Capitulo 3 Tesis Legitima Defensa
Capitulo 3 Tesis Legitima Defensa
Capitulo 3 Tesis Legitima Defensa
LA LEGÍTIMA DEFENSA
3.1 CONCEPTO
¿Qué condiciones debe haber para que una defensa propia sea legitima?
Ahora bien, resulta de vital importancia analizar los criterios que causan mayor
controversia al momento de argumentar y dictar sentencias respecto a esta causa
de justificación:
Este tipo de defensa propia queda excluida como delito siempre y cuando sea
repelida una agresión real, actual o inminente y sin derecho, en defensa de bienes
jurídicos propios o ajenos. Además, debe existir una necesidad de la defensa
empleada y no medie provocación dolosa suficiente e inmediata por parte del
agredido o de su defensor.
Así pues, algunos trataron de ver en la figura una manifestación jurídica del
instinto de conservación innato en el ser humano, es decir, aquel rasgo natural
que pese al tránsito hacia la vida en sociedad, ni puede ni debe ser eliminado.
Esta tesis está, hoy en día, superada por la doctrina, a la que no le basta una
justificación que no puede explicar la legítima defensa de persona ajena, ni la
defensa de bienes jurídicos sin alcance vital.
Así pues, algunos trataron de ver en la figura una manifestación jurídica del
instinto de conservación innato en el ser humano, es decir, aquel rasgo natural
que pese al tránsito hacia la vida en sociedad, ni puede ni debe ser eliminado.
Esta tesis está, hoy en día, superada por la doctrina, a la que no le basta una
justificación que no puede explicar la legítima defensa de persona ajena, ni la
defensa de bienes jurídicos sin alcance vital.
Hay países como la Unión Soviética, Bolivia donde el derecho del estado no está
sometido a más restricciones que la ley exige, nosotros creemos que defender los
intereses del estado es un deber ciudadano, pues este le garantiza una serie de
beneficios a la comunidad.
Para que la legítima defensa se configure es necesario que la acción repulsiva del
agente se ejercite contemporáneamente a la agresión actual y al peligro inminente
que la motive; y el ataque es actual cuando reviste características de inminencia o
dure todavía, pero no cuando sólo se dibuja en el futuro o cuando ya ha
terminado. Lo que importa por tanto en la legítima defensa es la actualidad del
ataque. La reacción defensiva efectuada cuando ya se ha consumado el ataque y
el peligro que se pretende la motivaron, no puede considerarse como legítima
defensa, ni eximir de responsabilidad al agente activo del delito. Asimismo, los
actos ejecutados en contra del ofendido con posterioridad a la acción consumada
por éste, no pueden ya estimarse que justifiquen la legítima defensa, sino actos de
represalia o contienda cuya ilegalidad impide que la responsabilidad penal se
excluya por tal concepto.
La legítima defensa tiene lugar cuando media una situación de necesidad. Cuando
entre el mal que evita quien se defiende y el que le quiere causar quien le agrede
media una desproporción inmensa, porque el primero es ínfimo comparado con el
segundo, la defensa deja de ser legítima. Esto debe quedar claro: la defensa sólo
es legítima si es necesaria.
El artículo 15 del Código Penal define la legítima defensa cuando se repela una
agresión real, actual o inminente, y sin derecho, en protección de bienes jurídicos
propios o ajenos, siempre que exista necesidad de la defensa y racionalidad de los
medios empleados y no medie provocación dolosa suficiente e inmediata por parte
del agredido o de la persona a quien se defiende.
El artículo 16, por otra parte, aclara el caso del exceso de legítima defensa donde,
en caso de probarse se impondrá una sanción correspondiente al delito de que se
trate, quedando pendiente el catalogarlo como doloso.
1
. (Gonzalo Rodríguez Monrullo: «Legítima defensa real y putativa en la doctrina penal del Tribunal Supremo», «Civitas», 1976, pág. 66).
Entienden cuantos se suman a este criterio que la legítima defensa que consagran
los ordenamientos jurídicos traduce a su escala un derecho natural que tiene una
doble raíz, a saber: la exigencia de conservar la vida, y la del bien común, que
pide cumplir con la demanda social del rechazo a los malhechores.
