VITALI - Sueños o Disparates

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Vitali, Noelia. “’Esos sueños o disparates’: El coloquio de los perros en los confines de lo representable”.

Estudios de Teoría Literaria. Revista digital: artes, letras y humanidades, marzo de 2019, vol. 8, n° 15, pp. 43-53.

“Esos sueños o disparates”: El coloquio de los perros


en los confines de lo representable
“Esos sueños o disparates”: El coloquio de los perros
in the confines of the representable

Noelia Vitali1

Recibido: 07/01/2019
Aceptado: 01/02/2019
Publicado: 08/03/2019

Resumen Abstract
En la conversación que sirve de preludio al In the conversation that serves as a prelude to
Coloquio de los perros, el alférez Campuzano y el El coloquio de los perros, Campuzano and Peralta
licenciado Peralta discuten acerca del discuss the disconcerting statute of this strange
desconcertante estatuto de este extraño relato. story. The arguments exposed by the first to
Los argumentos desplegados por el primero justify his fiction correspond to the ideas
para justificar su ficción se corresponden con las present in several poetic books of the time.
ideas presentes en varios tratados poéticos de la These postulates that serve as a framework for
época. Estos postulados que sirven de marco a the last exemplary novel emphasize its
la última de las Novelas ejemplares hacen que se metapoetic aspect. This article aims to read the
destaque su impronta metapoética. Por tal Coloquio in connection with the ideas displayed
motivo, este artículo se propone leer el Coloquio by Campuzano, trying to analyze the
a la luz de las ideas planteadas por Campuzano, consequences those notions acquire on the
intentando analizar las consecuencias que fictional level. Principally, our work will
adquieren en el plano ficcional. investigate the significance of interpreting the
Fundamentalmente, nuestro trabajo indagará Coloquio in relation to the generic tradition of
los alcances de interpretar el Coloquio en literary dreams. Likewise, we consider that the
relación con la tradición genérica de los sueños dialogue between Cipión and Berganza is a
literarios. Asimismo, consideramos que el fragmentary and syncretic text, in which many
diálogo entre Cipión y Berganza es un texto of the theoretical concerns present throughout
fragmentario y sincrético que en el que se cifran the Novelas ejemplares are cited. Therefore, we
muchas de las preocupaciones teóricas que will try to offer a reading that takes into account
atraviesan las Ejemplares. Por ello, intentaremos its particular context of closing novel in the
ofrecer una lectura que tome en cuenta su collection that it integrates.

1
Doctora de la Universidad de Buenos Aires, área Literatura, con una tesis sobre las Novelas ejemplares de
Cervantes. Profesora Adjunta interina de Literatura Española en la Universidad Nacional de Hurlingham.
Ayudante de primera regular de Literatura Española II (Siglo de Oro) en la Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires. Secretaria Académica de la Maestría en Literaturas Española y Latinoamericana,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Investigadora del Instituto de Filología y Literaturas
Hispánicas “Dr. Amado Alonso”. Contacto: [email protected].

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Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.
Noelia Vitali

particular contexto de novela de cierre en la Keywords


colección que integra. Novelas ejemplares; poetic ideas; metafiction;
dream.
Palabras clave
Novelas ejemplares; ideas poéticas; metaficción;
sueño.

E l Coloquio de los perros, última de las Novelas ejemplares, es, como todos sabemos, un
texto ambiguo y escurridizo. Su asombrosa naturaleza queda subrayada, entre otras
cosas, por la conversación entre los personajes del Casamiento engañoso que le sirve de
preludio.
En efecto, el inverosímil diálogo perruno está enmarcado por una discusión en torno a
cuestiones teóricas vinculadas con la ficción. Estas apreciaciones no sólo sirven para justificar
–y, de algún modo, mitigar– la excepcionalidad de la obra que estamos a punto de leer, sino
también para adelantar el tono metaliterario que la caracterizará.
La impronta metaficcional del Coloquio no ha pasado inadvertida para ningún
cervantista (Forcione; Riley; Parodi) desde que Peter Dunn llamara la atención sobre su carácter
de “meta-novela” (118). Según afirma este crítico en su breve pero insoslayable artículo sobre
las Ejemplares, la última novela de la serie constituye un estudio de las relaciones entre
literatura y vida que la hace parangonable con el Quijote, aunque aquélla presente la cuestión
metaficcional con otros matices:

…más íntimamente comprometida con la experiencia de escribir en sí, en particular al


valorar las muy fuertes y ambiguas imágenes de la fantasía. Porque si bien el Coloquio
es en gran medida una revelación y una discusión de la técnica de novelar, el conjunto es
una demostración del arte encubierto por el arte. (Dunn 118)

