Sobre Ética y Economía. Amartya Sen Cap. 1. Comportamiento Económico y Sentimientos Morales

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Capítulo 1

C O M P O R T A M IE N T O E C O N O M IC O Y
S E N T IM IE N T O S M O R A L E S

En un poema no carente de méritos, Ecimund Clerihew Bent-


ley afirma lo siguiente sobre uno de los principales estudios de
la economía, o economía política, como se solía denominar a
esta disciplina.

John Stuart Mili


con una enorme voluntad
superó su natural bondad
y escribió «Principios de Economía Política»

Al mismo tiempo que hay que alabar, sin duda, a John Stuart
Mili por reprimir su bondad natural de modo tan eficiente, no
está demasiado claro qué felicitaciones hay que dar a la econo­
mía política por su supuesta petición, parafraseando a Dante,
«¡El que entre, que abandone toda bondad!» Quizá, se le deba
permitir al economista una dosis moderada de bondad, con tal
que en sus modelos económicos mantengan las motivaciones

19
20 Amartya
J
Sen

de los seres humanos puras, sencillas y realistas, y no las eche


a perder con cosas tales como la buena voluntad o los senti­
mientos morales.
Mientras que esta visión de la economía se encuentra bas­
tante generalizada (y no sin razón, dado el modo en que se ha
desarrollado la economía moderna), hay, sin embargo, algo ex­
traordinario en el hecho de que la economía haya evoluciona­
do, en realidad, de esta manera, caracterizando las motivacio­
nes humanas en unos términos tan sumamente limitados. Uno
de los motivos por lo que esto es extrordinario es porque su­
pone que la economía se interesa por las personas reales. Es di­
fícil pensar que a estas personas no les afecta en absoluto el al­
cance del examen de conciencia provocado por la pregunta so­
crática: «¿Cómo hay que vivir?»; una pregunta que también
es, como ha mantenido recientemente Bernard Williams (1985),
una motivación fundamental para la ética. ¿Pueden las perso­
nas que estudian la economía sentirse tan poco afectadas por
una pregunta tan difícil como ésta, y seguir siendo fieles, ex­
clusivamente, a la primitiva tozudez que les atribuye la econo­
mía moderna?
Otra característica sorprendente es el contraste entre el ca­
rácter tímidamente «no ético» de la economía moderna y su
evolución histórica, principalmente, como una ramificación de
la ética. No sólo fue el denominado «padre de la economía mo­
derna», Adam Smith, catedrático de Filosofía Moral de la Uni­
versidad de Glasgow (una ciudad bastante pragmática), sino
que, durante mucho tiempo, se consideró a la economía una
rama de la ética. El hecho de que, hasta hace bastante poco, la
economía se enseñara en Cambridge simplemente como una
parte de la «Diplomatura en Ciencias Morales», no es más que
un ejemplo del diagnóstico tradicional sobre la naturaleza de
la economía. En realidad, en la década de 1930, cuando Lionel
kubbins mantuvo en su infuyente obra An Essay on the N a­
na r ,n al Significanceof Econom ic Science (Un ensayo sobre la
n.mil lie/.I V la significación de la ciencia económica) que «no
p.ni'M posible, desde un punto de vista logico, relacionar las
dos ni.ii. i i.is |ei <momia y ética] de ninguna forma, excepto por
Sobre ética y economía 21

la mera yuxtaposición» estaba adptando una postura poco


habitual por entonces, si bien, ahora, es todo lo contrario.

Dos orígenes

De hecho, es discutible que la economía haya tenido dos


orígenes bastante diferentes, ambos relacionados, aunque de
distinta manera, con la política, e interesados, respectivamente,
en la «ética», por un lado, y en lo que se puede llamar la «téc­
nica», por otro. La tradición relacionada con la ética se remon­
ta a Aristóteles. Al comienzo de la Etica Aristó­
teles pone en relación la economía con los fines humanos, re­
firiéndose a su interés por la riqueza. Considera la política
como «el arte principal». La política debe utilizar «al resto de
las ciencias», incluyendo a la economía, y «dado que, de nue­
vo, establece lo que tenemos y no tenemos que hacer, el fin
debe ser lo bueno para el hombre». El estudio de la economía,
si bien relacionado de forma inmediata con la consecución de
la riqueza, se encuentra vinculado, en un nivel más profundo,
a otros estudios que suponen la valoración y el desarrollo de
objetivos más básicos. «La vida basada en la consecución de di-
neio se emprende por obligación, y, evidentemente, la riqueza
no es lo bueno que estamos buscando; porque es meramente
útil y para otros fines» 2. La economía se encuentra relaciona­
da, en última instancia, con el estudio de la ética y de la polí­
tica, y este punto de vista se desarrolla aún en la Política de
Aristóteles 3.
No hay ninguna justificación en todo esto para disociar el
estudio de la economía del de la ética y del de la filosofía. En

Robbins (1935, pág. 148). Naturalmente, Robbins era consciente de que


estaba contradiciendo una visión muy generalizada.
- Etica Nicomaquea I, 1-1, 5; en la traducción de Ross (1980, págs, 1-7).
Al tiempo que Aristóteles discute el papel del estado en los asuntos eco­
nómicos, también mantiene firmemente el punto de vista de que «el fin del
estado» es «la promoción común de una buena calidad de vida» ( , III,
ix; en la traducción de Barker 1958, pág. 117). Véase también Política, I, viii-x.
22 Amartya Sen

concreto, merece la pena señalar aquí que en este enfoque exis­


ten dos cuestiones básicas que son absolutamente fundamen­
tales para la economía. En primer lugar, nos encontramos con
el problema de la motivación humana relacionada con la pre­
gunta ética: ¿Cómo hay que vivir? Destacar esta relación no es
lo mismo que afirmar que las personas actuarán siempre de una
manera que puedan defender moralmente, sino sólo reconocer
que las reflexiones éticas pueden tener algunas consecuencias
en el comportamiento humano real. Denominaré esta cuestión
«la visión de la motivacon relacionada con la ética».
La segunda cuestión se refiere a la evaluación del logro so­
cial. Aristóteles relacionaba esto con el fin de conseguir «lo
bueno para el hombre», pero apuntaba algunas características
especialmente colectivas: «si bien merece la pena alcanzar este
fin únicamente para un hombre, es mejor y más divino alcan­
zarlo para una nación o para las ciudades-estado» (Etica Nico-
m aquea, I, 2; Ross, 1980, pág. 2). Esta «visión del logro social
relacionada con la ética» no puede detener la evaluación en al­
gún punto arbitrario como la satisfacción de la «eficiencia». La
valoración tiene que ser mucho más ética y adoptar una visión
más amplia de «lo bueno», de nuevo, éste es un punto que tie­
ne alguna importancia en el contexto de la economía moderna,
especialmente en la moderna economía del bienestar.
El primero de los dos orígenes de la economía, relacionado
con la ética y con una visión ética de la política, señala, así, cier­
tas tareas irreductibles de la economía moderna. Más adelante,
abordaré la cuestión referente a si la economía moderna ha sido
capaz de realizar estas tareas. Pero antes, trataré del otro ori­
gen de la economía relacionado con el enfoque «técnico». Este
enfoque se caracteriza por interesarse, principalmente, por te­
mas logísticos más que por los fines últimos y por preguntas
tales como qué puede fomentar «lo bueno para el hombre» o
««como hay que vivir». Se considera que los fines se dan de for­
ma bastante directa, y el objetivo de este enfoque es encontrar
los medios adecuados para alcanzarlos. Generalmente, se pien-
•,.i «ine el »omportamiento humano se basa en motivos simples
Sobre ética y economía 23