Tal derecho, por lo tanto, es a un tiempo objetivo y subjetivo. Objetivo, porque una
norma jurídica lo reconoce, y subjetivo, porque se trata de una facultad que,
amparada por esa norma, se pone en ejercicio.
“Cuando un intruso llegue a una casa habitación, quien esté en la casa pueda
repeler esa agresión, de cualquier manera, bajo cualquier circunstancia y
utilizando los mecanismos o los elementos que tenga a la mano y de ninguna
manera puede ser imputado penalmente”.
Tienes que comprobar que precisamente, la legítima defensa, no es un cheque en
blanco ya que hay que demostrar la legítima defensa comprobando evidentemente
que la persona que entró a un hogar pues lo hace, precisamente, con la intención
de afectar o de dañar la integridad física de una persona, su familia, o económica.
La intención es que tú puedes alegar que fue en defensa propia, que fue en
defensa de tu familia que fue la legítima defensa y que, si el ladrón está golpeado,
muy golpeado, o, en un momento dado falleció el intruso, te atienes a la legítima
defensa ampliada, en ese sentido, que estuvo dentro de su casa, se hace una
investigación respectiva.
“La gran ventaja de esta reforma es que cuando ingresen a tu domicilio con la
finalidad de agredirte, se podrá utilizar cualquier mecanismo de defensa, así sea
un supuesto policía que entre a robar o agredirte”.
Para los partidarios de este punto de vista, la muerte del agresor es contraria a
derecho, y no puede considerarse como causa de justificación para el agredido.
Este no actúa «iure», aunque no merece castigo y sí impunidad, porque su
comportamiento resulta excusable, bien por la perturbación psíquica y el arrebato
que la agresión desencadena “propter perturbationem animi”, bien porque esa
misma agresión le coloca en estado de necesidad, bien por el miedo insuperable
que le sobrecoge. La muerte del agresor no es, por tanto, un derecho del
agredido. Su comportamiento es materialmente antijurídico, pero se le exime de
responsabilidad por el delito, atendiendo a las razones aludidas que le inhiben de
culpabilidad, toda vez que el hecho, sin conciencia ni libertad por parte del sujeto,
ni siquiera podría calificarse de humano.
La complejidad de la legítima defensa o por qué propicia sentencias injustas.
El primer criterio que será analizado es el que establece que la agresión debe ser
real, actual o inminente. Esto significa que la agresión forzosamente tiene que
existir; no puede ser subjetiva o imaginativa. La agresión cumple con el criterio de
actualidad e inminencia cuando ésta se encuentra activa; esto es, desde que el
agresor comienza a realizar acciones con el fin de lastimar el bien jurídico, hasta
que la agresión ha cesado ya sea porque ésta ha cumplido su objetivo o porque
ha sido detenida por medio de la defensa inmediata. Existen dos maneras de
2
Derecho en red, Causas de justificación en nuestro ordenamiento penal, publicado el lunes, 3 de diciembre del
2012, http://www.infoderechopenal.es/2012/12/causas-de-justificacion.html, (fecha de consulta: viernes 4 de noviembre del 2016).
3
Derecho en red, Causas de justificación en nuestro ordenamiento penal, publicado el lunes, 3 de diciembre del
2012, http://www.infoderechopenal.es/2012/12/causas-de-justificacion.html, (fecha de consulta: viernes 4 de noviembre del 2016).
violar el criterio de actualidad de la agresión que establece legítima defensa y
determinar cuál de las dos fue la que utilizó la presunta víctima, implica un alto
grado de subjetividad.
La primera manera de violar el criterio mencionado con anterioridad es la defensa
putativa, que, con base en el libro Dolo, error y eximentes putativas de Tozzini, es
definida de la siguiente manera: “Es aquella situación en la que un sujeto obra en
contra de otro que cree es su agresor, el que, en verdad, no le ataca ilícita, grave
o inminentemente, siendo en consecuencia, el agredido imaginario el verdadero
agresor”4. Esto implica que la supuesta víctima debe de creer de buena fe que
está ante una agresión real y que al momento de realizar la repulsión de la
presunta agresión, su principal objetivo sea proteger su integridad y no lastimar al
presunto agresor. Dicho esto, es posible deducir que, como la intencionalidad del
individuo no era lastimar al presunto agresor y creía firmemente que de no hacerlo
su integridad corría peligro, la acción constituye un error de malinterpretación de
los hechos y, por lo tanto, no será punible siempre y cuando en efecto haya
considerado erróneamente la existencia de una agresión.
