Religiosidad Popular Salvadorena
Religiosidad Popular Salvadorena
Religiosidad Popular Salvadorena
salvadoreña
Primera edición
San Salvador, El Salvador, mayo de 2015
Dirección Nacional de Investigaciones en Cultura y Arte de la Secretaría de
Cultura de la Presidencia
Fotografía de portada:
Estampa tradicional de la hermana Trinidad Huezo
ISBN 978-99923-976-5-7
BINA/jmh
INTRODUCCIÓN
Titular una obra como religiosidad popular obliga desde el principio a pre-
guntarse por su validez como categoría de análisis. Pues, si bien la expre-
sión es reconocible universal e inmediatamente, tan pronto comienza la
re e ión pro unda, surge la duda de si no estaremos ante otra de esas cla-
si caciones ue por uerer a arcar tanto al nal a arcan nada. El primer
problema es que ambos conceptos, religiosidad y popular, son extraordi-
nariamente volátiles y variables. Hablar de lo popular es hablar de un fenó-
meno en continua transformación, que denota una realidad pasajera y que
alberga dentro de sí su propia negación pues no hay hegemonía posible sin
la complicidad efectiva del pueblo. Es precisamente la alta inestabilidad de
lo popular lo que acaba propiciando la formación de elites. La distinción
entre ambos conceptos es, por tanto, solo temporal y situacional.
Algo similar ocurre con la idea de religiosidad. Si por religiosidad
entendemos la recepción (la encarnación) de la religión, dicho recibimien-
to puede manifestarse en tres niveles —en el ámbito de las ideas, en el
de las actitudes o en el de los comportamientos— o en uno solo de ellos.
Cuando así ocurre, otro dilema se dibuja en nuestro horizonte, pues, al
producirse el divorcio entre la creencia, la devoción y el rito, se puede lle-
gar a comprometer la idea misma de religión. Es el caso del espiritismo o
la teosofía donde la actitud y la praxis son altamente independientes de la
fe. Igualmente, hay fenómenos claramente religiosos donde el sentido de
transcendencia es prácticamente indiferente para los propósitos de, pon-
gamos por caso, el yogui o el mago. Y por último, una de las versiones
más extendidas de recepción de la religión es la meramente nominal, que
acepta el marco teórico propuesto por un determinado sistema religio-
so sin adscribirse a la devoción y los rituales a él asociados. Así, mien-
tras el objeto de la religión tiene unos límites que la hacen más o menos
reconocible, la religiosidad designa una realidad mucho más amplia, lle-
gando incluso al extremo de englobar comportamientos, actitudes o
8
* * *
* * *
* * *
Francisco de Asís hace casi mil. Una demanda utópica, pues choca con
algo de la naturaleza humana que, parafraseando de nuevo a Tomás de
A uino, no parece contener en sí ra ón su ciente de su propia e istencia.
Grenni rescata importantes testimonios sobre la religiosidad
popular del mismo Monseñor Romero que próximamente cumplirá 35
años desde su asesinato y, poco después, 100 de su nacimiento. Y quién
sabe si lo siguiente que celebremos no será su canonización, a la que pa-
rece resuelto Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano de
la historia. Francisco I no ha tardado tampoco en llamar la atención de
la comunidad católica sobre el tema de la religiosidad popular, haciendo
importantes declaraciones que han sorprendido a Juan Vicente Chopin en
medio de la elaboración de su ensayo sobre la CELAM. La feliz sincro-
nización ha sido inmediatamente incorporada por el autor, impregnando
de renovado y más profundo sentido el valiente ejercicio de autocrítica
llevado a cabo por el padre Chopin.
Por supuesto la con guración presente de lo social no viene de
la nada. Detrás tiene una historia que si bien no tiene por qué ayudar a
explicarla puede servir para entenderla mejor. En el caso de la religiosi-
dad popular salvadoreña es adem s especialmente signi cativa la larga y
tortuosa historia de confrontación entre Iglesia y Estado, así como dentro
de la propia Iglesia y del propio Estado durante los siglos XIX y XX. De
ello da cuenta una obra recientemente publicada por esta misma Dirección
Nacional de Investigaciones en Cultura y Artes —Las figuras del enemigo:
alteridad y conflictos en Centroamérica, compilada por Benjamín Moallic— de
la que, en buena medida, la presente obra colectiva es continuación.
A nosotros nos ha tocado profundizar en un pasado aún más
remoto pero igualmente vinculante: nuestro pasado colonial. Pedro Es-
calante Arce se ha atrevido nada más y nada menos que con la Inquisi-
ción novohispánica. El autor muestra en primer lugar las importantes li-
mitaciones inherentes a la estructura colonial para reconocer la alteridad
y trascender la dial ctica de la pr ctica imperialista. a religiosidad o cial
aparece en este contexto como una religiosidad altamente disciplinada
por la norma jurídica con escaso acceso a la espontaneidad y creatividad
poco normativizada de personas privadas o particulares. Esta incapaci-
dad institucional de ó amplio espacio para la con guración de una cu-
riosa religiosidad popular de la que Escalante Arce rescata algunos casos
verdaderamente asombrosos. El trabajo del autor es el fruto de largas y
diligentes prospecciones en el Archivo General de la Nación de México
donde se conservan los expedientes producidos por el Tribunal del San-
19
* * *
3 Jesús Martín Barbero, De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía
(México, Gustavo Gili, 1987), 2.
4 Friedrich Nietzsche, Humano, demasiado humano (Madrid: Akal, 1996).
5 Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral (Madrid: Edaf, 2000).
6 Cien años después de esta publicación de Nietzsche, Jesús Martín Barbero presentará a
los lectores su genealogía sobre el concepto de lo popular masivo.
7 José Manuel Romero Cuevas, El caos y las formas. Experiencia, conocimiento y verdad en F.
Nietzsche (Granada: Comares, 2001), 2.
8 Diccionario de filosofía, comp. Antoni Martínez Riu y Jordi Cortés Morató, 2ª ed. (Barce-
lona: Herder, 1992), CD-ROM, sv «arqueología».
Pensar lo popular desde la comunicación 29
Tres autores más marcan la revisión que hace Jesús Martín Barbe-
ro desde las ciencias sociales y su aporte para pensar lo popular: dos repre-
sentantes de los Estudios Culturales de Birgmingham: Richard Hoggart y
Raymond Williams, y un francés que ya he mencionado antes, el sociólogo
Pierre Bourdieu.