El enfoque «técnico» de la economía procede de diferentes


direcciones, entre las que se encuentra, casualmente, la desa­
rrollada por algunos ingenieros como León Walras, un econo­
mista francés del siglo X IX que consiguió resolver muchos y di­
fíciles problemas técnicos en las relaciones económicas, espe­
cialmente, los referidos al funcionamiento de los mercados.
Esta tradición económica contaba con numerosos antenceden-
tes. Incluso las aportaciones efectuadas eñ el siglo XVII por Sir
William Petty, a quien se considera, justamente, como un pio­
nero de la economía numérica, tenían, evidentemente, un en­
foque logístico, lo que no estaba demasiado alejado de los pro­
pios intereses de Petty en las ciencias naturales y mecánicas.
En enfoque «técnico» también se relacionan con aquellos
estudios de economía que proceden de los análisis de gobernar
orientados hacia la técnica. En efecto, en lo que fue, casi con
toda seguridad, el primer libro escrito con un título similar al
de «Economía», a saber, el Artbasastra de Kautilya, (que tra­
ducido del sánscrito, significaría algo así como «instrucciones
sobre la prosperidad material»), domina el enfoque logístico
del arte de gobernar, que incluye la economía política; Kauti­
lya, que escribió en el siglo IV antes de Cristo, fue consejero y
ministro del emperador de India Chandragupta, el fundador de
la dinastía Mauryan (y abuelo del más famoso Asoka) 4. El tra­
tado comienza con la distinción, en el primer capítulo, entre
los «cuatro campos del saber», entre los que se encuentra (1)
la metafísica y (2) el conocimiento de «la justicia y la injusti­
cia», pero, luego, se dedica a analizar tipos de saber más prác­
ticos que tratan de (3) «la ciencia del gobierno» y (4) «la cien­
cia de la riqueza».
Al discutir una amplia gama de problemas prácticos, que
van desde la «construcción de pueblos», «la clasificación de tie-

4 Existen algunas dudas sobre la fecha exacta del Arthasastra. La versión


que se conserva parece haberse escrito algunos siglos más tarde y habla de
Kautilya en tercera persona, citando sus opiniones, en base, posiblemente, a
una versión anterior del documento. Para una traducción al ingles, véase Ra-
maswamy (1962) y Shama Sastry (1967). Véase también Krishna Rao (1979)
y Sil (1985).
24 Amartya Sen

rras», «la recaudación de impuestos», «el mantenimiento de la


contabilidad», «las regulaciones arancelarias», etc., hasta «las
maniobras diplomáticas», «la estrategia para los estados vulne­
rables», «los pactos para la colonización», «la influencia en gru­
pos de un estado enemigo», «el empleo de espías», «el control
de la malversación llevada a cabo por los funcionarios», etc.,
la atención se centra por completo en los problemas «técni­
cos». Las motivaciones de los seres humanos se explican, por
lo general, en términos bastantes sencillos y comprenden, en­
tre otras cosas, la misma ausencia de bondad que caracteriza a
la economía moderna. Al analizar el comportamiento humano
no se le da demasiada importancia a las consideraciones éticas,
cualquiera que sea su profundidad. Ni la pregunta socrática ni
la de Aristóteles figuran en este antiguo y primer documento
relativo a la economía, escrito por un contemporáneo de Aris­
tóteles.
Dada la naturaleza de la economía, no es sorprendente que
tanto el origen relacionado con la ética como el basado en la
técnica tengan cierto sentido en sí mismo. Me gustaría señalar
que las complejas cuestiones planteadas por la visión ética de
la motivación y del logro social, debe encontrar un lugar im­
portante en la economía moderna, pero al mismo tiempo, es im­
posible negar que el enfoque técnico tiene también mucho que
ofrecer a la economía. De hecho, en las obras de los grandes
economistas se pueden observar las dos características en di­
versas proporciones. Evidentemente, algunos toman las cues­
tiones éticas con más seriedad que otros. Por ejemplo, éstas do­
minan en los escritos de, digamos, Adam Smith, John Stuart
Mili (pese a lo que afirme Bentley), Karl Marx o Francis Edg-
worth más que en los de, por ejemplo, William Petty, Fran^ois
Qucsnay, David Ricardo, Augustine Cournot o Léon Walras,
.i quienes les interesaban más los problemas logísticos y técni­
cos de la economía.
Naturalmente, ninguno de los dos enfoques se halla en es­
tado puro, por lo que es una cuestión de encontrar el equili-
bno I' 11 realidad, muchos defensores del enfoque ético, desde
Ai r.ioirles a A d am Smith, estaban asimismo profundamente
Sobre ética y economía 25

interesados en el enfoque técnico, dentro del foco direccional


del razonamiento ético.
Es discutible que la importancia del enfoque ético se halla de­
bilitado sustancialmente a medida que la economía ha evolucio­
nado. La metodología de la denominada «economía positiva»
no solamente ha huido del análisis normativo, sino que tam­
bién ha ignorado una diversidad de complejas consideraciones
éticas que afectan al comportamiento humano real y que, des­
de el punto de vista de los economistas que estudian dicho com­
portamiento, son, fundamentalmente, hechos más que juicios
normativos. Si se examina en qué enfoque hacen más hincapié
las publicaciones sobre economía moderna, es difícil no darse
cuenta del abandono del análisis normativo profundo y de la
ignorancia de la influencia de las consideraciones éticas en la
caracterización del comportamiento humano real.

Logros y debilidades

Mantendré que la naturaleza de la economía moderna se ha


visto empobrecida sustancialmente por el distanciamiento que
existe entre la economía y la ética \ y trataré de analizar la na­
turaleza del daño, y el desafío que plantea. Pero, para no ser
malinterpretado, me gustaría hacer dos observaciones aclarato­
rias antes de proseguir. En primer lugar, no creo que el enfo­
que «técnico» de la economía haya sido poco fructífero; con­
sidero que a menudo lo ha sido, y mucho. Hay muchos temas

5 Aunque este libro se centra en este problema, no creo, naturalmente,


que ésta sea la única fuente importante de dificultades en la economía mo­
derna. Para una identificación de los distintos tipos de problemas, véase Kor-
nai (1971, 1985), Ward (1972), Hicks (1983), Simón (1979), Blaug (1980),
Pitt (1981), Nelson y Winter (1982), Akerlof (1984), Helm (1984, 1985),
Matthcws (1984) y McCloskey (1985). Sobre cuestiones metodológicas rela­
cionadas, véase asimismo Robinson (1962), Latsis (1976), Bell y Kristol
(1981), Dyke (1981), A.K., Dasgupta (1984), Steedman y Krause (1986)
Woo (1986).
26 Amartya Sen

