Apuntes Historia Contemporánea Universal II (1914-1989) 170 Páginas

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Historia Contemporánea ll

Tema l
La Primera Guerra Mundial

1. El detonante
El 28 de junio de 1914, un joven nacionalista serbio (Gabrilo Princip) vinculado a una
organización clandestina asesinaba en Sarajevo al heredero del trono austrohúngaro
archiduque Francisco Fernando y a su esposa. Casi un mes después del atentado, Austria-
Hungría daba un ultimátum a Serbia y cinco días más tarde le declaraba la guerra ante
la negativa de Serbia a aceptar tan humillantes condiciones. El 30 de julio, Rusia movilizó
sus tropas en apoyo a Serbia. Al día siguiente Alemania, exigió a Rusia la detención de sus
ejércitos, pero su negativa supuso la movilización del ejército alemán y la declaración de
guerra a Rusia. El 3 de agosto Alemania declaró la guerra a Francia que había
movilizado sus tropas ya que tenía un acuerdo con Rusia y comenzó a invadir Bélgica.
Gran Bretaña, aliada de Francia y Rusia y comprometido por un acuerdo con Bélgica
declaró la guerra a Alemania. En los días siguientes, Austria-Hungría, declara la guerra a
Rusia, Francia y Gran Bretaña.

2. Causas profundas y antecedentes diplomáticos


La guerra fue el resultado final del enfrentamiento permanente entre los imperios, del
sistema de alianzas entre potencias y del avispero nacionalista que se habían convertido los
Balcanes.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, Europa concentraba el mayor poder
económico y militar. El fuerte desarrollo económico y científico de la época estaban ligados
con el desarrollo del imperialismo. Los países industrializados necesitaban la importación de
materias primas y la exportación de sus artículos y la colocación de los excedentes de capital
para mantener su crecimiento económico.

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Gran Bretaña era el imperio más poderoso con una superioridad militar indiscutible en el
mar, aunque Alemania con un fuerte crecimiento económico, reclamaba una posición
destacada en el expansionismo colonial. La necesidad de cada potencia provocó el
incremento de la industria de guerra y un fuerte militarismo en los países imperialistas.
EE.UU. y Japón, irrumpían con fuerza en el colonialismo internacional. EE.UU. venció a
España en 1898, arrebatándole las colonias de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam;
por su parte Japón derrotó a Rusia en 1905, que significo el comienzo de la expansión nipona
por el continente asiático. Para Rusia supuso el inicio de revueltas que preparaban la
revolución de 1917.
Este imperialismo facultó la organización de alianzas con el objetivo de dar estabilidad al
sistema. El fuerte desarrollo alemán y su expansión en África llenaron de reticencias a
Inglaterra y a Francia que había perdido Alsacia y Lorena en la guerra de 1871 y a principios
de siglo firmaban una “entente cordiale” por la que estrechaban sus relaciones. Bismarck
para asegurar la unidad y prosperidad alemana constituyó una alianza militar con Austria-
Hungría a la que se sumó Italia. Está Triple Alianza acordó que, si uno de los tres países
entraba en guerra con otras potencias, los otros le apoyarían.
Al inicio de la segunda década del siglo XX, el sistema de alianzas dividía a Europa en dos
bandos: por un lado, Alemania y Austria-Hungría, y por otro, Francia, Gran Bretaña y Rusia.
Esta situación suponía que cualquier incidente era susceptible de convertirse en un
enfrentamiento armado. La situación fue especialmente peligrosa en el dominio de
Marruecos, con una política agresiva de Alemania que generó dos crisis que intentaban
debilitar el entendimiento entre Francia y Gran Bretaña y en los Balcanes, donde los
nacionalismos incitaban al enfrentamiento entre Rusia y Austria-Hungría. En 1912, las
reivindicaciones de Grecia, Serbia y Bulgaria sobre Macedonia enfrentaron a estos países con
Turquía. Turquía fue vencida fácilmente, pero a la hora del reparto surgieron diferencias. En
1913 Grecia y Serbia declaraba la guerra a Bulgaria, que pretendía Macedonia. Rumania y
Turquía se unieron a la guerra contra Bulgaria.
El Tratado de Bucarest de 1913 certificaba la derrota de Bulgaria, sin embargo, nadie estaba
satisfecho de su resultado y el equilibrio entre Rusia y Austria-Hungría se rompía con la
fuerte conflictividad en la zona de los Balcanes. El asesinato del heredero de Austria-Hungría
en junio de 1914 fue la chispa que condujo a la guerra.

3. La oposición a la guerra
En los primeros momentos hubo intentos diplomáticos que pretendieron desactivar la
tensión ante la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia, pero las posiciones
intransigentes de Austria-Hungría y Rusia arrastraron al resto de potencias a una guerra que
desde hacía tiempo se veía como irremediable. La oposición más importante a la guerra
provino desde las filas socialistas. Los partidos socialistas se habían integrado en la estructura
de los países nacionales. La II Internacional celebrada en Stuttgart, en 1907, señalaba su
oposición a cualquier conflicto armado.

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De todas formas, a pesar de la oposición de los socialistas, los obreros franceses no podían
abstraerse de su nacionalismo al no olvidar la afrenta de Alsacia y Lorena y, sus dirigentes
formaron parte del gobierno de unidad francés para afrontar el conflicto.
En Alemania, solo una minoría se opuso a la guerra, mientras la masa obrera, en general,
eran proclives al orgullo nacional. Con el inicio de la contienda los socialistas mostraron su
apoyo al gobierno. En Inglaterra, los laboristas proclamaron su oposición a la guerra y
votaron en contra de los presupuestos destinados al conflicto en el Parlamento. Sin
embargo, la mayoría de los obreros británicos hicieron rectificar a sus líderes y apoyaron el
inicio de la contienda. En definitiva, los sentimientos nacionalistas en toda Europa se
impusieron a los planteamientos socialistas.

4. El desarrollo de la guerra
Cinco potencias distribuidas en dos bandos comenzaron el conflicto. Por un lado, las
potencias centrales, Alemania y Austria-Hungría, y por otro, los aliados con Francia, Gran
Bretaña y Rusia. En los meses y años siguientes se fueron incorporando países que dieron a
la guerra un carácter mundial. En el bando de los aliados, entraron Japón (agosto 1914), Italia
(mayo 1915), Portugal (marzo 1916), Rumania (agosto 1916), EE.UU. (abril 1917) y Grecia
dos meses después. En el bando de los países centrales Turquía (octubre 1914) y Bulgaria
(septiembre 1915). El resto de los países europeos mantuvieron su neutralidad.
La posición de Alemania entre dos países enemigos, Francia y Rusia, la hacía partir con cierto
grado de inferioridad. Las tropas alemanas penetraron rápidamente en Francia por Bélgica y
Luxemburgo, y en pocos días llegaban al río Marne, próximo a París. Este avance tan
fulminante hizo pensar a Alemania que había conseguido una ventaja definitiva en el frente
occidental y decidió trasladar efectivos al frente oriental. Sin embargo, Francia con el apoyo
de fuerzas inglesas, contraatacó y logró estabilizar el frente occidental.
La victoria franco-inglesa en la batalla del Marne, significó la retirada de los alemanes hacia
Lorena. Los dos ejércitos se dirigieron hacia el mar, con la idea de ocupar los principales
puertos de la costa. Esta circunstancia provocó la construcción de una larga línea de
trincheras que iba desde el Mar del Norte a Suiza, donde quedaron inmovilizados los dos
ejércitos durante casi cuatro años.

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En el frente oriental tras varios avances y retrocesos iniciales en Prusia, Galitzia y Serbia el
frente también quedó estabilizado. La guerra de movimientos había dado paso a una guerra
de posiciones, donde las trincheras se convirtieron con el paso del tiempo, en la imagen de la
Gran Guerra.
Japón había entrado en guerra contra Alemania con el fin de apoderarse de sus zonas de
influencia en China y sus colonias en el Pacifico, pero también para extender su dominio en
el Lejano Oriente. En enero de 1915 convertía a Manchuria y China del Norte en su
protectorado. Turquía había bombardeado puertos rusos en el Mar Negro y creaba una
preocupación añadida a Inglaterra por su proximidad a los dominios ingleses de Egipto y la
India. En 1915 la guerra ya se había mundializado.
La batalla en el mar, que sería determinante para la entrada de EE.UU. en la contienda, había
provocado las primeras escaramuzas. Gran Bretaña patrullaba las costas alemanas con el
objetivo de evitar la entrada de cualquier tipo de mercancías. Esta situación provocó las
primeras quejas de países neutrales, entre ellos EE.UU., que defendían el derecho del libre
comercio en los mares de productos no militares.
La entrada de Italia en la contienda abría un nuevo frente en el sur de Austria-Hungría. Las
potencias centrales compensaron el desequilibrio con la inclusión de Bulgaria. Alemania y
austrohúngaros decidieron atacar Rusia, concentrando allí, desde la primavera de 1915 su
esfuerzo bélico y fueron ocupando lugares como Galitzia, Polonia y Lituania. Los aliados con
la idea de conectar con los rusos y aliviar su situación, lanzaron una fuerte ofensiva en
Turquía que tras ocho meses de infructuosa batalla fue un fracaso.
A finales de 1915, los ejércitos centrales ocupaban Serbia, Montenegro y Albania, mientras
que Bulgaria entraba en Macedonia.
En respuesta a la actuación de la armada inglesa, los submarinos alemanes comenzaron el
bloqueo de las Islas Británicas en febrero de 1915. El barco de pasajeros Lusitania, fue
hundido y el presidente de EE.UU. advirtió a los alemanes que rectificaron utilizando sus
submarinos de una forma más restringida.
Los alemanes atacaron, en febrero de 1916, Verdún y su resistencia durante los seis meses
que duró el asedio se convirtió en un emblema del nacionalismo francés. Las pérdidas fueron
excepcionales para ambos bandos y el frente occidental estaba estancado. Las tropas rusas
iniciaron en junio de 1916, un fuerte ataque en el frente oriental, que obligo a los alemanes a
retirar tropas del frente occidental, lo que supuso el principio del fin del cerco de Verdún.
Entretanto, la guerra en el mar continuaba sin grandes batallas navales hasta el
enfrentamiento en Jutlandia. La mayor batalla naval de la Primera Guerra Mundial ante las
costas de Dinamarca no tuvo un vencedor claro, con lo que el poderío ingles en el mar
continuaba en pie y con el bloqueo de Alemania.

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La guerra también se decidía en las maniobras diplomáticas y ambos bandos no perdían la
ocasión de dirigirse a los grupos descontentos que se encontraban en los territorios
controlados por el bando enemigo. Los aliados ofrecían la independencia a las minorías
nacionalistas que poblaban los territorios del Imperio austrohúngaro. Los ingleses
provocaron una insurrección de las tribus árabes contra el imperio otomano. Por su parte,
Alemania prometía a Polonia una nación independiente, incitaba el nacionalismo ucraniano y
promovía la insurrección en Egipto o apoyaban a los irlandeses contra Inglaterra y a los
argelinos contra Francia.
Los largos años de guerra hacían mella tanto en los principales dirigentes como en la
población. El Emperador Carlos I de Austria, durante 1917 realizó varios contactos con
Francia para lograr una paz por separado para el Imperio. En Alemania también surgían
voces que abogaban por el fin de la guerra. En diversas ciudades germanas se realizaron
huelgas por la escasez de alimentos, donde las exigencias de paz se mezclaban con
llamamientos a la revolución, y en el caso del imperio austrohúngaro, con reivindicaciones
nacionalistas. Hay que tener en cuenta los acontecimientos que estaban sucediendo en
Rusia, donde la revolución protagonizada por los bolcheviques que cambió ya no solo la
evolución de la guerra, sino el mundo en las décadas siguientes.

5. La Revolución Soviética
5.1. El fin del imperio zarista
A finales del siglo XIX, Rusia era un país atrasado en relación con el resto de Europa. Su
sistema político seguía siendo el absolutismo, mientras que sus estructuras sociales y
económicas se encontraban anquilosadas en el pasado. Rusia era mayoritariamente agrícola
y las vidas de los campesinos eran dominadas por la escasez y la miseria. En las dos últimas
décadas del siglo XIX, Rusia se fue industrializando con ayuda de fuerte presencia de capital
extranjero. La industrialización implicó transformaciones económicas y sociales, así la
población asalariada fue en aumento y la mitad de los obreros rusos trabajaban en empresas
de más de 500 operarios, favoreciendo la rápida conciencia de clase de este nuevo
proletariado que carecía de derechos sindicales y de huelga, por la que cualquier protesta, y
la consiguiente represión, implicaban graves enfrentamientos con empresarios y poderes
públicos.

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El zar Nicolás II, que accedió al trono en 1894, dirigía el país apoyado en un gran ejército y en
la iglesia ortodoxa. Con el cambio de siglo aparecieron grupos opositores al zarismo desde
diferentes estamentos de la sociedad. La primera oposición vino del medio rural, donde los
anarquistas promovían el cambio en la estructura de la propiedad agraria. En 1901, se fundó
el partido Social Revolucionario, que defendía principalmente los intereses de los
campesinos.
Por su parte, el partido Social Demócrata, constituido en 1898, pensaban de acuerdo con las
ideas de Marx, que el proletariado urbano era la auténtica clase revolucionaria, aquella que
estaba llamada a dirigir la sociedad que nacería tras el fin del capitalismo. En 1903, se dividió
en la facción bolcheviques, mayoritaria y revolucionaria, y menchevique, más moderada y
minoritaria. Entre los bolcheviques se encontraba Lenin, que se convirtió en su principal
dirigente. Lenin defendía la actuación de una minoría muy concienciada que dirigiera el
partido en su cúspide de forma autoritaria, mientras que los mencheviques apostaban por
un partido más amplio y menos centralizado.
Los bolcheviques querían llevar a cabo una revolución socialista e implantar la dictadura del
proletariado, mientras que los mencheviques estaban dispuestos a colaborar con liberales y
demócratas para realizar los cambios necesarios en la sociedad.
Por último, dentro de la oposición al régimen zarista, se constituyó, en 1905, el partido
Constitucional Demócrata (KD) los cadetes, partido liberal que estaba formado por la
burguesía de la ciudad junto con los terratenientes, y cuyo objetivo fundamental era la
constitución de un parlamento elegido por sufragio.

5.2. La Revolución de 1905

Las causas que provocaron la revolución de 1905 hay que buscarlas en la difusión de las
ideas socialistas y liberales a través de la propaganda realizada por los partidos políticos que
exigían una sociedad más justa y democrática. Las protestas de los campesinos y obreros que
reclamaban mejoras en su calidad de vida y en las derrotas sufridas por el ejército con Japón
en 1905 que actuaron como desencadenante.

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En un domingo de enero de 1905 una manifestación de obreros rusos pretendía hacer llegar
una serie de peticiones al Zar en San Petersburgo. El ejército ruso, disparó contra la multitud.
Esta jornada se conoce como el domingo sangriento y fue el inicio de una serie de huelgas y
levantamientos revolucionarios. El partido Social Demócrata promovió una huelga general
que se extendió por el país. Por su parte, los dirigentes del partido Social Revolucionario
capitaneaban la ocupación de tierras que llevaron a cabo los campesinos. A su vez, los
cadetes apoyaban el movimiento con la esperanza de lograr sus aspiraciones liberales. El zar
prometió la concesión de libertades que fueron insuficientes para los socialistas.
La vuelta del ejército de Extremo Oriente posibilitó la represión de los insurrectos y el fin de
la revolución. Nicolás II no cumplió sus promesas. Entre 1906 y 1911, realizó una serie de
cambios encaminados a mejorar la situación del campesinado. Sin embargo, las medidas
aplicadas fueron insuficientes, por lo que los campesinos siguieron viviendo en la miseria y
reclamando tierra para trabajar.

5.3. La Revolución de febrero de 1917

La entrada de Rusia en la Primera Guerra Mundial no contó con el apoyo de la población, por
lo que las derrotas en el campo de batalla, las pérdidas territoriales, la muerte de al menos
dos millones de soldados rusos, acompañadas de una grave crisis económica, la escasez de
alimentos y la acción decidida de los revolucionarios rusos provocaron la revolución de 1917.
La revolución tuvo dos fases diferenciadas. La primera se inició en febrero por la movilización
de la población provocando motines y huelgas.
En la capital se organizó un soviet de Diputados de los Obreros y Soldados, a lo que el zar
reaccionó disolviendo la Duma y esta eligió un comité de parlamentarios que constituyó un
gobierno provisional. El zar intento hacerse con el control del poder, pero los soldados se
habían sumado a la revolución, por lo que tuvo que abdicar el 17 de marzo de 1917.

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El gobierno provisional publicó un programa que mostraba su carácter moderado,
democrático y constitucionalista. Frente al poder del gobierno provisional se alzaba el poder
del soviet de obreros que defendía ideas socialistas. Este doble poder se mantuvo hasta el
triunfo de la revolución bolchevique.

5.4. La Revolución de octubre


La decisión del gobierno de no poner fin a la presencia rusa en la guerra mundial fue un
hecho decisivo en el devenir de los acontecimientos. El gobierno intentó convencer a
obreros y soldados para continuar en la guerra como defensa del nuevo régimen
democrático. Sin embargo, los soviets de Petrogrado y Moscú entendían como prioritario la
salida inmediata de Rusia de la contienda, por lo que reaccionaron convocando
manifestaciones y huelgas contra la decisión del gobierno.
La llegada de Lenin a Rusia en abril de 1917 dio un nuevo impulso a la revolución. Lenin
defendió, en sus famosas “tesis de abril”, el fin inmediato de la participación rusa en la
guerra, la no cooperación con el gobierno provisional exigió que el poder pasara a los soviets
y se posicionó en contra las democracias parlamentarias.
Con el empeoramiento de la situación el gobierno provisional tuvo que dimitir. En Julio, los
bolcheviques protagonizaron un levantamiento armado que fracasó y Lenin logró huir. Al
mes siguiente un antiguo general zarista intentó un golpe de estado, pero fue derrotado con
una actuación destacada de los bolcheviques que desde este momento incrementaron su
presencia en los soviets. Lenin lanzó su consigna: “Todo el poder a los soviets” con un
programa claro: paz inmediata con las potencias centrales, reparto de tierras entre los
campesinos, control obrero de las fábricas y entrega del poder a los soviets.

La influencia de los bolcheviques iba en aumento y colocaron a Trotski como presidente del
soviet de Petrogrado. El 25 de octubre la Guardia Roja dirigida por Trotski, y grupos de
soldados y obreros simpatizantes de los bolcheviques ocuparon los lugares clave de la ciudad
y el primer ministro huía a EE.UU. El congreso de los Soviets nombró un nuevo gobierno.
Lenin fue el presidente, presentando dos primeras medidas: las negociaciones para la
consecución de una paz justa y la confiscación de la propiedad de la tierra sin
compensaciones para su distribución entre los campesinos.

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Tras el triunfo de la revolución, el gobierno celebró las elecciones para una Asamblea
Constituyente donde los bolcheviques obtuvieron el 25% de los votos, mientras que los
social-revolucionarios consiguieron el 60%. La Asamblea se constituyó en enero de 1918, e
inmediatamente Lenin la disolvió. Se prohibieron los partidos liberales y constitucionalistas.
En marzo de 1918, el partido bolchevique pasó a llamarse Partido Comunista.
Los dirigentes rusos firmaron el tratado de Brest Litovsk con Alemania en 1918, por el que
Rusia perdía Polonia, Finlandia, Letonia, Estonia, Lituania, Georgia y Ucrania. Además, sus
antiguos aliados se unieron a las fuerzas contrarrevolucionarias para acabar con el poder
bolchevique. Rusia se vio envuelta en una guerra civil con participación de las potencias
extranjeras. Los bolcheviques estaban solos frente a los liberales, demócratas, burgueses y
campesinos propietarios, a los que se fueron uniendo los social-revolucionarios y
mencheviques.

6. La victoria de los aliados


La revolución en Rusia provocó una difícil situación para las potencias aliadas que, sin
embargo, se vio compensada con la entrada de los EE.UU. en guerra. El bloqueo inglés hacía
cada vez más daño a Alemania, por lo que el Alto Estado Alemán entendió que debía llevar la
lucha submarina hasta sus últimas consecuencias. Alemania reanudó en 1917 el bloqueo
naval las Islas Británicas, con la advertencia al resto de países que se hundiría cualquier barco
con destino a los puertos británicos.
El hundimiento de varios barcos americanos hizo que EE.UU. declarará la guerra a Alemania
el 6 de abril de 1917. A la espera de las tropas americanas, el frente occidental continuó
estancado durante 1917 lo que no impidió batallas desgastadoras como las de
Passchendaele o Caporetto.
Sin embargo, los ingleses progresaron en Oriente Medio. Allí entraron en Bagdad y ocuparon
Jerusalén. En Alemania, las disensiones entre los dirigentes políticos y los mandos militares
empezaron a ser evidentes. Los responsables militares diseñaron un ataque masivo en el
frente occidental, en marzo de 1918. El avance fue espectacular y se situaron cerca de París,
pero los aliados, ya con tropas norteamericanas, contraatacaron haciendo retroceder a los
alemanes. El ejército alemán había realizado su último esfuerzo. Los aliados mantuvieron la
iniciativa y los generales alemanes reconocieron ante el Káiser su imposibilidad de ganar la
guerra.

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Los países que habían luchado al lado de las potencias centrales fueron cerrando su
participación en la guerra. Bulgaria firmó el armisticio de Salónica el 30 de septiembre,
Turquía el 30 de octubre en la isla de Maudros.
Por su parte Austria-Hungría iba a protagonizar su última batalla en el frente sur. Los
italianos lanzaron una fuerte ofensiva y la derrota del Imperio Austrohúngaro supuso el fin
del imperio y también, el punto final para Alemania. El Káiser había nombrado un gobierno
para enfrentarse a las negociaciones de paz y estas se dilataban. La orden dada a los
marineros alemanes para librar su última batalla naval contra los ingleses, a finales de
octubre, provocó el amotinamiento de las tropas en el puerto de Kiel. A la rebelión de los
marinos le sucedió la de los soldados del ejército de tierra y las sublevaciones en las
principales ciudades alemanas. El 9 de noviembre de 1918 cedía el poder el jefe del Gobierno
y el Káiser Guillermo II fue obligado a abdicar. La comisión encargada de negociar con los
aliados el fin de la guerra firmo el armisticio el 11 de noviembre de 1918.

7. Características de la Gran Guerra


Era la primera vez que un conflicto bélico adquiría el carácter de mundial. Habían participado
países de todos los continentes y se había desarrollado en buena parte del mundo. También
fue una guerra total porque afectó a los soldados que fueron a luchar en al frente y
repercutió en la población civil que se mantuvo en retaguardia. Cada estado intervino en el
control de su economía, se pasó de un liberalismo económico al control exhaustivo en el
comercio, la producción, la distribución de los productos, la moneda...
Durante la contienda aparecieron nuevas formas de guerra y nuevas armas. Con el
estancamiento de los frentes, la guerra de trincheras fue la característica común. Las
trincheras representan la imagen de esta guerra. Lugares insalubres con largas alambradas
de espino, donde las condiciones eran inhumanas y se extendían las enfermedades. Y entre
trincheras, de uno y otro bando, se acumulaban los cadáveres.

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En cuanto al armamento, la gran revolución fueron las ametralladoras. La artillería logró un
gran desarrollo, su precisión y calibre aumentaron con el paso del conflicto. El cañón más
espectacular fue el Gran Berta, construido por Alemania. Aparecieron los carros de combate
utilizados en primer lugar, por los ingleses. Los productos químicos, que estaban prohibidos
por la Conferencia de la Haya de Julio de 1899, hicieron su acto de presencia. El más popular
fue el gas mostaza que producía ampollas en la piel y en las membranas mucosas. En su
contra se inventaron las máscaras, que redujeron su efectividad.
En el mar, la mayor innovación fue la utilización del submarino por parte de Alemania. En
contra de ellos se emplearon las cargas de profundidad, las minas y los convoyes. En el aire
hay que señalar los famosos zeppelines, que fueron utilizados para el bombardeo de
ciudades, pero con escasa repercusión. Los aviones de caza aparecieron en 1915, así como
las fotografías aéreas, los primeros bombarderos (con ellos comenzó el bombardeo sobre
población civil con objeto de doblegar la voluntad popular, provocando siempre el efecto
contrario) y la inclusión de la ametralladora en los aviones, pero también la artillería
antiaérea. En cuanto a los transportes, los más utilizados fueron el ferrocarril y el automóvil,
mientras que en comunicación fueron esenciales la radio, el telégrafo y el teléfono.
La guerra costó 10 millones de muertos, mientras los heridos se cifran aproximadamente en
el doble. La intervención de EE.UU. fue decisiva para la victoria final de los aliados.

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Tema 2
Las paces: derrotas y victorias pírricas
1. Reordenación territorial: destrucción de imperios y nacimiento
de naciones
1.1. Las bases de los acuerdos
Cuando el 18 de enero de 1919 se reunieron en París los vencedores para formalizar el fin de
la guerra, la situación en Europa no se encontraba asentada. El antiguo Imperio ruso estaba
en manos de los bolcheviques, que hacían frente a una guerra civil y la República soviética no
participó en las negociaciones de París.
Los antiguos Imperios Alemán y Austrohúngaro sufrían la división territorial y la constitución
de nuevas repúblicas en las que no existían fronteras delimitadas ni gobiernos
representativos. Entre 1919 y 1922, una fuerte agitación social recorrió Europa y EE.UU.
consecuencia del ejemplo bolchevique y de la profunda crisis económica sobrevenida en la
posguerra.
La III Internacional Comunista (Komintern), constituida en Rusia en 1919, agrupaba a los
socialistas extremistas y promovía la lucha en cada país con el objetivo de la instauración de
repúblicas de soviets.

En este contexto, los esfuerzos de los mandatarios presentes en París abordaron de forma
primordial acabar con el caos territorial existente y frenar el avance de la revolución
bolchevique. Las cuestiones importantes fueron decididas en las reuniones celebradas entre
los dirigentes de las cuatro grandes potencias vencedoras: EE.UU., Inglaterra, Francia e Italia,
ejerciendo el presidente Wilson como líder de la reunión. El presidente norteamericano
representaba la llegada de una nueva época en la que la democracia era el valor primordial.
Defendía los pactos abiertos, donde los principios se impusieran a cualquier tipo de
intereses.

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Wilson proponía la abolición de la diplomacia secreta; libertad de navegación en todos los
mares, tanto en la guerra como en la paz; eliminación de las barreras para el comercio
internacional; reducción de armamento; satisfacción de las pretensiones coloniales justas;
evacuación del área rusa ocupada por las potencias centrales; restauración de la plena
soberanía de Bélgica; retrocesión a Francia de Alsacia y Lorena; rectificación de las fronteras
italianas; libre acceso a la independencia de los pueblos que conformaban el antiguo Imperio
Austrohúngaro; evacuación de Rumania, Serbia y Montenegro; independencia de Turquía,
apertura de los estrechos e independencia de los pueblos no turcos del antiguo imperio
otomano; creación de un Estado polaco independiente con libre acceso al mar; y creación de
una Sociedad de Naciones que garantizara la paz.
Las potencias aliadas se sentían reticentes a aceptar el plan propuesto por Wilson y las
negociaciones se extendieron durante más de un año. Los vencedores firmaron cinco
tratados con los derrotados, que no participaron en la negociación. Los acuerdos fueron una
paz impuesta que supuso una humillación para los vencidos.

1.2. El Tratado de Versalles


Fue le tratado más importante, firmado con Alemania en junio de 1919. Las negociaciones
contaron con la fuerte presión de Francia. Gran Bretaña, una vez conseguido el
mantenimiento de su supremacía marítima y la protección de sus intereses coloniales con la
desaparición del imperio alemán, rebajó sus exigencias. EE.UU. pretendía la confección de
una paz estable, por lo que intentó rebajar las pretensiones francesas. Sin embargo, algunas
de las cláusulas del Tratado descontentaron y ofendieron a los alemanes, imponiéndoles un
duro correctivo. Alemania perdía Alsacia y Lorena en favor de Francia. Eupen y Malmedy se
incorporaban a Bélgica, Schleschwig a Dinamarca, mientras que la Alta Silesia, Posnania y el
pasillo polaco pasaban a Polonia. Por otro lado, perdía todas sus colonias.

Entre las cuestiones militares, el ejército alemán quedó reducido y se suprimía el servicio
militar obligatorio, desmilitarizándose Renania e imponiéndose importantes limitaciones en
la industria armamentística y la prohibición de poseer aviones, submarinos y artillería
pesada. Las indemnizaciones presentadas por los vencedores fueron extraordinarias. Los
principales países embarcados en la guerra habían contraído una fuerte deuda con los
EE.UU. y pretendían recuperar buena parte de los gastos bélicos.

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La conferencia dejó la cuestión a una comisión que se constituyó en la Conferencia de
Londres en 1921 y fijó la cantidad a pagar. Los acuerdos señalados fueron fruto de una difícil
negociación que pudo llegar a término debido a la flexibilidad del presidente Wilson y la
ausencia de germanos en las conversaciones, que se vieron abocados tras la crisis de
gobierno de Scheidermann a la irremisible firma del documento en la Galería de los Espejos
del palacio de Versalles el 28 de junio de 1919.

1.3. Los otros tratados


El Tratado de Saint Germain se firmó el 10 de setiembre de 1919 entre los aliados y Austria.
Le separaba de Hungría, se le prohibía la unión con Alemania y declaraba independientes a
Yugoslavia, Checoslovaquia y Polonia. El Trentino, Istria y Trieste pasaban a Italia y el ejército
quedaba reducido.
Por el Tratado de Trianón, firmado el 4 de junio de 1920, Hungría perdía cerca de dos
terceras partes de su territorio. Rumanía se hizo con Transilvania, Checoslovaquia recibía
Eslovaquia y Rutenia, mientras que Yugoslavia obtenía Croacia, Eslovenia, Barchka y Banato.
Bulgaria firmó el Tratado de Neuilly el 27 de noviembre de 1919 que reducía
considerablemente los efectivos de su ejército. La Tracia mediterránea pasaba a Grecia.
Rumanía percibía Dobrudja y Yugoslavia Montenegro. Albania se constituía en Estado
independiente.
El Tratado de Sèvres se firmó con Turquía el 10 de agosto de 1920 y obligaba a Turquía a
internacionalizar los Estrechos. Las posesiones del antiguo Imperio Otomano pasaban a
depender de la Sociedad de Naciones para ser administradas en forma de mandatos. El
Kurdistán consiguió la autonomía y Armenia la independencia. Gran Bretaña administraría
Irak, Palestina, Chipre y Arabia. Siria y el Líbano serían administrados por Francia. Italia
controlaría el sur de Anatolia, el Dodecaneso, Rodas y Adalía. A Grecia pasaban Esmirna,
Tracia, Gallipoli y las islas del Egeo no italianas. La nueva República turca sólo poseía la
ciudad de Estambul en Europa y su ejército quedo limitado.
La dureza del Tratado provocó el levantamiento de los nacionalistas turcos, encabezados por
Mustafá Kemal, que situó su capital en Ankara. Kemal se negó a aceptar los términos del
Tratado y tras recuperar parte de los territorios perdidos, convocó elecciones y reunió el
Parlamento en Ankara. El ímpetu nacionalista obligó a la revisión del Tratado. El nuevo
acuerdo se firmó en 1923 en Lausanne, recuperando Anatolia, Armenia, Kurdistán y Tracia
Oriental.

1.4. Significado de los tratados


Los tratados supusieron la desaparición de los imperios austrohúngaro, alemán, ruso y
otomano. Sus contenidos servían para reestructurar el mapa de Europa y evitar la difusión de
la revolución bolchevique. Significó el triunfo del nacionalismo, que en el pensamiento de
Wilson lo hacía consustancial con el progresismo, el liberalismo y la democracia.

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Se constituyeron siete nuevos Estados independientes, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania,
Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia. Checoslovaquia y Yugoslavia fueron construcciones
nacionalistas de las que no había ningún precedente. Un grave problema de estos nuevos
Estados fue la realidad multiétnica de su población. Estas nuevas formaciones tenían
minorías pertenecientes a Estados vecinos. Así que problemas que habían estado en el
origen de la Primera Guerra Mundial quedaban sin solución con el nuevo reparto y
estuvieron presentes en los pasos previos a la siguiente guerra mundial. Austria-Hungría
conformaban dos pequeñas repúblicas independientes. Grecia amplió sus territorios. Turquía
se convirtió en república e Italia no se sentía contenta con el resultado final de los acuerdos.
Las potencias aliadas no trataron bien a los alemanes. A las pérdidas territoriales, se unieron
las reclamaciones de indemnización y la cláusula de culpabilidad de la guerra. Hay que añadir
la ausencia de los militares en la firma del Tratado recayendo la responsabilidad sobre unos
políticos que poco tenían que ver con el desarrollo de la guerra facilitando su descrédito.
EE.UU. nunca ratificó los pactos. El Senado los rechazó y el pueblo dio la victoria al candidato
republicano en las elecciones de noviembre de 1920, lo que implicó la rectificación de la
política internacional. Estas circunstancias lastraron los acuerdos de paz. En definitiva, un
acuerdo que contaba exclusivamente con el apoyo de Francia y Gran Bretaña, pues Italia
también mostró su descontento, estaba condenado al fracaso.

2. La Sociedad de Naciones
Este nuevo organismo internacional, una de las grandes apuestas del presidente Wilson,
estaba llamado a suplir las deficiencias del sistema diplomático basado en las diplomacias
secretas y la política de alianzas. La Sociedad de Naciones puso su sede en Ginebra y la
existencia de la Asamblea como un órgano principal, en la que estaban representados los
países miembros, con una estructura plenamente democrática que otorgaba un voto a cada
delegación. Hubo que esperar hasta 1926 para que Alemania se incorporara y la URSS lo
haría en 1934. Los estatutos señalaban la constitución de un Consejo formado por nueve
Estados, cinco de ellos permanentes: EE.UU., Inglaterra, Francia, Italia y Japón, aunque
EE.UU. no ingresó por decisión de su Senado.

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Además, preveían la creación de un Tribunal Internacional de Justicia y la constitución de la
Organización Internacional del Trabajo. Su misión principal consistía en la solución de los
pleitos entre naciones de una forma democrática y pacífica.
Sin embargo, no contaba con una autentica autoridad internacional y era vista como un
organismo en manos de Francia y Gran Bretaña, que lo utilizaban para la salvaguarda de sus
intereses.
Demostró cierta eficacia en la solución de problemas menores en los años veinte y tuvo su
principal representación en los acuerdos de Locarno de 1925. Toda esta buena relación
internacional tuvo su colofón cuando sesenta y cinco países firmaron en 1928 un acuerdo
suscrito en París entre Francia y EE.UU. en el que se comprometían a la resolución de
cualquier conflicto mediante la negociación, nunca con la fuerza de las armas.

3. El impacto económico de la guerra y el fin de la hegemonía


europea
La Primera Guerra Mundial cambió la relación de fuerzas entre Europa y el resto del mundo.
A los cambios políticos, hubo que añadir los cambios económicos y sociales.
La guerra implicó, ante todo, un cambio en la economía mundial. Con el estallido de la
guerra, los Estados controlarán el sistema económico con el objetivo de transformarlo y
orientarlo hacia la guerra. La economía de mercado dio paso a la planificación de la
producción, distribución y consumo. Las industrias encaminaron su producción hacia aquella
necesaria en el frente.
En Gran Bretaña se nacionalizaron sectores esenciales para el esfuerzo bélico como los
ferrocarriles o la marina mercante y se aplicó un duro control al consumo de todos los
productos. Alemania aplicó los mismos métodos. Todas las industrias privadas del país
trabajaban bajo la dirección del Estado y se veían sometidas a sus criterios de producción.
Igual sucedió con la distribución y el consumo. Los gobiernos controlaron las manufacturas
sin tener en cuenta el rendimiento de la producción, sólo el criterio de utilidad del producto
para la guerra.
Durante la contienda el comercio internacional en manos de las principales naciones
europeas se interrumpió. EE.UU. y, en menor medida Japón, pasaron a controlar buena parte
de los mercados internacionales, lo que supuso un fuerte crecimiento económico de ambos.
En otros casos, países como Argentina y Brasil, iniciaron la fabricación de productos para
sustituir las importaciones. Un caso similar fue el de España que, como otros países
neutrales, vio acrecentar sus recursos financieros y su actividad industrial.
El papel de Europa como gran industrial del mundo estaba tocando a su fin. A esta situación
habría que añadir el gran coste de la guerra para los países europeos y las inversiones en el
extranjero, donde el capital estadounidense sustituyó al europeo. Los grandes gastos
ocasionados por la guerra obligaban a los países a buscar medios para recaudar un mayor
volumen de fondos.

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Una solución vino de la financiación mediante la emisión de papel moneda, con la venta de
bonos o a través de la suscripción de créditos, lo que provocó una fuerte inflación. Además,
las deudas adquiridas, implicaron la necesidad de fuertes subidas de impuestos para los años
de posguerra.
Los perdedores tuvieron que hacer frente a las indemnizaciones. Esto provocó una fuerte
crisis económica no superada, en general, hasta la primera mitad de los años veinte.
Las destrucciones sufridas en los países contendientes, la importante disminución de
producción industrial y agrícola, la reestructuración de importantes sectores productivos, la
perdida de mercados internacionales, el quebranto financiero y el fuerte endeudamiento de
los países europeos influyeron en el fin de la hegemonía económica europea.
Además, entre las consecuencias de la guerra, hay que señalar el fin del predominio del
liberalismo económico. Desde este momento, los gobiernos intervinieron de forma más
decidida en la economía de sus países.

4. El impacto social de la guerra


La guerra transformó también la realidad política y social de la época. Los ciudadanos fueron
transformando su patriotismo de los primeros momentos en una hostilidad manifiesta ante
el enfrentamiento. La oposición a la guerra estuvo presente también en el mismo seno de las
fuerzas armadas de los países beligerantes, como lo demuestran los levantamientos
revolucionarios en la base naval de Kronstadt en Rusia y de Kiel en Alemania. Los socialistas
volvieron a ocupar en el transcurso del conflicto un puesto destacado en la oposición. Por su
parte, el movimiento obrero volvió a encabezar el puesto antibelicista y revolucionario.
Los levantamientos revolucionarios en las principales ciudades europeas en los últimos
meses de la guerra estaban relacionados con el cansancio que provocaba la misma, aunque
no fuese ajeno el ejemplo de la revolución bolchevique.
La creación de la III Internacional, que pretendía la unidad revolucionaria, provocó la división
del movimiento sindical internacional entre los partidarios del Komintern y los integrantes de
la Federación Sindical Internacional, continuadora de la línea de la II Internacional. División
que también se produjo en el campo político, con el nacimiento de los partidos comunistas.
Con el fin de la contienda buena parte de los socialistas moderados comenzaron a compartir
responsabilidades de gobierno en sus respectivos países, facultados por las facilidades que
las fuerzas en el poder dieron a los partidos para integrarse en el sistema como reacción al
intento de control bolchevique y por el miedo que la burguesía tenía a la extensión de la
revolución soviética. No es casualidad que los gobiernos asumieran un papel destacado en la
economía de cada país y la responsabilidad de combatir desigualdades sociales aprobando
las reivindicaciones más preciadas por el movimiento sindical. En el mismo sentido, la
Conferencia de París acordó la creación de la OIT, una especie de asamblea de sindicatos que
tuvo como objetivo la elaboración de una legislación laboral que obligaba a su cumplimiento
a los países firmantes.

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Mención aparte merecen los cambios acaecidos en el mundo laboral durante la guerra y
especialmente la incorporación de la mujer. Las Juntas de reclutamiento seleccionaban a los
hombres que debían incorporarse a los ejércitos y a aquellos que debían trabajar en las
industrias de guerra.
Los trabajadores aceptaron las duras condiciones que fueron impuestas por el conflicto
armado. Las numerosas bajas obligaron a muchos hombres destinados a las fábricas a
incorporarse al frente. Las mujeres ocuparon sus puestos en industrias y oficinas, cambiando
el papel de la mujer en la sociedad, sus relaciones sociales, personales y perspectivas. En los
años siguientes al conflicto, la mujer alcanzó el derecho de voto en buena parte de los países
occidentales.
La propaganda y la censura se impusieron a la libertad de pensamiento, que sufrió el mismo
control que la economía. Cada nación intentaba convencer de la justicia de su participación y
de la sinrazón que invadía al otro bando.
En resumen, la Primera Guerra Mundial provocó importantes cambios políticos, económicos
y sociales. Asestó un golpe definitivo a la institución monárquica que con su caída arrastró a
la aristocracia y al mundo cortesano. En contrapartida, supuso la victoria de la democracia y
los nacionalismos. Europa perdió el papel hegemónico, al tiempo que EE.UU. se convertía en
el nuevo líder mundial. La guerra supuso el fin del liberalismo económico. El Estado tomó
parte activa en las políticas de distribución económica de la riqueza y en la asistencia social.
Entre las consecuencias sociales cabe destacar la incorporación de la mujer al trabajo fuera
del hogar, lo que implicó cambios en los hábitos y costumbres de la sociedad. Quedó el
recuerdo de la muerte y la destrucción, los rencores por las ofensas infligidas, los problemas
sin solucionar y una fuerte crisis de valores.

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Tema 3
Los inciertos años 20
1. Los desajustes económicos de la guerra y la paz (1919-1924)
La guerra tuvo efectos muy graves sobre la economía. El stock del capital europeo sufrió un
importante deterioro por las destrucciones de los activos fijos y por las pérdidas de activos
financieros. Los resultados fueron inflación de precios, depreciación de la moneda y el
abandono de la paridad fija con el oro, que antes de 1914 había sido el fundamento de la
seguridad y fluidez de los intercambios internacionales. Esta situación se agravó por la
intensa presión de las deudas intergubernamentales y por la política permisiva de los
gobiernos, que sólo a partir de 1920-1921 comenzaron a adoptar medidas restrictivas de
ajuste económico y financiero.
El resultado fue que Europa perdió la hegemonía económica mundial, indiscutible en 1914.
Los grandes beneficiarios fueron los EE UU y Japón.
La superproducción fue otra de las consecuencias estructurales de la contienda. El exceso de
capacidad productiva se vio impulsado por la guerra. Las necesidades bélicas dispararon la
producción de los sectores de interés estratégico, mientras que la obligada sustitución de
importaciones dio lugar a la proliferación de industrias nacionales, que, rompiendo la
especialización económica internacional, generaron excedentes de producción industrial. A
las negativas consecuencias de la guerra se añadieron los efectos económicos que tuvieron
las decisiones de la paz. Las grandes remodelaciones territoriales de la Europa central y
oriental resultaron especialmente onerosas al crear nuevas unidades aduaneras y un
aumento de fronteras políticas. Se crearon nuevas legislaciones civil, comercial y fiscal,
nuevas líneas de comunicación y nuevas monedas.
El otro problema generado por la guerra, agravado por la paz fue el asunto de los pagos
internacionales. La financiación de la contienda por los países Aliados había dado lugar a un
endeudamiento entre ellos. El principal y único acreedor neto era EE.UU., al que seguían
Inglaterra y Francia. Por otra parte, la decisión de los vencedores por responsabilizar a
Alemania de la guerra echaba sobre Berlín la obligación de pagar las reparaciones por los
daños infligidos a los Aliados y las indemnizaciones por los gastos de guerra provocados.
En todas partes la economía de la paz se inició bajo el signo de la inflación, herencia de la
contienda, acentuada por las políticas permisivas de los primeros tiempos de posguerra. En
1921 hubo ya una caída brusca de producción, exportaciones y precios.
La crisis, breve pero profunda, se generalizó, salvándose de momento aquellos países de
Europa central, cuyas depreciadas monedas constituían un estímulo temporal a las
exportaciones.

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2. Crisis de posguerra y primeras quiebras del sistema
2.1. El santuario soviético de la revolución mundial
Desde 1917, la nueva Rusia bolchevique constituía ejemplo y estímulo para todas las
expectativas de revolución proletaria. La dictadura comunista establecida a finales de ese
año desencadenó la intervención de las potencias de la Entente, con el objetivo de destruir el
régimen y también de crear un segundo frente contra los alemanes, que en marzo de 1918
habían firmado una ventajosa paz con los soviéticos. Sin embargo, estas intervenciones
resultaron un fracaso, de modo que los occidentales pasaron a actuar contra los
bolcheviques apoyando las ofensivas de los “rusos blancos”. La desunión y rivalidades de los
ejércitos contrarrevolucionarios, la falta de apoyo social, la fuerte tensión revolucionaria de
la dirección bolchevique y su capacidad organizativa fueron otras tantas razones de la
victoria bolchevique.
Esa victoria había logrado instalar el poder revolucionario en el imperio de los zares. La
nueva Rusia había perdido casi 800.000 km cuadrados y algo menos de 30 millones de
habitantes. La guerra, las brutalidades de los contendientes y la incompetencia de los soviets
de obreros generaron un panorama de miseria y desabastecimiento pavorosos. En 1921
habían muerto de hambre 5 millones de personas.
Así surgió la “Nueva Política Económica” (NEP), impulsada por Lenin en el X Congreso del
partido, celebrado en marzo de 1921. La NEP, que reintegraba a propiedad privada y
economía de mercado parte sustancial de la economía agraria e industrial de Rusia, al
tiempo que conservaba un poderoso sector público, era una medida de realismo, puramente
coyuntural, para resucitar el cadáver económico del país, retroceso táctico para tornar viable
el horizonte nunca abandonado de la revolución social. Entretanto, los bolcheviques fueron
avanzando en la institucionalización revolucionaria del nuevo Estado, estableciendo en
diciembre de 1922 una federación de repúblicas (la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas) y adoptando, en febrero de 1924, una nueva constitución controlada por la
carismática figura de Lenin.
La crisis social de posguerra convirtió la revolución soviética en un poderoso catalizador de
las tensiones que anegaron casi todos los países europeos.
Revolución social y contrarrevolución nacionalista fueron los actores de un conflicto,
instalado en el corazón de la nueva sociedad de masas, donde en realidad se dirimía la suerte
del sistema liberal, laboriosamente edificado en el siglo XIX.

2.2. Alemania en el precipicio


En Alemania el vacío político creado por la derrota y la abdicación del Káiser llevó a los
socialistas al poder. La extrema izquierda, deslumbrada por el ejemplo bolchevique e
impulsada por la terrible crisis de la derrota, desencadenó entre el 6 y el 11 de enero de
1919 un sangriento movimiento revolucionario en Berlín, que fue sofocado. Y otro tanto
ocurrió con la revolución en Baviera.

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Entretanto, iba avanzándose en la institucionalización del nuevo régimen. El 19 de enero fue
elegida una Asamblea nacional que el 11 de agosto de 1919 la Asamblea aprobó una nueva
constitución, de carácter federal e intensamente democrática.
La nueva democracia alemana estuvo hasta finales de 1923 pendiente de un hilo. La
posguerra fue horrorosa. El empobrecimiento de los trabajadores y de las clases medias
contrastaba con la riqueza que podían acumular quienes se aprovechaban de la depreciación
del marco para especular.
La República de Weimar, gobernada por católicos y socialdemócratas vivió los primeros años
de la paz gravemente amenazada tanto por la izquierda revolucionaria como, sobre todo, por
la extrema derecha nacionalista, que explotaba el peligro de revolución social y el
sentimiento general de humillación por las implacables cláusulas de castigo económico y
recorte de la soberanía del tratado de Versalles.

Esa corriente de nacionalismo radical alimentó sobre todo la refundación por el


excombatiente austriaco Adolfo Hitler de un partido que en esos años de crisis iría ganando
activismo y visibilidad en la opinión pública y los medios de prensa.
Hitler y el “Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores” (NSDAP) proyectaron un
mensaje de nacionalismo radical, racista, social y antisemita, que encontraba suelo fértil en
el malestar económico, los temores sociales y las frustraciones patrióticas de las clases
medias, al tiempo que sugería la posibilidad de un estratégico aprovechamiento por los
grupos conservadores del capitalismo industrial y financiero y por los círculos militares
temerosos de la revolución comunista. El partido nazi reclutó parte de sus cuadros en
algunos medios intelectuales radicalizados y sin proyección social o entre oficiales del
ejército desmovilizados.
Sólidamente implantado en Baviera, el 8 y 9 de noviembre de 1923 el partido de Hitler
intentó sin éxito un golpe de Estado (Putsch). En los meses siguientes la terrible crisis de las
reparaciones encontró solución, mientras regresaba la prosperidad. La Alemania
democrática de Weimar se había salvado. El nacionalismo radical y el propio partido de Hitler
entraron en reflujo.

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2.3. El triunfo fascista en Italia
En Italia se instaló una dictadura “fascista” que en los años siguientes vendría a inspirar el
avance de otras formas autoritarias, como en España, Portugal o en muchos de los Estados
surgidos en el este europeo. La posguerra vino acompañada en Italia de una frustración
nacionalista, debido al fracaso de las perspectivas de expansión territorial por el Adriático, de
una honda crisis económica y financiera y de una agitación social. Los gobiernos
constitucionales se revelaban incapaces de acometer reformas.

El radicalismo de la extrema derecha hizo aparición desde el final de la guerra, con la


organización de milicias nacionalistas violentas creadas por Benito Mussolini que había
transitado del socialismo antibelicista a un apasionado nacionalismo intervencionista.
Mussolini propugnaba el establecimiento de una dictadura de Estado, que acabase con el
desorden social, restaurase la grandeza de la nación e impulsase las grandes
transformaciones económicas y sociales reclamadas por el mundo moderno. Exaltaba la
violencia, el militarismo, la guerra y atacaba tanto la revolución comunista como el
decadente parlamentarismo de las democracias y el pacifismo de la Sociedad de Naciones.
Sus grupos fascistas se expandieron rápidamente por todo el país y desencadenaron
contundentes acciones punitivas. En noviembre de 1921 el fascismo se organizó en partido
político con amplio arraigo en prácticamente todo el norte del país. Consciente de su fuerza
agitadora y del descrédito generalizado de las instituciones, en el verano de 1922 pasó a
reclamar la disolución del Parlamento. Y el 20 de octubre organizó una “marcha sobre Roma”
desde el norte que, para evitar una guerra civil, el monarca Víctor Manuel III tomó la decisión
de encargar la formación de gobierno a Mussolini. La progresividad en el establecimiento del
régimen, el restablecimiento del orden, el éxito y la modernización económicos dieron un
innegable prestigio al régimen de Mussolini, admirado incluso en muchos medios del
conservadurismo liberal europeo.

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2.4. Las dictaduras ibéricas
La crisis del sistema liberal, manifiesta en muchos otros países, tuvo también en España en
septiembre de 1923 un desenlace dictatorial como consecuencia del apoyo del monarca al
pronunciamiento militar de Primo de Rivera. La incapacidad del régimen constitucional para
pacificar la zona del Protectorado marroquí desasosegaba al país, desprestigiaba al régimen y
generaba un peligroso malestar en las fuerzas armadas.
La dictadura de Primo de Rivera respondía a la tradición del golpismo militar. El régimen de
Primo de Rivera pretendió tan sólo un paréntesis reformista. Optó por abandonar el poder
en enero de 1930. En el fondo, Primo de Rivera nunca dejó de ser un liberal.
El resultado de su experiencia de poder fue la satisfactoria solución del problema de
Marruecos, el impulso notable de la prosperidad económica, el desarrollo de una política
internacional de prestigio fracasada, pero muy inteligente en el ámbito de las relaciones
peninsulares e hispanoamericanas, y el restablecimiento del orden social, con medidas de
represión del sindicalismo revolucionario y del exiguo comunismo y de proscripción de los
partidos políticos, y todo ello sin que en ningún caso se llegara a la crueldad.
En Portugal el régimen demoliberal de la I República, implantada en octubre de 1910 por el
activismo revolucionario popular de Lisboa ante la clamorosa pasividad del ejército, conoció
desde su nacimiento una vida atormentada. Los nuevos gobernantes se dispusieron a
modernizar al viejo Portugal con una política de radicalismo anticlerical. La tensión derivada
de la decisión de meter al país en la guerra, por razones que combinaban la defensa de la
independencia nacional y de la soberanía colonial con el designio de apuntalar la República,
añadió fuego a la disputa interna. El ejército, nada conforme con la intervención en la
contienda europea y cada vez más distanciado del régimen, ensayó la vía de la dictadura.
El éxito del golpe de Primo de Rivera en España estimuló las tendencias intervencionistas de
las fuerzas armadas, que fueron superando sus divergencias partidarias. El 28 de mayo de
1926 un movimiento militar puso término al demoliberalismo republicano, estableciendo
una dictadura militar.
La desastrosa gestión de los militares ahondó aún más la alarmante crisis financiera del
Estado. En abril de 1928 la llegada al gobierno, como poderoso ministro de Finanzas del
Doctor Oliveira Salazar, un prestigioso catedrático de la Universidad de Coimbra y miembro
destacado del Partido Católico, cambió el rumbo de la historia portuguesa. Salazar, tan
inteligente y pragmático como firme en sus convicciones y determinado en la voluntad de
ejercer con autoridad el poder, restauró la situación financiera y acometió con éxito entre
1930 y 1933 la instauración de un “Estado Nuevo”, sólidamente constitucionalizado.

