La Unión Latinoamericana - José María Torres Caicedo

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José María

Torres Caicedo

Unión Latinoamericana
Pensamiento de Bolívar para
formar una Liga Americana

Co lecci ó n de l a Unidad Sudamericana


AUTORIDADES

PRESIDENTE DE LA NACIÓN ARGENTINA


ALBERTO FERNÁNDEZ

MINISTRO DE RELACIONES EXTERIORES, COMERCIO INTERNACIONAL Y CULTO


CANCILLER SANTIAGO CAFIERO

SECRETARIO DE RELACIONES EXTERIORES


EMBAJADOR PABLO ANSELMO TETTAMANTI

DIRECTORA DE ASUNTOS CULTURALES


PAULA VÁZQUEZ
José María
Torres Caicedo

Unión Latinoamericana
Pensamiento de Bolívar para
formar una Liga Americana

Col ecci ón d e l a Unida d Sudamericana


Torres Caicedo, José María
Unión latinoamericana : pensamiento de Bolívar para formar
una liga americana / José María Torres Caicedo. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : Ministerio de Relaciones Exteriores y
Culto, 2023.
216 p. ; 23 x 16 cm. - (De la unidad sudamericana)

ISBN 978-987-1767-47-2

1. Política Latinoamericana. I. Título.


CDD 327.098

© 2023, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto

Primera edición: noviembre de 2023

Coordinación general: Paula Vázquez, Directora de Asuntos Culturales


Curaduría general de la colección: Víctor Jorge Ramos

Realización gráfica: Editorial Universitaria de Buenos Aires


Diseño de tapa: Alessandrini & Salzman

Impreso en Argentina
Hecho el depósito que establece la ley 11.723

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su alma-


cenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, fotocopia u otros
métodos, sin el permiso previo del editor.
PRÓLOGO
TORRES CAICEDO, EL “INVENTOR”
DE LA AMÉRICA LATINA

Santiago Cafiero

J
osé María Torres Caicedo nació en Bogotá en 1830, sus padres
murieron pronto y el niño fue criado y educado por el arzobispo
Manuel José Mosquera, miembro de una familia de gran peso
político, quien lo formó como pensador y lo influirá con ideas con-
servadoras. Ejerció de joven el periodismo en El Día y La Civilización,
y desde allí se fue convirtiendo en uno de los principales opositores
al Partido Liberal. El fragor de la lucha política lo llevaría a batirse
a duelo y, al ser herido gravemente por un disparo, decide viajar a
Francia para tratarse. Nunca más volvería a Sudamérica.
Una vez en París, la revolución de 1848 y las ideas del socialismo
utópico lo impresionaron fuertemente. Allí, como era usual en la
época, comenzó a desempeñarse como embajador de varios países
(Colombia, Venezuela y El Salvador); y al mismo tiempo dirigía la
revista El Correo de Ultramar y se ocupaba de los muchos viajeros
que cruzaban el océano y hacían de la capital francesa el segundo
hogar de los intelectuales latinoamericanos.
En 1856 escribe el poema “Las dos Américas” donde por primera
vez se usa el concepto “América Latina” como referencia geográfica
y cultural opuesta a la norteamericana. Dice así:

La raza de la América Latina


al frente tiene la sajona raza,
enemiga mortal que ya amenaza
su libertad destruir y su pendón.

Y unos años después funda en París la Sociedad de la Unión


Latinoamericana, en cuyos fundamentos promueve el nacimiento
Prólogo. Torres Caicedo, el “inventor” de la América Latina

de una confederación continental de acuerdo a las ideas de Simón


Bolívar, el proyecto de una patria única que reuniera a todos sus pue-
blos para defenderse del peligro que, según él observaba, entrañaba
el expansionismo de la “América sajona”. Y razones no le faltaban,
habida cuenta de las incursiones que por esos años realizaba el pirata
William Walker, que con el aval de buena parte del poder estadouni-
dense, había invadido México, Honduras y Nicaragua (donde incluso
se había proclamado presidente).
En 1865 escribe Unión Latinoamericana. Pensamiento de Bolívar
para formar una Liga Americana, el libro que hoy sumamos a la
Colección de la Unidad Sudamericana, y se convierte ya decidida-
mente en el principal difusor de la causa de la unidad latinoamerica-
na en Francia y el resto de Europa. Y en el mayor denunciante de la
doctrina del “destino manifiesto” de los Estados Unidos (“Extenderse
por el continente asignado por la Providencia para el libre desarro-
llo de nuestros millones de habitantes”), que había sido reactivada
durante la gestión del presidente James Buchanan.
Torres Caicedo argumentaba que el idioma, la religión y la his-
toria común generaban un lazo de hermandad entre los pueblos de
las repúblicas de la región. Un lazo que existía desde antes de la
colonización y que no desaparecía con ésta porque era cultural y
no racial, de modo que los pueblos originarios y los afroamericanos
eran parte constitutiva de esa hermandad.
Escribía al respecto el político bogotano: “Los países america-
nos que tienen un mismo origen, comunidad de intereses, idénticas
tradiciones, las mismas instituciones, un mismo idioma, una misma
religión y aspiraciones comunes, están llamados a unirse, porque la
unión es la más irresistible como la más fecunda de las afirmaciones”.
Y, más allá de las distintas religiones que hoy se profesan en
estas tierras, de las peculiaridades con que la historia ha nutrido a
los distintos pueblos, resulta evidente que aquel lazo de hermandad
se ha mantenido y profundizado. Y experiencias como el Mercosur,
la Unasur o el Parlasur representan avances fundamentales en el
proceso de integración continental.
Antes de morir, José María Torres Caicedo dejó escritas las si-
guientes palabras testamentarias: “Para mí, colombiano, que amo con
entusiasmo mi noble patria, existe una patria más grande: la América
Latina”. Y nosotros, argentinos amantes de la Argentina, podríamos
suscribir esas mismas palabras en el siglo XXI, y seguir luchando por
esa Patria Grande que vislumbraron nuestros próceres dos siglos atrás.

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Los siglos no presenciarán un espectácu-
lo más digno de la civilización que el del
Congreso Americano.
Abate de Pradt, Congreso de Panamá

Una de las condiciones de la paz perpetua


consiste en que el derecho público sea fun-
dado en una federación de Estados libres.
Un derecho tal solo puede confirmarse de
una manera estable, en una Asamblea gene-
ral de los Estados independientes, análoga a
la unión de los individuos que forman cada
Estado separado.
Immanuel Kant, Sobre la paz perpetua

La justicia es la grande política perpetua de


la sociedad civil, y cada derogación notable
a sus principios, en cualquiera circunstancia
que sea, está fundada en esta preocupación:
que no existiría ninguna política en el mundo.
Edmund Burke
UNIÓN LATINOAMERICANA
I
INTRODUCCIÓN

N
o pretendemos trazar una historia completa de las fases por
que ha atravesado la grande idea concebida por el genio de
Bolívar, de reunir en una Liga permanente a los pueblos del
Nuevo Mundo. La tarea sería muy larga y superior a nuestras fuerzas.
Queremos únicamente manifestar la necesidad lógica de esa idea,
exponer cómo fue puesta en práctica antes de formularse la teoría,
señalar el principio de ejecución de la idea boliviana, los obstáculos
que ha encontrado, y de dónde han surgido, la posibilidad de la eje-
cución de una liga americana, el plan que acaso debería adoptarse.
Las sociedades humanas han tendido siempre a la unidad. La
humanidad es una, y a través de las trasformaciones que han venido
sufriendo las aglomeraciones humanas, ya en los tiempos anteriores
al cristianismo, ora en los diez y nueve siglos de nuestra era, el desa-
rrollo de las leyes generales preexistentes, aun cuando lentamente
efectuado, ha sido y es patente.
La esclavitud no existe sino en unos pocos Estados del mundo
civilizado, y no se mantiene por los mismos que sostienen tan inicua
institución, sino a título de transitoria y sin darle carácter alguno de
legitimidad. No será aventurado augurar que el siglo XIX no termi-
nará sin haber visto expurgada la tierra de esa infame explotación
del hombre por el hombre.
La familia está constituida bajo bases regulares: ya la mujer y los
hijos no son considerados como cosas, sino que se les ha reconocido
su carácter de criaturas de Dios, que en lo civil tienen, en determi-
nados casos, restringidos ciertos derechos.
En las asociaciones políticas, el absolutismo forma la excep-
ción, el régimen representativo se aclimata aun en los países más

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I Introducción

refractarios; se ha proclamado un gran código de principios que,


exaltando la personalidad humana, reconoce y consagra los dere-
chos individuales.
Las relaciones entre nación y nación, gracias a la fuerza expan-
siva de las ideas, a los elementos democratizadores –el vapor, el
telégrafo, etcétera–, tienden a venir a ser lo que serán en un porvenir
no muy lejano: relaciones libres de cambio de ideas y de productos.
La guerra, menos frecuente, se hace con un carácter menos feroz.
En las guerras continentales, se ha avanzado mucho, no repután-
dose como enemigos a los pueblos, haciendo el mal estrictamente
necesario, y observando ciertas formas que ningún gobierno que se
respete puede ya abandonar. En las guerras marítimas, el progreso
no ha sido tan sensible, pero no es menos real, y ese progreso ha
sido mayor desde 1856.
Las causas perturbadoras de la paz son las mismas hoy que antes:
el orgullo, la ambición y la codicia, que engendran el despotismo, la
opresión y la conquista. En lo interior, en varios Estados, los sobera-
nos que invocan en su favor el derecho divino, no reconocen, o violan
después de reconocerlos, los derechos individuales. En lo exterior,
unas naciones subyugan a otras. La cuestión que se ha llamado de
razas, y que no es sino de nacionalidades, tuvo su nacimiento a la
caída del Imperio romano; ha ido transformándose a medida que las
sociedades han pasado por el feudalismo, el comunalismo, el despo-
tismo, el régimen constitucional. Hoy esa cuestión está formulada
de una manera terminante, y ya ha empezado a tener una solución
práctica y radical. Su triunfo definitivo es seguro.
Cuando no haya nacionalidad alguna esclavizada, cuando el
equilibrio entre la autoridad y la libertad sea un hecho positivo,
entonces la humanidad formará una sola y gran familia, consagrada
a la obra de la producción por medio del trabajo y de la ciencia, y
haciendo concurrir cada vez en una escala mayor las fuerzas natura-
les a la obra del hombre. Entonces diversas fracciones de la familia
humana se hallarán separadas, no por rivalidades y diversas teorías
políticas y comerciales, sino solo por los mares y los continentes.
Pero antes de que llegue este tiempo feliz, y para que su llegada
se anticipe, preciso es que los débiles expoliados, o en peligro de
serlo, se unan contra los fuertes y expoliadores, o con tentación de
llegar a expoliar. Para esto las confederaciones, la unión, las ligas.
¿A qué trazar la historia de las antiguas ligas? Si no fuera por
deseo de ostentar una erudición de mal gusto, inútil sería hacer la

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Unión Latinoamericana

historia de la Liga Aquea, liga cuyos fines eran de política exterior,


la Liga Anfictiónica, para objetos internos; la creación del Santo
Imperio Germánico Romano; la Liga Lombarda; la Liga Anséatica; el
proyecto de Henrique IV, de Sully y de la reina Isabel de Inglaterra;
la Cuádruple Alianza; los proyectos de paz perpetua de Kant, Saint-
Pierre, Rousseau, Bentham; la Asociación formada en la Haya a
principios de este siglo, etcétera, etcétera. Tampoco viene a cuento
hablar de las mil combinaciones que los políticos de fantasía han
pretendido crear en Europa, de Estados Daceo (Dace), Slavo, Griego,
Toon, Siriaco, Turcoman, Mesopotámio, etcétera, para venir a formar
la Unión Bizantina. Todo esto es inútil a nuestro propósito.
¿A qué hablar tampoco de esos conciliábulos formados por los
soberanos absolutos para poner en tutela a los pueblos y esclavizar-
los, para impedir la difusión de las ideas liberales, y amenguar a los
pueblos que sirven de faro a la humanidad cual es la Francia? ¿A qué
hablar de la Santa Alianza, de los Congresos de Viena, Aquisgran,
Troppeau, Laybach, Verona? Baste recordar que en el congreso de
Verona se declaró:

que era incompatible el gobierno representativo con el principio


monárquico; opuesta al derecho divino la máxima de la sobe-
ranía del pueblo; que las altas partes contratantes se obligaban
a unir sus esfuerzos para destruir el sistema del gobierno re-
presentativo en los Estados de Europa donde existiera, y evitar
que se introdujese en otros; que prometían adoptar medidas
para suprimir en todos los Estados de Europa la libertad de
imprenta, pues este era el medio más eficaz que se empleaba
para perjudicar los derechos de los príncipes.

Estas tentativas insensatas, pues “las balas que se dirigen contra


las ideas son rechazadas y hieren a los mismos que las dirigen”, lo
eran tanto más cuanto que la libertad humana no puede retrogra-
dar después de la gran revolución francesa, de la emancipación de
la América anglosajona, y de la independencia de las repúblicas
latinoamericanas.
En prueba de esto, vemos que aún en Austria penetran los prin-
cipios del régimen constitucional y del sistema representativo. Las
ideas son contagiosas. En toda la Europa se siente un estremecimien-
to precursor de grandes acontecimientos, y ya se han modificado
las relaciones de los principados danubianos con la Puerta; la Italia

13
I Introducción

ha dejado de ser una expresión geográfica y ha pasado al rango de


gran Nación.
¡Qué diferencia desde el Congreso de Verona! El de 1856 procla-
ma los más grandes principios en favor de las nacionalidades y de
los derechos de los pueblos. En 1864 el soberano de una gran nación
invita a los demás Estados a formar un Congreso de la Paz, para dis-
cutir las arduas cuestiones pendientes, a fin de evitar que el cañón
pronuncie el fallo definitivo.
Pero vamos a nuestro objeto.

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II
CONFEDERACIÓN Y FEDERACIÓN. LO QUE
HA SIDO LA FEDERACIÓN EN LA AMÉRICA
ANGLOSAJONA Y EN LA AMÉRICA LATINA

A
ntes de dar a conocer el curso que ha venido trayendo la idea
de formar la Liga Americana, preciso es abordar, aunque a
la ligera, el examen de otro asunto. El de la forma federativa
que han adoptado varias naciones latinoamericanas, sistema más
desfavorable que propicio al gran resultado que se desea obtener.
Desde luego hacemos la necesaria diferencia entre lo que es una
confederación, reunión de Estados soberanos, que ejercen respecti-
vamente la soberanía inmanente y transeúnte, y que se hallan unidos
por medio de un lazo interno para conservar la vida y las tradiciones
de raza y resguardar los intereses territoriales y los derechos histó-
ricos, y la federación en todos sus accidentes, forma exagerada del
sistema municipal, y que las más de las veces establece un antago-
nismo radical entre las secciones o entidades particulares y la gran
entidad política nacional; forma que si prevaleciera en el mundo,
importaría nuevamente el régimen feudal puro.
Siempre hemos combatido el sistema de centralización adminis-
trativa, pues existiendo este, la plétora, como dice Lamenais, está en
el centro, y la parálisis en las extremidades. Somos partidarios del
establecimiento de un régimen municipal que ponga a las secciones
en pleno ejercicio de sus derechos, y que les atribuya el libre manejo
de sus intereses. Así como combatimos la centralización administra-
tiva, combatimos también el sistema federativo.
Federar es unir, foederis, y no necesita de unión lo que no
está desunido. En la América anglosajona, la nueva Inglaterra, la
Pensilvania, Nueva York, colonizados por puritanos, por cuákeros,
por compañías de comercio, etcétera, durante muchos años vivie-
ron bajo el imperio de leyes, tradiciones y costumbres diferentes. Al

15
II Confederación y federación. Lo que ha sido la federación en la América...

separarse de la metrópoli, las diferentes porciones que constituían la


América anglosajona tenían dos medios que aceptar: vivir desunidas,
absolutamente independientes, y así se exponían a las luchas de
Estado a Estado y aparecían débiles ante el extranjero, o bien se unían
bajo un gobierno nacional, conservando cada Estado el modo de ser
peculiar que le habían dado varios siglos de existencia. Entonces se
pensó en reunir esas partes separadas, en FEDERARSE: é pluribus
unum. La América anglosajona obró impulsada por la ley de la ne-
cesidad, y obrando así, siguió el sentido etimológico e histórico de
la palabra federar. En los Estados de la América Latina, colonizados
de un mismo modo, teniendo idénticas leyes, tradiciones, religión,
¿qué se quiere obtener con la federación à contre-sens? De la unidad
se va al fraccionamiento, al desquicio. Allí no hay e pluribus unum,
sino ex uno plures.
Los innumerables Estaditos del antiguo Santo Imperio
Germánico romano se refundieron en la confederación del Rhin en
1806, y tomaron su forma actual en 1815.
Hoy ¿a qué aspiran los diversos pueblos alemanes? A la unión,
a la centralización gubernamental, acompañada de la descentrali-
zación administrativa.
Si hay una parte del mundo en que las necesidades, las tradi-
ciones y hasta los antiguos odios aconsejaran aceptar el sistema
federativo, sería en Italia; y ya vemos que con heroica constancia se
trabaja por llegar a la unidad nacional.
¿Qué fueron la Francia y la España mientras no se constituyó esa
grande unidad política que hoy tienen? La historia nos lo enseña.
Solo que estas dos naciones han ido a parar en el exceso de la cen-
tralización. ¿Por qué causas se vio comprometida la independencia
de Venezuela y entronizada la sangrienta dictadura de Boves? ¿Cómo
empezaron las primeras luchas civiles de la Nueva Granada en los
albores de su independencia, y qué ha sucedido en esa república
desde 1857? ¿Por qué dieron tantos escándalos los Estados de la
América Central? ¿Cómo ha venido a parar México en lo que hoy es?
¿Qué principio político proclamó Rosas, y por qué se ha derra-
mado tanta sangre en la República Argentina? Preguntad todo eso a
los federalistas y al mundo entero.
Del feudalismo siguieron las sociedades, en su marcha progre-
siva, hacia la constitución del poder soberano depositado en los
reyes, luego en los barones y los reyes, más tarde en el poder real y
las cámaras representativas. La centralización en Europa adolece de

16
Unión Latinoamericana

muchos defectos; pero el principio es incuestionablemente bueno,


útil y necesario.
La federación en países como los del Nuevo Mundo excita la am-
bición a un grado infinito, despierta los odios lugareños, debilita el
amor a la Patria común, pone trabas a la unidad de acción que debe
tener todo gobierno, aumenta los gastos seccionales, y por consi-
guiente los de la nación, mantiene constantemente agitadas a esas
nuevas creaciones políticas que se denominan Estados, organiza las
dictaduras locales en permanencia...
En todas partes se ve como un signo de progreso y de civiliza-
ción el que se adopten los mismos códigos, pesos, pesas y medidas,
etcétera. En nueva Granada (hoy Estados Unidos de Colombia), con
el sistema federativo que ha adoptado, se ha destruido esa unidad,
y cada antigua provincia, hoy Estado, puede darse y se ha dado sus
códigos particulares, tanto civil como criminal, comercial, etcétera;
y aun se ha llegado a negar la extradición, de Estado a Estado (pro-
vincia a provincia), de reos que han cometido los más atroces delitos.
No es, por cierto, adoptando ese sistema de cacicazgos, debili-
tando las diversas entidades políticas, formando de cada provincia
un Estado soberano, que se ponen las bases para constituir una gran
Confederación Americana, o para una Liga, si se quiere.
Lo repetimos: el establecimiento de un amplio y liberal sistema
municipal, base de la libertad, es opuesto al sistema federativo a la
hispanoamericana.

17
III
CONVULSIONES DE LA AMÉRICA LATINA,
NATURALES EN LA INFANCIA DE LOS
PUEBLOS

¿Pero qué podrá hacer la América Latina, se dice, cuando esas


repúblicas tienen una existencia agitada y viven en las convulsiones
de las guerras civiles? Repitamos las palabras de otro escrito:
Es una injusticia notoria acusar con tanta acrimonia a las repú-
blicas de la América Latina por sus constantes convulsiones políticas,
cuando las viejas naciones europeas están unas en guerra, otras bajo
el régimen de la paz armada. Las jóvenes naciones de la América
Latina luchan y lucharán aun por constituirse definitivamente, por
hallar su centro de gravedad, por establecer de una manera sólida
y permanente la armonía entre los derechos y los deberes, que es lo
que constituye las naciones libres, los gobiernos justos.
Pero ¿qué es lo que hacen las potencias de Europa, tan avanza-
das en la civilización por estar tan avanzadas en edad? Cuando no
se entregan a los horrores de la guerra civil, y se entregan a ellos
con frecuencia, se despedazan entre sí, o los más fuertes impo-
nen la ley a los más débiles, turbando siempre la paz del mundo,
haciendo derramar la sangre de los hijos del pueblo, violando los
principios de moral y de justicia, retardando el desarrollo de los
intereses materiales, condición esencial del reinado de la liber-
tad y de la vida fácil y barata, retardando la fusión de las razas
y el imperio de la armonía universal. Al menos las luchas de las
naciones americanas tienen por origen, las más de las veces, el
establecimiento de un principio, se traban por establecer ciertas
bases de organización social; demuestran, hasta cierto punto, la
vitalidad que exhiben los pueblos, así como los individuos, cuando
llega la época de su desarrollo. Pero en Europa, esas luchas son,
en general, entre los pueblos fuertes que quieren expoliar a los

19
III Convulsiones de la América Latina, naturales en la infancia de los pueblos

débiles, que les disputan sus territorios, que pretenden hacerles


imposible el porvenir.
Las intervenciones de la Europa en América tienen estos mismos
caracteres.
Las guerras civiles en los Estados latinoamericanos, si presentan
algo de terrible, también presentan mucho de grande y de noble, por
más que se diga: tienden a alzar y consolidar en las regiones vírgenes
de América el templo del orden, de la libertad y de la justicia. Las
guerras europeas, las guerras entre dos Estados o entre muchos a la
vez, son guerras movidas por la ambición, casi siempre tienen por
objeto la codicia y están animadas por el espíritu de dominación.
Muy pocas hay, si no del todo hechas por amor al Derecho (puesto
que el mantenimiento del equilibrio de fuerzas entra por mucho),
al menos sin atentar contra el Derecho: tales son la de Crimea y la
gloriosa de 1859. Aquella no tuvo sino un defecto: no resolvió nada;
esta se detuvo en mitad de su carrera, y lo que pasa hoy prueba que
el mal se pudo cortar de raíz, y se dejó subsistente.
¡Y cuánto no se podría escribir sobre la manera de ser actual de
la Europa! Ahí está la Polonia repartida entre tres potencias, a pesar
de los principios y de los tratados; Cracovia absorbida; la Serbia y el
Montenegro, independientes en el nombre, y obligados a reconocer
la suzeranía de la Puerta, y aun a admitir guarniciones turcas en
la capital de aquel principado; la Moldavia y la Valaquia luchando
contra la Inglaterra, la Turquía y el Austria, que no quieren que se
refundan en un solo Estado; y la Hungría, y las cuestiones de los
ducados daneses, etcétera, etcétera.
Los estados latinoamericanos, a pesar de sus constantes luchas
intestinas, hacen notables progresos: en la mayor parte de ellos se
hallan reconocidos y garantizados todos los derechos individuales;
en sus códigos se hallan consignados los principios de libertad de
comercio y de tolerancia de cultos; el régimen municipal se encuentra
bien organizado; la instrucción pública hace rápidos progresos; la
literatura. la política, la historia, las ciencias, cuentan con ilustres
representantes, muchos de los cuales son altamente apreciados en
Europa, como Caldas, Mútiz, Zea, Bello, Vargas, Toro, Baralt, Pardo y
Aliaga, Acosta, Mitre, Pacheco y Obes, Lastarria, etcétera, etcétera; el
comercio casi duplica todos los años; los extranjeros son admitidos
a gozar de los mismos derechos civiles que los nacionales, y con las
mayores facilidades obtienen carta de naturalización; los ríos inte-
riores, en la mayor parte de esos Estados, están abiertos a la libre

20
Unión Latinoamericana

navegación de todos los buques del mundo; las aduanas tienen el


carácter de fiscales y no el de protectoras; las contribuciones, com-
paradas con las que se pagan en Europa, son muy reducidas; libres
de todo impuesto se declaran los libros, diarios, establecimientos
tipográficos y cuanto puede contribuir a difundir las luces.
En las repúblicas hispanoamericanas falta algo de muy impor-
tante para que lleguen a ser emporios de riqueza, para que sean la
tierra feliz y envidiada, un verdadero paraíso: son las vías de comu-
nicación. Si las tuvieran esos Estados, sus inmensas riquezas natu-
rales tendrían fácil salida, el trabajo sería un eficaz derivativo a esa
actividad febril de sus habitantes que se traduce por movimientos
revolucionarios. Eso que falta es mucho, decimos; pero no se forman
ingentes capitales en pocos años, ni en un estrecho lapso de tiempo
se pueblan territorios vastísimos, donde cabe dos y tres veces la po-
blación actual de la Europa. Todo aquello vendrá ayudando el tiempo,
y vendrá con más rapidez de lo que ha venido para las naciones del
viejo continente.
Hay una idea que debería difundirse y hacerse triunfar en todas
las naciones americanas, a saber: que los partidos se habitúen al
sistema de compromisos; que aprendan a respetar a sus adversarios
y a verlos sin celo en el poder; que no aspiren al triunfo exclusivo de
sus respectivos programas; que siempre y en todo caso lo esperen
todo de las luchas legales y no de las lides a mano armada.
La población de las repúblicas de la América Latina solo cons-
taba en 1810 de once millones de habitantes; hoy es de 26 millones.
Su comercio exterior, nulo en 1810, hoy sube a 175.000.000 de pesos
fuertes (875.000.000 de francos). Además, en América están resueltas,
o mejor dicho, no existen las cuestiones de casta, nacionalidades,
etcétera, etcétera.
Mientras que en España, por ejemplo, el 75% de la población
(véanse los datos oficiales), no sabe leer ni escribir, en Chile, y lo mis-
mo sucede en casi todas las otras repúblicas americanas, el número
de las escuelas es de 938 para una población de 1.700.000 habitantes;
el número de alumnos es de 47.717; el gasto es de 5.000,000, cuando el
presupuesto general de rentas solo sube a 37.000.000 de francos: esto
es, hay destinados 5.000 fr. por escuela, 100 fr. por alumno, 3 fr. por
cada habitante. En Francia, el gasto correspondiente a cada alumno
es de 38 sueldos. En el presente año, Chile tendrá 1.670 escuelas.

21
IV
LA LIGA LATINOAMERICANA SE
REALIZÓ DURANTE LA GUERRA DE LA
INDEPENDENCIA, ANTES DE FORMULARSE LA
TESIS. HOY ¿QUÉ CARÁCTER TIENE?

¿Es posible, es practicable la idea de la unión americana? En


vez de disertaciones especulativas, más o menos controvertibles,
citaremos un hecho que responde completamente a la cuestión.
Bolívar y San Martín, esos dos egregios ciudadanos latinoame-
ricanos, realizaron la unidad de la América Latina, antes de formular
la teoría de la unión.
Después de haber proclamado y casi afianzado la independencia
de los pueblos del Plata, San Martín, a la cabeza de sus batallones,
atravesó los Andes, para ir a dar libertad a Chile y al Perú. El triun-
fador de San Lorenzo, lo fue también el de Chacabuco y de Maipú.
Bolívar, partiendo de las zonas que baña el caudaloso Orinoco,
llevando la victoria por delante, dio libertad e independencia a la
que fue la gloriosa Colombia-Venezuela, Nueva Granada y Ecuador y
llevó sus huestes invencibles hasta la hermosa ciudad arrullada por
el Rimac; y asegurando y sellando en Ayacucho (aquí debe citarse el
nombre del gran Mariscal Sucre), y Junín la independencia ameri-
cana, elevó al Perú al rango de Estado Soberano, y creó la República
de Bolivia.
Hay quien califique de utopía el pensamiento fecundo de Bolívar,
que hoy se realiza en Lima, de formar una confederación latinoa-
mericana. Los que así hablan olvidan la historia de esos países, que
desde 1810 hasta 1824, lucharon unidos por obtener su emancipa-
ción; olvidan que entonces los patriotas no tenían casi elementos,
que no se había aún formado el espíritu público, y que en vez de las
tradiciones de la existencia propia, solo había la de los trescientos
años del régimen colonial.

23
IV La Liga Latinoamericana se realizó durante la guerra de la independencia...

Pero, ¿la unión americana se forma con un espíritu hostil? ¿Su


misión es de agredir, de mostrar su mala voluntad contra alguna o
algunas naciones del Viejo Mundo? No, a fe. La América usa de su
derecho para precaverse de los peligros que pueden venirle de fue-
ra, para afrontar en común la lucha, si alguna vez surge, contra la
independencia de alguno de esos Estados; para formular un código
de derecho público americano; para reclamar y hacer que se obser-
ven en el Nuevo Mundo los principios de Derecho de gentes que se
practican entre las naciones europeas; para fijar una base, y, si es
posible, establecer un tribunal que dirima las cuestiones de límites,
a fin de evitar las guerras que por esa causa pudieran estallar entre
aquellas repúblicas; para estatuir lo relativo al comercio, a la indus-
tria, al ejercicio de las profesiones de los hijos de esa gran familia
cuando pasen de un Estado a otro.
Carácter ofensivo ni hostil no puede tener esa Liga, porque ridí-
culo sería suponer que esas repúblicas pudieran concebir tan absurdo
proyecto. Pero ¿resultará de esa reunión de plenipotenciarios algo
que sea contra los intereses extranjeros? Jamás. En el Nuevo Mundo,
además del carácter hospitalario de sus habitantes, se ha admitido
como principio y ha entrado en las costumbres el amor y respeto a
los extranjeros honrados y laboriosos que se dirigen a esas regiones
a contribuir con su capital y sus esfuerzos a la obra de la civilización,
impulsando el desarrollo de la industria y del comercio nacionales.
En los países americanos, los extranjeros son recibidos como
hermanos, pues allí se hallan consagradas las grandes leyes de la
fraternidad y de la solidaridad. Los americanos no ignoran que am-
bos continentes se necesitan mutuamente. El antiguo mundo envía
al nuevo la luz de la ciencia, los descubrimientos de la industria. El
nuevo presenta al antiguo un vasto campo para el comercio y fecundo
terreno para que fructifique toda idea generosa.
Así, inútil es calumniar las intenciones de los americanos. Ellos
saben que al atacar a los extranjeros, se harían daño a sí mismos.
A lo más, se dictarán medidas uniformes para poner término a ese
insoportable sistema de reclamaciones que han inventado los aven-
tureros que en ninguna parte se hallan bien, y que adonde quiera van
buscando querellas y fortunas adquiridas por medios deshonrosos.
La Europa está tan interesada como la América en que tales gentes
no encuentren protección; porque esos hombres maleados pueden
acarrear inmensos perjuicios a los inmigrados inteligentes, laboriosos
y honrados que van a aumentar su fortuna en los pueblos americanos.

24
Unión Latinoamericana

La liga de los débiles no tiene por qué inquietar a los fuertes


cuando estos se hallan dispuestos a respetar la justicia y el ajeno
derecho.
Los países americanos que tienen un mismo origen, comunidad
de intereses, idénticas tradiciones, las mismas instituciones, un
mismo idioma, una misma religión y aspiraciones comunes, están
llamados a unirse, porque la unión es la más irresistible como la más
fecunda de las afirmaciones.
Desde que se lanzó esa idea en 1822, siempre ha prevalecido la
misma fórmula: “Unión, liga, confederación, para consolidar las re-
laciones existentes, para sostener la soberanía e independencia de
cada república, para no consentir en que se infieran impunemente
ultrajes a ninguna, como el de alterar sus instituciones, o que indivi-
duos desautorizados invadan el territorio de alguno de esos Estados”.

25
V
EL PROYECTO CONCEBIDO
POR BURKE – LA IDEA BOLIVIANA

L
a América Latina puede y debe formar una liga, mas no una
confederación, en el sentido que la formulaba un publicista
norteamericano. Casi al mismo tiempo que Bolívar proclamaba
la necesidad de la liga, el norteamericano Burke lanzaba la idea de
formar una confederación.
Burke decía:

Para consumar el grande edificio de la libertad e independencia


del sur de América; reunir las miras y esfuerzos de todas sus
provincias; darles uniformidad; comunicar a todos unos mismos
beneficios, presentarlas tanto a sus amigos como a sus enemigos
con las fuerzas de un todo, es evidente que se debe establecer
un gobierno general y central, ya para obtener y asegurar de ese
modo el bien general como para impedir la rivalidad, la oposición,
la ambición, la fragilidad, las intrigas exteriores y las guerras
domésticas, que de otro modo serán la consecuencia fatal de
la ausencia de concierto entre las provincias. Para lograr, pues,
este objeto importante, es preciso que el pueblo de las diferentes
provincias elija un cierto número de diputados por cada una, con-
forme a su extensión y población, para que sean representadas
en un congreso continental y general de toda la Unión.
Por ahora, cada congreso provincial debería elegir de su propio
seno el número de miembros que se asignen a cada provincia
para la formación del congreso general.

La idea de Burke, de constituir una confederación de esa especie,


nada tiene de practicable en países vastísimos, algunos de ellos dos

27
V El proyecto concebido por Burke – la idea boliviana

y tres veces más grandes en territorio que la Francia, y separados


por los mares o interceptados por altísimas montañas y dilatadas
cordilleras. ¿Cómo funcionaría un gobierno central en tan inmensa
extensión de territorio? Esa idea no se presta siquiera a la discusión.
El pensamiento fecundo es el de Bolívar: la formación de la Unión
y Liga americanas.
Al pretender dar forma a la idea boliviana, casi siempre se ha
andado por mal camino; y esa es una de las causas que ha retar-
dado la realización de la Unión y Liga americanas. Los gobiernos,
desde los primeros tratados celebrados entre Colombia y México,
hasta el tratado que se llamó continental, entre el Perú, Chile y el
Ecuador (tratado que las demás repúblicas no aceptaron); desde
el congreso de Panamá hasta el de Lima, en 1847, los gobiernos
americanos, decimos, han tenido en mira las relaciones entre ellos
más bien que las relaciones entre los pueblos; han querido esta-
tuir sobre puntos de menor importancia, olvidando los grandes
intereses continentales.
Aun cuando la idea de la Unión y Liga americanas es del todo
pacífica, en más de una vez los pueblos americanos han vuelto
a invocarla como un Palladium a causa de peligros de guerra y
de conquista: tal sucedió cuando la invasión de México por los
ejércitos angloamericanos, cuando la proyectada expedición del
general J.J. Flores contra el Ecuador, y cuando las expediciones
que el filibustero Walker, auxiliado por el gobierno norteameri-
cano, compuesto entonces de hombres del Sur, llevó contra la
América Central.
Se ha creído, fundándose en las apariencias, que el atentado
cometido contra el Perú era la causa determinante de la reunión del
Congreso que hoy delibera en Lima. No es así: el Congreso estaba
convocado desde mucho antes de que surgiera el conflicto peruano-
hispano, desde enero de 1864. Solo que su reunión en las actuales
circunstancias tiene, sin quererlo, una significación profunda: la
firme voluntad de los Estados independientes de América, de reunir
sus fuerzas a fin de mantener la soberanía e independencia de todas
y cada una de las entidades políticas de ese vasto continente.
Y no solo ha existido siempre el firme propósito de formar la
Unión y la Liga americanas, sino que, como efecto de una misma
causa, los buenos patriotas han tendido a la formación de confede-
raciones parciales, como las de Colombia; Perú y Bolivia; Repúblicas
del Plata; América del Centro.

28
Unión Latinoamericana

Ya se habría realizado la reconstitución, sobre nuevas bases,


de la gloriosa Colombia (Venezuela, Nueva Granada y Ecuador), si
un soldado turbulento no hubiera pretendido realizar a balazos esa
unidad parcial, sin contar con la voluntad de las diversas secciones,
independientes desde 1830.

29
VI
PRIMERAS BASES DE LA UNION AMERICANA
POR MEDIO DE TRATADOS Y CONVOCATORIA
DEL CONGRESO DE PANAMÁ

E
n 1822, el Libertador y presidente de Colombia invitó a los
gobiernos de México, Perú, Chile y Buenos Aires, para formar
una confederación y reunir en el Istmo de Panamá, u otro
punto elegible a pluralidad, una Asamblea de Plenipotenciarios de
cada Estado. En 6 de junio de 1822, celebrose un tratado entre la
antigua Colombia y el Perú, por el cual se imponía a las dos partes
contratantes la obligación de interponer sus buenos oficios con los
gobiernos de los demás Estados de América, a fin de entrar en un
pacto de perpetua Unión y Liga. Un tratado semejante fue concluido
entre Colombia y México, el 3 de octubre de 1823.
El tratado celebrado entre Colombia y Buenos Aires, ratificado en
esta ciudad, el 10 de junio de 1823, contiene los artículos siguientes:

Art. 1. La República de Colombia y el Estado de Buenos Aires


ratifican, de un modo solemne y a perpetuidad por el presente
Tratado, la amistad y buena inteligencia que naturalmente ha
existido entre ellos por la identidad de sus principios y comu-
nidad de sus intereses.
Art. 3. La República de Colombia y el Estado de Buenos Aires
contraen a perpetuidad alianza defensiva en sostén de su in-
dependencia de la nación española, y de cualquiera otra domi-
nación extranjera.

En noviembre de 1823, el congreso peruano aprobó un Tratado


de Unión y Liga americanas, para conservar la independencia de esas
repúblicas, independencia que fue un hecho definitivo con la gran
batalla ganada por los patriotas en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.

31
VI Primeras bases de la Union Americana por medio de tratados...

El 7 de diciembre de 1824, Bolívar, encargado del mando supremo


de la República del Perú, dirigió una circular invitando a las demás
repúblicas de América, a mandar sus representantes al Istmo de
Panamá, con el fin de celebrar una Asamblea general.
En esa circular (que in extenso se hallará al fin de este escrito),
se decía:

Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad


de América, para obtener el sistema de garantías que, en paz y
en guerra, sea el escudo de nuestro destino, es tiempo ya de que
los intereses y las relaciones que unen entre sí a las Repúblicas
americanas, antes Colonias españolas, tengan una base funda-
mental que eternice, si es posible, la duración de estos Gobiernos.
Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo
político, pertenece al ejercicio de una autoridad sublime, que
dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga
la uniformidad de sus principios, y cuyo nombre solo calme las
tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en
una Asamblea de Plenipotenciarios nombrados por cada una de
nuestras repúblicas, y reunidas bajo los auspicios de la victoria,
obtenida por nuestras armas contra el poder español.

El gobierno de la República de Colombia, presidido por el general


Francisco de P. Santander, contestó a la circular de Bolívar, con fecha
6 de marzo de 1826, adhiriendo con entusiasmo al pensamiento indi-
cado, y decía “que esa obra (la Unión Americana) era la más porten-
tosa que se ha concebido, después de la caída del Imperio romano”.
Esa nota de contestación, firmada por el célebre patriota Pedro
Gual, contenía estos pasajes notables:

El principio peligroso de intervención que algunos gabinetes


del antiguo mundo han abrazado y practicado con calor, merece
de nuestra parte una seria consideración, así por su tendencia
a alentar las amortiguadas esperanzas de nuestros obstinados
enemigos, como por las consecuencias fatales que produciría
en América la introducción de una máxima tan subversiva de
los derechos soberanos de los pueblos.

En esa misma nota, se expresaba que el gobierno de Colombia


invitaría a los Estados Unidos, “en la firme convicción de que nuestros

32
Unión Latinoamericana

íntimos aliados no dejarán de ver con satisfacción el tomar parte


en sus deliberaciones (de la Asamblea) a unos amigos tan sinceros
e ilustrados”.
El gobierno de Chile, a cuya cabeza se hallaba el director D.
Ramón Freyre, contestó a la circular de Bolívar, con fecha 4 de ju-
lio de 1825. En esa nota de adhesión, refrendada por el ministro de
Relaciones Exteriores, Sr. D. Juan de Dios Vial del Rio, se leen los
siguientes pasajes:

El director puede asegurar al Consejo (del gobierno peruano)


en contestación, que hace mucho tiempo que este sublime
proyecto (de Unión Americana) ocupa su atención; pues está
íntimamente persuadido que después de haber conseguido
la América su libertad, a costa de tantos sacrificios, su rea-
lización es el único medio que se le presenta de asegurarla
para siempre, de consolidar sus instituciones y de dar un
peso inmenso de opinión, de majestad y de fuerza a estas
nuevas naciones, que aisladas son pequeñas a los ojos de las
potencias europeas, y que reunidas forman un todo respeta-
ble tan capaz de contener pretensiones ambiciosas, como de
intimidar a nuestra antigua metrópoli. Así es que las sabias
reflexiones que el Congreso se sirve hacer en su citada nota
sobre este laudable objeto, solo han servido para aumentar
su convicción y persuadirle de la urgente necesidad de que
cuanto antes se efectúe.

El Libertador Bolívar siempre se mostró partidario de la alianza


con la Francia: amaba a los franceses por su valor, su carácter ca-
balleroso; amaba a la Francia por ser la nación que, al proclamar los
grandes principios de 1789, con su genio expansivo y su fuerza de
iniciativa para lanzar una idea justa y noble, hizo irradiar por todo
el mundo esas grandes y fecundas teorías que hacen libres a los
hombres, independientes a los pueblos.
Desgraciadamente, en 1824, surgió un conflicto desagrada-
ble, y fuerzas francesas marcharon contra una de las secciones
colombianas.
Bolívar, al hablar de los nuevos peligros que amagaban a
Colombia, escribía desde Lima, con fecha 11 de marzo de 1825, al
general Santander, encargado del Poder en Bogotá:

33
VI Primeras bases de la Union Americana por medio de tratados...

El único paliativo a todo esto (si se encuentra) es el Gran Con-


greso de Plenipotenciarios en el Istmo, bajo un plan vigoroso,
estrecho y extenso, con un ejército a sus órdenes de cien mil
hombres a lo menos, mantenido por la Confederación, e inde-
pendiente de las partes constitutivas. Además de las chocheras
de una política refinada a la europea, una marina federal y una
alianza íntima y estrechísima con la Inglaterra y la América
del Norte. Después de esta guerra horrible en que quedaremos
agotados, sacaremos por toda ventaja gobiernos bien consti-
tuidos y hábiles, y naciones americanas unidas de corazón y
estrechadas por analogías políticas, a menos que quede nuestra
nueva Grecia como la vieja después de la guerra del Peloponeso:
estado de ser conquistada por un nuevo Alejandro; lo que no se
puede prever ni adivinar.

El Libertador hablaba así porque había recibido informes alar-


mantes, y se suponía que la Francia, arrastrada entonces por los
directores de la Santa Alianza, había concebido un vasto plan de
conquista de los países latinoamericanos. Nunca volvió Bolívar a
hacer mención de las ideas belicosas emitidas en la carta dirigida al
general Santander. Pero aun en ese mismo documento manifestaba
su admiración por la Francia: nunca, en tiempo de la guerra de la
independencia, creyó necesario reunir elementos tan considerables
contra la España.
Desde que se divulgó la noticia de que Bolívar tenía el pensa-
miento de reunir un Congreso Americano, hombres muy eminentes
en Europa y en los Estados Unidos apoyaron tal proyecto y colmaron
de elogios a su autor.
En Francia, el abate de Pradt se hizo el campeón de aquella idea y
publicó una obra titulada El Congreso de Panamá. En su genial entu-
siasmo, el escritor exclamaba: “Los siglos no presenciarán un espec-
táculo más digno de la civilización que el del Congreso Americano”.

34
VII
REUNIÓN DEL CONGRESO DE PANAMÁ EN
1826 – SUS TRABAJOS, Y CÓMO TERMINÓ

A
l fin, el 22 de junio de 1826 se reunió en Panamá la Asamblea
de Plenipotenciarios. El célebre autor de la Historia de la
Revolución de Colombia, el eminente neo-granadino Sr. D.
Juan Manuel Restrepo, ha consagrado algunas páginas notables para
hacer la relación de los trabajos de aquel areópago.
De esa historia tomamos los siguientes datos.

En estas circunstancias verdaderamente aciagas para Colombia,


vino a cumplirse un acontecimiento que se había deseado con
ahínco porque se le creía de la mayor importancia para el triunfo
completo de los nuevos Estados de la América antes española
y para la consolidación de sus gobiernos. Tal fue la abertura de
las sesiones de la asamblea americana de Panamá. Realizose el
22 de junio concurriendo los ministros plenipotenciarios de
Colombia, Centro América, Perú y México; orden que les dio
la suerte.
Eran ministros de Colombia los señores Pedro Gual y Pedro
Briceño Méndez; de Centro América los señores Pedro Molina
y Antonio Larrazábal; del Perú los señores Manuel de Vidáurre
y Manuel Pérez de Tudela; y los de México, los señores José
Mariano Michelena y José Domínguez.
Concurrieron también a Panamá, con el fin de residir allá du-
rante las sesiones y por invitación expresa, Mr. E. Dawkins por
la Gran Bretaña, y el coronel Vanveer por el rey de los Países
Bajos, aunque sin tomar parte en ninguna deliberación.
Las conferencias de los plenipotenciarios fueron diarias, ter-
minándose las sesiones de la Asamblea el 15 de julio, en que se

35
VII Reunión del congreso de Panamá en 1826 – sus trabajos, y cómo terminó

firmaron cuatro tratados. El primero de unión, liga y confede-


ración entre las Repúblicas de Colombia, Centro América, Perú
y Estados Unidos Mexicanos: el segundo, un convenio para la
traslación de la Asamblea americana a la villa de Tacubaya en
México; el tercero, una convención que detallaba los contin-
gentes que había de prestar cada una de las repúblicas confe-
deradas; el cuarto, en fin, un concierto reservado que arreglaba
el orden con que debían enviarse y marchar los contingentes
de la Confederación.
El tratado de unión, liga y confederación contenía excelentes
principios de política americana y grandes miras para lo veni-
dero. Habría proporcionado a las nuevas repúblicas un poder
sólido que hubiera hecho respetables a sus gobiernos, así inte-
rior como exteriormente, y acelerado el reconocimiento de su
independencia por la madre patria.
Empero desgraciados sucesos y revoluciones inesperadas en
gran parte impidieron que dicho tratado, hijo predilecto de
Bolívar, produjera los bienes y grandiosos resultados que jus-
tamente se esperaban. Solamente Colombia lo ratificó según
su constitución. Enviado a México para obtener el canje de las
ratificaciones, jamás se pudieron conseguir de aquel gobierno.
Las principales estipulaciones de la convención de contingen-
tes y del concierto anexos a esta eran: primera, que las cuatro
repúblicas confederadas sostendrían en pie un ejército de
sesenta mil hombres de infantería y caballería, siendo de esta
arma la décima parte, y la de artillería la que prudencialmente
quisieran poner los respectivos gobiernos; segunda, que este
ejército se mantendría siempre armado, equipado y pronto para
entrar en campaña, y obrar ofensiva o defensivamente; tercera,
en fin, que para formar y sostener una fuerza naval competen-
te, que debía constar de tres navíos de setenta hasta ochenta
cañones, de diez fragatas de cuarenta y cuatro hasta sesenta y
cuatro, de ocho corbetas de veinticuatro hasta treinta y cuatro,
de seis bergantines de veinte hasta veinticuatro, y de una goleta
de diez cañones, todos los confederados se obligaban a hacer
un fondo de siete millones setecientos veinte mil pesos, distri-
buidos proporcionalmente conforme a la base de la población.
Por dichas estipulaciones tocaban a Colombia 15,250 hombres
de infantería, artillería y caballería, un navío de setenta a ochen-
ta cañones, dos fragatas de sesenta y cuatro, y dos de cuarenta

36
Unión Latinoamericana

y cuatro: estos buques debían costarle dos millones doscientos


cinco mil ochocientos once pesos, fuera de los gastos indispen-
sables para mantenerles completamente armados, tripulados y
provistos de todo lo necesario.
Admira ciertamente que hombres prácticos en los negocios de
gobierno, de los que había algunos en la asamblea de Panamá,
como lo eran los ministros colombianos Gual y Briceño, que
por largo tiempo habían sido secretarios de Estado; admira,
repetimos, que hubieran creído a Colombia capaz de hacer ta-
maños gastos: carecía de hacienda pública, ese nervio principal
de los Estados poderosos, y tenía contra sus rentas un fuerte
alcance anual, que según hemos dicho ya, era el cáncer que la
devoraba. Cuando no podía pagar sus empleados civiles y un
ejército pequeño, comparado con el que debía levantar para la
confederación americana, ¿cómo sería capaz de mantener 15,250
hombres y una escuadra tan costosa?... Este mismo raciocinio se
puede aplicar a los demás Estados que concurrieron a la Asam-
blea de Panamá. De aquí se infiere que los ministros signatarios,
dejándose arrastrar de su patriotismo, y por ideas exageradas de
perfectibilidad, convinieron en estipulaciones impracticables,
según el estado en que se hallaban las repúblicas confederadas.
Terminadas las sesiones de la asamblea americana, los minis-
tros Briceño, Molina y Vidaurre siguieron con los tratados a dar
cuenta a sus gobiernos de la conclusión de sus trabajos, y de
las razones en que se apoyaban los respectivos acuerdos. Los
señores Gual, Larrazábal, Pérez de Tudela y los ministros de
México debían ir a Tacubaya a continuar allí las sesiones de la
asamblea. Partieron en efecto, menos Pérez de Tudela, quien
difirió su viaje, sin que después lo realizara por motivos que
ignoramos.
El comisionado británico M. Dawkins regresó inmediatamente a
Inglaterra. Su conducta durante las sesiones de la asamblea fue
noble y franca. Limitose a aconsejar a los plenipotenciarios de
las nuevas repúblicas, que manifestaran respeto y consideración
por las instituciones de los demás pueblos; que alejaran toda
idea y disiparan las sospechas que pudieran tenerse en Europa,
de que la América republicana pretendiera establecer un siste-
ma de política en contraposición al de la Europa. Insistió con
mucha fuerza y tesón en que la asamblea diera pruebas de su
amor a la paz y de sus disposiciones para hacer algún sacrificio

37
VII Reunión del congreso de Panamá en 1826 – sus trabajos, y cómo terminó

pecuniario a fin de conseguirla. Aseguró que la Gran Bretaña se


encargaría de la mediación con España, y que se podía esperar
un éxito feliz, siempre que se diera como base de la negociación
el conceder una indemnización pecuniaria. Decía que sin esto
la Francia no cooperaría, y faltando su auxilio, la Gran Bretaña
nada podría adelantar, siendo así que convenía sobremanera
ganar tiempo y entablar prontamente la negociación, antes que
la cuestión se complicara, como ya se sucedía, por la interven-
ción de la Rusia excitada por los Estados Unidos. M. Dawkins
recalcó tanto sobre este punto que se conoció era el objeto
principal de su misión; aunque siempre añadía que estas eran
opiniones privadas y no las de su gobierno. A pesar de tales
protestas, cuando vio que la asamblea se disolvía sin haber
dado paso alguno para conseguir la paz con la España, no pudo
ocultar la pena que sentía. Sin embargo, partió en la mejor buena
armonía con las diferentes legaciones, distinguiendo siempre
a la de Colombia, por la que tuvo atenciones muy particulares.
El coronel Van Veer no llevó a Panamá carácter alguno público;
su misión fue privada, y se limitó a expresar a los ministros ple-
nipotenciarios los ardientes deseos que S. M. el rey de los Países
Bajos tenía por la felicidad de las repúblicas aliadas; él añadió
excusas por no haber reconocido aun su independencia, lo que
provenía de los miramientos que debía guardar a las grandes
potencias de Europa; empero añadió que su rey pensaba hacer
muy pronto el expresado reconocimiento.
De los Estados Unidos no asistió a la Asamblea de Panamá nin-
gún ministro. Sin embargo, habían sido nombrados los señores
Ricardo G. Anderson y J. Sergeant. El primero partió de Bogotá,
donde se hallaba de ministro plenipotenciario. Mas por desgra-
cia murió en Cartagena cuando se dirigía al istmo. El segundo no
llegó a tiempo, y después se trasladó a México para continuar
en Tacubaya las sesiones de la asamblea americana.
Se conocen sin embargo sus instrucciones, que el gobierno de
los Estados Unidos o sus agentes publicaron en 1829. Confor-
me a ellas, los señores Anderson y Sergeant debían entrar en
las conferencias, que serían diplomáticas enteramente y no
legislativas, pues ninguno de los gobiernos quedaría obligado
por el voto de la mayoría, sin que lo acordado hubiera sido ra-
tificado conforme a la respectiva Constitución. Preveníase a los
ministros que no contrajesen alianza alguna ofensiva y que se

38
Unión Latinoamericana

adhiriesen tenazmente a la política observada siempre por los


Estados Unidos, de una estricta neutralidad entre la España y
sus colonias. Hablaba largamente el ministro de Estado y Rela-
ciones Exteriores sobre los esfuerzos que a la sazón practicaba
su gobierno por medio de la Rusia y de otras potencias europeas;
a fin de que la España diera la paz a las nuevas repúblicas de la
América. Sus ministros debían aconsejar a estas que no conce-
dieran privilegio alguno exclusivo a ninguna nación.
En cuanto a las guerras marítimas, ordenaba a sus ministros
que inculcasen el principio de que se aboliera la confiscación
de propiedades particulares, así como se practica en las guerras
terrestres; también que se definiera bien lo que debía entenderse
por bloqueo. Recalcaba sobremanera acerca de la libertad de co-
mercio, tanto respecto de los efectos o mercancías, como acerca
de las naves que las importaran o exportaran. Este era el punto
capital que se encargaba a los ministros americanos obtener en
la asamblea de las nuevas repúblicas, aun modificándolo si no
era posible conseguirlo íntegro. Verdaderamente convenía sobre-
manera al comercio de los Estados Unidos adquirir esta libertad:
conseguida, ellos hubieran venido a ser los acarreadores gene-
rales, auxiliados por su numerosa marina mercante, que tantas
ventajas hubiera proporcionado a sus transacciones mercantiles.

