San José en La Experiencia de Iglesia

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SAN JOSÉ EN LA EXPERIENCIA DE IGLESIA

ETAPA CONFIGURADORA - VILLA PAUL


RETIRO MENSUAL, 16.08.2021

P. Israel Arévalo Muñ oz, C.M.

1. Introducción
“Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el
hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y un guía
en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que está n
aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la
historia de la salvació n. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de
gratitud” (Francisco PC. Intr.).
Por su papel en la historia de la salvació n, san José es un padre que siempre ha
sido amado por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han
dedicado numerosas iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos,
hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su
nombre; y que desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones
sagradas. Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoció n, entre ellos Teresa
de Á vila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendá ndose mucho a él y
recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa
persuadía a otros para que le fueran devotos.
Así, pues, dentro de la espiritualidad cristiana y en la vida de la Iglesia
universal, se puede recurrir, a Teresa de Jesú s, la primera mujer proclamada como
doctora de la Iglesia cató lica y maestra de oració n, para ejemplarizar una especial
devoció n a San José, que consiste en una experiencia de contacto, en un proceso de
amistad y en una escogencia de san José como maestro de oració n; es decir, como
há bil pedagogo en la relació n de amistad y de intimidad con Dios.

2. San José en la Iglesia católica


Numerosos autores cristianos se refirieron a José de Nazaret a lo largo de la
historia (Beda el Venerable, Bernardo de Claraval, Tomá s de Aquino. Sixto IV (1471-
1484) introdujo la festividad de San José en el Breviario romano, e Inocencio VIII
(1484-1492) la elevó a rito doble (solemnidad).
Desde sus comienzos, la Orden de Frailes Menores, se interesó en san José
como modelo ú nico de paternidad. Distintos escritores franciscanos desde el siglo
XIII al XV (Buenaventura de Fidanza, Juan Duns Scoto, Pedro Juan Olivi, Ubertino da
Casale, Bernardino de Siena, y Bernardino de Feltre) fueron sugiriendo
progresivamente có mo José de Nazaret podría convertirse en un modelo de

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fidelidad, de humildad, pobreza y obediencia para los seguidores de Francisco de
Asís. Sin embargo, como ya se ha advertido, fue Teresa de Á vila quien dio a la
devoció n a San José el espaldarazo definitivo en el siglo XVI. Esta mística españ ola
relata su experiencia personal referida a José de Nazaret en el Libro de la Vida:
“Y tomé por abogado y señor al glorioso san José, y encomendéme mucho a él.
[...] No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es
cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este
bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma;
que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a
este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor,
darnos a entender, que, así como le fue sujeto en la tierra (que como tenía nombre de
padre siendo hayo, le podía mandar), así en el Cielo, hace cuánto le pide. [...] Paréceme,
ha algunos años, que cada año en su día le pido una cosa y siempre la veo cumplida. Si
va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío. [...] Sólo pido, por amor
de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es
encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial personas de
oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la
Reina de los Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias
a san José por lo bien que les ayudó en ello. Quien no hallare maestro que le enseñe
oración, tome este glorioso santo por maestro, y no errará en el camino.
José de Nazaret fue declarado patrono de la familia y es considerado por
antonomasia el patrono de la buena muerte, atribuyéndosele el haber muerto en
brazos de Jesú s y de María. El papa Pío IX lo proclamó en 1870 patrono de la Iglesia
universal. En 1889, el papa Leó n XIII publicó la encíclica Quamquam pluries acerca
de él. Debido a su trabajo de carpintero es considerado patrono del trabajo,
especialmente de los obreros, por dictamen de Pío XII en 1955, que quiso darle
connotació n cristiana a la efeméride del Día internacional de los trabajadores. La
Iglesia cató lica lo ha declarado también protector contra la duda y el papa Benedicto
XV lo declaró ademá s patrono contra el comunismo y la relajació n moral. El 15 de
agosto de 1989, al cumplirse el centenario de la encíclica Quamquam pluries, el papa
Juan Pablo II le dedicó la exhortació n apostó lica Redemptoris custos -considerada
por muchos, la carta magna de la teología de San José. Con ocasió n del inicio de su
ministerio petrino en la solemnidad de san José de 2013, el papa Francisco refirió en
su homilía los alcances de la custodia que en la Iglesia cató lica se atribuye a este
santo, y el 8 de diciembre de 2020 escribió la carta apostó lica Patris corde con
ocasió n del 150 aniversario de la declaració n por Pío IX, el 8 de diciembre de 1870,
de San José como patrono de la Iglesia Universal; y este mismo motivo es el que nos
tiene celebrando el Añ o de San José, desde el 8 de diciembre de 2020 hasta el 8 de
diciembre del 2021.