A partir de estos postulados, Mercedes Alcalá Galán (Ese ‘divino don del habla’;
Escritura desatada) profundiza el estudio de esta última novela en tanto poética de la narración.
Para esta autora, la díada textual con que Cervantes cierra su colección ofrece una serie de
preceptos que trazan una teoría literaria enfocada en el acto de contar:

El casamiento engañoso y Coloquio de los perros constituyen una poética no de la novela,


no del teatro, sino de algo mucho más básico, común a casi todos los géneros, la narración
en sí misma, entendida no como género sino como algo bastante más primario, como la
materia original de la que están hechos los relatos, (…) El Coloquio no habla de la obra
como resultado de un proceso sino del proceso mismo que se analiza y ofrece desde
dentro. (Escritura desatada 172)

En esta línea, es sumamente importante que la historia esté –como mencionamos antes–
delimitada por dos conversaciones en torno a nociones literarias. Al mismo tiempo, es
destacable que –fiel al juego de espejos que se plantea desde el comienzo entre marco y relato
incluido– éste comience y termine, a su vez, con observaciones vinculadas con el quehacer
literario.
Entre las cuestiones que discuten Campuzano y Peralta se encuentra uno de los temas
más examinados en los tratados poéticos de la época: el de la verosimilitud. Los
cuestionamientos en torno al vínculo entre verdad y ficción eran cruciales en las reflexiones
sobre el valor y la peligrosidad de los textos literarios. En este sentido, si cada época define lo

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que es pensable para una comunidad determinada,2 la última de las Ejemplares claramente
desafía esos límites. La conversación entre el alférez y el licenciado no hace más que poner en
primer plano dicha transgresión.
El hecho de que el problema de las fronteras de lo verosímil enmarque el Coloquio nos
alerta sobre la relevancia que posee en él. Como sabemos, la historia que Campuzano guarda
en su seno se sitúa en un terreno sinuoso donde se confunden la verdad y la mentira, lo
milagroso y lo soñado, lo presentado como real y la ficción. Esta ambigüedad se ve reforzada
debido a que el alférez, aunque insista desde el comienzo en erigirse como una voz testimonial
–aseverando que realmente había oído y casi visto a los perros dialogar–, alude al Coloquio
utilizando términos asociados con el artificio literario.
Así, al referirse a la historia de los prodigiosos canes, el soldado asegura que son sucesos
“que exceden a toda imaginación, pues van fuera de todos los términos de naturaleza”
(Casamiento 534).3 Y luego, agrega:

No quiera vuesa merced saber más, sino que son de suerte que doy por bien empleadas
todas mis desgracias, por haber sido parte de haberme puesto en el hospital, donde vi lo
que ahora diré, que es lo que ahora ni nunca vuesa merced podrá creer, ni habrá persona
en el mundo que lo crea. (Casamiento 534)

Lo que se destaca, como vemos, es la índole extraordinaria de los hechos que el alférez
promete relatar. Hiperbólicamente, se nos dice que estos eran tan asombrosos que bien valían
los infortunios sufridos.
Los argumentos desplegados por el alférez reúnen dos cosas difíciles de conciliar en la
época: por un lado, el énfasis puesto en la índole maravillosa de los sucesos que escribió y por
el otro, la insistencia en que él no era más que un testigo de todo aquello. El foco está puesto
en el sentido del oído. Campuzano quiere convencer a Peralta de que oyó los perros hablar:

–Pues lo que ahora diré dellos es razón que la cause, y que, sin hacerse cruces, ni alegar
imposibles ni dificultades, vuesa merced se acomode a creerlo; y es que yo oí y casi vi
con mis ojos a estos dos perros, que el uno se llama Cipión y el otro Berganza, estar una
noche, que fue la penúltima que acabé de sudar, echados detrás de mi cama en unas esteras
viejas; y, a la mitad de aquella noche, estando a escuras y desvelado, pensando en mis
pasados sucesos y presentes desgracias, oí hablar allí junto, y estuve con atento oído
escuchando, por ver si podía venir en conocimiento de los que hablaban y de lo que
hablaban; y a poco rato vine a conocer, por lo que hablaban, los que hablaban, y eran los
dos perros, Cipión y Berganza. (Casamiento 535)

2
Tal como afirma Roger Chartier: “el objeto esencial de una historia cultural e intelectual redefinida como una
historia de la construcción de la significación, me parece residir en la tensión que articula la capacidad inventiva
de los individuos singulares (…) con los constreñimientos, normas, convenciones que limitan lo que les es posible
pensar y enunciar. La constatación vale tanto para una historia de la producción de obras, inscritas en sus
condiciones de posibilidad, como para una historia de las prácticas de recepción (por ejemplo la lectura), que son
también unas producciones inventivas de sentido operadas a partir de determinaciones múltiples (sociales,
religiosas, culturales, etc.) que se definen, para cada comunidad de lectores (o de auditores), los gestos legítimos,
las reglas de comprehensión y el espacio de lo que es pensable” (IX-X).
3
Todas las citas de las Novelas ejemplares pertenecen a la edición de Jorge García López, publicada por Crítica
en 2001.

