Viaje A Mis Heridas Emocionales - Juan Ramón Virumbrales
Viaje A Mis Heridas Emocionales - Juan Ramón Virumbrales
Viaje A Mis Heridas Emocionales - Juan Ramón Virumbrales
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parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático.
Dedicado a todas aquellas orugas que desconocen que pueden volar.
«Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, [...] estaba prisionero en la
Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas
llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, solo decía:
«¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!». Tenía
frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir,
horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón.
Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío,
dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida».
EL ÁRBOL DE LA VIDA
Buenos días a todos. Presumo que muchos de vosotros estáis de vuelta desde
lejanos rincones de la filosofía, la autoayuda y la espiritualidad sin otro interés
que el de perseguir con esfuerzo la anhelada felicidad. Sin embargo, muchos de
los aquí presentes os preguntáis con estupor por qué razón todavía no habéis
descubierto el ansiado tesoro. Después de horas de cursos, formaciones, vídeos y
lecturas varias, todos sabéis cuáles son los ingredientes esenciales para construir
una vida donde habite la paz interior y la armonía. ¿Me equivoco?
¿Quiénes de los aquí presentes desconocen los perjuicios que suscitan el juzgar
y el reaccionar de mala manera? ¿Cuántos ignoramos que para alcanzar la
felicidad debemos amarnos, cultivar el perdón, vivir con ilusión, ser agradecidos,
alegres, compasivos, vivir con sentido y fluir con la vida? Y si lo sabemos…
¿Qué sucede entonces? ¿Qué estamos haciendo mal? Quizás debamos poner el
foco de atención en otros territorios. Me explicaré apoyándome en una metáfora:
por muchos cursos, charlas, vídeos y lecturas que consumamos acerca de la
práctica de la natación, por ejemplo, nunca conseguiremos dominar el arte de
nadar si ignoramos que estamos maniatados de pies y manos.
Mi nombre es Juan Ramón Virumbrales, aunque me podéis llamar Raymon.
Antes de comenzar me complace dar las gracias a la organización y, por
supuesto, a todos los presentes por asistir a esta conferencia de desarrollo
personal titulada «Viaje a mis heridas emocionales». Me gustaría enfatizar el
hecho de que no soy ningún gurú, sino un estudiante corriente que aprendió a ser
feliz. Tan solo deseo compartir todo aquello que ha enriquecido mi vida sin
ánimo de imponer un único camino hacia la verdad.
Notad que cada uno de los presentes valoraréis esta conferencia desde vuestro
mapa mental. Por lo que ruego vuestra comprensión si en algún momento me
excedo en mis afirmaciones, provocaciones y sentencias categóricas sin atender
a otros horizontes. Me alegrará si alguna de las enseñanzas que comparta en este
espacio llegase a vibrar con vosotros y pudiera seros de utilidad. Ahora bien, me
encantaría contar con una audiencia escéptica que se cuestione las reflexiones y
que, lejos de creerse mis testimonios, verifique estos a través de la experiencia.
No estamos aquí para tener razón, sino para alcanzar un destino llamado
felicidad.
Antes de comenzar me gustaría matizar algunos aspectos.
Permitidme si exagero y expreso con cierta solemnidad que adoro viajar
porque creo que la felicidad cuando viaja lo hace en bicicleta. Soy un
convencido de que desde una bicicleta y a la velocidad de las hadas el mundo se
respira desde otra profundidad y alegría, circunstancia que me permite no solo
recuperar mi biorritmo natural, sino conocer tanto la realidad social como la
idiosincrasia de las comunidades en las que aspiro a desarrollar proyectos
sociales.
[El silencio es abrumador y el público persigue con la mirada cada uno de mis
movimientos sobre el escenario. Tras haber terminado con mi introducción
estrella, los nervios flaquean y comienzo a sentirme más cómodo].
Los más de 45 000 km en bicicleta tan solo son una referencia, un dato que
emociona, una etiqueta de marketing que no representa la enjundia de una vida y
de un viaje. Porque la grandeza de un viaje no se mide en kilómetros, tampoco
en países visitados, ni siquiera en el hecho de dar una vuelta al mundo. Desde mi
sentir, la excelencia de un viaje se mide en la cantidad de amigos y experiencias
que albergues en tu corazón. En el conjunto de miedos y prejuicios derribados y,
especialmente, en la cantidad de tolerancia, humildad y paz interior adquirida. O
expresado de otra forma: un viajero no se construye con cifras, sino que se
edifica desde la conciencia y la comprensión del ser.
¿Cómo encajan los proyectos solidarios en estos viajes?, os preguntaréis
algunos. Fijaos, seré breve. En el año 2008 fundé la organización no
gubernamental por el desarrollo (ONGD) Otravidaesposible. En realidad, su
creación se debió a la imperiosa necesidad de llenar mi vacío interior. Es decir,
fue una proyección de mi ego en busca de sentido.
[Permanecí sereno durante algunos segundos observando las facciones
sorprendidas de una parte del público].
Aunque a muchos les resultará sorprendente esta confesión, supongo que
ninguno de los presentes ignora a qué me refiero cuando utilizo el término vacío
existencial. ¿Alguien entre el público desconoce esta expresión?... Vuestro gesto
de complicidad indica que todos sabéis de qué hablo.
Por aquel tiempo desconocía por completo mi amnesia emocional. En ninguna
etapa de mi educación había escuchado nada en absoluto sobre la herida de la
traición y la injusticia. Heridas, por así decirlo, que me indujeron a crear la
ONGD y que, aunque pueda resultar insólito, me acompañan y continúan
gobernando mi vida cuando me desoriento. Por otro lado, aunque la gestión y
dirección de la ONGD se colase en mi vida como falso propósito, la experiencia
derivada me sirvió como aprendizaje y fuente de inspiración para construirme
como individuo. Me explico. Existía «un porqué» que me empujaba a
levantarme cada mañana. Sí, es cierto, era «un porqué» diseñado desde el ego,
pero al menos yo no ignoraba el rumbo de mi devenir. Y saber a dónde te diriges
en estos tiempos de confusión constituye un tesoro a salvaguardar venga de
donde venga. Al terminar esta conferencia muchos tomaréis consciencia de lo
esclavizados que estamos a nuestro patrón egoico.
Comenzaré con la primera diapositiva mostrando una frase de Albert Einstein:
Para evitar los posibles cabos sueltos, me gustaría sintetizar las ideas expuestas
en la siguiente diapositiva:
Has dicho que la felicidad es una consecuencia que surge de una paz
sostenida en el tiempo. ¿No crees que el ser humano necesita de ciertos
obstáculos para ser feliz? Sospecho que vivir todo el tiempo en paz quizás
sea hasta aburrido.
Así es. La paz sostenida no significa de ninguna manera transitar una vida en la
que nunca sucede nada. De hecho, así lo experimenta gran parte de nuestra
sociedad de consumo cuando confundió la felicidad con el exceso de seguridad
que proporciona el confort. De alguna forma entendimos que para alcanzar el
confort necesitábamos dinero, en vez de una vida con propósito. Fue entonces
cuando decidimos renunciar a la pasión y el sentido para vender nuestro tiempo
y alma por un salario. El exceso de comodidad nos secuestró en fortalezas
feudales cerca de todo lo material, pero lejos del vecino. Vidas privadas
perfectas, vidas sin sorpresa, en las que nunca pasa nada, salvo el vacío y el
aburrimiento que resulta del individualismo y el abandono del ser. Como bien
expresó Nietzche:
Pienso que ser feliz implica experimentar una vida de riesgos y dificultades.
Por otra parte, tengo la impresión de que hemos cometido el terrible error de
asociar los problemas y la incertidumbre a la infelicidad. ¿Alguien en la sala
tiene la misma percepción? Creo firmemente que al final de la incómoda
adversidad, la felicidad se expande. ¿Cómo podríamos si no descubrir nuestra
sombra, nuestras heridas emocionales o reconciliarnos con nuestro niño interior?
¿De qué otra forma llegaríamos a manifestar nuestros dones y talentos así como
nuestro amor ilimitado? Se precisa sudar la camiseta para integrar la muerte, la
soledad, el dolor, el agradecimiento, el perdón, la capacidad para aceptar y
desapegarnos, así como la maravillosa habilidad para relacionarnos con los
demás.
La felicidad siempre se viste de audacia. Porque debemos ser muy valientes
para asumir los desafíos de la vida que hemos elegido. Debemos ser muy
atrevidos para superar todos los obstáculos que existen hasta descubrir el atlas de
nuestra geografía emocional. Un mapa hacia un lugar llamado paz espiritual.
Paz interior no significa ausencia de dolor, miedo, inseguridad, adversidad y
riesgo, sino comprender desde la aceptación y la serenidad todos aquellos
aspectos de la vida que no podemos cambiar.
vvv
HERIDAS EMOCIONALES
La camisa de fuerza de la felicidad
Recordad este árbol porque será recurrente durante toda la conferencia. Los
objetivos del siguiente análisis son:
Me llevó un año tomar la difícil decisión, pero de una cosa estaba seguro:
debía reescribir mi propia historia y abandonar aquella anotación a pie de página
que Matrix había subrayado sobre cómo deberían ser mis próximos cuarenta
años. Recuerdo una frase que dejé registrada en mi último viaje a la India y que
planeaba por mi cabeza:
Recuerdo ese primer viaje en bicicleta como una aventura al centro de mis
heridas emocionales. No albergo dudas de que me fugué de mi vida, algo, por
cierto, que he advertido en muchos aventureros. Resulta obvio que me
encontraba harto de todo lo que me rodeaba, y lo evidenciaba culpando a todo el
mundo de las decisiones que yo había tomado y que deslucían mi vida. La
sociedad, la política, la educación, la religión, la familia…, todo estaba mal.
Encontré muchos culpables en los que proyectar la ira, la insatisfacción y el
vacío. Confieso que me acomodé en el victimismo, circunstancia que me sirvió
de excusa durante un tiempo.
¿Y qué es el victimismo? Pues..., desde mi percepción, ser víctima significa
creer sin cuestionamientos que la vida debe darte cosas que contribuyan a tu
felicidad. El victimismo representa una de las mayores expresiones de toxicidad
e inmadurez que puede manifestar una persona, ya que no te haces responsable
de tu vida y dedicas tus mejores energías a condenar, señalar y buscar verdugos.
Todos son culpables excepto tú. ¿Os resulta familiar? ¡Os tiene que sonar! Es el
modus operandi de nuestra sociedad.
El tiempo, la curiosidad, las lecturas, la soledad y el silencio calaron en ese
viaje y me condujeron a un terreno inexplorado de mi personalidad. Por primera
vez fui consciente de todas las heridas que sangraban en mi interior y que por
alguna razón me había sentido incapaz de nombrar y describir.
Dispongo de una mala y una buena noticia… La mala es que todos los
individuos cargan con heridas emocionales. No se salva nadie, pues estas operan
a nivel inconsciente y por desgracia ignoramos la forma en la que gobiernan
nuestra vida. Imaginad una digestión. El proceso es automático, no tenéis que
pensar en ello. Y la buena noticia es que cuando estas heridas se sanan, porque
se pueden sanar, os prometo que reiréis sin ataduras al evocar el sufrimiento que
llegasteis a soportar por ignorar esta programación.
¿Alguien en la sala conoce cuáles son sus heridas emocionales? Os pido por
favor que seáis honestos al levantar la mano —no más de cinco personas alzaron
su brazo.
No tenéis por qué tomarme en serio por lo que voy a decir, pero aseguro sin
duda alguna que resulta imposible llegar a ser personas felices sin atender a la
sanación de nuestras heridas emocionales. De hecho, somos una sociedad de
fugitivos, porque todos huimos de nosotros mismos. Fijaos: debemos de partir de
la base que somos personas educadas en el miedo, no en el amor. Nadie entendió
la necesidad de enseñar a amarnos. Crecemos dañados por padres y madres que,
por desconocimiento, fueron a su vez mutilados emocionalmente. Cuando somos
niños vulnerables nos critican, nos juzgan, nos comparan, nos empujan al
sacrificio, a la competición, a adaptarnos a una normativa social que no
comprendemos. «Te quiero si no gritas», «te amaré si te portas bien». ¿Os resulta
familiar este amor condicionado? Nos enseñan a cultivar la bondad con los
demás, pero no por el ejemplar hecho de amar, sino para no perder su
aprobación. La penumbra emocional en la que crecemos origina profundas
lesiones en nuestros corazones. Una de las más importantes guarda relación con
la autoestima. Porque en la medida que reconozcas amor en ti, así será el mundo
que experimentes.
¿Por qué son tan importantes las heridas emocionales? Las heridas
emocionales de la infancia condicionarán irremediablemente cómo será nuestra
calidad de vida cuando alcancemos la edad adulta, ya que vamos a interpretar
nuestro universo interior y la realidad que percibimos a través del prisma de
nuestro dolor. ¡Vemos solo aquello que destaca nuestra programación mental!
Conforme a las aportaciones de Lise Bourbeau2, la distinguida escritora
experta en el ámbito del desarrollo personal y los traumas emocionales, las
heridas son cinco. Considero importante enumerar brevemente cada una de ellas:
Injusticia (Rigidez). Esta herida suele revelarse entre el cuarto y el sexto año de
edad y la causa comúnmente el progenitor del mismo sexo, en mi caso, mi padre.
Esta herida nace de experiencias donde el menor percibe a unos educadores
fríos, distantes y autoritarios que promueven escenarios de convivencia
considerados injustos para el menor, como la comparación y la discriminación
entre hermanos. La exigencia constante que experimenta el niño procurará
acusados sentimientos de ineficacia, inutilidad y sensación de injusticia. ¿Qué
rasgos característicos exhibimos las personas que sufrimos esta herida? Pues
somos personas muy exigentes con nosotros mismos, rígidos, inflexibles,
perfeccionistas, fanáticos del orden, además de moralistas e insensibles.
Sostenemos cierta incapacidad para conectarnos con nuestro cuerpo y
emociones. Son las conductas que enmascaran la baja autoestima.
A los que arrastramos esta herida nos llaman la atención las parejas sensibles
que poseen la habilidad para conectar con sus emociones, ya que nosotros las
reprimimos. Por eso albergamos un sentimiento amor-odio por las personas
espontáneas, entusiastas, hedonistas, flexibles y que se permiten fluir. Lo digo
por experiencia. Mis parejas sentimentales siempre han cumplido dicho patrón.
Es importante señalar que estas heridas emocionales se registraron alrededor
de los primeros siete años de edad coincidiendo con la que podría ser la etapa
más importante de desarrollo del menor: la concepción de la personalidad y la
muerte emocional de la persona. ¿Por qué se denomina muerte emocional?
Porque después de los siete años ninguna emoción es nueva. Las emociones
cristalizadas durante el primer septenio no se recuerdan y, además, se repetirán y
serán una constante durante nuestra madurez. Puede parecer extraño, pero,
aunque percibamos un aprendizaje continuo en nuestra experiencia adulta, nada
es nuevo desde un plano emocional. Como veis son razones de peso para
justificar por qué las heridas emocionales operan en un plano inconsciente y
resulta casi imposible recordar el momento exacto en el que se produjeron.
Supone un despropósito además de un error ensañarse con vuestros
progenitores por el papel que representaron como educadores. Quizás muchos no
ocuparon el pedestal de buenos padres, obvio. Sin embargo, para ser justos,
habría que atender a su grado de amputación emocional y carga de sufrimiento
que arrastraban del pasado. Esta apreciación es importante y me gustaría que la
valoréis durante veinte segundos… Cerrad los ojos, respirad profundamente y
visualizaos en una situación en la que vuestros padres, dominados por una
respuesta automática derivada de sus heridas, os hicieran sentir mal. Lo
resumiremos en medita, valora, acepta y perdona.
Una gran parte de padres y madres fueron víctimas de otras víctimas. A lo que
añado que la mayoría de los progenitores actuaron como lo habríamos hecho
cualquiera de nosotros. Una cosa son los hechos y, otra, la manera subjetiva en la
que el menor interpreta estos desde su sentimiento de inseguridad y carencia. La
interpretación que forma el menor de una situación siempre se sostiene por
condicionamientos emocionales e instintos primarios. Una niña podría engendrar
una herida de abandono como respuesta a la llegada de un nuevo miembro a la
familia, una hermanita que absorbe la atención de su padre, pero el hecho en sí
no justifica la herida. ¿Se entiende lo que digo? Es la percepción del menor, no
la verdad.
Aprovecho para enlazar con una pregunta de vital importancia: ¿A qué
escenarios nos conduce el completo desconocimiento de nuestras heridas
emocionales? Abarcaré algunos contextos interesantes solo con la intención de
que susciten una reflexión.
«Si crees que estás iluminado, vete a pasar una semana con tu
familia».
Continúo con otra frase superlativa cosecha del Dr. Jorge Carvajal:
Recapitulemos:
v
Mencionaste que las heridas se perpetúan de padres a hijos. ¿Cómo
funciona esto exactamente?
Esta es una de las mayores lacras que sostiene este mundo. Afirmo sin rodeos
que todos nosotros somos un apéndice emocional de la programación de
nuestros padres. No le prestamos atención a la manera en que las creencias,
dogmas y heridas sin resolver de los progenitores son implantadas en la mente
inmaculada de los menores. No puede haber hijos conscientes sin padres
conscientes. A una edad temprana lo único que reclamamos es amor, por eso
todo lo que expresan nuestros padres desde la emotividad se etiqueta como
verdad y cicatriza en nuestro inconsciente para toda la vida.
Así que nos podemos hacer una idea del poder que esconden las palabras
lanzadas por un progenitor herido y el sentir con el que las acoge el menor:
«¡Qué inútil eres, todo lo tengo que hacer yo! ¡Me desesperas! ¡Estás atontado!».
Ese dolor profundamente sentido en soledad se convierte en un trauma que te
roba la mitad de lo que eres.
Tenemos padres y madres heridos de todos los colores, aunque personalmente
pienso que las madres juegan un papel más importante en los tres primeros años
de vida del menor. En un ejercicio de honestidad debemos reconocer que
muchos de nosotros somos hijos de progenitores controladores, sobreprotectores,
absorbentes y posesivos, perfeccionistas y exigentes, despectivos, ausentes,
manipuladores y victimistas. Cabe decir que estos rasgos se manifiestan de una
manera muy sutil, casi inapreciable. Padres y madres tóxicos que, a pesar de
profesarnos su idea de amor y sus buenas intenciones, socavaron
inconscientemente nuestra autoestima, destruyeron la confianza, nos hicieron
sentir culpables, reforzaron vínculos de dependencia, nos rechazaron, nos
insultaron, incluso nos golpearon. Progenitores que por lo general solo
mostraron su apoyo cuando adoptamos y obedecimos sus directrices. Y eso no es
amar, sino una parodia del ego. Sin embargo, el miedo a ser abandonados y a
desprendernos de su amor nos condujo a una esclavitud tolerada y consentida. Es
triste, pero vivimos tan atados emocionalmente a nuestros progenitores que no
soportamos el miedo que causa que nos rechacen, abandonen, humillen,
traicionen o sean injustos con nosotros, turbación suficiente para continuar
alimentando sus heridas y perpetuarlas en nuestra prole repitiendo la historia. Es
decir, elegimos el amor atormentado antes que la desaprobación, preferimos un
tortazo a que nos ignoren. O parafraseando a Faulkner:
¿A qué se debe que los hijos de una pareja manifiesten heridas diferentes
unos de otros?
Me quedé preocupada. ¿Por qué se supone que las madres tenemos más
responsabilidad en los primeros años de crianza?
Me considero una persona insegura y con muchos miedos. ¿De qué tipo de
educación podrían venir estos rasgos?
La enfermedad es un reflejo de las penas del alma. El cuerpo grita cuando algo
le duele y nosotros podemos obtener pistas muy relevantes acerca de las heridas.
La psoriasis6, por ejemplo, en muchos casos se encuentra relacionada con la
sensación de separación con uno mismo. Estar en un lugar donde uno no se
siente bien. La persona que manifiesta la psoriasis normalmente experimenta dos
pérdidas de contacto o doble conflicto en la vida. Es decir, se combina un primer
conflicto de separación en el que la persona se sintió desprotegida, insegura y
con miedo, con un segundo conflicto en el que la persona se siente incapaz de
huir de un individuo o una situación que le es impuesto. Por tanto, reconocer el
conflicto emocional y aceptarlo vendría a ser como desinstalar un programa del
smartphone, ya que no volvería a ejecutarse más.
Antes de mi cambio de rumbo solía sufrir cuadros de vértigo y dolores de
cuello y espalda. En un primer momento pensé que se debía a la ansiedad y el
estrés laboral. Visité a un par de neurólogos y especialistas que no conseguían
averiguar cuál era la raíz del problema. De esto hace ya diecisiete años. Nunca se
me ocurrió investigar las emociones implicadas hasta que con el tiempo fui
consciente que tanto el vértigo como los dolores de cuello guardaban relación
con mis heridas de injusticia y traición. El cuello y la cabeza siempre tienen que
ver con papá ¿Qué trataba de decirme mi enfermedad? Presumo que expresaba a
gritos la falta de verdad que existía en mi vida. Todo nacía de un complejo de
inferioridad no consciente.
El vértigo representa la duda, la incertidumbre, el miedo a que se caiga un pilar
emocional importante. Miedo a perder el control y que mi entorno lo percibiese.
Por ende, temor a la inseguridad e incapacidad para no cumplir las demandas de
la profesión, la familia, la pareja, etc. En mi caso, prevalecía el temor a no
cumplir con las expectativas profesionales.
No obstante, el aspecto que a nosotros nos interesa incide en los baches y
patrones insanos que experimentamos en el día a día. Toda conducta malsana
que seamos capaces de pasar al plano consciente se puede transcender a través
de la aceptación, el perdón y el cambio de hábitos. No me quiero adelantar, más
que nada, porque la reprogramación de creencias la explicaré más adelante. Lo
importante, y enfatizo en ello, es que seamos conscientes de cómo opera nuestro
piloto automático o «personaje».
De momento, y continuando con el paso cuatro, seamos simplemente
observadores conscientes. Identifiquemos cada situación traumática que nos
ocurre para disociarnos y apuntemos la experiencia en un cuaderno. Titulemos
este como «Mi niño interior, del miedo al amor». ¿Qué dolencias físicas
experimento? ¿Qué es aquello que me hace reaccionar y perder el control? ¿Qué
se oculta detrás de mi enfado? ¿Qué estoy reprimiendo? ¿Podría provenir de
papá, de mamá? El shock infantil siempre resurge. Cuando asoma la tristeza, la
frustración o el enfado en nuestras vidas, siempre es la queja de nuestro niño
interior incomprendido. La emoción siempre es el niño. ¿Y qué necesita? Que
seamos precisamente el adulto que realmente necesita ese niño herido. Alguien
en quien confiar que lo abrace y lo comprenda.
Mucha atención aquí, lo reitero como paso cinco. Normalmente todos caemos
en esta trampa. Es un callejón sin salida esgrimir una actitud victimista y
pretender sanar las heridas culpando a los padres. Sostenemos un autoengaño
incorregible al intentar transformar a nuestros padres con frases del tipo: «Es que
lo hago por su bien, solo deseo que sean felices». Estos clichés en realidad se
fundamentan sobre una falsa creencia, porque ninguna persona es responsable de
la felicidad de otra. Queremos que nuestros padres cambien para que afloje
nuestra culpa y nos sintamos mejor. En realidad, no los aceptas, por eso sufres.
Eso no es amor, se llama miedo.
Una rosa no es responsable de la belleza de otras flores. Comparte jardín y
cohabita en comunidad, cierto, pero el florecimiento depende de las raíces
saneadas de cada una. Por tanto, la felicidad no es un producto que circula de
mano en mano recompensando a quien lo posee. Nadie puede hacer feliz a nadie,
porque nadie puede sanar a tu niño interior por ti. Es importante que
comprendamos esta declaración. Tomemos treinta segundos para meditar,
valorar y aceptar esto último…
Lo que sí podemos hacer, terminando con el paso seis, es elaborar un plan para
desidentificarnos de nuestra antigua identidad. Y para ello necesitamos «matar a
los padres»…, en un plano psicológico, quiero decir. Esto es fácil decirlo, pero
complicadísimo llevarlo a cabo, ya que significa romper con el gran secreto
familiar y la tácita fidelidad al clan que se perpetúa en el inconsciente de
generación en generación. Es decir, romper con el contrato familiar con
elegancia. Aún recuerdo el día en el que decidí desterrar a mis padres
emocionalmente, una asignatura pendiente que deberíamos afrontar todos los
hijos. Padres y madres conservan su estrecha dependencia emocional con
nosotros, pero nosotros también con ellos. Y es cobarde que continuemos
enganchados a su manantial emocional solo por el hecho de mendigar un amor
que, además de carecer de autenticidad, no llega como a nosotros nos gustaría.
Pensadlo. Nos liberamos a nosotros, y les liberamos a ellos. La felicidad
comienza cuando aprendemos a generar amor interior.
A mis treinta y tres años, en pleno desmantelamiento de mi vida, me impuse
liberar un pensamiento organizado que llevaba años incomodando mi sentir. Me
recuerdo cuchara en mano en la mesa del comedor mientras mis padres me
observaban atónitos ejerciendo su derecho a criticar y cuestionar cada uno de los
cambios que había decidido adoptar en mi nueva vida. En un arrebato indómito y
mirándoles a los ojos, declaré nervioso pero lleno de confianza:
«Papá, mamá. A partir de este momento nunca, y digo nunca, tomaré un
camino para ganarme vuestra aprobación o vuestro orgullo. Se acabó. Toda
decisión o iniciativa que abrace en mi vida irá en consonancia únicamente con
mi autenticidad, autoestima y realización personal».
Imaginad la cara de póker que dibujaron mis padres en su rostro. Presumo que
junto al día en el que descubrí mi vocación y mi lugar en el mundo, matar a mis
padres psicológicamente podría considerarse como uno de los días más
importantes de mi vida.
vvv
Todo ser humano se pregunta, de una forma u otra, por qué el mundo sigue
llorando desconsoladamente. No dejamos de cuestionarnos por qué a pesar de
pertenecer a la civilización más evolucionada e informada de la historia, y
experimentar diferentes ideologías políticas así como periodos de bienestar, la
humanidad no encuentra la paz sostenida que tanto anhela. La realidad que
observamos y que tanto nos abruma continúa reflejando culpa, resentimiento,
odio, envidia, codicia, injusticia, desigualdad, guerra y muerte. Debatimos
interminablemente culpando a la política, la economía o la lucha de clases. Pero
quizás deberíamos reflexionar sobre el hecho de que somos víctimas de padres y
madres que fueron rotos emocionalmente en su infancia. Y el mundo no podrá
brillar jamás mientras, generación tras generación, sigamos lanzando a esta vida
seres heridos y maltratados perpetuando esta tragedia humanitaria.
Y pasando a otro asunto: ¿Os gustaría saber lo previsibles que podemos llegar
a ser, a pesar de albergar la idea de que somos un mar de originalidad?
2 Las cinco heridas emocionales que se referencian en esta obra proceden de la bibliografía de esta autora.
3 Véase trastorno facticio o síndrome de Münchhausen.
4 Daniel Gambartte. Director del Instituto Argentino de Descodificación Biológica.
5 Véase teoría de los apegos del psiquiatra y psicoanalista John Bowlby.
6 Daniel Gambarte, descodificación emocional.
3
AUTOCONOCIMIENTO Y ENEAGRAMA
Si no sabes quién eres, no sabrás aprovechar tu luz
Mencionaste que el eneagrama nos muestra las dos formas que tiene cada
eneatipo de vivirse. Su parte más sombra o ego y su parte más luz o ser.
