Como Vencer Sus Guerras Por La Fe

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Copyright © 2020 Editora Horebe

Copyright © 2020 Editora HorebeTodos los derechos están reservados y protegidos por la Ley. Está
prohibida la reproducción total o parcial sin el expreso consentimiento de la editorial. Este libro ha
sido revisado de acuerdo con la Real Academia Española (RAE). Los textos bíblicos citados están en la
versión La Biblia de las Américas (LBLA), excepto mención expresa. El autor hace algunos
comentarios sobre pasajes bíblicos que están identi cados entre paréntesis y con diferente formato.
1ª Edición
M141c
Macedo, Edir
Cómo vencer sus guerras por la fe / Edir Macedo.
San Pablo
ISBN 978-65-5092-015-9
1. Espíritu Santo. 2. Cristiano. I. Título.
CDD 231-3

Rua da Várzea, 240 – Predio E


Barra Funda — São Paulo —SP
CEP: 01140-901
Índice

Introducción
Capítulo 1
La guerra en el Cielo
Capítulo 2
La caída del hombre
Capítulo 3
Cómo el diablo actúa hoy
Capítulo 4
Cuando el cuerpo se transforma
en habitación de demonios
Capítulo 5
Cómo interfiere el diablo en la
mente humana
Capítulo 6
Resistir al diablo es rechazar los
malos pensamientos
Capítulo 7
Estrategias del diablo contra los
cristianos
Capítulo 8
El único sentimiento de la fe
Capítulo 9
Hijos de Dios versus hijos del
maligno
Capítulo 10
¿Salvoconducto para pecar?
Capítulo 11
El diablo y el púlpito
Capítulo 12
Las armas de nuestra guerra
Capítulo 13
Cómo Jesús venció al diablo
Capítulo 14
Su pecado afecta a todos
Capítulo 15
En una guerra, nadie es perdonado
Capítulo 16
El premio de la guerra
Introducción
La guerra por la Salvación del alma es necesaria, pues tiene como objetivo
posicionarnos ante la gran batalla espiritual que todos traban en este mundo.
En otras palabras, tiene como objetivo hacernos escoger de qué lado
queremos estar, del lado del bien o del lado del mal, para que, a partir de esta
elección, disfrutemos o suframos con el resultado de esa pelea. Estemos
conscientes o no de las realidades espirituales que fortalecen y determinan
todo lo que sucede en nuestro plano físico, nuestra vida es completamente
afectada por este con icto interior.
Lo que está escrito en este libro no está destinado a los doctores de las
Sagradas Escrituras, ni a los teólogos y grandes predicadores, sino a las
personas simples que, con sinceridad, quieren mucho permanecer eles,
guardando su fe hasta el n. Sin embargo, para que un día podamos recibir
de las Manos del Señor Jesús la corona de la vida, por haber vencido esta
guerra, necesitamos recordar, en todo momento, que enfrentamos a
enemigos invisibles, crueles y hábiles en la simulación y en el engaño.
Enfrentamos la tentación del pecado, que nos asedia tenazmente, así como
luchamos contra nuestra propia naturaleza que, por sí misma, no quiere hacer
la voluntad de Dios. Entonces, si ignoramos el hecho de que vivimos en un
con icto que exige embates diarios y el revestimiento de las poderosas armas
del Altísimo, con certeza seremos perjudicados por toda la eternidad.
El Espíritu Santo me ha conducido, en los últimos tiempos, a alertar a todos
sobre los peligros que corremos de caer en la apostasía, en el engaño y en las
corrupciones de la carne. Por eso, no me he cansado de “tocar la trompeta”
con respecto al blindaje de la fe para mantenernos en el Reino de Dios. A
n de cuentas, todos los días tenemos la triste noticia de alguien que
comenzó su caminata cristiana con buena voluntad y excelentes intenciones,
y que, sin embargo, debido a la falta de vigilancia espiritual, acabó
enfriándose y abandonando los principios y los valores de la fe que otrora
había abrazado.
Nacimos en un mundo que ya estaba en guerra. Digo esto porque, antes de
que Adán y Eva fueran creados, Dios ya tenía un archienemigo que se
oponía a Sus propósitos. No podemos, entonces, ignorar este hecho y llevar
la vida espiritual de manera super cial, fría e indiferente. Incluso porque, al
igual que las guerras en este mundo están marcadas por un principio y un
n, la guerra entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el mal, tiene un
tiempo determinado para acabar. Sin embargo, no sabemos cuándo será, por
eso, es necesario que tengamos total vigilancia. El desenlace de esta pelea
será cuando, nalmente, Satanás sea aprisionado en el lago de fuego y azufre
para siempre. Pero, en caso de que no estemos vivos hasta que se cumplan las
Escrituras, el n de nuestra guerra ocurrirá en el momento de nuestra
muerte. Así, basta con que nuestra vida en este mundo llegue a su n para
que tengamos el veredicto de Dios: vencedores o perdedores de este gran
con icto.
Reunimos, durante nuestra vida, una colección de batallas que, aunque
parezca ser de índole económico, sentimental o familiar, es, en realidad, de
índole espiritual. En determinados momentos, podemos tener la impresión
de que luchamos contra personas y situaciones exteriores y terrenales; sin
embargo, lo que está realmente en cuestión es la Salvación de nuestra alma.
Y, para conquistar el Reino de los Cielos, trabamos tres grandes batallas. La
primera y mayor de todas es la lucha entre nuestra carne y nuestro espíritu.
La segunda es la lucha contra las fuerzas espirituales del mal, es decir, contra
el diablo y sus ángeles caídos. Y la tercera es la lucha contra el mundo, con
sus estándares contrarios a Dios, que siempre van a imponerles a icciones a
los justos. Estos son los principales frentes de la guerra espiritual en la cual el
cristiano está insertado.
La falta de entendimiento e incluso de discernimiento han hecho que
muchos cristianos, que fueron llamados para vencer, hayan sucumbido
derrotados ante el imperio de las tinieblas. ¿Por qué sucede esto? Pienso que
las personas están siendo impulsadas a invertir de modo excesivo en el
cuerpo, con interminables tratamientos estéticos, especialmente aquellos que
promueven la prolongación de la juventud. “Pero ¿qué tiene de malo eso?”,
puede usted preguntarme. En principio, parece una preocupación legítima
que todos pueden tener, solo que, mientras se invierte tiempo, dinero,
energía y expectativas en el cuidado del cuerpo, se olvida el alma. Otros
están empeñando todos sus esfuerzos en conquistar bienes, constituir familia
y tantos otros deseos lícitos; sin embargo, no tienen el mismo empeño en la
Salvación de su alma. Eso no es razonable ni inteligente.
Hemos visto, en esta generación de evangélicos, a muy pocos que realmente
han valorado lo que es eterno. Como sabemos, el cuerpo tiene fecha de
vencimiento y, aunque el ser humano invierta “ríos de dinero” en su
mantenimiento, llegará el día en que se encontrará con la muerte y la
sepultura. Los bienes, el matrimonio, los diplomas y la buena reputación
quedarán por ahí. Pero ¿y el alma?
Pensando en esto, escribí este libro para abrir sus ojos; a n de cuentas,
nuestra batalla por la Salvación es diaria. Quien quiera disfrutar del mundo y
descuidarse un poquito en la fe, perderá su mayor guerra por falta de
vigilancia.
El diablo no está jugando a eliminar vidas o a engañar a los justos. Él
comenzó a actuar en el Edén; por lo tanto, es astuto y muy sagaz en eso. Vea,
entonces, que incluso antes de que usted naciera, el diablo ya trabajaba
incansablemente para derribar a los hijos de Dios. Satanás no descansa, no
duerme, sino que se esfuerza para hacer que el cristiano dormite en la fe y así
atraparlo.
Por eso, en este libro, expondré los disfraces de Satanás, sus artimañas de
engaño, así como su mayor arma: la mentira. Lo hago porque no hay forma
de combatir a enemigos que no conocemos. Si estamos en medio de la
batalla, necesitamos saber bien contra quién luchamos, además de su modo
de actuar, sus ideas y sus conceptos. Porque, en la guerra por la Salvación del
alma, luchamos por nuestro destino eterno.
Si usted anhela su Salvación y quiere triunfar sobre todos los obstáculos que
se interponen a esa conquista, medite en este libro, que revelará cómo usted
podrá concluir su jornada. Y, entonces, dirá con satisfacción lo mismo que el
apóstol Pablo:

He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe.


En el futuro me está reservada la corona de justicia que el SEÑOR, el
Juez Justo, me entregará en aquel día; y no solo a mí, sino también a
todos los que aman Su venida.
2 Timoteo 4:7-8

El gran premio no les será dado solamente a Pablo, a Pedro y a otras


personalidades bíblicas, sino a todos los que, de igual modo, se mantengan en
la fe hasta su último suspiro de vida.
¡Bienvenidos a la guerra!
La guerra en el Cielo
— ¡Seré como Dios! Tendré mi trono, que estará por encima del trono del
Altísimo. Todos me adorarán, verán mi poder, mi inteligencia y belleza —
vociferó Lucifer.
— ¡Nadie es y nadie será como Dios! — respondió Miguel, que carga en su
propio nombre esta verdad: “¿Quién es como Dios?”
Para callar la boca insolente de aquel que se levantaba como archienemigo
del Altísimo, Miguel dijo:
— Vinimos a ejecutar la sentencia del Señor. No hay más lugar para ti y tus
cómplices en este Reino. ¡Dios te dio todo! Fuiste el mayor de todos los
ángeles, la criatura más espléndida, dotada de las mayores bendiciones
celestiales. Ningún otro ser recibió tanta luz y con anza de parte del
Altísimo como tú, al ser elegido responsable por el ejército de Dios. Sin
embargo, el Todopoderoso vio cuando la iniquidad nació en tu corazón.
Secretamente la alimentaste, codiciando el poder y la honra que solo Le
pertenecen a Él. Podrías haber deseado Su carácter, Su justicia, Su amor,
pero, no. Has elegido abrigar dentro de ti la ira, la envidia y la maldad. El
Señor oyó tus pensamientos de rebelión contra Él. Vio hervir la perversidad
y arrasar, de tal forma, que se derramó sobre todos los que estaban a tu
alrededor. Tu “comercio”, tu negociación con los ángeles fue tu segunda
traición al Altísimo. Ellos, que anteriormente miraban a Dios, viéndolo en
toda Su gloria y majestad en los lugares celestiales, se corrompieron como tú.
¡Mira! La tercera parte del gran ejército del Señor está en tinieblas ahora.
Lucifer interrumpió a Miguel, con gritos de odio y con blasfemias sin igual.
Palabras jamás escuchadas en el Cielo, pero que se originaron en el in erno
que el querubín de la guarda ya traía dentro de sí, fueron expresadas
vehementemente contra el Señor.
— En mi reino, ¡yo seré señor! ¡No tendré que obedecer y no me arrodillaré
ante nadie! Escuchen todos: ¡nunca, y en ningún momento, me inclinaré
ante quienquiera que sea!
Con frialdad, Lucifer se dirigió a los ángeles leales y se burló de ellos.
— ¿Ustedes continuarán en esta aburrida disciplina y organización donde
solo está el deber de obedecer, servir y adorar? ¡Podemos ser iguales a Dios!
Podemos ser servidos y adorados como Él lo es. Si ustedes se pasan a mi lado,
no tendrán que someterse a las reglas, sino que recibirán homenajes, lisonjas
y alabanzas que llenen nuestro ego de alegría. Y lo mejor de todo, tendrán la
libertad de hacer lo que quieran cuando quieran. Algo imposible aquí, pues
Dios es tirano, y Su Reino es opresor. ¿Dónde se ha visto que solo podamos
hacer Su voluntad? ¡Prometo que ustedes no sentirán la menor falta de este
lugar! Aquí son esclavos, ¡pero conmigo serán libres!
Los ángeles malvados gritaban en voz alta, concordando con aquel a quien
habían elegido como su dios.
Lucifer y Miguel eran ángeles de la más alta jerarquía en el Cielo, y sus
posiciones, ahora, estaban bien de nidas, al igual que el lado que los otros
ángeles habían escogido. En este evento emblemático, era imposible ser
neutral: o se decidía por Dios y Su Reino, o por Lucifer y sus “promesas”,
las cuales eran hechas con sutileza, astucia y habilidad con el n de engañar y
tener al mayor número de seres celestiales a su lado.
Así, miríadas de ángeles, que hasta ahora habían vivido en perfecta unidad,
armonía y unión desde que habían sido creadas, dejaron en ese mismo
instante de tener conexión con el Reino de los Cielos, pues pasaron a
pertenecer a mundos incompatibles. Por lo tanto, una ruptura por siempre y
para siempre era fundamental.
Así, de aliado de Dios, el querubín ungido de la guarda se convirtió en Su
mayor adversario. Y “acusador”, “padre de la mentira”, “difamador” y
“príncipe de los demonios” pasaron no solo a de nirlo, sino también a
caracterizarlo por su carácter y forma de actuar.
Dos ejércitos en combate
Los dos ejércitos, el del bien y el del mal, entraron en combate. La batalla de
Miguel y los ángeles de Dios contra el diablo y sus ángeles corruptos fue la
primera pelea de toda la historia.
La delidad y la sed de justicia de los ángeles del Altísimo, con sus espadas de
fuego, fueron poderosas armas espirituales para empujar a las tinieblas hacia
afuera del Reino de la Luz.
Nunca más se burlarían a espaldas de Dios. Nunca más, en el Cielo, habría
interrupción de la paz, del júbilo, de la reverencia y del temor al Señor.
Nunca más, en el Cielo, habría in delidad, discordia, contienda, envidia,
maledicencia o celos, sino que reinaría eternamente el temor a Dios.
Incluso con su resistencia, Satanás fue desterrado del Cielo y privado de toda
forma de favor de parte de Dios. Este rompimiento era nal y decisivo, por
lo tanto, sin derecho a reconciliación y a un futuro retorno. En el veredicto
Divino, quedó establecido que jamás el diablo volvería a la habitación del
Todopoderoso u obtendría cualquier tipo de victoria sobre aquellos que
andan en la justicia de lo Alto.
Satanás y sus demonios (ángeles caídos) fueron, entonces, lanzados a la
Tierra, y sus actividades malignas fueron transferidas a este pequeño planeta.
Este episodio explica la furia y el deseo de venganza que Satanás mantiene
hasta el día de hoy, y mantendrá hasta el n. Él sabe que su condenación y su
destino en el lago de fuego forman parte de una decisión irreversible.
El Señor Jesús recordó esta escena tan pronto como Sus 70 discípulos
volvieron, eufóricos, de una misión.

(...) Yo veía a Satanás caer del Cielo como un rayo.


Lucas 10:18

El motivo de la gran alegría de los discípulos era la manifestación del poder


que había en el Nombre de Jesús. Cuando fueron a llevar la Palabra de
Salvación a las aldeas vecinas, recibieron autoridad para curar enfermedades y
expulsar demonios. La experiencia de ver al mal someterse a sus órdenes y
salir inmediatamente de la vida de las personas había sido algo maravilloso
para esos hombres simples, pero no era nada nuevo para el Hijo de Dios.
Después de todo, Él ya había visto hecho semejante. La caída de Satanás del
Cielo fue súbita, como un rayo que, rápidamente, sale de las nubes y llega a
la Tierra.
Esto muestra que, bajo el mandato de Dios y de Sus hijos, no hay la menor
posibilidad de que prevalezca el diablo. Cuando lo expulsamos de nuestra
vida y de la vida de las personas, él revive lo que le ocurrió, en el Cielo, en
el pasado.
El combate que comenzó en el
Cielo continúa en la Tierra
La enemistad del diablo con Dios es, por lo tanto, de larga data, y es
imposible para nosotros identi car, en el tiempo, los eventos que fueron
narrados anteriormente.
Satanás quería la posición más destacada y el trono más alto, pero su rebeldía
le garantizó el más deshonroso de los títulos y el más profundo abismo como
destino nal. Es importante saber eso, pues los contornos de la caída y de la
expulsión del diablo del Cielo muestran cómo el Señor lidia con el pecado
de la rebeldía y del orgullo.

¡Cómo has caído del Cielo, oh lucero de la mañana, hijo de la aurora! Has
sido derribado por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Pero tú dijiste
en tu corazón: «Subiré al Cielo, por encima de las estrellas de Dios
levantaré mi trono, y me sentaré en el monte de la asamblea, en el
extremo norte. Subiré sobre las alturas de las nubes, me haré semejante
al Altísimo». Sin embargo, has sido derribado al Seol, a lo más remoto del
abismo.
Isaías 14:12-15

Tú, querubín protector de alas desplegadas, Yo te puse allí. Estabas en el


santo monte de Dios, andabas en medio de las piedras de fuego. Perfecto
eras en tus caminos desde el día que fuiste creado hasta que la iniquidad
se halló en ti. A causa de la abundancia de tu comercio te llenaste de
violencia, y pecaste; Yo, pues, te he expulsado por profano del monte de
Dios, y te he eliminado, querubín protector de en medio de las piedras de
fuego. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura; corrompiste tu
sabiduría a causa de tu esplendor. Te arrojé en Tierra (...). Por la multitud
de tus iniquidades, por la injusticia de tu comercio, profanaste tus
santuarios. Y Yo he sacado fuego de en medio de ti, que te ha
consumido; y te he reducido a ceniza sobre la Tierra a los ojos de todos
los que te miran.
Ezequiel 28:14-18
Entonces hubo guerra en el Cielo: Miguel y sus ángeles combatieron
contra el dragón. Y el dragón y sus ángeles lucharon, pero no pudieron
vencer, ni se halló ya lugar para ellos en el Cielo. Y fue arrojado el gran
dragón, la serpiente antigua que se llama el diablo y Satanás, el cual
engaña al mundo entero; fue arrojado a la Tierra y sus ángeles fueron
arrojados con él.
Apocalipsis 12:7-9

En cuanto al lugar de acción del diablo, no hay duda de que está en la


Tierra, precisamente porque una guerra continúa siendo trabada aquí.
Satanás es la fuente de todo el mal que vemos en el mundo. Aunque las
personas puedan ver tanta destrucción, muchos dudan de su existencia y de
sus astutas acciones. Al ignorar esta realidad, las personas se convierten en
víctimas potenciales de sus trampas.
Lo que mucha gente no sabe es que el diablo ha estado en la Tierra desde el
principio, como muestra el libro de Génesis:

En el principio creó Dios los Cielos y la Tierra. Y la Tierra estaba sin orden
y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de
Dios Se movía sobre la superficie de las aguas.
Génesis 1:1-2

Este pasaje bíblico muestra a Dios como el Autor de todas las cosas. Así, el
mundo no surgió espontáneamente ni es obra de la casualidad, sino que se
origina en el Creador, que es la fuente de todo el bien, perfección, justicia,
excelencia, plenitud y amor. Sus primeros hechos creativos involucran a los
Cielos y a la Tierra hechos con una precisión singular, pues Su naturaleza
perfecta no forma nada imperfecto. ¿Por qué, entonces, vemos, en el
intervalo entre el versículo 1 y el versículo 2, algo que muestra una ruptura
en esta perfección Divina? Note que, en el segundo versículo, los Cielos
continúan perfectos, pero la Tierra es vista como desolada, vacía y sin orden,
como si hubiese pasado por una gran catástrofe. La oscuridad, que es vista
cubriendo la super cie del abismo, denota que había desorden y caos en la
Tierra, factores predominantes en Satanás.
Esta acción del diablo exigió del Altísimo el anuncio que dio origen al
mundo conocido por nosotros:

(...) Sea la luz. Y hubo luz.


Génesis 1:3

Nada puede ser concebido por Dios y para Dios en medio de las tinieblas,
por eso Él disipa la oscuridad primero. Esa luz no solo se re ere a la claridad,
pues este es el primer día de la Creación, y las lumbreras fueron creadas
recién el cuarto día. Entonces, esa luz puede ser entendida como una fuente
de calor, de energía, por la cual toda la vida vegetal, animal y humana
comenzaría a desarrollarse. Pero, también, puede ser luz en el sentido
espiritual, al traerle a Su futura obra (el ser humano) el entendimiento sobre
todos Sus hechos.
Vale la pena mencionar que una de las características de la luz es revelar todas
las cosas para que nada quede escondido y, así, podamos andar y actuar con
seguridad. Por otro lado, la oscuridad es opresora, causa miedo, esconde
peligros y distorsiona realidades. Por ese motivo, fue disipada por el Señor al
comienzo de la Creación.
Todo esto estaba siendo hecho bajo la atenta mirada de Satanás quien,
acechando, observaba cada nuevo movimiento que tenía lugar en la Tierra.
Él veía cuando los decretos de Dios daban origen a millones de nuevas cosas.
Sin embargo, una obra sin igual llamó su atención: Adán, el primer ser
humano creado a imagen y semejanza de Dios.
Ahora, ya no era la Palabra del Altísimo el Agente de la Creación: el propio
Señor había tomado en Sus Manos el polvo de la tierra y había comenzado a
trabajar.
El Señor modelaba el barro según Su imagen y semejanza, es decir, Se
tomaba a Sí mismo como modelo en la creación de ese nuevo ser. Adán sería
el espejo de su Creador. Es decir, estaría completamente dotado de capacidad
moral para compartir los atributos Divinos, como justicia, bondad, amor,
delidad, entre tantos otros. Además, sería intelectualmente apto para
razonar, crear, hacer elecciones y decidir. Y, socialmente, tendría la habilidad
de relacionarse y mantener comunión con Dios y con su semejante. Por n,
el diablo se quedó atónito cuando vio a Dios soplar en las fosas nasales de esa
pequeña criatura Su propio aliento. Ahora, el barro se había convertido en
un cuerpo con alma y espíritu, una composición primorosa como nunca
había sido vista.
Satanás recordó el día en que fue creado como ángel de luz, y que había
sido, hasta entonces, la más bella y radiante Obra del Altísimo. Por eso, se
aterrorizó al ver a una nueva criatura siendo hecha, la cual lo superaría y
sería objeto de un amor y una dedicación incomparables.
En esa observación minuciosa, Satanás vio que Adán, además de ser
inteligente y perfecto, había recibido autoridad para dominar sobre toda la
Tierra. Al hombre también se le había otorgado una compañera y, así, ambos
poblarían la Tierra, que antes había sido un lugar de tinieblas.
Otro punto llamó la atención del exquerubín: Dios apreciaba tanto
relacionarse con Adán y Eva que todas las tardes descendía para hablar con
ellos y ayudarlos a desarrollar sus talentos.
Así, el nefasto sentimiento del diablo contra Dios creció tremendamente, y
era ese sentimiento lo que lo motivaba a intentar herirlo de cualquier forma.
Cuando vio, entonces, que el ser humano era muy amado por el Altísimo,
de nió que ahora ese sería su mayor objetivo, ya que acababa de encontrar
una manera de afectar al Creador.
— Mi primera embestida será justamente en el punto en el que yo mismo
caí — le dijo Satanás a uno de sus más altos subordinados.
— ¿A qué te re eres? — preguntó el ángel caído.
— Al igual que nosotros, Adán y Eva fueron creados con libre albedrío.
Tienen libertad tanto para obedecer como para desobedecer a Dios.
— Pero ellos están cercados por el poder y por la bondad del Creador. No
será fácil hacer que se vuelvan contra Quien les proporciona absolutamente
todo.
— Aunque hayan recibido toda esta Tierra de regalo, existe el fruto de un
árbol en el huerto del cual no pueden comer, porque Dios lo ha
determinado. Y es en ese punto donde los atacaré. Yo sé qué hacer para
convencerlos de desobedecerlo y, así, tornarse como nosotros.
La caída del hombre
Una vez expulsado del Cielo, el diablo podría haber reconocido su derrota,
aceptado su condena y haberse retirado al lugar de desgracia que, por sus
propias actitudes, eligió para sí. Pero, no. Satanás decidió continuar la guerra
que comenzó en el Cielo. Y, ya sabemos de antemano que, por libre y
espontánea voluntad, jamás se retirará de la batalla. Será nuestro Señor Jesús
Quien, en el nal de los tiempos, pondrá un n a este con icto, como
muestra el libro de Apocalipsis (20:10).
El diablo no se rinde voluntariamente porque su naturaleza es demasiado
orgullosa para admitir que erró y perdió. Al contrario, elige enfrentar a Dios
indirectamente en la Tierra. Así, instigado por su odio, ocupa todo su
tiempo en represalia al Señor por el castigo sufrido. Lo hace tratando de
afectar al ser humano, que es la imagen de Dios. Los primeros que
experimentaron su crueldad fueron Adán y Eva.
El archienemigo del Altísimo vio que tanto el hombre como la mujer
disfrutaban de una intimidad con Él, algo nunca experimentado por otra
criatura. Por eso, embistió implacablemente para destruirlos.
Satanás estudió cada paso de la vida cotidiana de esa pareja en el huerto. Vio
cuando Adán recibió la orden de Dios de que ni él ni Eva comieran el fruto
de un árbol en particular, bajo pena de sufrir las consecuencias de esa
transgresión. Perspicaz, el diablo proyectó su ataque insidioso justamente en
ese punto, porque, al desobedecer, Adán y Eva estarían rebelándose contra
un Mandamiento de Dios.

Y ordenó el SEÑOR Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto


podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no
comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás.
Génesis 2:16-17

Es importante destacar que en el huerto del Edén había una ora


extraordinaria, con árboles de todas las especies, para el deleite de Adán y
Eva. Sin embargo, la presencia de un árbol en particular, llamado por Dios el
“árbol del conocimiento del bien y del mal”, tenía el objetivo especí co de
probar la obediencia voluntaria de la primera pareja terrenal.
El Creador había sido extremadamente generoso al crear al ser humano,
dándole lo mejor de Sí. Como vimos, al principio, Él preparó la Tierra con
todas sus maravillas, plantó el huerto del Edén, y solo después creó a Adán.
Esto muestra que Dios actuó como un padre que, con cariño y cuidado,
preparó el ambiente para la llegada de su hijo. Frente a eso, no hay nada más
justo que el ofrecimiento del amor y la lealtad de esas criaturas, y la
aceptación de buen grado de la autoridad de Quien las creó.
Satanás, que había vivido en el Cielo, conocía el modo de actuar del
Altísimo. Por eso, sabía que, por Su carácter y Su Santa Naturaleza, Dios
nunca obligaría a las personas a someterse a Él, sino que esperaría que ellas,
espontánea y agradablemente, se rindiesen a Su voluntad.
Así sucedió con los ángeles. Como nosotros, ellos nunca fueron programados
para obedecer y servir, sino que tenían el privilegio de escoger qué hacer
con la libertad que les había sido dada: amar a Dios o rebelarse contra Él.
Así, vemos que darles libertad y espacio a Sus criaturas, para que ellas
mani esten sus voluntades, es algo que el Señor aprecia mucho. Él hace eso
porque busca relaciones verdaderas y expresiones de amor verdaderamente
sinceras.
Entonces, en el caso de Adán y Eva, el Altísimo no cercenó la libertad de
ellos, no los reprimió ni marcó de cerca a la pareja, ¡por lo contrario! Dejó el
árbol del “conocimiento del bien y del mal”, precisamente en medio del
huerto, para que el hombre y la mujer pudieran, por su propia cuenta,
decidir obedecer o desobedecer; honrar o deshonrar a su Creador. Ese árbol
hubiera podido estar fuera de los límites del huerto, para di cultar el acceso a
él, pero no. Dios lo dejó al alcance de Adán y Eva para que ellos,
voluntariamente, obedeciesen a Su orden o no.
Sigue siendo del mismo modo hoy. El Altísimo muestra Su amor y Su
justicia al darnos la libertad de elegir nuestros propios caminos. Incluso, Él
respeta si decidimos seguir lo que es malo. Somos libres para tomar nuestras
decisiones, pero no podremos evitar las malas consecuencias de esas actitudes.
Un nuevo rumbo en la historia
Los primeros tres capítulos de la Biblia revelan toda la historia del mundo y
el porqué de que humanidad esté en ruinas. Claramente, vemos el comienzo
de todo, el propósito de la Creación, el primer estado perfecto del hombre y,
luego, cómo tuvo lugar su caída y su degradación. Los versículos iniciales del
capítulo tres de Génesis tienen la narrativa más triste y, al mismo tiempo, más
reveladora de las Escrituras, ya que muestran cómo el diablo actúa para
engañar y derribar a alguien.
El primer punto para destacar es que, si Dios había ordenado no comer de
ese árbol, porque causaría la muerte, entonces Adán y Eva deberían pasar
lejos de él, no poniéndose en riesgo de pecar o de jugar con el peligro. Sin
embargo, no fue eso lo que hizo la mujer. Llevada por su curiosidad, Eva se
expuso a la tentación cuando decidió observar el árbol y sus frutos. Ella
estaba sola y, por eso, más vulnerable al ataque del mal. Sin Adán cerca, sería
mucho más fácil convencerla de desviarse del propósito Divino. El diablo,
entonces, sin perder tiempo, decidió aproximarse para engañarla.
Muchas veces, actuamos por impulso y, de repente, en un arrebato, tomamos
una decisión. Pero Satanás, a diferencia de nosotros, actúa con precisión,
porque no tiene prisa. Todo lo que hace es estrictamente planeado. Antes de
atacar a una persona, la examina para conocer sus gustos, sus inclinaciones y
sus debilidades. Hace eso para ofrecerle a su víctima una propuesta que es
“irresistible” a sus ojos, de acuerdo con sus preferencias.
Para ilustrar esto, podemos comparar el modus operandi del diablo con la
táctica de atrapar a un simple ratón o a un pez, por ejemplo. En la trampa
para ratones, no se coloca un trozo de chocolate, sino de queso, precisamente
porque el ratón aprecia ese manjar. Así también hace el pescador, que coloca
una atrayente carnada en su anzuelo, de acuerdo con el pez que quiere
pescar.
Satanás, asimismo, usa diferentes estrategias para alcanzar el éxito que
pretende. Es decir, miente y usa a personas, de las más variadas maneras, para
atraer a quien desea. En el caso de la tentación de Eva, el diablo no se mostró
como realmente era, sino que tomó el cuerpo de una serpiente, haciendo
que la mujer se maravillara con lo que veía. La serpiente estaba por delante
de los otros animales, tanto en belleza como en vivacidad e inteligencia, por
eso el diablo la eligió para alcanzar su objetivo.
En sus planes malignos, el diablo estaba listo para ofrecer las mejores ventajas
— nunca desventajas —, tal como lo había hecho en su rebelión en el Cielo.
Su poder de persuasión es tan grande que puede hacer que incluso la hiel
parezca miel.
Para involucrar a una persona y llevarla a pecar, Satanás dirá todo lo que a
ella le gusta escuchar y nunca hablará de las consecuencias de aquel pecado y
de lo mucho que sufrirá si cae en su labia. El diablo es maestro en disfrazar y
ocultar sus verdaderas intenciones, y también los efectos de la desobediencia
a Dios. Por ejemplo, nunca mostrará que la falsa libertad ofrecida por él
tornará al ser humano espiritualmente esclavo y que lo llevará por el camino
de la muerte eterna, hasta el día en que decida entregarse a Dios. Si de
Satanás depende, el hombre nunca conocerá versículos como los siguientes:

Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida


eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
Romanos 6:23

Después, cuando la pasión (deseo de la carne) ha concebido, da a luz el


pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte.
Santiago 1:15

Y si, por casualidad, alguien se entera, Satanás intentará cegar su


comprensión para que no entienda lo que el Texto Sagrado realmente dice.
El paso a paso de la caída
Veamos, entonces, el paso a paso de las estrategias utilizadas por Satanás para
engañar a Eva:
1. Cuando se dirigió a la mujer, él le hizo una pregunta: “(…)
¿Conque Dios os ha dicho: «No comeréis de ningún árbol del huerto»?” (Génesis
3:1).
Su objetivo, al interrogar a Eva, era saber lo que había entendido con
respecto al Mandamiento de Dios y, al mismo tiempo, crear un
malentendido con su propia respuesta, haciendo que ella se confundiera. Él
sabía bien lo que Dios había dicho, de la misma manera en la que conoce la
Biblia de memoria, para adulterarla según lo que le conviene.
Usted ya debe haber visto a alguien construir un gran problema con una
verdad a medias, ¿no? Esto es porque mezclar verdad con mentira es una
herramienta del in erno en la práctica del engaño. Quien escucha este tipo
de conversación tergiversada, sin discernimiento espiritual, seguramente será
involucrado en una confusión.
Eso fue lo que le pasó a Eva. Sin darse cuenta, estaba teniendo un diálogo
extremadamente peligroso con Satanás. Ella escuchó, de la boca de la
serpiente, la Palabra de Dios completamente distorsionada, pues, como
muestran las Escrituras, el diablo tiene su “enseñanza” y su objetivo es llevar
al ser humano a desviarse de la fe (1 Timoteo 4:1). Sin embargo, esto es
hecho muy sutilmente para que aquel que es objetivo del mal no se dé
cuenta de que camina a grandes pasos hacia su propia ruina.
Eva no se dio cuenta de cuán vulnerable e involucrada estaba en esas
circunstancias, y le respondió a la serpiente de la siguiente manera:

(…) Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del
árbol que está en medio del huerto, ha dicho Dios: «No comeréis de él, ni
lo tocaréis, para que no muráis».
Génesis 3:2-3
Con su a rmación, Eva demostró que sabía que era libre para comer de
todos los frutos de los árboles, con excepción de uno. Añadió, inclusive, lo
que Dios no había dicho: “no tocar”. Es decir, ella había sido muy bien
instruida; por lo tanto, no habría excusas para el error que iba a cometer.
2. El siguiente paso del diablo fue más osado: “Y la serpiente dijo a la
mujer: Ciertamente no moriréis. Pues Dios sabe que el día que de él comáis, serán
abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-
5).
Vea la estrategia del mal. Aquel que es el engañador acusa a Aquel que es
Santo y Perfecto de engañar a Adán y Eva. En otras palabras, el diablo dijo
que Dios había mentido al ocultarles la verdadera razón para no comer ese
fruto. Además, a rmó que el límite establecido por el Señor al ser humano
“mostraba” que Él no era tan bueno como pensaban Sus criaturas.
Al hacer falsas promesas y acusaciones, la serpiente eliminó por completo las
consecuencias del pecado. Satanás dijo que Adán y Eva no morirían, sino
que tendrían una comprensión mucho mayor, pues sus ojos se abrirían para
conocer otras realidades y por lo tanto se volverían como Dios. A Satanás
solo le faltó decir lo bueno que era por revelarles “toda la verdad” — a n de
cuentas, nadie merece vivir “engañado”.
3. La siguiente táctica del diablo fue simulación pura: La expresión
“Dios sabe”, al comienzo de su respuesta a la mujer, sugiere que Dios
entiende todo y le cierra los ojos a lo que las personas hacen. Fue una forma
que la serpiente encontró para minimizar la desobediencia al Altísimo. ¿No
es “Dios sabe” ampliamente utilizado hoy para justi car debilidades, caídas al
pecado, entre otros errores? ¡No olvide que quien usó por primera vez el
término “Dios sabe” fue el diablo en el Edén!
A partir de entonces, vemos que, en tan poco tiempo y en un diálogo tan
corto, el diablo logró suscitar las peores dudas en Eva sobre el carácter y la
integridad de Dios, porque puso en jaque a Su Palabra.
Sabemos que la duda genera perturbación, oscurecimiento del
entendimiento y pérdida de con anza en el Señor, y fue eso lo que sucedió
con Eva. Al creer en las mentiras del diablo, dejó de creer en la Palabra de
Dios y dudó de Él. Así, mostró tener fe en la palabra del diablo e
incredulidad en la Palabra de Dios.
Desafortunadamente, esto sucede todos los días. Por ejemplo, ¿cuántos hijos
fueron orientados por sus padres sobre el peligro de las drogas, pero la hábil y
convincente charla de un “amigo” los hizo ignorar los buenos consejos, y así
terminaron por tomar el camino de las adicciones? Eso muestra que esos
hijos le dieron más crédito a la palabra atrayente del amigo que a la palabra
de los padres, que podría ser dura, pero era lo que necesitaban escuchar.
4. Otra promesa mentirosa del diablo fue que Adán y Eva serían
como Dios: “(…) y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal” (Génesis 3:5).
Vea bien, en la Creación, Adán y Eva ya tenían la imagen y la semejanza del
Creador. Sin embargo, ese privilegio sufriría una distorsión si pecaban. Y fue
lo que sucedió. A n de cuentas, ¿cómo un hombre caído, degradado en
iniquidades, re ejaría la santidad y la justicia de su Creador?
Sé que, en este momento, hay muchas personas involucradas en situaciones
de peligro. Están escuchando la misma voz del mal que dice: “¡Lo harás solo
hoy!”; “¡Nadie descubrirá lo que hiciste!”; “¡Todos lo hacen!”; “No hay
nadie viendo”, etc. Pero todas esas sugerencias se resumen a lo que la
serpiente le dijo a Eva: “Ciertamente no moriréis”. Y eso los ha instado a
prostituirse, a ser adúlteros, a robar, a mentir, a ngir y a cometer otros actos
que desagradan a Dios.
Si Eva hubiera sabido, al menos un poquito, lo que realmente le sucedería a
ella, a su marido, a su familia y a toda la humanidad, jamás hubiera comido
el fruto. Si la mujer pudiera, en una fracción de segundo, vislumbrar algunas
consecuencias de su acto, vería que:
• Habría separación entre el ser humano y Dios, pues el Señor ya no
podría tener la misma comunión con ellos como tenía todas las tardes;
• Tanto ella como Adán serían expulsados del Paraíso;
• Solo con mucho sudor y di cultad podrían conseguir su propio
alimento;
• La muerte física, oriunda de la vulnerabilidad del cuerpo, vendría a
través de enfermedades, violencia, tragedias y otras formas de sufrimiento;
• Ellos comenzarían a vivir con la culpa y la tortura de su propia
conciencia, a causa de la desobediencia;
• Tendrían en sí el aguijón del pecado, es decir, una inclinación constante
a hacer lo que es malo;
• El ser humano, en la condición de pecador, estaría condenado a vivir
eternamente separado de Dios (Efesios 2:1);
• El parto para las mujeres comenzaría a ser con dolor y sufrimiento;
• Ellos enfrentarían problemas familiares gravísimos, como el asesinato de
un hijo a manos de su propio hermano.
Si hubiese sabido de todo ese mal, con certeza Eva no habría pecado. Si solo
hubiera con ado en la instrucción del Altísimo, no habría experimentado el
dolor. Pero, como no fue obediente, solo le restó esperar a ver que todo eso
sucediera en su vida.
¿Por dónde entró el pecado?
Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era
agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría,
tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y
él comió.
Génesis 3:6

Eva fue convencida por la palabra del diablo y creyó que el fruto era bueno,
entonces sus ojos lo codiciaron hasta agarrarlo para probarlo. Satanás “acertó
con las palabras”. Es decir, como ya vimos, él estudió a Eva y le dijo
exactamente lo que ella deseaba oír: ¡ustedes tendrán los ojos abiertos de tal
manera que serán mucho más de lo que son ahora y sabrán mucho más de lo
que ya saben!
Así, ella deseó tener más conocimiento, más poder y más sabiduría, a pesar
de que Dios, al crearlos perfectos, ya les había dado todo eso. Las promesas
satánicas eran, entonces, mentirosas. Basta con pensar: ¿cómo alguien se
tornará mejor experimentando lo que es malo? ¿De qué forma alguien va a
ser semejante a Dios actuando de manera incorrecta e injusta?
Lo peor es que Eva estaba tan convencida de que actuaba bien que, no
satisfecha con comer el fruto sola, le llevó el mismo “alimento envenenado”
a su marido. Si solo ella lo hubiera ingerido, solo ella habría muerto. Pero,
normalmente, quien peca lleva a otros también a pecar.
Cuando Adán, pasivamente, aceptó el fruto de la mujer, el pecado alcanzó a
toda la raza humana. Ambos no guardaron la Palabra de Dios, no protegieron
sus ojos y sus oídos y, por eso, la caída ocurrió.
Todos los demonios se juntaron para ver al diablo en acción en el Edén, pues
aquel era un momento decisivo para el ejército del mal. Satanás sabía que, si
llevaba a Adán y a Eva a pecar, ganaría parte de la guerra que había declarado
contra Dios. Cuando él lo logró, todos los ángeles caídos se reunieron
rápidamente para celebrar. Eso fue motivo de esta en el reino de las
tinieblas; a n de cuentas, ellos ya no serían los únicos condenados a muerte
eterna. Ya no estarían solos en el in erno.
Satanás y sus demonios esperaban eufóricos por el momento de la reprensión
de Dios a la pareja. Apostaban a que Adán y Eva serían expulsados del
Paraíso, tal como ellos habían sido expulsados del Cielo en el pasado.
Sin embargo, lo que no sabían es que el reino de las tinieblas siempre pierde,
incluso cuando parece ganar. ¿Sabe por qué? Porque el Todopoderoso, en Su
soberanía in nita, ha provisto no solo la solución al pecado que entró en la
humanidad, sino también la derrota de Satanás aquí en la Tierra. El diablo,
que ya había sido vencido en el Cielo, sería aplastado en el cumplimiento del
plan de redención para el hombre, con la venida del Señor Jesús al mundo.
Satanás y sus demonios, aunque no lo aceptaran, ya habían sido derrotados el
día en que se habían convertido en enemigos de Dios, ¡y no era posible
revertir eso!
Pero el diablo ignoraba esa realidad mientras era ovacionado por sus
demonios en el in erno. Él y su gentuza reían y comentaban las tácticas de
su golpe, al mismo tiempo que, en la Tierra, Adán y Eva descubrían que
habían sido engañados y que cosecharían los frutos del pecado.
Las consecuencias de la caída fueron muchas, y entre ellas está el hecho de
que el hombre se haya convertido en lo opuesto de lo que, originalmente,
había sido formado. En la condición de perfectos, antes del pecado, ni Adán
ni Eva experimentarían la muerte, ya sea física o espiritual. Sin embargo,
debido a la desobediencia, sus cuerpos pasaron a tener fecha de vencimiento.
Así, comenzó un lento proceso de deterioro en el momento en el que
mordieron ese fruto. Por su parte, en el plano espiritual, si el sacri cio en la
cruz no hubiera sido ofrecido por el Señor Jesús, nadie tendría acceso a la
vida eterna.
A partir de entonces, espíritu, alma y cuerpo, que antes vivían de forma
armoniosa, comenzaron a vivir divididos. El alma, anteriormente creada para
ser guiada solamente por Dios, pasó a ser conducida y altamente in uenciada
por las emociones, por el diablo y por el mundo. Debido a eso, el ser
humano, siendo solo alma viviente, sin la dirección del Espíritu del Creador,
está destinado a la perdición.
Estamos en una guerra
Frente a las enseñanzas sobre el origen de Satanás, su expulsión del Cielo y la
caída de Adán y Eva, estoy seguro de que quedó muy claro para usted que
estamos todos involucrados en una guerra, en la cual debemos posicionarnos.
Y una de las principales estrategias de guerra es reunir el máximo de
informaciones sobre su enemigo. Cualquier soldado es consciente de que
corre serio riesgo de morir al ir a un campo de batalla sin saber contra quién
o contra qué lucha. Por lo tanto, es fundamental entender cómo el diablo
actúa, trama, ataca y se organiza. Pero hablaremos más sobre esto en los
siguientes capítulos.
Por ahora, debemos entender que no podemos subestimar la astucia de
Satanás. Recuerde: él logró seducir a un tercio de los ángeles en el Cielo a
rebelarse contra el propio Dios. Si convenció a seres perfectos, que vivían
delante de la excelsa gloria del Eterno, a traicionar a su propio Creador, ¿qué
puede hacer con los seres humanos imperfectos que nunca vieron al
Altísimo?
Para que nadie caiga en la estafa maligna, el Espíritu Santo nos advirtió, a
través de Pablo, que no ignoremos los ardides del diablo, que son sus muchos
arti cios, planes y medios utilizados para hacernos mal. Por lo tanto, no
podemos ser ingenuos, distraídos o ignorantes, porque estamos en medio de
un intenso con icto espiritual, y solamente estando vigilantes impediremos
que él nos venza (2 Corintios 2:10-11). Su objetivo no es solamente
causarnos tristeza o pequeñas pérdidas y molestias, sino acabar con nuestra
vida y llegar a nuestra alma.
Así como Eva cayó por la curiosidad, muchos cristianos también han sido
enganchados por esa carnada. Conocí a un pastor que estaba mirando fútbol
por internet. Al costado de su dispositivo electrónico, comenzaron a aparecer
anuncios de publicidad con bellas mujeres. Hizo clic en una de esas imágenes
y vio que era contenido pornográ co. En lugar de desconectarse, un clic
condujo a otro, y así, durante meses, estuvo atrapado en la inmoralidad y la
perversión. A causa de la falta de vigilancia y de temor, su acto culminó en
una vida espiritual devastada. Ese hombre, que había sido el hasta entonces,
perdió su ministerio y casi pierde su matrimonio. Lamentablemente,
conozco cientos y cientos de casos como ese. Esas personas no estaban
determinadas a pecar, pero fueron involucradas en una situación casi sin
vuelta atrás por no estar atentas a las trampas del diablo.
Satanás, por lo tanto, actúa como un virus preparado por un hacker, enviado
a través de un link con un título muy llamativo. Una vez que la persona hace
clic, su computadora se infecta, sus datos son robados, su cuenta bancaria es
invadida y un desastre ocurre en su vida.
Queremos desenmascarar a las tinieblas y advertirles a todos que estamos en
una guerra espiritual. Es importante dejar muy en claro que no se trata de
una guerra física, sino de una guerra de la fe, ¡y por la fe! Piense conmigo,
esta guerra solo existe porque hay algo precioso para conquistar.
Vea, si hay guerra en este mundo por la conquista de un poder momentáneo,
¡imagínese si se trata de un poder eterno, como el Reino de los Cielos!
Por eso, todos los días, Satanás se opondrá a nuestra fe. Él hará de todo para
engañarnos y evitar que permanezcamos eles a nuestro Señor, tal como lo
hizo con Eva. Corremos, entonces, los mismos riesgos que los padres de la
raza humana corrieron:

Pero temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva,
vuestras mentes sean desviadas (...)
2 Corintios 11:3

Muchos caen como víctimas del diablo, porque, en algún momento, no


actuaron como un soldado del Reino de Dios. No se vistieron con Su
armadura. No estuvieron atentos al combate. Por lo contrario, vivían basados
en la fe emotiva, en los sentimientos del corazón, y no se puede guerrear por
la Salvación eterna del alma actuando de ese modo.
El alma aspira por emociones, sensaciones, aplausos y todo lo demás que
satisface a la carne. Sin embargo, para conquistar la vida eterna o el Reino de
los Cielos, no se deben usar los sentimientos, sino la razón, la fe con
inteligencia y el discernimiento espiritual.
El Señor Jesús dijo: “Y desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de
los Cielos sufre violencia, y los violentos Lo conquistan por la fuerza” (Mateo
11:12).
¿Cómo es posible apoderarse del Reino de los Cielos sin violentar la propia
voluntad? ¿Cómo es posible salvar el alma por la fe usando las emociones?
¿Cómo es posible vencer una guerra con los sentimientos? Si es por la fe,
entonces se debe luchar contra los deseos del propio corazón. Si es por la fe,
entonces ¡es por la guerra! Guerra contra las tinieblas de las dudas. Guerra
contra las propuestas de facilidades del mundo. Guerra contra las
inclinaciones de la carne.
Los sentimientos, las emociones y las sensaciones son herramientas del
corazón corrupto y engañador. Por otro lado, la fe es certeza absoluta. Quien
usa la fe como arma de ataque y defensa, jamás puede contar con la
colaboración del corazón. Por el contrario: en la guerra contra el reino del
mal, el corazón se convierte en el aliado del diablo al suscitar las dudas.

