casa en tres días.
—¿Solo tres días? —Lo miró pícara—. Te estás haciendo
mayor.
Adam le dirigió una mirada de alto voltaje, y deseó no haberle
provocado. Con lentitud, él le retiró la taza de la mano y la depositó
en la mesita que había a un lado del sofá. Su mano se cerró sobre
su nuca y la atrajo con suavidad y firmeza hacia su boca,
abriéndose paso por ella como un ejército asolando una ciudad
indefensa. Cuando terminó de besarla, Roxanna estaba jadeante y
temblorosa.
—Acuérdate de esto. —Sonrió engreído y se levantó—.
¿Vamos? No quiero que pierdas ese avión.
Le tendió una mano que ella tomó, y la ayudó a levantarse. La
joven lo miró y frunció el ceño fingiendo enfado, pero la sonrisa, una
sonrisa boba de enamorada, ganó la batalla.
18
Mentiras

La luz de las escasas farolas apenas iluminaba la calle, pero él


conocía bien aquel paisaje urbano. A pesar de que era la zona rica
de la ciudad se podía percibir el desagradable olor a orina, sudor y
humo. Caminó mirando a su alrededor. Era la zona donde residía la
familia de su novia.
Se sentía desorientado. Tenía que hablar con ella. Sí, eso era,
hablar con Tessa. Pero se sentía nervioso sin saber por qué.
Anduvo unos cuantos pasos más hasta encontrarse ante la
conocida puerta. Tessa Bradley, su prometida, era hija de unos
comerciantes adinerados; su futura boda había sido arreglada por
los padres de ambos. Era un trato muy común: la familia Spencer
poseía un título y una cantidad decente de dinero, los padres de
Tessa no tenían sangre noble, pero sí una cantidad indecente de
dinero.
Un intercambio justo.
Abrió la verja, atravesó el jardín que rodeaba la casa, se plantó
ante la puerta de la mansión y alzó la mano para tirar de la
campanilla que anunciaría su llegada, pero la puerta se abrió sola.
Caminó con una sensación de alerta en aumento. Subió por la
escalera hasta las habitaciones del piso de arriba, las abrió una tras
otra sin plantearse siquiera que aquello no era correcto. Algo lo
impulsaba a hacerlo.
Por fin, llegó a la de Tessa, que estaba al fondo del pasillo. Le
pareció escuchar unos gemidos apagados y eso le hizo acelerar el
paso. Quizá ella no se encontraba bien.
Llamó con suavidad a la puerta y, como nadie respondía,
decidió abrir. Contuvo un grito:
Tessa, la preciosa Tessa, estaba sobre su cama con el cuello
extendido, los párpados cerrados y la boca entreabierta en una
mueca de placer que él jamás le había visto. Un hombre rubio la
sujetaba por la espalda con sus brazos, haciéndola arquearse más
mientras la besaba en el cuello.
—¡Nicholas! —gritó desde el umbral, paralizado por el horror.
No sabía muy bien cómo, pero lo conocía.
Nicholas levantó la cabeza. Sus ojos azules refulgían con un
brillo extraño. Adam miró a Tessa y pudo ver en su cuello dos
incisiones que apenas sangraban.
—¡Bastardo! —Se plantó frente a él en unas pocas zancadas y
lo agarró de los hombros intentando que soltara a la joven—.
¿También ella? ¡No!
Era como pelearse con una pared. Aquel hombre lo empujó con
una sola mano y cayó al suelo. Después soltó a Tessa contra el
colchón, desmadejada y pálida.
Adam se quedó sentado en el suelo, fascinado por aquel
personaje. El individuo le sonrió mostrando unos afilados colmillos y
se lamió una gota de sangre de los labios. Aquel ser se le acercó
mirándolo de forma extraña, casi paternal, se agachó y se apoyó
sobre una rodilla. Ahora sus ojos estaban a la misma altura.
—Mi compañera no me ha aceptado —dijo. Ladeó la cabeza y
lo observó antes de proseguir—. Ya no me queda nada —su voz se
apagó y sus hombros parecieron hundirse.
Adam recordó y reaccionó. Se le echó encima con toda su ira, y
esta vez el cuerpo del otro cedió bajo la acometida, desplomándose
en el suelo.
—¡Maldito demonio! ¡Te mataré por lo que le hiciste a mi madre!
¡Por lo que nos hiciste a los dos! —gritó agarrándolo del cuello.
Pero, por más que apretaba, sus manos no se hundían en la piel y
Nicholas lo miraba indiferente.
—Hazlo y me harás un favor. Pero déjame que cuide de ella
hasta que muera.
—¿Cuidar de ella? ¡La abandonaste después de volverla loca,
la abandonaste como hiciste conmigo después de transformarme! —
le gritó a la cara y lo soltó, apartándose de él con asco.
Se levantó para ver cómo estaba Tessa. Para su sorpresa,
parecía dormir plácidamente sobre su cama. Se encaminó hacia ella
y se detuvo al lado del lecho.
—Estaba trastornado. —Nicholas habló a sus espaldas—.
Cuando volví ya habías madurado como vampiro. Pero jamás he
dejado de cuidarla. Simplemente, no he dejado que me vieras.
Adam se giró y lo encaró. Era imponente, tan alto como él. Miró
en la profundidad de aquellos impresionantes ojos y de pronto fue
consciente de todo. De quién era él, del momento presente y del
pasado.
Y de que aquello era un sueño. Un simple sueño.
¿O no? ¿Nicholas se había infiltrado en su subconsciente?
—No te creo. Eres un cabrón —masculló negando con la
cabeza.
—No tuve ningún problema en hacerme invisible para ti, solo
eras un vampiro novato. Lo sigues siendo, comparado conmigo. Y, si
fuera un cabrón, tomaría a Roxanna. No me costaría nada, soy más
antiguo que tú.
Adam parpadeó. «Roxanna». Volvió a tomarlo del cuello con
ambas manos y apretó los dientes.
—No te acerques a ella.
—No pensaba hacerlo. —Se encogió de hombros, desdeñoso,
todo rastro de suavidad desaparecido—. Ninguna mujer ha vuelto a
interesarme. Solo las uso para entretenerme y alimentarme. Y
tampoco tengo ningún interés en hacerte daño. Además, tú solito te
lo estás haciendo.
—¿Qué quieres decir?
Nicholas se escurrió de sus manos con elegancia, como si él no
tuviera más fuerza que un bebé. Lo miró a los ojos unos segundos
antes de hablar.
—Vas a perderla, como yo perdí a tu madre.
—¿De qué hablas?
—Mira detrás de ti.
Adam se giró y vio que en vez de Tessa era Roxanna quien
estaba sobre la cama, pálida y rígida, la mirada fija y perdida.
Muerta.
Entonces ella lo miró con una tristeza infinita.
—Adam... Yo confiaba en ti.
—¡Adam! —Oyó la asustada voz de su amada llamándolo—.
Adam... cariño. —Una mano le acarició la cara mientras la otra se
posaba en su pecho—. ¿Estás bien?
Parpadeó contemplando a Roxanna como si no terminara de
creer que ella estaba allí. Alzó unas manos temblorosas para
posarlas en sus mejillas. Abrió la boca y la cerró un par de veces,
quería hablar pero no le venían las palabras.
Roxanna puso sus manos sobre las de él y lo miró a los ojos.
—¿Qué te pasa? —musitó, frotándolas con suavidad. Juraría
que Adam acababa de tener una pesadilla, pero eso no podía ser.
Su vampiro soñaba, eso lo sabía. Algunos de sus sueños los
provocaba, otros los controlaba y otros fluían desde su
subconsciente, pero... no tenía pesadillas. Jamás.
Adam pareció recuperarse. Tomó una gran bocanada de aire,
cerrando los párpados con fuerza un instante.
—He soñado... —Negó con la cabeza—. No importa. No quiero
volver a pensar en ello.
—¿Una... pesadilla? —preguntó Roxanna, aún incrédula.
—Eso parece. —Elevó los hombros forzando una sonrisa.
—No sabía que tú también podías tener pesadillas. Pensaba
que al dios del sueño no le pasaban esas cosas —bromeó ella
intentando aligerar su humor. Desde que había vuelto de su corto
viaje a Nueva Orleans, él estaba un poco extraño. Parecía ansioso,
si eso era posible.
Adam no rio. La miraba con intensidad, como si quisiera
absorberla a través de sus ojos.
—Hacía muchas décadas que no las tenía —murmuró, más
para sí mismo que para ella.
—¿Quieres hablar de ello? —inquirió con suavidad.
—No tengo ganas de hablar ahora, Roxanna.
—Pues creo que deberías, quizá podría ayud... ¡Ah! —exclamó
sorprendida. Él la tenía bajo su cuerpo, contra el colchón, y su boca
rozando la de ella.
—Si quieres ayudarme, hay maneras mejores —musitó. Le
lamió el labio inferior antes de tomarlo entre los suyos y chuparlo
como un caramelo. Y Roxanna olvidó sus preguntas.
Por el momento.

—¿Sigues con dolor de cabeza? —inquirió una preocupada


Kat, apartando la mirada de su hija.
Roxanna sonrió, su amiga tenía a su propia hija, pero seguía
tan maternal con ella como siempre. Rachel era un bebé de nueve
meses precioso y regordete, con los ojos azules de su madre y muy
poco pelo. En aquel momento dormitaba en su sillita, ajena a todo.
Se habían sentado en un banco del parque, disfrutando del sol
primaveral y de un calor fuera de lo normal para el mes de abril.
Se quitó las gafas de sol y miró a Kat antes de contestar:
—Sí, pero solo a veces. Me he dado cuenta de que aparece
después de leer durante un rato. Debe de ser cosa de la graduación
de mis gafas. Tengo cita con mi oftalmólogo para mañana por la
tarde.
—Bien —asintió Kat.
Roxanna se volvió a poner las gafas. Últimamente le molestaba
la luz brillante del sol, y también lo había atribuido a sus problemas
de visión. Distraída, se acarició el cuello donde aún sentía la caricia
de los labios de Adam, de su lengua...
—¡Roxy! —protestó Kat—. No me estás haciendo caso. ¿En
qué piensas? Vale, no hace falta que me lo digas —añadió—. Por
cierto, ¿cuándo lo vas a traer a casa? —preguntó. En su tono se
adivinaba disgusto.
Kat entendía que Roxanna no quisiera aceptar cuando los invitó
a ambos a cenar cerca del final de su embarazo, pues salían hacía
poco tiempo. Después vinieron los primeros meses de Rachel,
demasiado caóticos como para tener a nadie en casa, con todos
aquellos cólicos. Pero ahora ya podía hacer un poquito de vida
social y su amiga había rechazado su invitación. Dos veces.
—Perdona, estaba distraída —dijo, sin responder a la pregunta.
—No lo entiendo, cielo. —Levantó las manos hacia arriba con
gesto de incomprensión—. Es que Adam... —dudó un momento
antes de seguir— ¿no quiere relacionarse con tus amistades?
—¿Qué? —exclamó mirándola un instante—. No... No es nada
de eso. —Se mordió el labio, pensativa—. No te preocupes, lo
hablaré con él y fijaremos un día.
Qué mal mentía, pensó Kat con tristeza. Asintió, segura de que
le estaba dando largas. Recordó lo impresionada que se había
quedado cuando conoció al guapísimo novio de su amiga. El
primero. Por fin había un hombre que no era un rollo de una noche,
o de varias, al fin alguien que la hacía feliz, y Kat no había tenido
ocasión de cruzar más que unas pocas frases con él.
Se lo había presentado un día que él la había ido a buscar al
trabajo y ambas habían salido juntas del hospital, y desde entonces
se habían visto varias veces, aunque solo durante unos pocos
minutos. Adam era, además de increíblemente guapo, educado,
galante y culto, casi un hombre de otra época. Un hombre que
irradiaba un atractivo que iba más allá de lo meramente físico. Pero
había algo extraño en él, y Kat era incapaz de definir qué era. Sin
ser consciente del motivo, se sentía inquieta a su lado.
Pero había una cosa innegable, y era que él amaba a Roxanna.
La miraba como si ella fuera el sol que iluminaba sus días. Igual que
ella a él. Sin embargo, Kat temía que aquella relación fuera de esas
tan absorbentes que no dejaban espacio a nadie más. Sentía que
estaba un poco distanciada de su amiga, pero, siendo sincera,
también era culpa suya. Los primeros meses de su hija habían sido
difíciles, y Kat se había acercado a otras amigas con hijos, a su
madre y hermana buscando consejo. Durante ese tiempo, Roxanna
había afianzado su relación con Adam, e incluso Angelica estaba
planteándose ¡por fin! empezar una relación seria con Gabriel, ya
fuera en Nueva York o en Londres. Ella se había perdido todo eso, y
ahora estaba intentando ponerse al día con sus amigas.
En aquel momento, Rachel hizo un ruidito y todos los erráticos
pensamientos de Kat se enfocaron en su centro de gravedad:
aquella pequeña calvita que la miraba con unos enormes ojos
azules.
—¿Te has despertado ya, cariño? —preguntó Kat.
«Como si eso no fuera evidente», pensó Roxanna, sonriendo al
ver cómo se derretía Kat al coger a su bebé.
—¿Quieres cogerla? —dijo la psiquiatra, reparando en su
expresión.
—Dame, a ver si practicando aprendo a hacerlo —dijo Roxanna
extendiendo los brazos.
—O te entran ganas de tener uno... —Kat sonrió, esperando la
respuesta de siempre.
Roxanna resopló, como cada vez que le hacía esa misma
broma. Le hizo unas carantoñas, provocando sus risas y riendo ella
también.
—El otro día me encontré con Sam —comentó Kat como si
nada—. Coincidimos en los juzgados. Tuve que ir a declarar por lo
del violador que detuvieron aquí hace un año.
—Ajá —repuso Roxanna, su expresión completamente
hermética.
—Tiene un nuevo compañero, un tal Jack. Parecía un hombre
agradable. —Hizo una pausa, pero Roxanna no preguntó nada—.
Sam me dio recuerdos para ti. Dice que lo llames alguna vez. Y creo
que deberías hacerlo. Hace ya tres meses que sale con Faith, y se
les ve muy felices juntos.
—Eres un coñazo, Kat —dijo en tono de broma.
—Lo soy, porque si algo no te sobran son amigos, y Sam es de
los buenos —no quería sonar cortante, pero así fue.
Roxanna exhaló con fuerza y asintió.
—Tienes razón. —Apretó los labios.
Lo de Sam le dolía, pero Kat estaba en lo cierto. Ya había
pasado casi un año desde su cita frustrada, aquella en la que Adam
lo dejó en brazos de Morfeo. Fue el principio del fin de su amistad
con Sam.
Su amigo no se había tomado muy bien que se fuera de su
casa dejándole una sencilla nota. Normal. Pero lo que peor le sentó,
y así se lo dijo, fue no recibir ni una llamada suya en días. Roxanna
estaba completamente abducida por la pasión de Adam; su
recuerdo de aquel primer tiempo con él era como si se hubiera
pasado días y noches enteras haciendo el amor.
Cuando al cabo de unos días, demasiados, hablaron, tuvo claro
que había estropeado su camaradería. Pero Roxanna lo echaba de
menos, y Kat siempre le decía que él a ella también. Quizá fuera el
momento de disipar la incomodidad que ambos sentían cuando en
alguna ocasión se encontraban y, ahora que Sam había sanado su
corazón, intentar ocupar de nuevo el sitio que le correspondía: el de
amiga, sin derecho a roce.
—Hoy te estás empleando a fondo, ¿eh? —bromeó Roxanna—.
Menuda bronca.
—Si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer? ¿Adam? Porque,
oye... ¿alguna vez habláis? Es que se nota tanta energía sexual
entre vosotros que me da la sensación de que conversáis poco. —
Rio cuando Roxanna le golpeó el hombro suavemente—. No me
hagas caso, es la envidia. De verdad, necesito un fin de semana
loco con mi marido.
El ambiente se había aligerado y ambas sintieron el
reconfortante calor de la amistad. Estuvieron unos minutos en
silencio, contemplando a los niños jugando, las bicicletas pasando,
las parejas paseando.
—Déjame a Rachel un fin de semana. Solo dímelo con tiempo,
y ya está. —Se colocó las gafas sobre la cabeza y le hizo muecas a
la niña, que estalló en contagiosas carcajadas.
—De momento no, cielo. —Le apretó un hombro cariñosamente
—. Más adelante. Ahora no me veo capaz de separarme de ella.
—Pues déjamela una tarde de fin de semana, y te dedicas a
practicar el Kama Sutra con Jason. O a dormir sin interrupciones.
—No sé qué me tienta más en estos momentos. —Kat se frotó
la cara con ambas manos—. Qué triste, ¿eh?
Roxanna encaró al risueño bebé hacia su madre. Rachel movió
los bracitos y las piernas queriendo alcanzarla y Kat se deshizo por
dentro.
—No te quejes. Que luego ves esta carita y se te quitan todos
los males. ¿A que sí?
—Cómo lo sabes. —Kat curvó sus labios y tomó a su pequeña
de nuevo en sus brazos—. Vamos, te invito a merendar.

El oftalmólogo había pasado directamente al examen con


lámpara de hendidura.
—Roxy, confírmame una cosa: la última revisión que te hice fue
hace dos años, ¿no es así? ¿Ninguna más? —La expresión del
médico era de confusión.
—Sí.
—¿Algo que no me hayas dicho? Solo necesitabas gafas
cuando tenías que leer durante un tiempo prolongado, tenías poca
graduación. No pensé que quisieras operarte. Y no es que esté en
contra de que otro lo haya hecho, pero nunca me dijiste que tuvieras
interés y... —se detuvo al ver la cara de incomprensión de su
paciente.
—¿Se puede saber qué narices me estás diciendo, Trevor?
Él se la quedó mirando fijamente y al final contestó:
—No necesitas gafas, Roxanna. Cuando te las pones durante
un rato te duele la cabeza, pero no porque te haya subido la
graduación. Es porque no te hacen falta.
Ella frunció el ceño, completamente perdida.
—¿Cómo puede ser eso? No sabía que la hipermetropía se
curaba sola.
Al oftalmólogo se le escapó una risita.
—Ni yo tampoco. Y eso es peor. —Sonrió.
Pero ella no sonreía. Una idea se estaba clavando en su
cerebro aunque se negaba a abrirle paso. El médico continuó
hablando:
—Cirugía refractiva, lentes intraoculares... hay varias opciones.
Y supongo que algún caso se cura solo. Alguno habrá, ya sabes que
en esta profesión nunca dejas de sorprenderte.
—Está bien, Trevor —dijo para cortar las explicaciones que él
no tenía. Quizá alguien sí las tenía. Lo que quería era largarse de
allí cuanto antes.
En cuanto salió de la consulta se dirigió al aparcamiento donde
tenía su coche. Tras un par de intentos consiguió encender el motor.
No podía conducir en ese estado de nervios. Recurrió a las técnicas
de relajación que llevaba meses sin usar.
Durante el viaje fue como si hubiera destapado la caja de
Pandora: todas las vivencias que el poder de la negación había
enterrado fueron saliendo a la superficie. Como en aquella leyenda,
solo quedó la esperanza. Fue lo que le dio fuerzas para seguir
adelante.
Lucía un sol crepuscular cuando llegó a los Hamptons, la
exclusiva zona residencial donde vivía Adam. Usó el mando a
distancia que él le había dado y entró en el recinto. Bajó del coche y
se encaminó lentamente hacia la casa, como si temiera encontrarse
con él. Había tantas preguntas silenciadas, tantas dudas reprimidas,
enterradas bajo capas de felicidad...
Contempló su propia y alargada sombra en el suelo mientras se
acercaba a la puerta. No necesitó mirar para saber que él la
esperaba en el umbral.
Adam vio la palidez del rostro de Roxanna y la preocupación
que endurecía sus rasgos, pero, aunque quiso salir a buscarla para
saber qué le pasaba, algo en la expresión de sus ojos lo detuvo, y
decidió esperarla en la puerta. Cuando lo alcanzó le tendió la mano,
que ella no aceptó. Él se tensó, pero no dijo nada. Le franqueó la
entrada y la siguió hasta el comedor.
—¿Estás bien? —su voz sonaba insegura.
Roxanna no contestó. Se sentó en un extremo del enorme sofá
donde habían hecho el amor tantas veces y esperó a que él lo
hiciera. Adam se sentó en el sillón. La mujer juntó las manos y se
las miró durante un tiempo que pareció eterno antes de empezar a
hablar, y Adam reparó en que se las sujetaba para que no le
temblaran.
—No deberías haber conducido en ese estado. Si me hubieras
llamado, yo podría... —murmuró.
—Hoy he estado en el oftalmólogo —su voz helada lo
interrumpió.
Adam parpadeó e inspiró profundamente. No sabía a qué venía
eso, era evidente que su enfado tenía que ver con él, y se preparó.
Esperó a que ella prosiguiera, pero continuaba mirándose las
manos.
—¿Y qué te ha dicho? —preguntó, sintiendo que con esas
palabras le quitaba la anilla a una granada de mano.
Ella tragó saliva de forma ruidosa, como si le costara. Y seguía
sin mirarlo. Él recordó la noche en que lo invocó a su sueño; parecía
lejana, pero solo había pasado un año. Un año que en su larga vida
era poca cosa. Sin embargo, había sido el más feliz.
—Me ha dicho que me duele la cabeza porque soy tan gilipollas
que llevo gafas sin que me hagan falta —pronunció con voz
monocorde.
—Tú no eres gilipollas —acertó a decir.
—Sí, sí lo soy. —Alzó la mirada—. Todo lo gilipollas que puede
ser una persona enamorada. —Sus ojos se empañaron.
Roxanna se levantó y se dirigió a uno de los ventanales que
iluminaban el comedor. Desde allí veía la piscina y parte del jardín y,
mucho más allá de la valla que rodeaba el recinto, la puesta de sol.
Necesitaba centrarse en aquel paisaje para poder respirar. Se apoyó
de lado en la ventana, mirando hacia afuera, dándole la espalda a
Adam. Sentía la fuerza de sus ojos clavada en ella.
—Hace meses que no me pongo enferma —prosiguió—. Mis
heridas tardan cada vez menos en cicatrizar —«menos la que está
saliéndome en el corazón», pensó—. No duermo bien de noche si tú
no estás a mi lado, pero las siestas de día son reparadoras aunque
esté sola. Nunca había tenido los reflejos tan ágiles. ¿Quieres que
siga?
—Todo eso es transitorio. Pasará si dejo de beber de ti,
Roxanna. —Adam oyó un bufido mientras se acercaba a su espalda
—. Podemos hacerlo. Puedo vivir con sangre de donante. —«Pero
no sin ti», pensó, sin pronunciar aquellas palabras que sabía que
ella arrastraría por el barro de su enojo.
Roxanna apretó los puños.
—¡No me digas! —Rio sin humor—. Me molesta el brillo del sol.
Lo atribuía a la falta de sueño, al cambio en mis dioptrías... a
cualquier cosa que no fuera la verdad. ¡Qué poder tiene la negación
cuando nos hace felices! ¿No es cierto? —Sintió que empezaba a
faltarle el aire—. ¿También volveré a llevar gafas? ¿Mis ojos
volverán a su forma defectuosa si dejas de inyectarme tu veneno?
¿Es ese también un efecto transitorio, Adam? ¿Lo son el resto de
los cambios que apenas he empezado a enumerar?
—¿Importa tanto? —susurró a su espalda.
Su voz era dulce y la envolvía intentando penetrar en ella. A
Roxanna le recordó a las plantas carnívoras que atraían con su
aroma a los insectos y luego los devoraban. Se estremeció y se
abrazó a sí misma.
—¿Y a ti, te importa? —fue su respuesta.
—¿Qué quieres decir? —Sonó confuso—. Por favor, date la
vuelta y háblame mirándome a los ojos —pidió.
Roxanna se apartó un par de pasos y se situó en el otro
extremo del ventanal antes de girarse para encararlo. La claridad
estaba cediendo el paso a las sombras. Ella le observó y se dio
cuenta de lo ciega que podía estar una mujer enamorada.
—Quiero saber si sabías que me estabas transformando en...
en lo que sea. Si lo has sabido siempre y te estabas riendo de mí.
Quiero saber si hace meses, cuando pasó lo de Ethan, me mentiste,
y si me has estado mintiendo desde entonces. —Su voz sonaba
tensa.
Todo su cuerpo estaba pendiente de las emociones de él, que
había bloqueado durante demasiado tiempo. Adam se había
aprovechado de ello.
—No lo sabía. —La miró a los ojos.
Roxanna, con su don totalmente alerta, supo discernir entre la
maraña de intensas emociones que provenían de él, y captó que no
era sincero. Se apartó hacia atrás con los ojos muy abiertos.
Él dio un paso adelante.
—¿Me has... mentido? —farfulló ella, aún incapaz de creerlo.
—¡No! —Adam cruzó la distancia que los separaba y la sujetó
por los brazos—. No te he mentido.
—¡No me toques! —gritó. Intentó zafarse de su agarre, pero era
como intentar mover una pared—. ¡Y deja ya de mentir! ¡Lo estás
haciendo otra vez!
La soltó. En cuanto lo hizo, ella le dio la espalda y echó a correr
hacia la puerta.
19
Insomnio

