Diadbz
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Asimismo, las festividades incluyen adornar las tumbas con flores y muchas veces
hacer altares sobre las lápidas, lo que en apocas indígenas tenía un gran significado
porque se pensaba que ayudaba a conducir a las ánimas a transitar por un buen
camino tras la muerte.
La tradición también indica que, para facilitar el retorno de las almas a la tierra, se
deben esparcir pétalos de flores de cempasúchil y colocar velas trazando el camino
que van a recorrer para que estas almas no se pierdan y lleguen a su destino. En la
antigüedad este camino llegaba desde la casa de las familias hasta el panteón
donde descansaban sus seres queridos.
El Día de Muertos es una celebración ancestral que simboliza el encuentro entre los
vivos y los ya fallecidos. Durante esta celebración la tristeza y la nostalgia se
convierten en fiesta, gozo y desparpajo, pues honramos a los queridos difuntos que
por unas horas regresan al mundo de los vivos para unirse a nuestras familias. Para
celebrar, las familias mexicanas construyen altares, elemento fundamental que
muestra el mestizaje de las religiones prehispánicas con la religión católica.
Hay altares de dos niveles que marcan el mundo de los vivos y el del inframundo,
el cielo y la tierra y de tres niveles representando: primer nivel representa el cielo,
el segundo la tierra y el tercero el purgatorio. El altar de siete niveles simboliza los
pasos necesarios para llegar al cielo y así poder descansar en paz.
Las ofrendas de día de muertos son altares de origen prehispánico. Estos eran
dedicados a distintas deidades y se colocaban en fechas diferentes. Sin embargo,
la del señor de los muertos, Mictlantecuhtli, se celebraba en el mes que ahora
conocemos como noviembre. Esta coincidencia fue aprovechada por los
evangelizadores durante La Colonia para hacer un sincretismo entre el cristianismo
y las creencias religiosas autóctonas.
Lo que nunca deben faltar son los objetos que representan los cuatro elementos de
la naturaleza:
Mictlantecuhtli, también conocido como el Señor del Inframundo, era la deidad del
pueblo mexica que, junto con Mictecacihuatli, reinaba el Mictlán, es decir, el lugar al
que iban las almas cuando las personas morían.
Cabe mencionar que, para los mexicas, contrario a la concepción cristiana, el lugar
al que iban los muertos no dependía de su comportamiento en vida sino de la forma
en la que fallecían. Por ello, de acuerdo con Mercedes de la Garza, podían ser
enviados al Mictlán o “lugar de los muertos”, al Tlalocan o “lugar del dios de la
lluvia”, al Tonatiuhihuícac o al Chihihuacuauhco.
Así, de acuerdo con algunas interpretaciones, pocos eran quienes iban al Mictlán –
dicho lugar estaba reservado para aquellos que morían por enfermedades–. Las
regiones del Mictlán –o lugar de los muertos– eran
• Chiconahuapan
• Tepectli Monamictlan
• Iztepetl
• Itzehecayan
• Timiminaloayan
• Teocoyohuehualoyan
• Izmictlan Apochcalolca
• Chicunamictlan
Sin embargo, llegar al Mictlán no era fácil. Según se cuenta, las almas debían
atravesar un camino en el que dos montañas chocaban entre sí, posteriormente
tenían que soportar “un viento cortante o que acarreaba navajas y finalmente,
atravesar ocho niveles del inframundo” para encontrarse con Mictlantecuhtli.
Después de cuatro días, el cuerpo era llevado a enterrar o cremar. A partir de ese
momento, el alma emprendía el difícil trayecto. Luego, cada año durante cuatro
años, se realizaban ostentosas ceremonias en el lugar donde se encontraban las
cenizas o el cuerpo del difunto. Así, este complejo ritual no solo ayudaba a que las
almas descansaran sino también a facilitar el proceso de duelo de los familiares.
Como cada año, los pueblos de la Costa Chica de Guerrero celebran a los difuntos
con el baile que les heredaron sus ancestros de origen africano: la danza de los
diablos, coreografía con la cual brincan y zapatean por las calles de Cuajinicuilapa,
llevando consigo las almas de los difuntos durante tres días, del 31 de octubre al 2
de noviembre.
Mientras tanto, en las casas comienza la otra preparación para “Todos los Santos”,
el de la comida para los altares. En casa de doña Elia Salinas acostumbran hacer
para el día tamales de carne de puerco crudo. El proceso es largo. Primero deben
ser cortadas y limpiadas, una a una las hojas de plátano, después se tortea la masa
en las hojas y luego se coloca el relleno antes de cerrarlos y llevarlos a la olla. El 31
de octubre es el día para recordar a los niños, así que estos tamales serán para su
ofrenda, la cual debe estar lista al mediodía, hora a en la que las ánimas de los
infantes comienzan a llegar.
