Declaro Marido y Mujer - Agatha Lux

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CAPITULO I

—No voy a unir mi vida a ese tipo—declaró Dominique, tajante;


mientras bebía un sorbo de su copa de cosmopolitan.
—Pero sería la gran oportunidad de lograr tus sueños—señaló Julieta,
que la acompañaba esa tarde en el bar al que siempre asistían.
—¿A ese costo? Imposible—dijo negando con la cabeza— Puedo lograr
mis sueños sin necesidad de hipotecar mi futuro.
—Pero ha pasado tanto tiempo. Deberías olvidar el pasado—propuso su
amiga, tratando de hacerla entrar en razón— Y un año pasa volando.
—No entiendo porque don Clemente dejó esas cláusulas absurdas. Si
quería dejarme algo de dinero, debió hacerlo y ya.
—Tal vez, era su sueño que ustedes se unieran—declaró Julieta, que era
más romántica que su amiga.
—Yo no voy a hablar siguiera con ese tipo—advirtió haciendo otro
gesto de negación con la cabeza—Voy a rehusar la herencia.
—¡Estás loca!, piensa en lo que puedes hacer con todos esos millones:
puedes formar tu propia editorial, comprar la casona que tanto te gusta y
fundar tu empresa, cumplir todos tus sueños. Podrías incluso crear la
fundación de la que tanto hablas.
—Sí, lo sé. Yo pensé que mi padrino iba a ser generoso, pero no creí
que pusiera condiciones.
—No es tan terrible, amiga. Además, ese Emmanuel Krauss debe ser un
hombre atractivo, ¿Qué edad tiene?
—Debe tener treinta y cuatro o un poco más.
—¿Y es guapo? —preguntó, mientras se arreglaba el moño desordenado
que llevaba afirmado con un lápiz.
—No quiero hablar de él, Julieta. Yo borré toda esa historia de mi
pasado. No quiero revivirla ahora— pidió, bebiendo el último sorbo de su
trago y llamando a mozo, para pedir otro.
—No bebas tanto, mañana vas a estar con resaca y no te vas a poder
levantar—le advirtió su amiga, pero el mozo ya venía en camino con el otro
cosmo.
—Gracias, Santiago— dijo a su amigo, que trabajaba de camarero en el
local.
—Pero es el último que te traigo, ya estás a un paso de emborracharte—
señaló el muchacho y volvió a sus quehaceres.
—Viste, no soy la única que te quiere evitar el bochorno de andar
borracha por la vida. No bebas más. Mejor vamos a casa—pidió Julieta,
sacando dinero de la cartera para pagar la cuenta.
—Si, vamos. Quiero que leamos estos papeles que me pasó el abogado.
Tú entiendes de esto.

Dominique compartía un departamento en el centro de la ciudad con su


amiga. Trabajaba desde hacia cinco años en una Editorial conocida y de
gran prestigio, donde ingresó como secretaria de una de las directoras y
poco a poco se fue ganando un lugar en la corporación. Actualmente era
una de las editoras más valoradas, pero en su cabeza siempre estaban sus
planes de independizarse. Era una mujer atractiva, rubia, de cabello largo,
ojos oscuros, muy curvilínea, de estatura regular, pero siempre calzaba altos
tacos, no usaba mucho maquillaje, sólo el necesario para realzar sus labios
y algo de rubor.

Su amiga era abogada y trabajaba en una organización pública, ligada al


trabajo social, tenía treinta años, era recatada, llevaba su pelo castaño
siempre atado en un moño, se maquillaba poco. Ambas vivían juntas desde
que Dominique regresó desde España, en donde hizo sus estudios de
Literatura. Cuando se fue del país, estuvo un par de años en Inglaterra,
estudió idiomas y hablaba inglés y francés con fluidez. Luego se interesó
por el arte y su padrino le financió una carrera en Madrid, en la Universidad
Complutense. Luego de un par de años, se inclinó por la literatura y se
radicó en Barcelona.

Ya habían pasado casi doce años, desde que en aquellas vacaciones


Emmanuel Krauss se había burlado de ella. Juró que jamás perdonaría lo
que él le hizo. Ahora, su padrino, había urdido una trama que los
involucraba de manera que tuvieran que convivir. Nunca se olvidó de
aquellos ojos verdes, de los que se enamoró a primera vista, pero tampoco
olvidó lo que él le hizo. Siempre esperó el momento de su venganza, ahora
no estaba segura de querer remover aquellos recuerdos. No quería verlo.
Pero aquella mañana Emmanuel regresó a su vida.
CAPITULO II
Ese mismo día, muy temprano había acudido a la citación que le había
llegado. Su padre, don Anselmo Santibáñez, también estaba llamado a
comparecer, así como los parientes de don Clemente, a los que ella ya ni
recordaba, puesto que luego de tantos años lejos de todos ellos, su mente
había borrado mucha información. Recordaba a doña Venecia, claro como
olvidarla, si esa mujer la trataba a las patadas. Nunca aceptó que su padrino
la pusiera al mismo nivel que a su familia. Para ella, siempre fue la hija del
mayordomo. La mujer no estaba entre las personas que esperaban que se
diera comienzo a la reunión. Había gente que ella no conocía. Sólo divisó al
secretario de su padrino,
Tuvo muchas dudas acerca de asistir, porque era probable que entre
aquellos que irían a la cita, estuviera el hombre que ella juró borrar de su
vida y no lo quería volver a ver, pero su padre la convenció de presentarse.
El caballero fue un servidor leal de don Clemente Krauss y sentía que era
un deber acudir a conocer su última voluntad.
Divisó entre la concurrencia a doña Camelia, el ama de llaves de la casa
de don Clemente, con una muchacha morena, que debía ser su hija,
Amapola. Ambas muchachas eran amigas, cuando ella vivía en la casona,
pero después de tantos años, era probable que la chica ni siquiera la
recordara.
Se mantuvo al lado de su padre, hasta que comenzó un murmullo de
voces entre los presentes. Entraba a la habitación un hombre de edad que
debía estar cerca de los setenta años. Dominique lo recordaba vagamente, el
abogado de la familia, don Horacio, que se ubicó en un escritorio que se
hallaba más alto que el resto de los muebles de la sala. Pidió a los asistentes
que tomaran asiento. En el lugar había cerca de doce personas y algunos
puestos estaban vacíos. La sala era de regular tamaño, había bastante
espacio libre entre las sillas y las paredes, dejando unos pasillos anchos a
ambos costados. Un asistente cerró las puertas de gruesa madera tallada,
dejando a todos en completo encierro.
La reunión dio comienzo, con las siguientes palabras del abogado:
—Agradezco que hayan venido. No es necesario expresamente hacer
lectura de estos escritos, pero es mejor que la familia y los beneficiarios
escuchen la voluntad del testador y a mí me gusta comunicarlo
verbalmente, así podemos aclarar dudas, si es que hubiera. La asistencia es
voluntaria, me imagino que quienes están presentes hoy desean conocer la
información que voy a revelar— declaro mirando a toda la concurrencia—
Mi nombre es Horacio Montealegre, pertenezco al bufete de abogados que
atendía los negocios y los intereses de don Clemente Krauss. Voy a
proceder a leer el texto del testamento que ha dejado el susodicho.
Comenzó la lectura del escrito, que contenía párrafos y más párrafos de
información legal obligatoria en esos casos, pero que no decía nada preciso
respecto de la repartición de bienes que el hombre había estipulado.
Mientras el abogado leía, un par de veces se sintió que abrían la puerta,
pues algunos invitados llegaron con retraso. En una de esas ocasiones, doña
Venecia Fábregas, entró a la sala y el señor Montealegre, se quedó en
silencio a la espera de que la mujer tomara ubicación en una silla de la
primera fila. Era el pariente más cercano del testador y se le había reservado
un lugar privilegiado.
La muchacha la miró con detenimiento. La mujer debía estar cerca de
los setenta años, se veía con buena salud, aunque le costaba caminar, pues
se ayudaba de un bastón. Vestía con su habitual elegancia; siempre prefirió
la ropa de diseñador. La acompañaba una mujer sencilla, que parecía ser
alguien que la apoyaba en sus desplazamientos. Dominique no la recordaba.
En cuanto la señora tomó asiento, el abogado retomó la lectura. La
mujer que acompañaba a la dama, caminó unos pasos hacía su izquierda y
se apoyó en la pared, mientras escuchaba lo que don Horacio leía, miró con
detención a Dominique en una ocasión y sus miradas de cruzaron. Unos
minutos después, el licenciado llegó al apartado en que se disponía de los
bienes.
—Lego a mi fiel compañero don Anselmo Santibáñez una renta anual
perpetua de diez millones de pesos, en agradecimiento a su lealtad. A doña
Camelia Sánchez, un legado de cinco millones de pesos, a mi secretario don
Federico Vidal un legado de diez millones de pesos…
Seguían algunos legados a instituciones de beneficencia y a algunos
servidores de sus propiedades en el campo.
Luego comenzó a detallar los bienes que poseía y que serían repartidos
entre sus beneficiarios. El abogado detalló las cuatro casas que tenía en la
ciudad, dos propiedades en la costa, varias haciendas en el campo, obras de
arte, vehículos, inversiones, ganado, etc. Haciendo un completo desglose de
bienes, sin valorarlos.
Luego, fue el turno de la familia.
—A la señora Venecia Fábregas, lego el usufructo de la hacienda
Mayorazgo y una renta anual perpetua de veinte millones de pesos. A mi
ahijado Esteban Vilas, mis acciones en el Club y otras acciones que se
detallan…las obras de arte que se especifican…que permanecen en la casa
de la Marina y las acciones del club de Golf.
—A mi sobrino nieto Emmanuel Krauss, mis inversiones en la
Siderurgica Krauss y las acciones de la Compañía Forestal San Alfonso.
—A mi ahijada Dominique Santibáñez, mis cuadros de Toral, Pacheco
Altamirano y otros, avaluados en veinte millones de pesos, más dos
esculturas de connotados artistas.
El caballero tomó las hojas que tenía en las manos y las ordenó,
buscando una en particular que le interesaba leer.
—Ese es el detalle de bienes que se ha destinado a personas
individuales, libre de condiciones. Ahora procederé a leer el resto de los
deseos de don Clemente Krauss que sólo importan a un par de beneficiarios.
Agradezco a la señorita Dominique Santibáñez y don Emmanuel Krauss
que me acompañen a mi oficina.
Dominique no se había dado cuenta que el hombre estaba en la sala.
Cuando el abogado se dirigió a él, hablando hacia el fondo de la habitación,
en ese momento lo vio. Estaba de pie apoyado en la pared.
No lo había visto llegar, ni tampoco lo sintió ubicarse en ese sitio. Es
cierto que ella estaba pendiente de lo que decía el abogado y él entró sin
hacer ruido. Sólo lo vio con el rabillo del ojo; no se atrevió a mirarlo con
detención.
Al escuchar la solicitud de don Horacio se quedó pasmada, su padre le
tomó la mano y la hizo reaccionar. Salió de la habitación, caminando
lentamente.
CAPITULO III
Emmanuel Krauss, se encontraba en su despacho, conversando con su
socio, Luciano de Luca. Ambos habían formado esa empresa hacía varios
años y aunque habían tenido tiempos muy favorables, en ese momento
pasaban por dificultades económicas importantes.

—Deberías pensarlo bien—señaló su amigo, luego de enterarse de los


términos del legado.
—No tengo nada que pensar. Voy a aceptar, obvio. Necesito dinero y no
veo otra forma de conseguirlo—declaró con toda seguridad.
—¿Y si ella no acepta?
—Claro que va a aceptar. Nadie puede rechazar tamaña fortuna—
aseguró.
—Pero por lo que me contaste, ella no te tiene en alta estima.
—¡No puede ser tan rencorosa! — exclamó Emmanuel sin darle
importancia—Han pasado más de diez años desde esos eventos.
—¿Nunca más la viste? —preguntó Luciano, interesado.
—Nunca… Hasta hoy. Cuando pasó todo, mi tío la envió a Europa.
—¿Y qué te pareció?
—Es una belleza. Está tan linda como la recuerdo, pero ya no es la niña
candorosa de antaño, ahora es una mujer muy sofisticada.
—¿Qué dijo? cuando se enteró…
—Nada. Se quedó callada, ni siquiera me miró.
—¿Y qué le vas a decir a Angela?
—La verdad. No tiene por que cambiar nuestra situación por este
inconveniente.
—Inconveniente— repitió Luciano riendo—Yo creo que más bien ella
lo verá como un problema. Pero tú la conoces mejor que yo—añadió
dudando de la comprensión de la mujer.

Ambos hombres eran muy distintos. Emmanuel era alto, trigueño casi
rubio, ojos verdes, atlético, deportista, un hombre con mucha personalidad
y fuerte carácter; decidido, frío. Luciano, de ancestros italianos, muy
agradable, hablador, cercano; moreno, un poco más bajo de estatura,
intelectual, muy trabajador. Se habían hecho amigos en la Universidad
durante un MBA que ambos cursaron en California. Al regresar al país
habían formado la empresa exportadora que aún funcionaba en las oficinas
del Edificio Continental, en un barrio empresarial exclusivo.

La compañía había crecido muy fuerte los primeros dos años, luego se
estabilizó. Ahora estaban comprando algunos terrenos para ampliar sus
negocios y comenzar la plantación de olivos, para la futura planta de
elaboración de aceite, pero el invierno había sido devastador con la cosecha
de manzanas, que exportaban a Asia y habían tenido importantes pérdidas
la temporada anterior. Ahora estaban tratando de levantarse nuevamente y
esperaban conseguir financiamiento bancario. El año anterior habían abierto
oficinas en otra ciudad y Emmanuel estaba viajando regularmente para
controlar esa operación, pero ahora estaba en duda la permanencia en esa
zona agrícola.

Cuando Luciano volvió a sus quehaceres, Emmanuel se quedó solo en


su oficina. Estaba pensando cómo iba a decirle a Angela lo que estaba por
suceder, porque para él era un hecho que iba a haber un matrimonio, cuando
su asistente tocó a la puerta.

—Don Emmanuel, por favor, puede firmar los documentos que le dejé
en la carpeta sobre la mesa— pidió una mujer baja y regordeta, con el
cabello rubio cortado en melena.
—¿Cuál, Blanca?
—La única que tiene ahí encima, pues— dijo entrando a la oficina y
buscando entre los papeles— Yo la dejé encima de todo, pero usted toda la
vida revuelve las cosas.
—Lo siento, tengo muchas cosas en la cabeza.
—Lo llamó la señorita Schmidt, necesita hablar con usted, pero no le
responde el teléfono.
—Si llama de nuevo, dile que se me quedó el móvil en el auto.
—Siempre mintiendo por usted— reclamó la mujer, dejando a
Emmanuel sonriendo.
CAPITULO IV
El abogado los había guiado hasta unas oficinas interiores. La muchacha
lo siguió muy de cerca, el joven se mantuvo un poco más atrás; buscaron
evitarse lo más posible. El caballero entró en una habitación en la que había
un escritorio elegante de madera, muy decorado. El cuarto tenía pocos
muebles, pero de preciosa factura. Había muchos libros en los dos estantes
de caoba que había en la pared del fondo. A un costado había una mesa que
lucía una estatua de un caballo de madera, tallado a mano. En otro mueble
había una figura de una carabela. En la pared, una pintura de un paisaje, que
a ella le llamó la atención.

El hombre les ofreció asiento, haciendo un gesto con su mano. Se sentó


tras del escritorio y colocándose sus anteojos, que había guardado en el
bolsillo de su chaqueta, los miró fijamente.

—Los recuerdo perfectamente. Han pasado muchos años, desde la


última vez que nos vimos—dijo haciendo memoria— ¿Diez años tal vez?
—Once o doce—señaló Emmanuel, con esa voz cálida que ella había
olvidado por completo.
—¿Desean un café? —ofreció marcando en su teléfono un número, para
comunicarse con su secretaria. Dominique negó con la cabeza.
—Yo acepto un café, Horacio. Gracias—dijo el joven tomando su
celular y dejándolo en silencio, pues estaban llegando mensajes. Los miró y
guardó el aparato en el bolsillo de su chaqueta.

Quedaron a la espera de que les trajeran el café solicitado. Don Horacio,


buscó en sus cajones una agenda y tomó una pluma desde un portalápiz
dorado que tenía sobre la mesa. La secretaria demoraba en llegar con las
bebidas; para Dominique el silencio era incómodo. De pronto se sintió un
golpe en la puerta y ésta se abrió para dar paso a una señora alta, delgada,
con anteojos de marco grueso, que traía una bandeja. Dejó sobre la mesa los
dos cafés y se retiró luego de que el abogado le dio las gracias.
—Bueno, muchachos. Les pedí que me acompañaran para hablar en
privado, porque las condiciones del testamento en este punto sólo les
conciernen a ustedes.

Dominique pensaba que su padrino iba a ser más generoso. Los cuadros
que le dejó eran valiosísimos, pero pensar en entregarlos le parecía una
ingratitud. De todas formas, no valdrían tanto si los llegaba a vender. Serían
varios millones, pero ella esperaba que por lo menos le hubiera dejado lo
suficiente para dar el pie para la compra de la casa de sus sueños, en donde
pensaba algún día fundar su propia editorial. En fin, ella quiso mucho al
caballero y lo que le dejara lo agradecía.

—Les voy a resumir lo que establece el escrito en términos fáciles, pues


hay fraseología legal en todo esto y ninguno de ustedes es abogado, según
entiendo.
—No—dijo Dominique, hablando por primera vez— No soy abogada.
—Yo tampoco—declaró Emmanuel.
—Entonces, pongan atención. Le dije a Clemente que no enredara las
cosas, pero él quiso poner cláusulas que se deben cumplir para que se reciba
el resto de la herencia.

Ambos jóvenes esperaban callados. No entendían adonde iba a llegar


don Horacio Montealegre con tanta palabrería. El caballero comenzó a
revisar las hojas que tenía en su mano, buscando una parte en particular, que
debía leer. La encontró y procedió a detallar:

—De acuerdo al texto en el número Veinticinco del escrito, dice que


Dominique Santibáñez Rodríguez y Emmanuel Krauss Siebert, son los
únicos herederos de todas las propiedades no testadas anteriormente, junto
con las inversiones en empresas marítimas, agrícolas y mineras y su
patrimonio en bienes muebles, lo que asciende en total a la suma de sesenta
y cinco millones de dólares.
—No entiendo. ¿Por qué no nos dijo eso en la sala? —preguntó
Emmanuel.
—Porque hay cláusulas, que procedo a leer: “Para disponer de dichos
bienes, ambos beneficiarios deberán, dentro de un plazo máximo de seis
meses, contados desde la lectura de este testamento, contraer matrimonio y
permanecer casados por espacio mínimo de un año, plazo final en el que se
hará efectiva la entrega del patrimonio. Durante el tiempo que transcurra
hasta que se haga efectivo el cumplimiento, recibirán sólo los intereses de
las inversiones, sin poder tocar el capital financiero, ni vender ninguno de
los bienes a los que he aludido.

Ambos quedaron en silencio. Estaban tratando de digerir lo que


escuchaban. Sesenta y cinco millones de dólares. Era mucho dinero.

—¿Es en serio? —preguntó Emmanuel, confundido— ¿Es legal lo que


está escrito ahí?
—Completamente—aseguró el caballero.
—De no cumplir con lo impuesto en el testamento, ¿Qué pasaría? —
preguntó Dominique, con ganas de ponerse a llorar de impotencia.
—Si no se cumple la cláusula de casarse antes de seis meses o de no
mantenerse legalmente unidos un año después, toda la fortuna será dividida
entre doña Venecia Fábregas y algunas instituciones de beneficencia que se
detallan más adelante.
—Me gustaría leer el escrito si fuera posible. ¿Puedo llevarme una
copia para revisarlo con calma en casa? —pidió Dominique, pensando que
Julieta o algún abogado que ella conociera, podría dar fe de la legalidad de
las cláusulas.
—Claro, no hay problema. Las cláusulas principales son ésas, pero hay
algunos agregados de menor importancia que también se deben considerar.
Léalo con calma. A usted también le entregaré una copia—dijo dirigiéndose
a Emmanuel que estaba en aparente tranquilidad.
—Por favor, me gustaría revisarlo también—señaló el muchacho,
asintiendo con la cabeza.

El caballero volvió a llamar a su secretaria y le pidió que trajera copias


del manuscrito que tenía enfrente. En cuanto la señora llegó con ellos,
dentro de unas carpetas de color verde, el abogado pidió que le entregara
una a cada uno de los visitantes.

—Bueno, quedo a la espera de que me den su respuesta. El plazo es de


seis meses para cumplir la cláusula principal, pero les agradezco que en
cuanto tomen una decisión me la comuniquen, para ir cerrando estos
pendientes, que luego deben registrarse y protocolizarse y eso demora—
pidió el caballero, poniéndose de pie– Mañana voy a visitar a doña Venecia
que también es una probable beneficiaria, dependiendo de los que ustedes
decidan. Preferí dejarla a ella para el final, pues no creo que se tome muy
tranquilamente estos deseos de su primo político. Tengan en cuenta que es
probable que ella quiera impugnar el escrito.

La muchacha se puso de pie y dando la mano a don Horacio, se despidió


sin siquiera mirar a su acompañante. Dominique había visitado durante sus
últimos años de vida a don Clemente y a su parecer el caballero estaba con
plenas facultades de testar como le pareciera, por lo que la señora Fábregas
no tendría mucho que aducir en contra de sus deseos.

Fuera de la oficina, su padre la esperaba ansioso por tener noticias de lo


que habían hablado dentro.

—No se preocupe, papá. Son trámites que hay que hacer—dijo sin
transmitir lo que el abogado le dijo— Me alegro que don Clemente le dejara
algo en su testamento. Usted fue un leal servidor.
—Yo no me lo esperaba—declaró el hombre— De verdad, estoy muy
agradecido del señor Krauss, fue muy generoso. Tu madre va a estar
contenta.
—Claro que sí. Vamos a la casa y aprovecho de verla.
—Ya, pues, hija. Y almuerzas con nosotros. Tu mamá iba a hacer
cazuela.
—Que rico. Nunca como cazuela. Me encanta la idea—dijo tomando a
su padre del brazo y caminando fuera de las oficinas.

Emmanuel salió un momento después y la vio retirarse con su padre. La


muchacha llevaba un vestido estampado de fondo oscuro y grandes flores
rosadas que dejaba ver unas torneadas piernas y la chaqueta blanca que
llevaba delineaba su pequeña cintura. Su cabello rubio lo llevaba sueldo y
ese gesto de llevarlo sobre el hombro hacia adelante le pareció muy
femenino. Aún sentía el aroma de su perfume, suave, floral. Estaba muy
linda.
Su tía Venecia permanecía aún en el lugar. Al parecer don Horacio iba a
tener que pasar el mal rato en seguida, porque la señora iba a pedir
explicaciones inmediatas de lo que había pasado. Sacó su teléfono y llamó a
alguien para reunirse a almorzar. Era una voz de mujer la que hablaba al
otro lado de la línea.
CAPITULO V
Ya en su departamento, ambas amigas se dispusieron a leer el
documento que el señor Montealegre le había entregado. Sobre la mesa del
comedor tenían el escrito, que contaba de varias hojas y Julieta iba
destacando algunas cosas importantes de cuando en cuando. En su agenda
anotó algunos datos, que quería corroborar con un colega. En general el
texto era bastante claro. Los deseos del testador eran muy concretos.

—¿Y se puede poner cualquier condición para los beneficiarios de una


herencia? — preguntó Dominique que no lograba aceptar que todo ese
dinero pudiera ser suyo, lo que le permitiría cumplir muchos sueños propios
y de su familia y que se le escapara de las manos. Era una injusticia.
—En este país, te diría que sí. Hay un par de cosas que me parecen
fuera de lugar, pero no fuera de la ley, que es lo que vale, a fin de cuentas.
—¿Y si esta señora, que es prima de don Clemente, quisiera
impugnarlo?
—Lo veo difícil— señaló tomando su móvil y marcando un número—
Voy a llamar a Omar, que sabe más de estas cosas de testamentos. Dame un
minuto— agregó poniéndose de pie y caminando hacia el refrigerador a
buscar un agua mineral.

Julieta se quedó de pie, junto a la mesa de la cocina que separaba ambos


espacios y conversó con su amigo unos minutos. Dominique hojeó mientras
tanto el testamento que estaban revisando y se sorprendió de algo que leyó.
Cuando su amiga cortó el llamado, despidiéndose de su colega, la hizo
sentarse frente a ella y le pasó una de las hojas, en donde había destacado
unas frases.

—Lee ese párrafo— pidió confundida— ¿Entiendo bien?… ¿Dice que


tenemos que vivir juntos?
—Efectivamente. En resumen, amiga, tienen que casarse antes de seis
meses, permanecer juntos un año como mínimo y vivir en la casa que se
denomina La Casona del Rosal— señaló leyendo algunas frases que había
destacado— Estas cláusulas de aquí son más complicadas, porque no me
imagino cómo van a controlar que no tengan relaciones paralelas, que es
otra de las cláusulas.
—Yo creo que Krauss debe tener pareja, no creo que esté solo.
—Bueno, tendrá que arreglárselas por lo menos un año— declaró
pensando que por tantos millones de dólares valía la pena el esfuerzo—
Amiga, un año pasa volando— añadió dándole ánimos.
—No sé. No me puedo imaginar la situación. Hoy no cruzamos palabra
— dijo recordando la experiencia de esa mañana en la oficina de los
abogados— No me siento cómoda cerca de él.
—Piensa que, dentro de todo, no les pidió tener un hijo— manifestó
Julieta en tono de broma.
—Lo que me faltaba. Ahí sí que declino de inmediato.
—¿Y qué vas a hacer entonces? — preguntó la abogada recogiendo los
papeles que estaban dispersos sobre la mesa y guardándolos en la carpeta
verde en que venían— Mi consejo es que lo pienses bien.
—Lo voy a pensar. No quiero tirar por el excusado todos esos millones
que pueden asegurarme el futuro.
—¿Por qué no hablas con él? Llega a un acuerdo. La casa debe ser
grande, pueden convivir perfectamente y tú puedes hacer oídos sordos a
cualquier relación que él quiera tener— propuso buscando algún arreglo
que le permitiera disfrutar de la herencia, sin estropearse la vida.
—Tengo que pensarlo— declaró poniéndose de pie— Voy a acostarme,
estoy cansada. Mañana hablamos y te cuento que me dijo la almohada—
agregó bromeando, pues sabía que la noche iba a ser larga, ya que
seguramente estaría pensando en la situación y en la solución más
satisfactoria para ella.

Se puso su camisola con el estampado de oveja que le había regalado su


mamá para su cumpleaños y se acostó en su cama. Apagó la luz de la
lámpara y se dispuso a dormir, pero sus pensamientos lejos de buscar el
sueño, se pusieron a recordar. Su cabeza se llenó de recuerdos de aquel
verano, cuando Emmanuel Krauss le robó el corazón.

Ella vivía con sus padres en una casita pequeña que se encontraba en el
mismo terreno que don Clemente tenía en el sector montañoso de los
alrededores de la ciudad. Vivió en esa casa desde que tenía memoria. Su
padre trabajaba con el caballero desde que era joven y se encargaba de
llevar la casa, como un mayordomo. Su madre se dedicaba a hacer artículos
de lana de oveja y trabajaba para una señora que vivía en el sector.
Dominique era ahijada del dueño de casa y como el hombre no tenía hijos
se había encariñado con ella, por lo que le dio educación y le agradecía que
lo acompañara en la casa luego del colegio; la trataba como a una hija.

Ella era fanática de la lectura y se dedicaba a leer todo lo que


encontraba en la gran biblioteca que el señor Krauss tenía en la casa. No
tenía muchas amigas, sólo se juntaba a jugar con la hija de la cocinera que
también habitaba en la casa y algunas amigas del colegio, pero ninguna
muy cercana. El ser la “protegida” de un hombre rico le acarreaba envidias.
Don Clemente siempre le ofreció que estudiara fuera, para que tuviera más
posibilidades de conocer mundo y ampliar sus horizontes, pero ella sentía
que su lugar era ese, no merecía más.

A medida que fue creciendo, se fue convirtiendo en una muchacha muy


hermosa. Su madre tenía ancestros españoles y era morena de ojos claros,
rasgos que ella no heredó, siempre pensó que se parecía más a don Anselmo
que era de tez clara y ojos oscuros. Su padrino tenía pocos familiares,
solamente lo visitaba una de ellos, que en ese tiempo era una mujer de
mediana edad, doña Venecia Fábregas, que era pariente política, pues se
había casado con un primo del señor Krauss. Tenía un hijo, Adrián, pero el
muchacho no era alguien de mucho provecho y la mujer constantemente
tenía que sacarlo de apuros. Don Clemente tenía un primo directo, que vivía
en Alemania y que nunca lo visitó, pero siempre mantuvo con él una
relación epistolar. Este sobrino tenía un hijo y un verano que ella recordaba
como una temporada de altos y bajos, el muchacho vino al país a conocer al
pariente de su padre.

En cuanto se conocieron, se produjo una atracción mutua. Dominique


nunca había sentido algo así por ningún muchacho, a pesar de que hubo
varios que quisieron cortejarla, pero ella no encontraba en ellos ningún
atractivo. Emmanuel Krauss llegó a su vida y la dio vueltas de cabeza. El
joven era apuesto, alto, de ojos verdes y una sonrisa cautivadora. Era culto,
había viajado mucho y conocía distintas realidades. Se había titulado de
economista hacía pocos meses y estaba tomando unas vacaciones. Todo lo
que le contaba a ella le parecía de novela. Ella se enamoró en unos pocos
días y parecía que el también sentía algo por ella. Su desilusión fue enorme,
cuando un par de meses después, él le comunicó que volvía a su país, pues
tenía que incorporarse a la empresa que unos parientes tenían en la ciudad
de Colonia. Tenían que aprovechar de disfrutar el uno del otro lo más
posible.

Una tarde en que se encontraban paseando por el campo, luego de


estarse bañando en el rio, que colindaba con la propiedad, él la besó, como
nunca antes la habían besado. Ella sólo había coqueteado con algunos
muchachos de la zona, pero en esta ocasión lo que le provocaba Emmanuel
dejó atrás cualquier pudor y ella se entregó a ese romance. Fueron varias
semanas en las que se escapaban al campo para entregarse a caricias cada
vez más osadas. Una de esas tardes, cuando la noche estaba colocando su
manto de estrellas sobre el campo, Dominique y Emmanuel se entregaron a
la pasión e hicieron el amor a orillas del rio. Para la muchacha, ese
momento fue el más sublime de su vida. Pensó que el muchacho
formalizaría una relación, pero nada de eso pasó y para ella creció la
incertidumbre.

A mediados del verano llegó a la casa el hijo de la señora Venecia con


algunos amigos. Una de las muchachas que venía con el grupo se fijó en
Emmanuel y se encaprichó con él. Le coqueteaba descaradamente y
Dominique sufría cada vez que la chica lo abrazaba o lo invitaba a bañarse
con ella en el río, pues él aceptaba y la dejaba a un lado. De pronto
Emmanuel comenzó a cambiar su comportamiento. Se reunía con el grupo
y ya no tenían esos encuentros que ella disfrutaba y esperaba cada atardecer.
Algunos días no lo veía hasta muy tarde, cuando regresaban de la ciudad.
Ella no los acompañaba, pues su madre no consentía que ella dejara la casa
sin supervisión de alguien responsable y tenía que quedarse a la espera de
que el hombre que amaba, pues ella ya sabía que lo amaba tuviera tiempo
para verla, dentro de toda la diversión que ese grupo le otorgaba.

Un fin de semana, que ella catalogó como el peor de su vida, se


encontró con Emmanuel y Valeria, la muchacha que se le insinuaba,
conversando bajo un ciprés cerca de la casa. Los vio desde lejos, pero pudo
ver que la chica se acercaba a él y lo acariciaba, hasta que le dio un beso en
los labios y él correspondió a ese beso sin ninguna resistencia; se sintió
engañada. Desde lejos se dio cuenta que él la había visto y aunque esperó
que tratara de explicarle lo sucedido o le pidiera disculpas por aquella falta,
nada de eso sucedió.

La peor parte de todo, fue cuando, sin querer, mientras entraba en la


casa de don Clemente una tarde, para devolver un libro, se encontró con
Adrián que hablaba con uno de sus amigos y se refería a ella.

—Esa muchachita de pueblo es una ingenua— dijo Adrián, riendo.


—¿De verdad pensará que Emmanuel va a tener algo serio con ella?
—Algo serio, imposible. Ya probó ese bocado, no hay nada más que le
interese— declaró el hijo de doña Venecia, dejando a Dominique
congelada.
—Entonces es verdad que Valeria consiguió su objetivo.
—Obvio, esa chica no tiene escrúpulos. Además, Emmanuel se va la
próxima semana. Ella quiere divertirse igual que él— añadió son una risa
socarrona—Mi primo es un hombre de mundo, que va a hacer con una niña
de pueblo. Ahora que vuelva a casa, se le van a ofrecer las mujeres. Va a
cazar alguna que tenga dinero, si lo que le gusta a él es eso. ¿Crees que vino
a ver al tío Clemente para fortalecer lazos familiares? Quiere su dinero,
obvio y esta chica puede ser un obstáculo para sus fines. ¿Tú crees que ella
es la “protegida” del viejo?, debe ser su amante, si el viejo tiene que
disfrutar la vida, ahora que todavía puede— declaró Adrián con un tono
cínico.

Ella se había entregado a Emmanuel, porque sentía que él era sincero.


No pensó que él se estuviera riendo de ella y menos que les contara a sus
nuevos amigos la intimidad que ellos estaban viviendo. Se sintió humillada.
Al parecer la influencia de ese grupo, le hacía muy mal al muchacho. Se
estaba convirtiendo en uno de ellos. Además, enterarse que todos pensaban
que ella tenía una relación sucia con su padrino la sorprendió y la hizo
sentir una mayor humillación aún.

Se dio cuenta de que había hecho el papel de tonta. La humillación


estaba socavando sus buenas intenciones. Odió a Emmanuel Krauss por
burlarse de ella y por ser un hipócrita. Ella de verdad quería a don Clemente
y nunca buscó apropiarse de nada. Nunca aceptó los ofrecimientos sinceros
que el caballero le hizo para ayudarla a ser alguien más preparado para la
vida.

Tomó una decisión dolorosa, pero contundente. Le pediría a don


Clemente que la sacara de aquel lugar. Estar en esa casa, con el permanente
recuerdo de lo vivido con Emmanuel, le haría daño; pero antes lo iba a
encarar a él.
CAPITULO VI
Pasaron un par de días y noches, en las que no lograba descansar. Esa
mañana se levantó igual de cansada que si no hubiera dormido. Salió de la
ducha y golpeó la puerta del cuarto de su amiga. Julieta estaba lista para
desayunar, el hervidor avisaba que el agua estaba dispuesta. La abogada
salía de su cuarto y se sorprendió al ver el aspecto de su amiga.

—Parece que no dormiste mucho.


—Gracias por el ánimo, dime lo mal que me veo ahora— pidió
bromeando.
—Te ves mal, para que te voy a mentir— dijo riendo— Bueno, te
miento. Estás regia, amiga.
—Gracias. ¿Tienes un minuto?
—Obvio, tomo desayuno, mientras te vistes y hablamos. Hoy tengo que
ir al Ministerio a las once, así que puedo demorarme un poco.

Dominique entró en su cuarto que era un poco más pequeño que el de su


amiga. Ambos tenían orientación al oriente, por lo que les llegaba el Sol de
la mañana y estando en pleno verano como estaban, era muy alentadora la
luminosidad que proveía el amanecer. Su cama de dos plazas estaba
enfundada en un cobertor de color violeta intenso y todo en su habitación
exudaba femineidad. Buscó entre su ropa un vestido alegre, para subirse el
ánimo, pero no encontró nada que le levantara el espíritu lo suficiente.

Finalmente, se decidió por una blusa color azul rey y una falda
estampada en colores similares que le daban un aire elegante. Esa mañana
tenía reunión con su jefa y luego un comité de proyecto por un nuevo
lanzamiento que la editorial estaba organizando. Calzó sus altas sandalias
negras de charol, que para ella eran los zapatos más cómodos del mundo. Se
puso una traba en el cabello y salió del dormitorio, luego de hacer su cama
a la rápida, para no tener que llegar cansada en la tarde a ordenarlo todo.
Cuando volvió al pequeño comedor, su amiga estaba sirviendo jugo para
ambas.
—¿Cómo dormiste?
—Igual que todas estas noches.
—Creo que vas a tener que tomar una decisión y comunicársela al
abogado. Mejor aceptar o rechazar, pero decídete y deja de sufrir— señaló
colocando queso sobre una lámina de pan integral—¿Qué pasa? —
preguntó después al ver que su amiga quería decir algo, pero no hablaba.
—Anoche me llegó un correo— dijo bebiendo su jugo de naranja— de
Krauss.
—¿Qué?
—Anoche me llegó un correo de Krauss— repitió bromeando.
—Si te entendí, es que me sorprendió— declaró Julieta—¿Qué quiere?
—Es un mail muy formal, en que me dice que quiere que nos reunamos
a conversar— dijo mostrando a su amiga el correo electrónico que miraba
en su móvil.
—Se ve claramente que quiere llegar a algún acuerdo— señaló la
muchacha, leyendo con calma el mensaje—Lo que yo entiendo es que él
está de acuerdo con las condiciones, sólo quiere saber si tú has decidido
algo. Debe necesitar el dinero, seguramente.
—Lo más probable.
—¿Le respondiste?
—No sé qué responder. Aconséjame, amiga. Yo también quiero ese
dinero. Imagínate, puedo comprar esa casona que siempre he soñado,
instalarme con mi editorial, comprarle a mis padres esa parcela que siempre
han querido, ayudar a mucha gente con la fundación.
—Si me preguntas a mí, si yo fuera tú aceptaría el acuerdo. Casarse en
estos tiempos no es lo que era antaño, un año pasa volando y convivir en
una tremenda mansión no es precisamente insoportable— manifestó siendo
increíblemente práctica, algo inusual en ella.
—Pero es que el problema es él.
—¿Tiene alguna foto? Quiero conocerlo— pidió Julieta con curiosidad.

Dominique tomó su móvil y realizó una búsqueda en internet, encontró


algunas referencias de Emmanuel, no las que imaginaba. Se veía
participando en un Seminario empresarial en Buenos Aires, en otra foto lo
entrevistaban, porque hacía clases en una Universidad y en otra aparecía en
un evento de un periódico en donde premiaban a emprendedores. Al parecer
no estaba sumergido en la noche como ella creía.
—Este es— dijo entregando nuevamente a su amiga el móvil.
—Oh, my God. Es muy guapo— dijo la abogada sonriendo, mientras
admiraba al hombre alto, con unos ojos verdes impactantes y una sonrisa
encantadora— no sería tan malo convivir un año para mí— rio,
devolviendo el equipo a su amiga— En serio, yo aceptaría, pero si quieres
estar más tranquila, puedes pedirle que firmen algún acuerdo.
—¿Se puede hacer eso?
—Algo pre nupcial, como los artistas, que ponen condiciones de
fidelidad y de indemnizaciones a sus parejas. Creo que se puede, déjame
preguntarle a Soraya, mi amiga es especialista en esas materias, trabaja en
el área de divorcios.
—Te agradezco que me ayudes. No sé qué hacer. No te voy a negar que
si no acepto me voy a arrepentir para siempre.
—Acepta, pero impone condiciones. Yo te voy a asesorar, vamos por
esos millones, amiga.

Esa mañana, Dominique se reunió con su jefa, la señora Casanova que


era la dueña de la editorial Casa Azul, que se dedicaba a publicar y
representar a autores superventas y que entre sus filas habían captado
recientemente a Dalila Habib. La señora le pidió a la muchacha que se
hiciera cargo de la presentación de la próxima novela de autoayuda que la
sicóloga iba lanzar el mes entrante. Dominique quedó entusiasmadísima
con la noticia y habría estado feliz para siempre, si no se hubiera enterado
esa misma tarde, en la reunión del comité del lanzamiento de la novela
policial del momento que regresaba a la editorial un antiguo ejecutivo que
se había trasladado a España y ahora volvía al país.

Cuando supo que Salvador Ruiz-Tagle volvía a la oficina su ánimo se


descompuso. Recordó aquella temporada, cuando recién llegó a la Editorial
y estaba comenzando a ascender en su carrera, en la que el Encargado de
negocios para Latinoamérica, se le insinuó en varias ocasiones y ella sólo
atinaba a escapar de sus avances. Era un tipo muy sofisticado, debía tener
cerca de cincuenta años y estaba casado con una amiga de la dueña de la
editorial. Era un hombre muy invasivo y con las muchachas más jóvenes
trataba de abusar y de sacar algún provecho. Ella había rechazado un par de
invitaciones y en una ocasión se ofreció a llevarla a casa, pero gracias a
Dios un compañero, que luego se volvió un gran amigo la salvó de tener
que compartir con el hombre.

Unos meses después, para su suerte, Ruiz Tagle fue nombrado


encargado de la oficina de la Editorial en Madrid y no se supo más de él,
salvo cuando se conectaban telemáticamente con las sedes y hacían
reuniones regionales. Cuando escuchó el anuncio, el ánimo se le vino al
suelo. Cómo deseó poder independizarse y tener algo propio, su editorial
soñada, en donde daría oportunidades a escritoras que tuvieran potencial y
que quisieran escribir para mujeres, con contenido. Recordó entonces que
tenía pendiente la respuesta para Krauss y se decidió a contestarle.