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3. Patrono de la Iglesia de nuestro tiempo
Aquí los invito a cercarnos a la cuarta parte de la exhortació n apostó lica
Redemptoris custos, del papa Juan Pablo II: “En tiempos difíciles para la Iglesia, Pío
IX, queriendo ponerla bajo la especial protecció n del santo patriarca José, lo declaró
«Patrono de la Iglesia Cató lica». El Pontífice sabía que no se trataba de un gesto
peregrino, pues, a causa de la excelsa dignidad concedida por Dios a este su siervo
fiel, «la Iglesia, después de la Virgen Santa, su esposa, tuvo siempre en gran honor y
colmó de alabanzas al bienaventurado José, y a él recurrió sin cesar en las
angustias». ¿Cuá les son los motivos para tal confianza? Leó n XIII los expone así: «Las
razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono
de la Iglesia, y por las que, a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y
patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre
putativo de Jesú s (...). José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza
y defensor de la Sagrada Familia (...). Es, por tanto, conveniente y sumamente digno
del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en
todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste
patrocinio a la Iglesia de Cristo».
Este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia no só lo como
defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en
su renovado empeñ o de evangelizació n en el mundo y de reevangelizació n en
aquellos «países y naciones, en los que la religió n y la vida cristiana fueron
florecientes y» que «está n ahora sometidos a dura prueba». Para llevar el primer
anuncio de Cristo y para volver a llevarlo allí donde está descuidado u olvidado, la
Iglesia tiene necesidad de un especial «poder desde lo alto» (cf. Lc 24, 49; Act 1, 8),
don ciertamente del Espíritu del Señ or, no desligado de la intercesió n y del ejemplo
de sus Santos.
Ademá s de la certeza en su segura protecció n, la Iglesia confía también en el
ejemplo insigne de José; un ejemplo que supera los estados de vida particulares y se
propone a toda la Comunidad cristiana, cualesquiera que sean las condiciones y las
funciones de cada fiel. La actitud fundamental de toda la Iglesia debe ser de
«religiosa escucha de la Palabra de Dios», esto es, de disponibilidad absoluta para
servir fielmente a la voluntad salvífica de Dios revelada en Jesú s. Ya al inicio de la
redenció n humana encontramos el modelo de obediencia —después del de María—
precisamente en José, el cual se distingue por la fiel ejecució n de los mandatos de
Dios.
Pablo VI invitaba a invocar este patrocinio «como la Iglesia, en estos ú ltimos
tiempos suele hacer; ante todo, para sí, en una espontá nea reflexió n teoló gica sobre
la relació n de la acció n divina con la acció n humana, en la gran economía de la
redenció n, en la que la primera, la divina, es completamente suficiente, pero la

