Educación y Disciplina - Bertrand Rusell

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Educacin y disciplina

Bertrand Russell En 1932 el longevo filsofo y matemtico ingls public un libro, Elogio de la ociosidad, que contena el siguiente ensayo sobre la educacin. Pese a los aos transcurridos, el texto conserva una sorprendente actualidad.

Cualquier teora seria acerca de la educacin debe constar de dos partes: de una concepcin de los fines de la vida y de una ciencia sobre la dinmica psicolgica por ejemplo, las leyes del cambio mental. Dos hombres que difieran acerca de los fines de la vida no pueden esperar llegar a un acuerdo sobre educacin. La mquina educativa a lo largo de la civilizacin occidental ha sido dominada por dos teoras ticas: la de la cristiandad y la del nacionalismo. Estas dos, cuando se toman en serio, son incompatibles, tal como se est volviendo evidente en Alemania. Por mi parte, sostengo que, donde difieren, la cristiandad es preferible, pero donde coinciden ambas estn erradas. La concepcin por la que yo abogara, en cambio, como propsito de la educacin es la de civilizacin, un trmino que, como yo lo entiendo, tiene una definicin parcialmente individual, parcialmente social. Consiste, en el individuo, en sendas cualidades intelectuales y morales: intelectualmente, en algn mnimo conocimiento general, destreza tcnica en la propia profesin y en el hbito de formar las opiniones a partir de la evidencia; moralmente, en imparcialidad, amabilidad y en una mnima cantidad de autocontrol. Debera aadir una cualidad que no es moral ni tampoco intelectual, sino quizs psicolgica: alegra y gusto por la vida. En las comunidades, la civilizacin exige respeto por la ley, justicia entre hombre y hombre, el propsito de no infligir dao permanente a ninguna parte de la especie humana y una adpatacin inteligente de los medios a los fines. Si stos son los propsitos de la educacin, es cuestin de la ciencia psicolgica considerar qu se puede hacer para lograrlos y, en particular, qu grado de libertad es probablemente el ms efectivo. Sobre la cuestin de la libertad en la educacin hay en el momento tres grandes escuelas de pensamiento, que se derivan en parte de diferencias acerca de los fines y en parte de diferencias en teora psicolgica. Hay quienes dicen que los nios deberan ser completamente libres, por muy malos que puedan ser; hay quienes dicen que deberan estar sujetos completamente a la autoridad, por muy buenos que puedan ser; y hay quienes dicen que deberan ser libres, pero que, a pesar de la libertad, deberan ser siempre buenos. Este ltimo grupo es ms numeroso de lo que la lgica permitira suponer; los nios, como los adultos, no sern todos virtuosos si son completamente libres. La creencia de que la libertad asegurar la perfeccin moral es un vestigio del rousseaunismo y no sobrevivira a un estudio de los animales y los bebs. Aquellos que sostienen esta creencia piensan que la educacin no