En 1957, el inglés Richard Hoggart publica su libro The Uses of
Literacy,49 un trabajo que estudia la vida cotidiana de la clase inglesa. Aun-
que el texto de Hoggart es criticado por presentar una visión muy homo-
génea, Martín Barbero rescata un análisis que visibiliza prácticas populares
en las que existe una mirada oblicua frente a lo masivo. En Hoggart se
muestra que los obreros no interpretan los discursos masivos como los
grandes medios uisieran, sino resigni cados a partir de la vida cotidiana
47 Martín Barbero, De los medios, 111.
48 Martín Barbero, De los medios, 112.
49 Richard Hoggart, The Uses of Literacy (Londres: Penguin, 1972).
Pensar lo popular desde la comunicación 41
que valora el círculo familiar, las relaciones de grupo –en especial el ve-
cindario– un cierto moralismo que mixtura el gusto de lo concreto con un
cierto cinismo ostentatorio, una religiosidad elemental y un saber vivir al
día, que es capacidad de improvisación y sentido de goce. Hoggart sitúa
las industrias culturales desde el criterio básico de que son algo nuevo apo-
yado sobre matrices antiguas, aunque no abandona la consideración de lo
masivo como una operación de desposesión cultural.
Otro autor es Raymond Williams.50 Martín Barbero señala que
lo más notable de Williams es la manera como trabaja la articulación de
las prácticas. En este pensador inglés, lo masivo trabaja desde dentro de lo
popular: «la posibilidad de comprender lo que pasa en la prensa popular
tiene tanto o más que ver con lo que pasa en la fábrica y la taberna, en el
melodrama y los mítines que con lo que pasa en la visión de los periódicos
mismos».51 Williams trabaja en un ámbito teórico que sigue a Gramsci. Al
desplazar la idea de cultura al plano de la ideología la concibe como un
campo de procesos constitutivos y por ello, transformadores de lo social.
Williams también propone un plano metodológico, en donde apunta tres
estratos de formaciones sociales: lo arcaico, esto es lo que sobrevive del
pasado en cuanto pasado; lo residual, aquello que formado en el pasado,
se encuentra hoy en el presente, y lo emergente, lo nuevo, la innovación
en las pr cticas y los signi cados. Esta emergencia de lo residual sitúa
una capa fundamental del análisis. Es ahí donde se encuentran aquellos
sentidos y prácticas que pueden ser recuperados por la cultura dominante
pero también aquellos que «constituyen una reserva de oposición».52
Esta división supera el historicismo que piensa los procesos culturales de
manera hegeliana para poner en evidencia las contradicciones inherentes a
la cultura popular.
Pierre Bourdieu hace referencia en su análisis al carácter de
clase de la cultura.53 Sin embargo, su trabajo rebasa la adscripción a la
50 Raymond Williams (1921-1988), quizá el representante más famoso de los Estudios
Culturales británicos, realiza por su parte su propia operación genealógica. A través de
una serie de investigaciones, deconstruye históricamente el concepto de cultura: desde
la noción más básica de cultivo, hasta la categoría que la concibe como educación de los
hombres superiores en el siglo XVIII y que implicará procesos de exclusión y el largo
conflicto entre civilización y barbarie. Raymond Williams, Culture and Society: 1780-
1950 (Londres: Penguin, 1980); Raymond Williams, Marxismo y literatura (Barcelona:
Península, 1980).
51 Martín Barbero, De los medios, 106.
52 Martín Barbero, De los medios, 107.
53 Pierre Bourdieu (1930-2002) se ha dedicado a pensar desde la sociología los procesos de
construcción del conocimiento en el sistema académico francés, Pierre Bourdieu y Jean
42 Amparo Marroquín Parducci
Conclusiones
No quiero sostener que, en forma simple, Gramsci «tiene las respuestas o la llave»
para los problemas de hoy. Sí creo que debemos pensar nuestros problemas de una
forma gramsciana, lo cual es diferente.
Stuart Hall64
En primer lugar, uiero de nir los límites a partir de los cuales voy a
afrontar el tema. Me apoyo principalmente en los documentos emana-
dos de las Conferencias del Episcopado Latinoamericano: Río de Janeiro
(1955), Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Apare-
cida (2007).1
Los puntos que pretendo presentar son tres: el sentido del tér-
mino religiosidad popular; la evolución del signi cado de los t rminos en los
documentos del CE A ; y, una valoración nal so re la correlación entre
religiosidad popular y evangelización.
a. Medellín (1968)
b. Puebla (1979)
Cuando Pue la rea rma la opción por los po res iniciada por
Medellín, también recuerda el peligro que se puedan perder los valores
culturales de nuestros pueblos:
sionologiachopin.blogspot.com.
7 «La Iglesia visible y sus estructuras. XI. Sacerdotes», Medellín, n. 26.
La religiosidad popular en los documentos del CELAM 57
d. Aparecida (2007)
Introducción
ello las demandas en torno a los derechos humanos. Todo ello puso en
evidencia un arraigado compromiso político de muchos grupos eclesiales.
La interacción entre política y religión creó espacios comunes en la acción
cotidiana. Todos estos elementos estuvieron presentes en las manifesta-
ciones populares de El Salvador en los tiempos de Romero y no dejaron
de manifestarse en sus acciones y en su pensamiento.
17 Eric Wolf, Prólogo a Génesis de una revolución. Análisis del surgimiento y desarrollo de la or-
ganización campesina en El Salvador, por Carlos Rafael Cabarrús (México: Ediciones de la
Casa Chata, 1984), 11.
Monseñor Romero, religiosidad popular y toma de conciencia 79
22 Rodolfo Cardenal, Ignacio Martín-Baró y Jon Sobrino, La voz de los sin voz. Palabra viva
de Monseñor Oscar Arnulfo Romero (San Salvador: UCA Editores, 1980), 73. Las citas entre
paréntesis que están en la Carta Pastoral son del documento de Medellín.
Monseñor Romero, religiosidad popular y toma de conciencia 83
Quiero felicitarlos por el fervor y por saber unir con esa historia
de sus estas patronales, con esa tradición de años y de a uelos,
las líneas nuevas de la Iglesia.28
Y en diciembre,
Y en 1979, decía:
Conclusiones
Introducción
En el Viejo Mundo
En el Nuevo Mundo
La jurisdicción inquisitorial
13 AGN, «Inquisición», tomo 356, exp. 6, 1625; tomo 885, 1744; tomo 611, exp. 5, 1768;
Chinchilla Aguilar, La Inquisición en Guatemala, 128 y 129.
14 AGN, «Inquisición», volumen 35, exp. 1, 1557-1571; vol. 40, exp. 10, 1557; vol. 41,
exp. 10, 1557; vol. 72, exp. 28, 1571; vol. 84, exp. 4, 1578.
