San Agustin y El Problema Del Mal

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1.

SAN AGUSTÍN Y EL PROBLEMA DEL MAL

Según nos cuenta San Agustín en las ‘Confesiones’ 1, en su camino hacia la


conversión existieron tres importantes escollos que debió superar para adherirse
definitivamente a la fe católica, los cuales no lograba vencer debido a la influencia
del maniqueísmo.

Estos impedimentos fueron los siguientes: en primer lugar, el antropomorfismo de


su idea de Dios y la incorrecta interpretación de la divinidad en las Sagradas
Escrituras; en segundo lugar, la falta de fe en Jesucristo, cuya realidad humana y
nacimiento virginal se rehusaba a admitir; en tercer lugar, la naturaleza y el origen
del mal, cuestión que no lograba comprender en la perspectiva de un Dios creador.

Esta última objeción conforma el tema del presente trabajo, en el que se comparará
su pensamiento con el de Dionisio Areopagita, con quien confluye notablemente en
las tesis centrales debido al influjo neoplatónico común en ambos autores. 2

2. CRÍTICA AL MANIQUEISMO

El santo de Hipona logró dar respuesta a sus interrogantes ontológicos y morales


sobre el mal luego de una angustiante e intensa lucha intelectual, auxiliado
principalmente por la lectura de Plotino y Porfirio en el plano metafísico y de las
Sagradas Escrituras en lo concerniente al origen teológico del mal. Las conclusiones
del estudio sobre este tema tan importante para la filosofía cristiana, las plasmó San
Agustín en gran medida en su libro ‘De natura boni.’

La obra está dirigida ‘contra los maniqueos’ 3, quienes sostuvieron un dualismo


según el cual existen dos principios supremos del universo: el Bien y el Mal, que se
hallan en constante lucha y mezclados entre sí. De ellos se derivarían cosas buenas,
malas y mixtas, como es el caso del hombre, quien vive en constante conflicto por
componerse de un espíritu (elemento positivo) y un cuerpo (elemento negativo).

La crítica agustiniense contra su antigua doctrina se centra en que los principios


metafísicos que proclaman el maniqueismo no se fundamentan en una indagación
racional acerca de qué sea el bien y qué sea el mal, sino en afirmarlo
dogmáticamente a partir de una observación superficial del mundo y de la conducta
humana. Dice Santo Tomás que quienes sostuvieron dos primeros principios, uno
bueno y otro malo, cayeron en este error “porque no tuvieron presente la causa
universal de todo ente, sino tan sólo las causas particulares de todos los efectos

1
San Agustín, ‘Confesiones’, libro V, c. 10.
2
También citaré brevemente a Santo Tomás y a San Buenaventura, escolásticos que siguen a San Agustín en
sus especulaciones sobre el mal.
3
Tal es el subtítulo de la obra que estudiaremos.

1
particulares.” 4 Así, si hallaban un ente que era perjudicial para otro, opinaban que
era malo, como si alguien dijera que el fuego es malo porque puede destruir la casa
de un hombre pobre. El Aquinate advierte que la bondad de un ente no puede
juzgarse en relación a algo particular, sino que hay que juzgarlo en sí misma y en
cuanto está ordenada a todo el universo.

Aceptar el dualismo maniqueo, dice San Agustín, traería serias consecuencias


teóricas, como decir que Dios depende del principio del mal para existir o que el
hombre no es responsable de sus actos malos porque son predeterminados. Estas
incongruencias, surgientes de afirmar dos principios opuestos, también las había
mencionado Dionisio: “Es imposible que los entes tengan dos principios, opuestos el
uno al otro y siempre en conflicto. Si esto fuera así no estaría tranquilo ni libre de
molestia, pues habría algo que le perturbaría. Además, todas las cosas estarían
desordenadas y en continua lucha.” 5 Ante la postura maniquea, San Agustín retoma
el estudio del mal, buscando responder sobre su naturaleza y sobre su origen.

3. ¿QUÉ ES EL MAL?

El principio supremo del bien del que hablan los maniqueos es Dios, el ser pleno, el
ser en sumo grado. Ahora bien, el principio supremo del mal deberá ser lo contrario
a Dios. Pero, puesto que Dios es el sumo ser y lo contrario al ser es el no ser, resulta
que no puede existir ninguna naturaleza contraria a Dios. Por lo tanto, el mal no
existe como ente, el mal no está en el ser sino que consiste en cierta privación de ser.

