Viaje A Mis Heridas Emocionales - Juan Ramón Virumbrales

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 379

Primera

edición: marzo 2021


Depósito legal: xxx
ISBN: 978-84-09-27699-8
Impresión y encuadernación: Equipo de editorial
Copyright © 2020 Juan Ramón Virumbrales
© Diseño e ilustración de cubierta: Valeria Duka
© Ilustración de croquis interior: Valeria Duka
También disponible en Ebook
www.otravidaesposible.com
[email protected]
Impreso en España - Printed in Spain
Editado por Editorial Letra Minúscula
www.letraminuscula.com
[email protected]

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda
rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o
parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático.
Dedicado a todas aquellas orugas que desconocen que pueden volar.
«Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, [...] estaba prisionero en la
Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas
llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, solo decía:
«¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!». Tenía
frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir,
horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón.
Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío,
dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida».

Federico García Lorca


Fragmento del discurso de inauguración de la biblioteca de Fuente
Vaqueros.
PREFACIO

A pesar de haber impartido multitud de charlas, las tripas siguen mordiendo y el


nerviosismo intoxica todos mis pensamientos en el mismo instante en el que me
subo a un escenario. El miedo escénico convive conmigo cual parásito adherido
a su anfitrión. No deja de sorprenderme que la herida nunca se emancipe. Puedo
sentir cómo, desde algún rincón insondable de mi inconsciente, brota la
necesidad de perfeccionismo y el miedo a equivocarme. La herida de la
injusticia es muy acusada, y presumo que llega a formar parte de mi ADN.
Acomodo la idea de que el público lo percibirá, un pensamiento que permito
volar en mi mente hasta que se desvanece en el horizonte de la observación. «No
pienses», me digo, porque el pensamiento es la puerta a las injerencias del ego y,
si piensas, sufres. «Mejor observa», y así hago. Observo el pensamiento mientras
este surca mi cielo interior. No lo retengo. Transfiero el foco de atención a mi
respiración, una medicina milagrosa. Siento la sutileza del aire circular por mis
fosas nasales. Se fue…
Desde el escenario observo la manera en la que un público intergeneracional
ocupa las últimas filas de los trescientos asientos del patio de butacas. Rostros
afables, sentados en las primeras filas, escudriñan mis movimientos al tiempo
que conversan con sus acompañantes. Algunos me señalan indiscretamente
mientras se acomodan. Me esfuerzo en seducirles a través de una sonrisa
cercana. Uno por uno, butaca por butaca. Es la receta que utilizo para relajarme
y hacer amigos entre la audiencia, para sentir su cercanía y complicidad. Me
incomoda expresarme frente a un grupo de desconocidos. En realidad no es
incomodidad, sino miedo a que me desaprueben. De nuevo rebrota en mi mente
una de las piezas del puzle de la herida: «Déjala volar», me digo. Se fue…
La conferencia está a punto de comenzar. Irrumpe un silencio embarazoso.
Siento un cambio en mi respiración y las pulsaciones de mi corazón se
armonizan con cierto tropiezo. Me presentan como intrépido viajero, escritor y
fundador del proyecto de cicloinspiración y ONG Otravidaesposible.org. Una
iniciativa que nació en el año 2008 y que conjuga más de 45 000 km en bicicleta
alrededor del mundo con proyectos de cooperación al desarrollo en el ámbito de
la sanidad, la educación y la actividad agropecuaria. En la pantalla audiovisual
elevada a mi espalda se suceden imágenes de mis viajes en bicicleta por varios
continentes que se alternan con otra selección fotográfica de mi experiencia
humanitaria en Senegal, Marruecos, Camboya, Bolivia y Paraguay.
Segundos previos a la introducción acostumbro a rememorar una conferencia
que impartí en Zaragoza donde tuve la suerte de conocer a un dramaturgo
argentino que percibió mi inquietud al ocupar el escenario. Advirtió mi miedo
escénico y me brindó una clave que suelo adoptar en todos los eventos con la
voluntad de mitigar mis nervios: «Intenta comenzar con una exposición que
puedas verbalizar de memoria; un argumento que domines a la perfección».
Siempre estaré agradecido por este consejo.
1

EL ÁRBOL DE LA VIDA

Buenos días a todos. Presumo que muchos de vosotros estáis de vuelta desde
lejanos rincones de la filosofía, la autoayuda y la espiritualidad sin otro interés
que el de perseguir con esfuerzo la anhelada felicidad. Sin embargo, muchos de
los aquí presentes os preguntáis con estupor por qué razón todavía no habéis
descubierto el ansiado tesoro. Después de horas de cursos, formaciones, vídeos y
lecturas varias, todos sabéis cuáles son los ingredientes esenciales para construir
una vida donde habite la paz interior y la armonía. ¿Me equivoco?
¿Quiénes de los aquí presentes desconocen los perjuicios que suscitan el juzgar
y el reaccionar de mala manera? ¿Cuántos ignoramos que para alcanzar la
felicidad debemos amarnos, cultivar el perdón, vivir con ilusión, ser agradecidos,
alegres, compasivos, vivir con sentido y fluir con la vida? Y si lo sabemos…
¿Qué sucede entonces? ¿Qué estamos haciendo mal? Quizás debamos poner el
foco de atención en otros territorios. Me explicaré apoyándome en una metáfora:
por muchos cursos, charlas, vídeos y lecturas que consumamos acerca de la
práctica de la natación, por ejemplo, nunca conseguiremos dominar el arte de
nadar si ignoramos que estamos maniatados de pies y manos.
Mi nombre es Juan Ramón Virumbrales, aunque me podéis llamar Raymon.
Antes de comenzar me complace dar las gracias a la organización y, por
supuesto, a todos los presentes por asistir a esta conferencia de desarrollo
personal titulada «Viaje a mis heridas emocionales». Me gustaría enfatizar el
hecho de que no soy ningún gurú, sino un estudiante corriente que aprendió a ser
feliz. Tan solo deseo compartir todo aquello que ha enriquecido mi vida sin
ánimo de imponer un único camino hacia la verdad.
Notad que cada uno de los presentes valoraréis esta conferencia desde vuestro
mapa mental. Por lo que ruego vuestra comprensión si en algún momento me
excedo en mis afirmaciones, provocaciones y sentencias categóricas sin atender
a otros horizontes. Me alegrará si alguna de las enseñanzas que comparta en este
espacio llegase a vibrar con vosotros y pudiera seros de utilidad. Ahora bien, me
encantaría contar con una audiencia escéptica que se cuestione las reflexiones y
que, lejos de creerse mis testimonios, verifique estos a través de la experiencia.
No estamos aquí para tener razón, sino para alcanzar un destino llamado
felicidad.
Antes de comenzar me gustaría matizar algunos aspectos.
Permitidme si exagero y expreso con cierta solemnidad que adoro viajar
porque creo que la felicidad cuando viaja lo hace en bicicleta. Soy un
convencido de que desde una bicicleta y a la velocidad de las hadas el mundo se
respira desde otra profundidad y alegría, circunstancia que me permite no solo
recuperar mi biorritmo natural, sino conocer tanto la realidad social como la
idiosincrasia de las comunidades en las que aspiro a desarrollar proyectos
sociales.
[El silencio es abrumador y el público persigue con la mirada cada uno de mis
movimientos sobre el escenario. Tras haber terminado con mi introducción
estrella, los nervios flaquean y comienzo a sentirme más cómodo].
Los más de 45 000 km en bicicleta tan solo son una referencia, un dato que
emociona, una etiqueta de marketing que no representa la enjundia de una vida y
de un viaje. Porque la grandeza de un viaje no se mide en kilómetros, tampoco
en países visitados, ni siquiera en el hecho de dar una vuelta al mundo. Desde mi
sentir, la excelencia de un viaje se mide en la cantidad de amigos y experiencias
que albergues en tu corazón. En el conjunto de miedos y prejuicios derribados y,
especialmente, en la cantidad de tolerancia, humildad y paz interior adquirida. O
expresado de otra forma: un viajero no se construye con cifras, sino que se
edifica desde la conciencia y la comprensión del ser.
¿Cómo encajan los proyectos solidarios en estos viajes?, os preguntaréis
algunos. Fijaos, seré breve. En el año 2008 fundé la organización no
gubernamental por el desarrollo (ONGD) Otravidaesposible. En realidad, su
creación se debió a la imperiosa necesidad de llenar mi vacío interior. Es decir,
fue una proyección de mi ego en busca de sentido.
[Permanecí sereno durante algunos segundos observando las facciones
sorprendidas de una parte del público].
Aunque a muchos les resultará sorprendente esta confesión, supongo que
ninguno de los presentes ignora a qué me refiero cuando utilizo el término vacío
existencial. ¿Alguien entre el público desconoce esta expresión?... Vuestro gesto
de complicidad indica que todos sabéis de qué hablo.
Por aquel tiempo desconocía por completo mi amnesia emocional. En ninguna
etapa de mi educación había escuchado nada en absoluto sobre la herida de la
traición y la injusticia. Heridas, por así decirlo, que me indujeron a crear la
ONGD y que, aunque pueda resultar insólito, me acompañan y continúan
gobernando mi vida cuando me desoriento. Por otro lado, aunque la gestión y
dirección de la ONGD se colase en mi vida como falso propósito, la experiencia
derivada me sirvió como aprendizaje y fuente de inspiración para construirme
como individuo. Me explico. Existía «un porqué» que me empujaba a
levantarme cada mañana. Sí, es cierto, era «un porqué» diseñado desde el ego,
pero al menos yo no ignoraba el rumbo de mi devenir. Y saber a dónde te diriges
en estos tiempos de confusión constituye un tesoro a salvaguardar venga de
donde venga. Al terminar esta conferencia muchos tomaréis consciencia de lo
esclavizados que estamos a nuestro patrón egoico.
Comenzaré con la primera diapositiva mostrando una frase de Albert Einstein:

«Ningún problema puede ser resuelto en el mismo plano de


pensamiento que se creó».

¿Acerca de qué hablaré en esta conferencia? Pues básicamente de cómo


transformar determinadas creencias que limitan nuestra vida y abren la puerta al
sufrimiento. Nuestro pensamiento es una consecuencia de nuestros hábitos y
creencias. Por consiguiente, nuestra forma de pensar crea la realidad que
observamos. Es decir, si transformas aquello que crees, alteras eso mismo que
estás creando. Toda nuestra personalidad se construye creencia a creencia, y
dichas creencias condicionarán nuestra calidad de vida durante toda nuestra
experiencia adulta. Iré consolidando esta afirmación durante esta conferencia.
Pensad en la forma en la que diferentes personas afrontan la misma realidad.
Imaginad una pandemia, apelando a la coyuntura. Unos lo harán desde la
oportunidad y otros desde el drama. Las crisis siempre amplifican aquello que
cada uno atesora. Si te vives desde la escasez, la escasez y el victimismo
colmarán tu vida. Por el contrario, si tu foco de atención recae en la aceptación,
la paz y la abundancia, dichos aspectos seguirán creciendo. Todo depende de la
configuración de nuestro mundo subjetivo.
Advertid que he utilizado el término «transformar» en vez de «cambiar». El
cambio, desde mi punto de vista, viene impuesto. Por el contrario, la
transformación significa un movimiento real desde nuestro interior y que deriva
de una certeza. Es decir, la firme adhesión de la mente a algo conocible, sin
temor de errar. Mi vida puede cambiar debido a un despido forzado o motivado
por una crisis económica. O también puedo dimitir desde el convencimiento y
comprensión de que mi profesión atormenta mi bienestar emocional. Por lo
tanto, el cambio proviene de fuera y la transformación deviene de dentro. ¿Se
entiende la diferencia?
Muchos de nosotros anhelamos transformarnos, pero nuestras creencias
procuran que cambien los demás, o vamos todavía más lejos: pretendemos que
sea el mundo el que cambie. ¿No es verdad? Desde niños aprendimos a
externalizar nuestra responsabilidad: la culpa siempre es del otro, esperamos a
que cambie el otro. ¿Os resulta familiar? El mensaje que Einstein revela con esta
magistral sentencia es que son nuestras creencias y nuestra forma de pensar
aquellas que atraen angustia a nuestras vidas. Hasta que cada uno de nosotros no
desmonte conscientemente sus creencias limitantes y propicie un nuevo
paradigma de pensamiento, resultará imposible darle un giro a esta situación
desfavorable. Es ilusorio pensar que las creencias que nos han conducido a un
escenario de vida insalubre ejerzan de medicina para la sanación. No cabe en la
cabeza, por tanto, hacer un bizcocho de zanahoria con los mismos ingredientes
con los que hacemos un pan ordinario.
La neurociencia, por extensión, confirma este argumento. Poseemos un cerebro
plástico, maleable y tremendamente adictivo. Se estima que un cerebro promedio
maneja más de 70 000 pensamientos diarios. Pero ¿sabéis lo más interesante?
Pues que alrededor del 85 % de ellos los repetimos a diario como un bucle y sin
novedad e improvisación en nuestras respuestas. ¿Qué revela esta turbadora
noticia? Que repetimos patrones y comportamientos insanos que están asociados
a estructuras de pensamientos y emociones antiguas. Y la gran mayoría de estas
estructuras cristalizaron entre los cero y los siete años, periodo donde se edifican
las emociones y nuestra personalidad. Lo que significa que el pasado contamina
nuestro presente y futuro.
Señalar, además, que afamados estudios1 revelan que alrededor de los treinta y
cinco años de edad manifestamos un 95 % de respuestas y reacciones
automáticas. Lo que pone de manifiesto que nos creemos libres y capaces,
cuando en realidad funcionamos subyugados a una programación inconsciente.
Durante años hemos creado millones de huellas mentales (sinapsis) y recorridos
neuronales apelando a la repetición. Ese es el motivo por el cual etiquetamos la
realidad que observamos basándonos en criterios obsoletos que se articulan
desde nuestra subjetividad.
Además, siento trasladar esta mala noticia. La libertad no es aquello que nos
contaron. Otro estudio de neurociencia desvela que todo acto o idea que
acontece en nuestro cerebro consciente aflora involuntariamente y, en primer
lugar, en el inconsciente. Es decir, se ha podido medir cómo nuestro cerebro
consciente solo tiene capacidad para asimilar 50 bits/segundo de información,
cuando nuestro cerebro inconsciente es capaz de percibir más de 11 millones de
bits por segundo a través de los sentidos. No somos libres. Repito. No somos
libres —prorrogué una pausa.
No pretendo reforzar la autoridad de mis argumentos anteponiendo la ciencia a
la experiencia humana. Esta información que expongo guarda relación con mi
bagaje y mis propias investigaciones. No os creáis nada. Que cada cual indague
y verifique libremente acerca de estos hallazgos tan reveladores.
Dicho esto, considero necesario hidratar nuestra mente con nuevos inputs
saludables. Transformar creencias, incorporar hábitos frescos a nuestro día a día,
así como reprogramar el inconsciente. Es condición sine qua non desarrollar
nuevas redes neuronales que persigan como propósito dulcificar nuestro diálogo
interior. Mientras sostengamos los mismos hábitos y evitemos crear experiencias
nuevas en nuestro cerebro, continuaremos funcionando en piloto automático y
habitando la culpa, la crítica, la queja y el boicot hacia nosotros mismos.

«Necesitamos cambiar los fluidos de nuestra mente. El agua que no se


renueva, termina pudriéndose».

Afirmo que la gran mayoría de las creencias que manejamos son


disfuncionales. Las vivimos desde el miedo y no desde el amor. Si lo pensáis
bien, sostenemos creencias que nos inducen a un estado de guerra interior; y
desde ese malestar es imposible que aflore la paz en nosotros. Pensadlo: ¿Qué
sensación habita en vosotros cuando examináis en profundidad las relaciones de
pareja? ¿Sabemos en qué consiste la felicidad? ¿Qué provoca en nosotros la
soledad? ¿Y la muerte? ¿Es acertado trabajar por dinero pero sin propósito?
¿Qué pensáis sobre la adversidad y el fracaso? ¿Qué significa tener éxito en la
vida?
No os preocupéis. Estas preguntas se irán respondiendo gradualmente a medida
que avance la conferencia. Pasaré a la siguiente diapositiva.
Me gusta definir la imagen proyectada como una metáfora que simboliza el
árbol de la vida. Si os fijáis con atención, apreciaréis cada una de las divisiones
existentes en tres etapas de crecimiento causales: las raíces, el tallo y el fruto.
Digamos que el fruto es una consecuencia que deviene de la fortaleza del tallo, y
el tallo, a su vez, es el resultado que acontece después de una próspera y
equilibrada salud de las raíces. Se cumple, por tanto, la ley de causa y efecto.
Todo árbol precisa de sol, agua, temperatura, humedad, nutrientes, así como de
un entorno propicio para florecer en armonía y equilibrio.
En nuestro árbol de la vida, las raíces representan nuestras creencias
predominantes, el tallo simboliza la paz y el fruto termina por encarnar la
anhelada felicidad. Luego, si nuestras creencias-raíces suscitan en nosotros
desasosiego y guerra interior al ser experimentadas desde el miedo, la culpa y la
separación, será difícil que el tallo alcance un estado de paz y se eleve hacia la
luz. Y, por ende, el ramaje de nuestro árbol no florecerá en forma de fruto. Es
decir, la felicidad es una consecuencia que sobreviene de una paz sostenida en el
tiempo. O dicho de una forma más poética:

«La felicidad aflora cuando la paz sonríe. Sin paz interior no es


posible revelar la felicidad».

Observad que he utilizado el verbo «revelar» en vez de «buscar», ya que no


podemos buscar en el exterior un estado de bienestar que pertenece
originalmente a nuestra esencia. Nacimos y convivimos con él, nunca lo
perdimos. Pensad que la luz de la esencia es como la irradiación del sol. A pesar
de los días nublados y las noches oscuras, el resplandor es eterno. Nuestro brillo
interior es como el faro de un litoral accidentado que señala a los navegantes
perdidos el camino a tierra, la dirección hacia nuestro hogar primigenio. En
cambio, las estrategias del ego ocultan y nublan la luz de la esencia. ¿Y quién
sostiene a nuestro ego? ¡Adivinad!... Las creencias.
Mucha gente me pregunta si viajo para encontrar la felicidad. A lo que suelo
responder con un rotundo «no». A mí no me interesa la felicidad. Me siento
alejado de esa concepción simplista y falaz que se ha instalado en nuestras
cabezas. La felicidad envasada que consume nuestra sociedad la produce Netflix
y la distribuye Amazon. En la actualidad es fácil reconocer la felicidad, ya que
se etiqueta con código de barras y fecha de caducidad. Es una pena inmensa que
hayamos convertido la felicidad en una trampa de tormento y ansiedad. El hecho
de entender la felicidad como una ofrenda que proviene del exterior nos ha
convertido en una especie de yonquis de la dictadura de la distracción. Todo
aquello que atrapa nuestra atención es mejorado en pequeñas dosis para
mantener nuestra adicción. De esta forma todo caduca, se versiona y los gadgets
tecnológicos que adquiriste hace seis meses ya no te resultan interesantes.
Cuando viajo, aspiro a una sola cosa: crear nuevos hábitos, hidratar la mente y
transformar mis creencias para alcanzar una paz sostenida en el tiempo. Creo
que el verdadero éxito en la vida nada tiene que ver con descubrir en qué esquina
se esconde la felicidad, sino con vivirse coherente y en paz. El ser humano se
asemeja a una semilla. Posee un guion de vida y una inteligencia instintiva que
en condiciones propicias lo elevan hacia la luz. El árbol no se obsesiona por
procurar frutos, no se apega al resultado. Son la paz y armonía de su crecimiento
las que revelarán el fruto. Lo mismo sucede con las personas. Si sanan sus
heridas y pacifican sus creencias, la paz derivada revelará la felicidad sin
resistencia, lucha y búsquedas innecesarias.
Partiendo de esta premisa, ¿cómo entiendo yo la felicidad? Para mí la felicidad
es la música de la conciencia… Es sentirse en paz con lo que eres. Sería algo así
como habitar en un diálogo interior dulcificado por la serenidad. Pocos se
atreven a definirse como un ser divino concebido de consciencia, amor y
energía. Con todo, nos hallamos muy lejos de estas definiciones. ¿No os parece
asombroso? Todos los que aquí estamos fuimos educados para exiliarnos de
nuestra esencia y externalizar nuestra identidad. Desafortunadamente, nosotros
nos percibimos en función del reconocimiento social. Es decir, nuestra identidad
la define el éxito social obtenido: qué hago, qué gano, qué tengo y cómo piensan
de mí. Por eso si nos preguntan... ¿quiénes somos?, tan solo podemos afirmar
que somos un género, una nacionalidad, una profesión, una posición social, una
religión, o una aplaudida reputación. De manera que, vivimos narcotizados por
el dinero y el aplauso social. Porque ambos representan un atajo exprés que
proporciona fama, reconocimiento y estatus, mecanismos a los que recurrimos
cuando deseamos que nos miren. Sin embargo, la experiencia humana nos
enseña que cuando la engañosa fama y el reconocimiento social se desvanecen,
nuestra efímera y falsa identidad construida en el exterior se derrite al ritmo de
un cubito de hielo en el desierto. ¿Por qué? Porque creímos que podíamos
sembrar nuestra existencia sobre la epidermis de la vida obviando que la
felicidad necesita raíces, ya que se expande de dentro hacia fuera, y no al revés.
Rumi, el poeta sufí, lo expresó con esta magistral frase:

«Buscamos en las ramas aquello que solo se puede obtener en las


raíces».

Para evitar los posibles cabos sueltos, me gustaría sintetizar las ideas expuestas
en la siguiente diapositiva:

Nuestro intrincado inconsciente supera en nueve veces la capacidad de


nuestra mente consciente y, a pesar de que nos resulte difícil de creer,
vivimos subordinados a los caprichosos programas emocionales del
inconsciente.
La gran mayoría de las creencias que manejamos son disfuncionales,
aunque no lo advertimos porque se ha normalizado desde la gran masa
social.
No somos libres. El 95 % de nuestras respuestas y reacciones son
automáticas.
Nuestras creencias insanas desatan las expectativas, el sufrimiento y
configuran la realidad que construimos. Advertimos el mundo a través
del filtro de nuestras creencias.
La creencia falsa más poderosa que maneja la humanidad se
fundamenta en que la felicidad proviene del exterior.
Por desgracia, nuestra identidad no se erige desde la esencia y la
autenticidad del ser, más bien se construye frágilmente desde el
reconocimiento social.
La felicidad no se expone en un escaparate, sino que brota desde el
interior como consecuencia que sobreviene de una paz sostenida en el
tiempo. Son las creencias saludables y aquellas que se configuran
desde el prisma del amor interior las únicas que pueden brindar
serenidad a nuestro espíritu.

Antes de continuar con el siguiente bloque y comenzar a sanar creencias me


gustaría que resolváis todas las dudas que os hayan podido surgir.

Trabajo en una agencia de comunicación. Y tengo la impresión de que


antiguamente se diseñaba la economía como…, no sé…, como para servir a
la sociedad. Pese a todo, sospecho que en la actualidad ocurre justo lo
contrario, se diseña a los individuos atacando a su inconsciente para
ponerlos al servicio de la economía de mercado. Me gustaría saber tu
opinión.

Coincido contigo. En la actualidad, sostenido por nuestros impuestos y con el


beneplácito del gobierno, se tolera e incluso se anima a que determinadas
empresas, lejos de aportar valor a sus conciudadanos, centren su cometido en
fabricar necios consumidores. Lo importante es el beneficio y el crecimiento
económico, no la felicidad. La publicidad y el marketing se alimentan de
irrefutables estudios de neurociencia. Hoy se sabe que el 95 % de la intención de
compra de un consumidor reside en el inconsciente. Es decir, se utilizan
estrategias de venta que inciden directamente en el cerebro primitivo límbico
(emocional) y reptiliano (instintivo), centros motores donde se gestionan las
emociones, las sensaciones, la memoria, el placer, el dolor, la recompensa y el
instinto de protección, supervivencia y reproducción. Los consumidores de hoy
creen comprar productos apelando a su razón y sus intereses particulares. Pero la
realidad es que son víctimas de los miedos e inseguridades que albergan sus
programas inconscientes. De una u otra manera, hemos aceptado una barbarie,
una manipulación, en la que se promueve una continua insatisfacción emocional
por la comida, el sexo, el amor, el placer, los anhelos materiales, el éxito, la
seguridad, etc.
No deja de ser sorprendente que el estudio de la neurociencia y el
neuromarketing, que por una conveniente razón se excluye de escuelas y
universidades, sirva de eje vertebrador en el ámbito de la política y la publicidad
empresarial con el propósito de encontrar carencias y debilidades emocionales
en votantes y consumidores.
Lanzaré algunas preguntas: ¿Quién dirige el timón de nuestra vida? ¿Por qué
sabemos desde el plano consciente todo lo que es bueno para nosotros y, sin
embargo, actuamos en contra de nosotros mismos? Tomaos unos segundos para
pensar.
¿Quién de los aquí presentes ignora la necesidad de hacer ejercicio y cuidar
nuestro cuerpo? ¿Por qué hacemos precisamente lo contrario al instalarnos en el
sedentarismo? Ingerimos comida basura, exceso de azúcar, fumamos,
consumimos altas dosis de alcohol o determinados psicofármacos, etc. ¿Os
resulta familiar?
¿Por qué muchos de nosotros sabemos cómo proceder sabiamente en una
relación de pareja, pero los hechos demuestran que fracasamos una y otra vez?
¿Qué nos sucede? Se me antoja pensar que, a pesar de conocer las soluciones
desde un plano consciente, recurrimos a conductas automáticas que emanan de
todos los conflictos, miedos y heridas emocionales cicatrizadas en nuestro
inconsciente.
Sí, por favor... Otra pregunta. ¿Podéis pasar el micrófono?

¿Qué me dices de trabajar la mente consciente a través del pensamiento


positivo? ¿Qué repercusión tienen las frases positivas sobre nuestro
cerebro?

Pienso que es complicado sanarse cultivando exclusivamente los «pensamientos


positivos», ya que estos no ejercen una influencia considerable sobre los
programas inconscientes que, a mi entender, son donde verdaderamente se
enraíza el conflicto o la herida. No soy partidario de la moda «debes obligarte a
sentirte feliz» que promueve mucha literatura de autoayuda.
Espero que se me entienda. Quizás las frases de autoayuda sean un buen
acompañante de camino. Es un hecho que las palabras positivas revitalizan, ya
que reducen la hormona del estrés (el cortisol) en un 50 %. No es lo mismo
verbalizar «problema» que «reto», el mensaje de este último es más saludable
para los químicos que circulan por la mente. Con todo, y en mi opinión, los
pensamientos positivos tan solo son una solución cosmética que no acaban con
el autoboicot al que nos sometemos. Las sentencias positivas en sí no alcanzan a
registrar la emoción necesaria para estimular y reprogramar nuestro cableado
inconsciente. No podemos olvidar que el inconsciente se estimula desde la
emoción, no desde el pensamiento. Es preciso aplicar un trabajo emocional si de
verdad deseamos sanar la raíz del conflicto. Entraré en profundidad más
adelante.
Parece que el caballero del fondo quiere preguntar. ¿Serías tan amable?

Has dicho que la felicidad es una consecuencia que surge de una paz
sostenida en el tiempo. ¿No crees que el ser humano necesita de ciertos
obstáculos para ser feliz? Sospecho que vivir todo el tiempo en paz quizás
sea hasta aburrido.

Así es. La paz sostenida no significa de ninguna manera transitar una vida en la
que nunca sucede nada. De hecho, así lo experimenta gran parte de nuestra
sociedad de consumo cuando confundió la felicidad con el exceso de seguridad
que proporciona el confort. De alguna forma entendimos que para alcanzar el
confort necesitábamos dinero, en vez de una vida con propósito. Fue entonces
cuando decidimos renunciar a la pasión y el sentido para vender nuestro tiempo
y alma por un salario. El exceso de comodidad nos secuestró en fortalezas
feudales cerca de todo lo material, pero lejos del vecino. Vidas privadas
perfectas, vidas sin sorpresa, en las que nunca pasa nada, salvo el vacío y el
aburrimiento que resulta del individualismo y el abandono del ser. Como bien
expresó Nietzche:

«Se han perdido las aspiraciones y somos un lastimoso bienestar».

Pienso que ser feliz implica experimentar una vida de riesgos y dificultades.
Por otra parte, tengo la impresión de que hemos cometido el terrible error de
asociar los problemas y la incertidumbre a la infelicidad. ¿Alguien en la sala
tiene la misma percepción? Creo firmemente que al final de la incómoda
adversidad, la felicidad se expande. ¿Cómo podríamos si no descubrir nuestra
sombra, nuestras heridas emocionales o reconciliarnos con nuestro niño interior?
¿De qué otra forma llegaríamos a manifestar nuestros dones y talentos así como
nuestro amor ilimitado? Se precisa sudar la camiseta para integrar la muerte, la
soledad, el dolor, el agradecimiento, el perdón, la capacidad para aceptar y
desapegarnos, así como la maravillosa habilidad para relacionarnos con los
demás.
La felicidad siempre se viste de audacia. Porque debemos ser muy valientes
para asumir los desafíos de la vida que hemos elegido. Debemos ser muy
atrevidos para superar todos los obstáculos que existen hasta descubrir el atlas de
nuestra geografía emocional. Un mapa hacia un lugar llamado paz espiritual.
Paz interior no significa ausencia de dolor, miedo, inseguridad, adversidad y
riesgo, sino comprender desde la aceptación y la serenidad todos aquellos
aspectos de la vida que no podemos cambiar.

vvv

¿Qué os parece si continuamos? Os prometo que esta conferencia abrirá


ventanas de luz hacia vuestra mejor versión. Nos espera un viaje apasionante al
interior de nosotros mismos.
1 Véase bibliografía del doctor y neurocientífico Joe Dispensa.
2

HERIDAS EMOCIONALES
La camisa de fuerza de la felicidad

Recordad este árbol porque será recurrente durante toda la conferencia. Los
objetivos del siguiente análisis son:

Transitar por las raíces de nuestro propio árbol de la vida, indagando en


cada uno de los aspectos que se pueden apreciar en la imagen.
Penetrar en nuestros programas inconscientes con la voluntad de
descubrir los tipos de creencias y estrategias con los cuales nos
identificamos.

Asimismo, otra de las aspiraciones principales de este análisis pretende sanar


una toxicidad que nos conduce habitualmente a un estado de guerra inconsciente
y que imposibilita que alcancemos la anhelada paz interior. Cabe decir que los
aspectos que voy a escudriñar en esta conferencia se encuentran muy
entrelazados entre sí y deben ser comprendidos y entrenados al unísono. De poco
sirve conocer nuestras heridas y ser auténticos, si no sabemos perdonar. Su
sinergia nace de la suma de sus partes. Comprender estas dimensiones de la vida,
integrarlas, cultivarlas y vibrar en ellas será la mejor garantía para desarrollar
una vida abundante, serena y feliz.
Como se puede apreciar en la imagen, el aspecto predominante y el que se
sitúa en la base más profunda de las raíces se denomina «heridas emocionales».
Me resulta imposible analizar otros aspectos como la realidad, el eneagrama, la
autenticidad, la impermanencia, la gratitud, las relaciones, el perdón o la salud
sin desentrañar con hondura aquello que considero como el pilar más importante
de nuestra geografía emocional. Entender cómo operan las heridas emocionales
en el destino humano significa un antes y un después en nuestra manera de
vivirnos. Sin comprender la génesis de las heridas, el resto de aspectos que
trataré en esta conferencia tan solo representan gigantes con pies de barro, pues
las heridas contaminan los aspectos más importantes de nuestra vida.
Antes de analizar en profundidad las heridas emocionales, os contaré algo
acerca de mi despertar. En el año 2006 me encontraba trabajando como
ingeniero de software en el Banco de España. Podríamos decir que mi vida era
perfecta y me aguardaba un futuro prometedor. Estaba casado, poseía una casa
en propiedad, un coche, una moto y ganaba un montón de dinero. Mis amigos
aplaudían mi estatus social y no se cansaban de admirar mi estilo de vida.
Estaban en lo cierto. Desde los estándares convencionales había alcanzado un
elogiado éxito social, en cambio, un incómodo murmullo que merodeaba por mi
conciencia me susurraba reiteradamente que me encontraba muy lejos del éxito
existencial. Me sentía rico en lo material y pobre en lo espiritual, condición que
me llenó de decepción. Me explico. Llevaba toda la vida persiguiendo y
practicando todas las doctrinas que celebra el sistema para alcanzar el ansiado
templo de la felicidad. Ahora bien, cuando ascendí el último peldaño a dicho
templo, solo escuché los ecos de mi insatisfacción. Mi anhelado sueño estaba tan
vacío como yo mismo.
Recuerdo un día en el que me desperté afligido y en el que pude sentir una
profunda angustia. Ahora sé que se llama conciencia de enfermedad. Solía
desplazarme a mi lugar de trabajo en el metro de Madrid. El trayecto se
prolongaba poco más de una hora. Mi opaca existencia transcurría bajo tierra
rodeada por otros rostros que se me antojaban como bombillas moribundas que
esperaban inútilmente a que la vida los sorprendiese. Esa mañana me percibí
instalado en la inercia, como encarnando a un zombi resignado al coma social.
La vida me había puesto patas arriba con los ojos abiertos, desnudo y exiliado de
mí mismo. Suena exagerado, pero creedme si os digo que llegué a desconocer la
razón para la cual vivía. Quizás extravié el sentido de la vida por algún resquicio
de la rutina, lo ignoro. Presumo que la ilusión me abandonó y la crisis existencial
se instaló como un vagabundo entre mis pensamientos. En palabras de Elisabeth
Kübler-Ross:

«En el fondo, todos sabemos cuando algo no encaja y no somos la


persona que estábamos destinados a ser».

Me llevó un año tomar la difícil decisión, pero de una cosa estaba seguro:
debía reescribir mi propia historia y abandonar aquella anotación a pie de página
que Matrix había subrayado sobre cómo deberían ser mis próximos cuarenta
años. Recuerdo una frase que dejé registrada en mi último viaje a la India y que
planeaba por mi cabeza:

«Cuando seas consciente de que tu futuro es predecible es que tu


energía interior ha dejado de moverse».

A finales de 2006, a pesar de un miedo que transcendió en pánico, me armé de


valor y abogué por la acción, el minimalismo y el decrecimiento. No me
preguntéis cómo, la verdad, porque todavía ignoro de qué recóndito lugar reuní
las fuerzas para invertir mi vida. Miento. Sí que lo sé. En breve conoceréis de
qué escondite de mi personalidad brotaron las energías.
Como iba diciendo, renuncié a mi aparente e idílica vida como informático en
el Banco de España y me deshice de todo el materialismo que me estrangulaba.
Me separé, saldé las deudas y las cuentas con la burocracia y me quedé con una
bicicleta de montaña ordinaria, un ordenador y un colchón de dinero. En enero
del año 2007 me subí a la bicicleta cargada de maletas y pedaleé sin mirar atrás
hacia la Torre de Londres. Un viaje en el que recorrí 8 200 km y que me llevó
casi 6 meses. ¿Sospecháis cuál era mi objetivo? Pues huir de mi pasado con el
empeño de encontrar la quimérica fórmula de la felicidad. Así que me pasé años
viajando, por no decir huyendo, por Europa, Asia, norte de África y Sudamérica.
Mi vida ha cambiado sustancialmente desde entonces. Una decisión familiar
me condujo a reorganizar mi dinamismo, y en este momento vivo como nómada
a tiempo completo en una furgoneta. Continúo viajando en bici, por supuesto,
pero he sustituido los viajes de larga distancia por fugaces expediciones de pocos
días que alterno con el montañismo. Afortunadamente, me gano la vida con las
conferencias y la venta de mis libros. He conseguido vivir sin jefes, sin horarios
y con cierta libertad geográfica y financiera; si bien sigo empeñado en
mantenerme despierto y con la firme voluntad de construir una vida en vez de
una evasión. Abogo por un leitmotiv que lo resume así:

«Aprende a volar y no tendrás que elegir las jaulas de aquellos que no


se atreven».

Recuerdo ese primer viaje en bicicleta como una aventura al centro de mis
heridas emocionales. No albergo dudas de que me fugué de mi vida, algo, por
cierto, que he advertido en muchos aventureros. Resulta obvio que me
encontraba harto de todo lo que me rodeaba, y lo evidenciaba culpando a todo el
mundo de las decisiones que yo había tomado y que deslucían mi vida. La
sociedad, la política, la educación, la religión, la familia…, todo estaba mal.
Encontré muchos culpables en los que proyectar la ira, la insatisfacción y el
vacío. Confieso que me acomodé en el victimismo, circunstancia que me sirvió
de excusa durante un tiempo.
¿Y qué es el victimismo? Pues..., desde mi percepción, ser víctima significa
creer sin cuestionamientos que la vida debe darte cosas que contribuyan a tu
felicidad. El victimismo representa una de las mayores expresiones de toxicidad
e inmadurez que puede manifestar una persona, ya que no te haces responsable
de tu vida y dedicas tus mejores energías a condenar, señalar y buscar verdugos.
Todos son culpables excepto tú. ¿Os resulta familiar? ¡Os tiene que sonar! Es el
modus operandi de nuestra sociedad.
El tiempo, la curiosidad, las lecturas, la soledad y el silencio calaron en ese
viaje y me condujeron a un terreno inexplorado de mi personalidad. Por primera
vez fui consciente de todas las heridas que sangraban en mi interior y que por
alguna razón me había sentido incapaz de nombrar y describir.
Dispongo de una mala y una buena noticia… La mala es que todos los
individuos cargan con heridas emocionales. No se salva nadie, pues estas operan
a nivel inconsciente y por desgracia ignoramos la forma en la que gobiernan
nuestra vida. Imaginad una digestión. El proceso es automático, no tenéis que
pensar en ello. Y la buena noticia es que cuando estas heridas se sanan, porque
se pueden sanar, os prometo que reiréis sin ataduras al evocar el sufrimiento que
llegasteis a soportar por ignorar esta programación.
¿Alguien en la sala conoce cuáles son sus heridas emocionales? Os pido por
favor que seáis honestos al levantar la mano —no más de cinco personas alzaron
su brazo.
No tenéis por qué tomarme en serio por lo que voy a decir, pero aseguro sin
duda alguna que resulta imposible llegar a ser personas felices sin atender a la
sanación de nuestras heridas emocionales. De hecho, somos una sociedad de
fugitivos, porque todos huimos de nosotros mismos. Fijaos: debemos de partir de
la base que somos personas educadas en el miedo, no en el amor. Nadie entendió
la necesidad de enseñar a amarnos. Crecemos dañados por padres y madres que,
por desconocimiento, fueron a su vez mutilados emocionalmente. Cuando somos
niños vulnerables nos critican, nos juzgan, nos comparan, nos empujan al
sacrificio, a la competición, a adaptarnos a una normativa social que no
comprendemos. «Te quiero si no gritas», «te amaré si te portas bien». ¿Os resulta
familiar este amor condicionado? Nos enseñan a cultivar la bondad con los
demás, pero no por el ejemplar hecho de amar, sino para no perder su
aprobación. La penumbra emocional en la que crecemos origina profundas
lesiones en nuestros corazones. Una de las más importantes guarda relación con
la autoestima. Porque en la medida que reconozcas amor en ti, así será el mundo
que experimentes.
¿Por qué son tan importantes las heridas emocionales? Las heridas
emocionales de la infancia condicionarán irremediablemente cómo será nuestra
calidad de vida cuando alcancemos la edad adulta, ya que vamos a interpretar
nuestro universo interior y la realidad que percibimos a través del prisma de
nuestro dolor. ¡Vemos solo aquello que destaca nuestra programación mental!
Conforme a las aportaciones de Lise Bourbeau2, la distinguida escritora
experta en el ámbito del desarrollo personal y los traumas emocionales, las
heridas son cinco. Considero importante enumerar brevemente cada una de ellas:

Rechazo (Aislamiento). Esta herida se origina en el primer año de edad y la


despierta por lo general el progenitor del mismo sexo. Tiene su origen en
experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos o
iguales. Imaginad un embarazo inesperado o que el menor sienta el rechazo, la
incomprensión y la falta de afecto de sus progenitores; conmociones por las que
este se descalifica y se aísla en su vacío interior. Gradualmente el menor cultiva
en sus cimientos emocionales la semilla del autodesprecio y pronostica una
sensación indigna de existir, de amar y de ser amado. Aquellos que cargan con
esta herida se consideran inútiles y desvalorizados, lo que les conduce a buscar
el reconocimiento y la aprobación continua de los demás. Al alcanzar la edad
adulta se perciben rechazados, indeseados y deslegitimados como seres
humanos; nefasta valoración que se canaliza en forma de ira, rabia y victimismo.
Se sienten culpables de ello, rechazándose y rechazando a los demás, por eso son
personalidades huidizas, tienden a aislarse y les angustia pedir ayuda.
En la imagen, además de la herida, se destaca la conducta o máscara a la que
recurren las personas heridas para evitar el contacto con su gran dolor y
relacionarse con el mundo. En este caso, el aislamiento.
Pregunto: ¿Reconocéis a alguien cercano que manifieste esta conducta? —se
alzan algunas manos entre el público—. Ya veo que sí. Quizás recordéis
situaciones en las que personas que padecen esta herida huyen de grupos o
reuniones sociales para salvaguardar su integridad. Reprimen sus opiniones, se
esconden y minimizan su presencia por miedo a ser juzgados y rechazados
¡Seguro que sí! ¿Tal vez en el plano sentimental? Esas personas introvertidas que
se confinan en una habitación o un puesto de trabajo y expresan sin rodeos: «Es
que me siento muy bien solo». Una afirmación que encubre que el verdadero
propósito es huir del compromiso afectivo por miedo a sufrir.

Abandono (Dependencia). Esta herida se suele producir en los tres primeros


años de edad, la suscita el progenitor del sexo opuesto y nace de experiencias de
desamparo y soledad. Se evidencia en menores que se percibieron como un
estorbo, bien por ausencia o muerte de uno de sus progenitores, la llegada de un
nuevo bebé al núcleo familiar, o porque lloraban y se portaban mal. La cuestión
fundamental es que el menor no obtiene el consuelo y compañía esperado de sus
educadores. Cuando aquellos que sufren esta herida son adultos buscan
obsesivamente atención, apoyo y protección; suelen apegarse en exceso a las
cosas; y precisan rodearse de gente para mitigar su vacío. Asimismo, sienten un
miedo incontrolado a la soledad, especialmente en el ámbito de la vejez. ¿Cuál
es la máscara a la que recurren estas personalidades para relacionarse con el
mundo? Se instalan en la dependencia emocional.
¿Qué me decís de esta herida? Seguro que conocéis a alguien que frecuenta la
sobreactuación, el drama y el victimismo con la intención deliberada de no
perder la compañía. Pensadlo. ¿No tenéis a ningún familiar que es capaz de
crearse serios problemas o incluso somatizar una enfermedad3 para atraer y
recibir la atención de su clan? La psicología nos alumbra en este aspecto. Existen
niños que advirtieron que la madre solo les prestaba atención cuando rechazaban
la comida. Así que cuando estos alcanzaron la edad adulta se refugiaron
inconscientemente en la bulimia o la anorexia para ser mirados.
Imaginad a un niño con la herida de abandono que a pesar de percibir la
ausencia de la madre fue sobreprotegido. Cabe destacar que al alcanzar la
madurez buscará ineludiblemente en su pareja sentimental el amor de su madre.
En realidad, esa relación vaticina brotes de fracaso, ya que para el inconsciente
mantienes una relación con tu madre, y un hombre no desea mantener sexo con
su madre.
La psicología evidencia comportamientos inexplicables relacionados con esta
herida. Tras una adicción al alcohol o determinadas drogas subyace una carencia
afectiva o una educación sobreprotectora. El consumo de cocaína suele obedecer
a un conflicto intelectual o desvalorización producido por el padre. La
marihuana, por otro lado, apunta a un conflicto de separación con la madre4.

Humillación (Masoquismo). Esta herida suele gestarse entre el primer y tercer


año de edad y la puede originar cualquiera de los dos progenitores, aunque la
experiencia clínica en muchos casos apunta a la madre. El individuo que soporta
esta herida se siente humillado por las personas del sexo femenino. Su origen
radica en experiencias donde el menor siente reprimido su deleite por los
placeres físicos. De alguna forma u otra, el menor advierte que sus problemas
son ventilados en público y que sus progenitores o entorno cercano se
avergüenzan y lo desaprueban con insultos del tipo: «Sucio, torpe, cochino,
pesada». Situación en sí que destruye la autoestima infantil. Cuando las personas
que padecen esta herida alcanzan la edad adulta, procuran compulsivamente
sentirse útiles y hacer todo lo posible por sacrificar su libertad en favor de los
demás. Para evitar la humillación, algo que no consiguen, se vuelven
excesivamente serviciales, volcándose en las necesidades de los demás pero
olvidando las propias. La carencia afectiva con la que cargan estas personas las
conduce a recompensarse a través de las compras exprés o las comilonas, aunque
a posteriori les embarga un sentimiento insoportable de culpabilidad. Otro de los
rasgos característicos que presentan estos individuos obedece al exceso de peso,
circunstancia que les causa malestar y asco hacia su persona. Por lo general, no
suelen cuidarse ni visitar al médico. La conducta que exhiben estas almas
heridas tiene que ver con el agrado inconsciente de sentirse humillados o
maltratados.
¿Alguien se identifica con esta herida? Junto con la herida de abandono, suele
reconocerse en el ámbito de la violencia de género y en los matrimonios
convencionales. ¿Quién no conoce a alguna ama de casa que se queja de ser una
esclava del hogar, pero recurre al mismo patrón de conducta buscando sentirse
útil para que la quieran? A ver... ¡Manos arriba!
También existen los que, por silenciar la herida y dar sentido a su vida, asumen
el papel de salvador samaritano y se pasan la vida rescatando a drogadictos,
alcohólicos o jugadores empedernidos, o escogen a parejas sentimentales que
necesitan ser cuidadas o dirigidas. Les regalan todo su tiempo, esfuerzo y dinero,
pero les embarga la culpabilidad cuando sus parejas no salen del laberinto en el
que se encuentran. ¿Me seguís?

Traición (Controlador). Esta herida normalmente surge entre el segundo y el


quinto año de edad y, por lo general, la origina el progenitor del sexo opuesto.
Esta herida tiene su raíz en experiencias en las que el menor percibe que sus
educadores no cumplen sus promesas o le engañan, por lo que este se siente
traicionado, frustrado y pierde la confianza en sus referentes. Paulatinamente, a
causa del vacío y la desesperanza, sienten rabia, cierta envidia y pronto aprenden
a mentir y a desconfiar de los demás. Cuando estos individuos heridos alcanzan
la edad adulta, exhiben una personalidad fuerte y autoritaria. Asimismo,
desarrollan una prodigiosa habilidad para controlar y manipular a los demás con
el anhelo de que respondan a sus expectativas. Su motor conductual, como ya he
mencionado, es el control de todo aquello que les rodea.
Esta herida es especialmente visible en relaciones de pareja conflictivas. ¿Os
suena esa persona celosa, desconfiada, a veces manipuladora y mentirosa que
evita mostrar su parte vulnerable por miedo a que su pareja lo controle y
traicione?... Observo que algunos levantan la mano.
Y llegamos a mi herida dominante, aunque confieso que también me gobiernan
la herida de la traición y el rechazo. Cabe decir que una persona podría
manifestar todas las heridas, aunque por lo general existe una de ellas que
prevalece sobre las demás.

Injusticia (Rigidez). Esta herida suele revelarse entre el cuarto y el sexto año de
edad y la causa comúnmente el progenitor del mismo sexo, en mi caso, mi padre.
Esta herida nace de experiencias donde el menor percibe a unos educadores
fríos, distantes y autoritarios que promueven escenarios de convivencia
considerados injustos para el menor, como la comparación y la discriminación
entre hermanos. La exigencia constante que experimenta el niño procurará
acusados sentimientos de ineficacia, inutilidad y sensación de injusticia. ¿Qué
rasgos característicos exhibimos las personas que sufrimos esta herida? Pues
somos personas muy exigentes con nosotros mismos, rígidos, inflexibles,
perfeccionistas, fanáticos del orden, además de moralistas e insensibles.
Sostenemos cierta incapacidad para conectarnos con nuestro cuerpo y
emociones. Son las conductas que enmascaran la baja autoestima.
A los que arrastramos esta herida nos llaman la atención las parejas sensibles
que poseen la habilidad para conectar con sus emociones, ya que nosotros las
reprimimos. Por eso albergamos un sentimiento amor-odio por las personas
espontáneas, entusiastas, hedonistas, flexibles y que se permiten fluir. Lo digo
por experiencia. Mis parejas sentimentales siempre han cumplido dicho patrón.
Es importante señalar que estas heridas emocionales se registraron alrededor
de los primeros siete años de edad coincidiendo con la que podría ser la etapa
más importante de desarrollo del menor: la concepción de la personalidad y la
muerte emocional de la persona. ¿Por qué se denomina muerte emocional?
Porque después de los siete años ninguna emoción es nueva. Las emociones
cristalizadas durante el primer septenio no se recuerdan y, además, se repetirán y
serán una constante durante nuestra madurez. Puede parecer extraño, pero,
aunque percibamos un aprendizaje continuo en nuestra experiencia adulta, nada
es nuevo desde un plano emocional. Como veis son razones de peso para
justificar por qué las heridas emocionales operan en un plano inconsciente y
resulta casi imposible recordar el momento exacto en el que se produjeron.
Supone un despropósito además de un error ensañarse con vuestros
progenitores por el papel que representaron como educadores. Quizás muchos no
ocuparon el pedestal de buenos padres, obvio. Sin embargo, para ser justos,
habría que atender a su grado de amputación emocional y carga de sufrimiento
que arrastraban del pasado. Esta apreciación es importante y me gustaría que la
valoréis durante veinte segundos… Cerrad los ojos, respirad profundamente y
visualizaos en una situación en la que vuestros padres, dominados por una
respuesta automática derivada de sus heridas, os hicieran sentir mal. Lo
resumiremos en medita, valora, acepta y perdona.
Una gran parte de padres y madres fueron víctimas de otras víctimas. A lo que
añado que la mayoría de los progenitores actuaron como lo habríamos hecho
cualquiera de nosotros. Una cosa son los hechos y, otra, la manera subjetiva en la
que el menor interpreta estos desde su sentimiento de inseguridad y carencia. La
interpretación que forma el menor de una situación siempre se sostiene por
condicionamientos emocionales e instintos primarios. Una niña podría engendrar
una herida de abandono como respuesta a la llegada de un nuevo miembro a la
familia, una hermanita que absorbe la atención de su padre, pero el hecho en sí
no justifica la herida. ¿Se entiende lo que digo? Es la percepción del menor, no
la verdad.
Aprovecho para enlazar con una pregunta de vital importancia: ¿A qué
escenarios nos conduce el completo desconocimiento de nuestras heridas
emocionales? Abarcaré algunos contextos interesantes solo con la intención de
que susciten una reflexión.

Cabe enfatizar que las heridas emocionales se comportan de acuerdo a


una naturaleza análoga a las heridas cutáneas. Si estas no se sanan, se
infectan y vuelven a sangrar. Es de vital importancia entender que el
inconsciente no evalúa la noción del espacio ni los tiempos pasado,
presente y futuro. Desde su condición todo es presente, por lo que la
herida se puede manifestar a los dieciocho años o a los sesenta
indiferentemente. Por lo tanto, este inexplicable, hermético y sofisticado
artilugio electro-químico que nos acompaña durante toda la vida procura
por todos los medios cumplir con las demandas inherentes a la herida.
¿Qué quiero decir? Que nuestra programación mental nos convierte en
adictos incorregibles de nuestras heridas emocionales. Luego, las
personas que sufran la herida del rechazo buscarán contextos o
colocarán su atención en la vida pública para rechazarse. Y aquellos que
adolezcan de la herida de la humillación articularán situaciones a su
alrededor para humillarse, reafirmando que su programa inconsciente
está en lo cierto. Toda adicción busca su recompensa.
Pondré algunos ejemplos. He conocido personas que se empeñan en
faltarse al respeto y acogen la infructuosa conducta de airear en público
sus errores y torpezas, lo que les convierte en dóciles sparrings de
personalidades abusadoras. Inexplicablemente, asumen la humillación
que les infligen otras personas para así satisfacer la adicción que solicita
su trauma inconsciente. Es una de las estrategias de la herida que solo
aspira a saciar un vacío de amor.
Cuando una persona suele mantener relaciones con personas casadas,
o se repite el patrón de que las parejas con las que se compromete le son
infieles, todo apunta a que sostiene una herida de humillación. Ignoran
que su proceder persigue un autocastigo inconsciente que mancilla su
autoestima, pero que al mismo tiempo refuerza su herida.
Veamos otra pauta. ¿Por qué repetimos los mismos patrones? He
sabido de mujeres feministas que eligen reiteradamente a hombres
machistas para mantener una relación sentimental. O personas que
acusaron la ausencia de papá o de mamá y buscan inconscientemente
una pareja controladora y autoritaria que fiscalice cada uno de sus
movimientos.
Otra creencia falsa que limita nuestras vidas es el hecho de advertir el
transcurso del tiempo como panacea a todos nuestros padecimientos.
¡No es cierto! El paso del tiempo no tiene la habilidad de sanar las
heridas emocionales. Muchos se irán a la tumba malviviendo y sin los
deberes hechos. Es preciso llevar a cabo un trabajo psicológico
conductual-consciente de sanación e identificación de nuestras heridas.
Lo que significa que la meditación, el reiki o el yoga por sí mismos solo
calman a la bestia, ya que desconocen la raíz del trauma. Ignoro si me
creeréis, pero he conocido a adiestrados meditadores que a pesar de
meditar infinidad de horas, siguen presos de su herida emocional.
Desconocen un trauma infantil que es golpeado una y otra vez por su
entorno relacional. Entonces, es cuando el meditador salta por los aires
sin hallar una explicación en ello. Como sabiamente enunció Ram Dass:

«Si crees que estás iluminado, vete a pasar una semana con tu
familia».
Continúo con otra frase superlativa cosecha del Dr. Jorge Carvajal:

«Cuando nuestra personalidad se resiste al designio del alma


es cuando enfermamos».

¡Me encanta! Hoy sabemos que alrededor del 75 % de las


enfermedades que padece el ser humano provienen del tejido emocional.
En mi opinión, este porcentaje se queda corto, aunque no es mi
intención generar debate. Gran parte de las enfermedades que en la
actualidad se diagnostican en atención primaria radican en la mala
gestión de nuestros conflictos, miedos y heridas sin resolver. Por eso,
por ejemplo, las personas que no saben perdonar y además reprimen
sentimientos y emociones, critican, envidian, culpan o se instalan en la
ira y el resentimiento, entre otros, son proclives a padecer una
enfermedad. Según esta premisa: ¿Podría una creencia insana provocar
una enfermedad? Todo apunta a que sí.
No podemos ignorar que el miedo afecta al riñón, así como la ira al
hígado y al sistema inmunitario. Hago constar que esta información no
es nueva. Esta elogiada sabiduría ya la manejaban los taoístas milenios
atrás. Si bajamos de las nubes de la lógica y aterrizamos en territorio
emocional, no tardaremos en darnos cuenta de que las enfermedades no
irrumpen en nuestras vidas con la voluntad de matarnos. Más bien
invaden nuestro organismo en forma de espejo para señalarnos las
heridas abiertas que debemos sanar. Dicho esto, os invito a que miréis a
las enfermedades como oportunidades para descubrir nuestro desastre
emocional y cambiar de rumbo.

Otra de las perniciosas desventajas que encontramos al desconocer


nuestras heridas inconscientes, y que se estudia ampliamente en
psicología, es el evidenciar cómo la toxicidad de los padres derivada de
carencias afectivas termina por robar la vida a sus hijos.
Por ejemplo. ¿Habéis escuchado hablar de los niños bastón? Imaginad
a una pareja que sufre la herida de abandono y de humillación y, en el
umbral de su edad fértil, decide tener un hijo para que sea este el que se
ocupe de los padres cuando sean ancianos. Seguro que conocéis a esos
eternos solteros cuya programación no les permite casarse o consolidar
una relación estable porque sus padres los necesitan. Por desgracia, las
heridas se perpetúan de padres a hijos.
¿Cuántas mujeres y hombres tiranizados por la herida de abandono
sienten la necesidad inconsciente de ser madres y padres con la
intención de aliviar su vacío? Una persona que sufre una herida
profunda de abandono necesita vincularse al tipo de amor verdadero que
no halla en su relación sentimental, pues el abandonado acostumbra a
autoconvencerse de que el otro es responsable de su felicidad. Ahora
bien, ni siquiera un hijo puede brindarte esa clase de amor genuino que
tú mismo no sabes darte.
Es triste que no seamos conscientes de cómo millones de parejas no
engendran sus hijos atendiendo a un firme compromiso con la
sostenibilidad de la vida, sino que los arrastran a este mundo desde el
egoísmo que causa aliviar sus propios vacíos emocionales. Los hijos,
con más frecuencia de lo que pensamos, ayudan a fugarnos de la
insoportable responsabilidad de hacernos cargo de nosotros mismos.
Cuántos hijos si pudieran soltar su culpabilidad así como su lengua
expresarían: «Mamá, papá…, conseguíos una vida y dejadme en paz».

¿A cuántos de vosotros os embarga un sentimiento de miedo al imaginar


un profundo cambio en vuestras vidas?
Os compartiré una experiencia. Cuando rompí con mi vida en el año
2006, la mayoría de las personas que formaban parte de mi entorno me
preguntaban asombradas: ¿No sientes miedo al dejar un trabajo estable,
separarte, vender tus propiedades y lanzarte a lo desconocido? «Claro
que tengo miedo», solía responder. Sin embargo, la experiencia me
enseñó que el verdadero miedo no se debe al hecho de renunciar a todo
lo material que rodea una vida que no te realiza. Creo sinceramente que
eso es fácil. El verdadero reto se evidencia cuando te enfrentas a las
heridas del alma que con tanto esmero ocultas. El miedo real lo
determina que tu familia, amigos y personas que configuran tu mundo
emocional te rechacen, te abandonen, te humillen, o sufras su traición e
injusticia. La turbación y la angustia no brotan al soltar lo material, sino
que nos invade cuando pierdes el reconocimiento y la aprobación de la
manada. Esa es la madre del conflicto que pone nuestra vida patas
arriba.

Y en el terreno del amor ocurre algo similar. Rechazamos las relaciones


de pareja esgrimiendo excusas del tipo: «No necesito a nadie, estoy
mucho mejor solo». Pero lo que puede parecer una falta de compromiso
a primera vista, en realidad esconde el miedo a que el otro escarbe en las
heridas abiertas que permanecen sin sanar, por lo que justificamos
nuestra decisión de estar solos. Antes que el dolor, preferimos perecer
de soledad. ¡Es muy triste! El amor es maravilloso cuando te relacionas
desde un alma saludable.
A veces nos dejamos influenciar por esas pegadizas sentencias
espirituales del tipo: «Cuando algo no fluye, déjalo, va en contra del
universo». Así que, al padecer el primer bache o conflicto en los albores
de una relación sentimental, nos desanimamos y desistimos a la primera
de cambio. Pero debemos de ser cuidadosos, porque aunque la ley de
«no resistencia» del universo secunda ese tipo de frases emocionantes,
quizás la relación sentimental derive en tormento a causa de lo apegados
que estamos a nuestras heridas. Quizás ella no te rechace, te rechaces tú
mismo. Tal vez él no te humilla, te humillas tú misma. No olvidemos
que la convivencia es uno de los mejores espejos para indagar y sanar
las heridas. Porque el otro siempre te muestra aquello que necesitamos
advertir y sanar para seguir creciendo.
Si en un proceso de desarrollo personal me dieran a elegir entre
meditar o convivir en una relación tormentosa, definitivamente elegiría
esta última.

Cuando ignoramos nuestras heridas somos como un automóvil fuera de


control. Vamos atropellando a gente y golpeando una y otra vez con los mismos
obstáculos. Es lógico, conduce un inconsciente ebrio por las heridas que no se
sanaron. Después de constatar que somos una madeja de enredos emocionales,
me gustaría provocar una reflexión:
Desde que somos niños y niñas nadie nos enseña a amarnos. Es más, nos
empujan a copiar un comportamiento heredado desde la idea de encajar en un
paradigma social basado en un racionalismo descompensado y caduco.
Autodesprecio, baja autoestima, impotencia, miedo, rabia, culpa y resentimiento
son constantes en nuestras vidas. Es justo en esa frágil etapa del menor donde se
produce la «separación» de nuestra esencia. Podemos advertirlo en la manera en
la que se siguen educando a los aspirantes a «inepto emocional» en la actualidad.
Hemos normalizado esta clase de barbarie. Siendo optimistas, es un milagro que
podamos sobrellevar una vida normal a pesar de que la gran mayoría no visita al
psicoanalista. En cambio, no deja de sorprenderme cuando algún coach titulado
o autor de bestseller de autoayuda nos alienta a vestir los días de felicidad, a
exhibir una posición corporal de poder, silbar en la ducha, cultivar la ilusión, la
compasión, la amabilidad, la alegría, además de abrigar la mejor de las actitudes
con los demás. ¿De verdad? ¡Ya sabemos que el camino es la imparcialidad en el
juicio y la no reacción! ¡La teoría y adónde anhelamos llegar, ya los sabemos!
Pero... ¿cómo se hace? ¿Cómo llegamos hasta ahí? Esa es la gran pregunta sobre
la que me gustaría que reflexionéis.
¿Alguien se cree que podemos mantener esta actitud happy flower en el tiempo
sin sanar nuestras heridas inconscientes?
¿Alguien piensa que incidir en el 5 % de nuestra mente consciente puede evitar
que las heridas emocionales broten por sí solas en el 95 % de nuestro
alcantarillado emocional?
¿De verdad consideráis que a una persona que se odia y que se encuentra
gobernada por la ira, la envidia, la depresión, el miedo o la baja autoestima no le
gustaría vivirse desde la alegría y la buena actitud?
¡Es obvio! Evidentemente que le gustaría soltar el miedo, pensar de una
manera positiva y alejar el estercolero de negatividad de su mente. ¡Pero no
puede! Aunque repita cincuenta mantras al día se siente incapacitada
emocionalmente. ¡Causalidad! No podemos disfrazar las consecuencias sin
atender a las causas. Por consiguiente, leer libros, asistir a seminarios y charlas
inspiradoras o de motivación personal no sirven, ya que discurren por la
epidermis del problema. ¿Motivan, inspiran y aportan conocimiento? ¡Por
supuesto! Pero cuando la exaltación se diluye, muchas personas sienten que se
viven como al principio, volviendo a la casilla de salida.
De verdad, no subestiméis vuestras heridas emocionales. Porque estas
representan la camisa de fuerza de vuestro extraordinario potencial.

Recapitulemos:

El victimismo nos impide indagar en las entrañas de nuestro dolor.


No hallaremos la paz interior sin atender a la sanación de nuestras
heridas emocionales. El ego puede simular la felicidad, pero no puede
simular la paz interior.
Una de las consecuencias más terribles que originan las heridas
emocionales se concreta en la falta de amor propio. Y el amor propio
es la estrella que ilumina todo nuestro universo interior. Sin esa estrella
la existencia es una insoportable forma de espera.
Construimos la realidad en función del prisma de nuestro dolor.
Sentimos la vida del mismo modo que sentimos nuestro pesar. Si
cargas con la herida de la injusticia, eso será lo que adviertas en el
mundo exterior.
Las cinco heridas emocionales se cristalizan alrededor de los primeros
siete años de edad. Por eso son inconscientes.
Nuestros progenitores son víctimas de otras víctimas. De nada sirve
condenarles por lo que hicieron.
Las heridas que no se sanan son invocadas de nuevo por nuestro
inconsciente. Por lo tanto, el sufrimiento será una constante en nuestras
vidas.
El transcurrir del tiempo puede curar muchos dolores del alma, excepto
las heridas emocionales.
Alrededor del 75 % de las enfermedades que padece el ser humano
derivan de la mala gestión de emociones que, a su vez, brotan de
conflictos, miedos y heridas sin resolver relacionadas con papá y con
mamá.
Las heridas sin sanar de los padres condicionan en gran medida la vida
de sus descendientes.
El miedo que experimentamos cuando deseamos invertir nuestra vida
no surge al soltar lo material, sino que irrumpe cuando la manada nos
desaprueba y experimentamos las cinco heridas.
No tenemos miedo a comenzar una relación sentimental, sentimos
pavor de que el otro escarbe en las heridas que permanecen sin sanar.
No podemos «obligarnos» a ser felices desde un plano consciente,
cuando las heridas inconscientes aprovechan cualquier resquicio para
cumplir sus expectativas adictivas.

¿Qué os parece si resolvemos las dudas?

v
Mencionaste que las heridas se perpetúan de padres a hijos. ¿Cómo
funciona esto exactamente?

Esta es una de las mayores lacras que sostiene este mundo. Afirmo sin rodeos
que todos nosotros somos un apéndice emocional de la programación de
nuestros padres. No le prestamos atención a la manera en que las creencias,
dogmas y heridas sin resolver de los progenitores son implantadas en la mente
inmaculada de los menores. No puede haber hijos conscientes sin padres
conscientes. A una edad temprana lo único que reclamamos es amor, por eso
todo lo que expresan nuestros padres desde la emotividad se etiqueta como
verdad y cicatriza en nuestro inconsciente para toda la vida.

«Las creencias se cristalizan siempre desde un shock emocional a


través del dolor o del placer».

Así que nos podemos hacer una idea del poder que esconden las palabras
lanzadas por un progenitor herido y el sentir con el que las acoge el menor:
«¡Qué inútil eres, todo lo tengo que hacer yo! ¡Me desesperas! ¡Estás atontado!».
Ese dolor profundamente sentido en soledad se convierte en un trauma que te
roba la mitad de lo que eres.
Tenemos padres y madres heridos de todos los colores, aunque personalmente
pienso que las madres juegan un papel más importante en los tres primeros años
de vida del menor. En un ejercicio de honestidad debemos reconocer que
muchos de nosotros somos hijos de progenitores controladores, sobreprotectores,
absorbentes y posesivos, perfeccionistas y exigentes, despectivos, ausentes,
manipuladores y victimistas. Cabe decir que estos rasgos se manifiestan de una
manera muy sutil, casi inapreciable. Padres y madres tóxicos que, a pesar de
profesarnos su idea de amor y sus buenas intenciones, socavaron
inconscientemente nuestra autoestima, destruyeron la confianza, nos hicieron
sentir culpables, reforzaron vínculos de dependencia, nos rechazaron, nos
insultaron, incluso nos golpearon. Progenitores que por lo general solo
mostraron su apoyo cuando adoptamos y obedecimos sus directrices. Y eso no es
amar, sino una parodia del ego. Sin embargo, el miedo a ser abandonados y a
desprendernos de su amor nos condujo a una esclavitud tolerada y consentida. Es
triste, pero vivimos tan atados emocionalmente a nuestros progenitores que no
soportamos el miedo que causa que nos rechacen, abandonen, humillen,
traicionen o sean injustos con nosotros, turbación suficiente para continuar
alimentando sus heridas y perpetuarlas en nuestra prole repitiendo la historia. Es
decir, elegimos el amor atormentado antes que la desaprobación, preferimos un
tortazo a que nos ignoren. O parafraseando a Faulkner:

«Preferimos el dolor a la nada, la bofetada a la ignorancia, la pena al


vacío, el desprecio a la indiferencia, el grito a la apatía».

Es curioso. A pesar de vivir bajo el amplio paraguas de la información y las


comunicaciones y ser la civilización más informada de la historia, sigue siendo
la opinión de nuestros progenitores la primera que tomamos en cuenta. Y
persigue su lógica. Para el inconsciente ninguna relación es tan sagrada como la
que mantenemos con los padres. Le pese a quien le pese, somos codependientes
y los traumas de papá y mamá gobiernan nuestro inconsciente.
Nuestra personalidad es lo más parecido a una media naranja. Y se desarrolló
incompleta y limitada para encajar con los acuerdos, lealtades inconscientes,
toxicidad, culpa y miedos de nuestro clan familiar. La otra mitad de la naranja
suspira por amor, por eso nos convertimos en mendigos emocionales que
suplican atención. Es cuando decides soltar la dependencia y los contratos
tóxicos que mantienes con los padres cuando brota el empoderamiento y
comienzas a llenar el vacío para afirmarte como una naranja completa.

¿A qué se debe que los hijos de una pareja manifiesten heridas diferentes
unos de otros?

A la forma de mirar que expresa el temperamento innato de cada menor.


Entendiendo el temperamento como la estructura base e inmutable de nacimiento
desde donde se construye la personalidad de cada individuo. Por hacer una
división primaria, como estableció Galeno de Pérgamo: los hay que nacen
coléricos (fuertes e impulsivos), flemáticos (apáticos, serenos y fríos),
sanguíneos (alegres, optimistas y veleidosos) y melancólicos (tristes, soñadores e
introvertidos). Cada menor observa la vida con distintas gafas y elabora
estrategias diferentes para captar la atención de sus progenitores. La niña que se
aísla y la que demanda, reclaman el mismo amor, cada una refuerza su actitud
dependiendo del éxito obtenido. Recordad que aquello que nos elogian se
expande. Y cuando la dependencia emocional es aplaudida, esa será la estrategia
que la menor fortalecerá y la que intentará replicar en su vida adulta.

Me quedé preocupada. ¿Por qué se supone que las madres tenemos más
responsabilidad en los primeros años de crianza?

Bueno, en primer lugar por la conexión biológica entre la madre y el bebé


durante los nueve meses de embarazo. Nosotros, los hombres, no podemos
intervenir en ese vínculo de construcción físico. Las experiencias derivadas en el
campo de la bioneuroemoción sostienen que el estado emocional de la madre en
los tres primeros meses de embarazo determinará la calidad de vida del niño el
resto de su vida. Es muy ingenuo pensar que una madre abrumada por el
sufrimiento, el estrés y la culpa no transmitirá ese drama emocional a su retoño.
En segundo lugar, porque la vinculación sensitiva madre-hijo en los tres
primeros años es importantísima por razones obvias de sustento, seguridad y
protección. Es precisamente en ese periodo de alianza emocional cuando se
construye el sistema biológico e innato de apego del menor. En realidad este
comienza a cristalizarse en los seis primeros meses de vida, y supone un factor
esencial para construir apegos seguros5 que proporcionen un desarrollo positivo
en el área emocional, cognitivo y social del menor y, por resonancia, en su vida
adulta. De la construcción de este sistema innato de apegos depende la gravedad
de nuestras heridas emocionales. Más adelante hablaré de ello.
Naturalmente que la figura paterna participa y juega un papel preponderante en
la formación emocional del menor, pero muchas madres olvidan que en los
primeros años el padre no puede llegar al menor si no es a través de la psicología
de la madre. La madre siempre ejerce de filtro, ya que hasta los tres o cuatro
años el menor responde al programa inconsciente de la madre. Imaginaos, por
tanto, lo importante que resultan los sentimientos y opiniones que custodia una
madre acerca de su compañero de vida, incluso en el embarazo. Aspectos como
la desconfianza, el resentimiento, la inseguridad y el miedo que experimenta la
madre son percibidos indudablemente por el menor. Incluso cuando el niño crece
continúa subyugado emocionalmente a la madre y sus opiniones; el vínculo es
poderosísimo. Advertid, entonces, lo importante que resulta que una madre no
envenene la relación hijo-padre. De una manera u otra, la madre que descalifica
al padre delante de su hijo, en realidad, lo que está expresando es que el 50 % de
su hijo, su parte masculina, es errónea, por lo que el menor se desarrollará
sintiendo ese vacío. Cabe señalar que el resultado manifiesta el mismo fin
cuando es el padre el que inocula aversión en el hijo hacia la madre y mancilla
su dimensión femenina en este. Por lo tanto, se debe cuidar la energía masculina
y femenina en la que baila todo el universo, incluidos los seres humanos.
Lo significativo aquí es comprender en profundidad cómo la vinculación
psicológica madre-hijo es más poderosa que la que concurre entre padre-hijo, lo
que conlleva inevitablemente una capacidad mayor de formar, pero también de
deformar el desarrollo emocional del menor.

Me considero una persona insegura y con muchos miedos. ¿De qué tipo de
educación podrían venir estos rasgos?

Te respondo como divulgador, no como especialista. Pienso que habría que


entrar hasta el fondo de la conducta y valorar otros aspectos. No obstante, quizás
te ayude saber que las personas inseguras y medrosas por lo general fueron
humilladas por padres rígidos y controladores. El menor siente imposibilidad
para defenderse y trunca sus capacidades de expresar sus necesidades. Por ende,
cuando el menor crece, lo hace completamente desvalorizado.
Si las heridas son inconscientes. ¿Cómo puedo saber si soy adicta a una
conducta?

Observa la emoción resultante de la interacción. Durante o después de un


conflicto… ¿Qué emoción sobresale? ¿Sientes rechazo, abandono, humillación?
Quizás percibas que todas tus parejas sentimentales te humillan, que tu padre te
humilla, que tu jefa te humilla. Si así lo sientes, con toda seguridad lo buscas y
lo provocas tú misma. Es decir, cultivas el terreno para que esa situación ocurra.
La herida siempre busca escenarios en los que afirmarse. Ten en cuenta que la
herida pertenece a tu niña interior. Y la adicción que tu niña sostiene con el
trauma que no supo superar le suscita ansiedad, por eso demanda su ansiolítico
en una experiencia exterior. Parece una locura, pero es su forma de premiarse a
través de la culpa para aliviar su ansiedad. La culpa es el alimento de la herida.
Es importante que no te centres en la conducta sino en la motivación. Todos los
seres humanos sienten traición, abandono o humillación en algún momento. Es
una conducta generalizada en nosotros. Pero lo importante es darse cuenta de la
emoción recurrente, de cómo nos sentimos atraídos por el mismo tipo de
conflicto una y otra vez.

Me ha parecido entender que las personas que cargan con la herida de la


humillación presentan rasgos de obesidad. ¿Tienen alguna relación las
heridas emocionales con los rasgos físicos de la persona?

Muchos expertos clínicos en la materia afirman que la obesidad es una creencia.


Lo que significa que si desmontas la creencia, compromiso que no es fácil, la
obesidad comienza a desaparecer. Cabe decir, asimismo, que yo no he
encontrado estudios concluyentes que encuentren una correspondencia entre la
herida y la morfología de la persona. Al parecer, así lo afirma Lise Bourbeau, las
heridas emocionales se manifiestan con características muy concretas en el
cuerpo y, supuestamente, el inconsciente siempre expresa la verdad a través de
nuestras anatomías, ya que nuestra fisionomía responde a una programación
mental. De modo que, aunque algunos especialistas no coinciden con este
alegato, en mi caso particular la herida de injusticia y de traición armonizan
escrupulosamente con mi constitución física. Y para ser honesto, también
encuentro un cierto paralelismo en personas de mi entorno. Por consiguiente,
debo reconocer que guardo cierta simpatía con la experiencia terapéutica de
Bourbeau para esclarecer determinadas vicisitudes acerca de las heridas.
En mi opinión, la obesidad nos advierte de la existencia de un desequilibrio en
la mente, ya que el cuerpo siempre refleja un estado mental. Muchas personas
que padecen obesidad se escudan en un ingenuo autoengaño que abandera la
idea de que lo importante no es ser obeso, sino sentirse feliz. Ahora bien, lo
primero que indica una anatomía en desequilibrio es que la mente carece de paz
interior, por consiguiente, la felicidad no puede expresarse. Por lo general, la
obesidad guarda relación con la madre y representa el alimento. Obedece a una
merma en la autoestima, así como a estilos de vida donde predomina la ansiedad.
Una persona que padece hipotiroidismo u obesidad siente que la han usado. Su
necesidad de sentirse útil para que la quieran, la conduce a escenarios donde
brinda mucho a los demás en detrimento de sí misma, pero, en el fondo, siente
que no obtiene las recompensas esperadas. La necesidad de comer, o hambre
emocional, sobreviene de la carencia afectiva y encubre heridas emocionales. No
comes para nutrirte, comes para aliviar la ira, la frustración o la tristeza que
convive contigo.
Aclarado este aspecto me gustaría facilitar unas breves pinceladas sobre la
relación de la herida con su expresión corporal. La herida del rechazo se
identifica por la estrecha delgadez y la musculatura ceñida. La del abandono es
diferente. Exhibe carnes blandengues con ausencia de musculatura donde
predominan los hombros caídos y la pelvis adelantada. La humillación, por lo
general, se reconoce por la obesidad, el cuello corto y la cara redondeada. La
traición se expresa más heroica, ya que se distingue por un cuerpo fuerte,
estilizado y seductor donde destaca la espalda ancha y los hombros rectos. Y la
perfección, tiende a presentar una anatomía atlética y proporcionada con una
postura corporal altiva y orgullosa.
Si realmente os motiva este tema, os invito a que busquéis información acerca
de esta relación psico-morfológica.

¿Las heridas emocionales pueden ser transferidas por experiencias sufridas


por nuestros ancestros?

La epigenética así lo revela; no obstante, ningún elenco científico parece afirmar


con seguridad la manera en que sucede. Aparentemente todo apunta a que
portamos una información de nuestro transgeneracional que convive en nosotros.
La información nunca se pierde y los secretos del clan familiar, como las heridas
y los traumas, se van arrastrando en el inconsciente hasta las cuatro generaciones
posteriores. De hecho, existen evidencias científicas que señalan que las guerras,
las hambrunas y determinadas experiencias traumáticas dejan marca epigenética
en aquellos descendientes de quienes lo sufrieron. La experiencia fija el estrés en
las células reproductivas, es así cómo se transmite el trauma a la siguiente
generación y la previene ante un posible entorno hostil. Sin embargo, parece no
existir acuerdo en cuanto a los rasgos y cantidad de herencia transmitida.
No podemos subestimar el inconsciente familiar y colectivo que subyace en
todos los seres vivos, incluidas las plantas. Las acacias de la sabana africana, por
poner un ejemplo, han desarrollado durante su evolución un sofisticado y
asombroso programa de supervivencia. Con el propósito de evitar que animales
como la jirafa o el kudu agoten todo su follaje, impulsan un veneno hacia las
hojas, el tanino, que destroza el hígado de los agresores. Asimismo, cada acacia
atacada transmite etileno por vía aérea avisando al resto de acacias de la
presencia de un agresor. Lo verdaderamente fascinante de este programa de
supervivencia es que tanto las jirafas como los kudus han desarrollado como
respuesta el equivalente programa inconsciente. Cuando estos detectan el primer
sabor amargo del tanino en la hoja, se alejan lo suficiente para evitar la rápida
comunicación entre acacias, de esta forma pueden seguir alimentándose sin
correr peligro de envenenamiento.
De manera que, yo no descartaría investigar vuestro árbol genealógico. Podrían
existir comportamientos y conductas de vuestros ancestros que arrojen luz a
muchos de vuestros comportamientos y dolencias. Asimismo, no olvidemos que
mucha de la información que se transmite de progenitores a descendientes migra
del boca a boca y de inconsciente a inconsciente. Una persona podría arrastrar un
programa automático de infertilidad de la abuela y no saberlo. Cada vez son más
las mujeres que al no poder tener hijos recurren a la sanación de heridas
emocionales.

Esta pregunta es obligada. ¿Cómo podemos sanar estas heridas?

Es cierto, por eso estamos aquí.


Es comprensible que muchos de nosotros tendamos a criminalizar las heridas
emocionales a razón de la mala fama que se han granjeado. De todos modos, os
invito a sumergiros más allá de la envoltura. En realidad, las heridas
emocionales desempeñan un papel importantísimo en nuestra integración con el
mundo. Deberíamos contemplarlas como mecanismos de defensa que, aunque a
primera vista esquiven nuestra comprensión, fueron estratégicamente útiles para
nuestra supervivencia. Tanto es el poder de la adicción y el arraigo producidos
por la herida, que muchos preferirán vivir gobernados por esta y autoengañarse,
que comprometerse con el proceso de sanación.
La psicológica clínica parece concluir que la herida nunca alcanza una
sanación completa. Deduzco que esta confesión anuncia desesperanza. No
obstante, creedme si afirmo que no existe otro camino hacia la paz interior.
Nuestro bienestar emocional depende estrechamente de la manera en la que
aceptemos cada uno de nuestros dolores. Es indispensable un entrenamiento
consciente que mitigue y evite que las reacciones automáticas de las heridas
limiten y contaminen todos aquellos aspectos que conforman nuestra vida. En
definitiva, no sanamos íntegramente las heridas, sino que nos hacemos
responsables de ellas y, en mi opinión, ese compromiso se puede interpretar
como sanación, ya que después de mucho tiempo dejamos de estorbar al mundo.
Luego, si ninguno de los presentes pone reparos en ello, seguiré utilizando el
término sanación durante esta conferencia.
Para contestar a la pregunta y avanzar en algunos aspectos que analizaré al
final de la sesión, haré lo posible por describir algunas claves que fueron
importantes en el desarrollo de mi conciencia.
Lo primero es despertar de esta parodia inconsciente y darnos cuenta de que
somos adictos a nuestros programas automáticos. A primera vista vivimos
gobernados por un software maquiavélico compuesto por virus y programas
defectuosos. Si bien no debemos olvidar que todo software admite
actualizaciones y antivirus que corrigen la ejecución de los programas erróneos.
Así que, a fin de cuentas, hay esperanza.
Lo segundo que yo haría es recabar toda la información posible acerca del
estado emocional de vuestros padres y madres antes, durante y después de la
concepción. Cuál era la relación entre ellos, sus problemas y conflictos, su
impresión acerca de los abuelos, el ambiente emocional que reinaba, etc. No me
sorprendería en absoluto si alguno de vosotros descubriera que sois un «hijo
reconciliación». Igualmente, todos albergamos vagos recuerdos de nuestra
infancia. Y es importante averiguar si existía complicidad y afecto entre los
cónyuges, así como predisposición para solventar los problemas. Qué diálogos y
palabras se utilizaban en el hogar, las creencias y miedos que se manejaban.
Asimismo, las envidias, culpas, celos, comparaciones entre los hermanos revelan
información muy interesante.
Lo tercero sería identificar nuestras dolencias. Jung escribió una frase
magistral que dice así:

«Son las enfermedades las que nos curarán».

La enfermedad es un reflejo de las penas del alma. El cuerpo grita cuando algo
le duele y nosotros podemos obtener pistas muy relevantes acerca de las heridas.
La psoriasis6, por ejemplo, en muchos casos se encuentra relacionada con la
sensación de separación con uno mismo. Estar en un lugar donde uno no se
siente bien. La persona que manifiesta la psoriasis normalmente experimenta dos
pérdidas de contacto o doble conflicto en la vida. Es decir, se combina un primer
conflicto de separación en el que la persona se sintió desprotegida, insegura y
con miedo, con un segundo conflicto en el que la persona se siente incapaz de
huir de un individuo o una situación que le es impuesto. Por tanto, reconocer el
conflicto emocional y aceptarlo vendría a ser como desinstalar un programa del
smartphone, ya que no volvería a ejecutarse más.
Antes de mi cambio de rumbo solía sufrir cuadros de vértigo y dolores de
cuello y espalda. En un primer momento pensé que se debía a la ansiedad y el
estrés laboral. Visité a un par de neurólogos y especialistas que no conseguían
averiguar cuál era la raíz del problema. De esto hace ya diecisiete años. Nunca se
me ocurrió investigar las emociones implicadas hasta que con el tiempo fui
consciente que tanto el vértigo como los dolores de cuello guardaban relación
con mis heridas de injusticia y traición. El cuello y la cabeza siempre tienen que
ver con papá ¿Qué trataba de decirme mi enfermedad? Presumo que expresaba a
gritos la falta de verdad que existía en mi vida. Todo nacía de un complejo de
inferioridad no consciente.
El vértigo representa la duda, la incertidumbre, el miedo a que se caiga un pilar
emocional importante. Miedo a perder el control y que mi entorno lo percibiese.
Por ende, temor a la inseguridad e incapacidad para no cumplir las demandas de
la profesión, la familia, la pareja, etc. En mi caso, prevalecía el temor a no
cumplir con las expectativas profesionales.
No obstante, el aspecto que a nosotros nos interesa incide en los baches y
patrones insanos que experimentamos en el día a día. Toda conducta malsana
que seamos capaces de pasar al plano consciente se puede transcender a través
de la aceptación, el perdón y el cambio de hábitos. No me quiero adelantar, más
que nada, porque la reprogramación de creencias la explicaré más adelante. Lo
importante, y enfatizo en ello, es que seamos conscientes de cómo opera nuestro
piloto automático o «personaje».
De momento, y continuando con el paso cuatro, seamos simplemente
observadores conscientes. Identifiquemos cada situación traumática que nos
ocurre para disociarnos y apuntemos la experiencia en un cuaderno. Titulemos
este como «Mi niño interior, del miedo al amor». ¿Qué dolencias físicas
experimento? ¿Qué es aquello que me hace reaccionar y perder el control? ¿Qué
se oculta detrás de mi enfado? ¿Qué estoy reprimiendo? ¿Podría provenir de
papá, de mamá? El shock infantil siempre resurge. Cuando asoma la tristeza, la
frustración o el enfado en nuestras vidas, siempre es la queja de nuestro niño
interior incomprendido. La emoción siempre es el niño. ¿Y qué necesita? Que
seamos precisamente el adulto que realmente necesita ese niño herido. Alguien
en quien confiar que lo abrace y lo comprenda.
Mucha atención aquí, lo reitero como paso cinco. Normalmente todos caemos
en esta trampa. Es un callejón sin salida esgrimir una actitud victimista y
pretender sanar las heridas culpando a los padres. Sostenemos un autoengaño
incorregible al intentar transformar a nuestros padres con frases del tipo: «Es que
lo hago por su bien, solo deseo que sean felices». Estos clichés en realidad se
fundamentan sobre una falsa creencia, porque ninguna persona es responsable de
la felicidad de otra. Queremos que nuestros padres cambien para que afloje
nuestra culpa y nos sintamos mejor. En realidad, no los aceptas, por eso sufres.
Eso no es amor, se llama miedo.
Una rosa no es responsable de la belleza de otras flores. Comparte jardín y
cohabita en comunidad, cierto, pero el florecimiento depende de las raíces
saneadas de cada una. Por tanto, la felicidad no es un producto que circula de
mano en mano recompensando a quien lo posee. Nadie puede hacer feliz a nadie,
porque nadie puede sanar a tu niño interior por ti. Es importante que
comprendamos esta declaración. Tomemos treinta segundos para meditar,
valorar y aceptar esto último…
Lo que sí podemos hacer, terminando con el paso seis, es elaborar un plan para
desidentificarnos de nuestra antigua identidad. Y para ello necesitamos «matar a
los padres»…, en un plano psicológico, quiero decir. Esto es fácil decirlo, pero
complicadísimo llevarlo a cabo, ya que significa romper con el gran secreto
familiar y la tácita fidelidad al clan que se perpetúa en el inconsciente de
generación en generación. Es decir, romper con el contrato familiar con
elegancia. Aún recuerdo el día en el que decidí desterrar a mis padres
emocionalmente, una asignatura pendiente que deberíamos afrontar todos los
hijos. Padres y madres conservan su estrecha dependencia emocional con
nosotros, pero nosotros también con ellos. Y es cobarde que continuemos
enganchados a su manantial emocional solo por el hecho de mendigar un amor
que, además de carecer de autenticidad, no llega como a nosotros nos gustaría.
Pensadlo. Nos liberamos a nosotros, y les liberamos a ellos. La felicidad
comienza cuando aprendemos a generar amor interior.
A mis treinta y tres años, en pleno desmantelamiento de mi vida, me impuse
liberar un pensamiento organizado que llevaba años incomodando mi sentir. Me
recuerdo cuchara en mano en la mesa del comedor mientras mis padres me
observaban atónitos ejerciendo su derecho a criticar y cuestionar cada uno de los
cambios que había decidido adoptar en mi nueva vida. En un arrebato indómito y
mirándoles a los ojos, declaré nervioso pero lleno de confianza:
«Papá, mamá. A partir de este momento nunca, y digo nunca, tomaré un
camino para ganarme vuestra aprobación o vuestro orgullo. Se acabó. Toda
decisión o iniciativa que abrace en mi vida irá en consonancia únicamente con
mi autenticidad, autoestima y realización personal».
Imaginad la cara de póker que dibujaron mis padres en su rostro. Presumo que
junto al día en el que descubrí mi vocación y mi lugar en el mundo, matar a mis
padres psicológicamente podría considerarse como uno de los días más
importantes de mi vida.

vvv

Y concluyo este bloque con una reflexión final:


«Cada una de nuestras heridas emocionales suscita culpa, miedo y
complejo de inferioridad. Y desde ese sentimiento el ser humano se
juzga insuficiente para el mundo y para los demás. Aquello que
impulsa sus pasos no es la abundancia, sino la escasez».

