Zulian C Hemos Votado
Zulian C Hemos Votado
Zulian C Hemos Votado
Claudio Zulian
Naturalmente la sociedad puritana del siglo XVII era una sociedad humana,
atravesada por rivalidades entre personas y grupos, intereses políticos y
comerciales, antagonismos sociales y étnicos, como cualquier otra. Sin
embargo, la particularidad de tener que interpretar todo ello a la luz de la
santidad, reducía, si no imposibilitaba, los dispositivos de mediación que
podían permitir un tratamiento de angustias y tensiones. Hacia finales del siglo,
el poder y la influencia de los Puritanos entraron en declive, en razón de los
cambios políticos que habían sucedido en Inglaterra. Conforme la crisis se
profundizaba – y dejaba al descubierto también otras problemáticas -, la
tensión creció hasta tal punto que una de las comunidades puritanas
implosionó. En la ciudad de Salem y en su provincia, empezaron a producirse,
en cadena, acusaciones populares de brujería que llevaron a enjuiciar a más
de doscientas personas, niños entre ellas, y a ejecutar a catorce mujeres y
cinco hombres, antes de que interviniera el gobernador. Este episodio,
conocido como “Los juicios de Salem”, escondía viejas enemistades entre
granjeros, intolerancia hacia estilos de vida no puritanos, prejuicios de clase,
racismo y miedo al futuro. Sin mediación posible, puesto que se trataba de una
sociedad de Santos, lo que eran viejas tensiones, desembocó en lo que ahora
llamaríamos una “burbuja de odio” y en ciega agresividad mortífera. El camino
entre el Cielo y el Infierno resultó mucho más corto de lo imaginado.
Estas aporías puritanas y sus ecos en la sociedad actual, no han sido óbice
para que la cultura estadounidense se desarrollara de manera robusta – con
muchas otras aportaciones - y acabara, como cultura, por conquistar el planeta.
Una sutil relación genealógica liga el puritano Reino del los Cielos en la tierra
con el derecho a la búsqueda de la felicidad terrenal afirmado en la declaración
de Independencia y con la promesa del inacabable goce mundano de la
sociedad de consumo. Asimismo, los genes del narcisismo que supone votar
“que nosotros somos los Santos”, están en el ADN del narcisismo de los
individuos consumistas, incapaces de tolerar la mínima contrariedad a sus
goces. En China, en Latinoamérica, en Europa y en África, la clase media
mundial ya ha hecho suyos tales rasgos.
Después de la caída del muro de Berlín, esta tensión hacia una sociedad “otra”,
mejor y más justa se viene abajo y la cultura de la clase media originada en
Estados Unidos se impone definitivamente en el mundo entero – no como una
ruptura sino como una marea que crece de manera incontenible. Lo que
antes podíamos reconocer como rasgos de la cultura estadounidense son
ahora los rasgos de nuestra propia cultura. Es por ello que, entre otras cosas,
tenemos que hacernos cargo de los ecos del puritanismo: exigencia de
adecuación a la ley de todo acto, punitivismo, patriotismo y narcisismo
asambleario.
Llama la atención que una parte importante de esta “americanización” sea obra
de los partidos y de la cultura de “izquierda”. Una izquierda que había hecho de
su antiamericanismo y de la luchas contra el imperialismo una de sus señas de
identidad, por lo menos desde la guerra de Vietnam - quisiéramos subrayar
que considermos el antiamericanismo genérico tan inane como el
americanismo beato. Sin embargo, hay que tener claro que trocar la idea de
una transformación revolucionaria de la sociedad por la de una pura guerra
cultural, significa aceptar que ya no hay una sociedad “otra” a la que aspirar. Se
tratará, a partir de ahora, de discutir sobre los estándares éticos de la sociedad
misma en la que vivimos, concebida ya como la única posible. Una discusión
que tendrá su arranque en la intolerancia propia del narcisismo consumista –
incapaz de ponderar las ofensas y diferenciarlas de las contrariedades. Una
discusión, también, que tendrá la forma de la denuncia individual ante la
sociedad en su conjunto y el desprecio por toda mediación – no importa lo que
diga el juez, sino lo que “yo creo”. Todo ello significa el desmontaje de la
tradición crítica de la izquierda de tradición europea – escéptica y
revolucionaria - y su definitiva “americanización” – creyente y reformista. Pero
no se trata aquí de añorar un pensamiento y una praxis que ya mostraron sus
graves limitaciones. Más bien, nos parece importante revitalizar la imaginación
de una sociedad otra y, entre otras cosas, evitar de este modo la cita en Salem
que tiene toda sociedad de Sant@s.