Viajeros Entre Europa y América en El Siglo XIX

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Facultad de Humanidades

Viajeros entre Europa y América en el


Siglo XIX

Cristhian Ordoñez de la Cruz. Computación Básica


CONTENIDO
INTRODUCCIÓN 1
PLANTEAMIENTO DEL TEMA 2
PROBLEMÁTICA 6
PROPUESTA 2
IMPLEMENTACIÓN DEL PROYECTO 5
JUSTIFICACION 5
Latinoamérica desde el “Mundo Civilizado” 5
LA PROPIA PERCEPCIÓN DE LOS LATINOAMERICANOS SOBRE SUS SOCIEDADES LOS VIAJES AL
“MUNDO CIVILIZADO” 12
CONCLUSIÓN 17
BIBLIOGRAFÍA 18
Viajeros entre Europa y América en el siglo XIX

INTRODUCCIÓN
Los viajes y exploraciones son una de las grandes curiosidades del hombre para superar sus
límites y poner a prueba la capacidad humana de poder sobrevivir y adaptarse ante las
intemperies que se atañe, además de ser una aventura salvaje para ver los confines
inexplorados de la tierra. Esto se ha hecho desde que el hombre era un cazador recolector
en la prehistoria. Sin embargo desde que las tecnologías aparecieron y la fundación de
naciones la necesidad de la extensión de sus influencia dieron por el camino de la
exploración…

A lo largo del siglo XIX fueron muchos los intelectuales, políticos, escritores, geógrafos, o
simplemente aventureros, que se dedicaron a recorrer el mundo en busca de diferentes
escenarios políticos, económicos, sociales o culturales. Junto a las personas viajaban los
libros, las ideas, los modelos políticos y económicos, las costumbres y los prejuicios sobre el
país que visitaban. Estos viajes cargaron de contenido no solo la visión de los que los
protagonizaron, sino que muchos de ellos también se dedicaron a poner por escrito sus
experiencias y visiones sobre otros lugares del mundo. Los relatos de los viajeros ayudaron a
construir imaginarios colectivos sobre “los otros”, lo que a menudo ayudaba también a definir
una determinada imagen sobre sí mismos. Así, se puede afirmar que estos viajes contribuían
a dibujar las identidades colectivas.

En estas transferencias ideológicas y culturales jugaron un papel esencial los individuos


dedicados a las labores de representación exterior de sus países, tales como embajadores o
cónsules. Sus estancias prolongadas en otros países les permitieron conocer otros espacios
y realidades políticas, económicas, sociales y culturales, que en ocasiones contrapusieron a
las propias.

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PLANTEAMIENTO DEL TEMA


El viajero siempre se parece a un espía: observa y anota, acumula información sobre una
sociedad lejana y la transmite a un público culturalmente próximo y geográficamente remoto,
que ignora cómo es esa cultura y siente curiosidad por conocerla. El continente americano y
la región que sería denominada a partir de mediados del siglo XIX como América Latina
fueron materia de relatos y descripciones. Estos escritos le atribuían al Nuevo Mundo rasgos
específicos que no sólo dieron cuenta de su contenido, sino que contribuyeron a definirlo
como un espacio distinto de Europa, pero que era a la vez un reflejo de la imaginación
europea.

Las crónicas coloniales del siglo XVI, en las que el contacto entre el Viejo y el Nuevo Mundo
fue narrado, son una primera muestra de cómo los espacios y las culturas nunca existen por
sí solos, independientes de la mirada humana, sino que dependen de las condiciones de
enunciación, imaginación y escritura en las que fueron representados. América fue concebida
en el marco de un conjunto de especulaciones filosóficas, y en particular en relatos de viaje
escritos por europeos que, en un comienzo sorprendidos por la naturaleza del territorio al que
habían llegado, buscaron explicarse dónde estaban, a menudo sin una conciencia muy clara
de ello. Cristóbal Colón, según lo han
demostrado las investigaciones más
recientes, nunca supo realmente adónde
llegó y pensó que había desembarcado en
Asia, verdadero objetivo de su viaje. Por
eso hablaba de las Indias, término que,
junto con Nuevo Mundo, acompaña a
América para designar al nuevo continente.
Quienes lo sucedieron en la exploración, en
particular los sacerdotes y misioneros que discutieron acerca de la naturaleza de América y
sus pobladores, escribieron libros donde aparecen las primeras especulaciones sobre el
tema que nos ocupa.

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Los debates acerca del Nuevo Mundo contribuyeron así no sólo a otorgar a América un
conjunto de características que serán materia de análisis en este fascículo, sino que
consolidaron algunos de los rasgos sobresalientes de la misma Europa, impulsaron la
formación del mundo moderno y la distribución en el mapa mundial entre países poderosos y
países dominados tal como la conocemos. Pero sobre todo, al enfrentarse a un continente
enteramente desconocido, los europeos se colocaron ante la pregunta por su propia
identidad.

Para emplear las palabras de J. H.


