Palabra de La Iglesia
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Pocos personajes evangélicos han llamado tanto la atención en la Iglesia a lo largo de los siglos
como san José. La devoción al Santo Patriarca ha tenido múltiples expresiones, es el patrono de
muchas personas, lugares y muchos llevan su nombre. Esto pudiera parecernos raro ya que los
evangelios nos narran muy poco sobre su persona, son solo 12 las ocasiones en las que la Sagrada
Escritura nos presenta un pasaje con relación a este gran santo.
Después de la Virgen María, nadie ha habido ni habrá más santo que san José. Su cercanía a
María y a Jesús le hizo alcanzar el más alto grado de santidad. Él fue testigo excepcional de la
Encarnación. Vio a Cristo recién nacido y lo tomó en sus brazos y lo abrazó con los más puros
afectos. Y él mismo le puso el nombre, como jefe de familia. San Gregorio Nacianceno (330-
390) escribió: «El Señor ha reunido en José como en el sol, toda la luz y el esplendor que los
demás santos tienen juntos».1
Algunos, por eso, lo llaman a san José la sombra del Padre, porque el Padre celestial lo delegó
para hacer sus veces en la tierra; como su representante, para cuidar a su Hijo y ayudarlo en todo
como buen padre, San Agustín llamaba a san José «padre de Cristo»2 y san Bernardo «padre de
Dios»3. Los evangelios lo nombran varias veces como padre de Jesús. San Pablo VI manifestó
que san José es “el modelo de los humildes que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José
es la prueba de que, para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo, no se necesitan grandes
cosas, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas
y auténticas.”4
1
* Estudiante de III de Filosofía, pertenece al área Intelectual. [email protected] , 05 de marzo 2021.
Gasnier, M. (1980). Los silencios de san José. España: Palabra.
2
Ibid. Pag 21
3
Ibid. Pag 21
4
Cf. Pablo VI, Homilía solemnidad de san José. Desde el Vaticano, el miércoles 19 de marzo 1969.
5
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica. Numeral 1548
sacerdotes, quienes harán sentir a los hombres cuánto el Padre los ama y cómo desea ser amado
por ellos, ellos son reflejo de la paz que anunciaron los ángeles desde el primer día de su
nacimiento (Cf. Lc 2,14) y buscarán que todos vivamos en un solo corazón y en una sola alma
(Cf. Hch 4,32-37).
A san José se le representa como un hombre de edad avanzada, su ancianidad se refiere a su
“sabiduría y prudencia, y no propiamente a su edad; su vida contemplativa no lo distrae de sus
ocupaciones y realidades cotidianas, y su castidad es, en consecuencia, la lucha propia de un
hombre joven y lleno de vida”6.
Esa es básicamente la descripción de un buen formador: sabio y prudente, contemplativo, amante
de las realidades del mundo, casto, pero sin afectación, fuerte y alegre en la lucha y feliz de su
vocación, a ejemplo de san José que es un hombre de una gran personalidad y carisma, que sabe
lo que quiere y lo hace: la voluntad de Dios; forma en la libertad y guía, pero sin dominar. Sabe
acompañar y retirarse en esos momentos en los que Jesús debe decidir por sí mismo, sabe dejar
crecer a su hijo y lo ayuda a madurar con afecto, pero sin apegos.
Un formador tiene como misión formar a los seminaristas en el discernimiento de su vocación, en
la búsqueda de la voluntad con Dios.
No hay nada más atractivo que el testimonio apasionado de la propia vocación. No hay mejor
formador que aquel que manifiesta con su vida que está enamorado de su ministerio sacerdotal.
El servicio de san José, silencioso quizás, su «aquí estoy» es contagioso, tiene fuerza. No tiene
dudas, y si las hay, las entrega al Señor y su vida irradia fe; tampoco hay desaliento y, si lo hay,
se apoya en el Padre del Cielo, y en María.
Termino con una estrofa del himno que se reza en el oficio de lectura de la solemnidad de San
José, el cual destaca su acompañamiento a la Iglesia.
Protege la asamblea de los justos,
reunidos en la fe, cuerpo de Cristo;
sé padre que nos lleve a nuestro Padre,
amor del gran Amor que nos da el Hijo.
6
Llamera, B. (1953). Teología de san José. Madrid, España: BAC.