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3. Tiempo de discordia
Las Paces de París crearon tensiones y frustraciones, destruyendo el viejo sistema del
equilibrio europeo sin aportarle una alternativa eficaz. Europa seguía sangrando por la llaga
de los nacionalismos insatisfechos o humillados. Alemania, duramente castigada, alimentaba
un sentimiento revanchista que nunca desaparecería. Italia, frustrada en sus aspiraciones,
derivó enseguida, hacia una dictadura nacionalista, inquieta y reivindicativa. Francia, vivió en
el permanente temor al restablecimiento del poder alemán, que trataba de aniquilar por
todos los medios. Mientras que los países anglosajones, deseosos de normalizar la situación
europea, se separaban de Francia practicando una política más tolerante hacia Alemania.
El Pacto de la Sociedad de Naciones se había incorporado a cada uno de los tratados de paz.
Pero la Sociedad de Naciones, instalada en Ginebra, nació lastrada con importantes puntos
débiles. Ni estuvieron representados los países derrotados, ni la URSS, que hasta mediados
de la década vivió internacionalmente marginada, ni EE.UU. impulsores principales de la
idea. El 19 de marzo de 1920 el Tratado de Versalles y con él el Pacto de la Sociedad de
Naciones fueron rechazados por el Senado norteamericano.
Las propias potencias representadas en la Sociedad de Naciones continuaban practicando la
diplomacia clásica de acuerdos bilaterales o multilaterales para asegurar sus intereses. En
1922 Alemania y la URSS firmaban el tratado de Rapallo por el que renunciaban a sus mutuas
deudas de guerra. Alemania era así la primera potencia europea en reconocer al régimen
soviético.
Entretanto, en la Conferencia celebrada en Washington entre noviembre de 1921 y febrero
de 1922, los EE.UU. conseguían fijar su hegemonía naval, frenar el poder japonés emergente
en la región e imponer sus intereses en el Extremo Oriente. La cuestión alemana tensionó las
relaciones internacionales en los primeros años de posguerra.
El gobierno alemán exigía cambios y retrasaba los pagos. Los británicos y los
norteamericanos eran favorables a moderar el “diktat” de Versalles, mientras que los
franceses no estaban dispuestos a alterarlo en lo más mínimo. En la Conferencia de Cannes
(enero 1922), Francia aceptaría una moratoria en el pago de las reparaciones, obteniendo en
contrapartida la garantía inglesa de intervención en caso de una futura agresión alemana. En
el verano de 1922 la insostenible presión de las reparaciones llevó al gobierno de Berlín a
cesar en el pago y reclamar una moratoria. El gobierno francés procedió, en colaboración
con Bélgica, a ocupar militarmente la importante cuenca industrial del Ruhr el 11 de enero
de 1923, y obligando a la entrega de la producción minera e industrial. El gobierno alemán
replicó mediante la “resistencia pasiva”, ordenando la huelga de los trabajadores, lo que
provocó incidentes graves y represalias enérgicas de los franceses, que sustituyeron a los
huelguistas con mineros y soldados propios. El nuevo gobierno de coalición nombrado el 31
de agosto de 1923, decidió poner fin a la resistencia, acometer una profunda reforma
monetaria, con estabilización del marco y su sustitución a esos valores por la unidad de una
nueva moneda respaldada por una hipoteca sobre la industria y la tierra alemanas.

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Alemania buscó y encontró el apoyo de las potencias anglosajonas para hallar una solución
internacional al pago de sus reparaciones. Francia, vencedora con la intervención en el Ruhr,
perdía sin embargo la batalla diplomática.

4. Tiempo de esperanza (1924-1929)


4.1. Prosperidad económica
El Plan Dawes, aceptado en la Conferencia de Londres (julio-agosto de 1924) que reunió a
franceses, británicos, norteamericanos y alemanes, contemplaba la única forma de poner
orden en los pagos internacionales: las reparaciones se escalonaban a lo largo de varios
años, mientras que la economía alemana se dinamizaba con un gran empréstito
internacional cubierto fundamentalmente por capitales estadounidenses y de algunos otros
países.
Sobre esas bases de reconstrucción, estabilización de las monedas, normalización de los
pagos e intensa circulación internacional de capitales, la expansión económica, auxiliada por
la seguridad que aportaba la pacificación de las relaciones entre los Estados, se generalizó en
el segundo lustro de la década. El intenso desarrollo tecnológico y empresarial de la segunda
ola industrializadora que se había iniciado a finales de XIX, alcanzó ahora sus cotas más altas,
con la expansión de la organización económica capitalista, de las nuevas fuentes energéticas
(electricidad, petróleo) y de la industria de bienes de consumo duradero. La enorme difusión
del crédito para inversión y consumo mantenía la fuerza de los mercados. A finales de la
década el crecimiento de la producción industrial superaba ampliamente los niveles
anteriores a la contienda.
No obstante, la situación variaba bastante de un país a otro. El crecimiento británico había
sido muy limitado porque en realidad en los años veinte la economía del Reino Unido estaba
reflejando la pérdida manifiesta de su hegemonía mundial, acelerada por los efectos de la
guerra. La demanda internacional de sus industrias tradicionales se había desplomado y la
adecuación de su estructura industrial a las nuevas tecnologías de la segunda revolución
resultaba más costosa por el peso de las viejas industrias.
El proceso económico francés fue muy satisfactorio. La reconstrucción tras la guerra resultó
bastante rápida. La ayuda gubernamental cifrada en las reparaciones que debía aportar
Alemania y la propia caída del franco estimuló las exportaciones y permitieron un importante
relanzamiento de la economía. Francia lograba incorporarse a la expansión del mercado de
tecnología moderna donde destacaba el sector del automóvil. En Alemania el espectacular
proceso inflacionario situó el arranque de su crecimiento en 1924, después de que la drástica
reforma monetaria y el intenso flujo de capitales abierto por la adopción del Plan Dawes
crearan las condiciones de expansión. La fase inflacionaria también había favorecido la
formación de plantas y equipos industriales. Pero, la agricultura continuaba deprimida, el
paro era abundante, las exportaciones apenas si sobrepasaban los niveles anteriores de la
guerra. Aunque también la contienda había desorganizado la economía italiana, ésta se había
visto menos afectada que en otros países.

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La reconstrucción fue rápida. En 1922 tanto la producción industrial como el producto
interior habían superado ya los niveles de 1913 y la expansión industrial continuó hasta
1926. Esta expansión se vio frenada desde 1926-1927 cuando las circunstancias favorables
del campo y de la emigración llegaron a término y por las consecuencias de la estabilización
de la lira que hundió las exportaciones, generó una grave deflación interior, estancó la
producción industrial y, entre 1926 y 1929, triplicó el número de parados.
Superada la intensa pero breve crisis de 1921, la economía de los EE.UU. creció de forma
imparable hasta el final de la década. Sin haber sufrido los efectos destructores de la guerra,
con impresionantes recursos naturales, una estructura empresarial concentrada y eficiente,
una tecnología puntera, un enorme mercado interior y poderosos recursos de capital, la
potencia norteamericana pasó definitivamente en los años veinte a liderar el poder
económico mundial. Los EE.UU. representaban un modelo ideal de organización, eficacia y
prosperidad capitalistas, constituyendo un referente mundial del sistema económico de
mercado sólo comparable en sus efectos emuladores a su contramodelo soviético, con
ascendiente en auge sobre buena parte de las clases trabajadoras europeas. La economía
estadounidense se había convertido en motor crediticio de la recuperación económica de
Europa y de otros lugares.
El boom económico se concentró de forma especial en el auge de la construcción, el
formidable desarrollo de la energía y de las industrias nuevas, como la automovilística.
La otra gran potencia económica mundial era el Japón que en la guerra y la posguerra había
conocido un formidable despegue económico, creciendo su producción industrial mucho
más que la de las restantes potencias. Su riqueza nacional se había duplicado entre 1905 y
1924 y la renta per cápita había crecido un 33%.
Su economía exportaba, sobre todo a EE.UU., China y la India, seda, algodón y artículos
industriales, pero era tributaria de importaciones básicas, como acero, máquinas y petróleo,
además de productos alimenticios. El intenso crecimiento de la población, la dependencia de
importaciones fundamentales y de mercados de exportación para sus productos, siempre
amenazados por las políticas proteccionistas, constituían factores de precariedad, que a su
vez estaban en el origen de tendencias políticas autoritarias y expansionistas.
La URSS, tras el desastre económico de la guerra civil, conoció a partir de 1921, con la NEP, y
desde 1928, con el lanzamiento de la economía planificada, un avance económico de
extraordinaria magnitud. El Estado revolucionario saneó la gestión de las cuentas públicas,
con presupuestos equilibrados a partir de 1923, y ese mismo año se liquidó la inflación
mediante la creación de una nueva moneda. En 1928 tanto la superficie cultivada como el
producto de la tierra había recuperado los niveles de 1913. Los resultados en el sector
industrial fueron menos positivos.

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A la altura de 1928, la recuperación económica, las limitaciones manifiestas de la vía de la
NEP, los riesgos que ésta implicaba para el desarrollo del proyecto revolucionario socialista y
el viraje político del secretario general del partido, Stalin, abrieron una nueva etapa en la
economía soviética que en la práctica pasó a manos del Estado.
La agricultura se colectivizó, las industrias y el comercio se nacionalizaron, el conjunto de la
actividad económica quedó férreamente planificada.
Los objetivos se centraron en el rápido desarrollo de las fuentes energéticas y de la industria
de bienes de equipo. El precio humano de esta revolución económica estalinista fue muy
alto, los salarios reales padecieron una fuerte reducción, que sirvió para financiar las
inversiones estatales.

4.2. Concordia internacional


La recuperación económica, la normalización de los pagos y el relanzamiento de la economía
internacional crearon un clima favorable a la mejora de las relaciones entre los Estados y a
un impulso de la fe en la Sociedad de Naciones.
En esa línea de distensión y pacifismo resultó fundamental la reconciliación francoalemana.
La Confederación de Locarno, impulsada por los británicos, dio un paso decisivo en el camino
de la pacificación. En el principal de sus acuerdos) Alemania reconocía la situación de sus
fronteras occidentales, con Francia y Bélgica, y aceptando abstenerse de enviar tropas a la
zona desmilitarizada. Británicos e italianos salían garantes del acuerdo. En cambio, Alemania
mantuvo abiertas en sus fronteras orientales sus pretensiones revisionistas, de modo que
Francia hubo de firmar tratados de garantía con Checoslovaquia y Polonia.
Ese espíritu de optimismo pacifista estaba muy lejos de tener arraigos sólidos. El
revisionismo, latente en Alemania, permanecía como seria amenaza y en la Italia de
Mussolini se concretaba en una desestabilizadora política de influencia sobre la Europa
danubiana y la costa adriática, mientras que el triunfo estalinista en la URSS reactivaba las
desconfianzas de las potencias occidentales.

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Sobre todo, la prosperidad económica, fundamento principal de la mejora de las relaciones
internacionales, se apoyaba en un suelo frágil. Con un nivel de internacionalización por
encima de la solidez de los mecanismos económico-internacionales requeridos y en
contradicción con el mantenimiento de las prácticas nacionalistas, cualquier crisis
sobrevenida podía generar un desplome generalizado. Eso es lo que ocurrió desde octubre
de 1929.

5. Las grandes democracias


A finales de década, la democracia sólo se conservaba en Europa Occidental (Francia, Reino
Unido, Países Bajos, Bélgica y Suiza), estados escandinavos y Checoslovaquia. Fuera de
Europa, los EE.UU. eran el genuino y gran bastión de la democracia liberal. Por más que
hubiera progresado el autoritarismo, la democracia era el régimen de los grandes Estados y
éstos seguían dominando el mundo con su enorme influencia, su poderosa cultura, sus
economías hegemónicas, su ascendiente político, sus imperios coloniales, su poderío militar.
En 1929, antes de que la crisis socavase los cimientos del orden mundial, las grandes
democracias occidentales continuaban marcando la dirección de la historia.

5.1. El Reino Unido o el final controlado de la hegemonía


mundial
En las elecciones generales de diciembre de 1918, celebradas por vez primera en régimen de
sufragio universal, triunfó por amplia mayoría la coalición, bajo Lloyd George. Como el resto
de los países, Inglaterra vivió de forma muy aguda los problemas económicos y las tensiones
sociales de la posguerra. Tras una intensa explosión de la actividad económica, acompañada
de inflación, entre la primavera de 1920 y el verano del año siguiente la producción se
estancó mientras que el aumento de los precios se disparaba, y en marzo de 1921 el número
de parados superaba los 2,5 millones.
Forzado por la mayoría conservadora de la cámara, en octubre de 1922 llegaba a su término
el gobierno de coalición de Lloyd George. Le sucedió al frente del gabinete el líder
conservador Bonar Law, que provocó la disolución del Parlamento y la celebración de nuevas
elecciones. En ellas, los conservadores alcanzaron la mayoría absoluta. Enfrentados a la
persistencia de la crisis económica y social del país, postularon medidas proteccionistas que
rompían con la larga tradición librecambista de Inglaterra. Ramsay MacDonald, en enero de
1924 constituyó nuevo gobierno. Pacifista, trató de reconciliar a Francia y Alemania y
reconoció oficialmente a la URSS. En el plano interno, introdujo reformas sociales, sobre
todo en el terreno de la vivienda. Pero su gobierno duró muy poco, llevándole a convocar
elecciones anticipadas en octubre de 1924. El nuevo gobierno conservador de Baldwin se
prolongó hasta el final de la década con un programa de regreso a la normalidad y de una
pretendida gobernación sensata y eficaz. Sin embargo, la crisis de la hegemonía económica
inglesa y la paridad de la libra a 1914, perjudicaron el comercio de exportación y encogieron
la actividad de la economía. Ante la política deflacionaria que impulsaba el gobierno, los
mineros del carbón decidieron pasar a la confrontación en julio de 1925.

28
La posguerra asistió a la resolución del problema irlandés. La autonomía de Irlanda (“Home
Rule”), aprobada en 1914, resultó paralizada por la guerra, lo que impulsó las posiciones del
nacionalismo extremista, organizado por el partido Sinn Fein, que en la primavera de 1916
desencadenó una revuelta reprimida por el gobierno. Tras el armisticio, las elecciones
generales arrojaron una enorme mayoría de diputados irlandeses del Sinn Fein, mientras que
en los condados protestantes del Ulster triunfaban los unionistas. Rehusando incorporarse a
la representación de Westminster, los diputados del Sur se constituyeron en parlamento
irlandés, proclamaron la independencia de la República de Irlanda el 21 de enero de 1919,
comenzando desde entonces una verdadera guerra entre las fuerzas británicas y el Ejército
Republicano Irlandés (IRA).

Se impuso sin embargo el pragmatismo negociador. El 23 de diciembre de 1920 el


Government of Ireland Act establecía dos parlamentos, uno para el Sur y otro para el Ulster,
dominados tras las elecciones de mayo siguiente por el Sinn Fein y los unionistas
respectivamente. Las consiguientes negociaciones entre el gobierno de Londres y los
nacionalistas irlandeses abocaron a la firma del acuerdo del 6 de diciembre de 1921 que
establecía en el Sur un “Estado Libre de Irlanda” como dominio de la Corona. El 7 de enero
de 1922 el parlamento irlandés aprobaba el acuerdo por abrumadora mayoría. Aún miembro
teórico de la Commonwealth, Irlanda mostraría su distante independencia negándose a
participar en la Segunda Guerra Mundial.

5.2. Francia o la nueva República vieja


El último tramo de la guerra y las negociaciones de paz estuvieron dirigidos en Francia por
Georges Clemenceau. Clemenceau, derrotado por Dêchanel en sus aspiraciones a la
Presidencia de la República, abandonó definitivamente la vida política.
Las cuestiones exteriores, centradas sobre todo en las relaciones con Alemania y la
aplicación del tratado de Versalles, acapararon gran parte de la actividad de los gobernantes
y de la atención de la opinión pública. Las tropas francesas ocuparon la cuenca del Ruhr lo
que paradójicamente, acabaría conduciendo al encuentro de una solución del problema
alemán.

29
Bajo los gobiernos del “bloque nacional” la III República, laica y anticlerical anterior al 14, fue
moderándose. La guerra, con su fuerte impulso al sentimiento nacionalista, había cambiado
muchas actitudes y valores públicos. El temor de la revolución social animaba la conciliación
con el catolicismo. Los gobiernos del “bloque nacional” restablecieron las relaciones con el
Vaticano. En el otro extremo del arco social, las tendencias extremistas, influidas por la
revolución soviética, ganaron ascendientes dentro del movimiento obrero. Como en otros
muchos países, bajo la presión de la poderosa III Internacional, el socialismo francés se
dividió.
Las medidas favorables a la Iglesia y las dificultades financieras llevaron al agotamiento de los
gobiernos del “bloque”. Una sucesión de crisis ministeriales condujo a un viraje de los
radicales hacia la derecha, en julio de 1926 con el objetivo de resolver la grave situación
financiera. Se adoptaron medidas enérgicas de reducción de gastos y aumento de impuestos,
que permitieron equilibrar el presupuesto, conjurar la fuga de capitales y la desvalorización
del franco.

5.3. Los EE.UU. nueva potencia mundial


La quiebra del tradicional aislacionismo norteamericano, con la participación en la guerra
desde abril de 1917, había sido un paréntesis. El sueño internacionalista de Woodrow
Wilson, que vino a concretarse sobre todo en el establecimiento de la Sociedad de Naciones,
y que implicaba la activa participación de los EE.UU. en el escenario internacional salido de
los tratados de paz de París, fue frontalmente desautorizado por la representación política y
la opinión pública de su propio país.
Durante más de una larga década (1921-1933) la dirección del país estuvo en manos del
partido republicano. Después de la grave y enseguida remontada crisis de superproducción
de 1920-1921, la era republicana presidió una fase de crecimiento económico y prosperidad
nunca vistas. Pese a su rechazo diplomático de los compromisos de las paces de París, el
poder económico y el ascendiente político de Washington dieron a la acción internacional
norteamericana un papel sobresaliente en la resolución de la crisis de la posguerra.
Los planes Dawes (1924) y Young (1929) fueron básicamente norteamericanos, como lo
fueron la mayor parte de los capitales que permitieron resolver la cuestión de las
reparaciones, la normalización de los pagos internacionales, la recuperación de la economía
alemana y, en definitiva, la entrada en la fase de la concordia que caracterizó el segundo
lustro de los veinte.
Concluida la guerra ésta, Hoover fue el organizador de la distribución de la ayuda
norteamericana a la Europa devastada, en lo que vino a ser un claro precedente del futuro
Plan Marshall. La prosperidad de los veinte, asociada a su larga gestión al frente de la
economía norteamericana, reforzó su prestigio y le condujo en 1928 a la Casa Blanca.
Creía en la libertad, pero también en las posibilidades de una ingeniería social de porte
corporativista que organizase y armonizase las fuerzas económicas y los intereses sociales
bajo el estímulo de la acción política. Con esas ideas de intervención correctora y
dinamizadora de la economía, se enfrentó a lo peor (1929-1933) de la crisis del “29”.

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Tema 4
La gran crisis de los años 30
1. La crisis económica.
El mundo empieza y no acaba en Wall Street
En octubre de 1929 el desplome de la cotización de las acciones de la Bolsa de Nueva York
dio comienzo a una crisis económica mundial de intensidad y amplitud desconocidas. Su
punto más alto se situó en 1933. Siguió después una moderada e incierta recuperación, con
nueva caída, aunque menos acusada, en 1937-1938. En realidad, ninguna de las políticas
para combatirla consiguió atajarla. Sólo la guerra puso punto final. Su enorme gravedad
trascendió cualquier explicación cíclica, teniendo efectos demoledores sobre el orden social,
la estabilidad política y la paz internacional.
A finales del 29 llegó a su término la precaria y breve prosperidad de los años 20. Bajo el
espectacular crecimiento del segundo lustro de los años veinte, en gran medida estimulado
por la expansiva política crediticia del Banco de Inglaterra y de la Reserva Federal
norteamericana, se ocultaban preocupantes deficiencias, mientras que el sistema monetario
internacional, lejos de recuperar la situación anterior a 1914, se mostraba inestable y
precario.

En los EE.UU. esta situación podía resultar especialmente grave por la explosiva combinación
de las deficiencias de la economía real con los excesos de una financiación derivada hacia la
especulación de los valores de la Bolsa. La débil presión de la demanda sobre el exceso de
recursos llegaba a ser dramática en la agricultura, donde después de la guerra la
superproducción estaba hundiendo los precios y arruinando a muchas familias endeudadas
con los bancos. La debilidad de la demanda frente a la capacidad productiva pudo
neutralizarse durante algunos años con las facilidades crediticias al consumo, la canalización
hacía el negocio bursátil y la exportación de capitales.

31
Alimentados por una espiral especulativa, la cotización de títulos se disparó, no
representando los beneficios reales los precios del mercado financiero. Cuando la realidad se
impuso, con el pinchazo de la burbuja bursátil en octubre de 1929, ésta arrastró consigo al
conjunto de la economía. El sistema crediticio, que se había puesto al servicio de la
especulación, se colapsó, la actividad de las empresas se desplomó, los precios se hundieron
y el paro representó el 27% de la población activa.
La crisis se extendió rápidamente a otros países como consecuencia de la creciente
mundialización de la economía y del peso de la norteamericana. El cierre del mercado de
EE.UU. y la repatriación de capitales contribuyeron a la mundialización de la crisis. Todas las
regiones del planeta se vieron afectadas, sufriendo más las consecuencias aquellas
economías más dependientes del sistema económico y financiero internacional.
Aquellos modelos cerrados al exterior y a las leyes del mercado, como la URSS, conocieron
en los años treinta un espectacular crecimiento. La naturaleza internacional de la crisis era el
reflejo exacto de una economía que desde finales del siglo XIX venía internacionalizándose a
gran velocidad. Las respuestas que generó acentuaron el proteccionismo, que lejos de
aportar soluciones agravó el problema.
Así, la colaboración internacional brilló por su ausencia y se generalizó las prácticas
económicas nacionalistas: devaluaciones, políticas proteccionistas y tratados bilaterales. La
crisis se mantuvo a lo largo de toda la década, aunque con situaciones variables de uno a
otro país.
Las dificultades y la incertidumbre fueron muy grandes en EE.UU., Francia, Austria y
Checoslovaquia. En Suecia y Gran Bretaña hubo en cambio una apreciable recuperación, que
en Alemania fue espectacular, mientras que la URSS vivió un impresionante impulso de
transformación económica. Los países que, como Alemania o la URSS, actuaron parcial o
totalmente al margen del sistema de mercado, pudieron sobrepasar o eludir los efectos de la
crisis.

2. Las respuestas del sistema


La crisis económica repercutió en todos los órdenes, agravando las tensiones ideológicas y
las confrontaciones de clase. Las grandes potencias tuvieron que enfrentarse a una
problemática gestión económica para superar la crisis y asegurar la legitimación del sistema
demoliberal. Otros Estados, que carecían detradición y estructuras democráticas tan sólidas,
se deslizaron rápidamente hacia formas políticas autoritarias o totalitarias, basadas en un
nacionalismo radical. El desprestigio del modelo demoliberal dio una fuerza inusitada a la
URSS que se convirtió en los años treinta en gran potencia y referencia de las esperanzas
revolucionarias de la sociedad proletaria europea.

32
2.1. EE.UU. La dudosa respuesta innovadora
La crisis económica, iniciada en los EE.UU., tuvo allí una brutal repercusión. El presidente
Hoover puso en práctica una política intervencionista de gasto público, estímulos a la
producción y apoyo al sostenimiento de los salarios. Promovió la inflación del crédito, redujo
los impuestos, incrementó las ayudas gubernamentales a través de los bancos e incurrió
deliberadamente en un enorme déficit presupuestario. Su política no consiguió doblegar la
crisis y en las elecciones presidenciales de noviembre de 1932, cuando la crisis alcanzaba su
punto más alto, fue elegido el candidato demócrata, Franklin Delano Roosevelt.
El nuevo presidente tenía una voluntad férrea, un acusado sentido pragmático y una gran
capacidad persuasiva. Fue un líder de la opinión, con amplio apoyo en los medios populares.
Roosevelt presentó como proyecto esperanzador lo que denominó como New Deal, una
versión bien publicitada, de la estrategia de su predecesor.

El New Deal se concretó en un abigarrado conjunto de medidas, la mayor parte adoptadas en


los primeros cien días presidenciales. En el plano monetario y financiero se abandonaba el
patrón oro (junio 1933), devaluando el dólar en un 40% para favorecer las exportaciones y
aliviar las deudas de los productores; se rebajaban los tipos de interés y se favorecían los
créditos a los granjeros y pequeños propietarios; se controlaba a la banca, estableciendo una
garantía para los depósitos; se adoptaban medidas para combatir la especulación financiera
y bursátil.
En el sector agrícola puso en marcha generosas subvenciones. La política industrial trataba
de reactivar la actividad de las empresas, evitando la superproducción, impulsando la
recuperación de los precios, aumentando los salarios y disminuyendo las horas laborales.
Para ajustar al mercado la producción se favoreció la cartelización de las empresas y se
impulsó una política social que, al tiempo que favorecía a los asalariados, animaba la
recuperación de la demanda. Se elaboró un código de trabajo modelo. El gobierno federal
intervino como mediador en los conflictos, protegió la acción sindical y el derecho de huelga
y en 1935, estableció un sistema de jubilación por edad. Para combatir el paro, en mayo de
1933 se estableció un fondo de ayuda a los desempleados. El balance económico del New
Deal no fue positivo como sus promotores esperaban. La inversión privada permaneció muy
débil. Después de una recuperación desde el punto alto de la crisis en 1933, la depresión
volvió a acentuarse en 1937-1938. Sin embargo, si el gasto público no hubiera suplido el
hundimiento de las inversiones privadas, la crisis hubiera sido aún más intensa.

33
En el terreno político y de la política económica y social el New Deal difundió cambios de
hondo calado. Las medidas resultaron enormemente innovadoras, sacrificando la ortodoxia
monetaria y financiera en beneficio de una reactivación económica mediante el refuerzo de
los poderes presidenciales. Roosevelt trataba de adaptar el sistema para conseguir que
sobreviviese. Su reformismo fue intenso, al doblegar la oposición del poder judicial, pudo
hablarse de una verdadera reforma constitucional de 1937. La política norteamericana
introdujo el refuerzo del poder Federal encarnado sobre todo en la Presidencia y la noción
de que el sistema capitalista no podía dejarse a merced de la autorregulación del mercado y
de que la protección de los intereses de los trabajadores constituía un deber de justicia social
u un instrumento ineludible de recuperación de la actividad económica.

2.2. El contramodelo francés


En Francia ocurrió todo lo contrario que en EE.UU. En primer lugar, existían unas realidades
sociales y políticas de carácter estructural que lastraban la capacidad del país para
enfrentarse a la crisis de los treinta. La Francia de entreguerras era una nación cansada con
una debilidad demográfica que envejecía la demografía del país y que favorecía la
intensificación de una psicología colectiva dominada por valores conservadores, que por otra
parte se inscribían con naturalidad en el aburguesamiento del régimen y en el peso que
mantenía el mundo rural. A esa Francia, se le oponía la sociedad de los trabajadores
industriales, cuyas penurias dificultaban la modernización e integración social. Las tensiones
ideológicas de derechas reaccionarias e izquierdas revolucionarias acabaron por generar en
la década de los treinta la polarización entre dos países y el debilitamiento del colectivo
nacional para superar las dificultades históricas que atravesaba la nación.
La realidad institucional y política de la III República se ajustaba mal al primado de lo
económico y de lo social, que desde el final de la Primera Guerra se imponía en todas partes.
La parálisis de los gobiernos y de los parlamentos ante la crisis, generalizó la sensación de
que eran necesarias reformas profundas en el sistema. El inmovilismo, reflejado en una
notable estabilidad del cuerpo electoral convivía y hasta engendraba una profunda
inestabilidad de las mayorías y de los gobiernos. El partido radical, centro versátil que
configuraba mayorías a la derecha o a la izquierda del arco parlamentario, representaba
justamente la combinación del inmovilismo y de la inestabilidad. En veintiún años Francia
tuvo cuarenta y dos gobiernos.
La dimisión de Poincaré por razones de salud, en julio de 1929, abrió un período de
inestabilidad donde habría de sobrevivir la catástrofe económica que alcanzó a Francia más
tarde y más moderadamente que a otros países, puesto que las barreras aduaneras y la
estructura más familiar de su agricultura y de sus empresas industriales la tornaban menos
vulnerable a los efectos de la recesión internacional. Pero, resultó más continuada e
insidiosa, sobre todo porque las autoridades respondieron más tarde y con medidas
contraproducentes. Los importantes recursos de oro del Banco de Francia y la estabilización
del franco en 1928 a niveles competitivos habían permitido suponer que el país se
encontraba bien pertrechado para enfrentarse a la crisis.

34
Pero el incremento comparativo de los precios franceses ante la ola de devaluaciones, sobre
todo de la libra y del dólar, dispararon el déficit de la balanza de pagos. Empeñados en evitar
el déficit de las cuentas públicas, optaron de forma obcecada por la deflación de precios y
salarios. Las consecuencias fueron desastrosas: crispación social y polarización ideológica se
agravaron amenazando la paz social y el sistema político.
Esta radicalización tuvo un punto alto en febrero de 1934. Frente a la amenaza de la derecha
radical, animada por la crecida internacional de la experiencia fascista la crisis de febrero de
1934 fue el punto de arranque de la unión de las izquierdas para la formación de un “frente
popular”. En torno a las alternativas polarizadas de izquierda y derecha, Francia vivió en 1935
y principios de 1936 un ambiente de intensa movilización que el 26 de abril de 1936 llevó a
las urnas a casi un 85% del cuerpo electoral. Triunfó la coalición de centro izquierda.

El nuevo gobierno estaba integrado por radicales y socialistas, mientras que los comunistas
debían asegurarle su apoyo. Estaba presidido por Léon Blum, de familia judía, y suscitó tanto
entusiasmo por parte de la izquierda como rechazo por los sectores más radicales de la
derecha que expresaron su antisemitismo con una propaganda injuriosa contra el
presidente. Los comunistas no tardaron en acusar al gabinete de debilidad y promovieron un
amplio movimiento de huelgas con ocupación de fábricas.
Entre junio de 1936 y marzo de 1937 el gobierno de Blum puso en marcha una política
similar a la del New Deal norteamericano. Los Acuerdos de Matignon entre patronal y
obreros trataban de mejorar la situación de los trabajadores y de estimular la demanda. Para
favorecer las exportaciones, el franco se devaluó hasta cuatro veces. Los resultados fueron
sin embargo decepcionantes. El empleo aumentó rápidamente, pero la situación económica
no logró enderezarse, manteniéndose las causas del descontento y de las agitaciones
sociales. En junio de 1937 el bloqueo en el Senado de un proyecto echó por tierra el gabinete
de Léon Blum y la experiencia frentepopulista.

35
2.3. Inglaterra: el relativo éxito del sentido común
El Reino Unido resolvió bastante bien la crisis económica. Fue en los años veinte cuando la
pérdida de su hegemonía mundial y las desastrosas consecuencias del regreso al patrón oro
(1925) provocaron un fuerte impacto sobre sus posiciones económicas, generando una
importante contestación social. En general la recesión de los años treinta fue combatida con
medidas razonables, desde un sistema de poder político caracterizado por la estabilidad y un
sentido de la responsabilidad nacional.
Fue un segundo gobierno laborista presidido por MacDonald, tras el triunfo electoral del 30
de mayo de 1929, el que tuvo que enfrentarse a la llegada a Inglaterra de la crisis económica.
Sin posibilidad de obtener créditos del extranjero, la libra se estaba hundiendo. Los medios
políticos estaban divididos sobre las medidas para resolver la crisis. Mientras que la mayoría
del laborismo postulaba un aumento de los impuestos, la oposición conservadora reclamaba
austeridad en el gasto y el establecimiento de un sistema proteccionista, manteniéndose el
librecambio en las relaciones con el Imperio. El primer ministro se inclinó por la opción
conservadora y formó un gobierno con una fórmula de unión nacional que iba a mantenerse
hasta 1935.
Las medidas para combatir a la recesión fueron una mezcla de ortodoxia y heterodoxia
económicas, combinadas con manifiesto sentido pragmático. Se evitó financiar la
recuperación con déficits. El gobierno prestó ayuda a los parados, favoreció el
desplazamiento de la mano de obra a regiones con índices bajos de desempleo y trató de
estimular la actividad industrial, facilitando a los empresarios el acceso a las infraestructuras.
Resultó innovadora la devaluación de la libra, que permitió reactivar las exportaciones, y la
implantación de medidas proteccionistas para reservar el mercado interno.
Los resultados fueron desiguales según los sectores. Tras la dimisión de MacDonald, en junio
de 1935, los conservadores bajo Baldwin primero y con Neville Chamberlain como primer
ministro desde mayo de 1937, gobernaron el país hasta 1940. La política británica estuvo
cada vez más absorbida por los problemas internacionales suscitados por el expansionismo
hitleriano.

2.4. España: una democracia extemporánea


El bloque demoliberal de Occidente se había agrandado con la incorporación de España que,
tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera y la imposibilidad de una regeneración
política dentro de la Monarquía, había establecido en abril de 1931 una república
democrática (la II República) con tintes muy avanzados en materia social. Hasta noviembre
de 1933 el gobierno estuvo en manos de una coalición de republicanos de izquierda y
socialistas, que trató de llevar a cabo reformas políticas, sociales, territoriales y militares muy
profundas, mientras que apostaba por un pacifismo internacionalista basado en la Sociedad
de Naciones. Pero las circunstancias del mundo eran las peores posibles para ese ensayo
progresista.

36
Acosado por la izquierda revolucionaria del anarcosindicalismo y por la derecha
contrarrevolucionaria, la coalición de centroizquierda se vino abajo, siendo sucedida por un
gobierno de centroderecha, que se dedicó a desmontar la obra del primer bienio. Lo peor
fue que los socialistas, ahora fuera del poder, se echaron en brazos de la revolución con el
pretexto de que el advenimiento de las derechas a las instituciones anunciaba el triunfo del
fascismo en España. La revolución de octubre de 1934, duramente reprimida, no trajo el
fascismo, pero fue un punto sin retorno en la confrontación entre las “dos Españas”.

La victoria de un “Frente Popular” en las elecciones de febrero de 1936, constituyó ya el


pórtico de una larga guerra civil (julio 1936-abril 1939) que, ubicada en el escenario de las
tensiones internacionales conducentes a la Segunda Guerra Mundial, vendría a concluir con
el establecimiento de la larga dictadura del general Franco (1939-1975).

3. Las respuestas contra el sistema


La crisis de los años treinta (política, social, ideológica) fue terreno abonado para el triunfo o
el ascenso de las tendencias opuestas al sistema liberal, desde posiciones revolucionarias o
contrarrevolucionarias.

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3.1. La U.R.S.S. de Stalin.
El nacimiento del otro mundo
La Rusia soviética de los años treinta era consustancial al proyecto revolucionario de los
bolcheviques desde su triunfo a fines de 1917. Un año antes de la caída de Wall Street, Stalin
se había impuesto a Trotsky y sus seguidores. Frente al internacionalismo revolucionario y la
“revolución permanente” de Trotsky, Stalin imponía una revolución nacional, identificada
con el ejercicio de un poder despótico que se aprestó a transformar al país en una potencia
industrial. Los planes quinquenales fueron la expresión en el terreno de la economía de esa
dictadura totalitaria.
Se trató de un gigantesco esfuerzo de revolución industrial impuesta desde el poder,
desagrarizando y transfiriendo gran parte del potencial demográfico rural a la industria,
modernizando el sector agrícola y desarrollando la producción de bienes de capital.

Los resultados fueron espectaculares. En términos generales los planes cumplieron e incluso
sobrepasaron los objetivos previstos. Y en vísperas de la guerra, la URSS era una gran
potencia.
Pero el coste social había sido tremendo. La industria de bienes de consumo fue sacrificada
en beneficio de la de bienes de producción. La industrialización se había financiado con
enorme sacrificio de los recursos familiares. En el campo, las colectivizaciones fueron
traumáticas por la oposición de los campesinos que preferían destruir sus propiedades y
animales antes que entrar en las granjas colectivas. El saldo en términos de víctimas fue
enorme y los resultados económicos de esta peculiar revolución agrícola resultaron muy
inferiores a los de la industria.
La dictadura económica tuvo su correlato en el ejercicio despótico del poder político, que a
partir sobre todo de diciembre de 1934 dio lugar a una masiva represión de disidente y
sospechosos. Las célebres “purgas” se tradujeron en decenas de miles de deportaciones de
bolcheviques a Siberia. Muchos de las más destacadas personalidades fueron ejecutados,
obligándoseles a autoinculparse de crímenes políticos inexistentes.

38
El partido y las universidades fueron saneados. Los historiadores y escritores silenciados o
forzados a ponerse al servicio del culto a la personalidad de Stalin.
Esta URSS despótica de Stalin fue percibida en los años treinta por los comunistas de todos
los países, y por una parte de la intelectualidad occidental, como el santuario de una
revolución mundial que debía redimir al proletariado internacional de la miseria y de la
nueva esclavitud generadas por el capitalismo. La III Internacional fue el gran instrumento
del imperialismo ideológico de Stalin. La llegada de Hitler al poder y el avance de la ola de
autoritarismos de derecha hizo comprender a la URSS que el combate al fascismo resultaba
prioritario, llevándola desde 1935 a promover la formación de “frentes populares” para
oponer un dique al amenazador avance del enemigo común. La evidencia de que las
democracias liberales estaban dispuestas a comprar la paz al precio de la transigencia con el
expansionismo nazi condujo a Stalin a sumarse al expolio polaco de Hitler.

3.2. Hitler en Alemania, la solución de la guerra


El proceso de derrumbe del edificio democrático europeo, aparentemente en su plenitud
tras la victoria aliada en la Primera Guerra, había comenzado en 1922 con el advenimiento
de la dictadura de Mussolini en Italia. En los años siguientes se habían impuesto situaciones
dictatoriales en España, Portugal, Polonia, Grecia, Hungría, Yugoslavia.
En Alemania, la insatisfacción nacionalista subyacente por la derrota de 1918 y las duras
imposiciones de los vencedores, aliada a las desastrosas consecuencias de la crisis
económica, proyectaron el ascenso electoral del partido nazi. La economía alemana fue
especialmente sensible a la crisis del 29 por la intensa dependencia de los capitales
extranjeros.
Ante la caída de los precios internacionales, el gobierno optó por una política deflacionaria
que no pudo competir con las devaluaciones de otros países, agravando, en el plano interno,
hasta límites desconocidos los efectos de la crisis. El país se había hundido. La respuesta fue
el ascenso al poder del Partido Alemán Nacionalsocialista de los Trabajadores convertido por
Hitler en una fuerza política arrolladora.
El proyecto hitleriano, expreso en la obra Mi lucha (Mein Kampf), publicada en 1925, se
basaba en un nacionalismo de fundamentos racistas que aspiraba a reunir bajo el techo del
Reich al conjunto de la población alemana dispersa en otros Estados y a ampliar el “espacio
vital” (lebensraum) europeo de la nueva Alemania en dirección al Este. El objetivo declarado
era por tanto la expansión territorial.
Su asalto al poder fue consecuencia directa del impacto económico y social de la crisis del 29
que erosionó el espectro partidario del centro. Los sucesivos procesos electorales entre 1930
y 1932 convirtieron al partido de Hitler en la fuerza mayoritaria. En enero de 1933 Hitler fue
designado canciller.

39
La imposición de la dictadura nazi fue rápida y contundente. En febrero del propio 1933, el
incendio del Reichstag puso en marcha la expeditiva implantación de la dictadura. Una nueva
Cámara, reunida tras las elecciones el 5 de marzo, que dieron el 44% de los votos al partido
nazi, concedió a Hitler plenos poderes. Al régimen de libertades sucedió un Estado policial
encarnado en la figura del Führer que persiguió de manera implacable todo tipo de oposición
a través de la Geheime Staats Polizei (GESTAPO).
Tras la muerte de Hindenburg, presidente de la república, en agosto de 1934 Hitler asumió la
jefatura del Estado tras un plebiscito que arrojó el 90% de votos favorables, completando así
el control de las instituciones.

La lucha contra la crisis económica estableció una estricta política de controles (salarios,
precios, comercio exterior, cambios, mercados monetarios y de capitales), de planificación
selectiva y de impulso a las inversiones públicas, orientadas sobre todo desde 1936 al
rearme. El gasto gubernamental se disparó a costa del gasto privado y del consumo. Se
limitaron las inversiones en industrias de consumo y se frenó la demanda mediante estrictos
controles de salarios y precios, aumento de los impuestos y ahorro forzoso. El comercio
exterior fue objeto de estricta regulación, limitando las importaciones no esenciales y
estimulando las exportaciones. Se firmaron acuerdos bilaterales, sobre todo con los países
de la Europa sudoriental, que fueron entrando en la órbita económica del Reich. Los
resultados fueron espectaculares.

40
La eficacia en el combate a la crisis económica, la utilización de una propaganda movilizadora
y el empleo implacable de la represión aseguraron en Alemania el éxito de una extrema
experiencia totalitaria genéticamente condenada al desastre puesto que sólo el pillaje
internacional y la política armamentística eran capaces de sostener la regeneración alemana,
un Estado totalitario cuya razón de ser era la realización de unos objetivos imperialistas que
pasaban por la guerra y la destrucción.

3.3. Salazar en Portugal.


“Un estado tan fuerte que no precise ser violento”
En Portugal, la crisis permanente de la República parlamentaria establecida en octubre de
1910 acabó desembocando en un amplio movimiento militar que estableció una dictadura.
Sin embargo, los militares demostraron ser unos gestores desastrosos. En abril de 1928 fue
invitado a hacerse cargo de la cartera de Finanzas el Doctor António de Oliveira Salazar que
exigió poderes excepcionales en materia financiera y logró de inmediato enderezar las
cuentas del Estado. El éxito agrandó su figura y su poder, pasando a ocupar la Presidencia del
Consejo de Ministros en julio de 1932 que no abandonaría hasta su retirada, por grave
enfermedad, en septiembre de 1968. La clave del ascenso y consolidación del poderoso
ministro fue el haber sabido aportar a la dictadura ideas e instituciones que transformaron
una desorientada situación política de naturaleza militar, en un régimen de estirpe civilista y
fundamentación jurídica, estable y autoritaria.
La estructura del llamado Estado Novo quedó configurada en los primeros años treinta con la
publicación del Acta Colonial, la formación de la Unión Nacional, la Constitución política y los
decretos de organización corporativa. La política económica salazarista contribuyó de forma
importante a amortiguar los efectos, en sí mismo débiles, de la crisis mundial sobre el país.
Las tensiones internacionales y la guerra de España acentuaron los perfiles “fascistas” de la
dictadura, pero el régimen nunca llegó a alcanzar los niveles de crispación de otros países.
Como el franquismo, y aún de forma menos problemática y más confortable, su neutralidad
en la Segunda Guerra Mundial permitió al salazarismo sobrevivir a la caída de los fascismos
en 1945 y prolongar la dictadura del Estado Novo hasta su derrumbe en abril de 1974.

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Tema 5
El camino de la guerra
1. La quiebra de la seguridad colectiva
1.1. Manchuria.
El arranque del expansionismo japonés
La primera iniciativa frontal contra el orden internacional procedió de Japón, cuyo desarrollo
se vio comprometido por el cierre de los mercados internacionales como consecuencia de la
crisis económica. Japón se había convertido en la potencia dominante en Extremo Oriente,
pero la decidida y agresiva acción norteamericana obligó al gobierno de Tokio a aceptar una
conferencia en Washington sobre el Extremo Oriente (noviembre 1921 a febrero 1922) que
le forzaba a renunciar a las ventajas territoriales obtenidas en 1919, a respetar el statu quo y
limitar el rearme naval. Sin embargo, Tokio conservaba sus privilegios en Manchuria
meridional, así como en los archipiélagos alemanes en el Pacífico. La fuerte presión
demográfica y los intereses económicos mantenían unas tendencias expansionistas
sostenidas por los sectores militares. La idea de que en las tres provincias manchúes había
que desarrollar la necesaria expansión pasó a constituir un objetivo persistente, estimulado
por la actitud antijaponesa del gobierno chino del Kuomintang, que había restablecido más o
menos la unidad del Estado.

En 1930 el poder en Japón se desplazó hacia los medios militares. El estallido el 18 de


septiembre de 1931 de una bomba en el ferrocarril de la “zona del ferrocarril” meridional de
la provincia china de Manchuria, ocupada por tropas japonesas desde 1905 y donde Japón
ejercía su influencia económica, fue el pretexto para una acción militar que en pocas
semanas se extendió por toda la provincia manchú. El 1 de marzo de 1932 se proclamó la
independencia de Manchuria, respecto de China, quedando como un protectorado de Tokio
bajo el poder nominal del príncipe Pu-Yi.

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La respuesta internacional a esta frontal agresión a los principios y a los tratados, resultaron
muy débiles. La debilidad de la Sociedad de Naciones era el reflejo de la debilidad de las
grandes potencias con intereses en la zona, Inglaterra y los EE.UU., que no se atrevieron a
enfrentarse a Japón. La crisis de Manchuria fue un golpe de muerte a los principios, a los
tratados y a las organizaciones internacionales. Se había atentado contra la soberanía de un
Estado, que además era miembro de la Sociedad de Naciones, sin que el agresor sufriera otra
sanción que la condena moral. Incluso la réplica a esa condena había sido el abandono por el
Japón de la Sociedad de Naciones.

1.2. Etiopía en el objetivo expansionista italiano


La frustración del nacionalismo italiano por los acuerdos de Paz había estado en el origen del
establecimiento de la dictadura fascista en 1922. Su política revisionista se había reflejado en
una reactivación de su acción colonial en el África Oriental donde poseía los territorios de
Somalia y Eritrea, pretendiendo expansionarse económica o políticamente hacia el Estado
independiente de Etiopía. La resistencia del gobierno etíope frente a las ofertas económicas
italianas decidió al gobierno fascista por la vía de la fuerza. Desde principios de los años
treinta Italia estaba dispuesta a anexionarlo. Francia e Inglaterra conocían estas intenciones y
se veían afectadas por las mismas. Sin embargo, las posibilidades de una respuesta firme de
las grandes democracias eran escasas.
Los franceses, temerosos de las intenciones alemanas de anexionar Austria, precisaban el
apoyo de Italia para frenar las iniciativas germánicas, mientras que las fuerzas armadas y la
marina británicas estaban aún muy disminuidas.

1.3. Los primeros pasos del revisionismo alemán


Los últimos gobiernos conservadores de la República de Weimar se vieron presionados por la
crisis económica y el sentimiento nacionalista. En junio de 1931, la declaración del canciller
Brüning de que Alemania dejaría de pagar las reparaciones de guerra fue la primera medida
de revisión del Tratado de Versalles. La posición comprensiva de las potencias anglosajonas,
Inglaterra y EE UU, dejó aislada a Francia, que a su vez se vio obligada a cancelar
unilateralmente las deudas interaliadas.

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El segundo éxito del revisionismo alemán tuvo lugar en diciembre de 1932, cuando el
gobierno del canciller Von Papen consiguió también con el beneplácito de Londres, que se
aceptase el principio de la igualdad de derechos.
La llegada del nacionalsocialismo al poder en enero de 1933 supuso una aceleración intensa
y brusca de un revisionismo expansionista que habría de conducir a la guerra. Los objetivos
hitlerianos apuntaban en una primera fase a la reconstrucción de las fuerzas armadas y a la
incorporación al Reich de las poblaciones alemanas de otros Estados (Volksdeutsche). La
política de incorporación de las poblaciones alemanas sólo tuvo éxito en el territorio del
Sarre. La cuestión de los alemanes en Polonia fue de momento relegada. A propuesta
alemana, en enero de 1934 los gobiernos de Varsovia y Berlín suscribieron un pacto de
renuncia a la guerra. La política de paz hacia Polonia tuvo su contrapartida en las iniciativas
para incorporar a Austria (Anschlüss). El objetivo de anexionar Austria fracasó rotundamente.
El mayoritario apoyo de la opinión austriaca al Anschlüss había sido sustituido por una
actitud de rechazo, y la rotunda oposición de Italia que había advertido sobre su firme
decisión de proteger, incluso por las armas, la independencia austriaca. En cambio, las
potencias democráticas estuvieron mucho menos firmes, evitando vincularse de forma
directa a la posición del gobierno italiano.
La dictadura nazi actuó en cambio con contundencia en la cuestión del rearme, violando los
compromisos y obligaciones internacionales. En mayo de 1933, Hitler reclamó la inmediata
puesta en práctica de la igualdad de derechos y ante la negativa francesa, el 14 de octubre
abandonó la Conferencia de Desarme y la propia Sociedad de Naciones.
Fue el comienzo de un rearme clandestino que, a partir de marzo de 1935, pasó ya a
declararse abiertamente por el gobierno alemán. Británicos y franceses no se enfrentaron de
forma eficaz a las iniciativas germánicas y esta pasividad dio una fácil victoria a Hitler.

1.4. Fracaso de la contención e impulso del bloque fascista


Ante el derrumbe de las estructuras internacionales para poner coto a las iniciativas
revisionistas alemanas, la diplomacia francesa buscó desde 1934 el entendimiento con los
países afectados por la política alemana: URSS e Italia fascista. Esta barrera frente al peligro
germánico se concretó en la declaración de clausura de la Conferencia celebrada en Stresa
por Francia, Gran Bretaña e Italia, y en el tratado franco-ruso de ayuda mutua.
Ambos instrumentos diplomáticos estaban llenos de reservas. Los acuerdos de Stresa
incluían arreglos coloniales concernientes a los intereses italianos en Etiopía y nacía lastrado
por un equívoco que a ninguno interesaba despejar porque era el resultado de intereses
contradictorios. Tampoco el pacto franco-soviético gozaba de gran entusiasmo. Por eso
Francia eludió la oferta de la URSS para concretar el acuerdo con un pacto militar. El frente
de Stresa se vino abajo a primeros de octubre de 1935 por la invasión italiana de Etiopía. La
única posibilidad de mantenerlo hubiera sido la aceptación de la conquista italiana. La
actitud de las grandes potencias democráticas reveló indudable debilidad.

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La diplomacia franco-británica pretendía oponerse a la agresión italiana sin pagar el precio
de una ruptura del frente de Stresa. La firme determinación del Duce evidenció una vez más
la debilidad de las democracias ante las iniciativas revisionistas de las potencias dictatoriales.
El debilitamiento de la relación franco-soviética y la liquidación del acuerdo entre las
potencias democráticas y la Italia fascista habían destruido el frágil muro diplomático que
protegía la legalidad internacional.

Cuando la crisis de Etiopía estaba tocando a su fin, Alemania aprovechó para anunciar la
entrada de tropas alemanas en la zona desmilitarizada de Renania. Hitler estaba convencido
de que Francia no reaccionaría porque carecía del apoyo de Italia, circunstancia a la que se
sumaría que Inglaterra, la cual había firmado en junio de 1935 un ventajoso acuerdo naval
con Alemania, que, al no querer perder, reafirmaría a Hitler en sus convicciones. Francia,
afectada por la remilitarización, no reaccionó e Inglaterra aceptó, con malestar, pero
resignación el hecho. De nuevo se había impuesto en las democracias occidentales el espíritu
conciliador y acomplejado que se revelara en anteriores ocasiones.

2. Hacia la guerra (1936-1939)


2.1. Los conflictos periféricos
La guerra de España
La guerra chino-japonesa
Al mismo tiempo que se liquidaba la crisis de Etiopía con el levantamiento de las sanciones a
Italia, en julio del 1936 comenzaba en España una larga y cruenta guerra civil. La guerra civil
española obedeció únicamente a circunstancias internas, aunque enseguida adquirió una
dimensión internacional. Las dos “Españas” confrontadas recibieron apoyos del exterior.
La España franquista fue eficazmente auxiliada por Alemania, Italia y Portugal desde el
principio de forma decidida. Roma contemplaba un refuerzo de sus posiciones en el
Mediterráneo y una cierta satelización española a sus intereses internacionales en la región.