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segunda, la humana, la nuestra, aunque no puede nada (cf. Jn 15, 5), nunca está
dispensada de una humilde, pero condicional y ennoblecedora colaboració n.
Ademá s, la Iglesia lo invoca como protector con un profundo y actualísimo deseo de
hacer florecer su terrena existencia con genuinas virtudes evangélicas, como
resplandecen en san José».
La Iglesia transforma estas exigencias en oració n. Y recordando que Dios ha
confiado los primeros misterios de la salvació n de los hombres a la fiel custodia de
San José, le pide que le conceda colaborar fielmente en la obra de la salvació n, que le
dé un corazó n puro, como san José, que se entregó por entero a servir al Verbo
Encarnado, y que «por el ejemplo y la intercesió n de san José, servidor fiel y
obediente, vivamos siempre consagrados en justicia y santidad». Desde 1870, con el
Papa Leó n XIII, la Iglesia implora la protecció n de san José en virtud de «aquel
sagrado vínculo que lo une a la Inmaculada Virgen María», y le encomienda todas
sus preocupaciones y los peligros que amenazan a la familia humana.
Aú n hoy tenemos muchos motivos para orar con las mismas palabras de Leó n
XIII: «Aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios...
Asístenos propicio desde el cielo en esta lucha contra el poder de las tinieblas ...; y
como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del niñ o Jesú s, así
ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda
adversidad». Aú n hoy existen suficientes motivos para encomendar a todos los
hombres a san José.
A finales del siglo XIX, tiempos de una “Roma desorientada entre la devoció n y la
indiferencia”, irrumpió una avalancha de ejercicios piadosos en la devoció n de la
iglesia cató lica que respaldaban las decisiones pontificias en favor de san José. En
primer lugar, las “letanías a san José”. Benedicto XIII lo había hecho entrar
oficialmente (1726) en las de los santos; un poco antes (1715) lo añ adía Pío VII en la
oració n A cunctis (oració n colecta). Corresponderá a san Pío X aprobar el decreto
que publicaba las letanías, subrayando su título de “augusto Patriarca” y
apellidá ndolo “poderoso patrono de la Iglesia cató lica ante Dios” (S. Congregatio
Rituum, 1909, pp. 290-292). Benedicto XV hará incluir su nombre en las
invocaciones destinadas a la reparació n de las blasfemias al final de las exposiciones
solemnes de la reserva eucarística (S. Congregatio Rituum, 1921, p. 158). Y Juan
XXIII hará otro tanto en el canon romano de la misa, enseguida del de María,
llamá ndolo “su esposo” (Sagrada Congregació n de los Ritos, 1962, p. 873). Bajo el
pontificado de Francisco, la Congregació n para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, el día 1 de mayo del 2013, memoria de San José Obrero, con el
prefecto Cardenal Antonio Cañ izares Llovera, se emite el decreto con el que se añ ade
el nombre de san José en las Plegarias eucarísticas II, III y IV del Misal Romano.

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A las letanías se agregará n los “gozos de san José” y aun los “dolores de san José”,
reflejo popular de las antiquísimas letanías lauretanas en alabanza de Nuestra
Señ ora. Es entonces cuando comienza a evidenciarse la peregrina mezcla que hará la
tradició n en torno a José de Nazaret entre las fuentes bíblicas y las leyendas
apó crifas de los orígenes cristianos. En las letanías es invocado como “esperanza de
los enfermos”, “abogado de los enfermos” y “terror de los demonios”. Los dolores no
dudan en verlo sufriente ante la pérdida de Jesú s niñ o en el templo, y los gozos lo
refieren reconfortado porque su muerte acontece en brazos de María y Jesú s.
Resulta evidente que en muchos momentos se ha ignorado la noticia evangélica en
beneficio de una devoció n cuyo fundamento no va má s allá de una pía
consideració n.
Toda devoció n de nuestro en nuestro tiempo, debe tener un fundamento claro en
la sagrada escritura, ha de iluminar y responder a los desafíos de la realidad y a las
exigencias y orientaciones de las ciencias, particularmente las sociales, con el fin de
ofrecer un discurso, un modelo y unas prá cticas creíbles, ú tiles y pertinentes al
hombre de hoy. De ahí las referencias a san José en relació n con la evangelizació n, la
familia, la ética del cuidado, la ecología integral, la interculturalidad, la sinodalidad,
etc.
En el mundo de hoy en el que vivimos, la Iglesia no piensa tanto en defenderse
de un enemigo externo cuanto busca, má s bien, reconocer su labor de dar un
testimonio auténtico de la verdad del Evangelio. Estamos ante un mundo en el cual
son necesarios la concreció n y el sentido del misterio, un mundo en el cual
tendemos a huir de los vínculos de relaciones y compromisos estables y encerrarnos
en un narcisismo estéril, José nos indica el camino de la renuncia de nosotros
mismos, de la responsabilidad cotidiana, del obrar silencioso para que la familia viva
y crezca.

