Declaro Marido y Mujer - Agatha Lux
Declaro Marido y Mujer - Agatha Lux
Declaro Marido y Mujer - Agatha Lux
Ambos hombres eran muy distintos. Emmanuel era alto, trigueño casi
rubio, ojos verdes, atlético, deportista, un hombre con mucha personalidad
y fuerte carácter; decidido, frío. Luciano, de ancestros italianos, muy
agradable, hablador, cercano; moreno, un poco más bajo de estatura,
intelectual, muy trabajador. Se habían hecho amigos en la Universidad
durante un MBA que ambos cursaron en California. Al regresar al país
habían formado la empresa exportadora que aún funcionaba en las oficinas
del Edificio Continental, en un barrio empresarial exclusivo.
La compañía había crecido muy fuerte los primeros dos años, luego se
estabilizó. Ahora estaban comprando algunos terrenos para ampliar sus
negocios y comenzar la plantación de olivos, para la futura planta de
elaboración de aceite, pero el invierno había sido devastador con la cosecha
de manzanas, que exportaban a Asia y habían tenido importantes pérdidas
la temporada anterior. Ahora estaban tratando de levantarse nuevamente y
esperaban conseguir financiamiento bancario. El año anterior habían abierto
oficinas en otra ciudad y Emmanuel estaba viajando regularmente para
controlar esa operación, pero ahora estaba en duda la permanencia en esa
zona agrícola.
—Don Emmanuel, por favor, puede firmar los documentos que le dejé
en la carpeta sobre la mesa— pidió una mujer baja y regordeta, con el
cabello rubio cortado en melena.
—¿Cuál, Blanca?
—La única que tiene ahí encima, pues— dijo entrando a la oficina y
buscando entre los papeles— Yo la dejé encima de todo, pero usted toda la
vida revuelve las cosas.
—Lo siento, tengo muchas cosas en la cabeza.
—Lo llamó la señorita Schmidt, necesita hablar con usted, pero no le
responde el teléfono.
—Si llama de nuevo, dile que se me quedó el móvil en el auto.
—Siempre mintiendo por usted— reclamó la mujer, dejando a
Emmanuel sonriendo.
CAPITULO IV
El abogado los había guiado hasta unas oficinas interiores. La muchacha
lo siguió muy de cerca, el joven se mantuvo un poco más atrás; buscaron
evitarse lo más posible. El caballero entró en una habitación en la que había
un escritorio elegante de madera, muy decorado. El cuarto tenía pocos
muebles, pero de preciosa factura. Había muchos libros en los dos estantes
de caoba que había en la pared del fondo. A un costado había una mesa que
lucía una estatua de un caballo de madera, tallado a mano. En otro mueble
había una figura de una carabela. En la pared, una pintura de un paisaje, que
a ella le llamó la atención.
Dominique pensaba que su padrino iba a ser más generoso. Los cuadros
que le dejó eran valiosísimos, pero pensar en entregarlos le parecía una
ingratitud. De todas formas, no valdrían tanto si los llegaba a vender. Serían
varios millones, pero ella esperaba que por lo menos le hubiera dejado lo
suficiente para dar el pie para la compra de la casa de sus sueños, en donde
pensaba algún día fundar su propia editorial. En fin, ella quiso mucho al
caballero y lo que le dejara lo agradecía.
—No se preocupe, papá. Son trámites que hay que hacer—dijo sin
transmitir lo que el abogado le dijo— Me alegro que don Clemente le dejara
algo en su testamento. Usted fue un leal servidor.
—Yo no me lo esperaba—declaró el hombre— De verdad, estoy muy
agradecido del señor Krauss, fue muy generoso. Tu madre va a estar
contenta.
—Claro que sí. Vamos a la casa y aprovecho de verla.
—Ya, pues, hija. Y almuerzas con nosotros. Tu mamá iba a hacer
cazuela.
—Que rico. Nunca como cazuela. Me encanta la idea—dijo tomando a
su padre del brazo y caminando fuera de las oficinas.
Ella vivía con sus padres en una casita pequeña que se encontraba en el
mismo terreno que don Clemente tenía en el sector montañoso de los
alrededores de la ciudad. Vivió en esa casa desde que tenía memoria. Su
padre trabajaba con el caballero desde que era joven y se encargaba de
llevar la casa, como un mayordomo. Su madre se dedicaba a hacer artículos
de lana de oveja y trabajaba para una señora que vivía en el sector.
Dominique era ahijada del dueño de casa y como el hombre no tenía hijos
se había encariñado con ella, por lo que le dio educación y le agradecía que
lo acompañara en la casa luego del colegio; la trataba como a una hija.
Finalmente, se decidió por una blusa color azul rey y una falda
estampada en colores similares que le daban un aire elegante. Esa mañana
tenía reunión con su jefa y luego un comité de proyecto por un nuevo
lanzamiento que la editorial estaba organizando. Calzó sus altas sandalias
negras de charol, que para ella eran los zapatos más cómodos del mundo. Se
puso una traba en el cabello y salió del dormitorio, luego de hacer su cama
a la rápida, para no tener que llegar cansada en la tarde a ordenarlo todo.
Cuando volvió al pequeño comedor, su amiga estaba sirviendo jugo para
ambas.
—¿Cómo dormiste?
—Igual que todas estas noches.
—Creo que vas a tener que tomar una decisión y comunicársela al
abogado. Mejor aceptar o rechazar, pero decídete y deja de sufrir— señaló
colocando queso sobre una lámina de pan integral—¿Qué pasa? —
preguntó después al ver que su amiga quería decir algo, pero no hablaba.
—Anoche me llegó un correo— dijo bebiendo su jugo de naranja— de
Krauss.
—¿Qué?
—Anoche me llegó un correo de Krauss— repitió bromeando.
—Si te entendí, es que me sorprendió— declaró Julieta—¿Qué quiere?
—Es un mail muy formal, en que me dice que quiere que nos reunamos
a conversar— dijo mostrando a su amiga el correo electrónico que miraba
en su móvil.
—Se ve claramente que quiere llegar a algún acuerdo— señaló la
muchacha, leyendo con calma el mensaje—Lo que yo entiendo es que él
está de acuerdo con las condiciones, sólo quiere saber si tú has decidido
algo. Debe necesitar el dinero, seguramente.
—Lo más probable.
—¿Le respondiste?
—No sé qué responder. Aconséjame, amiga. Yo también quiero ese
dinero. Imagínate, puedo comprar esa casona que siempre he soñado,
instalarme con mi editorial, comprarle a mis padres esa parcela que siempre
han querido, ayudar a mucha gente con la fundación.
—Si me preguntas a mí, si yo fuera tú aceptaría el acuerdo. Casarse en
estos tiempos no es lo que era antaño, un año pasa volando y convivir en
una tremenda mansión no es precisamente insoportable— manifestó siendo
increíblemente práctica, algo inusual en ella.
—Pero es que el problema es él.
—¿Tiene alguna foto? Quiero conocerlo— pidió Julieta con curiosidad.
“Estoy de acuerdo en que hablemos, pero creo que será mejor que nos
reunamos con nuestros abogados, para revisar la propuesta de la herencia y
tomar alguna decisión. Yo no he decidido aún mi respuesta”, decía el correo
que redactó impulsivamente. Luego lo pensó mejor y decidió que no iba a
reunirse con él de ninguna manera. El nuevo e-mail quedó redactado así:
“No estoy decidida aún, depende de algunas condiciones que deberían
cumplirse. Si tiene tiempo de recibir a mis abogados, le agradezco que me
confirme cuándo”.
