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La concepción kelseniana de los juicios de valor 1

Hans Kelsen’s Conception of Value Judgments

Por JOSÉ ANTONIO SENDÍN MATEOS


Universidad de Salamanca

RESUMEN

En este trabajo pretendo realizar una exploración de la concepción kel-


seniana de los juicios de valor. Partiendo de un examen de su posición de
escepticismo ético, que consiste en una metaética relativista desde la que él
niega que se puedan fundamentar racionalmente juicios de valor morales,
me ocuparé de las siguientes cuestiones: (1) un análisis crítico de la tipolo-
gía de los juicios de valor que Kelsen nos ofrece en la Reine Rechtslehre,
distinguiendo entre juicios de valor y juicios de realidad, y, dentro de estos,
unas categorías «especiales»; (2) el problema de la valoración de las nor-
mas jurídicas a partir de normas de justicia; (3) los cambios que experimen-
tó su concepción en la etapa final de su pensamiento, presidida por la Allge-
meine Theorie der Normen; y (4) finalmente, examinaré la forma como, a su
modo de ver, los juicios de valor morales y políticos pueden influir en el
desarrollo de la actividad científico-jurídica, y cuál es la actitud que deben
mantener los científicos del derecho hacia ellos.
Palabras clave: Kelsen, metaética, relativismo, juicios de valor, juicios de
realidad, valores de la ley, valores de la justicia, ciencia del derecho.

 1 
Este trabajo se ha desarrollado en el marco del proyecto de investigación
DER2016-74898-C2-1-R (Conflictos de derechos: tipologías, razonamientos, deci-
siones), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, AEI y FEDER.
AFD, 2019 (XXXV), pp. 211-241, ISSN: 0518-0872
212 José Antonio Sendín Mateos

ABSTRACT

In this article I expect to perform an exploration of kelsenian conception


of value judgments. Starting from an examination of his position of ethical
scepticism, which involves a metaethical relativism from which he denies the
possibility to found moral value judgments in a rational way, I will deal with
the following issues: (1) a critical analysis of the typology of value judgments
that Kelsen offers in his Reine Rechtslehre, and that lead him to differentiate
between value judgments and judgments about reality, and, among these, to
stablish some «special» categories; (2) the problem of valuation of legal
norms based on norms of justice; (3) the changes that his conception
underwent in the final stage of his thought, which is represented by the Allge-
meine Theorie der Normen; and (4) finally, I will examine in which way,
according to him, moral and political value judgments can influence the
development of the activity of science of law, and which is the attitude that
scientists of law should maintain toward them.
Key words: Kelsen, metaethics, relativism, value judgments, judgments
about reality, values of law, values of justice, science of law.

SUMARIO: 1.  La fundamentación de los juicios de valor mora-


les: una cuestión epistemológica.–2.  La concepción de Kel-
sen sobre los juicios de valor. 2.1  Juicios de valor y juicios de
realidad en la Teoría pura del derecho. 2.2  La valoración de las
normas jurídicas. 2.3  Los juicios de valor en la Allgemeine Theorie
der Normen.–3.  Los juicios de valor en la ciencia del dere-
cho.–4.  Bibliografía citada.

SUMMARY: 1.  The foundation of moral value judgments: an


epistemological issue.–2.  Kelsen’s conception of value jud-
gments. 2.1  Value judgments and judgments about reality in the
Pure Theory of Law. 2.2  The valuation of legal norms. 2.3  Value
Judgments in the Allgemeine Theorie der Normen.–3.  Value judg-
ments in science of law.–4. Bibliography.

1. LA FUNDAMENTACIÓN DE LOS JUICIOS DE VALOR


MORALES: UNA CUESTIÓN EPISTEMOLÓGICA

La cuestión de si se pueden fundamentar racionalmente juicios de


valor morales es seguramente el problema más importante al que se
enfrentan las distintas concepciones filosófico-morales. Histórica-
mente esa cuestión ha recibido respuestas diferentes, tanto positivas
como negativas: quienes rechazan que los juicios de valor morales se
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puedan fundamentar racionalmente mantienen una posición de escep-


ticismo ético, mientras que quienes admiten que es posible la justifica-
ción racional de ciertos contenidos morales y de justicia se revelan
como cognitivistas éticos. Estos todavía tendrán que responder una
cuestión no menos importante: cuáles son los valores y principios
morales susceptibles de obtener una fundamentación racional. Entre
quienes representan la primera posición ha de mencionarse a Hans
Kelsen, cuya concepción sobre los juicios de valor –y de los juicios de
valor morales– examinaré en este trabajo.
Como es sabido, Kelsen es considerado el filósofo del derecho más
importante del siglo xx. A lo largo de su trayectoria identificó y trató
de dar solución a un conjunto de problemas que, en parte gracias a la
profundidad con la que acometió su examen y a la extraordinaria
ambición de su proyecto teórico, se siguen percibiendo como proble-
mas típicos de teoría del derecho. Quizá por esta razón su doctrina
jurídica, cuya exposición más lograda se condensa en la segunda edi-
ción alemana de la Reine Rechtslehre 2, sigue siendo objeto de estudio
y discusión para los expertos en teoría del derecho.
Ahora bien, aunque la teoría del derecho fue el principal foco de
interés de Kelsen, pensar que su actividad se centró exclusivamente en
ese campo sería un error inducido por una visión simplificadora.
Agustín Squella (1981, 65) ha desmentido que a Kelsen solo le intere-
saran los aspectos puramente normativos del derecho y que, por así
decirlo, descuidara y apenas prestara atención a los aspectos valorati-
vos 3. Ciertamente, ocuparse de esos aspectos conduce a abandonar el
ámbito de la teoría del derecho y, en definitiva, del examen del dere-
cho real y efectivo –el derecho que es– y a situarse en el ámbito de la
valoración moral del derecho, es decir, del derecho que debe ser, del
derecho moral o justo. Supone, pues, ocuparse de cuestiones que se
adentran en el terreno de la filosofía moral.
En contraste con la teoría del derecho de Kelsen, su filosofía moral
es una pieza de su pensamiento menos conocida, pero no por ello
carente de interés. Para emprender un examen de la particular visión
de Kelsen sobre los juicios de valor morales, es necesario situarse en
su contexto.
Quizá el aspecto más remarcable de la filosofía moral de Kelsen es
que asume una posición de no cognitivismo o escepticismo ético, que
le lleva a rechazar que se pueda conocer algo parecido a una «justicia
absoluta», y que los juicios de valor morales sean susceptibles de

 2 
Wien, Franz Deuticke, 1960.
 3 
Squella subraya que «ni la teoría pura ni su creador se encuentran recogidos en
una consideración exclusivamente normativa del Derecho, y que, por lo mismo, den-
tro del cuadro de ideas de esta doctrina y de su autor, cabe perfectamente un desarro-
llo adicional de lo que hemos llamado el elemento valorativo del fenómeno jurídico»
(1981, 65).
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obtener una fundamentación racional, de forma que sean aceptables


para todos.
Kelsen es consciente de que las normas de derecho positivo son
objeto permanente de valoración moral. Desde su escepticismo ético
no niega ese extremo; pero sí rechaza que los juicios sobre el valor
moral del derecho se puedan justificar intersubjetivamente. Esto es
consecuencia de que su escepticismo se concreta en una posición rela-
tivista en el plano axiológico, que le conduce a rechazar que se pue-
dan conocer valores (jurídicos, éticos o estéticos) absolutos, y a acep-
tar que únicamente los valores relativos pueden ser objeto de
conocimiento racional.
A pesar de que Kelsen se mantuvo firme en su posición escéptica,
la cuestión de la valoración moral del derecho fue su principal preocu-
pación como filósofo moral. Es sin duda en el tratamiento de este pro-
blema donde el fundador de la teoría pura del derecho se encuentra
ante un verdadero reto, pues es justamente aquí donde aparecen clara-
mente enfrentados los dos planos del ser (Sein) y el deber ser (Sollen),
que en su pensamiento se oponen de manera irreconciliable. Para fun-
damentar esa oposición 4, que Kelsen tiene muy presente desde sus
inicios –pues hace mención a ella en su primera gran obra, los Haupt-
probleme der Staatsrechtslehre 5 (1911)–, se apoya en dos de los repre-
sentantes de la Escuela neokantiana de Baden: Windelband y Simmel,
para quienes las categorías del Sein y el Sollen eran lógicamente irre-
ductibles. Haciéndose eco de estos autores, Kelsen tiende un abismo
lógico entre el ser y el deber ser, y sostiene que a partir de enunciados
sobre hechos (del Sein) no se pueden derivar enunciados normativos o
valorativos (del Sollen), pues ello significaría incurrir en un sofisma
lógico (Trugschluß) que había sido desvelado por Hume y que desde
Moore se conoce como «falacia naturalista». Así pues, del hecho de
que algo es no se puede deducir que sea debido y que, por tanto, debe
tener lugar o debe ser valorado positivamente.
Kelsen se sirvió de ese error lógico como un instrumento de crítica
contra la teoría del derecho natural, a la que acusó de haber pasado
sistemáticamente del Sein al Sollen al tratar de obtener, a partir de
hechos naturales (que configuran la naturaleza humana, de las cosas,
etc.), normas o principios de derecho natural 6, a los que los represen-

 4 
Para Errázuriz Mackenna (1986, 395) esa oposición es un «principio axiomáti-
co» de la teoría pura del derecho.
 5 
En el prólogo de la segunda edición Kelsen explica que «Los Hauptprobleme
toman como punto de partida la oposición fundamental entre ser (Sein) y deber ser
(Sollen), descubierta por Kant en su esfuerzo por fundamentar la autonomía de la
razón práctica frente a la razón teórica, del valor frente a la realidad, de la moral fren-
te a la naturaleza. Acogiéndonos a la interpretación kantiana de Windelband y Sim-
mel, vemos en el deber ser la expresión de la autonomía del derecho que ha de ser
determinado por la ciencia jurídica, a diferencia de un ser social susceptible de ser
concebido sociológicamente» (Kelsen: 1923, VI).
 6 
Véase Kelsen: 1957b, 137; 1957e, 20; 1963a, 4; 1968a, 247.
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tantes de esa teoría asignan un valor de justicia absoluto. Esos princi-