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Alemania valoraba la posibilidad de crear una amenaza contra Francia en la frontera de los
Pirineos, así como el acceso a importantes materias primas para su industria de guerra. Para
Portugal, la victoria franquista era políticamente deseable.

La contrapartida de los auxilios recibidos por el franquismo fue sobre todo el apoyo que la
URSS prestó a la República. También la frontera francesa, tanto la pirenaica como la
marítima, canalizó periódicamente armas y hombres, franceses o no, con destino a la zona
republicana.
Las potencias democráticas, Francia e Inglaterra, pretendieron aislar internacionalmente el
conflicto español ante el temor de que pudiera provocar una guerra general. La asimetría de
los apoyos recibidos por uno y otro bando favoreció indudablemente a Franco, colaborando
a su victoria. Por otra parte, la no intervención y su incumplimiento fueron el exacto reflejo
de la política de apaciguamiento que venían practicando las potencias democráticas frente a
las ofensivas de los poderes fascistas. El resultado fue un paso más en el camino de los
desafíos de las dictaduras y un primer avance en el establecimiento de una expresa
solidaridad entre ellas a partir de su común actitud ante la guerra de España. En octubre de
1936 Italia y Alemania firmaron un protocolo de solidaridad.
Japón dio comienzo en julio de 1937 a una ofensiva contra China que se prolongaría durante
la Segunda Guerra Mundial. Después del establecimiento de su protectorado en Manchuria
en 1932, los japoneses habían proseguido su presión expansionista. Las razones fueron
políticas y sobre todo económicas, puesto que la fuerte presión demográfica y la crisis de las
exportaciones agrarias e industriales obstaculizaban la recuperación y extendían la pobreza y
el paro. La presión militar sobre China había continuado de forma intermitente tras la
ocupación de Manchuria. El 25 de noviembre de 1936 Tokio y Berlín suscribieron el Pacto
Anti-Komintern, contra el comunismo internacional. La respuesta de Moscú consistió en
favorecer la aproximación de los comunistas chinos y los nacionalistas para luchar juntos
contra Japón.

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Después de que en marzo de 1937 el gobierno de Tokio cayera en manos de los nacionalistas
más intransigentes y ante la resistencia china a abrirse a los intereses económicos de Japón,
en julio la estrategia de presión armada dejó paso a la guerra abierta.
Las campañas de 1937 y 1938 pusieron en manos de Japón un territorio extendido por las
regiones más importantes desde el punto de vista económico. Pero el espacio rural y la
guerrilla de nacionalistas y comunistas escapaban a su alcance. China no acababa de
doblegarse y la guerra se prolongaría en los años siguientes.
Sin embargo, Japón había extendido sus tentáculos por el continente, con perjuicio de los
intereses geopolíticos de la URSS en la frontera norte y de la importante presencia
económica de las potencias occidentales, Inglaterra y EE UU, en las ciudades chinas. Pese a lo
cual la reacción internacional fue prácticamente inexistente.

2.2. La expansión nazi en Europa Centro-oriental.


Austria, Checoslovaquia y Polonia
El 12 de febrero de 1938 Hitler impuso al canciller austriaco Schuschnigg la entrada en el
gobierno del nazi Seyss-Inquart, que con el control de la policía debía realizar desde dentro la
unión con Alemania. Cuando el canciller trató de despejar la presión de Berlín mediante la
convocatoria de un plebiscito sobre el Anschluss, Hitler le forzó a renunciar y a abandonar el
poder, sustituido por el propio Seyss-Inquart, que al día siguiente abría las puertas a las
tropas alemanas. La unión quedó proclamada y “legalizada” por un plebiscito en ambos
países. Las potencias hicieron caso omiso y no se movieron. A pesar de todo, hubo un cierto
amago de reconstrucción del frente anglo/franco/italiano con objeto de oponerse a la
anexión austriaca. Pero el Duce estaba ya decidido a orientar sus aspiraciones de grandeza
hacia el Mare Nostrum, lo que exigía el apoyo de Berlín y la aceptación de las pretensiones
nazis.

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Una vez realizado el Anschluss, Hitler se volvió hacia Checoslovaquia, donde existía una
minoría alemana de 3,2 millones en los Sudetes. La negativa del presidente de la República
checa, Benes, a negociar una solución de forma bilateral con los alemanes de los Sudetes y
los ataques de la prensa germánica acabaron por desencadenar la crisis desde abril de 1938.
El 12 de septiembre Hitler dejó claro que la solución no sería la autonomía, sino la
incorporación a Alemania.
Una vez más, todo dependía de la actitud de las restantes potencias. La responsabilidad
afectaba principalmente a Francia y la URSS. El retraimiento francés se apoyaba en la
inferioridad militar, en las vacilaciones de los propios gobernantes checos y en la ausencia de
energía por parte de las otras potencias. La URSS sólo se había comprometido a dar su apoyo
armado en la medida que París cumpliera sus obligaciones.
El presidente checo se vio forzado por un ultimátum franco-británico a aceptar la
segregación. Cuando Hitler exigió el abandono del territorio de la población checa sin sus
bienes, la negativa franco-británica parecía que inevitablemente conduciría a la guerra. Ésta
se evitó por una iniciativa de Mussolini, a sugestión de Chamberlein, de reunir una
conferencia en Münich, en la que Hitler aceptó escalonar la ocupación de los Sudetes y la
liquidación de sus bienes por la población checa.

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Las consecuencias de Münich fueron desastrosas. Se había dado vía libre a la razón de la
fuerza. Francia, perdió su prestigio y la URSS, comprendiendo que no podía esperar nada de
las democracias occidentales, se dispuso a aproximarse a Alemania. La vía de la fuerza se
dejó sentir de inmediato. Tras un ultimátum, el 1 de octubre, Polonia se anexionó el
territorio checo de Teschen, mientras que a Hungría se le adjudicaba un territorio al sur de
Eslovaquia. Alemania se dispuso a acabar con Checoslovaquia. Las tropas nazis entraron en
Bohemia, Eslovaquia se segregaba como satélite de Alemania y Hitler incorporaba la antigua
ciudad prusiana de Memel. Mussolini, que no quería desperdiciar la ocasión para
fortalecerse en el control del Adriático, conquistaba Albania.

Liquidada Checoslovaquia, Hitler dirigió inmediatamente sus objetivos expansionistas hacia


Polonia, planteando las reivindicaciones alemanas. En realidad, los objetivos de Hitler eran
acabar con Polonia. Desde el mes de abril se había ya fijado la fecha del 1 de septiembre para
realizar la invasión. Ahora plenamente conscientes de la imparable dinámica expansionista
nazi, las potencias occidentales acabaron por reaccionar. El premier británico se declaró
dispuesto a ir a la guerra para defender la independencia de Polonia y formalizó una alianza
anglo-polaca que completaba de la París y Varsovia de 1921.
Con las vistas ya en una guerra inevitable, desde la primavera del 1939 se activaron los
preparativos diplomáticos. La Italia fascista, que desde la guerra civil española había ido
estrechando su solidaridad con la Alemania nazi, firmó el 22 de mayo una alianza ofensiva
con Berlín, el llamado pacto de acero.

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La atracción de la URSS era clave tanto para las democracias occidentales como para
Alemania. Las negociaciones de franceses y británicos con Moscú dieron comienzo en el mes
de abril.
Entretanto, los soviéticos estaban negociando también con los alemanes. La URSS deseaba
también expandirse a costa de Estados Bálticos, Polonia y Rumanía, y sabía que encontraría
más facilidades en Alemania que en las potencias democráticas. El 23 de agosto, la Alemania
de Hitler y la URSS de Stalin firmaron un pacto de no agresión, que en la práctica daba luz
verde a la invasión de Polonia y un protocolo secreto que dividía entre ambas el territorio de
Polonia y entregaba como zona de influencia y de expansión soviética los Estados Bálticos
(Estonia, Letonia, Lituania, Finlandia) y Besaravia, que estaba en poder de Rumanía.

A última hora, franceses y británicos hicieron en vano una llamada a Alemania y trataron de
promover negociaciones germano-polacas. Italia trató de organizar una conferencia similar a
la de Múnich, que las potencias occidentales únicamente admitían si se evacuaba Polonia. El
3 de septiembre, Francia e Inglaterra declaraban la guerra a Alemania.

3. Las grandes potencias ante la guerra


Italia era, tras el advenimiento de Mussolini, un país que gozaba de prestigio entre los
sectores conservadores internacionales, porque había reconstruido la economía nacional y
constituía una barrera frente a las amenazas revolucionarias del comunismo, sin caer en los
peores excesos de los regímenes totalitarios. Estaba presente en todas las grandes
decisiones internacionales y había conseguido abrirse una situación dominante en el
Mediterráneo. Su poder militar había resurgido mediante un aumento muy significativo de
los gastos de defensa.
Sin embargo, este panorama no tenía el respaldo de una economía sólida. La política del
gobierno fascista de apoyar la economía agraria limitaba la modernización económica,
favorecía la ineficacia empresarial y obstaculizaba la entrada de capitales extranjeros. Su
dependencia de las importaciones de materias primas y de petróleo hacía a Italia
extraordinariamente vulnerable, mientras que la escasez de divisas constituía un obstáculo a
la importación de bienes.

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Incluso sus fuerzas armadas habían llegado a finales de los años 30 a una situación nada
prometedora. Las guerras de Abisinia y España habían desgastado el poder militar italiano,
que la carencia de divisas para importar máquinas de fabricación armamentística y las
limitaciones tecnológicas de la industria impedían su renovación. Por último, Mussolini no
tenía ni mucho menos el poder de Hitler.
Alemania en los años veinte era una potencia fuertemente limitada en su libertad de acción
por los vencedores. Todo cambió en los años treinta, como consecuencia de la crisis
económica y el consiguiente ascenso de Hitler al poder. Se mantenía un intenso espíritu
nacionalista y revisionista, que concitó un indiscutible apoyo social al régimen nazi y el fuerte
potencial industrial que conservaba, a pesar de las grandes crisis que había atravesado desde
el final de la Primera Guerra Mundial.
Hitler poseía un régimen realmente sólido e indiscutiblemente muy popular, así como una
estructura y un espíritu económicos favorables para los empeños de convertir al país en la
gran potencia mundial. El rearme alemán, sobre todo desde 1935, fue espectacular. Sin
embargo, para afrontar este esfuerzo armamentístico la economía alemana carecía de
recursos necesarios a largo plazo. La planificación económica era poco coherente y no tenía
en cuenta las posibilidades reales de la economía alemana. Para importar las cuantiosas
materias primas necesarias al esfuerzo militar, Alemania ya no podía contar con los ingresos
de sus exportaciones e artículos industriales, puesto que la actividad industrial estaba ahora
centrada en la fabricación de armamento y los mercados exteriores se hallaban cerrados
por la crisis económica internacional, mientras que los gastos de la Primera Guerra Mundial y
el pago de las reparaciones habían acrecentado el déficit de divisas con las que hacer frente
a las importaciones. La propia incapacidad de la economía alemana para afrontar los
enormes gastos armamentísticos impulsaba también su política expansionista abocada a una
guerra.
Japón había salido muy fortalecido de la Primera Guerra Mundial, que le había permitido
aumentar su potencial industrial. El país había podido liquidar sus deudas, convirtiéndose
en acreedor. En los años treinta su actividad industrial había progresado a un ritmo muy
superior al de todas las potencias, con excepción de la URSS. A pesar de las limitaciones
impuestas por el Tratado de Washington (1922), las construcciones navales habían
desarrollado una marina poderosa y moderna. Además de unas fuerzas armadas poderosas y
modernas, sus efectivos humanos estaban bien instruidos e imbuidos de un espíritu de
abnegación y sacrificio que iba literalmente hasta la muerte, lo que representaba un valor
militar añadido de primer orden.
La dependencia estratégica del exterior constituía la principal vulnerabilidad de Japón. El
radio de su expansión por el continente asiático y era enorme. Japón se había visto obligado
a expandirse por todo el sudeste asiático. Mientras tenía que sostener la presión militar de la
URSS en el norte. La guerra con EE UU resultaba inevitable por el potencial económico y la
capacidad de estrangulamiento de suministros estratégicos vitales que poseían los EE UU.

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De las potencias occidentales la más débil era sin duda Francia. En los años veinte
conservaba una posición dominante en términos de prestigio e incluso de posición
económica. En 1930 Francia poseía una industria moderna y unas reservas de oro muy
importantes. Sin embargo, en los años siguientes la deflación producida por la política de
ortodoxia monetaria y financiera de los gobiernos fue agravando la posición económica del
país. Las dificultades económicas repercutieron seriamente en la capacidad militar.
Únicamente la marina tenía calidad.
La postración económica y el conservadurismo de los jefes militares limitaban la capacidad
militar francesa y la sociedad carecía de vigor demográfico y acusaba un cansancio y un
espíritu pacifista nada favorables a la realización de esfuerzos colectivos. Los medios políticos
franceses se enfrentaban a la amenaza alemana con un talante defensivo. A lo largo de los
años treinta la diplomacia francesa había actuado con dependencia de la actitud adoptada
por las potencias anglosajonas.
Inglaterra había salido de la Primera Guerra Mundial con una situación poco propicia para
realizar un nuevo esfuerzo. El espíritu pacifista estaba muy extendido como consecuencia del
cansancio y del escepticismo respecto de los problemas internacionales. Como en Francia, la
cuestión social, propia de un estado democrático, concentraba la atención de la opinión y de
los gobernantes. Aunque la crisis económica había sido menos intensa reducía también las
posibilidades de atender a las necesidades de defensa. Las tendencias aislacionistas, que
rechazaban complicar al país en los asuntos europeos, y la oposición de los dominios de la
Corona a toda implicación en problemas continentales, no favorecían la resistencia frente al
expansionismo de las potencias fascistas.
De hecho, Inglaterra seguía siendo un poder mundial que tenía que defender sus intereses
en los lugares más distantes del planeta, pero sus recursos económicos y militares eran
notablemente inferiores a los que había dispuesto antes de 1914. Gran Bretaña tenía sus
intereses fuera de Europa, pero carecía de poder suficiente para defenderlos de forma
aislada y había perdido apoyos estratégicos vitales.
Después del terrible hundimiento producido por la revolución y la guerra civil entre 1917 y
1922, la potencia económica y militar de la URSS había despegado con extraordinario vigor
desde finales de los años. La brutal “revolución agrícola”, con la colectivización forzosa, había
lanzado masas de trabajadores al sector industrial aumentando vertiginosamente la fuerza
de trabajo, mientras que la drástica reducción de la renta destinada al consumo había
permitido acumular formidables inversiones de capital en la formación de los trabajadores y
de técnicos y en el desarrollo de la industria de bienes de equipamiento.
El agravamiento de la situación internacional dio un enorme impulso a los gastos militares. La
potencia militar de la URSS residía más en la cantidad que en la calidad de sus armamentos,
muy por debajo de la de los alemanes. Por otra parte, las terribles purgas estalinistas
tuvieron efectos desastrosos sobre las fuerzas armadas.

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La URSS cuyo territorio se extendía desde la frontera polaca al Pacífico, se encontraba en una
situación delicada entre la presión del expansionismo japonés y los conocidos designios
alemanes de avanzar hacia el Este. La desconfianza hacia las potencias de la Europa
occidental acabó por llevar a la diplomacia estalinista a concertar con Berlín un
entendimiento de reparto territorial en los confines europeos de ambas potencias.
En los años veinte el poder mundial relativo de los EE.UU. era extraordinariamente alto como
consecuencia de su fabulosa capacidad económica y de la debilidad comparativa del resto de
las potencias, sobre todo de Alemania y del URSS. El intenso sentimiento aislacionista de la
opinión norteamericana y la ausencia de rivales en el mundo, explican el repliegue de la
diplomacia de Washington y la escasa atención dedicada a la expansión de las fuerzas
armadas.
La crisis económica de los años treinta contrajo la economía norteamericana mucho más. La
gravedad de la crisis económica y la consecuente prioridad de las cuestiones internas
reforzaron las tendencias aislacionistas, debilitándose los vínculos con París y Londres para
poner coto al revisionismo de las potencias fascistas. Solo a partir de 1937-1938 el
presidente Roosevelt comenzó más comprometido con la causa de las democracias
europeas. También a partir de entonces se impulsaron los gastos militares. A finales de los
años treinta la economía norteamericana estaba infrautilizada y su potencial de crecimiento
era altísimo.

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Tema 6
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945)
1. Guerra Total, Guerra Mundial
El 1 de septiembre de 1939 el ejército alemán cruzaba la frontera con Polonia. El 3 de
septiembre, Gran Bretaña y Francia declaraban la guerra a Alemania. Comenzaba la Segunda
Guerra Mundial. Al igual que la Gran Guerra, el enfrentamiento se originó en Europa y
superada la primera fase, se extendió y alcanzó a la inmensa mayoría de la población
mundial. Como la anterior, fue una guerra de gran duración y también fue una guerra total
que afectó a soldados y población civil. Los bombardeos aéreos sobre ciudades y las
actuaciones de los ejércitos de ocupación provocaron una sangría de la población civil sin
precedentes. Sin embargo, a diferencia de la anterior, puede ser considerada más una guerra
ideológica que una guerra entre estados, en más de un país hubo fuertes divisiones y
enfrentamientos internos entre simpatizantes del fascismo y antifascistas.

La guerra condicionó la economía de todos los países y se impulsó la investigación con un


objetivo bélico. El Estado, de nuevo, tomó las riendas de la economía, y la mujer volvió a
ocupar puestos de trabajo en fábricas y oficinas.
La innovación técnica en materia militar más importante fue sufrida por la aviación.
Aparecieron los bombarderos cuatrimotores. Alemania ya había probado el bombardeo de
ciudades durante la Guerra Civil española.
Este tipo de actuaciones fue utilizado con cautela en los primeros momentos, sin embargo, la
situación cambio con la Batalla de Inglaterra, donde ambos contendientes atacaron ciudades
enemigas. En cuanto al ataque de centros industriales, los bombardeos fueron ganando
según avanzaba el conflicto, en táctica y exactitud aumentando los daños. La superioridad
aliada se puso en evidencia con los B-17. Mención aparte merece la bomba atómica. Tanto
las potencias del Eje como los aliados mantuvieron una carrera por su consecución. Pero
fueron los estadounidenses quienes, con ayuda de científicos huidos de Alemania, lo
consiguieron en primer lugar.

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En tierra lo más destacado fue el uso masivo de carros de combate. Alemania los utilizó en
un principio en situaciones en las que había una superioridad del enemigo. En los años
siguientes, los aliados perfeccionaron los carros y su utilización, y terminaron siendo
superiores a los alemanes. Aparecieron otros armamentos individuales que aumentaban
considerablemente la capacidad de fuego.

En el mar, los submarinos volvieron a tener una actuación destacada. Novedosa fue la
utilización de portaaviones. Otros barcos y lanchas utilizados para el traslado de tropas y
desembarcos cumplieron una misión fundamental. Hay que hacer mención del radar,
instrumento importante para la guerra aérea y marítima. Las armas químicas y
bacteriológicas apenas se utilizaron.

2. El desarrollo de la contienda
2.1. Blitzkrieg (1939-1941)
El avance de las fuerzas armadas alemanas en Polonia fue rápido. Las divisiones acorazadas
con el apoyo de la aviación facilitaron la penetración invadiendo en poco más de un mes el
territorio polaco. Era la guerra relámpago (Blitzkrieg). Alemania no podía permitirse una
guerra de desgaste. El ejército alemán no estaba completamente preparado y necesitaba
una victoria rápida que le permitiera ganar tiempo. A los pocos días del ataque alemán, el 17
de septiembre, la URSS había penetrado en la parte oriental de Polonia de acuerdo al pacto
firmado entre germanos y soviéticos de finales de agosto. El 28 de septiembre Varsovia era
ocupada y el 6 de octubre desaparecía cualquier tipo de resistencia. Alemania se anexionaba
Danzig, Posnania y Alta Silesia, y la URSS volvía a ocupar los territorios arrebatados a la Rusia
zarista tras el fin de la Primera Guerra Mundial. El estado polaco quedó como un pequeño
territorio alrededor de Varsovia y Cracovia con el nazi Hans Frank, como gobernador al
servicio del III Reich.

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Tras la derrota polaca, la URSS pretendió establecer bases militares en los estados bálticos y
Finlandia. Ésta se opuso a las pretensiones soviéticas. El 30 de noviembre de 1939, los
soviéticos atacaban y los finlandeses se refugiaban tras la línea Mannerheim. La URSS era
expulsada de la Sociedad de Naciones en diciembre de ese año por este acto de agresión. La
guerra había concluido en marzo de 1940. Por el tratado de paz de Moscú, la URSS ocupaba
Hango, las islas Aland, Carelia y Besarabia, aunque Finlandia mantenía su independencia.
En el frente occidental, el conflicto se había convertido en una guerra de posiciones. Los
franceses situados detrás de la línea Maginot, mientras los alemanes hacían lo propio tras la
Sigfrido. Este estancamiento sin enfrentamientos supuso que se hablara de la “guerra de
pega” o “guerra en broma”. Todavía se pensaba que el conflicto se podía solucionar sin lucha
armada. Ambas partes intentaban ganar tiempo.

Pasado el invierno los alemanes reiniciaron su política de expansión. El 9 de abril atacaban


Noruega. A principios de mayo la parte sur del país estaba ocupada. El Rey Haakon huyó a
Inglaterra, mientras se instauraba un gobierno provisional presidido por Vidkun Quisling,
militar noruego fundador del partido nazi en su país. Al mismo tiempo, los alemanes invadían
Dinamarca. Días antes de finalizar la guerra en Noruega, el 10 de mayo, el ejército alemán
atacaba el frente occidental. La guerra relámpago con ataque masivo de carros de combate
combinado con fuertes bombardeos y paracaidistas surtió un efecto.

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En dos días los alemanes ocupaban los Países Bajos y Bélgica. Los holandeses capitularon. El
avance de los tanques alemanes en las Ardenas fue irresistible. El 27 del mismo mes el rey
belga, Leopoldo III, pidió el armisticio. El ejército aliado se retiró hasta Dunquerque con la
intención de evacuar hacia Inglaterra al mayor número de soldados. Lograron embarcar a
más de 330.000 hombres, aunque 40.000 soldados franceses que cubrían la retirada fueron
hechos prisioneros.
Los carros blindados alemanes cruzaron la línea Maginot en el extremo noroccidental. Las
fuerzas alemanas avanzaban hacia el sur de Francia, mientras el gobierno francés presidido
por Paul Reynaud se instalaba en Burdeos. El 13 de junio el ejército alemán desfilaba por las
calles de París, Reynaud dimitió y fue sustituido por el mariscal Petain que firmó el armisticio
el 22 de junio.

El III Reich ocupó dos terceras partes del territorio francés, quedando el tercio restante en
manos del gobierno colaboracionista francés ubicado en Vichy bajo la presidencia de Petain.
Mussolini también atacó Francia cuando las posibilidades de defensa eran mínimas. El 10 de
junio invadía territorios fronterizos y seguidamente se dirigió hacia Grecia y el norte de
África. La entrada de Italia en la guerra implicaba que también el Mediterráneo se convertía
en lugar de conflicto. En este punto la ayuda de España era fundamental. Dos días después
de la entrada de Italia en la guerra, Franco abandonaba la neutralidad y se declaraba “no
beligerante”. El día 14 ocupaba la ciudad internacional de Tánger y planificaba la invasión de
Gibraltar. Sin embargo, la destrucción y agotamiento a causa de la guerra civil no facilitaba la
incorporación al conflicto. En la reunión del 23 de octubre de 1940 en Hendaya entre Hitler y
Franco, este expresó su interés por participar en la guerra al lado del Eje, pero no fijó el
momento de la incorporación de España a las operaciones bélicas. En meses siguientes,
Hitler presionó para la incorporación de España a la guerra, pero entre los dirigentes
franquistas se imponía la prudencia.

2.2. La Batalla de Inglaterra


Tras la caída de Francia, los alemanes consideraron la posibilidad de invadir Gran Bretaña
(Operación Sea Lion). En Inglaterra, el conservador Winston Churchill era primer ministro en
un gobierno de Unidad Nacional. La Batalla de Inglaterra comenzó el 10 de julio de 1940.
Hitler, en un último intento de conseguir la desunión entre las potencias aliadas, lanzó una
proposición de paz a los ingleses el 19 de julio que fue rechazada.

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La invasión no podría realizarse sin dominar antes el espacio aéreo, así que la Luftwaffe
bombardeó intensamente ciudades y centros fabriles. A pesar de todo, los alemanes nunca
controlaron el mar y el aire como para proceder a la ocupación de Inglaterra. Hitler decidió, a
finales de octubre de 1940, posponer la invasión y avanzar hacia el este.

Los italianos, con sus colonias de Libia y Abisinia, entraron pronto en colisión con los ingleses,
asentados en Egipto y África Oriental. El 13 de septiembre, penetraron en Egipto con el
objetivo de avanzar hacia el Canal de Suez, lo que implicaba el control del Mediterráneo. El
ejército italiano contó con la ayuda del Afrika Korps alemán, dirigido por el mariscal Erwin
Rommel y con colaboracionistas franceses de Vichy, que aportaron suministros a través de
Túnez.
En el sur de Europa el avance italiano sobre Grecia coincidió con el ataque alemán sobre
Yugoslavia. Países de la zona como Hungría, Rumanía y Bulgaria se adhirieron a la alianza
militar de las potencias del Eje. En los meses siguientes nuevos países como Yugoslavia y
Croacia entraban en la órbita de los dominadores de Europa.

2.3. La Operación Barbarossa


El pacto germano-soviético de 1939 seguramente carecía de la plena confianza entre los
firmantes. El avance de la URSS hacia los Balcanes y los intereses alemanes en la zona llenaba
de interrogantes el mantenimiento del pacto. Hitler, consciente de las grandes riquezas
naturales de la URSS, puso en marcha con el inicio del verano, el 22 de junio de 1941, el plan
Barbarroja. Más de 3 millones de hombres atacaron la URSS. El avance fue espectacular. En
el otoño se habían apoderado de la Rusia Blanca, ocupaban parte de Ucrania, Leningrado
estaba sitiado y sus tropas se encontraban a 35 kilómetros de Moscú. Pero el invierno
soviético y la dura resistencia rusa detuvieron el avance a principios de diciembre de 1941.
El 7 de diciembre de 1941 los japoneses bombardeaban la base norteamericana de Pearl
Harbor, en las Islas Hawai. El país nipón llevaba a cabo una política expansionista en Asia y
reclamaba su “gran espacio oriental”. En China, en 1937 había colocado un gobierno títere
en Nan-Kin y habían ocupado Indochina en julio de 1941.

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EE.UU. reaccionó con el embargo de exportaciones de productos importantes para la
economía japonesa como el hierro y el acero y en noviembre de 1941 exigió el fin de ambas
ocupaciones. El bombardeo fue una auténtica sorpresa para la opinión pública, para la
Armada americana no, pues conocían perfectamente los planes de ataque del almirante
Yamamoto tras descifrar el código NJ51 de la Marina Imperial japonesa. Al día siguiente,
EE.UU. y Gran Bretaña declaraban la guerra a Japón. El 11 de diciembre, Alemania e Italia
hacían lo propio con EE.UU.

2.4. 1942, el dominio del Eje


Las potencias del Eje consiguieron durante 1942 la máxima extensión de su dominio. Cuatro
zonas van a marcar el fuerte empuje de sus ejércitos: el Pacífico, el Norte de África, el
Atlántico y la Unión Soviética.
En enero de 1942, veintiséis países, entre los que se encontraban Gran Bretaña, la URSS y
EE.UU., decidieron no poner fin a la contienda hasta la derrota total de las potencias del Eje.
EE.UU. y Gran Bretaña acordaron coordinar sus actuaciones bélicas en un Estado Mayor
Combinado y decidieron dar prioridad a la guerra en Europa postergando la guerra del
Pacífico a la derrota de Alemania. Así, los japoneses lograron importantes avances tras el
ataque a Pearl Harbor. En los primeros cinco meses de 1942 ocuparon Malasia, Indonesia,
Filipinas, Birmania, Hong Kong, Guam, Nueva Guinea y amenazaban Australia.
En el Norte de África, tras el avance italiano, los ingleses a comienzos de 1941 habían logrado
entrar en Libia y Etiopía, poniendo fin al dominio italiano en la zona. El protagonismo pasó a
manos del Afrika Korps de Rommel, que a mediados de 1942 había penetrado en Egipto y la
amenaza se cernía sobre el Canal de Suez.
Los submarinos alemanes controlaban la navegación en aguas del Atlántico. A principios de
1942, EE.UU. no estaba completamente preparado para la guerra y barcos ingleses y
norteamericanos sufrieron ataques germanos incluso cerca del continente americano,
imposibilitando la salida de tropas estadounidenses con destino a Europa.
Por último, la ofensiva alemana en la URSS tuvo su punto álgido en 1942. Hitler tomó el
mando y en mayo de 1942 intensificó el ataque sobre Crimea. En los meses siguientes dirigió
sus fuerzas hacia los campos petrolíferos del Cáucaso y Stalingrado, donde más de 22
divisiones intentaron cruzar el Volga. Los rusos vencieron esta batalla, considerada como la
más atroz de toda la guerra y que trajo la destrucción total del 6º Ejército de la Wehrmacht
dirigido por Von Paulus. Igual de terrorífico fue el asedio de Leningrado que duró 900 días,
de septiembre de 1941 a enero de 1944. La resistencia rusa fue excepcional.

59
Este panorama comenzó a cambiar a finales de 1942. Los estadounidenses, bajo el mando
del general Douglas MacArthur, consiguieron victorias importantes liberando a Australia de
la presión japonesa. Al final de año los americanos desembarcaban en Guadalcanal, en Islas
Salomón, lo que suponía el fin del avance japonés y el inicio de la contraofensiva.
Al mismo tiempo, la fuerza submarina alemana fue perdiendo efectividad en el Atlántico, con
lo que los aliados empezaron a planificar la invasión de Europa a través de Inglaterra. En el
Norte de África las tropas inglesas dirigidas por Montgomery lograron contener en octubre
de 1942 a los alemanes en El Alamein; un mes más tarde, el general Eisenhower, al mando
de tropas estadounidenses, lograba desembarcar y avanzar desde el oeste, acorralando a
Rommel en Túnez, donde lo vencieron en mayo del 43. Por último, los soviéticos lograron la
victoria en Stalingrado en febrero de 1943. Desde este momento los rusos avanzaron
continuamente hacia el oeste.

2.5. La victoria aliada


Desde África, las tropas aliadas lograron cruzar el Mediterráneo y penetrar en el continente.
En julio de 1943 entraron en Sicilia. Ante el avance aliado, Mussolini dimitió y fue detenido.
El rey Víctor Manuel II nombró un nuevo gobierno que solicitó el armisticio (firmado el 3 de
septiembre) y declaró la guerra a Alemania. Italia fue admitida como “cobeligerante” por los
aliados. Los alemanes invadieron el norte de Italia. Mussolini logró escapar ayudado por
tropas alemanas y se desplazó al norte donde fundó la República Social Italiana (República de
Saló) bajo protección alemana. El 4 de junio de 1944, los aliados entraban en Roma y en abril
de 1945, los partisanos detenían a Mussolini cuando intentaba huir. El Duce fue fusilado y
descuartizado.
El 6 de junio de 1944, se ponía en marcha la operación Overlord: 100.000 hombres
desembarcaban bajo el mando del general Eisenhower en las costas de Normandía. El mayor
desembarco de tropas por mar que se había realizado en la historia. El avance fue más
complicado que la entrada de los aliados por el sur de Italia. La liberación de París tuvo lugar
el 25 de agosto. Mientras en el sur los aliados lograron desembarcar en Provence el 15 de
agosto y ocupar Marsella el día 23. Ambos contingentes se unieron en la zona de Dijon a
mediados de septiembre. A finales del mismo mes cruzaban la frontera con Alemania en
dirección a Berlín.

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En el frente ruso, el avance de tropas soviéticas fue continuo. En 1944 los rusos expulsaron a
los alemanes de Ucrania, Rusia Blanca, Estados Bálticos y Polonia oriental. En agosto llegaban
a Varsovia y en los meses siguientes a Rumanía, Bulgaria y Hungría. En febrero alcanzaban el
río Oder, a menos de 100 kilómetros de Berlín, donde el general Zhukov reagrupó sus
fuerzas. Al mismo tiempo, los aliados también detuvieron sus efectivos en el oeste cerca de
Berlín. Eisenhower permitió que fueran las tropas rusas las primeras en entrar en la capital
alemana, como reconocimiento al gran sacrificio realizado por el pueblo ruso durante la
guerra. Berlín fue ocupada entre el 25 de abril y el 2 de mayo. El 30 de abril, Hitler se
suicidaba en el bunker de la Chancillería. Ocho días después el almirante Karl Dönitz,
designado sucesor por el Fuhrer, firmaba la capitulación.

La caída de Alemania suponía el fin de las acciones en Europa, pero no el de la guerra. En el


Pacífico, las fuerzas americanas fueron ocupando entre enero de 1944 y marzo de 1945 las
islas Filipinas, las Marshall, las Carolinas y las Marianas. Pusieron bases en islas que se
encontraban cerca de Japón desde donde realizaron intensos bombardeos que destruyó el
resto de la flota y la industria nipona. A pesar de todo se pensaba que la rendición de Japón
iba a ser larga y costosa. Harry S. Truman, que había sustituido a Roosevelt fallecido el 12 de
abril de 1945, decidió lanzar la primera bomba atómica de la historia. El 6 de agosto de 1945,
el Enola Gay, superfortaleza volante o bombardero cuatrimotor B-29, despegaba de Tinian y
dejaba caer a Litte Boy a las 8,15 de la mañana sobre Hiroshima.

La ciudad de 200.000 habitantes fue destruida prácticamente en su totalidad, pereciendo a


causa de la explosión más de 70.000 personas. Tres días más tarde lanzaban una nueva
bomba atómica (Fat Man) sobre Nagasaki, que mató a más de 80.000 personas. Los
japoneses pidieron la paz inmediatamente. El 2 de septiembre de 1945 firmaban a bordo del
acorazado Missouri la rendición. Japón pasaba a ser ocupado por EE.UU., aunque mantenía a
su emperador, Hirohito, como jefe del Estado.

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3. Las retaguardias
3.1. Las potencias combatientes
La Segunda Guerra Mundial influyó en mayor medida en la población porque las acciones
bélicas dejaron de circunscribirse exclusivamente al frente de batalla, y los habitantes de
ciudades y pueblos pasaron a ser un objetivo más. Las potencias anglosajonas exigieron un
gran esfuerzo productivo a su población. Su fuerza estaba en el nivel de producción y
entendían que cuanto más alargaran la guerra, más aumentaban sus posibilidades de
victoria. En el orden político, tanto Gran Bretaña como EE.UU. mantuvieron en esencia el
funcionamiento de sus instituciones. Las libertades y derechos ciudadanos fueron
respetados. Aunque los ciudadanos británicos soportaron peores condiciones de vida que los
estadounidenses, hubo un ambiente de ayuda colectiva que facilitó la superación de las
dificultades. En este ambiente de sacrificio y unidad, el líder conservador Winston Churchill
fue elegido para conducir al país en los difíciles momentos de la guerra, siendo relevado de
su cargo una vez finalizada.
Uno de los problemas fundamentales a los que tuvo que enfrentarse Gran Bretaña fue la
pérdida de control de sus colonias. En algunos casos la guerra estrechó los lazos con la
metrópolis, como Australia y Canadá, en otros territorios se vio la posibilidad de poner fin a
años de sumisión. Dirigentes de países del Norte de África y asiáticos apoyaron a alemanes o
japoneses con el único objetivo de acabar con el imperialismo occidental.
En EE.UU., en los primeros compases de la guerra, la opinión pública estaba dividida entre
los que apoyaban la intervención y los que se oponían. La política del presidente Roosevelt,
partidario de la intervención, facilitó la ayuda a los aliados. En marzo de 1941, Roosevelt,
cada vez más proclive a la intervención, aprobaba la ley de Préstamo y Arriendo, que
permitía la compra de armas y otros productos como materias primas y alimentos a crédito,
mientras se preparaba para la posible entrada en el conflicto. Con el ataque japonés a Pearl
Harbor la opinión de los norteamericanos cambió. Algunas minorías, como la población
negra, mejoró sus condiciones de vida por su participación en la guerra, mientras que los
japoneses, en su mayoría ciudadanos norteamericanos, perdieron sus derechos y fueron
internados en campos de concentración ante una posible colaboración con el enemigo.
Dentro de los aliados, la otra gran potencia, la Unión Soviética, movilizó desde el principio
todos sus efectivos. El sacrificio exigido a su población fue excepcional, y a pesar de que
buena parte de sus recursos y territorios estuvieron en poder alemán, mantuvo una
producción alta, consecuencia de la decisión de trasladar la industria a territorios del Este.
Los dirigentes políticos y militares soviéticos y las principales autoridades en ciudades y
pueblos no dudaron en tomar medidas que eliminaron las libertades, derechos y las
divisiones entre la población civil. Las tropas fueron obligadas a mantener la resistencia o
iniciar el contraataque a cualquier precio. La Guerra Mundial en la URSS se convirtió en la
Gran Guerra Patriótica que logró aunar el sentimiento nacional.

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En las potencias del Eje se intentó en los primeros meses de guerra, que la población no
sufriera los efectos de la contienda. En Alemania, a diferencia de 1914, los ciudadanos no
soportaron ningún tipo de restricción. La estrategia de Hitler de realizar una guerra
relámpago estaba directamente relacionada con la necesidad de una victoria rápida, ante la
superioridad material de los aliados, que le permitiera el acceso a las materias primas tan
necesarias para la industria. El Estado no acaparó todos los resortes de la economía,
manteniendo la iniciativa privada, aunque supeditada a las necesidades de los dirigentes
nazis. La economía se vio beneficiada por el expolio de los países ocupados. La falta de
hombres en la industria, requeridos para engrosar el ejército, fue suplida por la mano de
obra forzosa compuesta por prisioneros, miembros de razas consideradas inferiores o por los
propios alemanes opositores al Nuevo Orden.
En otros casos, países denominados neutrales colaboraban con la potencia que dominaba
Europa. España aportó a Alemania productos alimenticios y wolframio para la producción de
blindajes y armamento antiblindaje.
Italia tampoco impuso restricciones a la población durante los primeros meses de la guerra.
El régimen italiano, mantuvo el totalitarismo que había presidido su actuación desde la
subida del Duce al poder y continuó ejerciendo la represión contra los opositores de forma
sistemática.
Por su parte, Japón tenía graves problemas con el suministro de productos, especialmente
petróleo. La ocupación de territorios en Asia facilitó el suministro de materias primas para la
industria japonesa. A estas serias carencias se unía el problema de mantener a una población
sin los recursos alimenticios adecuados, base de la justificación de su expansión colonial. La
sociedad japonesa estaba educada en una férrea disciplina, consecuencia de su cultura y de
una larga e importante tradición militar. Sus enfrentamientos bélicos con otros países en las
últimas décadas se habían saldado con victoria, unido a su avanzada tecnología militar y su
concepto de honor y patriotismo hacían de ellos un enemigo difícil de batir. Los japoneses
mantuvieron la unidad y estuvieron dispuestos a defender cada isla y cada casa hasta el final.
Solamente la sobrecogedora experiencia de las explosiones nucleares doblegó su espíritu de
resistencia. El Consejo Supremo de Guerra nipón dudó hasta el último momento en aceptar
la rendición por miedo al levantamiento del ejército y la oposición de la población que
prefería su sacrificio en defensa del Emperador. Hirohito aconsejó aceptar las exigencias
aliadas y la rendición.

3.2. El colaboracionismo
En la Segunda Guerra Mundial, la victoria de las potencias del Eje llevaba implícito la
constitución de un Nuevo Orden que tenía sus bases en la ideología fascista. Como sus
victorias fueron temporales y su derrota final impidió su instauración, sus realizaciones
fueron parciales y tuvieron diferente aplicación dependiendo de la nación ocupada.
Entre las naciones denominadas como inferiores hay que señalar a la URSS y Polonia. En
ambos países se puso de manifiesto que los alemanes buscaban la explotación del territorio
y de sus habitantes.

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En la URSS las tierras fueron consideradas propiedad de Alemania y sus ciudadanos utilizados
como mano de obra servil. En Polonia la población fue tratada de una forma inhumana y una
parte importante de la población, incluidos niños, fueron desplazados a Alemania como
mano de obra esclava.
En el lado opuesto, los países que los alemanes consideraban racialmente asimilables. En
primer lugar, Austria, cuyos dirigentes fascistas ocuparon puestos relevantes en el III Reich.
En Dinamarca la ocupación se realizó de forma incruenta. La colaboración que allí se
estableció, como en Bélgica y Holanda, fue, en gran medida, circunstancial y basada en
mínimos que facultara la continuidad de los servicios básicos.
Lo que no impedía la colaboración de aquellos que mantenían misma base ideológica. Fue en
Noruega donde tuvo lugar uno de los casos más representativos de colaboracionismo,
Vidkun Quisling, dirigente del partido fascista noruego, fue primer ministro de Noruega entre
1942 y 1945. En otros países los alemanes preferían utilizar a partidos autoritarios y
anticomunistas en la administración del país ocupado, lo que no impedía la colaboración
estrecha con partidos fascistas. En Rumanía, apoyaron al militar conservador Antonescu. En
Hungría se mantuvo en el poder al regente Miklós Horthy, con un gobierno conservador. En
1944 el dirigente fascista húngaro del Partido de la Cruz Flechada, Ferenc Szálasi se hizo con
el poder. Por su parte, Yugoslavia fue dividida en el estado croata, bajo dominio italiano, y la
zona de Serbia, con administración alemana.
Francia significó un caso especial. La rápida derrota francesa dejó sin respuesta a una
inmensa mayoría de franceses. Entre ellos a los miembros del parlamento, que aceptó la
derrota y concedió plenos poderes al mariscal Petain, jefe de estado en la “Francia libre”. El
régimen autoritario de Vichy contó con importantes colaboradores como Pierre Laval, que
alcanzó la presidencia del gobierno entre 1942 y 1944. Los dirigentes de los partidos fascistas
franceses no estuvieron en Vichy, fueron activos colaboradores con la administración
alemana en París.
La colaboración con el III Reich incluyó, en algunos casos, la formación de ejércitos que
combatieron junto con el ejército alemán. En buena parte de los países ocupados o aquellos
que se declararon neutrales, pero afines a la Alemania de Hitler, se formaron ejércitos para
combatir al comunismo.
En Asia, Japón llevó a cabo una política similar a la alemana. Explotaron territorios y
poblaciones sin ninguna consideración. El discurso se basaba en el antioccidentalismo. No
faltaron, colaboracionistas o nacionalistas que apoyaron las tropas japonesas para conseguir
la independencia de las metrópolis europeas, como el caso de Sukarno en Indonesia. La
descolonización de Asia tuvo su punto álgido con el fin de la Segunda Guerra Mundial.

3.3. Las resistencias


La diversidad en la colaboración con Alemania se repite en la resistencia que surgió en los
países ocupados. La oposición al Nuevo Orden tuvo un momento clave en la invasión
alemana de la Unión Soviética.

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Desde este momento, los miembros de los partidos comunistas de los países ocupados
desempeñaron un papel fundamental tanto en la resistencia como en la reconstrucción y
reorganización política de sus países una vez finalizada la contienda.
Las decisiones del Parlamento francés y la asunción de poderes del mariscal Pétain
retrasaron la formación de la resistencia francesa que tuvo diferentes puntos de
organización. Por un lado, la interior que se formó desde los primeros momentos de la
ocupación y tuvo en los “maquisards” los grupos más significativos.
Por otro lado, hay que mencionar la resistencia organizada en el exterior y protagonizada por
el General De Gaulle. En Inglaterra constituyó las Fuerzas de la Francia Libre, con el objetivo
de expulsar de suelo francés a las fuerzas de ocupación., El gobierno de Churchill le
reconoció como el “jefe de los franceses libres”. La Colaboración entre la resistencia interior
y el exilio fue más intensa desde 1942.
La actuación de la resistencia francesa fue dirigida a la realización de atentados y sabotajes
que dificultaban la movilidad y acción de las tropas alemanas y la captación de información
que resultó clave para las acciones de los ejércitos aliados, además de la publicación de hojas
y folletos.
En países como Italia y Yugoslavia la guerra desembocó en una guerra civil. En los primeros
años los italianos formaron la resistencia en el exterior, aunque a partir de la firma del
armisticio en septiembre de 1943, la resistencia partisana tuvo una presencia destacada. El
punto álgido de su actuación hay que situarlo en la constitución de la República Social de
Mussolini en el norte del país, y su final en la rendición de los alemanes en abril de 1945. Las
acciones más frecuentes de los partisanos consistieron en sabotajes contra las tropas de
ocupación.
En Yugoslavia la ocupación alemana provocó la creación de un Estado croata dirigido por los
ustachis de Ante Pavelic, líder fascista croata, y controlado por el III Reich. En Serbia, los
chetniks dirigidos por el coronel monárquico Dragoljub Mihailovic y apoyados por los
alemanes se enfrentaron a la Resistencia partisana dirigidos por el comunista Joseph Broz,
Tito, que sería el vencedor convirtiendo a Yugoslavia en el único caso de implantación de un
régimen comunista en la Europa Oriental sin la intervención de las tropas soviéticas en su
avance hacia Berlín.
En Alemania, la resistencia al régimen nazi tuvo un alcance muy limitado. Al estallar la guerra
mundial en Alemania ya había 8.000 personas en campos de concentración. Según avanzaba
la guerra y se vislumbraba la derrota final, la disidencia dentro de las propias instituciones
germanas se hizo más presente.

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3.4. Represión y holocausto

La brutalidad de los alemanes quedó patente en todos los países que ocuparon: torturas,
ejecución de rehenes, trabajos forzosos, campos de concentración, experimentación con
seres humanos, cámaras de gas... En Croacia, el líder fascista Pavelic promulgó leyes
antisemitas y abrió el campo de exterminio de Jasenovac, donde fueron asesinadas cerca de
80.000 personas entre gitanos, serbios y comunistas. De la brutal represión no se libraron los
propios alemanes: tras el fracaso de la operación Walkiria fueron ejecutadas cerca de 7.000
personas. Polonia sufrió la represión de forma especial, el 20% de la población murió en la
guerra. El general Hans Frank, gobernador del III Reich en Polonia, ejecutaba a 100 rehenes
por cada soldado alemán asesinado. Más de 200.000 niños polacos fueron utilizados como
mano de obra esclava en Alemania. En el campo de concentración de Ljublin fueron fusilados
o gaseados miles de prisioneros soviéticos. En campos de concentración se realizaron
experimentos médicos utilizando a seres humanos como cobayas.

Japón no se quedó atrás en la realización de este tipo de experimentos. La Unidad 731, que
actuó en Manchuria, formaba un grupo de investigación sobre las armas biológicas. A las
atrocidades cometidas por la Unidad 731, se puede añadir la actuación de las tropas
japonesas en buena parte de Asia: torturas, fusilamientos, represalias, violaciones...
Mención aparte merece el Holocausto judío. El antisemitismo de Hitler estuvo detrás de su
intento de hacer desaparecer a todo un pueblo. Las medidas represivas supusieron la
emigración de Alemania de cerca de 250,000 personas antes del inicio de la guerra. Pero las
victorias alemanas volvieron a colocar bajo su dominio a miles de judíos que vivían en las
naciones ocupadas. La eliminación racial o política realizada en los campos de exterminio
aplicaba los criterios de mínimo coste y máxima eficacia. En total, unos 6 millones de judíos
fueron asesinados.

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Tema 7
La reconstrucción de la paz
Hacia un sistema bipolar
1. Las destrucciones de la guerra
La Segunda Guerra Mundial terminó con un terrorífico balance. Los muertos se han calculado
en torno a 60 millones. Hubo también 35 millones de heridos y otros tantos refugiados o
desplazados. El paradójico resultado fue una composición étnica de muchos estados más
homogénea que en 1939.
La situación económica y humanitaria en 1945 era desastrosa por la terrible devastación
material. Las ciudades habían sufrido más, sobre todo las alemanas, británicas y japonesas.
La falta de viviendas era un gravísimo problema. La producción agrícola cayó en picado, de
ahí que hambre, desnutrición, racionamiento y mercado negro fueran la regla. La capacidad
productiva general europea estaba en el 50% respecto a 1939. Los beligerantes habían salido
de la guerra arruinados: enormes deudas públicas e inflación, a veces con monedas sin valor.
Sólo había crecido el producto interior bruto, gracias a la demanda de los beligerantes, en
Argentina, Brasil, Canadá y por supuesto EE.UU., convertido en la gran potencia industrial y
único país capaz de ofrecer ayuda a la reconstrucción.
El paisaje político general era inquietante. Países invadidos y ocupados varias veces.
Alemania había quedado devastada, ocupada militarmente, con riesgo de ser desmembrada
y desindustrializada. El futuro político de Europa central y oriental, bajo ocupación militar
soviética, era también incierto. Stalin se encontraba al frente de un Estado exhausto, con
toda su parte occidental, la más industrial, asolada.
Había guerra civil en Grecia: milicias comunistas frente al gobierno monárquico respaldado
por Gran Bretaña. También en Yugoslavia. Italia se encontraba en una situación crítica.
Francia se enfrentaba al colapso de su aparato institucional, la Tercera República, y Gran
Bretaña a la ruina económica. La capacidad de influencia mundial de ambas potencias había
menguado y el coste de retener sus imperios resultaba casi insostenible.
Japón fue despojado de sus últimas conquistas territoriales. Era un país aplastado. En China
el corrupto e inoperante régimen del Koumitang de Chiang Kai-shek retomó de inmediato su
guerra contra los comunistas de Mao Zedong sumiendo al país, de nuevo, en la guerra civil.
El sudeste asiático se encontraba en plena ebullición anticolonialista, situación que se repetía
en Oriente Medio.
La guerra también había supuesto una intensa conmoción moral, por la destrucción y muerte
derivadas de la “guerra total”: bombardeo de ciudades abiertas, armas nucleares, estrategias
de terror, deportaciones masivas, campos de concentración y sobre todo, de exterminio.

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Como reacción, se buscó castigar a los culpables y a quienes habían colaborado con ellos. Los
juicios ejemplarizantes de Nuremberg y Tokio en 1945-1946 contra jerarcas nazis y
japoneses, resultaron los primeros celebrados por crímenes de guerra, contra la humanidad
o genocidio y fueron precedente para el desarrollo de una jurisprudencia internacional que
culminó en 1998 con la creación de un Tribunal Penal Internacional permanente. Además, se
pusieron en marcha programas de reeducación en Alemania y Japón para intentar cambiar
sus culturas políticas.

Los vencedores perpetuaron la idea de que la guerra había sido justa, motivo de orgullo
nacional. En la URSS se celebró la heroica resistencia para reforzar el nacionalismo ruso y
legitimar la política estalinista posterior. En EE.UU. se reforzó la autoimagen idealista de la
política exterior nacional. En Europa, con la excepción de Gran Bretaña, los recuerdos fueron
más conflictivos. Se glorificó la resistencia antinazi y el antifascismo y se rehuyeron los
episodios oscuros de las distintas historias nacionales. En Japón se impuso un pacifismo
radical tras la experiencia nuclear, pero hubo poca autocrítica. En Alemania la contrición
oficial fue temprana y se concretó en compensaciones económicas y políticas, vinculadas al
Holocausto.
La tragedia del genocidio judío no fue asumida ni rememorada públicamente hasta bien
entrada la posguerra.

2. Expectativas de cambio en 1945


La sacudida moral de la guerra y el miedo a repetir los errores que la habían propiciado
llevaron a intentar reformar la organización política y social tanto en el ámbito nacional
como internacional. En Europa cayeron cinco monarquías. En varios países europeos se
otorgó el voto a las mujeres y sobre todo, en las primeras elecciones celebradas ganaron
opciones de izquierda o centro-izquierda. También los comunistas obtuvieron muy buenos
resultados electorales. Churchill fue derrotado por los laboristas. En Europa Central y
Oriental, más allá de la determinante influencia soviética, las primeras coaliciones que
gobernaron también reflejaron la voluntad popular de romper con la realidad política de
preguerra. En EE.UU. el demócrata Harry Truman fue reelegido en 1948, en América Latina
se vivió un cierto impulso democratizador hasta 1947-1948 y en Japón ganaron los
socialdemócratas en 1947.