Breves comentarios sobre el Tribunal del Santo Oficio 107
La abolición de la Inquisición
a primera a olición del Tri unal del Santo cio ocurrió por
decreto de 4 de diciembre de 1804, del rey José I, monarca impuesto en
España por el emperador francés Napoleón I. Posteriormente se canceló
el Tribunal el 22 de enero de 1813 por decreto de las Cortes españolas
reunidas en Cádiz, lo que causó júbilo en las provincias y reinos americanos,
cele rando el cierre con sa ueos y asaltos a las o cinas del Tri unal. Pero
el año siguiente, en 1814, fue vuelto a establecer por la reacción absolutista
del monarca Fernando VII quien regresó a España, se opuso al liberalismo
gaditano y anuló la Constitución de 1812. El Santo cio volvió a sus
ya sórdidas pesquisas en las regiones que todavía no habían instaurado
su autonomía política, como el reino centroamericano. Será hasta 1820
cuando se dar la nali ación de nitiva del Santo cio en los lugares de
la América española donde todavía funcionaba. Como curiosidad de otros
tiempos, ningún cronista colonial de la Real Audiencia de Guatemala se
re rió en sus o ras al Tri unal, e cepto rancisco Antonio de uentes y
Guzmán en la Recordación Florida.
a a olición del Santo cio en 1813 ocasionó ue no se
iniciaran causas de Inquisición contra muchos insurgentes de la época,
en cuenta los de San Salvador, como sucedió con los actores de los
desórdenes políticos de noviembre de 1811 y los de enero de 1814. Para
los primeros, un factor disuasivo fue también la amnistía general que se
dio en Guatemala por el capitán general José de Bustamante y Guerra.
En 1814 las pesquisas de jurisdicción civil contra los autonomistas fueron
llevadas por el Tribunal de Fidelidad en Guatemala que funcionó contra
los responsables de los graves desórdenes políticos en San Salvador y otras
poblaciones de la intendencia.
Un último caso muy sonado de Inquisición en Guatemala, por
pública actividad de videncia sobrenatural y manifestaciones ultraterrenas,
fue el de la monja María Teresa de la Santísima Trinidad Aycinena, hija del
marqués Juan Fermín de Aycinena, quien entró profesa en el convento
carmelita y en 1826 era priora de la casa religiosa del Carmelo en la Nueva
Guatemala. Sus expresiones de vidente y portadora de estigmas sangrantes
110 Pedro Escalante
se iniciaron entre 1815 y 1817, cuando el Tri unal del Santo cio a ía
sido restablecido, y ocasionó una pugna entre el arzobispo Ramón Casaus
y Torres y el ltimo comisario guatemalteco del Santo cio, Bernardo
Martínez. Después de la muerte de madre Teresa Aycinena, el 29 de
noviembre de 1841, su recuerdo todavía sigue permanente y respetado,
pues existe un grupo religioso conservador en Guatemala que pugna por
la causa de su eati cación ante la Santa Sede.25
En España el Santo cio volvió a e istir, to udo y reincidente
entre 1826 y 1834 cuando ue en de nitiva cerrado por la regente aría
Cristina. El famoso escritor español Mariano José de Larra, en su obra
Día de difuntos de 1836, escri ió un epita o para el Tri unal A uí yace la
Inquisición, murió de vejez».
En El Salvador, en el ambiente rural antes se veían cruces de
madera levantadas sobre un pequeño pedestal y pintadas de verde en
los encuentros de umbrosos y rústicos caminos, acaso un recuerdo muy
le ano y muy olvidado del sím olo del Tri unal del Santo cio: la cru
verde, la cruz leñosa, que reverdece y vuelve a tener vida.
Entierro en la llovizna
De esto hará unos seis años. Era una tarde gris en San Antonio Abad, don-
de vivo, aunque en la zona más urbana, aparte del casco del antiguo can-
tón. Oí en la calle una música pueblerina de pito y tambor. Salí a ver. Un
cortejo seguía un pequeño sarcófago camino del cementerio de San Anto-
nio que se encuentra alejado del casco y próximo a mi vivienda. Un colo-
rido grupo iba detrás: óvenes y niños con capas de seda cierta o ngida,
con soles y lunas, con listones verdes, rojos, azules, dorados, con coronas
adornadas por ores o cascos con animales ant sticos, con mac etes
ceñidos a manera de espadas. Dentro del sarcófago iba un niño. Vestía
como sus seguidores un fantasioso atuendo. Llegaron al pobre cementerio
rico en colorido, con las cruces y los nombres de los difuntos pintados en
verde, malva, azul, rosa, con las tumbas desparramadas por el montuoso
terreno y, en dos las paralelas, los miem ros del singular corte o crearon
un arco con sus espadas bajo el cual pasó el cajón, luminosa guardia de
honor en la tarde gris, mientras caía la llovizna.
Me alejé pensativo. Así pues, los historiantes seguían en San
Antonio Abad y ese pueblo tragado por la populosa ciudad de San
Salvador seguía siendo pueblo de corazón, y seguían ahí los moros y
cristianos peleando una pelea que inauguró don Pelayo hace más de mil
años en una España medieval, y el joven muerto ingresaba al más allá
como representante de esa guerra en la versión de una danza a la par
pueblerina y planetaria.
Más tarde supe por don Celio López, ensayador o enseñador
de los historiantes del lugar, que el niño, enfermo desde la infancia de
prematuro envejecimiento, había insistido en formar parte del elenco y
asumido sin chistar los pesados ensayos, las representaciones que duran
horas. Los padres, sabiendo su muerte inevitable, no quisieron impedirle
114 Ricardo Lindo
esa suerte de último deseo del condenado y el niño Raúl Contreras (se
llamaba igual que el gran poeta) participó en la danza ceremonial dos años
consecutivos.
1 Geraldine Varela, «Sociedad San Antonio Abad cumple 100 años,» El Diario de Hoy, 14 de
febrero de 2005.
2 Ana Lilian Ramírez C., San Antonio Abad: Memoria histórica y persistencia cultural (San Sal-
vador: Centro de Investigaciones en Ciencias y Humanidades de la Universidad José
Matías Delgado, 2011).
3 Ricardo Lindo, El esplendor de la aldea de arcilla (San Salvador: DPI, 1999).
116 Ricardo Lindo
pues la reverencia que se les otorga recuerda la de las deidades que fueron
honradas antiguamente en nuestro suelo. Dado que ese trabajo ya existe no
nos extenderemos en vanas repeticiones. Iremos a lo que la antropóloga
no toca o apenas roza.
Moros en la costa
4 Bernal Díaz de Castillo, Historia de la Conquista de Nueva España (México: Porrúa, 1960),
460.
5 Pedro Escalante y Abraham Daura, Sobre Moros y Cristianos y otros arabismos en El Salvador
(San Salvador: Agencia Española de Cooperación Internacional, 2001), 25.
6 Escalante y Daura, Sobre Moros, 27.
Moros, cristianos y brujos en San Antonio Abad 119
Las obras
Reyna Jhudit:
y marcha Luego al punto
aL campo de vataLla
Gonzalo dice:
Luego dijo al punto
Si tu no Regresas a la Reyna
el príncipe Arturo morirá
y que marches Luego al punto
porque el tiempo se acabo.
pues vivo ante nosotros un retablo de cuatro hojas: Edad Media, Edad
Moderna, Viejo Mundo, Nuevo Mundo.