Todo ser humano se pregunta, de una forma u otra, por qué el mundo sigue
llorando desconsoladamente. No dejamos de cuestionarnos por qué a pesar de
pertenecer a la civilización más evolucionada e informada de la historia, y
experimentar diferentes ideologías políticas así como periodos de bienestar, la
humanidad no encuentra la paz sostenida que tanto anhela. La realidad que
observamos y que tanto nos abruma continúa reflejando culpa, resentimiento,
odio, envidia, codicia, injusticia, desigualdad, guerra y muerte. Debatimos
interminablemente culpando a la política, la economía o la lucha de clases. Pero
quizás deberíamos reflexionar sobre el hecho de que somos víctimas de padres y
madres que fueron rotos emocionalmente en su infancia. Y el mundo no podrá
brillar jamás mientras, generación tras generación, sigamos lanzando a esta vida
seres heridos y maltratados perpetuando esta tragedia humanitaria.

«La realidad que observamos es el vivo reflejo de las heridas


emocionales de la humanidad».

Y pasando a otro asunto: ¿Os gustaría saber lo previsibles que podemos llegar
a ser, a pesar de albergar la idea de que somos un mar de originalidad?

2 Las cinco heridas emocionales que se referencian en esta obra proceden de la bibliografía de esta autora.
3 Véase trastorno facticio o síndrome de Münchhausen.
4 Daniel Gambartte. Director del Instituto Argentino de Descodificación Biológica.
5 Véase teoría de los apegos del psiquiatra y psicoanalista John Bowlby.
6 Daniel Gambarte, descodificación emocional.
3

AUTOCONOCIMIENTO Y ENEAGRAMA
Si no sabes quién eres, no sabrás aprovechar tu luz

A continuación, me gustaría seguir recorriendo el árbol de la vida y


concretamente extrapolar todo lo dicho hacia otra herramienta de diagnóstico
que a mí en particular me ha ayudado mucho a descubrir mis heridas y la
proyección de mi ego. Este bloque, y sospecho que el anterior, quizás os resulte
denso, pero creedme si os digo que ambos son pilares fundamentales para la
comprensión de este viaje por nuestras raíces emocionales. En los primeros
pasos de esta conferencia ascenderemos un puerto de montaña en bicicleta con la
dificultad que esto comporta; pero una vez lleguemos a la cima, disfrutaremos
del bálsamo del descenso. Prometo que no os arrepentiréis.
¿Conocéis el eneagrama de la personalidad? —manos alzadas entre la
audiencia—. ¡Sí! Perfecto.
Aventuraré una introducción. Al parecer, muchos eruditos avalan el eneagrama
como uno de los sistemas de crecimiento personal más antiguo del planeta.
Considerémoslo como un mapa de nuestra geografía emocional que nos permite
reconocer nuestro temperamento, heridas emocionales, creencias limitantes, así
como la estrategia o máscara que construimos desde la infancia para sobrevivir y
relacionarnos con el mundo, aquello que acostumbramos a llamar ego.
Esta herramienta de autoconocimiento evidencia, entre otros aspectos, que la
verdad no existe, puesto que esta es relativa y está condicionada a la vivencia
humana. Que la representación que albergamos de nosotros mismos y de la
realidad es falsa. Todo es mentira, aunque nuestro razonamiento rehúse
aceptarlo. Nuestros programas inconscientes, las falsas creencias, e incluso
nuestra química hormonal, condicionan con exageración la interpretación que
hacemos de nuestro mundo subjetivo y objetivo. Ignoramos que invariablemente
interpretamos la realidad que observamos a través de nuestro patrón mental. Por
esa razón, pintamos el mundo con los colores de nuestra personalidad…, unos lo
hacen desde el gris y otros desde el rosa.
Nietzsche nos deja una de sus perlas:

«No hay hechos sino interpretaciones. La verdad no existe, son


hechos interpretables».

He mencionado deliberadamente la química hormonal porque me parece


indispensable enfatizar acerca de lo condicionados que podemos llegar a estar
por las hormonas. Hace no mucho leí un estudio que revela que cuando una
mujer reconoce que otra mujer se encuentra ovulando a través del olfato, su
cerebro instintivo aumenta inconscientemente sus niveles de testosterona como
respuesta competitiva. ¿No os parece increíble? La testosterona en hombres y la
oxitocina en mujeres participan más de lo que sospechamos en la toma de
decisiones y en la manera de sentirnos. Tanto los niveles como los efectos actúan
de distinta manera en las diferentes etapas de crecimiento de los seres humanos.
El eneagrama básicamente describe a grandes rasgos nueve tipos de
personalidad o patrones mentales que ofrecen una mirada profunda en el ámbito
del hacer (viscerales), del sentir (emocionales) y del pensar (intelectuales o
mentales). Sería algo así como servirnos de unas gafas que nos permiten
interpretar solo aquello con lo que se identifica nuestra personalidad adictiva.
¿Qué podemos descubrir dentro de nuestro patrón mental? Pues nuestros miedos
y anhelos, defectos y aptitudes, fijaciones y pasiones, así como conductas
automáticas y reiteradas que conducen al ser humano a escenarios insalubres.
Asimismo, la herramienta también nos muestra nuestro lado saludable. Algo así
como una comprensión de quiénes somos en realidad, nuestro sistema de valores
además de conductas ventajosas para mejorar nuestra cosmovisión emocional y
ser verdaderamente felices. En definitiva, el eneagrama es un territorio de
nuestra personalidad que nos desvela las dos formas que tenemos de vivirnos:
desde el ego-sombra o desde el ser-esencia. Me centraré principalmente en la
primera, pues por desgracia es la conducta que más nos condiciona y a la que
nombraré a partir de ahora «personaje».

No obstante. ¿A qué aspiran cada una de estas personalidades o patrones


mentales? Principalmente, a encontrar su única «verdad». Cada individuo fabrica
su «personaje» y, a pesar de que cada personalidad sufre por salvaguardar su
verdad, también anhela encontrar una forma de absorber el amor del exterior que
no encuentra en su singularidad. Por lo tanto, el personaje se aferra a su verdad
para conseguir amor.
Profundizar en el eneagrama es un punto de inflexión en nuestras vidas; ya que
cuando conoces tu forma de mirar, tus motivaciones profundas, además de tus
miedos, y penetras en un contexto de aceptación, tu mundo se transforma y nada
vuelve a ser como antes. Al tomar consciencia, pierdes el miedo a la
desaprobación y te sumerges en una fase de comprensión y perdón a uno mismo
que colorea todo aquello que percibes. Si tú te entiendes y te asumes, empiezas a
entender y aceptar a los demás. No olvidemos que el eneagrama describe la
«base relacional» con uno mismo y con el mundo. Es decir, acerca y comprende
la mirada del otro precisamente porque afina el sistema de empatía de los seres
humanos.
¿Os imagináis disponer de unas gafas que os permitan ver a los demás y a
vosotros mismos sin ropa, completamente desnudos? Pues eso es el eneagrama.
Comprended que esta conferencia no persigue la finalidad de profundizar en
esta herramienta de diagnóstico, sino que invita a que cada uno de vosotros
indague por su cuenta y voluntad7. Si bien me encantaría contaros la influencia y
significado que suscitó en mi persona para que podáis entender el fondo de este
mapa de la personalidad.
Continuaré desde la premisa de que somos esclavos de nuestro inconsciente.
¿Estamos todos situados en este plano? ¡Genial!
Nuestro ego endiosado, el «personaje», nos hace creer que somos libres y que
nuestras decisiones surgen de la parte más genuina de nosotros. Nada más lejos
de la realidad. Veamos. Durante la mitad de mi existencia acomodé la falsa idea
de haber esculpido una obra maestra de mí mismo con sus virtudes y sus errores.
De alguna manera, aunque el sufrimiento suponía una constante en mi vida,
pensaba sin cuestionamientos que realmente ejercía un control sobre mis
acciones. La incomprensión y culpabilidad motivada por mi ira soterrada me
condujeron a una búsqueda incesante a través de una lectura intelectual
compulsiva. Me sumergí en la filosofía, la sociología y la psicología con el afán
de obtener respuestas que desvelaran mi angustia interior. Sin embargo,
reconozco que nada consiguió aliviar mi malestar hasta que el eneagrama
penetró en mi vida, descubrimiento que significó una revolución para los falsos
pilares que sostenían mi ilusoria personalidad. A decir verdad, fui consciente a
modo de tortazo de cómo el modus operandi de mi programación mental se
encontraba descrito en poco más de un folio. Recuerdo con hilaridad el modo en
el que me echaba las manos a la cabeza y repetía en voz alta: «¡Menuda
decepción! ¡No puede ser! Y yo que me consideraba un tipo original».
De los nueve patrones mentales llamados eneatipos, intentad retener este
tratamiento, yo pertenezco al eneatipo número 1. Recordad que cada uno de los
eneatipos que podéis ver en la imagen representa una especie de sistema
operativo y describe de forma exhaustiva un patrón mental formado por el
temperamento genético, las heridas y las creencias, entre otros factores. El
patrón mental no es más que la «verdad» que cada individuo descubre sobre la
mejor forma de relacionarse con el mundo. ¿Lo vemos? ¡Genial! Intentaré
destripar mi patrón mental solo con el propósito de que advirtáis hasta qué
dimensión es posible diseccionar una personalidad. No obstante, anuncio que
solo mostraré la punta del iceberg.
Como mencioné al analizar las heridas emocionales, mi herida dominante es la
injusticia, seguida por la traición. La educación autoritaria, distante y exigente
despertó en mí sentimientos de ineficacia e inutilidad a una edad temprana.
Recuerdo una infancia feliz, mentiría si dijese lo contrario, pero a pesar de amar
a mis padres con locura, crecí con la sensación de ser invisible, criticado y no
haber sido tomado en cuenta. De alguna manera percibí que ser niño estaba mal,
debía madurar antes de tiempo porque no había lugar para mostrar mi
vulnerabilidad y tampoco para atender mis deseos y necesidades. No tardé en
darme cuenta de que la única manera de obtener amor era siendo perfecto.
Eso no significa que mi padre, el que origina la herida, fuese un ogro o un mal
padre. Nada de eso, todo lo contrario. Pero sus heridas emocionales y la
cosmovisión que había articulado de la vida abogaban por una educación de
motivación a través de la exigencia, la rigidez y la disciplina. Para mi padre el
mundo no suponía un edén, sino una jungla diseñada para cazadores: cazas o
eres cazado. De manera que, me adiestró en la bravura de un guerrero, pero con
un corazón de hielo. Asimismo, me crié en un barrio hostil de los arrabales de
Madrid, por lo que tuve que pelear duro en la infancia para sobrevivir a un
entorno nada amigable. Son muchas las cicatrices que me acompañan de ese
periodo de mi vida. De hecho, aún conservo varias fotografías tipo carné que
reflejan el amoratado de mis ojos fruto de las peleas.
Otro de los lastres que condicionan mi devenir en menor medida es la herida
de la traición. Una plausible explicación resulta de la experiencia terapéutica de
Lise Bourbeau. La traición normalmente la produce el progenitor del sexo
contrario. En mi caso, mi madre, una mujer golpeada injustamente por la vida y
que las circunstancias de la posguerra rompieron emocionalmente como el
cristal. El trauma posiblemente surgió cuando se desarrolló mi energía sexual y
el complejo de Edipo no se resolvió totalmente. Para que os hagáis una idea: el
niño se enamora de la madre y en ese momento elabora una estrategia para ser
especial para ella, ya que siente que el padre lo ignora. El papel natural de la
madre en esa situación sería hacerle reconocer al niño que existe la figura del
padre y el apego exclusivo hacia ella no es posible. Cuando eso no ocurre, como
presumo que fue mi caso, el apego a la madre se intensifica y se crea una
confianza incondicional hacia ella. Si la madre, por la razón que sea, viola esa
confianza sagrada e incumple sus promesas, el dolor que sufre el menor lo
cristaliza en traición.
¿Qué secuelas produce ese sentimiento de traición en la edad adulta?
Principalmente, desconfianza y conductas controladoras que tienen por objeto
evitar la traición de los demás, por eso nos ponemos la careta de responsables,
fuertes y especiales. El exceso de control por prevenir el futuro nos incapacita
para disfrutar el presente. Y cuando las expectativas creadas no se cumplen,
surge el enfado y la agresividad.
Y después de este inciso, continuaré. Ahora veremos cómo encajan estas
heridas en nuestro patrón mental.
El eneagrama, además, revela que todos los eneatipos comparten, entre otros,
tres atributos clave: la fijación, la pasión y la cualidad perdida. Tened en cuenta
que vuestros atributos serán diferentes a los que voy a exponer a continuación, a
no ser, claro está, que compartáis el mismo eneatipo que exhibo yo. ¿Se
entiende?

Mi fijación así como el motor que conduce mi vida es el


perfeccionismo. La exigencia y «el nunca es suficiente» que transité en
mi infancia se articuló en una manera rígida, inflexible y moralista de
ver el mundo. Por eso, a pesar del esfuerzo que pueda desarrollar, nada
está suficientemente bien hecho; y sin perfección no merezco amor.
Mi pasión es la ira soterrada y se cimentó desde el sentimiento de
injusticia y traición que no pude depurar en la infancia. La ira guarda
relación con lo que el menor se calla. Dicha emoción promueve por lo
general un carácter amargado y desconfiado debido a que todo a nuestro
alrededor es imperfecto; y las personas que conforman nuestro mundo
faltan a la responsabilidad y el coraje por mejorar las cosas. Por eso nos
decepcionan una y otra vez.
Mi cualidad perdida tiene que ver con la capacidad de estar de buen
humor y dejarme llevar por el júbilo y la diversión. Es decir, mitigar la
sensación de imperfección, disfrutar el presente y que el deber no se
encumbre como el centro de mi experiencia.

El eneagrama, igualmente, está dividido por triadas o centros de inteligencia.


Existe la triada del hacer (8 ,9 ,1), del sentir (2, 3, 4) y del pensar (7, 6, 5). Yo
pertenezco a la triada del hacer o también llamada triada visceral o del instinto
(ver imagen del eneagrama). Podríamos decir que la triada es el lugar donde
reside nuestra intención, voluntad e intuición y, en mi caso, ese lugar es el
estómago o las vísceras. De dichas vísceras brota el sentimiento indomable de
libertad, autonomía e independencia que caracteriza a mi eneatipo.
Características que me convierten en una persona muy enfocada en la acción, en
el aquí y en el ahora. Una persona territorial y celosa por defender mi espacio
con una imperiosa necesidad de sentir mi identidad y la conexión con el entorno.
Asimismo, siento que mi inteligencia procede de los instintos del cuerpo, por lo
que puedo olfatear cuando mi territorio se encuentra en peligro.
Pregunta. ¿Podrían estas características de mi personalidad influir en la
necesidad de soltar las cadenas del coma social y viajar en bicicleta alrededor del
mundo libre e independiente? ¿Qué pensáis? Muchas veces nos comparamos y
pensamos que todos estamos hechos para lo mismo, y no es así. Nuestro foco de
atención, o aquello que nos interesa del exterior, responde de diferente manera al
vivirnos desde el hacer, el sentir o el pensar. A grandes rasgos, unos buscarán
autonomía; otros, pertenencia; y otros, seguridad.
Desde el análisis del eneagrama, los eneatipos 1 somos íntegros, éticos e
idealistas, y hemos venido a reformar el mundo además de a cumplir una misión.
Al percibir que todo a nuestro alrededor es imperfecto, sentimos la imperiosa
necesidad de mejorar el mundo, así como a las personas que lo habitan. Nos
consideramos agentes del cambio y albergamos la preeminente idea de inspirar a
millones de personas. ¿Os dais cuenta de la película que es capaz de fabricar el
«personaje» para darle sentido a la vida de los «unos»? Lo más triste es que esta
conducta opera a nivel inconsciente.
¿Podrían estos valores haber tenido algo que ver con la fundación de la ONGD
Otravidaesposible? Desde mi herida de injusticia confieso que yo albergaba el
firme propósito de acabar con la pobreza y la desigualdad, así como de mejorar
los desconchones que deslucen este mundo. Pero me aventuro a profundizar.
Uno de los distintivos de la herida de la traición se focaliza en ayudar a los
demás, especialmente a los necesitados. De alguna manera, quien carga con esta
herida se cree superior y se siente en la necesidad de ayudar y organizar las vidas
de aquellos que considera más débiles, pero en el fondo subyace el control.
¡Vaya, vaya, lo que aparece cuando levantamos el felpudo!
Fijaos. Como la misión ilusoria de los eneatipos 1 se manifiesta de manera tan
superlativa, no les importa renunciar a su patria, pareja sentimental, estatus
social o poner en riesgo su salud por perseguir incansablemente sus ideales.
Juana de Arco o Gandhi representan buenos ejemplos de eneatipos 1. Este
último, recordad, abandonó su prestigiosa carrera como abogado para luchar por
la independencia de la India. Y la primera, qué puedo decir..., se convirtió en
Santa y heroína de Francia.
Pregunta. ¿Se puede considerar una casualidad que en mi experiencia de vida
haya terminado con dos relaciones sentimentales estables además de renunciar a
profesiones y estilos de vida que me aseguraban el porvenir?
Cuando conoces los disfraces del personaje, ya no crees en las casualidades.
Os haré una radiografía de mi eneatipo en estado «medio» con la idea de que
comprobéis aquello que oculta la máscara o personaje. Si algo nos caracteriza y
que proviene de la herida de la traición, es la obsesión casi enfermiza por tener la
razón y decirle a todo el mundo como deberían ser las cosas. La herida de la
injusticia nos provee de una interna brújula moral con una habilidad prodigiosa
para detectar el bien y el mal. Eso nos convierte en adictos a dar nuestra opinión,
reformar y manejar argumentos indiscutibles para convencer a todo individuo
que cuestione nuestra idea de verdad, ya que nuestra visión egoica es la más
absoluta y verdadera.
¿Podría esta ambición inconsciente tener algo que ver con mi profesión de
divulgador y orientador? Pensadlo. Quizás me encuentre impartiendo esta
conferencia por ese motivo, quién sabe.
Observad. Los eneatipos 1, como dispone la herida de la traición, tomaremos el
control y la iniciativa de cualquier situación. En el fondo subyace el deseo de
que se nos considere fuertes y seguros de nosotros mismos. Y, si cambiamos el
prisma hacia la naturaleza de la injusticia, somos fanáticos del orden y
tremendamente autodisciplinados y productivos. Nos encanta gestionar el tiempo
y lograr resultados con eficacia. Si tenemos que elegir entre placer y deber,
elegiremos este último.
¿No os parece extraño que estos atributos encajen bastante bien con mi talento
y habilidad para ejercer una profesión como ingeniero informático? Pronto
veremos hasta qué punto nuestras heridas emocionales condicionan nuestro
futuro profesional.
En la esfera de las relaciones humanas, trabajar o convivir con nosotros se
puede convertir en un auténtico suplicio; ya que desconfiamos de los estándares
de perfección de nuestros compañeros, particularidad que nos conduce a un
estado neurótico de monitorización y corrección de los demás que podría llegar a
ser insoportable, doy fe de ello.
¿Os imagináis lo que puede significar para tu pareja sentimental este tipo de
vigilancia? Reconozco que los eneatipos 1 exigimos demasiado a nuestras
parejas, pues nuestra forma de demostrar amor es corrigiendo al otro. Ahora
bien, notad lo importante que resulta esta herramienta de diagnóstico para
conciliar relaciones sentimentales sanas, uno de los talones de Aquiles de la
humanidad. ¡Mirad a vuestro alrededor! ¿Cómo se relacionan la mayoría de las
parejas? Se viven desde la escasez y mantienen relaciones basadas en el extraer.
Creen que el otro les brindará aquello que ellos mismos no pueden darse.
Sigamos. ¿Cómo reaccionamos desde nuestra vertiente insana? Entremos en
las miserias de la explosiva combinación injusticia y traición.
Nos enoja sobremanera la injusticia, la irresponsabilidad y el desprecio por las
normas, aspectos propensos a los ataques de indignación. Vivimos en un estado
permanente de insatisfacción al resistirnos a la realidad y negar lo que está
sucediendo. Casi todo lo que observamos a nuestro alrededor es imperfecto y
susceptible de ser corregido, un estado que nos convierte en autoritarios,
criticones, dogmáticos, intolerantes e inflexibles. La hiperexigencia, al igual que
los juicios severos hacia nosotros mismos y contra los demás, nos arrastra a
escenarios propensos a la discusión y la intransigencia, perdiendo por completo
el control, algo que nos desquicia. No soportamos la debilidad en el otro y nos
cuesta perdonar a quien nos falla, ya que nos decepciona profundamente que
estos no cumplan con nuestras expectativas de perfección y control. Es entonces
cuando nos separamos de nuestras emociones y nos volvemos castigadores,
insensibles y nada compasivos. Abusamos tanto de la sinceridad que llegamos a
herir al otro por motivos intrascendentes. Ni siquiera nos damos cuenta de que
caemos en las mismas contradicciones que criticamos.
¿Cuál creéis que es nuestro mayor miedo? El rechazo. No soportamos que nos
perciban como corruptos, deshonestos, equivocados o defectuosos, y entramos
en pánico al cometer errores y que los demás lo perciban. Esa es la razón, por
ejemplo, de mi miedo escénico. Siempre lo experimento cuando me subo a un
escenario. Y, aunque lo considero trabajado, el miedo al error siempre brota
desde algún rincón del inconsciente. Como reseñé con anterioridad, la herida no
termina de sanar, aunque nos responsabilizamos de ella para que esta no
represente una limitación en nuestras vidas.
Acogemos terriblemente mal las críticas y nos resulta hiriente que nos señalen
como culpables. Cuando nos percibimos desaprobados, optamos por el ataque y
nos defendemos con ira y resentimiento esgrimiendo nuestras habilidades de
argumentación hasta el convencimiento del otro. Todo este comportamiento
persigue un mismo ideal: que nadie se atreva a cuestionar nuestra visión de
aquello que es perfecto.
Para los eneatipos 1 no entra dentro de sus parámetros de corrección sentirse
así de miserable, por lo que crea un «personaje» perfecto para relacionarse con el
mundo. Una máscara que finge, sonríe y cumple las reglas morales, pero que al
unísono reprime la ira, la tensión y el resentimiento a través del control y el
dominio de sí mismo.
Puedo confesar sin disimulos el calvario que vive en soledad un eneatipo 1.
Pocos se imaginan que un perfeccionista pueda vivirse desde ese estado de
angustia, enfado y frustración al perseguir una perfección inalcanzable. No eres
humano, sino un robot; y los robots no pueden disfrutar de la vida porque
carecen de autenticidad y espontaneidad. Al existir demasiadas expectativas
respecto al futuro, olvidan el instante presente imaginando problemas venideros.
Sin la naturalidad del ser, cada uno de tus pensamientos procede de la disciplina
y la prisión levantada sobre un riguroso código de conducta. No hay espacio para
dejarse llevar, jugar, reír o revelar la naturaleza de tu niño hedonista.
¿Recordáis cómo el desconocimiento de nuestras heridas emocionales nos
conduce a un estado de enfermedad? Pues el eneagrama también flirtea con el
campo de la psicosomática. Para quien no lo conozca, la psicosomática es una
forma de ejercer la medicina recurriendo a principios biológicos, psicológicos y
sociales en el diagnóstico y tratamiento de toda enfermedad de los pacientes.
Cuando te niegas a llorar, enfermas. ¿Dónde nos conduce el control, la
desconfianza, la rigidez y el papel de reformadores sociales? Pues especialmente
a problemas de huesos y columna vertebral, aunque también se reflejan en la
tensión de la mandíbula y el dolor y rigidez de rodillas, cuello y hombros. Lo
puedo constatar. La ira, asimismo, aflige a hígado, páncreas y corazón.
Pregunto: ¿Merece la pena vivir hipnotizados desde el personaje y maltratar
este templo sagrado al que llamamos cuerpo?
¡Basta de penurias! No todo son pésimas noticias. El eneagrama también
concibe un estado de luz o ser-esencia del eneatipo. Pero para ello es necesario
comprometerse con determinados desafíos. En primer lugar, necesitamos
quitarnos la careta, perdonarnos y permitirnos fluir: más diversión y no tanta
obligación y deberes. Aceptar el hecho de que la perfección es una ilusión y que
todo persigue un orden perfecto administrado por la ley de la impermanencia.
Aprendimos a ganarnos el amor y el respeto de los demás siendo perfectos,
buenos y responsables, pero nosotros estamos más allá del personaje creado. La
antítesis de la ira nos señala el lugar que debemos habitar. Y este lugar se llama
serenidad. En palabras de Anthony de Mello:

«La serenidad es cooperar incondicionalmente con lo inevitable».

Me pregunto si el objetivo velado de mis viajes en bicicleta pudiera recaer en


la búsqueda exhaustiva de esta serenidad. ¿Qué opináis? ¿Os resulta una
coincidencia? Para la parte ser-esencia de una personalidad como la mía es una
necesidad psicológica buscar espacios de relajación para conectarme con la
respiración y la calma. Algo así como penetrar en un estado de escucha entre
nuestro cuerpo y emociones para atender nuestras necesidades más primarias.
Y cuando los eneatipos 1 mudan hacia una etapa de ser-esencia y serenidad se
les considera sabios, realistas, objetivos y heroicos. Asimismo, son justos,
inspiradores, grandes maestros que se conectan con la verdad y revelan sólidos
principios espirituales y humanistas.
Con la exposición de mi eneatipo, patrón mental o «mi verdad», he pretendido
aportar un poco más de luz a todos aquellos condicionamientos inconscientes
que esclavizan mi manera de vivirme. En realidad, cada rasgo descrito
anteriormente forma parte del conjunto de conductas y creencias que constituyen
un ideal de mí mismo. Cada uno de vosotros sostenéis el vuestro, que nadie tire
balones fuera, y resulta de vital importancia que descubráis cuáles son las gafas
desde las que observáis el mundo. De hecho, cada uno de los aquí presentes va a
interpretar esta conferencia desde el prisma de su patrón mental. Muchos me
verán como un experto y otros como un charlatán.
Pregunta: ¿Cuántos de los aquí presentes se han identificado con gran parte de
los rasgos que he descrito del eneatipo 1? A ver…, cuatro, nueve, quince…
¡veinte! Es un buen número.
Podemos resistirnos todo lo que queramos, pero sobrevivimos sujetos a un
patrón de respuestas automáticas que nos aleja en exceso de la libertad que
creemos disfrutar. Tengo la esperanza de que nadie llegue a desilusionarse por lo
aquí expuesto. No busco vuestra desilusión, sino hacer consciente la fantasía en
la que vivimos y aterrizarla en la madurez. Recurriré a las acertadas palabras de
un investigador de la mente en estos menesteres, Carl Gustav Jung:

«Hasta que el inconsciente no se haga consciente, el subconsciente


dirigirá tu vida, y tú le llamarás destino».

Antes de abrir el turno de preguntas, me gustaría consolidar las conclusiones:

El temperamento, las heridas emocionales y las falsas creencias


conforman principalmente un patrón mental o verdad sobre nosotros
que denominamos «personaje». Toda acción está basada en una
creencia, y el apego a estas creencias suscitan un simulacro de vida que
se experimenta desde el miedo, la culpa y el sufrimiento. Las creencias
simbolizan los barrotes de nuestra jaula.
La realidad, por tanto, se edifica como construcción individual. Vemos
aquello que queremos ver, ya que vivimos sometidos a la
interpretación de nuestro patrón mental o personaje.
El personaje, por así decirlo, representa la estrategia que esgrime
nuestro ego para captar la atención y extraer el amor exterior que el
individuo no es capaz de generar de manera autónoma. Todos
buscamos ese abrazo que no somos capaces de darnos a nosotros
mismos.
Nuestro presente activo se construye condicionado por las heridas del
pasado. El objetivo de identificar al personaje desde el eneagrama
persigue la desidentificación. Transcender el piloto automático y
vivirnos desde la esencia como protagonistas de nuestra vida. ¡No
somos el personaje!
Cuando conoces tu patrón mental, identificas ese miedo primigenio
que dispara todos los demás. Te alejas del victimismo y dejas de
atribuir tus aciertos y traspiés a la casualidad. Aparecen las respuestas
y entiendes el porqué iniciaste un proyecto, elegiste una profesión o te
impones sostener las mismas relaciones afectivas.
Nuestras enfermedades expresan el peligro de vivirnos desde el
personaje y la forma en la que reprimimos nuestro ser-esencia.
El eneagrama revela nuestra sombra y nuestra luz. Cuando somos
conscientes de dirigir nuestra energía hacia la luz, la sombra abandona
paulatinamente su oscuridad.
La alegría, el optimismo y el bienestar proceden del potencial ser-
esencia que todos atesoramos como seres humanos. No podemos
obtenerlos del exterior a través de una charla motivacional, ya que
florecen de adentro hacia afuera, y no al revés.
Si aceptamos como premisa la enseñanza de Hipócrates: «No hay
enfermedades, sino enfermos». Entonces, tenemos que admitir que si
existen varios patrones mentales que interpretan el mundo a través de
nuestros nudos emocionales, no puede existir, por tanto, una manera
única de sanación. Por consiguiente, el paradigma «felicidad» puede
señalar nuestro rumbo, pero existen muchos caminos para llegar a él:
«No existe la felicidad, sino personas felices».

Pasemos al turno de preguntas.

Mencionaste que el eneagrama nos muestra las dos formas que tiene cada
eneatipo de vivirse. Su parte más sombra o ego y su parte más luz o ser.
Pero no entiendo cuál es el personaje. ¿El personaje es la totalidad del
eneatipo o es solo su parte egocéntrica?

El patrón mental o verdad individual incluye todos los rasgos particulares del
eneatipo. Lo que sucede es que dichos rasgos se pueden vivir desde la esencia-
amor o desde el ego-miedo. Y el personaje siempre los ejecuta desde el miedo y
la culpa.
El personaje nace de la separación con nuestra esencia y se cree único y
especial. Esa es la razón por la que con tanto empeño se compara e intenta
defender su sentido de unicidad con el resto. Siente miedo a perder su identidad.
Cuando nos identificamos en exceso con un atributo que consideramos
virtuoso, por ejemplo, el orden, y nos apegamos a una sola idea de cómo tienen
que ser las cosas, nos estresamos, reaccionamos mal y penetramos en un
desequilibrio y malestar sostenidos. Abandonamos el instante presente y
pasamos a un estado de piloto automático en el que solo aspiramos a imponer
nuestra verdad. Es fácil identificar al personaje. Es el que prostituye tu verdadera
esencia, finge, sufre, se compara y vive desde la carencia, la culpa y el miedo.
¿Por qué nuestra mente casi siempre se aferra a lo negativo?

Vayamos por partes. No pretendo ser agorero, pero nos resultaría de gran utilidad
no pecar de ignorancia. Ciertos hallazgos de la neurociencia parecen confirmar
que la felicidad que experimentamos depende en un 40 % de nuestra genética. O
dicho de otro modo, que el temperamento con el que nacemos nos condiciona
indiscutiblemente para percibir el vaso medio lleno o medio vacío. ¿Eso quiere
decir que existen personas que lo tienen más fácil para ser felices? Pues me temo
que sí.
Nuestro sistema límbico o emocional se encuentra conectado con los lóbulos
frontales del cerebro; y las afamadas publicaciones basadas en técnicas de
neuroimagen confirman que aspectos como la depresión, la angustia y el estrés
se asocian con intensa actividad en la amígdala y la corteza prefrontal derecha.
Por el contrario, la actividad neuronal en el área prefrontal izquierda se relaciona
con una química hormonal favorable y con aspectos como la serenidad, la
alegría y el optimismo. Podríamos decir entonces que cada ser humano acoge un
rango de felicidad medible. Eso explicaría por qué cuando una persona es
premiada con la lotería, y esta supera el consecuente estado de euforia, su
balanza genética lo devuelve a su rango base de felicidad.
No obstante, y aunque no seamos tan libres como creíamos para cultivar
nuestra felicidad, no podemos bajar los brazos. Tengamos en cuenta que el 60 %
restante de nuestra capacidad para ser felices es aprendida. Existen estudios que
afirman que aproximadamente un 10 % de nuestra capacidad depende del
entorno y las circunstancias arbitrarias. Otro 50 % se encuentra condicionado por
un trabajo conductual que aboga, entre otros factores, por la sanación de
programas generacionales, las heridas emocionales, el proyecto de vida, la
tolerancia a la frustración, la atención en el instante presente, la actitud, la
gratitud, el perdón y las buenas relaciones interpersonales.
Si os sirve de consuelo, mi temperamento ha dirigido frecuentemente mi
atención a percibir el vaso medio vacío. Pero el hecho de aceptar este
inconveniente muchas veces me ha ayudado a dudar de mi propia percepción;
una de las claves más importantes dentro del territorio del desarrollo personal:
no fiarse de uno mismo. Con todo, mi bienestar emocional no guarda parangón
con el de hace quince años. ¿Por qué en estos momentos de mi existencia el
optimismo, la ilusión, la estima y la confianza impulsan mi vida? Si mi carga
genética temperamental jugaba en mi contra, ¿cómo he conseguido
contrarrestarla? Puede ser que la ciencia confirme que una parte de nuestra
felicidad depende estrechamente de nuestros genes, pero quizás esos genes
respondan a un programa inconsciente transgeneracional heredado con el que
tenemos que cargar. ¿Es posible descodificar dicho programa limitante? Mi
experiencia así lo indica.

«Cuando descubres a tu enemigo interior y lo comprendes, tu


química cerebral cambia, y el entorno reemplaza sus nubes negras
por un día soleado».

Si dudase de este convencimiento, no ocuparía este escenario impartiendo esta


conferencia. La experiencia me ha convencido de que otra vida es posible a
muchos niveles. La cuestión estriba en que cada uno de nosotros encontremos la
fórmula para reprogramar nuestro inconsciente con el propósito de inundar la
mente de pensamientos saludables y compasivos. De eso precisamente trata este
encuentro.
Una vez aclarado el porqué la felicidad que experimentamos depende en gran
parte de nuestra genética, vayamos a otra explicación plausible de por qué
nuestra mente simpatiza con nuestro lado oscuro.
Aunque nos pase desapercibido, nuestra mente funciona en piloto automático.
Por eso, es más fácil ser desdichado que ser feliz. Nuestra mente es como un
cuchillo afilado y nadie nos advirtió que lo estamos agarrando por el filo.
Notad que el personaje es todavía muy instintivo y animal. A fin de cuentas, es
un mecanismo fruto de la evolución de millones de años. Su naturaleza no busca
vuestra felicidad sino sobrevivir. Desea comer, descansar, protegerse y perpetuar
la especie. El personaje es como un guardaespaldas personal que nos ha
escoltado hasta el siglo XXI. De hecho, si lo miras en términos de conservación
de la especie y no de satisfacción de esta, se le podría considerar un gran amigo
protector. Se esfuerza en defender tus intereses personales, que te sientas
cómodo y que reserves tus energías. No simpatiza con los cambios y los
emprendimientos. Por eso a la hora de posicionarse antepone lo instintivo-
emocional a lo racional. Resulta curioso que, aunque el personaje disponga de
acceso al conocimiento aprendido, prioriza en estructuras neuronales de alto
impacto emocional relacionadas con la supervivencia y la reproducción. Y aquí
es donde salen a la palestra el miedo, el egoísmo, la envidia y el entramado de
heridas emocionales.
Cada respuesta automática del personaje se encuentra asociada a un circuito
neuronal basado en la repetición. Por eso, es tan importante sanar heridas, crear
nuevos hábitos y reprogramar creencias con el propósito de establecer nuevos
recorridos neuronales. Este trabajo guarda relación con la desidentificación del
personaje, evitar las reacciones automáticas y dejar de ser un estorbo para la
sociedad. ¡Cuidado! Desidentificarte no es luchar contra este, eso es una batalla
perdida, sino ser la consciencia que observa compasivamente la programación
del personaje, anticiparse a sus estrategias y dejar de sobrevivir en automático.
Si como hemos apreciado, la biología de por sí es un hándicap, la negatividad
que se refuerza en la infancia no ayuda mucho. El sufrimiento aprendido debería
ser como aprender a montar en bicicleta. Alguien por lo general nos enseña y
anima a levantarnos y continuar. Pero con el sufrimiento no ocurre lo mismo.
Por desgracia, debemos aprender solos, y la gran mayoría abandona este mundo
sin lograrlo. Se marchan sin haber escuchado su música interior.

El personaje, en realidad, es la fuente de todos los problemas de


entendimiento y comunicación que sufrimos los seres humanos, ¿es así?

¡Eso es! No lo hubiera podido expresar mejor. El condicionamiento del


personaje explica a la perfección por qué una persona no puede convencer a otra
a pesar de esgrimir argumentos de peso científico. No es un problema de la
veracidad de la información, sino de las heridas y creencias a las que estamos
apegados. Si tu herida es la injusticia, como es mi caso, apreciarás un mundo de
injusticias y tu energía abocará a defender injusticias. Nadie que no se viva
desde esa herida te va a convencer de lo contrario. Es más, la locura del
personaje posee la habilidad de inventar recuerdos que nunca ocurrieron para
justificar su identidad y salirse con la suya. Pensadlo… Cerrad los ojos y dedicad
un minuto a analizar la cantidad de experiencias que han sido manipuladas para
que coincidiesen con vuestra idea de verdad…
Recordad que el personaje es sinónimo de manipulación. Y dejar de manipular
supone un gran esfuerzo, puesto que llevamos toda la vida haciéndolo.
Ignoramos que vivimos instalados en la mentira. Hace poco se realizó un
experimento publicitario en el que se recabó toda la información privada de los
dispositivos digitales de cuatro voluntarios con el propósito de definir su
personalidad virtual. El objetivo no era otro que el de enfrentar la personalidad
consciente de cada candidato con la personalidad virtual extraída de Internet.
Los resultados fueron sorprendentes. Uno de los candidatos aseguraba sentirse
feliz con su trabajo, aunque durante el último año había realizado más de ciento
sesenta búsquedas de empleo. Otro defendía a ultranza la libertad que concedía a
sus hijos a la hora de que estos eligiesen libremente su camino de vida, pero su
huella digital evidenciaba algo bien distinto, ya que se oponía drásticamente a
que una de sus hijas se dedicara profesionalmente a tatuar a otras personas.
Recuerdo a una chica joven que albergaba una autoimagen segura y optimista,
sin embargo, la mayoría de sus búsquedas en Internet guardaban relación con
encontrar una solución a su depresión. Así que creedme si os digo que, aunque
sea inconsciente, siempre encontramos una narrativa lógica para justificar
nuestras mentiras.
Los cerebros instintivo y emocional se imponen al racional, por algo son más
antiguos. La necesidad primitiva de proteger los pilares que sustentan nuestra
falsa identidad está por encima que la propia verdad. Esa es la razón por la que
nos sentimos atraídos por los grupos de pertenencia. La denostada manada, nos
guste o no, cobra sentido, ya que proporciona seguridad y salvaguarda aquello
que creemos ser como personaje. Cuando entiendes esto, comprendes la semilla
que induce a las guerras, a la lucha política y al enfrentamiento entre padres e
hijos, entre otros ejemplos.
¡Os habrá ocurrido! Es más fácil implantar una nueva creencia en tu
interlocutor que intentar convencerle de que en algún momento de su vida fue
engañado. En última instancia, el personaje siempre defiende la inversión
inconsciente que se hizo para crear su falsa identidad.

He tenido mi acercamiento con el eneagrama. Sin embargo, pienso que la


personalidad humana es demasiado compleja como para circunscribirla en
nueve patrones mentales. Tengo curiosidad por saber tu opinión.

Entiendo. En realidad, no son nueve patrones mentales, sino veintisiete, y su


calado va todavía más allá. Créeme si te digo que la herramienta no es tan
sencilla como puede parecer cuando profundizas. De hecho, y para evitar
confusión, rehusé mencionar que cada eneatipo a su vez se divide en subtipos.
Solo pretendo que veáis el eneagrama como un mapa de diagnóstico y una
excelente herramienta para desarrollar nuestro sistema de empatía, y eso
constituye una noticia de altura si lo que pretendemos es preservar la paz en
nuestros corazones. Existen otros paradigmas de trabajo, como el «Diseño
Humano», por ejemplo, que llegan prácticamente a las mismas conclusiones. No
son ni mejores ni peores. Apreciad que cada uno de nosotros, y condicionados
por su embrollo emocional, quizás vibre con una herramienta o con otra.
Debemos permitir que la intuición se exprese. No obstante, lo importante aquí
radica en encontrar un instrumento que nos haga resonar desde el amor y no
desde el miedo. A mí personalmente me apasiona el eneagrama porque considero
que la herramienta envuelve un amplio abanico del espectro humano. Y no solo
porque encontré un camino para afinar mi personalidad desde el amor, sino
porque asimismo me permitió descubrir mi vocación y talentos además de
mejorar mis relaciones afectivas en todos los sentidos: familia, pareja, amigos y
entorno en general.

Me encuentro algo confusa. Entonces, ¿cuántos caminos existen para


alcanzar la felicidad?

Pues tantos como patrones mentales existan o se puedan identificar. El


eneagrama ha determinado veintisiete, pero podrían ser más. Tened en cuenta
que la naturaleza impulsa la vida y la supervivencia por encima de todo lo
demás. En consecuencia, se ha asegurado durante miles de años de evolución
que haya diversidad no solo en aspectos morfológicos, sino también en los
psíquicos y de comportamiento humano. De ahí que no existan eneatipos
mejores o peores que otros. A pesar de los conflictos, todos son útiles y todos se
necesitan para sobrevivir y reproducirse. La evolución siempre ha premiado a los
grupos humanos que contaban con personalidades con cualidades para cazar,
crear lazos emocionales e intelectualizar los desafíos. En definitiva, la naturaleza
estimula la diversidad.
Estamos acostumbrados a que nos vendan un paradigma homogéneo o receta
mágica para alcanzar la felicidad. Una gran parte de los libros de autoayuda y
crecimiento personal versan sobre los mismos temas: autoestima, comprensión,
aceptación, autenticidad, gratitud, perdón o desapego, entre otros muchos. En
cambio, y como mencioné con anterioridad, pocos afrontan el gran reto de
trabajar en la causa: neutralizar las creencias limitantes que conforman nuestra
personalidad además de sanar las heridas de nuestro niño interior. Porque si él no
se habita en un estado de paz, será prácticamente imposible que podamos
aceptar, perdonar o ser agradecidos. Al igual que una vasija fragmentada en
pedazos no puede almacenar agua, las fisuras de nuestro interior nos impiden
llenarnos de amor. Y para llegar a esta conclusión parto de la premisa de que la
felicidad es una consecuencia que emana de habitar una paz sostenida en el
tiempo. Solo habrá paz en nosotros si sanamos nuestras heridas emocionales.
Detrás de nuestras heridas se hallan todas las respuestas.
Mirad. ¿Sabéis cómo manipula un eneatipo 1? Haciéndote sentir culpable. ¿Y
sabéis cómo lo hace un eneatipo 2? Haciéndote sentir que eres un egoísta. Y si lo
proyectas en el exterior es que lo vives en tu interior.
Más ejemplos. Un eneatipo 3, a diferencia de las motivaciones de mi eneatipo
1, busca destacar, impresionar a los demás, obtener atención y ser admirado; por
algo se les considera los triunfadores del eneagrama. Quieren por todos los
medios asegurarse el éxito en la vida, pues aquello que más temen es que los
vean como unos don nadie. Su pasión es la vanidad y su fijación es el
autoengaño. Ignoran que pierden su honestidad porque viven aparentando de
puertas para afuera. ¿Cuál es su trabajo personal? Dejar de compararse, darse
valor y construir una sólida autenticidad.
A dónde quiero llegar. Pues que el patrón mental y las heridas emocionales del
eneatipo 3 son diferentes a las del eneatipo 1. De hecho, la energía del primero
nace del sentir y la del segundo, del hacer. Cada uno debe enfrentar diferentes
desafíos para identificar sus heridas y sanarlas, ya que estamos rotos por
distintas aristas. Esa es la razón por la que afirmo que no existe una sola llave
para revelar la felicidad, sino varias cerraduras. Es nuestra responsabilidad tallar
la llave que se acomode a la cerradura que abrirá nuestro cofre del tesoro.
Pensad en esto. Si el eneatipo 1 se encuentra una piedra querrá esculpirla y
alcanzar una cierta simetría. El 2 la pintará de colores y se la regalará a un ser
querido. El 3 emprenderá y construirá con ella. El 4 fabricará un colgante y lo
lucirá para que lo miren. El 5 lo guardará, no sin antes analizar su composición y
procedencia. El 6 mirará la piedra con desconfianza, ¿quién la puso ahí? El 7
buscará otra piedra más con la intención de hacer malabares. El 8 seguramente la
utilizará como proyectil, y el 9 verá un lugar perfecto para sentarse y descansar
en ella. ¿Me seguís todos? Las motivaciones que dirigen la energía y la acción
son diferentes. Cada uno se vive desde su «verdad».
Seguiré matizando. Muchas personas piensan que no podrían vivir como lo
hago yo. ¡Lógico! Manejamos la creencia errónea de que existe una solución
mágica aplicable a todas las personas y aspiramos a la misma felicidad que
«supuestamente» exhiben los demás. Que yo haya decidido vivir en una
furgoneta, priorizando el tiempo y el contacto con la naturaleza, con pocas
posesiones y un presupuesto de cuatrocientos euros al mes, solo indica cuál es el
paradigma de simplicidad al que yo he llegado para sanarme y estar en paz
conmigo mismo. Mi modelo puede inspirar, obvio, pero no es aplicable a las
heridas, creencias y patrón mental de otras personas. ¿Por qué todos aspiramos a
hacer la misma tarta si obedecemos a ingredientes diferentes?
Me atrevo a ir más lejos. Las personas que cargan con mi herida, la injusticia,
se sienten injustas e indignas cuando poseen más de lo necesario; y si por alguna
razón reciben más de aquello que consideran merecido, se las ingenian para
dilapidarlo inconscientemente. Así funcionan los inescrutables disfraces del
personaje. Entonces, pregunto: ¿Cómo sabéis si mi admirado modelo de vida,
esa pobreza voluntaria con tintes estoicos, no es producto de la injusticia y la
traición que todavía no he sanado?
Dedicadle treinta segundos a esta reflexión…

Has dicho que el eneagrama puede ayudar a mejorar tus relaciones


sentimentales. Creo que es un pilar importante en el desarrollo de cualquier
ser humano. ¿Podrías ahondar en ello?

Por supuesto. Cada patrón mental o eneatipo mantiene una relación específica en
el campo del amor. Continuaré con mi desnudo emocional y utilizaré un ejemplo
de mi vida que exponga la correspondencia que impera entre la experiencia de
mi personaje y aquello que describe el eneagrama.
Por lo general, mis relaciones sentimentales fueron duraderas, aunque nunca
fui un derroche de sensibilidad y ternura. A decir verdad, mis conductas
manifestaban cierta frialdad y distanciamiento. Siendo honesto, me supone un
esfuerzo fluir en el terreno amoroso, y reconozco que en el fondo siempre ha
predominado el desapego emocional y una agresividad soterrada por defender
mis fronteras e imponer la superioridad moral que sostiene mi personaje.
Si vamos a una fase primigenia de la herida, antes de la etapa edípica entre los
3 y 6 años, la conducta pudo gestarse en el primer año de vida, justo en el
periodo donde se construyen los apegos seguro, ansioso, evitativo y
desorganizado del menor. No pretendo profundizar en cada uno de estos, pero si
de verdad deseáis entender vuestras relaciones, y en particular aquellas
concernientes a la autoestima y la pareja, recomiendo encarecidamente que leáis
sobre ellos8.
El que me toca de cerca es el apego inseguro o evitativo. Notad que si no hay
apego en la niñez, tampoco lo habrá en la etapa adulta. El apego evitativo se
origina cuando el niño percibe la falta de conexión con la madre, aunque puede
ser con el padre. Por alguna razón, el menor distingue que la figura de apego no
se encuentra disponible con la atención que este demanda, por lo que se adaptará
al distanciamiento con la madre y desarrollará un mecanismo de protección para
ocuparse de él mismo, conducta que por lo general repetirá fatalmente en sus
relaciones adultas.
Abro paréntesis. ¡Que ninguna madre se sienta culpable, por favor! Que la
criatura perciba esa carencia por parte de la madre no significa que se
corresponda con la verdadera intención y actitud de esta. Existen otros factores
determinantes. Cierro paréntesis.
El apego evitativo, por tanto, lo expresa mi personaje en la edad adulta desde
el desapego emocional. Siendo honesto, y evocando experiencias pasadas, nunca
le he dado demasiada importancia a las relaciones sentimentales. De hecho,
siempre he experimentado la dependencia hacia la pareja con miedo y como si
fuera algo peligroso. Vamos, que me saltan todas las alarmas cuando percibo que
debo entregarme a la relación. Mis ex parejas, no es un secreto, siempre
coincidieron en su testimonio: por lo general, evité las emociones, la intimidad y
el contacto físico. Y como también describe el eneagrama, solía desconectarme
de mis necesidades y anteponer un ideal a la propia relación.
Con el tiempo y la observación entendí que todos los conflictos y discusiones
que se daban en mis relaciones sentimentales habitualmente giraban en torno a
una negociación en la que me resistía a perder espacios de independencia. Miedo
a atarme a un lugar, a un trabajo, a una mujer, a un hijo.
Pregunta: ¿Cómo voy a entender, aceptar o perdonar lo que no me gusta de mi
vida si no sé de dónde procede? Hay cosas que no deberíamos ignorar.
Sigamos y penetremos hasta el sótano del inconsciente. Aparentemente, quien
padece las heridas de traición e injusticia, como es en mi caso particular, suele
cargar con determinados tabúes y problemas para abandonarse y sentir placer en
el terreno sexual. Es como si esgrimiéramos una razón de peso para bloquear la
vida sexual. Confieso que nunca pensé que esta conducta me tocase de cerca
hasta que rememoré etapas de mi vida, justamente en el momento más activo de
mis viajes, en las que sin apenas esfuerzo conseguí abstenerme de relaciones y
sexo durante casi tres años. ¡Normal no es, la verdad!
Es como si al existir actividad sexual de por medio me resultase difícil
establecer un vínculo de confianza. La herida obedece a una especie de
presentimiento que determina que todas las mujeres me traicionarán de la misma
forma en la que me sentí traicionado por mi madre. La consecuencia en la
madurez es terrible, ya que ninguna pareja cumple con las expectativas de un
inconsciente que no resolvió por completo la fase edípica.
Cuando te sientes traicionado por diferentes parejas, circunstancias y épocas,
significa que el problema no radica en esos aspectos, ya que el sentimiento halla
un modo de manifestarse a pesar de los escenarios. Es decir, el problema no se
encuentra en el exterior, sino en uno mismo.
Seguro que muchos os estáis preguntando cómo puede sobrevivir un personaje
con dichas características en el mundo. Es muy fácil. Cuando uno siente la
necesidad inconsciente de controlar al otro, aparecen en tu vida parejas que se
viven desde la dependencia emocional. Mi inconsciente siempre se las arregló
para atraer a mujeres heridas que llenasen los vacíos emocionales que anhelaba
mi personaje. A pesar de que a mi mente consciente le gustan intelectuales,
fuertes y seguras, mi inconsciente siente predilección por mujeres que sufren la
herida de abandono. Somos piezas de un rompecabezas y nada sucede por
casualidad.
Presumo que nunca te enamoras del cuerpo físico, sino de la manera de ser de
la otra persona. Tu inconsciente percibe que la persona que te atrae posee la
solución que precisa tu herida para afirmarse y cumplir su adicción.
Una de mis ex parejas, por ejemplo, soportaba una herida profunda de
abandono derivada de un apego «ansioso». Quienes sufren este apego perciben
que sus parejas no se comprometen en tiempo y atención con la relación, por eso
se angustian y viven en la preocupación constante de que cualquier día serán
abandonados. Su obsesión por crear vínculos seguros termina por alejar a sus
pretendientes o parejas. ¿Qué busca un dependiente emocional? Básicamente
necesita a alguien que lo apoye, lo proteja, tome decisiones y controle su vida.
Es decir, cuando un dependiente emocional percibe que su pareja lo cuida, se
siente importante. Y… ¿Qué anhela la herida de traición del controlador? Muy
sencillo: la seguridad que proporciona controlar a alguien para evitar el hecho de
ser traicionado.
Y si mi herida de traición recelaba del sexo para evitar que alguien me
controlase, la herida de abandono de mi pareja operaba de manera contraria:
brindaba un acto sexual superlativo como instrumento para no ser abandonada.
¿Casualidad? No lo creo. Cuando vives desde el personaje, la relación de pareja
se convierte en un medio para satisfacer tu adicción. Sin embargo, cuando
despiertas, el otro cumple con una función específica para que aprendamos a
disolver nuestros bloqueos y sanar nuestras heridas.
Hemos construido un mundo que en su mayoría sufre por amor, pero
ignoramos lo que se esconde detrás de este engañoso término.

«Cada eneatipo aspira a que el amor le llegue de una manera


determinada, pero es rara la ocasión que lo recibe de esa manera,
pues cada uno hablamos un idioma diferente en lo que se refiere al
amor».
¿No os resulta revelador el hecho de desenmascarar al personaje en su relación
con el amor sentimental? ¿Llegáis a imaginar cómo se enriquecería vuestra
relación al compartir este tipo de confesiones? Yo personalmente considero esta
información como un regalo y un buen punto de partida para trabajar y
transcender mis heridas a través del cuidado a uno mismo, de conectar con mi
vulnerabilidad y de clamar el afecto que no sé pedir. A fin de cuentas, los
eneatipos 1 no somos autosuficientes en el plano emocional, solo lo
aparentamos.

¿Y en lo referente a lo profesional? ¿Cómo puede determinar el eneagrama


las profesiones que mejor se adaptan a nuestro patrón mental?

Exploremos. Descubrir tu vocación tiene una relación muy estrecha con los
valores, los intereses y las habilidades del individuo. El eneagrama sostiene una
correspondencia concisa con los valores e intereses, aunque se desmarca de las
habilidades o capacidades técnicas. Me explico. Las habilidades o talentos son
competencias aprendidas, aunque es cierto que podrían ser innatas. Por ejemplo,
yo podría tener un talento o habilidad sobrenatural para llegar a competir como
nadador profesional, pero carecer de vocación y pasión para llevarlo a cabo.
Pero centrémonos en los valores primigenios que describe el eneagrama y que
guían la acción de mi eneatipo 1. Enumeraré algunos de ellos: integridad,
compromiso cívico, sentido del deber y de justicia, servicio a la comunidad o
causas sociales, desarrollo ético, moral y espiritual, sacrificio personal y cuidado
físico, perseverancia, honestidad, lealtad, etc.
En mi opinión, todo ser humano necesita un proyecto vital o propósito por el
que vivir. Partiendo de esta premisa, ¿qué profesiones creéis que guardan
relación con los valores que he descrito? ¿Cuántas profesiones podrían conjugar
con el sentido de verdad, justicia, ley, orden y reformas que maneja un eneatipo
1? ¿Cuántas con el compromiso de servicio y protección a la comunidad? Venga,
os toca a vosotros. Por aquí se escucha…, agentes del orden. Muy bien. ¿Qué
más? Militares…, inspectores…, jueces. ¡Genial! ¿He oído activistas? ¡Por
supuesto! ¿Qué dicen los del fondo? Curas…, guías espirituales…,
formadores…, maestros…, psicólogos. ¡Bien! Hasta el momento ni un fallo.
Auditores…, entrenadores personales…, y fundadores de proyectos
humanitarios. ¡Caray! Pensaba que no lo ibais a decir nunca. ¿Vemos la relación
a la que quiero llegar?
Los valores no solo perfeccionan nuestras cualidades y nos conducen a la
acción, sino que vislumbran un abanico profuso en actividades profesionales
que, sin lugar a conjeturas, nos impulsan hacia territorios propicios en los que
desarrollar los rasgos de nuestra personalidad. Ahora bien, aún falta la mitad del
trabajo por desempeñar. Es imprescindible descubrir la pasión y las habilidades
necesarias que junto a los valores definen aquello que articula lo que conocemos
como propósito de vida.
No me quiero extender mucho más porque hablaremos de la vocación y los
talentos en el bloque de autenticidad.

¿Podríamos vivir desde un personaje determinado y sentirnos felices y en


paz?

Lo dudo mucho. El personaje puede hacerte creer que así es, pero es una ilusión.
Este bribón puede fingir muchos estados, excepto la paz. Todo ser humano sufre
la herida y la separación de su esencia al penetrar en la normativa de la familia y
el paradigma social. Es cierto que existen grados de profundidad en lo que se
refiere a la herida. Con todo, la herida se materializa. Por lo general, y hablo de
mi experiencia, te conviertes en adicto a tu personaje y, a pesar de sufrir, decides
inconscientemente instalarte en el autoengaño que suscita el hedonismo. Ignoras
la sensación que experimentas de falso crecimiento o felicidad porque te adaptas
convenientemente a los patrones de éxito social que celebra la sociedad. Es
decir, recurres y abusas del placer que aporta la dopamina, como si de una droga
se tratase, para paliar las constantes demandas de los sentidos y los instintos
primarios. Sin embargo, aunque a través de esta artimaña alcances una notable
cota de satisfacción y frenesí, dudo mucho que reine la coherencia en la mente y
la paz en el corazón. Para salir de dudas, hagamos un ejercicio para determinar
los estados por los que transita la mente y de esta forma averiguar desde qué
territorio vivimos: miedo o amor9.
Veamos. Puede ser una buena oportunidad para que cada uno de vosotros
realice su propia evaluación, ¿os parece?
Pregunta: ¿Qué emociones, pensamientos y sentimientos vagan por tu mente la
mayor parte del tiempo? No tiene sentido engañaros. Seamos honestos…

¿Percibes un estado de paz o una sensación de conflicto de que algo no


funciona como debería?
¿Piensas en lo que falta y necesitas o te sientes completo y agradeces
todo aquello que acompaña a tu vida?
¿Cómo te tratas? ¿Te amas en lo bueno y en lo malo? ¿Te hablas con
respeto, sin juicio y con aprobación? Es importante verificar si pasas
más tiempo en el boicot de tu autoexigencia o en la aceptación de lo que
eres.
¿Experimentas sufrimiento, pánico, negatividad, victimismo o, por el
contrario, predomina la dicha, la serenidad, la confianza y la esperanza?
¿Divagas en el juzgar, en la culpa, o decides poner el foco en el perdón?
¿Tu mente habita en el pasado y el futuro o se mantiene la mayor parte
del tiempo en el instante presente?
¿Integras la adversidad como parte de la vida o, en cambio, luchas por
cambiar una realidad exterior que no te complace?
¿Dónde pones el foco: en tu bienestar o en el «bientener»?
¿Tu mente pasa más tiempo reforzando la identidad del personaje, es
decir, en el exterior, o se enfoca en la energía, la consciencia y el amor
que construye tu ser?

El interrogatorio podría continuar, pero presumo que albergamos respuestas


suficientes como para alcanzar una idea aproximada de la manera en la que nos
vivimos diariamente.
Veamos, ¿cuántos os vivís desde el amor? Levantad las manos con sinceridad.
A ver… ¿Nadie?... Es lo habitual. Pensamos que somos felices y nunca nos
hemos hecho las preguntas correctas.
Cuidado, no me malinterpretéis. Esto no significa que debamos vivirnos en un
estado monje tibetano constante. De hecho, lo considero una ilusión. La rabia, el
dolor, la tristeza, el miedo o el asco son emociones que forman parte de nuestra
existencia, todo es útil, nada sobra. Otras, como el sufrimiento y el pánico, son
opcionales. El veneno se encuentra en la dosis. Una gota de lejía purifica un litro
de agua, pero doscientos mililitros de la misma sustancia lo intoxican.
Contestando a la pregunta. Las emociones, pensamientos y sentimientos
revelan la manera en la que nos vivimos interiormente. Si nuestro estado interior
acostumbra a teñirse de guerra o conflicto, comporta que manejamos creencias
erróneas y existimos bajo la cautividad del personaje, es decir, del miedo. Por
eso, cuando somos conscientes de nuestras heridas y comenzamos a observar la
programación del personaje, conquistamos una parte del territorio al miedo, lo
que se traduce en un diálogo interior más amable con nosotros.
Evaluemos nuestras creencias. Por ejemplo. ¿Qué tipo de dogmas manejamos
respecto a las relaciones de pareja? ¿Qué pensamos del sexo contrario?
Preguntémonos: ¿Dicha creencia me proporciona paz o por el contrario me causa
conflicto? No es lo mismo creer que todos los hombres me traicionarán que
aceptar que la sensación de traición convive contigo.
Te obsequio con un truco. Si como observadora percibes que en algún plano de
la vida sufres; entonces, no eres tú. Vives presa de una herida o creencia
limitante que debes sanar.

Dices que las mejores cualidades del ser humano florecen de adentro hacia
afuera y que las charlas inspiradoras solo inciden en el 5 % del consciente.
Pese a todo, yo tengo la sensación de que sí cambian algo.
OK, quizás con un ejemplo me explique mejor. Déjame saber un deporte que
practiques, da igual…, uno de ellos. ¡Piragüismo! ¡Genial! Me sirve.
Supongamos que tu brazo derecho representa el 5 % de tu mente consciente y
que el resto del cuerpo restante acoge el 95 % de tu mente inconsciente. ¡Bien!
Imaginemos que con el debido entrenamiento adquieres la musculatura, la
energía y la habilidad que precisa tu brazo derecho, o sea, tu mente consciente,
para impulsar la piragua. Entonces… ¿Qué sucedería si el resto de tu cuerpo,
mente inconsciente, escondiese una incapacidad motriz desconocida, que
imposibilitara que tus piernas, tu espalda y tu brazo izquierdo impulsaran el
remo con la sincronía que demanda el brazo derecho? Pues lo más probable es
que la embarcación no tomará la dirección que deseas.
Avancemos en otro orden de ideas. Yo podría asistir a un máster o una
formación en educación financiera e inversión. En cambio, serviría de poco si
desconozco mis creencias limitantes con respecto al dinero. Quizás piense que
«el dinero es perverso, quién va a pagar por lo que yo sé, la riqueza es sinónimo
de inmoralidad y desigualdad, etc.». Estas certezas inconscientes se cristalizan
en la infancia y se absorben del clan familiar o del entorno emocional cercano.
Por desgracia, estas creencias acerca de la escasez mutilarán cualquier
compromiso con la acción y, quien las padezca, no será consciente de ellas.
Quiero ganar dinero, pero existe una incoherencia entre mi consciente y mi
inconsciente. Y…, ¿quién creéis que suele vencer? Ya sabemos la respuesta. Os
lo digo por experiencia. La herida de la injusticia suele acoger este tipo de
dogmas, ya que para el trauma resulta injusto poseer más que los demás.
A veces distinguimos que un conocimiento que proviene del exterior puede
resultarnos de utilidad, por ejemplo, la buena actitud. Pero, en mi opinión, todo
apunta a una distorsión en el enfoque. No es que la actitud acontezca fuera, sino
que vibra en nosotros porque ya reside latente en nuestro interior. Dicho de otra
forma, pertenece a nuestro potencial inherente, pero experimentamos la falsa
sensación de que el discernimiento proviene del exterior. ¿Es una ayuda saber
que la actitud vive latente en nosotros? ¡Evidentemente! Ahora solo necesitamos
identificar cuál es la creencia que impide que esta florezca.
Es muy importante que entendamos que debe existir una relación de
hermanamiento entre nuestro consciente e inconsciente. Porque solo podremos
brillar como seres humanos si estas dos dimensiones miran abrazadas al mismo
horizonte. Cuando yo comprendí esta sabiduría, mi vida cambió por completo.

¿Existe una relación entre la realidad que nosotros construimos y la ley de


la atracción?

La ley de la atracción ha provocado demasiada controversia en sociedades


occidentales y racionalistas. Sospecho que las cosas no ocurren solo porque las
desees con determinación e intensidad como muestra la película El secreto.
Advierto que muchas personas ávidas de respuestas apelan a la metafísica para
explicar dicho fenómeno. Sin embargo, considero que falta un eslabón perdido
que conecte nuestros anhelos inherentes con aquello que la vida nos ofrece. En
mi opinión, ese eslabón perdido se llama SAR o sistema de activación reticular.
No pretendía ocuparme de este término hasta bloques venideros, pero encaja
perfectamente con la pregunta anterior.
—¿Puedes subir al escenario?... ¿Cómo te llamas?..., Almudena. ¡Genial! Me
encantaría mostraros una característica de la mente a través de un juego.
»Hola, Almudena. Te propongo un reto. Tienes quince segundos para examinar
el patio de butacas y decirme con exactitud cuántas personas hay entre el público
que vistan una prenda de color rojo. ¿Te parece?
—Claro, sin problemas —señala Almudena.
—Tres, dos, uno…. Cuando quieras.
[... Transcurren los quince segundos].
—Genial. ¿Cuántas personas has contabilizado? —pregunto.
—Unas veinte personas.
—Perfecto. ¿Me podrías decir a cuántas personas has visto que luzcan una
prenda blanca? —repregunto.
—No lo sé —responde Almudena mientras esboza una sonrisa.
—¿Por qué no lo sabes? —pregunto.
—Porque no estaba buscando eso.
—OK, gracias. Ya puedes volver a tu asiento.
Este experimento demuestra que vemos solo aquello para lo que estamos
programados. Almudena buscaba rojos entre la audiencia, no blancos. Así
funciona la mente humana. En función de lo condicionados que estemos por
nuestro patrón mental o «verdad», unos registrarán oportunidades y otros
inconvenientes. Allí donde ponemos el foco, se dirigen nuestras energías; y el
lugar donde nuestra energía se fija, es susceptible de amplificación. Eso
explicaría por qué cuando tenemos una pierna rota advertimos articulaciones
rotas a nuestro alrededor. Las embarazadas verán embarazadas, y aquellos que se
viven desde el drama solo repararán en contextos problemáticos que les
perjudican. ¡Eso es el SAR o sistema de activación reticular!
El SAR es una región amplia del cerebro que conecta su base con la médula
espinal. Y una de sus funciones principales obedece a autorizar la información
proveniente del exterior para destacar solo aquella que es importante para
nuestra supervivencia y protección. Si no fuese por esta invención de la
naturaleza, sucumbiríamos abrumados por la cantidad de información y
estímulos que recibimos del exterior. Digamos que el SAR es como un perro
sabueso bien adiestrado que responde a determinados estímulos cuya misión es
filtrar una información y descartar otra. Dicho de otro modo, que el cerebro solo
procesa aquello que el sabueso detecta y filtra. En definitiva, aquello que al ser
humano le interesa apasionadamente. ¿Me seguís?
«La mente necesita dar una explicación a lo que ve. Contarse una
narrativa que coincida con las creencias del individuo».

Por lo tanto, el SAR construye la realidad que observamos condicionado por


todas esas creencias que conforman nuestro patrón mental. Cuando existe interés
y hermanamiento entre el inconsciente y el consciente nace la «atención
sostenible en el tiempo», y el sabueso SAR comienza un proceso sistemático de
búsqueda en el exterior que destaca y filtra solo aquellas situaciones o personas
que coinciden con el esquema de atención solicitado. Por esa razón, cuando mi
consciente anhela abundancia y mis creencias limitantes del inconsciente están
gobernadas por la escasez, el SAR no destaca la oportunidad aunque la tengamos
delante de nuestros ojos, es decir, pensamos en una cosa, cuando en realidad
sentimos otra distinta. Falta complicidad entre ellas.
Recordemos los graves efectos que causa ignorar las heridas emocionales:
«Somos adictos a nuestros dolores». La «atención sostenible» de una persona
con la herida del abandono seleccionará escenarios para sentirse abandonada
desde la finalidad inconsciente de reafirmar su creencia adictiva. No puede ver
otra cosa. Aunque parezca un despropósito, alardear sobre desgracias y
enfermedades ofrece sus recompensas. Es una adicción al victimismo y al drama
que busca obsesivamente la atención de los demás para evitar la soledad. Como
veis, el sufrimiento enmascara conflictos inconscientes que refuerzan la
identidad del adicto. Antes de ser ignorados optan por el dolor.
Recuerdo que cuando escribí Llévame de viaje, obnubilado por mi proceso
creativo, solía llevar una libreta con todos los temas interesantes que había
decidido tratar en la novela. Cuál fue mi sorpresa al reconocer cómo el sabueso
del SAR, con plena atención sostenida, escudriñaba cada dimensión del entorno
que me rodeaba para enriquecer cada capítulo de la novela. La información ya se
encontraba disponible en el ambiente, pero solo era capaz de reconocerla al ser
destacada por el SAR. Creedme, fue algo sobrenatural. La información brotaba
como un manantial de cualquier lugar: una conversación de café, una entrevista
de radio, una película, etc. Os juro que me pareció mágico, no dejaba de escribir
frases e ideas en la libreta a un ritmo desconcertante. La realidad me ofrecía todo
aquello en lo que estaba interesado el binomio inconsciente-consciente.
Tiene mucho sentido. Mirad. Como ya he revelado, si los valores de mi patrón
mental o eneatipo se edifican desde un sentimiento indomable de libertad,
autonomía e independencia, eso será precisamente lo que el SAR me muestre del
exterior. Y lo mismo sucede con la herida. Si en nuestro interior reina el
sentimiento de injusticia, el SAR nos señalará dónde colocar nuestras energías.
Esto explica por qué cada eneatipo se siente atraído por cosas diferentes en el
exterior, ya que cada SAR maneja distintos focos de atención.

«La abundancia se encuentra disponible en todas partes esperando a


ser aprovechada, pero permanecemos distraídos».

Es decir, imaginad que la energía ilimitada de la vida residiese contenida en


una nube suspendida sobre nuestras cabezas. En ese caso, el SAR representaría
una red wifi que posee la habilidad de descargar contenidos del «gran repositorio
de abundancia y amor» por la petición condicionada de cada patrón mental o
verdad individual. En realidad, cada uno de nosotros, quiero decir, nuestra
esencia, goza de la capacidad de acceder a una abundancia desmedida, pero
tristemente, restringida por los bloqueos que impone el personaje, solo vislumbra
una parte ínfima de la información.
Veo que alguien levanta la mano. Sí, por favor.

Los avances en física cuántica desvelan de alguna manera que nuestros


pensamientos alteran la realidad que percibimos. ¿Existe alguna afinidad
entre la mente cuántica y el SAR?

Pienso que no. Te cuento de la manera que yo lo veo. Una rama de la física
cuántica afirma que la mente subjetiva puede realizar cambios visibles en el
mundo físico objetivo. Es decir, todo lo que nos rodea y que llamamos realidad
existe como una posibilidad electromagnética en el campo cuántico. Como todo
es energía, por ende, nuestro pensamiento podría atraer magnéticamente la
realidad que anhelamos, o que nosotros seamos atraídos por la realidad cuántica.
En cambio, aunque muchos expertos dan validez a esta hipótesis, la verdad es
que dicha «atracción» no cuenta con estudios acreditados que la respalde. Por
como yo lo siento, simpatizo más con el SAR que con el discurso cuántico.
Deduzco que el SAR se encuentra más relacionado con la «profecía
autocumplida» o «efecto Galatea», una predicción tipificada en psicología que
sostiene que una creencia limitante conduce a su propio cumplimiento. Es decir,
que el poder de las expectativas y creencias influye considerablemente en
nuestras conductas, rendimientos y logros. Imaginad a una persona secuestrada
emocionalmente por la herida del rechazo que desea relacionarse con un
individuo desde el consciente, pero guarda la creencia inconsciente de que será
rechazada. Pues, a pesar de que sus ganas de entablar una relación sana son
sinceras, su personaje se comportará de manera insensible y distante, por lo que
su interlocutor reaccionará con desconfianza y quedará confirmada la creencia:
«La gente me rechaza». De modo que, es el manejo del foco de atención y los
propios actos de la persona aquello que desbaratan la oportunidad, no que la
persona esté predestinada a ese resultado.
Sí, dime…

Disculpa, no me quedó claro. Entonces, ¿descartarías un trabajo personal


desde el modelo cuántico?

No perdamos el foco. Lo importante no reside en saber si aquello que trae


abundancia a nuestra vida es la ley de la atracción, el campo cuántico, el SAR,
los chacras o la Virgen María. Que cada persona acoja el paradigma que mejor
resuene con su patrón mental o «verdad». Lo relevante aquí es cambiar la
narrativa que nos contamos a través de las creencias que sostenemos. La misión,
por tanto, es lograr una coherencia armoniosa entre el consciente y el
inconsciente. Es decir, articular lo que yo llamo «sentido de unidad» entre el
pensar, el sentir y el hacer.
Pondré un ejemplo y me basaré en la teoría evolutiva del cerebro triúnico de
Paul MacLean. Acorde a las ideas de este neurocientífico americano, el ser
humano intenta gobernar su vida apelando a tres cerebros, cada uno de ellos más
viejo y adaptado que el otro debido a la evolución. El cerebro reptiliano-
instintivo, el más primitivo, guarda relación con nuestros «yo necesito» (hacer);
el cerebro límbico-emocional, con nuestros «yo deseo» (sentir); y el cerebro
neocórtex-racional, con nuestros «yo quiero» (pensar). Cabe decir, asimismo,
que tanto el cerebro instintivo como el emocional se encuentran gobernados por
nuestro inconsciente y eso complica mucho las cosas, porque cuando estos
deciden dar un golpe de estado, la mente racional claudica. Veamos un ejemplo:
quizás necesite trabajar como barrendero desde el «hacer» (necesito) porque
cubrirá una necesidad básica que considero vital para mi autonomía de
supervivencia. Sin embargo, en el fondo «siento» (deseo) que no disfruto ni me
realizo recogiendo y limpiando, y además «pienso» (quiero) que este tipo de
profesión mancillará mi reputación y será un inconveniente a la hora de buscar
activamente un trabajo mejor. Así pues, por desgracia, no se darán las
condiciones de coherencia y «sentido de unidad» entre los tres cerebros. Y si no
hay coherencia, no puede haber paz.
Es fundamental que entendamos que el «querer» nace de la mente consciente y,
por solo «querer», no conseguiremos sentirnos atraídos por un estímulo externo.
Es preciso que en la mente inconsciente exista una «certeza» manifiesta que se
fundamente en el «deseo» y «necesito» que se encuentre alineada con el
«querer». Precisamos la certeza de «desear» y «necesitar» primero, y el «querer»
después.
¿Nos damos cuenta de que somos incoherentes por miedo a ser rechazados,
abandonados, humillados, traicionados e injustamente tratados? Pensadlo.
Veamos otro ejemplo. Yo puedo «querer» obsesivamente dejar mi trabajo
porque afecta considerablemente a mi salud física y emocional. En cambio, mis
creencias inconscientes bloquean mis aspiraciones al proyectar diversos miedos
e inseguridades: «Y si dimito, ¿quién pagará la hipoteca y las facturas?», «¿cómo
asumirá mi pareja mi falta de responsabilidad?», «¿qué pensarán mis padres?»,
etc. Como evidencia el ejemplo, no existe un sentimiento de «certeza» en mi
mente inconsciente que secunde el «querer» consciente. Pero cuidado, porque en
cualquier momento todo puede revertirse. Imaginad que un día contraigo una
enfermedad mortal, como un cáncer, debido a la presión, angustia y estrés
sufridos en el trabajo. ¿Qué ocurrirá entonces? Que cuando mi mente acuse un
«trauma de alto impacto emocional» como este y verifique que la muerte es una
posibilidad muy real, la emoción superlativa experimentada en mi mente
consciente será capaz de reprogramar las creencias limitantes que albergo en mi
mente inconsciente. Es entonces cuando se creará la «certeza» manifiesta de que
mi salud se encuentra por encima de todo lo demás, y la trinidad sentir, pensar y
hacer quedará alineada.
Este ejemplo explicaría por qué aunque comprendamos intelectualmente una
situación no basta para cambiar una conducta. Muchas veces necesitamos
transitar un proceso doloroso para crear «certezas».
Esto es solo un aperitivo. Hablaré de cómo reprogramar las creencias del
inconsciente al final de la conferencia. Y prometo que supondrá un cambio de
paradigma en vuestra manera de ver las cosas.

Has hablado de las heridas emocionales, de los tipos de apegos y también del
eneagrama. Creo que son tres fuentes importantes de conocimiento, pero no
consigo ordenarlas.

Entiendo. Los apegos seguro, ansioso, evitativo y desordenado del menor


comienzan a cristalizar a partir de los primeros seis meses y hasta los dos años
de vida. Y las heridas emocionales entre los cero y los siete años. Digamos que
estas son dos importantes estructuras psicológicas que nos ayudan a comprender
la génesis del bioshock emocional ocurrido en la infancia. Pese a esto, es el
eneagrama el que da sentido a toda la información creando un mapa detallado de
nuestra personalidad. En el caso de establecer un orden, yo abogo por el
siguiente: apegos, heridas y eneagrama.

vvv

Como referí anteriormente, mi primer periplo en bicicleta se podría considerar


como el viaje de mis heridas emocionales. El desconocimiento de estas así como
la guerra que se lidiaba en mi interior me llevaron a una posición victimista, a
buscar culpables y a señalar hacia fuera. Por otro lado, descubrir mis creencias
limitantes y mi patrón de personalidad alivió esa cruzada que mantenía contra el
exterior. Con el tiempo y las experiencias, un arrebato de lucidez emocional me
hizo constatar que el enemigo no moraba fuera, sino que cohabitaba dentro de
mí. Suena mal expresarlo así, pero de alguna manera fui consciente de que mi
vida había sido un fraude.
La percepción cambia cuando alcanzas la certidumbre de que la realidad que
percibes es una interpretación de las heridas abiertas que celosamente acomoda
el inconsciente. Salvando determinados golpes de adversidad inherentes a la
existencia, eres el único responsable de todo lo acontecido en tu vida. En ese
mismo instante, no sin esfuerzo, te desapegas del victimismo, nace la
responsabilidad y renuncias a volver a la dimensión anterior. Cuando te abres a
una nueva verdad en tu vida, aparecen nuevos horizontes y ya no puedes mirar
atrás.
De alguna manera resucitas como observador y te conviertes en el centro de
una experiencia reveladora. Un enfoque meditativo desde donde descubrir
nuestras zonas erróneas y patrones repetitivos, obstáculos que impiden que
expresemos aquello que verdaderamente somos: consciencia, amor y energía.
Cuando esto sucede, el mundo deja de ser un problema que debemos resolver y
transciende a una oportunidad que podemos disfrutar.
En el año 2006 mi foco de atención sostenida y, por tanto, mis energías
gravitaban en el territorio de enjuiciar a una sociedad enferma carente de valores
que amparaba a individuos tóxicos e imperfectos. Una sociedad corrupta, injusta,
insensible, narcotizada por el individualismo y la riqueza exprés. Mi SAR se vio
obligado a expandir mi interpretación y dirigir la atención hacia todos aquellos
aspectos que angustiaban mi interior. Como dirían los budistas, estaba apegado a
lo externo. Diez años más tarde, después de recorrer medio mundo en bicicleta y
gestionar varios proyectos humanitarios, llegó la hora de volver a Madrid, mi
ciudad natal. Recuerdo que me senté en la terraza del hogar familiar, respiré con
profundidad y examiné mi situación en ese momento. Entonces, fui consciente
de que la sociedad, las personas y la imperfección de las que había huido en el
año 2006 perduraban. Nada había cambiado. Sin embargo, habitaba en mí cierta
comprensión, plenitud y paz interior. ¿Qué había cambiado?... ¡Mi mirada!
Cuando me subí a la bicicleta por primera vez y decidí fugarme de mi vida, en
realidad no estaba en el lugar erróneo, estaba en el lugar correcto mirando las
cosas de manera errónea. Al retornar, el SAR ya no exploraba enfocado en el
miedo, sino en el amor; y la vida me sonreía. En definitiva, mi experiencia no
sirvió para salirme del sistema, sino para liberar a mi mente de él. Como reza
una ley del mítico Hermes Trismegisto:

«Si tú cambias, todo cambia».

Y llegados a este punto, ¿cuál creéis que es la primera lección que debemos
aprender de todo lo expuesto?
Que el primer «te quiero» debe recaer en nosotros mismos. Sin la autoestima,
la confianza y la claridad mental que surgen del descubrimiento de nuestro
patrón mental, heridas, creencias, factor genético, etc., será prácticamente
imposible que podamos integrar la construcción de la realidad, el propósito de la
vida, la impermanencia existencial, la gratitud, el perdón, las relaciones
afectivas, la salud, etc. ¿Por qué? Porque todos estos aspectos son interpretados a
través de las gafas con las que te amas y reconoces. Todo se construye en
relación con el «autoconocimiento» desde el que nosotros nos vivimos. Si yo
miro desde el filtro del amor, el amor predominará sobre todo lo que yo perciba.
Es decir:

«Del autoconocimiento surge la autoestima y la confianza, y de estas,


la actitud para encontrar un sentido en la vida».

Es importantísimo que entendamos esto, porque normalmente operamos al


revés. Empezamos el hogar por el tejado sin saber quiénes somos y lo vamos
construyendo en relación a las opiniones de los demás. Por eso se desmorona
una y otra vez. Lo verdaderamente significativo reside en afianzar y fortalecer
los cimientos de la estructura. Porque desde la solidez de la propia autoestima, la
confianza y la actitud resultará mucho más hacedero levantar pisos estables que
nos eleven hacia un tejado llamado bienestar.
«Las decisiones más importantes de nuestra vida se construyen de
amor propio, no de las opiniones de los demás».

Meditemos esta reflexión durante treinta segundos…


En el siguiente bloque explicaré la manera en la que creamos la realidad. Se
avecinan sorpresas.

«Somos responsables de nuestros pensamientos y de la realidad que


observamos».

7 Autores para profundizar en el eneagrama: Don Richard Riso y Russ Hudson, Helen Palmer.
8 Véanse los trabajos de Mary Ainsworth, Cindy Hazan y Phillip Shaver. Libro recomendado: El niño
interior de Victoria Cadarso.
9 Enseñanzas de Un curso de milagros.
4

LA REALIDAD
Como es adentro es afuera

Evoco una etapa concreta de mi vida en la que desde la habitación de una


paupérrima pensión observaba como mi cuerpo desnudo, dolorido y empapado
en sudor se extendía sobre un flácido y deprimente colchón de gomaespuma. La
severidad de la ruta resonaba sobre cada hueso de mi espalda. Esa mañana del
mes de octubre del año 2008 había rodado 50 km y franqueado la corrupta
frontera de Poipet, en Camboya. Aun así, me quedaban otros 50 km de barro y
tierra arcillosa hasta alcanzar la ciudad camboyana de Sisophon. Los días se
acumulaban, al igual que los kilómetros, y no tuve reparos en alquilar una
humilde habitación familiar para descansar durante dos días. Recuerdo que tomé
el mando a distancia de un antiguo televisor y pulsé el botón de encendido. De
súbito, la BBC exhibió en directo las caídas mundiales de todos los mercados
financieros. La imagen se cubría de banners de color rojo que circulaban
frenéticamente por la parte inferior de la pantalla. Interminables cifras en
negativo señalaban una desescalada en términos de felicidad humana. Los
dramas se sucedían en progresión de importancia. Gente llorando que había
perdido todo, suicidios, quiebras sin precedentes, pánico, incertidumbre, el
mundo fuera de control. Aquel colapso ni tan siquiera rozó mi capacidad de
asombro. Dos años antes, en mi ciudad natal, vivíamos como señores feudales
ahogados en una borrachera del beneficio. La euforia desmedida, derivada de
una riqueza sin filosofía, silenciaba el rastro de sangre que enmascaraba un
capitalismo fuera de control. Es lo que tiene la ceguera colectiva, que abraza sin
cuestionamientos este tipo de espejismos. Nadie se daba cuenta del precipicio al
que nos dirigíamos.

