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Horizonte Inspirador

Mujeres del Alba


La osada esperanza al despuntar la aurora.

Confederación Latinoamericana y
Caribeña de Religiosas y Religiosos
1
2022-2025
Descripción del Icono

“Y muy temprano, el primer día de la semana, llegaron al


sepulcro, apenas salido el sol” (Mc 16, 2).
En medio de la oscuridad, las mujeres se ponen en camino...
Porque todavía no amanece para nuestros pueblos:
desplazamiento de población y movimientos migratorios,
pobreza que deja sin techo y sin trabajo a tantas familias,
explotación de la tierra (deforestación, incendios, fracking,
contaminación del suelo y el agua), violencia hiriendo de
muerte especialmente a mujeres y niñas/os, tráfico de
personas, de drogas y de armas... sombras de la noche y de
la muerte que siguen al acecho. Sin embargo, cada amanecer
y en cada uno de nuestros pueblos, mujeres y varones se
ponen en camino y a la puerta de cada sepulcro son testigos
de la vida, la luz y la Resurrección.
2 Autora: Cristina Hereñú (Argentina)
Presentación
La Iglesia no es una realidad inmóvil y concluida, es un
proyecto, que al soplo del Espíritu y en apertura a los signos
de los tiempos y lugares, se va transformando para hacerse
más creíble y coherente, más significativo y evangélico. En
este contexto el valor profético de la Vida Religiosa consiste
en despertar al mundo desde la lógica femenina representada
en las Mujeres del Alba.
Al fondo del deseo y el imperativo de una mayor presencia
y participación de la mujer consagrada en la Iglesia, no hay
una ambición de poder o un sentimiento de inferioridad,
tampoco una búsqueda egolatría de reconocimiento; hay
un clamor por vivir en fidelidad el proyecto de Dios, que
quiere que en el pueblo con el cual Él hizo alianza, todos
se reconozcan en condición de hermanos. Se trata de un
derecho a la participación y a la igual corresponsabilidad
en los discernimientos y en la toma de decisiones, pero es
fundamentalmente un anhelo de vivir con conciencia y en
coherencia con la dignidad común que a todas y todos da el
bautismo.
El potencial femenino tiene implícita una riqueza
extraordinaria, la capacidad de trabajar en cooperación y
desde la experiencia de senti-pensar; la flexibilidad para
buscar alternativas allí donde abunda el caos, la empatía
y las habilidades comunicativas para generar relación y
vínculo en lo cotidiano; la disposición solidaria a colaborar,
a tejer redes y generar sinergias; la apertura para buscar
respuestas y novedosos cauces de solución; la resiliencia
para resistir en medio de situaciones difíciles, el gozo para
propiciar la celebración y prolongar la fiesta. Las mujeres y los
varones consagrados estamos llamados en esta hora sinodal
a despertar a ese despliegue de dones y posibilidades que
surgen cuando se rompe la noche, se descorren las piedras
que aprisiona la vida, se permite al Espíritu habitar, contagiar
de paz y revestir de fortaleza y esperanza, de tal manera que
se pueda contribuir a la tan necesaria reforma de la Iglesia.
3
Las Mujeres del Alba, las de la más radical osadía, las que
sostienen la esperanza aferradas a la promesa, las que
caminan rompiendo la noche y en estado de misión le abren
boquetes al Espíritu para que pueda entrar y fecundarlo todo.
La Vida Religiosa del continente se adentra en un nuevo
trienio, acogiendo como icono inspirador de su andadura a las
Mujeres del Alba. Hoy más que nunca estamos convencidos
de que la verdadera reforma viene del encuentro con Jesús,
al eco de su Palabra, en el aprendizaje de sus actitudes y
criterios, en la asimilación de su estilo. Esto lo saben bien las
Mujeres del Alba, esas que supieron transformar su propia
existencia en el encuentro con Jesús, ellas que, movidas por
el amor, se lanzaron a los caminos.
Que contemplar a las Mujeres del Alba, le abra espacio al
Espíritu y anime a la Vida Religiosa del Continente a dar la
vida. Que este Horizonte Inspirador nos sitúe en el lugar de la
osada esperanza.

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Contexto: Ver - Escuchar
REALIDAD SOCIO-POLÍTICA
Estos últimos años la pandemia del Covid 19 en América Latina
y el Caribe ha creado una situación inédita. Las condiciones
de vida de los latinoamericanos y caribeños se han agravado,
causando la muerte de cientos de miles de personas y
acrecentando la desigualdad y la falta de crecimiento
económico de países que, por una parte, toman conciencia de
los numerosos males que les aquejan y, por otra, no cuentan
con los medios materiales, culturales y políticos suficientes
para superarlos. En esta lucha contra el Covid 19 no siempre
brilló la solidaridad, algunos acapararon las vacunas dejando
a otros a merced de la devastación.
Países que en las últimas décadas habían logrado progresos
en varios ámbitos, han vuelto a la extrema pobreza,
permaneciendo en condiciones vulnerables. Ahora no pocas
personas han perdido sus trabajos y han vuelto a la miseria.
Las clases medias también han visto menguados sus anhelos
de prosperar. Para todas/os los habitantes del Continente
el panorama no es alentador. La guerra en Ucrania ha
incrementado la inflación. Los salarios valen menos. Los
ingresos no alcanzan. Se acrecienta el hambre.

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Desde 2019, en varios países se han levantado olas de
agitación socio-política por motivos distintos. Los reclamos
contra la desigualdad han sido el denominador común. Por
todas partes se levantan quejas contra la concentración del
poder económico y político. La democracia es amenazada por
los poderosos y a veces por los mismos políticos. La prensa
en algunos países es censurada. En otros, o en los mismos, la
independencia de los tribunales es ensombrecida.
Se ha puesto en evidencia la fragilidad del planeta. La toma de
conciencia de la gravedad de esta situación no tiene parangón
en la historia humana. Nunca antes el mundo entero tuvo
delante de los ojos la posibilidad de la extinción de la especie
humana, y la de otras numerosas especies, algunas de las
cuales de hecho han dejado de existir. El cambio climático
causa devastadoras sequías e inundaciones en unos y otros
lugares. La Amazonía está en peligro. En ella, etnias que por
siempre han vivido en armonía con la naturaleza son víctimas
de la deforestación provocada por la avidez de gente
inescrupulosa.
La violencia asola la región. El 34% de los asesinatos del
mundo se cometen en América Latina y el Caribe, Continente
en el que vive el 9% de la población. Esta violencia se relaciona
estrechamente con el narcotráfico. Hombres, mujeres,
jóvenes, niñas/os son víctimas del consumo de las drogas.
En muchos de nuestros barrios predominan los traficantes,
abunda la rapiña y las grescas, balazos en las noches y
crímenes. También hay violencia en las familias, abusos
policiales, feminicidios, exclusión y maltrato a personas
LGTBQIA+.
Pero, “¿quién dijo que todo está perdido…?”. En este
mismo contexto desolador hay señales del Reino en las que
reconocemos la fuerza del Espíritu de Cristo Resucitado,
que hace triunfar sobre el fracaso, la injusticia, la muerte y la
desesperanza. ¿Cuáles son estas señales?
Son los migrantes y refugiados que lograron finalmente
traspasar las fronteras, encontrar trabajo en un país

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extranjero y una escuela donde educar a sus hijas/os.
Las/os niños crecen y hacen amistades nuevas. Hermanan
los países y transforman la configuración de la sociedad.
Es una clarísima señal del Reino el personal de la salud,
enfermeras/os, auxiliares de enfermería, médicos que lloran
callados la muerte de sus colegas pero que siguen al pie de
las camas de los enfermos del Covid 19 y tantas dolencias.
Otra estrella en el firmamento son los defensores de la Casa
Común. Son las/os nuevos mártires, asesinados indefensos
por defender el planeta y sus primeras víctimas, los más
pobres. Tres cuartos de los ecologistas víctimas de homicidio
en el mundo son latinoamericanos. Mueren, pero alumbran.
En América Latina y el Caribe crece la conciencia de la
dignidad de la mujer. Las mujeres exigen paridad y la están
consiguiendo en muchos espacios. La conciencia de la
riqueza cultural y espiritual de los pueblos originarios se abre
espacio. Recuperan sus tierras y sus lenguas. Rompen con la
supuesta homogeneidad de países que se tienen por blancos.
Hay también políticos que logran liberarse del lobby, estudian
la realidad del Continente y forjan políticas públicas que
promueven el desarrollo integral de sus países; y partidos
que verdaderamente creen en la democracia y la defienden
a toda costa.
En América Latina y el Caribe hay mucha gente que “entrega
su corazón”. La Vida Religiosa tiene numerosos motivos
para anunciar las bienaventuranzas de Jesús y desplegar con
osadía los procesos transformadores que anticipen el Reino.