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La reivindicación de mayor justicia social y equidad para las clases trabajadoras se plasmó en
la fuerza de los sindicatos. En consecuencia, las coaliciones gobernantes que afrontaron la
reconstrucción en Europa apostaron por las reformas sociales.
La crisis de 1929 y la guerra influyeron para que todos confiaran en el papel del Estado como
instrumento de regeneración nacional, regulador socioeconómico por excelencia. Se
nacionalizaron amplios sectores de la economía en muchos países y se afrontaron reformas
agrarias. Pero el Estado, además debía ser promotor de una sociedad más justa a través de la
expansión de los servicios y seguros sociales para todos sus ciudadanos. Se trató de
implantar el modelo del Estado de bienestar, que tuvo su paradigma en Gran Bretaña.
Mientras, en la Europa bajo influencia soviética, había un modelo más radical, en teoría con
parecidos presupuestos de democracia social, pero sin elecciones libres.
En el ámbito internacional existía voluntad de fundar una nueva organización que previniera
los conflictos bélicos. El mecanismo ideado para establecer un sistema de seguridad mundial
fue la ONU. Su base fue la Carta del Atlántico de 1941 firmada por Gran Bretaña y EE.UU., y
sobre un borrador establecido en Dumbarton Oaks en 1944 entre EE.UU., Gran Bretaña,
URSS y China, se creó la ONU en la Conferencia de San Francisco (junio de 1945). Su Carta
fundacional fue firmada ese año por 51 Estados, con la exclusión inicial de los vencidos en la
guerra. Sus instrumentos fueron la Asamblea General, el Consejo de Seguridad más una
Secretaría General. Se crearon organismos especializados de cooperación internacional y un
Tribunal de Justicia Internacional.
Por otra parte, había que reestructurar la economía mundial para impedir nuevas crisis como
la de 1929. Era preciso reactivar el comercio mundial y crear un nuevo sistema de pagos
fluido para superar el proteccionismo y las políticas autárquicas de los años treinta que
habían contribuido a incrementar las tensiones nacionalistas y la política de esferas de
influencia.
Las bases de un nuevo orden que fomentara la cooperación económica entre los Estados se
establecieron en julio de 1944 en la conferencia de Bretton Woods (EE.UU.). Para que el
mercado internacional funcionase era clave que las monedas fuesen convertibles unas en
otras, con tipos de cambios fijos, y que cada una quedara definida por un peso en oro ligado
a su poder de compra real. Los Estados se comprometieron a estabilizar su moneda y a
equilibrar su Balanza de Pagos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial se
encargarían de supervisar las paridades y a ayudar a aquellos países con dificultades. Como
complemento a todo ello se firmó en 1947 el GATT.

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3. El fin de la cooperación interaliada
La Guerra Fría
3.1. La quiebra de la Gran Alianza
Muchas de las nuevas esperanzas se frustraron pronto a causa de las tensiones entre los
socios de la Gran Alianza, en particular entre EE.UU. y la URSS, las superpotencias tras el
conflicto. Los objetivos nacionales definidos por Roosevelt, aparte de reconvertir la
economía de guerra y contrarrestar el riesgo de una nueva recesión interna, eran evitar
futuras amenazas a la paz mundial a partir de la nueva organización internacional de
seguridad, la promoción del libre comercio y en lo posible, de la democracia y
autodeterminación política. Stalin, con una inmensa reconstrucción por delante, tenía la
voluntad de aprovechar la ocupación militar soviética de 1944-1945 para conjurar de una vez
las amenazas externas a la URSS y engrandecerla recuperando los antiguos territorios del
imperio zarista. Deseaba un “cordón sanitario” en Europa Oriental y los Balcanes, con
gobiernos socialistas afines, para poner territorio de por medio y evitar un nuevo ataque por
sorpresa del bloque capitalista y también una salida al Mediterráneo, el control del Caúcaso y
un colchón de seguridad en Extremo Oriente para alejar las potencias occidentales de las
fronteras soviéticas.

Las dos superpotencias buscaban un nuevo equilibrio de poder internacional que les
asegurase una posición de influencia. Para cubrir sus objetivos, ambas necesitaban mantener
un cierto grado de cooperación entre sí. Esta doble aspiración se demostró poco realista. En
cuanto desapareció el enemigo común, las relaciones bilaterales se deterioraron y resultó
imposible llegar a acuerdos sobre temas básicos.
En 1945, entre las dos reuniones en la cumbre para organizar la posguerra, la Conferencia
tripartita de Yalta (febrero) y la de Postdam (julio), se manifestaron las diferencias en torno a
qué hacer con las fronteras y reparaciones de guerra de Alemania y sobre todo con Polonia y
Europa Centro-oriental. Como Stalin estaba decidido a crear allí una zona de influencia,
conforme las tropas soviéticas habían ido ocupando los países de la zona desde 1944 se
habían establecido gobiernos de coalición antifascista y asegurado posiciones de poder a los
partidos comunistas locales. En Yalta Roosvelt se mostró contrario a los evidentes planes
soviéticos de control del área.

70
Las distancias interaliadas aumentaron a raíz de la Conferencia en la cumbre de Postdam
entre Stalin, Clement Attlee y Harry Truman, al morir Roosevelt en abril. Allí quedó patente
que la interpretación acerca del futuro político de Europa oriental era del todo divergente.
No obstante, en la reunión se logró una solución provisional para el tema de Alemania,
reeducar a su población y mutilar su economía y su ejército, que favorecía los intereses de la
URSS, aunque no tanto como deseaba Stalin. Por otra parte, surgió la cuestión nuclear. EE.
UU. decidió excluir a la URSS de la ocupación de Japón. Stalin endureció sus posiciones,
ordenó un colosal proyecto para acceder a la tecnología nuclear y otros de rearme.
En paralelo habían surgido discrepancias económicas. Stalin había accedido a participar en
Bretton Woods en 1944 ante la perspectiva de préstamos norteamericanos. Pero cuando los
solicitó, las condiciones impuestas fueron rechazadas por Moscú. Las posteriores
negociaciones bilaterales sobre créditos y préstamos tampoco prosperaron. Moscú prefería
renunciar a las ayudas para no quedar en situación de dependencia o debilidad.
A pesar de todo, por entonces parecía que aún había espacio para cierta cooperación. Sin
embargo, tanto en la administración Truman como en los gobiernos europeos occidentales
había ido calando la idea de incompatibilidad de intereses con la URSS.
En ese contexto, el diplomático George F. Kenan envió en febrero de 1946 su famoso
Telegrama largo, advirtiendo del peligro expansionista soviético. Se precisaba adoptar una
política realista. La primera parte de ese dictamen se convirtió en la base de la estrategia
norteamericana durante décadas. “Paciencia con firmeza” fue la nueva consigna. EE.UU.
abandonaba la pasividad. En marzo, en su discurso de Fulton, Churchill recurría a la imagen
del Telón de Acero para describir el peligro soviético y llamar a la cooperación
angloamericana.
Otra discrepancia radical surgió en torno a Alemania. EE.UU. y Gran Bretaña consideraban
vital la recuperación alemana para la del resto de Europa occidental, necesitaban reducir
pronto los costes de la ocupación y no querían que el descontento germano terminara
beneficiando a Moscú. Stalin no aceptó en 1945 una propuesta norteamericana de
desmilitarizar Alemania por 25 años por temor a que pudiera llevar a la negación del derecho
de la URSS a mantener sus tropas en Europa Central y los Balcanes. En respuesta, desde
mayo de 1946 se cortó el envío de reparaciones de las zonas occidentales a la URSS. El
siguiente paso fue la unificación de las dos zonas de ocupación anglosajonas que empezó a
funcionar en enero de 1947. Mientras unos optaban por reconstruir la industria e
instituciones de Alemania occidental, Stalin buscaba una Alemania unificada adscrita a su
esfera de influencia.
El intento de tranquilizar a la URSS en el tema del monopolio nuclear también fracasó.
EE.UU. insistió en retener el monopolio atómico. La URSS se opuso y planteó destruir y
prohibir en adelante las armas nucleares. El monopolio nuclear sólo sirvió para atizar la
tensión bilateral y aceleró la carrera nuclear.
Entretanto, a lo largo de 1946 la URSS había seguido incrementando su influencia y control
en la Europa Centro-oriental, donde los gobiernos fueron cayendo bajo dominio comunista.

71
3.2. El asentamiento de la Guerra Fría
En febrero de 1947 Gran Bretaña anunció que, por problemas económicos, no podría seguir
prestando ayuda anticomunista a Turquía y Grecia, ni pagar los costes de la ocupación
alemana. Truman aprovechó esta circunstancia para aprobar el auxilio económico a Europa y
un incremento del presupuesto militar contra la amenaza soviética. En un famoso discurso
(12 de marzo) expuso que EE.UU. ayudaría “a los pueblos libres que resistieran las tentativas
de dominio por parte de minorías armadas o presiones exteriores”: era la Doctrina Truman.
Tras fracasar un último intento de acuerdo sobre Alemania con la URSS, el general George C.
Marshall, Secretario de Estado, dio a conocer el plan que llevaría su nombre de ayuda masiva
a Europa.
La percepción soviética fue que con dicho Plan y la firme decisión de levantar Alemania se
intentaba crear un bloque para aislar a la URSS y debilitar su control sobre Europa Oriental,
así que forzó a sus Estados satélites a renunciar al programa y aceleró la última fase del
proceso de control comunista sobre Europa Oriental. Poco después Moscú anunciaba el Plan
Molotov, un programa propio de asistencia económica a Europa. Además, se ordenó a los
partidos y sindicatos comunistas occidentales oponerse al Plan Marshall.
En los primeros meses de 1948 había democracias populares con gobiernos comunistas
controlados por Moscú en todos los Estados de la Europa Oriental a excepción de la
Yugoslavia comunista de Tito, que optó por resistir el control soviético. La ofensiva contra
Tito fue comparable a la campaña contra el trotskismo de los años 30.
Este proceso ratificó las percepciones occidentales sobre la necesidad de frenar al
comunismo. Se rubricó el tratado militar de Bruselas en marzo de 1948, para asistencia
mutua entre los países del Benelux más Francia y Gran Bretaña que formaban la Unión
Occidental. Entretanto seguía adelante el Plan Marshall y se dieron los primeros pasos para
erigir un estado independiente en Alemania.
Además, EE.UU. se había encargado de reforzar las relaciones panamericanas que se
completó con la Organización de Estados Americanos (OUA), creada en abril de 1948.
También había cambiado de estrategia en Japón, dando primacía a recuperar la economía
japonesa. La respuesta de Stalin fue un giro en su política china, apoyando a los comunistas
en la guerra civil. Por último, la reacción soviética a la creación de un Estado alemán
occidental fue la crisis de Berlín, primera de la Guerra Fría. Stalin ordenó el bloqueo de la
parte occidental de Berlín desde junio de 1948 a mayo de 1949 en un intento de expulsar a
los occidentales u obligarles a renegociar. El bloqueo no hizo más que acelerar los planes
occidentales. En mayo de 1949 se aprobaba la Ley Fundamental por la que se creaba la
República Federal Alemana (RFA), operativa en septiembre, con Konrad Adenauer como
canciller. En octubre la URSS anunciaba la transformación de su zona ocupada en el nuevo
Estado de la República Democrática Alemana (RDA). La división de Alemania era el símbolo
de la división de Europa en dos bloques.

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Los Estados de Europa Occidental buscaron incluir a EE.UU. en una alianza militar europea y
en abril de 1949 se firmaba el Tratado del Atlántico Norte. La nueva alianza suponía que
EE.UU. se comprometía a una presencia militar permanente en Europa, protegía de la URSS y
era garantía contra un futuro revanchismo germano. En enero de 1949 se creó el COMECON,
para coordinar el Plan Molotov y el comercio soviético con sus satélites europeos. El Pacto
de Varsovia se formalizó en 1955, pero la presencia militar soviética en la zona era un hecho.
La política de bloques estaba en marcha.
En julio de 1949 la URSS efectuó su primera prueba atómica en la atmósfera. El monopolio
nuclear había acabado y Truman tuvo que aprobar una ampliación del arsenal convencional y
atómico de EE.UU. más el programa para la bomba termonuclear o de hidrógeno.
El 1 de octubre de 1949 se producía la definitiva victoria comunista en China. Mao Zedong se
benefició de su labor en la resistencia antijaponesa, de la crisis económica del país, del apoyo
del campesinado gracias a la reforma agraria implantada, de la desmoralización del ejército y
del abandono de las élites intelectuales al régimen de Chiang Kai-shek. El Tratado de Amistad
chino-soviético extendió la geografía del conflicto de la Guerra Fría.
En 1949 la dinámica de enfrentamiento entre dos bloques antagónicos liderados por las
superpotencias estaba definitivamente en marcha. El término Guerra Fría que le dio nombre
lo divulgaron Bernard Baruch y Walter Lippmann desde 1947, aunque fue acuñado por
George Orwell en 1945.
Este conflicto internacional no se cerró hasta 1991 y se caracterizó por una rivalidad y lucha
en todos los frentes (político, cultural, informativo, económico y militar), la creación de
alianzas y una peligrosa carrera armamentística. No se produjo un combate militar directo
entre EE.UU. y la URSS, pero hubo graves crisis diplomáticas y guerras que implicaron a sus
aliados y protegidos.

4. La reconstrucción política y económica


Nada más acabar la guerra se fueron perfilando dos modelos antagónicos para afrontar la
reconstrucción. El occidental, dependiente del motor económico y militar norteamericano,
basado en la economía de mercado y la democracia liberal, y el modelo comunista, inspirado
y controlado por la URSS, con economías estatistas y democracias populares.

4.1. El Occidente capitalista


La saneada economía de EE.UU. impidió la recesión, pero el rápido crecimiento provocó
inflación. La victoria republicana en las elecciones legislativas de noviembre de 1945
entorpeció la política de Truman, el cual, a pesar de su reelección en 1948, no consiguió
cuajar su programa de reformas. Entretanto, la economía norteamericana siguió creciendo a
un ritmo vertiginoso, lo que favoreció la estabilidad y el consenso interno. El dólar era patrón
monetario mundial, EE.UU. controlaba amplios mercados, precios de referencia y la
financiación internacional, contaba con la mayor producción industrial, la tecnología más
avanzada, a lo que se sumaba su enorme potencial militar y científico.

73
Más compleja fue la recuperación de Europa Occidental. Los programas de nacionalización y
la planificación económica indicativa para modernizar y reactivar los aparatos productivos
tardaron en dar frutos. Ni la ayuda de emergencia procedente de EE.UU. había enderezado
la situación. El riesgo de que un deterioro de la situación pudiera abrir procesos de
inestabilidad hizo que en 1947 EE.UU. se planeara una ayuda prolongada a Europa.
El Plan de Recuperación Europea (ERP) o Plan Marshall se puso en marcha en julio de 1947.
El programa, cuyo objetivo técnico era la racionalización de las economías europeas y la
creación de un área de libre comercio para que Europa se integrara en el esquema de
Bretton Woods, obligó a los gobiernos a planificar mejor su economía y sus inversiones, forzó
una mayor cooperación económica e integración comercial entre los participantes y ayudó a
asumir la necesaria recuperación de la economía alemana. El Plan Marshall consistía en
préstamos a largo plazo y donaciones de productos norteamericanos, materias primas,
bienes industriales o alimentos. Con éstas últimas se generaba una contrapartida en moneda
nacional que iba a para a un fondo de desarrollo destinado a inversiones en infraestructura,
tecnología, financiación de déficits. La fácil adquisición de productos básicos supuso una
mejora inmediata del nivel de vida de los países europeos.
También evitó lo que pudo haber sido una profunda crisis política y facilitó la cooperación
económica entre los europeos, propiciando el proceso de integración europea de la década
siguiente. Norteamericanos y europeos occidentales compartieron un sistema político y
económico de libertad y democracia. En 1947 los partidos comunistas salieron de las
coaliciones de gobierno occidentales y tras el golpe de Praga, se produjo un distanciamiento
entre socialistas y comunistas que se tradujo en la ruptura de la unidad sindical que se había
mantenido.
La moderación del electorado benefició a los partidos democratacristianos, que consiguieron
atraer un electorado amplio al hacer suyos los programas del estado de bienestar y
mantener una cierta indefinición ideológica apelando a los valores de la civilización cristiana,
además de aprovechar las redes sociales de la iglesia católica. Solos o en coalición
acapararon los gobiernos de Europa Occidental. Las excepciones fueron Gran Bretaña, Suecia
y Noruega.
En Japón la implantación del modelo occidental se produjo durante la ocupación militar
norteamericana. Se impuso una nueva constitución (1947) con una democracia
parlamentaria. Se llevó a cabo una política de reeducación para acabar con el militarismo
japonés, se abolió la nobleza, se procedió a una reforma agraria y a desmantelar los grandes
complejos económicos basados en clanes familiares.

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4.2 La URSS y la Europa Oriental
En 1945 Stalin era visto por sus conciudadanos como un héroe por haber salvado a la URSS.
Tras los sacrificios de la guerra, Stalin decidió mantener un férreo control, sobre la base
ideológica del nacionalismo ruso, el antisemitismo y el miedo al Occidente capitalista.

Acaparó un poder casi absoluto y optó por ignorar a las cámaras electivas e incluso al
partido. Las fuerzas armadas y las élites políticas fueron depuradas, se reintrodujeron los
comisarios políticos. El sistema de campos de trabajos forzados o Gulag se volvió a llenar con
minorías étnicas, judíos, prisioneros de guerra y cualquier sospechoso de colaboracionismo o
contaminación ideológica.
La ciencia y la cultura también se vieron afectadas, con la campaña de “pureza ideológica” y
reeducación contra las influencias burguesas y occidentales.
La reconstrucción y el proyecto de convertir a la URSS en una superpotencia se plantearon
con los recursos propios, las reparaciones de guerra y los beneficios extraídos de las
economías de su bloque europeo a través de la imposición de precios en los acuerdos
bilaterales firmados entre 1947-1948, el cobro de los gastos de las tropas de ocupación y las
ganancias obtenidas a través de sociedades mixtas. Stalin anunció un programa de
reconstrucción de 15 años y un primer plan Quinquenal muy ambicioso en marzo de 1946
que fue bastante exitoso en el ámbito industrial y energético, pero no tanto en vivienda y
agricultura. Los niveles de producción de preguerra se habían recuperado hacia 1950, pero el
coste social había sido muy alto.
Los países de Europa Central y Oriental evolucionaron al son marcado por Moscú, merced a
la influencia de su ejército de ocupación y la toma del poder por los partidos comunistas
nacionales. Todos terminaron convertidos en “democracias populares”. Los partidos
moderados eran prohibidos y perseguidos
Los procesos variaron de un país a otro. Fueron más rápidos donde el interés de Moscú era
central y en los países menos industrializados. El camino hacia el poder fue más complejo en
Hungría y Checoslovaquia, pero las elecciones de 1948-1949 ya fueron de lista única.

75
Las dos excepciones a esta dinámica fueron Albania y Yugoslavia, en cuya liberación apenas
había intervenido el ejército soviético. El comunista Enver Hoxha tomó el poder en Albania
desde diciembre del 1945, con un régimen muy ligado al yugoslavo hasta 1948. Josip Broz,
Tito, contra la opinión de Stalin, estableció desde noviembre de 1945 una República Federal
Popular en Yugoslavia, con una constitución de modelo soviético. La socialización de la
economía siguió las pautas estalinistas, pero terminó enfrentado a Moscú. También Finlandia
pudo eludir el control soviético, aunque tuvo que renunciar al Plan Marshall.
Los partidos demócratas resistieron la presión de Moscú. Se mantuvo la democracia, aunque
en compensación, el país se declaró neutral, siempre con una cauta posición internacional
para no provocar a la URSS. El resto de las democracias populares europeas siguieron las
directrices soviéticas, tanto en el ámbito político como en el económico, para construir una
sociedad sin clases, comunista.

La recuperación económica fue muy difícil por el daño sufrido en guerra más las exacciones
soviéticas. Se aprobaron Planes con objetivos obligatorios de promoción de la industria
pesada en detrimento de artículos de consumo y servicio. El proceso culminó en la
integración comercial de todas las economías, subordinadas a las necesidades de la URSS en
el COMECON que se encargó de coordinarlo todo desde 1949.

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5. La primera fase de descolonización
El origen de los movimientos nacionalistas en los territorios colonizados se remonta al
período de entreguerras y tuvo que ver con la explotación económica, la destrucción de
estructuras culturales, políticas y culturales tradicionales y la desigualdad social y jurídica
entre colonos y colonizados. Sus líderes, de élites educadas y occidentalizadas, en principio
sólo reclamaban igualdad jurídica y autonomía en un marco federal, pero se radicalizaron
ante la intransigencia de las potencias coloniales, que respondieron sólo con represión. La
Segunda Guerra Mundial aceleró el proceso. Los aliados, que se presentaban como
defensores de la libertad, la justicia y la democracia, aprobaron en agosto de 1941 la Carta
del Atlántico que reconocía el derecho de todos los pueblos a elegir su forma de gobierno.
En Asia, Japón apoyó a los movimientos nacionalistas en su lucha contra las potencias
occidentales y otro tanto hizo Alemania en el Magreb. En 1942 el Partido del Congreso
invitaba a los ingleses a abandonar la India, en 1943 el sultán de Marruecos reclamaba a
Roosevelt el fin del protectorado francés y F. Abbas, una constitución para Argelia. En 1945
una conferencia panafricana reunida en Manchester exigía autonomía para el África negra.

También se produjo el despertar del panarabismo desde la fundación de la Liga Árabe (El
Cairo, marzo de 1945) contra la creación de un Estado judío en Palestina y a favor de la
unidad árabe y del fin del colonialismo en la zona.
Las nuevas superpotencias eran hostiles al imperialismo por razones ideológicas e históricas.
Muchos movimientos nacionalistas estaban inspirados en el comunismo y la URSS apoyaba la
emancipación colonial en nombre del marxismo. En EE.UU. no era popular y los demócratas
lo habían condenado abiertamente, también los mercados coloniales protegidos eran
contrarios a la libertad comercial.
Sin embargo, en 1945 las potencias imperiales europeas sólo se planteaban algunas reformas
coloniales, nunca renunciar a sus imperios. El problema fue su falta de medios económicos y
militares para retenerlos. Sólo Gran Bretaña actuó con más realismo y se dispuso a transferir
el poder en sus colonias asiáticas y a lanzar un proceso gradual para preparar la autonomía
en África.

77
El largo proceso de descolonización que se abrió en 1945 afectó primero al Sudeste Asiático
y Oriente Medio y, en una segunda oleada, a África. Las colonias británicas fueron las
primeras en independizarse de forma pacífica. Gran Bretaña abandonó India, Ceilán,
Birmania y se retiró de Palestina entre 1947-1948, hasta la década siguiente no se
desprendió de Malasia (1957) por sus recursos, ni de la futura ciudad-Estado de Singapur
(1958), ni tampoco renunció al control sobre algunos países de Oriente Medio, ricos en
petróleo.
En India se había iniciado la lucha décadas atrás, bajo el impulso de élites occidentalizadas,
con Gandhi como su difusor más destacado desde 1914. El proceso se retrasó por el
enfrentamiento entre las comunidades religiosas mayoritarias. En agosto de 1947 nacieron
dos Estados independientes: Unión India, con los territorios de mayoría hindú y Pakistán,
escindida en dos zonas separadas por 1700 kilómetros, de mayoría musulmana. Sin
embargo, el proceso término en un conflicto entre ambas comunidades. En Birmania la Liga
Antifascista para la Independencia del Pueblo ganó las elecciones de abril de 1947 y
proclamó la independencia sin adherirse a la Commonwealth. En 1948 se declaraba la
independencia de Ceilán, con autonomía desde 1946.
En las Indias holandesas, ocupadas por los japoneses desde 1942, los líderes nacionalistas
Sukarno y Hatta proclamaron la independencia en agosto de 1945, pero Holanda no la
reconoció y comenzó el conflicto. En 1963 incorporó la Nueva Guinea Occidental, último
reducto holandés en la zona.
Francia optó por resistir la presión anticolonialista, se aferró a las bondades de la asimilación
cultural practicada en sus colonias y se negó a negociar con los movimientos nacionalistas. La
Constitución de la IV República creó la llamada Unión Francesa (1946), de apariencia federal,
una teórica unión con igualdad de derechos entre la metrópoli y los territorios ultramarinos,
aunque sólo Francia tenía capacidad decisoria y sólo los residentes europeos gozaban de
derechos civiles plenos.

La dura represión por retener Indochina dio comienzo a una larga guerra de descolonización.
La teórica independencia otorgada en 1948 a Vietnam, Laos y Camboya (1949) no resolvió un
conflicto internacionalizado. Sólo la humillante derrota de Dien Bien Phu en 1954 forzó la
retirada francesa y la independencia de los tres países implicados, con Vietnam dividido en
dos Estados.

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En Oriente Medio, británicos y franceses retenían mandatos y protectorados desde el final
de la Primera Guerra Mundial. Siria y Líbano obtuvieron la independencia total de la Francia
de Vichy a finales de 1943 por presión británica, pero al acabar la guerra, el gobierno de De
Gaulle intentó conservar su influencia en la zona. Sólo la presión angloamericana y la
creciente fuerza del panarabismo lo impidieron. Gran Bretaña pudo conservar su influencia
sobre Egipto (independiente en 1922) y Transjordania (independiente en 1946), y en menor
medida sobre Irak (independiente desde 1930) e Irán, ocupados parcialmente durante la
guerra. En la zona quedaba pendiente el problema de Palestina, también bajo mandato
británico. La situación se hizo insostenible para los británicos, que anunciaron su retirada y el
fin de su mandato para agosto de 1948. La ONU intervino y propuso en una Resolución de
noviembre de 1947, la partición de dos Estados más una zona internacional bajo control de
Naciones Unidas en Jerusalén y Belén.

Sin embargo, los países árabes vecinos proclamaron la guerra santa contra la resolución, que
tampoco fue aceptada por la parte judía. Los choques sangrientos entre las dos partes
comenzaron meses antes de que se proclamara el Estado de Israel (mayo de 1948),
reconocido de inmediato por EE.UU. y la URSS. Para entonces las fuerzas armadas israelíes
controlaban todo el territorio previsto por la ONU excepto el desierto del Néguev y se
enfrentaban a unidades militares de Egipto, Transjordania, Irak, Líbano y Siria. La primera
guerra árabe-israelí había comenzado. A pesar de la superioridad numérica árabe, la baja
calidad del armamento, mala coordinación militar y divisiones políticas determinaron su
derrota. Se acordó un alto el fuego en enero de 1949, pero nunca hubo acuerdo de paz. Los
árabes estaban dispuestos a aceptar la partición de 1947, pero la parte israelí no quiso
asumir recortes. Los Estados árabes se negaron a reconocer a Israel, organizaron su boicot
económico y político y se declararon en estado de guerra permanente. El conflicto no había
hecho más que comenzar.

79
Tema 8
La transición de los años 50
1. La globalización de la Guerra Fría
La primera crisis periférica en Corea
La proclamación de la República Popular China obligó a Truman a extender a Asia la política
de contención del comunismo. La percepción de amenaza para EE.UU. le obligó a afrontar un
costoso programa y a interpretar la Guerra Fría como una guerra real en la que estaba en
juego la civilización occidental. En este clima estalló el conflicto de Corea (1950-1953).
Liberada en 1945 por los aliados, Corea quedó dividida en dos zonas de ocupación (soviética
y norteamericana) dividida por el paralelo 38°. EE.UU. llevó la cuestión a la ONU y se decidió
la celebración de elecciones en ambas zonas, aunque sólo se realizaron en el Sur. En 1948,
cuando se retiraron las fuerzas de ocupación, había en el norte un estado comunista
apoyado por Moscú, muy militarizado con Kim Il Sung al mando y en el sur un régimen poco
democrático liderado por Sygman Rhee y protegido por Washington. Kim Il Sung tomó la
iniciativa en junio de 1950, con el conocimiento y ánimo de China y la URSS trató de unificar
el país bajo su mando. Con una rápida ofensiva ocupó buena parte del territorio surcoreano.
La reacción norteamericana fue inmediata: Washington promovió la condena e intervención
de la ONU y pudo enviar tropas bajo su cobertura con otros 19 países.

Los soviéticos no lo impidieron ejerciendo su veto porque deseaban que EE.UU. se enredara
en una guerra con China para debilitar su prestigio y distraer su atención de otros frentes.
Desde septiembre de 1950, el general MacArthur dirigió una contraofensiva que logró
traspasar el paralelo 38°. Pero hubo una rápida respuesta militar de China. Los contingentes
de EE.UU. y ONU tuvieron que retroceder.
El frente se estabilizó en noviembre de 1951 cerca del paralelo 38°, sin embargo, la guerra
siguió y el número de bajas no cesó. Por fin, en julio de 1953 se cerró un acuerdo definitivo
que no alteraba la frontera de 1950.

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La crisis bélica de Corea constituyó un punto culminante de la Guerra Fría. Se intensificó la
atmósfera de miedo originando una radicalización ideológica del conflicto. En la URSS se vivió
de nuevo la cara más dura del estalinismo. El ambiente de temor y sospecha dio lugar al
llamado McCarthismo, por el nombre del senador que lo promovió. Entre 1950 y 1954, a
partir de casos reales de espionaje se desató una verdadera persecución judicial contra los
sospechosos de militancia comunista.
La vertiente cultural y propagandística de la Guerra Fría cobró más importancia. Capitalismo
democrático y comunismo combatían por el alma de la humanidad, sobre todo en Europa
occidental. La URSS disponía de aparatos de propaganda más eficaces que venían trabajando
desde hacía décadas y contaba con la simpatía de la intelectualidad y de la nueva clase
política europea. Por el contrario, la propaganda anticomunista estaba desprestigiada a
consecuencia de su uso por los fascismos y autoritarismos de preguerra. De ahí el éxito de
iniciativas soviéticas como el Movimiento por la Paz Internacional, creado en 1948, que
difundió una imagen positiva de las posiciones soviéticas, pacifistas, frente al militarismo e
imperialismo norteamericanos. El Llamamiento de Estocolmo (1950) contra las armas
nucleares fue su campaña más exitosa y tras la muerte de Stalin, la URSS pudo aprovechar las
declaraciones de sus sucesores a favor de la distensión. EE.UU. puso en marcha diversos
programas y organismos para mejorar la imagen de su país y de sus objetivos de política
exterior en todo el mundo. A su favor tuvo la influencia de la cultura norteamericana y la
creciente americanización de Europa Occidental.
La Guerra de Corea también repercutió en la planificación militar de EE.UU. El objetivo de
frenar la expansión comunista en todo el mundo indujo a la expansión de la red de bases y
alianzas militares norteamericanas alrededor de todo el perímetro de la URSS y un
formidable incremento de los presupuestos de Defensa. Otra lección de Corea fue la
ineficacia de disponer de armas atómicas en un conflicto limitado ante la dificultad de
señalar objetivos apropiados, de temer la reacción de la opinión pública mundial, pero sobre
todo de una intervención nuclear soviética. Para neutralizar esta debilidad, el presidente
Eisenhower advirtió (enero 1954) que en caso de cualquier agresión comunista, EE.UU.
respondería de forma global, inmediata y con todos los medios, incluidos los nucleares,
esgrimiendo la amenaza de una segura destrucción mutua. Y optaba por una estrategia de
represalia nuclear que resultaba más barata y sencilla, dada la superioridad norteamericana
en número de armas y bases. Además, EE.UU. dispuso de la bomba de hidrógeno a fines de
1952 y en 1954 la bomba de 15 megatones, aún más potente.
En Asia la Guerra de Corea abrió dos décadas de hostilidad en las relaciones entre EE.UU. y
China. EE.UU. se convirtió en el guardián de la estabilidad de la zona oeste del Pacífico.
Se aceleró la independencia de Japón, baluarte estratégico de EE.UU. en la región, y su
rehabilitación internacional. En 1954 se creaba la SEATO (Organización del Tratado del
Sureste Asiático), con EE.UU., Francia, Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda, Filipinas,
Tailandia y Pakistán. Además, EE.UU. se comprometió a apoyar a Francia en su guerra de
Vietnam y a respaldar a Chiang Kai-shek en Taiwán.

81
En el área atlántica, Corea contribuyó a convertir a la OTAN en una verdadera alianza militar.
El miedo a que el siguiente golpe comunista fueran en Europa hizo que los aliados exigieran
un mayor compromiso de EE.UU. Truman aceptó y se enviaron más tropas de combate a
Europa. En 1952 se empezaron a transferir armas nucleares a Europa, aunque bajo control
de EE.UU. Para reforzar el flanco mediterráneo de la OTAN, Francia cedió a EE.UU. bases
militares en Marruecos y se integraron en la organización Grecia y Turquía. También se firmó
un acuerdo militar bilateral con España en 1953 que ayudó a la rehabilitación de la dictadura
franquista y a su aceptación en la ONU en 1955. Incluso Tito recibió ayuda militar
norteamericana.
Así mismo, desaparecieron las reticencias europeas contra el rearme alemán. Italia y
Alemania se incorporaban a la Unión Europea Occidental y Alemania ingresaba en la OTAN
en 1955 con el visto bueno francés. Además, concluía el régimen de ocupación en la RFA.

La respuesta soviética en 1955 fue la creación del Pacto de Varsovia, una alianza con Albania,
Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania y la RDA que protegía de cualquier
agresión exterior y de los peligros de subversión o revolución interna.

2. El primer deshielo frustrado


La desestalinización y la presidencia de Eisenhower
En enero de 1953, Dwight D. Eisenhower, militar prestigioso, diplomático hábil y pragmático,
se convirtió en presidente de EE.UU. y buscó potenciar la seguridad nacional al menor coste
posible, sin descartar una negociación con la URSS para rebajar la tensión. Dos meses
después, moría Stalin. Su sucesión no se resolvió de inmediato, pues en principio se impuso
una dirección colegiada (con Malenkov, Beria y Kruschev como hombres fuertes), pero desde
su inicio provocó cambios significativos en todas las vertientes de la política soviética.

82
Los nuevos líderes soviéticos necesitaban concentrarse en la política interior y preferían
menor tensión exterior. La confluencia de intereses de las dos superpotencias hizo que se
pudiera celebrar una primera conferencia de cancilleres en Berlín a principios de 1954, pero
no fructificó por la incompatibilidad en las soluciones propuestas para Alemania.
Sin embargo, zanjado el tema del rearme alemán en la OTAN, Kruschev, el nuevo líder
soviético desde febrero del 1955, propició la solución al problema de Trieste (entre
Yugoslavia e Italia) y la firma del tratado de paz con Austria, independiente y neutral desde
entonces. También por acuerdo entre las superpotencias, veinte nuevos estados entraron en
la ONU entre 1955 y 1956 y sobre todo, tuvo lugar una reunión en la cumbre sobre desarme
en Ginebra (julio de 1955). Aunque sus resultados sobre el control de armas fueron
desalentadores, el encuentro sirvió para que la URSS reconociese a la RFA. Además, Kruschev
declaraba en febrero de 1956 la necesidad de una coexistencia pacífica entre los dos
sistemas como única alternativa a una guerra mundial. Este clima conciliador, llamado
“espíritu de Ginebra”, se esfumó en los meses siguientes porque las crisis de 1956 (Hungría y
Suez) acabaron con él. Ambas superpotencias habían seguido trabajando para incrementar
su influencia en el Tercer Mundo.
En la parte soviética, Kruschev confiaba en la expansión mundial del comunismo y buscó
reafirmar la posición de la URSS mediante alianzas con otros líderes y grupos revolucionarios-
nacionalistas. Kruschev creía en la superioridad del comunismo como sistema para llevar el
bienestar a las masas trabajadoras del mundo, por eso la URSS multiplicó sus ayudas a los
países en desarrollo, a los movimientos nacionalistas africanos y árabes.
En el campo norteamericano, el proyecto más ambicioso soñaba con hacer retroceder la
posible influencia soviética en esas áreas. Además, la parte norteamericana percibió el
cambio soviético como una amenaza. Mediante operaciones encubiertas de la CIA se
derribaron algunos gobiernos. Como complemento patrocinó en 1955 el Pacto de Bagdad
con Turquía, Irán, Pakistán y Gran Bretaña.
En Asia Oriental no se había aplacado el temor norteamericano a la expansión comunista. Se
mantuvo el presupuesto de que, si caía Vietnam caerían otros países. Cuando Francia
abandonó Vietnam, EE.UU. no reconoció la división del territorio en el paralelo 17° y se
convirtieron en protectores militares de Vietnam del Sur apoyando un golpe de estado con el
que comenzó la dictadura de Ngo Dinh Diem. La oposición a su régimen, el Vietcong, inició
acciones para derribarlo y unificar el país. Hacia 1958 ya había una guerra civil en la que
EE.UU. estaba muy implicado.

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Por otra parte, necesidades presupuestarias y avances tecnológicos alimentaron la carrera
nuclear y la retórica extremista sobre su uso. En la parte soviética, las urgencias económicas
internas contribuyeron de forma indirecta a acelerar el programa nuclear. En octubre de
1957, mostraron ante el mundo sus avances con el lanzamiento del satélite artificial Sputnik,
cuya órbita llegó a EE.UU.

Allí cundió la alarma y durante los años siguientes se temió una superioridad tecnológica
soviética acelerándose la carrera espacial y el programa de misiles. Aunque en 1957 se
creaba en la ONU la Agencia Internacional de Energía Atómica para controlar información y
materiales nucleares y facilitar el uso pacífico de esa energía, la suspensión de experimentos
nucleares, negociada en 1958 entre las dos superpotencias, no duró ni 3 años.
Ninguno de los dos países podía prescindir de la estrategia nuclear. El único logro fue la firma
en diciembre del 1959 del Tratado de la Antártida, que desmilitarizaba la región y prohibía el
vertido de desechos radiactivos en ella.
Aquella década terminó con un repunte de la tensión en el otoño de 1958 que tuvo como
escenarios Taiwan y Berlín. La crisis con China se cerró pronto, porque EE.UU. no deseaba
una escalada bélica y Pekín no recibió el apoyo nuclear soviético que esperaba. Algunos
meses antes, la URSS temiendo que la RFA consiguiera el arma atómica, había propuesto una
zona desnuclearizada en la Europa Central, que no fue aceptada. Kruschev reaccionó
presionando en Berlín. La ciudad, en territorio de la RDA, servía como vía de escape para
quienes decidían abandonar el comunismo y refugiarse en Occidente. El creciente número
de deserciones constituía un elemento de desprestigio para la RDA y la URSS. No hubo
respuesta occidental y el tema se atascó. Kruschev dio marcha atrás y de esta forma pudo
viajar en visita oficial a EE.UU. en el verano de 1959. El derribo de un avión espía
norteamericano U-2 en territorio soviético, alteró el clima bilateral y quedaron sin resolver el
tema de las pruebas nucleares y la cuestión de Berlín.
En conclusión, ni en EE.UU. ni en la URSS estuvieron dispuestos a correr riesgos para alcanzar
la paz en los años cincuenta. Las visiones acerca de las amenazas y oportunidades del
sistema internacional siguieron prisioneras de ideologías antagónicas y de percepciones
sobre seguridad nacional incompatibles.

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3. Desestalinización y disidencias en el Bloque Comunista
Cuando Stalin murió, el problema de la sucesión no terminó de resolverse hasta 1955
cuando Nikita Kruschev, que había venido desempeñando las funciones de secretario general
del partido único, se hizo con el poder. El proyecto de la nueva dirección era humanizar el
comunismo. Un primer paso fue limitar la represión. Los sucesores de Stalin decretaron la
amnistía para delitos de hasta 5 años de condena y prohibieron el uso rutinario de la tortura
física. La definitiva ruptura con el pasado llegó con la denuncia de los crímenes del
estalinismo que hizo Kruschev en su informe secreto al XX Congreso de febrero de 1956.
Unos cinco millones de prisioneros del gulag fueron liberados desde 1953 tras la revisión de
sus causas.
El otro objetivo interno fue mejorar el nivel de vida de la población. Para ello se reequilibró el
V Plan Quinquenal (1951-1955) dando impulso a la industria de bienes de consumo, vivienda
y más facilidades para los agricultores de los koljoses. Desde 1956, Kruschev profundizó las
reformas iniciadas en los años anteriores. Alcanzó su máximo poder entre 1958-1960, con
elevadas cotas de popularidad por las ventajas para la población soviética de sus cambios
económicos y sus reformas sociales.
Al final de la década el rápido ascenso del nivel de vida experimentado desde 1953 se
estancó. Su programa agrícola no dio resultado lo que provocó escasez de algunos productos
y el programa armamentístico terminó resultando más oneroso de lo previsto.
En el resto de los países del bloque comunista europeo a principios de los cincuenta
continuaba el proceso de homologación de sus sistemas políticos y económicos con el
soviético. Las disfunciones de la modernización comunista suscitaron la crítica en las
ciudades, en la nueva clase obrera, la universidad y los intelectuales. Los primeros síntomas
fueron las revueltas obreras de 1953 en Berlín, en la ciudad checa de Pilsen y en Bulgaria,
todas ellas reprimidas con dureza. Los dirigentes soviéticos postestalinistas buscaron
extender a los países satélites sus reformas en la planificación para mejorar el nivel de vida y
relajar la represión. La reconciliación de la URSS con la Yugoslavia de Tito en 1955 y la
disolución de la Cominform (abril de 1956) parecían mostrar que Moscú permitiría en
adelante a sus satélites “distintos caminos hacia el socialismo”, haciendo compatibles el
comunismo y libertad nacional.
Las consecuencias explosivas de la desestalinización se manifestaron en pocos meses: al
descontento por el bajo nivel de vida se sumaron pulsiones nacionalistas, intelectuales
críticos y un sistema con crisis de liderazgo político desde la muerte de Stalin. Los problemas
comenzaron en Polonia. Los dirigentes estalinistas se vieron desbordados. Para contener el
descontento popular fue rehabilitado Wladyslav Gomulka, prestigioso líder comunista
disidente en la cárcel entre 1951-1954. Gomulka inició un programa reformista. Cuando
Moscú trató de reemplazarle, garantizó que mantendría el orden y no rompería con la URSS.
Kruschev, ante la alternativa de una llamada a la resistencia popular, cedió y no ordenó la
intervención militar soviética prevista.

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En Hungría, entre 1953-1955 había gobernado el reformista Imre Nagy, con un programa de
liberalizaciones. Fue vetado por Moscú y relevado. La situación se complicó desde octubre
de 1956. Como mal menor, Moscú accedió a rehabilitar a Nagy que sobrepasó lo que podía
ser tolerado por la URSS al declarar el 30 de octubre su voluntad de restaurar un sistema de
partidos y salir del Pacto de Varsovia. El 4 de noviembre las tropas soviéticas intervinieron y
aplastaron a los resistentes, que no recibieron la ayuda esperada de los países occidentales.
Nagy acabó fusilado en 1958. János Kádár, su sustituto en el gobierno hasta 1989, retomó sin
embargo la senda reformista, sobre todo en lo económico.
La espontánea revuelta húngara tuvo importantes consecuencias dentro y fuera del bloque
soviético. En la URSS el proceso de liberalización se frenó de golpe y hubo un intento fallido
de relevar a Kruschev en 1957 promovido por sus antiguos aliados. El líder soviético salió
fortalecido de la crisis, pero a partir de ese momento se mostró decidido a introducir
cambios en su política exterior.
En Europa, Moscú procuró equilibrar su férreo control de la zona con ayuda económica y con
cierto grado de permisividad hacia las políticas de liberalización nacionales. Se abrieron las
llamadas “vías nacionales hacia el socialismo”, que permitieron mayor autonomía, sobre
todo en política económica. El modelo general de planificación se flexibilizó. En algunos
países los criterios de elección de los cargos comunistas empezaron a depender más de las
competencias profesionales y también hubo más libertad para establecer relaciones
comerciales con Occidente. Yugoslavia volvió a enfriar sus relaciones con la URSS y optó por
atenerse a una orientación autónoma no alineada y acercarse a Occidente. En 1956 quedó
claro que EE.UU. no intervendría para liberar a la Europa del Este.
Comienza a funcionar una especie de pacto entre las superpotencias que deja a cada una
libertad para poner orden en su zona de influencia. La afiliación de los partidos comunistas
cayó en Europa Occidental y el aura positiva que la URSS había tenido entre la intelectualidad
de izquierda se desvaneció.

Entretanto, el nuevo régimen comunista de China se enfrentaba a la necesidad de desarrollar


un país de más de 600 millones de personas. Para lograrlo, una de las primeras medidas fue
socavar la estructura familiar patriarcal y las prácticas sociales que sostenían el mundo
campesino tradicional, dándose impulso a la escolarización infantil. Se aprobó una amplia
reforma agraria que redistribuyó las tierras de los grandes propietarios y las comunidades
religiosas.

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Como complemento se aprobó en 1953 el Primer Plan Quinquenal para una industrialización
acelerada, dándose prioridad a la industria pesada sobre las necesidades del sector agrario.
Estos procesos no se hicieron sin violencia.
El régimen de la República Popular China, bajo el absoluto control del partido Comunista,
sancionó en 1954 una nueva constitución centralista. Dos diferencias con el modelo soviético
fueron la no aceptación de las minorías étnicas y la inexistencia de una policía política
independiente del estado. La peculiar dinámica política china tenía que ver con la
personalidad de Mao, comunista ortodoxo, pero a la vez influenciado por el pensamiento
tradicional chino.
Dada la lentitud de los logros económicos, en lugar de buscar un desarrollo más equilibrado,
Mao optó por criticar la desestalinización y endurecer la revolución. Se puso en marcha el
llamado “Gran salto hacia delante”, que impuso una brutal colectivización rural y lanzó una
irracional campaña para acelerar la industrialización en detrimento de la producción agrícola.
La búsqueda de la máxima productividad llevó al caos económico y a una hambruna en torno
a 1960 que causó casi 30 millones de muertos.
A un tiempo, China puso en marcha un ejército moderno y buscó expandir su influencia
exterior, sobre todo en Asia, donde se implicó en los conflictos de Corea y Vietnam. Se erigió
en defensora de todos los pueblos oprimidos por el imperialismo y se opuso a la distensión
con Occidente defendida por los líderes soviéticos postestalinistas. Sus relaciones con la
URSS se deterioraron.

4. Las democracias occidentales y la Comunidad Europea


En EE.UU., la Guerra de Corea y el programa de rearme vinculado a la Guerra Fría fueron dos
estímulos para la economía. A principios de los cincuenta era la primera potencia en todos
los campos. Con respecto a la política, Truman había presentado la Guerra Fría como un
conflicto ideológico entre dos formas de vida para contrarrestar las tesis nacionalistas y
aislacionistas de los republicanos. Su principal consecuencia fue el MacCarthismo, una
reacción conservadora que explica, en parte el triunfo republicano en noviembre de 1952. El
nuevo presidente Dwight D. Eisenhower puso en marcha su programa de “Republicanismo
moderno” que implicó reducción de impuestos y menor control sobre la economía. Sin
embargo, no rompió con las políticas sociales heredadas de los demócratas.
En Europa Occidental, gracias a las políticas económicas puestas en marcha desde 1945 y al
Plan Marshall, las distintas economías pudieron recuperar en 1953 sus reservas de oro y
divisas de 1938. Hacia 1950 había estabilizado precios y mejorado su balanza exterior. La
demanda generada por la Guerra de Corea ayudó después y se entró en una etapa de
crecimiento económico sostenido. En lo político la característica común fue la estabilidad. La
tensión internacional de la Guerra Fría influyó de forma positiva. Funcionó un particular
consenso para evitar la polarización política y enfrentamiento que pudiera tener el efecto de
convulsionar el equilibrio que tanto había costado conseguir.

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En Gran Bretaña los conservadores acapararon el poder entre 1951 y 1964. Tuvieron que
abordar el final del Imperio y no dudaron en mantener los programas sociales laboristas. En
Italia, la Democracia Cristiana se mantuvo por encima del 40% de los votos y gobernó en
coalición con pequeños partidos de centro hasta 1963. Su principal proyecto fue la campaña
para desarrollar el sur del país.
En Bélgica y Holanda los partidos católicos reformistas también controlaron el gobierno
durante dos décadas más y lograron la cooperación entre las comunidades culturales que
dividían históricamente ambos países. En Austria, los dos partidos mayoritarios optaron por
gobernar en coalición hasta 1966.

La RFA, bajo la dirección de Konrad Adenauer, consiguió restaurar su plena soberanía, la


integración político-defensiva en el occidente democrático y el resurgir vertiginoso de su
economía. La CDU gobernó hasta 1966. El país también se benefició de la abundante mano
de obra barata procedente, primero, de los refugiados de la zona oriental y luego de los
inmigrantes de la Europa del Sur.
La otra cara de su éxito fue el olvido selectivo del pasado nazi. El proyecto europeísta y la
prosperidad económica se convirtieron en los nuevos estímulos de la sociedad alemana.
La estabilidad de la IV República francesa resultó dificultosa, en parte por los elevados costes
de las guerras coloniales (Indochina, Argelia) que determinaron alta inflación y déficit
presupuestario permanente pese a una alta tasa de crecimiento económico. Se sucedieron
inestables gobiernos de coalición, casi todos de centro. En 1956 ganó las elecciones una
coalición de centroizquierda que culminó la descolonización de Túnez y Argelia, preparó la
del África Negra y firmó el Tratado de Roma, pero no pudo encarar la grave situación
argelina. En mayo de 1958, ante la actitud rebelde de los militares en Argelia, el presidente
Coty encargó el gobierno a De Gaulle, quien consiguió de la Asamblea Nacional plenos
poderes para preparar una nueva constitución. Tras ganar un referéndum convocado en
septiembre de ese año, De Gaulle puso en marcha la V República, con un poder Ejecutivo
reforzado en manos del presidente de la misma y un sistema electoral mayoritario en dos
vueltas que sustituía al proporcional.
Las dos dictaduras ibéricas vivieron años de estabilidad política y relativo estancamiento
económico. En el caso español, con la oposición muy debilitada y desunida en el exilio,
Franco reforzó su liderazgo entre familias políticas del Régimen y logró sus primeros éxitos
internacionales.

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En Portugal, para el Estado Novo la década de los cincuenta fue tranquila. Los problemas
afloraron al final de la década: fractura en el interior del régimen entre reformistas y
ortodoxos, reorganización de la oposición y el inicio del problema colonial en Naciones
Unidas.
Entretanto, en los cincuenta se dieron pasos decisivos en el proyecto de integración
continental. La primera institución europeísta, el Consejo de Europa, se había creado en
mayo de 1949, a partir del congreso organizado por el “Movimiento para la Unidad
Europea”.
Se había formado una pequeña Unión Aduanera, constituida por Bélgica, Holanda y
Luxemburgo, integrados en el Benelux (1948). El proyecto de extenderla a Francia e Italia no
fructificó. En 1950 los grandes estados solo visualizaban proyectos económicos a escala
nacional. Alemania aún suscitaba desconfianza. Por fin una iniciativa francesa, el “Plan
Schumann” (ideado por Jean Monnet), puso en marcha el definitivo proceso de integración
de la RFA a partir de la creación de la CECA en abril de 1951 (Tratado de París). Sólo se
trataba de una especie de cártel internacional (Francia, Italia, RFA y Benelux) para la industria
de carbón y acero, pero constituía una verdadera revolución diplomática en Europa, porque
suponía la superación de la hostilidad francoalemana. Tras los avances en materia militar, el
siguiente paso en la integración europea fue resultado de la Conferencia de la CECA en
Mesina (1955), donde se empezó a negociar lo que fue el Tratado de Roma de 1957.

Nacía la Comunidad Económica Europea, un proyecto para crear un mercado único sin
barreras aduaneras (con la excepción de los productos agrícolas), un arancel externo único,
libre circulación de mano de obra y capitales, armonización de la legislación social y una
institución para la investigación y experimentación nuclear, EURATOM, con el fin de
minimizar la dependencia del petróleo árabe tras la crisis de Suez y garantizar autosuficiencia
energética.
Gran Bretaña se quedó al margen, y con ella los países escandinavos. Los británicos
recelaban de cualquier proyecto federal y tenían objeciones comerciales por la importancia
de sus relaciones con los países de la Commonwealth. Además, estaba su especial nexo con
EE. UU. y su desconfianza del nuevo eje continental francoalemán.

