Insomnio Maite Aleu
Insomnio Maite Aleu
Insomnio Maite Aleu
Maite Aleu
© Maite Aleu, 2020.
INSOMNIO
Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial del
texto por cualquier medio sin la autorización previa y por escrito de la titular del copyright.
La narración y sus personajes son fruto de la imaginación de la autora.
Diseño de portada: Nerea Pérez Expósito de Imagina-designs
Maquetación: Maite Aleu
Edición: Ana Vázquez
Todos los derechos reservados Safe Creative. Número de registro: 2005103928235
ISBN-13: 978-84-09-20592-9
Para mi padre
Índice
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
Notas
Sobre la novela
Agradecimientos
Sobre la autora
«Un demonio que visita a las mujeres en sus sueños para tener
relaciones sexuales con ellas».
Fue como si varias zonas de su cerebro conectaran. Aquella
pintura había atraído su atención sin saber por qué. Se quedó
mirando fijamente cada detalle del cuadro, como si fuera el hilo de
Ariadna con el que lograría salir del laberinto en que se había
sumido. No se daba cuenta de que el color había huido de su rostro
y su respiración era acelerada.
Kat sí había notado la expresión de su amiga, y se sintió
culpable por haberla traído a casa de Angelica en lugar de
habérsela llevado a su propio hogar, tal y como tenía pensado hacer
horas antes. Después de la conmoción que había sufrido, había sido
una mala idea no dejarla descansar.
—El cuadro se llama La pesadilla. Es del pintor romántico
Henry Fuseli. Aunque tiene distintas interpretaciones, es una pintura
con un significado claramente sexual —explicó la anfitriona, ajena a
sus expresiones—. Fue muy criticada por algunos contemporáneos
del pintor por ese motivo. Roxy, ¿estás bien? —dijo, reparando por
fin en la extrema palidez de la joven.
—Roxy, cariño —Kat le puso la mano en el brazo. Ella se
sobresaltó y la miró, parpadeando—. Vamos, te llevo a casa.
Roxanna negó con la cabeza y se levantó.
—No... No... Solo... necesito ir al baño —musitó mirando a su
sorprendida anfitriona, quien se levantó de inmediato.
—Claro, te acompaño. —La precedió por la gran casa y al cabo
de un momento volvió con Kat, mirándola interrogante.
—No tendría que haberla traído —explicó la psiquiatra—. Esta
noche le ha pasado algo... No sabemos bien el qué. —Miró a su
amiga, indecisa—. No te lo quiero contar, prefiero que lo haga ella,
si quiere. Lo entiendes, ¿verdad?
La neuróloga entrelazó sus dedos en actitud pensativa y asintió.
—Y la has traído hoy porque piensas que lo que le pasó anoche
está relacionado de alguna forma con mi trabajo —dedujo.
—Eso es.
—Está bien, cielo, me gusta que te preocupes por tus amigas.
Pero que sepas que a mí me debes una visita de verdad. —Alzó una
ceja fingiendo un gesto ofendido y Kat asintió con una sonrisa.
En el baño, Roxanna estaba mojándose la cara y el cuello con
agua helada e intentando controlar su respiración. Apoyada en el
lavabo con ambas manos, se miró al espejo estudiando su aspecto.
—Estás horrible —dijo a la mujer que la miraba desde el otro
lado del cristal. Se fijó en los cercos oscuros bajo sus ojos
hinchados—. Tú sí que pareces un vampiro.
Íncubos. Vampiros. Posesiones. Todo aquello parecía el
producto de una mente enferma, pero ella no creía estarlo.
«Bueno, como todos los locos».
Sonrió sin ganas. Tenía a escasos metros de ella un compendio
de la sabiduría moderna occidental sobre la psique: una neuróloga y
una psiquiatra de prestigio. ¿Podrían ellas ayudarla?
Escrutó su rostro como si aquello fuera a darle la clave. ¿Se
habría drogado su madre mientras estaba embarazada y este era,
por fin, el resultado? ¿O ella misma había estado gestando su
locura desde su infancia?
Dejó caer la cabeza y cerró los ojos. Muy mal estaba cuando se
permitía volver a pensar en sus padres; hacía tiempo que había
dejado todo eso atrás. Intentó tomar de nuevo las riendas de sus
emociones. Había venido a casa de Angelica White a por
respuestas y las iba a tener. Su alma investigadora las pedía, su
salud mental también. Quizá no obtendría las respuestas que ella
quería, pero sí algo de luz.
Aspiró hondo y salió del baño con mejor aspecto. Cuando volvió
al comedor, sintió el escrutinio de Kat y Angelica. Ninguna de las
dos pronunció palabra mientras se sentaba y miraba de nuevo hacia
el libro.
—¿Puedo? —inquirió tímidamente a la neuróloga, que lo
sostenía sobre su regazo. Ella se lo pasó con una sonrisa. Roxanna
estaba fascinada por aquel demonio que desde el cuadro
contemplaba al observador—. ¿Todos los íncubos son así de
monstruosos? —preguntó con voz temblorosa.
—No, qué va. El íncubo es una figura que aparece en muchas
culturas; se considera un espíritu maligno —explicó Angelica con
voz segura, como si diera una conferencia—. El aspecto que tiene
cambia según cada tradición. Hay leyendas que le atribuyen una
belleza sobrehumana.
La mente de Roxanna conjuró la imagen de Adam, su voz
aterciopelada, su aroma...
«¡Basta!».
—¿Podría ser un vampiro? —la pregunta salió de su boca sin
pensar. Notó el respingo de Kat, pero no la miró.
—¿Un vampiro? Sí, por supuesto —afirmó Angelica—. Son
mitos con muchas similitudes.
Roxanna apartó la vista de la pintura con reticencia y la fijó en
su anfitriona.
—Cuéntame más, por favor —pidió con suavidad. Sentía la
creciente preocupación de Kat. Estaba segura de que se estaba
arrepintiendo de haberla traído, pero ella ansiaba saber.
—Bueno, la palabra «vampiro» es relativamente moderna, pero
ya hace miles de años que se habla de seres sobrenaturales que se
alimentan de la sangre de los vivos. En la mitología griega, por
ejemplo, se habla de las empusas, unas criaturas que se
transformaban en hermosas mujeres para seducir a los hombres en
sus sueños. Después, bebían su sangre —terminó.
—Y qué... ¿qué se supone que les pasa a los humanos que se
relacionan con íncubos? —Roxanna estaba fascinada. Kat le puso
la mano en el brazo—. Tengo curiosidad —dijo mirando a su amiga
—, y Angelica es una fuente de conocimiento.
—Siempre me han atraído los aspectos culturales del mundo
onírico —continuó la neuróloga, sonriendo—, por eso el autor del
libro me encargó esta parte. Según dice la tradición, el íncubo excita
a su víctima y absorbe su energía vital a través de esos sueños
eróticos. Gracias a esto puede materializarse y tener relaciones
físicas hasta enloquecerla de placer. Si sucede repetidas veces, la
salud se deteriora y puede terminar con la muerte. Como veis, hay
un paralelismo con la figura del vampiro. En este mito, la pérdida
frecuente de sangre debilita a la víctima y puede llegar a matarla.
Aquello era lo más parecido a una descripción de su situación
que nadie le había dado hasta ahora. Roxanna no se dio cuenta de
que sus manos estaban temblando, pero sí de que la preocupación
de Kat rozaba la ansiedad.
—Solo son cuentos de viejas, Kat. —La miró y compuso una
tensa sonrisa. Volvió su atención a su anfitriona—. Angelica, ¿se
sabe si esas leyendas tienen alguna base real?
Su amiga se calmó al ver que Roxanna dejaba de ahondar en el
tema de los vampiros. Como psiquiatra, Kat tenía claro que las
alucinaciones empezaban a ser un problema grave cuando uno no
sabía distinguirlas de la realidad.
—Hay varias teorías con respecto a los íncubos —explicó
Angelica—. La más aceptada tiene que ver con la parálisis del
sueño y las alucinaciones hípnicas.
—¿Alucinaciones?
—Sí, las alucinaciones hípnicas se pueden producir durante los
cambios de sueño a vigilia. Puede tenerlas cualquier persona, y
suelen angustiar mucho. Son de muchos tipos, a veces simplemente
se tiene la sensación de que hay un peligro en forma de presencia
en nuestra cama. Pero creo que os estoy aburriendo —dijo con una
sonrisa.
—¡Al contrario! Es fascinante —murmuró Roxanna, animándola
a seguir.
—Bueno, como os decía, la parálisis del sueño también puede
aterrorizar a cualquiera: uno se despierta en fase REM sin que el
cuerpo, que en esa etapa está normalmente paralizado, haya
recuperado la capacidad de moverse. La ansiedad y la ausencia de
respiración voluntaria generan una sensación de falta de aire, como
si alguien estuviera sentado sobre tu pecho. Se cree que la leyenda
del íncubo pudo nacer de la combinación de todos estos fenómenos.
—Debe de ser angustiante —comentó Kat.
Roxanna se mordisqueó el pulgar, nerviosa. Eso sonaba muy
desagradable, y ella jamás había tenido miedo, ni se había sentido
paralizada o controlada. Estaba confusa.
—Pero... ¿siempre es así? Si esas fueran las bases del
fenómeno íncubo, ¿no debería haber algo erótico de por medio?
¿Puede haber situaciones de esas que sean vivencias...
agradables?
Decir agradable era minimizar hasta lo ofensivo sus
experiencias con Adam. Notó que se estaba sonrojando al revivir el
arrollador placer de la noche previa, y se retorció los dedos.
