Los Actos Humanos
Los Actos Humanos
Los Actos Humanos
Los actos del hombre son aquellos en los que falta la advertencia, la
voluntariedad o ambas.
En el primero de los casos, se trata de un acto hecho distraídamente. En
el segundo, cuando existe una coacción física irresistible; y en el último,
las acciones realizadas por un demente profundo.
Los actos humanos son los únicos moralmente calificables como buenos o
malos.
Interesa resaltar que la moralidad de un acto empieza en el fondo de la
conciencia del sujeto, en su decisión libre, partiendo de lo íntimo de sí, de su
inteligencia y su voluntad.
Por eso, no es verdad que una acción sea mala sólo si se exterioriza, pues el
juicio moral de un acto está ya constituido en la interioridad.
Los actos humanos son aquellos que proceden de la voluntad deliberada del
hombre, es decir, los que realiza con conocimiento y libre voluntad (cfr. S.Th.,
I-II, q.1, a.1, c.). En ellos, interviene primero el entendimiento o sea la inteligencia,
porque no se puede querer o desear lo que no se conoce: con el entendimiento el
hombre advierte el objeto y delibera si puede y debe tender a él, o no. Una vez
conocido el objeto, la voluntad se inclina hacia él porque lo desea, o se aparta de
él, rechazándolo. Sólo en este caso cuando intervienen inteligencia y voluntad el
hombre es dueño de sus actos, y por tanto, plenamente responsable de ellos. Y sólo
en los actos humanos puede darse valoración moral. No todos los actos que realiza
el hombre son propiamente humanos, ya que como hemos señalado antes, pueden
ser también:
La advertencia
No basta, sin embargo, que el acto sea advertido para que pueda ser imputado
moralmente: en este caso es necesaria, además, la advertencia de la relación que
tiene el acto con la moralidad (por ejemplo, el que advierte que está conduciendo
un automóvil, pero no se da cuenta que tomo un carril no permitido, realiza un acto
humano que, sin embargo, no es imputable moralmente).
El consentimiento
Lleva al hombre a querer realizar ese acto previamente conocido, buscando con ello
un fin. Como señala Santo Tomás (S. Th, I-II, q. 6, a. 1), acto voluntario o consentido
es “el que procede de un principio intrínseco con conocimiento del fin”.
emos con más detenimiento lo que se entiende por acto voluntario indirecto y
directo.
El acto voluntario indirecto se da cuando al realizar una acción, además del efecto
que se persigue de modo directo con ella, se sigue otro efecto adicional, que no se
pretende sino sólo se tolera por venir unido al primero (por ejemplo, el militar que
bombardea una ciudad enemiga, a sabiendas de que morirán muchos inocentes:
quiere directamente destruir al enemigo -voluntario directo-, y tolera la muerte de
inocentes -voluntario indirecto-).
Es un acto, por tanto, del que se sigue un efecto bueno y otro malo, y por eso se le
llama también voluntario de doble efecto.
Es importante percatarse de que no es un acto hecho con doble fin (por ejemplo,
robar al rico para darle al pobre), sino un acto del que se siguen dos efectos: doble
efecto, no doble fin. Por ejemplo, Robin Hood realiza acciones con doble fin: el fin
inmediato es robar al rico, el fin mediato es darle ese dinero a los pobres. No es una
acción de doble efecto, sino una acción con un fin propio y un fin ulterior.
Hay casos en que es lícito realizar acciones en que, junto a un efecto bueno se
seguirá otro malo. Para que sea lícito realizar una acción de la que se siguen dos
efectos: bueno uno (voluntario directo) y malo el otro (voluntario indirecto), es
necesario que se reúnan determinadas condiciones:
1. Que la acción sea buena en sí misma, o al menos indiferente: Así, nunca
es lícito realizar acciones malas (por ejemplo, mentir, jurar en falso, etc.),
aunque con ellas se alcanzaran óptimos efectos, ya que el fin nunca justifica
los medios, y por tanto no se puede hacer el mal para obtener un bien. Para
saber si la acción es buena o indiferente habrá que atender, como se verá
más adelante, a su objeto, fin y circunstancias.
2. Que el efecto inmediato o primero que se produce sea el bueno, y el
malo sea sólo su consecuencia necesaria: Es un principio que se deriva
del anterior. Es necesario que el buen efecto derive directamente de la
acción, y no del efecto malo (por ejemplo, no sería lícito que por salvar la
fama de una muchacha se procurara el aborto, pues el efecto primero es el
aborto; no sería lícito matar a un inocente para después llegar hasta donde
está el culpable, porque el efecto primero es la muerte del inocente).
3. Que uno se proponga el fin bueno, es decir, el resultado del efecto
bueno, y no el malo, que solamente se tolera: Si se intentara el fin malo,
aunque fuera a través del bueno, la acción sería inmoral, por la perversidad
de la intención. El fin malo sólo se tolera por ser imposible separarlo del
bueno, con disgusto o desagrado.
Ni siquiera es lícito intentar los dos efectos, sino únicamente el bueno,
permitiendo el malo solamente por su absoluta inseparabilidad del primero
(por ejemplo, el empleado que amenazado de muerte da el dinero a los
asaltantes, ha de tener como fin salvar su vida, y no que le roben al patrón).
Aun teniendo los dos fines a la vez, el acto sería inmoral.
4. Que haya un motivo proporcionado para permitir el efecto malo: Porque
el efecto malo, aunque vaya junto con el bueno y se le permita sólo de modo
indirecto, es siempre materialmente malo, por eso, no se puede permitir sin
causa proporcionada. No sería lícito, por ejemplo, que para conseguir un
pequeño arsenal de municiones del ejército enemigo haya que arrasar a todo
un pueblo: el motivo no es proporcionado al efecto malo.
Los obstáculos que dificultan la libre elección de la voluntad son: el miedo, las
pasiones, la violencia y los hábitos.
El miedo. Es una vacilación del ánimo ante un mal presente o futuro que nos
amenaza, y que influye en la voluntad del que actúa. En general, el miedo -aunque
sea grande- no destruye el acto voluntario, a menos que su intensidad haga perder
el uso de razón.
El miedo no es razón suficiente para cometer un acto malo, aunque el motivo sea
considerable: salvar la propia vida, o la fama, etc. Sería ilícito, por ejemplo, renegar
de la honestidad por miedo a perder el empleo. Por el contrario, si a pesar del miedo
el sujeto realiza la acción buena, es mayor el valor moral de esa acción.
A veces, sin embargo, el miedo puede excusar del cumplimiento de leyes positivas
que mandan practicar un acto bueno, si causan gran incomodidad, porque en estos
casos se sobreentiende que el legislador no tiene intención de obligar. Sería el caso,
por ejemplo, de la persona que para evitar un grave conflicto familiar guarda una
verdad que podría revelar. Es una aplicación del principio que dice que las leyes
positivas no obligan con grave incomodidad.