Pero no entiendo cuál es el personaje. ¿El personaje es la totalidad del
eneatipo o es solo su parte egocéntrica?
El patrón mental o verdad individual incluye todos los rasgos particulares del
eneatipo. Lo que sucede es que dichos rasgos se pueden vivir desde la esencia-
amor o desde el ego-miedo. Y el personaje siempre los ejecuta desde el miedo y
la culpa.
El personaje nace de la separación con nuestra esencia y se cree único y
especial. Esa es la razón por la que con tanto empeño se compara e intenta
defender su sentido de unicidad con el resto. Siente miedo a perder su identidad.
Cuando nos identificamos en exceso con un atributo que consideramos
virtuoso, por ejemplo, el orden, y nos apegamos a una sola idea de cómo tienen
que ser las cosas, nos estresamos, reaccionamos mal y penetramos en un
desequilibrio y malestar sostenidos. Abandonamos el instante presente y
pasamos a un estado de piloto automático en el que solo aspiramos a imponer
nuestra verdad. Es fácil identificar al personaje. Es el que prostituye tu verdadera
esencia, finge, sufre, se compara y vive desde la carencia, la culpa y el miedo.
¿Por qué nuestra mente casi siempre se aferra a lo negativo?
Vayamos por partes. No pretendo ser agorero, pero nos resultaría de gran utilidad
no pecar de ignorancia. Ciertos hallazgos de la neurociencia parecen confirmar
que la felicidad que experimentamos depende en un 40 % de nuestra genética. O
dicho de otro modo, que el temperamento con el que nacemos nos condiciona
indiscutiblemente para percibir el vaso medio lleno o medio vacío. ¿Eso quiere
decir que existen personas que lo tienen más fácil para ser felices? Pues me temo
que sí.
Nuestro sistema límbico o emocional se encuentra conectado con los lóbulos
frontales del cerebro; y las afamadas publicaciones basadas en técnicas de
neuroimagen confirman que aspectos como la depresión, la angustia y el estrés
se asocian con intensa actividad en la amígdala y la corteza prefrontal derecha.
Por el contrario, la actividad neuronal en el área prefrontal izquierda se relaciona
con una química hormonal favorable y con aspectos como la serenidad, la
alegría y el optimismo. Podríamos decir entonces que cada ser humano acoge un
rango de felicidad medible. Eso explicaría por qué cuando una persona es
premiada con la lotería, y esta supera el consecuente estado de euforia, su
balanza genética lo devuelve a su rango base de felicidad.
No obstante, y aunque no seamos tan libres como creíamos para cultivar
nuestra felicidad, no podemos bajar los brazos. Tengamos en cuenta que el 60 %
restante de nuestra capacidad para ser felices es aprendida. Existen estudios que
afirman que aproximadamente un 10 % de nuestra capacidad depende del
entorno y las circunstancias arbitrarias. Otro 50 % se encuentra condicionado por
un trabajo conductual que aboga, entre otros factores, por la sanación de
programas generacionales, las heridas emocionales, el proyecto de vida, la
tolerancia a la frustración, la atención en el instante presente, la actitud, la
gratitud, el perdón y las buenas relaciones interpersonales.
Si os sirve de consuelo, mi temperamento ha dirigido frecuentemente mi
atención a percibir el vaso medio vacío. Pero el hecho de aceptar este
inconveniente muchas veces me ha ayudado a dudar de mi propia percepción;
una de las claves más importantes dentro del territorio del desarrollo personal:
no fiarse de uno mismo. Con todo, mi bienestar emocional no guarda parangón
con el de hace quince años. ¿Por qué en estos momentos de mi existencia el
optimismo, la ilusión, la estima y la confianza impulsan mi vida? Si mi carga
genética temperamental jugaba en mi contra, ¿cómo he conseguido
contrarrestarla? Puede ser que la ciencia confirme que una parte de nuestra
felicidad depende estrechamente de nuestros genes, pero quizás esos genes
respondan a un programa inconsciente transgeneracional heredado con el que
tenemos que cargar. ¿Es posible descodificar dicho programa limitante? Mi
experiencia así lo indica.
Por supuesto. Cada patrón mental o eneatipo mantiene una relación específica en
el campo del amor. Continuaré con mi desnudo emocional y utilizaré un ejemplo
de mi vida que exponga la correspondencia que impera entre la experiencia de
mi personaje y aquello que describe el eneagrama.
Por lo general, mis relaciones sentimentales fueron duraderas, aunque nunca
fui un derroche de sensibilidad y ternura. A decir verdad, mis conductas
manifestaban cierta frialdad y distanciamiento. Siendo honesto, me supone un
esfuerzo fluir en el terreno amoroso, y reconozco que en el fondo siempre ha
predominado el desapego emocional y una agresividad soterrada por defender
mis fronteras e imponer la superioridad moral que sostiene mi personaje.
Si vamos a una fase primigenia de la herida, antes de la etapa edípica entre los
3 y 6 años, la conducta pudo gestarse en el primer año de vida, justo en el
periodo donde se construyen los apegos seguro, ansioso, evitativo y
desorganizado del menor. No pretendo profundizar en cada uno de estos, pero si
de verdad deseáis entender vuestras relaciones, y en particular aquellas
concernientes a la autoestima y la pareja, recomiendo encarecidamente que leáis
sobre ellos8.
El que me toca de cerca es el apego inseguro o evitativo. Notad que si no hay
apego en la niñez, tampoco lo habrá en la etapa adulta. El apego evitativo se
origina cuando el niño percibe la falta de conexión con la madre, aunque puede
ser con el padre. Por alguna razón, el menor distingue que la figura de apego no
se encuentra disponible con la atención que este demanda, por lo que se adaptará
al distanciamiento con la madre y desarrollará un mecanismo de protección para
ocuparse de él mismo, conducta que por lo general repetirá fatalmente en sus
relaciones adultas.
Abro paréntesis. ¡Que ninguna madre se sienta culpable, por favor! Que la
criatura perciba esa carencia por parte de la madre no significa que se
corresponda con la verdadera intención y actitud de esta. Existen otros factores
determinantes. Cierro paréntesis.
El apego evitativo, por tanto, lo expresa mi personaje en la edad adulta desde
el desapego emocional. Siendo honesto, y evocando experiencias pasadas, nunca
le he dado demasiada importancia a las relaciones sentimentales. De hecho,
siempre he experimentado la dependencia hacia la pareja con miedo y como si
fuera algo peligroso. Vamos, que me saltan todas las alarmas cuando percibo que
debo entregarme a la relación. Mis ex parejas, no es un secreto, siempre
coincidieron en su testimonio: por lo general, evité las emociones, la intimidad y
el contacto físico. Y como también describe el eneagrama, solía desconectarme
de mis necesidades y anteponer un ideal a la propia relación.
Con el tiempo y la observación entendí que todos los conflictos y discusiones
que se daban en mis relaciones sentimentales habitualmente giraban en torno a
una negociación en la que me resistía a perder espacios de independencia. Miedo
a atarme a un lugar, a un trabajo, a una mujer, a un hijo.
Pregunta: ¿Cómo voy a entender, aceptar o perdonar lo que no me gusta de mi
vida si no sé de dónde procede? Hay cosas que no deberíamos ignorar.
Sigamos y penetremos hasta el sótano del inconsciente. Aparentemente, quien
padece las heridas de traición e injusticia, como es en mi caso particular, suele
cargar con determinados tabúes y problemas para abandonarse y sentir placer en
el terreno sexual. Es como si esgrimiéramos una razón de peso para bloquear la
vida sexual. Confieso que nunca pensé que esta conducta me tocase de cerca
hasta que rememoré etapas de mi vida, justamente en el momento más activo de
mis viajes, en las que sin apenas esfuerzo conseguí abstenerme de relaciones y
sexo durante casi tres años. ¡Normal no es, la verdad!
Es como si al existir actividad sexual de por medio me resultase difícil
establecer un vínculo de confianza. La herida obedece a una especie de
presentimiento que determina que todas las mujeres me traicionarán de la misma
forma en la que me sentí traicionado por mi madre. La consecuencia en la
madurez es terrible, ya que ninguna pareja cumple con las expectativas de un
inconsciente que no resolvió por completo la fase edípica.
Cuando te sientes traicionado por diferentes parejas, circunstancias y épocas,
significa que el problema no radica en esos aspectos, ya que el sentimiento halla
un modo de manifestarse a pesar de los escenarios. Es decir, el problema no se
encuentra en el exterior, sino en uno mismo.
Seguro que muchos os estáis preguntando cómo puede sobrevivir un personaje
con dichas características en el mundo. Es muy fácil. Cuando uno siente la
necesidad inconsciente de controlar al otro, aparecen en tu vida parejas que se
viven desde la dependencia emocional. Mi inconsciente siempre se las arregló
para atraer a mujeres heridas que llenasen los vacíos emocionales que anhelaba
mi personaje. A pesar de que a mi mente consciente le gustan intelectuales,
fuertes y seguras, mi inconsciente siente predilección por mujeres que sufren la
herida de abandono. Somos piezas de un rompecabezas y nada sucede por
casualidad.
Presumo que nunca te enamoras del cuerpo físico, sino de la manera de ser de
la otra persona. Tu inconsciente percibe que la persona que te atrae posee la
solución que precisa tu herida para afirmarse y cumplir su adicción.
Una de mis ex parejas, por ejemplo, soportaba una herida profunda de
abandono derivada de un apego «ansioso». Quienes sufren este apego perciben
que sus parejas no se comprometen en tiempo y atención con la relación, por eso
se angustian y viven en la preocupación constante de que cualquier día serán
abandonados. Su obsesión por crear vínculos seguros termina por alejar a sus
pretendientes o parejas. ¿Qué busca un dependiente emocional? Básicamente
necesita a alguien que lo apoye, lo proteja, tome decisiones y controle su vida.
Es decir, cuando un dependiente emocional percibe que su pareja lo cuida, se
siente importante. Y… ¿Qué anhela la herida de traición del controlador? Muy
sencillo: la seguridad que proporciona controlar a alguien para evitar el hecho de
ser traicionado.
Y si mi herida de traición recelaba del sexo para evitar que alguien me
controlase, la herida de abandono de mi pareja operaba de manera contraria:
brindaba un acto sexual superlativo como instrumento para no ser abandonada.
¿Casualidad? No lo creo. Cuando vives desde el personaje, la relación de pareja
se convierte en un medio para satisfacer tu adicción. Sin embargo, cuando
despiertas, el otro cumple con una función específica para que aprendamos a
disolver nuestros bloqueos y sanar nuestras heridas.
Hemos construido un mundo que en su mayoría sufre por amor, pero
ignoramos lo que se esconde detrás de este engañoso término.
Exploremos. Descubrir tu vocación tiene una relación muy estrecha con los
valores, los intereses y las habilidades del individuo. El eneagrama sostiene una
correspondencia concisa con los valores e intereses, aunque se desmarca de las
habilidades o capacidades técnicas. Me explico. Las habilidades o talentos son
competencias aprendidas, aunque es cierto que podrían ser innatas. Por ejemplo,
yo podría tener un talento o habilidad sobrenatural para llegar a competir como
nadador profesional, pero carecer de vocación y pasión para llevarlo a cabo.
Pero centrémonos en los valores primigenios que describe el eneagrama y que
guían la acción de mi eneatipo 1. Enumeraré algunos de ellos: integridad,
compromiso cívico, sentido del deber y de justicia, servicio a la comunidad o
causas sociales, desarrollo ético, moral y espiritual, sacrificio personal y cuidado
físico, perseverancia, honestidad, lealtad, etc.
En mi opinión, todo ser humano necesita un proyecto vital o propósito por el
que vivir. Partiendo de esta premisa, ¿qué profesiones creéis que guardan
relación con los valores que he descrito? ¿Cuántas profesiones podrían conjugar
con el sentido de verdad, justicia, ley, orden y reformas que maneja un eneatipo
1? ¿Cuántas con el compromiso de servicio y protección a la comunidad? Venga,
os toca a vosotros. Por aquí se escucha…, agentes del orden. Muy bien. ¿Qué
más? Militares…, inspectores…, jueces. ¡Genial! ¿He oído activistas? ¡Por
supuesto! ¿Qué dicen los del fondo? Curas…, guías espirituales…,
formadores…, maestros…, psicólogos. ¡Bien! Hasta el momento ni un fallo.
Auditores…, entrenadores personales…, y fundadores de proyectos
humanitarios. ¡Caray! Pensaba que no lo ibais a decir nunca. ¿Vemos la relación
a la que quiero llegar?
Los valores no solo perfeccionan nuestras cualidades y nos conducen a la
acción, sino que vislumbran un abanico profuso en actividades profesionales
que, sin lugar a conjeturas, nos impulsan hacia territorios propicios en los que
desarrollar los rasgos de nuestra personalidad. Ahora bien, aún falta la mitad del
trabajo por desempeñar. Es imprescindible descubrir la pasión y las habilidades
necesarias que junto a los valores definen aquello que articula lo que conocemos
como propósito de vida.
No me quiero extender mucho más porque hablaremos de la vocación y los
talentos en el bloque de autenticidad.
Lo dudo mucho. El personaje puede hacerte creer que así es, pero es una ilusión.
Este bribón puede fingir muchos estados, excepto la paz. Todo ser humano sufre
la herida y la separación de su esencia al penetrar en la normativa de la familia y
el paradigma social. Es cierto que existen grados de profundidad en lo que se
refiere a la herida. Con todo, la herida se materializa. Por lo general, y hablo de
mi experiencia, te conviertes en adicto a tu personaje y, a pesar de sufrir, decides
inconscientemente instalarte en el autoengaño que suscita el hedonismo. Ignoras
la sensación que experimentas de falso crecimiento o felicidad porque te adaptas
convenientemente a los patrones de éxito social que celebra la sociedad. Es
decir, recurres y abusas del placer que aporta la dopamina, como si de una droga
se tratase, para paliar las constantes demandas de los sentidos y los instintos
primarios. Sin embargo, aunque a través de esta artimaña alcances una notable
cota de satisfacción y frenesí, dudo mucho que reine la coherencia en la mente y
la paz en el corazón. Para salir de dudas, hagamos un ejercicio para determinar
los estados por los que transita la mente y de esta forma averiguar desde qué
territorio vivimos: miedo o amor9.
Veamos. Puede ser una buena oportunidad para que cada uno de vosotros
realice su propia evaluación, ¿os parece?
Pregunta: ¿Qué emociones, pensamientos y sentimientos vagan por tu mente la
mayor parte del tiempo? No tiene sentido engañaros. Seamos honestos…
Dices que las mejores cualidades del ser humano florecen de adentro hacia
afuera y que las charlas inspiradoras solo inciden en el 5 % del consciente.
Pese a todo, yo tengo la sensación de que sí cambian algo.
OK, quizás con un ejemplo me explique mejor. Déjame saber un deporte que
practiques, da igual…, uno de ellos. ¡Piragüismo! ¡Genial! Me sirve.
Supongamos que tu brazo derecho representa el 5 % de tu mente consciente y
que el resto del cuerpo restante acoge el 95 % de tu mente inconsciente. ¡Bien!
Imaginemos que con el debido entrenamiento adquieres la musculatura, la
energía y la habilidad que precisa tu brazo derecho, o sea, tu mente consciente,
para impulsar la piragua. Entonces… ¿Qué sucedería si el resto de tu cuerpo,
mente inconsciente, escondiese una incapacidad motriz desconocida, que
imposibilitara que tus piernas, tu espalda y tu brazo izquierdo impulsaran el
remo con la sincronía que demanda el brazo derecho? Pues lo más probable es
que la embarcación no tomará la dirección que deseas.
Avancemos en otro orden de ideas. Yo podría asistir a un máster o una
formación en educación financiera e inversión. En cambio, serviría de poco si
desconozco mis creencias limitantes con respecto al dinero. Quizás piense que
«el dinero es perverso, quién va a pagar por lo que yo sé, la riqueza es sinónimo
de inmoralidad y desigualdad, etc.». Estas certezas inconscientes se cristalizan
en la infancia y se absorben del clan familiar o del entorno emocional cercano.
Por desgracia, estas creencias acerca de la escasez mutilarán cualquier
compromiso con la acción y, quien las padezca, no será consciente de ellas.
Quiero ganar dinero, pero existe una incoherencia entre mi consciente y mi
inconsciente. Y…, ¿quién creéis que suele vencer? Ya sabemos la respuesta. Os
lo digo por experiencia. La herida de la injusticia suele acoger este tipo de
dogmas, ya que para el trauma resulta injusto poseer más que los demás.
A veces distinguimos que un conocimiento que proviene del exterior puede
resultarnos de utilidad, por ejemplo, la buena actitud. Pero, en mi opinión, todo
apunta a una distorsión en el enfoque. No es que la actitud acontezca fuera, sino
que vibra en nosotros porque ya reside latente en nuestro interior. Dicho de otra
forma, pertenece a nuestro potencial inherente, pero experimentamos la falsa
sensación de que el discernimiento proviene del exterior. ¿Es una ayuda saber
que la actitud vive latente en nosotros? ¡Evidentemente! Ahora solo necesitamos
identificar cuál es la creencia que impide que esta florezca.
Es muy importante que entendamos que debe existir una relación de
hermanamiento entre nuestro consciente e inconsciente. Porque solo podremos
brillar como seres humanos si estas dos dimensiones miran abrazadas al mismo
horizonte. Cuando yo comprendí esta sabiduría, mi vida cambió por completo.
Pienso que no. Te cuento de la manera que yo lo veo. Una rama de la física
cuántica afirma que la mente subjetiva puede realizar cambios visibles en el
mundo físico objetivo. Es decir, todo lo que nos rodea y que llamamos realidad
existe como una posibilidad electromagnética en el campo cuántico. Como todo
es energía, por ende, nuestro pensamiento podría atraer magnéticamente la
realidad que anhelamos, o que nosotros seamos atraídos por la realidad cuántica.
En cambio, aunque muchos expertos dan validez a esta hipótesis, la verdad es
que dicha «atracción» no cuenta con estudios acreditados que la respalde. Por
como yo lo siento, simpatizo más con el SAR que con el discurso cuántico.
Deduzco que el SAR se encuentra más relacionado con la «profecía
autocumplida» o «efecto Galatea», una predicción tipificada en psicología que
sostiene que una creencia limitante conduce a su propio cumplimiento. Es decir,
que el poder de las expectativas y creencias influye considerablemente en
nuestras conductas, rendimientos y logros. Imaginad a una persona secuestrada
emocionalmente por la herida del rechazo que desea relacionarse con un
individuo desde el consciente, pero guarda la creencia inconsciente de que será
rechazada. Pues, a pesar de que sus ganas de entablar una relación sana son
sinceras, su personaje se comportará de manera insensible y distante, por lo que
su interlocutor reaccionará con desconfianza y quedará confirmada la creencia:
«La gente me rechaza». De modo que, es el manejo del foco de atención y los
propios actos de la persona aquello que desbaratan la oportunidad, no que la
persona esté predestinada a ese resultado.
Sí, dime…
Has hablado de las heridas emocionales, de los tipos de apegos y también del
eneagrama. Creo que son tres fuentes importantes de conocimiento, pero no
consigo ordenarlas.
vvv
Y llegados a este punto, ¿cuál creéis que es la primera lección que debemos
aprender de todo lo expuesto?
Que el primer «te quiero» debe recaer en nosotros mismos. Sin la autoestima,
la confianza y la claridad mental que surgen del descubrimiento de nuestro
patrón mental, heridas, creencias, factor genético, etc., será prácticamente
imposible que podamos integrar la construcción de la realidad, el propósito de la
vida, la impermanencia existencial, la gratitud, el perdón, las relaciones
afectivas, la salud, etc. ¿Por qué? Porque todos estos aspectos son interpretados a
través de las gafas con las que te amas y reconoces. Todo se construye en
relación con el «autoconocimiento» desde el que nosotros nos vivimos. Si yo
miro desde el filtro del amor, el amor predominará sobre todo lo que yo perciba.
Es decir:
7 Autores para profundizar en el eneagrama: Don Richard Riso y Russ Hudson, Helen Palmer.
8 Véanse los trabajos de Mary Ainsworth, Cindy Hazan y Phillip Shaver. Libro recomendado: El niño
interior de Victoria Cadarso.
9 Enseñanzas de Un curso de milagros.
4
LA REALIDAD
Como es adentro es afuera
Me resultó extraño apreciar que la tragedia que advertía por aquella pantalla se
encontraba muy alejada de mi situación personal. Mi foco de atención sostenida,
el SAR (sistema de activación reticular), habitaba ajeno a esa realidad. Llevaba
cinco meses recorriendo el sudeste asiático en bicicleta desde Indonesia hasta
Camboya. Mis hábitos y creencias moraban en una anarquía de la novedad, y mi
mente exploraba los nuevos inputs completamente descolocada. Mi planeta era
otro. Había cambiado todas mis costumbres respecto a la comida, la
indumentaria, el descanso, el idioma y la forma de desplazarme. No percibía en
absoluto los convencionalismos del primer mundo, la desaprobación social, la
toxicidad, los medios de comunicación, los tres mil impactos publicitarios que
bombardeaban mis sentidos a diario. Ni siquiera sentía la tácita tortura que nos
empuja a fingir que somos felices.
Sin proponérmelo, logré sustituir muchos de los 70 000 pensamientos que solía
manejar diariamente, así como variar el bucle adictivo de respuestas automáticas
de mi mente. Nuevos pensamientos creaban una nueva realidad. Me sentía libre,
pero también incómodo y desconocido. Se impuso el poder de los hábitos, y una
revolución en mi cabeza y mis conexiones neuronales trabajaban sin pausa
abriendo nuevos recorridos de información emocional. No me sentía capaz de
predecir el siguiente instante y cada uno de mis días suponía una fiesta para los
sentidos. Ya sabéis el porqué: allí donde colocamos el foco, se expande. Mi
capacidad de observación entraba en colapso, al igual que mis retinas, y las
experiencias se amontonaban por falta de análisis reivindicando un descanso que
no llegaba, ya que no quería parar, sino continuar en movimiento. Mi
«personaje» deseaba revelarse al encontrarse fuera de su zona de confort. Se
quejaba, se hacía notar, y me enviaba miedo. Miedo a morir en un continente
desconocido. Pero el cambio de entorno y la novedad se imponían en intensidad.
El «personaje» no podía aferrarse a nada conocido porque transitaba a lo largo y
ancho de un territorio de riesgo e incertidumbre.
Hoy todo el mundo quiere salvar algo: los océanos, las selvas, los animales, el
planeta. Así de orgulloso y arrogante es el personaje que fabrica todo ser
humano. No somos conscientes de que cuando nos salvemos a nosotros mismos,
el resto se salvará solo. Dejemos de mirar fuera y mejoremos aquello que habita
en nosotros y que realmente destruye el mundo.
¿Cuál es la lección que pretendo transmitir con esta disertación? Pues que todo
aspecto que deseemos cambiar en el exterior, primero debe ser transformado en
nuestro interior. Como gotas de mar, somos en parte responsables de la salud del
océano. ¿Quieres cambiar a tu padre? Cambia tú. ¿Quieres cambiar la relación
con tu hermano o con tu hijo? Empieza por ti. ¿Quieres mitigar la pobreza de
este mundo? Mitiga tu escasez interior.
v
Has mencionado que cuando te sientes vacío y esclavizado por tu personaje
nace el apego a cualquier cosa. ¿Es el vacío interior el que genera los
apegos?
Digamos que el vacío interior es en realidad un vacío de amor. Pero son las
heridas sin resolver las que inducen al apego, de ahí la importancia de sanarlas.
No voy a entrar demasiado en este asunto porque lo explicaré más adelante. Solo
avanzar que aquello que es en el exterior, es un reflejo del interior. Cuando existe
un apego obsesivo hacia un objeto, una relación o un vínculo, la circunstancia en
sí refleja lo apegados que estamos a una herida emocional de la infancia. Existe
apego fuera porque existe apego dentro. Revisa las carencias afectivas y las
etiquetas juzgadoras que sostiene tu inconsciente. Por ejemplo, la creencia
«nadie me ama», por lo general, construye conductas que dedicarán la mayor
parte del tiempo a soportar una relación sentimental de maltrato con tal de
obtener un exiguo beneficio emocional. Igualmente, la persona que sostenga la
creencia «la belleza atrae al amor», se apegará al culto al cuerpo, las dietas
obsesivas y las cirugías plásticas.
Nada ocurre por casualidad, sino que opera siguiendo un patrón fundamentado
en las dos grandes energías del personaje: la culpa y el miedo. De estas dos
energías derivan la gran mayoría de emociones menores. Cuando sanamos el
apego a la creencia interior a través del amor y la aceptación, los apegos del
exterior comienzan a caer sin lucha y esfuerzo.
Recordad que los apegos son diferentes para cada patrón mental o eneatipo.
Las motivaciones que persigue cada personaje son distintas. Para el eneatipo 1 es
crucial mejorar y reformar las cosas. Para el 2, su necesidad de dar. Para el 3, su
obsesión por aparentar y alcanzar el éxito. Y así sucesivamente. Es de vital
importancia que identifiquéis el patrón mental o «verdad» indiscutible de vuestro
personaje y averigüéis de qué manera interpreta el mundo.
Cada vez que decidimos proyectar nuestra energía contra un enemigo, estamos
alimentando doblemente el poder de dicho enemigo. Puedes ser feminista y
luchar ardientemente en contra del machismo y determinadas conductas abusivas
de los hombres. ¡Perfecto! Pero tu condena y resistencia atraerá más resistencia
y más machismo, ya que no influencias, sino que impones. Quizás consigas
aprobar una ley favorable con sabor a victoria, pero no obtendrás el
convencimiento del enemigo. La única manera de combatir la oscuridad es
aportando más luz, no poniendo toda la energía en la oscuridad. Luego,
parafraseando a Mamá Andrea Atekokolli, una referencia del feminismo:
«cuando una mujer pone el foco en su luz, en su propio empoderamiento, el
hombre se corregirá solo».
Cuando vives desde el personaje anhelas luchar y cambiar el mundo, pero
cuando lo haces desde la sabiduría del observador te conformas con cuidar la
estrella desde donde brillas. Sabes que tu luz hará el resto.
Sí…, dime.
Así que, llegados a este punto, preguntémonos: ¿Por qué interferimos? ¿Su
carencia es en realidad la nuestra? ¿Ayudamos…, o nos ayudamos? ¿Qué
sabemos nosotros de lo que necesitan otros? La mayoría de las veces la vida
aprieta, precisamente para enviarnos el mensaje de que el camino que hemos
elegido es equivocado. Por eso, aunque nos cueste aceptarlo, en muchas
ocasiones el sufrimiento es la antesala del despertar. ¿Quiénes somos nosotros
para interferir y desbaratar el proceso que está atravesando otra persona? El
secreto no es interferir, sino acompañar e inspirar.
Y si por desgracia, el otro no se siente inspirado por ti o rechaza tu ayuda
porque en ese instante vive en una vibración emocional muy baja..., por favor, no
insistas. Forma parte del proceso de sanación de la persona. Por lo general, una
persona dormida no atiende a razones que no se correspondan con las emociones
que experimenta. Tengamos claro que ninguno de nosotros somos los héroes de
los desamparados. No podemos rescatar a los otros de su alcantarilla emocional.