Consecuentemente, el criterio que establece que la agresión debe ser real, actual
o inminente, implica un alto grado de subjetividad para determinar cuál de las dos
violaciones incurre; puesto que para catalogar las acciones del sujeto en el exceso
extensivo de la defensa legítima o en la defensa putativa, el único factor
determinante es si el individuo consideraba que la agresión aún era vigente y
representaba un peligro o si continuó la defensa con el único fin de lastimar al
agresor. Debido a lo anterior, la víctima o presunta víctima según sea el caso,
puede realizar acciones que encajen con la definición de exceso extensivo y, sin
embargo, argumentar durante su juicio que consideró que la agresión seguía
vigente y que, de no haber continuado la defensa, ésta representaba un grave
peligro para su integridad. Esto con el fin de eliminar el factor de punibilidad y
4
Carlos A. Tozzini, Dolo, Error y Eximentes Putativas, (Argentina: Ed. Depalma 1964), 49 y ss.
5
Miguel Ontiveros Alonso, 20 Reglas Básicas de la Legítima Defensa Policial, (México: Ed. Ubijus 2009), 16.
evitar una sentencia condenatoria en su contra. Aun así, aunque el individuo utilice
el argumento mencionado con anterioridad, los hechos del caso serán analizados
por un juez; pero a final de cuentas, el juez no podrá dar una resolución totalmente
objetiva del caso ya que no puede determinar qué es exactamente lo que el
individuo pensaba en el momento en que los hechos se llevaron a cabo. Es
necesario percatarse de que existen un sinfín de variables que no deben ser
omitidas para deducir qué fue lo que realmente sucedió en cada caso y, de este
modo, dictar la sentencia más justa y objetiva posible.
Entonces, para que la víctima de una agresión pueda argumentar que actuó en
legítima defensa, ésta debe haber tenido forzosamente la intención de realizar una
acción voluntaria que repeliera e hiciera concluir la agresión a la que estaba
expuesta. De lo contrario, si por algún motivo involuntario la víctima hace cesar la
agresión, dicha acción involuntaria no califica como legítima defensa y es
catalogada como una agresión. Esto pudiera no parecer justo ya que, incluso si la
repulsión de la agresión fue llevada a cabo sin dolo, no cabe duda de que la
víctima se encontraba expuesta a una agresión que podría incluso representar un
grave peligro para su vida y que la acción que llevó a cabo (intencionalmente o no)
le brindó la protección necesaria para impedir ser lastimada.
8
Miguel Ontiveros Alonso, op. cit., 18.
9
Defensoría de Casación Prov. de Bs. As, Legítima Defensa, http://www.defensapublica.org.ar/jurisprudencia/LEGITIMA-DEFENSA.pdf,
(fecha de consulta: sábado 19 de noviembre del 2016), 3
mismo modo, los problemas que representa el hecho de que la intencionalidad de
la defensa sea exigida para que ésta sea catalogada como legítima.
El caso consiste, en pocas palabras, en el homicidio de un policía a manos de su
esposa quien alega legítima defensa por haber sido objeto de violencia
intrafamiliar. El policía, quien era mayor en altura, capacitación de combate y
fuerza, la sometía a golpes. El día del suceso, él llegó a su domicilio en estado de
ebriedad y comenzó a golpear a su esposa; ella logró tomar un cuchillo con la
única intención de intimidar a su esposo para que detuviera la agresión.