pios absolutamente justos son el fundamento, no solo para la valora-
ción moral de las normas de derecho positivo, sino también de su
validez, pues para los iusnaturalistas ambas cuestiones no se pueden
separar. El problema es que para mantener esa unión –o mejor, esa
confusión– entre la cuestión de la validez y la cuestión del valor moral
de las normas, es preciso situarse en un plano de cognitivismo ético,
algo que Kelsen no puede admitir. Él diferencia ambas cuestiones y
piensa que deben afrontarse por separado, pues a su juicio esa confu-
sión es resultado de introducir el valor moral de las normas como cri-
terio de la validez jurídica. Desde su escepticismo ético, defiende que
la valoración moral de las normas de derecho positivo como justas o
injustas es enteramente independiente de su validez.
La cuestión de la valoración moral del derecho deriva en la cues-
tión del contenido de la justicia. Kelsen se pregunta si ese contenido
se puede dilucidar racionalmente, y su respuesta no deja resquicio
para la duda: la justicia absoluta es un ideal irracional, cuyo contenido
no es accesible al conocimiento humano 7. Al pronunciarse en estos
términos, pretende reflejar que la determinación del contenido de la
justicia –como problema que compete a la filosofía moral– es una
cuestión de índole epistemológica, que a su modo de ver solo se puede
responder negativamente. Basándose en una concepción científico-
gnoseológica que rechaza que existan las «cosas en sí» –como objetos
de conocimiento que sobrepasan los límites de la percepción senso-
rial, en sentido kantiano–, sostiene que, aun en caso de que exista una
justicia absoluta y valores morales absolutos, estos no se pueden
conocer. El alcance limitado de las capacidades cognitivas humanas
hace que la única justicia y los únicos valores asequibles al entendi-
miento humano sean relativos.
Kelsen es consciente de que una justificación en términos mera-
mente relativos de la justicia y los valores supone una desventaja que,
sin embargo, él, como relativista, sí está dispuesto a asumir: las con-
cepciones sobre la justicia y los valores son cambiantes y pueden ser
muy diferentes de unos contextos históricos y sociales a otros, como
lo son también para quienes conviven en una misma sociedad. Aunque
Kelsen admite que una filosofía moral relativista no puede proporcio-
nar las mismas certezas sobre la justicia y los valores que su contra-
partida absolutista, esa es la única opción para quienes, como él, des-
confían de la capacidad del intelecto humano para conocer valores
absolutos.
Así pues, el relativismo ético de Kelsen se explica por considera-
ciones de carácter gnoseológico. En ese contexto, también califica su
posición como «relativista», pues a su modo de ver el relativismo
ético se corresponde, en teoría del conocimiento, con una posición de

 7 
Kelsen: 1934, 14; 1947, 397; 1960, 401; 1963b, 61.
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relativismo epistemológico. Una asociación muy similar se produce


también entre las contrapartidas «absolutistas», pues el absolutismo
ético se suele coligar con un absolutismo epistemológico. Esta cir-
cunstancia revelaría que hay una conexión esencial entre la filosofía
moral y la teoría del conocimiento 8, que se ha manifestado en un
doble antagonismo: por un lado, entre el absolutismo y el relativismo
éticos, y, por otro, entre el absolutismo y el relativismo filosóficos (o
epistemológicos). Finalmente, aunque aquí me limitaré a mencionar-
lo, a los dos señalados se añade un tercer antagonismo, que se ciñe al
ámbito de las ideas políticas 9, induciendo una actitud favorable, bien a
formas de gobierno autocráticas (absolutismo político), bien a la
democracia (relativismo político).
La correspondencia que más interesa en este contexto es la que se
establece entre un punto de vista filosófico-moral y una concepción
epistemológica. Aunque Kelsen la examinó en diferentes trabajos, fue
quizá en «Absolutism and Relativism in Philosophy and Politics»
(1948) donde lo hizo de forma más ambiciosa. En ese escrito Kelsen
trató de investigar los fundamentos filosóficos del absolutismo y el
relativismo, y de ponerlos en conexión con una orientación política y
una concepción filosófico-moral que, como ahora explicaré, consiste
fundamentalmente en un punto de vista metaético.
Al enfocar la cuestión desde la teoría del conocimiento, el absolu-
tismo filosófico se presenta como un conjunto de doctrinas cuyo nexo
común es la adopción de un punto de vista metafísico según el cual
existen las «cosas en sí», como realidades absolutas e independientes
del conocimiento humano, que trascienden los límites de la experien-
cia (Kelsen: 1957a, 198-199). Pasando al plano moral, en su vertiente
ética, el absolutismo se caracteriza por la idea de que el valor es inma-
nente a la realidad, y de que los juicios de valor morales tienen la
misma objetividad que los enunciados que describen hechos. Nada de
extraño tiene, pues, que desde esa óptica los valores morales se pre-
senten como absolutos.
En contraste, el relativismo, en teoría del conocimiento, implica
una epistemología empirista, según la cual el ámbito de la realidad
que puede ser objeto de conocimiento está férreamente determinado
por los límites de la experiencia (Kelsen: 1957a, 198), de forma que
cualquier supuesta «realidad» que pretenda situarse más allá de esas
lindes es incognoscible. En consecuencia, lo absoluto –la «cosa en
sí»– no puede admitirse como objeto posible de conocimiento.
Al hacer traslación de este planteamiento gnoseológico al plano
moral, resulta que la justicia absoluta y los valores morales absolutos,
como objetos que están más allá de la experiencia, son incognosci-
bles. Para Kelsen la justicia absoluta es un ideal irracional, y esto sig-
nifica tanto como negar que sea accesible al conocimiento. La única

 8 
Kelsen: 1957a, 198; 1968c, 1924.
 9 
Kelsen: 1957a, 198; 1968c, 1938; 2006, 224.
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justicia y los únicos valores que son inteligibles para los seres huma-
nos son relativos, pues son la expresión de lo que cada individuo,
desde su propia concepción moral, entiende que es justo o valioso.
Si únicamente se pueden admitir valores morales relativos, enton-
ces para Kelsen los juicios de valor morales no pueden pretender una
validez absoluta. En otras palabras, esos juicios no pueden ser candi-
datos a obtener una justificación racional, intersubjetiva, ni pueden
ser válidos y aceptables para todos. Por esa razón el escepticismo kel-
seniano se revela como una posición que es ante todo metaética, pues
responde negativamente a la pregunta de si se pueden fundamentar
racionalmente juicios de valor morales. De esta manera, el teórico del
derecho Kelsen, como filósofo moral, nunca llega a plantearse la
segunda cuestión que mencioné al comienzo: cuáles son los principios
y valores que son susceptibles de obtener una fundamentación racio-
nal y cuál es su contenido.
Formularse esa segunda pregunta significaría descender del nivel
de la metaética –también llamada ética analítica– al nivel de la ética
normativa, en la que Kelsen no cree como empresa racional. Por esa
razón se mantiene en el plano metaético, adoptando una actitud escép-
tica que es coherente con la sensibilidad y los planteamientos científi-
cos y gnoseológicos propios de la época y el contexto intelectual en el
que se desenvolvió su doctrina. Como consecuencia, él no llegó a
plantearse otras cuestiones sobre la justicia y los valores más allá de si
se puede conocer su contenido 10.
Dicho esto, en el ámbito metaético hay multitud de posiciones
defendibles 11, tanto cognitivistas como no cognitivistas. Trazar una

 10 
Bjarup (1986, 296) opina que el relativismo de Kelsen es «ético normativo» y
se fundamenta sobre consideraciones metaéticas de carácter epistemológico.
 11 
Moreso (2003, 3 y ss.) trata de presentar los distintos puntos de vista metaéti-
cos combinando las posibles respuestas que admiten tres preguntas clave: (1) la cues-
tión «semántica»: ¿Pueden verificarse los juicios morales? ¿Son susceptibles de ver-
dad o falsedad?; (2) la cuestión «ontológica»: ¿Hay predicados morales que se
refieren a propiedades morales de las cosas? ¿Se pueden verificar juicios morales a
partir de genuinos hechos morales?; (3) la cuestión de la «objetividad»: ¿Son posibles
los acuerdos racionales en materia moral? ¿Hay cuestiones morales susceptibles de
obtener una respuesta unívoca para todos los individuos y en todos los contextos?
Combinando las respuestas afirmativas y negativas a estas preguntas, se revelan ocho
posiciones que a priori son lógicamente posibles. Pero dado que la cuestión semánti-
ca y la cuestión ontológica mantienen una estrecha relación de interdependencia, las
respuestas que reciben no pueden ser divergentes, pues ello daría lugar a posiciones
imposibles o muy minoritarias. En realidad hay cuatro posiciones típicas, que están
representadas por otras tantas corrientes: (i) cuando se responde a las tres preguntas
afirmativamente, estamos ante el realismo moral; (ii) cuando se responde afirmativa-
mente a la cuestión semántica y a la ontológica, y negativamente a la cuestión de la
objetividad, estamos ante el naturalismo o subjetivismo; (iii) cuando las dos primeras
cuestiones reciben una respuesta negativa y la tercera una afirmativa, estamos ante la
posición típicamente prescriptivista; y (iv) finalmente, hay espacio también para el
emotivismo de Ayer y Stevenson, que responde negativamente a las tres preguntas.
Esas cuatro posiciones son muy generales y admiten diversas variantes. La metaética
de Kelsen consiste en un relativismo ético desde el que se responden negativamente a
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especie de mapa que permita situarlas es algo que excede los límites
de este estudio, pero a pesar de ello opino que puede ser útil tratar de
identificar cuál es el lugar que ocupa el relativismo kelseniano en ese
contexto. Para satisfacer ese objetivo, una fuente de conocimiento
muy recomendable pueden ser algunos trabajos de Nino. Este autor
señala que dentro de la metaética hay dos grupos de teorías principa-
les: las teorías descriptivistas y las teorías no descriptivistas (Nino:
1997, 355). Para las primeras los juicios de valor morales son enun-
ciados descriptivos, que cumplen una función cognitiva y pueden ser
verdaderos o falsos. Cabe situar aquí el intuicionismo de Moore, aun-
que para este autor los juicios de valor morales no pueden verificarse
en términos empíricos, pues describen hechos que no son «naturales».
Esto es consecuencia de que el significado de conceptos como
«bueno» o «malo» no se puede explicar mediante palabras no éticas.
Por eso su sentido solo se puede captar a través de una genuina intui-
ción intelectual 12.
Para Nino el relativismo de Kelsen estaría más cerca del segundo
grupo de teorías: las no descriptivistas. Estas rechazan que los juicios
de valor morales describan hechos, lo que supone que esos juicios no
son discutibles desde el punto de vista de la verdad, ni cumplen una
función cognitiva (Nino: 1997, 363). Su función no es informar, sino
tratar de influir en la conducta individual. Esto genera dudas sobre si
es posible justificar esos juicios, y por esa razón el no descriptivismo
ético se suele asociar a una visión escéptica respecto del papel que
juega la racionalidad en materia ética.
En las teorías no descriptivistas existen dos corrientes típicas: el
emotivismo y el prescriptivismo. El primero, representado por Steven-
son pero que tiene un antecedente en Ayer, subraya la insuficiencia del
método empírico en su aplicación al ámbito de la moral. Rechaza que
los juicios morales sean verificables empíricamente, y por tanto no
tiene sentido debatir si se pueden esgrimir mejores razones a favor de
ciertos juicios 13. En cambio, los juicios morales tienen un sentido
emotivo (a pesar de que se les atribuye cierto significado descriptivo),
mediante el cual pretenden influir en las actitudes ajenas, generando
motivos para actuar de una manera determinada.
La segunda gran corriente no descriptivista es el prescriptivismo
universal de Hare. Para este autor los juicios morales son prescripcio-
nes universalizables (aunque también atribuye a los términos morales
cierto sentido descriptivo), de forma que quien expresa un juicio de
valor moral prescribe una forma de conducta que será exigible en