debera tener un propsito expreso, sino que simplemente debera ofrecer un ambiente propicio para el desarrollo espontneo. No puedo estar de acuerdo con esta escuela, que se me hace muy individualista e indebidamente indiferente a la importancia del conocimiento. Vivimos en comunidades que requieren cooperacin, y sera utpico esperar que toda la cooperacin necesaria resultara del impulso espontneo. La existencia de una gran poblacin en un rea limitada es solamente posible por virtud de la ciencia y la tcnica; la educacin debe, por lo tanto, entregar el necesario mnimo de stas. Los educadores que permiten la mayor libertad son hombres cuyo xito depende del grado de benevolencia, autocontrol e inteligencia adiestrada, los cuales difcilmente se pueden generar donde todo impulso queda sin control; sus mritos, por lo tanto, probablemente no se perpetuarn si sus mtodos no son diluidos. La educacin, vista desde un punto de vista social, debe ser algo ms explcito que una simple oportunidad de crecimiento. Claro que debe proveer dicha oportunidad, pero tambin debe proveer el equipamiento mental y moral que los nios no pueden adquirir completamente por s mismos. Los argumentos en favor de un alto grado de libertad en la educacin no emanan de la natural bondad del hombre, sino de los efectos de la autoridad, tanto en los que la padecen como en los que la ejercen. Aquellos que son sometidos a la autoridad se vuelven sumisos o rebeldes, y cada una de estas actitudes tiene sus inconvenientes. El sumiso pierde iniciativa, tanto de pensamiento como de accin; an ms, la rabia generada por el sentimiento de verse frustrado tiende a encontrar escape intimidando a quienes son ms dbiles. sta es la razn por la cual las instituciones tirnicas se autoperpetan: lo que un hombre ha sufrido a causa de su padre lo inflige a su hijo, y las humillaciones que recuerda haber sufrido en la escuela pblica las pasa a los nativos cuando se convierte en constructor de imperios. As, una educacin indebidamente autoritaria convierte a los alumnos en tmidos tiranos, incapaces de invocar o tolerar originalidad de palabra o de hecho. El efecto sobre los educadores es an peor: tienden a convertirse en sdicos disciplinarios, gustosos de inspirar terror y satisfechos de no inspirar nada ms. Como estos hombres representan el conocimiento, los alumnos le toman horror al conocimiento, el cual, entre la clase alta inglesa, se supone que es parte de la naturaleza humana, pero realmente es parte de un bien enraizado odio por el pedagogo autoritario. Los rebeldes, por otro lado, a pesar de ser necesarios pueden difcilmente ajustarse a lo que existe. An ms, hay muchas maneras de rebelarse, y slo una pequea minora de stas es sabia. Galileo fue un rebelde y fue sabio; los creyentes en la teora de la Tierra plana son igualmente rebeldes pero son tontos. Existe un gran riesgo en la tendencia a suponer que la oposicin a la autoridad es esencialmente meritoria y que las opiniones no convencionales estn destinadas a ser correctas: ningn propsito til se sirve rompiendo los postes de la luz en la calle o sosteniendo que Shakespeare no es poeta. No obstante, esta excesiva rebelda es a menudo el efecto que la demasiada autoridad tiene sobre alumnos inspirados. Y cuando los rebeldes se convierten en educadores, algunas veces estimulan el desafo

en sus pupilos, para quienes, al mismo tiempo, estn tratando de proveer un ambiente perfecto, aunque estos dos propsitos sean a duras penas compatibles. Lo que se quiere no es ni obediencia ni tampoco rebelin, sino un buen carcter y una general afabilidad tanto hacia la gente como hacia las nuevas ideas. Estas cualidades se deben en parte a causas fsicas, a las cuales los educadores chapados a la antigua ponen muy poca atencin; pero ellas se deben an ms a la libertad del sentimiento de contrariada impotencia que surge cuando son frustrados impulsos vitales. Si los jvenes deben crecer entre adultos amigables, es necesario, en la mayora de los casos, que ellos sientan amabilidad en el ambiente. Esto exige que debera haber una cierta simpata por los deseos importantes del nio y no meramente un intento de usarlo para algn fin abstracto, como la gloria de Dios o la grandeza del pas de uno. Y, en la docencia, debe hacerse todo esfuerzo posible para causar en el alumno la sensacin de que vale la pena saber lo que se est enseando: al menos cuando esto es verdadero. Cuando el alumno coopera con gusto, aprende doblemente rpido con la mitad del cansancio. Todas stas son razones vlidas para un alto grado de libertad. Es fcil, sin embargo, llevar el argumento demasiado lejos. No es deseable que los nios, para evitarles los vicios de la esclavitud, procedan a adquirir aquellos del aristcrata. La consideracin por otros, no slo en los grandes asuntos sino tambin en las pequeas cosas de cada da, es un elemento esencial en la civilizacin, sin la cual la vida social sera intolerable. No estoy pensando en meras formas de cortesa, como decir por favor y gracias: donde ms se desarrollan las maneras formales es entre los brbaros; stas, en cambio, disminuyen con cada avance cultural. Estoy pensando ms bien en la buena voluntad de tomar clara participacin en el trabajo necesario, de ser servicial en pequeas formas que eviten problemas generales. La cordura misma es una forma de buena educacin, y no es deseable darle a un nio la sensacin de omnipotencia o la creencia de que los adultos estn slo para atender los placeres de los jvenes. Y aquellos que desaprueban la existencia de los ricos ociosos difcilmente son consecuentes si educan a sus hijos sin ningn sentido de que el trabajo es necesario y sin los hbitos que hacen posible la continua aplicacin en su ejercicio. Hay otra consideracin a la cual los partidarios de la libertad dan muy poca importancia. En una comunidad de nios que se deja sin ninguna interferencia adulta, surge la tirana del ms fuerte, que es probablemente ms brutal que la mayora de las tiranas de los adultos. Si se deja jugar a dos nios de dos o tres aos de edad, ellos, despus de unas cuantas peleas, descubrirn quin est destinado para la victoria, al tiempo que el otro se convertir en esclavo. Donde el nmero de nios es ms grande, uno o dos adquieren dominio completo, y los otros, de lejos, tienen menos libertad de la que tendran si los adultos interviniesen para proteger a los ms dbiles y menos belicosos. La consideracin por otros en la mayora de los nios no surge espontneamente, sino que tiene que ser enseada, y difcilmente