Posteriormente, fue arrojada al piso y cuando el esposo se acercó para continuar
agrediéndola físicamente, ella cubrió su rostro con las dos manos y el cuchillo
quedó apuntando accidentalmente hacia arriba. El esposo, al realizar un
movimiento brusco, se insertó el cuchillo en su pecho. Al percatarse de lo
sucedido, ella lo trasladó inmediatamente a un hospital donde falleció unas horas
después. El caso concluyó con una sentencia condenatoria por homicidio culposo
—según la magistrada María Elena Leguízamo Ferrer— sin los mejores o más
adecuados argumentos sobre si la conducta de ella podría justificarse o no 10.
Un error común es pensar que por el hecho de que la víctima utilizó un cuchillo
para defenderse, siendo este medio el causante de la muerte de su esposo, y
además que el policía únicamente utilizaba su físico para agredirla, entonces la
esposa violó el principio de racionalidad de la defensa. La conclusión anterior
conllevaría a pensar que por este motivo sus acciones no deberían ser
catalogadas como una defensa legítima sino como un delito. Distinto de lo que
pudiese creerse, como fue explicado con anterioridad, el factor de racionalidad no
exige que el medio utilizado para repeler la agresión sea de igual o menor
magnitud o intensidad que el de la agresión. De dictar una sentencia con base en
este argumento, definitivamente estaría cometiéndose un grave error pues
significaría una confusión entre proporcionalidad y racionalidad de la defensa, el
cual tendría repercusiones lamentables para una persona inocente. Sin embargo,
en este caso, el motivo por el cual fue posible catalogar como delito e imponer una
sanción a la acción de la víctima, fue porque ésta no fue capaz de prever las
consecuencias de su acción puesto que en ningún momento planeó el resultado.
Al tomar el cuchillo, no planeaba utilizarlo para atacar al agresor, sino con la
esperanza de que, al intimidarlo, éste detuviese la agresión. Por lo tanto, dadas
las consecuencias de su acción, la defensa fue catalogada como homicidio
culposo y la agredida fue sentenciada.
10
María Elena Leguízamo Ferrer, La Legítima Defensa. Casos
particulares, https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/7/3064/11.pdf, (fecha de consulta: viernes 7 de octubre del 2006).
por parte del policía, la acción de la víctima fue considerada como homicidio
culposo. Respecto a esto, es factible defender la postura de que existe un grave
error con el criterio de intencionalidad exigido por la legítima defensa puesto que,
aunque la defensa no haya sido realizada con dolo, la víctima fue capaz de repeler
la agresión que representaba un grave peligro y no debería ser sancionada por
esto.
Todos aquellos que defienden esta postura estiman, en términos radicales, que el
“non occidere” tiene un carácter absoluto y permanente, con rango superior, no de
consejo, sino de precepto, de tal manera que no admite excepciones de ninguna
clase.
Como dijo León XIII, hay circunstancias en que «la resistencia es un deber». La
legítima defensa será un derecho, como lo es, sin duda, ofrecer la otra mejilla,
cuando sólo se ventilan intereses personales, pero la noción auténtica de la virtud
quedaría falseada, como se ha escrito con acierto, si la renuncia a la defensa
estuviera motivada por una debilidad pusilánime y una falta de corazón, que
pretendiera enmascarar, con pretexto caritativo, una actitud de entrega y cobardía.
El problema tiene una vieja raíz histórico-canónica, pues se planteó al estudiar las
irregularidades para recibir y ejercer órdenes sagradas. Si la irregularidad se
producía en caso de homicidio, ¿había homicidio por parte del ordenado u
ordenando “in sacris” si en legítima defensa se produjo un hecho materialmente
homicida?
Sin embargo, conviene señalar que si bien es un derecho la legítima defensa, esta
no se da en el vacío, sino en un contexto de inseguridad en el estado de Nuevo
León y por tanto de temor e incertidumbre ciudadana; segundo que la legitima
defensa es una justificación a un determinado delito que para este caso pudieran
ser lesiones y homicidio; tercero que privar de la vida a una persona pudiera
resultar no proporcional, en lo absoluto, al daño que pretendía cometer; cuarto,
que cada persona habría de conocer el contenido completo de la legislación
porque existen circunstancias de tiempo, modo y lugar en que no podría
justificarse la legítima defensa; quinto, que el populismo jurídico suele ser bien
recibido cuando se trata de la vida y de los bienes, pero al enfrentarse a la
realidad enfrenta mayores problemas que los que pretendió resolver; sexto, una
persona debe saber la diferencia y relación entre agresión, violencia y conducta
delictiva o de otro modo terminará disparándole a la persona que entró al patio de
la casa a recoger un objeto; séptimo, es por demás complejo pedirle al ciudadano
que considere la proporcionalidad de la defensa en función de la agresión y el
factor de la violencia.
