COMENTARIO DE LA OBRA "ESENCIA Y VALOR DE LA DEMOCRACIA". HANS KELSEN - Pablo Fernández-Villamil - Fernández

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COMENTARIO DE LA OBRA “ESENCIA Y VALOR DE


LA DEMOCRACIA”. HANS KELSEN.

Hans Kelsen se postula como férreo defensor de la democracia, una democracia de la que si bien
admite sus límites, afirma que es la mejor forma de Estado posible. Realiza esta defensa en plena
crisis de las democracia, durante el período de entreguerras. Se esmera en argumentar los puntos en
los que la democracia es más justa y de origen racional frente a las alternativas propuestas por
revolucionarios y reaccionarios. Propugna una democracia material, real, frente al concepto ideal de
ésta. Tras la Gran Guerra, aparecen con fuerza dos ideologías, la nacida del bolchevismo y otra del
corporativismo, que se oponen frontalmente a los postulados democráticos. Por ello, Kelsen, se
propone buscar los elementos sustanciales de la democracia, que la constituyen, frente a otras
ideologías.

I. La libertad
La libertad nace fruto de haberse sucedido en el pasado la imposición a uno mismo de una voluntad
ajena. Finalmente, la libertad surge de la premisa de que nadie debe imponer ni le ha de ser impuesta
ninguna volición ajena. Sin embargo, pese a que la libertad es por definición la capacidad de,
autónomamente, tomar mis decisiones, no quiere decir que no exista ningún tipo de imposición sobre
nosotros. Más bien, la libertad, busca que nuestras acciones, que involucren sólo a nuestra persona, no
vengan pautadas por alguien ajeno a nosotros (heterónomamente).
Concebirla de esta manera es necesario, pues hemos de transformar el “sentimiento de libertad” como
reacción del sujeto ante la sociedad y sus normas, en un anhelo del prójimo de alcanzar una situación
justa y libre, necesariamente en el marco de una sociedad. Debemos diferenciar la “libertad
anárquica” de la “libertad democrática”.
La libertad democrática es definida también por Kelsen como “idea de autodeterminación”, es decir,
la capacidad de tomar una decisión de forma unilateral que te incumbe a ti. Esto último es compatible
con la capacidad de conseguir que los demás piensen lo mismo que tú o de unir tu voluntad a la de
aquellos que tengan tus mismas convicciones. Una libertad que exceda los límites de
autodeterminación, es decir, el no sometimiento a las mayorías sería una libertad anárquica.
Hans pone de plano el problema de conservar y materializar este concepto de libertad democrática en
una democracia representativa. Aquí, la única decisión o acción autónoma de la población que la
vincula con su Estado y las acciones del mismo, se realiza en unas elecciones periódicas, en las que se
eligen unos representantes que tomarán, por nosotros, las decisiones del Estado (aludiendo a la
reflexión hecha al respecto por Rousseau). Kelsen viene a decir que el ideal de la libertad, entendida
en el ámbito del Estado, como la capacidad del pueblo de tomar las decisiones de forma directa,
imposibilita la constitución de sociedades organizadas. La libertad en democracia, no es constante ni
absoluta, sino que encuentra sus límites en pro de formar esta sociedad.
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En este contexto, la busca de mayorías es la mejor aproximación al ideal de libertad. El individuo, en


un marco social ya dado, puede moverse y es por medio del alineamiento de su voluntad con el mayor
número de individuos posible, cómo puede cambiar ese marco social. De esta forma, el principio de la
mayoría, si bien para su existencia lo necesita, no deriva de la aplicación del principio de igualdad, en
cuanto a que cada voto vale lo mismo. Es por el contrario una la aplicación realista, material de la
libertad para cuyo ejercicio legítimo, se precisa del mayor número posible de voluntades puede ejercer
su voluntad a través de conformar una mayoría.
Es así, a través del establecimiento de la necesidad de conformar mayorías compuestas de individuos
para llevar a cabo la realización de una voluntad e imponerla a los demás, como se deriva que el
Estado no es otra cosa que una manifestación orgánica de la soberanía popular, En contraposición de
la imposición de las voliciones de un individuo diferenciado hacia el resto de sujetos (tirano).