Elliot, un estudioso del problema, "al
descubrir América, Europa se descubrió
a sí misma". En todo caso, los primeros
testimonios escritos del
"descubrimiento" demuestran que,
frente al desconcierto generado por la
llegada de los europeos al territorio
americano, se produjo una compleja red
de relatos que elaboraban teorías e hipótesis sobre la naturaleza del nuevo continente, en los
que tanto Europa como América resultaban definidas.

Lo que ocurre es que la literatura de viajes ha cumplido un papel crucial en la definición de


nociones como hogar, patria, otredad, diferencia cultural e identidad colectiva. Por eso nos
resulta importante leerla en relación con la formación de la región del mundo de la que la
Argentina forma parte: América Latina.

Los relatos de viaje se pueden agrupar en varias clases. Están los escritos por los viajeros
metropolitanos, pertenecientes a las culturas centrales, que recorrieron lugares alejados de
Europa y acompañaron la expansión del imperialismo europeo a partir del siglo XV. América
como concepto es resultado de esa experiencia histórica. La hegemonía europea que
comienza a partir de la conquista de América comprendió una compleja red de textos que
incluye cartas, Representación de la isla de Utopía, la sociedad perfecta que diseñó Tomás
Moro a comienzos del siglo XVI. Diarios, escritos oficiales, documentos de carácter religioso
y burocrático, historias y crónicas. También textos filosóficos −los ensayos de Montaigne son
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el ejemplo más importante− y programas políticos, como la Utopía de Tomás Moro, fueron
escritos impulsados por la experiencia americana. Todos ellos intentan definir la cultura de la
que hablan, desde una perspectiva cultural específica. Pero la expansión europea produjo
también sociedades fronterizas e híbridas, las sociedades criollas, que fueron y son –hasta
cierto punto− resultado de la conquista

Los escritores criollos y, luego de la independencia de las colonias americanas, los viajeros
pertenecientes a las nuevas naciones, también escribieron narraciones de viaje que a
menudo dialogan con los relatos de los viajeros europeos y con frecuencia les contestan.
Algunas veces, estas contestaciones buscan corregir percepciones que consideran
equivocadas sobre la naturaleza. Otras, simplemente refieren las observaciones de los
viajeros europeos para tomar de ellas información valiosa o para corroborar su propia
perspectiva.

Existe también un tercer tipo de relato de viajes útil para pensar la aparición de la idea de
América Latina: los libros de sus escritores originarios que viajaron a Europa y los Estados
Unidos, en especial durante el siglo XIX. Son importantes para nosotros porque también
contribuyeron a pensar la identidad colectiva, en un gesto simétrico al de los europeos
durante la conquista. Si los europeos se preguntaron sobre sí mismos al enfrentarse con las
culturas indígenas americanas, los americanos hicieron algo semejante al viajar por el
territorio europeo.

Lejos de su país, y recorriendo sociedades que veían en muchos casos como modelos sobre
los cuales edificar las propias, al hablar de instituciones y costumbres de los países más
modernos, estos escritores no cesaron de pensar en sus países, en qué leyes y prácticas
eran adecuadas y cuáles no. Los libros de viaje cumplieron, entonces, un papel muy
importante en la construcción de la idea de América Latina. Sarmiento y José Martí son
ejemplos elocuentes de este tipo de narración en sus cartas y crónicas. También en estos
casos los escritores citan a otros autores viajeros, tanto americanos como europeos, y
navegan no sólo por un espacio geográfico, sino también por un recorrido literario.

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PROBLEMÁTICA

La visión de romanticismo genero una Falta de Comprendimiento ético y moral


intensa búsqueda y exaltación de las que se tenía sobre los ciudadanos
emociones que impulso a gran parte de la europeos y Latinos entre sí propicio la
clase burguesa como proletaria a voltear colonización por parte de los imperialista
hacia los lugares desconocidos, con la visión de culturalizar si bien no fue
precisamente ante el Nuevo Mundo. Que una colonización en si fue una apropiación
sobre esto despierta un aura de de capital.
fascinación y misticismo no libre de
El papel que tuvo el auge imperialista y
deformaciones fantasiosas y oníricas que
capitalista que tuvo en el Siglo XIX tuvo
mostraba dicho movimiento artístico.
repercusiones geopolíticas que alguna otra
Los Materiales de Archivo testimoniales se forma se vio plasmado en visiones
han perdido debido a los malos cuidados o distorsionadas como el Darwinismo, la
la subestimación de su contenido como superstición o la ignorancia o la visión
valor histórico comprendiendo que los romántica del indigenismo y pobresismo.
pensamientos regulares de aquellos
pobladores y viajeros.

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PROPUESTA

Los temas a considerar son recopilaciones y testimonios de primeras mano de las opinión y
críticas de los viajeros europeos hacia América y Latinoamérica precisamente y viceversa,
con la curiosidad y juicios que tenían en ello.

Uno de los grandes retos de los investigadores a la hora de poder hacer una crítica, mención,
referencia sobres los viajes a los siglos pasados es el entendimiento del mismo, para ello se
tiene como recurso los testimonios y crónicas de segunda mano.