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El hincapié puesto en el supuesto medio de transmisión no es fortuito. Sabemos, gracias


al magnífico estudio de Domingo Ynduráin sobre el “amor de oídas”, que el sentido auditivo
gozaba en la época de un gran prestigio como vehículo del conocimiento doctrinal. 4
Esto resulta muy significativo en el caso de nuestra historia, ya que la insistencia de
Campuzano en haber percibido el Coloquio ex auditu, da cuenta de una estrategia para legitimar
la sobrenaturalidad de su obra, transformándola, en última instancia, en una cuestión de fe. Así
parece confirmarlo lo que expresa el alférez cuando, tras la negativa de Peralta a aceptar esos
criterios de verosimilitud, responde:

“—No me tenga vuesa merced por tan ignorante –replicó Campuzano– que no entienda
que, si no es por milagro, no pueden hablar los animales; (…) y así, muchas veces,
después que los oí, yo mismo no he querido dar crédito a mí mismo, y he querido tener
por cosa soñada lo que realmente estando despierto, con todos mis cinco sentidos, tales
cuales nuestro Señor fue servido dármelos, oí, escuché, noté y, finalmente, escribí, sin
faltar palabra, por su concierto; de donde se puede tomar indicio bastante que mueva y
persuada a creer esta verdad que digo. (Casamiento 536 –el subrayado es nuestro–)

Ante el fracaso de la primera estrategia vemos que Campuzano despliega otras dos
maniobras tendientes a hacer aceptable su texto: la primera implica la intervención divina. La
segunda consiste en desplazar lo experimentado al huidizo territorio onírico.
La respuesta de Peralta incluye una alusión a Esopo, lo que demuestra su intento crítico
por regularizar la materia del Coloquio (aún sin conocerla), su necesidad de encasillarla en
algún parámetro genérico conocido (el de las fábulas): “—¡Cuerpo de mí! –replicó el
licenciado. ¡Si se nos ha vuelto el tiempo de Maricastaña, cuando hablaban las calabazas, o el
de Isopo, cuando departía el gallo con la zorra y unos animales con otros!” (Casamiento 536).
Una actitud similar a la que mantendrá durante todo el diálogo Cipión, juez y censor de
Berganza.5

4
Con respecto a esto, el mencionado crítico afirma: “Parece claro, ya desde los primeros textos aducidos, y en
todo tipo de planteamientos, que en la preferencia por el oído se produce una especie de deslizamiento lógico
mediante el cual el sentido físico del oído se toma en cuanto vehículo de signos lingüísticos, esto es, adquiere un
valor conceptual. De esta manera aparece como medio de conocimiento racional, ya elaborado, frente a la materia
bruta que proporcionaría el sentido de la vista; esto es lo que le convierte en medio privilegiado para dar cuenta de
lo real, y de lo irreal, como ‘puerta de la fe’. En consecuencia, la doctrina (no ya los sonidos) recibida por el oído
se identifica (no sólo con la fe) con el conocimiento intelectual, dotado de autoridad, mientras la vista –presentaría
como mero sentido– queda enfrentada (y disminuida) ante la verdad que se comunica mediante la palabra” (597).
Finalmente, en la conclusión de su valioso artículo sentencia: “En el Renacimiento parece que las dos vías se
equilibran y complementan o, en último término, llegan a un compromiso de manera que el amor y el conocimiento
material, «científico» se adquiere por los ojos, mientras el oído queda especializado en cuestiones de fe y, en
general, sobrenaturales” (602).
5
En numerosas oportunidades, la crítica ha destacado la labor orientadora de Cipión, su permanente esfuerzo por
controlar el discurso de Berganza, ese “pulpo” de ilimitadas “colas” que tanto inquietaba al perro censor. Creemos
que el rol de éste es menos amable y simpático de lo que se suele interpretar. Sus estándares normalizadores, que
a menudo se han identificado con opiniones del mismo Cervantes no parecen condecirse siempre con la práctica
cervantina. Como es habitual en las obras del alcalaíno, también en esta oportunidad debemos señalar que se
plantea una tensión entre teoría y práctica. Así, cuando después de haber sido reprendido por Cipión debido a sus
invectivas contra los pastores, Berganza no sin ironía expresa: “Yo tomaré tu consejo, y esperaré con gran deseo
que llegue el tiempo en que me cuentes tus sucesos; que de quien tan bien sabe conocer y enmendar los defetos
que tengo en contar los míos, bien se puede esperar que contará los suyos de manera que enseñen y deleiten a un
mismo punto” (Coloquio 552). Aun concediendo que no sea dicho con ironía, es ostensible la demarcación
establecida entre teoría y práctica literaria como esferas diferentes. Para las posibles interpretaciones que se han
dado del rol desempeñado por Cipión, pueden consultarse, entre otros, los estudios de Molho, Forcione y Riley.