II. El pueblo
Para el autor, el pueblo ha de ser analizado como síntesis dialéctica entre dos conceptos de base
aparentemente contradictoria:
- El ideal de demos propuesto por Renan, es decir, concebido como grupo o colectivo uniforme
de sujetos que, consciente de su similitudes que los diferencian del resto, se unen en una
Nación con igual voluntad, en “plebiscito cotidiano”.
- La realidad objetiva de que se trata de conjunto de individuos sometidos a un determinado
Estado (con intereses, condiciones, realidades, creencias y voliciones variopintas), que en
definitiva constituyen una unidad jurídico-formal sujeta a un Estado. En su condición
subjetiva, el pueblo es el conjunto de titulares de derechos políticos, atribuidos a la totalidad
de ciudadanos para poder modular su ejercicio de forma más acorde con su voluntad.
Se divide ahora entre los que ejercen sus derechos políticos de forma casual o bajo influencia ajena y
aquellos que toman iniciativas para que sus derechos sean orientados hacia la consecución de fines
sociales, políticos y económicos determinados. Estos segundo se hallan agrupados en los partidos
políticos, que se convierten en los órganos sociales de creación de la voluntad estatal. Ante la
incapacidad de crear esta voluntad estatal siendo sujetos aislados, sin un órgano intermedio, Kelsen
afirma que solo dentro del marco de un Estado de partidos es posible una democracia donde se
constituyan mayorías en el ejercicio de la libertad y el Estado esté vinculado a la voluntad del pueblo.
Confuta aquellas reflexiones que exponen a los partidos como defensores de intereses particulares o
elitistas frente a un Estado defensor del interés colectivo. Ese “interés colectivo” no es más que una
ficción falaz que han creado quienes consiguieron alguna vez arrogarse el poder estatal, siempre en
detrimento de otros, y que oculta la lucha de intereses existente en toda sociedad, protagonizada por
sus integrantes. Los partidos son pues una forma de aglutinar a los sujetos integrantes de la sociedad
heterogénea en grupos mediadores que visibilizan y ponen de plano, en el poder estatal, el conflicto de
intereses patente en toda sociedad. Es, de esta manera, el único mecanismo capaz de elaborar una
voluntad popular homogénea (y por ello, además, más cercana al “interés colectivo”) en medio de una
masa social de mentes heteróclitas.
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III. El Parlamento
Alcanzar el parlamentarismo fue la meta más ansiada de las luchas del S.XIX contra el autoritarismo.
Kelsen opina que la importancia del parlamento, en el marco democrático, es saber si este, de manera
solvente, da solución a las necesidades de las sociedades democráticas.
Cifrar la importancia del parlamento en lo dicho antes, se debe, a que es ahí donde se ejerce la
representación, donde tiene lugar la conversión de las atropelladas voluntades particulares en una
misma voluntad popular y por ello, su solvencia y eficacia resolutiva, es clave para el desarrollo de
una vida política democrática.
El parlamentarismo, si bien no es sinónimo de democracia, sin parlamento la democracia es
imposible. Kelsen define el parlamentarismo como formación de la voluntad del Estado a través de un
órgano colegiado, cuya composición ha sido elegida por el pueblo.
De este modo el autor austríaco pasa al siguiente punto clave del parlamento y es el mandato
necesariamente representativo. Para Kelsen, la representación popular no puede someterse a un
mandato imperativo, pues causaría “hipertrofia democrática”, la cual impediría la separación de las
funciones jurídicas del parlamento y la sociedad, poniendo en peligro el progreso social. Este
distanciamiento entre el parlamento y el pueblo, fue fuente de críticas por los que se oponen al
parlamentarismo, entendiendo el parlamentarismo la substancia del engaño de las democracias, que
tras el principio de representación ocultan una ausencia de verdadera soberanía popular.
Hans también afirma que es parte consustancial, al desarrollo de una sociedad y de su Estado, que se
constituyan corporaciones orientadas a asesorar en la acción de gobierno, dejando caer la necesidad de
este parlamento, si se pretende que la corporación sea de elección popular.
Es por ello que Kelsen tacha de espurias las pretensiones de algunas ideologías expandidas en aquel
mismo tiempo de calificar al parlamento como simple aparato de dominación, a través del cual, las
democracias crean una “ficción de representatividad” quedando excluida la participación real del
pueblo. Para él, la alternativa al parlamento como corporación de carácter consultivo (que es
necesaria) al gobierno, no puede ser otra cosa que un aparato fruto de una voluntad no necesariamente
mayoritaria que dé lugar a una corporación ideologizada.