REALIDAD ECLESIAL
Nuevo cambio en la Iglesia y en la sociedad. Así como la
pobreza fue durante el postconcilio latinoamericano el gran
signo de los tiempos, hoy podemos decir que es la inequidad.
Este fenómeno afecta las condiciones de vida desde lo
económico, pasando por relaciones de exclusión —sea por
género, raza o cultura— y generando violencia. Muchas
personas se ven forzadas a migrar por guerras, situaciones
precarias de vida o amenazadas por grupos de poder

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—sean del narcotráfico o ideologías políticas. La pandemia
ha desvelado el estado de vulnerabilidad e indefensión de
cientos de millones de personas en nuestro planeta que no
tienen posibilidad de tener posibilidades. Los nuevos pobres.
En esta época la Iglesia tiene el desafío pastoral de acompañar
tanta fragilidad humana y apostar por procesos de
reconstrucción del tejido sociocultural. Al escrutar los signos
de los tiempos nos preguntamos cómo estamos realizando
hoy nuestro caminar juntas/os en medio de tantos pueblos y
culturas. Dos imágenes de Iglesia pueden ayudarnos. Por una
parte, una Iglesia en salida misionera (EG 20) al encuentro
con las/los excluidos (EG 24), con las puertas abiertas (EG
46) y capaz de transformar “costumbres, estilos, horarios,
lenguaje y toda estructura eclesial” (EG 27). Por otra, una
Iglesia samaritana que se detiene con libertad y sin prejuicios
moralizantes para dejarse evangelizar.
Agotamiento del modelo institucional. Ingresamos al
siglo XXI con procesos de des-institucionalización, des-
eclesiastización y fragmentación. La Iglesia aún no supera
el modelo preconciliar de sociedad perfecta. Hay un
agotamiento del modelo institucional actual que hunde sus
raíces en una cultura clerical que se refleja en el ritualismo,
el funcionalismo y el centralismo de la organización, y que
se traduce en formas de ejercicio de la autoridad que causan
abusos de poder, económicos, de conciencia y sexuales. Hay
quienes pretenden preservar o sólo renovar estructuras
caducas y otros que piden crear nuevas. Todo esto nos
interpela y reclama cambios en el proceder eclesial, para
lo cual es fundamental un proceso de conversión capaz de
revisar las actitudes personales, los modos relacionales y el
modelo institucional subyacente a nuestra manera de ser
Iglesia.
Tiempo de conversión y reformas. La actual fase en la
recepción conciliar a la luz de la eclesiología del Pueblo
de Dios nos llama a vivir la conversión eclesial en “estado
permanente de reforma” (EG 26; UR 4.6). El magisterio
latinoamericano habla de una conversión pastoral (SD 30) que

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afecta a todo y a todas/os en relación con los estilos de vida
(praxis personal y comunitaria), los ejercicios de autoridad y
poder (relaciones de igualdad y de autoridad), y los modelos
eclesiales (estructuras y dinamismos). Todo esto supone que
iniciemos procesos de “reformas espirituales, pastorales e
institucionales” (DA 367), las cuales requieren abandonar
estructuras que ya no favorezcan la transmisión de la fe y
crear otras nuevas que respondan a los signos actuales de
los tiempos.
Una Iglesia sinodal. Esta nueva época eclesial se caracteriza
por un proceso de reforma, reconfiguración y resignificación
de toda la vida eclesial a la luz de la sinodalidad, viendo en
ella una dimensión constitutiva que expresa la forma de
vivir y obrar/operar de la Iglesia Pueblo de Dios. No estamos
ante un principio abstracto. La sinodalidad invita a imaginar
un nuevo modelo institucional. Francisco sostiene que este
es “el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer
milenio”. Sus palabras a la Diócesis de Roma recordaron
que (18-9-2021) “hablamos de una Iglesia sinodal, evitando,
así, que consideremos que sea un título entre otros o un
modo de pensarla previendo alternativas”. Nuestra Iglesia
Continental ha vivido procesos sinodales esperanzadores
pero incipientes, como el Sínodo de la Amazonía, la Asamblea
Eclesial de América Latina y El Caribe y, actualmente, el Sínodo
de la sinodalidad. En todos estos procesos la Vida Religiosa,
y de manera directa la CLAR, ha jugado un rol imprescindible
de primer orden. Crece la conciencia de querer convertirnos
en una Iglesia sinodal, en la que los cambios vengan por el
involucramiento de todas/os, pero especialmente mediante
la escucha a la voz de las mujeres y los pobres, cuyas palabras
son excluidas rompiendo con el llamado a caminar juntas/os.
Hoy se juegan sendos procesos de transformación eclesial a
la luz de un modelo de Iglesia Pueblo de Dios en camino, que
sea participativo y corresponsable, que revise el ejercicio del
poder y la autoridad, y que profundice la práctica del sensus
fidei fidelium. Un modelo eclesial capaz de crear nuevas
formas de proceder basadas en la escucha, el diálogo, el

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discernimiento en común, la toma de consejos y la elaboración
de decisiones en conjunto. Es el gran desafío de la Iglesia del
tercer milenio: construir un nuevo modelo institucional.

REALIDAD DE LA VIDA RELIGIOSA


La Vida Religiosa ha vivido una travesía decisiva en su historia.
Transita el umbral de un tenue hilo que se entrelaza entre lo
Viejo y lo Nuevo; se está gestado, y gime en el dolor de un
parto complicado que le dificulta aventurarse a una nueva
perspectiva, enfrentándose así con un horizonte lejano y
nublado. Parece que la nueva forma de ser y estar que precisa
engendrar es mayor que su capacidad de gestar la novedad,
con el rostro despojado de certezas, y de las seguridades que
paralizan para vislumbrar nuevas perspectivas.
La Vida Religiosa tiene que aventurarse con audacia en busca
de la gestación de lo nuevo, aprender con profundidad a
dar pasos más libres y auténticos. El contexto llama a la
Vida Religiosa a lanzarse por un camino inédito, siendo
conducida por la Divina Sabiduría, que abre posibilidades de
dar a luz un modelo de Vida Religiosa, más misionera y menos
institucionalizada, el cual emerge al margen de nuestra
comprensión. El horizonte es como las brasas que poseen la
presencia del fuego aparentemente apagado, y que precisan
del Soplo del Espíritu para reavivarlo y así encender la vida
que tanto necesitamos y en la que creemos.
Iniciemos el camino del trienio en la perspectiva de la
resurrección. Atrevámonos, como las Mujeres del Alba, a
surcar la noche, a caminar en la esperanza, y confiadamente
de la mano de nuestro Dios.

Dejarse Afectar “Sinodalmente”


La Vida Religiosa que peregrina hoy en América Latina y
el Caribe, ve con profunda preocupación el deterioro de
la democracia, el tejido social y la creciente inestabilidad
política de varios de nuestros países en donde las libertades

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fundamentales están siendo comprometidas. Es inadmisible
que la amenaza a la democracia, el cambio climático y la
falta de acceso equitativo a oportunidades económicas,
sociales y políticas siga afectando desproporcionadamente y
de manera grave la vida de las personas más vulnerables y
excluidas sistemáticamente en cada uno de nuestros países.
Las consagradas y consagrados en misión, movidas/os
por una mística profético-sapiencial e institucionalmente
articuladas/os, buscamos responder a los desafíos de cada
tiempo, tejiendo relaciones humanizadoras e interculturales,
escuchando el grito de los pobres y de la tierra y acogiendo la
fuerza de la Resurrección.
Como Vida Religiosa Latinoamericana y Caribeña, en la aurora
de una Iglesia sinodal, nos disponemos como las Mujeres del
Alba a visibilizar la memoria viva del Resucitado y a dejarnos
afectar por su resplandor en...
• El arte de escuchar. Para aprender a escucharnos
recíprocamente como Iglesia, como comunidad, como
familias carismáticas, en la diversidad de ministerios y
carismas, buscar juntas/os la voluntad de Dios y prestar
oído a las invitaciones que nos hace el Espíritu.
• La mirada contemplativa de la realidad. Para crear
nuevos espacios en los que nos comprometamos al
servicio de los pueblos, e inspiradas/os por la Ruah
Divina desde la hondura de la vida, recrear la centralidad
de nuestro seguimiento de Jesús y un renovado
compromiso místico-profético-comunional con los más
empobrecidos y excluidos.
• El discernimiento. Para acoger la nueva propuesta de
vida que Dios nos hace personal y comunitariamente, en
la urgencia de desaprender las formas anti-evangélicas
de ser Iglesia e intuir los signos de su presencia viva, en
las “albas de cada amanecer” de esta hora histórica.
• La itinerancia existencial y geográfica. Para lanzarnos
por los caminos a la intemperie y disponernos a “arropar

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el misterio de la vida” con el colorido de nuestras flores,
que germinan en las parcelas marginales del Continente.
Para movilizarnos a las fronteras en las que urge el
compromiso fecundo de la Vida religiosa.
• La salida misionera en intercongregacionalidad e
interculturalidad. Para entretejer nuevas redes con las
hebras de la comunión y la diversidad que nos permitan
surcar la noche y emprender con otros el camino de
retorno, a plena luz del día, a nuestra “Galilea original”.

Por todo ello, en este trienio, nos disponemos a:

Velar la aurora de una Iglesia sinodal,


asistiendo el despuntar
de esta nueva hora de la salvación.