a los que la economía ha sido capaz de proporcionar una me­


jor comprensión, precisamente, por el uso generalizado del en­
foque técnico.
Esta contribución ha sido posible pese a haber descuidado
el enfoque ético, ya que hay importantes cuestiones de logís­
tica económica que exigen atención, y que se pueden abordar,
hasta cierto punto, con eficiencia, incluso en el formato limi­
tado de una visión no ética y muy restrictiva de las motivacio­
nes y del comportamiento humanos. Para dar sólo un ejemplo,
el desarrollo formal de la «teoría del equilibrio general», que
trata de la producción y del intercambio que suponen las re­
laciones de mercado, ha puesto de manifiesto, con claridad, in­
terrelaciones fundamentales que requieren un análisis técnico
muy elevado. Aunque estas teorías suelen ser abstractas, no
sólo porque caracterizan a las instituciones sociales de una ma­
nera muy simple sino también porque consideran a los seres
humanos de una forma muy limitada, han hecho, sin duda, más
fácil la comprensión de la naturaleza de la interdependencia so­
cial. Tal interdependencia es uno de los aspectos más comple­
jos de la economía en general y las ideas que se derivan de es­
tos análisis teóricos han demostrado ser útiles incluso en pro­
blemas prácticos concretos.
Para dar un ejemplo ilustrativo, esto es lo que sucede al pro­
porcionar un análisis causal de los dramáticos problemas del
hambre en el mundo actual. El hecho de que exista hambre en
situaciones en las que la disponibilidad de alimentos es grande
y creciente, se puede entender mejor introduciendo los mode­
los de interdependencia que la teoría del equilibrio general ha
destacado y tratado. En concreto, resulta que el hambre suele
tener poco que ver con la oferta de alimentos, y, en su lugar,
sus antecedentess causales se encuentran en otros lugares de la
economía, relacionados mediante la interdependencia econó­
mica general (sobre este tema véase Sen 1981a).
|)e lo que se trata no es sólo de apuntar que los modelos
(etíl icos muy abstractos pueden seguir teniendo una importan-
t i.i pi.íctica considerable — un hecho que deber ser suficiente­
m en te e v id e n te , sitio también de poner de relieve que, inclu-
Sobre ética Jy economía 27

so una caracterización extrañamente limitada de la motivación


humana, que huye de las consideraciones éticas, pueden, sin em­
bargo ser muy últiles para comprender la naturaleza de mu­
chas relaciones sociales fundamentales para la economía. Por
lo tanto, no estoy manteniendo que el enfoque no ético debe
ser improductivo. Con todo, me gustaría señalar que la econo­
mía, tal y como ha evolucionado, puede hacerse más produc­
tiva prestando una atención mayor y más'explícita a las consi­
deraciones éticas que conforman el comportamiento y el juicio
humano. No intento desechar lo que se ha logrado o se está
logrando en este momento, sino, claramente, pedir más.
La segunda observación aclaratoria se refiere a la doble na­
turaleza del daño que resulta del distanciamiento que ha sur­
gido entre la economía y la ética. Hasta ahora me he centrado
en lo que la economía ha tendido a perder el descuidar la vi­
sión ética de la motivación y del logro social, lo que examinaré
con más detenimiento en esta conferencia y en las siguientes.
No obstante, me gustaría señalar que hay algo en los métodos
utilizados normalmente en economía, relacionados, entre otras
cosas, con los aspectos «técnicos», que también puede ser de
utilidad para la ética moderna. A mi entender ha sido igual­
mente desafortunado para la ética que se haya producido este
distanciamiento de la economía.
En efecto, mientras que es de suma importancia que los eco­
nomistas reflexionen acerca de las cuestiones aristotélicas a las
que se ha hecho mención anteriormente, no hay que pasar por
alto que la pregunta que se refiere al papel de la economía fue
planteada por Aristóteles fundamentalmente en el contexto de
proporcionar una visión suficientemente amplia de la ética y
de la política (Etica N icom aquea Libro I). Las cuestiones eco­
nómicas pueden ser muy relevantes para las preguntas éticas,
incluyendo la socrática, «¿Cómo hay que vivir?».
De hecho, aparte del papel directo de la economía en la me­
jor comprensión de la naturaleza de algunas cuestiones éticas,
se encuentra también la cuestión metodológica de que algunas
de las ideas utilizadas en economía para abordar los problemas
de interdependencia pueden ser de importancia sustancial para
28 Amartya Sen

tratar problemas éticos complejos, aun cuando no estén impli­


cadas variables económicas.
En los últimos años, una serie de filósofos han puesto de
i• / • • •/ i • • •
relieve — correctamente según mi opinión— la importancia in­
trínseca de muchas consideraciones que la escuela ética domi­
nante del pensamiento utilitarista estima tienen un valor úni­
camente instrumental. Pero incluso cuando se acepta esta im­
portancia intrínseca, no disminuye realmente la necesidad de
un análisis instrumental y consecuencia!, ya que variables fun­
damentales intrínsecamente pueden tener tam bién una función
instrumental al influir en otras cosas intrínsecamente impor­
tantes. Da la casualidad de que es en la búsqueda de interde­
pendencias complejas en donde el razonamiento económico,
influido por el enfoque «técnico», ha realizado progresos muy
significativos. A este respecto, hay algo que la ética puede
aprender del tipo de razonamiento utilizado por la economía.
Ya tendremos ocasión de examinar este tema cuando tratemos,
en la tercera conferencia, de la naturaleza e importancia del aná­
lisis consecuencia!.

Comportamiento económico y racionalidad

En lo que queda de conferencia, trataré fundamentalmente


de la cuestión de la motivación y el comportamiento económi­
co. El supuesto del «comportamiento racional» desempeña un
papel principal en la economía moderna. Se supone que los se­
res humanos se comportan de un modo racional, y dado este
supuesto especial, la caracterización del comportamiento racio­
nal no es, en este enfoque, muy diferente de la descripción del
comportamiento real.
Tenemos aquí una cuestión bastante importante, ya que se
puede poner en duda que sea sensato abordar el problema de
predecir el comportamiento real haciendo que el concepto de
racionalidad actúe como un «intermediario». Aun cuando se
aceptara como correcta la caracterización del comportamiento
racional de la economía convencional, podría no tener sentido,
ucees.mámenle, suponer que las personas se comportan real-
>1Hc etica y economía 29

mo n t ede modo racional caracterizado. Existen muchas difi-


<nhades obvias si se toma este camino, sobre todo porque es
•\nlente que todos cometemos equivocaciones, hacemos expe-
11 montos, nos sentimos confusos, etc. Sin duda, el mundo tiene
mi parte de Hamlets, Macbeths, Lears y Otelos. Los tipos fríos
\ racionales pueden llenar nuestros libros de texto, pero el
mundo es más rico.
Naturalmente, una crítica de la economía moderna se pue­
de basar en la identificación del comportamiento real con el
comportamiento racional, y esta crítica se ha efectuado, de he­
cho, con contundencia 6. En defensa del supuesto que afirma
que el comportamiento real es el mismo que el racional, se pue­
de decir que mientras que, probablemente, esto dé lugar a erró­
les, la alternativa de suponer cualquier tipo de irracionalidad
específica puede, con toda probabilidad conducir a muchos más
errores. Este es un tema muy complejo que dejaré de lado por
el momento, aunque volveré más adelante.
No obstante, merece la pena mencionar dos cuestiones pre­
liminares antes de proseguir. En primer lugar, es posible que
una visión de la racionalidad pueda admitir modelos de com­
portamiento alternativos y, cuando sea éste el caso, el supues­
to único del comportamiento racional no sería adecuado para
i • ‘ / • i
determinar ningún comportamiento real «requerido», ni siquie­
ra cuando los objetivos y las restricciones finales estuvieran
completamente especificados. En segundo lugar, la identifica­
ción del comportamiento real con el racional (sin importar
cómo se define la racionalidad del comportamiento) se debe
distinguir del contenido del comportamiento racional como tal.
Los dos temas se encuentran relacionados, aunque, no obstan­
te, son bastante diferentes. De hecho, como se mencionó an­
teriormente, en la teoría económica convencional se han utili­
zado a menudo de manera complementaria para caracterizar la
naturaleza del comportamiento real mediante un doble proce-

Véase, en especial, Hirschman (1970, 1982), Kornai (1971), Scitovsky


(1976), Simón (1979), Elster (1983), Schelling (1984), Steedman y Krause
(1986).
30 Amartya Sen

so de (1) identificación del comportamiento real con el com­


portamiento racional y (2) especificación de la naturaleza del
• ♦ t / * ■ •
comportamiento racional en términos muy restrictivos.