Bolívar no se mostró muy satisfecho de la manera como había


funcionado esa Asamblea de Plenipotenciarios, y se desolaba al ver
que no se realizara un proyecto “que consagraría, al llevarse a cima,
todas sus glorias”.
Sobre esa Asamblea, Bolívar escribía al general Paéz, desde Lima y
con fecha 8 de agosto de 1826: “El Congreso de Panamá, institución que
debiera ser admirable si tuviera más eficacia, se asemeja a aquel loco
griego que pretendía dirigir desde una roca los buques que navega-
ban. Su poder será una sombra, y sus decretos serán meros consejos”.
Cuando en 1831 se volvió a pensar en reunir el Congreso
Americano, el ministro de Relaciones Exteriores de México, en una
circular de que hablaremos luego, decía que “el Congreso de Panamá
no produjo los saludables efectos que eran de esperarse, y que una
de las causas que contribuyeron a su desconcierto y que obró de una
manera muy directa en su disolución, fue el grande aparato que se
quiso darle, así como la presencia de agentes de potencias que de nin-
guna manera estaban interesadas en que el proyecto saliera avante”.

39
VIII
TENTATIVAS HECHAS DESDE 1831 HASTA
1840 PARA EFECTUAR LA REUNIÓN DEL
CONGRESO AMERICANO

E
l 13 de marzo de 1831, el gobierno de México volvió a invitar a
los de las otras repúblicas, a fin de que se concertasen y fijaran
un lugar aparente para la reunión del Congreso Americano.
En un escrito del ilustrado venezolano, Sr. D. Miguel Carmona,
vemos que el 18 de diciembre de 1838, el ministro de México en
Lima dirigió, por orden de su gobierno, una excitación al gobierno
venezolano para que se asociase al proyecto de reunir un Congreso
Americano; y al efecto reproducía la circular de 1831, en que se
invitaba a los Estados americanos para una reunión de sus respec-
tivos plenipotenciarios, bien en Tacubaya, o Panamá, o Lima, o el
lugar que se estimase conveniente, y que designase la mayoría de
los gobiernos interesados; exigiendo que Venezuela señalara clara y
terminantemente el punto que le pareciese adecuado para la reunión
de la Asamblea. La nota agregaba:

La unión y estrecha alianza de las nuevas sociedades para su


defensa en caso de invasión extranjera; la mediación amistosa de
los neutrales para cortar desavenencias que ocurran entre una o
más de las repúblicas hermanas, y un código de derecho público
que instituya sus mutuas obligaciones y conveniencias interna-
cionales, son objetos reales y palpables de la dicha común, y por
fortuna muy asequibles, una vez que se resuelva la reunión de la
Asamblea y que se nombren los miembros que deben componerla.

Creemos que en aquella época, no entraba en la política de


Venezuela contraer alianzas ni tomar parte en ligas de ninguna clase,
y que seguía la máxima chacun chez soi, cada uno para sí.

41
VIII Tentativas hechas desde 1831 hasta 1840 para efectuar la reunión...

En 6 de agosto de 1839, el ministro de Relaciones Exteriores de


México, Sr. D. Juan de Dios Cañedo, se dirigió nuevamente al go-
bierno de Venezuela, para reiterar la anterior excitación. El mismo
ministro, en 2 de abril de 1840, volvió a llamar la atención de ese
gobierno acerca de la urgencia de reunir un Congreso Americano; y
agregaba: que las contestaciones que en México se habían recibido
de las repúblicas hermanas eran todas favorables al gran proyecto
que se deseaba realizar; pero que aún quedaba por determinarse el
punto donde debía verificarse la reunión. En esa nota, se suplicaba al
gobierno de Venezuela, por su inmediación a los otros de Sudamérica,
se pusiese de acuerdo con los demás para fijar el lugar más a propó-
sito para la reunión de plenipotenciarios.
En 1840 el gobierno de la Nueva Granada, contestando a la cir-
cular del de México, adhirió con entusiasmo a la idea de reunir un
Congreso Americano, y designó a Tacubaya para la instalación de la
Asamblea, conforme se acordó por los plenipotenciarios que con-
currieron a Panamá, con facultad de trasladarse a otro punto, si así
lo estimaba conveniente la misma Asamblea.

42
IX
NUEVA REUNION DEL CONGRESO
AMERICANO CELEBRADA EN LIMA EN
DICIEMBRE DE 1847 – TRABAJOS DE ESE
CONGRESO

E
l 11 de diciembre de 1847 se reunió en Lima el nuevo Congreso
de Plenipotenciarios Americanos. Figuraban en esa reunión
los representantes de Bolivia, Sr. D. José Ballivian, de Chile,
Sr. D. José Benavente, del Ecuador, Sr. D. Pablo Merino, De la Nueva
Granada, Sr. D. Juan de Francisco Martín, del Perú, Sr. D. Manuel
Ferreiros.
El plenipotenciario de la Nueva Granada, Sr. D. Francisco Martín,
ha tenido la benevolencia de facilitarnos los documentos inéditos
que fueron el resultado de las importantes tareas de ese Congreso,
y que en su mayor parte (al menos en el texto primitivo) se debieron
a la redacción de ese ilustrado diplomático.
El Congreso inauguró sus sesiones en 1847 y duraron hasta
mediados de 1848. No asistieron a él, como se ha visto arriba, los
representantes de todas las repúblicas americanas, y se acordó que
los actos sancionados se presentarán a los demás Estados, por si
querían darles su adhesión. En esa reunión se propuso también in-
vitar a los Estados Unidos de la América anglosajona, a fin de entrar
en la proyectada liga.
Los trabajos del Congreso de 1847 dieron por resultado un tratado
de Confederación, otro de Comercio y Navegación, una Convención
Consular y otra de Correos. La Convención consular fue aprobada por
el gobierno granadino. Los demás documentos quedaron reducidos
al estado de letra muerta.
Por el tratado de Confederación se designaban el modo y los
términos en que se constituía la Liga Americana; se fijaban las épo-
cas en que debía reunirse el Congreso; se trazaba el modo de obrar
cuando los plenipotenciarios no estuviesen reunidos; se establecían

43
IX Nueva reunion del Congreso Americano celebrada en Lima...

los principios para obrar en caso de una agresión injusta contra una
o varias de las repúblicas americanas, para decidir si había llegado
el casus foederis, para obligar a una o varias repúblicas a entrar en
su deber, si, por desgracia, se empeñaban en una guerra injusta o
la provocaban; se definían las atribuciones del Congreso y de los
Estados americanos en el evento de una guerra entre las Repúblicas
confederadas; se proclamaba el principio de la no-intervención; se
proponían reglas sabias y precisas para decidir las contiendas sobre
límites; se señalaban los casos de extradición, que no debía verifi-
carse jamás por delitos políticos.
Muchos males se habrían cortado de raíz, y muchos peligros se
habrían prevenido, si desde esa época las repúblicas americanas se
hubieran apresurado a sancionar y ratificar ese Tratado.
El Tratado de Comercio y Navegación es bastante liberal; y en
él es de notarse, ante todo, la proclamación del gran principio de la
libertad de la navegación fluvial; la declaratoria de que se abolían las
patentes de corso en caso de una guerra entre algunos de los Estados
Confederados; la de no admitirse como efectivos los bloqueos sino
cuando la nación que los declarase tuviera fuerzas suficientes para
impedir la entrada a los puertos bloqueados; se declaraba abolido el
tráfico de esclavos, siendo esta una consecuencia de los filantrópicos
principios que han sido sancionados en las repúblicas allende el océa-
no, donde no solo ha sido abolida la esclavitud, sino que se ha estable-
cido que son libres los esclavos que pisen el territorio latinoamericano.
Desgraciadamente no se abolía, sino que se confirmaba, el siste-
ma de pasaportes; no se admitía sino el principio de que el pabellón
cubre la propiedad, cuando la América debería proclamar el fecundo
principio de declarar libres todas las mercancías, aun a bordo de un
buque enemigo, excepto los artículos que verdaderamente son de
contrabando de guerra; se hacía la declaración que hemos mencio-
nado sobre bloqueos, cuando lo liberal habría sido renunciar a un
medio que el enemigo elude con frecuencia, y que arruina el comercio
nacional, el de los amigos, neutrales y enemigos.
En ese tratado tampoco se encuentran definidos algunos puntos
importantes, como los que se refieren a la nacionalidad de los hijos
de esas repúblicas, que deberían tener iguales derechos y deberes
civiles y políticos en todas ellas, considerándose como ciudadanos
de una patria común; al ejercicio de las diversas profesiones e in-
dustrias; a la unidad que debería reinar en los códigos, monedas,
pesos, pesas y medidas.

44
Unión Latinoamericana

En un acto separado, como apéndice al Tratado de Confederación,


habría sido conveniente establecer ciertos principios de derecho
público americano, con respecto a los cónsules de las naciones ex-
tranjeras, a la nacionalidad de los hijos que tengan los extranjeros en
esos países, a la gran doctrina de que un gobierno no es responsable
por los daños que se causen a los extranjeros por las facciones, a
las reclamaciones que debiendo someterse al examen y decisión de
los tribunales ordinarios, se elevan a cuestiones diplomáticas, a la
navegación de los ríos y mares interiores para las naciones extrañas
a la Confederación, etcétera.
La Convención Consular tiene de importante que determina el
verdadero carácter de los cónsules, que son meros agentes de co-
mercio; pero esas reglas que debían observarse cuando se tratara de
cónsules de esos Estados que recibieran el exequatur a sus letras de
provisión en otras de las repúblicas confederadas, no se definían en
un acta como la que arriba dejamos mencionada, al tratarse de los
cónsules de naciones extranjeras.
La Convención de Correos, aun cuando útil, no era bastante libe-
ral: establecía la franquicia para los despachos y la correspondencia
oficial, para las hojas periódicas, pero no para los libros y folletos,
Fijaba una tasa algo elevada para la correspondencia epistolar.
Muchas de las ideas consignadas en las piezas que acabamos de
analizar, habían sido desenvueltas en una luminosa circular que el
15 de mayo de 1847 dirigió a los gobiernos americanos el Sr. D. M. M.
Mallarino, ministro entonces de Relaciones Exteriores de la Nueva
Granada.

45
X
TENTATIVAS HECHAS EN 1857 PARA
FORMAR UNA LIGA LATINOAMERICANA, Y
CELEBRACIÓN DEL TRATADO CONTINENTAL
ENTRE CHILE, EL PERÚ Y EL ECUADOR –
CÓMO ACEPTARON ESTE TRATADO LAS
DEMÁS REPUBLICAS – NOTA CURIOSA DEL
SR. ELIZALDE

E
n mayo o junio de 1857, alarmadas las repúblicas americanas
con las expediciones del filibustero Walker, volvieron a pen-
sar en la reunión de un Congreso Americano. A excitación
del ministro de Guatemala en Washington, el ilustrado Sr. D. A. J.
de Irisarri, se reunieron los representantes de las otras repúblicas
americanas acreditados en la capital de la Unión, y conferenciaron
sobre las medidas más adecuadas para realizar el pensamiento de
Bolívar. Esa reunión no tuvo efecto alguno práctico. Sentimos no
poseer todos los trabajos de la diplomacia americana en aquel año.
Antes de esa época, bajo la influencia del peligro común, las
Repúblicas de Chile, Ecuador y Perú convinieron en ajustar un
Tratado que se denominó Continental, y que fue firmado en Santiago
de Chile, el 15 de setiembre de 1856, por los plenipotenciarios de las
tres repúblicas mencionadas, y que debía presentarse a la sanción
de los demás gobiernos americanos.
El gobierno del Perú asumió la misión de solicitar la adhesión de
los demás gobiernos de América.
Ese Tratado tiene entre otros defectos: el de incluir materias que
habrían hallado cabida en convenciones especiales; el de sentar prin-
cipios contrarios, en el sistema que se sigue en las guerras marítimas,

47
X Tentativas hechas en 1857 para formar una Liga Latinoamericana...

a la seguridad y defensa de esas repúblicas; el de referirse en varios


puntos a las legislaciones contradictorias de los diversos Estados;
el de pasar en silencio puntos esenciales a la independencia y a los
intereses continentales, extendiéndose mucho acerca de capítulos de
una importancia secundaria. Sobre todo, tiene el defecto capital de
mostrar un espíritu hostil contra los Estados Unidos (consecuencia
de las expediciones entonces recientes de Walker) y a las naciones
regidas por la forma monárquica, no obstante que no se excluía (y
sabiamente se obraba) al Imperio del Brasil.
Ese Tratado nada contenía acerca de la nacionalidad de los hijos
de extranjeros en las repúblicas americanas, ni una palabra acerca de
reclamaciones extranjeras no fundadas en el derecho público exter-
no, únicas admisibles en las gestiones diplomáticas; su deficiencia
es notable al tratarse de la liga de los Estados y de la manera como
deben hacer causa común, en qué términos, y de las circunstancias
para declarar la existencia del casus foederis.
Por lo que hace al ejercicio de las profesiones e industrias de
los ciudadanos de unos Estados en otros, en vez de proclamar un
principio general, admitiendo de lleno que todos los americanos
son ciudadanos de una patria común, se limitaba a registrar los usos
que se han practicado en todas esas repúblicas desde años atrás,
y que consisten en la formalidad de la incorporación. Además, las
modificaciones que se creía introducir (y que no lo eran), tenían un
aditamento que era preciso, en un tiempo que no se fijaba, adoptar
un sistema análogo de estudios y de pruebas literarias.
En materia de expediciones contra uno o varios Estados, el
Tratado se limitaba a hablar (reminiscencias de las expediciones de
Walker), de expediciones terrestres o marítimas compuestas de in-
dividuos que no obrasen como fuerzas pertenecientes a un Estado o
gobierno reconocido de hecho o de derecho, y dejaba en silencio las
expediciones enviadas por esos Estados o gobiernos reconocidos, y
las guerras regulares de invasión y de conquista.
El Tratado proclamaba la necesidad de renunciar al empleo del
corso como medida de hostilidad. Si ese principio se hubiera solo
aceptado para las guerras que desgraciadamente pudieran estallar
entre las repúblicas hermanas, equilibradas como se hallan en poder
marítimo, sería muy admisible; pero no así haciéndose extensivo a
las guerras que esas repúblicas se vean obligadas a sostener con-
tra potencias marítimas. Siempre hemos combatido el sistema de
expedir patentes de corso, como sistema destructor del comercio

48
Unión Latinoamericana

y perjudicial al que lo emplea como al Estado o Estados contra los


cuales se emplea. Pero la abolición del corso supone la admisión, en
las guerras marítimas, de otro principio fecundo, a saber: que esas
guerras solo se hagan entre los buques de guerra. Además, para una
nación que no tiene marina de guerra el solo medio a que pueda
apelar en una lucha por mar, es al sistema de expedir patentes de
corso, medio ruinoso, es cierto, pero único posible.
El Tratado Continental tenía además el grave inconveniente de
quedar sometido a la aprobación de cada gobierno, que introducía
a su guisa diferentes modificaciones. El gobierno del Perú fue el
primero en proponer alteraciones. De manera que al fin no se habría
podido saber cuál era el verdadero Tratado Continental.
El Tratado, sin embargo, proclamaba algunos principios de
reconocida utilidad: con excepción de lo que se refiere al comercio
de cabotaje, se establecían bases bastantes anchas para el cambio
de los productos entre los diversos Estados; se acordaban franqui-
cias a las publicaciones por medio de la prensa, que se enviaran
de un Estado a otro, franquicias más amplias que las acordadas
por el tratado de comercio elaborado en el Congreso de 1847; se
proclamaba la acción común de los gobiernos para la difusión de
la enseñanza primaria y de los conocimientos útiles; se indicaba
la necesidad de adoptar un sistema uniforme de monedas, pesos y
medidas, y tarifas de aduanas; siendo más liberal que el tratado de
comercio proyectado en 1847, declaraba libre la mercadería neu-
tral a bordo del buque enemigo, a excepción del contrabando de
guerra; pero sin admitir el principio que un día será establecido, de
declarar libres los artículos que no sean de contrabando de guerra,
sea bajo pabellón neutral o enemigo; se prohibía a los Estados el
ceder ni enajenar, bajo ninguna forma, a otro Estado o Gobierno,
parte alguna de sus respectivos territorios, etcétera, a menos que
fuera como compensación en el arreglo de una cuestión de límites;
se rechazaba el principio de intervención.
Más bien que al Tratado Continental tal como se hallaba formu-
lado, las naciones americanas adhirieron a la idea dominante que se
había tenido presente al celebrarlo. Todas las repúblicas, algunas
haciendo sabias observaciones, declararon que estaban dispuestas
y prontas a entrar en una liga permanente. No citaremos las notas de
adhesión de Venezuela, Nueva Granada, etcétera, por ser muy sabido
que en esos países ha reinado el más vivo entusiasmo por la realiza-
ción de la alianza. Pero entra en nuestro plan citar algunos pasajes

49
X Tentativas hechas en 1857 para formar una Liga Latinoamericana...

de las notas de los gobiernos argentino, oriental, de Nicaragua, de


Honduras, Bolivia y Paraguay.
El gobierno argentino decía el 23 de noviembre de 1861, dirigién-
dose al representante del Perú:

La República Argentina, cuyos antecedentes en la memorable


lucha de su libertad, le dan un justo título a las consideraciones
y aprecio de sus hermanas del sud; sería una vez más el primer
soldado que se presente para sostener el honor y dignidad de
la causa americana.

El gobierno de Nicaragua no solo adhirió a las declaraciones del


Tratado Continental, sino que pidió y obtuvo del senado la autoriza-
ción para entrar en arreglos diplomáticos a ese respecto.
El gobierno de Nicaragua decía en 5 de octubre de 1861:

Me es muy honroso poder decir a V. E. (al representante del


Perú), para que se sirva decirlo a su gobierno, que el mío está
anuente a obrar de común acuerdo con las repúblicas hispano-
americanas para conservar la autonomía que con tanta gloria
conquistaron mediante la lucha de la Independencia. Nicaragua,
señor, aunque una de las secciones más pequeñas del Nuevo
Mundo, no vacila en ofrecer su cooperación, porque conoce los
vínculos que existen entre las naciones latinas que ocupan este
continente, vínculos tan estrechos cuanto que son creados por
toda clase de identidad que reina entre ellas.

El gobierno de Honduras, en 27 de noviembre de 1861, se dirigía


en los siguientes términos al agente del Perú:

La comunidad de intereses de los Estados americanos, y la


conveniencia de procurar en concierto la seguridad general,
unidos a otras razones que merecen toda atención, etcétera.

El gobierno de Bolivia decía en su nota de 28 de diciembre de


1861:

Por consiguiente, se adhiere con toda sinceridad a las manifesta-


ciones hechas por S. E. para conservar incólume el sentimiento

50
Unión Latinoamericana

de fraternal americanismo, y la independencia de todas y cada


una de las secciones del continente americano español.

El gobierno del Paraguay se expresaba así en 30 de junio de 1862:

El gobierno del Paraguay reconoce el sentimiento americano


que inspiró a los gobiernos contratantes la celebración de
aquel pacto (el Tratado Continental), y considera el espíritu
de sus estipulaciones como conservador de la independencia,
soberanía y dignidad de las naciones y de sus gobiernos, y como
propio a garantizar y consolidar las relaciones de amistad y
mutua consideración, y reconoce también toda la necesidad
que siente la América independiente por la realización de un
pensamiento semejante.

En medio de ese concierto unánime de adhesiones y de la ex-


presión de un bien entendido americanismo, se hizo oír una voz
discordante en una república que ha simpatizado y simpatiza con el
proyecto concebido por el gran Bolívar. El ilustrado señor Elizalde,
ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina, ol-
vidando que antes de formular la tesis de la Unión Americana,
esa unión se había realizado desde los primeros albores de la
Independencia, siendo Buenos Aires el que dio el ejemplo; olvidando
que las huestes americanas, del Plata al Orinoco, es decir desde los
dos extremos de la América, fueron a darse un estrecho abrazo a
las orillas del Rimac, cimentando por donde pasaban la libertad e
independencia de esos países; olvidando las recientes adhesiones
que en términos precisos había dado el gobierno argentino, tuvo la
desgraciada inspiración de expresar el siguiente juicio en una nota
dirigida al plenipotenciario del Perú, nota que lleva la fecha de 10
de noviembre de 1862:

La América independiente es una entidad política que no existe


ni es posible constituir por combinaciones diplomáticas. La
América, conteniendo naciones independientes, con necesi-
dades y medios de gobierno propios, no puede nunca formar
una sola entidad política, (preciso es observar aquí que ni por
el Tratado Continental, ni en 1847, ni ahora, se ha pensado en
que la América forme una sola entidad política en el sentido
que le da el Sr. Elizalde).

51
X Tentativas hechas en 1857 para formar una Liga Latinoamericana...

La naturaleza y los hechos –continuaba diciendo la nota– la han


dividido (¿y los istmos, y los esfuerzos comunes, y las comu-
nes desgracias, y las tradiciones idénticas, no la han unido, al
contrario?) y los esfuerzos de la diplomacia son estériles para
contrariar la existencia de esas nacionalidades (nacionalidades,
no; naciones, sí), con todas las consecuencias forzosas que se
derivan de ellas.

Esa nota produjo un efecto doloroso en el ánimo de los ciudadanos


argentinos, y así vemos que en otro documento, emanado del mismo
ministro y dirigido al representante del Perú, con fecha 22 de noviem-
bre de 1862, se rectificaban las aserciones emitidas en la desgraciada
nota por lo que hace a la parte fundamental de la Unión Americana.
En la última nota citada, el ilustrado Sr. Elizalde decía:

Con la mayor reflexión se han considerado las observaciones


de V. E., y en cumplimiento de órdenes expresas del señor
Presidente, pasa a exponer el abajo firmado lo que su deber le
impone. El gobierno argentino, fiel a las tradiciones del pueblo
que representa, sigue la política que siguieron los grandes hom-
bres que fundaron las instituciones democráticas en América,
después de haber asegurado su independencia.

Luego sigue desenvolviendo el ministro un hábil y elevado pro-


grama de principios que con placer reproducimos, excepto en la
última parte referente al Congreso, pues este es el único medio de
concertarse entre países en que las distancias son considerables, y
lentas las comunicaciones. El Sr. Elizalde decía:

Débese acordar a todos los hombres del universo que vengan


a residir en su territorio (el americano) la plenitud de todos
los derechos civiles y comerciales, sin distinción de raza y sin
exigir reciprocidad. Respetar el derecho de los individuos y
de los pueblos. No comprometer ninguna defensa, poniendo
limitación a los medios de hostilidad que tienen los débiles
contra el fuerte. Salvar el principio de la ciudadanía natural.
Evitar el antagonismo con los gobiernos y los pueblos de gran
peso, y atraer por el contrario todas las fuerzas y elementos
que poseen, para desenvolver nuestros medios de prosperi-
dad y consolidar la reconstrucción de las nacionalidades de

52
Unión Latinoamericana

América, que imprudentemente se ha dividido y subdividido.


No ponerse en oposición con otros gobiernos, solo porque no
aceptan nuestra forma de gobierno. Buscar la armonía con los
Estados Unidos, lejos de excluirlos y ponerse en disidencia
con ellos. Resistir a toda agresión a cualquiera de los Estados
americanos para conquistarlos y mudar la forma de gobierno
republicano. Abandonar la idea de un congreso americano im-
posible e inútil, y celebrar más bien tratados de alianza para la
defensa y seguridad común.

Sin embargo, la nota del Sr. Elizalde, fecha 18 de julio de 1862, que
hemos criticado por sus conceptos desfavorables a la unión ameri-
cana, contenía preciosas y acertadas críticas al Tratado Continental,
y sobre todo, hablando el lenguaje de la política y de la equidad,
impugnaba esas ideas absurdas que los exagerados han lanzado en
las repúblicas americanas, de que hay en Europa un vasto proyecto
entre todas las naciones del antiguo mundo para reconquistar el
nuevo continente y destruir allí la forma republicana; que es preciso,
en consecuencia, establecer un entredicho entre los dos continentes,
etcétera, etcétera.
Esas ideas absurdas enajenan a los Estados americanos las sim-
patías de la Europa, aumentan el número de nuestros enemigos y
son anticivilizadoras, antiliberales, absurdas y mezquinas. En estos
tiempos de difusión rápida de las luces y de cambio casi libre de
los productos, se afirman cada vez más las leyes de la solidaridad y
de la reversibilidad; y si la Europa tiene necesidad de la América, la
América recibe de la Europa las luces de una civilización elaborada
durante una larga serie de siglos.
En fin de cuentas, las repúblicas americanas juzgaron deficiente
el Tratado Continental; pero repitieron que era urgente y de vital
importancia realizar la Liga Americana.
Pero casi al mismo tiempo que se hablaba de unidad, de liga,
de confederación, etcétera, y cuando inminentes peligros cercaban
a la América Latina, mal avisados políticos en el Perú y un caudillo
inquieto llevaban la guerra al Ecuador, amenazaban a Bolivia, daban
auxilios al turbulento Mosquera, quien más tarde, entre charcas de
sangre, se alzó con la autoridad suprema en la Nueva Granada, y llevó
una guerra injusta al Ecuador.
Pero dejemos estos tristes y vergonzosos episodios, que si recor-
damos es para que sirvan de lección a los Estados latinoamericanos.

53
X Tentativas hechas en 1857 para formar una Liga Latinoamericana...

Se predica con el ejemplo, y no se dan armas a las naciones que


pueden tener planes de conquista, las armas más terribles, las que
se fabrican en esos mismos países por los caudillos ambiciosos y
por los tribunos que las más de las veces trabajan para un tercero...

54
XI
PROYECTOS DE FUSIÓN DE LAS CINCO
REPÚBLICAS DE LA AMÉRICA DEL CENTRO
EN UN SOLO ESTADO

D
e 1857 a 1865, a pesar de esos deplorables episodios que aca-
bamos de mencionar, la Unión Americana ha sido el anhelo
constante de todos los ciudadanos, y aun las secciones dis-
persas de un gran todo, como las de Colombia y las de la América
Central, han estado a punto de refundirse en Estados respetables.
Colombia sería hoy un hecho sin la ambición y las malas acciones
de Mosquera. La fusión de los cinco pequeños Estados de la América
del Centro en una nación respetable estuvo también a punto de rea-
lizarse, y la idea no se ha abandonado.
El día 14 de abril de 1859 se firmó un tratado de amistad y alian-
za entre el plenipotenciario de Guatemala y el del Salvador. El día
24 del mismo mes, se hallaron reunidos en Rivas, el presidente de
Nicaragua y sus ministros, el presidente de Costa Rica y el ministro
de Relaciones Exteriores, el ministro plenipotenciario del Salvador,
acreditado cerca de los gobiernos de Costa Rica y de Nicaragua.
Inmediatamente empezaron las conferencias, y el día 30 se ratificó
el tratado de límites entre Nicaragua y Costa Rica, se ajustó y se fir-
mó un tratado de paz, amistad y comercio, y otro en que tomó parte
el ministro plenipotenciario del Salvador, en el cual se sentaban
los principios que debían tenerse presentes para la Unión Centro-
Americana, y en el que se establecían las bases de la alianza defensiva
entre las tres repúblicas. Dicho tratado debía ser propuesto para su
aprobación a Guatemala y Honduras.
Este hecho produjo una inmensa sensación en todos los pueblos
de la América Central. Por todas partes, decían los periódicos, no se
hablaba sino de unión, de reconstitución de la respetable naciona-
lidad Centro-Americana. En Europa produjo excelente efecto tan

55
XI Proyectos de fusión de las cinco repúblicas de la América del centro en un solo...

fausta nueva. El presidente de Nicaragua dirigió una brillante alocu-


ción a los habitantes de esta república y a todos los pueblos de Centro
América, en la que proclama la necesidad de refundirse en un solo
Estado. Uno de los párrafos de este notabilísimo documento, dice así:

Traición haría a mi país y a mi conciencia si yo no dijese a los


gobiernos y a los pueblos de la América: unámonos; formemos
de las cinco repúblicas una sola, como antes era; como conviene
que sea para que aparezcamos más grandes, más fuertes, más
considerados. ¡Qué frívolas razones de política nos separan po-
niendo divorcio entre pueblos idénticos bajo todos conceptos!
La política disolvente es una falsa política, que el sentimiento
general maldice y que los hechos que se realizan diariamente
protestan contra ella: es la política de un mal entendido loca-
lismo, hija de añejas rivalidades de provincia, y que produce los
frutos amargos que estamos cosechando. Adjurémosla, pues, en
el convencimiento de que el principio que une las individua-
lidades, es el principio que crea las grandes naciones y el que
preside al progreso y a la civilización de la humanidad.

El señor presidente Martínez agregaba “que, aun cuando empe-


zaba apenas su período presidencial, cedería con gusto su puesto
de presidente de Nicaragua al presidente de la gran República de la
América Central”. Todo cuanto decía el Sr. Martínez en su bella alo-
cución, estaba inspirado por el espíritu del más ardiente patriotismo.

56
XII
LO QUE ES LA VERDADERA DOCTRINA DE
MONROE – FALSAS INTERPRETACIONES QUE
LE HAN DADO M. M. BUCHANAN, MASON, CASS,
SOULÉ, BROWN, ETCÉTERA – PELIGROS QUE
ACARREARÍA PARA LA AMÉRICA LATINA EL
TRIUNFO DE LOS ESTADOS DEL SUR EN LA
AMÉRICA ANGLOSAJONA

A
ntes de ver cómo se originó la convocación del congreso que
se ha reunido en Lima, cómo se ha emitido la idea de hacer en-
trar a los Estados Unidos de la América anglosajona en la Liga
Latinoamericana, no será fuera de propósito examinar tres puntos
importantes y curiosos: lo que es la doctrina de Monroe y la manera
como se la ha desfigurado; cómo se han conducido los Estados Unidos
con las repúblicas latinoamericanas; cómo las rivalidades entre la
Inglaterra y los Estados Unidos han servido para celebrar tratados
entre las dos naciones de raza anglosajona, favorables a la indepen-
dencia de esas repúblicas de la América Latina. Vamos por partes:
Al buen presidente Monroe se le han hecho decir cosas que no
pensó en decir; se le han atribuido teorías que jamás formuló; se le
ha hecho el apóstol de un nuevo dogma que no reveló.
La doctrina de Monroe no es sino la afirmación de la antigua
doctrina de Washington y la proclamación del principio de no in-
tervención. Así, lo vamos a ver más abajo, así lo ha explicado un
eminente publicista anglosajón, Mr. Calhoun.

57
XII Lo que es la verdadera doctrina de Monroe – Falsas interpretaciones...

Estaba reservado a M. M. Buchanan, Mason, Cass, Soulé, etcé-


tera, antes y después del Congreso de Ostende, el atribuir a Monroe
ideas que no le pertenecían, y exponer la famosa teoría del destino
manifiesto de los Estados Unidos para absorber todas las repúblicas
latinoamericanas. Esa doctrina así formulada quiere decir: la Europa
no debe intervenir en América, pero la América anglosajona debe
anexarse todos los países americanos.
Esta es la caricatura de la doctrina Monroe. Washington había
dicho el 17 de setiembre de 1796, en su despedida al pueblo ame-
ricano: “La regla de conducta que debemos aplicarnos a seguir,
con respecto a las naciones extranjeras, es la de extender nuestras
relaciones con ellas, y la de mantener lo menos posible relaciones
políticas. Llenemos con la más escrupulosa buena fe las obligaciones
que hemos contraído; pero detengámonos ahí”.
No estamos llamados a decidir si esa política de chacun chez soi
sea buena o mala; si convenía a los Estados Unidos cuando estaban en
pañales, según la expresión de Kossuth, y si no les conviene cuando
han llegado a ser un gigante. Kossuth, en 1852, sostenía que ya no
era conveniente esa doctrina; pero él abogaba entonces pro domo
sua, pues excitaba a los Estados Unidos a prestarle auxilio a fin de
dar independencia a la nación Madgyar.
Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que los principales colabora-
dores y discípulos de Washington sostuvieron aquella doctrina; que
la mantuvieron Webster, Clay, y recientemente M. Lotroph Metley,
que como representante de los Estados Unidos en Viena, dando
cuenta a su gobierno de una entrevista que había tenido con el mi-
nistro de Relaciones Exteriores de Austria, decía en 12 de febrero de
1862: “Dije al ministro que por mi parte deseaba sinceramente que
la república mexicana pudiera fortalecerse y que su administración
se mejorase; que yo deploraría su conquista, o por nuestras armas,
o por las de una potencia europea”.
Pero veamos a qué se reduce la tan decantada doctrina Monroe,
y cómo vino al mundo.
Corría el año de 1823, y la Europa estaba en vena de reacción
absolutista, y del absolutismo más puro. M. Ruth, ministro de los
Estados Unidos en Londres, informó a M. Monroe, a la sazón presi-
dente de los Estados Unidos, que el Austria, la Rusia, la Prusia y la
Francia, que formaban la Santa Alianza, estaban resueltas a introducir
el orden en Europa, a contener a Riego y a los liberales españoles;
que la cosa no paraba ahí: que esas aliadas, para apagar su sed de

58
Unión Latinoamericana

orden y de justicia, tenían también la resolución de salvar del abis-


mo a la joven e inexperta América, restablecer el imperio castellano
en el nuevo mundo, y, nuevo Hércules, derrocar por donde le fuera
posible a toda potencia que osase invocar el derecho que tienen los
pueblos para gobernarse como mejor les convenga.
La Inglaterra se abstuvo de tomar parte en la política de las de-
más potencias, protestó contra ella, y el primer ministro, M. Canning,
aconsejó a los Estados Unidos que hiciesen otro tanto. M. Monroe,
siguiendo las inspiraciones de su secretario, M. Quiney Adams, que
fue el vigoroso y constante atleta para luchar contra el despotismo, M.
Monroe, decimos, y su ministro, cediendo a las sabias solicitaciones
de la Inglaterra, en términos moderados hicieron saber a las poten-
cias aliadas que los Estados Unidos considerarían como peligrosa
para su paz y seguridad toda tentativa de la Europa para extender
su sistema sobre cualquiera parte del Nuevo Mundo.
M. Monroe dijo, y nótense sus palabras:

Ni hemos intervenido, ni intervendremos en las actuales colo-


nias o dependencias de las potencias europeas. Pero respecto
a los gobiernos americanos que han declarado y sostenido su
independencia, la cual hemos reconocido por grandes conside-
raciones y justos principios, no podríamos considerar ninguna
intervención con objeto de oprimirlos o de ejercer cualquiera
otra influencia sobre sus destinos, sino como una manifestación
de enemistad hacia los Estados Unidos. Es imposible –agre-
gaba– que las potencias aliadas extiendan su sistema político
sobre cualquiera parte de este continente, sin poner en peligro
nuestra paz y felicidad; ni podría creerse que nuestros hermanos
el Sur (repúblicas latinoamericanas), llegaran nunca a adoptarlo
voluntariamente y por propia inspiración. Es, pues, de todo
punto imposible para nosotros el contemplar con indiferencia
cualquiera especie de intervención.

En diciembre de 1824, M. Monroe volvió a aludir a las opiniones


emitidas por él un año antes, y las desenvolvió siempre en el sentido
de la no-intervención. Luego decía: “Manejaremos nuestros propios
negocios, y dispondremos a nuestro modo de nuestro territorio”.
Luego anunciaba o presagiaba la formación de un sistema ameri-
cano, que podría recibir muchas modificaciones; pero que llegaría a
hacer de América lo que es Europa: un mundo de diversos intereses con

59
XII Lo que es la verdadera doctrina de Monroe – Falsas interpretaciones...

gobierno y administración propios, sujeto solo al efecto de influencias


nacidas en sus mismos Estados.
He ahí la gran doctrina Monroe, la genuina. ¿De dónde sacaron
M. M. Buchanan, Cass y demás señores del destino manifiesto, que
Monroe había proclamado que la Europa no debía intervenir en
América; pero que la América anglosajona debía absorber toda la
América Latina?
Calhoun y los ilustrados redactores de la Tribune y del Times de
Nueva York han combatido siempre con brillo aquellas funestas y
estrambóticas teorías.
Si la doctrina Monroe, tal cual la interpretan M. M. Buchanan,
Cass, etcétera, etcétera, quisiera decir: los Estados Unidos reconocen
y respetan la soberanía de las repúblicas latinoamericanas, y harán
reconocer y respetar a las potencias europeas la independencia de
estas naciones; si esa fuera la interpretación, la América Latina, si
lo estimaba conveniente, podría aceptar el dogma reformado de
Monroe. Pero no; la escuela de los congresales de Ostende hace decir
a Monroe: solo los Estados Unidos tienen derecho para conquistar
los territorios que más les convengan en la América Latina; y es esa
doctrina la que se quiere sentar, no solo como una regla de Derecho
público americano, sino como un principio de Derecho internacional,
obligatorio siempre y en todo caso.
Por otra parte, ¿qué tienen que hacer las naciones latinoameri-
canas con la opinión de los hombres de Estado de la América anglo-
sajona? ¿Por ventura esas repúblicas han dado plenos poderes a la
Unión norteamericana para que obre por ellas, o están esos Estados
bajo la tutela de la gran nación del Norte?
Nosotros no queremos para la América Latina la injerencia en
sus negocios ni de la América del Norte, ni de la Europa; pero cuando
esta se reduce a reconocer las nacionalidades existentes, nada hay
más útil y justo. Partidarios de la fusión de todas las razas y de todos
los intereses, hacemos votos por que se supriman las barreras que se
oponen al comercio internacional, llámense aduanas, monopolio de
los mares interiores, ríos, canales, etcétera, pero si tales son nuestras
aspiraciones, muy lejos estamos de desear que ellas se realicen por
medio de anexiones ni de conquistas: ese medio sería el más a pro-
pósito para alcanzar el objeto opuesto; para eternizar los odios entre
raza y raza, y para crear la oposición permanente de los intereses.
Para lograr que las naciones no formen sino una gran familia, sin
que se haga caso de la diversidad de idiomas, de razas, de religión,

60
Unión Latinoamericana

el único medio que hay es dejar que obren sin obstáculo las leyes
naturales, el derecho, la justicia, que son la fuente de la armonía, de
la fusión, del bienestar.
Pero esto es lo que no han querido los que han interpretado,
decimos mal, falseado la doctrina Monroe. Esa doctrina ha sido ex-
puesta arriba; ahora vamos a ver cómo la entienden M. M. Buchanan
y sus acólitos.
M. M. Buchanan, en su mensaje a las Cámaras, fecha 7 de enero
de 1857, después de censurar la conducta del honrado comodoro
Paulding, quien cumpliendo con las órdenes que se le habían dado
y que él creía leales, hizo prisionero a Walker; después de censurar a
ese ciudadano por haber perseguido a los filibusteros en el territorio
de una nación independiente y amiga, como si no fuera un crimen
dejar violar por filibusteros el territorio de esa nación independiente
y amiga; después de esto, exclamaba:

Está en el destino de nuestra raza extenderse por todo el conti-


nente de la América del Norte, y esto sucederá antes de mucho
tiempo, si se espera que los acontecimientos sigan su curso
natural. La oleada de la emigración seguirá hasta el Sur, sin que
nada sea parte a detener su curso, si se deja que esta emigración
se extienda pacíficamente; la América central contendrá en
poco tiempo una población americana (es decir, anglosajona)
que labrará el bien de los indígenas (es decir, de los latinoame-
ricanos), así como el de sus respectivos gobiernos. La libertad
reglada por la ley dará por resultado la paz, y en las diversas
vías de tránsito al través del istmo, en las cuales tenemos tanto
interés, se hallará protección y seguridad.

Siguiendo la doctrina del destino manifiesto, M. M. Buchanan


y Cass quisieron imponer a Nicaragua un tratado que la constituía
tributaria de la Unión, y luego enviaron a M. Mirabeau Lamar a que
insultara “a los pueblos incivilizados de Centro-América”.
Pero, si M. M. Buchanan fue explícito, más terminante fue la
traducción que el senador G. Brown dio a la doctrina de Monroe, en
1858. Ese senador dijo:

Nos interesa poseer a Nicaragua: acaso se encontrará extraor-


dinario que yo hable así; y que manifieste la necesidad en que
estamos de tomar posesión de la América Central; pero si te-

61
XII Lo que es la verdadera doctrina de Monroe – Falsas interpretaciones...

nemos necesidad de eso, lo mejor que podemos hacer es obrar


como amos, ir a esas tierras como señores. Si sus habitantes
quieren tener un buen gobierno, muy bien y tanto mejor; si no,
que se marchen a otra parte. Acaso existen tratados; pero, ¿qué
importa eso? Lo repito: si tenemos necesidad de la América Cen-
tral, sepamos apoderarnos de ella, y si la Francia y la Inglaterra
quieren intervenir, les leeremos la doctrina de Monroe.

He ahí una franca, aun cuando audaz interpretación de la pacífica


y sabia doctrina Monroe.
Pero es preciso ser justos; y puesto que hablamos de los Estados
Unidos de la América anglosajona, no es preciso confundir las doctri-
nas y los hechos de los Estados del Sur con los hechos y las doctrinas
de los Estados del Norte.
Ya, en un largo estudio que publicamos sobre la gran cuestión
de la América anglosajona, hemos desarrollado la tesis que acaba-
mos de mencionar. En ese escrito dijimos, entre otras cosas: para
la América Latina, la separación de los Estados del Sur constituiría
uno de los más grandes peligros. El Sur, por una ley natural fácil de
comprender, se esforzaría por ensanchar su territorio y extender
el régimen de la esclavitud. México, la isla de Cuba, la América del
Centro, comprendido el Istmo de Panamá, serían los primeros terri-
torios que ambicionaría conquistar.
Del Sur han salido en diversas ocasiones las expediciones fi-
libusteras contra Cuba, contra México, contra la América Central,
expediciones apoyadas por los gobernantes elegidos por el partido
demócrata. Fue un presidente demócrata el que lanzó la famosa
teoría “del destino manifiesto”; fue él quien sostuvo sin ambages
la anexión de Cuba; del Sur era el senador Brown, cuyas palabras
acabamos de citar.
Algunos dicen: si la Unión se disuelve, la América Latina tiene
menos que temer, pues se aliará con los Estados del Norte contra los
del Sur. En primer lugar, el interés del Norte, aun cuando evidente para
impedir la conquista, no es tan poderoso, tan vivo, tan urgente, como
el del Sur para llevarla a cabo. En segundo lugar, al Norte le podría
venir en talante hacerse conquistador para que el Sur no hallase qué
conquistar. En todo caso, con la alianza o sin la alianza del Norte, la
América Latina vería agregarse nuevos e inmensos peligros a los mu-
chos que ya le rodean. Esta es cuestión de tiempo, y si la Confederación
del Sur apareciera, aquella profecía no tardaría en realizarse.

62
XIII
LA DIPLOMACIA INGLESA Y
NORTEAMERICANA, POR DEMASIADA
HABILIDAD, CAE EN SUS PROPIAS REDES,
PARA HONRA Y PROVECHO DE LA AMÉRICA
LATINA –TRATADOS CLAYTON-BULWER,
OUSELEY-JEREZ, CLARENDON-HERRAN,
ETCÉTERA

D
e tiempo atrás, la América Latina, en vez de ser la Virgen
del mundo, como la apellidó Quintana, ha sido la Phrinea,
la Laïs que todos se disputan; pero sobre todo, la Inglaterra
y los Estados Unidos habían manifestado un deseo inmoderado de
poseerla, escogiendo, como era natural, sus partes más hermosas.
Felizmente, por rivalidad entre esas dos grandes naciones, los celos
hicieron más que el espíritu de justicia; y la diplomacia norteameri-
cana, tan hábil como la inglesa, produjo el tratado Clayton-Bulwer.
En ese acto, deseando engañarse recíprocamente las dos altas partes
contratantes, resultaron engañadas ambas, para honra y provecho
de la América Latina. Vamos a ver cómo sucedió eso.
Sabido es que en 1838, la Inglaterra se apoderó de las Islas de la
Bahía, pertenecientes a Honduras; sin que aquella poderosa nación
tuviese más título para obrar así que el abuso de la fuerza.
Honduras, a fuer de Estado débil, no tuvo otro recurso que el de
protestar, recurso bien ineficaz, sobre todo en los tiempos que corren.
En 1849, los norteamericanos obtuvieron del gobierno neo-
granadino la concesión para construir el ferrocarril de Panamá. Los

63
XIII La diplomacia inglesa y norteamericana, por demasiada habilidad, cae en...

ingleses se alarmaron al saber esta noticia y temieron que los nor-


teamericanos, activos, audaces y emprendedores como sus padres,
obtuviesen nuevas concesiones en esa importante lengua de tierra,
lazo de unión entre los dos hemisferios.
El gobierno inglés, para conjurar los peligros que veía asomar
y para contener la expansión de la raza américo-sajona, en los te-
rritorios centroamericanos, propuso al gabinete de Washington las
bases de una convención, que fue firmada el 5 de julio de 1850, y que
se conoce con el nombre de Tratado Clayton-Bulwer.
Por esa convención, las dos partes contratantes estipularon que
ninguna de ellas podía poseer, colonizar, etcétera, en punto alguno
de la América Central.
Por esa estipulación, los americanos del Norte creyeron haber
vencido diplomáticamente a los ingleses; pero sucedió lo contrario.
El gobierno de Washington, haciéndose fuerte con el artículo citado,
dijo a la Inglaterra: –abandonad las islas de la Bahía y Belise, así como
el territorio del soñado rey de Mosquitos en Nicaragua.
Los ingleses, con sus puntas de ironía, respondieron: –los trata-
dos no pueden tener efectos retroactivos; en adelante, ni vosotros ni
nosotros podremos poseer nuevos territorios en la América Central,
ni colonizar ni fortificar punto alguno en esas regiones; pero para
lo poseído, colonizado o fortificado antes, el tratado no tiene fuerza
alguna.
Los Américo-sajones fueron derrotados; pero pronto, antes de
dos años, les llegó su desquite. Con efecto, el 13 de julio de 1852, el
superintendente de Belise anunció que la graciosa soberana de la
Gran Bretaña había decidido que se estableciese una colonia ingle-
sa en las islas de Roatan, Bonacate, Helena, Moral, etcétera, bajo el
nombre de Colonias de la Bahía.
El Congreso de la Unión norteamericana se alarmó con esa fla-
grante violación del tratado Clayton-Bulwer, y protestó en términos
enérgicos.
Las reclamaciones se hicieron por la vía ordinaria, y la discu-
sión tomó tal carácter, que en 1856 faltó poco para que estallara la
guerra entre la Gran Bretaña y los Estados norteamericanos. Estos
pidieron en último término que el gobierno inglés devolviese las
islas de la Bahía a su legítimo dueño, Honduras. El gobierno inglés,
temeroso de las consecuencias de un rechazo y deseoso de salvar el
honor nacional, propuso que se sometiese la cuestión al examen de
una nación amiga.