—Una leyenda suele construirse con una mezcla de fenómenos
reales —explicó Angelica—, tan deformada que al final no se parece
a los sucesos originales. A la gente de hace siglos le venía muy bien
la idea del íncubo para no sentirse culpable por sus sueños eróticos
o, incluso, infidelidades. También es cierto que hay alucinaciones
hípnicas muy agradables.
Ahora se sentía más tranquila, lo suyo solo eran orgasmos
provocados por su mente a través de una extraña fantasía. Y ahora
sabía que los hematomas y las incisiones que había creído ver en
sus muslos eran aquellas alucinaciones de las que hablaba
Angelica. Debería hacerse una revisión médica, como le había
recomendado Sally Davenport, para estudiar su anemia. Las piezas
del rompecabezas iban encajando y la bruma disipándose.
La conversación con la agradable neuróloga continuó durante
un buen rato. Angelica disfrutaba contestando a sus preguntas. Solo
hizo una pausa para ir a la cocina y, cuando volvió, llevaba una
bandeja cargada con tres pedazos de tarta de chocolate y unas
tazas de té.
—¡Tarta de chocolate! Ahora no conseguirás librarte de mí. —
Roxanna sonrió.
—No pretendo librarme de ti. He sacado esto para entretener a
Kat —le guiñó un ojo a su amiga, que miraba aquel dulce con deseo
— mientras nosotras charlamos de tu problema, si quieres. No me
importa a adelantar la visita. O, si prefieres que estemos solas,
podemos esperar a mañana.
—¿En serio quieres trabajar un domingo por la tarde? —
Agrandó los ojos.
—Mi trabajo es mi afición. En mi caso, mezclarlo con placer es
sencillo. —Se encogió de hombros—. Adoro esto.
Roxanna la contempló con admiración y sonrió.
—Bueno... Si es lo que quieres... y Kat no está demasiado
cansada —miró a su amiga, que asintió animándola a seguir—,
supongo que podemos hablar hoy. Aunque no sé por dónde
empezar.
—Como dicen en las películas, por el principio —instó la
neuróloga, sirviendo un trozo de tarta a cada una.
Roxanna le explicó todo: desde la noche en que se despertó en
el hospital con el uniforme y el cabello húmedos, sin recordar cómo
había llegado a su despacho, hasta el traumático despertar de esa
misma mañana. Se sonrojó mientras contaba de forma somera sus
experiencias eróticas con Adam. Su interlocutora mantenía su
expresión cuidadamente neutra, sin embargo, Roxanna sentía en
ella preocupación, aparte de un enorme interés.
Una vez terminado el relato, Roxanna esperó ansiosa su
dictamen profesional.
—Creo... —comenzó, llevándose la taza a los labios—. Creo
que estamos ante un problema complejo.
Roxanna se abstuvo de interrumpir, aunque por dentro estaba
gritando. Se limitó a sorber un poco de té y esperar.
—Verás, no quiero decir que me parezca grave —continuó,
como si le hubiera leído el pensamiento— sino que es una mezcla
de cosas. Tu episodio de pérdida de memoria podría tratarse de una
variante de sonambulismo o de epilepsia. Golpear a tu exnovio
escenificando un sueño podría ser síntoma de un trastorno de
conducta de fase REM. Y la parte que tiene que ver con el...
vampiro —pronunció el nombre con cuidado— es lo más abigarrado
de todo, no solo por esos fascinantes sueños lúcidos, sino por las
marcas que viste en tu piel que, evidentemente, eran algún tipo de
alucinación hípnica.
En este punto saltó una alarma interna en Roxanna: Angelica
no le decía toda la verdad.
—Estoy muy jodida, ¿verdad? —quiso bromear.
Angelica sonrió a medias.
—No, solo que no es un diagnóstico sencillo. Pero hay muchas
cosas que podemos hacer para sacarnos de dudas: una
polisomnografía, un estudio de latencias múltiples de sueño,
resonancia magnética, electroencefalograma... Eh, no te agobies —
añadió apresuradamente—. No hay prisa, iremos paso a paso. Yo
empezaría usando un actígrafo.
—¿Un qué?
—Un actígrafo. Es un aparato, como un reloj de pulsera, que
estudia tus ritmos de sueño y vigilia. La falta de sueño favorece la
aparición de cualquiera de los trastornos que he nombrado. Solo me
queda preguntarte una cosa: ¿has sufrido algún estrés importante?
Roxanna frunció el ceño y Kat bebió de su taza evitando
mirarla.
—¿Te refieres a reciente?
—Reciente o antiguo. A veces, los síntomas pueden reaparecer
con el tiempo por cualquier causa.
—Mis padres me maltrataron psicológicamente. Me cuidó mi
abuela desde los ocho años. Y hace cuatro que la perdí.
—Lo siento —dijo Angelica con sinceridad. Después de una
breve pausa, prosiguió—: Los trastornos del sueño son más
comunes en personas que sufren de estrés postraumático. Tendría
que verte un psiquiatra.
—No quiero que me vea ningún psiquiatra —su voz sonó más
seca de lo esperado, y se envaró—. Escucha... Lo siento porque Kat
es mi mejor amiga, pero es que no tuve buenas experiencias con
ellos durante mi niñez. Prefiero dejarlo como último recurso. —Miró
la hora y se dio cuenta de que se había hecho más tarde de lo que
pensaba. Observó que Kat escondía un bostezo—. Kat, cariño,
vámonos a casa. Se te ve cansada. Jason va a matarme, y con
razón. No quiero molestarte más, Angelica.
—Vale, como desees. —Su sonrisa perenne no cambió—.
Piensa en consultar con alguien que investigue esa anemia —le
recordó—. Nosotras empezaremos por donde quieras y cuando
quieras.
En aquel momento Kat se levantó del sofá.
—Si me disculpáis, voy al baño, las pataditas que me da Rachel
van a conseguir que vacíe la vejiga en el coche, y eso no sería nada
agradable.
Desapareció por la puerta del comedor caminando con la típica
torpeza de la embarazada. Ambas amigas la miraron con cariño.
—Roxy, si lo necesitas puedes venir mañana a mi consulta, o a
mi casa. Solo llámame y quedaremos.
Roxanna parpadeó.
—Muchas gracias. Poca gente es tan amable cuando acaba de
conocer a alguien. Por lo menos, a mí no suele pasarme.
—Solo lo hago por trabajo. —Agitó una mano, restando
importancia al asunto—. Espero haberte ayudado un poco, pero…
me da la sensación de que te he dado demasiado en que pensar.
—Oh, no lo creas, me has quitado de la cabeza que estoy loca.
Me siento muchísimo mejor, muchas gracias. —Se acercó a ella con
timidez y le dio un leve abrazo y un beso en la mejilla a modo de
despedida. Para su sorpresa, Angelica la correspondió con
efusividad—. Espero que puedas ayudarme a resolver todo este
rompecabezas. —La miró a los ojos—. ¿Alguna vez has encontrado
un caso como el mío?
La neuróloga la miró con cariño, olvidada ya su máscara de
profesional. Ahora parecía mucho más joven. Y más triste. Tomó
aire antes de contestar, y en sus ojos oscuros se traslució la
preocupación. Roxanna percibió de nuevo que le ocultaba algo.
—He oído de todo, si no por mí misma, por otros profesionales.
No todo lo que tratamos sale en los artículos. Hay cosas que no
comentas en público porque no quieres que se rían de ti, pero en los
pasillos de los congresos los compañeros te hacen confesiones muy
curiosas. —Alargó la mano y la apretó alrededor de la de Roxanna
—. Si sientes que vas a soñar con él, si de alguna forma notas su
presencia en medio de la noche, sácalo de tus sueños. Eres lo
suficientemente fuerte como para lograrlo, ya lo has hecho antes.
Solo tienes que desearlo. No te dejes llevar por su hechizo —la
instó.
Roxanna la miró, confusa. Parecía que la especialista con quien
había estado hablando a lo largo de la tarde se había ido. Se sintió
como si estuviera en un mundo paralelo.
—¿Qué quieres decir? ¿Crees que... —farfulló— que él podría
ser... real?
—Solo digo que una parte de ti lo cree —se defendió.
Roxanna no daba crédito a lo que oía, pero la intensa mirada de
Angelica la hizo asentir y contestar.
—Gracias. Te haré caso.
La neuróloga sonrió, visiblemente más tranquila. Entonces llegó
Kat y abandonaron la conversación. Se formularon frases corteses
de agradecimiento y se despidieron.
Mi preciosa Roxanna:
Te ruego que me perdones por los excesos de esta noche. Te
prometo que jamás se repetirán. Por favor, dame una oportunidad
para demostrártelo.
Acepta mi pequeño regalo, prueba de que tu mente está tan
sana como pronto lo estará tu cuerpo.
A.
Mi querida Roxanna
Te dejaré en paz si así lo deseas. Si cambias de opinión, solo
tienes que llamarme y acudiré.
A.
Se quedó mirando las letras una y otra vez. Al fin, alzó la vista
observando los tejados de los edificios de alrededor, sintiéndose
hundida en lugar de feliz. Dejó caer la hoja de papel y se dio la
vuelta para volver a la seguridad de su hogar. Se tumbó en su cama
con el bote de antidepresivos en la mano, repasando la composición
de aquel fármaco. Lo abrió y vertió los comprimidos haciéndolos
rodar sobre el colchón. No tomó ninguno sino que comenzó a
contarlos, como si deshojara una margarita que le permitiera decidir
su futuro. La sensación de controlar de alguna forma su destino
contra el vértigo de la incertidumbre.