Me resultó extraño apreciar que la tragedia que advertía por aquella pantalla se
encontraba muy alejada de mi situación personal. Mi foco de atención sostenida,
el SAR (sistema de activación reticular), habitaba ajeno a esa realidad. Llevaba
cinco meses recorriendo el sudeste asiático en bicicleta desde Indonesia hasta
Camboya. Mis hábitos y creencias moraban en una anarquía de la novedad, y mi
mente exploraba los nuevos inputs completamente descolocada. Mi planeta era
otro. Había cambiado todas mis costumbres respecto a la comida, la
indumentaria, el descanso, el idioma y la forma de desplazarme. No percibía en
absoluto los convencionalismos del primer mundo, la desaprobación social, la
toxicidad, los medios de comunicación, los tres mil impactos publicitarios que
bombardeaban mis sentidos a diario. Ni siquiera sentía la tácita tortura que nos
empuja a fingir que somos felices.
Sin proponérmelo, logré sustituir muchos de los 70 000 pensamientos que solía
manejar diariamente, así como variar el bucle adictivo de respuestas automáticas
de mi mente. Nuevos pensamientos creaban una nueva realidad. Me sentía libre,
pero también incómodo y desconocido. Se impuso el poder de los hábitos, y una
revolución en mi cabeza y mis conexiones neuronales trabajaban sin pausa
abriendo nuevos recorridos de información emocional. No me sentía capaz de
predecir el siguiente instante y cada uno de mis días suponía una fiesta para los
sentidos. Ya sabéis el porqué: allí donde colocamos el foco, se expande. Mi
capacidad de observación entraba en colapso, al igual que mis retinas, y las
experiencias se amontonaban por falta de análisis reivindicando un descanso que
no llegaba, ya que no quería parar, sino continuar en movimiento. Mi
«personaje» deseaba revelarse al encontrarse fuera de su zona de confort. Se
quejaba, se hacía notar, y me enviaba miedo. Miedo a morir en un continente
desconocido. Pero el cambio de entorno y la novedad se imponían en intensidad.
El «personaje» no podía aferrarse a nada conocido porque transitaba a lo largo y
ancho de un territorio de riesgo e incertidumbre.

«Es en la falta de certezas donde precisamente surge algo nuevo en el


ser humano».

Es preciso vivirlo para dar validez a esta afirmación. No te lo pueden contar,


porque no es creíble. Había franqueado lagos, mares, junglas, montañas y ríos de
ensueño. Avistado orangutanes, elefantes, serpientes y monos salvajes.
Convivido con cristianos, musulmanes, hinduistas y etnias como la batak,
tengger, sasak y el matriarcado minangkabau. Conquistado los volcanes Ijen y
Rinjani. Explorado penínsulas e islas paradisíacas. Buceado el golfo de
Tailandia, el mar Andamán y el mar de Java. Igualmente, disfruté de un sinfín de
gastronomías, de la exquisita hospitalidad y, como no, de la cultura, la sociedad
y la historia de cada lugar. Conocí a grandes viajeros que elevaron mis sueños y
con el tiempo se convirtieron en grandes amigos.
Mi vida era un sueño o, al menos, eso creía yo. Porque a pesar de que me
juzgaba libre, el vacío continuaba vagando por mi interior tan hambriento como
un náufrago. Por mucho que me esforzara en consumir experiencias, me sentía
incapaz de reunir el alimento emocional necesario que saciara su hambre. No me
sentía ningún novato en esto de los viajes. Antes del año 2006 aireé la mochila
por países como Cuba, Perú, Turquía, Vietnam, la India y gran parte de España y
Europa. Pero si examino en profundidad cada uno de mis cortos periplos, todos
ellos transcurrían sobre la epidermis de los países. Eran viajes donde
predominaba sustancialmente la estética y el hedonismo. Y ninguno de estos dos
aspectos brindan sentido a nuestra vida. Todo lo contrario: nos distraen.
Con el tiempo llegué a la conclusión de que la libertad se parece a una silla de
tres patas. Sin la cuarta pata del amor que se hermana con un propósito vital, no
surge el equilibrio; y la silla no se sostiene por sí sola. De manera que la libertad
es huérfana sin el amor. Cuando solo viajas, la mayoría de las veces te conviertes
en un coleccionista de países y experiencias. Sin darte cuenta, te acostumbras a
caminar de puntillas por el mundo. Mi experiencia y observación me dicen que
no dedicamos el tiempo suficiente a profundizar en relaciones personales o en
actividades vinculadas con nuestra vocación y talentos. Nos saturamos de
libertad a través del placer, pero desconocemos que el placer no brinda la
felicidad a menos que se conecte con una causa o propósito de vida.
Y en ese punto de confusión inconsciente me hallaba durante esa etapa de mi
vida. Exploraba el mundo cumpliendo un sueño, aunque no era feliz. A pesar de
sentirme libre, la paz no pintaba de colores mi mundo interior. Suele pasar, ya
que nos educan para esto. Cuando confundes el gozo, el júbilo, la satisfacción y
el frenesí con el verdadero estado de paz, habitas en una falsa sensación de
felicidad.
Presumo con cierta retrospectiva que fue la necesidad de mitigar mi vacío
interior la que me empujó a crear la ONGD Otravidaesposible.
A pocas jornadas de la frontera con Laos encontré una pequeña comunidad
cristiana a orillas del emblemático río Mekong. Un sacerdote peruano llamado
Iván dirigía por aquel entonces un proyecto de guardería infantil con la
supervisión de la Iglesia católica. Recuerdo que Iván me mostró una realidad
deprimente en las comunidades. Aquello no era pobreza, sino miseria. Existe una
notable diferencia entre una y otra. «Primero va el comer, luego va la moral»,
expresó Bertolt Brecht. Es difícil construir las emociones de un ser humano y
pretender que sea ético cuando este no puede cubrir siquiera sus necesidades
básicas. Iván me enseñó la comunidad y me explicó las bases del proyecto.
Igualmente, conocí a las familias, los profesores y los alumnos. Entonces,
ocurrió lo único que podía sobrevenir. Mi entusiasmo desbocado, es decir, el
sabueso del SAR, conectó con dos de mis principales heridas emocionales que
confeccionan mi personaje: la injusticia y la traición.
De la primera herida ya he hablado: mi necesidad de corregir las injusticias de
un mundo subjetivamente imperfecto además de encarnar a una buena persona,
ya que la energía de la injusticia persigue corregir lo incorrecto y después la
bondad, en ese orden. La segunda, la herida de la traición, siente debilidad por
ayudar y organizar las vidas de los demás. Ahora bien, tan solo es una excusa
para demostrar su superioridad y ansias de controlar. A fin de cuentas, la persona
que padece esta herida no cree en su propia fuerza, por eso cultiva su apoyo a los
que considera débiles. Como veis, las heridas de injusticia y de traición forman
un cóctel interesante.
Después de este inciso, continúo.
Un propósito de vida se había cruzado en mi camino y, como mendigo
emocional que era, lo hice mío. Creé la ONGD y convencí a decenas de amigos
para que contribuyeran al proyecto. Organicé infinidad de fiestas solidarias para
recaudar dinero y persuadí a diferentes empresas para que colaboraran. Desde el
año 2009 hasta el 2016 la ONGD Otravidaesposible y sus socios financiaron con
cinco mil dólares anuales cada una de las necesidades educativas y sanitarias de
los sesenta y dos niños que amparaba la guardería infantil de Camboya. Durante
esos años en los que me encontraba enajenado y preso de mis heridas fundé
proyectos propios en Marruecos además de brindar soporte financiero a otras
ONGD que auspiciaban proyectos afines en Marruecos y Senegal.
Con el tiempo fui consciente de que me olvidé de mi persona en favor de los
demás. En realidad, a mi foco de atención simplemente le preocupaba aliviar mis
heridas. Solía trabajar de manera temporal como informático en pequeños
proyectos para mantenerme, pero en mi cabeza únicamente importaba la ONGD.
No solo conseguí mitigar las heridas transitoriamente, sino que, además, el
personaje se instaló en su territorio preferido: el creerse alguien importante.
Dirigir o trabajar en una ONGD reporta unos buenos niveles de visibilidad,
autoestima y reconocimiento social. Y cuando el personaje se acostumbra a ese
tipo de envanecimiento, es difícil desmontar su farsa. Es como apagar la música
de una fiesta en su momento álgido. A nadie le complace.
Por desgracia, las heridas seguían abiertas, pero yo no lo sabía. Mi foco de
atención se perpetuaba en el afuera y no en mi interior. Es la manera en la que el
personaje cambia de disfraz con el enérgico propósito de engañarte y hacerte
creer que algo en ti está cambiando. Pero nada más lejos de la realidad. Las
heridas supuraban y todo seguía igual. ¿Por qué estoy seguro de lo que digo?
Muy sencillo…, y además ya lo he mencionado anteriormente, no habitaba la
paz en mi interior. El personaje puede ser extremadamente astuto, pero nunca
puede simular un estado verdadero de paz. A fin de cuentas, había pasado de ser
un ingeniero informático exitoso a ser un cicloviajero hippie igual de exitoso que
financiaba proyectos humanitarios por medio mundo. Tan solo había mudado de
piel. ¡Ese es el mundo en el que vivimos hoy! Individuos dormidos que buscan
con desesperación la felicidad en el exterior, envueltos en un juego de tráfico de
identidades que nos conducen a la falsa ilusión de cambio, cuando en realidad
todo sigue igual. Somos marionetas a merced de los caprichos del personaje.
A través de este testimonio intento evidenciar únicamente la manera en la que
nuestras heridas y, en consecuencia, los pensamientos a los que damos fuerza
crean la realidad que experimentamos.
Aprendí mucho durante aquellos diez años de experiencia en el mundo de la
cooperación. Conocí a mucha gente quebrada por dentro que enmascaraba su
dolor interior desde el falso propósito de ayudar a los pobres. Soportamos vidas
tan grises e insípidas, nos sentimos tan culpables al vivirnos partícipes de la
injusticia, que necesitamos atarnos a los proyectos humanitarios para darle un
sentido a nuestro devenir. Simplemente es una necesidad psicológica aliviar
nuestros pesares, sentirnos útiles y aportar valor. ¿No es verdad que la obsesión
por ayudar es directamente proporcional a la de ser ayudado? Faltaría a la verdad
si omito que también conocí a personas sabias y comprometidas por vocación,
pero la gran mayoría, desafortunadamente, huían de sí mismos.
Os alarmaría conocer la cantidad de proyectos de cooperación al desarrollo que
se implantan sin contar con el beneplácito de los beneficiarios. Así de arrogantes
y soberbios somos los blanquitos heridos. Yo también formaba parte de los que
alardeaban: «Es que los estoy ayudando». Ahora bien, desde la parte más
insondable de tu ser una vocecita susurra: «Son ellos los que te están ayudando a
ti». Recuerdo del mismo modo a todos aquellos pretendientes del primer mundo
que contactaban conmigo para realizar un voluntariado en los proyectos que
gestionaba Otravidaesposible. No solo deseaban escapar de su realidad, sino que
todos coincidían en el anhelo de salvar el mundo, cuando, en realidad, aquello
que fervientemente deseaban era salvarse a ellos mismos. No les culpo. La
misma viga de la ignorancia la he soportado yo durante muchos años.
Con el tiempo, la experiencia, el discernimiento y la lectura se fueron
desvelando conclusiones muy reveladoras. Deducciones que me aportaron
mucha paz interior. Una de las más importantes es que ninguno de nosotros
podemos transformar a otra persona. No podemos cambiar el mundo, no
podemos transformar a nuestro jefe, cónyuge, padre, hermano, hija, etc. De
hecho, es altivo y arrogante imponer tu realidad a los demás. El ser humano
aprende por influencia, no por imposición. Influir sí, luchar no.
Yo solía volver de los proyectos visiblemente enfadado. De repente, penetraba
en una sociedad egoísta e insolidaria que pellizcaba mis heridas y desataba toda
mi agresividad. Sin darme cuenta me convertí en un revolucionario que luchaba
en varios frentes y que acusaba la indiferencia que manifestaban mis amigos
frente a la pobreza y la desigualdad que asola este mundo. Cuanto más luchaba,
más reforzaban mis amigos sus posiciones y más huían de mí. ¿Qué conseguí?
Pues ser aplastado por la frustración además de granjearme una imagen de
radical intransigente. Nadie me contó que trabajar en cambiar al otro siempre
decepciona.

«Es nuestra irradiación, la paz de nuestra mirada, la que inspira a


nuestros semejantes a transformarse, no el juicio. Cuando riegas tu
mirada de amor y creas un monumento poético de tu vida, las
personas se acercan a preguntar».

Ese es el secreto. O parafraseando a Mario de Miranda Quintana:

«No persigas a las mariposas y las obligues a que vuelvan a tu jardín.


Cuida tu jardín y las mariposas volverán».

A pesar de todo, la mayoría de la humanidad no se conduce así. Nosotros no


vemos el mundo que es, sino el mundo que interpretamos a través de los
anteojos de nuestro personaje. Fuimos educados para externalizar nuestra
responsabilidad. Obsesionados con cambiar el exterior en vez de a nosotros
mismos. Una creencia insana gobierna nuestros juicios: la culpa siempre
pertenece al otro. Y guarda su sentido, ya que señalar al otro enmascara nuestra
propia culpabilidad.
La vida no está obligada a darnos aquello que deseamos. ¿No es verdad que
sufrimos y nos frustramos porque la realidad no encaja con nuestras
preferencias? ¿No es igual de cierto que nos enojamos porque nuestra pareja,
padres, hijas, compañeras de trabajo, etc., no benefician nuestros intereses
particulares? ¿Os suena? ¿Alguien de los aquí presentes ha intentado alguna vez
manipular o inducir el cambio en otra persona pensando en su propio beneficio?
¡A ver…, manos arriba!... Es lo habitual.
Todo ser humano libra una cruenta batalla en su interior. Si cada personaje es
la consecuencia del temperamento genético, las heridas y creencias de la
persona, ¿por qué nos atribuimos el derecho de corregir las heridas del otro,
cuando somos incapaces de cicatrizar nuestras propias heridas? Intentar cambiar
al otro solo conduce al sufrimiento y la frustración. Y quien haya transitado este
camino sabe que no me equivoco.
Os voy a transmitir una visión espiritual10 acerca de la realidad que a mí
personalmente me cambió la vida. Y lo afirmo porque consiguió aliviar
sobremanera la inherente frustración que me acompañaba como una sombra.
Todos nuestros conflictos, creencias, heridas y miedos sin resolver acarrean
emociones, pensamientos y sentimientos insanos como la ira, el resentimiento, la
envidia, la comparación, la intolerancia, la injusticia y la guerra interior, entre
otros. Pues cuando dicho compendio emocional converge y se une con el
inconsciente colectivo, toda esa energía concentrada se refleja en el mundo
exterior que apreciamos. Es decir, todo aquello que denominamos realidad es
una radiografía completa de nuestro mundo interior individual y colectivo.
Quizás no me creáis. Digerirlo con calma cuando dispongáis del tiempo. Como
dicta la ley de la correspondencia: como es adentro es afuera.
Preguntaos. ¿No está en mí todo el odio, el dolor, la indiferencia, el
sufrimiento, la avaricia y el rencor que percibo en el mundo? Si prestamos
atención, nos daremos cuenta cómo los medios de comunicación nos muestran
un mundo herido que corresponde con las heridas que en mayor o menor medida
cargamos todos. Se cumple a la perfección asimismo la ley de la causa y el
efecto.
Cuando siembras manzanas no puedes recoger fresas. Así pues, la realidad que
observamos es todo lo perfecta que puede llegar a ser teniendo en cuenta las
causas. Tan solo muestra la crisis existencial y la falta de conciencia que
atraviesa la humanidad en el siglo XXI.
El mundo se encuentra sumido en una crisis ecológica y la ciudadanía
reivindica a los gobiernos medidas contundentes que solucionen los diferentes
problemas. Pero cabría preguntarnos: ¿Cuidamos y protegemos nuestro
ecosistema interior? ¿Qué tipo de bebidas y alimentos ingerimos? ¿Descansamos
bien? ¿Hacemos ejercicio? ¿Atendemos a nuestros pensamientos? ¿No son acaso
la contaminación y los incendios que observamos fuera espejos de la polución
corrupta y la violencia que intoxica nuestra mente? No podemos pretender que el
hábitat que comprende la humanidad goce de buena salud cuando nuestro
ecosistema interior yace enfermo. Repito, lo que es adentro es afuera.
Fijaos en nuestras redes sociales. Facebook simboliza nuestra vanidad
colectiva, Netflix la pereza, Instagram la gula, Twitter la ira, Tinder la lujuria,
Pinterest la envidia.
¿No son nuestros políticos una radiografía exacta de nuestros rasgos
individuales y colectivos? Todo lo que existe en nosotros reside igualmente en
ellos. Partamos de la premisa de que la clase política promulga y gestiona leyes
que nos limitan a todos. Pero las leyes solo sirven para regular sociedades que no
se aman. Porque cuando no hay amor en nuestro interior, tampoco lo
percibiremos en el exterior. Las leyes psicológicas que cada uno de nosotros se
impone a través de órdenes, castigo, control, censura, autoengaño y corrupción
consiguen su representación en una sociedad cuyos políticos operan de la misma
manera.
Un ejemplo revelador se puede distinguir en la crisis financiera acaecida en
2008. Al manejar la creencia de que la responsabilidad siempre es del otro, nos
faltó tiempo para señalar y buscar culpables a los que acusar. Se escribieron
cientos de libros que condenaban a empresas como Merrill Lynch, Lehman
Brothers y las cuestionadas hipotecas subprime. Sin embargo, pocos advirtieron
que la economía es un reflejo de la psicología colectiva. Cuando los valores que
proyectamos como sociedad ensalzan por encima de todo la riqueza exprés, el
éxito social, el crecimiento ilimitado y el producto interior bruto,
irremediablemente, los aspectos que visiblemente se amplifican en el ser
humano no pueden ser otros que la envidia, la comparación, la desconfianza, la
avaricia, la codicia y la competitividad. Y eso simbolizó la crisis de 2008…: un
colapso de valores insanos.
La riqueza sin la filosofía del ser, aquella que excluye al ser humano como el
centro de la vida, solo puede engendrar un rastro de enfermedad, crisis, caos y
violencia. Con esto no afirmo que el dinero sea perverso. Todos sabemos que el
dinero es imparcial. Lo que sí digo es que el dinero es infame cuando no
sabemos quiénes somos como individuos. Funcionamos tan fracturados por
dentro, que recurrimos a sus bondades para paliar nuestro vacío interior, sin
atender al hecho de que no existe suficiente dinero en el mundo que consiga
cicatrizar nuestras heridas emocionales. Esa es la razón por la que, en palabras
de Pedro Ruiz:

«Nos pasamos la vida comprando cosas que no necesitamos y


necesitando cosas que no podemos comprar».

Hoy todo el mundo quiere salvar algo: los océanos, las selvas, los animales, el
planeta. Así de orgulloso y arrogante es el personaje que fabrica todo ser
humano. No somos conscientes de que cuando nos salvemos a nosotros mismos,
el resto se salvará solo. Dejemos de mirar fuera y mejoremos aquello que habita
en nosotros y que realmente destruye el mundo.
¿Cuál es la lección que pretendo transmitir con esta disertación? Pues que todo
aspecto que deseemos cambiar en el exterior, primero debe ser transformado en
nuestro interior. Como gotas de mar, somos en parte responsables de la salud del
océano. ¿Quieres cambiar a tu padre? Cambia tú. ¿Quieres cambiar la relación
con tu hermano o con tu hijo? Empieza por ti. ¿Quieres mitigar la pobreza de
este mundo? Mitiga tu escasez interior.

Concluyo afianzando las conclusiones de este bloque:


Por mucha crisis que refleje el mundo, si la atención sostenida de
nuestro sistema de activación reticular (SAR) no se encuentra ahí, será
muy difícil que nos afecte y la realidad que observemos será bien
diferente.
Los seres humanos estamos programados biológicamente para buscar
placer y repetirlo. Ahora bien, el placer sin propósito no brinda la
felicidad, sino la dependencia. Es una trampa del personaje que nos
aleja momentáneamente de los dolores del alma y que solo busca
afianzar su falsa identidad.
Cumplir un sueño, ser libre o vivir incesantes experiencias no garantiza
que reine la paz en nosotros. Uno de los pilares del bienestar personal
radica en realizarse a través de un propósito de vida o proyecto vital.
Cuando te sientes vacío y esclavizado por tu personaje, será fácil
aferrarse a cualquier falso propósito con tal de mantenerte a flote. Te
atarás a una ONG, un trabajo, un matrimonio o cualquier cosa que te
proporcione el amor que tú no sabes darte.
El personaje nos lleva muchos años de ventaja y, si no atiendes a tus
heridas, te hará creer que cambias cuando en realidad solo mudas de
identidad. El personaje seguirá dirigiendo la orquesta de tu vida.
No podemos transformar a nadie salvo a nosotros mismos. Es el amor,
la paz y la seguridad que transmitimos a través de nuestro ejemplo
aquello que invita a los demás al cambio.
La cruenta realidad que observamos en el exterior es el reflejo de la
suma inconsciente individual y colectiva del desastre emocional y
espiritual que habita en los corazones de la humanidad. Entender este
aspecto es adquirir una más que beneficiosa tolerancia a la frustración.

¿Os parece bien si pasamos a las preguntas? Comencemos…

v
Has mencionado que cuando te sientes vacío y esclavizado por tu personaje
nace el apego a cualquier cosa. ¿Es el vacío interior el que genera los
apegos?

Digamos que el vacío interior es en realidad un vacío de amor. Pero son las
heridas sin resolver las que inducen al apego, de ahí la importancia de sanarlas.
No voy a entrar demasiado en este asunto porque lo explicaré más adelante. Solo
avanzar que aquello que es en el exterior, es un reflejo del interior. Cuando existe
un apego obsesivo hacia un objeto, una relación o un vínculo, la circunstancia en
sí refleja lo apegados que estamos a una herida emocional de la infancia. Existe
apego fuera porque existe apego dentro. Revisa las carencias afectivas y las
etiquetas juzgadoras que sostiene tu inconsciente. Por ejemplo, la creencia
«nadie me ama», por lo general, construye conductas que dedicarán la mayor
parte del tiempo a soportar una relación sentimental de maltrato con tal de
obtener un exiguo beneficio emocional. Igualmente, la persona que sostenga la
creencia «la belleza atrae al amor», se apegará al culto al cuerpo, las dietas
obsesivas y las cirugías plásticas.
Nada ocurre por casualidad, sino que opera siguiendo un patrón fundamentado
en las dos grandes energías del personaje: la culpa y el miedo. De estas dos
energías derivan la gran mayoría de emociones menores. Cuando sanamos el
apego a la creencia interior a través del amor y la aceptación, los apegos del
exterior comienzan a caer sin lucha y esfuerzo.
Recordad que los apegos son diferentes para cada patrón mental o eneatipo.
Las motivaciones que persigue cada personaje son distintas. Para el eneatipo 1 es
crucial mejorar y reformar las cosas. Para el 2, su necesidad de dar. Para el 3, su
obsesión por aparentar y alcanzar el éxito. Y así sucesivamente. Es de vital
importancia que identifiquéis el patrón mental o «verdad» indiscutible de vuestro
personaje y averigüéis de qué manera interpreta el mundo.

Si el problema de la pobreza surge de nuestra manera de pensar, ¿qué


podemos hacer cada uno de nosotros?
Las organizaciones humanitarias no pueden acabar con la pobreza del planeta
porque ellas mismas son parte del problema. Nacen de sociedades enfermas que
buscan culpables en el exterior. A mi modo de ver, las ONGD se parecen mucho
a la quimioterapia de un cáncer terminal. El cáncer sigue devorando al
organismo porque nunca se afrontaron las causas que originaron el cáncer. Esa es
la razón por la que renuncié a dedicar mi vida a la cooperación. Destiné un
tiempo precioso a combatir las consecuencias de la pobreza eludiendo las causas.
Me llevó tiempo entender que yo mismo era parte responsable de esas causas. Y
desde ese instante, mi foco de atención sostenida, como si fuera el haz de luz de
una linterna, incidió sobre mi persona.
Por eso la solución a la pobreza y la desigualdad no resulta de donar treinta
euros al mes a una ONGD para que dicho compromiso alivie temporalmente
nuestra conciencia. La pobreza es un reflejo de nuestra escasez, indiferencia,
egoísmo, desconfianza y miedo. Sanemos nuestro mundo interior, irradiemos
amor en vez de miedo y, como consecuencia, sanaremos el mundo que
contemplamos. Una afamada frase versa así:

«Si cada uno de nosotros cuidásemos nuestro árbol, el bosque estaría


precioso».

Presumo que todos buscamos soluciones fáciles y a ser posible preservando


nuestro estatus social. Pero el enfoque por el que abogo implica un cambio de
paradigma a nivel personal. Resulta ineludible correr riesgos y pagar un precio
que a muchos, seguramente, no les complacerá. Sin embargo, persigue su lógica.
Nos vivimos separados y, por esa razón, hemos creado una identidad de nosotros
mismos fundamentada en un estilo de vida en desarmonía con la naturaleza y
alejada de nuestro prójimo. Y si de verdad anhelamos un cambio, es
imprescindible cuestionar nuestros estilos de vida y regenerar las bases
identitarias. La pregunta es: ¿Estamos dispuestos a ello? No es mi intención
patrocinar soluciones mágicas, pero pienso que atesoramos la fuerza inspiradora
primigenia para reinventarnos y alterar el rumbo que inicialmente tomamos por
error. Albergo la idea de que estamos en este mundo para aprender, transmitir y
sanar a nuestro prójimo a través de nuestra propia sanación. Veamos algunas de
las acciones que podemos practicar:

Sin autoestima, el resto de consignas que adoptemos son apéndices del


vacío. El primer paso hacia la transformación es amar aquello que
contemplas en el espejo cuando te miras. De esa asunción de lo que eres
nace la energía y el compromiso para ejercer tu responsabilidad sin que
te afecten las opiniones de los demás.
Cuida tu cuerpo, mente y espíritu así como la tierra, la atmósfera y el
universo que nos acoge.
Trabaja desde la pasión de un propósito vital y para empresas que sean
parte de la solución, no del problema. No siempre es fácil.
Consume solo aquello que necesites y que provenga de una fuente ética.
Cada artículo que compramos suma o resta valor en ese mundo que
todos anhelamos.
Fomenta la interdependencia y el contacto social con significado. No
olvides que la vida es el arte del encuentro.

La lista es infinita. No siempre será perfecto, porque la teoría siempre se diluye


en la práctica, pero al menos podemos hacer que cada día sea mejor que el
anterior. Huyamos, asimismo, de la cultura de la inmediatez. Los grandes
cambios incomodan, son lentos y se sostienen desde la confianza y la paciencia.
Hace no mucho leí que una abeja obrera vive aproximadamente cuarenta días
de vida. En ese transcurso visita unas 10 000 flores para producir la miel de una
cucharada de café. Para nosotros es una cucharadita de miel. Para la abeja es el
trabajo de una vida. Quizás el cometido de toda nuestra vida sea colmar esa
cucharadita de amor y brindarla a otro ser humano. No aspiremos a más. Otra
cosa sería atribuirnos demasiada importancia.
No sé Raymon, entiendo que la solución se encuentra en cada uno de
nosotros, pero no puedo evitar pensar que es una actitud muy pasiva. ¿No es
egoísta obviar la corrupción, la injusticia y la desigualdad que asolan este
mundo?

¿Por qué crees que no te estás comprometiendo? Piénsalo. Dejar de estorbar


constituye una actitud de gran calado y responsabilidad. La corrupción, la
injusticia y la desigualdad de las que hablas son facetas de ti mismo sin resolver.
Si no fuera así, no podrías percibirlas. Lo entenderemos mejor cuando me
pronuncie sobre la ley del espejo. Cuando mitigas la proyección insana que
arrojas al mundo, el mundo es un poquito más dichoso. Cuando reconoces que
eres en parte responsable de todo lo que sucede a tu alrededor y renuncias a
cambiar al otro, ya no te resistes al transcurrir de la realidad. Aprendes a esperar
y observar como aquellos sabios de la antigua Persia. Cuando te sales de la lucha
y cultivas la aceptación, conservas tus mejores energías para transformar tu
camino.
¿Qué advierte el budismo acerca del sufrimiento? Que todo a lo que te apegas
por un lado, y todo lo que rechazas por otro, suscitará sufrimiento. La fe
irrefrenable siempre genera violencia. Las religiones son un buen ejemplo.
Cuando te resistes a una cuestión sin atender a su enseñanza, profundidad y
sentido, estarás destinado a sufrir. Por tanto, sufrir es resistirse al aprendizaje.
Rescatemos a Jung:

«Aquello a lo que te resistes, persiste. Lo que aceptas, te transforma».

Cuando luchas contra la corrupción, la injusticia o la desigualdad, además de


sufrir, te implicas en potenciar esos mismos aspectos. La energía indómita de tus
creencias pone a funcionar el SAR, y este afianza el foco en aquellos aspectos en
los que te resistes. De hecho, los expande y los atrae a tu vida como un imán.
Será entonces cuando llegarán personas, situaciones y noticias que activarán tus
energías y te prepararán para la lucha contra el inconsciente colectivo, que no
olvidemos que es un reflejo de nuestro inconsciente individual. ¿Hacia dónde
queremos dirigir nuestras energías?
Fijaos. Mi vida cambió por completo cuando esquivé la atención de los medios
de comunicación. ¿Sabéis cuáles son los principales enemigos del bienestar
según mi experiencia? El miedo, la comparación y la culpabilidad. Pues eso
mismo es lo que transmiten los medios hambrientos de beneficios. Por desgracia,
en un mundo que se rige por la dictadura del dinero, el titular se encuentra por
encima de la propia verdad. Y si lo consumes, lo creas. Si el centro de nuestra
atención obedece al miedo y la desconfianza, eso será lo que el SAR destaque en
nuestro exterior para ser percibido. Es decir, si aquello que deseamos atraer a
nuestra vida es amor, habremos elegido un camino sin salida. Ese personaje
maltratador que convierte nuestra mente en un vertedero necesita de alimento.
No se lo demos. Nadie nos puede robar la libertad de decidir dónde deseamos
poner nuestras energías. De esta manera tan elocuente lo expresó la Madre
Teresa de Calcuta:

«Nunca iré a una concentración antibelicista. Cuando hagáis una


concentración a favor de la paz, invitadme».

Cada vez que decidimos proyectar nuestra energía contra un enemigo, estamos
alimentando doblemente el poder de dicho enemigo. Puedes ser feminista y
luchar ardientemente en contra del machismo y determinadas conductas abusivas
de los hombres. ¡Perfecto! Pero tu condena y resistencia atraerá más resistencia
y más machismo, ya que no influencias, sino que impones. Quizás consigas
aprobar una ley favorable con sabor a victoria, pero no obtendrás el
convencimiento del enemigo. La única manera de combatir la oscuridad es
aportando más luz, no poniendo toda la energía en la oscuridad. Luego,
parafraseando a Mamá Andrea Atekokolli, una referencia del feminismo:
«cuando una mujer pone el foco en su luz, en su propio empoderamiento, el
hombre se corregirá solo».
Cuando vives desde el personaje anhelas luchar y cambiar el mundo, pero
cuando lo haces desde la sabiduría del observador te conformas con cuidar la
estrella desde donde brillas. Sabes que tu luz hará el resto.
Sí…, dime.

Entiendo, pero entonces, ¿cómo ayudas al que sufre desigualdad o cualquier


tipo de injusticia?

Creo que el problema radica en la manera en la que entendemos la ayuda.


Estamos educados para interferir, no para ayudar, ya que no concebimos que la
desigualdad del otro es en realidad nuestra propia desigualdad. Nuestra ceguera
impide que comprendamos que el otro es un reflejo de nosotros mismos. Porque
si no fuera así, el SAR ni siquiera lo destacaría. Te pongo un ejemplo que se
puede extrapolar a cualquier situación de la vida real.
Imagina que emprendes un proyecto humanitario en el que ningún beneficiario
solicita tu ayuda. En dicho supuesto deberías analizar cuál es la procedencia del
deseo de ayudar y los perjuicios que este auxilio podría ocasionar. Normalmente
ayudamos para mitigar nuestras heridas inconscientes, aunque no lo
reconocemos. Pensamos en nosotros, no en ellos. Nos gusta enfatizar que lo
hacemos por amor, pero en realidad subyace el miedo. Cuando ayudas a alguien
que no lo solicita, el mensaje subliminal que le envías suele coincidir con este:
«Soy superior a ti y me tengo que responsabilizar de tu incapacidad para
impulsar tu vida». En realidad, ajeno a la transgresión que cometes, penetras en
su vida para robarle su dignidad como ser humano. No alcanzas a entender que,
cuando algo se tuerce en esa ayuda y surgen problemas, el beneficiario te culpará
a ti, ya que él no te pidió auxilio. Siente, de hecho, que el proyecto es de tu
propiedad, y que la responsabilidad del fracaso recae en tu persona. Por lo que
solo al final del fatídico episodio, serás consciente de que empezaste como
salvador y terminaste como víctima frustrada.
Ahora supongamos que una pobre comunidad del sur de Senegal solicita mi
ayuda. Como consecuencia, concibo un proyecto, consigo el dinero y planifico la
construcción de una escuela, una huerta, una granja y una guardería infantil.
Antes de su consecución, los afortunados son informados de que tanto los
beneficios de la huerta como los de la granja irán destinados a la sostenibilidad
del proyecto. Es decir, transcurrido el tiempo, los beneficios deberían ser
mayores que los gastos. En cambio, transcurren los meses y percibo que la
comunidad se acomoda, no se implica en las iniciativas y las actividades
económicas planificadas no alcanzan la rentabilidad. Paulatinamente llego a ser
consciente de que el problema no es el proyecto, sino las creencias de escasez
que la comunidad y yo mismo sostenemos en nuestro inconsciente.
Estoy generalizando, pero creo que me estoy explicando. ¿Es así?
En primer lugar. ¿Por qué emprendí el proyecto? Quizás las razones
comprendan una manera de mitigar el rechazo, el abandono o se pretenda paliar
la sensación de injusticia con la que cargo. De cualquier forma, subyace la
actitud inconsciente de sostener la precariedad del auxiliado como pretexto para
darle sentido a nuestra vida. ¿Qué he conseguido? Muchos efectos adversos que
no deseaba. Imponer mis creencias sin atender a la realidad social y las creencias
de la comunidad. Adormecer la iniciativa y el espíritu de rebeldía de la
comunidad para reivindicar sus necesidades al gobierno local. Reforzar su papel
de víctima, carencia y sentido de incapacidad que ya les condenaba a una
situación de precariedad. Y para terminar, no solo les señalo como culpables,
sino que cargo con un sentimiento que combina la decepción y la frustración al
responsabilizarme de una situación que no me pertenecía.
El camino para enseñar la abundancia a los demás no pasa por dar dinero, sino
que debería transitar por mostrar nuestra riqueza interior y exterior a los que te
observan. Nuestra vibración de abundancia inspira al otro. ¿Cuántas ONGD
operan siguiendo esta filosofía? ¿Cuántos de nosotros ayudamos desde nuestro
ejemplo, en vez de imponer la ideología de nuestro personaje?

«Ayudar desde nuestro vacío emocional es garantía de conflicto».


Estos dos ejemplos que ocurren cada día en el ámbito humanitario se pueden
extrapolar perfectamente a nuestra vida real. Todos tenemos amigos y familiares
en situación desfavorable a los que ayudamos con dinero, alojamiento y mucho
sacrificio. Pero caminar por ellos, ni es amor, ni tampoco es ayuda. A veces es
arrogancia y otras, culpabilidad. La verdadera ayuda no interfiere, sino que
acompaña e inspira con la firme intención de que todo ser humano reconozca su
potencial y capacidades para salir por sí mismo de una situación adversa.

«Ayudar significa devolverle la libertad al otro, empoderarlo y


hacerlo digno».

Así que, llegados a este punto, preguntémonos: ¿Por qué interferimos? ¿Su
carencia es en realidad la nuestra? ¿Ayudamos…, o nos ayudamos? ¿Qué
sabemos nosotros de lo que necesitan otros? La mayoría de las veces la vida
aprieta, precisamente para enviarnos el mensaje de que el camino que hemos
elegido es equivocado. Por eso, aunque nos cueste aceptarlo, en muchas
ocasiones el sufrimiento es la antesala del despertar. ¿Quiénes somos nosotros
para interferir y desbaratar el proceso que está atravesando otra persona? El
secreto no es interferir, sino acompañar e inspirar.
Y si por desgracia, el otro no se siente inspirado por ti o rechaza tu ayuda
porque en ese instante vive en una vibración emocional muy baja..., por favor, no
insistas. Forma parte del proceso de sanación de la persona. Por lo general, una
persona dormida no atiende a razones que no se correspondan con las emociones
que experimenta. Tengamos claro que ninguno de nosotros somos los héroes de
los desamparados. No podemos rescatar a los otros de su alcantarilla emocional.
Cada uno debe ser consciente de la basura que lo rodea.
No me entendáis mal. No digo que no debamos ayudar, sino que seamos
conscientes desde donde lo hacemos, si la acción nace del miedo o nace del
amor. Es perfectamente compatible trabajar en uno mismo, es decir, en las
causas, al mismo tiempo que paliamos las consecuencias ayudando al prójimo.
Yo, por ejemplo, sigo apoyando proyectos sociales, pero mis inclinaciones no
surgen, o eso creo yo, desde el vacío emocional que suscitan las heridas.

Has hablado de las acciones que podemos tomar personalmente para


mitigar el reflejo de la pobreza y la desigualdad. Yo llevo años intentándolo,
pero me encuentro muy sola y al final lo abandono porque no quiero que me
vean como el bicho raro. ¿Será una cuestión de autoestima?

Cuando uno se falta el respeto a sí mismo, por lo general, significa que está
sosteniendo una creencia limitante fundamentada en etiquetas nocivas del tipo:
«No me quiero, soy incapaz, insignificante, no merezco la pena, no soy valiosa,
etc.». Cuando la persona vive presa de esa creencia, será imposible construir una
identidad saludable desde el interior, por lo que tendrá que recurrir a la
aprobación y reconocimiento exterior para aliviar su vacío. Se confirma, por
tanto, que esa persona padece baja autoestima. Y sin autoestima no se puede
crear, ya que la persona no cree en sí misma.
Es increíble de qué manera una creencia limitante puede conducirnos al engaño
y transformar la realidad que observamos. Cuando albergas una creencia
inconsciente del tipo «no soy capaz» y la evidencia empírica te demuestra que
«sí eres capaz», el relato del personaje, es decir, el boicot personal, es experto en
alterar la realidad para que coincida con la creencia nociva y así reforzar la
sensación de incapacidad.
Por ejemplo. Me siento incapaz de superar una entrevista de trabajo, pero los
hechos me demuestran que poseo habilidades y capacidades para hacerlo. Dicho
esto, ¿cuál será la estrategia de mi personaje? Descartar el éxito personal y
atribuírselo a la «buena suerte». Entonces, ¿cómo concebiré la realidad que
experimento? Pues como un lugar en el que solo podré prosperar si me
acompaña la suerte.
La mayor parte de la población mundial padece de baja autoestima. La baja
autoestima es como montar en bicicleta con las ruedas pinchadas: impide la
relajación y la mirada al frente, y siempre necesitarás de otros para que te
empujen. De ahí la importancia del autoconocimiento además de descubrir
nuestro patrón mental. Desde el creer, se desarrolla todo lo demás.
Hace años, cuando decidí transformar mi vida y abogar por una filosofía de
decrecimiento, me propuse firmemente reducir mis gastos. No obstante, tuve
serios problemas para conseguirlo, ya que desde una parte insondable de mi
inconsciente no me estaba respetando. Carecía de la pasión y el compromiso
para desarrollar mi iniciativa y trasladar mis necesidades al entorno.
Básicamente no estaba creyendo en mí. Frecuentaba determinados bares con mis
amigos sintiéndome incapaz de rechazar una consumición costosa o pagar a
partes iguales cuando yo solo pretendía abonar mi gasto particular. Me afectaban
sus juicios y amonestaciones. El escenario se repitió cuando renuncié a comprar
más ropa nueva y optar por la que me daban, aunque esta no se adaptase a la
moda del momento. Así se manifestaba la falta de compromiso conmigo mismo.
Desde un plano racional, sabía que las acciones y nuevos hábitos adoptados
contribuirían a mejorar mi vida; sin embargo, desde el plano emocional,
necesitaba la aprobación de mi grupo de pertenencia. En definitiva, y como
mencioné anteriormente, incoherencia entre el pensar (lo que quiero), el sentir
(lo que deseo) y el hacer (lo que necesito).
Todo era un problema de autoestima. Y la estima personal es como quitarte una
venda de los ojos que te impide mirarte. De pronto, irrumpe la claridad para
identificar el rumbo que debe tomar tu vida. Y si hay claridad, es complicado
que te confundan. Surgieron asperezas cuando comencé a respetarme y
establecer límites, pero todas las relaciones se fueron colocando con el tiempo.
Cuando te respetas, te respetan. Es cierto que se produce mucho desorden
cuando decides afirmarte, pero esa incómoda sensación forma parte del proceso.
Básicamente decidí que mi identidad personal debía estar por encima de la
identidad de grupo. Es esencial emanciparnos de las opiniones de los que
ignoran nuestro compromiso personal.
Es curioso. Años después son mis amigos los que me preguntan a mí. Es tu
ejemplo el que invita al cambio, ¿recordáis? Aprendí a deshacerme de lo
superfluo y a vivir con el dinero justo y necesario. Eso me permitió viajar,
experimentar, ser dueño de mi tiempo, trabajar por pasión y llevar una vida con
sentido. Después de todo, la vida ya no me arrastra, sino que soy yo el que me
impulso por la vida.

Me extraña que no hayas hablado del COVID-19 como una consecuencia.


Quizás no desees darle poder al miedo irracional que se ha creado. Me
gustaría saber qué opinas. ¿Crees que se trata de una conspiración?

Ya se le ha dado demasiada importancia a la dichosa pandemia. Personalmente,


me es indiferente si el virus lo diseñó China o EE. UU. dentro de su guerra
comercial, o proviene de un contagio de un animal a un humano. De cualquier
manera, es un reflejo de la barbarie en la que vivimos como humanidad. No deja
de ser una consecuencia macabra de nuestras creencias individuales y colectivas,
y de cómo las aplicamos a nuestra forma de habitar este planeta. ¿Qué importa
quién sea el culpable? La lluvia surge de la imaginación de millones de gotas de
agua. La solución recae en cada uno de nosotros.
Soy de los que creo que la vida no te envía nada que no necesites. ¿Y si esta
pandemia es necesaria para que muchos de nosotros despertemos a muchos
niveles? Esta calamidad ha visibilizado todo aquello que ya existía, pero que
escondíamos debajo del felpudo. Ha revelado un aspecto muy notorio del ser
humano: somos frágiles y carecemos del supuesto control que creíamos tener.
Y respecto a la conspiración. Pues quizás exista, no la niego. Aunque me
gustaría conocer con exactitud qué persona o colectivo vertebró dicha teoría
conspiratoria. ¿Qué pensaríais si os digo que gran parte de las personas que se
unen y abogan por este tipo de teorías suelen ser desconfiadas, controladoras,
envidiosas, manipuladoras y narcisistas? Para ser más exacto, los rasgos
descritos pertenecen a la herida de la traición. El diseño de una conspiración
responde a un mecanismo de control que nace de la desconfianza y persigue que
la persona que la abandera se sienta especial y evite la traición en cualquiera de
sus formas. Los caminos de la herida son inescrutables.
Quizás nuestra herida tiene la habilidad de trastocar la realidad. ¿Por qué no?
Como veis, acabo de construir mi propia teoría conspiratoria.
Además, gran parte de estas teorías se alimentan de las mismas fuentes de
información. Existen de hecho herramientas de manipulación como Facebook,
cuyo objetivo no solo te vincula con personas afines a tu pensamiento, sino que
además te muestra a través de un sofisticado algoritmo aquello que demanda tu
SAR. ¿Para qué? Para secuestrar tu atención, recopilar tus preferencias y
mantenerte el mayor tiempo posible bajo sus dominios. Todo esto, por supuesto,
con un fin lucrativo. Si alguien conoce a la perfección cómo funciona el SAR en
el ser humano, ese es Facebook, una empresa especializada en potenciar
adicciones.

vvv

Si os parece vamos cerrando este bloque.


Pelear contra la realidad es tan inútil como pelear contra el viento. A la
realidad no le preocupan nuestras preferencias. Ella avanza impulsada por todos
aquellos pensamientos y acciones que lanzamos al mundo. A veces nos envía un
mensaje y llega en forma de una tempestad que produce dolor. Pero cuando
decides recibir la tormenta con hospitalidad y aceptar el dolor, la paz llama a tu
puerta para quedarse.
Esta conferencia, como anuncié, persigue el objetivo de transformar
determinadas creencias que limitan nuestra vida y abren la puerta al sufrimiento.
Hasta ahora he procurado ofreceros un punto de vista más saludable acerca de
las heridas emocionales y la realidad, dos aspectos que traen al ser humano por
la calle de la amargura.
El siguiente bloque no es menos importante. ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es
nuestro lugar en el mundo? Penetremos en un viaje hacia el existencialismo…

10 Enseñanzas de Un curso de milagros.


5

AUTENTICIDAD
La oruga ignora que está destinada a volar

Permitidme que os lea un fragmento de mi diario de viaje por Sudamérica


durante el año 2015:
«Había planificado un recorrido por la accidentada cordillera oriental de
Bolivia desde Santa Cruz a Cochabamba conectando Samaipata-Comarapa. Una
ruta realmente exigente que minimicé en mis ensoñaciones, pero que me castigó
duramente sobre la bicicleta. Ahora sé que mi inconsciente eligió esta ruta sin mi
permiso. Designó un purgatorio de dificultad y desniveles con la misteriosa
voluntad de redimir algún mal comportamiento pasado que no alcancé a corregir.
La rueda trasera se aferraba al asfalto como disgustada por un peso inabarcable.
En cambio, aquello que más me afligía era la zozobra del corazón, un pesar que
negociaban con pesadumbre unas piernas sin brío. Una cadencia sin significado
que resucitaba en ocasiones al distinguir absorto la extraordinaria belleza de la
cordillera oriental ¡Qué hermoso es el mundo! ¡Y qué poco conscientes somos de
ello!
Era mi primer contacto con las etnias de las montañas. Se sucedían las
pequeñas moradas de labranza donde la vida es cruda y las miradas gratas.
Rostros castigados por las inclemencias del tiempo cuyas arrugas penetran bajo
la piel como cicatrices endurecidas por la injusticia. Nuestras miradas se
cruzaban esbozando una cálida sonrisa, como pretendiendo dilucidar qué
sustancia anidaba en nuestros juicios. Presumo que la mayoría de las veces la
desconfianza sometía a nuestra mente; los dos llegábamos a emitir críticas
infundadas, a pensar desde nuestro ego que teníamos razón, que estábamos en lo
cierto respecto a nuestras ideas y estilo de vida. Acomodé la reflexión de que me
encontraba ante la primera semilla que siembra la guerra entre dos personas.
¿Cómo aprender a mirar, a respetar, a comprender? Tal vez, si consiguiéramos
desvincularnos de la creencia, conquistaríamos un considerable fragmento de
sabiduría.
Los días se suceden y el cansancio se acumula. El cortisol comete sus excesos
sobre el organismo y el insomnio abre la puerta a pensamientos incómodos.
Noches de nostalgia que rememoran tiempos mejores, pero que no acallan el
clamor gélido de las sábanas. Suena el despertador y siento que el cuerpo pesa
como el plomo. No conseguí un merecido descanso; con todo, prefiero reposar
mis fatigados huesos sobre la bicicleta: la libertad y la belleza del paisaje harán
el resto.
Libertad, que ambivalente concepto. Rescato de mi memoria a Don Quijote de
la Mancha: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra
la tierra y el mar encubre; por libertad así como por la honra, se puede y debe
aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede
venir a los hombres». Me gustaría preguntarle a tan valeroso hidalgo si la
libertad puede sobrevivir sin la complicidad del corazón. Cuando he sentido la
libertad más profunda e inefable junto a ella habitaba un abrazo vacío que no
conseguía llenar.
Continúa el carrusel sinuoso de desniveles. El viento me tiende su mano, pero
súbitamente, veleidoso, cambia de parecer y me enfrenta como adversario.
Planto pies en tierra y comienzo a empujar decididamente durante kilómetros. La
rodilla derecha se resiente y evoco con pesar aquel fatídico accidente sufrido en
Marruecos. Después de cinco cirugías, esta trémula rodilla se resiste a
abandonar. No siento dolor al pedalear, pero algo me aguijonea al espolear la
bicicleta y resbalar en un firme abrupto y pedregoso. Demasiados kilos para este
viaje, si bien la tristeza se suma al sobrepeso. Las rutas planificadas en el
altiplano boliviano condicionan un equipamiento de viaje para cuatro estaciones,
lo que significa más carga en las alforjas. La ruta es exigente y no da tregua. Las
nubes se mantienen bajas y apenas puedo apreciar la belleza de la cordillera. El
esfuerzo se asemeja más a una competición de resistencia y desafío personal que
a expectativas más modestas. No tengo que demostrar nada. En ese mismo
momento, mientras me seco las lágrimas junto a una misérrima parada de
autobús, soy consciente de la equivocación. He proyectado una ruta de
envergadura sin la forma adecuada, con el corazón roto y con exceso de peso.
No es mi intención arriesgar a estas alturas de viaje. Habrá tiempo para asumir
retos, si es que acontecen».
Fin del relato…
No existe nada más peligroso para la evolución de una persona que albergar la
sensación de que tu futuro se encuentra asegurado. A veces, lo mejor que te
puede suceder para encontrar tu lugar es que te pierdas, tu mundo se desmorone
y fracases en tu relación sentimental. Te percibes solo, sin futuro y retornando a
la casilla de salida. La vida te lanza un puntapié para salvarte la vida, aunque tú
todavía no lo sabes.
Pero acompañadme antes del puntapié y el salto a Sudamérica. La relación
sentimental con Elena acariciaba los seis años. Juntos supervisamos un proyecto
humanitario en Senegal que de alguna manera terminó por desbaratar nuestra
visión sobre el trabajo de las ONGD en el tercer mundo. Después de muchos
años, mi conveniente propósito de vida se derrumbaba como un castillo de arena.
No lo encajé de manera tan dramática porque todavía quedaba el atractivo y la
estética de los viajes. Aposté por seguir en pie sujeto a la relación sentimental y
al placer de viajar en bicicleta, sin embargo, vaticinaba que no eran ingredientes
suficientes para sostener una personalidad como la mía. A pesar de ello, insistí
en seguir adelante ingenuamente. Reconozco que me embargó el espíritu Walt
Disney y llegué a pensar que el amor podría con todo. Me equivoqué. No hay
nada mejor que poner a prueba las recetas hollywoodienses y verificar que no
funcionan. Nada perdura en el tiempo si el amor no brota desde el interior, ya
que la ley de la impermanencia te arrebata todo lo demás.
Elena y yo recorrimos diez mil kilómetros en bicicleta uniendo Madrid-
Helsinki-Varsovia. Una aventura inolvidable propia de ese tipo de gestas de
altura que se tatúan en el alma. Atrapados por los 12 bajo cero del invierno
polaco, nos convencimos para volver a España, pasar la Navidad y volar
nuevamente a otro destino más cálido. A finales de enero del año 2015
aterrizábamos con nuestras bicicletas en el aeropuerto de Bangkok, Tailandia.
Ávidos por enriquecer nuestra biografía, dedicamos tiempo a bucear y recorrer el
país de las sonrisas antes de sumergirnos en los caminos polvorientos de
Camboya. Guardaba el anhelo de llegar en bicicleta a la guardería infantil que
ocho años antes marcaba el inicio de Otravidaesposible como asociación. Os
resumo que fue otro chasco más. A pesar de la mágica acogida que nos
dispensaron, y contemplar con orgullo y satisfacción los avances del proyecto
educativo, fuimos testigos de los intereses furtivos de la Iglesia católica en la
región. Mitigar la miseria suponía una iniciativa admirable, pero no era lo
importante. Donaciones millonarias procedentes de Arabia Saudí propagaban el
Islam a lo largo y ancho de Camboya diseminando decenas de ingentes
mezquitas que diezmaban la supervivencia de los proyectos católicos. Pensamos
en multiplicar el proyecto piloto de la guardería infantil por las comunidades
cercanas. Sin embargo, la Iglesia fue tajante en su respuesta. Frente a las
comunidades, el liderazgo no podía ser nuestro, sino exclusivamente de la
Iglesia. Solo precisaban de nuestro dinero, nada más. La geopolítica religiosa
había tomado la batuta de los proyectos. Y ahí estábamos nosotros. Dos
agnósticos aplastados por el tópico literario que deriva de un pasaje de Don
Quijote de la Mancha: «Con la iglesia hemos topado».
Este acontecimiento supuso un golpe de gracia para mi personalidad
perfeccionista. Injusticia y traición aliviaban su adicción. Mi foco de atención
sostenido, el SAR (sistema de activación reticular), persistía una y otra vez en
cumplir con las expectativas de las heridas sin sanar. Su radar buscaba en el
exterior aquello que celosamente custodiaba el inconsciente: imperfección,
corrupción e injusticia. Y esta experiencia, una vez más, le otorgaba la razón a
mi personaje: «El mundo es un lugar imperfecto, injusto, cruel, que necesita ser
reformado. Ni siquiera en los buenos puedes confiar. También te traicionan».
Todavía me sorprendo al saber que todo aquel autocastigo con el que rodeé mi
vida en ese momento lo había creado yo solito. No había culpables. La herida
siempre busca su ansiolítico, y en mi caso particular la culpa proveniente de la
injusticia y traición fueron su premio.
Aunque cueste creerlo, siempre existe un beneficio inconsciente derivado de
nuestras conductas. En el fondo te sientes culpable por pensar que el mundo es
injusto y que todas las personas terminarán traicionándote. Y cuando a través de
una experiencia dolorosa, la herida obtiene su recompensa y corrobora que estás
en lo cierto, te embarga un sentimiento de menos culpa. Ese alivio lo has pagado
con dolor. Y el dolor llama al dolor.
La desazón acompañaba, es cierto, pero a pesar del desasosiego, Elena y yo
continuamos exprimiendo la libertad por el extenso paraíso filipino: sur de
Manila, Mindoro, Corón, Palawan. El sueño no aguantó mucho más. Un asunto
familiar inesperado nos devolvió fugazmente a España con el ánimo y la ilusión
en fase de demolición. La coyuntura quiso desempolvar aquellos proyectos que
se guardaron en el cajón antes del viaje. Elena deseaba estabilizarse y crear un
contexto propicio para desarrollar su proyecto vital como diseñadora de
complementos. No obstante, su foco de atención se concentraba en un proyecto
aún más trascendental: aspiraba a ser madre. Cabe decir que Elena11 cargaba con
su herida de abandono sin resolver y presumo que su personaje aguardó al
momento preciso para elaborar su estrategia.
El nomadismo atrapa y seduce, pero no como proyecto de vida a medio y largo
plazo. Ese era el punto en el que discrepábamos. Durante muchos amaneceres
Elena y yo fuimos dos almas libres que surcaban el mismo cielo, de estación a
estación, de primavera a primavera, explorando territorios que nos anudaban y
despertaban nuestra curiosidad. De improviso, la inevitable impermanencia
impuso la divergencia y nuestras energías comenzaron a distanciarse y a soñar
con otros horizontes. La vida señaló un día al azar en el que intercambiamos una
mirada de carta de amor y nuestro adiós quedó en el aire como un perfume que
emana «gratitud». Los dos sabíamos la verdad. No nos pertenecíamos. Porque
amar es hacer libre a quien se ama. Es acompañar a tu amante hasta que
encuentre su estrella y la ternura os desate. Amar es volar en la distancia sin
perderse de vista.
Elena y yo ya no volamos juntos, pero surcamos en paralelo la inmensidad de
un cielo azul de color índigo. Lo más importante es que siempre encontramos un
momento para mirarnos con un brillo de amor en los ojos. Presumo que es la
alegría de advertir que el otro ha encontrado su estrella.
Considero importante que entendáis la situación anímica por la que atravesaba
además de los motivos que me llevaron a emprender una fuga hacia Sudamérica.
¿Por qué es tan relevante para mí? Porque gracias al revolcón que me asestó la
vida, a la oportunidad de flirtear con la soledad y el silencio, pude reinventarme,
derribar miedos y creencias e impulsar, más vale tarde que nunca, mi vocación y
talentos. De alguna manera, nació la autenticidad que habitaba latente en mí.
Este viaje se merece una charla extendida, o tal vez un libro. No obstante, no
es el motivo que nos ha traído aquí hoy. Fueron ocho mil quinientos kilómetros
inolvidables en un espacio de nueve meses. Comencé en Bolivia y recorrí la
cordillera de los Andes hasta Tierra de Fuego. Desde allí hice autostop en
camiones de carga hasta Buenos Aires. Navegué el río de la Plata para costear
Uruguay, el sur de Brasil y me introduje en Misiones, Argentina, para concluir
en Asunción, Paraguay. Asimismo, y aunque alejado del compromiso solidario,
también hubo tiempo de visitar orfanatos en Bolivia y algún que otro proyecto
indígena en Paraguay.
¿Hay cicloviajeros entre el público?... ¿Sí? De verdad, no os podéis perder esta
aventura. De la cordillera oriental boliviana me adentré en Chile por el volcán
Sajama. Me esperaban mil kilómetros en soledad de piedras y arena a más de
cuatro mil metros de altura a lo largo de la Reserva Natural las Vicuñas, el salar
de Coipasa, el salar de Uyuni y la Reserva Nacional Eduardo Avaroa. Después
de franquear Paso Sico, serpenteé la frontera andina entre los siete lagos chilenos
y argentinos. Le siguieron el Parque Nacional de los Alerces, la emblemática
Carretera Austral, el Chaltén y el exuberante Parque Nacional de Torres del
Paine. Y para terminar, qué mejor broche que pedalear en Amazonas y alcanzar
las Cataratas de Iguazú. ¡Una locura de viaje!
A partir de Siete Lagos, en Argentina, la carretera se llenó de ciclistas venidos
de todos los rincones del mundo. Era verano y las acampadas en grupo, las
hogueras, la música y el vino barato se convirtieron en una constante para
despedir el día. Recuerdo que alrededor del fuego una filosofía de altura
brindaba al compás de la lucidez que suscita el alcohol. Me resultó curioso
advertir que todos los viajeros coincidiéramos en los mismos aspectos. ¿Por qué
trabajábamos por dinero? ¿No existía una alternativa saludable que evitase la
pérdida de dignidad en el intercambio? ¿Cuál era el secreto para ganarse la vida
trabajando desde la vocación y el talento?
La embriaguez nunca miente. Me pareció triste que todos los allí reunidos
habíamos accedido al soborno de la economía, elegido una jaula, y vendido
tiempo de nuestras vidas para juntar dinero y realizar aquel viaje. La gran
mayoría, de hecho, habíamos pagado un altísimo precio por vivir aquella
aventura, algo así como perder una parte irreparable de nosotros en profesiones
que extirpaban nuestra dignidad. ¿Por qué debíamos vivir como mercenarios al
50 %? ¿Por qué sufrir una profesión impuesta para poder ser libres? ¿No existía
una manera de vivir apasionadamente al 100 %? Estas conversaciones sirvieron
como punto de inflexión para conducir todas mis energías hacia un solo objetivo.
¿Cómo puedo construir una vida sin vender mi tiempo y mi vida? ¿Qué me
gustaría hacer si no tuviese que preocuparme por el dinero? Me apasionaba
viajar, el desarrollo humano, comunicar y escribir. Pero ¿no era una locura
prescindir de mi currículo y experiencia como informático? «¿Escritor? ¡A
dónde vas!», solía decirme con desdén. Se me erizaba el vello solo de pensarlo.
Las creencias estaban ahí, ejerciendo su presión: «No has estudiado para ello…,
¿quién va a querer leerte?, ¿qué puedes aportar?, demasiada gente hablando de lo
mismo…, más vale pájaro en mano que…, ¡olvídalo!…». Ya sabéis, los típicos
desánimos del autoboicot.
El viaje continuó, pero la semilla emocional ya se había sembrado. Era turno
del sabueso SAR. El radar se puso en marcha y un mes después llegaron a mis
manos La libertad primera y última de Krishnamurti, Libertad: La valentía de
ser tú mismo de Osho y Miedo a la libertad de Erich Fromm. ¿Se puede
considerar una casualidad que las tres lecturas contengan una de las palabras que
anhela fervientemente mi patrón mental? Aquellas tres joyas del desarrollo
personal, junto con una soledad elegida, sirvieron de acicate para cuestionar
varias de mis creencias. Después de mucho postergar, la pregunta que Morfeo
formuló a Neo brotó en mis pensamientos: «¿Pastilla roja o pastilla azul?»
La roja, por supuesto. Así que…, entremos y analicemos las creencias de
Matrix.
A excepción de unos pocos afortunados, la mayoría de los individuos no
albergan coherencia en sus vidas. Pocos reconocen que se perciben deshonestos
entre aquello que piensan, sienten, dicen y hacen. Y si seguimos profundizando
en la falta de autenticidad, nos daremos cuenta que, en definitiva, nos percibimos
endeudados, sin libertad, con miedo y realizando actividades profesionales que
nada tienen que ver con nuestra vocación, talentos y sueños. Extendiendo una de
las ideas de Erich Fromm: el mayor conflicto que sostiene el ser humano no
reside en la incapacidad de este para alcanzar sus metas personales, sino en la
desavenencia que existe entre aquello que el individuo anhela ser, lo que dicta su
inteligencia instintiva y esencia, y las expectativas que el entorno social y la
maquinaria económica esperan de él. Lo que explica que la incoherencia que
oprime al individuo recae en el conflicto que se da entre su «llamado a ser» y el
producto socioeconómico en el que se ha convertido.
¿Habita la autenticidad en nosotros? ¿Se puede ser auténtico cuando
trabajamos por dinero y no por pasión? Si la paz abre el grifo por donde brota la
felicidad, ¿alguien piensa que puede reinar la paz en nuestros corazones cuando
vendemos nuestra esencia por un puñado de dólares? La culpabilidad y la
resignación suelen triunfar cuando el objetivo es el dinero en vez del disfrute que
nace de un proceso creador.
Vivimos subyugados a la falsa creencia de que no podemos trabajar y ganarnos
el porvenir con aquello que nos apasiona. Y, en verdad, es lógico que acojamos
dicha idea sin cuestionamientos. Hemos sido educados a merced de los
tentáculos de un sistema educativo que no está al servicio de la felicidad del
individuo, sino todo lo contrario: sirve a una economía de mercado que se
empeña en preservar sus privilegios. Nuestro obsoleto adoctrinamiento
educativo apenas ha cambiado en doscientos cincuenta años. Digamos que este
se concibió en plena Revolución Industrial para ofrecer una respuesta a las
necesidades productivas de la época; aunque si somos honestos, caeremos en la
cuenta de que este arcaico paradigma ya no responde a las necesidades
emocionales y espirituales que demanda la humanidad del siglo XXI. Por
desgracia, nuestros hijos siguen siendo dirigidos y adiestrados por rango de edad
y empujados a una educación por lotes que mutila cualquier tipo de creatividad y
espíritu crítico. El sistema guarda un parecido incomprensiblemente similar a las
antiguas fábricas donde las sirenas marcaban los tiempos cada cincuenta minutos
con la finalidad de adiestrar a los trabajadores. ¿Cuál es la razón de que la gran
mayoría de las estructuras sociales hayan evolucionado en el mundo excepto el
sistema educativo?
Es triste reparar en el hecho de que la mayoría de los docentes aceptan la
institucionalización y son víctimas de esta creencia. En la actualidad, a
excepción de la incipiente educación libre y otras ramas derivadas, no existe
ninguna entidad dentro del sistema educativo que dedique el tiempo suficiente a
averiguar la vocación y talentos de los menores, por eso nos educan para ser
mercenarios obedientes al servicio del éxito social. Parece ser más importante
descubrir el «sentido de privilegios», que el sentido de la vida. Supone de más
utilidad para el sistema que aprendas el camino, a que aprendas a caminar. Por lo
tanto, no debería sorprender a nadie que terminemos trabajando para el mejor
postor y desempeñando profesiones tan alejadas de nuestra autenticidad. Y ¿no
es la autenticidad el manantial desde donde emanan la paz y el sentido por vivir?
El sistema educativo nos expulsa al mundo con una mochila colmada de
conocimientos inútiles e inconexos. Adoctrina en vez de orientar y construir
confianza. Nuestros títulos universitarios no certifican que somos seres únicos,
irrepetibles y felices con capacidades para pensar. Solo nos acreditan como
mercenarios y mano de obra barata y cualificada dispuesta a ocupar las
profesiones que inventa y son rentables para la economía de mercado. Nadie nos
enseñó el arte del buen vivir, de la felicidad o el tránsito hacia la muerte. Y hasta
que la educación no supervise disciplinas como la gestión del miedo, el
desapego, el perdón, la gratitud, la adversidad, el fracaso, la inteligencia social o
las heridas emocionales, seremos lanzados a un mundo enfermizo como
analfabetos emocionales y espirituales. Hasta el sexo, un ritual tan maravilloso y
energético, es aprendido como un tabú que tenemos que descubrir torpemente y
a escondidas a través de la pornografía. Y entrados en materia… ¿Por qué no
interesa una formación financiera para las clases trabajadoras? ¿A qué se debe
tanta incultura respecto al dinero? Sospecho que este conocimiento, aparte de
suponer una amenaza para el sistema, iría en detrimento de la maquinaria que
impulsa todo: el consumo. Pienso que bajo esta desconexión con nosotros
mismos resulta casi un milagro aspirar a una pizca de felicidad.
La escuela aniquila las mejores cualidades del ser humano. Merma, entre otras,
su confianza, autoestima, inteligencia y creatividad. Y no lo afirmo yo, sino que
lo asevera el Dr. Ken Robinson, uno de los mayores expertos en disciplinas
relacionadas con la creatividad. Os comparto un dato muy interesante. Estudios
en neurociencia de la creatividad demostraron que el 98 % de los niños de cinco
años revelan elevados índices de creatividad. Sin embargo, cuando estos niños
alcanzan la edad adulta y son sometidos a los mismos ensayos, los resultados
sorprenden, ya que solo el 2 % de ellos preserva su creatividad. Lo que confirma
que llegar a la edad adulta no constituye de por sí una buena noticia. Le pese a
quien le pese, la escuela nos roba lo mejor que existe en nosotros, y, a pesar de
ello, seguimos poniendo en sus manos la esencia de nuestros hijos. Dicho esto,
no debería sorprendernos entonces que el 85 % de los seres humanos se levanten
cada mañana sin saber por qué y para qué viven.
Otra dimensión importante donde se consolida la creencia de que la vida es
sacrificio, y no podemos trabajar de aquello que nos apasiona, es en la familia. A
decir verdad, los padres deberían ser líderes para sus hijos, personas que de una
forma u otra encarnen a verdaderos maestros del ser. No puede haber niños
realizados sin padres realizados. En cambio, estamos educados por progenitores
en su mayor parte heridos y frustrados. Padres y madres sometidos a un
adiestramiento que en el pasado no perseguía la felicidad, sino encajar sin roces
en un paradigma social en el que se valoraba el culto al trabajo y a la familia. No
les culpo, las circunstancias eran otras. Les tocó vivir esa construcción social
fundamentada en la escasez en la que te desgastas durante cuarenta y cinco años
en una profesión o un hogar en los que es imposible realizarte. Y cuando careces
de habilidades emocionales… ¿Qué puedes aportar a tus hijos si tu vocación,
aspiraciones y sueños quedaron pisoteados por el camino? Pocas cosas, aparte de
volcar en ellos todas tus frustraciones, miedos y heridas emocionales. Así se
perpetúan las creencias.
Nacemos desnudos, indefensos y sin criterio. Solo nos impulsa una cosa:
absorber amor. Y haremos cualquier cosa por obtenerlo. Muchos progenitores
optan por educar a sus descendientes a través del sacrificio y el esfuerzo, pero
olvidan el componente pasional. Ignoran que el deber sin entusiasmo y
curiosidad solo engendra individuos perturbados. Aun así, el menor no puede
discernirlo. Porque como expresa Alex Rovira, si tus padres te dicen: «Si
cumples mis expectativas, te quiero»…, tú las cumples, ya que lo único que
deseas es que tu padre o tu madre te brinden amor. Y de esta forma tan elemental
se establece una de las creencias que más sufrimiento causan a la humanidad.
Que lo importante no es ser, sino encajar. No importan tus sueños, sino que seas
aceptado por la masa social.
Esta frase de Steve Jobs lo resume a la perfección:
«Si tú no trabajas por tus sueños, alguien te contratará para que
trabajes por los suyos».

Veamos algunos aspectos importantes.

Expresar el talento es una necesidad psicológica

¿Cuál es la forma de expresión que hace brotar tu alegría? Cuando una persona
desconoce «su porqué», además del lugar que ocupa en este mundo, será
tremendamente difícil que encuentre paz en su interior, e inevitablemente le
embargará una sensación de vacío y de pérdida. Mirad a vuestro alrededor. Todo
cumple una posición y una función en el universo. Todo conserva una energía
que se transforma y se transmite. Bajo esta premisa, vibro con la idea de que
todo ser humano ha nacido con una disposición natural para dar. Por lo que la
única finalidad de la vida es encontrar una forma de materializar ese dar a través
de una profesión, una actividad o una conducta. Es decir, aprender a vivir es
aprender a darnos.

Considerar las revelaciones de la neurociencia respecto a vivir con vocación


y talento

Cuando las acciones del ser humano entran en sintonía con nuestro propósito de
vida, nace la pasión en el cerebro, los recorridos neuronales se alteran y la
amígdala se activa enviando riego sanguíneo a los lóbulos frontales, donde
reside la inteligencia, la creatividad y la imaginación. Cuando se fija una idea o
un propósito en el lóbulo central, el cerebro segrega una de las hormonas de la
felicidad, la serotonina, y la mente pierde la noción del tiempo y el espacio.
¿Cuántos de nosotros hemos sentido cómo el tiempo se desvanece al realizar una
actividad que nos apasiona?
¿Y qué me decís del sabueso SAR? Es obvio que filtrará cualquier aspecto del
exterior que se encuentre relacionado con nuestro propósito de vida, facilitando
escenarios y situaciones para desarrollar nuestros talentos. Examinad. A mí me
apasiona el desarrollo personal, y la verdad es que allí donde miro siempre
encuentro un mensaje que me enseña algo nuevo. ¡Es increíble!
De modo que, si tienes una vocación que se encuentra en sintonía con tu
corazón y tus habilidades…, no existen límites para tu cerebro.

Mitigar el miedo a la muerte

Aparentemente, el ser humano es el único animal que tiene consciencia de que


va a morir. Y durante esa espera, por lo general, vivimos en un estado de
ansiedad y pulsión de muerte. De ahí precisamente nace el sentido religioso. En
consecuencia, cuando vivimos con pasión introduciendo un propósito de vida en
dicha espera, irremediablemente notaremos un considerable alivio en lo que a la
ansiedad y la muerte se refiere. He observado que las personas que más miedo
tienen a morir son aquellas que no cumplieron sus sueños, no se realizaron y no
dedicaron su vida a servir a los demás. Y lo digo por experiencia. Cuando sueltas
el miedo a morir, es cuando realmente te liberas y sientes la libertad.

Encontrar el propósito de vida promueve la ilusión y la actitud proactiva

La experiencia revela que cuando vives apasionadamente y conectado con tu


porqué, conviertes cualquier problema en un desafío que se puede solucionar de
una manera incluso divertida. Eso lo aprendí trabajando con personas
necesitadas en proyectos humanitarios. Individuos que a pesar de padecer
severas dificultades y desenvolverse en un entorno hostil, lograban superarse
cada día sin perder la sonrisa de la cara.
Por el contrario, las personas que no han encontrado su lugar en el mundo
suelen adoptar la pasividad y dedicar sus mejores energías a encontrar problemas
donde no los hay. Sobreviven, por lo general, en una cultura de la queja y el
dramatismo. Esta conducta es el pan nuestro de cada día en empresas y pequeños
negocios. Individuos desconectados, desanimados y apáticos que se prostituyen
por dinero y que el mismo malestar que experimentan íntimamente es el que
perciben a su alrededor. No falla. Las excusas y el desánimo siempre toman
fuerza en individuos carentes de propósito de vida.
La ineptitud y la responsabilidad moral se suelen apreciar en individuos
desilusionados y desconectados de su propósito de vida. En cambio, el liderazgo
y la excelencia obedecen a actitudes proactivas e ilusionantes. He tenido la
oportunidad de advertir estos rasgos en las oficinas de turismo de muchas partes
del mundo. He encontrado personas incompetentes que me exhortaron a tomar
un folleto del mostrador sin tan siquiera mirarme a los ojos. Otros, empujados
por un arrebato de moralidad, me dedicaron un exiguo minuto de su tiempo para
trazar la ruta recomendada sobre un mapa, pero sin emocionalidad, empatía y
conexión. Por suerte, el camino también te junta con personas que abanderan su
ilusión y ganas por mejorar todo aquello que pasa por sus manos. Personas que
te preguntan cuáles son tus gustos y, en función de estos, te invitan a realizar
varios planes. A una de estas almas apasionadas la conocí en Lisboa. Aquello
que iba a ser un tránsito fugaz por la ciudad de la luz, se convirtió en la visita a
un asombroso museo, una cena a base de pescado fresco en una tasca local, un
conmovedor concierto de fados y una agradable y maravillosa estancia en un
hostal familiar. Hay personas que iluminan tu caminar. La conexión con tu
propósito de vida te conduce al liderazgo y la excelencia y estos, a pintar de
color los desconchones de este mundo.
La sociedad más saludable, entonces, es aquella que pone la educación al
servicio de la felicidad y no al servicio de la economía. Es aquella que inspira y
educa a sus conciudadanos para que encuentren su proyecto vital y lideren desde
sus pasiones. Porque el liderazgo guarda relación con servir, no con mandar. Lo
mejor que podemos hacer por este mundo, por la gente que nos rodea, es hacer
aquello que más plenitud nos reporte. Recordad: es nuestro florecer el que
infunde valor en los demás.
Cuando ocupas tu espacio y averiguas a lo que has venido, cesa la
comparación y ya no te preocupas por lo que hacen los demás. Un águila no
quiere vivirse desde la naturaleza de una cebra. Cuando encuentras tu porqué y
te sientes pleno, deseas que los demás vibren desde la misma nota musical. De
veras, una persona conectada no tiene tiempo para tragedias, ya que su foco de
atención se encuentra en sostener el rumbo que ha elegido.

Malograr el propósito de vida abre la puerta al abismo, el malestar y las


adicciones

Nuestra infelicidad no le sirve al mundo. Cuando un individuo no se encuentra


conectado con su propósito ni acepta su desafío de vida, se percibirá perdido. Y
el foco de atención y las energías inevitablemente se conducirán al exterior en
forma de envidia y comparación. Al carecer de referencias, se convertirá en un
imitador que busca y copia en el otro aquello que no encuentra dentro de sí
mismo. Pensadlo. Es imposible que una persona pueda ser ética sin satisfacción
personal, pues no hay individuo más peligroso que aquel que se encuentra vacío
de sentido, porque hará cualquier cosa por obtenerlo.

«Cuando te sientes deshonesto, tienes que mentirte y mentir a los


demás».

La falta de autenticidad, desafortunadamente, siempre acoge odio y


culpabilidad inconsciente, ya que ejecutas una acción que en realidad no deseas
hacer. Empezamos a negarnos a nosotros mismos, a morir poco a poco de
angustia y frustración. ¿Y qué sucede cuando nos odiamos? Por desgracia, lo
proyectamos en los demás y en el mundo. Tu malestar lo acogerá tu pareja, tu
hija, tu madre. Cualquiera será un buen blanco para desahogarte. Percibiremos
como un enemigo al que gira en una órbita distinta a la nuestra. Pese a todo,
ocurre algo todavía más nocivo. Y es que al renunciar a nuestro verdadero sentir,
la adicción merodea por nuestra mente y se cuela muy fácilmente a través de
nuestras heridas. A la adicción le encantan nuestros conflictos internos, ya que es
la forma que utiliza para conducirnos a las drogas, el exceso de comida basura,
de sexo, el consumo desaforado, el culto al cuerpo, las apuestas, las redes
sociales, los psicofármacos, etc. No olvidemos que las adicciones llenan
espacios vacíos que no deseamos ver y guardan una estrecha relación con dos
factores: la falta de proyecto vital de la persona y las heridas emocionales.

«Una vida sin propósito es una vida obsesionada por satisfacer los
sentidos y obtener microdosis de dopamina, la hormona del placer».

Notad si el sufrimiento y el malestar son inherentes a la sociedad actual que


recurrimos a ellos casi obsesivamente para abordar temas de conversación y
compartir nuestros tiempos de asueto. Hemos convertido el sufrimiento en un
espectáculo. En realidad a nadie le sorprende, ya que hemos normalizado que
somos una sociedad de adictos. La pirámide social es muy consciente de que
cuando trabajas por dinero y no por pasión, indudablemente vas a necesitar una
evasión que narcotice tu falta de realización y vacío espiritual. De ahí que se
tolere el tráfico de adicciones, y que se acepte sin cuestionamientos que el
sistema sanitario trate los síntomas y no las causas de nuestras dolencias
adictivas. A nadie le importa de dónde procede tu ansiedad. Te recetan un
ansiolítico y hasta otra.
Pregunta. ¿Alguien piensa que serían necesarios tantas medicinas, centros
sanitarios y hospitales si cada uno de nosotros fuese consciente de sus heridas
emocionales así como de su propósito de vida? Tan solo pensadlo.

El miedo

He analizado algunos aspectos lógicos acerca de la importancia de expresar


nuestra autenticidad, pero también soy consciente de la parálisis que suscita el
miedo que se arraiga en nuestro inconsciente individual y colectivo. La lógica
pertenece al campo intelectual, pero el miedo es emocional. Sin embargo, y
reitero, no conquistaremos la autenticidad por aquello que sabemos en un plano
consciente, sino por las creencias que nos gobiernan desde un plano emocional
inconsciente. Y el ser humano, a pesar de la incidencia de los medios de
comunicación influidos mayormente por la filosofía racionalista de René
Descartes, no se conduce por la razón, sino por las emociones. El Homo sapiens
en realidad es un Homo emocionalis.
Si fuésemos conducidos por la razón no tiraríamos la comida..., no
esquilmaríamos los mares o deforestaríamos los bosques. En una sociedad
racional no existiría la pobreza y la desigualdad. Saldríamos a la calle para
reivindicar nuestra felicidad y no para celebrar la victoria en un mundial de
fútbol o llorar la muerte de Maradona. Trabajaríamos por pasión en vez de por
dinero. ¿Es racional que las sociedades occidentales persigan obsesivamente el
crecimiento ilimitado cuando vivimos en un planeta de recursos finitos? La
razón sucumbe frente a la creencia emocional de muchos. Somos seres
emocionales y la energía que subyace tras nuestras conductas se confecciona de
miedo, egoísmo, comparación, inseguridad, incertidumbre, desconfianza, etc.
Por eso, la racional y teórica ideología comunista no termina de funcionar en
ninguna sociedad. Las teorías siempre son un enigma cuando se aderezan de
emociones. Entonces, ¿somos seres emocionales o racionales? Hemos
conquistado el espacio pero aún no sabemos nada de nuestro universo interior.
Yo también me sentía asustado y desmoralizado poco antes de mudar de piel y
empezar una nueva vida a principios de 2006. El miedo es una emoción esencial
e indivisible que contribuye a la supervivencia del ser humano. El problema
radica en el grado de peligrosidad que nuestras creencias asignan a esta emoción.
El miedo a morir se puede convertir en pánico a morir, pero la gestión de la
emoción y nuestras conductas son completamente distintas.
Por desgracia, subsistimos extraviados en una sociedad que vive de espaldas a
la enfermedad y la muerte y que está obsesionada con amplificar la sensación de
inseguridad y miedo. Y detrás de esos dos factores se halla la clave del
consumismo y, por ende, de la acumulación y la riqueza. La arraigada creencia
de que la felicidad se encuentra fuera ha conducido a una parte de la humanidad
a crear un sistema que se fundamenta en el control y la búsqueda absoluta de
seguridad. Esa es la razón por la que se inocula miedo a través de los medios de
comunicación. El miedo y su derivado, la desconfianza, son los ingredientes
cardinales para que el mecanismo social y el «sistema de personajes» siga
funcionando. ¿Por qué? Porque el miedo se regala, es gratis, pero la seguridad
nos la cobran muy cara.
Cuando vivimos desde el miedo o en modo supervivencia, el «personaje»
necesita instalarse en un territorio seguro para afianzar su identidad. Inventa
peligros para justificar las decisiones que tomó por miedo. La consecuencia
deriva en estatus y acumulación. Y cuando acumulas, necesitas poseer espacios
para guardar lo acumulado. Si bien, el espacio para almacenar bienes materiales
cuesta dinero, circunstancia que propicia que vendamos nuestro tiempo o nos
endeudemos. El endeudamiento, por otro lado, genera parálisis, estatismo e
inercia. Dejamos de poner el foco en el «ser» para situarnos en el «tener».
Olvidamos la autenticidad, las reivindicaciones y los sueños propios que sitúan
al ser humano en el mismo centro de la vida para participar en un movimiento
anestesiado diseñado para solventar las deudas que proporcionan seguridad y
reputación. Es lo que yo llamo «reingeniería de la esclavitud». Hemos creado un
sistema que ya no necesita esclavizar, sino difundir creencias que consolidan el
síndrome del esclavo adaptado y orgulloso de serlo. No solo no cuestionamos
nuestra esclavitud o «trampa del personaje» sino que solicitamos los grilletes a
Papá Estado. Vivimos en jaulas cuyas puertas permanecen abiertas.
Hoy en día el «personaje» se enorgullece de representar a una fábrica que
consume todo su tiempo en obtener dinero, adquirir bienes materiales y
anestesiarse a través de un entretenimiento estéril. Se refugia en todas las
distracciones que impulsa la sociedad capitalista para evitar la indagación
interior. Tenemos pavor a pararnos y darnos cuenta de las mentiras que
soportamos a diario. A fin de cuentas, la falta de responsabilidad hacia nosotros
mismos nos eleva a un plano victimista que nos conduce a justificar nuestra
resignación y responsabilizar al mundo de nuestra incapacidad e impaciencia
para transformarnos. Persigue su lógica. Al personaje no le interesa tu felicidad,
sino que se preocupa por tu supervivencia.
Como mencioné al principio de la conferencia, recuerdo perfectamente el día a
principios del año 2006 en el que conseguí una cierta «conciencia de
enfermedad». Y reconocer tu enfermedad es el primer paso hacia la sanación.
Como ciudadano del sillón, las pantallas y la comida basura además de
analfabeto «emocio-espiritual» llegué a la conclusión de que el miedo gobernaba
mis estados de infelicidad. Por lo que decidí convertirme en un estudioso del
miedo con la voluntad de construir una nueva vida en vez de una conveniente
evasión. Las preguntas atoraban mi cabeza:
¿De qué forma se pueden manipular tan fácilmente a millones de personas
inteligentes? ¿Por qué la publicidad y las arengas políticas tienen tanta influencia
sobre nosotros? De esa manera llegué a la teoría de los tres cerebros de Paul
MacLean, ya he hablado de él. MacLean planteaba una novedosa manera de
reagrupar nuestro cerebro en tres bloques o secciones conocidas como cerebro
reptiliano o instintivo, cerebro límbico o emocional y cerebro racional o
neocórtex. Aunque las nuevas técnicas de neuroimagen confirman que nuestro
cerebro no se agrupa como si se tratara de un puzle, el modelo triuno
consolidado por tres dominios que funcionan de manera autónoma nos ayuda a
comprender cómo se comporta el ser humano. MacLean reiteraba la soberanía
que el cerebro reptiliano y límbico ejercen sobre el cerebro racional.
Básicamente, porque los dos primeros, más antiguos y primitivos, regulan
nuestras funciones vitales, así como las conductas instintivas relacionadas con la
supervivencia y la reproducción. Esa es la razón de que la política, la publicidad
y los medios de comunicación recurran a los miedos más arraigados y
ancestrales alojados en nuestro cerebro primitivo reptiliano-límbico para
manipular nuestras decisiones: miedo a la muerte, a permanecer solos y a sufrir
el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia del grupo.
Notad como una y otra vez aparecen las cinco heridas. La racionalidad o la
inteligencia están supeditadas a nuestros instintos primarios. La lógica racional
tan solo es el traje de nuestra anatomía emocional.
Somos marionetas del mercado y cuando este recurre al miedo, al incremento
de placer y a los favores del confort, es capaz de vendernos cualquier cosa. Así
se nos controla. La verdad o los valores quedan ensombrecidos por banales
bienes de consumo o simples distracciones. La cúspide de la pirámide sabe que
la hiperinformación promueve la pasividad. Qué importa que la ciudadanía tenga
acceso a un ingente conocimiento a través de libros, documentales, Internet, si
nadie desea leer o tomarse un tiempo para instruirse. Tenemos distracciones más
importantes que consumir.
¿Por qué el tejido político, económico y empresarial ostenta un conocimiento
superlativo respecto a la neurociencia y el neuromarketing del que carece la
ciudadanía? ¿Se puede consentir que el Estado aun sabiendo cómo toma las
decisiones nuestro inconsciente no se encargue de impartir una educación
psicoemocional en escuelas y universidades? ¿Por qué permite que las empresas
utilicen técnicas avanzadas de manipulación para vendernos sus productos? ¿Es
democrático que con nuestros impuestos los poderes fácticos de nuestras
sociedades se beneficien de un conocimiento transcendental del que carece la
población común? ¿Es posible evolucionar saludablemente como individuo en
un entorno gobernado por el miedo?
Nos jactamos de pertenecer a la civilización más educada y con más recursos
de la historia, aunque seguimos desnudos frente a la sociedad que nosotros
mismos hemos construido. Fijaos que en ningún momento he señalado a ninguna
mano malvada que mueva los hilos de todo este entramado neurótico. No existen
malvados ni culpables, sino proyecciones. Desde mi punto de vista, el Estado
representa un «súper-personaje» con vida propia que refleja el compendio de
cada uno de nuestros «personajes». El paternalismo de Papá Estado controla,
manipula, restringe, castiga, culpa, etc., al igual que el tormento que ejerce
nuestro «personaje» sobre cada uno de nosotros. Lo que es adentro es afuera.
¿No es verdad que la actividad de nuestro personaje, a pesar de haberlo creado
nosotros, queda fuera de nuestro alcance? Lo mismo sucede con el Estado; ha
perdido el control de su propio funcionamiento. Todo emerge del miedo. Y el
miedo crea irremediablemente más miedo.
«A nuestro personaje le interesa mantenernos dormidos, al igual que
al súper-personaje del Estado le interesa que sigamos ignorantes».

