Capítulo II La Violencia
Capítulo II La Violencia
Capítulo II La Violencia
Dicen que todas las ciudades son cicatrices de las grandes batallas. Las construcciones cierran
el pasado y truncan el paso a la continua violencia contra el hombre. La ciudad construye,
transporta, resurge, también permite la nueva historia, el nuevo discurso, tanto como la simple
enunciación de significantes. La violencia es parte de la historia. El acto es fundante, otorga
nombre y estilo (marca). No es deseable, porque obliga por la fuerza y no convence. La
violencia viola el discurso y le otorga simientes para historias distintas. La violencia histórica no
es reduccionista, no se une exclusivamente al uso de la fuerza física o a la amenaza constante.
La violencia también implica su propia negación. Ya lo dijo alguna vez Mohandas Gandhi: “No
hay nada más violento que la violencia misma”. La violencia también permite el desarrollo en el
sentido que le da la modernidad al tiempo, afincado en el trabajo. La violencia no es sólo contra
el ser humano en esta noción de “crecimiento”: “El fin justifica la violencia ejercida sobre la
naturaleza para obtener el material, como la madera justifica la muerte del árbol y la mesa, la
destrucción de la madera (21). Dicha idea es permeable a la visión instrumental con la que
opera Occidente. La violencia rompe con los ciclos, con la vida misma. Por ello, cambia la
historia, la modifica, la resignifica:
...el hombre hacedor y fabricante, cuya tarea es violentar a la naturaleza con el fin de construir
un permanente hogar para sí, fue persuadido a renunciar a la violencia y a toda actividad, a
dejar las cosas como son, y a buscar su hogar en la morada contemplativa situada en la
vecindad de lo imperecedero y eterno22 .
A nadie puede pasar inadvertido el aumento de la violencia. En este momento hay guerras que
buscan el usufructo de los bienes energéticos, disfrazadas de campañas antiterroristas.
También las hay por causa de la religión, la cultura e históricos agravios. Las mafias mexicana,
rusa, colombiana, estadounidense, coreana, china, italiana y otras se disputan, mediante
asesinatos y violencia, el control de la droga, su producción clandestina y los mercados. El
individualismo, acentuado por algunos sistemas y su soporte ideológico, convierte a las
grandes urbes en campos de batalla en donde el bienestar personal se antepone al interés
comunitario, con las fricciones que, lógicamente, se derivan. En muchos países la violencia
intrafamiliar y el asesinato de mujeres y niños no disminuye, aumenta. Una revisión, aunque
sea superficial, de las noticias de casi todas las naciones no deja una imagen agradable. La
violencia crece, se propaga como el fuego, mina la estructura social, debilita y deslegitima a los
gobiernos, transforma las relaciones humanas que, en la actualidad, se sustentan en el miedo.
Durante todo el siglo XX y lo que va del XXI, sólo se alcanzó la paz auténtica en escasos
lugares y por poco tiempo. Parece que Tomás Hobbes tenía razón, al decir “el humano es en
primer término un depredador”. Ante esta escalada de la destrucción, ante un ambiente cada
vez más egoísta y agresivo, ante la desesperación y el deterioro, se hace no sólo necesario,
sino ineludible razonar acerca de la violencia, estudiarla, desmenuzarla, conocer sus más
íntimas motivaciones para poder revertir el proceso y acercarnos a una organización que
favorezca el valor de la comunidad, el regreso al humanismo, entendido como el respeto a la
vida por encima de cualquier otra intención. Se perciben: televisión y violencia, son complejos,
forman parte del conjunto de hechos que modelan a la sociedad, como la cultura, la economía,
la política, el Estado, etc. La televisión y la violencia tienen una vieja relación que hoy, más que
nunca, es necesario conocer y desentrañar, es urgente observarla desde la sociología, la
antropología, la psicología y, obviamente, la comunicación.