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Si revisamos las poéticas españolas de ese momento, observamos que tanto Pinciano
como Carvallo –aquel de una manera más especulativa, éste de un modo más apologético– se
ocupan de indagar en la relación entre la verdad y los textos ficcionales. El primero, al ocuparse
de la fábula de las poesías, sostiene que ésta es la imitación y constituye el alma de las
creaciones poéticas (mientras que el lenguaje mediante el cual se imita se equipara con el
cuerpo). El segundo se explaya sobre el tema al ocuparse de las diversas materias del poeta.
Más allá de las diferencias de enfoque que presentan la Philosophía antigua poética y
el Cisne de Apolo, ambas obras concuerdan en apuntar que las ficciones deben “fingir o
imaginar” (según Carvallo) o bien “imitar” (de acuerdo con Pinciano) guardando determinado
orden y concierto. Hugo, uno de los personajes de la Philosophía antigua, sentencia: “la fábula
es imitación (…), porque las ficciones que no tienen imitación y verosimilitud, no son fábulas
sino disparates, como algunas que antiguamente llamaron Milesias, ahora libros de caballerías,
los cuales tienen acaecimientos fuera de toda intención y semejanzas de verdad” (Philosophía
antigua, II 8 –destacado nuestro–).6 A partir de esto, Hugo establece la existencia de tres tipos
de fábulas: las de ficción pura (cuyos “fundamento y fábrica todo es imaginación”, entre las
que se cuentan las ya mentadas fábulas Milesias y los libros de caballerías); las que a partir de
una mentira fundan una verdad (como sucede con las fábulas esópicas) y aquellas que “sobre
una verdad fabrican mil ficciones” (es el caso de las trágicas y las épicas).
En virtud de lo conversado por Campuzano y Peralta, El coloquio de los perros podría
caber en cualquiera de las tres categorías y, por esa misma razón, no cabe en ninguna. O mejor
aún: podría considerarse una mezcla de las tres.
Ya vimos que Peralta trae a la discusión el modelo esópico –aunque lo asocie con el
Coloquio por la negativa–. Mientras tanto, el alférez, al referirse a la historia que lleva escrita
en el cartapacio escondido en su seno –y tras fracasar en sus intentos por convencer al licenciado
de que, efectivamente, había oído hablar a los perros–, culmina diciendo: “—Yo me recuesto
en esta silla en tanto que vuesa merced lee, si quiere, esos sueños o disparates, que no tienen
otra cosa de bueno si no es poder dejar cuando le enfaden” (Casamiento 537 –destacado
nuestro–).
Resulta sugestivo que utilice el mismo vocablo (“disparates”) empleado por Hugo en el
Pinciano para referirse a las ficciones puras. Según Covarrubias, “disparate” es “cosa
desproporcionada, la cual no se hizo, o dijo con el modo debido y cierto fin” (Covarrubias, sv.
‘disparate’). De acuerdo con todo esto, el Coloquio se asemejaría a aquellas ficciones que hoy
catalogaríamos como “pasatistas”, es decir, historias hechas para entretener sin más.
Es dable aclarar que el texto nunca resuelve no sólo el estatuto genérico al que pertenece
sino tampoco la índole ni la real procedencia de la materia narrada. La falta de claridad en la
nomenclatura hace que las expectativas de los lectores en cuanto a los posibles temas e
imaginarios vinculados con cada una de estas diversas calificaciones se vean, a menudo,
defraudadas.
En efecto, el alférez designa “sueños o disparates” lo que antes juró ser maravillas y
milagros que él, porque “estaba tan atento y tenía delicado el juicio, delicada, sotil y desocupada
la memoria, merced a las muchas pasas y almendras que había comido…” había podido tomar
todo “de coro, y casi por las mismas palabras que había oído…” (Casamiento 537).7 Ninguna
de las dos denominaciones es fortuita, ya que de cada una se pueden extraer diferentes sentidos

6
La Lectura se expresa de modo similar en el texto de Carvallo (vid. Cisne, I 80 y ss.).
7
Precisamente en ese “casi”, Alicia Parodi cifra toda una poética de la lectura presente en las Ejemplares. Para la
autora, la cuestión de la alegoría tal como se plantea en la colección a partir de la inserción de la profecía pone en
juego “la fidelidad a un texto original”: “…Campuzano no desea otra cosa que la fidelidad absoluta. Casi, casi: la
unidad deseada, la forma verdadera parece imposible en un mundo de diferencias” (38). Nos interesa en particular
la idea de una unidad que se busca restaurar, puesto que, desde otra perspectiva, planteamos que la colección tiene
como uno de sus ejes la conciencia de esa fragmentación.
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que permiten conectar este último texto con diversas tradiciones que se hacen presentes no sólo
en el Coloquio sino a lo largo de toda la serie que constituyen las Novelas ejemplares. En el
presente trabajo, abordaremos los alcances de interpretar El coloquio de los perros bajo el mote
de “sueño”.