CAPITULO VII
—¡Que va a enviar a sus abogados! — exclamó Emmanuel con ironía.
—Es lo más razonable. Tú también deberías buscarte algún abogado de
confianza— propuso Luciano que era más práctico.
—Qué abogados va a tener, si no tiene un peso.
—A veces, es mejor tener amigos que tener dinero. Puede tener algún
amigo abogado. Todo el mundo conoce a un abogado. Levantas una piedra
y sale uno— bromeó, pensando en dónde podrían encontrar un abogado
apropiado al caso.
—Podría decirle al hermano de Bercovic, creo que se dedica a
divorcios.
—Todavía no te casas y ya piensas en divorcios— señaló, siguiendo con
la broma— Yo creo que puedes recibir a sus abogados y ver qué te
proponen. Si no tuviera alguna intención de aceptar no estaría asesorándose,
¿no crees?
—Ahí tienes un punto.
—¿Hablaste con Angela?— dijo Luciano, cambiando de tema.
—No me digas nada. Casi me comió vivo— dijo tomando la cafetera
que había sobre una mesa y sirviéndose un café bien cargado— Cree que
tiene algún dominio sobre mí. Me prohibió que me casara con esa mujer—
agregó riendo— Como si pudiera darme órdenes.
—Es tu pareja, desde hace meses.
—Y lo seguirá siendo, si no se pone ridícula con sus reacciones—
señaló bebiendo el líquido caliente— El escrito me prohíbe tener relaciones
paralelas, pero no tienen por qué descubrirlo.
—Ten cuidado. Creo que es mejor, si vas a dar ese paso, no tientes a la
suerte. Termina con Angela oficialmente y pídele que sigan a escondidas.
—Encontraré la manera. Lo que importa ahora es que esta mujer acepte
las condiciones y nos casemos cuanto antes. Necesito que este año pase
volando y mientras tanto las ganancias del capital pueden servirnos. Es una
fortuna estratosférica, no te imaginas lo que puede rentar.
—Entonces recibe a sus abogados y da esto por terminado— propuso
Luciano, tomando su agenda desde el escritorio de su amigo y poniéndose
de pie
—Ojalá que haya olvidado lo que pasó. Después de tantos años, no
vamos a volver sobre una aventura juvenil que no resultó.
—Por lo que me contaste, fuiste muy canalla. Perdona que te lo diga,
pero te portaste bastante mal con ella. Si ella te odiara todavía, tendría
razón.
—Gracias, amigo. Me das una luz de esperanza— ironizó mientras
tragaba el último sorbo de su café.
CAPITULO VIII
Emmanuel había acordado con Dominique recibir a sus abogados, la
tarde del jueves siguiente. En cuanto la secretaria le avisó que lo buscaban
unas personas, respiró profundo y llamó a su amigo que estaba en la oficina
aledaña para que estuviera presente. Necesitaba alguien que pensara con la
cabeza fría, pues él estaba demasiado ansioso por cerrar el trato y eso podía
jugarle en contra.
—Ya están aquí— dijo dando un resoplido, que hizo que Blanca, que
estaba sentada en un escritorio al ingreso de la oficina se diera vuelta a
verlo.
—¿Son muy viejos? — preguntó susurrando a la secretaria que estaba
atenta a lo que ellos conversaban.
—Son dos niñas jóvenes— respondió ella también susurrando.
—Les puedes ofrecer un café, Blanca, por favor.
—No quisieron nada— respondió ella, levantándose de su sitio para
sacar una fotocopia en una máquina que había a un costado de su escritorio
— ¿Ustedes quieren algo?
—No, gracias— respondió, prefiriendo que no los interrumpieran—
Vamos entonces, salgamos de esto rápido— pidió a Luciano que estaba de
lo más relajado, en contraste con la tensión que su amigo demostraba.
—Soy todo oídos— dijo para comenzar la conversación, una vez que
Blanca abandonó la sala de juntas.
—Señor Krauss, estamos aquí en representación de la señorita
Santibañez, para tratar el asunto que les compete a ambos, referido a la
herencia de don Clemente Krauss— añadió Julieta, nerviosa al notar que el
amigo de Krauss la miraba fijamente.
—Comprendo. ¿La señorita Santibañez tiene algunas condiciones que
desea tratar?
—Exactamente— intervino Soraya, que era una mujer mayor. Tendría
unos cincuenta y cinco años, se veía experimentada y muy empoderada de
temas legales— Nuestra representada está evaluando la conveniencia de
aceptar las condiciones impuestas, para lo cual nos pidió que le hiciéramos
llegar algunos requerimientos.
—¿Ella va a aceptar la herencia?
—Depende de lo que usted esté dispuesto a transar— señaló la mujer,
muy segura de sí misma.
—No entiendo.
—Por lo que nos ha contado nuestra representada, ustedes se conocen
desde hace años y no tienen una relación cordial, por lo que ella quiere
asegurarse de que usted cumpla estrictamente los términos del legado, ya
que no confía en usted— señaló Julieta, dejando a Emmanuel de una pieza.
—¿Qué se ha imaginado? — exclamó Emmanuel, refiriéndose a
Dominique, de manera alterada— Perdón, pero no comprendo esa
declaración de su representada— aclaró al ser retenido por Luciano con un
gesto.
—Ella estaría dispuesta a aceptar las condiciones, si usted accede a
firmar un acuerdo pre nupcial.
—¡Acuerdo pre nupcial!
—Exacto. Un acuerdo en que se detalla algunas condiciones que de ser
incumplidas pondrían fin al acuerdo.
—¿Y de qué se trata? — intervino Luciano, al ver que su amigo estaba
anonadado.
—Señor…
—De Luca
—Señor De Luca— respondió Julieta, nerviosa con la mirada de
Luciano que la observaba con detención— son algunas condiciones que
paso a detallar: Mi representada desea que el señor Krauss se comprometa a
mantener distancia con ella en la intimidad, no obligándola a tener ningún
tipo de relación marital. Además, desea que se cumpla el requisito de no
tener relaciones paralelas, que pudieran exponerla a ella a una humillación.
Que cada uno lleve su vida de manera libre, sin inmiscuirse en las
relaciones o actividades del otro y de ser posible no tengan que convivir
más que lo estrictamente necesario por motivos de las condiciones del
legado.
—¿Qué pasa?
—No he hablado con mis papás de esto.
—Espera el desenlace, si Emmanuel acepta las condiciones o las ajusta
y las renegociamos o lo que sea y esto se concreta, les cuentas. No te hagas
problemas antes de tiempo.
—Es que tanto dinero me tiene nerviosa. Siento que en cualquier
momento se nos escapa de las manos.
—¿Qué te preocupa, realmente?
—Si nos casamos, es el comienzo, pero luego hay que estar casados por
un año y en ese tiempo, la señora Venecia va a tratar de malograrlo, estoy
segura.
—Recién conocí a Emmanuel, pero creo que es un hombre que no se
detiene ante nada y va a luchar con uñas y dientes por ese dinero, te lo
aseguro. Se ve que es un hombre ambicioso, tiene una oficina de alto nivel
y se ve que tiene mucho mundo. Puede ser que no confíes en el como
hombre, pero deberías confiar en él como fiera, creo que es un hombre
decidido y no le teme a nada. Lo vi en sus ojos.
—¿Y eso?