64
Unión Latinoamericana

Fue por aquella época, y en tan críticas circunstancias, que el go-


bierno de Honduras eligió para que lo representara cerca del gabinete
de Saint-James, al inteligente Señor D. Víctor Herran. Este ministro
tenía por misión celebrar un tratado de comercio entre Honduras y
la Gran Bretaña, y arreglar el negocio de las islas.
El Sr. D. Víctor Herran se dirigió a Londres el 20 de julio de 1856;
tuvo varias conferencias con lord Clarendon, a la sazón ministro de
Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña, y con gran pena obtuvo
que las dos partes interesadas, la Inglaterra y los Estados Unidos,
renunciasen a sus respectivas pretensiones. Al fin se celebró el tra-
tado de 27 de abril de 1857, entre la Gran Bretaña y la República de
Honduras, tratado que ponía término al conflicto entre ingleses y
norteamericanos.
Para llegar a resolver la cuestión, salvando todas las suscepti-
bilidades y dejando a cubierto los derechos de Honduras, necesario
era hallar una combinación aceptable; y el Sr. Herran la presentó.
Las bases de la convención fueron estas: se construiría un ferrocarril
por una compañía anglo-franco-americana, al través del territorio
de Honduras, cuyo punto de partida sería el Puerto Caballos, que
se halla situado en frente de las islas de la Bahía, sobre el Atlántico,
y el golfo de Fonseca, sobre el Pacífico: se declararía territorio libre
el de las islas, bajo la soberanía de Honduras; a fin de asegurar a
la república la protección tácita de la Gran Bretaña, sin violar las
cláusulas del tratado Clayton-Bulwer; se estipuló que Honduras no
podría ejercer ampliamente su soberanía sobre el territorio libre
de dichas islas, que los habitantes de ellas nombrarían sus propias
autoridades, que gozarían de la libertad de comercio y de cultos, y
que, en fin, Honduras no podría ceder a ninguna nación esas islas
ni parte de ellas.
El representante de Honduras creyó que por ese arreglo todas las
partes contratantes hallaban sus respectivas ventajas: la Inglaterra
no se veía obligada a dar satisfacción a los norteamericanos, que
pedían se devolviesen las islas a Honduras, sin condición alguna; los
Estados Unidos lograban que la Inglaterra abandonase la posesión
de ese importante territorio; Honduras volvía a entrar en posesión
(aunque con derechos limitados) de esas islas, que había perdido
hacía 21 años, y además obtenía que los ingleses abandonasen el te-
rritorio de los Mosquitos desde el punto denominado Gracias a Dios,
hasta cerca de Trujillo; se alcanzaba también el restablecimiento del
uti possidetis de 1810, se garantizaba la independencia de Honduras

65
XIII La diplomacia inglesa y norteamericana, por demasiada habilidad, cae en...

por la Inglaterra, la Francia y la Unión norteamericana, y se reconocía


por estas tres naciones la neutralidad de la ruta proyectada.
En cuanto al tratado de comercio y navegación y el artículo
adicional, fueron ratificados y canjeados en Londres el 22 de agosto
de 1857. No sucedió así con la convención acerca de las islas, pues
el gobierno de Honduras cambió de política.
Habiendo pasado doce años sin que la convención fuese ratifi-
cada ni rechazada, la Inglaterra resolvió tomar su partido de un lado:
encargó a su ministro en Guatemala para que obtuviera del gobierno
guatemalteco que confirmase la posesión inglesa en Belise; lo que se
obtuvo mediante ciertas ventajas ofrecidas a la república; ventajas
que no se han obtenido por parte de Guatemala.
De otro lado, el gobierno inglés dio orden a su ministro en
Guatemala para que se dirigiese a Comayagua, a fin de terminar con
Honduras la eterna cuestión de las islas. Un tratado se llevó a cabo
el 28 de noviembre de 1859, y fue pronto ratificado y canjeado.
Entre las cláusulas de ese tratado figura la obligación contratada
por Honduras de respetar la propiedad que cualquier inglés residente
en las islas alegue tener sobre una porción de terrenos, sin exigirle
título alguno; pudiendo esos propietarios sin título enajenar como
a bien tengan, y a quien les dé la gana, esos territorios.
De ahí resulta que como los ingleses residentes en la isla desean
vender y los norteamericanos comprar, los compradores serán los
filibusteros, que pondrán el pie en un punto estratégico de la América
Central, para establecerse como colonos y propietarios y lanzarse un
día sobre los Estados centroamericanos. De ahí resulta que Honduras,
sin marina, sin recursos, no podrá impedir las expediciones a las islas,
sobre las cuales ejerce una soberanía nominal, pues los habitantes,
ingleses casi todos, se resisten a ser gobernados por autoridades
nombradas por el gobierno hondureño. La Inglaterra no podrá, de
acuerdo con los tratados concluidos con la Unión norteamericana,
proteger las islas.
Honduras quedará con el título de señora de las islas, cuando
en realidad ve desconocida su autoridad y cuando cada día ve ame-
nazada su independencia.
Hasta hoy, tal vez por fortuna, Honduras no ha querido entrar en
posesión de las islas; decimos por fortuna, porque si es de desearse
que ella sea la posesora y la soberana de ese importante territorio,
es bajo condiciones más favorables. Pero la Inglaterra tendrá al fin
que llenar el tratado, y entonces Honduras se encontrará faz a faz

66
Unión Latinoamericana

con la realidad: no ejercerá su alta jurisdicción sobre las islas, y verá


que allí se darán cita todos los filibusteros.
Para conjurar ese mal que ha surgido de la falta de previsión,
mal que se hace extensivo a los cinco Estados centroamericanos,
no vemos sino un medio: el de la pronta realización del alto pensa-
miento, de la fecunda idea de reunir esas cinco naciones en un solo
Estado fuerte y compacto.
Entre los males irreparables que acarreó el no haber ratificado
la convención de 1856, se debe enumerar el abandono que hizo la
Inglaterra de su proyecto para construir el ferrocarril proyectado,
para el cual había empezado a hacer gastos; y ese ferrocarril estaba
llamado a dar vida a la América del Centro, al mismo tiempo que a
favorecer el comercio general.

67
XIV
CONVOCATORIA PARA EL CONGRESO DE
1864 – NOTAS DE LOS DIVERSOS GOBIERNOS
LATINOAMERICANOS – INAUGURACIÓN DE
LAS SESIONES DEL CONGRESO

N
o era inútil, creemos que así lo hallarán nuestros lectores,
trazar los dos párrafos precedentes, antes de llegar a lo rela-
tivo a la convocatoria y reunión del Congreso que felizmente
se ha reunido en Lima.
Se ha dicho que el Congreso que hoy se halla reunido en Lima
fue convocado con ocasión del atentado de los Ss. Mazarredo y
Pinzón. Esa inexacta aseveración está destruida con solo comparar
las fechas: la circular del Sr. Ribeyro, invitando a las repúblicas a
que enviasen sus plenipotenciarios al Congreso, es de 11 de enero
de 1864; la ocupación de las islas de Chincha se efectuó el 14 de abril
del mismo año.
Esa circular, como algunas de las notas de adhesión de las
principales repúblicas, se inserta al fin de este escrito. Sentimos no
poseer las notas de los gobiernos de Venezuela, República Argentina,
Guatemala, Honduras, Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Paraguay.
Pero baste saber que todas las repúblicas americanas, sin excepción,
han aprobado con entusiasmo la idea formulada por Bolívar, y que el
gobierno peruano, con laudable persistencia, ha vuelto a proponer
a los Estados americanos.
El gobierno de los Estados Unidos de Colombia, en 2 de junio
de 1864, aceptó con entusiasmo la invitación del Perú. Es de notarse
en esa nota: 1° que el ministro, Sr. Pradilla, propone que se reúna el
Congreso, aun cuando no se hallen representados en él todos los
Estados independientes de América; 2° que expone algunos puntos
importantes sobre los cuales deben versar las deliberaciones de los
plenipotenciarios; 3º que no opina porque se invite a los Estados
Unidos, fundándose ya en que la política de esa nación rechaza toda

69
XIV Convocatoria para el Congreso de 1864 – Notas de los diversos gobiernos ...

especie de alianzas, ora en que embarazaría la acción del congreso


la preponderancia natural que ejercería una potencia “que tiene ya
condiciones de existencia y tendencias propias de un poder de primer
orden, las cuales pueden venir a ser algunas veces antagonistas”.
Es tanto más notable esta declaración, cuanto que era otra la
política profesada por el gobierno colombiano en junio de 1862. En
efecto, en las notas de ese gobierno adhiriendo a la idea primordial
del tratado de Santiago, pero rechazándolo por deficiente, al hablar
de la necesidad de reunir el Congreso de plenipotenciarios, manifes-
taba al gobierno de Costa Rica (al cual se dirigía la nota, a fin de esti-
mularlo a enviar un representante al Congreso), que era no solo útil,
sino deferente y decente invitar al gobierno de los Estados Unidos;
más aún: proponía entonces el gobierno colombiano, que cada Estado
de la América Latina enviase su plenipotenciario a Washington, a
instalar el Congreso “a la sombra de su grande autoridad y con el
decisivo apoyo de su concurso”.
A esa proposición observaba el gobierno de Costa Rica, con fe-
cha 14 de agosto de 1862, que no había inconveniente en aceptarla,
siempre que:

se promoviera un pacto por el cual los Estados Unidos de


Norteamérica contrajesen la solemne obligación de respetar y
hacer respetar la independencia, soberanía e integridad terri-
torial de sus hermanos del continente; de no anexar ni por vía
de compra, ni bajo cualquier otro título, parte alguna de sus
territorios; de no permitir expediciones filibusteras, ni atentar
de modo alguno a los derechos de estas comunidades. Nuestras
repúblicas, apoyadas en un título de esta naturaleza, admitirían
sin desconfianza y sin preocupaciones para el porvenir una ín-
tima alianza con el pueblo norteamericano; sentirían con esta
seguridad una fuerza y vida nuevas; se pondría término a los
temores y recelos que justamente han afectado a nuestra raza;
y con paso firme marcharían todas ellas hacia esa unidad de
instituciones e intereses que cambiaría la faz de las naciones
de América; y sería al propio tiempo el más seguro fundamento
de la grande alianza continental.

El gobierno del Ecuador adhirió a la circular del gobierno perua-


no, y, desde 14 de mayo de 1864, ofreció enviar su plenipotenciario
a ese Congreso.

70
Unión Latinoamericana

La nota del gobierno de Bolivia es de fecha 26 de febrero. Entre


muchas importantes observaciones que se hacen en ese notable
documento, hemos leído con placer las siguientes líneas dictadas
por el buen sentido:

Hay una condición que llenar para que la reunión del Congreso
produzca los bienes que anhelamos. Esta condición es que en
manera alguna se inspire recelos a los poderes europeos, de que
el Congreso americano tiene miras exclusivistas o tendencias
hostiles contra ellos. Necesario es que la Europa se persuada que
al pretender la América constituir su personalidad, sistematizar
sus negocios e intereses comunes, e imprimir a ciertos actos
el sello de la unidad en medio de la variedad de los demás que
constituyen su existencia, no entiende separarse o aislarse de
la Europa, ni asumir contra ella un carácter disidente ni menos
amenazador. Nos unimos para ser felices y fuertes en la defensa
de nuestro derecho; pero no para agredir los de nación alguna
en este mundo.

La nota continuaba desenvolviendo esta tesis y exponiendo


todos los vínculos que unen a los dos continentes.
El gobierno de Chile contestó a la circular del Perú, en 18 de
febrero de 1864. El gobierno chileno apoyaba los puntos contenidos
en aquella circular, y exigía que se convocase a todos los Estados
latinoamericanos; pero que el congreso se reuniera con los pleni-
potenciarios que se presentasen, cualquiera que fuese su número.
Ignoramos si el gobierno del Brasil fue invitado o no a que enviase
su representante al Congreso americano. Pero no podemos dudar que
la política del emperador y de sus ministros no sea favorable a los
principios que se han proclamado en la nota circular convocando un
Congreso americano, pues explícitas fueron las declaraciones que
hizo ese gobierno al de Chile, en nota de 7 de junio de 1864, al juzgar
el atentado cometido el 14 de abril en las aguas del Pacífico. A falta
de otro documento insertaremos esa nota.
Innecesario nos parece examinar aquí el origen y las verdaderas
causas del conflicto peruano-hispano: esto sale del plan que nos he-
mos trazado. Tampoco viene a cuenta hablar de las querellas diplomá-
ticas entre el Perú y el Ecuador a propósito de la mediación ofrecida
por este gobierno en el referido conflicto. Baste saber que en nota de
6 de setiembre de 1864, ese gobierno declaró al del Perú “que para el

71
XIV Convocatoria para el Congreso de 1864 – Notas de los diversos gobiernos ...

caso de que llegase a ser trascendental a los intereses del continente


y se convirtiese en causa americana, el gobierno del Ecuador había
ya manifestado la política que entonces adoptaría; a saber: unirse
con los gobiernos del Perú, Chile y los demás de Suramérica, para
sostener su nacionalidad, su libertad e independencia”.
Baste saber que en el Congreso reunido en Lima figura el ple-
nipotenciario del Ecuador. Extemporáneo es también hablar del
conflicto entre Chile y Bolivia, propósito de la posesión y propiedad
de Mejillones, ni de la resistencia del Sr. ministro Tocornal para no
someter esta cuestión al arbitraje del Perú, ni al fallo del Congreso.
Creemos que esa manera de ver no es la que hoy tiene el gobierno
de Chile.
En fin, después de tantos esfuerzos, después de tantas lecciones
de una desgraciada experiencia, las repúblicas latinoamericanas han
consentido en enviar sus representantes al Congreso americano, y
ese Congreso inauguró sus sesiones preparatorias el 28 de octubre
de 1864, aniversario del natalicio de Bolívar; sus sesiones públicas
fueron abiertas con gran pompa y solemnidad, el 14 de noviembre
último, con la asistencia de los representantes de Bolivia, Sr. Dn.
Juan de la Cruz Benavente, Chile, Sr, Dn. Manuel Mont, Ecuador, Sr.
Dn. Vicente Piedrahita, Estados Unidos de Colombia, Sr. Dn. Justo
Arosemena, Guatemala, Sr. general P. A. Herran, Perú, Sr. Dn. José
G. Paz Soldán, República Argentina, Sr. Dn. Faustino Sarmiento,
Venezuela, Sr. Dn. Antonio L. A. Guzmán. Se espera que pronto con-
currirán los plenipotenciarios de los demás Estados.
Los trabajos del Congreso no son aún conocidos; pues sus de-
liberaciones han sido secretas, y lo que es más raro, la indiscreción
ha brillado por su ausencia.
La única cosa que sabe el público, es digno de elogio: habiendo el
Congreso peruano decretado que se debía atacar, dentro del término
de ocho días, a la escuadra española, el Congreso americano, que ha
prometido al Perú el auxilio de las demás repúblicas, intervino en el
asunto, y con suma prudencia y alto sentido político, manifestó lo
inhábil de una medida como la que se aconsejaba. Felizmente triunfó
la opinión del respetable areópago. La paz, ante todo: se entiende
una paz honrosa. Si no se puede llegar a un avenimiento honroso,
hay tiempo para guerrear. La imprudencia daña las mejores causas.

72
XV
BASES PROPUESTAS POR EL AUTOR DE ESTE
ESCRITO PARA LA FORMACIÓN DE UNA LIGA
AMERICANA – CONCLUSIÓN

P
ara terminar este escrito, nos será permitido reproducir aquí
las bases generales de unión que publicamos en 1861, y que han
merecido el honor de la inserción en muchas hojas y revistas
europeas y en casi todos los diarios de la América Latina.
Decíamos en 15 de febrero de 1861:
Hoy más que nunca necesitan esas repúblicas: realizar una gran
confederación para unir sus fuerzas y recursos, y presentarse ante
el mundo bajo una forma más respetable.
Para llevar a cabo esa idea, preciso sería fijar entre otros puntos:

- El de la reunión anual de una dieta latinoamericana.


- El de nacionalidad de los hijos de todos esos Estados, que de-
berían considerarse como ciudadanos de una patria común, y
gozar en todas esas repúblicas de los mismos derechos civiles
y políticos.
- El de la adopción de un principio fijo en materia de límites
territoriales: punto de partida, el uti possidetis de 1810; base
adicional, la admisión de los límites naturales, no excluyendo
las compensaciones territoriales cuando se hiciera necesario un
deslinde equitativo en territorios disputados, pero que convi-
niera más poseerlos a un Estado que a otro.
- El de la creación de una especie de Zollwerein americano, más
liberal que el alemán.
- El de la adopción de unos mismos códigos, pesos, pesas, medi-
das y monedas.
- El del establecimiento de un tribunal supremo, que decidiera
amigablemente acerca de las cuestiones que se suscitaran entre

73
XV Bases propuestas por el autor de este escrito para la formación de una Liga...

dos o más repúblicas confederadas; y que, llegado el caso, hiciera


ejecutar sus sentencias por medio de la fuerza.
- El de un sistema liberal en materia de convenciones de correos;
estableciendo libre de todo gravamen la importación de hojas
diarias o periódicas, folletos y libros.
- El de la admisión, con carácter válido y obligatorio, en la parte
sustantiva, de todo acto público o privado en cualquiera de las
repúblicas confederadas.
- El de un sistema liberal en materias comerciales, sin excluir el
comercio de cabotaje.
- El de un sistema uniforme de enseñanza, declarando obligatoria
y gratuita la instrucción primaria.
- El de la consagración del fecundo principio de la libertad de
conciencia y de tolerancia de cultos.
- El de consagración de los principios modernos en materia de
extradición de reos: se consiente en la extradición por delitos
atroces, jamás por delitos políticos.
- El de abolición de pasaportes; abolición del sistema de bloqueos;
abolición de las letras de marca, excepto en las guerras que pue-
dan estallar entre alguna o algunas de esas repúblicas, o todas
las confederadas, y alguna o varias potencias extranjeras; el de
fijación de un contingente de tropas y recursos para la común
defensa.
- El de la fijación del modo y de los términos como se debe declarar
que ha llegado el casus foederis.
- El de la adopción de unos mismos principios en materia de
convenciones consulares y de comercio, que se celebren con las
naciones extranjeras, y de la nacionalidad de los hijos que los
extranjeros tengan en esos países.
- El de la admisión no solo del principio “el pabellón cubre la
propiedad”, sino más aún: la mercancía enemiga es libre bajo
pabellón enemigo, excepto el contrabando de guerra, limitando
los artículos que se tengan por tal contrabando.

En ese areópago debería decidirse, teniendo fuerza obligatoria


esas decisiones, que ningún Estado latinoamericano puede ceder
parte alguna de su territorio, ni apelar al protectorado de ninguna
potencia.
Allí debería decidirse que los Estados latinoamericanos pre-
sentasen, por medio de sus ministros, una nota colectiva a los

74
Unión Latinoamericana

diversos gabinetes europeos y al de Washington, reclamando la


práctica del principio salvador de las naciones débiles, principio
reconocido por todos los pueblos civilizados, de que un gobierno
legítimo no es responsable por los daños causados a los extranje-
ros por las facciones, y de que un extranjero, al ingresar en otro
país, de hecho queda sometido a las leyes y tribunales ordinarios
de ese país, mucho más si establece en él su residencia. También
se haría necesaria la presentación de otra nota colectiva contra el
insoportable sistema de las indemnizaciones sin causa justa, y de
la práctica introducida en algunos Estados, de no dar fe y crédito
sino a los agentes diplomáticos enviados a América, a pesar de los
documentos irrecusables que muchas veces se presentan contra
las alegaciones de esos agentes.
Sería preciso también reunir una colección de todas las recla-
maciones injustamente hechas e indebidamente pagadas por los
Estados de la América Latina; publicar en Londres o Bruselas un
diario escrito en francés, que sostuviera los derechos e intereses de
esas repúblicas, que diera a conocer cuanto conviene a su industria
y comercio, que favoreciera la inmigración, etcétera.
Tenemos fe completa en la rectitud de los gobiernos europeos,
y no dudamos que cuando los informes les llegasen de todas par-
tes, obrarían como el de los Estados Unidos, que, en 1860, no quiso
amparar las pretensiones que tenían algunos ciudadanos nortea-
mericanos contra el gobierno del Paraguay; fundándose en que “el
gobierno de la Unión no podía ni debía labrar fortunas orientales a
sus gobernados, con detrimento de la justicia y hollando los princi-
pios”; ¿Quién puede dudar que la primera nación de raza latina –la
Francia– no sea la primera en obrar con el mismo espíritu de justicia?
Sus tradiciones la abonan.
Hace pocos años recomendábamos una idea muy simple, cuya
adopción es hoy impracticable: aconsejábamos que para poner a
salvo la independencia de los Estados latinoamericanos, se cele-
brasen tratados de mutua garantía entre esos Estados y las naciones
europeas que tienen posesiones en la América, como la Francia, la
Inglaterra, la España, la Holanda, la Dinamarca. ¡Cuán fácil habría
sido entonces celebrar un tratado de esa especie, y dos líneas habrían
ahorrado inmensos males!
En fin, el Congreso Latinoamericano reunido hoy en Lima, tiene
que llenar una altísima misión, y no dudamos que inmensos bienes
resultarán de las deliberaciones de ese areópago, cuyos miembros

75
XV Bases propuestas por el autor de este escrito para la formación de una Liga...

se hallan inspirados por el patriotismo, la prudencia y un grande


espíritu de equidad.
Ahora es preciso combatir las ideas de los exagerados, pocos pero
audaces, y no dejar que se arraiguen esas falsas y absurdas ideas que
tienden a establecer una oposición marcada entre la América y la
Europa. Tales ideas son un anacronismo en este siglo en que tanto se
habla de fraternidad y solidaridad, son un absurdo cuando ahí están
la prensa y el comercio, que unen y estrechan. El mal de uno labra
el mal de todos. Ya la América está conquistada por la civilización,
y ella necesita de la vieja Europa, que a fuer de anciana tiene artes,
industria, ciencia. A su turno, la Europa necesita de la América, que
le abre mercados, que le ofrece materias primeras, que le brinda
frutos y artículos desconocidos en Europa, así como una población
hospitalaria, dotada de generosos sentimientos, inteligente, y que
progresa en medio de las convulsiones de la juventud; pues se lanza
con fe en el camino de la ciencia, de la literatura y de la industria, y
abre sus puertos a todas las naciones del mundo.
Repetiremos aquí las palabras que trazamos en otro escrito y que
el Sr. Dn. Carlos Calvo nos ha hecho el honor de prohijarlas:

La América Latina necesita de la intervención europea, pero no


armada, sino de esa noble y benéfica intervención que llevan
consigo el comercio, la industria, la difusión de las ideas y la
inmigración. La América Latina necesita de la Europa civilizada,
y esos Estados se han mostrado tan liberales con los extranjeros
como ninguna otra nación del mundo.

Concluiremos citando las palabras de Kant, puestas al frente de


este estudio: “Una de las condiciones de la paz perpetua consiste en
que el Derecho público sea fundado en una federación de Estados
libres. Un derecho tal solo puede confirmarse, de una manera estable,
en una Asamblea general de los Estados independientes, análoga a
la unión de los individuos que forma cada Estado separado”.
París, Enero 1º de 1865

76
DOCUMENTOS
PRIMERA ÉPOCA 1824
CONGRESO DE PANAMÁ

CONFEDERACIÓN AMERICANA
CIRCULAR DE S. E. EL LIBERTADOR DE COLOMBIA Y ENCARGADO
DEL SUPREMO MANDO DE LA REPÚBLICA DEL PERÚ; INVITANDO
A LOS GOBIERNOS DE LAS DEMÁS REPÚBLICAS DE AMÉRICA A
MANDAR SUS REPRESENTANTES AL ISTMO DE PANAMÁ, CON EL
FIN DE CELEBRAR UNA ASAMBLEA GENERAL

Lima, diciembre 7 de 1824

Grande y buen amigo.

Después de quince años de sacrificios consagrados a la liber-


tad de América, por obtener el sistema de garantías que, en paz y
guerra, sea el escudo de nuestro nuevo destino; es tiempo ya de
que los intereses y las relaciones que unen entre sí las repúblicas
americanas, antes colonias españolas, tengan una base fundamental
que eternice, si es posible, la duración de estos gobiernos. Entablar
aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político,
pertenece al ejercicio de una autoridad sublime, que dirija la polí-
tica de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad
de sus principios y cuyo nombre solo calme nuestras tempestades.
Tan respetable autoridad no puede existir sino en una asamblea de
plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras repúblicas,
y reunidos bajo los auspicios de la victoria, obtenida por nuestras
armas contra el poder español.

79
Primera época 1824. Congreso de Panamá

Profundamente penetrado de estas ideas invité en 1822 como


presidente de la República de Colombia, a los gobiernos de México,
Perú, Chile, y Buenos Aires, para que formásemos una confedera-
ción, y reuniésemos en el Istmo de Panamá, u otro punto elegible
a la pluralidad, una asamblea de plenipotenciarios de cada Estado
“que nos sirviese de consejo en los grandes conflictos, de punto de
contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados
públicos, cuando ocurran dificultades, y de conciliador, en fin, de
nuestras diferencias”.
El gobierno del Perú celebró en 6 de junio de aquel año un trata-
do de alianza y confederación con el plenipotenciario de Colombia;
y por él quedaron ambas partes comprometidas a interponer sus
buenos oficios con los gobiernos de la América, antes española, para
que entrando todos en el mismo pacto, se verificase la reunión de
la asamblea general de los confederados. Igual tratado concluyó en
México, a 3 de octubre de 1823, el enviado extraordinario de Colombia
a aquel Estado; y hay fuertes razones para esperar que los otros go-
biernos se someterán al consejo de sus más altos intereses.
Diferir por más tiempo la asamblea general de los plenipo-
tenciarios de las repúblicas que de hecho están ya confederadas,
hasta que se verifique la accesión de los demás, sería privarnos de
las ventajas que produciría aquella asamblea desde su instalación.
Estas ventajas se aumentan prodigiosamente, si se contempla el
cuadro que nos ofrece el mundo político, y muy particularmente el
continente europeo.
La reunión de los plenipotenciarios de México, Colombia, y el
Perú se retardaría indefinidamente, si no se promoviese por una de las
mismas partes contratantes; a menos que se aguardase el resultado
de una nueva y especial convención sobre el tiempo y lugar relativos
a este grande objeto. Al considerar las dificultades y los retardos
por la distancia que nos separa, unidos a otros motivos solemnes
que emanan del interés general, me determino a dar este paso con
la mira de promover la reunión inmediata de nuestros plenipoten-
ciarios, mientras los demás gobiernos celebran los preliminares que
existen ya entre nosotros sobre el nombramiento e incorporación de
sus representantes.
Con respecto al tiempo de la instalación de la asamblea, me atre-
vo a pensar que ninguna dificultad puede oponerse a su realización
en el término de seis meses, aun contando el día de la fecha y también
me atrevo a lisonjearme de que el ardiente deseo que anima a todos

80
Unión Latinoamericana

los americanos de exaltar el poder del mundo de Colón, disminuirá


las dificultades y demoras que exijan los preparativos ministeriales,
y la distancia que media entre las capitales de cada Estado y el punto
central de reunión.
Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital, el Istmo de
Panamá sería señalado para este augusto destino, colocado como
está, en el centro del globo, viendo por una parte a Asia, y por el otro
al África y la Europa. El Istmo de Panamá ha sido ofrecido por el go-
bierno de Colombia, para este fin, en los tratados existentes. El Istmo
está a igual distancia de las extremidades: y por esta causa podría
ser el lugar provisorio de la primera asamblea de los confederados.
Defiriendo, por mi parte, a estas consideraciones, me siento con
una grande propensión a mandar a Panamá a los diputados de esta
república, apenas tenga el honor de recibir la ansiada respuesta de
esta circular. Nada ciertamente podrá́ llenar tanto los ardientes votos
de mi corazón, como la conformidad que espero de los gobiernos
confederados a realizar este augusto acto de la América.
Si V. E no se digna adherir a él, preveo retardos y perjuicios
inmensos, al tiempo que el movimiento del mundo lo acelera todo,
pudiendo también acelerarlo en nuestro daño.
Tenidas las primeras conferencias entre los plenipotenciarios,
la residencia de la asamblea, como sus atribuciones, pueden deter-
minarse de un modo solemne por la pluralidad, y entonces todo se
habrá alcanzado.
El día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus pode-
res, se fijará en la historia diplomática de América una época inmortal.
Cuando, después de cien siglos, la posteridad busque el origen de
nuestro derecho público, y recuerde los pactos que consolidaron
su destino, registrarán con respeto los protocolos del Istmo. En él
encontrarán el plan de las primeras alianzas, que trazará la marcha
de nuestras relaciones con el universo. ¿Qué será entonces el Istmo
de Corinto con el de Panamá?
Dios guarde a V. E.

Vuestro grande y buen amigo.


BOLÍVAR.
El ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores.
JOSÉ S. CARRIÓN.

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Primera época 1824. Congreso de Panamá

CONTESTACIÓN DEL GOBIERNO DE LA REPÚBLICA DE


COLOMBIA A LA CIRCULAR DEL LIBERTADOR
Palacio de Gobierno en Bogotá, a 6 de marzo de 1825

Grande y buen amigo, y fiel aliado.

He leído con el mayor placer vuestra muy estimable nota fecha-


da en la ciudad de Lima el día 7 de diciembre último, en la cual me
manifestáis vuestros vehementes deseos de ver reunida la Asamblea
de los Estados Confederados de la América, antes española, dentro
de seis meses, si es posible.
Es para mí, muy satisfactorio el aseguraros que hallándome ani-
mado de vuestros mismos sentimientos, he tomado de antemano todas
las medidas eficaces para acelerar la realización de un acontecimiento
tan esencial a nuestra seguridad y dicha futura. Las necesidades de los
nuevos Estados americanos, su posición con respecto a la Europa, y la
terquedad del rey de España en no reconocerlos como potencias sobe-
ranas, exigen ahora, más que nunca, nosotros y nuestros caros aliados,
el adoptar un sistema de combinaciones políticas que ahoguen en su
cuna cualquiera intento dirigido a envolvernos en nuevas calamidades.
El principio peligroso de intervención que algunos gabinetes
del antiguo mundo han abrazado y practicado con calor, merece de
nuestra parte una seria consideración, así por su tendencia a alen-
tar las amortiguadas esperanzas de nuestros obstinados enemigos,
como por las consecuencias fatales que produciría en América la
introducción de una máxima tan subversiva de los derechos sobe-
ranos de los pueblos.
Empero, por grandes que sean nuestros deseos de poner al menos
los cimientos de esta obra, la más portentosa que se ha concebido
después de la caída del imperio romano, me parece que es de nuestro
mutuo interés que la asamblea convenida de plenipotenciarios se
verifique en el Istmo de Panamá, con la concurrencia de todos o la
mayor parte de todos los gobiernos americanos, así los beligerantes,
como los neutrales, igualmente interesados en resistir a aquel su-
puesto derecho de intervención de que ya han sido víctimas algunas
potencias del Mediodía de la Europa.
Con el objeto de conseguir esta concurrencia, se comunicaron
instrucciones, con fecha de 15 de julio último, a nuestro encargado

82
Unión Latinoamericana

de negocios en Buenos Aires, para que procurase persuadir la con-


veniencia de enviar plenipotenciarios a la Asamblea de Panamá, a
pesar de haberse malogrado la negociación que con tan laudable
fin se abrió entre ambas partes en 1822. Se ha esperado aquí, así
mismo, con la mayor ansiedad, la ratificación de nuestro tratado
de alianza y confederación perpetua con el Estado de Chile, de que
aún no se tiene noticia alguna. Y probablemente no terminarán
las sesiones de la presente legislatura, sin haberse concluido un
pacto igual con las provincias de Guatemala, de las cuales existe
un ministro en esta capital, y cuyo reconocimiento se ha diferido
aún por consideraciones hacia nuestra fiel aliada la República de
México.
De esta suerte mantengo la esperanza de que la asamblea de la
América se reúna con la concurrencia de los plenipotenciarios de las
Repúblicas de Colombia, México, Guatemala, el Perú, y aun Chile y
Buenos Aires, si, como es probable, la política de este último país se
aproxima más a nuestros deseos, después que se instale el Congreso
de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Con respecto a los Estados Unidos, he creído conveniente in-
vitarlos a la augusta Asamblea de Panamá, en la firme convicción
de que nuestros aliados no dejarán de ver con satisfacción el tomar
parte en las deliberaciones de un interés común a unos amigos tan
sinceros e ilustrados.
Las instrucciones que con este motivo se han trasmitido a
nuestro enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en
Washington, de que acompaño copia, os impondrán extensamente
de los principios que me han estimulado a tomar esta resolución.
Entre tanto, el gobierno de Colombia se prestará gustoso a
destinar, dentro de cuatro meses contados desde la fecha, sus dos
plenipotenciarios al Istmo de Panamá, para que, uniéndose a los
del Perú, entren inmediatamente en conferencias preparatorias a la
instalación de la asamblea general que, quizá, podrá dar principio a
sus importantes tareas el día primero de octubre del presente año.
Con el objeto, pues, de facilitar este resultado, me atrevo a haceros
las proposiciones siguientes:
Primera: que los gobiernos de Colombia y el Perú autoricen a
los plenipotenciarios, reunidos en conferencias preparatorias en el
Istmo de Panamá, para que entren en correspondencia directa con los
ministros de Estado y Relaciones Exteriores de México, Guatemala,
Chile, y Buenos Aires; manifestándoles la urgencia de enviar, sin

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Primera época 1824. Congreso de Panamá

pérdida de momentos, los plenipotenciarios de aquellas repúblicas


a la asamblea general.
Segunda: que los plenipotenciarios de Colombia y el Perú ten-
gan la libre facultad de escoger en el Istmo de Panamá, el lugar que
crean más adecuado, por su salubridad, para tener sus conferencias
preparatorias.
Tercera: que luego que estén en el Istmo de Panamá los pleni-
potenciarios de Colombia, el Perú, México, y Guatemala, o cuando
menos de tres de las repúblicas mencionadas, pueden fijar de común
acuerdo el día en que haya de instalarse la asamblea general.
Cuarta: que la Asamblea General de los Estados Confederados
tenga así mismo la libre facultad de escoger en el Istmo de Panamá́
el lugar que, por su salubridad, le parezca más a propósito para tener
sus sesiones.
Quinta: que los plenipotenciarios de Colombia y el Perú, no se
ausenten de manera alguna del Istmo de Panamá́, desde que entren
en conferencias preparatorias, hasta lograr ver reunida la Asamblea
General de los Estados Confederados, y terminadas sus sesiones.
Yo espero que estas proposiciones os probarán el vivo interés
que la República de Colombia toma en ver realizados en nuestro
hermoso hemisferio los grandes designios de la divina Providencia,
a quien pido fervientemente os mantenga en su santa y digna guarda.
Dado, firmado, y refrendado por el secretario de Estado y de las
Relaciones Exteriores, en la ciudad de Bogotá, a 6 de marzo de 1825,
15 de la Independencia de la República de Colombia.

FRANCISCO DE PAULA SANTANDER.


El secretario de Estado y Relaciones Exteriores.
PEDRO GUAL.

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Unión Latinoamericana

CONTESTACIÓN DEL SUPREMO DIRECTOR DE CHILE A LA


CONVOCATORIA PARA EL CONGRESO DE PANAMÁ
Palacio directoral de Santiago de Chile, a 4 de julio de 1825
Al Excmo. Consejo de Gobierno.

El director de la República de Chile ha tenido la particular satis-


facción de recibir la honorable nota, en que el Consejo de Gobierno
de la República del Perú, se sirve invitarle a la remisión de plenipo-
tenciarios al Istmo de Panamá, para que reunidos a los que deben
mandar los demás Estados de América formen una asamblea general
de ellos para los grandes objetos que se indican.
El director puede asegurar al Consejo, en contestación, que hace
mucho tiempo que este sublime proyecto ocupa su atención; pues
está íntimamente persuadido que después de haber conseguido la
América su libertad, a costa de tantos sacrificios, su realización es
el único medio que se le presenta de asegurarla para siempre, de
consolidar sus instituciones, y de dar un peso inmenso de opinión,
de majestad y de fuerza a estas nuevas naciones, que aisladas son
pequeñas a los ojos de las potencias europeas, y reunidas forman
un todo respetable, tan capaz de contener pretensiones ambiciosas,
como de intimidar a nuestra antigua metrópoli.
Así es que las sabias reflexiones que el Consejo se sirve hacer
en su citada nota sobre este laudable objeto, solo han servido para
aumentar su convicción y persuadirlo de la urgente necesidad de que
cuanto antes se efectúe. Aun cuando este gobierno no se hallará ani-
mado de estos sentimientos, el solemne tratado de amistad y alianza
celebrado en 23 de diciembre de 1822 entre Chile y el Perú, lo ponía
en el imprescindible deber de verificarla; pero desgraciadamente se
le presenta en el día un obstáculo que no está en su mano superar.
Tal es la falta de una autoridad legislativa, que examine las bases
acordadas por el gobierno de Colombia, que deben servir de norte
a las funciones de los plenipotenciarios.
No obstante, el director se lisonjea con la consideración, de que
reunido muy luego un Congreso general de la nación, sus primeras
sesiones se contraerán a la discusión del gran objeto propuesto.
Para ello, el director desde ahora protesta, que en el momento de su
abertura (que será a más tardar dentro de dos meses), tendrá especial
cuidado de elevarlo a su consideración, y de cooperar activamente

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Primera época 1824. Congreso de Panamá

con todos los esfuerzos que estén en su poder, que se realice la pronta
remisión de los plenipotenciarios, como lo exigen imperiosamente
los altos intereses de Chile y de toda la América.
Al director de Chile es muy grata la presente oportunidad,
para ofrecer al Consejo de Gobierno del Perú las más distinguidas
consideraciones.

Grande y buen amigo.


Ramón Freire.
El ministro de Relaciones Exteriores.
Juan de Dios Vial del Río.

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Unión Latinoamericana

SR. GENERAL FRANCISCO DE P. SANTANDER,


VICEPRESIDENTE, ETC.
Lima 11 de marzo de 1825

Mi querido general.
Acabamos de recibir las comunicaciones del 6 de enero y del 27,
28 de noviembre, fechadas en Maracai, del general Páez, y que anun-
cian la aproximación de las fuerzas marítimas francesas a Venezuela.
Todo es muy creíble en el estado de las cosas, siempre que sean ge-
nuinas las instrucciones dadas a Chapereau por el ministro francés,
en que le habla del empleo de la fuerza en caso de resistencia. Si la
batalla de Ayacucho no contiene a los franceses, debemos preparar-
nos a una brillante guerra: digo brillante, porque sin duda lo será y
larga; pero siempre muy costosa.
Desde luego, cuente U. con diez o doce mil hombres que pueden
marchar adonde U. quiera, luego que ordene su marcha y disponga
su trasporte del Istmo en adelante hacia la costa del norte. Nuestros
batallones llevarán una mitad de tropas peruanas en reemplazo de
nuestras pérdidas. Después, si fuere preciso, mandaremos cuerpos
peruanos como auxiliares.
En fin, el Perú hará para Colombia, mientras que yo esté aquí, su
deber de gratitud y retorno: hará tanto como hizo Colombia por este
país. Yo puedo dejar en él, cuando me vaya para allá, un gobierno
enérgico, como delegado mío, con algunas tropas colombianas que
lo sostengan. Yo tomaré medidas capaces de auxiliar extraordina-
riamente a Colombia.
Creo que U. puede disponer de tres a cuatro mil hombres del sur
de Quito, con cuadros del norte y soldados del sur.
Yo creo que toda resistencia que se haga a los franceses de fren-
te, es destructiva para nosotros. Puerto Cabello y Cartagena deben
ser defendidos a todo trance, metiéndole seis u ocho mil hombres a
cada punto. El territorio que se evacue debe cubrirse por guerrillas
mandadas por oficiales muy determinados. Nuestra guerra activa
no debe comenzar sino uno o dos años después de que el ejército
francés esté casi destruido. Lo que se llama guerra de posiciones es
inútil con ellos, porque son muy atrevidos, y con su artillería hacen
prodigios. La guerra de Rusia y la de Haití deben servirnos de modelo
en alguna cosa; pero no en el género horrible de destrucción que

87
Primera época 1824. Congreso de Panamá

adoptaron, pues aunque allá fue útil, aquí no sirve de nada, porque
lo que se destruye es inútil a todos. Los franceses recibirán refuerzos
de fuera, y nosotros no recibiremos otros que los de casa.
Además, cuando el país se destruye, el enemigo lo evacua, y el
amigo perece en él. En Rusia había hielos, en Santo Domingo ceni-
zas que producían fiebres, y aquí no habrá sino inmensos desiertos
propios para vivir al abrigo de estos males. En una palabra, lo que se
destruya es nuestro, y ya nos queda poco que destruir.
Crea usted, mi querido general, que debemos saber perder al
principio para poder ganar después. Dejémosles a los enemigos las
costas, porque son enfermizas. Muy a lo interior debemos hacer
nuestra defensa; primero, porque lo alejamos de su base de opera-
ciones, que es la costa; segundo, porque es más provisto de víveres,
más sano de temperamento, y al llegar a tanta distancia sus fuerzas
deben haberse disminuido mucho. Además, debemos dar tiempos a
nuestros aliados, si los tenemos, a que se armen y los hostilicen de
concierto con nosotros.
Diré a U. de paso, y en confirmación de lo dicho, que a los france-
ses se les vence muy fácilmente con las demoras, con las privaciones,
los obstáculos, el clima, el fastidio y cuanto trae consigo una guerra
prolongada. Pero al contrario, son invencibles en el ataque, en el
asalto y en cuanto lleva por divisa la prontitud. Todo esto es muy
sabido; pero no debemos olvidar lo sabido.
Mientras que no se sepa de positivo el resultado de los franceses en
Colombia, no marcharé al sur, y estaré esperando por acá las disposicio-
nes de U. Si las circunstancias no son urgentísimas, yo no debo irme sin
haber mandado por delante doce mil hombres, lo que será en el curso de
este año. Sin embargo, si fuere preciso, me iré solo y un momento después
que haya recibido la noticia de ser necesaria mi presencia, pues en este
caso el general Sucre, La Mar, Salom y Lara pueden hacer lo que yo quiera.
No se olvide U. de hacer declarar una cruzada contra los herejes y ateos
franceses, destructores de sus sacerdotes, templos, imágenes y cuanto
hay de sagrado en el mundo. El obispo de Mérida y todos los fanáticos
pueden servir en este caso en los templos, en los púlpitos y en las calles.
Se me olvidaba observar a U. lo principal, y es que si después de
saberse en Europa el suceso de Ayacucho y la terminación de la guerra
en América, los franceses emprenden o continúan sus operaciones
contra nosotros, debemos prepararnos a sostener la contienda más
importante, más ardua, y más grande de cuantas han ocupado y
afligido a los hombres hasta ahora.

88
Unión Latinoamericana

Esta debe ser la guerra universal. He aquí mis razones. La Francia,


suponiéndonos ocupados en el Perú y poseyendo en el Brasil un gran
poder auxiliar, ha podido pensar distraernos con operaciones falsas
o positivas, contando al mismo tiempo con Iturbide en México, con
la anarquía en Buenos Aires y con el desgobierno más absoluto de
Chile. Por consiguiente, si el negocio es parcial y puramente francés,
Ayacucho lo para todo y burla todas sus combinaciones. Pero si des-
pués de una victoria tan decisiva en el orden americano, los aliados
persisten en su plan de hostilidad y desoyen igualmente nuestras pro-
posiciones, es una prueba evidente de que el plan definitivo es librar
en una contienda general el triunfo de los tronos contra la libertad.
Esta lucha no puede ser parcial de ningún modo, porque se
cruzan intereses inmensos esparcidos en todo el mundo. Desde
luego, todo el nuevo hemisferio queda de hecho comprometido: la
Inglaterra con sus colonias e influencia en las tres partes del mundo,
y por auxiliar en esta contienda tenemos el espíritu constitucional
de los pueblos de Portugal, España, Italia, Grecia, Holanda, Suecia,
y el imperio turco por salvarse de las garras de la Rusia. Los aliados
tendrán a todos los gobiernos del continente europeo, y por consi-
guiente a sus ejércitos.
Así, el fin de esta litis político-militar depende de tales combina-
ciones y sucesos, que ninguna probabilidad ni penetración humana
puede señalarle el término final. Luego, podemos concluir por mi
proposición de prepararnos para una lucha muy prolongada, muy
ardua, muy importante. El único paliativo a todo esto (si se encuentra)
es el Gran Congreso de Plenipotenciarios en el Istmo, bajo un plan
vigoroso, estrecho y extenso, con un ejército a sus órdenes de cien
mil hombres a lo menos, mantenido por la confederación e inde-
pendiente de las partes constitutivas. Además de las chocherías de
una política refinada a la europea, una marina federal y una alianza
íntima y estrechísima con la Inglaterra y la América del Norte.
Después de esta guerra horrible en que quedaremos agotados,
sacaremos por toda ventaja, gobiernos bien constituidos y hábiles, y
naciones americanas unidas de corazón y estrechadas por analogías
políticas, a menos que quede nuestra nueva Grecia como la vieja,
después de la guerra del Peloponeso; en estado de ser conquistada
por un nuevo Alejandro, lo que tampoco se puede prever ni adivinar.
Soy de U. de corazón.

BOLÍVAR.

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SEGUNDA ÉPOCA 1847
TRABAJOS DEL CONGRESO REUNIDO EN LIMA

DOCUMENTOS INÉDITOS

PROTOCOLO

De la primera conferencia tenida por los plenipotenciarios


encargados de establecer la confederación de las repúblicas
hispanoamericanas.
11 de diciembre de 1847

Los gobiernos de las Repúblicas de Bolivia, Chile, Ecuador,


Nueva-Granada y Perú, deseosos de llevar a efecto la Confederación
de estas repúblicas y de las demás que quieran adherirse a ella para
sostener su independencia, su soberanía, su dignidad y la integridad
de sus territorios, y para celebrar los demás pactos convenientes a sus
comunes intereses, acordaron nombrar para tal efecto sus respecti-
vos plenipotenciarios y que su reunión tuviese lugar en esta ciudad
de Lima. En consecuencia, el gobierno de Bolivia ha nombrado al
ciudadano José Ballivian, el de Chile al ciudadano José Benavente,
el del Ecuador al ciudadano Pablo Merino, el de la Nueva-Granada
al ciudadano Juan de Francisco Martín, y el del Perú al ciudadano
Manuel Ferreiro, quienes habiéndose reunido en la casa del ultimo,
hoy sábado 11 de diciembre de 1847, a las dos de la tarde, han can-
jeado sus respectivos plenos poderes, y examinados en comisión
general se han hallado extendidos en debida forma, y bastantes para
que por los dichos plenipotenciarios puedan celebrarse todos los
pactos convenientes sobre los objetos antes mencionados.

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Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

Reconocida la necesidad de acordar algunas resoluciones previas


para evitar cuestiones que puedan suscitarse y para facilitar el curso y
mejor orden de las conferencias, se convino en los puntos siguientes.
1º. El orden de la precedencia de las repúblicas en los acuerdos
de los plenipotenciarios será el alfabético de sus nombres, siempre
que hayan de citarse, y para las firmas se empezará en los Tratados
por la del plenipotenciario a quien deba darse el ejemplar, y en los
Protocolos por el que tenga la presidencia; las demás firmas según
el orden que señale la suerte, que se sacará por una sola vez.
Para fijar este orden, se pusieron los nombres de las cinco repú-
blicas en otras tantas cédulas, y sacadas a la suerte resultaron como
sigue: 1º Nueva-Granada, 2º Ecuador, 3º Perú, 4º Bolivia, 5º Chile.
Cuando el nº5 sea el último, a este seguirá el 1º y los demás que falten
en el mismo orden establecido.
2º. Para el mejor orden en las conferencias que han de tener
lugar en la Asamblea de los Plenipotenciarios, habrá un presidente.
Este cargo turnará entre los plenipotenciarios por semanas de lunes
a domingo, según el mismo orden establecido por la suerte para la
precedencia.
3º. Habrá una secretaría a cuyo cargo estarán todos los negocios
generales de la Asamblea, y por la cual se llevará un Protocolo de
las Conferencias, fuera de los protocolos que se firmarán para cada
uno de los plenipotenciarios. La Asamblea designará de entre los
secretarios de los plenipotenciarios el que deba tener la Secretaría
General, y será auxiliado por los secretarios oficiales de los demás
plenipotenciarios; para las presentes sesiones se designó como se-
cretario general el de la legación de la Nueva-Granada, ciudadano
Pastor Ospina.
4º. La próxima reunión tendrá lugar el 16 del corriente a las doce
del día en la casa del señor plenipotenciario de Chile. Cada uno de los
plenipotenciarios podrá presentar en ella las bases o proyectos de
tratados de confederación que juzgue convenientes, y la Asamblea
acordará el modo de entablar sobre ellos las conferencias.

Juan de Francisco Martín, Pablo Merino, Manuel Ferreiros, José


Ballivian, D. J. Benavente.