Una Real Cédula del Rey Carlos III prohibió estas manifestaciones
en 1765 sin que esto lograra suprimirlas en muchos puntos de la América
española ni en la provincia de San Salvador.11 Cuando en 1807 don Antonio
Gutiérrez y Ulloa, corregidor intendente, escribe su obra Estado general de la
Provincia de San Salvador: Reyno de Guatemala señala en su apartado sobre los
Yndios:
El Salvador en la historia
Y yo en la vulla de ellos
Deshaciéndome de bravo
Me verán como la ardilla
Con el ravo levantado.
Que voy a dar el cojoyo
Del árbol mas encumbrado
Y desde allí cantaré victoria
Con el valor de mi brazo.
Virrey:
Espero masanbre amigo
De vuestro valor sobrado
Que has de cer en la batalla
El azote del cristiano.
Masambre:
¡Ay mi lindo! Comóno
Pues al primer chiliyazo
Los he de sacar al trote
Y yo me quedaré encerrado.
El juicio de Dios
Tras las historias está «el juicio de Dios», la idea según la cual Dios
concede siempre el triunfo a los buenos. Si bien estas obras teatrales son
numerosas, tienen algunos elementos que se repiten. En parlamentos
paralelos los miembros de los ejércitos se acercan a sus respectivos
reyes poniéndose a su servicio, alabando su particular lealtad y valor y
denigrando al enemigo. Ganan obviamente los cristianos, lo cual prueba
a los moros la superioridad del Dios cristiano sobre Alá, y solicitan el
bautismo, porque los moros (los indígenas), son buenos en el fondo.
La metáfora debió ser clara para esos indígenas llamados idólatras. Los
moros, por cierto, pierden aunque ganen. En «La Historia de la Reina
Gilona y Don Rodrigo» gana el príncipe mahometano Abda Lucis, pero
por amor a la Reyna Gilona se hace cristiano y por mandato suyo van sus
huestes a la pila bautismal. Esto no dejará de recordar a aquellos bárbaros
a los que el emperador Carlomagno mandaba a bautizarse con las manos
atadas a la espalda
Alguien me dirá que el juicio de Dios viene rebotando quizás
desde la prehistoria y sigue vivo en el subconsciente de la humanidad,
pero nos llega teñido de Edad Media. No creamos sin embargo que el
esquema simplista de ese juicio agota el contenido de estas obras. Ya
vimos que en «La Canción de Roldán» de Sonsonate se hace presente la
angustia existencial. En «La Historia del Conde don Julián», como en la de
la Reyna Jhudit, las mujeres toman un papel protagónico contradiciendo
el supuestamente siempre sometido rol de la mujer durante la Colonia. En
la de don Julián, la Reyna Gilona toma el mando de las tropas cristianas.
a Reyna udit, por su parte, se a ec o cristiana, nge rendirse para
aproximarse al monarca moro y le da muerte. Ella logra sola lo que el
ejército cristiano no ha conseguido. Como consecuencia se rinden y
cristianizan las tropas moras. En «La Historia de la Reyna Jhudit» los
cristianos de enden la idea de la li ertad en t rminos tan uertes como don
Quijote. El Duque General don Ramón dice ahí, arrojando las monedas
que los moros le ofrecen a cambio de la Reyna:
Moros, cristianos y brujos en San Antonio Abad 129
La Libertad no se compra
Pues somos hijos de Dios.
Hechicerías
Apegados a la naturaleza, honraban los indígenas las plantas
y animales que iban llegando con los españoles. Cada planta tenía su
deidad, cada animal su signi cación cósmica. Por ello, pese a los suspiros
de los clérigos preferían los santos con animales. En su introducción a
la Descripción geográfico-moral de la diócesis de Goathemala del arzobispo don
Pedro Cortés y Larraz (y la provincia de San Salvador, recordémoslo, era
parte de su jurisdicción), el estudioso guatemalteco Adrián Recinos señala:
Cuando sus hijas fueron creciendo, don Celio puso una escalera
para espiar el techo. Subía cuando escuchaba rasguñar, pero nunca vio
nada.
Arnulfo Letona, quien indagó el tema de los brujos zoomorfos,
recogió testimonios de supuestos brujos que niegan serlo. Uno de sus
in ormantes a uien solo identi ca como don anuel, a itante de
las faldas del Volcán de San Salvador, cuenta de hombres-micos que
asustaban en las noches de su infancia y repite un relato de un trabajador
de su abuelo:
Usted tiene que estar pendiente de, cuando maten a alguien, ver
dónde lo entierran y al tercer día ir a desenterrarlo. Después de
eso, con el muerto en su poder, debe embrocarlo y ponerlo a
escurrir sus jugos en un recipiente. Cuando pasen noventa días, a
la media noche de ese día, se bebe eso en medio del cementerio.
Los brujos no hacen eso a la vista. Una vez vinieron unas personas
a ofrecerme siete mil dólares para que me convirtiera enfrente
ellos. Pero el pacto no se lo permite, sino el Diablo se lo cobra a
uno. Se lo lleva.
Jorge E. Lemus
Departamento de Investigación
Universidad Don Bosco
La visión del inframundo en la tradición oral pipil 141
Introducción
Vínculos aztecas
El inframundo pipil
• e conta a mi pap
• na ve mi mam
• o vi a mi ermano ue
• Don Eusebio iba por el camino, cuando...
El Arco en las afueras de Santo Domingo de Guzmán, Sonsonate, lugar que aún se utiliza
para rituales. El Arco es una formación natural; es un puente formado por una quebrada
ahora, pero que probablemente era un río en el pasado. Este sitio es una de las entradas
al inframundo en la tradición pipil de Santo Domingo de Guzmán. Fotografía: David
Lemus.
EL CAMARÓN
hijo, pero este nunca llegó. Pasaron las horas, y el muchacho no aparecía.
Entonces ella se a igió y ue a uscar a su i o. A la orilla del río encon-
tró su ropa pero no había señas de él. «Ah», dijo, «algo le ha pasado a mi
hijo». Y regresó a la casa a traer un incensario. Regresó al río y empezó a
quemar los sahumerios y a llamar a su hijo. Al rato, apareció su hijo, todo
jugado, bobito. Ella lo abrazó y se lo llevó a la casa y le preguntó qué le
había pasado. Entonces, él le contó que cuando se fue a bañar al río, vio
un gran camarón y lo siguió. Entonces el camarón lo jaló y se lo llevó para
adentro de la quebrada. Era un demonio. Allí lo tuvo hasta que llegó su
mamá con los sahumerios. Entonces le dijeron: «Andate ya, que allí está
esa vieja haciendo ese humo que nos molesta. Andate pero regresá en tres
días». Y así fue como salió. A los tres días murió.