—He tenido un día terrible, me duelen los pies, demasiado. Tuve que ir
al Ministerio y no había estacionamiento, fui en taxi y había un taco fatal,
me bajé antes de llegar y anduve diez cuadras. Después tuve que aguantar
una formación de tres horas, que me la dormí toda y al llegar a mi oficina
encontré un mail de Emmanuel Krauss con su respuesta.
—¿Qué?
—Lo que oyes, se lo reenvié a Soraya, pero no sé si lo vio, porque no
me atendió el móvil en toda la tarde.
—¿Qué dice?
—Esperemos que Soraya lo descifre, pero en general acepta las
condiciones y pone un par de su parte. Eso es lo que tiene que revisar
Soraya.
—¿Qué se le ocurrió?
—Espera que ella lo revise y nos llame— dijo la muchacha, tomando su
bolso y caminando descalza a su cuarto, mientras recogía los zapatos desde
debajo de la mesa del comedor.
—¿Quién era?
—Luciano De Luca
—¿Quién es?
—El socio de Krauss, que estaba en la reunión.
—El moreno guapo— señaló Dominique que recordaba cómo lo había
llamado Soraya esa tarde—¿Y qué quería? ¿Era por el acuerdo?
—No, me invitó a tomar un trago.
—¿Cuándo?
—Ahora— dijo, sentándose a su lado, con los pies peludos sobre el
brazo del sillón.
—¿Y vas a ir así? —preguntó extrañada de la apariencia de su amiga.
No se veía muy glamorosa.
—No voy a ir a ninguna parte.
—¿Por qué?
—Ese hombre no se va a fijar en alguien como yo— declaró tomando
una revista que había sobre la mesa de centro.
—¿Por qué no? Si te acaba de llamar, es porque se fijó en ti.
—Es un hombre muy guapo, no es mi tipo.
—¿Lo rechazaste? — exclamó asombrada— quiero ver una foto,
¿Cómo se llama?
—Luciano De Luca.
—Es italiano— afirmó, buscando su móvil y abriendo un buscador—
¿Es ese? — dijo mostrándole una imagen de un hombre de barba.
—No, no es ese— respondió Julieta, tomando el móvil y buscando una
foto del muchacho— Ese es— en la fotografía el joven estaba abrazado con
un amigo, en la playa, haciendo surf.
—Muy atractivo. ¿Por qué no aceptaste? No todo va a ser serio, puedes
pasarlo bien con él. Por algo te llamó, debiste gustarle.
—¿Fui muy tonta? — preguntó arrepentida— Me equivoqué, parece—
agregó con pena— Pero ya la embarré, no me va a volver a llamar.
—No sabemos. Espera a ver qué pasa. Si te vuelve a llamar no lo
rechaces— aconsejó su amiga.
—¿Tú crees que me vuelva a llamar?
—¿Qué le dijiste?
—Que estaba en una reunión de negocios y que me iba a desocupar
tarde.
—Entonces, no cerraste completamente la puerta. Te va a volver a
llamar— afirmó su amiga para animarla, esperando tener razón.
Se quedó atenta a ver quién aparecía tras la puerta entreabierta que tenía
enfrente. Alguien dio un par de golpes y la empujó despacio. Se abrió
lentamente y apareció ante su vista Salvador Ruiz-Tagle que se había
incorporado esa mañana al equipo.
Años atrás estuvo tan contenta cuando pensó que se había quitado de
encima a ese tipo y ahora regresaba, con el mismo discurso de amabilidad.
Ojalá que se fijara en otra de las muchachas, había bastantes mujeres
guapas en la editorial, pensó guardando sus cosas en la cartera y saliendo
rápidamente de la oficina. Llamó a un taxi desde una aplicación y deseó que
el conductor fuera un hombre guapo, por si el tipo la estaba espiando.
Cuando todos tomaron posiciones, el juez abrió un libro que tenía sobre
la mesa y comenzó a leer los correspondientes párrafos que eran menester
en estos casos. Los novios no se miraban, pero Emmanuel podía sentir el
aroma frutal de mandarina mezclado con un dejo de olor a jazmin y rosas
que ella había elegido como perfume para la ocasión. Eran las once de la
mañana, luego de la ceremonia se serviría un coctel que doña Camelia había
organizado con un banquetero amigo, para que no fuera todo tan frío.
El señor juez debía marcharse, pues tenía otra ceremonia lejos de allí y
sólo se quedaría para hacer un pequeño brindis que nadie atinaba a realizar.
Los novios no tenían la habitual apariencia de felicidad que se esperaba y el
resto de los invitados no mostraba tampoco signos de algarabía. Luciano, el
testigo del novio fue quien rompió el hielo, haciendo un brindis formal.
Luego entró un par de mozos con unas bandejas en las que llevaban
tragos y bocadillos de mariscos y verduras para que se distendiera el
ambiente. Julieta se reunió con su amiga y ambas se acercaron a Amapola
que estaba ayudando a su madre aquella tarde. Luego los novios y sus
amigos iban a almorzar en la casa, por lo que la señora había dispuesto un
pavo a las finas hierbas con salsa de naranja, acompañado de un puré de
manzanas que era a su parecer un buen plato para celebrar.
—Creo que están sorprendidos por la presencia del señor Vidal, pero les
voy a comunicar por qué está acompañándonos— dijo el caballero, leyendo
un escrito que sacó desde dentro de una carpeta que tenía debajo del brazo
— Según las disposiciones del señor Clemente Krauss, los beneficiarios
deben casarse dentro del plazo….bla, bla, bla, todo eso lo saben y lo han
estudiado muy bien, pues entiendo que han hecho un acuerdo, que no me
incumbe, referente a la relación que tendrán— siguió leyendo en voz baja,
hasta que llegó al párrafo que le interesaba— El señor Krauss explica la
forma en que se va a controlar el cumplimiento de los requisitos para optar
al legado que dejó— seguía buscando el trozo que quería leer, frente a la
ansiedad de la pareja por enterarse de algo que parecía que los iba a
sorprender—Aquí está— dijo por fin— para tener certeza de que se cumpla
lo dispuesto, el señor Federico Vidal, mi actual secretario seguirá prestando
servicios para la familia, para lo cual compartirá la residencia en la Casona
del Rosal con los beneficiarios, habitando el departamento interior
localizado dentro de la propiedad. Deberá velar porque el matrimonio
cumpla los requisitos establecidos, que detallo: Ninguno de los miembros
de la pareja podrá pernoctar fuera de la casa, sin la compañía del otro, no
podrán mantener relaciones paralelas fuera del matrimonio y no podrán
faltar a dormir a la casa, aún estando juntos en otro sitio por más de tres
días. No harán modificaciones a la propiedad y deberán desarrollar juntos el
proyecto que el señor Vidal a su debido tiempo les comunicará. Eso es todo.
—Pero debimos saber eso antes de contraer matrimonio— exclamó
Emmanuel contrariado.
—No parece correcto que luego de haber sellado un vínculo, que ya de
por sí es obligado, además nos obligue a respetar más cláusulas— reclamó
Dominique mirando al señor Vidal con desconfianza.
—Lo siento, pero esta es la forma en que se detalló el legado y las
instrucciones fueron dadas por don Clemente. Es mi deber hacer
respetarlas, soy el albacea y es mi obligación. Lamento si para ustedes es
complejo cumplir todas estas condiciones, pero piensen que un año no es
tanto tiempo. He tenido legados con mayores imposiciones que éste y con
un patrimonio no tan alto en juego.