Poco a poco sintió la tensión abandonar sus músculos y se dejó
llevar por el cansancio.
—Adam... ven —musitó mientras se deslizaba por la frontera
entre la vigilia y el sueño.
Abrió los ojos, sintiéndose descansada. El cielo estrellado sobre
su cabeza no contenía ninguna constelación que ella conociese.
Una brisa suave y aromática acariciaba su piel, pero no se
escuchaba ningún sonido. No sentía nada más que calma. Miró
alrededor, aunque desde que había abierto los ojos sabía dónde
estaba: en medio de un prado de tonalidades azules rodeado por un
bosque. Estaba en su cama y aquel era un sueño producto de su
propia mente, lo sabía.
Se sentó y se miró la ropa, llevaba la misma que cuando se
había ido a dormir.
Seguía sin percibir su presencia. Salió de la cama,
contemplando el extraño paisaje. ¿De dónde venía aquella
sensación de paz? Solo sabía que, mientras el sueño la arrastraba,
había decidido dejar de huir. Se apartó un mechón de cabello que,
agitado por la brisa, le hacía cosquillas en la cara. Suspiró
largamente. A pesar de sentir sosiego, le faltaba él. Era la maldita
verdad. Pero él no iba a aparecer hasta que ella no lo llamara.
Tragándose su orgullo, pronunció su nombre en voz alta,
sintiéndose un tanto avergonzada. Luego miró a su alrededor.
Nadie. Soledad absoluta.
Pensó que, si él estaba lejos, no acudiría de inmediato a su
llamada, así que se dispuso a esperar. El transcurrir del tiempo en
los sueños era impredecible. Se frotó el ceño para relajarlo. Todo
era absurdo, pero debía acostumbrarse a aquello.
—Adam. —De nuevo la respuesta fue un prolongado silencio—.
Maldito vampiro petulante hijo de su madre —gruñó.
—Me han llamado cosas peores —la voz fue un murmullo a su
espalda, pero Roxanna dejó escapar un grito.
—No... no quería decir lo de tu madre —fue lo primero que se le
ocurrió. Escuchó una risa suave que le puso la piel de gallina, pero
no de miedo.
—Vaya —la voz fingió disgusto—. ¿Y lo otro sí?
Supo que sonreía, pero no se atrevía a girarse. Llevaba días sin
verle, y era la primera vez que se encontraban sabiendo que él era
real.
—No sabía que tenía que llamarte tres veces. Podías haber
especificado más en tu carta —repuso, crispada por las reacciones
que él le causaba.
—No era necesario. Pero quería estar seguro de que deseabas
verme... Esta noche estabas muy enfadada.
Su voz la tentaba a mirarle, pero se contuvo.
—¡Por supuesto que estaba enfadada! ¿Te parece poco lo que
has hecho? Qué... ¿Qué derecho tenías a interrumpir mi cita y dejar
al pobre Sam anestesiado? ¿Dónde quedó lo de respetar mis
decisiones?
Percibió su cercanía, su anhelado olor.
—Yo dije que no te obligaría a hacer nada —susurró—. Creo
que esta noche no deseabas estar con ese... —Hizo una pausa—.
Con ese. Solo te he ayudado a aclarar las ideas.
Tenía razón, pero no iba a dársela. Su comportamiento no era
aceptable, y él tenía que saberlo.
—La próxima vez prefiero equivocarme yo sola, gracias —
afirmó.
—Lo tendré en cuenta para la próxima vez... si la hay. —Ella no
contestó—. Roxy —dijo tras unos momentos de silencio—, no tengo
nada en contra de hablarle a tu retaguardia, pero quisiera verte la
cara. ¿Tienes algún problema con ello?
Ella asintió con la cabeza. Había mucho de qué hablar, y sabía
que aquellos iris verdes la harían deshacerse como el hielo bajo el
sol.
Él resistió la tentación de tocarla. No quería estropear nada,
ahora que por fin se había decidido a hablar con él. Pero el pijama
que vestía se amoldaba a su cuerpo en los lugares adecuados, y los
tirantes dejaban los redondeados hombros desnudos. Era puro
erotismo por sí misma, no importaba lo que llevara puesto. Y era
halagador que hubiera elegido para buscarle el escenario que él
había creado para ella en su primera cita.
Su instinto le decía que si Roxanna le buscaba él lo sabría.
Había escuchado su llamada mientras estaba en su propia casa,
cuando ella estaba durmiéndose. Dejarla sola horas antes había
sido duro, pero había comprendido que liberarla, dejarla con su
lucha interna, era la única manera de poder llegar a ella.
—Está bien, hablemos de esta forma, si así lo deseas —suspiró
con un toque de decepción.
—Siéntate a mi lado —pidió ella. Se dejó caer en la hierba y se
abrazó las rodillas contra su pecho, mirando al frente—. Prefiero no
mirarte mientras hablamos. Perdería el hilo de mis pensamientos —
musitó notando que él se sentaba un tanto apartado de ella—. No
juegas limpio, ¿lo sabías?
—No me puedes culpar por aprovechar lo que la naturaleza me
ha dado. Si quieres, puedo usar las gafas de sol, como con Angelica
—sugirió.
Roxanna apretó la mandíbula antes de hablar.
—No sé qué hiciste con ella —espetó— pero cuando volvió de
vuestra... cita —la palabra sonó como un insulto— parecía otra.
—Tan solo hablamos —dijo con calma—. Imagino que no te
habrá explicado nada.
—No, me dijo que harías que lo olvidara todo. ¿Por qué lo
hiciste? —inquirió, enfadada.
—¿El qué?
—Hablar con ella. —Se dio cuenta de que sonaba infantil—.
Bueno, puedes hablar con quien quieras —rectificó—, pero... fue
toda una puesta en escena, ¿no? ¿Te divertiste? —Había fracasado
en su intento de ocultar sus celos. Resopló con frustración.
—Sí, sobre todo en la conferencia. Si hubieras visto cómo se
removía en la tarima... —su voz sonaba traviesa y ella se esforzó en
no mirarle—. Créeme, he de encontrar placer en las pequeñas
diversiones para que mi vida no resulte tan aburrida —comentó.
—¿Eso soy yo para ti? ¿Una pequeña diversión? —las
preguntas habían salido de su boca antes de pasar por su filtro
mental.
—Todavía no sé qué eres para mí, pero me encantaría que me
dejaras descubrirlo —su timbre de voz se volvió más profundo.
Sintió que se acercaba más a ella. Su mano se movió lenta,
como pidiendo permiso, hacia el cabello que le caía sobre los
hombros y el escote.
—Pero sé lo que no eres para mí —prosiguió—: no eres una
diversión, y, menos aún, algo pequeño —murmuró.
Sus dedos atraparon un mechón de los que rozaban su
hombro. Ella no intentó detenerlo, fijó sus ojos en aquella mano y en
cómo lentamente lo acariciaba, siguiendo su longitud.
—Necesitaba saber lo del diario, Roxy —dijo en voz baja—.
Sospechaba que la mujer de la que habíais hablado era mi madre.
La historia era tan parecida... Solo me faltaba saber los detalles.
Roxanna se centró en cómo seguía jugueteando con el mismo
mechón de cabello, enroscándolo en sus dedos para volverlo a
soltar.
—Dime... —quiso saber Adam— ¿Qué habrías hecho si una
tarde te hubiera esperado, por ejemplo, a la salida del trabajo? —
Ella no contestó—. ¿Y si una noche... —hizo una breve pausa— me
hubiera presentado pidiéndote una cita, en lugar de hacerte creer
que estabas soñando? —Sus palabras se transformaron en un
susurro—. No sabía cómo actuar, Roxy. Nunca he sentido la
necesidad de que una humana supiera lo que soy y me aceptara.
Pero contigo es distinto, anhelaba salir de tus sueños. ¿Podrás
perdonarme alguna vez el dolor que te he causado? —Sus dedos se
separaron titubeantes del mechón de cabellos para acercarse a su
rostro, midiendo la respuesta de ella.
Cuando las yemas rozaron su barbilla y se quedaron allí,
Roxanna cerró los párpados. Tan pausada como él, levantó su mano
y la posó sobre la de Adam. Sintió una felicidad abrumadora, como
todas las emociones que venían de él. Manteniendo aquel contacto,
se movió para encarar su rostro y vio que sonreía. Adam era tan
hermoso como lo recordaba, pero le pareció más humano, con un
rastro de inseguridad en sus sorprendentes ojos. Por primera vez,
percibía fragilidad en él.
Adam atrapó su mano y la acercó a sus labios. Besó el dorso
de sus dedos de uno en uno después de inhalarlos con gesto de
placer. Ella sintió el latido acelerado de su propio corazón.
—Tu aroma es delicioso. Me intriga que puedas impregnar tus
sueños de él. O quizá esta parte del sueño la construimos entre los
dos. —La miró maravillado—. Nunca había penetrado en un mundo
onírico como el tuyo. Normalmente, soy yo quien lo controla todo,
pero contigo... es como una realidad paralela.
—Angelica me dijo que es algo innato en mí, que tú has
despertado. —Se encogió de hombros. Aquello era un misterio, uno
más de los que la rodeaban desde que él había entrado en su vida
—. ¿Dónde... dónde estás en este momento? —quiso saber.
—En tu terraza, como un Romeo moderno y gilipollas. —Él
ladeó la cabeza con expresión divertida.
Roxanna tragó saliva.
—¿Cómo has llegado hasta ella?
