EL LAUDO ARBITRAL Monografia PDF

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UNIVERSIDAD PARTICULAR DE CHICLAYO

FACULTAD DE DERECHO Y EDUCACIÓN


CARRERA DE DERECHO

MONOGRAFÍA

“El laudo arbitral: Ejecución, Anulación, Casos prácticos y


Jurisprudencia. ANÁLISIS JURÍDICO DE DL. N° 1071: Decreto legislativo
que norma el arbitraje.

CURSO:
DERECHO DE CONCILIACIÓN Y ARBITRAL
AUTOR (ES):

GEILY RUBITH FERNÁNDEZ PÉREZ


NEYDALI CONCHA BERNA
HILFER MALUQUIZ MALDONADO
DOCENTE:

LUIS GERARDO RUIZ CHIROQUE

FILIAL JAÉN

2022
UNIVERSIDAD PARTICULAR DE CHICLAYO 05 DE ABRIL DEL 2022

DEDICATORIA:
Este trabajo se lo dedicamos a Dios, y nuestros
padres por el deseo de superación y amor que
nos brindan cada día y que han sabido guiar por
el sendero de la verdad a fin de poder honrarlos
con los conocimientos adquiridos, asimismo,
por brindarnos el sacrificio y esfuerzo por un
mañana mejor.

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AGRADECIMIENTO:
A nuestra familia que nos brinda su amor
incondicional, al Dr. Luis Gerardo Ruiz
Chiroque, por incentivarnos a la investigación
a través de este trabajo monográfico y a la
misma vez guiarnos para su desarrollo.

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ÍNDICE
DEDICATORIA ................................................................................................................................ 2
AGRADECIMIENTO........................................................................................................................ 3

INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................ 5
CAPITULO I: EL LAUDO ARBITRAL ................................................................................................ 6
1.1 Nociones .............................................................................................................................. 7
1.2 Ejecución ............................................................................................................................. 7
1.3 Anulación ........................................................................................................................... 10

1.3.1 Causales de Anulación del Laudo ................................................................................ 10

1.4 Caso Practico ..................................................................................................................... 21

1.5 Jurisprudencia.................................................................................................................... 24

CAPITULO II: ANALISIS JURIDICO DEL D.L 1071 ......................................................................... 29


Breve Comentario del D.L 1071 .............................................................................................. 30

TITULO I: Disposiciones Generales ......................................................................................... 31


TITULO II: Convenio Arbitral .................................................................................................. 49
TITULO III: Árbitros ................................................................................................................. 55

TITULO IV: Actuaciones Arbitrales .......................................................................................... 70

TITULO V: Laudo ..................................................................................................................... 93

TITULO VI: Anulación y Ejecución del Laudo ........................................................................ 100

TITULO VII: Costos Arbitrales ................................................................................................ 105

TITULO VIII: Reconocimiento y Ejecución de Laudos Extranjeros ........................................ 112

CONCLUSIONES ......................................................................................................................... 120

BIBLIOGRAFÍA ........................................................................................................................... 122

ANEXOS ..................................................................................................................................... 124

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INTRODUCCIÓN
Toda relación humana está expuesta a conflictos de múltiple índole, en el que están en
juego intereses diversos.

A medida que el hombre ha ido evolucionando ha tratado de encontrar diversos medios


para solucionar sus diferencias, hasta llegar al ordenamiento jurídico para garantizar
condiciones de vida y normas de conducta dentro de la sociedad, con el fin de mantener
la fuerza y evitar la violencia como métodos orientados a la administración de justicia, a
través de un tercero imparcial que dirima sus confrontaciones.

Lo importante en el derecho no solamente radica en resolver el conflicto, sino la forma


como se resuelve, por ello cuando un sistema judicial es deficiente, no cumple su función
a cabalidad, se convierte en una ficción corriendo el riesgo de retroceder al pasado, en
que el hombre ejercía la justicia por su propia mano, haciendo imposible la convivencia
social. Ello explica porque la necesidad de encontrar otras formas alternativas que
puedan proveer las soluciones que el sistema público no está en condición de brindar.

El arbitraje puede ser una de las formas a través de la cual las personas encuentren el
acceso a una justicia eficiente administrada por las mismas partes, dentro de su esfera
de libertad y en el marco de sus derechos disponibles (constitución, 1993)

Si bien es cierto que descongestionaría la pesada carga procesal, no podemos


concebirla como un competidor de la vía judicial, sino más bien como una vía
complementaria, en el entendido que el arbitraje no es válido para cualquier clase de
litigio o bajo cualquier circunstancia.

Es regla general que en un litigio que verse sobre orden público las partes no podrán
recurrir al arbitraje, puesto que es de competencia del poder judicial. Desde la
producción de ciertas medidas probatorias hasta la ejecución forzosa del laudo, el
arbitraje requiere de la colaboración de los jueces. Es más, si obtenido el laudo se
presentan demoras o trabas en la etapa de la ejecución judicial en la práctica, las deudas
originalmente controvertidas y previamente reconocidas en el laudo, quedaran diferidas
en el tiempo. Por tanto, debemos ser conscientes que el arbitraje debe convivir con la
justicia en forma armónica, manteniendo una estrecha relación y un respeto mutuo entre
ambos sistemas.

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CAPITULO I
EL LAUDO ARBITRAL

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1.1 Nociones

Es la decisión del Tribunal Arbitral que pone fin al arbitraje. Es definitiva e inapelable,
salvo acuerdo contrario de las partes. Este tiene valor de cosa juzgada y se ejecutara
como una sentencia judicial.

El laudo arbitral, no sólo es la parte central de todo el proceso, sino también su parte
más emblemática, porque es aquélla que resume no sólo todo lo actuado en el proceso,
sino también es la meta, el objetivo al que esperan llegar tanto las partes como los
árbitros a efectos de poner fin al proceso.

Yáñez Velasco señala que el laudo se ha definido como un acto jurídico intelectual fruto
de una acción secundum allegata et provata.

Por su parte, señalan Fouchard, Gaillard y Goldman, que el laudo arbitral puede ser
definido como una decisión definitiva por parte de los árbitros respecto de todo o parte
de la disputa sometida a su conocimiento, sea que se refiera al fondo de la controversia,
a la competencia de los árbitros o a temas de procedimientos, siempre y cuando esa
decisión sea, como ya se indicó, definitiva.

En cuanto a sus efectos, un laudo arbitral es equivalente a una sentencia judicial


definitiva, en el sentido que es posible de ser exigido como una sentencia. ¿Si mi
contraparte no quiere cumplir con lo acordado en un laudo? ¿Qué se puede hacer?
Debo acudir al poder judicial de tal manera que el juez, de manera expeditiva y sin mayor
costo, ordene cumplir el laudo de la misma forma que si se tratara de una sentencia
judicial.

1.2 Ejecución

Para poder abarcar la ejecución de Laudos Arbitrales, nos debemos remitir al artículo
59° de la Ley General de Arbitraje (LGA), los laudos arbitrales son definitivos e
irrecurribles, salvo que se haya pactado el recurso de apelación ante el Poder Judicial
(artículos 63° o al 69°, aplicable únicamente a los arbitrajes nacionales) o ante una
segunda instancia arbitral (artículo 62°, aplicable al arbitraje nacional y también al
internacional, conforme al artículo 89° de la LGA), o que se interponga recurso de
anulación (artículos 71 o al 78°, tratándose de arbitrajes nacionales, y 123° al 126o para
los arbitrajes internacionales)

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El laudo, de conformidad con el artículo 83° de la LGA «tiene valor equivalente al de una
sentencia y es eficaz y de obligatorio cumplimiento». Según Alvarez Rodriguez cita:
«que la eficacia del laudo está subordinada a que éste pueda considerarse como firme.

La firmeza del mismo se produce bien porque contra el mismo no se haya interpuesto
el recurso de anulación, o bien porque interpuesto el mencionado recurso éste haya sido
desestimado. El efecto que produce, como hemos apuntado, es de cosa juzgada, la cual
deberá ser contemplada en su doble vertiente: como cosa juzgada formal, suponiendo
que no es susceptible de ser atacada; y como cosa juzgada material, que impide que se
abra un nuevo proceso sobre lo que ya ha sido juzgado por los árbitros con tal de que
exista una identidad de sujetos, objeto y actividad arbitral concluida. Es decir, con este
efecto se consagra la irrevocabilidad e inmutabilidad del laudo arbitral.

Todos los autores sean cuales sea su concepción sobre la naturaleza del arbitraje
consideran que el laudo producirá efectos de eficacia similares a los de la sentencia, y
que el efecto de 'cosa juzgada' podrá ser opuesto por vía de excepción.

Ahora bien, ¿qué sucede si no se cumple con lo ordenado en el laudo arbitral? ¿A quién
corresponde su ejecución? Estas preguntas nos conducen a otro tema difícil con
respecto al arbitraje, toda vez, si se debe siempre acudir al Poder Judicial o si es posible
que los árbitros ejecuten directamente sus fallos.

Cremades considera que la ejecución de un laudo arbitral, ante el incumplimiento de


una de las partes, es «una actividad inexpropiable de la autoridad judicial, precisamente
porque los árbitros llegan hasta donde alcanza la voluntad de las partes; más allá afirma
que, escapa a su competencia y sólo el juez puede forzar a alguien, si fuera necesario
en forma coactiva, a cumplir lo establecido en la sentencia».

En efecto, es importante referirnos al segundo párrafo del artículo 83° de la LGA, la


misma que dispone que:

«Si lo ordenado en el laudo no se cumple, el interesado podrá solicitar su ejecución


forzosa ante el juez Especializado en lo Civil, del lugar de la sede del arbitraje que
corresponda en la fecha de la solicitud, cuando no hubiera podido ser ejecutado por los
propios árbitros o por la institución organizadora en rebeldía del obligado, con las
facultades que aquéllos o a ésta se les hubiesen otorgado en el convenio».

¿Los árbitros podrían ejecutar sus fallos o, lo que vendría a ser lo mismo, que ejerciten
la facultad de executio tradicionalmente asignada a los jueces?

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Algunas personas mantienen su posición de que los árbitros deberían gozar de las más
amplias facultades para ejecutar sus fallos, recurriendo, inclusive, al apoyo de la fuerza
pública. Este punto de vista, que parecería a primera vista razonable, en el fondo
creemos que es inviable y hasta peligroso. Solo imaginemos la posibilidad de que
cualquier persona, premunida de un simple documento en el que supuestamente se le
nombra como árbitro, proceda a solicitar el apoyo de la fuerza pública para realizar un
embargo en forma de extracción, para rematar un bien, o para inscribir algún título en
los registros públicos.

Como ya anteriormente se ha mencionado, de conformidad con el artículo 83° de la


LGA, será competente para conocer de la ejecución forzosa, el juez especializado en lo
civil del lugar de la sede del arbitraje, que corresponda en la fecha de la solicitud. Por
su parte, el artículo 85" de la LGA hace muy bien al determinar de manera precisa cuáles
son los anexos que la parte interesada deberá adjuntar al momento de solicitar la
ejecución de un laudo arbitral, evitando de esa manera posibles intentos por obstruir la
ejecución. Para estos efectos, habrá que presentar copia del convenio y del laudo
arbitral. Además, si ha existido segunda instancia arbitral, habrá que adjuntar copia del
laudo respectivo. En caso se hubiere interpuesto recurso de apelación o de anulación
ante el Poder Judicial, corresponderá acompañar a la solicitud una copia del fallo judicial
correspondiente.

El artículo 86° de la LGA establece que los «autos en la etapa de ejecución no son
susceptibles de medio impugnatorio alguno. Está prohibido al Juez ejecutor, bajo
responsabilidad, admitir apelaciones o articulaciones que entorpezcan la ejecución del
laudo, siendo nula la resolución respectiva». En caso que el deudor no cumpla con el
requerimiento del juez, de conformidad con el artículo 716° del Código Procesal Civil se
procederá, de ser necesario, a la ejecución judicial de los bienes del deudor

Ahora bien, cuando el laudo a ser ejecutado sea uno dictado en el Perú de conformidad
con la Sección Segunda de la LGA (Arbitraje Internacional), se seguirá el mismo
procedimiento, pero con las siguientes particularidades:

1. De conformidad con lo establecido en el artículo 125° de la LGA, el juez


competente para conocer de la ejecución será el que determina el artículo 131 o
de la propia ley arbitral; es decir, «el Juez Especializado en lo Civil del domicilio
del demandado competente en la fecha de presentación de la solicitud o, si el
demandado no domicilia dentro del territorio de la República, el competente del
lugar donde éste tenga sus bienes».

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2. También en base al artículo 125°, el interesado deberá anexar a su solicitud de


ejecución los documentos a que se refiere el artículo 127° de la LGA; es decir,
«el original del laudo o copia del mismo, y el original del convenio arbitral o copia
del mismo. Sí el laudo o el convenio arbitral no estuvieran redactados en
castellano, la parte deberá presentar una traducción a ese idioma de dichos
documentos». Además, deberá adjuntar copia de la resolución del Poder Judicial
que haya resuelto el recurso de anulación, de existir.

3. Por último, cabe recordar que si las partes ejercitaron el derecho contenido en el
artículo 126° de la LGA (renuncia total o parcial al recurso de anulación), en caso
se pretenda la ejecución del fallo arbitral en el Perú, el trámite a seguir será el
de reconocimiento y ejecución de laudos arbitrales extranjeros.

1.3 Anulación

Al igual que en el ámbito judicial, todo proceso arbitral implica la existencia de una
relación jurídica compuesta por las partes del arbitraje que decidieron, por medio de un
convenio arbitral, someter su conflicto de intereses a dicho proceso. Dentro de este
esquema, la característica más significativa del arbitraje es, sin lugar a dudas, la
importancia que posee la autonomía privada. En ese sentido, la autonomía privada de
las partes, constituye el eje central de todo arbitraje que se materializa en un laudo,
existen figuras que se pueden invocar para intentar anularlo. Es a esas figuras a las que
nos referiremos a continuación.

1.3.1 Causales de anulación del Laudo

El vigente Decreto Legislativo N.º 1071 que norma el arbitraje regula en su articulo 63°
una serie de causales por las que un laudo puede ser declarado nulo:

El inciso 1, literal a), del artículo 63 de la Ley de Arbitraje, establece que el laudo sólo
podrá ser anulado cuando la parte que solicita la anulación alegue y pruebe que el
convenio arbitral es inexistente, nulo, anulable, inválido o ineficaz. El literal a) señala de
manera expresa una causal de anulación no prevista anteriormente. Dicha causal está
referida a la posibilidad de interponer recurso de anulación contra un laudo cuando el
convenio arbitral sea inexistente, nulo, anulable, ineficaz o inválido.

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Por otro lado, debemos tener presente que el literal a) del inciso 1 del artículo 65 del
Decreto vigente establece que, si el laudo se anula por esta causal, la materia que fue
objeto de arbitraje podrá ser demandada judicialmente, salvo acuerdo distinto de las
partes. En efecto, generado un conflicto, «Ana» inicia el arbitraje contra «Beatriz» y logra
un laudo a su favor, ante lo cual «Beatriz» interpone recurso de anulación basado en la
causal de nulidad del convenio arbitral, que es amparado por el Poder Judicial.

¿La controversia tendrá que someterse al Poder Judicial? La respuesta sería que sí,
porque la anulación del laudo arbitral se debió al hecho que no existía entre las partes
un convenio arbitral, por lo que no cabe la menor duda de que la competencia del Poder
Judicial se restablecerá para resolver cualquier controversia existente entre las partes,
salvo que suscriban válidamente un acuerdo de arbitraje. Finalmente, debemos precisar
que esta causal sólo será procedente si fue objeto de reclamo expreso en su momento
ante el tribunal arbitral por la parte afectada y el mismo fue desestimado.

En efecto, es lógico que las observaciones sobre la existencia, ineficacia o invalidez del
convenio arbitral sean expresados desde un inicio en el mismo proceso arbitral y desde
el inicio también hayan sido desatendidos por los árbitros. Lo que el sentido común
expresado quiere es que el reclamo sobre algo tan grave sea oportuno dentro del mismo
proceso y no interesado cuando se perdió el proceso. Si los árbitros tuvieron razón o no
en desatender el reclamo inicial de las partes, lo resolverá la jurisdicción ordinaria una
vez terminado el proceso arbitral.

Seguimos analizando las causales de anulación del laudo y nos remitimos, al literal b)
del artículo bajo estudio estipula que el laudo sólo podrá ser anulado cuando la parte
que solicita la anulación alegue y pruebe que una de las partes no ha sido debidamente
notificada del nombramiento de un árbitro o de las actuaciones arbitrales, o no ha podido
por cualquier otra razón, hacer valer sus derechos. Se señala que esta causal de
anulación debe ser alegada y probada por quien la invoca y tiene por misión
salvaguardar el debido proceso y el derecho de defensa de las partes.

Entonces, comenzaremos por señalar que el concepto de debido proceso este fue
desarrollado a partir del Derecho estadounidense.

Carocca sostiene que los orígenes históricos de la noción de debido proceso en el


Common Law, nos revelan que se trata de una fórmula sustancialmente amplia,

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indeterminada, que busca la justicia en la tramitación de un concreto proceso. Su


importancia radica en que se asienta en el principio esencial de la tradición jurídica
anglosajona conforme al cual where there is no remedy there is no right, en el sentido
de que el derecho existe en cuanto se lo une en judictio persequi a través del ejercicio
de un form of action. La garantía del debido proceso ha venido a transformarse, con el
andar del tiempo, en el símbolo de la garantía jurisdiccional en sí misma. Por su parte,
la Constitución peruana de 1993 tiene el mérito de invocar expresamente la observancia
del debido proceso como un criterio de obligatorio cumplimiento. Ello lo hace dentro de
un artículo dedicado a los llamados «Principios y derechos de la función jurisdiccional»,
precepto en el cual a su vez se incluyen una serie de elementos habitualmente asumidos
como componentes centrales de todo debido proceso que presuma de serlo.

Tal como señala De Bernardis, resulta en extremo importante que se haya otorgado al
debido proceso rango constitucional, en la medida que permite establecer con carácter
absoluto su aplicación en cualquier proceso que se pretenda llevar a cabo, ante
cualquier persona o autoridad pues, por su carácter fundamental, requiere de una
interpretación amplia que le permita estar presente para hacer posible alcanzar el mayor
grado de justicia. El debido proceso es el cumplimiento de todas las garantías del orden
público, que deben aplicarse en todos los procesos. Dentro de tal orden de ideas, la
violación del debido proceso siempre y cuando se haya reclamado ésta en su
oportunidad y haya perjudicado ostensiblemente los derechos procesales del
reclamante, es también una causal de anulación del laudo. Se entiende aquí también
por violación del debido proceso la indebida notificación de la designación de un árbitro.

Los efectos que la Ley quiere para esta anulación son los de preferir pese a todo el
arbitraje, que el arbitraje no muera, sino que despierte nuevamente a la vida
desembarazado de la violación y sus consecuencias, preservando todo lo actuado en el
proceso hasta antes de la violación, para, a partir de allí, continuar con el arbitraje y
llegar a un laudo fruto del respeto al debido proceso. Aquí también debemos precisar
que esta causal sólo será procedente si fue objeto de reclamo expreso en su momento
ante el tribunal arbitral por la parte afectada y el mismo fue desestimado.

Finalmente, debemos tener presente que el literal b) del inciso 1 del artículo 65 del
Decreto Legislativo, establece que si el laudo se anula por esta causal. el tribunal arbitral
debe reiniciar el arbitraje desde el momento en que se cometió la violación manifiesta
del derecho de defensa.

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Ahora es turno de, el literal c) este señala que el laudo sólo podrá ser anulado cuando
la parte que solicita la anulación alegue y pruebe que la composición del tribunal arbitral
o las actuaciones arbitrales no se han ajustado al acuerdo entre las partes o al
reglamento arbitral aplicable, salvo que dicho acuerdo o disposición estuvieran en
conflicto con una disposición de este Decreto Legislativo de la que las partes no
pudieran apartarse, o en defecto de dicho acuerdo o reglamento, que no se han ajustado
a lo establecido en este Decreto Legislativo.

El oportuno reclamo dentro del mismo proceso arbitral resulta aquí también condición
para que esta causal prospere. El efecto de la anulación del laudo por esta causal es,
obviamente, el que las partes procedan a un nuevo nombramiento de árbitros o, en su
caso, el tribunal arbitral deba reiniciar el arbitraje en el estado en el que no se observó
el acuerdo de las partes, el reglamento o la norma aplicable, de conformidad con lo
establecido por el literal c) del inciso 1 del artículo 65 de DL.

Ahora el literal d) regula el supuesto de que el tribunal se haya pronunciado sobre


materias no sometidas a su decisión, es decir, haber laudado extra petita. Como bien
sabemos, los árbitros sólo pueden resolver sobre cuestiones que hayan sido pactadas
en el convenio arbitral o en acto posterior. Lete señala que no resultaría factible que los
árbitros decidieran resolver cuestiones ajenas a la materia para la que fueron
nombrados, pues ello se encontraría en flagrante contradicción con el propio
fundamento de la institución arbitral.

Asimismo, tal como señala Barona, el fin de la anulación por esta causal es dejar sin
efecto lo que constituye exceso en el laudo, pero no corregir sus deficiencias y
omisiones, sin posibilidad por tanto de discutir el mayor o menor fundamento de lo
resuelto, reduciéndose a examinar si hubo o no exceso jurisdiccional, traspasando los
límites objetivos del compromiso. Por otro lado, Cantuarias precisa que la anulación sólo
afectará los puntos no sometidos a decisión, siempre y cuando tengan sustantividad
propia y no aparezcan inseparablemente unidos a la cuestión principal. Además, debe
tenerse en cuenta que la causal bajo comentario sólo afectará a los laudos arbitrales
que contengan excesos en la materia (extra petita o ultra petita), pero no cuando los
árbitros hayan fallado omitiendo resolver sobre alguna materia sometida a su
conocimiento (infra petita).

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En la misma línea encontramos a Palacios, quien sostiene, en relación con la hipótesis


de que el recurso de nulidad sea favorablemente acogido por el hecho de haberse
dictado el laudo sobre puntos no controvertidos, que se autoriza a declarar la nulidad
parcial del pronunciamiento, si éste es divisible. A entender de Munné, en este supuesto
puede solicitarse y, en su caso, declararse tan sólo la anulación parcial del laudo, en la
medida que la materia no sometida a decisión del árbitro sea escindible de las
cuestiones sometidas a su conocimiento y sobre las que no se declara su anulación. En
caso contrario, debería declararse la anulación de todas esas cuestiones, las cuales
deberán plantearse de forma conjunta en un proceso ordinario posterior.

El hecho que se haya laudado sobre algo que no se ha pedido es, obviamente, una
causal de anulación del laudo. Aquí, se requiere que la anulación afecte el laudo sólo
en aquello que está de más por la razón que fuere, mientras se le pueda separar
fácilmente de lo que sí se pidió que se laudara. Si no se puede separar, porque una
cosa es indesligable de la otra, no procede la anulación. Al igual que en los casos
anteriores, esta causal sólo será procedente si fue objeto de reclamo expreso en su
momento ante el tribunal arbitral por la parte afectada y el mismo fue desestimado.
Finalmente, debemos tener presente que el literal d) del inciso 1 del artículo 65 de la
Ley de Arbitraje establece que, si el laudo se anula por esta causa, la materia no
sometida a arbitraje podrá ser objeto de un nuevo arbitraje, si estuviera contemplada en
el convenio arbitral. En caso contrario, la materia podrá ser demandada judicialmente,
salvo acuerdo distinto de las partes.

El literal e) indica que el laudo sólo podrá ser anulado cuando la parte que solicita la
anulación alegue y pruebe que el tribunal arbitral ha resuelto sobre materias que, de
acuerdo al decreto, son manifiestamente no susceptibles de arbitraje, tratándose de un
arbitraje nacional. De otro lado, el literal f) del inciso 1 del artículo 63 del DL ya
mencionado, señala que el laudo sólo podrá ser anulado cuando la parte que solicite la
anulación alegue y pruebe que, según las leyes de la República, el objeto de la
controversia no es susceptible de arbitraje o el laudo es contrario al orden público
internacional, tratándose de un arbitraje internacional.

Y, por último, el laudo podrá ser anulado cuando, según lo dispuesto en el literal g) del
inciso 1, la controversia ha sido decidida fuera del plazo pactado por las partes, previsto
en el reglamento arbitral aplicable o establecido por el tribunal arbitral. Los plazos para
laudar que siempre deben encontrarse pactados en el acta de instalación del tribunal

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arbitral o fijados supletoriamente por la ley o el reglamento que resultare aplicable al


proceso son muy importantes y su incumplimiento puede determinar, a diferencia de lo
que ocurre con las sentencias judiciales, la anulación del laudo. Aquí, anulado el laudo
por esta causal, puede iniciarse un nuevo arbitraje, salvo que las partes acuerden
componer un nuevo tribunal arbitral para que sobre la base de las actuaciones resuelva
la controversia o, tratándose de arbitraje nacional, dentro de los quince días siguientes
de notificada la resolución que anula el laudo, decidan por acuerdo, que la Corte
Superior que conoció del recurso de anulación resuelva en única instancia sobre el
fondo de la controversia.

Ahora pasamos al análisis del inciso 2 del artículo en cuestión, señala que las causales
previstas en los literales a), b), c) y d) del inciso 1 de dicho artículo, sólo serán
procedentes si fueran objeto de reclamo expreso en su momento ante el tribunal arbitral
por la parte afectada y tales reclamos fueron desestimados. Básicamente, de lo que se
trata es que las partes no se guarden causales de nulidad bajo la manga. Si uno
conociera, en general, de alguna de estas causales que afectara el propio derecho, pues
tiene que expresarlo de inmediato, vía la impugnación del acto del tribunal arbitral.

Es decir, tratándose de actos o resoluciones distintas al laudo, lo único que procede es


el recurso de reconsideración. Ni siquiera procede la anulación del laudo cuando se
denuncia la existencia de una causal y no se interpone recurso de reconsideración,
precisamente, sobre la resolución del tribunal arbitral. Ello, porque no se ha dado la
oportunidad para que el tribunal revise su decisión y enmiende esa situación irregular
que, eventualmente, se estaría denunciando por parte de quien se considere afectado
por ella. Esto, naturalmente, a menos que el tribunal arbitral no haya permitido la
interposición del respectivo recurso de anulación, como podría ser el caso en que
hubiese laudado estando pendiente de vencimiento el plazo para la interposición de un
recurso. En estos casos, entendemos que bastará que la parte afectada deje constancia
de la irregularidad cometida.

El inciso 3 del artículo en mención señala que tratándose de las causales previstas en
los incisos d) y e) del numeral 1 de este artículo, la anulación afectará solamente a las
materias no sometidas a arbitraje o no susceptibles de arbitraje, siempre que puedan
separarse de las demás. Lo señalado en este inciso es importante, en la medida que el
literal d) se refiere al laudo que haya resuelto extra petita y el literal e), a que el tribunal
arbitral haya resuelto sobre materias que no son susceptibles de arbitraje, es decir,

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materias que están reservadas a los tribunales ordinarios. En esos casos, la norma
favorece la estabilidad del laudo arbitral, en la medida en que se ha seguido un proceso
y hay que tratar de preservar lo ahí resuelto; naturalmente, separando aquella parte del
laudo que se pronuncie sobre materias no controvertidas o que sean de orden público.
Aquí se sigue la regla general establecida por el Código Civil en materia de acto jurídico,
que se asimila de alguna manera a la norma que estamos comentando, en el sentido de
que las nulidades que afectan algunas disposiciones del acto jurídico, no tienen por qué
extenderse a todo el acto, en la medida en que dichas disposiciones nulas sean
separables. En materia del laudo arbitral, ocurre algo similar.

La parte del laudo que pueda haber resuelto extra petita, o la parte del laudo que haya
resuelto sobre materias no susceptibles de arbitraje será anulada, sin perjuicio de
aquellas otras partes del laudo que permanecerán como válidas. En un caso como éste,
esa separación perfecta podría determinar que la controversia concluya allí, y que se
preserve la solidez del laudo. En todo caso, las otras materias podrán ser objeto de otros
arbitrajes, en caso ellas se puedan someter a arbitraje de acuerdo al convenio arbitral;
o a algún reclamo en los tribunales ordinarios, en caso se haya anulado la materia cuyo
conocimiento era vetado por la ley para los tribunales arbitrales. Todo esto podrá
realizarse en la medida de lo señalado por el propio inciso 3 del artículo 63, es decir,
siempre que esos extremos del laudo puedan separarse de los demás.

Habrá casos en los cuales eso resultará imposible, en la medida en que no resulte clara
la diferencia en materia de tratamiento, consideraciones y, sobre todo, en la parte
resolutiva, entre las materias arbitrables y las materias no arbitrables. En esos casos, la
anulación, como señala el inciso 3 del artículo 63, será total. Es importante lo que se
señala en la última parte de esta norma, cuando se agrega que del mismo modo la
causal prevista en el literal e) podrá ser apreciada de oficio por la Corte Superior que
conoce del recurso de anulación. Ello, por cuanto, como recordamos, este literal e),
precisamente, se refiere a aquellos supuestos de anulación en los cuales el tribunal
arbitral hubiese resuelto sobre materias que de acuerdo a ley son manifiestamente no
susceptibles de arbitraje, tratándose de un arbitraje nacional. O sea, en estos casos, a
pesar de que no constituya materia pretendida en la anulación, el tribunal ordinario que
conoce el asunto podrá declarar la nulidad del laudo o del extremo respectivo del laudo.

Por otra parte, el inciso 4 señala que la causal prevista en el literal g) del inciso 1 de
este artículo, sólo será procedente si la parte afectada lo hubiera manifestado por escrito

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de manera inequívoca al tribunal arbitral, y su comportamiento en las actuaciones


arbitrales posteriores no sea incompatible con este reclamo. Es decir, el literal g) es el
que establece la causal de anulación, en caso la controversia hubiere sido decidida fuera
del plazo pactado por las partes, previsto en el Reglamento Arbitral aplicable o
establecido por el tribunal arbitral. Dice este inciso que, en estos casos, sólo procederá
la anulación, si la parte lo hubiera manifestado por escrito de manera inequívoca al
tribunal. El Decreto Legislativo N.º 1071 no ha señalado, como lo hacía la Ley anterior,
que esta comunicación se efectúe antes de notificado el laudo. Tal vez se haya
considerado inútil esta mención porque aquí básicamente lo que se quiere es precisar
si se dejó constancia del vencimiento del plazo. En ese sentido, bastará con que se
hubiere manifestado por escrito de manera inequívoca al tribunal arbitral, y su
comportamiento en las actuaciones arbitrales posteriores no sea incompatible con este
reclamo. Pero aquí ya se genera un problema, porque bastará con mencionar la posición
de la parte, en el sentido de considerar que el plazo para el trámite del arbitraje o el
plazo para laudar ya hubiera vencido.