“Estoy de acuerdo en que hablemos, pero creo que será mejor que nos
reunamos con nuestros abogados, para revisar la propuesta de la herencia y
tomar alguna decisión. Yo no he decidido aún mi respuesta”, decía el correo
que redactó impulsivamente. Luego lo pensó mejor y decidió que no iba a
reunirse con él de ninguna manera. El nuevo e-mail quedó redactado así:
“No estoy decidida aún, depende de algunas condiciones que deberían
cumplirse. Si tiene tiempo de recibir a mis abogados, le agradezco que me
confirme cuándo”.
CAPITULO VII
—¡Que va a enviar a sus abogados! — exclamó Emmanuel con ironía.
—Es lo más razonable. Tú también deberías buscarte algún abogado de
confianza— propuso Luciano que era más práctico.
—Qué abogados va a tener, si no tiene un peso.
—A veces, es mejor tener amigos que tener dinero. Puede tener algún
amigo abogado. Todo el mundo conoce a un abogado. Levantas una piedra
y sale uno— bromeó, pensando en dónde podrían encontrar un abogado
apropiado al caso.
—Podría decirle al hermano de Bercovic, creo que se dedica a
divorcios.
—Todavía no te casas y ya piensas en divorcios— señaló, siguiendo con
la broma— Yo creo que puedes recibir a sus abogados y ver qué te
proponen. Si no tuviera alguna intención de aceptar no estaría asesorándose,
¿no crees?
—Ahí tienes un punto.
—¿Hablaste con Angela?— dijo Luciano, cambiando de tema.
—No me digas nada. Casi me comió vivo— dijo tomando la cafetera
que había sobre una mesa y sirviéndose un café bien cargado— Cree que
tiene algún dominio sobre mí. Me prohibió que me casara con esa mujer—
agregó riendo— Como si pudiera darme órdenes.
—Es tu pareja, desde hace meses.
—Y lo seguirá siendo, si no se pone ridícula con sus reacciones—
señaló bebiendo el líquido caliente— El escrito me prohíbe tener relaciones
paralelas, pero no tienen por qué descubrirlo.
—Ten cuidado. Creo que es mejor, si vas a dar ese paso, no tientes a la
suerte. Termina con Angela oficialmente y pídele que sigan a escondidas.
—Encontraré la manera. Lo que importa ahora es que esta mujer acepte
las condiciones y nos casemos cuanto antes. Necesito que este año pase
volando y mientras tanto las ganancias del capital pueden servirnos. Es una
fortuna estratosférica, no te imaginas lo que puede rentar.
—Entonces recibe a sus abogados y da esto por terminado— propuso
Luciano, tomando su agenda desde el escritorio de su amigo y poniéndose
de pie
—Ojalá que haya olvidado lo que pasó. Después de tantos años, no
vamos a volver sobre una aventura juvenil que no resultó.
—Por lo que me contaste, fuiste muy canalla. Perdona que te lo diga,
pero te portaste bastante mal con ella. Si ella te odiara todavía, tendría
razón.
—Gracias, amigo. Me das una luz de esperanza— ironizó mientras
tragaba el último sorbo de su café.
CAPITULO VIII
Emmanuel había acordado con Dominique recibir a sus abogados, la
tarde del jueves siguiente. En cuanto la secretaria le avisó que lo buscaban
unas personas, respiró profundo y llamó a su amigo que estaba en la oficina
aledaña para que estuviera presente. Necesitaba alguien que pensara con la
cabeza fría, pues él estaba demasiado ansioso por cerrar el trato y eso podía
jugarle en contra.

—Gracias, Blanca— dijo en respuesta a la llamada de su asistente—


llévelos a la sala de juntas, voy en seguida.

Salió de su despacho y se paró en la puerta, a la espera de que su amigo


apareciera. Cuando lo vio venir desde el interior lo instó a apurarse.

—Ya están aquí— dijo dando un resoplido, que hizo que Blanca, que
estaba sentada en un escritorio al ingreso de la oficina se diera vuelta a
verlo.
—¿Son muy viejos? — preguntó susurrando a la secretaria que estaba
atenta a lo que ellos conversaban.
—Son dos niñas jóvenes— respondió ella también susurrando.
—Les puedes ofrecer un café, Blanca, por favor.
—No quisieron nada— respondió ella, levantándose de su sitio para
sacar una fotocopia en una máquina que había a un costado de su escritorio
— ¿Ustedes quieren algo?
—No, gracias— respondió, prefiriendo que no los interrumpieran—
Vamos entonces, salgamos de esto rápido— pidió a Luciano que estaba de
lo más relajado, en contraste con la tensión que su amigo demostraba.

Al entrar a la sala, se encontraron con dos mujeres muy elegantes, que


los esperaban de pie, mirando por el ventanal hacia la calle. Desde la
oficina que estaba en un décimo piso se podía apreciar todo el sector
empresarial que se reunía en esa zona de la ciudad.
Una de ellas se acercó a saludarlos. Le dio la mano a cada uno y se
presentó.

—Buenas tardes, mi nombre es Julieta Santis. Me acompaña la señora


Soraya Mattas.
—Encantado— se apresuró a decir Luciano y le dio la mano con una
sonrisa— Soy Luciano de Luca.
—Emmanuel Krauss, un placer— dijo el interesado, ofreciendo asiento
a ambas mujeres con un gesto caballeroso.

Las abogadas se sentaron frente a ellos. La secretaria, a pesar de que no


habían aceptado el café, golpeó y entró con una bandeja, en la que traía
agua mineral. Emmanuel agradeció el gesto, pues sentía seca la garganta. Se
habría servido un whisky si hubiera podido.

—Soy todo oídos— dijo para comenzar la conversación, una vez que
Blanca abandonó la sala de juntas.
—Señor Krauss, estamos aquí en representación de la señorita
Santibañez, para tratar el asunto que les compete a ambos, referido a la
herencia de don Clemente Krauss— añadió Julieta, nerviosa al notar que el
amigo de Krauss la miraba fijamente.
—Comprendo. ¿La señorita Santibañez tiene algunas condiciones que
desea tratar?
—Exactamente— intervino Soraya, que era una mujer mayor. Tendría
unos cincuenta y cinco años, se veía experimentada y muy empoderada de
temas legales— Nuestra representada está evaluando la conveniencia de
aceptar las condiciones impuestas, para lo cual nos pidió que le hiciéramos
llegar algunos requerimientos.
—¿Ella va a aceptar la herencia?
—Depende de lo que usted esté dispuesto a transar— señaló la mujer,
muy segura de sí misma.
—No entiendo.
—Por lo que nos ha contado nuestra representada, ustedes se conocen
desde hace años y no tienen una relación cordial, por lo que ella quiere
asegurarse de que usted cumpla estrictamente los términos del legado, ya
que no confía en usted— señaló Julieta, dejando a Emmanuel de una pieza.
—¿Qué se ha imaginado? — exclamó Emmanuel, refiriéndose a
Dominique, de manera alterada— Perdón, pero no comprendo esa
declaración de su representada— aclaró al ser retenido por Luciano con un
gesto.
—Ella estaría dispuesta a aceptar las condiciones, si usted accede a
firmar un acuerdo pre nupcial.
—¡Acuerdo pre nupcial!
—Exacto. Un acuerdo en que se detalla algunas condiciones que de ser
incumplidas pondrían fin al acuerdo.
—¿Y de qué se trata? — intervino Luciano, al ver que su amigo estaba
anonadado.
—Señor…
—De Luca
—Señor De Luca— respondió Julieta, nerviosa con la mirada de
Luciano que la observaba con detención— son algunas condiciones que
paso a detallar: Mi representada desea que el señor Krauss se comprometa a
mantener distancia con ella en la intimidad, no obligándola a tener ningún
tipo de relación marital. Además, desea que se cumpla el requisito de no
tener relaciones paralelas, que pudieran exponerla a ella a una humillación.
Que cada uno lleve su vida de manera libre, sin inmiscuirse en las
relaciones o actividades del otro y de ser posible no tengan que convivir
más que lo estrictamente necesario por motivos de las condiciones del
legado.

Emmanuel sopesó cada una de las solicitudes enumeradas. Estuvo muy


serio durante todo el transcurso de la lectura que hizo Julieta y al finalizar
tomó el papel que ella le extendía y lo recibió sin decir palabra. Luciano
reaccionó y trató de calmar los ánimos, pues su amigo estaba un poco
sorprendido. Al parecer la muchacha lo odiaba tal como él le había sugerido
que podía pasar y se estaba asegurando de tener el menor contacto posible.

—Creo que está clarísimo el contenido del acuerdo— dijo Luciano,


tomando el documento en su mano— Es necesario que el señor Krauss lo
medite y le daremos una respuesta a la brevedad. Todos queremos que esto
se resuelva pronto, con beneficios para ambas partes.
—Es usted muy razonable, señor De Luca— señaló Julieta
ruborizándose un poco, ante la insistente mirada de Luciano— ¿es el
abogado del señor Krauss?
—No soy su abogado, soy un amigo que está apoyándolo en este duro
trance— dijo en tono de broma—Le agradezco que nos deje algún contacto
para llamarlas en cuanto el señor Krauss tenga su decisión tomada.
—Claro, no faltaba más— dijo Julieta, buscando en su bolso el tarjetero
y poniendo en su mano una tarjeta ribeteada de púrpura en la que aparecía
su nombre y sus datos de contacto— En cuanto tenga su respuesta, por
favor nos la comunica— agregó dirigiéndose a Emmanuel— Le
agradecemos mucho su tiempo y esperamos que lleguen a tener un acuerdo
conveniente para ambas partes.
—Si desea puede asesorarse por sus abogados, para que tengamos un
acuerdo legal y satisfactorio, sin lugar a dudas, señor Krauss— propuso
Soraya que estaba acostumbrada a la reacción que acababa de ver en el
joven. Muchas parejas tenían inconvenientes en el momento del divorcio,
nunca había tenido estos inconvenientes antes de siquiera comprometerse,
pero era una novedad muy interesante para ella.
—Gracias a ambas por ser tan directas en sus términos. Voy a revisar
esto con mi abogado y responderemos a la brevedad.

Julieta le entregó su tarjeta también a él y Soraya adjunto la propia.

—Las acompaño— ofreció Luciano muy diligente, pidiendo a Blanca


que le pasara una de sus tarjetas— Estos son mis datos, señorita Santis. Si
necesita comunicarse por favor no dude en llamarme.
—Gracias, señor De Luca— dijo aceptando la tarjeta que él le extendía
y tocando sus dedos al recibirla.
—Un placer, espero que nos volvamos a ver— declaró el joven moreno,
sonriendo y mirándola con detención nuevamente.

Ambas mujeres salieron de la oficina, despidiéndose de la secretaria que


las miraba con curiosidad. Luciano volvió a la sala y se sentó frente a
Emmanuel que leía con sus propios ojos el escrito que le habían entregado
las abogadas.

—¿Cree que soy un depravado y que la voy a obligar a estar conmigo?


—Eres hombre y ella te conoce en tu peor faceta— afirmó el muchacho,
tratando de hacer comprender a su amigo que no era tan descabellado lo que
Dominique pedía.
—No estás ayudando. ¿Estás conmigo o contra mí?
—Todo se devuelve, amigo. Si haces mal, se viene de vuelta y si haces
bien también. Tal vez es el momento de reparar el daño que hiciste. Ella
claramente te detesta, pero está dispuesta a transar por todo el dinero que
significa.
—Yo no pienso tener una relación con ella, más allá de lo formal que
pide el testamento. ¡Está loca!
—No confía en ti, ese es el punto— señaló Luciano, siendo realista—
¿Quieres la herencia y todos esos millones en tu cuenta? Entonces llega a
un acuerdo, pero puedes poner tus condiciones también.
—Por supuesto, que voy a poner condiciones. Esto es unilateral. Voy a
pedirle a Bercovic que me dé el teléfono de su hermano y vamos a hacer un
gran acuerdo.
—Excelente— dijo Luciano, mirando la tarjeta que Julieta le entregó.
—Te gustó la abogada— declaró Emmanuel sonriendo— No te había
visto tan entusiasmado, desde que conociste a la nadadora.
—Es muy guapa. Me encantó, creo que la voy a llamar un día de estos.
—No te enredes con esas mujeres tan capaces. Vas a salir trasquilado.
—Feliz dejo que me trasquile. Que me saque toda la piel si quiere—
bromeó saliendo de la sala riendo.
CAPITULO IX
—¿Cómo les fue? — preguntó Dominique que las esperaba en un café
cerca del edificio del que venían saliendo.
—Yo creo que bien— señaló Julieta aún nerviosa por la reacción del
amigo de Krauss.
—¿Qué pasa?
—Que nuestra amiga flechó a un morenazo que había en la reunión.
—¿En serio? ¿Quién es?
—No sé, debe ser amigo de Krauss. Un moreno, alto, con pinta de
italiano, exquisito— dijo Soraya que, a sus años, se daba el lujo de ser
sincera.
—Ya, hablemos de lo que importa ahora— pidió Julieta sonrojada—
Krauss se lo tomó bastante bien.
—Le pedimos que lo pensara y lo va a conversar con sus abogados—
agregó Soraya, llamando al mozo—Voy a tomarme un café. Julieta tómate
algo para que se te quite lo asorochada— bromeó la mujer.
—¿Irá a aceptar?
—Ojalá que acepte, mijita. Que hombre más guapo— manifestó la
señora, asombrada de ver hombres guapos. En tribunales veía solamente
veteranos— Vas a tener que tener mucho cuidado con él, porque es un
hombre demasiado atractivo. Cómprate un cinturón de castidad, es lo más
seguro— bromeó pidiendo al mozo que le trajera un pastel y un café
capuccino.
—Fuera de bromas, espero que acepte las condiciones, de esa forma me
siento tranquila de que cumpla con los requisitos. No confío en él para
nada. Además, si está con alguien no creo que la deje para cumplir con el
legado, así que espero que sea discreto.
—No es broma, mijita— agregó Soraya que sabía demasiado de la vida,
luego de tres divorcios— es un hombre muy atractivo y si no tienes cuidado
puedes caer en sus redes.
—Eso no va a pasar.
—No escupas al cielo…
Las amigas se fueron a casa. Dejaron a Soraya en el Metro y siguieron
rumbo a su departamento. Julieta conducía su Renault color rojo por la
avenida y se dio cuenta que Dominique estaba muy pensativa.

—¿Qué pasa?
—No he hablado con mis papás de esto.
—Espera el desenlace, si Emmanuel acepta las condiciones o las ajusta
y las renegociamos o lo que sea y esto se concreta, les cuentas. No te hagas
problemas antes de tiempo.
—Es que tanto dinero me tiene nerviosa. Siento que en cualquier
momento se nos escapa de las manos.
—¿Qué te preocupa, realmente?
—Si nos casamos, es el comienzo, pero luego hay que estar casados por
un año y en ese tiempo, la señora Venecia va a tratar de malograrlo, estoy
segura.
—Recién conocí a Emmanuel, pero creo que es un hombre que no se
detiene ante nada y va a luchar con uñas y dientes por ese dinero, te lo
aseguro. Se ve que es un hombre ambicioso, tiene una oficina de alto nivel
y se ve que tiene mucho mundo. Puede ser que no confíes en el como
hombre, pero deberías confiar en él como fiera, creo que es un hombre
decidido y no le teme a nada. Lo vi en sus ojos.

Dominique quedó más preocupada aún. Si lo había amado a los


diecisiete años, cuando él era un buenmozo muchacho rebelde y libre, que
podía pasar ahora que se había convertido en un hombre atractivo, decidido
y ambicioso.
CAPITULO X
Unos días después Julieta llegaba a casa y dejó su bolso sobre el sillón.
Se sacó los tacones y los lanzó lejos. Dominique salía de su cuarto y la
encontró tendida en el sofá.

—¿Y eso?
—He tenido un día terrible, me duelen los pies, demasiado. Tuve que ir
al Ministerio y no había estacionamiento, fui en taxi y había un taco fatal,
me bajé antes de llegar y anduve diez cuadras. Después tuve que aguantar
una formación de tres horas, que me la dormí toda y al llegar a mi oficina
encontré un mail de Emmanuel Krauss con su respuesta.
—¿Qué?
—Lo que oyes, se lo reenvié a Soraya, pero no sé si lo vio, porque no
me atendió el móvil en toda la tarde.
—¿Qué dice?
—Esperemos que Soraya lo descifre, pero en general acepta las
condiciones y pone un par de su parte. Eso es lo que tiene que revisar
Soraya.
—¿Qué se le ocurrió?
—Espera que ella lo revise y nos llame— dijo la muchacha, tomando su
bolso y caminando descalza a su cuarto, mientras recogía los zapatos desde
debajo de la mesa del comedor.

Cuando iba llegando a la puerta del dormitorio, su móvil comenzó a


sonar. Ambas se quedaron expectantes; debía ser Soraya que estaba
devolviendo las llamadas que ella le hizo. Julieta abrió el bolso y al hacerlo
se cayó el contenido al suelo, entre todo estaba el móvil y luego de
rescatarlo, miró la pantalla, no era Soraya.

—Diga— respondió, sin saber quién llamaba.

Caminó hacia su cuarto y Dominique sintió que conversaba con alguien,


pero no entendía lo que hablaban. Esperó un momento, hasta que su amiga
pareció de vuelta en la sala, con sus pantuflas peludas en los pies y con el
pijama puesto.

—¿Quién era?
—Luciano De Luca
—¿Quién es?
—El socio de Krauss, que estaba en la reunión.
—El moreno guapo— señaló Dominique que recordaba cómo lo había
llamado Soraya esa tarde—¿Y qué quería? ¿Era por el acuerdo?
—No, me invitó a tomar un trago.
—¿Cuándo?
—Ahora— dijo, sentándose a su lado, con los pies peludos sobre el
brazo del sillón.
—¿Y vas a ir así? —preguntó extrañada de la apariencia de su amiga.
No se veía muy glamorosa.
—No voy a ir a ninguna parte.
—¿Por qué?
—Ese hombre no se va a fijar en alguien como yo— declaró tomando
una revista que había sobre la mesa de centro.
—¿Por qué no? Si te acaba de llamar, es porque se fijó en ti.
—Es un hombre muy guapo, no es mi tipo.
—¿Lo rechazaste? — exclamó asombrada— quiero ver una foto,
¿Cómo se llama?
—Luciano De Luca.
—Es italiano— afirmó, buscando su móvil y abriendo un buscador—
¿Es ese? — dijo mostrándole una imagen de un hombre de barba.
—No, no es ese— respondió Julieta, tomando el móvil y buscando una
foto del muchacho— Ese es— en la fotografía el joven estaba abrazado con
un amigo, en la playa, haciendo surf.
—Muy atractivo. ¿Por qué no aceptaste? No todo va a ser serio, puedes
pasarlo bien con él. Por algo te llamó, debiste gustarle.
—¿Fui muy tonta? — preguntó arrepentida— Me equivoqué, parece—
agregó con pena— Pero ya la embarré, no me va a volver a llamar.
—No sabemos. Espera a ver qué pasa. Si te vuelve a llamar no lo
rechaces— aconsejó su amiga.
—¿Tú crees que me vuelva a llamar?
—¿Qué le dijiste?
—Que estaba en una reunión de negocios y que me iba a desocupar
tarde.
—Entonces, no cerraste completamente la puerta. Te va a volver a
llamar— afirmó su amiga para animarla, esperando tener razón.

De pronto, mientras hablaban las interrumpió un llamado. Ahora sí se


trataba de la abogada que estaban tratando de ubicar.

—Es Soraya— dijo Julieta enderezándose en el sillón y tomando el


celular con firmeza para contestar y ponerlo en altavoz—Hola, amiga.
—¿Querida, estás en tu casa? ¿Está Dominique por ahí?
—Está conmigo ahora— señaló llamando a la joven para que se
acercara y se sentara junto a ella otra vez— Cuéntame ¿Qué opinas de lo
que te envié?
—No es gran cosa. En general no pone reparos a los solicitado por
nosotras, solamente refuerza algunos puntos colocándolos de forma
recíproca, me refiero a las relaciones paralelas y a lo de la vida marital—
expresó sonriendo— No quiere que te aproveches de él y lo obligues a ir a
tu cama, pero tampoco quiere sentirse humillado— ironizó riendo a
carcajadas— Me parece razonable. Además, agregó un par de cosas ¿Lo
leíste?
—Yo lo revisé antes de enviártelo, Dominique no lo ha visto.
—¿Qué cosas agregó? —preguntó la rubia, ansiosa por saber— ¿Pide
algo muy complicado?
—Creo que lo hace por molestarte. Solicita que cuando requiera que lo
acompañes a actos públicos te comportes como su esposa y que guardes
confidencialidad de los problemas que puedan haber tenido en el pasado.
—No me interesa hablar de las humillaciones que pasé por su culpa.
Que se quede tranquilo— aseguró la muchacha con cara de fastidio.
—Perfecto, entonces, podemos proceder con el acuerdo. Les haré llegar
una versión final del acuerdo a ambos. Lo revisas y si estás conforme me
das tu aprobación y si él acepta a su vez, lo firmamos a la brevedad.
Querida, te puedes casar cuando quieras.
—¡No quiero! — exclamó.
—Bueno, pero si decides hacerlo, ya está resuelto todo lo necesario.
Que les vaya muy bien, quedamos al habla, chicas. Adiós— dijo cortando el
llamado.
Dominique se puso de pie y fue al pequeño mueble en que tenían
algunos licores y se sirvió un tequila. Ofreció un trago a su amiga y ésta
aceptó uno igual. Estaba recordando lo que había hecho con la invitación de
Luciano y de verdad se seguía arrepintiendo. Las dos amigas ahogaron sus
penas en alcohol y se dispusieron a pedir un delivery de sushi para no
cocinar; ninguna tenía ganas de hacerlo.
CAPITULO XI
Aquella tarde, Dominique se quedó trabajando en su oficina un
momento, luego de que todos se habían retirado a sus casas. De pronto
sintió pasos en el corredor y le pareció extraño, pues sus compañeros se
habían despedido al salir y la señora Casanova se había ido temprano, luego
de una reunión de coordinación que hubo al mediodía.

Se quedó atenta a ver quién aparecía tras la puerta entreabierta que tenía
enfrente. Alguien dio un par de golpes y la empujó despacio. Se abrió
lentamente y apareció ante su vista Salvador Ruiz-Tagle que se había
incorporado esa mañana al equipo.

—Dominique, permíteme que te felicite por tu puesto. No sabía que ya


eras editora.
—Gracias, señor Ruiz-Tagle.
—No me trates de señor— dijo el hombre, que debía tener harto más de
cincuenta años, pero se mantenía atlético y peinaba unas canas que le
hacían lucir muy bien. Vestía un elegante traje gris, sobre una polera negra,
que le daba un aire juvenil, bastante forzado. Al parecer, el hombre no
quería aparentar la edad que tenía.
—¿Cómo le ha parecido la oficina?
—Me gusta mucho. Luego de varios años fuera, no recordaba lo
acogedor y familiar que es el ambiente acá. Cuando yo me fui, la oficina
estaba en el centro, esta nueva ubicación le da más prestancia. Es una
oficina muy bella.
—Hemos crecido bastante, desde entonces— señaló ella, colocando
siempre distancia con el hombre.
—¿Te quedas siempre tarde?
—No, ya me retiro. Solamente quería terminar de enviar unos correos
electrónicos.
—Si quieres te llevo, ¿Dónde vives?
—No se preocupe, no es necesario. Me voy con un amigo que está por
llegar—mintió para zafarse del impertinente.
—Bueno, ya sabes. Cualquier cosa que necesites, cuenta conmigo.
—Gracias, es usted muy amable. Que le vaya muy bien— dijo como
diplomática despedida, para que el hombre se retirara.

Años atrás estuvo tan contenta cuando pensó que se había quitado de
encima a ese tipo y ahora regresaba, con el mismo discurso de amabilidad.
Ojalá que se fijara en otra de las muchachas, había bastantes mujeres
guapas en la editorial, pensó guardando sus cosas en la cartera y saliendo
rápidamente de la oficina. Llamó a un taxi desde una aplicación y deseó que
el conductor fuera un hombre guapo, por si el tipo la estaba espiando.

Cinco minutos después se subía a un Suzuki Baleno azul, muy bello.


Que suerte tuvo; el conductor era un joven moreno muy simpático. Lo
saludó y cuando se colocaba su cinturón de seguridad miró hacia la oficina
y en el tercer piso desde la ventana vio como Ruiz-Tagle la observaba.
CAPITULO XII
Pasaron dos días. Esa mañana había firmado el acuerdo final que Soraya
les hizo llegar a ella y a Emmanuel. Julieta lo pasó a buscar y almorzaron
juntas. El otro interesado también había firmado y ya estaba resuelto el
asunto. Ahora tenían que fijar la fecha de la unión civil que iban a realizar.
Esa tarde iba a visitar a su familia y les contaría la novedad.

—No sé cómo decirles. Es muy raro eso de casarse de pronto, cuando


nadie se lo espera.
—Pero lo van a comprender. Si conocieron a este caballero que te dejó
el legado, no les parecerá raro todo esto. Además, es tanto dinero, lo van a
entender, es lo mejor para tu futuro.
—Tienes razón— señaló saboreando sus ravioles de ricota y espinaca,
que estaban maravillosos—¿Y cómo te fue a ti? ¿Lo viste?
—No, el documento me lo entregó la secretaria. Krauss estaba en
reunión.
—Me refiero al moreno guapo— insistió, sabiendo que su amiga se
estaba haciendo la desentendida.
—Ah. Si, lo vi, pero también estaba en la reunión. Desde la recepción se
ve la Sala y estaban ambos con unos hombres revisando unos gráficos.
—¡Qué pena!
—Amiga, ya pasó. Lo estropeé, la próxima vez que un hombre me
llame, voy a pedir tu consejo, antes de meter la pata.
—No sé si seré muy buena consejera. Recuerda que mi última cita con
ese arquitecto fue un desastre— manifestó bebiendo un sorbo de su bebida
dietética.
—Las citas a ciegas no siempre salen bien. Casi nunca salen bien—
aseguró la abogada, que tenía experiencia en esas lides.
—Pero el tipo era un veterano. La próxima vez que Rebeca me haga una
cita con alguien le voy a pedir que me haga llegar un currículum con foto—
bromeó.
—Pero has tenido citas. Yo ni siquiera eso.
—Por qué te negaste a salir con un tremendo moreno.
—No me lo recuerdes, que ya me he flagelado bastante por eso, amiga
— señaló con cara de desilusión— ¿Y esa cara?
—Este tipo que volvió a la oficina, me tiene aburrida. Está todo el rato
buscándome con cualquier pretexto— dijo con cara de fastidio— Claro, que
ya se está dando cuenta que no soy la muchachita recién llegada con esa
timidez insufrible que tenía.
—Valor— exclamó Julieta llamando al mozo para que le trajera un
postre— Si te molesta mucho, dile que te vas a casar— propuso medio en
serio y medio en broma.
—No me hago a la idea. No puedo creer que me voy a casar con ese
tipo.
—No va a ser tan terrible. El rayado de cancha está hecho. Tú te
posicionas en tu lugar y él en el suyo. No hay para qué mezclar las cosas.
—Estoy nerviosa.
—Animo, amiga. Si me necesitas, siempre voy a estar ahí— le dijo la
chica, acariciando su antebrazo para infundirle fuerza— Sería bueno que
fueras a tu nueva casa a reconocer el terreno. Si quieres te acompaño.
—No lo había pensado. Tienes razón.
—Y tienes que llamar al albacea del testamento para que cierren la
documentación necesaria.
—Lo voy a llamar y le voy a pedir que me coordine una visita a la casa,
debe haber alguien que la cuida.
—Me avisas y te acompaño— dijo Julieta entusiasmada— Te voy a
echar de menos. Me vas a dejar sola.
—Pero sólo por un año— bromeó Dominique para darse ánimo.

En la oficina de Emmanuel Krauss las cosas también estaban


organizándose para el siguiente paso que el joven iba a dar.

—Así que ya está todo dicho— afirmó Luciano, bebiendo un sorbo


desde una botella de agua mineral.
—Así parece. Hemos llegado a un acuerdo final— dijo sonriendo y
sacando cuentas de la cantidad de dinero que iba a llegar a sus manos—
Creo que podemos solicitar el crédito para comprar el terreno. Ningún
banco se va a negar, con tremenda garantía.
—Y si todo se trunca en el camino, ¿Qué hacemos?
—Si depende de mí, en un año más voy a disponer de todo ese dinero.
No te preocupes.
—Y tu tía, ¿No ha dicho nada?
—Me enteré por medio de un conocido que la señora está furiosa. Ella
esperaba heredar una fuerte suma, que le iba a dejar a su hijo.
—¿Y qué va a hacer?
—Creo que no mucho ahora, pero puede convertirse en una pesadilla si
trata de estropear nuestra unión.
—Creo que Dominique y tú tienen que aliarse contra ella. Debes lograr
que tu esposa se una a ti en esta lucha.
—Si no me habla, no será fácil. Espero que con el tiempo podamos
limar algunas asperezas— declaró con la firme intención de hacerlo.
—No te pases, eso sí. Que tu forma de limar asperezas puede ser un
desastre. Recuerda que la muchacha te aborrece.
—No me lo digas de nuevo. Si lo sé— exclamó complicado— Además,
Angela está imposible. Dice que cuando conozca a Dominique le va a
cantar clarito quién es mi mujer.
—¡Qué problema!
—Sí, se está convirtiendo en un problema. Creo que te haré caso y voy
a poner fin a esa relación. Tampoco es tan seria. Ella cree lo que no es.
—Por tu tranquilidad, mejor termina con ella.
—¿Y tú? Pensé que ibas a ir por esa presa. ¿No te resultó?
—Si lo dices por esa guapa abogada, que hoy vino a verte y que se veía
aún más guapa que la vez pasada, te diré que estoy en eso. Me rechazó la
primera vez— dijo, haciendo un gesto a su amigo, para que no dijera nada
aún— pero no me va a rechazar una segunda. Te lo aseguro.
—Te repito que tengas cuidado con esas mujeres empoderadas. Puedes
salir dañado, amigo— bromeó, pensando que Luciano era un verdadero
seductor.
—No tengo miedo, a mí no me asustan las mujeres independientes y
capaces, como a ti— declaró desafiando a su amigo, que acostumbraba
elegir mujeres que no le complicaran la vida.
CAPITULO XIII
El día sábado siguiente las amigas fueron a conocer la casa en la que
Dominique iba a tener que recluirse unos días después. El matrimonio
estaba planificado para el siguiente viernes que era veintiséis, puesto que
había que tomarse unos días para que el señor Montealegre organizara la
documentación. No había hablado con Emmanuel en todo ese tiempo, sólo
se habían comunicado a través de Soraya que había preparado el acuerdo y
que ya lo había dejado legalizado como correspondía.

Julieta no había vuelto a saber de Luciano y se lamentaba cada día por


haber desperdiciado la oportunidad de haber salido con él, aunque hubiera
sido sólo una noche. Su amiga estaba preparando sus cosas para dejar el
departamento y trasladarse a su nuevo hogar. Había hablado con sus padres
y ambos se habían sorprendido, pero sobre todo su madre, la señora
Margarita que no entendía porque el caballero había puesto esas
condiciones tan raras, si al jovencito ese no se le vio la luz después de ese
verano que estuvo de visita. Claro que finalmente Emmanuel era el único
familiar que don Clemente tenía, puesto que doña Venecia era parienta
política, ya que había sido la esposa de su primo Bernardo, que era
realmente hijo de un primo lejano.

Las muchachas llegaron cerca del mediodía a la casa. Don Horacio


había coordinado todo para que las recibieran en la residencia y, luego de
rodear una amplia rotonda que hacía una pequeña plaza en el centro de la
calle se encontraron de frente con la dirección que llevaban anotada.
Cuando Julieta llegó al portón de la casona éste se abrió de par en par; las
estaban esperando. Se estacionaron a un costado del antejardín que estaba
plagado de lavandas y que en un costado lucía un hibisco de color rojo
cubierto de unas flores enormes. La casa era una gran propiedad pintada de
color blanco. Al costado de la puerta principal se apreciaba una palmera
centenaria y terminando el muro una gran buganvilia de color rojo profundo
muy florecida lo colmaba todo; era una casa maravillosa.
Se bajaron del auto, buscando con la vista a alguien con quien
presentarse y luego de unos segundos se vio aparecer desde un costado del
jardín a una señora alta, de tez blanca y pelo canoso atado en un moño bajo.
La mujer pareció reconocerla y se acercó sonriendo.

—Señorita Dominique— saludó la señora Camelia, que era quien ella


recordaba como la encargada de la casa en que habitó don Clemente.
—Cómo está, ¿Se acuerda de mí?
—Obvio, cómo no la voy a recordar, si no hace nada que estuvo con el
caballero. Será cuatro meses que nos vimos.
—Sí, la última vez que estuve con don Clemente fue en octubre—
señaló recordando la visita que hizo a su padrino— Pensé que usted estaba
en la otra casa.
—Esa casa está cerrada ahora— aclaró abrazándola y saludando a
Julieta con un beso— Entiendo que usted va a vivir aquí.
—Así es. Por eso vine. No sabía cómo era la casa, ni siquiera me la
imaginaba— manifestó presentando a su amiga y caminando hacia el
interior.
—Estaba cerrada hasta el mes pasado. El abogado me pidió que la
preparara para que la habitaran— Al parecer don Horacio nunca dudó de
que el matrimonio se iba a efectuar.
—¿Y usted va a vivir aquí también?
—Claro, si usted quiere, pues. Usted es la señora de la casa ahora—
declaró la mujer, con humildad.
—Me encantaría que usted esté en la casa. Yo no sabría cómo llevar este
tremendo barco— dijo la muchacha admirando la amplia propiedad que
tenía por lo menos mil metros cuadrados construidos— Ni siquiera se le
ocurrió pensar que Emmanuel pudiera tener alguna opinión al respecto.
—Gracias por la confianza. Yo voy a tener esta casa como debe ser.
—Lo sé— señaló admirada de los bellos muebles que apreciaba al echar
un pequeño vistazo.
—Que casa más linda— exclamó Julieta, realmente impresionada.

El inmueble consistía en una casona de cuatro dormitorios, tres baños,


un gran comedor con sala de estar aparte, un despacho con chimenea y otra
sala aparte. En el exterior amplios jardines y una piscina escondida tras de
un grupo de arbustos que la convertían en un lugar privado. Al costado de la
pileta había una escultura de dos leones rugiendo y desde una pared caía un
chorro de agua que llenaba la piscina constantemente. Dominique no podía
creer que esa sería su casa por el siguiente año. Esperaba que toda esa
magnificencia compensara la compañía que debería soportar.

—Venga, para mostrarle la casa— invitó doña Camelia— Se van a


quedar a almorzar, espero.
—Bueno— respondió Dominique mirando a Julieta que asintió en
seguida.
—Está Amapola conmigo hoy— dijo recordándole a la muchacha que
su hija siempre la acompañaba y ahora no era la excepción— Ella es
profesora, pero los fines de semana me viene a ver.
—Qué bueno. Me encantaría verla. La divisé ese día de la lectura.
—Claro, pues. Vamos a ver la casa y después nos vamos para la cocina.
¿O quiere ocupar el comedor?
—En la cocina está perfecto— señaló la muchacha que encontraba tan
difícil acostumbrarse a que la sirvieran.

Entraron al salón de estar, que estaba conformado por un juego de


sillones de color blanco invierno, separados por una mesa de centro de
vidrio de color verdoso. En las paredes había varios cuadros y algunos
retratos. Un par de sitiales se apoyaban en los muros adosados a unos
esquineros que lucían objetos de cristal y algunas antigüedades.

—Qué lindo como está decorado todo— señaló Dominique— ¿Don


Clemente usaba esta casa?
—Poco. A él le gustaba más la casa de la cordillera, donde se crió usted.
—Esa casa era tan acogedora— declaró Dominique dirigiéndose a su
amiga— Se respiraba vida de familia. Esta casa es muy elegante—pensó—
¿Por qué habrá querido que nos instaláramos aquí? —se preguntó luego.

Julieta se separó un momento de ellas y se dispuso a fisgonear el


comedor, que consistía en una gran mesa con diez sillas de caoba y un par
de aparadores. En el centro de la mesa, había un gran florero con azucenas.

Dominique se detuvo a admirar una marina de Pacheco Altamirano que


era uno de los pintores favoritos de su padrino. En el cuadro se veía en
primer plano varios botes de madera sin tripulantes y luego tras el mar, al
fondo un pequeño cerro repleto de pequeñas casitas de colores. A un
costado de la pintura, había un retrato de don Clemente, de unas décadas
atrás y al otro costado el retrato de una mujer. Era una joven vestida muy
elegante, con el cabello rubio peinado en un moño alto, que mostraba una
sonrisa dulce.

—¿Quién es ella? — preguntó Julieta, que regresaba desde el comedor


— Que bella mujer.
—No sé— respondió doña Camelia— Ese cuadro no estaba antes ahí.
Parece que alguien vino a revisar la casa y la habilitó para que la pudieran
ocupar, entonces en el dormitorio principal encontró esa pintura antigua.
—El señor me recuerda a alguien— dijo Julieta, mirando con detención
el retrato.
—Puede ser que se parezca a Emmanuel, si eran parientes.
—Claro, tienes razón. Eso debe ser.
—No me gusta eso de tener retratos de familia— dijo tomando el
cuadro de la mujer— ayúdame a sacarlos— pidió para que la ayudara a
dejarlos afirmados en la pared.
—Se ve muy vacío el muro— declaró Julieta, que notaba que la pared
estaba un poco manchada.
—En el escritorio del señor hay unos cuadros que pueden ponerse aquí
— propuso Camelia— después los ven. Hay uno con unos barcos.
—Debe ser un Pacheco, me encanta— dijo Dominique imaginando que
algo con colores azules en la pared, quedaría mejor con el tono de los
muebles.
—¿Y cuándo va a venir el caballero?
—No creo que venga hasta que nos instalemos— aseguró Dominique,
que no deseaba que llegara ese día.
—¿Cuándo se vienen entonces?
—Yo creo que el 30 de este mes a más tardar, porque el abogado no dio
ese plazo como límite.
—Bueno, pasemos a la cocina a almorzar. Tengo pastel de choclo—
ofreció la señora cariñosamente—¿Le gusta?
—Claro que nos gusta. Hoy vamos a olvidar la dieta— declaró Julieta
pensando en ese pastel que se iba a comer.
—Después le muestro los dormitorios del segundo piso.
CAPITULO XIV
Llegó el gran día. La ceremonia se realizó en la casona del rosal, que se
había dispuesto para la ocasión de una manera muy poco ostentosa. En el
salón de la casa se dispuso un escritorio para el juez que efectuaría el enlace
y sobre él lucía un pequeño florero con algunas rosas amarillas, que habían
estado en el rosal que adornaba la pared del fondo de la propiedad, que daba
nombre a la residencia. Los muebles se desplazaron un poco para dar lugar
a los presentes, pero no asistió mucha gente.

Era un trámite legal solamente, por lo que la familia completa no


asistió, sólo lo presenciaron los padres de la chica, el señor Montealegre y
don Federico Vidal que nadie entendía qué hacía allí, fue secretario de don
Clemente, pero ahora nadie necesitaba un asistente. Estaba acompañando a
Dominique su amiga y a Emmanuel lo escoltaba Luciano. Sorpresivo fue
cuando a minutos de comenzar la ceremonia apareció un vehículo de color
negro con chofer desde el cual descendió la señora Venecia. Ninguno de los
contrayentes se preocupó de la ceremonia y menos de los invitados. El
señor Montealegre fue quien se encargó de todo, pero al parecer estaba tan
sorprendido como los demás. En ese mismo momento apareció en la puerta
el juez y el abogado se apresuró a recibirlo.

Dominique vestía un traje amarillo pálido de chaqueta y falda, sobre un


top halter con estampado floral. Emmanuel lucía un elegante traje azul
marino, adornado con una corbata de estampado muy tradicional de color
celeste. El resto de los invitados eligió ropa informal, sólo don Horacio
vestía un anticuado terno gris. La señora Venecia vestía muy elegante y se
instaló entre la concurrencia que esperaba de pie que comenzara la breve
ceremonia. Luego de un instante se denotó su cansancio y Luciano le acercó
una silla para que pudiera permanecer cómoda el resto del tiempo que
faltaba para dar por finalizado el enlace.

Cuando todos tomaron posiciones, el juez abrió un libro que tenía sobre
la mesa y comenzó a leer los correspondientes párrafos que eran menester
en estos casos. Los novios no se miraban, pero Emmanuel podía sentir el
aroma frutal de mandarina mezclado con un dejo de olor a jazmin y rosas
que ella había elegido como perfume para la ocasión. Eran las once de la
mañana, luego de la ceremonia se serviría un coctel que doña Camelia había
organizado con un banquetero amigo, para que no fuera todo tan frío.

Todo transcurrió de acuerdo a lo normal, el juez hizo las preguntas de


rigor y los contrayentes contestaron afirmativamente. Luego los declaró
casados, solicitando entonces a los testigos que firmaran el acta de
matrimonio, para proceder a estampar su firma como formalización del
enlace. Después entregó a Emmanuel la libreta que respaldaba el trámite y
un acta que la acompañaba. Ya estaban unidos para siempre o por lo menos
por un año.

El señor juez debía marcharse, pues tenía otra ceremonia lejos de allí y
sólo se quedaría para hacer un pequeño brindis que nadie atinaba a realizar.
Los novios no tenían la habitual apariencia de felicidad que se esperaba y el
resto de los invitados no mostraba tampoco signos de algarabía. Luciano, el
testigo del novio fue quien rompió el hielo, haciendo un brindis formal.

—Que sea el comienzo de mucha prosperidad para la pareja. Les deseo


mucha suerte— dijo con un tono de ironía que los mayores no
comprendieron, pero que la pareja recibió como un golpe.
—Gracias, amigo— respondió Emmanuel levantando su copa— Salud,
gracias por acompañarnos— agregó siendo amable con los concurrentes.
Miró a Dominique para ver si quería decir algo, pero ella sólo levantó la
copa y brindó junto con los demás.

Luego entró un par de mozos con unas bandejas en las que llevaban
tragos y bocadillos de mariscos y verduras para que se distendiera el
ambiente. Julieta se reunió con su amiga y ambas se acercaron a Amapola
que estaba ayudando a su madre aquella tarde. Luego los novios y sus
amigos iban a almorzar en la casa, por lo que la señora había dispuesto un
pavo a las finas hierbas con salsa de naranja, acompañado de un puré de
manzanas que era a su parecer un buen plato para celebrar.

El señor Montealegre se quedó unos minutos después de que el juez se


retiró y antes de irse le informó a la pareja lo que acontecería de ahora en
adelante. Ambos se reunieron con él en el salón a solas para enterarse de
algo que al parecer era una novedad. Dominique caminó en dirección al
comedor en donde el señor Vidal esperaba. Emmanuel la dejó pasar
haciendo un gesto caballeresco y ambos ingresaron al comedor que estaba
preparado para el próximo almuerzo.