—Se me dan bien la escalada y el salto —repuso sin variar el
gesto.
Ella se removió sobre la hierba azul, muy consciente de su
cercanía.
—¿Y… cómo funciona esto? —preguntó intentando apartar de
su mente la idea de Adam trepando veinte pisos—. ¿Puedes volver
a entrar? Yo no te retiré el permiso.
—Lo sé. Pero solo entraría si volvieras a invitarme, lo contrario
sería descortés, ¿no crees? —Su mano no había soltado su presa
sobre la de ella y volvió a llevarla a sus labios para besarla una vez
más—. Roxanna, déjame entrar en tu casa, por favor. Te necesito —
murmuró. Le dio la vuelta a la mano y recorrió su palma con un
rastro de besos.
Un leve arañazo indicó a la mujer que los colmillos de Adam
estaban ahí, recordándole quién era él. Su boca se secó. «No es
normal sentir esto», se repitió por enésima vez, pero su cuerpo
actuaba por propia voluntad. Aquella sensación sobre su piel había
conseguido alterarla a niveles obscenos.
Iba a saltar al vacío con él. ¿Para qué lo había llamado, si no?
Le había costado mucho ser consciente de eso, pero ahora que lo
tenía tan cerca no podía negarlo más.
—Si me miras así voy a echar tu puerta abajo —el ronco
murmullo la sorprendió. Adam le acariciaba la mano y una leve
sonrisa dejó entrever la punta de sus colmillos.
Los contempló fascinada. Adam volvió a besar la palma de su
mano, rozó con sus labios la muñeca y el interior del brazo. Cada
contacto hacía que el aire pareciera más denso. Las manos que
sujetaban su brazo parecían dejar huellas de fuego en su piel.
Era la hora de la verdad. O le abría la puerta o se quedaba en
ese mundo de ensueño. Un lugar seguro donde encontrarse con él,
un mundo paralelo que sentía tan real como el de la vigilia.
No era una mala opción.
—¿Podríamos seguir aquí siempre? —preguntó en un susurro
entrecortado.
Él siguió besando con reverencia su piel hasta llegar a la flexura
del codo.
—¿A qué te refieres? —musitó.
—A vernos aquí, cada noche, como... como al principio. En…
en mis sueños —farfulló. Él se había movido y sus besos se estaban
acercando a su cuello.
—¿Podrías hacerlo? —dijo contra su piel.
Ella percibió la caricia de su aliento y luchó por formar una frase
coherente.
—Supongo que... sería más seguro... para mí.
Adam levantó la cabeza y la miró a los ojos, visiblemente
dolido.
—Sé que no te he dado muchos motivos para confiar en mí,
pero conmigo no corres peligro. Además, de la forma que tú
planteas tendría que beber de otras mujeres —explicó con voz
neutra.
Un arrebato de ira la atravesó al imaginar a Adam bebiendo de
otras. «¿Qué me pasa? ¿Estoy mal de la cabeza?».
—¿No es lo que has estado haciendo hasta ahora? ¿Y no es lo
que seguirás haciendo? —sonó herida, pero su rostro airado la
silenció.
—No vuelvas a decir eso. No he bebido de ninguna otra mujer
desde la noche que estuvimos juntos —siseó—. No he podido ni he
necesitado hacerlo. Tu sangre me sacia más que cualquier otra, no
sé por qué.
Se echó hacia atrás hasta que se tumbó sobre la hierba azul,
cerrando los ojos. Mantuvo el silencio durante varios segundos,
quizá esperando que Roxanna hablase, pero esta se limitó a
recostarse de lado y contemplarlo. Su mano se movió por sí sola
hacia el atractivo rostro y lo rozó con las yemas. Lo oyó suspirar, sus
rasgos relajándose.
—A veces, conozco a mujeres en un bar, en la calle... Ellas
buscan sexo casual, yo busco sangre. Bebo de ellas después de
haberlas llevado al orgasmo y luego las hago olvidarme. Otras
veces —continuó en voz baja— les provoco sueños eróticos en los
que me dan permiso para entrar en sus casas y me alimento sin que
lo sepan y siempre sin causarles daño… Jamás me había pasado
como contigo, y no volverá a suceder —afirmó.
Su expresión era serena. Roxanna deslizó sus dedos por el
ángulo de su mandíbula, por la curva de sus pómulos, hasta subir
por el arco de sus cejas y trazarlas con delicadeza. Él entreabrió los
labios y sus colmillos capturaron su atención de nuevo. Al fin, se
atrevió a tocar lo que tanta curiosidad le provocaba. Notó que él se
tensaba.
—No siempre están ahí —comentó ella a modo de pregunta.
—No, solo cuando tengo sed o estoy excitado, Roxanna. —Al
notar que apartaba su mano, Adam abrió los ojos para estudiar su
expresión.
—No me llames Roxanna —gruñó ella—. Sabes bien que no
me gusta ese nombre. —Se sentó con las rodillas dobladas y se las
abrazó, dándole la espalda—. Y sabes bien por qué. Tú estabas en
el sueño... en aquella pesadilla.
—No has vuelto a tenerla, ¿verdad? —inquirió, sentándose el
también.
—No. Supongo que he de darte las gracias —murmuró. Sintió
su mano acariciándole el cabello.
—No lo sé. No te pedí permiso para hacerlo, pero no soportaba
verte sufrir. —Sus dedos masajearon la cabeza de Roxanna, que
exhaló un suspiro.
—Entonces, gracias —dijo con sinceridad.
Hubo unos minutos de silencio en los que solo se escuchó la
respiración de ambos.
—Podría... podría hacer que lo olvidaras todo —musitó el
vampiro.
—¿El qué? —preguntó ella, de pronto arrastrada fuera de su
nube.
—Todo lo que pasaste con ellos. Todo el daño que te hicieron.
—¡No! —exclamó, alarmada. Se giró bruscamente y sus rostros
quedaron muy cerca—. ¿Qué sabes tú de eso? ¿Puedes leer mi
mente? —Lo miró con suspicacia.
—Solo tus recuerdos, en tus sueños y únicamente si me dejas.
Y tú te cierras a mí con mucha habilidad, créeme. Pero con lo que vi
en aquella pesadilla tengo bastante para imaginar lo que pasaste.
—No quiero olvidar nada, Adam. —Sacudió la cabeza—. Todo
aquello es parte de lo que soy, me guste o no. Prométeme que no
me borrarás ningún recuerdo. Jamás.
—Te lo prometo —afirmó, asintiendo—. Aunque es una pena
que no te guste tu nombre, es tan hermoso como tú. Supongo que
sabes que significa «amanecer» en persa. Y, ya que estamos en el
turno de preguntas, esto... —Adam tomó entre sus dedos pulgar e
índice la pequeña cruz— es importante para ti, ¿verdad?
Ella asintió.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque lo has traído contigo al sueño.
—Era de mi abuela. Lo llevo porque me recuerda a ella. —
Apartó la vista y la centró en el suelo. Arrancó una brizna de hierba
y la acarició entre sus dedos—. Ella cuidaba de mí.
—Yo podría cuidar de ti ahora.
Él acercó su rostro. Creyó que iba a besarla, pero se mantuvo a
unos centímetros de distancia, mirándole la boca.
—No necesito que nadie cuide de mí.
Él esbozó una sonrisa.
—Entonces cuida tú de mí. —Sus labios se acercaron hasta
rozar los de ella. Cerró los párpados, emitiendo un murmullo de
placer—. Tu aroma se mete tan dentro de mí que me roba la
voluntad. Me tienes en tus manos.
—No digas eso. —Sin aliento, puso las manos en su pecho y lo
empujó para separarse de él. Necesitaba distancia—. Soy yo tu
marioneta, y eso me da miedo. No entiendo cómo puedo sentirme
así, cuando debería huir de ti —dijo apartando la vista.
Él tomó su barbilla y, con suavidad, la instó a mirarlo.
—¿No te das cuenta de que estamos igual? ¿Crees que a mí
me gusta sentirme vulnerable? Pero confío en mi instinto. ¿Aún no
lo ves? ¿Qué hay de racional en todo esto? —La soltó e hizo un
gesto con ambas manos, como abarcando el entorno.
Roxanna miró a Adam de hito en hito mientras absorbía sus
palabras. Ante su silencio, él prosiguió:
—Viniste a buscarme a la azotea del hospital cuando sentiste
mi melancolía. Entonces no pensaste, actuaste. Yo no he vuelto a
sentir aquella angustia, y supe que no podía separarme de ti. Sí, te
aceché como un cazador a su presa, porque sentí que eso era lo
que tenía que hacer. Pero no te obligué a nada. —Hizo una pausa y
su mirada se dulcificó—. Roxy, te entregaste a mí cuando creías que
yo era solo un sueño. Me pediste que bebiera de ti cuando
pensabas que era un producto de tu mente. Y entonces, mientras te
dejabas llevar, ¿eras feliz? ¿Sentías paz? Piénsalo —se detuvo
unos instantes mirándola fijamente—: tu pesadilla empezó cuando
tu razón se enfrentó a lo que sientes.
Roxanna alejó sus ojos de él, lo que acababa de decir era
cierto.
—¿Me estás diciendo que estábamos predestinados o algo así?
—inquirió con cierto temor.
—No lo sé. Yo creo en los hechos. —Se puso en pie y dio unos
pocos pasos hacia atrás, apartándose de ella. Roxanna levantó la
mirada bruscamente, creyendo que se marchaba. Su gesto ansioso
lo dijo todo—. ¿Quieres que sigamos fingiendo que soy un sueño?