4. La devoción de San Vicente de Paúl a San José


“Así lo hacemos también nosotros en las misiones; ¿no lo creéis necesario? ¡Que
Dios reciba con agrado la sumisió n que le habéis hecho para honrar la sumisió n de
su Hijo a san José y a la santísima Virgen!... Al obedecer, aprenderéis la santa
humildad; y al mandar por obediencia, enseñ aréis a los otros con utilidad” (SVP IX 1,
27).
“La santísima Virgen y san José tuvieron este respeto cordial con nuestro Señ or
en la tierra y en sus relaciones mutuas” (SVP IX 1, 150).
“Con ese respeto cordial honraremos también las relaciones de san José, de la
santísima Virgen y de Jesú s. Para ayudarnos a practicar esta virtud, hay que tener
buena opinió n de nuestras hermanas, no fijarse en sus pequeñ os defectos,
acordarnos de que Dios las ama con mayor cariñ o cuando ellas lo aman má s, sin que

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su bondad tenga en consideració n sus debilidades naturales ni las debilidades de
sus espíritus, y que su misma sencillez atrae con mayor abundancia sus gracias.
También es conveniente tomar muchas veces la resolució n de habituarnos al
respeto cordial, por amor a Dios, pedirle la gracia de conservar en nuestros
corazones una baja estima de nosotras mismas, hablar bien de nuestras hermanas
en todas las ocasiones, aunque con juicio, y sin que parezca que queremos hacernos
estimar, excusar los defectos de las demá s y no amonestarles nunca, a no ser con
caridad, por este motivo del respeto cordial. De esta prá ctica se seguirá n muchos
bienes: parecerá que hay una gran igualdad entre las hermanas; las que son de
nacimiento o de condició n má s elevada se dará n cuenta de que no son má s que lo
que son delante de Dios, y que cuanto má s se bajen por debajo de las otras, má s las
elevará Dios; las otras, edificadas por este ejemplo, no se elevará n por encima de lo
que son, y se mostrará n agradecidas a las gracias que Dios les da. Esta prá ctica del
respeto cordial, en uso desde el principio de la Compañ ía, se arraigará cada vez má s
fuertemente, se hará habitual y durará ; de todo ello Dios sacará mayor gloria. Si
llegase a faltar, se seguiría la desunió n y el mal ejemplo que las hermanas podrían
dar muchas veces al pró jimo con escá ndalo” (SVP IX 1, 153-154).
El Hijo de Dios ¿no era má s que vosotras, no só lo como Hijo de Dios, sino incluso
como hombre? ¿no era de la familia real? Sin embargo, ya veis su humillació n, su
trabajo y su mortificació n continua, en medio de tan gran pobreza, que tenía que
ganarse la vida con san José. (SVP IX 1, 170).
Otra cosa de gran importancia, mis buenas hermanas, es la manera con que las
recién venidas tienen que portarse con las antiguas, y las antiguas con las nuevas. Es
menester que las recién llegadas honren la infancia de nuestro Señ or y respeten a
las antiguas, como llamadas por Dios antes que ellas a su servicio y al servicio del
pró jimo, tener con ellas mucha deferencia y recibid humildemente sus advertencias.
El Hijo de Dios. aunque má s sabio en todas las cosas que san José y la Virgen, y
aunque se le debía todo honor, no dejaba sin embargo de estar sujeto a ellos y de
servir en la casa en los oficios má s bajos, y se dice de él que crecía en edad y
sabiduría. Hijas mías, este ejemplo tiene que ser un poderoso motivo para haceros
mansas, humildes y sumisas, y para no murmurar cuando alguna hermana os avise
de algú n defecto ((SVP IX 1, 220).
«Al levantarme adoraré la Majestad de Dios y le daré gracias por la gloria que
posee, por la que ha dado a su Hijo, a la Santa Virgen, a los Santos Á ngeles, a mi
Á ngel de la Guarda, a San Juan Bautista, a los Apó stoles, a San José y a todos los
Santos y Santas del paraíso. También Le daré gracias por las que ha derramado
sobre su Santa Iglesia, y, en particular, por las que he recibido de El, sobre todo,
porque me ha conservado durante la noche. Le ofreceré mis pensamientos, mis