Es fácil decir que uno pude agredir y matar el que entre a su casa, la pregunta es,
si esta propuesta en realidad obedece al déficit de seguridad pública, o la
afirmación de la legítima defensa; pedirle al ciudadano que en una situación de
tensión analice si el robo simple debe ser considerado una agresión suficiente
para privar de la vida a una persona es un asunto mayor. El monopolio de la
violencia legítima es del Estado, la violencia legítima es necesaria, pero también lo
es que esta no sea la vía para justificar el déficit institucional del propio Estado,
transfiriéndole al ciudadano la potestad de proteger su vida y bienes.
Objeto de la defensa puede ser todo bien jurídicamente protegido. Este bien
puede ser la vida, la integridad física, la seguridad personal, la libertad, la
inviolabilidad de la morada, el honor, la propiedad, la posesión. Se ha sostenido
que no hay límite a los derechos defendibles, siempre que el medio elegido para
defenderse sea el racional. Así, al borracho que perturba la tranquilidad nocturna
podría repelérsele con un balde de agua.
Desarrollo.
Constituye agresión todo acto que lesiona o expone a peligro un bien
jurídicamente protegido de otro. En consecuencia, no procede legítima defensa en
contra de un animal, pues no realiza acto, y la repulsa a su ataque, si se le ha
utilizado por otro como arma agresiva, queda cubierta por el estado de necesidad,
mas no por la defensa legítima. Lo mismo cabe afirmar del rechazo a los ataques
provenientes de personas que sólo obran movidas por fuerzas naturales, como el
viento, un aluvión o una corriente de agua, que también generan en el atacado un
estado de necesidad y no una situación de legítima defensa. La agresión debe ser
antijurídica («sin derecho», dice el Código Penal del Distrito Federal), es decir,
contravenir las normas del derecho. Ello no significa que deba ser punible ni que
deba corresponder a una acción descrita por la ley penal. Tampoco se requiere
que sea dolosa y ni siquiera que sea imprudente. Puede la agresión ilegítima
haberse generado incluso en un error y hasta provenir de personas inimputables y
de quienes obran inculpablemente. La agresión debe ser actual, es decir, consistir
en un ataque que ha comenzado, o inminente, esto es, de uno que puede
desencadenarse en cualquier momento. Así sea actual o inminente, la agresión
ilegítima debe crear una real situación de necesidad para el bien jurídico
amagado. Para que la agresión ilegítima pueda originar una repulsa amparada por
la justificante en examen es menester, todavía, que ella no sea provocada por el
defensor. El Código Penal del Distrito Federal, en efecto, niega eficacia justificante
a la defensa frente a una agresión que provocó el agredido o la persona a quién
se defiende, dando causa inmediata y suficiente para ella artículo 15, fracción III,
2a. parte, regla 1a.). La apreciación de esa suficiencia parece deber guiarse por el
principio de la proporcionalidad entre provocación y agresión, de manera de tener
por provocación suficiente la que no torna desproporcionada del todo la conducta
del agresor frente a la conducta provocadora del agredido. No constituye defensa
legítima, por tanto, la acción defensiva frente a una agresión suficientemente
provocada, aunque carece la inculpabilidad por no ser exigible otra conducta
conforme a derecho.