las tres preguntas; pero a su vez habría que introducir criterios adicionales que permi-
tan caracterizar su posición de forma más precisa, y diferenciarla, por ejemplo, del
emotivismo de Ayer.
 12 
Nino (1997, 361) denuncia la paradoja que supone rechazar la apelación a la
experiencia mientras se confía en una intuición.
 13 
Por esa razón Nino (1997, 365) reprocha al emotivismo destruir la moralidad.
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todas las situaciones que compartan los mismos rasgos, y al mismo


tiempo se compromete a que su conducta sea consecuente con ese
juicio. Pero hay un segundo punto de desencuentro con el emotivis-
mo: el prescriptivismo admite como legítima la pretensión de recla-
mar mejores razones que apoyen los juicios de valor morales. Como
consecuencia, se admite que algunos juicios estarán respaldados por
mejores razones que otros 14.
Frente a las teorías descriptivistas y no descriptivistas, otras posi-
ciones filosófico-morales admiten que hay hechos empíricos que son
relevantes para resolver cuestiones valorativas, y a su vez que algunos
juicios pueden contar con mejor respaldo que otros (Nino: 1997, 372).
El espectro de teorías morales es prácticamente inabarcable, y puesto
que una descripción más detallada no ayuda a esclarecer el lugar que
ocupa la metaética de Kelsen en este complejo esquema, es preferible
no profundizar en ello.
Aunque el relativismo kelseniano orbita en torno a posiciones no
descriptivistas, no coincide ni con el emotivismo ni con el prescripti-
vismo. Pero a tenor de lo expuesto hasta ahora, parece que está más
próximo al segundo, pues, como luego explicaré, para Kelsen los
valores son constituidos por normas, aunque no se identifican con
ellas 15. En ese sentido, los juicios de valor morales conectan una con-
ducta y una norma moral que prescribe una acción o una omisión, de
modo que si la conducta se ajusta a la norma, se valorará positivamen-
te, mientras que si es contraria a la norma, el juicio será negativo.
Aunque parece que la metaética relativista de Kelsen está más
próxima a las tesis prescriptivistas, ello no le impide atribuir a los jui-
cios de valor morales cierto carácter emotivo, pues con su emisión se
tratan de suscitar actitudes en el oyente, que pueden ser, dependiendo
de la situación, de aprobación o desaprobación. Probablemente este
rasgo es una consecuencia de la proximidad contextual de Kelsen a
los miembros del Círculo de Viena.
Finalmente, igual que sucedía en Hare, para Kelsen el carácter fun-
damentalmente prescriptivo de los juicios de valor morales es compa-
tible con que tengan también cierto carácter descriptivo, pues se refie-
ren a conductas y actos humanos que tienen lugar en el plano del Sein.
Aunque para Kelsen, como he explicado antes, una cesura radical
separa los planos del Sein y el Sollen, ello no impide que esos juicios
hagan referencia a hechos de la realidad 16. A pesar de ello, esta sepa-

 14 
Para Nino (1997, 370), el único avance de Hare frente al emotivismo es que
admite que los juicios morales son universalizables.
 15 
Según Pettit (1986, 317), para Kelsen los juicios de valor morales involucran
normas que poseen una fuerza prescriptiva incondicional. Aunque esto es cierto, hay
que matizar que son las normas las que constituyen los valores. Son ellas las que tie-
nen sentido prescriptivo, y no los valores como tales. Véase Kelsen: 1960, 16 y ss. y
358; 1963b, 60.
 16 
Esto mismo se puede atribuir, en la teoría del derecho de Kelsen, a las proposi-
ciones (Rechtssätze) que describen el contenido de las normas jurídicas positivas
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ración categorial, lejos de flexibilizarse, en la etapa final de Kelsen,


presidida por la Allgemeine Theorie der Normen (1979), acabaría
intensificándose 17.
Así pues, a modo de recapitulación, el relativismo de Kelsen se
puede caracterizar, a grandes rasgos, como sigue: (i) es una posición
escéptica a la que Kelsen llega como resultado de un planteamiento
epistemológico que le hace rechazar la inteligibilidad de las «cosas en
sí» y de los valores morales absolutos; (ii) es una posición metaética
que (iii) se aproxima más al prescriptivismo que al emotivismo, pues
sostiene que los juicios de valor morales conectan una conducta y una
norma moral, de modo que la valoración que recibe esa conducta será
favorable o desfavorable dependiendo de si se ajusta o no a la norma;
(iv) a pesar de ello, los juicios de valor morales tienen cierto carácter
emotivo, pues tratan de despertar sentimientos y actitudes en el oyen-
te; y (v) por último, que esos juicios tengan un sentido prescriptivo no
es obstáculo para admitir que también cumplen cierta función descrip-
tiva, en la medida en que informan sobre la realidad.

2. LA CONCEPCIÓN DE KELSEN SOBRE LOS JUICIOS DE


VALOR

La concepción de Kelsen sobre los juicios de valor es un aspecto


particularmente interesante de su filosofía moral, pues, como ahora
mostraré, en su tratamiento nuestro autor desplegó grandes dotes ana-
líticas.
La visión de Kelsen sobre este asunto apenas experimentó cambios
significativos. Un primer trabajo importante fue «Value Judgments in
the Science of Law» (1942). En él diferencia los dos tipos de juicios
más interesantes para la actividad de la ciencia del derecho: los juicios
sobre la legalidad o la licitud de una conducta, que se confronta con
una norma jurídica (Kelsen: 1957d, 222), y los juicios morales sobre
la justicia, que se apoyan sobre normas o principios que reclaman una
validez absoluta. Para distinguirlos, Kelsen habla de los «valores de la
ley» y los «valores de la justicia».

(Rechtsnormen). Igual que las Rechtsnormen, las Rechtssätze son enunciados sobre el
deber ser; pero a diferencia de aquellas tienen también un sentido descriptivo, al
informar acerca del ser de un deber ser (Kelsen: 1945, 45; 1957d, 210; 1960, 73).
Con esto se quiere expresar que el mismo deber ser está presente en las normas y en
los enunciados que describen esas normas, aunque cumple una función distinta en
cada caso. Mientras que las Rechtsnormen prescriben y dirigen la conducta, las
Rechtssätze realizan una función cognitiva, y tienen una aplicación científica de la
que carecen, en cambio, los juicios de valor sobre cómo debe ser el derecho, dado que
tienen una carga emotiva.
 17 
Más adelante retomaré esta cuestión.
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En la edición francesa de la Reine Rechtslehre (1953) ese esquema


no se modifica, salvo porque Kelsen sostiene que los juicios de valor
sobre la legalidad de una conducta son verdaderos juicios de hecho
(Kelsen: 1963b, 56-57), que conectan una conducta real con una
norma de derecho positivo. Sin embargo, en la segunda edición ale-
mana (1960), Kelsen se refiere nuevamente a esos juicios como jui-
cios de valor, y no como juicios de hecho, quizá porque entiende que
la ciencia del derecho es una ciencia que versa sobre normas, y no
sobre hechos 18. En 1960 distingue también, por primera vez, los jui-
cios de valor (Werturteile) que expresan una relación entre una con-
ducta y una norma jurídica y los juicios de realidad (Wirklichkeitsur-
teile), de los que señala algunos subtipos.
Finalmente, en la Allgemeine Theorie der Normen (1979) Kelsen
nos dejó la única revisión que experimentó su concepción. En esa obra
introdujo una interesante doctrina (Kelsen: 1979, 46 y ss.) que signifi-
có una nueva forma de presentar la oposición entre el ser y el deber
ser, entre la realidad factual y la normatividad. Se trata de la doctrina
del sustrato modalmente indiferente.

2.1 Juicios de valor y juicios de realidad en la Teoría pura del


derecho

En la segunda edición de la Reine Rechtslehre Kelsen parte de la


distinción entre juicios de valor y juicios de realidad. Estos últimos
son enunciados que se caracterizan porque describen un acontecer
real (Kelsen: 1960, 17), que puede hacer referencia tanto a la realidad
natural como a la realidad social. Además, explica que todo juicio,
tanto si es de realidad como de valor, establece una relación entre dos
elementos, lo que permite clasificarlos dependiendo de cuáles son los
componentes que se relacionan. Más allá de esto los enunciados no
tienen características comunes.
Para Kelsen no todos los juicios de valor tienen la misma impor-
tancia. Él sitúa en primer término los juicios que confrontan un hecho
de la realidad (del Sein) –por lo general una conducta– y una norma
válida que prescribe un deber ser (un Sollen). Estos son los juicios
que más interesan a la ciencia del derecho, y por eso es natural que les
conceda más protagonismo. Estos juicios presuponen normas que
establecen una conducta como debida, y, al hacerlo, están constitu-
yendo un valor que opera como pauta de juicio. De ese modo, cuando
una conducta se corresponde con una norma, se valora positivamente
como «buena»; y en caso contrario se valora negativamente como
«mala» (Kelsen: 1960, 17 y 358). Los juicios de valor morales y los
juicios sobre la legalidad de una conducta son subespecies de este tipo
de juicios de valor.

 18 
Así opina Hilgendorf: 2001, 132.
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222 José Antonio Sendín Mateos

Kelsen subraya que solo la realidad puede estar sujeta a valoracio-


nes. Pero admite a su vez que junto a la realidad fáctica hay una reali-
dad específicamente normativa, que como objeto de conocimiento se
mantiene separada de la realidad fáctica por una cesura insalvable.
Esto hace que se pregunte si, además de los actos y conductas huma-
nos, no habría que someter también a las normas, que forman el ámbi-
to de la realidad del Sollen, a una valoración basada igualmente en
normas, pero en este caso normas de justicia. La respuesta a esa cues-
tión se remite al apéndice «Das Problem der Gerechtigkeit», donde
Kelsen rechaza que tenga una respuesta racional (Kelsen: 1960, 358
y ss.). Más adelante explicaré detalladamente cómo trató Kelsen esta
cuestión.
Junto a los juicios de valor que se fundamentan en normas que
constituyen valores, Kelsen se refiere también a juicios de realidad
(Wirklichkeitsurteile) que califica como «especiales», pues no se apo-
yan en normas. Dentro de esta categoría hay dos subtipos: (i) los jui-
cios de valor que relacionan un objeto o una conducta con el deseo o
voluntad de una o varias personas (Kelsen: 1960, 20); y (ii) los juicios
de valor sobre la adecuación de un objeto o una conducta como medio
para realizar un fin. En el primer caso, el juicio expresa una aproba-
ción o desaprobación emotiva del objeto en cuestión; en el segundo,
en cambio, no hay rastro de emotividad, pues la adecuación de un
medio a un fin puede verificarse empíricamente (Kelsen: 1960, 24).
Esto no quiere decir que esos juicios sean siempre objetivos, sino que
a veces son subjetivos. En cambio, los juicios que expresan aproba-
ción o desaprobación sobre un objeto o una conducta son siempre
subjetivos.
Este sería el cuadro de juicios que le interesan a Kelsen. Su con-
cepción se asemeja a la de Carnap y otros miembros del Círculo de
Viena, con quienes comparte la idea de que la realidad es el único
objeto posible de valoración. Kelsen añade la nota distintiva, de
impronta neokantiana, de que esa realidad se divide en los dos planos
incomunicados del Sein y el Sollen, propiciando que tanto los hechos
como las normas sean objeto de valoración en sus respectivos ámbitos
de existencia.
Profundizando en la subespecie de juicios de valor que relacionan
una conducta y una norma válida –a los que Kelsen dedica especial
atención– se pueden diferenciar a su vez dos tipos de juicios atendien-
do al sentido que tiene esa validez:
(i)  Cuando los juicios de valor conectan la realidad (v. gr. una
conducta) con una norma jurídica positiva, tanto si ha sido establecida
mediante un acto legislativo como si emana de la costumbre, el valor
constituido por esa norma es arbitrario, pues se pueden crear otras
normas que constituyan valores opuestos. Esto ratifica que esos valo-
res son relativos (Kelsen: 1960, 18), pues se admite que dos normas
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La concepción kelseniana de los juicios de valor 223