—Espero que no haya más condiciones, Horacio— pidió Emmanuel,
acercándose a un mueble bar y sirviendo una copa de whisky para él. Le
hizo un gesto a Dominique, pero ella declinó haciendo un gesto con la
cabeza— Si es así, esperamos conocerlas ahora mismo.
—Por ahora, no tengo nada más que decir— dijo el caballero sonriendo
— Ahora los tengo que dejar, porque me debo reunir con un socio en mi
despacho.
—Gracias, Horacio, espero que con este trámite efectuado ya comience
a regir el plazo y esto se resuelva correctamente— pidió Dominique
esperanzada.
—Estamos listos, ya todo comenzó a fluir— respondió el abogado,
guardando todos los papeles que había usado dentro de su carpeta y
despidiéndose de ambos— La señora Venecia no estaba invitada, creo que
algo está tramando, tengan cuidado— declaró al salir del salón y dirigirse al
antejardín para abandonar la casa.
Ambos se miraron por primera vez, sintiendo que comenzaba una dura
lucha por conseguir sus sueños. Cada vez encontraban más obstáculos y
para más remate la señora Venecia entraba en escena. La mirada sólo duró
un par de segundos, en donde Dominique pudo apreciar cuánto la
dominaban esos ojos verdes que ya no recordaba. El señor Vidal fue el foco
de atención desde ese momento.
—Veo que cayeron en la tentación— dijo con una risa burlona— Vamos
a ver si logran cumplir con ese dichoso legado lleno de condiciones.
—Vamos a tratar, señora Venecia— respondió Emmanuel que no la
trataba con familiaridad, pues la había visto pocas veces en su vida— No
sabíamos que nos acompañaría en este momento tan importante— añadió
siendo irónico. No le tenía miedo a la mujer ni a sus insinuaciones.
—Quise venir a ver cómo se arrastran por el dinero— señaló mirando a
la muchacha con desprecio— Tú por lo menos tienes la sangre de Clemente
en tus venas — agregó con orgullo, mirando al sobrino.
—Y espero tener su dinero también, si todo sale como está planeado,
señora— dijo dejándola atónita— Gracias por venir a ser testigo de nuestro
enlace, espero que lo haya disfrutado.
—Disfruta tú, mientras puedas— dijo la mujer, mirando a Dominique
que no dijo palabra.
—Vamos a tener que tener cuidado con esta arpía— declaró sonriendo
satisfecho e invitándola a volver al jardín, en donde sus amigos
conversaban animadamente.
—Pensé que no volvería a verte— declaró Luciano bebiendo un pisco
sour y chocando su copa con Julieta que lucía un vestido estampado en
tonos rosa.
—Creo que, dadas las circunstancias, vamos a vernos alguna que otra
vez— señaló ella, preparada para ese encuentro para el que había elegido el
vestido perfecto, el perfume perfecto y la actitud perfecta.
—Espero que sean muchas esas veces.
—No se sabe. El tiempo lo dirá.
—¿Y qué te parece si hacemos que hoy en la noche sea una de esas
veces? No me rechaces de nuevo— pidió haciendo un gesto de ruego con
las manos.
—Me parece bien. Creo que hoy podría ser una de esas veces.
—Perfecto. Pasó por ti a las ocho.
—Mejor nos juntamos en algún sitio. Dime dónde te parece mejor.
—No confías en mí— afirmó haciéndose el ofendido— Bueno,
entonces nos vemos a las ocho en el Café del Mirador, ¿lo ubicas?
—Perfectamente, me queda cerca de casa.
—Excelente, esperaré ansioso— manifestó el muchacho moreno,
distraído sólo un momento por la salida de la señora Fábregas con mal
talante desde el interior de la casa— parece que el ambiente se puso pesado
— añadió bromeando.
—Esa señora es de temer, parece. ¿Qué habrá pasado?
—Ya vamos a saber, nuestros amigos vienen detrás de ella.
CAPITULO XV
Los siguientes días fueron de acostumbramiento a la nueva casa.
Dominique siguió trabajando como lo hacía habitualmente. Le contó de su
casamiento sólo a la señora Casanova, que era una persona cercana y la
conocía desde que comenzó en la Editorial, ambas se respetaban mucho y
para la muchacha era un ejemplo a seguir. La dueña de la compañía era una
mujer mayor, pero su interés por el medio literario nació en su juventud.
Ella esperaba algún día poder abrir la puerta a esos escritos. Más de
alguna vez, había llegado a sus manos material interesante que con gusto
habría publicado, pero debía responder a los creadores que su propuesta no
se ajustaba a la temática que la editorial publicaba. En un par de casos, se
quedó con la información de los autores y seguía en contacto con ellos,
siguiendo incluso su trayectoria para apoyarlos cuando pudiera conseguir su
sueño de tener su propia editorial.
Su vida hogareña no había tenido muchas complicaciones. Ella salía
temprano de casa y desayunaba en la oficina, había tenido éxito en evadir la
presencia de su nuevo esposo y sólo en las tardes se divisaban de vez en
cuando, al regresar a casa cada uno de ellos. Un par de días se reunió con
Julieta en un café cercano a su oficina, luego de la jornada para ponerse al
día de sus vidas. Estaban acostumbradas a convivir, por lo que extrañaban
esas instancias femeninas, cuando comían kilos de helado, viendo películas
románticas y cotilleando de sus amistades.
—Qué bueno que vinieron, tengo las últimas copuchas— dijo Santi,
observando el ambiente del lugar, para que no se le escapara algún cliente,
mientras hablaba con ellas.
—No me digas que descubriste quién es el novio de la señora Casanova
— dijo Dominique que siempre había tenido dudas de quién era el objeto
del afecto de su jefa.
—Casi. El otro día la llamaron y yo puse mi oreja atenta, pero nunca lo
nombró. Pero era él estoy seguro— declaró asintiendo.
—¿Quién es él?
—No sabemos, pues Julieta, ese es el misterio.
—No sean copuchentos, dejen tranquila a esa señora— pidió la abogada
probando el trago que Santiago le trajo— Está rico esto, ¿Qué es?
—Es un mojito de frambuesa— señaló tomando una bombilla extra que
tenía el trago y sorbiendo un poco— Me quedó rico, lo hice yo con mis
propias manos.
—Miren, ahora es barman— rio Dominique que bebía su habitual
Cosmopolitan.
—Las tengo que dejar, don Gregorio me está mirando feo— dijo
poniéndose de pie y corriendo hacia la cocina—Las copuchas no se las
alcancé a contar— gritó, mientras se alejaba.
—Pensé que todos dormían— afirmó mirando la carpeta que ella tenía
entre manos.
—Estaba revisando los documentos de la fundación. Mañana te sacaré
una copia— ofreció cerrando la puerta del cuarto y tratando de salir del
espacio en que había quedado atrapada entre Emmanuel y el corredor.
Ella pudo ver que era su novia, que unos segundos después se bajó del
auto y lo siguió para abrazarlo y darle otro beso más apasionado. Emmanuel
en ese momento la vio entrar en la casa y se puso incómodo, se separó de la
chica y siguió caminando por los escalones que había en la puerta de
entrada, mirando a Dominique que ingresaba por el jardín. Angela siguió
con la vista la mirada de él y al encontrarse con la rubia que caminaba con
seguridad hacia su casa, se descompuso. No la saludó y volvió hacia su
auto, sentándose en el asiento del conductor y cerrando la puerta con
brusquedad.