Es curioso pensar que personas como nosotros estamos comprometidos con la búsqueda de
una curiosidad de hace doscientos años. Puede ser algo hecho por aficionados, no obstante
he de reconocer que el hecho de que haya uno de tantos que están comprometidos con los
pensamientos de aquello que tuvieron la dicha de ver, escuchar y relatar sus vivencias no
solo es un relato, también es un fiel testimonio de su contemporaneidad.

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IMPLEMENTACIÓN DEL PROYECTO


Las actividades del proyecto se determinan a partir de los operadores de cambio de los procesos estratégicos. El
presente trabajo es para llevarse a cabo en un año. La tabla que se presenta a continuación sirve de apoyo para listar las
actividades de la realización del mencionado proyecto y ubicarlas en el tiempo. Es necesario ser realistas en la duración
estimada para cada actividad. Se hace notar que el siguiente calendario de actividades puede estar sujeto a variaciones
derivadas de imprevistos, sin embargo se tratará de hacer cumplir los tiempos.

CÓDIGO MESES DE EJECUCIÓN DEL PROYECTO


ACTIVIDAD ENE FEB MAR ABR MAY JUN JUL AGO SEP OCT NOV DIC
A1 X
A2 X
A3 X
A4 X X X X X X
A5 X
A6 X
A7 X

A1. – Planeación de actividades


A2. – Investigación de posibles interesados en apoyar al proyecto
A3. – Presentación del proyecto para su aprobación
A4. – Una vez aprobado el apoyo del proyecto, se inicia la campaña de difusión.
A5. – Duración de las actividades de propuestas
A6. – Evaluación de resultados

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A7. – Propuesta de proyectos interesados

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JUSTIFICACION
A estas alturas no se puede ocurrir otras palabras salvo la idea de poner a exposición la
vivencias y modos de pensamientos de los viajeros Europeos y Americanos en el auge del
imperialismo y capitalismo y sobre el poder económico y político de los burgueses sobre los
proletarios, además de un movimiento artístico de un exaltación de los sentimientos y
visiones personales del hombre da como resultado las percepción un tanto generalizados
como poco éticos aun así, visiones e ideas que de alguna manera nos da los pensamientos
de la época con todas sus virtudes como defectos.

Lo cual para hacer posible la divulgación y demostración, este proyecto se dispondrá de un


apoyo material y económico que no tardara más allá de al final de año

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LA PERCEPCIÓN DE LOS VIAJEROS

Latinoamérica desde el “Mundo Civilizado”

Durante la segunda mitad del siglo XIX, las burguesías iberoamericanas y europeas
desarrollaron con creciente intensidad la práctica social del viaje. Si bien los viajes no eran
una novedad para éstos, en esta etapa de organización para las nuevas naciones, sus
burguesías intelectuales iniciaron derroteros, que originados en el exilio o de manera cada
vez más frecuente, en las actividades diplomáticas, los llevaron no sólo al viaje iniciático por
Europa Occidental – tal como lo describiera Viñas – sino también a Estados Unidos y a los
demás países de Iberoamérica. Travesías que culminaron casi inexorablemente en la
producción textual de un relato, cuya función era la creación de una identidad de clase y de
nación, equivalentes.

Porque bajo la aparente forma de una subespecie del género autobiográfico, la literatura de
viaje fue una tribuna desde donde abogar por un lugar para sus naciones en el mundo. Los
viajes de esta burguesía fueron travesías hacia la civilización, se tratara de un viaje al Viejo
Mundo, o a las consideradas nacientes naciones de América. Esto establecía juicios previos
sobre lo que se va encontrar y vivir, a la vez que va creando los ámbitos propios de
sociabilidad en donde nuestros viajeros podrán experimentar y reproducir la civilización,
apartándose de la barbarie que los rodea y circunscribe. Estos ámbitos serán siempre
urbanos o una extensión de esta condición, que actúa separándolos de la naturaleza salvaje,
manifestación biológica de su equivalente social, la barbarie. Los relatos del viaje nos
transportan así en un orden sucesivo desde el barco, al ferrocarril, al hotel, a las recepciones
en las embajadas y las tertulias en los salones de las damas distinguidas de la sociedad, los
museos y sitios históricos. Hasta los parques públicos, donde la naturaleza está idílicamente
domada. La reiteración de tópicos, la descripción estereotipada de las impresiones revela la
lente con la que se observa la realidad, la de la formación intelectual recibida. Los argentinos,
Eduarda Mansilla, Miguel Cané, Paul Groussac, el colombiano Camacho Roldán, el brasileño
Manuel de Oliveira Lima, por solo mencionar algunos, son paradigmáticos en este sentido.