Conclusión
Calles de Izalco. Fotografías tomadas por el autor excepto especificado de otra manera
2 Johannes Fabian, Time and the Other. How Anthropology Makes his Object (Columbia Uni-
versity Press, 1983) define el discurso alocrónico como el resultante de la práctica de
hablar del otro colocándolo en un tiempo distinto al de aquel que está hablando.
Transcodificaciones y resignificaciones narrativas 157
La velación de las candelas antes del paso del Jueves Santo, el chila-
te como bebida particular, las palmas de corozo ornamentando los Cristos y
las oblatas representativas frente al camarín, son algunos ejemplos evidentes
de la espiritualidad mestiza que se expresa alrededor de la imagen del Naza-
reno de Indios. Las enfermedades o padecimientos adquiridos a quienes no
se presentan a cargar o lo hacen de la forma indecorosa (hombres embriaga-
dos y mujeres acompañadas sin casarse) o las advertencias por deshonrar la
misma imagen (tocarla sin guantes en las manos, curiosear mientras la están
cambiando de vestido o peinando) presentan el horizonte de correcciones y
obediencias heredados de la práctica comunal.
Se suman a estas expresiones de ritualidad popular, la petición de
favores cuestionables con el rezo de los 33 credos los viernes a las 3 de la
tarde o los favores amarrados con nudos de mecate frente al camarín de
la imagen del Nazareno. La condición mítica de la ritualidad que propicia
la devoción a esta imagen es de ser un correctivo sociomoralizante (en su
160 José Manuel González
Herencia europea: Concepción de la Majestad con mitra imperial, cintura alta, cuer-
po levemente flexionado con intención de movimiento, vestuario policromado, según
códigos occidentales
romerías y ritos que congregan a los ciudadanos durante los dieciséis días
de celebración en la ciudad, así como la dignidad con la que cada año
buscan honrar la celebración de su Patrona. Tanto en la parroquia como
en la cofradía, los devotos expresan una cosmovisión heredada del mundo
indígena mediante el culto a la naturaleza. La imagen de la Asunción, La
Niña para los más ancianos, es una doncella que recrea la imagen del Sol
Naciente. La Asunción occidental data de entre 1528 y 1570; está talla-
da en madera de cedro real, en bulto redondo, policromada, estofada y
encarnada.10 La comunidad izalqueña vuelve a vestir a La Doncella con
los colores amarillo oro y rojo, los colores de la aurora, como rezan los
cánticos de su quincenario, tanto en el templo como en el culto doméstico
dedicado a su Tránsito y Asunción.
10 Estudio de restauración de la imagen patronal de la Asunción, de enero a julio de 2001.
Archivos de Izalcotour.
164 José Manuel González
El valor resigni -
cado se presenta en el re-
vestimiento de la imagen
occidental. Junto a ello, la
veneración de la Virgen de
Agosto mani esta otros
dos matices de resistencia
cultural muy arraigados en
esta festividad. Es costum-
bre al levantar en hombros
las andas de la Virgen de la
co radía sacri car un gallo
al sonido del tambor, ma-
rimba y cohetes. Al frente
del paso procesional, la
historia (los personajes que
recrean la lucha entre los
moros y cristianos) abre el
recorrido. Por otra parte,
las mariposas y tortugas
labradas en el cascabel co-
lonial, así como las maripo-
sas talladas en el camarín
Andas de la Virgen de la Asunción entrando por
patronal y el vestuario de- las Ruinas
nitorio so re los vestidos
tallados en madera diferencian y concretan la relación entre el destino y el uso
de la imagen, evidenciando el importante ascendente del ritual a la Hija del
Sol Naciente.
Además del valor estético, la imagen de la Asunción recrea en sí
misma y en su vestuario el emblema del sufrimiento y martirio indígena
durante la Conquista y colonización, así como la esperanza continua de
la regeneración de la vida con el nacimiento de la luz del amanecer que
brilla en el dorado vestido. La tradición oral que recorre las cofradías y las
personas más devotas de la ciudad de Izalco cuenta:
var de Teresa, «estas obras [las imágenes de obranza indígena] fueron eje-
cutadas siguiendo un programa iconogr co y did ctico, cuyo o etivo era
volver accesible la historia de la Iglesia, no reñido ni con la evangelización
ni con el programa de vida católica impuesta por la contrarreforma y su
secuela».12 La imagen, por tanto, concilia representaciones cristianas occi-
dentales con tradiciones gurativas propias de la cultura pre isp nica en
una expresión mestiza no solo en la forma sino también en el contenido.
Su interpretación simbólica está relacionada con labores agrarias,
la alegoría de la nueva semilla y el grano del tunalmil (o maíz nuevo), y con
los recién nacidos. Esta traslación simbólica mostrada en las garruchas
decoradas con mazorcas de maíz de colores y la omnipresencia de las tor-
tugas (portadoras del agua y ayudantes de Tlaloc) se expresa también en la
12 Guillermo Tovar de Teresa, Pintura y escultura de la Nueva España (México: Grupo Azaba-
che, 1992), 216.
Transcodificaciones y resignificaciones narrativas 167
Consideraciones finales
Introducción
Santos populares
9 Leda Peretti, Propuesta para la identificación de políticas, programas y proyectos culturales para
el desarrollo en el departamento de Sonsonate, vol. 1 (San Salvador: PNUD y Cooperazione
Italiana, 2002), 30
178 Heriberto Erquicia
Detalle de la tumba.
186 Heriberto Erquicia
Consideraciones finales
El santo
1 Los templos visitados en El Salvador entre 2011 y 2013 son los templos del herma-
no Lito en Tamanique (La Libertad), Soyapango (San Salvador) y Ciudad Arce (La Lib-
192 Antonio G. Espada
Altar familiar en Mercado Central de San Salvador. Fotos tomadas por el autor.
ertad), el templo del hermano Will en Cuyultitán (La Paz), el templo de la hermana
Marina en Aguilares (San Salvador), el templo de la hermana Romy en San Francisco
Gotera (Morazán), el templo de la hermana Carolina en San Vicente (San Vicente), el
templo de la hermana Julia en Zacatecoluca (La Paz), el templo de la hermana Adelina
en San Ramón (Cuscatlán) y el templo del hermano David Alfaro en la colonia Cinco de
Noviembre de San Salvador.