¿O deseas salir de este mundo de fantasía —se alejó un poco más
de ella— y estar conmigo, sin miedo y sin prejuicios? —Desde su
altura le tendió una mano.
—¿Me estás ofreciendo una... relación? —su voz sonó aguda.
—Si quieres llamarlo así... Podemos intentarlo. —Fijó sus iris en
los de ella, diciendo sin palabras «confía en mí».
Ella parpadeó, desconcertada. ¿Una relación con un vampiro?
No era nada convencional, pensó con cierto humor. Pero ella jamás
había tenido una relación estable ni soñaba con tener familia. Y no
podía negar que aquel ser mitológico ejercía sobre ella una
atracción difícil de resistir.
Se levantó, venció la distancia que los separaba y posó su
mano sobre la de él, quien la envolvió de inmediato. Adam no habló,
pero las llamas en su mirada y su expresión triunfante fueron
suficientes. Caminaron en silencio sobre la hierba, como la noche en
que se conocieron. Miró hacia el nexo de contacto entre sus
cuerpos, sus manos entrelazadas, y sonrió para sí. Cuando alzó la
vista se encontró a pocos metros de una puerta, la misma que la
primera vez no pudo abrir.
Se acercó sin soltar a Adam y posó su mano libre en la manija.
De pronto, se encontró de espaldas a la reja mientras él se apoyaba
en los barrotes a ambos lados de su cabeza, aprisionándola.
—Eres rápido. ¿Solo puedes hacer… estas cosas en sueños?
—susurró. Apoyó su cabeza en los barrotes. Él la miraba como si
fuera lo más valioso del mundo. ¿Cómo resistirse a un nivel de
pasión así? Aunque la arrastrara a lugares inexplorados.
—Tendrás que comprobarlo tú misma —dijo cerca de su cara—.
Roxanna... debes saber algo: si atravesamos esta puerta no debes
temer nada de mí. Pero quiero advertirte que ardo de deseo y sed
por ti. Solo por ti.
Se sintió mareada por un tumulto de emociones. Sin pestañear,
contempló sus pupilas dilatadas. Apoyó su mano en el torso de él,
que dio un paso atrás. Después entrelazó sus dedos de nuevo y con
la otra mano aferró la manija.
—Lo sé —dijo, y abrió la puerta.
Cuando despertó, oyó unos suaves golpes en la puerta de su
hogar.
13
Intimidad
—¿Me pasas uno? —la voz sonó a su lado, pero esta vez no se
sobresaltó. Hacía dos cigarrillos que lo estaba esperando.
—No. Sería desperdiciarlo. —Exhaló una prolongada nube de
humo, fijando sus ojos en el contenedor que tenía enfrente.
—No deberías fumar tanto.
Soltó una risa amarga.
—¿Tu veneno no va a protegerme del cáncer de pulmón? Pues
vaya.
—Dame un cigarrillo, Roxanna... Por favor.
Sonó tan educado que ella sacó uno de la cajetilla que tenía en
el bolsillo de la bata. No sabía qué tenía Adam en mente, pero ya le
daba lo mismo. Se lo tendió sujetándolo por la punta, al igual que el
mechero.
No necesitó mirarle para saber que sonreía al notar cómo ella
evitaba su contacto. Miró el cielo oscuro y las volutas de humo,
ignorando al ser que, a su lado, encendía su propio cigarrillo. Pensó
que en otro momento de su vida no habría aguantado estar allí
afuera, en la fría noche de otoño, ataviada tan solo con un vestido
de punto, zapatos —de tacón, que jamás había soportado— y una
fina bata profesional, pero hacía tiempo que le habían dejado de
molestar tanto la temperatura como los tacones.
Llevaba tiempo sin notar nuevos cambios en su organismo,
pero los que había sufrido no desaparecían. Había solicitado el
puesto de forense del que Sam le había hablado, turno nocturno
incluido. Había sido el mejor consejo que le había dado Gabriel. De
día conseguía un sueño reparador y de noche podía trabajar con
sus sentidos alerta y su concentración al cien por cien. Pero el vacío
seguía en lo más íntimo de su alma, llenándola como la Nada de La
historia interminable. Aspiró una fuerte calada al darse cuenta de
que, tan solo con la presencia de Adam a su lado, esa Nada parecía
encoger. Apretó los párpados y frunció los labios con rabia. Por
primera vez en su vida, se planteó si recibir terapia la ayudaría con
su personalidad adictiva, obvia herencia de sus padres.
Se concentró en el cigarrillo y pasó la lengua por sus labios
resecos. Ahora sobrevivía sin él, como si le hubieran arrancado
parte del alma además del corazón, pero se había repetido infinidad
de veces que era lo mejor. Se centró en lo positivo de su nueva vida:
le gustaba más su trabajo, ayudar en la investigación criminal. Le
dolía ver el estado de algunas víctimas, sobre todo las más jóvenes,
pero les cubría la cara con una gasa y se ponía a trabajar con
ahínco para conseguir una pista que incriminara a los culpables. En
ocasiones, perdida entre cortes de vísceras y muestras de tejidos,
se sorprendía a sí misma de la dureza de su corazón. Había llegado
a pensar que eso debía formar parte de su parcial transformación en
monstruo.
Apagó el cigarrillo contra la suela de su zapato y lo echó en la
basura que había al lado de la puerta. Se dispuso a entrar de nuevo
en el edificio, haciendo un esfuerzo sobrehumano para ignorar al ser
sobrenatural que tenía al lado. Sabía a lo que había venido, pero no
se lo iba a dar. Los motivos por los que lo había abandonado
seguían ahí. Y le había costado demasiado sacarlo de su vida como
para permitirle volver a meterse en ella.
Una mano de acero sujetó su muñeca, tiró de ella y la hizo
voltear, apoyándola contra la pared donde él había estado
momentos antes. Siempre le era fácil olvidar lo fuerte que era, pero
él se encargaba de recordárselo. Lo miró sin saber qué esperar.
Parecía triste. Ella suspiró, estaba cansada. Tan cansada... y en sus
brazos se estaba tan bien...
Él la abrazó por la cintura, se inclinó y apoyó su frente en la de
ella. Su aliento olía a una mezcla de tabaco y su aroma habitual,
aquel que la volvía loca. Lo respiró y cerró los ojos, dejándose llevar.
Solo un poco...
—¿Sabes por qué he fumado? —su voz era como el sonido de
la brisa previa a la tormenta.
Ella no abrió los ojos. Meneó la cabeza como respuesta.
—Porque no me gusta el sabor de tu boca cuando lo haces. Y
así lo notaré menos —susurró.
Roxanna sintió el tacto de sus labios contra su piel. Fría seda
deslizándose por su mejilla, suave satén cubriéndole la boca en un
abrazo tan tierno que sintió que su corazón se descongelaba y se
expandía, llenando su pecho con los pinchazos que se sienten
cuando la sangre vuelve a circular por un miembro helado. Dolía,
pero no quería que parara.
Porque aquello le daba la vida.
Gimió entreabriendo los labios y aguardó hospitalaria la
invasión que no tardó en llegar. Sus lenguas se reunieron,
reconociéndose y acariciándose, sus sabores fundiéndose. Roxanna
recibió la vitalidad que penetraba en ella a través del contacto con
su boca, sus manos se alzaron por sí mismas hasta la nuca
masculina. Se perdieron en su cabello mientras él la apartaba un
poco de la pared y apretaba contra sí la parte baja de su espalda
haciendo que se arquease, su cabeza se inclinase y su boca se
abriera más.
Solo por hoy, decidió rendirse. Se colgó de su cuello y se apretó
más a él.
De repente Adam cortó el beso, pero la mantuvo abrazada, su
mejilla contra la de ella.
—Dime que nadie te ha hecho sentir igual con un beso —
murmuró contra su oreja.
—Nadie.
—Dime que no has estado con más hombres desde que me
dejaste.
«Como si no lo supieras...».
—Con ninguno —suspiró. Era patético, pero era la verdad.
—Dime que piensas en mí mientras te tocas. —Se apartó un
poco para mirarla a los ojos.
Debería haberse enfadado por su presunción. Pero era todo
cierto.
—Pienso en ti cuando me acaricio, Adam. —Aguantó la
penetrante mirada de los ojos verdes sin desviar los suyos. Su
respiración se volvió más errática, sus reflejos de alerta al máximo
de su capacidad, temiendo y a la vez deseando.
«¿Hasta cuándo?»
—Dime que eres mía.
—No.
—Dime que no vas a ver a ese policía —murmuró ignorando su
negativa. Se inclinó de nuevo, hablando contra sus labios, como
siempre usando todas sus armas de seducción.
Ella reaccionó frunciendo el ceño. Los había escuchado, ¿de
qué se sorprendía?
—Haré lo que quiera. Además, solo es un café con un amigo.
—¿Me tomas por idiota? —su voz sonó helada.
No contestó. Sabía que entre Jack y ella no podía haber nada
más, pero no pensaba decírselo a Adam. Este se inclinó más y ella
sintió sus labios en el cuello, recorriendo su piel. La tomó de nuevo
por la cintura. Sus colmillos salieron de su escondite y le acariciaron
la piel, arañándola con suavidad. Roxanna se mordió el labio,
conteniendo un suspiro.
—Para él no eres una amiga —murmuró él contra su cuello—.
He podido oler el hedor que exuda, a animal en celo. Te desea. —
Se incorporó cuan alto era y cerniéndose sobre ella tomó su cara
entre sus grandes manos. Su mirada ardiente la dejó sin aliento.
