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EL ´´SÍNODO´´
Don Antonio de Fuentes y Guzmán era encomendero. Gozaba su encomienda en tercera vida,
pues la había obtenido su abuelo a principios de siglo XVII.
No debe olvidarse que el bisabuelo del cronista el colono fundador de la familia había casado con
hija de conquistador. De manera que el criollo que recibió la encomienda en primera vida había
sido hijo de poblador y nieto de conquistador.
Cuenta el cronista que, allá por el año 1575, las órdenes religiosas iniciaron un pleito con los
encomenderos. Exigían que éstos pagasen una cuota por la labor que los frailes doctrineros
realizaban en los pueblos de encomienda. Alegaban los frailes, que los encomenderos estaban
obligados, a cuidar que sus indios de encomienda fuesen instruidos en la fe, y que, habiendo
desatendido siempre dicha obligación, justo era que pagaran a quienes atendían la cristianización
de los nativos.
Las órdenes religiosas exigieron que se les pagara por mantener indoctrinados a los indios, los
encomenderos se negaron a pagar, el pleito duró ochenta y cinco años, y finalmente los frailes
ganaron la partida. Quedó así instituido el sínodo, nombre que se le dio a la cuota.
Quedamos enterados, pues, de que con el hombre de sínodo y desde mediados del siglo XVII, los
encomenderos tuvieron la obligación de pagar a los doctrineros sus servicios en los pueblos de
encomienda. Lo cual era perfectamente razonable, porque, en la medida que aquellos religiosos le
inculcaban a los indios una doctrina de mansedumbre, obediencia y resignación, le prestaban a los
encomenderos un valiosísimo servicio.
IV
LOS DOCTRINEROS
Don Antonio tenía amistad con vanos frailes y curas doctrineros, y muchas de sus noticias acerca
de las costumbres más íntimas de los indios las obtuvo de los religiosos. En sus descripciones
panorámicas dé amplias regiones del reino, figura siempre la especificación de las parroquias y
conventos que tenían a su cargo la salud espiritual de los nativos, y su vivo interés por este asunto
lo lleva a enumerar puntualmente cuáles pueblos eran de doctrina y cuáles otros de visita.
La crónica de Fuentes y Guzmán ofrece reiterado testimonio de la importancia que tenía para los
hacendados la presencia del doctrinero en los pueblos. La causa de dicho fenómeno es casi obvia,
y se hará evidente cuando estudiemos la dinámica interna de dichos conglomerados.
Una prueba muy clara de que la posición del criollo frente a la labor de los frailes venía
determinada, en definitiva, por lo que aquella labor significaba para los intereses económicos de la
clase terrateniente, nos la ofrecen sus cambios de opinión al juzgar a la orden de Santo Domingo
Al considerar a los dominicos como protagonistas de la defensa del indio, como propugnadores de
las grandes reformas, le resultan decididamente odiosos y no desaprovecha ninguna oportunidad
para denostarlos.
Pero el caso es que los dominicos, al mismo tiempo que realizaban la gran obra de abolir la
esclavitud de indios, se dieron a la tarea que era parte esencial del gran plan de organizar los
pueblos de indios. Porque la esclavitud había causado una dispersión que era grave obstáculo para
la reorganización de la colonia. Muchos indios vivían en las haciendas de sus amos; muchos otros
andaban huyendo, retirados en montañas y lugares remotos; y otros permanecían en la sede de
los antiguos poblados prehispánicos.
Los centros urbanos de que dan noticia los conquistadores tales como Xelajú, Gumarcaj, Iximché y
otros, eran solamente los núcleos de confluencia de áreas habitadas mucho más amplias. A esos
núcleos concurría toda la población en días determinados, con fines comerciales, religiosos y de
administración, pero no eran la morada permanente de la gran mayoría de la población nativa.