puede ensearse sin el ejercicio de la autoridad. ste es quizs el argumento ms importante en contra de la abdicacin de los adultos. Yo no creo que los educadores hayan resuelto an el problema de combinar las formas deseables de libertad con el necesario mnimo de formacin moral. La solucin correcta, debe admitirse, a menudo la tornan imposible los padres antes de que el nio sea llevado a un colegio ilustrado. As como los psicoanalistas a partir de su experiencia clnica concluyen que todos estamos locos, igualmente las autoridades en los colegios modernos a partir del contacto con alumnos cuyos padres se han encargado de hacerlos inmanejables estn dispuestos a concluir que todos los nios son difciles y que todos los padres son completamente tontos. Los nios que han sido inducidos a ser indmitos por la tirana paterna (la cual a menudo toma la forma de cuidadoso afecto) pueden requerir un perodo ms o menos largo de completa libertad antes de que logren ver a un adulto sin sospechas. Pero los nios que han sido tratados cuerdamente en casa pueden soportar ser reprimidos de forma leve, mientras sientan que estn siendo ayudados en maneras que ellos mismos consideren importantes. Los adultos que quieren a los nios y no se ven reducidos a una condicin de agotamiento nervioso cuando estn en su compaa, pueden conseguir bastante disciplina sin dejar de ser considerados con sentimientos amistosos por sus pupilos. Yo creo que los modernos tericos de la educacin se inclinan a darle demasiada importancia a la virtud negativa de no interferir con los nios, y muy poca al real mrito de disfrutar su compaa. Si tiene esa clase de gusto por los nios que mucha gente siente por los caballos o los perros, ellos estarn dispuestos a responder a sus sugerencias y a aceptar prohibiciones, quizs con alguna queja jovial pero sin resentimiento. Es intil tener ese tipo de gusto que consiste en considerarlos como un campo para experimentos sociales valiosos o, lo que significa lo mismo, como un escape para impulsos de autoridad. Ningn nio estar agradecido por un inters en l que provenga de la idea de que ser un voto seguro para tal partido o un cuerpo que se habr de sacrificar por un rey o por un pas. La clase de inters deseable es aquella que consiste en el placer espontneo cuando se est en presencia de nios, sin ningn propsito ulterior. Los profesores que tengan esta cualidad rara vez necesitarn interferir la libertad de los nios pero sern capaces de hacerlo, cuando sea necesario, sin causar dao psicolgico. Infortunadamente, es por completo imposible para profesores sobrecargados de trabajo preservar un gusto instintivo por los nios; estn destinados a llegar a sentir hacia ellos lo que el aprendiz del repostero siente hacia los macarrones. Yo no creo que la educacin deba ser la profesin nica de nadie: ella debera ejercerse mximo dos horas al da por gente que gaste sus horas restantes lejos de los nios. La comunidad del joven es fatigante, especialmente cuando se evita la estricta disciplina. La fatiga, al final, causa irritacin, la cual probablemente se exprese de alguna manera, sin importar las teoras que el mismo atormentado profesor o profesora pueda haber enseado a creer. La necesaria afabilidad no puede

preservarse slo por autocontrol. Pero donde existe, debera ser innecesario tener reglas previas del tipo de cmo tratar nios desobedientes, debido a que el impulso probablemente llevar a la decisin correcta, y casi cualquier decisin ser correcta si el nio siente que usted gusta de l. Ninguna regla, por muy sabia que sea, sustituye al afecto y al tacto.

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