La violencia (del Lat. violentia) es un comportamiento deliberado que resulta, o puede resultar,
en daños físicos o psicológicos a otros seres humanos, o más comúnmente a animales o cosas
(vandalismo) y se lo asocia, aunque no necesariamente, con la agresión, ya que también puede
ser psicológica o emocional, a través de amenazas u ofensas. Algunas formas de violencia son
sancionadas por la ley o la sociedad. Distintas sociedades aplican diversos estándares en
cuanto a las formas de violencia que son aceptadas o no. Por norma general, se considera
violenta a la persona irrazonable, que se niega a dialogar y se obstina en actuar pese a quien
pese, y caiga quien caiga. Suele ser de carácter dominantemente egoísta, sin ningún ejercicio
de la empatía. Todo lo que viola lo razonable es susceptible de ser catalogado como violento si
se impone por la fuerza. “La violencia es un fenómeno sumamente difuso y complejo cuya
definición no puede tener exactitud científica, ya que es una cuestión de apreciación. La noción
de lo que son comportamientos aceptables o inaceptables, o de lo que constituye un daño, está
influida por la cultura y sometida a una continua revisión a medida que los valores y 46 las
normas sociales evolucionan”, como el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en
grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que
cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos,
trastornos del desarrollo o privaciones”. La cuestión es que “la ley” legitima la violencia en
determinados casos (ejemplo: los insumisos fueron privados de libertad y cumplieron penas
privativas de libertad en establecimientos penitenciarios). Pero esta cuestión nos lleva a otra:
los grupos sociales (ejemplo: los insumisos) que consideran injusta la ley que legitima la
violencia, pueden influir en los procesos legislativos para que se derogue o modifique la ley
(ejemplo: los insumisos lograron que no fuera obligatorio el servido militar).
Sobre lo que es "violento" tenemos un cierto contexto, aunque la apreciación de ello tiene que
ver con dos elementos. Uno es la forma y la contundencia "objetivas" del acto violento, por
ejemplo, el tipo de palabras proferidas, el calibre de los insultos, los instrumentos materiales
que lo acompañan, los efectos visibles o consecuencias físicas palpables, etc. Otro es, más
bien, de carácter subjetivo, es decir, miradas las cosas desde el sujeto objeto de un acto
eventualmente violento. Así, palabras, gestos o actos pueden ser más o menos violentos según
las condiciones de las personas que los padecen y las circunstancias en las que se producen.
Lo comprobable es que hay usos y costumbres que en el sentido común no están revestidas de
abierta "violencia", sino de cierta naturalidad, de cierta obviedad; es decir, no son percibidas en
el sentido común como actos violentos y violentadores. Por ello, en el derecho se considera lo
que se llama circunstancias agravantes o atenuantes de los actos cometidos. 49 Pero si bien
en los últimos tiempos se ha hecho alusión de forma más constante e incisiva a lo que es la
violencia política, el conflicto armado interno y, ahora, a la violencia callejera, delincuencial,
horizontal, conviene intentar aclararnos sobre aquello de "violencia social". En 1968 los obispos
católicos de la Conferencia de Medellín acuñaron una expresión que nos puede ayudar a
entender lo que es la violencia social. Hablaron de la violencia “institucionalizada”, es decir,
aquella que forma parte del modo de organizar la sociedad, el ejercicio del poder, el control
social y la producción y la distribución de la riqueza, el mantenimiento de la dominación, la
división social del trabajo, la división generacional del poder, la secular discriminación de la
mujer, del indio y de las nuevas generaciones, entre ellas, los niños y niñas. Pobreza y
desigualdades son la punta del iceberg de la violencia social. Hoy, además, se habla de que las
democracias formales tienen y mantienen una deuda social y las políticas económicas, de
empleo, de salud, de nutrición, de alimentación, de transporte, de vivienda, etc., no pretenden
ser otra cosa que una manera de "pago" de la deuda social contraída con las mayorías
nacionales a la largo de la historia. La misma distribución del presupuesto nacional de cada año
expresa una tensión entre atender la deuda social y los intereses de ciertos sectores, entre
encarar la pobreza creciente, o por la menos no reducida significativamente, y la urgencia de ir
saldando la deuda social con los más desfavorecidos. Por ello, violencia social cubre un amplio
espectro y es una manera global de cubrir diversas áreas de la vida ciudadana cotidiana, en
particular, de las mayorías del país. 50 La violencia social, en este sentido, es expresión de una
violencia institucionalizada. Ella, además, interpreta la institucionalidad del Estado y la
sociedad. Es lo que se ha dado en llamar violencia estructural, es decir que ha logrado entrar a
las estructuras de la sociedad y del Estado, que devienen en generadoras de formas de
violencia, de relaciones sociales que no escapan al clima de violencia, incluidas las relaciones
en el ámbito privado, como el de la familia. La violencia estructural heredada expresa un factor
de deshumanización y de depredación de la vida.