—Creo que están sorprendidos por la presencia del señor Vidal, pero les
voy a comunicar por qué está acompañándonos— dijo el caballero, leyendo
un escrito que sacó desde dentro de una carpeta que tenía debajo del brazo
— Según las disposiciones del señor Clemente Krauss, los beneficiarios
deben casarse dentro del plazo….bla, bla, bla, todo eso lo saben y lo han
estudiado muy bien, pues entiendo que han hecho un acuerdo, que no me
incumbe, referente a la relación que tendrán— siguió leyendo en voz baja,
hasta que llegó al párrafo que le interesaba— El señor Krauss explica la
forma en que se va a controlar el cumplimiento de los requisitos para optar
al legado que dejó— seguía buscando el trozo que quería leer, frente a la
ansiedad de la pareja por enterarse de algo que parecía que los iba a
sorprender—Aquí está— dijo por fin— para tener certeza de que se cumpla
lo dispuesto, el señor Federico Vidal, mi actual secretario seguirá prestando
servicios para la familia, para lo cual compartirá la residencia en la Casona
del Rosal con los beneficiarios, habitando el departamento interior
localizado dentro de la propiedad. Deberá velar porque el matrimonio
cumpla los requisitos establecidos, que detallo: Ninguno de los miembros
de la pareja podrá pernoctar fuera de la casa, sin la compañía del otro, no
podrán mantener relaciones paralelas fuera del matrimonio y no podrán
faltar a dormir a la casa, aún estando juntos en otro sitio por más de tres
días. No harán modificaciones a la propiedad y deberán desarrollar juntos el
proyecto que el señor Vidal a su debido tiempo les comunicará. Eso es todo.
—Pero debimos saber eso antes de contraer matrimonio— exclamó
Emmanuel contrariado.
—No parece correcto que luego de haber sellado un vínculo, que ya de
por sí es obligado, además nos obligue a respetar más cláusulas— reclamó
Dominique mirando al señor Vidal con desconfianza.
—Lo siento, pero esta es la forma en que se detalló el legado y las
instrucciones fueron dadas por don Clemente. Es mi deber hacer
respetarlas, soy el albacea y es mi obligación. Lamento si para ustedes es
complejo cumplir todas estas condiciones, pero piensen que un año no es
tanto tiempo. He tenido legados con mayores imposiciones que éste y con
un patrimonio no tan alto en juego.
—Espero que no haya más condiciones, Horacio— pidió Emmanuel,
acercándose a un mueble bar y sirviendo una copa de whisky para él. Le
hizo un gesto a Dominique, pero ella declinó haciendo un gesto con la
cabeza— Si es así, esperamos conocerlas ahora mismo.
—Por ahora, no tengo nada más que decir— dijo el caballero sonriendo
— Ahora los tengo que dejar, porque me debo reunir con un socio en mi
despacho.
—Gracias, Horacio, espero que con este trámite efectuado ya comience
a regir el plazo y esto se resuelva correctamente— pidió Dominique
esperanzada.
—Estamos listos, ya todo comenzó a fluir— respondió el abogado,
guardando todos los papeles que había usado dentro de su carpeta y
despidiéndose de ambos— La señora Venecia no estaba invitada, creo que
algo está tramando, tengan cuidado— declaró al salir del salón y dirigirse al
antejardín para abandonar la casa.

Ambos se miraron por primera vez, sintiendo que comenzaba una dura
lucha por conseguir sus sueños. Cada vez encontraban más obstáculos y
para más remate la señora Venecia entraba en escena. La mirada sólo duró
un par de segundos, en donde Dominique pudo apreciar cuánto la
dominaban esos ojos verdes que ya no recordaba. El señor Vidal fue el foco
de atención desde ese momento.

—Bueno, creo que vamos a tener que convivir— dijo Emannuel,


refiriéndose a ambos— así que pongamos de nuestra parte para que todo
sea llevadero.
—Señor Krauss, mi intención no es entrometerme, tengo que cumplir
los deseos de don Clemente y voy a estar dedicado a que todo sea como
debe ser.
—Don Federico, espero que podamos convivir en paz. No vamos a
hacer nada que lo incomode y entendemos que no es su culpa todo esto—
señaló Dominique comprensiva— Si necesita ayuda para instalarse,
entiendo que la señora Camelia se preocupa de todo.
—Gracias, la señora Camelia ha sido muy amable.
—Entonces, esperamos que almuerce con nosotros— ofreció
Dominique que pensaba que mientras más gente concurriera menos
incómodo sería ese dichoso almuerzo.

No alcanzaron a salir de la casa, cuando la señora Venecia entraba


apoyada en el brazo de su asistente, que era la misma mujer que estaba con
ella el día de la lectura del testamento. Se dirigió a Emmanuel, pues a
Dominique nunca la consideró parte de la familia, aunque don Clemente
siempre la trató de esa forma.

—Veo que cayeron en la tentación— dijo con una risa burlona— Vamos
a ver si logran cumplir con ese dichoso legado lleno de condiciones.
—Vamos a tratar, señora Venecia— respondió Emmanuel que no la
trataba con familiaridad, pues la había visto pocas veces en su vida— No
sabíamos que nos acompañaría en este momento tan importante— añadió
siendo irónico. No le tenía miedo a la mujer ni a sus insinuaciones.
—Quise venir a ver cómo se arrastran por el dinero— señaló mirando a
la muchacha con desprecio— Tú por lo menos tienes la sangre de Clemente
en tus venas — agregó con orgullo, mirando al sobrino.
—Y espero tener su dinero también, si todo sale como está planeado,
señora— dijo dejándola atónita— Gracias por venir a ser testigo de nuestro
enlace, espero que lo haya disfrutado.
—Disfruta tú, mientras puedas— dijo la mujer, mirando a Dominique
que no dijo palabra.

La señora salió apoyándose en su bastón, caminando con dificultad. El


señor Vidal, que presenció todo se dio media vuelta y se encaminó al
interior de la casa. Emmanuel dejó su copa sobre un aparador y se dirigió a
su nueva esposa.

—Vamos a tener que tener cuidado con esta arpía— declaró sonriendo
satisfecho e invitándola a volver al jardín, en donde sus amigos
conversaban animadamente.
—Pensé que no volvería a verte— declaró Luciano bebiendo un pisco
sour y chocando su copa con Julieta que lucía un vestido estampado en
tonos rosa.
—Creo que, dadas las circunstancias, vamos a vernos alguna que otra
vez— señaló ella, preparada para ese encuentro para el que había elegido el
vestido perfecto, el perfume perfecto y la actitud perfecta.
—Espero que sean muchas esas veces.
—No se sabe. El tiempo lo dirá.
—¿Y qué te parece si hacemos que hoy en la noche sea una de esas
veces? No me rechaces de nuevo— pidió haciendo un gesto de ruego con
las manos.
—Me parece bien. Creo que hoy podría ser una de esas veces.
—Perfecto. Pasó por ti a las ocho.
—Mejor nos juntamos en algún sitio. Dime dónde te parece mejor.
—No confías en mí— afirmó haciéndose el ofendido— Bueno,
entonces nos vemos a las ocho en el Café del Mirador, ¿lo ubicas?
—Perfectamente, me queda cerca de casa.
—Excelente, esperaré ansioso— manifestó el muchacho moreno,
distraído sólo un momento por la salida de la señora Fábregas con mal
talante desde el interior de la casa— parece que el ambiente se puso pesado
— añadió bromeando.
—Esa señora es de temer, parece. ¿Qué habrá pasado?
—Ya vamos a saber, nuestros amigos vienen detrás de ella.
CAPITULO XV
Los siguientes días fueron de acostumbramiento a la nueva casa.
Dominique siguió trabajando como lo hacía habitualmente. Le contó de su
casamiento sólo a la señora Casanova, que era una persona cercana y la
conocía desde que comenzó en la Editorial, ambas se respetaban mucho y
para la muchacha era un ejemplo a seguir. La dueña de la compañía era una
mujer mayor, pero su interés por el medio literario nació en su juventud.

La señora estudió pedagogía, pensando en cumplir con una bella


vocación, pero en esos tiempos no era una ocupación que permitiera vivir
con tranquilidad y de pronto se vio laborando en dos colegios y haciendo
clases particulares para sobrevivir. Se había casado muy joven también y
había fracasado rotundamente. Su esposo era un poeta que pensaba vivir de
su arte, pero nadie más compartía ese pensamiento y ella decidió dejarlo
para buscarse el destino sola.

La señora Casanova luego de veinte años de arduo trabajo, que había


comenzado con la auto publicación de sus libros de enseñanza, ahora era
dueña de una organización sólida y que seguía creciendo. Lo único que
Dominique no aceptaba en su fuero interno era que la editorial sólo
trabajara con autores consagrados, los que conseguía luego de negociar con
ellos grandes contratos en que lo importante era la capacidad de generar
mucho dinero. De esa forma no había cabida a noveles escritores que
pudieran tener propuestas interesantes que el público tal vez celebrara.

Ella esperaba algún día poder abrir la puerta a esos escritos. Más de
alguna vez, había llegado a sus manos material interesante que con gusto
habría publicado, pero debía responder a los creadores que su propuesta no
se ajustaba a la temática que la editorial publicaba. En un par de casos, se
quedó con la información de los autores y seguía en contacto con ellos,
siguiendo incluso su trayectoria para apoyarlos cuando pudiera conseguir su
sueño de tener su propia editorial.
Su vida hogareña no había tenido muchas complicaciones. Ella salía
temprano de casa y desayunaba en la oficina, había tenido éxito en evadir la
presencia de su nuevo esposo y sólo en las tardes se divisaban de vez en
cuando, al regresar a casa cada uno de ellos. Un par de días se reunió con
Julieta en un café cercano a su oficina, luego de la jornada para ponerse al
día de sus vidas. Estaban acostumbradas a convivir, por lo que extrañaban
esas instancias femeninas, cuando comían kilos de helado, viendo películas
románticas y cotilleando de sus amistades.

Aquella tarde, luego del trabajo se reunió con su amiga en el café de


siempre, en donde su amigo Santiago, siempre les reservaba la mejor mesa.
Santi estudiaba periodismo, al tiempo que trabajaba en las tardes en el
negocio. Se habían conocido en el edificio en que vivían, pues el compartía
un departamento con su novio. La pareja se había separado y el muchacho
se había cambiado a un departamento cerca de su universidad, pero seguían
viéndose permanentemente, ya fuera en el café o en la editorial, pues estuvo
haciendo la práctica que Dominique le consiguió en la empresa y a veces
hacía proyectos puntuales de comunicación.

El camarero llegó en seguida a atenderlas. Su pelo rubio y sus ojos


verdes le daban un aspecto muy llamativo, siendo alto y delgado. Muchas
mujeres se entusiasmaban con él, pero luego se decepcionaban al saber sus
inclinaciones sexuales. Era muy guapo y tenía gestos muy coquetos, era
gracioso y las chicas siempre que podían le exigían que se sentara a su mesa
a cotillear.

—Qué bueno que vinieron, tengo las últimas copuchas— dijo Santi,
observando el ambiente del lugar, para que no se le escapara algún cliente,
mientras hablaba con ellas.
—No me digas que descubriste quién es el novio de la señora Casanova
— dijo Dominique que siempre había tenido dudas de quién era el objeto
del afecto de su jefa.
—Casi. El otro día la llamaron y yo puse mi oreja atenta, pero nunca lo
nombró. Pero era él estoy seguro— declaró asintiendo.
—¿Quién es él?
—No sabemos, pues Julieta, ese es el misterio.
—No sean copuchentos, dejen tranquila a esa señora— pidió la abogada
probando el trago que Santiago le trajo— Está rico esto, ¿Qué es?
—Es un mojito de frambuesa— señaló tomando una bombilla extra que
tenía el trago y sorbiendo un poco— Me quedó rico, lo hice yo con mis
propias manos.
—Miren, ahora es barman— rio Dominique que bebía su habitual
Cosmopolitan.
—Las tengo que dejar, don Gregorio me está mirando feo— dijo
poniéndose de pie y corriendo hacia la cocina—Las copuchas no se las
alcancé a contar— gritó, mientras se alejaba.

Las chicas siguieron vitrineando a la concurrencia, pero no había nadie


que valiera la pena observar con paciencia. Julieta revisó su celular que
recibía mensajes.

—¿Quién te llama a esta hora? — preguntó sorprendida.


—Son mensajes. Es Luciano, que me iba a enviar un material que
necesito.
—¿Y cómo va eso?
—No va. La primera vez que salimos se portó como todo un caballero,
El viernes pasado me invitó a un pub y al despedirnos nos dimos un par de
besos, pero luego no ha vuelto a invitarme.
—Invítalo tú. ¿No te gusta?
—Si me gusta, pero no quiero hacer el ridículo. Ayer aparecía en una
revista con una niña que aparece en la TV. Ese es su tipo de mujer, parece.
—Qué pena, se ven bonitos juntos.
—Oye, y tú ¿Cómo van tus cosas con tu esposo?
—No le digas así, que me ponen los pelos de punta. No le he visto
mucho.
—¿No se ven?
—Yo salgo temprano, desayuno en la oficina, almuerzo también allí y
en la tarde cuando regreso a veces no ha llegado, porque veo que no está su
auto en el patio y otras veces, lo siento por la casa, pero se encierra a
trabajar. Igual ha llegado tarde una que otra noche, debe estar con la mujer
que tiene, pero antes de las doce regresa, porque de lo contrario Federico
nos va a liquidar. Gracias a Dios se ha comportado.
—Y ese caballero, ¿es muy entrometido?
—No, ni se nota su presencia. Lo que no es tan bueno, parece gato, no
se sienten sus pasos. El otro día llegó a mi lado y casi quedé pegada en el
techo cuando me habló. Yo estaba leyendo un manuscrito en el Kindle y se
me llegó a caer de las manos— rio, recordando el momento— Es un
caballero en todo el sentido de la palabra y muy correcto. Parece que la
señora Camelia está atacándolo por el estómago. Se han hecho bien
cercanos.
—Debe tener unos cincuenta y cinco años ese hombre. La señora anda
por ahí también. Se armó la pareja, entonces— bromeó Julieta
imaginándose al hombre tan formal y a la señora tan campechana— Pobre
caballero, la señora es de armas tomar.
—No te había contado que el otro día, Emmanuel me pidió un momento
de atención y estuvimos hablando. Se ha portado bien, me ha respetado mis
espacios y ese día me dijo que no quería tener mala relación conmigo, que
iba a tratar de no encontrarnos para no incomodarme, porque sabía que yo
tenía rencor con él y no quería problemas.
—Qué patudo. Rencor le dice él.
—Es que los hombres arreglan las cosas a su conveniencia. El pensará
que lo que pasó fue una tontería, una rabieta de una chiquilla tonta—
declaró ella negando con la cabeza— pero, en fin, hasta ahora no ha sido
tan terrible.
—¿Y él ya no te gusta? ¿No te pasan cosas cuando lo ves? — dijo su
amiga, apelando a la sinceridad de la muchacha.
—No te puedo negar, que siempre lo encontré muy guapo y ahora con
los años está más atractivo. Por eso, prefiero tenerlo alejado, porque no
quiero caer en sus redes. Me da miedo que me engatuse con su
personalidad.
—Vas a tener que tener cuidado, entonces, porque van a estar siempre
cerca.
—Estoy teniendo el mayor cuidado. Ese día que hablamos estaba
Luciano en la casa, hablando por celular, porque estaban arreglando un
negocio con un cliente y la señora Camelia andaba regando el jardín. No me
expongo a estar sola con él.
—Amiga, que calvario— dijo Julieta, sin atreverse a decir algo más que
tenía atorado en su garganta.
—¿Qué pasa?
—Es que Luciano es muy comunicativo y el otro día me dijo que
Emmanuel había dicho que tú estabas más hermosa de lo que recordaba—
declaró bebiendo otro sorbo de su trago — Y parece que con esa supuesta
novia que tiene, la cosa no va muy bien, porque ella está celosa de ti.
—No tiene que estarlo.
—Parece que sí— sentenció Julieta, sin decir por qué, pero Luciano
había estado demasiado comunicativo al parecer.
—No me digas eso. No quiero escuchar más ese tipo de cosas. Lo que te
diga Luciano, no quiero saberlo.
—Bueno, amiga. Sólo lo decía para que lo supieras— señaló la
muchacha, contestando el mensaje de Luciano que había recibido un rato
antes.
—Ahora, me tengo que ir, sino Vidal me va a empezar a llamar.
—Hace bien su trabajo el caballero.
—Lo hace perfecto. Lo bueno es que a veces cenamos juntos, así no me
siento tan sola. Y la señora Camelia cocina tan rico, a mí también me está
conquistando. Ayer hizo un pastel de jaiba, para chuparse los dedos.
—Invítame a comer un día— pidió la chica, tentándose con lo que
escuchaba.
—Cuando quieras anda en la tarde a verme, no tienes que avisarme ni
nada
—Gracias, amiga. Vamos, que ya es tarde. Te voy a dejar a tu casa.
—No, estás loca. Vivo muy lejos. Voy a pedir un taxi, es más fácil.
CAPITULO XVI
Esa noche en la Casona del Rosal hacía calor, al mirar por la ventana
Dominique vio como el viento mecía la palmera gigante que adornaba la
entrada de la casa. Abrió aquel ventanal y sintió el aire tibio que flotaba
fuera y le dieron ganas de caminar en el jardín para tomar un poco de aire
puro. Bajó la escalera, tratando de no hacer ruido. Era de madrugada y
todos debían estar dormidos, tal como ella, pero el calor no la dejaba en
paz. Llegó al jardín, descalza, con su camisón blanco que se le pegaba al
cuerpo. Se acercó a la piscina, que en la noche quedaba alumbrada con
luces led de color ámbar, dándole un aspecto cálido.

Estuvo unos minutos admirando el agua color turquesa de la pileta y


percibiendo el olor de las rosas que la rodeaban. A lo lejos sintió el aullido
de un perro y algunas aves volaron sobre su cabeza. Luego de un momento,
decidió volver a entrar en la casa. Al girar para retornar, alcanzó a caminar
unos pasos y al levantar la mirada, vio a Emmanuel que la admiraba en
silencio, apoyado en una columna de la entrada de la casa. Estaba desnudo
de la cintura hacia arriba y su piel sudorosa brillaba en la oscuridad.

Ella caminó unos pasos acercándose a él que se quedó siempre quieto


esperando por ella. Cuando estaba a un par de pasos de encontrarse con su
esposo, Emmanuel avanzó y la tomó por la cintura, rodeándola con sus
brazos. Sus ojos verdes la dominaban, ella no era capaz de zafarse de ese
abrazo. Sus labios se unieron en un beso urgente, el tirante de su camisón
cayó por su hombro. Ella acarició el pecho sudoroso de él y dejó que su
boca recorriera su cuello. De pronto, sintió un par de golpes. No puso
atención, pero volvieron a sentirse esos golpes, ahora más fuertes.

Dominique se despertó confundida y sudorosa. La señora Camelia


golpeaba la puerta de su dormitorio.

—Adelante— dijo desperezándose y cubriéndose con la sabana rosada


que estaba fuera de su sitio.
—Señorita, la hora que es. ¿No va a ir a trabajar?
—¿Qué hora es?
—Son cerca de las ocho ya. Parece que no le sonó el reloj— dijo la
señora, abriendo la cortina de la ventana, para que entrara el Sol— Como
me dijo que no la dejara dormir más allá de las ocho, vine a despertarla,
pues.
—Gracias— señaló saltando de su cama y entrando al baño con apuro—
Se pasó, me quedé dormida. Y hoy tengo una reunión importante.
—Va a tener que dormirse más temprano, ayer se quedó hasta tarde
leyendo, yo la sentí que subió muy tarde.
—Es que quería terminar de leer un texto que tengo que evaluar— gritó
desde el baño, para que se escuchara lo que decía por sobre el ruido de la
ducha.
—Baje a desayunar, tengo un juguito esperándola y unos panqueques.
—No se preocupe, desayuno en la oficina— dijo la chica desde el baño
aún.
—Baje, no más, si don Emmanuel ya se fue. Está don Federico
desayunando solo, vaya a acompañarlo.
—Me seco el pelo y voy en seguida. Gracias de nuevo, si no me
despierta sigo de largo hasta el almuerzo— afirmó entrando envuelta en una
toalla azul y con la cabeza cubierta con otra del mismo color.
—Debería dejar de trabajar, si no lo necesita.
—Me encanta lo que hago. Ojalá siempre pueda hacerlo, es mi pasión.
—La entiendo, como la cocina para mí— declaró la señora, saliendo del
cuarto y dejándola sola con sus pensamientos.

Dominique ahora que estaba sola, puso atención a lo sucedido. Había


tenido un sueño demasiado vívido. Los brazos de Emmanuel recorriéndola
la pusieron nerviosa y trató de no pensar en eso. Se secó rápidamente el
pelo y se vistió con lo primero que encontró para no seguir atrasándose. A
las nueve tenía reunión con el equipo del lanzamiento del nuevo libro de la
señora Habib. La autora estaría presente y ella tenía muchas ganas de
conocerla. No podía llegar tarde, por lo que no alcanzaba a tomar desayuno,
pero por lo menos se llevaría algo para el camino y llamaría a un taxi para
llegar a tiempo.

Bajó al comedor, vestida con un traje negro de pantalón y chaqueta y un


top rojo que la hacía ver muy femenina. Se tomó el jugo rápidamente y la
señora Camelia, al ver que la señorita no probaba bocado le guardó un par
de panqueques de manjar en un pocillo y se lo pasó para que se lo llevara.
Dominique guardó el encargo en su bolso, deseando comérselo más tarde y
tomando un trozo de queso y una lámina de pan se hizo un sándwich y se
dispuso a pedir un taxi, pero el señor Vidal se ofreció a llevarla, con lo que
el asunto quedó resuelto.

En el camino aprovecharon de conversar. El señor era de provincia y


había llegado a la ciudad diez años antes, encontrando en seguida trabajo
como secretario de don Clemente. No los conoció a ellos en el momento en
que pasó todo lo que los alejaba y el caballero andaba muy despistado con
los hechos. No comprendía ese afán de la pareja de no encontrarse y no
cruzar palabra, pero a él lo contrataron para que se cumplieran las cláusulas
del legado y eso estaba haciendo. La casa era muy acogedora y siendo
soltero era muy beneficioso no gastar en alojamiento y además la comida
que preparaba doña Camelia era excelente.

—¿Se acostumbra a esta nueva vida? — preguntó Dominique cuando


salían de la casa.
—No ha sido tan difícil acostumbrarse— dijo el hombre girando por la
rotonda, para salir hacia la avenida principal que bajaba hacia el centro.
—A mí me ha costado. Estaba acostumbrada a vivir con mi amiga y
hacíamos largas charlas en las tardes. A veces nos quedábamos
conversando hasta la madrugada o salíamos a tomarnos un traguito con
amigos. Ahora ya no puedo trasnochar.
—Pero si sale con don Emmanuel, no hay problema que lleguen tarde—
propuso el caballero.
—No somos muy cercanos nosotros. No somos amigos.
—Pero podrían hacerse amigos, si van a convivir todo este tiempo—
declaró el hombre, pareciéndole lo más sensato lo que decía.
—Ya veremos— dijo ella para no explicar más de lo necesario—
Gracias por traerme.
—Tengo que pasar a la oficina de don Horacio de todas formas.
Aprovecho de pasar ahora.
—No vaya a llegar con otra cláusula, que mi mente ya no procesa más
instrucciones— bromeó ella.
—Esperemos que no, pero con don Clemente nunca se sabe.
Luego de media hora de trayecto, don Federico la dejó frente al edificio
en que se ubicaba la editorial. Al momento de bajar del vehículo, el señor
Ruiz-Tagle bajaba de un taxi. Se encontraron en el acceso y él la esperó
para ingresar juntos. Dominique lo evitaba lo más posible, pero no hubo
manera de escaparse de él.

Cruzó la mampara de vidrio y caminó hacia el ingreso, puso su tarjeta


de identificación en el lector y pudo ingresar tras el pórtico. El señor Ruiz-
Tagle no tuvo la misma suerte, pues su tarjeta no fue procesada por el
aparato. Ella aprovechó la confusión para tomar el ascensor que ya se
cerraba. Con el pretexto del inicio de la reunión que ya se acercaba, llegó
corriendo a su oficina del octavo piso.

Dejó su bolso sobre la silla de su oficina y tomando unas carpetas entró


a la sala de reuniones, justo a tiempo para dirigir la cita. La señora Habib no
llegaba aún, por lo que se sintió aliviada de no haberse quedado dormida
finalmente. Claro, que le hubiera gustado saber cómo terminaba el sueño
que la señora Camelia interrumpió.
CAPITULO XVII
—¿Y cómo van las cosas en casa? — preguntó Luciano, mientras los
amigos esperaban en un restaurant a un cliente que venía con retraso.
—Van caminando. Mi distinguida esposa no me habla, tenemos a un
espía todo el día sobre nosotros y ahora apareció el caballero con un nuevo
requisito que cumplir.
—¿Qué se le ocurrió ahora?
—Mi tío estaba creando una fundación educacional, que no alcanzó a
concretar y quiere que nosotros nos hagamos cargo— señaló llamando al
mozo para pedir un vaso de agua.
—¿Quiere ordenar el señor? — dijo el mozo alistando su libretita roja
en que anotaba los pedidos.
—No, vamos a esperar un momento, viene alguien a reunirse con
nosotros. Por favor, me trae una mineral mientras tanto.
—Como no, señor. En seguida— confirmó el joven pelirrojo caminando
rápidamente hacia el bar y volviendo con una botella que destapó frente a
él.
—Gracias, lo llamaremos en cuanto llegue nuestro invitado.
—Como no— declaró el joven, yéndose a atender otra mesa.
—¿Y qué dijo Dominique?
—No sabe nada. Me contó Federico hoy en el desayuno. Dominique no
desayuna en casa, para no encontrarse conmigo.
—Ya llevan tres semanas casados. ¿No le has tocado ni la manito? —
bromeó el muchacho riendo— ¿no te dan ganas?
—Obvio que me dan ganas, pero no voy a meterme en las patas de los
caballos. Mi falsa esposa me rehúye completamente y no voy a intentarlo
siquiera. Además, que Angela me tiene agobiado.
—Es que Angela es muy celosa. Siempre te dije que no es la mujer que
necesitas.
—Lo sé, te doy la razón. Creo que ahora si voy a terminar con ella.
Quiero estar tranquilo y con sus escándalos no va a ser posible.
—¿Qué hizo?
—Ayer se apareció por la casa en la tarde. No me avisó y yo no estaba
en casa. Se encontró con Dominique y fue muy grosera.
—¡Qué desagradable! ¿Cómo te enteraste?
—La señora Camelia me lo dijo, porque encontró muy desubicada la
actitud de mi amiga, como le dice ella— declaró riendo— esa señora es de
armas tomar— rio recordando la conversación.

Él estaba leyendo un libro, sentado en el sofá del salón, cuando la


señora le sirvió el café que había pedido. Vio que lo miraba con recelo
como dudosa de hablar y él la conminó a hacerlo.

—Oiga, no quiero parecer intrusa don Emmanuel, pero su amiga vino


en la tarde y fue bien grosera con la señora.
—¿Qué amiga?
—La señorita morena que vino von usted el otro día, se apareció en la
tarde aquí. La señora Dominique estaba en la piscina con Julieta y cuando
entró en la casa se encontró con esta señorita de sopetón.
—¿Y qué le dijo?
—La señora la saludó amablemente, pero su amiga la ofendió, le dijo
que se andaba paseando desnuda para que usted la viera, que se andaba
ofreciendo, pero que a usted no le importaba, que no anduviera
coqueteándole.
—¿Y qué dijo Dominique?
—Le dijo que no le faltara el respeto en su casa. Le dijo que si no tenía
modales para comportarse, le agradecía que se fuera. Y la otra…señorita se
fue, pues. Indignada— exclamó la señora asintiendo— Le digo para que se
entere. Yo no soy copuchenta, pero hay cosas que no están bien.
—Gracias Camelia, no se preocupe, la comprendo perfectamente.

El cliente llegó en ese momento y los amigos se concentraron en el


negocio que les importaba. La nueva línea de producción de aceite de oliva
iba a comenzar con materia prima adquirida a productores de la zona y
esperaban cerrar el acuerdo esa misma tarde. Los problemas en casa
deberían esperar, pero Angela estaba cada día más insoportable.

Luego del almuerzo, en la oficina, los amigos celebraban el éxito de la


reunión.
—Lo logramos. No pensé que llegáramos a conseguir tan buen precio—
dijo Luciano, revisando en su portátil los números del proyecto.
—Estuvo bien la negociación, te luciste— Lo felicitó su amigo.
—Es que es mi especialidad.
—Pero con Julieta no te resulta, parece que ella litiga mejor de lo que tú
negocias— bromeó al ver que el joven no lograba derrotar a esa adversaria.
—Es que ella es insegura y no me cree.
—Yo creo que es inteligente y ya te sacó la foto— exclamó refiriéndose
a que la chica ya había descubierto el tipo de hombre que era.
—Puede ser, pero yo nunca me rindo. Mañana vamos a ir al teatro,
después espero que acepte conocer mi departamento.
—Ojalá que te vaya bien.
—Pero, cuéntame qué pasó con Angela y Dominique, recién el cliente
dejó truncada la historia.
—Se dijeron algunas cosas. Angela se desubicó y Dominique la puso en
su lugar. Ayer en la noche me llamó indignada, pidiéndome que le pidiera a
mi esposa que se disculpara— dijo acongojado— como si me escuchara—
agregó sonriendo.
—Está mala la cosa. ¿Y qué la enojó tanto?
—Dominique se estaba bañando en la piscina y como sabía que yo no
estaba en casa, entró por el jardín a medio vestir y Angela le dijo un par de
tonterías.
—¿Y cuando estás en casa no se baña?
—A veces lo hace, cuando cree que no estoy, pero la he visto— dijo
sonriendo con malicia— Claro, que no dejo que se dé cuenta, porque es
capaz de denunciarme— agregó riendo a carcajadas— Tiene un cuerpo
escultural, es como hecha a mano— añadió, arrepintiéndose al ver el gesto
de malicia de su amigo— Soy hombre, no voy a negar que es hermosa.
—Ten cuidado, que ahí no puedes tratar. Por tu bien, si quieres que ese
matrimonio dure el tiempo necesario debes controlar tus impulsos. Y por mi
bien, porque necesitamos dinero para reflotar la empresa— dijo revisando
nuevamente el proyecto— y con este negocio y el crédito que te dio el
banco, con la garantía de la hacienda del sur, vamos a mejorar
considerablemente los números.
—Ahora con esta fundación y el trabajo conjunto, vamos a tener que
hablar. Espero que baje un poco sus barreras, a mí me gusta mucho.
—No hay caso contigo. Te gustan los problemas— afirmó el moreno
cerrando su portátil y saliendo en dirección a su despacho, pidiendo a
Blanca un café al pasar por su escritorio.
CAPITULO XVIII
Esa noche cenaron juntos, porque Federico debía explicarles los
términos de la solicitud de don Clemente y la señora Camelia se entusiasmó
con el evento, que no era habitual, así que se esmeró con el menú. Hizo una
sopa de puerros y de plato fuerte un filete con papas a la crema. El postre
fue lo mejor, porque doña Camelia era buena para hacer dulces y su
especialidad era el cheesecake de frambuesa. Cuando terminó la comida, la
pareja escuchó atenta las instrucciones del secretario.

—Esta fundación era un sueño de don Clemente, pero siempre se


interponían los negocios y el tiempo no alcanzaba para tanto. Quería
implementar un programa de becas para muchachas vulnerables, para que
pudieran estudiar alguna carrera que les permitiera mejorar sus
oportunidades en la vida.
—¡Qué bonito! — exclamó Dominique, que siempre sintió que su
padrino trató de darle a ella mejores oportunidades y por suerte aceptó
aprovecharlas. Ahora sentía que había seguido su pasión, gracias al
caballero y esperaba poder ayudar a otros a lograrlo— Me parece una linda
iniciativa.
—Yo igual creo que es una gran iniciativa, pero hay que dedicarle
tiempo y yo estoy bastante ocupado con mis negocios— manifestó
Emmanuel, bebiendo un coñac en una gran copa.
—Lo comprendo señor Krauss, pero esta fundación era importante para
su tío y no hay que dedicar tanto trabajo, más bien hay que desarrollar el
concepto, trabajar la idea y tomar decisiones, luego se puede contratar a un
par de personas para que lleven a cabo las tareas.
—Yo puedo dedicarle tiempo, mi trabajo me permite tener algunas
horas en las tardes y estaría feliz de hacerme cargo— dijo ella hablando con
Emmanuel directamente y comenzando un diálogo inesperado.
—Yo también trataré de hacerlo entonces, pero no sabría cómo
trabajarlo— explicó mirándola fijamente— Si tú puedes guiarme, yo
participo.
—No soy experta en estos temas, pero siempre he pensado en una
fundación para mujeres vulnerables y esto me viene como anillo al dedo.
Me apasiona ayudar a la gente— dijo pensando en voz alta, luego se dirigió
a su esposo— Puedo trabajar en esto y te entrego después mi propuesta, tú
la revisas y tomamos las decisiones que haya que tomar— propuso ella
entusiasmada. Casi sonrió, pero se dio cuenta de que estaban conversando
con mucha familiaridad y se ocultó nuevamente en su caparazón— Don
Federico, si tiene información al respecto me la entrega y yo la reviso.
—Claro— respondió el caballero, respirando con alivio— lo que yo
tengo en conocimiento es que hay un fondo disponible y una declaración de
principios que se debe respetar. El nombre de la fundación será Agata Brun.
—¿Y quién es ella? — preguntó Dominique que había compartido
muchos años con don Clemente y no recordaba a nadie que se llamara así,
que lo hubiera frecuentado.
—Parece que fue alguien importante en la vida del señor Krauss, pero
hace muchos años atrás. Creo que era una maestra que lo inspiró a descubrir
los beneficios de la educación.
—Seguramente alguna profesora que mi tío tuvo cuando pequeño—
declaró Emmanuel, tratando de entender la causa de esa inspiración.
—Sería bueno conocer algo de ella, así podríamos inspirarnos también,
para hacer un gran trabajo— señaló Dominique con el rostro iluminado con
una sonrisa.

Emmanuel quedó impresionado de su belleza, que además reflejaba una


gran pasión por lo que hacía. Era una mujer linda y decidida. Había
cambiado mucho con los años. En ese tiempo que sucedieron los hechos
que los separaban, él pensaba que ella era una muchacha sin futuro y vaya
que el tiempo le había mostrado lo equivocado que estaba.

Terminó la cena y los comensales volvieron a sus actividades.


Emmanuel se fue a la biblioteca a trabajar en el proyecto de la producción
de aceite de oliva, que requería mucho trabajo. Él se preocupaba de lo
productivo y había que coordinar entregas con proveedores, compra de
algunas maquinarias y contratación de personal para las labores agrícolas,
Luciano era el agente comercial y se preocupaba de vender. Ahora que él
estaba limitado de viajar, su amigo tendría que recorrer el país para
supervisar la producción, la recolección y la transformación de las aceitunas
en aceite. Dominique por su parte se fue a su cuarto a terminar de corregir
un manuscrito que debía liberar para imprenta. Don Federico se fue a la
cocina a conversar con la señora Camelia, que terminaba de ordenar los
trastos y cerraba los muebles preparándose para ir a su cuarto a dormir.

—Estaba muy rica la cena, Camelia. Usted tiene unas manos


prodigiosas— dijo el caballero.
—Gracias, don Federico, que bueno que le gustó mi comida.
—Tiene mucho sabor y es muy gourmet cuando se requiere, pero
cuando prepara esos platos caseros, me recuerda mi juventud en el campo.
—¿Es del campo usted? Yo soy de Bahía Ercilla, por allá por el
extremo.
—Yo soy de Santa Bárbara, tierra agrícola, pues.
—¿Y cómo vino a dar por acá? — preguntó la señora, ordenando los
cubiertos en el cajón y secándose las manos con un paño de cocina.
—Me vine a estudiar primero y después de unos años volví, pero por
allá no había trabajo y entonces un amigo me dijo que andaban buscando un
secretario para un caballero y como yo estudié unos años de leyes, servía
para el puesto y aquí llegué. Hace diez años de eso.
—¿Y no tiene señora? ¿Hijos, no tiene?
—Tuve esposa hace años, pero nos separamos. Mi hijo Danilo vive en
Argentina, a veces me visita, pero hace tiempo que no lo veo.
—Yo tengo a la Amapola, mi niña. Está soltera todavía, por eso siempre
que puede está conmigo. Ella trabaja en un colegio de esos caros que hay
por estos barrios.
—Qué bueno que está acompañada— manifestó el hombre, mirando a
la señora que a pesar de sus años todavía tenía una belleza plácida. Se
dejaba sus canas sin teñir, pero sus ojos de color miel reflejaban juventud y
la sonrisa de doña Camelia, sobre todo cuando lanzaba sus carcajadas era
muy contagiosa—La dejo— agregó después— voy a acostarme. ¡Qué
duerma bien!
—Usted también. Descanse.

Dos horas después Emmanuel salía de la biblioteca, apagó la luz del


corredor y se aprestó a caminar hacia su dormitorio que estaba en el primer
piso, cuando sintió ruido en la cocina y se acercó a averiguar quién andaba
por ahí. Caminó en silencio por el pasillo oscuro, viendo como por debajo
de la puerta se filtraba un rayo de luz. Se imaginó que la cocinera aún
trajinaba a esas horas, pues la señora era muy trabajadora, a veces parecía
incansable. Le dieron ganas de tomarse un café y se le ocurrió ir a pedir que
le preparara uno o mejor aún, se iba a preparar uno el mismo. Dio un par de
pasos más y abrió de golpe la puerta de la cocina, encontrándose con
alguien que no esperaba que estuviera allí.

Dominique se sorprendió al sentir que alguien abría la puerta de la


habitación y miró asombrada a su visitante. Ella estaba preparándose un té
de hierbas, pues no podía dormir y ya eran cerca de las once de la noche.
Vio frente a ella al joven que la admiraba con sus cautivadores ojos verdes.
Demoró unos segundos en darse cuenta que estaban solos en la cocina, todo
el mundo en la casa dormía y ella estaba vestida con un pequeño pijama de
algodón que dejaba al descubierto sus piernas, sobre él llevaba una bata
rosada que cubría la parte superior, aunque dejaba ver parte del escote. Ella
atinó a cerrar la bata para cubrirse un poco más y sin dirigirle la palabra
caminó hacía la puerta y pasando por el lado de él, casi tocándolo se escapó
hacia su cuarto con la taza de agua hirviendo en las manos.

Emmanuel quedó aturdido con la reacción de ella, para luego esbozar


una sonrisa. Le hacía gracia que ella siempre estuviera escapando de él. Se
quedó en la puerta mirándola alejarse, al verla subir la escalera aprovechó
de mirar sus piernas muy torneadas y tonificadas. La muchacha era
realmente hermosa y era imposible no rememorar esos años cuando ambos
se revolcaban en el césped que rodeaba el arroyo, aquellas noches en que
nadie sabía que estaban allí.
CAPITULO XIX
Emmanuel caminó por la escalera en dirección al cuarto de la
muchacha, subió aquellos escalones lentamente, sintiendo como sus pies
descalzos pisaban la mullida alfombra de color tabaco que cubría el piso del
segundo nivel. Se acercó despacio a la puerta de la habitación de ella y sin
tocar abrió y se asomó a su cuarto. Ella dormía sobre la cama, envuelta en
las sábanas de color damasco, bajo un blanco cobertor de plumas. Sus
piernas enredadas entre las sábanas lucían un bronceado espectacular.
Emmanuel se sentó en la cama, a un costado de ella.

En ese momento Dominique se volteó, destapándose y dejando a la


vista el top de seda que cubría su parte superior y un tirante se deslizó por
su hombro, dejando ver como su espalda desnuda estaba igual de bronceada
que sus piernas. Emmanuel levantó su mano en dirección a la muchacha,
tratando de acariciar su espalda y de pronto un grito provocó que perdiera la
conciencia de lo que estaba haciendo.

—¿Qué haces? — preguntó Luciano, abriendo de golpe la puerta de la


oficina de Krauss y haciendo que éste casi se cayera del asiento por la
impresión.
—¿Qué te pasa? — reclamó al ver como su amigo se reía a carcajadas.
—Estabas durmiendo, sentado en tu oficina. Menos mal que nadie más
te vio— dijo De Luca, sentándose en frente de su amigo—¿No dormiste
anoche? ¿Hay algo que me quieras contar?
—Me dormí muy tarde ayer—explicó recomponiéndose en su silla—
Estuve revisando los números del proyecto, encontré un error en un cálculo,
pero nada importante. Lo corregí y te envié una planilla con unos datos para
que los actualices— agregó mirando por la ventana de su oficina hacia el
complejo de oficinas que se observaba alrededor— Después me desvelé, me
puse a ver un programa gringo hasta las tres de la madrugada.
—Mala cosa. Pensé que había una mejor razón para haber dormido
poco— dijo levantándose de su sitio para volver a su oficina. Tenía que
recibir a un cliente y estaba a punto de llegar.
Siguió pensando en el sueño que había tenido. Pensó en cómo sería
tocar esa espalda bronceada y se le aceleró el corazón, junto con tener otras
reacciones que no podía tener con la chica. Decidió que aquella noche iba a
reunirse con Angela y a decidir lo que sería del futuro con ella, si es que
existía esa posibilidad.

En la Casona del Rosal, Dominique revisaba con Federico los


documentos que éste había retirado de la oficina del abogado y los leían
conjuntamente. Había un borrador de estatutos que había que aprobar, si es
que estaban de acuerdo en los términos y mucha información acerca de los
planes que don Clemente había delineado. El señor Vidal se ofreció a
ayudarla, pues había algunos términos legales que él dominaba mejor que
ella y Dominique fue anotando en su agenda algunas propuestas que
pensaba hacer, luego de revisar completamente la información que tenía en
su poder. Más tarde, se llevó los documentos a la biblioteca y leyó
detenidamente una libreta en la que el señor Krauss había anotado algunos
ideales que quería plasmar en la escritura de fundación.

Se quedó en ese cuarto hasta bien entrada la noche. De pronto el reloj de


pared dio la hora, ya eran las once y decidió ir a acostarse. Tomó la carpeta
para llevársela a su habitación, pues al día siguiente en la oficina la iba a
fotocopiar para que Emmanuel tuviera un ejemplar y pudiera leerlo cuando
dispusiera de algún tiempo. Ella lo había visto muy atareado los últimos
días; al parecer era cierto que sus negocios le ocupaban gran parte del
tiempo. Entendía que estaba pasando por una crisis económica y que el
futuro legado sería la salvación de su negocio, por lo que, así como ella
necesitaba el dinero del legado para cumplir sus sueños, él también tenía
objetivos que realizar y trató de ser comprensiva.

Estar casada con un hombre como él habría sido el deseo de muchas


mujeres, claramente aquella que lo perseguía tenía decidido ser parte de su
vida, aunque no veía al joven tan interesado. Debía reconocer que sentía
celos de la famosa Angela, que trataba de imponer su presencia en la casa y
había habido más de algún altercado entre ellas, en los que él no había
tomado partido. Al caminar con la carpeta en dirección a la puerta, algo se
cayó desde el interior. Se agachó bajo el escritorio para descubrir qué era lo
que había caído y encontró una foto antigua de una mujer rubia. Al mirarla
con detención se dio cuenta de que parecía ser la misma que estaba en el
retrato del salón.

Le llamó la atención la guapa mujer que la estaba mirando desde la foto


que tenía en su mano. ¿Quién será ella? Se dijo, pero dejó de pensar en eso,
cuando oyó que alguien entraba en la casa. Se asustó primero, pero después
se dio cuenta que era su esposo el que llegaba a su lado, siguiendo la luz
que alumbraba el cuarto.

—Pensé que todos dormían— afirmó mirando la carpeta que ella tenía
entre manos.
—Estaba revisando los documentos de la fundación. Mañana te sacaré
una copia— ofreció cerrando la puerta del cuarto y tratando de salir del
espacio en que había quedado atrapada entre Emmanuel y el corredor.

Al ver que ella nuevamente trataba de escapar, él no se movió de su sitio


y la miró desde su altura fijamente a los ojos.