Tomó la caja y fue a dejarla a su cuarto. Decidió que más tarde la iba a
mirar con más calma. Bajó a desayunar y luego fue a tomar Sol a la orilla
de la piscina. Había quedado con Julieta para juntarse más tarde en la
casona. Almorzó con Federico y aprovechó de consultar por el avance que
había logrado en el catálogo de los libros. El secretario le confirmó que
había mucho material interesante y que se podía constituir una biblioteca
adecuada con textos de lectura clásica y además había material de tipo
educativo e histórico que sería de gran ayuda para conformar una biblioteca
para la nueva fundación.
Esta carta estaba firmada con las mismas iniciales de la anterior, pero la
tinta estaba más nítida y se apreciaba una A y una S, luego algo parecido a
una V desaparecía dejando una estela de tinta.
Dominique se apasionó con lo que leía. Podía ser que aquella mujer
fuera alguien muy importante en la vida de don Clemente Krauss. Se sintió
mal por leer la correspondencia ajena, por lo que no continuó con su tarea.
Dejó la caja bien guardada en un mueble en que tenía sus zapatos, en donde
nadie la pudiera encontrar. Justo llegaba un mensaje a su móvil, que Julieta
le enviaba avisando que estaban llegando con Santi a la casa.
Ella bajó en seguida. Pasó por la cocina y le pidió a doña Camelia que
le llevara unas bebidas a la piscina para atender a sus visitas. La señora
prestamente apareció en el jardín con una jarra de refresco, unas gaseosas y
unas frutas picadas para soportar el calor.
—En esta carta, se entiende que se habían conocido hacía poco tiempo
en Paris, al parecer. Ella habla de un tal Romilio, que podía ser el esposo o
el hermano que enviaba el libro, no lo aclara.
—¿Tienes un papel? Anotemos los nombres que van a pareciendo y los
lugares. Tal vez Federico, que trabajó con mi tío tantos años, pueda conocer
a algunos de ellos.
—Tienes razón, no lo pensé— dijo levantándose de su sitio y yendo al
mueble escritorio para sacar desde un cajón una pequeña croquera que le
entregó.
Conversaban como dos amigos, algo que ella pensó que no sucedería
jamás. Al parecer la adversidad los volvía aliados y ambos tendrían que
luchar con uñas y dientes por retener la riqueza que ya entendían como
propia. Luego de tres meses de convivencia, sentía que cada día los
acercaba a su objetivo. Esta noticia les cayó como un balde de agua fría.
—Es por el legado, pues tenemos unas dudas con la Hacienda del sur y
nos estamos asesorando con un abogado que necesita unos papeles, pero
son de antes de los años noventa. Sería bueno ver si encontramos
documentos de esas fechas. No sabemos exactamente qué necesita.
Cualquier cosa puede servir.
—Entonces, mañana lo acompaño. Cualquier documento que cuadre
con esas fechas lo vamos a recopilar. Después se los enviamos al abogado
para que los revise— propuso el señor, quedando tranquilo con la respuesta.
—Gracias, Federico. Sería bueno, aprovechar de revisar en la otra
biblioteca, aunque es más pequeña si hubiera material para la donación de
libros.
—Claro que sí, señora. Tiene razón, voy a aprovechar de llevar el libro
de actas que estoy completando.
Los otros nombres que aparecían en las cartas no tenían apellido, por lo
que estaba a la espera de que su padre recordara algún dato o que entre los
papeles que hubiera en la otra casa lograran hallar algo.
—Creo que tenemos que hablar con esta gente— propuso ordenando
unos papeles amarillentos que ya casi se habían desteñido con el tiempo. La
tinta era apenas perceptible— Conseguí los datos de la señora Eguiguren,
desde la dirección que me dio Julieta, pero ya no vive ahí, aunque me
dijeron que al parecer vive en el sector de Bosque del Mar, que es un
condominio no tan grande.
—Sería mejor visitar al doctor— señaló Emmanuel que no tenía ganas
de viajar tan lejos.
—Mañana voy a tratar de conseguir sus datos. Julieta está en eso ahora
— dijo abriendo los ojos, con gesto de sorpresa— Mira— dijo entregándole
una carta que había entre los documentos.
—Es una propuesta para un libro educativo— dijo leyendo el
encabezado— ¿Crees que sirva para la fundación?
—Mira quien firma— señaló colocando su mano en el final de la hoja y
acercándose a él, casi tocándolo.
—Agatha Saint-Vincent— exclamó mirándola a ella que estaba muy
cerca de su cara.
—ASV— exclamó ella a su vez— ya encontramos a la dama de las
cartas— sonrió contenta y satisfecha— ¿Será que Agatha Brun y ella son la
misma persona?
—Ustedes las mujeres sacan conclusiones que yo no podría. Tu
razonamiento me agotó. Tienes razón, debe ser la misma mujer.
—Hay que buscarla a ella, entonces. Pudiera estar viva todavía — dijo
separándose de su lado y volviendo a la caja— mañana le voy a pedir a
Julieta que la busque. Ella tiene sus medios.
—¿Señor Krauss?
—Efectivamente— respondió saludando a la mujer y presentando a su
esposa— gracias por coordinarnos la reunión. No vamos a molestarlo
mucho tiempo.
—Mi padre está descansando en el patio trasero. Acompáñenme por
aquí— dijo guiándolos por un costado de la casa.
—Que bella pareja hacen— dijo reteniendo las manos de Dominique sin
querer soltarla — ojalá tengan muchos hijos y ámenlos por sobre todas las
cosas— les aconsejó.
—Gracias, don Romilio— respondió Dominique, sin ahondar en el
consejo del hombre— Cuídese mucho, que esté muy bien.
Emmanuel le dio la mano también y se encontró con unos ojos muy
pícaros frente a él que lo miraban fijamente. El señor, a pesar de sus años
estaba bastante lúcido, aunque sus recuerdos no fueron de gran ayuda. De
todas formas, dijo que iba a revisar algunos documentos que tenía en su
casa, recuerdos de antaño que quizás le refrescaran la memoria. Luego les
contó algunas historias de sus tiempos de médico, cuando Clemente era un
jovenzuelo que comenzaba a amasar fortuna.
—Menos mal que Luciano me avisó que era de gala. Al final me decidí
por el vestido correcto— dijo Julieta que se había puesto su traje rojo con
adornos de lentejuela en la sisa y con un escote recatado delante y la
espalda descubierta.
—A última hora elegí este traje azul claro. Creo que estamos a la altura
— señaló Dominique que se había dejado el pelo suelto y había preferido
un traje ajustado de coctel, con hombros caídos y que le llegaba un poco
más arriba de la rodilla, resaltando cada curva.
—Esto no es un evento cualquiera. Si hubiéramos sido nosotras las
premiadas, habríamos estado preparándonos una semana antes para el
magno evento; estos hombres son un desastre.
—Pero parece que es bien elegante, esperemos que la comida este
también a la altura, porque tengo hambre— manifestó Dominique
mirándose por última vez en su espejito de mano que guardó en la cartera.
La anfitriona que los recibió les preguntó los nombres y los buscó en un
listado de varias hojas que tenía en su mano. No lograba encontrarlo. La
mujer era muy guapa y estaba bastante arreglada, llevaba al igual que el
resto de sus compañeras un jumper negro ajustadísimo y un pañuelo
morado al cuello. Miró a Emmanuel a los ojos y le habló con una sonrisa
coqueta.