Cada uno debe ser consciente de la basura que lo rodea.
No me entendáis mal. No digo que no debamos ayudar, sino que seamos
conscientes desde donde lo hacemos, si la acción nace del miedo o nace del
amor. Es perfectamente compatible trabajar en uno mismo, es decir, en las
causas, al mismo tiempo que paliamos las consecuencias ayudando al prójimo.
Yo, por ejemplo, sigo apoyando proyectos sociales, pero mis inclinaciones no
surgen, o eso creo yo, desde el vacío emocional que suscitan las heridas.
Cuando uno se falta el respeto a sí mismo, por lo general, significa que está
sosteniendo una creencia limitante fundamentada en etiquetas nocivas del tipo:
«No me quiero, soy incapaz, insignificante, no merezco la pena, no soy valiosa,
etc.». Cuando la persona vive presa de esa creencia, será imposible construir una
identidad saludable desde el interior, por lo que tendrá que recurrir a la
aprobación y reconocimiento exterior para aliviar su vacío. Se confirma, por
tanto, que esa persona padece baja autoestima. Y sin autoestima no se puede
crear, ya que la persona no cree en sí misma.
Es increíble de qué manera una creencia limitante puede conducirnos al engaño
y transformar la realidad que observamos. Cuando albergas una creencia
inconsciente del tipo «no soy capaz» y la evidencia empírica te demuestra que
«sí eres capaz», el relato del personaje, es decir, el boicot personal, es experto en
alterar la realidad para que coincida con la creencia nociva y así reforzar la
sensación de incapacidad.
Por ejemplo. Me siento incapaz de superar una entrevista de trabajo, pero los
hechos me demuestran que poseo habilidades y capacidades para hacerlo. Dicho
esto, ¿cuál será la estrategia de mi personaje? Descartar el éxito personal y
atribuírselo a la «buena suerte». Entonces, ¿cómo concebiré la realidad que
experimento? Pues como un lugar en el que solo podré prosperar si me
acompaña la suerte.
La mayor parte de la población mundial padece de baja autoestima. La baja
autoestima es como montar en bicicleta con las ruedas pinchadas: impide la
relajación y la mirada al frente, y siempre necesitarás de otros para que te
empujen. De ahí la importancia del autoconocimiento además de descubrir
nuestro patrón mental. Desde el creer, se desarrolla todo lo demás.
Hace años, cuando decidí transformar mi vida y abogar por una filosofía de
decrecimiento, me propuse firmemente reducir mis gastos. No obstante, tuve
serios problemas para conseguirlo, ya que desde una parte insondable de mi
inconsciente no me estaba respetando. Carecía de la pasión y el compromiso
para desarrollar mi iniciativa y trasladar mis necesidades al entorno.
Básicamente no estaba creyendo en mí. Frecuentaba determinados bares con mis
amigos sintiéndome incapaz de rechazar una consumición costosa o pagar a
partes iguales cuando yo solo pretendía abonar mi gasto particular. Me afectaban
sus juicios y amonestaciones. El escenario se repitió cuando renuncié a comprar
más ropa nueva y optar por la que me daban, aunque esta no se adaptase a la
moda del momento. Así se manifestaba la falta de compromiso conmigo mismo.
Desde un plano racional, sabía que las acciones y nuevos hábitos adoptados
contribuirían a mejorar mi vida; sin embargo, desde el plano emocional,
necesitaba la aprobación de mi grupo de pertenencia. En definitiva, y como
mencioné anteriormente, incoherencia entre el pensar (lo que quiero), el sentir
(lo que deseo) y el hacer (lo que necesito).
Todo era un problema de autoestima. Y la estima personal es como quitarte una
venda de los ojos que te impide mirarte. De pronto, irrumpe la claridad para
identificar el rumbo que debe tomar tu vida. Y si hay claridad, es complicado
que te confundan. Surgieron asperezas cuando comencé a respetarme y
establecer límites, pero todas las relaciones se fueron colocando con el tiempo.
Cuando te respetas, te respetan. Es cierto que se produce mucho desorden
cuando decides afirmarte, pero esa incómoda sensación forma parte del proceso.
Básicamente decidí que mi identidad personal debía estar por encima de la
identidad de grupo. Es esencial emanciparnos de las opiniones de los que
ignoran nuestro compromiso personal.
Es curioso. Años después son mis amigos los que me preguntan a mí. Es tu
ejemplo el que invita al cambio, ¿recordáis? Aprendí a deshacerme de lo
superfluo y a vivir con el dinero justo y necesario. Eso me permitió viajar,
experimentar, ser dueño de mi tiempo, trabajar por pasión y llevar una vida con
sentido. Después de todo, la vida ya no me arrastra, sino que soy yo el que me
impulso por la vida.
vvv
AUTENTICIDAD
La oruga ignora que está destinada a volar
¿Cuál es la forma de expresión que hace brotar tu alegría? Cuando una persona
desconoce «su porqué», además del lugar que ocupa en este mundo, será
tremendamente difícil que encuentre paz en su interior, e inevitablemente le
embargará una sensación de vacío y de pérdida. Mirad a vuestro alrededor. Todo
cumple una posición y una función en el universo. Todo conserva una energía
que se transforma y se transmite. Bajo esta premisa, vibro con la idea de que
todo ser humano ha nacido con una disposición natural para dar. Por lo que la
única finalidad de la vida es encontrar una forma de materializar ese dar a través
de una profesión, una actividad o una conducta. Es decir, aprender a vivir es
aprender a darnos.
Cuando las acciones del ser humano entran en sintonía con nuestro propósito de
vida, nace la pasión en el cerebro, los recorridos neuronales se alteran y la
amígdala se activa enviando riego sanguíneo a los lóbulos frontales, donde
reside la inteligencia, la creatividad y la imaginación. Cuando se fija una idea o
un propósito en el lóbulo central, el cerebro segrega una de las hormonas de la
felicidad, la serotonina, y la mente pierde la noción del tiempo y el espacio.
¿Cuántos de nosotros hemos sentido cómo el tiempo se desvanece al realizar una
actividad que nos apasiona?
¿Y qué me decís del sabueso SAR? Es obvio que filtrará cualquier aspecto del
exterior que se encuentre relacionado con nuestro propósito de vida, facilitando
escenarios y situaciones para desarrollar nuestros talentos. Examinad. A mí me
apasiona el desarrollo personal, y la verdad es que allí donde miro siempre
encuentro un mensaje que me enseña algo nuevo. ¡Es increíble!
De modo que, si tienes una vocación que se encuentra en sintonía con tu
corazón y tus habilidades…, no existen límites para tu cerebro.
«Una vida sin propósito es una vida obsesionada por satisfacer los
sentidos y obtener microdosis de dopamina, la hormona del placer».
El miedo
Debemos aprender que cuando la vida te pone patas arriba, puede ser
la mejor oportunidad para reinventarte y encontrar tu lugar en el
mundo. La adversidad te empuja a salir de la cueva en busca de
alimento.
A veces nos atamos a una relación sentimental como si esta fuese un
salvavidas, pero la ley de la impermanencia te arrebata todo excepto tu
amor interior. Merece la pena dedicar tiempo a cultivarlo.
Trabajamos por dinero y no por pasión debido a una creencia limitante
que se gesta en la familia y el sistema educativo. Vivimos ajenos al
«sentido» porque la sociedad ha normalizado esta barbarie. Preferimos
la incoherencia y la guerra interior a la desaprobación de nuestra tribu
emocional.
El sistema educativo no se encuentra al servicio de nuestra felicidad,
sino que nos castra como individuos. Necesitamos responsabilizarnos
de nuestra propia educación emocional y espiritual.
Todo ser humano obedece a la necesidad inherente de dar una
expresión genuina a su existencia. Unos lo harán a través del arte, una
profesión, una actividad o una conducta.
La falta de proyecto vital conduce a perjuicios evidentes para uno
mismo y para la sociedad. En nuestro bienestar se encuentra el de
todos.
Por mucho que la narrativa actual insista en etiquetarnos como seres
humanos racionales, nuestras conductas responden a la supremacía del
inconsciente instintivo y emocional. El miedo ejerce de carcelero de la
autenticidad que habita en nosotros.
Por eso insisto en que las charlas motivacionales sirven de muy poco, ya que
pretenden que logremos la creatividad del exterior, como si esta cualidad
residiese fuera. Y la creatividad pertenece a nuestra naturaleza inherente. Por
más conocimientos que adquiramos no conseguiremos realizarnos y ser creativos
hasta que no entremos en conexión con nuestro verdadero potencial.
Todo aquello que, debido a las creencias, nos ofuscamos en buscar fuera, en
realidad se encuentra en nosotros. El talento, la creatividad, la voluntad, la
comunicación, la asertividad o el liderazgo nunca proceden de afuera, sino de
nuestro potencial humano vocacional. Una vez conectemos con ellos, nacerá la
inspiración, y entonces podremos aprenderlos como si de montar en bicicleta se
tratase.
La pregunta está muy relacionada con la anterior. Presumo que son personas que
han encontrado su propósito de vida pero siguen rotas por dentro. Tanto el
talento como la pasión son fuerzas poderosísimas, las puedes vivir desde el
miedo o desde el amor. La pregunta es: ¿Qué buscas con el desarrollo de tu
propósito? ¿Anhelas fama y reconocimiento para silenciar tus heridas? Entonces,
cuando ya no te miren y la fama se desplome, tú lo harás a la misma velocidad.
Un político talentoso podría utilizar determinada información financiera con la
intención de enriquecerse al tiempo que provoca una crisis de estado. Al igual
que la pasión y la habilidad de un científico podría provocar una pandemia
mundial. Pero la pasión del primero nace del egoísmo y la codicia, y la del
segundo, del reconocimiento que obtiene el científico de su gremio intelectual.
Ambas creencias limitantes beben de heridas sin sanar. ¿Se entiende la
diferencia? Sin embargo, nuestra esencia es amor, por lo que el propósito de vida
debería estar al servicio del amor a uno mismo y el amor a los demás.
Haceos esta pregunta: ¿Se encuentra mi profesión al servicio del egoísmo, el
reconocimiento y la fama o, por el contrario, obedece al amor y el bienestar
espiritual?
Me encanta viajar, pero tengo cuarenta y cinco años, estoy casado y tengo
dos niñas. ¿Cómo puedo averiguar cuál es mi propósito de vida y ponerlo en
práctica?
Por ejemplo. Cuando estás conectado con tu propósito comienzas el día como
los pájaros…, cantando. Yo me despierto cada mañana empujado por la pasión
de comunicar. Tengo una habilidad para hacerlo, me pagan por ello y los
contenidos que transmito enriquecen la vida de otras personas. A la conjunción
de estos cuatro aspectos se le llama «sentirse realizado». Con todo, te daré
algunas claves que sumarán en esa dirección:
6. Rescata los sueños que solías tener cuando eras adolescente. Y en caso
de no recordarlos, pregunta sin temor a tu entorno familiar. La pubertad
y la adolescencia son sustancialmente importantes para que el individuo
pueda definir su vocación, ya que necesita construir su identidad a
través de los intereses y sueños que experimenta. Por desgracia, tanto la
sociedad como los progenitores interfieren constantemente con sus
imposiciones y consiguen que los adolescentes se exilien de sí mismos,
desviándolos de su camino y verdadero potencial. Por norma general, a
los mayores no les interesa tu sueño, sino «aquello que es correcto para
ellos, la sociedad o las profesiones que tienen futuro laboral». Luego,
como adolescentes no solo reprimimos nuestra vocación, sino que
penetramos en un proceso de desvalorización debido a las creencias de
la familia y la sociedad.
Asimismo, pregunta a tus seres queridos qué es aquello que se te da
bien. Recuerda si en algún momento te animaron a emprender algo en
lo que eras bueno. Normalmente uno mismo se boicotea, por eso es
necesario preguntar a las personas que mejor te conocen. Recuerdo que
mi entorno cercano solía animarme reiteradamente para que me
dedicase a la política. Suelen ser pistas que nos proporcionan
información relevante.
Como he mencionado con anterioridad, un sueño tiene que ver contigo, pero la
vocación es inclusiva y abarca al conjunto. Una célula, por ejemplo, está
comprometida con ella misma como unidad, pero la mueve el bienestar del
conjunto, porque el «yo» no puede existir sin el «nosotros». Un sueño es
diferente. También se precisa de pasión para conquistarlo, pero ¿qué sucede
cuando lo conquistas? Por lo general, necesitarás inventar otro sueño para aliviar
el sentimiento de vacío. Notad que la pasión del sueño es a corto plazo, en
cambio, el recorrido de la vocación se perpetúa en el tiempo. Miguel Ángel dejó
escrito:
Autoestima y claridad
Método de trabajo
Movimiento y compromiso con la acción
Desapego con la meta
Confianza
El compromiso con la acción guarda relación con aspectos del tipo: buscar
tiempo, determinación, dedicación, disciplina y esfuerzo. Y, para ello, me temo
que se necesita una chispa de pasión. Antes que hacer, primero tenemos que ser.
La mayoría de las personas se enfocan en el hacer y cuando no obtienen los
resultados esperados, se vienen abajo. Su autoestima, confianza y actitud se
encuentran condicionadas al resultado. Y es justamente al revés. Cuando las
personas primero son, y creen en ellas, su actitud será la misma frente al fracaso
que frente al éxito.
Tropiezo 1. Normalmente te mermará la baja autoestima y la falta de
confianza. La primera tiene que ver con la valoración positiva de ti misma. La
segunda, con la firme esperanza de logro. Sin valoración ni esperanza será difícil
que creas en tu proyecto. Y la creencia y la pasión resultantes son claves para
impulsarte y resistir las tormentas del camino. Así que pasemos al tropiezo 2, ya
que para que la creencia se active necesitamos movimiento.
Tropiezo 2. No te pongas metas, solo apunta a un lugar y llámale «visión», la
pasión necesita una dirección para canalizarse. Las metas siempre se construyen
de futuro, y el apegarse al futuro se convierte en una jaula rígida que
constantemente nos castiga a través de la frustración. ¡Fuera metas! Resulta más
flexible concentrarnos y fijar el foco de atención en el presente. Crear un marco
de hábitos estimulantes y llenar nuestra vida de contenidos que nos apasionen y
nos proporcionen paz. ¿Qué hemos conseguido? Liberarnos de las cadenas de la
expectativa. Sustituir el apego de las metas por el desapego de la «visión».
Tengo un rumbo, eso es lo importante. Son los hábitos, las acciones y las
victorias diarias las que edificarán tu futuro. Dicho esto, ocúpate del instante
presente. Lo entenderemos mejor cuando explique la ley de la impermanencia.
Veamos. Yo no contemplaba la meta de ser escritor y conferenciante.
Simplemente, durante muchos años, organicé mis jornadas diarias para encontrar
espacios donde leer, escribir y afianzar mis habilidades de comunicación. Es
decir, establecí un tándem entre la informática, que por aquel entonces me daba
de comer, y las aficiones que me apasionaban. Con el tiempo fui notando los
avances; y cuando un individuo percibe una significativa evolución,
automáticamente surgen dos pilares fundamentales en la consecución de un
propósito: la confianza y la autoestima. Ambas se pueden entrenar hasta que con
el tiempo surgen por sí solas y comienzas a creer. Y solo cuando crees en ti
puedes crear. Por el contrario, cuando eludes el compromiso con la acción y el
movimiento consciente, la autoestima y la confianza ceden el poder a la
narrativa automática del personaje, por lo que comenzamos a pensar demasiado.
Y si piensas, estás perdida.
¿Sabéis que fue lo más sorprendente de generar contenidos sostenidos en el
tiempo? Que cuando me senté a escribir Llévame de viaje, fui consciente de que
la novela ya estaba escrita. Porque durante años había dejado anotado todos los
aprendizajes, reflexiones, filosofía y experiencia en varios diarios de viaje. Así
que solo tuve que adaptar el contenido de los diarios al viaje que realicé en
Indonesia en 2008. La información nunca se destruye, sino que transciende y se
canaliza de otras maneras.
Llega un día en el que te das cuenta de que puedes empezar a vivir de tu
propósito. Entonces, es el momento de soltar la profesión que te procuraba
sustento, pero que no te gustaba, y decir «gracias». Porque no se puede subir un
peldaño sin el sostén del anterior. Por ello, no hay profesiones malas, sino
necesarias para evolucionar.
Ahora me pagan por escribir e impartir conferencias. No estudié formalmente
para ello, no fui a la universidad con la idea de obtener un título de coach o
terapeuta. Considero un error esperar, trabajar duro y aprobar asignaturas
inservibles para que alguien determine mi valía a través de un título. No necesito
los nombramientos de nadie, salvo el mío propio. Busquemos el tesoro que
reside latente en nosotros y que pertenece a nuestro potencial inspirador. El
mundo ha cambiado y, en definitiva, nadie te contratará por tus títulos
universitarios, sino por el valor que seas capaz de aportar a la actividad
empresarial.
Tropiezo 3. No te dejes castigar por los miedos de tu personaje. Háblate de la
misma forma que hablarías a una niña que aprende a montar en bicicleta. Intenta
identificar las heridas y creencias limitantes que resultan un obstáculo en tu
devenir. Una de las trabas más difícil de superar durante un proceso de cambio
guarda relación con la imposibilidad de emanciparte psicológicamente de la
figura de autoridad en el ámbito de la familia. Siempre hay un padre o una madre
cuya desaprobación pesa toneladas y reafirma la narrativa negativa que te
cuentas. Repasa el boicot al que te somete tu personaje. Observa todo lo que te
dices y déjalo por escrito. Nota que observar no es pensar. Lo explicaré más
adelante.
Yo por ejemplo manejaba diálogos insanos del tipo: «Son pocos los
afortunados que viven de su pasión; de entre millones de experiencias, por qué el
público se va a interesar en mí; me falta mucho por aprender; esto es muy
complicado; ¿y si fracaso?». Es importante que las motivaciones del
inconsciente y el consciente se encuentren alineadas. El SAR necesita un
sentimiento de certidumbre a la hora de destacar, filtrar y mostrarnos
información estimulante del exterior.
Debemos ser cuidadosos en este aspecto e hilar fino. Son muchas las personas
que debido a la profundidad de su herida son adictos a la frustración, me incluyo.
Es decir, su inconsciente es experto en planificar metas imposibles que nunca
serán cumplidas y así reafirmar el sentido de frustración. Por consiguiente,
aquellos que dicen que «todos podemos alcanzar cualquier meta», se equivocan,
ya que no tienen en cuenta que la última palabra siempre es de la herida. Por eso
es tan importante sustituir la meta por la «visión».
Tropiezo 4. Los obstáculos tan solo son piedras en el camino para fortalecer tu
creatividad. La adversidad es una fuente de conocimiento. No te dejes llevar por
tu ciclo de reacciones habituales: queja, comparación, crítica, victimismo,
resistencia, postergación. ¡No eres eso! Estos patrones reactivos nos bajan la
frecuencia vibratoria y cierran la puerta del acceso a la creatividad. Si el boicot
habitual en tu día a día es este, lo mejor es pararse y dedicar todas las energías a
sanar tus heridas y creencias además de desidentificarte del personaje. Resulta
tremendamente difícil ser auténtica si continúas afirmando algo que no eres.
Cuando aceptes todo tu ser vulnerable, podrás vislumbrar tu parte más genuina.
Supongamos que no es el caso y mantienes a raya a tu maltratador mental.
Entonces, quizás tengas clara la vocación, pero estés tropezando en el «cómo
quieres hacerlo», es decir, en la destreza o talento para alcanzar tu propósito.
Quizás solo tengas que ajustar determinados pasos, y para ello necesitas ser
creativa.
Cuando escribí la novela Llévame de viaje, permanecí en casa haciendo
aquello que hacen todos los escritores que autopublican. Creé una página web y
elaboré la consabida publicidad para atraer a los posibles lectores. ¿Qué
conseguí? El mismo fracaso que aventuraron mis compañeros de gremio: pocos
interesados en tu libro a excepción de tu entorno cercano. Al pasar por el mismo
canal homogéneo del inconsciente colectivo y aplicar las mismas soluciones,
irremediablemente, todos obtenemos los mismos resultados, ya que el
pensamiento se encuentra contaminado por el medio. Sin embargo, yo poseía
otras destrezas de las que mis amigos escritores no disfrutaban y que me podían
venir bien. ¿Qué hice? Hacer aquello que no hace ningún escritor. Preparé mi
bicicleta y planifiqué mi segunda vuelta a España con la idea de promocionar a
mi bebé: Llévame de viaje. Durante ocho meses recorrí la península ibérica en
bicicleta visitando las principales ciudades de provincia en las que promoví
charlas de desarrollo personal gratuitas que, de una u otra manera, desvelaban
parte de la filosofía que contenía la novela. Reconozco que desconocía por
completo el resultado que podría sobrevenir de aquel ambicioso proyecto. Pero
lo que sí sabía era el sentido de coherencia que guiaba mi iniciativa, pues había
hecho todo lo posible por conjugar todos los aspectos que me apasionaban: el
movimiento del viaje, la aventura, las charlas de crecimiento personal y la
promoción del libro. Me resultaba indiferente que fuese bien o mal, porque
bailaba en el disfrute y, en el fondo, albergaba la certeza de que algún libro
vendería para sufragar mis gastos. Me separé de la frustración que suscita la
meta y me centré en una «visión» sin apegarme a un resultado. Con retrospectiva
me reconforta decir que mi periplo en bicicleta fue todo un éxito inesperado, ya
que realicé más de treinta conferencias que movilizaron a un público de entre
veinte y sesenta personas por evento y se vendieron infinidad de libros. ¿Cuál es
la moraleja? Somos únicos e irrepetibles, y cada uno de nosotros albergamos
habilidades e ideas creativas increíbles. Las creencias que nos limitan siempre
serán el problema.
Tropiezo 5. No hagas partícipe de tu proyecto a personas que no vibran en la
misma cuerda que tú. Dicen que somos el promedio de las cinco personas con
las que pasamos más tiempo, porque nuestro cerebro se estructura en relación
con sus hábitos y creencias. De manera que, si quieres volar, pregúntale al águila
y no a la gallina. Si quieres soñar, pregúntale al amor y no al miedo.
Recuerda que todo ambiente posee un campo energético, y las creencias y
curiosidades de las personas que nos acompañan influyen considerablemente en
nuestros estados de ánimo. Sin saber cómo, penetramos en una inteligencia
universal que nos influencia, nos inspira y alivia nuestro combate en solitario.
Es importante saber elegir a las personas que acompañarán nuestro devenir. Si
deseas que la ilusión, la confianza y el compromiso impulsen tu vida, rodéate de
personas que reflejen aquello que anhelas ser. De verdad, relaciónate con almas
que bailen en esa cuerda. Contágiate de sus emociones, aspiraciones, propósitos
y realidades. Camina junto a personas que se visten de audacia, que sueñan con
cimas, montañas y horizontes nuevos. Sincronízate con todos aquellos
románticos indomables que colorean de esperanza y sentido sus vidas.
Los soñadores nos muestran que el mayor de nuestros enemigos convive en
nuestro interior. Es la luz del que cumplió su sueño la que nos libera y nos
recuerda que en algún punto de nuestra existencia nos olvidamos de convocar
nuestros sueños y dones. La actitud del soñador guarda relación con el efecto
Pigmalión, que es el poder de transmitir esperanzas y creencias positivas sobre
una persona o grupo y confirmar cómo impacta considerablemente sobre sus
rendimientos y logros.
En cambio, cuando te encuentras en presencia de personas negativas y
pesimistas, la desmoralización se instalará en tu presente. No es casualidad, es
neurociencia. El desánimo responde al contagio emocional que inducen las
neuronas espejo. Nuestro cerebro se encuentra programado para imitar las
acciones y los sentimientos de los demás, y todo esto ocurre en un plano
inconsciente. Podemos adivinar las emociones y sentimientos de cualquier
persona en el mundo a través de los cuarenta y siete músculos que conforman el
rostro humano. Las neuronas espejo son las responsables, por ejemplo, de que
nos riamos al ver a alguien reír o de sentir angustia al presenciar una obra de
teatro en la que los actores sufren. Estas neuronas son esenciales en el
aprendizaje y desarrollo de nuestras relaciones interpersonales. No las
infravaloremos, pues las neuronas espejo sirven como base de la empatía.
Así que presta atención a lo importante que resulta estar conectada con tu
propósito y expresarlo desde el entusiasmo y el optimismo. Eso mismo será lo
que transmitas al mundo.
Tropiezo 6. Sé agradecida por todo aquello que rodea tu existencia mientras
persigues tu propósito de vida. Gracias a aquello que forma parte de lo
«necesario» y a la gente que te sostuvo puedes caminar. Dar las gracias es un
acto de sabiduría para quienes saben que la sencillez y la complejidad viajan en
el mismo tren.
Así es. Si partimos de la premisa de que no existe una sola llave para revelar la
felicidad, tampoco existe un único camino hacia la desdicha. Pero con la
voluntad de hilar más fino lo explicaré desde la visión del eneagrama. Fíjate.
Cada patrón mental se sabotea de una manera diferente a la hora de cumplir
objetivos, «visiones» desde mi punto de vista. Y revelar cuál es el propósito de
vida de una persona se podría considerar como un desafío de altura. Veamos
cómo se sabotea cada uno de los eneatipos12:
¿Cómo acabar con la voz del personaje que boicotea todas nuestras
iniciativas? En el fondo entiendo que son miedos. ¿Existe algún truco para
salir de su zona de influencia?
Así que contestando a la pregunta. El único truco que conozco para salir de la
zona de parálisis del miedo es penetrar en él, conocerlo, hasta averiguar cuál es
la herida que lo despierta. Cuando te deshaces de los miedos, el amor comienza a
llegar. Porque la paz solo brota de aquello que se acepta y se comprende.
Tenemos miedo a ser superhéroes porque para una sociedad dormida los
espíritus nobles molestan, son una amenaza y propician que nos cuestionemos la
vida. Por eso la sociedad condena a la soledad al que se muestra diferente.
Cuando decides ser un héroe o heroína quizás tengas que caminar en solitario y
romper con lo establecido, con el clan familiar, con tus amigos, etc. Eliges vivir
desde el amor en la sociedad del miedo, y al exponerte tal vez sangren tus
heridas y pierdas el reconocimiento y la protección de la manada. Quizás te
sientas perdido, pero en realidad acabas de empezar tu propia conquista, ya que
el coraje visibiliza el inmovilismo de varias generaciones. ¿Recordáis a Clark
Kent como personaje de Superman? Pues todos somos ese reportero que exhibe
una doble personalidad, ya que detrás de su naturaleza apocada, torpe e insegura
que se proyecta a través de un «personaje», se esconde el hombre de acero. Sin
embargo, la mayoría de nosotros fuimos educados para renunciar a una
personalidad superlativa y afirmar nuestra mediocridad. La finalidad de la
educación no radica en revelar al «ser interior», sino que persigue el «ser
aceptados» por los que observan.
No es casualidad que en este ciclo de capitalismo voraz de consumo y
exposición falsificada en televisión y redes sociales, las personas suframos más
que en periodos históricos pasados. Tiene su sentido. Ahora advertimos más
vidas que brillan a nuestro alrededor y nos recuerdan que nosotros no hacemos
nada por brillar. Esta coyuntura suscita resistencia, juicio, insatisfacción y
sufrimiento al compararnos obsesivamente con las vidas de los demás. A fin de
cuentas nos sentimos culpables porque vivimos de una manera cuando en
realidad nos gustaría vivir de otra. Sufrimos porque no aceptamos una vida en la
que tenemos todo, pero en la que nos sentimos incoherentemente perdidos. En el
fondo sabemos la falta de responsabilidad existente en nuestra construcción y
desarrollo.