Porque las armas de nuestra contienda no son carnales (emociones y


sentimientos del corazón), sino poderosas en Dios (fe racional) para la
destrucción de fortalezas.
2 Corintios 10:4
Cómo el diablo actúa hoy
Estoy seguro de que, con todo lo que ya vimos hasta aquí, todos están
conscientes de la existencia del diablo, así como de su origen y de los
motivos de su caída. Y no vamos a parar por ahí. Trataremos aún más sobre
su personalidad, sus voluntades, su carácter, sus planes y sus debilidades, con
el n de lanzar el máximo de luz sobre las tinieblas y subyugar el mal con la
fe inteligente que el Espíritu Santo nos ha revelado. Pues, si el diablo actúa
en oculto y con mentiras, nosotros, a la luz, desenmascararemos sus obras y
promoveremos un conocimiento que trae la liberación, como está escrito:

Y conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres.


Juan 8:32

Nuestro interés, con esto, es que cada persona entienda que vivimos en
medio de una guerra espiritual feroz y sin tregua. Por eso, no podemos
desconocer las estrategias y las trampas del mal, ya que corremos el riesgo de
tornarnos un trofeo en las manos de ese enemigo.
Adán y Eva fueron los primeros. Al ser tentados, cayeron delante de la
serpiente, y aún hoy esta continúa en acción, haciendo, todo el tiempo,
propuestas aparentemente “fascinantes” para engañar al ser humano. Y lo
peor es que incluso personas sinceras se han tornado sus víctimas, a lo largo
de todas las generaciones y culturas, independientemente de la edad, género
o clase social. Por ese motivo, la Biblia puede ser considerada el libro que
más habla sobre la guerra, pues en ella están registradas no solo las guerras
físicas y literales enfrentadas por reyes y guerreros, sino también las
espirituales, combatidas diariamente en el interior de cada persona. La
Palabra de Dios nos alerta y nos habilita a que venzamos nuestras batallas
diarias por el mantenimiento de la fe y por la conquista del Reino de los
Cielos.
Para eso, debemos entender que, antes de que esa guerra sea nuestra, es del
SEÑOR, pues comenzó con Él, en el Cielo. Por esa razón, el Altísimo,
prontamente, nos ofrece todos los recursos espirituales para que salgamos
victoriosos y arruinemos los planes del diablo.
Vea eso en el libro de Isaías:

No temas, porque Yo estoy contigo; no te desalientes, porque Yo Soy tu


Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la
diestra de Mi justicia. He aquí, todos los que se enojan contra ti; serán
avergonzados y humillados; los que contienden contigo, serán como nada
y perecerán. Buscarás a los que riñen contigo, pero no los hallarás; serán
como nada, como si no existieran, los que te hacen guerra. Porque Yo
Soy el SEÑOR tu Dios, que sostiene tu diestra, que te dice: «No temas, Yo
te ayudaré».
Isaías 41:10-13

Dios es conocido, en Su Palabra, como “el Señor de la Guerra”. Y vemos,


por la historia de Israel, que Él aprecia derrotar a Sus enemigos por medio de
Sus siervos. No es en vano que la identidad del Altísimo esté asociada a la
guerra, pues Sus hechos son poderosos al frente de un gran ejército.

El SEÑOR es Varón de guerra; el SEÑOR es Su Nombre.


Éxodo 15:3 RVR1960
El SEÑOR de los Ejércitos
¿No es increíble encontrar, en un único versículo, tres veces el título “Señor
de los Ejércitos”? Para mí, eso signi ca que Dios quiere despertar a los
valientes y suscitar el coraje en Su pueblo para enfrentar a todas las huestes
del diablo.

Diles, pues: Así dice el SEÑOR de los Ejércitos: “Volveos a Mí” — declara
el SEÑOR de los Ejércitos — “y Yo Me volveré a vosotros” — dice el
Señor de los Ejércitos.
Zacarías 1:3

Dios es SEÑOR del ejército de ángeles en el Cielo, del ejército de estrellas en


el rmamento y del ejército de hombres y mujeres que Le sirven en la
Tierra. Su poder es in nito, Sus recursos son ilimitados, por lo tanto, no
puede haber excusas para el fracaso.
La repetición del título “SEÑOR de los Ejércitos” debe estar vivaz en nuestra
mente para recordarnos que, si nacemos de lo Alto, formamos parte de un
ejército que triunfa siempre, no importando el tamaño de la batalla, el grado
de di cultad o las armas del enemigo.
Los pueblos de todas las naciones conocían bien la importancia de un
ejército en aquella época, pues vivían en constantes con ictos. Las guerras
ocurrían para tomar territorios del otro, para saquear sus bienes o, incluso,
para imponer pesados impuestos. Había también guerras por motivos
religiosos o para apoderarse de los recursos naturales de una determinada
región, como el agua, por ejemplo.
Por eso, cuando Dios Se identi có ante Su pueblo como “Señor de los
Ejércitos”, sabía que Israel entendería bien ese lenguaje, ya que la nación
vivía teniendo que defenderse de amenazas, construir fuertes y altas murallas
alrededor de sus ciudades y mantenerse en vigilancia 24 horas para no ser
tomada por sorpresa por los enemigos. Esa fue la manera que el
Todopoderoso usó para que Israel se jara en Su Palabra y entendiera el
propósito Divino para sus vidas.
“Así dice el SEÑOR de los Ejércitos”, quiere decir que Él es el SEÑOR de la
victoria. Él es el Señor que nos garantiza prevalecer en la fe, en la vida,
prevalecer sobre el in erno y permanecer dentro del Reino de Dios. Por lo
tanto, es el SEÑOR de los Ejércitos Quien tiene todas las armas de la guerra
espiritual, o sea, todo el poder y toda la autoridad para conducir a Sus siervos
al triunfo.
Pienso que, al repetir que Él es el SEÑOR de los Ejércitos, Dios quiera
mostrar que muchas personas, a pesar de oír o leer al respecto de Su poder,
no entienden que ese poder está a disposición de ellas. Aunque la
explicación bíblica sea clara, gran parte de los cristianos no vive la Palabra de
Dios. Frente a eso, las promesas gloriosas de las Sagradas Escrituras no pasan
de ser informaciones para ellos. Esa es la razón por la cual muchos están
débiles espiritualmente y coleccionan derrotas.
El Altísimo Se ocupa de resaltar tres veces Quién Él es para que usted, que
está abatido, fracasado o que vive una fe hipócrita y emotiva, nalmente se
despierte. Y, principalmente, para usted que dice: “El SEÑOR es mi Pastor y
nada me faltará”, pero que, en la práctica, le falta de todo: felicidad en el
matrimonio, dinero, salud, trabajo y el pan nuestro de cada día.
Pero ¿por qué ocurre eso? En mi opinión, el SEÑOR no ha sido de hecho su
Pastor, porque usted se resiste a oír Su Voz y a obedecerla. A causa de eso, Él
no lo guía a los lugares de verdes pastos. Usted conoce la Biblia y sabe lo que
tiene que hacer, pero no lo hace.
Tal vez usted intente servir al SEÑOR a su manera; sin embargo, no hay
siervos que sirvan a sus señores según sus propias voluntades. La persona que
se coloca como siervo del Señor Jesús, por ejemplo, tiene que servirlo a la
manera de Él, y no a su propia forma. Del mismo modo, si la persona sirve al
diablo, no tiene escapatoria o elección, pues tiene que servir a la manera que
él quiere y que le gusta; de lo contrario, el mal la castigará.
Conocí a personas que sirvieron a espíritus, guías y entidades en la brujería y
que las amenazaron con quebrarles las piernas si no hacían determinado
ritual de la forma exacta como les había sido pedido. Lo extraño es que hay
personas que le tienen miedo al diablo y, por eso, lo sirven con todas sus
fuerzas; no obstante, hay cristianos que actúan sin temor para con el Dios
Eterno. El motivo de eso es que Le sirven de forma relajada, porque no Lo
tienen como SEÑOR y gran Rey.
Vengo predicando y hablando sobre el SEÑOR de los Ejércitos hace décadas y
he enfrentado las peores oposiciones del in erno. Si el SEÑOR de los
Ejércitos no estuviera conmigo, ¿cree que yo estaría aquí? ¿No cree que las
entidades y toda clase de espíritus inmundos ya me habrían destruido? ¿No
me habrían sobrepasado? Entonces, ¿por qué permanezco de pie? A pesar de
toda la envidia, de toda la polémica que crean en torno a mi nombre, de
todas las acusaciones y de todo el in erno, continúo aquí porque es al
SEÑOR de los Ejércitos a Quien sirvo y es por el SEÑOR de los Ejércitos que,
todos los días, desafío al engaño y a los dioses de este mundo.
Esta es mi fe y la fe que predico en la Iglesia Universal del Reino de Dios. ¡Y
a quien cree así lo invito a venir conmigo para que destruyamos el in erno!
Pero a quien no cree, no lo puedo ayudar, no puedo hacer nada.
Nuestra prédica es intrépida porque no hay forma de ignorar la guerra
espiritual instaurada en este mundo. Esta guerra está implantada incluso en
nosotros mismos, pues, para que obedezcamos la Palabra, necesitamos vencer
a nuestra propia carne que, todo el tiempo, milita en oposición a la voluntad
de Dios (ver Gálatas 5:17).
Es solamente por la guerra espiritual que hombres y mujeres, comprometidos
con el Evangelio, llevan la Luz hacia donde hay tinieblas, con el n de que
almas sean conducidas al Señor Jesús y sean libres de la esclavitud espiritual y
de la muerte eterna.
Entonces, quien ignore la realidad de la pelea entre el bien y el mal, entre el
Reino de Dios y el reino del diablo, caerá en ese con icto,
independientemente del título eclesiástico, diploma académico, buenas
intenciones, conocimiento bíblico o tiempo de iglesia.
Las estrategias
Sabemos que una guerra terrenal involucra servicios de inteligencia,
estrategias y costos. En la guerra espiritual no es diferente. Es necesario que,
además de estrategias sabias contra el mal, haya también fe inteligente. Esta es
la fe que piensa, analiza, pesa, evalúa y “hace cuentas” para anticiparse a los
ataques del maligno. Los costos son los sacri cios que la fe impone para
mantenernos en vigilancia constante. Solamente quien se ja en eso no se
deja llevar por la apariencia de las cosas y, consecuentemente, no toma
decisiones movido por los ojos o por el corazón, pues no quiere arriesgar su
propia Salvación. A n de cuentas, en toda guerra están los que mueren y los
que sobreviven.
La fe inteligente y la estrategia sabia nos llevan a hacer exactamente lo que
dijo el Señor Jesús:

Porque, ¿quién de vosotros, deseando edificar una torre, no se sienta


primero y calcula el costo, para ver si tiene lo suficiente para terminarla?
No sea que cuando haya echado los cimientos y no pueda terminar, todos
los que lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: «Este hombre
comenzó a edificar y no pudo terminar».
Lucas 14:28-30

La palabra “estrategia” deriva del griego antiguo strategos, cuyo signi cado
primario está relacionado al arte de pensar, de actuar de forma articulada y
de liderar un grupo para alcanzar determinado objetivo. Por eso, este
término es muy usado en operaciones militares y policiales.
Si el Señor Jesús nos amonesta a que seamos prudentes en la conducción de
nuestras vidas, ciertamente Él conoce las estratagemas del mal para engañar al
ser humano. Satanás, como ser inteligente que es, actúa a partir de estrategias
— vale recordar que fue creado lleno de sabiduría; sin embargo, cualquier
tipo de sabiduría sin temor a Dios es vacía, inútil y diabólica (Santiago 3:15).
La primera táctica del diablo es atraernos al pecado. La segunda es intentar
convencernos de que la iniquidad es algo agradable e inofensivo. Fue así
como engañó a Eva. Y hace todo eso de una manera extremadamente
seductora, como si quisiera decirnos que estamos perdiendo nuestro tiempo
en el Reino de Dios, pues todo lo que él tiene para ofrecernos es mucho
más interesante. Si sus propuestas no fueran atractivas, nadie caería en ellas.
Por lo tanto, el pecado siempre se acerca por medio de algo ventajoso, bueno
y bello, para que podamos sentirnos seducidos y tentados a practicarlo.
Sabiendo las múltiples y astutas embestidas del diablo para llevarnos a
desobedecer a Dios, el Espíritu Santo nos orienta, por medio del apóstol
Pedro, a que seamos sobrios y estemos alertas. Si así no fuera, tendremos
nuestra alma “devorada” por el diablo, el cual es retratado como un león que
está constantemente a nuestro alrededor, rugiendo lleno de odio.

Sed de espíritu sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al


acecho como león rugiente, buscando a quien devorar.
1 Pedro 5:8

¡Imagínese rodeado por un león hambriento y feroz! ¿Qué haría usted?


Ciertamente, no le daría la espalda, ¿no es cierto? Al contrario, buscaría una
manera de protegerse y de mantenerse vivo, pues, ese es nuestro instinto de
vida más primitivo. En el sentido espiritual, Dios nos presenta a Satanás
como un ser implacable que está siempre alrededor del ser humano para
hacerle oposición.
Es interesante notar que, al hacer analogías en cuanto a la acción del diablo,
la Biblia no hace mención de animales frágiles, mansos y amistosos, como
una tortuga, una cacatúa o un gatito, sino de una peligrosa era, lista para
atacar. Frente a eso, para que no seamos derrotados por Satanás, necesitamos
ser sobrios en nuestros sentidos. La sobriedad, en el sentido bíblico, no
signi ca huir solo de la embriaguez que el alcohol provoca, sino de todo lo
que entorpece, quita el discernimiento espiritual y desvía el enfoque de la fe
genuina.
En nuestros días, hemos visto a personas completamente “embriagadas” con
los cuidados de este mundo y “consumidas” por las vanidades y aspiraciones
inútiles. Además, una multitud, en todos los continentes de la Tierra, se ha
intoxicado con una “bebida fuerte” llamada entretenimiento. Con esa
“bebida”, el diablo ha estimulado a la humanidad a conocer y a practicar
todo tipo de violencia, inmoralidad, pornografía, corrupción, mentiras y
promiscuidad. El resultado de eso ha sido la depravación moral y la pérdida
de la capacidad de discernir lo correcto de lo incorrecto.
Por lo tanto, con ese “vino”, el dios de la ceguera (verifíquelo en 2
Corintios 4:4) ha embotado el entendimiento de incrédulos y creyentes. El
estado de letargo, o sea, de somnolencia y postración espiritual ha alcanzado
niveles tan asustadores que las personas no notan que están siendo
in uenciadas a hacer, pensar y decir cosas abominables, las cuales, otrora,
jamás serían aceptadas por ellas.
Muchos cristianos se olvidaron del peligro espiritual que están corriendo,
pues fueron negligentes con el hecho de que están en medio de una guerra.
Están jugando con la fe y con la obediencia a Dios, mientras que el diablo,
en ningún momento, pierde el tiempo. Al contrario, trabaja incansablemente
para “robar, matar y destruir” al mayor número de personas (Juan 10:10).
Entonces, para vencer esta batalla espiritual, es imprescindible que seamos
como un soldado de la fe: siempre vigilantes para que no seamos tomados
por sorpresa por el adversario. Este mundo no es un lugar de paz y descanso,
sino un escenario de combate y enfrentamiento del mal, porque, como está
escrito, vivimos en un territorio que yace bajo el maligno. O sea, la mayoría
de las personas vive bajo la in uencia del mal y es gobernada por la voluntad
tirana de Satanás.
Ser vigilante también signi ca andar atento, mantenerse despierto, porque
tenemos un enemigo sutil e invisible a los ojos físicos, pero extremadamente
implacable en el combate. En todo momento, Satanás quiere “devorar” a
alguien. Para eso, se disfraza de amigo, acaricia egos, promueve vanidades e
incluso se hace pasar por un “caballero” para los más desatentos.
Eso quiere decir que no aparece para el ser humano como alguien inmerso
en las tinieblas, o como los libros de historias de fantasía lo retratan: un ser
rojo, con cuernos, patas de vaca y tridente en la mano. Al contrario, parece
fascinante, hablando de forma suave, convincente y articulada. Además,
puede “presentarse” por medio de alguien que, aparentemente, es amigo, da
regalos, elogia mucho y le pone “Me Gusta” a todas sus fotos en las redes
sociales. Pero, en el fondo, todo eso es puro disfraz, pues el carácter de
Satanás no cambia nunca. Dentro de él siempre existirá la intención de
acusar, calumniar y difamar a Dios y a Sus hijos.
Siendo así, la fe inteligente es el arma más poderosa para resistir a las
embestidas del diablo. Y no hay otra forma de que la mantengamos
encendida dentro de nosotros a no ser andando en rectitud en la presencia de
Dios. Quien tiene la fe en alta no le da lugar al diablo, no cede al pecado y
no cae en sus trampas; a n de cuentas, posee poder su ciente para resistirle.
Satanás sufre derrotas torturantes cuando guerrea con alguien que vive en la
justicia, en la misericordia y en la fe.
¡Te voy a derrumbar!
A lo largo de los años de servicio al Señor Jesús, vi, innumerables veces, a
Satanás amenazando a pastores y obreros en los cultos, durante las oraciones
de liberación.
Cierta vez, un joven pastor fue amenazado por un espíritu. A los gritos, un
demonio dijo que iba a derrumbarlo, llevándolo al pecado de la prostitución.
En vez de reprender a aquellas palabras del espíritu inmundo y precaverse, el
pastor actuó de forma inmadura, burlándose de la amenaza. Le dijo lo
siguiente a aquel demonio: “Si vas a mandar a alguien, entonces que sea la
más hermosa. ¡Y puedes estar seguro de que no voy a caer!” Riendo, el
joven predicador expulsó a aquel demonio y continuó burlándose de aquellas
amenazas, diciéndole al pueblo que el diablo era “fanfarrón”.
El tiempo pasó, aquel pastor se mudó de iglesia, pero continuaba infantil en
su fe. Hasta que una joven muy bonita llegó a la iglesia y, después de algunos
meses, fue levantada a obrera. Esa muchacha era la mejor obrera de la iglesia,
simpática, servicial y muy trabajadora. Además, era exactamente el tipo físico
de mujer que le atraía a aquel muchacho. A ella le comenzó a gustar el pastor
y se le aproximó para declarársele. Entonces, se pusieron de novios, pero
aquella era una relación preparada en el in erno para llevar al pastor a caer.
De la intensidad del noviazgo vino el acto sexual y, en el momento en el que
estaba en la cama con aquella joven, aquel mismo demonio, de años atrás,
manifestó en la muchacha, dando carcajadas y diciendo: “¿No te dije que te
iba a derrumbar? ¡Desgracié tu vida! ¿No querías a la más hermosa? Te di
una”.
Como ese expastor, tenemos muchos otros miembros, obreros y
predicadores, famosos y anónimos, que fueron heridos en esta guerra
espiritual. Con aron en sus propias fuerzas en vez de revestirse de la
armadura de Dios y de actuar con vigilancia contra el adversario de nuestras
almas.
Si usted es un frecuentador de la Iglesia Universal del Reino de Dios,
ciertamente ya vio a muchas personas posesas por demonios. Esas entidades
malignas, cuando hablan, revelan los horrores que son hechos en las vidas
dominadas por ellas. Por eso nos empeñamos en mostrar quién de hecho es
nuestro enemigo y las estrategias que usa para intentar derrumbarnos.
Aunque para muchos el estudio de este tema parezca un poco asustador, es
extremadamente necesario para vencer esta guerra espiritual.
Del Edén hasta los días actuales, Satanás y sus demonios han actuado en todo
el mundo. Actúa de formas diferentes en África, en Europa, en Asia, en
América y en Oceanía, sin embargo, aun en situaciones diferentes, el
objetivo de desviar a las personas de Dios continúa siendo el mismo. Y, de
forma encubierta o abierta, inter ere en la cultura, en la política, en las
religiones, en internet, en la ciencia, en la educación y en todas las áreas que
rigen la vida del ser humano. Pero sus estrategias son diferentes para atacar a
los cristianos y a los incrédulos. Sobre eso, hablaremos en los próximos
capítulos.
Cuando el cuerpo se
transforma en habitación de
demonios
La guerra espiritual contra el in erno es continua, pues, aun después de
liberada, una persona puede ser in uenciada por el mal para desobedecer a
Dios, abandonar su fe y volver a su antiguo estado de caos espiritual. Cuando
eso ocurre, los demonios entran en el cuerpo humano y causan todo tipo de
violencia, desorden y perturbación, provocando crímenes horribles, actos de
crueldad, injusticias, falta de amor y de respeto e incluso suicidio. Incluso,
una avalancha de suicidio ha alcanzado especialmente a aquellos que dicen
conocer a Dios, lo que muestra que el diablo no respeta títulos eclesiásticos,
sino solamente una vida de Santidad al SEÑOR.
No piense que este tema es sensacionalismo religioso o misticismo. ¡Lejos de
eso! Satanás es un ser real que está en plena actividad en el mundo, dispuesto
a ejercer poder sobre mentes y corazones en pro de sus objetivos. Los propios
Evangelios muestran innumerables casos de personas posesas por espíritus
malignos que sufrían los más variados tipos de problemas, pero que, al ser
liberadas por el Señor Jesús, tuvieron la vida completamente cambiada.
Hablaremos sobre algunas de esas personas, pero, antes, vamos a entender
cómo un demonio actúa en la vida de alguien.
Cuando los demonios actúan en la mente de un individuo, la primera
característica a ser notada es que sus pensamientos son destructivos, o sea, de
alguna forma se causan mal a sí mismos y a los demás. Además, el diablo roba
la vitalidad, el ánimo y la alegría de esa persona. Ella incluso puede, en la
etapa inicial de la acción de los demonios, presentar una aparente realización
personal o satisfacción pasajera, pero, poco a poco, eso se va evaporando, al
punto de caer en un estado de apatía interior, insatisfacción, angustia y
agotamiento físico, emocional y espiritual. Por eso, no son pocas las personas
que, debido a una opresión maligna, dejan de querer aquello que antes
apreciaban tanto y llegan incluso a perder las ganas de vivir. Otras avanzan
del estado de opresión maligna hacia la posesión y, en este punto, pierden
completamente el control de sus vidas. A partir de entonces, se sumergen en
los vicios, en la depresión y en las inmoralidades, hasta llegar al fondo del
pozo, como errantes solitarios y sin rumbo, por ejemplo.
Cuando analizamos la historia de la mujer cananea (o sirofenicia), que fue al
encuentro del Señor Jesús en búsqueda de la liberación de su hija posesa por
demonios, vemos bien la degradación y el sufrimiento que los espíritus
malignos provocan en la vida de una persona y en su familia. Vea el relato
bíblico:

Saliendo Jesús de allí, Se retiró a la región de Tiro y de Sidón. Y he aquí,


una mujer cananea que había salido de aquella comarca, comenzó a
gritar, diciendo: Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí; mi hija está
terriblemente endemoniada. Pero Él no le respondió palabra. Y
acercándose Sus discípulos, Le rogaban, diciendo: Atiéndela, pues viene
gritando tras nosotros. Y respondiendo Él, dijo: No he sido enviado sino a
las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero acercándose ella, se postró
ante Él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Y Él respondió y dijo: No está bien
tomar el pan de los hijos, y echárselo a los perrillos. Pero ella dijo: Sí,
Señor; pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la
mesa de sus amos. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Oh mujer,
grande es tu fe; que te suceda como deseas. Y su hija quedó sana desde
aquel momento.
Mateo 15:21-28

Ciertamente, esa mujer ya había oído hablar de la fama de Jesús como Mesías
y Salvador, por eso fue a Su encuentro en un momento en el que Él pasaba
por las regiones cercanas de donde vivía.
Además de esas informaciones, no sabemos nada más acerca de esa mujer,
pero aprendemos con ella que, contra la acción de los demonios, no hay
medicamentos, terapias, consejos o sentimientos. Por más que ella amara a su
hijita, su amor de madre no podría salvarla de las garras del diablo, pues
solamente la fe es e caz en la guerra contra el mal.
Terriblemente endemoniada
Al ir hacia Jesús, la mujer cananea no fue tímida o miedosa. El Texto
Sagrado dice que ella clamó; es decir, llamó al Señor con una voz tan alta
que despertó la atención de los discípulos. La vehemencia de su súplica
mostraba la urgencia de su necesidad: “terriblemente endemoniada”, dijo,
describiendo la condición de su hija. Esas palabras muestran cuánto Satanás
oprime al ser humano, causando todo tipo de miseria, vergüenza y dolor.
Si un demonio instigando y persuadiendo al mal ya es terrible, ¡imagínese
tenerlo en su propio cuerpo! En el caso de la hija de esa mujer, el espíritu
inmundo debe haber comenzado a actuar de manera discreta, creciendo de
tal forma que ya poseía su mente y la dejaba sin el control de sus actos.
Cuando una persona llega a ese nivel de posesión, necesita ser vigilada, pues,
si estuviera sola, corre el riesgo de cometer grandes actos de locura. Por eso,
es probable que la madre de esa niña la haya dejado bajo los cuidados de
alguien mientras iba a buscar el socorro del Señor Jesús.
Pero lo que ella no se imaginaba es que iba a necesitar enfrentar algunos
obstáculos para alcanzar la liberación de su hija. Primero, su fe fue probada.
Aunque Jesús la haya oído, Él no le respondió inmediatamente. Su silencio
no era una negativa a su súplica, sino el deseo de ver su perseverancia en la
fe.
Segundo, ella tuvo que enfrentar la disposición poco amistosa de los
discípulos de Jesús que, enojados por su insistencia, expresaban, en su
sionomía, que estaba importunando al Maestro. Esos hombres, que aún no
habían sido bautizados con el Espíritu Santo, no tenían complacencia para
con los a igidos; por eso, llegaron a pedir que el Señor Jesús le dijese que se
fuera. Cualquier persona con una fe inconstante habría desistido frente a esas
barreras, pero ella no desistió.
Hasta que se dirigió al Salvador, Lo adoró y Le pidió el socorro que tanto
necesitaba. Pero allí enfrentó la tercera y última barrera, la respuesta
aparentemente dura del Señor Jesús: “No está bien tomar el pan de los hijos, y
echárselo a los perrillos”.
Él quiso decir que el “pan”, o sea, las bendiciones, debería ser dado primero
a los judíos y recién después a los demás pueblos, como era el caso de ella,
una extranjera de una tierra vecina de Israel. Aquello sonaba como un
sonoro “no” a su pedido, aún más con el término empleado para
representarla: “perrillos”. Pero todo eso sirvió solo para estimular aún más la
fe de aquella mujer y revelar otra preciosa cualidad de ella, la humildad: “Sí,
Señor; pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus
amos”.
¡Qué respuesta admirable! Además de considerar a Jesús como Amo y de
estar postrada a Sus pies (Marcos 7:25), utilizó la propia respuesta de Él para
humillarse aún más. Lamentablemente, hay personas que, por mucho menos,
saldrían enojadas y otras incluso insultando al pastor, en caso de que oyeran
algo parecido. Conozco a algunas así. Sin embargo, esa mujer, con su
respuesta sincera, mostró ser rme, determinada y osada, por eso su fe fue
aprobada y elogiada por nuestro Salvador: “Y Él le dijo: Por esta respuesta, vete;
el demonio ha salido de tu hija” (Marcos 7:29).
La mujer cananea expresó tanta fe en la capacidad y en el poder del Señor
Jesús que incluso Él apreció tamaña con anza. Ella sobrepasó Su silencio,
argumentó sobre Su a rmación y además consideró tanto la grandeza del
Salvador que creyó que Sus “migajas” de poder ya serían su cientes para
salvar a su hijita.
Los dramas de hoy
¡Cuánta gente vive dramas como los de esta mujer! Dramas que llevan a las
personas a un profundo y continuo sufrimiento físico, emocional y espiritual.
Los ataques malignos involucran todas las áreas de la vida porque el diablo
sabe que, en algún momento, el ser humano puede sucumbir. Por eso, como
ya dijimos, él provoca tanto dolor en el hogar, discordias familiares,
complejos, traumas, vicios y suicidio.
No obstante, el resultado de una fe que prevalece, a pesar de las di cultades y
de las dudas, trae la respuesta de parte de Dios. El testimonio de la mujer
cananea es alentador, especialmente para los padres que luchan delante de
Dios por sus hijos. El carácter de una madre es universal; es la base que
sustenta las necesidades de su familia; sin embargo, no siempre su voluntad
logra prevalecer. La historia de esta madre cananea muestra que, la mayoría
de las veces, no se puede ayudar a los hijos en todo lo que necesitan. Por más
excelente que sea la educación, el acompañamiento, el cuidado y la
protección, nada de eso es su ciente cuando hay un ataque del mal.
Entender eso es esencial para que nos acerquemos a Dios y clamemos a Él
por socorro. Fue lo que esa madre hizo, al notar que sus esfuerzos físicos y
emocionales no traerían la liberación que su hija necesitaba.
Ocuparse de la formación profesional de los hijos o suplirlos materialmente
de lo que necesitan es una preocupación legítima de los padres; no obstante,
esos anhelos de nada sirven sin un legado espiritual. El celo por la Salvación
del alma debe ser la principal herencia dejada a los hijos, pues, sin ella, no
solo los años en los que vivirán sobre la Tierra estarán comprometidos, sino
también toda la eternidad. Por lo tanto, en pro de la vida eterna de los hijos
y también de ellos mismos, los padres deben vivir, ininterrumpidamente, de
fe en fe. Pero no una fe falsa y religiosa, sino una fe intrépida, porque
solamente esta es capaz de expulsar a Satanás de cualquier lugar y de
cualquier persona.
Sabemos que cuando los espíritus malignos pasan a actuar en la vida de
alguien, o incluso toman posesión de su cuerpo para atormentarlo, la
intercesión espiritual de los más cercanos se torna vital. Por eso, quien tiene a
un familiar en esta condición necesita estar consciente de que solamente el
uso de la fe aguerrida puede liberarla del mal. Aunque esa persona no venga
al Señor Jesús por sí misma, puede ser agraciada, si usted, que lee ahora este
libro, fuera a la presencia de Dios para interceder por su alma. Esta acción de
fe ya es su ciente para que el milagro suceda. La mujer cananea creyó que,
aun sin que el Salvador viera o tocara a su hija, aquel demonio saldría, ¡y
salió! Su fe era perfecta; o sea, creyó en la autoridad soberana de Jesús sobre
todo el in erno, sobre la vida y sobre la muerte, en la Tierra y en el Cielo,
por eso fue socorrida.
Lamentablemente, quien vive con los ojos y con la mente dirigidos solo al
mundo visible, a las necesidades materiales y a lo que es tangible desconoce
la gran realidad del mundo espiritual, que prevalece en el mundo aparente y
determina lo que en él ocurre. Y para tornar claro aquello que nuestros ojos
físicos no ven, necesitamos prestarle atención a la Palabra de Dios, pues en
ella tenemos la revelación de cómo las fuerzas del mal se organizan e
interactúan entre sí para destruir al ser humano.
Solo para recordar ese hecho, al rebelarse contra Dios, Lucifer y los ángeles
que lo siguieron se tornaron seres completamente profanos; es decir,
perdieron toda la pureza que tenían cuando fueron creados. En lugar de
santidad, pasaron a existir solamente tinieblas y maldad. Y la pequeña chispa
de poder que conservaron sirve para causar todo tipo de dolor y sufrimiento
en las personas y en el mundo.
Por ejemplo, los demonios tienen la capacidad de entrar en los cuerpos de
personas que no tienen un compromiso con Dios con el n de manipularlas,
conforme a su voluntad. Para que eso ocurra, basta con que le den una única
brecha al mal, que puede ser un rencor, un deseo de venganza, una plaga
lanzada, maldiciones proferidas o hereditarias, involucrarse con la brujería,
etc. Ciertamente, fue una o más de esas brechas las que permitieron que
espíritus malignos atormentaran la vida de otras personas relatadas en las
Escrituras, como el mudo endemoniado (Mateo 9:32-33), el endemoniado
ciego y mudo (Mateo 12:22), el joven poseso (Mateo 17:14-18), el
endemoniado de Capernaúm (Lucas 4:31-37), entre otras.
Como puede ver, las posesiones demoníacas son comunes desde los tiempos
bíblicos, pero muchas personas aún insisten en tratar a ese tema como un
fenómeno raro de ocurrir. Al contrario de lo que piensan, las posesiones
están presentes actualmente. Pero, así como en aquel tiempo el Señor Jesús
no medía esfuerzos para liberar a las personas que iban hacia Él, hoy el
Salvador coloca Su poder a disposición de todos aquellos que Le claman, no
importando si pertenecen a una religión o no son miembros de alguna
iglesia. Por lo tanto, si usted se siente un “extranjero” en el Rebaño de Dios,
aunque su fe sea frágil y pequeña, aun así, hay esperanza para usted, ¡hay
solución para su problema!
El Señor Jesús vino justamente para deshacer las muchas obras del diablo y
colocar en libertad a aquellos que viven aprisionados por el mal. Y hoy, por
medio de Su Nombre, tenemos como misión continuar Su Obra en la
Tierra.
Aprendemos, en el día a día de nuestro ministerio, que hay cuestiones que
parecen de difícil solución para algunas personas, pero que, en realidad, lo
que existe es un demonio trabando su vida. Cuando es expulsado, por medio
del poder de Dios, nunca más ellas sufren con tales problemas.
Vea que, si la actuación de un espíritu maligno en la vida de una persona la
deja en un estado de sufrimiento terrible, ¡imagínese si posee una legión de
demonios en su cuerpo! El término “legión” simboliza a un pelotón de
soldados que podría llegar a más de seis mil hombres. Era esa la cantidad de
demonios, como mínimo, que estaba atormentando la vida de un habitante
de Gadara, región ubicada en la costa oriental del mar de Galilea. Apenas el
Señor Jesús llegó a esa ciudad, el gadareno poseso Le salió al encuentro:

Navegaron hacia la tierra de los gadarenos que está al lado opuesto de


Galilea; y cuando Él bajó a tierra, Le salió al encuentro un hombre de la
ciudad poseído por demonios, y que por mucho tiempo no se había
puesto ropa alguna, ni vivía en una casa, sino en los sepulcros. Al ver a
Jesús, gritó y cayó delante de Él, y dijo en alta voz: ¿Qué tengo yo que
ver Contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te ruego que no me
atormentes. Porque Él mandaba al espíritu inmundo que saliera del
hombre, pues muchas veces se había apoderado de él, y estaba atado
con cadenas y grillos y bajo guardia; a pesar de todo rompía las ataduras
y era impelido por el demonio a los desiertos. Entonces Jesús le
preguntó: ¿Cómo te llamas? Y él dijo: Legión; porque muchos demonios
habían entrado en él. Y Le rogaban que no les ordenara irse al abismo. Y
había una piara de muchos cerdos paciendo allí en el monte; y los
demonios Le rogaron que les permitiera entrar en los cerdos. Y Él les dio
permiso. Los demonios salieron del hombre y entraron en los cerdos; y la
piara se precipitó por el despeñadero al lago, y se ahogaron. Y cuando los
que los cuidaban vieron lo que había sucedido, huyeron y lo contaron en
la ciudad y por los campos. Salió entonces la gente a ver qué había
sucedido; y vinieron a Jesús, y encontraron al hombre de quien habían
salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido y en su cabal
juicio, y se llenaron de temor.
Lucas 8:26-35

Note que el hombre ya no habitaba con su familia, sino en un cementerio,


junto a los sepulcros excavados en las piedras. Cerca de las tumbas, su alma
era aún más atormentada con el pavor de la muerte, con el olor de los
cadáveres y con la soledad del lugar. Separado de todos aquellos a quienes
amaba, aquel hombre estaba como un muerto vivo, porque es así como el
diablo actúa en la vida de quien es dominado por él.
El gadareno vivía desnudo, porque se rasgaba toda la ropa que le daban para
usar. Además, se hería y se cortaba con piedras. Para protegerlo de sí mismo,
inicialmente, intentaron contenerlo con cuerdas en las manos y grilletes de
hierro en los pies, pero nada de eso era su ciente para mantenerlo preso.
Tamaña fuerza solo puede ser explicada por la acción de algo sobrenatural
que lo dominaba en el cuerpo y en la mente.
Con relación a su mente, ese hombre poseído por los espíritus malignos pasó
a actuar de forma irracional. Consecuentemente, los consejos y llamados a la
sensatez no servían para absolutamente nada. Era necesaria una fuerza,
también sobrenatural y superior, para que su problema fuera resuelto. En este
caso, solo el poder de Dios podría combatir la acción del mal. Solamente la
autoridad de la fe podría traer al gadareno nuevamente a la lucidez.
Fue lo que ocurrió. Al ver al Señor Jesús, los demonios que estaban en el
cuerpo de aquel hombre se pusieron de rodillas delante de Él, porque sabían
que allí, delante de ellos, estaba Aquel que tenía TODO el poder sobre ellos.
Por lo tanto, no les quedaban alternativas sino someterse a Su autoridad.
El diablo sabe que el Señor Jesús salva a los hombres de sus problemas y los
atiende, aunque sea el más simple pedido de ayuda hecho con fe. No
obstante, Satanás nunca será salvo de su condenación ya decretada. Él
también sabe que, en cualquier enfrentamiento contra Dios o contra Sus
hijos, saldrá derrotado. Y aunque actúe con la máxima crueldad contra
alguien, como lo hizo con el gadareno, será expulsado por un poder
in nitamente mayor que el suyo.
Después de su liberación, el gadareno se sentó a los pies de Jesús. Ahora,
estaba vestido y su comportamiento era el de un hombre sereno, pací co y
sano, en el cuerpo y en el alma. Su posición, tan cercana al Salvador, revela
cuánto su mente había vuelto al pleno juicio, pues estaba como un discípulo,
sediento de recibir Sus enseñanzas.
¡Qué diferencia! De las tumbas a los pies de Jesús. De la locura a la sensatez.
De la inutilidad al servicio del Evangelio. De la muerte a la vida. ¡Esa es la
poderosa transformación que ocurre en la vida de quien se encuentra con el
Señor Jesús! Nadie tiene la necesidad de continuar siendo víctima del diablo,
porque tenemos, en el poder de Dios, la oportunidad de tener el cambio del
corazón y de la mente. En Su poder, hay e cacia absoluta para la cura del
cuerpo y del alma. Para nuestro Señor, nadie es un caso perdido, nadie es
insoportable, despreciado o está destinado a sufrir para siempre. Como Él
mismo dice: “(…) Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia” (Juan 10:10). Y esta promesa es para todos los que mani esten fe
en Él.
Este fue el gran motivo por el cual el Padre ha enviado a Su Hijo al mundo:
aplastar la cabeza de la serpiente y darle armas espirituales al hombre para
que también haga lo mismo. El Señor Jesús no vino a fundar una religión,
mucho menos a enseñarles dogmas y rituales a las personas, sino que vino a
dar vida, y vida con plenitud. Sus bendiciones son siempre rebosantes y
exceden la expectativa humana debido a Su grandeza y bondad.
Mientras los hombres son impotentes delante del caos que el in erno causa,
el Altísimo, del caos, trae el Cielo hacia dentro de quien cree. Pero vale
resaltar que solamente quien tiene la fe intrépida trae esa realidad para sí.
Solamente la fe arrojada proporciona un mundo donde los demonios no
reinan más ni se burlan de los seres humanos. Solamente quien cree, de
hecho, en el Señor Jesús y vive en obediencia a Él vence la guerra invisible
que es trabada en el campo espiritual.
Obviamente, no podemos generalizar, diciendo que todas las situaciones
malas son causadas por demonios, como algunas enfermedades provenientes
de la negligencia con la salud, de ciertas di cultades económicas causadas por
el mal uso de las ganancias, determinados problemas en la relación debido al
mal uso de las palabras, etc. En esos casos, es necesario usar la sabiduría para
resolver tales embrollos innecesarios.
No obstante, no podemos dejar de mencionar que hay un número enorme
de personas internadas en clínicas médicas, que están hace años siendo
medicadas sin al menos tener un diagnóstico de su enfermedad. Existe quien
esté, también, durante largo tiempo sometiéndose a interminables
tratamientos psiquiátricos que ni siquiera logran amenizar los síntomas que
presentan. Otros, incluso, que viven atormentados por el fuerte deseo de
suicidio o por la depresión, cuando, en realidad, hay un mal por detrás de
eso. ¡Sin contar los innumerables disturbios desconocidos por la medicina
que son provenientes del campo espiritual, los cuales llevan a sus portadores a
sufrir y a morir sin saber que están siendo víctimas de una embestida
maligna!
Estas son algunas de las acciones del diablo, y su objetivo es llevar el alma de
la persona que está lejos de Dios al tormento eterno. Antes, sin embargo, le
roba su paz y mata su cuerpo (Juan 10:10). No obstante, quien pone en
práctica la fe en el Señor Jesús tiene el poder de aniquilar todo el mal
causado por el in erno.
Todas las cosas son posibles para
el que cree
Mientras el Señor Jesús caminaba de aldea en aldea, en Israel, no solamente
los enfermos eran curados, sino que también las personas cautivas por
espíritus inmundos eran completamente liberadas. Si había dudas entre los
judíos sobre si Jesús era Quien decía ser, Satanás sabía bien que Él era el Hijo
de Dios, y, por eso, se inclinaba; a n de cuentas, entendía que no podía ni
puede permanecer de pie delante de Él.