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Por lo que respecta a Japón, la demanda generada por la Guerra de Corea sirvió para
reactivar su industria. Su posterior desarrollo fue espectacular. Las exportaciones se
multiplicaron en cantidad y calidad (máquinas, motos, navíos) y EE.UU. se convirtió en su
principal mercado. Las razones del milagro japonés fueron un escaso gasto militar, un
sistema educativo eficiente y selectivo, más la inversión de los bancos en el sector industrial,
tipos de interés bajos y el papel dirigista del estado, con un sistema de aranceles que aseguró
a la industria nacional el control del mercado interno. Además, la mano de obra era
abundante y barata. La economía también se benefició de la estabilidad política, con dominio
del partido Liberal-demócrata desde 1955. Al final de la década el país se había recuperado y
había logrado respeto internacional.

5. El segundo impulso descolonizador


África del Norte y Oriente Medio
La crisis de Suez
El no-alineamiento y la emergencia del Tercer Mundo
En los años centrales de la década de los 50 tuvo lugar un segundo impulso descolonizador
que afectó a los territorios asiáticos de Francia (independencia de Vietnam y Camboya en
1954) y al Norte de África. El derrocamiento del sultán de Marruecos por el Residente
General francés y su deportación en 1953 provocó una oleada de actos terroristas
antifranceses, iniciándose meses después una guerra en Argelia sostenida por el llamado
Frente de Liberación Nacional (FLN). Esos factores aceleraron la decisión de otorgar la
independencia a Túnez y Marruecos en marzo del 1956. La España de Franco se vio forzada a
seguir la misma política en su parte norte del Protectorado marroquí inmediatamente
después, al año siguiente en 1957 debió afrontar un conflicto militar en Ifni.
Desembarazarse de Argelia fue un problema más complejo, porque estaba considerada
como parte del territorio francés. Un sector del nacionalismo argelino liderado entre otros
por Ahmed Ben Bella optó por la lucha armada y logró el apoyo del resto. La insurrección
argelina, que estalló en 1954, se prolongó durante 8 años en una sangrienta guerra civil. En
1958 la situación provocó la crisis definitiva de la IV República. La pesadilla argelina se cerró a
partir de los Acuerdos de Évian (1962), un alto el fuego y un referéndum que permitió la
independencia de Argelia en julio de este año.
Libia había conseguido su independencia bajo patrocinio de la ONU en 1951, con Idris I al
frente de una monarquía constitucional ultraconservadora y prooccidental. Como el resto de
los países árabes, formalmente independientes, no tenía el control de sus recursos minerales
(petróleo), en manos de compañías de países occidentales que, además, apoyaban al
sionismo.
En Egipto, en 1952, el rey Faruk fue derrocado por oficiales nacionalistas del ejército
contrarios a la presencia militar británica en el país. Londres retiró sus tropas de Egipto, pero
ocupó militarmente el canal de Suez ante el temor de perder el acceso al mismo.

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En dos años el coronel Gamal Abdel Nasser se convirtió en el hombre fuerte de un nuevo
régimen. Sus objetivos inmediatos fueron una reforma agraria, la definitiva salida de Egipto
de Gran Bretaña y que este país concediera la autonomía a Sudán (independiente en 1956).
Londres accedió en 1954 ante el temor de perder el suministro de petróleo a través del
canal. En junio de 1956 acabó la evacuación británica, pero para entonces Nasser se había
erigido en líder del nuevo movimiento de países no alineados y del panarabismo. También se
enemistó con EE.UU. por su acercamiento al bloque comunista, congelando Washington la
aportación financiera para la construcción de la presa de Aswan en el Nilo. La respuesta de
Nasser fue la nacionalización de la compañía franco-británica Suez Canal Company el 26 de
julio de 1956.

Mientras se celebraba una conferencia internacional en Londres para la solución pacífica del
problema, Francia, Gran Bretaña e Israel organizaron en secreto una invasión conjunta de
Egipto. Inició el ataque Israel en octubre, con la ocupación de la península del Sinaí y esta
acción sirvió de excusa para la intervención anglo-francesa. Sin embargo, sólo ocuparon la
parte norte del Canal y Nasser reaccionó hundiendo barcos en el Canal, que quedó fuera de
servicio, además de cerrar el oleoducto Irak-Siria-Líbano, con grave daño para el suministro
petrolífero de Europa Occidental. La torpeza de sus aliados enfadó a Eisenhower, quien
promovió una resolución de la ONU a favor de un alto el fuego. Ante la presión de EE.UU. y la
URSS, británicos y franceses se retiraron. Israel lo hizo cuando recibió la garantía
norteamericana de que sus barcos tendrían paso libre en el estrecho de Tirán, su salida
marítima al Índico.
La crisis resultó desastrosa para los intereses occidentales. Ratificó la decadencia francesa.
La economía británica, su influencia en Oriente Medio y sus relaciones con EE.UU. se
resintieron. La crisis incrementó la popularidad de Nasser y estimuló sus ambiciones como
líder regional.
El reforzamiento de los lazos económicos y militares con el bloque soviético convirtió a la
región en un nuevo escenario de confrontación entre las superpotencias. Eisenhower logró
que el Legislativo norteamericano autorizara el uso de la fuerza en el área y un costoso
programa de ayuda económica y militar a los países que resistieran los avances soviéticos en
la región. Esta doble estrategia para llenar el vacío dejado por la influencia franco-británica
se conoció en adelante como la “Doctrina Eisenhower” e incluyó el apoyo a las monarquías
árabes conservadoras y a Israel.

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La crisis de Suez contribuyó a dar más visibilidad a lo que se llamó Tercer Mundo, el bloque
de países recién emergido. Jóvenes estados que echaban a andar tras luchar por su
independencia y que, a pesar de su fragilidad política y sus graves problemas de
subdesarrollo, demostraron una clara voluntad de hacerse oír en la escena internacional y
cierta reticencia a participar en la dinámica de la Guerra Fría.
Se fue creando entre ellos una solidaridad y convergencia basadas en problemas
compartidos de desarrollo, defensa del principio de autodeterminación de los pueblos y
rechazo al intervencionismo de las grandes potencias. En abril de 1955, se organizó una
conferencia afroasiática en Bandung bajo el lema de la no alineación y la condena del
colonialismo en todas sus manifestaciones quedando definidos los principios básicos de la
coexistencia pacífica y de la no alineación.
Las divisiones ideológicas, institucionales y culturales entre los países participantes
impidieron avanzar más al grupo. Pero la India de Nehru, la Yugoslavia de Tito, el Egipto de
Nasser y la Indonesia de Sukarno, decidieron profundizar sus lazos y concertar su acción
política para tratar de influir en las relaciones internacionales utilizando la equidistancia
entre los bloques con el objetivo de presionar a ambas partes y acelerar el proceso de
descolonización.

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Tema 9
Desarrollo y democracia social en los años 60
A finales de los 60 el mundo había experimentado un profundo cambio. La población había
crecido a un ritmo desconocido gracias a los avances médicos y agrícolas. La industrialización
había facilitado el desarrollo económico espectacular y sostenido en el llamado bloque
occidental, más lento en el bloque soviético. Las transformaciones sociales y políticas que
acompañaron este proceso en los años sesenta alumbraron las características y problemas
del mundo interdependiente de hoy.

1. Crecimiento y desarrollo en el mundo capitalista


Cambios sociales y políticos
Durante la década de los sesenta se vivió una coyuntura económica mundial de crecimiento
sostenido, con un incremento anual de PIB de en torno al 5% en Europa Occidental y un
espectacular 11% en Japón. También América Latina y Asia experimentaron porcentajes de
crecimiento significativos que se ha calculado en torno al 8%. Sin embargo, sólo en
Occidente se consiguió un desarrollo sostenido.
Las industrias crecieron y se concentraron, aparecieron las grandes multinacionales que
aplicaron el principio de la división internacional del trabajo. Los países occidentales
industriales acapararon el 72.7% de las exportaciones mundiales. La interdependencia
creciente de las economías se vio favorecida por el mejor funcionamiento de los mecanismos
creados desde 1944 en Bretton Woods y el compromiso de los estados de mantener la
convertibilidad de sus monedas, equilibrar su balanza de pagos y liberalizar los intercambios.
En Europa, el proceso de integración reforzó estas tendencias. El estado tuvo su papel en el
proceso económico. En algunos países se mantuvo un potente sector público. En la mayoría
de ellos proporcionó a las empresas financiación privilegiada y pedidos. Además, lanzó
programas de modernización, se preocupó por reducir los desequilibrios regionales,
desarrolló infraestructuras, promovió la escolarización y la investigación y también fomentó
el empleo público. En la RFA y los países escandinavos los gobiernos prestaron mucha
atención a mitigar los conflictos sociales. El modelo consensuado desde 1945 de gasto
público elevado, servicios sociales, fiscalidad progresiva y aumentos salariales moderados se
manifestó exitoso y alcanzó su apogeo en los sesenta.
También el sector agropecuario experimentó una verdadera revolución por el proceso de
mecanización, la aplicación de hallazgos científicos, mejores abonos, fertilizantes y técnicas
de regadío, mayor especialización, más formación y la mejora de las redes comerciales. Se
incrementó mucho la productividad. Este progreso terminó alcanzando también áreas del
Tercer Mundo.

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Todos estos avances provocaron enormes transformaciones sociales. En primer lugar, el
crecimiento demográfico, el baby boom se tradujo en incrementos de población gracias a la
combinación de seguridad social, empleo y paz. También creció la esperanza de vida, pero,
sobre todo, la pirámide poblacional rejuveneció. Este elemento, junto con la mayor
escolarización, favoreció el espíritu de empresa, de innovación y una mayor cualificación
laboral. La mujer se incorporó con más intensidad al mercado de trabajo. Hubo una
disminución de la mano de obra agrícola y el consiguiente éxodo hacia las ciudades. Los
emigrantes de la Europa meridional junto con los procedentes de excolonias constituyeron
un formidable caudal de mano de obra barata para los países más industrializados.
El mundo laboral experimentó los consiguientes cambios. Fue el momento de apogeo del
sector obrero industrial y de la generalización del taylorismo y fordismo. En muchos países el
crecimiento económico garantizó casi el pleno empleo y amplias posibilidades de promoción,
las condiciones laborales mejoraron y la jornada laboral disminuyó. También se afirmó el
sector terciario o de servicios. En cambio, el sector primario retrocedió de manera
imparable.
En pocos años los salarios se multiplicaron, lo que, sumado a las amplias prestaciones
sociales del estado y a los sistemas impositivos redistributivos, permite explicar el
crecimiento de las clases medias y la incomparable mejora de la situación de las clases
populares. Al crecer el poder adquisitivo, los hábitos de consumo cambiaron. No todo fueron
bondades. Hubo sectores que perdieron pie o tardaron en recoger los frutos de la nueva
economía. Otros inconvenientes fueron la contaminación y otros daños al medio ambiente.
Por otra parte, la venta masiva de radios y televisores permitió una mucho más rápida
difusión de la información revolucionando las formas de movilizar y hacer política. Los
jóvenes dispusieron por primera vez de poder adquisitivo y utilizaron la moda para marcar
actitudes de inconformismo, A un tiempo, se produjo una ruptura cultural que afectó a toda
la sociedad. Tuvo lugar un cambio de valores, un rechazo a los convencionalismos y un
proceso de secularización que afectaron a toda Europa. También en el mundo laboral los
trabajadores dejaron de demandar sólo salarios más altos y jornadas más cortas, para pedir
cambios en sus relaciones con los jefes, una mayor autonomía profesional, incluso la
autogestión.
En política, su plasmación más conocida fueron los movimientos de protesta de 1968, los
más famosos en Francia, pero también en Italia, Alemania, Checoslovaquia, Yugoslavia,
Japón, México o EE.UU.
En Europa, los jóvenes universitarios más radicales, cansados del reformismo de la izquierda
tradicional, atraídos por corrientes marxistas heterodoxas que se identificaban con prácticas
revolucionarias del Tercer Mundo, con la guerra de Vietnam como catalizador de las
movilizaciones, dieron vida a una nueva izquierda, con un espíritu en esencia libertario, que
en algunos países empezó a coquetear con la violencia. Su influencia política fue efímera,
pero sus efectos culturales sobre las conciencias, valores y costumbres fueron mucho más
duraderos.

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En EE.UU. el demócrata John F. Kennedy se impuso en las elecciones de 1960 al republicano
Richard Nixon, con un programa optimista e idealista: la Nueva Frontera. Era un proyecto
muy en consonancia con la fase de crecimiento económico que vivía el país. Fijaba nuevas
metas nacionales en todos los ámbitos, desde la conquista del espacio y los avances
científicos a la resolución de todos los problemas sociales pendientes. Sus primeros pasos no
fueron rompedores ni en política interior ni exterior. Buscó dar un nuevo impulso a la
economía norteamericana con una bajada de impuestos, para favorecer inversiones y
consumo, acompañada de un incremento del gasto público. El asesinato en Dallas, en
noviembre de 1963, supuso una tremenda sacudida psicológica para la sociedad
norteamericana.
Entretanto una clase media mayoritaria seguía disfrutando de una vida confortable y de la
nueva cultura de masas que difundía los valores nacionales y cierto conformismo. Sin
embargo, desde los años cincuenta se estaban produciendo transformaciones sociales
profundas por los movimientos migratorios desde zonas rurales y regiones pobres hacia
zonas más prosperas. Otros signos de cambio surgieron desde las universidades. Los jóvenes
hippies rechazaban los valores capitalistas y se manifestaban a favor del retorno a la
naturaleza, vida en comunidad, liberación sexual y uso de drogas. También el movimiento
feminista fue de enorme relevancia. De mayor trascendencia fueron las movilizaciones
antisegregacionistas, con apoyo de iglesias y asociaciones religiosas de base, que utilizaron
métodos de no-violencia y resistencia pacífica. Su profundo impacto popular hizo que a los
pocos meses de llegar a la Casa Blanca, el presidente Lyndon B. Jonhson hiciera aprobar la
Civil Rights Act, era el fin de toda discriminación racial en lugares públicos. Un año después la
Voting Rights Act eliminaba la desigualdad electoral.
Tras ganar las elecciones de noviembre de 1964, Lyndon B. Johnson se volcó en cumplir su
programa que buscaba no sólo igualdad de derechos para todos, sino acabar con la pobreza.
Pero su fructífera política social se vio empañada por la guerra de Vietnam. Primero, por el
peso creciente del gasto militar, y en segundo lugar, por la impopularidad de la guerra. En
este clima surgieron movimientos inspirados en el líder Malcolm X (asesinado en 1965), que
defendía la independencia del movimiento negro y se oponía a las políticas de integración y a
la línea moderada de Martin Luther King. En 1968 Johnson renunció a presentarse a la
reelección y en plena campaña electoral fue asesinado el reverendo M. L. King. Al poco
tiempo mataron a tiros a Robert Kennedy, que se perfilaba como el candidato demócrata.
En noviembre ganaba el republicano Richard Nixon y se convertía en el nuevo presidente de
un país noqueado por los recientes magnicidios, la crisis económica, la agitación social y una
guerra inacabable en Vietnam que provocó un colapso moral duradero en la sociedad
norteamericana.
Las democracias de Europa Occidental siguieron administrando sus estados de bienestar sin
muchos problemas hasta el final de la década. El proceso de integración económica abierto
con el Tratado de Roma de 1957 prosiguió con la entrada en vigor en 1962 de la PAC (Política
Agraria Común). Además, en julio de 1968 se cerró la Unión Aduanera cuando todas las
tarifas comerciales entre países miembros fueron eliminadas.

95
El único avance institucional, sin embargo, fue la fusión (1967) de los ejecutivos de las tres
instituciones CECA, CEE y EURATOM y el compromiso para una cierta división de poderes
entre la Comisión y el Consejo de Ministros de la CEE.
Con respecto a la evolución por países, en la RFA tras la retirada de Adenauer en 1963, la
CDU siguió gobernando, primero con Ludwing Erhard como canciller y desde 1966 con K.
Giorg Kiesinger, quien optó por un gobierno de gran coalición con el SPD e incorporó a Willy
Brandt, líder socialdemócrata, como ministro de Exteriores. Este gabinete obtuvo relevantes
éxitos económicos, aprobó leyes trascendentes y promovió la normalización de relaciones
con los países del Este. Frente a la solución alemana, en Austria de 1964 a 1970 gobernaron
los conservadores, empeñados en mantener el dinamismo económico del país y dar mayor
impulso al sector privado.
En Francia, el carismático De Gaulle gobernó hasta 1969 con un parlamento dominado por
su partido. Se dedicó primero a estabilizar la economía francesa. A un tiempo, acentuó el
aspecto presidencialista del régimen republicano. Una vez que se desembarazó del problema
argelino, se dispuso a frenar la decadencia de Francia y recuperar condición de gran potencia
económica y política. Para ello puso en marcha una política exterior ambiciosa que
complementó la industrialización y la modernización económica del país. Su control sobre la
política francesa comenzó a resquebrajarse a partir de las legislativas del 1967. La oposición
se reorganizó, el clima social se deterioró, se incrementaron las huelgas y la agitación
universitaria, hasta desembocar en la crisis de mayo de 1968. La represión empleada contra
unas protestas de los universitarios de Nanterre provocó una huelga estudiantil general
respaldada por una parte de la intelectualidad francesa. Además, sirvió de detonante de una
serie de huelgas y encierros que generaron un movimiento de protesta social masiva.
Gobierno, partidos y sindicatos se vieron desbordados. Tras la disolución de la Asamblea, en
las elecciones la UDR de De Gaulle venció por mayoría absoluta, pero a los pocos meses
perdió un referéndum planteado para revalidar su confianza. Dimitió en abril de 1969,
relevado por George Pompidou, muriendo a los pocos meses después.
En Italia se consolidó el crecimiento económico de los años anteriores, con un proyecto
industrializador muy dirigido y participado por el estado, que provocó transformaciones
sociales. La emigración desde el sur, menos desarrollado, pudo ser aprovechada en las
regiones industriales del norte y también en otros países europeos. El marco político no fue
sin embargo muy estable teniendo en cuenta las frecuentes crisis de gobierno y la alta
conflictividad laboral. Desde 1963 terminó la hegemonía de la DC y se sucedieron gobiernos
de centroizquierda. Aldo Moro inició gobiernos de coalición con los socialistas del PSI. Así se
abrió un nuevo ciclo político caracterizado por el reformismo social.
Gran Bretaña siguió con problemas económicos. Los gobiernos, conservadores hasta 1964 y
laboristas después siguieron alternando políticas restrictivas, de control de la inflación y
devaluación, con otras destinadas a promover el consumo y mejorar la situación de las clases
más desfavorecidas. El intento de H. Macmillan en 1961 de negociar la adhesión a la CEE
como posible remedio a los males británicos no dio resultado. En 1970 los conservadores
volvieron al poder de la mano de Edgard Heath.

96
Sólo en Escandinavia se consolidó en esa década el monopolio de los socialdemócratas, con
un consenso basado en la bonanza económica, un sólido estado de bienestar y la
concertación entre gobierno, sindicatos y empresarios.
Las excepciones autoritarias fueron España, Portugal y Grecia. En España, siguió la dictadura
de Franco, cuyos gobiernos tecnócratas pusieron en marcha desde 1959 una política de
racionalización y liberalización económica e industrialización que permitió un espectacular
crecimiento económico. El proceso de modernización social se aceleró. El régimen impulsó
una mínima apertura, pero hubo una creciente demanda de cambios políticos entre los
sectores más jóvenes y más concienciados.
En Portugal la década de los sesenta estuvo marcada por el problema colonial. El fracaso del
golpe de Estado de Botelho Moniz al frente de la cúpula militar en abril de 1961 decantó la
dictadura hacia el inmovilismo interno y la resistencia colonial a ultranza. Ese año había
comenzado la guerra en Angola, seguida en 1963 por Guinea y desde el año siguiente en
Mozambique. El esfuerzo militar conllevó cierta liberalización económica, sin embargo, el
aislamiento internacional y los acelerados cambios sociales generaron una creciente
contestación interna.
En Grecia, las esperanzas reformistas y modernizadoras que suscitó en 1964 el triunfo de
Georgios Papandreu se vinieron abajo al estallar el conflicto civil de Chipre. El arreglo de
independencia acordado con Gran Bretaña en 1960 se rompió al estallar una guerra civil
entre la mayoría griega y la minoría turca, que enfrentó a los gobiernos de Atenas y Ankara.
El clima de tensión dio pie a un golpe de estado militar en Grecia: la dictadura de los
Coroneles hasta 1974.

2. La segunda N.E.P. en la URSS


y el Bloque del Este
En la URSS las reformas emprendidas por Kruschev no supusieron cambios esenciales en el
centralismo democrático y el control de la economía por parte del estado. Hubo mejoras
salariales y del índice general del consumo. La jornada laboral diaria y la edad de jubilación se
recortaron y los habitantes rurales recibieron pasaporte interior, lo que permitió legalizar el
éxodo a las ciudades. Pero estos logros, sumados a los éxitos del programa espacial y
nuclear, la expansión de la red de gas natural y el programa de construcción de viviendas no
compensaron los fracasos de Kruschev. Sus iniciativas agrarias no dieron resultado. El
bienestar alcanzado fue inferior al prometido. Finalmente, Kruschev terminó de perder
credibilidad con sus fracasos exteriores. En octubre de 1964 era defenestrado por el Comité
Central del partido comunista mientras estaba en Crimea.
Le sucedió Leonidas Brezhnev, un burócrata del partido. Con él la élite del partido, la
administración y el ejército siguieron adquiriendo más poder. La URSS se convirtió en una
dictadura colectiva ejercida por un aparato del estado envejecido y privilegiado. La
hipertrofia burocrática, la corrupción y el anquilosamiento ideológico paralizaron el sistema.
Se abandonó cualquier proyecto reformista.

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La producción agrícola e industrial siguió en ascenso, pero se mantuvo el ineficaz modelo
económico de la planificación centralizada, que convivía con una creciente economía
sumergida, tolerada por el estado comunista. El creciente descontento se manifestó con la
resistencia pasiva de la mayoría, pero también con la multiplicación de organizaciones de
base.
En los países satélites, después de 1956 fue más fácil proseguir en la vía revisionista
buscando alternativas, sobre todo económicas, dentro del comunismo y aportando
soluciones “nacionales” en el camino de construcción del socialismo. El grado de reformismo
aplicado varió según el país. En la RDA, a principios de la década se relajó un poco la
represión y se aprobaron en 1963 reformas económicas descentralizadoras y liberalizadoras
que permitieron un significativo crecimiento económico. En Polonia Wladislaw Gomulka
volvió en los años sesenta a la represión contra intelectuales y clero católico disidente y
retomó el proceso de colectivización agrícola.
En Hungría, János Kádár procedió a una liberalización desde 1959. Permitió viajes al
extranjero y mayor autonomía a los católicos. Se aplicó a corregir los objetivos económicos:
favoreció la industria de consumo y autorizó la venta libre de productos de la agricultura
privada. En 1968 aprobó el Nuevo Mecanismo Económico, que permitía establecer pequeñas
empresas privadas. En Checoslovaquia hubo un proceso paralelo, pero con distinto final. En
1967 el Congreso de Escritores se convirtió en un foro de debate político muy crítico con el
sistema. Pocos meses después el máximo dirigente A. Novotný fue relevado por el reformista
Alexander Dubcek, que en abril de 1968 presentó un avanzado programa.
Dubcek creía en una tercera vía, un socialismo compatible con la libertad individual. Las
presiones para rectificar que llegaron de Moscú fueron inútiles. El 20 de agosto el sueño de
la Primavera de Praga terminó en unas horas cuando soldados y tanques, soviéticos y de los
países vecinos, ocuparon el país. Los dirigentes checoslovacos tuvieron que abandonar el
programa reformista.

Entretanto el modelo yugoslavo siguió su camino. En 1965 Tito introducía la "economía


socialista de mercado”, con liberalización del comercio y las inversiones extranjeras,
convertibilidad monetaria y mayor autonomía de las empresas que facilitaron el crecimiento
económico hasta 1973. Albania, país muy pobre bajo el poder autocrático y represor de
Enver Hoxha hasta 1985, optó en 1961 por el aislamiento al salirse del CAME y del Pacto de
Varsovia para alinearse con China.

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En Rumanía tampoco hubo desestalinización: G. Gheorghiu-Dej hasta 1965 y Nicolaw
Ceauçescu hasta 1989 mantuvieron una de las dictaduras comunistas más duras.
En China el fracaso del “Gran Salto hacia adelante” y la ruptura con la URSS, provocaron
descontento entre los dirigentes del partido. Mao se vio obligado a ceder la presidencia de la
república a Liu Shaoqi, aunque conservó el control sobre el partido.
El cambio se tradujo en una política económica más racional desde 1961-1962, que dio
prioridad a la agricultura, con una reestructuración profunda de las comunas. Desde 1962,
cuando vio que el poder se le escapaba, Mao denunció la deriva derechista de la revolución y
lanzó un “movimiento de educación social”: era la “Revolución cultural proletaria”. Esta
campaña de movilización se inició en 1966, con apoyo de una parte del ejército y de la
dirección del partido.

Lo que se inició como una nueva purga masiva, que debía afectar sobre todo al ámbito
urbano, se descontroló y llevó al país en 1967 al borde de la guerra civil y al colapso de la
autoridad gubernamental. Para frenar el movimiento, en septiembre de 1967 hubo que
recurrir al ejército en defensa del orden y aplastar las resistencias. En principio Mao se había
deshecho de los derechistas, pero en los años siguientes siguió la lucha entre facciones.

3. Rebrote y deshielo de la Guerra Fría


Kruschev dejó patente en la Asamblea General de la ONU de 1960, que estaba decidido a
convertirse en el azote del colonialismo. En enero de 1961 declaraba que su país apoyaría las
“guerras de liberación nacional” para que, de esta manera se decantaran hacia el socialismo
y el Tercer Mundo se alinease con la URSS.
Kennedy tenía un discurso anticomunista duro y no quería mostrar debilidad ante las
amenazas de Kruschev, máxime tras el fracaso de Bahía de Cochinos. Estaba dispuesto a
detener a la URSS dónde y cómo hiciera falta.
En consecuencia, la primera cumbre bilateral entre ambos líderes (Viena, junio de 1961) no
produjo resultados. Como Kennedy se negó a acceder a las peticiones soviéticas sobre la
retirada occidental de Berlín, Kruschev optó por volver a presionar en esa ciudad. Ante la
avalancha de emigrantes de la parte oriental autorizó a la RDA a construir el muro (agosto
1961) para separar las dos zonas de Berlín. Y relanzó la carrera nuclear, anunciando que
ponía fin a la moratoria de suspensión de pruebas nucleares acordada en 1958.

99
La administración Kennedy alteró su doctrina nuclear, diseñó una estrategia que permitiera
responder a cada agresión comunista adaptando los medios a la naturaleza de la agresión,
sin comprometerse a un enfrentamiento directo y nuclear con la URSS desde el principio.
Este cambio conllevó un incremento de las fuerzas convencionales y nucleares. Por lo demás,
Kennedy se atuvo a la filosofía de la contención y siguió actuando contra cualquier posible
ampliación de la esfera de influencia mundial soviética.
En 1962 Kruschev estimó conveniente compensar la inferioridad nuclear soviética para
contrarrestar la posición de fuerza de EE.UU. y obligarle a ceder en problemas pendientes,
como Berlín.
Por otra parte, el líder soviético también se sintió obligado a sostener el régimen de Castro
en Cuba, el único foco revolucionario de América Latina. Kruschev decidió instalar rampas de
lanzamiento de misiles nucleares en Cuba. En septiembre empezaron a llegar los misiles de
alcance medio e intermedio. Cuando los aviones espía norteamericanos descubrieron las
instalaciones en construcción, Kennedy lo denunció públicamente y decretó un bloqueo
naval de la isla para impedir la llegada de más buques soviéticos, movilizó tropas para
preparar una invasión y puso en alerta misiles y bombarderos atómicos.

Había comenzado la crisis de los misiles, uno de los momentos en que la guerra nuclear
estuvo más cerca. Menos mal que ambas partes percibieron el riesgo que se corría y se
esforzaron por resolver la cuestión de forma negociada. Se cerró un acuerdo entre Robert
Kennedy y el embajador soviético en EE.UU. La URSS no instalaría los misiles a cambio de que
EE.UU. no invadiese Cuba, además Washington se comprometía a retirar los misiles Júpiter
de Turquía.
La crisis tuvo consecuencias relevantes en la URSS y en la evolución de la Guerra Fría.
Kennedy salió reforzado. Kruschev perdió prestigio ante Cuba y China y su imagen interna
también quedo dañada.
La conciencia general del riesgo corrido creó el clima propicio para retomar las negociaciones
sobre el control de armamentos. En junio de 1963 se instaló una línea directa entre el
Kremlin y la Casa Blanca para evitar malentendidos en momentos de crisis (Teléfono Rojo).
En agosto, ambos países y Gran Bretaña firmaban un acuerdo para poner fin a los
experimentos nucleares atmosféricos. Comenzaba la etapa de la coexistencia pacífica.

100
3.1. Los problemas de las superpotencias con sus aliados desde
1964
Las relaciones de EE.UU. con sus aliados europeos se habían ido tensando en los años
anteriores. Las metas norteamericanas eran por una parte tratar de equilibrar la balanza
comercial y de pagos con la región, cada vez más deficitaria para EE.UU. sin obtener los
resultados esperados. El otro objetivo consistía en incrementar la contribución de los socios
europeos a la defensa de su continente. La nueva doctrina podía dañar la seguridad europea
si no había una reacción nuclear desde el principio. Las suspicacias aumentaron tras la crisis
de los misiles. Desde Washington habían intentado tranquilizar a sus aliados.
La reacción de De Gaulle fue tajante. Empeñado en la recuperación de la potencia francesa,
se negó a renunciar a su autonomía nuclear y vetó a los británicos en la CEE, sobre todo por
su relación especial con Washington. Para compensar, buscó un acuerdo permanente con
Alemania que contrarrestase la influencia de Washington sobre la RFA. Los problemas con
Japón fueron muy similares. El dinamismo de la economía japonesa y su proteccionismo
perjudicaban los intereses económicos de EE.UU., que deseaba una mayor contribución
japonesa para financiar la defensa del Pacífico. Además, desde 1965 se forjó un gran
consenso nacional a favor de la devolución por parte de EE.UU. de la soberanía sobre la base
militar de Okinawa. Se llegó a un acuerdo en 1969 y en mayo de 1972 la isla era restituida a
Japón.
Por lo que respecta a la URSS, en la Europa bajo su influencia Kruschev trató de compensar
desde 1956 la obediencia política exigida con unas relaciones económicas algo más
favorables a los intereses nacionales de sus satélites, aunque el de la URSS siguiera primando
por encima de todo. Sin embargo, aparte del ya tradicional no alineamiento yugoslavo, tuvo
que consentir el viraje de Albania hacia Pekín y la actitud nada dócil de Rumania. La reacción
nacionalista de los dirigentes rumanos a las directrices de los planificadores económicos
soviéticos se tradujo en la negativa a autorizar maniobras del Pacto de Varsovia en su
territorio; tampoco participaron en la intervención militar en Checoslovaquia. Se acercaron a
la Yugoslavia de Tito y mejoraron sus relaciones con el bloque capitalista en busca de
financiación para su proyecto de industrialización.
En cambio, la disidencia de Checoslovaquia no fue permitida por Moscú. La situación
estratégica del país, su avanzada industria armamentística y sus minas de Uranio hacían de él
un elemento relevante del Pacto de Varsovia. La soberanía de sus satélites tenía un límite, si
la hegemonía comunista se resquebrajaba, la intervención militar soviética sería la respuesta.
También hubo tensión en las relaciones con Cuba tras la crisis de los misiles. No obstante, el
gran problema de Moscú en los sesenta fue China. Mao quería desafiar la supremacía
soviética en el mundo comunista y abogaba por la confrontación con el imperialismo
norteamericano como alternativa revolucionaria a la diplomacia de distensión.

101
Las raíces del enfrentamiento con la URSS venían de lejos. La neutralidad de Moscú en el
primer choque de China con India (1959) fue el último incidente antes de la ruptura oficial en
1960. Kruschev retiró sus técnicos de China y en 1961 condenó a Mao por sostener la línea
estalinista.
A partir de ese momento los chinos desautorizaron la actitud soviética en las crisis de Berlín y
Cuba, su neutralidad en el nuevo conflicto chino-indio de 1962 y por supuesto, las iniciativas
de coexistencia pacífica. Comenzó la rivalidad en el Tercer Mundo. China se presentaba
como el nuevo líder ideológico del Tercer Mundo, como una tercera vía y no dudó en
sostener movimientos revolucionarios de cualquier tipo y clase. Desde Moscú se reprendió el
dogmatismo de China. Esta tensión ideológica explica que en marzo de 1969 un litigio
fronterizo en torno al río Ussuri y en el Sing Kiang llevara al borde de la guerra. El inesperado
apoyo de Nixon a China en esta crisis abrió el camino para un diálogo chino-norteamericano
que fructificó poco después. En 1971 China era reconocida como miembro permanente del
Consejo de Seguridad en lugar de Taiwan, pero la rivalidad con Moscú por el liderazgo del
comunismo mundial no se cerró.

3.2 Enfrentamientos en el Tercer Mundo


Aunque desde 1964 funcionaron las reglas de la coexistencia pacífica, la competencia siguió
en los países en desarrollo, convertidos en teatros de guerras convencionales. La ONU no
pudo hacer casi nada paralizada por la regla del veto de su Consejo de Seguridad.
En Oriente Medio, después de Suez, EE.UU. había amarrado mejor su influencia estrechando
lazos con Israel y los países árabes moderados, afianzando sus intereses petrolíferos. Por su
parte, la URSS aflojó sus relaciones con Israel, utilizó a regímenes socialistas y nacionalistas
árabes y apoyó el nacionalismo palestino. Pero ni la influencia de la URSS ni la de EE.UU.
fueron decisivas en el equilibrio de Oriente Medio. En junio de 1967, las tensiones regionales
estallaron de pronto en la llamada “Guerra de los seis días”.

Nasser, que quería conseguir la unidad política árabe utilizando la causa anti-sionista, había
multiplicado sus provocaciones en 1966. Pidió en mayo la retirada de los cascos azules
presentes en la frontera del Sinaí, firmó un acuerdo militar con Jordania y cerró el golfo de
Aqaba, vital para la economía israelí. Sin dar tiempo a más preparativos árabes, Israel
bombardeó por sorpresa la aviación egipcia el 5 de junio de 1967, se apoderó de los
territorios egipcios del Sinaí y Gaza más la Cisjordania jordana, ocupó totalmente Jerusalén y
conquistó los Altos del Golán sirios que dominan Galilea.

102
El potencial desestabilizador de este conflicto en la zona y fuera de ella se puso muy pronto
de manifiesto. EE.UU., que había apoyado a Israel en la guerra, anudó aún más su alianza con
este país. Moscú optó por romper relaciones diplomáticas con Israel, que no restableció
hasta 1991.
Mucho más terrible fue la guerra de Vietnam, que implicó a los tres países de la península de
Indochina y terminó con la derrota de EE.UU. y el triunfo revolucionario en 1975. La situación
llevó a Kennedy a un mayor compromiso en Vietnam del Sur. Allí el éxito de las acciones
armadas del Vietcong, su control de amplias zonas rurales gracias a la reforma agraria que
impulsaba, frente al malestar ocasionado por la estrategia del gobierno de Saigón de
reagrupamiento forzados de población en aldeas estratégicas para evitar el contacto con el
Vietcong fueron los factores clave del golpe de estado con apoyo de EE.UU.

La nueva dictadura militar no consiguió dominar la situación. Tras el supuesto ataque a un


buque estadounidense en el Golfo de Tonkín (agosto de 1964), se inició una intervención
militar masiva de EE.UU. El presidente Johnson consiguió un verdadero cheque en blanco del
Legislativo. De inmediato, ordenó una campaña de bombardeo masivo sobre Vietnam del
Norte y la ruta por la que le llegaban los suministros a través de Laos, decretó el
reclutamiento obligatorio y el envío masivo de tropas regulares norteamericanas. Sin
embargo, estas medidas no se tradujeron en una victoria decisiva. Al contrario, el 31 de
enero de 1968, una centena de poblaciones del Sur e instalaciones norteamericanas
sufrieron graves ataques del Vietcong y los norvietnamitas.
Fueron repelidos, pero supusieron una derrota psicológica para EE.UU. Se desvaneció la
esperanza de una victoria militar a lo que se sumó los problemas de financiación del
conflicto, el creciente rechazo a la guerra de la opinión pública internacional e interna y la
caída de la popularidad del presidente. En marzo de 1968 Johnson prometió no enviar más
soldados, renunció a presentarse a la reelección y anunció su disposición a negociar. La
llegada de Nixon a la presidencia en 1969 abrió la etapa de repliegue militar norteamericano,
que acabó en 1973.

103
3.3. El camino hacia la distensión
Entre 1967 y 1972 se conjugaron diversos procesos internos y externos a las superpotencias
que abrieron la senda de la llamada distensión. En primer lugar, la desesperación del
presidente Johnson por acabar con la guerra de Vietnam. En plena guerra árabe-israelí (junio
de 1967), para conseguir la mediación soviética en dicho conflicto ofreció negociar una
reducción del armamento estratégico. La hostilidad china, la represión anticomunista en
Indonesia y la derrota de sus aliados árabes flexibilizaron la posición soviética. Ya en junio de
1968, la URSS preocupada por las aspiraciones atómicas de la RFA y la carrera nuclear china,
secundaba en la ONU el Tratado de No proliferación de armas atómicas, para evitar que más
estados dispusieran de éstas.
Otros procesos siguieron allanando aún más el camino del diálogo. Brezhnev consiguió
dominar el aparato del partido y se rodeó de consejeros de mentalidad más abierta. El final
de la crisis de Checoslovaquia, sin la temida intervención de la OTAN, dio a Brezhnev
confianza en su capacidad para resolver crisis internacionales.
Las iniciativas de los líderes occidentales vinieron a converger con la evolución soviética. Por
un lado, la firma del Tratado de Moscú, un pacto de no agresión entre la RFA y la URSS, tras
convertirse Willy Brand en Canciller en 1969. El nombramiento de Erich Honecker al frente
de la RDA abrió el camino a la normalización de relaciones entre las dos Alemanias.
Del lado norteamericano, la obsesión del equipo del nuevo presidente Nixon seguía siendo
Vietnam. Moscú se desentendió hasta 1971. El nuevo apoyo de la URSS a EE.UU. en Vietnam
y los contactos personales Brezhnev-Kissinger, abrieron el camino para la visita de Nixon a
Moscú en 1972, que cambió por completo el clima de las relaciones bilaterales y sirvió de
base para toda una serie de acuerdos políticos y económicos. Así se daba comienzo a la Era
de la Distensión.

104
Tema 10
Mundialización y Desarrollo
1. La gran oleada descolonizadora
Al finalizar la década de los cincuenta, quedaba pendiente la descolonización de la mayor
parte de África que se independizó con cierta rapidez en los quince años siguientes por el
impulso de los procesos en Asia y Magreb, el impacto de la crisis de Suez y el acicate
ideológico de Bandung. No obstante, desde el final de la Segunda Guerra Mundial los
movimientos nacionalistas africanos se empezaron a mostrar muy activos.
En paralelo se fue desarrollando la acción de Naciones Unidas. Desde esta plataforma los
países con pasado colonial presionaron a las potencias coloniales a acelerar los procesos
pendientes.

1.1. La independencia del África francesa


En el África francesa, la opción ofrecida en la Constitución de 1946, de integrar las colonias
en la metrópoli a través de la Unión Francesa, no satisfizo las aspiraciones de los
nacionalistas africanos. Los líderes negros reclamaron la igualdad legal y social, crearon
partidos y trabajaron en las asambleas locales y en el legislativo francés. Desde 1956 se abrió
un proceso que permitió la transferencia progresiva de soberanía. Esta línea se confirmó tras
la llegada de De Gaulle al poder: la Constitución de la V República recogía el derecho de
autodeterminación de los territorios de la nueva Comunidad francesa, una especie de
Federación que incluía la metrópoli y sus doce colonias africanas, convertidas en estados
asociados si aceptaban en referéndum. En principio sólo Guinea lo rechazó y se independizo
en 1958.
El resto de las colonias también optó en 1960-1961 por la independencia. Mauritania nació
como república islámica, muy dependiente de Francia. La nueva Federación de Mali y
Senegal se escindió poco después en sendas repúblicas. Costa de Marfil también muy ligada a
la antigua metrópoli. Alto Volta, Burkina Faso desde 1984, derivó hacia la dictadura,
sucediéndose golpes de estado. En Dahomey una interminable serie de golpes de estado
acabaron en 1972 con el establecimiento de un régimen marxista-leninista y un cambio de
nombre del país, Benin. Níger fue liderada por Diori al frente de una dictadura hasta 1974.
Chad, con un régimen de partido único, tuvo la complicación de un país muy dividido entre
poblaciones cristianas negras del sur e islámicas del norte. Mbá fue el hombre fuerte de
Gabón con la colaboración, incluso militar de Francia. La República del Congo fue liderada por
Fulbert Youlú hasta que en 1963 un golpe de estado asentó un sistema afro comunista.
La República Centroafricana estuvo presidida por Dacko hasta 1966, cuando otra intervención
militar dio el poder a Bokassa, dictador hasta 1979. Madagascar proclamó su independencia
bajo el gobierno de Tsiranana hasta 1972, con un régimen inspirado en el socialismo africano
pero muy ligado a Francia y a Occidente.

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De los mandatos a cargo de Francia, las antiguas colonias alemanas de Togo y Camerún, esta
última fue regida bajo un régimen de partido único por Ahidjo, partidario del no
alineamiento, pero muy dependiente de Francia. Togo, tuvo al autoritario Olympio en la
presidencia hasta su asesinato en el golpe de estado de 1963, que hizo de Eyadema el nuevo
hombre fuerte del país hasta 2005. Por último, las Comores se transformaron en república
federal y la Somalia francesa en Yibuti, en 1977.

1.2. La independencia del África británica


El África británica también fue descolonizado con cierta rapidez. El proceso se había abierto
en 1946, con la aprobación de nuevas constituciones en las distintas colonias que fueron
ampliando sus poderes hacia una autonomía plena. Primero fue Costa de Oro que se
independizó en 1957 con el nombre de Ghana e incluyó el Togo británico.
Ghana sirvió de modelo al resto. A partir de 1960 tuvo lugar la independencia de la mayor
parte del África Occidental (Nigeria, Sierra Leona y Gambia) y Oriental (Somalia, Tanganica y
Uganda) tras negociar con Gran Bretaña, aunque a veces el proceso fue lento por las
rivalidades étnicas o la división entre los movimientos nacionalistas. Nigeria se independizó
en 1960. Al año siguiente una parte del sur se unió al Camerún francés y los lazos con la
metrópoli se cortaron en 1963. En 1967 comenzó la guerra de secesión de Biafra. Sierra
Leona obtuvo la independencia en 1961. En Gambia, la independencia llegó en 1965 como
monarquía constitucional dentro de la Commonwealth: hasta 1970 el país no se convirtió en
República.
En el África Oriental británica, una zona más atrasada, el peso de los jefes tradicionales era
muy importante, pero también existía un notable grupo de colonos europeos y comerciantes
árabes e indios. El primer país independiente fue Somalia, que recibió la independencia como
República en 1960. La siguiente independencia fue la del mandato de Tanganica, antigua
colonia alemana, que obtuvo la independencia en 1961. En 1964, la isla de Zanzíbar
(habitada por árabes y africanos), que había conseguido la independencia el año anterior, se
unió a Tanganica creando la República Federal de Tanzania. Uganda era una federación de
pequeños reinos donde se habían conservado las instituciones africanas, más otros
territorios bajo administración directa británica. El proceso terminó con una constitución
federal que reconocía cierta autonomía a las monarquías. Desde 1966 se instauró un
régimen de partido único de tendencia izquierdista y en 1971 el ejército, con apoyo
británico, dio un golpe de estado y se implantó la dictadura de Idi Amín Dadá, que acabó
aislado internacionalmente.
La independencia más problemática fue la de Kenia, donde los colonos europeos habían
usurpado las tierras fértiles del país. En 1954 se abrió el proceso institucional que posibilitó
elecciones y la independencia en 1963. En el África Central resultó imposible crear la
federación planteada en 1953 por Londres con la colonia de Rodesia del Sur (Zimbawe) y los
protectorados de Niasalandia (Malawi) y Rodesia del Norte (Zambia). Sus instituciones
estaban copadas por los colonos europeos, que tenían todo el control y contaban con el
apoyo del gobierno racista de Sudáfrica. Sin embargo, en 1964, tras abandonar la federación,
se proclamó la independencia de Malawi y la de Zambia.

106
En Rhodesia del Sur los colonos blancos consiguieron prohibir el Partido Nacional
Democrático y ganar las elecciones de 1962. El Frente Rodesiano aprobó nuevas mediadas
segregacionista y la represión sangrienta de los nacionalistas africanos. En 1965 se proclamó
la independencia. El régimen racista resistió hasta 1979 apoyado por Sudáfrica. En 1979
nacía Zimbawe. En el país vecino, la Unión Sudafricana, se mantuvo el régimen
segregacionista con leyes de discriminación racial. Se practicó la más dura represión contra
los movimientos nacionalistas negros, sobre todo contra el Consejo Nacional Africano,
liderado por Nelson Mandela. Esta política condujo a la ruptura con Gran Bretaña desde
1961, pero tuvieron que pasar tres décadas más para que el aparheid fuera abrogado.
Entretanto, en Namibia, excolonia alemana bajo control de la Unión Sudafricana desde 1918,
guerrillas nacionalistas (SWAPO) lucharon desde mediados de los sesenta hasta 1990 por la
independencia. Gran Bretaña se la había concedido hacía tiempo a los tres protectorados
que rodeaban Sudáfrica: Bechuana, como Botswana en 1966, Basutolandia como Reino de
Lesoto y en 1968, Suazilandia. Las islas de Mauricio y Seychelles consiguieron la
independencia en 1968 y 1976 respectivamente.

1.3. La independencia del África Belga


La independencia del Congo belga se hizo de forma precipitada, sin apenas preparación.
Grandes compañías explotaban las inmensas riquezas minerales del con mano de obra local
rudamente explotada, sin otorgar a la población autóctona ningún tipo de participación
política. Las reivindicaciones nacionalistas chocaron con la cerrazón de los colonos europeos.
Pero en las primeras elecciones municipales con participación africana (1957) ganó un líder
nacionalista que solicitó elecciones por sufragio universal y plena autonomía. En enero de
1959 se produjeron sangrientos motines en Leopoldville. La situación económica se había
deteriorado y Bélgica optó por conceder la independencia en 1960. Muy pronto estalló una
terrible guerra civil: la provincia de Katanga, al sur, muy rica en minerales, optó por la
secesión apoyada por el capital belga que explotaba la región. El gobierno congoleño pidió
asistencia a la ONU y amenazó con solicitar ayuda a la URSS. El país se sumió en la anarquía.
El golpe de estado del coronel Mobutu Sese Seko (1965) supuso el retorno del orden, pero
inauguró una de las más largas dictaduras africanas, claramente alineada con los intereses
occidentales.
Entretanto, la independencia de Ruanda y Burundi, antiguas colonias alemanas convertidas
en mandatos tutelados por Bélgica desde 1918, se vio empañada por el enfrentamiento
entre hutus y tutsis que tuvo lugar en ambos países. En Ruanda se proclamó la
independencia en 1962, seguida del éxodo de miles de tutsis hacia los países vecinos.
Burundi optó por la monarquía constitucional hasta 1966, año en que se proclamó la
República.

107
1.4. Los estados ibéricos
Trabas españolas y resistencia portuguesa
España y Portugal trataron de retener sus colonias. En el caso portugués, la dictadura de
Salazar consideraba su imperio africano un activo indispensable para el desarrollo económico
metropolitano y un elemento central de la identidad nacional portuguesa. Su respuesta a la
presión de los nuevos países afroasiáticos y de las Naciones Unidas fue una estrategia de
integración: negar la existencia de las colonias al transformar éstas mismas (Guinea-Bissau,
Mozambique, Angola y las islas de Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe) en “provincias”. En
Guinea-Bissau el Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC) de
Amílcar Cabral, inició una guerra de guerrillas desde 1963, táctica que fue seguida por el
Frente para la Liberación de Mozambique FRELIMO. Otro tanto sucedió en Angola. El
Portugal salazarista sostuvo una pesada guerra en los tres escenarios, para lo cual contó con
el apoyo de Sudáfrica y Rodesia del Sur, pero también de Francia y Alemania, una vez que su
causa se convirtió en aliada de los intereses occidentales. La resistencia portuguesa se
derrumbó en 1974 cuando la “revolución de los claveles” hizo caer la dictadura: 1975 fue el
año de la independencia del imperio portugués, pero no de la paz en Angola y Mozambique.
La España de Franco optó por seguir la posición portuguesa y retener sus territorios
aplicando una política de “provincialización”. Sin embargo, el temor a un nuevo aislamiento
internacional por la presión de Naciones Unidas y la simultánea demanda española a Gran
Bretaña de Gibraltar en ese organismo llevaron a la dictadura a aceptar la descolonización,
aunque con un ritmo lo más lento posible. En Guinea los primeros movimientos nacionalistas
aparecieron a finales de los años cincuenta. En octubre de 1968 se proclamó la
independencia de Guinea como República Federal. En las elecciones triunfó un paranoico
personaje, Francisco Macía que antes de un año encarceló o asesinó a sus rivales políticos e
instauró una dictadura hasta que en 1979 fue derrocado por su sobrino Obiang, nuevo
dictador desde entonces. En el Sahara, el descubrimiento y explotación de las ricas minas de
fosfatos de Fos-Bucra y las aspiraciones expansionistas de Marruecos complicaron el
proceso.
En 1975 España se retiró del territorio sin concluir la descolonización, atenazada por la
llamada Marcha Verde justo en el momento en que la apertura de la transición política, con
Franco hospitalizado, resultaba inminente. Comenzó de inmediato la resistencia armada del
Frente Polisario contra el control marroquí de su territorio, que fue el inicio de un conflicto
aún hoy irresuelto.
En esta época también se produjeron las últimas descolonizaciones de los países árabes del
Próximo Oriente: en 1961 Kuwait se independizó como Emirato; en 1967 le tocó a la
británica Adén (República Democrática Popular de Yemen del Sur). Qatar, Bahrein y Emiratos
Árabes se constituyen en estados en 1971. Así mismo se abrió la descolonización de Oceanía
y el Caribe. Primero fueron los mandatos de Samoa Occidental (1962) y Nauru (1968) por
Australia, Jamaica y Trinidad-Tobago (1962), Barbados y Guyana (1966). El proceso culminó
con la independencia de las cinco repúblicas exsoviéticas de Asia Central en 1991.

108
2. Desarrollo, neocolonialismo, opciones ideológicas e
internacionales de los nuevos países
Décadas de explotación colonial, de destrucción de las estructuras económicas tradicionales,
trabajo forzado, desigualdad jurídica y segregación racial, con la desestabilización de las
sociedades y culturas indígenas, dejaron una impronta duradera en los nuevos estados. Sus
dificultades políticas y económicas tras la independencia se han achacado a la larga tutela
colonial, por no haberles preparado para romper los lazos de dependencia. De alguna
manera, las antiguas metrópolis sentaron las bases de la modernización en infraestructuras
de transportes, administración, educación y sanidad, incluso en el ámbito de la política. Tras
la independencia se establecieron nuevas relaciones de cooperación con las exmetrópolis a
través de la Commonwealth, en el caso británico, y de los acuerdos bilaterales firmados con
Francia o con alguna de las potencias industriales. Sin embargo, en muchos casos, en lugar
de ayuda al desarrollo, estos lazos fueron un neocolonialismo larvado, es decir, una forma
indirecta de control a través de vías económicas, comerciales y financieras, técnicas, incluso
culturales, teniendo en cuenta que en muchos países las lenguas europeas se mantuvieron
como oficiales.
En su nueva senda como estados, unos gobiernos optaron por mantener el sistema
capitalista heredado, la alineación occidental y buenas relaciones con las respectivas
exmetrópolis. Otros se decidieron por la vía socialista o comunista, a veces se aproximaron a
la URSS o China, y sus relaciones con las antiguas potencias coloniales fueron más complejas.
Pero ninguna de las dos alternativas garantizó un desarrollo armónico y mucho menos un
sistema de libertades democráticas.
El subdesarrollo se convirtió en el rasgo común de estos países. La integración de estas
economías en el mercado mundial se hizo en condiciones de extrema vulnerabilidad, dada su
dependencia, su escasa diversificación y su fragilidad ante cambios en el proceso de
producción o de la coyuntura económica internacional.
Todas esas deficiencias se vieron agudizadas por el rápido crecimiento de la población. El
relativo crecimiento económico no fue suficiente para traducirse en una mejora sustancial
del bienestar general y sólo una parte de la sociedad se benefició.
A partir de 1970, los problemas de la deuda contraída con los países industrializados
empeoraron la situación. El resultado fue un mundo rural superpoblado, que dio lugar a un
enorme flujo de emigración a las ciudades y un proceso de rápida urbanización, concentrada
en muy pocas poblaciones sin servicios y rodeadas de cinturones de suburbios pobres. La
sociedad resultante era muy desigual, con una débil clase media y un nivel de vida general
muy bajo, malnutrición, insuficiencias médico-sanitarias, mucho paro, subempleo, trabajo
infantil, analfabetismo y carencias educativas, contribuyendo notablemente a la pervivencia
de prejuicios, costumbres y tabúes ancestrales.