Racionalidad como consistencia

¿Cómo caracteriza la teoría económica convencional el


comportamiento racional? Se puede afirmar que exiten dos mé­
todos predominantes para definir la racionalidad del compor­
tamiento en la teoría económica dominante. Uno es considerar
la racionalidad como la consistencia interna en la elección, y el
otro es identificar la racionalidad con la m aximización del pro­
pío ínteres.
Comenzando por el primer enfoque, el requisito de consis­
tencia se puede definir de varias maneras, que, normalmente,
tienden a relacionarse — directa o indirectamente— con la po­
sibilidad de explicar el conjunto de elecciones reales como re­
sultado de la maximización de acuerdo con alguna relación bi­
naria. En algunas formulaciones sólo se exige un tipo limitado
de binariedad, mientras que en otras se considera que la fun­
ción de elección se pueda representar en su totalidad mediante
una relación binaria — lo que Richter (1971) denomina «racio-
nalizabilidad»— . En formulaciones aún más exigentes, se re­
quiere que la relación binaria sea completamente transitiva y,
además, que pueda incluso representarse mediante una función
numérica que la persona pueda maximizar 7.
No es éste el momento de tratar las diferencias analíticas en­
tre los diferentes requisitos de consistencia interna, o de estu­
diar el grado de congruencia que tienen, de hecho, algunas con­
diciones de consistencia aparentemente distintas s. No obs-

No todas las ordenaciones completas se pueden representar numérica­


mente (véase, Debreu 1959).
I le estudiado la conexión entre estas relaciones en otros artículos (Sen
1971, 1977a). Véase también Hanson (1968), Ritcher (1971), Herzberger
(19/1), l'islibiun (1974), Kelly (1968), Suzumura (1983), Aizerman (1985) y
5( 11 \v,ii i / ( 19Kí»), en i re ot ros.
-■•I>i r ótica y economía 31

i une, sin importar cuáles son esas condiciones es difícil creer


•11ic la consistencia interna en la elección puede, por sí misma,
<i un criterio adecuado de racionalidad. Si una persona hace
• idamente lo contrario de lo que le ayudaría a conseguir lo
•111c quiere obtener, y lo hace con una consistencia interna per-
In ta (escogiendo siempre lo contrario de lo que aumentaría las
posibilidades de que sucedieran las cosas que quiere o valo-
i .i ), no se le puede considerar racional, auh cuando esta obsti-
n.ida consistencia inspire algún tipo de admiración en el obser-
\.ulor. La elección racional debe exigir, al menos, algo acerca
•Ir la correspondencia entre lo que se intenta conseguir y las
.uviones encaminadas a ello 9. Se puede discutir que el com­
portamiento racional debe requerir, entre otras cosas, alguna
i onsistencia, si bien la cuestión es mucho más compleja de lo
que se suele afirmar (como explicaré en la tercera conferencia).
Pero la consistencia por sí sola difícilmente puede ser adecu a­
da para el comportamiento racional.
En otro lugar 10 he intentado demostrar que incluso la mis­
ma idea de la consistencia puram ente interna no es convincen-
tc, ya que lo que consideramos consistente en un conjunto de
elecciones y de algunas características externas a la elección
como tal (v.g. la naturaleza de nuestras preferencias, objetivos,

9
Naturalmente, se puede considerar que la racionalidad exige más que
esto, pero difícilmente un poco menos. Se puede argumentar que lo que que­
remos conseguir debe satisfacer también algunos criterios de valoración ra­
cional (véase Brooome 1978, Parfit 1985 y Sen 1985e), por lo que un con­
cepto de racionalidad puramente «instrumental» puede ser bastante inade­
cuado. Pero incluso si se adopta este punto de vista se debe aceptar, entre
uros, el papel «instrumental» de la elección. Lo que se puede denominar «ra-
íonalidad de correspondencia» — la correspondencia de la elección con los
objetivos, etc,— debe ser, en general, una condición necesaria de racionali­
dad en conjunto, sea o no asimismo suficiente ; es decir, se tenga o no que
complementar la «racionalidad de correspondencia» con requisitos de racio­
nalidad sobre la naturaleza de la reflexión relativa a lo que uno debe querer,
valorar o tener corno objetivo (lo que se llama «racionalidad de reflexión»
en Sen 1985).
10 En mi alocución presidencial a la Econometric Society en 1984, titu­
lada «Consistency», que se publicará Ecometrica (Sen 1984c).
32 Amartya
J
Sen

valores y motivaciones). Se acepte o no esta visión bastante «ex­


trema», que considero correcta, es extraño pensar, sin duda,
que la consistencia interna — sin importar cómo se defina—
pueda ser por sí misma suficiente para garantizar la racionali­
dad de una persona.
Debo añadir aquí que, en una parte de la literatura, la vi­
sión de la racionalidad como consistencia se ha hecho menos
inverosímil por la atracción hipnótica de las palabras escogi­
das. La relación binaria sobre la que se basa la elección, cuan­
do ésta tiene una consistencia de ese tipo, se ha descrito a ve­
ces como la «función de utilidad» de la persona. No es nece­
sario decir que por construcción se puede considerar a esa per­
sona como maximizadora de esa «función de utilidad». Pero,
esto no añade nada más a lo que ya sabemos y, en concreto,
no dice realmente nada sobre lo que la persona está intentando
maximizar. El denominar a la relación binaria «función de uti­
lidad» de la persona no nos dice que lo que la persona está, de
hecho, tratando de maximizar sea su utilidad en ningún senti­
do definido de forma independiente (tal como la felicidad o la
satisfacción de un deseo).

Egoísmo y comportamiento racional

Trataré ahora del segundo enfoque de la racionalidad — el I


de la maximización del propio interés— , que se basa, de he- |
cho, en la exigencia de una correspondencia externa entre las I
elecciones que una persona hace y su propio interés. Sin duda,
este enfoque no está abierto a las críticas efectuadas contra la
visión de la racionalidad como consistencia interna. Hablando
en términos de ascedencia histórica, la interpretación egoísta
de la racionalidad es muy antigua, y ha sido una de las carac- ¡
n i isiicas fundamentales del razonamiento económico domi- |
•»míe durante muchos siglos. 1
• I |Moblema de este enfoque de la racionalidad se encuen-
• ••'• miim Por qué debe ser únicamente rácional perse-
. i i • mi . í e s excluyendo todo lo demás? Naturalmen-
Sobre ética y economía 33