Y siempre que los espíritus inmundos Le veían, caían delante de Él y


gritaban, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios.
Marcos 3:11

Los discípulos, en el desempeño de la misión de evangelizar, expulsaron


también muchos demonios de las personas, pues no bastaba solo con
predicarles las Buenas Nuevas, era necesario mostrarles las señales del poder
de Dios. Aquellos que estaban a igidos por la acción de los espíritus
malignos eran liberados inmediatamente, porque el Reino de Dios es
completo. Por lo tanto, cuando el Reino nos alcanza, nos tornamos
favorecidos en todas las áreas de la vida, principalmente en aquellas en las que
Satanás más nos alcanzó.
Los casos de posesión maligna eran y son abundantes, pero citaremos uno
más para dilucidar aún más la forma como el diablo puede actuar en la vida
de las personas, incluso en la de un niño. Las Sagradas Escrituras revelan la
posesión de un muchacho que comenzó a sufrir ataques demoníacos desde
su infancia. Vea:

(…) Maestro, Te traje a mi hijo que tiene un espíritu mudo, y siempre que
se apodera de él, lo derriba, y echa espumarajos, cruje los dientes y se va
consumiendo. Y dije a Tus discípulos que lo expulsaran, pero no
pudieron. Respondiéndoles Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta
cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?
¡Traédmelo! Y Se lo trajeron. Y cuando el espíritu vio a Jesús, al instante
sacudió con violencia al muchacho, y este, cayendo a tierra, se revolcaba
echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace
que le sucede esto? Y él respondió: Desde su niñez. Y muchas veces lo
ha echado en el fuego y también en el agua para destruirlo. Pero si Tú
puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos. Jesús le
dijo: «¿Cómo si Tú puedes?». Todas las cosas son posibles para el que
cree. Al instante el padre del muchacho gritó y dijo: Creo; ayúdame en mi
incredulidad. Cuando Jesús vio que se agolpaba una multitud, reprendió
al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, Yo te ordeno: Sal
de él y no vuelvas a entrar en él. Y después de gritar y de sacudirlo con
terribles convulsiones, salió: y el muchacho quedó como muerto, tanto,
que la mayoría de ellos decían: ¡Está muerto! Pero Jesús, tomándolo de
la mano, lo levantó, y él se puso en pie.
Marcos 9:17-27

Vemos aquí la desesperación de un padre que estaba impotente delante de


una “enfermedad” que, día y noche, hacía que su único hijo se consumiera.
Además de interrumpir el habla y la audición del joven, ese demonio
provocaba convulsiones y colocaba su vida en riesgo, lanzándolo a veces al
fuego y a veces al agua, para matarlo.
Después de años de lucha para solucionar el problema, aquel padre recurrió a
la última instancia: el Señor Jesús. Cuando el muchacho estuvo delante de Él,
tuvo un nuevo y violento ataque porque, a partir de aquel momento, el mal
sabía que se acercaba el n del cautiverio en el que él era el cruel
atormentador. Así, reunió todas sus fuerzas para intentar matar a aquel joven.
La furia de ese espíritu maligno se asemeja a la ira que Satanás tuvo cuando
cayó del Cielo, al ser expulsado por Dios. Él y todos sus demonios nutren
continuamente ese odio; por eso, quieren alcanzar al ser humano, la razón
del amor de Dios. Para eso, llegan cada vez más temprano a la vida de las
personas, muchas veces, desde el vientre de sus madres, provocando
destrucción y pavor.
Frente a ese cuadro, pienso en el dolor que nuestro Señor sintió al ver a
aquel muchacho, creado a imagen y semejanza de Dios, lanzado al suelo, en
total estado de miseria, humillación y dolor. Pero todo ese sufrimiento tuvo
un n cuando aquel espíritu maligno, que parecía ser tan resistente y
dominador, perdió su fuerza delante del Hijo de Dios.
Vea cómo era algo completamente espiritual: el muchacho sufría de sordera
causada por un demonio, pero oyó perfectamente la Voz del Señor Jesús, que
ordenó la salida completa del mal que atormentaba su vida: “Espíritu mudo y
sordo, Yo te ordeno: Sal de él y no vuelvas a entrar en él”.
Así como el Señor Jesús ordenó, se hizo, y aquel joven se levantó del suelo
completamente curado y liberado del mal. Entonces, por más que Satanás sea
audaz, sagaz y persistente, Jesús es in nitamente mayor para librarnos de sus
garras. ¡Absolutamente nada ni nadie puede resistir a Su poder!
Aquellos que suponen que Satanás disminuyó su acción, que ya no in uencia
tanto a las personas y que no toma posesión de sus cuerpos para destruirlas
tienen mucho que aprender con estas enseñanzas. Porque el diablo no
cambió, sino que continúa siendo el acusador, el difamador y el enemigo de
Dios y de nuestras almas. Por eso, el Señor Jesús Se empeñó en mostrar no
solamente la existencia de Satanás, sino, sobre todo, la forma organizada
como este actúa para alcanzar sus objetivos.
Reino dividido
En una cierta ocasión en la que el Señor liberaba a los endemoniados, los
fariseos comenzaron a cuestionarlo acerca de Su autoridad y de Su poder.
Muchos Lo acusaban de expulsar a los espíritus inmundos por el poder de
Beelzebú (Satanás), pero eso fue refutado inmediatamente por el Maestro, al
a rmar que ningún reino dividido puede prevalecer. En otras palabras,
solamente Alguien por encima de los demonios puede expulsarlos, y no otro
espíritu maligno. Partiendo de ese principio, nuestro Señor dijo que la
llegada del Reino de Dios está marcada por el poder de subyugar al diablo y
vencer su reino por medio, únicamente, del “dedo de Dios”, o sea, por Su
Espíritu. Observe el texto:

(…) Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida
contra sí misma, se derrumba. Y si también Satanás está dividido contra
sí mismo, ¿cómo permanecerá en pie su reino? Porque vosotros decís
que Yo echo fuera demonios por Beelzebú. Y si Yo echo fuera demonios
por Beelzebú, ¿por quién los echan fuera vuestros hijos? Por
consiguiente, ellos serán vuestros jueces. Pero si Yo por el dedo de Dios
echo fuera los demonios, entonces el Reino de Dios ha llegado a
vosotros.
Lucas 11:17-20

El Señor Jesús continúa Su enseñanza, mostrando que Satanás trabaja muy


bien armado y articulado en sus actos:

Cuando un hombre fuerte, bien armado, custodia su palacio, sus bienes


están seguros. Pero cuando uno más fuerte que él lo ataca y lo vence, le
quita todas sus armas en las cuales había confiado y distribuye su botín.
Lucas 11:21-22

Vea que el Señor Jesús compara al diablo con ese hombre fuerte, que
protege, armado, su casa. Podemos entender a esa “casa” como las personas
que están bajo su poder y el mundo que Le usurpó a Dios para dominar.
Satanás trata como “sus bienes” a todo aquello que roba, como la paz, la
salud, la prosperidad, la alegría, el placer de vivir y el alma de las personas.
Por otro lado, las armas que el diablo y sus demonios usan en esta guerra
espiritual contra el ser humano son sus dardos in amados y sus múltiples
artimañas. Para vencer a ese “hombre fuerte”, solo hay una manera: alguien
más fuerte que él. En este caso, ese Fuerte es el Señor Jesús, el Único capaz
de desarmar a Satanás, romper todas sus fuerzas y colocar a salvo a aquellos
que viven aprisionados en sus manos.
Ese poder extraordinario para combatir a las tinieblas y deshacer las obras de
Satanás nos fue concedido por intermedio de la autoridad del Nombre de
JESÚS. Eso signi ca que ningún siervo de Dios necesita vivir bajo la tiranía
del mal, pues tenemos acceso a un arma espiritual infalible: el Nombre de
Jesús. Tenemos en Su Nombre una in nita posibilidad de bendiciones,
además de poder, no solo para que seamos salvos, sino también para que
seamos curados y liberados, y para que subyuguemos a todo el in erno.

Y acercándose Jesús, les habló, diciendo: Toda autoridad Me ha sido


dada en el Cielo y en la Tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las
naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo.
Mateo 28:18-19

Y todo lo que pidáis en Mi Nombre, lo haré, para que el Padre sea


glorificado en el Hijo.
Juan 14:13

Le corresponde al siervo de Dios ser más fuerte que Satanás, por intermedio
del poder del Espíritu Santo que habita en él. Quien tiene Ese Tesoro ya fue
debidamente habilitado para sobrepasar al in erno y sacar a los sufridos de las
garras del diablo, exactamente como hizo el Señor Jesús. Pero, para eso,
¡tiene que haber lucha! ¡Hay que trabajar! ¡Hay que dedicarse de cuerpo,
alma y espíritu! La victoria sobre el mal no es automática y no se hace
basado en la magia, sino en el sacri cio de la fe.
Fe e incredulidad
La incredulidad es la única barrera que puede impedir la acción de Dios en
nuestra vida. Por eso, antes de la liberación del joven endemoniado, Jesús
habló sobre la fe. Después de ser reprendido por el Señor, aquel padre, que se
mostraba vacilante en su fe, fue sincero en pedir ayuda para creer de la forma
como Dios determina.

(…) Pero si Tú puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y


ayúdanos. Jesús le dijo: «¿Cómo si Tú puedes?». Todas las cosas son
posibles para el que cree. Al instante el padre del muchacho gritó y dijo:
Creo; ayúdame en mi incredulidad.
Marcos 9:22-24

Por más que el Altísimo tenga todo el poder y quiera bendecirnos, Él no nos
va a dar nada si no ve en nosotros una fe rme y un espíritu dispuesto a
creer.
La incredulidad estaba relacionada a la generación de aquella época. Por
ejemplo, los escribas y demás religiosos, además de burlarse de la fe en Jesús,
ridiculizaban a los discípulos, que no lograban expulsar a los espíritus. Por
otro lado, los discípulos, después de intentarlo mucho, se vieron incapaces de
liberar a aquel joven. Y el padre de este, consecuentemente, demostraba poca
con anza en la capacidad de Jesús de resolver el problema. Su frase: “Si Tú
puedes hacer algo” ya muestra el nivel de fe de aquel hombre.
¡Imagínese que alguien llegue delante de Quien tiene un inagotable poder,
inclusive sobre la vida y la muerte, y que Le pregunte si “puede” hacer una
pequeña cosa! En eso, vemos que la raíz de todos los problemas del ser
humano está en la incredulidad y, a causa de esta, el diablo ha conseguido
actuar y destruir a mucha gente. Hay incredulidad entre los incrédulos
confesos, pero hay también mucha incredulidad entre cristianos que profesan
la fe en el Evangelio. Por eso, aun conociendo tanto las numerosas promesas
bíblicas, viven una vida por debajo de lo que Dios promete. Esa incredulidad
ofende a Dios en Su esencia, y el hombre se torna imperdonable cuando no
cree en la Palabra de Aquel que es el y justo.
¿Cómo no con ar en Quien no tiene variación de carácter, temperamento o
poder? ¿Cómo se siente usted cuando dice una cosa y las personas que lo
oyen no creen en sus palabras? Sé que eso no es una experiencia nada
agradable, porque todos quieren ser tomados en serio. ¡Imagínese entonces
qué afrenta es para Dios ver al hombre dudando de Él! Por otro lado, quien
cree honra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pues confía que se hará
exactamente aquello que está prometido en Su Palabra.
Así, la fe es una virtud poderosa, capaz de traer la omnipotencia de Dios a
nosotros. Es esta la que trae el Cielo a la Tierra. Por ese motivo, el diablo
desea hacerla desaparecer poco a poco de nuestra vida. Todo el mundo posee
una medida de fe dentro de sí, pues nacemos con esa capacidad de creer,
incluso aquellos que dicen que no la poseen.
Aunque usted diga que su fe es frágil, es poderosa para destruir las fortalezas
del diablo y cambiar el rumbo de todo lo que le ha sucedido, basta con
decidir usarla. Usted puede probar su fe ahora mismo, invocando el Nombre
de Jesús con el n de recibir una respuesta para su mayor necesidad. Si deja
que esa pequeña fe sea la fe que Dios busca, Él vendrá hasta usted,
mostrando que es el Todopoderoso de las Sagradas Escrituras de Quien
usted, tantas veces, ya oyó hablar.
Así como en una guerra física las naciones no pueden ser neutras, sino que es
necesario que elijan un lado, en el campo espiritual tampoco hay neutralidad.
Dios no acepta inde nición. Es Su Palabra la que muestra eso: luz o tinieblas;
vida o muerte; bien o mal; santo o profano; caliente o frío; Cielo o in erno;
justi cación o condenación, etc. Por lo tanto, no hay posibilidad de quedarse
en la columna del medio. Nadie puede ser “ni una cosa ni la otra” en la fe.
Por eso, el Señor Jesús que, dígase de paso, nunca fue adepto a lo
políticamente correcto ni a la hipocresía de estar dando vueltas para decir lo
que se necesitaba decir, dijo vehementemente: “El que no está Conmigo, contra
Mí está; y el que Conmigo no recoge, desparrama” (Lucas 11:23).
Nuestra posición delante de Dios debe ser clara y patente: no existe “medio
cristiano” o simpatizante de Jesús. O usted pertenece a Él o pertenece al
diablo. O lucha por la causa del Evangelio o está contra el Evangelio.
¿De qué lado está?
Cómo interfiere el diablo en la
mente humana
Trabajamos con personas diariamente; por eso sabemos, en la práctica, cuál
es la función del pastor. El ministerio pastoral no es una tarea solitaria, como
de quien vive en un monasterio meditando todo el tiempo, sino un llamado
de dedicación al Reino de Dios. Oímos, en las orientaciones pastorales,
atrocidades que, para mí, hasta entonces con 74 años, eran inimaginables.
Podemos decir que hemos visto los “intestinos” de la sociedad, pues la
aparente alegría que la modernidad le vende al ser humano trae incorporada,
en cada elección, un alto precio de sufrimiento que pagar. Primero el placer,
pero, luego, viene el dolor.
Ya vimos a millares de familias destruidas: de padres desesperados porque
perdieron a sus hijos por las drogas, por la promiscuidad o por el delito;
incluso personas que sufrieron abusos físicos, verbales o emocionales en su
propia casa. Y podemos a rmar, categóricamente, que todo ese mal tiene
origen en la guerra espiritual iniciada en el Cielo por Satanás, que se rebeló
contra Dios. Tenemos un con icto que trabar; no obstante, no es contra
carne o sangre, o sea, contra las personas, sino contra fuerzas de las tinieblas
tremendamente llenas de maldad y sagacidad.
Al mirar las transformaciones radicales que el mundo ha pasado, usted puede
pensar que todo eso ha sucedido por mera casualidad. Pero la verdad es que
existe una guerra de reinos siendo trabada. El reino de las tinieblas se ha
levantado con mucho más ímpetu, especialmente en las últimas décadas, para
arruinar todo lo que fue edi cado por Dios para la sociedad. Sin embargo, la
mayoría de las personas no logra identi car el paso a paso del mal. Los
espíritus inmundos le causan enfermedades, peleas, accidentes y otros
problemas a la vida de las personas, pero el mayor objetivo de ellos es trabajar
para tornarlas necias, ciegas y rebeldes, con el n de que la luz de la Verdad
no resplandezca sobre ellas. Nuestra lucha, por lo tanto, es trabada contra
seres invisibles, mentirosos y extremadamente hábiles en la falsedad y en el
engaño.
El regreso de Jesús se acerca a pasos agigantados, ¡y gracias al SEÑOR por eso!
Entonces, Satanás tiene prisa; a n de cuentas, sabe que le resta poco tiempo
para actuar en la Tierra. Cuanto más pasan los días, más se enfurece por saber
que su condenación está cerca de ocurrir. Frente a eso, usa contra nuestra
generación las “armas” más “letales” que posee, en especial aquellas que
alcanzan a nuestra mente. Cambiar la forma como las personas ven el
mundo, el pecado y a Dios son maneras que el diablo encuentra de dominar
al mayor número de personas de una sola vez.
Por ese motivo, hemos observado un colapso en la humanidad. No hay un
campo en el que el diablo no esté trabajando con crueldad. La degradación
espiritual, moral y familiar es vista tanto en los países del primer mundo
como en los más pobres. Ejemplos de eso no faltan: avalanchas de divorcios;
innumerables movimientos en pro de la “libertad” sexual; actos de violencia
descomunal; llamado excesivo al consumismo; frialdad del amor, en todos los
sentidos; disensiones entre hermanos de la misma fe, etc.
Por lo tanto, la peor guerra que enfrentamos no es la armada y no involucra
a cuarteles, misiles o vehículos blindados. Esta batalla, nítidamente declarada,
se trata de la lucha contra criaturas espirituales de las tinieblas que actúan en
oculto.
La pauta del in erno es debilitar los valores Divinos, morales y éticos con el
n de alcanzar a la fe, a la familia y a la Iglesia. Por eso, hay un ataque
macizo a las virtudes y a la decencia. Y se engaña quien piensa que va a parar
por aquí. El mal no sosegará hasta que gran parte de las personas vea lo que
es nocivo, perverso e inmoral como algo bueno, normal y aceptable.
Para darle voz a ese movimiento de ridiculización a Dios y a Sus enseñanzas,
el diablo usa lo que sea necesario, como la TV, el cine, la literatura, internet,
la música y los sistemas de enseñanza. Su táctica es hacer que un
determinado comportamiento, una idea o losofía, oriundos de él, sean
aceptados por medio de la repetición, hasta que nadie más esté en
desacuerdo. Entonces, hace que el pensamiento que él desea implementar en
las personas esté día y noche al aire, por intermedio de los medios de
comunicación, de las novelas, de las propagandas, de las discusiones
académicas, de los artistas llamados “progresistas”, etc. Pero, en realidad, todo
eso es instrumento del mal para la difusión de sus conceptos para la
humanidad.
¿No es exactamente eso lo que hemos visto ocurrir con tantas nuevas ideas y
pensamientos que han transformado al mundo en lo que es hoy?
Las muchas ideologías que han surgido y que son totalmente contrarias a
Dios no son meras coincidencias y no surgieron por casualidad en la mente
humana. Al contrario, se trata de una estrategia del in erno para provocar un
cambio en la mentalidad de las personas. Así, pasan a tener los mismos
pensamientos del anticristo, sin que se den cuenta de eso. De esta forma,
cuando llegue el momento de colocarles la marca de la bestia a las personas,
no verán ese acto como algo malo o extraño, pues sus mentes ya estarán
completamente oscurecidas contra la Verdad.
¿A quién le interesa la
destrucción de la familia?
Los valores que fundamentan nuestra sociedad fueron a rmados sobre los
principios revelados en el Antiguo y en el Nuevo Testamento de las Sagradas
Escrituras. Ningún pueblo puede ser exitoso si no considera esos valores,
principalmente, en lo que se re ere a la familia.
Vea que, para formar a la nación de Israel, el Todopoderoso tomó a Abraham
y a Sara, y dijo que el Pacto de la Salvación, rmado con ellos, les
proporcionaría bendición a todas las familias de la Tierra:

(…) Y en ti serán benditas todas las familias de la Tierra.


Génesis 12:3

Eso quiere decir que el Señor estableció a la familia como fuente de


bendición y como una institución que preserva la fe, la seguridad y el
desarrollo de todo aquello que el ser humano necesita para crecer de forma
correcta y saludable.
Vemos la importancia de la familia al observar que fue creada en la
formación de Adán y Eva, pues el SEÑOR quiere ser Dios no solo de una
persona, sino de su familia también, como Él mismo dijo en Jeremías:

En aquel tiempo — declara el SEÑOR — Yo seré el Dios de todas las


familias de Israel, y ellos serán Mi pueblo.
Jeremías 31:1

Por eso, al atacar a la familia y desestructurar los hogares, el diablo logra abrir
heridas en el alma del hombre que, difícilmente, serán reparadas. No son
raros los casos de personas que vivieron en hogares destruidos y que, debido
a eso, se degradaron moral y físicamente al involucrarse en la marginalidad o
en los vicios.
Satanás sabe que el ser humano necesita una familia, pues es poco probable
que logre desarrollarse de forma saludable solo. Sin alguien que lo ayude,
difícilmente aprenderá, por ejemplo, los valores espirituales y morales que
normalmente recibimos en la infancia. Además, tendrá más di cultad de
encontrar su propósito de vida y de ver todo su potencial.
Pero no es solo la familia la que ha sufrido pesados y constantes ataques del
mal. La acción del diablo se ha extendido también a las demás áreas de la
vida humana con el n de que sus “argumentos”, contrarios a la Palabra de
Dios, se establezcan en la mente de las personas. Satanás viene creando, a lo
largo de los años, “antídotos” para neutralizar la fe en las Escrituras y alejar,
cada vez más, al hombre del Altísimo.
Vamos a mencionar algunos de ellos:
1. “No fue Dios quien creó todo lo que existe”. Esto es lo que el
diablo dice, pero ¿qué es lo que la Biblia registra sobre esto? Las Sagradas
Escrituras revelan que Dios es el Autor de la Creación. Es por eso que
nuestra fe se apoya en el creacionismo: “En el principio CREÓ Dios los Cielos
y la Tierra” (Génesis 1:1).
En este pequeño fragmento, la Biblia ya muestra la poderosa existencia del
Altísimo; consecuentemente, refuta al ateísmo. Al mismo tiempo, declara que
el Todopoderoso es el Único Dios, lo que excluye la posibilidad de que
existan otros.
Solo la mente brillante del Señor puede explicar que todo lo que existe se
originó a partir de nada. No obstante, el “antídoto” creado para oponerse a
esta Verdad es el evolucionismo. Desde entonces, la idea de que el universo
fue formado con el Big Bang y que todo lo que es necesario para la
sobrevivencia en la Tierra, como el agua, el aire, la naturaleza, etc., surgió de
este acontecimiento, le agradó al público. Pero ¿cómo cambiar la a rmación
dada por el propio Creador por meras teorías que no se sustentan? Eso solo
ha sido posible porque el mal ha trabajado fuertemente en la mente de niños,
adolescentes y jóvenes, en las escuelas y en las universidades, trayendo, así, un
gran con icto, duda y alejamiento del verdadero Creador.
2. “El ser humano evolucionó a partir del mono”. Esta es otra falacia
diabólica. La cultura moderna predica, por medio de sus agentes, que el
mono y el hombre surgieron de un ancestral en común, pues forman parte
de una evolución de especie. Las a rmaciones como estas están basadas solo
en teorías y no poseen evidencias de que esto, de hecho, haya sucedido.
Podríamos usar los más inteligentes argumentos de estudiosos, investigadores
y cientí cos que rechazan estas ideas, pero, como no es este nuestro objetivo,
dejaremos solo dos simples preguntas para su re exión:
Si la vida humana, fascinante y compleja como lo es, surgió de un proceso
evolutivo ocurrido durante millones de años, ¿por qué no hay una señal
siquiera de que nuestro cuerpo continúa evolucionando a vaya a saber qué
más?
¿Cuál es el animal, además del hombre, que posee el sentido de justicia y
juicio? Digo esto porque tales características no vinieron por casualidad, y
tampoco están presentes solamente en el ser humano por accidente.
En el Texto Sagrado tenemos la descripción exacta de la creación del
hombre y de la mujer y la división de sus respectivos papeles dentro de la
familia:

Y dijo Dios: Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra


semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del
cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se
arrastra sobre la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a imagen Suya, a
imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Génesis 1:26-27

Una vez más, por lo tanto, solamente la mente inteligente del Altísimo
podría crear a un ser dotado de una inteligencia tan grande también. No
tiene sentido que la vida haya surgido de algo sin que haya habido la
intervención de alguien superior para eso. Si incluso los objetos que usamos
en el día a día fueron frutos de la creación de un inventor que se puso a
trabajar, ¿por qué creer que el universo y la vida son frutos de la casualidad?
¡Basta con mirar ahora a la composición extraordinaria que su cuerpo posee
para concluir que solo puede ser proveniente de un extraordinario Creador!
3. “El ser humano debe conquistar su libertad sexual”. La más nueva
mentira del diablo involucra a la sexualidad humana. La relativización del
sexo, o del amor, ha cambiado el concepto del matrimonio, y ahora la
práctica sexual no se ha restringido solamente al hombre y a la mujer, sino
que cada cual ha buscado el placer en la forma como mejor le parece. La
Biblia, sin embargo, revela que la institución del matrimonio es una alianza
sagrada entre el hombre y la mujer:

Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y hembra. Por
esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos serán una
sola carne; por consiguiente, ya no son dos, sino una sola carne. Por
tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe.
Marcos 10:6-9

No obstante, ¡han sido cada vez más recurrentes las noticias de personas que
“se casan” con muñecas, robots e incluso árboles! Este fue el caso de un
hombre que se enamoró de un árbol y que quiso unirse legalmente a él.
“Matrimonios” inexplicables como esos y otros absurdos contrarían a la
inteligencia humana, y lo peor es que nadie puede, ni siquiera, intentar
ayudar a las personas involucradas en esas situaciones porque serán tachadas
como prejuiciosas por no respetar las elecciones ajenas.
Vemos, por lo tanto, que separarse se volvió moda, al punto de que las
personas digan que el casamiento es solo un papel sin valor. Fueron creadas
leyes en todo el mundo para facilitar el casamiento y también el divorcio,
banalizando, así, aquello que Dios instituyó.
4. “El padre y la madre no se deben meter en las voluntades de los
hijos”. Este engaño del mal ha llevado a muchos jóvenes a caminos
prácticamente irreversibles. Además, contraría a uno de los Mandamientos
más poderosos del Decálogo: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días
sean prolongados en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da” (Éxodo 20:12).
Este es el primer Mandamiento con promesa, pero las personas lo han
ignorado. Al establecer el respeto entre hijos y padres, el SEÑOR muestra que,
en la Tierra, ellos Lo representan, por eso la irreverencia, la desobediencia y
la grosería contra los padres son consideradas pecados. Quien se rebela contra
aquellos que los creó, en realidad, se rebela contra el propio Dios. Pero no es
eso lo que muestran las películas y las series de TV.
Cada vez más, en la cción, los hijos buenos y obedientes son vistos como
bobos y dejados atrás. Por otro lado, los padres son vistos como autoritarios,
opresores y retrógrados. Y con la repetición constante de esa imagen
distorsionada en la TV, en internet e incluso en los libros, el diablo ha
alcanzado su objetivo.
En muchos países, este pensamiento está tan difundido que las personas son
incentivadas a denunciar a los padres que intentan corregir a sus hijos incluso
con pequeños actos de corrección. Por lo tanto, está habiendo un intento
desenfrenado, y quizás sin vuelta, de darle un n a la autoridad de los padres
sobre los hijos y de transformar a la familia en una gran confusión.
Está explícito que la cultura moderna trabaja para que la educación familiar
sea cada vez más liberal y genere una relación de igualdad entre padres e
hijos, oponiéndose al Mandamiento Divino de que los hijos deben honrar y
obedecer a sus padres. Cuando se quita la autoridad en el seno familiar, se
debilita la capacidad de los padres de poner límites, creando, así, una
generación debilitada, que no sabe lidiar con las frustraciones. Un simple
“no” o un rechazo en la escuela ha sido su ciente para provocar traumas,
fobias, abandono escolar, rebeldía, venganza e incluso asesinatos en masa.
Claro que la obediencia a la que nos estamos re riendo debe estar dentro de
lo que es correcto, porque, si los padres ordenan que el hijo haga algo malo,
como mentir o cometer otros errores, eso no debe ser considerado
5. “¡Usted es libre para hacer lo que quiera y nadie tiene nada que
ver con eso!” Esta es una típica frase que, aunque suene muy bien a los
oídos y agrade al corazón, es totalmente ilusoria. Dios le regaló al ser
humano el libre albedrío, dándole la perfecta libertad; no obstante, le enseñó
a ejercerla con temor y responsabilidad:

No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre


siembre, eso también segará (cosechará). Porque el que siembra para su
propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el
Espíritu, del Espíritu segará vida eterna.
Gálatas 6:7-8
El diablo, sin embargo, predica la libertad inconsecuente, que no evalúa lo
que los actos humanos pueden generarle al propio hombre y a su prójimo.
¿Quién no oyó ya la famosa losofía de la “felicidad inmediata”, tan
difundida por personas in uyentes, que dice: “¡Viva el ahora y sea feliz!”? En
otras palabras: “No importa lo que usted esté haciendo, ¡si eso lo/la deja
satisfecho/a o feliz, siga adelante!” ¡Pero eso es un tremendo engaño! Pues las
personas están yendo en búsqueda del placer usando la libertad para vivir en
el libertinaje moral, en los vicios, en la promiscuidad, en la mentira y en toda
clase de pecados, sin pensar en las consecuencias futuras. Muchas tragedias
han sucedido debido a esto, como los crímenes pasionales frecuentemente
informados, culminando con el peor de todos los resultados: la pérdida de la
Salvación del alma.
Y lo peor de todo es que, aun cometiendo muchas “tonterías” y sufriendo
bastante, muchas personas aún dicen con orgullo: “¡No me arrepiento de
nada, pues hice todo lo que me dio la gana!”. Los pensamientos diabólicos
como estos no expresan ninguna inteligencia o coherencia, no tienen
sentido, pues suscitan dolor y logran hacer que el ser humano pierda la visión
del cuidado que se debe tener con el destino de su alma. Con sus mentes
contaminadas por la enseñanza del diablo en estos últimos tiempos, una
multitud camina como una manada rumbo al sufrimiento eterno.
6. “Todas las creencias agradan a Dios”. Con el mensaje de que todos
los caminos conducen a Dios, el diablo ha difundido la idea del pluralismo
religioso, que es completamente antibíblica. Cada día, presenta una puerta
más ancha, mientras que la verdadera “Puerta” para llegar a Dios, que es
Jesús, continúa siendo estrecha (Mateo 7:13-14). Las Escrituras son claras al
anunciar que solamente por medio de la fe en el Hijo de Dios hay Salvación:
“Jesús le dijo: Yo Soy el Camino, y la Verdad, y la Vida; nadie viene al Padre sino
por Mí” (Juan 14:6).
Este pensamiento de que todas las creencias o todos los caminos conducen a
Dios converge en otro semejante, que es el ecumenismo. En nombre del
respeto, de la tolerancia y de la igualdad en el campo de la fe, muchas
personas se han empeñado en unir creencias y religiones bajo la alegación de
que deben poseer los mismos principios y propósitos. La falacia es tan grande
que en algunos lugares se torna ofensivo predicar la Biblia como esta es.
El ecumenismo gana fuerza y agrada tanto a la sociedad porque es
fundamentado en el ideal de la “paz mundial”. No obstante, Dios nunca
estableció la paz y la unión como meta o recompensa para el cristiano, y
mucho menos estimuló la búsqueda de esos objetivos a cualquier precio. La
verdadera unidad consiste en la Alianza del ser humano con Dios. Y el
vínculo que sustenta esa unión es el Espíritu Santo, que nos torna miembros
de la Familia Divina. Aquellos que viven esta unión espiritual con el Señor
priorizan los principios de la fe, se mantienen separados del pecado y son
obedientes a la Palabra de Dios. Además, por tener la naturaleza de lo Alto,
no viven con hostilidades, sino que, naturalmente, transmiten la paz y la
alegría que vienen del Padre.
7. “La igualdad económica es la solución para la miseria”. Este es
otro pensamiento difundido por ahí. No obstante, Dios nunca estableció la
nivelación económica como principio social. Al contrario, dio autonomía
para que cada uno desarrolle sus talentos por medio del propio trabajo. Es
decir, cada persona debe sembrar y cosechar los frutos de su esfuerzo. Así, la
uniformidad entre las personas no pasa de ser una gran injusticia. No vemos
en la Biblia ese tipo de principio, ¡al contrario! Al mostrar, en diferentes
versículos, la existencia de personas de clases distintas, entendemos que la
sociedad, desde tiempos remotos, no es uniforme. En lugar de eso, cada uno,
desde siempre, come el fruto de su propio sudor. El apóstol Pablo llegó a
decir que aquel que no trabajara, por ociosidad, debería perder el privilegio
de comer junto a los demás (2 Tesalonicenses 3:8-12).
La Palabra de Dios nos estimula a ejercer la misericordia y la compasión para
con los que están a igidos, no negándole a quien lo necesita el alivio de su
sufrimiento (Deuteronomio 10:17-19; 24:10-22; Santiago 1:27). Por lo
tanto, debe existir una cooperación entre clases, y no una división entre ricos
y pobres, siervos y extranjeros, viudas y huérfanos. Los registros más antiguos
no solo ya mostraban los diferentes niveles sociales, sino que también
estimulaban el desarrollo de la comunidad y el progreso de todos por medio
del trabajo diligente.
Dios tampoco nunca fomentó huelgas, peleas o el apoderamiento del
patrimonio de los demás, mucho menos nos enseñó a mirar al otro como
“opresor” o rival, pues eso produce separación y desorden. No obstante, ¿no
es eso lo que se ha propagado hoy? En vez de que el trabajador honre a su
patrón y vea en él a alguien que le posibilita una oportunidad de
crecimiento, pasa a nutrir bronca por él. Hay una proliferación de prácticas
en el mundo que desestimulan el trabajo y el desarrollo en nombre de una
política asistencialista.
Los pensamientos como estos generan personas débiles y victimistas, que
culpan a todo y a todos por sus fracasos y se comportan como pobrecitas, en
vez de tener ánimo y fuerza para luchar por el propio crecimiento.
¿Dónde, en la Biblia, Dios insinúa que el ser humano es un pobrecito y que,
por eso, necesita compasión de los demás? ¡De Génesis a Apocalipsis
recibimos una inyección de fe para enfrentar cualquier di cultad y vencer! El
propio Creador enseña, en la parábola de los talentos, que la igualdad es una
injusticia grosera, por eso, Él mismo, en esa ilustración, distribuyó de forma
diferente Sus dones. Vea esa narración del Señor Jesús en la que Él muestra la
historia de un señor que les concedió una determinada cantidad de talentos a
sus tres siervos (Mateo 25:14-30).
Ese señor caracteriza al Todopoderoso. Los siervos representan a las personas
y los talentos son las habilidades, la fuerza y la inteligencia que cada persona
recibe para servir, crecer y perfeccionarse en la vida.
Podemos ver, en esta parábola, virtudes como la justicia y la bondad, pues
Dios no deja a nadie desprovisto de talento. Él les da a todos, sin embargo,
no de acuerdo con lo que quieren, sino conforme a la “capacidad” de cada
uno. Aunque haya diversidad en la capacidad de los siervos, aun así, todos
tienen condiciones para multiplicar lo que el Altísimo dio. Si no fuese así, los
siervos de la parábola no habrían recibido los talentos. Pero, al contrario,
vemos que ningún siervo volvió con las manos vacías. Consecuentemente,
no hay razón para que haya complejos de inferioridad, pues no existe, en
este mundo, una sola persona incapaz e inútil.
Por lo tanto, no hay falla en la repartición Divina, pues la sabiduría de Dios
es perfecta: cada siervo recibió de acuerdo con su capacidad, siendo que
ninguno de ellos quedó sobrecargado o de lado. Frente a eso, conforme a la
habilidad individual, el primer siervo obtuvo cinco talentos; el segundo, dos
talentos; y el tercero, un talento.
Para entender lo que cada uno de ellos recibió, necesitamos comprender lo
que signi ca un talento.
En los días del Nuevo Testamento, un talento era considerado una unidad de
intercambio. Su valor dependía de su material. Cuanto más noble, más
valioso. El talento de oro, por ejemplo, era más noble que el de plata o el de
cobre. Como información, en el caso de esta parábola, los talentos podrían
haber sido de plata, pues la palabra griega “argyrion” (Mateo 25:18) puede
signi car “dinero” o “plata”.
Originalmente, un talento era una medida de peso de alrededor de 26 kilos,
pero hay traductores y comentaristas que usan la cantidad de 34 kilos como
un precio razonable de trabajo. Con el tiempo, el talento se tornó una
moneda, que valía cerca de 6 mil denarios. Eso muestra que un talento
adquirido equivalía a aproximadamente 16 años y medio de trabajo para un
operario o un soldado de infantería. Por lo tanto, podemos considerar que el
valor de los talentos con ados a los siervos de esta parábola era grande.
Cinco talentos, en este caso, pueden representar mucho más que una vida
entera de salario.
Luego de dar los talentos y regresar “después de mucho tiempo” (Mateo 25:19),
el señor de los siervos mostró que arreglaría cuentas con ellos, tarde o
temprano. De igual modo, habrá un día de rendición de cuentas a Dios,
cuando Él llame a cada uno para explicar cómo usó los días de su vida, su
salud, su inteligencia, sus habilidades particulares, sus conocimientos, su
memoria y todo lo demás que recibió en pro de Él y de las personas.
Vea que el Señor nos confía Sus talentos a nosotros, pero también nos
convoca para una rendición de cuentas con Él. El primer y el segundo siervo
trabajaron y lucharon con osadía, por eso lograron multiplicar lo que
recibieron y fueron recompensados. Por otro lado, el tercer siervo se mostró
malo y negligente. A diferencia de los demás, se rehusó a empeñarse y juzgó
a su señor como a un hombre cruel y fallo. Frente a eso, fue considerado
malo. Allí está el peso de esta parábola. Este siervo fracasó, porque no vio el
talento como un privilegio, así como no vio a su señor como un hombre
justo. Fue indolente y perezoso, pre riendo enterrar el regalo que recibió
antes que esforzarse para multiplicarlo. Y, al nal de todo, además le atribuyó
su fracaso a su señor, y no a sí mismo. Su castigo, entonces, fue perder todo,
y además ser condenado por su señor. En el sentido espiritual, ese siervo fue
indolente para con los talentos dados por Dios y no Lo consideró como un
Justo Juez. Así, perdió incluso la Salvación.
Muchos que piensan tener poco se juzgan insigni cantes y se omiten de la
responsabilidad de actuar con diligencia. Así, pasan la vida reclamando y
culpando a los demás por sus derrotas. Sin embargo, esta parábola enseña que
somos los únicos responsables por el uso de los dones que adquirimos. Y lo
que proporcionará nuestro éxito o fracaso es el esfuerzo o la indiferencia
mediante aquello que recibimos.
La deturpación del sexo
Otra forma de destrucción familiar, e incluso personal, provocada por el
diablo es la deturpación del sexo. Recientemente, una madre llegó llorando a
la Iglesia porque había descubierto algo chocante con respecto a su hija, una
adolescente de 12 años. La muchacha, que había nacido en una cuna
cristiana y que constantemente recibía enseñanzas sobre el temor y la fe en
Dios, le confesó que, hacía un tiempo, era adicta a la pornografía y la
masturbación.
Todo comenzó, según la adolescente, en una clase sorpresa en la escuela cuyo
tema era la educación sexual. Con la justi cación de que los niños deberían
aprender para que pudieran hacer sus propias elecciones en esa área, los
profesores los sometieron a un espectáculo de horror, según mi punto de
vista. Allí, en plena clase, homosexuales, un bisexual y un heterosexual
explicaron, con gestos, objetos y palabras, varias formas de alcanzar el placer
sexual.
Aquella muchacha salió tan aturdida de la escuela que se sintió curiosa para
buscar más sobre aquellos asuntos en internet. Comenzó, entonces, a trillar
una vereda oscura y peligrosa, pues conoció el sexo antes de tiempo y de
forma incorrecta. Así, pasó a tener culpa y algunos traumas que exigirán
cuidados durante un largo período. Si ese tipo de impacto es difícil para que
un adulto lo supere, ¡mucho más para un niño! Solamente el Espíritu Santo
tiene el poder para tratar las heridas hechas en el alma del ser humano y
cicatrizarlas.
Eso que relaté no se trata de un caso aislado, ¡ojalá lo fuese! Nuestros niños
están siendo atacados y erotizados por medio de materiales pedagógicos
sutiles en las escuelas, literaturas aparentemente inocentes e incluso
programaciones infantiles en la TV y en internet.
De esta forma, nuestros niños están perdiendo su inocencia, siendo abusados
y agredidos, y todo eso bajo la mirada pací ca de casi todos. Un niño, por
ejemplo, llegó a interactuar con un hombre desnudo en un espectáculo
patrocinado por una gran empresa en San Pablo. Era estimulado por otros
adultos a su alrededor a tocar el cuerpo de aquel hombre, en nombre del
“arte”. Nos aterrorizamos con esa cultura pervertida y más espantados aún
con la opinión de un determinado juez que dijo que las protestas de algunas
personas indignadas con ese hecho eran fruto de una “histeria”. Según él, no
había nada de malo con aquella “expresión artística”. Resumiendo, la idea
que se propagó de ese acontecimiento, y de tantos otros, es que aquellos que
denominan al mal como “mal” son anticuados y atrasan a la sociedad.
En todo el mundo, contenidos de carácter erótico han sido difundidos desde
la década de 1960, pero son mucho más intensos en nuestros días. Escenas de
desnudez y de sexo se tornaron comunes para prácticamente todas las edades,
pues la intención es esparcir la idea de que el placer sexual trae felicidad,
independientemente de si eso coloca a la persona en alto riesgo de contraer
enfermedades sexualmente transmisibles, tener un embarazo indeseado o
múltiples decepciones amorosas.
Delante de lo poco que expusimos aquí, ¿logra notar que estamos trabando
una guerra contra el diablo en varios frentes? No estamos mostrando hechos
desconectados de nuestro día a día o tratando temas pasajeros, mucho menos
discursando en contra o a favor del capitalismo o del socialismo, de la ciencia
o de la religión. Estamos luchando para abrir los ojos de las personas con
relación a las cuestiones eternas, para la Salvación del alma.
Lamentablemente, no tenemos cómo resolver todos esos hechos que gritan
frente a nosotros y que exponen el caos espiritual en el que la sociedad está
sumergida, pues las personas, cada vez más, se han convertido en marionetas
en las manos del archienemigo del Altísimo. Lo que podemos hacer es orar y
trabajar para que abran sus ojos.
Satanás ha promovido una revolución de ideas que tienen como objetivo
destruir lo que el Señor estableció en el Edén para el hombre. Y su
revolución comienza en la mente de las personas incautas. Sin tener
consciencia, participan de su peligroso proyecto, que tiene como objetivo
desvincular completamente al ser humano de la fe que lo une a Dios.
Para nalizar, sepa que cualquier principio, por más dominante, hegemónico
y atractivo que sea, que distancia al hombre del propósito para el cual fue
creado, es fruto de una astuta estrategia maligna. Nunca tal principio será
inofensivo y bobo, como algunos presuponen, pues la nalidad es causarle un
daño irreversible al alma del ser humano: la condenación eterna al lago de
fuego y azufre.
Resistir al diablo es rechazar
los malos pensamientos
Gran parte de la población está agotada, sobrecargada y ansiosa debido a la
falta de administración sobre sus propios pensamientos. Estudiosos de la
mente humana discurren acerca de la enorme capacidad del cerebro de
producir millares de pensamientos, variando entre 10 y 70 mil diariamente.
Eso quiere decir que, por hora, un vastísimo número de planes, intentos,
ideas, re exiones, juicios y muchas otras conjeturas puede pasar dentro de
nuestra cabeza. Lo que la mayoría de las personas desconoce es que, a pesar
de que muchos pensamientos se originan dentro de nosotros mismos, otros
son sugeridos por espíritus inmundos que notaron en la mente humana un
campo fértil para lanzar sus dardos in amados. Es decir, en la guerra de
Satanás contra Dios y contra el hombre, su ataque más cruel comienza al
incitar malos pensamientos en el intelecto de las personas que, si son
aceptados, darán origen al miedo, a la inquietud, a la envidia, al rencor, a la
tristeza, a la impaciencia, a las peleas y a tantos otros males.
Inesperadamente, surgen como moscas que buscan dónde posar para poner
sus huevos. Esos malos pensamientos vienen para incitar al ser humano a
tener actitudes incorrectas. ¿Quién nunca vio a esas moscas insistentes, que
rondan durante horas hasta alcanzar su objetivo? Así también son los
demonios con sus sugerencias malignas. Ven en las personas un terreno de
cultivo. O sea, saben que los pensamientos de nen la vida de alguien, por
eso, intentan inspirar a mentes para depositar sus semillas malignas que, una
vez cosechadas y nutridas, darán malos frutos.
Y no piense que los malos pensamientos se van por sí mismos. Tampoco crea
que simples distracciones lo ayudarán a vencerlos. Es necesario confrontar al
autor de ese mal, reprendiendo a Satanás y resistiendo a su embestida.
Combatir los malos pensamientos exige enfrentar al propio diablo, tan
pronto como sople sugerencias que contrarían nuestra fe.
En la guerra por la Salvación del alma, jamás debemos olvidarnos de que los
con ictos espirituales más difíciles serán trabados en nuestro interior. Desde
el primer día en el que nos convertimos al Señor Jesús hasta el último
segundo de nuestra vida en este mundo, tendremos que luchar
constantemente contra las dudas, las incertidumbres, las preocupaciones, los
recuerdos malos del pasado y todo tipo de situación que viene para robar
nuestra con anza en Dios o hacernos pecar.
Esa lucha intensa, y por momentos incluso violenta, es bien descripta por el
apóstol Pablo, días antes de ser ejecutado, en las palabras nales a su discípulo
Timoteo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe”
(2 Timoteo 4:7).
Para vencer los malos pensamientos, necesitamos andar en Espíritu, o sea, en
la fe. Siempre digo que vivir en Espíritu es lo mismo que vivir en la
dependencia de la fe todos los días. Pero no piense que se puede andar en
Espíritu y alimentar los pensamientos malos simultáneamente. No es posible
un día creer en el cumplimiento de las promesas bíblicas y en el otro estar
sumergido en dudas sobre la existencia de Dios o de Su delidad. Solo vive
así quien queda pasivo delante del asedio maligno a su intelecto, quien acepta
la inmundicia del diablo en su mente.
La conquista de la Salvación no es fácil. Y el Señor Jesús nunca dijo que sería
fácil vencer esta guerra espiritual, ¿no es así? Suelo decir que “no vamos a
entrar al Cielo tocando el violín”, o sea, trabaremos un con icto
ininterrumpido aquí antes de que tomemos posesión de la vida eterna.
Para conservar la Salvación que recibimos de Dios, necesitamos estar
conscientes de que fuimos salvos, estamos salvos y seremos salvos si nos
mantenemos eles hasta el n. Para eso, uno de los grandes obstáculos que
tenemos es, permanentemente, blindar nuestra mente y librarnos de los
pensamientos intrusos que nada tienen que ver con lo que creemos.
Al leer inicialmente las Palabras del Señor Jesús en las analogías de la puerta
estrecha y de la senda angosta (conforme está escrito en Mateo 7:14), no
tenemos idea real de cuán difícil es la Salvación. Solamente entendemos el
peso de Sus enseñanzas delante de las tentaciones, de los desiertos y de los
desafíos que enfrentamos a lo largo de nuestra jornada cristiana. Por lo tanto,
uno de los secretos para que nos conservemos en el Reino de Dios se re ere
a la vigilancia y a la oración en espíritu, principalmente, cuando surgen los
malos pensamientos.
Alimentar los malos
pensamientos es una elección
Diariamente, obispos, pastores y obreros son buscados por personas
confundidas, que, atormentadas por pensamientos destructivos, con esan no
saber cómo vencerlos.
Millones de personas están adormecidas por pensamientos que no son suyos,
sino que fueron generados y soplados por el diablo en sus oídos.
En muchas ocasiones, pensamientos surgen conjugados en la primera
persona, o sea, como si fueran ellas mismas las que estuvieran pensando; sin
embargo, eso es una estrategia diabólica para confundir y engañar.
Sin que la persona lo note, vienen a la cabeza preguntas intrigantes que
tienen como objetivo aniquilar la fe, como:
• ¿Dios realmente existe? ¿Dios me ama?
• ¿Recibí el perdón por aquel pecado?
• ¿Por qué no te matas?
Algunos pensamientos surgen como a rmaciones fuertes, pareciendo
verdades, por ejemplo:
• Tu vida no cambiará.
• No lo intentes, no eres capaz.
• No tienes la Salvación.
• Blasfemaste contra el Espíritu Santo.
• Sufrirás un accidente ahora.
• Vas a perder a aquel familiar a quien tanto amas.
Hay gente tan atormentada y rehén de los malos pensamientos que basta un
pequeño atraso del cónyuge para que una gran contienda se forme en el
hogar. El marido que se atrasó debido a un contratiempo, al llegar a casa,
encuentra a su mujer in amada de sugerencias dadas por el mal al respecto de
una supuesta traición. Así, de forma sutil, surgen las descon anzas y los
desentendimientos que lastiman, quebrantan y destruyen las relaciones. Ya vi
a innumerables familias deshaciéndose por problemas que siquiera existieron
realmente.
No podemos dejar de mencionar a tantos hijos que quedaron resentidos y se
fueron de sus casas por alimentar pensamientos de que sus padres no los
amaban, que no se preocupaban por ellos y no los comprendían. Esas
concepciones vinieron del in erno y fueron susurradas en los oídos de
aquellos que se tornaron blanco de la destrucción. Normalmente, los más
vulnerables son los que quedan en la mira del diablo, porque el mal siempre
busca atacar a personas más susceptibles a su embestida, como lo hizo con
Eva, en el Edén.
Diariamente, vemos en los noticieros crímenes y tragedias que ocurren por
motivos banales, y no tengo dudas de que todo eso es causado por la acción
de los espíritus malignos en la mente de las personas. Basta con re exionar: si
los buenos pensamientos refrigeran el alma, traen calma, paz y unión, los
malos pensamientos son los responsables por la división, el enojo, las peleas y
la agresividad de todo tipo.
Aún con relación a los pensamientos, otro punto a destacar es que estamos
viviendo días en los que el consumo de la información se tornó un vicio. El
ser humano nunca tuvo tanto acceso a noticieros, videos, artículos,
investigaciones, opiniones y todo tipo de conocimiento útil e inútil. Estamos
repletos de diversas voces que traen contenidos a cada instante.
A pesar de que la mayoría de las personas en el planeta tenga acceso a las
múltiples redes sociales y aplicaciones de mensajes, nunca hubo tanta
desinformación, engaño y confusión.
Lo que sería para proporcionar la interacción, el aprendizaje y el
entendimiento entre los usuarios, ha causado más divisiones, desencuentros y
decepciones. Justamente porque hay poca verdad en todo lo que llega a la
mente de las personas. Por eso, no se puede ignorar que aquello que
permitimos que entre a nuestro interior es capaz de conducir nuestras
actitudes y nuestros comportamientos, además de de nir el rumbo de nuestra
vida. La ciencia reconoce, inclusive, que el pensamiento puede producir, en
el cuerpo, efectos positivos o negativos, dependiendo de la forma como la
persona reacciona a él.
El exceso de información cansa la mente de las personas de tal forma que la
corteza cerebral puede quedar saturada, causando irritabilidad, desánimo,
intolerancia, apatía y trastornos ya reconocidos como enfermedades, tales
como trastorno de ansiedad, síndrome del pensamiento acelerado, depresión,
entre otros. Sin hablar del gran número de personas que pasan por crisis de
pánico, estrés o que intentan el suicidio, debido a la avasalladora invasión de
malos pensamientos que lograron penetrar sus mentes. O sea, de manera
consciente o inconsciente, lo que abrigamos en nuestra mente determina
nuestro estímulo o nuestra postración delante de los desafíos. Es en la mente
donde se construye nuestra visión del mundo y de las personas, así como
nuestros principios, valores y juicios sobre los hechos.
Entonces, podemos decir que el diablo no introduce en nosotros sus
pensamientos solo por medio del susurro de una idea, también utiliza
internet, con mucha libertad, para esclavizar la mente humana. Cuanto más
conectadas y abiertas están las personas para oír y ver todo lo que hay en los
medios de comunicación y en las plataformas digitales, más fácil es para
Satanás difundir sus mentiras y desestabilizar la salud física, emocional y,
sobre todo, espiritual de ellas.
Solo escapan de ese engaño que aprisiona el alma aquellos que oyen la Voz
de Dios y se ocupan prudentemente en obedecerla. Porque, si darle oídos a
la voz del diablo y seguir sus sugerencias resulta en destrucción, enfermedad
y pérdida, oír la Voz de Dios hace nacer dentro de nosotros una fuerza
incomparable, que nos guiará a las decisiones correctas. Esa orientación
Divina nos encamina desde las mayores elecciones, como la mejor profesión
a ejercer y con quién debemos casarnos; hasta las menores, como la elección
de lo que debemos vestir y la alimentación que debemos tener. Cuando
permitimos que la Voz del Altísimo penetre en nuestra mente, pasamos a
tener Sus pensamientos. ¡Y dudo que la vida de alguien continúe infeliz y
fracasada después de esta experiencia!
En medio de una multitud que está sin el control de su propia mente, pero
vive absorbida de cuidados y preocupaciones, sobresalen, de forma
excepcional, aquellos que con sabiduría y discernimiento aprenden que una
vida victoriosa comienza en el pensamiento.
Mi experiencia personal con los
malos pensamientos
Cierto día, alguien desesperado confesó estar siendo bombardeado por
pensamientos satánicos, que, de tan sucios, no tenía ni siquiera coraje de
detallarlos. Entonces, usé mi experiencia personal para ayudarlo de forma
práctica.
Ya en el inicio de mi conversión, también fui atacado por cuestionamientos
relacionados a Dios y pensamientos lascivos. No hay necesidad de entrar en
detalles, porque casi todas las personas en la fase de conversión pasan por las
mismas experiencias. En aquella ocasión, por no tener experiencia en la fe,
aquello me perturbó muchísimo, al punto de pensar que pecaba contra el
Espíritu Santo.
Al conversar con mi pastor sobre el tema, él oró por mí y quedé libre de
aquello. Pero, como esa embestida del diablo suele ser recurrente, desarrollé
una estrategia muy útil, y que me dio autonomía, para no depender de nadie
cuando fuera sorprendido por una sugerencia maligna. Cuando los malos
pensamientos aparecen, inmediatamente digo así:
— Satanás, presta atención: cada vez que traigas tu basura en forma de malos
pensamientos, voy a glori car a mi Señor Jesús.
Después, comienzo a orar porque sé que él odia vernos adorar a Dios. Si lo
intenta de nuevo, comienzo a cantar alabanzas a mi amado Señor. Y, en cada
intento, tengo una reacción de fe. Listo. Así, blindo mi mente y venzo
cualquier embestida que amenace mi comunión con Dios.
Desde el día en el que pasé a tener esa actitud, quedé libre — no solo de los
pensamientos malos, sino también del miedo de que me alcancen. Noto que
este tipo de problema ha sido muy común, principalmente para aquellos que
están a punto de liberarse o de nacer de Dios.
Si usted está viviendo tal situación, no tenga miedo ni se preocupe. Al
contrario, glori que a Dios cada vez que ocurra.
Ser tentado no es pecado. Pecado es caer en tentación. ¡Esto es señal de que
está en el camino correcto! Recuerde lo que está escrito:

(…) y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá
de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la
vía de escape, a fin de que podáis resistirla.
1 Corintios 10:13

Entonces, si esos malos pensamientos no combinan con lo que usted cree —


mucho menos, con lo que usted quiere, de hecho, hacer —, combátalos
inmediatamente. Esté atento y vigilante para responder a la altura, contando
con el poder de la fe que hay en usted. Así, no sufrirá ningún daño.
Duda, la mayor trampa del diablo
La estrategia preferida de Satanás es lanzar malos pensamientos en el ser
humano, justamente porque, la mayoría de las veces, las sugerencias malignas
vienen para causar la duda, que es la mayor enemiga de la fe. Esa lógica es
simple de entender, ya que la fe es el poder de Dios dentro de nosotros y la
duda, la fuerza del in erno usada para neutralizar esa fe.
Me imagino que todos ya pasaron por la experiencia de estar animados y
con ados en las promesas de Dios cuando, súbitamente, fueron sorprendidos
por un pensamiento: “¿Funcionará?”
Esa duda, aparentemente inofensiva, es una insinuación astuta del mal en
nuestra mente. Funciona como una especie de antídoto con el n de
paralizar el poder de Dios en nuestro interior. Entonces, si la fe es la madre
del coraje, podemos decir que la duda es la madre del miedo.
Dios ofrece la fe y la seguridad de que seremos exitosos. No obstante, el
diablo ofrece la duda y, por medio de ella, hace que nuestra vida retroceda
hasta detenerse. La fe lleva a la conquista, siendo que la mayor de todas es el
Cielo. Por otro lado, la duda lleva a la destrucción, siendo el in erno su peor
forma. Si usted está rme en la fe, sus problemas caen delante de sí, pero, si
está en la duda, quien cae es usted.
Para ejempli carlo, recuerdo a un adolescente que contrajo el virus VIH.
Después de un tiempo, al llegar a la iglesia y poner en práctica su fe (certeza),
fue completamente curado. Se tornó un miembro activo, obrero y, después,
pastor. Conoció a una joven obrera, se casaron y, de esa relación, nació una
niña.
Se fue a trabajar a una ciudad del interior de San Pablo, ejerciendo su
función pastoral. Un determinado día, al volver de un programa de radio, él
y su compañero de trabajo fueron sorprendidos por un muchacho que le
golpeó el vidrio del auto pidiendo ayuda. Él decía ser seropositivo y que
necesitaba dinero para comprar sus remedios. De pronto, el que conducía el
vehículo indicó una Iglesia Universal del Reino de Dios muy cerca de allí.
Aquel muchacho respondió rmemente: “¡Tú no tienes SIDA, pero él
tiene!”, señalando con el dedo al pastor que había sido curado hacía años.
A pesar de tener un increíble testimonio, aquel pastor exseropositivo fue
dominado por las palabras de duda de una persona totalmente desconocida.
Pasados tres días después de lo ocurrido, su cabello comenzó a caerse, sus
uñas se debilitaron, su piel comenzó a descamarse, los síntomas de la
enfermedad invadieron su organismo. Los vómitos y la pérdida de los
sentidos hicieron que fuera llevado de prisa al hospital para ser socorrido.
Conclusión: pocos meses después, murió. Dejó a una esposa y a una linda
hija, de aproximadamente 6 años, ambas saludables. Notamos con su historia
cuánto una palabra de duda puede arruinar la vida de alguien.
Delante de eso, en el con icto íntimo entre la Voz de la fe y la voz de la
duda, solo hay una solución: ¡dudar de las dudas! O sea, combatir los
pensamientos del diablo con los Pensamientos del Altísimo.
Cuando Satanás dice: “Cuidado, eso puede salir mal. No le salió bien a
Fulano”, la respuesta inmediata debe ser: “¡Dios está conmigo, voy a ver con
mis propios ojos que Él está conmigo!”. Y, entonces, vaya a fondo, sin
miedo.
Esta batalla contra la duda es trabada en el interior, y es justamente allí que se
de ne la victoria o la derrota, porque con ar en Dios signi ca mucho más
que creer en Su existencia. Quien tiene la verdadera fe vive en guerra
constante contra las dudas.
Por lo tanto, todos nosotros tenemos una elección personal e intransferible
que hacer: o nos mantenemos en la fe o en la duda. O vivimos de fe en fe o
en todas las inquietudes que el “será” de Satanás provoca.
Dios y la mente humana
Satanás actúa de modo tan intenso en la mente de las personas, primero,
porque es en el intelecto del hombre que el Espíritu de Dios trabaja, y él
intenta impedir Su acción. Segundo, el diablo sabe que nuestros
pensamientos determinan lo que hacemos y, al conseguir in uenciarlos,
destruirá vidas.
Inclusive, la mente tiene hasta el poder de generar sentimientos. Digo esto
porque hay muchas personas que desconocen el hecho de que los malos
sentimientos vienen de pensamientos malos, provenientes de la sugerencia de
un espíritu inmundo. Por ejemplo: el rencor no comienza en el corazón,
sino en los pensamientos contra alguien que le haya ofendido o hecho una
injusticia. De manera que, cada vez que los demonios promueven el
recuerdo de la persona en cuestión o lo que hizo, la repulsión, el enojo, la
indignación y, nalmente, el deseo de venganza son estimulados en el
corazón. Así también ocurre con el adulterio que, antes de ser cometido,
comienza con una mirada y es alimentado por pensamientos de querer estar
con la persona codiciada. A continuación, surgen los pensamientos de
pasión, las fantasías y la avidez por tener momentos de placer, sin medir las
consecuencias del acto.
De la misma forma, otros pecados, como la mentira, la gula y el robo,
pasaron por la mente como un simple pensamiento, antes de ser consumados.
Después, se tornaron un deseo y, nalmente, un acto. Y no son pocos los
que hacen del acto un comportamiento instalado, o sea, los errores y los
pecados se tornan hábitos, generando la vida deplorable que la persona pasa a
tener. Por eso la necesidad de estar reprendiendo, todo el tiempo, los
pensamientos negativos soplados en la mente.
No cuesta nada resistir a las dudas con un “¡Está atado, en Nombre de
Jesús!”.
No es necesario hablar en voz alta, pero se debe tener una rápida reacción de
fe en el momento en el que los malos pensamientos surjan. ¡Cuando la
mente fuera atacada, resista al instante y recurra a los pensamientos de fe en
la Palabra de Dios!
Aprendemos esto con el Señor Jesús que, durante un período de ayuno en el
desierto, recibió propuestas tentadoras de Satanás y resistió rme, citando las
Sagradas Escrituras (conforme está escrito en Mateo 4:1-11).
En otra oportunidad, al recibir de Su discípulo una sugerencia maligna de
salvarse y huir del sacri cio de la cruz, nuestro Salvador fue rme y directo
con Pedro: “(…) ¡Quítate de delante de Mí, Satanás!, porque no tienes en mente
las cosas de Dios, sino las de los hombres” (Marcos 8:33).
Entonces, no podemos intimidarnos delante de las afrentas, de las palabras y
de las insinuaciones malignas que intentan hacernos caer o instigarnos a
cometer cualquier error. Dios nos ha suplido de muchos argumentos sólidos
e incuestionables en Su Palabra para rechazar el mal, tornando nuestra
resistencia obligatoria. A n de cuentas, está determinado que debemos
resistir al diablo para que este huya de nosotros (verifíquelo en Santiago 4:7).
No sirve intentar simplemente olvidar o distraerse con cualquier cosa para
vencer al mal. Solo los pensamientos del Bien superan a los del mal. Solo los
de Dios vencen a los del diablo. ¡Por eso la necesidad de la fe práctica!
Los pensamientos — buenos o malos — son inevitables. No podemos
impedir que vengan, pero tenemos poder para reprenderlos. Los buenos (de
acuerdo con la Palabra de Dios) deben ser nutridos y los malos, expulsados.
Si los malos pensamientos vienen y no los resistimos de inmediato, estos
ganan fuerza y pueden causar riesgos a la buena conciencia y,
consecuentemente, a la Salvación. Y cuanto más tiempo permanecen en la
mente, más difícil reprimirlos. Si no hay forma de impedir la llegada de estos,
hay forma de vomitarlos, imposibilitando que hagan nidos en nuestra cabeza.
Por eso, la reacción tiene que ser rápida, aunque sea por medio de una breve
oración mental. Siempre que sea “visitado” por ellos, si puede, corra a un
lugar reservado (aunque sea el baño) y haga de eso su altar.
Bajito, pero con voz audible, agradezca la presencia de Dios en su vida; alabe
al Espíritu Santo; mencione el Nombre del Señor Jesús; en n, diga palabras
que neutralicen al mal. Los pensamientos infernales no soportan cuando
hablamos o pronunciamos palabras celestiales.
Recuerde: cuando pronunciamos la Palabra, dirigimos nuestros pensamientos
directamente al Cielo. La alabanza al Señor Jesús nos fortalece y así los
pensamientos cambian de enfoque. ¡Pruébelo!
Tengo la certeza de que desaparecerán y el Espíritu Santo lo socorrerá.
¿En qué debo pensar?
Muchas personas tienen el hábito de dejar la mente a gusto para pensar o,
como dice el dicho popular, “libre, liviana y suelta”. Cuando sucede eso,
normalmente, los pensamientos deambulan en las cuestiones terrenales,
como las necesidades, las ambiciones, los placeres pasajeros, las riquezas, en
n, cosas que se quieren conquistar y honras que se desean recibir.
Eso es contrario a lo que enseña la Palabra de Dios, que dice enfáticamente
que debemos tener afección por las cosas espirituales, pues solo estas son
dignas de ocupar nuestro pensamiento. Nada más merece nuestra total
atención.

Piensen en las cosas del Cielo, no en las de la Tierra.


Colosenses 3:2 NTV

Eso no signi ca que no podemos trazar metas, pretender alcanzar la


estabilidad profesional o tener otros objetivos de realizaciones en este mundo.
Sino que quiere decir que debemos, de forma intensa y constante, pensar en
lo que es eterno y tener la vida espiritual como prioridad. Este es, entonces,
un consejo valioso sobre qué tipo de pensamiento debemos mantener en
nuestra mente si, de hecho, valoramos nuestra Salvación.
Cuando cambiamos los pensamientos terrenales por los de lo Alto, quitamos
la fértil imaginación que divaga por las futilidades y se opone al
conocimiento de las cosas de Dios; además de demoler las ideas mundanas y
diabólicas que intentan subyugar a nuestro intelecto (vea en 2 Corintios
10:5).
La salud de nuestra mente es algo tan importante, que las Sagradas Escrituras
son especí cas en la orientación de lo que debemos pensar. Por eso, el
apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, en su carta a los lipenses,
menciona pensamientos dignos:
Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo
justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o
algo que merece elogio, en esto meditad.
Filipenses 4:8
Note bien la orden “en esto meditad”, pues expresa la naturaleza de la
urgencia y de la disciplina en los pensamientos para el mantenimiento de la
fe. Entonces, así como necesitamos someternos a una dieta alimenticia
correcta, a ejercicios físicos regulares y a un adecuado descanso para que
tengamos una buena salud del cuerpo, nuestra mente también necesita estar
subordinada a los preceptos establecidos en la Palabra de Dios.
Cada pensamiento, antes de ser alimentado, debe pasar por el tamiz para ver
si es: verdadero, digno, justo, puro, amable, honorable y si hay alguna virtud
y elogio en él. Es decir, el pensamiento, necesariamente, debe tener
cualidades morales justas y santas.
Queda claro que quien piensa correctamente también hablará y actuará
conforme a lo que piensa.
Concluimos que somos responsables absolutos por nuestra mente y que, si
priorizamos la Salvación, también consideramos que la Santidad al Señor
comienza en el interior y rebosa al exterior.
Estrategias del diablo contra
los cristianos
Satanás ha actuado abiertamente en el medio evangélico y ha tenido un
cierto éxito sobre algunas personas, justamente en un punto que considero
que sea el de mayor vulnerabilidad para el ser humano: sus emociones y sus
sentimientos.
Hemos visto a una generación de creyentes que, en lugar de estar vigilante y
munida para la guerra espiritual que necesita ser trabada todos los días, es
adicta a “sentir” esto o aquello para que pueda creer en Dios. Eso es un
desvarío porque la fe genuina desprecia las sensaciones, los sentimientos, las
emociones o cualquier tipo de apoyo sensorial para ser desarrollada.
Habitualmente, veo a personas desanimadas en su fe porque dicen que no
“sintieron” la presencia de Dios, no “lloraron” en el momento de la oración,
o no fueron “tocadas” por el Espíritu Santo en un determinado momento.
Otras, aunque sean evangélicas hace tanto tiempo, aún se dejan guiar por su
corazón y no por lo que está escrito en la Palabra de Dios. Entonces, en
algunos períodos, están rmes, felices y con con anza; en otros, están
arrastrándose espiritualmente, llenas de dudas y tomadas por el miedo. ¿No
es eso una prueba inequívoca de que no andan por la fe, sino por lo que su
corazón siente o deja de sentir?
Esa gente tiene como su mayor atormentador a su propio corazón, y por él
es engañada. Incluso, el diablo y el corazón tienen dos adjetivos en común:
ambos son engañadores y perversos. Vea:

Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo


conocerá?
Jeremías 17:9 RVR1960

Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro


padre. Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la
verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su
propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira.
Juan 8:44

Esto signi ca que, así como es una locura con ar en Satanás, es una locura
con ar en el corazón, pues este está susceptible a todo tipo de inestabilidad y
corrupción.
Las personas que viven apoyadas en lo que sienten son inconstantes porque
nada cambia más que los sentimientos y las pasiones humanas. Por ejemplo,
en un único día, alguien puede tener un torbellino de sentimientos, como
alegría y tristeza, euforia y aburrimiento, satisfacción y frustración, y así por
delante.
¡Imagínese cómo sería si las mujeres convertidas fundamentaran sus vidas en
lo que sienten, y no en la fe! Todos saben que, durante el mes, las tasas
hormonales del cuerpo femenino sufren fuertes oscilaciones y, según la
medicina, debido a esto, ellas están propensas a sufrir los más variados
cambios físicos y emocionales. En un momento, la mujer puede estar
animada y con un buen humor, pero, en otros, puede estar predispuesta a
tener irritabilidad, cansancio o estrés. Sin embargo, aquellas que descubren la
riqueza de la vida por la fe no son movidas por las circunstancias, sino que
transcienden la realidad de lo que su propio cuerpo determina. Alimentan la
con anza en las promesas del Todopoderoso, y no en las sensaciones que sus
hormonas les hacen sentir y conjeturar.
Por lo tanto, cualquier milagro o experiencia con Dios se da de modo único
y exclusivo por la fe. No hay otra manera de que el ser humano se aproxime
a Él. Por eso, una de las ordenanzas más importantes de la Biblia se re ere a
la fe. Vea: “(…) mas el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4).
Este Mandamiento, repetido en el Nuevo Testamento tres veces más, nos fue
dado para que tengamos el claro entendimiento de que la inteligencia
(espíritu) nos lleva a creer, pero las emociones (carne) nos llevan a descreer.

Porque en el Evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como


está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.
Romanos 1:17
Y que nadie es justificado ante Dios por la ley es evidente, porque el justo
vivirá por la fe.
Gálatas 3:11

Mas Mi justo vivirá por la fe; y si retrocede, Mi alma no se complacerá en


él.
Hebreos 10:38

Si es por la fe, no es por lo que el alma siente. Por lo tanto, no es necesario


un escalofrío, conmoción, gritos o éxtasis para creer. Si es por la fe, es por el
espíritu, porque Dios es Espíritu. Consecuentemente, Él no Se mani esta
para causarnos buenas sensaciones, sino para que vivamos lo que creemos.
Tampoco quiere que tengamos una vida basada en los sentidos y en las
impresiones humanas, sino en Su Palabra.
Lo que siento
¿Usted piensa que todos los días estoy eufórico o teniendo una sensación
especial para hacer lo que hago? ¿Cree que hago la Obra de Dios porque mi
vida es tranquila y no tengo problemas? ¡Claro que no!
Hace alrededor de 50 años me he dedicado a ayudar a las personas, y este es
un trabajo arduo. Debido a las necesidades de aquellos que llegan a nosotros,
muchas veces necesitamos repetir los mismos consejos exhaustivamente.
Durante largos años, mi rutina es la misma todos los días.
Perdí la cuenta de cuántas veces ya fui al culto o a un programa de radio con
el alma angustiada debido a un problema. Sin embargo, nunca dejé que mis
a icciones comprometieran el voto que Le hice a Dios de salvar almas. Lo
que me estimula a actuar así, ciertamente, no son mis sentimientos, sino mi
fe, porque, en el momento de la adversidad, el corazón nos manda a huir, a
escondernos, a desaparecer y a solo regresar cuando la vida vuelve a estar
tranquila.
De la misma forma, no sabría decir cuántas veces ya fui traicionado por
personas que juzgaba que eran buenas y de carácter, pero que no lo eran. Si
yo fuera guiado por mi corazón, quedaría decepcionado con ellas y con
aquellos que no entienden y no valoran mi trabajo. Dejaría de con ar en el
ser humano, la materia prima de la Obra de Dios, y no le daría nuevas
oportunidades a nadie más solo para protegerme.
Si oyera a mi corazón, también crearía una incontenida y errónea expectativa
de recompensa en este mundo. Daría pausas en mi ministerio para tomarme
vacaciones o para pasear. No obstante, no tengo ninguno de esos
pensamientos, porque la fe me hace ver que estamos en una guerra y, por
eso, no puedo relajarme y dar regalos para que mi alma se haga una esta.
¿Usted cree que cada vez que hago un viaje misionero es porque estoy lleno
de ganas de conocer nuevos lugares y personas? Realmente no. Tengo una
personalidad reservada y aprecio estar dentro de casa, en la quietud de mi
hogar. Si no fuera por la vocación para predicar el Evangelio, le aseguro que
Ester y yo viviríamos en el campo, lejos de todo.
Sin embargo, pasé mi vida viajando por el mundo para enseñar la Palabra de
Dios, abrir nuevos campos misioneros y visitar iglesias. Además, me expongo
y uso todos los medios de comunicación posibles para hablar de mi Señor. Si
yo me detuviera para oír a mi alma, esta me convencería de lo contrario con
respecto a muchas cosas. Inclusive, usaría el hecho de tener 74 años para
instigarme a cuidarme y a dejar de hacer lo que hago. A n de cuentas, esta
diría: “Ya no eres más un joven. Mereces descansar, tienes el derecho de
disfrutar lo que resta de tu vida”.
Mientras que mi corazón dice que me reserve, disminuya el ritmo, mi fe dice
justamente lo opuesto. ¡Mi fe me motiva a aprovechar al máximo el tiempo
que me resta para hacer para el Dios Altísimo más de lo que hice en todos
mis años anteriores! Entonces, todos los días hago todo aquello que necesita
ser hecho, sintiendo o no sintiendo nada, porque sirvo a mi Señor por la fe
en Él. Esta fe está siempre aliada a la inteligencia y a la convicción resoluta de
lo que está escrito en las Sagradas Escrituras.
Mi supervivencia en la fe
En el pasado, hubo días en los que enfrenté persecuciones tan crueles y
avasalladoras que, al mirar por la ventana y ver un perro, deseé tener su vida,
tamaña era la a icción de mi alma. Pero, porque no me entregué a esos
sentimientos pasajeros, logré soportar el dolor y, así, no aqueé ni desistí.
Siempre coloqué en mi mente aquello que la Palabra de Dios decía sobre lo
que yo era para Él, y no lo que las personas pensaban de mí. Decidí que no
serían los pensamientos ajenos los que determinarían mi valor delante de
Dios, sino mi fe. Por eso, hoy, puedo testi car la delidad de Él para
conmigo.
Siendo así, no son mis emociones las que llaman a la existencia aquello que
no existe, sino la fe. No es el corazón el que me da fuerza para ir a la guerra
a luchar, sino la fe. Por eso, mi énfasis en la predicación es que la vida solo
puede ser vivida por la fe. Si en un solo momento huimos de eso, seremos
frágiles, débiles y derrotados. Porque el problema del débil no es ser débil,
sino rendirse a las debilidades y entregarse a los sentimientos o a las
emociones del corazón. Cuando sucumbe a eso, él no piensa y, cuando
piensa, es para pesar las palabras de gente débil como él. Si el débil razonara
y veri cara lo que el Todopoderoso ha dicho en la Biblia, con certeza
pensaría como Dios piensa y reaccionaría contra sus debilidades.
Solamente quien es débil busca sentir en vez de pensar. Eso lo debilita aún
más, pues el corazón humano (fuente de sentimientos) es extremadamente
corrupto y engañador. Quien lo sigue, se destruye. Por otro lado, lo mismo
no ocurre con quien desprecia las sensaciones del corazón y obedece la
Palabra de Dios. Esa persona piensa, evalúa y concluye que lo que está
escrito es argumento su ciente para fundamentar toda su vida y vencer al
diablo, a las persecuciones, a los desiertos y a todo lo demás que surja por
delante. Frente a eso, la fe no siente, no llora y no busca dulzura, lástima,
pena, ternura o piedad de las demás personas. Al contrario, ella depende de
la misericordia del Altísimo y se indigna, actúa y toma una actitud de coraje
contra lo que la debilita. La fe bíblica es racional, inteligente y sobrenatural.
No tiene nada que ver con el corazón, sino con lo que está escrito en la
Palabra de Dios. ¡Esta fe bruta es la que resuelve!
La fe es convicción, es certeza
¡Cuántas veces, en las reuniones que hice en la iglesia, las personas se
sorprendían porque me oían decir que yo no estaba sintiendo la presencia de
Dios! Es más, incluso me ocupaba de mencionarlo, como aún lo hago hoy.
Pero, luego, explicaba mi declaración. Dejaba en claro que sentir algo no
signi caba nada, porque lo que importaba era mi certeza de que el Señor
Jesús estaba allí. Si sintiéramos o no Su presencia, Él estaba junto a nosotros.
Refuerzo esto porque es así como creo. Fue el propio Salvador Quien dijo:

Porque donde están dos o tres reunidos en Mi Nombre, allí estoy Yo en


medio de ellos.
Mateo 18:20

Dios es inmutable, por lo tanto, Sus promesas continúan siendo las mismas.
Si Él dijo que estaría con nosotros, ¡lo está y listo! Entonces, aunque yo no
Lo haya visto cara a cara o no haya tocado Sus Manos, creo en Él. Aunque
yo no haya estado en el Cielo, estoy seguro de que Él existe. Aunque nunca
haya visto a un ángel, sé que todos los días ellos nos acompañan en nuestras
di cultades. Porque la Palabra de Dios me convence. ¡La Palabra de Dios me
basta! Pero, quien vive basado en las emociones y en los sentimientos,
quedará acostumbrado a esas sensaciones. No obstante, como estas son
momentáneas, enseguida la persona se olvidará de lo que sintió y necesitará
una nueva “dosis” de efectos para estar bien de nuevo.
Lamentablemente, este condicionamiento de la fe al corazón, muchas veces,
se da a partir del púlpito, o sea, son los predicadores los responsables por esa
unión tan nociva a la vida espiritual. Esa actitud entristece mucho a Dios, así
como el hecho de que muchos predicadores no preparen a las personas para
la guerra contra el mundo, contra el diablo y contra los sentimientos que
traban todos los días. Existen incluso aquellos que hacen el culto para
promoverse o para conquistar a las personas para sí, usando inventos
extravagantes para causar buenas sensaciones en sus oyentes.
En ese punto, podemos decir que la música ha sido un medio de emocionar
y “quebrantar” a las personas. Por ejemplo, no como una crítica, sino como
re exión, veo que muchos cultos parecen más espectáculos de artistas
seculares, de tanto que usan el sensacionalismo y el llamado al corazón. Eso
huye del estándar bíblico, porque el único que convence verdaderamente al
ser humano, lo lleva al arrepentimiento y a la transformación de vida es el
Espíritu Santo. Y, para hacer esta Obra, Él no necesita un coro o una voz
bonita de un cantante, o incluso una predicación elocuente y perfecta de un
pastor. Todo lo que el Espíritu Santo quiere es un corazón dispuesto a
atender Su llamado.
Necesitamos entender que estamos trabando una guerra espiritual intensa
que ha hecho muchas víctimas en el Reino de Dios, y eso sucede porque, la
mayoría de las veces, esas personas no fueron alertadas sobre el peligro
espiritual que corrían. Para vergüenza nuestra, tenemos, en el medio
evangélico, a personas tan inmaduras que solo logran orar con un fondo
musical o solo logran estar “bien” si reciben una “revelación personal” del
hermano de la iglesia, porque lo que está escrito en la Palabra de Dios no es
su ciente. ¿No sería ese uno de los motivos de que veamos multiplicándose
al número de los desviados del Evangelio y de las iglesias, los llamados
apartados? En muchos cultos, las personas están siendo entretenidas con
buenas sensaciones y, así, han perdido su capacidad de razonar y de poner en
práctica la fe.
El corazón lleva al fondo del pozo
Recientemente, conocí la historia de una muchacha que sirvió a Dios como
obrera durante cinco años. Sin embargo, vio su vida transformándose en un
in erno debido a su propio corazón. Estaba casada con un hombre que
también era obrero de la iglesia, pero, cierta vez, llegó a su casa y lo encontró
en la cama con otra mujer, que también era obrera. En shock, se fue de su
casa y quedó con un rencor profundo hacia él y hacia su amante. Ese
sentimiento fue el comienzo de su caída.
Esa mujer, que tenía fe para expulsar demonios, evangelizar, orar por las
personas y frecuentar asiduamente a los cultos, no tuvo la misma fe para
perdonar ni para superar sus sentimientos de enojo y rencor.
Consecuentemente, con el alma sumergida en resentimientos, no logró
superar aquella situación. Las peleas con el exmarido se tornaron cada vez
más frecuentes y ella, cada vez más, caminaba alejándose de Dios y de Sus
enseñanzas. Después de algún tiempo, con ambos desviados de la fe y
completamente perdidos, ocurrió un hecho que le puso n a la vida de aquel
a quien ella más amaba: su niño.
Un cierto día, su exmarido fue a su casa. Completamente alcoholizado y
drogado, la agredió con un palazo; luego, le dio un tiro en la cabeza a su hijo
y después se mató.
Ella logró sobrevivir a esa tragedia, pero quedó aún más desorientada y
perdida. Ahora, además del rencor del exmarido y de su amante, pasó a
nutrir un enojo hacia Dios. Así, esa joven mujer perdió a su familia, su
preciosidad en este mundo, y vio al suelo abriéndose debajo de sus pies.
En uno de nuestros movimientos evangelísticos para rescatar a las personas
desviadas de la fe, la encontramos con una cuerda en el cuello a punto de
ahorcarse. Aquel era uno más de los muchos intentos de ponerle n a su
propia vida, tamaño era el abismo en el que se encontraba.
Esa exobrera perdió la fe y el amor por Dios y vio cómo su vida quedaba
devastada. Según su relato, no tenía más fuerzas para doblar las rodillas y orar,
porque los demonios hacían de su cabeza una “olla a presión”, con tantos
pensamientos horribles. Además de eso, ya no lograba leer más la Biblia, pues
tenía su mente oscurecida y sin entendimiento.
Varias veces, esa mujer pasó por la puerta de la iglesia e intentó entrar para
pedir ayuda, pero, con el tiempo, no lograba ni siquiera dar ese simple paso
en búsqueda de la Salvación de su alma.
En su testimonio, su voz cargaba tanto dolor que nos llevó a re exionar
sobre cuán importante es guardar nuestra fe y blindarnos de los engaños del
corazón. Pues el diablo, al observar la sensibilidad de alguien, crea situaciones
y usa a personas para traicionar, maltratar y causar injusticias. Su objetivo es
fragilizar la fe de esa persona, como ocurrió con esa exobrera. En el caso de
esa joven mujer, Satanás encontró la brecha que quería cuando ella le dio
lugar a lo que su alma sintió después de la traición, y no a lo que la Palabra
de Dios dice: tener buen ánimo en las a icciones y perdonar a aquellos que
nos hacen mal.
Los espíritus inmundos pisotearon su vida y, si no fuera por el socorro del
Señor Jesús por medio de Sus siervos, ella habría muerto y, lo peor, tendría
su alma atormentada en este momento.
Este ejemplo retrata bien lo que el Señor Jesús dijo al respecto del corazón,
que es la fuente de los malos pensamientos y deseos: “Porque del corazón
provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos
testimonios y calumnias” (Mateo 15:19).
En el jardín del Getsemaní, ocurrió una situación que ilustra la constante
lucha del espíritu (fe) contra la carne (alma). Pedro, Jacobo y Juan dormían
sofocados de cansancio mientras que el Señor Jesús oraba para enfrentar el
momento más decisivo de Su vida: la cruz. Aquellos discípulos, en lugar de
hacer lo que les había sido ordenado hacer, es decir, orar y estar atentos al
Maestro y a aquel momento, descansaban.

Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto,


pero la carne es débil.
Mateo 26:41

Esa debilidad de la carne (alma) no es nada más que la inclinación a las


emociones y a los sentimientos, que dejan al ser humano débil, vacilante e
inestable. Por otro lado, “el espíritu está dispuesto” quiere decir que nunca es
sorprendido por el mal, porque está conectado al Altísimo;
consecuentemente, es prudente y celoso. Por eso, el espíritu está siempre
dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y a vencer las tentaciones. Entonces,
si la inclinación de la carne lleva a la muerte espiritual, la inclinación que
procede del espíritu conduce a la vida, al ánimo y a los buenos objetivos.
Pablo se re ere a las obras de la carne como pensamientos oriundos del
corazón. Vea:

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,


inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos,
iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras,
orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto,
como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el Reino de Dios.
Gálatas 5:19-21 RVR1960

Note bien que la mayoría de los pecados mencionados aquí son cometidos
cuando las emociones están en alta. Por ejemplo: solamente una persona
tomada por sentimientos y deseos impropios tiene el “coraje” de traicionar a
su cónyuge y destruir su familia. Solamente alguien que cede ante su carne
da lugar para que los vicios, el odio y otros pecados entren a su vida.
Por lo tanto, podemos entender que el corazón y la carne son lo mismo. Las
obras de la carne y los pensamientos del corazón dan lo mismo. Los nacidos
de la carne y los nacidos del corazón son lo mismo. Los nacidos del corazón
fueron generados en la emoción, de la misma forma como los nacidos de la
carne fueron generados por los sentimientos.
A este tipo de “cristiano” le gustan los mensajes con fuertes llamados a la
emoción. Le gustan las demostraciones de afecto del pastor. Le gusta aparecer
y recibir elogios, reconocimientos y alabanzas. En la ausencia de eso, el
corazón fervoroso se entristece e incluso abandona la fe. Todo eso porque los
nacidos de la carne son pura emoción. En la iglesia, se sienten bien, pero,
afuera, se sienten fríos. A n de cuentas, viven de lo que sienten o dejan de
sentir. Por eso, no logran vencerse a sí mismos y, mucho menos, al mundo.
Fueron engañados por la fe proveniente del corazón, y el tiempo terminó
mostrando sus frustraciones. Lo que dirige su fe son los sentimientos y no la
Biblia, pues la fe que “sienten” nació en el corazón y fue agasajada por los
sentimientos. Allí, se originó y continúa alimentándose con consejos
emotivos, canciones emotivas, reuniones emotivas, alabanzas llenas de
emociones, etc.
Por lo tanto, esa fe es puro fruto de sentimientos. Solo espuma. Nunca está
apta para obedecer la Palabra de Dios, enfrentar a icciones, tribulaciones y
pruebas de los desiertos. Ese tipo de fe no se sustenta en la guerra, porque no
tiene coraje para sostener la espada y defenderla. Al contrario, de ende a la
denominación, al pastor, pero nunca a su creencia. Su cobardía acepta
cualquier cosa, menos luchar. Acepta incluso la unión con el mal, solo para
no tener que enfrentarlo.
La fe del corazón es como el maquillaje. Se derrite frente al calor de la
batalla. Se tapa los oídos al sonido de la trompeta y huye del alarido de
guerra. ¿Cómo podría contar el Espíritu de Dios con ese tipo de gente? Las
religiones y los religiosos son así. Consciente o inconscientemente, trabajan
en conspiración con el in erno. Muchas personas sustentan la fe encendida
por la cobija de la emoción; otras, por la frialdad de la tradición. Pero están
también los que no huelen bien ni mal: son los tibios que, si no toman
partido de la fe, serán vomitados por Dios.
Una mezcla peligrosa
Existen ciertas mezclas que son altamente perjudiciales para nosotros.
Cuando hacemos una combinación no aconsejable de ciertos alimentos con
medicamentos, o incluso entre productos químicos, el resultado es desastroso.
Cada uno de esos elementos, en sí, siempre que sean usados con
moderación, no hace ningún mal — al contrario, los alimentos, los
medicamentos y los productos químicos nos ayudan de diversas formas, y son
esenciales en nuestras vidas — pero el peligro está en la combinación entre
ellos.
Así es la fe y el sentimiento. En su esencia, ninguno de ellos es perjudicial.
¿Qué mal hay en que creamos en algo que no vemos o en que sintamos algo
bueno? Pero el problema está en la mezcla de estos dos elementos. Cuando
se fusionan dentro de alguien, los resultados son los peores posibles.
La fusión entre la fe y el sentimiento lleva a las personas a actuar de forma
irracional, tomando malas decisiones que las destruirán con el paso del
tiempo. El efecto destructivo de esta mezcla es a largo plazo.
Esa fusión es dulce al paladar, pero corroe el estómago. Al principio, se
asemeja a algo especial, santo y puro, pero, cuando los resultados comienzan
a surgir más tarde, muestran que es justamente lo contrario. En realidad, la fe
y el sentimiento, juntos, forman algo despreciable, diabólico y altamente
perjudicial.
En la práctica, esta mezcla hace que sus portadores dependan de sentir o de
dejar de sentir algo para creer en las promesas de Dios; o sea, eso hace que la
fe deje de ser fe. Y, sin la fe pura, es imposible tener ninguna relación con
Dios, conforme está escrito: “(…) sin fe es imposible agradar a Dios; porque es
necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe (...)” (Hebreos 11:6).
No podemos unirnos a Dios ni agradarle por medio de nuestro corazón.
Consecuentemente, quien tiene su fe anulada por los sentimientos no tiene
nada que ver con Dios, tampoco Le agrada — por más que aparente o piense
lo contrario.
Las personas que se “embriagan” constantemente con esa mezcla peligrosa se
tornan débiles, inconstantes e inde nidas. Esos son cristianos solo en los
momentos buenos, porque en los momentos malos se alejan de Dios; son
fuertes cuando todo está a su favor, y débiles en las adversidades; fervorosos
en las alabanzas, y fríos en la con anza y en la obediencia a Dios. Y, todo el
tiempo — sea dentro o fuera de la iglesia — son personas perdidas, pues no
logran ver quiénes son ni hacia dónde están yendo.
Si usted ha sido controlado por los efectos de esta mezcla, aún hay tiempo
para librarse de ella. Y he aquí la oportunidad: a partir de ahora, ignore sus
emociones y viva la fe genuina — la fe sin mezcla, que no depende de
sensaciones para creer y estar bien.
Decida vivir por lo que está escrito en vez de continuar viviendo por aquello
que sus sentidos logran procesar. Si usted ha sido atraído por la propaganda
engañosa de esa mezcla, ni siquiera pruebe el primer trago. Este es lo
su cientemente fuerte como para hacerlo adicto, y lo su cientemente suave
como para conducirlo al in erno, mientras que usted piensa que está
trillando el camino hacia el Cielo.
El único sentimiento de la fe
Como ya vimos, la fe genuina no puede estar apoyada en ninguna emoción.
Sin embargo, si existe un sentimiento relacionado a la fe que debe ser
aceptado y cultivado por nosotros es el de indignación contra el pecado y
contra las amenazas y las afrentas del in erno.
La indignación a la que me re ero es la que nace justamente de una fe
inteligente, que conoce, por medio de las Escrituras, la grandeza de Dios, Su
poder, Su delidad y Su disposición en actuar por medio de Sus siervos y,
por eso, no se conforma con las injusticias que ocurren en este mundo
causadas por el diablo.
De este modo, no es posible que una persona tenga al mismo Dios de
Abraham dentro de sí y que se acomode delante de la guerra entre el Reino
de Dios y el reino de las tinieblas. ¡Es imposible que una persona sea
bautizada con el Espíritu Santo, que posea la mente de Cristo y que, aun así,
viva retrocediendo frente a las embestidas del diablo, que ha llevado a tanta
gente al in erno!
La mayoría de las veces en las que Dios Se le reveló a alguien, ese manifestó
una fe atrevida e indignada con la situación. La fe genera coraje y elimina
todo tipo de acomodación, conformismo y pasividad. Por lo tanto, esa fe
aguerrida es el combustible que trae respuestas, cambios y milagros. Cuando
existe la indignación de la fe, los Cielos se mueven a nuestro favor, pues la
indignación nos lleva al desafío, al todo o nada, a la vida o a la muerte. La fe
sin indignación es lo mismo que una comida sin sal, es lo mismo que un día
sin sol, que una noche sin estrellas y sin la luz de la luna.
Es necesario entender que nadie logra cambiar de vida ni vencer al in erno
porque es buenito, porque es pastor, obrero o miembro de una iglesia. El
cambio solo viene cuando existe una indignación verdadera, aquella que nos
lleva al trono del Todopoderoso y nos hace partir hacia el sacri cio, para
requerir un cambio.
Arde dentro de mí el hecho de creer en un Dios tan grande y ver cosas tan
insigni cantes siendo hechas para Él. Fue este sentimiento de indignación el
que me impulsó a dejar todo para predicar el Evangelio. Estoy seguro de que,
si Dios es grande, cosas grandes tienen que suceder. Pueden creer que soy
petulante, pero, si en esta guerra espiritual el diablo coloca toda su fuerza
para destruir a las personas, también tengo que dar todo de mí para el Reino
de Dios. Indudablemente, tengo que marcar la diferencia.
¿Qué me darás?
Tengo en Abraham a un gran referente de fe. Por eso, obedezco lo que dice
la Biblia, que nos manda a mirarlo y a tomar su ejemplo. El mismo Dios que
bendijo a Abraham, siendo él “uno”, solo, de una tierra distante, de un
pueblo idólatra e imposibilitado de generar hijos debido a la esterilidad y a la
edad avanzada de Sara, su esposa, fue capaz de hacer de esa pareja el punto de
partida de una nación poderosa, una vasta multitud en la Tierra. Miro a
Abraham para jamás olvidar que Dios continúa siendo el mismo. En Él no
hay sombra de variación o cambio.

Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; cuando él era
uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué.
Isaías 51:2

No obstante, quiero comentarles al respecto de un determinado día en la


vida de Abraham, en el que Dios Se le aparece por medio de una visión. En
esta aparición, notamos que, aunque las promesas Divinas fuesen
maravillosas, el patriarca no quedó conmovido o alentado con las Palabras del
Todopoderoso:

Después de estas cosas la Palabra del Señor vino a Abram en visión,


diciendo: No temas, Abram, Yo Soy un escudo para ti; tu recompensa
será muy grande. Y Abram dijo: Oh Señor DIOS, ¿qué me darás, puesto
que yo estoy sin hijos, y el heredero de mi casa es Eliezer de Damasco?
Dijo además Abram: He aquí, no me has dado descendencia, y uno
nacido en mi casa es mi heredero.
Génesis 15:1-3

La fe aguerrida de ese hombre es vista en la respuesta que Le da a Dios. Su


indignación era tanta que no le dio mucha atención a lo que acababa de oír.
Notamos también que Abraham no tenía miedo de decirle al Señor aquello
que pasaba en su interior.
Por eso, en otras palabras, esa respuesta era lo mismo que decirle al Altísimo
que aquella declaración no consolaba a su corazón. Es decir, en la
concepción de Abraham, él estaba a punto de morir y aún no había recibido
el cumplimiento de la promesa de una posteridad bendecida, pues él ni
siquiera tenía un hijo para que sea el heredero de su legado y de su
patrimonio.
Algunas personas se ven aterradas solo de pensar en hablar con Dios de esa
forma, pero Abraham no tenía ese miedo. Al contrario, su con anza
intrépida venía de la calidad de su fe; a n de cuentas, después de ese
episodio, lo veremos honrado en los registros sagrados como el “padre de la
fe”. Siendo así, Abraham no importunó a Dios ni fue reprendido por Él al
reivindicar el cumplimiento de la promesa, sino que fue engrandecido por
tamaño coraje.
Estoy seguro de que el atrevimiento de la fe de Abraham agradó al
Todopoderoso, por eso Él le dio la visión del cielo estrellado y el tan soñado
hijo con Sara, que es Isaac. Y, de este, hizo surgir a Israel, así como a
naciones y a reyes, incluyendo al propio Señor Jesús.
Las buenas Palabras del Señor no quedaron restringidas a Abraham, sino que
se cumplen hasta los días de hoy, por intermedio de nosotros también, pues
somos considerados hijos de Abraham, sus descendientes espirituales, el
nuevo Israel de Dios. El Altísimo, por lo tanto, no Se decepciona con la fe
indignada, sino que la aprecia y la recompensa.
Vea que el mismo Abraham de la postura pací ca, cuando recibió la noticia
de que su sobrino Lot había sido llevado cautivo por pueblos enemigos,
reunió a todos sus siervos para ir a rescatarlo (conforme está escrito en
Génesis 14:12-16). En total, tomó a 318 hombres nacidos en su casa, que
eran pastores de rebaño, hombres de campo que no dominaban el arte de la
guerra, pero que fueron armados por él para ir a la batalla.
¿Por qué Abraham tomó esa actitud? Porque la fe atrevida no tiene nada que
perder. Violenta al in erno, arrasa las dudas y hace que se mani este la
grandeza de Dios.
“¿Quién es este filisteo incircunciso?” o “¿Quién se piensa Goliat que es?”. Fue
esto lo que David preguntó al ver que Israel estaba siendo afrentada por los
enemigos. Vivió una experiencia de indignación que vale la pena ser
recordada para alentarnos.
David era un adolescente, el menor de su casa, por eso el rebaño de la familia
quedaba bajo sus cuidados. Mientras le eran encargados los trabajos más
modestos y despreciados, sus hermanos más grandes, que eran fuertes y
hábiles con las armas, servían como guerreros en el ejército del rey Saúl.
David era tan desacreditado que le fue dada la tarea de llevarles comida a sus
hermanos al campo de batalla. Pero, cuando aquel joven delgado vio la
afrenta de Goliat, se indignó contra aquella situación. David no miró el
tamaño del gigante; incluso, poco le importaba aquello, pues tenía en mente
el tamaño de su Dios.

(…) ¿Quién es este filisteo incircunciso para desafiar a los escuadrones


del Dios Viviente?
1 Samuel 17:26

Lo que provocó indignación en David era pensar en cómo un profano


listeo podría ofender al ejército del Dios Viviente y permanecer de pie. Vea
que su razonamiento colocaba a la indignación en el lugar indicado; o sea,
sabía que aquella afrenta no era para los soldados o para Israel, sino para el
Todopoderoso.
Eso muestra que quien le falta el respeto y desacata a los de la fe insulta al
propio Dios e intenta tocar Su gloria. Solo quien Lo tiene dentro de sí es
in amado por la indignación de la fe y también piensa y actúa de esa forma.
David no tenía condiciones humanas, pero su santa indignación lo tornó
mayor que el gigante Goliat. Al observarlo, el guerrero listeo desdeñó y se
rio de su oponente que, además de tener una baja estatura, era joven y no
tenía experiencia en guerra. Goliat solo lograba ver el físico de un simple
pastor de ovejas, no la grandeza de su interior ni de su fe.
La Biblia dice: “(…) David se dio prisa, y corrió a la línea de batalla contra el
filisteo” (1 Samuel 17:48 RVR1960). También prometió dar la carne de aquel
gigante “(…) a las aves del cielo y a las fieras de la tierra” (1 Samuel 17:46).
La fe aguerrida es así: violenta, loca y sobrenatural. Solo entiende quien la
posee.
Violenta porque quien cree que el Dios de David es el mismo hoy, jamás
permite que los Goliat prevalezcan sobre su vida;
Violenta porque quien cree no se conforma en leer todo lo que está
escrito en la Biblia y no ver eso cumpliéndose en su vida;
Violenta porque quien cree se rehúsa a con ar en el mismo Dios de
Moisés y vivir como esclavo de los “egipcios”;
Violenta porque quien cree rechaza el hecho de creer en el mismo Dios
de Josué y no tomar posesión de Sus promesas;
Violenta porque quien cree no se conforma en depositar su fe en el Dios
de Gedeón, ser llamado “hermano” y, aun así, estar sujeto a las humillaciones
de los enemigos;
Violenta porque quien cree que el Hijo de Dios ya despojó a los
principados y a las potestades no admite que estos tengan dominio sobre su
vida;
Violenta porque quien cree violenta a su ser por completo para que pueda
apoderarse del Reino de los Cielos;
Violenta porque quien cree que el Señor es el Dios de la Paz sabe que Él
aplastará a Satanás dejado de nuestros pies (Romanos 16:20);
Violenta porque quien cree está permanentemente indignado y en guerra
contra las fuerzas de las tinieblas.
Por lo tanto, la violencia de la fe que raciocina es contra el mundo, y el
mundo es contra quien la posee. Por eso, quien la posee se constituye amigo
de Dios y enemigo del diablo. Quien entiende eso no gasta su tiempo con
futilidades.
Estamos en días de tanto entretenimiento que las personas han perdido la
noción de la propia realidad. Muchas pasan horas y horas de su día en las
redes sociales, en los videogames o viendo películas y series en la TV o en
internet
y no notan que esas distracciones tornan imposible una comunión
con Dios.
Esas personas quedan sobrecargadas con el “vino” de este mundo y piensan
que algunos minutos de lectura bíblica o la presencia en un culto serán
su cientes para estimular su fe y dejarla en alta para vencer los problemas.
¡Pero claro que eso no es posible! La vida cristiana no es hecha de magia,
sino que es desarrollada con renuncia diaria y sacri cio constante.
Veo a esa facilidad para el entretenimiento, para las distracciones y para la
diversión como una gran estrategia del diablo, porque cada vez que se pierde
el enfoque, se pierde la batalla.
Entonces, en esta guerra de todos los días por la sobrevivencia espiritual,
trabamos una lucha entre el corazón y la razón, entre la Voz de Dios y la voz
del diablo. Vencerá quien nutre dentro de sí el único sentimiento bené co
para la fe: la indignación. Este sentimiento hierve nuestra fe y nos hace vivir
de fe en fe siempre y hasta el n, si nos mantenemos conectados a Él.
La indignación del Señor Jesús
Debido a Su naturaleza espiritual, Jesús era un “indignado”. Y no podría ser
diferente; a n de cuentas, por ser poseído por el Espíritu de la Justicia, Él no
Se inclinaría al reinado del espíritu de la injusticia. Enumeramos a
continuación algunas situaciones en las que Jesús Se indignó contra el
reinado del diablo en este mundo:
1. Se indignó contra los mercaderes del Templo, derrumbando las mesas
de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas. Véalo en Mateo
21:12; Marcos 11:15.
2. Condenó a los escribas y fariseos hipócritas. Véalo en Mateo 23:13-
16.
3. Lo llamó al rey Herodes zorro cuando fue amenazado de muerte.
Véalo en Lucas 13:32.
4. Curó en un día de reposo, contrariando la tradición religiosa. Véalo en
Lucas 14:3-4; Juan 9:14.
5. Se sentó a la mesa con recaudadores de impuestos y pecadores. Véalo
en Mateo 9:10.
6. Dialogó con la samaritana en el pozo de Jacob. Véalo en Juan 4:5-18.
7. Curó a diez leprosos, aun sabiendo que solo uno volvería. Véalo en
Lucas 17:11-19.
8. Criticó la timidez de fe de Sus discípulos. Véalo en Mateo 8:26.
9. Llamó para que Lo siguiera un hombre sincero, que recaudaba
impuestos. Véalo en Mateo 9:9.
10. Se compadecía de las ovejas (Mateo 9:36), sin embargo, era duro con
los lobos (Mateo 7:15).
11. Avisó que no vino a traer paz a la Tierra, sino espada. Véalo en
Mateo 10:34.
12. Aprobó que los discípulos cosecharan espigas en un día de reposo.
Véalo en Mateo 12:1-8.
13. Aprobó a David y a sus compañeros por comer los panes consagrados
debido al hambre, los cuales eran solo para los sacerdotes. Véalo en
Mateo 12:3-8.
14. Enseñó a atar al fuerte (diablo) y a saquear su casa (es decir, “robar” a
los sufridos de sus garras). Véalo en Mateo 12:29.
15. Llamó a los religiosos hipócritas como camada de víboras. Véalo en
Mateo 3:7.
16. A rmó que Su madre y Sus hermanos son aquellos que hacen la
voluntad de Dios. Véalo en Mateo 12:50.
17. Cuando Pedro osó aconsejarle, le dijo: “Quítate de delante de Mí,
Satanás (…)”. Es decir, Jesús Se indignó contra la actitud de Su discípulo
y no Se avergonzó por eso. Véalo en Mateo 16:23.
Maldijo a una higuera porque no encontró higos en ella. Véalo en Mateo
21:19.
Era odiado debido a Su indignación contra las injusticias y garantizó que
seríamos también odiados. Es decir, no prometió blandura en la fe. Al
contrario, garantizó: “(…) seréis odiados de todas las naciones por causa de Mi
Nombre”. Véalo en Mateo 24:9.
Se indignó contra la inutilidad del tercer siervo, que no multiplicó su
talento y lo condenó a las tinieblas donde hay llanto y crujir de dientes.
Véalo en Mateo 25:30.
Se indignó contra Su voluntad para hacer la de Su Padre. Véalo en Mateo
26:39.
Además de esos hechos, Sus enseñanzas y discursos muestran toda Su
indignación.
Entonces, vivir en Espíritu es vivir en la fe de la indignación para cambiar las
situaciones impuestas por el mal. Todas las personas poseídas por el Espíritu
de Dios cargan en sí la indignación contra los espíritus de la corrupción
espiritual y moral. Para ellos, es inadmisible tener el Espíritu de Dios y, al
mismo tiempo, estar sujeto a las injusticias que, en el fondo, proceden del
in erno.
El permiso Divino a las injusticias no es señal de Su voluntad. Al contrario,
Dios ha permitido la acción de los enemigos de la justicia para que Sus hijos
(hijos de la justicia) se indignen, luchen y prevalezcan contra ellos. Eso
despertará la fe de los sinceros y les hará ver que hay Un Dios Vivo y
Todopoderoso dispuesto a librarlos.
Fue así en el pasado
La Tierra Prometida no fue un regalo. A pesar de que su promesa estuviera
garantizada, tuvo que ser conquistada por medio de la guerra. Eso costó
muchas vidas, costó esfuerzo; después de todo, la presencia de Dios con ellos
no signi caba que la jornada sería fácil o que serían eximidos de luchar, de
gemir y de confrontar a los enemigos. Sin embargo, a medida que los hijos
de Israel daban un paso adelante, más se apoderaban de aquel espacio.
Hoy en día no es diferente. Conmigo no ha sido diferente. Tan cierto como
Dios existe, sé que Él está conmigo. Sin embargo, nunca, jamás y en ningún
momento encontré facilidades en mi camino. Usted mismo conoce por lo
menos a una persona que me odia gratuitamente, ¿no es así? Sufro
hostilidades, sarcasmo y presión de todos lados debido a mi fe.
No obstante, hace muchos años, un bello día, reclamé de eso, diciendo:
“Señor, todo ha sido muy difícil para mí. Tú sabes por quién lucho y no
están ocultos a Ti mis objetivos. ¿Por qué tantas barreras de injusticias?” En
aquel mismo instante, el Espíritu Santo respondió: “La lucha es grande, pero
la victoria es segura”. Inmediatamente, recobré las fuerzas y me lancé al todo
o nada. Después de todo, no tenía ni tengo nada que perder.
Por lo tanto, va un recadito a mis perseguidores: ¡voy a vencer! Y
cualesquiera que sean los impedimentos para intentar impedírmelo, servirán
de apoyo a mis pies para subir más alto todavía. Y, si mi Señor permite que
ustedes me maten, ¡sepan que las semillas plantadas fructi carán mucho más
que cuando estaba vivo!
Lo que no puedo hacer es cojear entre la fe y las emociones, si no pierdo no
solo mi ministerio, sino también la Salvación de mi alma. Porque la fe
aguerrida e intrépida conserva la vida eterna, mientras que la fe acomodada
conduce a las derrotas, a la caída y a la muerte.
Veo a esa fe como un escudo para nuestra defensa en este mundo de
con icto espiritual. Antiguamente, el escudo era un equipamiento
obligatorio en las guerras, porque, cuando el enemigo levantaba su espada, el
medio seguro para que el soldado se defendiera era levantando su escudo.
Ahora imagínese si, en el momento más importante, aquel guerrero
descubriera que su escudo era de plástico o de cartón, ¿cómo podría
protegerse? La fe emocional, desarrollada por muchos cristianos, ha sido
como ese escudo inútil que no los protege contra los ataques del diablo. A la
menor señal de problemas, esas personas descreen de Dios, se desaniman,
huyen de la lucha y, consecuentemente, se tornan un triunfo para Satanás.
Los héroes de la fe
Uno de los capítulos más memorables de la Biblia se re ere a una galería de
hombres y mujeres de Dios que alcanzaron el buen testimonio por un único
motivo en común: su fe. Por eso, la expresión “por la fe” comienza los
relatos, pues esta fue el secreto que los capacitaba a actos tan heroicos.
En la relación de nombres, saltan a nuestros ojos los grandes hechos de esos
héroes. Entre ellos están:
• Ofrecer lo mejor de sí en sacri cio a Dios;
• Dedicar 100 años de vida en la construcción de un “barco”, lejos del
mar, creyendo que un día vendría un diluvio;
• Dejar todo atrás sin saber adónde ir;
• Tener coraje de ofrecer en sacri cio a su propio hijo;
• Abandonar el lujo de un palacio para peregrinar en el desierto;
• Cerrar la boca de leones hambrientos;
• Salir ileso del fuego;
• Escapar del lo de la espada;
• Colocar en fuga a ejércitos poderosos;
• Vencer a la muerte, y mucho más.
Estos héroes de la fe, como son conocidos popularmente debido a su
con anza en el Altísimo, se tornaron santi cados por Él. Por eso, el mundo
inicuo no era digno de la honra de tener su presencia (Hebreos 11:38).
¡Qué gloria tener a Dios como testigo de alguien de esa forma! Y mientras el
Cielo los exaltaba, sus perseguidores en la Tierra los odiaban y los
perseguían.
La fe que estas personas tenían les daba fuerzas para enfrentar al in erno y a
las peores adversidades de su época. No les temían a las injurias, a las
amenazas o a la muerte porque creían que el Altísimo era su cientemente
poderoso para guardarlas de cualquier mal. Estos héroes no se refugiaban en
la comodidad, no se acomodaban en las facilidades, no cambiaban su carácter
bajo presión. Algunos fueron incluso torturados y asesinados de la forma más
cruel y, aun así, no negaron sus principios. La fe aguerrida confía en Dios y
Lo sigue, aunque el diablo haga mucho ruido debido a eso.
Quien de hecho cree no ve adelante un futuro incierto. Al contrario, su fe le
da plena certeza de la eternidad al lado de su Señor.
Esta fe cree que Dios formó al mundo de la nada; por lo tanto, el justo es
capaz de con ar que el Cielo permanece soberano sobre la Tierra y sobre
cualquier circunstancia. Incluso cuando una injusticia parece prevalecer, no
prevalece. Ese fue el caso de Abel, que era justo y fue asesinado. A pesar de
eso, la muerte, para él, no fue el n. Su fe le dio voz a su sangre, que testi ca
su delidad y predica por todas las generaciones hasta hoy.
Cuando un hombre o una mujer de Dios muere, nada muere con ellos,
excepto su cuerpo. La fe que opera continuamente hace que su legado
espiritual permanezca, que sus semillas germinen y que sus frutos generen
otras vidas para la eternidad. Quien vive por la fe tiene su historia contada
por el propio Dios, que honra a esa persona delante del mundo. Entonces, si
“por la fe” tenemos una puerta abierta continuamente, por la cual podemos,
con osadía, entrar y aproximarnos a Dios, “sin fe es imposible” que esa
relación ocurra. Todas las puertas del Cielo se cierran para quien abriga
dentro de sí la duda, el miedo o la incredulidad.
Pienso que la mejor parte de la descripción de este pasaje bíblico de Hebreos
esté en una pequeña observación que dice que estos héroes no solo vivieron
en la fe, sino que también murieron en fe (Hebreos 11:13). O sea,
continuaron en la guerra, luchando, enfrentando al diablo y creyendo en las
promesas de Dios hasta el último suspiro de vida. Por eso, vale la pena
recordar a estas personas, contar sus historias y tomar sus memorias por
referencia.
¡Vivir por la fe y morir en fe son las más espléndidas de todas las victorias
que alguien puede tener!
Sepa, mi amigo/a, que nunca habrá una convivencia harmónica y pací ca
con el reino de las tinieblas, pues la luz y las tinieblas fueron, son y serán,
para siempre, opuestas entre sí. No hay forma de unirlas en una concordancia
porque, en la Creación, Dios ya había determinado la separación:

Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
Génesis 1:4

Quiero decir con esto que, si usted es de Dios, va a tener que luchar contra
las tinieblas. Cuando vino al mundo, el Señor Jesús sabía que tenía que
enfrentar, confrontar y vencer a Satanás. Por eso, Él dijo:

El ladrón (diablo) solo viene para robar y matar y destruir; Yo he venido


para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.
Juan 10:10

Aunque las obras malignas fueran abundantes y visibles en la humanidad, el


propósito de la encarnación del Hijo de Dios fue despedazar completamente
los grilletes que unían a la raza humana con Satanás desde la caída de Adán y
Eva, en el Edén. El Señor Jesús vino para tornar al hombre libre del pecado y
del mayor de todos los pecadores: el diablo.

(…) El Hijo de Dios Se manifestó con este propósito: para destruir las
obras del diablo.
1 Juan 3:8

El Señor Jesús vivió y murió para poner a todo el reino de las tinieblas en su
debido lugar, de derrota y vergüenza. Entonces, no es aceptable que los
cristianos de hoy sean de “cristal”, miedosos o que vivan intimidados, bajo el
dominio del mal.
En el plan soberano del Dios Eterno, la propia criatura, usada por el diablo
para desvirtuar y pervertir todo el propósito Divino, es la pieza clave que lo
destruirá. Es decir, el Hijo de Dios, que Se hizo Hombre, vivió de modo
perfecto, aplastó la cabeza de la serpiente y hoy nos da Su poder para que, así
como Él, triunfemos sobre Satanás todos los días.
¿No es glorioso eso?
El Señor Jesús continúa Su trabajo por medio de nosotros. Eso signi ca que
Él continúa manifestándose todos los días para deshacer las obras del diablo y
colocarlo en fuga.
Usted que está viviendo este con icto espiritual y espera que Dios resuelva
todo, sepa que el Señor Jesús no va a descender de Su Trono para venir a la
Tierra a hacer lo que es de su incumbencia. Nuestro Señor ya le dio
autoridad para vencer los ataques del diablo en esta guerra. Usted ya tiene Su
poderoso Nombre, Su Palabra (espada) y Su Espíritu. Siendo así, ya le fue
concedido todo lo que es necesario para prevalecer. Pero, si eso no está
sucediendo, es porque le sobra conformismo y le falta la indignación de la fe.
Hijos de Dios versus hijos del
maligno
Notamos, desde la creación de Adán y Eva, que el mal siempre busca
maneras de estar junto al bien. Fue así en el pasado y será así hasta el regreso
del Señor Jesús. Un ejemplo de eso es la parábola del trigo y la cizaña, en la
que Satanás, para in ltrarse en la Obra de Dios, nge ser un siervo del
Altísimo, logrando, así, engañar a muchos. Vea:

Jesús les refirió otra parábola, diciendo: El Reino de los Cielos puede
compararse a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero
mientras los hombres dormían, vino su enemigo y sembró cizaña entre el
trigo, y se fue. Cuando el trigo brotó y pro- dujo grano, entonces apareció
también la cizaña. Y los siervos del dueño fueron y le dijeron: «Señor, ¿no
sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo, pues, tiene cizaña?». Él
les dijo: «Un enemigo ha hecho esto». Y los siervos le dijeron: «¿Quieres,
pues, que vayamos y la recojamos?». Pero él dijo: «No, no sea que al
recoger la cizaña, arranquéis el trigo junto con ella. Dejad que ambos
crezcan juntos hasta la siega; y al tiempo de la siega diré a los segadores:
“Reco- ged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla, pero el
trigo recogedlo en mi granero”».
Mateo 13:24-30

Note que el diablo es audaz en la batalla contra Dios. Al mismo tiempo en el


que el Altísimo, incansablemente, siembra Su Palabra para tener Su cosecha
de salvos, Satanás, también de forma obstinada, siembra palabras
distorsionadas y mentirosas que suscitan duda y muerte.
Satanás hace ese “trabajo paralelo” al de Dios porque quiere mezclar su
podredumbre a lo que es puro, con el n de devastar la cosecha Divina. Para
eso, aprovecha brechas para lanzar sus semillas malignas dentro del campo
donde el propio Dios está trabajando.
En la parábola, Dios es el Dueño del campo, que representa el mundo, la
Iglesia y cada persona que, de alguna manera, está recibiendo el Evangelio
para su conversión y edi cación espiritual. El trigo son los verdaderos
convertidos que el propio Señor ha sembrado para Su gloria. Por otro lado,
la cizaña son los falsos convertidos que se in ltran en medio de los hijos de
Dios con el propósito de in uenciarlos para el mal.
¿Y cómo logra la cizaña realizar su intento? Con la somnolencia espiritual de
los cooperadores de Dios. Vea que el Dueño del campo, el Todopoderoso,
no duerme, pero los siervos que Él constituye para cuidar a Su Rebaño,
muchas veces, se relajan espiritualmente, facilitando, así, el trabajo del diablo.
Es por eso que encontramos cizaña donde menos esperamos y, normalmente,
en una cantidad avasalladora.
Vale resaltar que cuanto más los siervos sean negligentes y acomodados, más
el trabajo del diablo, hecho silenciosamente, para no llamar la atención, será
facilitado.
Por faltar poco tiempo para el regreso del Señor Jesucristo, el trabajo de los
siervos (siembra) necesita ser intensi cado. Sin embargo, en ningún
momento, eso puede signi car precipitación o descuido con la Obra de
Dios, mucho menos falta de discernimiento o ingenuidad, pues el mal se
aprovecha de esas fallas para sembrar cizañas y causar daños a la mies.
Por eso, está la alerta a los pastores, a los hombres que fueron constituidos
por Dios para ser los guardadores de Su Rebaño: no sean lentos en esta
misión, no permitan que el pecado se esparza como algo común en medio
del pueblo y no dejen que la tibieza espiritual tome posesión de las personas,
porque esas son algunas condiciones que propician la multiplicación de la
cizaña en medio del trigo.
Es necesario entender que dormirse espiritualmente en la Obra de Dios
permite que surjan cizañas que van a causar escándalos a los nuevos en la fe y
a los incrédulos, porque son justamente estos los que desconocen las tácticas
malignas. Frente a eso, se asustarán al ver malos testimonios, confusiones,
mentiras y tantas atrocidades cometidas por quien solo parece ser de Dios,
pero que, en el fondo, no tiene nada de Él. Esa es la cizaña. Por fuera,
muestra ser luz, pero, por dentro, reinan las tinieblas. No obstante, aunque la
cizaña crezca junto con el trigo en la iglesia visible y aunque parezca ser el
trigo y permanezca al lado de él durante mucho tiempo, siempre será
diferente en el aspecto espiritual. Así, tarde o temprano, manifestará sus
malos frutos.
Si el siervo malo, perezoso y relajado en su servicio favorece al diablo, el
siervo bueno y el, por otro lado, jamás permite que Satanás actúe
libremente. Al contrario, empeña todos sus esfuerzos para detener la
actuación maligna y colocar a las personas, que fueron con adas en sus
manos, en seguridad delante del Altísimo, por medio de enseñanzas y alertas
contra los engaños del diablo.
Entienda la diferencia entre el
trigo y la cizaña
El Señor Jesús usa la parábola del trigo y de la cizaña para explicar una de las
mayores artimañas malignas, justamente porque el trigo es uno de los más
importantes cereales del planeta. Es producido en gran cantidad en el mundo
entero por ser el ingrediente principal del pan, que es la base de la
alimentación de la mayoría de los pueblos.
Para que entendamos mejor la parábola contada por Jesús, vamos a analizar
algunas particularidades que diferencian al trigo de la cizaña, comenzando
por el aspecto biológico.
El trigo es de la familia de las gramíneas, y sus granos son ricos en nutrientes
para el cuerpo. Por otro lado, la cizaña, del género Lolium, crece mezclada a
los trigales, in ltrándose como hierba dañina. Debido a su semejanza con el
trigo, es casi imposible separarlos antes de que las espigas maduren. Otra
diferencia es que el trigo da fruto, mientras que los granos de cizaña están
infestados por un hongo que produce una sustancia tóxica (temulina), que
causa perjuicios a las plantaciones y efectos graves para la salud, si fueran
ingeridos.
Vea entonces que, si el trigo hace bien, porque provee un pan saludable, la
cizaña hace mal, porque de esta puede ser producido un pan tóxico. Por eso,
la Palabra de Dios hace alusión a la cizaña comparándola con los hijos de las
tinieblas, ya que son engañosos y perversos. El trigo, por otro lado,
representa a los nacidos de Dios, los auténticos hijos del Altísimo, que tienen
en su vida y en su fe sinceridad y entrega.
Esta representación entre el trigo y la cizaña, en la plantación, comúnmente
es vista dentro de las iglesias, donde hay falsos siervos in ltrados entre los
verdaderos. Así como no existe una plantación solo de trigo, no hay una
comunidad solo de salvos. ¡Ojalá la tuviéramos!
¿Y por qué no tenemos esa comunidad? Porque donde hay gente sincera,
existen también los engañadores. Donde hay convertidos, existen también los
que no lo son. Donde existe quien dice la verdad, existe también quien
pro ere mentiras. Eso vale como aviso para aquellos que buscan encontrar
una iglesia “perfecta”, en la que todos los miembros sean con ables, buenos
y eles; donde no haya problemas y que todo corra de “mil maravillas”.
¡Sepa que eso jamás será posible! A n de cuentas, donde hay trigo, hay
también cizaña. Y, cuanto más crece la cantidad de trigo, más aumenta la
cantidad de cizaña debido a la embestida maligna. Por lo tanto, debemos
estar preparados para encontrar engañadores, mentirosos, adúlteros y personas
sin el carácter Divino dentro de la Casa de Dios. Eso no es agradable, pero es
la realidad vista tanto en los tiempos bíblicos como en los días actuales.
Estamos en la era del engaño, en la que el diablo, con cada vez más ansias
para destruir a la Iglesia, ha hecho de todo para levantar a más y más cizañas,
o sea, a personas inicuas en medio de aquellos que son de Dios. Y, por ser
parecidos, solo el tiempo dirá quién es quién.
Entre las siete iglesias del Apocalipsis, solamente las iglesias de Esmirna y de
Filadel a fueron irreprensibles en su fe. Sin embargo, en medio de ellas nació
la sinagoga de Satanás. Este tipo de congregación suele surgir en medio de la
verdadera congregación de los santos, y su objetivo no es otro sino engañar a
los inmaduros en la fe.
La sinagoga de Satanás surge con personas disfrazadas de “espirituales”, que
se ocupan de mostrar lo que no son. Poseen apariencia espiritual, pero son
totalmente hipócritas. Son conocedoras de las Escrituras e incluso
impresionan por sus habilidades, pero son falsas. Por eso, y también por
trabar el camino de los que anhelan la Salvación, ya están condenadas
proféticamente, conforme está escrito en Mateo 23.
El objetivo de esa gente es sembrar discordias y rebeliones para intentar
implosionar, destruir a la congregación en la que se encuentran. Fue lo que
sucedió con Filadel a y Esmirna, las dos iglesias impecables. Observe que las
demás iglesias corrompidas no necesitaban tener una sinagoga satánica entre
ellas, porque ya estaban contaminadas por otros pecados.

Yo conozco tu tribulación y tu pobreza (pero tú eres rico), y la blasfemia


de los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que son sinagoga de
Satanás.
Apocalipsis 2:9

He aquí, Yo entregaré a aquellos de la sinagoga de Satanás que se dicen


ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, Yo haré que vengan y
se postren a tus pies, y sepan que Yo te he amado.
Apocalipsis 3:9

Delante de esto, no permita que en su corazón sea sembrada la mala semilla.


Vigile sus ojos, su mente, su lengua y sus oídos, porque Satanás se aprovecha
de los pequeños descuidos que la persona da para minar su fe.
Características del Trigo
1 – Auténtico. Esta es su característica más signi cativa. El trigo es
verdadero, sincero, de una sola palabra. Si es “sí”, es “sí”; si es “no”, es “no”.
Su vida es un libro abierto, pues es transparente en todo; a n de cuentas, el
Espíritu de Dios es quien habita en él. Además, su luz brilla de tal modo
delante de los hombres que glori ca al Padre celestial en sus actitudes e
incluso ilumina a quien está a su alrededor (Mateo 5:14-16).
2 – Humilde. El peso de los frutos hace que el trigo se incline. Cuantos
más frutos del Espíritu Santo haya en el trigo, más se disminuye delante del
Señor y reconoce la grandeza de Dios en su vida. El trigo se ve tan
solamente como un bisturí, o sea, un instrumento en las Manos de un
cirujano, que es el Altísimo. Vea que, en una cirugía exitosa, el paciente
siempre dirige sus elogios al médico cirujano y nunca al bisturí, a la pinza o a
la tijera que fue usada. De igual modo, el trigo reconoce que necesita estar
siempre bien a lado y esterilizado para ser usado como herramienta por su
Creador.
3 – Perseguido. Como el Señor Jesús, el trigo fue, es y siempre será
perseguido, sea por aquellos que están fuera o por aquellos que están dentro
de las iglesias, pues sigue rmemente las huellas de su Señor (Juan 15:18-21).
Dentro de las iglesias, el trigo es perseguido por la cizaña, que se muerde de
envidia al ver los frutos del trigo llenando los graneros del Reino de Dios.
Por no aceptar quedarse para atrás, la cizaña se torna una aliada del diablo
para intentar perjudicar al trigo.
4 – Disciplinado. A partir del momento en el que es incluido en la Vid
Verdadera, que es la Iglesia o el Cuerpo del Señor, el trigo pasa a vivir en
perfecta armonía con los demás miembros y, sobre todo, con el Cabeza, que
es Jesús. El nacido de Dios considera las correcciones como “aceite de la
justicia”, es decir, una ayuda para sí mismo. Entonces, aquello que impulsa al
trigo a crecer y a seguir adelante son las reprensiones de aquellos que quieren
su bien.
Que el justo me hiera con bondad y me reprenda; es aceite sobre la
cabeza (…)
Salmos 141:5
Características de la cizaña
1 – Hipócrita. Como ya dijimos, la cizaña no es verdadera, no es auténtica.
Las palabras que salen de su boca no corresponden a lo que está en su
corazón.

Así también vosotros, por fuera parecéis justos a los hombres, pero por
dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.
Mateo 23:28

2 – Orgullosa. Si hay una palabra inexistente en el diccionario de la cizaña,


esa palabra es humildad. La cizaña es rígida porque no hay fruto dentro de
ella que pese y la haga inclinarse. Siempre se considera mejor que las demás
personas, y nada de lo que los demás hagan tiene valor. Además, tiene una
mirada altiva y una postura soberbia, como en la parábola del fariseo y del
recaudador de impuestos (Lucas 18:9-14).
3 – Mala. Es muy común que la cizaña haga de todo para perjudicar al
trigo, con calumnias y difamaciones. Y lo hace siempre por la espalda, de
forma astuta y camu ada, mostrándose serena y amiga por fuera, pero,
venenosa por dentro. Ese fue el caso de Judas, que durante tres años convivió
con Jesús y los discípulos, y ninguno de ellos, excepto nuestro Señor, notó su
verdadera identidad de traidor e hipócrita.
4 – Indisciplinada. La cizaña odia ser corregida. Además, suele reclamar de
todo, inclusive, ve “injusticia” en cualquier tipo de dirección dada por las
autoridades espirituales.
Extraños en el Cuerpo de Cristo
Es necesario tener mucho cuidado con estos intrusos que se insertan en
medio de los puros para corromperlos. No podemos, de ninguna forma,
ignorar tal advertencia porque, a lo largo de la historia bíblica, Satanás
siempre in ltró a gente de él en medio del pueblo de Dios. Esta es una vieja
estrategia que usó en el pasado y que continúa usando en los días actuales.
Veamos a continuación cómo Satanás logró corromper a los soldados de
Israel, empleando esta misma táctica.
Había un hombre llamado Balaam que le enseñó a Balac, rey de Moab, a
corromper la fe de los soldados de Israel. Le dijo que bastaba con enviar a
mujeres moabitas al campamento del ejército para que aquellos hombres
cayeran en prostitución (Números 25:1-9). Las bellas jóvenes fueron allí y,
además de tener relaciones sexuales con ellos, los indujeron a hacer sacri cios
a los dioses cananeos y a comer esas ofrendas. Delante de Dios, eso
constituyó una ruptura de Alianza, pues parte de la nación estaba
inclinándose a la idolatría y a la prostitución.
Debido a esa desobediencia, el pueblo, que quedó sin la protección de Dios,
sufrió una terrible maldición y 24 mil personas murieron con una plaga que
se abatió sobre Israel. Balaam supo bien cómo ser una piedra de tropiezo para
la nación israelita. Quien le dio esa astucia fue el propio diablo, que también
llena de audacia a las cizañas para conducir a los sinceros a la seducción y a la
contaminación del pecado.
El engaño que Satanás produjo por medio de Balaam es citado varias veces
en las Escrituras para que nadie más caiga en él, y mantenga sus ojos
espirituales abiertos. A n de cuentas, las prácticas del in erno continúan
siendo las mismas, y el diablo, día a día, ha enviado a los “suyos” para desviar
a quien camina en la fe.

Tienen los ojos llenos de adulterio y nunca cesan de pecar; seducen a las
almas inestables; tienen un corazón ejercitado en la avaricia; son hijos de
maldición. Abandonando el camino recto, se han extraviado, siguiendo el
camino de Balaam, el hijo de Beor, quien amó el pago de la iniquidad.
2 Pedro 2:14-15

Pero tengo unas pocas cosas contra ti, porque tienes ahí a los que
mantienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo
ante los hijos de Israel, a comer cosas sacrificadas a los ídolos y a
cometer actos de inmoralidad (sexual).
Apocalipsis 2:14
Deje de ser cizaña
La persona que se ve siendo cizaña, pero es sincera, necesita asumir su
condición de perdida para adquirir una nueva naturaleza y ser salva. Esta es la
única alternativa para dejar de ser cizaña. No existe recurso humano capaz de
eliminar ese estado degenerado y tóxico que hay en el alma de la cizaña.
Solo con el arrepentimiento puede haber una verdadera conversión.
Si usted es cizaña, no sirve esforzarse para esconder sus acciones y las
reacciones de las demás personas, y mucho menos pensar que el tiempo
cambiará lo que usted carga dentro de sí. Pues, tarde o temprano, esa
impureza será manifestada a todos. ¡Digo esto porque realmente me importa
su condición espiritual!
Lo que está destinado a la cizaña (y en esto incluye al falso convertido y al
falso maestro) es la condenación eterna, porque solo estorba la Mies de Dios.
Además, ignora el llamado Divino para seguir en la incredulidad. El resultado
de esa desobediencia es el fuego intenso e inextinguible, o sea, el lago de
fuego y azufre. Ese lugar es real y nadie habló más de él que el propio Señor
Jesús. El lago de fuego y azufre, hecho para el diablo y sus demonios,
también tendrá otros habitantes: aquellos que desprecian a Dios (Jeremías
23:21-22; Ezequiel 13:4-10; Mateo 25:41-46; 2 Corintios 11:13-15;
Apocalipsis 6:16-17).
Aunque el Señor Jesús haya dicho que hay que dejar a la cizaña crecer junto
al trigo, llegará el día en el que los ángeles vendrán y separarán a los
verdaderos de los falsos. ¡Será el día de la gran cosecha! Es decir, los eles (el
trigo) irán al granero de Dios, el Cielo, mientras que los falsos convertidos (la
cizaña), al fuego eterno (Mateo 13:30). Eso signi ca que usted permanecerá
engañando a las personas solo hasta el momento en el que Dios lo permita.
Frente a esto, queda la re exión: ¿usted es trigo o es cizaña? ¿Quién lo
sembró en el campo de la fe? Si no fue Dios, nuestro Salvador está listo para
recibirlo como hijo, en caso de que usted se arrepienta. Pero ¿está dispuesto a
cambiar?
El bieldo está en Su Mano (Dios) y limpiará completamente Su era; y
recogerá Su trigo en el granero, pero quemará la paja en fuego
inextinguible.
Mateo 3:12

Piense y cambie, antes de que llegue ese día.


¿Salvoconducto para pecar?
Una de las tácticas del diablo para engañar a los hijos de Dios es usar la
mentira de diversas maneras. Por ejemplo, Satanás no solo crea una
información falsa sobre algo o alguien, sino que también hace que esa
mentira sea exhaustivamente repetida hasta el punto de que pensemos que es
verdad. Otra manera es disfrazar la mentira tan bien que sea casi imposible
detectarla. Sin embargo, ninguna de estas estrategias es más efectiva para el
diablo que mezclar la mentira con la verdad. Al hacerlo, esconde, dentro de
una “media verdad”, una “media mentira” y, así, acarrea un gran daño
espiritual a quien le presta atención. Y, últimamente, uno de los temas más
usados por el mal para engañar a las personas de Dios es la mala
interpretación de la doctrina sobre la gracia Divina.
La gracia es de nida como un favor inmerecido, o sea, es algo que recibimos
gratuitamente, sin que lo merezcamos. Alegóricamente, es como un regalo
carísimo que recibimos de alguien a quien acabamos de ofender. Es decir, no
hicimos nada para recibir tal ofrenda, pero la persona que nos grati có,
simplemente por amor, quiso regalárnosla. Podemos decir que la gracia
Divina es la misericordia de Dios en acción. Por amor, aun sin que tengamos
derecho a nada, Él nos proporciona el acceso a Su perdón y a la Salvación.
Este es el mayor bene cio que podemos recibir de Dios por intermedio del
Señor Jesús.
El objetivo de esta misericordia Divina (gracia) es concederle al ser humano
condiciones de llegar a la presencia de Dios y vivir en comunión con Él.
Solamente así Sus propósitos podrán cumplirse en su vida. Pero la gracia no
lo hará sola; necesita estar junto con la Verdad, es decir, con la obediencia a
Dios y a Sus Mandamientos, para que cumpla su papel en la vida de quien
cree (Salmos 85:10).
Eso signi ca que la gracia y la Verdad están siempre presentes en la vida de
aquellos que son eles a Dios. Ellos honran su Alianza con el Señor,
cumplen los compromisos asumidos con su prójimo y perseveran en la fe. Si
la obediencia a Dios no estuviera presente en la vida de alguien, entonces, la
gracia sobre esa persona no tendrá efecto.
En la armonía entre la gracia y la Verdad, el resultado es la justicia y la paz.
Es así como se origina la auténtica espiritualidad y la seguridad que el justo
disfruta. Por eso, Pablo, en su carta a los cristianos en Roma, refuta
vehementemente la alegación de que la gracia Divina es un permiso para
pecar.

¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia


abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado,
¿cómo viviremos aún en él?
Romanos 6:1-2

Al decir “De ningún modo”, el apóstol está diciendo: “¡Lejos de nosotros tal
locura!”, porque el propósito de Cristo, para quien nació de lo Alto, es vivir
en la santi cación, y no en el pecado. Aquellos que una vez fueron
regenerados viven en novedad de vida. Es decir, murieron para el pecado, y
ahora viven de acuerdo con la dirección dada por el propio Dios, pues tienen
consciencia de que su vida pertenece a Él.
Esa gracia, sin embargo, ha sido mal comprendida por muchos cristianos, e
incluso usada como un salvoconducto para pecar. ¡Eso mismo! ¡Hay muchos
que están apoyándose en la gracia de Dios para cometer sus errores!
Cierto miembro de la iglesia, por ejemplo, que parecía el y temeroso, buscó
al pastor para preguntarle si Dios lo perdonaría en caso de que se divorciara.
Después de mucha conversación al respecto de la seriedad del matrimonio y
de la importancia de la alianza hecha en el casamiento, aquel hombre dijo
que tenía una amante hacía algunos años y que estaba decidido a casarse con
ella. Entonces, para eso, tendría que divorciarse primero, por eso le preguntó
al pastor sobre el perdón de Dios.
Incluso después de abrir la Biblia y de mostrarle la Verdad, el pastor no logró
quitarle de la cabeza a aquel hombre la idea del divorcio. Él dijo: “Pastor,
estamos en la época de la gracia, por lo tanto, aunque usted diga que es
pecado, basta con que me arrepienta después y estará todo bien con Dios”.
Conclusión: aquel hombre siguió en la terquedad de su corazón, se trans rió
a otra iglesia — ya divorciado — y se casó con su amante, legalizando así un
adulterio, como si nada hubiese sucedido.
El problema de ese y de tantos otros casos semejantes es lo siguiente: ¿cómo
sería posible que ese hombre se arrepintiera si no reconocía que había
cometido un error contra su exesposa y contra Dios? ¿Cómo podría
arrepentirse si no sentía culpa ni vergüenza de su pecado?
Otro caso ocurrió con un empleado cristiano que trabajaba en un banco. El
director con aba en él por saber que era evangélico, entonces, altas
cantidades de dinero quedaban bajo su responsabilidad. Cierto día, al pasar
por un aprieto económico en su casa, le vino la idea de tomar ese dinero
para pagar su deuda, y después lo devolvería. Solo que esa práctica se tornó
algo frecuente hasta ser descubierto y entregado a la justicia. Aunque tuviera
años de Evangelio y una continua asiduidad en la iglesia, aquel hombre ya
había perdido el temor de Dios y de las consecuencias del pecado; así, fue a
parar atrás de las rejas por fraude bancario.
No cito estos ejemplos para juzgar, mucho menos para condenar a
quienquiera que sea, sino para ilustrar el desorden que hemos visto en la
iglesia contemporánea.
A pesar de que los pecados citados en estos ejemplos sean crueles y que
incluso asusten, muchas personas hoy piensan y actúan de igual modo. Son
bautizadas en las aguas, se dicen convertidas e incluso bautizadas con el
Espíritu Santo, pero, cada tanto, se dan una escapadita a la carne. De esta
forma, mienten, hurtan, engañan, cometen pecados sexuales, traicionan, etc.
y, en el culto, piden perdón y “se arreglan”, para después volver a cometer
todo de nuevo. Así, en la iglesia, continúan con la imagen de “correctitos”,
pero solo Dios y el diablo saben lo que preparan y quiénes de hecho son. Eso
no tiene nada que ver con el verdadero arrepentimiento, sino con un mero
sentimiento infructífero de remordimiento.
Pero ¿por qué esas personas no consideran al pecado como pecado? ¿Por qué
confunden la justicia con la injusticia? ¿Y por qué no creen en el Juicio de
Dios? Porque entendieron la gracia de Dios de manera incorrecta. Creen que
la gracia es un permiso para cometer sus pecados, y no un favor inmerecido
que solo es con rmado y establecido por medio de la obediencia al Altísimo.
En el fondo, no creen genuinamente en la Palabra de Dios, por eso el
Espíritu Santo no puede convencerlas del peligro que corren por estar
ofendiendo a Dios.
Es justamente debido a la incredulidad que muchos frecuentadores de iglesias
viven en el libertinaje, pensando que la gracia de Dios va a librarlos del
in erno. Por el mismo motivo, varios religiosos piensan que Dios abrirá una
excepción para ellos por ejercer algún cargo o por tener algún título en
cierta denominación. Es también por no dejarse ser convencida del pecado
que la sociedad vive como si nunca fuera a rendir cuentas de sus obras ante
Dios.
No es por el hecho de que el Espíritu Santo no haya convencido a esas
personas que la culpa por la perdición de ellas sea de Dios. El Señor tiene
todo el poder para convencer, pero somos nosotros los que damos las
condiciones para que Él lo haga. Después de todo, está escrito que Dios no
hace acepción de personas (Hechos 10:34). Es debido a la dureza y a la falta
de arrepentimiento que los incrédulos han acumulado ira contra ellos
mismos (Romanos 2:5). El hecho de que no sean convencidos por Dios es la
mayor prueba de que falta el deseo sincero de querer conocerlo.
Es por eso que la idea de que el arrepentimiento ocurre en el momento que
mejor le parece es cuestionable. El arrepentimiento es un don de Dios
operado por el Espíritu Santo, que es Quien convence al ser humano de
todo pecado. Por lo tanto, no ocurre en un chasquido de dedos o como en
un toque de magia, sino cuando hay un reconocimiento sincero de la
práctica del error.
Hay tres características fundamentales en una persona que muestran si está de
hecho arrepentida:
Primera: siente una tristeza inmensa a causa de las transgresiones que
cometió.
Segunda: no tiene ninguna di cultad de humillarse ni de admitir que falló
delante de Dios y de las personas involucradas.
Tercera: tiene asco de su pecado y, por eso, lo abandona completamente y
no vuelve más a practicarlo.
Resistencia para oír la Voz de
Dios
Es interesante notar que el ser humano es diariamente convencido por
personas, publicidades, programaciones de TV, internet y medios de
comunicación para cambiar su alimentación, sus gustos, hábitos y opiniones.
Por esa razón, compra lo que no necesita, come lo que no le gusta o no le
hace bien, deja de gustarle o no alguien, etc. Por otro lado, esta misma
facilidad para dejarse convencer no ocurre cuando se trata de las cosas de
Dios. Eso solo muestra que el ser humano es vulnerable a los estímulos
externos que recibe, pero, en cuanto a oír al Espíritu Santo, es, la mayoría de
las veces, terco y malhumorado.
La Voz del Espíritu de Dios no es alta, no es invasiva y no violenta nuestro
libre albedrío. Al contrario, es blanda, rme y constante. A pesar de eso, es
fácil sofocar esa Voz con las propuestas del diablo, con las emociones, con los
malos amigos, con las redes sociales y con los demás llamados de este mundo.
Por eso, no hay pecado más terrible que ser resistente a la Voz del Espíritu
Santo; después de todo, la persona deja de oír la Voz del Creador para darle
oídos a todo lo que la aleja de Él. Quien lo hace es incrédulo, aunque tenga
años de iglesia u ocupe un cargo eclesiástico. Además, se pierde
de nitivamente porque rechaza esa Voz que llama al arrepentimiento.
No me asusta que el Espíritu Santo no logre convencer al mundo de su
pecado, pero sí me asusta ver que el Espíritu Santo no ha logrado convencer
a pastores, esposas de pastores, obreros y personas tan conocedoras del
Evangelio de que están caminando hacia la muerte eterna debido a su
desobediencia a los Mandamientos Divinos. Y lo peor es que lo hacen
creyendo que, después de todo, la gracia de Dios los salvará. ¡Eso es muy
triste!
Si usted convive con una persona así y ya intentó convencerla de la Verdad,
probablemente no obtuvo éxito. ¡Y nunca lo obtendrá! Pero no se enoje por
eso, porque ese papel no es suyo, sino del Espíritu Santo. Si ella no ha oído al
propio Dios, difícilmente lo oirá a usted. Y si acaso logró hacer que alguien
cambiara de opinión, puede estar seguro de que él no se convirtió de hecho,
porque fue convencido por un ser humano, y no por Dios. Y el primero que
venga con un argumento mejor logrará convencerlo de lo contrario
nuevamente.
Un tesoro de precio inestimable
Como ya dijimos, la gracia es un tesoro de precio inestimable, pues es un
regalo conquistado en la cruz por el sacri cio del Señor Jesús. Sin embargo,
ha sido vendida como una mercadería barata en una feria libre, anunciada a
los gritos por los vendedores. Esa falta de entendimiento en cuanto a ese
principio tan fundamental para la fe se transformó en un cáncer en la Iglesia
actual, pues ha corroído el temor y la disciplina espiritual en el Cuerpo de
Cristo. Y lo peor es que, cuanto más se acerca el n de los tiempos, más han
liquidado ciertos predicadores la preciosa gracia de Dios, porque encajan en
la predicación de Efesios 2:5, “por gracia habéis sido salvados”, la idea de
complacencia con los errores y la facilidad para heredar el Reino de los
Cielos.
Es como si la gracia de Dios excluyera a la obediencia y a la disciplina
(justicia) de Su Reino. Como si yo creyera y confesara: “Ahora que estoy en
la gracia, puedo disfrutar del mundo sin miedo de perder mi Salvación”.
Como si la Salvación estuviera garantizada para siempre, sin exigir de mí la
renuncia de mis voluntades.
¿Acaso la gracia de Dios permite vivir la vida cristiana libre de la justicia, de
la misericordia y de la fe del Reino de Dios? ¡Claro que no! Lo que era
pecado en el Antiguo Testamento continúa siendo pecado en el Nuevo
Testamento, porque Dios no cambió Su carácter. Quien usa la gracia de Dios
como excusa para el libertinaje, en realidad, no nació de Él y no posee Su
naturaleza porque, si la poseyera, entendería cuánto Le costó al Señor Jesús el
perdón de nuestros pecados.
Es debido a entendimientos erróneos como este de la gracia barata,
diseminados en el medio evangélico, que hemos visto a tantos cristianos
indulgentes con el pecado. Viven un estilo de vida semejante al de los
incrédulos y son igualmente apegados al mundo y a su carne, así como aquel
que no pertenece al Reino de Dios. Creen en una “hipergracia” que
permite hacer todo lo que les dé la gana, pues la idea engañosa es que “una
vez salvo, salvo está para siempre”. ¡Qué terrible ilusión!
El Señor que proporciona la gracia y escribe nuestro nombre en el Libro de
la Vida es el mismo que, al ver esa gracia siendo rechazada, por dejar de lado
una vida en la disciplina de la fe, puede borrar nuestro nombre de allí. A n
de cuentas, no existe comunión con Dios sin arrepentimiento y abandono
del pecado, así como no hay cómo permanecer salvo sin vivir en la justicia y
en la disciplina de la fe.
La gracia solo alcanza a quien se arrepiente genuinamente. Si no fuese así,
borraría los pecados de todo el mundo y todos estarían salvos. Sin embargo,
vea lo que dice esta enseñanza del Señor Jesús:

Y si tu mano o tu pie te es ocasión de pecar, córtatelo y échalo de ti; te es


mejor entrar en la vida manco o cojo, que teniendo dos manos y dos pies,
ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecar,
arráncatelo y échalo de ti. Te es mejor entrar en la vida con un solo ojo,
que teniendo dos ojos, ser echado en el infierno de fuego.
Mateo 18:8-9

Si ese Texto no signi ca una exigencia al sacri cio personal del propio
querer, en nombre de la vida eterna, entonces ¿qué quiere decir para
nosotros? Claro que no debemos considerar esa recomendación como una
mutilación literal, sino como una entrega tan profunda de nuestras
voluntades a Dios, que perder, sufrir, llorar o gemir pasa a no tener ninguna
importancia. Lo que el verdadero cristiano debe considerar es el rme
compromiso en ser el al Señor hasta la muerte. Pues es mejor que suframos
los mayores dolores en este mundo, como el de la muerte, antes que
pequemos contra Dios.
El pecado es tan nocivo a la Salvación del alma que la Biblia nos orienta a
que no solo lo evitemos, sino que también huyamos de él (1 Corintios 6:18;
2 Timoteo 2:22-23). Note que las Sagradas Escrituras no nos ordenan a huir
de las luchas, de los desiertos y, mucho menos, de las persecuciones, sino que
recomiendan, rmemente, que nos mantengamos lejos de aquello que es
impropio a la fe. La Palabra de Dios es tan enfática en cuanto a esto que
revela, además, que debemos abstenernos incluso de aquello que tiene forma
de mal (1 Tesalonicenses 5:22). Eso quiere decir que, para que el cristiano
tenga la Salvación segura, necesita hacer un ejercicio diario de renunciar a
todo lo que es pecaminoso y nocivo para su fe.
O sea, en la duda de si está bien o mal, no lo haga, para no correr el riesgo
de ser licencioso, dándoles lugar a sus instintos carnales. Eso suena radical
porque el pecado es seductor y puede atraer, encantar y conquistar a
cualquiera. Por lo tanto, nadie está libre del riesgo de caer y, después,
tornarse víctima del mal.
Delante de eso, entendemos que la Salvación es por la gracia, pero no es
gratis. Tenemos un precio que pagar, que se llama renuncia de la propia
voluntad. Es esta obediencia completa, que es el yugo del Señor Jesús, la que
debemos tomar si, de hecho, fuimos salvos.
Si la gracia de Dios eliminara la responsabilidad del hombre de obedecer
elmente los Mandamientos Divinos, entonces permitiría vivir la vida
cristiana libremente para disfrutar de las obras de la carne (Gálatas 5:19-21).
También seríamos libres para negarnos a dar la otra mejilla (Mateo 5:39),
para negar el perdón (Mateo 6:15), para negarnos a nosotros mismos (Mateo
16:24), para dejar de cargar la cruz (Mateo 16:24) y para no aceptar injurias,
persecuciones y mentiras (Mateo 5:11). En n, seríamos libres para andar por
el camino fácil y entrar por la puerta ancha y espaciosa que lleva al in erno
(Mateo 7:13).
Quienes introducen esas falsas doctrinas de una gracia barata y de libertinaje
son, en realidad, enemigos ocultos del Evangelio. Porque,
independientemente del título académico o de la posición que tengan en el
medio evangélico, no respetan la Palabra de Dios, por eso, están al servicio
del diablo.

Pues algunos hombres se han infiltrado encubiertamente, los cuales


desde mucho antes estaban marcados para esta condenación, impíos
que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje, y niegan a nuestro
único Soberano y Señor, Jesucristo.
Judas 1:4

Delante de Dios, esos falsos maestros serán culpables por la disolución y por
el desvío espiritual de los eles, porque esparcen que la gracia de Dios
“cubre todo”, por eso, pueden pecar a gusto. Vea, entonces, que los mayores
enemigos del pueblo de Dios no están del lado de afuera, sino dentro de las
iglesias, donde el diablo ha in ltrado a hombres impíos con apariencia de
piedad, así como lo hizo en el pasado. Quien promueve la falta de temor y
de Santidad al Señor es un aliado de Satanás.
Fe para pecar
Esta falsa interpretación que ha persuadido a muchos cristianos a vivir fuera
de la disciplina del Reino de Dios y del estándar del servicio a Él, en nombre
de una libertad mentirosa, fue un problema enfrentado por el apóstol Pablo
en sus días.

Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto, permaneced firmes,
y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud.
Gálatas 5:1

En aquella altura, los convertidos de la región de Galacia estaban siendo


convencidos a volver a los rituales judaicos, a las tradiciones humanas y a las
prácticas que no tenían nada que ver con el Evangelio. Querían lo mejor de
los dos mundos, o sea, vivir la nueva fe del Evangelio y, al mismo tiempo,
andar en los rudimentos de la religiosidad en los que, durante tanto tiempo,
fueron cautivos.
Hoy, este pasaje bíblico ha sido pretexto para que muchos hicieran lo que
mejor les parece, inclusive, pecar a gusto. Por eso, hay cristianos que se
sumergen en un libertinaje tan grande que ya no logran ver sus propios
errores. Dicen que tienen “fe” para ponerse de novios con incrédulos,
frecuentar discotecas, volver a los vicios, andar en la malicia y en la calumnia
y rehusarse a la reprensión. Sin embargo, nada de eso tiene que ver con la
libertad, sino con el libertinaje, que son dos cosas completamente diferentes.
La libertad a la que Cristo nos llamó tiene como norma el respeto a Su
Palabra, el temor a Su Nombre y la sumisión a los principios que Él
estableció. Cuando entendemos esto, somos capaces de renunciar incluso a
aquello que no es pecaminoso solo para que no escandalicemos a nadie. Hay
cosas que somos libres para practicar, pero que, en nombre del celo por
nuestra Salvación y por la Salvación del otro, nos rehusamos a hacer. Porque
no queremos que esa libertad se torne desenfrenada para la carne y un
impedimento para el desarrollo de la fe, nos privamos incluso de lo que es
lícito.
Como está escrito:

Todas las cosas me son lícitas, pero no todas son de provecho. Todas las
cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna.
1 Corintios 6:12

Sin embargo, solamente quien anda en Espíritu entiende este grado de


sacri cio.
Por otro lado, el libertinaje, que Satanás les propone a los cristianos
modernos para debilitar el Cuerpo de Cristo y transformar un favor Divino
en piedra de tropiezo, tiene en su origen el principio de la rebeldía. Por eso,
cada vez más oímos la famosa frase: “Cada uno hace lo que quiere y nadie
tiene nada que ver con eso”.
Esas ideas están dejando a las personas con el corazón endurecido y con la
mente cauterizada e insensible a la acción del Espíritu Santo. De esa forma,
aquellos que hacen uso de la gracia de Dios para transgredir no viven en la
libertad de Cristo, sino en el libertinaje del diablo. Después de todo, no tiene
sentido que recibamos la preciosa Salvación para que vivamos en favor de la
satisfacción de nuestros deseos, como sucedía antes de pertenecer al Reino
de Dios.
Aquellos, entonces, que fueron liberados por la fe en Jesús deben vivir
respetándolo, sirviéndolo y temiéndole aún más. Incluso porque, el abuso de
la gracia de Dios y de la libertad espiritual es combatido duramente en las
Escrituras:

Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solo que no uséis


la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a
los otros.
Gálatas 5:13

Por eso, cautela: fuimos libres de aquello que antes nos oprimía, del
encarcelamiento maligno, de los rudimentos del mundo, de las reglas
impuestas por la religiosidad, pero no del compromiso de obedecer a Dios en
todo. Libertad sin sumisión al Señor solo es ser esclavo de Satanás. No es en
vano que muchas personas, que antes fueron sacadas de las tinieblas a la luz,
están hoy nuevamente en las garras del diablo porque contaminaron su fe.
Quien fue libre y valora esa libertad no atiende a los llamados del orgullo, del
adulterio, de la envidia, de la codicia y de las demás obras que encarcelan el
alma, ¡al contrario! Pues sabe que el Señor Jesús nos concedió gracia y
libertad para que, con alegría y temor, Le sirvamos a Él y a Su Iglesia en
amor. De esta manera, quien quiera mantenerse libre no puede ignorar los
peligros de las falsas doctrinas de la gracia libertina que, disimuladamente
penetran en el seno del evangelio.
Es justamente para engañar a personas sinceras y eles que el diablo ha usado
a los “profetas viejos”, personas que un día tuvieron un compromiso con el
verdadero Evangelio, pero que hoy ya dejaron de tenerlo. “Profeta viejo” no
es una persona anciana que predica la Palabra de Dios, sino aquella que,
aunque acumule títulos y cargos eclesiásticos, no tiene comunión con Dios,
no Le da prioridad a Su Voz.
Como usted sabe, en el relato de 1 Reyes 13, el falso profeta de Betel usó
mentiras para engañar a un hombre de Dios de Judá, que era el, llevándolo
a desobedecer la orden que había recibido del Señor. La sagacidad y el poder
de convencimiento del profeta viejo fueron tan grandes que el hombre de
Dios cayó en la mentira. A causa de eso, perdió su vida trágicamente al ser
muerto por un león. Además de eso, no le fue permitido ser sepultado con
su familia, sino que su cuerpo fue colocado en el sepulcro del profeta viejo,
en señal de deshonra.
Vea que el diablo no usó a un incrédulo para derrumbar al hombre de Dios,
sino a un profeta igual a él:

Y el otro le respondió: Yo también soy profeta como tú, y un ángel me


habló por Palabra del Señor, diciendo: «Tráelo contigo a tu casa, para que
coma pan y beba agua». Pero le estaba mintiendo.
1 Reyes 13:18

Entonces, el principal instrumento de Satanás será siempre la mentira, pero,


para cada tipo de persona, él usa un instrumento (una persona) diferente y
también un argumento diferente. Esas mentiras son contadas con tamaña
convicción que los desprevenidos caen en ella. Algunos son engañados
porque no vigilan; otros, porque son llevados por la curiosidad de ver si, de
hecho, aquello es lo que parece.
Por eso, cuidado, porque en cualquier momento usted puede depararse con
un “profeta viejo” que juzga saber todo y que aparenta santidad, temor y
delidad; sin embargo, todo eso no pasa de un disfraz para su rebeldía.
Si la Salvación no exigiera un verdadero combate de la fe y una vigilancia
constante contra el diablo, el mundo y las inclinaciones de la carne, ¿por qué
el Señor Jesús hablaría tantas veces sobre “vencer” y “vencedor” en el libro
de Apocalipsis?
Si existen vencedores, también existen los vencidos (como el hombre de
Dios de 1 Reyes 13:18), que son seducidos por las mentiras y por el pecado
y, por eso, sucumben derrotados por el mal. Por lo tanto, si la Salvación es
por la fe, entiendo que es por la guerra, porque, mientras estemos aquí abajo
estaremos luchando contra el mal para mantener nuestra Salvación.
La gracia no dispensa nuestro
sacrificio
“Yo vivo por la gracia de Dios y no por las obras de la Ley”; “Jesús ya
sacri có por mí, entonces no tengo que sacri car”. Estos y tantos otros
argumentos han sido largamente usados por la mayoría de los creyentes. Pero
yo pregunto: si la fe no tiene que ser acompañada del sacri cio de las propias
voluntades, ¿acaso la gracia de Dios da el derecho de vivir en la carne y
mantener pecados escondidos durante años?
La realidad es que aquellos que predican este tipo de “gracia” no tienen la
menor idea de lo que esta, de hecho, signi ca. Engañosamente, enseñan que
la gracia es como una “tarjeta prepaga ilimitada” que Jesús pagó por
nosotros. Entonces, basta con que Lo aceptemos y gastemos los “créditos” de
aquella tarjeta por tiempo indeterminado y todo estará bien. Si la persona
peca, basta con que pida perdón, pues tiene “créditos” in nitos con Dios. Si
mañana cae en el mismo pecado, solo tiene que usar los “créditos”
nuevamente, sin arrepentimiento genuino y sin necesidad de cambio de
dirección. A n de cuentas, solo debe contar con buenas intenciones,
remordimiento y un paquete de excusas, como por ejemplo “La carne es
débil”; “No puedo resistir” o “Es más fuerte que yo” para ser perdonado.
¡Cuánto engaño!
A causa de esa ilusión, mucha gente que cree tener un lugar garantizado en
el Cielo se ha ido al in erno. Así como la verdadera fe no tiene nada que ver
con la religión, la verdadera gracia no tiene nada que ver con la ausencia de
sacri cio. ¡Al contrario! La gracia da al ser humano una responsabilidad que
él no tenía antes. Si antes él estaba preso al pecado, ahora ya no tiene esa
excusa, pues ya recibió la libertad y el derecho a la Salvación.
Ahora, el hombre es responsable por mantenerse en el camino de la
Salvación y, para eso, las reglas de la gracia son bien claras: quien quiera venir
a Jesús tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirlo.
El Señor Jesús nos presenta Su gracia, es decir, Su favor, el regalo que no
merecemos, como algo tan precioso que un hombre vendería todo lo que
tiene para comprarlo. Eso signi ca que vale el sacri cio de la obediencia; de
negarse a sí mismo; de perdonar a quien nos ofende; de dejar la vieja vida; de
desconectarse de ciertas personas, cosas y convicciones. En otras palabras,
vale todo el sacri cio que la verdadera gracia exige.
Por eso, nunca se olvide de hacer de su corazón un lugar propicio a la acción
de Dios. No permita que la humildad que usted manifestó al principio se
pierda con el pasar del tiempo. Combata diariamente toda raíz de orgullo,
egoísmo y autosu ciencia. Esté vigilante a las palabras que oye, a las
amistades que cultiva, al tiempo que gasta en las redes sociales, etc. Mientras
esté atento y sobrio, en el sentido espiritual, estará convencido por el
Espíritu Santo acerca de toda la Palabra del Altísimo y trillará el camino de la
fe. De lo contrario, será convencido por el diablo, porque su corazón estará
propicio a su acción y, a pasos agigantados, correrá por el camino de la
muerte.
El diablo y el púlpito
El amor, la paciencia y la misericordia de Dios son temas predominantes en
los púlpitos de las iglesias, en la literatura y en las canciones cristianas.
Difícilmente se ve a alguien hablar sobre la ira de Dios o sobre el in erno,
porque los predicadores encuentran más facilidad en discursar sobre temas
atractivos, satisfaciendo a todos los públicos, que sobre temas que confrontan
el pecado, trayendo re exiones íntimas. Según el pensamiento de algunos, no
es agradable hablar de algo que pueda promover tristeza e incomodidad,
teniendo en cuenta que las personas ya enfrentan tantos problemas en el día a
día.
Entonces, vemos claramente la preocupación de algunos predicadores por
hacer que las personas se sientan bien en el culto para que vuelvan a su
iglesia. Es por eso que ciertos cultos están centrados solo en las necesidades
terrenales que tiene el ser humano, pues así no solamente son atraídas, sino
que también permanecen engañadas con respecto a su Salvación. Ya que la
mayor preocupación del hombre gira en torno de sí mismo y de su futuro en
este mundo, es fácil abordar aquello que atrapa su interés. Pero un trabajo
hecho de esta manera descuida la mayor necesidad del ser humano: la
Salvación de su alma. Porque, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, por la
manera como el hombre decide vivir, puede tener una noción clara de cómo
será su vida, no dentro de 10, 20 o 30 años, sino también en la eternidad en
la cual viviremos.
Los pastores que omiten parte de las Escrituras mutilan el carácter de Dios en
sus sermones, pues dejan de anunciar que, aunque Dios sea bueno, Él
también es severo al aplicar Su justicia. Dios es bueno, pero también es
extremadamente celoso en el cumplimiento de Su Palabra, tanto en las
promesas de bendiciones como en las promesas de juicio. El Señor es bueno
con los que confían en Sus Palabras y, elmente, andan en Sus caminos, pero
es severo con los que Le desobedecen. Y, en eso, no hay acepción de
personas, pues incluso un siervo que deja esa vida de comunión con Él
experimentará Su severidad, como está escrito:
Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; severidad para con los que
cayeron, pero para ti, bondad de Dios si permaneces en Su bondad; de lo
contrario también tú serás cortado.
Romanos 11:22

Canciones, sermones y películas que sustraen esa severidad y exaltan


solamente la bondad, la gracia, el amor y la paciencia del Altísimo
sensibilizan y provocan emoción, creando en las personas la idea de que el
“Dios Papá del Cielo”, al nal de todo, va a abrir la puerta de par en par y va
a salvar a todos.
Particularmente, no entiendo cómo un siervo, llamado para anunciar el
Evangelio, puede ir al púlpito de su iglesia y tener, delante de sí, a personas
que no están salvas y no sufrir con eso. ¡No es posible que no sientan el peso
de la responsabilidad de hablar contra el pecado y sobre la urgencia del
arrepentimiento! ¿Cómo puede no gemir o no llorar por aquellos que están
engañados y rumbo a la condenación eterna?
Sé que este tema puede no ser agradable, pero tengo el compromiso de llevar
el mensaje que las personas necesitan y no el que quieren oír. No sirve que
yo masajee, con palabras suaves, el ego de aquellos que me oyen porque sé
que el efecto de esas palabras pasará, pero sus almas continuarán perdidas.
Siento un peso no de tristeza o de amargura, sino de responsabilidad por
cada uno que el Todopoderoso ha con ado en mis manos. No quiero que Él
requiera la sangre de ellas de mí por haber sido omiso o por haber predicado
un Evangelio de facilidades, sino que quiero que las personas sepan, cada vez
más, sobre la importancia de vivir en Santidad al Señor. Aunque esas
personas no vuelvan a la iglesia, tendré la conciencia limpia de que prediqué
lo que Él mandó.
Quien predica para satisfacer al público o a sí mismo no incomoda a nadie,
ni al propio diablo. Por eso, tengo la certeza de que es por in uencia de
Satanás que mensajes tan esenciales para la Salvación han desaparecido de los
púlpitos.
El diablo ha trabajado exhaustivamente para ocultar conceptos como la
eternidad, el in erno y el lago de fuego. Ya que no puede apagar el fuego
del in erno, intenta borrar la enseñanza que trae temor y oportunidad para
que las personas se reconcilien con Dios y escapen de la condenación. Para el
diablo, no hay más posibilidad de perdón: su sentencia y su destino ya fueron
decretados por el Altísimo cuando se rebeló, y ahora quiere hacer lo mismo
con el ser humano.
Durante reuniones de liberación, ya oí a muchos demonios decir, por medio
de personas posesas, que les gustaría tener la oportunidad que tiene el ser
humano de arrepentirse, de volverse a Dios y cambiar su futuro. Los espíritus
malignos no tienen más esa oportunidad, pues, desde el día en el que
pecaron, fueron destituidos de toda gloria Divina, ¡y eso es irreversible! No
sucedió lo mismo con el hombre. Al pecar, Adán, Eva y toda la humanidad
recibieron del Altísimo la dádiva de alcanzar Su perdón. Dios proveyó nada
más y nada menos que la Sangre de Su único Hijo para expiar nuestros
pecados.
El Señor Jesús recibió un cuerpo humano y entró en nuestro mundo para
que Su Sangre pudiera ser derramada en la cruz. Así, Él rmaría el
Testamento de la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los seres humanos. Esa
Alianza solo podría ser “con sangre” (Hebreos 9:7,22), pues, desde el pecado
en el Edén, el hombre no podría vivir más sin que otro ser muriera en su
lugar. Al principio, eso sucedió con animales hasta llegar el día en que Jesús,
el Cordero de Dios, fue sacri cado. Entonces, el Dios Hijo, que era
inmortal, renunció a la inmortalidad para pasar por la muerte al venir al
mundo en forma humana. A causa de nuestros pecados, Él estuvo separado
del Padre y sufrió la mayor pena impuesta por el pecado: la muerte. El Señor
Jesús sufrió todo eso para que toda persona que en Él cree no muera
eternamente, es decir, no sea condenada al lago de fuego y azufre.
Jesús, el Hijo Amado que nunca cometió transgresión, pero que, por toda la
eternidad, amó y honró a Su Padre, recibió en la cruz toda la ira de Dios
contra el pecado del mundo. En el momento de Su muerte, Él Se hizo
maldito en nuestro lugar para que nos tornáramos justos como Él, delante
del Padre: “Al que (Jesús) no conoció pecado, Le hizo pecado por nosotros, para que
fuéramos hechos justicia de Dios en Él” (2 Corintios 5:21).
Esa gloriosa Obra de Redención, hecha para rescatar al ser humano, hace
que Satanás odie aún más a Dios y trabaje con mucho más ímpetu para
anestesiar la mente humana. El objetivo de eso es hacer que el hombre
desperdicie la chance de Salvación hasta que no tenga más tiempo para
arrepentirse. Por eso, no es comprensible que los siervos no deseen hablar de
la mayor ofrenda que el universo ya vio. Si lo que Dios más desea es salvar al
ser humano, ¿cómo un siervo, que es conocedor de ese plan Divino, no se
convierte en un cooperador in amado de Su propósito? ¿Cómo puede ver a
las personas perdiendo la posibilidad de pasar la eternidad en el Cielo,
mientras caminan rumbo al in erno, y no hacer nada para impedirlo?
¿Cómo puede permitir que las personas por las cuales es responsable
continúen estando ansiosas y sobrecargadas, mientras que a él solo le
importan sus propios cuidados con su vida en este mundo? ¡Esa indiferencia
es inadmisible para un verdadero siervo de Dios!
¿Dios es solo amor?
En el medio evangélico, no existe una frase más cantada, divulgada y
estampada en adhesivos y camisetas que “Dios es amor” o “Jesús te ama”. Es
que el concepto de que el amor es el principal atributo de Dios fue
introducido en ese medio, y los demás son meros coadyuvantes en Su
carácter. ¡Pero eso no es verdad! Aunque el amor de Dios sea un atributo
extraordinario, por el cual se conoce Su paciencia, benignidad y delidad, no
es la única característica que de ne al SEÑOR. Por lo tanto, dejar de anunciar
todas las caras del carácter Divino es dejar de predicar toda la Verdad sobre
Él. Y justamente aquellos que más hablan del amor de Dios son los que más
ignoran la totalidad de Su naturaleza y se relajan en la fe.
Tal vez crean que Dios es tan amable y buenito que será complaciente con la
vida pecaminosa de las personas. Sin embargo, se olvidan de que hay varios
versículos que retratan a Dios como Justo Juez. No hay cómo suavizar tales
declaraciones que muestran cómo Dios Se ofende y reacciona ante el
pecado; a n de cuentas, ¡Él es Santísimo! Entonces, el SEÑOR no puede ser
indiferente a la ingratitud, a la rebeldía y al corazón perverso del ser humano.
La ira de Dios puede in amarse contra quienquiera que sea, sin parcialidad.
Y no hay posibilidad de justi cativos, porque el Altísimo no acepta meras
excusas, sino solamente el arrepentimiento, que es lo que impide las
consecuencias de Su ira. Aunque el pecado venga del pueblo que Él tanto
ama o de la nación que cuidó con extremado celo, Israel, el SEÑOR jamás
dejará de actuar con justicia. Vea:

Acuérdate; no olvides cómo provocaste a ira al SEÑOR tu Dios en el


desierto; desde el día en que saliste de la tierra de Egipto hasta que
llegasteis a este lugar, habéis sido rebeldes contra el SEÑOR. Hasta en
Horeb provocasteis a ira al SEÑOR, y el Señor Se enojó tanto contra
vosotros que estuvo a punto de destruiros.
Deuteronomio 9:7-8
Sirvió, pues, a Baal y lo adoró, y provocó a ira al SEÑOR, Dios de Israel,
conforme a todo lo que había hecho su padre.
1 Reyes 22:53

Y no endurezcáis vuestra cerviz como vuestros padres, sino someteos al


SEÑOR y entrad en Su santuario, que Él ha santificado para siempre, y
servid al SEÑOR vuestro Dios para que Su ardiente ira se aparte de
vosotros.
2 Crónicas 30:8

La ira de Dios se alzó contra ellos y mató a algunos de los más robustos,
y subyugó a los escogidos de Israel.
Salmos 78:31

Entonces se encendió la ira del SEÑOR contra Su pueblo, y Él aborreció


Su heredad.
Salmos 106:40

Pero no Me habéis escuchado — declara el Señor — de modo que Me


provocasteis la ira con la obra de vuestras manos para vuestro propio
mal.
Jeremías 25:7

¡Cómo nubló, en Su ira el SEÑOR a la hija de Sión! Ha arrojado del Cielo


a la Tierra la gloria de Israel, y no Se ha acordado del estrado de Sus pies
en el día de Su ira. El SEÑOR ha devorado, no ha perdonado ninguna de
las moradas de Jacob. Ha derribado en Su furor las fortalezas de la hija
de Judá, las ha echado por tierra; ha profanado al reino y a sus príncipes.
Ha exterminado en el ardor de Su ira todas las fuerzas de Israel; ha
echado atrás Su diestra en presencia del enemigo; y Se ha encendido en
Jacob como llamas de fuego devorando todo en derredor. Ha entesado
Su arco como enemigo, ha afirmado Su diestra como adversario y ha
matado todo lo que era agradable a la vista; en la tienda de la hija de Sión
ha derramado Su furor como fuego. Se ha vuelto el SEÑOR como
enemigo: ha devorado a Israel, ha devorado todos Sus palacios, ha
destruido Sus fortalezas y ha multiplicado en la hija de Judá el lamento y
el duelo.
Lamentaciones 2:1-5

Estos y otros eventos, como la caída de la torre de Babel; el diluvio; la


destrucción de Sodoma y Gomorra; las plagas en Egipto; la aniquilación del
ejército de Faraón en el Mar Rojo; las muertes de Nadab, Abiú, Datán, Coré
y Abiram; la caída del imperio babilónico; la destrucción de pueblos, como
los edomitas, son algunos ejemplos de que la indignación y la repulsión del
Altísimo por el pecado son incesantes y atemporales. Es decir, forma parte de
Su esencia estar constantemente listo para ser justo. Él no está
momentáneamente como el Juez de la Tierra, sino que es, por toda la
eternidad, ese Juez. Por eso, las Escrituras declaran que “cada día” Dios
actúa, sea siendo favorable a la causa del justo o siendo contrario a los
injustos.

Dios es juez justo, y un Dios que Se indigna cada día contra el impío. Y si
el impío no se arrepiente, Él afilará Su espada; tensado y preparado está
Su arco.
Salmos 7:11-12

Observe, entonces, que la ira Divina es imparcial; es decir, puede alcanzar a


cualquier persona que se rebele contra la Palabra de Dios, no importando si
es cristiana, judía, gentil, atea o religiosa de cualquier naturaleza. Por eso, ¡los
que suben a los púlpitos de nuestras iglesias no pueden ser negligentes con el
perfecto carácter de Dios!
No negamos el amor de Dios
No negamos el amor de Dios, ¡lejos de nosotros tal actitud! Pero no
considerar toda la naturaleza del Altísimo es una locura. Si Dios no fuera
justo, todas Sus demás cualidades perderían la razón de existir. Si Dios no
fuera justo, no sería Santo, porque fallaría al tratar igual al justo y al perverso.
¿No nos indigna ver a alguien que comete un delito y que quede impune?
¿No nos indigna cuando la justicia terrenal falla en castigar a los
delincuentes? ¿Sentiríamos lo mismo si buenos y malos fueran tratados de la
misma forma por el Todopoderoso por no haber justicia por parte de Él?
Si el brazo de la ley terrenal se corrompe y se torna incapaz de efectuar la
justicia, la Diestra de Dios será siempre pura, recta, incorruptible, sabia y
perfectamente poderosa para juzgar y retribuir a quienquiera que sea. No es
porque Dios ama que no va a aplicar Su ira o a derramar Su juicio. No es
porque Él es bueno y misericordioso que no va a tratar de castigar a aquellos
que no se arrepienten.
Entonces, engaña a los miembros de su iglesia aquel que predica una vida
fundamentada en un amor que no exige obediencia ni sacri cio, porque está
expresamente registrado en las Escrituras que la ira de Dios vendrá sobre los
desobedientes a Él, sean cristianos o no. Quien Le desobedece se torna
blanco de sufrimiento en la eternidad. ¡Son los desobedientes, y no los
justos, quienes deben estar preparados para soportar el peso de la sentencia de
Dios, in amada de furor, si no corrigen su situación!

Pues la ira de Dios vendrá sobre los hijos de desobediencia por causa de
estas cosas.
Colosenses 3:6

Porque la ira de Dios se revela desde el Cielo contra toda impiedad e


injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad.
Romanos 1:18
¡Hay tamaña severidad en estas declaraciones que temo y tiemblo delante de
ellas! Del Cielo no vienen solo dádivas y compasión, como muchos han
anunciado, sino también juicios justos y castigo.
Vea que Dios nunca engañó al hombre sobre el peligro de una vida de
hipocresía e incredulidad, sino que le reveló a toda la humanidad, por medio
de la Biblia, Su carácter y Su modo de actuar, para que nadie, al ser
condenado, pueda decir que no sabía.
Muchos que están dentro de las iglesias observan los versículos anteriores y se
imaginan que el público al que es dirigido es el que está del lado de afuera,
¡pero se engañan grandemente! A pesar de que la mayoría de los cristianos
diga que ama a Dios, lo que será pesado es la obediencia a Su Palabra,
porque el amor que no mueve a la persona a someterse a lo que Él dice no es
amor.
Por otro lado, aquellos que verdaderamente conocen a Dios valoran Su amor
y se tornan más cercanos a Él, pues aumentan su nivel de comunión y su
dependencia de Él. Son estos los que, de hecho, logran ver en el amor y en
la gracia de Dios motivos para buscar crecer aún más en la fe y en el temor.
Nadie puede pensar que el amor, la bondad y la paciencia del Altísimo son
impedimentos para que Él aplique Su justicia, ¡porque no es así! El amor de
Dios involucra acciones justas de Su parte porque Él corrige a quien ama y
hace que cada uno coseche de acuerdo con lo que sembró.
Jesús es la Justicia de Dios que Se tornó carne y hueso para venir a este
mundo a rescatar, salvar, justi car y liberar a los injustos del espíritu de la
injusticia. Él cumplió Su misión. Ahora, ¿es justo que los salvos,
deliberadamente, vuelvan a la prisión de la injusticia? ¿Es justo que la
misericordia Divina tolere eso? ¿Es justo que los cristianos abusen de la
compasión Divina y, espontáneamente, vuelvan a vivir en el pecado? Dios sí
es amor, pero ¿acaso ese amor soporta incluso las injusticias voluntarias de
quien conoce la Verdad? ¿Acaso ese amor es semejante al de este mundo, al
que no importan las injusticias cuando se trata de lazos familiares y pasiones
infames? ¡De ninguna manera!
Como está escrito, el amor de Dios “No se regocija de la injusticia, sino que se
alegra con la Verdad” (1 Corintios 13:6). Este versículo muestra que Dios es
tanto amor como justicia, por eso jamás tolera injusticia o pecado. Quien
conoce y cree en la Verdad, pero vive en la mentira, está jugando con la fe.
Por lo tanto, que nadie cuente con la benevolencia y con la compasión de
Dios para mantenerse en el pecado, ¡porque Su ira se revela sobre todos los
rebeldes e hijos de la desobediencia!
La diferencia entre la ira humana
y la ira Divina
La ira humana es in amada por sentimientos, injusticia y descontrol. Por otro
lado, la ira de Dios es santa y se opone a lo que es malo, impuro e injusto. La
santidad Divina exige que la justicia sea hecha porque los propios atributos
del SEÑOR Lo impulsan a eso. Vea algunos de ellos:
Santísimo: el SEÑOR es Santo, por eso abomina y repudia eternamente al
pecado.
Omnisciente: Él conoce y ve íntimamente a todos todo el tiempo. Por eso,
detecta el pecado en su fuente, es decir, en el deseo del corazón, incluso
antes de que la transgresión sea cometida.
Perfecto: Él no acepta desvíos de carácter. Por eso, jamás tendrá al culpable
por inocente.
Omnipotente: todo el poder está en Él. Así, ¡nadie escapará de Su poderosa
mano!
Inmutable: el SEÑOR no cambia Su Palabra. Por lo tanto, Su disposición
para salvar a los rectos y condenar a los perversos es perpetua.
Fue por tener conocimiento de estos atributos de Dios y también de Su ira,
no solo por teoría, sino también por experiencia propia, que David suplicó:
“SEÑOR, no me reprendas en Tu enojo, ni me castigues en Tu furor” (Salmos 38:1).
El pecado de David comenzó cuando se relajó en su fe por un instante. Él ya
estaba establecido en su reinado y tenía muchas victorias, pero, mientras los
reyes estaban con sus tropas en la guerra, pre rió quedarse en el palacio y
descansar. Así, el ocio dio a luz al adulterio y al embarazo de la esposa de
uno de sus más eles soldados: Urías.
Para ocultar su pecado, David mintió, tramó y, nalmente, mandó a matar al
marido de su amante. Más tarde, la vida de Urías le costó la muerte de
cuatro hijos. Esa pena fue semejante a la que el rey le sugirió al profeta
Natán, cuando este le preguntó qué castigo debería tener el “hombre rico
que tomó la oveja del pobre” (véalo en 2 Samuel 12:1-7).
David cedió ante la tentación de la carne y pecó. Aunque el arrepentimiento
le haya traído el perdón, no lo eximió de cosechar el mal que había
sembrado. Sufrió la vergüenza de ser traicionado en la misma terraza del
palacio en la que comenzó su adulterio (2 Samuel 16:22) y además vio a la
espada de la muerte cortar a parte de su familia.
Años más tarde, viviendo un momento de muchas realizaciones personales,
David pasó a engrandecerse con sus conquistas. Viendo eso, el diablo lo
incitó a conocer el poder militar que poseía, midiendo el tamaño de su
ejército (1 Crónicas 21:1). Así, el hombre que había aprendido en la práctica
las consecuencias de la desobediencia falló nuevamente. David ignoró las
instrucciones de la Ley sobre el censo y decidió realizarlo con un propósito
vanidoso, desagradando a Dios.
Orgulloso, David no consideró que sus victorias venían del Altísimo y
comenzó a considerar su propia fuerza militar. Ahora, con el pecado ya
instalado en su espíritu, las consecuencias serían nefastas. De los tres castigos
impuestos, tuvo permiso de elegir uno, y el elegido cayó sobre todo el
pueblo de Israel. ¡Eso mismo! Toda la nación sufrió por su transgresión.
David vio al Ángel del Señor matar, por medio de una peste, a 70 mil
hombres. ¡Vea cómo el pecado trae dolores para la persona que pecó y para
los demás! Daremos más detalles sobre este tema.
Así, el hombre que tenía a Dios como su Aliado, ahora Lo tiene como
Sentenciador (1 Crónicas 21:14). El Cielo abierto que derramaba
bendiciones pasa ahora a derramar muerte.
Después de tamaña devastación, David decidió volver al Altísimo con su
espíritu quebrantado y arrepentido. Alcanzó la misericordia y, al levantar un
Altar de sacri cio, la peste cesó. El Altar que él no consideró al pecar, ahora
era el único Lugar donde encontraría la Salvación. En las dos ocasiones,
David encontró el perdón de Dios porque, de hecho, se arrepintió. Aunque
las consecuencias eternas de sus actos hayan sido borradas, las terrenales no lo
fueron.
La diferencia entre esos dos pecados de David es que el primero fue
cometido por una debilidad carnal, cuando cedió a la tentación del adulterio.
El segundo fue espiritual, al creer más en la fuerza de su propio brazo que en
la Provisión Divina. Pero, en los dos momentos, no dejó de cosechar lo que
sembró.
Todo el tiempo surgen oportunidades para pecar, y vienen para todos, pero
debemos recordar que el pecado es una rebelión contra Dios, principalmente
cuando es cometido por personas conocedoras de las Sagradas Escrituras.
Aunque los ojos humanos no lo vean o no lo cali quen como grave, pecado
es pecado, y atrae la ira de Dios.
Dios no es políticamente correcto
En días de “políticamente correcto” y “políticamente incorrecto”, la Palabra
de Dios ha encontrado obstáculos para pasar por la aprobación de la opinión
pública. Hoy, las personas se ofenden por todo y hay incluso quien dicte lo
que las personas deben o no decir. Como se suele decir: estamos delante de
la “generación millennial”. Pero, Verdad es Verdad, ¡su fuerza no necesita
maquillaje! Si necesita una intervención para manipularla, entonces su
contenido puede estar siendo alterado. ¿Y no es en el “arregla aquí, arregla
allí” que muchos argumentos han perdido el sentido en nuestra generación?
No apoyamos discursos de odio, maltratos verbales, groserías, prejuicios ni
cualquier actitud parecida, pero tampoco podemos concordar con que la
Verdad tenga que cambiar solo porque hoy las personas se ofenden con ella.
Pienso que este concepto de “políticamente correcto” esté in uenciando
incluso a la prédica de algunos temas de la Biblia, pues eso explica por qué
muchos han evitado hablar de ciertos fragmentos de las Escrituras. Puede ser
que, en lo íntimo, algunos predicadores se sientan incómodos al hablar del
in erno, de la condenación o del abandono del pecado como condición
imprescindible para la Salvación. Temas como esos no traen popularidad ni
likes en las redes sociales.
Pero lo que motiva al siervo de Dios no es atender a las expectativas de las
personas, diciéndoles lo que les gusta oír, sino hacer la voluntad de su Señor,
predicando lo que las Escrituras dicen. Aunque la voluntad de Dios o la
Palabra predicada le traiga insultos, calumnias y persecuciones al predicador,
su conciencia tiene paz porque tanto la aprobación como la recompensa
vienen de lo Alto.
Quien realmente predica la Verdad en un mundo de mentira sufrirá por esa
actitud porque no es habitual que, en una sociedad corrompida, la Palabra de
Dios sea aplaudida y Sus siervos sean bien vistos. Si eso ocurre, es porque la
Palabra está siendo alterada a los moldes del mundo.
Despreocupación por el infierno
Nadie habló más sobre el in erno que el Señor Jesús. Él sabía que el in erno
es un lugar lleno de almas que, en vida, tenían buenas intenciones, pero que
nunca temieron al Creador o nunca creyeron en Su Palabra. Al contrario,
vivieron de pecado en pecado, y por eso se perdieron eternamente. Para
evitar eso, el Hijo de Dios alertó que la posibilidad de escapar del in erno
solo sucede en vida:

Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y
después de esto, el Juicio.
Hebreos 9:27

Él también llegó a llamar “necio” a todo aquel que no nota que la vida en
este mundo es corta, y que buscar solo lo que es temporario es una
insensatez: “(…) ¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma; y ahora, ¿para
quién será lo que has provisto?” (Lucas 12:20).
En otras palabras, ¿de qué sirve perseguir la comodidad y la seguridad que el
dinero puede dar si nada de eso le garantiza paz al alma? ¿De qué sirven los
innumerables procedimientos médicos, el consumo de complejos vitamínicos
y el cuidado con la estética del cuerpo si el hombre no logra evitar la muerte
eterna, en caso de que no se arrepienta?
En un determinado momento, todos, inevitablemente, tendrán que
comparecer delante de Dios. Por más que hayan vivido en el lujo y en los
placeres que el mundo ofrece, un día tendrán que encontrarse frente al Dios
a Quien despreciaron en vida.
El Señor Jesús mostró también la locura de llevar la vida alejado de Dios, por
medio del ejemplo del rico y de Lázaro: “(…) y murió también el rico y fue
sepultado. En el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio a Abraham a lo
lejos, y a Lázaro en su seno” (Lucas 16:22-23).
Aquí comienza el tormento eterno del hombre que, en la Tierra, gozaba
espléndidamente de su fortuna. Tenía el mundo a sus pies, sirvientes para
todo, incluso “para limpiarle el trasero”. Pero, inmediatamente después de
que la muerte golpeara a su puerta, fue a parar a un lugar de tormentos y
desesperación general, algo jamás visto a los ojos humanos. Los gritos
incesantes de dolor y el horror de las almas a su alrededor hacían que el
ambiente se tornara aún peor. Era el in erno. Miles de millones de almas,
todas perfectamente conscientes de lo que estaban pasando, ahora le hacían
compañía. Pero nadie, ni siquiera una sola de las que estaban allí, podría
aliviar su propio tormento.