San Simón de Mesoamérica 193
2 Katherine y Charles George, «Roman Catholic Sainthood and Social Status. A statis-
tical and analytical study», The Journal of Religion 35, 2 (1955). Tendencia que no ha
hecho sino fortalecerse en los últimos años como ilustra la fulgurante canonización de
Escrivá de Balaguer y la igualmente meteórica carrera post mortem de su segundo de
abordo, Álvaro del Portillo, beatificado el 27 de septiembre del 2013. Los altos costos
de ambos procesos han fijado un nuevo record según José María Castillo, «Historia de
la Canonización en la Cristiandad», Teología sin censuras, blogs.periodistadigital.com/
teologia-sin-censura [recuperado el 20 de febrero de 2014].
194 Antonio G. Espada
El espíritu
3 Sobre su difusión entre las elites letradas españolas véase Ángel González de Pablo,
«Sobre los inicios del espiritismo en España: la epidemia psíquica de las mesas giratorias
de 1853 en la prensa médica», Asclepio. Revista de historia de la medicina y de la ciencia
58, 2 (2006); o Lisa Abend, «Specters of the Secular: Spiritism in Nineteenth-century
Spain», European History Quarterly 34, 4 (2004). Sobre su expansión por El Salvador y
Centroamérica véanse las referencias dadas en el trabajo de Marta Elena Casaus Arzú,
«El vitalismo teosófico como discurso alternativo de las elites intelectuales centroamer-
icanas en las décadas de 1920 y 1930. Principales difusores: Porfirio Barba Jacob, Carlos
Wyld Ospina y Alberto Masferrer», Revista de Estudios Históricos de la Masonería Latino-
americana y Caribeña 3, 1 (2011), www.rehmlac.com.
4 Sobre las raíces afro e indoamericanas y exitosa difusión, sobretodo en el contexto ca-
ribeño, véase, por ejemplo, Joan d. Koss, «El porqué de los cultos religiosos: el caso
del espiritismo en Puerto Rico», Revista de Ciencias Sociales 16, 1 (1972); Andres Perez
y Mena, «Cuban Santeria, Haitian Vodum, Puerto Rican Spiritualism: A Multiculturalist
Inquiry into Syncretism», Journal for the Scientific Study of Religion 31, 1 (1998); o, Ar-
cadio Diaz Quiñones, «Fernando Ortiz y Allan Kardec: transmigración y transcultura-
ción», Latin American Literary Review 25, 50 (1997).
San Simón de Mesoamérica 195
razón les fue dada la oportunidad de redimir sus culpas después de muer-
tos. Así que los favores prestados a los devotos no serían sino parte de
una penitencia, una manera de restaurar el desequilibrio creado por los
pecados cometidos en el pasado ayudando a los pecadores del presente.
Esta teoría recuerda mucho a tradiciones africanas como la yoruba, bantú,
mandinga o sus versiones latinoamericanas como la umbanda, la kimban-
da, etc. Se trata de los exu o mensajeros de los orixás, entes carentes de sen-
tido moral y por eso susceptibles de explotación por parte del especialista
o brujo y que en África a veces se los equipara con los genios o yinn de la
tradición islámica.6
Esta versión tiene a su favor el más poderoso de los argumentos:
el archivo. Casos como los del tijuanense Juan Soldado, el porteño Emilio
Dubois o el santaneco Ernesto Interiano han dejado abundante eviden-
cia documental sobre su mala reputación y sus cuentas pendientes con la
justicia terrenal. Son muchos otros lo casos que a escala latinoamericana
atestiguan la extraña fascinación por criminales célebres. Fascinación que,
curiosamente, constituye uno de los puntos de encuentro más fecundos
6 En la India, las diosas locales o diosas de los dientes (a diferencia de las diosas panindias
llamadas por los antropólogos diosas de los pechos) fueron castigadas en vida, viola-
das, asesinadas, descuartizadas y por eso son furiosas y vengativas pero también miseri-
cordiosas y con poderes curativos: A. K. Ramanujan, «Who Needs Folklore?», en The
Collected Essays of A. K. Ramanujan (Oxford University Press, 2004). En la medida que
abundemos en esta perspectiva nos aproximaremos también al fenómeno de las dei-
dades Dema del panteón maya estudiadas por Félix Báez Jorge, Los Oficios de las Diosas.
Dialéctica de la religiosidad popular en los grupos indios de México (Universidad Veracruzana,
2000).
198 Antonio G. Espada
7 Véase para los casos arriba mencionados los intentos literarios de Paul J. Vanderwood,
Juan Soldado (Duke University Press, 2004) y Patricio Manns, La vida privada de Emile
Dubois (Santiago de Chile: Alfaguara, 2004). En El Salvador, Carlos Consalvi está prepa-
rando una novela sobre el célebre robin hood santaneco Ernesto Interiano que esperamos
ver pronto publicada. No me resisto a poner el fenómeno en relación con la tesis de Ro-
berto González Echevarría, Mito y archivo. Una teoría de la narrativa latinoamericana (Méx-
ico: Fondo de Cultura Económica, 2000 [1ª ed. 1990]). Cito aquí a Oscar Armando
Meléndez Ramírez, quien está trabajando el fenómeno del criminal popular desde una
perspectiva crítica y a quien debo valiosas referencias sobre el tema.
8 La memoria estaría «determinada por las exigencias existenciales de las comunidades
para las cuales la presencia del pasado en el presente es un elemento esencial de la con-
strucción de su ser colectivo» por tanto mantiene con el pasado «una relación afectiva,
militante o manipuladora» según, entre otros, Arturo Taracena Arriola, «Historia, me-
moria, olvido y espacio», Istmo, 26 (2013), 3. Entre los pipiles de Izalco la memoria se
aloja en el hígado y «el juego de complementos opuestos entre la memoria y el olvido,
la inclusión y exclusión del pasado, se traduce en el encuentro-entrañable de los hechos
históricos que se guardan con recelo y en la pérdida-entrañable de todos los otros hechos
que se olvidan adrede o por negligencia», Rafael Lara-Martínez, «Hacia una filosofía y
literatura náhuat-pipil», en Mitos en la lengua materna de los pipiles de Izalco en El Salvador
(San Salvador: El Monstruo, 2012 [1° ed. Leonhard Schultze-Jena, 1935]), xiii.
San Simón de Mesoamérica 199
El ajaw
del poder, a la que se adscriben y parodian a la vez.12 Por eso San Simón
viste como rico hacendado ladino o como militar. Algunas de las imágenes
más importantes de San Simón están acompañadas de fotografías del gen-
eral Ubico en Guatemala y del general Martínez en El Salvador. Quizá
esto tenga que ver con una particular concepción del poder y los enemigos
que «son tenidos por dioses ellos mismos, por mensajeros de éstos o por
roes culturales con el n de ue el pue lo pueda apropiarse de sus uer-
zas».13 También Miguel Ángel Asturias encontró equiparables a San Simón
y el mismísimo Pedro de Alvarado.14 Aquí la relación con el poder se con-
vierte en el aspecto central de San Simón al ue recuentemente se re eren
las oraciones y los corridos como Poderoso Señor. De hecho, su sacralidad
viene determinada por esa especial concentración de poder al que el santo
renuncia (traiciona) en parte para ocuparse de los débiles.