—¿Podemos hablar un momento? — preguntó, hablando muy despacio.


—Es un poco tarde, ¿Tiene que ser ahora?
—No tiene que ser ahora, pero es mejor que sea ahora— señaló él, sin
moverse aún de su sitio— Vamos al salón, por favor.

Ella asintió y lo siguió a la sala de estar, en donde había estado el retrato


que representaba a la mujer de la foto. Reflexionó detenidamente y pensó
que debía ser alguien importante, pues don Clemente mantuvo esa imagen
con él por mucho tiempo y ahora aparecía la misma mujer entre los papeles
legales de la fundación. Emmanuel esperó que ella volviera su atención
hacia él y le habló calmadamente.

—Entiendo que tengas rencor, que no me quieras ver, que evites mi


presencia— declaró sirviéndose un trago desde el mueble bar que había a
un costado del cuarto.
—es mejor que no hablemos de eso— pidió ella, que se sentía incómoda
cuando se presentaba el tema.
—Te pido, por favor, que hagamos una tregua. Yo no voy a tratar de
forzarte a nada, firmamos un acuerdo, por si te olvidaste. Para mi es
agotador tener que evitarte, porque cada vez que me ves te escapas
despavorida. Me siento mal, no soy un mal hombre.
—No es mi intención tratarte mal— aclaró ella— pero es mejor que no
tengamos cercanía. Yo no me siento cómoda contigo cerca. No tengo los
mejores recuerdos.
—Ha pasado mucho tiempo de todo aquello y aunque pienses que para
mí no importó…— dijo quedándose callado de pronto y continuando luego
de buscar las palabras adecuadas— Reconozco que en ese tiempo no tuvo
importancia— añadió siendo sincero y provocando en ella una alterada
reacción— pero los años me hicieron maduran y después comprendí el daño
que había hecho. Lamento no haber tenido nunca el valor de enfrentarte y
pedirte disculpas— señaló, dejándola sorprendida.
—No esperaba que…
—Sí, lo siento. Me comporté como un canalla, fui un imbécil, infantil,
inmaduro, machista, todo lo que quieras. Te lo digo ahora. Aunque sea
demasiado tarde— declaró bebiendo un sorbo de su trago— No espero que
me disculpes, tal vez tú no me puedas perdonar, pero piensa que ha pasado
mucho tiempo, yo he cambiado.

No dejó que ella respondiera. No esperaba ninguna reacción a aquella


confesión. Solamente lo hizo para alivianar una carga que estaba sintiendo
sobre sus hombros y también para mejorar la relación que trataba de tener
con ella. La muchacha se quedó en silencio, sin atinar a responder nada
tampoco. Ambos se quedaron mirando un momento, los verdes ojos de él
fijos en los oscuros ojos de ella. Emmanuel dejó el vaso sobre el aparador y
se retiró a su cuarto. Dominique se quedó de pie, mirando cómo se alejaba,
con la foto de aquella mujer en sus manos.
CAPITULO XX
—A lo mejor, tienes que darle una oportunidad— señaló Julieta,
pidiendo a su amiga con un gesto, que la escuchara sin interrumpirla— No
me refiero a una relación de pareja, sino a una relación armónica, de
convivencia, mientras tengan que vivir juntos.
—Me pidió una tregua, pero para mí es difícil tomarme las cosas como
si nada hubiera pasado.
—Seamos racionales, amiga— pidió mientras se tomaban un café en el
departamento de la abogada, que antes compartían— En ese tiempo, ¿Él te
prometió algo? ¿Tenían un compromiso?
—Nunca formalizó nada. Yo estaba ilusionada, pensaba que él
realmente me quería.
—Pero no te ofreció nada.
—Es verdad, fueron pajaritos en mi cabeza, solamente— reconoció
Dominique, siendo sincera— pero la forma en que todo pasó fue horrible.
El debió pedirme disculpas, tratar de solucionar todo, pero cuando logré
hablar con él…
—Ah, pero aclararon las cosas, entonces
—No se aclaró nada. Me dijo que para él era una diversión y que
pensaba que para mí también lo había sido— dijo recordando aquella tarde
en el campo, cuando lo enfrentó— Yo nunca había estado con un hombre y
él obviamente se dio cuenta, ¡Cómo pudo pensar que yo me estaba
divirtiendo…
—Era un imbécil en ese tiempo, no hay duda— sentenció Julieta,
poniendo las cosas en su sitio— ahora ya son bastante mayorcitos, piensa
que ahora te pidió disculpas.
—Lo hizo sólo para que la convivencia no le afecte. Parece que no
entiende que yo lo evite.
—Deja de evitarlo, entonces. Trata de congeniar, si no tienes para que
enamorarte de él.
—Pero podría enamorarme de él y eso me da pavor— reconoció
revolviendo con una cucharita su taza de café.
—Si él está comprometido, no va a haber posibilidad que te vaya a
seducir, no te preocupes de eso.
—Es verdad. Y la señorita Schmidt es totalmente invasiva y agotadora
— dijo riendo— creo que Emmanuel está pagando en parte lo que haya
hecho en su rebelde juventud— agregó riendo a carcajadas— Creo que
tienes razón— declaró volviendo al tema principal— Voy a tratar de tener
un poco de paz con él. Además, tenemos que trabajar en el proyecto que te
dije, que a mí me parece maravilloso.
—¿Y qué tienen que hacer?
—Hay una fundación que don Clemente estaba organizando y que tenía
bastante avanzada, pero no decidió dónde iba a funcionar y falta también
desarrollar algunos conceptos, pero en general se trata de un programa de
becas para muchachas vulnerables que quieran educarse.
—Pueden incluir convenios con institutos de educación.
—De todas maneras. Dejó un fondo bien importante para comenzar a
trabajar y hay que formar alianzas con otras fundaciones. He estado
revisando unos documentos que me entregó don Federico, pero soy muy
antiguos, amarillentos y con olor a humedad. Parece que mi padrino los
tenía muy ocultos por ahí.
—Me alegro que estés tan entusiasmada con ese proyecto. ¿Emmanuel
que piensa?
—Dice que está muy ocupado con sus negocios. Al parecer, tienen un
nuevo proyecto que implementar y como él no puede viajar como lo hacía
antes, Luciano está visitando las instalaciones en provincia— señaló
diciendo lo que había escuchado al pasar— Pero dijo que iba a hacer lo que
pudiera para ayudarme con la fundación.
—Ibamos a ir al teatro la semana pasada, pero a última hora me
suspendió la cita.
—No te creo— dijo asombrada— ¿Y te dio alguna explicación?
—No me ha llamado. Yo creo que mejor me olvido— declaró
decepcionada— Igual traté, no puedo hacer más.
—Invítalo tú
—¿Y si me rechaza?
—Entonces ahí, mejor te olvidas, pero haz el último intento— propuso
Dominique, dando ánimos a su amiga— Ahora, me tengo que ir, porque ya
son pasadas las nueve y tengo que encerrarme en mi hogar.

Pidió un taxi y luego de cuarenta minutos llegaba a su casa. Al bajar del


vehículo, se encontró en la puerta con otro auto que se estaba deteniendo en
la puerta. Era un jeep plateado de alta gama. Desde el auto se bajó
Emmanuel, rodeándolo se acercó a la puerta del conductor y se despidió
con un beso de la mujer que lo conducía.

Ella pudo ver que era su novia, que unos segundos después se bajó del
auto y lo siguió para abrazarlo y darle otro beso más apasionado. Emmanuel
en ese momento la vio entrar en la casa y se puso incómodo, se separó de la
chica y siguió caminando por los escalones que había en la puerta de
entrada, mirando a Dominique que ingresaba por el jardín. Angela siguió
con la vista la mirada de él y al encontrarse con la rubia que caminaba con
seguridad hacia su casa, se descompuso. No la saludó y volvió hacia su
auto, sentándose en el asiento del conductor y cerrando la puerta con
brusquedad.

Dominique llegó a la puerta y entró a la casa sin mirar como el auto


salía de la propiedad. Al llegar al recibidor se encontró con la casa
completamente a oscuras. Comenzó a subir las escaleras, sin percatarse que
Emmanuel estaba en la sala de estar, con la luz apagada y que la observaba
subir los escalones.
CAPITULO XXI
La mañana siguiente, que era sábado, todos se reunían a desayunar más
tarde. Al llegar al comedor, Dominique se encontró con el señor Vidal que
la estaba esperando para hablar con ella.

—Señora Dominique, necesitaba hablar una palabrita con usted


—Si, dígame
—¿Me puede acompañar un momento al despacho?

Ella lo siguió hasta la biblioteca, en la que el caballero había estado


trabajando los últimos días. Estaba un poco desordenada, porque estaba
catalogando los libros y revisando el material que tenía don Clemente en
ese lugar. Se pensaba hacer una donación de ejemplares para la fundación y
estaban haciendo un catastro de cada volumen para el control.

—Ayer estaba buscando un libro en la parte alta de la biblioteca—


señaló el secretario— y me subí a este mueble— dijo mostrando un
pequeño archivero— Fue una imprudencia, lo siento. Al subirme en él lo he
dañado.
—No se preocupe, Federico. Se puede arreglar— señaló Dominique
quitándole importancia al hecho.
—Es que cuando se soltó esa tabla, se abrió el mueble, pues estaba con
llave— declaró mostrando un trozo de madera que se había desclavado—
en el interior del cajón de abajo, encontré una caja con unas cartas. Se las
entrego para que las revise, pueden tener alguna información personal de
don Clemente o de la familia.
—Yo la reviso— dijo aceptando la decorada caja que le entregaba.
—Gracias y disculpe mi imprudencia.
—Menos mal que no se hizo daño usted— afirmó ella, sin dar
importancia a la rotura del mueble y sintiéndose intrigada por lo que tenía
en sus manos.

Abrió la caja y echó un vistazo a los papeles que estaban en el interior.


Se veían unos poderes, unos contratos, documentos legales en general. Todo
estaba amarillento y la textura del papel era muy fina. Entre aquellos
papeles había un puñado de cartas, que estaban atadas con una cinta de
terciopelo de color rojo oscuro. No se atrevió a mirarlas con detención,
puesto que debían ser privadas. No estaba bien leer correspondencia ajena.

Tomó la caja y fue a dejarla a su cuarto. Decidió que más tarde la iba a
mirar con más calma. Bajó a desayunar y luego fue a tomar Sol a la orilla
de la piscina. Había quedado con Julieta para juntarse más tarde en la
casona. Almorzó con Federico y aprovechó de consultar por el avance que
había logrado en el catálogo de los libros. El secretario le confirmó que
había mucho material interesante y que se podía constituir una biblioteca
adecuada con textos de lectura clásica y además había material de tipo
educativo e histórico que sería de gran ayuda para conformar una biblioteca
para la nueva fundación.

Dominique se quedó pensando en las cartas que tuvo en sus manos.


Parecían antiguas y la letra no era la de don Clemente; ella conocía la
escritura de su padrino, que era más alargada y de trazo firme. Estas cartas
las escribió alguien que tenía una letra redonda y decorada, como de mujer.

Luego del almuerzo, ella subió a su dormitorio y al entrar lo primero


que vio fue esa caja de madera barnizada, con una gema que decoraba la
tapa, que tenía unas bisagras doradas. No pudo aguantar más la curiosidad y
sentándose en su cama, abrió la caja y comenzó a separar los documentos
de acuerdo a lo que pensaba era un buen criterio. Algunos papeles eran
contratos, había un poder bancario y unas cuartillas escritas a mano. Todo
parecía estar fechado entre los años setenta y fines de los ochenta. Fue
dejando todo en montones, dejando las cartas para el final.

Tenía escrúpulos al respecto. No consentía que estuviera bien leer cartas


ajenas, pero ella siendo editora literaria veía en la correspondencia una
posibilidad de conocer realidades y relaciones que se detallaban muchas
veces de forma tan acorde a épocas determinadas, que le parecía un
interesante material, sobre todo si eran de corte personal. Su padrino no era
un hombre público, pero lo que estuviera escrito en esas cartas podía ser
trivial o tal vez de gran trascendencia.
Tomó en sus manos el paquete de cartas, desató la cinta de terciopelo y
cogió la primera de las misivas, sin atreverse a leer el interior, sólo miró el
sobre y pudo ver que las cartas estaban dirigidas a don Clemente y al
parecer le llegaban desde lejos, pues algunas tenían sellos europeos. Las
revisó en su totalidad. Eran doce cartas fechadas entre los años mil
novecientos setenta y nueve y mil novecientos ochenta y ocho. Tenían
distintas direcciones en el remitente, pero no aparecía el nombre de quien
las enviaba.

Se atrevió por fin a abrir la primera de ella, pues estaban ordenadas


cronológicamente. La más antigua provenía de Paris. Levanto la lengüeta
del sobre y sacó con mucho cuidado el contenido. Era una cuartilla escrita
por ambos lados, que comenzaba diciendo:

“Ha sido un placer conocerlo finalmente. Me alegro mucho que haya


asistido a la reunión en casa de Romilio. Me parece que nuestra
conversación duró mucho rato, pero el tiempo se me hizo muy corto. Fue
muy interesante que tuviéramos tantos temas en común. Espero que cuando
regrese a Europa pueda visitarnos en casa. Mi hermano espera que llegue a
sus manos el libro que le ha despachado. Espero que comprenda que no
puedo aceptar su regalo, por lo que junto con el libro llegará a sus manos el
prendedor que me obsequió. Lo agradezco infinitamente, pero no puedo
quedarme con él. Es una joya magnífica; no merezco tan bello detalle.
Gracias por entenderlo”

La carta continuaba detallando un viaje que había hecho quien escribía,


en donde había visitado algún lugar que don Clemente conocía y le había
recomendado por su belleza arquitectónica. Era claramente una mujer quien
escribía esa carta y se notaba un tono melancólico en cada palabra. No se
entendía el nombre del firmante, eran sólo unas iniciales.

Dejó el escrito dentro de su sobre y abrió el siguiente. Esta estaba


fechada un año después y no tenía sello de correos. Al parecer fue
entregado por mano. Era de la misma mujer de la carta anterior que le pedía
que se reunieran en un acto público que tendría lugar en un Parque.
“Espero que pueda asistir, habrá mucha gente y no llamará la atención
que nos vean juntos. Estarán muchos amigos en común y podremos
conversar de aquello que dejamos inconcluso la vez pasada que estuve en
su casa. Mi esposo está de viaje, no tendré reparos en asistir, pues me
acompañará la querida Adelaida, que entiende mis desvelos y me apoya en
todo lo que he decidido”

Luego recordaba una reunión en que habían participado y detallaba su


asistencia a la ópera en el Teatro Municipal, que la había dejado admirada
por la calidad de la representación.

Llamó la atención de Dominique que la mujer expresara sus deseos de


poder ayudar a algunas muchachas conocidas que eran parte de un grupo de
niñas de la servidumbre, que estudiaban en un centro en el que les impartían
gramática y otras disciplinas. Ella colaboraba con ese organismo y estaba
buscando donaciones para seguir ayudando y lograr mayor cobertura. Le
explicaba la importancia que tenía para las mujeres que no tenían recursos
el mejorar su escolaridad y aprender a leer en algunos casos.

Esta carta estaba firmada con las mismas iniciales de la anterior, pero la
tinta estaba más nítida y se apreciaba una A y una S, luego algo parecido a
una V desaparecía dejando una estela de tinta.

Dominique se apasionó con lo que leía. Podía ser que aquella mujer
fuera alguien muy importante en la vida de don Clemente Krauss. Se sintió
mal por leer la correspondencia ajena, por lo que no continuó con su tarea.
Dejó la caja bien guardada en un mueble en que tenía sus zapatos, en donde
nadie la pudiera encontrar. Justo llegaba un mensaje a su móvil, que Julieta
le enviaba avisando que estaban llegando con Santi a la casa.

Ella bajó en seguida. Pasó por la cocina y le pidió a doña Camelia que
le llevara unas bebidas a la piscina para atender a sus visitas. La señora
prestamente apareció en el jardín con una jarra de refresco, unas gaseosas y
unas frutas picadas para soportar el calor.

—Gracias, Camelia, es usted un Sol.


—Es maravillosa— dijo Julieta, aceptando una fuente con frutillas y
melón que se veía muy jugosa.
—De nada, me avisa si necesitan algo— dijo la señora, volviendo a la
casa.
—¡Qué bueno que vinieron! — dijo Dominique sonriendo.
—Querida, no me imaginaba este nivel de lujo— declaró Santi, que
llevaba un pantalón ajustado y una polera blanca, que lo hacía ver muy
guapo.
—Y no te imaginas lo rico que se come aquí— señaló Julieta que
adoraba la cocina de la señora Camelia.
—Entonces podrías habernos invitado a almorzar— bromeó el
muchacho.
—Pero te quedas a cenar, ¿o andan apurados?
—Claro que no. Hoy tengo la noche libre, porque cambié turno con una
compañera, me merezco un descanso.
—Excelente
—Cuéntame, cómo se ha portado Salvador contigo— dijo el joven que
había estado en la editorial— Me lo encontré arrinconando a Cecilia en la
cocina ayer.
—No me digas nada. Yo lo evito todo lo que puedo, pero siempre anda
rondando.
—La señora Casanova ayer andaba muy estupenda— dijo Santi con un
gesto malicioso— yo creo que tenía una cita.
—¿Por qué no la siguen un día y así salen de dudas? — dijo Julieta
bromeando.
—No es mala idea. Yo podría seguirla…
—Cómo se te ocurre, no seas loco— pidió Dominique que creía que su
amigo era muy capaz de hacerlo.

Cuando estaban riendo a carcajadas con la conversación, sintieron que


llegaba un auto a la casa. Emmanuel se bajó del vehículo y se quedó un
segundo mirando a los que rodeaban la piscina. Le llamó la atención el
joven rubio que las acompañaba. Entró a la casa y se encerró en su cuarto.
Comió una merienda que le preparó doña Camelia y luego durmió siesta;
los últimos días había estado trabajando mucho y durmiendo mal.
Se levantó un poco más tarde y se reunió con los demás que estaban en
el salón de estar. Saludó a Julieta y ésta le presentó a Santiago, un amigo de
ambas. Un momento después la señora Camelia los invitó a pasar al
comedor, en donde les había preparado una cena de esas que ella sabía
preparar para encantar a los invitados. La famosa sopa de puerros era su
plato más típico.

—Esta sopa es maravillosa— dijo Julieta que adoraba comer en esa


casa.
—Esto es lo más rico que he probado— dijo Santiago, saboreando la
sopa que tenía una cremosidad increíble— ¿Te acuerdas, Domi, cuando
fuimos a la isla?
—Esa sopita de mariscos— recordó Dominique con cara de placer—
Claro que esta es mejor.
—De todas maneras— señaló el joven— esto es un placer a los
sentidos.
—Y espera que pruebes el plato fuerte: rissoto de camarones.

Emmanuel veía como los amigos se entendían demasiado bien. Al


parecer el muchacho era bastante cercano a su esposa, aunque ella nunca lo
había mencionado. Quiso saber más del muchacho y trató de hacer
conversación.

—¿Ustedes se conocen hace mucho tiempo? — preguntó con


indiferencia.
—Casi vivíamos juntos— dijo Santi bromeando— es que éramos
vecinos de departamento— aclaró después— fueron como dos años.
—¿Y a qué te dedicas?
—Estudio periodismo, me queda este año y por fin me voy a titular.
—Nos apoya en la editorial, de vez en cuando— aclaró Dominique—
Hace trabajos comunicacionales y funciona bien como community manager.
—Gracias, amiga— dijo el joven.
—Que bien. Nosotros necesitamos a veces servicios de ese tipo, podrías
darme alguna tarjeta.
—Encantado. No ando con tarjetas ahora, pero le voy a pasar una a la
Domi cuando nos veamos— dijo sonriendo con satisfacción a su amiga,
provocando que Emmanuel sintiera una puntada de celos, a la que trató de
no prestarle atención.
—¿Y cómo le fue con la caja? — preguntó Federico, haciendo alusión a
lo que le había entregado esa tarde.
—La estuve revisando, son documentos antiguos. Los voy a guardar,
por si más adelante les encontramos un buen sitio donde dejarlos.
—¿De qué caja hablan?
—De una caja con papeles de don Clemente que apareció dentro de un
mueble que se desvencijó— explicó Dominique mirando a Emmanuel—
son documentos viejos y hay unas cartas, pero tienen más de treinta años.
—Cuando termine de ordenar la biblioteca los podemos empastar tal
vez— propuso el señor Vidal.
—Puede ser, es bueno preservar esos recuerdos— manifestó
Dominique, mirando a Emmanuel que no dejaba de mirarla.

La cena terminó con un mousse de naranja y luego se sirvió un café


exquisito que siempre había en la casa. Los invitados se fueron felices a
casa, prometiendo volver. Dominique los fue a dejar al auto y se quedó
conversando con ellos un buen rato. Cuando entró a la casa, estaba todo
solitario. Se sentía al señor Vidal conversando con Camelia en la cocina.
CAPITULO XXII
Ya habían pasado dos meses, desde que estaban casados y la
convivencia no había sido tan mala como esperaban. Dominique había
cedido un poco en su aislamiento y estaba compartiendo un poco más con él
durante las horas de comida. El señor Vidal seguía catalogando libros y la
fundación estaba tomando forma. La pareja había revisado cada uno por su
cuenta los documentos que se hallaron en la carpeta que don Clemente
había estado preparando y ambos pensaban que debía prepararse la
documentación legal a la brevedad. Le pidieron a don Horacio que los
guiara con la conformación del organismo y un abogado de su oficina los
contactó para comenzar a preparar los estatutos y todo lo necesario para
comenzar a trabajar.

Dominique estaba muy entusiasmada y logró reuniones con un par de


fundaciones que podrían colaborar. Se esperaba entregar becas a muchachas
vulnerables y a través de esas fundaciones se podía convocar y seleccionar
a las mejores candidatas. Julieta le propuso que se reuniera con un conocido
que trabajaba en un ministerio y también estaba tratando de reunir fuerzas
con organismos públicos.

Las cartas que Dominique tenía en su poder retrataban bastante bien la


relación que don Clemente había tenido con una dama, que al parecer había
sido desde lejos, pero que se apreciaba que en algún momento había sido
muy cercana. Las últimas cartas eran derechamente románticas y se hablaba
de algún secreto que ambos compartían y del que hablaban con alegría a
veces y con melancolía en la mayoría de las ocasiones. No se lograba
desentrañar la causa de aquel silencio, pero se vislumbraba que algo los
unía de una manera muy fuerte.

Emmanuel estaba en su oficina aquella tarde, cuando le llegó un escrito


desde una oficina de abogados en los que le comunicaban una noticia que lo
dejó pasmado. Luciano entraba en su oficina en ese momento.

—¿Por qué tienes esa cara?


—Estoy en shock— dijo entregando el oficio a su amigo, quien lo leyó
con asombro.
—¡Que hay un hijo que va a reclamar la fortuna! — exclamó atónito.
—Eso dice— respondió preocupado — ¡imposible! — afirmó después
— Cómo ahora va a aparecer un hijo perdido.
—Como en las telenovelas— manifestó Luciano, tratando de bromear
en un mal momento.
—Tengo que hablar con Dominique, en seguida. ¿Sabes dónde está la
editorial?
—En Costanera. Le pido a Blanca que te consiga la dirección.
—Gracias, me tengo que ir en seguida. Esto es muy grave.

La secretaria le consiguió el dato y el joven se fue inmediatamente a


hablar con su esposa para decidir el plan de acción a seguir. Condujo por la
avenida, casi en piloto automático. Habían hipotecado su vida por un año,
solamente para ser beneficiados con una fortuna inconmensurable. Ambos
tenían puesto todas sus ilusiones en recibir ese legado para cumplir con sus
sueños. Ahora no iba a permitir que se los quitaran. Esperaba que
Dominique lo apoyara en cualquier cosa que decidiera hacer. La situación
los ponía en un mal lugar, debían aliarse.

Llegó al edificio rojo en que se encontraba la oficina en que trabajaba su


esposa. Decidió que la noticia debía ser transmitida con urgencia y en
persona. Ya no podían seguir distanciados, ahora había que unir fuerzas.
Debía convencerla de unirse a su lucha. Llegó al cuarto piso y preguntó por
ella, se presentó sin decir quién era. Cuando le avisaron a Dominique que la
buscaba el señor Krauss, quedó de una pieza. Quedó expectante de verlo
aparecer en su puerta.

—¿Qué haces aquí? ¿Pasó algo grave?


—Muy grave, creo yo— dijo sentándose frente a ella— Quise venir en
seguida, para que te enteres lo más pronto posible. Lee eso— pidió
entregando el oficio para que ella lo leyera.
—¿Qué significa esto? ¿Vamos a perder la herencia?
—No vamos a perder la herencia. Esto debe ser una maniobra de la
señora Venecia.
—Seguramente, pero puede ser cierto.
—¡Imposible! — exclamó Emmanuel — Cómo va a aparecer ahora un
hijo.

Mientras conversaban, llamaron a la puerta de la oficina y se asomó una


cabeza. El señor Ruiz-Tagle, que siempre andaba rondándola.

—Perdón, no sabía que estabas ocupada.


—Señor Ruiz-Tagle, permítame que le presente a mi esposo, el señor
Emmanuel Krauss.
—Cariño, te presentó a don Salvador Ruiz Tagle, un compañero.

El joven se puso de pie, dejando al caballero sorprendido y mirándolo


desde su baja estatura. Le dio la mano y lo saludó muy serio.

—Encantado, señor Krauss. No sabía…


—Un placer, Dominique me ha comentado mucho sobre usted.
—Ah, que bien
—Dígame, Salvador, ¿Necesita algo? — preguntó ella, satisfecha de la
incomodidad del hombre.
—No, nada importante. Lo vemos después, permiso— dijo saliendo
apresuradamente de la oficina.
—Gracias— dijo ella sonriendo aliviada— Es agobiante.
—¿Te molesta? ¿Quieres que le diga algunas cosas?
—Lo puedo manejar, pero es bastante invasivo. No es necesario
—Bueno, ¿Qué opinas? Yo creo que tenemos que responder a esta
amenaza.
—Me esperas un momento— pidió tomando el auricular— Voy a avisar
que me voy. Tomémonos un café aquí abajo en la cafetería y te cuento algo
que yo sé.
—¿Hay algo que tengo que saber?
—Me temó que sí— dijo ella con cara de preocupación.

Le avisó a la secretaria que se retiraba y tomó su cartera. Emmanuel la


siguió por el pasillo y cuando se acercaban a la recepción, al ver que Ruiz
Tagle permanecía al acecho, la tomó de la mano y caminó con ella,
llevándola con actitud de propietario hasta salir por la mampara y tomar el
ascensor. Esa era la advertencia que Ruiz Tagle recibió del alto y atractivo
esposo de Dominique. Tal vez con eso entendiera que podía tener
problemas si seguía acosando a la muchacha.

Ella se sintió poderosa y aunque estar en estrecho contacto la puso


nerviosa, agradeció el gesto de dominio que le hizo saltar el corazón
desbocado. Era tan atractivo que todas lo miraron al salir y ella lo tenía para
ella, aunque fuera sólo esos metros que terminaban al entrar al ascensor. Ya
en el interior, la soltó y le pidió disculpas.

—Pensé que era lo mejor. Ese tipo no te va a molestar más. Lo digo en


serio.
—Gracias— dijo ella mirándolo fijamente.

Llegaron a la cafetería que ella propuso y se sentaron en una mesa al


fondo del lugar. No había mucha gente, estaba bastante desocupado.
Podrían conversar sin ser molestados, por lo que llamaron al mozo para
ordenar. Ella pidió un latte y él un café negro, sin azúcar. En cuanto llegó el
pedido y el camarero se retiró pudieron hablar de lo que los convocaba.

—¿Qué es eso que tengo que saber? — preguntó Emmanuel, esperando


que la muchacha estuviera confundida.
—El otro día, cuando cenamos con mis amigos, hablamos de una caja
que apareció en la biblioteca, ¿Lo recuerdas?
—Claro, unos documentos viejos que dijiste que tenían muchos años de
antigüedad.
—Bueno, esos papeles son documentos antiguos que don Clemente
guardó, que no tienen importancia, pero entremedio de ellos había unas
cartas.
—¿Qué cartas?
—Pensé en no leerlas, porque no está bien enterarse de correspondencia
ajena, pero mi función de editora me coloca frente a tesoros literarios de
repente y quise ver si había algo importante en las cartas, que fueran
valiosas para la fundación y las terminé leyendo todas. Es una docena de
cartas, que le escribió una mujer.
—¿Y por qué crees que tienen que ver con esto del hijo?
—Te las voy a pasar para que las leas si quieres, pero a medida que va
avanzando el tiempo, porque las cartas abarcan un período de varios años,
se ve que tuvieron una relación que fue convirtiéndose en un romance…
—Mi tío Clemente ¿tuvo un romance oculto?
—Creo que ella era casada— señaló Dominique— o estaba separada del
esposo, pero legalmente todavía estaba unida a otra persona, porque se
entiende en las cartas que no podían estar juntos. Don Clemente ya había
enviudado en esos años que te digo, la década de los ochenta.
—¿Quién era ella?
—No lo sé, pero en las últimas cartas, habla de un secreto que los une,
que no pueden decirle a nadie “lo que les atormenta” y que ella tiene el
“alma adolorida” por no poder hablar— señaló repitiendo algunas frases
que recordaba— Hay una frase que me confundió y creo que tal vez se
refiere a que haya un hijo producto de su relación— agregó, tratando de
recordar exactamente lo que leyó en la última carta— “Si algún día se
entera, no nos va a perdonar el haberlo ocultado” o algo parecido.
—Si eso es verdad, entonces estamos frente a un problema ¿Cómo se
habrá enterado doña Venecia?
—Hay alguien más que sabía lo del secreto, una tal Adelaida— dijo
pensando que podía ser posible buscarla y averiguar algo más— pero no
hay apellidos. Y la mujer que firma las cartas coloca sólo sus iniciales ASV
— añadió con seguridad— Puede ser que tu tía conozca a esa mujer y ella
se lo haya revelado.
—Tenemos que encontrar a esa mujer o a la que escribió las cartas—
dijo con decisión— Quiero leer esas cartas, tenemos que tratar de encontrar
alguna pista que nos lleve a alguna de ellas.
—Vamos a casa, te las paso y puedes revisarlas. Ahora mismo—
propuso, llamando al mozo para que trajera la cuenta.

Todo lo sucedido había cambiado la dinámica de comunicación entre


ellos. Dominique se subió al auto de él que estaba estacionado en el
subterráneo del edificio y ambos se dirigieron a casa. En el camino,
conversaron poco, pero no hubo la tirantez de siempre. Ella se sentía menos
tensa en su presencia y el largo trayecto fue bastante agradable. En el auto
se percibía el aroma del perfume varonil que usaba y estaba repleto de
papeles y recibos por todas partes. Era un desorden.
CAPITULO XXIII
Cuando llegaron a la casa, Federico y Camelia que estaban conversando
en el jardín, mientas la señora regaba los arbustos, se sorprendieron de
verlos juntos. Entraron apresuradamente y ambos subieron al cuarto de ella,
lo que los dejó más que asombrados, pero siguieron con su charla a medida
que los rosales se llenaban de agua.

Entraron al dormitorio de Dominique, en donde él nunca había estado y


pudo percibir la decoración femenina y minimalista que ella había escogido
para ese cuarto. La colcha de color violeta, las cortinas con estampados de
flores en el tono. Un par de muebles blancos, una mesa que usaba como
escritorio y sólo un cuadro abstracto en tonos amarillos decoraba la
habitación. Se quedó de pie junto a la puerta y ella abrió la puerta del closet
y buscó entre unas cajas forradas de tela, la cajita de madera en que estaban
las cartas. La sacó del mueble y la puso sobre la cama. Abrió la tapa y tomó
el paquete atado con la cinta de terciopelo y se las entregó.

—Prefiero que las leamos juntos— propuso sentándose en la cama,


frente a ella.

Fue un gesto de mucha familiaridad y ambos se sintieron cómodos con


la situación. Dominique desató la cinta y tomó la primera carta, la más
antigua. Comenzó a leerla. Esa carta era corta y sólo era de agradecimiento
por la velada que habían pasado en la ocasión en que se habían conocido.
Ella la recordaba perfectamente, por que hablaba de la joya que le regaló y
que ella no aceptó, devolviéndosela junto con un libro.

—En esta carta, se entiende que se habían conocido hacía poco tiempo
en Paris, al parecer. Ella habla de un tal Romilio, que podía ser el esposo o
el hermano que enviaba el libro, no lo aclara.
—¿Tienes un papel? Anotemos los nombres que van a pareciendo y los
lugares. Tal vez Federico, que trabajó con mi tío tantos años, pueda conocer
a algunos de ellos.
—Tienes razón, no lo pensé— dijo levantándose de su sitio y yendo al
mueble escritorio para sacar desde un cajón una pequeña croquera que le
entregó.

Siguieron leyendo el resto de las cartas. En las siguientes se hablaba de


Buenos Aires, Barcelona y algunos balnearios de la costa del país. Se
mencionaba a Adelaida, nuevamente a Romilio, en una ocasión al
embajador de España de la época y a una prima de quien escribía que se
llamaba Corina. Las cartas representaban la conversación de dos conocidos
que con el tiempo se hicieron grandes amigos y finalmente reflejaba un
romance cálido, tranquilo y de mutuo respeto. Ella se expresaba como una
dama de buena educación, hablaba de situaciones aristocráticas, reuniones
en embajadas, paseos a ciudades en las que se reunían los adinerados de la
época.

—Puede faltar alguna carta— detectó Emmanuel, mirando los sobres—


Hay un lapso de tiempo entre el ochenta y tres y ochenta y cuatro, que no
tiene comunicaciones.
—Es cierto— afirmó ella— o puede ser que la relación haya tenido un
alejamiento— agregó abriendo el último sobre y sacando el contenido
desde el interior— Escucha lo que dice esta carta— pidió exigiendo su
atención.

“Creo que todo lo sucedido nos llevará al infierno, no debimos


esconderlo. Cuando se entere, no nos va a perdonar el haberlo ocultado.
Estos años han sido maravillosos y aunque ya no podamos seguir
disfrutando de este sentimiento mutuo tan maravilloso, créame que nunca
olvidaré todo lo vivido. Ahora me siento vacía, negar el mayor tesoro que
he tenido, me ha convertido en una mujer sin alma”

—Obvio que se refiere a un hijo— afirmó Dominique, guardando la


carta en el sobre nuevamente— ese debió ser el tesoro que dice.
—Pero ¿cómo encontró esta mujer a ese hijo? — pensaba en voz alta
Emmanuel, intrigado— No va a poder probar que es el heredero biológico.
—¿Y con tu ADN? Puede demostrar que son familia ¿o no? —
preguntó al ver el gesto de Emmanuel, que la dejó perpleja — ¿Dije algo
malo?
—Te voy a confesar un secreto— dijo confiando en ella, sin pensarlo—
Yo fui adoptado por Alan Krauss, su esposa no podía tener hijos y cuando
yo era un bebé llegué a sus vidas. Me quisieron siempre como a un hijo,
pero yo no llevo su sangre. A pesar de eso, el tío Clemente siempre me trató
como familia.

Dominique quedó atónita con lo que oía. Y porque él confiara en ella,


con un tema tan íntimo.

—Gracias por confiarme tu secreto— señaló asombrada aún— pero la


señora dijo que tú llevabas su sangre. Tienes sus ojos, pensé que era
herencia de familia.
—Ella no lo sabe. Si me pide que me haga un examen de ADN, yo voy
a negarme, pero es probable que quiera exhumar el cadáver. Va a luchar
cómo sea porque mi primo tenga derecho a esta fortuna, seguramente debe
tener un acuerdo con el supuesto heredero que encontró— declaró con
convicción— Los ojos claros son lo habitual en Alemania, donde nací—
aclaró respecto de sus ojos verdes.
—Sería macabro llegar a eso. Aunque también puede ser un fraude.
Pudo enterarse de que hubo un hijo y está suplantándolo— manifestó
Dominique, haciendo que él también lo pensara y mirando esos ojos que
siempre le parecieron hermosos.

Conversaban como dos amigos, algo que ella pensó que no sucedería
jamás. Al parecer la adversidad los volvía aliados y ambos tendrían que
luchar con uñas y dientes por retener la riqueza que ya entendían como
propia. Luego de tres meses de convivencia, sentía que cada día los
acercaba a su objetivo. Esta noticia les cayó como un balde de agua fría.

—Tenemos que averiguar cómo sea si existe ese hijo y quién es la


persona que se ha presentado como el heredero de mi tío— dijo Emmanuel
revisando las cartas.
—Hablemos con el señor Vidal, puede ser que tenga alguna información
que nos sirva.

Emmanuel bajó a buscar a Federico y ella se quedó ordenando los


documentos dentro de la caja y atando nuevamente las cartas con su cinta
roja. La dejó oculta entre sus zapatos y cerró la puerta para dirigirse a la
biblioteca a reunirse con ellos.

Cuando llegó al primer piso vio como Emmanuel conversaba con el


secretario y ambos entraban al despacho del señor Krauss. Ella los siguió
para averiguar que estaban haciendo.

—¿Encontraron algo? — preguntó mirando a su esposo que revisaba


unas libretas antiguas que don Clemente dejó guardadas en un cajón del
escritorio.
—Federico piensa que entre estas agendas puede haber alguna antigua,
anteriores a su llegada— dijo hojeando una de ellas— Te recuerdas que
cuando nos conocimos— alcanzó a decir, pero al ver que Federico lo
miraba con asombro, cambió la forma de expresarse— cuando yo visité a
mi tío hace unos años tenía una secretaria.
—Claro, la señora Eguiguren, es cierto— dijo Dominique recordando a
la mujer muy delgada de pelo rojizo que trabajaba en la casa, asistiendo a
don Clemente con sus asuntos personales.
—¿Cómo se llamaba?
—No lo recuerdo, mi papá puede ser que se acuerde de ella— dijo
recordando que su padre fue siempre cercano al señor Krauss y tenía que
saber muchas cosas también— Lo voy a llamar en seguida— añadió
tomando su móvil y marcando de inmediato.
—Estas libretas son de los años noventa en adelante— señaló
Emmanuel revisando una tras otra— Necesitamos agendas más antiguas.
¿Dónde podrá haber algo más antiguo? — agregó dirigiéndose a Federico.
—Tal vez en la casa de la cordillera— manifestó Federico— podemos ir
allí mañana. Yo sé en qué lugar pudieran estar.
—Perfecto, mañana vamos a revisar los papeles del despacho de la otra
casa. Es lógico, siempre vivió ahí.

Dominique llamó a su padre y habló con él un buen rato. No le dio


mayores detalles de lo que pasaba, pero le explicó que necesitaban revisar
documentos antiguos por motivo de la creación de la fundación en la que
estaban trabajando. Su padre le entregó el nombre de la secretaria y de un
amigo que el caballero tenía cuando él lo conoció en la década del setenta.
Con esa información volvió a la biblioteca, en donde ambos hombres
guardaban en su sitio lo que habían revisado.

—¿Cómo te fue? — preguntó Emmanuel ansioso por respuesta.


—Mi padre tenía algunos datos. Anota estos nombres— ordenó
esperando que recogiera la croquera en que anotaron los datos que habían
averiguado antes— Virginia Eguiguren se llamaba la señora que trabajaba
con don Clemente en los ochenta y me dijo que había un hombre que era
muy amigo del señor Krauss que puede ser que aún viva, pero no en la
ciudad. Se llama Diógenes Díaz-Rivera.
—Bueno, ya tenemos por dónde comenzar— dijo Emmanuel con mejor
gesto— mañana vamos a ir a la casa de la cordillera a revisar el despacho
de mi tío y ver si encontramos algo más que nos sirva.
—¿Qué andamos buscando precisamente? — preguntó el señor Vidal
curioso.

La pareja se miró, decidiendo si transmitir al señor alguna información


o dejarla sólo para ellos. Sin hablar se entendieron perfectamente y Krauss
respondió.

—Es por el legado, pues tenemos unas dudas con la Hacienda del sur y
nos estamos asesorando con un abogado que necesita unos papeles, pero
son de antes de los años noventa. Sería bueno ver si encontramos
documentos de esas fechas. No sabemos exactamente qué necesita.
Cualquier cosa puede servir.
—Entonces, mañana lo acompaño. Cualquier documento que cuadre
con esas fechas lo vamos a recopilar. Después se los enviamos al abogado
para que los revise— propuso el señor, quedando tranquilo con la respuesta.
—Gracias, Federico. Sería bueno, aprovechar de revisar en la otra
biblioteca, aunque es más pequeña si hubiera material para la donación de
libros.
—Claro que sí, señora. Tiene razón, voy a aprovechar de llevar el libro
de actas que estoy completando.

Federico Vidal se quedó en el despacho, mientras ellos salían hacia el


salón conversando animadamente. Tenían que reaccionar con rapidez. Le
harían llegar el oficio a Horacio Montealegre para que les aclarara a qué se
enfrentaban con esa información. Emmanuel iría a la otra casa a buscar
papeles antiguos. Quizás había más cartas que cubrieran el periodo faltante
en las que leyeron esa tarde. Dominique buscaría algún dato de contacto de
cualquiera de las personas que aparecían en las cartas. Le iba a pedir a
Julieta que la ayudara. Tenía conocidos en un Ministerio, podía ser que
hubiera información pública que fuera reciente y los llevara a encontrarlos.
CAPITULO XXIV
Los dos días siguientes fueron de bastante actividad. Dominique tuvo
que dividirse entre sus asuntos personales y el lanzamiento del libro de
Dalila Habib. Ambas cosas eran de gran importancia y la tenían
preocupada. La señora Casanova confiaba en ella y no la podía decepcionar.
Gracias a Dios, Julieta la estaba ayudando con la búsqueda de información
y ya había conseguido una dirección en la costa, a unas horas de la ciudad
en donde vivía alguien llamado Virginia Eguiguren, que por la edad podía
ser la persona que ellos buscaban. La señora fue secretaria de don Clemente
por cerca de veinte años, hasta que se casó con un miembro de la armada,
que era viudo y que estaba destinado a la base Antártica. Por esa causa tuvo
que buscar un nuevo asistente, que duró unos años a su servicio y luego
llegó el señor Vidal, pero con posterioridad a los hechos que estaban
investigando. El señor Diaz-Rivera había fallecido unos años antes, por lo
que no iban a poder entrevistarse con él.

Los otros nombres que aparecían en las cartas no tenían apellido, por lo
que estaba a la espera de que su padre recordara algún dato o que entre los
papeles que hubiera en la otra casa lograran hallar algo.

Esa tarde, en la reunión de coordinación habitual de la editorial, el señor


Ruiz-Tagle la había estado interrogando. Se sintió muy aliviada de poder
contar que su esposo era dueño de la Agrícola KD, que era bastante
conocida, gracias a la innovación que estaban haciendo en los cultivos de
frambuesas. El caballero, se sintió intimidado por el tipo de hombre que
descubrió que era Krauss, ya que se enteró que había heredado una gran
fortuna, además. Ella no le aclaró que ella también era heredera y menos
que habían hecho un pacto para conseguir hacerse del legado. De todas
formas, sintió que el hombre recibió el golpe y no la iba a molestar más.
Fue un gran alivio.
A media tarde, recibió un llamado de su padre, con algunas noticias.