Pero, ¿qué pasará si lo dijo una vez y no lo repite? Pues, en virtud de lo dispuesto por
la segunda parte del inciso 4 del artículo 63, alguien equivocadamente podría considerar
que está consintiendo y que luego no se puede retractar de sus actos propios.
Justamente esa mención podría conducir de modo innecesario a que la parte que ha
dejado constancia del vencimiento del plazo para laudar, sea hostil en todas las
actuaciones posteriores. Éste es un grave error de la norma, pues podría dar lugar a la
errónea interpretación de que condene a esa parte a una situación de hostilidad y a la
frustración o dilación innecesaria de todas las actuaciones ulteriores, en donde ella
tendría que reiterar su posición en el sentido de que el plazo para laudar ha vencido, a
efectos de que no se pueda interpretar de ninguna manera que su comportamiento
posterior en las actuaciones arbitrales pudiese ser entendido como una declinación de
ese reclamo. Creemos, por lo demás, que bastaría con haber señalado esto en un
escrito y que el comportamiento posterior de la parte, desarrollando las actuaciones
arbitrales y no obstaculizando el fin del proceso, no deberá tomarse como un
asentimiento.

De ninguna manera podría interpretarse esto como una posibilidad de aplicar la teoría
de los actos propios, en la medida en que ya se hubiese señalado expresamente cuál
es la posición al respecto y obviamente no tendría por qué ser reiterada. Es decir, debe
seguir las actuaciones, pero ya señaló que el plazo para laudar ha vencido. Por lo

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demás, ¿qué otra solución habría que no sea que el tribunal llegue a concluir con las
actuaciones arbitrales y luego se pueda proceder a la anulación? El tribunal no puede
dejar abandonado el arbitraje. Eso es imposible. Y más aún, eso resulta complicado
cuando, seguramente como debe ocurrir en casos como éstos, existe controversia sobre
el vencimiento del plazo, con lo cual la otra parte podrá argumentar lo que estime
conveniente al respecto, y la parte que se considere afectada por el eventual
vencimiento del plazo recurra ante los tribunales ordinarios para solicitar eventualmente
la anulación del laudo. En conclusión, esta segunda parte del inciso 4 del artículo 63, es
impertinente.

A su turno, el inciso 5 del artículo 63, señala que, en el arbitraje internacional, la causal
prevista en el inciso a) del inciso 1 de este artículo se apreciará de acuerdo con las
normas jurídicas elegidas por las partes para regir el convenio arbitral, por las normas
jurídicas aplicables al fondo de la controversia, o por el derecho peruano, lo que resulte
más favorable a la validez y eficacia del convenio arbitral. Y es que en el literal a) del
inciso 1 del artículo 63 se hace referencia a que el convenio arbitral es inexistente, nulo,
anulable, inválido o ineficaz. Lo que ocurre es que estos términos, que son propios de
la legislación civil peruana, no necesariamente van a tener una correspondencia exacta
en la legislación civil extranjera, conforme a las leyes aplicables por las partes en el
arbitraje internacional. Por esa razón es que en el inciso 5 del artículo 63 de la Ley, se
establece que esta causal se apreciará de acuerdo con las normas jurídicas elegidas
por las partes para regir el convenio arbitral. Eso será importantísimo. Y luego se dice:
«por las normas jurídicas aplicables al fondo de la controversia», es decir, las normas
del país cuya legislación sustantiva se va a aplicar al proceso o el Derecho peruano,
supletoriamente, lo que resulte más favorable a la validez del convenio arbitral.

Aquí no se establece una relación de subsidiariedad ni de supletoriedad. Acá se está


aplicando un criterio en torno a cuál es la norma más favorable para la validez y eficacia
del convenio arbitral. Complicado asunto, porque no necesariamente ésta es una
solución adecuada, donde se ingresa a un criterio de valoración normativa. Y este
criterio de valoración normativa es uno muy susceptible de interpretación. Hubiese sido
preferible, en lugar de aplicar el principio favorable a la conservación o a la validez del
arbitraje o del convenio arbitral, establecer un orden prelatorio; establecer que serán
aplicables las normas legales que rijan el convenio arbitral; o establecer que serán
aplicables las normas que rijan el fondo de la controversia, de acuerdo a lo acordado
por las partes; o establecer que regirán las normas establecidas en el Derecho peruano

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sobre el particular. Ninguno de estos tres eventuales caminos, si es que se hubiesen


adoptado definitivos, alteraría las consideraciones sobre estos temas, y daría una
solución muy clara para la solución de la controversia.

Pensamos que, en lugar de aplicar el principio favorable al arbitraje, aquí hubiese sido
preferible aplicar un principio favorable a una interpretación racional del tema y no
dejarlo a una incertidumbre jurídica, que es precisamente aquélla que se percibe en la
redacción del inciso 5 del artículo 63.

El inciso 6 del artículo 63 señala que, en el arbitraje internacional, la causal prevista en


el inciso f) podrá ser apreciada de oficio por la Corte Superior que conoce del recurso
de anulación. Como se recuerda, la causal mencionada se basa en que, según las leyes
de la República, el objeto de la controversia no sea susceptible de arbitraje, o el laudo
sea contrario al orden público internacional, tratándose de un arbitraje internacional. Acá
se sigue precisamente la tesis, muy arraigada en el Derecho peruano y ratificada por la
legislación civil en el Código de 1984 y en los precedentes, que, en casos de nulidades
manifiestas, como sería el de la contravención señalada en estas normas, de preceptos
o normas de orden público, los tribunales de justicia podrán declarar la nulidad de oficio.
En estos casos se está recogiendo en el inciso 6 del artículo 63 de la Ley de Arbitraje,
este mismo principio, el cual resulta de aplicación general en el Derecho peruano.

El inciso 7 del artículo 63 señala que no procede la anulación del laudo si la causal que
se invoca ha podido ser subsanada mediante rectificación, interpretación, integración o
exclusión del laudo y la parte interesada no cumplió con solicitarlo. Esto resulta
fundamental porque, precisamente, todas las facultades y los recursos que se conceden
a las partes en el artículo 58 del DL 1071, que es el precepto que recoge todos estos
recursos, están destinados a que las partes puedan hacer que el tribunal arbitral corrija
algún error, omisión, exceso o falta de claridad en que hubiera incurrido. De no hacer
efectivos estos derechos, se entiende que la parte está conforme con el laudo, y no se
puede volver sobre aquello en donde ya se manifestó conformidad. Esto, además, va
de la mano con todos los principios que se recoge, en el sentido de que cualquier causal
de anulación pasa, precisamente, por haber hecho ejercicio del reclamo respectivo con
respecto a las resoluciones generales (vale decir, haber interpuesto recurso de
reconsideración), y con respecto al laudo (haber interpuesto definitivamente los recursos
de rectificación, interpretación, integración o exclusión), cuya resolución hubiese podido
salvar el reclamo que luego se interponga y que determinará, precisamente, la

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improcedencia de dicho reclamo. Finalmente, el inciso 8 del artículo 63 de la Ley señala


que cuando ninguna de las partes en el arbitraje sea de nacionalidad peruana o tenga
su domicilio, residencia habitual o lugar de actividades principales en territorio peruano,
se podrá acordar expresamente la renuncia al recurso de anulación o la limitación de
dicho recurso a una o más causales establecidas en este artículo. Si las partes han
hecho renuncia al recurso de anulación y el laudo se pretende ejecutar en territorio
peruano, será de aplicación lo previsto en el Título VIII del DL 1071.

Ahora bien, el artículo 63, inciso 8, debe ser visto con mucho cuidado. Entendemos que
aquí lo que se está facilitando es la posibilidad de que los extranjeros que encuentren
como sede o que elijan como sede del arbitraje, el territorio de la República del Perú,
puedan disponer de esta manera para que el laudo arbitral tenga la mayor solidez y se
eviten ulteriores reclamos en torno a la decisión del tribunal arbitral que resolvió la
controversia. Sin embargo, acá viene una pregunta fundamental y es la relativa a si debe
el Derecho permitir a las partes que por convenio o por contrato hagan tabla rasa de
aquellos principios fundamentales del debido proceso.

Es decir, ¿se puede renunciar por anticipado a ejercer un derecho, en virtud de lo


establecido por el propio inciso 8 del artículo 63 del DL? Aquí cabe, evidentemente, una
consideración que a nuestro juicio es importante. Ella se basa en el hecho que existen
normas como ésta, que para algunos pueden ser consideradas simplemente como actos
de disposición de derechos sustantivos y que, para otros, pueden considerarse como
renuncia a derechos irrenunciables. El Derecho no puede auspiciar renuncias
anticipadas a que los tribunales arbitrales se rijan por criterios de rectitud y apego a las
normas y principios del Derecho Procesal. En estos casos es evidente que una norma
de estas características no debería prosperar, de tal manera que debería darse trámite,
debería admitirse un recurso de anulación que, eventualmente, parta por desdecirse de
aquello pactado en virtud del inciso 8 del artículo 63. Y si el mismo fuese desestimado,
creemos que es perfectamente factible que la parte que se considere perjudicada pueda
recurrir al amparo ante los tribunales ordinarios, por cuanto los derechos
constitucionales y el debido proceso son irrenunciables en el territorio de la República
del Perú y una norma como ésta no puede vulnerarlos.

Creemos que el inciso 8 del artículo 63 es abiertamente inconstitucional, porque las


normas de orden público del territorio de la República del Perú no sólo se aplican a los
peruanos, sino también a los extranjeros que tienen relación con nuestro territorio; y la

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Ley de Arbitraje (DL - 1071) sí resulta aplicable, precisamente, porque las partes la han
escogido dentro de un marco constitucional al cual no pueden renunciar: la Constitución
de la República del Perú. Juan Luis Avendaño señala, sobre este punto, que el pacto de
exclusión de recurso de anulación está previsto únicamente para el arbitraje
internacional y dentro de las situaciones que analiza el inciso octavo del artículo 63. Por
el contrario, en el caso de arbitrajes nacionales no es posible tal pacto, porque sería
renunciar a un derecho contemplado en nuestra legislación y que es de orden público.
El recurso de anulación es una garantía de legalidad irrenunciable que tienen todos los
que se someten a la jurisdicción arbitral.

1.4 Caso práctico

LAUDO ARBITRAL Exp. 1874-274-18


Partes:
- Demandante: VARGAS PAREJA ABOGADOS & CONSULTORES S.A.C. (en
adelante, el Demandante o CONTRATISTA).
- Demandada: Proyecto Especial de Infraestructura de Transporte Nacional – Provías
Nacional del Ministerio de Transportes y Comunicaciones (en adelante, el Demandado
o PROVÍAS).
- Fecha de solicitud: 26 de febrero de 2019
- Fecha del laudo: 3 de agosto del 2020
- Tipo de arbitraje: Institucional y de Derecho.
- Lugar del Arbitraje: Lima.
- Contrato: Contrato de Locación de Servicios
- Ley aplicable: Decreto Legislativo N°1071, Ley de Arbitraje - Código Procesal Civil:
Artículos 87, 1428, 1399 y 1429 del Código Civil.
- Monto en controversia: S/. 180 659.84
- Tribunal Arbitral: Arbitro Único

Las partes suscribieron un contrato de Locación de Servicios de información que la


demandante debía prestar a la demandada. Una cláusula del contrato preveía la opción
unilateral para la demandada de dar por terminado el contrato sin expresión alguna de
causa, mediante aviso escrito a la demandante con 30 días calendario de anticipación.
La misma cláusula establecía también que si la demandada daba por terminado el
contrato de la forma descrita, esto no le generaría responsabilidad alguna por daños y
perjuicios directos o indirectos, daño emergente o lucro cesante.

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Luego de un tiempo, la demandada dio por terminado el contrato, invocando la cláusula


contractual. La demandante solicitó en arbitraje la declaración de la inaplicabilidad de la
cláusula contractual de desistimiento, en el extremo que suponía una restricción a la
demandante para reclamar el resarcimiento económico. La demandante atacó la validez
de dicha cláusula, describiéndola como una cláusula abusiva al tratarse de un contrato
con cláusulas generales de contratación y/o de un contrato por adhesión. Asimismo, la
demandante reclamó el pago de una indemnización por daños y perjuicios y la
declaración de resolución del contrato.

El Árbitro Único notó que en el Derecho peruano el desistimiento unilateral no está


prohibido, no obstante, este derecho no tiene una recepción clara, en general porque se
confunde con los derechos de la resolución, de rescisión o de la revocación. Árbitro
Único explicó la figura del desistimiento como la manifestación de voluntad según la cual
una de las partes produce la desvinculación total o parcial de la relación jurídica original
del contrato, y no hay nada injusto en ello. Igualmente, es natural que, producido el
término de la relación, nada deba indemnizarse, debido a que las partes acordaron esta
incertidumbre y no pueden luego esgrimir la protección de una expectativa que no
pudieron tener. El Árbitro Único señaló que, en este caso, la figura de desistimiento
acordada por las partes creó una incertidumbre, pero las partes eran conscientes de
esto al celebrar el contrato.

Como se pudo averiguar de los medios probatorios presentados, antes de firmar el


contrato, la demandante recibió el modelo de contrato y confirmó que lo remitiría a sus
asesores legales para una revisión. Después, la demandante dio su conformidad con el
contrato recibido, sin cuestionar los alcances de la cláusula en cuestión. En
consecuencia, la demandante no puede alegar estar en desventaja frente a la
demandada: no solo no ha acreditado que la demandada le hubiera impuesto un
contrato sin posibilidad de cambio alguno, sino tampoco ha acreditado haber
cuestionado la cláusula en cuestión.

El Árbitro Único también señaló que el hecho de que la demandada hubiera redactado
un modelo de contrato no significaba que fuera un contrato de adhesión, debido a que
no se trataba de un supuesto de contratación en masa. Aunque no cabía duda de que
el artículo 1399 del Código Civil protege a los contratantes débiles, los que son
claramente identificables en los contratos celebrados por adhesión o con arreglo a las

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cláusulas generales de contratación, no se pudo afirmar que este era el supuesto entre
las partes por el simple hecho de que la demandada redactase el modelo del contrato.

Además, la demandante tuvo la oportunidad de revisar el modelo y alcanzar sus


comentarios, pero decidió aceptar los términos contractuales sin objeciones. Por estos
motivos, el Árbitro Único decidió que la demandada pudo ejecutar el desistimiento,
mientras que la demandante únicamente tenía el derecho al pago por los servicios que
realmente prestó. En cuanto a la restricción del derecho de la demandante a la
indemnización, el Árbitro Único señaló que según el artículo 1328 del Código Civil no se
puede pactar una cláusula exoneratoria de responsabilidad en casos de dolo o culpa
inexcusable.

La finalidad de este artículo es evitar que con un monto indemnizatorio diminuto o


notablemente reducido el deudor quede prácticamente impune al incumplir sus
obligaciones por dolo o culpa. En este caso, el Árbitro Único consideró que la cláusula
contractual no constituía una cláusula exoneratoria ni limitativa de responsabilidad,
debido a que el derecho al desistimiento no significa ningún incumplimiento. Por las
consideraciones ya expuestas, el Árbitro Único en Derecho laudo lo siguiente, declaró
infundada la pretensión por la declaración de inaplicabilidad de la cláusula de
desistimiento e improcedente la pretensión por pago de una indemnización. En relación
con la pretensión declaratoria de resolución del contrato, el Árbitro Único indicó que la
relación contractual entre las partes ya había concluido con el desistimiento de la
demandada. Debido a esto, declaró esta pretensión infundada.

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1.5 Jurisprudencia

TEMA: Laudo de Derecho


CASO ARBITRAL: AD HOC
RESOLUCIÓN: N.º 29
FECHA DE PUBLICACION: LIMA 03/03/2021
DEMANDANTE: Programa Subsectorial de Irrigación – PSI
DEMANDADA: Consorcio Supervisor SGL
EL TRIBUNAL ARBITRAL LAUDA EN DERECHO:
PRIMERO: DECLARAR FUNDADA la primera pretensión principal de la demanda
formulada por el Psl sobre la invalidez de la resoluci6n contractual efectuada por SGL a
través de la Carta nro. 007-2017/CONS/APHJ-l`/ de fecha 21 de julio de 2017.
SEGUNDO: DECLARAR INFUNDADA la segunda pretensión de la demanda formulada
por el Psl, relativa a la declaraci6n de la resolución del contrato por causas atribuibles a
SGL.
TERCERO: DECLARAR FUNDADA la quinta pretensión reconvencional formulada por
SGL y par tanto, corresponde que Psl cumpla con devolver las Cartas fianzas de Adelanto
Directo que obran en su poder, relativas al contrato materia de litis, debiendo asumir Psl
los costos financieros derivados de la garantía por adelanto directo y de sus renovaciones,
en la suma de S/. 18,971.94 soles.
CUARTO: DISPONER que ambas partes asuman los costos derivados de los honorarios
profesionales de los árbitros y los gastos de la instituci6n arbitral en iguales proporciones.
Asimismo, cada parte asuma el monto de las costas y costos del presente proceso
referidos a la defensa legal y técnica que ya hayan sufragado o que se hubiere
comprometido a sufragar en el futuro.

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TIPO DE ARBITRAJE: Institucional y de Derecho


DEMANDANTE: Grupo San Sebastián S.A.C. (en adelante, el Contratista o el
demandante o San Sebastián o Grupo san Sebastián)
DEMANDADO: Programa de Desarrollo Productivo Agrario Rural (en adelante, la Entidad
o demandado, o Agro Rural)
FECHA DE PUBLICACION: 25/03/2021
EXP: N° 2317-279-19
LAUDA EL ARBITRO ÚNICO:
• Declarar INFUNDADA la Primera pretensión referida determinar si corresponde o no
declarar el consentimiento de la Liquidación presentada por el Contratista mediante Carta
No. 489-GSS-ESPG-2018 de fecha 29 de agosto de 2018, y en consecuencia, el Árbitro
Único no ampara ningún extremo de dicha pretensión.
• Declarar IMPROCEDENTE la segunda pretensión referida a determinar si corresponde
o no ordenar a la Entidad el pago a favor del Contratista el saldo de la liquidación, el cual
asciende a S/. 533,965.61 (Quinientos treinta y tres mil novecientos sesenta y cinco con
61/100 Soles), más los intereses legales y moratorios que corresponden hasta la fecha
efectiva de su pago, dejando a salvo el derecho de la parte accionante.
• Declarar FUNDADA EN PARTE la cuarta pretensión referida determinar si corresponde
o no declarar la nulidad y/o ineficacia y/o invalidez de la Resolución Directoral Ejecutiva
No. 116-2019-MINAGRI-DVDIAR-AGRO RURAL de fecha 25 de setiembre de 2019, que
aprueba una liquidación del contrato con un saldo en contra del Contratista por el monto
de S/. 184,111.89 (Ciento Ochenta y Cuatro Mil Ciento Once con 89/100 Soles), en el
extremo que declara inválida la Resolución Directoral Ejecutiva No. 116-2019- MINAGRI-
DVDIAR-AGRO RURAL
• Declarar FUNDADA la quinta pretensión referida determinar si corresponde o no declarar
la improcedencia de las penalidades aplicadas en la Resolución Directoral Ejecutiva No.
116-2019-MINAGRI-DVDIAR-AGRO RURAL de fecha 25 de setiembre de 2019; y en
consecuencia se declaran improcedentes dichas penalidades.
• Declarar IMPROCEDENTE la sexta pretensión referida determinar si corresponde o no
ordenar a la Entidad el pago de una indemnización de daños y perjuicios por el monto de
S/. 166,034.39 (Ciento sesenta y seis mil treinta y cuatro con 39/100 soles), dejando a
salvo el derecho de la parte accionante.

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TEMA: Arbitraje
SUBTEMA: Alcances de la exigencia de resolución judicial firme en el Amparo contra
proceso judicial de anulación de laudo arbitral
RESOLUCIÓN: N.º 01064-2013-AA/TC
FECHA DE PUBLICACION: 21/03/2014
CASO: ASOCIACION SOLARIS PERU
SUMILLA: «Para casos como el de autos, en donde los agravios alegados (…)
provienen de la etapa postularía de un proceso de anulación de laudo arbitral, este
Tribunal considera que no resulta exigible la existencia de una resolución judicial firme
(como sinónimo de agotamiento de los recursos) para que proceda el “amparo contra
resolución judicial”, puesto que no existen o, mejor dicho, no se encuentran regulados
en la Ley Especial sobre la materia (Ley General de Arbitraje o Decreto Legislativo Nº
1071) los medios impugnatorios que tengan la posibilidad de revertir los efectos
“admisorios” de una demanda de anulación de laudo arbitral; y ello porque el único
medio impugnatorio judicial regulado en dichas leyes es el recurso de casación, que
solo procede cuando se haya anulado el laudo arbitral cuestionado, supuesto que no se
condice con los hechos planteados en la demanda de autos (RTC Nº 00461-2012-
PA/TC). Por lo tanto, específicamente para este caso, es posible plantear de manera
directa el amparo, porque no existe recurso disponible alguno a favor de la (…)
recurrente” (Fundamento 12).
URL: https://tc.gob.pe/jurisprudencia/2014/01064-2013-AA.pdf

TEMA: Arbitraje
SUBTEMA: Debido proceso arbitral
RESOLUCIÓN: N.º 00142-2011-AA/TC
FECHA DE PUBLICACION: 26/09/2011
CASO: SOCIEDAD MINERA DE RESPONSABILIDAD LTDA. MARIA JULIA
SUMILLA: «(…) Como ya ha señalado este Tribunal, “la naturaleza de jurisdicción
independiente del arbitraje, no significa que establezca el ejercicio de sus atribuciones
con inobservancia de los principios constitucionales que informan la actividad de todo
órgano que administra justicia, tales como el de independencia e imparcialidad de la
función jurisdiccional, así como los principios y derechos de la función jurisdiccional.
URL: https://tc.gob.pe/jurisprudencia/2011/00142-2011-AA.pdf

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TEMA: Arbitraje
SUBTEMA: Derecho a la cosa juzgada arbitral
RESOLUCIÓN: N.º 01064-2013-AA/TC
FECHA DE PUBLICACION: 21/03/2014
CASO: ASOCIACION SOLARIS PERU
SUMILLA: «En relación a este derecho, y haciendo un matiz para la jurisdicción arbitral,
este Tribunal Constitucional considera que el derecho constitucional a que se respete
un laudo que ha adquirido la autoridad de cosa juzgada arbitral, entre otros
contenidos, “garantiza el derecho de toda parte arbitral, en primer lugar, a que los laudos
que hayan puesto fin al proceso arbitral, y que no hayan sido impugnados
oportunamente, no puedan ser recurridos posteriormente mediante medios
impugnatorios o recursos, ya sea porque éstos han sido agotados o porque ha
transcurrido el plazo para impugnarlos; y, en segundo lugar, a que el contenido de los
laudos que hayan adquirido tales condiciones, no pueda ser dejado sin efecto ni
modificado, sea por actos de otros poderes públicos, de terceros o, incluso, de los
mismos árbitros que resolvieron el arbitraje en el que se dictó el laudo”…”
(Fundamento23).
URL: https://tc.gob.pe/jurisprudencia/2014/01064-2013-AA.pdf

TEMA: Arbitraje
SUBTEMA: Debido proceso arbitral
RESOLUCIÓN: N.º 02851-2010-AA/TC
FECHA DE PUBLICACION: 16/03/2011
CASO: VESUR S.A.
SUMILLA: “En relación al arbitraje, este Colegiado ha tenido la oportunidad de señalar
que en el marco de un proceso arbitral deben ser respetados los derechos
fundamentales y las garantías procesales y sustanciales que componen el debido
proceso. Del mismo modo, deben ser observados los preceptos y principios
constitucionales, conforme a la interpretación de los mismos que resulte de las
resoluciones del Tribunal Constitucional; así como los precedentes vinculantes y las
sentencias normativas que emita este Colegiado, dada su condición de supremo
intérprete de la Constitución (STC Nº 1567-2006-PA/TC)» (Fundamento 16).
URL: https://tc.gob.pe/jurisprudencia/2011/02851-2010-AA.pdf

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TEMA: Arbitraje
SUBTEMA: Debido proceso arbitral
RESOLUCIÓN: N.º 003841-2012-AA/TC
FECHA DE PUBLICACION: 15/01/2014
CASO: GIOVANNI MARIO PAREDES RUIZ
SUMILLA: «(…) Este criterio interpretativo resulta aplicable mutatis mutandis al tribunal
arbitral, pues la vinculatoriedad de la Constitución se proyecta erga omnes, no sólo al
ámbito de las relaciones entre los particulares y el Estado, sino también a aquéllas
establecidas entre particulares por imperio de su artículo 38° (eficacia Inter privatos de
los derechos fundamentales). De ahí que en la STC 06167-2005-PHC/TC se haya
subrayado que «si bien la autonomía de la jurisdicción arbitral tiene consagración
constitucional, no lo es menos que, como cualquier particular, se encuentra obligada a
respetar los derechos fundamentales, en el marco vinculante del derecho al debido
proceso y a la tutela Jurisdiccional efectiva (artículo 139° de la Constitución)»
(Fundamento 5)
URL: https://tc.gob.pe/jurisprudencia/2014/03841-2012-AA.pdf

TEMA: Arbitraje
SUBTEMA: Derecho a un árbitro imparcial
RESOLUCIÓN: N.º 02851-2010-AA-TC
FECHA DE PUBLICACION: 16/03/2011
CASO: IVESUR S.A.
SUMILLA: «El cuestionamiento acerca de si el derecho a ser juzgado por un juez
imparcial también puede titularizarse en el ámbito de un procedimiento arbitral ha sido
resuelto afirmativamente por este Colegiado. Así, en la STC Nº 3361-2004-AA/TC se
afirmó que “el derecho a la tutela procesal efectiva no sólo tiene un ámbito limitado de
aplicación, que se reduce a sede judicial. Se emplea en todo procedimiento en el que
una persona tiene derecho al respeto de resguardos mínimos para que la resolución
final sea congruente con los hechos que la sustenten» (Fundamento 20).
URL: https://tc.gob.pe/jurisprudencia/2011/02851-2010-AA.pdf

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CAPITULO II
ANÁLISIS JURÍDICO DE DL. N° 1071: Decreto legislativo que norma el
arbitraje

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Breve comentario sobre el D. L 1071

Mediante Ley 29157, publicada en el diario oficial El Peruano el 20 de diciembre de


2007, el Congreso de la República delegó en el Poder Ejecutivo la facultad de legislar,
por un plazo de 180 días calendarios, sobre diversas materias relacionadas con la
implementación del Acuerdo de Promoción Comercial Perú - Estados Unidos. La
facultad delegada comprendía, entre otras, las siguientes materias:

a) Facilitación del comercio.

b) Mejora del marco regulatorio, fortalecimiento institucional y simplificación


administrativa, y modernización del Estado.

c) Mejora de la administración de justicia en materia comercial y contencioso-


administrativa.

d) Promoción de la inversión privada.

En el marco de la mencionada delegación de facultades legislativas, y sobre la base del


Proyecto Modificatorio elaborado por la Comisión Técnica, con fecha 28 de junio de
2008 fue publicado en el diario oficial El Peruano el Decreto Legislativo 1071, Decreto
Legislativo que norma el Arbitraje, que entró en vigencia el 1° de septiembre de 2008.
Fue un gran paso en la comunidad arbitral nacional, pero no solamente a nivel local,
sino que también consolidó al Perú como una sede arbitral muy atractiva para arbitrajes
internacionales.

Carlos A. Soto Coaguila y Alfredo Bullard González indican que: La reforma se dio en
un contexto de promoción de las inversiones y con la finalidad de crear una atmósfera
más favorable a los inversionistas y empresas que deseen hacer negocios en el Perú,
pues efectivamente se dio en el marco de la implementación del Tratado de Libre
Comercio con los Estados Unidos1.

Las normas contenidas en el Decreto Legislativo 1071 son el resultado de un esfuerzo,


hasta el momento exitoso, de contar con una legislación de avanzada generación, que
permita profundizar el importante desarrollo que ha tenido el arbitraje doméstico en
nuestro país, y consolidarlo como sede arbitrajes internacionales.

1
SOTO COAGUILA, Carlos A. y BULLARD GONZÁLEZ, Alfredo. “Comentarios a la Ley Peruana de Arbitraje”.
Tomo I. Primera Edición. Instituto Peruano de Arbitraje. Lima, 2011. p. XVIII y ss

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Título I

Disposiciones Generales

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El presente Reglamento se aplicará a todos aquellos casos en los que las partes hayan
acordado someter sus controversias, presentes o futuras.

Cuando las partes o en su defecto los árbitros designen como lugar del arbitraje una
sede ubicada dentro del territorio peruano, por ese solo hecho será de aplicación la ley
de arbitraje salvo que sobre el particular exista algún tratado o acuerdo internacional
aplicable siempre y cuánto resulte ser más favorable al arbitraje.

La ley de arbitraje expresamente autoriza al tribunal arbitral para que previa consulta
con las partes puedan reunirse en cualquier otro lugar que estime apropiado para oír a
los Testigos, a los peritos, o a las partes, o para examinar a conocer los objetos,
documentos o personas o para llevar a cabo deliberaciones. Obviamente la ley de estas
otras localidades geográficas no tendrá efecto legal alguno ya que se tratarán de lugares
elegidos simplemente por comodidad o conveniencia.

Mantilla Serrano, explica que el lugar de arbitraje opera como un “vínculo jurídico que
permite definir el marco jurídico en el que se desarrollará el procedimiento arbitral, definir
los jueces que serán normalmente competentes para ciertas funciones de apoyo judicial
al arbitraje y conferirle una nacionalidad al laudo que se dicte.

Pues bien, una vez que las partes o en su defecto los árbitros han determinado como
lugar del arbitraje el territorio peruano el laudo que se emite sea este nacional o
internacional estará sujeto al recurso de anulación ante el poder judicial peruano. En
cambio, un laudo emitido en un lugar del arbitraje distinto al Perú será considerado un
laudo extranjero este laudo podrá ser reconocido y ejecutado en el Perú conforme a lo
dispuesto en la convención de Nueva York de 1958 y los artículos 74 al 78 de la ley de
arbitraje en todo ello que sea más favorable al Tratado.

Las excepciones al principio de territorialidad en la aplicación de la ley de arbitraje en


efecto, serán de aplicación aun cuando el lugar de arbitraje se hallé fuera del territorio
peruano las siguientes disposiciones. En el inciso 1 del artículo 8 en conjunción con el
artículo 45 referidos a la colaboración judicial en la actuación de pruebas. El inciso 2 del
artículo 8 conjuntamente con el artículo 48.4 referidos al reconocimiento y ejecución de
medidas cautelares dictadas por tribunales arbitrales extranjeros. El inciso 5 del artículo
8 conjuntamente con los artículos 74 al 78 referidos al reconocimiento de laudos
extranjeros. El inciso 6 del artículo 8 referido a la colaboración judicial en la ejecución
de laudos extranjeros. Los artículos 3 y 14 que regulan el contenido, la forma y la

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extensión del convenio arbitral. El artículo 16 en conjunto con el artículo 78 acerca de la


acción del convenio arbitral.

Respecto del primer supuesto destacamos que la aplicación conjunta de los artículos 8.
8.1 y 45 de la ley de arbitraje a arbitrajes cuyo lugar se encuentra en el extranjero,
habilita a que cualquiera de las partes o el tribunal arbitral pueda solicitar directamente
al juez peruano la colaboración judicial para la actuación de pruebas. El Perú, junto con
España y Alemania, es uno de los pocos países que habilita está posibilidad en favor
del arbitraje comercial internacional en cuanto al reconocimiento y ejecuciónmente al
juez peruano la colaboración judicial para la actuación de pruebas El Perú junto con
España y Alemania es uno de los pocos países que habilita está posibilidad en favor del
arbitraje comercial internacional.