opuestas pueden ser válidas al mismo tiempo, siempre que pertenez-


can a sistemas normativos diferentes 19.
(ii)  En cambio, cuando un juicio de valor se fundamenta sobre
una norma a la que se atribuye un valor absoluto –Kelsen se refiere a
una norma de justicia 20– se excluye la posibilidad de fundamentar jui-
cios de valor opuestos.
La confusión entre ambos tipos de juicios es algo frecuente en los
juicios de valor morales y políticos. Para comprender cabalmente
cómo entiende Kelsen esos juicios, es preciso explicar que una seña
de identidad de su pensamiento es su voluntarismo. Para Kelsen toda
norma es expresión de un acto de voluntad, lo que significa que las
normas no se pueden originar en ninguna otra facultad humana (v. gr.
la razón). Por eso Kelsen rechaza sin tregua la idea de una ratio prac-
tica. De esta manera, toda norma constitutiva de un valor –tanto da si
es un valor moral o jurídico– es una norma creada –o «puesta»–
mediante un acto de voluntad. Volviendo a los juicios de valor mora-
les, Kelsen entiende que se basan en normas que el sujeto juzgante
asume en cada caso y que son «puestas» arbitrariamente por él como
fundamento de sus valoraciones. Su carácter arbitrario hace que los
valores constituidos por ellas solo puedan valer relativamente y desde
la óptica de quien juzga. El problema es que, a menudo, desde posi-
ciones propias de una filosofía moral absolutista, se pretende asignar a
los juicios de valor morales una validez absoluta, atribuyendo a la
norma en la que se fundamentan un origen trascendente y remitiéndo-
la a la voluntad de Dios o a una razón supraempírica. Con esta manio-
bra se pretende hacer pasar por objetivos juicios que en realidad son
subjetivos. Para Kelsen ese subterfugio formaría parte del modus ope-
randi de la doctrina iusnaturalista 21.
Así pues, en el fondo, los juicios de valor morales expresan emocio-
nes, intereses y deseos personales, que se pretenden disfrazar con el
ropaje de lo absoluto 22. El emisor asigna, consciente o inconsciente-
mente, un valor absoluto a las normas sobre las que se fundamentan

 19 
Esta es una situación de conflicto de deberes, en la que dos normas se oponen
mutuamente sin que ello suponga una incompatibilidad, pues pertenecen a dos siste-
mas normativos diferentes. La oposición se puede dar entre dos normas pertenecien-
tes a dos sistemas jurídicos distintos o a dos sistemas normativos de naturaleza diver-
sa, como un sistema jurídico y un sistema moral o religioso. Véase Squella: 1981, 68.
 20 
Kelsen distingue las normas de justicia de los conceptos abstractos. Un concepto
define cuáles son las cualidades de un objeto. Si un objeto cualquiera reúne esas cualida-
des, entonces cae bajo el concepto. A diferencia de las normas de justicia –que son pres-
cripciones generales aplicables a un número a priori indeterminado de casos– los concep-
tos no constituyen valores. Definir esos conceptos es una función del conocimiento,
mientras que la creación de normas es competencia de la voluntad. Ambas funciones no se
deben confundir, y no se puede tratar de obtener normas a partir de conceptos. El incum-
plimiento de esa prohibición explicaría los reproches de Kelsen a la «jurisprudencia de
conceptos» (Begriffsjurisprudenz) (Kelsen: 1960, 17-18 [al pie] y 362-363).
 21 
Véase Kelsen: 1960, 442.
 22 
Véase Kelsen: 1957a, 199; 1960, 18; y, en especial, 1947, 392-393; 1957d, 228.
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esos juicios (Kelsen: 1957d, 228). Con ello se intenta atribuir a los jui-
cios de valor morales y políticos la misma objetividad que tienen los
enunciados descriptivos de las ciencias empíricas, y al mismo tiempo
postular una justicia que es independiente de la voluntad humana 23.
Para Kelsen, en cambio, esos juicios no pueden integrarse en el
desarrollo de una genuina actividad científica 24. Con ello demuestra
su proximidad a planteamientos que, décadas antes, habían defendido
los miembros del Círculo de Viena, que, con Carnap al frente, soste-
nían que los pronunciamientos morales eran simples expresiones
emotivas sin valor cognitivo, y los desdeñaban refiriéndose a ellos
como «sinsentidos».
El contraste entre lo que a menudo se pretende hacer creer que son
esos juicios –pronunciamientos susceptibles de objetividad, que infor-
man de la correspondencia entre una conducta y una norma moral que
se presupone absolutamente válida– y lo que son en realidad –expre-
siones emotivas encubiertas del emisor– se conecta con la oposición
entre los dos planteamientos filosófico-morales y epistemológicos a
los que antes me he referido. Desde una posición de absolutismo ético,
se pretenden proporcionar soluciones metafísicas a los problemas
morales, apelando a una esfera trascendente. De esa forma se atribuye
a los juicios de valor morales un valor absoluto, presentándolos como
juicios objetivos. En cambio, desde una posición relativista se trata de
investigar qué se oculta tras esos juicios, desenmascarándolos y mos-
trando lo que son en realidad: expresiones emotivas carentes de valor
cognitivo. Por el contrario, los juicios que expresan si existe o no una
correspondencia entre una conducta y una norma jurídica cumplen
una función cognitiva y se pueden incorporar al desarrollo de una acti-
vidad científico-jurídica.
En «Value Judgments in the Science of Law» Kelsen presta espe-
cial atención a los juicios de valor que relacionan una conducta y una
norma jurídica. Esos juicios atañen a lo legal e ilegal, lo lícito y lo
ilícito (Kelsen: 1957d, 209 y 222). Kelsen se refiere a los «valores de
la ley» frente a los «valores de la justicia» (Kelsen: 1957d, 209), que
son el fundamento de los juicios de valor morales. Esta obra se ocupa
de dos cuestiones que se presentan de forma combinada: por un lado,
la cuestión de la validez normativa, que es omnipresente en la teoría
kelseniana del derecho; y, por otro lado, la cuestión relativa a las con-
diciones de objetividad de los juicios de valor jurídicos. Esa objetivi-
dad depende de dos cosas: (i) la pertenencia a un sistema de juicios
constituidos por normas jurídicas válidas; y (ii) la verificación de cier-
tos hechos que condicionan la validez de las normas.
(i)  Los juicios de valor sobre la licitud o ilicitud de una conducta
son objetivos, en primer lugar, si expresan la relación que existe entre

 23 
Kelsen: 1947, 393; 1957a, 199.
 24 
Kelsen: 1957b, 229; 1960, 22.
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La concepción kelseniana de los juicios de valor 225

una conducta y una norma creada por una autoridad jurídica o por vía
consuetudinaria. Esos juicios configuran un sistema (Kelsen:
1957d, 222) que reproduce la construcción escalonada del sistema
jurídico. Así pues, en primera instancia, el juicio de que una conducta
es legal o ilegal significa que se ajusta o no a una norma jurídica posi-
tiva, v. gr. una sentencia. La cuestión es ¿cómo se puede determinar si
la sentencia sobre la que se pretende fundamentar la objetividad de un
juicio es también legal? La respuesta de Kelsen es que sobre la senten-
cia se puede emitir un juicio de valor similar, apoyado en la ley o la
costumbre, que autorizan al juez a dictarla. Del mismo modo, el juicio
de que la ley o la costumbre son legales significa que se ajustan a la
constitución, que autoriza a crear derecho al órgano legislativo o a la
costumbre. Por último, hay que preguntarse sobre la legalidad de la
propia constitución, que es la norma positiva primera y superior.
Como es sabido, para Kelsen la legalidad de la constitución hay que
presuponerla (Kelsen: 1957d, 223), o de lo contrario no sería posible:
(1) fundamentar la legalidad de la función legislativa desarrollada por
el órgano parlamentario; (2) discriminar entre las decisiones legales e
ilegales de los tribunales; y (3) disponer de una base para juzgar las
conductas individuales como legales o ilegales. En suma, el funda-
mento de la objetividad de cualquier juicio de valor sobre la legalidad
o ilegalidad de una conducta o una norma es el juicio de valor de que
la constitución es legal. Y en la teoría del derecho de Kelsen la objeti-
vidad de ese juicio solo se certifica si se presupone la norma funda-
mental (Grundnorm). En «Value Judgments in the Science of Law»
Kelsen asigna a esa norma, junto a la tarea bien conocida de funda-
mentar en última instancia la validez de las normas del sistema, la de
proporcionar a los juicios de valor jurídicos una base última de justifi-
cación.
Ahora bien, puesto que la objetividad de los juicios de valor sobre
la legalidad de una conducta o una norma se fundamenta en una norma
jurídica que a su vez presupone la norma fundamental, para Kelsen no
hay más remedio que admitir que esa objetividad es limitada, pues se
condiciona a la presuposición de esa norma. Además, presuponer la
norma fundamental solo es necesario si se quiere someter a los juicios
de valor jurídicos, que encuentran en ella su fundamento último, a una
prueba objetiva. Pero abstenerse de interpretar la conducta humana en
el esquema que proporcionan las normas jurídicas es igualmente posi-
ble (Kelsen: 1957d, 226). El sistema jurídico solo brinda un esquema
de interpretación posible, pero no necesario.
(ii)  Para Kelsen, la objetividad de los juicios de valor jurídicos
también está sujeta a la constatación de ciertos hechos complejos, y en
particular de la eficacia general del sistema jurídico, sin la cual no
cabría presuponer la norma fundamental (Kelsen: 1957d, 227). Con
ello Kelsen termina redirigiendo la discusión a su principal preocupa-
ción en teoría del derecho: el fundamento de la validez de las normas.
En ese sentido, se puede decir que «Value Judgments in the Science of
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226 José Antonio Sendín Mateos