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Pero al mismo tiempo se producen otros viajes como el que se analizará en este trabajo, el
de Eugenio María de Hostos, que sin dejar de constituir parte del paradigma de la
intelectualidad de su época, enfrentó con una mirada crítica la realidad americana. La
particular circunstancia de pertenecer en esa época a una patria aún colonizada, lo convirtió
en un viajero especial. Si la civilización era también para Hostos la meta, la forma de llegar a
ella difería de la de los intelectuales iberoamericanos contemporáneos. Este viaje militante
por la independencia de Cuba y Puerto Rico que emprende hacia América del Sur, origen de
numerosos textos – que se complementan entre sí – nos descubre por contraste con los
otros relatos, la existencia firmemente delimitada en lo espacial de estos ámbitos de
sociabilidad, así como los límites claros de aquellas ideas que las burguesías podían admitir
como parte del paradigma de la civilización. El asombro, el desagrado y la decepción en los
textos más personales, denotan la ruptura de los benévolos juicios previos con los que
Hostos ha emprendido un viaje, que de éxito deriva en fracaso, revelándose una mirada
crítica de nuestras burguesías por un miembro que perteneció por origen y formación a ella.

A lo largo del siglo XIX encontramos numerosos testimonios de escritores europeos o


estadounidenses que se dedicaron a viajar por América Latina para conocer más de cerca su
realidad. En concreto, muchos de ellos mostraron su interés por el mundo andino, visitando
Ecuador y, especialmente, Perú —por encontrarse allí la capital del antiguo imperio inca—. A
través de sus escritos se puede conocer la imagen que proyectaban sobre un territorio que
consideraban “atrasado” e “inferior” y, por supuesto, repleto de “salvajes”. Tras estas
palabras operaba el convencimiento de la existencia de estereotipos nacionales. De este
modo, como apunta Joep Leerssen, cada nacionalidad o etnia quedaba identificada con una
serie de características físicas y determinados comportamientos, que con el tiempo se iban
generalizando hasta convertirse en “genotípicos”. Precisamente en los textos de viajeros
europeos o norteamericanos que se dedicaron a recorrer Perú o Ecuador se podían
encontrar todos aquellos elementos a los que hacía referencia Joep Leerssen en su trabajo:
estereotipos, prejuicios, exotismo.

En este sentido, la revista inglesa Bow Bells, en su sección “Aventuras, costumbres


nacionales y curiosidades”, hablaba en 1868 de los rasgos principales que los viajeros
británicos habían podido observar en Ecuador. Entre ellos, destacaba la mezcla de razas que

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resultaba tan exótica para los europeos y la consideración que los indios tenían entre los
ecuatorianos:

La raza blanca pura es minoritaria en número, pero constituye la clase gobernante (…). Hay pocos
negros puros en Quito, pero hay un gran número de indios puros, y también de descendientes de
blancos e indios, e indios y negros (…). Los indios se usan generalmente como bestias de carga, y el
látigo del capataz los mantiene ocupados en su tarea.

Además, esta revista también tenía algo que decir sobre la caracterización de las mujeres
ecuatorianas: aseguraba que las quiteñas eran morenas y guapas, pero también presumidas,
perezosas e incultas —pues no leían más que sus libros de oraciones y no sabían tocar el
piano—. También afirmaba que la mayor aspiración de las jóvenes damas era conseguir un
marido. Eso sí, a diferencia de las mujeres británicas, las ecuatorianas podían conservar su
apellido de soltera una vez casadas.

En el mismo año, el viajero y político oriundo de Austria pero afincado en Estados Unidos
Friedrich Hassaurek, que había ocupado el puesto de Ministro de Estados Unidos en
Ecuador durante el periodo 1861-1865, publicaba su libro Four Years Among the Spanish-
Americans, en el que ofrecía una imagen del Ecuador que había conocido. Si bien la mayoría
de los libros de viajeros de la época –muchos de ellos británicos- habían hablado sobre todo
de las montañas, volcanes y junglas de Ecuador, a Hassaurek le pareció más interesante
centrarse en los ecuatorianos y sus modos de vida, desde un enfoque etnológico: “El
carácter, la vida social y doméstica, las instituciones políticas y los problemas de sus
habitantes” eran los temas que le interesaron. Como explicaba en el prefacio de su obra, esto
se debía a que se sentía en la obligación de contar algo nuevo sobre Hispanoamérica, ya
que, según afirmaba, el público estadounidense sabía más sobre China o Japón, que sobre
las sociedades de países como Colombia, Ecuador, Perú o Bolivia, a pesar de compartir un
mismo continente. En este sentido, Hassaurek afirmaba que el suyo no era un libro de viajes
al uso:

Es necesario vivir entre un pueblo, hablar su idioma, conocer su historia y su literatura,


estudiar sus costumbres y relacionarse continuamente con ellos, para ser capaz de escribir
un libro sobre ellos que los que están completamente familiarizados con el tema no
desechará como presuntuoso y superficial.