92
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 16 DE DICIEMBRE DE 1847
PRESIDIDA POR EL SEÑOR DON JUAN DE FRANCISCO MARTÍN
Reunidos hoy 16 de diciembre de 1847 a las 12 1/2 del día en la
casa del plenipotenciario de Chile los cinco plenipotenciarios de
Bolivia, Chile, Ecuador, Nueva-Granada y Perú, se leyó y se aprobó
el Protocolo de la conferencia anterior.
El plenipotenciario de Chile propuso los dos acuerdos siguientes:
1º. Los puntos que no sean aprobados por unanimidad de los
plenipotenciarios, se reservarán para formar tratados y artículos
adicionales entre las repúblicas que con ellos se conformen.
2º. Todo acuerdo se mantendrá secreto, lo mismo que las discu-
siones, hasta tanto que los respectivos gobiernos dispongan hacerlos
públicos.
El primero fue unánimemente adoptado. Sobre el segundo no
recayó resolución, por haberse manifestado ser innecesario esta-
blecer por un acuerdo lo que, siendo un deber de todo negociador
diplomático, no puede dejar de observarse por los que concurren a
las presentes conferencias.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada, de acuerdo con los de
Chile y Bolivia, presentó un proyecto de tratado de confederación,
cuyo tenor es el siguiente:
“En el nombre de la Santísima Trinidad, triunfantes de la
España, en una lucha larga y sangrienta, los pueblos del continente
americano, que por tres siglos habían sufrido una dura opresión
como colonias de aquella nación, vindicaron sus derechos, se cons-
tituyeron en repúblicas independientes bajo las más halagüeñas
instituciones liberales y con inagotables elementos de riqueza y
de prosperidad, de poder y de engrandecimiento abrieron su co-
mercio a todas las naciones de la tierra. Empero débiles todavía,
como lo han sido todas las naciones cuando apenas han entrado en
el periodo de su infancia, no pudiendo presentar la respetabilidad
que dan los gobiernos consolidados por el tiempo y por la expe-
riencia, ni disponer de los recursos que proporcionan los capitales
acumulados por un largo comercio y una industria perfeccionada
con siglos de existencia, han llegado a verse en la dura condición
de sufrir amenazas, agresiones, ofensas y usurpaciones hechas a
su independencia, a su soberanía, a su dignidad y a sus intereses;

93
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

o llevadas de impulsos poco fraternales, han perturbado sus recí-


procas relaciones de paz y de amistad.
En semejante situación, nada más natural, interesante y nece-
sario para las repúblicas hispanoamericanas, que dejar el estado de
aislamiento en que se han hallado y concertar medios eficaces para
estrechar sólidamente su unión, para sostener su independencia, su
soberanía, su dignidad y sus intereses, y para arreglar siempre por
vías pacíficas y amistosas las diferencias que entre ellas puedan sus-
citarse. Ligadas por el vínculo del origen, el idioma, la religión y las
costumbres, por su posición geográfica, por la causa común que han
defendido, por la analogía de sus instituciones y sobre todo por sus
comunes necesidades y recíprocos intereses, no pueden considerar-
se sino como partes de una misma nación, que deben mancomunar
sus fuerzas y sus recursos para remover todos los obstáculos que
se oponen al destino que les ofrecen la naturaleza y la civilización.
Así como han sido nuevos y extraordinarios los ejemplos que
ha presentado la América española en su emancipación política,
así es también nueva y extraordinaria la condición en que se halla,
condición tan especial como favorable para establecer sus diversas
relaciones de la manera más conforme a sus propias necesidades y
bien entendidos intereses y a los principios sagrados del derecho
de las naciones.
Convencidos de esto los gobiernos de Bolivia, Chile, Ecuador,
Nueva-Granada y Perú han convenido en celebrar los pactos ne-
cesarios sobre los puntos indicados, y al efecto han conferido
plenos poderes a sus respectivos ministros, a saber: el gobierno de
Bolivia al ciudadano José Ballivian, el de Chile al ciudadano Diego
José Benavente, el del Ecuador al ciudadano Pablo Merino, el de
la Nueva-Granada al ciudadano Juan de Francisco Martín, y el del
Perú al ciudadano Manuel Ferreiros, quienes habiendo canjeado y
examinado sus poderes y hallándolos bastantes y en debida forma,
han celebrado el siguiente:

TRATADO DE LA CONFEDERACIÓN
Art. 1. Las Altas Partes contratantes se unen, ligan y confederan
para sostener la soberanía y la independencia de todas y cada una
de ellas; para mantener la integridad de sus respectivos territorios;
para asegurar en ellos su dominio y señorío y para no consentir que

94
Unión Latinoamericana

se infieran impunemente a ninguna de ellas ofensas o ultrajes inde-


bidos. Al efecto se auxiliarán con sus fuerzas terrestres y marítimas,
y con los demás medios de defensa de que puedan disponer, en el
modo y término que se estipulan en el presente tratado.

Art. 2. En virtud del artículo anterior y para los efectos que en él


se expresan, se entenderá llegado el Casus foederis.
1º. Cuando alguna nación extranjera ocupe o intente ocupar
cualquiera porción de territorio que se halle dentro de los límites de
alguna de las repúblicas confederadas o haga uso de la fuerza para
sustraer tal territorio del dominio y señorío de dicha república, sea
cual fuere el pretexto que se alegue para ello; pues las repúblicas
confederadas se garantizan mutuamente y de la manera más expresa
y solemne el dominio y señorío que tienen a todo el territorio que se
halle comprendido dentro de sus límites respectivos, y no reconocen
ni reconocerán derecho en ninguna nación extranjera, ni en ninguna
tribu indígena para disputarles aquel dominio y señorío.
2º. Cuando algún gobierno extranjero intervenga, o pretenda
intervenir con la fuerza para alterar las instituciones de alguna o de
algunas de las repúblicas confederadas, para exigir que se haga lo
que por sus leyes no sea permitido, o para impedir la ejecución de
las mismas leyes o de las órdenes, resoluciones o sentencias dictadas
con arreglo a ellas.
3º. Cuando alguna o algunas de las repúblicas confederadas re-
ciban de un gobierno extranjero o de alguno de sus agentes ultrajes
u ofensa grave, ya directamente, ya en la persona de alguno de sus
agentes diplomáticos, y no se obtenga de dicho gobierno la debida
reparación, después de haber sido solicitada.
4º. Cuando aventureros o individuos desautorizados, ya con sus
propios medios, ya protegidos por algún gobierno extranjero, inva-
dan o intenten invadir con tropas extranjeras el territorio de alguna
de las repúblicas confederadas para intervenir en los negocios po-
líticos del país, o para fundar colonias u otros establecimientos con
perjuicio de la independencia, soberanía o dominio de la respectiva
república.

Art. 3. Si alguna de las repúblicas confederadas recibiese agre-


sión, ofensa o ultraje de una potencia extranjera, en cualquiera de
los casos del artículo anterior, y el gobierno de dicha república
no hubiese podido obtener la debida reparación o satisfacción,

95
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

se dirigirá al Congreso de los Plenipotenciarios de las Repúblicas


Confederadas presentándole una exposición comprobada del ori-
gen, curso y estado de la cuestión y de las razones que demuestren
haber llegado el caso de que las repúblicas confederadas hagan
causa común para vindicar los derechos de la que ha sido agravia-
da. Si el Congreso de los Plenipotenciarios resolviere ser justa la
demanda de dicha república, lo participará a todos los gobiernos
de las repúblicas confederadas para que cada uno de ellos se di-
rija al de la nación que hubiese intentado la agresión o inferido la
ofensa o el ultraje, pidiendo la debida satisfacción o reparación; y
si esta fuere negada o eludida, sin motivo suficiente que justifique
tal procedimiento, el Congreso de los Plenipotenciarios declarará
haber llegado el Casus foederis y lo comunicará a los gobiernos
de las repúblicas confederadas para los efectos del artículo 5º de
este tratado, y para que cada una contribuya con el contingente de
fuerzas y medios que le correspondan, en el modo y términos que
acordare el mismo Congreso.

Art. 4. Si antes de que el Congreso de los Plenipotenciarios de


las Repúblicas Confederadas resolviere sobre la demanda de auxilios
hecha por alguna de dichas repúblicas, fuere invadido el territorio de
esta por las fuerzas enemigas, y los gobiernos de las otras repúblicas
confederadas reconocieren ser injusta la invasión o haber en ella un
peligro común, podrán dar los auxilios correspondientes, como si
hubiesen sido decretados por el Congreso de los Plenipotenciarios.

Art. 5. Una vez comunicado a los gobiernos de las repúblicas con-


federadas haberse resuelto por el Congreso de los Plenipotenciarios
ser llegado el Casus foederis, para obrar contra alguna potencia ex-
tranjera, si esta hubiere hecho agresión o abierto hostilidades contra
alguna o algunas de dichas repúblicas, todas estas se considerarán
en guerra con aquella potencia, y, en consecuencia, se declararán
rotos todos los tratados que con ella hubiesen celebrado, se corta-
rán sus relaciones comerciales y no se admitirán en ninguna de las
repúblicas confederadas, mientras duren las hostilidades, efectos
naturales o manufacturas de ninguna clase originarias del territorio
de la potencia enemiga.
1º. Los ciudadanos o súbditos de la nación enemiga que se hallen
en el territorio de las repúblicas confederadas, deberán salir de él
dentro de seis meses si tuvieren en el país bienes raíces, y dentro de

96
Unión Latinoamericana

cuatro si no los tuvieren, excepto en los casos para los que se haya
acordado otra cosa por tratados anteriores.
2º. Si la potencia contra la cual deban emplearse las fuerzas
de las repúblicas confederadas, en virtud de la declaratoria del
Congreso de los Plenipotenciarios, no hubiere hecho agresión ni
abierto hostilidades contra ninguna de dichas repúblicas, deberán
los gobiernos de estas declararle la guerra, en la forma debida, para
que tenga efecto lo que en este artículo queda acordado.

Art. 6. Cuando el Congreso de los Plenipotenciarios de las


Repúblicas Confederadas no hallare justa la demanda que una de
ellas haga por supuesta injuria recibida de otra potencia, o cuando
una potencia extranjera injuriada por alguna de las repúblicas con-
federadas, no hubiere podido obtener de esta la debida reparación,
hallada justa por el Congreso de los Plenipotenciarios, este excitará
a los gobiernos de las demás repúblicas confederadas para que to-
dos interpongan su mediación y sus buenos oficios a fin de que se
obtenga un avenimiento pacífico; pero si este no se lograre, y por
ello se abriere la guerra entre las dos naciones interesadas, las demás
repúblicas confederadas permanecerán neutrales en la contienda.

Art. 7. Las repúblicas confederadas reconocen como principio


fundado en un derecho perfecto, para la fijación de sus límites res-
pectivos, el uti possidetis de 1810; y para demarcar dichos límites
donde no lo estuvieren de una manera natural y precisa, convienen
en que cuando esto ocurra, los gobiernos de las dos repúblicas in-
teresadas nombren comisionados, que reunidos y reconociendo, en
cuanto fuere posible, el territorio de que se trate, determinen la línea
divisoria de las dos repúblicas, tomando las cumbres divisorias de
las aguas, el talwech de los ríos u otras líneas naturales, siempre que
lo permitan las localidades; a cuyo fin podrán hacer los necesarios
cambios y compensaciones de territorios, de la manera que consulte
mejor la recíproca conveniencia de las dos repúblicas. Si ellas no
aprobaren la demarcación hecha por los comisionados o si estos no
pudiesen ponerse de acuerdo para hacerla, se someterá el asunto
a la decisión arbitral del Congreso de los Plenipotenciarios de las
Repúblicas Confederadas.
1º. También se ocurrirá al arbitramento del Congreso de los
Plenipotenciarios cuando se dude cuál de los gobiernos colo-
niales debía ejercer jurisdicción sobre un territorio, al tiempo de

97
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

proclamarse la independencia, y por tal motivo no hayan podido


fijarse de común acuerdo entre dos de las repúblicas confederadas
sus respectivos límites.
2º. Las repúblicas que habiendo sido partes de un mismo Estado,
al proclamarse la independencia, se separaron después de 1810,
serán consideradas en los límites que se les reconocieran al tiempo
de constituirse, sin perjuicio de los tratados que hayan celebrado
o celebraren para variarlos o perfeccionarlos conforme al presente
artículo.
3º. Lo acordado en este artículo en nada altera los tratados o con-
venciones sobre límites celebrados entre algunas de las repúblicas
confederadas, ni contraría la libertad que estas repúblicas tienen
para arreglar entre sí sus respectivos límites; pues solo en el caso
de que esto no pueda verificarse y que por ello haya peligro de que
se alteren las buenas relaciones de las repúblicas interesadas, será
que, a solicitud de dichas repúblicas o de una de ellas, se constituirá
el Congreso de los Plenipotenciarios en árbitro, para decidir sobre
el punto cuestionado.

Art. 8. Si se pretendiere reunir dos o más repúblicas confedera-


das en un solo Estado, o dividir en varios Estados algunas de dichas
repúblicas, o segregar de una de ellas para agregar a otra de las
mismas repúblicas o a una potencia extranjera uno o más puertos,
ciudades, pueblos, provincias, tal cambio no podrá tener efecto si
el Congreso de los Plenipotenciarios resolviere ser perjudicial a los
intereses y seguridad de la Confederación.

Art. 9. Las repúblicas confederadas, con el fin de que se conserve


entre ellas inalterable la paz, adoptando el principio que aconsejan el
derecho natural y la civilización del siglo, establecen que cualesquie-
ra cuestiones y diferencias que entre ellas se susciten, se arreglarán
siempre por las vías pacíficas, tocando a la Confederación el hacer
reparar cualquiera ofensa o agravio que alguna o algunas de dichas
repúblicas infieran a otra u otras de la Confederación. En consecuen-
cia, jamás se emplearán las fuerzas de unas contra otras, a no ser
que alguna o algunas rehúsen cumplir lo estipulado en los tratados
de la Confederación, o lo resuelto conforme a ellos por el Congreso
de los Plenipotenciarios, pues en este caso, y con arreglo a lo que el
mismo Congreso acordare, se emplearán los medios necesarios para
hacer entrar en sus deberes a la república o repúblicas refractarias.

98
Unión Latinoamericana

Art. 10. En cualquier caso no previsto en que se susciten, entre


dos o más de las repúblicas confederadas, cuestiones o diferencias
capaces de turbar las buenas relaciones de paz y de amistad que de-
ben existir entre ellas, y no hayan podido terminar tales cuestiones o
diferencias por medio de su correspondencia o de sus negociaciones
diplomáticas, el Congreso de los Plenipotenciarios interpondrá sus
buenos oficios y se esforzará a fin de que las repúblicas interesadas
entren en un avenimiento que asegure sus buenas relaciones.
Pero si esta intervención no fuere bastante para que las di-
chas repúblicas terminen sus desavenencias, el Congreso de los
Plenipotenciarios se constituirá en árbitro, y oyendo la exposición
de motivos en que funde sus pretensiones cada una de las repúblicas
interesadas, dará su decisión, que será puntualmente cumplida por
estas repúblicas; y si alguna de ellas lo rehusare, las otras suspende-
rán para con esta todos los deberes de la neutralidad, sin perjuicio de
los demás medios que tenga a bien adoptar el Congreso para hacer
efectivas sus decisiones y para que la república refractaria sienta las
consecuencias de su infidelidad a este pacto.

Art. 11. Si el Congreso de los Plenipotenciarios de las Repúblicas


Confederadas, en el caso de interponer sus buenos oficios a fin de
terminar las cuestiones o diferencias suscitadas entre algunas de
dichas repúblicas, creyere conveniente el comisionar a alguno o
algunos de sus miembros cerca de los gobiernos de las repúblicas
interesadas, podrá hacerlo, dándoles las instrucciones convenientes
para que su mediación tenga toda la eficacia y buen resultado que
debe desearse.

Art. 12. Cada una de las repúblicas confederadas, como que


conserva el pleno derecho de su independencia y de su soberanía,
podrá adoptar y mantener las instituciones y el gobierno que a bien
tenga; y en consecuencia ni los gobiernos de las otras repúblicas ni
el congreso de sus plenipotenciarios intervendrá en los negocios
internos de ninguna de ellas, a no ser que ocurra alguno de los casos
expresados en el art. 2. de este tratado, en que deben prestar auxilios
al respectivo gobierno.

Art. 13. Ninguna de las repúblicas confederadas permitirá que


en su territorio se hagan reclutamientos o enganchamientos, que
se organicen tropas o que se hagan armamentos u otros aprestos de

99
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

guerra, de cualquiera especie que sean, con el objeto de hostilizar o


de turbar la paz y tranquilidad interior de otra de las repúblicas de
la Confederación.

Art. 14. Los reos por delitos comunes, los desertores del ejérci-
to o de la marina, y los deudores alzados de una de las repúblicas
confederadas que se asilaren en otra de ellas, serán devueltos a
los jueces o tribunales a quienes competa su juzgamiento, siempre
que lo soliciten por conducto de la primera autoridad política de
una provincia limítrofe con la otra república, si en ella hubiere de
ser juzgado el reo, o por conducto del supremo gobierno en los de-
más casos, debiendo acompañar a la solicitud los documentos que
conforme a las leyes del país en que haya de ser juzgado el reo sean
bastantes para decretar su prisión o enjuiciamiento. La entrega del
reo se hará por la primera autoridad política del lugar en que aquel
se halle; y en caso de duda sobre el valor de los documentos que se
le hayan dirigido, consultará con la autoridad superior inmediata o
con el poder ejecutivo.
Los reos por delitos de traición, rebelión o sedición contra el
gobierno de una de las repúblicas confederadas que se asilen en
otra de ellas, no serán entregados en ningún caso; pero podrán ser
expulsados del país en que se hubieren asilado o internados hasta
cincuenta leguas de las fronteras o costas, cuando haya motivos
fundados para temer que promuevan conspiraciones o amaguen de
otra manera contra su propio país. La expulsión o remoción podrá
hacerse espontáneamente por el gobierno que haya prestado el asilo,
o a petición de la república amenazada.

Art. 15. Siempre que hayan de reunirse las fuerzas de las repú-
blicas confederadas para obrar conforme a este tratado, el Congreso
de los Plenipotenciarios fijará el contingente con que cada república
deba contribuir; sin perjuicio de que aquella o aquellas que vengan
a ser el teatro de la guerra aumenten sus fuerzas hasta donde sus
circunstancias se lo permitan.
El contingente de las tropas se distribuirá́ en proporción de la
población de las respectivas repúblicas.
Las fuerzas marítimas y los transportes para las fuerzas que
hayan de conducirse por mar, se darán por las repúblicas que las
posean, o que tengan más facilidades para su adquisición, compen-
sándose por las otras repúblicas estos auxilios marítimos con tropas

100
Unión Latinoamericana

de tierra o de otro modo, según las bases que se establezcan por el


mismo Congreso de Plenipotenciarios.

Art. 16. Cuando se reúnan las fuerzas de las repúblicas confede-


radas para obrar contra el enemigo común o para compeler a alguna
de las mismas repúblicas a entrar en su deber, tomará el mando de
dichas fuerzas el jefe de mayor graduación que haya en ellas, y si
hubiere varios de la misma graduación, se elegirá por ellos el que
haya de tomar el mando en jefe.
Para los efectos de este artículo se entenderá que tienen una mis-
ma graduación todos los jefes que tengan el primer empleo que pueda
concederse en el ejército de cada república conforme a sus leyes.

Art. 17. Para la indemnización de los gastos causados en los au-


xilios que se presten las repúblicas confederadas, se observarán los
principios siguientes: si el auxilio se presta en una contienda cuya
causa sea común e interese directamente a todas las repúblicas con-
federadas, ninguna de ellas tendrá derecho a reclamar de las otras
indemnización alguna; si el auxilio no redundare sino en favor de
alguna o de algunas de dichas repúblicas, estas deberán indemnizar
los gastos hechos por las otras: si las fuerzas de la Confederación se
emplearen para hacer entrar en su deber a alguna de las repúblicas
de la misma Confederación que se rehusare a cumplir aquello a que
estuviere obligada por sus tratados, solo será responsable de los
gastos la república culpable.

Art. 18. Cada una de las repúblicas confederadas nombrará un


ministro plenipotenciario para el Congreso de la Confederación
que debe reunirse cada dos años en el lugar, época y términos que
el mismo Congreso acordare o en que convinieren los gobiernos de
las repúblicas confederadas. También se reunirá dicho Congreso
extraordinariamente siempre que lo exijan los intereses de la
Confederación y que así se acuerde, a lo menos por tres de los go-
biernos de las repúblicas confederadas.
El gobierno de la república en cuyo territorio se reuniere o
haya de reunirse el Congreso de los Plenipotenciarios, considerará
a estos como si fuesen ministros públicos, acreditados cerca de él,
y les prestará todos los auxilios que demanda el carácter sagrado e
inviolable de sus personas y los demás que necesitaren para el fácil
y cumplido desempeño de su misión.

101
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

Art. 19. En la primera sesión de cada una de las reuniones ordi-


narias y extraordinarias del Congreso de los Plenipotenciarios, se
nombrará por él un presidente y un secretario. El mismo Congreso
acordará los reglamentos necesarios para su correspondencia y para
su régimen económico.
1º. Los gobiernos de las repúblicas confederadas tendrán como
auténticos los actos del Congreso que se les comuniquen suscritos
por su presidente, refrendados por su secretario y sellados con el
sello de la Confederación.
2º. El sello de la Confederación representará un hemisferio con el
continente de la América, llevando inscritos en sus respectivos luga-
res los nombres de las repúblicas confederadas y en la circunferencia
lo siguiente: Confederación de las Repúblicas Hispanoamericanas.

Art. 20. Los plenipotenciarios de las repúblicas confederadas


reunidos en Congreso, celebrarán todos los tratados o convenciones
necesarios para sostener, favorecer o fomentar los derechos e inte-
reses de las mismas repúblicas, darán a los tratados o convenciones
que hubieren celebrado la debida interpretación, siempre que ocu-
rran dudas en su ejecución, y acordarán en los casos necesarios los
actos, resoluciones o providencias que por los mismos tratados y
convenios les competan.
1º. Los tratados o convenciones serán obligatorios para cada
una de las repúblicas confederadas en todo aquello que haya sido
estipulado con acuerdo del respectivo plenipotenciario y ratificado
por el gobierno de la misma república.
2º. Los acuerdos del Congreso sobre interpretación de los tratados
y convenciones sobre mediación, arbitramento, auxilios e indemniza-
ciones entre las repúblicas confederadas y sobre asuntos económicos,
del mismo Congreso, podrán dictarse con el voto de la pluralidad ab-
soluta de todos los plenipotenciarios de las repúblicas confederadas, y
no necesitarán de ratificación de ningún gobierno para ser cumplidos,
siempre que sean conformes a las bases establecidas en este tratado
o a las que se establezcan en los que en adelante se celebren.
3º. Se entenderá que hay pluralidad absoluta de votos, para los
efectos de este artículo, cuando haya un número de votos conformes
que exceda al de la mitad de las repúblicas confederadas. Así, siendo
el número de estas repúblicas cuatro o cinco, la pluralidad absoluta
será tres; siendo seis o siete, será la pluralidad absoluta cuatro; y
así en adelante.

102
Unión Latinoamericana

Art. 21. El presente tratado se comunicará a los gobiernos de las


repúblicas hispanoamericanas, que no han concurrido a su celebra-
ción, excitándolos para que le presten su accesión. Las repúblicas de
cuyos gobiernos se obtuviere esta accesión quedarán incorporadas
en la Confederación y serán en todo consideradas como si hubiesen
concurrido a la celebración de este tratado.

Art. 22. El presente tratado será ratificado por los gobiernos de


las repúblicas contratantes, y los instrumentos de ratificación serán
canjeados en esta ciudad de Lima en el término de veinticuatro meses,
o antes si fuere posible.
El plenipotenciario del Perú presentó las bases que en su concep-
to debían adoptarse para la celebración de los tratados, redactadas
en los términos siguientes:
“Debiendo los plenipotenciarios de diversos Estados sudameri-
canos, reunidos en Asamblea en la ciudad de Lima, celebrar tratados
cuyo principal objeto sea una Liga o Confederación para afianzar la
independencia, soberanía e instituciones de todos y de cada uno de
ellos, sostenerse mutuamente contra todo poder que intente ultra-
jarlos, invadirlos, defraudar su territorio, o intervenir a mano armada
en sus negocios domésticos con cualquier motivo o pretexto; siendo
de común interés de dichos Estados estrechar sus relaciones con
fuertes y perdurables lazos, y hacer cuanto convenga a su seguridad,
prosperidad y engrandecimiento, han acordado las siguientes bases:
1º. Las cinco potencias representadas por sus respectivos
plenipotenciarios, se confederan para que mediante la fuerza, el
influjo y el poder que naturalmente da la unión, asuman de una vez
los pueblos sudamericanos la respetable y segura posición que les
corresponde ocupar.
2º. Se harán las estipulaciones convenientes para afianzar la
independencia, soberanía e instituciones de todos y de cada uno de
los Estados coligados, de manera que ningún poder extraño pueda
atentar impunemente contra objetos e intereses tan importantes,
de que depende esencialmente la existencia y el bienestar de las
naciones.
3º. En cuanto al modo y términos de esta Confederación, se res-
petarán y salvarán en todo caso los derechos inherentes a cada uno
de los Estados coligados, las regalías que pertenecen al ejercicio de la
suprema potestad, la incolumidad de la constitución y de las leyes, y
los fueros, derechos, intereses primordiales de la asociación política.

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Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

4º. Siendo necesario respetar en todo caso las reglas del derecho
público, que reconocidas y aceptadas por la Europa han llegado a ser
ley de las naciones, solo se harán algunas ligeras modificaciones o
restricciones que pudieran convenir a los Estados americanos para
precaverse de los ultrajes y daños con que no pocas veces han sido
deprimidos por la prepotencia y la injusticia de gobiernos podero-
sos, y en especial para reprimir el abuso de las estaciones navales.
5º. Habiendo celebrado varios Estados de esta parte de América
tratados con diversas potencias trasatlánticas, en los que se ajusten
por los Estados coligados, se ha de cuidar de no herir los tratados
vigentes, cuya validez y subsistencia procurarían aquellos sostener a
todo trance, haciendo uso de un derecho que no sería fácil contestar,
y aún menos abrogar.
6º. Los Estados coligados se garantizan su integridad territorial,
y no será lícito a ninguno de ellos ni a ningún poder extraño, apo-
derarse bajo de ningún pretexto, de cualquiera parte, por pequeña
que sea, del territorio de cualquiera de dichos Estados. Estos tendrán
por regla para fijar sus límites el uti possidetis de 1824, después de
terminada la guerra de la Independencia con la batalla de Ayacucho.
7º. Se comprometen los Estados a repeler toda invasión extran-
jera y a oponerse a todo proyecto de colonización y de adquisición
de territorio en el continente.
8º. Se comprometen así mismo a rechazar toda intervención
armada, sea cual fuere el poder que la intente, y los pretextos o mo-
tivos en que se funde; pues nada hay que pueda justificar ataques
tan derechos a la independencia y soberanía de las naciones.
9º. Puesto que una paz inalterable y profunda es el primero de
los bienes sociales, cuya posesión es absolutamente necesaria a las
recientes naciones americanas para consolidar el orden interior y
las instituciones, adelantar y asegurar su crédito, y avanzar en toda
vía de bienestar y de progreso, los Estados coligados adoptan como
principio vital e invariable de fraternidad en el sentido más amplio
y extenso, no hacerse jamás la guerra, sino ocurrir en todo evento a
los medios de conciliación, negociación o transacción, ya sea enten-
diéndose directamente unas con otras en caso de agravio, ofensa o
daño, por sus propios agentes, o bien por la interposición de uno o
más Estados, cuya mediación han de solicitar precisamente, siempre
que no haya sido posible el avenimiento por los medios directos.
10º. Mas no siendo suficiente la paz externa para asegurar to-
das las condiciones de la vida feliz de una nación, no solo se ha de

104
Unión Latinoamericana

procurar la paz doméstica sino también impedir que esta llegue a


turbarse, y que entronizada la anarquía, venga a ejercer su maléfico
influjo y a trastornarlo y devorarlo todo. Con tan saludables miras,
los Estados coligados, al mismo tiempo que desechan todo medio
que se oponga a los principios y preceptos de la justicia universal,
a los derechos inalienables del hombre, y a las benéficas y huma-
nitarias leyes de la hospitalidad y asilo que se glorian de observar
los pueblos cultos; acordarán medidas represivas que alcancen a
refrenar los ímpetus revolucionarios y desorganizadores, y a frustrar
las maquinaciones y asechanzas de los individuos y facciones que
en cualquiera de los Estados coligados pudieran conspirar y atentar
contra el vecino.
11º. Como en la vida externa de las naciones americanas debe ha-
ber uniformidad de acción y unidad de principios, y tanto en la teoría
como en la aplicación de su política debe sobresalir el pensamiento
americano, el Congreso uniformará en cuanto sea dable los principios
de derecho internacional de los Estados coligados, a fin de que jamás
caminen discordes ni divergentes en sus mutuas relaciones, y se eviten
los tropiezos y vacilaciones que pudiera ofrecer la aplicación de reglas
inciertas, o dudosas o controvertibles, o inadaptables o insuficientes,
o no bien recibidas y adoptadas por todos los Estados sudamericanos,
de manera que puedan abrazarse sin repugnancia, y practicarse fácil y
provechosamente por todos ellos, y evitarse todo motivo de discordia
y tropiezo o mala inteligencia entre pueblos que deben aparecer ante
el resto del mundo como una sola familia.
12º. Para los casos en que las fuerzas de la Confederación hayan
de obrar unidas, el Congreso adopta por base la población de cada
república, a proporción de la cual se designará el número de tropa
terrestre, como también la fuerza marítima que corresponda a dicha
base; sin perjuicio de las modificaciones especiales en que fuere
prudente convenir.
13º. El tráfico mercantil será fomentado y activado por los me-
dios más conducentes y propios, relevándolo de inútiles e injustas
trabas; atrayéndolo en vez de rechazarlo; sin contrariar, no obstante,
los intereses peculiares y locales que a cada uno de los Estados le
convenga conservar.
14º. La navegación será igualmente protegida, y sobre la de los
ríos, se harán estipulaciones especiales que aseguren a los Estados
las ventajas que de ella deben reportar y que por todo derecho les
pertenecen.

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Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

15º. Se ajustará una convención consular en que se regularice


y uniforme el ejercicio de las funciones, prerrogativas, derechos y
obligaciones de los agentes consulares, que cada uno de los Estados
coligados tenga a bien establecer en el territorio de los otros; y un
arreglo convencional para los correos y postas, sobre bases francas
que faciliten el curso de la correspondencia entre los mismos Estados.
16º. Los asuntos del Congreso se decidirán a pluralidad absoluta
de votos por los plenipotenciarios que lo componen.
17º. El Congreso se reunirá cada cuatro años, o antes extraor-
dinariamente, si lo considerase necesario el mayor número de los
Estados Confederados.

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Los demás plenipotenciarios manifestaron estar, en lo general,


conformes con los principios adoptados en ambos proyectos, y ha-
llándose el presentado por el plenipotenciario de la Nueva-Granada
redactado en forma de tratado, se convino en que él sirviese de texto
para la discusión, teniéndose presentes las bases presentadas por el
plenipotenciario del Perú, para hacer conforme a ellas las modifica-
ciones que se juzgasen convenientes.
Se leyeron y consideraron la introducción y los artículos primero
y segundo, y fueron unánimemente adoptados sin variación.
El plenipotenciario de Bolivia presentó como caso 5º para el
artículo 2. el siguiente:
“Cuando un gobierno reconocido constitucionalmente de una
de las repúblicas que formen la Confederación fuere contrariado por
una revolución cualquiera, que tienda a echarlo por tierra y suplan-
tar otro gobierno no constitucional en su lugar, podrá el Congreso
de los Plenipotenciarios, en vista de los hechos notorios, tomar las
medidas que creyere oportunas para atajar el cáncer y proteger con
los medios que crea convenientes al gobierno legítimo atacado por
los revoltosos hasta poner en posesión quieta y pacífica al gobierno
atacado”.
El autor de esta proposición la apoyó manifestando que el ma-
yor de los males que sufren las repúblicas hispanoamericanas se
halla en las frecuentes revoluciones que consumen los recursos de
los Estados y alteran los gobiernos y les impide atender a las me-
joras del país; que lo más útil que pueda hacerse a favor de dichas
repúblicas es concretar medios para impedir tales revoluciones;

106
Unión Latinoamericana

que, en su concepto, el más eficaz era el que había propuesto, pues


los individuos que proyectan hacer revoluciones desmayarán al
considerar que los gobiernos cuentan con el apoyo de las demás
repúblicas confederadas para sostenerse, y que el del Congreso de
los Plenipotenciarios ofrecerá siempre bastantes garantías para que
no se tema que su intervención presente los peligros que habría en
la de un gobierno interesado.
Los demás plenipotenciarios manifestaron que aunque recono-
cían el mal indicado por el de Bolivia, no podían adoptar el principio
que él proponía, porque siendo siempre odiosa toda intervención
extranjera en los negocios interiores de un Estado, lejos de dar
solidez a los gobiernos, hace que estos sean mirados como crea-
ciones extrañas que no tienen en su favor la voluntad de la nación,
lo que aumenta el descontento y los motivos de las guerras civiles;
y porque siempre será peligroso y muchas veces funesto para las
instituciones y para la libertad de todo Estado, el dar intervención
a cualquier poder o agente extranjero en las cuestiones que versan
sobre la legitimidad de los gobiernos propios y de los medios que
pueden emplearse para alterarlos; cosas que solo pueden decidirse
por la misma nación, cuya soberanía e independencia se anularían
siempre que se procediese de otro modo.
Se adoptó por unanimidad el artículo 3 y también la siguiente
adición que propuso el plenipotenciario de Chile.
“Si en el caso de este artículo, no estuviere reunido o pronto a
reunirse el Congreso de los Plenipotenciarios, la república agravia-
da presentará la exposición comprobada de que se ha hablado, a
los gobiernos de las otras repúblicas confederadas, para que apre-
ciando su justicia, puedan dirigir sus respectivos reclamos para
obtener la debida reparación; y si esta fuere negada se reunirá sin
demora el Congreso de los Plenipotenciarios para que declare si es
llegado el casus foederis y se proceda a lo que fuere consiguiente a
su declaratoria”.
Se adoptó el artículo 4 por unanimidad, y siendo las 3 1/2 de la
tarde se suspendió la conferencia para continuarla el día de maña-
na. Juan de Francisco Martín, Pablo Merino, Manuel Ferreiros, José
Ballivian, D. J. Benavente.

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Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 17 DE DICIEMBRE DE 1847
PRESIDIDA POR EL SEÑOR JUAN DE FRANCISCO MARTÍN
Reunidos a la una del día los plenipotenciarios de Bolivia, Chile,
Ecuador, Nueva-Granada y Perú, se leyó el protocolo de la conferen-
cia del día anterior y fue aprobado.
Continuando la conferencia sobre el proyecto de tratado de confe-
deración, se adoptó unánimemente el artículo 5 variando la última parte
de su primer parágrafo como sigue: “Y en consecuencia cortarán toda
clase de relaciones con ella, y ninguna de las repúblicas confederadas
admitirá, mientras duren las hostilidades, ninguna clase de efectos de
comercio naturales o manufacturados originarios del territorio de la
potencia enemiga”. Los plenipotenciarios expusieron que la supresión
que por indicación del Perú se ha hecho en este artículo de la frase por
la cual debían declararse rotos los tratados, no es con la mira de que
tal ruptura no tenga efecto, sino porque siendo una consecuencia de la
guerra reconocida por el derecho de gentes, es conveniente que llegado
el caso de declararse, sea en virtud del principio universal, y no como
regla establecida por una de las partes interesadas.
El artículo 6 se adoptó por unanimidad, y se acordó colocarle
después del tercero, porque pareció́ ser aquel el lugar que mejor le
corresponde.
Considerando el artículo séptimo, propuso el plenipotenciario
del Perú que se sustituyese al uti possidetis de 1840 el de 1824, en que
quedó asegurada la independencia de los Estados de la América del
Sur por la batalla de Ayacucho.
Los demás plenipotenciarios apoyaron la manifestación del de
la Nueva-Granada, demostrando que por la batalla de Ayacucho no
se había hecho ninguna alteración, ni se había creado ningún nuevo
derecho sobre límites, y que las repúblicas hispanoamericanas no
pueden fundar sus derechos territoriales, sino en las disposiciones
del gobierno español vigentes al tiempo de declararse la indepen-
dencia, y en los tratados y convenios que después de aquella fecha
hubieren celebrado, y esto es lo que por el artículo se establece. El
plenipotenciario del Perú pidió se suspendiese el examen de este ar-
tículo por serle preciso recibir sobre él instrucciones de su gobierno.
El artículo 8 fue unánimemente adoptado; pero el plenipoten-
ciario de Bolivia manifestó que aun no habiendo recibido sobre

108
Unión Latinoamericana

este punto las instrucciones que aguardaba de su gobierno, debía


entenderse que su asentimiento era condicional con referencia a
dichas instrucciones.
El artículo 9 se adoptó sin ninguna variación por todos los
plenipotenciarios.
El artículo 10 fue también adoptado por unanimidad variando
la redacción del 2º período en los siguientes términos: Pero si esta
mediación no fuere bastante para que las dichas repúblicas terminen
sus desavenencias, ni se convinieren en someterlas al arbitraje de
un gobierno elegido por ellas mismas, entonces el Congreso de los
Plenipotenciarios, examinando los motivos en que cada una de las re-
públicas interesadas funde su pretensión, dará la decisión que hallare
más justa. Si alguna de las repúblicas interesadas abriere hostilidades
contra lo acordado en este artículo y el anterior o rehusare cumplir
lo decidido por el Congreso, las demás repúblicas confederadas
suspenderán para con ella todos los deberes de la neutralidad, sin
perjuicio de los demás medios que tenga a bien adoptar el Congreso
para hacer efectiva su decisión, y para que la república refractaria
sienta las consecuencias de su infidelidad a este pacto.
Siendo las tres y media de la tarde se suspendió la conferencia
para continuarla el día 20 del presente mes. Juan de Francisco Martín,
Pablo Merino, Manuel Ferreiros, José Ballivian, D.J. Benavente.

109
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 20 DE DICIEMBRE DE 1847
PRESIDIDA POR EL SEÑOR PABLO MERINO
Reunidos a la una del día los plenipotenciarios de Bolivia, Chile,
Ecuador, Nueva-Granada y Perú, se leyó y aprobó el protocolo de la
conferencia anterior.
Se continuó el examen del proyecto de tratado de Confederación,
y se admitió por unanimidad el artículo 11.
Sobre el artículo 12 manifestaron los plenipotenciarios del
Perú y del Ecuador, que siendo de conveniencia común a todas las
repúblicas americanas la conservación del sistema democrático que
han adoptado, convendría que se comprometiesen mutualmente a
no permitir que dicho sistema fuese destruido, lo que contribuiría
también a formar una opinión favorable al Congreso, evitándose el
que pudiesen atribuírsele miras contrarias a este principio. Los demás
plenipotenciarios contestaron que creían muy peligroso acordar una
estipulación como la que se proponía, porque ella establecería el
principio de intervención de unos Estados en los negocios internos
de los otros, cosa que sería rechazada por todas las repúblicas; y que
aunque es de desearse que en ninguna de ellas se intente alterar el
sistema democrático adoptado, no puede imponerse esto como un
deber sin renunciar la prerrogativa más preciosa de su soberanía y
de su independencia; pero que para que no se interpretase mal la
intención de los gobiernos, al acordar el principio de la no-interven-
ción de una república en los negocios interiores de las otras, podrá
variarse la redacción del artículo de modo que no pueda atribuirse
al Congreso la idea de favorecer el cambio del sistema adoptado. Se
suspendió el artículo para redactarlo conforme a esta indicación.
Fue unánimemente aprobado el artículo 13.
Hubo una detenida discusión sobre el artículo 14 relativamente a
los delitos por los cuales deba acordarse la extradición, y el modo de
acordarla. En consecuencia se suspendió la primera parte de dicho
artículo para redactarlo teniendo presentes las indicaciones hechas.
La segunda parte se adoptó por unanimidad modificando su último
período como sigue: “La expulsión o remoción solo podrá hacerla el
gobierno de la república que haya prestado el asilo”.
El plenipotenciario de Chile propuso las dos siguientes adiciones
a este artículo:

110
Unión Latinoamericana

1º. “Cuando los asilados se sirvan de la prensa para atacar a los


gobiernos que los han proscrito o perseguido, si el representante de
la potencia ofendida juzga que el refugiado ha traspasado los límites
de la libertad de imprenta, lo indicara así al gobierno que ha conce-
dido el asilo para que disponga la persecución del reo ante el juzgado
competente, según los trámites y bajo las condiciones que designe
la ley del país; bien entendido que el gobierno habrá cumplido con
sus deberes respecto del otro Estado promoviendo el juicio, pero
sin comprometerse a la condenación del autor de las publicaciones
ofensivas, porque no lo permite la independencia de los juzgados”.
2º. “En los reclamos de extradición conocerán los Consejos de
Estado en las repúblicas que se hallen establecidos, y en los que no
los tengan se creará alguna autoridad que ejerza esta jurisdicción
privativa”.
No fueron adoptadas estas adiciones por haber manifestado al-
gunos de los otros plenipotenciarios que además de la poca eficacia
que tendría la primera, daría origen a nuevos cargos y murmuraciones
contra los gobiernos que deben observar las reglas generales esta-
blecidas por las leyes sobre libertad de imprenta, y que en cuanto
a la extradición creían más natural y expeditivo que se permitiera
por el Poder Ejecutivo o sus agentes, como una medida puramente
administrativa, y donde fuere necesario él consultaría con el Consejo
de Estado o de Gobierno.
El artículo 15 fue adoptado unánimemente con la siguiente adi-
ción propuesta por el plenipotenciario del Perú:
“Quedan sin embargo en libertad las repúblicas que tengan
fuerzas marítimas para dar en lugar de estas el dinero equivalente
cuando dichas fuerzas, necesitándose para obrar en el Atlántico, se
hallen en el Pacífico, o viceversa”.
El plenipotenciario de Chile propuso la siguiente modificación
en el artículo 16: fue unánimemente adoptado.
“La dirección de las fuerzas de la Confederación que se reúnan
en una de las repúblicas confederadas, la tendrá el encargado del
Poder Ejecutivo en dicha república, quien podrá mandar por sí el
ejército o nombrar el general que debe tomar el mando en jefe de él”.
El artículo 17 se adoptó unánimemente modificando la última
parte por indicación del plenipotenciario del Perú, en los siguientes
términos: “Si las fuerzas de la Confederación se emplearen para hacer
entrar en su deber a alguna de las repúblicas confederadas, que no
hubiere observado o cumplido lo que estuviere obligada a observar

111
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

o cumplir por los tratados de la Confederación, solo será responsable


de los gastos la república culpable”.
Se suspendió la conferencia a las cuatro de la tarde para con-
tinuarla el día de mañana. Pablo Merino, Manuel Ferreiros, José
Ballivian, Diego J. Benavente, Juan de Francisco Martín.

112
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 21 DE DICIEMBRE DE 1847
PRESIDIDA POR EL SEÑOR PABLO MERINO
Reunidos los plenipotenciarios de Bolivia, Chile, Ecuador,
Nueva-Granada y Perú a las doce y media del día, se leyó y aprobó
el protocolo de la anterior conferencia.
Se adoptó unánimemente el artículo 12 del proyecto de
Confederación redactado por la secretaría en los términos siguientes:
“Conservando como conserva cada una de las repúblicas con-
federadas el pleno derecho de su independencia y de su soberanía,
no podrán intervenir en sus negocios internos, ni los gobiernos de
las otras repúblicas, ni el Congreso de los Plenipotenciarios; pero no
se entenderá como tal intervención los auxilios que deben prestarse
con arreglo a este tratado, ni los medios que conforme a él pueden
emplearse para asegurar su cumplimiento y el de los demás tratados
de la Confederación”.
Para quitar el temor que los plenipotenciarios del Perú y del
Ecuador habían manifestado de que se crea que el Congreso pueda
favorecer el cambio del sistema democrático, se propuso por los ple-
nipotenciarios de Chile y Nueva-Granada y se convino por todos en
que se agregase la palabra instituciones en el preámbulo donde dice:
“Para sostener su independencia, su soberanía, etc.” Continuó la
discusión del primer parágrafo del artículo 14 en la cual manifesta-
ron los plenipotenciarios de la Nueva-Granada, Ecuador y Bolivia lo
conveniente que sería para la cumplida administración de la justicia
y para la moral pública, el que la extradición se extienda a todos los
reos por delitos comunes, sin ninguna excepción, como se establece
en el artículo. Pero no conviniendo en esto el plenipotenciario del
Perú́ que proponía el no permitir la extradición sino por delitos muy
graves, se adoptó al fin el medio propuesto por el plenipotenciario
de Chile, quedando el artículo redactado como sigue: “Los reos por
delitos comunes, que en el país donde se hubieren cometido, tuvie-
ren señalada pena de muerte, o de trabajos públicos, reclusión o
encarcelamiento por cuatro o más años, los desertores del ejército
o de la marina, los deudores alzados o fraudulentos, y los deudores
al erario nacional u otros fondos públicos de una de las repúblicas
confederadas que se asilaren en otra de ellas, etc.” (lo demás como
el original.)

113
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

También se adoptó la siguiente adición a esta parte del artí-


culo: “Los desertores del ejército y de la marina que se entreguen,
conforme a este artículo, no podrán ser castigados en su país por la
deserción cometida, sino con el aumento del tiempo de su servicio
o con la diminución de su pré”.
Para evitar los inconvenientes que pudieran resultar de la aplica-
ción de este artículo a los casos de asilo concedido por las repúblicas
confederadas antes de la ratificación y canje de este tratado, han de-
clarado los plenipotenciarios, a propuesta del de la Nueva-Granada,
que aquellos casos deben resolverse conforme a las disposiciones o
principios observados hasta ahora, y que lo acordado en este artí-
culo solo es aplicable a los casos de asilo que se concedan después
de ratificado y canjeado el presente tratado.
Pasando a considerar el artículo 18, propuso el plenipotencia-
rio del Perú, que el período para la reunión del Congreso fuese de
cuatro años, manifestando que siempre que hubiese necesidad de
reuniones más frecuentes podían hacerse extraordinariamente con-
forme al mismo artículo. Los demás plenipotenciarios no aceptaron
esta variación indicando la conveniencia de que al principio fuesen
frecuentes las reuniones para formar la opinión favorable a la es-
tabilidad de este vínculo de la Confederación, y para allanar todos
los obstáculos que puedan presentarse para su consolidación, y que
las reuniones extraordinarias no satisfacían completamente a estos
objetos, tanto por las dificultades que podría haber para acordarlas,
como porque ellas deberían reservarse para casos muy especiales.
No hallándose acordes sobre este punto las instrucciones de los
plenipotenciarios, según lo manifestaron, convinieron en adoptar un
término medio, para no dejar un vacío que podría frustrar las reunio-
nes futuras del Congreso: este medio fue el de tres años propuesto
por el plenipotenciario de Chile, facultándose al Congreso para ha-
cer convocatorias extraordinarias. También se adoptó la siguiente
adición: “Debiendo empezar el primer período en la época que se
fije por el presente Congreso para la reunión en que deba hacerse el
canje de las ratificaciones de este tratado”.
El artículo 19 se adoptó por unanimidad con las variaciones
siguientes: 1º. El parágrafo 2º. en estos términos:
1º. “Los actos del Congreso serán suscritos por todos los ple-
nipotenciarios, refrendados por el secretario, y sellados con el
sello de la Confederación. 2º. “que la inscripción del sello sea esta:
Confederación Americana”.

114
Unión Latinoamericana

En la discusión del art. 20 se reconoció la necesidad de que se


acuerden dos artículos distintos, el uno sobre los actos del Congreso
que tengan por objeto las relaciones de los Estados Confederados
entre sí, y el otro sobre los actos del mismo Congreso en que este,
como representante de la Confederación, trate con otra potencia
extranjera.
La secretaría quedó encargada de presentar la redacción de
estos artículos.
El artículo 21 se adoptó unánimemente como sigue: “El presente
tratado se comunicará a los gobiernos de los Estados americanos que
no han concurrido a su celebración, etc.” (lo demás como el original).
El plenipotenciario de Chile propuso el siguiente artículo: “Las
repúblicas confederadas, para fijar de un modo más determinado la
marcha de sus relaciones internacionales, observarán los principios
de derecho contenidos en la obra de Don Andrés Bello, según la 2º
edición publicada en Valparaíso en 1844”.
Los plenipotenciarios de Nueva-Granada y del Perú dijeron
que los principios admitidos en la obra del señor Bello, estaban
reconocidos por las repúblicas confederadas, pues que en to-
das o la mayor parte de ellas se había señalado esta obra para la
enseñanza; pero que habiendo en ella muchos puntos sobre los
cuales se exponían las prácticas opuestas de varias naciones o
las opiniones contradictorias de los autores, subsistiría sobre
los puntos dudosos la misma incertidumbre que hasta aquí, aun
cuando se adoptase el artículo propuesto; que parece mucho más
propio del Congreso el que por él se reduzcan a principios todas
las prácticas más generalmente recibidas entre las naciones o
más conformes al derecho natural, y que se adopten por todas las
repúblicas confederadas; y que si los trabajos preferentes u otras
circunstancias no permitiesen a ninguno de los plenipotenciarios
el ocuparse por ahora de este proyecto de código de derecho de
gentes, lo harán sin duda los que concurran a la próxima reunión
del Congreso, por lo que creían más conveniente que solo queda-
se protocolizado el artículo propuesto por el plenipotenciario de
Chile, y así se acordó.
El plenipotenciario del Ecuador propuso lo siguiente:
“Se convendrá en que los tratados sobre colonización que en
adelante se celebren con los Estados europeos, se arreglen a las bases
que al efecto deberá dar el Congreso de los Plenipotenciarios, a fin
de precaver cualquier abuso en lo futuro”.

115
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

No fue aceptado este artículo por los otros plenipotenciarios,


quienes manifestaron no ser conveniente atribuir al Congreso nin-
guna intervención en la legislación interior de las repúblicas, las
cuales por su propia conveniencia adoptarán por sí las precauciones
que juzguen más eficaces en los casos a que se refiere el artículo.
Siendo las cuatro de la tarde se suspendió la conferencia para
continuarla el día 23. Pablo Merino, Manuel Ferreiros, José Ballivian,
D. Benavente, Juan de Francisco Martín.