Roxanna le había dejado. Tras permanecer largo rato quieto,


aquel pensamiento hizo que sus instintos tomasen el mando. No
podía dejar que se marchara en aquel estado. Tenía que protegerla
de su propia ira. Bajó las escaleras hasta llegar a su garaje. Podría
ir corriendo, pero intuía que este no era el momento de exhibir sus
«superpoderes», como ella los llamaba. Se decidió por la moto, la
vigilaría manteniendo cierta distancia.
Se puso su cazadora de cuero negro, el casco y se lanzó a la
carretera en busca de Roxanna. El aire fresco se colaba por los
huecos de su ropa mientras circulaba por la autopista. Seguía el
rastro de su perfume, una esencia que lo arrastraría hasta el fin del
mundo si fuera necesario. Se preguntó por qué había dejado que
ella saliera por aquella puerta. Jamás había tardado tanto en
reaccionar.
Era una pelea, más fuerte que las que habían tenido, pero una
simple pelea. ¿Por qué estaba tan enfadada? ¿Acaso no sentía lo
mismo que él, que estaban hechos el uno para el otro? Él no sabía
que bebiendo de ella repetidas veces podía iniciar el proceso de
transformación. Había observado cosas, pero, si ni siquiera habían
hablado del futuro de su relación, ¿iba a asustarla con falsas
alarmas?
De todas formas, ¿cómo podía él saber lo que le pasaría a
Roxanna? Ambos se perdían en fantasías oníricas desoyendo los
consejos de Angelica. Ambos eran igual de irresponsables y, por lo
tanto, culpables, si es que se les podía echar la culpa de algo
inevitable.
«Cínico», escuchó en su propia cabeza, y se dio por vencido. Él
era el responsable de proteger a Roxanna. Ella había tenido unos
padres odiosos y ninguna relación estable hasta que lo conoció y
por primera vez se había entregado por completo, confiando en él,
un vampiro. Un monstruo. Adam le prometió que jamás haría nada
contra su voluntad, pero ni siquiera le había preguntado si quería ser
humana o estaba dispuesta a lanzarse al vacío con él.
Localizó el coche de Roxanna: corría por la autopista a una
velocidad prudente.
La distancia desde los Hamptons a la ciudad era tiempo de
sobra para darle vueltas a la cabeza. ¿Por qué en ningún momento
habían hablado de su futuro? Varias veces había querido
preguntarle si quería ser completamente suya, pero… no había
tenido valor. Temía que si ella no sacaba el tema era porque no
estaba preparada. Y por ese mismo temor no le había contado sus
sospechas. Había observado muchos signos, sutiles para ella pero
diáfanos para él, como el cambio en su sabor y su aroma. Pero no
tenían por qué ser definitivos.
Se burló de sí mismo. «Mentiras».
Aunque circulaba tres vehículos por detrás, se dio cuenta de
que ella miraba al retrovisor varias veces. No es que él quisiera
esconderse, pero decidió dejar un poco más de espacio entre
ambos. No quería que su protección tuviera el efecto contrario.

Obligarse a mantener una actitud fría al volante la ayudó. Supo


que Adam la seguía incluso antes de ver su moto. Como siempre,
su cuerpo reaccionaba a su presencia antes que su consciencia.
Debería estar furiosa con él y maldecir el día en que lo conoció.
Pero su ira no era tan potente como la pena que le hacía dolorosa
cada respiración. Él, el único hombre al que había amado, era un
mentiroso. Quizá ni siquiera la quería. Sin pensarlo, se encaminó
hacia la casa de Angelica. Le iría bien desahogarse hablando con la
única persona a quien podía confiarse.
Aprovechando un semáforo en rojo llamó a la neuróloga y, en
pocas palabras, le explicó que tenía que verla y le pidió que tuviera
abierta la puerta del espacioso garaje.
—No te preocupes por la hora, sabes que me acuesto tarde —
le dijo su preocupada amiga—. Enseguida te abro, pero Roxy, ¿qué
te pasa?
—Te lo explico en cuanto nos veamos, Angie. Ahora no... no
puedo hablar.
—Vale, te espero. Oye... —empezó, pero Roxanna ya había
colgado, y no le dio tiempo a decirle que tenía visita.
Angelica se quedó mirando el teléfono hasta que Gabriel le
llamó la atención.
—¿Cariño? —La miró desde la puerta del comedor—. ¿Qué
sucede?
—No lo sé, pero... —Despegó la mirada del móvil y se centró en
su novio— creo que Roxy tiene problemas.
—¿Problemas? —se interesó él.
—Sí, y lo malo es que sus problemas no son... —se mordió la
lengua por enésima vez— no son normales.
—Mira, cariño —se acercó y se sentó a su lado en el sofá,
mirándola a los ojos—, sé que eres amiga de tus amigas, pero cada
vez que hablas de Roxy me da la sensación de que entras en modo
secreto. Si está metida en drogas o... —su voz se apagó.
—¡Nada de drogas! —se apresuró a contestar.
«Por lo menos, de las drogas se puede salir», se dijo a sí
misma. Angelica había notado cómo, de forma paulatina, el alma de
Roxanna y la de Adam se entrelazaban de tal forma que separarse
los desgarraría. Apretó los labios, preguntándose si era eso lo que
había pasado.
—Lo siento, Angie. No quería molestarte, es solo que me
preocupo por ti. Tu amiga parece tener algún problema, y eso me
deja intranquilo. Pero entiendo que hay confidencias que no incluyen
a la pareja.
«Ay, cariño, si yo te contara…». La tentación era tan grande
que Angelica casi no podía soportarla. Miró a los ojos claros de su
novio. La mirada cálida de Gabriel la empujaba a continuar. ¿Quizá
podía explicarle un poco? Lo que Roxanna le había contado no
estaba en el trato... ¿o sí? ¿Quizá para él estaba implícito y todo
formaba parte de su secreto?
—Es... Roxy se... —empezó con cautela—. Ella se enamoró de
quien no debía, ¿sabes? —Se detuvo mientras lo miraba
intensamente, como si quisiera pasarle sus pensamientos por
telepatía.
—¿Una historia de amor no correspondido? —aventuró Gabriel,
sin entender.
—No, es un amor correspondido. Muy, muy correspondido.
Pero él... él aparecía en sus sueños, hasta que lo conoció —se
detuvo al sentir un zumbido y un leve dolor de cabeza.
—¿Cómo que... aparecía? ¿Eran sueños premonitorios? —la
animó.
Pero ella lo miró sin entender de qué le hablaba.
Angelica frunció el ceño mientras se frotaba la frente. Sabía que
iba a decir algo, pero no lo recordaba. Él la tomó de los hombros.
—Amor, ¿estás bien?
—Sí, pero... No sé... Estoy un poco mareada.
—Ven, túmbate y cierra los ojos —le indicó, solícito. Una vez
tumbada sobre el sofá, él se sentó a su lado y colocó sus piernas
sobre las de él para que estuvieran un poco elevadas—. ¿Mejor?
—Sí, sí, no te preocupes. —Se siguió frotando la frente. La
molestia casi había desaparecido, pero se sentía extraña. Con esa
sensación que aparece cuando se tiene algo en la punta de la
lengua y no termina de salir. Miró a su novio en busca de ayuda—.
¿De qué hablaba?
—De tu amiga Roxy. De sus problemas con su relación
amorosa. Estabas bastante preocupada después de haber hablado
con ella. Y luego has dicho algo que no he comprendido: que él
aparecía en sus sueños y que luego se conocieron. —La
contemplaba atentamente buscando signos de malestar.
—¿Roxy? —La joven abrió mucho los ojos— ¿Qué relación
amorosa tiene Roxy?
—No lo sé. ¿No te acuerdas? —repuso inquieto.
Ella negó con la cabeza.
—Recuerdo que me ha llamado, sí —asintió lentamente. Tenía
de nuevo aquella molesta sensación—. Pero no sé qué le pasa.
¡Mierda! —exclamó de repente—. Me ha dicho que le dejara abierto
el garaje.
Se levantó precipitadamente y se dirigió al sistema de apertura
automática de la puerta del garaje. Apretó el botón y miró por la
ventana que daba a la entrada. El coche de Roxanna estaba
detenido justo allí, y mientras la puerta se abría apareció una moto
que estacionó a su lado.
—Gabriel —la molestia se había intensificado—, no sé qué
pasa, pero algo va mal.
—¿Llamo a la policía? —inquirió alarmado, situándose a su
lado.
Ella abrió la boca para contestar, pero se detuvo. Roxanna
había salido del coche y ahora se encaraba al motorista. Este se
apeó de la moto, se quitó el casco y levantó las manos en señal de
rendición mientras ella le gritaba.
—Creo que no hará falta —dijo observando al hombre.
—¿Esa es Roxy? ¿La que le grita a aquel tío alto? —Aún en la
distancia, había algo en aquel hombre que le provocaba un sudor
frío—. ¿Es su novio?
Angelica se encogió de hombros sin dejar de mirar la escena.
¿Desde cuándo Roxanna tenía novio?
—Voy a salir a buscarla. ¿Tienes una pistola? —dijo Gabriel. Le
tendió la mano, expectante.
—¿Qué? ¡Ya sabes que odio esos trastos! ¡Y no hace falta
ningún arma!
—Sé que las odias. Solo quería comprobar que no has salido
de una vaina4. Y espero que tengas razón. —Se dio la vuelta y se
dirigió hacia la puerta que iba al garaje.
Angelica lo siguió, sin saber por qué estaba segura de que no
necesitaban un arma.
—¿Por qué me has seguido? ¿No te ha quedado claro? ¡No
quiero seguir contigo! —gritó Roxanna.
Él no respondió. Tan solo se la quedó mirando, la mandíbula
tensa, los ojos brillantes, completamente quieto. Cuando ella le dio
la espalda y se encaminó hacia la puerta abierta del garaje, sintió
que la agarraba por los hombros.
—No puedes hacerme esto —murmuró con suavidad,
volteándola para mirarla cara a cara.
Roxanna desvió la mirada hacia la puerta, que hizo un chirrido
al terminar de abrirse. «Demasiado tarde», pensó.
—¿Yo, hacerte a ti? —preguntó con voz temblorosa. Él estaba
demasiado cerca—. ¿Y qué hay de lo que me has hecho tú?
—Mírame, por favor. Solo quiero hablar. En casa no me has
dejado explicarme —susurró.
Roxanna continuó rehuyendo el contacto visual. De ninguna
manera iba a mirarle a los ojos, si tan solo el contacto de sus manos
la dejaba sin aliento.
En aquel momento, un joven moreno, de mediana estatura y
complexión delgada, salió del interior de la vivienda. Roxanna lo
reconoció por las fotos de Angelica: «Gabriel».
—Hola, ¿necesitas ayuda? —la voz serena del hombre
ocultaba su miedo para cualquiera que no fuera ella, que lo captaba,
y Adam, que lo podía oler.
Negó con la cabeza. No podía dejar que Gabriel se viera
mezclado en aquella situación. Angelica había aceptado meterse en
la vida de Adam y en su extraña historia de amor, pero ya era
suficiente.
—Roxy, ¿qué está pasando? ¿Te está molestando este
hombre? —preguntó la neuróloga, que había salido detrás de su
novio.
—No, no. Esperadme dentro de la casa. Estoy bien. Solo... Solo
tengo que hablar con... —se detuvo, procesando lo que acababa de
oír.
Adam la soltó mientras ella se giraba para observar a su amiga.
Gabriel y Angelica se detuvieron a unos metros de la pareja.
Angelica miraba alternativamente a Roxanna y a Adam con gesto de
desconcierto.
Roxanna fulminó al vampiro con una mirada que le hizo dar un
paso atrás. Sentía ganas de golpearle. Dio un paso adelante y él
volvió a retroceder.
—¿Qué le has hecho? —susurró solo para él—. ¿Le has...
lavado el cerebro?
—Yo no le he hecho nada —repuso él con voz serena.
—¿Que no? ¡Si no se acuerda de ti! —gritó señalando a su
amiga. La amnesia de Angelica era como un mazazo en el
estómago. Era la única persona a quien podía pedir consejo, y ya no
recordaba a Adam.
—Se lo ha hecho ella solita —murmuró solo para Roxanna—.
Por no mantener la boca cerrada. Hicimos un trato, no tenía que
hablar de mí.
Roxanna bajó el tono al mismo nivel.
—Te odio. Ojalá no te hubiera conocido nunca —siseó.
Adam se mantuvo impasible a pesar del dolor que le causaron
aquellas palabras.
Angelica no sabía qué pasaba, pero sí que había olvidado algo
importante, y el esfuerzo por recordar le estaba empeorando el dolor
de cabeza. Gabriel parecía fascinado por toda la escena.
Roxanna pensó qué hacer. Tenía que impedir que aquellos dos
hombres hablaran. Además, ya no tenía a nadie a quien explicarle
nada. Echó a correr, se metió en su coche y salió derrapando.
Adam suspiró al verla alejarse. La seguridad de Roxanna era su
principal preocupación, no podía permitir que se jugase la vida en la
carretera. Se encaminó hacia su moto, pero antes de colocarse el
casco miró al humano, que se había acercado más. Entonces
escuchó su corazón acelerado y olió la adrenalina en sus venas. Su
alarma interna gritaba tan fuerte como varias sirenas de policía.
Adam no llevaba sus lentillas y la luz de las farolas se reflejaba
en unos iris verdes que brillaban con luz propia.

Roxanna llegó a su ático sin saber cómo. En el umbral de su


casa, apoyó su cansada cabeza sobre la suave madera de la
puerta.
—Adam, te prohíbo que entres en mi casa —pronunció con voz
débil.
Fuera, en la oscuridad de la terraza, Adam estaba sentado
sobre la barandilla mirando las luces de la ciudad. Exactamente
igual que hacía un año, pero con un ánimo muy distinto. Se fijó de
forma distraída en la huella que sus manos habían dejado tiempo
atrás. Cuando escuchó las temidas palabras apretó con fuerza los
dientes, como si ella lo hubiera abofeteado.
No se llegaba a los doscientos años sin tener mucha paciencia
para esperar si la situación lo requería, pero Adam no estaba en una
situación conocida. Su instinto de predador lo empujaba a luchar,
evitar que Roxanna se alejara de él, pero algo mucho más primario
le decía que esperara.
Lentamente se pasó la mano por el cabello, revolviéndoselo
más. Para no querer ser como su creador, cada vez se parecía más
a él.
«No», se dijo a sí mismo. Había una gran diferencia: él había
dejado que las cosas entre Roxanna y él siguieran su curso natural.
Era ella quien no comprendía el alcance de lo que había entre ellos.
Si de veras lo amaba, y él estaba seguro de eso... ¿a qué venía
aquel rechazo a ser como él? ¿No era lo lógico en una relación así?
¿Acaso Roxanna creía que él iba a quedarse mirando cómo
pasaban los años hasta que llegaba su muerte? Como en aquella
película, Los inmortales, que nunca había querido ver con él.
Ahora sufrían las consecuencias de haber retrasado la charla
para la que ninguno de los dos había encontrado el momento. La
obligada charla que cualquier pareja estable debía tener sobre el
futuro.
Escuchó los sonidos que venían del interior del apartamento:
Roxanna respondiendo a la llamada de móvil de Angelica,
asegurándole que estaba bien y prometiéndole visitarla al día
siguiente, soltando una elaborada mentira sobre la identidad del
motorista. Roxanna arrastrando los pies por la casa, entrando en el
baño, quitándose la ropa. Roxanna entrando en la ducha,
sentándose en la bañera, dejando caer el agua sobre su preciosa
piel, sus sollozos mezclándose con el sonido de la ducha. Roxanna
acostada en su cama, aún sollozando.
De repente, se sintió mal por estar escuchando. No soportaba
oírla llorar, y tampoco le pareció correcto. «Como si eso te hubiera
importado antes», le dijo de nuevo su conciencia. Se retiraría para
encontrar argumentos en su defensa, para esperar a que ella se
calmara. Volvería al día siguiente y tendrían esa charla.
«Cobarde, asume las consecuencias de tus actos». Volvió a
preguntarse por qué la voz de su conciencia se parecía tanto a la de
Roxanna.

—¿Te encuentras mejor, Angelica? —la voz de Gabriel sonaba


preocupada mientras acariciaba la cabeza de su novia.
Ella asintió con los párpados cerrados. Estaban en el
dormitorio. Tras hablar con su amiga por teléfono, Angelica había
necesitado tumbarse y dormitar un rato para que se le pasara el
dolor de cabeza, y Gabriel se había recostado a su lado vigilándola.
Al mismo tiempo, cientos de interrogantes sin respuesta se
acumulaban en su mente.
Sabía lo que había visto. No quería sacar conclusiones
precipitadas, pero tampoco creía en las coincidencias; los extraños
ojos del joven de la moto y la pérdida de memoria de su novia
estaban relacionados, y solo se le ocurría una explicación. Toda su
vida había investigado hechos extraños; se había interesado
especialmente en el mito del vampiro, tanto que incluso había
llegado a escribir su tesis doctoral sobre el tema, ganándose el
apodo de doctor Van Helsing entre algunos de sus colegas. Gabriel
quería saber más, pero cuando había intentado hablar con Angelica
sobre aquel hombre le había provocado una migraña de aúpa, así
que había dejado el tema.
Recordó las palabras de Roxanna gritándole al... a su novio:
«No se acuerda de ti». La doctora Stone era la conexión que
buscaba. Miró la hora en su reloj de pulsera. Demasiado tarde para
hacerle una visita, pero sabía dónde trabajaba e iría a verla al día
siguiente.
20
Soledad

Salió del hospital tarde, volviendo a su viejo hábito de entregarse


al trabajo. Por lo menos, el amor a su carrera no la defraudaría.
—¿Roxy Stone? ¡Roxy! —gritó una voz masculina detrás.
Se giró y se dio cuenta de que quien caminaba hacia ella era
Gabriel Walker. Sintió la necesidad de correr. Solo se le ocurría un
motivo para que él estuviera esperándola a la salida del trabajo.
—Soy Gabriel, el novio de Angelica —dijo deteniéndose ante
ella. Le tendió la mano.
—¿Cómo está ella? ¿Se encuentra bien? —preguntó,
aceptando dubitativa su mano. No le gustaba mucho el contacto con
la piel de la gente, fragilizaba su escudo contra las emociones
ajenas. Gabriel estaba nervioso, y eso se le contagiaba.
—Sí. Ha dormido bien y esta mañana se encontraba mucho
mejor que ayer, así que ha ido a trabajar. Le he dicho que estaría en
la biblioteca. Me sabe mal mentirle, pero era necesario —admitió.
Roxanna dio un paso atrás mirándolo fijamente.
—Así que no sabe que estás aquí.
—No, por supuesto que no —negó con la cabeza. Su mirada
era franca, directa. Como la de Angelica.
—Bien —dijo, y tras dar media vuelta apretó el paso alejándose
de él.
—¡Roxy, espera! —gritó yendo tras ella.
—Gabriel. No —espetó sin mirarle cuando la alcanzó.
—¡Por lo menos déjame explicarme!
—Te estoy haciendo un favor. —Sacudió la cabeza, maldiciendo
haber dejado su coche en casa. Quería caminar y caminar hasta
quedar agotada y poder dormir un poco sin pensar.
—Eso tendría que decidirlo yo. Háblame de él, por favor. El…
hombre de los ojos extraños.
—No hay nada de qué hablar.
—Angelica no recordaba que ese hombre fuera tu novio —
insistió—. Las dos únicas veces que le he sacado el tema he tenido
que dejarlo porque le ha venido dolor de cabeza. Creo que él tiene
que ver con su pérdida de memoria. Tú misma se lo echaste en
cara. Solo dime si estoy en lo cierto. Es… ¿Es lo que creo que es?
—No sé qué crees —espetó.
—Un vampiro —insistió el inglés sin amilanarse.
Roxanna torció el gesto al oír la palabra.
—¿No lo entiendes? —Lo miró por fin—. No servirá de nada
que hablemos. Lo olvidarás todo, si no algo peor. Nunca le había
sentido así. —Se mordió el labio, demasiado tarde.
—¿Sentido? —repitió.
—Gabriel, vete antes de que puedas lamentarlo.
—¿Crees que nos está escuchando? —dijo mirando inquieto
alrededor.
—No, no está cerca. Creo.
—Entonces soy yo el que ha de decidir si se arriesga o no.
—Pero no puedo estar segura de que no se entere de alguna
forma.
—Roxy... Déjame saber. Solo explícame lo que tú quieras.
—Eso es lo mismo que nada —repuso. Gabriel no habló y
siguió caminando a su lado, tozudo—. ¿Por qué? ¿Por qué tienes
tanto interés? —Negó con la cabeza, sin saber si estar exasperada
o admirar su tesón.
—No lo sé. —Levantó las manos un momento—. Es pura
fascinación. No sé explicarlo de otra forma, pero... ¿no es normal
estar fascinados por los vampiros? Eran seres humanos, y un día
dejaron de serlo para transformarse en otra especie. No les late el
corazón, pero están vivos y...
—¿Tú crees?
—¡Claro que lo creo! No son muertos, aunque no tengan pulso.
Por favor, Roxy, eso son bobadas.
—Lo que tú dices suena tan... científico. Pero no te puedes
llegar a imaginar qué extraño es todo. La ciencia no puede explicar
todo lo que él es.
—La ciencia puede explicarlo todo. Solo hay que darle tiempo.
—Te pareces a Angelica. —Sonrió a su pesar, recordando la
frase favorita de su amiga: la magia es solo ciencia que no
entendemos.
—Lo sé, tenemos muchas cosas en común. —Le devolvió el
gesto.
—Escucha, Gabriel —lo miró con tristeza—: no quiero ser una
borde, pero no voy a cambiar de idea. Bastante mal me sentí al
acercarme a Angelica con toda mi historia detrás. Aunque fue ella
quien se metió de cabeza, la verdad. Pero tú... tú no sabes dónde te
metes.
—¡Lo sé mejor que ella! —exclamó con vehemencia.
—Puede ser, pero no depende de mí. Si quiere, él vendrá a
buscarte, como hizo con ella. Pero sé prudente. Él no... ahora no
está bien.
«Está hecho una mierda, como yo. Pero en su caso se lo
merece». Lo había podido percibir aquella noche. Sabía que estaba
en su balcón, pero ni ella le había ofrecido pasar ni Adam lo había
pedido. Sin fuerzas para resistirse, sentía en su propia carne la
amargura y confusión del vampiro.
—¿Crees que me puede hacer daño?
—No lo creo. Jamás ha hecho daño a nadie... Pero nunca se
había sentido tan mal. Lo sé.
—Hablas con mucha empatía —dijo. Alzó las cejas al oír la
ácida carcajada de Roxanna.
—Esa es la palabra. Escucha, Gabriel. He oído hablar mucho
de la buena educación de los británicos. Así que... Buenas noches
—dijo tendiéndole la mano como él había hecho momentos antes.
Él hizo una mueca, dándose cuenta de que la conversación
había finalizado. Rebuscó en su cartera y sacó una tarjeta de visita.
—Toma, por si cambias de idea, si necesitas hablar...
Roxanna sonrió sin alegría mientras la guardaba con el
pensamiento de tirarla en la siguiente papelera. Estaba sola en esto.
Completamente sola.