Como vemos, San Agustín, siguiendo a Plotino, identifica ser y bien, como también
lo hace Dionisio: “Todas las cosas, por el mero hecho de ser, son buenas y
proceden del Bien (…) Donde todo es íntegramente bueno, el mal no existe.” 6
También Santo Tomás, quien afirma: “no existir y no ser bueno es lo mismo (…)
Todo ente es bueno en la medida que es. Todo ente, en cuanto tal, está en acto y es
de algún modo perfecto, porque todo acto es una perfección. Pues bien, lo perfecto
tiene razón de apetecible y de bueno, según hemos dicho y, por consiguiente, todo
ente en cuanto tal, es bueno.” 7

Es claro que toda naturaleza en cuanto naturaleza es un bien, pues no puede provenir
sino del Sumo Bien que es Dios, quien crea todas las cosas de la nada. Por eso dice
San Agustín: “Ninguna natura es mala en cuanto natura; el mal para cada natura
no es sino la disminución del bien. Si disminuyendo, este bien se consumiere hasta
anularse, como no queda ningún bien, ninguna natura quedaría.” 8

4
Santo Tomás de Aquino, ‘Suma teológica’, I q. 49, a. 3.
5
Dionisio Areopagita, ‘Los Nombres de Dios’, Cap 4, 721 D.
6
Ibídem, 720 B y 721 B respectivamente.
7
Santo Tomás de Aquino, op cit, I q. 48, a. 1.
8
San Agustín, ‘De natura boni’, 17.

2
Sólo se puede hablar del mal con relación al bien. En este sentido, puede decirse que
el ente malo es bueno en tanto que es, pues su ser lo participa del Sumo Bien. Así,
por ejemplo, podemos decir que el mismo Satanás es bueno, en cuanto que es un
espíritu puro creado por Dios. Esto lo vio claramente el Areopagita, quien dice que
“ni aún los demonios son malos por naturaleza, porque si lo fueran no procederían
del Bien, ni existirían en el universo.” 9

Por otra parte, en Dios no puede haber mal alguno pues, como vimos, es el ser
pleno, omniperfecto y acto puro. Toda creatura, por no ser Dios, ha sido hecha de la
nada y, por ello, es finita y acto-potencial. O dicho con palabras de San Agustín:
“Las cosas han sido hechas por él, él les dio el ser a cada una según su modo”
mientras que “de Dios no debe decirse que tiene modo.” 10

Aquí vemos la evolución del pensamiento de San Agustín acerca de la idea de Dios
que habíamos planteado en la introducción. A diferencia del creador, que es el ser
subsistente, infinito e inmutable, las creaturas se caracterizan por su dependencia
ontológica, por su finitud y por su mutabilidad. Esta limitación no es un mal, sino el
modo de ser de lo creado, caracterizado por la contingencia, nota que lo distingue
del ser necesario, es decir, Dios. “La Bondad perfecta se extiende por todas las
cosas (…) Totalmente presente en todos los entes, en otros menos y mínima en otros,
según la capacidad que cada cual tiene para percibirla.” 11

4. MAL FÍSICO Y MAL MORAL

El mal se entiende de dos maneras: en cuanto afecta a las naturalezas corpóreas


como mal físico y en cuanto afecta a las acciones libres de los seres espirituales
como mal moral. El mal físico es la privación de lo que al ente le corresponde por
naturaleza. Dice San Agustín que “el mal no es otra cosa que la corrupción, sea del
modo, sea de la especie, sea del orden natural.” 12
Santo Tomás sigue al obispo de Hipona en esto, señalando su fundamento teológico
en el fragmento bíblico que dice: “Todo lo dispusiste con número, peso y medida.”
13
En ello radica el bien de las creaturas y su perfección, pues para que un ente sea
perfecto no basta con la forma que lo determina (número), sino que es necesario lo
que ella presupone y lo que de ella se sigue, es decir, el principio pasivo o material
(medida) y la inclinación al fin y a la acción en virtud de su forma sustancial (peso).