ie, puede que sea totalmente absurdo afirmar que la maximi-


/.ación del propio interés no es irracional, al menos no necesa­
riamente, pero mantener que cualquier otra cosa excepto la ma-
ximización del propio interés debe ser irracional parece abso­
lutamente extraordinario.
El énfoque egoísta de la racionalidad supone, entre otras co­
sas, un firme rechazo de la visión de la motivación «relaciona­
da con la ética». Intentar hacer lo mejor para conseguir lo que
.1 uno le gustaría obtener puede ser una parte de la racionali­
dad, y ésto puede incluir la promoción de objetos no egoístas
<]ue podemos valorar y desear alcanzar. Considerar la desviación
de la maximización del propio interés como evidencia de la irra­
cionalidad debe implicar un rechazo del papel de la ética en la
toma real de decisiones (a menos que se trate de alguna que
otra variante de esa visión moral exótica conocida como «egoís­
mo etico» ).
La estrategia metodológica de utilizar el concepto de racio­
nalidad como un «intermediario» es especialmente inapropiada
para llegar a la proposición de que el comportamiento real debe
maximizar el propio interés. En efecto, puede que no sea tan
absurdo argumentar que realm ente las personas siempre ma-
\iinizan su propio interés, como lo es mantener que la racio­
nalidad debe, invariablemente, exigir dicha maximización. El
egoísmo universal como realidad puede ser falso, pero el egoís­
mo universal como requisito de la racionalidad es evidente­
mente absurdo. El complejo procedimiento de equiparar la ma­
ximización del propio interés con el comportamiento racional
parece ser completamente contraproducente, si la intención fi­
nal es proporcionar un motivo razonable para el supuesto de
la maximización del propio interés en la especificación del com­
portamiento real en la teoría económica. Intentar utilizar las
exigencias de la racionalidad para defender el supuesto de com­
portamiento convencional de la teoría económica (a saber, la

11 Para un examen crítico de las distintas versiones del «egoísmo ético»,


i-case Williams (1985, págs, 11-15).

Universidad Católica de Chile


FACULTAD DE EDUCACIÓN
RJftUGTFCA
34 Amartya Sen

maximización real del propio interés) es como una carga de ca-


caballería en un burro cojo.
Olvidando la racionalidad por un momento, ¿es bueno el
supuesto de la maximización del propio interés para caracteri­
zar el comportamiento real? ¿proporciona el dominado «hom­
bre económico», en la búsqueda de sus propios intereses, la me­
jor aproximación al comportamiento de los seres humanos al
menos en cuestiones económicas? Ese es, en efecto, el supues­
to convencional de la economía, y ese punto de vista tiene nu­
merosos seguidores 12. Por ejemplo, en la Conferencia Tanner
titulada «¿Economía o ética?», Gcorge Stigler (1981) ha he­
cho una defensa muy elocuente de la visión de que «vivimos
en un mundo de personas razonablemente bien informadas,
que actúan de manera inteligente para conseguir sus propios in­
tereses» (pág, 190).
No obstante, la evidencia presentada por Stigler para de­
mostrar esta creencia parece limitarse, en su mayor parte, a las
predicciones efectuadas por él mismo:

D ejadm e predecir el resultado del con traste sistem ático y global


' * # # - 4 • • y •

del com p o rtam ien to en situaciones en las que el p rop io ínteres y cier­
tos valores éticos con una amplia lealtad verbal se encuentran en co n -

12 Se ha criticado desde diferentes puntos de vista, y se han sugerido dis­


tintas estructuras alternativas. Véase Sen (1966, 1973a, 1974, 1977c), Hirsch-
man (1970, 1977, 1982, 1984, 1985), Nagel (1970), Kornai (1971), Hollis y
Nell (1977), Ullman-Margalit (1977), Broome (1978), Collard (1978), Rose-
Ackerman (1978), Schelling (1978, 1984), Wong (1978), Elster (1979, 1983),
Hollis (1979, 1981), Majumdar (1980), Pattanaik (1980), Solow (1980), Wins-
ton (1980), Dikc (1981), Putterman (1981, 1986), van der Veen (1981), Aker-
lof y Dickens (1981), McPherson (1982, 1984), Margolis (1982), Akerlof
(1983, 1984), Douglas (1983), Hindess (1983), Frohlick y Oppenheimer
(1984) Davidson (1985a), Diwan y Lutz (1985), Frank (1985), Hirschleifer
(1985) , Schotter (1985) y Steedtnan y Krause (1986). Pero se puede decir que,
pese a estas (y a otras) críticas, el supuesto del comportamiento puramente
egoísta sigue siendo el normal en economía, proporcionando los fundamen-
ios de comportamiento de la teoría económica convencional y del análisis de
l.i p o l í t i c a , y la liase de gran parte de lo que se enseña a los estudiantes de
ce <un unid.
««>1>t c etica y economía 35

Hicto. En la mayoría de los casos, la teoría del egoísmo (según mi in­


terpretación de las líneas smitheanas) vencerá 13.

Sngler no revela en qué se basa esta predicción, sino que sólo


•iIirma su creencia en que este resultado «es el hallazgo domi­
nante encontrado por los economistas no sólo en una amplia va-
i icdad de fenómenos económicos, sino también en sus inves-
i ilaciones sobre comportamientos matrimoniales, maternales,
* rimínales, religiosos y sociales» (pág, 176). Pero el hecho es
que se han realizado muy pocos contrastes empíricos de este
upo, ya sea en economía o en temas tales como las relaciones
matrimoniales o el comportamiento religioso, pese a declara-
•iones analíticas interesantes efectuadas por algunos teóricos H.
Mientras que las afirmaciones basadas en la propia convicción
■>on abundantes, los resultados factuales son escasos. Las ma­
nifestaciones relativas a que la teoría del egoísmo «vencerá» se
lian fundado tradicionalmente en alguna teoría especial más que
• f * • / y- •

en una verificación empírica.


En ocasiones, el motivo alegado para adoptar el supuesto
del comportamiento egoísta parece basarse en los resultados es­
perados, manteniendo que lleva a situaciones eficientes. El éxi-
10 de algunas economías de libre mercado, como Japón, en la
produción de eficiencia se ha citado también como evidencia
l.ivorable a la teoría del egoísmo. No obstante, el éxito del li­
bre mercado no nos dice nada acerca de la m otivación en la que

' ’ Stigler (1981, pág. 176). Posteriormente Stigler argumenta que «la hi­
pótesis de la maximización de la utilidad es... difícil de comprobar, no tanto
por sus propias ambigüedades sino porque no hay un cuerpo aceptado de
>icencias éticas que se pueda contrastar para ver su consistencia con esta hi­
pótesis» (págs, 189-190). No obstante, se puede mantener que si existieran
(cálmente ambigüedades en la definición de «la hipótesis de la maximización
de la utilidad», sería posible constrastar los resultados de esa hipótesis en la
(dación a las desviaciones ciireccionales hacia los intereses de los demás. Asi­
mismo, para contratar si la hipótesis de la maximización de la utilidad, si fue-
i.i Inequívoca, es correcta o no, no hay necesidad de utilizar un concreto
•cuerpo aceptado de creencias éticas».
14 Sobre esto, véase Becker (1976, 1981), Posner (1977, 1980), Gross-
bard (1980), Radnitzky y Bernholz (1985).
36 A m a rty a Sen

se apoya la acción de los agentes económicos en dicha econo­


mía. En realidad, en el caso de Japón, existe una fuerte eviden­
cia empírica que sugiere que las desviaciones sistemáticas del
comportamiento egoísta hacia el deber, la lealtad y la buena vo­
luntad han desempeñado un papel fundamental en el éxito in­
dustrial 15*. Lo que Michio Morishima (1982) denomina el «ca­
rácter japonés» es, sin duda, difícil de encajar en cualquier des­
cripción sencilla del comportamiento egoísta (ni siquiera te­
niendo en cuenta los efectos indirectos, a los que se refiere Sti-
gler correctamente). De hecho, estamos comenzando a ver el
desarrollo de una gama completa de teorías alternativas sobre
el comportamiento económico para conseguir el éxito indus­
trial, basadas en estudios comparativos de distintas sociedades
con sistemas de valores dominantes diferentes (lo que Robert
Dore (1984) llama «la receta confuciana para el éxito indus­
trial» es uno de los ejemplos más interesantes de estas teorías
alternativas) 1 .
Merece la pena comentar — a riesgo de insistir en lo evi­
dente— que negar que las personas se comportan siempre de
un modo exclusivamente egoísta no es lo mismo que afirmar
que actúan siempre de un modo desinteresado. Sería increíble
si el egoísmo no desempeñara un papel bastante importante en
muchas decisiones y, de hecho, las transacciones económicas
normales se acabarían si el egoísmo no desempeñara un papel