Adam se pasó la mano por el pelo por enésima vez. Estaba


sentado en su cama, donde había pasado tanto tiempo junto a
Roxanna. Sus sábanas aún olían a ella y no pensaba cambiarlas.
Acostarse en aquel lecho era lo único que le ayudaba a mantener
cierta serenidad en medio de aquella locura. Sufría por el dolor de
ella, por estar sin ella, y por no saber cuánto tiempo iban a
permanecer así.
Doscientos años de experiencia le habían enseñado a ser
paciente. El tiempo estaba siempre a su favor, muchas veces era
cuestión de esperar y las cosas se solucionaban solas. Ahora,
pensaba que se había malacostumbrado. Las cosas no siempre se
solucionaban solas. De hecho, a veces empeoraban.
En lo que respectaba a su amada, le era muy difícil la espera.
Había confiado en que Roxanna le necesitaba tanto como él a ella, y
que terminaría cediendo.
Gruñendo, volteó sobre sí mismo en la cama hasta alcanzar la
almohada de Roxanna. Hundió la cara en ella e inhaló con ansia,
esperando que su olor circulara por sus venas y paliara un poco
aquella necesidad. Deseaba que Roxanna no estuviera soportando
lo mismo que él.
Siendo prácticos, la falta de sangre fresca no ayudaba. Sentía
irritabilidad e incluso cansancio. Ya había experimentado aquella
insatisfacción perenne durante el tiempo en que se había
alimentado de sangre de animales. El líquido vital de donantes le
provocaba lo mismo, aunque en menor grado. Roxanna no sabía
que durante su relación se había acostumbrado a esa sensación,
intercalada con periodos de plena satisfacción gracias a su
maravillosa sangre.
Quizá si bebiera de alguna otra mujer podría recuperar su
energía.
La sola idea le asqueó y volvió a respirar la almohada de
Roxanna para calmarse. No podía hacer eso, volver a su antigua
vida... Pensar en alimentarse de otra mujer le hacía sentir como si la
traicionase. Pero ¿qué otra posibilidad había? Se sentó sobre la
cama, abrazando con fuerza la almohada mientras le daba vueltas a
la idea.
Por más que lo rechazaba, no tenía otro remedio: aquella noche
volvería a ir de caza.

Roxanna llegó a su casa sintiéndose agotada. No era un paseo


muy largo, pero sus energías estaban bajo mínimos. Tenía que
seguir con su vida, o lo que quedaba de ella tras el paso del huracán
Adam. No había querido encontrarse con Angelica desde lo
sucedido, y también le daba largas a Kat cuando le proponía verse.
No era buena compañía para nadie, ni por ella ni por las dudas
sobre los cambios en su cuerpo. Algunas noches se volvía
paranoica estudiando cada pequeño detalle de su comportamiento,
de sus apetencias e impulsos.
Hacía dos semanas desde que le había dicho adiós. Había
puesto toda su energía en bloquear completamente las emociones
del vampiro, y lo había conseguido. Aun así, veces le parecía sentir
su presencia, pero él nunca aparecía.
Se preguntaba cuánto tiempo más podría aguantar sin tomar
las pastillas que Angelica le había dado y que aún guardaba en el
fondo de un cajón.
Se duchó, se secó el pelo, y corrió las cortinas, como había
empezado a hacer desde que dejó a Adam. Se tumbó en la cama y
se puso a leer uno de sus libros favoritos, esperando que la calmara
y le entrara sueño.
«Un sueño tranquilo, por favor».
Se sintió adormecer y cerró los párpados:

Estaba trabajando en su despacho. Aquel sábado había tenido


que ir al hospital para estudiar una biopsia que no podía esperar: un
tumor de colon intervenido de urgencia. La muestra era un caso de
cáncer de los más malignos, y eso la puso de mal humor. Agradeció
por enésima vez no tratar directamente con pacientes. Telefoneó al
quirófano para dar el informe y lo redactó en el ordenador del
despacho. Llevó sus manos hacia atrás y se masajeó el cuello. De
repente, sintió una dulce calidez invadiéndole el cuerpo. Se detuvo,
esperando, pero él no apareció. Roxanna sonrió, pensando que
Adam tenía ganas de jugar.
Se levantó de la silla siguiéndole el juego. A veces le gustaba
sorprenderla y darle pequeños sustos que terminaban en momentos
muy placenteros. Nada que ver con los de los vampiros de las
novelas.
—¿Hay alguien ahí? —susurró.
Sentía a Adam tan intensamente como si lo estuviera tocando.
Buscó en el laboratorio, en el despacho de personal, en el baño...
Nadie. La inquietud se adueñó de ella.
—¿Adam? —su voz sonó débil.
Abrió una puerta que no recordaba haber visto antes y se
encontró con la oscuridad más absoluta rodeándola. Tuvo miedo. Se
sintió vulnerable como hacía tiempo que no se sentía. Y, en medio
de la indefensión, un vacío que parecía absorberla como un agujero
negro.
Se puso en cuclillas y se abrazó a sí misma.
«¡Adam!».
Los efectos de la invocación fueron inmediatos. Su entorno se
transformó y la espesa oscuridad fue sustituida por el prado que
conocía. La ansiedad desapareció. Se encontraba bien, sin pena ni
ira, sin vacío. Era como si no hubiera pasado nada, y sí que había
pasado. Ya no le servía la negación.
Tenía que salir de ese sueño. Podía hacerlo.
—Habla conmigo —susurró su voz.
Sintió que su voluntad flaqueaba y suspiró. No tenía fuerzas
para huir, pero iba a sacarlas de donde fuera.
—No lo hagas... Por favor —volvió a escuchar su voz, pero
todavía no lo veía.
Cerró los párpados, aspiró en la suave brisa el aroma de las
flores a su alrededor y disfrutó de una calma que sabía que no iba a
durar. Suspiró.
—De acuerdo. Hablemos.
Abriendo los ojos, se sentó sobre la hierba azul rodeando sus
rodillas con los brazos. Él quería explicarse, y era una petición justa.
Lo que dijera no iba a cambiar nada, pero solo hablando podrían
pasar página. Como una pareja civilizada.
Adam apareció caminando desde el bosque cercano. Como si
le estuviera dando tiempo para arrepentirse, sus pasos eran
deliberadamente lentos. No pudo evitar bebérselo con la mirada al
tiempo que él la devoraba con la suya sin disimulo. No podía apartar
los ojos de él. Quizá esa era la intención de aquella aparición, un
poco más teatral que las que la tenía acostumbrada.
Cuando llegó ante ella se sentó con su elegancia habitual. Con
movimientos lentos, dejó una pierna flexionada, donde apoyó un
codo, y la otra extendida. Ladeó la cabeza y la observó en silencio.
Tras el brillo de aquella mirada, Roxanna adivinó una soledad mayor
que la suya. La joven se estremeció. No necesitaba conectar con su
alma gracias a su don. La veía en sus ojos.
—Gracias —dijo él.
Ella asintió. Se sabía en un punto tan frágil que su aguante se
rompería con la simple brisa del prado, y decidió terminar cuanto
antes con aquello.
—Si hablamos, ¿me dejarás en paz?
—Roxanna, te he dejado en paz hace días. Solo he vuelto
porque me has llamado —repuso con suavidad.
Ella sintió emociones contradictorias y, aunque dolía, tuvo que
reconocer que él tenía razón. Quizá tenía una personalidad adictiva,
como sus padres.
—Es cierto. Pero no has respondido a mi pregunta —insistió,
casi arrepentida de haber bloqueado sus emociones con tanto
ahínco. Ahora no sabría si le mentía.
«Tampoco lo supiste antes, ilusa», se riñó a sí misma.
—No puedo prometerte eso.
Roxanna abrió mucho los ojos.
—¿Cómo que...? ¿Qué?
—No puedo prometerte dejarte en paz para siempre. Solo
puedo prometerte darte un tiempo —contestó en voz baja. La miró
con los párpados entornados, como esperando la tormenta.
Roxanna parpadeó, incrédula.
—¿Dónde se ha ido lo de respetar mi libre albedrío? —se mofó.
—Aunque no lo creas, lo estoy haciendo —repuso lentamente.
—¡Eres un cínico! —gritó.
—Roxanna, algún día te darás cuenta de que tú y yo no
podemos estar de otra forma que juntos —declaró.
—Odio cuando te pones condescendiente, Adam —espetó.
Él no contestó a sus airadas palabras, bajó los ojos y se quedó
mirando la hierba azul, donde la piel pálida de los pies de Roxanna
hacía contraste.
Ninguno de los dos habló durante unos instantes.
—Roxanna... —empezó Adam—, quiero que sepas que no... no
quería borrar la memoria de Angelica. Nunca pensé que fuera a caer
en la tentación de hablar con Gabriel. Supongo que no conté con las
tonterías que cometen las personas enamoradas.
—Porque tú no cometes tonterías de esas —dijo con saña.
—No podía dejar que le hablara de mí a cualquiera, y menos a
su novio. Ella lo sabía y aceptó el trato —dijo, ignorando sus
palabras.
—¿Y a mí? —preguntó herida—. ¿Me borrarías la memoria a
mí si hablase con Gabriel?
Él se echó atrás, estudiándole el gesto.
—No. Solo se la borraría a él —repuso.
—¡Pues podías haber hecho lo mismo en el caso de Angelica!
—No, Roxanna. Esto no funciona así. Lo dejé todo bien atado
hace tiempo.
—¿Y si te equivocas? ¿Cómo puedes saber que no le has
borrado algún recuerdo esencial?
—No puedo estar seguro —admitió encogiéndose de hombros
—, pero no creo. No es complicado una vez aprendí a hacerlo. Es
como andar, lo haces de forma automática, no pensando en activar
cada uno de los músculos.
—Pareces el médico de la relación —bufó.
—Estudié algunos cursos de medicina, hace muchos años —
explicó con cautela.
—No sé por qué no me sorprende —dijo con disgusto.
—Apenas hemos estado juntos, Roxanna. Tenemos toda la vida
por delante para conocernos.
—¿Qué vida? ¿La tuya o la mía? —Vio que él pensaba qué
contestar, pero tampoco quería oír la respuesta—. ¿Y si no me
gusta lo que descubra de ti? ¿Cuántas más cosas me ocultas,
Adam?
—El dato de que estudié para médico no es importante. Te lo
habría explicado tarde o temprano.
—Como todo. Más bien tarde.
Él suspiró, parecía cerca de perder la paciencia. Y ella quería
empujarlo hasta ese punto.
—Roxanna, ¿cuál es el problema?
—¿Que no pueda confiar en ti no te parece bastante problema?
—¿Tanto te molestan los cambios que has sufrido? Ninguno es
negativo. No te ha salido joroba, que yo sepa.
—Que te jodan, Adam Spencer —espetó.
—No, Roxanna. Solo tú puedes joderme, en todos los sentidos.
Soy tuyo y tú eres mía, aunque me hayas dejado.
—Eres un capullo. Y yo no soy tuya. Ni siquiera siento ya tus
emociones, ¡ni me importan! —espetó.
Él apretó los labios con gesto dolido. Abrió la boca para hablar y
volvió a cerrarla. Se acercó a Roxanna con movimientos lentos
hasta que sus caras estuvieron muy próximas.
—Entonces, tampoco te importará que haya bebido de otra
mujer —siseó.
Fue como una bofetada en cada mejilla y una patada en el
estómago, todo junto. Roxanna crujió los dientes, imaginando a
Adam con otra, provocándole placer en sus sueños o, aún peor, en
la realidad, y sintiéndolo él mismo.
—Eres un cabrón —gruñó antes de despertarse.
Gritó y golpeó lo que encontró a su alcance: la cama, las
paredes y el suelo, sin importarle hacerse daño o la hora que era, y
se juró que aquella sería la última vez que lo llamaría.
21
Silencio

Gabriel Walker se terminó el café e hizo una mueca; decidió que


a partir de esa noche se mantendría despierto a base de Coca-Cola,
como hacía su amiga Norah, que trabajaba en el servicio de
ambulancias. Tiró el vasito de cartón y salió de la salita de personal
del Departamento de Medicina del Sueño del Hospital Charing
Cross, en Londres. Su estudio sobre pacientes con trastorno de
sueño y vigilia irregulares estaba dando resultados contradictorios,
esperaba que con el grupo de aquella noche pudiera definirlos.
No era sencillo reunir un grupo de pacientes así, menos aún
convencerlos de quedarse a dormir en una habitación de hospital
enchufados a un montón de máquinas. Tampoco era sencillo
quedarse despierto cuando todo estaba tan tranquilo y no estabas
acostumbrado a los turnos nocturnos.
Miró su reloj de pulsera y calculó qué hora sería en Nueva York:
las diez de la noche. Su novia aún estaría despierta, pero no podía
chatear con ella ni llamarla. Se negaba a llevar móvil durante
aquellas guardias, no quería que nada pudiera perturbar el
descanso de sus pacientes o alterar el registro de sus ondas
cerebrales. Se tomaba muy en serio sus investigaciones. Cuando
estaba vigilando un estudio se negaba a acostarse, a pesar de que
todo quedaba registrado de forma automática. Era un poco fanático
del control en lo que a su trabajo se refería, pero era la manera de
que las cosas salieran bien. Bastante se burlaban de él sus
compañeros por su afición a lo paranormal.
Se dirigió a la sala desde donde controlaba los registros de las
pruebas que estaban realizando las máquinas. Le gustaba
comprobar de primera mano los ritmos circadianos de los pacientes,
y aquella hora era su favorita: las tres de la madrugada. Entre esa
hora y las cuatro, las funciones del cuerpo alcanzaban el mínimo.
Aquella era la hora en que había más accidentes e incluso más
muertes naturales. Le fascinaban los ritmos propios del cuerpo,
aquellos que existían desde el principio de los tiempos, que la
sociedad moderna ignoraba a base de relojes y luz artificial.
Comprobó los registros de todos los pacientes. Se habían
dormido a distintas horas y también estaban en distintas fases del
sueño. Notó que se le cerraban los ojos. Iba a darse la vuelta para
dirigirse hacia la máquina de refrescos del hospital cuando algo le
llamó la atención.
El trazado en los registros estaba cambiando.
—Pero... ¿qué? —murmuró.
Los cinco pacientes se habían colocado todos en la misma
fase, la REM, y parecía que sus sueños eran muy vívidos.
No entendía qué estaba sucediendo.
Muerto de curiosidad, abrió la puerta de una de las habitaciones
rompiendo una de las reglas básicas en aquel tipo de estudios, la de
no intervenir.
Era una paciente de veinticinco años. Estaba tumbada
bocarriba y sonreía feliz, parecía encontrarse en medio de un sueño
muy agradable.
De pronto, su vello se erizó.
—¿No es bonito ver esa expresión?
Al oír aquella voz, Gabriel soltó un grito ahogado, pero no se
giró. Estaba seguro de quién había tras él. Tragó en seco,
intentando deshacer el nudo que se le había formado en la
garganta.
—Está soñando que vuela —continuó la voz—. Ella y los otros
cuatro. Da una sensación de libertad increíble. A Roxanna le
gustaba mucho soñar eso —terminó en un tono más bajo.
Gabriel quería hablar. Quería preguntarle cómo estaba
controlando los sueños de cinco personas mientras estaba
hablándole. Quería girarse y verle la cara, quería moverse, pero se
sentía incapaz. Le dio un poco de vergüenza comprobar que le
temblaban las piernas.
—No es difícil hacerlo cuando aprendes. No los estoy
controlando ahora, solo lo he puesto en marcha. Ese sueño es uno
de los más primitivos entre los humanos, solo hay que… sacarlo del
cajón. Y no, no leo el pensamiento —dijo, colocándose a su lado
con las manos en los bolsillos.
Gabriel podía sentir en su piel el aura especial que irradiaba el
vampiro. No entendía cómo alguien podía estar al lado de Adam y
no darse cuenta de que no era humano. ¡Y le estaba hablando! No
solo eso. ¡Le estaba explicando cosas! Se esforzó por tragarse su
temor y reaccionar.
—¿Qué quieres? —preguntó al fin, con voz débil. Las palabras
de Roxanna hacían eco en su cabeza. «Sé que jamás ha hecho
daño a nadie… Pero también que nunca se había sentido tan mal».
—Hablar contigo. ¿No es eso lo que siempre habías querido?
—¿Y tienes que venir a buscarme a esta hora en el trabajo y
asustarme? —lo interpeló, girándose para enfrentarlo.
Adam enarcó las cejas antes de echarse a reír.
—Soy un vampiro, ¿recuerdas? Si no doy un susto de vez en
cuando, parece que me falta algo.
El médico frunció el ceño.
—Supongo que es lo que toca. Debe de ser muy aburrido vivir
tanto tiempo.
—No tanto como estar aquí toda la noche y aguantar despierto.
—Por cierto, acabas de joderme el estudio. Medio año de
trabajo.
—Entonces hagamos que valga la pena, ¿no? —repuso él,
encogiéndose de hombros con un brillo malicioso en los ojos.

—¿Por qué ahora?


Adam tenía la mirada perdida más allá de la pared. Estaba
sentado en uno de los sillones de la salita de descanso y tenía sus
largas piernas cruzadas sobre la mesita que tenía delante. No
pareció oír a Gabriel. Este le dio un sorbo a su Coca-Cola y esperó
pacientemente a que el vampiro despertara de su ensoñación.
—Porque tengo que pedirte un favor —contestó por fin,
mirándolo con aquellos fascinantes iris. Ahora no brillaban, pero
tenían un color único.
Gabriel agrandó los ojos, pero no dijo nada. Era evidente que
iba a ser Adam quien marcara el ritmo de la conversación, y él
estaba decidido a escuchar todo lo que quisiera contarle. Estar con
él aquella noche era un privilegio, y no iba a desperdiciarlo.
Así que no interrumpió al vampiro cuando empezó a contarle su
transformación, siguiendo por un breve resumen de sus primeros
pasos. Como si dos siglos no hubieran sido importantes para él, de
inmediato pasó a contarle cómo conoció a Roxanna, y cómo él se
metió en su vida sin saber que ella se estaba metiendo en la suya.
Su cara fue una máscara inexpresiva, que sin embargo lo decía
todo, mientras explicaba las circunstancias de su ruptura y cómo tiró
por la borda la última oportunidad que ella le había dado.
Cuando terminó, Gabriel estaba tan impresionado por lo que
acababa de escuchar que tardó en darse cuenta de que no había
preguntado algo esencial.
—¿Vas a dejar que me acuerde de todo esto?
—Escucha, tengo todo el tiempo del mundo, pero no me gusta
perderlo. Si fuera a borrarte la memoria, ¿para qué iba a contarte mi
vida? —repuso un poco seco.
—Vale. Lo diré de otra manera. ¿Cuáles son las condiciones de
esta conversación?
—Que no hables con nadie de ella.
—¿Así de sencillo?
—A tu novia no le resultó tan sencillo, y —levantó una mano—
antes de que lo preguntes, no puede recuperar la memoria que se
borró. Por lo menos, yo no sé hacerlo. Y nadie es nadie, ¿lo
entiendes? Ni siquiera podrás escribirlo.
—Acepto.
—No te lo he preguntado. No me importa si aceptas. Es lo que
es.
—Para ser alguien que está pidiendo un favor, no eres muy
amable —observó Gabriel un poco dolido.
—Para ser alguien que está a solas con un vampiro de
madrugada, tú tampoco eres muy amable —arqueó una ceja,
burlón.
Gabriel respiró hondo antes de hablar sin pensar.
—Me necesitas, y me gustaría que, aunque fuera solo por eso,
me trataras con respeto.
Adam agrandó los ojos y Gabriel aguantó la respiración.
Entonces, el vampiro sonrió elevando solo una comisura y asintió.
—Te ruego que me disculpes —dijo. Lo estudió con atención
antes de proseguir—: Me caes bien, como Angelica. Voy a pedirte lo
que me gustaría que hicieras por mí. En realidad, no exactamente
por mí, sino por Roxanna... Por favor.
—Te escucho. Ella también me cae bien.