Law» es un escrito desorientador, pues en él se entremezclan de forma


no siempre clara una teoría sobre la validez de las normas jurídicas y
una teoría sobre la fundamentación de los juicios de valor. A pesar de
lo que sugiere el título del trabajo, la teoría sobre la fundamentación
de los juicios de valor es relegada a un segundo plano. Lamentable-
mente, el desarrollo de esa teoría no se retomó en obras posteriores.
En la segunda edición de la Reine Rechtslehre Kelsen se centra de
nuevo en el problema de la validez de las normas jurídicas, admitien-
do que la eficacia general del sistema jurídico es una condición de esa
validez (Kelsen: 1960, 10), pero no su razón última (conditio per
quam). Los juicios sobre la legalidad o ilegalidad de una conducta ni
siquiera se mencionan. Por esta razón, «Value Judgments in the Scien-
ce of Law» ha de considerarse un esbozo inacabado.
Sin embargo, en esa segunda edición de la Reine Rechtslehre se
incorporan otros juicios de valor, con lo cual, al final Kelsen engruesa
su tipología. Junto a los juicios de valor que se fundamentan en nor-
mas objetivamente válidas, presenta los juicios de valor «especiales»
sobre la realidad. En esa categoría, se refiere en primer lugar a los
juicios de valor que relacionan una conducta con el deseo o voluntad
de una o varias personas (Kelsen: 1960, 20). Estos juicios no conectan
un hecho y una norma, sino dos hechos de la realidad. A diferencia de
los juicios de valor que relacionan hechos con normas, aquí el valor
no es constituido por una norma, pues el elemento normativo es
excluido de esa relación. Por «valor» en este caso se entiende un esta-
do emocional que se expresa como un sentimiento de aprobación o de
desaprobación hacia la conducta u objeto en cuestión. Por eso Kelsen
califica esos valores y esos juicios de valor como «subjetivos».
Los valores subjetivos se caracterizan porque el deseo o voluntad
que se focaliza hacia un objeto puede tener distintos grados de inten-
sidad. En cambio, cuando están en juego valores objetivos, que son
constituidos por normas objetivamente válidas, el valor no admite gra-
dos, porque la conducta que se asocia a la norma solo puede ser con-
forme o disconforme con ella, pero no puede corresponderle en más o
en menos (Kelsen: 1960, 21), es decir, gradualmente. En este caso el
valor solo puede tener aplicación binaria.
Ahora bien, para Kelsen un rasgo común tanto de los juicios obje-
tivos como de los juicios subjetivos es que ambos pueden cumplir una
función cognitiva. Los predicados «objetivo» y «subjetivo» se refieren
al valor, pero no al juicio. Por esta razón, aunque un «juicio objetivo»
expresa un valor objetivo, y un «juicio subjetivo» un valor subjetivo,
ambos pueden ser «objetivos» en el sentido de que pueden transmitir
información sobre algún aspecto de la realidad. Los juicios de valor
subjetivos (o mejor dicho, los juicios sobre valores subjetivos) tendrán
carácter objetivo si la relación que expresan entre un objeto y un deseo
o voluntad de una persona no tiene en cuenta si el emisor desea o no el
objeto (Kelsen: 1960, 22). En caso contrario, si el emisor expresara un
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La concepción kelseniana de los juicios de valor 227

sentimiento de deseo o de rechazo hacia el objeto, el juicio no tendría


valor cognitivo, y en ese sentido no sería diferente de los juicios de
valor morales o políticos. Sobre estos no puede haber duda: incluso si
se pretende que el valor es objetivo y se piensa que ha sido constituido
por una norma de justicia «puesta» por una autoridad trascendente, el
juicio es siempre subjetivo, y no tiene valor cognitivo.
Kelsen se ocupa todavía de un segundo tipo de juicios de valor
«especiales» sobre la realidad: los que establecen una relación entre
un objeto –en realidad está pensando en una acción humana, que opera
como un medio– y la realización de un fin. Una vez se ha establecido
un fin, una acción puede recibir una valoración positiva o negativa por
su adecuación o no a él. Kelsen explica que los fines pueden ser de dos
tipos dependiendo de quién los ha establecido: (i) si se trata de fines
trascendentes, que se piensa que han sido establecidos por una autori-
dad sobrenatural, tienen carácter objetivo; (ii) en cambio, si son fines
que los individuos se imponen a sí mismos, tienen carácter subjeti-
vo 25. Pero además, no solo el fin, sino también el valor –pues ambos
están estrechamente ligados–, puede ser objetivo o subjetivo, en fun-
ción de quién ha impuesto el fin. Ahora bien, para Kelsen los fines
objetivos solo pueden ser admisibles desde planteamientos metafísi-
cos, pues presuponen instancias trascendentes que imponen fines a los
seres humanos. Para un relativista epistemológico (y agnóstico) como
él solo se puede constatar la existencia de los fines que los seres huma-
nos se imponen a sí mismos, es decir, los fines subjetivos. Cuestión
diferente es determinar si en ese caso los juicios de valor son subjeti-
vos o no. Él sostiene que esos juicios, al describir una relación que es
verificable empíricamente, son objetivos y tienen un valor cognitivo, a
condición de que no involucren los deseos personales del emisor. En
caso contrario, si el fin fuera deseado por el emisor, el juicio carecería
de objetividad y no tendría valor cognitivo (Kelsen: 1960, 24).
La forma como Kelsen entiende los juicios sobre la adecuación de
un medio para alcanzar un fin –que son juicios de racionalidad técnica
susceptibles de verificación– es sorprendente a la par que discutible,
pues él termina subordinando la objetividad de esos juicios a que el
emisor sea neutral y no sienta deseos hacia el fin propuesto. Parece
que Kelsen no ha tenido en cuenta que muchos fines que perseguimos
en nuestra vida diaria están inducidos por deseos personales. Desear
esos fines no afecta en modo alguno a la objetividad del juicio técnico
que establece que un medio es adecuado para alcanzar un fin. En con-
tra de la opinión de Kelsen, ese juicio, que puede verificarse, sería
objetivo y cumpliría una función cognitiva independientemente de
nuestra actitud hacia el fin.
Más allá de esta falta de finura de Kelsen al ocuparse de los juicios
técnicos sobre la adecuación de un medio para alcanzar un fin, su con-

 25 
Kelsen: 1960, 23. Véase también 1957c, 352.
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228 José Antonio Sendín Mateos

cepción sobre los juicios de valor ha recibido algunas críticas. En par-


ticular, Eric Hilgendorf ha sido especialmente severo en su aprecia-
ción de este segmento escasamente conocido del pensamiento
kelseniano. Él se centra básicamente en dos aspectos. Por un lado,
denuncia que la visión de Kelsen es muy limitada, pues en relación
con los juicios de valor hay algunas cuestiones sobre las que él evita
pronunciarse, y que dejan abiertos algunos interrogantes. Esto puede
ser cierto, pero como ahora explicaré no autoriza a interpretar las omi-
siones de Kelsen en el sentido que Hilgendorf considere más oportu-
no. Según este autor, Kelsen se equivoca al afirmar que la realidad es
el único objeto posible de valoración, puesto que, si eso fuera cierto,
los juicios comparativos –del tipo «A es mejor que B»– y los juicios
estéticos no tendrían cabida en su rígido esquema (Hilgendorf: 2001,
131). La primera afirmación ya es discutible, pues habría que pregun-
tarse si se puede valorar algo que no pertenece a la realidad, incluso
comparativamente. Esos juicios comparan objetos reales. En segundo
lugar, no hay razón para pensar que Kelsen cuestionara que los juicios
estéticos valoran objetos reales. Es verdad que esos juicios están muy
alejados del ámbito de sus intereses, pero Hilgendorf saca una conclu-
sión precipitada al descartar que puedan tener espacio en su concep-
ción. Que Kelsen no mencione esos juicios no se debería interpretar
como un rechazo del enjuiciamiento en ese campo. Lo que ocurre es
que los juicios que más le interesan a él son los que proporcionan
información a los científicos del derecho y a los operadores jurídicos.
Por otro lado, Hilgendorf niega la afirmación, que atribuye a Kel-
sen, de que todo juicio depende necesariamente de una norma, que a
su vez constituye un valor. Al hacer ese reproche no tiene en cuenta
que Kelsen se ocupa también de los juicios de realidad que adjetiva
como «especiales», y cuya formulación no involucra normas. Esto da
pie a pensar que la comprensión de este autor sobre la teoría kelsenia-
na de los juicios de valor es fragmentaria.
Volviendo a los juicios de valor morales, de lo explicado hasta
ahora se desprende que la forma como Kelsen presenta esos juicios
está influida por la atmósfera intelectual vienesa de los años veinte y
treinta. Kelsen coincide con el Círculo de Viena al señalar el carácter
emotivo de esos juicios. Pero, a su vez, estos tienen también una
dimensión prescriptiva, pues en la base de cada valoración hay una
norma «puesta» por el emisor y dependiente de su arbitrio. Para asig-
nar a esas normas un valor absoluto, no han faltado grandiosas elabo-
raciones doctrinales que, como la teoría del derecho natural, han crea-
do la ficción de que han sido puestas por instancias trascendentes.
En general, los juicios de valor morales, independientemente de la
apariencia que se pretenda darles, confrontan conductas humanas con
normas que han sido puestas por el emisor arbitrariamente. Pero,
como ahora explicaré, para Kelsen también las normas jurídicas pue-
den ser objeto de valoración moral a través de «normas de justicia».
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La concepción kelseniana de los juicios de valor 229