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El texto de Hassaurek ofrecía una información similar a la que aparecía en la revista inglesa
en lo que se refería a la composición étnica de los ecuatorianos. Así, afirmaba que los
blancos constituían una minoría que, sin embargo, ocupaba los puestos de poder político y
componía la élite social: “En Quito, las personas de dudoso color raramente son recibidas en
la alta sociedad, y ni siquiera los hombres blancos de pedigrí inferior”. Además, aseveraba
que los propios ecuatorianos estaban convencidos de que las leyes estaban hechas para la
gente pobre —indígenas y cholos—, pero no para personas “de categoría”, los cuales tenían
derecho a hacer leyes sin estar obligados a cumplirlas. Por otro lado, la imagen que
proyectaba este libro sobre los indígenas de Ecuador contribuía a perpetuar su marginación
política, pues no podían ser considerados ciudadanos si apenas eran tenidos en cuenta
como personas:

Los indios no necesitan cama, ya que duermen en pieles de oveja malolientes extendidas en
el suelo de las chozas en las que viven. No necesitan libros, porque no saben leer; no
necesitan muebles, porque se acurrucan en el suelo. Todo su dinero que no encuentra su
camino en los bolsillos sin fondo de la Iglesia, es sacrificado para satisfacer sus apetitos
codiciosos. Son extraños a las emociones superiores de la naturaleza humana. La
vergüenza, la hospitalidad, la magnanimidad, la compasión, la gratitud y todas las demás
virtudes por las cuales los hombres buenos sobresalen, son desconocidas entre ellos. Ellos
están completamente embrutecidos; completamente pasmados.

También aseguraba que eran escasas las actividades de entretenimiento existentes en


Ecuador —“no hay teatros, conciertos, conferencias o reuniones públicas”—, a excepción de
las corridas de toros y las luchas de gallos, “entretenimientos bárbaros” a ojos del
estadounidense.

Por último, este escritor también tenía algo que decir sobre los sistemas políticos instalados
en América Latina, y su valoración sobre los mismos no era mucho más positiva que sobre
los indígenas o las formas de entretenimiento: “Nuestros vecinos hispanoamericanos han
tenido un ensayo de cuarenta años de instituciones republicanas, y, lamento decirlo, el
resultado es todo menos alentador”. Así, el estadounidense asociaba la política
latinoamericana con la anarquía, el caos, las luchas intestinas entre países vecinos, las
guerras civiles y el fraude electoral. En su opinión, “sus administraciones no son cambiadas a

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través de elecciones, sino de revoluciones”. La guerra y la revolución, por tanto, estaban


siempre presentes en la vida política latinoamericana, por lo que este autor sentenciaba que
estos países eran “repúblicas en el nombre, pero despotismo de hecho”. También aseguraba
que, al menos durante el gobierno de Gabriel García Moreno (1860-1865), no existía libertad
de prensa en Ecuador: “no se publicaron documentos políticos regularmente en Quito
durante mi residencia allí”, así como “no estaba permitida la circulación de documentos
peruanos en el país”.

Además, afirmaba que el periodismo latinoamericano, en general, se caracterizaba por “un


lenguaje violento y abusivo, un estilo pomposo y casi oriental, lleno de exageraciones y
rimbombancia”. Como solución, Hassaurek planteaba que las repúblicas latinoamericanas se
fijasen en el modelo republicano “triunfante” que ofrecía Estados Unidos:

Podemos demostrarles, mediante nuestra propia creciente prosperidad, inteligencia y


felicidad, qué bendición es ser respetuosos de las leyes y tolerantes; preservar el orden y la
tranquilidad interior sin sacrificar la libertad, y mantener la libertad sin poner en peligro el
orden y la paz.

Por su parte, también Perú contó con muchos viajeros interesados en conocer “la tierra de
los incas”. En 1846, el naturalista y explorador suizo Johann Jakob von Tschudi publicó una
obra en la que exponía sus impresiones sobre el país que había visitado entre 1838 y 1842.
Aunque le interesaban sobre todo los aspectos naturales –especialmente la flora y fauna del
país andino-, en su obra también dedicó un espacio al análisis de la población peruana y su
clasificación racial, prestando una especial atención al rol de las mujeres. En concreto, en el
capítulo cinco tratan sobre los diferentes sectores poblacionales presentes en Lima en esos
momentos, y define sus características físicas, sus comportamientos y sus costumbres. La
diversidad racial que se podía encontrar en Lima sorprendía al viajero suizo, que aseguraba:

“posiblemente en ningún otro lugar del mundo haya tanta variedad de complexión y
fisionomía como en Lima”. Afirmaba que blancos y negros eran “tan distintos en carácter
como en el color”, pero resultaba más difícil caracterizar a los mestizos, si bien afirmaba que
reunían “todas las faltas y ninguna de las virtudes de sus progenitores”, ya que, desde luego,
eran inferiores a las “razas puras”. La imagen peyorativa de los mestizos, por tanto, quedaba

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Viajeros entre Europa y América en el siglo XIX

patente. Además, este autor aseguraba que las facultades mentales de los indígenas se
encontraban “muy por debajo de las de los criollos blancos”.