Somos una sociedad dependiente e infantilizada porque cedimos nuestra


responsabilidad y soberanía a un Estado protector. Un Estado que refleja nuestra
inmundicia y articula mecanismos de control para colarse en nuestras mentes
hipnotizadas recurriendo a técnicas eficientes de manipulación neurolingüística.
Cuando ignoramos que el ser humano sobrevive permanentemente secuestrado
por el miedo, desconociendo su funcionamiento y la manera en la que se
propaga, se hace imposible convocar nuestros talentos y manifestar nuestra
autenticidad. La neurociencia es cristalina en este sentido. Cuando una persona
se encuentra bloqueada emocionalmente debido al miedo, el pánico o la
inseguridad, la amígdala renuncia a irrigar las partes frontales del cerebro que
resultan esenciales para estimular la inteligencia, la creatividad, la motivación, la
autoestima y la actitud proactiva.
Dicho esto y para concluir esta sección, me gustaría enfatizar en el hecho de
que un libro, curso o conferencia que trate acerca de la gestión del miedo
quedará incompleto si obviamos la manera en la que vive el miedo cada uno de
los eneatipos del eneagrama, ya que los miedos también se pueden clasificar.

De una forma u otra, todas estas reflexiones me acompañaron durante el viaje


por Sudamérica. Lo interesante de este periplo fue comprobar como la confianza
y la autoestima volvían a aflorar en mí revelando un nuevo camino de aventura y
novedad. Había nacido la pasión en la mente y, cuando esto ocurre, el SAR se
ilumina. Naturalmente, también sentía miedo, no os voy a engañar. En cambio, y
como expresó un gran sabio:

«Si tu propósito de vida no te causa miedo, es que no se encuentra a


la altura de lo que verdaderamente necesitas. No esperéis sentir paz y
seguridad para lanzaros a ese proyecto que tanto anheláis. No
funciona así. La incomodidad es un ingrediente necesario».
Al regresar a España todos mis sentidos apuntaban a un solo lugar:
reinventarme, empezar a escribir y convocar todos mis talentos. Un año después
publiqué mi primer libro.

Enumeraré las conclusiones de este bloque:

Debemos aprender que cuando la vida te pone patas arriba, puede ser
la mejor oportunidad para reinventarte y encontrar tu lugar en el
mundo. La adversidad te empuja a salir de la cueva en busca de
alimento.
A veces nos atamos a una relación sentimental como si esta fuese un
salvavidas, pero la ley de la impermanencia te arrebata todo excepto tu
amor interior. Merece la pena dedicar tiempo a cultivarlo.
Trabajamos por dinero y no por pasión debido a una creencia limitante
que se gesta en la familia y el sistema educativo. Vivimos ajenos al
«sentido» porque la sociedad ha normalizado esta barbarie. Preferimos
la incoherencia y la guerra interior a la desaprobación de nuestra tribu
emocional.
El sistema educativo no se encuentra al servicio de nuestra felicidad,
sino que nos castra como individuos. Necesitamos responsabilizarnos
de nuestra propia educación emocional y espiritual.
Todo ser humano obedece a la necesidad inherente de dar una
expresión genuina a su existencia. Unos lo harán a través del arte, una
profesión, una actividad o una conducta.
La falta de proyecto vital conduce a perjuicios evidentes para uno
mismo y para la sociedad. En nuestro bienestar se encuentra el de
todos.
Por mucho que la narrativa actual insista en etiquetarnos como seres
humanos racionales, nuestras conductas responden a la supremacía del
inconsciente instintivo y emocional. El miedo ejerce de carcelero de la
autenticidad que habita en nosotros.

Pasemos a las preguntas.

¿Podrías hablar de la diferencia entre vocación y talento, y cómo se


construyen?

Para contestar a esta pregunta me inspiraré en la visión de Patricia Cabrera


Zagal, una orientadora vocacional con la que simpatizo. Todos albergamos una
vocación o «fuerza inspiradora» por el hecho de desarrollarnos como seres
humanos. La pregunta correcta que define la vocación es:

¿Qué es lo que quiero hacer en la vida?

Por ejemplo, mi respuesta a esa pregunta sería «contribuir al desarrollo y la


felicidad de la humanidad». Por lo que esa sería mi vocación. Notad que la
vocación guarda relación con el desarrollo de todos. El anhelo o el sueño, por el
contrario, tiene que ver con mi propio desarrollo. ¿Se entiende la diferencia? No
es lo mismo generar abundancia para mí solo que crear abundancia para todos.
No es lo mismo crear desde el «ser» que desde el «personaje».
Si recordáis, cuando mencioné los valores que construyen mi personalidad en
el eneagrama, entre ellos se encuentra el desarrollo ético, moral y espiritual
además del servicio a la comunidad. Reconocer tus valores es extremadamente
importante para definir tu vocación y descubrir esa energía desbordante a la que
llamamos pasión.
La vocación normalmente es una sola, sin embargo, talentos podríamos
albergar muchos. Una vez definida la vocación, la pregunta que en mi caso
concretaría mis talentos sería:

¿Cómo quiero contribuir a ese desarrollo humano que tanto me


apasiona?

Y en ese plano, podría contribuir desde muchas profesiones: como psicólogo,


profesor, guía espiritual, etc. En mi caso particular, el «cómo quiero hacerlo» es
como escritor y conferenciante. ¿Por qué? Simplemente porque conseguí
habilidades para ello y me comprometí con su desarrollo. Y esas habilidades,
sean innatas o adquiridas, definirían en mayor o menor medida cuáles son mis
talentos.
Es muy importante que notéis que sin contestar a la pregunta «qué quiero
hacer» es muy difícil encontrar el talento a través del «cómo lo quiero hacer».
Mirad. Yo poseía cierta facilidad para plasmar una reflexión compleja en papel
a pesar de mis faltas de ortografía. Y también recuerdo manejar habilidades
concretas para argumentar y convencer dentro de mis grupos cercanos. Es lo que
se suele llamar talentos blandos. Nunca estudié nada al respecto relacionado con
la comunicación. Pero lo que sí sabía es que me producía ilusión, me apasionaba
hacerlo, y sentía una energía desbordante dentro de mí. Esta especie de plenitud
me conectó con cualidades que yo mismo desconocía como la creatividad, la
inteligencia, la intuición, la actitud, etc., factores esenciales y que me ayudaron
sobremanera para desarrollar y afinar paulatinamente mis habilidades. Creedme
si os digo que fue como si la mente se encendiera.

«Plenitud es sentir cómo la esencia se expande más allá de sus


fronteras».

Por eso insisto en que las charlas motivacionales sirven de muy poco, ya que
pretenden que logremos la creatividad del exterior, como si esta cualidad
residiese fuera. Y la creatividad pertenece a nuestra naturaleza inherente. Por
más conocimientos que adquiramos no conseguiremos realizarnos y ser creativos
hasta que no entremos en conexión con nuestro verdadero potencial.
Todo aquello que, debido a las creencias, nos ofuscamos en buscar fuera, en
realidad se encuentra en nosotros. El talento, la creatividad, la voluntad, la
comunicación, la asertividad o el liderazgo nunca proceden de afuera, sino de
nuestro potencial humano vocacional. Una vez conectemos con ellos, nacerá la
inspiración, y entonces podremos aprenderlos como si de montar en bicicleta se
tratase.

Dos preguntas. ¿Todos tenemos un propósito de vida? Y ¿tener un propósito


de vida es un requisito para ser feliz?

Naturalmente. El propósito de vida se podría entender como la combinación


entre la vocación, la pasión, el talento y la disposición de brindarlo al mundo. Es
la línea que cierra el círculo de la realización. Cuando esto sucede, desaparecen
conceptos como la jubilación, ya que seguiremos aportando valor al mundo hasta
el día de nuestra muerte.
Todos albergamos un propósito, pero desde la confusión que causan las falsas
creencias, pocos logran descubrirlo. Nacimos como un árbol que tiene la
capacidad de dar variedad de frutos, pero nos dijeron que lo mejor era ser
funcionario del estado. Pero la felicidad precisa de sentido, cambio y desarrollo,
en vez de estabilidad, bolsillos llenos y futuros asegurados. Como he dicho
antes, pienso que todo ser humano ha nacido con una esencia que se expresa a
través del dar. Y desconocer «qué quiero» hacer en este mundo y «cómo lo
quiero hacer» es cortarle las alas a esa esencia, condición incompatible con
nuestra paz interior.

«Cuando eres esclavo de tus heridas y creencias derivadas, el SAR


cercena todas las posibilidades que puede tomar tu vida».

Observemos el universo y la perfección de sus leyes. Como expresa el Tao:


«Todo en el universo es una unidad que lo forman tres energías: una positiva,
otra negativa y una última conciliadora». Creo que el propósito de cualquier ser
humano es expresar esta conciliación. Todo ocupa un lugar y cumple una
función que enriquece el conjunto. Las leyes de Kepler, de la termodinámica, de
la gravitación universal, la relatividad, etc. Distingamos la perfección del
organismo y cómo su química funciona al unísono en total relación, en un dar y
recibir continuo.
¿No os parece increíblemente perfecta la fecundación de un óvulo o el
funcionamiento del cerebro? ¿Sois conscientes de la perfección del ojo humano
y cómo este convierte la luz en impulsos electroquímicos que viajan a través de
neuronas por el nervio óptico? Advertid de qué manera todas las funciones
vitales del ser humano emanan de la maquinaria celular y de las interacciones
entre células adyacentes. De hecho, el objetivo más importante que cumple una
célula al dividirse es «transmitir» información de generación en generación. Es
decir, dar. Si la célula, como unidad morfológica y funcional de todo ser vivo
que sirve desde la cooperación, está destinada a dar, ¿por qué el ser humano
debería ser diferente?
Por eso creo que el sentido de la vida guarda relación con la transcendencia a
través del amor. Y el amor es dar. El canal que elija cada persona para dar es
inherente a la manera en la que uno se vive. Existimos en relación como
cualquier organismo, y entiendo que hemos venido a mejorar este mundo desde
nuestro propósito. Somos sociales por naturaleza y yo vibro con la idea de que
estamos aquí para convocar nuestro don y ponerlo al servicio de los demás.
¿Cómo es posible que todo a nuestro alrededor sea perfecto y nosotros seamos
un caos absoluto de dolor y sufrimiento? No me lo creo. ¿De verdad que hemos
venido a este mundo a sacrificarnos, ser infelices, trabajar sin pasión,
endeudarnos y disfrutar de quince días de vacaciones al año sin aportar nada a
los demás? ¿En serio?
Sé que hay personas que no creen en el propósito de vida y piensan que solo
estamos aquí para simplemente vivir con o sin interacción, reproducirnos y
disfrutar de los procesos naturales que envuelven a la vida. Es una visión y no la
voy a discutir. Pero soy de los que piensa que para disfrutar de la maravillosa
existencia se precisa de paz sostenida en el tiempo. Y la construcción de una
sociedad en la que se pueda vivir en paz tuvo que surgir de la mente de alguien,
de su pasión, creatividad y generosidad por entender la mente humana y
alejarnos de la guerra y el caos.

¿Podrías encontrar tu propósito en la vida sin sanar tus heridas


emocionales? Entiendo que a ti te sucedió eso mismo con la creación de la
ONGD.

Así es. Me até inconscientemente a ese propósito de vida desconociendo mis


heridas. Y al ser consciente de ello, reinventé el propósito. La vocación era pura,
porque a pesar de que por entonces no lo sabía, la solidaridad se encuentra muy
relacionada con el contribuir al desarrollo humano de las personas. Por tanto,
aquello que modifiqué fue «el cómo». Es decir, el talento. Porque, como se suele
decir, si quieres bailar siempre encontrarás una canción. Así que pasé de dirigir y
gestionar proyectos humanitarios a escribir y comunicar sobre desarrollo
personal. Decidí que las ONG no deberían crearse en el tercer mundo, sino
dentro de cada uno de nosotros.
De todas maneras, y a pesar de no sanar nuestras heridas emocionales,
considero más beneficioso tener un propósito de vida que no tenerlo. La mente
es un vehículo con dos asientos, el del piloto y el del copiloto. Solo puede
conducir uno. Si vives desde la pasión, de alguna forma conduces tu vida; en
caso contrario, te sientes perdido y maneja el personaje. Cuando vives
apasionado desarrollando actividades que tienen sentido, la mente vive ocupada
en el aquí y el ahora. Por el contrario, cuando te mueves sin rumbo, la mente
vive preocupada. Y no es lo mismo vivir ocupado que sobrevivir preocupado.
Toda atención que le prestes a tu pasión es tiempo que le robas a tu personaje
para que no deambule entre el pasado y el futuro. Ahora bien, aunque fluir desde
nuestras pasiones y talentos mitiga en gran parte la angustia que motiva las
heridas emocionales, no es la solución que yo propongo. Considero
imprescindible igualmente sanar y desidentificarse del personaje. Es más
habitual de lo que creéis convertir un propósito de vida en adicción como
evasiva para no atender a los dolores del alma. Lo he visto en surfistas,
escaladores y deportistas de alto rendimiento. Los sacas de su actividad
deportiva y pierden su equilibrio emocional.

¿Por qué determinadas personas de la vida pública viven angustiadas o se


suicidan a pesar de haber encontrado su propósito en la vida?

La pregunta está muy relacionada con la anterior. Presumo que son personas que
han encontrado su propósito de vida pero siguen rotas por dentro. Tanto el
talento como la pasión son fuerzas poderosísimas, las puedes vivir desde el
miedo o desde el amor. La pregunta es: ¿Qué buscas con el desarrollo de tu
propósito? ¿Anhelas fama y reconocimiento para silenciar tus heridas? Entonces,
cuando ya no te miren y la fama se desplome, tú lo harás a la misma velocidad.
Un político talentoso podría utilizar determinada información financiera con la
intención de enriquecerse al tiempo que provoca una crisis de estado. Al igual
que la pasión y la habilidad de un científico podría provocar una pandemia
mundial. Pero la pasión del primero nace del egoísmo y la codicia, y la del
segundo, del reconocimiento que obtiene el científico de su gremio intelectual.
Ambas creencias limitantes beben de heridas sin sanar. ¿Se entiende la
diferencia? Sin embargo, nuestra esencia es amor, por lo que el propósito de vida
debería estar al servicio del amor a uno mismo y el amor a los demás.
Haceos esta pregunta: ¿Se encuentra mi profesión al servicio del egoísmo, el
reconocimiento y la fama o, por el contrario, obedece al amor y el bienestar
espiritual?

Me encanta viajar, pero tengo cuarenta y cinco años, estoy casado y tengo
dos niñas. ¿Cómo puedo averiguar cuál es mi propósito de vida y ponerlo en
práctica?

Lo primero, no desesperes. Conozco a decenas de familias con hijos que están


viajando por el mundo y se ganan la vida gracias a sus talentos. Así que la
familia no es un motivo de excusa. Si de verdad quieres volar, encontrarás un
medio para hacerlo. Segundo. Hay herramientas como el Ikigai a las que puedes
recurrir y te pueden ayudar mucho. Ikigai se podría traducir como «propósito de
vida» o «sentido de realización», y se articula en cuatro pasos:

1. Conecta con la pasión de alguno de los valores que conforman tu


personalidad.
2. Canaliza esa pasión a través de un talento. Es decir, te puede apasionar
jugar al fútbol, pero no tienes habilidades para ello. Canalizar es
encontrar una actividad que desarrolles sin esfuerzo, destreza e ilusión.
3. Profesionaliza tu talento o habilidad a pesar de que lo harías gratis. La
compensación económica ayuda a que tu propósito sea sostenible. En la
última década han surgido cientos de nuevas profesiones que nos
invitan a ser optimistas.
4. Ofrece al mundo aquello que te apasiona, que has convertido en talento
y además te remuneran. Se llama actitud de servicio.

Por ejemplo. Cuando estás conectado con tu propósito comienzas el día como
los pájaros…, cantando. Yo me despierto cada mañana empujado por la pasión
de comunicar. Tengo una habilidad para hacerlo, me pagan por ello y los
contenidos que transmito enriquecen la vida de otras personas. A la conjunción
de estos cuatro aspectos se le llama «sentirse realizado». Con todo, te daré
algunas claves que sumarán en esa dirección:

1. Descubre tu propósito a través de tres factores importantes en los que


pocos reparan. Me refiero al tiempo, la curiosidad y poner foco en tu
evolución personal. Todos los genios de la historia se iniciaron desde
estos tres principios.
¿Cómo resolví yo para integrar estos tres factores? Decidí viajar en
bici y adoptar una filosofía minimalista. Eso no significa que debas
hacer lo mismo. Pero necesitas idear un contexto que te permita
priorizar estos aspectos. La mayoría de las personas han rodeado su
vida de objetos y responsabilidades innecesarias. Pero para encontrar tu
«porqué» es imprescindible hacer hueco en tu cabeza. Como mencionó
Gerald Brenan:

«Estamos más cerca de las hormigas que de las mariposas.


Muy pocas personas pueden soportar una gran cantidad de
tiempo libre».

2. Identifica los «valores» de tu personalidad a través del eneagrama o


alguna herramienta de diagnóstico similar. Ya hemos visto de qué
manera conseguí identificar los relativos a mi personalidad.
3. Interioriza la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner.
Según este prestigioso psicólogo estadounidense, la inteligencia
absoluta no existe, sino que en realidad concurren varias inteligencias
independientes en el ser humano que se pueden identificar y definir en
ocho tipos de destrezas distintas: la lingüística, la lógica-matemática, la
visual-espacial, la musical, la corporal y motriz, la intrapersonal, la
interpersonal y la naturalista. Somos únicos, y cada uno de nosotros
podemos llegar a albergar una multiplicidad de inteligencias. En mi
caso, me identifico con cuatro de ellas.
4. Anota en un cuaderno los valores e inteligencias seleccionados,
averigua qué te motiva, te suscita interés o te ilusiona sobremanera.
Hazte preguntas. ¿De cuál no te podrías desprender? ¿Cuál de ellos
realizarías sin esfuerzo, sin importar la remuneración y prescindiendo
del reloj? ¿Crees que este valor o inteligencia le sería útil al mundo?
¿Qué profesión o actividad desempeñarías varias horas al día si fueses
millonario?
En mi caso, yo seguiría viajando, contando historias y entregado a la
concienciación. Desde el año 2006 vengo generando contenidos
digitales como artículos de reflexión y vídeos de viaje de manera
espontánea y sin retribución. Simplemente me encantaba coleccionar
ideas, hacer reflexiones y contar historias. Asimismo, solía organizar
voluntariados para asistir a los proyectos humanitarios que gestionaba
con la ilusión de que otras personas pudieran tener una experiencia
empática en el tercer mundo. A veces, incluso, me tocaba poner dinero
de mi bolsillo. Pese a todo, lo hacía desde el entusiasmo y el
compromiso.
En palabras del maestro espiritual Yogi Bhajan:

«Cuando haces aquello que te gusta, con pasión, sin recibir


retribución alguna y pierdes la noción del tiempo… Cuando
lo haces por el simple hecho de que eres feliz haciéndolo y
además estás sirviendo a los demás, es cuando estás en
Dharma».

5. Pregúntate acerca de las actividades que se dan de forma natural en tu


vida y por las que al mismo tiempo sientes una constante necesidad de
indagar en ellas, profundizar, mejorar, dedicarles más tiempo.
Mi respuesta sería: cualquier aspecto relacionado con el desarrollo
personal es susceptible de ser mejorado. Me apasiona simplificar un
concepto difícil y que este pueda ser entendido por cualquier persona.
Siento que si uno mismo crece, el mundo que nos rodea crecerá en la
misma medida.

6. Rescata los sueños que solías tener cuando eras adolescente. Y en caso
de no recordarlos, pregunta sin temor a tu entorno familiar. La pubertad
y la adolescencia son sustancialmente importantes para que el individuo
pueda definir su vocación, ya que necesita construir su identidad a
través de los intereses y sueños que experimenta. Por desgracia, tanto la
sociedad como los progenitores interfieren constantemente con sus
imposiciones y consiguen que los adolescentes se exilien de sí mismos,
desviándolos de su camino y verdadero potencial. Por norma general, a
los mayores no les interesa tu sueño, sino «aquello que es correcto para
ellos, la sociedad o las profesiones que tienen futuro laboral». Luego,
como adolescentes no solo reprimimos nuestra vocación, sino que
penetramos en un proceso de desvalorización debido a las creencias de
la familia y la sociedad.
Asimismo, pregunta a tus seres queridos qué es aquello que se te da
bien. Recuerda si en algún momento te animaron a emprender algo en
lo que eras bueno. Normalmente uno mismo se boicotea, por eso es
necesario preguntar a las personas que mejor te conocen. Recuerdo que
mi entorno cercano solía animarme reiteradamente para que me
dedicase a la política. Suelen ser pistas que nos proporcionan
información relevante.

7. Examina tus heridas emocionales. Normalmente tu don o la profesión


que eliges para ganarte la vida proviene de tu herida. Por ejemplo.
Existen muchas personas que dedican su vida a la enseñanza o
simplemente se obsesionan con coleccionar carreras universitarias.
Necesitan imperiosamente demostrar a los demás que ellos no son lo
que guarda su herida con celo: «Soy tonto» o «soy un ignorante».
Ahora bien, no son conscientes del porqué eligieron ese camino en su
vida, siguen dormidos.
En mi caso, sumando otro ejemplo, albergo el sentimiento de infancia
de «A nadie le interesa lo que estás expresando». Por eso, durante años
me dediqué a demostrar justo lo contrario: «No soy un ignorante». Y
como digo, lo hice de manera inconsciente. Cuando despiertas, puedes
utilizar las características de la herida a tu favor, ya que lo importante es
soltar el piloto automático.

8. Indaga acerca de la temática de los libros, películas, documentales o


actividades que sigues en redes sociales y que te provocan un beneficio
psicológico sin aburrirte. Este punto delimita en gran medida tus
intereses. Desde los veinte años…, comencé a leer tarde, mi vida ha
estado rodeada de libros relacionados con pensadores y filósofos.
Cautivaban mi atención las películas alternativas relacionadas con la
injusticia social así como los documentales de aventura.
9. Pregúntate a qué personas admiras y por qué. ¿Qué valores te llaman la
atención de ellos? En mi caso, las personas que yo admiraba guardaban
una estrecha relación con la ética, la moral y el compromiso con la
justicia: Gandhi, Nietzche, Nelson Mandela, el Che, etc. Notad como el
sabueso del SAR sentía debilidad por los contextos de injusticia.
10. Estudia con detenimiento las nueve claves anteriores. Este punto es de
vital importancia. Busca aspectos que se repitan e intenta relacionarlos.
Anota todo en varias columnas que se puedan vincular con el trazo de
un lápiz. Deberías encontrar coincidencias reveladoras. Una vez hayas
recabado toda la información concurrente, deberías contestar a la
pregunta:
¿Qué es lo que quiero hacer en la vida? La respuesta definirá cuál
es tu vocación. Por ejemplo: «Me encanta cocinar y deseo contribuir a
expandir la comida saludable y la dieta mediterránea por el mundo».
En caso de dudas, porque no encuentres una respuesta, no desesperes
y sé paciente. Tómate tu tiempo, porque no es fácil. A mí me llevó años
alcanzar claridad mental. Y recordemos que la claridad tiene que ver
con el autoconocimiento y la sana autoestima. No podemos olvidar que
las heridas y creencias que sostiene el personaje nos llevan muchos
años de ventaja y juegan en nuestra contra.

11. Identifica tu vocación y penetra en el territorio para definir las


habilidades o talentos. Y para ello es necesario responder a esta
pregunta:
¿Cómo quiero hacerlo? Siguiendo con el ejemplo anterior, debes
preguntarte: ¿Cómo me gustaría divulgar la comida saludable y la
dieta mediterránea por el mundo?
Dependiendo de la contestación se abrirán varias puertas relacionadas
con tus destrezas. ¿Tengo habilidades para cocinar, seleccionar los
mejores alimentos o comunicarme con las personas? La respuesta a esta
pregunta sigue siendo amplia. Porque quizás no poseas una maestría
concreta para cocinar, pero te interese abrir un portal web de platos
sanos y equilibrados. O también podría ser que te desenvuelvas de
maravilla en el arte de cocinar, aunque no atesoras una habilidad para
comunicarte. En ese caso, podrías apostar por abrir restaurantes de
comida sostenible, sana y saludable en varias ciudades del planeta al
tiempo que satisfaces tu anhelo de viajar. ¿Me sigues?
En cualquier caso, la pasión será determinante a la hora de elegir entre
varias posibilidades. Nota que la pasión abre las puertas de la voluntad,
no de la intención. ¿Cuál es la diferencia?... Muy fácil. Tú puedes tener
la intención de ser cocinero, pero no tienes la voluntad para pasar a la
acción y comprometerte con los inconvenientes del proceso.

12. Sé realista y evita el autoengaño. La diferencia entre el realismo y la


fantasía es que el primero se construye desde la oportunidad y el
talento, y la segunda, desde la ensoñación sin raíces. Parafraseando a
Séneca:

«Suerte es lo que sucede cuando la preparación y la


oportunidad se encuentran y se fusionan».

Encontrar tus talentos no es un tema baladí, excepto para algunos


afortunados. Es preciso claridad, conocimiento, adiestramiento, miles
de horas de práctica y, lo más importante: confianza, actitud y
compromiso con la acción. La actitud es hija de la pasión, y es la llave
de todo éxito existencial porque te sustrae de lo mediocre. Es la
capacidad de convertir los obstáculos del camino en una oportunidad
para seguir creciendo.
Imagínate. Yo sentía pánico a subirme a un escenario. Me quedaba en
blanco, me subía el pulso y me temblaban la voz y las piernas. Además,
el arte de escribir no se encontraba entre mis habilidades. Poseía un
parco vocabulario y cometía muchas faltas de ortografía. En cambio,
me apasionaba el hecho de poder expresar una idea a través de frases
emocionantes. Impulsado por la pasión y con el propósito de superar
estos inconvenientes, dediqué muchas horas de formación y
entrenamiento. Con el tiempo adquirí compromisos con aquello que me
interesaba y me hacía vibrar. Con retrospectiva puedo decir que el
secreto fue crear un plan y establecer un hábito diario con voluntad. No
fue fácil, porque muchas veces amenazaba la pereza; sin embargo,
cuando la vocación y la pasión marcan el rumbo, no puedes más que
sacar fuerzas y cuidar aquello que te importa. No existen atajos para
llegar a ser la mejor versión de ti mismo.
Tengo la impresión de que mi inteligencia y creatividad se sitúan
dentro de la media. Por ello, mi evolución personal confirmaría que la
inteligencia y la creatividad dependen estrechamente del amor y la
pasión que imprimimos en nuestras acciones. De una forma u otra, mi
experiencia demuestra que todos somos creativos y que, si la pasión
empuja, el talento no solo se puede descubrir, sino que es expandible.
Lo más increíble de la afirmación que acabo de hacer es que la
neurociencia lo ratifica.

13. Explora todo aquello que te impidieron averiguar en tu infancia. Es un


trabajo incómodo e incierto, pero obligatorio. Es preciso indagar entre
un abanico de posibilidades, trabajar hipótesis y experimentar hasta
hallar un resultado. ¿Sabéis cuántos experimentos fallan en el ámbito
científico?... Más del 90 %. Lo sorprendente es que en ciencia no se
considera un fracaso, sino una forma de acotar el éxito al descartarse
aquello que no funciona. Es muy importante entender que para ser
creativos necesitamos caernos. Por lo tanto, debemos vivirnos como
científicos. Sin el fracaso, no hallaremos la forma de adquirir la
resiliencia necesaria para superar los obstáculos que forman parte de la
vida.

Espero que estos consejos te puedan ayudar.

Es una pregunta personal que me genera curiosidad. La verdad es que no


tiene nada que ver con lo que estabas explicando. No respondas si no
quieres. Adivino que yo también sufro la herida de traición. Y me
preguntaba si en el momento de romper con Elena te sentiste traicionado.
Me ha extrañado que lo pasaras por alto.

¡Vaya!..., es una pregunta…, muy perspicaz. Déjame pensar… Pues la verdad es


que mi personaje se sintió traicionado. Reconozco que resultó doloroso y
liberador a la vez, ya que te das cuenta de cómo funciona tu patrón mental. Y
eso, de una forma o de otra, te permite aceptar la situación a pesar del dolor. Es
decir, renuncias a buscar un zorro a quien culpar y empiezas a indagar en tu
propio corral.
La herida de traición no solo te conduce a escenarios en los que temes los
compromisos con la pareja, sino que además entras en pánico cuando te planteas
seriamente traer hijos a este mundo. La conducta en sí obedece a un mecanismo
de defensa que evita que te sientas atrapado y controlado. Por un lado o por el
otro, esta herida huye de cualquier tipo de compromiso por miedo a incumplirlo
y terminar traicionando a tu pareja. Así que mi personaje encontró un
autoengaño menos doloroso. Se las ingenió para manipular a Elena para que
fuese ella la que tomara la iniciativa de la ruptura. De esta manera, yo no tendría
que asumir el papel de traidor y mi personaje podría justificar mi
comportamiento y señalar a Elena como traidora, cuando en realidad no lo era.
¿Me seguís?
Confío en que este testimonio os haga reflexionar acerca del poder de
ejecución que esconde una herida emocional. No existe la casualidad. Todos
adaptamos la realidad condicionados por nuestro trauma.
Cabe decir, asimismo, que la comprensión de este testimonio y de otros
muchos que nos distanciaban y de los que no hablaré, se clarificaron con el paso
del tiempo, pues en el momento del conflicto tanto Elena como yo ignorábamos
el dominio que ejercía nuestro personaje sobre nosotros.
En definitiva, lo importante no es lo que dure la relación de pareja, sino lo que
esta te enseñó. Eso es lo verdaderamente significativo, ya que atraemos a la
persona idónea para hacernos conscientes de nuestra herida. Defino la relación
de pareja como una rivalidad inconsciente cuyas cicatrices cuentan historias de
evolución personal.

Tengo la impresión de que es muy fácil confundir el sueño con el propósito


de vida. ¿Cómo te das cuenta si estás en el buen camino?

Como he mencionado con anterioridad, un sueño tiene que ver contigo, pero la
vocación es inclusiva y abarca al conjunto. Una célula, por ejemplo, está
comprometida con ella misma como unidad, pero la mueve el bienestar del
conjunto, porque el «yo» no puede existir sin el «nosotros». Un sueño es
diferente. También se precisa de pasión para conquistarlo, pero ¿qué sucede
cuando lo conquistas? Por lo general, necesitarás inventar otro sueño para aliviar
el sentimiento de vacío. Notad que la pasión del sueño es a corto plazo, en
cambio, el recorrido de la vocación se perpetúa en el tiempo. Miguel Ángel dejó
escrito:

«El mayor peligro para la mayoría no reside en establecer una meta


demasiado alta y fracasar, sino en establecerla demasiado corta y
conseguirla».

Un sueño parece nacer de una acción reprimida. De ahí surge el anhelo de


conquista. Pero debemos ser cuidadosos, ya que hay muchos sueños que no son
nuestros, sino que han sido fabricados por el entorno social. Es un producto más
de un capitalismo obstinado en generar insatisfacción crónica. Deseamos ser
afamados empresarios, triatletas o grandes viajeros con la excusa de la
realización personal, pero en la mayoría de los casos emulamos la vida de otros
con la finalidad de huir del vacío. Eso sí, alguien gana mucho dinero a nuestra
costa. De modo que es necesario que nos hagamos esta pregunta: ¿El sueño es de
fabricación propia o es un producto social?...
Contestando a tu pregunta: ¿Cómo saber si estamos en el buen camino?
Veamos. La idea es la siguiente. A fin de cuentas, da igual si vives desde el
sueño o el propósito de vida, ya que la pregunta para ambos casos es la misma:
¿Tus acciones persiguen darte visibilidad, envanecimiento, reconocimiento
social o fama? Si la respuesta es sí, indica ausencia de amor interior, por eso
necesitas hacer malabares en el afuera buscando la atención de los demás. Lo
que revela que tanto tu sueño como tu propósito han sido fabricados bajo las
demandas del personaje. Si la respuesta es no, tus acciones brotan de la
dimensión espiritual del ser, aquel que busca la realización y el amor interior.
En las redes sociales del elenco viajero se puede apreciar con claridad. Es
frecuente que la sentencia «cumple tus sueños» acompañe a la experiencia de un
viaje. No son pocos los viajeros que idealizan hasta tal punto el viaje que lo
convierten en sueño amparando la idea de que viajar es sinónimo de felicidad.
En cambio, en más ocasiones de las que pensamos, viajamos para escapar de una
insoportable realidad y encarnar al superhéroe que no somos entre la multitud
cuando desempeñamos una fastidiosa profesión por dinero. Deduzco que, desde
nuestra ignorancia del ser, a todos nos llega un mensaje a nuestra cabeza: «El
viaje será la cura a todos mis problemas». Pero el inconsciente no entiende de
distancias ni de tiempo, los problemas te siguen como una sombra. Si cargas con
un duelo, un viaje no va a curar tus heridas.
Y todavía iré más lejos. Muchos viajamos para sentirnos especiales y llenar
nuestras redes sociales de fotos impostadas en un zapping de experiencias
estériles que no dejan de ser más mercancía que acumular. Al no mirarnos,
necesitamos imperiosamente que nos miren. Algunos, de hecho, planifican
aventuras y les encanta meterse en problemas solo con la idea de crear
experiencias impactantes y darse visibilidad. Es lógico, el viajar se ha
normalizado y surge la competencia, así que el personaje crea nuevas estrategias
para sobresalir y distinguirse. No es casualidad que muchos viajes se vinculen a
causas solidarias, medioambientales o enfermedades raras. En definitiva,
buenismo como instrumento para que nos vean. Reitero: la obsesión por ayudar
es la misma que sentimos por ser ayudados. Los que más ayuda necesitamos
somos nosotros.
No viajamos al interior, viajamos al exterior. No recorremos el mundo para
mirarnos, sino para que todos nos miren. No viajamos para encontrarnos, sino
para enseñar nuestras fotos y mendigar la atención del resto. Confundimos el
placer y la atractiva estética con la felicidad.
Si viajas desde el «ser», será un viaje interior por los espacios inexplorados de
tu geografía humana. Será un viaje profundo para conocerte y encontrar aquellos
recursos emocionales que nos colman de amor. Identificar heridas, derribar
creencias, superar miedos, incrementar la autoestima, encontrar propósitos y
comprender que todo se encuentra en evolución. Y lo más importante. Cuando
viajas desde el «ser», no es necesario hacerlo en otro país, lo puedes hacer desde
el jardín de tu casa.

Creo saber bien cuál es mi propósito en la vida, pero no termino de


desarrollar la habilidad necesaria. Los avances son lentos, me frustro, y lo
termino abandonando. Y como trabajo en una multinacional que sostiene
mi nivel de vida, pues me relajo…, y sigo siempre en la misma zona de
confort. ¿Alguna recomendación?

Habría que estudiar el caso, pero aparentemente todo apunta a que es un


problema de apego, claridad y confianza. Te cuento cuáles fueron los errores en
los que tropecé yo. Seguro que te identificas con alguno.
Cuando de verdad sabes «qué quieres», y más o menos «cómo lo quieres»,
tarde o temprano encontrarás una forma de conseguirlo. Ahora… ¿Cuál es el
manual de instrucciones para llevar a cabo un proyecto vital? Los aspectos que
yo considero importantes son:

Autoestima y claridad
Método de trabajo
Movimiento y compromiso con la acción
Desapego con la meta
Confianza

El compromiso con la acción guarda relación con aspectos del tipo: buscar
tiempo, determinación, dedicación, disciplina y esfuerzo. Y, para ello, me temo
que se necesita una chispa de pasión. Antes que hacer, primero tenemos que ser.
La mayoría de las personas se enfocan en el hacer y cuando no obtienen los
resultados esperados, se vienen abajo. Su autoestima, confianza y actitud se
encuentran condicionadas al resultado. Y es justamente al revés. Cuando las
personas primero son, y creen en ellas, su actitud será la misma frente al fracaso
que frente al éxito.
Tropiezo 1. Normalmente te mermará la baja autoestima y la falta de
confianza. La primera tiene que ver con la valoración positiva de ti misma. La
segunda, con la firme esperanza de logro. Sin valoración ni esperanza será difícil
que creas en tu proyecto. Y la creencia y la pasión resultantes son claves para
impulsarte y resistir las tormentas del camino. Así que pasemos al tropiezo 2, ya
que para que la creencia se active necesitamos movimiento.
Tropiezo 2. No te pongas metas, solo apunta a un lugar y llámale «visión», la
pasión necesita una dirección para canalizarse. Las metas siempre se construyen
de futuro, y el apegarse al futuro se convierte en una jaula rígida que
constantemente nos castiga a través de la frustración. ¡Fuera metas! Resulta más
flexible concentrarnos y fijar el foco de atención en el presente. Crear un marco
de hábitos estimulantes y llenar nuestra vida de contenidos que nos apasionen y
nos proporcionen paz. ¿Qué hemos conseguido? Liberarnos de las cadenas de la
expectativa. Sustituir el apego de las metas por el desapego de la «visión».
Tengo un rumbo, eso es lo importante. Son los hábitos, las acciones y las
victorias diarias las que edificarán tu futuro. Dicho esto, ocúpate del instante
presente. Lo entenderemos mejor cuando explique la ley de la impermanencia.
Veamos. Yo no contemplaba la meta de ser escritor y conferenciante.
Simplemente, durante muchos años, organicé mis jornadas diarias para encontrar
espacios donde leer, escribir y afianzar mis habilidades de comunicación. Es
decir, establecí un tándem entre la informática, que por aquel entonces me daba
de comer, y las aficiones que me apasionaban. Con el tiempo fui notando los
avances; y cuando un individuo percibe una significativa evolución,
automáticamente surgen dos pilares fundamentales en la consecución de un
propósito: la confianza y la autoestima. Ambas se pueden entrenar hasta que con
el tiempo surgen por sí solas y comienzas a creer. Y solo cuando crees en ti
puedes crear. Por el contrario, cuando eludes el compromiso con la acción y el
movimiento consciente, la autoestima y la confianza ceden el poder a la
narrativa automática del personaje, por lo que comenzamos a pensar demasiado.
Y si piensas, estás perdida.
¿Sabéis que fue lo más sorprendente de generar contenidos sostenidos en el
tiempo? Que cuando me senté a escribir Llévame de viaje, fui consciente de que
la novela ya estaba escrita. Porque durante años había dejado anotado todos los
aprendizajes, reflexiones, filosofía y experiencia en varios diarios de viaje. Así
que solo tuve que adaptar el contenido de los diarios al viaje que realicé en
Indonesia en 2008. La información nunca se destruye, sino que transciende y se
canaliza de otras maneras.
Llega un día en el que te das cuenta de que puedes empezar a vivir de tu
propósito. Entonces, es el momento de soltar la profesión que te procuraba
sustento, pero que no te gustaba, y decir «gracias». Porque no se puede subir un
peldaño sin el sostén del anterior. Por ello, no hay profesiones malas, sino
necesarias para evolucionar.
Ahora me pagan por escribir e impartir conferencias. No estudié formalmente
para ello, no fui a la universidad con la idea de obtener un título de coach o
terapeuta. Considero un error esperar, trabajar duro y aprobar asignaturas
inservibles para que alguien determine mi valía a través de un título. No necesito
los nombramientos de nadie, salvo el mío propio. Busquemos el tesoro que
reside latente en nosotros y que pertenece a nuestro potencial inspirador. El
mundo ha cambiado y, en definitiva, nadie te contratará por tus títulos
universitarios, sino por el valor que seas capaz de aportar a la actividad
empresarial.
Tropiezo 3. No te dejes castigar por los miedos de tu personaje. Háblate de la
misma forma que hablarías a una niña que aprende a montar en bicicleta. Intenta
identificar las heridas y creencias limitantes que resultan un obstáculo en tu
devenir. Una de las trabas más difícil de superar durante un proceso de cambio
guarda relación con la imposibilidad de emanciparte psicológicamente de la
figura de autoridad en el ámbito de la familia. Siempre hay un padre o una madre
cuya desaprobación pesa toneladas y reafirma la narrativa negativa que te
cuentas. Repasa el boicot al que te somete tu personaje. Observa todo lo que te
dices y déjalo por escrito. Nota que observar no es pensar. Lo explicaré más
adelante.

«Preferimos ser incoherentes con nosotros mismos que afrontar el


rechazo de nuestro entorno emocional cercano».

Yo por ejemplo manejaba diálogos insanos del tipo: «Son pocos los
afortunados que viven de su pasión; de entre millones de experiencias, por qué el
público se va a interesar en mí; me falta mucho por aprender; esto es muy
complicado; ¿y si fracaso?». Es importante que las motivaciones del
inconsciente y el consciente se encuentren alineadas. El SAR necesita un
sentimiento de certidumbre a la hora de destacar, filtrar y mostrarnos
información estimulante del exterior.
Debemos ser cuidadosos en este aspecto e hilar fino. Son muchas las personas
que debido a la profundidad de su herida son adictos a la frustración, me incluyo.
Es decir, su inconsciente es experto en planificar metas imposibles que nunca
serán cumplidas y así reafirmar el sentido de frustración. Por consiguiente,
aquellos que dicen que «todos podemos alcanzar cualquier meta», se equivocan,
ya que no tienen en cuenta que la última palabra siempre es de la herida. Por eso
es tan importante sustituir la meta por la «visión».
Tropiezo 4. Los obstáculos tan solo son piedras en el camino para fortalecer tu
creatividad. La adversidad es una fuente de conocimiento. No te dejes llevar por
tu ciclo de reacciones habituales: queja, comparación, crítica, victimismo,
resistencia, postergación. ¡No eres eso! Estos patrones reactivos nos bajan la
frecuencia vibratoria y cierran la puerta del acceso a la creatividad. Si el boicot
habitual en tu día a día es este, lo mejor es pararse y dedicar todas las energías a
sanar tus heridas y creencias además de desidentificarte del personaje. Resulta
tremendamente difícil ser auténtica si continúas afirmando algo que no eres.
Cuando aceptes todo tu ser vulnerable, podrás vislumbrar tu parte más genuina.
Supongamos que no es el caso y mantienes a raya a tu maltratador mental.
Entonces, quizás tengas clara la vocación, pero estés tropezando en el «cómo
quieres hacerlo», es decir, en la destreza o talento para alcanzar tu propósito.
Quizás solo tengas que ajustar determinados pasos, y para ello necesitas ser
creativa.
Cuando escribí la novela Llévame de viaje, permanecí en casa haciendo
aquello que hacen todos los escritores que autopublican. Creé una página web y
elaboré la consabida publicidad para atraer a los posibles lectores. ¿Qué
conseguí? El mismo fracaso que aventuraron mis compañeros de gremio: pocos
interesados en tu libro a excepción de tu entorno cercano. Al pasar por el mismo
canal homogéneo del inconsciente colectivo y aplicar las mismas soluciones,
irremediablemente, todos obtenemos los mismos resultados, ya que el
pensamiento se encuentra contaminado por el medio. Sin embargo, yo poseía
otras destrezas de las que mis amigos escritores no disfrutaban y que me podían
venir bien. ¿Qué hice? Hacer aquello que no hace ningún escritor. Preparé mi
bicicleta y planifiqué mi segunda vuelta a España con la idea de promocionar a
mi bebé: Llévame de viaje. Durante ocho meses recorrí la península ibérica en
bicicleta visitando las principales ciudades de provincia en las que promoví
charlas de desarrollo personal gratuitas que, de una u otra manera, desvelaban
parte de la filosofía que contenía la novela. Reconozco que desconocía por
completo el resultado que podría sobrevenir de aquel ambicioso proyecto. Pero
lo que sí sabía era el sentido de coherencia que guiaba mi iniciativa, pues había
hecho todo lo posible por conjugar todos los aspectos que me apasionaban: el
movimiento del viaje, la aventura, las charlas de crecimiento personal y la
promoción del libro. Me resultaba indiferente que fuese bien o mal, porque
bailaba en el disfrute y, en el fondo, albergaba la certeza de que algún libro
vendería para sufragar mis gastos. Me separé de la frustración que suscita la
meta y me centré en una «visión» sin apegarme a un resultado. Con retrospectiva
me reconforta decir que mi periplo en bicicleta fue todo un éxito inesperado, ya
que realicé más de treinta conferencias que movilizaron a un público de entre
veinte y sesenta personas por evento y se vendieron infinidad de libros. ¿Cuál es
la moraleja? Somos únicos e irrepetibles, y cada uno de nosotros albergamos
habilidades e ideas creativas increíbles. Las creencias que nos limitan siempre
serán el problema.
Tropiezo 5. No hagas partícipe de tu proyecto a personas que no vibran en la
misma cuerda que tú. Dicen que somos el promedio de las cinco personas con
las que pasamos más tiempo, porque nuestro cerebro se estructura en relación
con sus hábitos y creencias. De manera que, si quieres volar, pregúntale al águila
y no a la gallina. Si quieres soñar, pregúntale al amor y no al miedo.
Recuerda que todo ambiente posee un campo energético, y las creencias y
curiosidades de las personas que nos acompañan influyen considerablemente en
nuestros estados de ánimo. Sin saber cómo, penetramos en una inteligencia
universal que nos influencia, nos inspira y alivia nuestro combate en solitario.
Es importante saber elegir a las personas que acompañarán nuestro devenir. Si
deseas que la ilusión, la confianza y el compromiso impulsen tu vida, rodéate de
personas que reflejen aquello que anhelas ser. De verdad, relaciónate con almas
que bailen en esa cuerda. Contágiate de sus emociones, aspiraciones, propósitos
y realidades. Camina junto a personas que se visten de audacia, que sueñan con
cimas, montañas y horizontes nuevos. Sincronízate con todos aquellos
románticos indomables que colorean de esperanza y sentido sus vidas.
Los soñadores nos muestran que el mayor de nuestros enemigos convive en
nuestro interior. Es la luz del que cumplió su sueño la que nos libera y nos
recuerda que en algún punto de nuestra existencia nos olvidamos de convocar
nuestros sueños y dones. La actitud del soñador guarda relación con el efecto
Pigmalión, que es el poder de transmitir esperanzas y creencias positivas sobre
una persona o grupo y confirmar cómo impacta considerablemente sobre sus
rendimientos y logros.
En cambio, cuando te encuentras en presencia de personas negativas y
pesimistas, la desmoralización se instalará en tu presente. No es casualidad, es
neurociencia. El desánimo responde al contagio emocional que inducen las
neuronas espejo. Nuestro cerebro se encuentra programado para imitar las
acciones y los sentimientos de los demás, y todo esto ocurre en un plano
inconsciente. Podemos adivinar las emociones y sentimientos de cualquier
persona en el mundo a través de los cuarenta y siete músculos que conforman el
rostro humano. Las neuronas espejo son las responsables, por ejemplo, de que
nos riamos al ver a alguien reír o de sentir angustia al presenciar una obra de
teatro en la que los actores sufren. Estas neuronas son esenciales en el
aprendizaje y desarrollo de nuestras relaciones interpersonales. No las
infravaloremos, pues las neuronas espejo sirven como base de la empatía.
Así que presta atención a lo importante que resulta estar conectada con tu
propósito y expresarlo desde el entusiasmo y el optimismo. Eso mismo será lo
que transmitas al mundo.
Tropiezo 6. Sé agradecida por todo aquello que rodea tu existencia mientras
persigues tu propósito de vida. Gracias a aquello que forma parte de lo
«necesario» y a la gente que te sostuvo puedes caminar. Dar las gracias es un
acto de sabiduría para quienes saben que la sencillez y la complejidad viajan en
el mismo tren.

Me he sentido identificado cuando has dicho que debido a la profundidad de


la herida somos expertos en planificar metas imposibles que nunca
cumpliremos. Creo que es la historia de mi vida. ¿Existe un sabotaje en
concreto para cada herida?

Así es. Si partimos de la premisa de que no existe una sola llave para revelar la
felicidad, tampoco existe un único camino hacia la desdicha. Pero con la
voluntad de hilar más fino lo explicaré desde la visión del eneagrama. Fíjate.
Cada patrón mental se sabotea de una manera diferente a la hora de cumplir
objetivos, «visiones» desde mi punto de vista. Y revelar cuál es el propósito de
vida de una persona se podría considerar como un desafío de altura. Veamos
cómo se sabotea cada uno de los eneatipos12:

El eneatipo 1 es el que suele marcarse objetivos imposibles. Digamos


que es su particular forma de satisfacer la adicción que solo aspira a la
autoexigencia y la rigidez.
El eneatipo 2 acostumbra a renunciar a su objetivo porque considera
más importante ayudar a otros. Piensa que los demás están más
necesitados de desafíos que ellos mismos.
El eneatipo 3 se sabotea anteponiendo la comparación a la consecución
del éxito, ya que utiliza la competición y la disputa con los demás para
reforzar su valía.
El eneatipo 4 prefiere llamar la atención exteriorizando su sentimiento
de «pobre de mí», en vez de perseguir su objetivo.
El eneatipo 5 abandona su objetivo porque no consigue comprometerse
con la acción. Se siente más cómodo intelectualizando el proceso que
saltando a la experiencia.
El eneatipo 6 huye de la consecución del objetivo porque este siempre
viene acompañado de desafíos y expectativas, lo que supone una
amenaza para su personalidad medrosa y desconfiada.
El eneatipo 7 siente debilidad por el consumo de placeres y la
gratificación inmediata, por eso siempre encuentra una distracción que
lo sustrae de su objetivo.
El eneatipo 8 se sabotea a través de su incapacidad para confiar.
Cualquier objetivo acarrea nuevos actores en el juego que pueden
controlarle y traicionarle, por lo que este no duda en anteponer la lucha
contra los enemigos a la consecución del objetivo que se ha propuesto.
El eneatipo 9 es víctima de la postergación. Considera que la vida es
larga y dispone de tiempo para afrontar el objetivo. Lo cierto es que
nunca es un buen momento para comprometerse.

No subestimemos la programación de cada patrón mental. Suele ser uno de los


principales obstáculos a la hora de encontrar la confianza, la voluntad y el
compromiso con la acción necesarios para descubrir nuestro proyecto de vida.

Perdona. Aunque me ayuda tu respuesta creo que el hándicap se encuentra


en lo que tú llamas compromiso con la acción. La mayoría de las veces
advierto que mis aspiraciones se encuentran muy alejadas o sobrepasan mis
posibilidades.

Entiendo. Normalmente, a nuestro personaje no le agradan los emprendimientos


fuera de su área de confort. Entra en pánico cuando afrontamos una actividad
que en realidad nos produce miedo o no deseamos hacer. ¿Quién no ha tenido en
su lista de deseos para el nuevo año adelgazar, ponerse en forma, aprender un
idioma o estudiar una carrera universitaria?... A ver, manos arriba... Ya veo que
somos muchos.
Percibimos dichos objetivos tan alejados de nuestras capacidades que cuando
decidimos comprometernos con el desafío nuestra motivación termina por
desinflarse. Y tiene su lógica. No podemos conquistar una cima sin una
adaptación y un entrenamiento previo. En cambio, lo preferimos porque nuestra
educación se fundamenta en una cultura del sacrificio y el esfuerzo, y
manejamos la creencia de que si nuestras acciones comportan dificultad seremos
mejor valorados por el entorno. Por el contrario, cuando etiquetamos nuestras
acciones como fáciles, estas no terminan por captar nuestra atención e interés. Es
decir, lo difícil produce miedo y lo fácil no consigue atraernos. Ahora bien, el
secreto radica en acabar con esta creencia limitante de que lo fácil no resulta
provechoso.
Desde mi punto de vista y experiencia, lo mejor sería dividir nuestras
aspiraciones en pequeñas tareas recurriendo a una metodología kaizen, un
concepto que aboga por el movimiento sostenido a través de acciones sencillas
que nos acercan paulatinamente a nuestros objetivos. Os invito a que leáis sobre
él. Es realmente potente.
Lo verdaderamente importante es que te muevas y desarrolles un hábito que
engañe al órgano responsable de la parálisis por miedo, es decir, a la amígdala.
Si lo que deseas es escribir un libro, la idea no es ponerte metas imposibles y que
recurras a la obligación de escribir dos mil palabras cada día, sino que al menos
generes un hábito y escribas un pequeño párrafo al día. Cuando viajo en bici
suelo escribir cada noche un pensamiento o idea en mi blog de notas. Os
sorprendería saber el resultado reflexivo que obtengo al finalizar un viaje de
varios meses.
El truco es que te propongas una tarea que no precise de fuerza de voluntad y
puedas realizar en cinco minutos. Con la práctica y la consolidación del hábito,
el miedo comienza a diluirse abriendo paso a la confianza. Entonces, sabrás que
es el momento de incrementar los tiempos de la actividad. Lo importante es la
suma del movimiento y las pequeñas victorias.
Por ejemplo, podrías empezar en el mundo de la meditación dedicándole un
minuto al día en la primera semana. Dos minutos en la segunda semana, tres en
la tercera, y cuatro en la cuarta. Así hasta lograr una meditación de treinta
minutos diarios y afianzar el hábito.
Advertid asimismo que, en lo que se refiere al compromiso con la acción,
existen eneatipos del eneagrama que lo tienen más fácil que otros. Así que evitad
las comparaciones. No es lo mismo pertenecer a una triada visceral que a una
mental. El miedo, el enfado y la tristeza se viven con diferente intensidad en
cada uno de los eneatipos. Las inclinaciones del SAR son diferentes. Es preciso
«aceptar» las cartas con las que apostamos en este juego llamado vida.

Estoy confuso en un punto. Si la felicidad no se encuentra fuera. ¿Por qué


nos aferramos a un propósito y una profesión para sentirnos realizados?

Míralo de esta manera. La profesión es el canal que encontramos en el mundo


exterior para expresarnos, pero eso no significa que si nos arrebatan nuestra
profesión todo nuestro mundo se venga abajo. Nadie nos puede robar los valores,
motivaciones y pasiones de la vida, porque estas cualidades forman parte de
nuestro ser intrínseco. Pueden arrancarnos del canal por el que expresamos
nuestros talentos, meternos en la cárcel y despojarnos de todas nuestras
posesiones, pero si las raíces de la identidad, los valores y la vocación son firmes
encontraremos otro «cómo» para expresar nuestra esencia. Siempre que exista
amor en nosotros, existirá un propósito. Por eso la profesión tan solo es un
vehículo más para depositar todo el amor que albergamos.
No puedo decir lo mismo de aquellos que sufrieron el ostracismo de sí mismos
y edificaron su identidad apegados a objetos externos susceptibles de ser
perdidos. Puedes aferrarte a tu pareja, tus hijos o tu estatus social y llamarlo
propósito de vida, pero la ineludible impermanencia inherente a la vida puede
arrebatarte todo eso en una sola tormenta. ¿Dónde agarrarse entonces? El «ser»
es el único territorio que no puede ser conquistado por nada ni por nadie, salvo
por ti mismo.

¿Cómo acabar con la voz del personaje que boicotea todas nuestras
iniciativas? En el fondo entiendo que son miedos. ¿Existe algún truco para
salir de su zona de influencia?

Probemos a cambiar el enfoque. El miedo surge debido a nuestro sentimiento de


separación del «ser» e identificación con el personaje. Normalmente nuestras
creencias asocian el miedo a resultados desfavorables, y esa predisposición
bloquea cualquier posibilidad de ganancia. Sin embargo, cualquier aspecto de la
vida se encuentra sometido a la ambivalencia (lo bueno y lo malo) de la
dualidad. Cuando ponemos nuestra atención y energía en el aprendizaje que
subyace tras el miedo, porque hasta del miedo se aprende, nuestra realidad
empieza a cambiar, ya que el SAR se ocupa de filtrar otro tipo de información.
Intentaré exponer el prisma desde el que yo integro el miedo. Quizás os pueda
ayudar.
Los miedos pertenecen al personaje, no a la esencia del ser. Y cada miedo
conquistado es un acercamiento hacia la parte más amorosa del ser. Cada capa
que acomoda una cebolla constituye un miedo del que debemos desprendernos
hasta llegar a su corazón. Es decir, el miedo es la llave. No existe crecimiento
personal sin abrazar nuestros miedos. Esa es la razón por la que interpreto cada
uno de mis miedos como desafíos que me acercarán a mi esencia. De hecho,
debería resultarnos inquietante la ausencia de desafíos en nuestra vida, porque
sin desafíos le cerramos la puerta al aprendizaje y, por ende, al crecimiento.
Cada uno de nuestros miedos tan solo señala cuál es el trabajo personal
ineludible en nuestro tránsito hacia el propósito de vida. Lo podemos ver como
el manual de instrucciones que nos acerca a nuestro plano más luminoso o como
las disciplinas que debemos aprobar para licenciarnos con honores en la
universidad de la existencia. De cualquier forma, los miedos se disuelven con
acción, no leyendo libros de autoayuda. Carl Gustav Jung lo expresó de
espléndida manera:

«Donde está tu miedo ahí está tu tarea».

Por desgracia, el adoctrinamiento educativo no contempla la gestión del miedo


como asignatura. Nunca nos enseñan que cuando evitas el miedo también evitas
el amor, porque el miedo desluce el brillo que habita en nosotros. Detrás de cada
miedo se encuentra la versión sanada de nosotros mismos como relato poético.
El miedo siempre esconde un sueño como posibilidad de aflorar como un ser
nuevo. Carece de beneficios que desde muy pequeños nos exhorten a condenar y
evitar el fracaso. El cautiverio educativo dejó su profunda impronta en nuestras
mentes al castigar el error y el fracaso. Aun así, el miedo al fracaso como nos fue
transmitido es una ilusión, carece de sentido. Porque solo existe el fracaso
cuando no se aprende algo. Veamos… ¿Cuántos de vosotros habéis fracasado en
un negocio, una relación o un sueño y no habéis aprendido nada?... ¡Levantad la
mano! Siempre se aprende algo.
El error es una experiencia edificante si nuestra atención y energías abrazan a
dicha experiencia. El sentimiento de fracaso que manejamos solo representa la
astucia del personaje para hacernos creer que no aprendemos, pero es falso, no
caigamos en la trampa. Porque el personaje juzga cualquier equivocación que no
persiga su apego al ideal de éxito social. Sin apegos, el fracasar es solo un
sinónimo del verbo aprender.
En realidad no tenemos miedo a fracasar, sino a que la manada nos muestre su
rechazo y desaprobación al advertir nuestras debilidades. Pero eso no significa
que debamos eludir el fracaso. Solo denota la falta de confianza y amor propio
que convive en nosotros.
Desde mi propia experiencia. ¿Sabéis qué es lo más maravilloso de afrontar
nuestros miedos? Que con el tiempo recuperamos la confianza y la sana
autoestima que perdimos en la infancia. Y eso nos convierte en espíritus
imparables, ya que estos dos pilares sostienen nuestra propia construcción como
seres libres y felices. ¿Sabéis por qué Bruce Wayne eligió a un murciélago para
representar a Batman? Lo adoptó porque encarnaba su mayor miedo. Lo que
significa que si te conviertes en aquello que más temes, serás invencible.
Como he repetido incansablemente, yo sentía miedo escénico a comunicar en
público. Y reconozco que aún brotan vestigios de alguna parte insondable de mi
inconsciente. Por otro lado, no deja de ser irónico que me gane la vida como
conferenciante.

«Pon luz en tu miedo y este te mostrará una estrella en la que


brillar».

Así que contestando a la pregunta. El único truco que conozco para salir de la
zona de parálisis del miedo es penetrar en él, conocerlo, hasta averiguar cuál es
la herida que lo despierta. Cuando te deshaces de los miedos, el amor comienza a
llegar. Porque la paz solo brota de aquello que se acepta y se comprende.

Tu mensaje me recuerda al mensaje de Nelson Mandela. ¿De verdad


tenemos tanto miedo a brillar?

El discurso de investidura de Mandela y el poema que utilizó de Marianne


Williamson deberían ser estudiados en profundidad en toda la esfera educativa.
El enemigo convive en nuestro interior como «personaje», pero no somos
conscientes. Preferimos ser mediocres para que los demás no se sientan
inseguros a nuestro lado. Cuando nos permitimos expresar nuestra luz, cuando
nos liberamos de nuestros miedos, nuestra presencia libera automáticamente a
otros. Cuando te afirmas y manifiestas tus dones, los que observan se preguntan
por qué ellos no se dieron el permiso de ser. En ese instante se instala en sus
mentes la semilla de las preguntas incómodas. Es irremediable.

«Cuando ves a tu prójimo brillar, una insondable lucidez te recuerda


que tú también viniste a este mundo para deslumbrar».

Tenemos miedo a ser superhéroes porque para una sociedad dormida los
espíritus nobles molestan, son una amenaza y propician que nos cuestionemos la
vida. Por eso la sociedad condena a la soledad al que se muestra diferente.
Cuando decides ser un héroe o heroína quizás tengas que caminar en solitario y
romper con lo establecido, con el clan familiar, con tus amigos, etc. Eliges vivir
desde el amor en la sociedad del miedo, y al exponerte tal vez sangren tus
heridas y pierdas el reconocimiento y la protección de la manada. Quizás te
sientas perdido, pero en realidad acabas de empezar tu propia conquista, ya que
el coraje visibiliza el inmovilismo de varias generaciones. ¿Recordáis a Clark
Kent como personaje de Superman? Pues todos somos ese reportero que exhibe
una doble personalidad, ya que detrás de su naturaleza apocada, torpe e insegura
que se proyecta a través de un «personaje», se esconde el hombre de acero. Sin
embargo, la mayoría de nosotros fuimos educados para renunciar a una
personalidad superlativa y afirmar nuestra mediocridad. La finalidad de la
educación no radica en revelar al «ser interior», sino que persigue el «ser
aceptados» por los que observan.
No es casualidad que en este ciclo de capitalismo voraz de consumo y
exposición falsificada en televisión y redes sociales, las personas suframos más
que en periodos históricos pasados. Tiene su sentido. Ahora advertimos más
vidas que brillan a nuestro alrededor y nos recuerdan que nosotros no hacemos
nada por brillar. Esta coyuntura suscita resistencia, juicio, insatisfacción y
sufrimiento al compararnos obsesivamente con las vidas de los demás. A fin de
cuentas nos sentimos culpables porque vivimos de una manera cuando en
realidad nos gustaría vivir de otra. Sufrimos porque no aceptamos una vida en la
que tenemos todo, pero en la que nos sentimos incoherentemente perdidos. En el
fondo sabemos la falta de responsabilidad existente en nuestra construcción y
desarrollo.

Dices que no hacemos nada por brillar. No sé…, me parece una afirmación
muy severa. Las personas por lo general hacen todo lo posible por
prosperar.
Así es, intentamos prosperar pero tristemente lo hacemos desde los recursos y
las limitaciones que sostiene nuestro inconsciente.
Hagamos un experimento. Me gustaría que cerréis los ojos. Respirad
profundamente. Quiero que penséis en cinco actividades que aportan verdadera
satisfacción, vitalidad y gozo a vuestra vida. Puede ser montar en bici, nadar,
pasar más tiempo con vuestros hijos, pintar…, lo que sea. Abrid el bloc de notas
de vuestro teléfono móvil y apuntad esas cinco cosas en una columna en orden
de importancia. Tenéis tres minutos…
¿Lo tenemos? ¡Bien! Ahora quiero que indiquéis entre paréntesis el porcentaje
de tiempo que le dedicáis a cada una de esas cinco actividades durante el día. No
tiene sentido engañaros, apelad a la honestidad. Tenéis dos minutos…
¿Estamos? ¡Genial! Ya veo caras de conmoción. Levantad la mano aquellos
que acaban de darse cuenta del poco tiempo que le dedican a esa actividad que
debería ser una prioridad en sus vidas. —Cerca del 100 % de la audiencia
levantó la mano entre sonrisas cómplices—. Este ejercicio demuestra cómo
dedicamos la mayor parte del tiempo a cosas que no contribuyen a nuestra
felicidad, en detrimento de aquellas tareas que son esenciales para cultivar
nuestra actitud y nuestros dones. Dedicamos más tiempo a las tareas de agradar y
encajar en el marco social que a fomentar nuestro verdadero potencial.
Si os parece lo dejamos aquí.

vvv

Encontrar tu lugar en el mundo implica algo más que ser arrastrado por el coma
social, ser realista por conveniencia o simplemente «ir tirando». Averiguar en
qué jardín deseamos florecer obedece a la necesidad de desmontar las creencias
que derivan del adoctrinamiento familiar y académico, y que castran el
verdadero designio de nuestra esencia. Hallar la órbita en la que anhelamos girar
tiene que ver con enamorarse de uno mismo y conectar con las tres esencias que
nos redondean: inteligencia, amor y energía. Por supuesto, conlleva amor propio,
claridad, dedicación y confianza, pero cuando habitas la asunción de logro,
podrás sentir lleno de satisfacción que has construido una vida y no una
conveniente huida.
¿Dónde deseamos dirigir todo el amor que emana de nosotros? El sentido de
realización es encontrar una estrella ávida por iluminar el camino de otros. Es
descubrir que alguien ha mejorado su vida gracias a que tú decidiste convocar
tus dones. Es expresar que la abundancia de tu vida es un resultado de todo lo
que te das a ti y ofreces a los demás. Porque realizarse es ser consciente de que
la llama que prende tu vela puede encender a otras velas sin perder tu propia luz.
Me gustaría que esta exposición sirva para que os hagáis preguntas incómodas:

¿La actividad profesional que desarrollas te realiza como persona o, por


el contrario, te dejas impulsar por la inercia social?
¿Sientes que estás vendiendo tus sueños, tu pasión y tu creatividad por
un desahogado salario?
¿Dónde pasa tu mente la mayor parte del tiempo, en el bienestar o en la
culpa que nace de la falta de autenticidad?
¿Eres tu propia referencia o intentas imitar la vida de otra persona?
¿Sientes que eres la mejor persona que puedes llegar a ser?
¿Qué tipo de acciones realizas cada día que contribuyan a mejorar el
bienestar de otras personas y el mundo en general?
¿Cuál es tu verdugo? ¿A quién culpas o utilizas como excusa para no
lanzarte a la vida que anhelas?

Si te parece complicado invertir en tu vocación y tu talento, prueba qué


resultados obtienes con el sufrimiento que engendra la mediocridad.
Expresó sabiamente Karen Lamb:

«Dentro de un año desearás haber comenzado hoy».


v
Hasta ahora he intentado transmitiros cómo el cambio de creencias en relación
con las heridas emocionales, la construcción de la realidad y el sentido de
coherencia con uno mismo nos convierten en personas más responsables con
nuestra vida además de aportar abundante paz en nuestro interior.
A continuación, trataré uno de los aspectos que más resistencia origina a la
cultura occidental: la incapacidad para aceptar la transitoriedad de la existencia.

11 Todos los testimonios que hacen referencia a Elena cuentan con su beneplácito.
12 Definición de Pedro Espadas, experto en eneagrama.
6

LEY DE LA IMPERMANENCIA
Memento mori, recuerda que morirás

A veces no somos conscientes de que todo puede terminar mañana. Os pongo en


situación. Año 2010. Desierto de Marruecos.
Recuerdo una embestida tan violenta que solo pude registrar el sonido
abrumador de la frenada a mis espaldas. Mi maltrecha anatomía golpeaba contra
el asfalto dos segundos después reproduciendo la trayectoria de esas piedras que
se lanzan con efecto y velocidad, y que rebotan sutilmente sobre la superficie de
un lago. Retengo en la memoria un pitido ensordecedor que congeló el tiempo y
se perpetuó en mis oídos. Como hipnotizado por el impacto intenté mover la
cabeza y focalizar la vista, pero el exterior se veía impreciso. Presumo que en
esa décima de segundo todo podría pintarse de oscuro, lo que supondría penetrar
en la dimensión de la muerte. En cambio, la claridad del cielo azul tomó
presencia. De súbito, como recién llegado de un túnel del tiempo, conecté con el
accidente. El miedo estranguló mi estómago y convulsionó mi respiración. El
pitido continuaba instalado en mis tímpanos. Reparo en que mi primer
pensamiento reflejo fue buscar a Elena con la mirada. Levanté ligeramente la
espalda del asfalto y la encontré desordenada a cuatro metros de mí. Jamás
olvidaré su rostro. Habitaba absorta en un planeta más lejano que el desconcierto
intentando zafarse del shock emocional. Yacía malograda bajo su bicicleta,
envuelta en una liviana polvareda del desierto marroquí. El pánico había
paralizado su expresión. Sus incipientes lágrimas ligaban con el polvo de sus
mejillas y grababan una huella de «última parada» en su rostro. Quise auxiliarla
e incorporarme en un solo impulso, pero al intentar tomar apoyo, mi pierna
derecha se desmembró en tres partes: doble fractura de tibia semiabierta, peroné
y meseta tibial. Los dos advertimos la dantesca imagen y nuestros ojos se
buscaron como aquellos amantes que se alejan. Nuestra mirada se detuvo en el
aire como un aroma buscando explicaciones. Sentí frío y extremada
preocupación por mi columna vertebral. Volví a extenderme sobre el asfalto,
miré al cielo, respiré hondo y susurré: «Gracias».
El lado derecho de mi cuerpo yacía destrozado. Fui consciente de que el viaje
se desvanecía como una fragancia barata. No obstante, suspiraba con alivio,
puesto que Elena podría haber perdido la vida en ese desafortunado accidente. Y
en ese supuesto caso, deduzco que yo no estaría aquí relatando esta truculenta
crónica de viaje. Todo nuestro devenir puede cambiar en un instante y no lo
apreciamos. No es importante, y ni siquiera me aferro a esta creencia, pero
muchos días me da por pensar si la vida quiso sacarnos de la partida por alguna
razón. Un accidente como el que sufrimos, en esas circunstancias concretas,
puede ocurrir una vez entre mil posibilidades. A pesar de todo, ocurrió. En un
punto indefinido de una inhóspita recta con visibilidad, el azar o la causalidad
quiso reunir a dos vehículos ávidos por adelantarse y a dos cicloviajeros que
sostenían un sueño. Los dos autos colisionaron en un temerario adelantamiento,
y uno de ellos, fuera de control, salió despedido arrollándonos.
Mentiría si afirmara que el viaje gozaba de una buena salud. Días antes del
accidente rompíamos lazos con Uve, un compañero de pedal que formaba equipo
con nosotros y que nos acompañaría hasta Senegal. Uve salió de Madrid como
un perro renqueante lamiéndose las heridas. Se aferró al proyecto como una
medicina, mas las torceduras de su alma eran de gravedad, y ya sabemos que el
inconsciente no obedece a patria alguna. Las asperezas del viaje forzaron nuestra
separación, circunstancia que despertó mucha tensión entre todos nosotros.
Mi apego alternaba entre el viaje y los proyectos humanitarios. No existía nada
más en el horizonte del SAR (sistema de activación reticular), ni siquiera la
temprana y apasionada relación que mantenía con Elena. Trabajé en Madrid
como informático durante un año con la idea de ahorrar suficiente dinero para
recorrer África occidental y alcanzar Ciudad del Cabo. Como apéndice del viaje
pretendía visitar proyectos humanitarios en varios países con el propósito de
financiar determinadas causas sociales. Recuerdo que durante ese año me sentía
especialmente gobernado por la soberbia y la arrogancia. Albergaba la
convicción de haber encontrado el elixir de la felicidad, ya que mis destrezas
profesionales me permitían encontrar puestos de trabajo generosamente
remunerados en un corto espacio de tiempo. Me sentía superior hasta el punto de
permitirme la licencia de instigar a mis amigos a cambiar de vida, despertar de
Matrix y eludir la esclavitud social. Sospecho que esa clase de actitud me generó
desavenencias con muchas personas. A decir verdad, me traía sin cuidado sus
circunstancias personales, porque solo me importaba mi camino y mi lucha.
Habitaba en mí una sensación de imbatibilidad, y nada ni nadie conseguirían
menoscabar mi energía. ¡Qué ingenuo!
Elena, por otro lado, deambulaba en un apego más inmaduro. Transitaban sus
veintisiete años conducidos por un arrebato apasionado de ilusión y audacia. Su
personalidad hedonista no se conformaba con un selecto abanico de placeres,
sino que precisaba de estímulos mayores. Y si le prometías exprimir la vida, ella
lo haría en todas las pistas de baile. Solo llevábamos tres meses saliendo, aunque
Elena se apegó a la relación sentimental como un vagón al tren de cabecera.
Por aquel entonces, Elena disfrutaba de una vida estable en Madrid. Trabajaba
para una prestigiosa multinacional de la moda, si bien se sentía atrapada por una
sociedad estática que vive las aventuras desde el sillón y el mando a distancia.
Elena era perfectamente consciente de que nuestro idilio apasionado duraría
poco, ya que su amante no estaba dispuesto a renunciar a su proyecto por ella.
Desde la madurez, y con la idea de encontrar la solución menos dañina,
decidimos que lo mejor sería caminar separados y recuperar la relación al
retornar de mi periplo por África, pero su amor y dependencia eran más fuertes
que su cordura, así que se armó de valor y se jugó todo a una carta. Presentó la
dimisión, realquiló su habitación compartida y realizó la mudanza en poco más
de diez días. Tanto su padre como su madre entraron en pánico y la psicología de
apego al clan y la ansiedad anticipatoria hicieron el resto.
Todo el entorno familiar llegó a pensar que Elena había perdido el juicio por un
bohemio itinerante, diez años mayor que ella, que viajaba en bici alrededor del
mundo. Sus padres no daban crédito. Un tipo al que no conocían de nada, un
embaucador, se llevaba a su ingenua hijita a cruzar media África. De repente,
animado por Elena y empujado por mis heridas, ya que yo acepté aquella
situación, me vi sentado frente a los padres de Elena alardeando acerca de mi
madurez, fortaleza y superioridad. Ignoraba que aquello a lo que tácitamente me
estaba comprometiendo guardaba relación con hacerme responsable de la
seguridad de Elena. De ninguna manera yo deseaba ese desenlace y esa carga,
pero la responsabilidad me la atribuí yo solito. Así habríamos de padecer la
voluntad de nuestras heridas. Yo conseguí reforzar mi papel de salvador-
controlador, y Elena alivió su sensación de abandono al ganar a un novio, un
psicólogo y el padre que demandaba su inconsciente.
Dice el budismo que el apego es la principal causa de sufrimiento en el mundo.
Partiendo de esta premisa, podéis imaginar el pegamento de apegos que
confecciona esta trágica historia. El viaje a lo largo de África occidental resultó
un proyecto ideado por la vanidad de mi personaje. Con todo, no parecía ser
suficiente para llenar mis vacíos. Así que acepté la compañía de dos mendigos
emocionales más. A decir verdad, el viaje se diseñó para disfrutar, pero se
convirtió en una condena. De una manera u otra, llegué a sentirme responsable
del bienestar de mis compañeros de tragedia. ¿Recordáis cuando hablamos de
cuál es la mejor forma de ayudar? Pues de esta experiencia aprendí que me faltó
la suficiente claridad mental para mostrarles a mis acompañantes que sus
caminos eran distintos al mío. Mi personaje adoptó el disfraz de salvador y desde
el piloto automático no pude más que imponer mi ideología como solución a sus
vacíos. Era cuestión de tiempo que la propia tensión del globo nos hiciese
explotar por los aires.
No creo en las casualidades. Aquella macedonia de heridas emocionales me
distanció de Uve, un daño colateral no deseado que formaba parte de lo
plausible, pero… ¿y si Elena hubiese quedado tetrapléjica? Es más… ¿Qué
habría sucedido en el caso de que su preciosa vida se hubiese extinguido en
algún lugar indefinido del desierto marroquí? ¿Cómo habría sostenido yo esa
culpabilidad? ¿De qué manera habría afrontado la familia de Elena su pérdida?
Si preguntas a la emoción, cada uno de nosotros hubiese encontrado a un
culpable a quien señalar. Pero la triste realidad es que todos bailábamos al
compás del apego. Cuando la ignorancia del ser humano rehúsa a aceptar la
transitoriedad de la existencia, solo tiene cabida el sufrimiento, pues intentar
poseer cualquier cosa que nace, se desarrolla, muere, y que, además, se
encuentra destinada a ser perdida, es la coronación de la estupidez humana. Sin
embargo, hasta la estupidez es una cuestión de creencias, porque el
comportamiento del ser humano no se gobierna desde la razón, sino desde la
emoción.
Después del accidente, el seguro de viaje cumplió con las coberturas y nos
repatrió en las que podrían ser las treinta y seis horas más largas de nuestra vida.
Para escribir un libro, sin duda. Una vez en España, fui operado en cinco
ocasiones de la pierna derecha. La tibia no acoplaba con perspectiva, por lo que
los cirujanos decidieron instalarme un fijador exterior en la extremidad
atornillando ocho clavos en ambos extremos de la tibia. Imaginad transportar en
una de vuestras piernas un andamio de titanio durante cinco meses, o aprender a
dormir bocarriba sin la posibilidad de girarte. Tuve tiempo de responder a
muchas preguntas y atender a otras, puesto que la convalecencia en total se
demoró un año.
La incapacidad física no llegó a ser un verdadero inconveniente. A decir
verdad, me resultó más complicado lidiar con la creencia que mi cirujano había
inoculado en mi cabeza en forma de efecto Pigmalión inverso. Este fenómeno
ocurre cuando las bajas expectativas de tu médico influyen en tu estado anímico
de manera negativa. Mi rodilla se fracturó con fatalidad, condición que recortó el
hueso de mi tibia en dos centímetros. «Acabas de sumarle veinte años a tu
rodilla. Prohibido todos los deportes de impacto. No creo que las molestias te
permitan seguir viajando en bici. Con toda seguridad te quedará una leve cojera
y, con el tiempo, reza para que no sea así, te pondremos una prótesis y tendrás
que usar bastón», con esa falta de sensibilidad lo expresó. Todo ese mundo que
brindaba sentido a mi vida se desmoronó después de esa conversación.
De creerme Dios y reventar la vida por todos sus vértices, a guardar todos mis
sueños en una caja fuerte y tirarlos al fondo del océano. «¡No es justo!», solía
repetirme cada día al despertar. Pero la justicia es un juego mental del personaje.
La grandiosidad de la vida no polariza entre el bien y el mal, simplemente fluye
con la ley de la impermanencia. ¿Imagináis a un animal expuesto a la ineludible
cadena trófica quejarse por servir de alimento a especies mayores? ¿Alguien
entiende que papá águila se excuse en la mala suerte ante su consorte por no
encontrar alimento? ¿Pensáis que un terremoto discierne entre individuos
malvados o bondadosos antes de segar la vida de millones de personas? La
injusticia es un invento de los humanos.
Prácticamente no podía valerme por mí mismo, por lo que decidí realizar la
rehabilitación desde el hogar familiar. Elena encontró un nuevo trabajo en
Madrid y solía visitarme con asiduidad. Seguíamos apegados como los dos
eslabones de una cadena activando recíprocamente nuestras heridas. La vida nos
había enviado un recado a través de ese accidente, pero nuestros huecos vacíos
se empeñaban en desdeñar el mensaje y abogar por la dependencia. Como en
boxeo, decidimos probar con un segundo round. Después llegó el tercero, el
cuarto y hasta el quinto. Con todo, la vida es maravillosamente perfecta y
siempre te regala otra oportunidad que te ayuda a zafarte del siguiente tropiezo.
Los huesos de mi pierna derecha soldaban con torpeza. Fue una recuperación
colmada de incertidumbre en la que tuve que asumir como mis metas se
evaporaban. Y cuando los apegos a una expectativa de altura se truncan
bruscamente, la frustración cae a peso muerto sobre tus hombros y resulta
imposible sacar aliento para reinventarte. Pasé de ser libre a ser totalmente
dependiente. Necesitaba ayuda hasta para ir al baño. ¿Quizás tenía algo que
aprender? No albergo la menor duda. Cuando nos topamos con los renglones
torcidos de la vida, lo primero en lo que pensamos guarda relación con la
importancia del abrigo familiar además de los verdaderos amigos. Aprendes a
valorar su compañía, protección y apoyo. No obstante, aunque son tres aspectos
trascendentales, deduzco que solo vislumbran la punta del iceberg acerca de
todas las lecciones derivadas que puedes aprender de una experiencia como la
que me ocurrió a mí. Con los años puedo analizar este episodio de mi vida desde
otra perspectiva, de hecho, lo rememoro con frecuencia y lo utilizo como
referencia para tomar decisiones importantes. Decisiones, por cierto, que aprendí
a canalizar desde el filtro de la impermanencia. Hablemos de esta gran maestra.
La ley de la impermanencia constituye un aspecto central del budismo que
configura un universo en el que todo se encuentra en constante cambio y
evolución. Nos incomode o no, nuestra vida está envuelta en ciclos repetitivos
que respetan un orden perfecto: las estaciones del año, el día y la noche, la salud
y la enfermedad, el ciclo de vida de una estrella, de una flor, el devenir de las
nubes. Todo persigue una secuencia de nacimiento, desarrollo y expiración.
Porque el crecimiento reverbera fugazmente para eclipsarse en la muerte. No
puede ser ilimitado, puesto que la creación lleva en su vientre a la destrucción.
Sin disolución se rompería el ciclo de nacimientos. Memento mori, recuerda que
vas a morir. ¿Os imagináis a los seres vivos creciendo sin limitación? Steve Jobs
expresó:

«La muerte es probablemente el mejor invento de la vida. Retira lo


viejo para hacer sitio a lo nuevo».

En Oriente la ley de la impermanencia vertebra los pilares educativos de la


sociedad. Su sistema de creencias enfatiza desde una edad temprana que la
existencia es un hola y adiós que se transita desde la convicción de que la
fortuna se debe disfrutar, pero que la pérdida es inevitable y se hace preciso
aceptarla con desapego y serenidad. Para la cultura oriental resulta manifiesto la
idea de perder el trabajo, a nuestra pareja, sufrir una enfermedad, perder a un
hijo, arruinarnos, etc. Es decir, son educados también en la derrota.
Por el contrario, en Occidente se nos programa para buscar placer y evitar el
dolor. Ya a edades tempranas se nos empuja a poseer, buscar certezas y generar
expectativas con el propósito enfermizo de tener todos los aspectos de la vida
bajo control. ¿Alguien cree de veras que puede controlar un aspecto tan volátil y
caprichoso como la vida? Definitivamente vivimos en una ilusión. No hay que
ser muy inteligente para discernir que la cultura occidental nos programa para
sufrir.
De hecho, la sociedad actual, supuestamente la más próspera en conocimientos
de la historia, disfruta de una legítima narcotización que se fundamenta en el
apego y el ansia de seguridad. El auge tecnológico que nos acompaña no es más
que una consecuencia inconsciente que persigue obstinadamente evitar la
muerte, la adversidad y ese tipo de incomodidad que precisamente construye
nuestra sabiduría. Presumo que esa es la razón por la que el budismo asegura sin
ambages que occidente habita en una profunda ignorancia. Vivimos sometidos
por una creencia limitante que apenas contempla la pérdida y la desesperanza
como posibilidad. Nos enseñaron a acumular, pero nada sabemos de la virtud de
renunciar y soltar. La transitoriedad es el fluido de la existencia y el ser humano
sufre porque nuestro personaje se resiste al cambio que experimentan todas las
cosas que nos rodean.
Pensadlo. Si no fuésemos programados para abrazar el apego y la seguridad, la
sociedad de consumo actual colapsaría, ya que las masas dejarían de buscar su
identidad a través del estatus social, los bienes materiales y la reputación.
Absolutamente todo se encuentra sujeto al paso del tiempo, a una realidad
cambiante y a la muerte. No sois conscientes de que hace una hora existíais en
otro lugar en el universo. En este preciso instante, por los movimientos de
traslación y rotación que impulsan a la tierra, nos encontramos a 11 700 km de
distancia con respecto a hace una hora. ¿No os parece increíble? Nunca volveréis
a ocupar este mismo instante de vuestra existencia. Reconozco que es un cambio
de mentalidad y paradigma que cuesta asumir. Si bien esta conferencia versa de
cómo transformar creencias que nos aporten paz, y esta podría ser una de las más
importantes. Hasta que no comprendamos y aceptemos que debemos fluir con la
pérdida, nunca revelaremos el estado de paz y, por tanto, de gozo que yace
latente en nosotros.
No podemos descartar nada. Así lo aprendí yo mismo. Un accidente podría ser
la madre de todas las cosas buenas cuando observas su profundidad. La vida es
increíblemente perfecta, aunque nuestra plena atención en la forma nos
incapacita para ver más allá. La existencia no te envía absolutamente nada que
no precises para tu evolución personal. Presumo que casi todo lo que nos ocurre
lo atraemos nosotros, ya que interpretamos la realidad a través de unas lentes que
se graduaron con dolor. El apego a la herida interior se refleja en el sufrimiento
que suscita el apego exterior.
La vida es inmensamente ilustrada. La sabiduría universal no contempla que
una persona deba dar la vuelta al mundo en bicicleta para alcanzar la felicidad.
Tampoco admite que un alma perdida deba cruzar medio planeta con el
propósito de encontrar al gran maestro indio que le muestre los caminos del ser.
La inefable existencia es más perfecta que todas las soluciones que inventa el
personaje. La arbitrariedad de la impermanencia nos rodea de personas y
situaciones que operan como grandes maestros espirituales. Todo a nuestro
alrededor se confecciona de sabiduría, aunque no podamos apreciarlo. El ser
humano, por ejemplo, crece y evoluciona gracias al espejo de la convivencia.
Todo aquello que amas y odias en el otro es una proyección de ti. Nos resuena
porque precisamente convive en nosotros. Aquello que repudiamos en los demás
coincide con un aspecto de nuestro personaje que permanece sin resolver13. Si tu
jefe, amigo o pareja te maltrata, solo refleja el maltrato que ejerces sobre ti
mismo. En realidad, el hecho de percibirlo es una de las mejores oportunidades
que nos regala la vida para que aprendamos a cuidarnos y observar aquello que
sucede en nuestro interior. Sin embargo, el personaje rehúsa a enfrentarlo y
queda fuera del alcance del SAR, por eso no podemos verlo a pesar de tenerlo
frente a nuestras narices. Vivimos tan apegados a aquello que la creencia
etiquetó como «bueno» que cuando una situación es contraria, y, por tanto, no
nos beneficia, la clasificamos como «perjudicial» y rechazamos la oportunidad
de indagar acerca del mensaje que dicha experiencia comprende. Nuestra supina
ignorancia de lo que somos se niega a desentrañar aquella enseñanza que
precisamente contribuye a conformar nuestra paz interior.
Todo aquello que observamos es creación de la transitoriedad de la existencia.
Pensadlo. Hasta las bacterias se adaptan al cambio que imponen los antibióticos.
Estamos vivos gracias al dinamismo y caducidad que imprime la
impermanencia. Es algo así como empezar a morir en el mismo instante en el
que somos alumbrados. Fijaos. La adversidad no cuestiona a la fortuna, la luz no
juzga a la oscuridad y viceversa, porque el universo busca complementarse y
todo fluye hacia su opuesto respetando el ciclo natural de todas las cosas. Por el
contrario, vivimos en una sociedad apegada a la luz, sin atender que sin la
oscuridad, no veríamos la luna y las estrellas. Nunca nos enseñaron que la
adversidad, por mucho que nos perjudique, es una parte esencial del ciclo de la
vida. Una fracción tan importante de la existencia que sin su integración nunca
desvelaremos la auténtica felicidad.
La falsa creencia nos encadena a la absurda idea de exaltar el positivismo y lo
bello, y experimentar únicamente momentos divertidos y felices, desequilibrio
que nos conduce obviamente al despotismo de la felicidad. Resulta palmario que
los días más radiantes y dichosos de nuestra vida aportan una sensación de
entusiasmo y satisfacción. Pese a todo, os pregunto, ¿qué creéis que nos enseñan
las crisis? ¿Qué podemos aprender de los días más dañinos y calamitosos de
nuestra vida?
No deja de sorprenderme que los peores días de nuestra existencia, aquellos
que rechazamos con tanta inquina, sean precisamente los que nos brindan
experiencia, conocimiento y claridad mental. Y la fuente de sabiduría que
conforma este trinomio es la única que nos provee de recursos y habilidades para
poder vivir fortalecidos en este mundo diverso e impermanente. ¡Creedme! La
felicidad no atesora el mérito que concede la adversidad. Sin adversidad no
existiría la creatividad, ya que se precisa de un obstáculo para que la mente se
encienda y confeccione un desafío que se pueda solucionar.
Os dejo esta maravillosa reflexión de Aldous Huxley de su libro Un mundo
feliz.