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Marco Bíblico:
Juzgar – Discernir - Sentipensar

Icono Bíblico
Las Mujeres del Alba
en Mt 28, 1-10
Pinceladas hermenéuticas
281 Al terminar el sábado, al clarear el primer
día de la semana, María Magdalena y la otra
María fueron a ver el sepulcro. 2 De pronto se
produjo un gran terremoto. Un ángel del Señor
bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la piedra y
se sentó sobre ella. 3 Su aspecto era como el de
un relámpago y su vestidura tan blanca como
la nieve. 4 Los que vigilaban se estremecieron
de miedo y quedaron como muertos. 5 El ángel
tomó la palabra y dijo a las mujeres: ¡No teman!
Sé que ustedes buscan a Jesús, el crucificado;
6 no está aquí, porque ha resucitado, como lo
había anunciado. Vengan a ver el lugar donde
estaba puesto. 7 Ahora, vayan rápido a decir
a sus discípulos: Ha resucitado de entre los
muertos e irá delante de ustedes a Galilea. Allí
lo verán. ¡Esto es lo que les he comunicado!

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8 Con miedo, aunque también con alegría,
las mujeres partieron rápido del sepulcro y
corrieron a dar el anuncio a los discípulos. 9 En
eso, Jesús les salió al encuentro y las saludó.
Ellas se acercaron, se abrazaron a sus pies y se
postraron ante él. 10 Entonces él les dijo: No
teman, vayan y anuncien a mis hermanos que
vayan a Galilea y que allí me verán.

Al resplandor del Sol Naciente


El episodio narrado en Mt 28, 1-10, se despliega en tres fases o
momentos. Inicialmente se presentan las mujeres, personajes
de primer orden en la historia. Luego se narra el episodio
con el ángel y los soldados junto al sepulcro y finalmente el
encuentro de ellas con el Resucitado. Esto sugiere que este
no es el relato “de la tumba vacía”, como comúnmente es
llamado, sino el relato de la transformación de estas mujeres
a raíz de su experiencia del Resucitado.
El episodio está narrado desde la perspectiva femenina: ellas
son el personaje protagónico (aunque, sin duda, el personaje
central es el Resucitado). Al evangelista le interesan las
acciones de las mujeres, por eso las contrapone con los
soldados. Ellas actúan con independencia de los varones,
obedecen la voz celestial que les ordena ir a anunciar a los
discípulos el mensaje de la Resurrección y, finalmente, son las
receptoras de la primera aparición del Resucitado. Todo ello
confirma que las mujeres son las protagonistas del episodio.
Aunque Mateo se refiere a ellas de manera muy breve, deja
signos que revelan la parresía de estas dos mujeres. Venían
estando cerca de Jesús desde la crucifixión, junto con
otras muchas “que habían seguido a Jesús desde Galilea
para servirle” –diakonousai– (27, 55) y habían permanecido
silenciosas junto al sepulcro tras los honores que los varones
le habían tributado al cuerpo del Señor (27, 61). Ahora, tan
pronto pueden, vuelven junto al sepulcro donde está el
tesoro de sus vidas y, por tanto, su corazón (Mt 6, 21). No
pareciera que van a ungir el cuerpo de Jesús, pues esta labor

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ya la habían hecho los varones; ellas van, tal vez, a llorar su
dolor y de esa manera a manifestar su amor al Señor. Como
el amor vuela, ellas van llevadas por la prisa en medio de
las tinieblas, surcan la noche tal vez con más confianza que
temor. Su actitud es más que un guiño a la misión de la Vida
Religiosa en momentos de dificultad.
Lo que sucede en torno al sepulcro acentúa la contraposición
entre los guardias y las mujeres. Ellos son muchos y están
armados, ellas son dos y externamente están desprotegidas.
Sin embargo, los guardias no serán testigos de lo que
acontecerá con el ángel; ellas, en cambio, contemplarán y
serán enviadas a llevar el anuncio de la Resurrección.
En la aparición del ángel, los efectos que rodean la aparición,
su apariencia, sus acciones y sus palabras son indicio claro
de que Mateo no está narrando un evento “angelical”, en el
sentido usual del término, sino una intervención portentosa
de Dios en la historia. El aspecto del ángel y sus vestiduras,
así como el terremoto que suscita su aparición, corroboran
que se trata de una criatura celestial y que todo lo que está
sucediendo no puede ser sino obra de Dios. Hace rodar la
piedra y se sienta sobre ella, como signo de que Dios vence la
muerte y las seguridades humanas. Es notable que correr la
piedra no es un hecho que favorezca la resurrección de Jesús,
sino que ayuda a que las mujeres verifiquen que el sepulcro
está vacío.
Todas las previsiones y medidas de seguridad son fácilmente
vencidas por la actuación de Dios. Llenos de preocupación,
los sumos sacerdotes y los fariseos habían solicitado que se
asegurara militarmente el sepulcro de Jesús. ¡Qué temor el de
los poderes religiosos y políticos ante un muerto; ante aquel
a quien ellos mismos habían ejecutado! Pero esos temores y
disposiciones no sirven para cuidar la vida sino para reprimir
la esperanza. El Dios de la vida los deshace sin ningún tipo
de violencia, como sugiriendo que también ellos están
convocados al proyecto de vida nueva que está generando
el Señor.

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Lo que las mujeres observan es el triunfo sobre la muerte:
el ángel sentado sobre la enorme piedra que antes había
cerrado el sepulcro. La reacción lógica es el temor religioso
ante lo incomprensible. Un temor que no las priva de vivir la
experiencia, aunque se la limita. Los guardias, en cambio, se
atemorizan, se ponen a temblar y se quedan como muertos.
El terremoto exterior se prolonga en la sacudida interior
ante lo que han visto. Ven al ángel, pero esa es para ellos una
experiencia de muerte. De hecho, no reciben el anuncio de
la Vida.
El ángel se dirige sólo a las mujeres; hasta el momento,
nadie había hablado, signo de la importancia de lo que él les
comunica. Y la primera palabra las invita a vencer el temor
natural ante lo incomprensible. Sin necesidad de que ellas
hablen, él sabe que han ido a buscar a Jesús. Y tienen razón,
pues lo habían visto morir, habían visto su cadáver y sabían
que era ese el lugar en el que había sido sepultado. Pero la
suya es una búsqueda infructuosa, pues Jesús ya no está
entre los muertos: ha sido resucitado por el poder divino.
Signo de todo ello es que la tumba está vacía; habiendo sido
corrida la piedra, ellas mismas pueden corroborar lo que
el ángel les dice. Y sugiere que no deben extrañarse por la
resurrección de Jesús, pues él mismo ya se la había anunciado
a sus discípulas y discípulos. Finalmente, las envía con una
misión privilegiada y difícil: reconstruir la esperanza destruida
de los discípulos con el anuncio de la resurrección de Jesús.
El espacio de muerte es ahora territorio poblado de una vida
sin fin. Es lo que ellas han vivido en ese lugar. Por eso parten
de prisa y sin miedo, aunque con temor y gozo, a cumplir la
misión encomendada por el ángel. El miedo paraliza, está
relacionado con la muerte; así había sucedido hace poco con
los guardias. El temor de Dios, en cambio, es el principio de la
sabiduría (Sal 111, 10) que nos pone en camino para gozar los
dones del Señor.
Los versículos finales del relato son la culminación del
episodio. Mientras las mujeres van de camino, en algún
recodo del camino, Jesús en persona sale a su encuentro.
En ese momento exultante la narración se centra en Jesús

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Resucitado, el sol del nuevo día. Al narrador le parece
innecesario describirlo o brindar algún detalle, así sea
mínimo, sobre su apariencia: la resurrección era un hecho tan
real que no necesitaba explicación. Más le interesa mostrar
la transformación que el acontecimiento obraba en la vida de
las personas, comenzando por las mujeres.
El saludo del Resucitado, “¡Alégrense!”, confirma el gozo
que ellas venían experimentando, pero ahora las desborda.
Como reacción, las mujeres se postran ante Jesús y lo adoran.
Hacen lo que hicieron los magos en Belén, indicando cuál ha
de ser la actitud lógica del ser humano ante el Creador.
La segunda palabra del Resucitado confirma el envío que
les había hecho el ángel. En efecto, ellas deberán ser las
portavoces del anuncio de la resurrección para los discípulos.
Una vez más queda claro el alcance transformador de la
resurrección: aquellas que, en su sociedad, en su cultura y en
su religión estaban destinadas a ejercer roles absolutamente
secundarios, son ahora las protagonistas de la nueva historia,
“apóstolas de los apóstoles”, como con justicia eran llamadas
en la antigüedad. El nuevo día de la salvación deberá iniciar
en el mismo escenario donde había empezado la historia del
seguimiento discipular. Y serán los mismos seguidores que
se habían dejado llevar por sus intereses y temores, y habían
abandonado a Jesús. Para los evangelistas ellos eran un grupo
de traidores, pero para el Resucitado son sus hermanos.
Dos notas finales del relato. La experiencia de la Resurrección
conduce a la soro-fraternidad; el amor fraterno es el escenario
de la presencia del Resucitado (Cfr. 1Jn 3, 14). Y, de otra parte,
es en el cumplimiento de la misión cuando las discípulas
y discípulos se encuentran con el Resucitado. Quedarse
encerrados en los temores o en las propias seguridades
conduce a la sospecha, a la muerte. Sólo emprender el riesgo
del anuncio conduce al encuentro con Aquel que transforma
la muerte en vida y el desamor en soro-fraternidad.