En cuanto al reconocimiento y ejecución de medidas cautelares dictadas por árbitros


cuyo lugar de arbitraje se encuentren en el extranjero también destacamos que la ley de
arbitraje habilita la posibilidad de que dicha medida cautelar pueda hacerse valer en el
país siguiendo para el efecto el procedimiento de reconocimiento y ejecución de laudos
arbitrales con algunas particularidades que serán tratadas al analizar el artículo 48. 4 de
la ley de arbitraje.

Por otro lado, cuando dé lugar del arbitraje se encuentre fuera del territorio peruano y
se inició un proceso judicial ante nuestro poder judicial, será de aplicación el artículo II
de la convención Nueva York y en base a lo dispuesto en el artículo 78.3 de la ley
arbitraje, el análisis de la excepción de convenio arbitral deberá realizarse considerando
los artículos 13, 14, 16.4 de la ley de arbitraje.

El tema del reconocimiento y ejecución de laudos extranjeros, será de aplicación la


convención de Nueva York de 1958 y los artículos de la ley de arbitraje del 74 al 78,
estas últimas en todo aquello que sea más favorable como, por ejemplo, del artículo 76.
1 de la ley de arbitraje que solo exige la presentación del original o de copia del laudo,
a diferencia de lo que dispone el artículo IV de la convención de New York que exige
tanto que el lauto como el convenio arbitral.

Por último, el artículo 8.6 de la ley de arbitraje identifica la autoridad judicial que
considera de la ejecución de un laudo extranjero. Y el carácter supletorio de la ley de
arbitraje no que está en la última parte del numeral 1 del artículo 1 del decreto ley de

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arbitraje Establece que de existir leyes que contengan disposiciones especiales sobre
arbitraje las normas de este decreto legislativo serían de aplicación supletoria. Está
disposición consagra la vocación general de la ley de arbitraje Estableciendo el marco
general de actuación de cualquier arbitraje que cuente con reglas particulares. La norma
también reconoce el principio según el cual la ley especial prima sobre la general.

En el caso peruano existen una serie importante de regulaciones específicas en materia


arbitral destacando las disposiciones de la ley de contrataciones y decisiones del Estado
respecto de las cuales la ley de arbitraje sufre mucho de los vacíos y lagunas con las
que cuenta dicha legislación.

Además, la ley de arbitraje resulta aplicable entre otros a los árbitros en materia laboral.
El arbitraje trata sobre la arbitrabilidad objetiva es decir acerca de las cuestiones que
pueden ser resueltas mediante arbitraje. Para ello, utiliza como criterio principal el de la
disponibilidad como también lo hacen muchas otras legislaciones.

Entonces la libre disposición son aquellas sobre las que las partes están facultadas para
ejercer su autonomía de voluntad con la válida creación, extinción, Modificación o
configuración de relaciones jurídicas esto es, la potestad normativa creadora que a
través del negocio jurídico, expresión de este poder o libertad y fuente de disposiciones
reglamentaciones o normas privadas, el ordenamiento reconoce y ampara en tanto se
ejercite sobre el ámbito que previamente le señale y que es el representado por los
propios intereses de las partes negociables o en términos negativos en tanto no recaiga
sobre materia sustraídas a la autorregulación de los particulares, ya de todos en
disponibilidad absoluta, ya que aquellos que dictan Lex privada sobre asuntos que solo
pueden ser reglamentados con los negocios celebrados por otros indisponibilidad
relativa.

Matías Serrano nos establece que está referencia a derechos disponibles es lo que
suficientemente amplia como para abarcar cuestiones contractuales y
extracontractuales con o sin contenido patrimonial. La ley de arbitraje se inscribe así en
la tendencia mundial de ampliar al máximo al ámbito de las materias arbitrales y por ello
evita enumerar una lista de materias no susceptibles de ser resueltas mediante arbitraje.

En todo caso, con carácter general, no son susceptibles de ser sometidas a arbitraje las
siguientes cuestiones:

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1. Cuestiones que atentan contra la moral o las buenas costumbres.

2. Sobre las reclamaciones referidas a delitos o faltas. Todo tema referido a actos
u omisiones que conlleven alguna sanción de tipo penal escapa el conocimiento
de los árbitros y son de competencia exclusiva de los tribunales de justicia. Esto
no significa que las partes no puedan arbitrar controversias vinculadas a ilícitos
penales pero que estén expresamente referidos al tema de reparación civil.

3. Cuestiones referidas al estado y la capacidad civil de las personas. Este es otro


tema qué generalmente está reservado al conocimiento del poder judicial por
tratarse de cuestiones no disponibles.

Además, la ley de arbitraje dispone que resulta al VIP Travel toda materia que la ley o
los tratados o acuerdos internacionales autoricen.

Está agregado a la libre disponibilidad es por demás relevante, porque así se abre las
puertas a que la ley pueda disponer qué materias que no son de libre disponibilidad
puedan, sin embargo, ser objetivo de arbitraje tal es el caso, por ejemplo, de los
arbitrajes respecto a convenios de estabilidad jurídica y a contratos de concesión pública
entre otros.

Entonces las materias susceptibles de arbitraje indirectamente es guía respecto de la


arbitrabilidad objetiva, es decir, respecto de quienes pueden acudir al arbitraje ya que al
hacer referencia a materias disponibles es obvio que solo podrán acudir al arbitraje
aquellas personas físicas o Morales que puedan disponer libremente de sus derechos y
particularmente de la materia objeto de arbitraje, la cual, inmediatamente excluye a los
incapaces y a todo aquel que se encuentra en una situación de capitis deminutio.

El ámbito de arbitraje internacional se considera que una vez que el estado o sus
administraciones públicas han suscrito en la cláusula de arbitraje, se han comprometido
con carácter internacional y en forma irrevocable.

Para estos efectos la doctrina internacional considera contrario al principio fundamental


de la buena fe en el que un estado acepta el arbitraje y luego invoque su investigación

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interna para atacar su validez esta posición es también la asumida por tribunales
arbitrales y judiciales, así como algunos tratados

Cómo bien señala Matilla Serrano, nos encontramos en presencia de una regla material
que otorga preeminencia al convenio arbitral sobre las disposiciones nacionales, aún
imperativas o de orden público interno o nacional, aplicables a la parte Estatal, y alcanza
tanto al Estado mismo como cualquiera de sus subdivisiones políticas o administrativas,
así como a toda sociedad controlada directa o indirectamente por el estado, sus
divisiones y subdivisiones o por sus emansiones. También se aplica a las empresas aún
a las organizaciones de las cuales el estado o sus entidades sean parte. Además, cubre
cualquier alegación relativa a las restricciones para celebrar el convenio arbitral o la
inarbitrabilidad de la controversia que encuentren fundamento en el derecho Nacional
de la parte estatal.

De esta disposición se generan tres consecuencias capitales:

En primer lugar, una vez convenida una cláusula de sumisión a arbitraje, el estado no
podrá invocar su inmunidad de jurisdicción en caso de verse demandado en un
procedimiento arbitral internacional.

En segundo lugar, tampoco podrá el estado ampararse en la inmunidad de ejecución


para evitar en todo caso la ejecución de laudos dictados en su contra. El estado
únicamente resultará inmune a la ejecución de un laudo en la medida en qué tal
ejecución vaya destinada a trabar activos públicos que han sido destinados al servicio
de una función soberana. Por contra, el estado no podrá excepcionar tal inmunidad
respecto de la ejecución de los laudos que persiguen la traba de bienes con los que el
Estado en cuestión opera mercantilmente en el tráfico internacional.

Finalmente, el Estado tampoco podrá hacer uso de su Derecho interno para pretender
sustraerse del arbitraje de las previsiones contenidas en el convenio arbitral en particular
en materia de procedimiento y de ley aplicable. Cabe aclarar que todo lo dicho aquí
resultara de plena aplicación al Estado peruano cuando participe en arbitrajes
internacionales.

Ahora debemos hablar sobre los principios y derechos de la función arbitral y dejar
perfectamente en claro la autonomía de la jurisdicción arbitral respecto de la jurisdicción

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judicial y la independencia frente a todo tipo de autoridad. Por otra parte, otorga al
tribunal arbitral de manera plena las facultades para decidir sobre su propia competencia
determinar la marcha del proceso y pronunciar el laudo.

El principio de no intervención judicial, se establece que en los asuntos que se rijan por
ese precepto, no intervendrá la autoridad judicial, salvo en los casos en que esta norma
así lo disponga. De este modo, salvo disposición distinta de la propia Ley de Arbitraje o
pacto en contrario de las partes, al existir un convenio arbitral o durante el desarrollo de
un proceso arbitral, ningún órgano jurisdiccional o administrativo puede admitir a trámite
proceso, procedimiento, pretensión, acción o recurso que, de cualquier manera, impida
el inicio del arbitraje o que lo suspenda.

A nuestro entender, lo que se busca es consagrar el principio de autonomía e


independencia de la jurisdicción arbitral, principio que ha sido reconocido expresamente
en importantes pronunciamientos del Tribunal Constitucional del Perú. El Tribunal
Constitucional ha subrayado que los tribunales arbitrales, dentro del ámbito de su
competencia, se encuentran facultados para desestimar cualquier intervención
o injerencia de terceros, incluidas las de las autoridades administrativas o judiciales,
destinadas a avocarse a materias sometidas a arbitraje, en mérito a la existencia de un
acuerdo arbitral y a la decisión voluntaria de las partes, reiterando la protección del
arbitraje por el principio de no interferencia, consagrado en el artículo 139 de nuestra
Constitución Política.

En consecuencia, el Tribunal Constitucional con acertado criterio ha reconocido la plena


y absoluta competencia de los árbitros para conocer y resolver las controversias
sometidas a su fuero, con independencia de la judicatura ordinaria.

El principio de Independencia, el tribunal arbitral va a tener plena independencia y no


está sometido a orden, disposición o autoridad que menoscabe sus atribuciones.

Está haciendo alusión al tema de la no intervención judicial, en la medida de que no


podría concebirse que se den órdenes y posiciones de otras autoridades que no sean
las autoridades judiciales. Cabe señalar que el Tribunal Constitucional se ha
pronunciado sobre el concepto de independencia judicial. Creemos que dicha opinión
también resulta aplicable al ámbito arbitral, en vista de que la propia Constitución otorga

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jurisdicción a ambas instituciones (cabe señalar que el artículo 139, inciso 1, también le
otorga independencia a la jurisdicción militar).

Ahora bien, en teoría, cualquier autoridad oficial podría ordenar algo, pero esas órdenes
siempre habían estado fuera de la competencia de los tribunales arbitrales. Por lo tanto,
no había dudas, pues, de que sí. Por ejemplo, una municipalidad o un gobierno regional
o el gobierno nacional, o a través de una entidad estatal se hubiese dado alguna orden
a algún tribunal arbitral, este no habría tenido por qué acatarla. Eso no estaba en
discusión, ni antes ni después de la Ley. Lo único que estaba en discusión antes de la
Ley era en qué medida los tribunales arbitrales estaban obligados o no a acatar órdenes
de los tribunales ordinarios.

El principio de Autonomía y kompetenz-kompetenz, por su parte nos señala que el


tribunal arbitral tiene plenas atribuciones para iniciar y continuar con el trámite de las
actuaciones arbitrales, decidir acerca de su propia competencia y dictar el laudo.

Entonces la autonomía es entendida como el respeto, al interior del propio órgano, del
desarrollo de sus funciones, de modo que sus decisiones sean imparciales y más aún
se logre mantener esa imagen de imparcialidad frente a la opinión pública. Esta
autonomía debe ser entendida desde una doble perspectiva:

a) como garantía de la administración de justicia,

b) como atributo del propio árbitro.

Es en este último plano es donde se sientan las bases para poder hablar de una
independencia institucional que garantice la correcta administración de justicia, pues
supone que el árbitro se encuentre y se sienta sujeto únicamente al imperio de la ley y
la Constitución antes que a cualquier fuerza o influencia política.

La plena vigencia del principio kompetenz-kompetenz, el mismo que faculta a los


árbitros a decidir acerca de las materias de su competencia, a efectos de evitar que una
de las partes, que no desea someterse al pacto de arbitraje, mediante un
cuestionamiento de las decisiones arbitrales, pretenda convocar la participación de
jueces mediante la interposición de cualquier acción de naturaleza civil, constitucional o
penal.

El principio de no interferencia, se subraya que ninguna actuación ni mandato fuera de


las actuaciones arbitrales podrá dejar sin efecto las decisiones del tribunal arbitral, a

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excepción del control judicial posterior, mediante recurso de anulación del laudo
contemplado en la propia Ley.

Es importante también señalar que la norma agrega en su parte final que esta
disposición está sujeta a responsabilidad. Es evidente que la Ley alude a la
responsabilidad de las autoridades judiciales o de cualquier otra que quiera interferir en
el desarrollo de un proceso arbitral, salvo que sea el control ex post a través del recurso
de anulación.

Dentro de tal orden de ideas, queda claro que la anulación del laudo es la única vía.
Naturalmente, se ha discutido mucho acerca de la posibilidad de interponer acción de
amparo en el Tribunal Constitucional, con respecto a la resolución que deniega anular
un laudo.

En efecto, en dicha oportunidad, el Tribunal Constitucional subrayó que los tribunales


arbitrales dentro del ámbito de su competencia se encuentran facultados para
desestimar cualquier intervención o injerencia de terceros, incluidos autoridades
administrativas o judiciales, destinadas a avocarse a materias sometidas a arbitraje, en
mérito a la existencia de un acuerdo arbitral y la decisión voluntaria de las partes.

Pasamos al tema de arbitraje del Estado Peruano, se comprende, pues, a todas las
entidades que mantengan algún tipo de vínculo o que pertenezcan al Estado peruano.

Sobre el particular, García-Calderón nos indica que se trata de asuntos en los que
interviene el Estado en forma directa (llámese Gobierno Central, Gobiernos Regionales
o Gobiernos Locales) o por medio de una empresa estatal (empresas estatales de
derecho público, mixto o privado), en la medida de que no actúen con ius imperium, sino
con ius gestionis. El rechazo a que se arbitren materias referentes al Estado (ius
imperium) es natural, ya que el arbitraje se aplica al derecho privado (ius gestionis) y no
al público; es por ello que sólo se aplicará en los casos en que el Estado actúe como
sujeto de derecho privado.

Por otro lado, está claro que las controversias entre estas entidades y particulares, o
entre estas entidades entre sí, son evidentemente susceptibles de arbitraje. Justamente
el inciso 2 del artículo 4 de la Ley señala que las controversias derivadas de los contratos
y convenios celebrados entre estas entidades estatales pueden también someterse a

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arbitraje nacional. Es necesario subrayar que el arbitraje no sólo está contemplado para
resolver las controversias entre el Estado y sus dependencias con respecto de terceros,
es decir, con respecto a un particular (sea nacional o extranjero domicilio en el Perú),
como lo establece el inciso 3; sino también entre las dependencias estatales entre sí.
Como se puede apreciar, en la Ley de Arbitraje, el Estado y sus entidades están
considerados en un plano de igualdad con las partes en virtud de un convenio arbitral.
Por su parte, el inciso 4 contempla la posibilidad de que el Estado también pueda
someter a arbitraje internacional, dentro o fuera del país, las controversias derivadas de
los contratos que celebre con nacionales o extranjeros no domiciliados en el país. Es
decir, no se hace ninguna distinción a estos efectos para el sometimiento a arbitraje de
las entidades estatales con nacionales o extranjeros no domiciliados en el Perú para el
caso del arbitraje internacional. Esta disposición sigue la tendencia de una ley monista,
ya que da una regulación uniforme tanto al arbitraje nacional como al arbitraje
internacional en el caso de que una o ambas partes sean el Estado peruano o sus
dependencias.

En caso de actividades financieras, el arbitraje podrá desarrollarse dentro o fuera del


país, incluso con extranjeros domiciliados en el Perú. Esto, en razón de las
características que tienen las actividades financieras cuando, en muchos casos, las
entidades estatales tienen que renunciar a seguir un arbitraje dentro del país,
seguramente, por las cláusulas arbitrales contempladas en estos contratos (que, de
hecho, no serán los únicos que celebren dichas entidades o el mismo Estado peruano
en su conjunto con terceros) en donde se establezca que la sede del tribunal no estará
en el Perú o que no se tratará de un arbitraje nacional.

Por su parte el Arbitraje internacional, se establece que un arbitraje en el Perú será


internacional si las partes en un convenio arbitral tienen, al momento de la celebración
de ese convenio, sus domicilios en estados diferentes.

Cómo se aprecia, este primer criterio para determinar si estamos ante un arbitraje
internacional obliga verificar mecánicamente si las partes del arbitraje tienen, al
momento que celebran el convenio arbitral, sus domicilios en Estados diferentes
(diversidad de domicilios).

Para estos efectos bastará por, ejemplo que las partes al momento de celebrar el
convenio arbitral tengan sus domicilios una en Argentina y la otra en Brasil para que, en

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caso acuerden arbitral en el Perú, lo hagan al amparo del régimen más liberal
reconocido al arbitraje internacional, sin importar otros elementos o criterios, como la
nacionalidad la materia controvertida, etcétera.

Además, como solo se exige que las partes tengan sus domicilios en Estados diferentes,
en caso uno lo tenga en el Perú y la otra en la Argentina, también procederá arbitrar en
nuestro país aplicando las normas antes mencionadas.

De esta manera, no se aplicará este primer criterio, únicamente cuando ambas partes
tengan a la fecha de celebración del convenio arbitral sus domicilios en un mismo
estado. En cambio, cada vez que se acuerden arbitrar en el Perú y las partes tengan en
ese momento sus domicilios en Estados diferentes dicho arbitraje será necesariamente
uno internacional.

Los estados domicilios en un mismo Estado diferente al Perú, nos establece que
un arbitraje será internacional, si el lugar del arbitraje (determinado en el convenio
arbitral o con arreglo a este) está situado fuera del Estado en que las partes tienen sus
domicilios. Este criterio, al igual que el primeramente analizado, también es mecánico y
objetivo: domicilio en un mismo Estado, pero diferente al del lugar del arbitraje (Perú).

Si seguimos lo que dispone esta norma, tendremos que concluir forzosamente que se
aplicará cuando ambas partes tengan sus domicilios en un mismo Estado diferente al
Perú. De esta manera, por ejemplo, si ambas partes domicilian en la Argentina y deciden
arbitrar en el Perú, pues lo harán considerando las disposiciones más liberales
aplicables al arbitraje internacional.

En cambio, si las partes domiciliadas en el Perú, pero cuya relación jurídica no


está relacionada con el Perú se dispone que el arbitraje será internacional, cuando, el
lugar de cumplimiento de una parte sustancial de las obligaciones de la relación más
estrecha, está situado fuera del territorio nacional, tratándose de partes domiciliadas en
el Perú.

Obviamente, como la norma lo dice, este supuesto se aplicará únicamente cuando


ambas partes del acuerdo arbitral domicilien en el Perú, ya que si ambas o, al menos,
una de ellas domicilia fuera del territorio peruano, se aplicarán los criterios antes
descritos.

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De, esta manera, aun cuando ambas partes domicilien en el Perú si acuerdan arbitrar
en nuestro país, dicho arbitraje se desarrollará al amparo de las disposiciones sobre
arbitraje internacional, siempre y cuando el lugar de cumplimiento de una parte
sustancial de las obligaciones de la relación jurídica o el lugar con el cual el objeto de la
controversia tiene una relación más estrecha si se encuentre situado fuera del Perú.

En caso una de las partes tenga más de un domicilio, para determinar cuál de ellos es
el relevante a los efectos de considerar un arbitraje como internacional, la norma
establece que se estará al que guarde una relación más estrecha con el convenio
arbitral.

Las Reglas de interpretación


• Se deja a las partes a que puedan decidir libremente sobre el asunto que desean
solucionar en el proceso de arbitraje, por lo cual, esa facultad comprenderá la de
autorizar a un tercero, incluida una institución arbitral, a que adopte esa decisión.
• Que el convenio arbitral o a cualquier otro acuerdo entre las partes, se va a
entender que integran su contenido las disposiciones del reglamento de arbitraje
al que las partes se hayan sometido.
• En un contrato, también se entenderá a un acto jurídico.
• En una demanda, se aplicará también a la reconvención, y cuando se refiera a
la contestación, se aplicará asimismo a la contestación a esa reconvención.
• Si se establece un tribunal arbitral, significa tanto un solo árbitro como una
pluralidad de árbitros.
• Si se establece el laudo, significa entre otros, tanto un laudo parcial como el que
resuelve de manera definitiva la controversia.

El Arbitraje ad hoc e institucional, El arbitraje ad hoc es aquel que es administrado


por los propios árbitros de acuerdo a las reglas procedimentales que se establezcan de
conformidad con la Ley de Arbitraje.

El arbitraje ad hoc, es administrado por el propio tribunal que puede ser unipersonal o
pluripersonal.

En el arbitraje ad hoc obviamente no hay listas y cada parte designa a un árbitro


libremente. Si la otra estima que el elegido no reúne las condiciones más elementales

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para desempeñarse como tal, puede formular una recusación que será resuelta por los
árbitros no recusados, por la cámara de comercio de la respectiva localidad o, en el caso
de las compras y adquisiciones públicas en el Perú, por el Organismo Supervisor de las
Contrataciones del Estado.

Las instituciones arbitrales por lo general son administradas por las cámaras
de comercio y en nuestro país por algunos colegios profesionales, otros gremios y una
antigua y prestigiosa universidad. Sin embargo, no hay una norma específica que las
regule.

En los arbitrajes ad hoc en contratación pública, según el Decreto Legislativo 1341, sólo
podrán administrar justicia quienes estén inscritos en el Registro Nacional de Árbitros
que sobrevive sólo para esos efectos. En los arbitrajes institucionales regirán
los reglamentos de los respectivos centros de manera que se entiende que allí podrán
arbitrar quienes no están inscritos en el RNA a condición, de seguro, de estar en las
listas de la respectiva institución o ser aprobados por su consejo administrativo.

El arbitraje institucional es aquel que es organizado y administrado por una institución


arbitral. Existe de por medio una institución arbitral que se encarga de organizar y
administrar el arbitraje. La Ley de Arbitraje no exige mayores requisitos para su creación,
únicamente exige que sean personas jurídicas con o sin fines de lucro. Sin embargo,
toda institución arbitral seria, que pretenda generar confianza en el mercado sobre la
calidad de sus servicios, debe brindar seguridad y predictibilidad al proceso arbitral. Para
ello, las instituciones arbitrales deben contar necesariamente con:

• Un Reglamento que regule el proceso arbitral, a fin de que las partes conozcan
de antemano las reglas del proceso. Brinda seguridad jurídica y predictibilidad.
• Un tarifario de honorarios y gastos arbitrales, que permita a las partes realizar
un análisis económico previo sobre el costo del proceso respecto de los
beneficios que pretenden obtener. Genera predictibilidad seguridad al
evitarse arbitrariedades en la fijación de los honorarios de los árbitros y de la
secretaría arbitral.
• Un Código de Ética que establezca los principios y valores a los que están
sujetos los árbitros, estableciendo sanciones en el caso que su comportamiento
viole tales principios y valores.

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• Una lista o registro de árbitros previamente seleccionados por la institución


arbitral, que además de servir como referente a las partes para designar al árbitro
departe, sirve también como referente obligatorio para la institución arbitral
cuando debe designar árbitros por omisión o falta de acuerdo de las partes.
• Una organización y estructura adecuadas e independientes a las partes y a los
árbitros que salvaguarden, bajo responsabilidad, el normal, eficiente y
oportuno desarrollo del proceso arbitral asumiendo la debida
confidencialidad sobre las actuaciones arbitrales.
• Una infraestructura adecuada con soporte logístico y tecnológico para
la realización eficiente de las audiencias, notificaciones, actuaciones y las
coordinaciones necesarias con las partes y con los árbitros.
• Un domicilio conocido y horario de atención predeterminado, lo que coadyuva al
debido proceso arbitral y al derecho de defensa de las partes.

Con respecto a la Competencia en la colaboración y control judicial, la Nueva Ley


Peruana de Arbitraje (en adelante LA) ha precisado dicha participación de forma
bastante más ordenada y concisa, estableciendo en los seis numerales de su artículo
8º el tipo de la misma, así como la competencia de los órganos jurisdiccionales para
tales supuestos.

Ahora con relación a la Competencia para la actuación de pruebas, el juez competente


para la asistencia en la actuación de pruebas será: el del lugar del arbitraje, o el del
lugar donde hubiere de prestarse la asistencia. Como vemos la norma deja librado a la
conveniencia del interesado la elección del juez que deberá tramitar la actuación de su
medio probatorio. Por el cual, son competentes el juez subespecializado en lo comercial
o, en su defecto, el juez especializado en lo civil y cuando la prueba deba actuarse en
el extranjero se estará a los tratados.

De este modo, si bien lo más habitual sea acudir al Juzgado del lugar del arbitraje,
concentrando allí las actuaciones que el proceso arbitral requiera, en ocasiones podrá
ser más acertado que para algún tipo de prueba en la que se solicite auxilio jurisdiccional
se practique en otro lugar por existir causa que lo aconseje ( residir allí los testigos,
encontrarse sito en un inmueble que deba reconocerse, etc.), dirigiéndose entonces la
petición de auxilio judicial al Juzgado de Primera Instancia de dicho lugar.

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Ahora la Competencia para la adopción de medidas cautelares, se ha previsto que el


juez competente sea el juez sub especializado en lo comercial, o, en su defecto, el o
juez especializad en lo civil. Un aspecto importante de la Ley Arbitral en esta materia es
que contempla la posibilidad de poder adoptar o ejecutar medidas cautelares en el
extranjero, en cuyo caso, la competencia de la autoridad judicial deberá ceñirse a los
tratados sobre ejecución de medidas cautelares que pudiera tener celebrados nuestro
país.
En cambio, la Competencia para la ejecución forzosa del laudo, si bien es cierto viene
siendo cada vez más frecuente que los laudos arbitrales sean cumplidos con el solo
requerimiento de los Tribunales Arbitrales competentes, en las más de las veces resulta
necesario la intervención judicial para ello, dado que como es sabido la justicia privada
carece de la facultad coercitiva, así como del jus imperiun del que esta investida la
justicia común. Se repite también para este caso el defecto ya anotado de establecer
que sólo en defecto del juez comercial será competente el juez civil.

La competencia para conocer del recurso de anulación del laudo, deberá ser conocido
por la sala subespecializada en lo comercial, o, en su defecto, por la sala civil. El hecho
de contemplar la subespecialidad comercial como criterio para fijar la autoridad judicial,
como se ha indicado en los párrafos precedentes, se debe a la creación de la
subespecialidad comercial, que en el caso específico del recurso de anulación contra
laudos arbitrales, estableció en el literal c, numeral 2, de su artículo primero, que
compete a la Sala Comercial el conocimiento y de los recursos de anulación de laudos
arbitrales y, en su caso, el de apelación de laudos arbitrales referidos a las materias
comerciales señaladas en el numeral anterior.

La Competencia para el reconocimiento y ejecución de laudos extranjero, será


competente para conocer de la demanda de reconocimiento de un laudo extranjero la
Sala Comercial o en su defecto la Sala Civil del domicilio del emplazado.

La Formalidad de documentos en la colaboración y control judicial, se establece que


todo escrito o petición dirigida a la autoridad judicial de nuestro país, deberá ser
redactado en idioma español. Entonces se puede establecer que el idioma oficial es
utilizado tanto por los nacionales como por el Estado. Por ello, cualquier comunicación
o pedido ante los órganos que componen al Estado debe realizarse en su idioma oficial,
en nuestro caso el español.

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El documento otorgado fuera del país, primero deberá ser autenticado en el país de
donde procede, con lo cual se entiende que deberá ser legalizado ante una autoridad
que tenga competencia para ello y, luego, ser certificado por un agente diplomático o
consular peruano, o quien haga sus veces, a fin de que el mismo produzca o pueda
producir efectos jurídicos en nuestro país. En ese sentido, cabe anotar que los
funcionarios consulares tienen una competencia notarial (dar fe de los actos y contratos
que ante él se celebren) circunscrita solamente a la Oficina Consular ante la que se
encuentren acreditados.

Asimismo, se nos establece, que si el documento no estuviera redactado en español


deberá acompañarse traducción simple a dicho idioma, salvo que la autoridad judicial
considere, en razón de las circunstancias, que debe presentarse una traducción oficial
en un plazo razonable.
En el presente caso la nueva Ley de Arbitraje incorpora la posibilidad que la autoridad
judicial cuando lo juzgue necesario, solicite una traducción oficial del documento
redactado en otro idioma, así la parte interesada hubiera acompañado una traducción
simple del mismo, esto se debe u origina en la necesidad y obligación que debe existir
en que la actuación judicial garantice a las partes la mayor seriedad y formalismo en
cuanto a su intervención y de paso respete o adecue su actuación a los principios
elementales del debido proceso.

La representación de la persona jurídica es la figura jurídica mediante la cual una


persona (el representado) legitima a otra (el representante) para actuar en su nombre e
interés, y, de ese modo, afectar su esfera jurídica de modo directo se refiere entonces
a la representación de las personas jurídicas, a nuestro criterio la norma allí contenida
va más allá y puede tener consecuencias para la celebración de arbitrajes por personas
naturales a través de representantes.

Asimismo, se considera eficaz el contrato celebrado por el representante, aun en el


supuesto que el acto sea contrario al objeto social de la persona jurídica. En ese sentido,
la persona jurídica se encontrará vinculada con el tercero, en virtud, del contrato que
haya sido celebrado por el representante, sin importar que dicho acto no tenga ninguna
relación con su objeto social. De este modo, nuestro ordenamiento privilegia la confianza
que el representante ha despertado en el tercero, frente al interés de la persona jurídica.

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El criterio recogido en el artículo 10º privilegia la naturaleza comercial de los contratos


celebrados por sociedades mercantiles y la dinámica de los negocios sobre la poca
flexibilidad de las normas de representación civiles, no es extraño a la práctica arbitral
comercial internacional.

Asimismo, existen decisiones adoptadas en otras jurisdicciones en los que se protege


la apariencia, la confianza y la buena fe de manera similar.

La Renuncia a objetar, el artículo 11º de la Ley de Arbitraje no admite que una parte
alegue irregularidades en el procedimiento por el incumplimiento de alguna disposición
de la Ley, acuerdo de las partes o disposición del reglamento, si dicha parte conoció o
debió conocer dicho incumplimiento y, por tanto, pudiendo haberlo denunciado antes,
no lo hizo. Entonces, no haber denunciado la eventual irregularidad, en la primera
oportunidad que se tuvo, equivale, de acuerdo a esta disposición, a renunciar a utilizar
dicha objeción para posteriormente pretender objetar el laudo.
Se trata en estricto de la aplicación de la doctrina de los actos propios (que no es sino
la aplicación del principio de buena fe) a la institución arbitral, con la finalidad de proteger
el buen desarrollo del proceso, desincentivar comportamientos estratégicos de las
partes, evitar con ello dilaciones innecesarias y, finalmente, sobre todo, proteger la
efectividad del laudo que se emita.