—Hijita, cómo estás.


—Bien papá ¿y usted?
—Muy bien, gracias. Te llamaba porque me acordé de ese caballero
Romilio que me dijiste ayer. Era un doctor que conocía don Clemente, que
vivía en Europa. Habían sido amigos desde niños y siempre hablaban. Me
acuerdo que una vez lo visitó en la casa— dijo recordando esos días a fines
de los setenta— El apellido es Beckmann o Bachmann, algo así.
—Gracias, papá. Todo nos sirve. Estamos tratando de encontrar unos
papeles que faltan y a lo mejor alguien sabe algo, pues.
—Espero que les vaya bien con eso— dijo su padre— Tu mamá
pregunta cuándo vas a ir a visitarnos— agregó con tono de reproche.
—El sábado voy, se lo prometo— dijo sintiéndose culpable de tenerlos
abandonados— pero ustedes pueden venir a la casa cuando quieran.
—Es que es tan lejos, pues hija. Tenemos que salir de noche para llegar
en la mañana— bromeó el señor Santibañez, que no le gustaba ir para el
barrio alto de la ciudad.
—Si no es tan lejos. ¡Qué exagerado!
—Ya, mi amor. Nos vemos el fin de semana entonces— se despidió el
señor, con un beso.

Dominique aprovechó que tenía un momento libre, pues ya la gente de


la oficina se iba yendo a sus hogares y nadie la iba a interrumpir. Se instaló
frente a su computador y abrió un navegador. Probó con los apellidos que
su padre le dio para el señor Romilio y encontró varias referencias. Había
un doctor Romilio Bachmann, que aparecía en una revista y en un
periódico, porque le habían hecho un homenaje, pero era de unos años atrás.
El señor tenía más de ochenta años y la nota decía que vivía en la ciudad,
pues luego de su retiro se dedicó a escribir. En los años ochenta había sido
profesor en Universidades europeas. Ese debía ser el hombre que ellos
buscaban. Ya tenían por donde comenzar la búsqueda. Alguno de los
contactos que pudieran hacer, les podría dar datos de utilidad para conocer
aquella historia de amor, que don Clemente y la señora ASV vivieron de
manera oculta por muchos años.

Esa tarde, luego de cenar, Emmanuel y Dominique se quedaron en la


biblioteca, revisando una caja que habían llenado junto con Federico en la
visita a la casa de la cordillera. Eran kilos de papeles. Los fueron separando
por año y a medida que los separaban los leían rápidamente para detectar si
había alguna información de valor.
Dominique se había quedado con la ropa que llevaba en el día, un top
negro escotado y un pantalón ajustado de color rojo que le quedaba como
pintado en el cuerpo. Emmanuel se distraía cada cierto rato, mirándola. Ella
no lo notó hasta que de pronto al mirarlo se percató de que le miraba
fijamente los pechos. Se sintió incómoda al principio, pero luego debió
reconocer que le gustaba sentirse deseada. Hubo un silencio, que provocó
que él notara que había sido descubierto, pero ella no dijo nada y siguió
trabajando con los papeles que tenían entre manos.

Emmanuel estuvo a punto de disculparse, pero justo los interrumpió


doña Camelia que venía a ofrecerles algo para beber luego de la cena.

—¿Van a quedarse hasta tarde? ¿Les traigo un cafecito?


—Gracias, Camelia, Sería perfecto. Tengo un poco de sueño, pero
tenemos que revisar esto ahora— dijo Emmanuel levantándose del
escritorio para servirse un trago desde el aparador, en donde había unas
botellas de licor y unos vasos.
—Yo me tomaría un tecito de hierba. ¿Tiene alguna cosita para
relajarse?

Emmanuel pensó en algunas cosas que a él se le ocurrían para relajarla,


pero evito pronunciarse al respecto. No pudo evitar sonreir en silencio.
Dominique no se percató del gesto, pero la señora Camelia que era muy
astuta si lo notó y se rio sola.

—Para relajarse le puedo preparar un té de manzanilla— ofreció en


seguida.
—Perfecto, gracias— dijo la chica, viendo como la señora todavía
sonreía—¿Qué pasó? — dijo mirándolos a ambos, pero no tuvo respuesta.
—¿Quieres un trago? — ofreció Emmanuel cambiando el tema y
mirando las botellas de licor que tenía en frente— Hay licor de manzanilla,
coñac y menta.
—No gracias, no me gustan los bajativos— respondió enfrascándose de
nuevo en la revisión.
Emmanuel se quedó parado a un lado del aparador, mirándola de pies a
cabeza. Dominique era escultural, sus pechos eran abundantes y ella trataba
de ser discreta, pero el escote dejaba ver unos montículos bronceados que a
él siempre le provocaba ganas de tocarlos. Su cintura era pequeña y aunque
estaba con pantalones se imaginaba esas piernas tonificadas y bronceadas
que había visto al observarla nadar en la piscina y tomar sol después.
Cuando ella le habló tuvo que volver a concentrarse en el problema que
tenían.

—Creo que tenemos que hablar con esta gente— propuso ordenando
unos papeles amarillentos que ya casi se habían desteñido con el tiempo. La
tinta era apenas perceptible— Conseguí los datos de la señora Eguiguren,
desde la dirección que me dio Julieta, pero ya no vive ahí, aunque me
dijeron que al parecer vive en el sector de Bosque del Mar, que es un
condominio no tan grande.
—Sería mejor visitar al doctor— señaló Emmanuel que no tenía ganas
de viajar tan lejos.
—Mañana voy a tratar de conseguir sus datos. Julieta está en eso ahora
— dijo abriendo los ojos, con gesto de sorpresa— Mira— dijo entregándole
una carta que había entre los documentos.
—Es una propuesta para un libro educativo— dijo leyendo el
encabezado— ¿Crees que sirva para la fundación?
—Mira quien firma— señaló colocando su mano en el final de la hoja y
acercándose a él, casi tocándolo.
—Agatha Saint-Vincent— exclamó mirándola a ella que estaba muy
cerca de su cara.
—ASV— exclamó ella a su vez— ya encontramos a la dama de las
cartas— sonrió contenta y satisfecha— ¿Será que Agatha Brun y ella son la
misma persona?
—Ustedes las mujeres sacan conclusiones que yo no podría. Tu
razonamiento me agotó. Tienes razón, debe ser la misma mujer.
—Hay que buscarla a ella, entonces. Pudiera estar viva todavía — dijo
separándose de su lado y volviendo a la caja— mañana le voy a pedir a
Julieta que la busque. Ella tiene sus medios.

Emmanuel aún estaba parado a un costado del aparador mirándola


embobado, ella lo notó y lo miró a su vez. Ambos se quedaron
observándose fijamente un instante. Dominique sintió que él la desnudaba
con la mirada y sintió que el aire le faltaba un poco. El calor comenzó a
inquietarla y se tomó el pelo con ambas manos levantándolo sobre el cuello,
haciendo que su escote se luciera aún más apetecible para él. De pronto, la
señora Camelia volvió a interrumpirlos.

—Le traje el cafecito, don Emmanuel— dijo dejando la bandeja sobre la


mesa— no le puse azúcar.
—Está bien así.
—Yo voy a llevarme el té para mi cuarto. Creo que mejor voy a ir a
descansar— manifestó Dominique escapando del momento ardiente que se
estaba fraguando entre ellos— mañana sigo con esto. Buenas noches— dijo
saliendo junto con la señora desde el despacho.

Emmanuel se acabó el licor que aún quedaba en el vaso de un solo


trago. Tomó el café y lo saboreó, mirando desde donde estaba como
Dominique subía la escalera y desaparecía en el segundo piso.
CAPITULO XXV
La semana siguiente fue de gran actividad también. La pareja se reunió
con el señor Montealegre que recibió la noticia del nuevo heredero como un
balde de agua fría. Eso cambiaba todo lo especificado en las condiciones
del legado para los beneficiarios establecidos por el testador. Todos los
documentos estaban en trámite, ya estaba resuelto el tema del matrimonio.
El abogado que funcionaba como albacea quedó de una pieza con la noticia.

—Esto nunca me había sucedido. Este legado ha sido realmente fuera


de serie.
—A nosotros nos ha tomado completamente de sorpresa. Usted
comprenderá que hemos tenido que ceder tiempo y cambiar nuestros planes
de vida por esta causa— señaló Emmanuel, mirando a Dominique mientras
ésta mostraba su ansiedad sobando sus manos y mordiendo su labio inferior.
—¿Usted cree que basta con que aparezca alguien diciendo que es hijo
de don Clemente? Hay que probarlo, me imagino— dijo ella tratando de
encontrar alguna salida al entuerto.
—Claro que sí. No es tan fácil como llegar y decirlo— manifestó el
caballero, revisando un código que tenía sobre su escritorio— Doña
Venecia se está jugando una carta muy peligrosa, porque si esto es un
invento puede salir trasquilada.
—Ella nos amenazó— recordó el joven, pensando en el día del enlace—
nos dijo que aprovecháramos mientras pudiéramos.
—Entonces ya estaba tramando lo que iba a hacer.
—¿Usted estaba al tanto de que había un hijo? — preguntó Dominique
directamente.
—Para nada. No lo creo, sinceramente— declaró encontrando el párrafo
que quería leer— Conocí a Clemente por muchos años, más de veinte.
Nunca se habló de algo así.
—¿Y si existiera ese hijo? ¿Qué pasaría con nosotros? — preguntó
Emmanuel contrariado— ¿Perdemos el legado?
—Esperemos a ver cómo se desenreda todo esto— respondió
mirándolos con recelo —¿Ustedes saben algo al respecto?
—Nada. Nos sorprende igual que a usted Horacio— mintió Emmanuel
con convicción— Pero la señora Venecia conoció a mi tío desde que eran
jóvenes, tal vez sabe algo.
—Voy a hablar con ella— declaró tomando el oficio que los jóvenes le
llevaron— Con este documento en frente podemos saber cuál es el plan de
esta señora.
—Lo dejamos en sus manos, entonces.
—Voy a dejarme una copia de este escrito— dijo llamando a su
secretaria— déjenme leerlo con calma y cuando haya hablado con la señora
Fábregas los contacto.

La señora demoró un momento solamente en regresar con la fotocopia.


El original volvió a manos de Krauss que lo guardó en una carpeta de cuero
que traía entre manos.
—Gracias, don Horacio. Quedamos atentos a sus noticias— se despidió
la muchacha, poniéndose de pie y saliendo del despacho del abogado.

Ambos caminaron por las oficinas del estudio, dejando al hombre


enfrascado en la lectura de la notificación que les había llegado. Salieron a
la calle y se encaminaron hacia el estacionamiento en que había dejado el
joven su auto. Ahora tenían pensado seguir con sus visitas. Tenían
concertada una entrevista con el señor Bachmann, que los iba a recibir en su
casa, fuera de la ciudad. Aún era temprano, el vehículo rodó por las calles
del centro y luego de unos minutos enfilaron por la carretera para dirigirse a
la residencia del doctor.

Habían llamado a varios números que fueron consiguiendo, hasta que


una doctora amiga de Luciano tenía un conocido que era nieto del anciano.
El hombre debía tener cerca de noventa años y telefónicamente los había
atendido su hija. Estaba recluido en la casa, pues ya no tenía actividad
académica y sus años de escritor ya eran pasado. Recorrieron la autopista
por más de dos horas, hasta encontrarse con el cruce que debían tomar para
salir de la carretera y adentrarse en un poblado poco habitado, en donde
algunas personas adineradas se habían construido sus mansiones, lejos del
mundanal ruido.
Encontraron la casa con facilidad. Era un palacete de forma rectangular,
con apariencia asimétrica, con muchos ventanales y rodeado de un parque y
muchas palmeras. Ya era cerca del mediodía y empezaban a tener hambre.
Emmanuel se estacionó fuera del gran portón de metal que funcionaba
como entrada del lugar y habló frente a un citófono para anunciarse y que le
permitieran acceder a la propiedad.

El portón se abrió en seguida y pudo avanzar por un camino de gravilla,


flanqueado por piedad de color terracota que llegaba casi hasta la puerta
principal de la casa. Una mujer apareció en seguida en la puerta y los
recibió.

—¿Señor Krauss?
—Efectivamente— respondió saludando a la mujer y presentando a su
esposa— gracias por coordinarnos la reunión. No vamos a molestarlo
mucho tiempo.
—Mi padre está descansando en el patio trasero. Acompáñenme por
aquí— dijo guiándolos por un costado de la casa.

Caminaron tras ella y rodeando la casa en un largo trecho, llegaron a la


orilla de una piscina, en donde un anciano tomaba sol, con las piernas
cubiertas por un chal muy vaporoso. A su lado, una enfermera lo
acompañaba leyendo el periódico en voz alta.

—Papá. Tienes visitas— dijo la mujer presentando a los recién llegados.

El señor los miró confundido. La enfermera se retiró a una señal de la


dueña de casa y el señor quedó solo con sus visitantes.

—¿Cómo está? — saludó Dominique, sentándose en el lugar que la


enfermera había desocupado. La chica tomó una mano del caballero entre
sus manos y sonriendo logró que el caballero respondiera con una sonrisa.
—¿Quiénes son ustedes? — preguntó mirando al joven alto que se paró
tras de la muchacha.
—Soy Emannuel Krauss, sobrino de Clemente Krauss, tal vez lo
recuerda— dijo con poca esperanza de que fuera así.
—Por supuesto, Clemente. Lo recuerdo tanto, fuimos grandes amigos.
—¿Se acuerda de sus años de juventud? — lo interrogó Dominique
acariciando su mano.
—Claro que lo recuerdo. Clemente era un gandul y yo era un cerebrito,
Ja, ja— rio mirando hacía lo lejos.
—Don Romilio, ¿se recuerda de alguien que se llamaba Agatha?
—¿Agatha? —dijo haciendo memoria. Se notaba que estaba buscando
en sus recuerdos muy lejanos— No la recuerdo — afirmó provocando
decepción en la pareja— ¿Quién era?
—Una amiga de don Clemente, tal vez la conoció hace muchos años—
señaló Dominique que recordó la foto que había encontrado y lamentó no
haberla traído— rubia, de ojos claros.
—Deben estar hablando de la esposa del pintor. Una mujer muy
interesante. Todos la admirábamos un poco.
—¿Ella tuvo hijos? — preguntó Dominique siendo directa, mientras
mantenía la mano del señor entre las suyas y le sonreía.
—No lo sé— señaló— Vivía en Europa, yo estuve en París unos años y
nos frecuentábamos. Creo que estuvo un tiempo en el país, pero no la volví
a ver.
—¿Conoció a una tal Adelaida? — dijo el joven recordando a la mujer
que se mencionaba en las cartas.
—Adelaida era mi esposa— dijo el anciano con dulzura— mi
compañera de toda la vida. La extraño mucho— agregó con tristeza— Ella
siempre estuvo conmigo, viajamos juntos, tuvimos a nuestros hijos y era la
mejor maestra que conocí. Adoraba a los niños. Hay una escuela con su
nombre en el valle.

Los jóvenes vieron que el anciano no tenía más información que


compartir, pues sus recuerdos tomaron otros rumbos. La hija en ese
momento salía de la casa y aprovecharon de despedirse del caballero.

—Que bella pareja hacen— dijo reteniendo las manos de Dominique sin
querer soltarla — ojalá tengan muchos hijos y ámenlos por sobre todas las
cosas— les aconsejó.
—Gracias, don Romilio— respondió Dominique, sin ahondar en el
consejo del hombre— Cuídese mucho, que esté muy bien.
Emmanuel le dio la mano también y se encontró con unos ojos muy
pícaros frente a él que lo miraban fijamente. El señor, a pesar de sus años
estaba bastante lúcido, aunque sus recuerdos no fueron de gran ayuda. De
todas formas, dijo que iba a revisar algunos documentos que tenía en su
casa, recuerdos de antaño que quizás le refrescaran la memoria. Luego les
contó algunas historias de sus tiempos de médico, cuando Clemente era un
jovenzuelo que comenzaba a amasar fortuna.

Ya fuera de la casa, saliendo de la propiedad en el vehículo, tomaron la


carretera para volver a la ciudad. Mientras conducía, Emmanuel aprovechó
de revisar su teléfono que llevaba apoyado en el panel del auto y encontró
una llamada perdida de Luciano. Marcó el número y le devolvió el llamado.

—¿Qué ha pasado? ¿Hay novedades?


—Nada nuevo, sólo te llamaba para recordarte que hoy tenemos que
asistir al evento de la cámara. No podemos faltar.
—Tienes razón, se me olvidó completamente.
—Bueno, te advierto no voy a aparecer allí solo.
—Voy a ir, no te preocupes.
—Perfecto, nos vemos— se despidió Luciano y colgó.

Emmanuel se puso incómodo y Dominique notó que quería decirle algo.


Ella lo alentó a hablar.

—¿Hay algún problema?


—Me había olvidado que hoy tenemos una comida en la cámara.
—Ya
—Necesito que me acompañes.
—¿Por qué?
—Porque firmaste un acuerdo que dice que me vas a acompañar a los
eventos públicos como mi esposa, ¿lo recuerdas?
—Sí, lo sé. ¿Pero ahora?
—¿Tienes algún compromiso? — preguntó pensando que tal vez ese
amigo que estuvo en casa, era más que su amigo.
—Nada que no pueda suspender— dijo haciéndose la interesante. Sólo
había planificado ver una maratón de capítulos de su serie favorita, que
comenzaba temporada— ¿A qué hora es?
—Creo que a las ocho. Es en la Casa de Mármol, con ropa de gala. Es
una premiación. Puede ser que tengamos suerte y nos ganemos un premio.
—Oh, Dios. Me voy a tener que esmerar entonces— bromeó ella,
pensando qué se iba a poner. Le iba a pedir consejo a Julieta que tenía buen
gusto.
—Te dejo en casa, tengo que pasar por la oficina. Nos vemos en el
evento.
—¿Tengo que irme sola?
—Dile a Julieta que te pase a buscar, no alcanzo a volver a la casa.
Tengo reunión con un cliente a las seis. Me cambio en la oficina, ahora
retiro un terno que Camelia me llevó a la tintorería.
—¿Julieta va a ir?
—Entiendo que si— dijo doblando por la avenida ya de regreso a la
autopista urbana.

Luego de una hora y un poco más, ya se aproximaban a la casa.


Dominique bajó del auto y llamó a Camelia que salió corriendo desde la
casona con una bolsa en que se veía un traje oscuro y una camisa blanca
inmaculada. Se lo entregó a Emmanuel que dio vuelta el vehículo para
volver a salir camino a su oficina.

Ella se quedó en el jardín viendo cómo se alejaba. En seguida reaccionó


y llamó a su amiga para enterarse de las novedades.

—¿Cómo es eso que tienes un evento?


—¡Ya te enteraste! — exclamó sorprendida tanto como ella— Luciano
me llamó hace una hora. Seguramente alguna de sus conquistas lo plantó y
se acordó de mí.
—Me enteré porque hace media hora mi distinguido falso esposo me
informó a mí. Dice que tengo que ir, porque firmé un acuerdo al respecto.
—Y tiene razón, lo firmaste frente de mí. Ja, ja— bromeó.
—Bueno, tenemos que ir entonces. ¿qué me pongo? Es una premiación.
—Yo me voy a poner el vestido rojo— dijo pensando en el vestido más
elegante que tenía— Ponte el vestido negro sin espalda o el top de
lentejuelas plateada ese que me encanta a mí.
—Ese me encanta, ese será— decidió pensando cómo combinarlo—
Necesito que me vengas a buscar. La invitación fue sin chofer.
—No te creo. Necesitas un auto, cómprate uno, si eres millonaria ahora.
—Te cuento cuando vengas, parece que ya no soy tan millonaria, amiga.
CAPITULO XXVI
Aquella tarde fue vertiginosa, apenas alcanzó a comer algo. Las amigas
se reunieron a las siete de la tarde para lograr llegar a tiempo al evento que
se les presentó a última hora. Cuando entraron al estacionamiento de Casa
de Mármol, parecía una colmena. Gente caminaba por los jardines hacia el
ingreso del salón principal. Parejas muy arregladas, mujeres con vestidos de
lentejuelas y algunas con traje de fiesta. Era una ceremonia importante;
ellas se esperaban algo más sencillo.

—Menos mal que Luciano me avisó que era de gala. Al final me decidí
por el vestido correcto— dijo Julieta que se había puesto su traje rojo con
adornos de lentejuela en la sisa y con un escote recatado delante y la
espalda descubierta.
—A última hora elegí este traje azul claro. Creo que estamos a la altura
— señaló Dominique que se había dejado el pelo suelto y había preferido
un traje ajustado de coctel, con hombros caídos y que le llegaba un poco
más arriba de la rodilla, resaltando cada curva.
—Esto no es un evento cualquiera. Si hubiéramos sido nosotras las
premiadas, habríamos estado preparándonos una semana antes para el
magno evento; estos hombres son un desastre.
—Pero parece que es bien elegante, esperemos que la comida este
también a la altura, porque tengo hambre— manifestó Dominique
mirándose por última vez en su espejito de mano que guardó en la cartera.

Se detuvieron al fondo del lugar, pues ya todo estaba copado de


vehículos. Julieta alcanzó a tomarse un espacio junto a un convertible
blanco que destacaba entre el resto de los autos más formales.

Se bajaron, llevando en la mano algo para cubrirse más tarde cuando la


noche se pusiera fría. A lo lejos divisaron a un par de rostros conocidos de
la televisión. Al parecer el animador del evento era un famoso actor de
telenovelas. Había algunas anfitrionas recibiendo a la gente y regalando un
ejemplar de una revista financiera que estaba de moda. Buscaron con la
mirada a sus acompañantes, pero no se veían cerca. Julieta tomó su móvil y
marcó el número de Luciano. No lograba encontrar señal.

—Si no aparecen, lo voy a matar— amenazó la abogada con decepción


— si me deja plantada, así de arreglada, no le hablo nunca más.
—No va a pasar eso. Si ellos son los interesados, nosotros venimos de
buena gente que somos.
—Ahora si está marcando— dijo al intentarlo nuevamente— lo saludó
cuando contestó.
—¿Qué dice?
—Que en diez minutos van a llegar, porque por la entrada poniente hay
un taco gigante, pero ya están cerca.
—Viste. No te preocupes, piensa en lo rico que vamos a comer, debe
haber un buen banquete.
—Ojalá, porque a veces mientras más plata, menos comida— bromeó
Julieta que cada vez que iba a eventos de organizaciones públicas, quedaba
con hambre.

Se quedaron esperando a un costado del ingreso principal, admirando


los jardines. Había araucarias, jacarandás y un ciprés gigante al centro del
parque que rodeaba la casa de eventos. En la entrada habían decorado todo
el camino de acceso con rododendros de color fucsia y blanco y pusieron
antorchas altas clavadas en el piso, haciendo un camino de fuego que lucía
espectacular.

Quince minutos después, muy a lo lejos divisaron a sus parejas que


llegaban caminando tranquilamente como si la noche fuera muy larga. Ya
tenían los pies hinchados de estar de pie tanto rato. Luciano las saludó con
la mano cuando las descubrió al costado de la estatua de un cóndor que
había justo frente a la puerta del salón.

—¡Que mujeres más hermosas! — declaró Luciano saludando a cada


una con un beso.
—Ustedes están muy elegantes— respondió Julieta.
—Pensé que me ibas a decir que estaba guapo— reclamó él con cara de
decepción.
—Qué bueno que llegaron, no queríamos entrar, pues pensamos que se
necesitaba alguna invitación.
—No, estamos registrados— aclaró Emmanuel, invitándolas a entrar,
mientras Luciano tomaba a Julieta de la mano para llevarla con él.

La anfitriona que los recibió les preguntó los nombres y los buscó en un
listado de varias hojas que tenía en su mano. No lograba encontrarlo. La
mujer era muy guapa y estaba bastante arreglada, llevaba al igual que el
resto de sus compañeras un jumper negro ajustadísimo y un pañuelo
morado al cuello. Miró a Emmanuel a los ojos y le habló con una sonrisa
coqueta.

—Señor Krauss, efectivamente, aquí lo encontré— dijo finalmente


apuntando con su lápiz un ticket junto al nombre— Emmanuel Krauss y
esposa— agregó mirando recién a la rubia que estaba a su lado. Le entregó
a él una tarjeta con la ubicación de su mesa para que se orientara dentro del
salón— Que disfruten la noche— añadió con la misma sonrisa coqueta de
antes, provocando que Dominique se molestara, pero no lo hizo notar.

Entraron al salón que estaba decorado con pendones de propaganda de


una marca de telefonía y de un banco. Había mucha gente y a ellos les
asignaron una mesa en la parte delantera, cerca del escenario. Era un evento
empresarial en que se haría premiaciones anuales en distintas categorías. Un
joven vestido con un traje azul impecable y muy perfumado les entregó un
folleto con el programa de la ceremonia. Habría un discurso inicial, luego la
premiación de las categorías tecnológicas, un break en que se haría un
concurso y se sortearía pasajes a distintos destinos, luego la premiación de
innovación, en que ellos postulaban y después la noche terminaba con otras
categorías de premiación y finalmente un baile, para el que se anunciaba a
una orquesta muy conocida.

Se instalaron en una mesa con tres parejas más. Un señor de edad con su
esposa, que ellas reconocieron como periodista que trabajaba en una radio,
una pareja joven que parecía que todo les llamaba la atención y un
matrimonio extranjero que no entendía mucho lo que hablaban. Dominique
se dio cuenta que ella era francesa y trató de entretenerla con su
conversación, pues ella hablaba el idioma perfectamente. Al avanzar la
noche se fueron haciendo amigas, al punto que quedaron de reunirse un día
en la editorial para que la visitara, pues la señora escribía algunas cosas y
había sido corresponsal de un diario.

La ceremonia estuvo bastante entretenida. Cuando llegó el momento de


la categoría de innovación, se sorprendieron al llevarse el galardón, por la
contribución del proceso de congelación de frambuesas que habían utilizado
con la cosecha del año anterior, que había sido un desarrollo que Emmanuel
había trabajado junto con una empresa alemana.
Dominique se sorprendió de ver en el hombre que se había convertido
ese muchacho imbécil que ella aborrecía. Ahora era un empresario
responsable, dedicado, que aportaba desde su nivel a mejorar la industria y
se estaba recién enterado que ese par de amigos tan distintos, eran los
propietarios de una de las empresas más prometedoras en el área agrícola de
berries en el país, dando empleo a ciento veinte personas. Ella no sabía nada
de él, sólo recordaba aquel verano en que la humilló y para siempre se había
convertido en un ser despreciable, pero había cambiado, aunque en el
ámbito personal podía seguir siendo el mismo de antaño; ella no lo había
tratado de conocer y no tenía intención de hacerlo en el futuro.

La noche fue avanzando y de pronto ya estaba terminando la ceremonia,


dando paso al momento final en que una orquesta de moda, tocaba baladas
que los asistentes disfrutaban, bailando en medio de la pista de baile que se
había habilitado en un salón más pequeño situado a un costado del salón
principal. Luciano había ganado uno de los pasajes que se habían sorteado y
se había aprovechado de la situación para comprometer a Julieta a
acompañarlo. Tres días y dos noches en Bariloche.

Cuando la música comenzó a sonar, Julieta y su pareja se tomaron la


pista de baile en seguida, dejando a Emmanuel y Dominique en la mesa,
junto con el matrimonio de mayor edad que no intentó sacar brillo a la pista.
De pronto, Emmanuel se puso de pie y le ofreció su mano a la muchacha
para que lo acompañara. Ella iba a negarse, pero la cara de él expresaba la
necesidad de que no lo rechazara, estaba entre sus pares, empresarios que lo
conocían, muchos admirando a la belleza que lo acompañaba y él quería
aprovechar la situación. Ella comprendió y aceptó su mano, siguiéndolo al
otro salón, en donde sus amigos se movían abrazados al ritmo de música de
los ochenta.

La acercó a su cuerpo y le rodeó la cintura con fuerza, atrayéndola hacía


él y quedando pegados sus cuerpos. Le tomó la mano y ella se puso
nerviosa con el cercano contacto, pero disimuló su desazón, pues no quería
que él notara lo que causaba en ella cuando estaba cerca. Se movieron
suavemente al ritmo de la melodía que tocaba la orquesta. Poco a poco,
Emmanuel se fue acercando a su rostro y en un momento sus caras se
rozaron. Ella puso sentir su incipiente barba, que tocaba su mejilla y el
aroma de ese perfume tan varonil que ya había sentido cuando estuvo en su
auto. Su mano comenzó a acariciar su espalda y ella se estremeció con cada
caricia.

Dominique estaba muy nerviosa, temía que él se propasara y ella no iba


a poder ponerlo en su lugar, pues sería escandaloso y ella no era mujer
capaz de hacer algo así, menos en un evento público, en el que incluso
había prensa. Sentía que el corazón saltaba en su pecho y rogaba, para que
Emmanuel no se percatara de lo que estaba provocando ese íntimo contacto
en ella. Se entregó a la agradable sensación de sentirse en sus brazos y
estuvo tentada de acariciar su pelo y rodearle el cuello, pero no lo iba a
hacer; no iba a delatarse de esa forma.

Cuando terminó la música, se encontró con esos ojos verdes que la


miraban como si la desnudaran y le quitó la mirada, poniendo atención en
Julieta y Luciano que venían a su encuentro.

—Nosotros los vamos a dejar, porque tenemos otros planes— señaló el


muchacho, con la chica de la mano— Nos vemos mañana en la oficina. A la
hora que pueda llegar— advirtió, pues al parecer la noche recién
comenzaba para ellos.
—Nosotros nos vamos a ir pronto— señaló el joven, mirando a su
esposa, que se despedía de su amiga y volvía a la mesa.
—Ten cuidado, no vayas a caer en el fuego de la pasión— bromeó
Luciano, viendo como Emmanuel observaba a la muchacha a lo lejos.
—No seas imbécil— dijo sonriendo— Ten cuidado, que has bebido
bastante.
—Julieta me lleva en su auto, no tengo nada que temer.
—A lo mejor sí— le advirtió su amigo, bromeando.
—Dios te oiga— dijo haciendo un gesto de ruego con las manos y
tomando a su pareja de la mano, salieron del salón hacía los jardines para
llegar al automóvil y recorrer los caminos de la ciudad.

Ya era medianoche. La gente comenzó a retirarse en multitud; quedaban


pocos invitados. Emmanuel le hizo un gesto a la chica y se despidieron de
la joven pareja que seguía admirada de todo lo que veía. El resto de los
componentes de la mesa, ya se habían retirado a sus hogares. Tomo a su
falsa esposa de la mano y ella se abrigó con su tapado de gasa, tipo kimono,
que había llevado para capear el frío, aunque la noche estaba muy
agradable.

Salieron caminando por entre la concurrencia que aún permanecía en el


ingreso, despidiéndose de sus conocidos o llamando un taxi, que los más
precavidos habían preferido como forma de transporte, ya que entrar y salir
del recinto en auto era muy demoroso. Llegaron al vehículo de Emmanuel,
un jeep de color gris, que estaba rodeado de otros coches, por lo que
tuvieron que esperar un momento para poder salir. El vestido de Dominique
se subía y dejaba al descubierto parte de sus muslos, por lo que ella trataba
de cubrirse con el kimono de gasa, que al ser transparente no lograba su
cometido. Los ojos del muchacho se desviaban a sus piernas como un imán
y aunque la hacía parecer incómoda, disfrutaba el sentirse deseada. El sueño
en que Emmanuel la tomaba y se entregaban a la pasión, se había repetido
varias veces en esos meses.

Por fin pudieron salir del centro de eventos, enfilando tras los autos que
abandonaban el lugar por la salida oriente. Siendo día laboral, las calles de
la ciudad estaban casi desiertas. Se demoraron menos de lo habitual en
llegar a casa. Cuando se estacionó en el antejardín para estacionar, detuvo el
motor e impidiendo que ella bajara la tomó de la mano y le pidió que le
pudiera atención.

—Te agradezco que hayas asistido. Era importante para mí esta noche y
fue bueno que me acompañaras.
—Tenía que hacerlo, recuerda— dijo con impulsividad, refiriéndose al
acuerdo firmado— pero lo pasé muy bien, gracias por invitarme.
—Yo también lo pasé muy bien— agregó sin soltarle la mano y mirando
sus piernas que ahora ella no estaba tratando de cubrir.

La miró fijamente y la hipnotizó con su mirada verde profunda,


haciendo que bajara un poco sus barreras. Acercó su cara a su boca e
intentó besarla, pero ella puso su mano en su pecho para detenerlo.

—Lo siento, disculpa— dijo retirándose a su asiento, alejándose de ella.


—No te confundas— pidió Dominique respirando agitada, pero sin
bajarse del auto.
—Pensé que…
—Es mejor que sigamos como estamos. Podemos ser amigos si nos
esforzamos— declaró sin convicción— Mejor no…

El la escuchaba con atención, pero un segundo después sus labios


estaban besándola suavemente. Ella aceptó ese beso primero, abriendo su
boca para dejar que la lengua de él le acariciara con un beso más profundo,
pero luego reaccionó, colocando nuevamente su mano en su pecho para
alejarlo. Abrió la puerta y se bajó, caminando hacia el interior de la casa sin
volverse a mirarlo. Se perdió tras la puerta, mientras Emmanuel se bajaba a
su vez del vehículo, sonriendo satisfecho.

Ella era maravillosa, una mujer bella y cautivadora. Estaba cada día más
convencido de que iba a recuperar su confianza. Ya era su esposa y estaba
decidido a que fuera su mujer. Ese beso fue igual que aquellos que
disfrutaban cuando se entregaban el uno al otro a orillas del río, doce años
atrás. Parecía como si el tiempo se hubiera quedado en pausa y ahora él iba
a reactivar la pasión que los envolvía en su juventud.

Caminó hacia su cuarto, mirando la escalera por donde ella había subido
a su dormitorio. Pensaba que se estaba desnudando en su cuarto y se
imaginó cómo sería hacerlo por ella. Esa noche no lo intentaría, pero ya
llegaría el momento. Se fue sonriendo a su habitación, cansado, pero
contento.
CAPITULO XXVII
Los días que siguieron fueron recuperando la rutina. Dominique ya
estaba con el lanzamiento del libro de Dalila programado y la semana
siguiente se llevaría a cabo el evento. Luciano y Julieta habían aprovechado
el premio del viaje a Argentina en seguida y el fin de semana se habían
lanzado a la aventura. Ella no había hablado con su amiga luego de que
regresara del viaje, por lo que aquella tarde se iban a reunir en el
departamento de la abogada a tomar un trago. A las siete de la tarde,
Dominique tocaba el timbre de su antiguo departamento.

—Amiga, que bueno que llegaste. Pensé que ya no venías.


—Es que estaba arreglando lo del viaje recién.
—¿Y tienen que ir?
—Espero que dos días sean suficientes para encontrar a esta señora—
dijo deseándolo de verdad.
—Estás preocupada— afirmó su amiga, mirándola con detención.
—Bueno, pero cuéntame primero de ti. ¿Eres ya oficialmente la pareja
del susodicho o no?
—Sí, el viaje nos hizo excelente, congeniamos muy bien y Luciano es
muy caballero. Me encanta.
—Me alegro mucho. Te dije que podía resultar.
—Voy a hacer que resulte. Es bastante inmaduro, pero lo quiero.
—Qué bueno— señaló sacando un jugo del refrigerador que su amiga le
ofreció.
—¿Y cuándo es el lanzamiento?
—El próximo viernes. Me vas a acompañar, no me puedes fallar.
—Vamos a ir, ya comprometí a Luciano, pero espero que se acuerde. Es
lo más disperso que he conocido— ¿Y tú? ¿Cómo están tus cosas con tu
esposo? — dijo riendo.
—¡Horrible!
—¿Por qué? ¿pasó algo malo?
—Me besó, la noche del evento, cuando llegamos a casa.
—¿Y fue muy malo?
—No, fue muy bueno. Increíblemente bueno— declaró con gesto de
preocupación.
—No entiendo, entonces qué fue lo malo.
—Todo, bailar con él, sentir que me tocaba. El beso exquisito, no poder
dormir, pensando en él— señaló sollozando—No quiero que me pase eso,
juré que este hombre no me iba a hacer daño nunca más— declaró
limpiándose con un dedo, las lágrimas que amenazaban con caer— y ahora
vamos a tener que viajar a Bogotá.
—Explícame eso, no entiendo qué es lo que pasó con la herencia.
—La señora Venecia apareció con un heredero de sangre, que
supuestamente es un hijo que don Clemente tuvo con alguna mujer de su
pasado, pero nadie sabe nada. Mi papá que trabajó con él no tiene
información, don Federico tampoco, pues fue mucho antes de que él lo
conociera. Sólo nos queda buscar a la posible mujer que fue su pareja. Nos
contactamos con la señora Eguiguren, que fue secretaria de don Clemente
en esa época y ella nos dio el nombre de una conocida de la señora que
buscamos.
—¿Y estará viva?
—Esta persona vive cerca de Bogotá, parece que la familia de ella es
colombiana y esta mujer que buscamos vivió allí algún tiempo. Quizás la
encontremos.
—¿Y vas a viajar sola con él?
—Sí, tenemos que ir juntos, porque no podemos estar fuera de la casa si
no es en compañía del otro, pero de todas formas tenemos que volver antes
de tres días.
—¿Y cómo te sientes?
—Tengo miedo. Voy a tomarme una pastilla para dormir las seis horas
de viaje en avión y en el hotel voy a poner doble cerrojo y un mueble en la
puerta. No quiero hablar con él, no quiero que esté cerca— señaló
simulando que lloraba.
—Te gusta mucho— afirmó Julieta, viendo a su amiga vivir un calvario.
—Es que yo lo amé de verdad. Y traté de odiarlo todo este tiempo,
incluso lo borré de mi mente. Pensé que lo había logrado, pero cada vez que
está cerca se me pone la piel de gallina y me da taquicardia. Además, que se
ha convertido en otra persona, es un hombre muy atractivo.
—Te voy a decir algo, pero no te enojes— advirtió para que su amiga
tomara de buena forma lo que iba a decir.
—¿Sabes algo? ¿Volvió con Angela?
—No, con esa mujer se llevaba muy mal, era una relación tóxica.
—¿Que me vas a decir entonces?
—Luciano piensa que Emmanuel quiere estar contigo— dijo esperando
la reacción de su amiga, que abrió unos ojos enormes— No le ha dicho
nada, pero él lo conoce y cada vez que habla de ti se complica.
—Tengo pavor, no quiero sufrir otra vez— señalo tajante— No voy a
caer en su juego. Está tratando de hacer que yo ceda. Incluso puede ser que
lo haga para que yo lo apoye con la herencia.
—Bueno, cree lo que quieras— manifestó Julieta, sacando del horno
una lasaña de espinacas que se había gratinado perfectamente— Eres muy
hermosa, amiga. Emmanuel es hombre y es natural que se sienta atraído por
ti. Si además consideras que se amaron en el pasado…
—Yo lo amé en el pasado y él se rio de mí. Eso es lo que pasó.
—Comamos esta rica lasaña, que compré en el supermercado— rio
dejándola sobre la mesa— y me cuentas del lanzamiento. ¿Te pone
nerviosa?
—Menos que el viaje— declaró metiendo un dedo en el quedo
derretido.
—Aprovecha la estadía en otro país para desinhibirte, podrías revivir
esos tiempos juveniles. Después te olvidas.
—¡Cómo si fuera tan fácil!
CAPITULO XXVIII
El día viernes, a las tres de la tarde, embarcaron rumbo a Bogotá.
Dominique pidió la tarde libre en la editorial, dejando a cargo de su
asistente Carolina, los detalles del evento que estaba organizando. Sólo
faltaba confirmar a los asistentes y coordinar los traslados de quien
presentaría el libro, que era un argentino que llegaría el mismo día del
lanzamiento en la mañana. El resto del trabajo lo había adelantado y se
llevaba un manuscrito que tenía que revisar para leer durante el vuelo.

Emmanuel apareció en el aeropuerto sin su ropa de oficina, por lo que


se notaba que había pasado por la casona a cambiarse. Vestía un jean negro
que le quedaba perfecto y una polera verde que hacía ver más profundo el
color de sus ojos. Traía sólo una mochila a la espalda, en la que
seguramente llevaba su notebook para trabajar durante el viaje. Ella llevaba
una maleta para mantener en cabina, con alguna ropa cómoda y algo de
abrigo, por si el clima no estaba tan templado como era habitual.

El vuelo salió casi a tiempo. Dominique aprovechó las primeras horas


para leer su trabajo pendiente y corrigió texto de un manuscrito que le
habían entregado el día anterior que era muy bueno, era una biografía
novelada de una mujer precursora del teatro experimental con una tremenda
historia de vida. Emmanuel se fue trabajando en un nuevo proyecto que
estaban evaluando para comprar una máquina de envasado y estaba leyendo
manuales y fichas técnicas. Ella iba sentada al lado de la ventana y a ratos
se distraía mirando el paisaje. Emmanuel se distraía mirándola a ella que se
había puesto un top negro escotado, que sabía que llamaba su atención.
Tenía sensaciones encontradas; por un lado, quería seducirlo y por otro
estaba aterrada de ser ella la seducida.

Las últimas horas de viaje se fue descansando. Cerró sus ojos y aunque
no dormía fingió que lo hacía para no conversar con él. La interrumpió la
auxiliar de vuelo que llevaba en su carrito algunos alimentos para superar el
hambre que ya había aparecido. Eran casi las siete de la tarde, pero teniendo
en cuenta el cambio horario, cuando llegaran serían nuevamente las siete de
la tarde, por lo que corrigió la hora de su reloj para acostumbrarse.
Emmanuel eligió ver una película y cada cierto rato se reía, pues al parecer
era cómica. Le encantaba su risa, le encantaba su mirada, le encantaba todo
de él, por lo que prefirió cerrar sus ojos nuevamente y colocarse sus
audífonos para escuchar música y evadirse del momento.

A las siete de la tarde, hora de Bogotá, llegaban al aeropuerto El


Dorado. Estaba anocheciendo y con la demora de desembarcar llegarían al
hotel de noche. Afortunadamente no tenían que recuperar el equipaje, pues
sólo llevaban lo que tenían en mano. Salieron del aeropuerto veinte minutos
después y se encontraron con un transporte que habían coordinado con el
hotel.

Luego de recorrer parte de la ciudad, llegaron al Hotel Plaza, un edificio


de ocho pisos, de forma cuadrada decorado con suaves luces amarillas y
con una fuente con juegos de agua en la entrada. Se registraron en la
recepción con un joven con cara de cansado, aunque muy amable.