Ella abrió la boca para protestar. Quería decirle que se fuera
con sus modales de macho posesivo a otra parte. Que ella tenía
derecho a salir con quien quisiera. Que podía defenderse solita de
cualquier tío que quisiera propasarse.
Pero se había ido.
Exhaló con fuerza y golpeó la pared con el puño, descargando
su ira.
—Odio cuando te quedas con la última palabra, Adam —
masculló, segura de que él aún la escuchaba.
Entró de nuevo en el recinto y cerró la puerta cuidadosamente
tras de sí.
A la mañana siguiente, tras un turno que le dio demasiado
tiempo para pensar, Roxanna tomó aquel café con Jack sintiéndose
egoísta. Sabía que estaba dándole falsas esperanzas. Pero era
cierto que, antes de ver a Adam, había creído que podía intentar
algo con Jack. Además, nadie iba a decirle con quién podía salir.
«Que se joda si no le gusta», se dijo.
Por la noche se sintió mal; no había podido dormir en todo el
día, y tuvo que tomar demasiado café para poder trabajar.
Al día siguiente, las pesadillas reaparecieron. Al despertar gritó
a las paredes de su habitación, insultando a Adam por reabrir una
herida que apenas había comenzado a cicatrizar. La noche fue una
tortura de trabajo y cansancio. El día que le siguió, aquella herida
sangraba tanto que sintió desesperación. Se durmió abrazada a su
almohada.
Una noche, sus compañeros, preocupados, llamaron a su jefe,
que le buscó un sustituto, le ordenó una semana de descanso y una
consulta con un psiquiatra. Roxanna no pudo dormir en todo el día,
y al llegar la oscuridad tomó una decisión. Cogió un bote de
somníferos que guardaba escondido en un cajón de la cocina.
—Ya no puedo más —suspiró abriendo la tapa, que cayó al
suelo y rodó hasta la pared.
Unos golpecitos en su puerta parecieron resonar en el silencio
nocturno.
—Vete —murmuró.
—No lo hagas. Déjame entrar, Roxanna —su voz grave
atravesó el aire—. Por favor.
—No. Y no intentes invadir mis sueños. No te dejaré —repuso,
tomando dos pastillas en la palma de su mano.
Hubo un breve silencio mientras miraba los pequeños
comprimidos. Sabía que con eso se levantaría mareada y con la
boca seca, y lo peor sería que habría recaído en otra más de sus
adicciones. Pero quería dormir. Y no quería que él viniera a ella.
—Perdóname, Roxanna. —Al oírlo, su mano se detuvo antes de
llegar a su boca—. Te amo. Te necesito. Siempre. —Adam
pronunció cada palabra como una plegaria.
Roxanna cerró el puño sobre los comprimidos y lo bajó. Tomó
aire, sintiendo que sus pulmones se llenaban por primera vez en
mucho tiempo. Como si una losa que los aplastaba se hubiera
desintegrado.
Sus pasos la guiaron hacia la puerta. Dejó las pastillas y el bote
abierto en la mesita del recibidor.
—Una parte de mí esperaba que aparecieras mientras tomaba
aquel café con Jack —reconoció apoyando su frente sobre la
madera—. ¿Por qué volviste en Halloween, Adam? ¿Por qué estás
aquí? —La vista se le enturbió. Las yemas de sus dedos acariciaron
la manija.
—Intenté desaparecer de tu vida, Roxanna, pero no me dejaste.
—Hubo una pausa—. Me llamaste en sueños el día de Halloween,
como si tu subconsciente lo supiera. Y hoy he soñado que volvías a
las pastillas. Por eso he vuelto.
—No recuerdo ese sueño del que hablas.
—No todos se recuerdan. Quizá tu mente consciente lo quiso
ignorar. No te miento... Ya no.
Pasaron unos instantes hasta que, por fin, tomó una decisión.
—Voy a abrir —musitó.
—¿Estás… segura?
—Adam, solo quiero hablar. Y no, no estoy segura. Pero
tampoco soporto vivir así más tiempo —afirmó mientras le abría la
puerta.
Lo contempló durante unos segundos. Como siempre, le robaba
el aliento. Llevaba una camiseta verde oscuro de manga larga con
escote de pico y unos vaqueros negros.
Se miraron a los ojos y el tiempo pareció suspendido a su
alrededor.
—Quiero la verdad —dijo ella antes de invitarlo a entrar—. ¿Me
enviaste tú a Gabriel?
Él asintió lentamente.
—Lo hice, pero se lo pedí con educación.
Ella contuvo una sonrisa.
—Ya imagino.
—En serio, me plantó cara. Me dejó impresionado.
—Es un buen hombre. Angelica es afortunada.
—Lo es.
—Puedes pasar —dijo apartándose a un lado.
Antes de entrar en el ático, Adam recorrió con los ojos el pijama
de franela detrás del que podía adivinar cada una de las curvas y
valles del cuerpo de Roxanna. Comprobó que controlaba con férrea
voluntad su instinto de tocarla. Solo cuando estuvo seguro dio un
paso adelante.
Echó un vistazo alrededor mientras se adentraba en el lugar
que tan maravillosos recuerdos le traía.
—Has hecho cambios en el mobiliario —dijo.
—Rompí muchas cosas cuando te dejé. —Carraspeó al tiempo
que cerraba la puerta—. Una especie de terapia.
Él bajó la cabeza y se metió las manos en los bolsillos.
Roxanna pasó por delante de él, quien la siguió hasta el comedor.
Se detuvo en el umbral mientras observaba cómo ella se sentaba en
el sofá.
Un sofá nuevo.
—El otro lo rajé por varios sitios. —Lo miró a los ojos sin
parpadear.
—Lástima. —Esbozó una sonrisa aguantando su afilada mirada
—. Me gustaba. —Se encogió de hombros. Oía el sereno latido de
su corazón y respiraba su perfume. Deseó tocarla. Solo tocándola
podría saber si ella se sentía como él, como la noche de Halloween,
cuando se había derretido entre sus brazos. Pero la quería
entregada en cuerpo y alma, no solo con lo primero. Y sentía que su
alma aún estaba alejada de él.
—Siéntate, Adam —ofreció con un gesto de la mano.
Él lo hizo, en el otro extremo del sofá.
—Gracias —dijo—, por confiar en mí de nuevo.
—No confío en ti, Adam —dijo con calma—. Solo lo suficiente
como para estar así contigo.
—Me basta con eso.
Roxanna apartó la mirada; seguía sin percibir las emociones del
vampiro, pero el anhelo en sus iris verdes era, a ratos, abrumador.
—¿Cómo conociste a Gabriel? —preguntó para alejar el tema
de ellos dos.
—Fui a buscarlo a Londres.
—Vaya. ¿Hiciste el mismo trato con él que con Angelica?
—Sí.
Ella torció una comisura labial.
—Ha demostrado tener más fuerza de voluntad que su novia.
—O tenía más claro que ella las consecuencias, porque lo vio
de primera mano.
Ella respiró hondo antes de volver a hablar.
—Gracias —dijo al fin, aún sin mirarle.
—¿Por qué?
Su voz suave hizo que Roxanna se estremeciera.
—Por preocuparte por mí. —Se inclinó apoyando los
antebrazos en los muslos, y bajó la vista hasta el suelo—. Gabriel
no solo ha hecho de médico. Me ha ido bien tener un amigo con
quien hablar de todo… todo esto.
—¿No has vuelto a hablar con Angelica de mí?
Ella negó con la cabeza.
—Ni siquiera he querido volver a verla, ni a Kat. Al principio no
me atrevía, al no saber hasta dónde llegaría mi transformación.
Ahora no me atrevo por haberlas ignorado durante tanto tiempo —
dijo en voz baja.
De pronto, él la sorprendió arrodillándose frente a ella.
—Mírame, por favor —pidió. Reticente, la joven alzó los ojos
hasta su rostro; la dulzura de su expresión le aceleró el corazón—.
No has cambiado nada desde hace tiempo. No te vas a transformar
en… lo que yo soy. Lo sabes, ¿verdad? —Ella asintió lentamente y
Adam frunció el ceño—. ¿Entonces, por qué te alejas de las
personas que te aprecian?
—No quiero soltarles mi basura. —Se encogió de hombros—.
Nadie soporta a los lloricas.
El vampiro cerró los párpados. Lo afectaba profundamente que
ella tuviera esa actitud de autodesprecio, ella, que era lo más
valioso en el mundo para él. Volvió a mirarla y, titubeando, levantó
una mano, vigilando cualquier signo de rechazo. La posó en la
mejilla de Roxanna, que cerró los ojos y se apoyó contra su palma
de un modo casi imperceptible.
—Eso no es cierto. Lo sabes —afirmó él—. Si estuvieran
pasando por lo mismo que tú, seguro que querrías acercarte a ellas,
y que te lo permitieran.
Roxanna clavó su mirada gris en él. Por toda respuesta, asintió
con la cabeza. Se miraron un eterno instante hasta que él hizo
amago de levantarse. Ella le agarró la mano que se había separado
de su piel.
—No te vayas —susurró—. No quiero estar sola.
—Nunca lo has estado, al menos no desde que nos conocemos
—dijo él, agachándose. La levantó en sus brazos.
—No quiero hacer el amor contigo, Adam. —Apoyó su cabeza
en el ancho hombro del vampiro y cerró los párpados.
—Yo tampoco, cariño. No ahora.
La tarde siguiente, Roxanna se despertó entre los brazos de su
examante, ambos con la misma ropa que llevaban la noche anterior.
Tardó un momento en darse cuenta de que la había despertado el
timbre de la puerta.