Roxanna despertó como cada día de las últimas semanas, con la


cabeza embotada pero el cuerpo descansado. Era el precio que se
cobraban los somníferos: se pasaba el día con la sensación de estar
un poco colocada. Al final había sucumbido a la tentación. Además,
tomarlas tenía un plus: menos posibilidad de que Adam pidiera
entrar en su subconsciente o de que ella lo llamara. Se sabía débil y
quería que el tiempo pasara. Tiempo para olvidarle, tiempo para
volver a construir una vida sin él.
Su jefe le había pedido que se tomara unas vacaciones.
Estaban en pleno mes de julio y todavía no había disfrutado de
ningún día de descanso, ni los había solicitado. Roxanna
sospechaba que tanta insistencia era cosa de Sophia.
Como cada día, se estudió durante su aseo matinal en busca
de algún cambio. Sus colmillos eran de lo más normal, pensó con
acidez. Sin embargo, a pesar de que llevaba meses sin Adam, a
veces descubría algo nuevo en ella y tenía que luchar contra el
pánico. Hizo una lista mental: los moretones curaban en segundos;
no enfermaba nunca; su fuerza era mayor, eso lo supo desde que
agarró a Ethan de las pelotas; su ira era inflamable. La noche que
Adam le había confesado que había bebido de otra, había
destrozado parte de su precioso piso. Sus palabras aún dolían,
circulando por sus venas como un veneno que su cuerpo no pudiera
eliminar.
Se peinó con una coleta alta y se puso un vestido de verano.
Cuando el sonido de la cafetera la avisó ya estaba completamente
arreglada. Incluso se había maquillado un poco. Con una mirada,
aprobó su aspecto. No quería atraer más compasión.
Se llevó el café a los labios y lo probó. Hizo una mueca de
disgusto, no sabía igual. Algo muy sutil había cambiado. Sacó una
barrita de cereales de su caja y se la llevó a la boca tras quitarle el
envoltorio con manos torpes. Estaba dulce, pero no como siempre.
Apartó la barrita a un lado de forma brusca y tomó un cigarrillo de la
cajetilla, lo encendió e inhaló una bocanada. Era el mismo sabor y
sin embargo... no lo era. Ya no le provocaba el mismo placer.
Apretó el cigarrillo contra el cenicero con rabia, arrugándolo
antes de esconder la cara en las manos y echarse a llorar. ¿Qué
era, si no era ni humana ni vampira? ¿Cuál sería su futuro?

—¿Y está buena la doctora?


—Vamos, Jack. Eres un capullo. No hables así de ella.
—Entonces es fea.
—No es fea, imbécil. Pero me molesta que lo preguntes. Es una
amiga.
—No sé, no te imagino saliendo con una doctora, tío.
¿Patóloga? ¿Qué coño de especialidad es esa?
—Una de laboratorio. Y no llegamos a salir. Bueno, no
oficialmente. En nuestra última cita me quedé dormido y ella se
largó. —Se encogió de hombros mientras terminaba de aparcar el
coche patrulla en el lugar reservado.
Ignoró la risa de Jack, salió del vehículo y se dirigió hacia la
entrada del Hospital Mount Sinai.
—Entonces te lo merecías. —Salió del coche y siguió a Sam.
Ambos se entretuvieron charlando unos minutos. La amiga de
su compañero le había mandado un mensaje, no tardaría en salir.
—Buenos días, Sam.
A Jack aquella voz le provocó una erección. Pero cuando la vio
se le secó la boca. Una preciosidad de grandes ojos grises y una
larga melena de ondas castañas se acercó a ellos y se puso de
puntillas para darle un beso a su compañero en la mejilla.
—Hola, Roxy. Te presento a Jack, mi nueva pareja —bromeó.
—Hola, Jack. Encantada. —Le tendió la mano, una mano
menuda de dedos finos pero sorprendentemente fuertes.
—E… encantado, Roxy —farfulló.
Sam puso los ojos en blanco y Roxanna esbozó una rápida
sonrisa, que a él le pareció como si un rayo de sol se hubiera colado
entre una tormenta. Jack sonrió casi con timidez, estudiando su
rostro. Era preciosa, pero sus ojeras eran evidentes a pesar del
maquillaje, y sus bonitos ojos tenían una mirada como... carente de
vida. Sí. Alguien le había robado la chispa de la vida a la doctora.
«Mala cosa, capullo. No te dejes seducir por un corazón roto. Te
lo romperá a ti». Miró a Sam un momento y se dio cuenta de que
observaba a Roxanna con preocupación. Así que este no era el
aspecto normal de la doc.
—¿Cómo va el... curso de actualización en medicina forense?
—Sam leyó el título en una carpeta que abrazaba Roxanna.
—Bastante completo. La verdad es que me hacía falta ponerme
un poco al día de mi otra especialidad.
—Sobre eso... He venido porque quería hablar contigo.
—Me lo dijiste, Sam. Y he salido a saludarte, pero la verdad es
que voy un poco mal de tiempo. En veinte minutos empieza la
siguiente charla.
—No os dan ni tiempo para comer. ¿Ni siquiera te tomarás un
café conmigo? Jack se tiene que ir a hacer un... unas gestiones,
¿verdad? —Miró a su compañero.
—Sí, yo ya me iba. Espero verte pronto, Roxy. —Asintió sin
perderla de vista.
Ella negó con la cabeza.
—Yo también he de irme, Sam —insistió con voz monocorde.
Realmente parecía un cuerpo sin alma.
—Está bien —repuso Sam—. Te quería explicar una cosa y de
paso charlar, pero ya que tienes tanta prisa —añadió disgustado—
te lo diré aquí mismo.
Roxanna asintió sin ceder un ápice.
—Verás —empezó Sam—, me he enterado de que el forense
que lleva la morgue de Brooklyn en el turno de noche va a
trasladarse a otro estado, pero aún no es oficial. Puedo presentarte
al jefe de medicina forense de Nueva York. Creo que tienes
posibilidades, Roxanna. Es verdad que el nocturno es el turno más
agotador, pero solo sería para empezar.
Una breve sonrisa iluminó la cara de Roxanna.
—Gracias, Sam. Eres un amigo.
—Un amigo que está preocupado por ti.
—Es una mala racha. Ya me recuperaré. —Le dio un beso
rápido en la mejilla, sacudió la cabeza en dirección a Jack y se
preparó para marcharse.
—Si necesitas cualquier cosa... Lo digo en serio.
—Lo sé —dijo antes de irse.
Los dos policías la contemplaron alejarse en dirección a la
entrada del hospital.
—Tío, está muy jodida —murmuró Jack, negando con la
cabeza.
—Lo sé —repuso Sam. Empezó a andar hacia el coche, más
cabizbajo que cuando había salido de él.

Gabriel miró impresionado hacia arriba, al edificio donde vivía


Roxanna Stone, imaginando a Adam sentado en aquel balcón, como
una gárgola de rasgos perfectos.
El vampiro había conseguido —Gabriel no quería saber cómo—
que le concedieran una excedencia de un año en Londres y una
beca de investigación en el prestigioso Instituto para Trastornos del
Sueño, en el hospital Bellevue de Nueva York. Angelica,
afortunadamente, tampoco había preguntado demasiado, feliz con la
posibilidad de tener a Gabriel con ella.
Por supuesto, Adam no lo había hecho por generosidad. Era la
tapadera que el inglés necesitaba para poder acercarse a Roxanna
e intentar ayudarla con su insomnio. Adam, que a veces acudía a su
terraza mientras ella dormía, había notado que su ritmo sueño-vigilia
había cambiado, y pensaba que él podría aconsejarla sobre el tema.
Lo que peor llevaba Gabriel de su amistad secreta con el vampiro
era ver a su novia preocupada por Roxanna y no poder explicarle
nada.
Roxanna caminaba deprisa y no se había percatado del hombre
que la esperaba mirando el escaparate de una tienda situada al lado
de su portal. Su edificio no tenía portero, ni falta que le hacía.
Aquella ciudad, al contrario que la cercana Nueva York, era de lo
más aburrido y tranquilo, y su barrio era el summum.
Sin embargo, cuando percibió una figura masculina acercarse a
ella desde atrás reaccionó mal.
Muy mal.
Se giró y, sin saber muy bien cómo, terminó en el suelo con la
rodilla sobre el pecho del hombre y las llaves contra su cuello.
—¡Gabriel Walker! ¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre acercarte
así? —exclamó.
El aludido no podía hablar en condiciones y, cuando ella se dio
cuenta, se apartó de un salto y le ayudó a levantarse del suelo.
—¡Perdona! ¡Perdona! Oh, de verdad que lo siento —dijo dando
un paso atrás. Gabriel la miraba con ojos como platos—. ¿Estás
bien?
—Sí, sí. Perdona tú por haberme acercado de esa forma.
Tendría que haberte llamado o algo. Pero no esperaba esto. —Se
sacudió el pantalón por la zona del trasero.
—Yo tampoco —dijo ella mirándolo fijamente—. ¿Qué quieres?
Ya te dejé claro que no iba a explicarte nada.
—No quiero que me expliques nada. Solo quiero saber cómo
estás.
—¿Por qué? ¿Por qué te preocupas por mí? No somos amigos
—dijo con recelo.
—Porque Angelica está preocupada por ti y no puede ayudarte,
pero yo sí.
—¿Y cómo sabes que necesito ayuda? —Alzó la mandíbula.
Aquello iba a ser difícil.
—Porque es evidente. No has vuelto con él.
—Oye, nadie te ha nombrado mi consejero sentimental —
espetó. Le dio la espalda y metió la llave en la cerradura.
—No duermes si no es con pastillas —enumeró—, de día estás
como atontada y te cuesta concentrarte. Tienes muy poca energía y
te sientes agotada a pesar de que descansas.
Roxanna se giró y lo observó suspicaz.
—¿Cómo sabes eso?
—Sé por Angelica que no estás pasando una buena racha, y se
me ocurren varios motivos. Escucha, ¿podemos hablar en tu casa?
Ella dudó unos instantes y al final asintió con cautela.
—De acuerdo.
Subieron en el ascensor en silencio mientras Gabriel cavilaba
sobre lo que había pensado decirle. Nunca había sido bueno
mintiendo, pero tenía el discurso bien preparado y así sería más
fácil. Además, más que mentir, solo ocultaría parte de la verdad.
—Y bien, ¿puedo ofrecerte algo? ¿Un café, té? —dijo la doctora
tras cerrar con llave la puerta de su casa.
—Un vaso de agua, gracias. Un ático muy bonito —comentó
siguiéndola.
—Lo mejor son las vistas. ¿Quieres salir a la terraza?
Enseguida estoy contigo. —Sonrió.
—Claro. —Gabriel también sonrió.
Ambos se sentaron en las cómodas sillas de la terraza y
Roxanna se encendió un cigarrillo. Le dio una calada mientras con
la otra mano aguantaba la taza de café.
—Adelante. —Entornó los ojos, exhalando el humo con lentitud.
—Verás, y que conste que todo esto solo son elucubraciones,
he leído un caso parecido al tuyo. En un antiguo diario —aclaró al
ver que arqueaba las cejas.
—¿Te refieres al diario de Grace?
—Exacto. Grace Spencer sufrió algunos cambios que duraron
incluso después de dejar su relación con Nicholas.
—¿Por qué Angelica no me habló de ellos? —indagó con
suspicacia.
—Porque ella solo leyó el diario. Yo lo he estudiado palabra por
palabra, Roxy. Me lo sé de memoria.
—Explícate.
—Aunque no lo describía con estas palabras, me di cuenta de
que Grace padecía somnolencia diurna y aumento de la vigilia
nocturna.
—Me estás diciendo que...
—Que la madre de Adam sufrió una inversión del ritmo sueño-
vigilia. Necesitaba dormir de día y estar despierta de noche.
—¿Para siempre? ¿Qué más cambios tuvo? —preguntó
angustiada.
—Ninguno más, que yo haya averiguado.
—¿Entonces por qué...? —Se mordió el labio, parecía que
dudaba de él—. No importa. Sigue.
—Cuando alguien con un ritmo de sueño normal trabaja en un
turno nocturno fijo, el resultado es un sueño de peor calidad.
—Gabriel, ve al grano.
—Creo que puede ser que... tu reloj interno haya cambiado.
Como si vivieras en permanente desfase horario. Creo que si
trabajaras de noche y durmieras de día te encontrarías mejor y
dormirías bien sin pastillas, si es que las tomas. —Roxanna lo
miraba entre asustada e incrédula—. Mientras estabas con... él,
¿dormías... ejem... toda la noche?
—Dormía poco —repuso sin más.
—La prueba más evidente de que hay una deuda de sueño es
la somnolencia diurna. ¿Tenías eso?
—No, de día me sentía cargada de energías.
—¿Y no te extrañaba, con lo poco que dormías?
—Bueno... —la joven hizo un esfuerzo para rememorar e
inspiró profundamente—. Me acostumbré a dormir siestas cortas
siempre que encontraba un momento: los fines de semana o en
cuanto llegaba a casa. Me resultaban muy reparadoras. Y de noche,
cuando no podía conciliar el sueño, él me ayudaba.
—¿No podías conciliar el sueño?
Roxanna suspiró. Gabriel vio que acariciaba un crucifijo que
colgaba de una cadenita de oro de su cuello.
—Sí, los últimos meses me costaba bastante. Pensaba que era
porque no quería desaprovechar el tiempo.
—¿Has intentado volver a dormir siestas de día?
—No. Pensaba que cansarme me ayudaría a dormir.
—Pero por más cansada que estés no puedes dormir sin
pastillas.
—No. Ya lo he intentado.
—Estás en el camino equivocado —resolvió—. Tienes que
volver a las siestas. Aunque lo ideal sería que durmieras de día y
trabajaras de noche.
—¿Estás de coña? ¿Me estás diciendo que mi ritmo de sueño
ha cambiado para siempre? ¿Y todo lo demás también? —clamó.
—No diría tanto, pero... ¿a qué te refieres con todo lo demás?
Roxanna se levantó y se dirigió hacia la barandilla de la terraza.
Miró el cielo azul y el sol del atardecer. Gabriel se acercó a ella.
—Roxy, quiero ayudarte. Sé que puedo.
—A veces, las pastillas no evitan que tenga pesadillas. Al
principio me ayudaban con eso, pero ya no tanto. He intentado
retomar el control de mis sueños, pero lo he perdido —murmuró sin
mirarlo.
—Eso último puede ser culpa de los somníferos. —Con
cuidado, le puso una mano en el hombro—. ¿Perderías algo por
intentarlo?
La joven se giró y lo encaró. Respiró hondo y encendió otro
cigarro.
—Ponte cómodo. Voy a contarte una larga historia.

Habían pasado tres semanas desde que Roxanna y Gabriel


habían empezado la terapia. Casi tres meses desde que ella había
dejado a Adam. Más de catorce meses desde que él había
irrumpido en la azotea del hospital.
Roxanna estaba haciendo limpieza en su casa, esperando que
Gabriel apareciera. Tenían varias sesiones semanales y estaba
notando los resultados. Dormía varias veces al día, incluso
microsiestas de cinco minutos. Estaba disminuyendo la dosis de
somníferos y podía controlar las pesadillas, reconduciéndolas a un
sueño tranquilo.
Sentía más sosiego. Incluso había tenido una reunión con el
jefe forense de la ciudad vecina. Estaba esperando noticias, pero
confiaba en llegar a ser una de las forenses de la Gran Manzana.
Se había dedicado a vaciar los cajones de la cómoda y retirar
lencería vieja o que ya no usaba, pero había un cajón que
permanecía cuidadosamente cerrado y así iba a continuar. Le era
imposible ver su contenido, menos aún tocarlo. Quizá más adelante,
cuando su corazón hubiera sanado, podría quemarlo en la barbacoa
de su terraza a modo de ritual de despedida.
¿A quién quería engañar? Se había acostumbrado al vacío,
pero su corazón no sanaría. ¿Y el de Adam? ¿Estaría ya con otra?
Sintió hervir su sangre.
Entonces escuchó el timbre de la puerta.
—¿Cómo puede hacerlo? —fue lo primero que dijo al ver la
amable cara del inglés.
Gabriel la observó y no dijo nada. Ella se adentró de nuevo en
el ático.
—Dímelo tú, friki de los vampiros. ¿Cómo puede beber de otras
después de jurarme amor eterno? —Se apoyó cabizbaja sobre la
mesa del comedor, aquella donde la mordió por primera vez.
«Mierda». Iba a quemar todos sus muebles. Todos llevaban la huella
de su recuerdo.
—No puede hacer otra cosa, Roxy —dijo con cautela, rodeando
la mesa hasta acercarse a ella.
—Puede vivir con sangre de donante —espetó.
—Creo que ningún vampiro puede vivir solo con sangre de
donante. Necesitan sangre fresca... directa de la fuente. Es más que
nutrientes para ellos. Es energía por sí sola.
—Eso nunca me lo dijo. A veces pasaba días y días
sobreviviendo con sangre de donante. —Negó con la cabeza—.
¿Por qué se lo calló?
—Eso no te lo puedo contestar. Pero, que yo sepa, un vampiro
íncubo necesita beber de mujeres durante sus sueños eróticos para
estar saciado, le guste o no. Es su… metabolismo. No puedes
alimentar a un tigre con verdura.
Roxanna sintió frío al pensar de pronto que, si ella se
transformaba, él no podría volver a alimentarse de ella porque no
sería humana. Por fin, planteó la pregunta que jamás se había
atrevido a hacer.
—Gabriel, tú... ¿tú sabes si hay vampiras que hagan lo mismo?
El médico tardó unos segundos en darse cuenta de lo que le
estaba preguntando.
—Sí. —Asintió—. Sería lo que llamamos un súcubo.
La joven compuso un gesto de asco. Si algún día volviera con
Adam, ese sería su destino: provocar en los hombres sueños
eróticos y beber de ellos. Y él, entretanto, se alimentaría de otras.
¿Cómo podría funcionar una relación así? Era la idea que la había
obsesionado en secreto mientras estaba con Adam. No quería esa
vida. Ahora tenía otro motivo para estar furiosa con él: le había
ocultado que la sangre de donante no lo saciaba, quizá para evitar
preguntas incómodas. Pero, siendo sincera, ella también era
culpable de silencio. Todos tenían sus secretos. Adam no le dijo que
estaba notando sus cambios por miedo a perderla. Ella no le dijo
que temía más saber que no saber.
Aun así, no podía perdonarle. Y si lo hiciera no podría estar con
él.
De pronto una mano apareció ante su campo visual,
ofreciéndole un pañuelo. Se dio cuenta de que estaba llorando y
apartó el rostro.
—¿Quieres que dejemos la sesión para otro día?
—No, no. Ya estoy mejor. Gracias. Vamos, tenemos trabajo que
hacer —dijo secándose la cara.
22
Adicción