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18
1 Al terminar el sábado, al clarear el primer día
de la semana, María Magdalena y la otra María
fueron a ver el sepulcro.
“Al terminar el sábado”, el cierre de la jornada nos dispone a
iniciar el estreno de un nuevo amanecer; el brillo del clarear del
día dará inicio a una nueva semana. Para los judíos, la Pascua
antigua, en la que Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud,
había tenido lugar durante la noche -la noche del Éxodo-. La
nueva Pascua, en la que Jesús libera a su pueblo de la esclavitud
de la muerte, también debía suceder durante la noche…y
disfrutar en osada esperanza, del despuntar del alba.
Ellas, fueron a ver el sepulcro, aun sabiendo que el acceso
al cuerpo del Señor amado era imposible, por la piedra que
sellaba y por la guardia que cuidaba el lugar donde lo habían
colocado.
Ellas, que con otras muchas habían seguido a Jesús desde
Galilea… (Mt 27, 55) se dirigen al sepulcro porque tienen
memoria. Jesús había dicho que sería entregado, le
arrancarían la vida, pero… al tercer día resucitaría (Cfr. Mt
17, 22-23).
2 De pronto se produjo un gran terremoto. Un
ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo
rodar la piedra y se sentó sobre ella. 3 Su aspecto
era como el de un relámpago y su vestidura
tan blanca como la nieve. 4 Los que vigilaban
se estremecieron de miedo y quedaron como
muertos.
La intervención divina remueve la piedra, a quienes
resguardan la tumba los paraliza el miedo. Ellos están ahí
para mantener la muerte, el amor divino la vence. Ellas son
testigos del triunfo de la vida sobre los poderes de la muerte.
5 El ángel tomó la palabra y dijo a las mujeres:
¡No teman! Sé que ustedes buscan a Jesús, el
crucificado; 6 no está aquí, porque ha resucitado,
como lo había anunciado. Vengan a ver el lugar
donde estaba puesto.
A ellas también, como a María, el ángel, el mensajero, les dice
que no tienen nada que temer. El crucificado ha resucitado
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como lo había dicho. Les confirma lo anunciado, ratifica su
memoria: “…ha resucitado, según lo había dicho”… “vengan
y vean”…
7 Ahora, vayan rápido a decir a sus discípulos: Ha
resucitado de entre los muertos e irá delante de
ustedes a Galilea. Allí lo verán. ¡Esto es lo que les
he comunicado!
Ellas, discípulas, que le han seguido desde Galilea hasta
Jerusalén, en esa hora, ya para amanecer, al alba del primer
día de la semana, reciben el envío a anunciar la Buena Nueva
de la Resurrección. Y como en el culmen de la anunciación a
María, ellas también:
8 Con miedo, aunque también con alegría,
las mujeres partieron rápido del sepulcro y
corrieron a dar el anuncio a los discípulos. 9 En
eso, Jesús les salió al encuentro y las saludó.
Ellas se acercaron, se abrazaron a sus pies y se
postraron ante él. 10 Entonces él les dijo: No
teman, vayan y anuncien a mis hermanos que
vayan a Galilea y que allí me verán.
Jesús se les aparece a las mujeres y la reacción que tuvieron
fue distinta que la experimentada frente al ángel. La diferencia
nos dice algo acerca de cómo los primeros cristianos
conocieron a Jesús resucitado: la fe en la Resurrección de
Jesús será una consecuencia de la experiencia directa de la
presencia de Jesús como Señor resucitado.
Ellas, constantes y perseverantes reciben consuelo, una
enseñanza y una misión.
Ellas, las Mujeres del Alba, fuertes, íntegras, memoriosas y
sabias, son enviadas como apóstoles de la Buena Nueva de
la Resurrección.
Ellas son las primeras que reciben el saludo de la nueva vida:
No tengan miedo.
Ellas y toda la comunidad de discípulas y discípulos de
entonces y de todos los tiempos, recibirá el Don del Espíritu,
de la Ruah Divina, que renueva todo cuanto existe.
Ellas, ellos, darán fe de que la Resurrección de Jesús reclama
20 para siempre la vida en todas sus formas.
21
22
En camino hacia la plenitud de la vida. Este primer movi-
miento por donde nos empuja la Ruah Divina es el despertar
a la vida desde una profunda e inquietante esperanza. Acer-
carnos a las Mujeres del Alba, es sumergirnos en una honda
contemplación y en un desafiante itinerario espiritual hacia la
vida. Ellas, pese a todo, contra viento y marea, son capaces
de surcar la noche hasta encontrarse con los destellos de la
luz del alba.
Su memoria es movimiento hacia la vida, porque a pesar del
impacto del sufrimiento y la cruz, las Mujeres del Alba nos
muestran una esperanza resiliente que es capaz de no huir,
permanecer y surcar juntas la noche sin que los miedos las
paralicen. La profunda desolación, orfandad y desconsuelo
no pueden borrar de ellas la llamada a estar cerca de Jesús;
junto a Él su vida toda se llenó de historias, sentido, sueños
y amores; porque su memoria, aún en el fracaso, las mueve
a no estar lejos del Maestro; porque aún ante la muerte,
el Espíritu les susurra en lo profundo que, en el umbral del
dolor, se puede dejar espacio para que se geste la nueva vida.
Las mujeres son sostenidas por una esperanza que reconoce
que el amor hasta la cruz no es un sufrimiento infecundo y
que detrás de este dolor puede acontecer un tránsito hacia la
vida y hacia la plenitud.
Su memoria es movimiento hacia la vida, porque las Mujeres
del Alba son capaces de dialogar con el misterio del dolor, la
cruz y el sepulcro, únicamente aferradas a la esperanza en
el encuentro. En esos huecos y vacíos del caminar humano,
reconocen el precio que hay que pagar porque se ama.
Negándose a la resignación, hunden su vida en un profundo
diálogo para que, en medio de lo ambiguo, lo desconcertante
e inacabado del sepulcro vacío, sean encontradas por el
Crucificado que está Vivo. De este modo, entre desconciertos
y lágrimas, el encuentro con el Resucitado es una explosión de
vida que se convierte en vía para acceder al misterio de Dios, para
descubrir la verdad de la vida, para reafirmar su compromiso
por servir y amar, y para mirar el futuro con esperanza nueva.
Ahí, al despertar del alba, son consoladas por el Resucitado
que les habla, interpela, anima, y les comunica paz y alegría. De
este modo, reconstruyendo su corazón herido, las arraiga en
la Vida Nueva que renace en la Pascua; identidad y pertenencia
que nada ni nadie les podrá arrebatar.
23
Su memoria es movimiento hacia la vida, porque las Mujeres
del Alba desde la alegría y la novedad de la Pascua son
empujadas por la Ruah Divina a ser testigos de esperanza en
el corazón de la comunidad. De este modo, poniendo toda su
confianza en Dios, son capaces de salir a toda prisa y anunciar
con hondo gozo la noticia para la cual habían sido enviadas
por parte del Resucitado. Más allá de sus fuerzas y su
acreditación socio-eclesial, el Espíritu les otorga la innegable
autoridad para ser las primeras testigos de la Resurrección,
convirtiéndose así en las “apóstolas de los apóstoles”. De esta
manera, impulsadas por una osada esperanza, son testigos
y profetas de la restauración, consolación y restitución,
dando a luz nuevas posibilidades para que la vida florezca. En
definitiva, mujeres que emergiendo de sí mismas, empeñan
toda su energía creativa haciéndose ofrenda y kénosis.
Acerquémonos con respeto y reverencia a esta fuente de
esperanza, que como manantial de agua viva corre por las
entrañas, el corazón y el alma de las Mujeres del Alba. Ellas son
las de la más radical osadía, las que sostienen la esperanza,
aferradas a la promesa, las que caminan rompiendo la noche
y en estado de misión le abren boquetes al Espíritu para que
pueda entrar y fecundarlo todo.

E s hora de acoger la fuerza de la Resurrección


y “surcar la noche, caminar en esperanza y
confiadamente de la mano de nuestro Dios”:

- desde la centralidad en Jesús que da


plenitud a la existencia;
- viviendo con sentido, radicalidad y
renovado entusiasmo la vocación;
- abrazando el futuro con esperanza en
tiempo de post-pandemia.