15 De hecho, el dominio, en Japón, del comportamiento basado en la nor­


ma se puede ver no sólo en temas económicos, sino también en otras esferas
de la conducta social, como en la rareza de arrojar cosas al suelo, la poca fre­
cuencia de pleitos, el número extraordinariamente reducido de abogados y
el índice muy bajo de criminalidad comparada con países de una riqueza si­
milar.
u> La perspectiva evolutiva es importante en este contexto. Véase Hicks
(1969), Hirschlefer (1977, 1985), Guha (1981), Schotter (1981, 1985), Nel-
son y Winter (1982), Helm (1984a) y Matthews (1984). Sobre literatura re­
lativa a la biología véase Maynard Smith (1982), además de Dawkins (1976,
1982) v Wilson (1978, 1980). La sencilla argumentación basada en la selección
natural para la selección de empresa maximizadora de beneficios (véase, por
ejemplo, briedman 1953) necesita modificaciones sustanciales debido a la
, xi-.tem t.i de complejidades reconocidas por el proceso evolutivo.
'¡ o b r e é tic a y e c o n o m ía 37

lundamental en nuestras elecciones (sobre este tema, véase Sen


1983b). La cuestión real se encuentra en saber si es una plura­
lidad de motivaciones o exclusivamente el egoísmo lo que mue­
ve a los seres humanos.
Una segunda observación clasificadora se refiere al hecho
de que el contraste no se da necesariamente entre el egoísmo
I'Oí una parte, y algún tipo de preocupación general por to­
d o s, por otra. La dicotomía tradicional entre «egoísmo» y «uti­
litarismo» (véase Sidgwick 1874, Edgworth 1881) es engañosa
n vanos aspectos, incluyendo el hecho de que los grupos in­
termedios entre uno mismo y todos — tales como la clase, la
comunidad y los grupos de profesiones — son el centro de mu­
chas acciones que implican un comportamiento comprometi­
d o . Los miembros de cada grupo pueden tener intereses en par­
te congruentes y en parte conflictivos. Las acciones basadas en
11 lealtad al grupo pueden suponer, en algunos aspectos, un sa­
crificio de los intereses puramente personales, lo mismo que
pueden facilitar, en otros, una mayor satisfacción de los inte­
reses personales. El equilibrio relativo entre ambos puede va­
riar. Los elementos congruentes pueden ser más dominantes
en, digamos, una acción colusoria por parte de grupos de pre­
sión que tratan de obtener concesiones que favorezcan los in­
tereses de todos los miembros l7, incluso cuando muchos par­
ticipantes pueden desear sacrificar algunas ganancias
por la «causa» del grupo. En otras relaciones, como en mu­
chos casos de obligaciones familiares, el grado de sacrificio pue­
de en realidad, ser muy grande l8. La mezcla del comporta-

17 Véase, por ejemplo, Aumann y Kurz (1977), Becker (1983) y Lind-


l.eck (1985), véase asimismo Frey (1983).
18 En muchas sociedades, las relaciones familiares tradicionales han exi­
gido sacrificio asimétrico por parte de algunos miembros de la familia como,
por ejemplo, las mujeres. La supervivencia de estas tradiciones ha sido fo­
mentada, a veces, por la aceptación de un tipo concreto de «ética» en la que
l.ts grandes desigualdades en el nivel de vida puede que no se perciban como
inaceptables y a menudo, puede que, en realidad, no se reconozcan conscien­
temente ni se presenten para ser valoradas y aceptadas. La cuestión de la per­
cepción es fundamentalmente para comprender la división sexual existente
38 A m a r t y a S éh

miento egoísta con el no egoísta es una de las principales ca­


racterísticas de la lealtad al grupo, y esta mezcla se puede ob­
servar en una amplia variedad de asociaciones de grupo que
van desde las relaciones familiares y las comunidades hasta los
sindicatos y los grupos de presión económica l9.
Es importante distinguir dos temas diferentes en el proble­
ma del comportamiento egoísta. Nos encontramos, primero,
con la cuestión de si las personas se comportan realm ente de
una manera exclusivamente egoísta. Existe una segunda cues­
tión: si las personas se comportaran de una manera exclusiva-
/ •/» 1 x • 1 X * I
mente egoísta, ¿conseguirían algún tipo de éxito, v.g. alguna
forma de eficiencia? 20 Estas dos proposiciones han sido atri­
buidas a Adam Smith, 21.Sin embargo, en rea

en las sociedades tradicionales, y cualquier desafio ético de la moralidad tra­


dicional exige algunos argumentos cognoscitivos. He tratado de analizar es­
tas cuestiones factuales morales interrelacionadas, principalmente, en el con­
texto de la evidencia india (Sen 1984a, 1985b, 1985f). Véase también Kynch
y Sen (1983).
19 El denominado «carácter japonés» (Morishima 1982, Dore 1983) re­
fleja un caso especial de un tipo de lealtad al grupo que se puede dar, en ma­
yor o menor grado, en muchas clases de actividad económica que suponen
el trabajo en equipo de varias personas. •
■c Las dos definiciones principales de eficiencia utilizadas en economía
son respectivamente: (1) «eficiencia técnica», que requiere que no se pueda
producir más de un bien sin que se obtenga menos de otro (tratando los fac­
tores de producción como producción negativa); y (2) «eficiencia económi­
ca», identificada con la optimalidad de Pareto, que exige que ninguna perso­
na pueda mejorar sin empeorar la situación de otra persona. En el capítulo
2, se examina, desde un punto de vista crítico, la idea de eficiencia «econó­
mica».
21 La última es el tema efe este divertido poema de Stephen Leacok:
«¡Adam, Adam, Adam, Smith
Escucha de lo que te acuso!
¿no dijiste
en la clase un día
que el egoísmo sería rentable?
I )o ludas las doctrinas ésa era la fundamental
, un c. cieno, no es cierto, no es cierto, Smith?»
i'.ii plien I e.u ni k, H
elem
entsof
Mead íV < 1936, pág. 75).
> "l'ir é tic a y e c o n o m í a 39

n.is evidencia de que Smith creyera en ninguna de las dos pro­


posiciones, en contra de las constantes referencias a la visión
•mitheana» sobre la ubicuidad y la eficiencia del comporta­
miento egoísta. Merece la pena discutir este tema no sólo por-
<|ne Smith fue una figura tan fundamental en el origen de la eco­
nomía, sino también porque el tratamiento que hace del pro­
blema es, de hecho, esclarecedor y provechoso.