Dices que no hacemos nada por brillar. No sé…, me parece una afirmación
muy severa. Las personas por lo general hacen todo lo posible por
prosperar.
Así es, intentamos prosperar pero tristemente lo hacemos desde los recursos y
las limitaciones que sostiene nuestro inconsciente.
Hagamos un experimento. Me gustaría que cerréis los ojos. Respirad
profundamente. Quiero que penséis en cinco actividades que aportan verdadera
satisfacción, vitalidad y gozo a vuestra vida. Puede ser montar en bici, nadar,
pasar más tiempo con vuestros hijos, pintar…, lo que sea. Abrid el bloc de notas
de vuestro teléfono móvil y apuntad esas cinco cosas en una columna en orden
de importancia. Tenéis tres minutos…
¿Lo tenemos? ¡Bien! Ahora quiero que indiquéis entre paréntesis el porcentaje
de tiempo que le dedicáis a cada una de esas cinco actividades durante el día. No
tiene sentido engañaros, apelad a la honestidad. Tenéis dos minutos…
¿Estamos? ¡Genial! Ya veo caras de conmoción. Levantad la mano aquellos
que acaban de darse cuenta del poco tiempo que le dedican a esa actividad que
debería ser una prioridad en sus vidas. —Cerca del 100 % de la audiencia
levantó la mano entre sonrisas cómplices—. Este ejercicio demuestra cómo
dedicamos la mayor parte del tiempo a cosas que no contribuyen a nuestra
felicidad, en detrimento de aquellas tareas que son esenciales para cultivar
nuestra actitud y nuestros dones. Dedicamos más tiempo a las tareas de agradar y
encajar en el marco social que a fomentar nuestro verdadero potencial.
Si os parece lo dejamos aquí.
vvv
Encontrar tu lugar en el mundo implica algo más que ser arrastrado por el coma
social, ser realista por conveniencia o simplemente «ir tirando». Averiguar en
qué jardín deseamos florecer obedece a la necesidad de desmontar las creencias
que derivan del adoctrinamiento familiar y académico, y que castran el
verdadero designio de nuestra esencia. Hallar la órbita en la que anhelamos girar
tiene que ver con enamorarse de uno mismo y conectar con las tres esencias que
nos redondean: inteligencia, amor y energía. Por supuesto, conlleva amor propio,
claridad, dedicación y confianza, pero cuando habitas la asunción de logro,
podrás sentir lleno de satisfacción que has construido una vida y no una
conveniente huida.
¿Dónde deseamos dirigir todo el amor que emana de nosotros? El sentido de
realización es encontrar una estrella ávida por iluminar el camino de otros. Es
descubrir que alguien ha mejorado su vida gracias a que tú decidiste convocar
tus dones. Es expresar que la abundancia de tu vida es un resultado de todo lo
que te das a ti y ofreces a los demás. Porque realizarse es ser consciente de que
la llama que prende tu vela puede encender a otras velas sin perder tu propia luz.
Me gustaría que esta exposición sirva para que os hagáis preguntas incómodas:
11 Todos los testimonios que hacen referencia a Elena cuentan con su beneplácito.
12 Definición de Pedro Espadas, experto en eneagrama.
6
LEY DE LA IMPERMANENCIA
Memento mori, recuerda que morirás
«La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las
compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la
estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la
inestabilidad. Estar satisfecho de todo no posee el encanto que supone
mantener una lucha justa contra la infelicidad, ni el pintoresquismo
del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda.
La felicidad nunca tiene grandeza».
Podría decirse que la resiliencia es la capacidad que atesora el ser humano para
reponerse en tiempo récord de las dificultades e infortunios que la vida nos
presenta. Por mucho que nos resistamos a ello, la vida es una conquista que no
florece en la dicha, sino que se expande en la inseguridad, el riesgo, la
incertidumbre y la desventura. La fortaleza y el carácter del individuo se forjan
en procesos complicados, progresos lentos, conflictos que nos confrontan y nos
agitan, todo lo contrario a la cultura de la inmediatez con la que mercadea
nuestra sociedad de consumo. ¡Por supuesto que la adversidad propicia que nos
sintamos incómodos! Pero también es verdad que es precisamente esa
incomodidad la que favorece nuestra evolución y sabiduría como seres humanos.
A fin de cuentas, no debemos confundir el conocimiento con la sabiduría. El
primero explica «para qué vivir», mientras el segundo te enseña a «cómo vivir».
Nadie puede zafarse de la ley de la impermanencia. El simple hecho de vivir
nos expone tanto a crisis como a situaciones desfavorables que no beneficiarán
nuestros intereses personales, mas la adversidad es parte transcendental de la
existencia. Puedes enfadarte si lo deseas, como yo mismo hice al verme postrado
en una cama anticipando un futuro desolador. Pero también puedes hacer algo
más que potenciar tu victimismo y confirmar que la vida es un insoportable
martirio. Y me refiero a integrar las polaridades y contemplar la luz y la
oscuridad como compañeras de viaje. A valerte del aprendizaje que esconde el
tropiezo como un desafío para hacerte más sabio y vislumbrar caminos hacia un
destino llamado paz sostenida en el tiempo. Sustituyamos el «por qué» por el
«para qué». ¿Para qué me ha ocurrido esto? El «por qué» limita, pero el «para
qué» abre la puerta al misterio, el aprendizaje y la posibilidad.
Nadie dijo que fuera fácil. Pero si de verdad deseamos distanciarnos del
sufrimiento que contamina nuestras vidas, no hay otro camino que la
responsabilidad personal. Si miramos a nuestro alrededor, una gran parte de la
sociedad se encuentra instalada en el sufrimiento, la queja y el victimismo.
Somos personas inmaduras, vulnerables al placer y con exigua tolerancia al
dolor y la frustración, conductas que nos desquician y que irremisiblemente
heredarán las generaciones que nos sucederán. Advertid cómo estamos educando
a gran parte de nuestros hijos. Hoy fabricamos niños flojos y asustadizos hasta
con entusiasmo. Lejos de prepararles para la pérdida, los criamos en ese
buenismo absurdo que replica personalidades mimadas incapaces de afrontar los
aspectos adversos y ásperos inherentes a la impermanencia de la vida. Esta
sobreprotección los conduce a creer que todo cuanto les rodea existe para
hacerles felices y plegarse a sus deseos. Desconocen, al igual que sus padres y
madres, que su futuro no flotará en burbujas de felicidad, sino en cápsulas de
antidepresivos.
Desde la necesidad de controlar obsesivamente nuestras vidas, nos horroriza
que las cosas no sean como determina la expectativa que hemos creado.
Dependemos, como ya vimos, del control del súper-personaje Papá Estado. Y
cuando el Estado paternalista aboga por el control y se aferra al no cambio,
surgen fenómenos incomprensibles como los que denuncia Chris Hedges:
El objetivo tiene que ver con abrazar la idea de que no tenemos el control
absoluto de todo lo que sucede. En realidad todo sigue igual, no perdemos nada.
Tan solo es un cambio de perspectiva. Relacionarnos con el mundo aceptando el
paradigma impermanente no representa ninguna amenaza, sino pura
oportunidad. ¿Recordáis la manida frase de Heráclito? «Nadie se baña en el río
dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña». Debemos ser
conscientes de que cada instante que vivimos es único e irrepetible en nuestras
vidas. Integrar esta idea debería impulsarnos a un plano todavía mayor de
disfrute. Sería como deleitarse plenamente en el instante presente renunciando al
control y abiertos a todas las oportunidades que se presentan. Pensadlo. Si
integramos la transitoriedad de la existencia, hoy podría ser la última vez que
veamos a una persona querida, por ejemplo, a una madre. No perdamos la
oportunidad de besarla, abrazarla y entregarnos intensamente a la experiencia .
Vivirse desde la impermanencia no es prescindir de las metas y transitar sin
objetivos. De hecho, el budismo establece la dirección del caminar a través de
las metas. No renunciamos a la meta sino al apego por el resultado. Nuestra
voluntad por caminar en la dirección elegida continúa sostenida por nuestra
pasión, confianza y verdadero potencial. Cuando te desapegas de la meta, pones
toda tu atención en el presente y te libras de la frustración y el miedo a la pérdida
que suscita la obsesión por alcanzar la meta. Esa es la razón por la que prefiero
hablar de «visiones» y no de metas. La visión es más amplia y flexible. La visión
abraza la oportunidad del instante presente.
Vivirse desde la impermanencia no significa perder el disfrute y el placer de
amarse, sino todo lo contrario. Es vivir de una manera más plena y consciente
porque nuestro compartir, nuestro darnos, no causa dolor ni sufrimiento, puesto
que no teme la pérdida. Renuncias al apego de poseer y hacer tuyo al amado, ya
que nada nos pertenece, pero no a la voluntad y el deseo de compartir y disfrutar
de todo lo que venga.
«Amar sin apego es dejar volar aquello que amamos con una sonrisa
en el corazón».
Qué maravilloso sería hacer el amor con alguien que te gusta. Dormir en la
misma cama compartiendo un frenesí de caricias, ternura y abrazos. Dar lo mejor
de nosotros mismos y a la mañana siguiente enunciar un adiós y una sonrisa.
Simplemente eso. Sin juicios, sin poseer, sin ansiar un resultado, sin esperar nada
a cambio. Por desgracia, esta entrañable comunión solo es posible para almas
que alcanzaron la desidentificación con el personaje.
Vivirse desde la impermanencia no quiere decir que cuando el dolor, la tristeza
y la enfermedad llamen a nuestra puerta huyamos despavoridos con la pastilla
bajo la lengua con la voluntad de eludir la situación de pesadumbre. Cada
angustia del alma pertenece a un ciclo descendente que resulta vital para su
propia regeneración ascendente. A mi modo de ver, la tristeza tan solo es una
compensación que deviene del exceso de alegría. Vívela. Cada conflicto es una
oportunidad de aprender algo nuevo. Porque el conflicto y la solución son la
misma cosa, solo la interpretación humana los etiqueta en función de sus
intereses personales. Cuando te apegas a resolver el conflicto, dejas de prestar
atención a los mensajes y oportunidades inherentes a la experiencia adversa. Te
obsesionas con curar una enfermedad, por ejemplo, sin meditar por qué razón
esta llegó a tu vida.
Vivirse desde la impermanencia guarda relación con abrazar la incertidumbre
como parte de la existencia. Por ejemplo. Viajar en bicicleta durante un tiempo
prolongado es, en mi opinión, como retornar de inmediato al periodo paleolítico.
Es un regreso a los orígenes. Es encontrar un espacio en el que expandirse en
movimiento, a cámara lenta, como los antiguos nómadas, aquellos que
deambulaban inmersos en el silencio, manejando un diálogo interior reducido y
con el único objetivo de cubrir sus necesidades básicas. Vivir en la
incertidumbre me hace vivir despierto poniendo los cinco sentidos en aquello
que la vida me trae. Vivo a la intemperie, sin nada que perder o ganar, sin nada
de lo que apropiarme. La incertidumbre ofrece un universo de posibilidades
esperando a ser disfrutadas con intensidad. Simplemente te abres a ellas. La falta
de certezas dibuja un camino genuino y deslumbrante abierto a nuevas
experiencias. No hay meta, no hay apego. Todo está abierto, lo que me permite
cambiar de camino cuando lo desee. Es muy posible que te pierdas, obvio. Me
ha ocurrido en bastantes ocasiones. Ahora bien, ¿no es cuando te pierdes cuando
sueltas tus inercias y encuentras otra manera de explorarte? Adivino que a
muchos les causará miedo, pero:
¿Cuándo sabes que estás siendo víctima del apego? Me explico. Hay veces,
por ejemplo, que no somos conscientes de que estamos apegados porque
creemos que nuestras acciones son esenciales para ayudar a otros.
¿Os suena la frase… «¡Es que todo me sucede a mí!»? Tiene su lógica. Nuestro
SAR opera como la lámpara de Aladino. ¿Cuál es tu deseo? ¿Te sientes atraído
inconscientemente por mujeres que controlan tu vida? Pues tus deseos serán
órdenes para el SAR. ¿Lo vemos?
Es como si el hábito de la herida emocional fuese lanzar piedras al aire, pero
como la conducta opera a nivel inconsciente no alcanzamos a recordarlo. Sin
embargo, nos embarga la sorpresa y la perplejidad cuando durante nuestra vida
adulta las piedras no dejan de caernos encima, entonces nos preguntamos: ¿Por
qué todos los problemas me vienen a mí?
Por eso digo que la vida, de una manera u otra, situará la misma piedra en
nuestro camino, la misma relación de pareja, una y otra vez hasta que no
aprendamos a integrar nuestras heridas, conflictos y miedos sin resolver a través
del filtro del amor. Y cuando digo amor, me refiero al amor vivido desde la
impermanencia, no al falso amor apegado que contamina nuestras sociedades.
Sí, por favor…
¿Qué visión crees que tiene el mundo acerca del amor? ¿Piensas que nos
inculcan una perspectiva sana sobre esta fuerza que mueve el mundo?
Creo que nos han enseñado todo al revés. Nosotros vemos el amor como un
producto más del mercado. Nada se vende y se compra a menos que resuelva un
problema del consumidor. Es un principio fundamental en economía.
Recurrimos a expresiones amorosas solo si el otro nos ama. Es decir, si obtengo
un beneficio me interesa, pero si no obtengo nada, me busco otro producto. Lo
que demuestra que somos simple mercancía.
Desde una perspectiva oriental, ¿qué es el amor realmente? El amor es
consciencia; el amor es siempre dar. El amor es inspirar a tu amante a encontrar
su libertad y dejarle volar. El amor simboliza la sombra de un árbol. Ofrece
sombra a peregrinos y a leñadores, no juzga, no se aferra a ninguno de ellos. Tan
solo cumple con su naturaleza.
Ahora bien, nosotros amamos a quien nos adula y despreciamos a quien osa a
enfrentar la hegemonía de nuestro personaje. Y esta conducta solo revela un
vacío de amor en nosotros. Por eso necesitamos al personaje. Somos como
sanguijuelas emocionales que buscan desesperadamente cualquier chispa de
amor en el mundo de la forma. Mendigos afectivos que articulan enrevesadas
estrategias para llamar la atención al tiempo que usurpan la energía de los
demás. Entonces cobra sentido el responsabilizar al otro de nuestra infelicidad
con frases como «¡Es que mi pareja no me hace feliz!». Y cuando hacemos una
cesión de poder de esta relevancia y nos apegamos al amor que supuestamente
reside en el exterior, estaremos destinados a sufrir irremisiblemente, ya que
nadie puede llenar nuestros vacíos. Esa es la razón por la que todas las parejas
terminan por decepcionarnos. No sé quién escribió esta frase, pero me encanta:
Toda cesión de poder obedece a una sola causa: nuestras heridas permanecen
abiertas anhelando el amor que nunca les fue dado. Por desgracia, nos
relacionamos con el mundo desde la escasez y cuando una persona se vive desde
la necesidad, siempre corromperá la relación. Quizás perciba la falsa sensación
de que está dando. En cambio, cuando el amor que crees aportar a la relación es
mayor que el amor que reside en uno mismo, significa que no amamos, sino que
esperamos algo a cambio. ¿Cuántas parejas viven desde sus desiertos
conformándose con relaciones tristes, dolorosas y perjudiciales?
Podemos concebir una relación para compartir o para usurpar, pero si la
motivación furtiva persigue el usurpar, pronto surgirá el conflicto. Porque
veremos a nuestra pareja como una prótesis que necesitamos para darnos placer
y satisfacer nuestros vacíos. Así que cuando la relación colapse, por mucho
empeño que pongamos, no hallaremos un buen recuerdo, sino que la agresividad,
el juicio y la culpa serán el centro de nuestra experiencia.
Sorprendentemente, la inmadurez del ser humano acostumbrará a justificar el
sufrimiento. Albergamos la falsa sensación de que necesitamos vivir en pareja
porque nos da miedo estar solos. Por el contrario, aquello que realmente nos
atemoriza no es vivirnos en soledad, sino sentirnos vacíos. Cuando una persona
acepta sus vulnerabilidades, trabaja sus heridas y realiza un arduo trabajo de
autoconocimiento y reconocimiento del personaje, por lo general, transitará
desde un estado de escasez a otro de abundancia. De hecho, al vivirse en paz con
lo que uno es, el apego y el miedo a la pérdida se disolverán paulatinamente.
Creedme si os digo que cuando uno encuentra su fuente de energía y se ama, no
necesita a nadie para vivir y desarrollar su potencialidad. Y si, con todo,
prefieres hacerlo acompañado, la pareja que compartirá la vida contigo será
consecuencia de la elección, y no de la necesidad. Porque cuando uno se respeta,
se compromete, se admira y se recita un «te quiero» todos los días, no puede más
que atraer a personas que vibrarán en la misma cuerda. Será entonces cuando el
bosque palpitará de gozo al observar a dos árboles libres y soberanos que
comparten un punto de encuentro en sus raíces.
No alcanzamos a comprender la dimensión errónea que cobijamos acerca del
amor porque vivimos apegados a una creencia emocional de carencia que se
sostiene indeleble en nuestros tres inconscientes: el colectivo, el familiar y el
individual. Asimismo, las referencias culturales no cesan de contribuir a ese
paradigma hollywoodiense. El enamoramiento, por citar un ejemplo, alude a una
especie de fiesta hormonal que resulta del cerebro reptiliano que solo aspira a
que sobrevivas y te reproduzcas. De hecho, la neurociencia es concluyente: nos
enamoramos con veintinueve áreas cerebrales, y no con el corazón. En palabras
del Doctor Eduardo Calixto:
A pesar de tu apunte final, creo que estás dando una visión muy
catastrofista acerca del amor en pareja. Entiendo que estás generalizando.
Yo, por ejemplo, mantengo una relación sentimental en la que mi pareja y
yo somos conscientes del desgaste que ejerce la convivencia. Por eso
optamos por no vivir juntos. Cada uno vive en su apartamento manteniendo
su independencia económica y compartimos los fines de semana. Creo que
son formas más saludables de relación.
Recuerdo hace muchos años en el que una amiga mía me compartió: «Raymon,
donde esté un buen cabrón, que se quite el hombre ideal». Por entonces, no pude
más que reírme, entendiendo holgadamente lo que mi amiga intentaba expresar.
Sin embargo, con el paso del tiempo y del trabajo personal fui consciente de la
relevancia contenida en aquella sentencia.
Desde una relación «no consciente» no se desea a la mujer o al hombre ideal.
Porque este anhelo obedece nominalmente a mentes sanas que se viven desde el
amor. Aquellos que se viven desde el personaje, es decir, el 99 % de la población
siendo optimista, basamos nuestras relaciones de pareja en el conflicto y la
culpa. Sostenemos la relación porque encontramos en el otro una manera de
reforzar nuestra identidad y aliviar nuestra adicción. La herida precisa de
sacrificio, castigo y ataque para afirmarse y sentirnos víctimas de nuestra pareja,
por eso, muchas veces, nos atrae el «cabrón» o la «zorra». Si tu herida de
abandono, por ejemplo, demanda control, te sentirás atraído por parejas que lo
ejerzan. Eso explica por qué muchas veces conoces a una persona que evita el
conflicto, el ataque y la culpa, pero a tu adicción no le sirve, ya que esta no
encuentra el estímulo que demanda la herida. Entonces, optarás por dejar la
relación blandiendo frases como «Es que le falta algo…, no sé, es bondadoso,
pero no tiene sangre…, y no aprendo a su lado». Eso sí, desde la mente racional
no haremos más que clamar al cielo para que nos envíe a un príncipe azul o a
una princesa rosa, aunque a nuestro inconsciente no le interese dicha aspiración.
En definitiva, si el objetivo es preservar la identidad del personaje, da lo
mismo si apuestas por la convivencia estable, o por una relación concordia de fin
de semana. Quizás en la última sufras menos, aunque también aprendes menos.
La relación de pareja, por tanto, se podría definir como una sofisticada excusa
del inconsciente para satisfacer las demandas de la herida, aunque también
representa el espejo que muestra aquello que debemos sanar. ¿Desde dónde
deseamos vivirnos?
Claro. ¿Quién no ha pasado por ahí? El ser humano necesita experiencias para
crear certezas emocionales. El saber nunca alcanzará ese plano. No puedes
deleitarte en la luz si no te pegaste de coscorrones en la oscuridad.
El apego a la meta convierte el viaje en una prisión sin barrotes. Por lo general,
la meta nos resulta estimulante porque tras su consecución esperamos éxito,
fama y reconocimiento, en vez de crecimiento espiritual y sabiduría. Entonces
surge el miedo a fracasar, a no obtener los regalos que inventó la expectativa. En
ese momento perdemos la autenticidad, la libertad y el disfrute que emana de la
incertidumbre del camino. La meta nos conduce a las prisas, al trofeo, a la
distinción que será aplaudida por los que observan. El foco de atención, por
tanto, no incidirá en el camino y en las oportunidades que de él surjan.
Oportunidad para encontrar tu lugar, oportunidad para descubrirte en soledad,
oportunidad para tropezar con la que será tu compañera de vida, oportunidad
para derribar miedos y prejuicios, en definitiva, oportunidad para adquirir
humildad, tolerancia y paz interior.
El deseo se encuentra en la meta. Nos convertimos en adictos al resultado y el
resultado siempre se aviene con la ansiedad. Pero cuando el resultado es
alcanzado y disfrutamos breves minutos de los aplausos, la frustración ingenia
otra engañosa meta que mitigue la desilusión y acalle los gritos angustiados de
nuestras heridas emocionales. De esta manera, nos pasamos la vida persiguiendo
píldoras de la felicidad. Unos se anudarán al éxito, otros al dinero, al cuerpo, al
placer, a las modas, al viaje, o a cualquier cosa que pueda suplantar la ternura
que no sabemos darnos.
El hecho de vivir debería ser suficiente para advertir que todo cuanto nos rodea
es efímero. Sin embargo, la soledad nos ayuda a sostener la atención y evitar las
cómodas distracciones .
Nos educan desde que tenemos un mínimo uso de razón para huir de nosotros
mismos, divorciados de nuestro ser y separados de nuestro amor. Y como todos
huyen, lo normalizamos. Cuando alcanzamos la edad adulta entramos en pánico
al enfrentarnos con la sombra de la que hablaba el psicoanalista Jung. Por eso, la
soledad a la que rehúsa la humanidad no es más que su miedo a descubrir su
sombra. ¿Y qué es la sombra? Pues básicamente la parte más miserable de uno
mismo que necesita ser aceptada, integrada y transcendida.
Algo funciona mal en una sociedad cuando la mayoría de sus ciudadanos no
son capaces de estar a solas en una habitación y sentir un profundo bienestar. A
muchos, de hecho, les devoran los demonios internos. Y, creedme si afirmo que
sin conquistar tu soledad, no puedes ser libre.
Todos huimos de la soledad como una especie de peste porque cristalizó en
nosotros con sufrimiento, culpa, castigo o un defecto de nuestra personalidad.
Por eso no la aceptamos. Y los que más escapan de ella son aquellos que
padecen la herida del abandono. Si bien la soledad es imprescindible para
descubrirnos. La soledad es el útero de la existencia. ¿Cómo si no podríamos
identificar nuestras heridas, miedos, tropiezos y apegos predominantes? ¿De qué
forma podríamos descubrir nuestros valores, talentos y virtudes? Pensadlo.
Como expresó Albert Einstein:
«La soledad es un buen lugar para encontrarse, pero uno muy malo
para quedarse».
Has dicho que sin integrar la soledad no podemos ser libres. En cambio, los
medios de comunicación no dejan de repetir que somos ciudadanos libres
que se relacionan en una sociedad libre. ¿Estamos ante una creencia falsa?
Me temo que sí. Es una creencia que forma parte del espectáculo de distracción.
Nos hacen creer que elegimos, pero lo hacemos sobre una ilusión. No somos
más libres por elegir un cartón de leche entre tres marcas que propone el Estado.
¿Tiene algo que ver tu forma de vida minimalista con el hecho de que todo
aquello que acumulemos lo perderemos?
Así es, guarda relación. ¿Qué puedes aprender cuando viajas 45 000 km
alrededor del mundo con cuatro pequeñas maletas ancladas a tu bicicleta? Pues
en primer lugar, darme cuenta de que es más fácil ordenar, clarificar y focalizar
la mente cuando te liberas de las posesiones superfluas. Vivir en una furgoneta
fue un proyecto posterior. Adoro la filosofía minimalista de la bicicleta, aunque
necesitaba encontrar un espacio que me protegiese de las inclemencias del
tiempo y que fuese móvil para poder acercarme al medio natural. Puedes vivir
donde sea y como sea si posees lo necesario: comida, refugio, salud y relaciones
significativas. Y la experiencia minimalista mereció la pena, ya que aprendí a
soltar sólidos apegos inconscientes además de aceptar la pérdida y la renuncia
voluntaria. Moverte en este territorio no significa una forma de elogio a la
escasez y el sacrificio, sino una apertura a todos aquellos tesoros que la
sobriedad y la alegría de la frugalidad pueden brindarte. Porque en la vida sin
adornos existe, no solo más libertad, sino más tiempo para ser y espacio para
reconciliarse con la humanidad de uno mismo.
«Tener tiempo es una decisión que nace de la responsabilidad de cada
ser humano con el ecosistema en el que convive».
vvv
Brindar amor cuando la adversidad aprieta habla de quien eres. Si quieres saber
cómo es realmente una persona, deja que las leyes de la impermanencia la
desnuden. Entonces sabrás si se vive desde el miedo o desde la dicha. La libertad
y el amor interior son nuestro reino infranqueable, y la persona que emana
sabiduría agradece doblemente todo aquello que no le pueden arrebatar.
Sufrimos porque aspiramos a vivir bajo nuestras propias reglas sin atender a
las reglas del universo. Nos imponemos congelar la realidad que nos beneficia
porque somos víctimas del pasado. El personaje anhela perpetuar la instantánea
de un tiempo en el que fuimos felices, huyendo del cambio y la novedad. Pero el
«ser» sabe que somos maravillas de la transformación, y cuando no hay cambios
surge el caos y la decadencia. Gracias a la impermanencia la zozobra de la
mañana puede tornar en alegría por la tarde, ya que los pensamientos también
obedecen a la transitoriedad. Una conversación, una sonrisa, una caricia, un
guiño pueden cambiar completamente la trayectoria de nuestra vida.
«Por muy terrible que sea un día, siempre pasará. Por muy
maravilloso que sea un día, siempre pasará».
LA GRATITUD
Agradecer es un antídoto contra el miedo
Como ya os conté, en el mes de junio del año 2014 Elena y yo recorrimos diez
mil kilómetros en bicicleta uniendo Madrid-Helsinki-Varsovia. Me complace
presentar esta aventura como el viaje de la gratitud. De hecho, lo recuerdo como
una expedición de disfrute absoluto con tiempo para focalizar en lo importante y
con la firme intención de actualizar los sentidos e invertir la sensación de
desgaste que traíamos de Senegal. Europa fue una incursión abierta a la
incertidumbre, sin planes ni reloj y con la voluntad de alejarnos de las jaulas de
hormigón. La libertad no alcanzaba su cota máxima porque ninguno de los dos
deseábamos cruzar Escandinavia en invierno. Así que la premura no apretaba,
pero tampoco podíamos acomodarnos sin moderación en los lugares. No
obstante, disponíamos de la generosidad del tiempo.