El sueño de Campuzano

Si atendemos a su caracterización onírica, es posible vincular el texto del Coloquio con una
larga tradición de sueños literarios que gozaban en España de una presencia muy destacada
durante el Siglo de Oro. Teresa Gómez Trueba, quien ha dedicado un pormenorizado estudio
al tema afirma:

Se trata, además, de sueños reveladores de grandes verdades filosóficas, religiosas,


morales o incluso científicas, que el narrador del texto se propone transmitir a los lectores
para que no se olviden y pierdan tan grandes y trascendentes descubrimientos. Tales obras
aparecen enmarcadas dentro de unas fórmulas estereotipadas que apenas registran
variación. (13)

A su vez, señala que la mayoría de las veces la literatura onírica estaba vinculada en
España a la literatura utópica. Vale decir que los sueños servían para enmascarar ideas o
concepciones (sobre todo, políticas) que era mejor disimular o no expresar abiertamente. Es
decir que al denominar “sueños” los sucesos relatados en el Coloquio, Campuzano estaba
abriendo la puerta para una interpretación en clave política. Y no es extraño, porque la obra del
alférez guarda muchos puntos con la literatura onírica. La trampa está, por supuesto, en que no
sabemos si son “sueños” o “disparates” (lo que implicaría, precisamente, lo contrario –por los
motivos que explicamos en los párrafos precedentes–).
El dispositivo del sueño, entonces, además de servir para desestabilizar el sentido y
derribar certezas, tiene una larga tradición que permite extraer algunos otros corolarios a partir
de su utilización.
Los sueños literarios, como señala Gómez Trueba en su ya citado estudio, poseían
ciertas características estructurales y temáticas distintivas. El sueño del alférez no respeta
plenamente algunos de los rasgos formales (entre otras cosas, por ejemplo, porque si bien hay
un relato en primera persona, el narrador no es quien presuntamente sueña –Campuzano– sino
un perro que dialoga con otro), pero sí expone una clara reelaboración de algunos de sus
aspectos.
Si atendemos a la estructura que estos textos solían presentar, vemos que el Coloquio
respeta las tres partes características: un exordio en el que se discuten las causas del sueño, el
sueño propiamente dicho y un epílogo en el que el soñador despierta y se despide (Gómez
Trueba 168). Desde esta perspectiva, la conversación previa entre Campuzano y Peralta,
además de interpretarse como una discusión literaria, podría leerse como el intercambio
preliminar propio de las ficciones oníricas.
En relación con este tipo de discursos, proliferaban en la época diversas teorías sobre
los sueños que trataban de explicar sus orígenes y su naturaleza. Tal como afirma Richard
Kagan en su estudio sobre Lucrecia de León,8

los españoles, como la mayoría de los europeos del siglo XVI, estaban fascinados por los
sueños. Pensaban que los sueños tenían dos orígenes, uno natural y otro sobrenatural.

8
Lucrecia de León fue una mujer de fines del siglo XVI que decía tener sueños proféticos. La Inquisición la
persiguió y la procesó debido al tenor político de sus profecías.
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perros en los confines de lo representable”: 43-53
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Respecto a las causas naturales de los sueños, los filósofos del siglo XVI seguían las
doctrinas de Aristóteles que consideraba los sueños como el producto de las percepciones
sensoriales sobre el alma, o ‘espíritu’, durante el periodo de reposo. Pero la literatura
renacentista sobre los sueños incluía también una tesis claramente no aristotélica: la de
que algunos sueños tenían un origen sobrenatural, bien diabólico o bien divino. (55)

El mismo Cervantes expone las diferentes creencias en torno a la naturaleza de los