IV. La reforma del parlamentarismo


Se plantea ahora, en vista de las críticas al parlamento, la posibilidad de su reforma a fin de
democratizarlo en un mayor grado.
El modo más útil para fomentar la participación ciudadana en las decisiones políticas, es la del
plebiscito o el referendo, sin embargo, Kelsen propone que tan solo se sometan a consulta popular los
acuerdos parlamentarios, no las normas jurídicas ya consumadas, pues una discrepancia entre la
voluntad expresa del pueblo y la del parlamento, deslegitimaría a este último.
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Hans aboga por un mayor uso de las iniciativas legislativas populares, permitiendo que solo se
requiera la presentación de unas directrices generales de un proyecto, y no necesariamente un
Proyecto de Ley pormenorizado y elaborado.
Ante a la imposibilidad ya mencionada de restituir directamente el mandato imperativo, propone
formas de dilatar la responsabilidad de los parlamentarios de los partidos sobre su base electoral,
evitando su defecto. Propone la supresión o restricción de la inmunidad parlamentaria. Arguye además
que esta inmunidad, tan solo guardaba sentido cuando la democracia aún no estaba consolidada y la
expresión de ideas contrarias al régimen, que si bien parlamentario, aún no democrático podría
conllevar, para el representante, consecuencias graves. Ahora que el gobierno emana del parlamento,
ya no cabe la posibilidad de que el primero someta a un juicio arbitrario al segundo. Otro mecanismo
a fin de hacer real la responsabilidad de los representantes frente al pueblo, es la posibilidad de la
pérdida de la banca en caso de desmarcarse del partido, en virtud del cual fue elegido por la masa
popular.
El último de los grandes problemas abordados, de los que se acusa al parlamentarismo, ya no es solo
su armonía con principio democrático, sino su nivel de especialización técnica. Kelsen baraja la
posibilidad de crear numerosos parlamentos con miembros especializados en las distintas facetas de la
vida pública y de los distintos asuntos de Estado. Como puede ser la formación de un parlamento
económico integrado por representantes de intereses de los diferentes sectores socioeconómicos.

V. La representación profesional
En cualquier caso, formar parlamentos organizados con base en el campo de especialización técnica
de sus integrantes, es un problema por varias razones y es que, en primer lugar, este aspecto (el
profesional) de nuestra vida es demasiado simple como para representar todos los factores: culturales,
religiosos, históricos, raciales, etc. que determinan nuestras decisiones, nuestra forma de pensar y
actuar, siendo estos muchas veces, los motores de nuestro pensamiento y de valoración de las cosas a
la hora de abordar un problema y tomar una decisión.
Por otra parte, la organización corporativa de la vida parlamentaria, traería consigo divisiones
insalvables entre los miembros y agrupaciones muy frágiles, etéreas y de baja fiabilidad, al no poder
saberse nunca si de acuerdo con un asunto concreto habrá una alianza entre obreros y patronos de un
mismo oficio ón o entre obreros, destinada a luchar contra los patronos, y viceversa.
Con todo, sería muy difícil definir qué grupos tendrían derecho a integrar el Parlamento, cuáles
tendrían un mayor peso, qué grupos ocasionalmente deberían ser admitidos y cuáles no... Las
decisiones adoptadas por la cámara, se elevarían a una instancia externa limitando en mucha mayor
medida la autonomía de estos parlamentos orgánicos.
Además, la clara tendencia de solidaridad de obreros entre sí y patronos entre sí, en aquellos tiempos,
dejaba patente que esto solo podría ser materializado por medio de la instauración de una autocracia
que decidiese la supremacía de uno u otro de los grupos sobre el otro.
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VI. El principio de la mayoría:


Este es un principio básico tanto para la constitución de una voluntad lo más próxima posible a la
voluntad general, como para salvaguardar la supremacía de los derechos fundamentales y de la norma
constitutiva del Estado (la constitución), para cuya reforma o modificación, se ha de conformar una
mayoría más cualificada que para el resto de asuntos legales y políticos.
Eso sí, para evitar que el principio de mayoría acabe por suponer una simple imposición inicua de un
grupo grande, que posea una mayoría absoluta menoscabando la fuerza del resto, es imprescindible lo
que Hans identifica como el “principio de mayoría y minoría”. Esto es la división o fragmentación del
parlamento en grupos definidos de intereses contrarios, que no tienen que reflejar una partición social
en dos bandos irreconciliables.
La división social ha de ser entre un grupo que tenga el poder y otro que se oponga a él, sin embargo,
de forma que ambos grupos puedan alcanzar acuerdos, realizar transacciones a la hora de tomar sus
decisiones, transigir. Todo esto a fin de que el grupo mayoritario pueda legislar sin imponer
despóticamente a las minorías existentes sus decisiones.
La consecución de esta idea necesita del sistema de elección proporcional. Muchos son críticos con
este método debido a que supone la representación, en las cortes, de más grupos sociales y deriva en
una mayor fragmentación parlamentaria que deviene en un entorpecimiento de la actividad legislativa.
Kelsen, por el contrario, estima que es beneficioso, pues las mayorías habrán de ser alcanzadas por
consenso, necesitará de varios partidos. Evitamos de esta forma que la mayoría la conforme un único
partido con fuerza para imponer su programa, será necesario el acercamiento de posturas entre los
diferentes grupos.