¿Qué os parece si presento algunos datos de interés para poneros en
situación?... El viaje se prolongó poco más de seis meses en los que hicimos
todo lo posible por adoptar una filosofía minimalista. Veinticinco de los días
dormimos en casas o albergues particulares. El resto pernoctamos en tienda de
campaña junto a bosques, prados, playas o terrenos particulares. Solo
empleamos dinero en comida y transporte marítimo. El presupuesto exacto por
persona y mes no superó la cifra de doscientos ochenta euros. Es decir,
estábamos sanando nuestra vida por todas sus costuras por un coste en el que en
Madrid no podríamos alquilar ni un mísero zulo compartido.
Os haré un pequeño resumen con la idea de que podáis interpretar el mapa.
Con anterioridad habíamos realizado el tramo Madrid-Barcelona cruzando los
Pirineos desde Irún hasta Cap de Creus, en Cataluña. Reanudamos el viaje desde
Barcelona para deleitarnos con las maravillosas calas de la Costa Brava. Una vez
en Francia le siguieron el apacible canal de la Narbona, una parte del Canal de
Midi y varios parques naturales como el de Haut-Languedoc, des Cévennes o
Pilat hasta franquear los inexpugnables y bellísimos Alpes suizos y austriacos.
Un sinfín de bosques, lagos y montañas nos sumergieron en la deteriorada
República Checa y su emblemática capital, Praga. Las orillas del Elba y las
bucólicas planicies alemanas nos acompañaron hasta Dresde, Berlín y Rostock.
A Copenhague llegamos respirando las fragancias del mar Báltico y accediendo
desde la península sur que daba acceso a la capital. Irrumpía el otoño y se hacía
tarde para afrontar Noruega, por lo que la libertad de la ruta nos situó en la
amistosa costa oriental sueca hasta alcanzar su majestuosa capital, Estocolmo.
Conquistamos Turku por mar y en pocas jornadas rodábamos por la luminosa
Helsinki. El final del viaje alcanzó cotas impresionantes. Las hojas de los árboles
caducos mudaban su color verde por tonos ocres, lo que nos permitió advertir la
transición completa en cada bosque de Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Las
fuertes heladas tomaron tierra y los días se comprimieron, vicisitud que solo nos
permitía pedalear desde las once de la mañana hasta las tres de la tarde. Una hora
después, el mundo apagaba sus luces y el frío y las horas en la tienda de
campaña se sentían interminables. Valoramos la situación con pesadumbre, pero
requeríamos de una inversión en equipamiento para superar las adversidades del
invierno polaco. Esa fue la razón del salto a Tailandia.
Cuando te enfocas y decides experimentar como observador tu vida, no puedes
sino agradecer todo aquello que te rodea. En las sociedades modernas vivimos
tan dormidos que no somos conscientes del regalo que supone el simple hecho
de respirar. La nostalgia rescata recuerdos mágicos del tiempo en los que Elena y
yo disfrutamos sumergidos en los bosques. Evocaciones tan simples como
escuchar los inefables sonidos de la durmiente naturaleza mientras el hornillo
cocinaba la cena. Recibir un nuevo baño de estrellas antes de enfundarnos en los
sacos de dormir con los cuerpos desgastados de vivir. El clamor de los insectos
recitando un verso hipnotizante, el peso de la gravedad aplacando nuestros
párpados y un liviano sentimiento que recorría nuestra conciencia agradeciendo
un día más.
Vida sencilla, simple, pausada, en la que descubríamos un ecosistema en cada
amanecer. El despertador era maravillosamente rutinario, sonaba igual que el
romance entre la luna y el sol. El trinar de los pájaros anunciaba el despertar de
las primeras luces que encendían la tienda de campaña. Los párpados se
despegaban perezosamente y abríamos los ojos dando la bienvenida a una nueva
oportunidad. Los abrazos desperezaban las primeras sonrisas del día.
Encendíamos el fogón y poníamos el café a calentar. El crepitar de la hojarasca
se filtraba por mis oídos mientras estiraba las piernas explorando la arboleda.
Recuerdo atravesar columnas de motas de polvo suspendido en las que me
colaba por una luz celestial que tamizaba las hojas de los árboles. Olía a tierra
mojada y rocío. Me visualizo abrazando la inmensidad y respirando
profundamente. El aire era fresco y podía sentir toda su energía en cada
inhalación. Era elevar lo cotidiano a cotas de gozo extraordinarias.
Y es que cuando penetras en el medio natural, todo persigue una paz ordenada.
Cuando me paro, respiro y observo, con frecuencia me siento como un
equilibrista. Al penetrar en el silencio interior no fabricas nada, tan solo
permaneces. Es la calma la que nos regala el acceso a verdades universales. No
percibo placer ni sufrimiento en mí, ni alegría ni tristeza, sino imparcialidad. Te
sientes como un árbol imperturbable a la lluvia o el fuego. Se llama
ecuanimidad; y es el amor absoluto de mantener el equilibrio interior tanto en la
ganancia como en la pérdida. Es decir, felicidad con mayúsculas.
Me siguen llegando bonitos recuerdos. Alrededor de las diez y media solíamos
comenzar otro episodio nómada hacia un horizonte delineado por la
incertidumbre. Penetrábamos en una dimensión mágica al advertir el sol, el
viento, el frío, el calor, la lluvia palpando nuestra piel. Es como si te abrazara
una sensación indefinible de existencia. A decir verdad, sentir cómo la vida se
escurre por toda tu anatomía podría ser una de las sensaciones más hermosas y
más sencillas que un ser humano puede experimentar.
Nuestra aspiración resultaba simple. Pedalear y percibir la conexión ancestral
entre la naturaleza y nuestro ser interior, así como aprender a sintonizarnos con
nuestra sabiduría instintiva, enalteciendo nuestro espíritu y trabajando nuestros
valores humanos más elevados. Renunciar a los deberes absurdos y al ruido
social para destinar la mayor parte de nuestro tiempo a reforzar aspectos como la
serenidad, la coherencia, la integridad, el talento, la gratitud y el perdón.
Nuestros días se vestían de sencillez. Pedalear, descubrir y descubrirnos,
escapar de las cuatro paredes, hacer amigos y atender nuestras necesidades
básicas: alimento, cobijo, amor y salud. La fortuna nos acompañaba y éramos
realmente conscientes de experimentar una vida de privilegio. Gozábamos de
una modesta cuenta bancaria y un pasaporte español para abrir casi cualquier
frontera del mundo. Viajábamos libres por todos los rincones de Europa ajenos a
la preocupación. Buenas carreteras, caminos y excelente señalización. El agua y
la comida de calidad abundaba en la corta distancia y a un precio razonable.
Farmacias, hospitales y bibliotecas, estas últimas para resguardarnos de las
incidencias climáticas. Y el bien más apreciado: seguridad personal y jurídica
por doquier. Contábamos, además, con buena tecnología y una red de
hospitalidad para ciclistas a nuestra disposición. Todo resultaba ser
excesivamente perfecto, incluso en los países colindantes a Rusia. Viajar por
Europa como nómadas se podría parecer a visitar Disney World.
Guardamos preciosos recuerdos respecto a la profusa hospitalidad. Sin
embargo, y siendo sinceros, también percibíamos frecuentes asperezas en la
comunicación y en el trato. Trabajando en proyectos de cooperación en el tercer
mundo aprendimos algo realmente sorprendente: que cuanto más riesgo existe en
una comunidad pobre más se comparte. Es decir, abogo por la idea de que no se
comparte más porque los pobres sean más bondadosos que los ricos, sino que el
sentimiento de vulnerabilidad condiciona la misma conducta del compartir.
Nadie en su sano juicio se enfadaría con la única familia de la comunidad que
dispone de coche y que puede llevarte al hospital y salvarle la vida a tu hijo.
Mentiría, asimismo, si no mencionase que el sufrimiento sostenido en el tiempo,
y que se da como constante en el tercer mundo, agudiza y desarrolla la empatía,
sentimiento imprescindible para darse a los demás.
Aun así, la diferencia con Europa no deja de ser desconcertante; ya que cuanta
más seguridad y estatus social atesoran las familias, cuanto más amplias son sus
cuentas corrientes, casas y bellos sus jardines, más desconfianza existe y, por
tanto, reticencia al compartir. La realidad es que encontramos a mucha gente
sola, triste y amargada durante nuestro periplo europeo. Personas bien situadas,
por supuesto, pero que confundieron el propósito de vida con el exceso de
confort. Sobrevivientes al amparo de Papá Estado, pero recelosos y sin
habilidades de socialización para promover vínculos de interdependencia. No fue
alarmante, aunque llamó nuestra atención. No olvidéis que veníamos de Senegal,
donde la miseria se combate con complicidad, empatía, amor y sólidas redes de
pertenencia. Es decir, si las cosas te van mal en Senegal, siempre habrá una
mano tendida para ayudarte. Por el contrario, si las cosas se tuercen en
Occidente, todo apunta a que acabarás debajo de un puente.
Rescato de la memoria una pregunta que solía perseguirme: ¿Qué nos sucede a
los europeos? No se entiende. Vivimos en un continente donde abunda la
seguridad, las posibilidades y los recursos para ser felices, aunque por otra parte
el número de suicidios supera con creces al de muertes por accidente de tráfico.
Quizás desconocéis que en el conjunto de la Unión Europea se dieron en el
último lustro un total aproximado de 57 000 casos de suicidio por año. Unas
ciento cincuenta y seis personas al día de los que la mayoría, un 77 %, fueron
varones. La luctuosa lista la encabeza Alemania, seguida de Francia, Polonia,
Reino Unido, Italia y España como sexto país con más muertes por suicidio…,
este último con unos diez fallecidos al día. Y me estoy refiriendo a los suicidios
que se contabilizan, ya que el estigma social enmascara muchas defunciones.
Otro gran fantasma, el de las embarazosas enfermedades mentales, asola
Europa desde el año 1992. El deterioro de la salud mental de los europeos es
imparable cada año que pasa. En Europa, según la Organización Mundial de la
Salud, Alemania es el país con más casos de depresión, ya que supera los cuatro
millones de personas afectadas. Le siguen Italia, con más de tres millones,
Francia, muy cerca de Italia, y en el cuarto lugar, España, con más de dos
millones de afectados y creciendo un 4% anual. Destacar además que el 16 % de
la población española, más de 7 millones de personas, consume a diario lo que
equivaldría a una dosis de antidepresivos, ansiolíticos, hipnóticos y sedantes. No
deja de sorprender que un país que presume de su excelsa calidad de vida posea
una de las tasas más altas del mundo en consumo de psicofármacos.
Vivimos en una época en la que las neuronas están enfermando. Y estos datos
solo indican que la dictadura del crecimiento y el bienestar no garantiza el
acceso directo al club VIP de las sociedades felices. Se evidencia sin lugar a
dudas que hemos perdido el manual de instrucciones para vivir como seres
humanos en el mundo que se nos ha prestado. Luego, como acertadamente reza
Spinoza:
¿Por qué callejón sin salida de la existencia nos hemos extraviado? Vivimos
como un hámster girando en la rueda de la escasez y la infelicidad. En un
progreso de insatisfacción que se queja un promedio de veinte veces al día, al
tiempo que se obsesiona por todo aquello que nos falta y creemos necesitar. En
una cultura que multiplica sus frustraciones que sobrevienen de metas que se
quieren conseguir y se resisten. En sociedades que buscan estímulos constantes
que persiguen una felicidad falsificada sin atender a las pequeñas cosas que
rodean nuestra vida. Con todo, me pregunto: si no estamos agradecidos con todo
aquello que tenemos hoy, ¿por qué lo estaremos cuando consigamos algo nuevo?
No podemos sentirnos agradecidos por todo aquello que abriga nuestra
existencia porque nuestro SAR (sistema de activación reticular) no pone el foco
de su atención en el amor, sino en el miedo. Podríamos estar acompañados de las
personas que más amor nos reportan, disfrutando del mejor día de nuestra vida y
no apreciar lo afortunados que somos. Nuestro foco de atención se encuentra
gobernado por las angustias del alma, por esas heridas, miedos y conflictos que
almacenamos en un cajón del inconsciente. Y un alma afligida y enferma solo
aspira a mitigar la desazón con más consumo de novedades y entretenimientos.
Se llama voracidad emocional. La fijación de la atención en los problemas y el
conflicto refuerzan las redes neurales del cerebro asociadas con los pensamientos
negativos, con lo cual, el SAR no puede hacer otra cosa más que sentirse atraído
por el pesimismo y la escasez. Es decir, nuestro mundo estará formado por
carencias e ingratitud. Vivir desde el personaje es vivir de manera automática,
anestesiada, somnolienta, en un escenario en el que no valoramos las pequeñas
cosas que tienen que ver con sentirse dichoso.
¿Hemos pensado alguna vez que quizás tengamos más de lo que reconocemos
y valoramos? ¿Estamos seguros de haber aportado al mundo más cosas de las
que el mundo nos ha entregado? Si analizamos en profundidad nuestra vida
quizás apreciemos a toda la gente que participó de una u otra manera para
alcanzar cada una de nuestras cimas. Ese interruptor de la luz que te hizo
averiguar más sobre Franklin, Edison o Tesla. El chorro de agua que propició
que pensaras en el grifo, los embalses, los ríos y las montañas. La comida que te
llevó a curiosear acerca de la vida de ganaderos, agricultores y pescadores. La
sociedad próspera y pacífica en la que creciste. El perenne soporte familiar que
cubrió tus necesidades básicas. Aquel consejo o palmadita en la espalda que te
inspiró a cambiar de rumbo y encontrar tu vocación y talento. Ese trabajo que no
te complacía, pero que te permitió ahorrar para pagarte la carrera universitaria
que abriría las puertas de tu futuro. El accidente o enfermedad grave que te
enseñó a ver la vida de otra manera. Las personas tóxicas que te enojaron, pero
que sin su compañía, no hubieses aprendido a sanar los rasgos de tu
personalidad.
Casi todo aquello que atesoramos se debe al esfuerzo inimaginable de personas
que obran en red. Gracias a su actitud de «colmena» podemos viajar en bicicleta
a otros países, respirar, alimentarnos, sanarnos, dormir tranquilos, contemplar
una puesta de sol, ver a nuestros hijos crecer, rodearnos de amigos, cuidar a una
mascota, y un largo etcétera que continuamente nos recuerda la oportunidad de
saborear la vida.
La gratitud aparece en todas las religiones, filosofías y textos sagrados del
mundo. Todos ellos abogan por la iluminación del ser humano de una manera u
otra, y todos saben que sin el ingrediente de la gratitud es imposible que florezca
la paz, y sin paz las puertas de la felicidad permanecen cerradas. Cuando
construimos una identidad desde el «ser» y reconocemos nuestras riquezas
interiores, resulta más hacedero salir de los pensamientos negativos, volver al
instante presente y darnos cuenta de que todo se encuentra en su sitio, nada falta.
Porque no es lo mismo vivir desde la expectativa que desde aquello que ya se
encuentra disponible en nosotros. Lo engañoso de habitar en el futuro es que los
planes pocas veces se cumplen, pero la garantía de frustración es muy elevada.
Sin embargo, aquello que ya poseo es real, y puedo disfrutarlo en el instante
presente. La gratitud entonces renuncia a la ansiedad y se convierte en un atajo
hacia un lugar llamado paz espiritual.
No podemos ignorar que tras la adversidad subyacen importantísimas lecciones
de vida. Y toda sabiduría que enriquece nuestro devenir es digna de ser
agradecida provenga de donde provenga. ¿Cuántos tesoros nos son revelados
escondidos en problemas? ¿Cuántas veces la vida se opone a todos nuestros
deseos para que nos demos cuenta de nuestro egoísmo, vanidad y arrogancia, y
así podamos percibir el sufrimiento de los demás, el valor de la empatía, la
responsabilidad o la verdadera dirección del sentido? No hay fracaso que no
pueda convertirse en éxito existencial. Y adoptar esta filosofía no solo nos hace
entender nuestra relación con el mundo, sino que evita el «arrepentimiento» con
respecto a todo lo que aconteció en nuestro pasado. Ocurrió por alguna razón, así
que amemos las decisiones que ya tomamos, fuesen estas buenas o malas.
Las heridas, miedos o conflictos tan solo son desafíos de los que aprender, y
pretender resistirnos a estos es como negarnos a cultivar nuestra vida interior.
Por consiguiente, y como bien señaló Gerardo Schmedling:
¿Preguntas...?
Por desgracia, así es. La mayoría de las personas viven dormidas y el personaje
tiende a pasar por alto todas las cosas buenas que colorean nuestra vida. Si bien
podemos incorporar hábitos que nos ayuden a valorar todo aquello de lo que
disfrutamos en el instante presente. Muchas veces cuando me despierto en la
furgoneta, suelo abrir la ventana trasera y chequear cómo está el día. Lo cierto es
que me da igual si llueve o hace sol. Intento sonreír y pasar al menos unos
instantes agradeciendo cinco aspectos que valoro en mi vida. Se me vienen
imágenes como la familia, los amigos o el privilegio de vivir como vivo. Es un
hábito que a mí me sirve como entrenamiento. He sabido de personas que
prefieren hacerlo antes de dormir o incluirlo en sus meditaciones.
Hagamos un ejercicio durante quince segundos. Pensad cuáles son las
actividades, cosas o personas más importantes de vuestra vida. ¿Lo tenemos?
Genial. Os invito a valorar cómo, a pesar de los caprichos de la transitoriedad y
la fragilidad de la existencia, sois personas afortunadas. A veces se nos olvida
que la base de la pirámide para edificar una existencia dichosa y en paz se
encuentra en su sitio. La gran mayoría de vosotros disponéis de alimento, salud,
cobijo y el soporte emocional que proveen las relaciones interpersonales. Por
suerte, contamos con lo necesario para sentirnos privilegiados. Pensad en esto:
A finales del año 2011, después de terminar un viaje en bicicleta por España, el
SAR (sistema de activación reticular) me estacionó en un nuevo proyecto.
Básicamente, acepté desarrollar un programa informático como jefe de proyecto
para una reconocida aseguradora francesa. Adivino que me pareció un buen
momento para reorganizar la ONGD, ahorrar algo de dinero y preparar el
siguiente viaje. Pese a todo, el estrés y una crisis de valores me llevaron a
renunciar al trabajo once meses después. Acomodaba un sentimiento extraño,
como si me traicionara y necesitara encontrar un lugar donde ordenar ideas y
revitalizarme. Por lo que decidí contactar con un buen amigo mío y retirarme a
una comunidad autosuficiente del norte de Navarra con la idea de que mis
sentimientos encontrasen el amparo del invierno. Pero vayamos primero a las
circunstancias que propiciaron este desenlace.
El proyecto informático comenzó como la relación entrañable entre dos
enamorados. Sin embargo, debido a las exigencias del calendario que impuso la
aseguradora francesa, el ambiente comenzó a enrarecerse y, con el transcurrir de
los meses, surgieron las asperezas entre la empresa y mi equipo de trabajo.
Sufríamos presiones a diario que nos obligaban a renunciar a los tiempos de
descanso además de acelerar precipitadamente los procesos de desarrollo,
circunstancia que nos condujo a las horas extras obligatorias. Como venía siendo
habitual en la economía frenética poscrisis de aquella España, el beneficio y el
resultado se situaban por encima de los valores humanos. Paulatinamente, muy
similar a un pequeño goteo, penetré en la contradicción y la herida de injusticia
encontró un escenario ideal para manifestarse. Básicamente me había vendido
por un salario que fluía de una empresa carente de ética y que resultaba ser más
parte del problema que de la solución. Para mí suponía un conflicto, pues dicho
salario sería usado para financiar mis gastos de viaje y manutención en los
proyectos humanitarios que gestionaba. Me resultaba hipócrita y, por lo tanto,
injusto e imperfecto. ¿Tiene sentido embellecer el mundo con el dinero
proveniente de empresas que lo mancillan? ¿No estaba yo mismo colaborando
con el hecho de perpetuar este tipo de prácticas empresariales? Cavilaciones
como estas me instalaron en una crisis existencial. En cambio, a pesar de la
desazón que cohabitaba en mí, albergaba el compromiso de responsabilidad para
terminar el trabajo que me había sido encomendado.
Mi personalidad perfeccionista abrazó el estrés, la ansiedad y el insomnio, lo
que me produjo un brote de vértigos así como intensas cefaleas. El cuerpo
expresa lo que la mente calla. Mi dimisión fue expeditiva por dos razones: mi
colchón de ahorros gozaba de una buena higiene y por aquel entonces mi salud
se situaba por encima de la conveniente actividad profesional. Aunque parezca
una buena justificación, estas premisas se caen cuando por adoptar determinados
convencionalismos sociales has hipotecado tu vida y perteneces a ese elenco de
esclavos de la deuda. En ese caso, tu salud es irrelevante frente a las cuotas de tu
endeudamiento. Por desgracia, así habrían de vivirlo todos los miembros de mi
equipo de trabajo. La mayoría necesitaba un merecido descanso, aunque ninguno
de ellos podía arriesgar su fuente de ingresos. Lo más desolador es que esta
explotación, que hemos normalizado y que ocurre todos los días en la mayoría
de empresas españolas, nos destruye como seres humanos. Veamos lo que
expone la neurociencia y en concreto los estudios del Dr. Joe Dispensa.
El estrés se desata cuando el organismo rebasa su condición de homeostasis o
zona de equilibrio. Si bien, nuestra biología señala que todo ser humano se
encuentra preparado para tolerar ciertos estados de estrés transitorios o
puntuales. Es decir, cuando una persona percibe un estado de amenaza o peligro,
su organismo activa el sistema nervioso simpático, que está relacionado con
estados de alerta, lucha, parálisis y huida. Como respuesta defensiva segrega
cortisol y glutamato, estimula la amígdala, y suspende el riego sanguíneo hacia
los lóbulos prefrontales del cerebro responsables de aspectos tan transcendentes
como la inteligencia, la creatividad y la comprensión. Hasta ese estado, todo
bien. El problema deviene cuando debido a las expectativas sociales y los
nuevos estilos de vida, el estrés transita de un estado pasajero a un territorio de
amenaza permanente denominado distrés. No sé a vosotros, pero a mí me parece
que dicho desequilibrio estacionario representa bastante bien a las fábricas
andantes que viven en sociedades industrializadas presionadas por la economía
de mercado.
Por lo general, nuestra idea de progreso nos conduce a medios hostiles en los
que habitar; entornos frenéticos, sin tiempo para pensar, sometidos por las prisas
e inmersos en un ambiente de falsas creencias que suscita estados de ansiedad,
depresión, insomnio, hipertensión, etc. No es lo mismo ser perseguido por un
tigre de manera puntual, a que la amenaza del tigre forme parte de cada uno de
nuestros días. ¿Qué perjuicios creéis que causa el distrés en nuestro organismo?
Veamos.
¿Me echarán del trabajo? ¿Podré pagar la hipoteca? ¿Me rechazará mi entorno
emocional y me quedaré solo? Hoy además vivimos aterrorizados por un
enemigo perfecto. Un virus ubicuo (COVID-19), abstracto e invisible que nos
puede atacar en cualquier momento y que produce en el organismo un estado de
alerta continuado en el tiempo. Es lo que provocará un efecto nocebo: si crees
que algo te enfermará, acabará por aparecer la enfermedad.
Cuando subsistes en un territorio de estrés crónico de supervivencia instintiva
aguardando el ataque de un enemigo exterior, sea el que sea, no es momento de
abrazar tus emociones, meditar, escuchar tu cuerpo, desplegar tu imaginación y
creatividad o habitar en el instante presente. Más bien ocurre lo contrario, tu
atención se moviliza en la materia y te verás empujado a controlar la vida,
inventar expectativas e idolatrar resultados creyendo que tu equilibrio o paz
interior dependen de un objeto o circunstancia proveniente de un exterior hostil.
El SAR no puede poner su energía en dos aspectos a la vez: o sobrevives o te
elevas espiritualmente. Por consiguiente, cuando nuestra atención se focaliza en
la selva social, la respuesta no puede ser otra que miedo, competición, lucha,
envidia, egoísmo, desconfianza y animadversión, entre otras. Un estado
emocional donde irremediablemente perdemos la homeostasis del organismo.
Llegados a este punto es ineludible hacerse preguntas: ¿El distrés forma parte
de nuestra vida? Pensadlo. Porque cuanto más distrés soportemos, más nos
alejaremos de nuestra esencia. Por lo que estaremos fatalmente condenados a
vivirnos de afuera hacia adentro, y no al revés. Tomaos diez segundos para
analizar esta cuestión...
Y en ese estado de desequilibrio y anhelo de respuestas llegué yo a Aritzkuren,
un pueblecito del Prepirineo navarro inmerso en la montaña. En Aritzkuren
convive un amoroso colectivo de familias que potencian su sueño y reconstruyen
un espacio habitable desde mediados de los años noventa. La veintena de
personas que lo conforman conciben y desarrollan un proyecto de vida
comunitaria y trabajo integral que aboga por la autogestión de sus necesidades
como grupo. Sus valores se fundamentan en el fortalecimiento de las relaciones
humanas y su conexión con la naturaleza y, además sorprende, que practiquen
una política horizontal mediante asambleas dinamizadas que salvaguardan la
democracia real y favorecen la cooperación, los bienes comunes y la capacidad
para compartir. Aritzkuren me reveló un espacio abierto al mundo que aspira a
mostrar un ejemplo esperanzador de cómo se puede vivir de una manera más
saludable con uno mismo, la comunidad, el entorno y con el mundo.
Durante mis días en Aritzkuren fui consciente de que lo importante de la vida
se halla en lo sencillo y cotidiano; en el aquí y el ahora. Con el tiempo aprendí a
hacer pan, aguamiel, formar compost, alimentar a las gallinas, cortar leña,
elaborar cremas y medicinas naturales, así como a enriquecer el proyecto de
educación libre. Rememoro con entusiasmo el trabajo en la huerta y la
recolección con mis propias manos de zanahorias, puerros, calabacines y
cebolletas que posteriormente cocinaría para alimentar a toda una comunidad
que se ajustaba con entusiasmo alrededor de una gran mesa en la casa comunal.
¡Es increíble! Poseemos un cerebro social que destina la mayor parte del
tiempo a pensar en el otro. Ignoramos la incidencia positiva que ejerce en
nuestro cerebro las buenas relaciones interpersonales. Se ha demostrado que las
relaciones afectivas y emociones significativas contribuyen a la plasticidad, la
salud y la regeneración sanadora de nuestras redes neuronales. En breve hablaré
de ello.
Aritzkuren me pareció una academia que fomenta y fortalece el verdadero
conocimiento de lo humano. Desde este rincón de la esperanza se asimila la
importancia de consumir agua limpia, de utilizar energías renovables, de reducir
drásticamente los residuos, de proteger la comida que llega a nuestros
estómagos, de construir en armonía con lo natural, de potenciar una educación
rica en valores. En definitiva, de amar y compartir bajo una economía solidaria
que responda a las necesidades comunitarias en condiciones saludables. En
Aritzkuren todo gira en torno a la riqueza del compartir de la tribu. Las madres
no maternan solas, sino con otras madres; los hijos tienen multitud de hermanos,
de padres y de madres, porque la relación plural y el sentido de pertenencia se
encuentran por encima de la biología y los convencionalismos sociales. ¿Quién
dijo que el centro de nuestra vida debe recaer exclusivamente en nuestra pareja,
nuestros hijos, nuestro hogar y nuestra economía?