«La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las
compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la
estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la
inestabilidad. Estar satisfecho de todo no posee el encanto que supone
mantener una lucha justa contra la infelicidad, ni el pintoresquismo
del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda.
La felicidad nunca tiene grandeza».

Podría decirse que la resiliencia es la capacidad que atesora el ser humano para
reponerse en tiempo récord de las dificultades e infortunios que la vida nos
presenta. Por mucho que nos resistamos a ello, la vida es una conquista que no
florece en la dicha, sino que se expande en la inseguridad, el riesgo, la
incertidumbre y la desventura. La fortaleza y el carácter del individuo se forjan
en procesos complicados, progresos lentos, conflictos que nos confrontan y nos
agitan, todo lo contrario a la cultura de la inmediatez con la que mercadea
nuestra sociedad de consumo. ¡Por supuesto que la adversidad propicia que nos
sintamos incómodos! Pero también es verdad que es precisamente esa
incomodidad la que favorece nuestra evolución y sabiduría como seres humanos.
A fin de cuentas, no debemos confundir el conocimiento con la sabiduría. El
primero explica «para qué vivir», mientras el segundo te enseña a «cómo vivir».
Nadie puede zafarse de la ley de la impermanencia. El simple hecho de vivir
nos expone tanto a crisis como a situaciones desfavorables que no beneficiarán
nuestros intereses personales, mas la adversidad es parte transcendental de la
existencia. Puedes enfadarte si lo deseas, como yo mismo hice al verme postrado
en una cama anticipando un futuro desolador. Pero también puedes hacer algo
más que potenciar tu victimismo y confirmar que la vida es un insoportable
martirio. Y me refiero a integrar las polaridades y contemplar la luz y la
oscuridad como compañeras de viaje. A valerte del aprendizaje que esconde el
tropiezo como un desafío para hacerte más sabio y vislumbrar caminos hacia un
destino llamado paz sostenida en el tiempo. Sustituyamos el «por qué» por el
«para qué». ¿Para qué me ha ocurrido esto? El «por qué» limita, pero el «para
qué» abre la puerta al misterio, el aprendizaje y la posibilidad.

«La adversidad es el arte de vivir bajo la lluvia».

Sin aceptar la adversidad que sobrevino de aquel afortunado atropello dudo


mucho que hubiese aprendido los pilares más importantes que sostienen la
serenidad del alma como antesala de la felicidad:

Identificación del ciclo del apego


Integración de la adversidad y la muerte como parte de la vida
Ecuanimidad
Tolerancia a la frustración
Resiliencia
Postergación de la gratificación

Se cumple, por tanto, la enseñanza del filósofo existencialista Soren


Kierkegaard de que «la adversidad es prosperidad», pero evitemos que este saber
caiga en el cajón de lo intelectual. Es preciso aceptar la adversidad como un
camino hacia la prosperidad. Quizás nos hace falta, como me ocurrió a mí, que
aquella situación la cual consideramos perjudicial, sea precisamente la que nos
salve la vida. O, al menos, llegar a ser conscientes de que lo que hoy es bueno,
mañana nos puede destrozar, y lo que es malo, nos puede reinventar.
Las reflexiones que acontecieron durante el proceso de convalecencia y
recuperación reprogramaron una de mis creencias más arraigadas y extendidas
en la sociedad. Albergamos la fantasía de ser fuertes e inmortales, cuando en
realidad somos tan frágiles y efímeros como la integridad de un huevo en una
tormenta de granizo. No me cansaré de decirlo: nuestra transformación no nace
de aquello que podemos intelectualizar, sino de aquello que surge de esa clase de
experiencia emocional capaz de reprogramar las creencias del inconsciente.
Ninguno de los presentes ignora que en algún momento de la vida tendrá que
morir, ¿cierto? Todos lo sabéis. Sin embargo, esta escuálida asunción no
propiciará que mañana cambiéis todos aquellos aspectos que deslucen vuestra
vida. No es lo mismo saber que vais a morir, que creer fehacientemente que vais
a morir. Saber y creer manejan un poder diferente en nuestra mente. No
olvidemos que es el tejido enraizado de la creencia el que gobierna nuestra vida.
El saber es intelectual, pero el creer es emocional, y la emoción es el carburante
de la acción. La puerta al inconsciente solo es accesible a través de una «certeza
emocional». Por consiguiente, es la conmoción o sorpresa emocional de una
experiencia la única que puede editar y modificar los recorridos neuronales que
sostienen una creencia arraigada. Así lo constata la epigenética. Es difícil de
creer, pero es un hecho que determinadas emociones originadas en ambientes
extremos activan determinados genes que pasan a nuestra descendencia. Estoy
adelantando pequeñas píldoras de las que hablaré en profundidad más adelante.
En realidad, nada nos pertenece, todo se encuentra en un estado de tránsito que
se disuelve entre nuestras manos como imperceptibles granitos de arena. La vida
es una maravilla que se fracciona en un par de días. No merece la pena pasar uno
de ellos instalado en el coma social, la mediocridad y el sufrimiento. Mañana
podría ser demasiado tarde. Los mejores regalos de la vida se esfuman como el
trazo de una estrella fugaz en la inmensidad del espacio. El tiempo corre, la
realidad muda de piel, el dinero se va, como los amores apasionados, la efímera
belleza, la salud, el alma. Todo se encuentra en constante cambio y movimiento
esperando a ser vivido y dispuesto a ser soltado.
«La asunción de la muerte te ayuda a responsabilizarte de la vida que
realmente anhelas».

Para terminar enumeraré las conclusiones de esta sección:

Todo se encuentra administrado por la ley de la impermanencia.


No puede existir evolución sin el sentido que brinda la muerte.
Son los apegos a la vida, a las metas, a las cosas, a las relaciones
aquello que más sufrimiento ocasiona a la humanidad.
A veces la vida te para en seco, y la peor de las tragedias se puede
convertir en una fortuna si de verdad estamos atentos. Para ello es
necesario aprender a desidentificarse del personaje y cultivar la
atención en el momento presente.
La sociedad occidental se encuentra programada para buscar placer y
eludir el dolor. Lo que nos conduce a la fatalidad del sufrimiento.
Luego, se hace necesario alejarse de sus tentáculos y reeducarse.
Sufrimos porque nos resistimos al cambio. La pérdida es inevitable y
se debe aceptar con desapego y serenidad.
Todo en la vida experimenta un ciclo vital ascendente y otro
descendente que se refleja en todas partes. Y al igual que aceptamos y
disfrutamos en el gozo, así deberíamos actuar con la adversidad. En
cambio, estamos programados para focalizarnos en aquellas
situaciones que nuestras creencias etiquetan como «beneficiosas». Por
eso el sufrimiento deviene cuando te aferras a algo que crees que es
bueno para ti y te niegas a soltarlo.
La alegría nutre el alma, pero en la adversidad, aquella que tanto
difamamos, aprendes a convivir en este mundo diverso y variable.
Solo aquellos que provengan de la profundidad de la pérdida y acepten
la adversidad como parte de la vida, encontrarán el camino a la
plenitud, la calma y la dimensión espiritual.
¿Preguntas?

Has mostrado un mapa de la sociedad occidental bastante sombrío. Como


muy desconectado de la verdadera esencia. Partiendo de esta premisa, ¿no
es un objetivo demasiado ambicioso el cambio de paradigma que propones?

Nadie dijo que fuera fácil. Pero si de verdad deseamos distanciarnos del
sufrimiento que contamina nuestras vidas, no hay otro camino que la
responsabilidad personal. Si miramos a nuestro alrededor, una gran parte de la
sociedad se encuentra instalada en el sufrimiento, la queja y el victimismo.
Somos personas inmaduras, vulnerables al placer y con exigua tolerancia al
dolor y la frustración, conductas que nos desquician y que irremisiblemente
heredarán las generaciones que nos sucederán. Advertid cómo estamos educando
a gran parte de nuestros hijos. Hoy fabricamos niños flojos y asustadizos hasta
con entusiasmo. Lejos de prepararles para la pérdida, los criamos en ese
buenismo absurdo que replica personalidades mimadas incapaces de afrontar los
aspectos adversos y ásperos inherentes a la impermanencia de la vida. Esta
sobreprotección los conduce a creer que todo cuanto les rodea existe para
hacerles felices y plegarse a sus deseos. Desconocen, al igual que sus padres y
madres, que su futuro no flotará en burbujas de felicidad, sino en cápsulas de
antidepresivos.
Desde la necesidad de controlar obsesivamente nuestras vidas, nos horroriza
que las cosas no sean como determina la expectativa que hemos creado.
Dependemos, como ya vimos, del control del súper-personaje Papá Estado. Y
cuando el Estado paternalista aboga por el control y se aferra al no cambio,
surgen fenómenos incomprensibles como los que denuncia Chris Hedges:

«Vivimos en una nación en la que los médicos destruyen la salud, los


abogados destruyen la justicia, las universidades destruyen el
conocimiento, los gobiernos destruyen la libertad, la prensa destruye
la información, la religión destruye la moral, y nuestros bancos
destruyen la economía».

El control y el apego siempre acarrean destrucción. La ilusión de permanencia


intoxica todas las esferas de nuestra vida, dando por sentado que las cosas que
nos rodean pueden perdurar para siempre. Es evidente que cumplimos todos los
requisitos para sufrir. Y no hay nada más frustrante para una sociedad estancada
en el sufrimiento que el de perseguir una felicidad impostada. Por eso vivimos
en una dictadura de la felicidad que nos mantiene apegados a la falsa esperanza
de ser verdaderamente felices.

Tu discurso apunta a que deberíamos prescindir de las metas, las relaciones


amorosas, el placer, etc. ¿No estaríamos prescindiendo de lo mejor de esta
vida?

El objetivo tiene que ver con abrazar la idea de que no tenemos el control
absoluto de todo lo que sucede. En realidad todo sigue igual, no perdemos nada.
Tan solo es un cambio de perspectiva. Relacionarnos con el mundo aceptando el
paradigma impermanente no representa ninguna amenaza, sino pura
oportunidad. ¿Recordáis la manida frase de Heráclito? «Nadie se baña en el río
dos veces porque todo cambia en el río y en el que se baña». Debemos ser
conscientes de que cada instante que vivimos es único e irrepetible en nuestras
vidas. Integrar esta idea debería impulsarnos a un plano todavía mayor de
disfrute. Sería como deleitarse plenamente en el instante presente renunciando al
control y abiertos a todas las oportunidades que se presentan. Pensadlo. Si
integramos la transitoriedad de la existencia, hoy podría ser la última vez que
veamos a una persona querida, por ejemplo, a una madre. No perdamos la
oportunidad de besarla, abrazarla y entregarnos intensamente a la experiencia .
Vivirse desde la impermanencia no es prescindir de las metas y transitar sin
objetivos. De hecho, el budismo establece la dirección del caminar a través de
las metas. No renunciamos a la meta sino al apego por el resultado. Nuestra
voluntad por caminar en la dirección elegida continúa sostenida por nuestra
pasión, confianza y verdadero potencial. Cuando te desapegas de la meta, pones
toda tu atención en el presente y te libras de la frustración y el miedo a la pérdida
que suscita la obsesión por alcanzar la meta. Esa es la razón por la que prefiero
hablar de «visiones» y no de metas. La visión es más amplia y flexible. La visión
abraza la oportunidad del instante presente.
Vivirse desde la impermanencia no significa perder el disfrute y el placer de
amarse, sino todo lo contrario. Es vivir de una manera más plena y consciente
porque nuestro compartir, nuestro darnos, no causa dolor ni sufrimiento, puesto
que no teme la pérdida. Renuncias al apego de poseer y hacer tuyo al amado, ya
que nada nos pertenece, pero no a la voluntad y el deseo de compartir y disfrutar
de todo lo que venga.

«Amar sin apego es dejar volar aquello que amamos con una sonrisa
en el corazón».

Qué maravilloso sería hacer el amor con alguien que te gusta. Dormir en la
misma cama compartiendo un frenesí de caricias, ternura y abrazos. Dar lo mejor
de nosotros mismos y a la mañana siguiente enunciar un adiós y una sonrisa.
Simplemente eso. Sin juicios, sin poseer, sin ansiar un resultado, sin esperar nada
a cambio. Por desgracia, esta entrañable comunión solo es posible para almas
que alcanzaron la desidentificación con el personaje.
Vivirse desde la impermanencia no quiere decir que cuando el dolor, la tristeza
y la enfermedad llamen a nuestra puerta huyamos despavoridos con la pastilla
bajo la lengua con la voluntad de eludir la situación de pesadumbre. Cada
angustia del alma pertenece a un ciclo descendente que resulta vital para su
propia regeneración ascendente. A mi modo de ver, la tristeza tan solo es una
compensación que deviene del exceso de alegría. Vívela. Cada conflicto es una
oportunidad de aprender algo nuevo. Porque el conflicto y la solución son la
misma cosa, solo la interpretación humana los etiqueta en función de sus
intereses personales. Cuando te apegas a resolver el conflicto, dejas de prestar
atención a los mensajes y oportunidades inherentes a la experiencia adversa. Te
obsesionas con curar una enfermedad, por ejemplo, sin meditar por qué razón
esta llegó a tu vida.
Vivirse desde la impermanencia guarda relación con abrazar la incertidumbre
como parte de la existencia. Por ejemplo. Viajar en bicicleta durante un tiempo
prolongado es, en mi opinión, como retornar de inmediato al periodo paleolítico.
Es un regreso a los orígenes. Es encontrar un espacio en el que expandirse en
movimiento, a cámara lenta, como los antiguos nómadas, aquellos que
deambulaban inmersos en el silencio, manejando un diálogo interior reducido y
con el único objetivo de cubrir sus necesidades básicas. Vivir en la
incertidumbre me hace vivir despierto poniendo los cinco sentidos en aquello
que la vida me trae. Vivo a la intemperie, sin nada que perder o ganar, sin nada
de lo que apropiarme. La incertidumbre ofrece un universo de posibilidades
esperando a ser disfrutadas con intensidad. Simplemente te abres a ellas. La falta
de certezas dibuja un camino genuino y deslumbrante abierto a nuevas
experiencias. No hay meta, no hay apego. Todo está abierto, lo que me permite
cambiar de camino cuando lo desee. Es muy posible que te pierdas, obvio. Me
ha ocurrido en bastantes ocasiones. Ahora bien, ¿no es cuando te pierdes cuando
sueltas tus inercias y encuentras otra manera de explorarte? Adivino que a
muchos les causará miedo, pero:

«La ansiedad no deviene de la incertidumbre, sino que acontece


cuando imaginas un futuro que no aceptas».

Pienso que es una necesidad aprender a no resistirnos a la transitoriedad


inherente de la existencia. Nada es nuestro, pero todo se nos presta. Rendirse a
las inconstancias de la vida es penetrar en un estado de quietud, gracia y
serenidad.
Haré un inciso. ¿Todos los eneatipos pueden asumir de esta forma la
impermanencia? Por supuesto que no. Reitero que es de vital importancia saber
cómo funciona nuestro patrón mental o verdad individual. De lo contrario,
caeréis en una perenne comparación en la que no entenderéis nada. El
eneagrama contempla tres eneatipos pertenecientes a la tríada «mental» (5, 6, 7)
que suelen padecer sensaciones de ansiedad y desequilibrio, ya que se apegan al
futuro y la constante búsqueda de seguridad. Su personaje ignora que atarse a la
búsqueda constante de seguridad atrae precisamente lo contrario. Cuando estos
eneatipos están en manos del personaje operan y conducen su vida desde el
miedo y el control. Eso no significa que no puedan integrar la impermanencia
como parte de la vida, solo que juegan con otras cartas y deben corregir
comportamientos como, por ejemplo, vivir continuamente anticipándose a los
peligros de la vida.

¿Cuándo sabes que estás siendo víctima del apego? Me explico. Hay veces,
por ejemplo, que no somos conscientes de que estamos apegados porque
creemos que nuestras acciones son esenciales para ayudar a otros.

Como he dicho con anterioridad, el veneno se encuentra en la dosis. Si te


excedes en la ayuda, circunstancia que viví en mi persona, acabarás desgastado,
ya que te olvidas de tus necesidades y sobrepasas tu disposición para dar.
Formula estas preguntas. ¿Te resulta imposible renunciar al deseo? ¿Se convierte
en imprescindible la acción que acompaña a dicho deseo? ¿No eres capaz de
olvidarte de ello? Entonces, estás apegado. Por ejemplo. Hay comedores
compulsivos que no reconocen su adicción. Pese a todo, si les planteas suprimir
de forma permanente un alimento de su dieta al que se encuentran apegados, se
volverán locos.
El apego corrompe. Tanto es así que presumo que es la principal causa de
muerte en el mundo. Nos apegamos a cosas, relaciones o metas cuando estamos
sometidos por nuestras heridas, creencias, miedos e inseguridades. Entonces
somos vulnerables. ¿No vivimos apegados a rencores, recuerdos traumáticos,
debilidades, bloqueos, etc.? Cuando la inseguridad y el miedo toman el control
de nuestra vida, nos convertimos en presa fácil de políticos, curas, gurús,
rebaños, etc. Todo apego exterior refleja la angustia del alma y el miedo a la
posibilidad de pérdida. Nos atamos fuera porque vivimos presos dentro. Notad
que al personaje no le impulsa la satisfacción que obtiene del objeto apegado,
por ejemplo, comprarte un coche; le seduce el cómo dicho objeto aliviará sus
vacíos. Esa es la razón por la que necesitamos excusas para aliviar la aflicción
que suscita la herida. Nos pasamos la vida apegados a la emoción que suscita el
dinero o una relación de pareja cuando en realidad aquello que verdaderamente
anhelamos es pacificar la herida, sentir paz, pero no llegamos a comprender
cómo funciona la trampa. Por eso el apego es la heroína del alma.

«Cuando nos apegamos cedemos una fracción energética de nuestra


esencia. Cuanto más apego, menos energía disponible y, por ende,
más sensación de vacío. Por eso el apego es una pérdida de amor a
uno mismo».

¿Os suena la frase… «¡Es que todo me sucede a mí!»? Tiene su lógica. Nuestro
SAR opera como la lámpara de Aladino. ¿Cuál es tu deseo? ¿Te sientes atraído
inconscientemente por mujeres que controlan tu vida? Pues tus deseos serán
órdenes para el SAR. ¿Lo vemos?
Es como si el hábito de la herida emocional fuese lanzar piedras al aire, pero
como la conducta opera a nivel inconsciente no alcanzamos a recordarlo. Sin
embargo, nos embarga la sorpresa y la perplejidad cuando durante nuestra vida
adulta las piedras no dejan de caernos encima, entonces nos preguntamos: ¿Por
qué todos los problemas me vienen a mí?
Por eso digo que la vida, de una manera u otra, situará la misma piedra en
nuestro camino, la misma relación de pareja, una y otra vez hasta que no
aprendamos a integrar nuestras heridas, conflictos y miedos sin resolver a través
del filtro del amor. Y cuando digo amor, me refiero al amor vivido desde la
impermanencia, no al falso amor apegado que contamina nuestras sociedades.
Sí, por favor…

¿Qué visión crees que tiene el mundo acerca del amor? ¿Piensas que nos
inculcan una perspectiva sana sobre esta fuerza que mueve el mundo?
Creo que nos han enseñado todo al revés. Nosotros vemos el amor como un
producto más del mercado. Nada se vende y se compra a menos que resuelva un
problema del consumidor. Es un principio fundamental en economía.
Recurrimos a expresiones amorosas solo si el otro nos ama. Es decir, si obtengo
un beneficio me interesa, pero si no obtengo nada, me busco otro producto. Lo
que demuestra que somos simple mercancía.
Desde una perspectiva oriental, ¿qué es el amor realmente? El amor es
consciencia; el amor es siempre dar. El amor es inspirar a tu amante a encontrar
su libertad y dejarle volar. El amor simboliza la sombra de un árbol. Ofrece
sombra a peregrinos y a leñadores, no juzga, no se aferra a ninguno de ellos. Tan
solo cumple con su naturaleza.
Ahora bien, nosotros amamos a quien nos adula y despreciamos a quien osa a
enfrentar la hegemonía de nuestro personaje. Y esta conducta solo revela un
vacío de amor en nosotros. Por eso necesitamos al personaje. Somos como
sanguijuelas emocionales que buscan desesperadamente cualquier chispa de
amor en el mundo de la forma. Mendigos afectivos que articulan enrevesadas
estrategias para llamar la atención al tiempo que usurpan la energía de los
demás. Entonces cobra sentido el responsabilizar al otro de nuestra infelicidad
con frases como «¡Es que mi pareja no me hace feliz!». Y cuando hacemos una
cesión de poder de esta relevancia y nos apegamos al amor que supuestamente
reside en el exterior, estaremos destinados a sufrir irremisiblemente, ya que
nadie puede llenar nuestros vacíos. Esa es la razón por la que todas las parejas
terminan por decepcionarnos. No sé quién escribió esta frase, pero me encanta:

«El objetivo de la relación de pareja no es hacernos felices, sino


hacernos conscientes».

Toda cesión de poder obedece a una sola causa: nuestras heridas permanecen
abiertas anhelando el amor que nunca les fue dado. Por desgracia, nos
relacionamos con el mundo desde la escasez y cuando una persona se vive desde
la necesidad, siempre corromperá la relación. Quizás perciba la falsa sensación
de que está dando. En cambio, cuando el amor que crees aportar a la relación es
mayor que el amor que reside en uno mismo, significa que no amamos, sino que
esperamos algo a cambio. ¿Cuántas parejas viven desde sus desiertos
conformándose con relaciones tristes, dolorosas y perjudiciales?
Podemos concebir una relación para compartir o para usurpar, pero si la
motivación furtiva persigue el usurpar, pronto surgirá el conflicto. Porque
veremos a nuestra pareja como una prótesis que necesitamos para darnos placer
y satisfacer nuestros vacíos. Así que cuando la relación colapse, por mucho
empeño que pongamos, no hallaremos un buen recuerdo, sino que la agresividad,
el juicio y la culpa serán el centro de nuestra experiencia.
Sorprendentemente, la inmadurez del ser humano acostumbrará a justificar el
sufrimiento. Albergamos la falsa sensación de que necesitamos vivir en pareja
porque nos da miedo estar solos. Por el contrario, aquello que realmente nos
atemoriza no es vivirnos en soledad, sino sentirnos vacíos. Cuando una persona
acepta sus vulnerabilidades, trabaja sus heridas y realiza un arduo trabajo de
autoconocimiento y reconocimiento del personaje, por lo general, transitará
desde un estado de escasez a otro de abundancia. De hecho, al vivirse en paz con
lo que uno es, el apego y el miedo a la pérdida se disolverán paulatinamente.
Creedme si os digo que cuando uno encuentra su fuente de energía y se ama, no
necesita a nadie para vivir y desarrollar su potencialidad. Y si, con todo,
prefieres hacerlo acompañado, la pareja que compartirá la vida contigo será
consecuencia de la elección, y no de la necesidad. Porque cuando uno se respeta,
se compromete, se admira y se recita un «te quiero» todos los días, no puede más
que atraer a personas que vibrarán en la misma cuerda. Será entonces cuando el
bosque palpitará de gozo al observar a dos árboles libres y soberanos que
comparten un punto de encuentro en sus raíces.
No alcanzamos a comprender la dimensión errónea que cobijamos acerca del
amor porque vivimos apegados a una creencia emocional de carencia que se
sostiene indeleble en nuestros tres inconscientes: el colectivo, el familiar y el
individual. Asimismo, las referencias culturales no cesan de contribuir a ese
paradigma hollywoodiense. El enamoramiento, por citar un ejemplo, alude a una
especie de fiesta hormonal que resulta del cerebro reptiliano que solo aspira a
que sobrevivas y te reproduzcas. De hecho, la neurociencia es concluyente: nos
enamoramos con veintinueve áreas cerebrales, y no con el corazón. En palabras
del Doctor Eduardo Calixto:

«La dopamina, como hormona del placer, y el enamoramiento


comparten historias. La dopamina genera una sobre activación del
cerebro límbico reduciendo la actividad de la corteza prefrontal. El
enamoramiento, por tanto, es sinónimo de estupidez, ya que por
biología disminuye la inteligencia».

Es el instinto primitivo del personaje el que idealiza la figura del otro y se


obliga a una relación sentimental que tiene por objeto mitigar el ansia sexual y la
insoportable sensación de vacío. La naturaleza del «ser», por otro lado, no
precisa de relaciones monógamas o matrimonios que cumplan el sacramento
divino que postula la Iglesia. El amor es ciego desde el personaje, pero es lúcido
y maduro desde el «ser».
Si preguntásemos al amor acerca del matrimonio, presumo que a este le
parecería poco más que un invento aberrante. Parece ser que este conveniente
consorcio surge del ascenso de la propiedad privada y, debido a su idiosincrasia
enraizada en la posesión, resulta contraria a la libertad que plantea el amor
verdadero, puesto que legitima la compra exclusiva de la vida y el cuerpo de otra
persona. Hasta la laxa relación de pareja actual, heredada del sacramento
matrimonial, se fundamenta en una especie de entrega exclusiva y sumisión al
otro. Pero recordad que la exclusividad que impone la monogamia jamás ha
supuesto una garantía para aportar más felicidad a nuestras vidas.
El ansia de emparejarnos parte del vacío. Y esta circunstancia nos conduce al
absurdo de establecer un acuerdo tácito de exclusividad para mantener satisfecho
ese vacío. Ahora bien, dicho acuerdo siempre implica sacrificio y culpabilidad.
Y estas dos palabras no forman parte de la naturaleza del amor, sino del miedo.
Hacemos sentir culpable al otro para reforzar su fidelidad y que, mediante el
sacrificio, este no rompa el monopolio de relación. Expresado llanamente, eres
fiel a tu pareja por culpabilidad, no porque no te apetezca tener sexo con otras
personas. Todo se resume en: «Yo cubro tus necesidades, si tú cubres las mías»,
afianzando así un contrato no verbal que solo aspira a preservar el control y la
seguridad. Definitivamente, no es amor.
El personaje, por supuesto, se encuentra encantado con la situación, puesto que
la garantía de conflicto es alimento para sus aspiraciones. ¿Y cuál es el final de
esta historia? Pues que a medida que pasa el tiempo ambos se dan cuenta de que
los acuerdos exclusivos a los que han llegado no terminan de colmar sus vacíos,
entonces surge el rechazo, la decepción y el conflicto, ya que uno de ellos, o
ambos a la vez, se sienten limitados por las fronteras que se han impuesto.
El amor sentimental que manejamos en nuestras sociedades representa una de
las mayores fuentes de sufrimiento que experimenta el individuo, ya que se
fundamenta en la creencia cultural del apego, el control y la seguridad, condición
diametralmente opuesta a la naturaleza de la impermanencia. Reitero. Todo gira
alrededor del cambio y nada perdura. Por mucho que nos resistamos, el sexo, la
atracción, la admiración, el deseo, la complicidad, el cuerpo, etc., crecen, se
expanden y finalmente se extinguen. En cambio, y aunque en cierta manera es
evidente y perceptible por los sentidos, no aceptamos su transitoriedad.
Para una relación no consciente el vacío se hace insoportable, por eso optamos
por el deseo de seguridad y de permanencia que nos conducen a relaciones
basadas en la posesión, el deber, el sacrificio y la neurosis. No asumimos que el
cambio es una oportunidad y se ofrece para ser vivido intensamente. El sexo, el
cariño, la ternura, los proyectos comunes son instantes en la vida que deberíamos
gozar en el instante presente. ¡Eso sería vivir con intensidad! Desde la
impermanencia aprendes a desapegarte de la pérdida pero también a soltar el
pasado y abrirte a la oportunidad de experimentar algo nuevo. Acomodo la
aspiración, sin apegos, a que aprendamos a vislumbrar la relación sentimental
como un apasionado amanecer, el disfrute de un atardecer y un eterno
agradecimiento en su ocaso.
Y para concluir, tened en cuenta que en el plano sentimental no todos los
eneatipos del eneagrama se experimentan igual. Mi eneatipo 1 se construye
desde una herida de injusticia y de traición. Y estas, a su vez, se gestan desde un
apego inseguro-evitativo, por lo que mi personaje aboga y siente predilección
por la autonomía y la independencia emocional. No obstante, que nadie me
malinterprete. No puedo defender ese paradigma respecto a las relaciones
sentimentales porque no se sostiene desde ningún punto de vista científico ni
evolutivo. Poseemos un cerebro social, somos interdependientes (que no
dependientes) y necesitamos vincularnos emocionalmente para crecer y
sobrevivir. Pero como en todo, el equilibrio es el mejor lugar para vivirse.
Cabe decir, asimismo, que los eneatipos 2, 3 y 4 pertenecen a la triada de la
emoción, y el personaje que la encarna suele manifestar una particular
sensibilidad en lo referente a los asuntos del corazón. En cambio, son los
eneatipos 3, 6 y 9 aquellos que más se vinculan con la dependencia emocional.
Conocer vuestro patrón mental o «verdad» en relación con el amor os puede
salvar la vida.
Sí, por favor…

A pesar de tu apunte final, creo que estás dando una visión muy
catastrofista acerca del amor en pareja. Entiendo que estás generalizando.
Yo, por ejemplo, mantengo una relación sentimental en la que mi pareja y
yo somos conscientes del desgaste que ejerce la convivencia. Por eso
optamos por no vivir juntos. Cada uno vive en su apartamento manteniendo
su independencia económica y compartimos los fines de semana. Creo que
son formas más saludables de relación.

Siempre existe una ruptura en el discurso en el que se precisa generalizar para


evidenciar una situación que hemos normalizado sin darnos cuenta. Respecto al
hecho de ser catastrofista, créeme que todavía puedo ir más lejos. Pocos se
atreven a preguntarse «por qué» necesitan estar en pareja.
Cualquier modelo es plausible siempre y cuando la motivación principal no
provenga del personaje. No digo que sea tu caso particular, entiéndeme. Muchas
parejas acomodan una relación similar a la que tú acabas de describir, es cierto.
Pero aquello que no se reconoce, al vivirse cada uno como víctimas de las
estrategias del personaje, es que ambas optan por evitar la convivencia estable
por miedo a ser descubiertos y que el otro hurgue en las heridas que permanecen
abiertas. A fin de cuentas, es otra forma de huida o una manera más sofisticada
de protección. Cada uno busca que el otro no suponga una amenaza para su
identidad egoica. Es decir, lo importante para la relación no es alcanzar la paz y
ayudar a crecer al otro desde el amor verdadero, sino satisfacer las demandas de
los sentidos para mantener cada fin de semana la gratificación exprés de ilusión,
estímulo y pasión. En definitiva, una relación «dopamina» o relación «no
consciente» que busca aquellos estímulos placenteros en el exterior que no
hallamos dentro de nosotros.

«El cerebro se habitúa a las dosis de dopamina. Por eso condicionar


la felicidad a esta hormona nos obliga continuamente a buscar
cambios y novedades en el exterior, pues la dopamina solo perdura en
el organismo siete segundos».

Recuerdo hace muchos años en el que una amiga mía me compartió: «Raymon,
donde esté un buen cabrón, que se quite el hombre ideal». Por entonces, no pude
más que reírme, entendiendo holgadamente lo que mi amiga intentaba expresar.
Sin embargo, con el paso del tiempo y del trabajo personal fui consciente de la
relevancia contenida en aquella sentencia.
Desde una relación «no consciente» no se desea a la mujer o al hombre ideal.
Porque este anhelo obedece nominalmente a mentes sanas que se viven desde el
amor. Aquellos que se viven desde el personaje, es decir, el 99 % de la población
siendo optimista, basamos nuestras relaciones de pareja en el conflicto y la
culpa. Sostenemos la relación porque encontramos en el otro una manera de
reforzar nuestra identidad y aliviar nuestra adicción. La herida precisa de
sacrificio, castigo y ataque para afirmarse y sentirnos víctimas de nuestra pareja,
por eso, muchas veces, nos atrae el «cabrón» o la «zorra». Si tu herida de
abandono, por ejemplo, demanda control, te sentirás atraído por parejas que lo
ejerzan. Eso explica por qué muchas veces conoces a una persona que evita el
conflicto, el ataque y la culpa, pero a tu adicción no le sirve, ya que esta no
encuentra el estímulo que demanda la herida. Entonces, optarás por dejar la
relación blandiendo frases como «Es que le falta algo…, no sé, es bondadoso,
pero no tiene sangre…, y no aprendo a su lado». Eso sí, desde la mente racional
no haremos más que clamar al cielo para que nos envíe a un príncipe azul o a
una princesa rosa, aunque a nuestro inconsciente no le interese dicha aspiración.
En definitiva, si el objetivo es preservar la identidad del personaje, da lo
mismo si apuestas por la convivencia estable, o por una relación concordia de fin
de semana. Quizás en la última sufras menos, aunque también aprendes menos.

«Mientras tu herida siga abierta, no puedes amarte. Y si tú no te


amas, tampoco permitirás que te amen».

La relación de pareja, por tanto, se podría definir como una sofisticada excusa
del inconsciente para satisfacer las demandas de la herida, aunque también
representa el espejo que muestra aquello que debemos sanar. ¿Desde dónde
deseamos vivirnos?

Soy cicloviajero, sabes. Me he sentido muy identificado cuando te has


referido a lo absurdo que resulta aferrarse a las metas, ya que pierdes el
contacto con el camino. Creo, de hecho, que hasta que no lo vives, no
alcanzas a entenderlo bien. ¿Crees que es necesario tener la vivencia para
darnos cuenta?

Claro. ¿Quién no ha pasado por ahí? El ser humano necesita experiencias para
crear certezas emocionales. El saber nunca alcanzará ese plano. No puedes
deleitarte en la luz si no te pegaste de coscorrones en la oscuridad.
El apego a la meta convierte el viaje en una prisión sin barrotes. Por lo general,
la meta nos resulta estimulante porque tras su consecución esperamos éxito,
fama y reconocimiento, en vez de crecimiento espiritual y sabiduría. Entonces
surge el miedo a fracasar, a no obtener los regalos que inventó la expectativa. En
ese momento perdemos la autenticidad, la libertad y el disfrute que emana de la
incertidumbre del camino. La meta nos conduce a las prisas, al trofeo, a la
distinción que será aplaudida por los que observan. El foco de atención, por
tanto, no incidirá en el camino y en las oportunidades que de él surjan.
Oportunidad para encontrar tu lugar, oportunidad para descubrirte en soledad,
oportunidad para tropezar con la que será tu compañera de vida, oportunidad
para derribar miedos y prejuicios, en definitiva, oportunidad para adquirir
humildad, tolerancia y paz interior.
El deseo se encuentra en la meta. Nos convertimos en adictos al resultado y el
resultado siempre se aviene con la ansiedad. Pero cuando el resultado es
alcanzado y disfrutamos breves minutos de los aplausos, la frustración ingenia
otra engañosa meta que mitigue la desilusión y acalle los gritos angustiados de
nuestras heridas emocionales. De esta manera, nos pasamos la vida persiguiendo
píldoras de la felicidad. Unos se anudarán al éxito, otros al dinero, al cuerpo, al
placer, a las modas, al viaje, o a cualquier cosa que pueda suplantar la ternura
que no sabemos darnos.

¿Cuáles son los factores que más te ayudaron a integrar la ley de la


impermanencia?

Es difícil, son muchos. La arbitrariedad de un viaje te arrebata la razón a cada


instante. No tardas mucho en aprender que eres tú el que debes adaptarte a la
vida, y no al revés. Aunque siento una evolución especial cuando lleno mi vida
de cordilleras y encuentro espacios para vivirme en soledad.
Hospedo la idea de que resulta fundamental poner una montaña en nuestra
vida. ¿Para qué sirven las montañas? Os preguntaréis muchos. Por mi
experiencia puedo afirmar que las montañas sirven para entrenarnos en aspectos
esenciales como la adversidad, la paciencia y la constancia. El espíritu de las
montañas evita que le pongamos pastillas a la tristeza, el dolor y la frustración.
Somos una sociedad educada a vivir en la cuesta abajo, ávida por los atajos y la
inmediatez. Y cuando la arbitrariedad de la vida se pone cuesta arriba,
recurrimos a los psicofármacos para aliviar emociones naturales para las que no
se precisan medicamentos.
Las montañas nos recuerdan que la felicidad se construye en el ascenso. Su
complicada orografía simboliza los ciclos ascendentes y descendentes inherentes
a todas las cosas. Arriba y abajo, abajo y arriba. Ambas forman parte del todo.
Subimos para volver la mirada hacia dentro y así escudriñar la belleza de lo
sencillo. Sudamos para cultivar el esfuerzo, la paciencia, la resiliencia, el
compromiso con la acción. Bajamos, henchidos de satisfacción porque le
conquistamos un pedacito de territorio al miedo que se traduce en tres grandes
victorias: autoestima, confianza y actitud. En las cimas es donde se alcanzan las
mejores vistas de la vida, porque desde lo alto la perspectiva es diferente, surge
la claridad y no vemos tantos obstáculos. En la conquista de cada cumbre
aprendes que la felicidad ideal es una ilusión, que el misterio se revela al
encontrar la belleza en la adversidad.
¡Qué importante es ascender montañas! El sudor siempre descubre nuestros
verdaderos potenciales, y sin asunción de aquello de lo que somos capaces, no
puede florecer la confianza y estima por uno mismo.

¿Es la soledad un atajo para integrar la ley de la impermanencia?

El hecho de vivir debería ser suficiente para advertir que todo cuanto nos rodea
es efímero. Sin embargo, la soledad nos ayuda a sostener la atención y evitar las
cómodas distracciones .
Nos educan desde que tenemos un mínimo uso de razón para huir de nosotros
mismos, divorciados de nuestro ser y separados de nuestro amor. Y como todos
huyen, lo normalizamos. Cuando alcanzamos la edad adulta entramos en pánico
al enfrentarnos con la sombra de la que hablaba el psicoanalista Jung. Por eso, la
soledad a la que rehúsa la humanidad no es más que su miedo a descubrir su
sombra. ¿Y qué es la sombra? Pues básicamente la parte más miserable de uno
mismo que necesita ser aceptada, integrada y transcendida.
Algo funciona mal en una sociedad cuando la mayoría de sus ciudadanos no
son capaces de estar a solas en una habitación y sentir un profundo bienestar. A
muchos, de hecho, les devoran los demonios internos. Y, creedme si afirmo que
sin conquistar tu soledad, no puedes ser libre.
Todos huimos de la soledad como una especie de peste porque cristalizó en
nosotros con sufrimiento, culpa, castigo o un defecto de nuestra personalidad.
Por eso no la aceptamos. Y los que más escapan de ella son aquellos que
padecen la herida del abandono. Si bien la soledad es imprescindible para
descubrirnos. La soledad es el útero de la existencia. ¿Cómo si no podríamos
identificar nuestras heridas, miedos, tropiezos y apegos predominantes? ¿De qué
forma podríamos descubrir nuestros valores, talentos y virtudes? Pensadlo.
Como expresó Albert Einstein:

«He vivido en soledad en el campo y me he dado cuenta de cómo la


monotonía de una vida en silencio estimula la creatividad».

Cuando la soledad se colma de uno mismo, renunciamos a llenar nuestra vida


con factores exteriores y nos damos permiso para revelar el amor que habita en
nosotros. Penetrar en la soledad es un salto a la madurez. Es la oportunidad para
experimentarnos y emanciparnos de la toxicidad familiar, el adoctrinamiento
académico y la anestesiada sociedad ¿Cómo puede un individuo conocerse a sí
mismo sin abrazar la soledad?
No escapéis de la experiencia central e inevitable que debe afrontar todo ser
humano. Porque la felicidad no es compañera de aquellos que no saben estar
solos. Un disidente de la soledad, por lo general, será presa fácil del apego. Le
servirá cualquier profesión remunerada, aunque esta sea tediosa y
desapasionada. Mendigará la atención del resto y se conformará con una pareja
tóxica y los amigos equivocados. Un opositor a la soledad ignora que cuando dos
almas saben vivirse en soledad, son atraídas la una a la otra y el verdadero amor
sonríe.
Cuando no sabes convivir contigo mismo, le abrirás la puerta a la mediocridad
del «es lo que hay», «la vida es así». Un enemigo de la soledad hará cualquier
cosa para escapar de la angustia y el insoportable vacío, porque cuando no te
conoces, necesitas a alguien o algo que te sostenga. Quien no sabe estar solo
sacrifica su libertad individual por la seguridad que proporciona el coma social.
Por eso el rebaño siempre encarna la ausencia del ser.

«Cuando tú no eres, tienes que venderte para comprar cosas que no


necesitas y revenderte para obtener el amor que tú no sabes darte».

Integrar la soledad en nuestra vida no significa imponerse la voluntad de


permanecer solos todo el tiempo. Seamos conscientes de que la evolución se
encargó durante miles de años de adaptar nuestros circuitos emocionales para
evitar la soledad. Poseemos un cerebro social y somos sociales por naturaleza
debido a una cuestión de supervivencia. Una vez leí una frase mágica estampada
en un muro que me conmovió:

«La soledad es un buen lugar para encontrarse, pero uno muy malo
para quedarse».

Creo que lo expresa a la perfección. Por ejemplo. He conocido muchas


personas, especialmente en el mundo de los viajes, que se jactaban de viajar
solos porque su elección de vida favorecía su sentido de libertad. Obvio, a fin de
cuentas no tienen que llegar a acuerdos con nadie. Sin embargo, detrás de la
persona que desea estar sola en todo momento suele esconderse una herida de
rechazo. Es decir, en las personas huidizas existe un rechazo que los conduce a
huir de cualquier tipo de relación por miedo a que los demás confronten sus
miserias. Ese tipo de aislamiento obedece a la resistencia para no entrar en las
cloacas de su personalidad.
Por tanto, una soledad vivida desde el ser será una soledad que nace desde la
responsabilidad y el compromiso con el descubrimiento de uno mismo. Por el
contrario, una soledad vivida desde el personaje, justificará una soledad que
insiste en afirmar una personalidad que funciona en piloto automático.
Todos albergamos un David en nuestro interior. Y todos somos un Miguel
Ángel. La creatividad es un tipo de soledad y esta talla la maravillosa escultura
que se esconde en nosotros.
Y perdonad que insista. Cada eneatipo del eneagrama afronta la soledad desde
sus sesgos particulares. Así que paciencia. Nos guste o no, debemos aceptar que
para unos el camino será un sendero, y para otros representará una abrupta ruta
de montaña. Os lo dice una persona que le da mayor valor a la autonomía, a estar
solo, que a encontrarse acompañado; rasgos evidentes del apego evitativo y mi
patrón mental.

Has dicho que sin integrar la soledad no podemos ser libres. En cambio, los
medios de comunicación no dejan de repetir que somos ciudadanos libres
que se relacionan en una sociedad libre. ¿Estamos ante una creencia falsa?

Me temo que sí. Es una creencia que forma parte del espectáculo de distracción.
Nos hacen creer que elegimos, pero lo hacemos sobre una ilusión. No somos
más libres por elegir un cartón de leche entre tres marcas que propone el Estado.

«El universo nos eligió como canal único e irrepetible para


expresarse. Y la verdadera libertad es permitir que esa expresión
suceda».

La libertad es responsabilizarnos de la vida que hemos elegido; guarda relación


con ser quien realmente eres, desplegando las capacidades y talentos inherentes
que se encuentran latentes en nosotros. Por otra parte, se convierte en una hazaña
imposible cuando renunciamos a nuestra mejor compañía: nosotros mismos. No
existe libertad exterior sin libertad interior.
Notad que somos la sociedad que más manipula el término libertad y la que
menos lo entiende. Todos anhelamos ser libres, pero me atrevo a expresar que
pocos soportarían la verdadera libertad. ¿Por qué? Porque la libertad duele. Ser
libre es responsabilizarte de tus decisiones, de tu dolor y decidir cada día. Ser
libre es penetrar sin armadura en tu soledad y sentir la complicidad. Ser libre es
sostenerle la mirada al silencio sin fugarte. Ser libre es sonreírle a tu miserable
sombra y aceptar su compañía. Ser libre es comprender las miradas
desaprobatorias de los que observan.
Cuando aprendamos a convivir con nosotros mismos en el desierto. Cuando
seamos nuestros mejores amigos, y entendamos que la muerte tira los dados en
cada amanecer, estaremos más cerca de la verdadera libertad. Porque la libertad
no es un instante, sino una forma de vivir.

¿Tiene algo que ver tu forma de vida minimalista con el hecho de que todo
aquello que acumulemos lo perderemos?

Así es, guarda relación. ¿Qué puedes aprender cuando viajas 45 000 km
alrededor del mundo con cuatro pequeñas maletas ancladas a tu bicicleta? Pues
en primer lugar, darme cuenta de que es más fácil ordenar, clarificar y focalizar
la mente cuando te liberas de las posesiones superfluas. Vivir en una furgoneta
fue un proyecto posterior. Adoro la filosofía minimalista de la bicicleta, aunque
necesitaba encontrar un espacio que me protegiese de las inclemencias del
tiempo y que fuese móvil para poder acercarme al medio natural. Puedes vivir
donde sea y como sea si posees lo necesario: comida, refugio, salud y relaciones
significativas. Y la experiencia minimalista mereció la pena, ya que aprendí a
soltar sólidos apegos inconscientes además de aceptar la pérdida y la renuncia
voluntaria. Moverte en este territorio no significa una forma de elogio a la
escasez y el sacrificio, sino una apertura a todos aquellos tesoros que la
sobriedad y la alegría de la frugalidad pueden brindarte. Porque en la vida sin
adornos existe, no solo más libertad, sino más tiempo para ser y espacio para
reconciliarse con la humanidad de uno mismo.
«Tener tiempo es una decisión que nace de la responsabilidad de cada
ser humano con el ecosistema en el que convive».

Decidir conscientemente guarda relación con hallar más tiempo para


reflexionar sobre el hecho de necesitar tan pocas cosas para vivir. Tiempo para
sentirnos por dentro, para saber quiénes somos, para sanar nuestras heridas,
manifestar nuestra autenticidad, tejer vínculos profundos de interacción, cuidar
la naturaleza, educar a nuestros hijos, ser solidarios; en definitiva, invertir en
aspectos de nuestro mundo íntimo que no tienen fecha de caducidad. La única
forma que tenemos para conocernos es encontrar tiempo para sentirnos.
¿Disponemos de ese tiempo?

«Un hombre rico en vida interior es una amenaza para la economía


de mercado actual, ya que al no necesitar muchas cosas para sentirse
satisfecho, tampoco necesita consumir. Un hombre feliz deja de
estorbar».

La cultura de posesión, por el contrario, te apega a lo material mermando la


autonomía del individuo y generando un impacto nocivo para el medio ambiente.
No somos conscientes del tiempo que derrochamos al trabajar, endeudarnos,
comprar, acumular y preservar bienes que solo nos mantienen hipnotizados y
sostienen nuestra falsa identidad como individuos. Nuestras creencias nos
impiden vislumbrar que nos estamos robando a nosotros mismos. Tenemos más,
pero nos tenemos menos. Vivir erguidos en el materialismo nos desconecta de
nosotros mismos. Resulta evidente que desde el ansia de satisfacer nuestros
sentidos, nuestra vida es más confortable y nos permite escoger entre una infinita
gama de posibilidades. No obstante, advertid también que no somos más felices
que hace cincuenta años.

«Una sociedad que prescinde de salud emocional y elevación


espiritual está fatalmente destinada al empobrecimiento».

Por lo general, trabajamos desapasionadamente en profesiones que nos


disgustan, circunstancia que nos empuja a la incoherencia, el estrés, la ansiedad
y todo tipo de enfermedades. Al mismo tiempo, hemos adoptado una vida
sedentaria en permanente conexión con una cultura del entretenimiento y la
distracción que carece de enriquecimiento psicológico y espíritu crítico.
Asimismo, nos hemos alejado de los favores que reporta la naturaleza. ¿Cuántas
horas nos estamos dedicando a nosotros mismos? Presumo que prácticamente
ninguna.

Has tenido la oportunidad de experimentar la cultura de posesión y la


cultura de continencia. ¿Cuál ha sido tu mayor aprendizaje?

Prefiero denominarla cultura del ser, que cultura de continencia. Es cierto, he


tenido la fortuna de experimentar ambas. Y sin duda, me quedo con la cultura del
ser. No solo porque necesito emplear menos tiempo en cubrir mis necesidades
básicas, sino que en el tiempo que resta puedo cultivar mi amor interior y
colorear el mundo, ya que en mi bienestar emocional se encuentra el de todos.
Sin embargo, la cultura de posesión antepone la cantidad a la calidad, nos roba el
tiempo, nos exilia de nosotros mismos y nos enajena de los valores que
verdaderamente nos hacen humanos. Y el mundo necesita corazones sanos, no
bolsillos llenos.
Mi oposición a la cultura de posesión no significa que las personas que
atesoran dinero y viven en opulencia estén incapacitadas para alcanzar el
bienestar emocional. No me interpretéis mal. ¿El dinero y la seguridad son
necesarios en la vida? Sin duda, pero un exceso en cualquiera de ellos nos aleja
de esa misma vida. Conozco a muchas personas bien posicionadas que
desempeñan profesiones con propósito y manifiestan un grado admirable de
satisfacción y abundancia. Es bien sabido, además, que el dinero solventa
muchas tragedias inherentes a la vida. Mejor tener dinero, que no tenerlo. Eso es
indiscutible. Pese a todo, pienso que la abundancia se debería manifestar en
todas las dimensiones de la vida y no sucede así. Me explico:
Yo he llegado a trabajar doce horas apasionadamente, mas no me consideraba
abundante.
«Tu propósito de vida, por muy apasionante que sea, nunca debe
estar por encima de aquello que nos hace humanos».

Me parece desequilibrado dedicar la mayor parte del tiempo a una profesión


con propósito, que le sirva al mundo, y que además genere sustanciales ingresos,
descuidando las facetas que verdaderamente enriquecen nuestra vida interior y,
por ende, la de los demás. La sabiduría, la paz sostenida, el equilibrio emocional,
la empatía, la capacidad para perdonar, la amistad, la solidaridad, la tolerancia, la
integración en lo diverso, el cuidado del cuerpo y el respeto a la naturaleza, etc.,
no son palabras solo para ser pronunciadas.
Es preciso encontrar coherencia entre aquello que sentimos, pensamos y
hacemos, en caso contrario no habitaremos en la abundancia. No podemos
conocer ni cuidar un lugar al que no dedicamos tiempo. El cuidado a la
naturaleza, la tolerancia o la solidaridad no se aprenden en un documental o en
un libro, se aprenden penetrando en ellas, y no podemos prescindir de esa
exploración. Lo que demuestra que la abundancia material no solo ocupa
espacio, también ocupa mente. El día tiene veinticuatro horas, y ocho las
pasamos durmiendo. Son matemáticas exactas. ¿Dónde deseamos invertir
nuestro tiempo? ¿En el ser o en el tener? Si descuidamos nuestro mundo interior,
esa será la realidad que construyamos y el mundo que heredarán las
generaciones venideras.
Pienso que hablar de minimalismo y cultura de posesión es lo mismo que
discernir entre el «ser» feliz y el «estar» feliz. Porque no es lo mismo. Al igual
que no es comparable lo «valioso» que emana del amor propio, la autenticidad o
el sentido de la vida, con lo «útil» que resulta del dinero, el estatus o la
reputación. El «ser» feliz tiene que ver con un estado de sabiduría y comprensión
interior, o, lo que viene a ser lo mismo, con vivirse desde la trinidad identitaria
consciencia, amor y energía que atesora todo ser humano. Y el «estar» feliz
obedece a una organización de la existencia que puede ser posible gracias a la
posición económica, ya que la riqueza, entre otras cosas, permite zafarnos de
gran parte de los problemas cotidianos. Pongo un ejemplo:
Una generosa economía y estatus social os permitiría vivir en un barrio
residencial alejado de lo que se considera vulgar, ¿no es así? Podríais de hecho
disfrutar de los amigos, la comida, los hobbies, la prestancia y las
conversaciones que se encuentren en consonancia con vuestras preferencias y
anhelos. En realidad, podríais crear un mundo feliz «útil» confeccionado a
vuestra medida excluyendo todos aquellos aspectos desagradables e incómodos
intrínsecos a la vida. Pero entonces… ¿qué sucedería en caso de perder todo
excepto el mínimo necesario para cubrir vuestras necesidades básicas?
¿Sentiríais paz? ¿Os embargaría la dicha fuera de vuestra opulenta burbuja? No
hay dinero suficiente para comprar nuestra libertad interior.

«La felicidad no florece del bienestar subjetivo que surge al satisfacer


las demandas de los sentidos, sino que se expande desde el amor, la
libertad interior y la comprensión que destila nuestra esencia
espiritual».

Lo dejo ahí y que cada uno reflexione.

«Si como sociedad abogamos por el «estar feliz» que postula el


personaje, seremos como una triste hoja a merced del viento de la
impermanencia».

Volviendo a la vida minimalista. Creo que es una necesidad psicológica tomar


decisiones conscientes y cambiar hábitos con el propósito de vivir más
satisfechos manteniendo menos posesiones. No debemos ignorar que aquello que
posees, se adueña de una parte de tu mente. Y sería fantástico deshacernos de
todo lo superfluo para obtener más orden, menos distracciones y, en definitiva,
menos estrés mental para gestionar cada pertenencia. Ahora bien, no
conseguiremos mantener el hábito en el tiempo si primeramente no extinguimos
la necesidad incesante de seguir acumulando. Y esa necesidad tiene su raíz en los
apegos que sostenemos con nuestras heridas emocionales.
El minimalismo no se circunscribe exclusivamente a lo material, sino que es
una consecuencia que proviene de una causa. Es decir, la actitud minimalista en
el fondo tiene que ver con serenar nuestras angustias. Mientras no sanemos la
programación infantil seguiremos reforzando nuestra identidad aferrándonos a
cosas externas. Aquellos traumas que nos roban la paz interior son aquellos que
acallamos con posesiones y apegos. Y como bien expone la ley de la
impermanencia, todo apego a una entidad en constante cambio es una manera de
sostener sufrimiento.
La idea que propongo y que intento aplicar a mi vida guarda relación con
reconstruir mi identidad desde dentro y aceptar la vida como viene. Esa es la
única seguridad a la que puedo aspirar: enfocarme solo en aquellos aspectos
«valiosos» que nadie me puede arrebatar al tiempo que disfruto intensamente de
todo aquello que se me da. De esta forma, podría perder todo lo «útil» que me
rodea y aún así caminar por un desierto llamado plenitud.

vvv

Brindar amor cuando la adversidad aprieta habla de quien eres. Si quieres saber
cómo es realmente una persona, deja que las leyes de la impermanencia la
desnuden. Entonces sabrás si se vive desde el miedo o desde la dicha. La libertad
y el amor interior son nuestro reino infranqueable, y la persona que emana
sabiduría agradece doblemente todo aquello que no le pueden arrebatar.
Sufrimos porque aspiramos a vivir bajo nuestras propias reglas sin atender a
las reglas del universo. Nos imponemos congelar la realidad que nos beneficia
porque somos víctimas del pasado. El personaje anhela perpetuar la instantánea
de un tiempo en el que fuimos felices, huyendo del cambio y la novedad. Pero el
«ser» sabe que somos maravillas de la transformación, y cuando no hay cambios
surge el caos y la decadencia. Gracias a la impermanencia la zozobra de la
mañana puede tornar en alegría por la tarde, ya que los pensamientos también
obedecen a la transitoriedad. Una conversación, una sonrisa, una caricia, un
guiño pueden cambiar completamente la trayectoria de nuestra vida.
«Por muy terrible que sea un día, siempre pasará. Por muy
maravilloso que sea un día, siempre pasará».

Las energías que circulan por el universo vienen y van. Rendíos. No os


resistáis a aquello que se encuentra reservado a moverse a otro lugar. Nuestra
vida se asemeja a un extraordinario puzle compuesto por millones de piezas de
luz. Cada pieza aporta su energía en un instante concreto, y cuando debido a la
implacable evolución dejan de encajar y aportar claridad, liberan el hueco a otras
piezas y continúan su viaje. Pero si las retenemos con sacrificio y sufrimiento,
impediremos que nuevas energías lleguen a nuestra vida. Renunciemos al control
y hagámosle saber al universo que estamos abiertos a la magia.

«Amar desde la impermanencia es abrazar el cambio en tu corazón,


pero con la puerta abierta. Puede volar cuando quiera».

Con la comprensión de la ley de la impermanencia pretendo seguir aportando


paz a nuestro espíritu. A continuación, trataré aquello que a mi parecer considero
otro de los pilares que más paz aporta a nuestra vida: aprender a mirar y disfrutar
de lo cotidiano.

13 Enseñanzas de Un curso de milagros.


7

LA GRATITUD
Agradecer es un antídoto contra el miedo

Como ya os conté, en el mes de junio del año 2014 Elena y yo recorrimos diez
mil kilómetros en bicicleta uniendo Madrid-Helsinki-Varsovia. Me complace
presentar esta aventura como el viaje de la gratitud. De hecho, lo recuerdo como
una expedición de disfrute absoluto con tiempo para focalizar en lo importante y
con la firme intención de actualizar los sentidos e invertir la sensación de
desgaste que traíamos de Senegal. Europa fue una incursión abierta a la
incertidumbre, sin planes ni reloj y con la voluntad de alejarnos de las jaulas de
hormigón. La libertad no alcanzaba su cota máxima porque ninguno de los dos
deseábamos cruzar Escandinavia en invierno. Así que la premura no apretaba,
pero tampoco podíamos acomodarnos sin moderación en los lugares. No
obstante, disponíamos de la generosidad del tiempo.
¿Qué os parece si presento algunos datos de interés para poneros en
situación?... El viaje se prolongó poco más de seis meses en los que hicimos
todo lo posible por adoptar una filosofía minimalista. Veinticinco de los días
dormimos en casas o albergues particulares. El resto pernoctamos en tienda de
campaña junto a bosques, prados, playas o terrenos particulares. Solo
empleamos dinero en comida y transporte marítimo. El presupuesto exacto por
persona y mes no superó la cifra de doscientos ochenta euros. Es decir,
estábamos sanando nuestra vida por todas sus costuras por un coste en el que en
Madrid no podríamos alquilar ni un mísero zulo compartido.
Os haré un pequeño resumen con la idea de que podáis interpretar el mapa.
Con anterioridad habíamos realizado el tramo Madrid-Barcelona cruzando los
Pirineos desde Irún hasta Cap de Creus, en Cataluña. Reanudamos el viaje desde
Barcelona para deleitarnos con las maravillosas calas de la Costa Brava. Una vez
en Francia le siguieron el apacible canal de la Narbona, una parte del Canal de
Midi y varios parques naturales como el de Haut-Languedoc, des Cévennes o
Pilat hasta franquear los inexpugnables y bellísimos Alpes suizos y austriacos.
Un sinfín de bosques, lagos y montañas nos sumergieron en la deteriorada
República Checa y su emblemática capital, Praga. Las orillas del Elba y las
bucólicas planicies alemanas nos acompañaron hasta Dresde, Berlín y Rostock.
A Copenhague llegamos respirando las fragancias del mar Báltico y accediendo
desde la península sur que daba acceso a la capital. Irrumpía el otoño y se hacía
tarde para afrontar Noruega, por lo que la libertad de la ruta nos situó en la
amistosa costa oriental sueca hasta alcanzar su majestuosa capital, Estocolmo.
Conquistamos Turku por mar y en pocas jornadas rodábamos por la luminosa
Helsinki. El final del viaje alcanzó cotas impresionantes. Las hojas de los árboles
caducos mudaban su color verde por tonos ocres, lo que nos permitió advertir la
transición completa en cada bosque de Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Las
fuertes heladas tomaron tierra y los días se comprimieron, vicisitud que solo nos
permitía pedalear desde las once de la mañana hasta las tres de la tarde. Una hora
después, el mundo apagaba sus luces y el frío y las horas en la tienda de
campaña se sentían interminables. Valoramos la situación con pesadumbre, pero
requeríamos de una inversión en equipamiento para superar las adversidades del
invierno polaco. Esa fue la razón del salto a Tailandia.
Cuando te enfocas y decides experimentar como observador tu vida, no puedes
sino agradecer todo aquello que te rodea. En las sociedades modernas vivimos
tan dormidos que no somos conscientes del regalo que supone el simple hecho
de respirar. La nostalgia rescata recuerdos mágicos del tiempo en los que Elena y
yo disfrutamos sumergidos en los bosques. Evocaciones tan simples como
escuchar los inefables sonidos de la durmiente naturaleza mientras el hornillo
cocinaba la cena. Recibir un nuevo baño de estrellas antes de enfundarnos en los
sacos de dormir con los cuerpos desgastados de vivir. El clamor de los insectos
recitando un verso hipnotizante, el peso de la gravedad aplacando nuestros
párpados y un liviano sentimiento que recorría nuestra conciencia agradeciendo
un día más.
Vida sencilla, simple, pausada, en la que descubríamos un ecosistema en cada
amanecer. El despertador era maravillosamente rutinario, sonaba igual que el
romance entre la luna y el sol. El trinar de los pájaros anunciaba el despertar de
las primeras luces que encendían la tienda de campaña. Los párpados se
despegaban perezosamente y abríamos los ojos dando la bienvenida a una nueva
oportunidad. Los abrazos desperezaban las primeras sonrisas del día.
Encendíamos el fogón y poníamos el café a calentar. El crepitar de la hojarasca
se filtraba por mis oídos mientras estiraba las piernas explorando la arboleda.
Recuerdo atravesar columnas de motas de polvo suspendido en las que me
colaba por una luz celestial que tamizaba las hojas de los árboles. Olía a tierra
mojada y rocío. Me visualizo abrazando la inmensidad y respirando
profundamente. El aire era fresco y podía sentir toda su energía en cada
inhalación. Era elevar lo cotidiano a cotas de gozo extraordinarias.

«Si no somos capaces de emocionarnos y sentirnos abundantes en las


pequeñas sutilezas, tampoco lo seremos en los grandes momentos».

Solíamos tomar prestado dos metros al bosque para improvisar un desayuno de


agradecimiento: café, huevos, aguacate y tostadas. Aquella celebración
convertida en ritual se demoraba más de dos horas. Sin duda era el mejor
momento del día antes de recoger el campamento en una monitorización del
instante presente aderezada por un baño de sonidos del bosque.
Fueron muchos los libros en los que leí acerca del valor del equilibro, pero no
entendí su verdadero significado hasta que dediqué tiempo a simpatizar con los
procesos perfectos de la naturaleza. Siempre imaginé que vivirse feliz tenía que
ver con disfrutar y sostener momentos en los que las personas estallan de alegría,
exaltación y frenesí. Sin embargo, la experiencia y la observación me brindaron
una claridad que antes no tenía. Con el tiempo averigué lo ilusorio y frustrante
que resulta sostener un estado permanente de euforia al que llamamos felicidad.
¿Podemos sentirnos felices todo el tiempo teniendo en cuenta que nuestro hábitat
es impermanente? Todo exceso, incluso el de la alegría, rompe la armonía de la
moderación. Cuando nos apegamos obsesivamente al producto cultural de la
felicidad que nos han propuesto, sin aceptar los inconvenientes inherentes a la
vida, tarde o temprano seremos víctimas de la sensación de fracaso y de pérdida.
Es antinatural pretender vivir en el amor sin atender a los trastornos que origina
el miedo.

«Los sentimientos tienden a la moderación. Justo después de un ciclo


ascendente de exceso de frenesí, se activa un ciclo descendente que
impulsa el sentimiento de tristeza como compensación para que el
alma encuentre su equilibrio entre ambas».

Y es que cuando penetras en el medio natural, todo persigue una paz ordenada.
Cuando me paro, respiro y observo, con frecuencia me siento como un
equilibrista. Al penetrar en el silencio interior no fabricas nada, tan solo
permaneces. Es la calma la que nos regala el acceso a verdades universales. No
percibo placer ni sufrimiento en mí, ni alegría ni tristeza, sino imparcialidad. Te
sientes como un árbol imperturbable a la lluvia o el fuego. Se llama
ecuanimidad; y es el amor absoluto de mantener el equilibrio interior tanto en la
ganancia como en la pérdida. Es decir, felicidad con mayúsculas.
Me siguen llegando bonitos recuerdos. Alrededor de las diez y media solíamos
comenzar otro episodio nómada hacia un horizonte delineado por la
incertidumbre. Penetrábamos en una dimensión mágica al advertir el sol, el
viento, el frío, el calor, la lluvia palpando nuestra piel. Es como si te abrazara
una sensación indefinible de existencia. A decir verdad, sentir cómo la vida se
escurre por toda tu anatomía podría ser una de las sensaciones más hermosas y
más sencillas que un ser humano puede experimentar.
Nuestra aspiración resultaba simple. Pedalear y percibir la conexión ancestral
entre la naturaleza y nuestro ser interior, así como aprender a sintonizarnos con
nuestra sabiduría instintiva, enalteciendo nuestro espíritu y trabajando nuestros
valores humanos más elevados. Renunciar a los deberes absurdos y al ruido
social para destinar la mayor parte de nuestro tiempo a reforzar aspectos como la
serenidad, la coherencia, la integridad, el talento, la gratitud y el perdón.
Nuestros días se vestían de sencillez. Pedalear, descubrir y descubrirnos,
escapar de las cuatro paredes, hacer amigos y atender nuestras necesidades
básicas: alimento, cobijo, amor y salud. La fortuna nos acompañaba y éramos
realmente conscientes de experimentar una vida de privilegio. Gozábamos de
una modesta cuenta bancaria y un pasaporte español para abrir casi cualquier
frontera del mundo. Viajábamos libres por todos los rincones de Europa ajenos a
la preocupación. Buenas carreteras, caminos y excelente señalización. El agua y
la comida de calidad abundaba en la corta distancia y a un precio razonable.
Farmacias, hospitales y bibliotecas, estas últimas para resguardarnos de las
incidencias climáticas. Y el bien más apreciado: seguridad personal y jurídica
por doquier. Contábamos, además, con buena tecnología y una red de
hospitalidad para ciclistas a nuestra disposición. Todo resultaba ser
excesivamente perfecto, incluso en los países colindantes a Rusia. Viajar por
Europa como nómadas se podría parecer a visitar Disney World.
Guardamos preciosos recuerdos respecto a la profusa hospitalidad. Sin
embargo, y siendo sinceros, también percibíamos frecuentes asperezas en la
comunicación y en el trato. Trabajando en proyectos de cooperación en el tercer
mundo aprendimos algo realmente sorprendente: que cuanto más riesgo existe en
una comunidad pobre más se comparte. Es decir, abogo por la idea de que no se
comparte más porque los pobres sean más bondadosos que los ricos, sino que el
sentimiento de vulnerabilidad condiciona la misma conducta del compartir.
Nadie en su sano juicio se enfadaría con la única familia de la comunidad que
dispone de coche y que puede llevarte al hospital y salvarle la vida a tu hijo.
Mentiría, asimismo, si no mencionase que el sufrimiento sostenido en el tiempo,
y que se da como constante en el tercer mundo, agudiza y desarrolla la empatía,
sentimiento imprescindible para darse a los demás.
Aun así, la diferencia con Europa no deja de ser desconcertante; ya que cuanta
más seguridad y estatus social atesoran las familias, cuanto más amplias son sus
cuentas corrientes, casas y bellos sus jardines, más desconfianza existe y, por
tanto, reticencia al compartir. La realidad es que encontramos a mucha gente
sola, triste y amargada durante nuestro periplo europeo. Personas bien situadas,
por supuesto, pero que confundieron el propósito de vida con el exceso de
confort. Sobrevivientes al amparo de Papá Estado, pero recelosos y sin
habilidades de socialización para promover vínculos de interdependencia. No fue
alarmante, aunque llamó nuestra atención. No olvidéis que veníamos de Senegal,
donde la miseria se combate con complicidad, empatía, amor y sólidas redes de
pertenencia. Es decir, si las cosas te van mal en Senegal, siempre habrá una
mano tendida para ayudarte. Por el contrario, si las cosas se tuercen en
Occidente, todo apunta a que acabarás debajo de un puente.
Rescato de la memoria una pregunta que solía perseguirme: ¿Qué nos sucede a
los europeos? No se entiende. Vivimos en un continente donde abunda la
seguridad, las posibilidades y los recursos para ser felices, aunque por otra parte
el número de suicidios supera con creces al de muertes por accidente de tráfico.
Quizás desconocéis que en el conjunto de la Unión Europea se dieron en el
último lustro un total aproximado de 57 000 casos de suicidio por año. Unas
ciento cincuenta y seis personas al día de los que la mayoría, un 77 %, fueron
varones. La luctuosa lista la encabeza Alemania, seguida de Francia, Polonia,
Reino Unido, Italia y España como sexto país con más muertes por suicidio…,
este último con unos diez fallecidos al día. Y me estoy refiriendo a los suicidios
que se contabilizan, ya que el estigma social enmascara muchas defunciones.
Otro gran fantasma, el de las embarazosas enfermedades mentales, asola
Europa desde el año 1992. El deterioro de la salud mental de los europeos es
imparable cada año que pasa. En Europa, según la Organización Mundial de la
Salud, Alemania es el país con más casos de depresión, ya que supera los cuatro
millones de personas afectadas. Le siguen Italia, con más de tres millones,
Francia, muy cerca de Italia, y en el cuarto lugar, España, con más de dos
millones de afectados y creciendo un 4% anual. Destacar además que el 16 % de
la población española, más de 7 millones de personas, consume a diario lo que
equivaldría a una dosis de antidepresivos, ansiolíticos, hipnóticos y sedantes. No
deja de sorprender que un país que presume de su excelsa calidad de vida posea
una de las tasas más altas del mundo en consumo de psicofármacos.
Vivimos en una época en la que las neuronas están enfermando. Y estos datos
solo indican que la dictadura del crecimiento y el bienestar no garantiza el
acceso directo al club VIP de las sociedades felices. Se evidencia sin lugar a
dudas que hemos perdido el manual de instrucciones para vivir como seres
humanos en el mundo que se nos ha prestado. Luego, como acertadamente reza
Spinoza:

«Las enfermedades mentales son la consecuencia de no vivir en


sincronía con nuestra naturaleza».

¿Por qué callejón sin salida de la existencia nos hemos extraviado? Vivimos
como un hámster girando en la rueda de la escasez y la infelicidad. En un
progreso de insatisfacción que se queja un promedio de veinte veces al día, al
tiempo que se obsesiona por todo aquello que nos falta y creemos necesitar. En
una cultura que multiplica sus frustraciones que sobrevienen de metas que se
quieren conseguir y se resisten. En sociedades que buscan estímulos constantes
que persiguen una felicidad falsificada sin atender a las pequeñas cosas que
rodean nuestra vida. Con todo, me pregunto: si no estamos agradecidos con todo
aquello que tenemos hoy, ¿por qué lo estaremos cuando consigamos algo nuevo?
No podemos sentirnos agradecidos por todo aquello que abriga nuestra
existencia porque nuestro SAR (sistema de activación reticular) no pone el foco
de su atención en el amor, sino en el miedo. Podríamos estar acompañados de las
personas que más amor nos reportan, disfrutando del mejor día de nuestra vida y
no apreciar lo afortunados que somos. Nuestro foco de atención se encuentra
gobernado por las angustias del alma, por esas heridas, miedos y conflictos que
almacenamos en un cajón del inconsciente. Y un alma afligida y enferma solo
aspira a mitigar la desazón con más consumo de novedades y entretenimientos.
Se llama voracidad emocional. La fijación de la atención en los problemas y el
conflicto refuerzan las redes neurales del cerebro asociadas con los pensamientos
negativos, con lo cual, el SAR no puede hacer otra cosa más que sentirse atraído
por el pesimismo y la escasez. Es decir, nuestro mundo estará formado por
carencias e ingratitud. Vivir desde el personaje es vivir de manera automática,
anestesiada, somnolienta, en un escenario en el que no valoramos las pequeñas
cosas que tienen que ver con sentirse dichoso.

«Cuando solo piensas en tu dolor, no puedes ver los tesoros que te


acompañan».

¿Sois conscientes de la cantidad de personas que rodean vuestra vida y que


darían la suya por nosotros sin tan siquiera pensarlo? Cuántas veces, anclados en
los problemas del futuro, olvidamos llamar a nuestra madre, a nuestro padre o a
nuestra pareja y decirles: «Te quiero. Gracias por estar ahí. Mi corazón danza
cuando me acompañas». La ley de la impermanencia opera cada día, es
implacable, y mañana podría ser demasiado tarde. En cualquier momento
podemos recibir la llamada de un hermano que exprese con voz trémula: «Mamá
se fue». Por eso, cada día es una oportunidad para disfrutar con intensidad y
sentirnos agradecidos.

«Agradecer embellece el alma y la esencia de aquel que nos sostuvo,


pues el sentido de la vida guarda relación con servir a la humanidad».

¿Hemos pensado alguna vez que quizás tengamos más de lo que reconocemos
y valoramos? ¿Estamos seguros de haber aportado al mundo más cosas de las
que el mundo nos ha entregado? Si analizamos en profundidad nuestra vida
quizás apreciemos a toda la gente que participó de una u otra manera para
alcanzar cada una de nuestras cimas. Ese interruptor de la luz que te hizo
averiguar más sobre Franklin, Edison o Tesla. El chorro de agua que propició
que pensaras en el grifo, los embalses, los ríos y las montañas. La comida que te
llevó a curiosear acerca de la vida de ganaderos, agricultores y pescadores. La
sociedad próspera y pacífica en la que creciste. El perenne soporte familiar que
cubrió tus necesidades básicas. Aquel consejo o palmadita en la espalda que te
inspiró a cambiar de rumbo y encontrar tu vocación y talento. Ese trabajo que no
te complacía, pero que te permitió ahorrar para pagarte la carrera universitaria
que abriría las puertas de tu futuro. El accidente o enfermedad grave que te
enseñó a ver la vida de otra manera. Las personas tóxicas que te enojaron, pero
que sin su compañía, no hubieses aprendido a sanar los rasgos de tu
personalidad.
Casi todo aquello que atesoramos se debe al esfuerzo inimaginable de personas
que obran en red. Gracias a su actitud de «colmena» podemos viajar en bicicleta
a otros países, respirar, alimentarnos, sanarnos, dormir tranquilos, contemplar
una puesta de sol, ver a nuestros hijos crecer, rodearnos de amigos, cuidar a una
mascota, y un largo etcétera que continuamente nos recuerda la oportunidad de
saborear la vida.
La gratitud aparece en todas las religiones, filosofías y textos sagrados del
mundo. Todos ellos abogan por la iluminación del ser humano de una manera u
otra, y todos saben que sin el ingrediente de la gratitud es imposible que florezca
la paz, y sin paz las puertas de la felicidad permanecen cerradas. Cuando
construimos una identidad desde el «ser» y reconocemos nuestras riquezas
interiores, resulta más hacedero salir de los pensamientos negativos, volver al
instante presente y darnos cuenta de que todo se encuentra en su sitio, nada falta.
Porque no es lo mismo vivir desde la expectativa que desde aquello que ya se
encuentra disponible en nosotros. Lo engañoso de habitar en el futuro es que los
planes pocas veces se cumplen, pero la garantía de frustración es muy elevada.
Sin embargo, aquello que ya poseo es real, y puedo disfrutarlo en el instante
presente. La gratitud entonces renuncia a la ansiedad y se convierte en un atajo
hacia un lugar llamado paz espiritual.
No podemos ignorar que tras la adversidad subyacen importantísimas lecciones
de vida. Y toda sabiduría que enriquece nuestro devenir es digna de ser
agradecida provenga de donde provenga. ¿Cuántos tesoros nos son revelados
escondidos en problemas? ¿Cuántas veces la vida se opone a todos nuestros
deseos para que nos demos cuenta de nuestro egoísmo, vanidad y arrogancia, y
así podamos percibir el sufrimiento de los demás, el valor de la empatía, la
responsabilidad o la verdadera dirección del sentido? No hay fracaso que no
pueda convertirse en éxito existencial. Y adoptar esta filosofía no solo nos hace
entender nuestra relación con el mundo, sino que evita el «arrepentimiento» con
respecto a todo lo que aconteció en nuestro pasado. Ocurrió por alguna razón, así
que amemos las decisiones que ya tomamos, fuesen estas buenas o malas.

«Flagelarse a través del arrepentimiento es señal de no haber


entendido nada en absoluto de cómo se construye una vida impulsada
por la sabiduría».

Las heridas, miedos o conflictos tan solo son desafíos de los que aprender, y
pretender resistirnos a estos es como negarnos a cultivar nuestra vida interior.
Por consiguiente, y como bien señaló Gerardo Schmedling:

«Nada puede evolucionar sin transformarse. A lo largo de este


proceso primero descubrimos que tenemos la capacidad de destruir;
luego de reparar y, finalmente, de vivir en un perfecto estado de
equilibrio. Por eso todo lo que sucede no es bueno ni malo, sino
necesario».

La gratitud se goza desde el «ser» y no desde el «personaje». Por eso la


gratitud tiene la cualidad de disolver la energía del personaje para que la
abundancia florezca en nuestras vidas. Dejas de correr para darte cuenta de que
ya eres y tienes suficiente. Demos gracias entonces por el solo hecho de existir,
oler, saborear, percibir tanta belleza y satisfacer nuestras necesidades básicas.
Por comprender que somos una estrella fugaz que solo anhela desplazarse en
completa serenidad, sencillez y gratitud.

Vayamos con las conclusiones:

A veces necesitas salir del alboroto mental para experimentar la


revitalización del alma a través de un baño de naturaleza.
El medio natural es una universidad cuya observación desvela el
eminente poder de la ecuanimidad.
El individualismo y la cultura de insatisfacción nos aísla y enferma
como sociedad.
Nuestra ingratitud guarda estrecha relación con nuestras heridas,
miedos y creencias sin resolver. No podemos dar gracias por todo
aquello que poseemos, porque nuestra atención (SAR) se encuentra
distraída mitigando nuestras angustias en el mundo material. El
personaje, por tanto, cercena todos los caminos hacia el reino de la
gratitud.
Cuando dejamos de buscar en el exterior, se abre una ventana de luz en
nuestro interior que nos permite reconocer toda la red de personas y
situaciones que contribuyeron y contribuyen a nuestro devenir por la
vida.
Sin gratitud no puede darse la paz sostenida en el tiempo.
Uno de los aprendizajes más importantes de la vida guarda relación
con la capacidad de aceptar la vida como viene, sabiendo que la
fortuna y la adversidad son como las ruedas de una bicicleta, viajan
juntas.

¿Preguntas...?

Desde un punto de vista teórico se entienden los beneficios que aporta la


adversidad, aunque desde un plano práctico es difícil asumirla. ¿Existe
alguna clave para integrarla de una manera más amable?

Soy consciente de que integrar la adversidad como parte de la existencia puede


resultar un cambio de paradigma muy ambicioso. Por lo general, manejamos
fuertes creencias que nos apegan a aquello que se supone que es bueno para
nosotros, despreciando automáticamente lo que alguna vez nos causó y nos sigue
causando dolor. Todos los que aquí estamos solemos convocar a la preocupación
cuando la vida decide apretar y perjudicar nuestros intereses y expectativas. A
veces sufrimos durante días en un bucle infinito porque no alcanzamos a
comprender el motivo de una desagradable situación, ¿no es verdad? No
logramos entender que las personas más felices son aquellas que no juzgan la
situación, sino que confían en el proceso y menos tiempo dedican a los
conflictos.
La adversidad es una semilla que necesita del agua de la confianza para dar sus
frutos. Así que cuando llame a vuestra puerta, evitad la lucha y confiad. Eso
mitigará sustancialmente vuestro malestar. La confianza y la comprensión son
los únicos secretos que yo utilizo para intentar aceptarla. Si la adversidad llega a
mi vida es por alguna razón. Todo persigue un porqué que nuestra mente
racional no puede medir. ¿Es que la ciencia puede ver o medir el amor o la
empatía? Pues no, no puede, y aun así ocurre. Como mencioné anteriormente,
casi todo lo que nos sucede lo atraemos nosotros, así que, al menos por mi parte,
nada que reprochar. Es más, cuando la adversidad llama a mi puerta, la intento
comprender; acepto, confío y me encomiendo a la paciencia. Es como albergar la
convicción de que todo lo que venga será perfecto y afín al proceso actual en el
que se encuentra mi conciencia. Por eso no tengo por qué luchar o resistirme a
las situaciones que acontezcan. Yo lo interpreto como un entrenamiento. El
accidente que sufrí en Marruecos me hizo entender que la adversidad es como
cultivar y cuidar una planta, no se vislumbran los brotes hasta tiempo después.
No olvidemos que todo lo que sucede no es bueno ni malo, sino necesario.
Nuestro don proviene de la herida, ¿lo recordáis? Alguien podría llegar a ser el
mejor cirujano del mundo solo por el hecho de presenciar la muerte de su madre
cuando todavía era un niño. El sufrimiento y la impotencia traumática que el
niño registró en un plano inconsciente lo condujeron a salvar miles de vidas en
su etapa adulta. ¿Cómo lo interpretamos? ¿El trauma fue bueno, o fue malo?
Son los patrones morales aprendidos los que conforman nuestro juicio de las
cosas. No hay nada bueno o malo en términos absolutos. Las cosas serán buenas
o malas en relación con nuestras expectativas y anhelos por conseguir algo. Pero
la experiencia indica que lo bueno contiene lo malo y viceversa. Forman parte de
un todo. Por eso la necesidad de ser flexible e integrar las polaridades. De ahí
surge una valiosa clave que nos enseña a vivir. En definitiva, imparcialidad en el
juicio para encontrar más paz en uno mismo.
No obstante, entrenar la ecuanimidad no evitará el irremediable movimiento de
la impermanencia. La adversidad llegará a nuestras vidas igualmente. La
diferencia radica fundamentalmente en el «desde dónde» deseamos vivir la
experiencia: desde la paz o desde la lucha.

¿Estás diciendo entonces que da igual las decisiones que tomemos?

En cierta manera así es. Normalmente, la mayoría de las personas se martirizan y


penetran en el territorio del caos y la ansiedad a la hora de tomar una decisión.
Algunas incluso llegan a somatizar una enfermedad. No piensan en la decisión
advirtiendo aquello que con toda probabilidad mejorará sus vidas, sino todo lo
contrario, su energía se concentra en todo aquello que quizás pierdan; es decir,
viven sometidos a un sentimiento de carencia que evidencia una manera de
existir desde el miedo.
Pienso que es más saludable reconciliarse con la toma de decisiones. ¿Qué
importancia tiene lo que yo elija? Mi decisión siempre estará condicionada por
mi grado de conciencia. Si mi estado de conciencia es elevado, la ley de causa y
efecto me traerá un resultado acorde a mi alta vibración. Si, por el contrario, mi
estado de conciencia es bajo, el resultado que obtendré será el «necesario» para
aprender algo que todavía desconozco. Tengo la convicción de que la vida
siempre está a nuestro favor.
No somos conscientes del ahorro de energía que comporta integrar esta
enseñanza.
Supongo que durante tus viajes y proyectos habrás acumulado infinidad de
experiencias relacionadas con la gratitud. ¿Podrías compartir alguna?

Es cierto, conservo un sinfín de experiencias en ese sentido. Un buen ejemplo


podría ser la manera en la que un pasaporte español abre las puertas a cientos de
soluciones y posibilidades. Es triste decirlo, pero el accidente de Marruecos no
se habría resuelto con extrema diligencia si mi pasaporte hubiese pertenecido a
un país pobre. Es más, cuando mi seguro de viaje me repatrió y aterricé en el
aeropuerto de Madrid-Barajas, dos ambulancias me esperaban con los mejores
equipos de estabilización. En el mismo instante mi hospital de referencia
habilitaba un quirófano de urgencias para atender todas mis lesiones. Ante esa
situación solo puedes dar gracias por el lugar en el que naciste.
Recuerdo también experiencias adversas en las que sentía hambre o sed y no
había comida. Mis bolsillos estaban repletos de dinero para pagar lo que fuese
necesario, pero no existía una elaborada red de distribución como en Europa.
Después de mucho preguntar y moverte consigues algo de alimento, nada
especial, un plato de arroz frío con unas raspas de pescado se convierten en el
manjar de la semana. Recuerdo un día en el que, mientras comía atosigado por
las moscas, se me cayó el plato de comida al suelo. No dudé ni un segundo en
recuperarlo y engullirlo de nuevo. Cuando me ocurren cosas así pienso en el
accidente de Marruecos. Soy afortunado por el hecho de no vivir en una silla de
ruedas tetrapléjico. Lo importante es que puedo comer por mí mismo y sentir las
moscas en las comisuras de la boca. Así que no es tan grave como puede parecer.
Siempre hay cosas por las que agradecer.
Elena y yo a veces nos reímos al recordar determinados episodios de nuestros
viajes. Hubo momentos en los que tuvimos que resolver las necesidades del
cuerpo con tan solo dos cubos de agua al día. Utilizábamos pequeños recipientes
para ducharnos. Es increíble cuando pienso en ello. Cuando vuelves a España,
no deja de chocarte cómo la gente ningunea el valor de la comida que llega a su
mesa, el agua caliente que brota de sus grifos, la posibilidad de tener electricidad
o el acceso gratuito a un sistema de salud. Piensan que solo por abonar la factura
o pagar impuestos justifican el hecho de no agradecer esos privilegios.
Y que os puedo resumir de toda la hospitalidad desinteresada que he recibido
en mis viajes. No hay dinero para pagar eso. Notad que ningún viajero podría dar
la vuelta al mundo en bicicleta sin el amor que atesora la humanidad.
Ahora que lo pienso, los viajes han sido un excelente contexto para practicar la
gratitud. De alguna manera me permitieron valorar aquellos aspectos
importantes que pasan desapercibidos en la vorágine de la productividad y el
letargo social. Porque cuando penetras en un hábito en el que tomas consciencia
de la temperatura del agua, la fragancia de las flores o el tacto de una toalla
limpia, el cerebro además de segregar serotonina se estimula creando nuevos
recorridos neuronales asociados a la gratitud y a una existencia que merece la
pena ser vivida.