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palabras y mis acciones en unió n con las de Jesucristo, y le pediré que me libre de
ofenderle y que me dé la gracia de cumplir fielmente todo lo que Le sea agradable».
El 9 de enero de 1654 San Vicente le pide al padre Rivet que encomiende a Dios,
por la intercesió n de san José, el éxito de un asunto que se refería a la salvació n del
pró jimo.
A Carlos Ozenne, superior de Varsovia, el 20 de marzo de 1654 le escribe así:
Padre: La gracia de Nuestro Señ or sea siempre con nosotros. Nada tengo que decirle
en especial, ya que aú n no he recibido carta suya, a pesar de que han ido dos veces a
buscar la correspondencia a la señ ora de Essarts, que me ha indicado que no ha
llegado nada todavía. ¡Quiera Dios que nos traiga buenas noticias! Por aquí, gracias a
Dios, no hay nada desagradable que contarle. Es verdad que en Génova han estado
enfermos casi todos los de casa, unos de una forma y otros de otra; pero
actualmente está n todos mejor, aunque haya algunos que aú n no está n del todo
restablecidos. Van a volver a empezar con un seminario interno y a continuar con
una devoció n que han empezado, y nosotros con ellos, para pedirle a Dios por los
méritos y las oraciones de san José, cuya fiesta celebrá bamos ayer, que envíe buenos
operarios a la compañ ía para trabajar en su viñ a. Nunca habíamos tenido tanta
necesidad de ellos como ahora, ya que hay muchos cardenales y obispos de Italia
que nos urgen a que les enviemos misioneros. Los de Roma y los de Génova siguen
trabajando con tanto ardor y bendició n que son la admiració n de todo el mundo,
gracias a Dios.
A Esteban Blatiron, Superior de Genova. el 14 de agosto de 1654, lo felicita por
haber recurrido a la mediació n del glorioso patriarca san José, para obtener obreros
capaces de cultivar la viñ a del Señ or. Le aconseja que celebre o mande celebrar
durante seis meses una misa en una capilla dedicada a este santo. Desea que en sus
expediciones apostó licas mueva a los pueblos a tener devoció n y confianza en este
fiel guardiá n de la Madre inmaculada de Jesú s.
Es la carta 2040, a Esteban Blatiron, Superior De Genova, del 12 de noviembre
de 1655, la que puede condensar toda la devoció n y las recomendaciones de San
Vicente en relació n a San José: “Doy gracias a Dios por los actos extraordinarios de
devoció n que piensan ustedes hacer para pedirle a Dios, por intercesió n de san José,
la propagació n de la compañ ía. Ruego a su divina bondad que los acepte. Yo he
estado má s de veinte añ os sin atreverme a pedírselo a Dios, creyendo que, como la
congregació n era obra suya, había que dejar a su sola providencia el cuidado de su
conservació n y de su crecimiento; pero, a fuerza de pensar en la recomendació n que
se nos hace en el evangelio de pedirle que envíe operarios a su mies, me he
convencido de la importancia y utilidad de estos actos de devoció n. (ir a San José
para pedirle obreros capaces de cultivar la viñ a del Señ or, V, 163-164.)

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En este camino de cuidarnos como los hermanos, san José «nos invita a acoger
a los demá s, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque
Dios elige lo que es débil (cf. 1 Cor 1, 27), es “padre de los huérfanos y defensor de
las viudas” (Sal 68, 6) y nos ordena amar al extranjero». Nos encontramos así por
doquier, hermanos a los que aproximarnos, a los que cuidar con nuestra escucha y
atenció n. Y esto, no solo como hermanos, sino má s aun, «con corazó n de padre».
Siguiendo el ejemplo de san José Vivamos en la confianza de que san José realiza
fielmente su misió n y cuida de su Iglesia. Pero no nos contentemos con solo mirar a
este santo hombre, sino que, en este añ o, cada uno de nosotros, siguiendo su
ejemplo, podamos fortalecer diariamente nuestra vida de fe en el pleno
cumplimiento de la voluntad de Dios, y, desde ahí, ser padres y hermanos, como san
José.