Ante una agresión que reúna las características antedichas, la defensa, para ser
legítima justificar el hecho, debe satisfacer, a su vez, ciertas exigencias legales: a)
debe estar presidida de la voluntad de defensa, aunque con esa voluntad
concurran eventualmente otros motivos, como el odio, el resentimiento o el deseo
de venganza y b) debe ser racionalmente necesaria, lo que significa que el
defensor, atendidas las circunstancias, ha de usar, entre los medios de que
dispone, los más adecuados y menos drásticos en relación a la magnitud de la
agresión, a la peligrosidad del alcance y al valor del bien amenazado. Quien
excede, en efecto, consciente o inconscientemente los límites impuestos a la
necesidad en el caso concreto deben responder por este exceso. El Código Penal
del Distrito Federal dispone para esa eventualidad el castigo a título de
imprudencia artículo 16). Entre los códigos penales locales más modernos, el del
Estado de Guanajuato atenúa la pena según el exceso sea doloso o culposo, y
exime de ella si proviene de una excitación o perturbación mental que las
circunstancias hicieron excusable artículo 34). La exigencia legal de que la
defensa emplee los medios racionalmente necesarios plantea el problema de los
ofendidos o defensas mecánicas predispuestas (vidrios, electrificación de cercas),
que sólo serán lícitos en la medida en que su efecto material disuasivo se adecue
a la magnitud de los bienes u objetos que se trata de preservar. El error sobre la
concreta situación de peligro, que lleva a defenderse de una agresión no es real
sino aparente, debe conducir a una disminución de la responsabilidad, se es
vencible, o a no responder en grado alguno. Otra es la consecuencia si en esa
clase de equivocación se reconoce un error sobre el tipo, en cuyo caso la
vencibilidad del error conduciría al castigo por delito culposo y su invencibilidad a
la absolución.
El Código Penal del Distrito Federal prevé todavía una situación en que, salvo
prueba en contrario, se presumen concurrir todos los requisitos de la defensa
legítima. En esa situación se halla aquel que cause un daño a quien a través de la
violencia, del escalamiento o por cualquier otro medio, trate de penetrar, sin
derecho (mexicano), a su hogar, al de su familia, a sus dependencias o a los de
cualquier persona que tenga el mismo deber de defender o al sitio donde se
encuentra bienes propios o ajenos respecto de los que tengan la misma
obligación; o bien lo encuentre en alguno de aquellos lugares en circunstancias
tales que revelen la posibilidad de una agresión. Esta disposición conforma una
legítima defensa privilegiada, para la afirmación de cuyo efecto justificante se
prescinde de la concurrencia real de todos los requisitos que por lo regular exige
para ello la ley. El privilegio se funda, sin duda, en la imposibilidad o dificultad en
que el sujeto agredido se halla de percibir la índole, magnitud y riesgo del ataque.
Esto, sin embargo, no priva a esas presunciones de su carácter de presunciones
iuris tantum, como ahora lo deja claramente establecido.
Esta justificante implica dos acciones, distintas. Primero, una agresión; segundo,
una reacción a esa agresión. Una y otra exigen determinados elementos: la
agresión
debe ser real, actual o inminente y sin derecho. La reacción debe ser necesaria y
racional, siendo necesario que no medie provocación dolosa suficiente e inmediata
de parte del agredido, es decir, de quien actúa en legítima defensa, o bien de la
persona a quien se defiende.
Agresión real. La ley exige que se trate de una agresión sea autentica, cierta, no
imaginaria; que no se encuentre solo en la mente de quien reacciona, sino que
exista realmente.
Agresión sin derecho. Para que la defensa sea legitima, es indispensable que la
agresión sea ilegitima es decir sin derecho, y que no suponga una acción apoyada
y fundada jurídicamente. Significa, que es antijurídica, cuando objetivamente
aparece ser contraria a las normas jurídicas, lo que resulta lógico, toda vez que, si
quien agrede, lo hace cumpliendo un deber a su cargo, naturalmente no incurre en
acción ilícita (No es agresión la introducción de la autoridad a una vivienda o
aposento a fin de cumplir una orden de cateo). De aquí que sea admisible la
legitima defensa contra los abusos de autoridad o cuando no obren en ejercicio de
sus funciones.
3.4.4. Defensa.
La defensa constituye el ataque legitimado. Es la reacción racionalmente
necesaria, dirigida a repeler y nulificar el peligro de daño, ínsito en la injusta
agresión.
Actualmente entre los penalistas, han surgido dificultades para determinar con
positiva claridad y precisión los alcances jurídicos del concepto “provocación”.