—Es Kat —murmuró él con los ojos cerrados. Se dio la vuelta
en la cama y se tapó la cabeza con el cojín. Roxanna contuvo una
sonrisa al verle aquel gesto tan humano—. La he oído hablar por el
móvil desde el ascensor —explicó con voz amortiguada.
Roxanna se acercó a la puerta de su casa tras cerrar la del
dormitorio y miró por la mirilla para comprobar que Adam tenía
razón.
—Hola, Kat. —Forzó una sonrisa al abrir la puerta.
—Voy a matarte, Roxanna Stone —dijo su amiga antes de
entrar y envolverla en un abrazo.
Minutos después, estaban sentadas en el sofá del comedor con
sendas tazas de café en la mesita frente a ellas.
—¿Cómo está Rachel?
—Bien, la he dejado con su padre. Quería que pudiéramos
hablar tranquilas. No puedo hilar tres palabras seguidas sin tener
que salir corriendo tras ella. —Hizo una pausa mientras daba un
sorbo al humeante líquido—. ¡Dios! Qué delicia, llevaba meses sin
probarlo. —Miró a su amiga—. ¿Cómo vas con lo del nuevo trabajo
y el turno de noche?
—Me he adaptado bien. —Roxanna le dio también un sorbo a
su café.
Kat aspiró hondo, centró sus ojos azules en ella y dijo:
—¿Y qué tal si hablamos del elefante en la habitación, cielo?
Roxanna asintió, dejó la taza sobre la mesa y se echó atrás
hasta que su espalda tocó el respaldo del sofá.
—Empieza tú, Kat. ¿Por qué has venido? No me entiendas mal,
estoy encantada, pero ¿qué te ha hecho venir justo hoy?
—Bueno, Sam se enteró en los juzgados de que estabas de
baja, y decidimos venir a verte. No queríamos agobiarte viniendo los
dos, y echamos a suertes quién aparecía por aquí.
—Gracias por venir. —Sonrió tímidamente.
—Gracias por no ignorarme como estos últimos meses —afirmó
sin resquemor.
Roxanna apretó los labios e inclinó la cabeza.
—Lo siento. No… No era buena compañía.
—El contrato de amistad incluye «en la salud y en la
enfermedad, en lo bueno y en lo malo». —Acercó una mano
tentativa hasta una de las suyas, y entrelazó sus dedos.
—No podías ayudarme, y te habría entristecido verme así —
murmuró dejando caer las lágrimas.
—Habría estado contigo. Era decisión mía elegir entre la
tristeza de verte mal o la de imaginarte mal —repuso con la voz rota
por los sollozos—. Perdona por haberme dado por vencida. Me
centré en mi bebé y me olvidé de luchar para derribar tu muro.
—No digas gilipolleces, Kat. —Volvieron a abrazarse durante
unos minutos mientras esperaban que el torrente de lágrimas
cesara.
Fue terapéutico.
Sentadas muy juntas en el sofá y con los pies sobre la mesita
del café, ambas amigas compartieron secretos: las discusiones de
Kat y Jason por la falta de sueño y la falta de sexo, que por suerte
habían desaparecido, y el mal de amores de Roxanna. Ella había
obviado los pormenores de su ruptura con Adam, pero no había
ocultado que la había transportado a una caída libre.
—¿Crees que es por mi personalidad adictiva, Kat? —Giró la
cara para mirar a su amiga y vio que la había tomado por sorpresa.
Nunca había utilizado ese término para referirse a sí misma en las
conversaciones con ella, pero lo había asumido.
Fue un instante. De inmediato, Kat adoptó una expresión
pensativa.
—No creo que tengas una personalidad adictiva. —Exhaló
largamente—. Tú nunca habías estado enamorada, Adam fue tu
primer amor, y eso marca. Y lo vuestro… Las pocas veces que os
he visto juntos irradiabais más energía que una central nuclear, y no
me refiero a la sexual, que también. —Ambas soltaron una risita—.
No sé, hay cosas que cuesta explicar con palabras, pero… dejar de
sentir eso rompería a cualquier persona, incluso a una tan fuerte
como tú.
—Gracias por tus palabras, amiga. —Roxanna le tomó la mano
y la apretó—. Eres muy amable, y también sabia. Pero estás
equivocada por lo menos en una cosa.
—¿En cuál? —Enarcó las cejas, curiosa.
—Adam no fue mi primer amor. Lo es.
—Nunca me has contado por qué le dejaste.
—Es… complicado.
—A veces… A veces temía que él fuera de esos hombres
posesivos que te aíslan de tus seres queridos para controlarte —
confesó la psiquiatra.
Roxanna soltó el aliento. Pasó un momento hasta que habló:
—Él no haría eso. Es algo posesivo y sobreprotector, pero
nunca me habría separado de vosotras. Lo hice yo sola, por motivos
que no me apetece comentar. —Abrió los ojos y miró a Kat. Se
sentía feliz de poder hablar así con ella, de nuevo—. ¿Angelica está
bien?
—Sí. Te echa de menos.
—Dile que yo también, y que si no está mosqueada conmigo iré
a hacerle una visita.
—Lo haré. —La bonita cara de Kat se iluminó—. ¿Por qué no
vienes a cenar este sábado? O cualquier otro día, solo avísame con
tiempo. Podría invitar también a Angelica, a Gabriel y a Sam.
—Perfecto. Tengo ganas de veros a todos.
La conversación se alargó hasta bien entrada la noche, cuando
Kat se despidió de su amiga y se marchó. Roxanna entró en el
dormitorio y lo encontró vacío. Había una nota sobre la cama; Adam
había cogido el cuaderno donde Gabriel le había aconsejado escribir
sus pesadillas para aprender a controlarlas, y había escrito:
«Vuelvo enseguida. Y tú también fuiste y ERES mi primer
amor».
Se mordió el labio para no sonreír como una tonta mientras
apretaba el papel contra su pecho.
Diez minutos después, llamaba a la puerta de su casa.
—La he acompañado hasta el coche —explicó cuando ella le
abrió la puerta—. No me ha visto.
—¿Vuelves a hacer de Batman? —Elevó una ceja burlona.
—Más bien de caballero… oscuro. Ella es importante para ti,
luego lo es para mí también.
La joven se mordió el labio para sofocar una sonrisa. Sin
pensarlo, lo abrazó por la cintura y apoyó su cabeza en su torso.
—Gracias. —Al cabo de unos instantes, habló—: Adam… Yo…
te acusé de no decirme la verdad, pero también me callé cosas.
Cosas importantes. Tenía miedo. No... no saber cómo iba a ser
nuestra vida y... —carraspeó.
Adam apoyó su barbilla en la coronilla de Roxanna y aspiró con
deleite.
—Sé lo que temes. Escuché tu conversación con Gabriel aquel
día. Me he pasado muchas noches en tu terraza —confesó.
—Debí imaginarlo. Aunque ya no te sentía, a veces me parecía
notar tu olor cuando salía a la terraza... —Buscó sus ojos—. ¿Por
qué? —preguntó aun sabiendo la respuesta.
—Me dolía tenerte cerca, pero se me hacía insoportable estar
separado de ti. Incluso algunos días te seguía por el hospital. No
podía soportar la idea de que te pasara algo. Me convertí en un
acosador silencioso —confesó, temeroso.
—Podrías argumentar que has cuidado de mí sin imponerme tu
presencia. —Se encogió de hombros.
—Siento no haber sido sincero contigo. —Le acarició el pelo.
—Los dos guardábamos secretos. —Suspiró—. ¿Por qué no le
hablaste a Gabriel de mi don? Aparte de porque eres un poco
capullo.
—¿Solo un poco? Vamos mejorando —dijo con media sonrisa
—. Si le hubiera explicado tu don no habría accedido a ayudarme. Y
aunque lo hubiera hecho habrías detectado más fácilmente que
ocultaba cosas.
Roxanna negó con la cabeza y rodó los ojos.
—Me di cuenta de que no me lo contaba todo, pero no le di
importancia —dijo—. Pensé que su secreto era que usaba la excusa
de ayudarme para saber más sobre ti, y me dio igual. No tengo
vocación de mártir. Necesitaba ayuda y sabía que él me la podía
dar.
De pronto, Adam hizo un gesto de dolor.
—Me vuelve loco tu aroma y tengo sed. —Soltó el aliento
bruscamente—. Será mejor que me vaya. —Ella se tensó entre sus
brazos y se removió para apartarse de él dando un paso atrás—.
¿Qué sucede?
—Vas a alimentarte, ¿verdad?
Él entornó los párpados.
—No es un placer, es una necesidad. A menos que quieras
prestarte tú, y no creo que estemos en ese punto, Roxanna.
—¿Y cómo crees que me siento? —espetó sin poderse
controlar. Dio otro paso atrás mirándolo con ira—. ¿Crees que me
gusta saber que durante todos estos meses has estado follando con
otras, aunque sea en sueños?
De pronto, Adam acortó las distancias y la tomó de las
muñecas, acercándola a él.
—¿Eso crees? —Se inclinó sobre ella arrugando la frente.
—¡No me engañes! ¡Gabriel me lo dijo! Si no, ¿cómo has
podido aguantar durante medio año si la sangre de donante no te
sacia? —Intentó soltarse de su agarre.
—¿Qué te dijo Gabriel exactamente?
—¿Qué pasa? ¿Ese día no estabas espiando? —gruñó.
—No recuerdo esa conversación. Habría ido al baño. —La miró
desafiante y la soltó.
—¡No tiene gracia! —exclamó.