Este es el San Simón que tiene vedada la entrada en los tem-
plos o ciales del Estado y es amigo de los e cluidos, los marginados y los
delincuentes. De l dicen ue al morir ue momi cado y ue la imagen
ue circula oy en día es una de esas típicas otos de nales del siglo I
que retrataban a las personas ya difuntas. Dicen que su momia fue dete-
riorándose y paulatinamente tuvieron que sustituir los trozos arruinados
por pedazos de madera. Por eso su imagen es considerada una especie de
reliquia sagrada que los devotos tocan, manosean y besan convencidos de
estar ante una fuente de poder.15 No sabríamos decir cuál de todas las imá-
genes de San Simón es la auténtica pues varios reclaman dicho privilegio,
igual que ocurre en el Mediterráneo con las astillas de la Cruz donde Jesús
murió y que si todas ellas fueran reunidas daría para construir una escalera
de aquí a la Luna.
12 Félix Baez-Jorge nos habla de figuras propuestas por la cultura barroca «que integran
numerosos planos significantes y un dilatado espesor semántico que resulta de su condi-
ción de signo virtualmente vacío en el que pueden encarnarse roles contradictorios,
ideas inversas y múltiples dimensiones de la realidad social, particularmente aquellas
referidas a la trama y urdimbre del poder», Félix Báez-Jorge ¿Quiénes son aquí los
verdaderos dioses? Religiosidad indígena y hagiografías populares (Universidad Veracruzana,
2013), 38.
13 Mario Humberto Ruz et al., De la mano de lo sacro. Santos y demonios en el mundo maya
(México: Universidad Nacional Autónoma, 2006), 22.
14 Miguel Ángel Asturias, «Maximón: Divinidad de Agua Dulce», Revista de Guatemala 1, 4
(1946).
15 «En orden a los santos no tienen los indios otro concepto sino que son las mismas
imágenes que ven y manejan […] los cargan de ropas y les ponen pañuelos en la cabeza
dando por causa que no tengan frío», Pedro Cortés y Larraz, Descripción geográfico-moral
de la diócesis de Guatemala, enviada a Carlos III en 1771 (San Salvador: Dirección de Publi-
caciones e Impresos, 2000), 111.
San Simón de Mesoamérica 203
El brujo
18 Frank Graziano, Cultures of Devotion Folk Saints of Spanish America (Oxford University
Press, 2007) y Carlos Navarrete, San Pascualito Rey y el culto a la muerte (Universidad
Nacional de México, 1983) que aquí sigue la tesis clásica de Robert Ricard, La conquista
espiritual de México. Ensayo sobre el apostolado y los métodos misioneros de las ordenes mendi-
cantes en la Nueva España de 1523 a 1572 (México: Jus, 1947). Para Pilar Sanchiz Ochoa,
«Sincretismo e identidad cultural entre los indios de Guatemala durante el siglo XVI»,
en La Religiosidad Popular, vol. 1, eds. Álvarez Santaló et al (Barcelona: Anthropos, 2003),
387, la polémica es producto de las divergencias propias del método histórico y el antro-
pológico.
19 Debo aclarar aquí que la noción del diablo tiene importantes variaciones dentro de las
tradiciones semíticas. Dentro del Islam, Satanás es algo así como una energía directa-
mente controlada por Dios que connota alejamiento y separación. En el extremo de
esta interpretación benévola estaría la consideración de Iblis, el diablo, como el primer
musulmán (siervo de Dios) pues su caída fue producto de su negativa de adorar a nadie
sino a Allâh.
San Simón de Mesoamérica 205
El diablo
fue más bien al contrario y prevaleció un fuerte rechazo por parte de los
recién llegados a las teofanías indígenas. La Iglesia en el Nuevo Mundo
llevaba al extremo la separación entre el mensaje evangélico y las formas
religiosas de las culturas donde se había encarnado.24
Durante los siglos de la Colonia proliferaron los tratados contra
la hechicería, la brujería, las supersticiones, la nigromancia, los sortilegios,
la curandería y la herboristería. Dichos manuales a menudo denunciaban
el engaño de antiguas entidades espirituales, naguales e ídolos que se es-
condían y camu a an a o las ropas y los itos de los santos legítimos
de la tradición mediterránea. No vamos a extendernos sobre este particu-
lar que ya ha ocupado varias monografías enteras.25
De todas maneras quiero aquí constatar un hecho bien curioso: la
vigencia y plena actualidad de este tipo de discurso agresivo e intimidatorio.
Tengo ante mis ojos la obra de un sacerdote católico español especializado
en exorcismo que no alberga la menor duda de que San Simón de Meso-
américa es el mismísimo Satanás.26 Ciertamente las antropomor aciones
y personi caciones del al ec as en esta o ra no evidencian m s ue las
serias limitaciones intelectuales y emocionales del autor. Pero también es
cierto que el exorcista no ha hecho otra cosa que llevar a blanco sobre ne-
gro una de las interpretaciones más extendidas y hostiles hacia San Simón:
la del ser diabólico. Dicha versión es además una de las más claramente
interclasistas, pues no solo goza de predicamento entre determinados seg-
mentos del clero profesional, los editores y distribuidores de libros y otros
devotos de los sacramentos, las letras y la academia, sino también y con
especial ahínco, entre el pueblo como gustan llamarse los vigorosos feligre-
ses pentecostales y proféticos.
Con el auge de estas nuevas iglesias, la magia, la brujería y
fenómenos tan autóctonos como los Hermanos Espirituales han vuelto
a alcanzar gran visibilidad en El Salvador, pasando de ser objeto del des-
dén y las burlas de las elites eclesiales ilustradas, a convertirse en una de
24 Manuel Marzal, Tierra encantada. Tratado de antropología religiosa en América Latina (Ma-
drid: Trotta, 2002), 116.
25 Véase a este respecto Mario Humberto Ruz, «Conjuros indígenas, blasfemias mestizas:
fragmentos discursivos de la Guatemala colonial», Revista de Literaturas Populares, 6, 2
(2006), así como la bibliografía de autores de la talla de Gonzalo Aguirre Beltrán, Alfre-
do López Austin o Félix Báez-Jorge del que destacamos Los disfraces del Diablo. Ensayo sobre
la reinterpretación de la noción cristiana del mal en Mesoamérica (Universidad Veracruzana,
2003).
26 Abelardo Pérez Pbro. Me llaman Maximón. Satanás con corbata y sombrero (Guatemala: Ar-
temis Edinter, 2009).
210 Antonio G. Espada
El traidor
no habría encontrado
algún tipo de equiva-
lencia metafísica con
el mismísimo Señor
Shiva. El señor de las
serpientes y el falo gi-
gante, el maestro tántri-
co, el creador, el eterno
bailarín, el fumador de
opio, el señor de la de-
strucción y la muerte, el
dios más querido de la
India.