116
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 23 DE DICIEMBRE DE 1846
PRESIDIDA POR EL SEÑOR PABLO MERINO
Reunidos a las doce y media del día los plenipotenciarios de
Bolivia, Chile, Ecuador, Nueva Granada y Perú, se leyó y aprobó el
protocolo de la conferencia anterior.
El secretario presentó la nueva redacción del artículo 20 del pro-
yecto de tratado de confederación, manifestando que le había sido
preciso dividirlo en tres artículos por haber tres casos muy distintos
en los cuales puede considerarse el Congreso.
1º. Cuando los plenipotenciarios, considerados como represen-
tantes de sus gobiernos, concurran a la celebración de tratados entre
las respectivas repúblicas: 2º. Cuando constituyan un cuerpo auto-
rizado por aquellos tratados para tomar algunas medidas relativas a
las repúblicas confederadas; y 3º. Cuando el Congreso represente a
la Confederación colectivamente para tratar con otra potencia. Los
expresados tres artículos fueron unánimemente adoptados en los
términos siguientes:
Art. 20. Los plenipotenciarios de las Repúblicas Confederadas, como
representantes de sus respectivos gobiernos, podrán acordar entre sí
todos los tratados o convenciones necesarios para favorecer y fomentar
los intereses recíprocos de las mismas repúblicas, y para sostener los
derechos que les sean comunes o cuya lesión pudiera afectarlas a todas.
Pero estos tratados o convenciones solo serán obligatorios para cada una
de las Repúblicas Confederadas en aquello que haya sido estipulado con
acuerdo de su plenipotenciario, y ratificado por su gobierno.
Art. 21. El Congreso de los Plenipotenciarios de las Repúblicas
Confederadas, como mediador y árbitro en los negocios concer-
nientes a las relaciones de las mismas repúblicas, solo tendrá las
siguientes atribuciones:
1º. Acordar las medidas, decisiones, y demás actos que expresa-
mente le estén encargados por este tratado, o por los que en adelante
se celebren entre las repúblicas confederadas.
2º. Dar la debida interpretación a los tratados y convenios de las
repúblicas confederadas entre sí celebrados en el mismo Congreso,
siempre que ocurran dudas en su ejecución.
3º. Proponer a los gobiernos de las repúblicas confederadas, en
los grandes conflictos en que estas puedan hallarse, las medidas que

117
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

en su concepto fueren más convenientes y que los plenipotenciarios


no estuvieren autorizados a acordar por medio de tratados.
Todos los actos de que habla este artículo podrán acordarse con
el voto de la pluralidad absoluta de todos los plenipotenciarios de las
repúblicas confederadas, y no necesitarán de la ratificación de nin-
gún gobierno para llevarse a efecto, siempre que no sean contrarios
a las bases establecidas en este tratado o a las que se establezcan en
los que en adelante se celebren.
Se entenderá que hay pluralidad absoluta de votos para los efec-
tos de este artículo cuando haya un número de votos conformes que
exceda a la mitad de las repúblicas confederadas.
Art.22. El Congreso de los Plenipotenciarios de las Repúblicas
Confederadas podrá negociar, como representante de la
Confederación, con los gobiernos de las potencias que lo reconoz-
can como tal en los casos siguientes:
1º. Para celebrar aquellos tratados que los gobiernos de todas
las repúblicas confederadas convengan se celebren bajo principios
uniformes para todas ellas, bien entendido que estos tratados no
serán obligatorios sino cuando hayan sido ratificados por todos los
gobiernos de las repúblicas interesadas.
2º. Para pedir, y aceptar o no, las satisfacciones debidas a la
Confederación por las injurias o agravios que se hayan inferido a
cualquiera de las repúblicas que la formen y que hayan sido decla-
rados comunes a todas.
3º. Para suspender las hostilidades en caso de guerra entre las
repúblicas confederadas y otra potencia, mientras se celebran los
tratados definitivos de paz.
En los casos 2º y 3º de este artículo bastará para los acuerdos
del Congreso la concurrencia de los votos de la pluralidad absoluta
de todos los plenipotenciarios de las repúblicas confederadas. Si el
acuerdo fuere favorable al avenimiento o a la paz, y algunos de los
plenipotenciarios hubieren sido contrarios a él, las repúblicas que
estos representan quedarán en libertad de continuar por sí las recla-
maciones o las hostilidades, pero en este caso las demás repúblicas
permanecerán neutrales.
En la numeración de los siguientes artículos debe hacerse la
variación consiguiente a la de los que se han introducido.
Se tomó nuevamente en consideración el artículo 7 sobre límites,
y los plenipotenciarios de Chile, Nueva-Granada, Bolivia y Ecuador,
repitieron y explanaron las observaciones que habían hecho en la

118
Unión Latinoamericana

conferencia del día 17, sobre la justicia y conveniencia del principio


que se reconoce en el artículo y sobre la dificultad de hallar otro
principio que tenga las mismas condiciones. Se dio lectura al artículo
10 del tratado celebrado entre Colombia y el Perú en 22 de setiembre
de 1829 y al artículo 9 del celebrado entre el Perú y Chile en 26 de
abril de 1823, en que el Perú reconoce como límites de la república
los que tenía el virreinato en 1840.
Pero como el plenipotenciario del Perú no adoptase el artículo
propuesto, el plenipotenciario de la Nueva-Granada dijo que no pu-
diendo rechazarse el principio establecido en el artículo, creía que
fuese solamente por la forma de su redacción que no convenía en él
el plenipotenciario del Perú, y propuso la siguiente:
“Las repúblicas confederadas declaran tener un derecho perfec-
to a la conservación de los límites de sus territorios según existían
al tiempo de su independencia de la España los de los respectivos
virreinatos, capitanías generales o presidencias en que estaba divi-
dida la América española; y para demarcar dichos límites, etc.” (lo
demás como el original.)
En estos términos se adoptó el primer parágrafo del artículo por
todos los plenipotenciarios.
Convinieron los plenipotenciarios en eliminar el parágrafo se-
gundo porque lo que en él se dispone debe considerarse comprendido
en el primero.
Los parágrafos 3º y 4º se adoptaron variando la redacción del
4º en su última parte como sigue: “Pues no será sino en el caso de
que esto no pueda verificarse y que por ello haya peligro de que se
alteren las buenas relaciones de las repúblicas interesadas, que a
solicitud, etc.” (lo demás como el original).
El plenipotenciario del Perú presentó el siguiente artículo:
“Las repúblicas confederadas se comprometen a no admitir
demanda, gestión o reclamación alguna por otro conducto que no
sea el de los agentes diplomáticos de los respectivos gobiernos
conforme al derecho de gentes y a los usos recibidos en todas las
naciones civilizadas”.
Los plenipotenciarios de Chile y de la Nueva-Granada dijeron
que reconocían la conveniencia de que los gobiernos extranjeros
no se entendiesen con los de las repúblicas confederadas, sino en
la forma que expresa el artículo y que es conforme al derecho de
gentes; pero que no parecería propio del tratado de confederación
el artículo propuesto, y sería mejor comprender en el casus foederis

119
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

no solo la infracción del principio que él contiene sino también la de


cualquiera otro sancionado por el derecho de gentes.
En consecuencia se acordó por unanimidad el modificar el caso
2º del artículo 2 en estos términos: “Cuando algún gobierno extran-
jero intervenga o pretenda intervenir con la fuerza para alterar las
instituciones de alguna o de algunas de las repúblicas confederadas,
para exigir que hayan lo que no fuere lícito por el derecho de gentes,
o no fuere conforme con los usos recibidos por todas las naciones
civilizadas o no fuere permitido por sus propias leyes, o para impe-
dir la ejecución de las mismas leyes o de las órdenes, resoluciones e
sentencias dictadas con arreglo a ellas”.
El plenipotenciario de Bolivia propuso un artículo para que el
Congreso de los Plenipotenciarios se pusiese de acuerdo con los gobier-
nos europeos para adoptar principios uniformes en el derecho interna-
cional; pero los demás plenipotenciarios no convinieron en tal artículo
por los compromisos desagradables en que podría poner al Congreso
y por la ninguna probabilidad de obtener un resultado satisfactorio.
El mismo plenipotenciario de Bolivia propuso el artículo si-
guiente: “En cuanto a los límites de los estados hispanoamericanos
con las potencias de distinto origen o que se hallaban en posesión
de su independencia y soberanía, antes del año de 1810, el Congreso
se empeñará en obtener de los gobiernos de dichas potencias el
reconocimiento explícito de los límites que regían entre ellas y las
naciones que las representaban y la España antes de la indepen-
dencia de Sudamérica. Cuando estos límites estuvieren claramente
determinados en tratados o convenciones legítimos, el Congreso los
hará respetar por todos los medios posibles”.
Los demás plenipotenciarios manifestaron que era innecesaria una
estipulación como la propuesta, pues el artículo 7 ya acordado, habla en
general de los límites de las repúblicas confederadas, y por consiguiente
el principio que en él se establece no solo es aplicable a los de estas
repúblicas entre sí, sino también a los que tengan con otras potencias.
No quedando por acordar sino el último artículo del tratado en
que se fija el término para el canje de las ratificaciones, se convino
en dejar en blanco aquel término hasta que se presente el tratado
como ha quedado acordado, para corregirlo y extenderlo en limpio
para ser firmado.
Siendo las cuatro y media de la tarde se suspendió la conferencia,
convocándose para otra reunión el día de mañana. Pablo Merino, Manuel
Ferreiros, José Ballivian, D.J. Benavente, Juan de Francisco Martín.

120
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 24 DE DICIEMBRE DE 1847
PRESIDIDA POR EL SEÑOR PABLO MERINO
Reunidos a las doce y media del día, los plenipotenciarios de
Bolivia, Chile, Ecuador, Nueva-Granada y Perú, se leyó y aprobó el
protocolo de la conferencia anterior.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada presentó el proyecto
de tratado de comercio y navegación que se inserta a continuación
de este protocolo. Leído dicho proyecto se hicieron algunas obser-
vaciones sobre la conveniencia de establecer recíprocas franquicias
en el comercio de las repúblicas confederadas entre sí, y se convino
en dar principio a las conferencias para el examen ordenado de este
proyecto el 28 del corriente. Siendo las tres de la tarde se levantó la
sesión.

121
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

PROTOCOLO
PROYECTO DE TRATADO A QUE SE REFIERE EL PROTOCOLO
ANTERIOR
En el nombre de la Santísima Trinidad.

Los gobiernos de las repúblicas de Bolivia, Chile, Ecuador,


Nueva-Granada y Perú, deseando proporcionar al comercio recípro-
co de dichas repúblicas todas las posibles facilidades y protección,
como uno de los medios más eficaces para dar desarrollo e incremen-
to a su industria y a su riqueza, y para hacer más segura y ventajosa la
Confederación que se ha estipulado en el tratado firmado; y habiendo
convenido en celebrar los pactos necesarios para la consecución
de aquel fin, confirieron al efecto la autorización competente a sus
respectivos plenipotenciarios, a saber el gobierno de Bolivia, al ciu-
dadano José Ballivian, el de Chile al ciudadano Diego José Benavente,
el del Ecuador al ciudadano Pablo Merino, el de la Nueva-Granada
al ciudadano Juan de Francisco Martín, y el del Perú al ciudadano
Manuel Ferreiros, quienes reunidos en Congreso, y previo el canje
de sus respectivos plenos poderes, que han hallado bastantes y en
debida forma, han celebrado el siguiente:

TRATADO DE COMERCIO Y NAVEGACIÓN

Art.1. Los nacionales de cualquiera de las Repúblicas Contratantes


Confederadas gozarán en cualquiera de las otras de la Confederación
de la misma libertad y garantías que los nacionales del país para
frecuentar sus costas y territorio, y traficar allí con toda clase de
producciones, manufacturas y mercancías, para residir en el país,
adquirir en él propiedades y disponer de ellas en vida o por testa-
mento, para ejercer cualquiera clase de industria, oficio o profesión,
para manejar por sí sus propios negocios o encargarlos a quien mejor
les parezca; y para representar ante las autoridades, juzgados o tri-
bunales y seguir ante ellos sus pleitos, demandas, reclamaciones y
defensas. Y en ningún caso se les exigirán otros o más altos derechos
o emolumentos que los que pagaren los naturales del país.

Art. 2. Los nacionales de cualquiera de las repúblicas confedera-


das establecidos o que se establecieran en cualquiera otra de ellas se

122
Unión Latinoamericana

considerarán en esta como nacionales, para todos los efectos legales,


sin necesidad de otro requisito que el de presentarse por escrito al
Gobierno Supremo manifestando su voluntad de naturalizarse en el
país. Esta manifestación se publicará en los periódicos oficiales, y
se comunicará al gobierno de la república de que fuere natural o en
que estuviese naturalizado el interesado.

Art. 3. Las repúblicas confederadas admitirán en su territorio a


cualesquiera individuos de otras naciones que quieran viajar, trabajar
y establecerse en él sometiéndose a las leyes del país. Mientras solo
estuvieren como transeúntes serán exentos de la milicia, de cargas
personales y contribuciones extraordinarias; pero si se hallaren
domiciliados en el país, estarán sujetos a las mismas cargas y con-
tribuciones que los naturales; a no ser que por tratados especiales
se haya estipulado otra cosa. Se entenderá que un extranjero se
halla domiciliado en el país cuando haya transcurrido un año por
lo menos de permanecer en él, ejerciendo algún oficio o profesión,
o manteniendo cualquier establecimiento de agricultura, industria
o comercio.

Art. 4. Los productos naturales o manufacturados de cual-


quiera de las repúblicas confederadas, que en buques de estas, se
introduzcan en otra de las mismas repúblicas en que sean de lícito
comercio, solo pagarán la tercera parte de los derechos de impor-
tación impuestos a los mismos productos cuando pertenezcan a
otra nación extranjera, y los derechos de tránsito y consumo de los
expresados productos de las repúblicas confederadas importados
de unas a otras, no podrán ser mayores que los que se cobren sobre
los efectos del país.
Se entenderá como una ampliación de este artículo, fundada en
la misma compensación que expresa el artículo 13, la mayor rebaja
o completa extinción de los derechos de importación que pueden
concederse recíprocamente cualesquiera de las repúblicas confede-
radas sobre los productos de sus respectivos territorios.

Art. 5. Cuando los productos naturales o manufacturados de las


repúblicas confederadas hayan de ser embarcados en los puertos de
alguna de ellas para los puertos de otra de las mismas, deben ir acom-
pañados de una factura firmada por el remitente, en que exprese el
pormenor del contenido de cada bulto, su peso o medida, el precio

123
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

del artículo o artículos y el lugar de su procedencia; cuya factura será


certificada por el cónsul o vicecónsul de la república a donde se dirijan,
residente en el puerto del embarque, debiendo dicho empleado antes
de dar su certificación cerciorarse de que los productos que expresa
la factura son efectivamente de la república de donde se hace la ex-
portación. A falta de cónsul o de vicecónsul de la república a donde se
dirigen los efectos, podrán ser certificadas las facturas por el cónsul o
vicecónsul de una nación amiga. Las facturas certificadas se presen-
tarán al jefe de la Aduana del puerto por donde se haga la remisión,
para que haciendo constar en ellas el embarque de los bultos, forme
un registro de las diversas facturas que compongan el cargamento,
y con las facturas originales lo dirija en pliego cerrado al jefe de la
Aduana del puerto para donde se despache el buque.
Cada república queda en libertad de dar los reglamentos necesa-
rios para la comprobación de la nacionalidad de los productos de que
habla este artículo; cuyos reglamentos los comunicará a los gobiernos
de las otras repúblicas, para su conocimiento y el de los negociantes.
Cuando se trate de introducir en una de las repúblicas con-
federadas productos de otra sin los requisitos expresados en este
artículo, serán considerados dichos productos como extranjeros, y
como tales quedarán sujetos al pago de los derechos establecidos
por las leyes sobre estos.
Cuando los productos se introduzcan por tierra de una a otra
república limítrofe, se hará conforme a las reglas que acuerden di-
chas repúblicas.

Art.6. Las repúblicas confederadas tendrán como buques naciona-


les de cada una de ellas respectivamente todos aquellos que estén pro-
vistos de una patente de su respectivo gobierno, expedida conforme a
sus propias leyes; y al efecto cada una de dichas repúblicas comunicará
a la otra sus leyes de navegación y la forma legal de sus patentes.

Art.7. Los contratos celebrados y los documentos otorgados en


una de las repúblicas confederadas tendrán en cualquiera de las otras
la misma fuerza y el mismo valor que en el país en que hubieren sido
celebrados u otorgados; y las autoridades, jueces y tribunales los
harán cumplir, bien sean los contratantes naturales del mismo país,
o bien lo sean de otro cualquiera, siempre que el demandado resida
en el territorio de la jurisdicción de la autoridad, juez o tribunal ante
quien se le demande.

124
Unión Latinoamericana

Art.8. Cuando un río navegable separe los territorios de dos de


las repúblicas confederadas, su navegación será libre y común para
entre ambas repúblicas.
Los ríos navegables que atraviesen los territorios de dos o más
de las repúblicas confederadas, serán en toda su extensión de libre
navegación para las mismas repúblicas cuyos territorios atraviesen.

Art.9. Si, contra lo que debe esperarse, llegase el caso desgraciado


de hallarse en guerra alguna o algunas de las repúblicas confedera-
das, renuncian desde ahora y para siempre el servicio de corsarios
en tal guerra.

Art.10. En el caso de hallarse en guerra las repúblicas confede-


radas con otra u otras naciones, los juzgados y tribunales de presas
tendrán jurisdicción en cualquiera de las dichas repúblicas para
juzgar a los corsarios, armados por cuenta de particulares, con pa-
tente de las mismas repúblicas; siempre que haya lugar a proceder
contra dichos corsarios por excesos cometidos en alta mar contra
el comercio de las naciones amigas o neutrales.

Art. 11. Las repúblicas confederadas en todo caso de guerras in-


ternacionales, arreglarán sus procedimientos respecto del comercio
de los enemigos y de los neutrales a los siguientes principios:
1º. No es lícito a individuos de una de las naciones beligerantes
comerciar con el enemigo; y si lo hicieren, aun cuando empleen para
ello agentes neutrales, quedaráṇ sujetas a confiscación las mercan-
cías adquiridas en tal comercio.
2º. Las propiedades que se conduzcan bajo pabellón neutral son
libres aun cuando sean propiedad del enemigo, y por lo mismo no
están sujetas a confiscación, excepto los artículos de contrabando de
guerra, municiones especialmente fabricadas o generalmente usadas
para hacer la guerra por mar o por tierra, y las armaduras, fornituras
y vestidos hechos para el uso o usanza militar.
4º. Son confiscables los buques de naciones, ciudadanos o súb-
ditos enemigos y las propiedades que en ellos se conduzcan perte-
necientes a naciones, ciudadanos o súbditos enemigos, siempre que
fuesen apresados sin faltar al derecho de los neutrales.
5º. Se considerarán como propiedades enemigas, aun cuando
pertenezcan a los propios nacionales o a los neutrales los siguien-
tes: 1º. Los productos de los bienes raíces de territorio enemigo;

125
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

2º. Los efectos, mercancías que correspondan a establecimiento o


casa de comercio existente en territorio enemigo; 3º. Los efectos y
mercancías de tráfico con territorio enemigo y correspondientes a
individuos domiciliados en el mismo territorio. 4º. Los buques que
naveguen con pasaporte o con pabellón del enemigo.
6º. Cuando exista o amenace la guerra, y para los efectos de ella,
se entiende que los derechos de propiedad de las mercancías, no
experimentan alteración alguna desde el embarque hasta la entrega.
7º. Las mercancías embarcadas por individuos neutrales con
destino a país enemigo, bajo contrato de pasar a ser propiedad del
enemigo a su llegada, se reputan propiedad del enemigo, si se apre-
san en el tránsito.
8º. La guerra termina la ejecución de los pactos existentes entre
los beligerantes, a no ser que dichos pactos sean susceptibles de
suspensión, pues en este caso, quedando suspendidos durante la
guerra, podrán revivirse al restablecimiento de la paz.
9º. Son de todo punto nulos los pactos que durante la guerra se
celebren entre individuos de dos naciones beligerantes sin permiso
expreso de su gobierno, aun cuando dichos pactos los celebren por
la intervención de un tercero.
10º. Cualquier Estado tiene derecho cuando se ofrezca una
expedición de guerra, de tomar los buques neutrales que se hallen
en sus puertos para transportar sus soldados, armas y municiones
mediante el pago del flete correspondiente y la indemnización de
perjuicios; pero a ningún buque podrá obligársele a hacer un segundo
viaje con tal objeto.
11º. Cuando por un gobierno se decrete el bloqueo de un puer-
to enemigo, se publicará en el principal periódico oficial de dicho
gobierno y se avisará a los agentes diplomáticos y consulares que
existen en el país, fijando para la absoluta cesación del comercio
con tal puerto, un plazo, que será para cada nación neutral, igual al
tiempo que se calcule necesario para que se haga la comunicación
desde el lugar en que se hace la publicación hasta el puerto principal
de dicha nación, y desde allí hasta el puerto bloqueado.
Durante aquel plazo solo podrán detenerse los víveres y con-
fiscarse los artículos de contrabando de guerra que se dirijan al
puerto bloqueado; pero luego que dicho plazo termine serán también
confiscables los buques que intenten eludir el bloqueo, y los víve-
res y mercancías que conduzcan, a no ser que se pruebe no haber
podido tener noticia del bloqueo en los puertos de donde salieron

126
Unión Latinoamericana

los buques, antes de verificarlo; en cuyo caso se dejarán libres estos


buques y sus cargamentos que no fueren contrabando de guerra,
con prevención de no dirigirse nuevamente al puerto bloqueado, so
pena de confiscación.
12º No es lícito el saqueo de las ciudades y plazas enemigas aun
cuando sean tomadas por asalto.

Art. 12. Además de las mutuas concesiones que las repúblicas


confederadas se conceden por el presente tratado, cada una de ellas
concede a las otras todos los favores y garantías que haya acordado
o acordare a cualquiera otra nación más favorecida.

Art. 13. Las ventajas que mutuamente se conceden las repúblicas


confederadas por el presente tratado, son una compensación de la
Confederación, garantía territorial y demás beneficios que se han
otorgado; y consiguientemente el tratamiento de la nación más favo-
recida concedido a cualquier Estado extranjero para sus productos
naturales o manufacturados, debe entenderse sin perjuicio de los
favores que las repúblicas confederadas se han otorgado o puedan
otorgarse recíprocamente.

Art. 14. Las repúblicas confederadas declaran abolido para siem-


pre el tráfico de esclavos, que se ha hecho extrayendo los negros de
África para trasportarlos a otros puntos del mundo como objetos
de comercio, y consideran y tratarán como piratas a cualesquiera
individuos que se ocuparen en tal tráfico.

Art. 15. El presente tratado será obligatorio por doce años a to-
das las repúblicas contratantes, y continuará siéndolo hasta un año
después que alguna o algunas de dichas repúblicas comunicaren al
Congreso de Plenipotenciarios su intención de que cese en todo o
en parte.

Art.16. El presente tratado será ratificado por los gobiernos de


las repúblicas contratantes; y los instrumentos de ratificación serán
canjeados en esta ciudad de Lima; en el término de veinticuatro me-
ses, o antes, si fuere posible. Pablo Merino, Manuel Ferreiros, José
Ballivian, D. J. Benavente, Juan de Francisco Martín.

127
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 28 DE DICIEMBRE DE 1847,
PRESIDIDA POR EL SEÑOR DON MANUEL FERREIROS
Reunidos los plenipotenciarios de Bolivia, Chile, Ecuador,
Nueva-Granada y Perú a la una del día, se leyó y aprobó el protocolo
de la conferencia anterior.
Presentó el secretario, puesto en limpio el Tratado de
Confederación, según ha sido acordado y lo tomó el plenipotenciario
del Perú para examinarlo detenidamente e indicar si sería preciso
hacerle algunas variaciones.
Se empezó el examen del proyecto de tratado de comercio y
navegación agregado al protocolo anterior, y se adoptaron unáni-
memente la introducción y el artículo primero.
Sobre el artículo 2 dijo el plenipotenciario de Chile, que la cons-
titución de su república exigía para la naturalización de extranjeros,
condiciones que no estaban de acuerdo con las que establece este
artículo, y que atendiendo al odio con que en alguna de las repúblicas
se mira el que tomen parte en sus negocios políticos individuos que
no sean naturales del país, creía que aún no era oportuna la dispo-
sición que contiene el artículo.
El plenipotenciario del Perú apoyó las observaciones hechas por
el de Chile, y en consecuencia no fué adoptado el artículo, aunque el
plenipotenciario de la Nueva-Granada expuso que era conciliable con
lo que disponía la constitución de Chile, y que tendía a estrechar la
unión y la fraternidad entre los habitantes de las diversas repúblicas
confederadas.
El artículo 3 se adoptó después de una detenida discusión, en
que se demostró estar fundado en un derecho perfecto de toda na-
ción soberana y ser conforme a los principios generales adoptados.
Los artículos 4 y 5 se suspendieron por haber manifestado el
plenipotenciario del Perú tener necesidad de recibir sobre ellos
instrucciones de su gobierno.
Los artículos 6, 7, 8, 9 y 10 se adoptaron unánimemente sin
variación. En el 8 propuso el plenipotenciario del Chile que la na-
vegación de los ríos interiores de cualquiera de las repúblicas con-
federadas, fuese libre y común para todas estas repúblicas; pero no
se adoptó esta proposición, porque los plenipotenciarios del Perú y
de la Nueva-Granada manifestaron hallar algunos peligros en esta

128
Unión Latinoamericana

concesión que podría afectar mucho el dominio territorial de cada


república; agregando que sería necesario para semejante estipula-
ción obtener de sus gobiernos instrucciones muy expresas, para no
exponerse a que fuese desaprobada.
El artículo 11 se adoptó con las siguientes variaciones:
El caso 3 en estos términos: “Se entiende por artículos de con-
trabando de guerra las armas, máquinas y municiones especialmente
fabricadas u ordinariamente usadas para hacer la guerra por mar o
por tierra, las armaduras, fornituras y vestidos hechos para el uso o
usanza militar, los caballos y sus arneses y armaduras; y los víveres
que se conduzcan para las plazas sitiadas o bloqueadas”.
Para después del caso 11 se adoptó el que sigue propuesto por
el plenipotenciario de Chile:
“No se reconoce el bloqueo o sitio de una plaza o de un puerto,
sino cuando actualmente esté sostenido por fuerzas de un beligerante
capaces de impedir la entrada de los neutrales”.
Se adoptaron por unanimidad los artículos 12, 13, 14 y 15.
Quedó pendiente la fijación del plazo para el canje de las ratifi-
caciones, y siendo las cuatro de la tarde se suspendió la conferencia
para continuarla el día 30. Manuel Ferreiros, Diego J. Benavente, Juan
de Francisco Martín, José Ballivian, Pablo Merino.

129
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DE 30 DE DICIEMBRE DE 1847,
PRESIDIDA POR EL SEÑOR MANUEL FERREIROS
Reunidos a la una del día los plenipotenciarios de Bolivia, Chile,
Ecuador, Nueva-Granada y Perú se leyó y aprobó el protocolo de la
anterior conferencia.
Se tomó en consideración el artículo 4 del proyecto de tratado de
comercio y navegación que había quedado suspendido, y se adoptó
por unanimidad, variando solamente la última parte de su primer
parágrafo, como sigue: “y los derechos de peaje, pontazgo y pasaje
que cobren en el tránsito para la internación, y cualesquiera otros
municipales impuestos o que se impusieren sobre los expresados pro-
ductos de las repúblicas confederadas importados de unas a otras, no
podrán ser mayores que los que se cobren sobre los efectos del país”.
El artículo 5 se adoptó unánimemente suprimiendo la frase: “el
precio del artículo o artículos”, y terminando su último párrafo así:
“conforme a las reglas que hubieren acordado o acordaren dichas
repúblicas”. Estas variaciones fueron propuestas por el plenipoten-
ciario del Perú.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada dijo que atendiendo a
las obligaciones a que quedaban sujetos los extranjeros domiciliados
en las repúblicas confederadas, según lo acordado en el artículo 3
creía poco el tiempo que allí se había fijado para adquirir el domi-
cilio; y propuso extenderlo a dos años, lo que se adoptó por todos
los plenipotenciarios.
El plenipotenciario de Chile manifestó que convendría poner un
artículo para que en la expedición y revisión de los pasaportes no
experimentasen los transeúntes indebidos retardos o embarazos, y
quedó encargada la secretaría de redactarlo.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada presentó el proyecto
de convención consular que se agrega a este protocolo, y habiéndole
dado lectura se convino en entrar en su examen el día de mañana, y
se levantó la sesión a las tres de la tarde.

EN EL NOMBRE DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Los gobiernos de las repúblicas de Bolivia, Chile, Ecuador,


Nueva-Granada y Perú, reconociendo la necesidad de fijar de una

130
Unión Latinoamericana

manera expresa y permanente las funciones que puedan ejercer, pre-


rrogativas que deban gozar, deberes que estén obligados a cumplir
los cónsules que admitan en sus territorios, a fin de que puedan obrar
con entera seguridad en el desempeño de su destino, y para evitar
las cuestiones que frecuentemente turban las buenas relaciones de
los Estados, con motivos de los procedimientos de dichos cónsules,
o de los que se emplean respecto de ellos, han convenido en cele-
brar las estipulaciones necesarias sobre la materia, y al efecto han
autorizado competentemente a sus respectivos plenipotenciarios a
saber: el gobierno de Bolivia al ciudadano José Ballivian, el de Chile
al ciudadano Diego José Benavente, el del Ecuador al ciudadano
Pablo Merino, el del Perú al ciudadano Manuel Ferreiros y el de la
Nueva-Granada al ciudadano Don Juan de Francisco Martín, quie-
nes reunidos en Congreso y previo el canje y examen de sus plenos
poderes, que hallaron bastantes y en debida forma, han acordado
la siguiente.

CONVENCIÓN CONSULAR

Art.1. Cada una de las repúblicas contratantes podrá mantener


en las principales ciudades o plazas comerciales de las otras y en los
puertos abiertos en ellas al comercio extranjero, cónsules particula-
res encargados de proteger los derechos e intereses comerciales de su
patria y favorecer a sus compatriotas en las dificultades que les ocu-
rran. También podrán nombrar cónsules generales como jefes de los
demás cónsules o para atender a muchas plazas comerciales o puertos
a un tiempo, y vicecónsules para los puertos de menor importancia
o para obrar bajo la dependencia de los cónsules particulares. Sin
embargo, cada república podrá exceptuar aquellas ciudades, plazas
o puertos en donde no fuere conveniente la residencia de dichos
empleados; pero esta excepción será común a todas las naciones.
Lo que en la presente convención se diga de los cónsules en ge-
neral, se entenderá no solo de los cónsules particulares, sino también
de los cónsules generales y de los vicecónsules, siempre que puedan
hallarse en los casos de que se trate.

Art. 2. Los cónsules nombrados para residir en una de las repú-


blicas contratantes, deben presentar al gobierno de ellas sus Letras
Patentes o de provisión, para que, si no halla inconveniente, les

131
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

ponga el correspondiente exequatur, y obtenido este las exhibirán


a las autoridades superiores del lugar en que hayan de ejercer sus
funciones, para que ellas ordenen se les reconozca en sus empleos
y se los guarden las prerrogativas que les corresponden en el res-
pectivo distrito consular.

Art.3. Los cónsules admitidos en una de las repúblicas contratan-


tes podrán ejercer en su respectivo territorio las funciones siguientes:
1º. Dirigirse a las autoridades del distrito de su residencia, y en
caso necesario al gobierno supremo por medio del agente diplomá-
tico de su nación, si lo hubiese, o directamente en caso contrario,
reclamando contra cualquiera infracción de los tratados de comercio,
que se cometa por las autoridades o empleados del país, con perjuicio
del comercio de la nación a que el cónsul sirva.
2º. Dirigirse de la misma manera a las respectivas autoridades del
distrito consular o al Gobierno Supremo, reclamando contra cualquier
abuso que los empleados o autoridades del país cometan contra indi-
viduos de la nación a que sirva el cónsul, y siempre que fuere nece-
sario promover lo conveniente para que no se les niegue ni retarde la
administración de Justicia, y para que no sean juzgados, ni penados,
sino por los jueces competentes y con arreglo a las leyes vigentes.
3º. Como defensores natos de sus compatriotas, presentarse
cuando fuere preciso, a nombre de estos, ante las autoridades del
país en los negocios que se ventilen ante dichas autoridades y que
tengan necesidad de su apoyo.
4º. Acompañar a los capitanes, contramaestres y patrones de
los buques de su nación en todo lo que tengan que hacer para el
manifiesto de sus mercancías y despacho de documentos, y estar
presentes en los actos en que por las autoridades, jueces o tribunales
del país, haya de tomarse alguna declaración a los dichos individuos,
y a cualquiera otros que pertenezcan a las respectivas tripulaciones.
5º. Arreglar todo lo relativo a las averías que hayan sufrido en la
mar los efectos y mercancías embarcados en buques de su nación que
lleguen al puerto en que resida, siempre que no haya estipulaciones
contrarias entre los armadores, los cargadores y los aseguradores.
Pero si se hallaren interesados en tales averías habitantes del país
donde resida el cónsul, que no sean de la nación a que este sirve, toca
a las autoridades locales el conocer y resolver sobre dichas averías.
6º. Componer amigable y extrajudicialmente las diferencias
que se susciten entre sus compatriotas, sobre asuntos mercantiles,

132
Unión Latinoamericana

siempre que ellos quieran someterse voluntariamente al arbitramento


de los cónsules, en cuyo caso el documento en que conste la decisión
de este, autorizado por el mismo y por el canciller o secretario, tendrá
toda la fuerza de un documento guarentigio otorgado con todos los
requisitos necesarios para ser obligatorios a las partes interesadas.
7º. Hacer que se mantenga el debido orden a bordo de los buques
mercantes de su nación y decidir en las diferencias que sobrevengan
entre el capitán, los oficiales y los individuos de la tripulación, ex-
cepto cuando los desórdenes que sobrevengan a bordo puedan turbar
la tranquilidad pública, o cuando en las diferencias estén mezclados
individuos que no sean de la nación a que pertenezca el buque, pues
en estos casos deberán intervenir las autoridades locales.
8º. Dirigir todas las operaciones relativas al salvamento de los
buques de la nación a que pertenezca el cónsul, cuando naufraguen
en las costas del Estado en que él resida. En tal caso las autoridades
locales solo intervendrán para mantener el orden, dar seguridad a
los intereses salvados, y hacer que se cumplan las disposiciones que
deben observarse para la entrada y salida de estos. En la ausencia y
hasta la llegada de los cónsules, deberán también dichas autorida-
des tomar todas las medidas necesarias para la conservación de los
efectos naufragados.
9º. Tomar posesión, formar inventario, nombrar peritos para
hacer los avalúos y proceder a la venta de los bienes muebles de los
individuos de su nación, que hayan muerto en el país de la residen-
cia del cónsul, sin dejar ejecutorios testamentarios, ni herederos
forzosos. En tales diligencias procederán los cónsules asociados de
dos negociantes nombrados por ellos mismos, y para ellas y para la
entrega de los bienes o sus productos observarán las instrucciones
que sus respectivos gobiernos tengan a bien darles.
10º. Pedir a las autoridades locales el arresto de los marineros que
deserten de los buques de la nación a que sirva el cónsul, exhibiendo,
si fuere necesario, el registro del buque, el rol de la tripulación u otro
documento oficial que justifique la demanda. Las dichas autoridades
darán las providencias de su competencia para la persecución, apre-
hensión y arresto de aquellos desertores y los pondrán a disposición
del cónsul; pero si el buque a que pertenezcan hubiere salido y no se
presentare ocasión para hacerlos partir, se mantendrán en arresto, a
expensas del cónsul, hasta por tres meses, y si cumplido este término
no se hubieren remitido, serán puestos en libertad y no podrán ser
arrestados por la misma causa.

133
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

11º. Dar pasaportes a los individuos de su nación que salgan


del puerto de su residencia, y a los demás individuos que salgan del
mismo puerto y se dirijan a dicha nación, siempre que no tengan
impedimento para hacerlo conforme a las leyes y disposiciones que
deban observarse en el país.
12º. Nombrar un canciller o secretario cuando no lo tenga el
consulado, si fuere necesario para autorizar sus actos.
13º. Nombrar agentes de comercio para prestar todos los buenos
oficios que estén a su alcance a los nacionales de la nación a que
sirvan, y para desempeñar las comisiones que el cónsul tenga a bien
confiarles fuera del lugar de su residencia; bien entendido que estos
agentes no gozarán de ninguna de las prerrogativas que se conceden
a los cónsules.

Art. 4. Los cónsules de una de las repúblicas contratantes que


residan en otra de las mismas podrán hacer uso de sus atribuciones
en favor de individuos de naciones amigas de la suya que no tuvieren
cónsul en el mismo lugar.

Art. 5. Las repúblicas contratantes no reconocen en los cón-


sules carácter diplomático, y por lo mismo no gozarán en ellas la
inmunidad personal concedida a los agentes públicos acreditados
con aquel carácter; pero para que dichos cónsules puedan ejercer
expeditamente las funciones que les corresponden, gozarán las si-
guientes prerrogativas.
1º. Los archivos y papeles de los consulados serán inviolables y no
podrán ser ocupados por ningún funcionario del país en que se hallen.
2º. Los cónsules en todo lo que sea exclusivamente relativo al
ejercicio de sus funciones serán independientes del Estado en cuyo
territorio residan.
3º. Los cónsules no serán reducidos a prisión por faltas o deli-
tos leves en que no haya motivo para temer que fuguen del país por
sustraerse al castigo. En todo lo que provenga de las negociaciones
mercantiles que ejerzan dichos cónsules, no tienen excepción alguna
respecto de los demás habitantes del país.
4º. Los cónsules y sus cancilleres o secretarios estarán exentos
de todo servicio público, de contribuciones personales y extraordi-
narias que se impongan en el país de su residencia. Esta exención
no comprende a los cónsules y sus cancilleres o secretarios que sean
nacionales del país en que residan.

134
Unión Latinoamericana

5º. Para tomar a los cónsules declaratorias jurídicas, los respecti-


vos jueces se trasladarán a las casas de dichos cónsules, haciéndoselo
saber previamente por medio de un recado atento, y siempre que sea
necesaria su asistencia a los juzgados o tribunales, se les citará por
escrito y se les dará asiento al lado de los jueces.
6º. A fin de que las habitaciones de los cónsules sean fácil y ge-
neralmente conocidas para la conveniencia de los que tengan que
ocurrir a ellos, les será permitido enarbolar allí las banderas de sus
respectivas naciones, y poner sobre sus puertas un cuadro en que
se halle un navío con una inscripción que exprese la nación a que
sirve el cónsul; pero estas insignias no suponen derecho de asilo, ni
sustraen la casa o sus habitantes a las pesquisas que los magistra-
dos del país podrán hacer en ellas, lo mismo que en las de los demás
habitantes en los casos determinados por las leyes.

Art. 6. Los cónsules que se admitan en cualquiera de las repúbli-


cas contratantes, tendrán respecto del gobierno y de las autoridades
del país los siguientes deberes.
1º. Estar sometidos a las leyes y las autoridades del país en todo
aquello en que no se les haya concedido una expresa exención de la
misma manera que lo estén los demás habitantes.
2º. Poner a disposición de las autoridades, jueces o tribunales
del país, a los individuos refugiados en los buques de la nación a
que sirva el cónsul, o en la casa consular, y que sean reclamados por
dichas autoridades, jueces o tribunales, por haber cometido delitos
o crímenes justiciables por ellas.
3º. No permitir que salgan del puerto en que residan los buques
de su nación que tengan a bordo individuos respecto de los cuales
se haya resuelto por las autoridades, juzgados o tribunales del país
que no puedan salir, sin satisfacer a las justas demandas que contra
ellos se hayan hecho.
4. No dar pasaporte a ningún individuo de su nación o que se
dirija a ella que tenga que responder ante alguna de las autorida-
des, juzgados o tribunales del país, por delito o falta que se hubiere
cometido, o por demanda de algún particular que hubiere sido
legalmente admitida, siempre que se haya dado al cónsul el aviso
correspondiente.
5º. Cuidar de que los buques de su nación no quebranten la
neutralidad, cuando la nación en que el cónsul resida se halle en
guerra con otra.

135
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

Art. 7. Los cónsules que las repúblicas contratantes admitan de


otras naciones quedarán sujetos a las reglas acordadas en esta con-
vención, siempre que por tratados celebrados anteriormente no se
hallen dichas repúblicas obligadas a observar otras reglas que sean
contrarias a estas.

Art. 8. La presente convención será ratificada por los gobiernos


de las repúblicas contratantes y los instrumentos de ratificación se-
rán canjeados en esta ciudad de Lima, en el término de veinticuatro
meses, contados desde esta fecha, o antes si fuere posible. Manuel
Ferreiros, José Ballivian, D.J. Benavente, Juan de Francisco Martín,
Pablo Merino.

136
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 31 DE DICIEMBRE DE 1847,
PRESIDIDA POR EL SEÑOR MANUEL FERREIROS
Reunidos los plenipotenciarios de Bolivia, Chile, Ecuador,
Nueva-Granada y Perú a la una del día, se leyó y aprobó el protocolo
de la conferencia anterior.
Se adoptó el siguiente artículo para el tratado de comercio pre-
sentado por el secretario en virtud de lo acordado en la conferencia
de ayer:
“En los pasaportes que los transeúntes presenten a cualquiera
de las autoridades competentes de una de las repúblicas contra-
tantes, expedidos en una de las mismas repúblicas o en otra nación
extranjera, se pondrá el pase por dicha autoridad sin exigir ninguna
clase de derechos, siendo de cargo de quienes presenten dichos
pasaportes dar el papel que corresponda y fuere necesario, y no se
ocasionará retardo ni embarazo por tal diligencia a los interesados;
excepto el caso en que haya motivo para ser detenidos conforme a
las leyes del país”.
El plenipotenciario del Perú no convino en otra parte de este
artículo que fijaba un máximum de cuatro pesos por los derechos
de expedición de pasaportes para el extranjero, cuyos derechos son
actualmente en esta república de doce pesos.
Se tomó en consideración el proyecto de convención consular
presentado en la conferencia anterior y se adoptaron sin variación
la introducción y los artículos 1 y 2.
El artículo 3 se adoptó con las modificaciones siguientes:
Función 2ª. “Dirigirse a las autoridades del distrito consular y en
su caso al Gobierno Supremo por medio del respectivo agente diplo-
mático, si lo hubiere, o directamente en caso contrario reclamando
etc.” (lo demás como el original).
Función 5ª. “Como defensores natos de sus compatriotas, pre-
sentarse a su nombre, cuando por ellos fueren solicitados, ante las
respectivas autoridades del país en los negocios en que tengan ne-
cesidad de su apoyo”.
Función 9ª. (Como el original) variando su última parte en estos
términos: “y para la práctica de las mismas diligencias y la entrega
de los bienes y sus productos observarán las leyes respectivas y las
instrucciones que tengan de sus gobiernos”.

137
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

Función 10ª. (Como el original) variándola al fin así: “Serán


puestos en libertad por las respectivas autoridades y no podrán ser
nuevamente arrestados por la misma causa”.
Estas cuatro modificaciones se hicieron en virtud de observacio-
nes presentadas por el plenipotenciario del Perú, y para dar mayor
claridad a las disposiciones sobre que recaen.
El artículo 4 se adoptó modificado por el plenipotenciario del
Perú en estos términos:
“Los cónsules de cualquiera de las repúblicas contratantes resi-
dentes en otra de las mismas, podrán hacer uso de sus atribuciones
en favor de los individuos de las otras repúblicas contratantes que
no tuvieren cónsul en el mismo lugar”.
Se suspendió la conferencia a las cuatro de la tarde para conti-
nuarla el día tres de enero próximo. Manuel Ferreiros, José Ballivian,
D. J. Benavente, Juan de Francisco Martín, Pablo Merino.

138
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 4 DE ENERO DE 1848, PRESIDIDA
POR EL SEÑOR JOSÉ BALLIVIAN
Reunidos a la una del día los plenipotenciarios de Bolivia, Chile,
Ecuador, Nueva Granada y Perú, se leyó el protocolo de la conferen-
cia anterior.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada presentó el siguiente
proyecto de

CONVENCION DE CORREOS

En el nombre de la Santísima Trinidad.

Los gobiernos de las repúblicas de Bolivia, Chile, Ecuador,


Nueva-Granada y Perú deseando dar a las mutuas relaciones políticas
y mercantiles de dichas repúblicas las mayores facilidades posibles
por medio de sus comunicaciones y correspondencias, y contribuir
de esta manera a estrechar y asegurar su amistad, unión y confede-
ración, han convenido en estipular las reglas conducentes a tales
fines, y para ello han autorizado competentemente a sus respecti-
vos plenipotenciarios, a saber el gobierno de Bolivia al ciudadano
José Ballivian, el de Chile al ciudadano Diego José Benavente, el del
Ecuador al ciudadano Pablo Merino, el de la Nueva-Granada al ciu-
dadano Juan de Francisco Martín, el del Perú al ciudadano Manuel
Ferreiros, quienes reunidos en congreso y previo el canje de sus
respectivos plenos poderes, que han hallado bastantes y en debida
forma, han acordado la siguiente Convención de Correos.

Art.1. La correspondencia epistolar, pliegos e impresos, que


se dirijan de una de las repúblicas contratantes confederadas con
destino a otras de las mismas repúblicas o por el territorio de estas
a otra nación extranjera, ya tengan su origen en la república que los
dirige, y ya los haya recibido de otra nación que no corresponda a la
Confederación, se despacharán por las estafetas y serán conducidos
por los correos y postas establecidos en la correspondiente línea por
las repúblicas respectivas, y no se cobrarán derechos de porte por la
dicha correspondencia epistolar y por los dichos pliegos e impresos,
sino en los casos y términos que se expresan en esta convención.

139
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

Art. 2. La correspondencia epistolar, pliegos e impresos que se


dirijan oficialmente por el gobierno o al gobierno de cualquiera de
las repúblicas confederadas, se conducirán conforme al artículo
anterior por los respectivos correos y postas de las dichas repúbli-
cas confederadas, sin exigirse derecho alguno de porte en ninguno
de ellos; bien entendido para que la correspondencia se tenga por
oficial debe llevar el sello de la oficina o empleado público que la
dirige, o la firma de este. La misma exención de derechos tendrán
los periódicos impresos, sea quien fuese la persona a quien o por
quien se dirijan.

Art.3. La correspondencia epistolar y los pliegos no comprendi-


dos en la exención de derechos de porte, establecido en el artículo
anterior, pagarán por todo derecho de porte dos reales por cada
carta o pliego que no tenga más de media onza de peso, y un real
más por cada cuarto de onza de peso más que tuviere, y por lo que
excediere de un número completo de cuartos de onza de peso. Este
derecho de porte podrá pagarse indistintamente o en la primera
estafeta de donde salga la carta o pliego, o en la estafeta en donde
deba ser entregado, si la carta o pliego fuere destinado a alguna de
las repúblicas confederadas; pero si fuere destinado a otro Estado
se pagará precisamente en la estafeta de donde salga.

Art. 4. Los folletos y demás impresos que no fueren periódicos


pagarán la cuarta parte de lo que pagan las cartas y pliegos propor-
cionalmente, siempre que su peso pase de cuatro onzas, pues si no
pasaren de este peso serán libres de porte.

Art. 5. Los gobiernos de las repúblicas confederadas garantizan


solemnemente la inviolabilidad de la correspondencia y la seguri-
dad y exactitud de su conducción y de la de los demás documen-
tos que se trasmitan por sus estafetas correos y postas conforme
a esta convención. Si algún empleado en la administración de las
dichas estafetas o en la conducción de la correspondencia violare o
permitiere violar dicha correspondencia, o sustrajere o retuviere o
permitiere sustraer o retener carta, pliego o impreso cualquiera de
los expresados en esta convención, será depuesto por el respectivo
gobierno, luego que tenga datos suficientes de la verdad del hecho,
y se lo someterá a juicio para los demás efectos legales.

140
Unión Latinoamericana

Art. 6. La presente convención no deroga las estipulaciones


más liberales que se hayan otorgado por alguna de las repúblicas
confederadas sobre los puntos a que ella se contrae, ni obstará para
que acuerden en lo sucesivo cualesquiera otras cuyo objeto sea dar
mayor facilidad y franquicia a sus comunicaciones.

Art.7. La presente convención durará por doce años contados


desde el día del canje de las ratificaciones; pero si ninguna de las
partes contratantes anunciare a las otras, por una declaración ofi-
cial, un año antes de la expiración del plazo, su intención de hacerlo
terminar, continuará siendo obligatorio hasta un año después de
haberse hecho una declaración semejante.

Art. 8. La presente convención será ratificada por los gobiernos


de las repúblicas contratantes y los instrumentos de ratificación se-
rán canjeados en esta ciudad de Lima en el término de veinticuatro
meses, o antes si fuere posible.

Después de leído íntegramente este proyecto (que como los otros


había sido consultado previamente con todos los plenipotenciarios),
se examinó artículo por artículo y fue adoptado unánimemente en
todas sus partes, sin otra variación que la de poner en el artículo 3
cuarto de onza de peso donde dice: media onza de peso, cuya modi-
ficación se hizo a propuesta del plenipotenciario del Perú. El plazo
para el canje de las ratificaciones quedó sin fijarse hasta que se de-
termine respecto del proyecto de confederación.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada propuso que para
facilitar los viajes particulares en las repúblicas confederadas, se
introdujese un artículo en el tratado de comercio estableciendo que
por los pasaportes expedidos para pasar de una a otra de dichas
repúblicas no se cobrasen más derechos que los exigidos por los
pasaportes para ir de un puerto a otro de la misma república.
El plenipotenciario del Perú dijo: que habiendo consultado con
su gobierno sobre las proposiciones hechas relativamente a expe-
dición de pasaportes, se hallaba dispuesto a adoptar de preferencia
la fijación de un máximum de derechos para todas las repúblicas
confederadas, como lo había propuesto el plenipotenciario de Nueva-
Granada en la conferencia del día 31 del mes próximo pasado; y en
consecuencia se convino unánimemente en que el artículo introdu-
cido sobre esta materia quede en los términos siguientes:

141
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

“En ninguna de las repúblicas contratantes se exigirá un derecho


mayor de cuatro pesos por cada pasaporte que se expida para fuera
de su territorio; y no se cobrará derecho alguno por el pase que se
ponga en los pasaportes que los transeúntes presenten para este
efecto a las autoridades respectivas, siendo sí de cargo de quien los
presente dar el papel competente que fuere necesario. En los casos
a que este artículo se refiere, no se ocasionará retardo ni embarazo a
los interesados, excepto en el caso en que haya motivos suficientes
para que puedan ser detenidos conforme a las leyes del país”.
Se suspendió la conferencia a las tres de la tarde, convocándose
para otra el 8 del corriente. José Ballivian, D. J. Benavente, Juan de
Francisco Martín, Pablo Merino, Manuel Ferreiros.