109
En términos socioeconómicos hubo marcadas diferencias entre los distintos grupos de
países, lo que llevó a optar por una terminología más neutra desde los años 70.
En el ámbito político, los nuevos países han tenido graves problemas para la construcción de
sus estados nacionales. La multiplicidad étnica en muchos de ellos por la arbitrariedad de las
fronteras trazadas durante la etapa colonial, la introducción de poblaciones extranjeras o la
promoción de unos grupos étnicos sobre otros fomentadas por las administraciones
coloniales o tras la independencia y su utilización por intereses políticos y económicos
nacionales o extranjeros provocaron que, en muchos casos, el etnicismo se convirtiera en un
lastre. A pesar de la creación de estados federales y de las políticas de nacionalización para
fomentar un sentimiento nacional, la prevalencia de las identidades étnicas ha provocado
tragedias terribles.
En la década de los sesenta ya hubo guerras civiles en Congo, Eritrea, Camerún, Mali, Yemen,
Omán, Kenia, Chad, Nigeria, Laos y Camboya. Aun cuando la descolonización se realizase de
forma pacífica, pasados unos años, la mayoría de los países terminaron dominados por
regímenes autoritarios. Las características generales de los nuevos estados fueron la
fragilidad institucional, el continuado intervencionismo del ejército, administraciones poco
competentes y corruptas, personalismo político, mantenimiento del control por parte de las
oligarquías tradicionales, ausencia de una cultura democrática y una débil sociedad civil.
Por regiones, en el África subsahariana se sucedieron golpes de estado que impulsaron
regímenes autoritarios y dictaduras de diverso tipo, en la mayoría de los casos sobre la base
de partidos y sindicatos únicos.
En el Norte de África, se consolidó la monarquía autoritaria de Marruecos, que con Hassan II,
sucesor de Mohamed V en 1961, alternó periodos muy represivos con ensayos de liberalizar
un régimen marcado por la corrupción y los abusos de la administración. En Túnez, la
monarquía del Bey fue derrocada por un golpe de estado que dio el poder a Burguiba, con
un régimen de partido único, reformista y modernizador, despegado de la tradición islamista
y árabe. Ambos países adoptaron una posición prooccidental, en contraste con Argelia,
donde se organizó una República democrática y popular, de religión oficial islámica, con el
FLN como partido único bajo los principios del socialismo, desplazado en 1965 por el golpe
de Huari Bumedian.
El nuevo líder amplió el proceso de nacionalización de la economía y dio apoyo a todo tipo
de movimientos revolucionarios. Libia siguió un camino similar a partir del golpe de estado
de Gaddafi en 1969, con su socialismo árabe respetuoso con la doctrina islámica.
En el Próximo y Medio Oriente, junto a las monarquías tradicionales y semifeudales de
Arabia, Yemen, Jordania, Irán y Afganistán, se mantuvieron los regímenes inspirados en el
socialismo de Nasser en Egipto y del Baas en Siria e Irak. Estos últimos oponían a aquéllas un
nacionalismo panarabista, laico y modernizador, atizado por el conflicto árabe-israelí,
aunque su rivalidad por el liderazgo de la causa panárabe les impidiera colaborar más entre
sí. En 1968 y 1970 se produjeron sendos golpes de estado que dieron paso a regímenes más
radicales en Irak con Saddam Hussein y Siria con Hafez el- Assad.

110
En Asia, sólo India, Ceilán, Malasia y Singapur lograron mantener una democracia
parlamentaria de tipo occidental, bien que con rasgos autoritarios en los dos últimos casos.
En India, a pesar del éxito de sus planes quinquenales de industrialización y de la prioridad
dada a la autosuficiencia alimentaria, la producción agraria no aumentó lo suficiente como
para cubrir las necesidades de una población en constante crecimiento. La tensión con China
obligó, además, a incrementar el presupuesto militar. El resto de los países de la región
sufrieron dictaduras de distinta índole. Entretanto el sistema comunista se impuso en Corea
del Norte, Mongolia, Vietnam, Laos y Camboya.
En el ámbito internacional, los países afroasiáticos fueron adquiriendo visibilidad pública a
partir de Bandung (1955) y siguieron reivindicando la necesidad de una coexistencia pacífica,
rechazando la política de bloques y condenando el colonialismo resistente. Sus plataformas
de actuación fueron la Asamblea General de Naciones Unidas, organizaciones regionales
como la OUA (Organización de la Unidad Africana, creada en 1963) y el Movimiento de
Países no Alineados. Sin embargo, la unidad del grupo fue más aparente que real. Tras la
independencia se produjeron un rosario de enfrentamientos entre países del bloque no
alineado. Por otra parte, el contexto internacional bipolar influyó muy negativamente, pues
casi ningún país pudo sustraerse de la atracción y presión ejercida por las grandes potencias.
Las dificultades para crear una Tercera fuerza internacional verdaderamente independiente
se confirmaron muy pronto. En 1964, durante la II Conferencia del grupo en El Cairo, India,
Yugoslavia y Egipto ya se negaron a adoptar las radicales posiciones antioccidentales
reclamadas por China e Indonesia. La siguiente cumbre (Lusaka, Zambia) no pudo celebrarse
hasta 1970.
El Movimiento de Países no Alineados se fue institucionalizando desde 1970 y ha sido
relevante no sólo por su denuncia al imperialismo, el neocolonialismo y el racismo, sino
también por dotar de una doctrina internacional orientadora a los nuevos países. Además, ha
servido para reivindicar medidas en busca de una salida al subdesarrollo, problema común
por encima de las divergencias políticas e ideológicas. Se reclamó la instauración de nuevas
reglas económicas mundiales basadas en el principio de la soberanía integral de cada estado
sobre sus recursos y actividades. Se produjeron arreglos para la reducción de la deuda
pública y acuerdos comerciales beneficiosos. El acuerdo de los países industrializados
adoptado en la II Conferencia de la UNCTAD (1968) de destinar el 0,7% de su PIB en ayudas
(en 1970 era del 0,4%) está aún por cumplir.

3. América Latina
Entre el crecimiento y la revolución
Desde 1945 esta región experimentó un significativo crecimiento económico que, sin
embargo, no se tradujo en estabilidad política. Se mantuvieron las políticas autárquicas
(aranceles, subsidios) e industrialización creciendo la intervención estatal, que no sólo
protegió las industrias nacientes, sino que suplió a los inversores privados.

111
Al tener garantizado un mercado cautivo, los industriales dejaron de preocuparse por
mejorar la productividad de sus empresas y el estado terminó financiando con déficit público
empresas cada vez menos competitivas. Estas políticas fueron avaladas por los sindicatos
que moderaron la conflictividad laboral a cambio de seguridad en sus puestos de trabajo y
salarios dignos. Además, se beneficiaron de la fuerte demanda internacional de la primera
posguerra y de los años de la Guerra de Corea, con una coyuntura global expansiva hasta
1973.
En consecuencia, la economía planificada e intervenida, justificada con un discurso
nacionalista se generalizó. Este modelo de crecimiento hacia dentro permitió que entre 1945
y 1973 las cifras de aumento del PIB y de la producción industrial de la región sólo fueran
superadas por Japón. Ese dinamismo económico redujo la dependencia exterior, amplió el
peso del sector secundario y propició una mayor integración de los mercados internos.
Además, permitió incrementar el gasto público, financió adelantos en comunicaciones,
mejoras en la sanidad, en todos los niveles de la educación.
Los avances socioeconómicos fueron compensados por el elevado crecimiento demográfico
de la región. Además, hubo resultados desiguales según los países. Se beneficiaron más, en
términos de modernización de estructuras productivas y crecimiento del mercado interno,
las economías que antes adoptaron este tipo de políticas, la mayoría con una base industrial
previa (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Uruguay), menos aquellos países que
siguieron basando su crecimiento en el modelo exportador de materias primas y se sumaron
a la corriente principal en los setenta (Bolivia, Ecuador, Paraguay, Perú, Venezuela,
Centroamérica). Cuba se mantuvo al margen desde 1959 al adoptar el modelo de
planificación central socialista.
En torno a 1973 la tendencia positiva de las economías latinoamericanas cambió y se
empezaron a poner de manifiesto las limitaciones de las políticas ejecutadas: descuido del
sector agrícola y una industria muy subsidiada y protegida en expansión, pero muy poco
competitiva, lo que se traducía en un recorte de las exportaciones y la caída de las divisas
disponibles. Tampoco se encararon las reformas estructurales que se necesitaban.
Al mismo tiempo, los compromisos con los sindicatos llevaron a mantener altos los salarios
de los trabajadores con contratos formales, pero la incapacidad para crear suficientes
puestos de trabajo que absorbieran el rápido crecimiento demográfico y la brutal emigración
procedente de las áreas rurales hizo que el paro y la pobreza volvieran a convertirse en una
característica común en el subcontinente. La crisis del petróleo de 1973 y 1979 más la crisis
de la deuda externa desde 1982 terminaron borrando buena parte de los avances de la
década anterior.
Desde el punto de vista político, América Latina había vivido desde la década de los años
veinte un proceso de cambio político acelerado, como consecuencia de los procesos de
urbanización, secularización, alfabetización, movilización y demanda de participación política
y reformas sociales de grupos antes excluidos del estrecho marco impuesto por los
regímenes liberales bajo control de oligarquías tradicionales.

112
A distinto ritmo, según el país, de fueron incorporando a la vida política los sectores medios
urbanos y el proletariado industrial, sobre todo. Sin embargo, el impacto de la crisis de 1929
y de las nuevas corrientes autoritarias europeas, provocaron profundas convulsiones con la
proliferación de dictaduras militares y regímenes autoritarios. En la década de 1930 apenas
Colombia y Costa Rica aguantaron con su sistema constitucional intacto.
Las dictaduras patrimonialistas de Anastasio Somoza en Nicaragua y Rafael L. Trujillo en la
República Dominicana fueron las más duraderas. Los otros gobiernos autoritarios fueron el
reflejo de los intereses de los sectores poderosos tradicionales, respaldados por las fuerzas
armadas y en algunos casos por una parte de las clases medias, asustadas por la crisis.
Algunos ensayaron desde esa época un modelo político, el populismo, difícil de definir por
sus heterogéneos componentes ideológicos y llamado a tener gran continuidad en la región.
Tuvo su raíz en la aparente incapacidad del liberalismo y sus élites económicas para impulsar
el bienestar general y en el nuevo protagonismo otorgado al Estado para cumplir ese
objetivo interviniendo en la economía. Así que se buscó un incremento de los poderes del
ejecutivo (presidencialismo), con la simultánea postergación de derechos y libertades
individuales y valores democráticos, en aras del interés nacional y de la eficacia del estado
para generar desarrollo sin dependencia exterior. El discurso político se aderezó con un
fuerte nacionalismo y antiimperialismo, mezclando elementos fascistas y reaccionarios con
otros progresistas. Con la excepción del peronismo, donde el sindicato de la Confederación
General del Trabajo (CGT) tuvo una gran fuerza, en los populismos americanos solían convivir
movimientos-partidos populares fuertes con sindicatos débiles. Las políticas de gasto público
y las fiscales engrasaban las lealtades creando verdaderas clientelas políticas. La propuesta
ideológica pretendía ser una especie de tercera vía, entre el capitalismo y el socialismo.
La situación de pobreza y desigualdad existente más la debilidad institucional y el descrédito
del sistema político explican el atractivo del modelo en la región, tanto en países que
aplicaron tempranamente las políticas de sustitución de importaciones, de desarrollo hacia
adentro, como en aquéllos que mantuvieron durante más tiempo el modelo económico
exportador.
El panorama autoritario de los años treinta comenzó a cambiar conforme el signo de la
Segunda Guerra Mundial basculó hacia el triunfo aliado. Se abrieron procesos
democratizadores, aunque en algunos casos tutelados por militares en la sombra. Esta
tendencia democratizadora fue, sin embargo, contenida desde 1948 por golpes de estado
favorecidos por el clima de Guerra Fría y por la nueva política anticomunista de Washington,
firmando además diversos acuerdos bilaterales de asistencia militar. Las nuevas dictaduras
anticomunistas se sumaron a las ya consolidadas en la región centroamericana y caribeña
donde la excepción fue Costa Rica.
De nuevo a finales de los años 1950 y principios de los 1960 se reabrieron procesos
democráticos en algunas repúblicas que fueron apoyados inicialmente desde EE.UU. por la
administración de J. F. Kennedy. Cayeron las dictaduras colombiana, venezolana y cubana y
en 1961 Trujillo en la República Dominicana fue asesinado.

113
Luego hubo siete nuevos golpes de estado hasta 1964, porque la evolución política del nuevo
régimen de Fidel Castro en Cuba tuvo un impacto imprevisto en la región. Ideológicamente,
el movimiento guerrillero incluía sectores liberales, progresistas y marxistas. Cuando el 1 de
enero de 1959 cayó la dictadura de Batista, abandonada por EE.UU. meses antes, su líder,
Fidel Castro impulsó reformas económicas y sociales con amplio respaldo popular: reforma
agraria y nacionalización de industrias, bancos y refinerías de petróleo, campañas de
alfabetización y mejoras sanitarias. Sin embargo, Castro se resistió a institucionalizar la
revolución y a convocar elecciones, impulsando prontamente un giro autoritario y
personalista, con un discurso antiimperialista y nacionalista.
Al principio, el régimen fue bien acogido por la opinión pública internacional y fue
reconocido por EE.UU. Sin embargo, ante las medidas contra intereses norteamericanos, los
Estados Unidos comenzaron a presionar al nuevo régimen con la amenaza de suprimir la
cuota azucarera, principal fuente de divisas de Cuba. Entretanto, Castro se había declarado
neutralista y había dejado que los comunistas controlasen sectores políticos importantes. En
febrero de 1960 la URSS se ofreció a enviar petróleo y a comprar el azúcar necesario para
sostener el régimen cubano y los lazos bilaterales empezaron a cobrar importancia. El
castrismo también había emprendido iniciativas en Panamá y República Dominicana para
extender la revolución. En enero de 1961 las relaciones con EE.UU. se rompieron y en abril
se produjo el fallido desembarco en Bahía Cochinos. La respuesta fue la definición del
régimen cubano como República Socialista. En 1962 vino la crisis de los misiles.
Desde EE.UU., para prevenir la expansión del castrismo, el presidente J. F. Kennedy puso en
marcha en 1961 el programa de la Alianza para el Progreso. La filosofía de partida era que,
sólo promoviendo un rápido crecimiento económico, con industrialización y reformas
agrarias, más la ayuda de la integración económica regional, se podrían dar unas condiciones
económicas que, sumadas a programas de alfabetización y mejoras sanitarias y sociales,
reformas fiscales y una mejor distribución de la renta, permitieran la plena integración de las
masas en un marco democrático. Todos los países, excepto Cuba, se adhirieron.
Sin embargo, buena parte de los gobiernos no afrontaron las reformas necesarias: la Alianza
sólo resultó útil allí donde hubo interlocutores dispuestos a colaborar en el proceso de
democratización y modernización de sus países, como fue el caso de Venezuela, Bolivia y
Chile. Y, sobre todo, el programa reformista de Kennedy se desvirtuó al ser asesinado su
promotor. Los gobiernos de Johnson y Nixon no mantuvieron las mismas prioridades. La
seguridad y la defensa d ellas inversiones primaron sobre los objetivos de desarrollo. Desde
Washington se empezó a considerar a las Fuerzas Armadas como un instrumento
indispensable para la contención del comunismo y la estabilidad política y se facilitó su
rearme y modernización con tratados bilaterales.
En paralelo, la revolución cubana sirvió de acicate a la izquierda radical que imitó la creación
de “focos” guerrilleros rurales para la conquista del poder. Estos movimientos guerrilleros,
respaldados por Cuba, quedaron enfrentados a veces a los partidos comunistas
prosoviéticos, cuyas estrategias de frente popular eran contrarias al empleo de la lucha
armada en el contexto americano según las consignas de Moscú.

114
Las reforzadas Fuerzas Armadas latinoamericanas comenzaron a participar en la prevención
y lucha contra las guerrillas revolucionarias. Nació la Doctrina de la Seguridad Nacional que
dio cobertura ideológica a los golpes de estado y a la consiguiente represión.
Ante el desequilibrio creciente entre crecimiento económico y demandas sociales, las nuevas
formas de movilización social y activismo político de carácter populista, toleradas por los
regímenes constitucionales, dieron a los sectores más afectados por los problemas
económicos el cauce para expresar su descontento. La conflictividad social, atizada por el
nuevo radicalismo revolucionario en algunos países, amenazó la estabilidad de los gobiernos
civiles, controlados casi siempre por los grupos sociales dominantes. Estos últimos sintieron
peligrar sus posiciones y se mostraron proclives a soluciones de fuerza, considerando,
además, que este tipo de salida institucional era necesaria a fin de acometer las
reestructuraciones necesarias para salir de la crisis, bien a través de políticas ortodoxas de
ajuste, bien promoviendo un cambio industrial acelerado. Como las Fuerzas Armadas
estaban dispuestas para ejercer el papel de actores privilegiados del proceso, el resultado
fue una oleada de golpes militares.
Desde mediados de la década de 1960 se instauraron nuevos regímenes dictatoriales con
rasgos bien distintos de los que habían caracterizado a las dictaduras tradicionales que
asaltaban el poder como una solución temporal. Los nuevos regímenes trataban de
reorganizar la nación de acuerdo con una ideología o ideario. No sólo se restringían
libertades civiles y sindicales, sino que se buscaba erradicar con cualquier método las bases
del poder de la izquierda.
El nuevo militarismo suponía el gobierno de la institución militar en bloque, como
corporación, frente a las dictaduras personales, y prescindió de los partidos políticos en
cuanto que organizaciones representativas de la sociedad civil en el estado, porque prefería
la apatía de las masas.
Estas dictaduras funcionaron con una mentalidad jerárquica, básicamente conservadora. Al
final, el ejecutivo dependía de la voluntad política de las Fuerzas Armadas y de la burocracia
técnica, únicos contrapesos del todopoderoso ejecutivo militar.
Hasta la década de los ochenta, bajo la sombra de la crisis económica de la deuda, no se
pusieron en marcha los procesos liberalizadores y de transición a la democracia que
desembocaron en la restauración de sistemas constitucionales y en la apertura política de
aquellas democracias meramente formales.

115
Tema 11
La crisis de los 70
1. Los fundamentos económicos de la crisis
En octubre de 1973 tropas egipcias y sirias atacaron Israel por sorpresa aprovechando la
fiesta judía del Yom Kippur. Después de varios días de iniciativa árabe la guerra cambió de
rumbo y en apenas 3 semanas Israel consiguió imponer su superioridad atravesando el Canal
de Suez y estableciendo su control sobre la península del Sinaí. En medio del conflicto, la
Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), compuesta en su mayoría por
países árabes, decidió incrementar los precios del crudo y anunció su intención de utilizar el
petróleo como nuevo instrumento en su lucha contra Israel. De esta forma, apenas 2 meses
después de una inicial subida de más de un 160%, el cártel productor volvió a elevar el precio
del barril de petróleo, que acabó por multiplicar por 4 su valor respecto del vigente a inicios
del mes de octubre. Era la mayor subida experimentada hasta esa fecha, ya que le barril pasó
de 1,62 dólares en enero del 73 a 9,31 en enero del 74, una subida del 475%.

Este radical aumento del llamado oro negro se tradujo en una crisis inmediata de las
economías occidentales que abrió una profunda fase recesiva cuya intensidad hizo pensar a
muchos analistas que el mundo desarrollado se enfrentaba más que a una crisis coyuntural,
a una crisis estructural producida por el agotamiento del modelo de desarrollo vigente desde
el fin de la Segunda Guerra Mundial. Como sucediera en 1929, volvió a aparecer el ya
recurrente debate entre los partidarios del mantener los beneficios de la economía de libre
mercado y aquellos que abogaban por la necesidad de intervenir y disciplinar un sistema
capitalista que parecía producir crisis cíclicas cada vez más graves y traumáticas.
Pero a diferencia de crisis anteriores, el debate de los años 70 asumió nuevos contenidos, en
especial dos. El primero, el papel que los países del Tercer Mundo jugaban o debían jugar en
las relaciones económicas internacionales y la necesidad de reconsiderar el cada vez más
importante conflicto Norte-Sur. Y el segundo, la percepción acerca de los límites de un
modelo de crecimiento basado en el consumo indiscriminado de los recursos naturales y la
necesidad de revisar el modelo de desarrollo dentro de una nueva perspectiva de
sostenibilidad.

116
La crisis ayudó a popularizar el concepto de “crecimiento cero” que adquiriría inusitada
relevancia al ser adoptado y desarrollado por un pensamiento ecologista en lento pero
imparable auge.
Lo esencial de la crisis del 73 es que impactó de forma notable en los 4 ejes sustentadores
del modelo de desarrollo seguido hasta entonces: la revolución científico-técnica, la
existencia de una fuente de energía barata y abundante, la existencia de un sistema
monetario estable y la expansión de la intervención del Estado. Lo verdaderamente
importante de la revolución científico-técnica experimentada en los años 50 y 60 fue su
capacidad para impactar en los procesos productivos. Ello obligó a una potente
racionalización de todo el ciclo del producto, incluyendo dentro del mismo las fases de
comercialización y venta a través de fórmulas de marketing y publicidad cada vez más
sofisticadas.
La revolución tecnológica estimuló la producción en masa y la consiguiente democratización
del consumo, pero también hizo que los beneficios empresariales pasaran a depender
básicamente del abaratamiento de los costes de producción mediante la venta masiva del
producto.
La industrialización de la ciencia obligó a ingentes inversiones en investigación, desarrollo e
innovación, lo que facilitó la expansión de las grandes multinacionales que aseguraban las
cantidades invertidas por su capacidad para vender millones de unidades en todo el mundo.
La extraordinaria importancia de las multinacionales convirtió al capitalismo en sinónimo de
consumo de masas. La crisis estimuló de nuevo la búsqueda de salidas basadas en nuevas
respuestas tecnológicas, que comenzaron a centrarse en la aplicación de la microelectrónica
y de las telecomunicaciones, teniendo su periodo de maduración en los primeros años 80
para irrumpir con fuerza a finales de la década y ya plenamente en los 90.
El segundo eje de sustentación del modelo fue la existencia de una fuente de energía
abundante y barata como el petróleo o el gas natural, que en los años 70 representaban ya
más del 60% del consumo total de energía. Lo fundamental de la crisis del 73 y de los
continuos incrementos de precios fue la convicción de que esas 2 cualidades asociadas al
petróleo, la abundancia y el bajo precio, habían desaparecido para siempre. De hecho,
comenzaron a proliferar informes como los del Club de Roma que alertaban sobre la finitud
de los recursos petrolíferos y acerca de lo relativamente inmediato que era su agotamiento,
por lo menos en condiciones suficientes de rentabilidad.
El tercer factor básico fue la existencia de un sistema monetario estable, imprescindible para
garantizar los pagos internacionales y, en general, las relaciones financieras y comerciales
mundiales. Este sistema establecido en el año 1944 se basaba en un patrón de paridad
norteamericana como moneda de cambio internacional. En síntesis, el sistema monetario
internacional se ajustaba sobre la base de la convertibilidad del dólar en oro y el
mantenimiento de un sistema de cambios fijos de las principales monedas del mundo.

117
Hasta los años 60 el sistema cumplió perfectamente su función a pesar de ponerse de
manifiesto dos contradicciones de fondo. La primera era que dado que la liquidez
internacional se basaba en la salida masiva de dólares de EE UU, esto es, en el déficit de la
balanza de pagos norteamericana, a medida que este déficit creció las posibilidades de que
el dólar pudiera mantener estable su valor eran cada vez más pequeñas, hasta el extremo de
poder hacer imposible la convertibilidad y el mantenimiento del valor fijo del dólar. La
segunda contradicción esencial apuntaba en la misma dirección. Dado que EE UU era el
único país que podía mantener una situación permanente de desequilibrio negativo de su
balanza de pagos sin tener que recurrir, como el resto de los países, a costosos planes de
ajuste si incurría en déficit, el propio sistema estimulaba aumentos continuos de ese déficit
de la balanza de pagos norteamericana, lo que generó una espiral que acabó por disolver
todo el mecanismo vigente.
El gobierno de Nixon no tuvo más remedio que reconocer en 1971 la no convertibilidad del
dólar y proceder a 2 devaluaciones sucesivas de su moneda, lo que obligó a un reajuste de
las paridades de otras monedas destacando la apreciación el marco alemán y la del yen
japonés. El sistema de cambios fijos dejó de existir en favor de un sistema de cambios
flotantes.
Lo verdaderamente esencial es que un sistema de cambios fijos obliga a un país que incurre
en déficit en su balanza de pagos a realizar una política interna deflacionista y de ajuste para
conseguir equilibrar sus cuentas a través de un incremento de sus exportaciones, mientras
que un sistema de cambios flotantes existe el recurso a la devaluación de la moneda para
ganar competitividad.
El cuarto y último elemento de sustentación del modelo de desarrollo que también se vio
afectado por la crisis del 73 fue el imparable proceso expansivo de la intervención del Estado
en la economía y en la sociedad. Es decir, el Estado no sólo había asumido la prestación de
los servicios sociales básicos en consonancia con el modelo de Estado social y democrático
de Derecho, sino que se había convertido en un agente económico extraordinariamente
activo que intervenía en numerosos ámbitos económicos además de ser un rígido agente de
regulación de los mercados a través de la llamada planificación indicativa.
En definitiva, la crisis del 73 fue una más, aunque especialmente grave, de las crisis cíclicas
del capitalismo, pero en modo alguno se puede considerar una crisis radical del sistema. De
hecho, social, lo hizo sobre la base de una vuelta al liberalismo.
Los fundamentos económicos de la crisis del 73 no pueden entenderse fuera del marco de
unas sociedades occidentales en acelerada evolución. Unas sociedades que aunque todavía
estaban digiriendo e integrando buena parte de las propuestas éticas, culturales y de estilos
de vida surgidas a finales de los años 60, ya reivindicaban la vuelta a valores más
tradicionales y estables. El paro, la incertidumbre ante la nueva situación económica y la
pérdida de ciertas referencias axiológicas clásicas generaron una situación de inseguridad
que reforzó la percepción de crisis.

118
2. La crisis del petróleo
La crisis petrolífera del 73 representó un problema esencial pues afectó de forma directa a
los costes de producción y, por tanto, a las posibilidades de seguir manteniendo una fórmula
de beneficio basada en el abaratamiento de costes por la producción y venta en masa. La
nueva situación obligó a una reducción de costes vía mano de obra y empleo, lo que a medio
plazo se tradujo en el estancamiento e incluso un cierto deterioro de la situación
socioeconómica de muchos trabajadores.

El incremento de precios entre enero del 73 y enero del 74 fue del 475%, momento en el
que la línea alcista se moderó, pero no descendió. De hecho, lo precios registraron en junio
del 79 un incremento acumulado del 56,18%, lo que situó el precio del barril en 14,54
dólares. A partir de junio del 79 las desavenencias entre los países productores provocaron
que en vez de fijarse un precio único se estableciera una banda de fluctuación que osciló
entre los 18 y los 23,5 dólares por barril. Meses después se aceptó el principio de imposición
unilateral de precios que llevó al crudo a bascular entre un precio mínimo de 26 dólares en
Arabia Saudí a los 37 dólares fijados por el gobierno de Argelia. En todo caso, lo
verdaderamente sustantivo es que el precio del barril de petróleo había experimentado un
alza brutal, del 1.725% en apenas 7 años.
Las dos devaluaciones del dólar llevadas a cabo por la Administración Nixon en 1971 y 1973
habían hecho perder valor real al petróleo ya que su cotización se fijaba en dólares.
Las devaluaciones perjudicaron notablemente a las industrias europeas y japonesas frente a
las norteamericanas, pero también llenaron de inquietud a los países productores que vieron
como su principal, y en la mayoría de los casos, única fuente de recursos perdía valor real por
una medida que escapaba a su control. Por eso intentaron presentar la decisión de subir el
precio del petróleo como una reivindicación general de los países del Tercer Mundo a favor
de la plena soberanía sobre sus recursos naturales y como una forma legítima de mejorar esa
tasa real de intercambio que, desde su punto de vista, expresaba su situación de
dependencia estructural respecto de los países avanzados.
Los incrementos de precios fueron esencialmente un instrumento más de guerra utilizado
por los países árabes en su enfrentamiento contra Israel.

119
El espectacular aumento de los precios del crudo tuvo consecuencias gravemente negativas
para los países del Tercer Mundo. El enorme aumento de la factura energética repercutió en
una disminución notable de las importaciones realizadas por los países avanzados, lo que a
su vez dio lugar a una apreciable bajada de precios de los productos básicos de exportación
de los países menos desarrollados. Esta merma de ingresos llevó a muchos de estos países a
buscar nuevas fuentes de financiación vía deuda, ya que la superabundancia de dólares
derivados del incremento del precio del crudo generó un exceso de liquidez crediticia
internacional. De esta forma, los llamados petrodólares acabaron alimentando la deuda de
muchos países no desarrollados creando una situación de colapso financiero en muchos de
ellos.
El impacto de la crisis fue mayor en Europa occidental que en EE UU, ya que aunque los
norteamericanos tuvieron que asumir el racionamiento de combustible desconocido hasta
entonces, su dependencia energética era menor que la de los europeos. En ambas partes de
Atlántico se crearon reservas estratégicas para asegurar el abastecimiento durante un
tiempo determinado.
La crisis también hizo a Japón plenamente consciente de su dependencia energética y de su
fuerte vulnerabilidad exterior, lo que agudizó la apuesta tecnológica en sectores clave de su
economía, en especial el automovilístico, que comenzó a producir coches mucho más
eficientes, lo que le permitió dominar el mercado durante los años siguientes.
El incremento de los precios petrolíferos impactó de forma profunda y duradera en la
economía mundial, tanto en los países desarrollados como en los menos avanzados. Sólo la
URSS se libró de sus repercusiones directas ya que era prácticamente autosuficiente.

3. La quiebra del modelo keynesiano de desarrollo


El keynesianismo se había configurado como la teoría económica triunfadora tras la Segunda
Guerra Mundial al aportar un conjunto de propuestas divergentes y novedosas respecto de
las clásicas recetas liberales. La teoría del célebre economista inglés es inseparable de la
crisis del 29, de ahí que su gran preocupación fuese explicar el ciclo económico y encontrar
las condiciones en las que una economía llega al pleno empleo. De forma muy simple el
keynesianismo parte de la idea de que la renta se puede dedicar a inversión, ahorro o
consumo.

120
Según Keynes el mercado tiende naturalmente a dejar recursos ociosos que se traducen en
desempleo, por lo que el Estado es el único capaz de movilizar esos recursos no utilizados y
el único que puede crear condiciones de certidumbre que animen la inversión privada.
Además, el intervencionismo estatal asegura un alto nivel de consumo, que es para el
economista británico el motor del crecimiento económico. Keynes no pretendía socializar la
economía, pero sí afirmaba que el Estado podía ser igual de eficiente que el mercado en la
asignación de los recursos, por lo que debía ocuparse de estimular sectores en los que el
mercado fallaba o en los que simplemente no encontraba estímulos suficientes para entrar.
El intervencionismo estatal imprimía a la economía un dinamismo que la orientaba hacia el
pleno empleo, aunque a costa de unos niveles de inflación considerables y de un alto gasto
público. El problema era, por tanto, de elección, y para los keynesianos ésta era obvia: el
pleno empleo era preferible al control de la inflación y del déficit público.
El keynesianismo dio base económica al compromiso político e ideológico que desarrolló el
Estado de Bienestar, cuya legitimidad descansaba en la oferta de prestaciones sociales a los
ciudadanos con objeto de mejorar sus condiciones de bienestar y seguridad, lo que convirtió
al Estado en el principal actor de las economías capitalistas desarrolladas.
Lo que la crisis de los 70 puso de manifiesto es que ese modelo había alcanzado un punto
que amenazaba con desbordarse. En primer lugar, por la denominada crisis fiscal del Estado,
es decir, la imposibilidad de elevar indefinidamente los impuestos como vía de financiación
de un Estado cada vez más grande y costoso.
El segundo factor de la crisis se basaba en el concepto de expectativas crecientes. Esto es, el
desarrollo de amplias prestaciones sociales y la expansión continua de la intervención
pública extendió la creencia de que existían derechos adquiridos que el Estado debía
garantizar en todo momento y circunstancia, lo que daba una enorme rigidez al gasto
público.
La crisis enfrentó al modelo keynesiano con una doble circunstancia. Por un lado, su lógica
argumental era incapaz de explicar técnicamente la crisis ya que la masiva intervención
pública había creado fuertes ineficiencias que llevaron a los economistas liberales a hablar de
los fallos del Estado en idéntico sentido al utilizado por el economista inglés para justificar el
recurso a lo público. Por otra parte, se empezó también a cuestionar la idea implícita del
modelo según la cual lo público equivalía a expresión del interés general, en contraposición
al ámbito privado donde imperaba sólo el interés individual.
Los análisis críticos del modelo keynesiano insistían en una sobrepolitización del modelo que
se traducía en una fuerte base clientelar, ya que extendía una tendencia a la dependencia de
amplias capas de la población. Ello suponía según estas posiciones introducir una pasividad
social incapaz de asumir criterios de competencia y mejora. Además, añadían, las cargas
fiscales daban un extraordinario poder a los aparatos del Estado que eran quienes decidían
lo que hacer con el dinero recaudado, aspecto que restaba libertad al individuo para decidir
cómo utilizar ese dinero que tenía que aportar como impuesto, y dado que esa elección
burocrática no siempre expresaba el interés general, lo probable era que se gastara de forma
ineficiente.

121
Por lo tanto, el modelo entró en crisis por la contradicción existente entre la creencia de los
individuos de tener derecho a un progreso continuo de su bienestar a través de prestaciones
crecientes del Estado y la imposibilidad de lo público de generar los ingresos necesarios para
realizarlo.

4. La victoria de Friedman
El monetarismo friedmaniano se inscribe dentro del amplio marco del liberalismo
económico, aunque centrado en el análisis de los efectos que genera la oferta monetaria
sobre la economía. De forma muy simple sus postulados básicos se pueden resumir en los
siguientes. Primero, que la inflación es un fenómeno esencialmente monetario. Segundo, el
cuestionamiento de la llamada curva de Phillips, de clara inspiración keynesiana y que
establecía una relación inversa entre paro e inflación, o sea, que la inflación iba asociada a un
bajo desempleo. A juicio de Friedman los intentos de los gobiernos de reducir el paro
creando inflación podían ser efectivos como mucho a corto plazo, pero eran estériles a
medio y largo plazo.
La apuesta monetarista de Friedman se basaba pues, en un ajuste de la masa monetaria
circulante como vía de reducción de la inflación, considerada el principal desequilibrio
estructural de una economía, y en garantizar una desregulación de los mecanismos de
intervención del Estado, ya que el mercado era el único proceso de intercambio elegido
implícitamente por los ciudadanos. En otras palabras, su gran crítica al keynesianismo y a
quienes abogaban por la primacía de lo público, era que tal opción quebraba la libertad de
los ciudadanos para elegir lo que querían, pues en esa elección eran sustituidos por unos
gestores que se arrogaban el derecho a decidir lo que ellos creían que les interesaba a éstos.
En esto, Friedman no hace más que asumir las tesis del muy influyente Friedrich Hayeck, que
había articulado su pensamiento bajo la premisa de que una excesiva intervención estatal en
la economía llevaba inexorablemente a la instauración de unas formas autoritarias de
gobierno.
Las propuestas neoliberales se orientaron a la consecución de una acción de gobierno no
coercitiva. Es decir, que no restringiera el libre desenvolvimiento de los agentes privados.
Evidentemente, Milton Friedman no fue el responsable de la vuelta política a las soluciones
liberales, pero sí es verdad que el economista norteamericano fue uno de sus grandes
propagadores entre amplias capas de la opinión pública y, sobre todo, entre las élites
políticas y culturales del mundo occidental. Un éxito que se vio exageradamente ampliado
por el fracaso de las propuestas alternativas de gobiernos como el socialista francés
presidido por François Mitterrand desde 1981.

122
5. Las repercusiones políticas de la crisis
Los años 70 fueron años políticamente contradictorios. Grupos como la Baader-Meinhof en
la RFA, las Brigadas Rojas en Italia, los GRAPO o el FRAP en España, tiñeron de sangre una
nihilista quimera revolucionaria, al tiempo que también impregnaron ideológicamente a
quienes como E.T.A. (Euskadi ta Askatasuna) en España o el I.R.A. (Irish Republican Army) en
Irlanda utilizaban el terror para justificar reivindicaciones nacionalistas.

La incertidumbre frente a la crisis económica generó una tendencia electoral conservadora,


de preferencia hacia políticas de ajuste independiente del color político del partido
gobernante.
La RFA fue el país que mejor representó este marco general descrito. El gobierno de
coalición entre socialdemócratas y liberales liderado por Willy Brandt había llegado al poder
en 1969 con un programa que con el tiempo había basculado nítidamente hacia la izquierda.
El estallido de la crisis repercutió en un repunte significativo de la inflación que llenó de
temor a los alemanes. El problema acabó encontrando una vía de solución inesperada
cuando se destapó que uno de los asesores más cercanos al canciller era un espía al servicio
de la RDA. Este oportuno escándalo acabó con la carrera política de Brandt, siendo sustituido
por el también socialdemócrata Helmut Schmidt.
La política del nuevo canciller fue diametralmente opuesta a la de su antecesor a la hora de
enfrentarse a los dos principales problemas del país: el terrorismo de extrema izquierda y la
crisis económica. Se puso en marcha una clásica política de ajuste y de control de la inflación
basada sobre todo en la reducción del gasto público, con lo que Alemania pudo transitar por
la crisis de manera firme. El único factor negativo fue un significativo aumento del paro.
Parecido consenso se dio en Gran Bretaña e Italia, sin duda, dos de las economías más
afectadas por la crisis. En el primer caso, el consenso fue tardío, lo que impidió tomar
medidas adecuadas de lucha contra la recesión. El enorme poder de los sindicatos había
obligado al gobierno conservador de Edward Heath a adoptar desde 1972 una política
fuertemente intervencionista y de un recurso a las subvenciones que había disparado el
déficit público y, peor aún, había engendrado una espiral inflacionista del 15% anual. El
estallido de la crisis llevó al gobierno a extremar las medidas de austeridad, aunque más que
para luchar contra la crisis su verdadero objetivo fue romper el poder sindical. La respuesta
fue una huelga de los mineros que acabó paralizando el país.

123
Tras unos años de indefinición que se tradujo en unos desastrosos datos económicos, el
gobierno logró un acuerdo de mínimos con los sindicatos. El resultado fue una mejora
notable de los principales indicadores, aunque la fragilidad de la recuperación siguió
confirmando que los problemas económicos de Gran Bretaña tenían una dimensión
estructural profunda.
En Italia, el consenso social anti-crisis incluyó al partido comunista que decidió un histórico
giro hacia posiciones de intervención activa en el sistema político y aunque no pudo
participar en el gobierno, decidió apoyar parlamentariamente a la Democracia Cristiana. Las
razones de este cambio no tenían sólo una base económica sino también política, pues la
extensión del terrorismo del MSI, estaba generando un clima de peligrosa ingobernabilidad.
La crisis explotó las profundas debilidades de la economía italiana: la inflación superó cotas
del 25%, la lira sufrió una fuerte devaluación en 1976 debido al enorme déficit de su balanza
de pagos y el paro alcanzó también cotas desconocidas hasta entonces. La iniciativa de
compromiso mantenida por el partido comunista fue a este respecto decisiva, pues aunque
no consiguió entrar en el gobierno, sí proporcionó la estabilidad suficiente para asentar la
labor de gobierno y el apoyo a las medidas de ajuste que necesitaba la economía.
El resultado fue inmediato: la economía se recuperó y el gobierno, después de sufrir el gran
golpe del secuestro y asesinato del líder democristiano Aldo Moro a manos de las Brigadas
Rojas, consiguió mejorar su instrumento de lucha antiterrorista. El lado negativo fue, una vez
más, las altas tasas de desempleo existentes en el país.

6. Crisis económica y transiciones políticas en Portugal, Grecia y


España
El impacto de la crisis de 1973 fue especialmente grave en la Europa meridional, ya que
coincidió con sus procesos de transición hacia la democracia. La primera dictadura en caer
fue la portuguesa. El régimen de Marcelo Caetano, que había sucedido a Antonio de Oliveira
Salazar en 1968, se desmoronó por un golpe de Estado protagonizado por la Fuerzas
Armadas debido a 2 factores esenciales: la imposibilidad de encontrar una solución a las
guerras coloniales que el país había emprendido 13 años antes y la incapacidad del régimen
para transformar los impulsos liberalizadores en un proyecto coherente y razonable de
democratización. Por otra parte, aunque el periodo de Caetano fue de alto crecimiento
económico y de significativas transformaciones sociales, Portugal siguió sin encontrar una
salida consistente a sus problemas de desarrollo.

124
El proceso revolucionario fue complejo, discontinuo, de inciertas alternativas, aunque hasta
1975 siguió una línea de radicalización continua. Las elecciones de abril dieron un triunfo
claro al partido socialista de Mario Soares, seguido de la centroderecha de Sá Carneiro. Sin
embargo, la extrema izquierda civil y militar intentó desbordar la legitimidad democrática
imponiendo una legitimidad revolucionaria que llevó al país al borde del conflicto civil. La
potente reacción de los sectores moderados y conservadores se trasladó al ámbito militar
donde los elementos moderados acabaron imponiéndose a los revolucionarios. En 1982 una
reforma de la Constitución permitió suprimir el Consejo de la Revolución y terminar con el
control militar de la vida política del país. 5 años después, la normalidad democrática se
impuso definitivamente con la elección del primer presidente no militar de la República: el
socialista Mario Soares.
La crisis política ahondó todavía más los problemas de una economía que había entrado a
partir de finales del 73 en un estado de deterioro acusado. Los graves problemas de balanza
de pagos e inflación acabaron incidiendo en la capacidad adquisitiva de los ciudadanos.

Pero en sentido contrario, la Revolución permitió la puesta en marcha de los cimientos de un


Estado de Bienestar propiamente dicho y la aprobación de las medidas sociales y legislativas
muy favorables a los intereses de los trabajadores. Con todos los problemas derivados de
una transición compleja y difícil y de una economía muy frágil, la democracia portuguesa
consiguió estabilizarse y cambiar de forma definitiva los marcos de inserción política,
ideológica y mental del país en dirección a las Comunidades Europeas.
Grecia inició su transición a la democracia en el verano del 74 aunque la dictadura había
vivido su momento más crítico un año antes, cuando un golpe militar de la Junta Militar
había abortado el incipiente proceso de democratización que se estaba abriendo.
El golpe originó una fuerte protesta ciudadana, contestada mediante la represión u el
intento de buscar un factor exterior que cohesionara el país en torno a la nueva cúpula de
poder. Esta acción externa fue el apoyo a un golpe de Estado pro-griego en Chipre.
El fracaso de la acción obligó a los militares a buscar una salida política de la mano del líder
conservador Konstantin Karamanlis. Era el fin de la dictadura y el inicio de una democracia
lastrada por la fuerte crisis económica. El inicial protagonismo conservador cedió el testigo al
partido socialista que gobernará hasta 1991.

125
En España la transición a la democracia fue más sencilla por 3 razones esenciales. La primera
es que el fuerte crecimiento económico de los años 60 había transformado las condiciones
estructurales del país, propiciando la aparición de una extensa clase media con una cultura
política de base democrática, aunque fuertemente caracterizada por la idea de transición
ordenada. En segundo lugar, por la búsqueda del consenso como fórmula básica para llevar
el cambio. En tercer lugar, la existencia de la institución monárquica, que consiguió aglutinar
una doble legitimidad: la derivada de su condición de sucesor legal según las leyes
franquistas, lo que le permitió controlar a los sectores más inmovilistas de la dictadura, y la
derivada de su potencial papel democratizador, que le permitió contar con el apoyo de los
principales partidos políticos de la oposición democrática.
A pesar de estos elementos de estabilidad, el proceso fue complejo por 2 razones: porque
pronto tuvo que asumir una clara dimensión rupturista que eclipsara cualquier idea de
inmovilismo, papel que interpretó esencialmente Adolfo Suárez y, en segundo término,
porque tuvo también que orientarse hacia la configuración de una nueva estructura del
Estado que superara el centralismo franquista en favor de un nuevo principio autonomista. El
proceso se vio permanentemente enturbiado por la banda terrorista ETA. De hecho, la
actividad terrorista de diferentes grupos y tendencias (FRAP, ETA, GRAPO), introdujo un
significativo nivel de violencia en todo el proceso de transición. Y como todo proceso de
cambio, también soportó presiones involucionistas de ciertos sectores militares que
acabaron conformando una corriente golpista que estalló en 1981 en un fallido intento de
golpe de Estado.

La transición española tuvo que superar una situación de crisis económica muy compleja. La
gravedad de la crisis obligó a los partidos políticos y a los agentes sociales a buscar una
fórmula de consenso que permitiera hacer frente a los agudos desequilibrios que presentaba
la economía española y acabar con la fuerte conflictividad social que impulsaban los
sindicatos. En octubre de 1977 se firmaron los Pactos de la Moncloa que establecían un
conjunto de medidas de ajuste económico que fueron compensadas por una ampliación de
los derechos civiles y políticos. Algunas de las medidas de ajuste anti-inflacionista fueron una
política monetaria activa tendente a reducir la mase monetaria existente, una política
presupuestaria dirigida a limitar el crecimiento del gasto público y aumentar los ingresos del
Estado y, finalmente, una política restrictiva encaminada a conseguir el equilibrio de la
balanza de pagos que conllevó la depreciación del valor de la peseta.

126
Políticamente, el período de la transición estuvo dominado por la UCD, una amalgama de
personalidades de muy distinta procedencia cuyo nexo identificador dependía del carisma y
del atractivo de su líder, Adolfo Suárez.
El PSOE había sufrido una fuerte renovación gracias a la figura de Felipe González, que
representaba un liderazgo mucho más moderno y actual que el de los viejos representantes
del socialismo del exilio. Su indudable carisma y su excelente imagen pública le permitieron
abanderar un proyecto de cambio que atrajo no sólo a los tradicionales votantes de la
izquierda, sino a muchos componentes de esas clases medias que habían aflorado durante
los últimos años del franquismo. El socialismo acabó consolidándose como la verdadera
alternativa de la izquierda política, muy por delante de unos partidos comunistas que
perdieron gran parte de su atractivo electoral. Este proceso de crecimiento del socialismo y
de ruptura de la alternativa de centroderecha representada por la UCD, acabó
proporcionando a Felipe González su primera mayoría absoluta.
La Constitución de 1978 concluyó el período de transición democrática. Aprobada por
referéndum el 6 de diciembre de 1978, establecía los nuevos principios y valores
articuladores del sistema político de la democracia, que homologaban a España con
cualquier país de su entorno europeo y occidental.

7. La transición internacional hacia la última


Guerra Fría
El impacto psicológico de la guerra de Vietnam en la sociedad norteamericana fue
extraordinario. No sólo había sido el factor catalizador de todo ese descontento social que
articuló la lucha por los derechos civiles, sino que había demostrado la fuerte oposición de
una parte sustancial de la sociedad norteamericana a las políticas de fuerza, lo que obligó a
reevaluar la forma en la que el país debía ejercer su liderazgo internacional. La política
norteamericana comenzó a acusar un significativo repliegue tendente a aminorar las
responsabilidades internacionales del país y a reducir las condiciones de conflicto a través de
la negociación directa con la URSS.
Las negociaciones de paz con Vietnam se habían iniciado en 1969, pero se vieron
periódicamente salpicada por acciones militares norteamericanas en Camboya (1970) y Laos
(1971). Los bombardeos sobre el país con toda clase de gases químicos altamente venenosos
no se interrumpieron hasta 1973 cuando el gobierno norteamericano decidió la salida
definitiva de sus tropas. Sin embargo, EE.UU. continuó participando en el conflicto hasta
1975 a través de una ayuda económica masiva al gobierno de Vietnam del Sur que
finalmente cayó cuando esa ayuda cesó.
La mediación en el conflicto árabe-israelí fue mucho más positiva para los intereses
americanos. El secretario de Estado Henry Kissinger llevó a cabo la llamada diplomacia de ida
y vuelta consistente en viajes continuos a Egipto, Siria e Israel.

127
Fruto de esta frenética actividad diplomática EE.UU. consiguió la reapertura del Canal de
Suez, la retirada parcial de Israel del Sinaí y del Golán, y lo que era más importante, apartó a
Egipto de la órbita soviética.
Las negociaciones para la reducción de armamentos tuvieron como gran logro los acuerdos
SALT de limitación en los sistemas de misiles antibalísticos y congelación por un periodo de 5
años de unidades ofensivas. Lo más importante fue que el esquema de reducción de los
compromisos asumidos para el mantenimiento del orden internacional y de negociación
directa entre las superpotencias supuso la revisión del papel que EE.UU. debía desempeñar
en Europa.

El clima de distensión comenzó a cambiar a partir de 1976 bajo la Administración Carter.


Aparentemente, la insistencia de la nueva presidencia en la defensa de los derechos
humanos acabó propiciando un endurecimiento del régimen soviético temeroso de que ese
discurso calara en los países de la Europa del Este especialmente sensibles a la disidencia.
Pero la razón de fondo fue la política expansiva de la URSS por Asia y África. La influencia
soviética se extendió por Irak, Afganistán, Yemen del Sur, Tanzania, Mozambique, Angola,
Madagascar, Etiopía, Libia y Argelia, llegando también al Sahara occidental mediante ayuda
militar y económica en favor del Frente Polisario.
La URSS demostraba una capacidad expansiva extraordinaria que amenazaba con expulsar a
EE.UU. de zonas esenciales desde un punto de vista estratégico y económico, lo que
convenció a amplios sectores norteamericanos de lo limitado de su estrategia de distensión.
El estallido de la revolución islamista en Irán acabó con un bastión esencial para EE. UU., al
tiempo que desestabilizó nuevamente el precario mercado de abastecimiento del crudo. La
Guerra Fría pareció volver a cobrar una intensidad que no había tenido a lo largo de los
últimos diez años.

128
Tema 12
El desplome del universo comunista
1. La recuperación de los poderes atlánticos
Británicos y norteamericanos
Tras una década de predominio político, ideológico y cultural de la izquierda, los años 70
finalizaron con un apreciable giro hacia posiciones liberal-conservadoras que acabaron
consolidándose durante los 10 años siguientes. Era el inicio de lo que se ha bautizado como
“revolución conservadora” en alusión a la llegada casi simultánea al poder de Margaret
Thatcher en el Reino Unido y de Ronald Reagan en los EE.UU., y a la capacidad de ambos
para exportar sus ideas por todo el mundo. Sin embargo, el concepto es exagerado.

1.1. La Gran Bretaña de Margaret Thatcher


La primera en llegar al poder fue Margaret Thatcher. En 1979 el Reino Unido se debatía en
una situación de profunda crisis, y aunque había conseguido una cierta estabilidad en 1977-
1978, la opinión pública se hallaba presa de la sensación de que el país había entrado en una
fase de persistente decadencia.
Parece indudable que la llegada de la alternativa conservadora fue inseparable de la
percepción de crisis, descontento y pérdida de peso que el país había experimentado
durante los últimos años de gobiernos laboristas. De ahí la amplia aceptación de su programa
de reformas basado en el concepto de capitalismo social. Si embargo, la llamada Dama de
Hierro se encontró con un hecho inesperado: la nueva subida del precio del petróleo, que
volvió a sumir a las economías europeas en situación de inestabilidad y crisis. El resultado fue
que la primera legislatura de la primera mujer en ocupar el 10 de Downing Street resultó un
significativo fracaso.

