Consigna Benjamin
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El fotomontaje de Heartfield se puede identificar como perteneciente al régimen no aurático del arte en tanto
utiliza un medio reproductible como el fotográfico, que elimina la unicidad de la obra y el carácter ritual del
acontecimiento, ya sea mágico, religioso o secular. El valor cultual cae en favor del valor exhibitivo, en este
caso ligado a una función política más que artística, y con ello se pierde la experiencia de recogimiento o
concentración propia del régimen aurático dando lugar a una recepción en la distracción o al uso del shock
como efecto sobre el receptor distraído. En el fotomontaje se evidencia además la apelación al carácter no
orgánico propio de la mayoría de los movimientos vanguardistas, que se contrapone a la organicidad de
valores estéticos clásicos como el de belleza.
Benjamin señala que las imágenes de las pinturas rupestres estaban al servicio de la magia. Entendidas
como instrumentos mágicos, poseían un valor cultual tal que cancelaba casi por completo su valor
exhibitivo, al punto de que debían ser mantenidas en lo oculto de las cuevas (de manera similar, ciertas
representaciones del arte antiguo o medieval eran/son sólo accesibles a la casta sacerdotal o las esculturas
góticas, no visibles a lxs espectadores al nivel del suelo). Su valor cultual estaría ligado entonces a una
función principalmente mágico-religiosa.
Desde el punto de vista cronológico, esta pintura ingresaría en el marco del arte post-renacentista, con lo cual
se la podría considerar una obra en la que el valor exhibitivo equipara al cultual y se desliga de funciones
extra-artísticas como la religiosa. No obstante, su inscripción americana y barroca permite pensar algunas
salvedades. El arte barroco como movimiento fomentado por la iglesia católica cumplió una función político-
religiosa que fue la de combatir el avance del reformismo (Weisbach lo denominó “arte de la
contrarreforma”), incrementada en el caso americano por la tarea de conversión al catolicismo de los pueblos
originarios, cuyas creencias religiosas eran/son consideradas heréticas. Por otro lado, se pueden observar en
numerosas obras del barroco americano (muchas de ellas producidas por pintores mestizos o de sangre
indígena, como suele ser el caso de los miembros de la llamada “Escuela cusqueña”) elementos que se
sublevan (sea deliberadamente o no) al catolicismo europeo: rasgos aborígenes en los rostros de figuras de la
religión cristiana, elementos americanos en escenarios bíblicos, personajes cristianos con las mejillas
hinchadas como si estuvieran mascando coca, etc. En La Virgen del Cerro, esta suerte de sincretismo se
puede ver expresada en unos lejanos personajes indígenas y en la figura de la virgen mimetizada o convertida
en el cerro. En otros cuadros de la época también se la representaba con un vestido de forma trapezoidal,
figura que en la iconografía andina simbolizaba a la Pachamama. El escritor cubano Lezama Lima, ya a
mediados del siglo pasado, transformando la fórmula de Weisbach, llamó al barroco americano “arte de la
contraconsquista”.