Bastaría con relacionar las cifras que dan cuenta, en un período de tres décadas, por ejemplo,
de la situación de la pobreza, de la exclusión, de la marginación, del desempleo, de los niveles
de educación y de la calidad de esta, así como los niveles de deterioro de la calidad de vida en
general, para tener una idea y referentes menos subjetivos de la relación entre violencia en la
familia y violencia en el entorno social, político y económico. La elevada tasa de prevalencia de
violencia contra la mujer, los niños, niñas e incluso contra los adultos mayores, se da en un
contexto que no es ajeno ni puede ser subestimado cuando de factores incidentes en la
violencia intrafamiliar se trata. El aumento de la pobreza o su agravamiento no solo devienen
en una causa y expresión de las agudas desigualdades que el país exhibe, sino que repercuten
en las relaciones sociales familiares, en las relaciones con la población formalmente
dependiente, como serían los hijos y los adultos mayores. En circunstancias de insuficiente
cobertura de los servicios a la población, el estrés, la angustia, la inseguridad y la tendencia a
los impromptus (que no es pronto), no favorecen relaciones 51 sociales saludables en el ámbito
de la que consideramos familia. Por ejemplo, el propio Plan Nacional de Salud Mental señala
que entre las causales de suicidio están:
Una de las esferas en las que se puede encontrar la relación entre violencia social y violencia
intrafamiliar, es en las pautas de crianza. Un reciente estudio de Jorge Castro Morales arroja
una interesante información al respecto. Menciona a Castro de la Mata, quien señala que las
familias peruanas pueden clasificarse en despóticas, autoritarias y democráticas. Si bien no
establece una relación directa con el contexto político, social, económico de la época en la que
afirma la mencionada, investigación doctoral, está referida a los años 70, precisamente luego
de una larga historia de búsqueda interrumpida de la democracia y períodos de autoritarismo o
de dictadura como se calificara al gobierno de M. Odría y luego, por algunos sectores de la
derecha y la oligarquía, el de Velasco Alvarado. El contexto de la llamada violencia social
tiende a afectar la que en el modelo circumplejo de Olson se entiende por el eje de cohesión y
el eje de adaptabilidad. "En este sentido, cabe señalar que las familias más disfuncionales, esto
es, las que se ubican cercanamente a los extremos de dispersión o aglutinación en el primero,
o en los de estructuras rígidas o caóticas en el segundo, son las más proclives a establecer
pautas de crianza patógenas: desapego, prohibiciones extremas, autoritarismo, castigos
psíquicos y físicos, cuando no manifestaciones psicopatológicas derivadas de todas las formas
de maltrato (por negligencia, físico, psicológico y por abuso sexual) y de la violencia doméstica,
fenómenos todos tributarios del círculo vicioso pobrezamarginación-hacinamiento-
promiscuidad, tal como se desprende de nuestra experiencia de clínica en una zona urbano
marginal de Lima"
Pero señalar la relación entre violencia social o estructural y la dinámica familiar, incluso la
violencia intrafamiliar, nos remite en primer lugar a verificar cuáles son los recursos y
capacidades desarrolladas en la resistencia y en la resiliencia de las familias. Es decir, como el
contexto constituye una real y seria amenaza, pero no una fatalidad insalvable. El economista
Iguíñiz28 nos lo recuerda: "para los pobres, la esencial no está en su situación, no está en las
malas condiciones en las que viven, sino en la escasa efectividad y eficiencia de sus
denodados esfuerzos para alejarse de las que más les afectan personalmente y... en la
impotencia ante las restricciones extremas e internas que les impiden actuar en la dirección
que consideran adecuada"; y la primera de sus anotaciones plantea que "la fuerza principal tras
la salida de las familias pobres de su situación es su propia iniciativa”.
Objetivo
Los participantes reconocen la relación entre las formas de violencia intrafamiliar en el marco
de la violencia social.