Adam Smith y el egoísmo

En su divertido ensayo sobre «Smith’s Travel on the Ship


ol the State» (El viaje de Smith en el barco del Estado), Stigler
«omienza interpretando la observación de Smith acerca de que
•aunque los principios de la prudencia común no siempre ri­
gen la conducta de cada individuo, influyen siempre en la de
la mayoría de cada clase u orden» como si quisiera decir: «el
egoísmo domina a la mayor parte de los hombres» 22. De he-
i lio, no es exacto identificar «prudencia» con «egoísmo».
( iomo explica Smith en l h e Theory oj the M oral Sentiments
(La teoría de los sentimientos morales), la prudencia es «la
unión de» dos cualidades, la «razón y el entendimiento», por
un lado, y el «dominio de uno mismo», por otro (Smith, 1790,
pág. 189). La idea del «dominio de uno mismo», que Smith
lomó de los estoicos 23, no es, en absoluto idéntica al «egoís­
mo» o lo que Smith denominó «narcisismo».
En efecto, las raíces estoicas de la interpretación de Smith
de los «sentimientos morales» ponen también de manifiesto por
<1ué tanto la comprensión como la autodisciplina desempeña­
ron un papel tan importante en la concepción de Smith del

Estoy sumamente agradecido al profesor Elspeth Rostow por llamar mi


atención a esta contundente presentación de una interpretación común de
Adam Smith.
22 Stigler (1975, pág. 237); he añadido la cursiva
23 Sobre la influencia de los pensadores estoicos en Adam Smith véase
Kaphael y Macfie (1976, págs, 5-11), y, naturalmente, las propias referencias
ile Adam Smith (1790) a la literatura estoica.
40 A m a rty a Sen

buen comportamiento 24. Como el mismo Smith dice, «el hom­


bre, según los estoicos, debe considerarse a sí mismo, no como
algo separado e independiente, sino como un ciudadano del
mundo, un miembro de la vasta comunidad de la naturaleza»
y «para el interés de esta gran comunidad, debe, en todo mo­
mento, estar dispuesto a sacrificar sus pequeños intereses»
(pág. 140). Aun cuando la prudencia va más allá de la maximi-
zación del propio interés, Smith la consideró, en general, sólo
como «aquella de las virtudes que es más provechosa para el
individuo» mientras que «la humanidad, la justicia, la genero­
sidad y el espíritu público son las cualidades más beneficiosas
para los demás» (Smith, 1790, pág. 189).
Es instructivo examinar por qué la defensa de Smith de la
«comprensión», además de la «prudencia» (que incluye el do­
minio de uno mismo), ha tendido a perderse en los escritos de
muchos economistas que defienden la denominada posición
«smitheana» sobre el egoísmo y sus logros. Es, sin duda, cier­
to, que Smith vio, como cualquiera lo hubiera hecho, que mu­
chas de nuestras acciones están guiadas, en realidad, por el
egoísmo, y que algunas de ellas producen buenos resultados.
Uno de los pasajes de Adam Smith que sus seguidores han ci­
tado repetidas veces es el siguiente: «No esperamos comer gra­
cias a la benevolencia del carnicero, del cervecero, o del pana­
dero, sino a la consideración de su propio interés. No nos di­
rigimos a su humanidad sino a su egoísmo, y nunca les habla­
mos de nuestras necesidades sino de su provecho» (Smith, 1776,
págs. 26-27).
Mientras que muchos admiradores de Smith no parecen ha­
ber ido más allá de éste párrafo acerca del carnicero y el cer­
vecero, una lectura, incluso de este pasaje, mostraría que lo que
Smith hace aquí es especificar por qué y cómo se llevan a cabo
I e. 11 .msaceiones normales en el mercado, y por qué y cómo
Imn i*>n i l.i división del trabajo, que es el tema del capítulo en

' 1 " >I |' i|" I <un i il de l.i autodisciplina, especialmente en la supre-
i ■ >•> I . mi huí. . mi r I Mili».pie estoico de la ética, véase Nussbaum
11 nii.li i
S o b r e é tic a y e c o n o m í a 41

el que se encuentra el pasaje citado. Pero el hecho de que Smith


observara que el comercio mutuamente beneficioso era muy
común, no demuestra, en absoluto, que pensara que sólo el
egoísmo, o la prudencia, en un sentido amplio, pudieran ser
adecuadas para una buena sociedad. En realidad, mantuvo jus­
tamente lo contrario. No basó la salvación económica en una
única motivación.
De hecho, Smith castigó a Epicuro pdr intentar considerar
la virtud totalmente en términos de prudencia, y aprovechó la
ocasión para golpear en los nudillos a los « filósofos» por tra­
tar de reducir todo a una virtud:

Reduciendo tam bién las diversas virtudes a este tipo de prudencia,


E p icu ro se entregó a una propensión que es natural en tod os los h o m ­
bres, pero que los filósofos, en particular, son m uy susceptibles de
cultivar, con un cariño especial, co m o el gran m od o de m o strar su
ingenio, a saber, la propensión a explicar todas las apariencias con
tan pocos principios com o sea posible.

(Smith 1790, pág. 2 9 9 )

Es algo irónico que admiradores entusiastas atribuyan al mis­


mo Smith este «cariño especial» al convertirlo en el «guru» del
egoísmo (en contra de lo que Smith dijo) 25.
La actitud de Smith, quien respecto al «narcisismo» tiene
algo en común con la de Edgeworth, quien pensó que «el cál-
i / • •/ i i •✓ ✓ •
culo económico» en comparación con la evaluación etica, era
especialmente relevante para dos actividades específicas, a sa­
ber, «la guerra y la contratación» 2(\ La referencia a la contra-*26

2r> He discutido la naturaleza de esta mala interpretación en un artículo


titulado «Adam Smithús Prudence» (La prudencia de Adani Smith). Véase
asimismo Winch (1978) y Brennan y Lomasky (1986). Para temas relaciona­
dos, véase Hollander (1973), Raphael (1985), Skinner y Wilson (1975) y Ro-
senberg (1984).
26 Edgeworth (1881, pág. 52). Como buen utilitarista, Edgeworth sólo
se refiere al utilitarismo como un posible enfoque ético, pero su contraste ge­
neral entre el egoísmo y las valoraciones éticas es suficientemente evidente.
Véase también Collard (1975).
42 A m a r t y a Sen

tación, es naturalmente muy similar a la refencia de Smith al


comercio, ya que éste tiene lugar sobre la base de contratos mu­
tuamente beneficiosos (explícita o implícitamente). Pero hay
muchas otras actividades dentro y fuera de la economía, en las
que la simple búsqueda del propio interés no es el gran reden­
tor, y Smith no asignó un papel generalmente superior a esta
búsqueda en ninguna de sus obras. La defensa del comporta­
miento egoísta aparece en contextos específicos, relacionados
especialmente con diversas barreras burocráticas contemporá­
neas y con otras restricciones a las transacciones económicas
que hacían difícil comerciar y que obstaculizaban la produc-
•' 27
cion .
Un campo específico en el que el análisis económico de
Smith se ha malinterpretado generalmente, con graves conse­
cuencias, es el del hambre. Este tema se relaciona con la posi­
ción del motivo del beneficio sólo de forma indirecta. Smith
mantuvo que aunque se suele acusar a los comerciantes de pro­
vocar el hambpe, en realidad no son sus causantes, sino que
ésta es, generalmente, la consecuencia de lo que él llama «una
escasez real» (Smith, 1776, pág. 526). Smith estaba en contra
de suprimir o restringir el comercio, pero esto no implica que se
opusiera a que el gobierno ayudara a los pobres. De hecho, a
diferencia de Malthus, Smith no estaba en contra de las Leyes
de Pobres, aunque las criticara por su dureza y por la natura-27