24
25
Lo nuestro es el camino y este camino tenemos que
recorrerlo juntas/os. Esta es quizás la implicación espiritual
más profunda y sencilla de la reflexión sinodal en la Iglesia.
Hoy reconocemos con mayor certeza que en el Pueblo de
Dios solo hay una vocación: ¡Sígueme! Y que todo lo demás
son formas de vida y funciones ministeriales que concretizan
las muchas formas personales y culturales de la respuesta
humana a esta llamada de Dios en el compromiso con la
única misión de la experiencia cristiana: el reinado de Dios.
El caminar juntas/os nos recuerda nuestra esencia relacional
y se constituye en un eje transversal de los diálogos más
urgentes de la humanidad y en ella de la religión trans
moderna: solidaridad, colaboración, ecología integral,
itinerancia, diálogos-encuentros generativos, además de
todas las relaciones inter.
“Seguir a Jesús” es una expresión metafórica a la que el
evangelio de Marcos le da una doble finalidad explicando la
vocación de la iglesia primitiva: “para que estuvieran con él”,
cercanía místico-relacional, y “para enviarlos a proclamar”,
compromiso profético-misionero (Mc 3, 14). Los evangelios
insisten también en la metáfora del “camino común” como
exigencia del seguimiento de Jesús (Mc 1,2; 8,29). Los textos
expresan sumariamente el envolvimiento de toda la vida
personal, relacional y funcional en el ejercicio del discipulado.
Este discipulado tiene que expresarse mística, profética,
comunional y misioneramente para que pueda ser una
experiencia de desarrollo integral capaz de humanizar a la
persona. La humanización de la persona consagrada, como
la de toda/o bautizado, sucede en el seguimiento de Jesús en
comunidad, este es su horizonte y su espacio vital.
El discipulado nace de una experiencia humana envolvente
y totalizante y no simplemente de un ejercicio intelectual o
de una opción moral. “No se comienza a ser cristiano por
una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro
con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DC
1). El encuentro con la persona de Jesús hace que la discípula
y el discípulo, salga de la masa de espectadores curiosos (la

26
multitud) y concretice su seguimiento en el compromiso
radical con la causa de Jesús. Esta opción lleva a la discípula/o
al culmen en la experiencia de Jesús y lo convierte en apóstol.
El compromiso con el Reino y la evangelización deben ser
entendidos hoy como la encarnación de los valores del Reino
en todas las culturas y no como un apostolado colonialista
comprometido exclusivamente con el proselitismo religioso.
Las cartas constitucionales de todos los Institutos admiten
lo obvio, lo esencial: nos juntamos para seguir a Jesús con
toda la radicalidad y universalidad que el seguimiento tiene
en el compromiso de los carismas con el Reino. En nosotras/
os la vivencia de Cristo no es algo exclusivo reservado a
minorías heroicas, ni tampoco vinculamos la fe en Jesús a un
altruismo ético, idealista e impracticable para la mayor parte
de los seres humanos. El Evangelio es para nosotras/os una
utopía realizable en la historia, paso a paso, en la experiencia
de comunidades -con puertas abiertas- de fe y vida que se
realizan en relaciones significativas capaces de visibilizar
históricamente la experiencia mística, profética y comunional
a la que la persona de Jesús nos invita siempre.
Las relaciones en estas comunidades son en equidad y
en justicia. En este sentido las comunidades locales son
comunidades que se humanizan en el seguimiento de Jesús
dentro de relaciones que se sanan, se recrean y se enriquecen
continuamente. Esta experiencia convierte a las comunidades
en referentes vivos de los carismas que concretizan la realidad
del Reino y que naturalmente ejercen la atracción vocacional
por la fuerza contagiante del testimonio. Este testimonio es
capaz también de sanar la credibilidad perdida y de avivar la
esperanza de las/os desesperanzados de la tierra a quienes
nos debemos por vocación.
Desde la eclesialidad y el carácter reformador de todos los
carismas, hoy nos sentimos comprometidas/os con una
Iglesia que guiada por Francisco pretende superar su miedo
interno a la radicalidad del Evangelio del Reino. El seguimiento
de Jesús, en comunidades que se hunden decididamente en
relaciones nuevas y vitales en todas las direcciones, reclama
un compromiso con la ecología integral, la sostenibilidad de

27
la vida y la escucha permanente de la vida que grita y llama a
todas/os los que se han decidido por cuidarla.
Si la Vida Religiosa en todas sus estructuras humanas,
económicas y funcionales no conduce a todas/os hacia la
persona de Jesús y a su pasión por el Reino, esta Vida Religiosa
estaría muerta en sí misma, en su identidad y en su misión.
El giro que necesita el cristianismo, y dentro de él la Vida
Religiosa actual, es una conversión radical y decisiva que se
evidencie sencillamente en volver a la experiencia totalizante
del discipulado de Jesús para encarnar en nuestras vidas los
valores revelados en su persona histórica relacionalmente.
Estos valores encarnados nos ayudarán a humanizar nuestra
vida y nuestras relaciones y a ser un referente permanente de
que ya es la hora y de que el Reino de Dios se ha acercado para
siempre (Mc 1, 15). La plenitud del discipulado está en que, a
la manera de Jesús, nosotras/os seamos seres pro-existentes
con una libertad profunda para caer como la semilla, para ser
explosión de vida desde adentro, trasformar desde abajo,
testimoniar desde lo pequeño, convocar desde el silencio y
así dar la vida siempre y en todo. Volvamos pues al Evangelio,
que es capaz de sanar y de resignificar nuestra humanidad,
y hagámoslo a prisa, con urgencia, sin precipitarnos, pero
sin dudarlo como lo hicieron las Mujeres del Alba cuando se
atrevieron a surcar la noche.

E s hora de acoger la fuerza de la Resurrección


y “favorecer una cultura relacional y
vocacional que humanice”:

- humanizando las estructuras y procesos


de la Vida Religiosa;
- priorizando la formación como itinerario
para ser mejores testigos, más radicalmen-
te hermanas/os;
- continuando los procesos de reconfigura-
ción y resignificación.

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29
La Iglesia está estremecida. En vez de ser cuidados, hermanas
y hermanos nuestros han sido abusados por diversos
referentes eclesiales. Se trata de abusos sexuales, de poder
y de conciencia. Son crímenes, delitos y faltas. Han sido los
mismos obispos y sacerdotes, religiosas/os quienes, con
estas conductas, han perjudicado seriamente la credibilidad
del ministerio, de la Iglesia y, en ocasiones, hasta del mismo
anuncio de Jesús.
Esto ha sido atroz cuando las víctimas han sido niñas, niños
y personas vulnerables. Las/os católicos están abismados e
indignados, además, porque las autoridades eclesiásticas han
encubierto a los clérigos abusadores. Se ha hecho indignante
a las laicas y laicos que la jerarquía de la Iglesia, en vez de oír
los reclamos de justicia de los fieles o de sus padres y madres,
ha encubierto a los culpables.
Los abusos al interior de la Vida Religiosa son poco conocidos,
tal vez porque no se los ha querido llamar por su nombre.
Las religiosas tienen mucho que contar. Ellas suelen soportar
malos tratos, sea en las relaciones interpersonales con los
sacerdotes y obispos, sea en el campo pastoral. Pero en las
mismas comunidades religiosas se dan prácticas impropias.
La situación creada nos exige como Iglesia entrar en un
proceso de conversión y de reforma, que debe comenzar con la
reivindicación de las víctimas. En palabras del Papa Francisco:
“Este último tiempo, es tiempo de escucha y discernimiento
para llegar a las raíces que permitieron que tales atrocidades
se produjeran y perpetuasen, y así encontrar soluciones al
escándalo de los abusos no con estrategias meramente de
contención ―imprescindibles pero insuficientes― sino con
todas las medidas necesarias para poder asumir el problema
en su complejidad” (Carta al Pueblo de Dios que peregrina de
Chile, n°3).
Se necesita conversión. Son precisos cambios a todos los
niveles. Tendríamos que comenzar por aprender a ver lo
ocurrido con otros ojos. Las víctimas callaron por años porque
pensaron que, si contaban a otros los atropellos sufridos,
los demás no les creerían. Las instituciones suelen tener el

30
beneficio de la duda sobre todo cuando, como en este caso,
ellas representan a la Iglesia de Jesús. La experiencia de
estos años nos enseña que ha sido necesario un cambio de
mentalidad. Costumbres o conductas que se tuvieron por
naturales, no deben seguir siéndolo.
Además de conversión, deben darse reformas, cambios
estructurales, modificaciones en los procesos de toma de
decisiones e incluso de formación de los seminaristas. Los
estudios internacionales en materia de abusos enseñan que
la comisión de estos tiene estrecha relación con un tipo de
eclesiología clerical. Hay formas de ser Iglesia que facilitan
los delitos, los maltratos y las faltas de respeto. El papa
Francisco ha impulsado enmiendas en el derecho canónico
que favorecen los procesos de justicia. Pero el problema
es aún mayor. Bien parece que se precisa desmontar un
modo clerical de ser Iglesia. No puede ser que el estamento
sacerdotal no rinda cuentas de su desempeño al Pueblo
de Dios. El clero es un grupo aparte que, para representar
una sacralidad mal entendida, se autoselecciona y se forma
en el encierro, aparte de los demás. Por cierto, su mera
investidura sacra impacta en las/os fieles, atenuando su
libertad y su capacidad crítica. En la Síntesis Narrativa de la
Asamblea Eclesial para América Latina y el Caribe, se atribuyó
a los seminarios el clericalismo. Sería conveniente que en la
selección, la formación y en la concesión de las órdenes a los
seminaristas participaran también los laicos, las mujeres, las
familias y las comunidades. El Pueblo de Dios en su conjunto
tendría que poder decidir qué autoridades deben regirlo.
Antes de esto y de aquello, las autoridades eclesiásticas deben
hacer justicia a las víctimas sin tardanza. No se puede esperar.
Deben aprovecharse los canales que se tienen y crearse
otros nuevos. Resulta fundamental generar las condiciones
para que quienes han sido abusados salgan a la luz del sol
con sus reclamos de justicia. Urge oírlos con atención. Es
preciso reparar su honor y su integridad psico-emocional, y
contribuir a ello pecuniariamente cuando corresponda. Su
reparación completa, sabemos, tendrá lugar en Cristo, pero

31
ya ahora Cristo vive, sana y recupera a través de su Espíritu, y
el Espíritu a través nuestro.

E s hora de acoger la fuerza de la Resurrección


y “atender a los gemidos de las víctimas
de todo tipo de abusos, repararlas cuanto
sea posible y generar en la Iglesia relaciones y
mecanismos de cuidado”:

- promoviendo la cultura del encuentro, el


cuidado y el buen trato;
- evidenciando las dinámicas de abuso,
clericalismo y verticalidad que, al interior
de la Iglesia, imposibilitan vivir el modo
relacional de Jesús.