Ahora las notificaciones y plazos, se utiliza únicamente, como expresión genérica, la de


actuación o actuaciones arbitrales. Sin embargo, considero, que la actuación o
actuaciones arbitrales deben entenderse como la o las consecuencias de un acto
arbitral, esto es, del acto que determina una actuación que debe ser llevada a efecto
para la tramitación del proceso arbitral, para su diligenciamiento.

Entonces las notificaciones requieren de un domicilio o lugar a donde deban ser


dirigidas. Por lo general, en el instrumento que origina la relación jurídica, o en el
convenio arbitral, o en la petición de arbitraje y su aceptación, se hace constar el
domicilio para el efecto de las notificaciones. De este modo, las notificaciones deben ser
dirigidas y se entienden entregadas válidamente, en los domicilios señalados.

Se plantea la presunción de que toda notificación o comunicación se considerará


recibida el día en que haya sido entregada personalmente al destinatario, o que haya

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sido entregada en el domicilio señalado o, en su defecto, en el domicilio o residencia


habitual o lugar de actividades principales.

Con la finalidad de facilitar la entrega y recepción de las notificaciones, el acotado


artículo 12º dispone la notificación o comunicación por fax u otro medio de
telecomunicación electrónico, telemático o de otra clase semejante que permitan el
envío y la recepción de escritos y documentos, los que deben dejar constancia de su
remisión y recepción, pero siempre que hayan sido designados por la parte interesada,
que, entendemos, debe ser la que debe recibir la notificación, escritos y documentación.

Las notificaciones deberán dar a conocer lo planteado por la parte que motiva la
disposición del Tribunal Arbitral y el señalamiento del acto que viene a ser de la
incumbencia de la otra parte, o a lo expuesto por un tercero, así como a la actuación
que corresponda y el plazo dentro del cual debe diligenciarse.

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Título II
Convenio Arbitral

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El convenio arbitral es el acuerdo entre las partes para resolver sus controversias a
través de un proceso arbitral. En términos técnicos, dicho acuerdo es un acto jurídico
impropio, pues lo que se busca es la resolución de conflictos dentro de un proceso
garantista, donde se actúe acorde a la tutela procesal efectiva y, por ello, con debido
proceso. Por tal motivo, se afirma que el convenio arbitral provoca un doble efecto: uno
positivo y otro negativo.

Genera un efecto positivo, pues las controversias serán resueltas en un proceso arbitral,
donde las partes deberán cumplir con lo laudado. Asimismo, produce un efecto negativo,
ya que otros órganos están impedidos de solucionar las controversias que mediante
convenio arbitral se ha encargado de manera exclusiva a los árbitros.

El convenio arbitral nace de la libertad que tienen los seres humanos para regular sus
relaciones jurídicas. Por ende, la autonomía privada es el fundamento del arbitraje. Así,
el Decreto Legislativo de Arbitraje ha optado por conceptualizar al convenio arbitral
como: un acuerdo por el que las partes deciden someter a arbitraje todas las
controversias o ciertas controversias que hayan surgido o puedan surgir entre ellas
respecto de una determinada relación jurídica contractual o de otra naturaleza.
Asimismo, se debe indicar que no toda controversia puede ser llevada a la vía arbitral
pues se señala que solo pueden someterse a arbitraje las controversias sobre materias
de libre disposición conforme a Derecho, así como aquellas que la ley o los tratados o
acuerdos internacionales autoricen.

La forma equivale a la manera, medio o modo como se expresa la voluntad común de


las partes para generar un negocio jurídico existente y válido. Es así que la forma, modo
o manera como se expresa o manifiesta la voluntad común de las partes de someter su
controversia de derecho disponible al arbitraje es mediante la celebración de un
convenio arbitral.

La Ley establece que el convenio arbitral se formalice por escrito, constituyendo una
formalidad ab probationem y no ad solemnitatem; es decir, resulta necesario que el
contenido del convenio arbitral conste en cualquiera forma escrita para que sirva como
medio de prueba para acreditar su existencia.

Esta formalidad, supone ampliar de tal manera la noción de escritura, que quede
comprendida en ella cualquier forma de registración del acuerdo de voluntad entre las

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partes. Ello así, será válido un acuerdo arbitral celebrado verbalmente, siempre que se
deje constancia de su contenido. Se privilegia, pues, la existencia comprobable de un
acuerdo de voluntades entre las partes, por encima de cualquier requisito formal.

Entiéndase que la forma debe ser por escrito, sin sanción de nulidad. Se da
preeminencia al contenido por sobre el continente: en tanto cumpla la principal finalidad.
Prevalece la realidad a la formalidad.

El artículo 13 de la Ley establece que el convenio arbitral puede adoptar la forma de una
cláusula incluida en un contrato o la forma de un acuerdo independiente. De esta forma
se otorga al convenio arbitral plena eficacia y se reconoce su condición de acuerdo
separable del contrato en el que se inserta.

La Ley independiza la cláusula arbitral del contrato en que se incluye, no solo respecto
de las causales de las que pueda derivar su invalidez o ineficacia, sino también de la
existencia misma.

Otra forma que puede adoptar el convenio arbitral es cuando se cursa una comunicación
electrónica y la información en ella consignada sea accesible para su ulterior consulta.

Se considera por escrito no solo a lo contenido en un documento, sino también a lo que


se encuentre por escrito de la comunicación realizada por medios electrónicos,
magnéticos, ópticos o similares.

La Ley en el artículo 13 inciso 5 establece que también se considerará escrito el


convenio arbitral cuando esté consignado en un intercambio de escritos de demanda y
contestación donde la existencia del convenio no sea negada por ninguna de las partes.

Y cuando el arbitraje fuere internacional, el convenio arbitral será válido y la controversia


será susceptible de arbitraje, si cumplen los requisitos establecidos por las normas
jurídicas elegidas por las partes para regir el convenio arbitral, o por las normas jurídicas
aplicables al fondo de la controversia, o por el derecho peruano.

En principio, el convenio arbitral como todo contrato, surte efectos entre las partes que
lo celebran y suscriben, pues, la fuerza obligatoria de los contratos tiene fundamento en
la voluntad de las partes y, por consiguiente, no puede tener eficacia ni producir efectos
respecto de quienes no han prestado su consentimiento. En el caso del acuerdo arbitral
en particular, ese principio tiene como propósito evitar que alguien, sin haber expresado
su consentimiento, sea forzado a dirimir determinadas controversias por arbitraje,
siendo paralelamente obligado a resignar la competencia de los tribunales judiciales.

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Sin embargo, el artículo 14 de la Ley establece que los efectos del convenio arbitral se
extienden a los no signatarios, es decir, se extiende a aquellos que sin celebrar o
suscribir el convenio expresaron de una u otra manera su conformidad con el
sometimiento al arbitraje o de las partes que indirectamente se encuentren vinculadas
al contrato principal que contiene el convenio arbitral. Hay supuestos donde se admite
que partes que no han suscrito ni celebrado el convenio arbitral, sean obligados a
intervenir en un proceso arbitral, se trata de personas que tienen una relación especial
con quienes han otorgado el acuerdo arbitral, que los convierte en una categoría
especial de terceros, que por alguna razón pueden considerarse asimilados a las partes.
Tal es, por ejemplo, el caso de los sucesores universales de las partes, a quienes se
extienden activa y pasivamente los efectos de la cláusula arbitral, o en ciertas hipótesis,
el de los fiadores de las partes.

En el arbitraje nacional, los convenios arbitrales referidos a relaciones jurídicas


contenidas en cláusulas generales de contratación o contratos por adhesión, serán
exigibles solo si dichos convenios han sido conocidos, o han podido ser conocidos por
quien no los redactó, usando una diligencia ordinaria.

Esta norma debe ser interpretada concordándola con lo establecido por el artículo 1393
del Código Civil, norma relativa a las cláusulas generales de contratación aprobadas por
la autoridad administrativa, las cuales se incorporan automáticamente a todas las ofertas
que se formulen para contratar con arreglo a ellas, sin perjuicio de lo dispuesto por el
artículo 1395, supuesto en el que las partes convienen expresamente que determinadas
cláusulas no se incorporen a la oferta.

En adición a lo señalado, recordemos que el artículo 1397 señala que las cláusulas
generales de contratación no aprobadas administrativamente se incorporan a la oferta
de un contrato particular cuando sean conocidas por la contraparte o haya podido
conocerlas usando una diligencia ordinaria; y agrega que se presume que la contraparte
ha conocido las cláusulas generales de contratación cuando han sido puestas en
conocimiento del público mediante adecuada publicidad.

Como se puede apreciar, el artículo 1397 tiene directa relación con el inciso 1 del artículo
15 de la Ley de Arbitraje, por cuanto trata acerca de cláusulas no aprobadas
administrativamente.

Asimismo, se presume, sin admitir prueba en contrario, que el convenio arbitral ha sido
conocido si está incluido en las condiciones generales que se encuentran en el cuerpo
del contrato principal y este último es por escrito y está firmado por las partes.

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Es decir, que se presume, sin admitir prueba en contrario, que el convenio arbitral ha
sido conocido si está incluido en las condiciones generales que se encuentran
reproducidas en el reverso del documento principal, y se hace referencia al arbitraje en
el cuerpo del contrato principal y este último es por escrito y está firmado por las partes.

Vale decir, en este supuesto en el contrato principal no se encontrará el propio convenio


arbitral, sino más bien tal convenio estará en las condiciones generales reproducidas en
el reverso del documento principal. Sin embargo, cabe señalar que en el documento
principal sí se deberá hacer mención a la existencia del convenio arbitral, mas no a su
texto. Bastaría esta referencia y el hecho de que se encuentre inserto en el reverso,
dentro de las condiciones generales, a efectos de que se considere que las partes
tuvieron pleno conocimiento del convenio arbitral sin admitirse prueba en contrario.

Finalmente, la Ley de Arbitraje, norma que establece que se presume, sin admitir prueba
en contrario, que el convenio arbitral ha sido conocido si se encuentra incluido en
condiciones estándares separadas del documento principal y se hace referencia al
arbitraje en el cuerpo del contrato principal y este último es por escrito y está firmado
por las partes.

Sobre la excepción del convenio arbitral, se reconoce el principio de autonomía del


convenio arbitral, es decir, el convenio arbitral incluido en un contrato no sigue la suerte
ni se regula por las normas del contrato principal. El convenio arbitral tiene vida propia
y no depende del contrato donde está inserto.

Entonces se establece que si dentro de los plazos establecidos en un proceso judicial


se interpone la excepción de convenio arbitral ésta debe ser amparada así se haya
formulado la excepción antes o después de iniciado el arbitraje, con la salvedad que el
Juez puede intervenir y cuestionar el convenio arbitral únicamente cuando el convenio
arbitral sea manifiestamente nulo, pero siempre y cuando no se haya iniciado el arbitraje,
pues, una vez iniciado el arbitraje ni el Juez ni alguna autoridad judicial puede cuestionar
el arbitraje, esto basado en el principio de competencia, que señala que el árbitro es
competente para conocer su competencia.

En el arbitraje internacional, si no estuviera iniciado el arbitraje, la autoridad judicial sólo


denegará la excepción cuando compruebe que el convenio arbitral es manifiestamente
nulo de acuerdo con las normas jurídicas elegidas por las partes. Si el convenio arbitral
cumple los requisitos establecidos por el derecho peruano, no podrá denegarse la
excepción. Si estuviera iniciado la autoridad judicial sólo denegará la excepción cuando
compruebe que la materia viola manifiestamente el orden público internacional.

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Regula el supuesto de Derivación de controversia judicial a arbitraje por el cual, las


partes de un proceso judicial, en virtud de su autonomía privada, deciden que sus
controversias sean sustraídas del ámbito judicial para que las mismas sean derivadas a
un arbitraje. En otras palabras, este supuesto se presenta cuando, al momento de
celebrar y suscribir un convenio arbitral entre dos sujetos, una controversia ya se ha
generado entre ellos y la misma es objeto de un proceso judicial.

Siendo que la derivación a arbitraje no es más que la suscripción de un convenio arbitral,


una vez surgida la controversia entre dos sujetos y llevada al ámbito judicial, la
formalidad a seguir debe ser la misma que la regulada para cualquier convenio arbitral,
es decir, conforme a lo señalado en el artículo 13º de la actual Ley de Arbitraje. Por lo
que, al menos, el convenio debe constar por escrito.

Sobre la posibilidad de Renunciar al arbitraje, en líneas generales, regula la


posibilidad que dos o más sujetos de derecho, que han suscrito entre ellos, previamente,
un convenio arbitral, pueden renunciar a éste, en virtud de su propia autonomía privada.
Esto, como parece evidente, implica que las controversias que surjan entre ellas (o que
ya hayan surgido) no puedan ser conocidas en el ámbito arbitral, sino que sean
conducidas a través de un proceso judicial.

Como se puede colegir, no es necesario que las partes renuncien en su totalidad al


convenio arbitral, pudiendo hacerlo sólo respecto de ciertos aspectos o materias.
Nuevamente, lo que prima es la voluntad de las partes y el acuerdo al que lleguen para
determinar los alcances de su renuncia Así, por ejemplo, de surgir un conflicto específico
entre dos particulares en el marco de contrato que contiene un convenio arbitral, es
posible que las mismas decidan que ese conflicto en específico no sea objeto de
arbitraje, sino que sea tramitado en la vía judicial correspondiente, siendo que para
todas las demás materias contractuales la vía arbitral seguirá siendo la idónea. Así, si
es que la renuncia al arbitraje se refiere únicamente a determinadas materias se habla
de una “renuncia parcial”. De este modo, por ejemplo, y como ya hemos señalado, en
tanto la llamada renuncia tácita al arbitraje (al no interponerse una excepción de
convenio arbitral) únicamente comprende a aquellas pretensiones que han sido
demandadas y no a otras que pudieran surgir, se trata, en todos los casos, de una
renuncia parcial. Entonces la renuncia al arbitraje será válida sólo si se manifiesta en
forma expresa o tácita.

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Título III: Árbitros

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Según el Decreto Legislativo, el árbitro es la persona natural que, hallándose en el pleno


ejercicio de sus derechos civiles, lleva a cabo la resolución de la controversia disponible
indicada en el convenio arbitral previa aceptación del arbitraje. En tal modo, se observan
claramente dos atributos de proyección subjetiva que tipifican al árbitro, como el que ha
de ser naturalmente una persona por un lado y por otro capaz; a los cuales se une el
referente objetivo de su capacidad y que no es otro que la controversia indicada en el
convenio arbitral, a la que accede desde el momento en que acepta el arbitraje.

Asimismo, debemos recordar que el árbitro importa un factor axial en el proceso arbitral,
pues aquel está gobernado por una regla de oro: “el arbitraje vale lo que vale el árbitro”
por lo que resulta de fundamental importancia que las partes sepan elegir a sus árbitros,
puesto que de la calidad de estos últimos dependerá aquélla del proceso arbitral.

Las partes podrán fijar libremente el número de árbitros fue conformen el tribunal arbitral.
A falta de acuerdo o en caso de duda serán tres árbitros.

Pueden ser árbitros las personas naturales que se hallen en el pleno ejercicio de sus
derechos civiles. Repárese en que el requisito no es solamente para el momento de
aceptación o para cuando el tribunal arbitral ya queda constituido, sino que debe
entenderse que ha de continuarse en tal aptitud de ejercicio hasta el instante final del
proceso, que es cuando concluye la función arbitral. O sea, mientras se es árbitro.

De lo anterior se colige que si por cualquier circunstancia le sobreviene a un árbitro una


causal de hecho o derecho que le impida ejercer sus derechos civiles, debe renunciar
al cargo. Entonces no basta la capacidad de goce que tiene todo sujeto; se requiere
completa capacidad de ejercicio y en aptitud de poder hacerlo a plenitud.

Por ello, podrán actuar como árbitros cualquier persona natural, nacional o extranjera,
mayor de edad, que se encuentre en pleno ejercicio de sus derechos civiles, exigiéndose
adicionalmente que cuando el arbitraje sea de derecho, la persona sea simplemente
abogado. De esta manera, se elimina la discriminación en contra de colegas menores
de veinticinco años y se permite la participación de cualquier abogado nacional o
extranjero.

Mientras que la incompatibilidad significa carencia o falta de aptitud para que


concurran o se adapten entre sí personas, cosas o situaciones. En este caso se trata de
incompatibilidad derivada de voluntad legal. Lo que significa que circunstancias
objetivas concretas previstas pueden causar que determinada persona no tenga aptitud
para desempeñar función arbitral. En este sentido que expongo, soy del parecer que
incompatibilidad no significa existencia de relaciones con las partes, con la materia en

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discusión o con otras personas atinentes al caso singular que pudieran justificar la
abstención o recusación del árbitro porque pudieran afectar su independencia o
imparcialidad.

La incompatibilidad, pues, no se trata de un motivo limitante de la capacidad o de la


neutralidad intelectiva, sino restrictivo para ejercer el cargo de árbitro, porque este
colisiona, es decir, no es compatible con otro cargo, actividad o estado en que la persona
propuesta como árbitro se encuentre o que haya antes tenido (por ejemplo, quien fue
juez y conoció la materia controvertida o algo vinculado a ella).

La incompatibilidad puede obedecer a disposiciones públicas o a regulaciones privadas.


Sobre las razones de incompatibilidad están los funcionarios públicos y servidores
públicos y respecto de las privadas, puede suceder que determinados individuos estén
sujetos a reglas que les impiden actuar como árbitros, sea por razones laborales o de
otra índole, en todo arbitraje o en ciertos arbitrajes.

Ahora hablemos sobre el nombramiento de los árbitros, se exige pues que en el


arbitraje nacional que deba decidirse en derecho, se requiere ser abogado, salvo
acuerdo en contrario. Entonces los abogados árbitros pueden hacerse asesorar por
profesionales de otras disciplinas para comprender los temas que escapan al ámbito del
derecho y poder emitir un laudo que realmente defina los puntos materia de la
controversia, no repugna, y así se ha entendido en el arbitraje internacional, que árbitros
no abogados intervengan como árbitros para definir la controversia, con la asesoría de
profesionales del derecho o designando a un abogado como uno de los miembros del
tribunal arbitral.

Al designar a un abogado, no se requerirá ser abogado en ejercicio ni pertenecer a una


asociación o gremio de abogados nacional o extranjera, lo que posibilita que al menos
el universo de potenciales árbitros no se limite en forma alguna a abogados peruanos.

Se permite a que las partes efectúen libremente la designación de los árbitros o deleguen
en un tercero de su confianza, incluida una institución arbitral, la ejecución de tal función.
Entonces se dispone que los árbitros serán nombrados por las partes, por una institución
arbitral o por cualquier tercero a quien las partes hayan conferido el encargo.

Se dispone que una parte queda vinculada por el nombramiento que ha efectuado de
un árbitro desde el momento en que la otra parte haya sido notificada de dicho
nombramiento, salvo acuerdo en contrario. En esta disposición pretende regular o, mejor
dicho, acabar con una indeseable práctica: Una parte designa a su árbitro y se lo informa
a la otra parte. Esta última designa e informa a su contraparte acerca de quién es su

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árbitro, ante lo cual el primero decide “nombrar” a un nuevo árbitro. Esto simplemente
no es más posible. Una vez que una parte ha notificado a la otra el nombre del árbitro
que ha designado, no cabe “sustituirlo” por otro. Existe sólo una excepción: si el árbitro
designado no acepta el encargo

Si el nombramiento de los árbitros no pueda efectuarse conforme al procedimiento


acordado por las partes. Esto se aplica con independencia de cuál sea la causa por la
que no es posible realizar el nombramiento de los árbitros conforme a lo pactado. En
este aspecto es indiferente que lo acordado no pueda llevarse a cabo por el
incumplimiento de una de las partes, o porque concurre una causa ajena a la voluntad
de las mismas. En cualquiera de estos casos, corresponderá recurrir a la institución
arbitral o al tercero designado por las partes para que cumpla con la tarea de
designación.

En la libertad de procedimiento de nombramiento se consagra a la libertad de las


partes para configurar el procedimiento mediante el cual se designará al árbitro único o
a los árbitros y prevé el procedimiento supletorio que habrá que seguirse en caso
necesario. En esto rige el principio de igualdad debido a que implica ofrecer a todas las
partes el mismo grado de participación en la designación del árbitro.

• Si las partes han pactado un arbitraje con árbitro único o han acordado que todos
los miembros del tribunal arbitral o el presidente del mismo serán nombrados de
común acuerdo, ellas tendrán un plazo de quince (15) desde el primer
requerimiento para cumplir con hacerlo.
• Por su parte, en caso se haya pactado un tribunal arbitral compuesto por tres
árbitros, cada parte tendrá sucesivamente quince (15) días para nombrar a un
árbitro y los dos árbitros así designados contarán con idéntico plazo para
nombrar al tercer árbitro, quien presidirá el tribunal arbitral.
• Cuando haya pluralidad de demandados o demandantes en este caso los
demandantes y demandados tienen quince días para nombrar a los árbitros, los
dos árbitros nombrados por las partes tendrán el mismo plazo para nombrar al
tercer árbitro.
• Si el método elegido por las partes o, a falta, no culmina por cualquier motivo
exitosamente en la constitución del tribunal arbitral o en la designación del árbitro
único, se establece que la parte interesada puede acudir a la entidad nominadora
residual de árbitros que, en este caso, serán las Cámaras de Comercio.

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• Por su parte, si el arbitraje es internacional, se dispone que la entidad


nominadora residual será la Cámara de Comercio del lugar del arbitraje y, si
nada se ha pactado al respecto, la Cámara de Comercio de Lima.

En el incumplimiento del encargo, si bien los árbitros serán nombrados por las partes,
por una institución arbitral o por cualquier tercero a quien las partes hayan conferido el
encargo. Si el nombramiento de los árbitros ocurre, bien porque las partes lo realizan o
bien porque la institución arbitral o el tercero cumplen con el encargo conferido, el
Tribunal quedará integrado y solo restará que se instale para dar inicio propiamente al
proceso arbitral. El problema se presenta cuando el nombramiento no llega a producirse
y las partes no han previsto algún remedio para resolver esa situación. Casos típicos de
entrampamiento son los siguientes:

- Cuando una de las partes es renuente a designar a su propio árbitro.

- Cuando habiendo pluralidad de demandantes o demandados, éstos no se ponen de


acuerdo en el árbitro que desean designar.

- Cuando habiéndose estipulado que sea alguna institución arbitral la que practique la
designación de los árbitros, ésta no cumple con el encargo, lo rechaza o declina su
designación como institución encargada de nombrar a los árbitros o como institución
administradora del arbitraje.

- Cuando el tercero a quien se le ha encargado la designación de los árbitros no cumple


el encargo, lo rechaza o declina su designación como encargado de nombrar a los
árbitros.

- Cuando la institución arbitral o el tercero tienen incompatibilidad para desempeñar el


encargo conferido.

- Cuando la institución arbitral o el tercero son impedidos de cumplir el encargo a través


de una medida cautelar.

- Cuando los árbitros designados por las partes no se ponen de acuerdo en la


designación del presidente.

Estas situaciones no constituirían un verdadero problema si las partes hubieran previsto


algún procedimiento supletorio para el nombramiento de los árbitros que fuera lo
suficientemente eficaz como para superar el obstáculo inicial. Sin embargo, aun si las
partes no previeran nada para resolver la situación, el artículo 23º de la Ley Arbitraje
establece reglas supletorias que permitirían a éstas nombrar a los árbitros y continuar

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con el trámite. Esas reglas reivindican el principio de libertad de procedimiento de


nombramiento, reconociéndoles a las partes la atribución de realizar el nombramiento
en la forma y dentro de los plazos previstos en dicho precepto.

En efecto, tanto el artículo 23º, acápite d) como el artículo 24º de la Ley de Arbitraje
atribuyen a la Cámara de Comercio del lugar del arbitraje o del lugar de celebración del
convenio arbitral cuando no se hubiere pactado el lugar del arbitraje la función de
nombrar a los árbitros que correspondan, cuando no se haya llegado a nombrar tales
árbitros con arreglo a los mecanismos previstos en el precitado artículo 23º de la Ley de
Arbitraje, o el encargo de efectuarlo dado a la institución arbitral o el tercero haya sido
rechazado.

Nombramiento por las Cámaras de Comercio

1. Nos establece que será una cámara de comercio la encargada de nombrar al


árbitro, incluso si esta labor es realizada de manera supletoria por dicha entidad,
la decisión que adopte la cámara de comercio a través de la persona u órgano
competente a los efectos de designar de manera supletoria al árbitro es de
carácter definitivo e inimpugnable. la ley establece dos opciones:
– El árbitro o los árbitros serán nombrados por la persona u órgano que la propia
cámara determine.
– A falta de previa determinación, la decisión será adoptada por el máximo
órgano de la institución.

2. Debe de existir una solicitud a la cámara de comercio, a efectos de que esta


proceda a realizar el nombramiento supletorio del árbitro. Donde dicha solicitud
deberá contener una serie de datos que permitan, entre otras cosas, identificar
a la contraparte, así como comprobar, de manera preliminar, que la vía arbitral
es la acordada por las partes para resolver su conflicto de intereses.
- En primer lugar, se debe señalar el nombre o la denominación social de la
otra parte, con el objeto de verificar la identidad de la persona natural o
jurídica con la que se va a iniciar el procedimiento.
- En segundo lugar, se tiene que señalar el domicilio de la otra parte, con el
objeto de que se le pueda notificar de una manera adecuada y fehaciente.
- En tercer lugar, se debe hacer una breve descripción de la controversia que
será objeto de arbitraje.
- En cuarto lugar, se exige que se acredite la existencia del convenio arbitral.
Como se sabe, es de vital importancia que dicho convenio conste por escrito.

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3. Si la Cámara respectiva no tuviera previsto un procedimiento aplicable, la


solicitud será puesta en conocimiento de la otra parte por un plazo de cinco días.
Vencido este plazo, la Cámara procederá a efectuar el nombramiento. Entonces
es evidente que la solicitud de nombramiento tiene que ser puesta en
conocimiento de la contraparte, para que esta exprese lo que convenga a su
derecho. Luego de vencido el plazo, con contestación, o sin ella, de la futura
parte demandada, la cámara de comercio procederá a efectuar el nombramiento.

4. Se establece la obligación de que la cámara de comercio efectúe la designación,


obligación que parte de un mandato legal. Es decir, se entiende que aquí no hay
un contrato, sino un mandato de la ley sobre las cámaras de comercio. Ante el
incumplimiento de la cámara de comercio se producirá una inejecución de
obligaciones. Luego de hablar de la naturaleza de la obligación y la
responsabilidad de la cámara, cabe hacer mención al plazo razonable que la ley
establece para el cumplimiento de dicha obligación, si excede sus propios plazos
reglamentarios, los daños y perjuicios que cause su demora podrán ser
reclamados vía acción de indemnización de daños y perjuicios.

Asimismo, se indica que la cámara únicamente podrá rechazar una solicitud de


nombramiento cuando aprecie que de los documentos aportados no resulta la
existencia de un convenio arbitral. Solo podrá considerarse como convenio
arbitral todo documento que contenga la voluntad de las partes por escrito y que
se encuentre firmado por ellas.

5. Las partes o la propia ley podrían haber establecido algunos requisitos para
quien sea designado como árbitro. Por ejemplo, si las partes decidieron que los
árbitros revistan necesariamente la condición de especialistas en derecho
mercantil, la cámara debería cuidar que la elección se realice entre expertos en
dicha materia.

Los requisitos que debe de cumplir están establecidos por la ley, naturalmente
hace referencia a un arbitraje de derecho. En este caso, los árbitros
necesariamente tendrán que ser abogados, independientemente de si están
colegiados o no y de si son peruanos o extranjeros. Asimismo las cámaras de
comercio tomarán las medidas necesarias para garantizar la independencia e

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imparcialidad del árbitro que vayan a nombrar, es decir, que no deberán


participar como candidatos personas que puedan tener de manera manifiesta
algún conflicto de interés con las partes o con sus representantes, o encontrarse,
en general, dentro de las incompatibilidades señaladas por la Ley de Arbitraje,
de modo tal que el nombramiento se encuentre viciado o pretenda favorecer los
intereses de una de las partes.

6. Los mecanismos de elección de árbitros son de lo más variados, en la medida


en que se trate de una asignación aleatoria, es decir, que tendrá que ser lo
suficientemente transparente; incluso, para tener la certeza y garantía de ello, se
debería requerir la presencia de un notario público que dé fe de la imparcialidad
y legalidad del sorteo.

7. En el arbitraje internacional, tratándose de árbitro único o del presidente del


tribunal arbitral, tendrá en cuenta asimismo la conveniencia de nombrar un
árbitro de nacionalidad distinta a la de las partes. El sentido de este precepto es
garantizar la equidad dentro del procedimiento arbitral, en la medida en que, si
bien es cierto el criterio de nacionalidad no implica parcialidad, compartir la
nacionalidad con alguna de las partes podría hacer que el árbitro tenga una
situación de mayor cercanía que un árbitro de nacionalidad distinta.

Sobre el Privilegio en el nombramiento, si bien el Decreto Legislativo Nº 1071, al


regular el procedimiento de nombramiento de los árbitros permite que las partes
acuerden libremente el mismo, éste no puede vulnerar el principio de igualdad y, en
concordancia con ello, el artículo 26º en sanciona con nulidad cualquier estipulación que
coloque a alguna de las partes en una situación de privilegio en el nombramiento de los
árbitros.

En ese sentido, si el tribunal fue nombrado de acuerdo al procedimiento convenido por


las partes, que colocó a una de ellas en una situación de privilegio en la designación de
los árbitros, el laudo que dicho tribunal arbitral emita podrá ser objeto de anulación,
siempre que la parte afectada hubiese efectuado un reclamo expreso en su oportunidad
ante el propio tribunal arbitral y éste lo hubiese desestimado.

La Aceptación de los árbitros, este dicho precepto ratifica, una vez más, que la
voluntad de las partes es el principio inspirador del arbitraje, pues el análisis empieza
precisando que, salvo acuerdo distinto de las partes, el plazo para comunicar la
aceptación en el nombramiento es de quince días. Es decir, que dicho plazo sólo se

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aplicará en ausencia de un régimen convencional distinto que hayan convenido las


partes, conforme a la libertad de procedimiento. Obviamente, el régimen convencional
se constituirá en el primer sistema regulatorio del arbitraje, siempre que no se vulnere
el principio de igualdad.

De otro lado, son diversos los comportamientos que el árbitro nombrado puede adoptar
cuando recibe la comunicación en la que se da cuenta de su nombramiento. Así, podrá:
a) responder la comunicación aceptando el nombramiento; b) responder la
comunicación no aceptando el nombramiento; c) no responder; o, d) responder fuera de
plazo.

Si responde aceptando, el árbitro tendrá que hacerlo dentro de un plazo que, como regla
general, se ha establecido en quince días, a contar desde el día siguiente a aquel en el
que se le comunica su nombramiento

Entonces queda claro que el tribunal queda constituido con la aceptación de los árbitros
y, en consecuencia, a partir de allí puede adoptar decisiones.

Motivos de abstención y de recusación, sólo procede la recusación del árbitro cuando


concurren circunstancias que generen posibles dudas sobre su imparcialidad e
independencia. En tal sentido, no basta con que exista una duda, sino que ella debe
tener la suficiente intensidad para que sea calificada como injustificada. A partir de esta
premisa, recién se podrán activar los cuestionamientos a la imparcialidad e
independencia requerida para el ejercicio de la función arbitral.