VII. La Administración
Una vez abordada la primera vertiente de conformación de voluntad general en el Estado (la
legislativa), cuya misión es la de elaborar disposiciones generales aplicables a distintos casos, se
estudia ahora su otra vertiente (la ejecutiva). El poder ejecutivo se encarga de aplicar estas
disposiciones y normas producidas por el legislativo, así como de resolver situaciones concretas y
específicas. El principal recurso para la conciliación de este poder con la democracia, es el “principio
de legalidad”, es decir, el sometimiento de su actividad al imperio de la ley del pueblo aprobada en
cortes.
Kelsen se detiene en cómo, en un Estado descentralizado, pueden darse conflictos de competencias
entre la administración central y otras instancias territoriales del Estado, haciendo especial hincapié en
aquellos casos en los que, en las distintas administraciones, hay unas composiciones parlamentarias
muy diferentes entre sí. De todos modos, según el autor, para la democratización de la administración
corresponde la descentralización del poder situando así las administraciones más cerca de los
administrados a los que sirve y con los que mantiene una relación de control ciudadano más directa.
La subyugación de la administración al principio de legalidad supone, además, burocratización, la
cual no limita, en principio, los principios democráticos. Por el contrario, esto acerca la
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administración a la democracia, porque permite que el conjunto de los niveles del poder se sometan a
unos principios comunes y no se conviertan en arbitrarios.
Además, la burocratización nacida fruto de la descentralización, se establece como mecanismo para
fortalecer el respeto al principio de legalidad e imponer auto restricciones al poder, con la posibilidad,
por ejemplo, de apelación ante un Tribunal Constitucional. Por otro lado, la regulación constitucional
de los partidos y la definición de sus márgenes de acción, suma también a la consolidación de este
principio.

VIII. La selección de dirigentes


El principio de mayoría y legalidad, no son los únicos principios que ayudan a evitar que los líderes
políticos elegidos se instalen en el despotismo gracias a un determinado carisma u oratoria. La
división de poderes es la principal técnica jurídica que previene la posibilidad de que un gobernante
actúe arbitrariamente y pueda realizar, a placer, la producción legislativa que aplicará. El juego
parlamentario hace necesaria una búsqueda de mayorías, de consenso, los cuales reducen
enormemente esta posibilidad.
Elemento para la legitimación democrática del gobierno, es también claramente la elección, que
posibilita a determinado individuo ser considerado el “caudillo” de un pueblo. Lo que diferencia este
caudillaje del autoritario, es que las dictaduras suelen proveer a sus líderes de un matiz sobrehumano,
de un carácter constituyente y previo a la sociedad política del momento; pero en la democracia el
caudillo es un igual que tan solo ha ascendido al poder de forma temporal, el cual no es más que la
sociedad, sino que la agrupa y aglutina, siendo su apoyo variable con base en su mayor o menor
cumplimiento de aquello que sea favorable para sus ciudadanos y que haya predicado.
Por otro lado, desestima las puntualizaciones negativas, en las que se le acusa, a la democracia, de
facilitar la subida al poder de líderes locuaces, demagógicos y tendenciosos. De la misma manera que
se da esta posibilidad, la democracia permite derrocar a los líderes y la autocracia no. En adición
Kelsen introdujo que en democracia, se debe dar publicidad a los asuntos de la cosa pública,
facilitando el conocimiento de los aciertos y desaciertos en el ejercicio del poder, cosa que en un
régimen autocrático es utópico, pues estos asuntos públicos son sometidos a secreto en un ataque a
cualquier tipo de transparencia.

IX. Democracia formal y social


Para finalizar, el autor, refuta las tesis marxistas que rechazan la democracia sostenida sobre el
principio de libertad al considerarlas “democracias burguesas”, emanadas de un principio liberal.
Estas tesis buscan relevar esta democracia, por una auténtica “democracia social” fundamentada en la
igualdad. Para Kelsen, la libertad, es mucho más necesaria, como sostén de la democracia, que el de
igualdad (que solamente tiene lugar como una extensión del principio de libertad). La igualdad se
puede lograr en un régimen autocrático, mientras que la libertad no, lo cual demuestra una
consubstancialidad muy superior entre libertad y democracia que con la igualdad.
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Además también afirma que si bien, en las tesis marxistas, se refuta la democracia, para cuyo sostén el
respeto a la libertad es inviolable, arguye que si de alguna forma es alcanzable el ideal marxista es a
través del principio de representación política, como en el caso de los soviets en la URSS. Una
representación que se sirve del elemento de la mayoría para tomar decisiones. Servirse del principio
de la mayoría supone, en el juego de la representación, una necesidad del ejercicio de la libertad para
conformar mayorías y de las minorías a existir. De no existir esta libertad, la representación sería
inviable y con ello el marxismo.

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