Se instalaron en una mesa con tres parejas más. Un señor de edad con su
esposa, que ellas reconocieron como periodista que trabajaba en una radio,
una pareja joven que parecía que todo les llamaba la atención y un
matrimonio extranjero que no entendía mucho lo que hablaban. Dominique
se dio cuenta que ella era francesa y trató de entretenerla con su
conversación, pues ella hablaba el idioma perfectamente. Al avanzar la
noche se fueron haciendo amigas, al punto que quedaron de reunirse un día
en la editorial para que la visitara, pues la señora escribía algunas cosas y
había sido corresponsal de un diario.
Por fin pudieron salir del centro de eventos, enfilando tras los autos que
abandonaban el lugar por la salida oriente. Siendo día laboral, las calles de
la ciudad estaban casi desiertas. Se demoraron menos de lo habitual en
llegar a casa. Cuando se estacionó en el antejardín para estacionar, detuvo el
motor e impidiendo que ella bajara la tomó de la mano y le pidió que le
pudiera atención.
—Te agradezco que hayas asistido. Era importante para mí esta noche y
fue bueno que me acompañaras.
—Tenía que hacerlo, recuerda— dijo con impulsividad, refiriéndose al
acuerdo firmado— pero lo pasé muy bien, gracias por invitarme.
—Yo también lo pasé muy bien— agregó sin soltarle la mano y mirando
sus piernas que ahora ella no estaba tratando de cubrir.
Ella era maravillosa, una mujer bella y cautivadora. Estaba cada día más
convencido de que iba a recuperar su confianza. Ya era su esposa y estaba
decidido a que fuera su mujer. Ese beso fue igual que aquellos que
disfrutaban cuando se entregaban el uno al otro a orillas del río, doce años
atrás. Parecía como si el tiempo se hubiera quedado en pausa y ahora él iba
a reactivar la pasión que los envolvía en su juventud.
Caminó hacia su cuarto, mirando la escalera por donde ella había subido
a su dormitorio. Pensaba que se estaba desnudando en su cuarto y se
imaginó cómo sería hacerlo por ella. Esa noche no lo intentaría, pero ya
llegaría el momento. Se fue sonriendo a su habitación, cansado, pero
contento.
CAPITULO XXVII
Los días que siguieron fueron recuperando la rutina. Dominique ya
estaba con el lanzamiento del libro de Dalila programado y la semana
siguiente se llevaría a cabo el evento. Luciano y Julieta habían aprovechado
el premio del viaje a Argentina en seguida y el fin de semana se habían
lanzado a la aventura. Ella no había hablado con su amiga luego de que
regresara del viaje, por lo que aquella tarde se iban a reunir en el
departamento de la abogada a tomar un trago. A las siete de la tarde,
Dominique tocaba el timbre de su antiguo departamento.
Las últimas horas de viaje se fue descansando. Cerró sus ojos y aunque
no dormía fingió que lo hacía para no conversar con él. La interrumpió la
auxiliar de vuelo que llevaba en su carrito algunos alimentos para superar el
hambre que ya había aparecido. Eran casi las siete de la tarde, pero teniendo
en cuenta el cambio horario, cuando llegaran serían nuevamente las siete de
la tarde, por lo que corrigió la hora de su reloj para acostumbrarse.
Emmanuel eligió ver una película y cada cierto rato se reía, pues al parecer
era cómica. Le encantaba su risa, le encantaba su mirada, le encantaba todo
de él, por lo que prefirió cerrar sus ojos nuevamente y colocarse sus
audífonos para escuchar música y evadirse del momento.
—Que rico sabor de helado, guanábana— dijo ella lamiendo el cono por
donde se derramaba la crema fría.
—Este está rico también, es de mango, pero no es el sabor que
acostumbramos comer allá— dijo Emmanuel saboreándolo— con Luciano
pensamos cultivar mangos, pero era complicado y por ahora lo desechamos,
a lo mejor no era mala idea.
—Deja de trabajar un rato— pidió ella sonriendo— ya que estamos en
pleno Caribe, disfruta el aire puro y el calor— al ver que un poco de crema
se le quedaba a él en la mejilla, se la limpió con su dedo. El tomó su mano y
se la retuvo.
—Deberías hacerme cariño más seguido— dijo él sonriendo y
mirándola con sus ojos profundos.
—No te estoy haciendo cariño— aclaró ella— tenías helado y te ibas a
manchar la polera, aclaró recuperando su mano.
—Estoy bromeando— aclaró él para que no estropear el momento.
—Será mejor que vayamos andando. Van a ser las cinco y tenemos que
llegar a la casa de esta señora y no sabemos dónde es— señaló Dominique
poniéndose de pie.
—Siento que te moleste lo que hago, pero eres una mujer hermosa y no
me parece que todos te miren tanto— señaló disculpándose nuevamente.
—Te lo agradezco, pero yo soy una mujer independiente que se sabe
cuidar— aclaró de vuelta— He vivido sola en varios lugares y he sabido
tener a raya a los hombres que se tratan de propasar.
—Me puse celoso, lo siento— dijo dejándola sorprendida— mejor
vamos, ya es casi la hora. A lo mejor esta señora ya está en su casa—
añadió cambiando de tema— tenemos que buscar alojamiento después— le
recordó.
—Tienes razón, vamos a ver si la señora Salomé tiene algo para
nosotros.
La muchacha los hizo pasar a una sala pequeña muy acogedora, con un
par de sillones y un aparador con artesanía. En otro mueble había
demasiados libros.
Dominique sentía que su cuerpo ardía de deseo por él y quería vivir esa
antigua pasión que siempre los consumió, aunque fuera sólo por esa noche.
Se dejó llevar por lo que estaba sintiendo. Su mente estaba completamente
perdida en el cuerpo de él.
—¿Tienes protección?
—Obvio— dijo levantándose de la cama desnudo y buscando en su
mochila un preservativo— No vas a olvidar nunca esta noche.
—Será sólo esta noche— aclaró ella, esperando que regresara a su lado.
—Sólo una noche me basta— dijo él, dejándola sin comprender a qué se
refería.
Fue una noche larga, en la que se entregaron el uno al otro como en esos
tiempos en que la juventud y la inexperiencia de ella eran patentes. Ahora
se había transformado con la seguridad de la madurez en una mujer que
sabía lo que quería en el sexo. Emmanuel quedó sorprendido de la audacia
de ella en la cama. Se durmieron muy tarde. Por primera vez desde hacía
tiempo ambos se durmieron profundamente cansados.
CAPITULO XXX
Amaneció y Emmanuel se encontró solo en la cama. El Sol de la
mañana se filtraba por entre los cortinajes y cuando abrió los ojos, se sintió
confundido. Miró la almohada y vio que había notorios signos de que había
dormido acompañado, pero Dominique no estaba a su lado. Se levantó y se
dirigió al baño para darse una ducha que le ayudara a despabilarse. Durante
un momento pensó que había sido todo un sueño, pero de pronto la puerta
se abrió y la rubia despampanante que tenía por esposa entró a la habitación
con un periódico en la mano y un vaso oscuro con tapa en la otra.
—Te traje un café— dijo gritando para que él la escuchara, debajo del
sonido del agua corriendo.
—Gracias, lo necesito…demasiado— dijo al salir del baño, envuelto en
una toalla y secándose el pelo con otra.
—Tenía hambre y fui a desayunar. Creo que tenemos que apurarnos—
declaró revisando el matutino que tenía entre manos— Debemos volver a la
ciudad y si nos apuramos alcanzaremos a almorzar antes de embarcar. El
vuelo de regreso parte a las tres de la tarde.