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33
El hoy de la historia reclama una Vida Religiosa capaz
de arriesgarse en la travesía de dejar de ser referentes
individuales e institucionales para ser referentes del Reino
por la significatividad de sus gestos, palabras, opciones,
actitudes y expresiones de comunión. Es el momento de
transitar juntas y juntos hacia aguas más profundas de la
pequeñez evangélica, a despertar y sostener la esperanza
profética desde lo poco, lo pequeño, lo pobre e insignificante.
De desplazarse, con Jesús, hacia lo anónimo, lo gradual, lo
marginal, el silencio contemplativo y la espiritualidad de la
minoridad. El relato místico-profético y de comunión de la Vida
Religiosa hoy se expresa a partir de la vulnerabilidad y es en
ella donde se encarna la vida que sólo existe interrelacionada.
Vivir la misión en comunión con las/os laicos, en afinidad
interinstitucional promoviendo y diversificando nuevos
liderazgos, ministerios y servicios permite a la Vida Religiosa
del Continente desplegar la semilla de la parresía que contiene
en sí misma y que la posibilita a suscitar y sostener vínculos
sororales y fraternos abiertos e incluyentes que irradien
comunión, amistad social, Reino. A partir de la riqueza de
la diversidad de carismas, del caminar intercongregacional
y las semillas del Verbo encarnadas en las diversas culturas,
la Vida Religiosa tiene la oportunidad de expresar con redes
misioneras e itinerantes la opción radical de servir en medio
de contextos excluidos o vulnerables, fronteras existenciales
donde se lucha y se arriesga la vida por la vida.
El diálogo abierto se convierte en lugar de encuentro, vitalidad
y afinidad de carismas y personas al servicio del Reino de Dios,
pues cada carisma encarna un modo concreto de la Buena
Noticia y por ende un modo de ser plenamente humanos. La
significatividad y simbolismo creíble de la Vida Religiosa sólo
se podrá dar a través de lo interrelacional, de lo comunional,
de la generatividad colectiva, compartida y sostenida que
trasciende geografías, estadísticas y economías individuales.
Sólo así podrá ser metáfora creíble, solo así podrá suscitar lo
que favorece la vida resucitada.
Ante la evidente crisis relacional en el mundo y en la Iglesia,
la resistencia profética consistirá en caminar hacia la

34
interacción y el encuentro de carismas. Es necesario dejar fluir
la creatividad para encontrar semillas alternativas y formas
nuevas que faciliten levar anclas de lo ya conocido, seguro y
aprendido para disponerse a la travesía de la minoridad, de lo
tentativo y del desaprender progresivo de formas caducas,
esquemas obsoletos que se han naturalizado en lo cotidiano
e impiden el dinamismo profético y la posibilidad de nuevas
relacionalidades éticas preñadas de Reino. La resistencia
profética ante el individualismo radical, el consumismo
acrítico, la idolatría a la imagen/apariencia y a la doble vida
como conducta cotidiana no podrá darse en solitario, exige
acciones corporativas intencionales, fruto de encuentros,
diálogos, consensos, acciones conjuntas con incidencia
transformadora de la realidad, y conductas consecuentes
con las opciones propias del discipulado.
Nuestra manera de ser humanos, será la mayor posibilidad
profética para la realidad de hoy, la única capaz de revelar
que somos personas en relación, íntegras, integradas e
integradoras, que se empeñan en reflejar la Comunión
Trinitaria. La mística de lo inter se convierte así en lugar de
revelación de Aquel en quien creemos y amamos.

E s hora de acoger la fuerza de la


Resurrección y “servir en itinerancia,
intercongregacionalidad e interculturalidad,
hasta que acontezca la transformación”:

- realizando la misión en comunión con


las/os laicos y en dinámica de interrelación
con otras Instituciones;
- ahondando en lo que hoy significa e im-
pacta la misión de la Vida Religiosa en el
Continente: Itinerancia, Intercongregacio-
nalidad y salida misionera;
- promoviendo nuevos liderazgos, ministe-
rialidades y servicios.

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36
La Ruah Divina está impulsando en nuestro tiempo el
redescubrimiento de la sinodalidad como dinamismo del
caminar de la Iglesia-Pueblo de Dios en la historia. Como Vida
Religiosa también experimentamos este impulso interior que
nos urge a repensar nuestras opciones y nuestras prácticas.
Remar con otras/os o caminar juntas/os es, en realidad, un
movimiento que nace en la misma esencia de lo humano y
de toda la creación. Nuestro Dios Creador, que es comunión
trinitaria, ha dejado su huella relacional en todo y en
toda/os (Cfr. LS 239). En la Trinidad todo es relacionalidad,
reciprocidad, interdependencia, amor compartido. Y
nuestro Dios Tri-Uno ha querido hacernos partícipes de sus
relaciones y ser parte de las nuestras: vivir e interactuar con
nosotras/os y entre nosotras/os. Se trata de dejarnos conducir
y entrar resueltamente en su misma danza generadora de
redes para unirnos en el compromiso de responder al dolor
de la Madre tierra y de nuestros hermanos excluidos.
En esto consiste la llamada sinodal: redescubrir y promover
esta dinámica y comprometernos a vivir con radicalidad nuestra
consagración dando testimonio de que el Reino ya está en
nosotras/os y entre nosotras/os. Y hacer posible la necesaria
capacidad de armonizarnos quienes somos tan diferentes
respetando la forma, el ritmo, las diversidades y superando lo
propio para participar en la gestación de lo nuevo.
La sinodalidad es un espíritu, un método y una actitud:
requiere de tiempos compartidos, de espacios y disposición
a la escucha, de discernimientos conjuntos, de consensos
que se van construyendo y deconstruyendo y de toma de
decisiones que nos lleven a la acción transformadora sobre
la realidad. Es un camino prioritario para hacer posible “un
nuevo modo de ser Iglesia”, y, por tanto, “un nuevo modo
de ser Vida Religiosa”, pues la sinodalidad exige conversión
interna de nuestros modos de ser y de tomar decisiones,
colaborando en la misma conversión dentro de la Iglesia toda.
En el Documento sobre “La Sinodalidad en la vida y en la
misión de la Iglesia” (CTI 74) se explicita cómo una nueva
comprensión del lugar de la Vida Religiosa en la Iglesia
expande nuestras posibilidades y responsabilidades de
37
participar en ese proceso: “se valoriza con decisión el principio
de la co-esencialidad entre los dones jerárquicos y los dones
carismáticos en la Iglesia sobre la base de la enseñanza del
Concilio Vaticano II. Esto implica la participación en la vida
sinodal de la Iglesia de las comunidades de vida consagrada,
de los movimientos y de las nuevas comunidades eclesiales”.
Asimismo, se nos sugieren pistas de lo que podemos
ofrecer desde nuestra identidad como Vida Religiosa para
reconocernos mutuamente y articular un camino sinodal
como signo profético de comunión y servicio a la Iglesia: “los
carismas otorgados por el Espíritu Santo para la renovación
de la vida y de la misión de la Iglesia, pueden ofrecer:
• experiencias significativas de articulación sinodal de
la vida de comunión,
• dinámicas de discernimiento comunitario puestas en
práctica en el interior de ellas,
• estímulos para individualizar nuevos caminos de
evangelización. En algunos casos, también proponen
ejemplos de integración entre las diversas vocaciones
eclesiales en la perspectiva de la eclesiología de
comunión.”
Podemos decir que, si asumimos a fondo el “caminar juntos”
con los diversos carismas y vocaciones en el corazón del
Pueblo de Dios, entramos activamente en una auténtica
perijóresis eclesial, en un dinamismo histórico en el corazón
de la Trinidad como fermento de una humanidad solidaria y
reconciliada.

E s hora de acoger la fuerza de la Resurrección


y “remar con otras/os en sinodalidad y hacia
un nuevo modo de ser Iglesia”:

- aportando desde la identidad de la Vida


Religiosa a la reforma de la Iglesia;
- impulsando la formación en sinodalidad y
discernimiento;
- generando dinámicas de participación en
las búsquedas, los procesos y la toma de
decisiones en y de la Iglesia.
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39
Mística, profecía y testimonio están íntimamente
entrelazados en la trayectoria de quien acoge el llamado
de Dios, abriéndose amorosamente a la voz que pide a la
mujer y al hombre: “Sal de tu tierra y vete…” (Gen 12). En
fin, ser religiosa/o en el mundo de hoy se constituye en un
ejercicio continuo en la búsqueda de transformarse en
sembradoras/es de la soro-fraternidad universal, única
medicina capaz de curar las heridas provocadas por el
egoísmo. “Allí está la verdadera sanación, ya que el modo de
relacionarnos con los demás que realmente nos sana en lugar
de enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa,
que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe
descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las
molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que
sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad
de los demás como la busca su Padre bueno” (EG 92).
Un esfuerzo constante para vivir así, se transforma en
un hermoso retrato de lo que significa hoy la experiencia
de vivir la consagración en total libertad para Dios y para
las/os hermanos. Es testimonio de amor y alegría de quien
descubre la belleza de vivir, no para sí, sino para las otras/os,
abiertos al totalmente Otro, que es Dios.
Discernimiento. La Utopía del Reino nos invita a desear y
pedir el modo de ser, estar y hacer profético de las mujeres
de la primera comunidad cristiana. A buscar con su misma
fuerza e intrepidez “dónde” está Jesús y “cómo” permanecer
todas/os junto a Él.
Al morir Jesús, la comunidad de discípulas/os entró en una
profunda noche de desconcierto, con riesgo de disgregarse.
María Magdalena, mujer del alba, rompe la noche buscando a
Jesús, queriendo recuperar a quien los reunió en comunidad.
María necesita saber “dónde” encontrar, al menos, el cuerpo
de Jesús. Lo manifiesta en su diálogo con los ángeles y con
Él mismo (Jn 20, 13.15). Hay toda una teología alrededor del
“dónde” en el Evangelio: “¿Dónde moras?” (Jn 1, 38) “¿A dónde
vas?” (Jn 14, 5). Precedida por el “¿Dónde está tu hermano?”
(Cfr. Gen 4), con el que Dios nos invita a volver la mirada hacia