9
Dionisio Areopagita, op. cit, 724 C.
10
San Agustín, op. cit, 19 y 22.
11
Dionisio Areopagita, op. cit, 717 D.
12
San Agustín, op. cit, 4.
13
Salmos, 11, 21

3
Volviendo a San Agustín, decíamos que el mal físico es la corrupción de estos tres
factores, igualmente “aunque corrupta, en cuanto natura, es buena; en cuanto
corrupta, es mala.” 14 Por esta razón, una naturaleza de orden superior, aunque
corrupta, puede ser mejor que una inferior aunque incorrupta, entendiéndose ‘mejor’
en sentido ontológico y no en sentido moral. Dionisio también dice: “Una cosa es
más o menos buena según que se acerque más o menos a Dios.” 15 Satanás es
superior y más digno que un hombre santo en la escala de la naturaleza, pues
participa más del Ser, aún cuando moralmente esté condenado al infierno y no pueda
gozar del paraíso como lo hace el santo.
Dice San Agustín que de algo se dice que es malo en tres sentidos: o se dice de algo
que es malo porque es menor de lo que debiera ser, o que algo es malo en
comparación con otra cosa más buena, o que algo es malo porque aparentemente
carece de orden. Sin embargo, si observamos con sabiduría a la naturaleza, veremos
en estas ausencias de las cosas que están ordenadas de tal manera en el conjunto del
universo que hacen a su armonía, análogamente a como en nuestros discursos los
silencios que hacemos son convenientes a la totalidad. Santo Tomás, en sintonía con
San Agustín, dice: “La perfección del universo requiere que haya desigualdad en
las cosas a fin de que se cumplan todos los grados de bondad.” 16
El mal moral, en cambio, es el que afecta a las creaturas espirituales en cuanto
libres. San Agustín lo define de la siguiente manera: “El pecado o iniquidad no es el
apetito de naturas malas, sino el abandono de las mejores.” 17 En la misma
definición que nos da San Agustín, el pecado reside en el acto de libre albedrío,
independientemente de lo apetecido, que es siempre un bien, siendo siempre una
mala elección, o sea, la elección de un bien menor al que debiera elegirse.
“Y por esto, el acto mismo es malo, no aquella natura de la que se usa mal el que
peca. El mal es un mal uso de lo bueno.” 18 Varios siglos más tarde, San
Buenaventura dirá que “como la voluntad libre es la que corrompe en sí el modo, la
especie y el orden, apartándose del verdadero bien, todo pecado como tal procede
de la voluntad como de su primer origen y reside en la voluntad como en su propio
sujeto.” 19

14
San Agustín, op. cit, 4
15
Dionisio Areopagita, op. cit, 717 D.
16
Santo Tomás de Aquino, op cit, I q. 48, a. 2. Para que no sea mal interpretada la doctrina del mal me parece
oportuno citar un comentario que hace Jacques Maritain en su obra ‘Santo Tomás de Aquino y el problema
del mal’. Dice: “La privación de un bien que debería existir en una cosa. Esta doctrina se comprende mal
con frecuencia. Se cree que niega o desconoce la realidad del mal, siendo así que descansa toda ella sobre la
realidad de la privación o de la lepra de la ausencia (…) El mal es real, existe realmente como una herida o
una mutilación del ser (…) El mal existe así en el bien, dicho de otra manera, el sujeto portador del mal es
bueno porque hay ser en él.”
17
San Agustín, op. cit, 34
18
San Agustín, op. cit, 36
19
San Buenaventura, ‘Breviloquio’, III, 1-1

4
5. ORIGEN DEL MAL

Una vez que San Agustín responde en qué consiste el mal, pasa a preguntarse por su
origen. Aquí entramos en el plano teológico, pues sabemos por revelación que el
verdadero mal y raíz de todos los males es el mal moral, que proviene del mal uso de
la libertad del ángel y del hombre.
En lo que al hombre concierne, en el pecado original la culpa no reside en comer el
fruto prohibido, que en cuanto naturaleza era bueno, sino en abandonar un bien
mayor, a saber, el estar sometido a Dios y a cumplir su voluntad. Es evidente que el
hombre no elige un mal, sino que él elige mal. “El pecado no es una entidad, sino
defecto y corrupción que destruye el modo, la especie y el orden de la voluntad
creada.” 20, la cual fue creada según San Buenaventura para “obrar con
dependencia de Dios, según Dios y para Dios” 21, al ser el hombre una creatura
deficiente por provenir de la nada.
Como el hombre fue creado en su ser más íntimo para Dios, las consecuencias de
esta separación son terribles: pierde su armonía interior, pierde su armonía en
relación con los demás y con las cosas del mundo, surgen las enfermedades y la
muerte, sus potencias espirituales quedan debilitadas: a la inteligencia le es difícil
alcanzar la verdad y a la voluntad le cuesta adherir al bien.
Lo importante aquí es dejar bien en claro que el pecado (mal) procede, no desde el
ser (bien) sino desde la nada (no-ser), siendo introducido por el hombre al no
considerar el orden objetivo del universo. Si no se acepta que el origen del mal está
en el hombre, se termina inevitablemente ontologizando el mal.