Presente, noche de Halloween

—¿Me pasas uno? —la voz sonó a su lado, pero esta vez no se
sobresaltó. Hacía dos cigarrillos que lo estaba esperando.
—No. Sería desperdiciarlo. —Exhaló una prolongada nube de
humo, fijando sus ojos en el contenedor que tenía enfrente.
—No deberías fumar tanto.
Soltó una risa amarga.
—¿Tu veneno no va a protegerme del cáncer de pulmón? Pues
vaya.
—Dame un cigarrillo, Roxanna... Por favor.
Sonó tan educado que ella sacó uno de la cajetilla que tenía en
el bolsillo de la bata. No sabía qué tenía Adam en mente, pero ya le
daba lo mismo. Se lo tendió sujetándolo por la punta, al igual que el
mechero.
No necesitó mirarle para saber que sonreía al notar cómo ella
evitaba su contacto. Miró el cielo oscuro y las volutas de humo,
ignorando al ser que, a su lado, encendía su propio cigarrillo. Pensó
que en otro momento de su vida no habría aguantado estar allí
afuera, en la fría noche de otoño, ataviada tan solo con un vestido
de punto, zapatos —de tacón, que jamás había soportado— y una
fina bata profesional, pero hacía tiempo que le habían dejado de
molestar tanto la temperatura como los tacones.
Llevaba tiempo sin notar nuevos cambios en su organismo,
pero los que había sufrido no desaparecían. Había solicitado el
puesto de forense del que Sam le había hablado, turno nocturno
incluido. Había sido el mejor consejo que le había dado Gabriel. De
día conseguía un sueño reparador y de noche podía trabajar con
sus sentidos alerta y su concentración al cien por cien. Pero el vacío
seguía en lo más íntimo de su alma, llenándola como la Nada de La
historia interminable. Aspiró una fuerte calada al darse cuenta de
que, tan solo con la presencia de Adam a su lado, esa Nada parecía
encoger. Apretó los párpados y frunció los labios con rabia. Por
primera vez en su vida, se planteó si recibir terapia la ayudaría con
su personalidad adictiva, obvia herencia de sus padres.
Se concentró en el cigarrillo y pasó la lengua por sus labios
resecos. Ahora sobrevivía sin él, como si le hubieran arrancado
parte del alma además del corazón, pero se había repetido infinidad
de veces que era lo mejor. Se centró en lo positivo de su nueva vida:
le gustaba más su trabajo, ayudar en la investigación criminal. Le
dolía ver el estado de algunas víctimas, sobre todo las más jóvenes,
pero les cubría la cara con una gasa y se ponía a trabajar con
ahínco para conseguir una pista que incriminara a los culpables. En
ocasiones, perdida entre cortes de vísceras y muestras de tejidos,
se sorprendía a sí misma de la dureza de su corazón. Había llegado
a pensar que eso debía formar parte de su parcial transformación en
monstruo.
Apagó el cigarrillo contra la suela de su zapato y lo echó en la
basura que había al lado de la puerta. Se dispuso a entrar de nuevo
en el edificio, haciendo un esfuerzo sobrehumano para ignorar al ser
sobrenatural que tenía al lado. Sabía a lo que había venido, pero no
se lo iba a dar. Los motivos por los que lo había abandonado
seguían ahí. Y le había costado demasiado sacarlo de su vida como
para permitirle volver a meterse en ella.
Una mano de acero sujetó su muñeca, tiró de ella y la hizo
voltear, apoyándola contra la pared donde él había estado
momentos antes. Siempre le era fácil olvidar lo fuerte que era, pero
él se encargaba de recordárselo. Lo miró sin saber qué esperar.
Parecía triste. Ella suspiró, estaba cansada. Tan cansada... y en sus
brazos se estaba tan bien...
Él la abrazó por la cintura, se inclinó y apoyó su frente en la de
ella. Su aliento olía a una mezcla de tabaco y su aroma habitual,
aquel que la volvía loca. Lo respiró y cerró los ojos, dejándose llevar.
Solo un poco...
—¿Sabes por qué he fumado? —su voz era como el sonido de
la brisa previa a la tormenta.
Ella no abrió los ojos. Meneó la cabeza como respuesta.
—Porque no me gusta el sabor de tu boca cuando lo haces. Y
así lo notaré menos —susurró.
Roxanna sintió el tacto de sus labios contra su piel. Fría seda
deslizándose por su mejilla, suave satén cubriéndole la boca en un
abrazo tan tierno que sintió que su corazón se descongelaba y se
expandía, llenando su pecho con los pinchazos que se sienten
cuando la sangre vuelve a circular por un miembro helado. Dolía,
pero no quería que parara.
Porque aquello le daba la vida.
Gimió entreabriendo los labios y aguardó hospitalaria la
invasión que no tardó en llegar. Sus lenguas se reunieron,
reconociéndose y acariciándose, sus sabores fundiéndose. Roxanna
recibió la vitalidad que penetraba en ella a través del contacto con
su boca, sus manos se alzaron por sí mismas hasta la nuca
masculina. Se perdieron en su cabello mientras él la apartaba un
poco de la pared y apretaba contra sí la parte baja de su espalda
haciendo que se arquease, su cabeza se inclinase y su boca se
abriera más.
Solo por hoy, decidió rendirse. Se colgó de su cuello y se apretó
más a él.
De repente Adam cortó el beso, pero la mantuvo abrazada, su
mejilla contra la de ella.
—Dime que nadie te ha hecho sentir igual con un beso —
murmuró contra su oreja.
—Nadie.
—Dime que no has estado con más hombres desde que me
dejaste.
«Como si no lo supieras...».
—Con ninguno —suspiró. Era patético, pero era la verdad.
—Dime que piensas en mí mientras te tocas. —Se apartó un
poco para mirarla a los ojos.
Debería haberse enfadado por su presunción. Pero era todo
cierto.
—Pienso en ti cuando me acaricio, Adam. —Aguantó la
penetrante mirada de los ojos verdes sin desviar los suyos. Su
respiración se volvió más errática, sus reflejos de alerta al máximo
de su capacidad, temiendo y a la vez deseando.
«¿Hasta cuándo?»
—Dime que eres mía.
—No.
—Dime que no vas a ver a ese policía —murmuró ignorando su
negativa. Se inclinó de nuevo, hablando contra sus labios, como
siempre usando todas sus armas de seducción.
Ella reaccionó frunciendo el ceño. Los había escuchado, ¿de
qué se sorprendía?
—Haré lo que quiera. Además, solo es un café con un amigo.
—¿Me tomas por idiota? —su voz sonó helada.
No contestó. Sabía que entre Jack y ella no podía haber nada
más, pero no pensaba decírselo a Adam. Este se inclinó más y ella
sintió sus labios en el cuello, recorriendo su piel. La tomó de nuevo
por la cintura. Sus colmillos salieron de su escondite y le acariciaron
la piel, arañándola con suavidad. Roxanna se mordió el labio,
conteniendo un suspiro.
—Para él no eres una amiga —murmuró él contra su cuello—.
He podido oler el hedor que exuda, a animal en celo. Te desea. —
Se incorporó cuan alto era y cerniéndose sobre ella tomó su cara
entre sus grandes manos. Su mirada ardiente la dejó sin aliento.
Ella abrió la boca para protestar. Quería decirle que se fuera
con sus modales de macho posesivo a otra parte. Que ella tenía
derecho a salir con quien quisiera. Que podía defenderse solita de
cualquier tío que quisiera propasarse.
Pero se había ido.
Exhaló con fuerza y golpeó la pared con el puño, descargando
su ira.
—Odio cuando te quedas con la última palabra, Adam —
masculló, segura de que él aún la escuchaba.
Entró de nuevo en el recinto y cerró la puerta cuidadosamente
tras de sí.
A la mañana siguiente, tras un turno que le dio demasiado
tiempo para pensar, Roxanna tomó aquel café con Jack sintiéndose
egoísta. Sabía que estaba dándole falsas esperanzas. Pero era
cierto que, antes de ver a Adam, había creído que podía intentar
algo con Jack. Además, nadie iba a decirle con quién podía salir.
«Que se joda si no le gusta», se dijo.
Por la noche se sintió mal; no había podido dormir en todo el
día, y tuvo que tomar demasiado café para poder trabajar.
Al día siguiente, las pesadillas reaparecieron. Al despertar gritó
a las paredes de su habitación, insultando a Adam por reabrir una
herida que apenas había comenzado a cicatrizar. La noche fue una
tortura de trabajo y cansancio. El día que le siguió, aquella herida
sangraba tanto que sintió desesperación. Se durmió abrazada a su
almohada.
Una noche, sus compañeros, preocupados, llamaron a su jefe,
que le buscó un sustituto, le ordenó una semana de descanso y una
consulta con un psiquiatra. Roxanna no pudo dormir en todo el día,
y al llegar la oscuridad tomó una decisión. Cogió un bote de
somníferos que guardaba escondido en un cajón de la cocina.
—Ya no puedo más —suspiró abriendo la tapa, que cayó al
suelo y rodó hasta la pared.
Unos golpecitos en su puerta parecieron resonar en el silencio
nocturno.
—Vete —murmuró.
—No lo hagas. Déjame entrar, Roxanna —su voz grave
atravesó el aire—. Por favor.
—No. Y no intentes invadir mis sueños. No te dejaré —repuso,
tomando dos pastillas en la palma de su mano.
Hubo un breve silencio mientras miraba los pequeños
comprimidos. Sabía que con eso se levantaría mareada y con la
boca seca, y lo peor sería que habría recaído en otra más de sus
adicciones. Pero quería dormir. Y no quería que él viniera a ella.
—Perdóname, Roxanna. —Al oírlo, su mano se detuvo antes de
llegar a su boca—. Te amo. Te necesito. Siempre. —Adam
pronunció cada palabra como una plegaria.
Roxanna cerró el puño sobre los comprimidos y lo bajó. Tomó
aire, sintiendo que sus pulmones se llenaban por primera vez en
mucho tiempo. Como si una losa que los aplastaba se hubiera
desintegrado.
Sus pasos la guiaron hacia la puerta. Dejó las pastillas y el bote
abierto en la mesita del recibidor.
—Una parte de mí esperaba que aparecieras mientras tomaba
aquel café con Jack —reconoció apoyando su frente sobre la
madera—. ¿Por qué volviste en Halloween, Adam? ¿Por qué estás
aquí? —La vista se le enturbió. Las yemas de sus dedos acariciaron
la manija.
—Intenté desaparecer de tu vida, Roxanna, pero no me dejaste.
—Hubo una pausa—. Me llamaste en sueños el día de Halloween,
como si tu subconsciente lo supiera. Y hoy he soñado que volvías a
las pastillas. Por eso he vuelto.
—No recuerdo ese sueño del que hablas.
—No todos se recuerdan. Quizá tu mente consciente lo quiso
ignorar. No te miento... Ya no.
Pasaron unos instantes hasta que, por fin, tomó una decisión.
—Voy a abrir —musitó.
—¿Estás… segura?
—Adam, solo quiero hablar. Y no, no estoy segura. Pero
tampoco soporto vivir así más tiempo —afirmó mientras le abría la
puerta.
Lo contempló durante unos segundos. Como siempre, le robaba
el aliento. Llevaba una camiseta verde oscuro de manga larga con
escote de pico y unos vaqueros negros.
Se miraron a los ojos y el tiempo pareció suspendido a su
alrededor.
—Quiero la verdad —dijo ella antes de invitarlo a entrar—. ¿Me
enviaste tú a Gabriel?
Él asintió lentamente.
—Lo hice, pero se lo pedí con educación.
Ella contuvo una sonrisa.
—Ya imagino.
—En serio, me plantó cara. Me dejó impresionado.
—Es un buen hombre. Angelica es afortunada.
—Lo es.
—Puedes pasar —dijo apartándose a un lado.
Antes de entrar en el ático, Adam recorrió con los ojos el pijama
de franela detrás del que podía adivinar cada una de las curvas y
valles del cuerpo de Roxanna. Comprobó que controlaba con férrea
voluntad su instinto de tocarla. Solo cuando estuvo seguro dio un
paso adelante.
Echó un vistazo alrededor mientras se adentraba en el lugar
que tan maravillosos recuerdos le traía.
—Has hecho cambios en el mobiliario —dijo.
—Rompí muchas cosas cuando te dejé. —Carraspeó al tiempo
que cerraba la puerta—. Una especie de terapia.
Él bajó la cabeza y se metió las manos en los bolsillos.
Roxanna pasó por delante de él, quien la siguió hasta el comedor.
Se detuvo en el umbral mientras observaba cómo ella se sentaba en
el sofá.
Un sofá nuevo.
—El otro lo rajé por varios sitios. —Lo miró a los ojos sin
parpadear.
—Lástima. —Esbozó una sonrisa aguantando su afilada mirada
—. Me gustaba. —Se encogió de hombros. Oía el sereno latido de
su corazón y respiraba su perfume. Deseó tocarla. Solo tocándola
podría saber si ella se sentía como él, como la noche de Halloween,
cuando se había derretido entre sus brazos. Pero la quería
entregada en cuerpo y alma, no solo con lo primero. Y sentía que su
alma aún estaba alejada de él.
—Siéntate, Adam —ofreció con un gesto de la mano.
Él lo hizo, en el otro extremo del sofá.
—Gracias —dijo—, por confiar en mí de nuevo.
—No confío en ti, Adam —dijo con calma—. Solo lo suficiente
como para estar así contigo.
—Me basta con eso.
Roxanna apartó la mirada; seguía sin percibir las emociones del
vampiro, pero el anhelo en sus iris verdes era, a ratos, abrumador.
—¿Cómo conociste a Gabriel? —preguntó para alejar el tema
de ellos dos.
—Fui a buscarlo a Londres.
—Vaya. ¿Hiciste el mismo trato con él que con Angelica?
—Sí.
Ella torció una comisura labial.
—Ha demostrado tener más fuerza de voluntad que su novia.
—O tenía más claro que ella las consecuencias, porque lo vio
de primera mano.
Ella respiró hondo antes de volver a hablar.
—Gracias —dijo al fin, aún sin mirarle.
—¿Por qué?
Su voz suave hizo que Roxanna se estremeciera.
—Por preocuparte por mí. —Se inclinó apoyando los
antebrazos en los muslos, y bajó la vista hasta el suelo—. Gabriel
no solo ha hecho de médico. Me ha ido bien tener un amigo con
quien hablar de todo… todo esto.
—¿No has vuelto a hablar con Angelica de mí?
Ella negó con la cabeza.
—Ni siquiera he querido volver a verla, ni a Kat. Al principio no
me atrevía, al no saber hasta dónde llegaría mi transformación.
Ahora no me atrevo por haberlas ignorado durante tanto tiempo —
dijo en voz baja.
De pronto, él la sorprendió arrodillándose frente a ella.
—Mírame, por favor —pidió. Reticente, la joven alzó los ojos
hasta su rostro; la dulzura de su expresión le aceleró el corazón—.
No has cambiado nada desde hace tiempo. No te vas a transformar
en… lo que yo soy. Lo sabes, ¿verdad? —Ella asintió lentamente y
Adam frunció el ceño—. ¿Entonces, por qué te alejas de las
personas que te aprecian?
—No quiero soltarles mi basura. —Se encogió de hombros—.
Nadie soporta a los lloricas.
El vampiro cerró los párpados. Lo afectaba profundamente que
ella tuviera esa actitud de autodesprecio, ella, que era lo más
valioso en el mundo para él. Volvió a mirarla y, titubeando, levantó
una mano, vigilando cualquier signo de rechazo. La posó en la
mejilla de Roxanna, que cerró los ojos y se apoyó contra su palma
de un modo casi imperceptible.
—Eso no es cierto. Lo sabes —afirmó él—. Si estuvieran
pasando por lo mismo que tú, seguro que querrías acercarte a ellas,
y que te lo permitieran.
Roxanna clavó su mirada gris en él. Por toda respuesta, asintió
con la cabeza. Se miraron un eterno instante hasta que él hizo
amago de levantarse. Ella le agarró la mano que se había separado
de su piel.
—No te vayas —susurró—. No quiero estar sola.
—Nunca lo has estado, al menos no desde que nos conocemos
—dijo él, agachándose. La levantó en sus brazos.
—No quiero hacer el amor contigo, Adam. —Apoyó su cabeza
en el ancho hombro del vampiro y cerró los párpados.
—Yo tampoco, cariño. No ahora.
La tarde siguiente, Roxanna se despertó entre los brazos de su
examante, ambos con la misma ropa que llevaban la noche anterior.
Tardó un momento en darse cuenta de que la había despertado el
timbre de la puerta.
—Es Kat —murmuró él con los ojos cerrados. Se dio la vuelta
en la cama y se tapó la cabeza con el cojín. Roxanna contuvo una
sonrisa al verle aquel gesto tan humano—. La he oído hablar por el
móvil desde el ascensor —explicó con voz amortiguada.
Roxanna se acercó a la puerta de su casa tras cerrar la del
dormitorio y miró por la mirilla para comprobar que Adam tenía
razón.
—Hola, Kat. —Forzó una sonrisa al abrir la puerta.
—Voy a matarte, Roxanna Stone —dijo su amiga antes de
entrar y envolverla en un abrazo.
Minutos después, estaban sentadas en el sofá del comedor con
sendas tazas de café en la mesita frente a ellas.
—¿Cómo está Rachel?
—Bien, la he dejado con su padre. Quería que pudiéramos
hablar tranquilas. No puedo hilar tres palabras seguidas sin tener
que salir corriendo tras ella. —Hizo una pausa mientras daba un
sorbo al humeante líquido—. ¡Dios! Qué delicia, llevaba meses sin
probarlo. —Miró a su amiga—. ¿Cómo vas con lo del nuevo trabajo
y el turno de noche?
—Me he adaptado bien. —Roxanna le dio también un sorbo a
su café.
Kat aspiró hondo, centró sus ojos azules en ella y dijo:
—¿Y qué tal si hablamos del elefante en la habitación, cielo?
Roxanna asintió, dejó la taza sobre la mesa y se echó atrás
hasta que su espalda tocó el respaldo del sofá.
—Empieza tú, Kat. ¿Por qué has venido? No me entiendas mal,
estoy encantada, pero ¿qué te ha hecho venir justo hoy?
—Bueno, Sam se enteró en los juzgados de que estabas de
baja, y decidimos venir a verte. No queríamos agobiarte viniendo los
dos, y echamos a suertes quién aparecía por aquí.
—Gracias por venir. —Sonrió tímidamente.
—Gracias por no ignorarme como estos últimos meses —afirmó
sin resquemor.
Roxanna apretó los labios e inclinó la cabeza.
—Lo siento. No… No era buena compañía.
—El contrato de amistad incluye «en la salud y en la
enfermedad, en lo bueno y en lo malo». —Acercó una mano
tentativa hasta una de las suyas, y entrelazó sus dedos.
—No podías ayudarme, y te habría entristecido verme así —
murmuró dejando caer las lágrimas.
—Habría estado contigo. Era decisión mía elegir entre la
tristeza de verte mal o la de imaginarte mal —repuso con la voz rota
por los sollozos—. Perdona por haberme dado por vencida. Me
centré en mi bebé y me olvidé de luchar para derribar tu muro.
—No digas gilipolleces, Kat. —Volvieron a abrazarse durante
unos minutos mientras esperaban que el torrente de lágrimas
cesara.
Fue terapéutico.
Sentadas muy juntas en el sofá y con los pies sobre la mesita
del café, ambas amigas compartieron secretos: las discusiones de
Kat y Jason por la falta de sueño y la falta de sexo, que por suerte
habían desaparecido, y el mal de amores de Roxanna. Ella había
obviado los pormenores de su ruptura con Adam, pero no había
ocultado que la había transportado a una caída libre.
—¿Crees que es por mi personalidad adictiva, Kat? —Giró la
cara para mirar a su amiga y vio que la había tomado por sorpresa.
Nunca había utilizado ese término para referirse a sí misma en las
conversaciones con ella, pero lo había asumido.
Fue un instante. De inmediato, Kat adoptó una expresión
pensativa.
—No creo que tengas una personalidad adictiva. —Exhaló
largamente—. Tú nunca habías estado enamorada, Adam fue tu
primer amor, y eso marca. Y lo vuestro… Las pocas veces que os
he visto juntos irradiabais más energía que una central nuclear, y no
me refiero a la sexual, que también. —Ambas soltaron una risita—.
No sé, hay cosas que cuesta explicar con palabras, pero… dejar de
sentir eso rompería a cualquier persona, incluso a una tan fuerte
como tú.
—Gracias por tus palabras, amiga. —Roxanna le tomó la mano
y la apretó—. Eres muy amable, y también sabia. Pero estás
equivocada por lo menos en una cosa.
—¿En cuál? —Enarcó las cejas, curiosa.
—Adam no fue mi primer amor. Lo es.
—Nunca me has contado por qué le dejaste.
—Es… complicado.
—A veces… A veces temía que él fuera de esos hombres
posesivos que te aíslan de tus seres queridos para controlarte —
confesó la psiquiatra.
Roxanna soltó el aliento. Pasó un momento hasta que habló:
—Él no haría eso. Es algo posesivo y sobreprotector, pero
nunca me habría separado de vosotras. Lo hice yo sola, por motivos
que no me apetece comentar. —Abrió los ojos y miró a Kat. Se
sentía feliz de poder hablar así con ella, de nuevo—. ¿Angelica está
bien?
—Sí. Te echa de menos.
—Dile que yo también, y que si no está mosqueada conmigo iré
a hacerle una visita.
—Lo haré. —La bonita cara de Kat se iluminó—. ¿Por qué no
vienes a cenar este sábado? O cualquier otro día, solo avísame con
tiempo. Podría invitar también a Angelica, a Gabriel y a Sam.
—Perfecto. Tengo ganas de veros a todos.
La conversación se alargó hasta bien entrada la noche, cuando
Kat se despidió de su amiga y se marchó. Roxanna entró en el
dormitorio y lo encontró vacío. Había una nota sobre la cama; Adam
había cogido el cuaderno donde Gabriel le había aconsejado escribir
sus pesadillas para aprender a controlarlas, y había escrito:
«Vuelvo enseguida. Y tú también fuiste y ERES mi primer
amor».
Se mordió el labio para no sonreír como una tonta mientras
apretaba el papel contra su pecho.
Diez minutos después, llamaba a la puerta de su casa.
—La he acompañado hasta el coche —explicó cuando ella le
abrió la puerta—. No me ha visto.
—¿Vuelves a hacer de Batman? —Elevó una ceja burlona.
—Más bien de caballero… oscuro. Ella es importante para ti,
luego lo es para mí también.
La joven se mordió el labio para sofocar una sonrisa. Sin
pensarlo, lo abrazó por la cintura y apoyó su cabeza en su torso.
—Gracias. —Al cabo de unos instantes, habló—: Adam… Yo…
te acusé de no decirme la verdad, pero también me callé cosas.
Cosas importantes. Tenía miedo. No... no saber cómo iba a ser
nuestra vida y... —carraspeó.
Adam apoyó su barbilla en la coronilla de Roxanna y aspiró con
deleite.
—Sé lo que temes. Escuché tu conversación con Gabriel aquel
día. Me he pasado muchas noches en tu terraza —confesó.
—Debí imaginarlo. Aunque ya no te sentía, a veces me parecía
notar tu olor cuando salía a la terraza... —Buscó sus ojos—. ¿Por
qué? —preguntó aun sabiendo la respuesta.
—Me dolía tenerte cerca, pero se me hacía insoportable estar
separado de ti. Incluso algunos días te seguía por el hospital. No
podía soportar la idea de que te pasara algo. Me convertí en un
acosador silencioso —confesó, temeroso.
—Podrías argumentar que has cuidado de mí sin imponerme tu
presencia. —Se encogió de hombros.
—Siento no haber sido sincero contigo. —Le acarició el pelo.
—Los dos guardábamos secretos. —Suspiró—. ¿Por qué no le
hablaste a Gabriel de mi don? Aparte de porque eres un poco
capullo.
—¿Solo un poco? Vamos mejorando —dijo con media sonrisa
—. Si le hubiera explicado tu don no habría accedido a ayudarme. Y
aunque lo hubiera hecho habrías detectado más fácilmente que
ocultaba cosas.
Roxanna negó con la cabeza y rodó los ojos.
—Me di cuenta de que no me lo contaba todo, pero no le di
importancia —dijo—. Pensé que su secreto era que usaba la excusa
de ayudarme para saber más sobre ti, y me dio igual. No tengo
vocación de mártir. Necesitaba ayuda y sabía que él me la podía
dar.
De pronto, Adam hizo un gesto de dolor.
—Me vuelve loco tu aroma y tengo sed. —Soltó el aliento
bruscamente—. Será mejor que me vaya. —Ella se tensó entre sus
brazos y se removió para apartarse de él dando un paso atrás—.
¿Qué sucede?
—Vas a alimentarte, ¿verdad?
Él entornó los párpados.
—No es un placer, es una necesidad. A menos que quieras
prestarte tú, y no creo que estemos en ese punto, Roxanna.
—¿Y cómo crees que me siento? —espetó sin poderse
controlar. Dio otro paso atrás mirándolo con ira—. ¿Crees que me
gusta saber que durante todos estos meses has estado follando con
otras, aunque sea en sueños?
De pronto, Adam acortó las distancias y la tomó de las
muñecas, acercándola a él.
—¿Eso crees? —Se inclinó sobre ella arrugando la frente.
—¡No me engañes! ¡Gabriel me lo dijo! Si no, ¿cómo has
podido aguantar durante medio año si la sangre de donante no te
sacia? —Intentó soltarse de su agarre.
—¿Qué te dijo Gabriel exactamente?
—¿Qué pasa? ¿Ese día no estabas espiando? —gruñó.
—No recuerdo esa conversación. Habría ido al baño. —La miró
desafiante y la soltó.
—¡No tiene gracia! —exclamó.
—No, no la tiene. Dime qué te dijo, Roxanna.
—Que tenías que beber de las mujeres en pleno sueño erótico,
que era tu naturaleza y solo así te saciabas por completo.
—No te lo explicó bien —habló con calma—. Soy capaz de
inducir sueños sin aparecer en ellos. También puedo inducir sueños
eróticos sin necesidad de... estar allí. Pero —añadió rápidamente al
ver la confusión de Roxanna— para alimentarme necesito estar
presente en ellos. Porque si... ellas no me ven, no me pueden dar
permiso para entrar en sus hogares.
Roxanna asintió, animándolo a seguir.
—Sin embargo —continuó él—, me sacia bastante la sangre
que tiene toda la… la química de la excitación sexual, aunque la
mujer no haya culminado.
—Quieres decir que... —Parpadeó, comenzando a entender.
—Que las calentaba y las dejaba con las ganas después de
beber de ellas. Genial, ¿no?
Roxanna se quedó boquiabierta y no supo qué decir. Él le tomó
la mano y la atrajo hacia sí. La estrechó en sus brazos.
—No soportaba la idea de estar con otra, ni siquiera en sueños,
Roxanna, pero tampoco podía aguantar la sed más tiempo. Esa fue
la única solución que se me ocurrió. —Se separó lo mínimo para
buscar su rostro—. ¿No dices nada?
Ella levantó la cara y lo miró con intensidad.
—Me sigue resultando odioso imaginarte bebiendo de otra. —
Hizo una mueca—. O excitando a otra mujer, pero... la verdad es
que ahora me siento mejor. Soy una egoísta, ¿verdad?
Adam llevaba mucho tiempo sin recibir una mirada tan tierna,
tanto que se quedó extasiado. Ambos permanecieron con los ojos
anclados en el otro, sin necesidad de hablar.
De pronto sonó el móvil de Roxanna. Iba a ignorarlo, pero tuvo
una extraña sensación. Con cierta dificultad, apartó los ojos de los
de Adam.
—Tengo que contestar —dijo mientras se dirigía a la mesa del
comedor, donde estaba el aparato.
23
Nueva

El funeral parecía una escena de melodrama cutre filmada por


un director con pocos recursos. Un digno final para sus padres, se
dijo Roxanna. El agua caía a raudales sobre el paraguas que Adam
sujetaba, y empapaba sus zapatos y la parte baja de su pantalón.
Sintió la reconfortante presencia de él a su lado, y el soporte estable
que le proporcionaban su sólido cuerpo y su brazo en la cintura.
No había nadie más que ellos, el reverendo y los dos hombres
de la funeraria. La había llamado el abogado de sus padres. Habían
fallecido de un accidente de coche: su padre conducía bajo los
efectos de las drogas y el alcohol, y se habían salido de la carretera
en una curva. La muerte había sido inmediata y, gracias a Dios, no
habían hecho daño a nadie más.
Roxanna estaba allí plantada, ignorando los salmos que
recitaba el reverendo, preguntándose una vez más qué hacía en
aquel lugar. Kat le había aconsejado acudir «para cerrar heridas», y
Adam se había ofrecido a acompañarla.
Al principio, al llegar a su pueblo, no había sentido nada. A
pesar de las reticencias del forense local había exigido ver sus
cadáveres, como si quisiera asegurarse de que ya no existían.
Entonces tampoco había sentido nada; se había descubierto
haciendo una lista mental de las lesiones que presentaban los
cuerpos, como si estuviera en el trabajo. Cuando había entrado en
la desierta casa que había sido su hogar —por decirlo de alguna
forma— durante un tiempo, tampoco había sentido nada.
El reverendo le indicó con un gesto que podía proceder a la
ceremonia de echar un puñado de tierra. Habían sido tan
considerados que la habían guardado en un recipiente de plástico
para que no se mojara. Se fijó en que estaba bastante ajado y se
preguntó si no sería el que usaba alguno de los trabajadores para
guardar su almuerzo. Siempre flanqueada por Adam, se adelantó y
echó tierra sobre cada una de las tumbas. Alguien activó el
mecanismo que empezó a cubrir los ataúdes de sus padres. Los
observó desaparecer; el reverendo decía unas palabras de
despedida.
Y entonces sucedió: mientras desaparecían de su vista para
siempre, la Nada se deslizó fuera de su corazón. Casi le pareció
verla desplazarse hacia la tierra y fundirse con ella y con el agua del
chaparrón, como una viscosa mancha negra de petróleo.
Respiró el aire helado del otoño y sintió que Adam la apretaba
fuerte contra sí. Él le ofreció un pañuelo, y se dio cuenta de que le
caían lágrimas. Era raro, porque sentía una serenidad que jamás
había estado allí. Sabía que se podía llorar de tristeza o de alegría,
pero no de paz. Se refugió en el pecho de Adam, que la rodeó con
sus brazos, y cerró los párpados respirando hondo.
—Llévame a casa —murmuró, aunque sabía que estaba en
ella.