Poco antes del mediodía los jóvenes se van juntando en los diferentes barrios de
Cuaji, llegan con sus máscaras de largas barbas y su vestimenta oscura,
desgarrada en algunos casos para que el personaje inspire más miedo a quienes
encuentren a su paso. Existen, al menos, 4 grupos de diablos. Los más antiguos
son los del barrio de la Iglesia, le siguen los Tetereques, los Auténticos de la Vicente
Guerrero y los Cuijleños.
La tradición dice que los diablos deben acudir a las 12 del día al panteón para
“atraer” las ánimas, así que en los barrios comienzan a escucharse los gruñidos y
risas características de los muchachos, quienes se transforman al colocarse la
máscara, espantando o haciendo maldades a uno que otro niño o jovencita que
pasan por ahí. El orden lo pone el Tenango, papá de los diablos, quien con el
estruendo de su látigo grita “vámonos, vámonos”; enseguida los forma en dos
columnas y comienzan a zapatear.
Presenciar esta danza impresiona por su energía y fuerza. Su zapateo que exige
una gran condición pues van marchando encorvados, manoteando con fuerza de
arriba a abajo y balanceando el cuerpo de un lado a otro al ritmo de la charrasca, el
bote y la armónica, los instrumentos imprescindibles de este baile.
Una vez realizado el compromiso del panteón, los diablos comienzan su recorrido
por los barrios del pueblo, formados en dos filas para acudir a las casas donde su
presencia es requerida, ahí bailan un par de sones y ofrecen un verso al casero,
pidiendo por su bienestar, quien a su vez les ofrece tamales o bebida, también algo
de dinero.
El festival contó con un amplio programa cultural que fue realizado en la explanada
municipal, así como en el zócalo de este poblado conocido como la Perla Negra del
Pacífico. Durante estos tres días se presentaron exposiciones, conferencias,
talleres de pintura, pero sobre todo bailables de las diversas regiones de la Costa
Chica. Entre ellas baile de chilenas, son de artesa, danza de diablos, danzas de
apaches, danza del toro de petate entre muchas otras, todas de gran tradición en
sus comunidades.
Uno de los eventos más esperados fue el encuentro de diablos, que reunió una
veintena de grupos de varias comunidades de la Costa Chica, tanto de Guerrero
como de Oaxaca, mostrando una gran diversidad de pasos, vestimentas y
máscaras. Todos mostraron que la danza es una de las tradiciones más arraigadas
de esta zona afrodescendiente, dotando a este encuentro de un halo de identidad y
orgullo.
Pero quizá el evento estrella fue el gran desfile con carros alegóricos que colmó la
calle principal de Cuajinicuilapa. Fue una fiesta de la diversidad y la cultura costeña
donde la identidad se portaba con atuendos típicos, los tecuanes con sus grandes
máscaras, las sanmarqueñas con sus faldas holgadas de colores, los apaches con
sus coronas, arcos y pintura negra, los diablos con sus máscaras orejonas con
crines, o los vaqueros portando su gran toro de petate. Todos desfilando hasta llegar
al escenario dispuesto frente a la presidencia municipal donde cada pueblo pudo
presentar su legado dancístico.
Cuando hablamos de la vida, la muerte siempre tiene lugar. Pero no son el temor ni
la tristeza las compañeras de la “calaca” en esta ocasión. Son las calaveritas
literarias; escritura en verso y los grabados que dan vida a imágenes divertidas y
jocosas, transformadas en una alternativa de desahogo cuando se vive una pena.
Quienes escriben panteones son personas que ven la muerte con un sentido del
humor, combinado con ingenio que les imprimen a sus escritos. Gustan desarrollar
su imaginación para decir lo que piensan, aceptando el reto de comunicarse en
verso, octavas o décimas de todos los sabores y gustos.
La historia de las calaveritas literarias
Esta forma de escritura se desarrolló desde el siglo XIX. Al cobrar fuerza en el siglo
pasado -XX-, las calaveritas literarias comenzaron a ser censuradas por los
gobiernos en turno debido a que una gran cantidad sirvió como crítica a los
funcionarios, pues en ellas se manifestaba la inconformidad que imperaba entre los
gobernados. La policía llegó a confiscar o destruir muchas de éstas, por eso no es
fácil encontrarlas en las hemerotecas. A pesar de la censura, en el Día de Muertos
se ejerce -ahora muy poco- esta forma de escribir, con el consentimiento de las
autoridades.
También hay quienes se manifestaron con gran fuerza en el arte sobre el tema de
la muerte. El más reconocido por sus grabados e ilustraciones de calaveritas
literarias fue el caricaturista, ilustrador y grabador originario de Aguascalientes José
Guadalupe Posada. Sus calacas de Francisco Villa, de Zapata, sus famosas
catrinas, don Quijote de la Mancha y calaveras ciclistas, entre otras, dieron la vuelta
al mundo.