El ser humano, por desgracia, solo es consciente de sus tesoros en el


momento de su pérdida. ¿Es necesario llegar a ese punto?

Por desgracia, así es. La mayoría de las personas viven dormidas y el personaje
tiende a pasar por alto todas las cosas buenas que colorean nuestra vida. Si bien
podemos incorporar hábitos que nos ayuden a valorar todo aquello de lo que
disfrutamos en el instante presente. Muchas veces cuando me despierto en la
furgoneta, suelo abrir la ventana trasera y chequear cómo está el día. Lo cierto es
que me da igual si llueve o hace sol. Intento sonreír y pasar al menos unos
instantes agradeciendo cinco aspectos que valoro en mi vida. Se me vienen
imágenes como la familia, los amigos o el privilegio de vivir como vivo. Es un
hábito que a mí me sirve como entrenamiento. He sabido de personas que
prefieren hacerlo antes de dormir o incluirlo en sus meditaciones.
Hagamos un ejercicio durante quince segundos. Pensad cuáles son las
actividades, cosas o personas más importantes de vuestra vida. ¿Lo tenemos?
Genial. Os invito a valorar cómo, a pesar de los caprichos de la transitoriedad y
la fragilidad de la existencia, sois personas afortunadas. A veces se nos olvida
que la base de la pirámide para edificar una existencia dichosa y en paz se
encuentra en su sitio. La gran mayoría de vosotros disponéis de alimento, salud,
cobijo y el soporte emocional que proveen las relaciones interpersonales. Por
suerte, contamos con lo necesario para sentirnos privilegiados. Pensad en esto:

«El universo tiene 13 700 millones de años y nosotros vamos a vivir


solo una media de 83 de ellos. Hemos sido invitados a una fiesta y no
lo agradecemos. La vida es maravillosa, vívela con la intensidad que
se merece».
vvv

Diversos estudios en el campo de la neurociencia parecen determinar que la


gratitud posee la sorprendente cualidad de transformar el cerebro. Agradecer
todos los días es un hábito que fortalece el sistema inmunitario, sostiene la
autoestima y provee profusa paz interior. No falla. Cuando tu atención se fija en
el instante presente y agradeces todo aquello que te sustenta, no puedes más que
convertirte en una persona más pacífica y menos reactiva.

«La gratitud es el arte de vivirse en paz con todo lo necesario que la


vida provee».

Y para continuar en este recorrido por las raíces de la paz, es el turno de


perdonarnos.
8

RELACIONES INTERPERSONALES Y ANATOMÍA


DEL PERDÓN
Los enemigos poseen la llave de nuestra felicidad

A finales del año 2011, después de terminar un viaje en bicicleta por España, el
SAR (sistema de activación reticular) me estacionó en un nuevo proyecto.
Básicamente, acepté desarrollar un programa informático como jefe de proyecto
para una reconocida aseguradora francesa. Adivino que me pareció un buen
momento para reorganizar la ONGD, ahorrar algo de dinero y preparar el
siguiente viaje. Pese a todo, el estrés y una crisis de valores me llevaron a
renunciar al trabajo once meses después. Acomodaba un sentimiento extraño,
como si me traicionara y necesitara encontrar un lugar donde ordenar ideas y
revitalizarme. Por lo que decidí contactar con un buen amigo mío y retirarme a
una comunidad autosuficiente del norte de Navarra con la idea de que mis
sentimientos encontrasen el amparo del invierno. Pero vayamos primero a las
circunstancias que propiciaron este desenlace.
El proyecto informático comenzó como la relación entrañable entre dos
enamorados. Sin embargo, debido a las exigencias del calendario que impuso la
aseguradora francesa, el ambiente comenzó a enrarecerse y, con el transcurrir de
los meses, surgieron las asperezas entre la empresa y mi equipo de trabajo.
Sufríamos presiones a diario que nos obligaban a renunciar a los tiempos de
descanso además de acelerar precipitadamente los procesos de desarrollo,
circunstancia que nos condujo a las horas extras obligatorias. Como venía siendo
habitual en la economía frenética poscrisis de aquella España, el beneficio y el
resultado se situaban por encima de los valores humanos. Paulatinamente, muy
similar a un pequeño goteo, penetré en la contradicción y la herida de injusticia
encontró un escenario ideal para manifestarse. Básicamente me había vendido
por un salario que fluía de una empresa carente de ética y que resultaba ser más
parte del problema que de la solución. Para mí suponía un conflicto, pues dicho
salario sería usado para financiar mis gastos de viaje y manutención en los
proyectos humanitarios que gestionaba. Me resultaba hipócrita y, por lo tanto,
injusto e imperfecto. ¿Tiene sentido embellecer el mundo con el dinero
proveniente de empresas que lo mancillan? ¿No estaba yo mismo colaborando
con el hecho de perpetuar este tipo de prácticas empresariales? Cavilaciones
como estas me instalaron en una crisis existencial. En cambio, a pesar de la
desazón que cohabitaba en mí, albergaba el compromiso de responsabilidad para
terminar el trabajo que me había sido encomendado.
Mi personalidad perfeccionista abrazó el estrés, la ansiedad y el insomnio, lo
que me produjo un brote de vértigos así como intensas cefaleas. El cuerpo
expresa lo que la mente calla. Mi dimisión fue expeditiva por dos razones: mi
colchón de ahorros gozaba de una buena higiene y por aquel entonces mi salud
se situaba por encima de la conveniente actividad profesional. Aunque parezca
una buena justificación, estas premisas se caen cuando por adoptar determinados
convencionalismos sociales has hipotecado tu vida y perteneces a ese elenco de
esclavos de la deuda. En ese caso, tu salud es irrelevante frente a las cuotas de tu
endeudamiento. Por desgracia, así habrían de vivirlo todos los miembros de mi
equipo de trabajo. La mayoría necesitaba un merecido descanso, aunque ninguno
de ellos podía arriesgar su fuente de ingresos. Lo más desolador es que esta
explotación, que hemos normalizado y que ocurre todos los días en la mayoría
de empresas españolas, nos destruye como seres humanos. Veamos lo que
expone la neurociencia y en concreto los estudios del Dr. Joe Dispensa.
El estrés se desata cuando el organismo rebasa su condición de homeostasis o
zona de equilibrio. Si bien, nuestra biología señala que todo ser humano se
encuentra preparado para tolerar ciertos estados de estrés transitorios o
puntuales. Es decir, cuando una persona percibe un estado de amenaza o peligro,
su organismo activa el sistema nervioso simpático, que está relacionado con
estados de alerta, lucha, parálisis y huida. Como respuesta defensiva segrega
cortisol y glutamato, estimula la amígdala, y suspende el riego sanguíneo hacia
los lóbulos prefrontales del cerebro responsables de aspectos tan transcendentes
como la inteligencia, la creatividad y la comprensión. Hasta ese estado, todo
bien. El problema deviene cuando debido a las expectativas sociales y los
nuevos estilos de vida, el estrés transita de un estado pasajero a un territorio de
amenaza permanente denominado distrés. No sé a vosotros, pero a mí me parece
que dicho desequilibrio estacionario representa bastante bien a las fábricas
andantes que viven en sociedades industrializadas presionadas por la economía
de mercado.
Por lo general, nuestra idea de progreso nos conduce a medios hostiles en los
que habitar; entornos frenéticos, sin tiempo para pensar, sometidos por las prisas
e inmersos en un ambiente de falsas creencias que suscita estados de ansiedad,
depresión, insomnio, hipertensión, etc. No es lo mismo ser perseguido por un
tigre de manera puntual, a que la amenaza del tigre forme parte de cada uno de
nuestros días. ¿Qué perjuicios creéis que causa el distrés en nuestro organismo?
Veamos.

En primer lugar, nuestras células se convierten en adictas a las


hormonas nocivas que segrega nuestro sistema simpático.
Cuando los niveles de la hormona del estrés y del miedo, el cortisol,
aumentan y se mantienen sostenibles en el organismo, suben la
adrenalina y los corticoides, bajan los linfocitos y los anticuerpos, y el
sistema inmune se empobrece y comenzamos a preparar el terreno de la
enfermedad. ¿Por qué? Porque los altos niveles de cortisol permanecen
en el organismo entre seis y ocho horas. Aunque a muchos os parezca
una locura, los genes apenas crean las enfermedades, sino que es el
entorno inestable al que se encuentra sometido el organismo el que
indica al gen que comience a desarrollar la enfermedad. En palabras de
Bruce Lipton:

«Según el entorno y como tú respondes al mundo, un gen


puede crear 30 000 variaciones diferentes. Menos del 10 %
del cáncer es heredado, es el estilo de vida lo que determina
la genética».

El distrés nos pone en guardia constante porque vivimos pendientes de


una amenaza exterior, y solo con pensar en el hecho de estar en peligro
el cerebro incrementa los niveles de cortisol. Fijamos el foco en el
exterior, y aquello donde se posiciona nuestra atención comienza a
capturar todas nuestras energías. Luego, el SAR fija su radar en lo
material y no en un plano relacionado con nuestro mundo interior.

Si dedicamos unos minutos a reflexionar acerca de las consecuencias que


acarrean estos perjuicios, conectaremos muy fácilmente con el porqué las
hormonas del distrés conducen al ser humano a la adicción materialista que
difunde el sistema capitalista. Consumir no es otra cosa que aliviar el distrés
mediante la heroína del siglo XXI: la dopamina.

«Somos vulnerables al consumismo porque vivimos perseguidos por


un enemigo invisible llamado inseguridad e incertidumbre que se
alimenta de un estado de miedo, amenaza y emergencia perpetuos».

¿Me echarán del trabajo? ¿Podré pagar la hipoteca? ¿Me rechazará mi entorno
emocional y me quedaré solo? Hoy además vivimos aterrorizados por un
enemigo perfecto. Un virus ubicuo (COVID-19), abstracto e invisible que nos
puede atacar en cualquier momento y que produce en el organismo un estado de
alerta continuado en el tiempo. Es lo que provocará un efecto nocebo: si crees
que algo te enfermará, acabará por aparecer la enfermedad.
Cuando subsistes en un territorio de estrés crónico de supervivencia instintiva
aguardando el ataque de un enemigo exterior, sea el que sea, no es momento de
abrazar tus emociones, meditar, escuchar tu cuerpo, desplegar tu imaginación y
creatividad o habitar en el instante presente. Más bien ocurre lo contrario, tu
atención se moviliza en la materia y te verás empujado a controlar la vida,
inventar expectativas e idolatrar resultados creyendo que tu equilibrio o paz
interior dependen de un objeto o circunstancia proveniente de un exterior hostil.
El SAR no puede poner su energía en dos aspectos a la vez: o sobrevives o te
elevas espiritualmente. Por consiguiente, cuando nuestra atención se focaliza en
la selva social, la respuesta no puede ser otra que miedo, competición, lucha,
envidia, egoísmo, desconfianza y animadversión, entre otras. Un estado
emocional donde irremediablemente perdemos la homeostasis del organismo.
Llegados a este punto es ineludible hacerse preguntas: ¿El distrés forma parte
de nuestra vida? Pensadlo. Porque cuanto más distrés soportemos, más nos
alejaremos de nuestra esencia. Por lo que estaremos fatalmente condenados a
vivirnos de afuera hacia adentro, y no al revés. Tomaos diez segundos para
analizar esta cuestión...
Y en ese estado de desequilibrio y anhelo de respuestas llegué yo a Aritzkuren,
un pueblecito del Prepirineo navarro inmerso en la montaña. En Aritzkuren
convive un amoroso colectivo de familias que potencian su sueño y reconstruyen
un espacio habitable desde mediados de los años noventa. La veintena de
personas que lo conforman conciben y desarrollan un proyecto de vida
comunitaria y trabajo integral que aboga por la autogestión de sus necesidades
como grupo. Sus valores se fundamentan en el fortalecimiento de las relaciones
humanas y su conexión con la naturaleza y, además sorprende, que practiquen
una política horizontal mediante asambleas dinamizadas que salvaguardan la
democracia real y favorecen la cooperación, los bienes comunes y la capacidad
para compartir. Aritzkuren me reveló un espacio abierto al mundo que aspira a
mostrar un ejemplo esperanzador de cómo se puede vivir de una manera más
saludable con uno mismo, la comunidad, el entorno y con el mundo.
Durante mis días en Aritzkuren fui consciente de que lo importante de la vida
se halla en lo sencillo y cotidiano; en el aquí y el ahora. Con el tiempo aprendí a
hacer pan, aguamiel, formar compost, alimentar a las gallinas, cortar leña,
elaborar cremas y medicinas naturales, así como a enriquecer el proyecto de
educación libre. Rememoro con entusiasmo el trabajo en la huerta y la
recolección con mis propias manos de zanahorias, puerros, calabacines y
cebolletas que posteriormente cocinaría para alimentar a toda una comunidad
que se ajustaba con entusiasmo alrededor de una gran mesa en la casa comunal.
¡Es increíble! Poseemos un cerebro social que destina la mayor parte del
tiempo a pensar en el otro. Ignoramos la incidencia positiva que ejerce en
nuestro cerebro las buenas relaciones interpersonales. Se ha demostrado que las
relaciones afectivas y emociones significativas contribuyen a la plasticidad, la
salud y la regeneración sanadora de nuestras redes neuronales. En breve hablaré
de ello.
Aritzkuren me pareció una academia que fomenta y fortalece el verdadero
conocimiento de lo humano. Desde este rincón de la esperanza se asimila la
importancia de consumir agua limpia, de utilizar energías renovables, de reducir
drásticamente los residuos, de proteger la comida que llega a nuestros
estómagos, de construir en armonía con lo natural, de potenciar una educación
rica en valores. En definitiva, de amar y compartir bajo una economía solidaria
que responda a las necesidades comunitarias en condiciones saludables. En
Aritzkuren todo gira en torno a la riqueza del compartir de la tribu. Las madres
no maternan solas, sino con otras madres; los hijos tienen multitud de hermanos,
de padres y de madres, porque la relación plural y el sentido de pertenencia se
encuentran por encima de la biología y los convencionalismos sociales. ¿Quién
dijo que el centro de nuestra vida debe recaer exclusivamente en nuestra pareja,
nuestros hijos, nuestro hogar y nuestra economía?
Y todo ello en contacto con una universidad natural, naturaleza como sabiduría
de vida, como camino contemplativo de ritmos, gestos y esencias que se
corresponden con lo humano. Naturaleza como cordón umbilical hacia uno
mismo y brújula reveladora de los secretos que alumbran la armonía de nuestra
esencia.
En poco más de un mes había pasado de un estado de desequilibrio gobernado
por el distrés a un estado de quietud, meditación, silencio, alimentación
saludable, ejercicio físico, buen descanso y abrigo comunitario. Aquel estilo de
vida sin duda guardaba consonancia con el sistema parasimpático encargado de
la regeneración y relajación del organismo. Y cuando el bienestar predomina en
nuestra vida, se armoniza la conexión entre hemisferios cerebrales, se estimula la
segregación de las hormonas de la felicidad y se fortalece nuestro sistema
inmunológico. En definitiva, no solo mejora nuestra calidad de vida, sino que se
renuevan cualidades como el buen humor, la paciencia, la empatía, el amor, la
gratitud, la conexión, etc.
La comuna aterra al pensamiento occidental porque los intereses de la
comunidad se sitúan por encima de nuestro propio beneficio. Al principio la
convivencia resulta espinosa porque no tienes la costumbre de exponerte, pero si
aprendes a impulsar lo colectivo, ten por seguro que lo colectivo se derramará en
ti. Por desgracia, nuestras creencias y parálisis de la conciencia no concilian con
lo que verdaderamente significa vivir en comunidad, ya que en la convivencia
comunitaria no es tan fácil huir del conflicto y la crisis, circunstancia que saca a
relucir lo peor de uno mismo. La gestión de las desavenencias nos hace
profundizar, mirar hacia dentro, salir de nuestro aislamiento egocéntrico y
conocernos en relación con los demás. Salen a flote los protagonismos de
nuestro personaje, sus anhelos de reconocimiento, atención, orgullo y celos,
entre otros. Y eso exige un periodo de adaptación además de arduo trabajo
personal, pues la comuna encarna ese espejo del que todos huimos.
Desafortunadamente, no crecemos en la comodidad de un mensaje que
complace al personaje, sino en la manera de afrontar la incomodidad que
despiertan los conflictos y las heridas del pasado. Tampoco lo hacemos desde el
individualismo, sino a través del espejo de la convivencia. Necesitamos al otro
para mirarnos. El conflicto y la coexistencia ejercen como motor vertebrador del
cambio y el autodescubrimiento. No nos queda otro camino que entender nuestra
diversidad. En definitiva, una visión antagónica al paradigma occidental que
huye de la incómoda adversidad y fomenta el individualismo.
El individualismo, en realidad, es el triunfo de un capitalismo enfermo. La
individualidad que impone esta doctrina, la necesidad de sentirnos merecedores
de todo, nos conduce a potenciar al personaje y buscar enemigos en el exterior.
De ahí surge tanta polarización y lucha: feministas contra machistas, cristianos
contra musulmanes, ricos contra pobres, etc. Pero si lo pensamos con
detenimiento, llegaremos a la conclusión de que:

«El individualismo es la declaración como fracaso del ser, es la meta


que tanto anheló el personaje para reafirmar su identidad».

Que nadie me malinterprete. Aritzkuren no estaba exento de liderazgos, egos


espirituales y conflictos, aunque siendo honesto me parecieron escasos y
asumibles en comparación a lo que estamos acostumbrados. De hecho,
fomentaban terapias emocionales para combatirlos, circunstancia que me
entusiasmó y sedujo mi atención. Sin embargo, creo que ninguna de sus terapias
profundizaba en aquellos factores que por aquel entonces me incomodaban y que
yo intentaba resolver en mi tortuosa manera de vivirme. La primera radicaba en
aprender a sortear la culpabilidad, y la segunda obedecía a la difícil capacidad
para perdonar. Ambas forman parte de la sanación que considero fundamental
para vivirse en paz y disfrutar de unas relaciones interpersonales armoniosas.
Es extraño cómo el ser humano se relaciona con la culpabilidad. De hecho, la
culpa y el miedo forman parte de nuestro ADN emocional. La culpabilidad es
tan insoportable que acudimos irresponsablemente a los medicamentos con tal de
evitar emociones naturales como la tristeza o la frustración. Al mínimo atisbo de
culpa recurrimos raudos al psicólogo. Es más, ¿no es verdad que muchos de
nosotros sentimos culpa por considerarnos personas felices? ¿Os suena?
Expresar nuestra alegría en público se asocia a personalidades arrogantes, no
vaya a ser que los demás se sientan inseguros. A veces, incluso, cuando gozamos
de una buena racha, hasta llegamos a pensar que el universo nos arrebatará dicho
estado de gozo enviándonos una tragedia, ¿no es verdad? Observo que muchos
se ríen, así que no voy desencaminado. Mantenemos tan arraigada la creencia de
que la vida es sufrimiento, sacrificio y dolor, que cuando habitamos en un
bienestar sostenible y las cosas nos van bien, nos embarga un sentimiento de
culpabilidad que deriva en una sensación de peligro. Intuimos, de hecho, que
algo no funciona correctamente, por lo que el castigo no tardará en llegar.
Pero ¿qué es la culpabilidad? Desde mi punto de vista es la declaración
irrefutable de lo alejados que nos encontramos de nuestra verdadera esencia. La
culpabilidad es la construcción de la identidad como personaje que sitúa una
meta muy por encima de las expectativas que podemos llegar a cumplir. Es decir,
nos sentimos culpables al apegarnos al éxito de una idea o verdad sobre
nosotros. La estrategia del personaje se relaciona con el mundo exterior
mendigando atención, lo que nos empuja a emular aquello que el paradigma
social considera una «ciudadanía ejemplar». Nos damos demasiada importancia
y nos exigimos a través del «debo» y «tengo» a ser inteligentes, comprensivos,
amables, generosos, felices, excelentes profesionales, buenos amigos,
inestimables hijos, maravillosos padres, además de ciudadanos comprometidos
con la alimentación, el culto al cuerpo, las causas sociales, el ecologismo y
demás estándares. Y como estamos rotos por dentro y no alcanzamos a cumplir
los estereotipos que nos hemos impuesto, nos frustramos y nos sentimos
insignificantes. Con todo, no solo nos enfadamos con nosotros mismos, sino que
a la lista se suma toda esa gente que advirtió nuestra falsa imagen y cuestiona
cada uno de nuestros movimientos.
Una gran parte de la culpabilidad, porque sus formas son profusas, deviene
cuando crees que puedes hacer feliz a otra persona, te sacrificas por hacer una
cosa, pero en realidad no quieres hacerla. Cuando, por poner un ejemplo, visitas
a tus padres o a tus suegros por culpabilidad y no por libre elección. ¿A cuántos
de vosotros os sucede esto? ¡Muchos se ríen!...

«El sacrificio responde a un vacío del alma, y representa uno de los


atajos más recurrentes para obtener el amor y la atención de los
demás».

¿Alguien piensa que aquello que os genera culpa e infelicidad puede hacer
feliz a otros? ¡Pensadlo!
Nada ni nadie puede hacernos sentir culpables. Son nuestras creencias las
responsables de construir la abominable culpabilidad. Así que una buena manera
de saber si estamos en manos del personaje guarda relación con sentirse
culpable.
La culpa se inocula a edades muy tempranas, por eso es una de las barreras
más difíciles de manejar en un proceso de crecimiento espiritual. No la
subestiméis. La culpa nos victimiza y paraliza nuestra energía, cercena la
imaginación creativa y el interés por avanzar, anestesia la disposición para vivir
el presente y debilita nuestro sistema inmunitario abriendo la puerta a todo tipo
de enfermedades.
Vivir desde la esencia del «ser» es radicalmente diferente. Cuando el primer
perdón y primer «te quiero» es a ti mismo, cuando te hablas como lo harías a un
recién nacido, cuando el amor brota de tu interior y te aceptas en lo grande y en
lo pequeño, la culpabilidad no puede encontrar un terreno fértil donde crecer.
Quizás adquieras compromisos con el exterior, pero lo harás desde la elección y
no desde la necesidad de obtener el amor de un planeta que no es el tuyo.
La culpabilidad solo admite sanación cuando te perdonas por haberte
identificado con el personaje y comienzas un camino de compromiso para
transcenderlo. Ahora bien, ¿sabemos perdonar? Nos creemos seres humanos
invencibles, perfectos e inmortales, cuando en realidad somos seres imperfectos
y frágiles. ¿No estaría justificado perdonar dicha fragilidad e imperfección? Por
norma general interpretamos el perdón como un aspecto que se extiende a los
otros. Si bien perdonar a los otros es una ilusión que nos acompaña durante toda
nuestra vida. La religión judeo-cristiana consolidó una de las creencias falsas
que más confusión nos suscita. Nada ni nadie ahí fuera puede causarnos daño a
menos que nosotros mismos hayamos otorgado poder a una creencia que
gobierna nuestros pensamientos. De manera que, como dicta Un curso de
milagros, solo podemos perdonarnos a nosotros mismos. Porque el perdón se
fundamenta en la aceptación y liberación de nuestras propias cadenas mentales.
El perdón al otro es una estrategia del personaje. Ya sé que a muchos se les está
cortocircuitando la mente en estos momentos.
Conclusión, ¿deseamos paz en nuestra vida? No existe otro camino. Perdónate
desde el amor. ¿Y cómo se hace eso? Os preguntaréis muchos.
¿Conocéis la filosofía ho›oponopono?... Veo manos levantadas.
Esta palabra tan suigéneris se podría traducir como higiene mental. Digamos
que engloba un sistema de sanación físico, mental, emocional y espiritual
practicado desde hace cinco mil años por los chamanes hawaianos. Ya entonces
se sabía que cuando el conflicto y los pensamientos insanos que reinan en
nuestra mente no se resuelven y tampoco se purifican a través del perdón
sincero, es el cuerpo el que los manifiesta a través de determinadas
enfermedades. Es decir, la mente es la causa y el cuerpo el efecto.
Los admiradores del ho’oponopono sostienen con firmeza que si todo es una
unidad, de una forma u otra significa que cada uno de nosotros somos energía
que conforma todo el universo. Y si aceptamos esta premisa como cierta, cada
uno de nosotros tenemos la responsabilidad de aquello que atraemos, así como
de la realidad que observamos. Todo se encuentra en relación y ocurre por
alguna razón. Por tanto, la casualidad no existe.
Para un seguidor de este edificante sistema de sanación, la adversidad, el
conflicto, el error e incluso las personas tóxicas no solo ejercen como verdaderos
maestros, sino que afortunadamente representan una extraordinaria fuente de
conocimiento. Todo lo que sucede en el exterior, todo aquello que nos rodea y
capta nuestra atención, actúa como un espejo de nosotros mismos que pretende
enviarnos un mensaje. El otro siempre somos nosotros, pero al vivir desde el
personaje lo ignoramos. El mensajero solo trae un mensaje que despierta una
herida que necesita ser sanada. Esa es la razón por la que debemos mostrar
gratitud y afrontar el conflicto a través de un mantra articulado por cuatro
locuciones:

LO SIENTO: porque aquello que habita en mí lo reflejo en ti.


PERDÓNAME: por hacerte responsable de mis reacciones.
GRACIAS: por mostrarme aquello que no acepto y debo sanar en mí.
TE AMO: porque gracias a tu mensaje hoy decido no reaccionar y tomar
consciencia de mi herida.

Este mantra va dirigido a nuestro inconsciente y aunque aparentemente parezca


que aspira al perdón del otro, en realidad persigue el perdón interior. Imaginad el
poder espiritual que ampara esta práctica al incluirla en la primera meditación de
la mañana. Cuando dejas de culpar, juzgar y señalar al exterior y comienzas a
perdonar todo aquello que convive en ti, es como abrir una ventana por la que la
paz penetra e ilumina los rincones más sombríos del alma.
Por desgracia, fuimos educados para reforzar un personaje que continuamente
se reafirma externalizando nuestra responsabilidad. Desde la ceguera del
personaje el culpable siempre se sitúa fuera. Esa es la razón por la que nos
pasamos la vida siendo víctimas que anhelan que el exterior configure nuestra
felicidad. No alcanzamos a comprender que todo cuanto nos rodea y apreciamos
con los sentidos habla de nosotros e incesantemente nos informa de aquello que
encubre con celo nuestro inconsciente. Lo que conforma mi planeta interior es
reflejado en el universo. Se cumple, por lo tanto, la ley de causa y efecto, ya que
el inconsciente es la causa y la realidad exterior que percibimos el efecto.
Todo aquello donde nuestro SAR coloca su atención revela una faceta de
nosotros mismos que no reconocemos. Si está en el radar del SAR, es
definitivamente nuestro. Es decir, y como enseña Un curso de milagros, todos
los valores que admires o desprecies en otra persona habitan en ti en un estado
insano o de bloqueo. Pensadlo. Solo puedes culpar, juzgar o condenar cuando
interpretas el exterior a través del filtro de tus angustias. Toda culpa al otro habla
de tu culpa. Todo juicio al otro expresa los juicios a los que te sometes. Si
nuestro foco de atención y energía inconsciente inciden en nuestras heridas
emocionales, eso será lo que se hará presente en nuestra vida a través de
personas y situaciones a las que llamaremos mensajeros. Por ello, todos los
mensajeros que activen nuestra atención siempre lo harán como oportunidad
para sanar una herida o bloqueo inconsciente. El exterior siempre nos hace de
espejo, aunque no somos conscientes porque interpretamos la situación desde el
piloto automático del personaje, y no desde el observador del instante presente.
Posteriormente hablaremos de este último.
Las redes sociales ejemplifican bastante bien estos comportamientos, ya que
nuestras críticas y condenas hacia las publicaciones que vemos enmascaran todo
aquello que reprimimos y no aceptamos de nosotros mismos. Si lo niegas en el
otro, lo niegas en ti. Por eso, cuando desde el prejuicio desconfías de la manera
en la que una persona muestra o ha conseguido una vida exitosa, y la criticas, el
mensaje que le haces llegar a tu inconsciente es: «Yo no quiero ni deseo
triunfar». Entonces el SAR se pone a trabajar.
Veamos algunos escenarios de cómo la «ley del espejo» evidencia lo apegados
que estamos a determinadas heridas emocionales.
Comencemos con un «espejo directo». Reconozco que siempre me ha
incomodado presenciar conversaciones en las que algún conocido juzga
cruelmente a una persona ausente. Todos hemos vivido un contexto análogo, ¿no
es así? Años atrás la situación me hubiese irritado, y seguramente habría optado
por enfadarme con el sujeto que levantó ese dedo acusador además de juzgarlo
con el mismo grado de vehemencia. En cambio, desde que opero como
observador y reconozco determinados espejos, suelo contener la reacción, liberar
al mensajero que la causó y observar detenidamente la profundidad del mensaje.
Partiendo del hecho de que la desagradable situación ha captado mi atención,
decido prepararme para recibir un reflejo de mí mismo que naturalmente en un
principio estoy rehuyendo. Entonces me hago la primera pregunta:
¿Soy una persona que juzga a los demás?
A veces, aunque sin malicia consciente, así lo he reconocido. Pese a todo, el
espejo normalmente, y esto es importante, no suele informar de las acciones que
proyectas al exterior, sino de las acciones que ejerces contra ti mismo. Así que,
la siguiente pregunta que formulo es:
¿Soy una persona que me juzgo?
¡Eureka! Aquí es donde radica la enjundia del mensaje. Fijaos. Durante
muchos años y empujado por mi herida de injusticia, fui una persona bastante
exigente conmigo mismo. Debido a los umbrales de perfección que me imponía
llegué a automatizar el maltrato y los juicios de valor hacia mi persona. Y eso es
precisamente lo que el mensajero y el espejo de este ejemplo me transmiten: una
necesidad de sanar y perdonar esa manera tan ofensiva y despiadada que tengo
de tratarme. De manera que, mi enfado no se debe a la manera impropia en la
que juzga el mensajero, sino que obedece al maltrato inconsciente al que yo me
someto. La situación en realidad rememora un pasado que me resisto a aceptar al
tiempo que enmascara la estrategia que utiliza el personaje para perpetuar la
adicción de la herida.

«El mensajero siempre nos enfrenta a un pasado que no aceptamos».

Son muchas las veces que he cuestionado a uno de mis familiares por carecer
de fuerza de voluntad y saltarse los compromisos de la dieta. Los que sufrimos
de la herida de la traición reaccionamos con irritación contra la pereza. Nos
crispa los nervios las personas que no asumen sus compromisos. Sin embargo,
no olvidéis esto, cuando aleccionáis a otra persona, el espejo solo refleja aquello
que tú no cumples contigo mismo. Quizás no sea en ese ámbito de la dieta, pero
faltas a tus compromisos en otros aspectos. Si no fuera así, no advertirías la falta
en otra persona. ¿Me seguís?
Sigamos con un «espejo opuesto». En los entornos profesionales que he
frecuentado, por lo general, he coincidido con personas excesivamente egoístas
que han cautivado en exceso mi atención. De hecho, advertía que este escenario
se repetía en mi vida con cierta asiduidad, lo que indicaba sin lugar a dudas que
existía una herida sin sanar. Al ignorar el poder de los espejos, normalmente la
situación me generaba hostilidad, desprecio e incomprensión. No era consciente
de cómo dicho conflicto despertaba mi herida de injusticia. Y parafraseando la
ley de la atracción: «Polos opuestos y vibraciones similares se atraen». Esta
situación propiciaba que se activara mi espejo opuesto. Es decir, mi SAR se las
ingeniaba para destacar situaciones y personas que representaban la antítesis de
mi patrón mental.
¿Qué revelaba de mí mismo reaccionar contra personas egoístas? Básicamente,
el territorio desequilibrado en el que yo mismo vivía. El egoísmo exacerbado del
otro me mostraba lo alejado que me hallaba de mi centro. Es decir, aquel
mensajero al que yo consideraba un egoísta en potencia, me estaba mostrando
que yo habitaba en un desatinado altruismo que me estaba perjudicando. Salía a
la palestra mi entrega desmedida y obsesiva hacia los proyectos de cooperación
al desarrollo. Imaginando una escala del uno al diez en el que situamos el
altruismo en el diez y al egoísmo en el cero, la referencia equilibrada sería
aquella que preferentemente se situara cercana al cinco, aunque yo estaba en
posiciones próximas al nueve. En consecuencia, el mensaje no podía ser más
traslúcido. Debía ser consciente de aquel desajuste y trabajar para alejarme de
posiciones obsesivas y bloqueantes relacionadas con servir en exceso a los
demás, y empezar a ser más egoísta conmigo mismo. Diversificar la abundancia
de mi vida en cada uno de los aspectos que la conforman. Más amor y cuidados
hacia mí mismo.
Al vivir desde el personaje no somos conscientes de nuestras heridas, pero es
curioso que para todos aquellos que nos rodean, nuestros dolores no pasan
desapercibidos. Es como si mostrásemos un tatuaje en la frente que demandase:
recházame, abandóname, humíllame, traicióname o sé injusto conmigo. Nos
pasamos la vida activando nuestras heridas recíprocamente. Fijaos. Un hijo que
presente la herida de la humillación y que exprese su parte más vulnerable al
reclamar reconocimiento activará fatalmente la herida de la traición de su padre
y su crueldad asociada frente a las personalidades débiles y victimistas. Y por
desgracia ocurre en un sentido y en el opuesto. No hay nada que más exaspere a
un humillado que el abuso, la soberbia y la agresividad que exterioriza la herida
de traición. Los dos se hacen daño y ninguno llega a ser consciente de cómo se
hacen de espejo y del disparador que inicia el conflicto. Escenarios como estos
son una constante en las relaciones laborales y de pareja.
Hasta una enfermedad desempeña su función de espejo. El vértigo y la
ansiedad que padecí trabajando para la aseguradora francesa indicaban la energía
estancada de mi bloqueo, así como lo alejado que me encontraba de mi zona de
equilibrio. El cumplir con el trabajo asignado se convirtió en una obsesión. De
hecho, no aceptaba un naufragio en ese sentido. Recordad que otro de los
aspectos que me crispaban de la multinacional francesa era su falta de valores
sociales. ¿Qué revelaba este espejo opuesto? Que yo mismo me encontraba
bloqueado en un sentido inverso.

«Cuando estamos secuestrados por nuestras heridas emocionales


necesitamos de un enemigo para enmascarar el vacío y el odio con el
que convivimos. Condenar y juzgar al otro simboliza la estrategia
sofisticada que esgrime el personaje para vengarnos de nuestro
insoportable sentido de culpabilidad».

Mientras obviemos nuestras heridas y optemos por traicionarnos seguiremos


atrayendo traidores a nuestra vida, nos embargará el rencor porque percibiremos
al otro como culpable. Y como bien decía Freud, el rencor que albergamos hacia
el otro es puro narcisismo para no aceptar en nosotros aquello que el espejo nos
está mostrando. Aquel al que consideramos enemigo siempre le dará forma a
nuestro conflicto. No pongamos al otro en el centro de la lapidación. Soltemos la
piedra y ocupemos el lugar de responsabilidad que nos corresponde.
¿Entendemos ahora cómo la realidad que observamos se expresa como reflejo
de nuestro inconsciente? Aquello que baila dentro de ti encontrará una pista de
baile en el mundo. Por el contrario, cuando percibes un mundo cruel o una
realidad caótica en la que te rodean personas desalmadas, pregúntate si eres tú el
que lo crea inconscientemente para que los demás te vean. No falla. El exterior
siempre expresa la manera en la que te vives.
Por consiguiente, el rencor no tiene cabida cuando comprendes y dominas la
ley del espejo. ¿Cómo saber si te has conformado con intelectualizar la ley, pero
no la has integrado emocionalmente? Pues esta manida frase cargada de
resentimiento lo explica a la perfección: «Perdono, pero no olvido». Es decir, te
sentirás víctima y por tanto incapaz de perdonarte, por lo que el SAR destacará
verdugos allí donde mires.
Creedme si os digo que la ley del espejo transformará vuestra vida de manera
radical. Cabe decir, asimismo, que se dan otros tipos de espejos que no pretendo
atender en esta conferencia. Comprended que este análisis no persigue como
finalidad el estudio en profundidad de la ley del espejo y de la atracción, aunque
sin lugar a dudas son excelentes recursos para entender que el camino más
amplio hacia la paz espiritual es el perdón a uno mismo. No obstante, os invito a
penetrar por vuestra cuenta en la sabiduría de estas dos leyes espirituales.
Tengo la esperanza de que después de esta exploración interior el mantra
ho’oponopono cobre más sentido para vosotros. Todo se transforma cuando
caemos en la cuenta de que cualquier sentimiento que habita en nosotros lo
proyectamos en los demás. Todo muda de piel cuando eludimos al personaje y
renunciamos a responsabilizar al otro de nuestras reacciones. Todo se renueva
cuando el otro te muestra la herida que no aceptas, pero que debes sanar. Todo se
resuelve en el interior cuando ves al enemigo no como un culpable, sino como
un maestro al que agradecer una nueva toma de conciencia. Todo se corrige
cuando dejas de emplear energía en condenar al exterior para dedicarlo a tu
propio crecimiento personal.
¿Cómo creéis que serían nuestras relaciones afectivas si cada uno de nosotros
adoptase esta mirada? Pensadlo.
Un estudio de Harvard sostenido durante ochenta años y que investiga
ampliamente cuáles son las principales causas que procuran felicidad a las
personas, revela cómo las relaciones cercanas y verdaderas contribuyen a la
salud y el bienestar de los individuos. Se evidencia pues, que por encima de la
fama y el dinero, aquello que reporta generosos niveles de bienestar sostenido se
circunscribe a las relaciones interpersonales. Ahora bien, todos los que aquí
estamos seguramente coincidamos en la conclusión de que construir relaciones
profundas y plenas no resulta un asunto baladí, máxime porque nuestras cloacas
emocionales invariablemente nos conducen a establecer relaciones desde la
necesidad del miedo y no desde la libre elección del amor. De hecho, y es un
dictamen personal que nace de la observación y mi propia experiencia, las
personas con altas capacidades para construir relaciones plenas no son aquellas
que evitan el conflicto y las desavenencias rehuyendo de las dificultades, sino las
que gozan de unos niveles notables de autoestima y confianza y enfrentan la
situación manejando determinadas habilidades sociales. Existen varios factores
determinantes que suelo apreciar en personas capaces de construir relaciones
sanas y significativas:

Son personas que han aprendido a no darse tanta importancia.


No se toman el conflicto de manera personal.
Saben aceptar la desavenencia y perdonar.
Atesoran la extraordinaria capacidad de que su interlocutor se sienta
entendido y comprendido.
Son compasivos. Perciben que el otro vive desde su personaje, y no
desde su belleza interior.
Se vinculan con el abrazo, la caricia, la mirada, la sonrisa, la escucha, la
palabra.

A fin de cuentas, son personas que manifiestan una notable inteligencia


emocional para gestionar los egoicos laberintos que acontecen en la interacción
y el contacto entre las personas.

«La humanidad es diversa, y esa diversidad además de enriquecer


también suscita desacuerdos. El conflicto es inevitable, como lo es el
dolor. Aquel que aprenda recursos emocionales para aliviar, aceptar e
integrar dichos conflictos habrá encontrado uno de los caminos hacia
la paz interior».
Volviendo a una argumentación anterior. La experiencia en la comunidad de
Aritzkuren cristalizó años después en diversas comprensiones. Ninguna
sociedad, ni siquiera una idílica comunidad autosuficiente en plena naturaleza,
alcanzará una convivencia saludable además de una paz sostenida en el tiempo a
menos que cada uno de sus integrantes sane sus heridas emocionales a través del
autoperdón. No digo que la comuna no proporcione índices de bienestar por
encima de los obtenidos en las urbes industrializadas. Pero sin el perdón a uno
mismo tanto el inconsciente individual como el colectivo siempre encontrará una
situación de debilidad para encumbrar al personaje e implantar un conflicto. No
existe una entidad más paciente que el inconsciente.
¿Nadie se pregunta por qué pertenecemos a la civilización más avanzada, con
más recursos y saberes de la historia y, sin embargo, continuamos sufriendo
irremediablemente? Notad que una civilización que se expresa desde el amor no
precisa de infinitas normas y prohibiciones para organizarse. Por el contrario, la
cultura del miedo siempre pretende mitigar el sufrimiento reglando y acotando la
vida. ¿Adónde quiero llegar? A que el progreso, los «súper conocimientos» y los
avances tecnológicos no evitarán la angustia y el vacío de la humanidad a menos
que las heridas emocionales se encuentren sanadas. Por eso sería un error
atribuirle el fallo a la política, la economía, la familia, la relación de pareja o la
diversidad cultural. Fallamos nosotros. Porque todo lo anterior es un reflejo de
nuestra vida interior. Son paradigmas creados inconscientemente por la
humanidad para resolver los conflictos que emanan de las heridas abiertas.
Ahora bien, escuchemos a la ciencia. Es imposible conectar con el cuerpo, las
emociones, nuestro mundo interior y, por tanto, indagar acerca de la culpa y el
perdón, cuando nuestro cerebro trabaja en un estado elevado de ondas beta
atendiendo a un tipo de vida alienante en la que se corre como pollos sin cabeza
bajo un estrés crónico de supervivencia instintiva presos del miedo y la
incertidumbre. Si el foco de nuestra atención incide en el exterior, nuestras
mejores energías también. Veamos un ejemplo.
Cuando desatendemos el grado de homeostasis del organismo, el distrés activa
la nociva hormona del cortisol, un veneno orgánico del siglo XXI cuya toxicidad
no solo aniquila neuronas, sino que ataca al tracto intestinal, nuestro segundo
cerebro. Un cerebro que no solo genera el 90 % de nuestra serotonina y el 40 %
de la dopamina, ambas designadas como hormonas de la felicidad, sino que
además es responsable del buen funcionamiento de dos tercios del sistema
inmunológico. Por lo que, sin ninguna duda, podríamos asociar el distrés con la
infelicidad y la aparición de enfermedades. No es desesperanza, es ciencia.
Por el contrario, cuando el organismo mantiene su equilibrio y se encuentra
involucrado en procesos meditativos, de silencio y de relajación, sumergido en
un medio natural, nuestras ondas cerebrales adquieren una frecuencia alfa,
condición indispensable para conciliar el mundo consciente e inconsciente. Por
muy sorprendente que nos parezca, dicho estado favorece la aparición de la
figura de «observador consciente» necesaria para escudriñar nuestro universo
interior, por lo que somos más reflexivos con los patrones mentales, creencias y
heridas emocionales que rigen nuestra vida. Y entender al personaje que hemos
creado y gobierna nuestras decisiones es el primer paso hacia el autoperdón.

Dejémoslo aquí y recapitulemos:

Debido a la violenta adaptación que imponen los nuevos estilos de vida


nuestro organismo habita en un estado de desequilibrio permanente de
ansiedad y enfermedad.
El distrés nos exilia de nuestro planeta emocional y conduce la
atención y energías hacia un tipo de materialismo fundamentado en el
miedo que satisface nuestros irrefrenables anhelos de seguridad y
control.
El enemigo convive con nosotros. La culpabilidad y la incapacidad
para perdonarnos ejercen de obstáculos hacia la paz interior.
La culpabilidad obedece a la hiperexigencia por cumplir el programa
de expectativas que sostiene el personaje. Este mantiene el conflicto
reinante entre el «debo» y «tengo» y el fluir natural de la esencia. Es
una necesidad descubrir la trampa y soltar el ideal.
El perdón siempre es hacia uno mismo. Solo se extiende a los otros
cuando sobrevivimos desde el gobierno del personaje.
El sistema de sanación ho’oponopono sostiene que la adversidad, el
conflicto y el error son fuentes de conocimiento. El exterior siempre
refleja nuestra vida interior. Luego, esta filosofía no se enfoca en
buscar culpables sino en reconocer y limpiar las heridas del alma.
Fuimos educados para proyectarnos desde la identidad del personaje y
externalizar nuestra responsabilidad. Y para preservar dicha entidad
resolvemos que la culpa y el perdón son propiedad del otro.
Todos los valores que admires o desprecies en otra persona habitan en
ti en un estado insano o de bloqueo.
Toda expresión exterior que cautiva nuestra atención es una
oportunidad para sanar una herida o bloqueo inconsciente.
Los diferentes escenarios que articulan la ley del espejo nos ayudan a
escudriñar el inconsciente y sus patrones. A conocer por qué atraemos
a determinadas personas y tropezamos de manera reiterada en los
mismos obstáculos.
El espejo normalmente informa de las acciones que ejercemos contra
nosotros mismos. El maltrato que observamos en una situación externa
y nos incomoda es aquel que ejercemos contra nosotros mismos.
Las relaciones plenas y significativas representan una de las piedras
angulares de la salud y el bienestar de los individuos. Pero para ello se
precisan buenos niveles de autoestima y confianza, así como
capacidades para aceptarse, amarse y perdonarse.
Nuestra civilización ha dispuesto sofisticados maquillajes que tienen
por objeto eludir el sufrimiento en el mundo. Cualquier evasión es
preferible antes que integrar el autoperdón como ingrediente secreto
que brinda sentido a la receta.
Solo cuando nuestro cerebro se encuentra en frecuencias alfa, theta y
delta e involucrado en procesos meditativos, hipnóticos y de relajación
catatónica es posible hermanar el mundo consciente e inconsciente.

Se abre el turno de preguntas:

Soy una persona a la que me resulta insoportable que me ordenen o se


dirijan a mí de una manera autoritaria. Necesito un «por favor» o un gesto
amable que dulcifique el mandato. Es un aspecto, de hecho, que observo que
se repite en todas las esferas de mi vida. ¿Qué me quiere decir la ley del
espejo acerca de esta situación?

Entiendo. Que adviertas cómo una situación perturbadora se repite en tu vida es


indicio de un avance importante. Aparentemente se corresponde con un espejo
directo. Quizás no reconozcas en ti el comportamiento exterior que tanto te
exaspera. Pero para cerciorarte pregúntate si eso que tanto odias, te lo haces a ti
misma. ¿Me hablo a mí misma de una forma despótica? ¿Me exijo y ordeno a mí
misma cumplir expectativas sin amor y dulzura?... Si la respuesta es sí, el espejo
revela la conducta que debes sanar y que no has resuelto, en tu caso, la
autoridad. Por tu sonrisa presumo que has reconocido la herida. El primer paso
transita por aceptar y perdonar dicha conducta.
Cuando te abandonas y sales de tu zona de equilibrio, el sistema inmunológico
se resiente y descuida la protección del organismo. Es entonces cuando el cuerpo
es atacado por todo tipo de virus y bacterias que conviven en nuestro entorno.
Pero si afinamos la reflexión, veremos que la culpa de la enfermedad no es
atribuible al virus o las bacterias. Nosotros tenemos una responsabilidad en ese
contagio. Por la misma analogía, cuando la mente pierde su equilibrio debido a
las heridas que permanecen abiertas, el personaje toma el control de esta
seleccionando personas y situaciones que te recuerdan lo apegada que te
encuentras a tu herida. De manera que, no te olvides de liberar a los mensajeros.
Ellos solo son responsables de sus penas, no de las tuyas.
Cuando realmente entiendes cómo opera tu personaje, resulta irracional que te
enfades con alguien que te hace daño sabiendo que este se vive desde su
personaje. Detrás de su mal comportamiento se encuentra la misma belleza que
reside en ti. Así que recuerda: si te enojas y te ensañas con el otro, es que todavía
no aceptas la naturaleza manipuladora de tu personaje.

¿Cómo sabemos que hemos sanado la herida?

Observando los resultados. Por lo general, te darás cuenta de que ya no haces las
cosas esperando algo a cambio, por lo que gradualmente la situación que tanto te
incomoda dejará de cautivar tu atención. Cuando cambias la melodía en tu
interior, todo aquello que no vibre en ese acorde musical comenzará a
desvanecerse. En caso contrario, el SAR te mostrará una situación similar como
oportunidad para sanar la herida.
Por ejemplo. ¿Eres de esas personas que te revuelves por dentro cuando
presencias el maltrato animal? ¿Sientes un coraje desmesurado cuando observas
el modo en el que una persona maltrata a otra? ¿Trabajas en el ámbito de los
servicios sociales y tu vida se encuentra rodeada de personas agredidas? Tomaos
un tiempo para analizar estas preguntas… Si es así, la situación parece
determinar que existe una herida sin sanar que no reconocéis, pero no la advertís
porque con toda seguridad habéis buscado un culpable en el exterior con el que
luchar.
Una persona maltratada por violencia de género, por lo general, se maltrata y
ejerce violencia sobre sí misma. Es el maltratador el que manifiesta aquello que
el maltratado se hace inconscientemente. Cuesta asumir que el adicto siempre
recurre al autoengaño para preservar su adicción. La herida necesita del conflicto
y la agresión, por lo que el maltratado atrae precisamente a alguien que lo ejerce.
Puedes optar por huir del maltratador cambiando de país. Sin embargo, tu
herida volverá a atraer a otro maltratador, ya que aquello que no se sana vuelve a
activarse. Si la violencia se encuentra presente en tu vida, no te resistas, es que
tienes algo que aprender.
Retomando la pregunta anterior, también puedes cambiar de trabajo, pero
volverás a atraer a otro jefe autoritario. No olvidemos que el exterior es la
consecuencia de los dolores del alma. Hasta que no sanemos, las heridas
continuarán manifestándose en la realidad que observamos. Y por eso, para los
que creen en las frases bonitas, la autoayuda exprés o las charlas motivacionales,
carece de sentido tapar una herida con pensamientos positivos.
Mi experiencia personal es muy reveladora también. Puedo afirmar que aunque
mi herida de injusticia no se encuentra sanada totalmente, ya no reacciono como
hacía antes al presenciar la pobreza extrema, la desigualdad y las injusticias
sociales. Cuando haces consciente tu herida y te reconcilias con ella, el SAR
busca otros escenarios donde expandirse.
Y en otro orden de ideas, aunque la moda espiritual invite a expulsar de nuestra
vida a las personas tóxicas, yo no recomiendo su exclusión. ¿Os imagináis un
árbol en pleno desarrollo evitando a los parásitos y las malas hierbas? No lo
hace. Integra tanto lo bueno como lo malo del ecosistema. De hecho, utiliza los
factores desfavorables para crear defensas y fortalecerse. Por consiguiente, si
nuestra vida se encuentra rodeada de personas tóxicas es sin duda por alguna
razón. Si observas con atención, seguramente el tóxico seas tú y no alcances a
reconocerlo. De cualquier forma, agradece, ya que dispones de una oportunidad
para experimentar y aprender. No lo clasifiques como «malo», sino como
«necesario».
Reitero. La antesala de la sanación pasa por aceptar y perdonar el maltrato que
ejercemos sobre nosotros mismos. Cuando te perdonas, el SAR cambia el foco
de atención y dejas de atraer enemigos a tu vida.

Dices que el perdón siempre es a uno mismo y que el exterior nunca es


culpable. Pero ¿cómo digieres cuando un asesino le roba la vida a uno de tus
hijos?
Sé que existe muchísima gente que experimenta cosas terribles y no alcanza a
comprenderlas porque viven ajenas a la ecuanimidad, la ley del espejo y de la
impermanencia. Pese a todo, y aunque nos resulte imposible aceptar la situación,
el perdón siempre es a uno mismo. La violencia de la sociedad es un producto de
nuestro sentir individual y colectivo. Y el asesino es un producto de la sociedad.
Esto significa que cada uno de nosotros somos en parte responsables de la
creación del asesino, ya que este es esclavo de un pasado, unas heridas, un
programa mental y unas creencias. El ser humano crece y se desarrolla donde lo
plantan. Quizás en otro entorno, con otro padre, otra madre y otras influencias,
este enemigo social hubiese prosperado de otra manera. A veces se nos olvida
que dependiendo de la zona de la herida que nos toquen podemos llegar a ser
Gandhi o el mismísimo Hitler. Por eso abogo por la idea de que no existen
personas malvadas, sino pasados terribles.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué habríamos hecho nosotros en el
caso de atravesar la experiencia de vida del asesino? Es decir, las mismas
heridas, los mismos padres desequilibrados, las mismas experiencias
traumáticas, etc. El apego «desorganizado», que se construye entre los primeros
seis meses y dos años de vida, se encuentra relacionado con ambientes de
maltrato infantil, físico o emocional dentro de la familia. Me gustaría que lo
pensarais con detenimiento…
Con toda seguridad habríamos hecho lo mismo, ¿no es así? Por ello. ¿Qué
sentido tiene perdonar al otro? Solo se puede perdonar al otro cuando se tiene la
certeza absoluta de que frente a las mismas experiencias de vida nosotros
habríamos actuado de otra forma. Y me temo que es imposible llegar a ese tipo
de convicciones a menos que nos gobernemos desde el personaje, el cual alberga
la necesidad de imponer su sentido de verdad y sentirse superior al resto.
Hasta que no renuncias a las estrategias sibilinas del personaje, no puedes
comprender que frente a un drama como el descrito debemos aceptar y perdonar
el sentimiento de odio e injusticia que nos embarga. Por desgracia o por suerte,
nuestras vidas se encuentran a merced de la impermanencia.
¿Os imagináis a una gacela culpando y condenando a un león? El grado de
conciencia limitado de la gacela no carga con la culpa o el determinismo moral.
Por así decirlo, no considera que los depredadores sean malos, sino que estos
responden a un programa inconsciente de supervivencia. El reino animal y sus
comportamientos nos enseñan aspectos importantes sobre la ecuanimidad y la
impermanencia.

Has dicho que aquello que desprecio de otra persona habita en mí en un


estado de bloqueo. Pero ¿cómo se bloquean esas emociones?

Imaginad las emociones como si fuesen el curso de un río que nace, transita y se
disuelve en el mar. El bloqueo sobreviene cuando la emoción no pudo alcanzar
el océano y encontró un embalse a mitad de camino en el que subsistir. Hasta
que el agua estancada no consiga diluirse en el océano, la emoción y el
sentimiento resultante permanecerán bloqueados.
Supongamos que un niño ha padecido la vergüenza de sus progenitores. El
menor se sintió incapaz de sobrellevar dicha emoción hasta su disolución, por lo
que bloquea la emoción para cristalizarla en la etapa adulta en un sentimiento de
humillación. Es entonces cuando el SAR pone el foco y las energías en cualquier
aspecto externo que guarde relación con el maltrato y falta de respeto que la
persona humillada ejerce sobre sí misma. ¿Qué llamará excesivamente la
atención de este adulto herido? Pues entre otras cosas, aquellas personas que
abusan y lastiman a los demás, ya que, como incansablemente he repetido,
interpretamos el exterior desde nuestro daño emocional. ¿Cuál será la respuesta
inconsciente de este adulto? Señalar, juzgar y condenar a las personas que
considere abusadores. Y ¿qué ocurre cuando juzgas? Que no solo refuerzas la
herida, sino que propicias que la situación se perpetúe en el tiempo. Cuando
juzgas al otro, en realidad te juzgas a ti mismo y dejas de respetarte. Aquello que
juzgas persiste, no hay más vuelta de hoja. Por consiguiente, el SAR continuará
con su radar de rastreo y situará el foco de atención en otra situación exterior que
vibre en la misma sintonía que la herida.
La única forma de salir de este círculo adictivo es aceptar la herida de
humillación, vivirla hasta el final, y perdonarse el automaltrato. Parece increíble,
pero cuando una persona herida se empodera, paulatinamente recupera el
territorio cedido a su maltratador y este último comienza a desaparecer en busca
de otra víctima. No olvidemos que cada persona está librando su propia batalla
interior.
Asimismo, cuando los valores de una persona a la que admiramos seducen
nuestra atención, póngase como ejemplo la valentía, es la manera de la que se
sirve el espejo para que reconozcamos la audacia bloqueada que convive en
nosotros. Si vemos la virtud en el otro, definitivamente es nuestra, ya que el
SAR destaca en el exterior aquello que cohabita en nosotros, lo que sucede es
que el miedo impide su identificación.
Por consiguiente, todos los valores que admires o desprecies en otra persona
reflejan un aspecto de ti que no estás aceptando.

El bloqueo en realidad habla del apego o la adicción, ¿no es así?

Es correcto. El bloqueo se refiere a cualquier circunstancia de la vida que


manejamos desde la obsesión. ¿Qué tipo de personas percibirá una mujer
obsesionada con engendrar un bebé? Pues llegarán a su vida mujeres embarazas
además de mujeres con problemas para tener hijos. O sea, el espejo mostrará las
dos polaridades, el espejo directo y su opuesto. ¿Qué sucede cuando estás
obsesionado con adelgazar? Que solo ves personas delgadas además de
tremendamente obesas, ¿no es así?
El bloqueo deviene cuando no se acepta el miedo a naufragar. Miedo a no tener
hijos, a no estar delgado, miedo a permanecer solo o a cualquier anhelo al que
nos encontremos apegados. El bloqueo persistirá hasta que no aceptes las cinco
heridas. ¿A qué tenemos miedo? A que las personas que configuran nuestro
entorno emocional nos rechacen, abandonen, humillen, traicionen o ejerzan su
injusticia contra nosotros. Por eso el único camino pasa por la aceptación y el
autoperdón a la posibilidad de que nuestros anhelos no se cumplan. En palabras
de Buda: «Si tu compasión no te incluye a ti mismo, está incompleta». Y qué
es la compasión sino abrazar a tu herida emocional.

Citaste a Freud para señalar que el rencor nos imposibilita para perdonar.
La teoría sigue una lógica clara desde un plano consciente, y nadie duda que
el único camino transite por la senda del perdón. Pero… ¿cómo te deshaces
del rencor?

Buena pregunta. Cuando somos víctimas de nuestras heridas emocionales los


recuerdos se registran en la mente desde la condena y la reprobación, y no desde
el entendimiento. Cristalizaron con resistencia, por eso volvemos a revivirlos en
forma de rencores.

«Gritamos a los cuatro vientos que queremos ser felices, cuando en


realidad nuestro inconsciente ni lo quiere, ni lo desea».

Siempre existe un beneficio inconsciente que sostiene al rencor, por eso no


podemos perdonar. Por desgracia, nos empeñamos en conservar el conflicto.
Muchas almas heridas utilizan el rencor como una forma de ataque para culpar al
otro y de esta forma no responsabilizarse de sus angustias emocionales. Los hay
que optan por el rencor para reforzar su victimismo y aliviar sus vacíos
reclamando la atención y el apoyo de los demás. Otros, incluso, prefieren
mantener el rencor hacia una persona y seguir acompañados que zanjar la
relación y permanecer solos. En definitiva, cualquiera de los escenarios
expuestos se gobierna desde la recompensa que obtiene el personaje. Así pues,
es preciso despertar de esta parodia, observar, reconocer las heridas y
desidentificarse del personaje.
Los rencores brotan de experiencias pasadas que fueron solidificadas con
dolor. En cambio, una vez tomemos consciencia de lo expuesto en este bloque:
¿Qué sentido tiene sostener el rencor? Es tiempo de perdonarnos por aquello que
no sabíamos. Nada hicimos mal, sino que ocurrió lo «necesario» y
correspondiente al grado de consciencia que sosteníamos en aquel entonces.
Y si por alguna razón nos sentimos incapaces de perdonarnos…, paciencia.
Integrar esta información posiblemente nos llevará años. En ese viaje me
encuentro yo mismo. Lo más importante es ser conscientes y, a pesar de la
dificultad, debemos evitar la culpa y amarnos en el punto en el que nos
encontremos.

Has mencionado cómo determinadas ondas cerebrales son más beneficiosas


que otras para conectar con nuestro mundo inconsciente. ¿Podrías aportar
algo más de información?

En realidad todas las ondas cerebrales forman parte de nuestros estados mentales
y ninguna de ellas es más importante que otra. Cada una debe alcanzar su punto
óptimo de trabajo y equilibrio. Se podría decir que todas se encuentran presentes
en nuestro día a día y se articulan como las notas musicales de un instrumento
que pretende que nuestro cerebro electroquímico se exprese melódicamente. El
problema sobreviene cuando nuestros frenéticos estilos de vida nos conducen a
actividades cerebrales disfuncionales.
Las ondas beta se producen cuando el cerebro manifiesta una actividad
neuronal intensa y, a decir verdad, se impulsan con mayor velocidad de
transmisión que sus acompañantes. Son medibles cuando el cerebro se encuentra
excitado y despierto además de implicado en múltiples estímulos lógicos y
analíticos en los que se requiere de un preciso estado de alerta y cuantiosa
atención. Por ejemplo, dar una conferencia, hacer un examen, conducir una
motocicleta o defenderte de alguien a quien consideras enemigo.
Por otro lado, las ondas alfa constituyen un estado de escasa actividad cerebral
y relajación que guarda relación con fases de calma (que excluyen el sueño).
Estas ondas nos conectan con el mundo imaginario y predominan en actividades
como la lectura, la meditación, los paseos en la naturaleza o el descanso.
Las ondas theta se asocian a estados hipnóticos o calma profunda en el que el
cuerpo se repara y no se precisa manejar un control atencional de alerta
permanente en el que un sujeto se focaliza en la materia. Por lo general, se
manifiestan cuando dormitas ajeno al tiempo y el espacio. Es algo así como
conectar sin esfuerzo con la inspiración, la creatividad y determinadas
capacidades imaginativas. Estas ondas fomentan la conexión emocional y
permiten la captura e interpretación de corazonadas, así como conmociones
relacionadas con la intuición.
Las ondas delta, en cambio, son las que se generan en estados catatónicos de
sueño profundo con muy poca actividad en la mente consciente.
Puede parecer a primera exposición que las ondas beta son los monstruos de la
película, pero nada más lejos de la realidad. Cabe destacar que en la onda beta de
bajo nivel no se da ni la amenaza ni el peligro. Se encuentran presentes de hecho
en procesos de aprendizaje. Sin embargo, como he mencionado, muchos de
nosotros nos mantenemos en un espectro de onda beta-alta, estados cerebrales
muy vinculados con el mundo material consciente y las emociones de
supervivencia como, por ejemplo: duda, miedo, ira, inseguridad, ansiedad,
preocupación, juicio, hostilidad, tristeza, culpabilidad, vergüenza, depresión. De
alguna manera el progreso nos ha convertido en una especie de fábricas que
priorizan la producción y la rentabilidad en detrimento de estados favorables de
calma, conexión, descanso y reparación del organismo.
Se podría decir que los estados beta y alfa son aquellos donde habita la mente
consciente, aunque alfa asimismo funciona de bisagra junto a theta y delta con
considerables potenciales de acceso al inconsciente. Esa es la razón por la que
considero fundamental promover estilos de vida relacionados con estados de
calma, serenidad y meditación. De hecho, no es suerte que los espacios que yo
selecciono para visualizar, leer, escribir, reflexionar o perdonar coincidan con
instantes después del sueño, en la mañana o en la siesta, y poco antes de dormir.
¿Por qué? Porque desde una frecuencia alfa o theta-alfa es bastante más fácil
asimilar conceptos y establecer una comunicación con el mundo inconsciente.
No es casualidad que los niños operen en frecuencias theta cuando registran los
traumas emocionales.
Los estudios del Dr. Joe Dispensa revelaron que cuando un sujeto medita dos
veces al día, durante cinco días consecutivos, es posible modificar las energías
del cerebro y pasar de un estado beta alto a estados beta medios o bajos. Lo que
significa que no necesitamos psicofármacos, sino hábitos saludables que nos
permitan observar nuestros patrones y salir del gobierno del personaje. De
hecho, existe un estudio que confirma que un grupo considerable de personas
afectadas por la depresión experimentó índices notables de curación en tan solo
ocho semanas de meditación. El estudio demostró asimismo que a pesar de los
avances y los beneficios observados, cuando la persona regresaba a su antiguo
ambiente hostil, esta volvía a ser esclava de su entorno. Algo así como retornar
de un plumazo al personaje. ¿Por qué? Porque cuando las heridas siguen
abiertas, nuestro foco de atención sigue condicionado por el miedo del exterior.
A veces se nos olvida que el entorno hostil que nos rodea es un producto de
nuestros egos colectivos y, aunque tendemos a infravalorarlo, posee altas
capacidades para manipular los pensamientos y sentimientos de los individuos.

vvv

Existen rigurosos estudios que avalan los beneficios que confiere el perdón sobre
nuestro estado de ánimo. En concreto me refiero a la voluntad, la actitud, la
autoestima y nuestro sentido interior de propósito vital. Decidme, ¿cómo os
sentís cuando el perdón inspira cada una de vuestras palabras y actos? Algo
hermoso sucede cuando miras a tu niño interior herido con ojos de perdón y
compasión, y te das cuenta de que no lo supiste hacer mejor.
En cambio, la incapacidad para perdonarse se encuentra relacionada con
estados de reacción, depresión y ansiedad y, en fases más avanzadas, con la
enfermedad del organismo. De acuerdo con el Dr. Michael Barry, autor de El
proyecto perdón y las investigaciones en los centros para el tratamiento del
cáncer en Estados Unidos (CTCE), más del 61 % de pacientes con cáncer se
encuentran relacionados con situaciones de perdón no resueltas y más de la
mitad de casos tienen que ver con estados graves y traumáticos. Es decir, la
resistencia al perdón suele derivar en un cáncer. Asimismo, un estudio análogo
resolvió que cuando un individuo comienza a integrar el perdón, los
medicamentos empiezan a surtir efecto. El estudio es concluyente: el perdón nos
conecta con la salud.
Cabe destacar que, aunque integrar la gratitud en nuestras vidas supone una
conquista plausible, el autoperdón puede resultar tremendamente inalcanzable
sin el trabajo previo de sanación de las heridas de la infancia. Pese a todo,
abrazar el perdón es una manera de conquistar la verdadera libertad, ya que
sueltas las cadenas que te conducen a la versión automática y reactiva del
personaje.
El perdón se podría considerar como un extraordinario remedio de la biología,
porque siempre brinda salud al cuerpo y paz a la mente. Si lo exploramos
concienzudamente y confiamos en la transcendencia de los procesos evolutivos,
el perdón parece ser engendrado de la simbiosis entre el dolor y la soledad con el
único propósito de asegurar el hermanamiento de la especie y la supervivencia
de la tribu.
Y qué mejor manera que el autoperdón para consolidar este viaje por los
fundamentos de la paz sostenida en el tiempo. A continuación, me propongo el
reto de matizar la idea mutilada que albergamos acerca de la salud del ser
humano.
9

SALUD CONSCIENTE
Los cinco elementos

Acogemos la creencia injustificada de que la salud responde a la ausencia de


enfermedades, pero lo que verdaderamente ignoramos es que el mapa integral de
bienestar de cualquier individuo lo conforman los territorios espiritual, físico,
intelectual, emocional y social. A pesar de que pocos nos preocupamos por
cuidarlos, conservarlos y potenciarlos, en el equilibrio y entrenamiento de cada
una de estas representaciones reside el desarrollo y evolución como seres
humanos. Se me antoja pensar que la salud holística o «salud consciente», como
particularmente me gusta nombrarla, es análoga a las estaciones que precisa un
ecosistema para preservarse: primavera, verano, otoño e invierno. Todas aportan
su valor y ninguna puede faltar en la interconexión que necesita un hábitat para
expresarse. Aristóteles lo rubricó de manera magistral: «El todo es mucho más
que la suma de sus partes».
Penetremos en la epidermis de cada una de ellas:
Espiritual. Viviremos en carencia en caso de desconocer cuál es nuestro lugar
en el mundo y la razón por la que verdaderamente estamos aquí. Viviremos
desorientados al ignorar que nacimos con una esencia que atesora una
disposición natural para dar. ¿Qué puede tener más sentido espiritual que
descubrir nuestro don y ponerlo al servicio de los demás a través de una
profesión, una actividad o una conducta? ¿Qué hay más importante que brindar
sentido a nuestra existencia en completa sincronía con la naturaleza?
Físico. Afirmo que una persona que desatiende su cuerpo, no se ama. Viviremos
en carencia si ignoramos que el vehículo o templo sagrado que nos contiene no
se encuentra a la altura de nuestras circunstancias. Como expresó acertadamente
Jim Rohn:

«Cuida tu cuerpo. Es el único lugar que tienes para vivir».

Nuestro organismo no reúne las condiciones necesarias para acogernos porque


en algún momento de nuestra existencia nos abandonamos, prescindimos de la
actividad física, del buen descanso y de una alimentación saludable. No
podemos obviar que la salud física concede mucha energía y vitalidad para el
buen funcionamiento de los órganos y los sistemas del organismo. El cuerpo
físico, además, se expresará como un espejo cuando el resto de planos satélites
se encuentren en disonancia. No olvidemos que la mente es la causa y el
organismo una expresión de esta.

«La actividad física mantiene los engranajes del organismo, pero es la


coherencia y los buenos pensamientos los que verdaderamente
engrasan toda la maquinaria».

Intelectual. Viviremos en carencia si ignoramos que conservamos excesivas


creencias limitantes que nos conducen a adoptar estilos de vida precarios y
paralizantes. Seremos disfuncionales mientras nos apeguemos a verdades
absolutas y realidades subjetivas, puesto que cada uno de nosotros interpretamos
y percibimos el mundo en función de nuestras heridas, creencias, experiencias y
procesos hormonales.

Emocional. Viviremos en carencia si ignoramos cuál es la forma equilibrada de


gestionar nuestras heridas y emociones resultantes. Nos será más fácil levantar la
barbilla y transitar la vida cuando nuestra autoestima se escriba con mayúsculas
e integremos la muerte, la adversidad, el dolor, la tristeza y la frustración como
aristas ineludibles de la existencia. La pendiente será más llevadera cuando
sepamos nombrar nuestras emociones y aceptemos que existen pesares naturales
que son inevitables, además de otros, como el sufrimiento y el pánico, que son
opcionales y se sostienen gracias a determinadas debilidades emocionales.

«El dolor es inherente a la vida. Sin embargo, el personaje lo


convierte en sufrimiento cuando se empeña en sostener dicho dolor
en el tiempo».

Social. Viviremos en carencia si ignoramos que existimos gracias a que somos


percibidos por el otro, ya que somos animales sociales por naturaleza que
precisan interactuar con un entorno saludable para sobrevivir. Nos sentiremos
perdidos si no comprendemos que el «encuentro» es el arte de vivir en
interdependencia compartiendo nuestra vida, proyectos e ilusiones con otros
seres humanos. Poseemos un cerebro social que pasa la mayor parte del tiempo
pensando en el otro y en los otros. Así lo ratifica la neurociencia.
La «salud consciente», en consecuencia, atiende a la comprensión integral
dinámica de quiénes somos y la manera en la que nos relacionamos con nuestra
parte espiritual, física, intelectual, emocional y social. Por ejemplo. Yo podría
descubrir cuál es el propósito de mi vida, gozar de un organismo saludable y, sin
embargo, vivir en un torbellino emocional diario que me arrastra al miedo y la
inseguridad. O podría manejar saludablemente mis creencias y emociones, pero
sentirme perdido al desconocer el rumbo o sentido que debe tomar mi vida. De
modo que, una persona abundante, a mi entender, es aquella que se conduce
consciente y coherente dentro de este modelo integral y armónico.
Abogo por el deber de despertar, indagar en nuestro interior y estimular
nuestro ingente potencial de sanación variando en la medida de nuestras
posibilidades nuestros hábitos diarios, así como el entorno donde desarrollarlos.
Esa es la razón por la que considero imprescindible articular un contexto
adecuado que nos permita trabajar en cada uno de los planos descritos y alcanzar
así un estado de mayor abundancia, plenitud, coherencia y, por tanto, de salud.
Adivino que a estas alturas de la conferencia todos los presentes intuís cuál es el
escenario que yo elegí para cultivar este paradigma de «salud consciente».
Es importante aclarar que existen infinidad de medios o ambientes propicios
para experimentarse, por lo que no voy a entrar a explorar los beneficios que
aportan cada uno de ellos. No obstante, me gustaría dedicar unos minutos a ese
amor entusiasta que supuso un flechazo en mi vida. Me estoy refiriendo a los
viajes en bicicleta. ¿Por qué? Desconozco si yo elegí la bicicleta o la bicicleta
me eligió a mí. No exagero cuando digo que viajar en bicicleta fue como volver
a nacer, a sentir, a escuchar mi cuerpo, a despertar de un modo de existencia
estéril. Creo sinceramente que debería existir una carrera universitaria basada en
la experiencia de viajar en bicicleta o actividad análoga, ya que en su
movimiento consciente se despiertan todos nuestros dones no revelados. Vivir en
una bicicleta representa un espacio de autodescubrimiento que transita de los
espacios cerrados a los espacios abiertos, de mentes bloqueadas a mentes
hidratadas. Su naturaleza confronta seriamente el sentido de libertad enlatada al
que estamos acostumbrados en las sociedades industrializadas. Me estoy
refiriendo al cambio de entorno.
Cuando trabajaba para multinacionales en el área del desarrollo informático me
solía levantar de la cama entre cuatro paredes, me desplazaba en transporte
público entre cuatro paredes…, pasaba ocho horas desempeñando mi profesión
entre cuatro paredes…, cuando terminaba mi jornada laboral frecuentaba el
gimnasio y retornaba al hogar entre las mismas paredes…, y los fines de semana
más encierro: bares, centros comerciales, restaurantes y pubs. Y la pregunta es:
¿De verdad somos libres? Claramente me estoy refiriendo al plano físico de la
libertad. En el mapa emocional ha quedado constatado que estamos muy lejos de
serlo.
Un viaje en bicicleta, en mi opinión, representa uno de los contextos más
importantes para desarrollarse como persona, ya que su filosofía ahonda de lleno
en una disciplina que a mi entender es de vital importancia para potenciar los
planos espiritual, físico, intelectual, emocional y social mencionados con
anterioridad.
La psicomotricidad estudia cómo evoluciona y se enriquece nuestro cerebro
conjugando el conocimiento, la emoción, el encuentro y el movimiento en
interconexión con el medio natural. Por poner un ejemplo. Se ha demostrado que
las personas que frecuentan espacios abiertos hablan más, se relacionan mejor y
reducen sus conflictos drásticamente. Es un hecho constatado que los espacios
cerrados nos bloquean. Y tiene toda su lógica, puesto que evolutivamente no
venimos de entornos envasados.
Vivir y viajar en una bicicleta nos concede la oportunidad de llevar a cabo un
trabajo holístico o integral de «salud consciente» cada uno de los días en los que
nos desplazamos. ¿No os parece increíble? También me gusta nombrarlo como
«los cinco elementos». Enfatizo en ello porque evoco mi etapa de aturdimiento
social absorbido por el trabajo, las deudas y las responsabilidades en la que
nunca conseguí armonizar estos cinco elementos como unidad indisoluble ni
establecer sinergias en vez de trabajar cada elemento por separado. Occidente, en
oposición a la mentalidad oriental, le atribuye excesiva importancia a la
apariencia física, pero no podemos ignorar que sin la compañía del resto de
elementos solo navegamos en un fastuoso velero a la deriva.
El ejercicio físico aporta considerable energía en un proceso de crecimiento
personal. Como ya he mencionado, nuestra anatomía es un santuario sagrado
donde anidan el resto de elementos. Y la frecuente actividad física así como la
buena alimentación e hidratación no solo potencian el chasis que sostiene
nuestra energía, sino que contribuye de una manera inimaginable a la activación
y mejora de los procesos más importantes del cerebro. La neurociencia es
contundente respecto a los beneficios que aporta la actividad física en aspectos
como la neurogénesis, la telomerasa, la enzima FNDC o la reducción
significativa de la hormona del estrés, el cortisol.
Imaginad un escenario en el que os desplazáis a la velocidad de las hadas en
una constante anarquía de la novedad y el encuentro social. ¿Distinguís el
trabajo de crecimiento psicoemocional que podemos lograr a través del
conocimiento y la comprensión que se adquiere al advertir las diferentes
creencias y realidades en entornos distintos al propio? ¿Somos conscientes de
todas las emociones que se despiertan en el movimiento y la oportunidad que
supone estudiarlas en profundidad? Es como llevar la mente al gimnasio todos
los días y forzarla a establecer nuevos recorridos neuronales. Los que hayáis
leído mi libro Llévame de viaje sabréis a qué me estoy refiriendo.
Cuando penetras en la naturaleza, propicias un nuevo escenario para escucharte
y consentir que el silencio evoque tu parte más íntima y espiritual. Y… ¿qué es
el silencio sino la medicina preferida del alma? El filósofo existencialista, Soren
Kierkegaard, lo expresó de esta brillante manera:

«El estado actual del mundo y de la vida en general es uno de


enfermedad. Si yo fuera un doctor y me pidieran mi opinión, les diría
“creen silencio”».

El silencio propicia estados de presencia y quietud mental para dirigir la


atención sobre aspectos que guardan relación con la vida, con el ser, y no con el
tener. Y ya sabemos qué sucede con los aspectos existenciales donde nuestro
SAR (sistema de activación reticular) pone el foco. Cuando dedicas largos
periodos de tiempo sumergido en el medio natural ocurre algo mágico.
Penetramos en una conciencia universal, un equilibrio que necesitamos para salir
del laberinto en el que nos encontramos. La química neuronal cambia por
completo y comenzamos a sentir algo que yo percibo como claridad mental.
Claridad para meditar, contemplar, descubrirte y corregir el diálogo interior con
uno mismo.
¿Cómo os sentís cuando permanecéis un tiempo considerable sumergidos en un
entorno natural? ¿No percibís una calma especial cuando observáis una puesta
de sol, escucháis el sonido del mar, el discurrir de un río o la magnitud de una
tormenta? El ser humano ha convivido con la naturaleza durante miles de años y
nuestra biología evoca reminiscencias indelebles cuando entramos en contacto
con ella.
Algo desafina en nuestra educación y estilos de vida cuando ignoramos que las
tres cuartas partes de nuestra serenidad interior y equilibrio emocional se deben
al contacto e integración con la naturaleza. Es una lástima observar cómo
nuestro institucionalizado sistema sanitario se enfoca en los síntomas de la
enfermedad sin cuestionar las causas. Profesionales de la salud atrapados por el
confort, la burocracia y la rentabilidad que recetan ansiolíticos, antidepresivos y
psicóticos, entre otras golosinas, en vez de colorear nuestras vidas de naturaleza.
No necesitamos Trankimazín ni derivados, sino Tranki-Nature-mazín, Lexa-
Nature-tin y Lora-Nature-zepam. ¡Qué accesible se encuentra la naturaleza y qué
barata resultaría una parte de nuestra sanación!

Ciclotonina

Un viaje en bicicleta transciende en una dimensión extraordinaria cuando


descubres que el ser humano es un complejo entramado de estados de ánimo
inducido por una bioquímica prodigiosa, y nuestros hábitos condicionan ese
milagro de la naturaleza. Multitud de cicloviajeros y ciclistas son incapaces de
describir la inefable exaltación que experimentan después de una ruta amenizada
por mares, bosques y montañas. Como poseídos por un poderoso narcótico
quedan a merced de ese anhelado bienestar que tantas almas torcidas buscan hoy
en el materialismo. Quizás exagere si declaro que la sensación percibida es como
vestirse del color de la felicidad. La ciencia ha conseguido abrigar de palabras y
significado esta sublime conmoción celular con el título «El cuarteto de la
felicidad».
De una manera fascinante nuestro cuerpo se expresa produciendo químicos
naturales como la endorfina, la serotonina, la dopamina y la oxitocina. Y cuando
estas hormonas se combinan armoniosamente, la ciencia es nítida y contundente:
el individuo experimenta cimas de frenesí y satisfacción imponderables que
influyen en nuestro bienestar y calidad de vida. Lo interesante de este hallazgo
fue descubrir cómo en un viaje en bicicleta segregamos todos los días este
cuarteto de la felicidad y su saludable miscelánea. Me parece un suceso muy
relevante, porque cuando este instante se manifiesta, la orgía hormonal resultante
y los sesenta trillones de células que constituyen nuestro organismo comienzan
una fiesta que resucitan nuestro cuerpo. Y a mí me gusta bautizarlo como
«ciclotonina», la poesía de la existencia.
¿Os imaginas pedalear por la Carretera Austral, los fiordos noruegos, los
volcanes activos de Indonesia o el bosque más cercano a vuestro hogar? Cerrad
los ojos. Me gustaría que os situéis en ese plano imaginario.
¿Sabíais que la endorfina se produce cuando tomas el sol, meditas o controlas
la respiración? ¿Sois conscientes de que la actividad física o cualquier acción
que implique movimiento segrega endorfinas al mismo tiempo que inhibe los
dolores del alma y favorece los sentimientos positivos de autoestima y
confianza? Imaginaos subidos a una bicicleta. Respirad profundamente y
permitid que el aire de los bosques alcance toda vuestra anatomía. Agradeced
como el sol mima vuestras mejillas y los latidos del corazón reivindican una
manera de celebrar la vida. En ese preciso instante seréis endorfina.
La serotonina guarda una estrecha relación con tu propósito de vida y la
sensación de sentido de realización experimentada. Esta hormona fluye cuando
se encumbra la autoestima y te sientes coherente con lo que eres y con aquello
que aportas al mundo y a los demás. ¿Os imagináis emprendiendo un proyecto
ilusionante en el que pedaleáis apasionados al mismo tiempo que todos vuestros
sentidos se exponen a entornos cognitivamente estimulantes, orientados a
desafíos? ¿Sabíais que la serotonina inhibe la ira, el mal humor, la agresión y es
un magnífico antidepresivo natural? Quizás ignoráis que cuando realizamos
ejercicio en el medio natural penetramos en un campo energético ilimitado y la
serotonina comienza su particular primavera. Esta hormona opera como una
poderosa medicina que controla los procesos de ansiedad, angustia y miedo.
Asimismo, refuerza el sistema inmunitario y previene el envejecimiento
oxidativo. ¿No os parece fascinante? Ahora quizás me entendáis mejor. La vida
danza y se estremece de júbilo cuando conjugas los viajes en bicicleta con tu
propósito de vida. En ese momento eres serotonina.
La dopamina florece cuando colmas tu existencia de «visiones» a largo plazo y
procuras dividir en pequeños logros el propósito de vida que te has marcado. Es
decir, llenar nuestros días de contenidos sin atarnos a la perjudicial expectativa.
A la dopamina se la denomina «la hormona del placer y la motivación», y lo
relevante es que esta hormona se estimula durante y en la consecución de un
logro. ¿No os resulta asombroso? Esta hormona circula exultante por tu cerebro
cuando te dedicas apasionadamente a un proyecto que requiere de creatividad,
motivación, curiosidad y atención. ¿No es verdad que en un viaje en bicicleta
siempre existe deleite, curiosidad, una aspiración, un horizonte que precede al
siguiente? ¿No es también cierto que para recorrer los 1 252 km de extensión de
la Carretera del Pamir en la Ruta de la Seda esta se puede dividir en 17 etapas de
70 km? Pues el producto resultante de este ejercicio es un elixir que nos
mantiene ilusionados, sentimiento equivalente a una sobredosis de embriaguez y
gozo que procura sentido a cada uno de nuestros días. Si lo sentís así, entonces
seréis dopamina.
La oxitocina es considerada «la hormona del encuentro y los vínculos
emocionales» y ocupa un lugar superlativo dentro del «cuarteto de la felicidad».
Nuestro cerebro está tremendamente comprometido con la interacción, otro
rasgo más que indica que somos sociables por naturaleza. Y esta hormona del
«amor» y del «encuentro» es en parte responsable de ello, ya que nos distancia
de la fobia social, inhibe el distrés y nos ayuda a fortalecer las relaciones
interpersonales. ¿Os imagináis recorrer en bicicleta cada rincón de Marruecos
acompañados de los besos y abrazos de tu enamorado o de tu mejor amigo?
¿Sabíais que la hospitalidad recibida es una fuente inagotable de oxitocina? Me
gustaría que cerrarais los ojos de nuevo. Trasladaos a cada una de las aldeas
marroquíes para vincularos con el exceso de ternura, de ayuda incondicional, de
ofrecimientos entrañables y respeto ilimitado que procura la refinada acogida
bereber. ¿Cómo prescindir de esta hormona? Su química colma de esperanza los
corazones de toda la humanidad. Construye la confianza, las emociones
saludables, la seguridad personal, y refuerza la sensación de pertenencia en la
humanidad. ¿Creéis que un cicloviajero podría dar la vuelta al mundo sin el
favor de la oxitocina? Por supuesto que no. Si crees en el amor, siempre llevarás
oxitocina en tus alforjas.
Presumo que a estas alturas de la conferencia manejáis suficientes argumentos
como para empatizar con mi fascinación crónica por la «salud consciente», la
«ciclotonina» y el estímulo positivo que estas imprimieron a mi vida. Por eso,
desde mi cambio de paradigma allá por el año 2006, hago todo lo posible por
adoptar un estilo de vida que promueva tanto la salud integral como el seductor
cuarteto de la felicidad. Pocos se dan cuenta de la manera en la que vivimos hoy
y cómo hemos normalizado entornos insalubres que nos enferman, nos fatigan y
nos empobrecen como especie. Abrigo la idea de que existen seis factores
principales que arruinan nuestra humanidad, merman nuestra salud y nos alejan
de esta prodigiosa «salud consciente» y la combinación hormonal del bienestar.
Ya he hablado sobre ellos someramente en este espacio, pero me gustaría insistir
y profundizar un poco más:

1. Debido al culto al sedentarismo, hemos abandonado un templo


corpóreo que deberíamos honrar por encima de cualquier cosa. El poco
tiempo del que disponemos, las prisas y el afán de productividad nos
distancian del ejercicio físico y la comida saludable. Por consiguiente,
la felicidad renuncia a nuestras anatomías y busca otros territorios en
los que definirse.
Carencia hormonal: endorfina. Elemento en desequilibrio: físico.
2. Creencias culturalmente heredadas y sostenidas principalmente por la
economía de mercado nos empujan a trabajar por dinero en detrimento
de la actividad apasionada. Dedicamos demasiadas horas a profesiones
de las que renegamos o nos disgustan, separados de nuestros talentos,
habilidades inherentes y sentido de realización. Para muchos, los únicos
objetivos o metas a conquistar se circunscriben al cuidado de los hijos,
el pago de la hipoteca o la falsa sensación de crecimiento al adquirir
nuevos objetos de consumo.
Carencia hormonal: serotonina y dopamina. Elementos en
desequilibrio: intelectual, emocional y espiritual.
3. Nuestros niveles de estrés y el galopante distrés nos conducen al terreno
de las enfermedades, la depresión, la ansiedad y los psicofármacos.
Carencia hormonal: serotonina, dopamina y oxitocina. Elementos en
desequilibrio: emocional, intelectual y espiritual.
4. La acumulación de bienes de consumo, el culto al patrimonio y el afán
por el éxito social amplifican el individualismo, la competitividad, la
desconfianza y el miedo a cooperar. Se resienten los vínculos
emocionales e interpersonales. Compartir ya no es vivir, sino quedarse
con menos.
Carencia hormonal: serotonina y oxitocina. Elementos en
desequilibrio: intelectual, emocional y social.
5. La tecnología y las efectivas técnicas de neuromarketing narcotizan
nuestros sentidos y la distracción se sitúa en el centro de nuestra
atención. Los medios de masas y la publicidad en general impulsan una
barbarie en la que se promueve una continua insatisfacción emocional
por la seguridad, el sexo, la comida, las pantallas, el éxito exprés, etc.
La información se diseña para manipular las emociones del consumidor
o del votante y cuando esto ocurre, irremediablemente el ser humano
pierde su capacidad de análisis y espíritu crítico. Los individuos
producen, votan y adquieren productos lejos de su raciocinio, en contra
de sus intereses particulares y con el único propósito de reducir sus
miedos e inseguridades. Esa es la razón por la que hemos pasado de
construir espacios de ocio saludable, a vivir aventuras masticadas desde
la televisión o el teléfono móvil donde consumir entretenimientos
pasivos que no aportan enriquecimiento psicológico a ningún nivel.
Carencia hormonal: endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina.
Elementos en desequilibrio: físico, espiritual, emocional y social.
6. Resulta evidente que la gran mayoría vive desconectada de la
naturaleza. Hemos coexistido durante 100 000 años en comunión con la
Pachamama. Nuestros ancestros eran sapiens-cazadores-recolectores
que buscaban el amparo de bosques, ríos, mares y montañas.
Exploradores de la incertidumbre y el riesgo que habitaban en una
anarquía de la improvisación de realidades dinámicas. Nómadas que
manejaban un diálogo interior pausado, sin tantas variables mentales ni
expectativas, integrados en espacios de silencio y con el único propósito
de cubrir sus necesidades básicas y preservar los ecosistemas que los
abrigaban. No pretendo caer en la fácil idealización, puesto que no creo
en el mito del «buen salvaje». El ser humano primero es de romper y
luego de reparar. Sin embargo, y a pesar de sus faltas y resbalones,
presumo que nuestros antepasados operaban a una velocidad existencial
más asequible que la que ha traído el elogiado progreso. ¿Qué nos
sucedió para que en 10 000 años de revolución neolítica perdiéramos la
brújula de nuestra naturaleza y esencia?
Carencia hormonal: endorfina y serotonina. Elementos en
desequilibrio: físico, emocional y espiritual.