2.2  La valoración de las normas jurídicas

La cuestión de si las normas jurídicas pueden estar sujetas a valo-


ración a partir de otras normas (de justicia) se plantea en la segunda
edición de la Reine Rechtslehre y es remitida al apéndice «Das Pro-
blem der Gerechtigkeit». Kelsen explica que la justicia es una cuali-
dad que en el lenguaje usual no se atribuye solo a comportamientos
humanos, sino también a normas (Kelsen: 1960, 358). Se dice que una
norma de derecho positivo es justa si se corresponde con una norma
de justicia cuya validez se presupone; en caso contrario esa norma es
injusta. Él sostiene que desde posiciones iusnaturalistas se tiende a
confundir la cuestión de la justificación de las normas con la cuestión
de su validez, de modo que la concordancia con preceptos de derecho
natural –que no son otra cosa que normas de justicia– se contempla
como condición de la validez de las normas jurídicas. Como conse-
cuencia, cuando una norma de derecho positivo contradice un precep-
to de derecho natural –es decir, si tiene un valor negativo con respecto
a él– la norma injusta pierde su validez y se considera inexistente. Por
esa razón –concluye Kelsen–, la teoría iusnaturalista solo atribuye
validez al derecho natural, y no al derecho positivo como tal (Kelsen:
1960, 359).
En contraste, desde su visión positivista del derecho Kelsen afirma
que la validez de las normas de derecho positivo es independiente de
su correspondencia con cualquier norma de justicia. Además, para él
lo único que permiten valorar las normas de justicia es que ciertos
hechos –los actos de creación de normas jurídicas– se ajustan o no a
las exigencias materiales que ellas imponen; pero no permiten, en
cambio, la confrontación directa de las normas de derecho positivo
con ellas, pues según Kelsen la existencia de dos normas simultánea-
mente válidas que regulan una misma conducta daría lugar, bien a una
redundancia –si la regulación es coincidente–, bien a una incompatibi-
lidad lógica –si regulan esa conducta de forma contradictoria. En con-
secuencia, lo que prescriben las normas de justicia son actos mediante
los cuales se establecen (setzen) normas que han de tener un contenido
determinado (Kelsen: 1960, 360).
Al prescribir las normas de justicia la creación de normas de dere-
cho positivo con un contenido determinado, el acto que establece una
norma jurídica puede ser conforme o disconforme con la norma de
justicia. Será conforme a la norma si tiene el contenido que ella pres-
cribe, en cuyo caso se entiende que es justo y adquiere un valor de
justicia positivo. En caso contrario, el acto tendrá un valor de justicia
negativo y será injusto. Lo que se valora no es, pues, la norma en sí,
sino únicamente el acto que la crea.
Para complicar más las cosas, en relación con las normas de dere-
cho positivo hay que diferenciar dos valores: (i) el valor de justicia del
acto creador de esas normas, y (ii) el valor jurídico que es constituido
por ellas. Como positivista, Kelsen sostiene que esas normas tienen
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valor jurídico positivo incluso cuando han sido creadas por un acto
cuyo valor de justicia es negativo (Kelsen: 1960, 360). Desde una
posición iusnaturalista se diría que la norma es injusta, lo cual es un
error, porque la propiedad de la justicia solo es atribuible al acto que
crea y da sentido a la norma. Esto supone que un acto puede ser pres-
crito por una norma jurídica y al mismo tiempo prohibido por una
norma de justicia, es decir, que ese mismo acto deba ser y no deba
ser. Desde el punto de vista lógico esa situación genera un problema,
pues un acto no puede ser debido (gesollt) y no debido al mismo tiem-
po. En consecuencia, solo cabría aplicar una de esas normas, pues
ambas no pueden ser válidas simultáneamente. Esto conduce a Kelsen
a concluir que la validez de una norma jurídica no se puede cuestionar
desde el punto de vista de la justicia. Es más, para él no tiene sentido
que una norma jurídica se valore como injusta por ser contraria a una
norma de justicia 26.
Para reforzar su tesis de que solo los actos de creación de normas
son susceptibles de valoración a partir de normas de justicia, Kelsen
sostiene que una dificultad adicional para admitir que las normas jurí-
dicas pueden ser, por sí mismas, objeto de valoración, se deriva del
hecho de que toda norma constituye un valor, y de que hay que dife-
renciar la norma del valor constituido por ella 27. Si admitimos que las
normas constituyen valores, ¿cómo pueden ellas mismas ser valora-
das? ¿Cómo el valor mismo puede ser valorado? ¿Cómo un valor
puede tener valor, e incluso valor negativo? Y por último, ¿cómo una
norma, y, por consiguiente, un deber ser, puede ser como debe ser, o
al contrario, no ser como debe ser? Kelsen responde que solo una rea-
lidad –v. gr. un hecho empírico o una acción humana– es susceptible
de ser como debe ser o de no ser como debe ser. En otras palabras,
solo la realidad (un Sein) puede tener valor positivo o negativo desde
el punto de vista de la justicia, pues un valor que tiene valor, una
norma conforme a una norma, es un pleonasmo; mientras que un valor
ajeno al valor, una norma contraria a la norma, es un fenómeno con-
tradictorio (Kelsen: 1960, 359).
Estas afirmaciones son muy sorprendentes, teniendo en cuenta que
Kelsen, que en la Reine Rechtslehre insistía en la necesidad de separar
la norma constitutiva del valor y el valor constituido por ella, tiende

 26 
«Una norma jurídico-positiva válida no puede ser injusta desde ninguno de los
dos puntos de vista. Puede que se dé un acto cuyo sentido subjetivo sea un deber ser, y
que ese acto sea juzgado como injusto desde el punto de vista de una norma de justicia
considerada válida. Pero si se considera válida la norma de justicia, entonces el sentido
subjetivo de ese acto no puede considerarse como el sentido objetivo de ese acto, y por
consiguiente como norma objetivamente válida. Desde el punto de vista de una norma
de justicia considerada válida, una norma que no sea conforme con ella no es válida, y
si el sentido subjetivo del acto, por ser conforme a la norma fundamental del orden
jurídico, se considera como su sentido objetivo, es decir, como norma objetivamente
válida, la norma de justicia no puede considerarse válida» (Kelsen: 1960, 361).
 27 
Véase Kelsen: 1957c, 353; 1960, 19.
AFD, 2019 (XXXV), pp. 211-241, ISSN: 0518-0872
La concepción kelseniana de los juicios de valor 231

ahora a confundir ambos al preguntarse si una norma puede ser valo-


rada a partir de otra norma, o si un valor puede ser valorado y tener
valor, e incluso valor negativo. Aunque un «valor valioso» es cierta-
mente un pleonasmo, y un «valor ajeno al valor» una contradicción,
esa no es la cuestión. Parece que Kelsen tiende ahora a mezclar lo que
antes se había propuesto separar. Pues, en efecto, el objeto de la valo-
ración no es un valor, sino una norma que, en su opinión, también
constituye (en el sentido de que genera) un valor. Por consiguiente, la
relación que establece el juicio no conecta dos valores, sino que el
valor define la relación que se da entre dos normas, una perteneciente
a un sistema de derecho positivo y una norma de justicia que se presu-
pone (absolutamente) válida.
Por último, la tesis de Kelsen de que solo los actos de creación de
normas, y no las normas mismas, pueden ser valorados desde el punto
de vista de la justicia, contradice el uso ordinario del lenguaje. Los
juicios morales sobre las normas de derecho positivo, tanto si son
expresiones emotivas espontáneas como juicios reflexivos que se sus-
tentan en alguna de las concepciones de moralidad que están vigentes
en la sociedad, son cosa cotidiana. A menudo quien emite el juicio ni
siquiera conoce el acto mediante el que se creó la norma, ni sabe en
qué momento se produjo. Esto es todavía más evidente en las normas
consuetudinarias. Parece, pues, que lo que se critica y valora desde el
punto de vista de la justicia es el contenido de las normas jurídicas.
Afirmar, como hace Kelsen, que los juicios morales sobre el derecho
positivo no tienen por objeto normas, sino solo actos creadores de nor-
mas, es algo que desafía el sentido común. Por lo demás, aunque
desde el punto de vista lógico dos normas contradictorias no pueden
coexistir dentro del mismo sistema, la contradicción que puede darse
entre una norma jurídica y una norma moral –o «de justicia», como lo
expresa Kelsen– no supone una incompatibilidad lógica, sino un con-
flicto de deberes entre dos normas pertenecientes a dos sistemas nor-
mativos diferentes, es decir, entre normas que pueden ser simultánea-
mente válidas con arreglo a los criterios de su sistema correspondiente.

2.3  Los juicios de valor en la Allgemeine Theorie der Normen

En la Allgemeine Theorie der Normen (1979) la visión de Kelsen


sobre los juicios de valor se vio de algún modo alterada al modificarse
su punto de vista sobre la relación entre los dos planos lógicamente
opuestos del ser (Sein) y el deber ser (Sollen). Desde los Hauptpro-
bleme der Staatsrechtslehre, Kelsen insistía en la necesidad de sepa-
rarlos (Kelsen: 1923, VI). Esa exigencia se aprecia claramente en su
denuncia del error lógico de la falacia naturalista, que consiste en
deducir enunciados prescriptivos o valorativos a partir de enunciados
sobre hechos. Ahora bien, esto no fue obstáculo para que, de forma
compatible con sus planteamientos, Kelsen siguiera admitiendo que
AFD, 2019 (XXXV), pp. 211-241, ISSN: 0518-0872
232 José Antonio Sendín Mateos

hay alguna relación entre la realidad factual del Sein y la normatividad


del Sollen. Su teoría de los juicios de valor es un ejemplo. Hasta 1960
sostiene que esos juicios son enunciados que conectan un hecho de la
realidad empírica –una conducta humana– con una norma válida. Si
esa conducta es conforme a la norma, tiene valor positivo, y depen-
diendo del tipo de norma de que se trate se considerará legal (si es una
norma jurídica) o justa (si es una norma de justicia). Si, por el contra-
rio, no se corresponde con la norma, se atribuye a esa conducta un
valor negativo y se considerará ilegal o injusta.
Esta concepción se modifica en la Allgemeine Theorie del Normen
a consecuencia de que en la última etapa del pensamiento de Kelsen la
oposición entre el ser y el deber ser se radicaliza. Ser y deber ser se
presentan ahora como dos modi deferentes (Kelsen: 1979, 46), que, no
obstante, pueden compartir el mismo sustrato. Esto supone que tanto
en los enunciados que informan de que algo es, como en las normas
que prescriben que algo debe ser, hay que diferenciar dos partes: (i)
que algo es y lo que es; y (ii) que algo debe ser y lo que debe ser. Pues
bien, lo que es y lo que debe ser, es decir, el contenido del ser y el
contenido del deber ser, constituyen un sustrato modalmente indife-
rente 28. De esta manera, que algo es como debe ser, y que el contenido
de un ser es el mismo que el de un deber ser, significa que el sustrato
modalmente indiferente es el mismo en ambos casos. Hay, pues, un
mismo sustrato que está presente en dos modi diferentes: el del ser y
el del deber ser. En otras palabras, el sustrato modalmente indiferente
es, por así decirlo, la materia bruta a partir de la cual podemos formu-
lar enunciados asertivos y estatuir normas. El sustrato expresa en dos
modi diferentes lo que es y lo que debe ser, proporcionándonos una
descripción en el primer caso y prescribiendo una conducta en el
segundo 29.
Como consecuencia de introducir el sustrato modalmente indife-
rente, las normas y las acciones humanas ya no pueden confrontarse,