¿Cualquier provocación por insignificante que sea, neutraliza la procedencia de
esta exculpante? La provocación debe ser suficiente cuando es idónea subjetiva y
objetivamente para explicar satisfactoriamente el ataque del provocado. “Así, por
ejemplo, si quien por haber recibido una injuria saca su revólver dominado por la
ira para matar a su injuriador, éste puede defenderse legítimamente, pues la
injuria, aunque acto indebido y reprobable, que ha dado ocasión a los hechos, no
puede considerarse como acto suficientemente provocativo de una agresión tan
extraordinariamente grave como la efectuada con un arma de fuego” (JIMÉNEZ
HUERTA, 1950) Pero si el agente, después de retarlo, lo insulta reiteradamente
dirigiendo expresiones altamente injuriosas, le reprocha tosca y groseramente
alguna deficiencia o irregularidad física, mental o moral, o se burla abofeteándolo
despectivamente, y todo esto con el afán de humillarlo ante los demás,
indudablemente en este caso la provocación se ofrece en toda su plenitud.
No debemos pasar por alto que, entre la provocación y la agresión del provocado
debe regir un principio de proporcionalidad. El justo equilibrio entre estos dos
factores determina la “provocación suficiente”.
Los objetos cotidianos, como linternas, bates de béisbol, periódicos, llaveros con
llaves, utensilios de cocina y otras herramientas, y botes de aerosol para el pelo
en combinación con un mechero, también pueden utilizarse como armas
improvisadas para la defensa personal.
En general cada norma busca proteger algún bien jurídico, de ello se desprende
que, las normas penales intentan proteger un bien jurídico tutelado, que la
sociedad ha querido que tuviese una protección penal. Como consecuencia las
normas penales, motivo preponderante del presente, tienen como objetivo jurídico
proteger un bien jurídico tutelado.
Esto dota de confianza al individuo, pues el tipo funciona como una garantía.
Dicha garantía, consiste en la seguridad de que su persona, bienes y derechos no
serán violentados, y en caso de ser violentados existirá una sanción y una
reparación.
Ahora bien, existen bienes de inmenso valor para el hombre como la vida, el
patrimonio y el honor, que buscan ser protegidos por medio de la norma penal. Es
por ello que siempre existirán instituciones creadas por el derecho, que protejan
de inmediato, cuando por medio de algún delito se violenten dichos bienes.
Al respecto el maestro Raúl Carranca opina así: “El objeto del delito es la persona
o cosa, o el bien o el interés jurídico, penalmente protegidos. Los tratadistas
distinguen entre el objeto material y el objeto jurídico.
Considerando lo que la ley puede llegar a proteger como un bien jurídico tutelado
por medio de la norma es la dignidad humana. En este sentido la Suprema Corte
de Justicia nos enriquece de la siguiente forma.
Legítima defensa del Honor. -En relación al problema de la legitima defensa del
honor, se pueden presentar dos situaciones: a) A la mujer que se le trata de
imponer cópula normal o anormal en contra de su voluntad. O al varón contra
natura, sin su consentimiento. En este caso, el honor y la honra sexual de la
propia víctima, pueden ser salvaguardados, mediante la legítima defensa, por
parte de la propia víctima o de otra persona, si concurren todos los requisitos de la
causa de justificación mencionada, integrándose una “legítima defensa del pudor”.
b) El cónyuge en relación adulterina o la hija con su corruptor, voluntariamente se
entregan a la cópula y son sorprendidos en tal acto o en un próximo a su
consumación, por el cónyuge inocente o por el padre, que tiene a la segunda bajo
su potestad. En esta posición, el honor, la honra, y la libertad sexual del cónyuge
culpable o de la hija, no son objeto de agresión por parte de quien copula con tales
personas y el cónyuge inocente o el padre, sólo sufren una injuria. En tales
condiciones, si el cónyuge inocente o el padre privan de la vida o lesionan a los
ofensores, no se repele una agresión actual con peligro inminente para la honra de
ellos, pues la injuria está consumada y no se evita con tal actitud y solo se
produce un desahogo pasional mediante la venganza de la ofensa, por lo que es
elemental que no concurre la legítima defensa.