—No, no la tiene. Dime qué te dijo, Roxanna.
—Que tenías que beber de las mujeres en pleno sueño erótico,
que era tu naturaleza y solo así te saciabas por completo.
—No te lo explicó bien —habló con calma—. Soy capaz de
inducir sueños sin aparecer en ellos. También puedo inducir sueños
eróticos sin necesidad de... estar allí. Pero —añadió rápidamente al
ver la confusión de Roxanna— para alimentarme necesito estar
presente en ellos. Porque si... ellas no me ven, no me pueden dar
permiso para entrar en sus hogares.
Roxanna asintió, animándolo a seguir.
—Sin embargo —continuó él—, me sacia bastante la sangre
que tiene toda la… la química de la excitación sexual, aunque la
mujer no haya culminado.
—Quieres decir que... —Parpadeó, comenzando a entender.
—Que las calentaba y las dejaba con las ganas después de
beber de ellas. Genial, ¿no?
Roxanna se quedó boquiabierta y no supo qué decir. Él le tomó
la mano y la atrajo hacia sí. La estrechó en sus brazos.
—No soportaba la idea de estar con otra, ni siquiera en sueños,
Roxanna, pero tampoco podía aguantar la sed más tiempo. Esa fue
la única solución que se me ocurrió. —Se separó lo mínimo para
buscar su rostro—. ¿No dices nada?
Ella levantó la cara y lo miró con intensidad.
—Me sigue resultando odioso imaginarte bebiendo de otra. —
Hizo una mueca—. O excitando a otra mujer, pero... la verdad es
que ahora me siento mejor. Soy una egoísta, ¿verdad?
Adam llevaba mucho tiempo sin recibir una mirada tan tierna,
tanto que se quedó extasiado. Ambos permanecieron con los ojos
anclados en el otro, sin necesidad de hablar.
De pronto sonó el móvil de Roxanna. Iba a ignorarlo, pero tuvo
una extraña sensación. Con cierta dificultad, apartó los ojos de los
de Adam.
—Tengo que contestar —dijo mientras se dirigía a la mesa del
comedor, donde estaba el aparato.
23
Nueva
Adam sabía lo que tenía que hacer. Recordaba bien cómo había
sido su transformación. También se había documentado a lo largo
de los años, e incluso le había preguntado a Gabriel. Conocía el
proceso, pero no podía estar seguro. Había bebido de Roxanna
mientras se fundía con su piel, sintiendo su entrega, comprobando
cómo el ritmo de sus latidos se lentificaba hasta casi detenerse. Se
había mordido la muñeca, la había acercado a la boca entreabierta
de Roxanna haciendo que su sangre se deslizara hacia dentro.
Sabía que tenía que llevarla al borde de la muerte antes de que
bebiera de él.
Pasaron los segundos. Un latido apagado. Una eternidad. Otro
latido, más insignificante que el anterior. Su aliento era
imperceptible.
Y todo se detuvo.
Sí, Adam apenas tenía dudas sobre el proceso, pero las dudas
que al principio parecían ínfimas crecieron hasta aplastarlo. Quizá
se había excedido y ella había traspasado una frontera sin retorno.
No iba a permitirlo. Le abrió la boca y le flexionó el cuello hacia
atrás, se mordió de nuevo y empujó su muñeca sangrante entre los
dientes de Roxanna.
—Vamos, cariño, bebe de mí —murmuró con voz temblorosa,
sujetándole la nuca con la otra mano.
Desesperado, la alzó, la tomó de los hombros y la abrazó,
completamente laxa.
—Vuelve a mí, amor mío —susurró en su oreja.
¿Cuánto tiempo tardó él en cambiar? Solo recordaba haber
despertado en aquel callejón, convertido en lo que era ahora.
Entonces lo sintió. Ella estaba sumida en un sueño profundo,
pero no era el de la muerte. Estaba volviendo, y su cuerpo cambiaba
de forma casi imperceptible. La depositó con cuidado sobre la cama
y la observó. Cuando la herida del cuello desapareció, Adam suspiró
aliviado. Todo estaba saliendo bien.
Contemplaba la serena belleza de Roxanna mientras yacía en
sus brazos. No sabía cuánto dormiría, pero sí que a las pocas horas
de despertar empezaría a tener sed. Disponía de una buena reserva
de sangre en su casa; confiaba en que bastara para saciarla durante
unos días. Más adelante podría beber directamente de animales, y
si esto no funcionaba podía probar con humanos. Él había
sobrevivido bastante tiempo bebiendo sangre de criminales. Le
resultaba una idea muy desagradable y confiaba en no llegar a eso.
«¿Y si es como yo? Nicholas me hizo como él», se preguntó, no
por primera vez. La imagen de Roxanna bebiendo de un hombre en
medio de un sueño húmedo le vino a la mente y rechinó los dientes.
Tenía que haber otra manera.
No supo cuánto tiempo había transcurrido hasta que ella movió
un poco los dedos de las manos, sus párpados empezaron a
temblar ligeramente y abrió los ojos.
En cuanto Roxanna clavó su mirada en él, supo que estaba
perdido. Los ojos de la vampira ahora eran como la plata a la luz de
la luna. Durante toda su relación él había tenido la sensación de ser
quien los conducía a ambos, luchando contra las dudas de
Roxanna, sin forzar su voluntad mientras la guiaba. Era el seductor,
el que utilizaba todas las armas para conseguir salirse con la suya.
Podría parecer un manipulador, pero solo actuaba por instinto.
Ahora iba a tener que acostumbrarse a esto. A dejarse caer en sus
manos, y ser feliz a pesar de ello. Porque cada fibra de su cuerpo
respondía a la llamada de esos ojos. Había nacido para esa mujer.
—Bienvenida, amor —dijo con alivio.
Ella lo miró en silencio, y con cada segundo que pasaba él se
sentía más esclavo. Alargó la mano para acariciarle la cara,
empezando a sentirse inquieto por su falta de reacción. Al sentir el
contacto de su piel, ella cerró los párpados y suspiró. Él le rozó el
pómulo con los dedos, feliz. Se tumbó a su lado, encarado hacia
ella.
Roxanna abrió los ojos y se puso de lado mirando a Adam,
moviendo su cuerpo con cuidado, como si no supiera bien cómo iba
a responderle.
—Adam —pronunció como si acariciara su nombre.
Antes había creído amarla, pero aquel sentimiento había sido
una pálida sombra de lo de ahora.
—Roxanna, ¿cómo te sientes? —musitó, acariciando el punto
donde la había mordido.
Oyó que suspiraba y sonrió. Continuó acariciando la piel de
Roxanna con pequeños roces de sus dedos. Era un tacto nuevo y
sin embargo familiar.
—Bien —repuso volviendo a cerrar los párpados.
—¿Solo… bien? —insistió él.
Roxanna esbozó una sonrisa. Se sentía llena de vitalidad y al
mismo tiempo perezosa. Se recreó en el cúmulo de sensaciones
que le llegaban, en el exquisito sabor que aún sentía en la lengua,
en la energía de Adam fluyendo por sus venas.
—¿No te basta «bien»? —inquirió. Oyó que él reía entre dientes
y abrió los ojos para mirarle.
Adam parecía estar memorizándola. Roxanna percibía el aroma
de su sangre, más intenso en la muñeca. Dedujo que era allí donde
se había mordido. Tomó su mano, la acercó a su boca y se la lamió,
disfrutando al escuchar su siseo. Vio cómo se movía su cuello al
tragar saliva. Apartó sus manos de ella y se mordió el labio,
envarado.
—Tienes que alimentarte antes de… —la miró a los labios—
gastar energías. Y créeme, me cuesta mucho decirte esto.
Una sonrisa tiró de sus labios. Se puso bocarriba y observó el
techo del comedor.
—Siento paz —contestó a la pregunta que él le había hecho—,
como si estuviera por encima de la angustia humana. Y te siento a ti
dentro de mí y es… maravilloso. —Lo miró. Parecía que lo había
dejado sin palabras—. Puedo oír el rumor de conversaciones de
todo el edificio, y, si me centro, puedo distinguirlas por separado. —
Inspiró hondo y sintió un cosquilleo en sus encías. Por debajo del
perfume de Adam había un aroma atrayente. Muy atrayente. Se
sentó e inspiró hondo. Notó cómo unos afilados colmillos emergían
de sus encías y su boca se secaba. —Y siento que… me falta…
algo —dijo de pronto.
Adam se sentó. Parecía alarmado.
—¿Tienes sed?
Ella se agarró el cuello y tragó en seco. Asintió.
—Empiezo a sentir como si hubiera chupado piedra pómez.
—Tenemos que irnos —dijo él levantándose de la cama.
—¡Adam! ¿Qué sucede? —dijo mirándolo.
—No contaba con que tuvieras sed tan pronto. Yo tardé más
tiempo. —Le tendió la mano—. Vamos, en casa tengo una reserva
de sangre. —Apretó los labios mirándose—. Mierda, estoy sin ropa.
—Si no fuera porque te veo preocupado, me reiría de la
situación —comentó, insegura.
—No estoy preocupado por lo que puedas hacer —explicó él—,
pero vas a pasar un mal rato hasta que lleguemos a mi casa.
Quisiera habértelo ahorrado.
Roxanna tomó su mano y se levantó.
—Si tengo que aguantar aguantaré. Y si no… —bajó el tono de
voz— confío en ti. —Tragó en seco, notando unas punzadas—.
Pero será mejor que saques ropa de donde sea, porque tenemos
que irnos ya.
24
Sed
FIN
Notas