6 A Lengua y Literatura Actividades
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ESTRATEGIAS DE LECTURA
Por ejemplo, para buscar una información específica en un texto, hay que realizar una lectura
Para saber si un cuento es maravilloso, realista o fantástico se puede realizar una lectura
rápida, veloz o de “liebre” con el objetivo de tener precisamente una idea rápida
del campo semántico al que se refiere.
Para saber si una película que está en cartelera es buena y entretenida, es necesario hacer
una lectura analítica o de “tortuga” de las reseñas realizadas por los críticos más
expertos.
Además, la anticipación, esto es, poder saber con anterioridad de qué se trata el texto, es
una estrategia muy importante para la comprensión lectora. Por esta razón, saber interpretar
los paratextos, o sea, los elementos que acompañan al texto (título, subtítulos, cuadros,
imágenes, referencias, notas al pie, etc.), facilita el abordaje de un texto, ya que proveen
información que puede ser rápidamente procesada por el lector experto.
También es importante tener claro: la función del lenguaje, la trama del mismo y a qué
tipo pertenece.
Trabajo Nº1
EL CONCEPTO DE LITERATURA
1) Buscar tres definiciones del término LITERATURA, incluir la fuente y/o autor de tal
definición.
Ya que navegas por mi sangre y conoces mis límites y me despiertas en la mitad del
día para acostarme en tu recuerdo y eres furia de mí paciencia para mí dime qué
diablos hago por qué te necesito quién eres muda sola recorriéndome razón de mi
pasión por qué quiero llenarte solamente de mí y abarcarte mezclarme a tus
huesitos y eres única patria contra las bestias del olvido.
7) ¿Cuál es el estado anímico del autor? ¿Qué palabras determinan tal estado?
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Trabajo Nº2
El Realismo literario
Vamos a nombrar las características que tienen los textos literarios realistas:
Ironía: A través del relato el narrador deja en evidencia por medio de la ironía, el doble
sentido una denuncia social o moral con respecto a una situación vivida u observada.
(Crítico).
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los
chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero
el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra.
Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para
descubrirlo. ¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro!
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las
palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio...
Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se
quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
-No tengo hambre -le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o
tres galletitas para pasar el mediodía-. Te dejo mi vianda -y se iba a corretear con sus
compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera
vergüenza de devorar la ración.
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Naomi... Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas
trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella.
Pero ese futuro quedaba tan lejos aún...
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas
mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que
empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y
medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias
no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna
visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.
Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! -pensaron los dos al mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia
la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos
ceramistas que
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con
la misma dedicación de otras épocas, -Para cuando termine la guerra... -decía el
abuelo-. Todo acaba algún día...-comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía
que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían
aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le
aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.
Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca
en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de
convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras
chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas
podían sujetar un deseo para que se cumpliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el
ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa
de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca...
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por
primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.
Una docena de chicos canturrea:” Donguri-Koro Koro- Donguri Ko..." por última vez.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar dónde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba
viva, Dios!
Semba-Tsuru (Mil grullas): Una creencia popular japonesa, asegura que haciendo mil
de esas aves -según enseña a realizarlo el origami (nombre del sistema de plegado de
papel)- se logra alcanzar la larga vida y felicidad.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita.
Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de
su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi -le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado
dormida.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras.
Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto.
Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las
mantas. Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo
la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro
de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por
esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.
No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los
kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
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-Prohibidas las visitas a esta hora –le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la
enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor...
Naomi dormía. Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la
mesa de luz y luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en
un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados,
firmemente sujetos con alfileres.
-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas-y el muchacho abandonó la sala sin darse
vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas
empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó
colar, al entreabrir por unos instantes la ventana. Los ojos de Naomi seguían
sonriendo.
Febrero de 1976.
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres
hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a
preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes
telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran
algunas grullas de origami dispersas al azar. Grullas seguramente hechas por él, pero
en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular.
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de
creer en aquella superstición japonesa.
-Algún día completará las mil...-cuchicheaban entre risas- ¿Se animará entonces a
colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la
perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.
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Actividades
1) Este cuento une ficción y realidad, ¿podrías establecer cómo se desarrollan cada
una en el relato?
3) Copiar la parte del cuento que más te haya impactado, comentar por qué y qué
sentimiento te despertó.
4) Hay un fragmento del relato que enumera varias acciones que se realizarán por
última vez, ¿qué generan esas palabras en el lector?
9) ¿Qué relación puedes establecer entre este cuento “Mil Grullas” de Elsa I.
Bornemann con: “El Martín Fierro” y la película “1985”