Uno de los aspectos mejor tratados en esta obra era la visión del autor europeo acerca del
papel que ejercía la población negra en la sociedad limeña y la persistencia de la esclavitud
en los años cuarenta, a pesar de que la Carta de Independencia había declarado que “ningún
hombre puede nacer esclavo en el Perú”.

Una vez más, en esta obra se repetía aquella idea de la que estaban convencidos todos los
viajeros europeos y estadounidenses: la inferioridad de los indígenas y mestizos con
respecto a los europeos: “Las repúblicas sudamericanas están pobladas por razas de origen
mixto, que sin duda son inferiores a los europeos, tanto mental como físicamente”. Incluso,
concebían una jerarquía entre los propios latinoamericanos. Así, Markham aseguraba que los
peruanos eran “inferiores en capacidad y dotaciones mentales” que los chilenos o los
colombianos, pero “infinitamente superiores” a los habitantes de Centroamérica y de México.

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Viajeros entre Europa y América en el siglo XIX

LA PROPIA PERCEPCIÓN DE LOS LATINOAMERICANOS SOBRE


SUS SOCIEDADES LOS VIAJES AL “MUNDO CIVILIZADO”
En sentido contrario, también fueron muy frecuentes, desde finales del siglo XVIII y a lo largo
de todo el siglo XIX, los viajes de latinoamericanos con destino Europa o Estados Unidos.
Como explica Carlos Sanhueza, cada uno de los destinos elegidos tenía un objetivo
diferente: “si acceder a Europa suponía un viaje hacia el pasado (la búsqueda de los
orígenes, el reencuentro con las raíces), el arribo a los Estados Unidos implicaba un viaje al
futuro”. Estos viajes coadyuvaron a crear una imagen, a veces idealizada, de las sociedades
europeas y estadounidense con respecto a las latinoamericanas. Así, la otredad contribuía a
forjar una visión determinada de lo propio.

Desde que obtuvieron su independencia, los Estados Unidos se abrieron como una nueva
realidad que podía servir de modelo para las nuevas repúblicas latinoamericanas. Desde
finales del siglo XVIII, y especialmente durante el XIX, una serie de escritores, políticos,
intelectuales y comerciantes procedentes de América Latina se sintieron atraídos por el
modelo político, económico y social que ofrecía Estados Unidos, y recorrieron estas tierras
en busca de más información o incluso de inspiración para trasladar algunos de los
elementos norteamericanos a sus propios sistemas políticos en construcción.

Esta élite intelectual latinoamericana se preocupó por dejar patente en sus escritos los
elementos que más llamaban su atención, a veces por la fascinación que les producían, otras
veces señalados con temor o rechazo. Estos textos nos permiten en la actualidad
adentrarnos en la imagen que construyeron y proyectaron del país vecino con respecto al
propio, a través de las diferencias que estos viajeros advirtieron entre Estados Unidos y sus
países de origen, así como de algunos elementos de semejanza que podrían favorecer una
unión americana más global en el futuro que imaginaban. Las obras que nos han legado
estos viajeros ofrecían una imagen polifacética de los Estados Unidos: por un lado, era
entendido como el país de la libertad por antonomasia, del progreso económico y de la
consolidación de las instituciones republicanas; por otro lado, también representaba el ritmo
acelerado de vida y las ansias de poder y expansión, un asunto que preocupaba
sobremanera a las repúblicas latinoamericanas.

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Viajeros entre Europa y América en el siglo XIX

Desde el siglo XIX se fue definiendo una clara distinción entre la América anglosajona y la
América latina. No hay que confundir esta distinción con la separación geográfica entre
Norteamérica y Sudamérica, ya que, como ha señalado Juan Carlos Morales Manzur, México
tenía más elementos en común con los países del subcontinente que con Estados Unidos, lo
cual se explicaría por la común herencia hispana.

Así, la desigual influencia ejercida por la herencia hispana y anglosajona fue percibida por
los viajeros latinoamericanos como una de las principales desventajas con las que las
repúblicas latinoamericanas se adentraban en la modernidad. Por ejemplo, algunos
intelectuales latinoamericanos, como el colombiano Salvador Camacho Roldán, señalaron la
fuerte intolerancia religiosa presente en el mundo iberoamericano como un lastre para su
progreso, frente a la libertad de cultos que operaba en Estados Unidos.

Por el contrario, Estados Unidos había nacido con todas las ventajas que se le suponían a la
cultura anglosajona: la modernidad, la civilización, el progreso, la libertad. En este sentido, el
parlamentario peruano José Antonio de Lavalle, que había trabajado como diplomático en
Estados Unidos y conocía por tanto su realidad, tomaba la palabra en el Congreso peruano
para asegurar que no era posible comparar “el estado de grandeza, la civilización, la energía
y al altiva independencia del pueblo americano, con el estado de atraso, de abyección y de
miseria en que, por desgracia, se encuentran nuestros pueblos”.

Este tipo de discursos demostraba que había calado entre las propias élites intelectuales
latinoamericanas los “históricos tópicos anglosajones y protestantes” que contraponen el
salvajismo del mundo hispánico con la civilización del mundo anglosajón.