142
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 8 DE ENERO DE 1848, PRESIDIDA
POR EL SEÑOR JOSÉ BALLIVIAN
Reunidos los plenipotenciarios de Bolivia, Chile, Ecuador,
Nueva-Granada y Perú a las dos de la tarde, se leyó y aprobó el pro-
tocolo de la última conferencia.
Debiendo presentarse por los plenipotenciarios las observaciones
que les hubieren ocurrido sobre el Tratado de Confederación según
había sido acordado, para corregirlo y ponerlo en limpio, el plenipoten-
ciario del Perú dijo: que habiendo procurado explorar la opinión públi-
ca sobre las principales estipulaciones de este tratado, había hallado
una general oposición sobre dos puntos, a saber: la permanencia del
Congreso de los Plenipotenciarios y las facultades atribuidas a él, que
se cree menguan la soberanía de las repúblicas confederadas; y que
deseando remover los obstáculos que creía habrá para la aprobación
de este tratado, presentaba las modificaciones necesarias quitando
las reuniones periódicas del congreso y las atribuciones que se le
confieren para decidir en varios casos determinados en dicho tratado.
Las modificaciones presentadas son las siguientes:

Art. 3. Si alguna de las repúblicas confederadas recibiere agre-


sión, ofensa o ultraje de una potencia extranjera en cualquiera de
los casos del artículo anterior, y el gobierno de dicha república no
hubiere podido obtener la debida reparación o satisfacción, se di-
rigirá a cada uno de los gobiernos de las repúblicas confederadas
presentándole una exposición comprobada del origen, curso y
estado de la cuestión, y de las razones que demuestren haber llega-
do el caso de que las repúblicas confederadas hagan causa común
para vindicar los derechos de la que ha sido agraviada. Si los demás
gobiernos de la Confederación hallaren justa la demanda de dicha
república, se dirigirá cada una de ellas al de la nación que hubiere
intentado la agresión, o inferido la ofensa, o el ultraje, pidiendo la
debida satisfacción, o reparación, y si esta fuere negada o eludida,
sin motivo suficiente que justifique tal procedimiento, los gobiernos
de la Confederación declararán haber llegado el casus foederis, y se
comunicarán entre sí esta declaración para los efectos del artículo
5 de este tratado y para que cada república contribuya con el con-
tingente de fuerzas y medios que le correspondan.

143
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

Se suprime el 2.0 inciso de este artículo que empieza: “si en el


caso”.

Art. 4. Cuando los gobiernos de las repúblicas confederadas


no hallaren justa la demanda que una de ellas haga por supuesta
injuria, o cuando una potencia extranjera injuriada por alguna de
las repúblicas confederadas, no hubiere podido obtener de esta la
debida reparación, hallada justa por dichos gobiernos, estos inter-
pondrán su mediación y buenos oficios a fin de que se obtenga un
avenimiento pacífico; pero si este no se lograre, y por ello se abriere
la guerra entre las dos naciones interesadas, las demás repúblicas
permanecerán neutrales en la contienda.

Art. 5. Si antes de que los gobiernos de las repúblicas confede-


radas resolvieren sobre la demanda de auxilios hecha por alguna de
dichas repúblicas, fuere invadido el territorio de esta por las fuerzas
enemigas, y los gobiernos de las otras repúblicas confederadas re-
conocieren ser injusta la invasión, o haber en ella un peligro común,
prestarán los auxilios correspondientes como si ya hubiesen resuelto
sobre la justicia de dicha demanda.

Art. 6. Una vez resuelto y declarado por los gobiernos de las


repúblicas confederadas haber llegado el casus foederis para obrar
contra alguna potencia extranjera, etc. (como está acordado)1.
Los ciudadanos y súbditos de la nación enemiga, etc. (como está
acordado).
Si la potencia contra la cual deban emplearse las fuerzas de las
repúblicas confederadas, en virtud de la declaratoria correspondien-
te, no hubiere hecho agresión, etc. (como está acordado).

Art. 7. Las repúblicas confederadas declaran tener un derecho


perfecto, etc. (como está acordado).
Y al fin: “se someterá el asunto a la decisión arbitral de una o
más repúblicas confederadas o de una o más naciones amigas, etc.
(como está acordado).

1. En los Protocolos, “Como está acordado” es una fórmula para evitar transcri-
bir todas las propuestas y acuerdos previos. En otros casos se utiliza también la
fórmula “etc.” (N. del E.)

144
Unión Latinoamericana

Las repúblicas que habiendo sido parte, etc. (como está


acordado).
Lo acordado en este artículo en nada altera los tratados o con-
venios sobre límites, celebrados entre algunas de las repúblicas
confederadas, ni contraría la libertad que estas repúblicas tienen
para arreglar entre sí sus respectivos límites; pues solo en el caso de
que esto no pueda verificarse sin peligro de que se alteren las buenas
relaciones de las dos repúblicas interesadas, se ha de ocurrir, a soli-
citud de ellas mismas, al arbitramento en que conforme al presente
artículo se ha de decidir sobre el punto cuestionado.

Art. 8. Si se pretendiese reunir, etc. (hasta provincias)2 tal cambio


no podrá tener efecto si todas las repúblicas confederadas declara-
ren ser perjudicial a los intereses y seguridad de la Confederación.

Art. 9. Las repúblicas confederadas con el etc. (como está el


primer período).
En consecuencia jamás se emplearán las fuerzas de unas contra
otras, a no ser que alguna o algunas rehúsen cumplir lo estipulado
en los tratados de la Confederación, pues en este caso, y con arreglo
a lo que las repúblicas confederadas acordaren, se emplearán los
medios necesarios para hacer entrar en sus deberes a la república o
repúblicas refractarias.

Art. 10. En cualquiera caso no previsto, etc. (hasta correspon-


dencia) o de sus negociaciones diplomáticas, las demás repúblicas
confederadas interpondrán sus buenos oficios y se esforzarán por
que las dichas repúblicas terminen sus desavenencias y se convengan
en someterlas al arbitraje de un gobierno elegido por ellas mismas; o
si alguna de ellas abriere hostilidades faltando a lo acordado en este
artículo y el anterior, las demás repúblicas confederadas suspende-
rán para con ella todos los deberes de la neutralidad, sin perjuicio
de los demás medios que tengan bien adoptar para hacer sentir a la
república refractaria las consecuencias de su infidelidad a este pacto.

Art. 11. Se suprime.

2. “Hasta…” es una fórmula para evitar transcribir textos extensos que no aportan
más información. (N. del E.)

145
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

Art. 12. Conservando como conserva cada una de las repúblicas


confederadas, el pleno derecho de su independencia y de su sobera-
nía, no podrán intervenir en sus negocios internos los gobiernos de
las otras repúblicas, pero no se entenderá como tal intervención etc.

Art. 15. Siempre que hayan de reunirse las fuerzas de las repú-
blicas confederadas para obrar conforme a este tratado, concurrirá
cada una de ellas en la proporción de mil quinientos soldados por
cada millón de almas, de manera que a Bolivia cuya población se
compone de... le corresponde un contingente de… a Chile con una
población de… al Ecuador con la de… a Nueva-Granada con la de…y
al Perú con la de…3
Esta distribución deberá entenderse sin perjuicio de que aquella
o aquellas de las repúblicas confederadas que vengan a ser el teatro
de la guerra, puedan si les conviniese, aumentar sus fuerzas hasta
donde sus circunstancias se lo permitan, y de que pueden exigir un
contingente menor cuando no consideren necesaria toda la fuerza
que se designa en el presente artículo.
El inciso 2º se suprime.
Las fuerzas marítimas y los trasportes para las fuerzas que hayan
de conducirse por mar, se darán por las repúblicas que los posean,
o que tengan más facilidades para su adquisición en la proporción
de una fragata y dos bergantines (y tantos) trasportes por cada mil
quinientos soldados, compensándose por las otras repúblicas estos
auxilios marítimos con tropas de tierra en proporción inversa, o con
la suma de dinero correspondiente. Quedan sin embargo en libertad
las repúblicas que tengan fuerzas marítimas para dar en lugar de estas
el dinero equivalente, cuando siendo necesarias dichas fuerzas para
obrar en el Atlántico, se hallen en el Pacífico o viceversa.

Art. 18. Cada una de las repúblicas confederadas nombrará un


ministro plenipotenciario para la Asamblea de la Confederación,
que deberá reunirse en la época que se fije por la presente Asamblea
para hacer el canje de las ratificaciones de este tratado, y para los
demás objetos de común interés para los que dichos ministros fue-
ren autorizados por los respectivos gobiernos de la Confederación.

3. El Protocolo lo deja en blanco para que cada firmante lo complete con sus
datos. (N. del E)

146
Unión Latinoamericana

El gobierno de la república, en cuyo territorio se reuniere o haya


de reunirse la Asamblea de los Plenipotenciarios, considerará a estos
etc. (como está).

Art. 19. La Asamblea de los Plenipotenciarios en su primera


sesión nombrará un presidente y un secretario. La misma Asamblea
acordará los reglamentos necesarios para su correspondencia y su
régimen económico.
Los actos de la Asamblea serán suscritos etc. (como está).
El sello de la Confederación etc. (como está).

Art. 21. La Asamblea de los Plenipotenciarios de las Repúblicas


Confederadas, para expedir los negocios concernientes a las reclama-
ciones de las mismas repúblicas, tendrá las atribuciones siguientes:
1ª. Acordar las disposiciones y demás actos que se deriven del
presente tratado, y los que le fuesen expresamente encargados por
los que en adelante se celebren entre las repúblicas confederadas.
2ª. Dar la debida interpretación a los tratados y convenios en-
tre las repúblicas confederadas, entre sí, celebrados en la misma
Asamblea, siempre que ocurran dudas en su ejecución.
3ª. Proponer a los gobiernos etc. (como está).
Se entenderá que hay pluralidad etc. (como está).

Art. 22. La Asamblea de los Plenipotenciarios de las Repúblicas


Confederadas podrá negociar como representante de la Confederación
con los gobiernos de las potencias que la reconozcan como tal para
celebrar aquellos tratados etc. (como está).
2º Para pedir (se suprime).
3º Para suspender (se suprime).
En los casos 2º y 3º (se suprime).

Los demás plenipotenciarios hicieron alternativamente varias


observaciones manifestando que la Confederación sería entera-
mente negatoria quitando el único centro que puede establecerse
para hacer efectivas las estipulaciones en que se funda; que según
el tratado acordado, el Congreso de los Plenipotenciarios no inter-
viene sino en los negocios internacionales de las repúblicas, cuando
no se pueda hallar otro medio de avenimiento o de concierto y sin
contrariar nunca las respectivas constituciones; que la experiencia
ha comprobado, aun en los casos en que los deseos y los intereses

147
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

han estado más acordes entre los gobiernos de estas repúblicas,


que no han podido concertar ninguna medida pronta y eficaz, y
que habiendo considerado sus gobiernos como una base cardinal e
indispensable para que pueda ser efectiva la Confederación, el que
haya un centro de acuerdo y de acción en que los gobiernos puedan
obrar por medio de sus plenipotenciarios debidamente autorizados,
evitando las dificultades o la imposibilidad de entenderse directa-
mente entre sí sobre asuntos generales, no podía ninguno de los
plenipotenciarios convenir en las modificaciones con la generalidad
que se habían presentado por el del Perú, pues ellas equivalían a no
hacer confederación, o a hacerla solo de nombre, pues se quitaba el
único medio efectivo que se había concertado para hacer realizables
las estipulaciones en los casos previstos.
Deseando, sin embargo, reducir las facultades del Congreso a las
que sean absolutamente indispensables para que no sea frustránea
la Confederación, convinieron los plenipotenciarios, después de
una larga discusión sobre el punto en general, en reunirse el 10 del
corriente con el objeto de examinar separadamente cada uno de los
artículos cuya modificación se ha propuesto, y se suspendió la pre-
sente conferencia a las tres de la tarde José Ballivian, D.J. Benavente,
J. De Francisco Martín, Pablo Merino, Manuel Ferreiros.

148
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DE 10 DE ENERO DE 1848, PRESIDIDA
POR EL SEÑOR JOSÉ BENAVENTE
Reunidos los plenipotenciarios de Bolivia, Chile, Ecuador,
Nueva-Granada y Perú, a la una del día, se leyó y aprobó el protocolo
de la conferencia anterior.
Se tomó en consideración la modificación al artículo 3 del
Tratado de Confederación, propuesta por el plenipotenciario del
Perú, y que se ha insertado en el protocolo anterior.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada observó que la facultad
que se da al Congreso de los Plenipotenciarios, para declarar cuando
exista el casus foederis, es indispensable para que puedan obrar de
acuerdo las repúblicas confederadas, pues de otro modo ni podrá
conocer cada república en la debida oportunidad, cuáles sean las de-
terminaciones de las otras, ni estas determinaciones podrán tener la
uniformidad que es necesaria para que sea efectiva la Confederación:
en apoyo de esta observación presentó varios ejemplos de retardos
en las comunicaciones entre los gobiernos, y de las dificultades que
ha habido para obtener un acuerdo, aún entre dos de ellos solamente.
El plenipotenciario del Perú dijo: que, en su concepto, dar al
Congreso de los Plenipotenciarios la facultad de declarar el casus
foederis, era establecer en dicho Congreso una nueva soberanía, un
nuevo poder que no estaba reconocido por las constituciones de los
Estados que entraban en la Confederación; y que era privar a dichos
Estados de un derecho a que no podían renunciar.
Contestó el plenipotenciario de la Nueva-Granada, que aunque
las constituciones de las repúblicas concurrentes exigen, para la
declaratoria de guerra, la aprobación de los congresos naciona-
les, esto no se contrariaba con la facultad dada al Congreso de los
Plenipotenciarios para declarar la existencia del casus foederis, pues
en esto no hace otra cosa sino determinar si el caso previsto por el
tratado es o no el caso que se presenta: que comunicada la determi-
nación a los gobiernos, estos harán la guerra defensiva si ha habido
agresión, y si fuere necesaria la declaración de guerra, cada gobierno
la hará según sus formas constitucionales como se establece en el
parágrafo 3º del artículo 6, y por consiguiente en ningún caso se
contraría a lo dispuesto por las constituciones de los Estados ni se
ofende la soberanía de estos que si las repúblicas no se someten a

149
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

la decisión del cuerpo formado por ellas mismas sobre la existencia


del casus foederis, no podrá tener efecto la Confederación, pues será
lícito a cada república separarse de su compromiso en cualquier caso
por su propia y única voluntad.
El plenipotenciario de Chile agregó: que en el Congreso de los
Plenipotenciarios no debía considerarse un cuerpo independiente y
separado de las repúblicas confederadas, pues era formado por los
representantes de sus gobiernos, obligados a proceder conforme a
las instrucciones de los mismos gobiernos; que la conveniencia de la
Confederación debe hallarse principalmente en el efecto moral que
producirá en las otras naciones, al considerarse que pueden obrar
de concierto pronta y eficazmente las repúblicas contratantes, en
cualquiera de los casos previstos, efecto que desaparecerá desde
que se vea que es sumamente difícil, si no imposible, lograr con la
debida oportunidad ese concierto, como sucedería faltando la reu-
nión de los plenipotenciarios, en cuyo caso en vez de formarse una
opinión favorable a la Confederación, no sería esta sino un objeto
de burla: que lo que decidan los plenipotenciarios en los casos que
ocurran, no puede ser sino lo mismo que decidirían los gobiernos,
pues que deben obrar conforme a sus instrucciones; y que jamás se
ha creído que una nación o un gobierno pierde de su poder tratando
sus negocios por medio de plenipotenciarios conforme a la práctica
universalmente adoptada.
Los plenipotenciarios de Bolivia y Ecuador apoyaron las opinio-
nes de los de Chile y Nueva-Granada, y se explanó la observación de
que estando el casus foederis definido en los tratados, el Congreso
de los Plenipotenciarios no estatuye nada nuevo al declararlo, ni
impone ninguna nueva obligación a los Estados, pues es por los
tratados que la han contraído, y el mismo tratado debe determinar
el modo de cumplirla.
El plenipotenciario del Perú manifestó el deseo de consultar
nuevamente a su gobierno sobre este punto, y en consecuencia se
suspendió la discusión.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada dijo que había recibido
instrucciones de su gobierno para manifestar a este Congreso los
positivos bienes que resultarían a las repúblicas hispanoamericanas
de estrechar sus relaciones con los Estados Unidos del Norte, por el
apoyo que deben esperar de aquella nación para la conservación de
sus instituciones democráticas y de sus intereses americanos; y que
conceptuándose como una de las medidas más eficaces para lograr

150
Unión Latinoamericana

aquel objeto el mantener legaciones en Washington, de manera que


en ese gran centro americano se formase una reunión diplomática de
toda la América que facilitase medios de comunicación y de acuerdo
para emergencias y otros casos extraordinarios, se hallaba autoriza-
do para proponer, el que por medio de una promesa protocolizada,
declaratoria, concierto u otro acto auténtico, se comprometiesen las
repúblicas que han mandado a este Congreso sus plenipotenciarios,
a acreditar y conservar constantemente en Washington un ministro
con el carácter por lo menos de encargado de negocios.
Contestó el plenipotenciario de Chile, que no desconocía la con-
veniencia de que estas repúblicas mantengan agentes diplomáticos
en los Estados Unidos, y mucho más en Inglaterra, que es el punto de
donde mejor puede velarse sobre los intereses de la América, como
se ha visto en el caso de la expedición del general Flores; pero que
no tenía instrucciones de su gobierno para estipular nada sobre el
punto indicado, ni creía que debiera ser objeto de tratado, pues los
gobiernos deben de tener siempre libertad para dirigir, según les
convenga, su política y sus relaciones con los otros Estados, y que
una simple promesa protocolizada, no siendo explicación del tratado,
no podía tener ninguna fuerza.
Estando los demás plenipotenciarios acordes con el de Chile,
quedó sin efecto la propuesta del de la Nueva-Granada.
A las tres de la tarde se suspendió la conferencia quedando cita-
dos los plenipotenciarios para el 15 del corriente, por no poder reunir-
se antes a causa de la partida de los correos. Diego J. Benavente, José
Ballivian, Juan de Francisco Martín, Pablo Merino, Manuel Ferreiros.

151
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 17 DE ENERO DE 1848, PRESIDIDA
POR EL SEÑOR JUAN DE FRANCISCO MARTÍN
Reunidos a los doce y media del día los plenipotenciarios de
Bolivia, Chile, Ecuador, Nueva-Granada y Perú se leyó y aprobó el
protocolo de la conferencia del día 10, no habiendo tenido lugar la
del 15 por impedimento del plenipotenciario del Perú.
Continuó la discusión que había quedado pendiente sobre el artí-
culo 3 del Tratado de Confederación, y habiendo reproducido algunas
de las razones que demostraban la necesidad de conservar el artículo
como había sido primitivamente acordado, dijo el plenipotenciario del
Perú: que el objeto de las modificaciones que había presentado, era el
hacer aceptable el tratado, y que convendría en el artículo como se había
adoptado por todos los plenipotenciarios con las siguientes variaciones:
1ª la Junta de los Plenipotenciarios no se denominará Congreso sino
Asamblea, para no dar motivo a que se crea que tiene funciones análogas
a las de los congresos legislativos y que asume algunas de las atribu-
ciones de estos: 2ª que no se fijase el período para la reunión de dicho
Congreso y 3ª que las medidas que deban preceder a la declaratoria de
la existencia del casus foederis, se practiquen por los gobiernos de las
repúblicas confederadas y no por el Congreso, con cuyo fin se dirigirá
siempre a ellos la exposición de que habla el artículo.
Los demás plenipotenciarios contestaron; 1º que aunque la
reunión de plenipotenciarios era una Asamblea, y podría dársele
este nombre, creían más conveniente conservarle el de Congreso,
porque era el que en todas partes se habría dado a la reunión de
plenipotenciarios, porque ya estaba aceptado por los gobiernos
que en general han dado el nombre de Congreso y no de Asamblea a
esta reunión, y porque en el mismo tratado se ve que las facultades
de este Congreso son enteramente distintas de las de los congresos
legislativos de estas republicas; 2º que la reunión periódica del
Congreso es indispensable, como se ha dicho, para dar eficacia y
fuerza moral a la Confederación, especialmente al empezar esta, y
que si los gobiernos creen que puede ser inconveniente el establecer o
mantener esa reunión periódica, se pondrán de acuerdo para negociar
una estipulación contraria, a cuyo fin ofrecían los plenipotenciarios
hacer presentes a sus gobiernos las observaciones aducidas por el
plenipotenciario del Perú; y 3º que en todas las medidas relativas

152
Unión Latinoamericana

a la declaratoria del casus foederis, es preciso que intervenga el


Congreso de los Plenipotenciarios, para que las comunicaciones con
los gobiernos extranjeros no sean en ningún caso contradictorias,
como sucedería frecuentemente si cada uno de los gobiernos de la
Confederación dirigiese las suyas sin conocer la opinión de la ma-
yoría de dichos gobiernos.
En virtud de estas observaciones, convino el plenipotenciario
del Perú en la conservación del artículo como había sido acordado,
con la expresa condición de que los plenipotenciarios hiciesen a
sus gobiernos la manifestación que se había indicado, para que
pudiesen ponerse de acuerdo sobre las estipulaciones que sean
más convenientes relativamente a las reuniones y funciones del
Congreso, a fin de evitar los embarazos que había hecho presentes
dicho plenipotenciario.
Las modificaciones presentadas por el mismo plenipotenciario
a los artículos 4, 5 y 6, fueron retiradas por él como dependientes de
la del artículo 3, que no había tenido efecto.
Tomada en consideración la modificación al artículo 7, hubo
sobre ella una detenida discusión, en que el plenipotenciario del
Perú sostuvo no ser admisible el arbitramento del Congreso de los
Plenipotenciarios, por que juzgaba ser una violencia hecha a las
repúblicas interesadas el obligarlas a someterse a tal arbitramento,
hasta ocurrirse a los medios coercitivos.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada presentó otra modifica-
ción a la última parte del artículo, estableciendo que si los gobiernos
no aprueban la demarcación hecha por los comisionados, o estos no
pueden ponerse de acuerdo para hacerla, se someta a la decisión de
un árbitro nombrado por las repúblicas interesadas, y en caso de no
convenirse en tal nombramiento, se decida por el Congreso de los
Plenipotenciarios.
Se manifestó que por esta modificación en que estaban de acuer-
do los plenipotenciarios de Bolivia, Chile y Ecuador, se dejaba entera
libertad a las repúblicas interesadas para elegir el árbitro, y que no
llegará el caso del Congreso sino cuando las mismas repúblicas lo
quieran.
El plenipotenciario del Perú declaró inadmisible por su parte
en todo caso de cuestión de límites el arbitramento del Congreso
de Plenipotenciarios.
El plenipotenciario de Chile dijo: que era indispensable proveer
al remedio para el caso en que las repúblicas interesadas no quieran

153
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

o no puedan convenir en la elección de árbitro, y que supuesto que


se rechazaba el arbitramento del Congreso de los Plenipotenciarios,
proponía que ese último y extremo caso se decidiese por un árbitro
nombrado por el Congreso.
No conviniéndose por el plenipotenciario del Perú en que se esta-
bleciese otro árbitro que el que designaren las repúblicas interesadas,
y siendo las cuatro de la tarde, se citó para otra conferencia el día de
mañana y se suspendió la presente. Juan de Francisco Martín, Pablo
Merino, Manuel Ferreiros, José Ballivian, D. J. Benavente.

154
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 18 DE ENERO DE 1848, PRESIDIDA
POR EL SEÑOR J. DE FRANCISCO MARTÍN
Reunidos a la una del día los plenipotenciarios de Bolivia, Chile,
Ecuador, Nueva-Granada y Perú, se leyó y aprobó el protocolo de la
conferencia de ayer.
Continuó la discusión sobre la modificación del artículo 7, y no
conviniendo el plenipotenciario del Perú en suscribir dicho artí-
culo ni como había sido acordado primitivamente, ni como habían
propuesto modificarlo los plenipotenciarios de la Nueva Granada y
de Chile, manifestaron estos que no obstante la persuasión en que
estaban de la utilidad de que en este artículo se expresase ser nece-
sario y obligatorio en último caso el arbitramento del Congreso de
los Plenipotenciarios, aun cuando solo se solicitase por una de las
repúblicas interesadas, sin embargo, atendida la oposición del pleni-
potenciario del Perú y considerando que sería perjudicial eliminar del
tratado toda estipulación sobre límites, convenían en que el artículo
se modificase en la última parte de su primer parágrafo como sigue:
“Si los respectivos gobiernos no aprobaren la demarcación hecha
por los comisionados, si estos no pudieren ponerse de acuerdo para
hacerla, se someterá el asunto a la decisión arbitral de alguna de las
repúblicas confederadas, o de alguna de las naciones amigas, o a la
del Congreso de los Plenipotenciarios, si las repúblicas interesadas
prefiriesen esta”.
El plenipotenciario del Perú adoptó esta modificación.
El plenipotenciario de Bolivia dijo: que en sus instrucciones se
le prevenía expresamente que el Congreso de los Plenipotenciarios
fuese el árbitro en las cuestiones sobre límites y sobre cualesquiera
otros objetos que pudiesen suscitarse entre las repúblicas confede-
radas, y que temía se le hiciese cargo de faltar a estas instrucciones
si suscribía a la modificación últimamente propuesta.
Los otros plenipotenciarios contestaron que no podía hacérsele
tal cargo, pues habiéndose negado absolutamente el plenipotencia-
rio del Perú a convenir en aquella estipulación con la extensión que
han deseado los demás plenipotenciarios, no quedaba otro medio
que adoptar la modificación propuesta u otra semejante, o desechar
el artículo, y esto último sería menos conforme a las instrucciones
que lo primero.

155
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

Convencido de la exactitud de esta observación, el plenipoten-


ciario de Bolivia convino y lo mismo el del Ecuador, en la última mo-
dificación que quedó unánimemente acordada, y como consecuencia
de esto se suprimió la última parte del parágrafo 3º del último artículo
desde donde dice: “Pues no será sino en el caso de que este no pueda
verificarse, etc.”, quedando por lo mismo sin efecto la modificación
que a esta parte se había hecho por el plenipotenciario del Perú.
Conciliándose en lo posible las opiniones del plenipotenciario
del Perú con las de los demás plenipotenciarios relativamente a las
decisiones del Congreso, convinieron unánimemente en modificar
los artículos 8, 9, 10 y 11 en los términos siguientes:
Art.8. Si se pretendiere reunir dos o más de las repúblicas con-
federadas en un solo Estado, o dividir en varios Estados alguna o
algunas de dichas repúblicas, o segregar de una de ellas para agregar
a otra de las mismas repúblicas o a una potencia extranjera, uno o
más puertos, ciudades o provincias, será preciso, para que tal cambio
tenga efecto, que los gobiernos de las demás repúblicas confederadas
declaren expresamente por sí o por medio de sus plenipotenciarios
en el Congreso, no ser perjudicial dicho cambio a los intereses y
seguridad de la Confederación.
Art. 9. (El primer período como estaba acordado).
El segundo así: “En consecuencia, jamás se emplearán las fuerzas
de unas contra otras, a no ser que algunas rehúsen cumplir lo esti-
pulado en los tratados de la Confederación y lo resuelto conforme a
ellos por el Congreso de los Plenipotenciarios; pues en estos casos
se emplearán los medios necesarios para hacer entrar en sus debe-
res a la república o repúblicas refractarias, con arreglo a lo que las
demás repúblicas acordaren entre sí directamente o por medio de
sus plenipotenciarios en el Congreso”.
Art.10. En cualquiera caso no previsto en que se susciten entre
dos o más de las repúblicas confederadas, cuestiones o diferencias
capaces de turbar las buenas relaciones de paz y amistad que deben
existir entre ellas, y no hayan podido terminar tales cuestiones o
diferencias por medio de su correspondencia o de sus negociaciones
diplomáticas, los gobiernos de las demás repúblicas confederadas
interpondrán sus buenos oficios, o por medio de sus plenipotencia-
rios, y se esforzarán a fin de que las repúblicas interesadas entren
en un avenimiento que asegure sus buenas relaciones. Pero si esta
mediación no fuere bastante para que las dichas repúblicas termi-
nen sus desavenencias, ni se convinieren en someterlas al arbitraje

156
Unión Latinoamericana

de un gobierno elegido por ellas mismas, entonces el Congreso de


los Plenipotenciarios, examinando los motivos en que cada una de
las repúblicas interesadas funde su pretensión, dará la decisión que
creyere más justa. Si alguna de las repúblicas confederadas abriere
hostilidades faltando a lo acordado en este artículo y el anterior, o
rehusare cumplir lo decidido por el Congreso, las demás repúblicas
confederadas suspenderán todos sus deberes para con ella, sin per-
juicio de los demás medios que tengan a bien adoptar para hacer
efectiva la decisión del Congreso, y para que la república refractaria
sienta las consecuencias de su infidelidad a este pacto.
Art. 11. Si los plenipotenciarios de las repúblicas confederadas,
reunidos en Congreso, hubieren de interponer buenos oficios a fin
de terminar las cuestiones o diferencias suscitadas entre algunas
de dichas repúblicas, y para verificarlo creyeren conveniente el que
alguno o algunos de ellos pasen cerca de los gobiernos de las repú-
blicas interesadas, podrán disponerlo así dándole las instrucciones
necesarias para que su mediación tenga toda la eficacia y buen re-
sultado que debe desearse.
A las tres y media de la tarde se suspendió la conferencia para
continuarla el día de mañana. Juan de Francisco Martín, Pablo
Merino, Manuel Ferreiros, José Ballivian, D.J Benavente.

157
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 21 DE ENERO DE 1848, PRESIDIDA
POR EL SEÑOR JUAN DE FRANCISCO MARTÍN
Reunidos a las doce y media del día los plenipotenciarios de
Bolivia, Chile, Ecuador, Nueva-Granada y Perú, se leyó y aprobó el
protocolo de la conferencia del día 19.
Se tomó nuevamente en consideración el proyecto de tratado de
comercio y navegación, con el objeto de hacer en él las modificacio-
nes y correcciones que se creyera conveniente acordar para firmarlo.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada propuso, y los demás
plenipotenciarios adoptaron, los siguientes parágrafos como partes
del artículo 6:
“Los buques de cualquiera de las repúblicas confederadas que
arriben a los puertos de otra de las mismas repúblicas serán conside-
rados y tratados a su entrada, durante su permanencia y a su salida
como buques nacionales para el cobro de derechos de tonelada,
anclaje, pilotaje, fanal y cualesquiera otro de puerto”.
“Lo estipulado en este tratado no reforma ni altera las leyes y
reglamentos expedidos, o que se expidieren en cada república sobre
el comercio costanero o de cabotaje”.
El mismo plenipotenciario propuso, y fue adoptada por los de-
más, la siguiente adición al deber segundo del artículo 11, “o cuando
el buque pertenezca a una nación que no reconozca la libertad de
las mercancías por ir bajo pabellón neutral”.
Se convino unánimemente en modificar el artículo 10, en los
términos siguientes:
“En el caso de hallarse en guerra las repúblicas confederadas
con otra u otras naciones, los juzgados y tribunales de presas en
cualquiera de las dichas repúblicas tendrán jurisdicción para conocer
en las causas de presas hechas por corsarios armados por cuenta de
particulares con patente de cualquiera de las mismas repúblicas, y
para proceder contra dichos corsarios por excesos cometidos en alta
mar contra el comercio de las naciones amigas o neutrales”.
En el deber 4º del artículo 11, se suprimió la frase siguiente:
“Siempre que fueren apresados sin faltar al derecho de los neutrales”.
Se fijó el término de 24 meses en el artículo 16, para hacer el
canje de las ratificaciones, y se dio por terminada la negociación
de este tratado; habiéndosele hecho algunas ligeras variaciones de

158
Unión Latinoamericana

pura redacción, quedó terminado y se mandó poner en limpio para


que fuese firmado.
El plenipotenciario del Perú dijo: que en la conferencia del
día 8 del corriente presentó varias modificaciones al proyecto de
Tratado de Confederación con el objeto, 1º de que se eliminaran
de dicho tratado todas aquellas disposiciones que establecen y re-
quieren la reunión periódica del Congreso de los Plenipotenciarios,
considerando más conveniente que se reunieran estos en congreso
extraordinario cada vez que lo exigieren los negocios e intereses
de la Confederación, a juicio de los gobiernos de las repúblicas
confederadas; 2º que la autoridad y las funciones del Congreso se
limitaran, en cuanto fuere posible, dejando por consiguiente más
libre y expedita la acción de los gobiernos de dichas repúblicas para
acordar, disponer y efectuar directamente los actos, decisiones, y
medidas que pertenecen al ejercicio del poder supremo y que son
inherentes a la soberanía de las naciones; 3º que se diera al cuerpo
de plenipotenciarios de las repúblicas confederadas la denominación
de Asamblea, en lugar de Congreso para distinguirlo de los congre-
sos nacionales o cuerpos legislativos de dichas repúblicas. Y que no
habiendo sido aceptadas en lo general dichas modificaciones por
los plenipotenciarios de Bolivia, Chile, Ecuador y Nueva-Granada,
declara que si no insiste en sostener el sistema de modificación
arriba desenvuelto, y si conviene firmar el tratado tal como queda
acordado definitivamente en esta sesión, con la mira de que el Perú
no deje de concurrir a un acto que puede ser fecundo en resultados
grandiosos, no solamente para los Estados coligados, sino también
para el resto de la América, no por eso abandona la idea y el objeto
que dichas modificaciones envuelven; y así exige nuevamente como
condición precisa que ellas sean transmitidas a los respectivos
gobiernos para que tomándolas en consideración acuerden lo que
juzgaren conveniente.
Los demás plenipotenciarios manifestaron que al pasar los pro-
tocolos de estas conferencias a sus gobiernos, llamarían su atención
con particularidad a la exposición que acaba de hacer el del Perú y a
lo que anteriormente se había dicho sobre el mismo objeto, en donde
constaban las razones que habían tenido para no convenir en todas
las modificaciones de que se trataba.
Siendo las cuatro y media de la tarde, se suspendió la conferen-
cia. Juan de Francisco Martín, Pablo Merino, Manuel Ferreiros, José
Ballivian, D.J. Benavente.

159
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIA DEL 24 DE ENERO 1848, PRESIDIDA POR
EL SEÑOR PABLO MERINO
Reunidos los plenipotenciarios de Bolivia, Chile, Ecuador,
Nueva-Granada y Perú a las doce y media del día, se leyó y aprobó
el protocolo de la conferencia anterior.
Se tomó nuevamente en consideración el proyecto de conven-
ción consular.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada presentó, y los demás
adoptaron, la siguiente atribución que debe ir después de la 4ª del
artículo 3.
“Recibir las declaraciones, protestas y relaciones de los capitanes,
contramaestres y patronos de los buques de su nación por razón de
averías padecidas en la mar, y las protestas que cualesquiera indivi-
duos de su nación tengan a bien extender sobre asuntos mercantiles.
Estos documentos en copia auténtica expedida por el cónsul, serán
admitidos en los juzgados y tribunales y tendrán el mismo valor que
si hubiesen sido otorgados ante los mismos juzgados y tribunales”.
A la atribución 9ª se agregó lo siguiente:
“Cuando el cónsul no se hallare en el lugar en que haya ocurrido
la muerte del individuo, las autoridades locales tomarán las provi-
dencias de su resorte para dar seguridad a los bienes de este”.
En las atribuciones 1ª, 2ª, 8ª y 13ª, se hicieron algunas adiciones
para mayor claridad.
Se acordó introducir el siguiente artículo después del 7:
La presente convención se presentará a los gobiernos de los
Estados americanos que no han concurrido a su celebración, exci-
tándolos para que le presten su accesión.
Se fijó en el artículo 8, el término de 24 meses para el canje de las
ratificaciones, se hicieron las variaciones de pura redacción que se
juzgaron necesarias, y se dio por concluida esta convención.
Se pasó al examen de la convención de correos, en la cual se
hicieron las dos siguientes adiciones propuestas por el plenipoten-
ciario de la Nueva-Granada y adoptadas por los demás.
1ª. En la primera parte del artículo 2, que quedó en los términos
siguientes:
“La correspondencia epistolar, los pliegos e impresos que se
dirijan oficialmente por el gobierno o del gobierno de cualquiera de

160
Unión Latinoamericana

las repúblicas contratantes, los que se dirijan entre sí sus agentes
diplomáticos y los que estos dirijan por ellos, se conducirán conforme
al artículo anterior, etc.” (lo demás como está acordado).
2ª. Artículo que debe ir después del 6:
“Las repúblicas contratantes no renuncian por la presente
convención el derecho que tuvieren de cobrar la correspondencia
e impresos conducidos por su territorio a su territorio, o de su te-
rritorio en valijas de otras naciones, los portes que por tratados y
convenciones celebrados con tales naciones se hayan fijado o se
fijaren por la conducción de dicha correspondencia”.
Para después de este artículo se adoptó el mismo introducido en
la convención consular sobre accesión de los otros Estados america-
nos; con la cual y las convenientes variaciones de redacción quedó
terminado esta convención.
El plenipotenciario del Ecuador expuso, que, cumpliendo con sus
instrucciones, llamaba la atención del Congreso a un asunto grave,
cual era la expedición militar que proyectó y organizó en España
el ex general Juan José Flores, con el objeto de reconquistar estos
países y someterlos a la antigua metrópoli. Que en prueba de esta
verdad, el gobierno ecuatoriano había tenido avisos de su agente
confidencial en Londres y del ministro de Relaciones Exteriores de
Chile, asegurando que el ex general Flores no desistía de su proyec-
to aun después del embargo de los vapores y trasportes que debían
conducir la mencionada expedición, que había pasado a Bélgica
con el objeto de hacer nuevos enganches, que en el mismo sentido
se había explicado el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, en
su memoria al Congreso del año pasado, que el ex general Flores,
después de su llegada a Norteamérica, se había situado en Jamaica y
que desde allí estaba atizando la discordia y promoviendo revolucio-
nes en el Ecuador, por medio de escritos y cartas confidenciales que
había dirigido al actual comandante general de Guayaquil y a otros
individuos, y aun remitiendo fondos a varias personas para poner el
país en conflagración que ya se habían descubierto y sofocado dos
revoluciones, una en Guayaquil y otra en Quito: que se tenía noti-
cia que don Andrés Santa Cruz estaba de acuerdo con Flores para
promover iguales trastornos en Bolivia y el Perú, pues había escrito
últimamente a una persona caracterizada de Chile, anunciándole
que el día menos pensado estaría en estas costas, por haber faltado
Bolivia a las condiciones con que él convino en expatriarse y pasar a
Europa: que por todas estas razones proponía al Congreso Americano

161
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

se estipulase un tratado público o secreto, comprometiéndose las re-


públicas confederadas a no dar asilo en sus respectivos territorios al
ex general Flores, como enemigo y perturbador de la paz de América.
Los demás plenipotenciarios manifestaron que no tenían instruc-
ciones de sus gobiernos para poder entrar en negociación sobre el
objeto indicado por el del Ecuador, de la manera que lo proponía: que
en el Tratado de Confederación quedaba estipulado ya lo conveniente
sobre el objeto en general, y que era aplicable tanto para el caso de
que el general Flores intentase una invasión (caso 4 artículo 2) como
para el de que quisiere promover trastornos en el Ecuador desde otras
de las repúblicas confederadas (artículo 14); y que los gobiernos
procederán conforme a estas estipulaciones en caso necesario, aun
cuando el tratado no haya sido ratificado, pues son conformes a los
principios que por los mismos gobiernos se manifestaron desde que
se tuvo la primera noticia del proyecto del general Flores.
Se terminó esta conferencia a las cuatro de la tarde. Pablo Merino,
Manuel Ferreiros, José Ballivian, D.J. Benavente, Juan de Francisco
Martín.

162
Unión Latinoamericana

PROTOCOLO
DE LA CONFERENCIIA DEL 8 DE FEBRERO DE 1848, PRESIDIDA
POR EL SEÑOR MANUEL FERREIROS
Reunidos a la una del día los plenipotenciarios de Bolivia, Chile,
Ecuador, Nueva-Granada y Perú, se leyó y aprobó el protocolo de la
conferencia del día 24 de enero próximo pasado.
Se presentaron escritos en la forma debida los correspondientes
ejemplares de los tratados y convenciones acordados en el presente
Congreso en los términos constantes en los protocolos anteriores,
cuyos ejemplares fueron firmados y sellados por los cinco plenipo-
tenciarios; acordándose el firmar un sexto ejemplar que quedará
como matriz en los archivos de la Secretaría General del Congreso.
El plenipotenciario de la Nueva-Granada propuso el siguiente
proyecto de acuerdo:
Habiéndose estipulado en los tratados y convenciones firmados
en esta fecha por los plenipotenciarios de Bolivia, Chile, Ecuador,
Nueva-Granada y Perú que dichos tratados y convenciones sean
comunicados a los gobiernos de los demás Estados americanos, para
que si lo tienen a bien les presten su accesión siendo necesario el
que se determinen los medios de llevar a efecto dicha estipulación,
hemos acordado los infrascritos plenipotenciarios de dichas repú-
blicas, lo siguiente:
1º. Los tratados sobre Confederación, y sobre comercio y na-
vegación, y las convenciones sobre cónsules y sobre correos firma-
dos en esta fecha, se presentarán por el gobierno de Bolivia al de
Venezuela, por el de Chile a los de los Estados del Río de la Plata,
por el del Ecuador a los de los Estados de Centroamérica, por el de
la Nueva-Granada al de México, y por el del Perú a los del Brasil y
Estados Unidos.
2º. La presentación de los mencionados tratados y convenciones
se hará por medio de agentes diplomáticos, y en copias autorizadas
por los respectivos ministros o secretarios de Relaciones Exteriores.
3º. Los ministros plenipotenciarios que se nombraren para hacer
el canje de las ratificaciones de los dichos tratados y convenciones,
se reunirán en esta ciudad de Lima en el mes de agosto de mil ocho-
cientos cuarenta y nueve.
4º. Los gobiernos que presten su accesión al Tratado de Confederación
podrán mandar sus ministros plenipotenciarios al congreso que debe

163
Segunda época 1847. Trabajos del congreso reunido en Lima

reunirse para hacer el canje de las ratificaciones; pues en aquel con-


greso podrán adicionarse los dichos tratados o celebrarse otros, según
las instrucciones que los gobiernos comunicaren a sus respectivos
plenipotenciarios.
El plenipotenciario de Chile manifestó: que tanto la situación
geográfica de Bolivia, como las circunstancias políticas en que ac-
tualmente se halla, dificultan el que pueda entablar relaciones con
Venezuela u otros de los Estados americanos, para solicitar la acce-
sión a los tratados celebrados en este Congreso, y que por lo mismo
convendría eximir a aquella república de tal encargo; que a México
no deberán comunicarse los tratados, sino cuando su gobierno se
halle en estado de obrar con toda la libertad necesaria para que
su accesión o su negativa no sea obra de su situación accidental;
que respecto de los Estados Unidos, teniendo en consideración sus
actuales circunstancias, convendría que no se le comunicasen los
tratados, sino cuando los gobiernos de las repúblicas que han con-
currido a su celebración, juzgasen oportuno el hacerlo, asegurándose
previamente de su resultado; y que en todo lo demás creía aceptable
el proyecto. De conformidad con estas indicaciones convinieron to-
dos los plenipotenciarios en adoptar el dicho proyecto de acuerdo,
variando su artículo 1 en los términos siguientes:
“Los Tratados sobre Confederación, y sobre Comercio y
Navegación y las Convenciones sobre Cónsules y sobre Correos, firma-
dos en esta fecha, se presentarán por el gobierno de Chile a los de los
Estados del Río de la Plata, por el del Ecuador a los de los Estados de
Centroamérica, por el de la Nueva-Granada al de Venezuela, y cuando
lo considerase oportuno al de México, y por el del Perú al del Brasil.
Al gobierno de los Estados Unidos se comunicarán dichos Tratados y
Convenciones cuando los gobiernos de las repúblicas confederadas
lo juzguen conveniente y de la manera que ellos acuerden”.
Se terminó la conferencia a las cuatro de la tarde. Manuel
Ferreiros, José Ballivian, D.J. Benavente, Juan de Francisco Martín,
Pablo Merino.

164
TERCERA ÉPOCA 1856 Y 1862
ALGUNAS DE LAS PIEZAS RELATIVAS AL
TRATADO CONTINENTAL

TRATADO CONTINENTAL CELEBRADO EN SANTIAGO DE


CHILE, EN 15 DE SETIEMBRE DE 1856
En el nombre de la Santísima Trinidad

La República del Perú, la República de Chile y la República del


Ecuador, deseando cimentar sobre bases sólidas la unión que entre
ellas existe, como miembros de la gran familia americana, ligados
por intereses comunes, por un común origen, por la analogía de sus
instituciones y por otros muchos vínculos de fraternidad, y estrechar
las relaciones entre los pueblos y los ciudadanos de cada una de ellas,
quitando las trabas y restricciones que puedan embarazarlos, y con la
mira de dar por medio de esa unión, desarrollo y fomento al progreso
moral y material de cada una y de todas las repúblicas y mayor impulso
a su prosperidad y engrandecimiento, así como nuevas garantías a su
independencia y nacionalidad y a la integridad de sus territorios, han
considerado conducente a estos fines celebrar un tratado de unión entre
sí y con los demás Estados americanos que convengan en adherirse a
él, y al efecto han nombrado sus respectivos plenipotenciarios, a saber:
S. E. el presidente de la República del Perú, al Sr. D. Cipriano
C. Zegarra, encargado de negocios de dicha República cerca del

165
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

Gobierno de Chile. S. E. el presidente de la República de Chile, al Sr. D.


Antonio Varas, ministro de Relaciones Exteriores de dicha república.
S E. el Sr. presidente de la República del Ecuador, al Sr. D. Francisco
Javier Aguirre, ministro plenipotenciario de dicha república cerca
del Gobierno de Chile.
Los cuales, habiéndose comunicado sus respectivos plenos po-
deres y hallándolos en buena y debida forma, han convenido en los
artículos siguientes.

Art. 1. Los ciudadanos o naturales de cualquiera de las altas


partes contratantes, gozarán en cualesquiera de los territorios de los
otros, del tratamiento de nacionales, con toda la latitud que permitan
las leyes constitucionales de cada Estado. Sus propiedades o bienes
gozarán igualmente en cualquiera de los territorios de las altas partes
contratantes, y en todas circunstancias, de la misma protección y
garantías de que gocen las propiedades o bienes de los nacionales
y no estarán sujetos a otras cargas, exacciones o restricciones, que
las que pesaren sobre los bienes y propiedades de los ciudadanos o
naturales del Estado en que existan.

Art. 2. Las naves de cualquiera de los Estados, en los mares, ríos,


costas, o puertos de los otros Estados, gozarán de las mismas exencio-
nes, franquicias y concesiones que las naves nacionales, y no serán
gravadas con otros impuestos, restricciones o prohibiciones que las
que gravaren a las naves nacionales. Lo estipulado en este artículo
no se aplicará al comercio de cabotaje, que cada Estado sujetará a
las reglas que estimare conveniente.

Art. 3. La importación o exportación de frutos o mercaderías de


lícito comercio en naves de cualquiera de las altas partes contratan-
tes, será tratada en los territorios de las otras, como la importación
o exportación hecha en naves nacionales.

Art. 4. La correspondencia pública o particular procedente de


cualquiera de los Estados que hubiese sido franqueada previamen-
te en las oficinas respectivas, dirigida a cualquiera de los otros, o
destinada a pasar en tránsito por su territorio, girará libremente
y con seguridad por los correos y postas de dichos Estados, y no
se cobrará por ella ningún derecho o impuesto. La misma regla
se aplicará a los diarios, periódicos o folletos, aun cuando no

166
Unión Latinoamericana

hubiesen sido previamente franqueados en las oficinas o lugar


de su procedencia.

Art.5. Los documentos otorgados en el territorio de cualquiera


de las altas partes contratantes, las sentencias pronunciadas por sus
tribunales, y las pruebas rendidas en la forma que sus leyes tengan
establecidas, surtirán en los territorios de cualquiera de los otros,
los mismos efectos que los documentos otorgados en su propio
territorio, que las sentencias pronunciadas por sus tribunales, y las
pruebas rendidas conforme a sus propias leyes.

Art. 6. Las altas partes contratantes convienen en concederse


mutuamente la extradición de los reos de crímenes graves, con ex-
cepción de los de delitos políticos, que se asilaren o se hallaren en
sus territorios y que hubieran cometido esos crímenes en el territorio
del Estado que los reclamare. Una convención especial determinará
los crímenes y formalidades a que deberá sujetarse la extradición.

Art. 7. Las altas partes contratantes se comprometen y obligan


a unir sus fuerzas para la difusión de la enseñanza primaria y de
los conocimientos útiles en los territorios de cada una de ellas, y a
ponerse oportunamente de acuerdo acerca de los medios que con
ese fin deberán adoptar.

Art. 8. Los médicos, abogados, ingenieros y demás individuos que


tuvieren una profesión científica o literaria, cuyo ejercicio requiere un
título, y que fuesen ciudadanos o naturales de cualquiera de las altas
partes contratantes y hubieren obtenido en los territorios de esta el
correspondiente título, serán reconocidos en los territorios de cual-
quiera de los otros, como tales abogados, médicos o ingenieros, tan
luego como los Estados contratantes adopten un sistema de estudios y
de pruebas literarias, que guarden analogía y correspondencia y que se
consideren bastantes para habilitar al ejercicio de dichas profesiones.
Se sujetarán, sin embargo, a las formalidades y pruebas de incorpora-
ción o recepción en los colegios o cuerpos literarios o científicos del
respectivo Estado, según estuviese establecido para los nacionales.

