Julio Ramón Ribeyro Prosas Apátridas

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Julio Ramón Ribeyro Prosas apátridas

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¡Cuántos libros, Dios y que poco tiempo y a veces qué pocas ganas de leerlos! Mi propia
biblioteca dando antes cada libro que ingresaba era previamente leído y digerido, se va
plagando de libros parásitos, que llegan allí muchas veces no se sabe cómo y que por un
fenómeno de imantación y de aglutinación contribuyen a cimentar la montaña de lo ilegible y
entre estos libros, perdidos, los que yo he escrito. No digo en cien aros, en diez, en veinte ¡qué
quedará de todo esto! Quizás solo los autores que vienen de muy atrás, la docena de clásicos
que atraviesan los siglos a menudo sin ser muy e idos, pero airosos y robustos, por una
especie de impulso elemental o de derecho adquirido. Los libros de Camus, de Gide, que hace
apenas dos decenios se leían con tanta pasión ¿qué interés tienen ahora, a pesar deque fueron
escritos con tanto amor y tanta pena? ¿Por qué dentro de cien años se seguirá leyendo a
Quevedo y no a Jean Paul Sartre? ¿Por qué a Francois Villon y no a Carlos Fuentes? ¿Qué
cosa hay que poner en una obra para durar? Diríase que la gloria literaria es una lotería y la
perduración artística un enigma. Y a pesar de ello se sigue escribiendo, publicando, leyendo,
glosando. Entrar a una librería es pavoroso y paralizante para cualquier escritor, es como la
antesala del olvido: en sus nichos de madera, ya los libros se aprestan a dormir su sueño
definitivo, muchas veces antes de haber vivido. ¿Qué emperador chino fue el que destruyó el
alfabeto y todas las huellas de la escritura? ¿No fue Eróstrato el que incendió la biblioteca de
Alejandría? Quizás lo que pueda devolvernos el gusto por la lectura sería la destrucción de
todo lo escrito y el hecho de partir inocente, alegremente de cero.

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