 28 
Kelsen pone un ejemplo: «en la proposición «A paga una deuda de juego» el
sustrato modalmente indiferente «pagar una deuda de juego» está revestido del modus
del ser; en la proposición «A debe pagar su deuda de juego» está revestido del modus
del deber ser. La norma «A debe pagar su deuda de juego» da al sustrato modalmente
indiferente el modus del deber ser» (Kelsen: 1979, 46).
 29 
La distinción en una misma oración de un sustrato modalmente indiferente y
un modus recuerda la distinción hareana de los componentes que él denomina «phras-
tic» y «neustic». Según Hare, toda oración, tanto si se formula en modo indicativo
como en modo imperativo, consta de dos elementos. El elemento phrastic configura
un sustrato común que es independiente del modo que se utilice, y el elemento neustic
define el modo. En las oraciones «tú vas a cerrar la puerta» y «cierra la puerta» los
componentes phrastic y neustic se diferencian reformulándolas como sigue: «cerrar
la puerta por ti en el futuro inmediato, sí» y «cerrar la puerta por ti en el futuro inme-
diato, por favor». En ambas construcciones el elemento phrastic es común, mientras
que el elemento neustic es representado por «sí» en el primer caso (modo indicativo)
y por «por favor» en el segundo (modo imperativo). Véase Hare: 1952, 17 y ss. y 188
y ss.
AFD, 2019 (XXXV), pp. 211-241, ISSN: 0518-0872
La concepción kelseniana de los juicios de valor 233

y únicamente se puede establecer una relación entre enunciados: cual-


quier comparación entre un hecho real y una norma solo se puede
producir a través del lenguaje. Además, el sustrato modalmente indi-
ferente no puede ser verdadero o falso –como sí pueden serlo los
enunciados que se formulan en el modus del ser–, ni tampoco válido o
no válido –como pueden serlo las normas que se expresan en el modus
del deber ser. Como el sustrato modalmente indiferente no puede reu-
nir esas cualidades, tampoco se le pueden aplicar los principios de la
lógica (Kelsen: 1979, 47).
Esta original doctrina dio pie a una nueva forma de presentar la
oposición entre el Sein y el Sollen, e, indirectamente, a una revisión de
la concepción de Kelsen sobre los juicios de valor y los juicios de rea-
lidad. Una revisión que, si se compara con la segunda edición de la
Reine Rechtslehre, no fue muy significativa. Sobre los juicios de reali-
dad –que informan sobre hechos de la realidad–, Kelsen se limita a
decirnos que esos juicios constatan que una conducta, como sustrato
modalmente indiferente –es decir, lo que es esa conducta– está en el
modus del ser. Y sobre los juicios de valor subjetivos, no añade nada a
lo que ya dijo en 1960: los juicios de valor que relacionan una conduc-
ta u objeto con el deseo o la voluntad de una o varias personas son
juicios de realidad «especiales». Finalmente, sobre los juicios de valor
objetivos, que se apoyan en normas válidas, sigue manteniendo que
cualquier norma que ordene o prohíba una conducta es constitutiva de
un valor (Kelsen: 1979, 47). Un juicio que se apoye en esa norma y
valore una conducta asignándole un valor positivo o negativo, expresa
que esa conducta, en cuanto sustrato modalmente indiferente, es debi-
da según la norma; es decir, que es el contenido de un deber ser.
Por consiguiente, el juicio de que una conducta es valiosa implica
que lo que es y lo que debe ser esa conducta, es decir, el sustrato
modalmente indiferente, es el mismo en ambos modi: el del ser y el
del deber ser. De esa manera, lo objetivamente valioso es lo que debe
ser; y lo que debe ser solo puede ser el sustrato modalmente indiferen-
te. Por esa razón, en la Allgemeine Theorie der Normen, Kelsen
entiende la valiosidad como un ser iguales el sustrato modalmente
indiferente de un enunciado sobre lo que es y de otro enunciado sobre
lo que debe ser, y no en una comparación entre una conducta real y
una norma, entre un ser y un deber ser, pues entre ambos planos no
hay una relación directa (Kelsen: 1979, 48). Esto supone que la única
comparación posible es entre enunciados –unos descriptivos y otros
normativos–, y solo puede producirse a través del lenguaje.
La doctrina del sustrato modalmente indiferente, que significó una
forma aún más radical de presentar la separación entre el Sein y el
Sollen, impidiendo cualquier posible contacto entre ambos planos,
certificó el alejamiento de la filosofía moral kelseniana de la evolu-
ción que desde los años sesenta experimentó la metaética.
Examinando las relaciones entre hechos y valores, el autor nortea-
mericano Hilary Putnam señala, siguiendo a Dewey, que desde la
AFD, 2019 (XXXV), pp. 211-241, ISSN: 0518-0872
234 José Antonio Sendín Mateos

segunda mitad del siglo xx las teorías filosófico-morales que, partien-


do de la famosa «Ley de Hume», afirman que existe una dicotomía
entre los hechos y los valores, se encuentran en franca retirada. Desde
Hume, los empiristas no han alcanzado a apreciar que, desde el punto
de vista del lenguaje, las valoraciones y las descripciones factuales
pueden imbricarse (Putnam: 2002, 41). Esto se observa con toda clari-
dad en el empirismo lógico, cuyos representantes concebían los jui-
cios éticos, en oposición a los enunciados descriptivos, como simples
expresiones de sentimientos o como imperativos encubiertos sin nin-
gún valor cognitivo (Putnam: 2002, 32), e insistían en que era necesa-
rio trazar en el lenguaje –y en particular en el lenguaje científico– una
línea divisoria que permitiera establecer una clara separación entre los
términos valorativos y los términos descriptivos (Putnam: 2002, 39).
Desde que en los años cincuenta Quine comenzó a desmantelar la
concepción del empirismo lógico de un lenguaje dividido en compar-
timentos estancos, progresivamente se ha ido aceptando, hasta lograr
un consenso básico, la idea de que una buena parte de nuestro vocabu-
lario descriptivo está imbricado con valoraciones (Putnam: 2002, 80),
y de que las valoraciones y las descripciones son interdependientes.
Prueba de ello son los denominados «conceptos éticos densos» (Put-
nam: 2002, 50).
Al tratar de separar enteramente los planos del Sein y el Sollen, la
concepción de Kelsen sobre los juicios de valor, tal como se presenta
en la segunda edición de la Reine Rechtslehre y sobre todo en la Allge-
meine Theorie der Normen, parece estar próxima a los planteamientos
del empirismo lógico. Por esta razón, doctrinas como la del sustrato
modalmente indiferente alejan cada vez más a la teoría pura del dere-
cho de los nuevos caminos que se abrieron en el campo de la filosofía
moral por la irrupción de la filosofía del lenguaje.

3.  LOS JUICIOS DE VALOR EN LA CIENCIA DEL DERECHO

Es bien conocido que otro aspecto importante de la teoría kelsenia-


na del derecho es su cuestionamiento de la posibilidad de imbricar
valoraciones en el trabajo científico-jurídico. También a ese respecto
la actitud de los científicos del derecho en relación con la materia
objeto de estudio está sujeta a planteamientos axiológicos y epistemo-
lógicos, dando lugar a dos concepciones enfrentadas de la ciencia en
general y de la ciencia del derecho en particular:
(i)  Desde una posición de absolutismo epistemológico, que
admite que existen los objetos «en sí mismos», los juicios de valor
morales no solo tienen cabida en el ámbito científico, sino que además
hay una tendencia a presentarlos como si tuvieran la misma objetivi-
AFD, 2019 (XXXV), pp. 211-241, ISSN: 0518-0872
La concepción kelseniana de los juicios de valor 235

dad que los enunciados sobre hechos 30. No hay que olvidar que para
Kelsen esos juicios presuponen normas de justicia absolutas, que en
última instancia hay que remitir a una autoridad trascendente. En su
opinión, el objetivo de esa construcción metafísica es, generalmente,
justificar un orden socio-político, que se suele identificar con formas
de gobierno autocráticas 31. Este modelo de «ciencia» produce un efec-
to paradójico: por un lado, atribuye objetividad a los juicios de valor
morales, mientras que, por otro lado, al apelar a la metafísica, sustrae
al conocimiento de la prueba de la experiencia y lo hace propenso a
convertirse en ideología. El ejemplo más obvio de esta tendencia es la
teoría iusnaturalista que, en lugar de ejercer como una verdadera teo-
ría científica del derecho, representa una posición ideológica sobre el
mismo. La función que cumple esa teoría no es describir ni sistemati-
zar las normas del orden jurídico, sino servir como instrumento de
justificación del mismo –en cuyo caso cumple una función conserva-
dora–, o facilitar argumentos que permitan derribarlo y sustituirlo por
otro –y en ese caso sería una teoría iusnaturalista revolucionaria.
(ii)  En cambio, desde una posición de relativismo epistemológi-
co se niega carácter científico a los juicios de valor morales, y se pre-
tende poner al descubierto lo que son en realidad: expresiones de
emociones, intereses y deseos personales que, al inmiscuirse en el
desarrollo de una genuina tarea científica, impiden conocer la verdad
(Kelsen: 1957a, 199). En «Science and Politics» (1951) Kelsen expli-
ca que la «verdad», como objetivo de la búsqueda científica, es la
correspondencia del conocimiento con la realidad, y no con un valor
que se presupone. Para que un juicio de valor sea objetivo, los deseos
del emisor deben dejarse al margen (Kelsen: 1957c, 350). En el ámbi-
to científico-jurídico, los enunciados que describen normas (Rechts-
sätze) se pueden discutir desde el punto de vista de la verdad. A dife-
rencia de las normas jurídicas (Rechtsnormen), que se pueden discutir
desde el punto de vista de su validez, son enunciados deónticos que
tienen cierto sentido descriptivo 32, y pueden ser verdaderos o falsos
dependiendo de si se refieren o no a normas válidas; normas que exis-
ten en el sistema jurídico. Pero lo que más interesa destacar en este
momento es que para Kelsen los juicios de valor morales y políticos
no pueden influir en el proceso de verificación de los enunciados que
describen las normas del derecho vigente.
En el prólogo de la segunda edición de los Hauptprobleme (1923),
Kelsen insiste en la necesidad de abstenerse de imbricar valoraciones
ético-políticas en el desarrollo de la actividad científico-jurídica (Kel-
sen: 1923, V). En su opinión, solo en la medida en que cumpla ese
objetivo y se eliminen los juicios de valor, en la medida en que descri-