Adam estaba confuso.


Cuando salieron del cementerio, Roxanna cayó en un mutismo
profundo que lo habría preocupado si no fuera porque leía en sus
constantes vitales, en su olor, que ella no estaba triste ni estresada.
Cuando le preguntó cómo se sentía, ella solo contestó con una
sonrisa, pero él vio algo en sus ojos, no sabía qué. Volvieron a
Maincity en el mismo silencio, denso pero cómodo. Se despidió y lo
citó para el sábado por la noche. Era el mismo día que había
quedado con sus amigos: Angelica, Gabriel, Sam, Kat y el esposo
de esta, para cenar. A él lo había citado a medianoche.
Y había llegado el momento. Ella le había dicho que se pusiera
un esmoquin y él había obedecido. No creía que fuera a decirle
nada malo si le hacía ponerse elegante; a Roxanna siempre le había
gustado verlo con traje. Llamó a la puerta con los nudillos y oyó
cómo se le aceleraba el corazón. Como siempre, sonrió. Intentó
calmarse diciéndose que eso también era buena señal.
Al ver a Roxanna, exhaló bruscamente. Ella se había puesto el
camisón negro. Adam sintió la abrumadora necesidad de poseerla y
su garganta ardió.
—Pasa, Adam —le dijo ella. Tenía las mejillas sonrosadas.
Él se detuvo. No podía hacerlo, no sin tener las cosas claras.
—Roxanna… ¿estás segura? —le preguntó, como unos días
atrás.
—Ahora sí. —Se apartó para dejarle pasar.
El vampiro se agarró al marco de la puerta por ambos lados,
aún resistiendo la llamada del instinto.
—Estás en un mal momento… Yo… no…
Ella avanzó un paso hacia él y lo agarró de las solapas del
esmoquin, mirándolo con intensidad febril. Lo atrajo hacia ella y lo
hizo entrar en su casa.
—Hoy me he despedido de mis amigos —murmuró—. El otro
día, frente a la tumba de mis padres, también me despedí de su
herencia de dolor. Tú eres mi vida, Adam. Te amo y quiero estar
contigo con todas sus consecuencias, para siempre.
Adam cerró la puerta con un pie. La alzó por las nalgas y ella
rodeó su cintura con sus muslos, abrazándose a su cuello. Sus
colmillos emergieron de las encías. Quería contenerse, quería ser
romántico, adorarla con caricias y besos antes de llevarla hasta el
dormitorio y hacerle el amor. Pero la necesitaba de una forma
primaria: la suavidad de su piel, la humedad de su interior, el calor
de su sangre, su sabor, su aroma. Añoraba su voz, su risa, sus
palabras, sus jadeos y gemidos.
Lo quería todo. Sin dudas, sin lamentos.
—No tiene por qué ser hoy —le dio una última oportunidad.
—Hazlo. —Sus bocas se buscaron con ansia, mordiendo y
chupando labios, lenguas, bebiendo, devorándose la una a la otra—.
Entra en mí, Adam —jadeó entre besos.
Él no esperó a llegar a la cama. Besándola sin dejarla apenas
respirar, se deshizo de sus bragas con una sola mano y con la
misma liberó su erección. Desesperado por sentirla a su alrededor,
se introdujo en ella de una vez. El grito de ambos se perdió en la
boca del otro, y él la movió para penetrarla más profundamente,
deshaciéndose de placer al sentir cómo lo recibía, con un cálido
abrazo de bienvenida. Roxanna se aferraba a él con uñas y dientes,
le mordió el cuello, agarró su cabello buscando ansiosa su boca y
lamiendo sus labios, gritando en cada embestida. La penetró contra
la pared del comedor, luchando como siempre contra su propia
fuerza, contra su deseo de meterse en su cuerpo.
La llevó a su dormitorio, donde la había oído llorar día tras día
durante meses antes de poder conciliar el sueño, un sueño inquieto
donde él no tenía cabida. Aún olía la soledad de ella en aquellas
cuatro paredes.
Nunca más.
—Soy tuyo, Roxanna —murmuró ronco mientras la tumbaba en
la cama.
La despojó del camisón y se arrancó la ropa sin siquiera perder
contacto. Adoró sus pechos desnudos, besando y lamiendo los
pezones endurecidos y volviendo a moverse en su interior. Sus
manos buscaron las de ella y entrelazaron sus dedos; se apoyó a
cada lado de su cara mientras su rostro se cernía sobre el de ella,
absorbiéndola con la mirada.
—Adam —gimió apretando más los muslos alrededor de sus
caderas. Se arqueó contra él, los párpados cerrados y la boca
entreabierta—. Te he añorado. —Él se sentó sobre sus talones y,
sujetando sus muslos, los elevó cambiando el ángulo de
penetración, tocando el punto que la enloquecía—. ¡Oh, joder!
Roxanna se agarró a las muñecas de Adam, al cabecero de la
cama, a las sábanas, pero él la embestía arrastrando su cuerpo
sobre el colchón, una mano aferrándola y la otra acariciando su
sexo. La incansable invasión le producía un placer casi doloroso, su
cuerpo vibraba y la sangre cantaba en sus venas.
Adam se inclinó sobre ella. Vio el sudor perlándole la frente, los
ojos grises dilatados por el deseo y en su expresión una lejana
alarma.
—Jamás te haré daño —musitó, queriendo borrar cualquier
duda. La besó, su lengua fue una tierna caricia en los labios
hinchados. Sondeó su expresión en busca de aceptación.
—Lo sé —murmuró y cerró los párpados, extendiendo el cuello,
ofreciéndose.
Durante unos segundos no hubo ruido en aquella habitación
que no fuera el del corazón de Roxanna.
Entonces, él introdujo su dedo índice entre los labios de ella,
que lo chupó y mordisqueó como un dulce. La boca de Adam se
acercó a su cuello y lo lamió. Roxanna le mordió el dedo cuando él
clavó sus colmillos, una ráfaga de éxtasis la recorrió y emitió un
gemido ahogado. Le acarició el cabello y la espalda, hasta que ni
siquiera tuvo fuerzas para eso. Estaba demasiado cansada como
para respirar. La oscuridad la invadió, y escuchó su propio latido
desde la lejanía, cada vez más lento. Se dejó llevar a la deriva por
las sombras donde se hundía, hacia un lugar donde no había dolor,
soledad ni miedo.
—Vuelve a mí, amor mío. No me dejes. —Una voz susurrante la
llamaba, como un cabo donde agarrarse en medio de la corriente
que la arrastraba, y lo tomó.
Algo delicioso cayó por su garganta llenándola, expandiéndose
por su cuerpo, colmándolo de una vida que era distinta a la que ella
conocía, de una energía avasalladora.

Adam sabía lo que tenía que hacer. Recordaba bien cómo había
sido su transformación. También se había documentado a lo largo
de los años, e incluso le había preguntado a Gabriel. Conocía el
proceso, pero no podía estar seguro. Había bebido de Roxanna
mientras se fundía con su piel, sintiendo su entrega, comprobando
cómo el ritmo de sus latidos se lentificaba hasta casi detenerse. Se
había mordido la muñeca, la había acercado a la boca entreabierta
de Roxanna haciendo que su sangre se deslizara hacia dentro.
Sabía que tenía que llevarla al borde de la muerte antes de que
bebiera de él.
Pasaron los segundos. Un latido apagado. Una eternidad. Otro
latido, más insignificante que el anterior. Su aliento era
imperceptible.
Y todo se detuvo.
Sí, Adam apenas tenía dudas sobre el proceso, pero las dudas
que al principio parecían ínfimas crecieron hasta aplastarlo. Quizá
se había excedido y ella había traspasado una frontera sin retorno.
No iba a permitirlo. Le abrió la boca y le flexionó el cuello hacia
atrás, se mordió de nuevo y empujó su muñeca sangrante entre los
dientes de Roxanna.
—Vamos, cariño, bebe de mí —murmuró con voz temblorosa,
sujetándole la nuca con la otra mano.
Desesperado, la alzó, la tomó de los hombros y la abrazó,
completamente laxa.
—Vuelve a mí, amor mío —susurró en su oreja.
¿Cuánto tiempo tardó él en cambiar? Solo recordaba haber
despertado en aquel callejón, convertido en lo que era ahora.
Entonces lo sintió. Ella estaba sumida en un sueño profundo,
pero no era el de la muerte. Estaba volviendo, y su cuerpo cambiaba
de forma casi imperceptible. La depositó con cuidado sobre la cama
y la observó. Cuando la herida del cuello desapareció, Adam suspiró
aliviado. Todo estaba saliendo bien.
Contemplaba la serena belleza de Roxanna mientras yacía en
sus brazos. No sabía cuánto dormiría, pero sí que a las pocas horas
de despertar empezaría a tener sed. Disponía de una buena reserva
de sangre en su casa; confiaba en que bastara para saciarla durante
unos días. Más adelante podría beber directamente de animales, y
si esto no funcionaba podía probar con humanos. Él había
sobrevivido bastante tiempo bebiendo sangre de criminales. Le
resultaba una idea muy desagradable y confiaba en no llegar a eso.
«¿Y si es como yo? Nicholas me hizo como él», se preguntó, no
por primera vez. La imagen de Roxanna bebiendo de un hombre en
medio de un sueño húmedo le vino a la mente y rechinó los dientes.
Tenía que haber otra manera.
No supo cuánto tiempo había transcurrido hasta que ella movió
un poco los dedos de las manos, sus párpados empezaron a
temblar ligeramente y abrió los ojos.
En cuanto Roxanna clavó su mirada en él, supo que estaba
perdido. Los ojos de la vampira ahora eran como la plata a la luz de
la luna. Durante toda su relación él había tenido la sensación de ser
quien los conducía a ambos, luchando contra las dudas de
Roxanna, sin forzar su voluntad mientras la guiaba. Era el seductor,
el que utilizaba todas las armas para conseguir salirse con la suya.
Podría parecer un manipulador, pero solo actuaba por instinto.
Ahora iba a tener que acostumbrarse a esto. A dejarse caer en sus
manos, y ser feliz a pesar de ello. Porque cada fibra de su cuerpo
respondía a la llamada de esos ojos. Había nacido para esa mujer.
—Bienvenida, amor —dijo con alivio.
Ella lo miró en silencio, y con cada segundo que pasaba él se
sentía más esclavo. Alargó la mano para acariciarle la cara,
empezando a sentirse inquieto por su falta de reacción. Al sentir el
contacto de su piel, ella cerró los párpados y suspiró. Él le rozó el
pómulo con los dedos, feliz. Se tumbó a su lado, encarado hacia
ella.
Roxanna abrió los ojos y se puso de lado mirando a Adam,
moviendo su cuerpo con cuidado, como si no supiera bien cómo iba
a responderle.
—Adam —pronunció como si acariciara su nombre.
Antes había creído amarla, pero aquel sentimiento había sido
una pálida sombra de lo de ahora.
—Roxanna, ¿cómo te sientes? —musitó, acariciando el punto
donde la había mordido.
Oyó que suspiraba y sonrió. Continuó acariciando la piel de
Roxanna con pequeños roces de sus dedos. Era un tacto nuevo y
sin embargo familiar.
—Bien —repuso volviendo a cerrar los párpados.
—¿Solo… bien? —insistió él.
Roxanna esbozó una sonrisa. Se sentía llena de vitalidad y al
mismo tiempo perezosa. Se recreó en el cúmulo de sensaciones
que le llegaban, en el exquisito sabor que aún sentía en la lengua,
en la energía de Adam fluyendo por sus venas.
—¿No te basta «bien»? —inquirió. Oyó que él reía entre dientes
y abrió los ojos para mirarle.
Adam parecía estar memorizándola. Roxanna percibía el aroma
de su sangre, más intenso en la muñeca. Dedujo que era allí donde
se había mordido. Tomó su mano, la acercó a su boca y se la lamió,
disfrutando al escuchar su siseo. Vio cómo se movía su cuello al
tragar saliva. Apartó sus manos de ella y se mordió el labio,
envarado.
—Tienes que alimentarte antes de… —la miró a los labios—
gastar energías. Y créeme, me cuesta mucho decirte esto.
Una sonrisa tiró de sus labios. Se puso bocarriba y observó el
techo del comedor.
—Siento paz —contestó a la pregunta que él le había hecho—,
como si estuviera por encima de la angustia humana. Y te siento a ti
dentro de mí y es… maravilloso. —Lo miró. Parecía que lo había
dejado sin palabras—. Puedo oír el rumor de conversaciones de
todo el edificio, y, si me centro, puedo distinguirlas por separado. —
Inspiró hondo y sintió un cosquilleo en sus encías. Por debajo del
perfume de Adam había un aroma atrayente. Muy atrayente. Se
sentó e inspiró hondo. Notó cómo unos afilados colmillos emergían
de sus encías y su boca se secaba. —Y siento que… me falta…
algo —dijo de pronto.
Adam se sentó. Parecía alarmado.
—¿Tienes sed?
Ella se agarró el cuello y tragó en seco. Asintió.
—Empiezo a sentir como si hubiera chupado piedra pómez.
—Tenemos que irnos —dijo él levantándose de la cama.
—¡Adam! ¿Qué sucede? —dijo mirándolo.
—No contaba con que tuvieras sed tan pronto. Yo tardé más
tiempo. —Le tendió la mano—. Vamos, en casa tengo una reserva
de sangre. —Apretó los labios mirándose—. Mierda, estoy sin ropa.
—Si no fuera porque te veo preocupado, me reiría de la
situación —comentó, insegura.
—No estoy preocupado por lo que puedas hacer —explicó él—,
pero vas a pasar un mal rato hasta que lleguemos a mi casa.
Quisiera habértelo ahorrado.
Roxanna tomó su mano y se levantó.
—Si tengo que aguantar aguantaré. Y si no… —bajó el tono de
voz— confío en ti. —Tragó en seco, notando unas punzadas—.
Pero será mejor que saques ropa de donde sea, porque tenemos
que irnos ya.
24
Sed