Cabe decir que, a pesar del dramatismo que pueda emanar esta crítica,
reconozco que no se aportan los argumentos suficientes para instalarse en el
catastrofismo. Afortunadamente, no existen errores de diseño en el universo. Si
como humanidad estamos abocados a transitar esta experiencia, no albergo
dudas de que será precisamente porque la necesitamos para evolucionar hacia
otro plano de la consciencia. Y aunque un viaje en bicicleta favorece
exponencialmente el cambio de hábitos y de entorno, faltaría a la verdad si me
instalase en la insinuación de que es imprescindible vivir sobre dos ruedas para
cambiar nuestras rutinas e integrar el «cuarteto de la felicidad» y la «salud
consciente» en nuestras vidas. A pesar de la toxicidad del modelo mercantilista
en el que vivimos, debemos alejarnos del victimismo y adoptar la
responsabilidad para cada una de nuestras iniciativas, ya que existen multitud de
acciones, compromisos y actividades ilusionantes que pueden dulcificar nuestra
experiencia diaria.
Olvidemos por un momento todas las ideas aquí expresadas, omitamos
igualmente la utopía de vivir en una bicicleta y extrapolemos «los cinco
elementos» a un escenario con el que todos nos sintamos familiarizados, por
ejemplo, la gran ciudad. Me gustaría interpelaros mediante algunas preguntas:
¿Es posible desarrollar una actividad física todos los días? ¿Veinte minutos, tal
vez? ¿Se podría practicar con amigos, en buena compañía y en un entorno
natural…, un parque quizás? Si es así, seréis endorfina.
¿Os apasiona vuestra profesión? ¿Os sentís realizados? ¿Cabe dentro de lo
posible emprender un proyecto estimulante que os distancie de la inercia, la
rutina y el letargo social? Quizás cambiar de profesión, viajar, aprender un
idioma, jardinería, fotografía, escribir un libro, practicar escalada, pádel,
preparar una maratón, estudiar filosofía, crear un canal de tus habilidades en una
red social o formar parte de un proyecto comunitario o ecológico que sume
valor. Si vibráis con estas iniciativas, seréis serotonina.
¿Sería posible definir una «visión» o abogar por un desafío personal? ¿Qué me
decís de formar parte de una ONG activista o un grupo de consumo y participar
en campañas de concienciación con objetivos a corto, medio y largo plazo? ¿Os
imagináis preparando una maratón solidaria? ¿Y examinaros de aquella carrera
universitaria que os apasionaba y que nunca os atrevisteis a emprender? Si le
dais una oportunidad a estas propuestas, seréis dopamina.
¿Es plausible conjugar cualquier actividad mencionada anteriormente con una
tribu con la que os identifiquéis o una comunidad en la que os sintáis queridos,
valorados y respetados? Existen infinitas actividades que fomentan los vínculos
emocionales y en los que sentirse apoyado y reconocido. Basta con una mirada
cómplice, un aplauso, un guiño, un abrazo, un «te ayudo», «me importas»,
«cuenta conmigo», «te acompaño». Si lo creéis así, seréis oxitocina.
Vivir en una bicicleta es un medio, como lo es vivir en una furgoneta, una
aldea o una ciudad. Es responsabilidad de cada persona encontrar el medio
propicio para expandirse.

Hagamos una pequeña síntesis de lo explicado:

Debemos acabar con la creencia de que la salud se limita


exclusivamente al plano físico y empezar a contemplar la sincronía que
existe entre los planos espiritual, emocional, intelectual y social. En su
sinergia radica el conocimiento de «salud consciente» de todo ser
humano.
Una persona abundante es aquella que se conduce con cierta armonía
en cada uno de los cinco elementos que conforman la integridad «salud
consciente».
El ser humano es un complejo entramado de estados de ánimo
inducido por una bioquímica prodigiosa. Uno de los estados más
importantes es atribuido al «cuarteto de la felicidad», una combinación
irrenunciable que estimula nuestro bienestar y calidad de vida.
Somos responsables de la elección de un medio o ambiente propicio
que nos permita salir de las cuatro paredes y desarrollar tanto nuestra
«salud consciente» como el «cuarteto de la felicidad».
Existen varios factores que merman nuestro equilibrio y nos alejan de
la «salud consciente» y la prodigiosa combinación hormonal del
bienestar. Es una necesidad psicológica incorporar nuevos entornos y
hábitos a nuestra cotidianeidad y colorear nuestras vidas del color de la
abundancia.

Vayamos a las preguntas:

Me resulta extraño que no hayas profundizado en el área de la


alimentación. ¿No te resulta importante?
Por supuesto que me parece importante, pero no más que el ejercicio, las
emociones, las creencias, las relaciones sociales o la espiritualidad.
Permanecemos tan dormidos que hemos perdido la capacidad de escuchar a
nuestras anatomías. Es más, preferimos que alguien que desconoce nuestro
templo nos explique cómo debemos alimentarnos a hacernos responsables de
nuestra dieta. Es curioso advertir la manera en la que los animales salvajes
disciernen instintivamente entre qué alimentos consumir además de satisfacer
sus necesidades en cada momento. No deja de sorprenderme, asimismo, que
estos solo merman su instinto biológico cuando son alimentados por el ser
humano.
Después de dar varias vueltas, me decanto por la concepción que contemplan
los taoístas acerca de cuál es la mejor alimentación. Conforme a los antiguos
textos parecen existir diferentes tipos metabólicos provenientes de la prehistoria
y que comprenden tres tipos de dieta: la vegetariana, la carnívora y la mixta.
Según exponen, el segmento vegetariano y el carnívoro se reparten un 25 % de
la población mundial, mientras que el metabolismo mixto restante incluye al otro
50 % de la población. ¿Cómo podemos identificar a qué segmento
pertenecemos? Pues creo que experimentando con nuestros cuerpos.
Si ponemos un poco de atención, no resulta difícil detectar qué tipo de
alimentos y sus combinaciones generan pesadez o malestar en el organismo. Con
todo, podemos identificar sin muchas complicaciones si nuestros metabolismos
queman los azúcares y los hidratos de carbono lentamente o rápidamente. En
cualquier caso, y sin entrar en más detalles, estaríamos hablando de
metabolismos de oxidación lenta o rápida. Estas conclusiones nos ayudarían a
reconocer un tipo de dieta acorde a las necesidades de nuestra biología. En mi
caso particular, tuve dificultades para integrar las dietas vegetarianas. Quizás
subestimé algún paso que desconozco; pero en definitiva, sufrí dos anemias en
diferentes intentos y aún recuerdo el cansancio y sentimiento de tristeza que me
ocasionaron aquellos episodios que, por otro lado, no solía padecer cuando
incluía la ingesta de carne una vez por semana. Afirmo que no nos queda otra
que ponernos a prueba.
No obstante, bien podría autoengañarme para justificar mi decisión de incluir
carne en mi dieta. Entra dentro de lo plausible. Aunque de momento prefiero
amarme en el punto en el que estoy. Quizás en un futuro próximo mi evolución
de la conciencia sea otra y mi cuerpo responda de otra manera.
Pienso además que la dieta óptima no existe, ya que la combinación de
nuestros genes y nuestras creencias marcan la diferencia. Me resulta revelador
que ni la prestigiosa NASA haya logrado determinar cuál es la mejor
alimentación para sus astronautas. Existen, de hecho, afamados estudios que
demuestran cómo diferentes tipos de dietas reaccionaban de forma diferente en
cada uno de los sujetos de control.
Acredito, asimismo, que el holocausto animal al que estamos asistiendo en la
actualidad carece de sentido. Sus gravísimas consecuencias nos obligan a
responsabilizarnos y reducir nuestro consumo de grasas animales. Sin embargo,
presumo que la muerte «cero» es imposible, ya que el ciclo de extinción es parte
de la vida misma. No existe vida sin muerte. Así lo demuestra empíricamente la
ley de la impermanencia y las cadenas tróficas de cualquier ecosistema que
observemos.
¿Cuáles son los alimentos que yo ingiero en mi dieta diaria? Principalmente,
alimentos no procesados, frutas y verduras, grasas y proteínas de origen vegetal
y animal, legumbres, granos enteros y frutos secos. Abogo por que las verduras
constituyan la mitad de cada ingesta. Y las frutas…, mejor entre comidas. Carne
o pescado una vez por semana, a veces incluso cada dos, y huevos tres veces por
semana. El agua fresca de calidad tampoco puede escasear, especialmente la
hidratación a primera hora de la mañana. Asimismo, me gusta incluir el ajo
crudo y la vitamina C que aportan los limones.
Me atreveré con algunas recomendaciones que me gusta seguir, pero que
también eludo…, no soy un monje. La más importante, realizar ayunos
moderados (16 horas) y comer menos. Un solo plato combinado y colorido es
suficiente para aportar todos los nutrientes que necesitamos. No ingiráis nada
que vuestros antepasados no reconociesen como comida. O preguntaos, si toda la
comida que surte vuestro carro de la compra estaría en la despensa de una casa
de pueblo hace sesenta años. Si el alimento tiene etiqueta, desconfía. William
Shakespeare lo tenía claro:

«Nuestros cuerpos son nuestros jardines, nuestras voluntades son


nuestros jardineros».

Notad que estas recomendaciones resultan cómodas de intelectualizar, pero


difíciles de integrar emocionalmente. La mayor parte de la población occidental
sufre de «hambre emocional» a razón de sus heridas sin sanar. No importa tu
conocimiento y lo experto que seas en asuntos relacionados con la nutrición, la
adicción aplasta a tu cordura.

Has mencionado los extraordinarios beneficios que el ejercicio físico


promueve sobre nuestro cerebro. Citaste la neurogénesis y algún otro
aspecto que no recuerdo. ¿Podrías profundizar un poco más?

Por desgracia, albergamos escasos conocimientos acerca de la manera en la que


se transforma un cerebro estimulado por la frecuente actividad física. Edward
Stanley lo define de manera cristalina:

«Los que creen que no tienen tiempo para el ejercicio tarde o


temprano tendrán que encontrar tiempo para la enfermedad».

Aparte del ejercicio, y como ha quedado constatado, también debemos


encontrar tiempo para armonizar nuestras emociones.
La proliferación de endorfinas, el ejercicio aeróbico y los estados meditativos
favorecen el proceso de la neurogénesis en el hipocampo adulto. Básicamente, la
neurogénesis define la extraordinaria capacidad que posee el cerebro para
adaptarse a nuevos hábitos, entornos y experiencias. Cuando una persona se
viste de ilusión, practica voluntariamente una actividad física y se expone a
ambientes cognitivamente estimulantes en los que intervienen desafíos,
pongamos el caso de los viajes en bicicleta, el cerebro comienza a generar
neuronas y a consolidar nuevas redes de interacción que promueven el
aprendizaje y la memoria. Hoy sabemos que nuestra plasticidad cerebral es la
causante de que continuemos fabricando hormonas hasta los ochenta años de
edad, lo que evidencia de manera indiscutible que nunca es tarde para aprender.
Es más. Reconocidos estudios señalan que tanto el deterioro cognitivo como la
muerte neuronal en nuestro cerebro no se deben a la edad, sino a factores como
el sedentarismo y la inactividad cerebral.
¿Deseáis mejorar vuestra inteligencia? Pues los estudios resultan concluyentes.
El cerebro se decanta más por la actividad física que por los juegos y
crucigramas. Es asombrosa la manera en la que el movimiento potencia y
aumenta los hipocampos. Y cuando un hipocampo opera desde la armonía, surge
la claridad mental, el aprendizaje y se potencian determinadas áreas relacionadas
con la ilusión. Asimismo, se reducen drásticamente las sensaciones de miedo.
¿Habéis oído hablar del gen FNDC? No deberíamos ignorar cómo la actividad
física mantenida en el tiempo produce la liberación de una proteína llamada
FNDC que favorece prodigiosamente el crecimiento de los hipocampos además
de optimizar los procesos de aprendizaje y memoria. Esta enzima opera como
vehículo transmisor que mejora los factores de crecimiento y las conexiones
neuronales. Cuando nuestros niveles de FNDC son estables, el cerebro produce
un tipo de sustancias químicas que inhiben las comunicaciones neuronales que
desencadenan y sostienen hábitos dependientes como el consumo de drogas, el
apetito exagerado o los procesos de apatía. Varios estudios revelan cómo en tan
solo tres meses de ejercicio físico nuestros niveles de FNDC aumentan
significativamente.
Y si aquello que verdaderamente nos preocupa guarda relación con nuestra
apariencia y longevidad, debemos popularizar a otra de las enzimas milagrosas
que convive en nuestro organismo: la telomerasa. Esta proteína posee la
capacidad para regenerar y alargar las extensiones de los cromosomas
denominados telómeros. Fijaos, cada vez que una célula se reproduce, los cuatro
telómeros, algo así como el plástico que recubre el final de los cordones de los
zapatos, se acortan, se degeneran, hasta que llega un momento en el que la célula
pierde su capacidad de reproducirse. Es de vital importancia entender cómo se
comporta este fenómeno, ya que la longitud de los telómeros constituye uno de
los pilares fundamentales de la salud y la longevidad del organismo. La
telomerasa, por tanto, previene y combate el envejecimiento oxidativo. Seguro
que a estas alturas muchos podréis adivinar cuáles son los hábitos que mejor
contribuyen a la producción sostenida de telomerasa: la higiene emocional, la
buena alimentación y la actividad física periódica.
Y continuando con el despliegue de beneficios que aporta la actividad física…,
pregunto: ¿Qué parte del cerebro creéis que gestiona las emociones, el manejo
de los arrebatos descontrolados y las reacciones inconscientes? ¡El cíngulo
anterior! Y la actividad física contribuye enormemente a la salud de esta interfaz
que transita entre la cognición y la emoción. El cíngulo anterior favorece
determinados aspectos como el autocontrol y la paciencia para reprimir todo tipo
de reacciones hostiles. Además, nos permite racionalizar las situaciones
conflictivas con la intención de encontrar otras vías empáticas que aporten
solución a los desencuentros.
Presumo, y no me equivocaré, que muchos de vosotros os habéis zafado de
algún que otro lío gracias al poder de la intuición, ¿es así? Pues este maravilloso
ingenio de la naturaleza, encargado principalmente de la toma de decisiones,
habita en una estructura cerebral denominada ínsula de Reil. Esta región
perteneciente a la corteza cerebral goza de importantes conexiones con el
sistema límbico o emocional y posee la agudeza de recibir información de las
vísceras, darle un sentido comprensible y devolverla a través de órdenes
concretas. Me estoy refiriendo a corazonadas empáticas o intuiciones viscerales
que provienen de la parte más insondable de nuestro ser. Quien conserva una
ínsula de Reil saneada disfruta de una sensibilidad especial para advertir los
secretos que suceden en su interior, entenderlos y gestionarlos con eficiencia. Es
lo que muchos denominan un sexto sentido.
Y para concluir hablaré de una de las partes más transcendentales del cerebro
cuya misión se encuentra relacionada con la activación de nuestra motivación, el
compromiso con la acción y la optimización de los sistemas de placer y
recompensa. Me refiero al núcleo accumbens. Es un hecho que cuando
realizamos una actividad física y segregamos dopamina, nos resulta
infinitamente más factible articular una emoción-motivación-acción sostenida
que nos impulse a imaginar «visiones», acometer proyectos y lograr pequeñas
victorias al mismo tiempo que prevenimos la depresión y la ansiedad.
Creo que resulta evidente la manera en la que el ejercicio físico actúa como
medicina natural del organismo estimulando aspectos como el aprendizaje, la
memoria y la química del bienestar. No obstante, esto no significa que debamos
convertirnos en atletas profesionales obsesionados con los rendimientos y las
rutinas intensivas. Veinte minutos de actividad física al día realizada a
conciencia resultan más que suficientes para lograr beneficios sorprendentes en
nuestro cerebro y salud en general.

vvv

«Salud consciente», por tanto, guarda relación con reconocerse como un todo
formado de diferentes aspectos y persigue el propósito de establecer una dichosa
armonía entre uno mismo y el entorno. Somos el piloto de una aeronave que
debe tener en cuenta multitud de factores para que dicha aeronave sobrevuele en
equilibrio nuestro cielo interior. Cuando permanecemos presentes y el foco de
nuestra atención se amplifica abrazando a los cinco elementos, es entonces
cuando comienza el camino hacia el empoderamiento y la toma de decisiones
conscientes. Será el momento, por tanto, de adoptar cambios significativos que
tengan por objeto abrir las puertas de nuestra alma y enriquecer nuestra vida.
Como expresó Buda:

«Sin salud la vida no es vida, sino solo un estado de languidez y


sufrimiento, una copia de la muerte».
La «salud consciente», asimismo, constituye la forma más eficaz, equilibrada y
armoniosa de proporcionar paz interior a nuestro espíritu.
Con este bloque termino este viaje de reflexión por las creencias que más nos
limitan a la hora de gobernar nuestra vida.
10

CONCLUSIONES
La felicidad es para los audaces

Ahora podréis entender con más claridad por qué hemos convertido la felicidad
en una herramienta de martirio. Poco de aquello que aprendimos de la familia y
la sociedad nos sirve para ser felices. Por mucho que acojamos y justifiquemos
el paradigma de la felicidad que nos ha vendido un capitalismo consumista, el
desequilibrio emocional nos revela que no habita la paz en nosotros; por lo tanto,
no somos felices. Hemos basado la felicidad en construir entornos para satisfacer
las demandas de los sentidos, cuando en realidad esta radica en aportar poesía a
la naturaleza del espíritu. «Estar feliz» no es lo mismo que «ser feliz».
Durante esta conferencia he analizado las heridas emocionales, la construcción
interpretada de la realidad, la autenticidad con uno mismo, la ley de la
impermanencia, la gratitud, el perdón, las relaciones interpersonales, además de
la importancia de incorporar hábitos de «salud consciente» a nuestra vida. El
objetivo de mi exposición ha sido en todo momento aportar comprensión y paz
en cada uno de los territorios presentados. Observemos de nuevo y
detenidamente el árbol de la vida:
Perdonad la insistencia, pero considero esencial enfatizar en determinados
aspectos de esta conferencia. Volvamos a la reflexión inicial de la que parte todo
lo expuesto aquí.
El fruto de nuestro árbol, llamémosle felicidad, es un florecimiento espontáneo
que deviene de la calidad de la sabia y la fortaleza del tallo. Y el tallo a su vez es
una expresión de crecimiento que acontece como respuesta a la paz, el equilibrio
y la salud de las raíces. En nuestro árbol de la vida, las raíces más profundas
representan las creencias falsas y limitantes de nuestro inconsciente. Y si
nuestras creencias infunden malestar y guerra interior en nuestro sentir al ser
experimentadas desde la ignorancia, la culpa, el miedo y la separación, será
imposible que la sabia fluya y que el tallo alcance un estado de paz, se eleve
hacia la luz y se exprese en forma de fruto. Por consiguiente, la felicidad es un
florecer que sobreviene sin esfuerzo, ni lucha, ni búsqueda, cuando las raíces y el
tallo gozan de una paz sostenida en el tiempo.
Nuestro proyecto vital, por tanto, no reside en buscar la felicidad, sino en
averiguar quiénes somos. Asumir la responsabilidad de nuestro dolor para
realmente ser libres. Aceptar nuestro «ser» en el instante en el que se encuentre,
en lo bueno y en lo necesario, significa apaciguar dentro de nosotros todas las
guerras que nos alejaron de la paz interior. El verdadero éxito en la vida nada
tiene que ver con perseguir la felicidad como objetivo, sino con vivirse
coherente, pleno y en paz al transcender creencias y comprender que todo
aquello que es afuera es un reflejo de nuestro sentir interior.

«La felicidad, por tanto, es convertir en música las emociones


incómodas. Es habitar un estado de serenidad en el que vivirse en paz
con todo aquello que no puedes cambiar. Es sentirnos en armonía con
nuestra luz y nuestra sombra».

La lucha siempre implica perder. La lucha por encontrar pareja impide que la
relación llegue. La lucha por sanarnos imposibilita la sanación. La lucha por ser
felices interrumpe el encuentro con la felicidad. La lucha siempre bloquea. Pero
si abrazamos un estado de aceptación y paz sostenida, que no es fácil, todo
surgirá por sí solo.
Consideremos que no habrá coherencia y tampoco paz en nuestra vida si
desconocemos nuestras heridas emocionales.
No habrá paz si ignoramos que la realidad que observamos es una construcción
que se erige desde nuestra anatomía emocional.
No habrá paz si omitimos la inteligencia instintiva que emana desde nuestra
esencia y el lugar de servicio que ocupamos en este mundo.
No habrá paz si intentamos apegarnos y ejercer control sobre todo aquello
administrado por la ley de la impermanencia.
No habrá paz si olvidamos el poder de la gratitud para vivirnos como seres
humanos privilegiados.
No habrá paz si nos resistimos a la ley del espejo y rehusamos perdonar
nuestros tropiezos.
No habrá paz si olvidamos que somos sociables por naturaleza y la habilidad
emocional es el arte del encuentro.
No habrá paz si excluimos de nuestra vida los cinco elementos que conforman
el ecosistema llamado «salud consciente».
Toda nuestra realidad parte del interior. O como expresó Jung:
«Quien vive en el exterior sueña, quien lo hace en el interior despierta».
Durante la conferencia he situado en la base más profunda de las raíces de
nuestro árbol tanto las heridas emocionales como las creencias asociadas. Toda
la exposición ha estado encaminada a construir una visión más armoniosa de la
realidad, la autenticidad, el desapego de lo impermanente, la gratitud, el perdón,
las relaciones y la salud consciente. He intentado tratar cada aspecto desde su
génesis con la voluntad de impulsar libremente la sabia desde las raíces hasta el
tallo y los frutos. Sin embargo, aún no he explicado mi particular forma de
reprogramar creencias y sanar nuestras heridas emocionales. Y este aspecto me
parece el más importante de la conferencia. Creo que muchos estamos cansados
de la manera en la que la literatura de autoayuda y desarrollo personal nos
explica qué nos sucede, aunque aporta pocas claves prácticas en lo referente a
cómo deberíamos sanarnos. Así que, entremos en materia.
11

REPROGRAMAR CREENCIAS - SANAR HERIDAS


EMOCIONALES
Descubre la fantasía mental y el error desde donde te vives

Si alguien puede ofrecernos una visión eminentemente práctica de la psicología


del personaje y la sanación de heridas emocionales ese es Antonio Blay
Fontcuberta (1924-1985). Antonio Blay fue un respetado maestro espiritual de la
psicología transpersonal cuyos estudios nos animan a eludir modas espirituales y
teorías o recetas exprés para profundizar en el análisis del «quién soy, qué soy,
cómo realizarme y qué es la realidad» desde la praxis «verifícalo», «obsérvalo»,
«compruébalo».
Las enseñanzas de mi admirado Antonio Blay supusieron un punto de inflexión
en mi manera de articular mis creencias y entender la vida. De ahí que considere
un gesto necesario divulgar su particular manera de explicar el enmarañado
comportamiento que emana de la psicología humana y aderezarlo con alguna de
mis ideas.
Analicemos de nuevo la manera en la que se constituye nuestro inconsciente a
partir de los tres primeros años de edad. La herida de separación o la herida que
antecede a todas las demás se origina a una edad temprana. La separación
traumática se produce cuando nos percibimos traicionados por nuestros
progenitores o educadores por el hecho de descubrir cómo ellos realmente no
nos valoran por la naturaleza de nuestra esencia, sino por nuestro
comportamiento y la buena forma en la que encajamos con la normativa social.
En la medida que nos resistamos a las órdenes sociales, seremos juzgados,
desaprobados y rechazados. De manera que, persigue cierta lógica que nos
desconectemos de nuestras profundas cualidades al comprobar con decepción
que la importancia de lo que somos no reside en la libertad y luz de nuestra
esencia, sino en la psicología aprendida para encajar en el modelo de creencias
exterior que requiere el organismo llamado sistema. De una manera forzada nos
exiliamos de nuestra fuente y aprendemos a vivir desde una estrategia o máscara.
En cambio, durante toda nuestra vida buscaremos en el mundo exterior todas las
cualidades perdidas en la infancia.
A esa edad tan temprana carecemos de herramientas para discernir la diferencia
que existe entre lo que es bueno o malo. Solo nos preocupa una cuestión: recibir
amor. Cada conducta se encuentra asociada a un sentimiento: «Me quieren o no
me quieren». Esa es la razón por la que recibimos los mensajes que transmiten
nuestros progenitores sin ningún tipo de discriminación o filtro, e incluso pueden
llegar a cristalizarse en nuestra mente como una certeza absoluta. Para nuestro
niño interior, todo es verdad. Cualquier información recibida con dolor del tipo
«no soy digna de amor», «no valgo», «soy tonto», será grabada y etiquetada en
el inconsciente como un tatuaje en forma de herida emocional primaria que
fatalmente se repetirá durante toda la vida y que condicionará nuestro futuro. Es
lo que Antonio Blay denomina el «yo idea». A partir de ese instante toda nuestra
vida girará en torno a la resolución de cada una de las creencias o heridas
emocionales almacenadas en el dominio mental del «yo idea».
Para ello, nuestro inconsciente creará otro dominio llamado el «yo ideal» como
mecanismo para defenderse, resolver las heridas originadas y encontrar el amor
que mitigue el malestar que suscita el dominio «yo idea». Es decir, el «yo idea»
personifica las creencias-conflicto, y el «yo ideal» representa las metas o
resoluciones a alcanzar que tienen por objeto contrarrestar las creencias-conflicto
del dominio «yo idea». El «yo ideal», por tanto, es lo contrapuesto al «yo idea»,
y el que conforma lo que venimos llamando el personaje.
Si te sentiste débil (yo idea), el personaje querrá ser fuerte (yo ideal). Esta
premisa explica por qué interpretamos la realidad y el mundo exterior desde el
filtro de las creencias y angustias que residen en el dominio «yo idea».
Veamos un ejemplo. Una persona puede hospedar la creencia «soy tonto» en su
dominio «yo idea», y la resolución «debo ser inteligente» en su dominio «yo
ideal», por lo que no es extraño que esta persona a una edad adulta acabe
ejerciendo una profesión como profesor en el ámbito de la enseñanza para
demostrar su inteligencia y solucionar la herida conflictiva. El «yo ideal» anhela
ardientemente neutralizar las etiquetas del «yo idea» y cumplir la resolución
«soy inteligente», y esa será la inconclusa búsqueda-proyección en vida del
personaje para relacionarse con el mundo exterior. O lo que es lo mismo, nuestra
vida se convertirá en una ávida carrera por alcanzar las aspiraciones del «yo
ideal», que no son otra cosa que el querer demostrar, conseguir o llegar a
representar lo opuesto a las heridas del dominio «yo idea». Es decir: «Soy muy
valioso, tengo mucho amor que dar, soy buena persona».
Es muy importante que tengáis en cuenta que este proceso que acabo de
exponer opera a nivel inconsciente. El sujeto del ejemplo se vive desde el
personaje y desconoce la verdadera razón de su búsqueda y por qué se hizo
profesor. De modo que, partiendo de esta premisa: ¿Quién realmente toma las
decisiones de nuestras vidas? Por desgracia, y por mucho que nos pese, vivimos
bajo la influencia del personaje.
Rescatemos el concepto «lámpara de Aladino» o «sistema de activación
reticular (SAR)» y evidenciemos cómo contribuye a la perfección en este juego
inconsciente. El SAR tiene la capacidad de ofrecernos una fracción de la
realidad a partir de las «certezas» que se manejan entre el «yo idea» y el «yo
ideal». Entonces, ¿qué tipo de información destacará del exterior para que sea
reconocida por nuestros sentidos? ¿Me seguís? Pídele a la «lámpara de Aladino»
y tus deseos serán cumplidos.
Cuando te crees la narrativa del «yo idea», por ejemplo, «solo me amarán si
soy perfecto», el SAR buscará evidencias que confirmen tu creencia.
El «yo idea» (herida) y el «yo ideal» (resolución) conforman la razón de ser
del personaje y nos apartan de nuestra verdadera esencia. ¿Dónde reside la
trampa? Pues en vivirse e identificarse como «yo idea» (herida). ¿Por qué?
¡Porque es falso! Todas las creencias contenidas en nuestro dominio «yo idea»
fueron instaladas sin nuestro consentimiento, por lo que no somos nosotros y
tampoco pertenecen a nuestro verdadero potencial. Creamos una falsa identidad
de nosotros mismos. Pese a todo, el personaje se identifica con el «yo idea»
(herida) sin ningún tipo de cuestionamientos. Es más, dedica toda su vida y
energías a resolver sus falsas creencias. Nuestro sufrimiento o satisfacción, por
tanto, dependerán exclusivamente de la habilidad desarrollada por el personaje
para cumplir las expectativas del «yo ideal» en el mundo exterior. Mantenemos
la creencia errónea de que si se cumplen seremos felices y, en caso contrario,
seremos desgraciados.
¿Se entiende el engaño? Todos los anhelos del personaje se encuentran bajo el
dominio del «yo ideal» y provienen de un estado de insatisfacción. Si anhelas
desesperadamente amor en tu vida, es que existe carencia de amor en el dominio
del «yo idea». Como adultos que vivimos desde el personaje sospechamos que si
conseguimos resolver las heridas primarias que penetraron con dolor en el
dominio «yo idea», la felicidad llamará a nuestra puerta. Craso error. Porque la
verdadera felicidad no reside en el cumplimiento de la expectativa del dominio
«yo ideal». Eso es vivir desde el autoengaño y la comedia del personaje. Por eso,
aunque el profesor del ejemplo anterior consiga demostrar que «es inteligente»,
la circunstancia en sí, no brindará garantías para que esta persona se viva plena y
feliz.
El ser humano jamás alcanzará la libertad manteniendo el juego inconsciente
entre el «yo idea» y el «yo ideal», ya que siempre se vivirá condicionado por las
heridas primarias. Quizás aliviemos temporalmente las pretensiones y anhelos
del «yo ideal» en el exterior, pero el «yo idea» sin sanar continuará insatisfecho.
Antonio Blay14 lo expone con extraordinaria nitidez:

«Si me vivo desde el personaje e identificado con aquello que “quiero


llegar a ser”, es decir, mi “yo ideal”, trataré a los demás con la misma
exigencia que me trato a mí mismo. Les juzgaré porque yo me juzgo.
Evidentemente, mantendré más afinidad y vínculo con aquellas
personas que compartan mi “yo ideal”. Las desearé en mi vida y me
caerán bien solo por el hecho de que me proporcionan valía y
seguridad. Sin embargo, no amaré a las que no cumplen mis
expectativas y las rechazaré».

Realizarse y ser libre como persona, por tanto, guarda relación con descubrir la
fantasía mental y el error desde donde se vive. Es revelar cómo nuestra vida gira
en torno a una idea equivocada de lo que realmente somos. Es comprender que
todas las heridas alojadas en el «yo idea» se fijan debido al encuentro y la
relación con los demás. Y que precisamente en esta relación reside toda la
problemática existencial del ser humano. Aunque al mismo tiempo, dicha
relación nos sirve como medio para descubrir quiénes somos y manifestar
nuestra verdadera identidad.
Partiendo de esta premisa quizás podamos afianzar mejor algunos de los
aspectos tratados en esta conferencia.
Empezaré por un ámbito con el que me siento familiarizado.
Viajar en exceso o coleccionar experiencias no implica en absoluto realización
personal. Podríamos seguir identificados con el «yo idea» e ignorar que
acogemos un interior repleto de escombros. Podríamos alojar en el «yo idea» la
creencia «soy invisible» o «no soy importante», y mitigar dichas creencias a
través de la visibilidad e importancia que procura un viaje en redes sociales. Las
experiencias deberían ser estados conscientes para llegar a nosotros con el
propósito de propiciar un cambio real en nuestro interior. Por el contrario, al
vivir desde la identificación del personaje elegimos por lo general espacios en
los que la distracción, la novedad y el movimiento alivian nuestro vacío. El
engaño reside en confundir la realización con la huida y el cambio de disfraz del
personaje.
Otra de las grandes preguntas sería: ¿Por qué buscamos la felicidad fuera? Nos
pasamos la vida luchando y persiguiendo los propósitos del «yo ideal»
(resolución), y cuando el exterior no proporciona aquello que este reclama, el ser
humano siente soledad, angustia, depresión y vacío existencial. ¿Entendemos
ahora el origen del apego? Apegarse a un exterior cambiante es garantizar una
vida de sufrimiento. El exterior no puede darnos todo lo que el «yo ideal»
anhela, ya que la vida está sujeta a la ley de la impermanencia. La vida siempre
tirará los dados y sus jugadas serán diferentes a las del día anterior. Quizás nos
beneficie o quizás nos envíe una crisis que cercenará todas las aspiraciones del
«yo ideal», por lo que nuestra experiencia de vida será como una montaña rusa
entre la frustración y el frenesí.
En palabras de Antonio Blay:

«Todo aquello que vaya a favor de mi ideal lo viviré como bueno,


como satisfactorio; todo aquello que tienda a negar o vaya en contra
de mi “yo ideal” lo viviré como malo, como negativo, como enemigo,
y así cada cual está viviendo la vida no tal como es, sino tal como la
puede ver desde su propio personaje. Y este es el argumento secreto
de cada existencia».

Como mencioné en varias ocasiones, todo aquello que denominamos realidad


es una radiografía completa de nuestro mundo interior individual y colectivo. La
realidad siempre nos revela el espejo de cómo nos vivimos en el interior.
Pensadlo. ¿Cuáles son las creencias o sentimientos asociados que aloja nuestro
«yo idea»? ¿No es verdad que el dolor, la tristeza, el sufrimiento, el egoísmo, la
avaricia, la culpa, la injusticia, la falta de amor que observamos en el mundo se
corresponden con la identificación que hacemos, individual y colectiva, de
nuestro «yo idea»? Si las creencias del «yo idea» originan una guerra interior en
nosotros, eso mismo será lo que percibamos en el exterior. Si por el contrario,
albergamos estados de comprensión, aceptación, paz y amor, el SAR no tardará
en ofrecernos una realidad en la que cumplir nuestros deseos.
¿Por qué nos resulta tan complicado exhibir nuestra autenticidad y encontrar
nuestro verdadero propósito de vida? Si todo ser humano aspira a la inherente
necesidad de dar una expresión genuina a su existencia, ¿por qué trabajamos por
dinero prescindiendo de la pasión y nuestro verdadero sentir? Es imposible
encontrar un cielo donde volar y expandirse cuando el dominio del «yo idea»
nos aplasta con creencias del tipo «soy imperfecto», «me siento torpe», «carezco
de creatividad y habilidades», «no hay amor en mí», «carezco de confianza,
voluntad y disciplina», etc. Es lo que se llama vivir desde el miedo. Nacemos
genios, pero nos convertimos en seres medrosos y mediocres cuando el
adoctrinamiento social intoxica nuestro «yo idea». ¿Cómo vamos a encontrar
nuestro propósito en la vida si el dominio «yo ideal» ya tiene sus propios
propósitos?
¿Cuál es el disparador que origina el miedo? ¿Habéis observado una discusión
entre dos personas que manejan «yo ideales» (resolución) distintos en temas
como la religión o la política? Ambos quieren demostrar su inteligencia y
superioridad e imponer su idea de verdad. El miedo siempre surge porque te has
identificado con el «yo idea». Nos hemos creído de verdad que somos estúpidos,
poco interesantes o inútiles. Veamos:

«Todo miedo nace cuando algo o alguien amenaza aquello que uno
“cree ser” (yo idea) o “quiere llegar a ser” (yo ideal)».

¿Es posible cultivar la gratitud cuando nuestro «yo ideal» únicamente aspira a
neutralizar las angustias del «yo idea»? ¿Podemos ser agradecidos cuando
nuestro foco de atención se encuentra en aquello que nos falta y creemos
necesitar? Es imposible agradecer y vivirnos en paz cuando el «yo idea» se
siente imperfecto e incompleto. Estamos incapacitados para vivir el presente y
agradecerlo porque nos encontramos esclavizados por la carga de pasado del «yo
idea» que no sabemos aceptar.
¿Entendemos ahora por qué el perdón debe ir dirigido a uno mismo?
Coincidiendo con la ley del espejo, siempre juzgamos a los demás como nos
vivimos a nosotros, ya que solo podemos ver en el exterior y, en el otro, lo que
creemos que somos como «yo idea». Por eso el proceso de desidentificación del
«yo idea» se sostiene desde una conciencia de autocompasión. ¿Cómo no
perdonar aquello que se instaló en nuestra mente y representa algo tan alejado de
nuestra identidad real?
Muchos tienen serios problemas para relacionarse porque el otro siempre
supone una amenaza para su «yo idea» y su «yo ideal». Sin embargo, toda
persona, incluidos los enemigos, revelan valiosa información de nosotros
mismos. Relacionarse con los demás es una oportunidad perfecta para conectar
con otras partes de nuestro personaje no reconocidas. La conexión con el otro es
incómoda pero favorece el descubrimiento de nuestra totalidad. Por tanto, la
relación sentimental, es siempre un examen y una universidad. No importa lo
que estas duren, importa lo que podamos descubrir de nosotros mismos.
¿Os suena el reproche «cuando te conocí no eras así. Has cambiado»? Este tipo
de crítica resulta habitual en las relaciones de pareja, ya que siempre nos
relacionamos desde nuestro «yo ideal», silenciando el «yo idea». Haré una
confesión que seguro que os suena. Mis ex parejas se enamoraban de mi
personaje porque este visibilizaba una personalidad alegre, atenta, justa, serena,
implicada, buena y creativa (yo ideal), cuando en realidad, la convivencia saca a
relucir aspectos del «yo idea» como el perfeccionismo, la rigidez, el orden, la
frialdad, la intolerancia, la preocupación y el control. Nada tiene que ver con el
hecho de cambiar, sino con el arte de fingir.
Queda evidenciado pues, que todos los problemas psicológicos del ser humano
y, por ende, del mundo, provienen de vivirnos como «yo idea».
Desgraciadamente, al vivir desde el piloto automático todos deseamos proteger
al personaje, circunstancia que propicia que la humanidad habite en un eterno
conflicto que llega a convertirse en el centro de nuestra experiencia individual.
Además, el momento tecnológico en el que nos encontramos como especie no
ayuda en absoluto. Las redes sociales que consumimos a diario potencian
exponencialmente la energía de nuestro personaje, ya que a través de algoritmos
inteligentes estas plataformas refuerzan y radicalizan la trampa que se sostiene
entre el «yo idea» y el «yo ideal». Tenemos amigos virtuales y seguimos a
influencers que coinciden con patrones de pensamiento similares a los nuestros.
Facebook, por ejemplo, recopila información de las creencias del «yo idea» y las
inclinaciones del «yo ideal» porque mide nuestra atención y el tiempo que le
dedicamos a cada publicación. Es lo que se llama «capitalismo de vigilancia y
minería de datos» y que denuncia el documental The Social Dilemma. A partir de
este análisis, por supuesto con intereses lucrativos, la plataforma nos ofrece más
de lo mismo, potenciando la trampa en la que vivimos. Es como intentar apagar
un fuego con gasolina, y las consecuencias son desastrosas: más racismo,
nacionalismo, machismo, intolerancia, etc.
Cuando vives desde el personaje, resulta indiferente lo que sepas desde un
plano consciente. Puedes leer todos los tratados de filosofía y los libros de
autoayuda que desees. Asistir a cientos de cursos de coaching, motivación o
desarrollo personal. Puedes acumular un conocimiento notable que favorezca la
relación sistemática que mantienes con el amor, la autenticidad, el perdón o la
gratitud. Ahora bien, el poder del inconsciente y las creencias limitantes del «yo
idea» seguirán condicionando tu vida. Y a los hechos me remito. Somos la
sociedad que más estudios y conocimientos atesora sobre felicidad de toda la
historia, en cambio, continuamos viviendo desde el miedo y el sufrimiento. La
felicidad no encuentra un espacio de armonía dentro de nuestra existencia.

«La clave para mejorar este mundo es corregirse a uno mismo».

Quien no descubra esta trampa a la que se refiere Antonio Blay, vivirá toda la
vida en Matrix repitiendo el día de la marmota.
Que cada uno reflexione.

14 Las frases recogidas en este capítulo y que hacen referencia a Antonio Blay Fontcuberta han sido
extraídas de su Curso de la psicología de la autorrealización (audios públicos).
12

FASES DEL DESARROLLO DE LA SANACIÓN


Concédete el derecho a tropezar y perdonarte

Supongo que nadie albergará dudas respecto a que el inconsciente, como


software que gobierna el «yo idea» y el «yo ideal», representa el plano de
inmadurez en el que se manifiesta nuestro niño interior. Por eso el objetivo de la
sanación debería ir dirigido a desidentificarse de las creencias-conflicto alojadas
en el dominio «yo idea» con la finalidad de mitigar el ciclo de inclinaciones del
«yo ideal».
Recordemos que al principio de la conferencia, en el bloque referente a las
heridas emocionales, aporté un conjunto de recomendaciones que guardaban
relación con la sanación de estas. Repasemos algunas de ellas y aprovechemos la
coyuntura para profundizar en otras propuestas.

DESPERTAR. Es imposible evolucionar a otro plano de la conciencia a menos


que consigamos identificar la fantasía inconsciente en la que vivimos, además de
darnos cuenta de que somos adictos a nuestras creencias, heridas y patrones
automáticos. No somos lo que creemos ser. Actuamos desde una identidad irreal
y contradictoria de nosotros mismos que condiciona e interpreta toda nuestra
experiencia de vida. Nunca hemos sido el autor de nuestras acciones, ya que el
personaje siempre ha gobernado el rumbo de nuestro devenir. En palabras de
Hermann Hesse:

«El pájaro pelea hasta que consigue salir del huevo. El huevo es su
mundo. Todo ser viviente debería intentar destruir su mundo».
OBSERVAR. El camino es sinuoso y prolijo, pero considero una necesidad
aprender a vivirnos como observadores conscientes. Algo así como mirar desde
un lugar más profundo de uno mismo. Es lo que Antonio Blay denomina salir de
la trampa y vivirse como «yo experiencia». El «yo experiencia» de alguna forma
representa la realidad que experimentamos como observadores conscientes del
presente. Cuanto más nos vivamos desde el «yo experiencia», desidentificados
del «yo idea», menos necesitaremos depender de la estrategia reactiva y la
evasión hacia el «yo ideal» para crear respuestas auténticas a cada situación. El
propósito reside en experimentarse despierto y transformar nuestra realidad
absteniéndonos de señalar, criticar o culpar. Alinearnos con nuestro ser y dejar
de recurrir al exterior para mitigar nuestras carencias afectivas. Asimismo, no
debería importarnos si otras personas operan desde la trampa del personaje.
En general, los seres humanos hemos sido educados para pensar, y no para
observar. Aprender a observar minuciosamente es un proceso prolongado e
inacabado, pero muy gratificante. Y sin lugar a dudas, su entrenamiento reside
en dominar medianamente el arte de la meditación. No es la finalidad de esta
exposición ahondar en los sustanciales beneficios que aporta la meditación en lo
referente a nuestro bienestar y calidad de vida. Si estáis familiarizados con el
desarrollo personal, sabréis a qué me refiero. Existen profusas técnicas y
modalidades al alcance de cualquiera que nos ayudan a entrenar la mente y
conquistar estados más profundos de presencia y atención. En definitiva, ¿es
necesaria una práctica meditativa para salir de la cárcel del pensamiento y
penetrar en la sabiduría de la observación? La respuesta es rotunda: sí.
«No penséis, sino observad», solía expresar Antonio Blay en sus formaciones.
La mente no puede dejar de pensar, eso es un hecho. Pero pensar es recurrir a la
trampa y vivirse desde el personaje. Pensar es como penetrar en un cuarto oscuro
y apuntar con la linterna un objeto concreto sin prestar atención al contenido
integral de la habitación. Pensar es obsesionarse con la nube sin atender a la
inmensidad del azul del cielo. Observar, por el contrario, es convertirse en una
especie de ángel celestial que sobrevuela la mente teatral, y posee la capacidad
de iluminar el cuarto oscuro y advertir con amplia perspectiva tanto la totalidad
de la habitación como la dirección que va tomando la linterna del personaje.
Desde esa posición de ángel observador podemos descubrir con cierto asombro
los movimientos furtivos del personaje que transita desde el «yo idea» hasta el
«yo ideal».
Todos sostenemos un diálogo enfermizo en nuestra mente entre el doctor Jekyll
y el señor Hyde, ¿no es verdad? Uno te dice «eres inteligente» y el otro
justamente lo contrario. Pues cuando observas con detenimiento esa lucha
interna que tanto desgaste produce, puedes darte cuenta de que las dos voces
pertenecen al personaje, puesto que una voz se identifica con el «yo idea», y la
otra con el «yo ideal». Es lo que yo llamo observar el programa y, por tanto,
descubrir la manera de desidentificarte del Matrix en el que vives. Es decir:
bienvenido al mundo de Neo.

DETECTAR. Aboguemos por una actitud de ángel observador e identifiquemos


nuestros contextos de vulnerabilidad. ¿Qué nos sucede? ¿Por qué funcionamos
como lo hacemos? ¿Qué se repite en nuestras vidas? Tenéis que verlo como un
trabajo minucioso que no persigue la fustigación ni la autocrítica, sino que aspira
a desvelar pacientemente qué tipo de procesos automáticos anestesian nuestra
mente. Para ello recurramos al cuaderno «Mi niño interior, del miedo al amor»
del que hablé en el bloque «Heridas emocionales» y anotemos las situaciones en
las que reaccionamos automáticamente, ya que el enfado, la rabia o la ira, entre
otros, son reacciones emocionales de protección que aspiran a ocultar la herida
primaria. El enfado siempre es una oportunidad para desenmascarar la herida por
la que se queja nuestro niño interior incomprendido.
Recordad que la emoción siempre es el niño. ¿Qué nos quiere decir?
Precisamente, que necesita a un padre y una madre que lo cuiden y lo defiendan.
Seamos entonces el espectador de las demandas de nuestro niño sin apegarnos.
Hagámonos preguntas clave y anotemos cada impresión y respuesta en nuestro
cuaderno con el propósito de elaborar un mapa detallado de nuestras tendencias
y resbalones emocionales. Y… ¡perdamos la vergüenza! Preguntemos a las
personas que mejor nos conocen acerca de nuestras manías, rarezas y apegos.
Recordad que crecemos y evolucionamos a través del reflejo de la convivencia y
no siempre somos conscientes de nuestra conducta.
¿Qué le causa tanto daño a mi niño herido? Quizás el mensajero nos hizo sentir
inseguros…, despertó la debilidad que ocultamos celosamente o se atrevió a
cuestionar nuestra valía. Observemos en profundidad como brota el miedo. ¿Qué
estamos reprimiendo? ¿A qué nos resistimos? Tal vez el mensajero que tanto
rechazo nos genera, se permite vivir desde el capricho, el hedonismo y la
espontaneidad..., y la rabia surge en nosotros como consecuencia de que hemos
prohibido y reprimido esa expresión en nuestra conducta. Nos molesta que el
otro no se reprima como lo hacemos nosotros.
¿Cuáles son mis dolencias? Recordemos que el cuerpo se expresa en forma de
enfermedad cuando algo le duele a la mente y nosotros podemos aprovechar
dicha universidad para identificar cada una de nuestras penas y angustias. Según
la medicina tradicional china y los últimos hallazgos en descodificación
biológica existen emociones que pueden afectar a órganos o determinadas
funciones corporales. Ya se ha dicho aquí. Así que… investiguemos.
¿Cómo me victimizo desde el reproche a mis padres? Un factor importante por
el que un ser humano no logra desarrollarse se debe a la relación psicológica con
su familia. En concreto, con sus progenitores. Todos nuestros pesares, dolores y
angustias por lo general están asociados a la figura paterna y materna. El niño
interior siempre se confecciona con retales de papá y mamá, y siempre anhela su
aprobación. Por eso, es una necesidad deshacer los nudos de nuestro «yo idea» y
desvincularse en el plano psicológico de los padres con firmeza, pero siempre
desde el amor. Es decir, si la liberación no empieza por nosotros, difícilmente
podremos liberarnos de ellos. Esa es la razón por la que considero tan importante
recabar toda la información posible acerca del estado emocional, problemas y
conflictos de nuestros progenitores antes, durante y después de nuestra
concepción. Lise Bourbeau expresó:
«Las heridas no pueden sanarse más que con un perdón verdadero a
nosotros mismos y a nuestros padres».

Cuando nos vivimos como ángel observador, no podemos hacer otra cosa más
que darnos cuenta de las heridas de nuestros progenitores o educadores. Se hace
inevitable entender su fragilidad, su dolor, su debilidad, su máscara y
comprender compasivamente que desde su batalla interior no hallaron una forma
mejor de hacerlo. ¿Cómo habríamos actuado nosotros frente a la misma trampa
emocional que asumieron ellos? Si tenéis la oportunidad de preguntar sutilmente
a vuestros progenitores acerca de sus heridas emocionales, os daréis cuenta del
dolor con el que vienen cargando. Mi herida de traición proviene de mi madre, y
ella la conserva de su padre ya fallecido.
¿Cuáles son los tropezones, tendencias y apegos recurrentes que
experimentamos en el día a día? Seamos conscientes y estudiemos en
profundidad las características y manifestaciones de las heridas emocionales y
anotemos cualquier afinidad que identifiquemos con cada una de ellas. Vayamos
a la emoción. ¿Me siento rechazado, abandonado y a la vez traicionado? ¿Me
obsesiona sentirme útil, servir a los demás y con frecuencia busco situaciones
para humillarme y representar al bufón que no se hace respetar? ¿Me angustio
por encontrar la perfección e imponer mi visión sobre las cosas? ¿Me
desestabilizo cuando penetro en la soledad? ¿Siento un afán desmedido por
controlar todo aquello que rodea mi vida?
Apuntad incluso aquello que no os parezca tan relevante. Es un trabajo diario
en el que se precisa perseverancia, compasión, tolerancia y mucha paciencia.

RESOLVER. Una vez que despertamos, aprendemos a observar, detectamos


tendencias y apegos y, por supuesto, aceptamos y nos comprometemos con el
autoperdón, el siguiente nivel es darle sentido a toda la información recabada
desde una fase de resolución del caos emocional. Es como haber seleccionado
una gran variedad de piezas de un puzle, aunque ignoremos la representación
que pueden formar en su conjunto.
Digamos que el «yo idea» concibe su energía psicológica como un
Frankenstein en el que concurren aspectos como la invariable carga genética del
temperamento, las experiencias dolorosas o heridas, las creencias colectivas
(familiares y propias), etc. Todas ellas acomodan la falsa identidad o el «yo soy
así» absoluto con el que nos identificamos y que defendemos
incondicionalmente. ¿Me seguís?
Desde mi punto de vista, la intrincada e inefable relación del dinamismo de
todos los aspectos contenidos en el «yo idea» suscitan la manifestación de las
cinco heridas que mencioné al principio de esta conferencia. Y a su vez, el grado
de afección de cada una de las heridas y su interrelación conforman un patrón
mental, programación o manera de interpretar el mundo que encaja en mayor o
menor medida con los eneatipos que define el eneagrama de la personalidad. Es
decir, cuando identificamos nuestras heridas además del eneatipo, habremos
encontrado una metodología de trabajo que nos permitirá soltar las limitaciones
del personaje y transitar hacia la parte más luminosa de nuestra esencia.
Recordad que el eneagrama es una herramienta de diagnóstico y orientación.
Aunque para mí supuso un giro radical a la hora de desenmascarar mi
personalidad, que cada uno elija la herramienta con la que mejor resuene.

MISIÓN. Me gusta definir esta fase como el trabajo consciente que debemos
llevar a cabo cada uno de nosotros una vez hayamos transitado por los niveles de
despertar, observación, detección y resolución. El propósito no es otro que el de
trabajar la sanación de nuestras heridas y eneatipo. Veamos un ejemplo
abreviado a través del cual podáis reconocer la orientación de mi misión y
trabajo consciente hasta la fecha.
A estas alturas de la conferencia nadie acoge dudas respecto a que mi herida
principal es la injusticia y mi patrón mental coincide con el eneatipo 1 del
eneagrama. A pesar de que resulta agotador evocar el periodo de la infancia, los
recuerdos que acomodo pertenecen a una niñez agradable, aunque a decir verdad
también predominan los sentimientos de censura, ineficacia, inutilidad y no
haber sido tomado en cuenta. Veamos las primeras creencias-conflicto que puedo
identificar en el dominio «yo idea» y que en realidad manifiestan todos los
aspectos inconscientes que yo mismo «creo ser».
Las primeras sentencias peyorativas son evidentes: «Soy tonto», «soy
insuficiente», «soy invisible», «soy débil». ¿Cuál ha sido la motivación
primordial que impulsaba a mi «yo ideal»? Evidentemente, que los demás no me
vieran así. Por eso aún percibo vestigios de miedo escénico en el momento en el
que me subo a un escenario. El «yo ideal» persigue mostrar la imagen contraria
que sostiene el «yo idea». Por eso mi personaje entra en pánico cuando lo
perciben débil, defectuoso y susceptible de cometer errores. ¿Esta confesión que
hago demuestra que de vez en cuando el personaje toma el control de mi vida?
Así es, no es ningún secreto. Forma parte del proceso de desidentificación. Lo
importante es ser consciente desde la posición de ángel observador.
La exigencia y el «nunca es suficiente» que padecí en mi infancia cristalizaron
en una manera de ver el mundo rígido, inflexible y moralista. Por eso y por otros
aspectos, la motivación que impulsa mi vida es el perfeccionismo. Es más, una
de las creencias dominantes en mi «yo idea» es el «soy imperfecto» y, a pesar
del esfuerzo que pueda exigirme, nada estará suficientemente bien hecho para las
inclinaciones del «yo ideal», ya que para el personaje, perfección es sinónimo de
amor.
La ira soterrada que a veces me sorprende se cimentó desde un sentimiento de
injusticia bloqueado que no supe purificar en la infancia. Cuando dicha emoción
es recurrente, se manifiesta a través de un carácter enfadado y decepcionado
debido a que el «yo idea» custodia el argumento de que el mundo y las personas
que me rodean son injustas e imperfectas. ¿Qué desea la energía impetuosa del
«yo ideal»? Perfeccionar y reformar el mundo, así como a las personas que lo
habitan.
A fin de cuentas, el paradigma de perfección de mi «yo ideal» resulta tan
titánico, que mi personaje prefiere renunciar a necesidades vitales como la salud,
el sentimiento de pertenencia a un grupo o patria, una relación sentimental o la
paz interior, para perseguir infatigablemente las aspiraciones del «yo ideal». Y
vivirse desde este proceder es alejarse de la misma vida.
Cuando me siento bajo la influencia del «yo ideal» percibo en mí una obsesión
casi enfermiza por convencer, tener la razón y decirle a todo el mundo como
deberían ser las cosas bajo mi prisma de perfección y justicia. Asimismo, la
misma inclinación me conduce a la crítica, el dogma, la intolerancia y, en otras
áreas…, al orden, la disciplina, la eficacia y la productividad.
Podría seguir durante horas revelando las trampas de mi personaje, pero creo
que lo expuesto hasta ahora ejemplifica las maniobras entre mi «yo idea» y mi
«yo ideal». Mostraré algunos aspectos del trabajo que yo aplico y que pretenden
sanar comportamientos automáticos:

Observo, siempre observo. Acomodo la visión de vivir nuestra


existencia plenamente hasta descubrir nuestra verdadera identidad
conectada a la trinidad consciencia, amor y energía que formula Antonio
Blay. Todo se transforma cuando dejo de pensar desde el personaje y me
convierto en observador. No es fácil. Es un trabajo que exige confianza
y paciencia. Hago todo lo posible por mantenerme presente y atento con
la intención de articular nuevas respuestas desde la autenticidad de cada
instante presente, controlando asimismo las reacciones automáticas que
salvaguardan el dominio del «yo idea».
Apelo a mi responsabilidad y sano a mi niño interior. En caso contrario
penetraré en los dominios del personaje y en una obsesión cíclica por
eludir el sufrimiento y aliviar mi sentir. Sin embargo, la vida siempre me
traerá la herida de vuelta. Cuando vivo en la trampa del personaje no
puedo ver, sentir ni comprender a los demás de un modo distinto a como
me veo, siento y comprendo a mí mismo.
Me entrego a la tarea de reconocer y hablar con mi niño interior. Yo no
tengo hijos, pero desde que decidí sanarme tengo un pequeño Raymon.
Yo mismo a la edad de cinco años. Mi niño necesita ser comprendido,
tranquilizado y orientado sin juicio ni rencor. De alguna manera intento
convertirme en su mamá y su papá. No para sucumbir a los arrebatos
exigentes de mi niño herido, sino para aliviar su sentir marginado y
establecer unos límites amorosamente. Así que cuando brota el enfado,
la rabia o el sufrimiento en mí, hablo con él. Lo acompaño a un lugar
que me transmita paz, por ejemplo, un precioso y armonioso jardín.
Entonces le pregunto: ¿Qué te sucede? ¿Qué te causa tanto daño? ¿Qué
necesitas para aliviar tu frustración? Y termino con la pregunta que más
luz aporta a la herida: ¿Qué no estás aceptando?
Me esfuerzo por que la situación no me desborde emocionalmente. Es
parte inherente al ser humano que las emociones broten arbitrariamente.
La importancia reside en qué hacer con ellas. Intento vencer las
resistencias, perdonarme, aceptarme en lo pequeño y en lo grande, y
desidentificarme de las creencias nocivas del «yo idea». No es fácil
amar mi parte imperfecta, soy consciente, pero no existe otro camino.
Porque sostener la culpabilidad dificulta el tránsito hacia el perdón.
Considero una prioridad mirar de frente al dolor, traer la experiencia
arquetípica y aceptarla a pesar de la angustia que pueda experimentar.
La observo sin reacción ni huida. Hasta que no la viva hasta el fondo y
sin juicio esta permanecerá bloqueada. Cuando tratas al dolor con una
mirada de amor, este se rinde y se deja abrazar. Antonio Blay expresó:

«Todo trauma viene de una experiencia reprimida que no se


vivió hasta el final. El ideal es pasarla al consciente y vivirla
hasta el final para aceptarla y transcenderla».

Uno de los hábitos que más contribuyeron a mi sanación tuvo que ver
con el reconocimiento de mis vulnerabilidades para poder expresarlas
sin reprimirlas. Y esta conferencia procura ser un ejercicio que predica
con el ejemplo. No me resultó fácil porque mi herida de traición evitaba
mostrar mi parte vulnerable por miedo a que los demás me controlasen.
Aun así, hasta que no asumí mis debilidades no encontré paz en mi
interior, ya que me resistía a aceptar lo feo y lo bello de la polaridad. Me
gusta nombrarlo como «desnudo emocional». Cuando comencé a
mostrarme y a creer en mí tal y como realmente era, aceptando con
amor cada una de mis debilidades, conseguí aliviar sustancialmente el
peso con el que cargaba.
Creedme, fingir y reprimir una conducta derrocha mucha energía,
además de provocar un sinfín de enfermedades en el organismo. Una de
las grandezas que elevan al ser humano nace de esta aceptación. Así que
no es importante si al tener un resbalón conductual lo expresamos en
voz alta. Yo a veces exclamo desde una mirada compasiva: «¡Ya sale a
pasear mi reformador preferido!». Identificar cuando actúas desde la
traición o desde la injusticia, y poder reírte de ello, es un síntoma de
inmensa evolución. El humor suele ser un buen antídoto contra la
enfermedad.
Y, por supuesto, habrá días que perderás el poder como observador y
harás daño a tus semejantes. Doy fe de ello. No obstante, concédete el
derecho a resbalar, a sentir ira, tristeza, decepción. El personaje es más
viejo y atesora más experiencia que tu nuevo «yo». Habrá días buenos y
días malos. A veces tiene que llover dentro de nosotros para que
determinadas raíces florezcan. Así que, perdónate, es parte del proceso
de sanación.
He recorrido mucha vida creyendo en la validez de las sentencias
nocivas de mi «yo idea», pero son falsas. Yo no soy eso. Cuando tomo
conciencia, y me permito soltar cada uno de los apegos tóxicos que me
someten, también suelto los apegos que me esclavizan al exterior y que
mitigan la falta de amor de mi niño herido. El día que reconoces que has
salido de la trampa, aunque sea solo un momento, la víctima desaparece
y ya no necesitas buscar culpables fuera. Te das cuenta a un nivel
profundo que el mundo es todo lo perfecto que puede llegar a ser, y que
nadie conspira en contra de tu felicidad. Por consiguiente, el amor a uno
mismo ya no vendrá del éxito profesional, del dinero que acumules, de
aquello que puedas comprar o de la reputación que te hayas podido
granjear. La vida florece cuando dejas de responsabilizar a los demás de
tu infelicidad.
Como sintetiza Antonio Blay:

«Mientras creas que los demás tienen que darte algo para ser
feliz, siempre buscarás una manipulación, seducción o una
estrategia para obtener afecto, amor y energía de los demás».

Cuando deshaces los nudos del «yo idea», una densa neblina se
desvanece y el amor se desvela. Entonces, la energía que antes
destinábamos a manipular el exterior, ahora estará disponible para
sobrevolar nuestro arcoíris interior.
Cada uno debe asumir sus heridas y su particular tránsito hacia la
sanación. Mi trabajo en concreto aspira a una forma de estar desde el
fluir. Soltar los «tengo y debo» que responden a las obligaciones y
deberes que se atribuye mi niño herido e intentar aportar más diversión,
humor, gozo y placer a mi vida. Aceptar el hecho de que la perfección
no existe, que la injusticia es un invento de la humanidad, y que todo
persigue un orden perfecto administrado por la ley de la impermanencia.
Sin la cárcel de la perfección y la justicia, la ira, otro de mis grandes
lastres, comienza su particular metamorfosis hacia un destino llamado
serenidad. Es un hecho que puedo constatar:

«La paz conquista tu corazón cuando dejas de darte


importancia».
13

SANAR DESDE EL APRENDIZAJE


DE LA EMOCIÓN
Cuéntaselo a tu corazón, no a tu mente

Os estaréis preguntando que todo lo dicho suena muy emocionante al oído. Pero
muchos no notaréis la diferencia entre el mensaje que yo propongo y las típicas
frases persuasivas que se pueden subrayar en los libros de autoayuda. ¿Es así?
Muchos pensaréis, ¿pero cómo perdonarme además de amar todas mis
imperfecciones? ¿Cómo desidentificarse de las creencias del «yo idea» y vivir el
trauma primario hasta las últimas consecuencias? ¿De qué manera soluciono las
frustraciones de mi niña interior? ¿Cómo me empodero? ¿Cómo conecto con mi
amor interior?
Es cierto. Aunque ya he enunciado algunas claves prácticas, falta bajar a tierra
toda esta intelectualización. Es necesario poner en el centro de la disertación un
factor de vital importancia que aprendí durante mi experiencia de viajes y
proyectos. Confieso que durante muchos años vagué por las aristas y recodos de
la filosofía, la psicología, la sociología, la antropología, la historia y la
espiritualidad. Sin embargo, solo encontré victorias efímeras y tramas
inconsistentes de conocimiento, teorías e inspiración. El secreto que revolucionó
mi forma de consolidar toda la información que manejaba se llama «exposición
emocional».
Veamos. Metafóricamente hablando, el inconsciente funciona como un
continente y el consciente como un país. Sería algo así como imaginar la escasa
información compartida entre la Unión Europea y España. La primera, casi
nueve veces más grande que la segunda. De alguna forma, solo podríamos
acceder a la cultura europea desde un proceso de aceptación e integración entre
esta y la cultura española. Luego, cuando vivimos como observadores y
penetramos en la psicología del mundo inconsciente, se produce una especie de
guiño entre el (país) consciente y el (continente) inconsciente, y la
independencia se rompe fusionando información. El inconsciente debe percibir
que sentimos especial interés por descifrar su sentir y dialogar con él, porque si
por alguna razón nota que lo rechazamos, este se sentirá como el niño marginado
que es. De esta forma, todo aquello que observemos y experimentemos
«emocionalmente» de manera consciente podrá ser trascendido.
¿Qué sabéis del poder de la emoción?
Es un hecho indudable que el ser humano aprende gracias a los favores de la
atención emocional. Por eso la emoción actúa como un catalizador del recuerdo
y el aprendizaje. Podemos olvidar aquello que almorzamos ayer o incluso la ropa
que vestíamos, pero será difícil que olvidemos el día de nuestro primer beso de
amor, el lugar del encuentro, las mariposas revoloteando en nuestro estómago, el
perfume de nuestro enamorado, sus halagos, caricias y atenciones.

«Toda experiencia que acontece acompañada de una vibración


emocional de alto impacto, nunca se olvida».

Hasta los gobernantes y responsables educativos saben que los estudiantes más
jóvenes aprenden por atención emocional y no a través de una educación
bulímica que se fundamenta en engullir contenidos que se memorizan para poco
después ser vomitados en un examen. La memorización es efímera, la emoción
es eterna. Nadie ignora que la actitud de un profesor, su talento para arrancarnos
una sonrisa, su habilidad para colorear nuestro ánimo y transmitir sus
explicaciones, podrían hacernos amar las asignaturas más soporíferas.
Asimismo, las experiencias traumáticas, como nos ocurre a todos en la
infancia, también dejan una huella emocional imborrable en nuestra psique. El
atentado del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas en Nueva York,
supuso un acontecimiento de alto impacto emocional para toda la humanidad.
Los medios de comunicación a lo largo y ancho del globo difundieron imágenes
que amenazaban directamente nuestros anhelos de supervivencia y reproducción,
es decir, se produjo un ataque frontal al cerebro límbico y reptiliano.
Experiencias traumáticas como estas inducen a la segregación de la hormona del
miedo y del estrés (el cortisol), y producen lo que yo llamo una huella emocional
o tatuaje experiencial.
Existen estadísticas contundentes. En el 2001 la tasa de nacimiento de
Manhattan era menor de un 4 %. Años después del ataque a las torres gemelas,
en el 2003 y 2004, dicha tasa se disparó al 26 %. Todo lo explica el cortisol y la
oxitocina, pues cuando una especie se encuentra amenazada y crea una certeza
para la mente, se despierta el instinto de supervivencia y reproducción.
Aprendizaje y emoción son indisolubles. Los estudios de neuroimagen parecen
confirmar que aprendemos y recordamos aquello que nos deleita y apasiona.
Cuando la alegría, la curiosidad y el estímulo secundan nuestras acciones se
produce una chispa neuronal que recorre y enciende todo nuestro cerebro como
un árbol de Navidad.
No me preguntéis por alguna situación significativa de mis últimos cuatro años
como profesional informático porque apenas guardo recuerdos significativos.
¡Miento! Recuerdo afinadamente todos los detalles del día en el que dimití, al
igual que la profunda liberación que recorrió todo mi cuerpo. ¡Ahora sí!
Preguntadme por cada uno de los días en los que atravesé en bicicleta el
altiplano boliviano a 4 500 metros de altura, y os diré cada uno de los puntos de
abastecimiento de agua que tenía la ruta o los días en los que sufrí insomnio a
consecuencia de la altitud. Sin duda, la memoria es hija de la emoción.
Adónde pretendo llegar con toda esta disertación. Precisemos. Cuando como
observador te «expones» a una situación de alto impacto emocional en la que
interviene la motivación y la atención, las huellas emocionales resultantes (estas
pueden ser por dolor o por placer) son las responsables de reprogramar las
creencias y respuestas inconscientes que permanecen imborrables en el dominio
del «yo idea». ¿Y cómo sucede esto? Es muy sencillo. Se produce una
«neutralización» de creencias. Os pongo un ejemplo:
Cuando escribí y publiqué Llévame de viaje, la iniciativa supuso para mí una
experiencia de alto impacto emocional. No solo me sentía orgulloso de mi
trabajo, sino que además contaba con las buenas críticas obtenidas, los mensajes
de agradecimiento y el valor que estaba aportando a miles de lectores. Todo ello
me condujo a un estado de conmoción que me llenó de confianza, alta estima y
claridad mental. Es decir, probablemente las creencias «soy invisible» o «soy un
ignorante» que celosamente archivo en mi dominio «yo idea» no desaparecieron
del inconsciente, pero afortunadamente tomaron otra posición menos relevante
dentro del dominio. Sería algo así como si quedasen neutralizadas por otras
creencias más relevantes y positivas, y desde ese momento dejasen de estorbar al
ser desplazadas a un espacio que no cautivaba la atención de mi niño interior.
¿Me seguís? La creencia no desaparece, pero pierde su orden de prioridad y, por
ende, su poder.
Lo importante de esta revelación es que comprendamos cómo se pueden
neutralizar respuestas automáticas insanas por otras más esperanzadoras y
saludables. La autoestima y confianza que conseguí cultivar con la publicación
del libro quizás no representase un cambio sustancial en las creencias del «yo
idea». Pero advertid que, como sucede realmente en mi caso particular, cuando
repites en el tiempo estas experiencias de «exposición emocional», cada una de
ellas realiza su pequeña contribución a la neutralización de creencias antiguas.
No os podría decir con exactitud la cantidad de experiencias que he vivido en los
últimos quince años que han contribuido a expandir mi autoestima y confianza y,
por ende, mi actitud.

«No puedes esperar a que el mundo exterior te conceda la autoestima


porque funciona precisamente al revés. Construye una autoestima
sana y cambiarás el mundo que ves».
De hecho, los viajes en bicicleta representan una fuente inagotable de
situaciones que fomentan la «exposición de alto impacto emocional» y han
supuesto una ingente ayuda a la hora de reprogramar las creencias de mi «yo
idea».
Si tus heridas son la injusticia y la traición, emprende un viaje en bicicleta y
verás lo que la incertidumbre y el exceso de presente harán con tu
perfeccionismo y tus ansias de controlar todo. ¡Los atropellará! ¡Arruinará su
energía! ¿Os imagináis cruzar durante meses el archipiélago indonesio? ¡No
tienes escapatoria! Te enfrentas a otro idioma, otros horarios, normas, códigos,
costumbres, creencias…, todo diferente. Por mucho que te esfuerces, no hallarás
la perfección en nada porque dedicarás todo tu tiempo a resolver los
innumerables desafíos e inconvenientes del día. No podrás prever el futuro
porque no tendrás el control ni para saber aquello que sucederá en los próximos
cinco minutos. ¿Dónde comerás? ¿Qué comerás? ¿A quién conocerás?
¿Recibirás una grata hospitalidad o dormirás bajo un impresionante manto de
estrellas?
Te encuentras fuera de tu zona de confort. Estás en manos de los caprichos del
universo. Es una completa adaptación «emocional» a un contexto impermanente
en el que reina la anarquía. Tienes que aprender a vivir seguro en la inseguridad
y a encontrar certezas en la incertidumbre. Aunque no lo creamos, la inseguridad
y la incertidumbre son los mejores lugares desde donde crear. Debemos
rendirnos, dejarnos fluir, hidratar la mente y agradecer todo aquello que el viaje
nos brinda. Las huellas emocionales harán el resto.
Todo es una cuestión de superar nuestros propios límites. ¿Sabéis cómo se
corrigió mi miedo a la soledad? Precisamente, al pasar incontables días integrado
en la soledad y el silencio. El miedo a la inseguridad y a dormir solo en una
tienda de campaña se diluyeron después de pasar cientos de noches
exponiéndome a la situación. La percepción de que el mundo es peligroso y la
gente es malvada perdió toda su fuerza cuando recorrí decenas de países, recibí
la exquisita hospitalidad de un sinfín de culturas y conviví con personas
extraordinarias en numerosos proyectos de cooperación al desarrollo. El miedo a
vivir con apenas dinero deja de ser un problema cuando lo aceptas y te adaptas
diariamente a lo que tienes. Es lo que yo llamo «muerte del miedo y nacimiento
de una certeza».

«¿Quieres reprogramar tu inconsciente? Dos claves: exposición


emocional y repetición».

¿Y en el plano social y alejado de los viajes? El miedo a perder el trabajo se


esfuma cuando te resuelves a dejar un trabajo, te reinventas y emprendes una
nueva aventura profesional. El miedo a afrontar que tu entorno cercano te
rechace desaparece cuando le concedes el tiempo para que abracen la nueva
versión de ti mismo. El miedo a que fracase tu relación sentimental se supera
cuando entiendes que la vida es un hola, un adiós y un agradecimiento. El miedo
a la muerte se desvanece cuando renuncias al control y el afán de seguridad. Así
que, abracemos el cambio. El miedo se desdibuja cuando te atreves a cerrar las
puertas del pasado y te das cuenta que la vida siempre tiene cosas maravillosas
para ti. Creedme, la lista es interminable.
Vincent Van Gogh se expresó de esta forma tan contundente:

«Si escuchas una voz en tu interior que te dice que no puedes pintar,
entonces ¡pinta! y esa voz se callará».

Todos estos desafíos de alto impacto emocional repetidos en el tiempo no solo


crearon nuevos hábitos y recorridos neuronales en mi tejido cerebral, sino que
fueron los responsables de concebir nuevas huellas emocionales que
neutralizaron cada una de las creencias que alberga mi dominio «yo idea». En
realidad, nuestra mente no pierde su cualidad adictiva, sino que sustituye
adicciones nocivas por otras más beneficiosas. Digamos que es la manera de
actualizar la información obsoleta del software inconsciente que resultó útil para
la infancia, pero que ya no favorece al nuevo estado de la conciencia.
Lo significativo de afrontar estos desafíos obedece al hecho de intentar vivir
cada una de nuestras acciones conscientemente. ¿Desde dónde lo hacemos? ¡Esa
es la pregunta clave! ¡Ahí radica lo verdaderamente importante! No es lo mismo
dejarse llevar por el piloto automático del personaje, que se impulsa desde el «yo
ideal» y persigue una forma de acción para demostrar superioridad a los demás e
imponer su verdad, que comprometerse con la acción desde el «yo experiencia»
del ángel observador, y experimentar el gozo de edificar una auténtica identidad
«sin apego».
Por desgracia, nos hemos acostumbrado a transformar nuestras vidas
delegando y confiando en una bibliografía esnob, cursos y charlas virtuales.
Coleccionamos excesivos conocimientos y exiguas experiencias. Somos una
sociedad encerrada al otro lado de la pantalla que consume la creatividad de los
artistas, los logros de los deportistas, las hazañas de los viajeros y la
espiritualidad de una élite consagrada. ¿No deberíamos evitar esta masturbación
intelectual en la que vivimos y empezar a escribir, a cantar, a subir montañas, a
viajar en bici y a convertirnos en Budas? El conocimiento desde el sillón no nos
convierte en el protagonista de nuestra vida. Damos por hecho que alimentando
el 5 % de nuestro cerebro consciente podemos alterar la compleja e intrincada
maquinaria emocional e instintiva del cerebro inconsciente.
Pues traigo malas noticias. La lectura así como la formación en general, por
citar dos ejemplos, resultan insuficientes. Indudablemente representan un acicate
de incalculable valor, porque orientan, motivan e inspiran; sin embargo, se
podrían comparar con la delicadeza y fugacidad de un perfume. En pocos días
perderán su fragancia y se desvanecerán por completo. No me entendáis mal. El
conocimiento así como la inspiración son esenciales en un proceso de
transformación, pero sin el compromiso de la acción, no habrá metamorfosis.
Insisto. No te transforma aquello que sabes o piensas, te transforma lo que
experimentas a través de una vibración de alto impacto emocional. O dicho de
otro modo:
«Cuéntaselo a las 80 000 neuronas de tu corazón, no a tu mente
racional».

Es esencial que entendamos este matiz que consiguió revolucionar mi manera


de desarrollarme como persona. Lo dije antes, y lo vuelvo a reiterar ahora: «Para
convencer al inconsciente se precisa de una emoción, no de un pensamiento». Es
primordial que pongamos el conocimiento al servicio de la emoción. Para que
nos entendamos, el dominio del «yo idea» se ubica en una zona del cerebro tan
primitivo como lo es el cerebro instintivo o reptiliano, y este no responde bien a
la información que deriva de la lectura, la escritura o la escucha, acciones
blandas más convenientes para el cerebro neocórtex o racional. De hecho, el
cerebro reptiliano considera estas acciones blandas superficiales e irrelevantes.
Su estimulación responde precisamente a las emociones significativas que
emanan de la práctica y el movimiento. Es decir, el dominio «yo idea» se
estimula con la acción y la repetición.

«No podemos cortejar y seducir al cerebro reptiliano si no es a través


del cerebro límbico. Por eso para convencer, necesitamos emocionar».

Seguramente ahora podáis entender mejor la pregunta que formulé al comenzar


esta conferencia: ¿Quién tutela nuestra vida? ¿Por qué sabemos todo aquello que
es bueno para nosotros desde un plano consciente y, en cambio, actuamos en
contra de nosotros mismos? La respuesta ya se ha contestado: vivimos
subordinados a las órdenes y mandatos del inconsciente.
He conocido a no pocos intelectuales que se jactaban de haber leído cientos de
libros y acumular un saber incalculable en el ámbito del desarrollo de las
humanidades, ahora bien, ninguno de ellos consiguió transformar su vida. ¿Por
qué? Porque les faltó lo más importante: no aplicaron dichos conocimientos.
Otros, sin embargo, se leyeron apenas unos pocos libros, se comprometieron con
la acción, y lograron desde la pasión experiencias de alto impacto para crear
nuevas huellas emocionales, reprogramar el inconsciente y transformar sus
vidas.
Rescato para esta ocasión una cita de Frida Kahlo:

«Quiero hechos, no palabras. Si quiero palabras, me leo un libro».

Es significativo que las creencias más arraigadas que amparaba a mis treinta y
dos años, justo antes de proceder a la ruptura de mi vida, mudaron radicalmente
a través de los viajes y los proyectos humanitarios. Recuerdo como si fuese hoy
mismo mi apolillada manera de pensar, mis creencias limitantes de tintes racistas
y desconsideradas, mi rigidez, intolerancia y falta de empatía. El viaje es mágico
cuando aprendes a soltar tus creencias en favor de nueva información. Porque si
te resistes a liberar «aquello que crees ser», es decir, tu falsa identidad, es difícil
ver todo lo que la vida te ofrece. La «exposición emocional» posee la cualidad
de neutralizar el dogma y la desconfianza a favor de certezas indelebles que nos
alejan del miedo.

«La vida es maravillosa cuando, como observador consciente,


comienzas a cuestionar tus creencias y soltar tu falsa identidad».

Insisto en lo expresado con anterioridad. Precisamos la certeza del «necesitar»


y «desear» primero, y del «querer» después. El «querer» nace de la mente
consciente, pero hasta que en el inconsciente no exista una «certeza» que se
encuentre alineada con el «querer», no habrá comprensión real y sentido de
coherencia entre el pensar, el sentir y el hacer. Eso explica por qué el ser humano
no es capaz de corregir su miserable vida hasta que no sufre un tortazo
emocional a través de una enfermedad, un accidente o una muerte.
Al huir de mis heridas sembré mi existencia en un viaje interior a ningún lugar.
Y cuando florecí con el transcurso de los años, descubrí que todo lo llevaba
dentro, ya que yo mismo era una semilla y no lo sabía. Doy fe de una manera
incontestable de que podemos convertir el amor propio, la confianza y la
claridad mental en férreas convicciones que impulsen nuestra vida.
Quien se haya leído Llévame de viaje, mi primera novela, puede atestiguar que
el viaje en bicicleta de Valeria por Indonesia es una apología de la observación,
el cuestionamiento de creencias, la exposición emocional, el compromiso con la
acción y la generación de nuevos hábitos. Es una aventura al interior de su
feminidad para autodescubrirse y reprogramar creencias desde la poesía de la
experiencia. Simboliza la metamorfosis que experimenta una oruga que
desconoce que puede volar hacia una nueva identidad como mariposa.
Y para completar este bloque rescato de la memoria la magistral frase de
Virgilio:

«Pueden porque creen que pueden».

Notad que no dice «saben», sino «creen». Porque el creer emana de una certeza
que se consolida desde una emoción, y la emoción siempre es el motor de la
acción.

Recapitulemos:

Todo el malestar que sufre la humanidad nace de la herida de


separación que experimenta cada individuo al percibirse traicionado
por sus progenitores o educadores. No recibimos amor por quiénes
somos, sino por cómo nos adaptamos al marco social. Y la pleitesía a
esta normativa oficial y pública promueve la máscara o personaje que
inventamos como estrategia para relacionarnos con el mundo.
Cualquier información recibida con dolor del tipo «soy insuficiente»,
«no valgo», «soy torpe», será esculpida en el dominio «yo idea». Es la
identificación con esta programación la que nos alejará de nuestra
verdadera esencia, puesto que no somos aquello que contiene el «yo
idea».
El inconsciente creará otro dominio llamado «yo ideal» como
mecanismo automático para resolver las angustias del «yo idea»,
mitigar las heridas originadas y encontrar la cuota de amor perdido en
la infancia. Es lo que conocemos como propósito obsesivo del
personaje.
La trampa inconsciente en la que vive el ser humano radica en vivirse e
identificarse con las heridas del dominio «yo idea», ya que fueron
instaladas sin nuestro consentimiento creando una falsa identidad que
gobierna nuestras vidas. Por consiguiente, el ser humano jamás
alcanzará la libertad manteniendo el juego inconsciente entre el «yo
idea» y el «yo ideal».
Realizarse y ser libre como persona, por tanto, tiene que ver con
descubrir la fantasía mental y el error de identificación desde donde se
vive.
La identificación o apego a la programación del «yo ideal» explica la
frustración que sentimos al observar la realidad, la dificultad para
encontrar un propósito de vida, la incapacidad para desapegarnos de un
mundo transitorio, y lo lejos que estamos de amarnos, ser agradecidos,
perdonarnos y entender la salud como una entidad holística.
Las fases del desarrollo de la sanación son cinco: despertar, observar,
detectar, resolver y articular una misión. Estas cinco etapas conforman
un marco de trabajo que pretende averiguar las heridas y el patrón
mental que arrastramos con el propósito de implementar un trabajo
consciente que nos ayude paulatinamente a sanarnos a través de la
comprensión.
Las claves para trabajar la «misión» radican en vivir el presente desde
la observación consciente; intentar desidentificarnos del dominio «yo
idea»; dialogar con nuestro niño interior; traer al presente la
experiencia de dolor primaria; y neutralizar las creencias limitantes de
nuestro patrón mental a través de experiencias de alto impacto
emocional hasta perfilar gradualmente una nueva identidad.
Debemos concebir contextos de vida (no tienen por qué ser a través de
un viaje en bicicleta) que resulten una fuente inagotable de situaciones
que fomenten la «exposición de alto impacto emocional», abracen
nuestros miedos, y supongan una mejora transcendental a la hora de
reprogramar las creencias del «yo idea».
Todo desafío que evolucione en forma de hábito o de acción, que se
repita en el tiempo y represente una vibración de alto impacto
emocional, posibilitará la creación de nuevas huellas emocionales
capaces de neutralizar las creencias más arraigadas.
Lo importante de la «exposición emocional» es ser consciente del
«desde dónde» opera. No es lo mismo experimentarse desde el
personaje que desde el ángel observador.
El conocimiento así como la inspiración son esenciales en un proceso
de cambio, pero sin el compromiso de la acción, no hay
transformación. La transformación no surge de aquello que
intelectualizamos, sino que emana a partir de una conmoción de alto
impacto emocional. Es decir, se trata de incentivar el poder de los
hechos frente a la volatilidad de las palabras.

Turno de preguntas:

Es difícil llegar a este conocimiento y no compartirlo. ¿Cómo explicarles a


los demás que viven en una trampa y están equivocados?