En este orden de ideas, De Trazegnies Granda ha señalado que la recusación debe de


tener dos criterios sine qua non: el vulnerar la imparcialidad y la independencia.
Asimismo, la doctrina más autorizada sobre el tema ha señalado que “las características
de independencia e imparcialidad componen un binomio constante en el mundo arbitral”.

El árbitro, a partir de su nombramiento, revelará a las partes, sin demora cualquier nueva
circunstancia. En cualquier momento del arbitraje, las partes podrán pedir a los árbitros
la aclaración de sus relaciones con alguna de las otras partes o con sus abogados.

Un árbitro sólo podrá ser recusado si concurren en él, circunstancias que den lugar a
dudas justificadas sobre su imparcialidad o independencia, así como no poseer las
calificaciones convenidas por las partes o las establecidas por el reglamento de la
institución arbitral o las exigidas por la ley.

Las partes pueden dispensar los motivos de recusación que conocieren y en tal caso no
procederá recusación o impugnación del laudo por dichos motivos.

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Una parte sólo podrá recusar al árbitro nombrado por ella, o en cuyo nombramiento haya
participado, por causas de las que haya tenido conocimiento después de su
nombramiento

Procedimiento de recusación, según el artículo 29 de Decreto Legislativo 1071


permite que las partes puedan pactar un procedimiento de recusación de árbitros o que
se sometan al previsto en un reglamento arbitral. A falta de estos se aplica el
procedimiento establecido en la norma, cuyas características más saltantes paso a
comentar.

¿Desde cuándo procede la recusación? Se dispone que la recusación debe


formularse tan pronto sea conocida la causal que motiva. Esto se condice con la buena
fe y lealtad procesales, y se justifica en que la recusación responda a una efectiva
percepción de la afectación a la independencia e imparcialidad del árbitro por la parte
recusante, lo que ocasiona que dicha parte no pueda tolerar su presencia en el proceso
desde el momento que conoció la causal.

De manera, luego de conocida la causal y antes de formular la recusación, la parte


recusante no deberá haber formulado ningún pedido en el proceso respecto del cual el
árbitro cuestionado pueda tomar alguna decisión. Si así fuera, estaría manifestando
tácitamente una dispensa de la causal.

Por ello, en vez de la fórmula “tan pronto sea conocida la causal”, hubiera preferido que
la norma en comento señalara que la recusación se plantea en “la primera oportunidad”
que se tenga para hacerlo.

Creo que este último término resulta menos ambiguo, más objetivo, y evita la discusión
sobre cuál es el tiempo que se considera debió haber transcurrido para que la
recusación se haya solicitado “tan pronto” se conoció la causal.

Ahora bien, ¿a partir de qué etapa del proceso se puede recusar a un árbitro?
Conforme al artículo 33° del Decreto Legislativo 1071 el proceso arbitral se inicia en la
fecha de recepción de la solicitud para someter la controversia a arbitraje, pero como es
obvio, cualquier recusación deberá tener como presupuesto que el árbitro designado
haya comunicado a las partes su aceptación al nombramiento.

Luego de ello, ¿deberá esperarse a que el tribunal se haya instalado? La respuesta


es no. Bastará con que el tribunal se haya constituido, como consecuencia de la
aceptación del árbitro único o del último de los árbitros, en concordancia con el artículo
27° del Decreto Legislativo 1071.

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En tal sentido, la recusación puede formularse desde el momento en que el tribunal está
constituido, aunque no se haya instalado. En efecto, así como el artículo 47° del Decreto
Legislativo permite a los árbitros dictar medidas cautelares desde que el tribunal está
constituido, aunque no instalado, así también podrá el tribunal dar trámite a la
recusación formulada luego de su constitución y antes de su instalación. Ello es
absolutamente coherente con la exigencia de plantear la recusación tan pronto sea
conocida la causal o en la primera oportunidad que se tenga para hacerlo, de manera
de evitar que el árbitro cuestionado tenga la menor posibilidad de tomar decisiones en
el transcurso del proceso, mientras no se resuelva su recusación, como podría ser por
ejemplo mediante la adopción de medidas cautelares. Recordemos que el trámite de la
recusación no suspende las actuaciones arbitrales.

¿Hasta cuándo procede la recusación? Se establece que, salvo pacto en contrario,


iniciado el plazo para laudar no procede recusación alguna, con lo cual en esta etapa
del proceso arbitral las partes, a pesar de conocer de alguna circunstancia que afecte la
imparcialidad o independencia del árbitro, no pueden solicitar que éste sea apartado del
proceso por la vía de la recusación. Como veremos más adelante, lo que podrían hacer
las partes, de manera conjunta, es acordar la remoción del árbitro. Sin embargo, la
misma norma dispone que el árbitro “debe” considerar su renuncia si se encuentra en
alguna circunstancia de recusación, bajo responsabilidad.

¿Qué pasa si el árbitro no cumple el deber de considerar su renuncia a la que me


he referido en el acápite anterior, o simplemente no renuncia? No tengo duda que
la parte perjudicada podrá impugnar el laudo, pues al haber sido emitido por el árbitro
incurso en causal de recusación se ha violado el derecho fundamental de la parte al
debido proceso, al haber sido juzgado por un árbitro que no es imparcial o que carece
de independencia. Recordemos que el arbitraje, como todo proceso, debe contar con
las garantías mínimas que garanticen la tutela jurisdiccional efectiva a través de un
debido proceso legal.

Sin duda alguna, la imparcialidad e independencia del árbitro constituye una garantía
fundamental en el proceso arbitral, en tal grado que sin ellas el árbitro y cualquier
juzgador carecería de autoridad. La autoridad del árbitro o del juez, en el proceso
judicial, se sustentan en su imparcialidad y en su independencia. Para impugnar el
laudo, se establece el recurso de anulación. Pero el artículo 63° sólo permite la
interposición de este recurso por las causales taxativamente previstas en él, entre las
cuales no está la transgresión del derecho al debido proceso y a la tutela jurisdiccional
efectiva.

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El recurso de anulación es una vía específica e idónea para proteger cualquier derecho
constitucional amenazado o vulnerado en el curso del arbitraje. Es decir que, mientras
por un lado el artículo 63° no prevé la vulneración del debido proceso como una de las
causales del recurso de anulación que en numerus clausus enuncia, la duodécima
disposición complementaria de la misma Ley establece que el recurso de anulación es
la vía idónea para proteger cualquier derecho constitucional amenazado o vulnerado.

Nuevamente, si partimos del concepto que el proceso arbitral debe contar con las
garantías mínimas de todo proceso, resultaría absurdo que no existiera una vía o un
recurso que permita corregir aquellas situaciones en las que dichas garantías no son
respetadas. No tengo la menor duda que dicho recurso se sustentará en la afectación
al derecho al debido proceso y a la tutela jurisdiccional efectiva, en tanto la parte no ha
contado con un juzgado imparcial.

Asimismo, la Ley otorga al árbitro recusado y a la otra parte la oportunidad de manifestar


lo que a su derecho convenga frente a la recusación, dentro del plazo de 10 días de
notificados con ésta. Se trata simplemente de la expresión del principio de bilateralidad
que inspira al proceso y del respeto al más elemental derecho a la defensa del árbitro
recusado. En la absolución de este trámite la parte no recusante puede convenir en la
recusación o el árbitro puede renunciar. En cualquiera de los dos casos se procede al
nombramiento del árbitro recusado, salvo que exista nombrado un árbitro suplente. Eso
quiere decir que, si a quien se ha recusado es al árbitro designado por alguna parte,
ésta procederá al nombramiento del sustituto y, si el recusado fue el presidente del
tribunal, los otros dos árbitros elegirán un nuevo presidente.

Mediante la remoción las partes acuerdan apartar al árbitro, pero no porque no goce
de la confianza de las partes, sino porque se encuentra impedido de hecho o de derecho
para ejercer sus funciones, o porque simplemente no las ejerce dentro de un plazo
razonable.

Con la actual Ley de Arbitraje queda claro que la remoción supone la existencia de
situaciones de hecho o derecho que impiden que el árbitro ejerza sus funciones o que,
sin existir dichas situaciones impeditivas, en la práctica el árbitro no cumple con
ejercerlas dentro de un plazo razonable.

Las razones fácticas que impidan al árbitro ejercer su función pueden ser de la más
diversa índole, desde problemas de salud, comunicación, transporte, que le impiden
ejecutar el cargo, así como incumplimiento o mal desempeño de sus funciones en forma
manifiesta, desorden de conducta en forma pública que afecte el nombre del árbitro o el

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prestigio de la función a su cargo, negligencia en el ejercicio de sus funciones que


perjudique o pudiera perjudicar el procedimiento arbitral, su desarrollo o celeridad. Se
trata de circunstancias de hecho que no le permiten al árbitro desarrollar
adecuadamente y con propiedad la labor que le corresponde como tal, a pesar de no
tener ninguna relación con las partes que afecte su imparcialidad e independencia y de
cumplir con los requisitos, exigencias y calificaciones establecidos en la ley o en el
pacto.

En cuanto a los impedimentos de derecho, pueden responder por ejemplo a la


incapacidad declarada judicialmente, que ocasiona que el árbitro incumpla con la
exigencia del artículo 20º del Decreto Legislativo 1071 según el cual los árbitros deben
ser personas naturales en pleno ejercicio de sus derechos civiles. También es causal
de remoción el incurrir en incompatibilidad, que como lo indica el artículo 21º se presenta
cuando el árbitro sea funcionario o servidor público del Estado Peruano, dentro de los
márgenes señalados por las normas de incompatibilidad respectivas.

Si no existe acuerdo entre las partes para la remoción y una de ellas sostiene la
inhabilidad del árbitro, se aplican las reglas sobre el procedimiento de recusación
previsto en el artículo 29º que he comentado precedentemente. La decisión sobre la
remoción, al igual que la que recae sobre la recusación, es definitiva e inimpugnable. La
pregunta que surge es si, como sucede en la recusación, la parte que solicitó la remoción
puede cuestionar dicha decisión mediante el recurso de anulación del laudo. Para
responder a esta interrogante no basta con acudir a la norma. Debemos analizar el
contenido de la decisión.

Si no existe acuerdo entre las partes para la remoción y una de ellas sostiene la
inhabilidad del árbitro, se aplican las reglas sobre el procedimiento de recusación
previsto en el artículo 29º que he comentado precedentemente. La decisión sobre la
remoción, al igual que la que recae sobre la recusación, es definitiva e inimpugnable. La
pregunta que surge es si, como sucede en la recusación, la parte que solicitó la remoción
puede cuestionar dicha decisión mediante el recurso de anulación del laudo. Para
responder a esta interrogante no basta con acudir a la norma. Debemos analizar el
contenido de la decisión.

Finalmente, la remoción, a diferencia de la recusación, puede producirse Aun cuando


ya se hubiera iniciado el plazo de ejecución del laudo, pero sólo cuando las partes lo
hayan acordado, cesando de inmediato el árbitro removido. Si la remoción es unilateral
se aplicará la misma regla que para la recusación.

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Ahora a referencia de los Árbitros sustitutos, el origen contractual del tribunal arbitral
permite que las partes regulen por anticipado la sustitución de sus miembros. Así, en el
convenio arbitral podrían estar identificados los árbitros titulares e incluso los suplentes.
Si no se hubieran previsto los árbitros suplentes, las partes podrían haber pactado un
procedimiento para la designación del árbitro sustituto. En concordancia con lo
expuesto, la vacancia de un árbitro, ya sea como consecuencia de una recusación
declarada fundada, de una remoción resuelta positivamente o acordada por las partes,
o de la renuncia de un árbitro, se cubre nombrando a un árbitro sustituto, siguiendo el
procedimiento pactado, o en su defecto, el mismo procedimiento previsto para la
designación del árbitro sustituido. La LA establece en el artículo 23º el procedimiento
supletorio a la voluntad de las partes, al cual simplemente me remito.

Como vimos anteriormente, si las partes no han pactado algo distinto, el trámite de
recusación o de remoción no suspende las actuaciones arbitrales. Sin embargo, salvo
pacto en contrario, producida la vacancia luego de la decisión en el procedimiento de
recusación o remoción, y mientras no se nombre al árbitro sustituto, las actuaciones
arbitrales quedan suspendidas, de manera que, reconstituido el tribunal continúa el
proceso desde el estado en que quedó como consecuencia de la suspensión, salvo que
el sustituido sea árbitro único o el presidente del tribunal arbitral, en cuyo caso éstos
deciden si es necesario repetir algunas o todas las actuaciones arbitrales. Si la
sustitución es de cualquier otro árbitro, el tribunal toma la decisión según las
circunstancias del caso. Es sin duda positiva la norma que deja estas decisiones a
criterio del tribunal, pues dependiendo de cada proceso y de las actuaciones que se
hayan producido, nadie mejor que los propios juzgadores para decidir si requieren que
ciertas actuaciones se deban repetir para formar adecuadamente su criterio o convicción
sobre el caso.

Para finalizar, sólo quiero incidir que, entre los supuestos de vacancia que dan pie a la
designación del árbitro sustituto, no está el apartamiento del árbitro renuente a que me
he referido al comentar el artículo 30º, pues como ya he indicado en ese caso, los demás
árbitros continúan con el proceso hasta el laudo inclusive, salvo que alguna de las partes
solicite la remoción.

La Responsabilidad del árbitro al ser nombrado por las partes o por la institución
arbitral para que realice una labor determinada a cambio de una remuneración
específica. Por consiguiente, parecería que, en este caso, estamos conceptualmente
más cerca aún de una responsabilidad contractual. Si ese fuera el caso, una de las

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consecuencias más significativas estaría referida al plazo de prescripción, dado que la


responsabilidad del árbitro prescribiría recién a los diez años.

Por tanto, dada la ausencia de una limitación específica para ejercer la acción de
responsabilidad, que debiera haber sido contemplada en la ley, el árbitro es responsable
por los daños que cause a las partes durante un plazo cuando menos de dos años si
consideráramos que se trata de una responsabilidad extracontractual, pero que
podemos pensar que llega a diez años si, por las razones antes expuestas,
consideramos que se trata de una responsabilidad contractual.

El caso del no cumplimiento es perfectamente claro (o parece serlo): el árbitro que,


después de haber aceptado, se niega sin causa suficiente a llevar adelante el proceso
o a participar en el laudo, está incumpliendo el encargo y, por tanto, debe responder por
los daños que ello cause. El cumplimiento tardío parece ser también claro en tanto que
se incurra en el incumplimiento de los plazos establecidos para el arbitraje,
fundamentalmente el plazo para laudar.

No debemos, pues, olvidar que en cualquiera de los casos de no cumplimiento,


cumplimiento defectuoso o cumplimiento tardío sólo puede atribuirse responsabilidad al
árbitro si tales incumplimientos son producto del dolo o de la culpa inexcusable.

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TITULO IV

ACTUACIONES ARBITRALES

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El Título IV del Decreto Legislativo N.º 1071 (en adelante, la Ley de Arbitraje) aborda
todo lo relativo a las actuaciones arbitrales.

Si bien las actuaciones arbitrales vienen hacer la secuencia de actos realizados por las
partes, el tribunal arbitral y el Centro que se encuentran regulados por ley con el fin de
resolver una determinada controversia sometida a arbitraje. Por ello el artículo 33
define el inicio del arbitraje de la siguiente manera:

Artículo 33.- Inicio del arbitraje

Salvo acuerdo distinto de las partes, las actuaciones arbitrales respecto


de una determinada controversia se iniciarán en la fecha de recepción de
la solicitud para someter una controversia a arbitraje.

Resulta de suma importancia, debido a que antes se tenía la duda en torno a cuándo se
producía el inicio del arbitraje, es decir, si el inicio del arbitraje se producía cuando se
instalaba el tribunal arbitral o cuando se presentaba la solicitud de arbitraje.

Hoy, para una serie de aspectos relativos a diversas materias contenidas en la propia
Ley, se considera que el arbitraje se inicia con la solicitud para someter la controversia
a arbitraje.

Asimismo, se adopta la denominación actuaciones para referirse, en general, al arbitraje


que se inicia como, valga la redundancia, la solicitud de la parte para someter la
controversia a arbitraje, activando las estipulaciones del convenio arbitral. Esta
nomenclatura no es casual y su utilización tiene razones bien fundadas en la doctrina y,
en especial, en la práctica arbitral.

Cabe recordar que estamos ante una norma de carácter dispositivo, ya que esta
empieza su redacción con la frase “salvo acuerdo distinto de las partes”. Una vez más,
pues, la Ley reafirma el principio del libre ejercicio de la voluntad de las partes en todo
arbitraje, ya que serán estas quienes pueden modificar el momento de inicio del arbitraje
mediante un pacto o, si es que se encuentra involucrada la administración de una
institución arbitral, será esta la que pueda modificarlo a través de su respectivo
reglamento. Las partes o la institución podrán decidir que el arbitraje se inicie antes o
después del momento señalado por la Ley de Arbitraje.

En la libertad de las actuaciones, se establece que las partes tienen la autonomía e


igualdad para establecer libremente las reglas del arbitraje, otorgando un amplio campo
de acción a las partes y estableciendo un orden para la determinación de dichas reglas.
Es decir, de común acuerdo las partes pueden definir las reglas arbitrales. Pero, surge

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el caso que los árbitros deban determinar las reglas del arbitraje, ante la falta de acuerdo
entre las partes o si éstas no lo pactaron.

De modo tal que, atendiendo al interés de las partes, éstas pueden tranquilamente dar
forma a su arbitraje, tanto en lo concerniente a las reglas que servirán para llevar
adelante las actuaciones, como en lo que concierne a la legislación aplicable para
resolver el fondo, incluyendo la posibilidad que las partes pacten la solución de la
controversia mediante la aplicación del leal saber y entender de los árbitros en un
arbitraje.

Así como la norma incluye el principio de libertad de las partes para pactar las reglas
del arbitraje, también se incorpora en forma clara y expresa la obligación de brindar trato
igualitario para las partes dentro del arbitraje. Este trato igualitario es una derivación del
propio convenio arbitral y obliga a los árbitros, de modo que su violación incluso puede
arriesgar la validez del laudo arbitral.

Con prescindencia de la competencia arbitral especializada que corresponda, es


justamente en el convenio arbitral donde las partes se encuentran en pie de igualdad.
En consecuencia, será imposible que prevalezca alguna disposición contenida en el
convenio arbitral, que coloque en ventaja a una de las partes sobre la otra. En esencia
estamos hablando de la igualdad de las partes a partir del convenio.

De otro lado, nótese que la expresión pragmática de la igualdad arbitral radica en la


obligación de los árbitros de permitir que cada una de las partes haga valer sus derechos
con suficiente oportunidad.

A su vez, se contiene un orden de prelación en el caso de no existir disposición aplicable


pactada por las partes para efectos de llevar a cabo el arbitraje. De ser así, se aplicará
supletoriamente la ley. Y si en ésta no se cuenta con disposiciones aplicables, el artículo
dispone que se aplicarán los usos y costumbres en materia arbitral.

Debemos tomar en consideración que la aplicación de los usos y costumbres se refiere


a un conjunto de buenas prácticas, medidas, disposiciones, etc., que han sido percibidas
como legítimas y que cuentan con la aceptación generalizada de los interesados en el
funcionamiento del arbitraje nacional e internacional.

También, se regula la posibilidad que los árbitros puedan ampliar plazos, incluso si se
trata de plazos vencidos. Esta disposición se basa en los problemas presentados en la
práctica y se orienta por la necesidad de brindar flexibilidad al arbitraje, a partir de la
necesidad de reconocer la importancia de los temas de fondo. Estos merecen especial

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atención, por encima de la problemática de los plazos. De modo que los plazos se
encuentren al servicio del arbitraje y no perjudiquen su desarrollo.

En el lugar del arbitraje, viene hacer la facultad de escoger el lugar del arbitraje que
descansa en el principio fundamental de la autonomía de las partes, quienes al convenir
someter sus disputas a un mecanismo de solución de controversias alterno al de las
cortes nacionales, pueden, asimismo, decidir el lugar en donde quieren desarrollar las
actuaciones arbitrales, según sus preferencias.

Cuando se trata de un arbitraje internacional, la elección del lugar del arbitraje, sin
embargo, tiene implicancias que van mucho más allá de la simple elección de la sede
del procedimiento.

La principal consecuencia de la selección de una plaza en particular como sedes o lugar


del arbitraje, es la consecuente aplicación de las normas y competencia de las
autoridades de la sede, lo que, como veremos, puede tener un sinnúmero de
implicancias que pueden determinar el éxito o fracaso del arbitraje.

Ahora bien, a falta de acuerdo, la elección del lugar corresponderá al tribunal, quien para
su elección deberá tener en cuenta “las circunstancias del caso y la conveniencia de las
partes”.

Por “circunstancias del caso” debe entenderse que los árbitros deben tomar en
consideración las características particulares de la disputa. No existe un recetario
predeterminado que establezca qué características priman a la hora de la elección, por
lo que ésta deberá realizarse caso por caso. Por ejemplo, podría escogerse el lugar en
donde se encuentre la mayor cantidad de pruebas, o el lugar donde domicilie la mayoría
de los árbitros, o el lugar neutral más próximo a las partes y árbitros; entre otros.

Asimismo, existe debate sobre el concepto de “conveniencia de las partes”, en tanto se


trata de un concepto subjetivo de difícil definición. Lo que queda claro es que el árbitro
no puede simplemente designar un lugar a su mero arbitrio, sino que deberá considerar
los criterios que a su juicio determinen lo que se ha venido en llamar “la conveniencia
de las partes” a fin de asegurar que el arbitraje sea lo más justo y eficiente posible.

También se establece que el tribunal puede reunirse en cualquier lugar que considere
adecuado. Así pues, se distingue entre el lugar o sede del arbitraje y el lugar donde
determinada actuación del mismo pueda efectuarse. Es decir, se reconoce la posibilidad
de llevar adelante actuaciones arbitrales en un lugar distinto a la sede del tribunal. Ello
es razonable, pues puede ser necesario o conveniente realizar alguna actuación en

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lugar distinto a la sede. Es claro, por ejemplo, cuando se trate de una inspección ocular,
que ella deba realizarse fuera de la sede del arbitraje.

Es interesante también anotar que en arbitrajes internacionales es muy frecuente que


las partes puedan tener con el Tribunal coordinaciones a través de conferencias
telefónicas o videoconferencias en la medida en que todas estén dispuestas a participar.
Esto suele ser muy útil para dar agilidad a las actuaciones.

Asimismo, los árbitros están facultados para realizar sus deliberaciones en cualquier
lugar que estimen conveniente. Incluso no debe haber inconvenientes para que los
árbitros deliberen en reuniones no presenciales, es decir, mediante videoconferencias
o conversaciones telefónicas.

El idioma del arbitraje, el idioma de las actuaciones arbitrales será definido por las
partes. Sólo ante la ausencia de acuerdo entre partes, es que surge, como solución
supletoria, que los árbitros pueden proceder a determinar el idioma del arbitraje.

Así pues, sea mediante acuerdo o mediante decisión del tribunal, se establece que esta
elección deberá aplicarse a los escritos de las partes, las audiencias, laudos y
decisiones o comunicaciones del tribunal arbitral. Asimismo, establece la excepción de
que el tribunal, salvo oposición de una de las partes, pueda ordenar la presentación o
actuación de una prueba en idioma distinto al acordado.

El tribunal arbitral puede determinar más de un idioma para un arbitraje. Esta situación
puede ser conveniente cuando el tribunal arbitral es bilingüe y domina los dos idiomas
del arbitraje. En tal caso las partes podrán expresarse cada una en su idioma y los
documentos presentarse en el idioma en que hayan sido redactados, con la garantía de
que el Tribunal estará en capacidad de comprender perfectamente el caso. En todo
caso, las traducciones serán sólo las necesarias para las partes, si es que estas no
dominan los dos idiomas, pero, ello no trasciende en el proceso arbitral mismo.

Sin embargo, trae consigo una serie de problemas prácticos que pueden hacerlo
complicado, pues, será preciso que todos y cada uno de los escritos y los documentos,
sean traducidos correctamente, lo que genera para las partes y sus abogados una
inversión de tiempo y de costo que no puede dejarse de lado.

Normalmente los arbitrajes implican extensa documentación que debe ser traducida y
pactar un idioma del cual haya poca disponibilidad de traductores en el lugar donde se
encuentran estos documentos, es sin duda una desventaja, por más que pueda ser una
ventaja en términos de dominio del idioma y ley aplicable.

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En la representación, la intervención de una persona natural o jurídica en un proceso


judicial está marcada por la necesidad de hacer visible y oponible la representación que
concede. Sin duda, el carácter imperativo de las disposiciones que regulan este
procedimiento hace de obligatorio cumplimiento las formalidades que son exigidas para
el ejercicio de la representación procesal.

De ello, las partes, sean estas personas naturales o jurídicas, podrán comparecer
personalmente ante el tribunal arbitral, o bien estar representadas por abogado, o por
cualquier otra persona con autorización por escrito.

La representación conferida para actuar dentro de un arbitraje autoriza al representante


a ejercer todos los derechos procesales previstos en la Ley de Arbitraje para el proceso
arbitral, sin restricción alguna. En ese sentido, salvo disposición en contrario, estas
atribuciones incluyen la ejecución de actos de disposición de los derechos sustantivos
que se discutan en las actuaciones arbitrales

Por lo tanto, el Gerente General o el administrador de una persona jurídica, que por su
sola designación está premunido de la facultad de celebrar convenios arbitrales y asumir
la representación en el proceso arbitral con atribuciones para disponer de los derechos
sustantivos de su representada, puede delegar éstas últimas atribuciones por el mérito
de una autorización por escrito. Em ello, la designación y otorgamiento de facultades de
representación a favor del Gerente General o representante legal de una persona
jurídica, sí deben cumplir con las formalidades debidas y con el requisito de inscripción
de su nombramiento en los Registros Públicos.

Mientras que en la intervención de abogados extranjeros no se limita al arbitraje


internacional, haciéndose extensiva a los procesos arbitrales de carácter nacional.

La Ley de Arbitraje Decreto Legislativo Nº 1071 (en adelante, LA) establece en su


artículo 38º el deber de las partes de comportarse de acuerdo al principio de buena fe a
lo largo del proceso arbitral.

Si bien, la buena fe es un elemento de la vida de relación humana que se ha incorporado


al Derecho, puede decirse que la buena fe se sitúa en el campo de la Moral y el Derecho,
pues se corresponde tanto con imperativos éticos de estricta moral: honestidad, lealtad,
veracidad; como con imperativos ético-jurídicos de la intersubjetividad, según supuestos
generales y expresas consecuencias jurídicas previstas en el ordenamiento positivo.

Por lo tanto, es función de los árbitros cautelar la observancia del principio general de la
buena fe, así como la buena fe procesal, que importa un deber de conducta leal, con un

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contenido eminentemente ético, a lo largo de todo el proceso. Al esbozar el concepto de


buena fe objetiva señalé que ésta se evalúa a través de un estándar de conducta.

La buena fe, facilita el desarrollo sin trabas del proceso y proveer de herramientas
mejores a los árbitros para evitar el abuso procesal de las partes; así, si los árbitros
comprenden adecuadamente su función y la finalidad del proceso arbitral, pueden sacar
del camino todo aquello que resulte inútil, que obstruya, que enturbie, que estanque:
todo aquello que se encuentre en oposición al principio de buena fe procesal.

Siendo pues de aplicación el principio de la buena fe a la conducta de las partes en el


decurso del proceso arbitral, el cual tiene su fundamento no sólo en la normativa
procedimental sino en las reglas sustantivas que derivan de los actos basados en la
autonomía privada, deben analizarse los alcances de este principio procesal.

La demanda y la contestación a la demanda, conforman el aspecto central de la etapa


postulatoria. Ambos se erigen en los pilares del debate materia de la controversia,
determinando lo que será objeto de la argumentación y de la prueba durante el arbitraje
y, finalmente, lo que será materia de la decisión en el laudo.

El artículo 39º establece los requisitos de la demanda y la contestación, el ofrecimiento


de las pruebas, la modificación o ampliación de la demanda y de la contestación y la
consolidación de dos o más arbitrajes.

Se prevé como norma subsidiaria a la voluntad de las partes, que en la demanda el


demandante deberá alegar los hechos en que se funda, la naturaleza y las
circunstancias de la controversia y las pretensiones que formula, mientras que el
demandado en la contestación deberá establecer su posición respecto a lo planteado
en la demanda.

Entonces con un criterio de amplitud y flexibilidad, la referida norma permite a las partes
aportar, desde un primer momento, todos los documentos pertinentes a su defensa,
pudiendo, sin embargo, sólo hacer referencia a los mismos o a otras pruebas que
posteriormente vayan a presentar o proponer, lo cual considero atinado. de manera
exclusiva, la admisión, pertinencia, actuación y valor de las pruebas y a ordenar en
cualquier momento la presentación o actuación de las pruebas que estime necesarias.

Estimo que la modificación o ampliación de la demanda o reconvención podrá consistir


en una ampliación de la cuantía de alguna de las pretensiones inicialmente planteadas;
en una nueva pretensión; o, en modificaciones sobre aspectos argumentativos
principales o accesorios de la demanda, reconvención o sus contestaciones.

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Asimismo, hay una prohibición de consolidar dos o más arbitrajes ya iniciados, a fin que
en un momento determinado se reúnan en uno solo y sean resueltos finalmente por un
mismo tribunal arbitral, es decir, que la consolidación de arbitrajes se enfrenta con
diversos problemas. Uno de ellos es el relativo a los sujetos que intervienen en cada
uno de los arbitrajes a consolidar.

Debe tenerse en cuenta que cada caso arbitral surge de un convenio arbitral singular
celebrado entre determinados sujetos. Entonces la realización de audiencias conjuntas
de dos o más arbitrajes. De permitirse, se estaría afectando el principio de
confidencialidad de cada uno de los arbitrajes y el sentido particular que tiene cada
arbitraje.

La competencia del tribunal arbitral, se presenta mediante dos escenarios


diferenciados, de un lado, la competencia sobre el fondo de la controversia, que
comprende las cuestiones “conexas y accesorias” vinculadas a la materia principal y, de
otro lado, la competencia para dictar reglas arbitrales complementarias

En cuanto al primer escenario, el propósito de la norma es no restringir la competencia


de los árbitros frente a todo el objeto de la controversia, teniendo en consideración que
la flexibilidad del arbitraje permite que las reclamaciones no sólo sean planteadas al
inicio del arbitraje sino también durante su desarrollo mediante ampliaciones y
acumulaciones. Pero también es posible que las partes introduzcan en el debate
procesal una cuestión controvertida derivada de la materia principal, en estos casos, si
tuvieron la oportunidad de hacer valer su derecho de defensa al respecto, la cuestión
caerá dentro de la competencia del tribunal arbitral.

En cuanto al segundo escenario, se ha dejado de lado la expresión “cuestiones


incidentales” que apuntaba a reconocer una amplia competencia de los árbitros para
temas procesales suscitados durante el proceso y se ha reconocido más bien una
competencia para dictar reglas complementarias para la adecuada conducción y
desarrollo de las actuaciones arbitrales, en concordancia con la facultad de los árbitros
de establecer las reglas de las actuaciones del artículo 34.1. Pero la cuestión aquí es si
los términos de la norma pueden dar entrada al principio de eficiencia o si estamos
hablando de simples reglas extras para supuestos no previstos.