sueños en el Viaje del Parnaso.9
Observamos claramente que la discusión de Peralta y Campuzano sobre el posible
origen del Coloquio se corresponde con estas teorías. El diálogo entre los canes bien podría
tratarse de una maquinación de la febril imaginación del alférez, asediado, a su vez, por los
fantasmas de su melancólica concupiscencia,10 o bien podría ser una milagrosa visión, tal como
insiste Campuzano. El comienzo del Coloquio, a su vez, retoma estas apreciaciones al hacer
que sus dos protagonistas perrunos debatan sobre la procedencia de su extraña capacidad para
hablar.
Resulta interesante señalar también que en la tradición a la que estamos haciendo
referencia el acceso a esa otra realidad se hallaba enmarcada por el proceso natural del sueño.
Es decir, los narradores (que en general eran quienes protagonizaban la aventura onírica, a
diferencia de lo que ocurre en el texto cervantino) solían dormirse al comenzar el relato del
sueño y despertar a su fin. Es sumamente significativo que Campuzano se recueste cuando
Peralta comienza a leer “esos sueños o disparates” y que se despierte cuando este termine con
su lectura. Vemos que Cervantes se acerca y se aleja del modelo, ya que en la literatura onírica,
cuando el protagonista se dormía, los lectores asistíamos a presenciar lo que soñaba. En cambio,
aquí vemos un posible sueño ya escrito. Estrictamente, no leemos el sueño sino el resultado
consumado, cuya materialidad se encuentra subrayada por el hecho de que Campuzano le
entregue a Peralta el cartapacio en el que está registrado.
Gómez Trueba señala que una de las funciones de este tipo de textos consistía en
“literaturizar” aquellas materias o temas ríspidos y controversiales que hubiera sido difícil para
los autores exponer sin esta salvaguarda (296). En el caso del Coloquio, podríamos hablar de
una doble literaturización, ya que el desdoblamiento de los personajes (mientras Campuzano
duerme, Peralta lee el sueño) contribuye a poner de relieve el cariz artificioso del dispositivo
onírico.
Asimismo, los temas tratados por los perros se asemejan bastante a los tópicos presentes
en los sueños literarios, tal como expondremos en los siguientes párrafos.

9
“De una de tres causas los ensueños/ se causan, o los sueños, que este nombre/ les dan los que del bien hablar
son dueños./ Primera, de las cosas de que el hombre/ trata más de ordinario; la segunda/ quiere la medicina que se
nombre/ del humor que en nosotros más abunda;/ toca en revelaciones la tercera, /que en nuestro bien más que las
dos redunda” (Viaje del Parnaso, VI vv.1-9).
10
El aspecto con el que emerge del Hospital de la Resurrección el alférez Campuzano da muestras de su
enfermedad física y deja entrever, también, los signos de una posible melancolía. El mismo personaje admite ante
su compañero, antes de comenzar el relato de su infausto casamiento, que su encuentro con Estefanía le había
dejado marcas no sólo en el cuerpo, sino también en el ánimo. En su tratado De amore, Ficino expresa que el amor
carnal –designado por él con el término “bestial”– es una especie de locura, una enajenación que trae aparejados
efectos harto perjudiciales para aquellos que la sufren. Fundamentalmente, estos padecimientos afectan la
imaginación y producen a los amantes grandes desequilibrios. Por ende, una de las maneras posibles para analizar
la naturaleza del Coloquio de los perros sería interpretarlo como un sueño o una alucinación producidos por el
estado físico y psíquico lamentable en el cual queda Campuzano tras su fallido intento de constituir una familia
con Estefanía. Esto es, entenderlo como un fruto de su avaricia y su concupiscencia.

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La tradición literaria a la que estamos haciendo referencia comienza con el Somnium


Scipionis de Cicerón. Éste formaba parte de las fuentes que C. S. Lewis (27-32) atribuye a la
imagen del mundo predominante en la literatura medieval y renacentista.11
El texto de Cicerón nos interesa, en primer lugar, porque uno de los perros del Coloquio
cervantino se llama, sugestivamente, Cipión. 12 Lo segundo que consideramos destacable es la
presencia de ciertas afinidades temáticas y, por supuesto, la idea de que la remisión a este sueño
literario permitiera unir, al final de las Novelas ejemplares, las tres coordenadas planteadas al
inicio de la colección en los poemas cantados por Preciosa (a saber: la coordenada religiosa, la
política y la poética). Repasaremos sucintamente a continuación las cuestiones abordadas por
el texto clásico.
El sueño ciceroniano comienza reflexionando sobre la virtud y la sabiduría (temas con
los que, justamente, culmina el Coloquio) necesarias para la república. Luego, Escipión se
encuentra con su abuelo, éste le muestra Cartago y proclama una profecía política: la
destrucción de Cartago y la de Numancia. Inmediatamente, sobreviene una disputa sobre la vida
de ultratumba. En ese contexto, se le anuncia a Escipión que aquellos que han engrandecido a
su patria tienen un lugar reservado en el cielo. A partir de eso, se introduce la idea del cuerpo
como cárcel y de la vida como apariencias, puesto que la verdadera vida es la que espera
después de abandonar este mundo.13 Al finalizar, el sueño presenta una visión del cielo y de la
armonía de las esferas, y la contemplación de la Tierra y su pequeñez, completada con una
reflexión sobre la futilidad de la gloria humana.
No resulta difícil reconocer en esta breve revisión varios de los planteos que, con otros
personajes y en otro tiempo, desarrolla el enigmático Coloquio de los perros. En primera
instancia, es indudable que la última de las Ejemplares nos ofrece la imagen decadente de una
república fragmentada. El derrotero de Berganza nos pasea por las partes menos luminosas del
reino. Por este motivo, no nos llama la atención la mixtura genérica adoptada por Cervantes,
puesto que tanto la forma dialógica como el dispositivo picaresco de enfilage privilegian la
presentación de un todo fragmentado en distintos segmentos.14 Al mismo tiempo, habitualmente
los sueños literarios expresaban sus escenas en forma de diálogos y narraban algún tipo de viaje
o recorrido.
De los márgenes al centro y viceversa (tal como afirma Molho), la vida del perro pícaro
deja al descubierto una caterva de personajes que exhiben con su accionar lo más bajo del
comportamiento humano. El Coloquio claramente marca un camino de degradación, la