—Es cierto— respondió mirándola asombrado. Ella se comportaba
como si nada hubiera pasado. Para él, la noche había sido sublime.
Todo lo acontecido lo había distraído del motivo del viaje, pero al ver
que ella no daba importancia a la noche de pasión que habían compartido,
trató de orientarse nuevamente en lo que los llevó allí.
—Creo que sería bueno leer esa dichosa carta que nos entregó la señora
— propuso, buscando la misiva entre sus pertenencias, dentro de la
mochila.
—Veamos qué dice. Puede tener algo que valga la pena escuchar— dijo
ella sentándose en la cama—recibió el papel que él le extendió y lo abrió
con mucho cuidado. Era una hoja amarillenta como todas las que habían
ojeado en los últimos tiempos—La miró leyendo en silencio, hasta que
halló un párrafo interesante.
—¿Qué dice?
—Es una carta de don Clemente a esta señora, en la que le pide que se
quede en el país. Que no se lleve al niño, hasta que sea seguro el viaje.
—¿Seguro en qué sentido?
—Parece que la criatura estaba enferma y él quería que no se lo llevara
hasta que se recuperara.
—¿Habla de un niño, entonces?
—Escucha— dijo ella revisando el dorso de la hoja que tenía en su
mano— “Creo que es preferible que se quede, hasta que el niño esté más
recuperado. No corra riesgos, es muy pequeño. Yo puedo viajar el próximo
mes, quisiera verlo, antes de que se vayan de mi lado”— terminó de leer,
quedando con la boca abierta— Hay un niño en todo esto.
—Pero no queda claro que sea de mi tío. Tal vez es hijo de ella con otro
hombre— declaró Emmanuel, siendo objetivo con lo que escuchaba—
¿Qué más dice? — preguntó tomando la hoja que ella ya había terminado
de leer y revisándola personalmente.
—Dice que Adelaida va a viajar ese mes y que espera enviarle dinero
con ella— explicó leyendo otro párrafo. Luego miró a Emmanuel fijamente
y leyó otra frase— “usted dice que es mi vivo retrato, espero que cada vez
que lo mire me recuerde”. Después le propone que se encuentren en Europa
en unos meses y que decidan qué va a pasar entre ellos. Le dice “Que Dios
esté con nosotros y proteja al bebé”
—Entonces sí hay un hijo— señaló Emmanuel decepcionado— La
señora Venecia se jugó muy bien sus cartas— Agregó con gesto de
desconsuelo—Creo que vamos a tener que despedirnos de nuestros sueños.
—Que haya un hijo, no quiere decir que todavía exista ni que sea la
persona que tu tía pretende que reclame la herencia— dijo dándole ánimos
— No nos vamos a rendir ahora. Tú necesitas ese dinero para lograr tus
sueños. Tenemos que luchar, no se lo haremos fácil— dijo la muchacha
tomándole la mano que él tenía sobre la cama— Regresemos a Bogotá. En
el avión podemos decidir qué hacer. Nos quedan muchas horas todavía para
pensar.
—Tienes razón— afirmó retomando su lucha. No vamos a entregarnos
tan fácil— Vamos a necesitar un abogado bueno que nos represente.
—Déjame llamar a Julieta, puede ser que conozca a alguien que nos
pueda recomendar. Trabaja en organismos del Estado, algún abogado de
renombre puede ayudarnos.
—Gracias por el apoyo.
—Es por nuestro bien, no quiero que mis sueños se vean truncados con
malas artes. Si no tenemos el dinero lo aceptaré, pero vamos a pelear por
él…juntos.
—Voy a hablar con Horacio, para ver cómo podemos entender los
planes de mi tía.
—Le escribí a Julieta, espero que mañana, que es lunes pueda hablar
con algún conocido que nos recomiende a un buen abogado experto en
herencias.
—Por lo menos, el viaje fue provechoso— declaró Emmanuel bebiendo
de su trago. Luego se giró y la miró a los ojos fijamente— No voy a olvidar
jamás este viaje. Ha sido una experiencia exquisita— dijo poniendo su
mano en la pierna de ella, que con el sólo contacto se estremeció.
La carta que les entregó la señora Barrantes fue un balde de agua fría.
Aún no se reponía de la impresión, pero ambos estaban decididos a luchar
por retener la fortuna en sus manos. Esa mañana había recibido un llamado
de la hija del doctor Bachmann que le pedía que lo visitara la semana
siguiente. Al parecer el caballero había hurgado entre sus recuerdos y había
encontrado algo que quería compartir con ellos.
Lo que le dijo Luciano del tal Santi, le devolvió el alma al cuerpo. Esa
noche iba a tratar de recuperar la conexión que habían construido con su
esposa y que se estaba diluyendo; no podía evitar sentirse celoso de todos
los que admiraban a su mujer.
CAPITULO XXXII
El salón principal del Castillo Rocka estaba repleto de gente. Emmanuel
llegó cuando recién comenzaba el evento. Ubicó a su amigo que estaba
sentado en la segunda fila y le había reservado un espacio. Trató de no
distraer a los presentadores y se ubicó rápidamente al lado de Luciano,
mientras hacía un gesto a Julieta como saludo desde lejos.
—¿Cómo te sientes?
—Estoy bien, no fue nada.
—De todas formas, te vas conmigo, le diré a Emmanuel que te deje en
tu casa. No te vas a ir caminando.
—Si vivo cerca.
—No seas porfiado. En media hora me voy, espérame y te vas conmigo.
—Ok, jefa— dijo el chico regañando.
El hombre rubio que se presentó como hijo del señor Krauss, siguió con
la mirada a la muchacha, lo que molestó profundamente a Emmanuel, que
no lo demostró, pero cuando ya salían del estacionamiento aprovechó de
comentarlo.
—Parece que en esos tiempos las fiestas eran a un alto nivel, porque la
mitad de la carta relata lo que pasó en la embajada en que don Bernardo
estaba destinado. Habla de la cantante que interpretó unas áreas de ópera.
—¿No dice nada más?
—Espera— dijo ojeando el resto de la primera página— en la segunda
página habla de un encargo que quiere hacerle— dijo quedándose en
silencio— ¡escucha esto! — exclamó.
—¿Habla del hijo?
—Definitivamente. Dice: “el niño nació el diecisiete de este mes, espero
que puedas visitarla cuando estés allí el mes entrante y le lleves el dinero
que te remití. Dile que no le va a faltar nada a mi hijo”— remató abriendo
los ojos en señal de asombro.
—¿Cuándo está fechada la carta?
—En 1987.
—Ese hijo debe tener un poco más de treinta años, ¿Podrá ser el tipo
que estuvo en el despacho de Horacio?
—La mujer que creemos que es Agatha es rubia, de ojos pardos, pero tu
tío tenía los ojos verdes, puede ser que este hombre tenga los rasgos de su
madre— dijo recordando al joven que conocieron esa mañana— si es que
es el hijo de don Clemente— aclaró en seguida.
—Para demostrar que es su hijo tendrá que presentar algún papel,
certificado de nacimiento, acta de bautismo, algo así tendrá que ser ¿o no?
—No lo sé. Esperemos que Molina nos confirme qué va a pasar ahora—
señaló mirando el menú que tenía en la mano— Voy a pedir avestruz a la
pimienta con flan de champiñones y puré rústico ¿Qué vas a comer?
—Prefiero unos panqueques de verduras, ¿No tendrán pescado?
—El postre lo comemos en casa— propuso sonriendo.