40
la otra/o. “Dónde” no se refiere a un espacio geográfico sino
a la unión interior con Jesús presente en la hermana/o.
El Resucitado invita a María a no retenerlo y le revela
“dónde” encontrar su Cuerpo. La envía desde su nuevo
modo de presencia resucitada a reconstruir los vínculos de la
comunidad: “Ve a mis hermanos y hermanas [adelphoi] y diles
que voy a Mi Dios que es el Dios de ustedes” Es la primera vez
que utiliza la expresión “hermanos y hermanas”, resaltando la
soro-fraternidad en el envío. Serán María y las demás mujeres,
“las Mujeres del Alba del Cristianismo” siempre y en todo,
testigos de soro-fraternidad, prestando su hogar a la Iglesia
local como Ninfa (Col 4, 15), siendo compañera de cárcel de
Pablo como Junia (Rm 16, 7) o bien colaborando hasta ponerse
en riesgo como Prisca, con quien la Iglesia tiene una deuda de
gratitud (1 Cor 16, 19; Hch 18, 26; Rom 16, 3-5).

E s hora de acoger la fuerza de la Resurrección


y “formarnos para ser siempre y en todo
testigo de soro-fraternidad”:

- ubicándonos desde la lógica de la


contemplación del territorio y la inclusión
de la diversidad;
- impulsando la conversión pastoral que
nos situé en condición de hermanas/os
y discípulas/os, en camino con nuestro
pueblo;
- revisando estructuras y modos de
asumir la misión (personal, comunitario,
congregacional, local, continental).

41
42
El cambio de paradigma es una expresión que la Vida Religiosa
ha usado para intensificar su compromiso con los pobres
y con la tierra -invisibilizados, sistémicamente torturados-
tratando siempre de entender los signos de la historia que ella
no deja nunca de contemplar. Entender esta transformación
paradigmática es esencial para poder asimilar el significado
y el alcance de lo que hoy se establece como compromiso
urgente de todos los carismas: el cambio sistémico y la
incidencia política para que este cambio sea sostenible.
La pandemia nos va dejando un “festival de incertidumbres.”
El momento cultural actual es estructuralmente contrario
a los elementos propios de la identidad y misión de
las/os consagrados en este Continente. La buena voluntad
personal o congregacional no es suficiente para mantener
nuestras opciones. Hoy es urgente que implementemos
una nueva manera de ser, de pensar, de actuar. Debemos
imperiosamente medir la magnitud de la crisis que la
civilización humana atraviesa, la crisis del modelo decadente
de la sociedad católica, y la crisis del aparato estructural y
testimonial de la Vida Religiosa. La visión sistémica de estas
realidades nos ayudará a comprometernos con una nueva
visión profética que nos saque del aislamiento y que genere
soluciones sistémicas a corto y largo plazo. De esta manera
podremos superar el miedo y asumir el cambio como estilo
de vida y como manera de situarnos en una historia que
está siempre haciéndose. Hoy debemos empeñarnos en una
fidelidad que no sea ciega, ritualista, ingenua y que sepa dar
razón de su esperanza (Cfr. 1 Pe 3, 15).
El “pensamiento único” dominante, inclusive en nuestras
comunidades, inculca la inviabilidad de todo cambio,
especialmente el cambio sistémico. La imposibilidad de
encontrar una alternativa, el convencimiento de estar
“en el mejor de los mundos posibles” o inclusive en el
“final de la historia”, son algunos de los argumentos que
sistémicamente se usan para hacer lobby en favor del status
quo social y eclesial. Este movimiento genera en nuestra
sociedad y en nuestras comunidades, especialmente en
los jóvenes, una desesperanza profunda, la pérdida de la

43
confianza, el desencanto, la muerte de los imaginarios de
vida, y la destrucción de todas las utopías que señalan que
el cambio sistémico es la solución y que puede constituirse
en agente central de la transformación social y eclesial en el
compromiso con la liberación de los pobres y de todos los
invisibilizados de la tierra por la fuerza de la inclusión y la
equidad a todo nivel.
La reforma de la Iglesia y la resignificación de todos los
Institutos de Vida Consagrada que reclama esta nueva
etapa evangelizadora y el camino sinodal es inseparable
de su contribución a la transformación social la que, a su
vez, incluye la justicia social y ambiental (Cfr. LS). La Iglesia
sale de ella misma ―y supera su auto-referencialidad―,
en la medida en que se comprometa con la sostenibilidad
de la vida, la humanidad y el planeta. Esta reforma eclesial
y la resignificación de los carismas solo sucederá desde la
conquista de la equidad como fundamento relacional.
La acción sistémica, social, política y económica, es hoy una
posibilidad de alcance ministerial y profético en el trabajo
que permanentemente hacemos para acercar e instaurar el
Reino de Dios en nuestro aquí y nuestro ahora. Nosotras/os
no militamos en movimientos políticos, nuestra militancia
es siempre en el movimiento global en favor de la vida, de
la dignidad y los derechos de las personas, especialmente
las invisibilizadas social o eclesialmente. Nuestra militancia
es evangélica y carismática y se funda en los valores que
intentamos encarnar cada día para, desde la vida, incidir en la
política, la sociedad y la economía, los lugares donde se decide
el presente y el futuro de todas/os. La incidencia política es un
elemento esencial en la comprensión del cambio sistémico
y la manera en que este cambio se hace verdaderamente
sostenible.
La relación entre el cambio sistémico y la incidencia política
se sustenta en la más profunda relación de la localidad con
la globalidad y se expresa en una mega-tendencia de la
historia que supera los límites de los partidos políticos y de
las religiones confesionales y del tribalismo cultural o de raza,

44
y los abre al horizonte de las redes y los tejidos sociales en
defensa de la vida con todos nuestros recursos humanos,
económicos y estructurales.
Los carismas congregacionales que nacen en la Ruah de Dios
y no le pertenecen a sus Fundadores o Comunidades sino al
Reino, están todos impregnados de la novedad (sistémica/
envolvente) propia del Espíritu, contienen todos una fuerza
de incontrolable implantación de la justicia como expresión
de la llegada del Reino, se interrelacionan por su punto
de partida y de llegada, que son el Espíritu y el Reino, y se
alimentan de una lectura especifica de la Palabra de Dios
en la interacción continua entre historia y Escritura. La Vida
Religiosa se inscribe en una corriente profética global que
atraviesa toda la historia. Hoy somos llamadas/os a recuperar
nuestro origen profético más primitivo en el compromiso
con los pobres y con la tierra, que se expresa en la profecía
de la propuesta: la de la colaboración, la de la superación del
aislamiento, la del reencanto, la de ser signos de novedad,
la de las comunidades reconciliadas y misioneras, la de la
disponibilidad radical para la vida del carisma, la de intentarlo
una y otra vez sin desfallecer, siguiendo los pasos de las
Mujeres del Alba.

E s hora de acoger la fuerza de la Resurrección


y “no permitir que se invisibilice a nadie en
la Sociedad y en la Iglesia”:

- favoreciendo la formación política, la par-


ticipación en instancias públicas, el trabajo
de incidencia y transformación;
- desentrañando la dimensión místico profética
de la Vida Religiosa, ubicadas/os en el lugar
de los más pobres, de los migrantes, de
las víctimas de trata…;
- acompañando desde dinámicas que visi-
bilicen y empoderen de manera especial a
las mujeres, las/os laicos y las/os jóvenes.