—Señor Krauss. Tengo reservación para esta noche, dos habitaciones


singles.
¿es correcto?
—Exactamente— dijo él, viendo como Dominique caminaba hacia el
interior en donde se podía ver el comedor.
—Firme por favor este registro y le entregó en seguida su tarjeta de
ingreso— manifestó el muchacho admirando a la rubia que lo acompañaba,
que llevaba un pantalón muy ajustado que le hacía ver muy curvilínea.

Emmanuel recibió ambas tarjetas y esperó que ella regresara junto a él


para preguntarle si prefería comer algo o quería descansar.

—Quisiera comer algo, tengo hambre. ¿No tienes ganas de cenar?


—Sí, claro. Vamos a cenar. Luego nos vamos a dormir, estoy cansado.
—Puedo cenar sola, si prefieres irte a tu cuarto— propuso para que no
se sintiera obligado a acompañarla.
—Estás loca, no te voy a dejar sola— declaró invitándola a avanzar
hacia el restaurante.
Caminaron hacia el interior del restaurante que estaba poco concurrido.
Un mozo se acercó a atenderlos y les tomó el pedido. Cenarían una
ensalada de quinoa con camarones, un pescado al vapor con verduras
salteadas y de postre para Dominique un dulce que preparaban como
especialidad de la casa, con helado de berries que tenía un par de
frambuesas decorándolo.

—Estos berries pueden ser nuestros— señaló Emmanuel, dejándola


sorprendida— estamos exportando hace unos meses.
—Están sabrosísimos— dijo humedeciéndose los labios y manchándose
con la fruta.

El tomó una servilleta y le limpió la comisura de los labios que tenía


cubierta de dulce. Ella se sintió incómoda con el gesto y él lo notó,
entregándole la servilleta para que ella misma se limpiara.

Terminó la cena y se encaminaron a sus habitaciones. Subieron al


séptimo piso y caminaron por un pasillo cubierto de una gruesa alfombra
azul. Las habitaciones eran las numeradas con el 708 y 710. Le entregó una
de las tarjetas a ella y esperó que entrara en su cuarto para dirigirse al que le
correspondía a él.

Dominique se dispuso a dormir. Se dio un baño de ducha, se puso un


pijama fresco pues la noche estaba muy agradable y se acostó en una cama
exquisita, sin embargo, no concilió el sueño en seguida, a pesar de lo
cansada que estaba tras el viaje. Se quedó pensando en Emmanuel, que
estaba a pocos metros de distancia, durmiendo tal vez. Pensó en el hombre
trabajador en que se había convertido y lo responsable que era con su
empresa. Recordó al joven que ella conoció años atrás y lo comparó con el
atractivo hombre que era ahora. Pensó por primera vez en lo que él le había
confesado acerca de su adopción. No hablaron después del tema, pero ella
se quedó con ganas de saber algo más.

Estuvo pensando por varios minutos, pero al no lograr conciliar el


sueño, encendió el televisor y se puso a ver una película que estaban
transmitiendo. Era un film de época, sobre una mujer que llegaba a una isla
para escapar de un mal amor y se enamoraba de un hombre que estaba
comprometido. Se deprimió con la historia, que era muy triste y prefirió
apagar el aparato. Finalmente mirando por la ventana la noche que estaba
muy estrellada se quedó dormida, pensando en el día siguiente, en que
tendrían mucho que hacer.
CAPITULO XXIX
Se encontraron temprano en el restaurant para un rápido desayuno.
Dominique estaba aún agotada del viaje y de la larga noche de insomnio,
que ella asociaba a la misma causa, pero no dejó de pensar en Emmanuel y
la peligrosa proximidad entre ellos.

La persona que iban a buscar vivía en Paipa, un pueblo que se ubicaba a


tres horas de la ciudad y que tenía termas y otras actividades de
experiencias recreativas. Ahora no alcanzarían a conocer mucho, pues
andaban contra el tiempo. La señora Salomé Barrantes vivía en el pueblo y
aunque no consiguieron la dirección de su residencia, consiguieron un dato
del sitio en el que trabajaba. Era encargada de docencia de un centro que se
encontraba en medio del campo. Tenían que encontrarla con premura, ya
que les quedaba esa tarde y la mañana del día siguiente para localizar a la
mujer que buscaban. Esperaban que esta señora que iban a ver les diera
algún dato que sirviera para encontrar su pista.

—Mira, este folleto dice que para ir a Paipa podemos tomar un


transporte que sale de la plaza de armas. ¿Dónde será eso?
—Preguntemos al recepcionista— propuso Emmanuel, mientras se
colocaba una chaqueta sobre su polera negra. Vestía un pantalón cargo de
color beige y unos bototos todo terreno— Deberías ponerte algo más
abrigado, puede hacer frío más tarde.
—Tengo ropa de abrigo en la maleta— señaló mostrando su cajita roja
con ruedas en donde llevaba todo lo necesario.

Hicieron el check-out en el hotel, pues sólo reservaron por la noche


anterior. Dependiendo de lo que encontraran en el pueblo volverían a la
ciudad ese día o el siguiente. Dominique tomó un folleto que había sobre un
mostrador que ofrecía lugares turísticos para visitar. Se lo llevó como
recuerdo del viaje.

Caminaron por el hall hasta llegar a la calle. Un hombre delgado y algo


calvo se les acercó para ofrecerles traslado. Lograron hacer un trato para
que los llevara al pueblo sin tener que ir a la plaza a buscar un transporte
oficial, con lo que ganarían tiempo. Subieron al vehículo del hombre que
era una Van de color verde con letras amarillas que funcionaba como
transporte de turismo. Dentro del coche se sentaron junto a dos pasajeros
que esperaban que el recorrido iniciara. Con ellos se completó el cupo
mínimo y pudieron partir. Cuando ya comenzaba a moverse en dirección a
la calle principal para salir a la carretera, un hombre rubio con apariencia de
norteamericano se sumó casi con el vehículo avanzando, pues se detuvo los
segundos necesarios para subir y el viaje continuó en seguida.

El rubio miró a Dominique en seguida y se sentó a su lado, trató de


hablarle, pero ella no le prestó atención. Luego de unos minutos volvió a
insistir y le preguntó en inglés si ella le entendía. Ella hablaba el idioma y
pensó que sería grosera no ayudarle, por lo que comenzó una conversación
con él, que viajaba al pueblo que ellos visitaban para recorrerlo, pues era
fotógrafo y andaba en plan de trabajo. Emmanuel estaba pendiente de lo
que decían. El tipo era muy extrovertido y hablaba muy fuerte. Se notó en
seguida que estaba tratando de invitar a la muchacha a acompañarlo, pero
ella en cuanto pudo le dijo que su esposo estaba con ella y la conversación
comenzó a languidecer. Un rato después el tipo se quedó dormido y roncaba
con alto volumen.

Dominique miró a Emmanuel para ver su reacción. En apariencia no le


dio importancia a lo que había sucedido, pero estaba molesto. Luego de tres
horas y un poco más llegaban a un lugar con poca gente circulando. El
vehículo se detuvo frente de una iglesia de color amarillo, de tipo colonial,
con una balaustrada blanca que rodeaba todo el ingreso, un reloj que
adornaba un campanario daba las once de la mañana. Preguntaron al
conductor cómo llegar a la escuela en la que trabajaba la señora Barrantes.
Increíblemente al nombrarla el hombre la conocía y les dio además las
señas para llegar a su oficina. Estaba rodeando la iglesia, en esa misma
cuadra, solamente tenían que caminar un corto trecho. Se miraron
sonriendo, era como si la providencia los hubiera bendecido.

Emmanuel tomó su mochila y la maleta de ella y caminó detrás de


Dominique que se iba abriendo camino entre la gente que llegaba a la
Iglesia, seguramente a escuchar la siguiente misa. Doblaron en la siguiente
avenida, rodeando el edificio y por la calle de enfrente apareció ante ellos
otro edificio colonial que tenía un letrero que anunciaba una convención de
educación. Cruzaron la calle, que no tenía tráfico, y subieron los peldaños
de una escalera de piedra para llegar a un hall, en donde un guardia les
impidió el ingreso. Le explicaron el motivo de su visita y los guio por unos
corredores de piedra, hasta llegar a un claustro en donde les dio algunas
instrucciones y luego los dejó para que siguieran solos su camino. Rodearon
un jardín de rosales amarillos y rojos muy bien cuidado, con un hibisco de
flores blancas en el centro, muy florecido.

Se encontraron entonces con un cartel que decía “Oficina de encargada


de docencia” y golpearon un vidrio del ventanal con la esperanza de
encontrar a la señora que buscaban y que el viaje no hubiera sido en vano.
Luego de unos segundos una puerta se abrió y apareció una mujer mayor
que los miraba con cara de duda.

—Buenas tardes— saludó Dominique— buscamos a la señora Salomé


Barrantes, nos dijeron…
—¿Quién me busca? — preguntó una voz que se acercaba a la puerta
por el lado contrario que ellos habían recorrido— era una mujer robusta, no
muy alta, que debía tener cerca de sesenta años.
—Señora Barrantes, soy Emmanuel Krauss — se presentó el joven — le
agradeceríamos si nos da unos minutos de su tiempo.
—¿En qué les puedo ayudar?
—Buscamos a una señora que se llama Agatha Brun o Agatha Saint
Vincent, pensamos que tal vez usted nos pudiera dar algún dato para
localizarla— explicó Dominique, mirando a la mujer que la observaba
fijamente.
—¿Por qué la buscan?
—¿La conoce? — preguntó la muchacha esperanzada— es por un tema
familiar. ¿Podemos conversar un momento?
—Vengan conmigo, los puedo recibir un momento. A las doce tengo
que salir a una visita programada, no puedo darles más tiempo— dijo
pidiendo que la siguieran a una oficina enorme en que un gran escritorio era
el mueble de mayor envergadura. El resto de la habitación contenía un par
de plantas y unos sillones.
La pareja se instaló frente a su escritorio y Emmanuel comenzó a
explicar el motivo de su visita. La señora los escuchó atentamente, parecía
estar decidiendo si cooperar con ellos o hacerse la desentendida del tema.
Luego de un instante de reflexión respondió.

—¿Qué saben ustedes?


—Sabemos que mi tío Clemente y la señora Agatha tuvieron una
importante relación y sospechamos que pudo haber un hijo— señaló
Emmanuel yendo al grano en seguida— puede ser falso, tal vez nunca
existió ni la relación ni el hijo, pero tenemos correspondencia entre ellos,
que llegó a nuestras manos que revela la relación romántica y es realmente
importante que podamos confirmar o rechazar la posibilidad.
—No está bien leer correspondencia ajena— declaró la señora—
aunque entiendo que hay un tema legal de fondo— agregó después, siendo
comprensiva.
—¿Usted sabe dónde podemos ubicar a la señora?

La mujer se levantó de su silla y se acercó a una mesa lateral en donde


una tetera de metal chirriaba. El agua recién hervía y la tomó en sus manos
para llenar un mate que descansaba sobre la mesa. Se sentó nuevamente,
parecía estar meditando sobre lo que escuchaba.

—Agatha es una antigua amiga. No la veo hace mucho tiempo. Supe de


ella hace unos años, me enteré que vive en Europa. No sé nada de un hijo.
—¿Es posible que tenga alguna dirección en donde podamos
encontrarla? Para poder escribirle. Es realmente importante lograr
comunicarnos con ella— dijo la muchacha rubia.
—Creo que está retirada del mundo. No sé si puedan ubicarla.
—Le agradecemos si nos da alguna información, de alguien que pueda
saber algo más. Venimos desde lejos sólo por esta causa— pidió Emmanuel
con amabilidad.
—Tengo que salir ahora, no puedo seguir hablando con ustedes— dijo
la mujer— pero si tienen disposición en la tarde, pueden ir a mi casa y
seguimos conversando— ofreció, haciendo que los muchachos sonrieran
aliviados.
—Encantados iremos a su casa.
Les anotó su dirección en un papel y les pidió que la visitaran después
de las seis de la tarde, que era cuando regresaba a su casa. Se despidió de
ellos y los acompañó a la puerta, en donde se separaron. Ella se fue a su
visita y ellos buscaron un lugar donde almorzar. Se devolvieron hasta llegar
nuevamente a la iglesia, para tomar un taxi. Le pidieron al conductor que
los llevara a alguna zona de restaurantes y terminaron bajándose del
vehículo quince minutos después con un completo detalle de lugares
recomendados para turistas.

Se encontraron de frente con un pub que ofrecía comida típica e


ingresaron para descansar, usar el baño y beber un aperitivo, mientras
llegaba la hora de almorzar, aunque ya estaba cerca. Dominique regresó en
primer lugar y esperó a Emmanuel que llegó en seguida, caminando por el
centro del salón del restaurant. Desde lejos percibió esos ojos verdes que la
miraban con posesión. Se sentía segura estando juntos, lo único que temía
era a él.

—Que nos haya invitado a su casa, me da esperanza de que quiera


decirnos algo— dijo ella revisando la carta para pedir un trago.
—Esperemos que la señora se apiade de nosotros. Esta aventura que
hemos emprendido es totalmente una locura.
—¿No te gusta hacer locuras? — preguntó ella y se arrepintió en
seguida. Esa familiaridad los acercaba mucho y el trato entre ellos era de
otro tipo— quiero decir…
—Sí, entiendo. Igual me gusta viajar. Es una lástima que sea un viaje
tan corto, es bonito este lugar.
—Aquí en el folleto dice que tienen aguas termales, museos,
arquitectura colonial preservada y que la comida típica es maravillosa.
—Vamos a tener que hacer algo entretenido desde que terminemos de
almorzar hasta las seis— dijo Emmanuel, que no pudo evitar pensar que se
le ocurrían cosas muy entretenidas que hacer con ella, pero no podía
decirlo.
—Debe haber una plaza de armas, como en toda ciudad colonial—
declaró ella— podemos tomarnos un helado, tal vez ir a un museo— agregó
revisando el folleto que tenía en su mano— hay un club náutico, pero debe
estar lejos.
—Alguna vez podemos venir con más tiempo— señaló reaccionando en
seguida— Lo siento, a veces se me olvida que esto se acabará pronto. No te
quise incomodar.
—Está bien, esta situación es confusa— manifestó ella, encontrándole
razón— mi padrino tuvo una extraña idea con su legado.
—Fue muy extraño cómo dispuso todo— declaró Emmanuel llamando
al mozo para pedir una copa— Ahora que ya estamos metidos en esto, no
voy a permitir que todo este esfuerzo se vea malgastado por culpa de la
señora Venecia y sus intrigas.
—¿No crees que exista el famoso hijo?
—Si existiera ya habría aparecido, ¿no crees?
—Quizás no lo sabía, pudo ser doña Venecia que lo buscó y le informó
de eso.
—Es raro que no aparezca si existe— dijo Emmanuel dudoso de la
información— hablé con Horacio Montealegre ayer y me dijo que la
demanda está en curso. Se deben seguir algunos pasos para que la acepten
en el tribunal y ahí la señora debe mostrar las pruebas que tenga.
—Esperemos a ver qué pasa. De todas formas, yo nunca pensé en tener
tanto dinero. Esta herencia fue como un regalo.
—¿Qué harás con el dinero?
—Ahora no lo sé, no quiero pensar en eso, hasta que aclaremos lo del
hijo. Todavía no tenemos seguridad de obtenerlo.
—Pero si lo obtienes, ¿Qué harías con él?
—Compraría a mis padres una propiedad en el sur para que vivan
tranquilos. Y para mí una casa que tengo vista hace tiempo, donde instalaría
mi propia editorial y pensaba en una fundación, pero lo veía muy lejano.
—La fundación ya existe, eso se hará de todas formas— dijo asintiendo
— pero te queda demasiado dinero aún, no has pensado gastar ni la décima
parte—bromeó.
—¿Y tú? ¿Qué harás con el dinero? — preguntó ella.
—Tenemos que cubrir deudas de la empresa. Con Luciano hemos
puesto todo nuestro patrimonio en ella y estamos endeudados hasta el
cuello. Además, quisiera vivir en el fundo del sur, criar caballos, tener un
viñedo— declaró riendo— demasiados planes.

Llegó la hora de almorzar y se sirvieron lo que les recomendó el mozo.


Un salteado de mariscos con vegetales y una trucha muy sabrosa. De postre
una especie de flan muy dulce. Al terminar tuvieron que decidir lo que
harían con el tiempo que les quedaba y eligieron salir a caminar por las
calles adoquinadas para admirar la arquitectura colonial. A poco andar se
encontraron con una banda que tocaba música del lugar. Se fueron alejando
de la zona antigua y apareció frente a ellos un centro comercial. Decidieron
comprar algún recuerdo y rodearon el edificio hasta encontrar una pequeña
feria artesanal en donde se vendían souvenirs muy coloridos. Dominique
escogió un pañuelo con decorados alusivos a la zona para ella y otro para su
amiga Julieta. Para Camelia eligió una caracola rosada con inscrustaciones
de piedras.

Emmanuel veía como disfrutaba ella de las compras, conversaba con


todo el mundo y sonreía frente a los piropos de los vendedores que se
deshacían en elogios para la hermosa mujer. Le dieron ganas de llevársela a
otro sitio para estar solos. Pensaba que el viaje iba a servir para acercarse a
ella, pero la muchacha ponía distancia entre ellos cada vez que podía.

Ya eran más de las cuatro de la tarde y se encontraban sentados en un


escaño de una plaza disfrutando un helado. Hacía calor aún y aunque corría
una brisa fresca el sol pegaba fuerte sobre sus cabezas.

—Que rico sabor de helado, guanábana— dijo ella lamiendo el cono por
donde se derramaba la crema fría.
—Este está rico también, es de mango, pero no es el sabor que
acostumbramos comer allá— dijo Emmanuel saboreándolo— con Luciano
pensamos cultivar mangos, pero era complicado y por ahora lo desechamos,
a lo mejor no era mala idea.
—Deja de trabajar un rato— pidió ella sonriendo— ya que estamos en
pleno Caribe, disfruta el aire puro y el calor— al ver que un poco de crema
se le quedaba a él en la mejilla, se la limpió con su dedo. El tomó su mano y
se la retuvo.
—Deberías hacerme cariño más seguido— dijo él sonriendo y
mirándola con sus ojos profundos.
—No te estoy haciendo cariño— aclaró ella— tenías helado y te ibas a
manchar la polera, aclaró recuperando su mano.
—Estoy bromeando— aclaró él para que no estropear el momento.
—Será mejor que vayamos andando. Van a ser las cinco y tenemos que
llegar a la casa de esta señora y no sabemos dónde es— señaló Dominique
poniéndose de pie.

Emmanuel la siguió y caminaron un trecho alrededor de la plaza. Había


una estatua en el centro y Dominique fue a observarla de cerca. Era un ave
enorme con sus alas extendidas. Decía que era homenaje a alguna persona
ilustre. Cuando caminaban por el centro de la plaza para llegar a la esquina
y conseguir un taxi, se encontraron de frente con el gringo de la van de
turismo y al verlos se acercó de inmediato a la muchacha. Hablaron con él,
por cortesía, pues el tipo era bastante desagradable y la miraba demasiado.
Cuando pudieron deshacerse de él Emmanuel la tomó de la mano y se
despidieron del hombre.

—No es necesario que andes defendiéndome de todo el mundo— señaló


ella molesta.
—Pensé que te molestaba el tipo. Es bien pesado.
—Sí, me molestaba, pero puedo manejarlo— dijo ella molesta por la
forma en que él la llevó de la mano, como reclamando posesión.
—Lo siento. No lo volveré a hacer— se excusó para no generar más
anticuerpos en la chica contra él, pues todo lo que habían avanzado en las
últimas semanas, lo estaba retrocediendo en un solo día de viaje.

Luego de recorrer un largo trecho llegaron a la dirección que la mujer


les entregó. Eran veinte minutos para las seis y tuvieron que esperar un rato
para cumplir con la hora establecida. Se sentaron en una escalera que había
frente a la casa y conversaron un momento, para limar asperezas.

—Siento que te moleste lo que hago, pero eres una mujer hermosa y no
me parece que todos te miren tanto— señaló disculpándose nuevamente.
—Te lo agradezco, pero yo soy una mujer independiente que se sabe
cuidar— aclaró de vuelta— He vivido sola en varios lugares y he sabido
tener a raya a los hombres que se tratan de propasar.
—Me puse celoso, lo siento— dijo dejándola sorprendida— mejor
vamos, ya es casi la hora. A lo mejor esta señora ya está en su casa—
añadió cambiando de tema— tenemos que buscar alojamiento después— le
recordó.
—Tienes razón, vamos a ver si la señora Salomé tiene algo para
nosotros.

Cruzaron la calle y se encontraron frente a la puerta de una casa de


piedra. Era un edificio azul en donde se apreciaba una puerta junto a otra,
tenían tres pisos, pero la fachada era angosta. Tocaron a la puerta en donde
había una aldaba de metal oscuro con forma de león. Luego de un momento
la puerta se abrió y apareció una muchacha joven que los quedó mirando
fijamente sin hablar.

—Buenas tardes, buscamos a la señora Salomé— dijo Dominique a la


mujer que no les dirigía la palabra.
—Señora, la buscan— dijo de repente gritando hacia el interior de la
casa y abriendo la puerta de par en par para que ella viera a los visitantes.
—Pasen, pasen. Los estaba esperando— grito ella desde el fondo de la
casa.

La muchacha los hizo pasar a una sala pequeña muy acogedora, con un
par de sillones y un aparador con artesanía. En otro mueble había
demasiados libros.

—Asiento, por favor— ofreció la señora, mientras la muchacha se


perdía en el interior de la casa
—Gracias— dijeron ambos tomando su lugar en un sillón frente al que
ella escogió.
—Estuve pensando en lo que me dijeron esta mañana— comenzó
diciendo la señora— Tal vez puedo ayudarlos, pero…
—Pero…— dijo Dominique con ansiedad.
—Les voy a revelar un secreto, aunque no debería, pero ha pasado tanto
tiempo que yo creo que ya es parte del pasado. Entiendo que Clemente ya
nos dejó.
—Sí, hace algunos meses
—Fui muy amiga de Agatha, pero el tiempo nos alejó y no creó que
volvamos a encontrarnos. Ella está muy lejos. Si lo que yo sé les sirve de
algo creo que debo decirlo.
—Sería muy importante si nos pudiera revelar información referente a
ellos— manifestó Emmanuel esperanzado.
—No tengo certeza de que hayan tenido un hijo. Yo era menor que
ellos, los veía poco, pero Agatha era mi maestra, mi mentora, ella me guio
por los caminos de la docencia y de la literatura; se lo agradecí siempre.
Enseñar ha sido mi gran pasión— los muchachos permanecieron en
silencio, dejando que ella hablara— Tengo en mi poder una carta que
Agatha dejó en mi casa, cuando compartíamos en ese tiempo. Ella vivió
conmigo unos meses, antes de volver a Europa.
—Una carta— afirmó Dominique, pensando en todas las que ella tenía
guardadas en el closet.
—La guardé siempre, para devolvérsela algún día, pero nunca tuve la
oportunidad— dijo la señora— la leí sin querer. Es decir, comencé a leerla
sin querer, pero después la terminé de leer y sé que no debí, pero es de
Clemente para ella. Como Agatha estuvo perdida unos meses, pensé que era
importante; que tal vez él sabía algo de ella— sacó entonces del bolsillo un
sobre amarillento y se lo entregó a Emmanuel— usted es pariente del señor,
creo que es mejor que la tenga con usted.
—Le agradezco infinitamente su ayuda— dijo recibiendo la carta como
si fuera un tesoro— no se imagina lo importante que es para nosotros
enterarnos de lo que dice esta carta.
—Espero que les sirva. Yo leí entre línea algunas cosas, no voy a decir
lo que pienso, creo que es mejor que ustedes saquen sus propias
conclusiones.

La reunión duró unos minutos más y los jóvenes se retiraron de la casa,


con ese tesoro entre manos. Salieron y ya estaba oscureciendo en la ciudad.
La mujer les recomendó un lugar cerca del centro para que se hospedaran
esa noche. Consiguieron un taxi en seguida y le pidieron que los llevara al
Hotel que Salomé les sugirió.

Dominique recordó la conversación que tuvieron fuera de la casa de la


señora y se sintió extraña. Emmanuel y ella estaban casados y a veces ella
también se olvidaba de que era una mentira. Ninguno de los dos usaba la
argolla matrimonial, sin embargo, cada vez que estaban juntos ella sentía
que eran una pareja. Él se había puesto celoso del gringo cargante y también
de los vendedores de la feria, del mozo del restaurant; ella también se ponía
celosa cada vez que una mujer le coqueteaba descaradamente. Ahora lo
miraba, sentado en el taxi, revisando su móvil para ver si tenía mensajes. Su
perfil tan varonil, el perfume que usaba llenaba el interior del vehículo y sus
brazos musculosos la rozaban dentro del pequeño espacio. Estaban viviendo
una aventura juntos y esa noche no quería dormir sola.

En unos minutos estaban en la puerta del hotel con enormes ventanales


de vidrio y con muchas banderas en su fachada. Se veía un lugar moderno.

Ingresaron al hall y se asombraron de la bella arquitectura interior. Muy


iluminado, con pocos pasajeros a la vista. Entraron directo al restaurant para
cenar antes de registrarse, no habían comido verdaderamente luego del
almuerzo y Emmanuel necesitaba comer con desesperación. Luego de una
hora ya habían tomado una sopa de espárragos un pollo relleno con una
salsa exquisita y un postre de merengue espectacular. Realmente el hotel
tenía buen servicio de alimentación, ojalá las habitaciones estuvieran a la
altura. Cuando terminaron de disfrutar el café se dirigieron a la recepción
para registrarse. Dominique estaba nerviosa, quería proponerle que
estuvieran juntos esa noche, pero no se atrevió.

En la recepción un joven moreno y alto los recibió amablemente.

—Buenas noches— saludó el muchacho.


—Necesitamos habitaciones— dijo Emmanuel mirando alrededor,
admirando la bella decoración.
—Tenemos una habitación single y una habitación doble, sólo eso—
señaló el muchacho— recién se registraron tres familias que venían en un
grupo.
—Denos la habitación doble— respondió Dominique, haciendo que
Emmanuel se volteara a mirarla.
—¿Estás segura?
—¿O prefieres dormir en una cama pequeña? — preguntó ella, mirando
al muchacho de la recepción que estaba esperando respuesta pronto.
—La habitación doble está bien— dijo Emmanuel confundido. No
entendía lo que la muchacha estaba haciendo.
—Aquí tiene la tarjeta de la puerta. Por favor, llene este registro, ponga
sus datos personales y los de la tarjeta de crédito.
Mientras el muchacho terminaba el registro, ella comenzó a pasear por
el hall del hotel, admirando las pinturas colgadas en las paredes. Había un
cuadro abstracto de colores oscuros, bastante extraño y al frente un paisaje
náutico en tonos azules bastante bueno.
Cuando terminó el trámite ella se acercó al mesón y siguió a Emmanuel
hacia el ascensor. Les asignaron una habitación en el cuarto piso. Ingresaron
al ascensor y no hablaron. Ella se quedó en silencio, sin mirarlo siquiera.
Estaba nerviosa como una niña de colegio que iba a entregar su virginidad.
Se acordó de aquellos años en que ambos eran unos jóvenes que jugaban al
amor. Ahora era una mujer y si podía tener una noche de sexo con un
hombre guapo la iba a aprovechar.

Emmanuel caminó a su lado, buscando el número 420, que señalaba la


tarjeta. Cuando estaba frente a la puerta, la sintió a su lado y colocando el
plástico en su sitio logró abrir la cerradura. Dejó que ella entrara primero y
luego entró él cerrando la puerta a sus espaldas.

La habitación era amplia, tenía dos ambientes y un baño. Las cortinas


estaban abiertas de par en par. Había una cama de tamaño king size con un
cobertor blanco impecable, una mesa que servía de escritorio con un
pequeño florero que tenía una orquídea y una silla de metal y cuero. Un
televisor de muchas pulgadas y en los veladores unas coquetas lámparas
verdes que hacían contraste con todo el decorado.

—Me imagino que me vas a hacer dormir en el suelo— dijo él pensando


en voz alta— me vas a castigar por lo mal que me he portado hoy.
—Si quieres puedes dormir en el suelo— señaló ella— pero la cama se
ve bastante cómoda.
—¿A qué estás jugando? — preguntó confundido.
—Estoy jugando a que esta noche lo pasemos bien. ¿No tienes ganas?
—Si esto es una broma, no me hace gracia.
—¿Te parece que es una broma? — dijo la muchacha quitándose la
chaqueta y tirándola sobre la silla. Luego cruzó sus brazos tras el cuello de
él y le ofreció su boca.
—Si me estás probando, me parece…— no alcanzó a terminar de
hablar, pues los labios de Dominique se posaron sobre los suyos.
Emmanuel no pudo seguir conteniéndose. No entendía lo que estaba
pasando, pero la deseaba y si ella estaba dispuesta a vivir una noche de
pasión, no iba a desaprovechar la oportunidad. La tomó por la cintura y
comenzó a besarla con lujuria, su lengua comenzó a recorrer su boca y sus
manos la acariciaron con desenfreno. La blusa de ella quedó en el suelo,
junto con su polera y en pocos segundos ya estaban desnudos sobre la
cama.

Dominique sentía que su cuerpo ardía de deseo por él y quería vivir esa
antigua pasión que siempre los consumió, aunque fuera sólo por esa noche.
Se dejó llevar por lo que estaba sintiendo. Su mente estaba completamente
perdida en el cuerpo de él.

—¿Tienes protección?
—Obvio— dijo levantándose de la cama desnudo y buscando en su
mochila un preservativo— No vas a olvidar nunca esta noche.
—Será sólo esta noche— aclaró ella, esperando que regresara a su lado.
—Sólo una noche me basta— dijo él, dejándola sin comprender a qué se
refería.

Se tendió junto a ella y comenzó a tomar su boca por asalto, haciendo


que ella suspirara y sintiera que le faltaba el aire. Tomó uno de sus pechos
con su mano y comenzó a acariciarlo hasta hacer que su pezón se pusiera
rígido, luego lo tomó con su boca y ella arqueó su espalda para que la
sensación fuera más placentera.

Fue una noche larga, en la que se entregaron el uno al otro como en esos
tiempos en que la juventud y la inexperiencia de ella eran patentes. Ahora
se había transformado con la seguridad de la madurez en una mujer que
sabía lo que quería en el sexo. Emmanuel quedó sorprendido de la audacia
de ella en la cama. Se durmieron muy tarde. Por primera vez desde hacía
tiempo ambos se durmieron profundamente cansados.
CAPITULO XXX
Amaneció y Emmanuel se encontró solo en la cama. El Sol de la
mañana se filtraba por entre los cortinajes y cuando abrió los ojos, se sintió
confundido. Miró la almohada y vio que había notorios signos de que había
dormido acompañado, pero Dominique no estaba a su lado. Se levantó y se
dirigió al baño para darse una ducha que le ayudara a despabilarse. Durante
un momento pensó que había sido todo un sueño, pero de pronto la puerta
se abrió y la rubia despampanante que tenía por esposa entró a la habitación
con un periódico en la mano y un vaso oscuro con tapa en la otra.

—Te traje un café— dijo gritando para que él la escuchara, debajo del
sonido del agua corriendo.
—Gracias, lo necesito…demasiado— dijo al salir del baño, envuelto en
una toalla y secándose el pelo con otra.
—Tenía hambre y fui a desayunar. Creo que tenemos que apurarnos—
declaró revisando el matutino que tenía entre manos— Debemos volver a la
ciudad y si nos apuramos alcanzaremos a almorzar antes de embarcar. El
vuelo de regreso parte a las tres de la tarde.
—Es cierto— respondió mirándola asombrado. Ella se comportaba
como si nada hubiera pasado. Para él, la noche había sido sublime.

Terminó de secarse y buscó ropa en su mochila para vestirse. En unos


minutos estaba listo. Un jean desgastado y una camisa azul fueron las
prendas elegidas. Ella llevaba un vestido celeste y unas zapatillas blancas,
que la hacían ver muy sexy. Tomó el vaso de café que ella le ofrecía y bebió
un sorbo. Le sirvió para recuperar fuerzas. Se había quedado dormido, pues
logró descansar como hacía varios días no podía. Tenía la cabeza abombada
por esa causa, ya eran cerca de las diez.

Todo lo acontecido lo había distraído del motivo del viaje, pero al ver
que ella no daba importancia a la noche de pasión que habían compartido,
trató de orientarse nuevamente en lo que los llevó allí.
—Creo que sería bueno leer esa dichosa carta que nos entregó la señora
— propuso, buscando la misiva entre sus pertenencias, dentro de la
mochila.
—Veamos qué dice. Puede tener algo que valga la pena escuchar— dijo
ella sentándose en la cama—recibió el papel que él le extendió y lo abrió
con mucho cuidado. Era una hoja amarillenta como todas las que habían
ojeado en los últimos tiempos—La miró leyendo en silencio, hasta que
halló un párrafo interesante.
—¿Qué dice?
—Es una carta de don Clemente a esta señora, en la que le pide que se
quede en el país. Que no se lleve al niño, hasta que sea seguro el viaje.
—¿Seguro en qué sentido?
—Parece que la criatura estaba enferma y él quería que no se lo llevara
hasta que se recuperara.
—¿Habla de un niño, entonces?
—Escucha— dijo ella revisando el dorso de la hoja que tenía en su
mano— “Creo que es preferible que se quede, hasta que el niño esté más
recuperado. No corra riesgos, es muy pequeño. Yo puedo viajar el próximo
mes, quisiera verlo, antes de que se vayan de mi lado”— terminó de leer,
quedando con la boca abierta— Hay un niño en todo esto.
—Pero no queda claro que sea de mi tío. Tal vez es hijo de ella con otro
hombre— declaró Emmanuel, siendo objetivo con lo que escuchaba—
¿Qué más dice? — preguntó tomando la hoja que ella ya había terminado
de leer y revisándola personalmente.
—Dice que Adelaida va a viajar ese mes y que espera enviarle dinero
con ella— explicó leyendo otro párrafo. Luego miró a Emmanuel fijamente
y leyó otra frase— “usted dice que es mi vivo retrato, espero que cada vez
que lo mire me recuerde”. Después le propone que se encuentren en Europa
en unos meses y que decidan qué va a pasar entre ellos. Le dice “Que Dios
esté con nosotros y proteja al bebé”
—Entonces sí hay un hijo— señaló Emmanuel decepcionado— La
señora Venecia se jugó muy bien sus cartas— Agregó con gesto de
desconsuelo—Creo que vamos a tener que despedirnos de nuestros sueños.
—Que haya un hijo, no quiere decir que todavía exista ni que sea la
persona que tu tía pretende que reclame la herencia— dijo dándole ánimos
— No nos vamos a rendir ahora. Tú necesitas ese dinero para lograr tus
sueños. Tenemos que luchar, no se lo haremos fácil— dijo la muchacha
tomándole la mano que él tenía sobre la cama— Regresemos a Bogotá. En
el avión podemos decidir qué hacer. Nos quedan muchas horas todavía para
pensar.
—Tienes razón— afirmó retomando su lucha. No vamos a entregarnos
tan fácil— Vamos a necesitar un abogado bueno que nos represente.
—Déjame llamar a Julieta, puede ser que conozca a alguien que nos
pueda recomendar. Trabaja en organismos del Estado, algún abogado de
renombre puede ayudarnos.
—Gracias por el apoyo.
—Es por nuestro bien, no quiero que mis sueños se vean truncados con
malas artes. Si no tenemos el dinero lo aceptaré, pero vamos a pelear por
él…juntos.

Comenzaron a preparar sus equipajes. Bajaron al hall y tramitaron la


salida del hotel. Consiguieron un transporte y a las tres horas exactas
llegaban de vuelta a la ciudad. Tenían aún tiempo de comer algo y
regresaron al restaurant del día anterior, para saborear una rica sopa de
verduras y un pescado que no conocían pero que tenía un exquisito sabor.
También les ofrecieron carnes a la espada, pero ya no podían comer más. Ni
siquiera probaron el postre que estaba incluido en la carta. Se encaminaron
al aeropuerto en cuanto terminaron de almorzar y prefirieron esperar la
media hora restante sentados en unos sillones destinados a la espera de los
pasajeros.

Emmanuel aprovechó el wifi del terminal para revisar su correo y sus


mensajes. Dominique lo espió cuando se distrajo y pudo ver que entre los
textos aparecía un saludo de Angela, que al parecer no había cejado en su
interés por regresar con él. Se puso rabiosa, pero no dio ninguna señal al
respecto. Ella era su esposa, pero todo era una mentira, a pesar de la pasión
que habían compartido. Sin querer sus recuerdos se fueron a la noche
anterior, cuando se entregó al desenfreno con ese hombre tan atractivo y no
podía negar que había sido exquisito estar en sus brazos. Cuando a
medianoche se despertó él estaba en silencio mirándola y descubrió que sus
ganas de intimidad la mantenían totalmente hambrienta por lo que
volvieron a disfrutar de otra sesión de sexo ardiente y desinhibido. Se
sorprendió a sí misma de lo cómoda que estuvo en la cama con él. Lo único
que tenía claro es que no iba a repetir la experiencia, porque dejarlo como
recuerdo del viaje era suficiente. Ahora volvían a la realidad y tendrían que
relacionarse como los aliados que eran, sólo eso. Un romance con
Emmanuel Krauss era algo con un incierto destino y no correría el riesgo.

Embarcaron a tiempo y todo el stress vivido los tenía agotados, sin


agregar que la noche había sido de mucha actividad, por lo que durmieron
las primeras horas. Eran las seis de la tarde de Bogotá, cuando les
ofrecieron un refrigerio y mientras disfrutaban de un trago, aprovecharon de
retomar su plan de acción para el regreso.

—Voy a hablar con Horacio, para ver cómo podemos entender los
planes de mi tía.
—Le escribí a Julieta, espero que mañana, que es lunes pueda hablar
con algún conocido que nos recomiende a un buen abogado experto en
herencias.
—Por lo menos, el viaje fue provechoso— declaró Emmanuel bebiendo
de su trago. Luego se giró y la miró a los ojos fijamente— No voy a olvidar
jamás este viaje. Ha sido una experiencia exquisita— dijo poniendo su
mano en la pierna de ella, que con el sólo contacto se estremeció.

Dominique sólo sonrió con coquetería como respuesta. Ella lo había


disfrutado igualmente, pero no iba a reconocer nada. No volvería a hablar
del tema, no haría alusiones al respecto y sería un secreto que no iba a saber
nadie.

Todo el viaje, la llegada y el trayecto a casa fueron más cansadores aún.


Era domingo en la noche, la ciudad estaba iluminada. Era casi medianoche
cuando entraban en la casona y Federico estaba nervioso porque la pareja
no aparecía. Cuando los vio bajar del transfer que los llevó a casa, pudo
respirar tranquilo.

—Pensé que no volvían— dijo saludando a la pareja con efusión.


—Obvio que llegaríamos a tiempo, Federico. Es que nos costó
conseguir un transfer, el terminal internacional estaba repleto.
—Queríamos sólo llegar a nuestras camas a descansar— señaló
Dominique arrastrando su maleta y subiendo la escalera— Buenas noches,
mañana hablamos.
—Que duerma bien, señora— dijo Federico.
—Que duermas bien— repitió Emmanuel mirándola con apetito.
Gustoso habría ido a acompañarla, pero ya no tenía permiso para tocarla.
Todo comenzó y se acabó en esa habitación de hotel.
CAPITULO XXXI
—Y lo peor es que caí, redondito— dijo mientras tomaba un trago con
su amigo. El secreto no duró ni un día.
—Pero entonces ahora están juntos— señaló asintiendo.
—Para nada. Se aprovechó de mi calentura.
—Ja, ja —rio Luciano, soltando una carcajada— que eres gracioso.
Ahora vas a compórtate como una doncella mancillada.
—Es que no pensé. Esa noche no pensé. Me dejé llevar.
—Y lo pasaste bien— señaló bebiendo su trago— Olvídalo. Tenías
ganas y ella también. ¿qué tiene de malo?
—Esa fue su venganza. Yo sabía que algo estaba tramando. Todos estos
meses, poco a poco fue haciéndome creer que estábamos viviendo una
tregua y a la primera me da el golpe de gracia.
—¿De qué hablas?
—Me dejó con ganas, yo pensé que después de esa noche ella quedaría
prendada de mí y resulta que soy yo el más afectado. Ahora cada vez que la
veo, tengo ganas de sacarle la ropa y llevarla a mi cama.
—¿Y por qué no lo haces?
—Porque la señora, se ha refugiado en si misma y sólo me habla lo
justo y necesario. Me está evitando y eso aumenta mis ganas. Es una arpía,
esa carita de ángel es un fraude— exclamó enojado y rumiando su rabia.
—Ja, ja— volvió a reir — disculpa, dijo al ver que su amigo lo quería
fulminar con la mirada— pero, es que pareces una mujer despechada.
Búscate a otra. Angela feliz te recibe de vuelta.
—No quiero a Angela. Me ha perseguido todos estos meses. La he
evitado y me sigue hostigando— reclamó ofuscado— Necesito paz, no
quiero saber nada de mujeres.
—¿Y por qué tan enojado? No creo que sea sólo por eso.
—El amiguito de Dominique, ese tal Santiago, ha ido a verla un par de
veces.
—Trabaja en la editorial como free-lance. Debe estar ayudándole con el
evento. Es periodista, funciona como community manager, debe ser por eso.
—¿Tú crees?
—No puedo creer que estés celoso…y de Santi— dijo con incredulidad
— ¡Es broma supongo! — afirmó mirando a su amigo que no entendía—
Yo creo que al joven le gustas más tú— bromeó dejando a su amigo más
confundido.
—Me estás diciendo que…
—Es gay, totalmente reconocido y aceptado.
—Yo pensé…
—Estás volviendo a ser el hombre celoso que fuiste. Deja de ver
enemigos en todas partes. Es obvio que Dominique provocó esa noche
porque le atraes— dijo mirando su teléfono—¿Vas a ir al lanzamiento esta
tarde? — preguntó después.
—No lo sé. Estoy de mal humor.
—Va a haber prensa, creo que debemos asistir. Además, me dijo Julieta
que será con un coctel espectacular. Es un evento de alto calibre. Yo no me
lo pienso perder.
—Parece que te ha ido bien con tu romance.
—Julieta es perfecta para mí. Nunca había estado con alguien que
trabajara tanto. No me controla…a veces se olvida de que existo— reclamó
dolido— Tiene su propia vida y no necesita que la ande llevando y trayendo
de aquí para allá— agregó— pero cuando estamos juntos me consiente en
todo.
—Es una relación perfecta.
—Completamente— reconoció mirando si celular, para ver si ella le
había escrito. No encontró ningún mensaje. Se había olvidado de él otra vez
— Nos vemos en la tarde.
—¿Dónde es?
—En el Castillo Rocka, a las siete— le recordó— No llegues con la
cara amarga.