—Bueno, esperaré ansiosa— dijo ella sonriendo también.
El reloj iba a dar las ocho de la noche cuando bajó a comer. Federico la
esperaba junto con Emmanuel, mientras bebían un aperitivo. Se sentaron a
la mesa, en donde la señora Camelia les había preparado un salmón con
verduras, que estaba delicioso. Hicieron una pequeña sobremesa y luego se
fueron a sus cuartos a dormir. La pareja estaba viviendo una aventura
exquisita, pero no querían dar señales al resto de lo que estaba pasando, por
lo que Dominique esperó en su cuarto a que su esposo fuera a visitarla. Se
había puesto un camisón muy corto de color negro y se cubrió con una bata
de gasa transparente. Unas gotas de perfume eran el único agregado.
Mientras lo esperaba leyó nuevamente la carta que el señor Bachmann les
dio. Estaba en eso cuando sintió que su puerta se abría. Emmanuel entraba
en el cuarto sólo con el pantalón de su pijama y el torso descubierto. Dejó
su teléfono sobre la mesa de noche.
—¿Qué pasa?
—Alguien te envió un mensaje ¿No quieres contestar?
—Es muy tarde, lo veo mañana.
—Puede ser importante— dijo ella, instándolo a que lo revisara— Tal
vez es Angela— agregó molesta.
—¿Estás celosa?
—¿Debería estarlo?
—Obvio que no. Eso ya se acabó.
—Señor Elizondo, tome asiento— dijo ella, siendo amable con el joven,
al tiempo que le ofrecía un café.
—Gracias, han sido muy amables de recibirme. ¿Su esposo no estará
presente?
—Emmanuel viene en camino, pero podemos conversar nosotros, ¿o
prefiere que esté presente?
—No me molesta que no esté, así podemos conocernos mejor, mientras
llega— dijo el tipo haciéndola sentir incómoda con la forma en que la
miraba.
—¿Qué es lo que quiere decirnos? — preguntó llevando la conversación
hacia lo formal, pues no quería que el hombre se tomara confianzas. De
repente se sintió preocupada de estar a solas con él, pero en la casa estaba
Federico y sabía que estaría atento a lo que pasaba en el despacho.
—Entiendo que usted es ahijada de mi padre y que su esposo tiene
algún parentesco.
—Exactamente, don Clemente era mi padrino y viví en su casa hasta los
diecisiete años, luego estudié en Europa y al regresar comencé mi vida
independiente, ya no lo veía tanto, pero siempre le tuve mucho cariño.
Emmanuel es hijo de un primo o sobrino del señor Krauss, es su pariente
más cercano en la actualidad— aclaró poniéndolo en su lugar. Aún no
podían confirmar que el hombre fuera hijo del señor.
—Entiendo también que el matrimonio de ustedes es fraudulento, ya
que sólo los une la obtención del legado— dijo siendo muy grosero.
—Nuestro matrimonio no está en discusión, creo que usted está siendo
un poco grosero, señor Elizondo— dijo la muchacha comenzando a
molestarse.
—Una mujer tan bella como usted no debería estar fingiendo, podría
estar con un hombre que la merezca— agregó siendo más grosero aún. Ella
sintió que la estaba provocando.
—El hombre que tengo a mi lado es el que quiero tener, mi matrimonio
no es de su incumbencia, pero le aclaro que de fraudulento no tiene nada.
—No es lo que dicen.
—No crea todo lo que dicen, señor— dijo buscando la forma de no
perder la calma— Yo no creo todo lo que dicen, hasta que me muestran
pruebas.
—Es usted una mujer tan astuta como bella, señora Krauss— declaró
mirándola nuevamente de esa forma que a ella le molestaba.
—Mi mujer es más inteligente que bella y eso es mucho decir— señaló
Emmanuel que estaba parado sobre el umbral de la puerta y no lo habían
sentido llegar— ¿Me perdí de algo?
—Señor Krauss, que placer que haya llegado. Me interesa mucho
conversar con ustedes.
—Hasta ahora el señor no ha dicho realmente a qué ha venido— aclaró
la muchacha mirando a su esposo con complicidad.
—Me interesa que comprendan que lamento mucho lo que está pasando,
pero siendo el heredero del difunto, creo que tengo la obligación de
ponerles al corriente de lo que sucede.
—Por favor, señor Elizondo, nos encantaría saber qué es lo que
sucede… exactamente— dijo Emmanuel siendo irónico.
—Mi amor, ven acá— dijo dejando su bolso sobre una silla y
abrazándolo.
—Me siento horrible— declaró él abrazándola más fuerte— Me siento
confundido. Puede ser que estemos equivocados.
—Obvio, es sólo una posibilidad. Creo que la única manera de saber la
verdad y salir de todas las dudas que hay en tu cabeza es hablar con tu
madre.
—Estoy mareado— dijo sentándose en la cama.
—Lo siento, no debí decir lo que pensaba de esa forma. Tal vez son
solamente estupideces que tengo en la cabeza.
—Pero tiene todo el sentido. La fecha de nacimiento es demasiada
coincidencia y es verdad que, para ser adoptado, tengo rasgos muy
marcados de los Krauss. Mi padre tenía los mismos ojos que tío Clemente.
—¿Estás triste?
—Me siento engañado, si es que es cierto lo que pensamos.
—Mañana debes llamar a tu madre y hablarlo— propuso ella para
calmar su ansiedad.
—Pero esto no puede ser por teléfono.
—No puedes viajar a verla— señaló ella, recordándole los términos del
legado.
—¿Si le pido que venga?
—Es una opción, ¿Crees que lo haga?
—Tiene que hacerlo, si se lo pido. Además, quiero que te conozca.
—Me encantará conocerla— dijo ella besándolo en la mejilla—
¿Quieres que te haga cariño?
—Quiero hacerte el amor ahora— dijo muy serio— esta noche quiero
sentir que me amas.
—Entonces estás en el sitio correcto— declaró ella comenzando a
desabotonar su camisa— Te voy a amar demasiado.
CAPITULO XXXVI
Pasaron ocho días y Emmanuel consiguió que su madre viajara para
conocer a Dominique y para que lo acompañara unas semanas. Hacía
mucho tiempo que estaban lejos y aunque su relación no era muy cercana,
sabía que su madre lo amaba y no le costó tanto lograr que se decidiera a
recorrer todos los kilómetros que los separaban.
—Que hermoso este lugar— dijo sacando su bolso del auto y esperando
a su hijo, que sacaba la maleta desde el vehículo.
—Te voy a llevar en seguida al cuarto de huéspedes, espero que te
guste. Dominique se preocupó de decorarlo para que te sientas cómoda.
—Señora, que gusto que haya llegado— saludó Camelia, tomando la
maleta que traía Emmanuel y llevándola hacia el interior, pero Federico se
la quitó de las manos para llevarla al cuarto que le habían preparado.
—Que amable, Usted es Camelia. ¿cierto?
—Para servirle, señora. ¿Desea tomar un té, algo para comer?
—Me tomé un café en el camino. Ahora quisiera descansar.
—Madre, anda a recostarte un rato. Si deseas nos reuniremos para
almorzar.
—Preparé un budín de verduras y ensaladas. Algo liviano para que se
reponga del viaje— dijo Camelia— la señora Dominique me pidió que para
la cena hiciera algo más contundente.
—Excelente, gracias Camelia. Voy a dormir un buen rato. Me despiertas
para almorzar, querido— dijo mirando a su hijo.