45
46
Todas/os podemos colaborar como instrumentos de Dios
para el cuidado de la creación, cada una/o desde su cultura,
su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades (Cfr. LS 14).
El origen común que nos hermana, la pertenencia mutua y el
futuro compartido por todas/os, se convierte cada vez más en
una urgencia que reclama de la Vida Religiosa una conciencia
básica que permita el desarrollo de nuevas convicciones,
actitudes y formas de vida, para favorecer el desafío
cultural, espiritual y educativo como proceso continuo de
regeneración (Cfr. LS 202).
La sociedad ha ganado una mayor conciencia y
responsabilidad en relación con la armonía y el cuidado de la
Casa Común, pero todavía está lejano el logro del equilibrio
socio-ambiental. Persisten impactos negativos sobre el clima,
los cuerpos de agua, las especies animales, los bosques, las
cosechas y la vida humana en general. La principal causa de
contaminación sigue siendo la falta de hábitos de consumo
responsable, a la que se agregan la falta de políticas de
saneamiento, protección y recuperación ambiental, tanto por
parte del sector público como del privado. Crece el número
de organizaciones de la sociedad civil y de iniciativas locales,
particularmente entre jóvenes, a favor del cuidado de la Casa
Común y en búsqueda de un nuevo estilo de vida, animadas/
os por el liderazgo desarrollado por el Papa Francisco.
Nuestro futuro común animado por el Espíritu creador nos
hace caminar como cuerpo, en la conciencia, coherencia
e incidencia práctica para el cuidado de la Casa Común.
Todos los proyectos a emprender, nos obligan a contemplar
las necesidades de nuestro entorno y a implicarnos en la
búsqueda del bien común a partir de la transformación de lo
cercano, en la escucha de las/os más empobrecidos y de la
hermana Madre Tierra, con el fin de recuperar las condiciones
de una existencia digna y sostenible para todas y todos.
La realidad, que se nos presenta como un todo íntimamente
relacionado, reclama de la Vida Religiosa de América Latina
y el Caribe, favorecer estrategias para un diálogo entre la
ecología económica, social, cultural y de la vida cotidiana,

47
que incluya la perspectiva de una ética del bien común y de
la justicia entre las generaciones, siendo una presencia al
servicio de la vida, comprometida con el cuidado de la casa
común, la promoción de los derechos humanos y de los
pueblos, la defensa de la familia y de los más vulnerables de
la sociedad.
Comprendernos desde este diálogo y en la clave de una
Ecología Integral, implicará una clara opción por la austeridad,
la sencillez, la humildad y la sustentabilidad (pobreza); que
implique una escucha común obediente al Creador en la
vivencia sinodal con todas las creaturas (obediencia), y que
lleve a relaciones transparentes e interdependientes con
nuestras comunidades y el laicado (castidad). Estos tres
compromisos confluirán en la dimensión profética de nuestra
consagración y en el dinamismo de una conversión ecológica
que movilice en todas y todos los consagrados un “cuidado
generoso y lleno de ternura” (LS 220), desencadenando
procesos de conversión transformadora y de incidencia
activa en la realidad de nuestros pueblos.

E s hora de acoger la fuerza de la Resurrección


para una “renovada opción por la Ecología
Integral desde la conciencia de la sacralidad
de lo creado”:

- promoviendo la conversión ecológica


como dinámica que privilegia la dignidad
humana, cuida de la sacralidad de lo creado
y lo interrelaciona todo en búsqueda del
bien común;
- entretejiendo y participando en redes de
cuidado y defensa de la vida, de la tierra,
de los más pobres y las culturas.

48
Proyección:
Actuar - Dejar Fluir

49
Profundización y socialización de la reflexión teológica-
pastoral e interdisciplinar en torno al Icono de las Mujeres del
Alba y del lema: La osada esperanza al despuntar la aurora.
• Aportes del Equipo de teólogas/os asesores de la
presidencia (ETAP) y las Comisiones.
• Acompañamiento y fortalecimiento de los Equipos de
Reflexión Teológica de las Conferencias Nacionales.
• Animación desde la centralidad de la Palabra y la
Espiritualidad Bíblica, por medio de retiros y recursos
orantes, para despertar al alba.
• Difusión de la Revista CLAR (acceso libre on line) y
otras Publicaciones.
• Animación desde el Portal institucional y redes
sociales.
Seminarios y Diplomados Regionales y Nacionales
-presenciales y on line- de las COMISIONES CLAR:
• Religiosas/os contra la Trata de Personas
• Personas Migrantes, Refugiadas y Desplazadas
• Ecología Integral
• Red Itinerante Amazónica
• Vida Religiosa Indígena
• Vida Religiosa Afro
• Hacia una Vida Religiosa en clave sinodal
• Religiosos Hermanos
• Nuevas Generaciones de la Vida Religiosa
• Educación y Vida Religiosa
• Familias Carismáticas
• Cuidado y Protección de niñas, niños, adolescentes y

50
personas vulnerables
• Cultura Vocacional
• Comunicación y cultura digital.

Animación de la Presidencia, ETAP y Secretariado


• Socialización del Horizonte Inspirador 2022-2025.
• Evaluación y seguimiento del Horizonte Inspirador
y los nuevos desafíos emergentes: reuniones de
Presidencia-ETAP.
• Acompañamiento a las Conferencias Nacionales:
Asamblea General, Juntas Directivas, Encuentros de
Secretarias y Secretarios, participación en Asambleas
Nacionales y formación de la Vida Religiosa.
• Articulación de las Conferencias Nacionales y las
Regiones.
• Encuentro y articulación entre Comisiones.
• Fortalecimiento y consolidación del trabajo en Redes
Inter-eclesiales e Inter-institucionales, manteniendo
un especial vínculo con la CIVC-SVA, CELAM,
UISG, USG, CONFER, LCWR, CMSM, CRC, AHLMA,
CIEC, AMERINDIA, JCOR y las Agencias de Ayuda
Internacionales, entre otras.
• Acompañamiento en el uso de las nuevas tecnologías
de información y comunicación.
• Socialización de recursos humanos y propuestas de
formación.
• Animación y seguimiento de los Proyectos
Institucionales.

51
Himno
La Esperanza Despunta Ya
Nos decidimos a salir en plena madrugada
Haciendo frente al viento en contra,
al frío y al miedo en la oscuridad.
A paso firme juntas y juntos
nos damos ánimo para llegar,
nuestras pupilas se han dilatado
los corazones se aceleraron
Y VEMOS COMO LA ESPERANZA DESPUNTA YA!

CON TERNURA Y CORAJE


CON LAS MUJERES DEL ALBA
BUSCAMOS A NUESTRO SEÑOR
A JESÚS QUE SALVA

Tenemos fresca en nuestra memoria


Tu Palabra viva
Tu cruz nos desvela y nos desafía
Tu amor nos hace permanecer.
Hasta el lugar de la herida vamos
nos mueve el dolor de nuestros hermanos.
En nuestros pies va la profecía
de mil testigos que son semilla.
Y VEMOS COMO LA ESPERANZA DESPUNTA YA!

CON TERNURA Y CORAJE


CON LAS MUJERES DEL ALBA
BUSCAMOS A NUESTRO SEÑOR
A JESÚS QUE SALVA

52
Somos la Iglesia que humilde se estrena
escuchando las voces
de los que siempre quedaron al borde,
de los gemidos de la creación.
En ese encuentro nos sales, Señor
¡tan hermosa sorpresa!
nuestras pupilas se han dilatado,
los corazones se aceleraron
Y VEMOS COMO LA ESPERANZA DESPUNTA YA!

Letra y música: Hna. Marcela Bonafede, ODN

Voces: Hna. Marcela Bonafede, ODN


Fray Pablo Ordoñe, O. de M.
Cantoría de la Merced

Musicalización: Manuel Ruiz Juri

53
Índice
Descripción del Icono 2
Presentación 3
CONTEXTO: VER-ESCUCHAR 5
• Realidad socio-política 5
• Realidad eclesial 7
• Realidad de la Vida Religiosa 10
Dejarse Afectar “Sinodalmente” 10
MARCO BÍBLICO: JUZGAR – DISCERNIR – 13
SENTIPENSAR
• Al Resplandor del Sol Naciente. 14
• ELLAS… al despertar del Alba, memoria del 18
amor.
MOVIMIENTOS DEL ALBA 21
1er. Movimiento hacia la vida en esperanza. 22
2do. Movimiento hacia lo esencial del seguimiento 25
de Jesús y la centralidad de la relacionalidad
humana.
3er. Movimiento hacia la dignidad humana y la 29
cultura del cuidado.
4to. Movimiento hacia la posibilidad de ser signo, 33
palabra y metáfora creíble. Caminar hacia la
interacción y el encuentro de carismas.
5to. Movimiento hacia la sinodalidad. 36
6to. Movimiento hacia la utopía del Reino: un 39
mundo de hermanas y hermanos.
7mo. Movimiento hacia el cambio sistémico y la 42
incidencia política.

54
8vo. Movimiento hacia un cuidado responsable 46
del ambiente y de los derechos de las
generaciones futuras.
PROYECCIÓN: ACTUAR – DEJAR FLUIR 49

• Reflexión Teológica-Pastoral 50

• Seminarios y Diplomados Regionales y Nacionales 50


-presenciales y on line- de las COMISIONES CLAR:
• Animación de la Presidencia, ETAP y Secretariado 51
HIMNO “La Esperanza Despunta Ya” 52

Dirección:
Hna. Gloria Liliana Franco Echeverri, ODN
Hno. Olavo José Dalvit, FSC
P. José Luis Loyola Abogado, MSpS
Hna. Inés Greslebin, ACI
Hna. Carmen Ferrer, HH.C.C.S.
Hna. Daniela Cannavina, HCMR

Edición: Secretariado General de la CLAR

Diseño y diagramación: Martha Viviana Torres

Imagen de carátula: Cristina Hereñú

Imágenes: Maglishnima, The story teller,


friday_concepts, MHN, Freepik.com

55
Confederación Caribeña y Latinoamericana de Religiosas/os - CLAR
Calle 64 No 10 - 45 Piso 5to Bogotá, Colombia
www.clar.org [email protected]

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