IGMR Capítulo I
IGMR Capítulo I
17. Por esto, es de suma importancia que la celebración de la Misa, o Cena del
Señor, se ordene de tal modo que los ministros y los fieles, que participan en ella
según su condición, obtengan de ella con más plenitud los frutos,[26] para
conseguir los cuales Cristo nuestro Señor instituyó el sacrificio eucarístico de su
Cuerpo y de su Sangre como memorial de su pasión y resurrección y lo confió a
la Iglesia, su amada Esposa.[27]
21. Así, pues, esta Instrucción se propone dar, tanto los lineamientos generales
con los cuales se ordene idóneamente la celebración de la Eucaristía, como
exponer las normas para la disposición de cada forma de celebración.[32]
Y así, él debe empeñarse en que los presbíteros, los diáconos y los fieles laicos
comprendan siempre más profundamente el genuino sentido de los ritos y de los
textos litúrgicos y, de esta manera, alcancen una activa y fructuosa celebración de
la Eucaristía. Para el mismo fin vigile celosamente que sea cada vez mayor la
dignidad de dichas celebraciones, para lo cual servirá muchísimo que promueva
la belleza del lugar sagrado, de la música y del arte.
26. Sin embargo, por cuanto se refiera a cambios y a adaptaciones más profundas
que tengan que ver con tradiciones y con la índole de pueblos y regiones que,
según el espíritu del artículo 40 de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia,
deban introducirse por utilidad o por necesidad, obsérvese lo que se expone en la
Instrucción “La Liturgia Romana y la inculturación”[36] y más adelante (núms.
395-399).
Capítulo II
I. LA ESTRUCTURA GENERAL DE LA MISA
27. En la Misa, o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y reunido, bajo
la presidencia del sacerdote, quien obra en la persona de Cristo (in persona
Christi) para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico.[37] De
manera que para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la
promesa de Cristo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo
en medio de ellos” (Mt 18, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se
perpetúa el sacrificio de la cruz,[38] Cristo está realmente presente en la misma
asamblea congregada en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra y,
más aún, de manera sustancial y permanente en las especies eucarísticas.[39]
29. Cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su
pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio.
Por eso las lecturas de la Palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia un
elemento de máxima importancia, deben ser escuchadas por todos con
veneración. Aunque la palabra divina en las lecturas de la sagrada Escritura se
dirija a todos los hombres de todos los tiempos y sea inteligible para ellos, sin
embargo, su más plena inteligencia y eficacia se favorece con una explicación
viva, es decir, con la homilía, que viene así a ser parte de la acción litúrgica.[42]
30. Entre las cosas que se asignan al sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria
Eucarística, que es la cumbre de toda la celebración. Vienen en seguida las
oraciones, es decir, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración después
de la Comunión. El sacerdote que preside la asamblea en representación de
Cristo, dirige estas oraciones a Dios en nombre de todo el pueblo santo y de
todos los circunstantes.[43] Con razón, pues, se denominan «oraciones
presidenciales».
32. La naturaleza de las partes “presidenciales” exige que se pronuncien con voz
clara y alta, y que todos las escuchen con atención.[44] Por consiguiente,
mientras el sacerdote las dice, no se tengan cantos ni oraciones y callen el órgano
y otros instrumentos musicales.
35. Las aclamaciones y las respuestas de los fieles a los saludos del sacerdote y a
las oraciones constituyen el grado de participación activa que deben observar los
fieles congregados en cualquier forma de Misa, para que se exprese claramente y
se promueva como acción de toda la comunidad.[47]
36. Otras partes muy útiles para manifestar y favorecer la participación activa de
los fieles, y que se encomiendan a toda la asamblea convocada, son
principalmente el acto penitencial, la profesión de fe, la oración universal y la
Oración del Señor.
38. En los textos que han de pronunciarse en voz alta y clara, sea por el sacerdote
o por el diácono, o por el lector, o por todos, la voz debe responder a la índole del
respectivo texto, según éste sea una lectura, oración, monición, aclamación o
canto; como también a la forma de la celebración y de la solemnidad de la
asamblea. Además, téngase en cuenta la índole de las diversas lenguas y la
naturaleza de los pueblos.
En las rúbricas y en las normas que siguen, los verbos “decir” o “pronunciar”,
deben entenderse, entonces, sea del canto, sea de la lectura en voz alta,
observándose los principios arriba expuestos.
40. Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración
de la Misa, atendiendo a la índole de cada pueblo y a las posibilidades de cada
asamblea litúrgica. Aunque no sea siempre necesario, como por ejemplo en las
Misas fériales, cantar todos los textos que de por sí se destinan a ser cantados,
hay que cuidar absolutamente que no falte el canto de los ministros y del pueblo
en las celebraciones que se llevan a cabo los domingos y fiestas de precepto.
Sin embargo, al determinar las partes que en efecto se van a cantar, prefiéranse
aquellas que son más importantes, y en especial, aquellas en las cuales el pueblo
responde al canto del sacerdote, del diácono o del lector, y aquellas en las que el
sacerdote y el pueblo cantan al unísono.[49]
Como cada día es más frecuente que se reúnan fieles de diversas naciones,
conviene que esos mismos fieles sepan cantar juntos en lengua latina, por lo
menos algunas partes del Ordinario de la Misa, especialmente el símbolo de la fe
y la Oración del Señor, usando las melodías más fáciles.[51]
42. Los gestos y posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono y de los
ministros, como del pueblo, deben tender a que toda la celebración resplandezca
por el noble decoro y por la sencillez, a que se comprenda el significado
verdadero y pleno de cada una se sus diversas partes y a que se favorezca la
participación de todos.[52] Así, pues, se tendrá que prestar atención a aquellas
cosas que se establecen por esta Instrucción general y por la praxis tradicional del
Rito romano, y a aquellas que contribuyan al bien común espiritual del pueblo de
Dios, más que al deseo o a las inclinaciones privadas.
La uniformidad de las posturas, que debe ser observada por todos participantes,
es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados
para la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los
sentimientos de los participantes.
43. Los fieles están de pie desde el principio del canto de entrada, o bien, desde
cuando el sacerdote se dirige al altar, hasta la colecta inclusive; al canto
del Aleluya antes del Evangelio; durante la proclamación del Evangelio; mientras
se hacen la profesión de fe y la oración universal; además desde la
invitación Oren, hermanos, antes de la oración sobre las ofrendas, hasta el final
de la Misa, excepto lo que se dice más abajo.
Por otra parte, estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del
lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan,
durante la consagración. Pero los que no se arrodillen para la consagración, que
hagan inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de
la consagración.
Para conseguir esta uniformidad en los gestos y en las posturas en una misma
celebración, obedezcan los fieles a las moniciones que hagan el diácono o el
ministro laico, o el sacerdote, de acuerdo con lo que se establece en el Misal.
44. Entre los gestos se cuentan también las acciones y las procesiones, con las
que el sacerdote con el diácono y los ministros se acercan al altar; cuando el
diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva al ambón el Evangeliario
o libro de los Evangelios; cuando los fieles llevan los dones y cuando se acercan
a la Comunión. Conviene que tales acciones y procesiones se cumplan
decorosamente, mientras se cantan los correspondientes cantos, según las normas
establecidas para cada caso.
El silencio