5. Conclusión
Si recorremos la vida de san José al servicio de Cristo tal como nos la presentan
los Evangelios, descubrimos una dimensió n apostó lica y misionera en varios de los
hechos ahí narrados, que ofrecen al consagrado una clara inspiració n de su misió n.
Mencionemos brevemente algunos: - A José se le revela la concepció n virginal de
Cristo y se le manda que le imponga el nombre de Jesú s, que quiere decir Salvador,
porque É l salvará a su pueblo de sus pecados. A los ochos días de nacido, José
cumple con este mandato y le impone al Niñ o el nombre de Jesú s y recibe su
primera sangre derramada: Dolor y gozo, preludio de salvació n pascual, sangre de la
alianza que hace fecunda la misió n, dulce nombre impuesto por la autoridad paterna
de José: “no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros
debamos salvarnos” (Hch 4, 12). Por eso, los consagrados (as) cumplen su misió n
invocando y anunciando el Nombre de Jesú s, “Dios con nosotros”, y difundiendo su
Reino, y san José desde el cielo mira complacido esa misió n evangelizadora y
santificadora de los consagrados y les muestra su patrocinio.
- Cuando Jesú s es presentado al Templo por María y José, el anciano Simeó n toma
al Niñ o en sus brazos y lo proclama como “Luz de las naciones” y anuncia los futuros
sufrimientos de Cristo, en los que María y José van a participar. El Señ or quiso darles
a probar anticipadamente su pasió n, pero también la alegría de su gloria. Dolor y
gozo que son la esencia del misterio pascual, muerte y resurrecció n, muestra del
amor inmenso de Dios hacia los hombres. El consagrado sabe que con tales trabajos
ha quedado el hombre redimido, y que su misió n pastoral en la Iglesia de hoy no es
sino explicitació n de la obra redentora de Cristo.
- La visita de los magos para adorar a Jesú s, el Rey recién nacido, es un anuncio
de la vocació n de los paganos a la fe, que la Iglesia a través de los siglos, proclamaría
y haría efectiva por medio de tantos predicadores y misioneros, pertenecientes

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muchos de ellos a Institutos de vida consagrada. Pero también, esa misma visita fue
ocasió n de la persecució n de Herodes y la consecuente huida a Egipto por la acció n
diligente de José, para salvar la vida del Niñ o. Muchos han interpretado esta huida
como un hecho misionero: José lleva a Jesú s a Egipto, tierra de paganos, y cumple la
profecía de Isaías: “Allá va Yavé cabalgando sobre nube ligera y entra en Egipto, se
tambalean los ídolos de Egipto... Será conocido Yavé de Egipto y conocerá Egipto a
Yavé aquel día... Se convertirá n a Yavé y É l será propicio y los curará ” (Is 19, 1. 21-
22). Si el nombre de José significa “aumento”, la misió n de san José, al alimentar y
proteger a Cristo, contribuye verdaderamente al aumento y crecimiento del Pueblo
de Dios, a través de la Iglesia misionera. Por eso, no es extrañ o que muchos
Institutos de vida consagrada, conscientes de su pertenencia a la Iglesia misionera,
hayan optado por abrir casas de misió n en países no cristianos, poniéndolas bajo el
patrocinio de san José, a quien invocan como “Protector de las misiones”, “San José
de la Misió n”.
Los consagrados (as) pueden invocar a san José y encomendarle su vida y sus obras
apostó licas, sabiendo que él escuchará desde el cielo sus sú plicas y bendecirá con
abundantes frutos su labor evangelizadora y misionera en favor de las familias, los
jó venes, los niñ os, los matrimonios, los ancianos, los sacerdotes, los consagrados
(as), los migrantes, los pobres, los trabajadores, los educadores, las mujeres, los
laicos,... porque todos encuentran un lugar preferencial en su corazó n, pues él
conoció las realidades que ellos experimentan diariamente, cuando vivió al lado de
Jesú s y de María sirviéndolos por amor.

Para reflexionar y compartir:


¿He experimentado alguna vez en mi vida la protecció n de San José?
¿De qué manera estoy profundizando en el conocimiento de San José?
¿Có mo estoy haciendo conocer y honrar a San José?

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