Y todo ello en contacto con una universidad natural, naturaleza como sabiduría
de vida, como camino contemplativo de ritmos, gestos y esencias que se
corresponden con lo humano. Naturaleza como cordón umbilical hacia uno
mismo y brújula reveladora de los secretos que alumbran la armonía de nuestra
esencia.
En poco más de un mes había pasado de un estado de desequilibrio gobernado
por el distrés a un estado de quietud, meditación, silencio, alimentación
saludable, ejercicio físico, buen descanso y abrigo comunitario. Aquel estilo de
vida sin duda guardaba consonancia con el sistema parasimpático encargado de
la regeneración y relajación del organismo. Y cuando el bienestar predomina en
nuestra vida, se armoniza la conexión entre hemisferios cerebrales, se estimula la
segregación de las hormonas de la felicidad y se fortalece nuestro sistema
inmunológico. En definitiva, no solo mejora nuestra calidad de vida, sino que se
renuevan cualidades como el buen humor, la paciencia, la empatía, el amor, la
gratitud, la conexión, etc.
La comuna aterra al pensamiento occidental porque los intereses de la
comunidad se sitúan por encima de nuestro propio beneficio. Al principio la
convivencia resulta espinosa porque no tienes la costumbre de exponerte, pero si
aprendes a impulsar lo colectivo, ten por seguro que lo colectivo se derramará en
ti. Por desgracia, nuestras creencias y parálisis de la conciencia no concilian con
lo que verdaderamente significa vivir en comunidad, ya que en la convivencia
comunitaria no es tan fácil huir del conflicto y la crisis, circunstancia que saca a
relucir lo peor de uno mismo. La gestión de las desavenencias nos hace
profundizar, mirar hacia dentro, salir de nuestro aislamiento egocéntrico y
conocernos en relación con los demás. Salen a flote los protagonismos de
nuestro personaje, sus anhelos de reconocimiento, atención, orgullo y celos,
entre otros. Y eso exige un periodo de adaptación además de arduo trabajo
personal, pues la comuna encarna ese espejo del que todos huimos.
Desafortunadamente, no crecemos en la comodidad de un mensaje que
complace al personaje, sino en la manera de afrontar la incomodidad que
despiertan los conflictos y las heridas del pasado. Tampoco lo hacemos desde el
individualismo, sino a través del espejo de la convivencia. Necesitamos al otro
para mirarnos. El conflicto y la coexistencia ejercen como motor vertebrador del
cambio y el autodescubrimiento. No nos queda otro camino que entender nuestra
diversidad. En definitiva, una visión antagónica al paradigma occidental que
huye de la incómoda adversidad y fomenta el individualismo.
El individualismo, en realidad, es el triunfo de un capitalismo enfermo. La
individualidad que impone esta doctrina, la necesidad de sentirnos merecedores
de todo, nos conduce a potenciar al personaje y buscar enemigos en el exterior.
De ahí surge tanta polarización y lucha: feministas contra machistas, cristianos
contra musulmanes, ricos contra pobres, etc. Pero si lo pensamos con
detenimiento, llegaremos a la conclusión de que:
¿Alguien piensa que aquello que os genera culpa e infelicidad puede hacer
feliz a otros? ¡Pensadlo!
Nada ni nadie puede hacernos sentir culpables. Son nuestras creencias las
responsables de construir la abominable culpabilidad. Así que una buena manera
de saber si estamos en manos del personaje guarda relación con sentirse
culpable.
La culpa se inocula a edades muy tempranas, por eso es una de las barreras
más difíciles de manejar en un proceso de crecimiento espiritual. No la
subestiméis. La culpa nos victimiza y paraliza nuestra energía, cercena la
imaginación creativa y el interés por avanzar, anestesia la disposición para vivir
el presente y debilita nuestro sistema inmunitario abriendo la puerta a todo tipo
de enfermedades.
Vivir desde la esencia del «ser» es radicalmente diferente. Cuando el primer
perdón y primer «te quiero» es a ti mismo, cuando te hablas como lo harías a un
recién nacido, cuando el amor brota de tu interior y te aceptas en lo grande y en
lo pequeño, la culpabilidad no puede encontrar un terreno fértil donde crecer.
Quizás adquieras compromisos con el exterior, pero lo harás desde la elección y
no desde la necesidad de obtener el amor de un planeta que no es el tuyo.
La culpabilidad solo admite sanación cuando te perdonas por haberte
identificado con el personaje y comienzas un camino de compromiso para
transcenderlo. Ahora bien, ¿sabemos perdonar? Nos creemos seres humanos
invencibles, perfectos e inmortales, cuando en realidad somos seres imperfectos
y frágiles. ¿No estaría justificado perdonar dicha fragilidad e imperfección? Por
norma general interpretamos el perdón como un aspecto que se extiende a los
otros. Si bien perdonar a los otros es una ilusión que nos acompaña durante toda
nuestra vida. La religión judeo-cristiana consolidó una de las creencias falsas
que más confusión nos suscita. Nada ni nadie ahí fuera puede causarnos daño a
menos que nosotros mismos hayamos otorgado poder a una creencia que
gobierna nuestros pensamientos. De manera que, como dicta Un curso de
milagros, solo podemos perdonarnos a nosotros mismos. Porque el perdón se
fundamenta en la aceptación y liberación de nuestras propias cadenas mentales.
El perdón al otro es una estrategia del personaje. Ya sé que a muchos se les está
cortocircuitando la mente en estos momentos.
Conclusión, ¿deseamos paz en nuestra vida? No existe otro camino. Perdónate
desde el amor. ¿Y cómo se hace eso? Os preguntaréis muchos.
¿Conocéis la filosofía ho›oponopono?... Veo manos levantadas.
Esta palabra tan suigéneris se podría traducir como higiene mental. Digamos
que engloba un sistema de sanación físico, mental, emocional y espiritual
practicado desde hace cinco mil años por los chamanes hawaianos. Ya entonces
se sabía que cuando el conflicto y los pensamientos insanos que reinan en
nuestra mente no se resuelven y tampoco se purifican a través del perdón
sincero, es el cuerpo el que los manifiesta a través de determinadas
enfermedades. Es decir, la mente es la causa y el cuerpo el efecto.
Los admiradores del ho’oponopono sostienen con firmeza que si todo es una
unidad, de una forma u otra significa que cada uno de nosotros somos energía
que conforma todo el universo. Y si aceptamos esta premisa como cierta, cada
uno de nosotros tenemos la responsabilidad de aquello que atraemos, así como
de la realidad que observamos. Todo se encuentra en relación y ocurre por
alguna razón. Por tanto, la casualidad no existe.
Para un seguidor de este edificante sistema de sanación, la adversidad, el
conflicto, el error e incluso las personas tóxicas no solo ejercen como verdaderos
maestros, sino que afortunadamente representan una extraordinaria fuente de
conocimiento. Todo lo que sucede en el exterior, todo aquello que nos rodea y
capta nuestra atención, actúa como un espejo de nosotros mismos que pretende
enviarnos un mensaje. El otro siempre somos nosotros, pero al vivir desde el
personaje lo ignoramos. El mensajero solo trae un mensaje que despierta una
herida que necesita ser sanada. Esa es la razón por la que debemos mostrar
gratitud y afrontar el conflicto a través de un mantra articulado por cuatro
locuciones:
Son muchas las veces que he cuestionado a uno de mis familiares por carecer
de fuerza de voluntad y saltarse los compromisos de la dieta. Los que sufrimos
de la herida de la traición reaccionamos con irritación contra la pereza. Nos
crispa los nervios las personas que no asumen sus compromisos. Sin embargo,
no olvidéis esto, cuando aleccionáis a otra persona, el espejo solo refleja aquello
que tú no cumples contigo mismo. Quizás no sea en ese ámbito de la dieta, pero
faltas a tus compromisos en otros aspectos. Si no fuera así, no advertirías la falta
en otra persona. ¿Me seguís?
Sigamos con un «espejo opuesto». En los entornos profesionales que he
frecuentado, por lo general, he coincidido con personas excesivamente egoístas
que han cautivado en exceso mi atención. De hecho, advertía que este escenario
se repetía en mi vida con cierta asiduidad, lo que indicaba sin lugar a dudas que
existía una herida sin sanar. Al ignorar el poder de los espejos, normalmente la
situación me generaba hostilidad, desprecio e incomprensión. No era consciente
de cómo dicho conflicto despertaba mi herida de injusticia. Y parafraseando la
ley de la atracción: «Polos opuestos y vibraciones similares se atraen». Esta
situación propiciaba que se activara mi espejo opuesto. Es decir, mi SAR se las
ingeniaba para destacar situaciones y personas que representaban la antítesis de
mi patrón mental.
¿Qué revelaba de mí mismo reaccionar contra personas egoístas? Básicamente,
el territorio desequilibrado en el que yo mismo vivía. El egoísmo exacerbado del
otro me mostraba lo alejado que me hallaba de mi centro. Es decir, aquel
mensajero al que yo consideraba un egoísta en potencia, me estaba mostrando
que yo habitaba en un desatinado altruismo que me estaba perjudicando. Salía a
la palestra mi entrega desmedida y obsesiva hacia los proyectos de cooperación
al desarrollo. Imaginando una escala del uno al diez en el que situamos el
altruismo en el diez y al egoísmo en el cero, la referencia equilibrada sería
aquella que preferentemente se situara cercana al cinco, aunque yo estaba en
posiciones próximas al nueve. En consecuencia, el mensaje no podía ser más
traslúcido. Debía ser consciente de aquel desajuste y trabajar para alejarme de
posiciones obsesivas y bloqueantes relacionadas con servir en exceso a los
demás, y empezar a ser más egoísta conmigo mismo. Diversificar la abundancia
de mi vida en cada uno de los aspectos que la conforman. Más amor y cuidados
hacia mí mismo.
Al vivir desde el personaje no somos conscientes de nuestras heridas, pero es
curioso que para todos aquellos que nos rodean, nuestros dolores no pasan
desapercibidos. Es como si mostrásemos un tatuaje en la frente que demandase:
recházame, abandóname, humíllame, traicióname o sé injusto conmigo. Nos
pasamos la vida activando nuestras heridas recíprocamente. Fijaos. Un hijo que
presente la herida de la humillación y que exprese su parte más vulnerable al
reclamar reconocimiento activará fatalmente la herida de la traición de su padre
y su crueldad asociada frente a las personalidades débiles y victimistas. Y por
desgracia ocurre en un sentido y en el opuesto. No hay nada que más exaspere a
un humillado que el abuso, la soberbia y la agresividad que exterioriza la herida
de traición. Los dos se hacen daño y ninguno llega a ser consciente de cómo se
hacen de espejo y del disparador que inicia el conflicto. Escenarios como estos
son una constante en las relaciones laborales y de pareja.
Hasta una enfermedad desempeña su función de espejo. El vértigo y la
ansiedad que padecí trabajando para la aseguradora francesa indicaban la energía
estancada de mi bloqueo, así como lo alejado que me encontraba de mi zona de
equilibrio. El cumplir con el trabajo asignado se convirtió en una obsesión. De
hecho, no aceptaba un naufragio en ese sentido. Recordad que otro de los
aspectos que me crispaban de la multinacional francesa era su falta de valores
sociales. ¿Qué revelaba este espejo opuesto? Que yo mismo me encontraba
bloqueado en un sentido inverso.
Observando los resultados. Por lo general, te darás cuenta de que ya no haces las
cosas esperando algo a cambio, por lo que gradualmente la situación que tanto te
incomoda dejará de cautivar tu atención. Cuando cambias la melodía en tu
interior, todo aquello que no vibre en ese acorde musical comenzará a
desvanecerse. En caso contrario, el SAR te mostrará una situación similar como
oportunidad para sanar la herida.
Por ejemplo. ¿Eres de esas personas que te revuelves por dentro cuando
presencias el maltrato animal? ¿Sientes un coraje desmesurado cuando observas
el modo en el que una persona maltrata a otra? ¿Trabajas en el ámbito de los
servicios sociales y tu vida se encuentra rodeada de personas agredidas? Tomaos
un tiempo para analizar estas preguntas… Si es así, la situación parece
determinar que existe una herida sin sanar que no reconocéis, pero no la advertís
porque con toda seguridad habéis buscado un culpable en el exterior con el que
luchar.
Una persona maltratada por violencia de género, por lo general, se maltrata y
ejerce violencia sobre sí misma. Es el maltratador el que manifiesta aquello que
el maltratado se hace inconscientemente. Cuesta asumir que el adicto siempre
recurre al autoengaño para preservar su adicción. La herida necesita del conflicto
y la agresión, por lo que el maltratado atrae precisamente a alguien que lo ejerce.
Puedes optar por huir del maltratador cambiando de país. Sin embargo, tu
herida volverá a atraer a otro maltratador, ya que aquello que no se sana vuelve a
activarse. Si la violencia se encuentra presente en tu vida, no te resistas, es que
tienes algo que aprender.
Retomando la pregunta anterior, también puedes cambiar de trabajo, pero
volverás a atraer a otro jefe autoritario. No olvidemos que el exterior es la
consecuencia de los dolores del alma. Hasta que no sanemos, las heridas
continuarán manifestándose en la realidad que observamos. Y por eso, para los
que creen en las frases bonitas, la autoayuda exprés o las charlas motivacionales,
carece de sentido tapar una herida con pensamientos positivos.
Mi experiencia personal es muy reveladora también. Puedo afirmar que aunque
mi herida de injusticia no se encuentra sanada totalmente, ya no reacciono como
hacía antes al presenciar la pobreza extrema, la desigualdad y las injusticias
sociales. Cuando haces consciente tu herida y te reconcilias con ella, el SAR
busca otros escenarios donde expandirse.
Y en otro orden de ideas, aunque la moda espiritual invite a expulsar de nuestra
vida a las personas tóxicas, yo no recomiendo su exclusión. ¿Os imagináis un
árbol en pleno desarrollo evitando a los parásitos y las malas hierbas? No lo
hace. Integra tanto lo bueno como lo malo del ecosistema. De hecho, utiliza los
factores desfavorables para crear defensas y fortalecerse. Por consiguiente, si
nuestra vida se encuentra rodeada de personas tóxicas es sin duda por alguna
razón. Si observas con atención, seguramente el tóxico seas tú y no alcances a
reconocerlo. De cualquier forma, agradece, ya que dispones de una oportunidad
para experimentar y aprender. No lo clasifiques como «malo», sino como
«necesario».
Reitero. La antesala de la sanación pasa por aceptar y perdonar el maltrato que
ejercemos sobre nosotros mismos. Cuando te perdonas, el SAR cambia el foco
de atención y dejas de atraer enemigos a tu vida.
Imaginad las emociones como si fuesen el curso de un río que nace, transita y se
disuelve en el mar. El bloqueo sobreviene cuando la emoción no pudo alcanzar
el océano y encontró un embalse a mitad de camino en el que subsistir. Hasta
que el agua estancada no consiga diluirse en el océano, la emoción y el
sentimiento resultante permanecerán bloqueados.
Supongamos que un niño ha padecido la vergüenza de sus progenitores. El
menor se sintió incapaz de sobrellevar dicha emoción hasta su disolución, por lo
que bloquea la emoción para cristalizarla en la etapa adulta en un sentimiento de
humillación. Es entonces cuando el SAR pone el foco y las energías en cualquier
aspecto externo que guarde relación con el maltrato y falta de respeto que la
persona humillada ejerce sobre sí misma. ¿Qué llamará excesivamente la
atención de este adulto herido? Pues entre otras cosas, aquellas personas que
abusan y lastiman a los demás, ya que, como incansablemente he repetido,
interpretamos el exterior desde nuestro daño emocional. ¿Cuál será la respuesta
inconsciente de este adulto? Señalar, juzgar y condenar a las personas que
considere abusadores. Y ¿qué ocurre cuando juzgas? Que no solo refuerzas la
herida, sino que propicias que la situación se perpetúe en el tiempo. Cuando
juzgas al otro, en realidad te juzgas a ti mismo y dejas de respetarte. Aquello que
juzgas persiste, no hay más vuelta de hoja. Por consiguiente, el SAR continuará
con su radar de rastreo y situará el foco de atención en otra situación exterior que
vibre en la misma sintonía que la herida.
La única forma de salir de este círculo adictivo es aceptar la herida de
humillación, vivirla hasta el final, y perdonarse el automaltrato. Parece increíble,
pero cuando una persona herida se empodera, paulatinamente recupera el
territorio cedido a su maltratador y este último comienza a desaparecer en busca
de otra víctima. No olvidemos que cada persona está librando su propia batalla
interior.
Asimismo, cuando los valores de una persona a la que admiramos seducen
nuestra atención, póngase como ejemplo la valentía, es la manera de la que se
sirve el espejo para que reconozcamos la audacia bloqueada que convive en
nosotros. Si vemos la virtud en el otro, definitivamente es nuestra, ya que el
SAR destaca en el exterior aquello que cohabita en nosotros, lo que sucede es
que el miedo impide su identificación.
Por consiguiente, todos los valores que admires o desprecies en otra persona
reflejan un aspecto de ti que no estás aceptando.
Citaste a Freud para señalar que el rencor nos imposibilita para perdonar.
La teoría sigue una lógica clara desde un plano consciente, y nadie duda que
el único camino transite por la senda del perdón. Pero… ¿cómo te deshaces
del rencor?
En realidad todas las ondas cerebrales forman parte de nuestros estados mentales
y ninguna de ellas es más importante que otra. Cada una debe alcanzar su punto
óptimo de trabajo y equilibrio. Se podría decir que todas se encuentran presentes
en nuestro día a día y se articulan como las notas musicales de un instrumento
que pretende que nuestro cerebro electroquímico se exprese melódicamente. El
problema sobreviene cuando nuestros frenéticos estilos de vida nos conducen a
actividades cerebrales disfuncionales.
Las ondas beta se producen cuando el cerebro manifiesta una actividad
neuronal intensa y, a decir verdad, se impulsan con mayor velocidad de
transmisión que sus acompañantes. Son medibles cuando el cerebro se encuentra
excitado y despierto además de implicado en múltiples estímulos lógicos y
analíticos en los que se requiere de un preciso estado de alerta y cuantiosa
atención. Por ejemplo, dar una conferencia, hacer un examen, conducir una
motocicleta o defenderte de alguien a quien consideras enemigo.
Por otro lado, las ondas alfa constituyen un estado de escasa actividad cerebral
y relajación que guarda relación con fases de calma (que excluyen el sueño).
Estas ondas nos conectan con el mundo imaginario y predominan en actividades
como la lectura, la meditación, los paseos en la naturaleza o el descanso.
Las ondas theta se asocian a estados hipnóticos o calma profunda en el que el
cuerpo se repara y no se precisa manejar un control atencional de alerta
permanente en el que un sujeto se focaliza en la materia. Por lo general, se
manifiestan cuando dormitas ajeno al tiempo y el espacio. Es algo así como
conectar sin esfuerzo con la inspiración, la creatividad y determinadas
capacidades imaginativas. Estas ondas fomentan la conexión emocional y
permiten la captura e interpretación de corazonadas, así como conmociones
relacionadas con la intuición.
Las ondas delta, en cambio, son las que se generan en estados catatónicos de
sueño profundo con muy poca actividad en la mente consciente.
Puede parecer a primera exposición que las ondas beta son los monstruos de la
película, pero nada más lejos de la realidad. Cabe destacar que en la onda beta de
bajo nivel no se da ni la amenaza ni el peligro. Se encuentran presentes de hecho
en procesos de aprendizaje. Sin embargo, como he mencionado, muchos de
nosotros nos mantenemos en un espectro de onda beta-alta, estados cerebrales
muy vinculados con el mundo material consciente y las emociones de
supervivencia como, por ejemplo: duda, miedo, ira, inseguridad, ansiedad,
preocupación, juicio, hostilidad, tristeza, culpabilidad, vergüenza, depresión. De
alguna manera el progreso nos ha convertido en una especie de fábricas que
priorizan la producción y la rentabilidad en detrimento de estados favorables de
calma, conexión, descanso y reparación del organismo.
Se podría decir que los estados beta y alfa son aquellos donde habita la mente
consciente, aunque alfa asimismo funciona de bisagra junto a theta y delta con
considerables potenciales de acceso al inconsciente. Esa es la razón por la que
considero fundamental promover estilos de vida relacionados con estados de
calma, serenidad y meditación. De hecho, no es suerte que los espacios que yo
selecciono para visualizar, leer, escribir, reflexionar o perdonar coincidan con
instantes después del sueño, en la mañana o en la siesta, y poco antes de dormir.
¿Por qué? Porque desde una frecuencia alfa o theta-alfa es bastante más fácil
asimilar conceptos y establecer una comunicación con el mundo inconsciente.
No es casualidad que los niños operen en frecuencias theta cuando registran los
traumas emocionales.
Los estudios del Dr. Joe Dispensa revelaron que cuando un sujeto medita dos
veces al día, durante cinco días consecutivos, es posible modificar las energías
del cerebro y pasar de un estado beta alto a estados beta medios o bajos. Lo que
significa que no necesitamos psicofármacos, sino hábitos saludables que nos
permitan observar nuestros patrones y salir del gobierno del personaje. De
hecho, existe un estudio que confirma que un grupo considerable de personas
afectadas por la depresión experimentó índices notables de curación en tan solo
ocho semanas de meditación. El estudio demostró asimismo que a pesar de los
avances y los beneficios observados, cuando la persona regresaba a su antiguo
ambiente hostil, esta volvía a ser esclava de su entorno. Algo así como retornar
de un plumazo al personaje. ¿Por qué? Porque cuando las heridas siguen
abiertas, nuestro foco de atención sigue condicionado por el miedo del exterior.
A veces se nos olvida que el entorno hostil que nos rodea es un producto de
nuestros egos colectivos y, aunque tendemos a infravalorarlo, posee altas
capacidades para manipular los pensamientos y sentimientos de los individuos.
vvv
Existen rigurosos estudios que avalan los beneficios que confiere el perdón sobre
nuestro estado de ánimo. En concreto me refiero a la voluntad, la actitud, la
autoestima y nuestro sentido interior de propósito vital. Decidme, ¿cómo os
sentís cuando el perdón inspira cada una de vuestras palabras y actos? Algo
hermoso sucede cuando miras a tu niño interior herido con ojos de perdón y
compasión, y te das cuenta de que no lo supiste hacer mejor.
En cambio, la incapacidad para perdonarse se encuentra relacionada con
estados de reacción, depresión y ansiedad y, en fases más avanzadas, con la
enfermedad del organismo. De acuerdo con el Dr. Michael Barry, autor de El
proyecto perdón y las investigaciones en los centros para el tratamiento del
cáncer en Estados Unidos (CTCE), más del 61 % de pacientes con cáncer se
encuentran relacionados con situaciones de perdón no resueltas y más de la
mitad de casos tienen que ver con estados graves y traumáticos. Es decir, la
resistencia al perdón suele derivar en un cáncer. Asimismo, un estudio análogo
resolvió que cuando un individuo comienza a integrar el perdón, los
medicamentos empiezan a surtir efecto. El estudio es concluyente: el perdón nos
conecta con la salud.
Cabe destacar que, aunque integrar la gratitud en nuestras vidas supone una
conquista plausible, el autoperdón puede resultar tremendamente inalcanzable
sin el trabajo previo de sanación de las heridas de la infancia. Pese a todo,
abrazar el perdón es una manera de conquistar la verdadera libertad, ya que
sueltas las cadenas que te conducen a la versión automática y reactiva del
personaje.
El perdón se podría considerar como un extraordinario remedio de la biología,
porque siempre brinda salud al cuerpo y paz a la mente. Si lo exploramos
concienzudamente y confiamos en la transcendencia de los procesos evolutivos,
el perdón parece ser engendrado de la simbiosis entre el dolor y la soledad con el
único propósito de asegurar el hermanamiento de la especie y la supervivencia
de la tribu.
Y qué mejor manera que el autoperdón para consolidar este viaje por los
fundamentos de la paz sostenida en el tiempo. A continuación, me propongo el
reto de matizar la idea mutilada que albergamos acerca de la salud del ser
humano.
9
SALUD CONSCIENTE
Los cinco elementos
Ciclotonina
Cabe decir que, a pesar del dramatismo que pueda emanar esta crítica,
reconozco que no se aportan los argumentos suficientes para instalarse en el
catastrofismo. Afortunadamente, no existen errores de diseño en el universo. Si
como humanidad estamos abocados a transitar esta experiencia, no albergo
dudas de que será precisamente porque la necesitamos para evolucionar hacia
otro plano de la consciencia. Y aunque un viaje en bicicleta favorece
exponencialmente el cambio de hábitos y de entorno, faltaría a la verdad si me
instalase en la insinuación de que es imprescindible vivir sobre dos ruedas para
cambiar nuestras rutinas e integrar el «cuarteto de la felicidad» y la «salud
consciente» en nuestras vidas. A pesar de la toxicidad del modelo mercantilista
en el que vivimos, debemos alejarnos del victimismo y adoptar la
responsabilidad para cada una de nuestras iniciativas, ya que existen multitud de
acciones, compromisos y actividades ilusionantes que pueden dulcificar nuestra
experiencia diaria.
Olvidemos por un momento todas las ideas aquí expresadas, omitamos
igualmente la utopía de vivir en una bicicleta y extrapolemos «los cinco
elementos» a un escenario con el que todos nos sintamos familiarizados, por
ejemplo, la gran ciudad. Me gustaría interpelaros mediante algunas preguntas:
¿Es posible desarrollar una actividad física todos los días? ¿Veinte minutos, tal
vez? ¿Se podría practicar con amigos, en buena compañía y en un entorno
natural…, un parque quizás? Si es así, seréis endorfina.
¿Os apasiona vuestra profesión? ¿Os sentís realizados? ¿Cabe dentro de lo
posible emprender un proyecto estimulante que os distancie de la inercia, la
rutina y el letargo social? Quizás cambiar de profesión, viajar, aprender un
idioma, jardinería, fotografía, escribir un libro, practicar escalada, pádel,
preparar una maratón, estudiar filosofía, crear un canal de tus habilidades en una
red social o formar parte de un proyecto comunitario o ecológico que sume
valor. Si vibráis con estas iniciativas, seréis serotonina.
¿Sería posible definir una «visión» o abogar por un desafío personal? ¿Qué me
decís de formar parte de una ONG activista o un grupo de consumo y participar
en campañas de concienciación con objetivos a corto, medio y largo plazo? ¿Os
imagináis preparando una maratón solidaria? ¿Y examinaros de aquella carrera
universitaria que os apasionaba y que nunca os atrevisteis a emprender? Si le
dais una oportunidad a estas propuestas, seréis dopamina.
¿Es plausible conjugar cualquier actividad mencionada anteriormente con una
tribu con la que os identifiquéis o una comunidad en la que os sintáis queridos,
valorados y respetados? Existen infinitas actividades que fomentan los vínculos
emocionales y en los que sentirse apoyado y reconocido. Basta con una mirada
cómplice, un aplauso, un guiño, un abrazo, un «te ayudo», «me importas»,
«cuenta conmigo», «te acompaño». Si lo creéis así, seréis oxitocina.