¿Y quién posee la verdad? Cada uno libra su propia batalla y su propio proceso.
Cuando hallamos una brizna de verdad en nuestra vida es frecuente intentar
imponerla a los demás. De hecho, salimos eufóricos de este tipo de charlas e
inmediatamente intentamos evangelizar la vida de nuestra pareja, amigos,
familiares, etc. No hagamos eso. Debemos respetar los procesos y el momento
vital de cada persona. Dejemos de estorbar y empecemos a comprender.
Como bien señaló Hipócrates: «Antes de curar a alguien, pregúntale si está
dispuesto a renunciar a las cosas que lo enfermaron». ¿Nos han pedido ayuda?
¿Está en búsqueda la persona que solicita dicha ayuda? ¿Cómo sabemos que el
otro realmente quiere cambiar y no alberga un miedo inconsciente a liberarse?
Como mencioné con anterioridad, normalmente ayudamos para aliviar nuestras
angustias sin caer en la cuenta de que interrumpimos los procesos de aprendizaje
de las personas, ya que siempre buscamos una recompensa inconsciente.
Aunque atesoremos la capacidad para sanar: ¿Es correcto interferir en el
proceso de aprendizaje que la vida articuló para corregir los resbalones de una
persona? ¿Es lícito que evitemos en el otro los bastonazos que tiene la vida
preparados para que este aprenda una lección?
No digo que no ayudemos, pero a ser posible que sea a personas despiertas, y
siempre desde el acompañamiento, la sugerencia y la no intervención.

Has mencionado la forma en la que utilizaste los viajes en bicicleta y los


proyectos humanitarios para neutralizar determinadas creencias y
reprogramar el inconsciente. Pero ¿cómo generar una emoción de alto
impacto para corregir las conductas de una herida de rechazo o abandono?

Sospecho que no tenemos otro camino que apelar a la creatividad y exponernos


emocionalmente en el escenario donde se manifiesta la herida. Si como
observador nos damos cuenta de los traspiés que cometemos, penetremos en
ellos desde el autoperdón y afrontemos emociones que seguramente nos
causarán miedo e incertidumbre, pero que con toda seguridad nos llevarán a
resultados que nos dejarán con la boca abierta. La receta de Lise Bourbeau:

«Vivir las experiencias una y otra vez hasta que podamos aceptarlas y
amarnos a través de ellas».

Las personas dependientes que sufren de la herida de abandono a menudo


eluden los problemas de pareja por miedo a que los abandonen. Prefieren fingir
que nada ocurre a percibirse solos, recuperar el amor que cedieron y exponer sus
necesidades. Se cuelgan literalmente de sus parejas y buscan en todo momento
complacerles en detrimento de ellos mismos. Se olvidan de sus hobbies y acaban
por consumir las aficiones de su pareja a pesar de aborrecerlas. Sin embargo,
estas personas deberían preguntarse por qué abusan de determinadas conductas.
¿Actúo así para que me quieran y no me abandonen? Si la respuesta es sí,
entonces no fluyes desde el amor, sino que lo haces desde el miedo y con la
única voluntad de evitar la soledad ¿Cómo nos exponemos emocionalmente a la
situación? Desde el ritmo de cada uno, debemos armarnos de valor e intentar
recuperar la cesión de poder que le otorgamos a nuestra pareja. Sentarnos junto a
él o ella y exponer las situaciones que no funcionan o te perjudican, además de
intentar llegar a una solución o acuerdo más equilibrado. Naturalmente que
existe la posibilidad de que te abandonen, pero si tu pareja se marcha por no
asumir un conflicto, es que no deseaba estar a tu lado. Exponerse
emocionalmente es aceptar que en el caso de quedarnos solos, podremos
levantarnos, aprender la lección y seguir adelante. Porque amar no significa
simbiosis, sino reconocer toda la luz que hay en ti.
Una persona con la herida de rechazo por lo general se aísla y se refugia en
soledad, ya que si recibe mucha atención se descoloca y se siente incómoda.
Estas personas no suelen hablar porque consideran que no tienen nada
interesante que decir. Veamos algunos ejemplos.
Una persona que padece esta herida normalmente sostiene la creencia de que
no es digna de ser amada, por eso cuando llega a su vida una pareja que
verdaderamente desea brindarle amor, se genera en la persona rechazada un
sentimiento de desconfianza que le servirá de excusa para renunciar a la
relación. Por consiguiente, es necesario que estas personas acepten la herida y se
expongan a dicha desconfianza.
Otro ejemplo. A una persona que se siente rechazada le resulta difícil creer que
ha sido invitada a una celebración importante y, de hecho, cuando asiste,
intentará inconscientemente sabotear la experiencia temiendo que la relación con
los otros le provoque pánico o parálisis. ¿Cómo nos exponemos emocionalmente
a la situación? Pues haciendo todo lo posible por no huir y encontrar la manera
de interaccionar con otras personas para expresar nuestras apreciaciones sinceras
sobre la temática en cuestión. No es fácil, pero debemos confiar en la práctica.
Hablo desde mi experiencia porque el rechazo es una de mis heridas nucleares.
Así es, la herida de injusticia siempre oculta el rechazo.
Una persona con una herida dominante de traición que conviva con alguien
que padece una herida de abandono puede llegar a ser tremendamente cruel. La
herida de traición rechaza inconscientemente la debilidad y sumisión de su
pareja. No las soporta. Así que le mostrará repetidamente sus errores,
amonestando sus conductas y demostrándole constantemente como debería
haber hecho las cosas. El controlador hará que su pareja se sienta desvalorizada
y tenga que decidir entre marcharse de su lado o permanecer en la relación
aborreciendo a su carcelero. La herida de traición busca en última instancia
controlar y manipular para evitar ser traicionado. ¿Cómo exponerse
emocionalmente a esta situación? Pues experimentando que la traición solo
convive en el programa inconsciente de nuestra mente. Debemos desnudarnos,
soltar nuestra fortaleza impostada, compartir nuestra parte más vulnerable, así
como nuestro miedo a ser traicionados y abandonados. Igualmente, liberarnos
del control, comprender el vacío de amor que sufre nuestra pareja y permitir que
sea ella misma. No es fácil, pero hay que dejar que la exposición emocional haga
su trabajo.
Pienso que estos ejemplos se pueden extrapolar al resto de heridas emocionales
y su ingente variedad de conductas inconscientes. Por tanto, que cada persona lo
aplique en su contexto de sanación. Lo interesante a destacar aquí es advertir la
capacidad de reconocer el papel que juega el ángel observador en esta
exposición emocional. A fin de cuentas, observar es salirse de los automatismos
del personaje y afrontar cada situación sin juicio ni condena advirtiendo cómo se
desarrollan los hechos y los sorprendentes resultados. Os aseguro que si generáis
un hábito para cada uno de vuestros tropiezos conductuales, descubriréis una de
las maneras más efectivas de neutralizar creencias y transformar vuestra
realidad.

¿Cómo es eso de traer al presente la experiencia de dolor arquetípica y


vivirla hasta el final para aceptarla e integrarla?

Veamos. Posiblemente el mayor miedo de mi patrón mental tenga que ver con
sufrir rechazo. Mi personaje entra en pánico si comete errores o lo perciben
corrupto, deshonesto o defectuoso. Esa es la razón por la que durante años me
aterró la idea de exhibirme en público con la intención de exponer una temática.
¿Qué quiere decir vivir el dolor primigenio hasta el final? Pues precisamente
sufrir ese rechazo, sentirte ridículo, defectuoso, y darte cuenta como observador
que no es tan grave como lo registró tu «yo idea» en la infancia.
En muchas conferencias me he quedado en blanco y he perdido el hilo del
argumento. En audiencias menores, el tartamudeo o la flojera de piernas
descubrían visiblemente mis inseguridades. Y también rememoro puestas en
escena en las que no encontré una respuesta que gratificase las preguntas del
público. ¿Qué sucedió? ¡Nada! ¡Absolutamente nada! Probablemente, parte del
público se fue descontento, pero la mayor parte de la audiencia, lejos de
rechazarme o ningunearme, me felicitó y valoró el aprendizaje de la exposición.
Por alguna razón que yo no esperaba, obviaron los errores que supuestamente
eran tan importantes para mi «yo idea». Por lo tanto, el secreto reside en integrar
las polaridades. Vivir hasta el final la experiencia traumática es precisamente
aceptar lo grande y lo pequeño que convive en nosotros, pues la equivocación es
parte de la vida. Quedaos con esta frase:

«Tenemos que aceptarnos desde el corazón, no desde la mente».

Aceptar no es dialogar con nuestro consciente para convencerle. Esa actitud


solo persigue victorias efímeras. Es imprescindible «sentir» dicha aceptación
desde la emoción para alcanzar la dimensión inconsciente y consolidar la
integración de la herida o el trauma. De ahí la importancia de la exposición
emocional.

¿Y si el miedo es tan paralizador que alguien no puede afrontar el desafío de


comprometerse con la acción y enfrentar las creencias del «yo idea»?

Presiento que te imaginas mi respuesta, ¿no es así? Voy a aprovechar la


coyuntura para hacer una reflexión.
Si te respondiese desde mi personaje, te diría que solo la acción te impulsará
hacia la victoria, y además intentaría convencerte para que sacaras fuerzas y te
enfrentaras a tus creencias paralizantes. Pero, fijaos. Una persona que sufre mis
heridas y no las ha sanado, interpreta la falta de valor de los demás como una
traición o un acto de imperfección. Es decir, inconscientemente no tolera la
inseguridad y cobardía de aquellos que no cumplen con sus compromisos. Piensa
que si él pudo ejercer la responsabilidad y el esfuerzo, los demás también podrán
hacerlo. ¡Error! Porque las heridas y las motivaciones son diferentes.

«Para un eneatipo 1 es muy fácil hablar de toma de acción,


independencia emocional, desapego y gestión del miedo».

Nada es tan fácil como parece; el miedo pesa diferente en cada patrón mental.
Por eso debemos tener especial cuidado a la hora de leer a determinados autores
expertos en desarrollo personal, por supuesto, me incluyo. Ignoramos sus heridas
y desde donde exponen. Y muchas veces provocan más conflictos que
beneficios.
Volviendo a tu pregunta: ¿Cuál es mi respuesta como observador? Te diría que
el universo no comete errores. Que en realidad te encuentras en el lugar que
debes estar. Por lo tanto, tu evolución así como las circunstancias que rodean tu
vida todavía son las perfectas, pero aún no son las propicias para que afrontes
con determinación el desafío que te propones. ¿Qué hacer entonces? Pues...,
perdonarte y aceptar el punto de desarrollo en el que estás. No te exijas. Acepta
que tienes miedo y todavía te encuentras inmerso en un proceso que se está
edificando. Mi consejo es que sigas observando hasta obtener más información
relevante. Ahora bien, no lo confundas con esa clase de anhelo eterno en el que
esperas a que el miedo desaparezca. Es importante que asumamos que el miedo
siempre existe, y además es esencial contar con él para construir la emoción de
alto impacto necesaria para neutralizar creencias.
Y cuando poco a poco todo vaya tomando forma, la filosofía kaizen puede
ayudarte a conquistar pequeñas victorias.

Has dicho que no podemos ver nada en el exterior que no forme parte de
nuestro mundo interior. Entonces, no entiendo. ¿Por qué veo el mundo
violento y yo no me considero violento?

Es difícil darse cuenta. Creo que Antonio Blay te lo explicaría de esta manera:
«Cuando ves a todo el mundo violento, aquello que se manifiesta, aunque no lo
creas, es tu violencia reprimida. Ahora bien, la vistes de buenismo y controlas tu
violencia evitando que se exprese. En realidad eres bueno o amable como deber
moral, aunque lo haces para evitar conflictos, enfados y controversia. Es decir, es
una bondad basada en la debilidad y el temor».
Sé de lo que hablo porque los rígidos perfeccionistas fingimos ser personas
buenas para evitar mostrar nuestro lado frío y distante, ya que interpretamos
estas últimas conductas como imperfectas. No obstante, a pesar de vivirnos
como personas bondadosas padecemos dolor cuando alguien manifiesta su
insensibilidad hacia nosotros. Es decir, nos llama la atención la frialdad y
distancia del exterior.

¿Cómo haces para no pensar y aquietar la mente? No es tan fácil.

Nadie dijo que fuese un camino de rosas. De hecho, es imprescindible entrenar


la mente. A pesar de la experiencia que he adquirido al gestionar la atención
sobre la bicicleta o caminando por la montaña, tengo que reconocer que hay
muchos días en los que mi mente entra en caos.
Las emociones insanas brotan a cada instante y derivan en pensamientos sin
que nosotros podamos interferir. Recordad que el personaje busca la
supervivencia, no la felicidad. Nos pone en guardia frente a un entorno que
considera hostil. Lo que sí podemos entrenar es qué hacer con dichos
pensamientos. Vivirse como observador no significa carencia de pensamientos.
Los pensamientos circulan por la mente como si circularan por una autovía y
nosotros simplemente los observamos pasar sin juzgarlos. Pero en el momento
en el que focalizamos la atención en uno en concreto y le otorgamos prioridad, el
tráfico de pensamientos se paraliza y se produce un atasco. Entonces un
pensamiento enlaza con otro, y ambos con un sentimiento desagradable, hasta
penetrar en el ciclo de tortura del personaje o autoboicot.
Por lo general, distinguimos el pasado como un recuerdo que quedó atrás. Pero
en realidad forma parte del plan de autoengaño del personaje. Este rescata los
recuerdos del pasado y los utiliza como guion de manipulación que ocupa todo
el espacio del instante presente. Por eso, cuando pensamos en vez de observar,
revivimos todo el tiempo las heridas, los rencores y las creencias, por lo que nos
resulta imposible vivir con intensidad y autenticidad el presente.
Dos recomendaciones que yo utilizo para volver a mi centro. La primera tiene
que ver con situar la atención en tu propósito y vivir en flow. Toda atención que
le prestes a tu pasión, al lugar que ocupas en el mundo, es tiempo que no le
dedicas a las estrategias del personaje. La segunda obedece al hecho de
recuperar el papel como observador. Cuando se atasque uno o varios
pensamientos en la mente, acudamos a la respiración consciente y
preguntémonos: ¿Quién ha creado este pensamiento? ¿Ha sido la identidad del
personaje? Obvio que sí. Por lo general, la mente regresará a su estado de
observador consciente y el pensamiento se aquietará. La respiración consciente
no solo es gratis, sino que además es curativa, ya que tiene el poder de cambiar
nuestro estado emocional. Y si no, probadlo. Si entrenamos este hábito de
indagación a través de la repetición, la mente adquirirá la habilidad de volver al
instante presente.
Práctica, práctica, práctica…

¿Es posible reprogramar el inconsciente solo con la meditación?

Pienso que no. La meditación es un aspecto ineludible en el camino hacia la


transformación, pero sospecho que no puede llegar hasta donde alcanza el
trabajo psicológico de profundidad que abarcan las disciplinas aquí expuestas.
Eso no significa que la meditación no conquiste determinados éxitos, aunque
considero que no son sostenibles en el tiempo. Tengo la impresión de que la
posición espiritual que observo en la actualidad prescinde del fondo psicológico
necesario para transformar nuestro mundo interior.
Ya lo dijo Antonio Blay: «Aquello que nos desarrolla no es la meditación, sino
el «yo experiencia». Tú escuchas un concierto de música y sientes la música,
pero cuando acaba el concierto la música tan solo es un recuerdo. Sin embargo,
se puede vivir la música tocando un instrumento. No es sentir la música, sino
vivir la música».
Cuando ves una obra de teatro, la sientes, pero es incompleta. Lo mismo
sucede cuando leemos un libro o vemos un vídeo en nuestro teléfono móvil.
Falta la vibración de alto impacto emocional necesaria para vivir las experiencias
hasta el final.
A decir verdad, y con la debida práctica, estas emociones elevadas se podrían
simular a través de las visualizaciones creadoras. Notad que nunca se pueden
comparar a una experiencia real, si bien se consiguen avances significativos. Yo
las practico en determinados momentos de mi vida y debo reconocer que son
verdaderamente efectivas.

¿Podrías hablar de ellas? ¿En qué consisten?

Claro. Las visualizaciones que yo ejercito se fundamentan en las enseñanzas de


Neville Goddard. Este reconocido místico experto en principios espirituales fue
uno de los profesores más influyentes en la nueva era del pensamiento
americano. Sus trabajos acerca de la construcción de la realidad a través del
poder del pensamiento y la imaginación combinada desde la emoción perduran
hasta nuestros días.
Para que la visualización surta efecto se deben cumplir importantes directrices.
¿Qué os parece si me acompañáis a realizar una práctica? ¿Qué decís? ¿Os
apetece?... ¡Genial! Vamos a ello.

1. Resulta crucial que a lo largo del día busquéis una frecuencia alfa
relajada y de escasa actividad cerebral para realizar la visualización.
Recordad que desde alfa o theta-alfa es más fácil establecer una
comunicación con el mundo inconsciente. Recomiendo que sea al
despertar del sueño (en la mañana o en la siesta) o después de una
meditación. No obstante, cualquier momento es bueno siempre y
cuando la mente se encuentre en calma y se evite una frecuencia beta. A
decir verdad, ahora vibramos en beta baja, pero para realizar la práctica
servirá. ¿Estamos listos?...
2. Encontrad una posición cómoda y cerrad los ojos. Ahora quiero que
penséis en una situación que deseéis con mucha intensidad, a ser
posible relacionada con vuestros valores, pasiones y habilidades.
Seguro que todos aspiráis a cumplir un propósito, meta, cima, objetivo,
finalidad o visión. Unos desearán ser piloto de vuelo, otros correr una
maratón, diseñar ropa para bebé, cocinar en un restaurante de lujo,
publicar un libro, viajar en bicicleta por el continente africano, qué se
yo. Debéis ser concretos. No sirven los deseos amplios del tipo «deseo
ser feliz». El inconsciente necesita precisar: «Deseo ser feliz haciendo
pan en mi negocio».
El «desde dónde» se desea es muy importante. El deseo no debería
nacer desde la carencia, sino desde la mejora. Es decir, vuestra felicidad
no depende de que el deseo se cumpla. Si se cumple será bienvenido, ya
que os sentiréis preparados para recibir la nueva situación. Por otro
lado, si no se cumple, todavía reinará en vosotros la aceptación y el
agradecimiento de que todo cuanto os rodea se encuentra en el estado y
orden necesarios para contribuir a vuestra evolución de la conciencia.
3. Quiero que soñéis despiertos e imaginéis que la visión anhelada se ha
hecho realidad en este preciso momento. No en el futuro, sino ahora
mismo. No quiero que os veáis a vosotros mismos viviendo el sueño
cumplido en tercera persona, sino que debéis sentir la vivencia en
primera persona. Amad el entorno, sentid el frío, el calor, los olores, el
sonido ambiente…, todo aquello que podáis percibir con los sentidos.
4. Asimismo, es vital que exista una vibración elevada y que pongáis el
foco de atención en la emoción del sueño cumplido y no en la
visualización. La emoción apasionada debe encumbrar la experiencia.
En caso contrario, el inconsciente no sufrirá variaciones y el SAR será
incapaz de destacar las posibilidades afines que se encuentran
disponibles en el exterior.
5. La experiencia debería ser energética y maravillosa, ya que emana
desde el ser, y no desde el personaje. No puede haber lucha, ni apegos,
ni dudas..., sino pasión, satisfacción y alegría. Que nadie se frustre si no
alcanzamos dicho estado, ya que la mayoría de las veces es una
cuestión de entrenamiento.
6. Cuando lo llevéis a cabo en la intimidad, podéis acompañar la
visualización creativa con canciones emocionantes que os pongan los
pelos de punta. Bailad, sonreíd, verbalizad la experiencia y, sobre todo,
jugad y divertíos, ya que expandirse a través del juego no origina
resistencias.
7. Y para terminar…, sed agradecidos por haber conquistado vuestra
visión. La gratitud es la mejor rúbrica para finalizar una visualización.

Disfrutad de unos minutos más…


¿Cómo os habéis sentido?... En palabras de Neville, la imaginación crea la
realidad que observamos, ya que la mente no distingue entre lo real y lo
imaginario. Fijaos si no en las emociones que suscita ver una película de terror o
de amor. En ambas, el organismo segrega tanto cortisol como serotonina y
dopamina.
No obstante, evitemos el autoengaño…, los deseos no se materializan por solo
visualizarlos. Se precisa de una emoción elevada, la compañía de la acción, la
confianza del logro, la gratitud y, por supuesto, la visualización creativa. La
simbiosis multiplica los avances. Como he remarcado, el objetivo de la
visualización no persigue el apego al cumplimiento de la expectativa creativa
que imaginamos, sino reprogramar el inconsciente modulando la coherencia
entre el sentir, el pensar y el hacer.
Es más que conveniente que las visualizaciones se repitan a lo largo del día
para así entrenar el foco de atención. En mi caso, a menudo suelo establecer
alarmas en mi teléfono con la voluntad de imponerme una breve pausa en mis
tareas y realizar una visualización siempre que sea posible encontrar un espacio
de quietud.
Cierro las ventanas de mi furgoneta para que nadie me vea. Selecciono un tema
musical de siete minutos de Xavier Rudd. Subo el volumen, cierro los ojos,
sonrío y comienzo a visualizar mientras danzo en una especie de trance. La
música penetra por cada poro de mi piel. De repente, me percibo conduciendo
mi furgoneta con el maletero lleno de libros por una inhóspita y bacheada
carretera de los Andes. Mi fiel bicicleta me acompaña. Llevo una camiseta
blanca sin mangas, un vaquero recortado y mis pies desnudos gobiernan el
embrague y el acelerador. Mi piel luce como el color del sol. Desde el asiento
contiguo mi compañera de vida, una aventurera de ojos verdes y rizos del color
de la miel, me convida a saborear un mate. A través del parabrisas observo
maravillado un suceder de junglas, desiertos, cordilleras, volcanes, parques
naturales, salares. Huele a gasoil, a brisa, a madera quemada, a humedad, a
riesgo, a incertidumbre, a felicidad. Se me eriza la piel y siento como el polvo
del camino seca mis labios que rezuman incertidumbre. Por la emisora suena
Spirit Bird y mis manos golpean el volante al ritmo de mi corazón. Me emociono
y siento las lágrimas resbalar por mi rostro. Gracias, gracias, gracias... Mi
inconsciente acomoda la visualización emocional y acepta el mensaje…
El resto de la visualización guarda relación con las conferencias y la venta de
mis libros. Buenos Aires, Santiago de Chile, Montevideo, Asunción, Río de
Janeiro, São Paulo, La Paz, Cuzco, Quito, Bogotá… Todo lo abrazo desde el
sentir. Escenario tras escenario, públicos diferentes, entrevistas, firmas de
libros…, sonrisas, abrazos, amigos, hospitalidad.
Las visualizaciones se pueden practicar en ámbitos tan importantes como el
autoperdón. Todos sufrimos tropiezos en la vida en los que el personaje toma el
control en forma de reacción. Justo después del conflicto llega el
arrepentimiento, y segundos después la consciencia del descuido cometido.
Abracemos la ira, la culpa o el miedo de la emoción sentida y realicemos una
visualización para hablar con nuestro niño interior. Vistámosle de emoción.
Lo más sorprendente de acompañar un trabajo de sanación con las
visualizaciones es que con el tiempo este ejercicio se convierte en un hábito. Es
decir, cuando me conecto con mi dimensión omnipotente, me doy cuenta de que
ya no necesito visualizar. Todo aquello que me propongo lo siento como
cumplido. Cuando establezco una visión en mi vida, esta se integra
inmediatamente en mi realidad en correspondencia con la ley de la asunción. No
albergo dudas, ya que trabajo para ello y lo interiorizo como una ofrenda a la
confianza. Simplemente me amo y confío.

¿Existen otras maneras de llegar a las heridas del inconsciente?

Así es. Se dan otras formas de penetrar en las heridas de manera inducida.
Algunos especialistas abogan por técnicas basadas en desensibilización y
reprocesamiento por movimientos oculares (DRMO), la regresión a través de
hipnosis, la descodificación biológica, la respiración holotrópica o determinadas
drogas. En realidad no tengo experiencias con ninguna de ellas, aunque a priori
estos procedimientos nos sitúen frente a la herida y nos sirvan de orientación,
prefiero los recursos naturales para gestionar la experiencia y entrenar un control
progresivo de nuestras angustias. Muchas veces recurrimos a los primeros por
falta de paciencia y compromiso con el trabajo diario de observador consciente.
Es posible que cualquiera de estas técnicas sirva de atajo para revelar las
heridas que nos condicionan. Es cierto que podríamos recurrir a la hipnosis o la
descodificación y descubrir que acusamos una herida de rechazo que se gestó en
el vientre materno. Si bien, ese mismo trauma, no su origen, también se podría
descubrir y determinar desde la posición de observador consciente sin acudir a
otras técnicas o terapias. Proceda de donde proceda, pienso que ninguna de las
alternativas nos libra del tiempo y la atención que debemos dedicar a la
exposición emocional y el autoperdón.

He leído en algún lugar que el origen de nuestras heridas es una


acumulación de experiencias de otras vidas pasadas. Me gustaría saber tu
opinión.

Quizás sea así, no lo sé. Yo personalmente no lo considero importante. Si


identificarte con esa idea te proporciona paz y confianza, pues genial, siempre es
una ayuda. Sin embargo, yo prefiero poner el foco en aquello que siento y
observo en cada instante presente. Conocer el origen de la herida naturalmente
ayuda, pero no evita el trabajo personal que debemos ejercitar a diario. A veces
empleamos demasiado tiempo y energía a conocer con exactitud el lugar donde
se originó el trauma. Un tiempo y energía que no dedicamos a nuestro
compromiso con la acción, ya que el pasado siempre se construye de intuiciones,
ambigüedades y subjetividades que nos pueden confundir. Vuelvo a repetir. Con
tal de evitar el doloroso proceso de observación y de análisis, preferimos delegar
en determinadas terapias o profesionales para que sean otros los que nos
instruyan sobre nuestra dolencia. Muchas veces nos subestimamos y olvidamos
que somos grandes maestros de nuestra vida. Solo nos falta confiar en nosotros.

Has mencionado que determinadas emociones pueden afectar a nuestros


órganos y que tanto la medicina china como la descodificación biológica
pueden ayudarnos. Padezco del hígado desde hace diez años. ¿Es posible
conocer el conflicto emocional de la enfermedad?

Claro que se puede. La enfermedad es un milagro. Es la única forma de la que


dispone la vida para hacernos saber la cantidad de veces que les decimos a
nuestras células que «no deseamos existir». Detrás de cada enfermedad siempre
se esconde papá, mamá, un programa transgeneracional, los apegos obsesivos de
nuestro patrón mental y, por supuesto, factores relacionados con la alimentación
y el castigo físico. Si bien, un alto porcentaje nace de las necesidades que no
fueron cubiertas por nuestros progenitores y que vivimos desde un shock
emocional. Françoise Dolto lo expresa magistralmente:

«El cuerpo de los hijos grita lo que los padres callan».

Todos los conflictos15 que enferman al ser humano guardan relación con siete
pilares fundamentales: la alimentación, la supervivencia y la reproducción, la
defensa del territorio primitivo, la valorización, la comunicación, la identidad y
el sentido de pertenencia.
Respecto a la descodificación de tu enfermedad, te diré algo como divulgador,
no como experto. El hígado es el único órgano del cuerpo que se encarga de
almacenar aquello que le falta al organismo. Esa es la razón por la que este
órgano se encuentra relacionado con la escasez, con el miedo a que falte algo
importante en el futuro. Te pregunto: ¿Has vivido algún conflicto de carencia en
tu vida que registraste con rencor? De dinero, alimento…, tal vez. No me
contestes, solo indaga sobre ello.
Expondré algunos ejemplos comprendidos en el campo de la descodificación
biológica. Seré conciso:

Las alergias suelen revelar un conflicto de separación en el paciente.


La diabetes se manifiesta cuando una persona somatiza una desunión
familiar o un hogar dividido en dos. Simboliza la resistencia o
repugnancia frente a la separación familiar.
La esclerosis múltiple deriva de una desvalorización con un fuerte
miedo a la caída. Pavor a que se desmorone un proyecto que la persona
considera importante en la vida y del que no podrá levantarse.
El cáncer de mama comprende un conflicto de protección. Por lo
general, la mujer se siente insegura y desprotegida en el nido familiar.
Acusa la ausencia de su pareja y se juzga mala madre e incapaz de
sostener la responsabilidad con los hijos.
Todas las emociones relacionadas con los conflictos existenciales
afectan al riñón y al oído.
El asma y la bronquitis obedecen a un miedo a perder el territorio:
familia, trabajo, hijos.

Como dicta la ley de la polaridad:

«El ser humano está obligado a buscar lo que desea, pero condenado
a experimentar lo que rechaza».

El caldo de cultivo de la enfermedad radica en el miedo a comunicar y


expresar nuestros sentimientos y necesidades. Evitamos por todos los medios
exponernos y que nuestras heridas emocionales vuelvan a sangrar. Nos callamos
para no sentir el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia
de nuestros seres queridos. Si bien, ese silencio sumiso, sumado al sacrificio y la
culpa por complacer la ideología que sostienen los progenitores y personas
cercanas, refuerza aún más el conflicto emocional que desencadena la
enfermedad. Es una necesidad psicológica descubrir cada herida, cultivar el
amor interior y aprender a expresar aquellas cosas que no decimos.
Cuando aceptemos quiénes somos realmente, y perdamos el miedo a que no
nos quieran, la enfermedad tendrá que buscar otros territorios donde
desarrollarse.

Simpatizo con el taoísmo y me resulta extraño que abogues por la


exposición emocional y el compromiso con la acción a pesar de ir en contra
de la «no acción» que propone el wu wei. ¿No deberíamos fluir con la vida?

Entiendo. Este término suele generar bastante confusión. El wu wei se


fundamenta en la no acción, o en el fluir natural, eso es cierto. Pero esta técnica
milenaria no aboga en ningún caso por la pasividad. Actuar no es lo mismo que
forzar. La primera surfea la ola, y la segunda se opone a esta. Wu wei no
significa que no podamos perseguir nuestros sueños, sino que deberíamos
afrontarlos fluyendo con las reglas del juego. Es algo así como tomar partido
desde dentro del fluir espontáneo asumiendo la inevitable impermanencia y
confiando en que todo lo que venga no supondrá un obstáculo, sino una
experiencia necesaria que nos ayudará a crecer. La clave radica en la confianza.
Cuando realizamos un ejercicio de exposición consciente, por ejemplo,
enfrentarnos a una situación que nos produce miedo, se presentan dos
alternativas: forzar o actuar. La primera tiene que ver con sufrir y desgastar
nuestra energía, ya que volviendo a Jung: «A lo que te resistes, persiste».
Recurrimos a la resistencia que ofrece el personaje, reaccionamos e intentamos
controlar el resultado. La segunda, en cambio, obedece al hecho de observar
pacientemente y actuar desde la consciencia y el instante presente. Es observar
desde la ola cómo surge el rechazo, el abandono, la rabia, los celos o la envidia,
y sentir todo el proceso de origen, desarrollo de la cresta y disolución de la ola
hasta la espuma de la orilla. Algo así como mirar más allá y comprender cuál es
la causa que origina la emoción conflictiva del niño interior y, a pesar del dolor,
abrazar el conflicto y confiar en la capacidad para perdonar, sin juicio, sin
condenas y sin culpa.

«No retuerzas la experiencia en la dirección de tu propio beneficio.


La vida sabe algo que desconoces y que deberías aprender».
vvv

Entrenemos sin lucha ni obsesión a través de la exposición, la experiencia y la


aceptación. Centrémonos en observar y cultivar la presencia, entrenar a voluntad
el foco de nuestra atención y evocar nuestras heridas y reacciones de la infancia
para que sean aceptadas en el consciente. Observemos cada situación dentro del
contexto del «yo idea» y el «yo ideal» y juguemos a adivinar cuál será la
siguiente estrategia del personaje. Tengamos presentes las fases involucradas en
la sanación: despertar, observar, detectar, resolver y elaborar una misión.
Contemplemos el territorio de la mente consciente como un taller mecánico de
las averías de nuestro inconsciente. No será fácil. El personaje no duerme, no
descansa, tan solo espera su turno. Habrá días de avance y satisfacción, y días en
los que deberemos renunciar, aceptar, consolar a nuestro niño interior y
perdonarnos. No importan los pequeños triunfos, es una carrera de confianza,
fortalecimiento y extremada paciencia. La transformación reside en la
constancia.

15 Extractos de las conferencias del experto en descodificación biológica Daniel Gambartte.


14

EL VIAJE DEL HÉROE


El mundo no cambia, nosotros mudamos de piel

Como he enfatizado durante esta conferencia no existe una sola llave que nos
conceda la ansiada felicidad, sino varias cerraduras. Es responsabilidad de cada
individuo indagar por sus heridas emocionales con la voluntad de verificar su
propio camino y encontrar la llave que abra su corazón. No obstante, creo en un
destino común en el que todos deberíamos coincidir. Ese rumbo se llama vivir en
coherencia entre el sentir, el pensar y el hacer; lo que conlleva emprender un
viaje hacia la incomodidad con la visión de soltar nuestra falsa identidad, al
mismo tiempo que nos alejamos de la comparación y la imitación para llegar a
ser nuestros propios referentes, con nuestras propias verdades y nuestra propia
experiencia de vida.
¿Conocéis el viaje del héroe o la heroína?...
En la literatura y el cine abundan los viajes iniciáticos que dominan parte de
nuestra estructura psicológica y en los que se produce una profunda
transformación interior en el viajero. Podría resumirse como una búsqueda
apasionada hacia la realización por la que todo individuo debería transitar. La
psicóloga y escritora Carol S. Pearson analiza profundamente estos viajes
iniciáticos y divide esta búsqueda en una transición de diferentes arquetipos16
que abundan y se repiten en las mitologías, los relatos épicos y el inconsciente
colectivo de todas las épocas. Según los trabajos de Pearson, en el interior de
cada uno de nosotros subyace un inocente, un huérfano, un guerrero, un
cuidador, un buscador, un destructor y un mago, entre otros. Cada una de estas
etapas arquetípicas representa un camino de creación, maduración y
autoconocimiento que nos conduce a la revelación de nuestra verdadera esencia.
El viaje del héroe es un recurso fundamental de autoconocimiento en un
mundo que a cada instante muda de piel, cambia y se flexibiliza. Y aquel que no
esté preparado para gestionar los inconvenientes que causa el cambio intuyo que
sufrirá irremediablemente. Por suerte, cada individuo atesora lo necesario para
comenzar su camino, aunque este solo se vislumbra cuando la pulsión de la
acción se encuentra por encima de las creencias y los miedos del sujeto. Para que
sirva de ejemplo os mostraré un resumen de cuál fue mi transformación o viaje
del alma en relación con los arquetipos que propone Pearson:

Inocente. En el año 2006 mi vida estaba sujeta a lo ordinario: el trabajo, la


familia, la rutina y la estabilidad. De repente colisioné contra un techo de cristal
y se me vino encima una crisis existencial en forma de asfixia, incoherencia y
autoengaño. El elemento disruptor se produjo cuando mi compañera de vida me
propuso ser padre en un momento en el que me encontraba en guerra con mi
estilo de vida. Las heridas tomaron fuerza y sentí como todos los aspectos de mi
existencia se sometieron al control y la injusticia. Ya no podía seguir fingiendo y,
por muchos malabarismos que interpusiera para desviar la atención, no encontré
excusas para negar que algo deshonesto convivía en mi interior. Lo cierto es que
no me sentí comprendido por mi entorno, lo que reforzó mi sentimiento de
rechazo.
Fue entonces cuando determinadas sincronicidades rodearon mi angustioso
presente. Las vivencias de mis viajes y las lecturas rebeldes y transgresoras de
Huxley, Orwell, Bradbury, Chomsky y Thoreau, entre otros, fueron claves para
impulsar mi deseo obsesivo por abandonar mi ilusoria burbuja y descubrir quién
era yo en realidad. En la coyuntura apareció la figura del mentor que surge en
todo viaje del héroe. El destino me cruzó en el camino de Philippe Papaux, un
viajero, dibujante y arquitecto de origen suizo que en compañía de su pareja
acababa de concluir un viaje de tres años en bicicleta desde Argentina hasta
Alaska. Philippe, por experiencia o por intuición, consiguió identificar gran parte
de mis intereses y pasiones; como consecuencia enfrenté mis miedos y estimulé
mis fortalezas y habilidades. Ahora ya sabéis quién plantó la semilla de los
viajes en bicicleta.
En toda pulsión aventurera siempre se cuela la misma energía en sentido
contrario. Se llama rechazo a la acción. Muchos individuos no logran superar sus
mayores miedos y desafortunadamente se conforman con una vida de
subsistencia en la fase arquetípica «inocente». Lo sé bien porque durante muchos
años mis pilares fueron el autoengaño y el papel de víctima.
Por aquel entonces abrigaba una pasión desmedida por explorar un mundo
desconocido y sentirme parte de la solución y no del problema. Recuerdo que
acababa de llegar de la India embriagado por los estímulos y la novedad
derivados de la idealización de aquello que solo conoces desde la epidermis. Me
acompañaba, asimismo, un sentimiento injustificado de esperanza y optimismo
que sospecho tomaba fuerza por el hecho de percibirme en un contexto social
seguro donde todas mis necesidades eran cubiertas sin esfuerzo. Esta seguridad
psicológica explicaría por qué el arquetipo «inocente» del viaje del héroe
corresponde a una etapa de inconsciencia y fantasía pueril del personaje, en la
que el aspirante a héroe desconoce los desafíos y dificultades que están por
venir.
Sin saber cómo, un hombre ordinario estaba a punto de cruzar el umbral al
mundo especial y vivir lo extraordinario.

Huérfano. Durante mi primer viaje en bicicleta a Reino Unido fui consciente de


que la fantasía, la idealización y la novedad respecto a lo que significaba viajar
en solitario escondían una realidad bien distinta. En cambio, fue recorriendo el
Sudeste Asiático cuando mi percepción de «estar perdido» tomó fuerza. Los
problemas se hacían visibles en un entorno desconocido para mí. Otro idioma,
otra cultura, otra sociedad, otros hábitos. De una manera exprés perdí mis
certezas, estatus, seguridad psicológica, grupos de pertenencia, etc. Y es
precisamente cuando salimos de nuestra zona de confort cuando el arquetipo
«inocente» se desvanece y nace la figura del «huérfano».
Recuerdo que sufrí un azote de realidad en la que me percibí solo y sin
escapatoria. Las circunstancias cambiantes me condujeron a un nuevo escenario
en el que tuve que aprender a sobrevivir emocionalmente. Lo retengo en la
memoria como una mirada desde el precipicio y un salto al vacío donde
inevitablemente nace la necesidad de responsabilizarte de tu bienestar. No me
quedó otra que aprender y cultivar la resiliencia. Así tuve que padecer mi
primera bienvenida a la incertidumbre.
Desde el estupor y la incomprensión me di cuenta de que ya no me servía nada
de lo que sabía. Todas las ideas, opiniones y sueños soportados por el arquetipo
«inocente» resultaban invalidados, pues incomprensiblemente todos ellos se
hallaban contaminados por un entorno social artificial que fue diseñado para que
mi personalidad adormecida se sintiera segura. Me refiero al adoctrinamiento de
la jaula. Pero mi mundo estaba fuera de esta. Es al volar expuesto a la
inseguridad, el riesgo y la falta de certezas cuando comienzas a vislumbrar lo
que antes no veías.
Fue durante este arquetipo de «huérfano» donde cayeron mis creencias más
arraigadas y pude cuestionar muchas ideas indiscutibles en las que creía. En esta
fase de aislamiento comienza la emancipación de la familia y la separación con
la figura de autoridad. Descubres ese secreto familiar del que nadie habla y todos
ocultan. Decides romper con los contratos del clan, con sus tabúes, mentiras,
creencias y objetivos furtivos. Por fin, aceptas la posibilidad de que el clan te
condene y desapruebe. Todavía es pronto para darte cuenta, pero ha comenzado
una conquista en el territorio del miedo. La libertad interior avanza imparable.
El viaje me enfrentó a duras pruebas que tuve que superar para conocerme y
afinar mi personalidad. Aparecieron las sombras, las falsedades y las
complacencias ocultas, así como el miedo al rechazo. La exposición emocional
favoreció otro tipo de conexión conmigo mismo, lo que revelaba el final de una
identidad y el comienzo de otra.
Hubo días duros de amenazas, obstáculos y trampas en los que pedaleando
bajo el frío y la lluvia deseé abandonar. Pero mentiría si no reconociese un
sentimiento ambivalente aderezado con días de frenesí, entusiasmo y
satisfacción. El viaje favoreció el contacto con otros viajeros que se cruzaban en
mi camino para influir e inspirar mi devenir. No podía creer la cantidad de
viajeros nómadas que conocí y que trabajaban anteponiendo la pasión al dinero.
Mentores y aliados que te hacen observar las bondades y posibilidades de un
mundo que no conoces.

Guerrero. Cada viaje y cada aventura consolidaban mi autonomía, mi


independencia y también mi arrogancia. Vivía en una bicicleta pero con el
sentimiento de haber encontrado mi hogar. Reparo en la que fue la etapa más
poderosa y altiva de mi personaje. Su energía se fortalecía buscando una causa
que defender y un enemigo con quien luchar…: el sistema. La exposición
emocional de los viajes me condujo a la disciplina, la fortaleza, el coraje, la
determinación y las habilidades. Así fue como paulatinamente cayeron mis
principales miedos, incluso le perdí el respeto a la muerte. Aprendí a vivir
confiado en la inseguridad y en paz en la incertidumbre. Entonces surgió la
energía indómita y exigente del guerrero por defender sus ideales, su rabia
interior, su victimismo frente a las injusticias del mundo.
En todo viaje del héroe aparecen los cantos de sirena en forma de personas o
situaciones que tratarán de matar al héroe y dificultar su camino hacia el
autoconocimiento. Es al enamorarme de Elena cuando en un momento de
flaqueza me planteo volver al mundo ordinario. En cambio, esa debilidad quedó
pisoteada por el ímpetu del «guerrero» y, lo que parecía un abandono de la
misión, se convirtió en una fuerza inspiradora por continuar. Fue entonces,
cuando el «guerrero» convenció a su «sirena» para que lo acompañase en su
aventura.

Cuidador. Mi personaje me martirizaba y me invadió un sentimiento de


culpabilidad por las injusticias y desigualdades acaecidas en el mundo. Solo
existía un foco de atención en mis pensamientos: reformar y salvar el mundo.
Estabas conmigo o contra mí, no aceptaba una gama de grises. La creación de la
ONGD, la plena involucración en proyectos sociales y las adulaciones de mi
entorno sirvieron para mitigar mis heridas abiertas. Las angustias de mi alma se
consolaban a través del cuidado, la generosidad, la ayuda, la preocupación y la
compasión por los otros. Un sacrificio de quien hace todo por los demás y se
olvida de sí mismo. Presumo que experimenté una fase de mi vida en la que libré
grandes batallas que me permitieron desarrollar mis mejores potenciales, pero
también encumbrar todavía más al personaje.

Buscador. El personaje era dueño y señor de todas mis decisiones. A pesar de


contar con la energía que suscita la confianza y la autoestima continuaba
escapando de la realidad. Siempre me hallaba dispuesto a enfrentar lo
desconocido en busca de la tierra prometida, el santo grial, el gran tesoro. Se
podría decir que el «buscador» es el arquetipo que mejor encarna el viaje del
héroe. Por otro lado, mi incansable curiosidad y ansias por descubrir novedades
me convirtieron en el «eterno inconformista», obsesionado por hacer fuera e
incapaz de comprometerme conmigo mismo. Me movía a toda velocidad sin
saber exactamente cuál era el significado del tesoro que perseguía.
Esta fase suele ser muy peligrosa, ya que puedes pasar toda tu vida repitiendo
el mismo arquetipo por temor a sentirte vacío. Conozco a muchos individuos que
han hecho de su vida un viaje constante debido a este motivo. Viven en una fuga
continua de insatisfacción colmando su vacío de placer y experiencias
novedosas.

Destructor. Aun así, mi «buscador» recibió un puñetazo existencial en el


desierto de Marruecos. Un coche me atropellaba y todos mis objetivos se
desvanecían en un pozo de desilusión. Aquella tragedia me arrebató aquel futuro
prometedor diseñado por el personaje. Postrado en una cama y abrumado por la
frustración, observaba mi maltrecha anatomía buscando respuestas. Había
caminado por el filo de la navaja y mirado a la muerte a los ojos. ¿Qué sentido
tenía la vida?
El héroe se encuentra con la muerte y es testigo de una revelación. Es su
muerte iniciática. Desciende a los infiernos y se enfrenta a su gran prueba, pero
se apoya en todo lo aprendido en su viaje para conectarse con una sabiduría
universal. Por primera vez escucha su música interior. Es el momento en el que
el héroe descubre grandes verdades y comienza un proceso revolucionario en el
que se deshace de todo aquello que no le sirve.
Aquella tragedia y todos los aprendizajes derivados resultaron transcendentales
para abrazar el proceso revolucionario que llegaría un año después, mientras
seguía empeñado en impulsar los proyectos humanitarios. A pesar de mi nueva
perspectiva y el trabajo personal por el que había transitado, el mundo exterior
me seguía mostrando el mismo espejo: el dolor, el sufrimiento y la sensación de
injusticia y traición volvieron a resurgir en mi vida. Obvio, continuaba mirando
fuera porque las heridas no estaban sanadas. Gracias a un azote de lucidez o
intuición, no sé bien cómo llamarlo, decidí retirarme de los proyectos sociales y
emplazar el foco de atención en mi mundo interior. Acomodo la idea de que la
metamorfosis se fue gestando durante los siguientes tres años en los que viajé
por España, Europa, y de nuevo el Sudeste Asiático y Sudamérica. Un tiempo
esencial en el que penetré en mis heridas emocionales, apegos, adicciones y que
me permitieron descubrir mi vocación y talentos.
Es al descubrir tu don personal cuando alcanzas la certeza de que la
inteligencia, la creatividad o el liderazgo solo brotan al conectarnos con la fuerza
inspiradora de nuestro potencial.
El héroe ha descubierto su tesoro y debe enfrentarse a una gran lucha. Una vez
ha encontrado la conexión y la gran verdad en el mundo especial, el héroe se
pregunta si debe volver al mundo ordinario, implicarse y compartir su sabiduría
con sus semejantes. Hasta el propio Buda se planteó esta disyuntiva. ¿Cuántos
encuentran el preciado elixir en su viaje iniciático y no vuelven para
compartirlo?

Mago. En esta fase del viaje todo cobra sentido. El «mago» encuentra un
equilibrio entre lo material y lo espiritual, consiguiendo traer toda su sabiduría y
serenidad con la voluntad de ponerla al servicio del mundo.
Volví a casa y, a decir verdad, todo seguía igual, pero mi héroe interior se vivía
desde otra identidad. Como expresa Joseph Campbell:

«El héroe que regresa, para completar su aventura, debe sobrevivir al


impacto del mundo».

Hasta que no alcanzas el arquetipo del «mago» sigues subyugado a la


evolución del personaje. No eres consciente de ello porque todavía vives en un
mundo de separación, culpabilidad y victimismo, pues para el personaje el
mundo siempre es escaso, peligroso y hostil, por eso su energía continúa
luchando y esforzándose por conseguir cosas del exterior que esgrime para
aliviar sus vacíos. En cambio, desde la visión del «mago» te das cuenta de la
utilidad que supuso transitar por todos los arquetipos. Aceptas que ninguno de
ellos representó el camino correcto, pero resultó necesario morir en cada etapa
para desvelar tu sabiduría interior.
Adquieres la suficiente claridad para darte cuenta de la trampa del personaje.
No existe un enemigo con quien luchar porque el enemigo eres tú mismo. Ahora
te sientes parte del mundo que te rodea y, por tanto, eres responsable de tu
realidad y de las situaciones y personas que atraes, ya que el mundo que
observas es el vivo reflejo de tu propio estado interior. Ya no deseas cambiar el
mundo, sino transformar el tuyo. No precisas buscar un tesoro, puesto que tú
eres el tesoro. Desde tu parte omnipotente interpretas el mundo como un lugar
abundante en el que hay riquezas para todos. Por eso no necesitas pedir, ya que
atraerás lo necesario para evolucionar. Ya no tiene sentido luchar contra la
injusticia, la soledad, la culpa, la adversidad, el cambio, el miedo o el dolor.
Prefieres reservar tus energías para descubrir los aprendizajes que estas semillas
contienen.
Y termino esta exposición con una frase de Carol Pearson:

«Los héroes emprenden viajes, enfrentan dragones y descubren el


tesoro de su propia identidad…».
vvv

El viaje del héroe o la heroína, por tanto, nos sirve como una guía estructural de
autoconocimiento que representa el proceso de transformación que cualquier
individuo debería transitar desde los arquetipos descritos. Notad que su
distribución no es rígida, sino orientativa. De una manera u otra, cada uno de
nosotros nos encontramos en la fase arquetípica que necesitamos para
evolucionar en los diferentes aspectos de la vida, sea esta la búsqueda de un
propósito, fortalecer una relación de pareja, reinventarse profesionalmente o
cualquier «visión» que nos parezca inalcanzable. Es decir, estamos transitando
multitud de viajes al mismo tiempo. Nuestro grado de conciencia determinará si
optamos por estancarnos en el arquetipo del «inocente», el «buscador» o
continuamos ascendiendo niveles.
Y después de mostraros la dificultad, el tiempo y el trabajo personal que se
requiere para descubrir al personaje y transformarnos como individuos…
¿Alguien cree que existe un atajo exprés para alcanzar la felicidad? ¿Alguien
piensa que leyéndose un libro o asistiendo a una charla sobre desarrollo personal
estará en disposición de alinear el sentir, el pensar y el hacer? ¿No es verdad que
para conquistar una brizna de paz interior primero deberíamos transitar el
camino del héroe o la heroína? Afirmo, sin rodeos, que aquel que sea capaz de
integrar esta estructura de aprendizaje como eje vertebrador de su vida, no solo
podrá afrontar las grandes cuestiones que angustian al ser humano, sino que
recibirá los incontables favores que resultan del autoconocimiento.
Con el propósito de alinear el viaje del héroe con mi transformación personal y
que además sirviera de ejemplo, he optado por incluirme en el arquetipo del
«mago» como el lugar con el que me siento más identificado. Sin embargo,
apelo a la sinceridad para hacer una confesión que tiene su envergadura. En este
momento de mi vida siento que me encuentro en transición de cuantiosos
aprendizajes. Mucha de la información que he conseguido intelectualizar y que
he transmitido en esta conferencia está pendiente de ser consolidada. Como he
mencionado en bloques anteriores, la teoría se diluye en la práctica. Y existen
aspectos del desarrollo personal que aunque los hayamos enfrentado en varias
ocasiones, precisan de profusas horas de práctica para considerarlos integrados.
Con todo, y siendo honesto, muchos de ellos quizás no lleguemos a integrarlos
jamás. Me explico. Conocer la ciencia del perdón no significa que
emocionalmente podamos perdonar hasta que no hayamos dicho «me perdono»
sentidamente al menos unas mil veces. Son muchos años los que llevamos
interpretando el perdón de forma incorrecta, por lo que cambiar nuestra química
cerebral para que esta se comporte de otra manera no resultará fácil.
Cabe decir, asimismo, que siendo conocedor de la astucia del personaje, dudo
mucho que en cualquier conferencia sobre desarrollo personal no se muestre
inconscientemente el ego espiritual del ponente. En realidad no supone un
problema. El autoengaño que desee sostener el ponente consigo mismo no
debería ser de nuestra incumbencia. Aquello que verdaderamente importa es
vuestra actitud para ser escépticos y experimentar por vosotros mismos.
Deberíais verificar si la información es fiable o desechable mediante la
exposición emocional y el método científico. Recordad que aquello que es bueno
para un patrón mental, no tiene por qué ser bueno para otro. Práctica, práctica,
práctica…
Quizás muchos de vosotros me consideréis un coach, un mentor o un
orientador, en vez de un amigo o un estudiante. Cabe decir al respecto que
ninguno de ellos atesora la capacidad para sanaros. No caigáis en esa trampa
común conducidos por falta de claridad y paciencia. Nadie, por muy maestro
espiritual que se precie, puede brindaros la autoestima o confianza latente en
vosotros. Pienso que ha quedado constatado que no existen las recetas exprés
que alivien vuestro vacío. La persona en la que confiéis para guiaros solo puede
acompañaros en el proceso de reconocimiento de vuestras heridas, creencias,
miedos, patrón mental, proyecto vital, talentos, fortalezas, oportunidades, etc. De
una forma u otra el orientador hallará la manera de mostraros los beneficios del
desapego, la gratitud, el perdón o la inteligencia emocional con la firme voluntad
de revelar vuestro potencial y que seáis vosotros quienes lo desarrolléis.
Encontrar el amor interior, la certidumbre, la claridad, las energías, la pasión y el
compromiso con la acción solo podéis hacerlo vosotros. No podemos otorgarle
la responsabilidad a ningún guía, ya que al vértice de la pirámide del
autoconocimiento no se accede en ascensor, sino escalón a escalón.

16 Los arquetipos de Carol S. Pearson se fundamentan en los trabajos del psiquiatra C.G. Jung, el
psicoanalista James Hillman, el mitólogo Joseph Campbell y otros psicólogos de profundidad.
15

MI RECETA: OTRA VIDA ES POSIBLE


La paz interior es un sendero que se recorre desde los hábitos

Para finalizar esta conferencia, y con la voluntad de que ejerza de inspiración y


orientación para todos los asistentes, me gustaría compartir con vosotros la
receta saludable que yo aplico a mi vida para construir día a día lo que me gusta
llamar «coherencia de la felicidad». Con la aspiración de que se comprenda
ampliamente y no suscite confusión, intentaré circunscribir algunas
recomendaciones en uno de los paradigmas que ya he analizado durante esta
sesión reflexiva. Me refiero al modelo integral de «salud consciente» como
vehículo para relacionarnos desde el equilibrio con nuestra parte espiritual,
física, intelectual, emocional y social.
Antes de comenzar, me gustaría establecer las bases de mi receta personal e
invitaros, si es que resuena con vosotros, a registrar estas palabras en vuestro
cerebro emocional. Sugiero una visualización o de varias para integrar esta
enseñanza:

«El universo es energía, somos energía y existimos rodeados de


energía. Todo se encuentra disponible en proporciones infinitas
esperando a ser abrazado, tanto lo extraordinario como lo necesario.
Y la manera de acceder a este poder es a través de la atención. El
secreto de nuestro equilibrio, de nuestra paz interior, de nuestra
felicidad reside en la manera en la que conscientemente dirigimos la
atención. Pero la atención bebe de un manantial inconsciente que
debemos cuidar y mantener nítido, cristalino, brillante».
Creo que estamos obligados a cuidar el foco de nuestra atención. Esta nueva
era tecnológica conduce a las sociedades industrializadas a una crisis atencional.
La hiperinformación y la estimulación continuada que imponen los medios de
comunicación y las redes sociales no solo nos enajenan en aras del consumo,
sino que fragmentan la escasa capacidad humana para dirigir nuestra
observación y curiosidad hacia aquellos aspectos que son verdaderamente
importantes para conectar con nuestra naturaleza interior.
A continuación, enumeraré las «visiones» a las que dirijo mi atención con la
voluntad de vivirme lo más próximo a la esencia y alcanzar un grado óptimo de
bienestar.

Cultivar la indagación interior a través de la observación. Para ello se


hace necesario entrenarse en el arte de la meditación, el silencio, la
respiración.
Autoconocimiento y aceptación de mi niño interior, heridas
emocionales, creencias asociadas y patrón mental-personaje que
construye mi realidad y conduce mi existencia.
Aprender el arte de amar a través de la gratitud y el autoperdón.
Soltar paulatinamente la parálisis y el miedo a la desaprobación del clan
familiar y la masa social.
Cultivar la resiliencia para aceptar la adversidad y la muerte como parte
de la vida impermanente.
Encontrar un amigo en mí mismo en los espacios de soledad y silencio.
Averiguar por qué estoy aquí, cuál es mi vocación y propósito, además
de encontrar un lugar en el mundo donde poner todo el amor que me
sobra.
Encontrar una estrella en la que brillar para vivirme desde la mejor
versión de mi superhéroe.
Ejercitar y alimentar saludablemente mi templo corpóreo.
Minimalismo consciente: deshacerme de todo aquello que estorba con la
voluntad de conseguir tiempo y libertad, aspectos que sin duda
contribuyen al enriquecimiento de mi vida interior.

Para trabajar todos estos aspectos sin recurrir a la lucha, el juicio o el


autocastigo, citaré algunos de los criterios que considero fundamentales en mi
evolución personal:

Reprogramar las bibliotecas emocionales. De una manera u otra considero una


prioridad desarrollar hábitos diarios que despierten mi interés con la idea de
propiciar una revolución en el tejido emocional de mi inconsciente. Es decir,
aspirar a neutralizar respuestas emocionales insalubres a través de la poesía de la
experiencia. Para ello, abogo (como medida aproximada) por un despliegue de
energías en el que el 75 % de mi tiempo pueda ser invertido en compromisos que
guarden relación con la práctica física y emocional, y un 25 % restante con la
formación y los conocimientos.

Entrenar el SAR (sistema de activación reticular). Este sofisticado radar se


nutre de todo ese intrincado emocional que atesora el inconsciente,
especialmente dentro de los dominios del «yo idea». Por esa razón, estimo
imprescindible que el SAR advierta y realce el tipo de estímulos, información,
situaciones o personas que resultan importantes para mi desarrollo personal y, de
esta manera, convertir en oportunidad todos aquellos aspectos que concurren y
rodean mi existencia. Luego, es de vital importancia que mi foco de atención se
encuentre alineado con entornos favorables.
Digamos que el SAR se comporta como una batería. La energía mental que
dedica este filtro a la atención se encuentra limitada por la cantidad de elecciones
que realizo durante el día. Es decir, no es que renuncie a aquello que la vida me
ofrece, sino que hago todo lo posible por salvaguardar mi energía y ponérselo
fácil al SAR. Si uno de mis propósitos, por ejemplo, consiste en mejorar mi
alimentación y estoy interesado en la comida saludable, no es lo mismo entrenar
el SAR inmerso en un mercado tradicional de toda la vida, que en un
supermercado de consumo industrial. En resumidas cuentas, me educo y
desarrollo hábitos que rodeen mi vida de aquellos avances a los que aspiro. En
esa dirección, una buena práctica consiste en seleccionar meticulosamente los
inputs que pretendo que se instalen en mi mente, siempre y cuando no impliquen
sacrificio o culpabilidad. Es decir, procuro higienizar el camino al SAR y evitar
los contenidos que no se encuentren relacionados con mis intereses y visiones.
En definitiva, ¿quieres que te suceda algo nuevo en la vida? Entonces, entrena
el SAR y educa la atención. Porque lo único que diferencia a una persona que le
suceden cosas buenas de otra que vive rodeada de problemas y toxicidad es la
salud del repositorio inconsciente desde donde se alimenta el SAR y el entorno
favorable donde este filtra la información.

Crear un sistema de recompensas. No olvidemos que nuestro cerebro se


encuentra programado biológicamente para obtener placer. Y, por lo general,
consolidar un nuevo hábito aunque sea mediante la filosofía kaizen suscitará de
seguro algún tipo de incomodidad. Dicho esto, soy partidario de concebir algún
tipo de premio o recompensa para minimizar las posibles resistencias. Ahora
bien, es fundamental que exista una motivación interna para construir el hábito.
Me tiene que gustar porque, en caso contrario, solo me comprometeré con la
acción como medio para obtener la recompensa. Por ejemplo, monto en bici
porque me gusta, no porque al finalizar la ruta me voy a beber un litro de
cerveza con los amigos.
La exposición que haré, y que estará contenida en el paradigma de «salud
consciente», favorecerá la comprensión integral dinámica de quiénes somos y la
manera en la que nos relacionamos con nuestra parte espiritual, física,
intelectual, emocional y social.

«No podemos transcender una mente enferma recurriendo a los


mismos hábitos que la enfermaron».

Somos jardineros de nuestro propio jardín. Si deseamos crecer como árboles y


dar frutos, debemos regar las raíces desde los hábitos. Porque integrar un hábito
es como cambiar de paisaje, siempre vemos cosas distintas.
A continuación, enumeraré algunos de los hábitos que practico o intento
integrar y que resultan compatibles con una vida en furgoneta. Aunque me
encantaría ampliar esta lista con valiosos consejos, me centraré exclusivamente
en aquellos que elevan mi vibración positiva y considero prioritarios para situar
mi foco de atención.

FÍSICO

La actividad física debe formar parte de mi vida, pero soy consciente de


que solo representa el 20 % de mi salud integral. Por lo general, intento
concederle al cuerpo el mismo tiempo que le dedico a ducharme o a
comer. Sin lugar a dudas contribuye a mejorar mi actitud, pensamientos,
autoestima y toma de decisiones. En definitiva, incrementa mi
frecuencia vibratoria.
La actividad física mantiene mi equilibrio energético. En una sociedad
en la que destinamos la mayor parte de la energía a la mente, considero
esencial realizar algún tipo de acupuntura física que sirva para
desatascar las energías retenidas en el organismo. Normalmente, me
propongo realizar veinte minutos de ejercicio físico todos los días o al
menos cinco días por semana. Recomendable a primera hora de la
mañana, en ayunas.
Abogo por una actividad física sin sacrificio, obsesión y con intensidad
moderada. Si en un par de días no he podido ejercitarme, intento recurrir
al kaizen y caminar diez minutos a un buen ritmo. Lo importante es no
generar dramas.
Hago todo lo posible por combinar la actividad física con la conexión
que brinda el medio natural. En vez de una ducha, un baño de naturaleza
en el que respirar en profundidad.
Un instrumento musical es un buen compañero. A mí, particularmente,
tocar la guitarra me permite cantar, bailar y reír.
Procuro probar y experimentar en mi organismo otros tipos de
alimentación saludable. Asimismo, somos un 70 % agua, por lo que
procuro hidratar mi cuerpo con agua de calidad.
La luz del sol es alimento. Se sintetiza en nuestros cuerpos en energía
bioquímica y biofísica. Por consiguiente, siempre y cuando la
climatología lo permita, intento tomar el sol al menos veinte minutos al
día.
Y para terminar, no puede faltar un buen descanso para regenerar el
organismo.

ESPIRITUAL

Para satisfacer y cultivar mi dimensión espiritual preciso de tiempo. Por


consiguiente, por mucho que me apasione mi actividad profesional, mi
propósito vital nunca debe situarse por encima de la vida misma. Esa es
la razón por la que me impongo trabajar cuatro horas al día, no más.
Esta decisión me permite disponer del tiempo y la curiosidad necesarias
para analizar mis emociones y así encontrar otros territorios donde
seguir expandiéndome.
Intento concentrarme en aquello que brinda verdadero sentido a mi vida.
Cuál es mi lugar en el mundo, mi relación con el entorno, y en qué
actividad estoy sembrando todo mi excedente de amor, ya que mi
experiencia corrobora que la abundancia de mi vida es un resultado de
lo que doy.
Cultivar esta inteligencia espiritual me aporta dirección y me permite
compensar todas aquellas pulsiones animales, egoístas y materialistas
que demanda mi personaje. La dirección, por tanto, consiste en
acompañar mi propósito de ética genuina y sabiduría.
Procuro revisar mis valores en relación con mi vocación. «Qué» quiero
aportar al mundo y «cómo» quiero desempeñar esta labor a través de
nuevos talentos.
Mi paz interior guarda relación con la coherencia que existe entre lo que
siento, pienso y hago. Me propongo que cada proyecto que llegue a mi
vida cumpla con esta premisa. Es decir, anteponer los contenidos a los
resultados y que mis actividades se alimenten de pasión y sentido, en
vez de exclusivamente de dinero. He observado que cuando mis actos
son congruentes con mis valores experimento una profunda sensación
de armonía y paz interior.
Procuro dedicar tiempo a la observación de la naturaleza. Su belleza y el
gozo estético es alimento y medicina para el alma.
Doy gracias por todo lo que tengo, porque, si de alguna manera llegó a
mí, guarda un sentido. Valoro la sabiduría que esconde todo aquello que
no funciona bien en mi vida e intento sustituir el pensamiento
«desgracia» por «necesario». Toda tormenta pasa dejando un rastro de
aprendizajes, y para mantenerme fuerte en la tempestad necesito cultivar
la paciencia y confiar.
La vida nómada me permite encontrar mi santuario personal y explorar
el poder curativo que emana de la soledad y el silencio. Respirar,
meditar, observar. Profundizar en el hecho de que todo el amor que
requiero reside en mí. No necesito extirpar amor al mundo, sino que es
el mundo el que necesita de mi amor.
Me transmite mucha paz entender la muerte como el mejor invento de la
creación. Integrar lo efímero y frágil que convive en mí propicia que me
tome en serio la vida que anhelo.
Suelo reflexionar sobre el cambio y el fluir natural de la existencia. El
universo no tiene por qué darme aquello que mis sentidos determinan
que es mejor para mí. El secreto reside en colaborar con aquello que
necesito para crecer y que es inevitable.
Tomar conciencia de unidad: lo masculino y lo femenino conviven en
mí. ¿Puede una célula que convive en relación con un conjunto obrar sin
responsabilidad y sin ética? Cada una de ellas solo puede ejercer su
libertad individual para desplegar su esencia y sus capacidades con el
propósito de aportar valor al resto del organismo.

EMOCIONAL

Me seduce penetrar en la senda de la observación utilizando cualquier


medio a mi alcance: montando en bici, caminando, meditando,
respirando, fregando, cocinando, etc. La idea es entrenar la atención
plena y evitar en la medida de lo posible que el personaje tome el
control. Por fortuna, la vida nómada y minimalista me permiten dedicar
mucho tiempo a este entrenamiento.
Llevo al día un soporte digital detallado de las conductas adictivas que
derivan de mis heridas emocionales ordenadas por prioridad. Por
ejemplo: huir de aquello que no me gusta, me incomoda o desagrada.
Me ayuda a estimular al SAR y reconocer rápidamente mis tropiezos
para así tomar consciencia de mi trabajo personal.
Procuro observar mis pensamientos y analizar la realidad que me rodea
con el objetivo de identificar cómo la estoy creando desde la percepción
de mis heridas. Detectar en qué situaciones brota la injusticia, la traición
o el rechazo, y me impongo el papel de víctima. A menudo recurro a
preguntas del tipo: ¿Qué siento ahora mismo? ¿Por qué me he sentido
ofendido? ¿Qué oculta mi enfado? Hago todo lo posible por no bloquear
la emoción y llevar la cresta de la ola emocional hasta la orilla.
En otra línea de trabajo, intento practicar la aceptación cuando la
realidad no se acomoda a mis expectativas y siento cómo irrumpe el
conflicto. ¿Qué es aquello que no estoy aceptando? ¿A qué me estoy
resistiendo?
Aprendo a ponerle nombre a las emociones más allá de las emociones
básicas de alegría, tristeza, ira, miedo, sorpresa y asco. ¿Es lo mismo
sentir rencor que resentimiento? Detectar una emoción e identificar cuál
es la herida que la origina disminuye considerablemente mi grado de
frustración.
Intento acceder a mi niño interior antes que a mi yo adulto. Y para eso
me impongo conectar con la emoción antes que con la razón. Primero
averiguo qué emoción es la que ha motivado el conflicto, y luego le
explico a mi niño herido las circunstancias racionales que la han
provocado. Termino con la pregunta: ¿Esto que estás sintiendo…, es
verdad?
Me esmero en trabajar el desapego hacia papá y mamá. Perdonarme
cuando me duele su desaprobación y surge en mí el victimismo y la
culpabilidad.
Ya no esquivo la enfermedad, sino que la considero un efecto del
malestar de la mente. Indago sin obsesión y sin juicio acerca de cuáles
podrían ser las causas emocionales que están enfermando mi organismo.
Trabajo de amor propio (I). Elaboro una lista objetiva en la que vinculo
mis dones con cada uno de mis logros. Básicamente son aspectos que
admiro de mí mismo y de los que me siento orgulloso. Le doy sentido a
toda la información y confecciono una visualización, me pongo una
música emocionante y a bailar.
Trabajo de amor propio (II). Me he dado cuenta de que cuanto más
consciente soy de mis heridas, mejor las comprendo y más fácil me
resulta perdonarme. Eso se traduce en un diálogo más saludable
conmigo mismo. Y si en mi interior paulatinamente desaparecen el
rechazo, la crítica y el juicio, el exterior deja de mostrármelos o, si me
los muestra, ninguno de ellos es susceptible para el radar del SAR. Lo
mismo sucede con el miedo y la autoestima. Cuanto más me acepto en
lo pequeño y en lo grande, más sensación de paz encuentro dentro de
mí, condición que reduce los miedos e incrementa mi amor interior
incondicional.
Meditación ho’oponopono para cultivar el autoperdón. La suelo realizar
en la mañana, sobre la cama, y justo después de salir del sueño. Cierro
los ojos, me conecto con la respiración y repito este mantra durante
cinco minutos: «Me perdono» porque reflejo en ti mis heridas abiertas.
«Me perdono» por hacerte responsable de mis reacciones automáticas.
«Te doy las gracias» por servirme de espejo y mostrarme aquello que no
acepto y debo sanar de mí. «Te doy las gracias» porque debido a tu
mensaje hoy decido no reaccionar y tomar consciencia de mis heridas.
Meditación para cultivar la gratitud. En la línea anterior pero repitiendo
este mantra: «Gracias», todo lo que llega a mi vida es perfecto para mi
crecimiento. «Gracias», tengo todo lo que necesito. «Gracias», porque
las tormentas pasan y yo continúo perfeccionándome. «Gracias», porque
por fin puedo ver todo lo maravilloso que rodea mi vida.
Reprogramar el inconsciente (I). Considero un entrenamiento esencial
exponerme emocionalmente a entornos de injusticia, traición o rechazo
como oportunidad para trabajar mis heridas. Este hábito, aunque duela y
me remueva por dentro, me conduce a la socialización y, por ende, a
mejorar mi inteligencia social.
Reprogramar el inconsciente (II). Me seduce crear visualizaciones con
todo lujo de detalles que representen mis «visiones» desde la emoción.
Por lo general, procuro incorporar emociones de alta vibración que
contrarresten alguna de mis creencias limitantes.
Acostumbro a reflexionar acerca de los avances percibidos y
preguntarme: ¿Dónde pasa mi mente la mayor parte del tiempo? Pienso
que es una manera rápida y efectiva de averiguar si me vivo desde el
miedo o si, por el contrario, se atisban las primeras luces de amor en mi
interior. Normalmente suelo ser consciente de mis progresos al evaluar
mis reacciones automáticas, pues dejo de sufrir, reaccionar, culpar,
condenar y me siento más en paz conmigo mismo.

INTELECTUAL

Como norma general intento evitar la hiperinformación y las


distracciones pasivas y centrarme en aquellos temas que proporcionen
energía vital a mi propósito de vida. No obstante, es importante que
aquello que deseo aprender pueda ser aplicado en el momento actual. Es
decir, no me planteo estudiar chino a menos que exista la necesidad de
comunicarme en este idioma. El conocimiento se integra bastante mejor
a través de la práctica emocional.
Me expongo a información de calidad apelando a mi elección y evitando
caer en los algoritmos tendenciosos que ofrecen las redes sociales.
Algunos ejemplos de los aspectos en los que me gusta estar informado:
Los tipos de temperamento, epigenética y transgeneracional.
Neurociencia y funcionamiento de los cerebros del organismo
(cerebro, corazón y tracto intestinal).
Las heridas emocionales y sus conductas.
La construcción del sistema de apegos seguro, ansioso,
evitativo y desorganizado del menor.
El niño o la niña interior.
Anatomía y funcionamiento del inconsciente.
Descodificación biológica. Especialmente en los orígenes de la
enfermedad.
Eneagrama de la personalidad o similares.
Las leyes espirituales: impermanencia, causa y efecto, espejo,
atracción, polaridad, etc.
Física cuántica, PNL, psicología positiva y transpersonal.
Inteligencia emocional y equilibrio mental.
Tradiciones filosóficas, sufistas, orientales, etc.
Alimentación saludable
Tomo consciencia acerca de mis creencias limitantes con la voluntad de
soltar bloqueos, cambiar la narrativa interna y lograr una coherencia
armoniosa entre el consciente y el inconsciente. Considero una prioridad
conseguir un equilibrado «sentido de unidad o de coherencia» entre el
necesito (cerebro visceral), el deseo (cerebro emocional) y el quiero
(cerebro racional).
Abogo por una filosofía minimalista y me pregunto con cierta
frecuencia qué necesito realmente para ser feliz. Acumular objetos
guarda relación con un sentimiento de carencia interior. Cuando limpias
los armarios polvorientos de tu mente, en realidad liberas espacios para
todo lo nuevo que desea entrar en tu vida.
Es fundamental que mi actividad profesional se apoye en una buena
formación sobre finanzas personales.
Escucho música que me conmueva.

SOCIAL

Considero primordial entrenarme en la relación interpersonal


observando y percibiendo cómo el otro opera desde su personaje. Esta
condición me ayuda a empatizar con su manicomio interior y elegir el
verbo para cada ocasión. Siempre se pueden adaptar las palabras a la
vibración emocional de otra persona. Es lo que se llama inteligencia
social.
Mi vida cambia por completo cuando adopto la teoría de la «economía
de caricias» de Claude Steiner, ya que el contacto con la piel, la ternura,
la mirada, la sonrisa, el gesto amable y la buena escucha contribuyen
sobremanera a mi bienestar y abundancia como ser humano.
Me siento atraído por compartir momentos con personas afines que
impulsen mis sueños y me transmitan afecto, confianza y tranquilidad.
Compartir con la tribu favorece tanto mi inspiración como mi
motivación. Se multiplican las oportunidades y se crean realidades
comunes gracias a la sinergia que aporta cada SAR.

Y después de recorrer esta estructura de salud consciente, ¿qué podemos


observar de las recomendaciones compartidas? Pues básicamente, la manera en
la que un patrón mental como el mío colorea su vida desde el orden, la
integridad, la coherencia y el compromiso con la acción. Lo importante en mi
caso es soltar la rigidez y el apego para que estos rasgos no limiten mi vida.
Aunque no sigo estrictamente cada una de estas sugerencias, mi experiencia me
dice que la mente funciona como un músculo. Puedes asistir al gimnasio o hacer
running todos los días para afinar tu estado físico, pero en el momento que te
desvinculas un par de semanas de la actividad física, pierdes toda la evolución
conquistada durante meses de trabajo. Con la observación consciente y el
compromiso con la acción sucede lo mismo.
Espero que esta receta ejerza como sugerencia para mejorar determinados
aspectos de vuestra vida. Una cosa más. A pesar de mi empeño por priorizar el
foco de atención, es importante que este no se fragmente en demasiadas tareas al
mismo tiempo. Mi experiencia también revela que pretender abarcar en exceso
causará un detrimento en los avances. Aunque así lo pensemos, nuestro cerebro
no atesora la capacidad de la multitarea cuando se trata de tareas importantes o
consolidar nuevos hábitos. Ordenemos las prioridades y concentremos las
energías. Si salís a correr entre hayedos inmersos en un precioso bosque otoñal,
no aprovechéis la coyuntura para escuchar un podcast de crecimiento personal.

«Hacer una cosa cada vez significa ser total en lo que haces, prestarle
toda tu atención. Eso es acción rendida, acción poderosa».
Eckhart Tolle
16

LA METAMORFOSIS
Confía en la transformación

Todo lo transmitido hasta ahora se basa en mi experiencia de vida. Por eso creo
en el autoconocimiento y sostengo la inquebrantable convicción de que la
felicidad se puede aprender. ¡Otra vida es posible! Las certezas que fui
consolidando durante estos años en mi tejido emocional así lo indican. No me
sentí mariposa hasta que una parte de mí se renovó en las etapas de oruga y
crisálida. Como señala la lucidez de Jodorowsky:

«La palabra “psique”, alma en griego, significa también “mariposa”.


Nacemos con un gusano de alma, nuestra labor es darle alas y vuelo».

Como orugas, somos llamados a seguir un proceso natural de evolución, el de


sentirnos cautivos de nuestras heridas emocionales. Desde esta inmadurez
psicológica estamos incapacitados para vivir lo extraordinario de la vida, pues no
podemos verlo. Nos percibimos gusanos que se viven en una baja vibración y
esclavos de la ignorancia, el egocentrismo, la resistencia y el conflicto. Las
heridas son tan pesadas que, cual oruga, nos arrastramos para mendigar la
valoración del mundo exterior y recurriremos a cualquier temeridad, incluso a
dejarnos pisar, si advertimos una mínima recompensa de amor o aceptación. La
autoestima de la oruga depende exclusivamente del estatus, la reputación, la
riqueza material, el éxito o el aspecto físico.
La oruga no sabe que su esencia atesora la posibilidad de volar, porque la
programaron para arrastrarse, no para visitar un millar de flores y surcar los
cielos. Se mira, y observa el peso y la lentitud que infligen las heridas. Necesita
etiquetar a las mariposas que la rodean como seres extraordinarios para afirmar
su insignificancia y así evitar responsabilizarse de su existencia. Pero un día deja
de culpar y de mirarse a sí misma, y al distinguir a una bella mariposa desplegar
sus espléndidas alas, siente una vibración incómoda. A pesar de verse
cuestionada por millones de orugas, a menudo advierte magníficas mariposas a
su alrededor.
—¿Cómo puedo volar? —pregunta un día la oruga.
—Sana tus heridas, encuentra un propósito y confía en la transformación…, no
tengas miedo —contesta una admirable mariposa multicolor.
Es entonces cuando la oruga decide despertar, apartarse del mundo ordinario y
buscar un espacio en silencio donde suspenderse a sí misma. La oruga tiene
dudas, pero retuerce su cuerpo y permanece boca abajo e inanimada dando lugar
a la crisálida. Durante esta odisea de introspección oscura, lenta y traumática se
deshace de las creencias que lastran y no sirven, renuncia a su antigua identidad,
descubre su don y observa atónita cómo sus pensamientos transforman su
morfología y adhieren alas a su nueva naturaleza.

«En la oscuridad de la crisálida se gesta la mejor versión de la


oruga».

La metamorfosis alcanza el momento de eclosión y en la crisálida se abre una


pequeña grieta y las alas comienzan a desplegarse. El nuevo ser debe combatir
por romper la corteza exterior. Nadie puede hacer ese trabajo, salvo la incipiente
mariposa. Requiere de un sobresfuerzo para estimular los latidos del corazón y
bombear sangre hasta las extremidades. Sin este impulso final la mariposa no
aportará la suficiente fortaleza a las alas para garantizar su vuelo. La voluntad
por emprender una nueva vida brinda sus frutos y por fin la nueva identidad se
encuentra lista para volar.
La mariposa es el único ser vivo capaz de modificar totalmente su estructura
genética, lo que significa un renacimiento completo. A diferencia de la oruga,
puede volar gracias al amor que genera en su interior. Es libre porque se ha
reconciliado con la soledad, con el silencio, con sus angustias. No necesita
competir ni imitar a otras mariposas. Ya no depende de lo que piensen los demás,
del amor de otro ni tampoco pierde el tiempo en alimentar sus miedos e
inseguridades. Simplemente confía en la vida, porque vuela con sus alas, no con
las alas de otro.
La mariposa siempre nos lleva al lado más soleado de la vida. Conquistó su
libertad interior y, cuando eso ocurre, esta puede vivir en una bicicleta, una
furgoneta, una casa en el campo, una aldea junto al mar o una ciudad. Que cada
esencia elija su medio. Cuando tienes alas es momento de abrazarse al viento, de
viajar, de explorar, de vivir, pero ahora…, ligero de equipaje.
Las mariposas y las crisálidas incomodan a demasiadas orugas, porque su
energía y su luz actúan de espejo de la oruga, mostrándole todo aquello que esta
reprime. En el fondo, la oruga es consciente de su parálisis por miedo, sabe que
ella no asumió su responsabilidad y se permitió ser crisálida. Por eso siempre
habrá orugas que te observen y cuestionen tu vida, ya que su miedo es más fuerte
que su amor. Se comparan con la mariposa superficialmente, pero no alcanzan a
desentrañar su profundidad. Solo desde la esencia de la mariposa puedes
entender que cuando sabes volar ya no tienes que huir, puedes trabajar
apasionado, sin jefes, sin horarios y pasear por un jardín diferente cada mañana,
si así lo decides. No tienes que renunciar a nada porque cuando dispones de
autoestima, tiempo, curiosidad y atención, todo está disponible. Sabes que
cuando vuelas y el viento cambia lo mejor no es tener un hogar, sino varios. Lo
mejor no es tener una relación sentimental, sino varias. Lo mejor no es tener una
familia, sino varias. La vida es demasiado hermosa para no transformarse y
adaptarse con ella.

«Así que suelta los cabos. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa los
vientos favorables y despliega tus velas. Explora, sueña, descubre».
Mark Twain
NOTA DEL AUTOR

Presumo, apreciado lector, que si has alcanzado esta página significa que la
conferencia ha suscitado tu interés. Si no fuera así, espero de todo corazón que al
menos haya servido de acicate para desempolvar reflexiones fundamentales. De
cualquier forma, y siempre que así lo sientas, me encantaría que me ayudases a
mantener actualizado este viaje hacia nuestra felicidad interior. Los que
autopublicamos no contamos con los medios ni con el impulso divulgador de las
grandes editoriales. Si deseamos continuar viviendo de nuestra pasión y
aportando valor al mundo, precisamos de la difusión de las redes sociales para
promocionar nuestras obras. Si vibra contigo y deseas apoyar esta iniciativa,
quizás puedas contribuir de alguna de estas formas:

Deja una opinión del libro en el espacio de venta del mismo (Amazon,
etc.) o etiquétame en las redes sociales.
Comparte contenidos que te hayan conmovido y creas que pueden
aportar valor a los demás.
Graba un vídeo con tu teléfono móvil en pantalla horizontal, y una
duración máxima de un minuto, expresando qué te ha parecido el libro y
lo que ha significado para ti. Su publicación en redes sociales me
ayudará a difundir esta obra.
Déjame saber tus dudas. Me ayudarán a mejorar y corregir la
compresión de futuras ediciones. Asimismo, haré lo posible por publicar
y resolver las cuestiones en redes sociales.

Te agradezco encarecidamente tu apoyo. Porque alentar a un creativo,


reconocerlo, es conectarlo con su naturaleza, con el amor que alberga en su
interior. En realidad, si el creador es feliz, y todos somos creadores, contagiará
su estado de ánimo al mundo. Por ello, si aspiramos a una sociedad en la que
vivir en armonía, deberíamos impulsar a personas felices que, en primer lugar,
vivan de aquello que les apasiona, porque es la pasión la que enciende el motor
que nos eleva en la vida.

Otros recursos:

Señalar, asimismo, que en los próximos meses estará disponible un curso en


línea basado en los contenidos de esta obra.
Si por alguna razón las claves que brindo en este libro te resultaran
insuficientes y necesitaras una orientación personalizada, quizás te puedan
interesar las sesiones online de facilitación y desarrollo personal que he diseñado
para mejorar aspectos significativos de la vida como, por ejemplo, resolución de
conflictos o proyección de un plan encaminado a encontrar un propósito en la
vida.
Igualmente, organizo viajes a medida, en bicicleta o caminando, en los que
conjugo la exploración de espacios naturales con la formación en desarrollo
personal.
Para cualquier cuestión que te pueda interesar, no dudes en contactar conmigo
en [email protected]

Información del proyecto:


www.otravidaesposible.org

Página de venta de Viaje a mis heridas emocionales


www.viajeamisheridas.com

Página de venta de Llévame de viaje: una aventura en bicicleta al interior de


uno mismo - (4ª edición)
www.llevamedeviajelibro.com

Redes sociales:
Instagram | Facebook | Youtube: @otravidaesposible
Contacto:
[email protected]
AGRADECIMIENTOS

Con todo mi cariño, me gustaría dar las gracias a Ana Fernández por su
contribución a la corrección ortotipográfica y de estilo de esta obra. La fortuna
de haber contado con Valeria Duka para ilustrar la portada y las imágenes del
interior de la misma. Asimismo, reconocer las valiosísimas aportaciones al
borrador de este texto a mis amigos Pablo Flecha, Olga García, Soledad Ruiz y
Elena Guillem.
Sería imposible corresponder a todas las personas —la familia en primer lugar
— que con su ánimo y convicción me ayudan a levantarme cada mañana con
ilusión y a disfrutar de un talento que, debo enfatizar, nos presta el universo,
pero del que —sorprendentemente— no somos propietarios, pues el talento es un
regalo para la humanidad. Lo fascinante es que dando somos felices.
RECONOCIMIENTOS

Cómo olvidar a todos aquellos incansables creadores y apasionados —épicos y


contemporáneos— que durante siglos continúan influenciando y corrigiendo los
tropiezos incorregibles de la humanidad. La casualidad no existe; y por alguna
razón me refugié en los clásicos de la filosofía occidental y oriental, la única
ontología que me permitió dar respuestas a las preguntas que revelaba mi
experiencia. La lista es larga: Nietzsche, Kierkegaard, Sartre, Bauman…,
Epicuro, Epicteto, Osho, Krishnamurti y cientos de eruditos que educaron e
iluminaron al mundo desde la filosofía oriental, la griega, la medieval y la
contemporánea.
Sus enseñanzas resuenan en la actualidad y son transmitidas por talentosos
expertos, pedagogos y comunicadores que, de una manera u otra, me brindaron
inspiración para escribir esta obra. Entre otros —porque son demasiados—, me
gustaría sugerir las lecturas de la psicóloga Helen Schucman (escriba de Un
curso de milagros) y la coach Marta Salvat, Lise Bourbeau (heridas
emocionales), Antonio Blay Fontcuberta (psicología transpersonal), Mario
Alonso Puig (neurociencia y bienestar), Joe Dispenza (bioquímica y
neurofisiología), Ken Robinson (talento y educación), Mihaly Csikszentmihalyi
(la naturaleza de la felicidad y la creatividad), Daniel Gambartte
(descodificación biológica), Enric Corbera (bioneuroemociones), Álex Rovira
(psicología, sociología y dicha), Borja Vilaseca, Victoria Cadarso y Pedro
Espadas (eneagrama), y un largo etcétera.
¿Cómo prescindir de todos ellos? Sus saberes articulan la extraordinaria
capacidad para verbalizar aquello que emerge del instinto, siente nuestro corazón
y concibe nuestra mente.
ÍNDICE

Prefacio

1. El árbol de la vida

2. Heridas emocionales

3. Autoconocimiento y eneagrama

4. La realidad

5. Autenticidad

6. Ley de la impermanencia

7. La gratitud

8. Relaciones interpersonales y anatomía del perdón

9. Salud consciente

10. Conclusiones

11. Reprogramar creencias - sanar heridas emocionales

12. Fases del desarrollo de la sanación

13. Sanar desde el aprendizaje de la emoción

14. El viaje del héroe

15. Mi receta: otra vida es posible

16. La metamorfosis

Nota del autor


Agradecimientos

Reconocimientos

También podría gustarte