Así, por ejemplo, es posible que las partes hayan establecido determinadas reglas de
procedimiento; sin embargo, pueden carecer de reglas sobre las audiencias, sobre las
pruebas, sobre las votaciones y decisiones, sobre las notificaciones o sobre los costos
arbitrales que son de importancia para un adecuado desarrollo del arbitraje; en estos

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casos los árbitros dictarán las reglas necesarias que hicieren falta para desarrollar el
arbitraje. Pero puede también suscitarse durante las actuaciones arbitrales situaciones
especiales no previstas en las reglas de procedimiento como cuestiones de
acumulación, de bifurcación del proceso, de amicus curiae o de tribunal truncado; en
estos casos los árbitros estarán facultados para establecer, a su discreción, las reglas
correspondientes a las que se sujetarán las partes, según las circunstancias. En todos
estos casos las nuevas reglas serán necesarias para una adecuada conducción y
desarrollo del arbitraje.

La Capacidad para decidir la competencia del tribunal arbitral. El principio de


Competence-Competence consiste en la posibilidad que tienen los árbitros de
pronunciarse sobre su propia competencia frente a excepciones de las partes referidas
a la existencia, validez o alcances del convenio arbitral. El efecto negativo del principio,
a su vez, permite que los tribunales judiciales limiten su revisión a una determinación
prima facie de la existencia y validez del convenio arbitral para que los árbitros sean los
primeros en examinar su competencia y luego los tribunales judiciales ejerzan un control
con la anulación o ejecución del laudo.

Entonces los árbitros son competentes para decidir sobre su propia competencia
asimismo sobre los siguientes supuestos de excepciones u objeciones de arbitraje: i)
inexistencia del convenio arbitral, ii) nulidad del convenio arbitral, iii) anulabilidad del
convenio arbitral, iv) invalidez del convenio arbitral, v) ineficacia del convenio arbitral, v)
materia no sometida a arbitraje y vi) cualquier otra dirigida a impedir que se conozca el
fondo de la controversia.

En cuanto a la inexistencia, nulidad, anulabilidad, invalidez o ineficacia de un contrato


que contiene un convenio arbitral no implica necesariamente la inexistencia, nulidad,
anulabilidad, invalidez o ineficacia del convenio arbitral. Por consiguiente, el tribunal
arbitral es competente para decidir la controversia, así como para pronunciarse sobre
estos supuestos que afectan al contrato. Es preciso señalar que, siguiendo la misma
lógica y aunque no haya sido referida de manera expresa en la norma, debe entenderse
comprendido en estos supuestos a la resolución, rescisión y cualquier otra forma de
extinción del contrato.

Las excepciones deben plantearse una vez que la parte toma conocimiento de las
reclamaciones o de las circunstancias que considera objeto de incompetencia del
tribunal arbitral, así tenemos don momentos: i) con la contestación de la demanda y ii)
durante las actuaciones arbitrales.

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El plazo máximo para plantear excepciones frente a una demanda es la contestación de


la demanda, sea que se trate de excepciones sobre la existencia o validez del convenio
o excepciones relacionadas a la materia controvertida. Aquí es preciso tener en cuenta
una cuestión práctica, en no pocas ocasiones la parte que objeta la existencia o validez
del convenio asume una posición contraria al arbitraje y decide no participar luego de
dar a conocer o no dar a conocer sus razones. En estos casos, consideramos que el
tribunal arbitral, no obstante, la renuencia de la parte, debe evaluar sus razones, en la
medida que las conozca mediante los antecedentes o las pruebas del caso.

Durante las actuaciones arbitrales, de otro lado, es posible que sean sometidas a
decisión de los árbitros nuevas materias debido a las ampliaciones o modificaciones de
la demanda o de la contestación que permite el artículo 39.3 de la ley, por lo que se
encuentran también sujetas al planteamiento de excepciones, en la medida que excedan
el ámbito de competencia del tribunal arbitral. La norma exige que estas excepciones
se opongan “tan pronto como sean planteadas” las materias fuera de competencia del
tribunal. Este requisito de inmediatez debe ser ponderado, sin embargo, con criterios de
razonabilidad por las partes y en último término por el tribunal arbitral, quien las admitirá
en la medida que encuentre causas justificadas para la demora.

Las audiencias, no hay reglas formales acerca de la evidencia o procedimientos


judiciales, y las audiencias están diseñadas para facilitarlas lo más posible a los
participantes. Se le dará la oportunidad de explicar su reclamación y presentar
documentos, testigos u otra evidencia que ayude a probar su reclamación.

Entonces el tribunal arbitral ha de decidir si han de celebrarse audiencias ya sea para


la presentación de alegaciones, la actuación de pruebas y la emisión de conclusiones,
o si las actuaciones serán solamente por escrito. Asimismo, el tribunal arbitral va a
celebrar audiencias en la fase apropiada de las actuaciones, a petición de una de las
partes, a menos que ellas hubiesen convenido que no se celebrarán audiencias.

Ello las partes van hacer citadas a todas las audiencias con suficiente antelación y
podrán intervenir en ellas directamente o por medio de sus representantes y salvo
acuerdo distinto de las partes o decisión del tribunal arbitral, todas las audiencias y
reuniones serán privadas.

De todas las alegaciones escritas, documentos y demás información que una parte
aporte al tribunal arbitral se pondrá en conocimiento de la otra parte. Asimismo, se
pondrá a disposición de las partes cualquier otro material perteneciente a la controversia

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que sea entregado al tribunal arbitral por las partes o por cualquier tercero y en los que
puedan fundar su decisión.

Las pruebas, la actividad probatoria en el proceso de arbitraje abarca una serie de


etapas en las que el tribunal arbitral tiene la facultad para determinar los medios de
prueba que se ofrecen, admiten, actúan y valoran.

Ofrecimiento de los medios probatorios, es el momento en el que cada parte pone en


consideración del tribunal arbitral y de la parte contraria aquellos medios de prueba que
utilizará para demostrar la veracidad de los hechos que sustentan su posición, esto es,
sus pretensiones sus defensas.

Una vez ofrecidos los medios de prueba corresponde al tribunal arbitral determinar la
admisión de los mismos, es decir, su incorporación al proceso, a fin de que sean
valorados al momento de laudar. En ello, para determinar su admisión hay una suerte
filtros que los medios de prueba deben de pasar, y que están configurados por los
principios que regulan su admisión: eventualidad, pertinencia, utilidad y licitud. La
eventualidad se vincula directamente con la oportunidad del ofrecimiento de los medios
de prueba, y que estos deben de ser ofrecidos en los actos postulatorios demanda,
contestación, reconvención. La pertinencia alude a que debe de existir relación entre los
medios probatorios y los hechos que pretenden acreditar por ser parte de las
pretensiones o de las defensas planteadas en el proceso. La utilidad determina que
resulta relevante para la admisión de un medio de prueba, que además de guardar
relación con los hechos del proceso estén destinados a demostrar aquellos requieran
serlo. Licitud de los medios de prueba en la práctica se hace un distingo entre el medio
de la prueba en sí mismo y a la manera como este ha sido obtenido.

La actuación de los medios probatorios, es la etapa en la que se verifican aquellos actos


necesarios para que los medios probatorios admitidos tengan tal calidad, por ejemplo,
una declaración testimonial solo se configurara si se presta o actúa a través de la
respuesta al pliego de preguntas que será formulado por la parte que ofreció la
declaración, sin perjuicio de aquellas que podrá formular su contraparte y el tribunal
arbitral.

La valorización de los medios probatorios, toda actividad probatoria previa tiene como
finalidad llegar al momento en que el tribunal arbitral valora los medios de prueba
admitidos en el proceso y actuados de ser el caso, y en consecuencia toma de ellos los
elementos necesarios para crearle convicción.

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Asimismo, tienen la facultad los árbitros de prescindir motivadamente de las pruebas


ofrecidas y no actuadas.

Los peritos, pueden ser designados por el mismo tribunal arbitral o por las partes. El
primero, el perito designado por el tribunal arbitral, es conocido como el perito de oficio
y, el segundo, como el perito de parte. Pero más allá de quién lo nombre, lo cierto es
que se trata de un especialista en la materia técnica que se encuentre controvertida,
cuya labor es colaborar con el tribunal arbitral en la tarea de esclarecer las cuestiones
técnicas del caso. La imparcialidad e independencia del perito que se designe es
fundamental. Y ello naturalmente se aplica tanto para el perito que designe el tribunal
arbitral como para el perito que designen las partes.

El perito, en ese sentido, es justamente el experto que permite: i) primero, que el


abogado comprenda mejor su caso y el de su contraparte y, ii) con ello, permite que el
abogado pueda plantear la mejor estrategia y organizar una defensa efectiva, y iii)
finalmente, el perito a su vez es el colaborador que permite al tribunal comprender los
temas técnicos de fondo para mejor resolver la discrepancia entre las partes.

¿Qué debe aportar un perito al proceso arbitral? ¿Cuáles son los límites de la prueba
pericial? Usualmente se introduce la opinión de un perito al proceso con el objeto que
colabore con la evaluación de los hechos en disputa aportando para ello su
conocimiento especializado y particular sobre los tecnicismos que podrían acompañar
los hechos del caso. El perito, en ese sentido, opina, por un lado, para aclararle al
tribunal arbitral las cuestiones de hecho, y opina también interpretando, desde su
perspectiva técnica, los hechos del caso.

En estricto, por tanto, el único límite a la prueba pericial dentro del arbitraje será aquel
que los propios árbitros determinen, considerando las particularidades del caso.
Obsérvese que la Ley no establece requisitos específicos que deba cumplir el
ofrecimiento de la pericia. No existe nada en la Ley que indique que sólo puedan
ofrecerse pericias que tengan por objeto el pronunciamiento sobre un hecho. Les
corresponderá a los árbitros establecer los límites de la actuación probatoria.

Y luego de que haya presentado el dictamen pericial, a iniciativa de parte o por propia
iniciativa del tribunal arbitral, debe de convocar al perito a una audiencia en el cual, las
partes, ya sea directamente o asistidas de peritos, van a poder formular sus
observaciones o solicitar que sustente la labor que ha desarrollado, asimismo, se
pueden presentar dictámenes hechos por peritos designados por las partes, salvo
acuerdo de en contrario.

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La colaboración judicial, para solicitar la colaboración judicial para la actuación de


pruebas es requisito acompañar a la solicitud “las copias del documento que acredite la
existencia del arbitraje y de la decisión que faculte a la parte interesada a recurrir a dicha
asistencia”. El documento que acredita la existencia del arbitraje puede variar según las
circunstancias. Así, por ejemplo, si alguien es emplazado en la vía judicial, habiendo
pactado previamente un arbitraje con quien lo demanda, el documento adecuado para
sustentar la excepción de convenio arbitral será precisamente el convenio arbitral. Así
lo estipula el inciso 3 del artículo 16º de la ley: “La excepción de convenio arbitral, sea
que se formule antes o después de iniciado el arbitraje, será amparada por el solo mérito
de la existencia del convenio arbitral.

Empero, en una situación en la cual el proceso arbitral ya ha avanzado lo suficiente


como para encontrarse en la etapa de actuación probatoria, soy de la opinión que los
documentos que deben ser presentados ante la autoridad judicial son: 1) el acta de
instalación del tribunal arbitral; 2) el escrito en el cual se ofrece la prueba que debe
actuarse; y, 3) la resolución del tribunal arbitral que dispone la colaboración judicial para
la actuación de la prueba.

El juez llamado siempre es el juez subespecializado en lo comercial o, en su defecto, el


juez subespecializado en lo civil. En cuanto al juez de qué lugar es el competente,
dependerá si se trata de auxilio para la actuación de pruebas, la adopción judicial de
medidas cautelares o la ejecución forzosa del laudo, según lo dispuesto en el artículo
8º. Tratándose de la actuación de pruebas, se trata del juez del lugar del arbitraje o del
lugar donde hubiere de prestarse la asistencia.

La nueva Ley de Arbitraje, con suma perspicacia, y en la línea de cerrar todas las puertas
por las que podría entrometerse la judicatura en la sede arbitral, expresa en frase
categórica: “la autoridad judicial competente se limitará a cumplir, sin demora, con la
solicitud de asistencia, sin entrar a calificar acerca de su procedencia y sin admitir
oposición o recurso alguno contra la resolución que a dichos efectos dicte”. Por cierto,
que se hace la salvedad que el juez no podrá prestar su colaboración cuando se trate
de pruebas manifiestamente contrarias al orden público o a leyes prohibitivas expresas.

Asimismo, se admiten dos supuestos en cuanto a la actuación de la prueba cuando es


necesario recurrir a la colaboración judicial: (i) que la prueba pueda ser actuada ante el
propio tribunal arbitral; (ii) que la actuación del medio probatorio se realice ante la
autoridad judicial competente bajo su exclusiva dirección. En este último caso se
introduce la posibilidad de que los miembros del tribunal arbitral asistan a la audiencia

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respectiva y formulen las preguntas que consideren oportunas, figura ésta sumamente
interesante e inédita en el proceso civil peruano, pues configura una situación en la cual
una persona que realiza una declaración ante la autoridad judicial, se ve obligada a
responder a las preguntas que le plantea no el juez que dirige el debate, sino el tribunal
arbitral, estando el juez, además, impedido de formular preguntas. Esta última
afirmación se deduce del rol que asume en este caso el juez, que es la de un simple
facilitador, y de diversas normas esparcidas a lo largo de toda la ley, en virtud de las
cuales el juez está impedido de tener injerencia alguna en un proceso arbitral, salvo
después de su culminación, si alguna de las partes interpone el recurso de anulación,
en cuyo caso recién el caso podrá ser visto por la autoridad judicial.

La parte renuente, se establece simplemente a las partes, y la primera idea que se nos
puede venir a la mente, tratándose de un proceso, es la parte demandante y
demandada. Ya no estamos frente a la posibilidad de determinar quién es parte en el
proceso ya que el proceso esta instaurado, y si forma parte o no del convenio, del cual
se recurre para su solución mediante este mecanismo alternativo de solución de
conflictos.

En primer lugar, trata acerca de la sanción al demandante o parte activa, que consiste
en la terminación de las actuaciones arbitrales en caso que no sea presentada la
demanda. El sentido de la norma es no permitir la existencia de un proceso, si la parte
a la cual se le reputa promotora e interesada en la solución del conflicto ha dejado de
tener interés en la solución del mismo por este medio alternativo, porque el conflicto dejó
de tener efecto en contra de la parte promotora. Sin embargo, la sanción de la conclusión
del proceso sólo se hará efectiva si la parte demandada expresa que no tiene pretensión
que ejercer en contra de quien la trajo al arbitraje y que la norma lo señala como
demandante.

La segunda circunstancia que los árbitros deben considerar y está referida


exclusivamente al demandado. Como es procesalmente admisible, el demandado debe
contestar la demanda dentro del plazo establecido, y al no hacerlo se colocará en una
posición de renuente. Sin embargo, es posible que el demandado pretenda cumplir con
el trámite vencido el plazo, argumentando la causa por la cual se ha visto impedido de
hacerlo, de manera que los árbitros estimen si existe causa suficiente para admitir la
contestación, como si esta se hubiese producido regularmente. Finalmente, debemos
señalar que la regla es clara al disponer que los árbitros continuaran con las actuaciones
arbitrales, pese a la omisión incurrida por el demandado, no existiendo posibilidad

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alguna para que el proceso quede trunco, como en el caso del inciso anterior, ni
supeditarlo a la exposición de argumento alguno de la parte contraria.

La regla complementaria a las anteriores, por cuanto refiere a las actuaciones


posteriores a la demanda y la contestación. La regla señala aspectos bastantes
interesantes y abarca las posibles situaciones que se pueden producir al interior de un
proceso en curso, cuando una de las partes incurre en omisión del acto procesal que le
compete, siendo que la omisión no trae consigo la paralización del proceso o la
terminación del mismo por falta de impulso, sino que permite a los árbitros continuar, y
llegado el momento procesal, a pronunciarse finalmente en el laudo basados en las
pruebas que tengan a su disposición.

Entonces la inconcurrencia de una de las partes a una audiencia o a varias audiencias,


está referida a la parte, sea esta demandante o demandado, que es citada a la audiencia
y debe producir en la audiencia lo que los árbitros hayan ordenado, entendiendo que la
no comparecencia traerá consigo que la finalidad que persigue la audiencia no se pueda
alcanzar por la inconcurrencia de la parte citada; sin embargo, no restringe el actuar de
los árbitros para continuar con el proceso. Otro supuesto que podemos advertir es el
que ocasiona la inconcurrencia de una de las partes a una audiencia a la cual, si bien
han sido citadas, su actuación para la producción de algún acto procesal no ha sido
ordenada por los árbitros, ya que la actuación ha sido reservada para un tercero, en
este caso la audiencia se llevará a cabo sin que esta pueda ser invalidada, por el hecho
de la inconcurrencia de alguna de las partes o de ambas.

En la omisión de la presentación de las pruebas, no restringe la facultad de resolver, lo


que se producirá con lo que cuenten los árbitros. Esta regla evita que la parte que no
presenta la prueba que ha ofrecido, o ha hecho referencia, pueda argumentar que la
existencia de un instrumento probatorio como punto clave para la resolución del conflicto
haya sido omitido, pese a que los árbitros conocían de dicho medio probatorio y que
debieron solicitarlo.

La inacción de la parte en el ejercicio de sus derechos en cualquier momento. Esto


puede verificarse ya sea cuando la parte no absuelva algún trámite referido a un asunto
específico producido en el proceso, o presente alegato. Lo importante de esta inacción
es que no implica la renuncia de su derecho o la admisión de hechos en su contra o la
invalidez del proceso, con la imposibilidad de los árbitros de continuar con las
actuaciones arbitrales que les corresponden.

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Finalmente, como ya lo hemos señalado ante los supuestos que hemos anotado
separadamente para fines didácticos, los árbitros están en libertad de continuar con el
proceso y resolver finalmente con arreglo a lo que pueda haberse producido en el
proceso con toda validez.

En las medidas cautelares, la competencia de los árbitros para dictar medidas


cautelares está fuera de discusión, en tanto ella ha sido expresamente prevista en el
artículo 47º del Decreto Legislativo Nº 1071, norma que regula el arbitraje.

Una vez que se haya constituido el tribunal arbitral a petición de las partes se va a poder
adoptar las medidas cautelares para que se pueda exigir las garantías con el fin de que
se asegure el resarcimiento de los daños y perjuicios que pueda ocasionar la ejecución
de la medida.

Entonces se establece que el Tribunal Arbitral está en aptitud de dictar medidas


cautelares, desde el momento en que se constituye (no desde su instalación). Entiendo
entonces que para ello será necesario que todos los árbitros hayan sido nombrados,
que las designaciones hayan sido aceptadas, y que hayan transcurrido los plazos para
su recusación, sin que sea necesario el acto formal de su instalación, pues la
competencia arbitral se entiende atribuida desde la conformación misma del órgano
arbitral.

Asimismo, el Tribunal Arbitral podrá dictar medidas cautelares, hasta antes que se dicte
laudo, lo cual es perfectamente lógico con la naturaleza de la medida, toda vez que
aquellas dictadas con posterioridad a la emisión de la decisión definitiva que pretendí
en estricto, no son cautelares, sino típicas medidas de ejecución de laudo. Ahora bien,
para este tipo de medidas, es de tener en cuenta que el inciso 1 del artículo 67º de la
Ley de Arbitraje, dispone que la competencia del Tribunal Arbitral para su dictado, sí
requiere de un previo acuerdo de partes, o que esta potestad haya sido prevista en el
reglamento arbitral aplicable.

Como toda medida cautelar, aquellas dictadas en un proceso arbitral tienen por finalidad
asegurar la eficacia de la decisión final, en este caso, del laudo. No obstante, el literal
d. del inciso 2 del artículo 47º de la Ley de Arbitraje ha incorporado, entre las funciones
de las medidas cautelares, una que, en principio, no le es propia: la de preservar
elementos de prueba que pudieran ser relevantes y pertinentes para resolver la
controversia; esto es lo que, en doctrina procesal, así como en el ordenamiento peruano
se conoce como prueba anticipada.

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Cabe indicar que si bien la Ley de Arbitraje no establece expresamente la prohibición


de que la autoridad judicial dicte medidas cautelares cuando el proceso arbitral está en
trámite, considero que ello es consustancial a la naturaleza misma del arbitraje, y que
se desprende de la interpretación del numeral 4 del artículo 47º, cuando señala que:
“Las medidas cautelares solicitadas a una autoridad judicial antes de la constitución del
tribunal arbitral no son incompatibles con el arbitraje. Una interpretación contraria sensu
nos lleva a sostener que luego de la constitución del Tribunal Arbitral, sí se presentaría
tal incompatibilidad.

De igual manera, los incisos 6 y 7 del artículo 47º, ratifican la competencia arbitral
exclusiva para modificar, sustituir o dejar sin efecto las medidas cautelares, incluso
aquellas dictadas por el Poder Judicial, bastando para ello que se demuestre la variación
de las circunstancias (de hecho, o de derecho) que sirvieron de sustento para su dictado.
Así, una vez adquirida la competencia arbitral, dicho órgano está en aptitud de actuar,
incluso de oficio, solicitando a las partes información que permita verificar si amerita que
la medida cautelar concedida se mantenga, atendiendo a la persistencia de los
elementos que justificaron dicha decisión. De advertirse una variación en las
circunstancias, la medida podrá ser modificada, e incluso dejarse sin efecto, aun cuando
ello no haya sido solicitado por las partes.

Finalmente, la Ley de Arbitraje (inciso 4 del artículo 47º) ha dispuesto que, en los casos
de las medidas cautelares judiciales, previas al proceso arbitral, la parte beneficiada con
ellas tendrá un plazo máximo de diez (10) días siguientes a su ejecución, para iniciar el
arbitraje, entiéndase para presentar a la otra parte la solicitud de someter la controversia
a arbitraje. Asimismo, se ha dispuesto que, de no solicitarse el inicio del arbitraje, o no
constituirse el Tribunal Arbitral dentro de los noventa (90) días de dictada la medida,
ésta caduca de pleno derecho.

Respecto de la caducidad ante la falta de inicio del arbitraje, podría no presentarse


mayor discusión, pues la presentación de la solicitud para someter la controversia a un
proceso arbitral, es un acto unilateral que dependerá exclusivamente de la parte
beneficiada con la medida cautelar. Sin embargo, el tema que suscita algunas dudas,
es si puede atribuírsele a la parte beneficiada con la medida cautelar, la “sanción” de
que caduque la medida que obtuvo en la vía judicial, previa al arbitraje, cuando el
Tribunal Arbitral no se ha constituido, pues en este caso, no se trata de un acto que
depende solo de la parte que obtuvo la cautelar, sino que además requiere de la
intervención de la otra parte.

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Si nos referimos a la ejecución de medidas cautelares dictadas por los árbitros, el


artículo 48° del Decreto en Análisis establece claramente la regla referida a la ejecución
de las medidas cautelares, en el sentido que los árbitros sí tienen competencia para ello,
sin que se requiera algún tipo potestad atribuida por las partes, a través de un pacto
expreso. En ese sentido, la competencia de los árbitros para ejecutar las medidas
cautelares que dicte, está ahora fuera de toda discusión.

Ahora bien, es claro que la limitación a la facultad que tiene el Tribunal Arbitral de
ejecutar sus propias decisiones, se refiere a la realización de actos de ejecución que
impliquen el uso de la fuerza, pues sin duda, esto es un atributo exclusivo y excluyente
del Estado. De este modo, los árbitros -de oficio o a pedido de la parte interesada-
deberán recurrir al Poder Judicial si fuese necesario el uso de potestades de imperium,
y este último deberá proceder directamente a ejecutar la medida cautelar por el solo
mérito de los documentos que acrediten la existencia del arbitraje y de la decisión
cautelar, sin conferir ningún traslado previo, ni admitir algún medio impugnatorio u
oposición contra el mandato arbitral.

Lo mencionado significa que el rol del Poder Judicial en estos casos es únicamente
complementario, es decir, intervendrá en la medida que su participación sea necesaria
para que la decisión arbitral sea eficaz, esto es, cuando la obtención de un resultado
requiera del ejercicio de la potestad de imperium de la que los árbitros carecen.

Este rol constriñe la competencia judicial a aquellos actos de mera ejecución, sin que
dicho órgano jurisdiccional esté en aptitud de emitir válidamente decisiones ajenas a
ello, como serían aclarar, corregir, integrar o revisar el mandato cautelar, esto es, sin
que pueda pronunciarse sobre su corrección o justicia.

Así, en el supuesto que el Poder Judicial considere que existe algo impreciso respecto
de los términos en los que el mandato arbitral debe ser ejecutado, corresponderá que
formule las consultas respectivas al Tribunal que lo emitió, pues su competencia se
limita a la mera ejecución.

En nuestra opinión los Actos de ejecución que el Tribunal Arbitral puede realizar, en
materia cautelar, son aquellos que en la medida que no implican el uso de la fuerza,
pueden ser clasificados en dos (02) grandes rubros:

• Cuando el mandato cautelar alcanza únicamente a las partes que celebraron el


convenio arbitral, es decir, a quienes se sometieron a la competencia del
Tribunal- bastando para su ejecución la notificación a la parte afectada; y

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• Cuando la ejecución del mandato cautelar involucra a terceros, que no se


sometieron a la autoridad arbitral.

En el primer supuesto (medidas cuya ejecución se limita a la notificación a la parte


afectada), queda claro que no existiría impedimento alguno para que éstas puedan ser
ejecutadas por los árbitros. Por ejemplo, una medida cautelar conservativa o de no
innovar (mantener el estado de cosas existente al momento de la interposición de la
demanda), como sería la orden de no ejecución de una carta fianza otorgada para
garantizar la ejecución de un contrato, cuando lo que se discute en un proceso arbitral
es si la resolución del mismo es válida o no.

Lo mismo ocurriría con una medida cautelar innovativa (la modificación del estado de
cosas que existen al momento que se solicita la medida), como sería que la suspensión
de los efectos de un contrato celebrado en contravención a las reglas de orden público.

En el segundo supuesto (medidas cuya ejecución involucra la actividad de terceros), la


conclusión es menos obvia, pues estamos frente a sujetos que no se sometieron a la
jurisdicción arbitral, pese a lo cual reciben un mandato del Tribunal Arbitral. En nuestra
opinión, a partir de la vigencia de la LA, que expresamente atribuye a los árbitros
facultades de ejecución en materia cautelar, y considerando que la propia Constitución
Política del Estado ha atribuido al arbitraje la calidad de "jurisdicción", los árbitros sí
están en aptitud de dirigir mandatos cautelares hacia terceros, los mismos que deben
proceder a su cumplimiento o ejecución.

Así, por ejemplo, la anotación de una demanda o la inscripción de un embargo en


Registros Públicos, no debe requerir de la expedición de partes judiciales, debe ser
suficiente que éstos sean expedidos por el propio Tribunal Arbitral que dictó la medida),
pues el mandato dirigido a la autoridad registral, proviene de un órgano con competencia
legalmente establecida para ello.

Lo mismo ocurriría con la ejecución de embargos en forma de retención, en los que el


acreedor del deudor como, por ejemplo, un Banco, recibe el mandato de no pagar hasta
que la controversia sometida a la decisión arbitral sea resuelta y el demandado cumpla
con honrar la obligación determinada en la decisión final.

Ahora bien, lo que sí es evidente es que, si estos terceros se niegan a dar cumplimiento
al mandato arbitral, los árbitros no están en aptitud de aplicar medidas coercitivas para
su cumplimiento, en este supuesto, sí será necesario recurrir a la vía judicial, para que,
actuando en su rol complementario, haga uso del imperium, y determine la ejecución
forzada del mandato arbitral, si ello fuera preciso.

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Ahora, la reconsideración, si bien la norma bajo comentario ha dejado de lado el


nombre "recurso de reposición” y ha optado por el de reconsideración, por lo que cabe
preguntarse qué hay detrás de ese cambio de denominación y si es que el mismo implica
un simple cambio, o si por el contrario el legislador ha querido romper con la visión
procesalista del arbitraje y si es que ha logrado hacer ello.

Resulta útil tener en cuenta la Exposición de Motivos del D. L. No 1071 que señala:

"Cierto es también que al lado de la ley han contribuido a este


desarrollo, la apertura económica, la posición favorable del Estado
para someterse a arbitraje, la aparición y/o consolidación de
instituciones arbitrales, la proliferación de normas arbitrales en
diversos ámbitos y la creciente conciencia de los operadores de que
el arbitraje opera con reglas propias y diferentes a las reglas del
proceso civil"

La misma Exposición de Motivos al tratar sobre la gestación de la Ley de Arbitraje indica:

"Para esos efectos, los elementos o principios que inspiraron la propuesta de esta
reforma parcial de la ley arbitral de 1996, y que se mantienen en la nueva ley, fueron los
siguientes:

a) Reforzar el carácter autónomo del arbitraje, tanto de la jurisdicción ordinaria,


como de las reglas procesales comunes, protegiéndolo de intervenciones
judiciales innecesarias y reconociéndolo como una institución que tiene sus
propios principios y reglas" (énfasis agregado).

Asimismo, al tratar sobre el artículo 34º de la nueva norma arbitral que se refiere a la
libertar de regulación de las actuaciones arbitrales, el legislador señala:

"Se reconoce asimismo la discrecionalidad de los árbitros para integrar los vacíos de las
reglas pactadas o de la propia ley arbitral, sobre la base de los principios arbitrales y los
usos y costumbres en materia arbitral. De esta manera se cierra cualquier ventana a la
aplicación supletoria de la norma procesal civil que puede propiciar una judicialización
del arbitraje, lo que, al ir en contra de los estándares internacionales, desincentiva a
extranjeros a aceptar arbitrar en el Perú e incrementa el costo de los arbitrajes
domésticos", Recurriremos a las definiciones que han dado algunos tratadistas de aquel
ámbito. Como señala ÁLVARO ALIAGA GREZ, citando a FERNANDO ALESSANDRI:
"El recurso de reposición ha sido definido como el medio que la ley concede a las partes
para pedir la modificación de un auto o decreto al mismo Tribunal que los dictó".

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Por su parte, Abraham LUIS VARGAS al conceptuar este recurso indica que el mismo
es " un acto procesal que abre un procedimiento recursivo autónomo por medio del cual
un sujeto procesal legitimado postula a través de nuevos argumentos el reexamen de la
parte dispositiva de una resolución o en el procedimiento".

Es claro que las mencionadas definiciones están inspiradas de conceptos derivados del
proceso civil, pero resultan útiles para contrastarlas con la esencia del proceso arbitral
y usarlas al momento de optar por una definición del recurso de reconsideración
contenido en el artículo 49º bajo comentario. En efecto, siguiendo a los citados autores,
y atendiendo a la naturaleza del arbitraje, podemos definir a la reconsideración como el
acto procesal en virtud al cual, por atribución de la Ley, las partes o el órgano arbitral
pueden, dentro de determinado plazo y por razones debidamente motivadas, solicitar la
modificación o revocación o modificar o revocar de oficio, en su caso, la parte decisoria
o resolutiva de una resolución dictada por el órgano arbitral.