11
Como testimonio de que el texto ciceroniano se conocía en España podemos citar la existencia de una versión
española –paródica– del Sueño de Escipión (1520), a cargo del humanista Juan Luis Vives. Asimismo, tenemos
conocimiento de que Cervantes estaba familiarizado con el texto (no sabemos con qué versión, pero sí que tenía
presentes sus tópicos principales) gracias al minucioso análisis que realizara Franklin Brantley del relato que hace
Sancho al descender del vuelo de Clavileño (Quijote, II 41). Significativamente, aún sin haber contemplado nada,
Sancho describe una visión del cosmos muy similar a la que presenta Escipión en su ascenso a las esferas.
Recordemos que el Sueño de Escipión es la visión con que concluye, en el libro VI, la República ciceroniana
(calcada sobre el sueño/visión de Er el Armenio, con el que termina la República de Platón). Transmitido desde la
Antigüedad, fundamentalmente, gracias al comentario que le dedicara Macrobio, el Somnium Scipionis presenta
el ascenso de Escipión el Africano a los cielos, donde se encuentra con su abuelo (adoptivo), Escipión el Africano
Mayor. A partir de este sustrato anecdótico, el texto ofrece la concepción ciceroniana del cielo, pero también una
visión de la tierra que introduce el tópico de la insignificancia del hombre en la escala cósmica.
12
La posible relación entre el personaje cervantino y el héroe romano ya fue indicada por Molho y por Riley.
13
Con respecto a ello, Escipión el mayor sentencia: “más bien están vivos los que se escaparon volando, como de
una cárcel, de las cadenas del cuerpo. La vuestra, la que se llama vida, es en realidad la muerte” (República, VI
203).
14
De este modo, más allá de las implicancias ideológicas y genéricas (suponiendo que estos aspectos pudieran
separarse) que conlleva la aproximación del Coloquio al modelo propuesto por Mateo Alemán (Riley; Vila), es
destacable la función formal que cumple el desfile por diferentes amos, al permitir una representación
fragmentaria.
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perros en los confines de lo representable”: 43-53
Noelia Vitali

construcción de un mundo en ruinas: matarifes iracundos, mozas ventaneras, pastores ladrones,


alguaciles corruptos, negros libidinosos, brujas teólogas y profetizas, moriscos avaros, feriantes
embusteros conforman una galería digna de emular la tabla de los pecados del Bosco. Este
verdadero descenso a los infiernos (siguiendo a Burgos), nos deja ante un panorama
verdaderamente ensombrecido. Alicia Parodi lo expresa con bellas y certeras palabras:
“Vacilaciones, preguntas, que nos devuelven al terreno de la literatura y la oscuridad de sus
desvíos, envíos y reenvíos de una parte a la otra del corpus. No hay aquí centros luminosos,
sino recovecos y untos de brujas. (…) Caminos sinuosos, no ‘allanados’, centros oscuros, por
los que adivinamos ‘el misterio escondido’” (Parodi y Vitali 275).
Este recorrido significa, también, una reconfiguración del conjunto entero de las novelas
(astutamente anunciado por el “Pareceme” con el que Berganza inicia su relato emulando el
“Parece” con el que comienza La gitanilla). En cada uno de los episodios es posible reconocer
rasgos de los personajes o situaciones presentes en las otras novelas. Algunos de ellos, aparecen
indicados de un modo explícito y no han pasado inadvertidos para los críticos (véase Riley 273-
274).
Percibimos, pues, una mirada desengañada del mundo en la que se hallan imbricadas las
coordenadas política, religiosa (moral, para ser más precisos) y poética. En el medio de este
sueño encontramos también –al igual que en el de Cicerón–, una profecía –no sabemos si es
política– que anuncia –de eso sí estamos seguros– la destrucción de un orden y su reemplazo
por uno nuevo.15
Los perros dejan su charla significativamente cuando está por amanecer. Atrás quedan
las sórdidas penumbras de la experiencia hospitalaria. Tal vez, como señala Riley (234-235), la
transformación de Berganza en ayudante de Mahúdes pueda indicar que el amor al prójimo sea
una de las claves para salir de esa noche oscura de la República. Sin dudas, la esperanza está
unida a la caridad, pero la colección tiene todavía una última vuelta.