27 Smith puso de relieve de forma muy clara la naturaleza contemporá­


nea de muchas de sus precauciones. En realidad, parece que estaba suma­
mente preocupado por que el contexto temporal de sus observaciones no se
malinterprete. De hecho, el «Anuncio» para la tercera edición de Wealth of
Nations se dedicó casi por completo a aclarar el contexto temporal de su re­
ferencia al «estado de cosas actual»: «La primera edición de la obra que si­
gue se imprimió a finales del año 1775 y comienzos del año 1776. Por lo tan-
i<>, en la mayor parte del libro, cada vez que se mencione el estado de cosas
•ii mal, hay que entender que se refiere al estado en el que se encontraban, o
bien en aquel momento o bien en algún período anterior, durante el tiempo
que se e mp l eó en escribir el libro. N o obstante, en esta tercera edición he
añadido algunas cosas... En estas adiciones, el estado de cosas actual signi-
l u a el estado en el que se hallaban durante el año 1783 y a comienzos del
presente de I 784» (en la edición de Campbell y Skinner, Smith 1776, pág. 8).
.<>1>rc e tic a y e c o n o m í a 43

le/.a contraproducente de algunas de las reglas restrictivas que


.ilcetaban a los beneficiarios (págs. 152-154).
Además, en The Wealth o f Nations, Smith también discu­
tio la posibilidad de que el hambre fuera el resultado de un pro-
( eso económico en el que intervinieran los mecanismos de mer-
«.ido, y que no procediera de «una escasez real» generada por
una disminución de la producción de alimentos como t a l .
i

I'ero sería distinto en un país en donde los fondos destinados al m an-


iraim iento de la m ano de obra estuvieran dism inuyendo de form a n o­
cible. C ada año, la dem anda de criados y trabajadores sería, para las
diversas clases de em pleo, m en or que la del año an terior. M uchas p e r­
sonas educadas en las clases superiores al no p od er en con trar un em ­
pleo en su oficina, se alegrarían de en con trarlo en uno inferior. Al
estar la clase más baja sobreabastecida no sólo con sus propios tra ­
bajadores, sino con los procedentes de todas las dem as clases, la co m ­
petencia p or conseguir un em pleo sería tan grande co m o para dism i­
nuir los sueldos hasta la más m iserable y escasa subsistencia del tra­
bajador. M uchos no podrían en co n trar un em pleo ni siquiera en es­
tas condiciones tan duras, y, o bien m orirían de ham bre o se verían
obligados a b u scar la su b sistencia pidiendo o co m etien d o , quizás,
atrocidades enorm es. La m iseria, el ham bre y la m ortalidad p red o ­
minaría en esta clase y, a p artir de ella, se extendería a todas las cla­
ses superiores.
' (Smith 1776, págs. 90-91)

bn este análisis, las personas llegan a morir de hambre por me­


dio de un proceso que no controlan. Aunque administradores
imperiales citaron con frecuencia a Smith para justificar o ne­
garse a intervenir en las hambrunas de lugares tan diversos
como Irlanda, la India, y China, no hay nada que indique que
el enfoque ético de Smith de la política pública hubiera exclui­
do la intervención en apoyo de los derechos de los pobres. Aun
cuando se hubiera opuesto, sin duda, a la supresión del comer­
cio, su diagnóstico del desempleo y de los bajos salarios reales28

28 Los complejos puntos de vista de Smith sobre el origen del hambre se


han discutido en Sen (1986).
44 A m a r t y a S en

como causa del hambre sugiere una diversidad de respuestas


por parte de la política pública. 29.
La mala interpretación de la compleja actitud de Smith res­
pecto a la motivación y a los mercados, y el abandono de sus
análisis de los sentimientos y del comportamiento, se ajusta
muy bien al distanciamiento de la economía y de la ética que
se ha producido con el desarrollo de la economía moderna. De
hecho, Smith realizó unas aportaciones pioneras al analizar la
naturaleza de los intercambios mutuamente beneficiosos y el
valor de la división del trabajo, y dado que estas aportaciones
son perfectamente consistentes con el comportamiento huma­
no sin bondad y ética, las referencias a estas partes de la obra
de Smith han sido abundantes y profundas. Otras partes de los
escritos de Smith sobre la economía y la sociedad que tratan
de las situaciones de miseria, la necesidad de comprensión y el

2V Se puede argumentar que el que una persona no pueda adquirir sufi­


cientes alimentos se puede deber a un «fallo de la demanda» (que resulta de
una caída de la renta relacionada con el hecho de quedar desempleado o de
una disminución de los salarios reales) o a un «fallo de la respuesta» (los co­
merciantes manipulaban el mercado de tal forma que la demanda no se sa­
tisface de manera adecuada y, en su lugar, se obtienen unos grandes benefi­
cios mediante la acaparación del mercado). Del análisis de Smith sobre el
hambre se desprende que no negaba la posibilidad de que ésta tuviera su ori­
gen en un «fallo se la demanda», si bien rechazó la verosimilitud de un «fallo
de la respuesta». Por consiguiente, es discutible que el verdadero mensaje
«smitheano» respecto a la política contra el hambre sea la inactividad, en lu­
gar de la creación de derechos para los grupos de víctimas mediante la ge­
neración de rentas. Este análisis tiene mucha importancia en los debates que
están teniendo lugar en la actualidad, y sugiere una política más orientada ha­
cia la producción (no solamente de alimentos, sino también de otros bienes
que pueden intercambiarse por alimentos) que hacia la simple ayuda. Por lo
que respecta a las ayudas a corto plazo, sugiere una mayor utilización de las
ayudas en efectivo en el lugar en el que se vive o se trabaja normalmente,
unida al aumento de la oferta de alimentos en el mercado, en vez de que el
I lado míenle abordar el problema logístico de llevar a las víctimas como a
I"-, d11 tu mos a campos de refugiados construidos de manera apresurada. Al
d......... I" p í o \ lo-, contra de estas diversas alternativas de política, el aná-
*• • •• '•nuil........ nimia siendo relevante e importante. He discutido estas op-
....... I 1 I ..................... i del análisis económico de Smith en los detalles ac-
III I I• | I II ' ■! I I ( I )
S o b r e é tic a y e c o n o m í a 45

papel de las consideraciones éticas en el comportamiento hu­


mano, especialmente la utilización de normas de comporta­
mientos se han pasado de moda en economía.
El apoyo que los seguidores y los partidarios del compor­
tamiento egoísta han buscado en Adam Smith es difícil de en­
contrar en una lectura más profunda y menos sesgada de su
obra. El catedrático de filosofía moral y el economista pionero
no llevó, en realidad, una vida de una esquizofrenia espectacu­
lar. Qe hecho, en la economía moderna, es precisamente la re­
ducción de la amplia visión smitheana de los seres humanos lo
que pueda considerarse como una de las mayores deficiencias
de la teoría económica contemporánea. Este empobrecimiento
se encuentra íntimamente relacionado con el distanciamiento
de la economía y de la ética. En la tercera conferencia trataré
con más detenimiento esta cuestión.
Otra consecuencia grave de este distanciamiento es un de­
bilitamiento del alcance y de la importancia de la misma eco­
nomía del bienestar. Este es el tema de la segunda conferencia.

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