Los amigos se separaron en ese instante. Luciano se fue a casa a


cambiarse, para el magno evento. Emmanuel no tenía ganas de hacer un
esfuerzo en su imagen, si asistía iba a ser con lo que llevaba puesto. El
evento de lanzamiento del libro de la señora Habib, era la noticia de la
semana y Dominique había estado muy afanada con los últimos detalles. La
veía entusiasmada con su trabajo, preocupada de coordinar todo. Luego del
viaje se había vuelto a encerrar en sí misma y se había alejado de él.
Emmanuel no olvidaba esa noche en el hotel, en donde se enredaron en las
sábanas y disfrutaron de esa atracción tan potente que los conectaba.

La carta que les entregó la señora Barrantes fue un balde de agua fría.
Aún no se reponía de la impresión, pero ambos estaban decididos a luchar
por retener la fortuna en sus manos. Esa mañana había recibido un llamado
de la hija del doctor Bachmann que le pedía que lo visitara la semana
siguiente. Al parecer el caballero había hurgado entre sus recuerdos y había
encontrado algo que quería compartir con ellos.

Lo que le dijo Luciano del tal Santi, le devolvió el alma al cuerpo. Esa
noche iba a tratar de recuperar la conexión que habían construido con su
esposa y que se estaba diluyendo; no podía evitar sentirse celoso de todos
los que admiraban a su mujer.
CAPITULO XXXII
El salón principal del Castillo Rocka estaba repleto de gente. Emmanuel
llegó cuando recién comenzaba el evento. Ubicó a su amigo que estaba
sentado en la segunda fila y le había reservado un espacio. Trató de no
distraer a los presentadores y se ubicó rápidamente al lado de Luciano,
mientras hacía un gesto a Julieta como saludo desde lejos.

La escritora se veía nerviosa, sentada al centro de la mesa principal que


estaba ubicada sobre el escenario. Al lado del gran mesón se había elegido
decorar con muchas flores, pues la temática era muy adecuada al título del
libro, que se llamaba “El jardín del alma”, dedicado a mujeres
principalmente, pero que daba un mensaje de búsqueda interior, para
encontrar las emociones que estaban bloqueadas. La dueña de la editorial la
señora Gloria Casanova, conversaba animadamente con el presentador, un
escritor argentino que explotaba el mismo tipo de temas y que estaba de
moda por esos días. A un costado del escenario Emmanuel divisó a
Dominique que lucía un traje blanco de minifalda y chaqueta, destacando
con su belleza entre tanta gente de mayor edad.

Se sentía ruido de micrófonos que se probaban y unos segundos después


se le solicitó a la audiencia que tomara asiento, para comenzar con la
presentación del libro. Había mucha gente en el recinto, se divisaba un par
de periodistas conocidos de la televisión, una persona representante del
Ministerio de cultura y bastante publicidad de una tienda por departamentos
que patrocinaba el evento. El libro sería distribuido por las principales
librerías y se podría adquirir también en las tiendas de retail, lo que
Dominique había propuesto y había sido bien considerado, consiguiendo
incluso el patrocinio de una marca importante.

El evento se llevó a cabo sin interrupciones, Dominique hizo las veces


de moderadora y la presentación del escritor invitado fue muy entretenida.
Facundo Ferruci tenía muchas habilidades de comunicación y manejaba un
humor muy adecuado al tipo de público que llenaba el recinto. Luego de
que Dalila Habib agradeciera a todos los involucrados y entregara los
motivos de su inspiración, los invitados estallaron en aplausos, convirtiendo
todo el evento en una gran experiencia. Emmanuel admiraba a Dominique
cada día más, sabía que ella había sido la encargada de toda esa tremenda
coordinación, ayudada por otras personas, pero asumiendo una tremenda
responsabilidad y había salido airosa del desafío. Se notaba que estaba
satisfecha, sonreía feliz y alguna vez miró hacia el público buscando la
mirada de sus amigos, para sentirse apoyada y él sonrió cada vez para darle
seguridad.

Al terminar los discursos de agradecimiento final se invitó a los


concurrentes a un vino de honor y a proceder a comprar el libro, para
quienes quisieran un autógrafo de la autora. Julieta fue la primera en
ponerse en la fila para la firma y Luciano aprovechó de caminar junto a su
amigo hacia el sitio en donde los mozos servían copas de vino y algunos
bocadillos.
—¿Quién es ese tipo que mira tanto a Dominique? — preguntó al ver a
un hombre alto y rubio que estaba apoyado en una columna cerca del
escenario.
—No lo sé, no lo había visto antes— dijo buscando a un conocido que
había visto entre el público— No te vas a poner celoso porque alguien la
mira— agregó aconsejándolo— Voy a ir a saludar a Torrealba, andaba por
ahí recién.
—Dale saludos, yo voy a comer algo. Tengo hambre.
—Ahí viene Dominique, pórtate bien, no hagas escándalos.

La muchacha se aproximaba a ellos y cuando se encontró con Luciano


le dio un abrazo, cuando éste la felicitó. Después caminó hacia Emmanuel
que estaba parado con una copa de vino en la mano. La falda blanca era
muy ajustada y muy corta, dejando ver parte de sus muslos bien tonificados
y con ese tono bronceado que había ganado en sus tardes de piscina. La
chaqueta se abría en el escote y dejaba ver un top con encaje, también
blanco que lo hacía imaginarse muchas cosas.

—Pensé que no vendrías, Gracias por acompañarme— dijo ella


colocándose a su lado.
—Te felicito, salió todo perfecto. Hiciste un gran trabajo.
—Gracias, me encantó hacerlo, pero fue un estrés horrible— dijo
tomando una copa de vino que un mozo le ofreció— la escritora estaba tan
nerviosa que tuve que darle unas gotitas que alguien me consiguió para
calmarla, el vuelo del presentador se retrasó y se tuvo que venir directo del
aeropuerto, Santi se cayó y tiene una rodilla como papa, porque se pegó en
la tarima y la señora Casanova llegó justo a tiempo para comenzar—
terminó de enumerar todo el desastre de la tarde— Estoy agotada.
—¿Quién es ese tipo que te mira tanto? — preguntó finalmente, dejando
de controlarse.
—¿Qué tipo? — preguntó ella sin comprenderlo. Al ver que él miraba
hacia el escenario, se dio vuelta, pero el hombre ya no estaba allí.
—Uno rubio, que estaba parado en aquella columna— dijo señalando en
dirección de la salida lateral, por donde el tipo al parecer se había ido— te
miraba demasiado— agregó, comenzando a disgustarla— Debe ser por la
falda tan corta que te pusiste.
—No me fije en el hombre y mi falda está muy bien— dijo empezando
a enojarse.
—A mí me parece un poco corta, eso digo nada más.
—Tú no eres mi dueño, no vas a decirme cómo vestir.
—Pero soy tu esposo.
—De mentira, no tengo porque darte explicaciones. Esto es una farsa—
señaló mirándolo con rencor.
—En Colombia no parecía una farsa— manifestó él acercándose a su
cuerpo de manera peligrosa.
—Eso nunca ocurrió. Creí que había quedado claro— sentenció
soportando la mirada profunda que él le dio.

De pronto se vieron interrumpidos por Luciano que volvía de haber


hablado con su amigo.

—Podríamos ir a comer algo— propuso, notando la tensión que había


en la pareja— aunque tal vez quieran descansar. Se ven agotados— agregó
después entendiendo que algo había pasado entre ellos.
—Prefiero ir a casa— dijo Dominique buscando con la mirada a su
amiga— Voy a hablar un momento con Dalila y sus invitados y luego me
iré.
—Te espero— dijo Emmanuel, entendiendo que esa noche no iba a
poder recuperar la conexión perdida.
—No es necesario, pediré un taxi. No te molestes, si estás cansado—
dijo ella sonriendo al ver a su amiga que venía a felicitarla.
—Te voy a esperar, tómate tu tiempo. Me quedaré por aquí con mis
amigos— dijo señalando a Luciano y Julieta que sentían la incomodidad de
la tensión que había en el aire.
—Como quieras— dijo ella, pidiéndole a su amiga que la acompañara
para presentarle a unos invitados que ella quería conocer.

Las chicas se fueron caminando hacia detrás del escenario, en donde


Santiago estaba sentado descansando.

—¿Cómo te sientes?
—Estoy bien, no fue nada.
—De todas formas, te vas conmigo, le diré a Emmanuel que te deje en
tu casa. No te vas a ir caminando.
—Si vivo cerca.
—No seas porfiado. En media hora me voy, espérame y te vas conmigo.
—Ok, jefa— dijo el chico regañando.

Luego siguieron caminando hacia la salida lateral, en donde Julieta


aprovechó de sacar un cigarrillo y le ofreció uno.

—No, gracias. No he comido nada.


—Yo alcancé un bocadillo de camarones y unas empanaditas de
verduras que estaban harto ricas— dijo recordando esos sabores
maravillosos— ¿Qué te pasa?
—Emmanuel vino finalmente.
—Obvio, que iba a venir. Era un día importante para ti y tú le importas.
Te lo he dicho muchas veces.
—Se ve tan guapo con ese traje, me encanta como se ve con un poco de
barba de media tarde— dijo sonriendo.
—¿Por qué no dejas de hacerte la difícil y reconoces que te encanta?
—Me da miedo— reconoció.
—Olvídate de todos esos malos recuerdos, este hombre es otro, no el
niño que conociste— dijo botando el humo que aspiró— Deberías lanzarte
a sus brazos— dijo bromeando.
—Ya lo hice— respondió dejando a su amiga atónita. Se llegó a atorar
con el humo.
—¿Quéeee?
—En el hotel en que nos hospedamos, en ese pueblito que fuimos a
visitar.
—Pero ¿cómo fue? ¿Cómo lo logró?
—No fue él, fui yo. Le ofrecí que tuviéramos una noche de sexo y
aceptó, obvio.
—Entonces ¿Están juntos?
—No, cómo se te ocurre. Fue una noche solamente. Luego de eso no
hemos vuelto a estar solos siquiera. Me he escapado de él todas las veces
que he podido.
—Amiga, no seas tonta— señaló Julieta— no dejes ir a ese hombre. Se
nota que lo tienes enloquecido, basta con mirarle la cara, para ver que está
como una olla a presión.
—¿Tú crees?
—Luciano me dijo que hacía tiempo que no veía a Emmanuel celoso
como está ahora. Yo creo que tú tienes el poder para retenerlo contigo.
Tienes que dar el golpe luego, sino se va a aburrir.

Dominique escuchó a su amiga, que le dio varios consejos más. Luego


volvieron al salón en donde la señora Casanova y Dalila reían de alguna
broma que Ferruci, el argentino gracioso que hizo que la presentación fuera
un éxito. Aprovechó de despedirse de todos, dio algunas instrucciones a su
asistente para retirar algunas cosas de inmediato y el resto recuperarlas al
día siguiente. Llamó a Santi por celular para que se reuniera con ellos y
avanzó en dirección a la salida, en donde Emmanuel la esperaba
pacientemente. Al verla aparecer con el muchacho se molestó, pues cuando
pensaba que iban a estar solos un momento, al parecer iban a tener
compañía.

—¿Podemos dejarlo en su casa? —preguntó con cara de súplica— no


quiero que se vaya caminando.
—Claro, ¿cómo estás? — dijo saludando al muchacho.
—Bien, un poco maltratado, pero no es nada. De verdad no quiero
incomodarlos.
—Para nada— respondió Dominique— vive aquí cerca— aclaró a
Emmanuel que ya estaba asumiendo su derrota— ¿Tienes un momento? Mi
jefa quiere conocerte, ¿puede ser?
—Por supuesto— dijo caminando junto a ella hacia la zona en que
estaban los invitados especiales. La chica se acercó a la señora Casanova y
le presentó a su esposo.
—Emmanuel, te presentó a la señora Gloria Casanova— dijo sintiendo
orgullo del hombre que tenía al lado.
—Encantada, señor Krauss.
—Un placer Gloria, las felicito por el evento.
—Tiene que felicitar a su esposa. Ella lo organizó todo— dijo dándole
mérito a la chica— Es una excelente profesional.
—Estoy muy orgulloso de ella— dijo siendo sincero y dejando a
Dominique sorprendida— además de hermosa es muy talentosa—
concluyó, dejando a ambas sorprendidas.
—Tienes una joya de esposo, querida. Cuídalo mucho— señaló la
señora sonriendo y despidiéndose de Emmanuel para volver al grupo en el
que estaba conversando.

Se reunieron nuevamente con Santiago que los esperaba en la entrada y


salieron los tres en dirección al estacionamiento. El tramo fue corto hasta la
casa del muchacho y luego de dejarlo en su casa, tomaron rumbo hacia la
casona. En el camino no hablaron, sólo se limitaron a escuchar música,
hasta que Emmanuel se detuvo y se estacionó en el costado de un parque.
La noche estaba cálida y el lugar deshabitado. No se veía un alma.

—¿Por qué te detuviste?


—Porque es la única manera de que podamos hablar.
—No tenemos nada de que hablar— señaló ella tratando de evitar que la
conversación se volviera incómoda.
—La próxima semana voy a ir a la casa del señor Bachmann, me pidió
que fuera a ver algo que me iba a mostrar.
—Ah— dijo decepcionada, muy a su pesar— pensé…
—¿Qué pensaste? Que iba a insistir con lo que pasó en el hotel—
afirmó con mal tono— No te preocupes, ya sé que esa fue tu venganza. Está
bien, me lo merezco.
—No fue una venganza. Te equivocas.
—¿Qué fue entonces?
—Tenía ganas de estar contigo esa noche— declaró con sinceridad,
dejándolo confundido.
—¿Y lo pasaste tan mal que se te quitaron las ganas hasta de hablarme?
— preguntó mirándola fijamente con esos ojos verdes que la dominaban.
—Lo siento, actué mal. Me arrepiento— dijo hablando muy despacio.
—Lo pasaste tan mal que te arrepientes— exclamó cada vez más
desilusionado.
—No me arrepiento de lo que pasó esa noche. Me arrepiento de mi
comportamiento después. Discúlpame, no quiero que nos llevemos mal.
Nos quedan pocos meses de convivencia y voy a tratar de ser más amable.
Todo esto se va a acabar pronto.
—Yo no quiero que se acabe— reconoció él tomando su mano y
acercándose a su rostro le tomó la boca y la saboreó.

Dominique se entregó a ese beso, dejando que él se deleitara con sus


labios. Su lengua la recorría provocando que suspirara sin poder
controlarse, su boca comenzó a bajar por su cuello, llegando a sus pechos y
besando la piel que se asomaba desde el escote. De pronto ella lo detuvo.

—No— dijo tratando de recuperar el compás de su respiración y


arreglándose la ropa.
—¿Por qué?
—Porque ya me hiciste daño una vez y tengo miedo— declaró
limpiando con su dedo una lágrima que amenazaba por caer por su mejilla.
—Ahora no va a ser así. Yo soy un hombre distinto, dame una
oportunidad— pidió secando con su dedo la lágrima que ella no alcanzó a
secar antes de que cayera.
—Si me vuelvo a enamorar de ti sería muy tonta— dijo ordenándose el
pelo sobre el hombro.
—Yo estoy enamorado de ti— dijo mirándola desde lo profundo de sus
ojos verdes— ¿Soy muy tonto?
—No sabes lo que estás diciendo. Lo que te pasa a ti es calentura, se te
va a quitar— exclamó enojada con ella misma por haber dado pie a que
sucediera lo que pasó aquella noche.
—Sí, es calentura— reconoció sonriendo— pero es exquisito cuando
una mujer me pone así y además me hace sentir orgulloso de estar a su lado
y me enloquece cuando me sonríe y tiene tu dulzura en la mirada— agregó
acariciando su mejilla— Me siento como un imbécil, ¡Deja de hacerme
sufrir! — pidió con cara de agobio— hay noches que no duermo, deseando
estar en tu cama.
—Yo me despierto a medianoche, deseando que estés en mi cama—
dijo dejando que otra lágrima cayera por su mejilla— Me gustaría creerte—
reconoció besándolo en los labios.

Emmanuel recibió ese beso con suavidad, pero luego comenzó a


convertirse en una hoguera que los consumía. La atrajo hacia su cuerpo,
rodeando su cintura primero y buscando sus piernas debajo de la falda
después. Dominique se entregó a la pasión que lo devoraba, pero de pronto
reaccionó.

—No— dijo separándose de él.


—¿Por qué? Te prometo que estoy siendo sincero.
—Aquí no. Vamos a casa— ordenó ella y él obedeció en seguida. Esa
noche iban a recuperar el tiempo perdido y desahogar toda la tensión que se
había acumulado entre ellos.
CAPITULO XXXIII
Dos días después recibieron un llamado de Horacio Montealegre,
citándolos a una reunión en su oficina. Ellos temieron lo peor. Acudieron a
la cita, preocupados y ansiosos por saber que avance había tenido la
demanda de doña Venecia. Los acompañaba el abogado que habían
contratado para asesorarlos en el caso. Era un conocido de Soraya Mattas,
experto en temas de herencia, que les iba a costar una pequeña fortuna.

Al llegar a la oficina, se encontraron con la mujer que esperaba en el


pasillo junto a un hombre alto, que Emmanuel reconoció como el tipo que
estuvo en el lanzamiento del libro y que miraba insistentemente a
Dominique. Ella no lo vio esa noche, pero le pareció haberlo visto en otra
ocasión. Además, los acompañaba una mujer mayor con cara de pocos
amigos; seguramente su abogada.

El señor Montealegre los invitó a pasar a su oficina y se instalaron en


unas incómodas sillas que habían dispuesto para la ocasión. La señora
Fábregas ni siquiera los saludó. El abogado procedió a explicar el motivo de
la reunión.

—Los cité hoy en mi oficina, para que podamos conocer la situación


que se ha generado— dijo buscando un escrito entre sus papeles— Todos
saben que se ha presentado una impugnación a los términos del testamento
y tenemos que seguir algunos pasos para resolver estas discrepancias.
—Nos encantaría saber a qué atenernos— señaló Emmanuel, esperando
comprender qué iba a pasar con ellos.
—Esta impugnación debe ser analizada. Entiendo que la señora
Fábregas ha presentado esta solicitud y su abogada me ha entregado copia
de los documentos, que les haré llegar.
—Nuestro abogado el señor Molina, aquí presente, nos representará en
esta alegación o como se llame esto— manifestó Emmanuel.
—Un gusto señor Molina— dijo el albacea— ¿La señora es su
abogada? — preguntó dirigiéndose a Venecia, mientras miraba a la señora
con rostro adusto.
—Efectivamente, la señorita Sotomayor nos representa.
—Señora Dominique, entiendo que la representación del señor Molina
será conjunta para ustedes como matrimonio— afirmó el señor.
—Es así— aseguró la muchacha.
—Le agradezco al señor que se presente— dijo hablando con el hombre
rubio que los acompañaba.
—Soy Herman Elizondo Schulz, el hijo del señor Krauss que reclama la
herencia— dijo el hombre con total naturalidad.
—Debemos comprender esto, señor Elizondo. ¿Tiene pruebas de lo que
dice?
—Claro que tenemos pruebas— exclamó la señora Fábregas tomando la
palabra— las sabrán ustedes a su debido tiempo.
—Horacio, ¿Cómo debemos comprender esto? — preguntó Emmanuel
— ¿qué pasa con la herencia, las cláusulas y todas las condiciones que
hemos tenido que cumplir? ¿Esto cambia algo?
—Podría cambiarlo, pero no es definitivo— aclaró. Luego se dirigió a
Venecia— Comprende que deben documentar con pruebas legales,
biológicas o del tipo que sea necesario para respaldar esta solicitud, me
imagino.
—Nuestra abogada ha realizado las diligencias necesarias— aseguró
con confianza la señora.
—No comprendo qué papel juega usted Venecia en este asunto— señaló
el abogado siendo directo en su consulta.
—Soy la pariente más cercana de Clemente y este joven dice ser su hijo.
Tenemos pruebas que podemos presentar. Me interesa que la herencia
Krauss quede en las manos correctas.
—Perfecto— declaró el señor Montealegre, mirando a casa uno de los
presentes a la cara.
—Me gustaría hacer una consulta— señaló el señor Molina, un hombre
de mediana edad, con apariencia de abogado competente— ¿Las supuestas
pruebas ya se han presentado? — consultó hablándole a la señorita
Sotomayor.
—Serán presentadas a su debido tiempo— sentenció segura.
—Bueno, ya le he comunicado de qué se trata esto. Voy a pedir asesoría
a uno de mis socios en el bufete y cuando tengamos claras las diligencias
necesarias se las haremos saber. Les agradezco su concurrencia— dijo
dando por terminada la reunión.
Todos abandonaron el despacho del señor Montealegre. Emmanuel
tomó a Dominique de la mano y salieron de la oficina, dirigiéndose al
ascensor para bajar al subterráneo a buscar su auto. Tenían que recorrer
varios kilómetros nuevamente para visitar al señor Bachmann que los había
citado para esa tarde. Su abogado se quedó conversando con el albacea para
aclarar los trámites que se venían para resolver las discrepancias.

El hombre rubio que se presentó como hijo del señor Krauss, siguió con
la mirada a la muchacha, lo que molestó profundamente a Emmanuel, que
no lo demostró, pero cuando ya salían del estacionamiento aprovechó de
comentarlo.

—Ese tipo se va a llevar un buen puñete si te sigue mirando así—


advirtió él, en tono de broma.
—A mí también me molesta como me mira— reconoció ella sacándose
la chaqueta y dejándola en el asiento trasero del vehículo— No me digas
que es mi culpa, porque hoy estoy muy tapada— añadió riendo, pues los
celos de él se los tomaba con humor.
—No soy un troglodita, soy un poco celoso. Nada más.
—¡Un poco celoso! — dijo con tono irónico— No tienes por qué serlo,
mi amor— señaló ella acariciando su mentón.
—Lo sé. Lo siento, pero es que el tipo es muy cargante.
—Lo importante ahora es saber si es verdad todo esto. ¿Tú crees que el
doctor tenga alguna información importante?
—Yo creo que está muy lúcido aún y puede ser que haya recordado
algo. Tengo harta esperanza en que nos tenga buenas noticias— declaró el
joven, conduciendo por la autopista y saliendo hacia la carretera.

Dos horas después ya llegaban a la misma casa que visitaron antes. En


el jardín un par de perros San Bernardo los miraban plácidamente. Al entrar
en la casa, inmediatamente la hija del doctor los recibió en la puerta.

—Mi padre ha estado muy entretenido revisando sus cachureos, como


yo le digo— declaró invitándolos a pasar a la sala de estar— Ha estado
revisando viejas cartas de sus amigos. Y algunos recuerdos que guardó mi
madre.
—Le agradecemos que nos haya llamado. Su padre ha sido muy amable.
—Ha sido una búsqueda que lo ha mantenido activo estos días— dijo
encaminándose hacia el interior de la casa— Voy a buscar a papá. ¿Desean
tomar algún refresco?
—Agua mineral, si no es molestia— pidió Dominique, mirándolo a él
que asintió con un gesto.

Unos minutos después el señor Bachmann llegaba en su silla de ruedas,


empujado por la mujer que lo cuidaba. Los saludó cariñosamente y los
invitó a sentarse en el sillón que tenía en frente.
—Buenas tardes, señor Bachmann, le agradecemos mucho su
preocupación— dijo Emmanuel, dando la mano al caballero.
—Ha sido entretenido, recordar tantas cosas— señaló sonriendo con
nostalgia— mi esposa era una gran maestra y muy ordenada por lo demás—
agregó— Entre sus cosas encontré algunos documentos que me alegraría
que se llevaran; les pueden servir.
—Estamos trabajando en una fundación educacional que don Clemente
pensaba formar. Parece que la educación fue muy importante para todos
ustedes— dijo la chica, tomando la mano del caballero que se la extendió.
—En los tiempos en que nos frecuentábamos, era un tema. Sigue siendo
tema hasta estos días. Mi mujer, Adelaida Leverman, era muy activa en
movilizar gente para que ayudara y sus amigas, en ese tiempo, colaboraban
con ella muchísimo. Así fue como conoció a Agatha. Se la presentó una
amiga en común y se hicieron amigas a su vez.
—¿Dónde sucedió eso? — preguntó Emmanuel admirando la casa del
señor, con muebles de gran elegancia.
—En esos tiempos yo estaba haciendo un diplomado en Bruselas y con
Adelaida acostumbrábamos visitar a sus amistades en Paris. Bernardo
Muller, el esposo de Venecia— señaló haciendo recuerdos— que en ese
tiempo era embajador nos recibían en su casa— Los muchachos se miraron,
entendiendo cómo la señora Fábregas podía estar al tanto del famoso hijo—
Clemente comenzó a aparecer también en alguna época, al parecer por la
admiración que sentía por Agatha. Ella escribía y publicaba en algunos
periódicos.

La pareja permanecía en silencio, sin querer interrumpir al anciano con


sus recuerdos. De repente llamó a su hija y ésta le trajo una carpeta de cuero
en la que el señor comenzó a hurgar, buscando algo.

—Encontré estos papeles que mi esposa mantenía entre sus documentos


— dijo tomando un sobre con la orilla de colores rojo y azul— Es una carta
de Clemente, que ella tenía entre sus cosas. Eran muy amigos y a veces ella
hacía de su confidente.
—¿La señora Venecia era amiga cercana también?
—Bernardo era muy importante en ese tiempo y lo aceptábamos en el
grupo por su gran carisma, pero su esposa no era tan cercana al resto de las
mujeres. Adelaida, Agatha y un par de señoras francesas tenían una
cofradía, pero Venecia no era parte de ella.
—¿Usted cree que podamos revisar esos documentos que encontró? —
preguntó la muchacha con coquetería.
—Claro, pueden llevarlos. No significan mucho para mí, más que el
recuerdo de Adelaida, pero tengo otras cosas que me la recuerdan. No las
necesito. Puede ser que a ustedes les reporten algún bien— dijo el señor,
entregando la carpeta completa a Emmanuel con el sobre incluido.

Luego de agradecer al anciano y conversar unos minutos más, lo


dejaron para que descansara. Ellos se retiraron de la casa, tomando la
carretera. Dominique llevaba la carpeta en sus piernas, mientras él
conducía. Revisó los documentos que el anciano les entregó, encontrando
unas fotos de él con su esposa y Clemente en una fiesta muy elegante, junto
con unos recortes de prensa de un diario francés que ella leyó, pues
dominaba el idioma. No quiso leer la carta que acompañaba a todo lo
demás, hasta que estuvieran tranquilos, así que decidieron almorzar en
algún restaurant de la carretera, pues ya eran más de las dos de la tarde.
Emmanuel conocía un lugar campestre que pertenecía a una viña de la
localidad, en donde podían comer cordero, jabalí o avestruz. Se detuvieron
unos kilómetros más adelante y en cuanto se instalaron en la mesa, abrieron
el sobre y leyeron la carta.

—Parece que en esos tiempos las fiestas eran a un alto nivel, porque la
mitad de la carta relata lo que pasó en la embajada en que don Bernardo
estaba destinado. Habla de la cantante que interpretó unas áreas de ópera.
—¿No dice nada más?
—Espera— dijo ojeando el resto de la primera página— en la segunda
página habla de un encargo que quiere hacerle— dijo quedándose en
silencio— ¡escucha esto! — exclamó.
—¿Habla del hijo?
—Definitivamente. Dice: “el niño nació el diecisiete de este mes, espero
que puedas visitarla cuando estés allí el mes entrante y le lleves el dinero
que te remití. Dile que no le va a faltar nada a mi hijo”— remató abriendo
los ojos en señal de asombro.
—¿Cuándo está fechada la carta?
—En 1987.
—Ese hijo debe tener un poco más de treinta años, ¿Podrá ser el tipo
que estuvo en el despacho de Horacio?
—La mujer que creemos que es Agatha es rubia, de ojos pardos, pero tu
tío tenía los ojos verdes, puede ser que este hombre tenga los rasgos de su
madre— dijo recordando al joven que conocieron esa mañana— si es que
es el hijo de don Clemente— aclaró en seguida.
—Para demostrar que es su hijo tendrá que presentar algún papel,
certificado de nacimiento, acta de bautismo, algo así tendrá que ser ¿o no?
—No lo sé. Esperemos que Molina nos confirme qué va a pasar ahora—
señaló mirando el menú que tenía en la mano— Voy a pedir avestruz a la
pimienta con flan de champiñones y puré rústico ¿Qué vas a comer?
—Prefiero unos panqueques de verduras, ¿No tendrán pescado?
—El postre lo comemos en casa— propuso sonriendo.
—Bueno, esperaré ansiosa— dijo ella sonriendo también.

Salieron del restaurant y se dirigieron a la ciudad. Ya eran las seis de la


tarde cuando llegaban a la casona. El señor Vidal les tenía un recado del
abogado.

—No pudieron comunicarse con ustedes— señaló el secretario, que


venía saliendo de la cocina con un tazón de café.
—Es que se perdía la señal en la carretera— explicó Emmanuel, que
encontró dos llamadas perdidas.
—Me pidió que lo llamaran, tiene novedades.
—En seguida lo llamo— dijo, marcando el número en su móvil.
El abogado les comunicó que el señor Elizondo quería hablar con ellos
y necesitaba que le dieran una cita para reunirse. Emmanuel consultó con
Dominique y aceptaron recibirlo en la casa al día siguiente. El señor Molina
les pidió que fueran cautos, pero que trataran de descubrir sus intenciones.

Dominique se quedó en la sala de estar releyendo la carta, mientras


Emmanuel se encerró en el escritorio, pues debía finiquitar con Luciano
algunos temas que quedaron pendientes y no pudo resolver por haber estado
toda la tarde fuera. La muchacha revisó los recortes y trató de entender qué
tenían en su poder. Fue a su cuarto después y reunió todas las cartas que
habían conseguido recuperar en sus investigaciones y comenzó a ordenarlas
cronológicamente. Las procesó como si estuviera haciendo un informe
editorial y las conclusiones las anotó en un papel.

El hijo había nacido el 17 de septiembre de 1987, no explicaba en qué


lugar, pero no fue en Europa, pues ella viajó después hacia allá. Había
estado enfermo siendo pequeño, pero no decía de qué. Agatha era esposa de
un pintor y además escribía. El retrato mostraba una mujer de
aproximadamente treinta años, por lo que en la actualidad podría tener entre
sesenta y setenta años.

Trató de buscar rasgos de semejanza entre el joven que conocieron y


alguno de los padres, pero salvo el color de pelo, que era similar al de ella,
no tenía nada distintivo de la familia Krauss. Ella conocía a varios
miembros de la familia, pues don Clemente tenía muchos retratos de sus
ancestros en casa y todos eran altos, de piel y cabello claro y ojos verdes o
celestes, pues la familia era originaria de Alemania y mantenían muchos
rasgos teutones.

El reloj iba a dar las ocho de la noche cuando bajó a comer. Federico la
esperaba junto con Emmanuel, mientras bebían un aperitivo. Se sentaron a
la mesa, en donde la señora Camelia les había preparado un salmón con
verduras, que estaba delicioso. Hicieron una pequeña sobremesa y luego se
fueron a sus cuartos a dormir. La pareja estaba viviendo una aventura
exquisita, pero no querían dar señales al resto de lo que estaba pasando, por
lo que Dominique esperó en su cuarto a que su esposo fuera a visitarla. Se
había puesto un camisón muy corto de color negro y se cubrió con una bata
de gasa transparente. Unas gotas de perfume eran el único agregado.
Mientras lo esperaba leyó nuevamente la carta que el señor Bachmann les
dio. Estaba en eso cuando sintió que su puerta se abría. Emmanuel entraba
en el cuarto sólo con el pantalón de su pijama y el torso descubierto. Dejó
su teléfono sobre la mesa de noche.

—Te demoraste demasiado, me iba a dormir— señaló ella con cara de


falso disgusto.
—Es que Luciano me llamó y no cortaba— se excusó, acercándose por
detrás y tomándola por la cintura.

Comenzó a besar su cuello, bajando suavemente desde la nuca hasta el


hombro, cogiendo la bata y quitándosela para tener a su disposición la
espalda de ella. La muchacha dejó que sus labios recorrieran su piel y cerró
los ojos paras sentir como sus manos comenzaban a recorrer sus pechos por
encima del camisón. Se dio vuelta y buscó sus labios, acariciando con sus
manos el cabello de él, que era suave, abrazándolo y sintiendo como sus
pechos se aplastaban contra su torso desnudo y musculoso. De pronto un
mensaje llegó a su celular y ella se detuvo.

—¿Qué pasa?
—Alguien te envió un mensaje ¿No quieres contestar?
—Es muy tarde, lo veo mañana.
—Puede ser importante— dijo ella, instándolo a que lo revisara— Tal
vez es Angela— agregó molesta.
—¿Estás celosa?
—¿Debería estarlo?
—Obvio que no. Eso ya se acabó.

Dominique se separó de sus brazos y caminó hacia la ventana, desde


donde se veía la noche y algunas estrellas que adornaban el cielo oscuro. El
la siguió y volvió a tomarla por la cintura, buscando su boca y
arrinconándola entre su cuerpo y la pared.

—Estoy enamorado de ti, no tengo intenciones de estar con otra mujer


— dijo agarrando su trasero entre sus manos y acercándola a su cuerpo que
denotaba una gran excitación, la que ella percibió claramente.
—¿Ella lo entiende?
—Está bien— dijo soltándola, pues ella puso sus manos entre los dos,
para alejarse— Angela me sigue llamando, pero yo no le contesto.
—Tal vez es mejor que le contestes y le aclares lo que me acabas de
decir— declaró con gesto de molestia.
—Está bien, lo haré— dijo obediente— pero ahora no pensemos en ella
— pidió volviendo a tomarla entre sus brazos— Hazme lo que me hiciste
ayer— dijo sonriendo mientras hablaba cerca de su boca.
—¿Qué cosa? — preguntó ella que sabía perfectamente a qué se refería,
mientras él susurraba en su oído la respuesta.

Lo tomó de la mano y lo llevó a la cama, ambos se tendieron sobre la


colcha de color celeste que la cubría y ella se dedicó a regar de besos su
pecho desde el cuello hasta el ombligo y después siguió más allá.
CAPITULO XXXIV
La tarde siguiente tuvieron la visita del supuesto hijo de don Clemente.
Lo esperaban sentados en el despacho, donde lo recibió Dominique sola,
pues Emmanuel se había atrasado y venía en camino. Eran las siete de la
tarde. El hombre llegó solo, al parecer quería hablar en privado con ellos,
sin la presencia de la señora Venecia ni de la abogada que lo representaba.

—Señor Elizondo, tome asiento— dijo ella, siendo amable con el joven,
al tiempo que le ofrecía un café.
—Gracias, han sido muy amables de recibirme. ¿Su esposo no estará
presente?
—Emmanuel viene en camino, pero podemos conversar nosotros, ¿o
prefiere que esté presente?
—No me molesta que no esté, así podemos conocernos mejor, mientras
llega— dijo el tipo haciéndola sentir incómoda con la forma en que la
miraba.
—¿Qué es lo que quiere decirnos? — preguntó llevando la conversación
hacia lo formal, pues no quería que el hombre se tomara confianzas. De
repente se sintió preocupada de estar a solas con él, pero en la casa estaba
Federico y sabía que estaría atento a lo que pasaba en el despacho.
—Entiendo que usted es ahijada de mi padre y que su esposo tiene
algún parentesco.
—Exactamente, don Clemente era mi padrino y viví en su casa hasta los
diecisiete años, luego estudié en Europa y al regresar comencé mi vida
independiente, ya no lo veía tanto, pero siempre le tuve mucho cariño.
Emmanuel es hijo de un primo o sobrino del señor Krauss, es su pariente
más cercano en la actualidad— aclaró poniéndolo en su lugar. Aún no
podían confirmar que el hombre fuera hijo del señor.
—Entiendo también que el matrimonio de ustedes es fraudulento, ya
que sólo los une la obtención del legado— dijo siendo muy grosero.
—Nuestro matrimonio no está en discusión, creo que usted está siendo
un poco grosero, señor Elizondo— dijo la muchacha comenzando a
molestarse.
—Una mujer tan bella como usted no debería estar fingiendo, podría
estar con un hombre que la merezca— agregó siendo más grosero aún. Ella
sintió que la estaba provocando.
—El hombre que tengo a mi lado es el que quiero tener, mi matrimonio
no es de su incumbencia, pero le aclaro que de fraudulento no tiene nada.
—No es lo que dicen.
—No crea todo lo que dicen, señor— dijo buscando la forma de no
perder la calma— Yo no creo todo lo que dicen, hasta que me muestran
pruebas.
—Es usted una mujer tan astuta como bella, señora Krauss— declaró
mirándola nuevamente de esa forma que a ella le molestaba.
—Mi mujer es más inteligente que bella y eso es mucho decir— señaló
Emmanuel que estaba parado sobre el umbral de la puerta y no lo habían
sentido llegar— ¿Me perdí de algo?
—Señor Krauss, que placer que haya llegado. Me interesa mucho
conversar con ustedes.
—Hasta ahora el señor no ha dicho realmente a qué ha venido— aclaró
la muchacha mirando a su esposo con complicidad.
—Me interesa que comprendan que lamento mucho lo que está pasando,
pero siendo el heredero del difunto, creo que tengo la obligación de
ponerles al corriente de lo que sucede.
—Por favor, señor Elizondo, nos encantaría saber qué es lo que
sucede… exactamente— dijo Emmanuel siendo irónico.

El hombre sacó de su bolsillo una fotocopia, en la que constaba un


certificado de nacimiento en la ciudad de Buenos Aires, con fecha veinte de
septiembre de 1986, que aparentemente era la prueba de que había nacido
en la fecha correcta, pero no demostraba nada. Emmanuel lo leyó y no logró
comprender qué tipo de prueba era esa.

—Aquí no dice que usted es hijo de mi tío— aclaró devolviendo la


copia.
—Aparece el nombre de mis padres, que en realidad son quienes me
inscribieron en el Registro. Mi madre puede declarar que ellos me
registraron a petición del señor Krauss y de mi madre biológica la señora
Agatha Brun, para que me criaran y les entregaron los recursos necesarios
para ello. Yo fui criado en condiciones muy favorables, estudié en
excelentes colegios y actualmente soy periodista en un diario de Madrid.
Tengo fotografías del señor Krauss y la señora Brun, en mi poder, que mi
madre me ha entregado.
—Nos parece interesante, pero eso no demuestra nada. Creo que en este
caso, las declaraciones no son concluyentes— dijo mirando a Dominique
que estaba pensando lo mismo que él. Esa no era la fecha de nacimiento del
niño.
—Vamos a solicitar un ADN y para eso haremos lo que sea necesario.
—Espero que no vayan a interrumpir el descanso de mi tío para eso.
—Lamentaría tener que hacerlo, pero creo que este legado debe quedar
en las manos correctas.
—¿Las suyas?
—Efectivamente— concluyó— les agradezco que comprendan que no
es mi intención arrebatarles el dinero que creían tener asegurado— agregó
haciendo un silencio— Claro que si ustedes cooperan y son comprensivos
podríamos llegar a un acuerdo, para que no pierdan todo el tiempo que han
tenido que fingir.
—¿Qué está diciendo?
—Que podemos llegar a un buen acuerdo, si ustedes aceptan que soy el
heredero.
—Creo que hablo por ambos— dijo mirando a su esposa— No vamos a
hacer ningún acuerdo. Usted no ha probado nada. Si es efectivamente el
hijo de mi tío, que la ley decida lo que corresponda— añadió con un tono
que parecía una despedida.
—Como quieran. Yo les di la oportunidad de no perderlo todo—
manifestó poniéndose de pie— Señora, ha sido un placer, señor Krauss, mis
respetos— agregó abandonando la casa.

Ellos se quedaron un momento en silencio, hasta sentir que Federico lo


acompañaba a la puerta y cerraba ésta cuando el hombre salía al jardín.

—¿Qué crees? — dijo él, sirviéndose un trago y ofreciéndole uno a ella.


—Creo que la fecha no concuerda y por más que trato de ver rasgos de
tu familia en él, no lo consigo.
—Es cierto, pero puede parecerse a la madre.
—Tampoco se parece— declaró Dominique con seguridad.
—¿Cómo lo sabes?
—Pienso que no. Vi una foto que tu tío tenía guardada de una mujer,
que yo imagino que es la famosa Agatha y es rubia, pero de otro tipo. Este
hombre es demasiado rubio.
—No me has mostrado esa foto.
—Después te la muestro, pero no creo que sea hijo de don Clemente.
—¿Se propasó contigo?
—Fue un poco grosero. Dijo que nosotros estamos fingiendo— señaló
acercándose a él y abrazándolo.
—Finjamos un poco entonces— propuso él, buscando su boca y
besándola con dulzura, colocando una mano en su trasero y acercándola
hacia él, haciendo que el corazón de Dominique latiera con mucha rapidez.
—Vamos a tu cuarto y te puedo mostrar algo— dijo tocando su cinturón
e introduciendo su mano en el pantalón del joven que sonrió satisfecho.
—Mejor cierra la puerta con llave y me lo muestras aquí— propuso
besándola nuevamente.
CAPITULO XXXV

—Me llamó el abogado— dijo Emmanuel por teléfono.


—¿Sucedió algo?
—El tribunal está pidiendo antecedentes que demuestren que Elizondo
es hijo de mi tío. Como nada de lo que entrega es concluyente, pueden
sobreseer la causa o algo así, a menos que pidan exhumación para hacer un
examen.
—Qué macabro— señaló la muchacha.
—En la tarde me voy a reunir con Horacio, Molina me recomienda que
le cuente lo que hemos descubierto. Puede ser que nos ayude a entender qué
podemos hacer con lo que tenemos. Te paso a buscar a las seis.
—Ok, te espero. Un beso— dijo ella, justo en el momento en que la
señora Casanova entraba a su oficina.
—¿Hablabas con tu esposo?
—Si. Hemos tenido problemas con la herencia, vamos a reunirnos con
el albacea.
—¿Tiene algún parentesco con Clemente Krauss? — preguntó la mujer.
—Claro, es el legado de don Clemente el que estamos defendiendo. ¿Lo
conoció?
—Cuando era pequeña, mi tía Corina era muy cercana. Lo conocí a
través de ella. Debió ser en los ochenta.

Dominique sintió que algo pasaba por su mente, pero no logró


dilucidarlo. Se acordó de la foto que tenía en la cartera y se la mostró.

—¿Conoce a esta mujer? Debió ser cercana a don Clemente en esos


años.
—Obvio que la conozco, era muy amiga de mi tía. No sabía que conocía
a don Clemente. Se llamaba Clara, no recuerdo el apellido.
—¿Qué sabe de ella?
—Era una señora europea que a veces venía al país. Me acuerdo que
escribía, poemas creo. En ese tiempo yo no comprendía que una mujer de
su clase social fuera escritora.
—¿Tenía dinero?
—Estaba casada con alguien que lo tenía. El hombre estaba enfermo,
me recuerdo, era bastante mayor que ella.

La conversación llegó hasta ahí. A la señora la llamaban desde una filial


y debía volver a trabajar. La muchacha se quedó impresionada de lo
pequeño que era el mundo realmente; por algo dicen que es un pañuelo.