6. EL MISTERIO DEL MAL

Este trabajo ha querido hacer un somero recorrido por las cuestiones centrales del
tema del mal en el pensamiento cristiano, con San Agustín como guía, en continua
referencia a Dionisio en el mundo griego y a Santo Tomás y a San Buenaventura
como proyección escolástica del pensamiento agustiniense. Hemos visto la
confluencia entre el pensamiento agustiniense y el dionisíaco, quienes a pesar de
pertenecer a culturas dispares tienen la misma base neoplatónica. 22

20
Ibídem, III, 1-1
21
Ibídem, III, 1-2
22
La investigación de las obras de Plotino, Porfirio y Proclo (sobre todo la obra de este último titulada ‘De
malorum subsistentia’) y de su influencia sobre el pensamiento cristiano, podría ser la temática de otro estudio
que complete la comprensión de la cuestión del mal en los autores estudiados.

5
La importancia de la doctrina de San Agustín para la filosofía cristiana es vital, ya
que fundamenta la bondad ontológica de todo lo que es, concluyendo que el mal es
impotente en sí mismo, ya que para darse necesita inherir en el bien. En esta
supremacía del bien sobre el mal descansa precisamente el ‘optimismo cristiano’.
Ahora bien, más allá de las respuestas del obispo de Hipona a sus preguntas
metafísicas, quedan otras por responder, como por ejemplo las que plantea Dionisio
al principio de su tratado sobre el mal: “¿Por qué el Bien ha decidido que exista el
mal? Pues existe la Providencia, ¿cómo es posible el mal, cómo nace, por qué no lo
acaba?” 23
Por lo pronto, sabemos que Dios respetó la elección libre de las creaturas
espirituales creadas a su imagen y que, por ello, las dejó pecar. San Buenaventura
dice, citando a San Agustín, que “el primer Principio, como es poderosísimo en el
crear, así es rectísimo en el gobernar, y por eso de tal modo administra las cosas
que creó, que deja que ellas mismas ejecuten sus propios movimientos.” 24
Dios quiere al hombre libre y respeta su desorden, pero también Dios quiere el bien
y solamente el bien. ¿Cómo podemos entender esto? Más allá de las aporías
teoréticas, cuántas veces, perplejos frente a las injusticias y miserias de aquí abajo,
levantamos nuestra mirada y preguntamos a Dios: ¿por qué? Ante grandes
catástrofes, accidentes, crímenes, ante la muerte de un ser querido, preguntamos e,
incluso, reclamamos, sumidos en el dolor, una respuesta divina que justifique el mal
acontecido.
Entonces, ¿por qué permite Dios el mal si sólo quiere el bien? No sabemos.
Deberíamos entrar en la mente de Dios para poder responder a esta pregunta que nos
está vedada, por más que sepamos por revelación que al final de los tiempos
desaparecerá el mal y Dios hará justicia eterna. Una vez más, en esta cuestión como
en tantas otras, es la teología quien tiene la última palabra.

23
Dionisio Areopagita, op. cit, 716 A.
24
San Buenaventura, op. cit,, III, 2-3

6
BIBLIOGRAFÍA

- SAN AGUSTÍN, ‘DE NATURA BONI’, BAC, MADRID, 1974


- DIONISIO AREOPAGITA, ‘LOS NOMBRES DE DIOS’, BAC, MADRID, 1974, CAP 4
- SANTO TOMÁS DE AQUINO, ‘SUMA TEOLÓGICA’, BAC, MADRID, 1964, I Q 5,6,48,49
- SAN BUENAVENTURA, ‘BREVILOQUIO’, 1945, III PARTE 1, 2, 3

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