La nueva recesión obligó a Thatcher no sólo a limitar su programa de reformas sino a


aumentar el gasto público para hacer frente a un creciente desempleo, que llegó al 12% en
1981 el más alto de toda la CEE, y para salvar a numerosas empresas públicas de la
bancarrota. También se vio obligada a subir los impuestos ese mismo año, contradiciendo
no sólo su discurso político, sino también su inicial línea de recortes impositivos. Sin
embargo, ni aun así pudo equilibras las cuentas públicas.

129
Todo cambió el 2 de abril del 82 cuando la agonizante y brutal dictadura militar argentina
decidió la ocupación del enclave colonial de las Islas Malvinas. La reacción del gobierno
británico fue radical e inmediata: mandó una potente flota de guerra que entre mayo y junio
restauró su dominio sobre la colonia.

Una poderosa ola de orgullo nacional se apoderó de los británicos, hasta el extremo de que
no sólo apoyaron en masa la aventura militar de su gobierno, sino que abandonaron a un
laborismo que había manifestado una inconsistente oposición a la guerra. La lucha contra la
inflación y la política de ajuste estructural empezaron también a dar sus frutos. El único
factor negativo siguió siendo el elevado nivel de desempleo.
Este cambio de situación fue hábilmente aprovechado por Thatcher para adelantar las
elecciones a junio. El resultado fue una rotunda victoria del partido conservador. El sistema
electoral mayoritario dio a la Primera Ministra una mayoría extraordinariamente amplia para
desarrollar su programa sin ningún impedimento. El único freno que podía venir de los
sindicatos desapareció también después del fracaso de la huelga iniciada en 1984 por los
mineros. Los resultados de este segundo mandato fueron notables en términos económicos
y más discutibles en términos sociales.
El país creció de forma sostenida a un ritmo que doblaba el alcanzado por los restantes
países de la CEE. Se crearon más de un millón de nuevos empleos. La inflación se mantuvo
controlada y en niveles relativamente bajos, y en general, la industria incrementó
notablemente sus niveles de productividad y eficiencia. Indudablemente, fueron 4 años que
revitalizaron una parte considerable de la economía británica.
En definitiva, la política thatcherista transformó notablemente la estructura económica
británica, pero no consiguió grandes logros en lo que respecta a la disminución de la
presencia del Estado en la economía ya que aunque había bajado 4 puntos porcentuales del
PIB, seguía representando el 44%. En cualquier caso, un balance lo suficientemente bueno
como para asegurarse una tercera victoria electoral en 1987. Pero los síntomas de cansancio
eran ya evidentes pues si bien el voto conservador permaneció estable, el laborista
experimentó un notable avance. El ocaso político de la Dama de Hierro no fue fruto de una
derrota electoral, sino que provino de las filas de su propio partido, que decidió utilizar en
1990 al gris John Mayor como nuevo estandarte de enganche de los conservadores.

130
1.2. La crisis norteamericana
Entre Nixon y Carter
Tan sólo un año después de la llegada al poder de Margaret Thatcher, Ronald Reagan
sustituía al demócrata Jimmy Carter en la presidencia de los EE UU. Al igual que la Premier
británica, el nuevo presidente cogía una sociedad presidida por el pesimismo y la frustración.
El origen de esta frustración colectiva venía de años atrás, en concreto, de la reelección de
Richard Nixon en 1972. La presidencia de Richard Nixon se inició en 1968 con la pretensión
de restaurar, tal y como rezaba su eslogan de campaña más repetido, la ley y el orden.
La percepción popular de la primera legislatura del presidente republicano fue enormemente
positiva, lo que le valió una aplastante reelección, bien es verdad que frente a un candidato
demócrata atípico, George MacGovern, seguramente el aspirante más izquierdista
presentado nunca por este partido.
Pero lo que se presumía que iba a ser un plácido segundo mandato pronto se convirtió en un
fracaso continuo. Primero en Vietnam. En segundo lugar, en América Latina, donde el visible
apoyo de la CIA al derrocamiento del gobierno chileno de Salvador Allende pronto extendió
la percepción de complicidad de Washington con la brutalidad represiva de la Junta Militar, y
por extensión, con todas las dictaduras militares del Cono Sur. Y finalmente, por la
implicación presidencial en las escuchas ilegales efectuadas al partido demócrata en el
edificio Watergate. El escándalo salpicó de forma esencial el prestigio de la presidencia, lo
que obligó a Nixon a dimitir el 8 de agosto del 74. Un día después, Gerald Ford accedía a la
presidencia del país.
Ford nunca pudo superar el déficit de legitimidad que supuso su acceso a la presidencia sin
refrendo popular. Tampoco pudo nunca distanciarse lo suficiente de su predecesor como
para elevar el prestigio manchado de la más alta magistratura del país. De hecho, su decisión
de exonerar a Nixon de todos los delitos cometidos estableció una relación de dependencia y
complicidad de la que nunca pudo zafarse. En el plano interno, la política del presidente Ford
fue igualmente negativa.
Las elecciones del 76 dieron el triunfo a Jimmy Carter, un semidesconocido candidato
demócrata sin gran predicamento ni presencia entre el “stablishment” de Washington. El
nuevo presidente adoptó en los primeros años de su mandato un fuerte tono moralista, no
exento de un aire de ingenuidad y de una retórica vaporosa e inconcreta, y un estilo de
proximidad al pueblo rayano con un populismo ciertamente demagógico. Mostró un
renovado interés por las políticas sociales plasmado, especialmente, en la creación del
Departamento de Educación, y de promoción de las minorías raciales. Pero su política de
lucha contra la inflación y del estímulo económico resultó contradictoria y poco efectiva.
Igual que su política exterior, enormemente dubitativa.
A partir de 1977, la posición internacional de la Administración Carter fue impregnándose de
una mayor rigidez y preocupación por los problemas de seguridad, al ser consciente de que
sus decisiones eran percibidas con frecuencia como expresión de indefinición y debilidad.

131
Pero el cambio llegó tarde y nunca fue completo. Al revés, todas las contradicciones
acumuladas estallaron en 1979 en dos frentes esenciales: Irán y Afganistán.
La falta de liderazgo, la confusa y desconcertante política exterior y la incapacidad para hacer
frente a la delicada situación económica del país acabaron con la popularidad de un
presidente que había despertado enormes esperanzas al principio de su mandato.

1.3. Ronald Reagan o el restablecimiento del poder


La campaña electoral se saldó con la elección de Ronald Reagan. Era un presidente de ideas
simples pero muy claras, basadas en los valores más tradicionales del espíritu colectivo
norteamericano: creencia en Dios, en el esfuerzo personal, en la iniciativa privada y en la
actitud emprendedora. Reagan debió asumir una contradicción irresoluble: compaginar una
perspectiva socioeconómica en la que el papel del Estado debía reducirse al mínimo posible
con una política internacional basada en el rearme y la hipertrofia de todos los instrumentos
de poder del Estado.

Esta contradicción hizo que el ideal liberal que impregnó toda su presidencia no pudiera
generar un modelo coherente e integrado. Tras tomar posesión de su cargo con la noticia de
la liberación de los rehenes de la embajada en Irán, que años después daría lugar al
escándalo conocido como “Irangate” tras conocerse que se habían vendido armas a Irán
cuyo beneficio fue utilizado para armar a la contra nicaragüense, los primeros pasos de la
Administración republicana tuvieron un contenido claramente económico.
Primero, diseñó una nueva política fiscal basada en una reducción sustantiva de los
impuestos como forma de reactivar la economía y una simultánea, y también apreciable,
disminución de los gastos del gobierno federal. Y segundo, introdujo una política monetaria
restrictiva que elevó notablemente los tipos de interés y que le permitió atraer una cantidad
ingente de inversiones extranjeras que tuvieron un efecto positivo inmediato.
Los resultados económicos de la Administración republicana fueron notables, aunque con
importantes sombras en algunos aspectos, como la existencia de una persistente bolsa de
pobreza que rondó el 14,5% de la población total y una creciente diferenciación social. Tras
un pequeño pero importante momento de ajuste en 1982, la economía norteamericana
entró en una fuerte y consistente fase expansiva. De hecho, su victoria frente al candidato
demócrata Walter Mondale fue aplastante.

2. La URSS de Gorbachov y la imposible

132
Tercera N.E.P.
2.1. La agonía de la ortodoxia y el triunfo de Gorbachov
En noviembre de 1982 moría Leónidas Brezhnev, el último gran representante de la
burocracia del partido único y de la férrea ortodoxia comunista. Su avanzadísima edad, igual
que la de sus principales colaboradores, en especial la de su eterno ministro de Asuntos
Exteriores, Andrei Gromyko, había generado una imagen de gobierno gerontocrático que
simbolizaba el fuerte anquilosamiento que sufría el régimen soviético. De hecho, la herencia
dejada por Brezhnev no podía calificarse más que de envenenada: una guerra de imposible
victoria en Afganistán, una creciente contestación interna al poder comunista en los países
de la Europa oriental, una situación económica muy delicada que no hacía más que
agravarse con el paso de los años y una cada vez más evidente parálisis de la maquinaria
política y administrativa del país. En 1985 la situación de indefinición política seguía en el
mismo punto que 3 años antes. Pero ese vacío político no hacía más que seguir deteriorando
las condiciones socioeconómicas del país.
De ahí que la lucha dentro del partido comunista acabara girando definitivamente en favor
de los reformistas, que lograron imponer en la Secretaría General del PCUS a Mijail
Gorbachov. Ese 11 de marzo comenzaba, aunque nadie entonces lo sospechara, el principio
del fin de la URSS.

La crisis del comunismo soviético no era una simple crisis coyuntural, sino que tenía una
profunda dimensión estructural: era la crisis del modelo político, económico y social basado
en la planificación centralizada y en la negación del mercado como mecanismo de asignación
eficiente de los recursos.

2.2. El camino de la reforma


La línea reformista de Gorbachov se basó en 3 pilares fundamentales: un nuevo pensamiento
político del que derivó una nueva concepción del papel de la URSS en el mundo, una
reestructuración de todo el modelo productivo o perestroika y una nueva política de
transparencia e información o glasnost.

133
La nueva propuesta ideológica derivaba de la renuncia a seguir manteniendo la ficción de
paridad con el mundo capitalista y en consecuencia, la aceptación de que el país no podía
seguir el ritmo competitivo impuesto por EE.UU.
La excelente capacidad de comunicación que poseía Gorbachov y su aspecto de hombre
relativamente joven (54 años), aparentemente dialogante, con un nuevo talante y nuevas
ideas le permitieron cultivar una excelente imagen internacional enormemente beneficiosa
para sus planes reformistas. El nuevo Secretario General del PCUS ganó indudablemente el
favor de la opinión pública mundial, factor con el que pretendía favorecer los cambios que
permitieran mejorar la situación del país. El momento decisivo de esta revisión conceptual se
produjo durante el XXVII Congreso del PCUS celebrado en 1986.
La nueva idea de referencia era la de interdependencia global, es decir, una nueva forma
más dinámica de encarar las relaciones internacionales, superadora de la tradicional y más
estática concepción de la coexistencia pacífica.
Esta idea fue muy bien acogida en Europa Occidental y a pesar de algunas reticencias
iniciales, también en EE.UU., lo que obligó al presidente Reagan a favorecer los contactos
con el líder soviético en la búsqueda de acuerdos concretos. Pero no se puede olvidar que el
fin último de esta nueva orientación soviética era preservar el estatus internacional de la
URSS en un momento en el que su capacidad material no se lo permitía.
A mediados de los años 80 la URSS se debatía en una profunda contradicción, pues si bien
era una auténtica superpotencia política y militar y las estadísticas demostraban que era la
segunda potencia industrial del mundo, el país era un pobre socio comercial y se mostraba
incapaz de satisfacer sus necesidades alimenticias y de producir los bienes de consumo
necesarios para garantizar un nivel de vida suficiente para su población.
Esta incapacidad para proporcionar bienestar social impedía al régimen soviético encontrar
una nueva forma de legitimidad que sustituyera en compromiso ideológico de los primeros
decenios posrrevolucionarios. A medida que esa legitimidad ideológica fue decayendo, y en
ausencia de un beneficio material suficiente, buen parte de la población se situó entre los
deseos de cambio político, expresados a través de una minoritaria disidencia que aunque
todavía podía ser fácilmente reprimida no dejaba de manifestar la debilidad del sistema
vigente, y la aceptación pasiva y resignada que mostraba la mayoría y que se
manifestaba en una profunda desmoralización ciudadana, una situación casi de nihilismo
social.
La necesidad de introducir profundos cambios en el funcionamiento del sistema, era por
tanto, evidente. Reformas que se orientaron en varias direcciones esenciales: la apertura y
liberalización de la economía, incluyendo reformas en las empresas públicas y una ley de
cooperativas que introducía la gestión privada en algunos ámbitos; la asunción de
determinados mecanismos de mercado, en especial, instrumentos de competencia,
adecuación de los precios a las leyes de la oferta y la demanda e incentivos a la producción y
al trabajo mediante una política de estímulo salarial a la productividad y la aceptación parcial
y limitada de la propiedad privada.

134
Estas medidas liberalizadoras mostraron pronto sus limitaciones ya que operaban en un
marco institucional demasiado rígido para que pudieran ser efectivas. Por eso, a partir de
1987 el reformismo se aceleró asumiendo una nueva orientación más integral tendente a
cambiar ese entorno político negativo que le restaba virtualidad. De esta forma, Gorbachov
aceptaba que no era posible introducir un mecanismo de liberalización económica sin asumir
un cierto grado de liberalización del sistema político, aunque ello significara admitir ciertos
riesgos para el mantenimiento de las estructuras de poder vigentes. Esta orientación daría
lugar a la llamada glasnost. La glasnost era un requisito indispensable para que la política de
reforma fuera creíble. Se traduce generalmente por transparencia y supuso la posibilidad de
disfrutar de unas condiciones inéditas de libertad en el debate periodístico y académico
sobre los problemas del país.
La glasnost supuso la aparición de conceptos hasta entonces desterrados del lenguaje
político como libertad individual, libertad de expresión o libertad religiosa.

2.3. El derrumbe de la URSS


Aunque la intención de Gorbachov nunca fue la quiebra del Estado, su política reformista
abrió una dinámica imparable de quiebra de todo el sistema socialista en su conjunto, pues
acabó deslegitimando e inutilizando a sus 2 grandes bases de poder: el partido comunista y
el ejército. El primero, clave para mantener el sistema vigente de dominación política; el
segundo, esencial para mantener la unidad y la integridad territorial del país. Sin esos dos
grandes soportes de poder, el Estado soviético acabó en una espiral de autodestrucción que
hizo inviable cualquier medida de reforma. Estaba claro que las reformas habían acabado de
romper los ya frágiles equilibrios políticos, sociales, económicos y nacionales en los que se
asentaba la URSS.
La debilidad del poder central fomentó la reaparición de irresistibles poderes centrífugos. El
reformismo de Gorbachov fue absolutamente superado por una nueva dinámica rupturista
que propició la aparición de nuevos liderazgos como el ejercido por Boris Yeltsin y que
asumieron un nuevo concepto de soberanía nacional desconectado del poder soviético.
Yeltsin, que había sido expulsado en 1987 del PCUS, fue elegido en 1990 presidente del
Parlamento ruso, lo que le permitió presentarse como representante de una entidad política
todavía no reconocida pera ya existente de hecho como era Rusia. Y lo mismo hicieron los
líderes de otras repúblicas.

135
El punto final del proceso se desarrolló a lo largo de 1991 y tuvo como gran protagonista e
impulsor la figura de Boris Yeltsin. La temida reacción de los ultras acabó estallando en un
intento de golpe de Estado el 19 de agosto. La falta de liderazgo militar y la fuerte reacción
contraria del pueblo de Moscú frustraron la intentona golpista y la imagen de un Boris Yeltsin
haciendo frente al avance de los tanques acabó por convertirlo en referencia indiscutible de
la nueva situación política.
El golpe precipitó los acontecimientos: a principios de diciembre, Ucrania votaba por su
independencia y unos días más tarde los nuevos líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia
acordaban por la declaración de Belovezhskaya Pusha la creación de la Unión de Estados
Independientes. El día 21, 8 repúblicas más abandonaban la URSS y se sumaban a la nueva
entidad por su independencia. Por su parte, Estonia, Letonia y Moldavia optaron
simplemente por su independencia. En la navidad de ese mismo año un Gorbachov
absolutamente aislado e impotente decidió dimitir de todos sus cargos. La bandera roja fue
arriada del Kremlin y sustituida por la nueva bandera rusa. La URSS había dejado oficialmente
de existir.

3. El final de la guerra Fría


A pesar de sus profundos problemas internos la política soviética de los años 70 había tenido
un sorprendente carácter expansivo, sobre todo en África, e incluso agresivo con la
instalación de los potentes misiles SSN-20 amenazando a los países de la Europa occidental.
Esta política había alimentado una doble respuesta: por una parte, varios gobiernos
europeos se mostraron firmes partidarios de continuar con la política de conciliación que tan
buenos resultados parecía haber deparado en los primeros años 70; por otra, sectores cada
vez más mayoritarios en EE.UU. y el Reino Unido apostaban por una política de firmeza
anticomunista. Esta disyuntiva de fondo se manifestó definitivamente cuando en diciembre
de 1979 las tropas soviéticas traspasaron las fronteras de Afganistán en apoyo del gobierno
pro-soviético existente en Kabul.

136
La tibia respuesta internacional a la guerra de Afganistán, limitada básicamente a un
simbólico y poco efectivo boicot a los Juegos Olímpicos celebrados en verano en Moscú,
acabó agrandando esa divergencia de fondo existente entre Washington, Londres y sus
principales aliados europeos, que pensaban que un país lejano y parcialmente cerrado como
Afganistán no merecía poner en riesgo los avances conseguidos en el ámbito de la seguridad
en Europa. Pero la situación en Polonia trastocó definitivamente las líneas generales del
enfrentamiento Este-Oeste.
A comienzos del 70 el régimen comunista polaco se había enfrentado a una poderosa
oposición obrera que había obligado a la sustitución del duro Gomulka por el tecnócrata
Gierek. Nueve años después las protestas resucitaron, aunque con un hecho diferencial
sustantivo ya que el movimiento obrero se había organizado en un sindicato clandestino
llamado Solidaridad. La contradicción no podía ser más evidente y más lesiva para la
legitimidad de un régimen que decía representar la revolución proletaria, pero que era
combatido por la mayoría de los trabajadores del país.
La importancia de las protestas obligó al gobierno a reconocer la existencia del sindicato, lo
que le costó el cargo a Gierek. La sombra de una intervención soviética al estilo de la Hungría
de 1956 o de Checoslovaquia de 1968 sobrevoló insistentemente durante todo el periodo de
crisis, lo que pareció dar la razón a quienes como el presidente Reagan abogaban por una
política de firmeza basada en la necesidad de un fuerte rearme que asegurara el
restablecimiento de la hegemonía política y militar de los EE UU.
La llegada de Mijail Gorbachov a la secretaria general del PCUS cambió radicalmente la
situación. La formulación del nuevo pensamiento político, la consecuente revisión del papel
que la URSS debía desempeñar en el mundo y su apuesta por la cooperación y el consenso
obligaron al presidente Reagan a una reorientación parcial de sus posiciones. Parece
indudable que si bien la aceptación de esta nueva línea de negociación tuvo por parte del
presidente norteamericano un carácter instrumental, nunca se hubieran alcanzado acuerdos
concretos si esa aceptación del diálogo no hubiera sido también un objetivo por Washington.
De ahí que tras un encuentro preliminar celebrado en Reykiavik en 1986, los acuerdos
comenzaran a sucederse: en diciembre de 1987 se concluyó el Tratado de Washington, que
suponía la eliminación verificable de armas nucleares de corto y medio alcance; al año
siguiente, y por iniciativa norteamericana, se iniciaron las negociaciones STAR para la
reducción de armas nucleares estratégicas, que culminaron en julio de 1991 con un acuerdo
firmado por Gorbachov y el nuevo presidente de los EE UU, el también republicano George
Bush; en marzo de 1989 se iniciaron en Viena las conversaciones para la reducción de
fuerzas convencionales en Europa, que finalizaron con el acuerdo de Ottawa de 1990. Entre
estas negociaciones, en diciembre de 1988 Gorbachov había anunciado en la Asamblea
General de las Naciones Unidas una reducción unilateral de efectivos de sus fuerzas armadas
y la retirada de tropas de la Europa oriental. Finalmente, el 15 de febrero del 1989, el
Ejército Rojo se retiró de Afganistán. Los días 2 y 3 de diciembre de 1989, pocas fechas
después de la caída del Muro de Berlín, los líderes de las dos superpotencias, Bush y
Gorbachov celebraron la Cumbre de Malta en la que se dio por terminada la Guerra Fría.

137
4. El colapso del Este
Durante el periodo Brezhnev el concepto de soberanía limitada había permitido a la URSS
intervenir unilateralmente en la Europa del Este para preservar la hegemonía comunista. Sin
embargo, esta política de coacción fue cada vez más contraproducente. Primero, por
aumentar las disidencias internas al poder comunista y segundo, por crear cada vez más
rechazo en algunos partidos comunistas de la Europa occidental, y tercero, por coadyuvar a
romper con los efectos legitimadores que muchos intelectuales de la izquierda europea
habían mantenido durante décadas de defensa del comunismo. Aunque existían numerosos
núcleos de oposición cada vez más visibles en la mayoría de las indebidamente llamadas
“democracias populares”, el caso más significativo se dio en Polonia, ya que al vigor de la
resistencia interna mostrada por los obreros polacos se unía la fuerte proyección
internacional de una resistencia en la que el papel de la Iglesia fue decisivo, sobre todo,
desde la elección del Papa Juan Pablo II.
En esta situación de manifiesta, aunque latente oposición a los regímenes existentes, la
política de apertura iniciada por Gorbachov fue entendida como una oportunidad hacia la
democracia que no podía desaprovecharse. Pero aunque la caída de estos regímenes fue
muy rápida, los diferentes procesos de transición que se iniciaron en 1989 fueron
enormemente complejos al asumir múltiples dimensiones: por las diversas formas en las
que cayeron los regímenes comunistas, así como por los procesos de transición política se
iniciaron procesos de transición hacia economías de libre mercado, en tercer lugar, el cambio
incluyó también elementos culturales y de identidad nacional enormemente conflictivos, y
en cuarto, porque también se inició un proceso de inserción internacional nuevo cuya meta
fue la incorporación de muchos de estos países a la Unión Europea.
De forma sintética, se pueden diferenciar tres modelos de ruptura de los regímenes de la
Europa del Este.
El primer modelo fue el de transición liderada por la oposición de fuera del régimen. El caso
típico fue el de Polonia, donde la contestación a la política represiva del general Jaruzelski
llevó al gobierno a la disyuntiva de extremar la represión o aceptar las exigencias del
sindicato Solidaridad de ser reconocido oficialmente e iniciar un proceso de transición a la
democracia. Jaruzelski consideró que sin el apoyo soviético no era posible mantener una
política efectiva de resistencia, por lo que decidió apostar en abril del 89 por el acuerdo, esto
es, por aceptar la convocatoria de elecciones generales aun siendo perfectamente
consciente de que el partido comunista no tenía posibilidad alguna de victoria. Las elecciones
del mes de junio permitieron la constitución del primer gobierno no comunista de la Europa
del Este.
El segundo modelo de cambio fue el protagonizado por los sectores reformistas de los
propios partidos comunistas que acabaron por imponerse al sustituir a los representantes de
la ortodoxia inmovilista. Este fue el caso de Hungría, donde en 1988 los reformistas
expulsaron del poder al ultra Janos Kadar dando lugar a un proceso de transición en 3 fases
sucesivas: introducción del multipartidismo, disolución o transformación del partido
comunista y convocatoria de elecciones libres y democráticas.

138
Y con algunas variaciones importantes, también fue el caso de la RDA, sin duda el más
importante, pues abrió la puerta, gracias al inquebrantable empeño del Canciller Kohl, a la
reunificación de Alemania.
El último modelo de cambio fue el de transición violenta, aunque existieron diferencias
sustanciales entre el caso rumano y el yugoslavo. En Rumania el uso de la violencia se explica
por el soterrado odio que despertaba la forma de gobierno paternalista pero férreamente
despótica del dictador Ceaucescu, por el carácter patrimonialista con el que él y su familia
ejercieron el poder y por el terror que despertaba su policía política, la temible Securitate.
De ahí que la muchedumbre acabara aplaudiendo un juicio sumarísimo que sin ninguna
garantía legal dictaminó el ajusticiamiento del dictador y el de su mujer, en un proceso de
ruptura violenta que acabó por cobrarse alrededor de 2000 víctimas.
El caso de Yugoslavia fue distinto, pues la violencia estalló a posteriori motivada por el
proceso de descomposición nacional que siguió al derrumbe del régimen comunista. La
primera independencia fue la de Eslovenia en 1991 y fue la única que no desencadenó una
guerra abierta.

Las siguientes, Croacia en 1991, Bosnia-Herzegovina en 1992 y Macedonia en 1992, fueron


los más violentos conflictos armados. La descomposición de la Europa del Este transformó
ampliamente el mapa geopolítico europeo e introdujo nuevas expectativas de ampliación en
la Unión Europea. La nueva Europa se iba a dibujar sobre un conjunto de 27 países que
alteraba por completo los marcos institucionales y funcionales por los que transcurría el
proceso de integración.
Y la ampliación conllevó introducir nuevos y complejos factores de heterogeneidad, pues los
países del Este presentaban unos niveles de desarrollo muy diferentes y varios de ellos
también unas prácticas democráticas muy deficitarias.

139
5. La revolución del proceso de integración europea y el estímulo a
la modernización de España y Portugal
La incorporación en 1972 del Reino Unido, Irlanda y Dinamarca a la Comunidad Europea
había permitido una cierta profundización en los instrumentos de integración expresada en
medidas como la elección por sufragio universal directo de los miembros del Parlamento
Europeo, la creación de una presidencia del Consejo Europeo rotatoria y la reducción de los
márgenes de fluctuación de las monedas de los países miembros como primer paso para la
creación de un Sistema Monetario Europeo.
En los años 80 la Comunidad acometió una nueva ampliación con la incorporación de Grecia
(1981), Portugal y España (1986).
La nueva Europa de los Doce se enfrentó sin embargo a una dinámica contradictoria: por un
lado, la fuerte apuesta integracionista mantenida por líderes como Helmut Kolh, François
Miterrand o Felipe González y por el otro, las enormes resistencias mostradas por el
gobierno de Margaret Thatcher cuya influencia generó un incipiente proceso de
renacionalización y de salvaguardia de los intereses nacionales, cuyo ejemplo más notable
fue el llamado cheque británico.
Esta dinámica contradictoria acabó consolidándose tras la firma del Acta Única Europea, el
nuevo acuerdo de 1986 que marcó el impulso definitivo hacia la creación del mercado único
a través de un proceso de convergencia normativa imprescindible para armonizar las
legislaciones nacionales en varios ámbitos fundamentales, incluyendo algunos aspectos de
cohesión social. El Reino Unido se negó sistemáticamente a aceptar la ampliación de la
regulación comunitaria a los derechos laborales y sociales, lo que obligó a adoptar una
solución de compromiso basada en la aceptación de posiciones de exención en
determinados ámbitos, lo que se consideró que podría permitir que determinados países
pudieran progresar en la comunitarización de ciertas políticas, en realidad abrió una
tendencia de avance a distintas velocidades potencialmente negativo para la cohesión y
homogeneidad internas del espacio comunitario.
La acelerada descomposición de la URSS y de los regímenes comunistas de la Europa del Este
y la reunificación de Alemania transformaron por completo el equilibrio geopolítico y
geoeconómico de Europa. La apuesta esencial de lo acordado en Maastricht fue superar de
forma explícita el objetivo económico del proceso para adoptar una vertiente más
netamente política.
Aparecía el término Unión Europea, aunque sin personalidad jurídica propia y se establecía
un nuevo esquema basado en 3 pilares distintos. El primero, de naturaleza supranacional
englobaba el conjunto de políticas e instituciones de la Comunidad Europea y todo lo relativo
a las 3 fases que debían conducir a la Unión Económica y Monetaria: el cumplimiento de
unos criterios de convergencia de las grandes magnitudes macroeconómicas, el
establecimiento de un Banco Central Europeo encargado de la política monetaria y la
sustitución progresiva de las monedas nacionales por una nueva moneda común: el euro.

140
11 países (España, Portugal, Italia, Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Francia, Alemania,
Austria, Irlanda y Finlandia) alcanzaron este objetivo, mientras que Grecia fue en principio
rechazada para ser reincorporada en 2001.
Los dos pilares restantes siguieron anclados en el ámbito de la intergubernamentalidad, por
lo que el avance integracionista fue muy limitado. A pesar de su nombre, la Política Exterior y
de Seguridad Común solamente articulaba algunos mecanismos que permitían a los países
miembros la posibilidad de establecer determinadas acciones y fijar posiciones comunes. El
pilar relativo a Asuntos de Justicia e Interior (AJI) era más novedoso.
El Tratado de la Unión Europea introdujo otros 2 conceptos importantes. El de ciudadanía
europea, que extendía a los ciudadanos europeos residentes en otro país de la Unión el
derecho de voto en las elecciones locales y europeas. El segundo y más fundamental, era el
de subsidiariedad y se refería a la distribución de competencias entre la UE y los Estados.
A pesar de los avances de un desbordado optimismo oficial, el Tratado de Maastricht
encontró fuertes reticencias ciudadanas para su ratificación. De hecho, en Dinamarca obtuvo
un resultado negativo y sólo la aceptación de una cláusula general de exclusión relativa a la
tercera fase de la Unión Económica y Monetaria y a los asuntos de defensa permitió su
aprobación tras la convocatoria de un segundo referéndum. El episodio fue significativo pues
demostró las carencias y contradicciones por las que atravesaba el proceso.

Sin embargo, y a pesar de todos sus problemas, la UE resultó crucial durante los años 80 y 90
para el progreso acelerado de sus miembros menos desarrollados: Irlanda, España, Portugal,
y en mucha menor medida y con amplios matices, Grecia.
El caso más sobresaliente es el de los dos países ibéricos, que supieron combinar de forma
altamente satisfactoria los recursos procedentes de la UE. En Portugal, el gran protagonista
político fue desde 1985 y hasta 1995 el líder conservador Aníbal Cavaco Silva. Tras 2
primeros años de mandato limitado del Partido Renovador Democrático, en 1987 consiguió
para su partido la primera mayoría absoluta, lo que le permitió implementar un amplio
programa de reformas liberalizadoras y privatizadoras cuyo fin fue acabar con la rémora de
un Estado excesivamente paternalista, sobredimensionado y enormemente ineficiente.

141
Para ello tuvo que afrontar una segunda reforma constitucional que acabara con ciertos
vestigios revolucionarios y, en especial, con ese desiderátum de construcción de una
sociedad socialista que todavía pervivía y su sustitución por un modelo de economía de libre
mercado en el ámbito de un Estado social y de derecho homologable a cualquier Estado de la
Europa occidental. El indudable éxito de las políticas de Cavaco Silva le permitió disfrutar de
una segunda mayoría absoluta en las elecciones de 1991. En 1995 renunció a ser el
candidato de su partido a las elecciones legislativas y un año después perdió las
presidenciales frente a Jorge Sampaio. A pesar de sus indudables contradicciones y
limitaciones, Portugal experimentó un acelerado desarrolló.
Una conclusión muy parecida se puede aplicar a España, aunque en este caso, el gran
protagonista político fue el líder socialista Felipe González, también el primero en alcanzar en
1982 una mayoría absoluta tras la implantación de la democracia. González asumió un difícil
programa de ajuste cuyas expresiones más duras fueron el profundo proceso de
reconversión industrial que tuvo que afrontar a pesar de ser plenamente consciente del
enorme coste social que representaba para su liderazgo político, y los planes de
flexibilización del mercado de trabajo, que le valieron dos huelgas generales por parte de los
sindicatos de clase. Igualmente tuvo que convencer a su partido y a los votantes socialistas
de la necesidad de ratificar la permanencia de España en la Alianza Atlántica.
Los gobiernos del presidente González fueron decisivos para la extensión del Estado del
Bienestar en España, especialmente en los ámbitos de la educación, la sanidad y la seguridad
social. Sin duda, su principal debilidad fue la incapacidad para atajar los casos de corrupción
que empezaron a aflorar en una España en crecimiento.
En definitiva, la europeización de los países peninsulares fue ampliamente exitosa, lo que
permitió a ambos una desconocida capacidad para abandonar posiciones periféricas y
reubicarse dentro de una Europa en plena redefinición geopolítica y geoeconómica.

142
Tema 13
Heterogeneidad, conflicto y ruptura: una mirada al
Sur
1. Sur o tercer Mundo, algo más que un problema conceptual
El capitalismo creaba un centro desarrollado (el Norte) que se alimentaba de una periferia
subdesarrollada (el Sur), a la que imponía unas condiciones de explotación y dependencia
que perpetuaban su situación de pobreza. Por tanto, no cabían más que dos soluciones: una
radical pero inviable, que pretendía la desconexión con ese Norte capitalista para conformar
una vía de relación Sur-Sur horizontal e igualitaria. La otra, reformista, se orientó a introducir
cambios en la economía internacional con el fin de mejorar los ingresos de los países del Sur.
Esta línea se concretó en programas de estabilización de precios de determinados productos
agrícolas y minerales que evitaran las oscilaciones que se producían en los mercados
mundiales de productos primarios, base esencial y en muchos casos única de sus
exportaciones.
El momento culminante de esta política reivindicativa fueron las resoluciones aprobadas por
la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1974 sobre un nuevo orden
económico internacional más participativo y equitativo. Los principios básicos de estas
resoluciones se resumían en 4 grandes apartados. Primero: la soberanía e independencia de
los Estados, esto es, la libertad de cada país para adoptar el sistema político, social, político y
económico que considerara conveniente, y la soberanía económica, es decir, la plena
disponibilidad sobre sus recursos naturales, sus actividades económicas y las actividades que
las empresas transnacionales realizaran en su territorio. Segundo: transformación estructural
de los intercambios comerciales internacionales con un tratamiento preferencial y no
recíproco para los productos de exportación de los países del Sur y la adopción de
instrumentos que les permitiera disfrutar de condiciones favorables para su acceso a ciencia
y tecnología modernas, así como seguridad en las transferencias financieras internacionales.
Tercero: aumento de actividades de asistencia al desarrollo no condicionadas por razones
políticas o militares. Y, por último, mejorar sus condiciones de participación en las relaciones
económicas internacionales aumentando su cuota de poder en los principales foros de
decisión de la economía mundial.
Para los países del Norte las condiciones existentes distaban mucho de ser estructuralmente
tan injustas.
El problema básico fue la aparición de 2 formas muy distintas de percibir y encarar el futuro
de la economía internacional. Para los países avanzados la fórmula era progresar en la
interdependencia y la integración de la economía internacional, mientras que los del Sur
partían de la idea de dependencia, por lo que en consecuencia, su objetivo consistió en la
transformación de una estructura capitalista que consideraban injusta y polarizadora.

143
Para muchos países desarrollados esta insistencia en los factores puramente externos tenía
un único fin legitimador de los regímenes dictatoriales y de partido único que habían
aflorado en muchos países del Sur, por lo que desde su punto de vista no cabía posibilidad de
desarrollo sin una profunda transformación política en dirección a la democracia, lo que para
el Sur era una demostración de injerencia neocolonial.
En todo caso, el fracaso de sus propuestas demostró la fragilidad del Sur como actor
internacional definido y su incapacidad para mantener condiciones de presión suficientes
para alcanzar objetivos comunes.
La diversidad de caminos y el diferente éxito obtenido por cada experiencia desarrollista
demostró que no era cierta esa idea de que el sistema económico internacional imponía una
dinámica de dependencia imposible de modificar. La dependencia no era, por tanto, una
característica inherente a la estructura de un sistema subdesarrollado, y la marginalidad el
resultado obligado de la forma en la que dicho sistema operaba.

2. El cambio de modelo de desarrollo de América Latina


América Latina había conseguido esquivar el efecto negativo de la crisis del 73 manteniendo
hasta finales de la década un crecimiento sostenido basado en el modelo de sustitución de
importaciones implantado 30 años antes. Pero ese crecimiento tuvo una base frágil ya que se
mantenía gracias a la financiación externa, es decir, gracias al recurso de la deuda. El
aumento del precio del petróleo había inundado de petrodólares la banca internacional, por
lo que las posibilidades de crédito parecieron ilimitadas.
Todo cambió cuando la Administración Reagan decidió elevar los tipos de interés con el fin
de captar financiación internacional. De forma súbita, el servicio de la deuda alcanzó
proporciones extraordinarias, lo que llevó a la mayoría de las economías latinoamericanas al
borde de la bancarrota. Transformó el diminuto núcleo que conformaba la élite dirigente
tradicional, pero fracasó estrepitosamente a la hora de crear sociedades estables de amplias
clases medias y étnicamente inclusivas. El desarrollo fue capitalizado por la población blanca
y mestiza, los negros y mulatos siguieron constituyendo el grueso de la población pobre
mientras que los indios no dejaron de ser en ningún momento esa población excluida e
invisible que tradicionalmente había sido. De hecho, el mapa del desarrollo de América
Latina coincidía básicamente con la estructura racial de la población.
A pesar de todo, ese desarrollo fue suficiente para generar procesos sociales de cambio que
al no encontrar salidas adecuadas acabaron añadiéndose al cúmulo de problemas sociales
que sufría la región. Por ejemplo, las migraciones internas del campo a la ciudad no
alimentaron con mano de obra el desarrollo de la industria y los servicios, más bien crearon
una doble situación de pobreza: la de un mundo rural crecientemente abandonado y
depauperado y la de unos conglomerados urbanos con impotentes masas de marginados sin
presente ni futuro, que originaron situaciones insostenibles de delincuencia y violencia tanto
individual como organizada.

144
En definitiva, el crecimiento económico había sido significativo, pero ni había reducido de
forma importante el porcentaje de población que vivía en la pobreza ni había mejorado
significativamente la redistribución de la renta.
La antítesis reacción/revolución dio lugar a una fuerte inestabilidad política y a una sucesión
permanente de golpes de Estado que asentaron radicalmente la tradicional disposición de
los militares a intervenir como actores políticos. Pero mientras que en los años 50 y 60 esa
función política había basculado ideológicamente entre la derecha y la izquierda, lo
característico de los 70 fue el surgimiento de regímenes autoritarios extraordinariamente
duros cuyo objetivo básico fue acabar con las corrientes revolucionarias que anidaron en la
mayoría de los países latinoamericanos. Todos los golpes de Estado liderados por los
militares durante los años 70 siguieron este esquema básico: Bolivia (1971), Chile y Uruguay
(1973), Perú (1975), Argentina y Ecuador (1976), a los que habría que sumar la continuidad
de la dictadura brasileña establecida tras el golpe de 1964 y la del general Stroessner en
Paraguay. Todos ellos ensayaron también un modelo de desarrollismo autoritario de éxito
muy desigual, pues mientras en Brasil y sobre todo en Chile los resultados fueron
apreciables, en el resto de los países no lo fueron en absoluto, destacando el caso de
Argentina.
El endurecimiento de los regímenes políticos latinoamericanos se propagó a todos los países.
La fortísima recesión que recorrió el subcontinente latinoamericano fue en gran medida
consecuencia, al mismo tiempo que causa, de la enorme deuda externa en la que incurrieron
la mayoría de los países de la región. A principios de la década de los 80 Brasil alcanzó un
tope de deuda de 65.000 millones de dólares, México de más de 55.000, Argentina de
24.000 y Venezuela de 15.000. Este disparate financiero obligó a restringir las importaciones
y a orientar las economías hacia el exterior con el fin de obtener recursos suficientes para
acometer las cargas financieras de la deuda, mientras que los enormes déficits de las
balanzas de pagos obligaron a devaluaciones de moneda que agravaron los problemas de
inflación y empobrecieron aún más a la población. También se establecieron potentes
programas de reducción de los déficits públicos.
En definitiva, las políticas de ajuste y el cambio de modelo de desarrollo establecido en los
años 80 tuvieron una muy negativa repercusión social a corto plazo, aunque a medio y largo
plazo resultaron imprescindibles para asegurar una mínima estabilidad económica en la
región. Pero lo más importante es que ayudaron a transformar las mentalidades y la cultura
política y económica. Esto permitió un importante proceso de transición política que a lo
largo de los años 80 reinstauró la democracia.
Las transiciones latinoamericanas contaron ahora con el apoyo de los EE.UU., el mismo país
que veinte años antes había favorecido buena parte de las soluciones autoritarias basándose
en la doctrina de la seguridad nacional, según la cual había que apoyar el establecimiento de
regímenes barrera frente a una expansión comunista que, desde su perspectiva, ya había
establecido el castrismo como punta de lanza de penetración en el continente. La zona que
más sufrió esta evolución fue Centroamérica.

145
La justificación de tal ayuda se inscribió en el contexto de la Guerra Fría, pues para la
Administración Reagan el sandinismo no era más que un instrumento del comunismo
soviético para llegar a las puertas de Norteamérica.
Otras visiones, como la mantenida por el presidente español Felipe González, insistieron en
que el conflicto centroamericano tenía un fundamento social basado en la insostenible
situación de pobreza y explotación en la que vivían millones de personas.
EE UU tampoco renunció a seguir interviniendo directamente en América Latina, aunque el
número de operaciones fue ya limitado: Granada (1983) y Panamá (1989).
La emergencia pública de los cárteles del narcotráfico en Colombia y su cada vez más
estrecha relación con las guerrillas revolucionarias surgidas en los años 60, en especial las
FARC, sumieron al país en un estado de guerra civil latente. En los años 80 el nivel de
violencia alcanzó cotas extraordinarias, al tiempo que la capacidad económica de las mafias
de la droga les permitió penetrar en todos los ámbitos de la vida pública, creando un sistema
de corrupción sistemática y generalizada que amenazó, incluso, la viabilidad del propio
Estado colombiano.
Un último factor importante de la crisis fue que sirvió de estímulo para las propuestas de
integración regional. Pero fue un proceso complejo, lleno de proyectos de alcance limitado.
Las grandes rivalidades nacionales y la incapacidad de las élites dirigentes para definir un
proyecto coherente y articulado restaron posibilidades de éxito a las fórmulas
integracionistas ensayadas.

3. El Asia dual
Del dinamismo de los "dragones" a las persistentes masas de
miseria
A lo largo del siglo XX la historia de Asia estuvo marcada por 4 factores esenciales: la
expansión del comunismo, la persistencia de la pobreza en amplias zonas del continente, la
extensión del autoritarismo político y la fuerza expansiva del modelo de desarrollo capitalista
japonés, que dio lugar durante los años 70 y 80 a un proceso de desarrollo regional muy
llamativo que situó a muchos países del área en el ámbito propio del mundo desarrollado.
El ejemplo básico de esta evolución fue China. La década de los 70 estuvo marcada por dos
factores esenciales: por un lado, el recuerdo amargo de la llamada Revolución Cultural
emprendida en los años 60 y cuyo resultado había sido un completo fracaso; por otro, la
muerte de Mao ZeDong y el declive casi instantáneo del maoísmo como doctrina política.
Tras la muerte de Mao, el poder pasó a manos de Hua Guofeng, un gris dirigente del partido
que apenas contaba con apoyos por lo que fue incapaz de frenar el ascenso de Den Xiaoping,
verdadero líder de esa línea pragmática que acabó por triunfar y artífice esencial del cambio
de rumbo emprendido por el gigante asiático a través de las conocidas como 4
modernizaciones: la económica, la agrícola, la científica y tecnológica y la de la defensa
nacional.

146
Tres fueron las principales reformas: sustitución de programas de industrialización basados
en el desarrollo de la industria pesada y en las grandes infraestructuras por planes de
estímulo de la pequeña industria de bienes de consumo, permitir que los excedentes de
producción agrícola pudieran ser comercializados por los campesinos directamente en el
mercado e introducir el principio de autonomía en la gestión de las empresas públicas, que
después de pagar una cuota al Estado podían reinvertir sus beneficios en su propio
desarrollo.
Las reformas estimularon el crecimiento económico, mejoraron notablemente el sistema de
rentas de los campesinos y permitieron a los ciudadanos aumentar significativamente su
nivel de vida. Para asegurar el crecimiento las autoridades chinas asumieron una política
antinatalista dura basada en la política del hijo único, que limitó la descendencia a un solo
hijo salvo para las minorías étnicas, para quienes no existía limitación alguna.
En diciembre de 1984 China llegó a un acuerdo con Gran Bretaña para la restitución
completa de Hong Kong en 1997 con el compromiso de mantenimiento del sistema político,
económico y social de la isla. Meses después el acuerdo se cerró con Portugal para la
devolución de Macao en 1999.
La fórmula de devolución dio origen al lema “un país, dos sistemas”, que hacía referencia a la
posibilidad de compaginar una estructura política comunista con una estructura económica
de tipo capitalista y de respeto de las libertades individuales, que a nadie escapaba tenía
como designio final convencer a Taiwán de su reingreso a la soberanía política china.
El desarrollo y la liberalización política animaron la aparición de sectores de oposición
democrática especialmente entre los estudiantes, que protagonizaron en 1989 una gran
manifestación a favor de la democracia y los derechos humanos en el centro de Beijing, en la
plaza de Tiannanmen, violentamente reprimida por el ejército. El partido comunista frenó las
demandas democratizadoras, pero a costa de un desprestigio internacional absoluto, sólo
matizado por los intereses que suscitaba su condición de enorme mercado potencial.

147
Un proceso parecido al chino, aunque más tardío y de menor intensidad lo protagonizó
Vietnam. Los procesos de apertura económica emprendidos por varios países asiáticos se
vieron enormemente influidos por la fuerza centrífuga e integradora que desde los años 70
tuvo el capitalismo japonés, motor de desarrollo regional que permitió la eclosión de los
llamados dragones asiáticos y la conformación de un modelo de desarrollo peculiar y exitoso
que incluyó a países como Singapur, Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur, Malasia, Tailandia e
Indonesia.
La crisis de 1973 demostró la extraordinaria dependencia energética japonesa, lo que
repercutió en una fuerte contracción de los altísimos niveles de crecimiento económicos
experimentados en los años 60, y que habían superado el 10% anual. Con todo, en los
siguientes años el producto interior bruto continuó creciendo a una media anual del 3,6% lo
que permitió al país asiático convertirse en la tercera economía del mundo sólo por detrás
de EE.UU. y de la URSS.
Los aspectos esenciales de este modelo fueron los siguientes. Gran capacidad de ahorro y
una fácil conversión de ese ahorro en inversión productiva. Existencia de una mano de obra
especializada y muy cualificada, lo que indicaba la enorme mejoría experimentada por los
índices educativos y que permitió una gran productividad sin exagerados costes laborales, lo
que unido a una eficiente organización del trabajo generó economías muy competitivas. Una
estructura financiero-empresarial fuertemente interrelacionada e interdependiente, capaz
de mantener elevados niveles de liquidez y solvencia empresariales a través de la
articulación de enormes conglomerados oligopólicos. Un cuarto aspecto relevante fue el
incremento constante y rápido de la renta per cápita, lo que además de indicar una
aceptable socialización del crecimiento, permitió la extensión de los mercados interiores que
muy pronto pasaron a consumir un porcentaje importante de su propia producción. La
fuerte inversión en investigación, desarrollo e innovación, que permitió un desarrollo
tecnológico sin precedentes que aplicado a la industria se convirtió en un instrumento de
competitividad esencial para garantizar la fácil introducción de las producciones asiáticas en
los mercados mundiales.
Un sexto factor a considerar fue el enrome incremento de los intercambios regionales que a
inicios de los años 90 se habían más que duplicado con respecto al de 20 años antes,
representando ya aproximadamente un 7,6% de todo el comercio mundial, un nivel muy
parecido al que en esos mismos años representaba el comercio entre EE.UU. y Europa
occidental. Y por último, un sistema de economía libre de mercado pero con una presencia
fuerte del Estado que asumió no sólo el papel de agente dinamizador de la economía, sino
también el de intermediario entre todos los sectores económicos nacionales.
Estos componentes permitieron a estos países obtener altos niveles de crecimiento, que hizo
que varios de ellos alcanzaran y aún superaran a muchos países considerados avanzados. El
modelo de los dragones asiáticos se basó en un Estado eficiente en términos económicos,
pero no siempre democrático en términos políticos. Asumieron esa forma Japón y Hong
Kong, mientras que en otros casos la democracia se alternó con fases autoritarias para
conformar modelos políticos más autoritarios que democráticos como fue el caso de Corea
del Sur.

148
Frente al dinamismo de los dragones asiáticos, Asia meridional continuó presentando bajos
índices de desarrollo y altos índices de conflictividad e inestabilidad política. Resulta curioso
comprobar cómo el país que más personas identificarían con el pacifismo, la India, ha vivido
casi en una guerra permanente durante los 30 años posteriores a su independencia: guerras
indo-pakistaníes de 1948-1949 y 1965-1966, guerra contra China en 1962, y de nuevo con
Pakistán en 1971-1972. El resultado de este conflicto, militarmente favorable al ejército
indio, fue una nueva fragmentación territorial con el surgimiento de un nuevo país:
Bangladesh, un paupérrimo Estado de más de 75 millones de personas.
Los problemas territoriales expresaban en realidad la extremada complejidad social y
religiosa de la India. Pero lo esencial es que muchas de estas minorías se concentraban
territorialmente, articulando respuestas independentistas al centralismo hindú que
derivaron en manifestaciones terroristas: la presidenta Indira Gandhi fue asesinada por
terroristas sijs en 1984 e igual suerte corrió su hijo Rajiv Gandhi en 1991, esta vez a manos
de terroristas tamiles.
La India política estuvo durante décadas capitalizada por los sucesores de Nerhu, la familia
Gandhi, que orientaron al país hacia un socialismo con pretensiones de originalidad que
combinó un papel activo en el foro de los países no alineados con una fuerte dependencia
política y económica respecto de la URSS. El resultado de este socialismo a la india fue muy
mediocre, lo que llevó en 1991 a buscar una nueva orientación basada en la liberalización de
la economía y una creciente integración en la economía internacional.
Pakistán y Birmania constituyen ejemplos de regímenes militares de orientación dispar, pero
de resultados muy similares. Pakistán vivió tras su independencia una fuerte inestabilidad
interna que convirtió al Ejército en el principal actor político del país. El autoritarismo militar
favoreció una inserción internacional muy cercana a los EE.UU.
Por su parte en Birmania se estableció una dictadura militar socialista que nacionalizó la
economía, lo que extendió aún más unos niveles de pobreza ya de por sí insostenibles. En
1989 cambió su nombre por el de Myanmar dentro de un proceso de apertura política que
pareció anunciar una cierta evolución democrática.

4. Oriente Próximo y el mundo árabe


La evolución histórica de esta zona estuvo marcada a lo largo de las décadas de los 70 y 80
por dos procesos esenciales: la imposible acomodación del Estado de Israel en Palestina y la
extensión de un islamismo cada vez más radicalizado que creó fuertes perturbaciones
internas en la mayoría de los estados de la región.
La cuarta guerra árabe-israelí de octubre de 1973 tuvo 3 consecuencias fundamentales. La
primera fue la descomposición del frente árabe con la progresiva desvinculación de Egipto,
que acabó reconociendo a Israel y en consecuencia, legitimando la existencia de un Estado
judío en Palestina. La segunda consecuencia, íntimamente unida a la anterior, fue el
aumento del protagonismo de EE.UU. en la región. Por último, la tercera secuela básica fue
la extensión del conflicto al vecino Líbano.

149
En este pequeño país existía un frágil equilibrio de poder entre la población cristiana y la
musulmana que primaba en exceso a los primeros sobre los segundos, pues con el paso de
los años el aumento de población musulmana había hecho que los cristianos pasaran a
representar apenas un tercio de la población total. La ruptura definitiva se produjo en 1975
cuando llegaron al país unos 300.000 refugiados palestinos que pronto se sumaron a las
milicias musulmanas.
En 1982 el conflicto se reprodujo. Israel respondió a los ataques que sobre su territorio se
lanzaban desde los campos de refugiados palestinos con una violenta ofensiva que le
permitió llegar a Beirut oeste y expulsar a miles de palestinos. La ofensiva israelí fue
aprovechada por las falanges cristianas para penetrar en los campos de refugiados de Shabra
y Chatila donde ocasionaron cientos de víctimas civiles. En 1983 se llegó a un principio de
acuerdo.