El sonido de las olas rompiendo en la orilla, que percibió aunque


faltaban algunos kilómetros para llegar, le pareció una
representación de su zozobra. Adam la estaba llevando a su casa,
en los Hamptons. Conducía veloz, permitiéndose algo que siempre
había disfrutado, pero que, por prudencia, no había hecho cuando
ella viajaba a su lado. Sujetaba una de sus manos mientras la otra
manejaba con firmeza el volante, y a menudo apartaba la vista de la
carretera para observarla. Cuando sus miradas coincidían, le
sonreía y le apretaba la mano, como queriendo transmitirle
tranquilidad.
A Roxanna le había bastado meterse en el coche, aun con las
ventanillas cerradas, para darse cuenta de que el olor a humano que
se filtraba dentro la turbaba, y fue peor conforme avanzaban por las
calles de la ciudad. Y eso que era de madrugada.
«En cuanto lleguemos a casa tomarás todas las bolsas que
quieras. Te encontrarás mucho mejor». Lo había dicho tan
convencido que ella lo había creído. Antes de tomar la decisión de
dejar su vida humana, le había dado demasiadas vueltas a cuál
sería su medio de subsistencia, y decidió que no iba a preocuparse
más. Estaba donde quería y haría lo que fuera necesario para
sobrevivir junto a él.
En cuanto llegaron a casa de Adam, este puso varias bolsas,
iguales que las que usaban en los bancos de sangre, sobre la mesa
del comedor.
—Tómala. La necesitas. —Le tendió la primera y se sentó a su
lado.
Ella observó hipnotizada aquel líquido rojo oscuro. En silencio,
tomó una, la abrió y la llevó a sus labios. Emitió un gemido al beber
el primer sorbo y se la terminó en un momento. La apartó a un lado.
—Sírvete tú misma. —Adam hizo un gesto con la mano
abarcando toda la mesa.
—Qué diferente ha sido mi despertar del que debiste de tener
tú. —Tomó otra bolsa y se la terminó igual de rápida.
Una nube pasó fugazmente por la cara del vampiro.
—Sí. Pero mi pasado no importa. Lo único que me importa de él
es que me ha llevado hasta ti.
Ella se detuvo. Adam sintió el peso de aquellos ojos plateados
mientras esperaba que ella dijera algo.
—Adam, eso que has dicho es... precioso.
—Es solo la verdad. —Los labios de Roxanna tenían una
pequeña gota de sangre en la comisura. Contuvo las ganas de
lamerla—. Bebe, amor, lo necesitas.
Ella apuró la tercera bolsa sin ceremonias, como si fuera un
refresco con pajita, pero su sed no remitió. Quería más, y no sabía
si eso era normal. De hecho, no sabía... nada. Recordó las palabras
de Gabriel. Su miedo, en el que apenas se había permitido pensar,
decidida a aceptar su destino, la atacó de golpe.
Bajó los hombros con derrota. La sangre de donante no la
saciaba. Parpadeó, desviando la mirada hacia la pared. Sintió la
mano de él apretando la suya.
—Bebe —ordenó Adam con suavidad—. Estás experimentando
un bajón. Es como una bajada de glucosa en un humano. Necesitas
beber más.
—Entonces, ¿es normal que no me sacie? He tomado ya tres
bolsas.
Él la miró un momento antes de responder. No quería entrar en
ese tema. No ahora. Pero más pronto que tarde tendría que hacerlo,
no iba a cometer los errores del pasado y ocultarle cosas.
—Es completamente normal. Apenas has bebido. Cuando
despiertas, tras la transformación, es cuanto más cantidad de
sangre necesitas. Es lo normal... —tomó aire— por el momento.
Roxanna apuró el contenido antes de repetir las palabras de
Adam:
—Por el momento. —Agarró otra bolsa y decidió cambiar de
tema—. ¿De dónde sacas esto? No es nada ilegal, me imagino.
—No. Es sangre de donantes voluntarios y muy bien pagados.
—Entonces ya sé suficiente. —Se encogió de hombros.
Al cabo de un rato, la mesa estaba llena de bolsas vacías.
—¿Cómo… estás? —titubeó el vampiro.
—Mucho mejor. —Roxanna sonrió, aliviada—. Ha sido… difícil.
No puedo ni imaginarme en tu situación. Nunca me has contado...
qué sentiste al despertar por primera vez.
—Sabía lo que era y me odiaba. Odiaba a Nicholas y lo que me
hizo. Estaba horrorizado. ¿Cómo iba a sentirme? —contestó
amargo.
Parecía que no quería hablar del tema, pero ella necesitaba
saber. Siguió mirándolo en silencio, acariciando el dorso de su mano
con su pulgar, y por fin él aflojó la tensa mandíbula y tomó aire para
seguir hablando:
—Fue terrible. Yo no quería ser lo que era, no quería beber de
humanos, así que soporté la tentación y me escondí en el bosque.
Al principio, probé a saciarme con sangre de animales, pero, aunque
me calmaba, la sed siempre estaba ahí. Durante un tiempo, bebí
sangre de criminales, pero seguía igual. Aquello ponía en peligro a
todas las personas inocentes que encontrase en mi camino. Era una
sensación horrible, pensar que en algún momento podría
descontrolarme. —Se detuvo y Roxanna le alzó la mano y la besó
con ternura. Él esbozó una sonrisa—. El resto ya lo sabes, me di
cuenta de que mi creador me había hecho como él y supe cómo
podría saciarme. —Hizo una breve pausa—. Me rebelé y fue cuando
decidí vivir en aquella iglesia… hasta que acepté lo que soy.
Escuché a mi instinto y aprendí a entrar en los sueños. Y desde
entonces me dejo guiar por él.
—¿Cuánto tiempo pasó entre tu cambio y que por fin...
aceptaras lo que eras? —pronunció ella en voz baja.
—No lo sé con seguridad. Meses.
Ella agrandó los ojos y exhaló abruptamente.
—¿Cómo pudiste soportar no estar saciado durante tanto
tiempo? —se angustió.
Quizá ella tenía algún problema de contención. Y no solo
estaba preocupada por su alimentación: cuando había asumido que
no podía vivir sin Adam, había pensado que podría aceptar su forma
de vida. Pero la idea del vampiro con otra, aun en sueños, se le
hacía cada vez más insoportable.
—Hay una diferencia muy importante entre tu transformación y
la mía, Roxanna: la mía fue contra mi voluntad —repuso—. Ya te lo
he dicho, odiaba a quien me transformó, y me odiaba a mí mismo.
No es tu caso, y está claro que eso influye en la manera como se
desarrollan las cosas. Pero no adelantemos acontecimientos, por
favor —dijo él sacándola de sus negros pensamientos.
—Parece que ahora seas tú quien tiene el don de la empatía.
—No. —La miró con intensidad—. Siempre te he leído con
bastante facilidad. —Su gesto cambió a uno de duda, pero no dijo
nada.
—No puedo sentirte —murmuró ella respondiendo a la pregunta
no formulada—. Lo he intentado, pero no puedo quitar el bloqueo
que interpuse cuando te dejé.
—Tampoco te hace falta. —Le sonrió—. ¿Lo ves? Tú también
me lees con facilidad.
—Supongo. —Se encogió de hombros.
—¿Echas de menos percibir mis emociones? —preguntó,
atento a sus cambios de expresión.
—La verdad es que no me ha dado tiempo a hacerlo —le dirigió
una mirada melancólica—, apenas hemos vuelto a estar juntos. Y
antes... Bueno, bloquear tus emociones me hizo bien. El primer día
fue muy difícil sentir tu dolor sumado al mío. —Suspiró y su rostro se
ensombreció.
—Lo siento. Fui egoísta, pensaba que tenía que estar cerca por
si te arrepentías, pero también para cuidar de ti.
—Olvídalo. Eso fue en otra vida —dijo Roxanna antes de
reprimir un bostezo—¿Acabo de bostezar? —Frunció el ceño. Él
asintió con una sonrisa tierna—. Nunca te he visto bostezar, lo
recordaría. ¿Por qué yo sí lo hago? —le dirigió una mirada suspicaz.
—Es porque soy más viejo que tú. Ya no hago esas cosas.
—Dios. No hables así. ¡Y no me mires así! —exclamó, molesta
—. Parece que yo lleve pañal y tú vayas al instituto.
Él rio con ganas.
—Qué carácter. —Le brindó una media sonrisa traviesa.
A Roxanna le costaba fingir enfado mirando esa sonrisa, y él lo
sabía.
—No debería sorprenderte mi mal genio. Además, es
demasiado tarde: vas a tener que aguantarme durante mucho
tiempo.
—Eh, pequeña gruñona —se acercó a ella y le dio un beso
rápido en la nariz—, no te quiero mucho tiempo. —La besó,
silenciando la protesta que venía—. Te quiero para siempre.
Ella sonrió y él la contempló con la boca abierta.
—¿A qué viene esa cara? —Roxanna alargó la mano y le rozó
la mandíbula con un dedo, delineando su ángulo.
—No sabes lo que me hace ver tu sonrisa.
—¿En serio? ¿Tengo mi propia sonrisa deslumbrante? —
Enarcó las cejas.
Soltó un jadeo cuando él la sentó sobre la mesa del comedor
después de haber tirado las bolsas al suelo.
—Más que deslumbrante. Esa sonrisa es indecente. Solo
puedes mostrármela a mí. —La tomó de ambas muñecas y se
colocó entre sus piernas. Ella rodeó sus caderas con los muslos,
atrayéndolo más. Se mordió el labio y él desvió la mirada hacia ese
punto.
—Entonces... —insistió Roxanna— ¿ahora sabrás lo que se
siente cuando vas al lado de alguien como tú? —Intentó liberarse.
No pudo, y con cada movimiento sentía crecer su excitación contra
ella.
—Si fueras como yo, no iría a tu lado. —Entornó los párpados.
—Ya me entiendes, tonto. —Rio. Volvió a retorcerse, pero era
más fuerte que ella. Era frustrante—. ¿Por qué no tenemos la
misma fuerza? —protestó.
—Yo tengo dos siglos. —La besó con dulzura—. La tradición
dice que los vampiros más antiguos son más fuertes. Además, sería
injusto que tú fueras tan fuerte como yo, ¿no crees? Tendrías
demasiado poder. —La besó con mayor intensidad, despertando un
gemido.
—¿Injusto? ¿Poder? —Se removió incitándolo con sus
movimientos y le sonrió.
—Veo que lo has entendido —gruñó. La soltó para desgarrarle
la ropa de un solo gesto. Ella hizo lo mismo con él—. Me tienes en
tus manos. Una mirada y soy tu esclavo. —La tomó de las caderas y
se guio hacia su interior—. Una sonrisa y estoy a tus órdenes.
—Entonces es justo —musitó y cerró los ojos, abrazándolo
mientras se dejaba llevar.
—La experiencia del sexo submarino ha sido... alucinante.
Roxanna se tumbó en la arena, disfrutando de la brisa sobre su
piel húmeda, del rumor del oleaje y de la luz de la luna menguante.
Era una noche perfecta, y estaba en la mejor de las compañías.
—No tener que respirar tiene sus ventajas. —Adam se sentó a
su lado y deslizó un dedo por su muslo—. Eres tan suave... No
puedo quitarte las manos de encima.
—Pues no lo hagas.
—No me provoques, preciosa. O vas a necesitar tres bolsas
más de sangre antes de que termine la noche.
—Suena tentador... aunque a este ritmo voy a terminar con tus
existencias de cero negativo, o lo que sea que usas. ¿Cómo he
podido beber tanto?
—Porque lo necesitas —explicó—. Y no tengo ninguna
preferencia por un grupo sanguíneo. Solo intento que los donantes
estén limpios. Si hay droga, la huelo de inmediato y tomo medidas,
así que tener que devolverme el dinero es la menor preocupación de
los que incumplen el contrato. —La evaluó un momento—. ¿Cómo
te sientes ahora?
—Me siento feliz. —Le sonrió y él le correspondió; se tumbó a
su lado con los ojos cerrados.
Lo admiró. A la luz de la luna, su belleza parecía más
sobrenatural. Era una criatura de la noche que se sentía bien con lo
era. No le había hablado mucho de su pasado como humano, como
si, aparte de su madre, nada más le hubiera importado de su
existencia mortal. ¿Se olvidaría ella de todo, con el tiempo? ¿Le
serían indiferentes su profesión, sus amigos, sus raíces?
Adam había pasado por muchas experiencias durante sus
primeros meses como vampiro, había probado lo que era bueno
para él y lo que no. Ella no tendría ese problema. Él la ayudaría y la
guiaría con sus primeros pasos.
Algo se rebeló dentro de Roxanna con este pensamiento. Ella
quería vivir por sí misma y aprender de sus propios errores, como
hizo él. Aceptaría su ayuda, pero, por más que lo amara, no
pensaba renunciar a su independencia. Y él lo asumiría. Sabía que
discutirían como cualquier pareja o, quizá por su propia naturaleza,
con mucho más ímpetu, pero al final volverían el uno al otro. Era su
destino. Adam la atraía hacia él como el astro nocturno al agua del
océano. Lo sentía en su piel, en sus pulmones cuando inhalaba su
aroma, en su sangre mezclada con la de él.
De pronto percibió un olor.
—Adam. —Lo agarró del brazo.
Él se sentó de inmediato.
—Maldita sea, tu olfato es más fino que el mío. —La miró
calibrando la situación—. Están lejos, ni siquiera escucho su
corazón.
—Yo tampoco. Pero huelo su sangre. —Entornó los párpados
con la mirada alerta.
—¿Qué quieres hacer?
—De momento, vestirme, no me apetece que unos humanos
me vean desnuda, la verdad. Ya oigo su corazón y sus voces. Son
una pareja —dijo ella.
—¿Y... después de vestirnos?
—Nos quedamos aquí. —Lo miró con fijeza.
—¿Estás segura? No tienes por qué pasar por esto ahora.
—Se supone que si estuviera saciada no tendría ganas de
lanzarme a su yugular, ¿no? ¿Voy a tener que estar encerrada en tu
casa para siempre? —gruñó mientras se vestía—. Tengo que
enfrentarme a esto. Además, estás tú para evitar que haga algo de
lo que me arrepienta.
—Roxanna, es normal que te apetezca beber sangre humana
aunque estés saciada —intentó apaciguarla.
—Entonces, tendré que vivir con ello. Más vale empezar ya.
Vístete. —Se agachó y le pasó la ropa—. No quiero que esa mujer
te vea desnudo. No quiero que ninguna vea lo que es mío, ¿me
oyes? Nunca más —lo retó con la mirada a que la contradijera.
Él tomó la ropa de sus manos mirándola con gesto
indescifrable. Se vistió en silencio, y de repente la agarró por la
cintura. La pegó a su cuerpo, la inclinó hacia atrás y la besó con
fuerza. A Roxanna le recordó al beso que le había dado en el
callejón de la morgue noches antes. Un beso que le decía: «nos
pertenecemos el uno al otro». Y ella le respondió que sí.
Cuando sus labios se separaron, se quedó contemplando el
iridiscente verde de sus ojos; sus brazos la rodeaban otorgándole
apoyo.
—Vamos a buscarlos —dijo él—. Si es eso lo que deseas,
tenemos que cruzarnos con ellos antes de que decidan echar un
polvo y haya que esperar a que terminen. Quiero volver a casa para
romper la cama haciéndote el amor. Y luego destrozaremos las
paredes, la bañera, el sofá y lo que haga falta. Todo menos el piano
—puntualizó.
Ella asintió con una risita, se apoyó en su hombro cuando le
rodeó la cintura con su brazo, y empezaron a caminar.
—¿Oyes algo? —dijo la voz de la humana, preocupada.
—Solo es otra pareja —repuso el hombre tras echar un vistazo.
—Buenas noches —dijeron los humanos.
—Buenas noches —contestaron los vampiros.
Adam y Roxanna pasaron por delante de ellos. El hombre le
echó a Roxanna un vistazo más largo de lo casual. Adam se dio
cuenta y giró la cara hacia él. La vampira notó el escalofrío del
humano y cómo se le aceleraba el corazón, pero estaba demasiado
concentrada en controlar su sed como para sonreír.
Adam la empujó suavemente, instándola a caminar más rápido
mientras ella se debatía entre alejarse o seguir inhalando aquel
aroma tan apetitoso. «Solo un poco más», se decía. Como si no
pasara nada. Como si la garganta no le ardiera más con cada
bocanada de aire. Pudieron alejarse lo suficiente como para que ella
reaccionara. Él la besó con pasión y su sabor borró la tentación de
la sangre.
—Lo has hecho muy bien —murmuró en su oído, abrazándola.
—Y una mierda —dijo ella, su voz sofocada por el hombro de
él.

La luz de las velas iluminaba el espacioso comedor de Adam. El


piano, que ocupaba un lugar privilegiado en aquella sala, era un
silencioso testigo de la nueva intimidad de la pareja. Ambos estaban
recostados en el sofá, Roxanna tumbada sobre Adam, de nuevo
abrazados y desnudos, incapaces de estar separados.
—Antes —Roxanna rompió el silencio—, cuando hemos visto a
aquellas personas, me he dado cuenta de una cosa.
—¿De que él te ha comido con los ojos? Menudo cerdo, justo al
lado de su novia.
—A lo mejor no era su novia. A lo mejor era un polvo de un fin
de semana. —Notó que él se tensaba, como preparándose para
discutir—. ¿Me dejas que termine lo que estaba diciendo? Además,
creo que el pobre no va a ir solo al baño en un mes. —Con esta
broma él se relajó, y ella pudo proseguir—: Sé que lo has asustado
con una de tus miradas escalofriantes, pero no he sentido su miedo,
Adam, ni su lujuria. Tan solo los he leído en sus reacciones físicas.
Ha sido... extraño. Y al mismo tiempo, maravilloso. —Le sonrió—.
Una liberación.
Él la apretó más contra su cuerpo mientras pensaba en lo que
ella acababa de decir.
—Quizá sea efecto de tu transformación.
—Es raro.
—¿Raro?
—¿No se supone que ahora que soy vampira tendría que... no
sé, tener más capacidades, no menos?
—Depende. ¿Te serviría para algo ese don, siendo vampira?
—Supongo que no mucho. ¿Pero… para qué me sirvió siendo
humana?
La respuesta fue inmediata:
—Para encontrarme a mí.
Roxanna tenía en la punta de la lengua una broma sobre su
ego, pero se dio cuenta de que él tenía razón. Fue su empatía la
que la arrastró a la azotea del hospital aquella noche de tormenta,
buscándolo de forma inconsciente.
Sonriendo, se relajó entre sus brazos y cerró los ojos.
25
Sueño

La frescura de las olas en sus pies era deliciosa, y el sonido


rítmico del mar, sedante. El perfume del océano se mezclaba con el
de Adam, consiguiendo una amalgama extraordinaria.
Miró hacia arriba. Las estrellas se veían un poco más apagadas
que instantes antes, y ella también se sintió así, como una lucecita
devorada por otra más potente.
—¿Puedes sentirlo? —susurró Adam a su lado.
Todavía abstraída, lo miró.
—¿El qué? —repuso contemplando sus ojos. Podría pasar días
extraviada en aquellos iris, que se estrechaban por efecto de su
sonrisa.
—El amanecer.
—Sí. Hace rato que lo noto, pero ahora me he dado cuenta por
las estrellas. —De pronto tuvo que reprimir un bostezo—. Nada de
sonrisitas idiotas. —Lo miró desafiante.
Él giró la cara y observó el mar para ocultar su expresión
divertida.
—Cuando quieras podemos volver a casa.
—¿Cuándo dejaré de dormir tanto?
—A mí me costó unos cuantos meses. Además, el día me
aterrorizaba. Pensaba que si me daba la luz del sol me convertiría
en un montón de cenizas.
—¿Cómo descubriste que no era así?
—Un día decidí terminar con todo. —Se encogió de hombros
con voz indiferente, mientras ella se estremecía al imaginar la
situación—. Fue antes de aceptar lo que era. No soportaba estar en
mi cuerpo, no soportaba estar con humanos, y la sensación continua
de sed a veces era... Me aterrorizaba. —Apartó sus ojos del océano,
la miró y sonrió sin alegría—. Qué vampiro más raro, ¿verdad? Mi
respeto por la vida humana era lo único que me quedaba, lo que me
hacía no perderme a mí mismo. Si cedía a la sed y desangraba a un
pobre inocente… sería como si Adam Spencer hubiera
desaparecido en aquel callejón. —Miró al cielo, que clareaba cada
vez más—. Estoy divagando. Y no debería explicarte esto.
—Me gusta escucharte. Y me gusta que seas sincero, aunque
sea a costa de... recordarme mis preocupaciones. —Le tendió la
mano—. Volvamos a tu casa, tengo que descansar. Esta noche
salimos —dijo con decisión.
Él tomó su mano.
—¿Estás segura? —La miró con aprensión.
—Adam, sé lo que soy. Yo no he tenido que pasar por todo lo
que tú pasaste. He aceptado esto. —Vio que él se envaraba.
—No sé si podré... Mientras tú... —Negó con la cabeza.
Ella le tomó la cara entre sus manos y lo miró con intensidad.
—No seas dramático. Solo son sueños.
—¿Entonces por qué solo de imaginarte bebiendo de un
hombre tengo náuseas? Ni siquiera recordaba esa sensación
desagradable en el estómago.
—Pues ya somos dos —espetó. Sentía que su fuerza iba
disminuyendo como si la luz del sol la absorbiera. Adam lo notó y la
tomó en sus brazos—. Déjame. Puedo andar sola —refunfuñó y se
removió intentando zafarse.
—Amor... —empezó a caminar hacia la casa, ignorando su mal
humor— creo que necesitas un buen sueño. —La besó en la cabeza
mientras a Roxanna se le cerraban los ojos al tiempo que el sol
emergía por el horizonte.
Cuando despertó, se encontró de nuevo en su apartamento. No
vio a Adam, pero supo dónde estaba. La puerta que comunicaba su
dormitorio con la terraza estaba abierta, y la fresca brisa de la noche
le transportaba su esencia.
Lo encontró sentado sobre la barandilla de su terraza con las
piernas hacia fuera, contemplando el paisaje urbano nocturno.
Roxanna soltó una exclamación.
Él giró la cabeza para mirarla y le sonrió.
—Buenas noches, preciosa. ¿Has dormido bien?
—Muy bien. —Se acercó con precaución, como si temiera que
él pudiese caer—. ¿Era aquí donde te quedabas cada noche? —Se
colocó a su lado, miró hacia abajo y después a él. Sus ojos verdes
brillaban divertidos mientras asentía.
—Tenía otros lugares, pero este es mi favorito. —Extendió la
mano hacia ella—. Ven. Siéntate conmigo.
—Prefiero quedarme aquí, gracias. —Negó con la cabeza
rápidamente mientras se apoyaba en la baranda a su lado.
—¿Te dan miedo las alturas? —De un salto se colocó de pie
sobre la estrecha superficie, mirando a Roxanna con atención.
—No si estoy tras una protección. —Sacudió la cabeza y le
devolvió un gesto de preocupación.
—No necesitas una protección, Roxanna. Podrías saltar desde
aquí y no te pasaría nada. —Le tendió la mano de nuevo—. Ven.
La vampira observó aquellos largos dedos tendidos hacia ella y
dudó.
—Confía en mí. Y en tu instinto. Ven —repitió con un tono más
dominante.
Ella estuvo a punto de mandar al vampiro a un lugar nada
bonito, pero se contuvo. Adam tenía razón.
Subió junto a él. Sus piernas no temblaban y su cuerpo se
mantenía firmemente adherido a la baranda, sin oscilar. La mano de
Adam le daba seguridad, pero aun así decidió no mirar hacia abajo
sino a sus ojos, que la contemplaban con orgullo.
—Si me tiras de aquí para demostrar que soy irrompible, te
mato —refunfuñó ella—. Hablo en serio.
—¿Tan malo me crees? —Se acercó a ella y la rodeó con sus
brazos. Lucía su sonrisa ladeada, y eso debería haberla alertado.
«Mierda», pensó cuando vio su expresión—. Cierra los ojos y
agárrame fuerte. Esto será mejor que una montaña rusa.
—Oh, no, no, joder, ¡NO! —gritó apretando los párpados y
rodeando su cuello con fuerza. Al mismo tiempo, él saltó al vacío sin
soltarla.
Fue liberador. Por unos segundos sintió que volaba, y antes de
lo que ella deseaba aterrizaron con elegancia en una azotea
cercana más baja que la de su ático.
—¿Todavía quieres matarme? —susurró él en su oreja.
Ella asintió contra su hombro, y Adam rio. La mantenía
abrazada con fuerza. Al cabo de un momento, Roxanna se separó
de él y lo evaluó. Comprobó que no estaba tan tranquilo como
quería aparentar.
—Me has traído aquí por lo que hemos hablado antes —dijo
con cautela.
—Sí. Sé que aquí vive una pareja joven —explicó. Roxanna
abrió la boca para preguntar, pero él se le adelantó negando con la
cabeza—. Nunca he bebido de ella.
Se sentó en el suelo con la espalda apoyada contra la pared y
ella lo imitó. Adam le tomó la mano y besó sus dedos de uno en
uno, inspirando hondo.
Un sonido suave los despertó de su hipnosis.
—Han vuelto a casa. —Adam miró al cielo, aquella noche no se
veía la luna, cubierta por espesas nubes. La oscuridad les rodeaba.
Apretó los párpados—. Creo que deberías empezar —dijo como si
estuvieran obligándole a confesar algo horrible.
—¿Y cómo crees que tengo que hacerlo? —dijo en un susurro.
—Puedo intentar hacerlo como si fuera a alimentarme yo.
Ella se apartó como si la hubiera insultado.
—¿Me estás diciendo que vas a calentar a una mujer delante
de mí para que yo beba de ella? —siseó mordiendo las palabras.
—¿Y cómo quieres hacerlo? —repuso él con la misma ira.
—¿Para qué me has traído a una vivienda con una pareja,
Adam Spencer?
—Porque imaginaba que rechazarías la idea, y está el plan B —
contestó en tono apagado, sin mirarla a los ojos—: yo bebo de ella y
tú de él. —Observó su expresión resignada; la suya debía de ser
parecida.
No había nada que hacer, era imposible negar la propia
naturaleza. Ella había abrazado aquella nueva vida sabiéndolo.
Adam se relajó por este pensamiento. Alargó su mano y deslizó sus
dedos por el cuello de Roxanna, donde ya no cantaba su sirena
particular. Ni falta que hacía.
Ella pareció calmarse por la tierna caricia. Lo miró y asintió.
—Enséñame cómo se hace.
No fue difícil que Roxanna penetrara en la mente del humano.
Adam había comprendido que su entrada voluntaria en aquella vida,
su aceptación, tenía mucho que ver en la celeridad con que
aprendía a manejarse.
Habían decidido que fuera ella quien se alimentara primero, era
quien más lo necesitaba. Adam se quedaría fuera del sueño, no
soportaría actuar de voyeur, y mucho menos participar practicando
un trío. Tan solo de pensarlo tenía náuseas de nuevo. Roxanna le
había aconsejado alejarse, pero él se había negado, quería
quedarse por si precisaba ayuda.
La vampira estaba sentada en el suelo con los ojos cerrados,
concentrada. Él se había apartado, apoyado en la baranda de la
terraza sin mirarla. Agarraba sus propias manos para no destrozar
algo sin darse cuenta. Cuando escuchó acelerarse la respiración del
humano, Adam supo que Roxanna estaba teniendo éxito. Le dolía el
pecho y tenía el estómago revuelto; la oyó levantarse y sofocó un
gruñido de animal herido. El hombre la había invitado a traspasar su
puerta. Se estaba conteniendo para no abalanzarse sobre ella y
detenerla.
Roxanna emitió un gemido de dolor, y su respiración se hizo
sollozante. Adam se volvió y la vio con la mano aferrando la manija
de la puerta con tanta fuerza que estaba doblándola. Se acercó
veloz y le soltó la mano con delicadeza.
—¿Qué sucede, cariño? ¿Te ha echado? Háblame. —La tomó
por los hombros y la zarandeó con suavidad para que abriera los
ojos, alarmado por su expresión de angustia—. ¡Roxanna! —La
besó varias veces, la abrazó y la acunó hasta que sintió que se
calmaba.
—Estoy bien, Adam. Perdona por asustarte —dijo con voz
trémula.
—¿Qué ha pasado? —Se separó un poco para estudiarle el
rostro.
—No quiero volver a hacerlo —repuso, su cara contraída.
—Cuéntame qué ha pasado. ¿Te ha cerrado el paso?
—No... No pude hacerlo. —Negó con la cabeza—. Quise entrar,
pero no podía soportar la idea de beber de él. Y tampoco podía
dejar de pensar en ti. Notaba todas tus reacciones, tu dolor...
—Ha sido culpa mía. Tendría que haberme marchado.
—No. —Lo abrazó con fuerza y hundió su cara en su pecho—.
No podría haberlo hecho sin ti cerca.
La rodeó con sus brazos y exhaló como si estuviera echando
todo el aire retenido.
—Adam… —dijo ella al cabo de unos minutos.
—Dime, cariño.
—Aliméntate tú. No tenemos por qué estar sedientos los dos.
Yo…
Él la detuvo con un dedo sobre sus labios.
—Imposible. Tiene que haber otra solución. Y la encontraremos.

—Eres una aguafiestas. —Adam torció el gesto, enfurruñado.


—He dicho que no vamos a darle un susto a Gabriel, y no se
hable más —zanjó el tema.
Él la miró entornando los párpados. Sus susurros no llegaban a
romper el silencio del Instituto para Trastornos del Sueño del
Bellevue, y sus pasos hacían menos ruido que el batir de las alas de
una mariposa.
—Cuando tengas unos cuantos años más, verás como
necesitas divertirte un poco.
—No empieces, abuelo. ¡Ah! —El sonido del azote que recibió
en el culo apagó el de su exclamación—. En cuanto estemos a solas
vas a pagar por esto. —Lo miró y entornó los párpados hasta que
sus ojos fueron unas rendijas.
Adam apenas podía contener la risa.
—Te advierto que si me vuelves a llamar abuelo, tú sí que vas a
pagar. Y mucho.
—¿Quién anda por ahí? —La silueta de Gabriel se recortaba a
través de la luz de la sala de monitores—. ¿Henry? ¿Eres tú?
—No, Gabriel. Soy yo —contestó el vampiro antes de
acercarse.
—Joder, Adam, me habías asustado. ¿Has venido a cargarte
otra investigación?
La risa del vampiro resonó por el pasillo mientras se acercaban.
—Eso pretendía, pero no me han dejado.
—¿Que no te han...? —Enfocó la mirada en la persona que
caminaba un poco por detrás de Adam y jadeó por la impresión—.
¿Roxanna? ¡Roxanna!
—Hola, Gabriel —La doctora sonrió con timidez.