 30 
Kelsen: 1947, 392-393; 1957a, 199; 1957d, 228; 1960, 18.
 31 
Kelsen: 1957a, 202; 1968c, 1936.
 32 
Véase Kelsen: 1945, 45; 1957d, 210; 1960, 73.
AFD, 2019 (XXXV), pp. 211-241, ISSN: 0518-0872
236 José Antonio Sendín Mateos

ba su objeto con plena neutralidad axiológica, sin expresar aprobación


o desaprobación, y sin referirse a valores metajurídicos, solo en esa
medida, la ciencia del derecho será una verdadera ciencia (Kelsen:
1960, 112). Esta actitud lleva a la teoría pura del derecho a enfrentarse
a la ciencia jurídica tradicional, que todavía seguía manteniendo una
fuerte tendencia ideológica. Lo que diferencia a la ciencia de las ideo-
logías es que estas tratan de ocultar, bajo una máscara de supuesta
objetividad, proyecciones de deseos e intereses subjetivos. Para Kel-
sen, las ideologías hunden sus raíces en el querer, en la voluntad de
engañar a los demás mediante engaños y manipulaciones 33. Aunque se
suelen presentar como verdaderas teorías científicas, sus intereses se
alejan de la pretensión de conocer la verdad, que es lo que caracteriza
a la ciencia.
El origen de estas ideas, a las que Kelsen se mantuvo fiel, hay que
buscarlo en una obra temprana: «Die Rechtswissenschaft als Norm–
oder als Kulturwissenschaft» (1916), en la que, por primera vez, él fija
unas pautas sobre la forma como deben comportarse los científicos
del derecho frente a los valores. Ya entonces Kelsen separaba clara-
mente la función productora de normas, que le corresponde a la políti-
ca y las autoridades, y la función descriptiva y sistematizadora, que es
competencia de los científicos del derecho (Kelsen: 1968b, 39), que
deben desempeñar sus tareas con plena neutralidad axiológica y sin
efectuar valoraciones 34.
La necesidad que impone Kelsen de separar claramente la activi-
dad científica y la política repercutió en su teoría sobre la interpreta-
ción de las normas. En 1916 se limita a admitir que existe una ciencia
política y a establecer que la ciencia y la política, como actividades,
deben mantenerse estrictamente separadas. Fue en «Science and Poli-
tics» donde expone esa exigencia de forma más detallada, advirtiendo
que al político, como autoridad legal, le compete legislar ejerciendo la
potestad que le otorga la constitución, y que en el desarrollo de esa
función debe abstenerse de invadir el campo de actividad propio de la
ciencia. A diferencia del científico, el político ejerce poder discrecio-
nal, de forma que en su actividad no se deja influir únicamente por lo
dispuesto en las normas jurídicas (Kelsen: 1957c, 366), sino que
puede tener en cuenta otras variables, como la oportunidad política y
social, el análisis en términos de costes y beneficios (económicos y
electorales) de las medidas que se adoptan, etc. En cambio, el científi-
co del derecho, en el desempeño de su función, debe hacer abstracción

Kelsen: 1960, 112; 1963b, 63-64.


 33 

En el desarrollo de esas ideas Kelsen acusó la influencia del postulado de la


 34 

Wertfreiheit que Max Weber formuló en 1904 y que él conoció con seguridad durante
su estancia en Heidelberg para preparar los Hauptprobleme der Staatsrechtslehre
(1911). La exigencia de la Wertfreiheit imponía al investigador, en disciplinas cientí-
fico-sociales, la restricción de exponer los hechos sin pronunciarse a favor o en contra
de ellos y sin someterlos a valoración. Véase Métall: 1969, 12; Walter: 1996, 212.
AFD, 2019 (XXXV), pp. 211-241, ISSN: 0518-0872
La concepción kelseniana de los juicios de valor 237

de sus preferencias e intereses, y con respecto a las normas aprobadas


por el órgano legislativo, debe limitarse a constatar si se ajustan o no a
la constitución y las leyes. Como resultado de su examen, él puede
afirmar un hecho 35 o una verdad jurídica, pero no debería hacer esti-
maciones o expresar juicios de valor subjetivos.
Pero seguramente el mayor contraste entre las actividades y fun-
ciones respectivas de las autoridades jurídico-políticas y los científi-
cos del derecho es el que se produce en lo referente a la interpretación
de las normas. Para Kelsen, la función interpretativa que desarrolla
(aunque no en exclusiva) la ciencia del derecho consiste en desvelar el
marco de los significados posibles de una norma; en cambio, elegir
uno de esos significados y descartar el resto, es, según él, una compe-
tencia de los órganos (políticos) de creación y aplicación del derecho,
y no de la ciencia jurídica (Kelsen: 1957c, 368). Esa elección no con-
siste en un acto de conocimiento, sino de voluntad: es un acto «espe-
cial» de creación de derecho, que se diferencia de la función legislati-
va en que no está determinado por normas de rango superior  36. Por
eso, para Kelsen la interpretación «auténtica» –que es la que realizan
los órganos judiciales y el legislador– es una interpretación política
(Kelsen: 1957c, 368). En contraste, el científico del derecho no realiza
una función política, sino cognitiva: él no puede señalar como correc-
to ninguno de los significados posibles de la norma, sino que debe
limitarse a una presentación aséptica de las distintas posibilidades
semánticas, sin decidirse por ninguna de ellas 37. Si el científico del
derecho incumpliera esa exigencia y recomendara uno de los signifi-
cados de la norma descartando el resto, su actitud sería política antes
que científica. Sería un político disfrazado de científico.
No voy a insistir en el carácter sumamente discutible de la visión
de Kelsen sobre la interpretación de las normas jurídicas, ni creo des-
velar nada nuevo al poner de relieve en qué medida se distancia de la
realidad de la función hermenéutica que practican los científicos del
derecho. Estos no solo se pronuncian sobre el significado correcto de
las normas, sino que una parte importante de su actividad consiste en
valorar su contenido y formular propuestas de lege ferenda. Además,
la tarea interpretativa está gobernada por principios. Solo quisiera
señalar que la exigencia metodológica de dejar las valoraciones mora-
les y políticas al margen de las investigaciones jurídicas tiene su máxi-
ma expresión en la teoría kelseniana de la interpretación, aunque de
una forma que no hace justicia al trabajo de los juristas, y en particular
de la ciencia del derecho.

 35 
Kelsen: 1957c, 366. No debe olvidarse que en «Science and Politics» y en la
edición francesa de la Reine Rechtslehre, Kelsen considera los juicios de valor sobre
la legalidad de una conducta o una norma verdaderos juicios de hecho, algo que recti-
ficaría después en la segunda edición alemana.
 36 
Kelsen: 1957c, 368; 1960, 351-352.
 37 
Kelsen: 1957c, 368; 1960, 353.
AFD, 2019 (XXXV), pp. 211-241, ISSN: 0518-0872
238 José Antonio Sendín Mateos

Un examen de la concepción kelseniana de la ciencia del derecho


exige poner de relieve uno de sus rasgos definitorios: su carácter cons-
tructivo. Kelsen parte de la idea kantiana de que el conocimiento
construye su propio objeto y lo presenta como un todo ordenado a
partir de la información registrada por la experiencia 38. En el ámbito
de la ciencia jurídica, la función generativa del objeto de conocimien-
to implica sistematizarlo y presentarlo de manera ordenada. La mate-
ria prima con la que trabajan los científicos del derecho son básica-
mente normas o fragmentos de normas que son generadas por las
autoridades jurídicas o emanan de la costumbre. Un rasgo de la teoría
pura del derecho es que solo son normas jurídicas completas las que
prevén sanciones 39. Con frecuencia esas normas deben ser reconstrui-
das por el intérprete a partir de una multitud variable de disposiciones
jurídicas que representan otros tantos fragmentos de normas. La tarea
del científico del derecho es doble: por un lado, tiene que organizar el
material jurídico, sistematizándolo y presentándolo como un todo
dotado de sentido (sinnvolles Ganze) y accesible a una interpretación
racional; por otro lado, elaborar los conceptos jurídicos fundamenta-
les específicos de su rama del saber, sin los cuales no se podría expli-
car cuál es la estructura y el funcionamiento de cualquier sistema de
derecho positivo.
Llegados a este punto, para concluir, hay que tener en cuenta que
esta visión de la ciencia del derecho como una ciencia descriptiva
entra en conflicto con una concepción constructivista de dicha ciencia
que aflora en ciertos momentos importantes de la obra de Kelsen.
Rodilla explica que según esa concepción, de raíz neokantiana, la
ciencia del derecho construye su propio objeto como un todo pleno de
sentido a partir del material que es producto de los órganos de crea-
ción de normas. Esto implica trasladar al derecho ciertas exigencias
lógicas o de racionalidad que, como la coherencia y la compleción, en
principio no cabe esperar de un sistema normativo que solo está com-
puesto por normas positivas 40. Casi hasta el final de sus días Kelsen

Kelsen: 1957a, 200; 1960, 74.


 38 

En la segunda edición de la Reine Rechtslehre Kelsen distingue las normas


 39 

jurídicas «completas» (o «no dependientes») y las normas jurídicas «incompletas» (o


«dependientes»). Las primeras conectan un supuesto de hecho con una sanción que
opera como consecuencia jurídica. Puesto que para él, además, el derecho no se puede
entender sin el ingrediente de la coactividad, solo las normas completas son genuinas
normas jurídicas. El resto, las normas incompletas, son meros fragmentos de normas,
que solo adquieren sentido jurídico cuando se acoplan al supuesto de hecho de nor-
mas sancionadoras. Ese «acoplamiento» es resultado de la labor constructiva de su
objeto que desarrolla la ciencia del derecho. Véase Kelsen: 1960, 55 y ss.
 40 
Véase Rodilla: 2009, 306-309. Este trabajo recoge un pasaje de la segunda
edición de la Reine Rechtslehre en el que Kelsen formula la idea con tonos inequívo-
camente kantianos: «En el sentido de la teoría kantiana del conocimiento, la ciencia
del derecho, como conocimiento del derecho, igual que todo conocimiento, tiene
carácter constitutivo y por consiguiente «produce» su objeto en la medida en que lo
concibe como un orden con sentido. Así como el caos de las percepciones sensoriales
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La concepción kelseniana de los juicios de valor 239

insistió en concebir el derecho no solo como una unidad dinámica de


normas positivas, meramente creadas mediante actos de voluntad,
sino también como una «unidad lógica», construida por la ciencia
jurídica y dotada de las propiedades de coherencia y compleción. En
consonancia con ello, Kelsen atribuyó a la norma fundamental la fun-
ción de garantizar la coherencia del sistema. Para cumplir esa función,
la norma fundamental contiene «principios de interpretación» del
material jurídico que permiten reconstruirlo como un todo dotado de
sentido, completo y sin contradicciones. Así pues, frente al ideal cru-
damente positivista de una ciencia del derecho meramente descriptiva,
que hace acopio de juicios de valor que contrastan las normas del sis-
tema jurídico con la conducta de quienes están sujetos a ellas, y conci-
be la interpretación de esas normas como la mera exploración de los
posibles significados que contienen, en esta visión constructivista del
conocimiento jurídico, que impone a su objeto sus propias exigencias
de racionalidad, está latente una visión muy diferente del trabajo her-
menéutico que implica un proceso de reconstrucción guiado por prin-
cipios no convencionales que permiten presentar el derecho como una
construcción racional.

4.  BIBLIOGRAFÍA CITADA

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se convierte en un cosmos, es decir, en naturaleza como un sistema unitario, solo


mediante el conocimiento ordenador de la ciencia, igualmente la multitud de las nor-
mas jurídicas generales e individuales establecidas (gesetzt) por los órganos jurídicos
se convierte en un sistema unitario, libre de contradicciones, en un orden jurídico,
solo mediante el conocimiento de la ciencia jurídica. Pero esa «producción» tiene
carácter puramente gnoseológico. Es algo totalmente diferente de la producción de
objetos mediante el trabajo humano o de la producción del derecho mediante la auto-
ridad jurídica» (Kelsen: 1960, 74-75).
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