No es el
propósito de esta
ponencia incursionar
territorios tan alejados
de nuestras posibili-
dades de veri cación
inmediata. Sin embar-
go, en relación al San
Simón mesoamericano
la teoría de los arqueti-
pos es inevitable en
tanto sus mismos cli-
Judas de los mercedarios de Guatemala entes son los que tradi-
cionalmente han estable-
cido una relación de estrecha dependencia con, nada más y nada menos
que, San Judas.
La mayoría de los devotos del señor sentado, con bigote, que
fuma puro, toma guaro y concede deseos está de acuerdo en señalar
sobre el calendario gregoriano un día destinado a su celebración, el 28
de octubre: el cumpleaños de San Simón. Ese día según la tradición
católica es la festividad de los apóstoles Judas Tadeo y Simón el Zelote
o el Cananeo, de los que se dice que murieron juntos, decapitados y que
en vida eran muy próximos a Jesús. Sin embargo, es importante notar
aquí que ambos apóstoles apenas aparecen mencionados en los Evan-
gelios y que pocas son las certezas asociadas a estos dos nombres. Por
ejemplo, las versiones que presentan a Judas Tadeo como el contador
San Simón de Mesoamérica 213
momento de su célebre traición, cuando «se vio obligado a negar tres veces
a su Señor antes de que cantara el gallo» (el énfasis es mío).
La asociación del San Simón mesoamericano con el arquetipo del
Traidor puede tener profundas raíces. Ciertamente el papel protagónico del
Traidor en el contexto de la celebración ha sido documentado en Meso-
américa a lo largo de todo el periodo novohispano.32 Sin embargo, la prim-
Una vez ahorcado el muñeco, ya sin vida, tiene que ser sacado del
pueblo y en estos días la manera más fácil es subirlo al autobús de línea.
Corresponde al resignado motorista o a uno de sus ayudantes evacuarlo
y dejarlo tirado a las afueras del pueblo. Pero el periplo del muñeco no
acaba aquí. La costumbre dice que el primero que se encuentre el cuerpo
desahuciado de Judas tiene la obligación de volverlo a ahorcar, esta vez en
un lugar donde haya tránsito continuo como un río o, porque no, la propia
Carretera Longitudinal que acababa de ser reconstruida con doscientos
mil dólares de los fondos asistenciales del Fomilenio estadounidense y
que a pesar de su solidez puede que cumpla con alguno de los requisitos
simbólicos del río.
Aquí las imágenes están investidas de fuerza, poder y vida propia,
con autonomía, con su propia lógica y sus propios nes. Grandes males y
desgracias esperan a quien no siga la norma marcada por la tradición que
en esto, como en todo, es arto escrupulosa. No se trata de ngir nada
ni impostar ninguna actitud sino simplemente cumplir con las leyes que
gobiernan el ritual. Esa obligación para con Judas el Traidor lo integra
plenamente en la corte espiritual donde ocupa una posición privilegiada
que puede servir para la mediación.
San Simón de Mesoamérica 217
35 Oswaldo Chinchilla, Imágenes de la Mitología Maya (Guatemala: Museo Popol Vuh, 2011).
36 Carlos Navarrete «La expansión del culto al Cristo de Esquipulas en Mesoamérica»
(ponencia presentada en el I Coloquio Salvadoreño de Religiosidad Popular, San Salvador, 24
y 25 de septiembre, 2013).
218 Antonio G. Espada
El complejo cultural
Simón Pedro y la coincidencia que los vincula con otro par de opuestos
también unidos por el nombre, Judas Tadeo y Judas Iscariote, ha sido
aprovechada para dar salida a una concepción de lo sagrado particular.
Una concepción fundada ante todo en la experiencia religiosa hierofáni-
ca, fenomenológica y emocional. Una concepción que no presta demasi-
ada atención al dogma ni a la palabra leída. Una concepción más estética
que ética, más ritual que meditada, más sensible a la analogía que a la
representatividad.38
38 Sobre la fortaleza de todos estos elementos, esto es, la fortaleza del mito y su predo-
minio sobre la Historia, Mendelson nos dice: «En un sentido, la insistencia de mantener
las costumbre en una forma que se cree correcta, de por sí se ha convertido en una
costumbre y el sentido del orden que tiene el indígena triunfa sobre la pérdida de las
fuentes de este orden al afirmar que debe haber orden sin importar cuán ignorantes de
su origen puedan ser los hombres», Mendelson, Los escándalos, 136.
220 Antonio G. Espada
La rendición
Introducción
1 Timothy Weber, Living in the Shadow of the Second Coming. American Premillenarism 1875-
1925 (The University of Chicago Press, 1987).También véase: Luis R. Huezo Mixco,
«A la espera del reino milenial: Misiones de fe, fundamentalismo religioso y su visión
226 Luis R. Huezo Mixco
5 «Pentecostalism Has Come. Los Angeles Being Revisited by a Revival of Bible Salvation
and Pentecost as Recorded by the Books of Acts» The Apostolic Faith, 1, 1 (septiembre
1906), 1 y 2.
6 «Pentecostalism Has Come» 1 y 2.
Supervivencia y lucha en el universo mágico 229
7 «The Pentecostal Baptism Restored.The Promised Letter Rain Now Being Poured Out
on God´s Humble People» The Apostolic Faith, 1, 2 (octubre 1906), 1.
8 «Pentecostalism Has Come» 1 y 2.
9 Hechos 2:17
10 «Bible Pentecost. Gracious Pentecostal Showers Continue to Fall» The Apostolic Faith, 1,
3 (noviembre 1906), 1.
230 Luis R. Huezo Mixco
11 Harold Bloom, De Cane Ridge a Billy Graham. La religión en los Estados Unidos. El surgimiento
de la nación poscristiana (México: Fondo de Cultura Económica, 1994) 44.
12 «Pew Forum on Religion and Public Life» Spirit and Power. A 10-Country Survey for Pente-
costals (Washington: The Pew Research Center, 2006) 1-3.
13 Bastian, La mutación religiosa, 76.
Supervivencia y lucha en el universo mágico 231
31 Daniel Levine, Popular Groups, Popular Culture and Popular Religion (Indiana: Universidad
de Notre Dame y Kellogg Institute, 1989), 3.
32 Marion Bowman, «Phenomenology, Fieldwork and Folk Religion» en Religion: Empirical
Studies, ed. Steven Sutcliffe (Aldershot: Ashgate, 2004), 5.
33 Rondón Palmera, «Pentecostalismo y minorías religiosas» 28.
Supervivencia y lucha en el universo mágico 235
Pentecostalismo y pobreza
Supervivencia y lucha
Conclusión