En este sentido, Estados Unidos a menudo quedaba identificado con la libertad. De este
modo, el parlamentario ecuatoriano Víctor Lazo se refería al vecino del norte como “la
república modelo y el país clásico de la libertad”, una caracterización que se repetía también
en otros discursos de las élites políticas latinoamericanas del momento.

Sin embargo, esta no dejaba de ser una imagen artificial construida desde el complejo
cultural y el sentimiento de inferioridad pues, si bien es cierto que en Estados Unidos se
había establecido la libertad de cultos o la libertad comercial desde su nacimiento como
nación independiente, también lo es que en este país el sistema esclavista tuvo una mayor

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vigencia que en la mayor parte del continente. Así, mientras la mayoría de las repúblicas
latinoamericanas abolieron la esclavitud entre las décadas de los veinte y de los cincuenta —
con algunas excepciones, como Cuba, Puerto Rico o Brasil—, Estados Unidos tuvo que
esperar a la resolución de la Guerra de Secesión, en la década de los sesenta, para alcanzar
este hito. Así, la característica libertad del país del norte podía ser matizada e incluso
cuestionada.

A pesar de todas las diferencias que los viajeros advertían entre la América latina y la
anglosajona, y partiendo de las tesis panamericanistas, algunos políticos e intelectuales
andinos también percibieron ciertos elementos en común. El más importante de todos ellos
era el establecimiento de sistemas republicanos a lo largo del continente. Y es que, mientras
que en Europa la monarquía seguía siendo el sistema político mayoritario a mediados del
siglo XIX —con escasas excepciones, como la vigencia de la Segunda República francesa
entre 1848 y 1852—, los americanos habían optado desde su nacimiento como estados
independientes por el establecimiento de repúblicas —también con escasas excepciones,
entre las que cabría mencionar los casos de México y Brasil—. Así, algunos intelectuales
planteaban la diferencia entre Europa y América a través del binomio monarquía-república.
Europa, el viejo continente, se acogía también a sistemas políticos anticuados, mientras que
el “Nuevo Mundo” se situaba a la vanguardia de la modernidad con el establecimiento de
sistemas republicanos. Eso sí, como afirmaba el peruano José Arnaldo Márquez —poeta,
periodista y diplomático—, resultaba necesario que los latinoamericanos no solo instalasen
repúblicas, sino también que se impregnaran de los valores republicanos:

Pero, aunque representara “lo viejo”, Europa seguía atrayendo enormemente a los viajeros
latinoamericanos, que a menudo buscaron inspiración en los regímenes representativos que
se iban implantando en el viejo continente.

Los viajes de los latinoamericanos a Europa o Estados Unidos, junto a las visiones
presentadas por los viajeros europeos y estadounidenses sobre el mundo andino,
contribuyeron a conformar una imagen de América Latina como un espacio atrasado e
inferior. Pese a las diferencias advertidas entre los continentes europeo y americano —el
viejo y el nuevo mundo—, en el siglo XIX fue calando entre la intelectualidad latinoamericana
el relato que planteaba una división entre un mundo civilizado, conformado por Europa y

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Viajeros entre Europa y América en el siglo XIX

Estados Unidos —pues, “¿qué son los Estados Unidos sino una porción de la población
europea que ha cambiado de domicilio?”, se preguntaba un ecuatoriano en 1868— y un
mundo incivilizado, analfabeto y atrasado económicamente, representado por América
Latina.

Sin embargo, las élites políticas latinoamericanas querían pertenecer también al mundo
civilizado occidental y pretendían “demostrar que estaban listas para la modernidad”. Es por
ello que con frecuencia miraban e incluso imitaban algunos modelos políticos extranjeros,
hacia los que sentían una profunda atracción, pues los consideraban más avanzados. Como
ha señalado Javier Fernández Sebastián, la mirada de las “élites ibéricas e iberoamericanas”
hacia estos otros sistemas políticos se debía a que “se sentían ellas mismas periféricas y
«atrasadas», en mayor o menor medida, en relación con las sociedades occidentales más
«avanzadas» y buscaban argumentos legitimadores para sus instituciones en autores,
doctrinas, lenguajes e instituciones francesas, inglesas o norteamericanas”.

Pero, ¿cómo podían convertir un territorio atrasado e incivilizado en moderno? En primer


lugar, mediante el fomento de una inmigración que aportará elementos materiales (industria,
comercio) y, especialmente, intelectuales, para el progreso del país. Esto explicaría la
recurrente petición por parte de algunos parlamentarios peruanos: “Que vengan los
extranjeros a derramar aquí la semilla de las virtudes cívicas que abundan en otros países”

La intelectualidad latinoamericana estaba convencida de la superioridad de la raza blanca –


de origen europeo-, que se asociaba al progreso y a la civilización. La civilización, además,
tenía que ver con la presencia del cristianismo. Así, América Latina debía seguir los pasos de
la civilizada Europa.