El cronista, terrateniente y encomendero, duro juez de los dominicos cuando los recuerda como
pioneros de las Leyes Nuevas y enemigos de la esclavitud, tiene para ellos, empero, muy efusivos
elogios cuando los reconoce como autores de la reducción. Los llama entonces “… hijos de la
azucena de Santo Domingo…” En dos palabras, el cronista aborrece o elogia a los dominicos según
que los considere, en distintos pasajes de la crónica, como defensores del indio o como
favorecedores indirectos de su explotación
Esta era una de las causas no la única de que los criollos fuesen una clase dominante y explotadora
y a la vez emberrinchada y resentida. Abandonemos ya el anchuroso tema de las Leyes Nuevas,
cuyas proyecciones más importantes han sido señaladas.
VIII
Hay que señalar, en primer término, que muchos inmigrantes venían de España con privilegios
obtenidos allá. Esto los ponía, desde el primer momento, en situación muy ventajosa. Porque el
llegar a la provincia con una encomienda obtenida de antemano, o con una orden para recibir
tierras, significaba que el inmigrante no venía a abrirse camino, sino que hallaba el camino abierto,
y lo que le faltaba para enriquecerse era un razonable cuidado en sus negocios.
En segundo lugar debe quedar advertido que, en todo tiempo bajo el régimen colonial, pasaron a
América grupos de españoles que se acogían a la protección de los funcionarios que eran enviados
en substitución de otros.
De los dos aspectos de la cuestión que pueden reducirse al hecho general de que muchos
inmigrantes venían amparados bajo alguna forma de protección oficial dan prueba numerosos
documentos desde el siglo XVI, y son por eso los más evidentes. Pero posiblemente no fueron los
más importantes.
En tercer lugar, el hecho de que los criollos no eran gente de empuje. Se formaban en una
sociedad en que el trabajo era realizado por otros sectores sociales: sobre los siervos indígenas
recaían las tareas más pesadas, y los mestizos y mulatos trabajadores no serviles cubrían las
actividades no agrícolas, tales como artesanías, transporte, crianza de ganado y otras. en tercer
lugar, el hecho de que los criollos no eran gente de empuje. Se formaban en una sociedad en que
el trabajo era realizado por otros sectores sociales: sobre los siervos indígenas recaían las tareas
más pesadas, y los mestizos y mulatos trabajadores no serviles cubrían las actividades no agrícolas,
tales como artesanías, transporte, crianza de ganado y otras.
Ni la aristocracia española ni la burguesía pasaron a Indias a buscar fortuna. No tenían por qué
hacerlo. En la época de la conquista fue frecuente que se enrolaran en las empresas los
segundones “hijos-dalgo”, o sea los elementos marginales de la nobleza, desplazados allá, que
ansiaban engrandecerse acá. Algunos nobles vinieron después como altos funcionarios Virreyes,
Presidentes, Visitadores a desempeñar cargos temporales.
Esa gente, en la que predominaban los hombres jóvenes, habituada a la lucha por el pan en un
ambiente pobre y difícil, con un carácter templado y formado dentro de las modalidades del
bronco capitalismo naciente, era la que venía a las colonias.
Es muy significativo el hecho de que Fuentes y Guzmán, en su constante añorar los tiempos idos y
lamentar lo que pasaba en los suyos, le reproche a estos últimos el estar contaminados de malicia;
ese es el calificativo que le viene a la pluma cuando quiere cifrar, en una sola palabra, todo lo que
a él y a los suyos les resultaba adverso: “… la malicia que hoy corre…
Lo que realmente ocurría era que en el reino de Guatemala iban apareciendo, aunque muy
débilmente, ciertas relaciones económicas de carácter mercantil. La tierra había comenzado a ser
objeto de especulación, no sólo en negocios de compra y venta, sino también gravándola con
hipotecas sobre préstamos.
En la Independencia era muy poco lo que se producía para la exportación, y todavía era el añil el
único producto que se exportaba en cantidades de cierta importancia. Así se fue rehaciendo
sucesivamente la clase social de los criollos, alimentada precisamente por los advenedizos que
desplazaban a los criollos viejos y se convertían en criollos a su vez. Ese fue el proceso.