Vivir en una bicicleta es un medio, como lo es vivir en una furgoneta, una
aldea o una ciudad. Es responsabilidad de cada persona encontrar el medio
propicio para expandirse.
vvv
«Salud consciente», por tanto, guarda relación con reconocerse como un todo
formado de diferentes aspectos y persigue el propósito de establecer una dichosa
armonía entre uno mismo y el entorno. Somos el piloto de una aeronave que
debe tener en cuenta multitud de factores para que dicha aeronave sobrevuele en
equilibrio nuestro cielo interior. Cuando permanecemos presentes y el foco de
nuestra atención se amplifica abrazando a los cinco elementos, es entonces
cuando comienza el camino hacia el empoderamiento y la toma de decisiones
conscientes. Será el momento, por tanto, de adoptar cambios significativos que
tengan por objeto abrir las puertas de nuestra alma y enriquecer nuestra vida.
Como expresó Buda:
CONCLUSIONES
La felicidad es para los audaces
Ahora podréis entender con más claridad por qué hemos convertido la felicidad
en una herramienta de martirio. Poco de aquello que aprendimos de la familia y
la sociedad nos sirve para ser felices. Por mucho que acojamos y justifiquemos
el paradigma de la felicidad que nos ha vendido un capitalismo consumista, el
desequilibrio emocional nos revela que no habita la paz en nosotros; por lo tanto,
no somos felices. Hemos basado la felicidad en construir entornos para satisfacer
las demandas de los sentidos, cuando en realidad esta radica en aportar poesía a
la naturaleza del espíritu. «Estar feliz» no es lo mismo que «ser feliz».
Durante esta conferencia he analizado las heridas emocionales, la construcción
interpretada de la realidad, la autenticidad con uno mismo, la ley de la
impermanencia, la gratitud, el perdón, las relaciones interpersonales, además de
la importancia de incorporar hábitos de «salud consciente» a nuestra vida. El
objetivo de mi exposición ha sido en todo momento aportar comprensión y paz
en cada uno de los territorios presentados. Observemos de nuevo y
detenidamente el árbol de la vida:
Perdonad la insistencia, pero considero esencial enfatizar en determinados
aspectos de esta conferencia. Volvamos a la reflexión inicial de la que parte todo
lo expuesto aquí.
El fruto de nuestro árbol, llamémosle felicidad, es un florecimiento espontáneo
que deviene de la calidad de la sabia y la fortaleza del tallo. Y el tallo a su vez es
una expresión de crecimiento que acontece como respuesta a la paz, el equilibrio
y la salud de las raíces. En nuestro árbol de la vida, las raíces más profundas
representan las creencias falsas y limitantes de nuestro inconsciente. Y si
nuestras creencias infunden malestar y guerra interior en nuestro sentir al ser
experimentadas desde la ignorancia, la culpa, el miedo y la separación, será
imposible que la sabia fluya y que el tallo alcance un estado de paz, se eleve
hacia la luz y se exprese en forma de fruto. Por consiguiente, la felicidad es un
florecer que sobreviene sin esfuerzo, ni lucha, ni búsqueda, cuando las raíces y el
tallo gozan de una paz sostenida en el tiempo.
Nuestro proyecto vital, por tanto, no reside en buscar la felicidad, sino en
averiguar quiénes somos. Asumir la responsabilidad de nuestro dolor para
realmente ser libres. Aceptar nuestro «ser» en el instante en el que se encuentre,
en lo bueno y en lo necesario, significa apaciguar dentro de nosotros todas las
guerras que nos alejaron de la paz interior. El verdadero éxito en la vida nada
tiene que ver con perseguir la felicidad como objetivo, sino con vivirse
coherente, pleno y en paz al transcender creencias y comprender que todo
aquello que es afuera es un reflejo de nuestro sentir interior.
La lucha siempre implica perder. La lucha por encontrar pareja impide que la
relación llegue. La lucha por sanarnos imposibilita la sanación. La lucha por ser
felices interrumpe el encuentro con la felicidad. La lucha siempre bloquea. Pero
si abrazamos un estado de aceptación y paz sostenida, que no es fácil, todo
surgirá por sí solo.
Consideremos que no habrá coherencia y tampoco paz en nuestra vida si
desconocemos nuestras heridas emocionales.
No habrá paz si ignoramos que la realidad que observamos es una construcción
que se erige desde nuestra anatomía emocional.
No habrá paz si omitimos la inteligencia instintiva que emana desde nuestra
esencia y el lugar de servicio que ocupamos en este mundo.
No habrá paz si intentamos apegarnos y ejercer control sobre todo aquello
administrado por la ley de la impermanencia.
No habrá paz si olvidamos el poder de la gratitud para vivirnos como seres
humanos privilegiados.
No habrá paz si nos resistimos a la ley del espejo y rehusamos perdonar
nuestros tropiezos.
No habrá paz si olvidamos que somos sociables por naturaleza y la habilidad
emocional es el arte del encuentro.
No habrá paz si excluimos de nuestra vida los cinco elementos que conforman
el ecosistema llamado «salud consciente».
Toda nuestra realidad parte del interior. O como expresó Jung:
«Quien vive en el exterior sueña, quien lo hace en el interior despierta».
Durante la conferencia he situado en la base más profunda de las raíces de
nuestro árbol tanto las heridas emocionales como las creencias asociadas. Toda
la exposición ha estado encaminada a construir una visión más armoniosa de la
realidad, la autenticidad, el desapego de lo impermanente, la gratitud, el perdón,
las relaciones y la salud consciente. He intentado tratar cada aspecto desde su
génesis con la voluntad de impulsar libremente la sabia desde las raíces hasta el
tallo y los frutos. Sin embargo, aún no he explicado mi particular forma de
reprogramar creencias y sanar nuestras heridas emocionales. Y este aspecto me
parece el más importante de la conferencia. Creo que muchos estamos cansados
de la manera en la que la literatura de autoayuda y desarrollo personal nos
explica qué nos sucede, aunque aporta pocas claves prácticas en lo referente a
cómo deberíamos sanarnos. Así que, entremos en materia.
11
Realizarse y ser libre como persona, por tanto, guarda relación con descubrir la
fantasía mental y el error desde donde se vive. Es revelar cómo nuestra vida gira
en torno a una idea equivocada de lo que realmente somos. Es comprender que
todas las heridas alojadas en el «yo idea» se fijan debido al encuentro y la
relación con los demás. Y que precisamente en esta relación reside toda la
problemática existencial del ser humano. Aunque al mismo tiempo, dicha
relación nos sirve como medio para descubrir quiénes somos y manifestar
nuestra verdadera identidad.
Partiendo de esta premisa quizás podamos afianzar mejor algunos de los
aspectos tratados en esta conferencia.
Empezaré por un ámbito con el que me siento familiarizado.
Viajar en exceso o coleccionar experiencias no implica en absoluto realización
personal. Podríamos seguir identificados con el «yo idea» e ignorar que
acogemos un interior repleto de escombros. Podríamos alojar en el «yo idea» la
creencia «soy invisible» o «no soy importante», y mitigar dichas creencias a
través de la visibilidad e importancia que procura un viaje en redes sociales. Las
experiencias deberían ser estados conscientes para llegar a nosotros con el
propósito de propiciar un cambio real en nuestro interior. Por el contrario, al
vivir desde la identificación del personaje elegimos por lo general espacios en
los que la distracción, la novedad y el movimiento alivian nuestro vacío. El
engaño reside en confundir la realización con la huida y el cambio de disfraz del
personaje.
Otra de las grandes preguntas sería: ¿Por qué buscamos la felicidad fuera? Nos
pasamos la vida luchando y persiguiendo los propósitos del «yo ideal»
(resolución), y cuando el exterior no proporciona aquello que este reclama, el ser
humano siente soledad, angustia, depresión y vacío existencial. ¿Entendemos
ahora el origen del apego? Apegarse a un exterior cambiante es garantizar una
vida de sufrimiento. El exterior no puede darnos todo lo que el «yo ideal»
anhela, ya que la vida está sujeta a la ley de la impermanencia. La vida siempre
tirará los dados y sus jugadas serán diferentes a las del día anterior. Quizás nos
beneficie o quizás nos envíe una crisis que cercenará todas las aspiraciones del
«yo ideal», por lo que nuestra experiencia de vida será como una montaña rusa
entre la frustración y el frenesí.
En palabras de Antonio Blay:
«Todo miedo nace cuando algo o alguien amenaza aquello que uno
“cree ser” (yo idea) o “quiere llegar a ser” (yo ideal)».
¿Es posible cultivar la gratitud cuando nuestro «yo ideal» únicamente aspira a
neutralizar las angustias del «yo idea»? ¿Podemos ser agradecidos cuando
nuestro foco de atención se encuentra en aquello que nos falta y creemos
necesitar? Es imposible agradecer y vivirnos en paz cuando el «yo idea» se
siente imperfecto e incompleto. Estamos incapacitados para vivir el presente y
agradecerlo porque nos encontramos esclavizados por la carga de pasado del «yo
idea» que no sabemos aceptar.
¿Entendemos ahora por qué el perdón debe ir dirigido a uno mismo?
Coincidiendo con la ley del espejo, siempre juzgamos a los demás como nos
vivimos a nosotros, ya que solo podemos ver en el exterior y, en el otro, lo que
creemos que somos como «yo idea». Por eso el proceso de desidentificación del
«yo idea» se sostiene desde una conciencia de autocompasión. ¿Cómo no
perdonar aquello que se instaló en nuestra mente y representa algo tan alejado de
nuestra identidad real?
Muchos tienen serios problemas para relacionarse porque el otro siempre
supone una amenaza para su «yo idea» y su «yo ideal». Sin embargo, toda
persona, incluidos los enemigos, revelan valiosa información de nosotros
mismos. Relacionarse con los demás es una oportunidad perfecta para conectar
con otras partes de nuestro personaje no reconocidas. La conexión con el otro es
incómoda pero favorece el descubrimiento de nuestra totalidad. Por tanto, la
relación sentimental, es siempre un examen y una universidad. No importa lo
que estas duren, importa lo que podamos descubrir de nosotros mismos.
¿Os suena el reproche «cuando te conocí no eras así. Has cambiado»? Este tipo
de crítica resulta habitual en las relaciones de pareja, ya que siempre nos
relacionamos desde nuestro «yo ideal», silenciando el «yo idea». Haré una
confesión que seguro que os suena. Mis ex parejas se enamoraban de mi
personaje porque este visibilizaba una personalidad alegre, atenta, justa, serena,
implicada, buena y creativa (yo ideal), cuando en realidad, la convivencia saca a
relucir aspectos del «yo idea» como el perfeccionismo, la rigidez, el orden, la
frialdad, la intolerancia, la preocupación y el control. Nada tiene que ver con el
hecho de cambiar, sino con el arte de fingir.
Queda evidenciado pues, que todos los problemas psicológicos del ser humano
y, por ende, del mundo, provienen de vivirnos como «yo idea».
Desgraciadamente, al vivir desde el piloto automático todos deseamos proteger
al personaje, circunstancia que propicia que la humanidad habite en un eterno
conflicto que llega a convertirse en el centro de nuestra experiencia individual.
Además, el momento tecnológico en el que nos encontramos como especie no
ayuda en absoluto. Las redes sociales que consumimos a diario potencian
exponencialmente la energía de nuestro personaje, ya que a través de algoritmos
inteligentes estas plataformas refuerzan y radicalizan la trampa que se sostiene
entre el «yo idea» y el «yo ideal». Tenemos amigos virtuales y seguimos a
influencers que coinciden con patrones de pensamiento similares a los nuestros.
Facebook, por ejemplo, recopila información de las creencias del «yo idea» y las
inclinaciones del «yo ideal» porque mide nuestra atención y el tiempo que le
dedicamos a cada publicación. Es lo que se llama «capitalismo de vigilancia y
minería de datos» y que denuncia el documental The Social Dilemma. A partir de
este análisis, por supuesto con intereses lucrativos, la plataforma nos ofrece más
de lo mismo, potenciando la trampa en la que vivimos. Es como intentar apagar
un fuego con gasolina, y las consecuencias son desastrosas: más racismo,
nacionalismo, machismo, intolerancia, etc.
Cuando vives desde el personaje, resulta indiferente lo que sepas desde un
plano consciente. Puedes leer todos los tratados de filosofía y los libros de
autoayuda que desees. Asistir a cientos de cursos de coaching, motivación o
desarrollo personal. Puedes acumular un conocimiento notable que favorezca la
relación sistemática que mantienes con el amor, la autenticidad, el perdón o la
gratitud. Ahora bien, el poder del inconsciente y las creencias limitantes del «yo
idea» seguirán condicionando tu vida. Y a los hechos me remito. Somos la
sociedad que más estudios y conocimientos atesora sobre felicidad de toda la
historia, en cambio, continuamos viviendo desde el miedo y el sufrimiento. La
felicidad no encuentra un espacio de armonía dentro de nuestra existencia.
Quien no descubra esta trampa a la que se refiere Antonio Blay, vivirá toda la
vida en Matrix repitiendo el día de la marmota.
Que cada uno reflexione.
14 Las frases recogidas en este capítulo y que hacen referencia a Antonio Blay Fontcuberta han sido
extraídas de su Curso de la psicología de la autorrealización (audios públicos).
12
«El pájaro pelea hasta que consigue salir del huevo. El huevo es su
mundo. Todo ser viviente debería intentar destruir su mundo».
OBSERVAR. El camino es sinuoso y prolijo, pero considero una necesidad
aprender a vivirnos como observadores conscientes. Algo así como mirar desde
un lugar más profundo de uno mismo. Es lo que Antonio Blay denomina salir de
la trampa y vivirse como «yo experiencia». El «yo experiencia» de alguna forma
representa la realidad que experimentamos como observadores conscientes del
presente. Cuanto más nos vivamos desde el «yo experiencia», desidentificados
del «yo idea», menos necesitaremos depender de la estrategia reactiva y la
evasión hacia el «yo ideal» para crear respuestas auténticas a cada situación. El
propósito reside en experimentarse despierto y transformar nuestra realidad
absteniéndonos de señalar, criticar o culpar. Alinearnos con nuestro ser y dejar
de recurrir al exterior para mitigar nuestras carencias afectivas. Asimismo, no
debería importarnos si otras personas operan desde la trampa del personaje.
En general, los seres humanos hemos sido educados para pensar, y no para
observar. Aprender a observar minuciosamente es un proceso prolongado e
inacabado, pero muy gratificante. Y sin lugar a dudas, su entrenamiento reside
en dominar medianamente el arte de la meditación. No es la finalidad de esta
exposición ahondar en los sustanciales beneficios que aporta la meditación en lo
referente a nuestro bienestar y calidad de vida. Si estáis familiarizados con el
desarrollo personal, sabréis a qué me refiero. Existen profusas técnicas y
modalidades al alcance de cualquiera que nos ayudan a entrenar la mente y
conquistar estados más profundos de presencia y atención. En definitiva, ¿es
necesaria una práctica meditativa para salir de la cárcel del pensamiento y
penetrar en la sabiduría de la observación? La respuesta es rotunda: sí.
«No penséis, sino observad», solía expresar Antonio Blay en sus formaciones.
La mente no puede dejar de pensar, eso es un hecho. Pero pensar es recurrir a la
trampa y vivirse desde el personaje. Pensar es como penetrar en un cuarto oscuro
y apuntar con la linterna un objeto concreto sin prestar atención al contenido
integral de la habitación. Pensar es obsesionarse con la nube sin atender a la
inmensidad del azul del cielo. Observar, por el contrario, es convertirse en una
especie de ángel celestial que sobrevuela la mente teatral, y posee la capacidad
de iluminar el cuarto oscuro y advertir con amplia perspectiva tanto la totalidad
de la habitación como la dirección que va tomando la linterna del personaje.
Desde esa posición de ángel observador podemos descubrir con cierto asombro
los movimientos furtivos del personaje que transita desde el «yo idea» hasta el
«yo ideal».
Todos sostenemos un diálogo enfermizo en nuestra mente entre el doctor Jekyll
y el señor Hyde, ¿no es verdad? Uno te dice «eres inteligente» y el otro
justamente lo contrario. Pues cuando observas con detenimiento esa lucha
interna que tanto desgaste produce, puedes darte cuenta de que las dos voces
pertenecen al personaje, puesto que una voz se identifica con el «yo idea», y la
otra con el «yo ideal». Es lo que yo llamo observar el programa y, por tanto,
descubrir la manera de desidentificarte del Matrix en el que vives. Es decir:
bienvenido al mundo de Neo.
Cuando nos vivimos como ángel observador, no podemos hacer otra cosa más
que darnos cuenta de las heridas de nuestros progenitores o educadores. Se hace
inevitable entender su fragilidad, su dolor, su debilidad, su máscara y
comprender compasivamente que desde su batalla interior no hallaron una forma
mejor de hacerlo. ¿Cómo habríamos actuado nosotros frente a la misma trampa
emocional que asumieron ellos? Si tenéis la oportunidad de preguntar sutilmente
a vuestros progenitores acerca de sus heridas emocionales, os daréis cuenta del
dolor con el que vienen cargando. Mi herida de traición proviene de mi madre, y
ella la conserva de su padre ya fallecido.
¿Cuáles son los tropezones, tendencias y apegos recurrentes que
experimentamos en el día a día? Seamos conscientes y estudiemos en
profundidad las características y manifestaciones de las heridas emocionales y
anotemos cualquier afinidad que identifiquemos con cada una de ellas. Vayamos
a la emoción. ¿Me siento rechazado, abandonado y a la vez traicionado? ¿Me
obsesiona sentirme útil, servir a los demás y con frecuencia busco situaciones
para humillarme y representar al bufón que no se hace respetar? ¿Me angustio
por encontrar la perfección e imponer mi visión sobre las cosas? ¿Me
desestabilizo cuando penetro en la soledad? ¿Siento un afán desmedido por
controlar todo aquello que rodea mi vida?
Apuntad incluso aquello que no os parezca tan relevante. Es un trabajo diario
en el que se precisa perseverancia, compasión, tolerancia y mucha paciencia.
MISIÓN. Me gusta definir esta fase como el trabajo consciente que debemos
llevar a cabo cada uno de nosotros una vez hayamos transitado por los niveles de
despertar, observación, detección y resolución. El propósito no es otro que el de
trabajar la sanación de nuestras heridas y eneatipo. Veamos un ejemplo
abreviado a través del cual podáis reconocer la orientación de mi misión y
trabajo consciente hasta la fecha.
A estas alturas de la conferencia nadie acoge dudas respecto a que mi herida
principal es la injusticia y mi patrón mental coincide con el eneatipo 1 del
eneagrama. A pesar de que resulta agotador evocar el periodo de la infancia, los
recuerdos que acomodo pertenecen a una niñez agradable, aunque a decir verdad
también predominan los sentimientos de censura, ineficacia, inutilidad y no
haber sido tomado en cuenta. Veamos las primeras creencias-conflicto que puedo
identificar en el dominio «yo idea» y que en realidad manifiestan todos los
aspectos inconscientes que yo mismo «creo ser».
Las primeras sentencias peyorativas son evidentes: «Soy tonto», «soy
insuficiente», «soy invisible», «soy débil». ¿Cuál ha sido la motivación
primordial que impulsaba a mi «yo ideal»? Evidentemente, que los demás no me
vieran así. Por eso aún percibo vestigios de miedo escénico en el momento en el
que me subo a un escenario. El «yo ideal» persigue mostrar la imagen contraria
que sostiene el «yo idea». Por eso mi personaje entra en pánico cuando lo
perciben débil, defectuoso y susceptible de cometer errores. ¿Esta confesión que
hago demuestra que de vez en cuando el personaje toma el control de mi vida?
Así es, no es ningún secreto. Forma parte del proceso de desidentificación. Lo
importante es ser consciente desde la posición de ángel observador.
La exigencia y el «nunca es suficiente» que padecí en mi infancia cristalizaron
en una manera de ver el mundo rígido, inflexible y moralista. Por eso y por otros
aspectos, la motivación que impulsa mi vida es el perfeccionismo. Es más, una
de las creencias dominantes en mi «yo idea» es el «soy imperfecto» y, a pesar
del esfuerzo que pueda exigirme, nada estará suficientemente bien hecho para las
inclinaciones del «yo ideal», ya que para el personaje, perfección es sinónimo de
amor.
La ira soterrada que a veces me sorprende se cimentó desde un sentimiento de
injusticia bloqueado que no supe purificar en la infancia. Cuando dicha emoción
es recurrente, se manifiesta a través de un carácter enfadado y decepcionado
debido a que el «yo idea» custodia el argumento de que el mundo y las personas
que me rodean son injustas e imperfectas. ¿Qué desea la energía impetuosa del
«yo ideal»? Perfeccionar y reformar el mundo, así como a las personas que lo
habitan.
A fin de cuentas, el paradigma de perfección de mi «yo ideal» resulta tan
titánico, que mi personaje prefiere renunciar a necesidades vitales como la salud,
el sentimiento de pertenencia a un grupo o patria, una relación sentimental o la
paz interior, para perseguir infatigablemente las aspiraciones del «yo ideal». Y
vivirse desde este proceder es alejarse de la misma vida.
Cuando me siento bajo la influencia del «yo ideal» percibo en mí una obsesión
casi enfermiza por convencer, tener la razón y decirle a todo el mundo como
deberían ser las cosas bajo mi prisma de perfección y justicia. Asimismo, la
misma inclinación me conduce a la crítica, el dogma, la intolerancia y, en otras
áreas…, al orden, la disciplina, la eficacia y la productividad.
Podría seguir durante horas revelando las trampas de mi personaje, pero creo
que lo expuesto hasta ahora ejemplifica las maniobras entre mi «yo idea» y mi
«yo ideal». Mostraré algunos aspectos del trabajo que yo aplico y que pretenden
sanar comportamientos automáticos:
Uno de los hábitos que más contribuyeron a mi sanación tuvo que ver
con el reconocimiento de mis vulnerabilidades para poder expresarlas
sin reprimirlas. Y esta conferencia procura ser un ejercicio que predica
con el ejemplo. No me resultó fácil porque mi herida de traición evitaba
mostrar mi parte vulnerable por miedo a que los demás me controlasen.
Aun así, hasta que no asumí mis debilidades no encontré paz en mi
interior, ya que me resistía a aceptar lo feo y lo bello de la polaridad. Me
gusta nombrarlo como «desnudo emocional». Cuando comencé a
mostrarme y a creer en mí tal y como realmente era, aceptando con
amor cada una de mis debilidades, conseguí aliviar sustancialmente el
peso con el que cargaba.
Creedme, fingir y reprimir una conducta derrocha mucha energía,
además de provocar un sinfín de enfermedades en el organismo. Una de
las grandezas que elevan al ser humano nace de esta aceptación. Así que
no es importante si al tener un resbalón conductual lo expresamos en
voz alta. Yo a veces exclamo desde una mirada compasiva: «¡Ya sale a
pasear mi reformador preferido!». Identificar cuando actúas desde la
traición o desde la injusticia, y poder reírte de ello, es un síntoma de
inmensa evolución. El humor suele ser un buen antídoto contra la
enfermedad.
Y, por supuesto, habrá días que perderás el poder como observador y
harás daño a tus semejantes. Doy fe de ello. No obstante, concédete el
derecho a resbalar, a sentir ira, tristeza, decepción. El personaje es más
viejo y atesora más experiencia que tu nuevo «yo». Habrá días buenos y
días malos. A veces tiene que llover dentro de nosotros para que
determinadas raíces florezcan. Así que, perdónate, es parte del proceso
de sanación.
He recorrido mucha vida creyendo en la validez de las sentencias
nocivas de mi «yo idea», pero son falsas. Yo no soy eso. Cuando tomo
conciencia, y me permito soltar cada uno de los apegos tóxicos que me
someten, también suelto los apegos que me esclavizan al exterior y que
mitigan la falta de amor de mi niño herido. El día que reconoces que has
salido de la trampa, aunque sea solo un momento, la víctima desaparece
y ya no necesitas buscar culpables fuera. Te das cuenta a un nivel
profundo que el mundo es todo lo perfecto que puede llegar a ser, y que
nadie conspira en contra de tu felicidad. Por consiguiente, el amor a uno
mismo ya no vendrá del éxito profesional, del dinero que acumules, de
aquello que puedas comprar o de la reputación que te hayas podido
granjear. La vida florece cuando dejas de responsabilizar a los demás de
tu infelicidad.
Como sintetiza Antonio Blay:
«Mientras creas que los demás tienen que darte algo para ser
feliz, siempre buscarás una manipulación, seducción o una
estrategia para obtener afecto, amor y energía de los demás».
Cuando deshaces los nudos del «yo idea», una densa neblina se
desvanece y el amor se desvela. Entonces, la energía que antes
destinábamos a manipular el exterior, ahora estará disponible para
sobrevolar nuestro arcoíris interior.
Cada uno debe asumir sus heridas y su particular tránsito hacia la
sanación. Mi trabajo en concreto aspira a una forma de estar desde el
fluir. Soltar los «tengo y debo» que responden a las obligaciones y
deberes que se atribuye mi niño herido e intentar aportar más diversión,
humor, gozo y placer a mi vida. Aceptar el hecho de que la perfección
no existe, que la injusticia es un invento de la humanidad, y que todo
persigue un orden perfecto administrado por la ley de la impermanencia.
Sin la cárcel de la perfección y la justicia, la ira, otro de mis grandes
lastres, comienza su particular metamorfosis hacia un destino llamado
serenidad. Es un hecho que puedo constatar:
Os estaréis preguntando que todo lo dicho suena muy emocionante al oído. Pero
muchos no notaréis la diferencia entre el mensaje que yo propongo y las típicas
frases persuasivas que se pueden subrayar en los libros de autoayuda. ¿Es así?
Muchos pensaréis, ¿pero cómo perdonarme además de amar todas mis
imperfecciones? ¿Cómo desidentificarse de las creencias del «yo idea» y vivir el
trauma primario hasta las últimas consecuencias? ¿De qué manera soluciono las
frustraciones de mi niña interior? ¿Cómo me empodero? ¿Cómo conecto con mi
amor interior?
Es cierto. Aunque ya he enunciado algunas claves prácticas, falta bajar a tierra
toda esta intelectualización. Es necesario poner en el centro de la disertación un
factor de vital importancia que aprendí durante mi experiencia de viajes y
proyectos. Confieso que durante muchos años vagué por las aristas y recodos de
la filosofía, la psicología, la sociología, la antropología, la historia y la
espiritualidad. Sin embargo, solo encontré victorias efímeras y tramas
inconsistentes de conocimiento, teorías e inspiración. El secreto que revolucionó
mi forma de consolidar toda la información que manejaba se llama «exposición
emocional».
Veamos. Metafóricamente hablando, el inconsciente funciona como un
continente y el consciente como un país. Sería algo así como imaginar la escasa
información compartida entre la Unión Europea y España. La primera, casi
nueve veces más grande que la segunda. De alguna forma, solo podríamos
acceder a la cultura europea desde un proceso de aceptación e integración entre
esta y la cultura española. Luego, cuando vivimos como observadores y
penetramos en la psicología del mundo inconsciente, se produce una especie de
guiño entre el (país) consciente y el (continente) inconsciente, y la
independencia se rompe fusionando información. El inconsciente debe percibir
que sentimos especial interés por descifrar su sentir y dialogar con él, porque si
por alguna razón nota que lo rechazamos, este se sentirá como el niño marginado
que es. De esta forma, todo aquello que observemos y experimentemos
«emocionalmente» de manera consciente podrá ser trascendido.
¿Qué sabéis del poder de la emoción?