Despertares

El fin del Coloquio nos deposita nuevamente en el pequeño cuarto vallisoletano de Peralta. Allí,
la esperanza también cobrará la forma del amor fraterno, de la amistad, pero no sólo eso: el
final de la colección es una apología del poder transformador de la ficción y de su eficacia
reconstituyente.
La enmarcación onírica traía aparejada la idea de una verdad revelada. Tal como señala,
nuevamente, Gómez Trueba “la utilización del sueño como artificio narrativo encierra la
creencia (fingida o sincera) de que los sueños son reveladores de la verdad y descubridores del
engaño” (293). Cabe preguntarnos, entonces, cuál es la verdad que revela el Coloquio.
Más allá de los juegos entre apariencias y realidad, del tópico del desengaño del mundo
asociado, por cierto, con la tradición de los sueños literarios y estudiado para en el texto

15
Para la relación entre sueños, literatura y política, véase Pérez Samper. Allí, la autora aborda, entre otros tópicos
el de la visión satírica del arbitrista (que, como sabemos, es uno de los personajes que el perro escucha hablar en
el hospicio). Asimismo, la posible reminiscencia del texto ciceroniano autoriza también una lectura que focalice
en la presencia de los tópicos humanistas al final de la colección. En efecto, la vida del polifacético can admite ser
leída, entre otras cosas, como la ficcionalización del ocaso de los ideales del humanismo (como tuve oportunidad
de demostrar en mi tesis de doctorado). William Bouwsma, en un insoslayable estudio sobre el ocaso del
Renacimiento, afirma que durante el período abarcado por las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del
XVII, Europa afronta un un momento de clímax y a su vez declive de las nociones que habían dado forma a la
cultura renacentista. En términos culturales, se ponen de manifiesto en esta época ciertas dudas e inquietudes que
pueden interpretarse como las claves de esa decadencia: “una nueva preocupación por la identidad personal,
cambios en los intereses de los grandes pensadores, un declive en la confianza acerca del futuro, el aumento de la
incertidumbre” (8).
Estudios de Teoría Literaria, 8 (15), “’Esos sueños o disparates’: El coloquio de los perros 51
en los confines de lo representable”: 43-53
Noelia Vitali

cervantino por Vicente Cabrera, encontramos que la revelación a la que accede Peralta al
finalizar su recorrido es de índole estética.
En el intercambio que sirve de epílogo al Coloquio, el licenciado se niega a seguir
discutiendo sobre la veracidad de lo relatado y concluye: “—Señor alférez, no volvamos más a
esa disputa. Yo alcanzo el artificio del coloquio y la invención, y basta” (Coloquio 623).
Finalmente, habiendo recreado los ojos del espíritu, propone salir a recrear los del
cuerpo. Otra vez, encontramos un guiño cervantino a la tradición onírica. Habitualmente, los
sueños describían una disociación entre el alma del protagonista que realizaba el recorrido por
esos otros mundos ficcionales y el cuerpo que permanecía dormido. Asistimos aquí a una
desarticulación del tópico, ya que el desdoblamiento se produce entre personajes distintos (tal
como señalamos anteriormente). En este caso, es el entendimiento del lector el que se ha
recreado y se ha transformado por los campos del sueño, mientras que el cuerpo del autor
permanecía inmóvil. Al terminar con su lectura del Coloquio, el licenciado ha abandonado sus
pretensiones verosimilistas de teórico duro y se ha dejado embelesar por el artificio.
Y nuevamente, nos vemos envueltos en las vacilaciones de este texto liminar, que desafía desde
los confines de la colección las categorías de lo representable, las clasificaciones impuestas a
lo pensable; puesto que si la presencia del artificio onírico habilitaba una lectura del Coloquio
en clave política y de crítica social (que sin dudas se encuentra presente en el texto), la
conclusión nos retrotrae a la ambivalencia planteada en el exordio. Llegados a este punto no es
posible definir la naturaleza de este texto anómalo y nos vemos, como el licenciado, en la
obligación de renunciar a las certezas y a las clasificaciones tranquilizadoras. Como en tantas
otras oportunidades, Cervantes hace uso de un modelo perfectamente identificable y lo pone al
servicio de sus fines narrativos y estéticos, a la vez que lo transforma en algo nuevo e
inesperado, con lo que logra admirar y deleitar y, por sobre todas las cosas, re-crear los afligidos
espíritus.

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