Art. 9. Con la mira de dar facilidades al comercio y estrechar las


relaciones que los ligan, las altas partes contratantes convienen en

167
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

adoptar un sistema uniforme de monedas, tanto en su ley, como en


las subdivisiones monetarias, y un sistema uniforme de pesos y me-
didas. Convienen igualmente en unir sus esfuerzos para uniformar,
en cuanto sea posible, las leyes y tarifas de Aduana. Para el cum-
plimiento de lo estipulado en este artículo las partes contratantes
celebrarán oportunamente los acuerdos necesarios.

Art. 10. Las altas partes contratantes adoptan en sus relaciones


mutuas los siguientes principios:
1ª. La bandera neutral cubre la mercadería enemiga.
2º. La mercadería neutral es libre a bordo del buque enemigo,
y no estará sujeta a confiscación, a menos que sea contrabando de
guerra. También convienen en renunciar al empleo del corso, como
medio de hostilidad contra cualquiera de las partes contratantes, y
en tratar y considerar como piratas a los que lo hicieren, en el caso
a que se refiere este artículo.
Igualmente considerarán y tratarán como piratas a sus ciuda-
danos o naturales que aceptaren letras de marca o comisión para
ayudar a cooperar hostilmente con el enemigo de cualquiera de ellas.

Art. 11. Los agentes diplomáticos y funcionarios consulares de


cada una de las altas partes contratantes, prestarán a los ciudadanos
o naturales de las otras, en los puertos o lugares en que no hubiere
agente diplomático o cónsul de su propio país, la misma protección
que a sus nacionales.

Art. 12. Se comprometen igualmente a fijar de una manera pre-


cisa y determinada, y en conformidad a los principios del derecho
internacional, los privilegios, exenciones y atribuciones de sus fun-
cionarios diplomáticos y consulares y a adoptar esas reglas en sus
relaciones con los demás Estados.

Art. 13. Cada una de las partes contratantes se obliga a no ceder


ni enajenar, bajo ninguna forma, a otro Estado o Gobierno, parte
alguna de su territorio, ni a permitir que dentro de él se establezca
una nacionalidad extraña a la que al presente domina, y se com-
prometen a no reconocer con ese carácter a la que por cualquiera
circunstancia se establezca.
Esta estipulación no obstará a las cesiones que los mismos
Estados comprometidos se hicieren unos a otros para regularizar sus

168
Unión Latinoamericana

demarcaciones geográficas o fijar límites naturales a sus territorios,


o determinar con ventaja mutua sus fronteras.

Art. 14. Cada uno de los Estados contratantes se obliga y compro-


mete a respetar la independencia de los demás, y, en consecuencia,
a impedir por todos los medios que estén a su alcance, que en su
territorio se reúnan o preparen elementos de guerra, se enganche
o reclute gente, se acopien armas, o se apresten buques para obrar
hostilmente contra cualquiera de los otros, que los emigrados polí-
ticos abusen del asilo, maquinando o conspirando contra el orden
establecido en dicho Estado, o contra su gobierno.
En caso que dichos emigrados o asilados dieren justo motivo
de alarma a un Estado, y este solicitare su internación, deberán ser
alejados de la frontera o de la costa hasta una distancia suficiente,
para disipar todo recelo o impedir que continúen siendo justo motivo
de inquietud o alarma.

Art. 15. Cuando contra cualquiera de los Estados contratantes


se dirigiesen expediciones o agresiones con fuerzas terrestres o
marítimas procedentes del extranjero, sea que se compongan de
naturales del Estado contra quien se dirijan, o de extranjeros, y
que no obren como fuerzas pertenecientes a un Estado o gobierno
reconocido de hecho o de derecho, o que no tuvieren comisión para
actos de guerra, conferido por un gobierno también reconocido,
serán reputados y tratados por todos los Estados contratantes como
expediciones piráticas, y sujetos en sus respectivos territorios,
los que en ellas figurasen, a las leyes contra piratas, si hubieren
cometido actos de hostilidad contra cualquiera de dichos Estados
o contra sus buques, o que en el acto de ser atacados por fuerzas
de cualquiera de los Estados contratantes no se rindiesen a la se-
gunda intimación.

Art. 16. En el caso que expediciones o agresiones de la clase de


que habla el artículo anterior se dirigiesen contra cualquiera de los
Estados, y este reclamare el apoyo o auxilio de los demás, se com-
prometen y obligan a prestar ese auxilio para impedir la expedición
o agresión, para capturarla o destruirla, y para capturar o destruir
todo buque que formase parte de ella o que anduviere armado en
guerra con el mismo fin, sin pertenecer como buque armado en guerra
a ningún gobierno reconocido.

169
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

Si el auxilio de que habla este artículo fuere prestado por alguno


o algunos de los Estados solamente, como deberán hacerlo según las
facilidades que les dieren su proximidad al Estado amenazado o sus
elementos, los demás concurrirán a los gastos que se hicieren en la
proporción que de común acuerdo se fijare.

Art. 17. Se obligan también a no conceder el tratamiento nacional


ni conferir empleo, sueldo o distinción alguna, a los que figuren como
jefes en esas expediciones piráticas y a negarles el asilo, si el Estado
contra quien se dirige o se haya dirigido la expedición lo exigiere.

Art. 18. En caso de infringirse por uno o más ciudadanos de uno de


los Estados, alguna o algunas de las estipulaciones de este Tratado o de
los que se celebren en consecuencia de él, o de los que ligaren a los demás
Estados particularmente entre sí, la responsabilidad de la infracción
pesará sobre dichos ciudadanos, sin que por tal motivo se interrumpa
la buena armonía y amistad entre los Estados ligados por el tratado in-
fringido, obligándose cada uno a no proteger al infractor o infractores,
y a contribuir a que se haga efectiva la responsabilidad de ellos.

Art. 19. Para el caso desgraciado de violar alguna de las altas partes
contratantes este Tratado, o los que se celebren en consecuencia de
él, o cualquiera tratado que ligue particularmente entre sí a alguna de
ellas, se estipula que la parte que se creyere ofendida no ordenará ni
autorizará actos de hostilidad o represalias, ni declarará la guerra sin
presentar antes al Estado ofensor una exposición de los motivos de
queja comprobada con testimonios justificativos, exigiendo justicia
o satisfacción, y sin que esta haya sido negada o dilatada sin razón.
Igual procedimiento se obligan a observar en el caso de cualquiera
otra ofensa, injuria o daño inferido o hecho por uno de los Estados a
otro; de manera que no se ejecutarán actos de represalia, ni se come-
terán hostilidades, ni se declarará la guerra, sin la previa exposición
de motivos para que se dé satisfacción o se haga justicia, y sin agotar
antes todos los medios pacíficos de arreglar sus diferencias.
Se comprometen igualmente, para alejar todo motivo que per-
judique a la buena inteligencia y armonía que deben mantener entre
sí, que cualquiera que sean los motivos que alguno de ellos tuviere
para variar el orden de sus relaciones con otros de los Estados, cons-
tituidos por actos internacionales, cualquiera que sea el carácter de
estos, no procederá a variarlos sin haber comunicado su resolución al

170
Unión Latinoamericana

otro Estado, y propuesto o indicado las bases bajo las cuales deberán
arreglar esas mismas relaciones en adelante.

Art. 20. Con la mira de consolidar y robustecer la unión, de desa-


rrollar los principios en que se establece y de adoptar las medidas que
exige la ejecución de algunas de las estipulaciones de este Tratado,
que requieren disposiciones ulteriores, las altas partes contratantes
convienen en nombrar cada una de ellas un plenipotenciario, y en que
estos plenipotenciarios reunidos en congreso, representen a todos
los Estados de la Unión para los objetos de este Tratado.
La primera reunión del Congreso de Plenipotenciarios, se
verificará a los tres meses de canjeadas las ratificaciones de este
Tratado, o antes si fuese posible, y seguirá reuniéndose en adelante
a lo menos cada tres años.
Se reunirá en las capitales de los Estados contratantes por turno,
según el orden que se fijare en la primera reunión.

Art. 21. El Congreso de Plenipotenciarios tendrá derecho y


representación bastante para ofrecer su mediación, por medio del
individuo o individuos de su seno que designe, en caso de diferen-
cias entre los Estados contratantes, y ninguno de ellos podrá dejar
de aceptar dicha mediación.
Si cuando ocurriesen las diferencias, no estuviese reunido el con-
greso, procederá a convocarlo el gobierno cuyo ministro plenipoten-
ciario hubiese sido último presidente, para que el congreso haga esta
designación. Del mismo modo se procederá cuando otro motivo exi-
giere que el Congreso de Plenipotenciarios sea convocado y reunido.

Art. 22. El Congreso, en ningún caso y por ningún motivo, puede


tomar como materia de sus deliberaciones los disturbios intestinos,
movimientos y agitaciones interiores de los diversos Estados de la
Unión, ni acordar para influir en esos movimientos ningún género
de medidas; de modo que la independencia de cada Estado, para
organizarse y gobernarse como mejor conciba, sea respetada en toda
su latitud y no pueda ser contrariada, ni directa ni indirectamente,
por actos, acuerdos o manifestaciones del Congreso.

Art. 23. El presente Tratado será comunicado inmediatamente


después del canje de sus ratificaciones por los gobiernos de las repú-
blicas contratantes, a los demás Estados hispanoamericanos y al Brasil,

171
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

y estos podrán incorporarse en la Unión que se establece y quedarán


obligados a todas sus estipulaciones, celebrando un Tratado para su
aceptación, con cualquiera de los signatarios del presente.

Art. 24. Las concesiones, exenciones y favores que se estipulan en


este Tratado, respecto de los Estados contratantes y de los que más
adelante se adhieran a él y las que se estipularen en los tratados que
posteriormente se celebren, a consecuencia de él y con el mismo fin,
se entienden otorgados, todos y cada uno de los que concede cada
Estado, en reciprocidad de todos y cada uno de los que otros Estados
le otorguen, sin que una reciprocidad parcial pueda dar derecho al
goce de ninguno de ellos.

Art. 25. El presente Tratado se estipula por el término de diez


años, contados desde la fecha del canje de las ratificaciones; pero
continuará en vigor aun después de transcurrido este término, si
ninguna de las partes contratantes anuncia su intención de hacerlo
cesar, con doce meses de anticipación. El mismo término deberá me-
diar entre el anuncio y la cesación del Tratado en cualquiera época
en que se hiciere la notificación, trascurridos los diez años que el
Tratado debe durar en vigor.

Art. 26. El presente Tratado será ratificado, y las ratificaciones


canjeadas en Santiago dentro de doce meses o antes si fuere posible.

En fe de lo cual, los respectivos plenipotenciarios lo han firmado


y puesto en él sus sellos.
Hecho en Santiago, a los quince días del mes de setiembre, del
año de Nuestro Señor mil ochocientos cincuenta y seis. Cipriano C.
Zegarra (L. S.), Antonio Varas (L. S.), Francisco J. Aguirre (L. S.).

LEGACIÓN DE PERÚ EN EL IMPERIO DEL BRASIL Y EN LAS


REPÚBLICAS DEL PLATA
Buenos Aires, julio 18 de 1862

Uno de los objetos confiados al infrascrito por su gobierno,


al acreditarlo cerca de la Confederación Argentina, ha sido el de

172
Unión Latinoamericana

procurar la adhesión al Tratado Continental celebrado en Chile en


15 de setiembre de 1856.
El gobierno del Perú, a presencia de los sucesos que se
desenvolvían en Santo Domingo y México, y que entrañaban una
amenaza general a la América independiente, juzgó que una de
las primeras medidas que se debían tomar para alejar o conjurar
el peligro, era la de uniformar en las repúblicas del Continente,
ciertos principios que debiesen hacer parte de su derecho inter-
nacional, y estrechar los vínculos de amistad y buena inteligencia
entre los pueblos y gobiernos, para evitar en lo sucesivo todo
género de guerras.
Garantidas de ese modo las repúblicas contra las calamidades
que, desde su aparición a la vida independiente, las han trabajado
y debilitado en su espíritu, en su sangre y sus recursos, era consi-
guiente que las ambiciones, los odios y otras causas perturbadoras,
cediesen el campo a los sentimientos de unión y fraternidad, que son
tanto más naturales y fuertes, cuanto más idénticos son los intereses
que los fundan, y más claros e inmediatos los peligros.
Alcanzada por este medio la paz y la unión de la América, res-
tablecida su energía, quedaba expedita para afrontar con suceso
cualquiera eventualidad.
Partiendo de estas consideraciones, el gobierno del Perú, que ha
creído hallar en el Tratado Continental los medios más eficaces para
que asuma la América esta actitud cada día más urgente, procura hoy
la adhesión al referido Tratado.
El infrascrito ha tenido ya el honor de hablar sobre esto a S. E.
el general Mitre, encargado del Poder Ejecutivo de la República
Argentina, quien no creyéndose en la época de la entrevista con bas-
tante autoridad para contraer, por medio de tratados, compromisos
de un orden trascendental, relegó la contestación para cuando fuera
definitivamente establecida la autoridad nacional.
Aunque el abajo firmado, en la época referida, nada veía más
legítimo ni definitivamente establecido, que la suprema autoridad
conferida a S.E. el general Mitre, del modo más espontáneo, univer-
sal y tranquilo, por la opinión del país, representada en asambleas
legalmente constituidas, y aunque esa autorización comprendía de
un modo expreso la de mantener las Relaciones Exteriores; los tér-
minos en que el jefe de la República le manifestó su deseo de diferir
el asunto hasta la reunión del Congreso, fueron tan favorables a la
causa americana y expresaban de tal modo su deseo de proceder

173
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

de acuerdo con aquel cuerpo, que el infrascrito respetó, hasta con


aplauso, esa abstención temporal.
Pero ahora que el Congreso Nacional ha ratificado los poderes
conferidos por los pueblos a S. E. el general Mitre, con la expresión
de ejercer todas las atribuciones constitucionales del P.E., entre las
que se halla la de “concluir y firmar tratados de paz, de comercio,
de navegación, de alianza, de límites y de neutralidad, concordatos
y otras negociaciones”; ahora que han comenzado a realizarse en
América las amenazas de que se ha hablado al principio de esta nota;
ahora, en fin, que la justa alarma producida por tales hechos ha alcan-
zado hasta la América inglesa, parece llegado el caso de proceder al
acuerdo de esas bases de paz general y unión americana, a fin de que
las naciones del continente queden expeditas, para formar después
una alianza, si se extienden a otra, u otras de ellas, los atentados
cometidos contra la independencia de México.
Con tal objeto, el infrascrito tiene el honor de dirigirse a S.E. el
Sr. Costa, ministro de las Relaciones Exteriores, para que se digne
darle una contestación categórica sobre el asunto a que se contrae,
y en caso de aquiescencia, comunicarle al mismo tiempo, el nombra-
miento del plenipotenciario con quien debe proceder a la negociación
del tratado respectivo.
El infrascrito renueva a S. E. el Sr. Costa sus protestas de aprecio
y consideración distinguida.

Buenaventura Seoane
A S. E. el Sr. Dr. D. Eduardo Costa, ministro de Relaciones
Exteriores de la República Argentina, etc., etc.

REPÚBLICA ARGENTINA
Ministerio de Relaciones Exteriores
Buenos Aires, noviembre 10 de 1862

Señor ministro:

Comprendiendo S. E. el Sr. presidente de la República la impor-


tancia de la nota de V. E. de 18 de julio pasado, pidiendo la adhesión
al Tratado Continental celebrado en Chile en 15 de setiembre de 1856,

174
Unión Latinoamericana

y la adopción de las medidas que su ejecución requiere; compren-


diendo también la necesidad de dar pronta respuesta, y cediendo a
las reiteradas instancias de V. E., ha prestado atención preferente a
este negocio en medio de las numerosas exigencias de una adminis-
tración que se encuentra rodeada de negocios premiosos.
Estudiada la nota de esa Legación y el Tratado Continental, con
toda la atención que ha sido posible en tan corto tiempo, el gobierno
argentino ha formado el juicio que el abajo firmado tiene el honor
de trasmitir a V. E. por orden del Sr. Presidente.
En la nota y tratado encuentra el gobierno argentino, un pensa-
miento político y la indicación de medios para realizarlo, que le es
sensible no poder prestarles su asentimiento.
Se cree en la existencia de una amenaza general a la América in-
dependiente, a presencia de los sucesos de Santo Domingo y México,
y se juzga que una de las primeras medidas que se debieran tomar
para alejar o conjurar el peligro, es la de uniformar en las repúblicas
del Continente, ciertos principios que debiesen hacer parte de su
derecho internacional, y estrechar los vínculos de amistad y buena
inteligencia entre los pueblos y gobiernos, para evitar en lo sucesivo
todo género de guerras.
El gobierno argentino no tiene motivos para admitir la existen-
cia de esa amenaza, ni cree que serían suficientes los medios que se
proponen para conjurar ese peligro si realmente existiese.
La América independiente es una entidad política que no existe
ni es posible constituir por combinaciones diplomáticas. La América,
conteniendo naciones independientes, con necesidades y medio de
gobierno propios, no puede nunca formar una sola entidad política.
La naturaleza y los hechos la han dividido, y los esfuerzos de la di-
plomacia son estériles para contrariar la existencia de esas naciona-
lidades, con todas las consecuencias forzosas que se derivan de ellas.
No es, pues, posible una amenaza a todas esas naciones que están
esparcidas en un vasto territorio, y que no habría poder bastante en
ninguna nación para hacer efectiva.
Solo podría existir esa amenaza en el caso de una liga europea
contra la América, y esto ni es posible, ni tendría medios de llevar a
fin su propósito.
Esa liga no podría hacerse a nombre de los intereses materiales
y comerciales de la Europa, porque esos intereses están en armonía
con los de las naciones americanas, y no habría poder humano que
pudiera crear un antagonismo que no tendría razón de ser.

175
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

Solo podría hacerse a nombre de la Monarquía contra la


República; pero la democracia ha echado tan profundas raíces en
América, los beneficios de las instituciones republicanas son tan
evidentes, la fuerza de estas instituciones es tan grande en la esencia
y forma de las sociedades y pueblos americanos, que el gobierno
argentino está convencido que a presencia de ellas, las armas de sus
enemigos habrían de sentirse impotentes para cambiarlas.
La monarquía en Europa mismo ha tenido que inclinarse ante la
democracia, y los monarcas absolutos del derecho divino, van cedien-
do el trono a los monarcas que nacen del voto popular, o que tienen
en él su confirmación o le admiten para dividir entre sí el poder.
La monarquía en Europa no tendría cómo hacer liga para des-
truir la democracia en América, porque sería venir a destruir los
propios elementos que hoy forman la base del poder de casi todas
las naciones europeas.
Esa liga, aun cuando contase con poder, no podría hacerse, porque
no sería fácil un arreglo para perpetuar una dominación en América,
ni una combinación para dividirse los despojos de esa dominación.
Por lo que hace a la República Argentina, jamás ha temido por
ninguna amenaza de la Europa en conjunto, ni de ninguna de las
naciones que la forman.
Durante la guerra de la Independencia contó con la simpatía y
cooperación de las más poderosas naciones. Cuando se encontró
en guerra con sus vecinos, fue por la mediación de una potencia
europea que ajustó la paz.
En la larga época de la dictadura de los elementos bárbaros que
tenía en su seno, como consecuencia de la colonia y de la guerra
civil, las potencias europeas le prestaron servicios muy señalados.
La acción de la Europa en la República Argentina ha sido siempre
protectora y civilizadora, y si alguna vez hemos tenido desinteligen-
cia con algunos gobiernos europeos, no siempre ha podido decirse
que los abusos de los poderes irregulares que han surgido de nuestras
revoluciones no hayan sido la causa.
Ligados a la Europa por los vínculos de la sangre de millares
de personas que se ligan con nuestras familias y cuyos hijos son
nacionales; fomentándose la inmigración de modo que cada vez
se mezcla y confunde con la población del país robusteciendo por
ella nuestra nacionalidad: recibiendo de la Europa los capitales que
nuestra industria requiere; existiendo un cambio mutuo de produc-
tos: puede decirse que la república está identificada con la Europa

176
Unión Latinoamericana

hasta lo más que es posible. La población extranjera siempre ha sido


un elemento poderoso con que ha contado la causa de la civilización
en la República Argentina.
No puede, por consiguiente, temer nada, porque tantos antece-
dentes y tantos elementos le dan la más completa seguridad de que
ningún peligro la amenaza.
Cree que en la misma situación se encuentran todas las repúbli-
cas americanas. Si alguna vez las naciones europeas han pretendido
algunas injusticias de los gobiernos americanos, estos han sido
hechos aislados que no constituyen una política, y los gobiernos
americanos, si se han sometido a ellas, ha sido siempre por el estado
en que se han encontrado por causa de sus luchas civiles.
Pero cada gobierno tiene medios suficientes para hacer respe-
tar sus derechos, si por sus propios elementos no se encuentran
contrariados.
No hay un elemento europeo antagonista de un elemento ame-
ricano: lejos de eso, puede asegurarse que más vínculos, más inte-
rés, más armonía hay entre las repúblicas americanas con algunas
naciones europeas, que entre ellas mismas.
La República Argentina, en vez de propender a establecer nada
que críe ese antagonismo, ha tomado cuantas medidas están en su
mano para hacer homogéneo y simpático ese elemento, y asimilarlo
al elemento nacional.
Si una nación europea, por cuestiones con una nación americana,
acude a la guerra y emplea medios que importen una amenaza a los
derechos de las demás naciones, este será un hecho particular que
puede dar mérito a medidas y arreglos especiales para el caso; pero
jamás puede ser motivo de establecer medidas generales sobre actos
generales, que tienen que ser imperfectos y deficientes, envolviendo
en cierto modo una suposición de agresión de parte de otras naciones
que pueden considerarlo como una ofensa gratuita.
Si desgraciadamente aquel caso llegase a suceder, el gobierno
argentino sería el primero en poner en ejecución cuantas medidas
fuesen necesarias y estuviesen a su alcance para proveer a su se-
guridad, y a la reivindicación del derecho que quisiera hollarse; no
duda que el gobierno del Perú́ como los demás gobiernos americanos
habían de adoptar una política igual.
Los medios propuestos, no serían tampoco eficaces para evitar
el peligro, ni para llenar los objetos que expresa la nota de V. E.,
de asegurar la tranquilidad de las repúblicas americanas entre sí;

177
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

pero es innecesario entrar a demostrarlo, desde que el gobierno


argentino prescindiendo de esto, va a ocuparse del mérito mismo
de la Convención, sin tener en vista el motivo primordial que se ha
querido consultar, tratando solo del mérito real de esa Convención.
Desde luego el gobierno argentino encuentra que por el art. 23
del Tratado, debe comunicarse después del canje de sus ratificacio-
nes por los gobiernos contratantes a los demás gobiernos hispa-
noamericanos y al Brasil, quienes podrán incorporarse en la Unión
que se establece, quedando obligados a todas sus estipulaciones,
celebrando un tratado para su aceptación con cualquiera de los
Estados signatarios.
Según este artículo, solo después del canje de las ratificaciones
pueden los gobiernos contratantes presentar el Tratado a la acep-
tación de los demás gobiernos hispanoamericanos y al Brasil; y ese
canje no aparece haber tenido lugar.
Al contrario, por las notas de esa Ligación, se ve que el gobierno
del Perú ha ratificado el Tratado con modificaciones y en uno de los
puntos más trascendentales, cual es la uniformidad de la legislatura
aduanera, y se ignora si los demás signatarios han hecho otro tanto.
En este estado, el Tratado Continental no es tratado, ni se sabe
a qué quedará reducido con motivo del modo en que se hallan las
ratificaciones.
No hay, pues, términos hábiles para prestar aceptación a obliga-
ciones que no están definitivamente establecidas, que ni aun siquiera
constituyen por sí un cuerpo de doctrinas que pueda calificarse de
auténtico.
Pero aun dado que ya ese Tratado estuviese de todo punto
concluido, ninguno de los signatarios tiene facultad para otra cosa
que para presentarlo a la aceptación de los demás gobiernos refe-
ridos en el Tratado, sin poder acordar modificación ninguna a sus
estipulaciones.
El nombramiento del plenipotenciario que V. E. pide para pro-
ceder a la negociación del Tratado respectivo, vendría a quedar por
consecuencia reducido al nombramiento de un negociador para acep-
tarlo forzosamente, porque ninguna modificación podría estable-
cerse por el otro negociador, según los términos del Tratado mismo.
El gobierno argentino, si encontrase aceptable el Tratado tal cual
está, sin necesidad de modificación ninguna, se limitaría a aceptarlo
por su parte sin ninguna otra negociación, por medio de una ley que
presentaría al Congreso.

178
Unión Latinoamericana

Pero no estando conforme con muchas de las estipulaciones, no


le es posible ni nombrar un negociador, porque no puede modificarse
ya el Tratado por ninguno de los Estados signatarios, ni puede pre-
sentarlo a la aprobación del Congreso.
Existiendo, sin embargo, en ese Tratado muchas cosas de gran
utilidad que sería conveniente realizar, el gobierno va a permitirse
presentar a esa Legación su juicio sobre él, para las ulterioridades
que pueda tener.
Por la Constitución de la República Argentina, su gobierno no
puede celebrar tratados sino en conformidad con los principios de
derecho público establecidos en ella.
En el Tratado Continental hay varios artículos que por esta razón
no pueden ser admitidos.
Encuéntrense en este caso los artículos 1, 2 y 3.
El artículo 1, cuando estatuye que los ciudadanos o natura-
les de cualquiera de las altas partes contratantes gozarán en los
territorios de las otras del tratamiento de nacionales, ¿ha querido
darles todos los derechos del ciudadano o meramente los derechos
civiles? Lo primero es expresamente prohibido por la Constitución
argentina. Ningún extranjero puede gozar de los derechos políticos
del ciudadano.
Lo segundo está acordado a todos los extranjeros, sin limitación
alguna y sin la condición de retribución.
Celebrar un tratado para consignar este principio sería suponer
que existía la doctrina contraria, y volver atrás de un principio que ha
regido constantemente en la república desde los primeros momentos
de la Revolución, desde que en un tratado habría que exigirse la re-
ciprocidad como condición, y la Constitución no pone tal condición.
La estipulación contenida en este artículo lleva consigo la ex-
cepción de que se ha de estar a la constitución de cada gobierno
contratante; lo que envuelve una injusticia por la desigualdad que
puede haber en cada constitución sobre los derechos de ciudadano.
Los bienes de los extranjeros están en las mismas condiciones
que los de los ciudadanos en la república, acuérdese o no iguales
privilegios a los argentinos en país extranjero. No es posible pactar la
reciprocidad como condición, y sería preciso igualar a este respecto
todas las constituciones de los gobiernos contratantes para que la
estipulación fuese justa.
El artículo 2 pone una limitación al principio consignado en la
Constitución argentina, de la igualación de las banderas extranjeras

179
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

a la nacional, y la modificación hecha por el gobierno del Perú a este


artículo ataca el principio de la libre navegación de los ríos interiores
para todas las banderas que la misma Constitución proclama, pre-
cisamente para cerrar la navegación del Amazonas, que el gobierno
argentino cree que debe abrirse como todos los demás ríos interiores
de la América a la libre navegación de todas las banderas.
El artículo 3 es una consecuencia del artículo 2, y lleva consigo la
misma limitación que se opone a la Constitución. Las importaciones
y exportaciones son iguales bajo cualquier bandera. El cabotaje no
tiene privilegios.
Existen en el Tratado otros artículos que ponen una restricción
a la soberanía nacional, que el gobierno no puede aceptar.
Por el artículo 1º, se fija el derecho en las guerras marítimas, de
modo que el único poder que tienen los Estados americanos para
el caso de una guerra con una potencia marítima, queda destruido.
El gobierno argentino quiere conservar el derecho pleno que le
asiste para usar de él con prudencia, y ya en la última guerra civil
en que se encontró la república, se hicieron declaraciones para el
ejercicio de ese derecho, que recibieron la aceptación general.
Pero el gobierno se reserva la apreciación de las limitaciones
que según los casos convenga poner a su derecho. El corso con todas
sus consecuencias no puede renunciarse por los gobiernos que no
tienen un gran poder militar marítimo, sino cuando se acuerde que
los buques de guerra no hagan lo que hacen los corsarios, y se tomen
otras seguridades por los Estados débiles.
El artículo 13 es otra limitación a la soberanía nacional, que el
gobierno no puede admitir. Todo Estado necesita poder disponer
de su territorio y tener la facultad de adquirir otros por los medios
legítimos. Una estipulación limitada de este derecho, y una obliga-
ción tan vaga como es, que puede afectar los derechos de quien no
toma parte en ella, no es posible fuese aceptada.
Hay varios artículos en ese Tratado, que contienen puntos regi-
dos por el derecho público de gentes, y por el derecho internacional
privado, que no pueden ni necesitan incluirse en un tratado.
El artículo 5, al establecer la validez de los actos celebrados en
un país extranjero, igualándolos a los del territorio en que deben
ejecutarse, no ha podido dejar de ser deficiente, por cuanto es casi
un código lo que se necesita para arreglar este punto, que hoy está
determinado por principios que acatan todas las naciones. Con
sobrada razón el gobierno del Perú ha puesto una excepción a este

180
Unión Latinoamericana

artículo, reduciéndolo únicamente a la materia civil; y muchas otras


limitaciones y ampliaciones necesitaría para reducir esta materia a
convenio.
La estipulación del artículo 11 necesita para su ejecución el asen-
timiento del gobierno cerca del cual residen los agentes públicos,
razón por la cual no puede pactarse esta obligación.
Por otra parte, este es un servicio que todas las naciones se pres-
tan mutuamente con el consentimiento de los gobiernos locales, sin
necesidad de pactos.
Los privilegios y exenciones de los agentes diplomáticos están
ya fijados de una manera precisa y determinada por los principios
del derecho internacional universal. Esta parte del artículo 12 es
innecesaria e inútil, porque solo el asentimiento general de las na-
ciones puede constituir esos privilegios, y no el de unas pocas. Las
atribuciones de los agentes diplomáticos y cónsules en cuanto se
refieren al servicio para con su gobierno, son materia de su legisla-
ción especial, y en cuanto se relacionan con la autoridad cerca de
la cual residen, han sido ya arregladas por el derecho público de
las naciones. Uno que otro punto puede ser materia de tratados de
comercio y de navegación. Esto no se hace en el artículo 42, puesto
que solo envuelve una promesa de verificarlo.
Las obligaciones establecidas en los artículos 14, 15, 16 y 17,
están entre los deberes que tienen las naciones unas con otras por
el derecho de gentes. No hay necesidad de pactarlas, mucho menos
entre pueblos hermanos. Toda nación está obligada a respetar la
independencia de las demás. El derecho de asilo y los deberes que
impone, está arreglado de modo que ninguna duda presente su eje-
cución. Los pactos a este respecto son innecesarios. En el mismo caso
están los actos que se conocen como piratería. La estipulación que
determina que no se han de dar empleos y distinciones honorificas, ni
conceder asilo a los clasificados de piratas, cuando el Estado contra
quien se hayan ejercido esos actos lo exigiese, no puede explicársela
el gobierno argentino.
La infracción de un tratado por un ciudadano de una de las po-
tencias contratantes, jamás puede pesar sobre el gobierno que no
protege ni ampara la infracción. El artículo 18 no puede ser materia
de convenio, porque es un principio de derecho universal.
Pactar pueblos que tratan de establecer vínculos de unión, que
no se harán la guerra de hecho sin exigir previamente una explica-
ción o reparación de la ofensa, es en opinión del gobierno, pactar

181
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

el cumplimiento de deberes que la razón y los respetos de la moral


pública imponen.
El artículo 19 viene así a ser inútil e inconveniente.
Existen en el Tratado Continental otras cosas que no pueden ser
materia de pactos. Lo que se refiere a enseñanza primaria, artículo
7, a la igualación de pesas, medidas, monedas, tarifas y leyes de
Aduana, artículo 9, están en este caso. Son actos que aunque muy
laudables, cada Estado debe practicar por sí en su mayor parte, y
otros dependen de circunstancias especiales que hacen imposible
pactar la igualación de leyes.
El gobierno del Perú por esta razón modificó el artículo 9, en
lo que se refiere a igualación de tarifas y leyes de Aduana, porque
comprendió que la acción de un Estado para crearse sus rentas, no
puede limitarse por tratados.
Uno de los primordiales objetos del Tratado Continental, es la
creación de un Congreso de Plenipotenciarios, cuya composición y
atribuciones se determinan. A esto se contraen los artículos 20, 21
y 22.
Por lo mismo que este pensamiento tiene el prestigio que le da
su antigüedad y la respetabilidad de los grandes hombres que lo
concibieron, el gobierno argentino lo ha meditado mucho.
Sensible le es no estar de acuerdo con los gobiernos signatarios
del Tratado; pero su juicio es que el Congreso de Plenipotenciarios
que se constituye, es completamente estéril e inconveniente.
Los gobiernos americanos, estando en disposición de consolidar
y robustecer su unión y desarrollar los principios en que se establez-
can, deben emplear los medios que les permite la acción libre para
legislar en sus territorios, haciendo efectivos y prácticos sus buenos
deseos en favor de los demás. Para los Tratados que haya que hacerse
sobre algunos puntos que lo requieren, no necesita constituirse un
Congreso de Plenipotenciarios. Cada Estado puede pactar con los
otros, consignando esos principios, como se ha estado haciendo
hasta ahora.
Crear un cuerpo político después de estos convenios, para el solo
objeto de intervenir en casos de guerra de las partes contratantes,
o para coartar la libre acción de ellos, en los actos que aisladamente
juzgaren conveniente hacer, no es de ningún modo aceptable para
el gobierno argentino.
Hay en el Tratado Continental muchas materias que necesitan
ser arregladas por un tratado: como lo que se refiere a correos,

182
Unión Latinoamericana

extradición, títulos profesionales; como hay también otras no inclui-


das que están en el mismo caso y son más importantes, tales son el
patronato, propiedad literaria y de inventos, caminos internaciona-
les, navegación de ríos interiores, libertad de cultos; y el gobierno
argentino con gusto se prestaría a un arreglo sobre el particular,
teniendo que hacerse modificaciones como las que el gobierno del
Perú hizo en el artículo 6, sobre extradición, reduciéndolo a ciertos
delitos.
En suma, el gobierno argentino piensa que en los principios
fundamentales, y estipulaciones de orden secundario contenidos
en el Tratado Continental, hay que considerar: 1º Que unos son
contrarios al principio de soberanía de nación independiente, que
ha adoptado cada república americana como base de su gobierno,
y que alterando por consecuencia sus respectivas constituciones y
enajenando para lo futuro el ejercicio pleno de aquella soberanía,
están en contradicción con la base de independencia de que parte
el mismo Tratado; 2º Que las ventajas recíprocas con que se brindan
las partes contratantes, no tienen base equitativa de igualdad, por
referirse al derecho de cada Estado; y que relacionándose solo a los
individuos aislados, no dan por otra parte, mayores ventajas a las
partes contratantes como entidades colectivas; 3ª Que los derechos
civiles que se conceden recíprocamente a los ciudadanos de cada
Estado, están consignados en las leyes particulares de todos o cada
uno de ellos en particular, y especialmente en las de la República
Argentina, no solo para los americanos sino para todos los que habi-
tan su suelo, y que no es necesario reducir a tratados, lo que siendo
materia de ley hace parte del derecho internacional privado de casi
todo el mundo, con raras excepciones y en solo puntos de detalle;
4º Que los grandes principios relativos a los agentes diplomáticos, a
la navegación, al comercio, a los derechos de los neutrales etc.,etc.,
tienen ya el consenso universal, y forman parte del código interna-
cional del mundo civilizado, son conquistas hechas ya para bien de
la humanidad entera y que por lo tanto no necesitan ser reducidos
a tratados, ni limitados en beneficio tan solo de los americanos, ni
pueden ser alterados ni ampliados por solo las repúblicas americanas
entre sí, sino en aquellos casos en que cada nación obre en virtud de
su propia soberanía, como ha sucedido en la República Argentina,
en que el derecho de los neutrales ha sido ampliado en el sentido
más lato y civilizador por la República Argentina, yendo más allá
de las estipulaciones del Congreso de París; 5ª Que las ventajas que

183
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

pudiesen concederse las repúblicas americanas por vía de privilegio


o excepción, están limitadas por los tratados que cada uno de ellas
ha celebrado, en que ha contraído la obligación de concederlas
iguales a las naciones más favorecidas, estando reconocido por
otra parte que, en comercio esos privilegios son ruinosos para las
mismas naciones que se los conceden, como la experiencia lo ha
demostrado, y que si son convenientes, lo que es bueno conceder a
unos, es bueno conceder a todos, y que si no es así es señal inequí-
voca de que el privilegio no es una ventaja para quien lo otorga; 6º
Que la admisión de algunos principios, que nadie cuestiona ya en
el mundo, en contraposición de otros completamente abandonados
o desacreditados, argüiría la presunción de que ellos han podido
ser por alguna manera practicados o profesados por quien se com-
promete a no observarlos y pacta sobre el particular, cuando por el
contrario, el silencio a su respecto probaría que se acepta el principio
universal consagrado por el derecho de gentes; 7º Que el abandono
de algunos derechos que son la defensa del débil contra el fuerte,
tiende más bien que a robustecer, a debilitar la unión de la América
en la defensa de sus legítimos derechos, cuando llegase el caso, y que
por lo tanto es mejor sostener la doctrina de los Estados Unidos que
manteniéndolos, piden para abandonarlos el que todas las naciones
del mundo se pongan en igualdad de condiciones, renunciando al
abuso de la fuerza reglada; 8º Que las pocas estipulaciones de in-
terés práctico que resultarían después de todo esto, no dan lugar a
un tratado continental, ni a una negociación colectiva; siendo por
otra parte solamente aplicable la mayor parte a los limítrofes, como
es lo relativo a la correspondencia, a la extradición, a los asilados,
y otros puntos de menor interés que están reglados por tratados o
convenciones especiales, y que en realidad no pueden ser comunes
a todas las repúblicas americanas entre sí, pues suponen vecindad
y comunicación frecuente, lo que solo existe entre limítrofes; 9º
Porque, caso de adherir a un tratado de esta naturaleza, la República
Argentina desearía ver consignadas en él ciertas reglas que son de
verdadero interés americano, y que se echan de menos, tales como
lo que se refiere a las vías terrestres de comunicación de uso común;
a la navegación de los ríos interiores con arreglo a los grandes prin-
cipios proclamados por Jefferson; a la propiedad de los inventos y
obras literarias, al patronato, libertad de cultos y otros del mismo
orden; y muy principalmente la consignación del principio de la
ciudadanía natural, que es la base del porvenir y de la seguridad del

184
Unión Latinoamericana

presente de los Estados americanos, por cuya razón es indeclinable


para la República Argentina.
El gobierno argentino, después de haber emitido su juicio sobre
el Tratado Continental, tiene que rogar a V. E. que al transmitirlo a su
gobierno, le asegure que en la República Argentina, los ciudadanos
de los gobiernos signatarios como los extranjeros todos, gozan en sus
personas, bienes y naves, de derechos y prerrogativas que son mayores
que las que tendrían por el Tratado, asegurados por la Constitución y
las leyes, que tienen la sanción de medio siglo de ejecución constante;
que se acuerdan todos los derechos y se respetan todos los deberes,
que el derecho de gentes establece en su expresión la más liberal para
con las demás naciones; y que si la independencia de cualquier Estado
americano fuese amenazada contra las prescripciones del derecho
público, no tardaría en ponerse de acuerdo con los demás gobiernos
para revindicar sus derechos y garantir su seguridad.
El abajo firmado ha recibido también orden de manifestar a esa
Legación, que cualquiera que sea la divergencia de opiniones sobre el
Tratado Continental, el gobierno argentino profesa los sentimientos
más fraternales y simpáticos al gobierno del Perú y demás gobiernos
americanos, y que está dispuesto a trabajar por cuantos medios estén
a su alcance para uniformar su política con ellos.
Con este motivo me es grato ofrecer a V. E. las seguridades de
mi alta consideración y estimación.
Rufino de Elizalde
A S. E. el Sr. ministro plenipotenciario de la República del Perú,
caballero D. Buenaventura Seoane.

REPÚBLICA DE NUEVA-GRANADA
Despacho de Relaciones Exteriores
Bogotá, junio 6 de 1862

Señor Ministro de Relaciones Exteriores de la República de Costa


Rica:

El Tratado Continental que inició el Perú en Santiago de Chile,


y al que han accedido casi todos los gobiernos sudamericanos, da
ocasión para creer que dentro de breve tiempo se efectuará la reunión

185
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

de plenipotenciarios en Congreso Internacional Republicano con el


fin de estatuir sobre la seguridad, la independencia y el bienestar de
nuestras repúblicas, estableciendo para sus relaciones mutuas un
cuerpo de doctrinas que constituyen la alianza moral, no política,
de estos pueblos identificados en intereses y en esperanzas.
Aunque por inconvenientes de mera forma el gobierno de los
Estados Unidos de Colombia ha debido abstenerse de otorgar su
accesión al Tratado Continental, tiene el propósito de enviar un
plenipotenciario al Congreso, luego que, conforme al artículo 20
de aquel Tratado, los signatarios de él señalen día y lugar para la
reunión. El gobierno colombiano llevará al seno del Congreso las
mismas intenciones y doctrinas que los otros gobiernos sudame-
ricanos, como lo comprueba la declaración de principios que está
dispuesto a suscribir, contenida en el anexo a esta nota circular, y
en la creencia de que no estará distante el fausto día de la reunión,
se apresura a ofrecer todas las comodidades apetecibles para la ins-
talación del Congreso en la ciudad de Panamá, si los gobiernos que
llevan la iniciativa hallan aceptable este ofrecimiento encaminado
a facilitar la concurrencia de los plenipotenciarios.
Así manifestada la natural aquiescencia del gobierno del infras-
crito al fondo del proyecto en curso, juzga el Presidente que faltaría
a la sinceridad con que debe tratarse un asunto de tan alto y común
interés si no renovara a la indicación hecha en otro tiempo a los
gobiernos sudamericanos con el mismo motivo que hoy los preocu-
pa, a saber, que el modo más fácil y efectivo de alcanzar la deseada
reunión de un Congreso Internacional Republicano sería acreditar
cada una de nuestras repúblicas un ministro plenipotenciario cerca
del gobierno de los Estados Unidos de América, y a la sombra de su
grande autoridad y con el decisivo apoyo de su concurso instalarse en
congreso, sin afanes para hacerlo, sin esfuerzos bajo ciertos aspectos
contraproducentes y con la maturidad de un acto bien premeditado.
Los usos internacionales, de acuerdo con la razón, han estable-
cido que se debe deferencia a las naciones superiores en poder y
antigüedad, y que es en torno de ellas que las demás se congregan
cuando van a decidir sobre asuntos que a todas conciernen. Invertir
este orden de cosas es aventurar, cuando no frustrar, el buen éxi-
to de lo que se intenta. Si el gobierno americano queda fuera del
Congreso, las decisiones de este carecerán de toda la autoridad que
deben tener ante la Europa; si se le llama en calidad de invitado
asistirá como simple testigo de lo que se haga, pareciendo que no

186
Unión Latinoamericana

lo acepta, lo que será peor que no asistir. De manera que esto que
pudiera tomarse por un mero escrúpulo de etiqueta internacional,
es realmente una condición esencial de la eficacia y la autoridad del
Congreso. En tal persuasión, íntima y sólida, el Presidente ha creído
deber ordenar al infrascrito que transmita a Vuestra Excelencia las
ideas ya expresadas, a fin de que el gobierno de Costa Rica las tome
en consideración y les dé el valor que su sabiduría les conceda con
respecto al buen éxito del grave proyecto que se adelanta.
Quiera Vuestra Excelencia aceptar las seguridades de la perfecta
consideración que tiene la honra de ofrecerle su muy atento servidor.
M. Ancizar

REPÚBLICA DE COSTA RICA


Ministerio de Relaciones Exteriores
Palacio Nacional, San José, agosto 14 de 1862

Al Exmo. Sr. ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno de los


Estados Unidos de Colombia
Señor:

En ocasión en que se ventilaban en esta república algunos asun-


tos de común interés para los pueblos hermanos que habitan este
Continente, y cuando el gobierno peruano había acreditado cerca
de los de Centroamérica un encargado de negocios con el principal
objeto de llevar a cabo la liga continental, llegó a este despacho la
estimable comunicación de V. E. fechada en Bogotá el 5 de junio
próximo pasado, en la cual, después de aludirse al pacto iniciado por
el Perú en Santiago de Chile, y a la probable reunión de un Congreso
de Plenipotenciarios, V. E. expresa los sentimientos que animan a ese
gobierno para coadyuvar a la realización de esa alianza moral entre
nuestras repúblicas, que sola puede darle fuerza, independencia,
consideración y estabilidad en sus instituciones.
Expone en seguida V. E. las doctrinas y principios que ese go-
bierno llevará al seno del congreso, refiriéndose a ciertas bases que
en copia adjunta, y termina manifestando leal y francamente sus
ideas sobre la influencia y participación que en estos importantes
asuntos debiera tocar a la nación angloamericana.