La extensión de un islamismo más integrista y radicalizado tuvo como factor esencial la


revolución iraní de 1979 que acabó con el régimen proamericano del Sha Reza Pahlevi.
Desde principios de los años 70 la contestación social al gobierno del Sha había aumentado
muy notablemente. La concentración de la riqueza en manos de unos pocos, la extensión de
la pobreza y un régimen cada vez más despótico y corrupto propiciaron la extensión de una
idea de regeneración asociada a la introducción de un sistema de gobierno “justo” basado en
el Corán y en la aplicación estricta de la sharia, la ley coránica.

150
Las corrientes islámicas chiíes acabaron imponiéndose dentro de una oposición heterogénea
en la que convivían con revolucionarios de izquierda e intelectuales occidentalizados. El 16
de enero de 1979 el Sha huyó de Teherán y en febrero Jomeini llegó a la capital para liderar 2
meses después la proclamación oficial de la República Islámica de Irán.
La Revolución iraní rompió los frágiles equilibrios existentes en la zona especialmente por su
carácter de modelo a seguir para las corrientes islamistas afroasiáticas, por su radical
oposición a la existencia del Estado de Israel y por su hostilidad manifiesta hacia EE.UU., que
asistió a un declive significativo de su influencia en la zona. Sin embargo, los inicios del nuevo
régimen fueron difíciles pues prácticamente un año después de su proclamación entró en
guerra contra su vecino Irak. La guerra, se prolongó hasta 1988 sin un vencedor claro, tuvo
un curioso efecto legitimador de ambos regímenes. En Irán afianzó el gobierno religioso de
los ayatolás, ahogando una incipiente contestación social que permaneció largos años
larvada, al tiempo que sirvió para acelerar la islamización de la sociedad y acabar con la
oposición laica. En Irak afianzó a Saddam Hussein.

Irán se convirtió en un factor indirecto de perturbación para las monarquías medievales del
Golfo, que vieron como crecieron las demandas de islamización radical de las sociedades y
de ruptura con los aliados occidentales. Idéntico crecimiento del islamismo experimentó
Turquía, donde el ejército acabó constituyéndose en el principal baluarte de la herencia
laicista y modernizadora de Kemal Ataturk.
Las demandas del islamismo radical se propagaron por todo el Magreb, especialmente en
Argelia, sumiendo al país en una situación de práctica guerra civil. A inicios de los 70 el
régimen de Huari Bumedian estaba evolucionando rápidamente hacia un sistema de partido
único y nacionalización de la economía muy al estilo soviético. La muerte de Bumedian en
1978 cambió la situación debido a la asfixia económica que las medidas de nacionalización
habían causado y que los recursos procedentes del petróleo y el gas natural, únicas rúbricas
de exportación del país, no podían equilibrar. La pésima situación económica de un país de
enorme riqueza natural originó protestas sociales capitalizadas por los sectores islamistas
radicalizados, cada vez más proclives a actuar mediante la violencia terrorista.

151
El pujante islamismo aglutinado en torno al Frente Islámico de Salvación (FIS), legalizado en
1989, consiguió ganar al año siguiente las elecciones municipales y en 1991 la primera vuelta
de las legislativas, planteando una contradicción irresoluble: el aprovechamiento de los
cauces democráticos por un partido cuyo programa se basaba en la destrucción de esa
misma democracia. El problema acabó encontrando una salida militar.
Por el contrario, Marruecos, Libia y Túnez vivieron situaciones de mucha mayor estabilidad,
dada la fortaleza de sus respectivos gobiernos. En Marruecos la monarquía de Hasan II
combinó ciertos elementos de apertura con criterios fuertemente represivos que dieron al
régimen un marcado carácter autoritario, arbitrario y con importantes nichos de corrupción.
Los problemas sociales fueron hábilmente ocultados bajo el irredentismo nacionalista sobre
el Sáhara o las ciudades de Ceuta y Melilla, que el régimen utilizó permanentemente como
válvula de descompresión de los graves problemas internos.

El caso libio fue algo distinto. En 1969 un golpe de Estado había llevado al poder al coronel
Gadafi que estableció desde entonces una curiosa dictadura personalista que recordaba al
nasserismo egipcio por sus objetivos nacionalistas y socialistas. Sus posiciones rígidamente
antioccidentales y sus pretensiones de liderazgo panárabe le llevaron a desempeñar un
activo papel internacional, primero como impulsor de nuevas entidades territoriales de
carácter federativo de imposible viabilidad (uniones con Egipto y Sudán en 1969, con Egipto
y Siria en 1971, con Túnez en 1974, en 1981 con Siria y en 1984 con Marruecos). Como actor
militar con su intervención en el Chad entre 1983-1988 y como agente impulsor de acciones
terroristas como las llevadas a cabo en 1989 contra 2 aviones comerciales occidentales.
Por su parte, la dictadura de Habibi Burguiba en Túnez creó un sistema político muy
personalista, pro-occidental y con una legislación inusual en un país musulmán al apartarse
claramente de la tradición islámica. La estabilidad política creó una economía relativamente
exitosa basada en el turismo, en una agricultura moderna y en la exportación de fosfatos,
aunque dio signos de agotamiento a partir de 1983. La crisis animó manifestaciones de
carácter islamista, lo que llevó a la caída de Burguiba y su sustitución en 1987 por Ben Alí.

152
5. África subsahariana
¿Un futuro imposible?
África subsahariana representa el estereotipo más clásico y desalentador del Sur pobre,
hasta el extremo de constituir un subcontinente permanentemente excluido, situación que
no dejó de acentuarse en los años 70 y 80. El África subsahariana era la región de las
carencias absolutas, donde la línea entre la vida y la muerte se volvió prácticamente invisible
para millones de personas.
Las explicaciones para comprender esta situación han basculado entre dos polos. Para unos,
la pobreza estructural no era más que el fruto de la situación de explotación y dependencia
que originó el colonialismo europeo y que se vio agravado por la inserción involuntaria del
continente dentro de la dinámica de la Guerra Fría. Para otros, la causa esencial residió en el
fracaso del Estado poscolonial y la incapacidad de los dirigentes africanos para establecer
estructuras políticas viables.
Esta teoría alcanzó máximo relieve con el concepto de “Estados fallidos”, que aludía a la
quiebra de cualquier acuerdo institucional básico que permitiera un consenso social mínimo
que garantizara condiciones de gobernabilidad suficientes.
Los factores neocolonialistas fueron especialmente visibles en el África central, asociados
sobre todo a la política francesa, tendente a estimular los permanentes conflictos étnicos
presentes en la zona para obtener posiciones de ventaja en la explotación de sus recursos
naturales.
El ejemplo más significativo fue el Chad, país que alcanzó la independencia en 1960 con el
apoyo francés. La formación de una dictadura de partido único que desembocó a partir de
1964 en conflicto armado contra la oposición musulmana, favorable a la creación de un
régimen marxista y que contó con el apoyo de Libia y Sudán. En 1969 Francia decidió
intervenir. En 1973 Libia ocupó la zona norte del país provocando una reacción nacionalista
que llevó al presidente chadiano a liderar una política de integración y consolidación
nacional. Esta nueva estrategia tuvo como consecuencia la creciente marginación de la
minoría cristiana que apoyada por Francia acabó en 1975 protagonizando un golpe de Estado
que instauró una dictadura militar orientada a la lucha contra los musulmanes.
Desde entonces El Chad vivió una cruenta guerra civil sostenida por Libia y Francia. En 1989
se consiguió alcanzar un acuerdo de paz con Libia. La firma de los acuerdos fue evaluada por
Francia como contrarios a sus intereses básicos, por lo que decidió retirar su apoyo al
presidente Habré y favorecer en 1990 un nuevo golpe de Estado que situó a Idriss Déby al
frente del país. Este nuevo gobierno, vinculado estrechamente a París, inició un proceso de
pacificación envuelto en enormes dificultades ya que la guerra había situado al país en la más
absoluta miseria.
La Guerra Fría hipertrofió las condiciones de conflicto presentes en el continente, aunque su
principal manifestación en estos años se dio en los procesos de independencia de las
colonias portuguesas de Angola, Mozambique y Guinea.

153
El carácter revolucionario de la transición portuguesa se trasladó a las colonias, lo que dio
lugar a un proceso de independencia capitalizado por los movimientos de liberación nacional
de filiación marxista. Todos ellos evolucionaron rápidamente hacia la constitución de
dictaduras de partido único con graves problemas de legitimación. La dependencia de estos
nuevos regímenes respecto de Moscú y subsidiariamente de La Habana incrementó
notablemente el temor occidental al expansionismo soviético, lo que favoreció el apoyo a las
facciones internas de lucha contra los regímenes recién instalados.
Las explicaciones que priorizan los aspectos internos de conflicto están conectadas con el fin
de esos sueños mantenidos en los años 60 de la africanidad o de la negritud que debían
llevar al desarrollo y que hicieron del socialismo la base esencial de sus proyectos
ideológicos. Pero el argumento ideológico es insuficiente para explicar esa quiebra del
Estado postcolonial, pues las experiencias desarrollistas de tinte occidentalizante tampoco
alcanzaron un éxito significativo. Así lo demostraron los casos de Costa de Marfil y Kenia,
donde una orientación pro-occidental no fue óbice para la instalación de regímenes
autoritarios de tipo presidencialista en los que la fuerte concentración de la riqueza creó una
aguda inestabilidad social y política.
El concepto de negritud mantenido por el senegalés Léopold Sedar Senghor aludía a una
forma de ser específica que debía ser interpretada políticamente por una élite dirigente que
mediante el control del Estado llevara a los países a su desarrollo.
Esta vía africana se plasmó desde 1962 en un sistema de partido único y la socialización de la
economía resultó un completo fracaso, lo que obligó a iniciar un lento proceso de
liberalización política y económica. En 1976 el partido único adoptó el nombre de partido
socialista abandonado progresivamente ese ideal autárquico de desarrollo autocentrado
mantenido por el dictador senegalés. En 1981 Sénghor abandonó el poder y al año siguiente
el país se enzarzó en un conflicto armado en Gambia.
Las mismas contradicciones las encontramos en las formulaciones de las vías africanas al
socialismo del guineano Sékou Touré, de Mobido Keita en Malí, de Julius Nyerere en
Tanzania o del coronel Kérékou en Benín. En principio, la pretensión era tomar como
modelos de desarrollo a los países del Este europeo haciendo del Estado un agente activo de
desarrollo, pero el resultado real en todos los casos fue la creación de dictaduras socialistas
de partido único y de fuerte contenido represivo.
La imposibilidad de encontrar un modelo de desarrollo que asumiera las características
culturales africanas pero que no cayera en dictaduras, llenó al subcontinente de experiencias
políticas fallidas, cuando no de regímenes despóticos o de simple apropiación basados en la
corrupción sistemática de sus cuadros administrativos y políticos. Los casos más llamativos
de despotismo se produjeron en Uganda, Zaire y Etiopía.
En Uganda un golpe de Estado militar permitió en 1971 la llegada al poder del general Idi
Amín Dadá, que edificó un régimen presidencialista de extraordinaria violencia represiva. El
país entró en una guerra civil permanente. Finalmente, en 1986 el Ejército Nacional de
Resistencia de Mousavini alcanzó el poder gracias, a la ayuda militar tanzana.

154
Por su parte en Zaire la dictadura de Mobutu Sese Seko, que se prolongó desde 1965 hasta
1997, se estableció gracias al apoyo de Francia y EE UU. El hundimiento total de la economía
zaireña y la formación de varios grupos de lucha armada, entre ellos el Partido
Revolucionario del Pueblo de Laurent Kabila que fue implantándose y ganando los apoyos
internacionales que, finalmente, le permitieron llegar al poder. Por fin, en Etiopía la caída del
emperador Haile Selassie en 1974 abrió paso a un régimen marxista-leninista de enorme
violencia liderado por Menghistu. El régimen de Menghistu sobrevivía por su estricta
dependencia de Moscú, por lo acabó desmoronándose cuando la URSS desapareció.
Por otra parte, Nigeria, el Estado más poblado de toda África también uno de los más ricos
por sus reservas de petróleo, es el ejemplo típico de país estructuralmente corrupto. En 1975
un golpe de Estado llevó al gobierno a sectores reformistas que abrieron un tímido proceso
de reforma política que acabó en 1983 con un nuevo golpe de Estado involucionista que
prohibió la constitución y los partidos políticos. En 1986, tras el golpe de estado militar de
Ibrahim Babanguida, se proclamó una constitución y convocaron elecciones presidenciales.
Pero de nuevo en 1993 los sectores militares más duros volvieron a hacerse con el poder,
iniciando un régimen de fuerte represión.
El proceso de cambio más decisivo de todo el continente se produjo en Sudáfrica con la
desaparición del régimen del apartheid, sin duda una de las situaciones institucionales de
violación masiva de los derechos humanos más aborrecibles de la compleja historia africana.
En 1990 el gobierno de Friedrick de Klerk inició el proceso de desmantelamiento jurídico y
político del apartheid legitimado por la convocatoria de un plebiscito entre la comunidad
blanca. Procedió a la excarcelación de los principales dirigentes negros. En 1994 se
celebraron las primeras elecciones verdaderamente universales que dieron el triunfo a
Nelson Mandela. El nombramiento del propio de Klerk como vicepresidente y la elección de
varios blancos para conformar el gobierno fueron la señal inequívoca de que la mayoría
negra renunciaba a cualquier política que mirase al pasado. La ruptura del apartheid también
permitió la autodeterminación de Namibia, el último gran país africano en alcanzar su
independencia.
En resumen, a excepción de Sudáfrica, el único país de desarrollo medio en toda la zona,
aunque con enormes diferencias sociales, todos los países del África subsahariana fracasaron
en sus intentos de encontrar un modelo viable de desarrollo humano.

6. El mundo a las puertas del siglo XXl


Aunque de manera extremadamente sintética se pueden concluir algunas líneas básicas que
después de casi 2 décadas del fin de la Guerra Fría continúan abiertas. La primera es la
cuestión del orden internacional, pues el inicial unilateralismo norteamericano parece haber
remitido notablemente. A este respecto el factor esencial es la emergencia definitiva de
China como gran potencia económica.
La segunda línea es que frente a esta dinámica de cambio, una parte del mundo sigue
anclada en la miseria y el subdesarrollo o el exclusivismo cultural y el integrismo religioso, sin
que se hayan podido encontrar soluciones solventes para abordar estos problemas.

155
La tercera línea alude a la contradicción existente entre un mundo cada vez más
homogeneizado e integrado y las cada vez mayores reivindicaciones de heterogeneidad. Ello
habla de la complejidad de un mundo cada vez más cambiante, más fluido y, en
consecuencia, más inestable. Y en fin, una cuarta línea básica que alude a las contradicciones
presentes en la mayoría de sociedades democráticas en torno a las demandas de
participación, seguridad y progreso y las dificultades cada vez más profundas de los líderes
políticos para establecer mecanismos o generar ideas que transmitan esa confianza a los
ciudadanos.

156
Tema 14
Pensamiento y Cultura en el siglo XX
1. La crisis finisecular
En un sentido amplio, desde 1890 hasta comienzos de la Primera Guerra Mundial se extiende
el periodo de la llamada Belle Époque. La ciudad de París se convirtió en el símbolo de esta
era. Se le dio el sobrenombre de “ciudad de la luz”.
Los cambios que se estaban produciendo en las sociedades europeas fueron objeto de estudio
de una ciencia, la Sociología, que entre 1890 y 1914 alcanzó su madurez. La mayoría de los
científicos sociales se preocuparon por analizar las causas de lo que el novelista Maurice
Barrés llamó desarraigo. Emile Durkein acuñó el término anomia para hacer patente el
desasosiego que se produce en las personas cuando pierden sus referentes anteriores y no
encuentran una autoridad social reconocible. Max Weber se convirtió, por su parte, en un
líder intelectual y político para los alemanes de su generación.
Fue en estos años cuando se gestó la idea, que perdura hasta nuestros días, de que la
sociedad occidental estaba en crisis. Los siglos XVIII y XIX habían estado presididos por la
razón. Ahora se entraba en la “era de la sinrazón” y las tendencias irracionalistas empezaban
a impregnar el pensamiento y la conciencia europeos. Los intelectuales se conformaron como
grupo social definido en clara oposición a una sociedad burguesa progresivamente vulgarizada
y masificada. Esa oposición se asentaba en la creencia de que el predominio de la razón a lo
largo del siglo XIX había conducido a un pragmatismo materialista de la clase burguesa que
rechazaban. Se iba a producir, pues, una clara disociación entre los intelectuales y los
principios y modos de vida de la burguesía, a pesar de que la mayor parte de esos
intelectuales procedían socialmente de ella. Uno de los exponentes más importantes de ese
espíritu fue Friedrich Nietzsche. Sus obras constituyeron un revulsivo para la Europa
finisecular y sus ideas alimentaron ese nacionalismo emergente señalado.
Para Nietzsche la excesiva racionalidad de épocas anteriores había llevado a un auge de lo
materialista, pragmático y escéptico. Todo en su entorno era vacío y mediocre. Había que
volver a un primitivismo basado en un heroísmo épico y en la fuerza de la voluntad
inconsciente. Las ideas de Nietzsche influyeron en la formación de los postulados del
nacionalsocialismo, pero curiosamente él no fue nacionalista ni militarista. Tampoco racista ni
antisemita.
También el filósofo francés Henri Bergson contribuyó al afianzamiento de ese irracionalismo
característico de la época. Para él la realidad sólo se podía captar mediante esa facultad
intuitiva.

157
En el siglo XIX la revolución industrial había puesto en evidencia la vinculación estrecha entre
ciencia y técnica. El científico, el técnico, el inventor trabajaban con la idea de dominar la
naturaleza en aras de un progreso material creciente. En la última década del siglo
aparecieron una serie de inventos que modificarían radicalmente la vida de las personas: la
telegrafía sin hilos, el automóvil o nuevas fuentes de energía como el petróleo o la
electricidad. Entre los físicos y matemáticos de estos años destacan las figuras de Albert
Einstein, Max Planck o Marie Curie. Con ellos la Física se adentraba en el espacio interior (de
los electrones) y en el espacio intangible (de las radiaciones).
Otro de los grandes conformadores del pensamiento occidental, Sigmund Freud, publicaba en
1901 una de sus obras principales: La interpretación de los sueños. Freud fue un científico que
basó sus teorías en la experimentación clínica sistemática. Su importancia viene dada por el
objeto de su estudio: la psique humana. Pero él no inventó la idea del inconsciente. Muchos
escritores habían sondeado con anterioridad en las profundidades del “alma” en busca de
respuestas a los comportamientos humanos. Freud, desarrolló y sistematizó las ideas acerca
del inconsciente, dando origen a lo que se conocería como Psicoanálisis.
A principios de los años 80 del siglo XIX una nueva generación de escritores rechazaba los
postulados del Realismo naturalista. Fueron los simbolistas y decadentes que se recrearon en
una escritura preciosista y de una gran artificiosidad. El héroe literario era la figura del dandy
sofisticado y depravado, flor marchita de una civilización en crisis, del que Oscar Wilde ofreció
un buen ejemplo en su obra El retrato de Dorian Gray. De otro lado, la influencia de Freud se
proyectó en el Simbolismo que tuvo su mejor expresión en la poesía.
El 15 de abril de 1874 se celebraba en París la primera exposición de los pintores
impresionistas. La repulsa de la crítica oficial fue unánime y se repetiría en las sucesivas
exposiciones, al margen siempre de los salones oficiales. Ese rechazo provenía de lo que esa
pintura tenía de nuevo desde los puntos de vista técnico, temático y compositivo. El
impresionista quería pintar lo que veía, tal y como lo veía, pero lo que le diferenciaba de los
pintores realistas era el tratamiento que daba a los temas y sobre todo la técnica, ya que el
pintor pretendía recrear en el cuadro lo que sus ojos percibían en un momento determinado,
con una luz y una atmósfera precisas. Para ello pintaron “al natural” y trataron de captar la
variedad de un mismo motivo en distintos momentos temporales.
El Fauvismo apareció como grupo en 1905. El nombre de fauves (fieras) se lo dio un crítico por
el empleo del color en su forma pura y directa, sin relación con lo que representaban. Entre
los pintores de esta tendencia destaca Henri Matisse. En cuanto al Expresionismo tiene un
precedente en la pintura postimpresionista de Van Gogh. También su origen se sitúa en 1905,
en Alemania. El Expresionismo no se limitó a ser un estilo pictórico, sino que suponía una
determinada actitud ante la vida en la que la influencia de las ideas freudianas era patente.

158
Los escritores y los artistas expresionistas interiorizaban la realidad que de nuevo emergía
como expresión de la propia subjetividad anímica y existencial.
Otro pintor postimpresionista, Paul Cézanne, suele considerarse como el precursor del
Cubismo que tuvo una primera expresión en 1907, en la obra de Pablo Picasso Las señoritas
de la calle de Avinyó. Entre los escultores, el propio Picasso, Constantin Brancusi, Henry
Moore, Pablo Gargallo o Julio González. En el Cubismo se suelen distinguir la tendencia
analítica y la sintética.
Otros ismos artísticos de estos primeros años fueron el Futurismo y el Abstraccionismo. El
Futurismo centró su temática pictórica y escultórica en la ciudad y en todo lo que ella aparecía
como reflejo de modernidad. Este movimiento tuvo una clara impronta italiana. En cuanto a la
Abstracción se suele considerar una acuarela pintada en 1910 por Wassily Kandinsky como el
primer cuadro abstracto. El cuadro de Marcel Duchamp Desnudo bajando una escalera,
expuesto por primera vez en Barcelona en 1912, es un ejemplo de mezcla de Cubismo,
Futurismo y Abstracción.
El Simbolismo iba a tener muchos puntos de coincidencia con otra importante tendencia
artística que surgió a finales del siglo XIX: el Modernismo que se manifestó en la arquitectura y
en las artes decorativas. En los orígenes del Simbolismo y del Modernismo están los
Prerrafaelistas ingleses, pintores y decoradores que, a mediados del siglo XIX, se sintieron
atraídos por lo medieval, el temprano Renacimiento italiano y lo bizantino. El Modernismo es
un arte eminentemente decorativo.
Al igual que en la literatura y el arte, el panorama musical con el que se abrió el siglo supuso
una ruptura con la tradición musical vigente, a la par que se daba una relación estrecha entre
música y vanguardias artísticas que tuvo su reflejo en los ballets ahora de moda. Destacaron
en este campo los ballets rusos de Sergei Diaghilev creados en 1909. A caballo entre los dos
siglos está la obra de los dos últimos románticos Richard Strauss y Gustav Mahler.
Las figuras que dominaron en la primera mitad del siglo fueron Igor Stravinski, Béla Bartók y
Arnold Schönberg. Los tres crearon una música con un ritmo quebrado y disonante, pero la
concepción musical de cada uno de ellos era muy diferente. De los tres, Schönberg ocupa un
lugar muy especial por ser quien inventó el sistema de las 12 notas musicales.
La radio se configuró como el primer medio de comunicación de masas del siglo XX. Los dos
prototipos básicos de radio que se adoptaron en los diferentes países fueron proporcionados
por la radiodifusión británica con la organización de la BBC y por la estadounidense asentada
en la publicidad comercial.
Con respecto al cine, su aparición a finales del siglo XIX es el resultado de un largo proceso de
investigación que se remonta a siglos atrás. Se configuró, al igual que había ocurrido con la
fotografía, como arte de lo real. Las primeras películas con argumento y con sentido comercial
fueron producidas por Charles Pathé y por Leon Gaumont.

159
2. La cultura de entreguerras
Entre la deshumanización y el compromiso
En la etapa inmediatamente anterior al estallido de la Gran Guerra existía en los ambientes
sociales e intelectuales europeos un estado de ánimo belicista. Se veía la conflagración bélica
con un carácter romántico. Era necesario para “purificar” Europa, para hacerla salir de la crisis
en la que se encontraba inmersa.
El choque brutal con la realidad de la guerra produjo en los intelectuales, muchos de los cuales
se habían alistado en los primeros momentos para combatir junto a su país, un sentimiento de
profundo pesimismo. La crisis no sólo no se había superado, sino que se había ahondado más
en sus cimientos. Uno de los libros que mejor reflejaron esa conciencia fue La decadencia de
Occidente (1918) de Oswald Spengler. Además, la desilusión de la postguerra llevó a algunos
escritores e intelectuales a expatriarse y a otros a dejarse cautivar por culturas no europeas en
un deseo de encontrar formas alternativas de vida.
En estos años 20, mientras Europa se reconstruía y la gente empezaba a “vivir” de nuevo (los
felices 20), el movimiento feminista alcanzó su madurez. Las 2 reivindicaciones básicas eran el
derecho de las mujeres a poseer bienes y la posibilidad de las mujeres solteras de ejercer una
profesión.
La consolidación de los movimientos socialista y anarquista influyó de forma determinante en
el desarrollo del feminismo y en el planteamiento de sus reivindicaciones, ya que se vinculó la
opresión que sufría la clase obrera con la opresión secular de la mujer inmersa en una
sociedad patriarcal. El movimiento de mujeres socialistas alemanas liderado por Clara Zetkin
fue el que alcanzó una mayor fuerza, promoviendo una serie de medidas tendentes a la
igualdad entre hombres y mujeres.
Al igual que el feminismo, el movimiento obrero experimentó un fuerte desarrollo en las
primeras décadas del siglo. Se estaba produciendo el afianzamiento de los partidos obreros
nacionales y la configuración de diferentes corrientes ideológicas, especialmente en Francia y
en Alemania. En este último país, a finales del siglo XIX había 3 líneas definidas: la revisionista
de Eduard Bernstein, la centrista de Karl Kaustky y la revolucionaria de Karl Liebknecht y Rosa
Luxemburgo. Esto es lo que llevó a la creación de la II Internacional en París, en 1889. En sus
Congresos se debatieron cuestiones teóricas referidas a las versiones ortodoxas y revisionistas
del pensamiento de Marx y tácticas. 2 aspectos que preocuparon fueron el tema colonial y la
guerra. El apoyo de los partidos obreros a sus respectivos países en los momentos iniciales de
la Gran Guerra provocó una fuerte crisis en el seno de la II Internacional y su desaparición.
Poco después de iniciada la contienda fue lanzada por Lenin la idea de crear una III
Internacional. El impacto de la Revolución de Octubre en Rusia, en 1917, fue decisivo para que
este proyecto llegara a ser una realidad.

160
El proceso de radicalización de clases sería uno de los fenómenos más característicos de la
Europa de los años 20 y 30. Ahora bien, para poder dirigir ese “choque” era necesario dotar al
movimiento obrero de una dirección internacional. Y aquí es donde está el origen de la III
Internacional, conocida también como Internacional Comunista o Komintern, cuyo Congreso
constituyente tuvo lugar en Petrogrado entre el 2 y el 6 de marzo de 1919. A partir de ahora
se exigiría a todos los partidos comunistas nacionales la subordinación a las directrices
marcadas desde Moscú.
Los ismos habían llevado a la literatura y al arte a su agotamiento por el camino de una
progresiva deshumanización. A finales de los 20 se imponía una realidad económica y social
muy conflictiva ante la cual el intelectual tenía que adoptar una actitud de compromiso. En
este sentido, la influencia de la Revolución en Rusia y la evolución posterior de los
acontecimientos con el Partido Comunista ya en el poder, ejercieron en la mayor parte de los
intelectuales europeos una profunda fascinación. A esto no fue ajena la atracción que se
sentía por el arte, la literatura y el cine soviéticos. Se imponía, pues, el movimiento del
realismo social que tuvo su expresión en la URSS en el llamado Realismo Socialista practicado
desde 1932 por la Unión de Escritores Soviéticos. Ésta exigía a sus miembros la supeditación a
las directrices de un partido que representaba los intereses de los trabajadores.
Antes de que estallara la guerra de 1914 ya se había producido la decadencia de una parte de
los ismos artísticos que tuvieron su momento entre 1905 y 1912. A la destrucción que estaba
provocando la guerra, los artistas respondían con el anti- arte, con lo absurdo, con una
protesta negativa. Así, sus exposiciones, funciones teatrales y espectáculos eran una continua
provocación a la que en algunos casos el público respondió de manera violenta.
En 1922 Tzara hacía pública la Oración fúnebre por Dadá y dos años después, en 1924, André
Breton sacaba a la luz el primer Manifiesto Surrealista. El Surrealismo tenía lejanos
antecesores como fue El Bosco y precedentes muy cercanos en la Pintura Metafísica. En el
seno del movimiento se distinguieron dos corrientes. En una los artistas adoptaron el
automatismo en la ejecución de sus obras, en la otra se partía de la razón para indagar desde
ella lo irracional e inconsciente. En el primer caso el Surrealismo se orientó hacia la
abstracción, en el segundo, hacia una figuración asentada en un mundo de ficción y fantasía
mágicas. Uno de los representantes más destacados de la primera tendencia fue Max Ernst.
En estos años de entreguerras fue cuando la arquitectura Funcional alcanzó su mejor
expresión. En 1930 Le Corbusier realizaba la Ville Savoye que es un ejemplo de sus
presupuestos teóricos y aportaciones. Después de la Segunda Guerra Mundial su estilo
evolucionaría hacia un Organicismo del que es reflejo la original iglesia de Notre-Dame
Ronchamp. En EE.UU. iba a destacar Frank Lloyd Wright que entendía la arquitectura como un
conjunto de elementos que se desarrollan desde el interior hacia el espacio externo con el que
deben fundirse.

161
Ya en el periodo de entreguerras EE. UU. se estaba convirtiendo en centro de las vanguardias
literarias artísticas, pero sin duda la aportación más genuinamente americana a la cultura
occidental ha sido la música de Jazz. Los años 20 fueron lo que el novelista F. Scott Fitzgeral
denominó la era del Jazz. El auge de este tipo de música era un reflejo del paulatino proceso
de ennegrecimiento de la sociedad blanca estadounidense, proceso en el que la música
ocupaba un lugar de vanguardia. El Jazz surgió en Nueva Orleans. De aquí siguió una ruta que
le llevaría a Saint Louis, Chicago y New York. El Jazz fue rápidamente aceptado y asimilado por
los músicos blancos y empezó muy pronto a gozar del favor del público.

3. Cultura de masas y sociedad de consumo


Si la Primera Guerra Mundial había generado en los intelectuales una cultura del pesimismo, la
Segunda añadió a todas las secuelas de la guerra, un balance de muertos sin precedentes en la
historia, el descubrimiento del horro de la política de exterminio nazi y los efectos de la
bomba atómica sobre seres humanos. También produjo desplazamientos de población no
conocidos hasta entonces en cuanto a su volumen. Muchos intelectuales abandonaron Europa
y se instalaron en el continente americano, en especial en EE.UU., donde continuaron su obra
y ejercieron su magisterio.
En espíritu “romántico” teñido de belicismo que había animado a los intelectuales en los
inicios de la Gran Guerra, no se había producido en 1939. Las circunstancias históricas eran
muy diferentes. La mayor parte de los intelectuales apoyaron la causa de los aliados, pero
hubo algunos que se decantaron en favor de Alemania e Italia.
El final de la guerra condujo a un claro retroceso de las ideologías y del activismo político que
habían configurado los años 30. La fascinación de los intelectuales por la URSS en esos años se
había diluido ante la política estalinista. El desencanto definitivo vino para algunos en 1948
con los sucesos ocurridos en Checoslovaquia y para otros en 1956 cuando, tras la muerte de
Stalin y el descubrimiento de algunas de las atrocidades que cometió su régimen, los tanques
soviéticos ocuparon Budapest.
La atmósfera que alimentaba la cultura occidental en la década de los 50 tuvo una doble
expresión en la filosofía existencialista y en el teatro del absurdo. El existencialismo había
aparecido en el período de entreguerras bajo la influencia del vitalismo de Nietzsche y de la
fenomenología. Entre los filósofos propiamente existencialistas destaca la figura de Jean Paul
Sartre. Escéptico, nihilista, ateo, su obra contiene profundas reflexiones sobre el hecho de la
existencia. Para Sartre el hombre busca realizarse mediante la libertad en el existir, pero sin
poder llegar nunca a esa realización.
Desde un punto de vista político Sartre desarrolló un fuerte activismo un tanto errático. En los
años 60 se convirtió en uno de los líderes del radicalismo juvenil.

162
En las últimas décadas del siglo XX, entre los grandes problemas a los que se ha visto abocada
la humanidad, están el exagerado tecnicismo que invade todos los aspectos de la vida humana
y la magnitud de la información que afecta tanto al mundo del pensamiento como a la
sociedad.
Esta revolución tecnológica que vivimos empezó a manifestarse de manera clara a mediados
del siglo XIX con el desarrollo de la Revolución Industrial. Cambió la forma como se había
producido el conocimiento científico. A partir de entonces se daría una fuerte imbricación
entre ciencia y aplicaciones técnicas, en especial en el campo de la industria, lo que llevó
aparejado una vinculación entre investigación científica, normalmente recluida en la esfera
universitaria o en institutos ligados a ella, e investigación promovida por las industrias. La
Primera Guerra Mundial proporcionó ejemplos significativos de la eficacia de los
conocimientos científicos en su aplicación a la industria bélica. Esto fue mucho más patente
durante la guerra de 1939-1945.
La teoría de la relatividad de Albert Einstein y la cuantificación de la energía de Max Planck
están en la base de una nueva visión del universo que tiene su proyección en las
investigaciones sobre la conquista del espacio y, en el caso de la mecánica cuántica, en el
desarrollo de la electrónica, el rayo láser, los materiales semiconductores... La existencia de
los seres humanos se ve condicionada por continuos avances científicos que afectan a todos
los niveles de la vida cotidiana, social y profesional. De forma paralela se desarrolló en Europa
y en EE. UU., en los años 40 y 50, el Expresionismo Abstracto y el Informalismo. Ambas
corrientes se proyectaron en los inicios de los 60 en la Nueva Abstracción. En España el
Informalismo estuvo representado por los grupos Dau al Set, del que destaca la pintura de
Antoni Tápies, y El Paso formado en torno a Antonio Saura. La pintura figurativa tiene un
representante de la talla de Francis Bacon.
Otras corrientes de estos años son el Op-art, el Arte Cinético y el Pop-Art.
Como una derivación del dadaísmo está el Nuevo Realismo, tendencia de los años 60 que
utilizaba objetos reales como medio de expresión artística. A principios de los 70 apareció en
EE UU el Hiperrealismo, corriente figurativa que intentaba transmitir una visión de la realidad
tan objetiva como la realidad misma.
En el campo de la música “culta”, la obligada dispersión que impuso la Segunda Guerra
Mundial llevó a los grandes compositores como Schönberg o Stravinski a EE UU. En estos años
coexistieron dos métodos de composición: la música concreta que trabajaba sobre un sonido
pregrabado en el que se prescindía del tono y de la armonía y la música compuesta por
medios electrónicos. En los años 60 y 70 los compositores combinaban la música electrónica
con la tradicional, mezclando los sonidos electrónicos controlados desde un panel con el
sonido en vivo de los instrumentos. Junto a estas formas de composición, una serie de
músicos experimentaron en una línea de música “indeterminada”, música sin forma concreta.

163
La aplicación de los elementos tecnológicos a la música como son los ordenadores o el rayo
láser está revolucionando el campo de la composición y de la ejecución musical. Una de las
características de la música en las últimas décadas es la simbiosis entre música “culta” y
música popular. Músicos clásicos participan con grupos pop y algunos creadores de música de
rock han estudiado con maestros clásicos.
Un aspecto singular que configuró la segunda mitad de siglo fue la vinculación entre la música
popular (pop) y los jóvenes. Estos buscaban en ella una determinada forma de identidad
personal. En este sentido, la música negra americana sufrió por parte de las casas
discográficas y de los diskjockeys radiofónicos un proceso de adaptación para hacerla popular
entre una audiencia de jóvenes blancos.
En los años 60 y 70 la música popular británica y americana, en sus diferentes estilos, se
convirtieron en un modo de vida para los jóvenes. Ya el rock'n roll había demostrado como
éstos podían crear un lenguaje común y una forma de vida de y para ellos mismos, el de la
beat generation. Ahora la música aparecía como el mejor exponente de una contracultura que
se oponía a los valores vigentes.
En los años 70 y 80 los grandes festivales fueron sustituidos por el disco sound o sonido
discoteca. La película Fiebre del sábado noche fue clave para el afianzamiento de una moda
que continúa. Los sintetizadores (la techno-pop) o la música por ordenador, han ofrecido
posibilidades insospechadas y nuevos caminos de experimentación.
Una de las características de las sociedades occidentales de la segunda mitad del siglo XX ha
sido el hecho de que se pasó de una economía de producción a otra de consumo, en el marco
de la llamada sociedad del bienestar, en la que el modelo de vida se asienta en el consumo, en
una predisposición a comprar al margen de las necesidades reales. Ya no importa tanto, en
consecuencia, la disponibilidad salarial de las personas como sus comportamientos ante los
inagotables y efímeros bienes que la industria produce y la publicidad vende. El ciudadano es,
antes de nada, un consumidor y todo lo que le rodea se orienta en esta dirección; así, más que
hablar de los derechos de la persona se habla de los derechos del consumidor.
El estilo de vida de esta sociedad consumista se caracteriza por su estandarización. Toda la
ciudad es un inmenso escaparate que seduce a las personas que trabajan para tener “libertad”
para consumir. A la vez en este tipo de sociedad las diferencias de clase quedan difuminadas.
Todos son más o menos iguales. Las distinciones vienen marcadas por niveles de consumo, ya
que el desarrollo económico ha posibilitado el acceso de la mayor parte de la población a
bienes de consumo. La sociedad de consumo ha generado una cultura basada en una forma
nueva de producir, difundir y disfrutar el hecho cultural en sí mismo, puesto al alcance de
todos por los medios de comunicación de masas, en especial prensa, televisión y medios de
edición escrita y audiovisual. Es la mass culture (Edgar Morin). La televisión es el objeto que
mejor simboliza ésta y el comedor o la sala de estar el espacio de sociabilidad por excelencia.

164
Tema 15
Iglesia, religiosidad y secularización (Siglo XX)
1. La Iglesia católica y el mundo moderno
A finales del siglo XVIII los católicos constituían el grupo cristiano más numeroso en relación
con los protestantes y los cristianos ortodoxos, a la vez que el más organizado en torno a la
figura de su director espiritual: el Papa. De otro lado, la iglesia católica poseía cuantiosos
bienes en todos los países debido a donaciones de devotos y a privilegios que había ido
adquiriendo a lo largo de los siglos.
Los monarcas ilustrados y los filósofos atacaron el poder de la iglesia desde varios frentes. Por
una parte, los estados pretendían un control sobre aquellos bienes afirmando su autoridad
por encima de la de las iglesias nacionales. En cuanto a los filósofos, asentados en el principio
de la razón como iluminadora de toda verdad, rechazaron de plano los dogmas, la revelación
sobrenatural y la fe, es decir, todo lo que no se podía explicar racionalmente.
Con estos planteamientos no puede extrañar que a lo largo del siglo XIX la confrontación entre
la iglesia católica y los estados fuera uno de los caballos de batalla de los fenómenos que
jalonaron el siglo. El avance continuado de la ciencia y de la técnica y el progreso económico
que se traducía en sucesivas cotas de bienestar material, se convirtieron en esa lucha en
buenos avales de lo que entonces se llamaban las libertades modernas.
Los estados americanos independientes entablaron pronto una relación cordial con la iglesia
católica, acrecentando durante el siglo por la afluencia de inmigrantes europeos. En cambio,
los revolucionarios franceses llevaron a cabo una persecución religiosa sin precedentes,
provocando con ello una escisión entre la iglesia y la Revolución. El proceso de
descristianización alcanzó su punto álgido durante el Terror. Por otra parte, la invasión de
Italia por el ejército al mando de Napoleón y en la entrada de las tropas en Roma, condujo a la
dispersión de la curia y al cautiverio del pontífice Pío VI en Valence- sur-Rhône (1797).
Con la Restauración en 1815 se iba a producir un renacimiento de la fe y un florecimiento de
la espiritualidad en amplias capas de la población de los diferentes países europeos. El
Congreso de Viena devolvió los estados de la Iglesia al Papa y se procedió al restablecimiento
de las órdenes y congregaciones religiosas, así como a la restauración de la Compañía de
Jesús. Esto se tradujo en la creación de numerosos movimientos de renovación de la fe: el
abbé Coudrin fundó los Padres Picpus, Madeleine Sophie Barat, la Sociedad del Sagrado
Corazón...
Todo ello, no obstante, no había solucionado el problema de fondo que eran las relaciones
entre la Iglesia y el liberalismo. El enfrentamiento directo se produjo durante los pontificados
de Gregorio XVI y Pío IX.

165
En el contexto revolucionario de 1830 un grupo de intelectuales católicos franceses intentaron
desde el periódico L'Avenir un acercamiento entre liberalismo y catolicismo. Pero el Papa
Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos, promulgada en 1832, condenó la conducta de estos
intelectuales. A pesar de esa condena, los hombres de L'Avenir continuaron trabajando para la
aceptación de las libertades políticas modernas.
Este movimiento católico liberal adquirió especial importancia en Francia y su influencia se
extendió por otros países.
Aunque las diferencias con los gobiernos marcaron el pontificado de Gregorio XVI y a pesar de
que en casi todos los países se estaban imponiendo medidas para condicionar por parte de los
estados la influencia de las iglesias nacionales, éstas lograron estar presentes en la vida social
y política a través de la actuación de sus fieles. De otro lado, con Gregorio XVI adquirió
importancia creciente la actividad misionera, sobre todo en los continentes asiático y
americano.
A Gregorio XVI le sucedió Pío IX (1846-1870) quien, en los inicios de su pontificado, apoyó el
movimiento del Risorgimento por la unidad de Italia. Tras los sucesos revolucionarios de 1848
y 1849 la actitud del Papa se volvió más cauta. El largo pontificado de Pío IX estuvo jalonado
por una serie de acontecimientos de gran trascendencia para la vida de la iglesia. En 1845
John Henry Newman, uno de los principales representantes del Movimiento Oxford, se
convertía al catolicismo influyendo de manera decisiva en el incremento de esta confesión
religiosa en Inglaterra, país en el que se restablecía la jerarquía católica en 1850.
En 1854 el Papa declaraba el dogma de la Inmaculada Concepción y, siguiendo la postura de
su antecesor, en la encíclica Quanta Cura (1864) y en el Syllabus que la acompañaba,
condenada la doctrina del liberalismo. Por último, convocó un concilio ecuménico, el Concilio
Vaticano I, cuya apertura tuvo lugar el 18 de diciembre de 1869. El inicio de la guerra franco-
prusiana y la ocupación de Roma por los piamonteses en el mes de septiembre,
interrumpieron las sesiones. En octubre quedó oficialmente suspendido. El principal objetivo
de su convocatoria fue la de proclamar la infalibilidad del Papa, lo cual despertó un profundo
recelo en los ámbitos de los gobiernos. A pesar de todo, en una sesión solemne, el 18 de julio
de 1870 se votó con 533 votos a favor la infalibilidad del Papa.
El 20 de septiembre de 1870 Roma era ocupada por Italia. A partir de entonces el Papa se iba
a considerar prisionero de los italianos en reclusión voluntaria en el Vaticano. Un plebiscito
celebrado el 2 de octubre aprobaba la anexión de Roma al reino de Italia y pocos meses
después la ciudad era proclamada capital del mismo.
Entre 1878 y 1903 ocupó la sede pontificia el Papa León XIII. Su amplia preparación intelectual
y su talante abierto permitieron entablar un diálogo entre la iglesia y los gobiernos liberales,
aunque el Papa no consiguió llegar a un acuerdo con el estado italiano en el tema de la
cuestión romana.

166
El aspecto más importante de su pontificado fue la orientación del comportamiento de los
católicos mediante una serie de encíclicas. Marcando distancias con sus antecesores, el Papa
distinguió entre el liberalismo como doctrina filosófica y el liberalismo político, aceptando las
facetas positivas que este último contenía. Aunque León XIII se mostraba más comprensivo
hacia las libertades modernas que sus antecesores, seguía sin aceptar la presencia real que
éstas tenían ya en la vida social y política de los países europeos.

2. La Iglesia católica ante los retos del siglo XX


En los primeros años del siglo el cristianismo se estaba extendiendo al compás de la expansión
colonial por los continentes africano y asiático. De otro lado, la continua inmigración de
europeos de religión católica hacia EE.UU. y Canadá contribuyó a crear en ambos países
amplios e influyentes focos de esta creencia.
El Papa Pío X inició su pontificado con una encíclica, De supremi apostolatus, en la que exponía
la necesidad de definir claramente la doctrina de la iglesia, con objeto de hacer frente al
modernismo que, asentado en un agnosticismo, perseguía someter la fe a la razón. A esto se
unía el hecho de que ese espíritu científico, que impregnó el siglo anterior, había penetrado
en la esfera religiosa. Desde un punto de vista sociológico, el conflicto entre la razón y la
ciencia afectaba a las capas ocultas de las poblaciones europeas y, en otro nivel, a la clase
trabajadora urbana influida por el socialismo marxista y por el anarquismo.
Un factor que estaba contribuyendo a un cuestionamiento de la fe cristiana era el hecho de
que la expansión por otros continentes ponía en contacto a los europeos con gentes de
culturas que profesaban distintas creencias religiosas, en la base de las cuales había ideas
arquetípicas similares a las del cristianismo. Este, unido al deseo de comprobar la fiabilidad
histórica de los textos revelados, contribuía a ver las religiones como expresiones de cultura
de las diferentes sociedades y civilizaciones.
También en los primeros años del siglo la iglesia tuvo que enfrentarse con las posturas
anticlericales de los gobiernos de Francia, Portugal, España y México. Benedicto XV sucedió a
Pío X en los momentos del inicio de la Primera Guerra Mundial. A lo largo de la misma, el Papa
lanzó varias propuestas de tregua y de paz que fueron desoídas por los estados beligerantes.
Procuró también desarrollar una labor caritativa hacia la población civil y los prisioneros de
guerra. No pudo intervenir directamente en las conversaciones de Paz de Versalles, pero su
neutralidad durante la guerra y la eficacia de la labor humanitaria que había llevado a cabo, le
depararon amplio prestigio internacional.
En febrero de 1922 Pío XI sucedió a Benedicto XV. Siguieron la línea trazada por éste, su
pontificado estuvo marcado por un deseo de asegurar la paz en el mundo, progresivamente
amenazado conforme se afianzaban los movimientos totalitarios. Junto a esto, el Papa
desarrolló una intensa actividad doctrinal mediante una serie de encíclicas y documentos que
trataban de fijar la postura de la iglesia ante las nuevas situaciones.

167
El afianzamiento de los totalitarismos en los años 30 y la radicalización de posturas en el seno
del movimiento obrero internacional, condujo a la Iglesia a situaciones difíciles y en algunos
casos a una auténtica persecución. El triunfo de la Revolución de Octubre de 1917 en la URSS
significó el inicio de una serie de persecuciones contra los cristianos ortodoxos y los católicos,
ya que para el régimen salido de la revolución, la nueva sociedad era incompatible con
cualquier creencia religiosa. Con la implantación del Primer Plan Quinquenal (1928-1932) esa
persecución se recrudeció.
Con respecto a Italia, la victoria electoral del fascismo en 1924 y el deseo manifestado por
Mussolini de arreglar de forma definitiva la cuestión romana, condujo a un acercamiento
entre la iglesia y el nuevo régimen. En febrero del 1929 se firmaban los Pactos Lateranenses
por los que Pío XI aceptaba que Roma era la capital de Italia y parte integrante del país. El
régimen fascista, a su vez, reconocía la soberanía temporal del Papa sobre el pequeño estado
de la Ciudad del Vaticano.
En cuanto a Alemania, las relaciones fueron cordiales en un primer momento llegándose a la
firma de un Concordato en julio de 1933. No obstante, desde 1935 en que se promulgaron las
leyes sobre la esterilización de determinados grupos sociales y la iglesia se manifestó contraria
a estas medidas, se inició la persecución nazi contra los católicos que se acentuó en los años
de la Segunda Guerra Mundial. Un número significativo de sacerdotes católicos acabaron en
campos de concentración y exterminio como Dachau.
En España, la implantación de la Segunda República supuso un intento de modernización de
la vida social, a la par que un deseo por parte de los nuevos dirigentes de regular las relaciones
entre la iglesia y el estado en la línea ensayada ya en Francia. La fuerte oposición de los
católicos y de las clases más conservadoras de la sociedad dio al traste con estos deseos.
Poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial fallecía Pío XI. Su sucesor Pío XII (1939-
1958) adoptó en los años de la contienda posturas similares a las de su antecesor Benedicto
XV. Envió a los países beligerantes propuestas de paz y tomó medidas para ayudar a las
poblaciones civiles afectadas por la guerra, así como a los prisioneros constituyéndose en
intermediario para los canjes de éstos. Pero el compromiso con la dictadura de Franco en
España y la actitud ambigua hacia las potencias del eje, al igual que con la Francia
colaboracionista de Vichy, hizo que, en algunos sectores, se acusara al Papa de una cierta
colaboración.
En los años de la posguerra se produjeron una serie de circunstancias que llevaron a un
florecimiento de la religiosidad en el seno de las sociedades europeas occidentales y en los EE.
UU. Después de los padecimientos sufridos, la religión ofreció a muchas personas un refugio
ante la imposibilidad de comprender y afrontar los males que aquejaban a las sociedades.

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Este alivio fue proporcionado no sólo por las religiones oficiales, sino también por nuevos
grupos religiosos y sectas que trataban de atraer a las masas de inmigrantes desplazadas tras
la guerra y a los grupos urbanos marginales y desarraigados. La iglesia católica trató de
contrarrestar este fenómeno subrayando el contenido social del evangelio y desarrollando
funciones sociales a través de una multitud de instituciones cuya creación propició, sobre todo
las organizaciones juveniles como la YWCA.
A finales de los años 50 se veía necesario un “aggiornamento” o compromiso de la iglesia con
las realidades que estaban imponiendo las nuevas formas de organización social.
Fue el nuevo Papa Juan XXIII quien tomó la iniciativa de convocar un concilio ecuménico. Su
pontificado fue muy breve (1958 a junio de 1963), pero su simpatía y bondad personales, su
preocupación por el problema social y su empeño en entablar un diálogo fraternal con todos
los pueblos cualesquiera que fueran sus confesiones religiosas.
La convocatoria del Concilio Vaticano II la hizo Juan XXIII a través de la bula Humanae salutis el
25 de diciembre de 1961. La sesión de apertura tuvo lugar el 11 de octubre de 1962. A ella
asistieron más de 3.000 obispos y 85 embajadores de diferentes países. Juan XXIII falleció
cuando se preparaba la segunda sesión del Concilio, que fue continuado por su sucesor, Pablo
VI, hasta su clausura en diciembre de 1965.
A pesar de la duración del Concilio, hubo un interés continuado en amplios sectores sociales y
de la clase política de los diferentes países en los que la religión católica tenía un peso
importante. Las deliberaciones del Concilio se plasmaron en 17 documentos entre los que
destacan la constitución pastoral Lumen Gentium sobre la organización de la iglesia y el papel
activo de los católicos laicos en la vida de aquella y la Gaudium et Spes acerca del ecumenismo
de la iglesia.
Tras el breve pontificado de Juan Pablo I (33 días), le sucedió, en octubre de 1978, el cardenal
polaco Karol Wojtyla, que tomó el nombre de Juan Pablo II en un deseo de continuar las líneas
de sus predecesores que fueron trazadas en el Concilio Vaticano II. Su extraordinaria vitalidad
la desplegó en sus numerosos viajes a países de todos los continentes a los que trató de llevar
un mensaje evangélico renovado y revitalizado con las aportaciones de esa nueva forma de
vivir y de sentir la religión que se instaló en el mundo cristiano desde mediados de los años 70.
No podemos terminar sin mencionar siquiera brevemente el movimiento de la Teología de la
Liberación, surgido tras el Concilio por mor de la acción de una serie de teólogos, que
consideraban que la tradición aceptada hasta entonces ya no era suficiente para dar respuesta
a las necesidades d liberación de los seres humanos, en especial de los más pobres y de las
víctimas de la opresión y de la injusticia en los países de Latinoamérica (donde nació el
movimiento) y en otros del Tercer Mundo.

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