A las seis en punto, Emmanuel estaba estacionado en la calle, fuera de


la entrada del edificio, esperándola. Ella se subió al vehículo y se dirigieron
a la oficina de Montealegre, con quien habían concertado una reunión.
Entraron a su despacho y luego de los consabidos cafés de rigor,
comenzaron la charla.

Le comentaron de la información que traían, que habían recopilado


hablando con varias personas, viajando fuera de la ciudad e incluso del país.

—Veo que han trabajado arduamente— celebró el señor.


—No queremos perder el legado, es demasiado dinero y representa
nuestros sueños.
—Además, que para nosotros hay un valor sentimental en lo que don
Clemente tenía. No queremos destruir ni vender nada. Queremos disfrutarlo
y hacer algunas obras sociales, aparte de la fundación que él pensaba crear.
—Este heredero no tiene ningún vínculo con la familia. No nos parece
justo— declaró Emmanuel.
—Me parece bien que den esta lucha. A mí lo del hijo me parece tan
poco creíble— dijo el caballero.
—Lo lamentable es que es verdadero— manifestó Emmanuel,
dejándolo atónito.
—¿Por qué lo dice?
—Tenemos pruebas de que existió un hijo de don Clemente Krauss con
una dama que conoció en Europa. Tenemos testimonio escrito, que está
plasmado en cartas que tenemos en nuestro poder.
—No puedo creer lo que dicen— señaló el anciano quedando sin
palabras.
—Lo que no nos parece posible es que sea Herman Elizondo. Al parecer
han montado un caso falso.
—¿Por qué lo creen?
—Tenemos una carta— dijo Dominique buscándola en su cartera para
pasársela al abogado— que dice que el niño nació el 17 de septiembre de
1987— agregó ella, mirando a Emmanuel que reaccionó con sorpresa—
¿qué pasa? — añadió mirándolo fijamente.
—Esa es la fecha en que nací. ¡Qué casualidad!
—Bastante casualidad— dijo el señor Montealegre, mirando la carta.
—Además, conociendo a don Clemente y si esta mujer fuera la madre,
este supuesto hijo no tiene ningún rasgo que se asemeje a ninguno de ellos
— señaló la chica mostrando la fotografía que llevaba con ella.
—Es una mujer bella, pero puede no ser la madre del niño— dijo el
hombre, devolviendo la foto a Dominique que se la entregó a Emmanuel,
que aún no la había visto.
—¿De dónde sacaste esta foto? — preguntó confundido.
—Estaba en unos papeles de la fundación de tu tío. Yo asumí que era la
señora Brun. ¿La conoces?
—Es mi madre— declaró aún más confundido.
—Se llama Clara— afirmó Dominique que ahora sabía su nombre.
—Clara Siebert, ¿Cómo lo sabes?
—¿Estuviste enfermo cuando naciste? — preguntó con ansiedad.
—Creo que sí, era común en esos años, algún virus respiratorio.
—Entonces, tú podrías ser el hijo de don Clemente— afirmó con
seguridad.
—Cómo va a ser el hijo, si Emmanuel es hijo de Alan Krauss— dijo el
caballero sin entender de qué hablaban.
—¿Tu padre era mayor que tu madre?
—Sí, unos quince años, probablemente.
—Tienes que hablar con tu madre. Salgamos de dudas— pidió ella con
más ansiedad aún.
—Déjenme entender, Dominique. ¿Cree que el hijo de Clemente y esta
señora es Emmanuel? ¿Cómo puede ser eso?
—No digo que lo sea, pero podría serlo. Emmanuel, tal vez no fuiste
adoptado — dijo ella tomando su mano con cariño— Mi amor, todo
concuerda: la fecha de nacimiento, tu madre podría ser la mujer que
buscamos, estuviste enfermo, tienes la misma mirada diáfana y profunda de
mi padrino.
—Me cuesta creerlo— respondió por fin, luego de largo rato sin hablar
— Cómo pudo ser eso, por qué ocultarlo.
—Tal vez, al estar tu padre enfermo no podía revelarlo.
—Muchachos, si existe la posibilidad de que el hijo de Clemente sea
Emmanuel hay que conseguir las pruebas.
—Pero es descabellado— insistía el muchacho— por qué mentir—
agregó afectado.

Dominique no le soltó la mano en ningún momento. Veía como el


muchacho se sumergía en un mar de dudas. Veía dolor en su mirada, el
engaño lo afectaba profundamente. Si lo que estaban pensando era real, la
revelación era muy fuerte para él. Podía ser posible que las cosas hubieran
sucedido como Dominique pensaba. También podía no serlo.

—Creo que es mejor que retomemos esto en otra ocasión. Prefiero ir a


casa— señaló finalmente, contrariado.
—Tienes razón— dijo Dominique tomándolo de la mano y llevándolo
fuera del despacho— Horacio, vamos a aclarar todo esto. Por favor, no
repita nada de lo que hemos hablado. Es sólo una idea y tenemos que
aclarar muchas cosas aún.
—Con respecto al tema de Elizondo, debemos dejar seguir las
diligencias legales, en cuanto sepa algo se los comunicaré.
—Gracias Horacio. Espero que sea discreto— pidió Emmanuel pálido.
—Por supuesto, hijo. Nadie sabrá lo que hemos hablado.

Dominique lo llevó abrazado y atravesaron el hall del bufete. Bajaron al


estacionamiento y Emmanuel condujo en silencio por las calles de la
ciudad, hasta llegar a la casona. Se bajaron del vehículo callados. Entraron a
la casa y antes de subir al cuarto de Dominique en donde ella quería
contenerlo y hablar, pasaron por el despacho en donde había guardado el
retrato que estuvo colgado en la pared de la sala, hasta que ella lo quitó
antes de instalarse en la casa. Lo tomó en sus manos y buscó la firma del
pintor. Estaba firmado por Alan K.

Emmanuel estaba cada vez más confundido. No entendía de qué se


trataba todo. Había una posibilidad de que él fuera hijo de don Clemente y
sin embargo nunca lo había sospechado siquiera. Su tío fue muy generoso
con él. Le pagó la carrera en la Universidad de California, lo ayudó a
comenzar con el negocio. Cuando era pequeño a veces los visitaba en
Alemania, aunque él solo lo visito en el país ese verano en que conoció a
Dominique. ¿Sería posible que lo que pensaba la muchacha fuera real?

Ella quería contenerlo, lo veía afectado. Se sentía engañado y ella quería


hacerlo sentir mejor, pero no sabía cómo.

—Mi amor, ven acá— dijo dejando su bolso sobre una silla y
abrazándolo.
—Me siento horrible— declaró él abrazándola más fuerte— Me siento
confundido. Puede ser que estemos equivocados.
—Obvio, es sólo una posibilidad. Creo que la única manera de saber la
verdad y salir de todas las dudas que hay en tu cabeza es hablar con tu
madre.
—Estoy mareado— dijo sentándose en la cama.
—Lo siento, no debí decir lo que pensaba de esa forma. Tal vez son
solamente estupideces que tengo en la cabeza.
—Pero tiene todo el sentido. La fecha de nacimiento es demasiada
coincidencia y es verdad que, para ser adoptado, tengo rasgos muy
marcados de los Krauss. Mi padre tenía los mismos ojos que tío Clemente.
—¿Estás triste?
—Me siento engañado, si es que es cierto lo que pensamos.
—Mañana debes llamar a tu madre y hablarlo— propuso ella para
calmar su ansiedad.
—Pero esto no puede ser por teléfono.
—No puedes viajar a verla— señaló ella, recordándole los términos del
legado.
—¿Si le pido que venga?
—Es una opción, ¿Crees que lo haga?
—Tiene que hacerlo, si se lo pido. Además, quiero que te conozca.
—Me encantará conocerla— dijo ella besándolo en la mejilla—
¿Quieres que te haga cariño?
—Quiero hacerte el amor ahora— dijo muy serio— esta noche quiero
sentir que me amas.
—Entonces estás en el sitio correcto— declaró ella comenzando a
desabotonar su camisa— Te voy a amar demasiado.
CAPITULO XXXVI
Pasaron ocho días y Emmanuel consiguió que su madre viajara para
conocer a Dominique y para que lo acompañara unas semanas. Hacía
mucho tiempo que estaban lejos y aunque su relación no era muy cercana,
sabía que su madre lo amaba y no le costó tanto lograr que se decidiera a
recorrer todos los kilómetros que los separaban.

Una mañana de principios de agosto, la señora Clara Siebert llegaba al


aeropuerto. Su hijo la esperaba con ansiedad, ya que la extrañaba realmente,
aunque tenía que reconocer que estaba expectante a lo que ella pudiera
decirle. Le dio un fuerte abrazo cuando se reunieron en el terminal
internacional, había viajado demasiadas horas y su cansancio era evidente.
Era una mujer muy atractiva, debía tener un poco más de sesenta años, pero
su piel denotaba muchos cuidados, aunque no estaba maquillada. Vestía un
pantalón cómodo y una chaqueta de mezclilla con adornos de cuero.

—Querido, estás muy guapo— declaró besando a su hijo con mucho


cariño.
—Madre, estás cada día más joven y estupenda— la piropeó él, que
siempre acostumbraba tratarla así.
—Gracias, mi amor— dijo, entregándole la enorme maleta que traía,
mientras ella llevaba un bolso al hombro— ¿Y tu esposa?
—Ella está en su oficina, pero la vas a conocer más tarde. Ahora vamos
a casa para que descanses.
—Tengo hambre, querido, ¿me puedes conseguir un café y algún
bocadillo?
—Claro, espérame un segundo y vengo.

La dejó junto a un kiosko de turismo y fue a la cafetería que estaba en el


segundo piso del terminal. Regresó en seguida con una café negro y una
rosca de canela. Su madre cuidaba la línea, pero en ese momento no
encontró nada más adecuado para que comiera.
Volvió a coger la maleta y ella lo tomó del brazo, para caminar por entre
la multitud, que se aglutinaba cada cierto trecho, cerca de los counter.
Salieron hacia la calle y la guió hacia el estacionamiento en donde había
dejado su auto. La señora miraba asombrada el edificio del aeropuerto y las
torres de los hoteles que lo rodeaban. Emmanuel tomó el camino que lo
llevaba fuera del Aeropuerto y enfiló por la carretera para llevarla a casa.

—Hacía muchos años que no visitabas el país— afirmó su hijo al ver


como admiraba el paisaje y la calidad de la autopista.
—De verdad que está muy cambiado. Creo que la última vez que vine
fue a visitar a una amiga, pero fue hace más de diez años. Ha cambiado
bastante, aunque el clima está igual agradable.
—Ya casi estamos en primavera. Te va a encantar la casona en donde
vivimos. Tiene un jardín muy hermoso y la comida de Camelia es
maravillosa.
—Creo que la conozco.
—Seguramente, trabajaba en la casa de mi tío y ahora se mudó con
nosotros.
—Te vi en una revista que me mostró la nieta de Gricelda. Apareces con
una mujer rubia muy hermosa.
—Debe ser la premiación de la Cámara empresarial. Ella es Dominique.
—¿Cómo ha resultado todo eso del matrimonio?
—Fantástico, es lo mejor que me ha pasado— reconoció, pensando en
la noche que había pasado con su mujer.
—Se te nota feliz.
—Estoy feliz, madre— señaló sonriendo.

Llegaron una hora después a la casa, en donde Camelia los esperaba en


la puerta, junto con el señor Vidal, que se había puesto su mejor terno para
conocer a la madre de su jefe. Cuando bajó del auto, quedó admirada de los
bellos rosales que adornaban el jardín y la piscina la encandiló.

—Que hermoso este lugar— dijo sacando su bolso del auto y esperando
a su hijo, que sacaba la maleta desde el vehículo.
—Te voy a llevar en seguida al cuarto de huéspedes, espero que te
guste. Dominique se preocupó de decorarlo para que te sientas cómoda.
—Señora, que gusto que haya llegado— saludó Camelia, tomando la
maleta que traía Emmanuel y llevándola hacia el interior, pero Federico se
la quitó de las manos para llevarla al cuarto que le habían preparado.
—Que amable, Usted es Camelia. ¿cierto?
—Para servirle, señora. ¿Desea tomar un té, algo para comer?
—Me tomé un café en el camino. Ahora quisiera descansar.
—Madre, anda a recostarte un rato. Si deseas nos reuniremos para
almorzar.
—Preparé un budín de verduras y ensaladas. Algo liviano para que se
reponga del viaje— dijo Camelia— la señora Dominique me pidió que para
la cena hiciera algo más contundente.
—Excelente, gracias Camelia. Voy a dormir un buen rato. Me despiertas
para almorzar, querido— dijo mirando a su hijo.

Emmanuel estuvo en todo momento pendiente de las reacciones de su


madre, pero no vio en ella ninguna incomodidad ni atisbo de que aquella
casa le trajera recuerdos. Se sentía incómodo, no sabía cómo iba a abordarla
para que aclarara sus dudas. Dominique le pidió que no se acelerara, que
dejara que las cosas se resolvieran a su debido tiempo. Tenía que
aprovechar a su madre, que no estaba con él hacía demasiados meses.

La señora durmió un par de horas y se levantó al mediodía, cerca de la


hora del almuerzo. Se dio una ducha y se cambió. El tiempo era agradable y
se vistió con un pantalón blanco y un chaleco de hilo azul. Apareció en el
comedor, cuando Federico y Emmanuel tomaban un aperitivo. No quiso
acompañarlos, prefirió salir al jardín a mirar los rosales y a sentir el aroma
de lavandas que se percibía a un costado de la casa. Estuvo paseando un
buen rato, hasta que su hijo la fue a buscar para pasar al comedor.

La ensalada de espinacas y fondos de alcachofa que hizo Camelia fue de


todo su agrado y aprovechó de tomar una crema de zapallo, que la cocinera
preparó especialmente, mientras ella dormía.

—Pero en esta casa se come al nivel de un restaurant— dijo saboreando


los restos de la sopa que quedaban en el fondo del tazón.
—Camelia tiene una mano excelente. Los pescados que prepara son una
delicia— declaró el señor Vidal, que los acompañaba en la mesa.
—Es muy bella esta casa. No recordaba haberla visitado nunca—
exclamó admirando la decoración— Tu tío era un gran coleccionista de
arte.
—Dominique estudió arte en Madrid. Ella ha ido modificando la
decoración de la casa y le ha dado un toque más moderno. Cuando llegamos
esto estaba lleno de reliquias.
—Seguramente estuvo mucho tiempo deshabitada.
—Así parece. Mi tío habitaba la casa de la cordillera. ¿Esa la conociste?
—Creo que estuve en ella alguna vez, pero debió ser hace más de treinta
años— dijo, haciendo que Emmanuel pensara que en esos tiempos fue
cuando nació ese hijo.
—Ahora está cerrada. Tenemos ganas de vivir en ella en el futuro, pero
ahora las cosas se han complicado.
—¿Con tu esposa?
—No, con Dominique estamos en plena luna de miel— dijo haciendo
que Federico lo mirara asombrado. Aún no habían revelado la cercanía que
tenían. El caballero estaba confundido— Me refiero a la herencia. Se han
presentado problemas.
—¿De qué tipo? — preguntó la señora intrigada.
—Apareció una persona que dice ser hijo de mi tío— lanzó sin
preámbulos, provocando que ella volteara a verlo y se quedara mirándolo
fijamente.
—¿Un hijo?
—Exactamente. Puede ser un impostor, alguien que está queriendo
aprovecharse de la situación. La tía Venecia está abogando por su causa.
—¿Qué significa eso?
—Que la herencia está en peligro. Puede ser que nos quedemos sin
nada, si ese supuesto hijo puede probar que lo que dice es cierto.
—No puede ser cierto— afirmó ella tajante.
—¿Tú crees que es imposible que exista un hijo?
—No diría que imposible, pero Clemente…tu tío Clemente nunca dijo
que tuviera un hijo. Nadie supo nunca algo así.

Cuando terminaron de almorzar, Emmanuel volvió a la oficina y su


madre se recluyó nuevamente en el cuarto de huéspedes para seguir
descansando. A las siete de la tarde, el joven ya había regresado con ella y
se aprestaban a cenar. En ese momento apareció Dominique bajando de un
taxi. La muchacha vestía elegantemente, pero con sencillez; un pantalón
azul de tipo pescador y un top blanco con cuello halter era su atuendo.
Entró en la casa y al ver a su esposo se acercó a él y le dio un largo beso en
los labios. Luego se percató de que la madre los miraba satisfecha de ver
que ella lo trataba con tanto cariño.

—Señora Clara, no sabía que estaba ahí. Lo siento— dijo sintiéndose


incómoda por haberlo besado tan efusivamente.
—Está bien, no te preocupes. Me encanta ver a mi hijo tan bien tratado
— sonrió, provocando que la muchacha se sonrojara.
—Cómo se ha sentido en la casa. ¿Le gustó el cuarto que le
preparamos?
—Está todo perfecto. La cama es perfecta, creo que voy a dormir de
corrido hasta mañana, en cuanto ponga la cabeza en la almohada otra vez.
—Cenemos de una vez y así puede descansar— dijo Dominique
entrando con ellos, pero pasando hacia la cocina, en donde Camelia
terminaba de preparar una entrada de mariscos que habían planeado para el
menú.
CAPITULO XXXVII
Pasaron algunos días y Emmanuel no lograba encontrar el momento
preciso para conversar con su madre. Aquella tarde de domingo, cuando la
casa estaba solitaria, pues Dominique se quedó toda la tarde con Julieta para
dejarlos hacerse confidencias, el hijo golpeó en la puerta del cuarto de
huéspedes y espero que su madre respondiera para entrar.

Ella al verlo asomar su cabeza tras la puerta sonrió y le pidió que la


acompañara. Él se sentó junto a ella en la cama y escuchó lo que su madre
le relataba.

—Ayer llamé a una amiga y quedamos de juntarnos en un Centro


Comercial que está cerca de aquí. Ella dice que es imposible que me pierda
— dijo tomando la mano de su hijo que la tenía apoyada sobre la cama—
Hace años que no nos vemos, sólo nos comunicamos por internet. Será tan
raro vernos en persona— agregó sonriendo, pero cambió el gesto al ver que
el joven estaba muy serio— ¿Qué pasa?
—Necesito que hablemos— señaló más serio aún— Necesito
preguntarte algo y espero que puedas responderme con sinceridad.
—Me preocupas, hijo. ¿Pasa algo?
—¿Qué sabes del hijo que tío Clemente tuvo hace treinta años? — dijo
dejándola pasmada y sin habla— ¿Tú sabes quién es?
—Alguien inventó eso y tú has comenzado a creerlo— afirmó, tratando
de hacer que dudara.
—¿Conoces esta carta? — dijo sacando un sobre que había encontrado
en la caja en que Dominique las guardaba— Me parecía conocer la letra.
Ahora estoy seguro que la escribiste tú.
—¿De dónde sacaste esa carta? — señaló tomándola en sus manos—
pensé que…
—¿Que mi tío no las había conservado? — dijo terminando la frase—
Estaba en la biblioteca, las encontramos mientras Federico catalogaba los
libros, para la fundación Agatha Brun. ¿Te suena ese nombre?
La señora estaba cada vez más descompuesta. Miraba la carta
desconcertada. La abrió y leyó el contenido de la esquela que había en el
interior. Definitivamente era su letra. No recordaba que existían esas cartas,
siempre creyó que Clemente las había destruido. Permaneció en silencio, no
dijo ni media palabra.

—Esta carta la escribí hace muchos años, pero…


—Esta otra carta— dijo mostrándole la carta que el doctor Bachmann le
entregó— es del tío para la madre de su hijo. Dice que el niño nació el 17
de septiembre de 1987. El mismo día que yo.
—Hijo, yo siempre te he amado como a un hijo.
—¿Por qué me hiciste creer que era adoptado? Tú eres mi verdadera
madre— afirmó, sin dejar que ella lo confirmara. Estaba claro para él.
—No podrías comprenderlo— dijo la señora con los ojos llorosos— A
veces uno no sabe cómo resolver las cosas. Yo no supe cómo hacerlo.
—Toda la vida he pensado que mis padres me abandonaron. Te he
amado como una madre, aunque sabía que no lo eras. ¿Cómo pudiste
engañarme así? — declaró dolido, con los ojos llorosos también.
—Déjame explicarte.
—Necesito que te expliques— exclamó enojado— Necesito saber por
qué viví toda mi vida en un engaño.

La señora guardó la carta en el sobre y la dejó sobre la cama. Se puso de


pie y recorrió el cuarto, hasta llegar a la ventana, en donde se podía ver
hacia el poniente que el Sol se estaba ocultando y la noche llegaba. El cielo
tenía tonos rojizos y anaranjados, mezclados con la oscuridad.

—Conocí a tu padre, me refiero a Alan cuando era muy joven. Él era


mucho mayor que yo, pero necesitaba un hombre que me protegiera y él fue
perfecto, hasta…aquel día en que su pariente apareció en la casa de Paris.
No conocía a Clemente y aunque también era mayor que yo, congeniamos
de una forma tan especial que poco a poco nos fuimos haciendo cercanos.
Tu padre no podía tener hijos y yo ya había aceptado el hecho, pero me
enamoré de Clemente.
—¿Mi padre lo supo?
—Lo supo finalmente y te aceptó como hijo. Cuando él murió tú eras
pequeño aún. Clemente siempre estuvo pendiente de tus necesidades y de
las mías. Nunca me dejó sola, pero el amor, así como llegó se fue para mí.
No logré amarlo como él se merecía, como él me amaba.
—¿Por qué no me dijiste la verdad?
—Parecía que el hecho de ser adoptado nunca fue un tema para ti. Creí
que revelar la verdad sería perjudicial. Fue pasando el tiempo y yo dejé que
las cosas se quedaran así.
—Podría haber estado más cerca de mi verdadero padre, nunca tuve una
relación con él. Siempre fue el tío que me financiaba mis gastos. Ahora lo
veo de otra forma.
—Te amó toda su vida. Cuidó de ti y finalmente te dejó su fortuna.
—Quería su dinero, ahora estoy luchando por no perderlo, pero siento
que me habría gustado también tener un padre.
—Lo siento tanto, querido— dijo abrazándolo, mientras él se dejaba
abrazar— Me equivoqué, no fue su culpa. Fui yo la única responsable—
agregó llorando en su hombro— Comprendo si me odias para siempre.
—No te odio, madre— dijo besando su mejilla con ternura— Ahora que
amo a Dominique puedo entender en parte lo que sucedió entre ustedes,
pero cuando tengamos hijos espero no equivocarme jamás con ellos. Te
equivocaste, madre— afirmó, poniéndose de pie y saliendo del cuarto,
mientras ella lloraba sola en su cama, con las cartas en sus manos.

Cuando Emmanuel salía del cuarto de su madre, se encontró con su


esposa que llegaba a la casa. Ella vio lo desecho que se veía y fue a
abrazarlo. Sus cuerpos se quedaron fundidos un buen rato. Lo comprendió
sin que tuviera que hablar. Lo tomó de la mano y lo llevó al salón, le
preparó un trago y se sentaron en el sofá color marrón. Él bebía en silencio,
ella lo miraba y le acariciaba la pierna.

—¿Cómo puedo ayudarte? — preguntó acariciando su mejilla.


—No me dejes solo— pidió tomando su mano.

Le quitó el vaso de las manos y se puso de pie. Lo guio entonces por la


casa, hasta llegar a su cuarto y se encerraron en él. La cena quedó servida,
nadie comió esa noche en casa, salvo Federico que aprovechó de cenar en la
cocina con la señora Camelia. Ambos se habían hecho muy cercanos y
luego fueron al teatro a ver una obra que estrenaban, en la que actuaba un
amigo del caballero.
Al día siguiente, el desayuno estuvo un poco más animado. Dominique
se levantó temprano, dejó que Emmanuel no se levantara, pues le había
dado algo para dormir y le avisó a Luciano que no iría a la oficina. Ella
tenía reuniones que atender y trataría de volver al mediodía. La señora
Casanova la dejaba organizarse y ella siempre cumplía, por lo que no había
problemas. Luego del lanzamiento del libro de Dalila, que fue un éxito
absoluto, había ganado muchos méritos frente a su jefa y Carolina, su
asistente, era una muchacha muy capaz.

Dejó encargado a Camelia que estuviera pendiente de Emmanuel y la


señora le preparó un buen desayuno cuando se levantó cerca de las once de
la mañana. Clara se levantó temprano y fue a reunirse con su amiga. No
regresó en todo el día. Cuando Dominique pudo salir de sus labores y llegó
a la casa, la señora no estaba. Ella almorzó con su esposo, que estaba de
mejor ánimo. Luego de comer, se puso a trabajar con Luciano por vía
remota y se encerró en el despacho a trabajar. Eso lo iba a distraer, por lo
que la chica lo dejó solo y se fue a su cuarto a leer un manuscrito nuevo que
tenía que evaluar.

A las seis de la tarde, doña Clara apareció en la casa. Dominique bajaba


en ese momento y la encontró en el recibidor. La señora se notaba
demacrada, probablemente se había desahogado con su amiga y estaba más
repuesta por lo sucedido el día anterior. No debió ser fácil el trance de
enfrentar al hijo, cuando había tantas mentiras entre ellos.

—¿Cómo está, Clara?


—Bien, Dominique, gracias— dijo enseguida, pero luego rectificó—
No tan bien la verdad.
—¿Quiere que conversemos?
—¿De él?
—Sí, obvio. Quisiera ayudarlo— dijo invitándola a una pequeña sala
que estaba vacía.

Las dos mujeres se sentaron en un sillón de brocato color beige.


Dominique trató de hacerla sentir cómoda. Le tomó la mano y se quedaron
en silencio un instante.
—Cuando sucedió esto de la herencia, mi hijo me llamó para contarme
que tenía que casarse— dijo sonriendo— No le preocupaba mucho tener
que amarrar su vida a cualquier mujer, le preocupaba que tú lo odiabas.
—Es que lo odiaba— reconoció la chica riendo— Él se portó muy mal
conmigo cuando éramos muy jóvenes.
—Nunca me contó nada.
—Para él no fue importante, pero a mí me hizo sentir muy humillada—
señaló— el tiempo hace que uno cambie sus puntos de vista— agregó
dándole apoyo— él ahora está dolido, pero con el tiempo se va a sanar de
ese dolor. Yo lo voy a ayudar.
—Te agradezco que lo ames. Yo también lo amo.
—¿Por qué Agatha Brun o Saint Vincent? ¿Me quiere contar?
—Ya no me acordaba de todo eso— reconoció la dama— fue hace tanto
tiempo.
—¿Y cómo fue?
—Mi esposo, el padre de Emmanuel, era un hombre mayor, muy
conservador, muy anticuado— dijo con decepción— jamás habría permitido
que yo fuera poetisa, como lo fui. Escribía con esos seudónimos en algunas
revistas parisinas. Algunas amigas lo sabían y Clemente cuando se enteró
fue muy generoso. Me apoyó, me ayudó a publicar un poemario, que no era
muy malo— dijo quitándole mérito a su talento.
—Yo soy editora. Me gustaría leerlo alguna vez.
—Debe haber algún ejemplar en algún sitio. Publicamos algunos
volúmenes aquí también.
—Tengo que hacerme de uno. Voy a conseguirlo.
—No esperes mucho, yo era muy romántica.
—¿Y qué pasó?
—Cuando Alan ya no estuvo, Emmanuel era pequeño, Yo tuve que
trabajar en algo, para subsistir y me dedique a enseñar, a pesar de que
Clemente quería mantenernos, pero yo nunca acepté. Lo que quiso darle a
su hijo fue bienvenido, pero yo no podía aceptar que cubriera mis gastos;
cuando el amor se acabó yo sentí que no era justo para él. Y perdí mucho
del romanticismo, me volví más realista.
—Don Clemente siempre la quiso— afirmó Dominique.
—Yo siento tanto no haberlo podido amar como él se merecía.
Clemente era muy noble, un gran hombre. Lo admiro aún, por todo lo que
hizo, por querer siempre a su hijo, a pesar de que nunca permití que
revelara el secreto y él lo respeto.
—La señora Venecia insiste en que hay un hijo de mi padrino, que es el
heredero.
—Ella nunca supo nada, pero pudo oír a alguien mal intencionado.
Claramente ella no supo nunca de nuestra historia.
—Parece que nadie lo supo— señaló Dominique, recordando que todos
quienes los rodeaban y conocieron al caballero estaban en la ignorancia.
—Adelaida lo supo, una gran amiga.
—La esposa del doctor Bachmann— declaró Dominique,
sorprendiéndola— Hemos averiguado muchas cosas, por eso llegamos a
sacar conclusiones; y acertamos.
—Fue mejor que lo descubrieran. Era tiempo de la revelación y yo
nunca me habría atrevido. Pensé, erróneamente, que mi hijo no necesitaba
saber la verdad.
—Ahora la sabe y está dolido, pero lo vamos a superar. Lo importante
es que no se alejen por esta causa. Se nota que se aman— dijo la muchacha
tomando su mano y luego abrazándola al ver que la señora estaba muy
triste.
—Eres una gran mujer. Mi hijo no te eligió, pero Clemente sabía lo que
hacía. Tú eres la mejor mujer para él.
—Gracias, me costó aceptarlo, pero finalmente debo reconocer, que
siempre lo he amado.

Esa noche, luego de la cena que todos compartieron, Dominique le pidió


a Federico que la acompañara al despacho, para dejar a madre e hijo solos
en el comedor. A medida que fue cayendo la noche, las confidencias, las
disculpas y las lágrimas, dieron paso al cariño y al perdón. Emmanuel se
reconcilió con su madre y llegó a su cuarto, en donde Dominique lo
esperaba. Se veía en su mirada que estaba bastante en paz.

—Es extraño pensar que eres adoptado y finalmente descubrir que tu


madre biológica siempre estuvo contigo y que la amas por sobre todas las
cosas.
—Ya la perdonaste—afirmó ella mirándola con ternura.
—No creo que haya que perdonar. Sólo siento que ellos no me hayan
criado, me hizo falta un padre. Una familia, estuve muy solo.
—Pero siempre tuviste a tu madre y ahora me tienes a mí.
—Dime que nunca me vas a dejar— pidió abrazándola.
—Estamos casados, no puedo. No me vas a dar el divorcio, aunque te lo
pida.
—Pero es de mentira. No siento que estemos casados.
—Casémonos de verdad, entonces— propuso ella— con el traje blanco
y muchos invitados.
—¿Te gustaría?
—Claro. Me encantaría entrar del brazo de mi padre, en la Iglesia y que
tú estés esperándome en el altar.
—Estás bromeando— dijo mirándola confundido— ¿o es en serio?
—En serio— declaró ella
—Si eso quieres, podríamos hacerlo en el verano.
—Prefiero que sea antes de que se me note— dijo, dejándolo más
confundido que antes.
—¿Qué se note qué?
—La barriga.
—No quiero equivocarme, ¿De qué hablas?
—De mi embarazo— dijo besándolo suavemente— ¿No te alegra? —
agregó pensando que tal vez fue un mal momento para decírselo.
—Claro que me alegra— dijo reaccionando por fin de su aturdimiento
— Claro que sí— agregó besándola y abrazándola con fuerzas.
CAPITULO XXXVIII
Con la ayuda de la señora Casanova, Dominique se consiguió en una
biblioteca pública un ejemplar de “Poemario del Sur”, el libro que Agatha
Brun escribió a fines de los ochenta. La muchacha lo leyó y encontró que
era buen material, tal vez anticuado para nuestros días, pero de gran calidad.
Conversó con Clara y le propuso que si tenía más material se lo hiciera
llegar; le interesaba poder revisarlo. La señora tenía algunos textos en un
pendrive y se los compartió. Dominique quedó encantada con varios
poemas que hablaban del buen amor, pero sobretodo de poemas
contemporáneos que hablaban de mujeres poderosas, resilientes, en
continua lucha por ganarse un lugar. Le propuso editarlos y ella luego de
muchos ruegos y a solicitud de su hijo que la convenció, aceptó publicarlos,
pero con el seudónimo de antaño.

Mientras todo se desencadenaba con facilidad para ellos, la disputa por


el legado seguía. El señor Elizondo seguía luchando por impugnar el
testamento, sin embargo, no eran suficientes las pruebas que entregaron.
Emmanuel ya sabía que ese hombre no era hijo de Clemente Krauss, pues
sólo había tenido un hijo. Estaban seguros de que el tipo era un impostor
jugando a favor de los intereses de doña Venecia, pero no deseaban revelar
la verdad. Ese secreto que estuvo tantos años oculto, sólo les importaba a
ellos.

Emmanuel invitó a su madre a cenar al Hotel Quijote, para darle una


sorpresa. Se encontraban en el restaurant celebrando la noticia del futuro
nieto, cuando notaron que alguien se acercaba a su mesa. Dominique fue la
primera en ver al recién llegado que a paso firme se dirigía directamente
hacia ellos.

—¿Qué pasó? — preguntó Emmanuel al ver su cara.


—Tenemos mala compañía— dijo sonriendo al hombre que se ubicó a
un costado de su mesa.
—Señora Krauss, está muy bella, como siempre.
—Gracias, señor Elizondo— dijo mirando a Emmanuel que aborrecía
que la tratara así— Le presento a la señora Clara, la madre de mi esposo.
—Encantado señora— señaló haciendo una venia— Herman Elizondo,
para servirle.
—Ah, usted es el hijo— exclamó la señora alargándole la mano para
saludarlo.
—Eso dicen— declaró el hombre con arrogancia.
—¿Y cómo van sus trámites? No hemos sabido nada.
—Estamos pensando en otras acciones, luego de no lograr que el
tribunal aceptara mis antecedentes. Tal vez deberemos profanar el recuerdo
de mi padre.
—Sería lamentable— manifestó Dominique bebiendo de su vaso de
jugo— Pero si no hay otra opción, debería hacerlo. Así quedamos todos
tranquilos.
—Lo más justo es que la herencia quede en las manos correctas— dijo
Emmanuel, desafiándolo con la mirada.
—No creo que sea necesario que tengamos que llegar a eso. Insisto en
que podemos lograr un acuerdo.
—No es el lugar para hablar de eso. Solamente que le quede claro, que
no vamos a negociar. Si usted tiene pruebas preséntelas, si necesita pruebas
biológicas solicite al tribunal que lo autorice. Nosotros esperaremos los
resultados— dijo Emmanuel tajante— Y ahora le agradecemos que nos
permita continuar con nuestra cena. Mi madre está de visita y estamos
disfrutando de esta bella noche.
—Claro que sí. Sólo quise presentar mis respetos a las señoras—
declaró haciendo otra venia— Que tengan una linda velada— agregó dando
media vuelta y alejándose de ellos para ubicarse en otro de los comedores
con algunas personas que lo acompañaban.
—¿Tú crees que mantenga su postura?
—Si hace algún test, sólo va a conseguir demostrar que no hay vínculo
sanguíneo.
—Hijo, creo que debes ser más agresivo con tu defensa. Tu abogado
debería hacer diligencias para rechazar las solicitudes y terminar pronto con
todo esto. Tal vez deberías revelar la verdad.
—No, madre. No es necesario. No voy a exponerte al juicio de la gente.
—Clara, ese Herman es un impostor, él lo sabe. Va a jugar sus cartas
hasta que no pueda tenerlas cubiertas por más tiempo. Creo que tu madre
tiene razón en lo del abogado— agregó hablando a su esposo— Dile a
Molina que haga una contrademanda, Julieta me lo recomendó el otro día.
—Es cierto. Hemos sido muy pasivos. Vamos a atacar nosotros ahora—
decidió el joven, tomando su aperitivo y brindando por sus dos mujeres.
CAPITULO XXXIX
La fundación tomó forma rápidamente. La señora Clara se entusiasmó
con la idea y se hizo cargo de los últimos preparativos para formalizarla.
Demoró un mes en legalizarse y ya estaba a punto de comenzar a funcionar
activamente. Como ya llegaba el fin del año de proceso de la herencia y don
Federico tendría tiempo, le ofrecieron que se hiciera cargo de la dirección
del recinto y la señora Clara decidió quedarse más tiempo para colaborar en
los primeros meses.

Esa tarde, varias muchachas se reunían en el patio de una gran casona


colonial que habían adquirido en los alrededores del centro de la ciudad,
que funcionaría como casa matriz de la Fundación Agatha Brun. El señor
Vidal, muy bien vestido y acompañado de Camelia que había organizado el
coctel, recibía a los invitados, entre los que se contaban amigos, familiares
y alguna prensa. La señora Casanova llegó acompañada de un francés que
según Santi, que ahora tenía otro trabajo extra con las comunicaciones del
centro de becas, era su novio oculto, al que por fin había mostrado a la luz.
Julieta llegó corriendo, pensando que venía atrasada, pero se encontró con
todo a medio camino aún.

—Amiga, ¿Qué te pasó?


—Había un corte de tránsito en Valle Hermoso y nos desviaron.
—¿Y Luciano, no viene?
—Sí, viene en un rato. Se tenía que juntar con alguien, pero después
llega— dijo jadeando.
—Tómate un trago, estás ahogada.
—Venía corriendo— señaló tomando una copa de champaña de una
bandeja—¿Cómo te has sentido?
—Bien, un poco de mareos y asco. Nada tan terrible, dice mi mamá que
a ella le pasaba lo mismo, así que ha pronosticado que es una niña— dijo
riendo.
—Las madres no se equivocan. Voy a regalarte ropa rosada entonces—
dijo bromeando.
La ceremonia se llevó a cabo, sin problemas. Finalmente, Luciano
apareció, con su habitual personalidad relajada y al finalizar los discursos
los llamó a un lado. Traía novedades que quería compartir. Emmanuel, su
madre y Dominique lo siguieron.

—Me reuní con mi amigo, el que tiene contactos en la policía—


comenzó diciendo mientras se encerraban en uno de las oficinas del centro.
—¿Qué averiguaste?
—El famoso Elizondo es un estafador. Es más, la señora Venecia
terminó estafada también.
—¿Cómo?
—Este tipo, de alguna forma se enteró de la herencia y tramó toda esta
historia del hijo. Contactó a tu tía y estaba tan ávida de quitarte el legado
que le creyó todo. La policía lo buscaba en Argentina y ayer lo pillaron en
la frontera. Se estaba escapando a Perú.
—Entonces ya se resolvió lo del hijo— declaró la señora Clara, con
alivio.
—Te das cuenta madre, ya no hay que hacer nada para demostrar que la
herencia nos pertenece— dijo abrazándola y sintiéndose feliz de que no
hubiera que revelar el episodio que su madre siempre quiso dejar oculto.
—¿Pero por qué dices que estafó a la señora? — dijo Dominique
intrigada.
—Lo invitó a quedarse en su casa y el tipo se robó unas pinturas
valiosísimas. Recién se dio cuenta, cuando la policía le aviso para que las
identificara.
—Por eso este tipo se había desaparecido. Pensábamos que estaba
esperando que quisiéramos hacer un acuerdo.
—Entonces todo está aclarado— recalcó Clara, que respiraba tranquila.
—El próximo mes o el siguiente, deberían tener la herencia en sus
manos— celebró Luciano, que esperaba dinero fresco para el negocio y su
amigo lo iba a aportar.
—Gracias por todo, Luciano. Nos haces sentir en paz— dijo la señora
Clara— No sabes que importante es todo esto para mí.
—Aquí ha ganado la justicia, como dice Julieta— declamó riendo— A
propósito, si no me presentó con ella tendré problemas.
—Anda a buscarla y disfruta la fiesta— dijo su amigo sonriendo y
abrazándolo.
Aquella tarde ya de vuelta en casa, doña Clara se sinceraba con
Dominique.

—Me alegró que todo se resolviera de buena forma.


—Su secreto estará para siempre resguardado— reafirmó la muchacha,
sabiendo lo difícil que era todo para la señora.
—Te agradezco tu apoyo. Mi hijo me ha ido perdonando poco a poco,
gracias a ti.
—Gracias a usted, por quererlo y por criarlo a su lado.
—Ahora va a ser padre y espero que me perdone realmente por haberle
negado al suyo.
—Desde donde esté, don Clemente lo va a guiar. Habría sido un gran
padre, de alguna manera fue un poco padre para mí.
—Lo habría sido. Me arrepiento ahora, de no haberlo descubierto.
CAPITULO XL
Y finalmente con todo resuelto, el legado llegó a las manos correctas.
Emmanuel y Dominique se trasladaron a la casa de la cordillera, en donde
se sentían más a gusto, alejados del mundo. Ella se dedicó a editar a nuevos
escritores y siguió trabajando con la señora Casanova de manera externa,
haciendo labores puntuales. Aquella casa de sus sueños, ya era de su
propiedad, la editorial Dominio había comenzado a funcionar, con Santi
apoyándola y un par de muchachas que estaban comenzando en la industria
editorial y que ella esperaba formar. Aquella tarde en la Hacienda San
Alfonso que ya era de la pareja y en donde Emmanuel estaba instalando una
viña orgánica, Dominique se preparaba en su habitación para salir el jardín,
en donde todos los invitados la esperaban para comenzar la ceremonia.

—Estoy nerviosa, amiga.


—Pero si la que se casa soy yo— dijo Dominique mirándose al espejo y
viendo su reflejo, enfundada en un traje blanco de seda, que se ajustaba a su
cuerpo como un guante, con una bella caída. El escote en v era muy
pronunciado y su pelo lo llevaba ordenado en una trenza que caía sobre su
hombro, adornada con pequeñas flores silvestres.
—Estás muy linda, debe ser el embarazo.
—¿Los anillos? Luciano no los olvido, espero.
—Los tengo yo, no te preocupes. Tú debes estar tranquila, no te vayas a
sentir mal.
—Claro que me siento horrible, tengo ganas de vomitar.
—No se te ocurra, vas a mancharlo todo.
—Estoy bromeando, tonta— dijo abrazando a su amiga que salía, para
dejarla sola. Al abrir la puerta se encontró a don Anselmo que esperaba a su
hija, vestido con un elegante traje azul, elegido por su yerno para tan
solemne ocasión.

Ella tomó a su padre del brazo y ambos caminaron hacia la glorieta en


que se había preparado un pequeño altar. Los invitados se ordenaron en
sillas ubicadas sobre el pasto. Emmanuel de pie junto al cura y con su
amigo como escudero, la esperaba sonriendo. Recorrió con la vista a la
concurrencia y vio a su madre con los ojos llorosos, a Camelia a su lado
igual de llorosa y a Clara, que permaneció con ellos una temporada, que la
miraba sonriente y feliz.

Al llegar al altar, su padre la entregó a su esposo, que la tomó de la


mano y ambos miraron al padre Renato, que oficiaría la ceremonia. El cura
repitió las palabras de rigor para el sagrado rito, los novios escuchaban
atentos cada palabra, Luciano entregó los anillos, cuando se lo pidieron y el
sacerdote los bendijo, haciendo que cada uno de ellos le entregara la alianza
al otro, acompañado de la declaración de amor correspondiente. Luego dijo
las palabras que todos esperaban.

—“Los declaro marido y mujer”.


FIN

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