Como se ha visto, existen muchos temas vinculados al ejercicio del derecho a la


reconsideración, sea de parte o de oficio, que son determinantes para un desarrollo
eficiente y efectivo del proceso arbitral y que no están del todo claro en el texto de la
norma, por lo que creemos conveniente que sean las partes o el tribunal, al momento
de decidir las normas aplicables a un determinado proceso, quienes definan los límites
y alcances dentro de los cuales se podrá hacer uso de esta atribución.

La transacción, Conforme a nuestro Código Civil, es un modo de extinción de las


obligaciones (artículos 1302" al 13120), Conforme al Código Procesal Civil, la
transacción es una forma especial de conclusión de un proceso (artículo 334) y es
también una excepción que el demandado puede plantear cuando lo que es objeto de
la demanda ya ha sido materia de transacción (artículo 4460, inc. 109).

En cuanto a su naturaleza, la transacción es un acto jurídico que, como señalan


OSTERLING y CASTILLO, tiene condiciones legales comunes a todo acto jurídico, pero
dos que son propias de la transacción: debe mediar un asunto litigioso o incierto y
supone el otorgamiento de concesiones recíprocas (Para el CC el asunto en cuestión
puede ser un litigio o un tema incierto o discutible, en el que hay posiciones encontradas.
Para el CPC, en cambio, debe existir ya un litigio, cuando menos una demanda judicial.
La transacción concluye anticipadamente con el litigio.

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Ahora pasemos al campo arbitral en esta materia la transacción debe resolver la


controversia, la ley se pone en el caso de que las partes lleguen a un acuerdo que
resuelva total o parcialmente la controversia. Esto supone, desde luego, que el arbitraje
esté en curso. Por lo demás el artículo 50° del D.L 1071 dice textualmente que el
acuerdo debe darse “durante las actuaciones arbitrales”. ¿Qué debemos entender por
esta frase? Pues, que ya debe haberse instalado el tribunal. Si sólo mediara la solicitud
de arbitraje, aún no habría controversia ni se estaría tramitando el proceso arbitral.
Desde luego que podría celebrarse una transacción, pero ésta no quedaría regida por
el artículo 50 del Decreto mencionado anteriormente sino por las reglas del CC.

El acuerdo de las partes debe resolver la controversia, total o parcialmente. Esto deben
expresarlo indubitablemente las partes en el pedido escrito que formulen al tribunal al
amparo del artículo 50°. Es decir, deben señalar cuáles puntos controvertidos o
pretensiones quedan transigidos y cuáles no, si fuera el caso. Ahora bien, el hecho de
que la transacción se celebre dentro de un proceso arbitral no quiere decir que no se
apliquen también las reglas generales contenidas en el CC. La norma no toca este punto
porque presupone la celebración de una transacción, con los requisitos y formalidades
que ésta tiene.

Para que surta efectos, la transacción o el acuerdo celebrado sea total o parcial, ambas
partes deben solicitar al tribunal arbitral que expida una resolución con forma de laudo,
poniendo fin al proceso en lo que corresponda. En cuanto a la forma de la transacción,
ella debe celebrarse por escrito, de acuerdo al artículo 1304 del CC. La transacción
puede constar en el escrito que presenten las partes al tribunal, pero nada impide que
esté contenida en un documento separado, ya sea público o privado.

Por ultimo comentaremos sobre la confidencialidad, sea cual sea la expresión que se
prefiera, privacidad, confidencialidad, reserva, secreto o discreción, es visible que lo que
el legislador ha querido es que ciertos sujetos conserven un comportamiento ético en
este aspecto y no difundan ni compartan la información que llegue a su conocimiento
con otras personas distintas a las específicamente autorizadas para tener ese
conocimiento en función de las circunstancias y de la calidad o funciones de las
personas en el proceso arbitral. Es lógico, si en los arbitrajes se resuelven conflictos
disponibles de derecho privado y de sujetos de derecho privado, tiene sentido que la
discusión misma, sus argumentos y pruebas y su resultado queden en privado.

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O con palabras de MERINO MERCHAN: se trata del “natural deseo de las partes de no
dar publicidad a las diferencias” que las enfrentan. Pero a ello hay que agregar que a
las partes puede no convenirles que las materias en controversia o la información
desplegada en el proceso arbitral lleguen a conocimiento de terceros que eventualmente
sean de la competencia o puedan obtener algún beneficio, ventaja, conveniencia o
provecho de la información que lleguen a conocer.

Los asuntos sujetos a reserva son: el mandato legal es claro la reserva es sobre las
actuaciones arbitrales, incluido el laudo, y sobre cualquier información, pruebas,
declaraciones testimoniales o de parte, etc., que conozcan a través de dichas
actuaciones. En definitiva: los sujetos están obligados a guardar reserva sobre el
arbitraje en su conjunto. O sea, todo. No hay más excepciones que las explícitas a las
que me refiero más adelante.

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Título V: Laudo

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En este título, empieza por las decisiones que se adoptaran, y esto tiene que ver con el
número de árbitros que conforman el Tribunal Arbitral, puesto que estos deben estar
presentes para cualquier decisión, El número de árbitros que se designe dependerá de
aquello que resulte más conveniente para las partes, siempre y cuando no se vulnere el
principio de igualdad entre ellas (el cual se manifiesta en la designación de los árbitros
y en la determinación de las reglas del procedimiento arbitral).

Al respecto, la ley establece que la designación de los árbitros debe realizarse en


número impar y que, en caso de duda o en defecto de acuerdo de las partes, el tribunal
arbitral estará conformado por tres árbitros. Si las partes acordaron designar un número
par de árbitros, los designados procederán a nombrar a un árbitro adicional que actuará
como presidente del tribunal arbitral. Y pues si en caso no se encuentren presentes la
mayoría de Árbitros el presidente es el que tomara la decisión ya sea en un solo laudo
o en laudos parciales, puesto que si estos no votan se están adhiriendo a la decisión
que este tome, o también pues que estarían de acuerdo a la votación de la mayoría.

El laudo debe estar firmado por los árbitros. Es evidente, entonces, que la firma
establece señal de aceptación en torno al contenido de los documentos que se suscribe.
Vamos a realizar algunos comentarios en torno a la firma, pues como se ve, su
importancia resulta vital para que un laudo sea denominado como tal.

- El convenio arbitral deberá constar por escrito. Podrá adoptar la forma de una cláusula
incluida en un contrato o la forma de un acuerdo independiente.

- Se entenderá que el convenio arbitral es escrito cuando quede constancia de su


contenido en cualquier forma, ya sea que el acuerdo de arbitraje o contrato se haya
concertado mediante la ejecución de ciertos actos o por cualquier otro medio.

- Se entenderá que el convenio arbitral consta por escrito cuando se cursa una
comunicación electrónica y la información en ella consignada es accesible para su
ulterior consulta. Por ‹comunicación electrónica› se entenderá toda comunicación que
las partes hagan por medio de mensajes de datos. Por ‹mensaje de datos› se entenderá
la información generada, enviada, recibida o archivada por medios electrónicos,
magnéticos, ópticos o similares, como pudieran ser, entre otros, el intercambio
electrónico de datos, el correo electrónico, el telegrama, el télex o el telefax.

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Ahora bien, esto nos conduce necesariamente a sostener que la firma cumple un rol
predominante en lo que respecta a su función dentro de un laudo resulta vital, toda vez,
cumple con el objetivo de identificar al árbitro que ha elaborado, emitido o suscrito el
laudo, que ha expresado su declaración de voluntad. La firma equivale, de esta manera,
a la expresión de conformidad respecto de la resolución que la antecede. Al encontrarse
la firma al final del texto, se presume, también admitiendo prueba en contrario, que lo
allí manifestado corresponde a la voluntad del signatario, por ende, no sólo individualiza
a quienes intervienen en la emisión del laudo arbitral, sino que, además, al insertarse
en aquél implica la conformidad del firmante con su contenido.

Por lo tanto, cabe preguntarse ¿cuáles pueden ser las razones por las cuales alguien
no firme? En principio, si alguien no firma el laudo, podría entenderse que no avala la
declaración de sus colegas del tribunal. En este caso, la Ley prevé supuestos para dar
solución a este hecho (por ejemplo, emitir una opinión discrepante dentro de un laudo
en minoría). También podría pasar que por diversos motivos el árbitro no se encuentre
en la ciudad sede del arbitraje o que le sea imposible firmar el laudo por cuestiones de
salud, por ejemplo. En estos supuestos, bastará con explicar dichas razones para que
la firma no se encuentre dentro del laudo arbitral sin que dicho acto implique que no se
está observando el requisito exigido por la Ley.

En tal sentido, considerando el número de árbitros que deciden, tenemos dos tipos de
laudos; a saber: (i) el laudo emitido por unanimidad; y (ii) el laudo emitido por mayoría,
el laudo emitido por unanimidad es aquél en el cual todos los miembros del tribunal
arbitral, comparten los considerandos y la parte resolutiva del mismo. Por su parte, el
laudo emitido por mayoría es aquél en el cual teniendo en cuenta el supuesto más
común que es un tribunal arbitral compuesto por tres árbitros existen dos árbitros que
votan en un determinado sentido y otro que vota en sentido distinto.

El laudo tiene una estructura básica: Lugar del arbitraje, nombre de las partes, nombre
de los árbitros, motivación y fallo. Todo laudo deberá ser motivado, es decir no debe ser
arbitraria, asimismo debe ser congruente, es decir debe de responder a la controversia
a la que ha sido sometida.

Sobre los costos del arbitraje, teniendo presente, de ser el caso, el pacto de las partes.
Los costos del arbitraje se dividen en dos: en primer lugar, los costos del procedimiento
arbitral, que incluyen esencialmente los honorarios y gastos de los árbitros, los costos

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administrativos de la institución arbitral que administre el arbitraje o los honorarios del


secretario en caso de un arbitraje ad hoc, los costos de la entidad nominadora de
árbitros, si la hubiera, y los costos de los peritos y expertos designados de oficio por el
tribunal arbitral. En segundo término, existen los costos legales de las partes, que
incluyen los honorarios de sus abogados, de sus expertos y peritos, y los costos de sus
testigos, principalmente. Para la asignación de los costos, la ley dispone que los árbitros
tendrán en cuenta el resultado o sentido del laudo arbitral. Se trata de un punto de
partida para la asignación de los costos del arbitraje, sin perjuicio de que los árbitros
puedan considerar a partir de los hechos de cada caso arbitral en concreto otros factores
que bien podrían llevarlos a tomar otra decisión.

Ahora pasamos a los recursos de rectificación, interpretación, integración y exclusión


del laudo, si bien la norma nos establece, que salvo acuerdo distinto de las partes, en
su literal (a) del artículo 58 del Decreto en Análisis, dentro de los quince (15) días
siguientes a la notificación del laudo, cualquiera de las partes puede solicitar la
rectificación de cualquier error de cálculo, de trascripción, tipográfico o informático o de
naturaleza similar.

En su literal (b) podrán las partes dentro de los quince (15) días siguientes a la
notificación del laudo, solicitar la interpretación de algún extremo oscuro, impreciso o
dudoso expresado en la parte decisoria del laudo o que influya en ella para determinar
los alcances de la ejecución.

También establece en su literal (c) que dentro de los quince (15) días siguientes a la
notificación del laudo, cualquiera de las partes puede solicitar la integración del laudo
por haberse omitido resolver cualquier extremo de la controversia sometida a
conocimiento y decisión del tribunal arbitral.

El literal (d) por su parte, dentro de los quince (15) días siguientes a la notificación del
laudo, cualquiera de las partes puede solicitar la exclusión del laudo de algún extremo
que hubiera sido objeto de pronunciamiento, sin que estuviera sometido a conocimiento
y decisión del tribunal arbitral o que no sea susceptible de arbitraje.

Asimismo, en el literal (e) el tribunal arbitral pondrá la solicitud en conocimiento de la


otra parte por quince (15) días. Vencido dicho plazo, con la absolución o sin ella, el
tribunal arbitral resolverá la solicitud en un plazo de quince (15) días. Este plazo puede

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ser ampliado a iniciativa del tribunal arbitral por quince (15) días adicionales. Por último,
en el (f) el tribunal arbitral podrá también proceder a iniciativa propia a la rectificación,
interpretación o integración del laudo, dentro de los diez (10) días siguientes a la
notificación del laudo. Si el tribunal arbitral no se pronuncia acerca de la rectificación,
interpretación, integración y exclusión solicitadas dentro del plazo pactado por las
partes, establecido en el reglamento arbitral aplicable o, en su defecto, en el artículo 58
del D.L 1071, se considerará que la solicitud ha sido denegada. No surtirá efecto
cualquier decisión sobre rectificación, interpretación, integración y exclusión del laudo
que sea notificada fuera de plazo.

Ahora pasamos a tratar sobre los principales efectos del Laudo Arbitral, y estos son, que
produce un efecto de cosa juzgada, la cual deberá ser entendida en su doble vertiente:
como cosa juzgada formal, suponiendo que no es susceptible de ser atacada; y como
cosa juzgada material, que impide que se abra un nuevo proceso sobre lo que ya ha
sido juzgado (Cantuarias, 2005). Es decir, se entiende que los laudos arbitrales son
inmutables.

Es importante mencionar que en nuestro país la organización de nuestro sistema


jurídico y político tiene como uno de sus aspectos esenciales el monopolio del ejercicio
de la fuerza por parte del ente estatal (Arrarte, 2003). De esto podemos desprender que
los árbitros no pueden hacer uso de la coerción o fuerza estatal para hacer cumplir sus
laudos u obligar su ejecución. Esto es curioso, puesto que los árbitros ejercen función
jurisdiccional y sus laudos gozan de calidad de cosa juzgada, al igual que las sentencias
emitidas por los jueces.

Entonces, la jurisdicción de los árbitros se agota cuando estos dictan su laudo,


ocasionando que no puedan dar cumplimiento a estos. Mencionado esto, parecería
imposible que los árbitros puedan emitir resoluciones válidas, puesto que no son
capaces de hacer cumplir sus mandatos. Sin embargo, si el sujeto no cumple
voluntariamente con lo ordenado en el laudo, se deben poner en práctica los diversos
mecanismos jurídicos previstos por el ordenamiento para ejecutar lo establecido en el
laudo, procediéndose en estos casos a su ejecución2

2
Rivarola Reisz, J. D., & Núñez del Prado Chaves, F. (2017). Nulla executio sine titulo: el escrutinio
de los laudos en la práctica del arbitraje internacional como mecanismo para optimizar la
ejecución de los laudos en el Perú. Derecho PUCP, (78), 69-114.
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Con lo anterior, si la parte que resulta obligada se resiste, se debe recurrir al Poder
Judicial, para que un juez competente ordene el cumplimiento de lo establecido en el
laudo mediante el uso exclusivo de la fuerza que les es conferido por el Estado.

Si la parte obligada no cumple con lo ordenado por el laudo, en la forma y en los plazos
establecidos, o en su defecto, dentro de los quince (15) días de notificada con el laudo
o con las rectificaciones, interpretaciones, integraciones y exclusiones del laudo, cuando
corresponda; la parte interesada podrá pedir la ejecución del laudo a la autoridad judicial
competente.

Las actuaciones arbitrales van a terminar y el tribunal arbitral acabará en sus funciones
con el laudo por el que se resuelva definitivamente la controversia, el tribunal arbitral
ordenará la terminación de las actuaciones: por ejemplo, cuando el demandante se
desista de su demanda, a menos que el demandado se oponga a ello y el tribunal arbitral
le reconozca un interés legítimo en obtener una solución definitiva de la controversia.
También cuando las partes acuerden dar por terminadas las actuaciones. Y por último
cuando el tribunal arbitral compruebe que la continuación de las actuaciones resulta
innecesaria o imposible.

Con respecto a la conservación de las actuaciones a lo que manifiesta el artículo 61 del


Decreto Legislativo, pone de manifiesto el interés de la ley en que se conserven las
actuaciones arbitrales, al menos por tres meses desde que se produzca la terminación
de las actuaciones. Para el caso de los arbitrajes derivados de la contratación con el
Estado, el deber de conservación de las actuaciones arbitrales recaerá en la institución
arbitral, si hubiese sido administrado, o en el expresidente del tribunal, si hubiese sido
ad hoc. En todos estos casos, la conservación deberá realizarse en físico o en
documento electrónico, con la debida certificación y protocolo notarial.

La figura de la conservación de los expedientes arbitrales, tiene por finalidad el


resguardar que las partes puedan hacer efectivo su derecho de interponer el recurso de
anulación de laudo. Si bien es cierto que el plazo para interponer la anulación del laudo
es muy corto (veinte días hábiles desde la conclusión del proceso), conforme a lo
dispuesto por el inciso 1 del artículo 64 de la Ley de Arbitraje, ello no significa que el
tribunal conozca de inmediato de la interposición de tal recurso, lo que generalmente
ocurrirá algunos meses después, cuando reciba el oficio respectivo de la Corte Superior,
ordenando la remisión de los autos.

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En ese sentido, el plazo de tres meses podría resultar algo corto, dado que suele ocurrir
que el aludido oficio es notificado a la sede del tribunal luego de más de tres meses
desde la conclusión del proceso arbitral, con lo que hubiese sido adecuado el
establecimiento de un plazo mayor a tres, pero menor a seis meses. Estas normas
relativas a la conservación del expediente, tienen por finalidad que aquellas puedan
solicitar copias de piezas de las actuaciones o de ellas en su conjunto, para hacer
efectivos sus derechos de la manera en que lo consideren conveniente.

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Titulo VI
Anulación y Ejecución del Laudo

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Sobre Anulación, como sabemos, cabe la posibilidad de que, una vez concluido el
proceso arbitral, la o las partes que lo estimen conveniente, interpongan recurso de
anulación contra el laudo ante el Poder Judicial. Este recurso de anulación podrá
conllevar dos situaciones muy concretas. La primera, que el laudo se anule y que la
causa pase a ser conocida por el Poder Judicial, en caso se vuelva a demandar en este
fuero. Sería el típico supuesto de que durante el proceso arbitral no hubiese prosperado
una excepción de incompetencia, es decir, el tribunal arbitral se hubiese declarado
competente para conocer la controversia; y, una vez concluido el proceso, la parte
perdedora (aquella que dedujo la excepción) pueda recurrir a los tribunales de justicia y
logre anular el laudo. En ese caso, la causa solo podrá ser controvertida en el Poder
Judicial y no en arbitraje Pero ello no siempre será así, ya que habrá algunos otros casos
en que la anulación del laudo reabra la competencia del tribunal, pues los tribunales
ordinarios de justicia, determinen el envío de la causa al propio tribunal (lo que, perse,
demostraría que el tribunal no era incompetente), a efectos de que sea el tribunal arbitral
quien reevalúe la causa y vuelva a resolver sobre la materia.

En estos caos, si bien ya nos habríamos encontrado con un arbitraje fenecido, el mismo
podrá ser reabierto en el estado en que dispongan los tribunales ordinarios, lo que,
generalmente, coincidirá con el momento en el cual se haya presentado el vicio procesal
que motivó la anulación del laudo. El fin o término de este proceso arbitral reabierto,
merecerá por nuestra parte, las mismas consideraciones de orden teórico, que
analizamos en los acápites precedentes.

Sobre Ejecución, claramente los tribunales arbitrales podrán seguir teniendo


competencia más allá de lo establecido en los puntos precedentes, es aquél en el cual
las partes hubiesen acordado conceder al tribunal facultades de ejecución del laudo. Es
claro que, en estricto, este es un primer supuesto de actuaciones arbitrales que se darán
después del arbitraje, habida cuenta de que resulta indudable que el proceso arbitral ya
habría concluido. Queda claro que la ejecución de un laudo no es parte del proceso
arbitral, sino constituye un proceso de naturaleza diferente, que se deriva de la
conclusión del proceso arbitral mismo; y que, dentro de la doctrina tradicional del
arbitraje, reviste caracteres muy marcados, y antes estaba reservado a los tribunales de
la justicia ordinaria.

Sobre la Garantía de cumplimiento, no cabe duda que el recurso de anulación es una


garantía frente a cualquier exceso ocurrido al interior del procedimiento arbitral, sea

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como consecuencia de una acción u omisión de los árbitros, el arbitraje debe estar
sujeto a un control posterior por parte de algún órgano (público o privado) que permita
cautelar el debido proceso.

Nuestra ley se adecua a lo prescrito por la Ley Modelo de las Comisión de las Naciones
Unidas para el Derecho Mercantil Internacional, la misma que señala que cada estado
señalara la autoridad competente para la petición de nulidad contra el laudo arbitral
cuando exista una invalidez del Convenio arbitral o incapacidad de las partes, o violación
al debido proceso entre otros aspectos. En su Art. 66 el Decreto Legislativo materia de
Análisis, dispone que el recurso de anulación solo suspenderá la ejecución cuando el
impugnante cumpla con el requisito de la garantía acordada por las partes.
Una vez admitido el recurso de anulación, para lo cual la cual la Corte Superior deberá
resolver la admisión en un plazo de diez días siguientes de prestado el recurso, la sala
deberá poner en conocimiento de la otra parte para que manifieste lo conveniente en el
plazo de veinte días.

En la ejecución Arbitral, RBISMAN dice que "el verdadero problema no está en llegar a
una solución de acuerdo a Derecho, sino en poner en práctica esa solución
legal. En el análisis final el Derecho no es lo que la corte dice, pero lo que el sheriff hace"
(1083).

Si un laudo no se cumple, e incumplido no se ejecuta, entonces el sistema arbitral en su


conjunto pierde sentido. Y lo que el "sheriff" hace es conseguir que se cumpla la ley o
los principios aplicables, que en el caso de un arbitraje es lo que dice el laudo. La
pregunta es quién debe desarrollar el rol de "sheriff" es decir de ejecutor de lo ordenado
en el laudo. ¿Debe ser el Poder Judicial? ¿O deben los propios árbitros? sus orígenes,
se encargaban de la ejecución de los laudos. Pero ello no es así. El concepto de
ejecución o cumplimiento del laudo en los orígenes del arbitraje, se aleja mucho de lo
que entendemos hoy. De hecho, el arbitraje como lo conocemos (como la mayoría de
instituciones comerciales) no fue invención de los abogados, y menos de los
procesalistas, sino de los mercaderes y su existencia precedió a la aparición de las
Cortes ordinarias. El arbitraje nació antes que aparecieran los ejecutores judiciales de
los laudos. Si dos comerciantes tenían una disputa acudían al gremio, a la cámara de
comercio, y le pedían que resolviera su conflicto. El gremio designaba a otros
comerciantes (no a abogados) para que, en aplicación de los usos y costumbres
comerciales, se resolviera el caso.

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En nada se parecía a un proceso civil. Era informal, flexible, pragmático y libre de


ataduras doctrinarias y modelos conceptuales, orientándose a un tratamiento justo y
equitativo a las partes, lo que no significaba necesariamente la mera aplicación de
normas ni doctrinas legales, sino más bien prácticas y costumbres comerciales. Y la
ejecución se ajustaba a parámetros igualmente flexibles e informales. Si uno de los
comerciantes se negaba a cumplir el laudo, no se recurría a un proceso legal. La sanción
era privada y efectiva: el ostracismo. Nadie del gremio comerciaba con el incumplidor.

No había anulación ni ejecución de laudo por los jueces, lo que hoy las leyes (y buena
parte de la doctrina) asumen, de manera errada, como consustanciales al arbitraje. La
ejecución judicial de laudos es bastante reciente. Como bien relata BENSON, cuando
en los años 20 del siglo pasado en Estados Unidos e aprobaron leyes que permitían la
ejecución y revisión judicial de los laudos por las cortes ordinarias, procesalizando el
arbitraje, la participación de abogados se incrementó dramáticamente. Antes de 1920 la
participación de abogados en arbitrajes era realmente excepcional. Estas leyes
aparecen por el lobby de los colegios de abogados que veían amenazado su negocio
de prestación de servicios profesionales.

Como se ve, en sus origines, los laudos tenían mecanismos de autoejecución, que no
requerían de la autoridad o del juez estatal para ser puestos en práctica. Ello cambió y
hemos asumido, quizás sin suficiente reflexión, que ahora la ejecución es algo que
corresponde naturalmente al juez, y que es ajeno a los árbitros inmiscuirse en ese tipo
de actividades. Esta visión condujo a la Ley de Arbitraje a una solución intermedia que,
sin negar la posibilidad de ejecución del laudo por los árbitros, considera que ello no es
la situación normal y que, por tanto, es mejor que la regla dispositiva sea que, salvo
pacto en contrario, la ejecución corresponde al juez.

En la ejecución judicial la parte interesada la que puede solicitar la ejecución forzosa a


un juez. El interesado no es más ni menos que el acreedor. Sin embargo, ¿qué ocurre
con el árbitro? ¿Este también puede solicitar la ejecución forzosa al juez?

Si es perfectamente posible que las partes atribuyan a los árbitros competencia para
emitir decisiones incluso en la etapa correspondiente a la ejecución de su laudo (Arrarte,
2003) se puede comprender que la facultad de los árbitros para ejecutar sus laudos si
existe y no está negada en ninguna ley, pero se requiere que exista un acuerdo de las
partes o que la posibilidad esté prevista en el reglamento arbitral aplicable al caso. los

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árbitros, a pesar de que se pueda convenir otorgarles la facultad de ejecución de sus


laudos, no pueden hacer uso de la fuerza pública, puesto que esta es exclusiva del
Poder Judicial, en materia jurisdiccional.

En los casos en que los árbitros no puedan realizar directamente actos que impliquen el
uso de la fuerza para hacer cumplir el laudo, pueden ordenar medidas de ejecución
forzada. Para esto deberán recurrir al Poder Judicial y solicitar que éste haga efectivas
dichas disposiciones con el ejercicio de la fuerza exclusiva. Se podría afirmar, por así
decirlo, que el árbitro continuará teniendo el control respecto de la ejecución que él
mismo dictó y que obedece a hechos que conoce perfectamente (Arrarte, 2003).

Algunas personas consideran que los árbitros deberían gozar de la facultad de poder
ejecutar sus laudos, incurriendo incluso en la fuerza pública. Sin embargo, desde
nuestra posición consideramos que esta medida no es viable y, por el contrario, es un
peligro para la organización estatal de la cual gozamos. Efectivamente, brindarle a
cualquier persona la potestad de usar la fuerza pública solo porque un documento
privado lo declara árbitro no parece sonar razonable.

El que los árbitros tengan la potestad de utilizar la fuerza pública a través de un


requerimiento al Poder Judicial, siempre y cuando las partes lo hayan establecido de
esa forma de manera previa a la emisión de laudo arbitral, es, a nuestro parecer, una
solución adecuada a los problemas que giran en torno a la ejecución y cumplimiento de
los laudos arbitrales en nuestro país.

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Titulo VII

Costos Arbitrales

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Iniciar una discusión, sea a nivel judicial o en sede arbitral, encierra gastos que atender
como los honorarios del abogado, el traslado de los medios de prueba al proceso, los
gastos administrativos y en especial, los honorarios de los árbitros en caso del arbitraje.
La pregunta que surge frente a ello es quién asume los gastos y cómo se hace ese
reparto. En este trabajo abordamos esas inquietudes a la luz de la nueva legislación y
planteamos algunas reflexiones sobre la discreción de los árbitros para graduar la
devolución del gasto.

Todas las actividades e insumos que se requieran para el proceso judicial o arbitral
encierran un costo que luego será trasladado a la parte vencida si la contienda se ha
desarrollado en la escenario judicial; en cambio, si se trata de una contienda sometida
al procedimiento arbitral, el reparto de esos gastos se hará teniendo en cuenta –en
primer orden- el acuerdo que las partes hayan asumido al respecto, pero si no se pactó
nada se recurrirá a la vieja fórmula: “el que pierde paga”. Tanto la derogada Ley No.
26572 como la norma vigente (D. L 1071) afirman, en primer orden, el principio de
libertad para determinar los costos procesales; pero se mantiene la fórmula del
“vencimiento” si no hay pacto.

El reparto de esos gastos se hará teniendo en cuenta el acuerdo que las partes hayan
asumido al respecto; caso contrario, se entenderá que “el que pierde paga”. Una
reflexión que surge al respecto es acerca del momento en que se debe pactar el reparto
de los costos. Hubo un caso cuya discusión se centró en determinar si el pacto del
reparto de los costos realizado en el acta de instalación no vinculaba a las partes por no
aparecer ello en el convenio arbitral; pues, como lo señalaba el art. 52 de la Ley No.
26572 derogada: “Los árbitros se pronunciarán en el laudo sobre los gastos arbitrales,
teniendo presente, de ser el caso, lo pactado en el convenio”. Por tanto, se sostenía que
como en el convenio no había pacto alguno sobre los costos, debería operar la teoría
del vencimiento: el que pierde paga, a pesar que pudieren las partes haber pactado ese
reparto en el acta de instalación del arbitraje.

El problema central en este caso, no pasa por deslindar en qué momento se pactó el
reparto (si fue en el convenio o en el acta de instalación) sino por definir si realmente
hubo ese acuerdo de voluntades para distribuir el gasto. No estamos ante un tema de
preclusión en el que si no se hace determinado acto en una determinada etapa del
proceso se pierde la oportunidad de hacerlo posteriormente. Hay que recordar que el
principio eje de la actividad arbitral es la autonomía privada de las partes; por tanto, si,
en el camino luego del convenio y al momento de la instalación del tribunal arbitral, las
partes quieren arribar a un reparto consensuado de los costos del arbitraje, nada impide

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que lo puedan hacer, ni tampoco resultaría ineficaz esa vinculación para ellas. Todo lo
contrario, el ejercicio de la autonomía de la voluntad se reafirmaría una vez más en este
acto pues el eje central de toda esta actividad es el ejercicio de la libertad de
autorregulación que pueden ejercer las partes frente al conflicto delegado para su
solución a los terceros árbitros.

Nuestra actual legislación no hace especial referencia al convenio como el escenario y


la etapa del procedimiento para determinar los costos; todo lo contrario, el art. 69º del
D. L. 1071 reafirma el ejercicio de esa libertad, así: “las partes tienen la facultad de
adoptar, ya sea directamente o por referencia a reglamentos arbitrales, reglas relativas
a los costos del arbitraje. A falta de acuerdo, el tribunal arbitral dispondrá lo conveniente,
con sujeción a lo dispuesto en este título”. El art. 56.2 del D. L. 1071 hace una especial
referencia al laudo y a los costos señalando: “El tribunal arbitral se pronunciará en el
laudo sobre la asunción o distribución de los costos del arbitraje, según lo previsto en el
artículo 73º.

Con respecto a los costos en la ejecución arbitral la idea que el procedimiento arbitral
culmina con el laudo ha sido superada tanto en la Ley 26587 derogada como en el actual
D. L. 1071. El árbitro tiene la posibilidad no sólo de declarar el derecho en conflicto, sino
de ingresar a la ejecución del derecho definido en el propio laudo; para lo cual, requiere
contar con las facultades especiales de ejecución como lo establece la legislación
especial. Con tal praxis, podemos afianzar la idea que el arbitraje es una forma
alternativa de lograr la paz social pues, es una institución alterna a la justicia estatal. En
tal sentido, no se puede limitar al arbitraje sólo a un plano meramente declarativo de
derechos, sino también puede éste ingresar, en la propia sede arbitral, a la dirección del
proceso de ejecución; y, sólo cuando hay resistencia al mandato de ejecución, se podrá
pedir la intervención de la jurisdicción para la ejecución forzada de dicho mandato. El
diseño de la derogada norma y el actual modelo acogido en el D. L. 1071 sí permite
ingresar a la ejecución en sede arbitral; Bajo este contexto, resulta coherente que los
árbitros ingresen al cobro de honorarios adicionales para la ejecución en sede arbitral.