187
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

El presidente de esta república, a quien he dado cuenta con es-


tos documentos, se interesa vivamente por todo aquello que tienda
a realizar un pensamiento tan importante y trascendental para los
americanos; pues si las grandes fracciones del Continente se preo-
cupan de su estabilidad e independencia y buscan para lo futuro un
vínculo que las una y fortifique, con mayor razón deben preocuparse
las pequeñas secciones de Centroamérica, como Costa Rica, que ya
han visto amenazada su independencia e invadido su territorio por
falanges de extranjeros sedientos de sangre y de pillaje. Así es que
este gobierno, lejos de mirar con indiferencia un asunto de tan vital
interés, está dispuesto a coadyuvar a que se realice la grandiosa idea
que hoy anima a la mayor parte de los gobiernos de este Continente.
Las graves cuestiones que se agitan en América ofrecen una
segura oportunidad para efectuar el proyecto de unión americana,
y para ponerse de acuerdo sobre los medios de lograr este intento,
cree mi gobierno que lo más acertado y expedito sería una reunión
de plenipotenciarios, cuyo primordial objeto fuese la formación
de ese anhelado pacto; pues de lo contrario, difícil será que se lle-
gue a una pronta solución entre países tan distantes. Mientras que
una reunión de plenipotenciarios puede efectuarse en un día y en
un punto dado, la adopción de un convenio cualquiera, por muy
acertado que fuese, exigiría necesariamente transmisión de él a los
demás gobiernos interesados, multitud de misiones extraordinarias,
multiplicadas conferencias, aprobaciones, ratificaciones y canjes;
medidas indispensables que prolongarían indefinidamente la ter-
minación del negociado, que acarrearían cuantiosos gastos, y que
acaso frustrarían esta vez más la realización de un pensamiento que
hace cuarenta años está por efectuarse.
Ningún lugar sobre el Continente ofrece tantas ventajas para
la reunión del referido congreso como el Istmo de Panamá; pues
prescindiendo de otras consideraciones, su situación casi céntrica,
y el converger en él las líneas de buques de vapor establecidas en
nuestros mares, le hacen el punto de reunión más adaptable.
Sobre la participación que en este asunto deba tener el gobier-
no de los Estados Unidos de Norteamérica, mi gobierno cree que si
se tratase de intereses continentales en su más lata acepción; si se
tratase tan solo de precaver los peligros que de parte de Europa nos
pudieran amagar, este participio y acción común serían indispensa-
bles; empero, para nuestras fraccionadas y débiles nacionalidades,
para nuestra raza tenida en menoscabo, para nuestras sociedades

188
Unión Latinoamericana

e instituciones a medio consolidarse, hay otros peligros en este


Continente, contra los cuales forzoso es también precaucionarse.
No siempre rigen los destinos de la gran república, hombres
moderados, justos y probos, como los que forman la Administración
Lincoln; allí hay partidos cuyas doctrinas pueden ser fatales para
nuestras mal seguras nacionalidades, y no debemos echar en olvido
las lecciones del tiempo pasado, ni que a la intervención europea,
aunque tardía, debió Centroamérica el que se pusiese término a las
expediciones vandálicas de los filibusteros en los años de 1855 a 1860.
Mirada la cuestión bajo otro aspecto, y si nuestras repúblicas
pudiesen tener la garantía de que nada habría que temer de los
Estados Unidos de Norteamérica, es incuestionable que ninguna
otra nación estaría llamada a sernos más útil y favorable, y que bajo
el abrigo de sus poderosas águilas, bajo la influencia de sus sabias
instituciones, y estimuladas por su asombroso progreso, nuestras
nacientes nacionalidades recibirían el impulso que les falta, y mar-
charían con paso seguro; sin las inquietudes y perturbaciones que
las han detenido y agitado.
No se oculta a mi gobierno cuán grave y delicado es este asunto,
ni tampoco puede dejar de reconocer el peso de las consideracio-
nes expuestas por V. E., resumidas en la siguiente reflexión. “Que si
el gobierno de Norteamérica queda fuera del Congreso, carecerán
las decisiones de este de toda la autoridad que deben tener ante la
Europa, y si se llama en calidad de invitado, asistirá como simple
testigo a lo que se haga, pareciendo que no lo acepta, lo que será
peor que el no haber asistido”.
En vista de lo expuesto y para obviar toda dificultad, conciliando
al propio tiempo los intereses comunes, se ocurre a mi gobierno la
idea de promover un nuevo pacto, por el cual los Estados Unidos de
Norteamérica contrajesen la solemne obligación de respetar y hacer
respetar la independencia, soberanía e integridad territorial de sus
hermanas las repúblicas de este Continente: de no anexar ni por vía
de compra, ni bajo cualquiera otro título, parte alguna de sus terri-
torios, de no permitir expediciones filibusteras, ni atentar de modo
alguno a los derechos de estas comunidades.
Nuestras repúblicas, apoyadas en un tratado de esta naturaleza,
admitirían sin desconfianza, y sin preocupaciones para el porvenir,
su íntima alianza con el pueblo norteamericano; sentirían con esta
seguridad una fuerza y vida nuevas; se pondría término a los temores
y recelos que justamente han afectado a nuestra raza, y, con firme

189
Tercera época 1856 y 1862. Algunas de las piezas relativas al tratado continental

paso, marcharían todas ellas hacia esa unidad de instituciones y de


intereses que cambiará la faz de las naciones de América, y sería
al propio tiempo el más seguro fundamento de la grande alianza
continental.
Si lo expuesto merece la aprobación de ese ilustrado gobierno,
sírvase V. E. excitar a las repúblicas vecinas a fin de que acrediten
sus plenipotenciarios para el 1º de enero próximo en la ciudad de
Panamá. Por nuestra parte, hemos transmitido estas mismas ideas
al encargado de negocios del Perú, que se halla actualmente en esta
capital y las transmitiremos igualmente a los gobiernos de la América
Central, quienes, a no dudarlo, se encuentran animados de los me-
jores sentimientos, y contribuirán a la realización de todo aquello
que tienda a la seguridad y bien procomunal.
Con este motivo, me cabe la satisfacción de suscribirme de V. E.
muy atento y obsecuente servidor.
Francisco M. Iglesias

190
CUARTA ÉPOCA 1864
PIEZAS RELATIVAS A LA CONVOCATORIA Y
REUNIÓN DEL CONGRESO DE 1864

CIRCULAR
REPÚBLICA DEL PERÚ
Ministerio de Relaciones Exteriores
Lima, enero 11 de 1861

La independencia de las repúblicas americanas fue a la vez


una necesidad y un derecho en cuya adquisición se emplearon
sacrificios de todo género, proporcionados a la grandeza del fin y
a la inmensidad de los resultados. Las instituciones que todas ellas
adoptaron para establecer las formas de su administración pública
entrañan las ideas y principios representativos que diferentes e
importantes sucesos fueron desenvolviendo, tanto aquí como en
el otro continente.
La libertad, en sus acepciones primordiales, quedó definitiva-
mente implantada en todos los Estados antes colonias españolas; y
aunque vicisitudes y contradicciones nacidas de la misma novedad
de los hechos han venido después a perturbar pasajeramente la
marcha bonancible de los gobiernos, jamás la civilización ha sufrido
rudos golpes en sus fueros ni en sus condiciones esenciales.
La revolución se consumó con moderación y con vivísimo en-
tusiasmo; pero ella, si bien no ha estado exenta de errores, nunca
se manchó, felizmente, con los crímenes de que está salpicada la
historia de otros pueblos. La América se hizo independiente y libre,
porque sus exigencias naturales la llamaban al goce de una vida
propia, y porque con fuerzas morales suficientes para gobernarse

191
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

por sí misma, no podía confiar este cuidado a otras manos, ni a otra
política aun suponiéndola ilustrada y protectora.
El siglo actual ha trascurrido enteramente para los americanos
del Sur en pruebas y en ensayos más o menos costosos y prolongados;
mas no han sido del todo estériles sus esfuerzos, ni ineficaces sus
estudios en el manejo y dirección de los negocios administrativos y
políticos. Aunque censurados con mucha ligereza, presentan, a más
de las ventajas geográficas de sus territorios, testimonios inequívo-
cos de la bondad de su carácter y de la tolerancia de sus doctrinas.
En nuestras repúblicas, sin excepción, encuentra siempre asilo el
infortunio, alimento el trabajo, ganancias la industria y garantías
las personas y las propiedades.
Y no se diga que un espíritu exagerado de nacionalismo hace pro-
ferir estas palabras, porque son muy elocuentes los acontecimientos
que revelan el adelanto precoz de todos los pueblos y de todos los
gobiernos erigidos en el Nuevo Mundo.
Sin embargo, los resultados de la emancipación y la existencia
del sistema democrático vendrían a ser, andando los tiempos, menos
fructuosos de lo que debían, si con la unión no se afirman las institu-
ciones y con la solidaridad de miras, de intereses y de fuerzas, no se
imprime al Continente una fisonomía peculiar y se da respetabilidad
a los derechos adquiridos a costa de tantas y tan variadas proezas
ejecutadas en la guerra santa de la Independencia.
Antes de ahora se tuvo este mismo pensamiento, cuya realiza-
ción vinieron a frustrar malhadadas circunstancias; pero la triste
experiencia que nos ministra una gran calamidad acaecida en
nuestros días, la urgentísima necesidad de sistematizar nuestros
asuntos esencialmente americanos, y el incontestable derecho que
nos asiste para fijar definitivamente nuestra suerte, nos impelen a
organizar una familia que, conservando la unidad en las formas ex-
ternas, adopte todas aquellas reglas interiores más conformes con
la voluntad, con los hábitos y con los intereses domésticos de cada
una de las repúblicas. Se requiere, pues, un congreso que satisfaga
esta premiosísima exigencia, y al efecto el gobierno del Perú toma
la iniciativa, provocando al ilustrado gabinete a prestar su eficaz
cooperación en esta obra que no puede menos que ser muy fecunda
en consecuencias útiles.
Es un sano principio el que conduce al Perú a trabajar en el
sentido de la unión americana, principio de civilización, de justi-
cia, de progreso y de bienestar común; no se trata, como en otras

192
Unión Latinoamericana

ocasiones ya pasadas, en que los mandatarios se juntaban para con-


certar el daño de los pueblos, de alianzas puramente personales y
de naturaleza transitoria, sino de pactos que aseguren la existencia
de nuestras nacientes nacionalidades, que estrechen una amistad
cordial entre todas ellas, faciliten sus comunicaciones comerciales
y les den prescripciones que, sin apartarse de la universalidad del
derecho público, sirvan para llenar los altos fines de una política pe-
culiar encaminada a obtener solamente por los medios conciliadores
y pacíficos la estabilidad de la justicia que no puede ser duradera,
cuando se conquista por expedientes coercitivos y violentos.
Esta tendencia laudable nos hará fuertes y respetables; y si algu-
na vez, lo que no es creíble, se amagase la independencia de alguna de
nuestras repúblicas, seremos unidos en la guerra como lo somos en la
paz; y en tan dura extremidad, trataremos de distinguirnos siempre
por la templanza de nuestros actos, por la pureza de los principios y
por lo humanitario de los medios bélicos que necesitemos emplear.
Cuando se concluyó en Ayacucho la guerra con la Península
española, se pensó en la reunión de un congreso y aun se nombra-
ron plenipotenciarios que concurrieron al Istmo de Panamá a las
conferencias de ese cuerpo, destinado a sistematizar los asuntos
de la América y a fijar definitivamente su derecho público. No se
pudo entonces, por accidentes invencibles, llevar a cabo la idea; y
lo mismo ha sucedido posteriormente, cuando algunos gobiernos
han concebido idéntico o semejante plan.
Mas la situación actual del Continente es del todo distinta de la
de entonces; porque, aparte de las necesidades que se han creado
en él por condiciones especiales, de las relaciones que se han ido
paulatinamente ensanchando, de los nuevos elementos de riqueza
que se han desarrollado, de la ilustración que se ha ido difundiendo
en todas las clases sociales y de los temores de perder la posesión
de tantos bienes que son consiguientes al estado de plena, aunque
moderada libertad, existe la razón de cimentar irrevocablemente
las instituciones y asegurar los destinos de tantos pueblos que
consumen su vitalidad, su poder y su fuerza en el aislamiento y la
incomunicación.
Los Estados americanos deben buscarse, cultivar vínculos de
fraternidad y asociarse por medio de estipulaciones lícitas y de
recíproca conveniencia, no para alejar de su suelo la importación
de los principios y de la industria de naciones más avanzadas en
civilización, no para restringir el comercio, ni para erigir en sistema

193
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

prevenciones vulgares y egoístas rivalidades contra gobiernos y


pueblos que, aunque no sean americanos, son acreedores a nues-
tras simpatías, a nuestra benevolencia y a nuestra leal amistad,
sino para darnos la respetabilidad que tanto hemos menester, para
impedir los movimientos y trastornos que tanto nos desacreditan,
para cambiar con facilidad nuestros frutos, para ayudarnos en el
desenvolvimiento de la moral social y para frustrar, si los hubiere,
proyectos de dominación.
Para todos estos objetos es de necesidad un congreso que debe
reunirse, con tanta mayor brevedad, cuanto son grandes las espe-
ranzas que en él se tienen generalmente, cuanto son proficuos e in-
mensos los resultados y cuanto que, por medio de sus convenciones,
se evitarán males que, una vez consumados, difícil, si no imposible,
sería remediarlos.
Es tan necesaria la fusión americana, que no hay gobierno en el
Continente que no la desee, que no haya tenido sobre ella la misma
inspiración; pero temores infundados han contenido esos arranques
plausibles del patriotismo, creyendo impracticable el pensamiento
único cuya ejecución salvará a todas las repúblicas y les prestará,
para más tarde, condiciones de verdadera independencia. Para obviar
todas las dificultades que pudieran ofrecerse en la plantificación
de este proyecto, deben simplificarse los trabajos del congreso,
reduciendo las bases a pocos artículos, quitándoles todo carácter
de animosidad contra los demás pueblos amigos, concretándose
a conservar la paz, aspiración noble de la época, a robustecer las
instituciones indispensables, para no perder las adquisiciones de
medio siglo, a fomentar la recíproca felicidad y a rechazar odiosas
pretensiones que pudieran promover o la envidia o la malevolencia.
De esta manera se consigue el objeto, sin ofender ni propios ni
ajenos derechos, se omite la discusión sobre pormenores que serán
más tarde resueltos natural y sencillamente, y se logra satisfacer un
voto universal y acallar el grito destemplado de pasiones de bastardo
origen.
Sentados estos preliminares, parece que el congreso que se
reúna, bien sea en Lima o en cualquier otro punto a elección de la
mayoría de los gobiernos, podrá contraerse, sin demora, a discutir
los puntos siguientes, para cuyo fin los plenipotenciarios tendrán
sus respectivos poderes y plenas facultades.
1º. Declarar que los pueblos americanos representados en este
congreso, forman una sola familia ligados por los mismos principios

194
Unión Latinoamericana

y por idénticos intereses a sostener su independencia, sus derechos


autonómicos y su existencia nacional. Esa declaratoria sobre la
mancomunidad de miras, de fuerzas materiales y de poder moral,
en nada perjudica ni coarta la libertad de cada Estado para que haga
en su régimen interior las mudanzas e innovaciones administrativas
que sean conducentes al crecimiento de su prosperidad particular.
2º. Ajustar una convención internacional para facilitar la corres-
pondencia epistolar, de manera que este vehículo, tan aparente para
las operaciones mercantiles y para el progreso de la civilización,
tenga todas aquellas seguridades, garantías y franquicias que se
necesitan para promover públicos y privados intereses en provecho
de las sociedades americanas. Es preciso que la comunicación no
sea costosa, que el secreto de las cartas se respete hasta el fana-
tismo y que la conciencia del hombre, confiada muchas veces a la
fe de los gobiernos, no sea jamás ni por ningún motivo, revelada
ni escarnecida con mengua y ofensa de la dignidad de la nación,
con menoscabo de la justicia y con trasgresión de las leyes, tanto
morales como civiles.
3º. Comprometerse los gobiernos, en cambio de la unión estable-
cida, a proporcionarse todos los datos estadísticos que ministren una
idea perfecta de su riqueza, de su población, de los medios naturales
y artificiales que posean para defenderse en común, para desarro-
llarse ora individual, ora colectivamente y para formar un conjunto
homogéneo que sirva de garantía a la paz general y de respeto a las
instituciones fundamentales.
4º. Dictar todas las medidas y aceptar todos los principios que
conduzcan a la conclusión de todas las cuestiones sobre límites,
que son, en casi todos los Estados americanos, causa de querellas
internacionales, de animosidades y aun de guerras, tan funestas a la
honra, como a la prosperidad de las naciones. Estados que estuvieron
en otro tiempo sujetos a la misma dominación, no es extraño que,
separados por la emancipación, tengan con frecuencia disputas y
diferencias sobre territorios y sobre otros derechos del mismo gé-
nero, para cuya solución se necesitan expedientes conformes con la
civilización actual, con las necesidades recíprocas de las secciones
americanas y con la conveniencia general del Continente.
5º. Dejar irrevocablemente abolida la guerra, sustituyéndola
con el arbitraje, como el único medio de transigir todas las faltas de
inteligencia y motivos de desacuerdo entre algunas de las repúblicas
sudamericanas. Nuestro crédito, nuestro bienestar y nuestra común

195
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

felicidad reclaman la adopción de esta medida, en la que están ci-


fradas las esperanzas de la América.
6º. Alejar todos los pretextos que sirvan de fundamento para trai-
cionar la causa americana, dejando consignados los castigos morales
que merezcan todos aquellos que, por mezquinas pasiones, firmen
compromisos contra la independencia de alguno de los Estados,
contra sus instituciones y contra la estabilidad de la paz general. Esta
declaratoria es tanto más precisa, cuanto que de ella dependen, en
gran parte, los destinos ulteriores de todo el Continente.
Estas bases, que pueden tener otro desarrollo, bastarán por ahora
para afianzar la estabilidad de la América. El gobierno del infrascrito,
que conoce la importancia y trascendencia de todas y de cada una de
ellas, las somete al criterio ilustrado del de V. E. y espera que mereciendo
su aceptación y benévola acogida, se apresure a nombrar sus plenipo-
tenciarios, para que, en unión de los demás, se dé vida a un pensamiento
que ocupa en la actualidad a todos los gabinetes sudamericanos.
Una autorización competente contribuirá, sin duda, a que no se
malogre una obra que va a fijar época en los anales de los sucesos
continentales. Se modificarán, si se quiere, por el congreso las ideas
emitidas, con tal que los tratados que se ajusten aseguren el interés
dominante y primordial, la paz, la independencia, las instituciones
y la prosperidad de todas nuestras repúblicas del Nuevo Mundo.
Para llevar a cabo este plan con toda prontitud y facilidad, cree
el gobierno del Perú que el congreso debe abrir sus conferencias
con los plenipotenciarios de las repúblicas invitadas en razón de
su inmediación y comunes intereses; pudiendo las demás, si así lo
estimaren conveniente, adherirse después a los pactos celebrados;
y de este modo, concurrir todas a la realización de tan grande acon-
tecimiento, sin que las distancias ni otras causas secundarias sean
un obstáculo para retardarlo, tanto más cuanto que nunca la unión
es más necesaria para dejar definitivamente establecido el porvenir
de estas regiones.
Con sentimientos de particular aprecio, el infrascrito tiene la
honra de ofrecer al Excelentísimo Señor ministro de Relaciones
Exteriores de……….. las seguridades de distinguida consideración
con que se suscribe de S. E. muy atento y muy obsecuente servidor.
Juan Antonio Ribeyro

Al Excelentísimo Señor ministro de Relaciones Exteriores de la


República de…………..

196
Unión Latinoamericana

REPÚBLICA DE CHILE
ACEPTACIÓN DEL CONGRESO AMERICANO POR PARTE DE
CHILE
Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile

Santiago, febrero 18 de 1864

Señor ministro:

He tenido el honor de recibir la nota que V.E. se ha servido di-


rigirme con fecha 11 de enero último, y habiendo dado cuenta de
ella al Presidente de la República, S. E. me ha ordenado manifestar
al gobierno del Perú, que el de Chile, vivamente interesado desde
tiempo atrás en la realización del antiguo pensamiento de la Unión
Americana, se asocia cordialmente a la reciente iniciativa del Perú,
y prestará su más eficaz cooperación para que se lleve a cabo la re-
unión del Congreso de Plenipotenciarios.
Las crisis intestinas que afligen todavía a algunos de los Estados
de este Continente, tocarían quizá su término en presencia de los
intereses de un orden superior que deben dilucidarse y garantirse en
el Congreso americano; y restablecida la concordia, se apresurarían
a enarbolar el estandarte de paz interior y de fraternidad, que debe
ser la enseña común de la gran familia americana.
Para alcanzar tan importantes fines, V. E. ha tenido a bien pro-
poner que se reúnan en Lima o en cualquier otro punto que se de-
signare, los plenipotenciarios de algunas repúblicas invitadas desde
luego por el Perú en razón de su inmediación y comunes intereses,
pudiendo las demás, si lo estimaren conveniente, adherirse más tarde
a los pactos celebrados.
Asociado de antemano mi gobierno a este gran proyecto, emi-
nentemente nacional y americano, acepta con suma complacencia
la invitación del gobierno del Perú; pero teme que el arbitrio pro-
puesto de limitar la convocatoria a aquellos Estados vecinos que
se hallen en situación de responder sin tardanza al llamamiento, y
sobre todo el de proceder a la reunión del congreso sin la asistencia
de los representantes de todas las repúblicas hispanoamericanas,
del imperio del Brasil y de los Estados Unidos del Norte, frustrarán
quizá los resultados que la América entera aguarda del congreso.

197
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

En todo caso, cualquier resultado que se consiguiese, sería par-


cial e incompleto, y se crearían, tal vez sin necesidad, dificultades
que no podrían zanjarse sino mediante la reunión de un segundo
congreso, en que se hallasen representadas todas las potencias que
no hubieran tenido a bien adherirse llanamente a las resoluciones
adoptadas en el primero.
Observará V. E. que he creído debía incluirse en la convocatoria,
tanto el imperio del Brasil, invitado por V. E, como la república federal
de Norte América. La diferente forma de gobierno del primero, y el
origen y circunstancias diversas de la segunda, respecto de algunos
puntos, no son consideraciones bastante fuertes para retraer a los
demás Estados de este continente de solicitar su concurrencia y
adhesión a un proyecto en que se consultan las bases de una alianza
verdaderamente americana; proyecto cuya iniciativa y realización
no pueden ser miradas con indiferencia por los Estados Unidos del
Norte y por el Brasil, que tienen acerca de él un voto digno, por mu-
chos títulos, de ser respetado.
El imperio del Brasil ocupa hoy un alto rango en la América por
sus instituciones liberales, por su vecindad con tantas repúblicas
que van a tocar su vasto y rico territorio, y por el desarrollo siempre
creciente de su industria y comercio.
La solicitud del gobierno de V. E. para remover toda causa de
mala inteligencia entre las repúblicas americanas, le merecerá, sin
duda, el aplauso de toda la América, como ya le ha merecido el de mi
gobierno. Complaciéndome en asegurarlo así a V.E., me veo al mismo
tiempo en el imprescindible deber de manifestarle que, por lo que
toca a Chile, las dos cuestiones de límites que tiene pendientes, se
hallan sometidas a condiciones enteramente excepcionales. La una
ha sido ya objeto de cierta y determinada estipulación, y si la otra no
se encuentra en estado de solución próxima, es porque han surgido
dificultades que impiden reanudar las negociaciones y que se trata
actualmente de remover.
De consiguiente, cualesquiera que fuesen las medidas que
dictara el Congreso americano, o los principios que aceptara para
dar solución a las cuestiones de límites, Chile habría menester del
acuerdo de la República Argentina antes de modificar lo que con ella
tiene estipulado, y en cuanto a Bolivia necesitaría zanjar previamente
las dificultades insinuadas.
Estas dificultades han dado lugar a una discusión preliminar que
aún no está terminada, lo que me obliga a aplazar las explicaciones

198
Unión Latinoamericana

que desde luego habría dado gustoso a V. E., para que su gobierno
pudiera apreciar debidamente la naturaleza y gravedad de los moti-
vos que hoy impiden reanudar las negociaciones relativas al arreglo
de la cuestión de límites con Bolivia.
Partiendo ahora del gobierno de V. E. la iniciativa para la reunión
del congreso, no dudo que V.E. se dignara invitar desde luego a todas
las naciones americanas. Si se negaren algunas a concurrir, sea pronto
o de una manera absoluta, no por eso debe V. E. dejar de contar con
la presencia de un plenipotenciario chileno en el Congreso america-
no, ya tenga este lugar en Lima, punto de reunión que mi gobierno
acepta gustoso, o en cualquiera otro que designare la mayoría de los
Estados concurrentes.
La invitación general es, pues, lo único que mi gobierno exige
para que se inicien las conferencias, después de haber mostrado a
la América que anhelamos fijar para toda ella las bases de la unión
en que ha de reposar su ventura y engrandecimiento.
Dígnese V. E. aceptar los sentimientos de alta consideración y
aprecio con que soy de V. E. atento y seguro servidor,
Manuel A. Tocornal

Al Excelentísimo señor ministro de Relaciones Exteriores del


Perú.

REPÚBLICA BOLIVANA
ACEPTACIÓN DEL CONGRESO AMERICANO POR PARTE DE
BOLIVIA
Ministro de Relaciones Exteriores
Cochabamba, febrero 26 de 1864

A S.E. el ministro de Relaciones Exteriores de la República del


Perú
Señor:

He tenido la honra de recibir la circular diplomática, que con


fecha 11 de enero del año corriente se ha servido V. E. dirigirme,
con el fin de invitar a mi gobierno a que preste su concurrencia y
cooperación a un Congreso Americano de Plenipotenciarios, para

199
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

consultar y promover los grandiosos objetos que tan acertadamente


se hallan mencionados en la citada comunicación de V. E.
Fundadas, en efecto, las repúblicas sudamericanas, median-
te los heroicos esfuerzos de una lucha de quince años; ocupando
todas territorios más o menos extensos en este mismo continente,
con caminos que las ligan y ríos que fluyen de un territorio a otro
hasta lanzarse al mar; vinculadas, en consecuencia, con relaciones
mercantiles que existían desde el coloniaje y que se acrecientan más
y más cada día; unidas estas mismas repúblicas desde su pasado
colonial y su común punto de partida hacia la libertad, en la misma
religión, idéntico idioma, costumbres semejantes, y habiendo desde
su emancipación predominado en ellas, como base necesaria de su
organización política, el principio republicano; evidente es que tales
repúblicas por distintos que sean sus grupos o nacionalidades, cons-
tituyen y no pueden dejar de constituir, una sola y gran familia en la
que aparecen prominentes los rasgos típicos de su común origen, con
pequeñas variaciones que no bastan a borrar su general fisonomía.
Nacionalidades, pues, de esta clase, no pueden dejar de conocer
que la unión entre ellas, el concurso en sus planes y miras para al-
canzar su destino, son condición indispensable de su prosperidad;
y si a esta convicción añaden también la conciencia de su debilidad,
la necesidad de la unión será aún más premiosa para ellas, porque es
propio del instinto de los débiles, unirse para ser fuertes.
El actual aislamiento en que viven estas repúblicas empequeñece
su existencia nacional, limita sus recursos y desperdicia su vitalidad,
si es que, mal aconsejadas, no la malgastan todavía en deplorable
profusión, hostilizándose unas a otras; mientras tanto que con el
inteligente concurso de luces y fuerzas que sería consiguiente a su
unión, los recursos de ellas para hacerse el bien se multiplicarían a lo
infinito, imposibilitaríanse sus propensiones maléficas, y la común
existencia nacional se haría grande, imponente y gloriosa.
Mi gobierno, además, señor ministro, que se honra de haber
contraído en el tratado Perú-boliviano, de 5 de noviembre último,
el compromiso eminentemente americano de aunar sus esfuerzos
con los del Perú en defensa de su común independencia y derechos
autonómicos, no puede ser indiferente a la reunión de un congreso
en cuyo programa se trata de hacer extensiva al continente entero
esta misma estipulación.
Acepta, por tanto, con entusiasmo la invitación de V.E. para dar
vida al pensamiento americano de formar cuanto antes un Congreso

200
Unión Latinoamericana

de Plenipotenciarios. Promete su concurrencia al congreso por me-


dio de plenipotenciario o plenipotenciarios que designará y enviará
oportunamente, y señala por su parte la capital de Lima como el
punto más adecuado para las sesiones de este augusto cuerpo
continental.
Acepta igualmente mi gobierno las seis indicaciones contenidas
en la nota de V. E. con respecto a los negocios que principalmente
debieran ser materia de las deliberaciones del congreso; y a efecto
de consultar la mayor utilidad de estas, se permite añadir las indi-
caciones siguientes que, aunque de un orden subalterno al político,
cual es el industrial, no dejan de pertenecer al rango de negocios
continentales, sobre todo en nuestros días, en que el comercio y
los intereses económicos son reguladores de los intereses políticos.
Uno de estos negocios sería la navegación de nuestros ríos,
aplicando a su realización el fecundo principio de la libertad de sus
aguas, no solo para las naciones ribereñas copropietarias de sus
corrientes, sino también para todas las naves mercantes del mundo,
a quienes quisieran aquellas trasmitir el uso de este derecho. Fue el
Congreso de Viena el que formuló en 1815 el derecho público de las
naciones en este punto; y dio reglas precisas para la navegación de
los ríos europeos que atraviesan distintos territorios. Insigne honra
sería para el congreso que se trata de inaugurar, estatuir todo lo
conducente a la navegación de las caudalosas corrientes con que el
dedo de Dios quiso surcar nuestro suelo, y que por su extensión y
vastísimas ramificaciones envuelve intereses políticos y económicos
de mucha mayor importancia.
Solo un congreso continental podrá vencer las dificultades y
resistencias que aún se dejan sentir para el goce y aprovechamiento
de estos medios de uso inocente y común utilidad para las naciones
que forman las grandes hoyas del Amazonas y el Plata.
Dictar reglas uniformes en todos nuestros Estados para el ejer-
cicio de las profesiones literarias, sería también otro asunto que
mereciera fijar la atención del congreso. Ello importaría estrechar
los vínculos de la sociabilidad americana y dar mayor respeto al
régimen legal, adoptando el principio de que lo que es legal y auten-
tico en un Estado, debe reputarse igualmente legal y auténtico en
los demás. Debería también consolidarse como asunto continental
de preferencia la uniformidad en el valor de las monedas y la de los
pesos y medidas, designando el sistema monetario y el métrico a
que unas y otras debieran sujetarse, así como también el tiempo en

201
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

que los nuevos sistemas acordados se hicieran obligatorios para las


naciones contratantes.
Hay en el tratado Perú-boliviano de 5 de noviembre último, una
estipulación que merece hacerse extensiva al continente en bene-
ficio de la armonía de las naciones que lo pueblan, cual es aquella,
de que en ningún caso deban admitirse reclamaciones diplomáticas
por lesión de derechos privados, antes de que en el particular se hu-
biesen agotado las vías judiciales, y que hubiese habido denegación
de justicia, o injusticia notoria. Esto se funda en la razón evidente
de que los extranjeros no pueden en un país aspirar a tener mejores
derechos que los nacionales.
Hay empero una condición que llenar para que la reunión del
congreso produzca los bienes que anhelamos. Esta condición es
que en manera alguna se inspire recelos a los poderes europeos, de
que el Congreso americano tiene miras exclusivistas o tendencias
hostiles contra ellos.
Necesario es que la Europa se persuada que al pretender la
América constituir su personalidad, sistematizar sus negocios e in-
tereses comunes e imprimir a ciertos actos el sello de la unidad en
medio de la variedad de los demás que constituyen su existencia,
no entiende separarse o aislarse de Europa, ni asumir contra ella un
carácter disidente ni menos amenazador. Nos unimos para ser felices
y fuertes en la defensa de nuestro derecho, pero no para agredir los
de nación alguna en este mundo.
La América, por otra parte, en ninguna de las fases de su vida
puede desconocer a la Europa ni renegar de la robusta civilización
que ella le ha trasmitido. Se complace, al contrario, en reconocer que
ella ha nacido bajo el aliento de una de las más poderosas y cultas
naciones de la Europa, cual fue la España del siglo décimo quinto.
Ella meció su cuna y cuidó de su adolescencia, hasta que, en 1810,
degenerada e impotente ya para sostener entre sus débiles manos
el codiciado cetro de los indios, tuvo que soltarlo al brioso empuje
de su misma prole instalada en este hemisferio, que ya no se avenía
con la dependencia y quería ensayar sus propias fuerzas, tomando
sobre sí la dirección y responsabilidad de sus destinos.
Las formas de gobierno, señor ministro, si bien son distintas, no
se excluyen. La monarquía y la república han coexistido siempre y
coexisten en paz y armonía en Europa y América. La libertad se aviene
con una y otra, y quizá se goce en mayor escala de este inaprecia-
ble bien en la monárquica Inglaterra que en la primera de nuestras

202
Unión Latinoamericana

repúblicas democráticas. ¿Por qué, pues, la América republicana sería


hostil a la Europa monárquica? ¿Por qué cuando de esta nos vienen
las artes, las ciencias, todas las ventajas y goces de la civilización,
todos los medios del progreso, habríamos de aislarnos y separarnos
de ella? ¿No es al contrario evidente que entre la Europa y la América
existe una providencial mancomunidad de necesidades y recursos,
de manera que las de una no pueden satisfacerse sino con el auxilio y
concurso de la otra? Dios, dice un pensador, puso la fiebre en Europa
y la quina en América para ensenarnos la solidaridad que debe reinar
entre todos los pueblos de la tierra.
La libertad, pues, que es el elemento nuevo que la revolución
inoculó en América, no la aleja de la Europa, antes bien, la asimila a
ella; porque la Europa es liberal y la libertad es el alma de sus diversas
nacionalidades, el resorte de sus progresos y la clave de su historia.
Hay, por consiguiente, entre el estado político de Europa y América
la evidente y poderosa afinidad que nace de la común aspiración de
una y otra a la libertad.
No es menos íntima la afinidad de ambos continentes en el orden
económico. Las naciones industriosas y comerciales requieren vastos
mercados, en que puedan tener ventajosa salida sus productos. Pero
estos mercados no existen donde no se puede ofrecer en cambio
valores equivalentes a aquellos productos; lo que quiere decir que
para que el comercio sea próspero y floreciente entre las naciones,
necesario es que todas sean industriosas y ricas.
Con este plausible motivo, tengo la honra de expresar a V. E. mis
particulares sentimientos de estimación y respeto, suscribiéndome
su atento servidor.
Rafael Bustillo

RESPUESTA DEL GOBIERNO COLOMBIANO A LA INVITACIÓN


DEL DE PERÚ
Ministerio de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos de
Colombia
Bogotá, junio 2 de 1864

El infrascrito secretario de lo Interior y Relaciones Exteriores de


los Estados Unidos de Colombia, se ha impuesto con interés de la

203
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

nota que S. E. se sirvió dirigir a su despacho, con fecha 11 de enero


último, relativa a la reunión de un congreso americano, nota a la cual
no se dió una pronta contestación por haberlo impedido motivos
poderosos de que fue instruido oportunamente el Honorable señor
García y García, encargado de negocios de esa república cerca de
este gobierno.
Contrayéndose el infrascrito al muy importante contenido de
dicha nota, empezará por manifestar a S. E., que en concepto del go-
bierno de los Estados Unidos de Colombia, la conveniencia en general
de promover y llevar a cabo la reunión de un Congreso americano, no
puede ponerse en duda. Sobre este punto que tiene el común asen-
timiento de la América antes española, no cree el infrascrito deba
detenerse y menos al dar contestación a la citada nota de S. E. en el
preámbulo de la cual este gobierno ha encontrado, con verdadera
satisfacción, consideraciones incontestables sobre el particular.
Además, registrado como está en la historia americana que el
pensamiento primitivo de un congreso de los pueblos de origen
español en este continente surgió únicamente de las necesidades
que creaba el sentimiento de independencia, muy natural es que
reaparezca en estas circunstancias, bien que bajo auspicios un poco
diferentes.
Al presente, después del trascurso de cerca de medio siglo, el
objeto de la reunión de un Congreso americano debe ser en gran
parte modificado, calcándolo sobre los altos intereses de actualidad
comunes a las repúblicas hispanoamericanas, poniendo aquel obje-
to en armonía con la posición relativa de estas, con sus progresos,
con las alteraciones que el movimiento político en los dos mundos
ha venido imprimiendo en sus aspiraciones y en su manera de ser.
Respecto a la composición del Congreso americano, a las mi-
ras especiales que hoy debe proponerse, así como a los asuntos en
que convendría se ocupase, el gobierno de los Estados Unidos de
Colombia, como intérprete de la opinión pública del país, formula
sus principios e ideas del modo que, por el órgano de S.E., pasa el
infrascrito a ofrecer a la consideración del ilustrado gobierno de esa
república.
El Congreso americano deberá formarse de plenipotenciarios de
las repúblicas americanas de origen español exclusivamente.
Con verdadera complacencia y hasta con orgullo vería el go-
bierno de Colombia representados en la asamblea de cuya reunión
se trata, a los Estados Unidos de la América del Norte; pero no opina

204
Unión Latinoamericana

se les invite a enviar sus plenipotenciarios a dicha Asamblea:


1º porque es bien sabido, y de ello da abundante testimonio la
correspondencia diplomática del secretario de Estado en el últi-
mo año, que el gobierno de aquella república profesa y practica el
principio de absoluta prescindencia en los negocios políticos de las
repúblicas hispanoamericanas, rehusándose por punto general a
toda especie de alianzas, y limitándose a fortificar la confianza en el
sistema republicano por el ejemplo en su práctica, confirmado por
los prodigios de bienestar individual y de grandeza nacional con que
ese pueblo hoy admira al mundo; y
2º porque embarazaría no poco a la misma acción independiente
que cumple a las repúblicas nacientes de este continente, la prepon-
derancia natural de una potencia vecina, que tiene ya condiciones de
existencia propias de un poder de primer orden, las cuales pueden
venir a ser alguna vez antagonistas.
Para el gobierno de Colombia hay un principio fundamental en
su política, que desea ver prevalecer, tanto en el derecho interno
como en el externo, cual es, el de la capacidad de los pueblos para
gobernarse por sí y asumir la responsabilidad de sus propios actos.
La América de origen español, orgullosa de su independencia y
deseando conservarla con dignidad, debe bastarse a sí misma, sin
buscar nunca el arrimo de ajeno poder.
En cuanto a los demás Estados independientes de la América,
piensa el gobierno de Colombia que debe invitárseles sin hacer de
su concurso una condición precisa de la reunión del congreso. Los
plenipotenciarios que concurran animados del sincero deseo de
estrechar la unión fraternal de estos pueblos, por la adopción de
puntos de partida idénticos para su derecho público tanto interno
como externo, sea cual fuere el número, deben proceder a llenar su
misión, siempre dispuestos a recibir en su seno a los que llegaren
más tarde.
La primera condición de la unión y fraternidad de los pueblos
viene de la identidad de sus aspiraciones sociales y políticas; y la
América republicana tiene necesariamente que buscar la solución de
los problemas sociales que la preocupan, por vías, si no opuestas, al
menos diferentes de aquellas que deben seguir las sociedades que
se apartan en su organización del principio de la soberanía popular.
Una alianza como la que se busca, requiere elementos morales
semejantes y aspiraciones idénticas. Y si sucediera que alguno o
algunos gobiernos de este continente y del mismo origen rehusaran

205
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

asociarse, no por eso los otros habrían de renunciar a un pensamien-


to que aun solo entre dos naciones debe ser fecundo en beneficios.
Entrando ahora el infrascrito a ocuparse en la enunciación
de los objetos a que deben consagrarse los trabajos del congreso,
en cuya iniciativa se detiene la nota de S.E. a que tiene el honor
de contestar, el ciudadano Presidente de Colombia juzga que
deben ser todos aquellos que contribuyan a fundir todos estos
pueblos en sus relaciones de progreso moral y material en una
sola nacionalidad, sin afectar en nada su independencia política
y reconociendo por punto fundamental que cada uno de ellos es
el mejor juez de sus propios intereses, y responsable por sí solo
de sus propios hechos.
Es decir, que no se tratará de acordar alianzas que embaracen la
acción independiente de estas naciones, ni que envuelvan la política
de las unas en las complicaciones o conflictos que la política interior
o exterior de las otras les acarreen. La acción política de cada una
de las naciones representadas en el congreso debe quedar comple-
tamente libre para ser reglada y dirigida siempre por la opinión del
pueblo respectivo, en cada ocasión.
Esto sentado, convendría que el congreso se ocupara en deter-
minar los puntos siguientes:
1º. Los derechos de los ciudadanos o súbditos de una de las par-
tes en el territorio de otra, u otras, ya sean transeúntes o domiciliados.
Sobre este punto el gobierno del infrascrito se permite recomen-
dar el principio de la propia responsabilidad, es decir, que el súbdito
que se separa de su propio país, va al otro corriendo los azares de la
situación en que esté, y sometido no solo a las leyes de la nación a
cuyo territorio entra, sino también a las vicisitudes y accidentes a
que ese país está sujeto. La adopción de este principio cegaría una
de las fuentes más fecundas de contestaciones desagradables entre
los gobiernos y obligaría a los viandantes a buscar en su propia con-
ducta y prudencia la seguridad que, de otra manera, querrían derivar
solamente de la fuerza y favor de sus gobiernos.
2º. Determinar las reglas que deban de observarse para el reco-
nocimiento diplomático regular de los nuevos gobiernos que surjan
de las luchas de los partidos en cada país, o de la presión extranjera.
Sobre este punto el gobierno del infrascrito sería de opinión
que se siguiese el principio de la soberanía popular explícita y aun
implícitamente manifestada por la desaparición de toda resistencia
interior y de toda presión proveniente de fuerzas extranjeras.

206
Unión Latinoamericana

3º. El sometimiento al arbitraje de otra potencia de toda cuestión


internacional, a fin de alejar cuanto sea posible el odioso recurso de
la guerra; y como podrá suceder que en alguno de los casos la con-
fianza en la imparcialidad no se acuerde a ninguno de los gobiernos
de este mismo continente, convendría que no se exigiese que el
árbitro fuera elegido entre las partes contratantes, o solamente de
la América española.
4º. La fijación de reglas precisas y liberales para la comunicación
amplia y fácil de los pueblos y ciudadanos de todos los países re-
presentados en el congreso, o convenciones postales y telegráficas,
y libre y segura entrada de las producciones de la imprenta en cada
uno de los pueblos comprometidos por este pacto.
5º. La libre locomoción que implica la abolición de los pasaportes.
6º. La libre navegación de los ríos y aguas interiores.
7º. La uniformidad de los pesos y medidas y la fijación de una
ley uniforme, una misma nomenclatura para las monedas.
8º. La fijación de principios generales, al menos para el comercio
e industria.
9º. Declarar, como S. E. tan benévola y tan oportunamente lo pro-
pone, que los pueblos de origen español en este continente forman
una sola familia, unidos por idénticas aspiraciones de civilización,
y fraternal comercio; pero como se dejó sentado al principio de esta
nota, sin ninguna mira hostil y dejando a cada rama de la familia que
en satisfacción de sus aspiraciones autonómicas asuma la responsabi-
lidad de la situación que se cree y se baste a sí misma por la sabiduría
de su política o por el empleo de la fuerza: en todo evento hermanas
para recorrer los senderos que conducen al progreso moral y material.
Y desde luego que el gobierno del infrascrito, aunque hubiera aspi-
rado al alto honor de tener por huéspedes en Panamá o en cualquiera
otra de las principales ciudades en esta república, a los representantes
de las naciones hermanas, en ocasión tan solemne, conviene con sumo
placer en que la reunión del congreso se verifique en la culta Lima,
acaso la más hospitalaria ciudad del Nuevo Mundo y a cuyo ilustrado
gobierno se debe, en esta vez, que esté a punto de realizarse la reunión
del Congreso americano, por el patriótico empeño con que ha perse-
guido en los últimos tiempos este noble pensamiento.
Ya de antemano había sido indicada la capital del Perú para tal
reunión por nuestro ministro plenipotenciario en Washington, en
una conferencia preliminar que tuvo lugar en Nueva York entre tres
de los representantes de los gobiernos de Hispanoamérica.

207
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

El gobierno de Colombia envió ya los plenos poderes al señor Justo


Arosemena, su ministro en Lima, para que lo represente como pleni-
potenciario en el Congreso. También le envió las correspondientes
instrucciones, las que fueron dictadas por el mismo espíritu de franca
fraternidad a que ha obedecido el infrascrito escribiendo la presente
nota en contestación a la noble invitación del gobierno de S. E.
El infrascrito aprovecha esta ocasión para presentar a S. E. el
honorable señor ministro de Relaciones Exteriores del Perú, las se-
guridades de la distinguida consideración con que tiene el honor de
ser de Su Excelencia muy atento y obediente servidor.
Antonio María Pradilla

A S.E. el señor ministro de Relaciones Exteriores de la República


del Perú, etc., etc.

EL BRASIL EN LA CUESTIÓN PERUANO-ESPAÑOLA


Llamamos la atención de nuestros lectores hacia el siguiente
notable documento que registra la Memoria de Relaciones Exteriores
de Chile.

Río de Janeiro, 7 de junio de 1864

El abajo firmado, del Consejo de S.M. el emperador del Brasil,


ministro y secretario de Estado de Negocios Extranjeros, cumple el
deber de acusar recibo de la nota que, con fecha 4 del mes próxi-
mo pasado, le hizo la honra de dirigirle S. E. el señor D. Manuel A.
Tocornal, ministro de Relaciones Exteriores de la República de Chile.
La reciente ocupación de las Islas de Chincha en el Perú por las
fuerzas navales de España en el Pacífico, y la razón alegada, para
justificarla de no haber sido aún reconocida solemnemente por el
gobierno de S. M. Católica la independencia de aquella república, son
los asuntos a los cuales S. E. el señor Tocornal ha juzgado convenien-
te llamar la atención del gobierno de S. M. el emperador del Brasil.
Después de haber procurado hábilmente demostrar la inopor-
tunidad e injusticia del uso de semejante recurso hostil, el señor
Tocornal, invocando y apoyándose en los verdaderos principios del
derecho de gentes, pone en relieve de un modo incontestable la falta

208
Unión Latinoamericana

de precedentes (a improcedencia) absoluta del fundamento de que


se deriva el acto practicado por las fuerzas navales de S. M. Católica;
y después de manifestar la esperanza de que el gobierno de España
no acoja ni apruebe los principios proclamados por sus agentes,
concluye la nota que el infrascrito tiene a la vista, con la declaración
de que el gobierno del Emperador, abundando en los sentimientos
del de Chile, se complacerá en conocer sus miras, y la disposición en
que se halla de prevenir un conflicto que pueda turbar la paz de este
continente, interrumpiendo las relaciones amistosas que felizmente
ha cultivado y anhela cultivar con la nación española.
Correspondiendo al honroso llamamiento del gobierno chileno,
el de S.M. el Emperador ha autorizado al infrascrito para asegurar
al señor Tocornal, que en perfecto acuerdo con las consideraciones
expresadas por S. E., el gobierno imperial no vacilará en prestar con
el mayor placer el concurso de sus buenos oficios y apoyo moral,
para que no prevalezcan principios que ofenden la autonomía y los
legítimos intereses de los Estados del Continente sudamericano.
El infrascripto, trasmitiendo así al señor Tocornal el pensamiento
del Gobierno del Emperador, aprovecha la ocasión para ofrecer a S.
E. las seguridades de su alta consideración.
Joao Pedro Días Veira

A S.E. el Sr. E. Manuel A. Tocornal.

REUNIÓN DEL CONGRESO AMERICANO


15 de noviembre de 1864

A las dos de la tarde del día de hoy, como estaba anunciado,


se reunieron en la casa preparada al efecto, la que es conocida con
el nombre de Torre-Tagle, los Exmos. señores plenipotenciarios
al Congreso Americano, el Exmo. Consejo de Ministros, el Cuerpo
Diplomático y Consular, los Tribunales de Justicia, las corporaciones
civiles, militares y de hacienda, y un gran número de personas no-
tables de la Capital. Colocados todos en los asientos que les estaban
de antemano destinados, el ministro de Relaciones Exteriores de la
República, señor Calderón, dirigió a los señores plenipotenciarios
las siguientes palabras:

209
Cuarta época 1864. Piezas relativas a la convocatoria y reunión del Congreso de 1864

Señores:
El Gobierno del Perú, fiel intérprete de los sentimientos del
pueblo peruano y de la América toda, felicita a la Augusta Asamblea
a quien me dirigió, y que principia hoy sus importantes trabajos pú-
blicos y generales. Mucho debe esperarse del carácter personal de los
miembros que la componen, así como de la naturaleza misma de su
labor, que no podrá menos que consultar los intereses del Continente,
y en la cual se hallan cifradas justas esperanzas de prosperidad, de
paz y de ventura.

El señor Paz-Soldán, ministro plenipotenciario del Perú en el


Congreso Americano, como presidente de esta Augusta Asamblea
pronunció el siguiente discurso:

Señores:
Los pueblos de América deben un voto de gratitud a sus go-
biernos, que interpretando fielmente sus deseos y conociendo la
necesidad e importancia de estrechar sus relaciones y hacerlas más
íntimas, han resuelto establecerlas sobre las bases sólidas de la unión
y fraternidad. Ensanchando la esfera de las relaciones entre pueblos
hermanos, con sinceridad y buena fe, la Unión Americana llegará a
identificar y asimilar sus derechos, sus necesidades e intereses con
los de todas las naciones del globo.
El destino de la humanidad la conduce a formar una gran familia. La
razón, la justicia y el derecho, son beneficios comunes concedidos por
Dios a todos los hombres, y distribuidos con igualdad entre todos ellos.
La unión como la sociabilidad son también solidarias e indivisibles, y
nadie puede ser excluido de tener la participación a que está llamado.
El respeto a la justicia y al derecho, la ilustración, que se pro-
paga, abriéndose paso por medio del comercio y del telégrafo, y la
franca y benévola comunicación con todos los pueblos que cubren
la superficie de la tierra, son condiciones indispensables para que
sea respetada y duradera toda asociación política.
Mas estos bienes inapreciables tampoco pueden alcanzarse, si no
se cimentan el orden interior y la paz; sin ellos el progreso se desarrolla
con desconfianza y de una manera tardía. La paz también es engañosa,
si no está cimentada en el honor y la libertad, en la independencia
y la justicia, y en la estricta mancomunidad de deberes e intereses.
Tales han sido sin duda los motivos que han obligado a los
gobiernos de América a nombrar los representantes aquí reunidos.

210
Unión Latinoamericana

Todos ellos merecen la gratitud del Nuevo Mundo: cuando sus rectas
e ilustradas intenciones sean bien conocidas y apreciadas, alcanzarán
también un voto solemne de adhesión y simpatía de los pueblos y
gobiernos civilizados del Antiguo Mundo.
El Congreso Americano, cuyos sentimientos tengo hoy el alto
honor de expresar, agradece las felicitaciones que el pueblo peruano
le dirige en este solemne día, tan justamente ansiado y esperado por
la América. El Congreso procurará, solícito, escogitar los medios y
modos de que tantas esperanzas, en él cifradas, sean realizadas hasta
donde sus fuerzas lo permitan.
Como representante del Perú, en su nombre y en el de su gobier-
no, réstame el deber de tributar un justo homenaje de gratitud a los
Excelentísimos Gobiernos tan dignamente representados en esta
Asamblea de pueblos libres. El Perú, que tuvo el honor de invitar
a la América toda para consolidar su unión, sin otros sentimientos
ni interés que los comunes a todos sus pueblos, que sin agravio de
ninguno ha tenido todavía el más grato de que fuese escuchada su
voz, aceptada su capital para la reunión del Congreso Americano y
de que se haya conocido la sinceridad de sus propósitos.
Por esto, sin duda, en la hora de su amargo conflicto, cuando su
territorio era violado y amagada su independencia, ha querido la
Providencia Divina que no se encontrase solo. Su dedo se ha mos-
trado poderoso y al reuniros aquí con tanta oportunidad, hemos
visto revelados sus altos designios, de que la América no estará sola,
dispersa y descuidada, sino unida y firme para sostener sus justos
derechos; no para atentar contra los ajenos.
¡Dignos representantes de los gobiernos de América! El pueblo
peruano os dá las gracias; aceptadlas.
El expresado señor Presidente anunció que estaban abiertas las
sesiones del Congreso Americano, con lo que terminó el acto consti-
tuyéndose en seguida los plenipotenciarios americanos, el Consejo
de ministros, el Ministerio y el cuerpo diplomático, en uno de los
balcones de la casa, para recibir los honores militares de los cuerpos
del ejército que forman la guarnición de la capital.
Un inmenso gentío obstruía la calle de San Pedro y las contiguas.

(El Peruano extraordinario, 14 abril de 1864)

211
ÍNDICE

PRÓLOGO. TORRES CAICEDO, EL “INVENTOR”


DE LA AMÉRICA LATINA......................................................................... 5
Santiago Cafiero

UNIÓN LATINOAMERICANA

I Introducción..........................................................................................11
II Confederación y federación. Lo que ha sido la federación
en la América anglosajona y en la América Latina.............................15
III Convulsiones de la América Latina, naturales
en la infancia de los pueblos.................................................................19
IV La Liga Latinoamericana se realizó durante
la Guerra de la Independencia, antes de formularse la tesis.
Hoy ¿qué carácter tiene?........................................................................23
V El proyecto concebido por Burke – La idea boliviana...................27
VI Primeras bases de la Unión Americana por medio
de tratados y convocatorias del Congreso de Panamá......................31
VII Reunión del Congreso de Panamá en 1826 – Sus trabajos,
y cómo terminó.......................................................................................35
VIII Tentativas hechas desde 1831 hasta 1840
para efectuar la reunión del Congreso Americano............................41
IX Nueva reunión del Congreso Americano celebrada
en Lima en diciembre de 1847 – Trabajos de ese Congreso..............43
X Tentativas hechas en 1857 para formar una Liga
Latinoamericana, y celebración del Tratado Continental
entre Chile, el Perú y el Ecuador – Cómo aceptaron este tratado
las demás repúblicas – Nota curiosa del Sr. Elizalde.........................47
XI Proyectos de fusión de las cinco repúblicas
de la América del Centro en un solo Estado........................................55
XII Lo que es la verdadera Doctrina de Monroe – Falsas
interpretaciones que le han dado M. M. Buchanan, Mason,
Cass, Soulé, Brown, etcétera – Peligros que acarrearía
para la América Latina el triunfo de los Estados del sur
en la América anglosajona.....................................................................57
XIII La diplomacia inglesa y norteamericana, por demasiada
habilidad, cae en sus propias redes, para honra y provecho de
la América Latina – Tratados Clayton-Bulwer, Ouseley-Jerez,
Clarendon-Herran, etcétera..................................................................63
XIV Convocatoria para el Congreso de 1864 – Notas de los
diversos gobiernos latinoamericanos – Inauguración de las
sesiones del Congreso............................................................................69
XV Bases propuestas por el autor de este escrito
para la formación de una Liga Americana – Conclusión..................73

DOCUMENTOS

Primera época. 1824................................................................................79


Segunda época. 1847...............................................................................91
Tercera época. 1856 y 1862...................................................................165
Cuarta época. 1864................................................................................191

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