Es un hecho indudable que el ser humano aprende gracias a los favores de la
atención emocional. Por eso la emoción actúa como un catalizador del recuerdo
y el aprendizaje. Podemos olvidar aquello que almorzamos ayer o incluso la ropa
que vestíamos, pero será difícil que olvidemos el día de nuestro primer beso de
amor, el lugar del encuentro, las mariposas revoloteando en nuestro estómago, el
perfume de nuestro enamorado, sus halagos, caricias y atenciones.
Hasta los gobernantes y responsables educativos saben que los estudiantes más
jóvenes aprenden por atención emocional y no a través de una educación
bulímica que se fundamenta en engullir contenidos que se memorizan para poco
después ser vomitados en un examen. La memorización es efímera, la emoción
es eterna. Nadie ignora que la actitud de un profesor, su talento para arrancarnos
una sonrisa, su habilidad para colorear nuestro ánimo y transmitir sus
explicaciones, podrían hacernos amar las asignaturas más soporíferas.
Asimismo, las experiencias traumáticas, como nos ocurre a todos en la
infancia, también dejan una huella emocional imborrable en nuestra psique. El
atentado del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas en Nueva York,
supuso un acontecimiento de alto impacto emocional para toda la humanidad.
Los medios de comunicación a lo largo y ancho del globo difundieron imágenes
que amenazaban directamente nuestros anhelos de supervivencia y reproducción,
es decir, se produjo un ataque frontal al cerebro límbico y reptiliano.
Experiencias traumáticas como estas inducen a la segregación de la hormona del
miedo y del estrés (el cortisol), y producen lo que yo llamo una huella emocional
o tatuaje experiencial.
Existen estadísticas contundentes. En el 2001 la tasa de nacimiento de
Manhattan era menor de un 4 %. Años después del ataque a las torres gemelas,
en el 2003 y 2004, dicha tasa se disparó al 26 %. Todo lo explica el cortisol y la
oxitocina, pues cuando una especie se encuentra amenazada y crea una certeza
para la mente, se despierta el instinto de supervivencia y reproducción.
Aprendizaje y emoción son indisolubles. Los estudios de neuroimagen parecen
confirmar que aprendemos y recordamos aquello que nos deleita y apasiona.
Cuando la alegría, la curiosidad y el estímulo secundan nuestras acciones se
produce una chispa neuronal que recorre y enciende todo nuestro cerebro como
un árbol de Navidad.
No me preguntéis por alguna situación significativa de mis últimos cuatro años
como profesional informático porque apenas guardo recuerdos significativos.
¡Miento! Recuerdo afinadamente todos los detalles del día en el que dimití, al
igual que la profunda liberación que recorrió todo mi cuerpo. ¡Ahora sí!
Preguntadme por cada uno de los días en los que atravesé en bicicleta el
altiplano boliviano a 4 500 metros de altura, y os diré cada uno de los puntos de
abastecimiento de agua que tenía la ruta o los días en los que sufrí insomnio a
consecuencia de la altitud. Sin duda, la memoria es hija de la emoción.
Adónde pretendo llegar con toda esta disertación. Precisemos. Cuando como
observador te «expones» a una situación de alto impacto emocional en la que
interviene la motivación y la atención, las huellas emocionales resultantes (estas
pueden ser por dolor o por placer) son las responsables de reprogramar las
creencias y respuestas inconscientes que permanecen imborrables en el dominio
del «yo idea». ¿Y cómo sucede esto? Es muy sencillo. Se produce una
«neutralización» de creencias. Os pongo un ejemplo:
Cuando escribí y publiqué Llévame de viaje, la iniciativa supuso para mí una
experiencia de alto impacto emocional. No solo me sentía orgulloso de mi
trabajo, sino que además contaba con las buenas críticas obtenidas, los mensajes
de agradecimiento y el valor que estaba aportando a miles de lectores. Todo ello
me condujo a un estado de conmoción que me llenó de confianza, alta estima y
claridad mental. Es decir, probablemente las creencias «soy invisible» o «soy un
ignorante» que celosamente archivo en mi dominio «yo idea» no desaparecieron
del inconsciente, pero afortunadamente tomaron otra posición menos relevante
dentro del dominio. Sería algo así como si quedasen neutralizadas por otras
creencias más relevantes y positivas, y desde ese momento dejasen de estorbar al
ser desplazadas a un espacio que no cautivaba la atención de mi niño interior.
¿Me seguís? La creencia no desaparece, pero pierde su orden de prioridad y, por
ende, su poder.
Lo importante de esta revelación es que comprendamos cómo se pueden
neutralizar respuestas automáticas insanas por otras más esperanzadoras y
saludables. La autoestima y confianza que conseguí cultivar con la publicación
del libro quizás no representase un cambio sustancial en las creencias del «yo
idea». Pero advertid que, como sucede realmente en mi caso particular, cuando
repites en el tiempo estas experiencias de «exposición emocional», cada una de
ellas realiza su pequeña contribución a la neutralización de creencias antiguas.
No os podría decir con exactitud la cantidad de experiencias que he vivido en los
últimos quince años que han contribuido a expandir mi autoestima y confianza y,
por ende, mi actitud.
«Si escuchas una voz en tu interior que te dice que no puedes pintar,
entonces ¡pinta! y esa voz se callará».
Es significativo que las creencias más arraigadas que amparaba a mis treinta y
dos años, justo antes de proceder a la ruptura de mi vida, mudaron radicalmente
a través de los viajes y los proyectos humanitarios. Recuerdo como si fuese hoy
mismo mi apolillada manera de pensar, mis creencias limitantes de tintes racistas
y desconsideradas, mi rigidez, intolerancia y falta de empatía. El viaje es mágico
cuando aprendes a soltar tus creencias en favor de nueva información. Porque si
te resistes a liberar «aquello que crees ser», es decir, tu falsa identidad, es difícil
ver todo lo que la vida te ofrece. La «exposición emocional» posee la cualidad
de neutralizar el dogma y la desconfianza a favor de certezas indelebles que nos
alejan del miedo.
Notad que no dice «saben», sino «creen». Porque el creer emana de una certeza
que se consolida desde una emoción, y la emoción siempre es el motor de la
acción.
Recapitulemos:
Turno de preguntas:
¿Y quién posee la verdad? Cada uno libra su propia batalla y su propio proceso.
Cuando hallamos una brizna de verdad en nuestra vida es frecuente intentar
imponerla a los demás. De hecho, salimos eufóricos de este tipo de charlas e
inmediatamente intentamos evangelizar la vida de nuestra pareja, amigos,
familiares, etc. No hagamos eso. Debemos respetar los procesos y el momento
vital de cada persona. Dejemos de estorbar y empecemos a comprender.
Como bien señaló Hipócrates: «Antes de curar a alguien, pregúntale si está
dispuesto a renunciar a las cosas que lo enfermaron». ¿Nos han pedido ayuda?
¿Está en búsqueda la persona que solicita dicha ayuda? ¿Cómo sabemos que el
otro realmente quiere cambiar y no alberga un miedo inconsciente a liberarse?
Como mencioné con anterioridad, normalmente ayudamos para aliviar nuestras
angustias sin caer en la cuenta de que interrumpimos los procesos de aprendizaje
de las personas, ya que siempre buscamos una recompensa inconsciente.
Aunque atesoremos la capacidad para sanar: ¿Es correcto interferir en el
proceso de aprendizaje que la vida articuló para corregir los resbalones de una
persona? ¿Es lícito que evitemos en el otro los bastonazos que tiene la vida
preparados para que este aprenda una lección?
No digo que no ayudemos, pero a ser posible que sea a personas despiertas, y
siempre desde el acompañamiento, la sugerencia y la no intervención.
«Vivir las experiencias una y otra vez hasta que podamos aceptarlas y
amarnos a través de ellas».
Veamos. Posiblemente el mayor miedo de mi patrón mental tenga que ver con
sufrir rechazo. Mi personaje entra en pánico si comete errores o lo perciben
corrupto, deshonesto o defectuoso. Esa es la razón por la que durante años me
aterró la idea de exhibirme en público con la intención de exponer una temática.
¿Qué quiere decir vivir el dolor primigenio hasta el final? Pues precisamente
sufrir ese rechazo, sentirte ridículo, defectuoso, y darte cuenta como observador
que no es tan grave como lo registró tu «yo idea» en la infancia.
En muchas conferencias me he quedado en blanco y he perdido el hilo del
argumento. En audiencias menores, el tartamudeo o la flojera de piernas
descubrían visiblemente mis inseguridades. Y también rememoro puestas en
escena en las que no encontré una respuesta que gratificase las preguntas del
público. ¿Qué sucedió? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Probablemente, parte del
público se fue descontento, pero la mayor parte de la audiencia, lejos de
rechazarme o ningunearme, me felicitó y valoró el aprendizaje de la exposición.
Por alguna razón que yo no esperaba, obviaron los errores que supuestamente
eran tan importantes para mi «yo idea». Por lo tanto, el secreto reside en integrar
las polaridades. Vivir hasta el final la experiencia traumática es precisamente
aceptar lo grande y lo pequeño que convive en nosotros, pues la equivocación es
parte de la vida. Quedaos con esta frase:
Nada es tan fácil como parece; el miedo pesa diferente en cada patrón mental.
Por eso debemos tener especial cuidado a la hora de leer a determinados autores
expertos en desarrollo personal, por supuesto, me incluyo. Ignoramos sus heridas
y desde donde exponen. Y muchas veces provocan más conflictos que
beneficios.
Volviendo a tu pregunta: ¿Cuál es mi respuesta como observador? Te diría que
el universo no comete errores. Que en realidad te encuentras en el lugar que
debes estar. Por lo tanto, tu evolución así como las circunstancias que rodean tu
vida todavía son las perfectas, pero aún no son las propicias para que afrontes
con determinación el desafío que te propones. ¿Qué hacer entonces? Pues...,
perdonarte y aceptar el punto de desarrollo en el que estás. No te exijas. Acepta
que tienes miedo y todavía te encuentras inmerso en un proceso que se está
edificando. Mi consejo es que sigas observando hasta obtener más información
relevante. Ahora bien, no lo confundas con esa clase de anhelo eterno en el que
esperas a que el miedo desaparezca. Es importante que asumamos que el miedo
siempre existe, y además es esencial contar con él para construir la emoción de
alto impacto necesaria para neutralizar creencias.
Y cuando poco a poco todo vaya tomando forma, la filosofía kaizen puede
ayudarte a conquistar pequeñas victorias.
Has dicho que no podemos ver nada en el exterior que no forme parte de
nuestro mundo interior. Entonces, no entiendo. ¿Por qué veo el mundo
violento y yo no me considero violento?
Es difícil darse cuenta. Creo que Antonio Blay te lo explicaría de esta manera:
«Cuando ves a todo el mundo violento, aquello que se manifiesta, aunque no lo
creas, es tu violencia reprimida. Ahora bien, la vistes de buenismo y controlas tu
violencia evitando que se exprese. En realidad eres bueno o amable como deber
moral, aunque lo haces para evitar conflictos, enfados y controversia. Es decir, es
una bondad basada en la debilidad y el temor».
Sé de lo que hablo porque los rígidos perfeccionistas fingimos ser personas
buenas para evitar mostrar nuestro lado frío y distante, ya que interpretamos
estas últimas conductas como imperfectas. No obstante, a pesar de vivirnos
como personas bondadosas padecemos dolor cuando alguien manifiesta su
insensibilidad hacia nosotros. Es decir, nos llama la atención la frialdad y
distancia del exterior.
1. Resulta crucial que a lo largo del día busquéis una frecuencia alfa
relajada y de escasa actividad cerebral para realizar la visualización.
Recordad que desde alfa o theta-alfa es más fácil establecer una
comunicación con el mundo inconsciente. Recomiendo que sea al
despertar del sueño (en la mañana o en la siesta) o después de una
meditación. No obstante, cualquier momento es bueno siempre y
cuando la mente se encuentre en calma y se evite una frecuencia beta. A
decir verdad, ahora vibramos en beta baja, pero para realizar la práctica
servirá. ¿Estamos listos?...
2. Encontrad una posición cómoda y cerrad los ojos. Ahora quiero que
penséis en una situación que deseéis con mucha intensidad, a ser
posible relacionada con vuestros valores, pasiones y habilidades.
Seguro que todos aspiráis a cumplir un propósito, meta, cima, objetivo,
finalidad o visión. Unos desearán ser piloto de vuelo, otros correr una
maratón, diseñar ropa para bebé, cocinar en un restaurante de lujo,
publicar un libro, viajar en bicicleta por el continente africano, qué se
yo. Debéis ser concretos. No sirven los deseos amplios del tipo «deseo
ser feliz». El inconsciente necesita precisar: «Deseo ser feliz haciendo
pan en mi negocio».
El «desde dónde» se desea es muy importante. El deseo no debería
nacer desde la carencia, sino desde la mejora. Es decir, vuestra felicidad
no depende de que el deseo se cumpla. Si se cumple será bienvenido, ya
que os sentiréis preparados para recibir la nueva situación. Por otro
lado, si no se cumple, todavía reinará en vosotros la aceptación y el
agradecimiento de que todo cuanto os rodea se encuentra en el estado y
orden necesarios para contribuir a vuestra evolución de la conciencia.
3. Quiero que soñéis despiertos e imaginéis que la visión anhelada se ha
hecho realidad en este preciso momento. No en el futuro, sino ahora
mismo. No quiero que os veáis a vosotros mismos viviendo el sueño
cumplido en tercera persona, sino que debéis sentir la vivencia en
primera persona. Amad el entorno, sentid el frío, el calor, los olores, el
sonido ambiente…, todo aquello que podáis percibir con los sentidos.
4. Asimismo, es vital que exista una vibración elevada y que pongáis el
foco de atención en la emoción del sueño cumplido y no en la
visualización. La emoción apasionada debe encumbrar la experiencia.
En caso contrario, el inconsciente no sufrirá variaciones y el SAR será
incapaz de destacar las posibilidades afines que se encuentran
disponibles en el exterior.
5. La experiencia debería ser energética y maravillosa, ya que emana
desde el ser, y no desde el personaje. No puede haber lucha, ni apegos,
ni dudas..., sino pasión, satisfacción y alegría. Que nadie se frustre si no
alcanzamos dicho estado, ya que la mayoría de las veces es una
cuestión de entrenamiento.
6. Cuando lo llevéis a cabo en la intimidad, podéis acompañar la
visualización creativa con canciones emocionantes que os pongan los
pelos de punta. Bailad, sonreíd, verbalizad la experiencia y, sobre todo,
jugad y divertíos, ya que expandirse a través del juego no origina
resistencias.
7. Y para terminar…, sed agradecidos por haber conquistado vuestra
visión. La gratitud es la mejor rúbrica para finalizar una visualización.
Así es. Se dan otras formas de penetrar en las heridas de manera inducida.
Algunos especialistas abogan por técnicas basadas en desensibilización y
reprocesamiento por movimientos oculares (DRMO), la regresión a través de
hipnosis, la descodificación biológica, la respiración holotrópica o determinadas
drogas. En realidad no tengo experiencias con ninguna de ellas, aunque a priori
estos procedimientos nos sitúen frente a la herida y nos sirvan de orientación,
prefiero los recursos naturales para gestionar la experiencia y entrenar un control
progresivo de nuestras angustias. Muchas veces recurrimos a los primeros por
falta de paciencia y compromiso con el trabajo diario de observador consciente.
Es posible que cualquiera de estas técnicas sirva de atajo para revelar las
heridas que nos condicionan. Es cierto que podríamos recurrir a la hipnosis o la
descodificación y descubrir que acusamos una herida de rechazo que se gestó en
el vientre materno. Si bien, ese mismo trauma, no su origen, también se podría
descubrir y determinar desde la posición de observador consciente sin acudir a
otras técnicas o terapias. Proceda de donde proceda, pienso que ninguna de las
alternativas nos libra del tiempo y la atención que debemos dedicar a la
exposición emocional y el autoperdón.
Todos los conflictos15 que enferman al ser humano guardan relación con siete
pilares fundamentales: la alimentación, la supervivencia y la reproducción, la
defensa del territorio primitivo, la valorización, la comunicación, la identidad y
el sentido de pertenencia.
Respecto a la descodificación de tu enfermedad, te diré algo como divulgador,
no como experto. El hígado es el único órgano del cuerpo que se encarga de
almacenar aquello que le falta al organismo. Esa es la razón por la que este
órgano se encuentra relacionado con la escasez, con el miedo a que falte algo
importante en el futuro. Te pregunto: ¿Has vivido algún conflicto de carencia en
tu vida que registraste con rencor? De dinero, alimento…, tal vez. No me
contestes, solo indaga sobre ello.
Expondré algunos ejemplos comprendidos en el campo de la descodificación
biológica. Seré conciso:
«El ser humano está obligado a buscar lo que desea, pero condenado
a experimentar lo que rechaza».
Como he enfatizado durante esta conferencia no existe una sola llave que nos
conceda la ansiada felicidad, sino varias cerraduras. Es responsabilidad de cada
individuo indagar por sus heridas emocionales con la voluntad de verificar su
propio camino y encontrar la llave que abra su corazón. No obstante, creo en un
destino común en el que todos deberíamos coincidir. Ese rumbo se llama vivir en
coherencia entre el sentir, el pensar y el hacer; lo que conlleva emprender un
viaje hacia la incomodidad con la visión de soltar nuestra falsa identidad, al
mismo tiempo que nos alejamos de la comparación y la imitación para llegar a
ser nuestros propios referentes, con nuestras propias verdades y nuestra propia
experiencia de vida.
¿Conocéis el viaje del héroe o la heroína?...
En la literatura y el cine abundan los viajes iniciáticos que dominan parte de
nuestra estructura psicológica y en los que se produce una profunda
transformación interior en el viajero. Podría resumirse como una búsqueda
apasionada hacia la realización por la que todo individuo debería transitar. La
psicóloga y escritora Carol S. Pearson analiza profundamente estos viajes
iniciáticos y divide esta búsqueda en una transición de diferentes arquetipos16
que abundan y se repiten en las mitologías, los relatos épicos y el inconsciente
colectivo de todas las épocas. Según los trabajos de Pearson, en el interior de
cada uno de nosotros subyace un inocente, un huérfano, un guerrero, un
cuidador, un buscador, un destructor y un mago, entre otros. Cada una de estas
etapas arquetípicas representa un camino de creación, maduración y
autoconocimiento que nos conduce a la revelación de nuestra verdadera esencia.
El viaje del héroe es un recurso fundamental de autoconocimiento en un
mundo que a cada instante muda de piel, cambia y se flexibiliza. Y aquel que no
esté preparado para gestionar los inconvenientes que causa el cambio intuyo que
sufrirá irremediablemente. Por suerte, cada individuo atesora lo necesario para
comenzar su camino, aunque este solo se vislumbra cuando la pulsión de la
acción se encuentra por encima de las creencias y los miedos del sujeto. Para que
sirva de ejemplo os mostraré un resumen de cuál fue mi transformación o viaje
del alma en relación con los arquetipos que propone Pearson:
Mago. En esta fase del viaje todo cobra sentido. El «mago» encuentra un
equilibrio entre lo material y lo espiritual, consiguiendo traer toda su sabiduría y
serenidad con la voluntad de ponerla al servicio del mundo.
Volví a casa y, a decir verdad, todo seguía igual, pero mi héroe interior se vivía
desde otra identidad. Como expresa Joseph Campbell:
El viaje del héroe o la heroína, por tanto, nos sirve como una guía estructural de
autoconocimiento que representa el proceso de transformación que cualquier
individuo debería transitar desde los arquetipos descritos. Notad que su
distribución no es rígida, sino orientativa. De una manera u otra, cada uno de
nosotros nos encontramos en la fase arquetípica que necesitamos para
evolucionar en los diferentes aspectos de la vida, sea esta la búsqueda de un
propósito, fortalecer una relación de pareja, reinventarse profesionalmente o
cualquier «visión» que nos parezca inalcanzable. Es decir, estamos transitando
multitud de viajes al mismo tiempo. Nuestro grado de conciencia determinará si
optamos por estancarnos en el arquetipo del «inocente», el «buscador» o
continuamos ascendiendo niveles.
Y después de mostraros la dificultad, el tiempo y el trabajo personal que se
requiere para descubrir al personaje y transformarnos como individuos…
¿Alguien cree que existe un atajo exprés para alcanzar la felicidad? ¿Alguien
piensa que leyéndose un libro o asistiendo a una charla sobre desarrollo personal
estará en disposición de alinear el sentir, el pensar y el hacer? ¿No es verdad que
para conquistar una brizna de paz interior primero deberíamos transitar el
camino del héroe o la heroína? Afirmo, sin rodeos, que aquel que sea capaz de
integrar esta estructura de aprendizaje como eje vertebrador de su vida, no solo
podrá afrontar las grandes cuestiones que angustian al ser humano, sino que
recibirá los incontables favores que resultan del autoconocimiento.
Con el propósito de alinear el viaje del héroe con mi transformación personal y
que además sirviera de ejemplo, he optado por incluirme en el arquetipo del
«mago» como el lugar con el que me siento más identificado. Sin embargo,
apelo a la sinceridad para hacer una confesión que tiene su envergadura. En este
momento de mi vida siento que me encuentro en transición de cuantiosos
aprendizajes. Mucha de la información que he conseguido intelectualizar y que
he transmitido en esta conferencia está pendiente de ser consolidada. Como he
mencionado en bloques anteriores, la teoría se diluye en la práctica. Y existen
aspectos del desarrollo personal que aunque los hayamos enfrentado en varias
ocasiones, precisan de profusas horas de práctica para considerarlos integrados.
Con todo, y siendo honesto, muchos de ellos quizás no lleguemos a integrarlos
jamás. Me explico. Conocer la ciencia del perdón no significa que
emocionalmente podamos perdonar hasta que no hayamos dicho «me perdono»
sentidamente al menos unas mil veces. Son muchos años los que llevamos
interpretando el perdón de forma incorrecta, por lo que cambiar nuestra química
cerebral para que esta se comporte de otra manera no resultará fácil.
Cabe decir, asimismo, que siendo conocedor de la astucia del personaje, dudo
mucho que en cualquier conferencia sobre desarrollo personal no se muestre
inconscientemente el ego espiritual del ponente. En realidad no supone un
problema. El autoengaño que desee sostener el ponente consigo mismo no
debería ser de nuestra incumbencia. Aquello que verdaderamente importa es
vuestra actitud para ser escépticos y experimentar por vosotros mismos.
Deberíais verificar si la información es fiable o desechable mediante la
exposición emocional y el método científico. Recordad que aquello que es bueno
para un patrón mental, no tiene por qué ser bueno para otro. Práctica, práctica,
práctica…
Quizás muchos de vosotros me consideréis un coach, un mentor o un
orientador, en vez de un amigo o un estudiante. Cabe decir al respecto que
ninguno de ellos atesora la capacidad para sanaros. No caigáis en esa trampa
común conducidos por falta de claridad y paciencia. Nadie, por muy maestro
espiritual que se precie, puede brindaros la autoestima o confianza latente en
vosotros. Pienso que ha quedado constatado que no existen las recetas exprés
que alivien vuestro vacío. La persona en la que confiéis para guiaros solo puede
acompañaros en el proceso de reconocimiento de vuestras heridas, creencias,
miedos, patrón mental, proyecto vital, talentos, fortalezas, oportunidades, etc. De
una forma u otra el orientador hallará la manera de mostraros los beneficios del
desapego, la gratitud, el perdón o la inteligencia emocional con la firme voluntad
de revelar vuestro potencial y que seáis vosotros quienes lo desarrolléis.
Encontrar el amor interior, la certidumbre, la claridad, las energías, la pasión y el
compromiso con la acción solo podéis hacerlo vosotros. No podemos otorgarle
la responsabilidad a ningún guía, ya que al vértice de la pirámide del
autoconocimiento no se accede en ascensor, sino escalón a escalón.
16 Los arquetipos de Carol S. Pearson se fundamentan en los trabajos del psiquiatra C.G. Jung, el
psicoanalista James Hillman, el mitólogo Joseph Campbell y otros psicólogos de profundidad.
15
FÍSICO
ESPIRITUAL
EMOCIONAL
INTELECTUAL
SOCIAL
«Hacer una cosa cada vez significa ser total en lo que haces, prestarle
toda tu atención. Eso es acción rendida, acción poderosa».
Eckhart Tolle
16
LA METAMORFOSIS
Confía en la transformación
Todo lo transmitido hasta ahora se basa en mi experiencia de vida. Por eso creo
en el autoconocimiento y sostengo la inquebrantable convicción de que la
felicidad se puede aprender. ¡Otra vida es posible! Las certezas que fui
consolidando durante estos años en mi tejido emocional así lo indican. No me
sentí mariposa hasta que una parte de mí se renovó en las etapas de oruga y
crisálida. Como señala la lucidez de Jodorowsky:
«Así que suelta los cabos. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa los
vientos favorables y despliega tus velas. Explora, sueña, descubre».
Mark Twain
NOTA DEL AUTOR
Presumo, apreciado lector, que si has alcanzado esta página significa que la
conferencia ha suscitado tu interés. Si no fuera así, espero de todo corazón que al
menos haya servido de acicate para desempolvar reflexiones fundamentales. De
cualquier forma, y siempre que así lo sientas, me encantaría que me ayudases a
mantener actualizado este viaje hacia nuestra felicidad interior. Los que
autopublicamos no contamos con los medios ni con el impulso divulgador de las
grandes editoriales. Si deseamos continuar viviendo de nuestra pasión y
aportando valor al mundo, precisamos de la difusión de las redes sociales para
promocionar nuestras obras. Si vibra contigo y deseas apoyar esta iniciativa,
quizás puedas contribuir de alguna de estas formas:
Deja una opinión del libro en el espacio de venta del mismo (Amazon,
etc.) o etiquétame en las redes sociales.
Comparte contenidos que te hayan conmovido y creas que pueden
aportar valor a los demás.
Graba un vídeo con tu teléfono móvil en pantalla horizontal, y una
duración máxima de un minuto, expresando qué te ha parecido el libro y
lo que ha significado para ti. Su publicación en redes sociales me
ayudará a difundir esta obra.
Déjame saber tus dudas. Me ayudarán a mejorar y corregir la
compresión de futuras ediciones. Asimismo, haré lo posible por publicar
y resolver las cuestiones en redes sociales.
Otros recursos:
Redes sociales:
Instagram | Facebook | Youtube: @otravidaesposible
Contacto:
[email protected]
AGRADECIMIENTOS
Con todo mi cariño, me gustaría dar las gracias a Ana Fernández por su
contribución a la corrección ortotipográfica y de estilo de esta obra. La fortuna
de haber contado con Valeria Duka para ilustrar la portada y las imágenes del
interior de la misma. Asimismo, reconocer las valiosísimas aportaciones al
borrador de este texto a mis amigos Pablo Flecha, Olga García, Soledad Ruiz y
Elena Guillem.
Sería imposible corresponder a todas las personas —la familia en primer lugar
— que con su ánimo y convicción me ayudan a levantarme cada mañana con
ilusión y a disfrutar de un talento que, debo enfatizar, nos presta el universo,
pero del que —sorprendentemente— no somos propietarios, pues el talento es un
regalo para la humanidad. Lo fascinante es que dando somos felices.
RECONOCIMIENTOS
Prefacio
1. El árbol de la vida
2. Heridas emocionales
3. Autoconocimiento y eneagrama
4. La realidad
5. Autenticidad
6. Ley de la impermanencia
7. La gratitud
9. Salud consciente
10. Conclusiones
16. La metamorfosis
Reconocimientos