La Ley permite que, si ya se pactó los honorarios y se ha otorgado facultades de


ejecución a los árbitros, se pueda aumentar el importe de los honorarios a los árbitros
(ver art. 72.5 del D. L. 1071):

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“El tribunal arbitral no podrá cobrar honorarios adicionales por la


rectificación, interpretación, integración o exclusión del laudo. En caso
de ejecución arbitral, de acuerdo a la complejidad y duración de la
ejecución, podrán liquidarse honorarios adicionales”

A pesar de esa posibilidad, la ley no ha señalado nada sobre cómo se reparten los
honorarios adicionales si es que no se ha pactado nada al respecto. Cuál de las reglas
opera, el vencimiento o el acuerdo de partes. En este caso, opino que rige la regla del
vencimiento pues no hay pacto; así que, la parte vencida tendrá que asumir ese
adicional (no sólo lo que implica el honorario sino de todo el gasto de la ejecución),
teniendo en cuenta lo que comprenden los costos arbitrales: los honorarios y gastos del
tribunal arbitral, los honorarios y gastos del secretario, los gastos administrativos de la
institución arbitral, los honorarios y gastos de los peritos o de cualquier otra asistencia
requerida por el tribunal arbitral y los gastos razonables incurridos por las partes para
su defensa en el arbitraje.

Si partimos por asumir que los costos en el arbitraje encierran los gastos efectuados
directamente en el proceso por una de las partes para la persecución y defensa de su
derecho, como sería el pago de los honorarios del abogado; y, además, los gastos del
arbitraje propiamente dicho, éstos deben ser reembolsados en virtud de un mandato
arbitral. Debemos precisar que los costos, o llamados también gastos procesales, son
obligaciones que nacen de la actividad arbitral y que está orientada al reembolso. No se
trata de un pago propiamente dicho; sino de un “reembolso”, puesto que el vencido
restituye al adversario las sumas que éste ha empleado en defender su derecho.
Chiovenda consideró que el fundamento de esta condena se ubica en el reconocimiento
del derecho, puesto que todo lo que fue necesario para lograr ese reconocimiento es
disminución del derecho que debe reintegrarse al sujeto del derecho mismo a fin que
este no sufra detrimento por causa de la controversia.

Si bien la ley arbitral no precisa el procedimiento a seguir para el reembolso del gasto,
asumimos que éste debe operar bajo un sumario contradictorio, en el mismo
procedimiento arbitral, siempre y cuando se acredite indubitablemente los gastos
realizados para la devolución. Las costas arbitrales tienen las siguientes características:
a) están constituidas por los gastos que derivan en forma directa del proceso; b)
comprenden solo los gastos ocasionados por el proceso y excluyen los daños y

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perjuicios que no se identifican con ellos; c) representan una obligación accesoria


derivada del proceso y su título constitutivo es el laudo que condena al pago.

Los costos en el recurso de anulación del laudo El control sobre la validez formal del
laudo, necesariamente, debe darse en sede judicial y debe ser necesariamente,
desarrollada por instancias ajenas al quehacer arbitral. El mecanismo de impugnación
frente al laudo arbitral es el recurso de anulación; este no es una instancia más en la
que se haya de examinar el fondo del asunto, sino una vía para comprobar que el laudo
no va contra el orden público y se ajusta a los puntos sometidos a decisión arbitral y a
las normas básicas a las que se refiere la institución. Debe entenderse como mecanismo
de control a fin de garantizar que el nacimiento, desarrollo y conclusión del
procedimiento arbitral se ajusten a lo establecido en la ley. No se puede admitir la
renuncia de las partes a la posibilidad de impugnar el laudo un acuerdo en tal sentido
supondría la renuncia al derecho a la tutela judicial.

La reflexión que surge es quién asume los gastos procesales del recurso de anulación.
La parte que promueve esa revisión, siempre y cuando se haya declarado infundado el
recurso de anulación; pero, si la parte que promueve el recurso de anulación con éxito
y logra la nulidad del laudo, será la parte vencida quien tendrá que asumir el reembolso
de los gastos judiciales. En la casuística, encontramos el siguiente pronunciamiento,
recaído en el Exp. No. 2311-2003, en los seguidos por Estudio Santisteban Abogados
Sociedad Civil con Banco Santander Central Hispano sobre ejecución de resolución
judicial. Res. del 8 de marzo 2004, 1º Sala Civil de Lima:

“no puede ser materia de ejecución el pago de costas y costos


correspondientes al procedimiento de anulación del laudo por el juez
de primera instancia, si el procedimiento ha sido iniciado conforme a
Ley ante la Corte Superior de Lima, sede ante la cual la ejecutante
deberá hacer valer su derecho respecto al cobro de esos conceptos”.

La norma procesal señala que cuando se declara la nulidad del laudo se podrá recurrir
en casación. En ese contexto, se ubica el caso en que se haya recurrido en casación
ante la Sala Civil de la Corte Suprema y ésta desestime el recurso. Los costos de esta
instancia, también los asumirá la parte perdedora del recurso de anulación; pero si la
casación que se promueve resulta ser exitosa, revoca la nulidad del laudo y mantiene la

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validez de éste los costos tendrán que ser asumidos por la parte perdedora que
promovió el recurso de anulación que se ha desestimado.

El art. 399º del CPC señala: “si el recurso fuese declarado inadmisible, improcedente o
infundado, quien lo interpuso sufrirá la condena de costas y costos originados en la
tramitación del recurso.” Los costos judiciales en la ejecución de los costos arbitrales A
esto, se agrega la posibilidad que, pese a que existe un título que contenga una condena
expresa, haya resistencia al reembolso por el obligado a ello. En esas circunstancias, la
ejecución forzada en sede judicial será la alternativa para la satisfacción de dicha
obligación dineraria.

No se debe perder de vista que las relaciones entre la jurisdicción y el arbitraje son de
carácter complementario, pues se produce en aquellas áreas o actos en las que se
requiere el ius imperium del Estado, de la que carecen los árbitros a los cuales se les
atribuye el poder de disposición de los derechos subjetivos privados en virtud de la
autonomía de la voluntad; pero la fuerza que requiere que determinadas actividades
provenientes del mandato arbitral, como la ejecución de una medida cautelar o de un
mandato de ejecución, necesariamente se realizan por el poder de ejecución que tienen
los jueces de la jurisdicción. La doctrina ha discutido el fundamento de los gastos (costas
y costos). Al inicio consideró que el pago equivalía a una pena porque con el proceso
judicial se causaba a la otra parte litigante un daño injusto y, por tanto, había el deber
de repararlo.

Chiovenda criticó esta posición pues consideró que el proceso es un medio lícito que la
sociedad tiene para la defensa de sus derechos y quien lo usa lo hace en ejercicio de
su derecho y los gastos que ocasione a su adversario no pueden constituir un daño que
deba resarcirse; puesto que, no se producen injustamente porque se necesita del
pronunciamiento del Juez para que éste declare formalmente el derecho, que no existió
antes y, por tanto, no podía haber sido conocido por el perdedor. Posteriormente, los
teóricos del tema han presentado la doctrina del resarcimiento, basada en la idea de la
culpa. Esta tesis ha sido objetada porque es difícil probar la culpa y porque el hecho de
vencer en el proceso no significa que la culpa haya existido, en todos los casos.
La teoría de la culpa ha sido reemplazada por la tesis moderna del vencimiento. Con
este sistema se evita calificar el comportamiento del litigante llamado a reembolsar los
gastos de su contrario; sólo se necesita, para que prospere, los costos que el obligado
haya sido vencido.

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Chiovenda consideró que el fundamento de esta condena se ubica en el reconocimiento


del derecho; puesto que todo lo que fue necesario para lograr ese reconocimiento es la
disminución del derecho que debe reintegrarse al sujeto del derecho mismo a fin que
éste no sufra detrimento por causa de la controversia. Por tanto, podemos concluir que
la regla general para la condena de costas y costos es que el sujeto pasivo obligado al
pago es la parte vencida. Esta fórmula es la que regula nuestro sistema procesal civil
en el ya citado art. 412 del CPC. Por lo que, ante la eventualidad de la ejecución de
laudos en el extremo que se reclama el pago de los costos arbitrales; los gastos
judiciales que impliquen la ejecución de dicho título lo seguirán asumiendo la parte
vencida en dicha ejecución arbitral, esto es, a la suma liquida de los costos arbitrales se
aumentará el adicional de las costas y costos procesales, necesarios para ejecutar o
materializar la condena dineraria del laudo.

Esto, evidentemente operará en caso no se pacte ejecución arbitral o si habiéndolo


pactado no se cumple voluntariamente con el reembolso; ambos se exigirán a través del
proceso de ejecución. Al costo arbitral, que es la suma líquida, se agregarán los costos
judiciales, propios de la ejecución del laudo en dicha sede. El juez estatal, al momento
de graduar los costos del proceso judicial, no podrá modificar el monto fijado como
costos arbitrales en el laudo; sólo agregará a los ya establecidos en sede arbitral un plus
para la ejecución judicial. En otras palabras, hay un título de condena extrajudicial que
cubre los costos arbitrales, sobre el cual se fijará el monto de condena por los costos
judiciales para lograr la ejecución de este reembolso.

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Titulo VIII
Reconocimiento y ejecución de Laudos Extranjeros

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El concepto de laudo extranjero de conformidad con el Artículo 74° del D.L se considera
como laudo extranjero, aquel pronunciado en un lugar que se halle fuera del territorio
peruano.

Artículo 74°. - Normas aplicables Son laudos extranjeros los


pronunciados en un lugar que se halle fuera del territorio peruano.

La definición legal toma en consideración el criterio de territorialidad 3, en ese sentido,


el carácter de “extranjero” del laudo3 se define en función al lugar de expedición del
mismo, que, en este caso, debe corresponder al lugar de sede del arbitraje, el cual debe
estar ubicado en un país cuyo territorio sea distinto al del Perú. Conforme a ello el
exequátur será aplicable a todo laudo que no haya sido dictado en territorio peruano,
ello se entiende, independientemente de la nacionalidad de las partes, que pueden ser
parte peruana, o del domicilio de ambas, que puede estar ubicado territorio peruano.

El Decreto en análisis ha previsto con relación al reconocimiento y ejecución de laudos


extranjeros la aplicación de normas supranacionales, como son principalmente la
Convención de Nueva York del 10 de junio de 1958, y la Convención Interamericana de
Arbitraje Comercial Internacional, aprobada en Panamá el 30 de enero de 1975.

Artículo 74°. - Normas aplicables (…) Serán reconocidos y ejecutados en el Perú – los
laudos extranjeros de conformidad con los siguientes instrumentos, teniendo en cuenta
los plazos de prescripción previstos en el derecho peruano:

a) La Convención sobre el Reconocimiento y Ejecución de Sentencias Arbitrales


Extranjeras, aprobada en Nueva York el 10 de junio de 1958, o
b) La Convención Interamericana de Arbitraje Comercial Internacional, aprobada
en Panamá el 30 de enero de 1975, o c. Cualquier otro tratado sobre
reconocimiento y ejecución de laudos arbitrales del cual sea parte el Perú.
Con relación a los instrumentos internacionales referidos en el presente Decreto
podemos precisar que la Convención de Nueva York de 1958, entró en vigor el
7 de junio de 1959 (conforme lo prescribe el Artículo XII del texto de la misma
Convención). El Perú, ratificó la Convención mediante Resolución Legislativa N°
24810, publicada el 25 de mayo de 1988 y entró en vigencia el 05 de octubre del

3
Precisa MANTILLA - SERRANO refiriéndose a la Convención de Nueva York de 1958, sobre el
Reconocimiento y Ejecución de Sentencias Arbitrales Extranjeras, que la misma

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mismo año. Como se puede ver tuvieron que pasar 40 años para que esta
Convención se aplique en nuestro país.

De hecho, la Convención de Nueva York ha tenido una fuerte influencia en el desarrollo


del arbitraje internacional, al establecer normas comunes aplicables en diversos estados
(a la fecha 146 países) para el reconocimiento de los acuerdos o pactos de arbitraje y
el reconocimiento y la ejecución de las sentencias o laudos arbitrales extranjeros y no
nacionales.

La Convención, con relación al reconocimiento, tiene como finalidad que los laudos
extranjeros o no nacionales, no sean objeto de discriminación, en ese sentido, los países
que forma parte de la Convención deben establecer en sus leyes nacionales normas
tendientes al reconocimiento de los laudos extranjeros en igual condición, sin obstáculo
o discriminación y en la misma forma que una sentencia o laudos nacional.

El otro instrumento que forma parte del ordenamiento peruano en lo que se refiere al
arbitraje internacional es la Convención Interamericana de Arbitraje Comercial
Internacional, conocida también como la Convención de Panamá de 1976. La referida
convención, aprobada en Panamá el 30 de enero de 1975, entró en vigor el 16 de junio
de 1976 (conforme lo prescribe el Artículo 10° del texto de la misma Convención). Fue
ratificada por el Perú mediante Resolución Legislativa N.º 24924, publicada el 10 de
noviembre de 1988, y vigente desde el 21 de junio de 1989.

Los referidos instrumentos internacionales están mencionados expresamente en la Ley


de arbitraje, sin embargo, el Artículo 74°, literal c. de la misma Ley hace mención a
“cualquier otro tratado sobre reconocimiento y ejecución de laudos arbitrales del cual
sea parte el Perú”. En ese supuesto, consideramos que la Ley de arbitraje no establece
una restricción de instrumentos internacionales que puedan aplicarse a la materia, pues
deja abierta la aplicación de cualquier otro instrumento que el Perú haya ratificado o con
posterioridad a la vigencia de la ley se produzca su incorporación al ordenamiento
jurídico nacional.

En ese sentido, deben mencionarse dos instrumentos importantes en esta materia,


como son el Convenio CIADI (denominado también Convenio de Washington y la
Convención de Montevideo.

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El Convenio CIADI está referido al arbitraje de inversiones y controversias que surjan


entre personas de otros Estados y el Estado suscriptor. En efecto, el Perú es parte del
denominado Convenio sobre Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones entre
Estados y Nacionales de otros Estados suscrito en Washington D.C. el 18 de marzo de
1965, el mismo fue aprobado mediante Resolución Legislativa Nº 26210, publicada el
10 de julio de 1993 y entró en vigor el 8 de setiembre de 1993.

El otro instrumento está referido a la Convención Interamericana sobre Eficacia


Extraterritorial de las Sentencias y Laudos Arbitrales Extranjeros, o denominada también
Convención de Montevideo. El referido instrumento fue aprobado en Montevideo el 8 de
mayo de 1979 y fue ratificado en nuestro país por Decreto Ley Nº 22953, de fecha 26
de marzo de 1980, y ratificada el 9 de abril de 1980. La Convención de Montevideo entró
en vigencia en el Perú el 14 de junio de 1980.

Debemos mencionar también que la mismo Decreto, en este marco normativo de


instrumentos y tratados internacionales, prescribe la aplicación de la “norma más
favorable” a efecto de lograr el reconocimiento y ejecución del laudo, en este sentido,
debe entenderse que la instancia judicial que conozca del asunto debe preferir,
conforme a lo dispuesto en la ley, la norma más favorable que facilite la solicitud de
reconocimiento y ejecución del laudo extranjero.

Artículo 74°. - Normas aplicables. Salvo que las partes hayan


acordado algo distinto, el tratado aplicable será el más favorable a la
parte que solicite el reconocimiento y ejecución de un laudo extranjero.

De ello se puede inferir que el D. L pretende que el ordenamiento jurídico nacional y las
instancias jurisdiccionales faciliten el reconocimiento de laudos extranjeros, claro está
dentro de los límites, principios y normas de imperativo cumplimiento.

La Instancia competente para el conocimiento de la solicitud de reconocimiento, se


presentará esta solicitud ante la Sala Civil sub especializada en lo Comercial de la
ciudad de Lima, en caso el domicilio del emplazado sea la ciudad de Lima. En caso el
domicilio del emplazado esté fuera de la ciudad de Lima el órgano o instancia judicial
donde deberá presentarse la será la Sala Civil de la Corte Superior de Justicia del lugar,
del domicilio del emplazado, o del lugar donde tenga sus bienes, o del lugar donde ejerza
sus derechos. Así lo establece el Art. 8° del Decreto

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Artículo 8°. - (…) 5. Para el reconocimiento de laudos extranjeros será


competente la Sala Civil Sub especializada en lo Comercial o, en su
defecto, la Sala Civil de la Corte Superior de Justicia del domicilio del
emplazado o, si el emplazado no domicilia dentro del territorio
peruano, del lugar donde tenga sus bienes o donde ejerza sus
derechos.

Los Requisitos que debe contener la solicitud de reconocimiento de un laudo extranjero


debe estar aparejada con el original o copia del laudo, de conformidad con lo establecido
en el Artículo 9° de ll Decreto, ello es la formalidad de los documentos, en efecto el
citado artículo establece que todo escrito o petición dirigida a una autoridad judicial en
el Perú como es el caso del reconocimiento de laudo extranjero, deberá ser redactado
en español. En ese mismo sentido, la referida norma, establece que los documentos
otorgados en el extranjero, para que sean presentados en un proceso judicial deberán
estar autenticados con arreglo a las leyes del país de procedencia del documento y
certificados por un agente diplomático o consular peruano, o quien haga sus veces. En
lo que se refiere a los documentos en otros idiomas que no sean el español, deberán
ser objeto de traducción simple. En este caso la autoridad judicial podrá solicitar si lo
considera pertinentes, traducción oficial, de acuerdo a las circunstancias y otorgando un
plazo razonable.

Artículo 76°. - Reconocimiento.


1. La parte que pida el reconocimiento de un laudo extranjero deberá
presentar el original o copia del laudo, debiendo observar lo
previsto en el artículo 9.

Artículo 9°. - Formalidad de documentos en la colaboración y control


judicial.

1. Todo escrito o petición dirigida a una autoridad judicial de la


República deberá ser redactado en español.
2. Todo documento otorgado fuera del país que sea presentado ante
una autoridad judicial de la República deberá ser autenticado con
arreglo a las leyes del país de procedencia del documento y

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certificado por un agente diplomático o consular peruano, o quien


haga sus veces.
3. Si el documento no estuviera redactado en español deberá
acompañarse traducción simple a este idioma, salvo que la
autoridad judicial considere, en razón de las circunstancias, que
debe presentarse una traducción oficial en un plazo razonable.

Del Procedimiento y trámite de la solicitud, la Vía procedimental en lo que se refiere al


procedimiento y trámite de la solicitud, el Decreto establece que la misma se tramita en
la vía no contenciosa, sin intervención del Ministerio Público. Traslado y vista de la causa
Una vez presentada la solicitud y expedida la resolución admitiendo a trámite la misma,
la Sala Comercial de la Corte Superior de Lima o la Sala Civil correspondiente, dará
traslado a la otra parte para que en un plazo de veinte (20) días exprese lo que estime
conveniente. Vencido el plazo para absolver el traslado, la Sala señalará fecha para la
vista de la causa dentro de los veinte (20) días siguientes.

En la vista de la causa, la Corte Superior competente podrá adoptar, de ser el caso, la


decisión prevista en el numeral 8° del artículo 75°. En caso contrario, resolverá dentro
de los veinte (20) días siguientes.

El Aplazamiento de la decisión, el numeral 8° del Artículo 75° del Decreto establece que
si se ha solicitado a una autoridad judicial competente del país en que, o conforme a
cuya ley, ha sido dictado el laudo, la anulación o suspensión del laudo extranjero (según
lo previsto en el inciso e. numeral 2 del mismo artículo), la Corte Superior competente
que conoce del reconocimiento del laudo, si lo considera procedente, podrá aplazar su
decisión sobre dicho reconocimiento y, a petición de la parte que pida el reconocimiento
del laudo, podrá también ordenar a la otra parte que otorgue garantías apropiadas.

El Decreto establece que contra lo resuelto por la Corte Superior sólo procede recurso
de casación, cuando no se hubiera reconocido en parte o en su totalidad el laudo.

Ahora el Artículo 76°. - Reconocimiento. 1. La solicitud se tramita en la vía no


contenciosa, sin intervención del Ministerio Público: 2. Admitida la solicitud, la Corte
Superior competente dará traslado a la otra parte para que en un plazo de veinte (20)
días exprese lo que estime conveniente: 3. Vencido el plazo para absolver el traslado,
se señalará fecha para la vista de la causa dentro de los veinte (20) días siguientes. En

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la vista de la causa, la Corte Superior competente podrá adoptar, de ser el caso, la


decisión prevista en el numeral 8 del artículo 75. En caso contrario, resolverá dentro de
los veinte (20) días siguientes; 4. Contra lo resuelto por la Corte Superior sólo procede
recurso de casación, cuando no se hubiera reconocido en parte o en su totalidad el
laudo.

Requisitos y procedimiento para la Ejecución de Laudo extranjero la Instancia


competente para el conocimiento de la solicitud, el Decreto establece que el órgano
jurisdiccional competente para conocer de la ejecución de un laudo extranjero es el Juez
sub especializado en lo comercial, en este caso, nuevamente la normativa radica en la
jurisdicción comercial el conocimiento de los asuntos vinculados a los laudos dictados
en el extranjero, para el caso que la ejecución se realice en la ciudad de Lima, capital
de la República. No obstante, en el caso que el domicilio del emplazado no sea la capital,
sino otra localidad, será competente el juez civil de su domicilio, o en su defecto, donde
estén ubicados sus bienes o donde ejerza sus derechos. Cabe precisar también que el
procedimiento de ejecución es posterior al reconocimiento, sin este trámite previo no se
podrá pedir la ejecución y la misma puede ser declarada improcedente.

Artículo 8°. - Para la ejecución de laudos extranjeros


debidamente reconocidos será competente el juez sub
especializado en lo comercial o, en su defecto, el juez civil, del
domicilio del emplazado o, si el emplazado no domicilia dentro
del territorio peruano, del lugar donde tenga sus bienes o donde
ejerza sus derechos.

Artículo 77°. Ejecución. Reconocido, en parte o en su totalidad


el laudo, conocerá de su ejecución la autoridad judicial
competente, según lo previsto en el artículo 68º.

Los Requisitos de la solicitud de ejecución, primero la solicitud debe acreditar en primer


lugar el reconocimiento del laudo extranjero en el territorio nacional, en su totalidad o en
forma parcial, en este aspecto, se adjuntará copia certificada de la sentencia expedida
por el órgano jurisdiccional respectivo que dispuso el reconocimiento del laudo
extranjero, con la debida certificación que la sentencia ha quedado firme y ejecutoriada.

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Adjunto a los documentos de la solicitud debe acompañarse copia del laudo de sus
rectificaciones, interpretaciones, integraciones y exclusiones y, en su caso, de las
actuaciones de ejecución efectuada por el tribunal arbitral.

Artículo 68°.- Ejecución judicial. 1. La parte interesada podrá solicitar


la ejecución del laudo ante la autoridad judicial competente
acompañando copia de éste y de sus rectificaciones,
interpretaciones, integraciones y exclusiones y, en su caso, de las
actuaciones de ejecución efectuada por el tribunal arbitral.

En cuanto al procedimiento para la ejecución de un Laudo extranjero, en la presentación


de la solicitud y formalidad, debe considerarse lo dispuesto en el Artículo 9º del Decreto
Legislativo, en el aspecto referido a la formalidad de documentos a presentarse ante el
Poder Judicial, como se ha referido en el punto anterior sobre el procedimiento de
reconocimiento. Mandato de ejecución El órgano jurisdiccional, una vez calificada la
solicitud y los documentos, de ser procedente, y por el solo mérito de los documentos
adjuntados podrá dictar mandato de ejecución requiriendo a la parte ejecutada a efecto
que cumpla con su obligación, materia de la solicitud, dentro de un plazo de cinco (5)
días, bajo apercibimiento de ejecución forzada.

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CONCLUSIONES

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El laudo, pone término al procedimiento arbitral resolviendo todas las cuestiones en él


planteadas, con arreglo al principio según el cual el árbitro incurre en responsabilidad
por incumplimiento de la obligación que contrajo al aceptar la misión de laudar. Después
del laudo a las partes sólo les queda aquietarse con su contenido o pedir su anulación.
El laudo constituye la decisión que emite el árbitro y que resuelve la controversia
sometida a su conocimiento. Es la última y, sin duda, la más importante fase del proceso
arbitral. En verdad, toda la institución arbitral está estructurada para arribar a esta etapa.
El laudo arbitral equivale a una sentencia judicial y puede ejecutarse como tal.

Nuestra legislación tiene una posición clara en torno a la autonomía del Arbitraje, de allí
que sus normas se orientan a reforzar tal autonomía estableciendo que el fondo de la
controversia se resuelve de manera absoluta y definitiva por el tribunal arbitral. En este
esquema, el contenido, los alcances, y, mas importante aún, la manera en que opera en
los hechos el recurso de anulación, resulta extremadamente relevante, puesto que solo
su adecuada aplicación puede garantizar la autonomía, desarrollo y utilidad del arbitraje.

Con respecto a el costo del arbitraje, podemos advertir algunas ideas ejes en todo el
comentario que hemos hecho: a) la prevalencia del principio de autonomía privada de
partes en el reparto del costo arbitral; b) el reparto del costo se puede graduar bajo las
reglas de la distribución y el prorrateo; c) la condena del costo es una obligación que
nace en el procedimiento arbitral y requiere de una condena expresa; y, por último d) la
ejecución judicial del cobro de los costos arbitrales involucra además la suma de los
costos judiciales para la ejecución del laudo.

Como hemos visto en el presente trabajo monográfico, el Perú es parte de la


Convención de Nueva York y de otros instrumentos internacionales en el marco del
reconocimiento de laudos extranjeros, en ese sentido se puede afirmar que existe un
ordenamiento jurídico acorde con la práctica de arbitraje internacional en esta materia.
Podemos afirmar que la ley de arbitraje de conformidad con los instrumentos
internacionales, expresamente reconocidos en la misma, ha determinado los
procedimientos de reconocimiento y ejecución, sin establecer normas de remisión a
otras normas o al Código Procesal Civil, a ello se agrega que la organización judicial ha
señalado competencia para estos casos de reconocimiento y ejecución en la jurisdicción
comercial (muy reconocida por su función), para el caso de procedimiento de exequátur
y ejecución sobre laudos extranjeros cuyos procedimientos se tramiten en la ciudad de
Lima, capital de la República.

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BIBLIOGRAFÍA

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SABROSO MINAYA, LAURA CASTRO ZAPATA, JHOEL CHIPANA CATALAN:
24/04/17 www.derechoycambiosocial.com ISSN:2224-4131, Deposito legal:
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▪ Ejecución de LAUDOS ARBITRALES DICTADOS EN EL PERÚ, Fernando


Cantuarias Salaverry: Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad
Peruana de Ciencias Aplicadas.

▪ Las causales de Anulación del Laudo Arbitral en La LEY DE Arbitraje del Perú.
MARIO CASTILLO FREYRE, RITA SABROSO MINAYA, LAURA CASTRO
ZAPATA, JHOEL CHIPANA CATALAN: 19/10/14

▪ Marianella Ledesma Narvaez* Los costos en el arbitraje, foro jurídico.

▪ Julio César Guzmán Galindo - Doctor en Derecho por la Universidad


Complutense de Madrid – España, Socio principal de Pedreschi Abogados &
Asociados

▪ FERNANDO CANTUARIAS SALAVERRY, El ámbito de aplicación de la


Convención de Nueva York sobre reconocimiento y ejecución de sentencias
arbitrales extranjeras. En AA.VV, Arbitraje Comercial y Arbitraje de Inversión,
Convención de Nueva York de 1958.

▪ Ediciones Magna, Lima 2009. p. 717. NATALE AMPRIMO PLÁ, “El


reconocimiento y ejecución de laudos extranjeros en la Convención de Nueva
York y la novísima Ley Peruana de Arbitraje: aciertos que fortalecen el arbitraje”,
en Arbitraje Comercial y Arbitraje de Inversión, Convención de Nueva York de
1958, director SOTO COAGUILA Carlos, Ediciones Magna, Lima 2009. p. 705.
VAN DEN BERG.

▪ A.J. The New York Arbitration Convention of 1958, Kluwer, La Haya, 1981;
MANTILLA-SERRANO Fernando, “Algunos apuntes sobre la ejecución de los
laudos anulados y la Convención de Nueva York”, International Law, Revista
Colombiana de Derecho Internacional, 15-40 (2009). PROCEDIMIENTO PARA
EL RECONOCIMIENTO Y EJECUCIÓN DE LAUDOS EXTRANJEROS EN EL
PERÚ

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ANEXOS

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ANEXO 1:
La Ley arbitral vigente no contempla expresamente la posibilidad de la exoneración de
los costos arbitrales. Permite que, a falta de acuerdo, los costos sean asumidos por la
parte vencida. Bajo ese supuesto, “el tribunal arbitral podrá distribuir y prorratear estos
costos entre las partes, si estima que el prorrateo es razonable”.

ANEXO 2:
LA CÁMARA DE COMERCIO LIMA

El Centro de Arbitraje de la Cámara de Comercio de Lima (CCL), fundado en


1993, es la institución con mayor experiencia en la administración de arbitrajes en el
Perú.

En sus 21 años de trabajo, el Centro ha administrado alrededor de 3000 casos


provenientes de diversos sectores económicos.

El arbitraje está regulado en el país en el Decreto Legislativo N° 1071, como un


medio privado de solución de controversias que constituye una alternativa al Poder
Judicial.

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ANEXO 3:

LA CÁMARA DE COMERCIO AMERICANA DEL PERÚ (AMCHAM PERÚ)

Es una organización independiente y sin fines de lucro, fundada el 17 de enero


de 1968, que representa a empresas peruanas, estadounidenses y extranjeras. Cuenta
con alrededor de 3,000 miembros que representan más de 580 empresas socias.

Todos los socios de AmCham Perú forman parte de la Asociación de Cámaras


de Comercio Americanas en América Latina (AACCLA), la cual cuenta con 23 cámaras
de comercio en 21 países de América Latina y el Caribe. AACCLA está conformada por
más de 20,000 asociados que reúnen el 85% de las inversiones americanas en la región
y forma parte de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos (USCC), la federación
de empresarios más grande del mundo con más de 3 millones de asociados.

AmCham ofrece una red empresarial con oficinas en casi todos los países del
mundo y en todos los estados y grandes ciudades de los Estados Unidos de
Norteamérica.

Centro Internacional de Arbitraje

El Centro Internacional de Arbitraje de la Cámara de Comercio Americana del


Perú (AmCham Perú), surge como un esfuerzo del sector empresarial que tiene por
finalidad contribuir al fortalecimiento de la seguridad jurídica en el país, proveyendo un
espacio confiable para la solución de los conflictos que normalmente surgen en la
ejecución de los contratos. Las ventajas del arbitraje institucional respecto del ad-hoc
son muchas. La más importante es quizá la seguridad que brinda el tener una institución
supervisando el cumplimiento del debido proceso, así como evitando innecesarias
demoras o problemas de orden procesal, a través de un conjunto de normas claras,
previamente establecidas.

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ANEXO 4: https://www.arbitrareperu.com/CostosyTarifas.php

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