Por el contrario, la población indígena quedaba identificada con el atraso, el analfabetismo e


incluso la violencia. De hecho, las élites políticas del mundo andino a menudo utilizan
calificativos como “bárbaros”, “incivilizados”, “salvajes” o “infieles” para referirse a aquellos
grupos que quedaban fuera del ideal criollo, blanco y cristiano —calificativos que, desde
luego, recordaban a los utilizados por los viajeros que visitaron el mundo andino—.

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Viajeros entre Europa y América en el siglo XIX

Partiendo de estas convicciones, las élites latinoamericanas, que se tuvieron que enfrentar al
reto de construir nuevos estados nacionales tras la independencia del subcontinente y a lo
largo de todo el siglo XIX, optaron por la invención de una nación homogeneizada en
aspectos raciales y culturales que, aunque no se correspondía con la realidad social, les
proporcionaba un relato que les acercaba a los modelos de modernidad y civilización que
tanto admiraban y en los que pretendían convertirse. Esta nación inventada quedaba definida
por la religión católica, el idioma español, los patrones culturales occidentales, los sistemas
de organización política y económica liberales, y la supremacía de la raza blanca, en
detrimento de otras religiones, lenguas, culturas, organizaciones políticas, actividades
económicas y grupos étnicos.

Resulta cuanto menos curioso que, a pesar del complejo cultural por el que se
caracterizaban las élites políticas latinoamericanas, la imagen pintada por los extranjeros
sobre sus propios territorios servía en ocasiones para sacar a relucir el orgullo por lo propio y
defender que sus repúblicas se hallaban en el tan ansiado camino a la modernidad. Así, se
alzaron algunas voces procedentes de la intelectualidad latinoamericana para asegurar que,
si bien reconocían algunos fallos en sus sistemas políticos –como, dicho sea de paso,
también los percibían en los sistemas europeos o estadounidense-, sus naciones no eran tan
atrasadas como se les presupone.

A veces, algunos intelectuales exigían a sus compatriotas no dar una imagen de inferioridad
ante los extranjeros, así como cuidar el lenguaje utilizado para referirse a la situación política,
social, económica o cultural de sus países.

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Viajeros entre Europa y América en el siglo XIX

CONCLUSIÓN
Para entender las imágenes y discursos que se elaboraron sobre América Latina -y más
concretamente sobre el mundo andino- durante el siglo XIX resulta crucial atender a los
viajes de ida y vuelta que se produjeron entre ambas orillas del Atlántico y entre el norte y el
sur del continente. Por un lado, la literatura de viajes procedente de autores extranjeros se
constituye como una de las fuentes esenciales para analizar las percepciones externas
sobre el mundo andino. Sus textos presentaban una imagen de Latinoamérica desde sus
propios presupuestos culturales, enfatizando el carácter exótico que para ellos tenían el
paisaje, la flora, la fauna, pero también su gente y sus costumbres.

Pero incluso más interesante es analizar cómo este tipo de relatos caló en las élites políticas
e intelectuales latinoamericanas, que a menudo esgrimen discursos similares, en los que el
atraso y el sentimiento de inferioridad con respecto a naciones consideradas más civilizadas
o modernas resultaban patentes.

En este punto, hay que prestar atención a la influencia de las grandes corrientes de
pensamiento protagonistas del siglo: el romanticismo cultural y su creación de estereotipos
culturales, el cientifismo y su idea lineal de progreso, el Social Darwinismo y su justificación
racista para extender la civilización europea al resto del mundo. Estoy convencido de que
todo ello coadyuvó a las élites políticas e intelectuales latinoamericanas a conformar una
determinada visión sobre sí mismas y sobre los otros, en medio del proceso de construcción
de los nuevos estados liberales y nacionales surgidos tras las independencias. Por último, el
deseo de garantizar esta independencia ejerció un enorme peso en las élites a la hora de
sacar a relucir el orgullo patrio y la defensa de su propia modernidad. La amenaza que
muchos de los viajeros latinoamericanos percibieron en sus viajes al “mundo civilizado” les
sirvió para animar a sus compatriotas a proseguir por el camino del progreso, que entendían
como un camino de sentido único: la occidentalización de sus sociedades.

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Viajeros entre Europa y América en el siglo XIX

BIBLIOGRAFÍA

En busca de un lugar en el mundo: viajeros latinoamericanos en la Europa del siglo XIX.


Carlos Sanhueza Cerda. Estudios Iberoamericanos, ISSN-e 1980-864X, Vol. 33, Nº. 2, 2007,
págs. 51-75

El viaje latinoamericano y el deseo de modernidad: Una lectura de los Viajes de Domingo


Faustino Sarmiento (1845-1847).

Bajo el sol ardiente y la lluvia torrencial. Viajeros extranjeros y clima colombiano en el siglo
XIX. Katherinne Mora Pacheco, José David Cortes Guerrero.

Los Relatos De Viaje En América Latina. Dr. Álvaro Fernández Bravo (Universidad de San
Andrés y CONICET)

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