—No sé si hay otro camino. Lo siento —repitió Gabriel,


haciendo el enésimo esfuerzo por concentrarse en Adam. Sus ojos
se iban por propia voluntad hacia Roxanna, y el vampiro le había
dirigido una mirada que le había puesto los pelos de punta. Pero es
que la joven no solo estaba preciosa, irradiaba una sensualidad que
lo estaba trastornando. Era, literalmente, un imán sexual.
Al verla se había sorprendido, pero de inmediato había
asimilado la novedad. Siempre supo que las cosas no podían ser de
otra forma.
—No debería ser yo quien dijese esto, pero... ejem... ¿has
intentado alimentarte como los vampiros corrientes? Sin todo ese
rollo de los sueños.
—Me repugna la idea de beber de un hombre, Gabriel. Es más
fuerte que yo, es demasiado… íntimo.
Gabriel los estudió. Su espíritu curioso daba palmas, como si
hubiera venido Santa Claus a visitarle en forma de una pareja de
vampiros, íncubo y súcubo. Sin embargo, le dolía ver su sufrimiento.
—¿Y tú, Adam? ¿Has bebido de alguna mujer desde...? —dejó
la frase en suspenso.
—No desde que la transformé —dijo en tono ofendido.
—Genial —miró el reloj de pared—, estoy solo a las cinco de la
madrugada con dos vampiros sedientos —murmuró para sí.
—Oh, vamos, contigo no tendría ni para empezar, estás
demasiado flaco —dijo Adam poniendo los ojos en blanco.
Roxanna se maravilló de la buena conexión que había entre
ambos hombres. «Como Angelica y yo», pensó sintiendo una
punzada de tristeza.
—¿Y beber de una mujer? —aventuró Gabriel. Roxanna negó
con la cabeza—. O podrías beber de un hombre sin que esté Adam
delante. Quizá fue eso lo que te bloqueó. Creo que deberíais agotar
las posibilidades.
Roxanna parecía desanimada. No le convencía ninguna de las
opciones que le daba Gabriel, pero sabía que no aguantaría mucho
más así. Y Adam estaba tenso como una cuerda de violín.
Gabriel respiró hondo y se frotó la barbilla, pensativo.
—Dejadme que lo estudie. Rebuscaré en todas las leyendas,
antiguas o urbanas, cuentos o donde quiera que alguien beba la
sangre de alguien; en todo lo científico y el folclore popular que
encuentre donde salga la palabra «vampiro» o cualquiera de sus
equivalentes.
—Gracias, Gabriel —dijo Adam muy serio—. Prometo no
joderte más experimentos y no darte más sustos. Bueno, por un
tiempo.
—No son experimentos, son investigaciones. Y me dejas de lo
más tranquilo. —Miró a Roxanna—. Supongo que este secreto
tampoco se lo puedo contar a Angelica —dijo con tristeza.
La preciosa cara de la vampira mostró desolación.
—No creo que sea bueno para ella.
—¿Y qué pasará cuando pregunten por ti? ¿Lo has solucionado
de alguna manera o simplemente vas a formar parte del montón de
gente que desaparece cada año?
—Bueno, de eso se ha encargado Adam.
Se miraron un momento y fue tanto el amor que se reflejó en
sus ojos que Gabriel sintió envidia de ambos por primera vez.
—La versión oficial será que se le ha sido concedido un
traslado, que había solicitado hace meses, como patóloga a un
hospital de Sidney, donde ha sabido que tiene familia. —explicó el
vampiro—. Roxanna se encargará de tranquilizar a sus amigos.
—Les mandaré un correo donde explicaré que necesitaba un
cambio de aires para encontrarme mejor. Que son muy importantes
para mí, pero que necesito una vida nueva. —Se miró las manos y
bajó el tono de voz a uno apenas audible—. Les haré daño, pero
menos que si intento mantener un contacto que es imposible.
Gabriel asintió. Sintió la pesadumbre de Roxanna, pero era lo
mejor. Tenía que prepararse mentalmente para ocultar a su novia
otro de los hechos más increíbles de su vida.
El ánimo depresivo de Roxanna había llenado de melancolía la
estancia. Adam la tomó de la cintura y le besó la mejilla.
—Necesitas descansar —con la mano libre le acarició la otra
mejilla—, y alimentarte un poco más.
Ella asintió y se apoyó en su hombro. Se despidieron y, a pesar
del evidente cansancio de Roxanna, se esfumaron de su vista en
cuanto llegaron al oscuro pasillo.
—Suerte —pronunció Gabriel, hablándole a la noche.

La luna brillaba trémula en el Atlántico y las estrellas lucían


compitiendo con su compañera. Roxanna contempló el paisaje y se
sintió casi feliz. Solo le faltaba Adam a su lado, pero no tardaría en
volver.
Siendo sincera, le faltaba Adam y le sobraba la sed. La maldita
sed que no dejaba de atormentarla.
Recogió la falda de su vestido para sentir la caricia del mar en
su piel y echó a andar. Se dejó llevar por el relajante sonido de las
olas lamiendo la orilla y sus piernas.
Un sonido lejano despertó su curiosidad y olfateó el ambiente.
La angustia le atenazó la garganta con tanta fuerza como la sed.
Sangre humana.
Reconoció las voces. Era la misma pareja que se habían
encontrado noches antes, pero ahora no estaba su amante para
contenerla. Los oyó acercarse y se quedó paralizada. No quería
estar allí, no podía escapar. Aquel aroma anulaba su voluntad. Solo
anhelaba probarlo... un poco nada más.
Un poco... Solo eso.
De repente, ante su mirada yacían dos cadáveres con las
marcas de unos colmillos en sus cuellos. Restos de sangre
destacaban sobre la palidez de la arena. Se miró sus propias manos
y descubrió más manchas.
Quiso gritar fuerte, pero de su garganta no salía ningún sonido.
«No puede ser. No, no, no».
—No debes dejarlo por más tiempo —dijo una voz desconocida
a sus espaldas.
En aquel instante, los cadáveres desaparecieron y la arena
volvió a estar tan inmaculada como si no hubiera pasado nada.
Ella sabía a qué se refería aquella voz.
—Lo sé. Pero es todo tan raro... —Se giró y miró al recién
llegado. Sus ojos azules la evaluaban con curiosidad; su fulgor lo
delataba. «Nicholas»—. ¿Por qué, salvo estar con Adam, todo me
parece antinatural? No he probado todas las posibilidades de
alimentarme que me sugirió Gabriel, pero es que me resulta tan...
No sé explicarme. No encaja con lo que soy. Sí, eso es. No encaja.
—Eso es lo que te dice tu instinto, y eres muy sabia al
escucharlo. —El vampiro levantó una mano y le acarició un mechón
de cabello. Roxanna lo oyó suspirar—. Cuánto envidio a mi hijo.
Contempló aquel sereno rostro y se replanteó todas sus ideas
sobre el vampiro. Quién sabe. Quizá, de haber encontrado a Grace
en la época actual, aquella familia no habría vivido un drama. Quizá
Grace habría aceptado su destino al igual que ella, y ahora sería la
pareja del Nicholas. Sin embargo...
—¿Por qué lo abandonaste a su destino? —preguntó con
acritud.
—Porque me volví loco. —Se encogió de hombros con
indiferencia—. Pero puedo hacer algo por vosotros.
—No sé si creerte.
—Eso no me importa. Escucha, Roxanna —la miró fijamente —:
sigue tu instinto. La respuesta está justo delante a ti.
—¿Qué quieres decir?
—Que lo evidente muchas veces nos pasa desapercibido. Pero
tu fuente de alimentación está frente a ti.
—Dioses, ¿no puedes hablar más claro? —se desesperó.
Él se inclinó y le besó con suavidad los labios. No fue un beso
sensual, sino amistoso.
—Si lo fuera, esto no sería un sueño, ¿no crees? —Sonrió con
tristeza—. Dale recuerdos a Adam —dijo antes de desaparecer.
Roxanna parpadeó hasta que se dio cuenta de que estaba en
su dormitorio. La hermosa visión de Adam durmiendo de lado ante
ella, tan perfecto como una estatua de Adonis, la calmó. La voz de
Nicholas resonó en su cabeza: «está frente a ti». Y de pronto lo
comprendió. Solo había dos piezas en ese rompecabezas: él y ella.
La sensación de alivio fue abrumadora. Arrasó con la angustia y
con la permanente sed. Se sintió ligera y una sonrisa se extendió
por su rostro.
Adam se despertó como si hubiera notado un cambio en el
ambiente. Cuando vio la expresión de Roxanna alargó la mano para
rozar sus labios.
—¿Estoy soñando? —dijo Adam.
El contacto de sus dedos sobre la piel de Roxanna bastó para
encender la chispa. La devoró una oleada de deseo que llegó hasta
el núcleo de su ser. Un incendio que calcinó al miedo. Se movió
hasta colocarse a horcajadas sobre las caderas de Adam y se
inclinó hacia delante, pasó las yemas de los dedos por su rostro, su
cuello. Viajó a su pecho, que empezaba a agitarse, y más abajo
trazó las suaves líneas de los músculos del abdomen.
Adam contemplaba hipnotizado el cambiante tono de los iris
plateados, seductores como la promesa de un amor sin límites. Ni
siquiera se atrevió a hablar. Aquel momento mágico era lo que había
esperado, sin ser consciente de ello, desde que Roxanna había
despertado de su transformación. De hecho, lo había esperado
desde el momento en que le mordió el labio en la azotea del hospital
y su sangre se había mezclado con la de él.
Como si le hubiera leído el pensamiento, ella se lamió el labio y
se lo mordió, provocando que brotara una gota color rubí. Adam
contuvo la respiración mientras Roxanna acercaba su boca a la de
él. Su cabello le hizo cosquillas en el torso, sus pechos lo rozaron.
Se estremeció mientras sus labios se reunían con una esperanza
tan intensa como la soledad que habían sentido en el pasado. Sus
cuerpos estaban piel con piel, su boca fundida con la del otro, pero
su alma seguía dolorosamente separada.
Hasta que Adam sintió la sangre de Roxanna en su lengua, y
con ello un estallido de gozo. Su sabor era enloquecedor. Quiso
más. La acercó con una mano en la nuca y le succionó el labio. Ella
emitió un sonido lánguido que hizo vibrar su cuerpo.
—Más —murmuró la vampira.
—Quiero mezclarme contigo. —Su boca sorbió como si ella
fuese la fuente de la vida.
Las manos de la vampira se entrelazaron con los cabellos de
Adam. «Más cerca. Más», decía una voz dentro de ella. Supo lo que
tenía que hacer. Sus labios se separaron de la boca de Adam y
viajaron por el ángulo de la mandíbula hasta su cuello, lamiendo y
chupando la piel a su paso. Las manos de él recorrían su espalda
de arriba abajo y extendió su cuello, ofreciéndose.
—Mi vida... —murmuró él con voz rasgada.
«Sigue tu instinto». Los colmillos de Roxanna se clavaron en su
amante como si fuera allí donde pertenecían. El grito de éxtasis de
Adam la sorprendió tanto como su sabor. Había probado su sangre
al ser transformada, pero entonces no tenía sed. Sintió un alud de
energía y bebió con voluptuosidad mientras su amante temblaba de
gozo. Los brazos del vampiro la rodearon.
—Más cerca, Roxanna. Te necesito más cerca —jadeó con los
párpados cerrados.
Se movió sobre él para darle lo que le pedía y que ella misma
ansiaba. Le ofreció su muñeca y él la chupó antes de morderla. Sus
cuerpos se fusionaron en uno solo agitado por ráfagas de dulce
tortura y se movió con él dentro de ella, hasta que sintió que podía
volar de su mano sin llegar a caer.
Para siempre.

—Te prometí que romperíamos unos cuantos muebles, pero


creí que empezaríamos por los de mi casa —dijo Adam mirando a
su alrededor.
El dormitorio de Roxanna parecía un campo de batalla. Las
patas de la cama estaban quebradas y el somier reposaba
directamente sobre el suelo. El cabecero estaba astillado en varios
puntos. La mesita de noche yacía con las patas hacia arriba, y una
de las cortinas colgaba desgarrada. Ella agradeció en silencio que el
piso bajo el suyo estuviera por alquilar, porque, si no, estaba segura
de que la policía se habría presentado aquella madrugada.
—La verdad es que nos hemos dejado llevar un poquito. —Le
sonrió.
Colocó su cabeza sobre el hombro del vampiro y le abrazó el
torso.
—Ha sido increíble —murmuró, acercándola más a sí—. No
tengo palabras, Roxanna. Cualquiera que utilice para describir lo
que he sentido va a sonar pobre.
—Lo sé.
—¿Tú... has sentido lo mismo que antes?
—¿Te refieres a cuando has bebido de mí? No. Ha sido aún
mejor. —Inspiró hondo, llenándose de él—. ¿Crees que ese sueño
que he tenido ha sido mi subconsciente gritando algo evidente, o
que...? —su voz se apagó mientras Adam se envaraba.
—¿Que fue Nicholas quien te indujo ese sueño? —Bufó—. No
lo sé, pero no quiero pensar en eso. No me importa. —Se colocó
sobre ella y la besó con dulzura—. Me lo debía, como mínimo. —La
escudriñó un momento—. ¿Satisfecha del todo?
—Ya te he dicho que sí, amor. —Se quedó pensativa unos
instantes—. Supongo que no nos bastará con nuestra propia
sangre, que tendremos que complementarla con sangre de donante.
—Siempre tan lógica. —Se perdió en sus ojos mientras la
potente reacción física que producía el contacto de sus cuerpos
obraba su magia, de nuevo—. Esta casa es demasiado indiscreta.
—Le besó un pómulo—. Podríamos volver a la mía. —Le besó la
nariz—. Allí nadie nos oiría gritar ni romper cosas. Aquí me he
tenido que controlar, y eso no me gusta… nada. —Tomó su labio
inferior entre los suyos y lo chupó.
—¿Me estás pidiendo que vivamos juntos, Adam Spencer? —
repuso cuando él liberó su boca.
—¿No es obvio? —Arqueó una ceja.
—Qué romántico. Ni siquiera te has arrodillado para pedírmelo
—se burló.
Como respuesta, él se sentó sobre sus talones y la colocó a
horcajadas sobre sus muslos. Ella le rodeó la cintura con sus
piernas.
—Doctora Roxanna Stone. ¿Acepta usted que el hogar de este
humilde vampiro se convierta en el suyo a partir de ahora? —La
miró con intensidad.
—Sí, quiero. Aunque no estoy de acuerdo —añadió rápida,
antes de que él se abalanzara sobre sus labios.
—¿Con qué? —susurró, deteniéndose a un centímetro de su
boca.
—Con lo de «humilde». Tu ego es como la Gran Muralla China,
se podría ver desde el espacio —soltó en medio de risas.
Adam la tumbó por sorpresa sobre la cama y la inmovilizó con
su largo cuerpo.
—Soy tan grande que voy a conseguir dos cosas de una sola
vez, celebrar tu aceptación y que te comas esas palabras —
murmuró, y la besó con pasión.
26
Epílogo

La psiquiatra abrió la puerta con una mano mientras con el otro


brazo sujetaba a la niña sobre su cadera. La pequeña era su viva
imagen.
—¡Angelica, Gabriel! ¡Qué alegría teneros aquí en Navidad!
Se abrazaron como pudieron y Angelica tomó a la pequeña
Rachel en sus brazos para hacerle fiestas. Pasaron al espacioso
comedor de la casa, donde Jason estaba atendiendo a los invitados
que ya habían llegado, casi una decena, todos amigos o familia.
Tras los saludos pertinentes, Rachel fue reclamada por la abuela
materna y volvió a la rutina de cada celebración familiar de ir de
brazo en brazo. Angelica acompañó a Kat a la cocina, exigiendo
ayudar.
—Ya verás, mañana será como siempre. No va a querer bajar
del brazo —dijo la psiquiatra mientras abría el horno para comprobar
el estado del pavo—. Casi a punto. Sírvete una copa, en la nevera
tienes vino blanco. Y saca una cerveza sin alcohol para mí.
—Veo que te tomas en serio lo de darle el pecho —dijo
abriendo la nevera.
—Me gustaría seguir por lo menos hasta los dos años —afirmó.
Tomó la botella de manos de su amiga, la abrió y le dio un sorbo—.
Aunque eso signifique tomar este brebaje unos meses más.
Un denso silencio llenó la estancia, y ambas supieron que
estaban pensando en la misma persona.
—La echo mucho de menos.
—Yo también —asintió la neuróloga, pensativa—. ¿Has sabido
más de ella desde que se marchó a Australia?
—Nada. Ni tan siquiera una felicitación navideña —murmuró
Kat con tristeza—. No sé por qué. De todas formas —su cara se
iluminó—, creo que está bien. Algo me lo dice.
—¿Qué algo? —inquirió Angelica alzando las cejas.
—Bueno, debes estar acostumbrada a escuchar sueños de
todo tipo, pero… hace unos días soñé con Roxy.
El gesto de Angelica fue de interés.
—Cuéntame más.
Ambas se sentaron a la mesa de la cocina, Kat con su botella y
Angelica con su copa. La psiquiatra empezó a hablar en tono
confidencial.
—Era un sueño de esos tan reales que cuando te despiertas te
quedas durante un tiempo desorientada, como si no supieras bien
qué es realidad y qué no lo es. ¿Has tenido alguno de esos?
—Sí, sí. Continúa.
—Bueno, pues soñé con Roxy. La recuerdo con todo detalle,
incluso llevaba la gargantilla de oro con el crucifijo y el dije regalo de
Adam, aquel que nunca me quiso traducir. El lugar era precioso: una
playa tropical, solitaria, con su arena blanca y sus palmeras.
Estábamos en bikini, sentadas sobre la arena. El sol era una
delicia... Fue como irme de vacaciones durante una noche.
Estuvimos charlando un buen rato. Yo la puse al día de las
novedades, y ella me explicó que había encontrado al amor de su
vida y que era muy feliz.
—Por casualidad… ¿le preguntaste por qué había
desaparecido de la faz de la tierra sin dejar una dirección, ni nada?
¿Y por qué no contesta a los correos?
—Sí. El sueño era muy realista, ya te lo he dicho. Las dos
actuábamos como lo habríamos hecho en la realidad. Me pidió que
la perdonáramos, dijo que nos quería mucho, pero que por motivos
de seguridad no podía explicarme nada más. A las dos nos dio un
ataque de risa cuando dijo eso. Sonaba tan agente secreto... y al
mismo tiempo la vi tan convencida que pensé que no valía la pena
preguntar más, que lo que me importaba era que estuviera bien.
Después dimos un paseo por la playa con los pies descalzos. Fue
tan relajante que me desperté como nueva. —Sonrió—. Llámame
irracional, pero ahora sé que Roxy es feliz. —Se encogió de
hombros y le dio otro sorbo a su bebida.
—A veces, los sueños nos dicen lo que queremos oír —dijo
Angelica—. Aunque estoy segura —bajó el tono de voz y se acercó
más a su amiga— de que el tuyo no era un sueño corriente.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque yo soñé exactamente lo mismo hace un par de
noches —susurró Angelica—. Y te aseguro que esta es la primera
copa del día.
—¿Qué? —Kat agrandó los ojos—. ¿Cómo puede ser?
Angelica se encogió de hombros.
—¿Recuerdas mi frase favorita?
—¿Que la magia es solo ciencia que aún no entendemos?
—Pues vamos a pensar que esto ha sido magia... de momento.
—Le guiñó un ojo, brindó tocando con su copa la botella de Kat y se
quedó pensativa.

FIN
Notas

1La Leishmania es un parásito protozoo que puede afectar a las


personas, produciendo distintos síntomas desde leves a muy
graves, pudiéndose confundir con una leucemia. Su distribución es
mundial, excepto Australia. El pronóstico es bueno si se diagnostica
a tiempo.
2Sandman es un personaje tradicional de la cultura anglosajona.
Se dice que esparce arena en los ojos de las personas,
provocándoles el sueño. De ahí las legañas al despertar.
3 Nombre antiguo de la anemia por falta de hierro.
4Referencia a la película de 1956 La invasión de los ladrones de
cuerpos, en la que las personas son sustituidas por réplicas que
salen de unas misteriosas vainas.
Sobre la novela

Esta historia nació de mi interés por el tema del sueño y de mi


afición a los vampiros «modernos», que abarca libros tan distintos
como Crepúsculo, las aventuras de Sookie Stackhouse (en las que
se basa la serie True Blood), los vampiros de la Hermandad de la
Daga Negra y la saga de las Crónicas vampíricas de Anne Rice. A
diferencia de mi novela histórica, Antes de que las hojas caigan,
esta es prácticamente por entero fruto de mi imaginación. Ni siquiera
existe una ciudad llamada Maincity cerca de Nueva York, es solo un
escenario inventado.
Los trastornos del sueño son un fascinante campo de estudio y,
por desgracia, también un problema grave para muchas personas.
La parálisis del sueño, las alucinaciones hípnicas… son problemas
que sufren muchas personas. Todavía no se le da al tema del sueño
la importancia que merece, y eso es una tragedia. Prueba de ello es
el poquísimo tiempo (unas horas o nada) que se le dedica en la
carrera de medicina.
El cuadro del que hablo, La pesadilla de Henry Fuseli, también
es real, pero da más miedito que morbo.
En su primera versión, esta historia fue un fanfiction publicado
por capítulos, ahora reescrita de principio a fin. Espero que la hayas
disfrutado y que me sigas leyendo. Si te ha gustado, me ayudaría
muchísimo que dejaras una valoración positiva en Amazon. ¡Gracias
de antemano!
Agradecimientos

A todas las lectoras que leyeron la primera versión de la historia


en Fanfiction, y me dieron ideas y ánimos.
A Ana, mi correctora.
A Shirly, Delia y Patri, por sus ideas con el manuscrito.
A Nury, por nuestras charlas.
A mis amigas templarias, por su apoyo desde hace años.
A todas mis lectoras, las nuevas y las que me siguen desde hace
tiempo.
A mi familia, por su paciencia y apoyo.
Gracias.
Sobre la autora

Soy médica por vocación, pero le robo minutos a mi escaso


tiempo libre para escribir. Es mi terapia. Empecé a escribir hace diez
años por pura casualidad, y las amables palabras de mis primeras
lectoras me animaron a seguir.
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Y, si te va más el correo electrónico, ahí lo tienes:
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Otras obras de la autora

Una mujer que busca su lugar en un mundo de hombres. Un


hombre que busca su lugar en el mundo. Una guerra. Una
pandemia. «Antes de que las hojas caigan» es una novela sobre el
amor y la vocación. Te transportará un siglo atrás, en un viaje
cargado de emociones y sensualidad.

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