Y gritando, dijo: «Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a


Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua,
pues estoy en agonía en esta llama».
Lucas 16:24

La parábola muestra que el rico pudo ver y reconocer a Abraham y a Lázaro.


También pudo comunicarse e incluso suplicar ayuda. Por conocer la historia
de fe de Abraham y su proximidad a Dios, el rico pensó que podría lograr
algún tipo de socorro. Pero no. Ni Abraham ni incluso el propio Dios
podrían revertir aquella situación, mucho menos ayudarlo con lo mínimo,
como mojar el dedo en agua para refrescar su lengua. Mientras que en la
Tierra su corazón era soberbio y sus actitudes eran arrogantes, en los
tormentos del in erno de nada le servía la humildad. ¡Estaba
irremediablemente perdido!
En esta pequeña demostración del in erno, relatada por el Señor Jesús,
vemos que es un lugar de tormento y dolor por toda la eternidad. Allí no
hay posibilidad de recibir auxilio, socorro o consuelo de quienquiera que sea.
El in erno es una prisión, de donde nadie jamás puede salir. En el in erno,
la memoria de las personas es preservada; por eso, recuerdan todas las
oportunidades de Salvación que despreciaron mientras estaban vivas. Claro,
eso se torna una tortura para ellas. El Señor Jesús muestra, además, que en el
in erno las personas ven el gozo y la alegría de aquellos que están salvos y
ahora disfrutan del Cielo.
El rico también le imploró a Abraham que enviara a Lázaro a sus cinco
hermanos, con el n de que fueran avisados sobre el in erno (Lucas 16:27-
28). Lo mismo se da con relación a los que allá están. A ellos les gustaría
avisarles a sus hijos, padres, hermanos y demás seres queridos al respecto de la
Salvación en Cristo Jesús para que no sean lanzados en ese lugar, pero no
pueden. Porque la Tierra es el lugar de la decisión entre la vida eterna y la
muerte eterna. Aquí, las personas deciden seguir el camino de la justicia o de
la injusticia, de la santidad o del pecado. Y aquí se enteran de que las chances
de llegar al Lugar de la Justicia son mínimas, por eso el sabio aprecia la
Salvación que recibió.

Porque estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y


pocos son los que la hallan.
Mateo 7:14

Además de que la puerta sea estrecha, la Biblia muestra que, de cada 100
oyentes de la Palabra de Dios, solo 25 son obedientes, justi cados y salvos
(Mateo 13:3-23). ¡Imagínese, entonces, el número de los desobedientes,
sumado a los demás que ni siquiera quieren oírlo! Es una verdadera multitud,
lo que muestra que, de nitivamente, ¡el Cielo no es para todos! Fue hecho
para todos, pero son pocos los que quieren pagar el precio (renuncia de sus
propias voluntades) de ir para allá. Mientras tanto, justos e injustos se
soportan en la Tierra, pero la separación se da con la muerte de ambos. A
partir de entonces, cada uno va para un lado: justos para la derecha; injustos
para la izquierda; justos para la vida eterna; injustos para la muerte eterna.
Porque la Justicia del Justo Juez clama por el alma de los justos y Sus ángeles
son enviados para buscarla y llevarla al Lugar de la Justicia (Cielo). Por otro
lado, el diablo requiere el alma de aquellos que, consciente o
inconscientemente, hicieron su voluntad mientras estaban vivos.
Así, la pregunta que no se calla es: ¿su conciencia está en perfecta paz con
relación a la Salvación de su alma? Si muere hoy, ¿usted sabe dónde pasará la
eternidad? Jesús dijo que muchos, en el Juicio Final, oirán de Él la siguiente
declaración:

(…) Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de Mí, todos los que
hacéis iniquidad. Allí será el llanto y el crujir de dientes cuando veáis a
Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios,
pero vosotros echados fuera.
Lucas 13:27-28

Por lo tanto, el in erno no es una invención humana, sino una realidad para
aquellos que no le hacen caso al sacri cio del Señor Jesús y que incluso se
burlan de Su Palabra al elegir vivir de cualquier forma. Dios, sin embargo,
no cambió. Él es el mismo del pasado y Su carácter permanece inmutable.
Puede retrasar Su ira durante un tiempo, dando la oportunidad de
arrepentimiento, pero no será para siempre. Su misericordia solo triunfará
sobre Su Juicio en la vida de quien, sinceramente, se vuelva a Él.
Entonces, si el propio Señor Jesús hizo de la Salvación y de la condenación
eterna los principales temas de Sus prédicas, ¿por qué nosotros, Sus siervos,
omitiremos esas Verdades de nuestra generación?
El Espíritu Santo nos ha obsequiado la oportunidad de que seamos
portadores del Evangelio, anunciadores de las Buenas Nuevas; pero ¿cómo
hemos actuado delante de esa dádiva?
De acuerdo con lo que hemos predicado, la conciencia de las personas será
despertada o no al carácter del Altísimo. Verán a Dios mediante lo que
reciben de nosotros. Por eso, solamente la prédica correcta de las Escrituras
puede alertar a la humanidad sobre el peligro que corre de ir al in erno.
Frente a esto, que ningún siervo se torne un instrumento de engaño, con
palabras blandas y suaves que promueven un Evangelio de puertas anchas;
caso contrario, su ministerio caerá en ruinas, al igual que su alma: “Que nadie
os engañe con palabras vanas, pues por causa de estas cosas la ira de Dios viene sobre
los hijos de desobediencia” (Efesios 5:6).
La misma Palabra que salva será usada en la eternidad para condenar a quien
no la practicó, pues Dios no Se mantendrá indiferente al pecado: “El que Me
rechaza y no recibe Mis Palabras, tiene quien lo juzgue; la Palabra que he hablado,
esa lo juzgará en el día final” (Juan 12:48).
Las armas de nuestra guerra
A todos nosotros nos gustaría vivir sin tener que pasar por ningún dolor, sino
gozar, diariamente, de perfecta paz y tranquilidad. Sin embargo, eso no es
posible, porque hay un enfrentamiento invisible en el mundo espiritual que
va más allá del mundo físico y que le da origen a todo sufrimiento que
vemos en la Tierra. Solo la paz que el Señor Jesús nos dejó, y que habita en
nuestro interior, puede traernos la tranquilidad que tanto anhelamos, aun
viviendo días de luchas. Y esa quietud puede ser disfrutada en diferentes
niveles, dependiendo de nuestra entrega a Dios. Es decir, cuanto más Lo
obedecemos y manifestamos la fe, más aumenta nuestra con anza en Él y,
automáticamente, menos ansiedad, aprensión y miedo pasamos a tener ante
las luchas. Esa paz no signi ca ausencia de problemas, de tribulaciones o de
peligros; no obstante, nos trae la seguridad de que prevaleceremos sobre
nuestros problemas.
Vivimos en un mundo dominado por odio, engaños, guerras y egoísmo, por
eso las Escrituras nos recomiendan que tomemos posesión de la armadura de
Dios. Esa fue la advertencia que el Espíritu Santo dio, a través de Pablo: “Por
lo demás, fortaleceos en el SEÑOR y en el poder de Su fuerza. Revestíos con toda la
armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo” (Efesios
6:10-11).
Observe que los verbos “fortalecer” y “revestir” están en el presente y en el
imperativo, indicando que, en esta guerra espiritual, nuestra acción de buscar
el fortalecimiento y el revestimiento de la armadura de Dios debe ser
continua e ininterrumpida, pues solo así permaneceremos rmes en la fe. El
hombre, por sí mismo, no puede fortalecerse, pero, si obedece la orden
Divina de estar todo el tiempo fortaleciéndose y revistiéndose de la armadura
de Dios, será sustentado y protegido por Él.
Dios no nos omite la biografía de Satanás ni nos deja desprevenidos en
cuanto a sus maquinaciones perversas. Las Sagradas Escrituras revelan que los
enemigos a ser enfrentados son numerosos, sagaces y sutiles. Es decir, Satanás
y sus demonios usan diferentes medios y planes para engañar al ser humano y
lograr arruinar su vida. Por eso, no podemos entrar en ese choque usando
nuestra propia fuerza.
Por sí mismo, el hombre natural está completamente sin preparación para
enfrentar al diablo. Por más que se esfuerce, si lucha solo, su lucha estará
perdida. A n de cuentas, Satanás no es humano. Por esta razón, armas
carnales, estrategias terrenales, buena voluntad y buenas intenciones no lo
derrotan, aunque estén repletas de coraje. Sin embargo, aunque no tengamos
habilidad ni fuerza en nosotros mismos para vencer al imperio de las
tinieblas, el mal no prevalecerá sobre nuestra vida. Primero, porque la guerra
no es nuestra, sino del SEÑOR. Segundo, porque el poder y la fuerza
adecuados para esa batalla vienen de Él.
Contra quién luchamos
Dios coloca a nuestra disposición un verdadero arsenal espiritual capaz de
vencer a todos nuestros enemigos. Pero, para eso, no basta con que tomemos
solo una parte de la armadura de Dios, es necesario tomar “toda” la
armadura: “Revestíos con toda la armadura de Dios”.
De la misma forma que, en las guerras del pasado, solo los soldados
fuertemente armados y protegidos estaban aptos para luchar y vencer, en la
guerra contra el in erno, solamente los siervos revestidos con la armadura
espiritual completa están listos para atacar al mal y defenderse de él
(verifíquelo en Efesios 6:11-13).
En la jornada cristiana, quien se convierte, de inmediato ya recibe un
llamado especial del Altísimo para entrar en las hileras del ejército de los
valientes de la fe. El SEÑOR, que es nuestro General de guerra, convoca a
aquellos que se entregan a Él para guerrear bajo Su comando. A partir de
entonces, Dios lo saca de la condición de víctima de los espíritus inmundos a
la condición de “más que vencedor”, porque ¡es imposible que el SEÑOR de
los Ejércitos pierda una batalla! Pero esa condición de victoria permanente
solo es posible si esa persona se rindió verdaderamente ante Él. En caso de
que tenga los ojos en el mundo, considerándolo como un lugar de ocio y
bienestar, será una presa fácil para su oponente. Por este motivo, el cristiano
tiene que ser vigilante, sobrio y sensato en su fe todo el tiempo, para no ser
sorprendido por el mal.
Es indispensable resaltar que nuestra lucha no es contra las personas, sino
contra los espíritus de las tinieblas que las usan para atacarnos: “Porque nuestra
lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades,
contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes
espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Efesios 6:12).
Si nuestros enemigos fuesen los seres humanos, nuestra guerra sería fácil de
ser vencida, porque las personas son vulnerables y mortales. Nuestra lucha no
es religiosa, política o económica, aunque el diablo actúe en esas áreas y guíe
la mayoría de los eventos que suceden en el mundo.
Luchamos, por lo tanto, contra seres espirituales que se organizan de forma
jerárquica muy inteligente. Los demonios son invisibles a nuestros ojos
físicos, pero nos ven 24 horas por día. Por haber sido ángeles de luz, conocen
a Dios cara a cara, así como al Cielo y varios misterios del mundo espiritual
que ninguno de nosotros conoce. Además, son portadores de vasto
conocimiento bíblico, más que cualquier ser humano, y no descansan hasta
derribar a un hijo de Dios.
Ahora usted entiende pues el Espíritu Santo nos muestra contra quién, de
hecho, luchamos. Quien olvida que su pelea es contra espíritus malignos y se
enfoca en combatir a la persona que está siendo usada por el mal, está
actuando como alguien que culpa al bisturí usado por el médico de hacer
una mala cirugía y no al propio médico que lo usó.
Entonces, nuestra guerra es contra un adversario perspicaz, que tiene muchas
caras y muchos nombres (Beelzebú, Belial, príncipe de este mundo, dragón,
“dios de este mundo”, Satanás, diablo…), pero un solo objetivo: promover el
pecado para alejar al ser humano de Dios. Para eso, usa muchos disfraces,
pues, si muestra su verdadero rostro e intención, nadie caerá en sus trampas.
Vea, ahora, cómo esos espíritus malignos, divididos en principados,
potestades, poderes de este mundo de tinieblas y huestes espirituales de
maldad actúan, en la práctica:
Principados: como el propio nombre lo dice, son los príncipes del in erno
que están directamente relacionados con Satanás y de él reciben órdenes para
comandar a otros demonios. Cada príncipe comanda una región con el n
de oprimir, en mayor o menor grado, al pueblo que vive allí. Solamente las
oraciones de los siervos de Dios pueden impedir o aminorar la acción de
estos espíritus. Daniel, por ejemplo, tuvo que enfrentar, en oración, la
oposición de un principado durante varios días, hasta que el socorro vino,
por intermedio del arcángel Miguel:

Entonces me dijo: No temas, Daniel, porque desde el primer día en que te


propusiste en tu corazón entender y humillarte delante de tu Dios, fueron
oídas tus palabras, y a causa de tus palabras he venido. Mas el príncipe
del reino de Persia se me opuso por veintiún días, pero he aquí, Miguel,
uno de los primeros príncipes, vino en mi ayuda, ya que yo había sido
dejado allí con los reyes de Persia.
Daniel 10:12-13

Potestades: son los espíritus inmundos que se sujetan a los principados.


Actúan, especí camente, dentro del mundo religioso. Su objetivo predilecto
es la Iglesia de Cristo, compuesta por personas que, verdaderamente, aman y
obedecen al Señor Jesús. Para intentar quebrantar a la Iglesia, esta clase de
demonios crea nuevas religiones y nuevas “iglesias” cada día, apenas con el
objetivo de pulverizar la genuina fe cristiana. Por eso, encontramos “iglesias”
para todos los gustos, como: iglesia para quien no concuerda con el diezmo,
iglesia para quien quiere el casamiento de personas del mismo sexo, etc.
Esta clase de demonios, también, siembra sentimientos negativos en el
corazón de las personas, causando división en las denominaciones cristianas y
derrumbando a algunos de sus líderes. Eso sucede, principalmente, cuando
los espíritus encuentran poca vigilancia y poca oración en medio del pueblo
de Dios.
Son las potestades las que promueven, incluso, a los falsos profetas y a sus
herejías disfrazadas de un cristianismo auténtico. Pero las personas solo serán
engañadas si desconocen la Palabra de Dios. Cuando es difundida con
ahínco, las potestades son desenmascaradas. Y no sirve la vestimenta religiosa
y la apariencia humilde, porque la Palabra de la Verdad, tarde o temprano,
revela la mentira y el engaño.
Poderes de este mundo de tinieblas: no forman parte de la clase de los
principados. Son conocidos también como “dominadores de este mundo
tenebroso”, porque actúan en la mente de las personas y las esclavizan con
todo tipo de pensamientos contrarios a Dios. Al tomar la mente del ser
humano, pasan a controlar las emociones, haciendo que su víctima actúe sin
considerar a la razón. Son ellos, también, los promotores de ideologías
políticas y de toda idea que se opone a la Palabra de Dios, además de ser los
causantes de toda clase de fanatismo.
Huestes espirituales de maldad: son las clases de demonios más vulgares,
o sea, están en el nivel más bajo de la jerarquía. Cuando se apoderan de
alguien, causan varios tipos de sufrimiento, pues su objetivo es destruir y
matar. Algunos de los síntomas que, generalmente, indican la presencia de
una hueste maligna en la vida de una persona son: dolores de cabeza
constantes, insomnio, miedo, nerviosismo, pensamientos de suicidio, dolores
en el cuerpo cuyas causas no son detectadas por los exámenes médicos,
mareos sin motivo aparente, trastornos emocionales, exceso de sueño,
opresión, depresión, visión de sombras, audición de voces extrañas, además
de prácticas como hechicería, magias, sodomía, prostitución, adulterio,
robos, etc.
Estos problemas espirituales solo son resueltos si la víctima de los espíritus es
liberada a través de la fe en el Señor Jesús. Los buenos consejos de personas
preparadas pueden incluso disminuir el sufrimiento, pero la solución viene
solo con el ejercicio de la genuina fe cristiana.
La buena batalla
Según estudiosos de la Biblia, el apóstol Pablo fue doctor de la Ley judaica y
eximio conocedor de la lengua griega. También fue escriba y fariseo, lo que
indicaba su alta formación religiosa. Eso le daba la capacidad de ser un
rabino, un miembro del Concilio o de asumir alguna otra función notable en
su religión.
Llegó a actuar, también, como una especie de “promotor de justicia” en
favor de los intereses de la religión judaica. Su in uencia era tan grande que
el sumo sacerdote de la época le dio autoridad para azotar y arrestar a los
cristianos, considerados “criminales”, que se refugiaban fuera de los límites
territoriales de Israel. Además, es posible que Pablo tuviera formación
militar, pues muchos nobles de su época, así como él, solían ser entrenados
para las guerras. Eso puede explicar el motivo por el que el apóstol usaba,
constantemente, términos militares en sus escritos. Vea:

Y todo el que compite en los juegos se abstiene de todo. Ellos lo hacen


para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Por
tanto, yo de esta manera corro, no como sin tener meta; de esta manera
peleo, no como dando golpes al aire, sino que golpeo mi cuerpo y lo hago
mi esclavo, no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea
descalificado.
1 Corintios 9:25-27

Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque


las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios
para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez
que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo
pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar
toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta.
2 Corintios 10:3-6 RVR1960

Les manda saludos Epafras, que es uno de ustedes. Este siervo de Cristo
Jesús está siempre luchando en oración por ustedes, para que,
plenamente convencidos, se mantengan firmes, cumpliendo en todo la
voluntad de Dios.
Colosenses 4:12 NVI

Esta Comisión te confío, hijo Timoteo, conforme a las profecías que antes
se hicieron en cuanto a ti, a fin de que por ellas pelees la buena batalla,
guardando la fe y una buena conciencia, que algunos han rechazado y
naufragaron en lo que toca a la fe.
1 Timoteo 1:18-19

He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe.


2 Timoteo 4:7

Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que cualquier


espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de
las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los
pensamientos y las intenciones del corazón.
Hebreos 4:12

En determinado momento, Pablo pasó de alta autoridad y perseguidor del


Evangelio a perseguido e, incluso, prisionero de Roma a causa de su fe. Este
fue el gran contraste de la vida del apóstol.
Su conversión al Señor Jesús y su entrega al ministerio le rindieron las
mayores luchas de su vida. En uno de los períodos de detención de dos años,
estuvo sujeto a dos soldados 24 horas por día. Pablo quedó bajo la custodia
de la llamada “guardia pretoriana”, grupo de elite del ejército romano, que
se relevaban en tres turnos para que algún guarda estuviera constantemente
esposado junto a él. Las epístolas a las iglesias de Éfeso, Filipos y Colosas y al
siervo Filemón fueron escritas en la prisión. En ellas, el apóstol, viviendo el
dolor de la pérdida de la libertad, enseñó la verdadera espiritualidad, como la
alegría de servir a Dios, la responsabilidad de la misión de predicar el
Evangelio, la oración, el aprovechamiento del tiempo y de las oportunidades,
entre muchos otros temas profundos de la fe cristiana. E, incluso sufriendo,
solo deja trasparecer su condición cuando se identi ca como “prisionero de
Cristo Jesús” y “embajador de cadenas”.
Su testimonio de fe era tan verdadero que muchos de esos soldados, y
también de los sirvientes del palacio e incluso conocidos cercanos al
emperador, se convirtieron, como está escrito: “Todos los santos os saludan,
especialmente los de la casa del César” (Filipenses 4:22).
El emperador, en ese período, era Nerón, uno de los hombres más crueles de
la historia. Sin embargo, las personas que se rindieron a la Palabra predicada
por Pablo no solo se convirtieron, sino que también mantuvieron su fe,
incluso viviendo o frecuentando el lugar más peligroso del mundo para un
cristiano: la “casa del César”. Eso signi ca que el apóstol nunca se limitó a
las di cultades en las que vivía ni despreció las oportunidades que tenía; al
contrario, hizo de su prisión – sea un calabozo o en prisión domiciliaria –
una base del evangelismo, llegando a predicarles a los soldados del más alto
rango, además de a los judíos, a los romanos e incluso a familiares del
emperador. Sus manos, entonces, podían estar presas, pero su boca estaba
libre para servir al Evangelio.

Por tanto, por esta razón he pedido veros y hablaros, porque por causa
de la esperanza de Israel llevo esta cadena. Y ellos le dijeron: Nosotros ni
hemos recibido cartas de Judea sobre ti, ni ha venido aquí ninguno de los
hermanos que haya informado o hablado algo malo acerca de ti. Pero
deseamos oír de ti lo que enseñas, porque lo que sabemos de esta secta
es que en todas partes se habla contra ella. Y habiéndole fijado un día,
vinieron en gran número adonde él posaba, y desde la mañana hasta la
tarde les explicaba testificando fielmente sobre el Reino de Dios, y
procurando persuadirlos acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés
como por los profetas. Algunos eran persuadidos con lo que se decía,
pero otros no creían.
Hechos 28:20-24

Y quiero que sepáis, hermanos, que las circunstancias en que me he


visto, han redundado en el mayor progreso del Evangelio, de tal manera
que mis prisiones por la causa de Cristo se han hecho notorias en toda la
guardia pretoriana y a todos los demás; y que la mayoría de los
hermanos, confiando en el Señor por causa de mis prisiones, tienen
mucho más valor para hablar la Palabra de Dios sin temor
Filipenses 1:12-14
Entonces, todo lo que registramos aquí explica el motivo de que Pablo viera
al mundo no como un lugar de placer y delicias, sino como un campo de
batalla diaria a ser vencida. Él sabía que hay días en que las luchas son más
intensas, llenas de dolores y presiones casi insoportables, y otros en que los
problemas son más amenos; pero, inevitablemente, todos los días tenemos
una guerra para trabar. Esa guerra puede venir en forma de tentaciones,
injusticias, malos pensamientos, malas noticias, acontecimientos malos, etc.
Por ese motivo, inspirado por el Espíritu Santo, él usó, gurativamente, las
armas bélicas, las estrategias de guerra y el uniforme militar para mostrar
cómo debemos prepararnos para vencer esa guerra espiritual diaria. En
Efesios, llega a comparar cada pieza de la armadura de un soldado romano
con la armadura de Dios:

Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la Verdad, revestidos con
la coraza de la justicia, y calzados los pies con el apresto del Evangelio
de la paz; en todo, tomando el escudo de la fe con el que podréis apagar
todos los dardos encendidos del maligno. Tomad también el yelmo de la
salvación, y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios.
Efesios 6:14-17

Arriba fueron listados seis ítems principales de una armadura de guerra:


cinto, coraza, sandalia, escudo, yelmo y espada. Veamos, ahora, el contexto
espiritual por detrás de las palabras de Pablo.
1. Cinto de la Verdad. El soldado usaba un cinto, confeccionado en
cuero, que era fundamental no solo para asegurar su túnica, sino,
también, para sostener su espada. Una vez ceñido el cinto, el soldado
tenía libertad y seguridad para moverse, pues sabía que su espada y su
ropa estaban bien rmes a su cuerpo. De igual manera, la vida a rmada
en la obediencia a la Palabra es el testimonio de quien anda en la Verdad.
¿Cuántos cristianos, hoy en día, ignoran esa Palabra, pues, aun siendo
asiduos frecuentadores de cultos y conocedores de las Escrituras, son
tramposos, mentirosos e in eles? Quien actúa así sigue el carácter
engañador del diablo y, tarde o temprano, la ruina llegará a su vida.
2. Coraza de la justicia. Esa era la pieza principal para un combatiente
de guerra, pues lo protegía, principalmente, de puñaladas en órganos
vitales de su cuerpo, como el corazón, el hígado y los pulmones. En el
sentido espiritual, la coraza de la justicia es la justi cación de nuestros
pecados a través de la Obra redentora de Jesús en la cruz. Solamente a
través de la Sangre de Jesús somos lavados, justi cados y salvos. Aquellos
que viven su fe en el Salvador y andan en la santidad, rectitud e
integridad no pueden ser afectados por ninguna acusación del diablo,
porque sus vidas pasan a ser protegidas por el Señor Jesús. Por su parte,
quien dice profesar la fe en Él, pero no vive en la sinceridad y en la
pureza de intenciones, no posee esa parte esencial de la armadura de
Dios en sí. Así, todas las áreas de su vida quedan completamente
expuestas a los ataques del diablo.
3. Pies calzados con el Evangelio. Era común para los soldados
caminar largos trechos a pie o acampar en lugares remotos y peligrosos.
Por eso, sus pies tenían que estar bien protegidos; a n de cuentas,
cualquier herida imposibilitaría o estorbaría su locomoción. Aunque el
calzado de la época fuera parecido a una sandalia por dejar los dedos
afuera, todo lo demás de la pieza era cerrado y bien sujeto al tobillo. Así
de rme debe ser todo aquel que cree. La persona que a rma los pies en
el Evangelio está siempre lista para enfrentar sus luchas y para hablar del
poder que hay en esa Palabra. No sufre vergüenza, pues sus pies, estables
en el poder de la Palabra de Dios, están constantemente preparados para
luchar contra el reino de las tinieblas. El apóstol Pablo ya había revelado
el poder del Evangelio en la carta a los Romanos.

Porque no me avergüenzo del Evangelio, pues es el poder de Dios para


la Salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del
griego.
Romanos 1:16

Vea que el Evangelio tiene poder para deconstruir so smas, miedos y dudas,
así como para construir una fe sólida para mantenernos en comunión con el
Altísimo. Por eso, hermosos son los pies de los que tienen disposición y
rapidez para llevar las Buenas Nuevas de la Salvación a los que sufren
(verifíquelo en Isaías 52:7).
4. Escudo de la fe. Una de las tácticas de guerra de aquella época era
lanzar sobre los enemigos lanzas cuyas puntas contenían un paño de
estopa embebida en material combustible: los llamados “dardos
in amados”. En el lanzamiento, la estopa era encendida y, al ser lanzada,
la echa incendiaba navíos y campamentos, causando innumerables
muertes. Había, incluso, dardos envenenados que causaban heridas
mortales. Para no ser alcanzado, el soldado tenía que estar protegido con
su escudo. Así también es la fe en la vida del cristiano: lo protege contra
los dardos in amados del maligno, que pueden ser los malos
pensamientos, la incitación al pecado, las mentiras, difamaciones y otras
ofensivas por parte del diablo. Solo la fe es capaz de blindarnos de esas
embestidas y ponernos en un refugio seguro. Al mismo tiempo que la fe
nos protege, trae a la existencia aquello que no existe, pues nos hace
audaces para que tomemos posesión de las promesas de Dios.
5. Yelmo de la Salvación. El yelmo de un soldado era especí camente
confeccionado para él a n de que quedara bien ajustado a su cabeza. Era
hecho de un material resistente, como metal, y revestido de piel por dentro,
volviéndolo e caz contra golpes y otras agresiones. El yelmo simboliza la
Salvación, que es una fortaleza dentro de nosotros, capaz de repeler cualquier
miedo y duda sobre el futuro. Es en la mente que guardamos la rme
convicción de la vida eterna, por eso, también debemos guardarla de los
malos pensamientos. La certeza de la Salvación no es solo una esperanza para
el mañana, sino una realidad que trae seguridad y bendice el tiempo
presente. Por eso, quien es salvo enfrenta cualquier tribulación porque tiene
conocimiento del eterno “peso de gloria” que le está reservado. Siendo así,
esa persona no cambia su preciosa herencia por los placeres de este mundo.
6. Espada. Ningún soldado osaba luchar sin tener en mano esa arma. La
espada representa a la Palabra de Dios. En ella, tenemos la garantía de que, al
ser vivida y anunciada, jamás volverá vacía, sino que se cumplirá
perfectamente el propósito para el que fue designada (Isaías 55:11). La
Palabra es como su Autor: viva y poderosa, por eso es invencible (Hebreos
4:12). Es más cortante que cualquier espada de dos los porque actúa donde
ninguna otra arma es capaz de penetrar. Va hasta el alma, discerniendo
pensamientos y pesando todos los deseos del corazón. La Palabra también
destruye las fortalezas del diablo, así como todas sus obras. Si el ser humano
le obedece, ella cortará todas las ataduras que lo atan al pecado, a los vicios y
a su naturaleza carnal y corrupta.
Orad en todo tiempo
Pablo concluyó que la armadura de Dios debe ser “sellada” con la oración,
que debe ser constante y perseverante en el Espíritu:

Con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu, y así, velad
con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y orad por mí, para
que me sea dada palabra al abrir mi boca, a fin de dar a conocer sin
temor el misterio del Evangelio, por el cual soy embajador en cadenas;
que al proclamarlo hable con denuedo, como debo hablar.
Efesios 6:18-20

Eso muestra que la armadura no estará completa si no mantenemos una vida


de oración. Es imposible que un cristiano sobreviva en la fe sin orar. No
importa cuánto conozca la Palabra, o cuán habilidoso sea con sus dones y
cuánto tiempo tenga de conversión. Si él no ora, no logrará resistir a las
tentaciones, a las peticiones del mundo y a las ofertas del pecado. Y así, tarde
o temprano, caerá.
Ningún cristiano está libre de cumplir el Mandamiento de orar en todo
tiempo, pues es viviendo en Espíritu que protegemos nuestra mente de
pensar en pecar. Es también a través de la oración que hay intrepidez en la
predicación del Evangelio y verdaderos frutos de conversión.
Sin embargo, ser constante en la oración no es una tarea tan fácil, pues,
normalmente, las personas son vencidas por el cansancio y por la pereza.
Aunque sepan que la oración es un arma de efectos poderosos, tanto para
mantener comunión con Dios, como para combatir al diablo, muchos no
oran como es debido. Esa frustración con la práctica de la oración surgió con
los discípulos. En un determinado momento de la convivencia con el Señor
Jesús, descubrieron que no sabían orar. Pero ¿cómo podían decir que no
sabían orar si la oración formaba parte de las actividades de la religión judaica
y siempre había estado presente en las narrativas del Antiguo Testamento?
Eso solo puede tener una explicación: el modo en el que los discípulos
oraban, probablemente, era religioso, o sea, sin fe, igual al de los demás
hombres de la época, por eso no veían resultado. Sin embargo, cuando
vieron orar al Mesías, Le pidieron que Él les enseñara. Y el Señor Jesús,
maravilloso como es, les enseñó (Mateo 6:5-8).
Vea que, a pesar de que los discípulos hayan visto al Salvador curar de forma
prodigiosa e incluso resucitar a Lázaro, no Le pidieron aprender a hacer lo
mismo o a expulsar demonios, sino a orar como Él oraba (Lucas 11:1).
Así como ellos, la mayoría de las veces, tampoco sabemos bien cómo orar y
permanecer en ese espíritu de oración. Orar no es un don que unos tienen y
otros no. La oración es, para nuestra alma, como el oxígeno para nuestro
cuerpo, o sea, ¡fundamental! Es parte de nuestra relación con Dios, el medio
por el cual nosotros nos comunicamos con Él. Por lo tanto, u oramos y nos
mantenemos vivos espiritualmente, o dejamos de orar y morimos, pues es
imposible mantenernos vivos en la fe sin oración.
Es triste ver que algunas personas crean que no tienen una vida de oración
porque no tienen tiempo de orar. Sin embargo, para comer, dormir y
divertirse, rápidamente encuentran tiempo. Para satisfacer su vida terrenal,
empeñan todos los esfuerzos, pero, para preservar la vida eterna, no están ni
un poco interesados. Incluso, existen aquellos que usan la propia Obra de
Dios para justi car la falta de tiempo para orar. ¡Qué autoengaño! El Señor
Jesús hizo mucho más que todos nosotros y tenía una vida activa de
comunión con Dios en oración. La verdad es que nadie deja de orar porque
no tiene tiempo, sino porque no quiere orar, no tiene placer de estar en
compañía del Señor. Si fuera un placer tener intimidad con Él, se esforzaría;
a n de cuentas, siempre conseguimos tiempo para aquello que nos gusta o
que es prioridad para nosotros.
Claro que la recomendación bíblica de “orar sin cesar” (1 Tesalonicenses
5:17) en “todo tiempo” no quiere decir quedarse de rodillas todo el día, sino
mantenerse constantemente conectado con Dios en espíritu y con el
pensamiento en Él.
Por lo tanto, vemos que la armadura de Dios es perfecta. En ella no hay un
“talón de Aquiles” que nos deja vulnerables al mal en alguna área. Pero, para
que prevalezcamos, debemos estar debidamente revestidos con toda la
armadura de Dios, desde la coraza de justicia hasta la oración constante, de lo
contrario, daremos brechas a los ataques de Satanás.
El cristiano que espera en esta vida “sombra y agua fresca” aún no entendió
nuestra guerra de cada día. Vuelvo a decir que es imposible que vivamos días
de calma porque, en este con icto espiritual, por momentos debemos
defendernos de los ataques de los espíritus malignos que intentan minar
nuestra fe y en otros momentos debemos atacarlos con toda la fe.
Todos los que cayeron
Todos los ejemplos bíblicos de personas que naufragaron en la fe tienen algo
en común: cayeron porque, en algún momento, descuidaron ese
revestimiento de poder que Dios nos ofrece. Si Adán hubiera vigilado y
guardado las Palabras que Dios le había dado, no habría sido vencido por el
pecado en el Edén. Lo mismo podemos decir de David, que, si hubiera
estado en Espíritu, no habría dejado de ir a la guerra con sus compañeros
para holgazanear en su palacio.
Así como la guerra física deja muchos muertos y heridos, la guerra espiritual
mata o debilita a muchos soldados en la fe. El Salmo 91 habla de números
alegóricos para mostrar la cantidad de aquellos que caen por no poseer la
protección de Dios: “Aunque caigan mil a tu lado y diez mil a tu diestra, a ti (el
mal) no se acercará” (versículo 7).
Cuando la Biblia dice “mil” y “diez mil”, muestra, metafóricamente, que
muchas son las víctimas, directa o indirectamente, del mal. Innumerables
personas son alcanzadas por enfermedades, desavenencias familiares, desastres,
violencia y cosas de este tipo. Pero hay otras que, debido a su orgullo,
pierden su fe, su pureza y su buena conciencia. Para esos casos, la
recuperación espiritual, muchas veces, es casi imposible, por eso no son
pocos los exmiembros de iglesias evangélicas, exobreros, expastores y
exobispos que ya no logran levantarse.
Entonces, para que no seamos alcanzados por el terror de la noche, por las
pestes, por las mortandades y por las echas (malignas y espirituales) que
vuelan de día (ver Salmos 91:5-6), la armadura de Dios debe ser usada día y
noche, sea en el trabajo, en casa o en la calle. No puede ser algo que usted
saque, coloque en el perchero y se vaya a dar una vuelta en el mundo,
olvidando sus principios de fe. Quien actúa así encuentra a un adversario
cruel, listo para derrumbarlo, como dijo Pedro:

Sed de espíritu sobrio, estad alerta. Vuestro adversario, el diablo, anda al


acecho como león rugiente, buscando a quien devorar. Pero resistidle
firmes en la fe (...)
1 Pedro 5:8-9

Ese estado de vigilancia debe ser constante porque, casi siempre, el diablo
surge inesperadamente para atacar. Algunas veces, su deseo de engañar es tan
grande que simula ser un “ángel de luz”. O sea, se disfraza, usando
“consejos” de una “buena persona” o una idea aparentemente excelente,
solo para alejar a alguien de Dios. Satanás sabe que la mayoría de las personas
aprecia la luz, entonces, la imita, a n de engañarlas. Por ejemplo:
• Hace que las personas crean que el “amor vence todo”, que todos
deben seguir al “amor” y oír “la voz del corazón”. Así, distorsiona el real
sentido del amor, que es el sacri cio. Quien ama se sacri ca por la persona
amada, y quien ama a Dios sacri ca sus voluntades por Él.
• Promete conceder “paz” al mundo y a las personas a través de tratados,
acuerdos políticos y riquezas. Sin embargo, esa “paz” es falsa e ilusoria.
• Se camu a de forma casi perfecta en la religión, usando argumentos
aparentemente piadosos, para perseguir, provocar guerras y muertes en todo
el mundo, como sucedió en el pasado, en la Inquisición.
Ante eso, el Espíritu Santo nos advierte que no podemos ignorar ni
admirarnos por la manera sagaz en la que las tinieblas trabajan para colocar
trampas en el camino del ser humano. Es propio del mal tener un carácter
ambiguo, además de asumir una postura y un discurso según le conviene. Ese
carácter maligno ha sido promovido sin cautela en nuestra sociedad, al punto
de que hoy tengamos di cultad de encontrar una persona realmente
transparente, sincera y sin doble comportamiento. De esa forma, le
corresponde a cada uno tener discernimiento para distinguir que no todo es
lo que parece, así como no todas las palabras “agradables” son realmente
buenas y no todos los que se dicen de Dios realmente son de Él.
Ahora bien, si Satanás tiene ese tipo de carácter engañoso, sus hijos también
son semejantes a él. De esa manera, solo quien esté revestido de la armadura
de Dios logrará discernir cuando esté delante de máscaras, es decir, de
espíritus engañadores.
Y no es de extrañar (de admirarse), pues aun Satanás se disfraza (finge
ser) como ángel de luz. Por tanto, no es de sorprender que sus servidores
también se disfracen como servidores de justicia; cuyo fin será conforme
a sus obras.
2 Corintios 11:14-15

Siendo el diablo este ser astuto, que arde de odio, furia y engaño, ¿usted cree
que él despreciaría una brecha dada por un siervo de Dios cuando se relaja
espiritualmente?
Cómo Jesús venció al diablo
Para entender este capítulo, vamos a recordar rápidamente lo que le sucedió
a la primera pareja del mundo, cuya caída repercute en nosotros hasta hoy.
Después de desobedecer, Adán y Eva perdieron su estado de perfección y
pureza, comenzando a vivir contaminados por el pecado. A partir de
entonces, la capacidad de re exionar, discernir y hacer sus elecciones de
forma correcta, que ellos y toda la humanidad tenían, fue afectada
drásticamente. Porque el ser humano, por sí mismo, corrompido con el
pecado, solo logra alcanzar el entendimiento de la voluntad de Dios a través
del Espíritu Santo. Además, la criatura antes fuerte, valiente y segura pasó a
ser vulnerable y fácilmente consumida por la culpa, por el miedo, por las
dudas y por tantas otras debilida- des. No es de extrañar que el ser humano,
como Adán y Eva, pre era huir de Dios antes que acudir a Él para ser
restaurado. No es de extrañar que la mayoría de las personas solo busque a
Dios o se entregue en Sus Manos cuando está en el fondo del pozo.
Pero no fue solo la humanidad la que tuvo que enfrentar las consecuencias
del pecado. La serpiente, el reptil que fue usado por el diablo como
instrumento de tentación y convencimiento para llevar a la mujer a la
transgresión, tampoco dejó de tener su castigo. El animal, que antes de que
el pecado entrara en el mundo probablemente tenía una postura erguida e
imponente, destacándose entre toda la fauna, ahora había caído en
vergüenza. La maldición dada a la serpiente indica que, otrora, tenía una
estructura física diferente, y eso, posiblemente, le proporcionaba una
alimentación superior. Pero, al recibir la punición de Dios para arrastrarse
sobre su propio vientre y comer el polvo de la tierra, el reptil quedó
humillado.
Sabemos que la serpiente no come tierra, sin embargo, al arrastrarse por el
suelo, por no tener patas, es obligada a engullir su alimento con suciedad y
polvo: “Y el SEÑOR DIOS dijo a la serpiente: Por cuanto has hecho esto, maldita
serás más que todos los animales, y más que todas las bestias del campo; sobre tu
vientre andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida” (Génesis 3:14).
La degradación de la serpiente muestra la degradación del propio tentador.
O sea, la maldición no era solamente para el animal usado para promover el
pecado, sino también para quien lo utilizó: el diablo.
En el primer momento, Satanás, aparentemente, alcanzó la victoria que
quería: separar al ser humano de Dios, rompiendo así la perfecta comunión
que disfrutaba con el Creador. Pero lo que él no sabía era que ese mal, que
acababa de cometer contra la raza humana, se transformaría en un bien
extraordinario. Quiere decir, el ser humano, sucio con el pecado y distante
de Dios, sería limpiado, lavado y puri cado con la Sangre de Aquel que
moriría por nuestras iniquidades. Así, el diablo colaboró para unirnos por los
siglos de los siglos al Creador, como era al principio de todo.
¡Vea cuán sabio e in nitamente poderoso es el Altísimo! Él transforma la
perversidad del diablo contra Sus hijos en bien, de alguna manera. Y así, el
mal, en ese sentido, pasa a ser cooperador de los propósitos Divinos, sin
desearlo.
Constatamos eso varias veces en las Escrituras. José, por ejemplo, al ser
vendido por los hermanos como esclavo a una caravana egipcia, años
después, se tornó el segundo hombre más poderoso de Egipto. En esa
posición, él libró a la mayor nación del mundo del hambre. Su fe y su
carácter, hasta hoy, sirven de testimonios para nosotros. Vea lo que él dijo
sobre las injusticias cometidas por sus hermanos:

Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que
sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente.
Génesis 50:20

José entendió los designios de Dios al resumir que el mal se transformó en


bien. En otras palabras: incluso lo que iba a salir mal, salió bien.
Entonces, incluso cuando parece que el diablo está venciendo, pierde.
Porque, en realidad, aumenta aún más su condenación en la eternidad y
acaba por trabajar para la construcción de la historia del Altísimo en la vida
de Sus hijos. Mientras aún tiene tiempo, él actúa de forma soberbia y
pomposa para esconder su condición humillante de derrota. Sin embargo, él
“lame el polvo” del fracaso que sufrió en el Cielo y en el Gólgota. El
problema es que, incluso caído y sin oportunidad de levantarse, Satanás actúa
furtivamente, igual a una serpiente que anda en búsqueda de los
desprevenidos para, de manera traicionera, atacarlos.
Una fiesta que duró poco
Mientras el in erno conmemoraba su triunfo sobre Adán y Eva, Dios
determinaba su enfática derrota al anunciar el Evangelio, por primera vez,
aún en el Edén: “Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su
simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el calcañar” (Génesis 3:15).
Por lo tanto, el pecado no tomó a Dios por sorpresa, exigiendo de Su parte
un reordenamiento de Sus planes o un cambio en Su voluntad. ¡Al contrario!
En Su in nita omnisciencia, el Altísimo, antes incluso de crear a Adán y Eva,
ya sabía que todo aquello sucedería. Desde la eternidad, el Padre preparó a
Su Hijo para el sacri cio en favor de los hombres (ver Apocalipsis 13:8), pero
el diablo no lo sabía.
Cuando reprendió a Satanás, el Todopoderoso reveló que de la mujer vendría
una Simiente Divina que aplastaría su cabeza. Así, habría redención incluso
para la gura de la mujer, porque de humillada, a causa del engaño que había
sufrido, pasaría a ser un instrumento de Dios. Es decir, de una mujer nacería
Alguien que destruiría la autoridad y el poder que Satanás había acabado de
recibir de Adán. Ese anuncio se refería al nacimiento del Señor Jesús,
engendrado por el Espíritu Santo en María. Por las Escrituras, podemos ver
todo el plan de Salvación que fue delineado aún en el huerto:
1. Dios Hijo Se torna hombre (Isaías 9:6; Lucas 2:7; Juan 1:45);
2. Él nace de una virgen (Isaías 7:14; Mateo 1:23; Lucas 1:31-33; Gálatas
4:4);
3. Su muerte en el madero trae redención (Isaías 53:5-9; Juan 1:29; 3:16;
Romanos 3:23-26; 2 Corintios 5:21; Gálatas 3:13);
4. El diablo es derrotado (Juan 5:28-29; 12:31; 1 Corintios 15:55-57;
Colosenses 1:13-14; 1 Pedro 1:18-21; Apocalipsis 12:10);
5. Los que creen en Jesús, como el Enviado de Dios, tienen la garantía de
Salvación (Juan 3:36; 5:24; Hechos 16:30-31; Romanos 10:9-10; 1 Juan
5:10-13).
Aún en el Edén, el Dios Padre reveló que el Dios Hijo vendría como un
hombre común y que Su vida y muerte sacarían al ser humano de las
tinieblas y lo llevarían a la luz. Así, nadie más tendría que vivir preso a las
garras del diablo, sino que, a través de la preciosa Sangre derramada en la
cruz, cualquier persona, en cualquier generación, cultura o pueblo, podría
vivir completamente libre del mal.
La venida del Salvador fue “para que abras sus ojos (de los seres humanos) a fin
de que se vuelvan de la oscuridad a la luz, y del dominio de Satanás a Dios, para que
reciban, por la fe en Mí, el perdón de pecados y herencia entre los que han sido
santificados” (Hechos 26:18).
El Mesías era el “descendiente de la mujer” que sería herido en la cruz en Su
calcañar a causa del pecado – una referencia a los clavos de la cruci xión en
Sus pies – pero esa herida era, en realidad, Él aplastando la cabeza de la
serpiente, Satanás. Jesús fue lastimado, herido (Isaías 53:4) por nuestros
pecados, pero eso representaba el golpe fatal en aquel que se tornó el
archienemigo de Dios.
El intento del diablo siempre fue hacer que los seres humanos se uniesen a él
para que así quedaran esclavizados para siempre, como lo había hecho con
los ángeles que lo siguieron en la rebelión en el Cielo. Sin embargo, Dios no
permitió que eso sucediera con los hombres. Por eso vemos, durante todo el
desarrollo de la historia narrada en la Biblia, al Todopoderoso actuando para
ejecutar Su plan de redención después de la caída de Adán y Eva. Su
voluntad de tener otros hijos como Jesús no sería frustrada. A n de cuentas,
el hombre fue creado para alabanza de Su gloria (Efesios 1:12), y así será con
los que creen en Su Enviado, los cuales fueron llamados elegidos incluso
antes de la fundación del mundo.
Satanás no se cansa y no desiste
Después de algunos años viviendo los dolores de la cosecha del pecado, Adán
y Eva sintieron la terrible embestida del diablo en sus vidas nuevamente.
Satanás atacó a Dios alcanzando a la familia de Adán, al instigar el primer
homicidio de la historia. Caín, movido por la envidia y el odio, mató a su
hermano, Abel.
Vea, entonces, que matar, robar y destruir son características del diablo desde
el comienzo. Dentro de él existe el deseo de “asesinar” al alma del hombre,
separándolo de Dios y destruyendo todo lo que es bueno y que fue creado
por el Altísimo. Él persuadió al ser humano al pecado, promoviendo la ruina
y la entrada de la muerte en la Tierra. Por eso, el diablo fue llamado, por el
Señor Jesús, “homicida desde el principio” y un ser que nunca “se ha mantenido
en la Verdad”.
(…) Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la
Verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su
propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira.
Juan 8:44

Eso quiere decir que no existe la más mínima chance de reconciliación entre
Dios y el diablo, así como no hay a nidad entre el Cielo y el in erno o entre
el justo y el impío.
El Todopoderoso no Se detuvo en Su propósito de salvar a la humanidad,
pues, inmediatamente después de la muerte del justo Abel, Él levantó a Set,
su hermano, en su lugar. Después de esto, Dios hizo alianza con Noé,
Abraham, Isaac y Jacob. De sus hijos, procedieron las doce tribus de la
nación de Israel hasta llegar el momento de enviar a Su Hijo, Aquel que
trabaría la guerra frente a frente con Satanás y le pisaría la cabeza para,
nalmente, redimir a Su pueblo.
El nacimiento de Jesús
La responsabilidad que Le fue atribuida por el Padre al Hijo fue abrazada por
Él con amor y voluntariedad. El Señor Jesús Se presentó espontáneamente al
sacri cio de la encarnación y muerte para salvar a los pecadores. Por eso Él
descendió del Cielo, dando oportunidad de Salvación a aquellos que se
perdieron del propósito de Dios.

Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los


pecados. Por lo cual, al entrar Él en el mundo, dice: Sacrificio y ofrenda
no has querido, pero un cuerpo has preparado para Mí; en holocaustos y
sacrificios por el pecado no Te has complacido. Entonces dije: «He aquí,
Yo he venido (en el rollo del libro está escrito de Mí) para hacer, oh Dios,
Tu voluntad».
Hebreos 10:4-7

La vida del Señor Jesús en este mundo fue un constante combate contra
Satanás. Aun siendo Dios Hijo, Él enfrentó, desde la más temprana infancia,
los dolores de las persecuciones. Es común que el diablo use a muchos de sus
hijos para hacerles la “guerra a los santos”, como está escrito en los capítulos
12 y 13 de Apocalipsis. Por eso, Abel fue asesinado; los descendientes de
Abraham fueron odiados y esclavizados en Egipto; Israel sufre con todo tipo
de rechazo y hostilidad hasta hoy; y la Iglesia del Señor Jesús, en todas las
generaciones, es perseguida. Ese es el motivo de que continuemos en guerra.
Enseguida de Su nacimiento, el Mesías vio la cara cruel de las tinieblas
presentándose ante Él a través del rey Herodes, que peleó para matarlo
cuando aún era bebé (verifíquelo en Mateo 2:13-16). La fuga de José y
María, llevando consigo a Jesús a Egipto, tenía por objetivo preservar Su
vida.
Vemos, entonces, en la ira de un gobernante, el retrato de la ira del diablo.
La personalidad de Satanás muestra que él luchará para matar y destruir, en
todo momento, principalmente a aquellos que Le pertenecen a Dios. Por eso
debemos ser conscientes de que, cuanto más amigos de Dios y más temerosos
y eles a Él seamos, más Satanás se opondrá a nosotros y se hará nuestro
enemigo, promoviendo luchas, calumnias y a icciones.
La ira de Satanás contra el Hijo de Dios continuó cuando Lo tentó en el
desierto después de Su bautismo. Pero, al contrario de Adán y Eva que,
cercados de comodidad y abundancia, no se resistieron a las palabras
seductoras de Satanás en el huerto, nuestro Señor, con hambre y solo, venció
a todas las propuestas malignas en medio del desierto.
Vea cómo del carácter del diablo uye la maldad, pues, si él no tuvo temor
de tentar al propio Hijo de Dios, ¡imagínese lo que le hace al ser humano!
Sin embargo, su acción solo hizo que se revelara aún más la belleza del
temor, de la santidad y de la obediencia del Señor Jesús, al negar todas las
ofertas del mal. Note que el Salvador vino al mundo para luchar contra todo
el in erno igual que todos los seres humanos, es decir, en carne y hueso,
mostrando así que, tal como Él, también podemos vencer al diablo.

Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, Él igualmente
participó también de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder
de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los
que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud (al diablo)
durante toda la vida.
Hebreos 2:14-15

Después de vencer en el desierto, Jesús sufrió otras embestidas por parte de


Satanás. Al anunciar el mensaje escrito en Isaías 61, en la sinagoga de
Nazaret, ciudad en la que había sido criado, Él fue ofendido, perseguido y
amenazado de muerte, cuando intentaron lanzarlo de un precipicio (Lucas
4:28-30).
La Biblia incluso relata que los religiosos trataron de matar a nuestro Señor
muchas otras veces. Además de eso, conspiraron contra Él y Lo acusaron de
estar poseído por el diablo, de expulsar demonios y hacer milagros a través de
Beelzebú, el líder de los demonios (Marcos 3:22).
Durante los tres años que enseñó, liberó y curó, el Señor Jesús mostró cómo
se lidia con el diablo. En ningún momento, Él ignoró sus astucias ni le dio
oportunidad. Al contrario, exhortó sobre la vigilancia espiritual constante
para no caer en las trampas del mal.
La victoria nal del Hijo de Dios fue en la cruz. Allí, Satanás fue despojado
completamente y fue expuesta, de forma pública ante toda la Creación, su
derrota (ver Colosenses 2:15). Es decir, el Señor Jesús triunfó sobre todos los
demonios y los desarmó. Incluso así, al volver al Cielo, Él Le rogó al Padre
para que nos diera Su propio Espíritu, que es la armadura perfecta para que
nos protejamos y venzamos, como Él venció. De esa forma, cada hijo lleno
del Espíritu Santo, de la Palabra y del Nombre de Jesús, tiene la misma
autoridad que el Salvador para subyugar al imperio de las tinieblas.
Eso quiere decir que, a pesar de que los espíritus malignos sean
inconfundibles cuando se trata de maldad, ngimiento y astucia, no es
necesario que les temamos, pues tenemos en Dios un poder in nitamente
superior al de ellos.
Pero, aunque el golpe de Jesús contra el mal haya sido decisivo, sabemos que
hasta que Satanás sea lanzado en el lago de fuego y azufre, seguirá luchando,
aunque esté derrotado, pues la persistencia es una de sus características
(Apocalipsis 13:1). El diablo sabe que perdió y que su destino está sellado,
pero actúa como una serpiente que, aunque tenga la cabeza aplastada, intenta
herir a hombres y mujeres usando mentiras, para llevarlos al mismo n que
está reservado para él.
Jesús, el Mediador de los
hombres
En los Evangelios, vemos todo lo que el Señor Jesús hizo para rescatar al ser
humano y llevarlo al Altísimo. Sin embargo, lo más glorioso es saber que,
cuando pensamos que Él ya hizo todo por nuestra Salvación, descubrimos
que Su Obra aún no terminó.
El libro de Hebreos revela que el Hijo de Dios no penetró el velo de un
santuario terrenal, sino que penetró el Cielo con Su Sangre para que, en la
condición de Sumo Sacerdote, Él pueda interceder por nosotros. Eso
signi ca que, incluso en el trono y honrado por el Padre, el Señor Jesús
continúa sirviendo en nuestro favor. Es decir, continúa ayudándonos en
nuestra guerra aquí en la Tierra.
Y lo interesante es notar que el pasado ya proyectaba la venida y la actuación
del Hijo de Dios en el mundo. Podemos entender esto al analizar algunos
elementos determinados por el propio SEÑOR.
1. El Tabernáculo. Nada fue por casualidad en la construcción de esa
Tienda Sagrada. Desde las telas usadas para cubrirla, pasando por el
mobiliario y por las ceremonias, hasta el servicio sacerdotal, todo eso era
“sombra” de las realidades celestiales. Es decir, cada detalle que involucraba al
servicio sagrado simbolizaba la Obra de Redención que el Cordero de Dios
realizaría en Su descenso a la Tierra.
2. El modelo de las vestiduras sacerdotales. Eso incluye los colores, las
piedras, la mitra (una especie de turbante), la placa de oro colocada en la
frente, el cinto y las demás especi caciones descriptas en los capítulos 28 y
29 del libro de Éxodo. Todo eso representaba las funciones y los atributos del
Señor Jesús. Por ejemplo, la nación de Israel, representada por las piedras
preciosas que simbolizaban las doce tribus, era llevada en el pecho y en los
hombros del sumo sacerdote.
Vestido con todas las prendas del traje sacerdotal, el sumo sacerdote, una vez
al año, entraba en la Tienda, más especí camente en el Lugar Santísimo,
donde estaba el Arca del Testimonio, para que la nación entera recibiera el
perdón, la protección y el cuidado de Dios. En el Lugar Santísimo, el
Altísimo Se hacía presente.
Simbólicamente, el sumo sacerdote era el Sumo Sacerdote Jesús, que lleva a
Su pueblo en el pecho y en los hombros y que lo ama con un amor
incondicional. Por eso, intercede junto al Padre continuamente por él.
Por su parte, la lámina de oro con la inscripción SANTIDAD AL SEÑOR
era una especie de tiara colocada en la frente. Era una marca visible para
hacer que tanto el sumo sacerdote como el pueblo, que veía la inscripción,
tuvieran temor. Es decir, si ellos servían a un Dios Santo, debían mantenerse
también en la justicia y en la santidad. La santidad es una especie de corona
que reposa sobre la cabeza de Jesús, porque Él es, al mismo tiempo, Señor,
Rey y Sumo Sacerdote eterno.
3. Los sacerdotes. Estos eran escogidos de la tribu de Leví, pero el sumo
sacerdote, además de ser de esa tribu, debía venir del linaje de Aarón,
hermano de Moisés y el primer sumo sacerdote de Israel. Cuando Aarón
entraba en el Lugar Santísimo, primero tenía que ofrecer sacri cio por sus
propios pecados e implorar por perdón (Hebreos 5:2), pues, incluso llevando
una vida de santi cación, estaba rodeado de debilidades debido a su
condición humana. Después, hacía lo mismo por el pueblo.
Allí, Aarón se colocaba en la presencia del Señor, y cualquier pecado
cometido por él podía llevarlo a la muerte (Éxodo 28:35).Eso muestra cuán
indigno, frágil y débil era el sumo sacerdote terrenal para servir de puente y
mediador entre Dios y los hombres.
Sin embargo, el o cio sagrado del sumo sacerdote en la Antigua Alianza era
transitorio porque solo indicaba que, en la Nueva Alianza, tendríamos un
sacerdocio in nitamente superior y eterno. En aquel momento, cuando le
fueron determinadas tales ordenanzas a Moisés, nada de eso era comprendido
por Israel. Pero hoy podemos entender lo que cada detalle simbolizaba,
porque ya no vemos las “sombras” de lo que sería, sino que tenemos la
revelación de lo que sucedió. La Palabra trajo a la luz los misterios pasados,
mostrándonos toda la perfección del plan de Dios desde Génesis, en la
promesa de la venida del Mesías, hasta Apocalipsis, cuando el Hijo tiene en
Sus Manos el Libro con el nombre de los salvos, aquellos que fueron
comprados por Su sacri cio.
Venciendo la guerra en el Altar,
como Jesús
Pero ¿qué fue lo que hizo el Señor Jesús para vencerse a Sí mismo y a Su
naturaleza humana al entrar en el mundo? ¿Qué hizo nuestro Salvador para
vencer a todo el in erno, si cargaba sobre Sus hombros el peso de la
responsabilidad de pagar Él solo el pecado de todos? La respuesta a esas
preguntas es: Él hizo la voluntad de Dios.
Si, por un momento, nuestro Señor hubiese cometido una falla, un único
pecado o un pequeño desliz carnal, no habría ninguna chance de Salvación
para la humanidad. Nadie sería salvo, pues, desde Adán, el pecado solo era
cubierto por la sangre de los animales, y no borrado. Entonces, el sacri cio
establecido en la Ley, por Dios, era una especie de pagaré rmado para que,
en el futuro, la Sangre de Dios que Se hizo hombre viniera a pagar esa
cuenta.
Al vestirse de la naturaleza humana, Su obediencia y Su humildad fueron
puestas a prueba ante los más profundos sufrimientos a los que fue sometido.
En un mundo pecaminoso, hostil y rebelde, el Salvador fue humillado,
despreciado y calumniado, pero anduvo rmemente en la rectitud. Como
hombre, de carne y hueso, logró vivir de manera santa, de la misma forma
que vivía con Su Naturaleza Divina junto a Dios, por eso fue aprobado por
Él.
En ningún momento Él dejó de hacer la voluntad del Padre en favor de Su
voluntad. Al contrario, clamaba: “(…) Hágase Tu Voluntad, así en la Tierra
como en el Cielo” (Mateo 6:10).
Para el Señor Jesús, no bastaba con que la voluntad de Dios fuera hecha en la
Tierra, debía ser realizada de manera perfecta como sucede en el Cielo. Por
eso, el Hijo de Dios no despreció al Altar (el Gólgota) que el Padre Le
reservó. No huyó del sacri cio que exige la fe. Esa vida de renuncia también
es la marca de todos los que quieren honrar y servir al Dios Altísimo.
Por ese motivo, vemos al Altar presente en la historia de los grandes hombres
de Dios del pasado. En el caso de Abraham, generalmente él levantaba un
Altar dondequiera que fuera (Génesis 12:7; 13:4; 22:9). Además de él, Jacob
(Génesis 35:3), Noé (Génesis 8:20), Moisés (Éxodo 24:4-11), Josué (Josué
8:30-31), Gedeón (Jueces 6:26-27), Elías (1 Reyes 18:32-38), Ezequías y
David, también erguían altares al SEÑOR.
¡El Señor Jesús venció Su guerra en el Altar del Gólgota y, hoy, aún intercede
por nosotros, para que venzamos nuestras batallas diarias!
Pero, incluso teniendo la Palabra, el Nombre de Jesús, la fe, la armadura de
Dios y el Espíritu Santo a nuestra disposición para vencer, es posible que
alguien salga derrotado de su lucha. ¿Sabe por qué? Porque el poder de
Satanás todavía tiene e cacia sobre quien vive en el pecado, lo ama y no
quiere abandonarlo. Para esa persona, ¡ni siquiera la muerte o la intercesión
del Hijo de Dios tiene valor!
El sacrificio de la fe es
fundamental
Cuando Dios, a través de Pablo, ordenó que el cristiano debe ser revestido de
toda la armadura de Dios, como dijimos en el capítulo anterior, Él usó el
verbo “tomar”.
Entiendo que “tomar” signi ca apoderarse de alguien o de alguna cosa. Aquí
viene la pregunta: ¿por qué el Espíritu Santo nos manda que nos apoderemos
de algo de Él? Porque, para ser revestido y apoderarse de TODA la armadura
Divina, el discípulo tiene que manifestar su fe – acompañada de sacri cio –
que necesita comprobar 100 % su disposición de querer tomar posesión de
esa promesa. A n de cuentas, el sacri cio de la fe muestra el querer de una
persona.
¡Dudo que la armadura de Dios o la victoria sobre los problemas
descenderán del Cielo como lluvia! ¡Dudo que Dios cubrirá a la persona con
toda Su armadura y derramará todas Sus bendiciones solo porque dice ser
cristiana o porque es el en la iglesia! ¡No! ¡Mil veces no! Todas las promesas
de Dios están sujetas a condiciones. Lea el capítulo 28 de Deuteronomio, en
el cual Dios condiciona Sus bendiciones al sacri cio de la obediencia. Vea
también este texto:

(…) el SEÑOR estará con vosotros mientras vosotros estéis con Él. Y si
Le buscáis, Se dejará encontrar por vosotros; pero si Le abandonáis, os
abandonará.
2 Crónicas 15:2

No hay otra manera. Nadie puede imponer sus propias reglas a aquello que
el Señor determinó. Por lo tanto, en vez de aceptar a Jesús en los cultos,
usted debe entregarse a Él por completo. A n de cuentas, ¿cuántas veces ya
aceptó a Jesús como su Señor y Salvador y no vio ningún cambio en su vida?
El problema es que usted Lo aceptó, pero no se rindió a Él. En este caso,
aceptarlo no hará ninguna diferencia mientras no haya una entrega total.
¿Cómo alguien puede aceptar a Jesús sin entregar su vida y, aun así, esperar
una nueva vida? Es imposible recibir vida nueva sin renunciar a la vida actual.
¡Es imposible tener dos vidas al mismo tiempo!
El revestimiento del Espíritu de Dios, las oraciones de Jesús por nosotros y el
poder de Su Sangre sobre nuestra vida están sujetos a nuestra entrega total e
incondicional a Él, ¡y no a su aceptación!
El Espíritu de Dios es el Espíritu de la fe. La fe que hace nacer del Espíritu,
andar en espíritu e incomodar a la carne; que hace de la persona de mal
comportamiento una nueva criatura; la fe que hace que alguien embista al
diablo y lo venza. Sin embargo, esa fe exige el sacri cio de la vida actual a
cambio de la nueva vida ofrecida por el SEÑOR.
Entonces, “tomar” el revestimiento de Dios y Su Reino no es una
sugerencia, es una orden. Nos corresponde a nosotros buscar ser revestidos
de poder, vivir en obediencia y disponernos al sacri cio de nuestras
voluntades.
Si fracasamos en la lucha contra el diablo, la responsabilidad no será del Dios
Padre, ni del Dios Hijo, ni del Dios Espíritu Santo, sino nuestra, por ser
negligentes con respecto a Su orden.
Su pecado afecta a todos
Muchos piensan que las elecciones que hacen son un problema
exclusivamente de ellos y que nadie tiene nada que ver con eso. En parte,
eso es verdad. Sin embargo, debe considerarse que no somos como una isla
que no interactúa con las demás personas. ¡Al contrario! Estamos todos, de
alguna manera, conectados unos a los otros, y nuestras actitudes in uyen, y
mucho, la vida de los que nos rodean.
La forma en la que Coré, Datán, Abiram y sus familiares murieron es un
ejemplo de esto. Un grupo liderado por Coré se levantó contra la autoridad
de Moisés, allí en el desierto, rumbo a la conquista de la Tierra Prometida.
En su interior, la motivación del cabeza de la rebelión era disfrutar de los
privilegios y de los bene cios que el cargo sacerdotal de Aarón
proporcionaba. Aquel bando no quería servir al pueblo de Israel, sino a sí
mismo, obteniendo ventajas a las que, supuestamente, se tenía derecho en
una posición de liderazgo. La ira de Dios se encendió contra todos, inclusive,
el Texto Sagrado dice que tanto ellos como sus casas fueron tragados por la
Tierra y descendieron vivos al abismo (Números 16:24-35).
Otro caso ocurrió en Jericó, cuando un solo hombre pecó al tomar,
deliberadamente, los despojos de esa ciudad conquistada por Israel. Acán
desobedeció a la orden del Altísimo y, secretamente, se llevó un manto
babilónico y monedas de oro y de plata al campamento de Israel. A causa de
su delito, varios soldados que fueron a guerrear en otra ciudad, llamada Hai,
murieron. Eso le trajo dolor y humillación al pueblo ante las demás naciones
(Josué 7).
Así también sucedió con David debido a su adulterio. Al desposar a Betsabé,
esposa de Urías, y ordenar la muerte de este, el rey padeció junto con toda
su familia, pues sus hijos cosecharon las consecuencias de su mala conducta.
Perciba, entonces, que el acto del marido que decide adulterar afecta a la
vida de su mujer, de sus hijos y, muchas veces, incluso a la de sus padres.
Trayendo esos hechos a nuestros días, percibimos que lo mismo sucede en las
familias actuales. En una casa, todos pueden ser honestos y de carácter, pero,
si existe un miembro adicto o de mala índole, por ejemplo, toda la familia
sufrirá las consecuencias de sus actos. De la misma forma, si un pastor cae, al
relajarse en su fe y dejarse enredar por el pecado, probablemente, arrastrará a
un gran número de personas consigo debido al escándalo y a la incredulidad
que provocará. Así, toda la multitud, que fue llevada a la conversión por él,
no será nada comparada con la cantidad de aquellos que caigan a causa de su
mala conducta.
Vivimos una época de gran vergüenza en el medio evangélico, a causa,
justamente, de aquellos que deberían servirle de modelo al Rebaño de Dios.
Hemos visto, por parte de obispos, pastores, misioneros y obreros, una larga
lista de pecados ya banalizados, como adulterio, robo, mentira, trampas,
vanidad, disputas por posiciones, entre otros. Sin embargo, nada de eso
surgió de un momento a otro, sino que comenzó con una pequeña semilla
plantada en el corazón, que germinó con la voluntad de transgredir y dio
fruto al pecado.
En la epístola de Santiago, tenemos un abordaje que describe bien el curso
del pecado cuando está siendo generado en el alma del ser humano:

Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no
puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie. Sino que cada
uno es tentado cuando es llevado y seducido (y arrastrado) por su propia
pasión (deseo). Después, cuando la pasión (deseo) ha concebido, da a
luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte.
Santiago 1:13-15

Satanás no hace pecar al hombre, pues no tiene ese poder. Sin embargo,
lanza la semilla de acuerdo con la inclinación que ve en cada persona. Las
trampas del diablo tienen por objetivo atraer, pero el pecado solo se concreta
si la persona cede a la tentación, y eso sucede de acuerdo con el carácter y
con la voluntad de cada uno.
La fuente de la tentación está en la propia naturaleza humana; por eso, nadie
está libre del riesgo de caer en la fe, pues todos sufren algún tipo de
sugerencia diabólica. Sea hombre, mujer, pobre, rico, altamente instruido,
analfabeto, joven, anciano, etc. Cualquier persona que no esté,
constantemente, vigilándose a sí misma, será inducida por la propia carne a
transgredir la Palabra de Dios en el área de la vida en la que es más
vulnerable.
Aquellos que son permisivos y condescendientes en cuanto a los propios
deseos buscan agradar a su ego. El problema es que el ego quiere siempre
más, hasta llegar el momento en que el pecado prevalece y hace que la
persona quede completamente alejada de Dios. Entonces, si hay algo que
debe formar parte de la vida cristiana, es la renuncia constante al “yo”,
porque los pensamientos, deseos e inclinaciones, aunque aparentemente sean
pequeños e inofensivos, si son alimentados, ciertamente mañana provocarán
la caída espiritual.
Podemos decir que la concupiscencia, o sea, el deseo carnal, es la “madre”
de todas las iniquidades, pues es lo que hace que el ser humano se embarace
del pecado. Y una vez que el pecado se instala y se desarrolla en la vida de
una persona, se apodera de su mente, de su corazón y de su cuerpo,
provocando su muerte espiritual.
Un ejemplo de eso sucedió con David, nuevamente, cuando decidió realizar
el censo de Israel. Satanás hizo su parte al lanzar el anzuelo de la vanidad en
el corazón del guerrero, cuando volvió de una batalla y fue exaltado por las
mujeres de la nación:

Las mujeres cantaban mientras tocaban, y decían: Saúl ha matado a sus


miles, y David a sus diez miles. Entonces Saúl se enfureció, pues este
dicho le desagradó, y dijo: Han atribuido a David diez miles, pero a mí me
han atribuido miles. ¿Y qué más le falta sino el reino?
1 Samuel 18:7-8

La semilla de la vanidad pudo haber sido instalada en el corazón de David


debido a muchos de sus hechos y a los privilegios que recibió. El principal
de ellos fue haber sido escogido y ungido por Dios para ser el futuro rey de
Israel cuando todavía era un simple pastor de ovejas. En su “currículum”,
aún estaba la victoria sobre un león y un oso y el triunfo sobre Goliat con
solo dieciséis años, aproximadamente. También había logrado aliviar, varias
veces, la tribulación del alma del rey Saúl con su habilidad en la música y
había sido responsable de innumerables conquistas de Israel en las batallas.
Ciertamente, a lo largo de su trayectoria como guerrero, David fue muy
enaltecido por todas sus realizaciones. El Texto Sagrado registró una de las
muchas exaltaciones que recibió para que comprendamos cómo el pecado de
la vanidad fue concebido años más tarde, cuando decidió realizar el censo de
la nación.
No desprecie el poder de una
semilla
Un agricultor sabe que ninguna labranza puede ser realizada si no hay buenas
semillas. Muchas de ellas parecen insigni cantes, como la de mostaza, pero
cargan en sí todas las informaciones genéticas necesarias para tornarse
exactamente la planta que deben ser. La semilla es tan importante, que el
Señor Jesús las utilizó para ilustrar Sus enseñanzas.
En la parábola del Sembrador, por ejemplo, Dios usa Su Palabra como la
Divina Semilla para despertar la fe en el ser humano. El Salvador también
dijo que, así como el pequeño grano de mostaza se transforma en un gran
árbol, una fe pura, aunque sea minúscula, puede producir obras
extraordinarias.
También tenemos el ejemplo de una semilla mala, la cizaña, que causa tanto
male cio a la Obra de Dios. Vea entonces que, incluso no teniendo belleza,
no haciendo barullo y, normalmente, no teniendo olor, la semilla es una
generadora de alto poder.
Basta con ver que todas las plantas que existen en el mundo solo atravesaron
milenios a causa de las semillas que produjeron. Aunque la generación que
cultivó determinado vegetal haya muerto, las semillas se perpetuaron y
continuaron fructi cando. En algunos casos, las semillas que estaban
encubiertas en alguna construcción, al brotar, quebraron pisos y piedras a lo
largo del tiempo, causando perjuicios a la edi cación.
De esa forma, en el caso de David, de una pequeña semilla de vanidad, con
el transcurso de los años, vino la sensación de autocon anza que, poco a
poco, fue entorpeciendo sus sentidos espirituales. La alabanza entusiasmada
de las mujeres, que salieron a su encuentro dándole glorias, hizo que la
generosidad de Saúl para con David se transformara en envidia. El rey tuvo
celos y comenzó a verlo como un rival. A partir de ese día, mientras Saul
reinó en Israel, David dejó de vivir en paz con él. Incluso teniendo el
corazón según el corazón de Dios y habiendo sido ungido para ser el nuevo
monarca de Israel, David vivió como fugitivo en los desiertos durante años,
hasta que llegó el día en que Saúl murió. Solamente después de todo eso, del
pastizal y de detrás de las ovejas, fue conducido al trono y al primer lugar de
la nación.
David reinó sobre todo Israel con la aprobación del pueblo; sin embargo, la
semilla de la vanidad aún estaba plantada en su corazón. Pienso así porque no
es posible que, de un momento a otro, Satanás haya logrado incitarlo a
numerar su ejército a n de constatar su fuerza bélica. No es comprensible
que, “de la nada”, surgiera en David el deseo de cometer ese terrible acto.
Hasta Joab, su comandante, veía que aquello era una transgresión abierta
contra el Dios Todopoderoso. Todos se daban cuenta de la seriedad del error
que David estaba a punto de cometer, menos él, porque estaba extasiado por
su propio ego.
La ceguera espiritual que se apoderó de un hombre que otrora había sido tan
temeroso re eja bien el estado de quien no vigila su corazón y permite que
los malos deseos se instalen en su interior. El peligro de ser engañados con
respecto a la vida espiritual es tan grande, que el Señor Jesús fue enfático al
alertarnos acerca del corazón humano:

Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios,


adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias.
Mateo 15:19

En el Antiguo Testamento ya existía también ese aviso contra la corrupción y


el engaño: “Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿quién lo
comprenderá?” (Jeremías 17:9).
¿Por qué Satanás incitó a David?
David no percibió que estaba “embarazado” de una vanidad hasta que
concibió el pecado que trajo la muerte de 70 mil hombres de Israel. La causa
de la caída ya estaba en su interior porque, si no hubiera habido esa
inclinación a la presunción y a la prepotencia, el diablo jamás habría logrado
incitarlo al pecado, como está escrito: “Y se levantó Satanás contra Israel e incitó
a David a hacer un censo de Israel” (1 Crónicas 21:1).
Vea que, durante el tiempo en que David vivía perseguido por Saúl, Dios lo
guardaba y lo protegía. Entonces, ¿por qué, en la posición privilegiada de
rey, se dejó corromper por la voz del diablo? ¿Por qué Satanás tuvo éxito al
tentar a David?
Como ya dije, estoy seguro de que todas las honras recibidas a lo largo de sus
conquistas fueron acumulándose en su corazón, hasta que un día la vanidad
se manifestó, generando el pecado. Como David no tenía tiempo para
disfrutar las victorias y las exaltaciones que recibía, debido a las persecuciones
de Saúl, dejó todo aquello guardado dentro de sí. Sabiendo eso, Satanás solo
esperó, con paciencia, el día en que el rey, libre de batallas y viviendo en
tiempos de paz, comenzara a contar las glorias del pasado.
Él incitó al rey a enumerar a sus soldados, lo que sería un grave error para
con Aquel que le había dado victorias desde el comienzo. Saber el número
exacto de hombres con quienes podía contar mostraba que la con anza de
David, ahora, estaba en sí mismo y en la fuerza de su ejército y ya no en el
Señor. A esa altura, el hombre conocido por tener una fe admirable ya no
creía como antes en las promesas del Altísimo. El corazón humilde de David
se había tornado autosu ciente. Por lo tanto, se bastaba como rey y ya no
dependía más de la ayuda de lo Alto.
A causa de esto, el Señor lo castigó al permitir la muerte de los 70 mil
hombres de Israel. ¡Vea, nuevamente, cómo el pecado cometido por una
única persona tiene el poder de afectar a muchas otras! Lo que ocurrió con
David, tanto en su familia como en su ejército, es prueba de esto. Satanás
conoce esta realidad, por eso el Texto Sagrado dice que él se levantó “contra
Israel”. Es decir, de antemano, el diablo ya imaginaba que las consecuencias
vendrían no solo para David, sino también para toda la nación.
Entonces, cualquiera que sea la ambición personal y por menor que sea la
vanidad, son contrarios a la voluntad de Dios. Y, si no son eliminados del
corazón, tarde o temprano, causarán daños que pueden incluso colocar en
riesgo la Salvación del alma.
El proceso del pecado sucede de manera tan íntima y sutil que, muchas
veces, ni la propia persona se da cuenta de él. Es la mente la que germina la
semilla maligna cuando decide acoger y pensar más al respecto de la
sugerencia del diablo. Una vez que el pecado es consumado, tiende a
aumentar si no es confesado y tratado. Quien quiebra un Mandamiento y no
se arrepiente quebrará muchos otros, porque ese es el enredo de muerte que
genera el pecado. Nadie que peca vislumbra la muerte, pero es eso lo que
está reservado para el pecador, si no se arrepiente y abandona de nitivamente
su error.
Tal vez ya se haya hecho a usted mismo la siguiente pregunta: ¿cómo una
persona, que antes era el a Dios, pudo caer en pecado y cometer
atrocidades inimaginables? Delante de lo que fue expuesto ahora, ya sabe la
respuesta.
Quien cae en el pecado primero albergó un pensamiento y un deseo mucho
tiempo antes de cometerlo. Nutrió en su mente una pequeña idea, hasta el
día en que no logró resistir más y se entregó completamente a su voluntad.
Cuando usted estuviera siendo tentado, no se olvide de sus seres queridos, de
sus amigos, de sus hijos espirituales por los que luchó para conducirlos a la
fe, porque ellos también podrán sufrir los dolores de su desobediencia. Y,
sobre todo, piense en su alma, que es eterna y sufrirá el daño de la segunda
muerte (la condenación al lago de fuego y azufre, como está escrito en
Apocalipsis 20:14). Y, en el camino de la caída, jamás Le eche la culpa a
Dios, a las demás personas o a las circunstancias, pues las tentaciones que el
ser humano sufre derivan de los deseos que él mismo abriga en su corazón.
Toda codicia tiende a tornarse una acción; por eso, le corresponde a cada
uno rechazarla vehementemente, si quiere mantenerse en la fe y no tornarse
un esclavo del pecado: “(…) el pecado yace a la puerta y te codicia, pero tú debes
dominarlo” (Génesis 4:7).
La guerra que ocurre dentro de
nosotros
Tenemos una guerra declarada contra el diablo del lado de afuera de nuestro
cuerpo: problemas externos, persecuciones, calumnias y todo lo demás que
él provoca. Pero combatimos también otra guerra, que pasa dentro de
nosotros. La carne intenta arrastrarnos en dirección al pecado, mientras el
Espíritu quiere conducirnos a la obediencia a Dios. En esta batalla, el
hombre puede, si quiere, vencer sus inclinaciones y sus malos deseos. Está en
su poder entregarse al pecado o al Espíritu Santo, que le da fuerzas para
resistir a cualquier tentación del mal.
Nadie es guardado de este con icto, pero aquellos que nacieron de Dios son
los que viven esta guerra de forma más intensa, pues poseen las dos
naturalezas dentro de sí: la espiritual versus la carnal. Eso quiere decir que la
nueva naturaleza, regenerada y santi cada, se opone a la naturaleza humana
que quiere agradar a los impulsos carnales. Es una lucha que dura toda la
vida, por eso, mientras estemos aquí, tendremos que pelear para mantener
encendida la llama de la fe, del temor y de la obediencia al Altísimo. Incluso
el apóstol Pablo, uno de los que tuvo más comunión con Dios, al punto de
conocer el “tercer Cielo”, nos reveló que tenía dentro de sí un gran
con icto contra su carne (Romanos 7:22-25).
El secreto fundamental para vencer la guerra contra la carne es ser guiado
por el Espíritu porque, de esa manera, jamás satisfaremos a los deseos de
nuestra carne ni seremos engañados por nuestro corazón y por sentimientos
mentirosos. Esta es la regla de oro para, día a día, vencernos a nosotros
mismos.
Entonces, para mantenernos dentro del Reino de Dios, es necesario vigilar
constantemente. Pienso que es como andar por el lo de una navaja:
cualquier inclinación contraria a la voluntad de Dios puede resultar en
muerte y, en el sentido espiritual, en muerte eterna. Pablo les muestra
justamente eso a los gálatas:
Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es
contra la carne, pues estos se oponen el uno al otro, de manera que no
podéis hacer lo que deseáis.
Gálatas 5:17

La Salvación es conquistada por la gracia, pero exige de nuestra parte el


mantenimiento de la vida espiritual. Porque la Salvación no fue conquistada
gratuitamente por el Señor Jesús, sino que costó Su propia Sangre.
El viejo y el nuevo hombre están en choque todos los días, pero el cristiano
solo logra atender la Voz de Dios si anda en el Espíritu y deja que Él lo
controle.
Dios nunca quiso tener hijos marionetas; por eso, desde el comienzo, deseó
tener comunión con los seres que Lo aman y Lo buscan con sinceridad. Por
no ser un dictador, Dios nos concedió la libertad de elegir entre grati car a
la carne o al Espíritu, según nuestra propia voluntad. Pero, después de eso,
viene la consecuencia de esa elección, pues no hay cómo mantener al
Espíritu Santo en nosotros si no queremos vivir como Él quiere.
La generación de creyentes carnales que vive, piensa y se comporta como los
incrédulos revela que, incluso siendo conocedores de la Palabra, son esclavos
del pecado. Ellos no saben, o no quieren atender al principio de que la vida
con Dios es muy bien de nida, y que en ella no hay dualidad. A n de
cuentas, nadie puede servir a dos señores, así como nadie puede andar en la
carne y en el Espíritu al mismo tiempo.
Somos luz o tinieblas; bondadosos o malvados; auténticos o hipócritas;
agradecidos o murmuradores; eles o in eles; y cosecharemos vida o muerte
eterna. Eso signi ca que, de una misma fuente, no puede rebosar agua buena
y amarga.
En la batalla contra el pecado, solo vence quien vive en la justicia. Quien
vive en el pecado es esclavo del pecado y pierde la vida a causa del pecado. A
n de cuentas, está escrito: “(…) la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de
Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Quien se mantiene en el pecado es débil, porque la carne es débil. Esa
persona es inde nida, además de ser una fuerte candidata al in erno. Para
tornarse fuerte, necesita sacri car su vida por el Señor Jesucristo y recibir el
Espíritu Santo, con el n de tornarse justa y, así, vencer al pecado (injusticia).
Re exionemos juntos: si hombres como David y Pablo no estaban inmunes
a las inclinaciones pecaminosas, nosotros tampoco lo estamos. Por lo tanto,
cada uno tiene que luchar contra sí mismo si quiere combatir la buena batalla
de la fe hasta el n.
En la guerra por la Salvación de nuestra alma y por la corona de la vida, no
se puede vacilar ni siquiera un minuto, pues solo recibiremos el galardón,
que es estar para siempre con nuestro Señor en la eternidad, si
permanecemos rmes y eles a Él hasta el n de nuestra vida.
A pesar de que la mayoría ame el pecado, hay algunos pocos que han
conservado la fe viva en el Dios Justo y Santo. Por eso, no se inclinan ante el
pecado ni se asocian con los que viven en él.
Sabemos que solo una pequeña parte de los cristianos vence a sus deseos, al
diablo, al mundo y a todas las tribulaciones que cercan nuestra jornada aquí.
Para esos, que no renuncian al alto privilegio del Cielo ni cambian por nada
su Salvación, existe el ánimo diario del Señor Jesús con promesas tan
sublimes como esta:

He aquí, Yo vengo pronto, y Mi recompensa está Conmigo para


recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el
primero y el último, el principio y el fin. Bienaventurados los que lavan sus
vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las
puertas a la ciudad. Afuera están los perros, los hechiceros, los
inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la
mentira.
Apocalipsis 22:12-15
En una guerra, nadie es
perdonado
Como ya vimos, los espíritus inmundos, un día, fueron ángeles puros, santos
y eles al Creador. Fueron traídos a la existencia para servir como mensajeros
del Altísimo y obedecer a Sus designios. Además de eso, vivían en la
presencia del Eterno, probaron Su Luz y también eran luz en el Reino de los
Cielos, como el propio Lucifer, que traía en su nombre esa característica:
“portador de luz”.
Hoy, condenados a la condición de demonios por toda la eternidad, luchan
ferozmente para desviar a aquellos que quieren heredar el Reino que un día
ellos perdieron. Y ¿qué es lo que hicieron para perder la naturaleza angelical
con la que habían sido creados originalmente? Pecaron. Se tornaron rebeldes
a la disciplina del Reino de Dios. A causa de esto, la justicia Divina no los
perdonó, sino que los lanzó al in erno y los entregó a abismos de tinieblas,
reservándolos para el Juicio Final. Entonces, si Dios no perdonó a los ángeles
rebeldes, ¿acaso perdonará hoy a las personas rebeldes a Su Palabra?
Después, en los días de Noé, el Señor vio que los seres humanos habían
corrompido su camino. Por eso, decidió ponerle n a toda la vida en la
Tierra a través del diluvio. Entre los miles de personas, solo ocho (Noé y su
familia) fueron salvadas. Si esa generación corrupta no fue perdonada, ¿acaso
Él perdonará a la generación corrupta de hoy?
Luego, vino la destrucción de Sodoma y Gomorra en los días de Abraham:
“Y el SEÑOR dijo: El clamor de Sodoma y Gomorra ciertamente es grande, y su
pecado es sumamente grave” (Génesis 18:20).
Al ver que los habitantes de esas dos ciudades seguían el libertinaje, o sea,
andaban en sus inmundas pasiones carnales, al punto de hacer del sexo un
objeto de culto y cometer muchas otras perversidades, el Señor hizo
descender fuego y azufre sobre ellos. ¿No había allí niños inocentes, recién
nacidos y animales? Sí, había, pero nadie escapó de aquel juicio Divino, a no
ser Lot y su familia. ¿Acaso Dios, de la misma forma, perdonará a los que
viven en una situación semejante, e incluso peor, en los días actuales?

Porque si Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los
arrojó al infierno y los entregó a fosos de tinieblas, reservados para juicio;
si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, un predicador de
justicia, con otros siete, cuando trajo el diluvio sobre el mundo de los
impíos; si condenó a la destrucción las ciudades de Sodoma y Gomorra,
reduciéndolas a cenizas, poniéndolas de ejemplo para los que habrían de
vivir impíamente después.
2 Pedro 2:4-6

Las Sagradas Escrituras muestran que ni los ángeles, que tenían una
condición superior (ya que habitaban en el Cielo y vivían en un estado de
santidad, honra y pureza) fueron perdonados de las consecuencias de su
insurrección contra Dios, ¡imagínese el ser humano, que ya nace con la
naturaleza pecadora! El castigo a los ángeles caídos, la muerte de los
habitantes del mundo en la época de Noé y la destrucción de las ciudades de
Sodoma y Gomorra muestran que no hay posibilidades de que alguien se
rebele contra Dios y no coseche los resultados de esa rebeldía. Esas tres
situaciones sirven, incluso, para llamar la atención de los que dejan prevalecer
la voluntad de la carne sobre el Espíritu, por con ar, insensatamente, en que
la gracia y la bondad de Dios cubrirán sus pecados.
La repulsión que el Todopoderoso sentía por el pecado, en el pasado,
continúa sintiéndola hoy. El carácter y el modo de actuar de Dios continúan
siendo los mismos, pues Él no cambió.
El Señor dejó registrado en Su Palabra esos ejemplos para que vigilemos, a
n de que nuestra historia no se torne semejante a la de ellos. Tenemos que
recordar que las Leyes Divinas son justas y aplicadas de manera imparcial,
pues Dios no tiene hijos preferidos ni mima a los que Le sirven. El Altísimo
tampoco hace acepción de personas, porque eso iría contra Su propio
carácter justo (Santiago 2:9). Él no juzga según la apariencia, sino que ve el
interior de la persona y bendice, o deja de bendecirla, de acuerdo con lo que
ella trae en su interior (1 Samuel 16:7). Además de eso, el Todopoderoso no
acepta soborno para determinar una sentencia, ni siquiera admite
negociaciones para torcer Su justicia y Su voluntad (2 Crónicas 19:7).
La guerra interior para hacer la
voluntad de Dios
Dios conoce bien los con ictos íntimos del ser humano. El propio Señor
Jesús los enfrentó cuando estuvo en el mundo. Por eso, Su actitud, antes de
recibir sobre Sí todos los pecados de la humanidad, fue:

Y adelantándose un poco, cayó sobre Su rostro, orando y diciendo: Padre


Mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo
quiero, sino como Tú quieras.
Mateo 26:39

Para que entendamos mejor todo lo que pasó la noche que antecedió a la
cruci xión, necesitamos observar el contexto judaico de la época. Era
costumbre, en aquel tiempo, que la esta de la Pascua durara casi toda la
noche. Las familias comían, conversaban, recordaban la historia de la nación,
cantaban, se alegraban y, cada dos o tres horas, bebían una copa de vino.
Cada judío ingería aproximadamente cuatro copas. En las familias judaicas
más tradicionales, ese ritual sucede hasta hoy, pues existe un signi cado
espiritual en ese acto.
La primera copa, llamada “copa de la esclavitud”, rememora el tiempo en
que el pueblo fue esclavo en Egipto. La segunda, llamada “copa de la
liberación”, conmemora la liberación del pueblo del yugo en Egipto. La
tercera, llamada “copa de la promesa”, despierta la mente a todas las
bendiciones prometidas por Dios. Él es el Señor que no solamente rescata y
libera al ser humano, sino que también lo redime y le concede dádivas
preciosas. La cuarta y última, llamada “copa del sufrimiento”, muestra que la
vida en este mundo no es indolora, sino repleta de adversidades. Aunque sea
duro soportarlas, es necesario mantenerlas vivas en la memoria.
Como el Señor Jesús conmemoró la Pascua con Sus discípulos en Su última
noche con ellos, ciertamente tomó esas copas antes de ir al Getsemaní, en el
Monte de los Olivos. Sin embargo, el sufrimiento, representado por la cuarta
y última copa, no sería solo simbólico, sino literal, pues, dentro de unas
horas, el martirio del Salvador se iniciaría.
La copa que sería colocada en las Manos del Hijo por el propio Padre era la
copa amarga que cada ser humano tendría que beber a causa de sus delitos y
pecados. Ahora vea que, si las transgresiones de una única persona durante su
vida ya son terribles, ¡imagínese las de todas las generaciones! Es decir, todos
los delitos, todos los malos pensamientos, todo el odio, todo el deseo de
venganza, todo el adulterio, todas las mentiras, toda la prostitución, toda la
impureza y demás pecados que ya habían sido practicados e incluso serían
cometidos, recayeron sobre Aquel que nunca había pecado. Como muestran
las Escrituras, el Señor Jesús probó la “muerte por todos” los hombres
(Hebreos 2:9). Él fue considerado culpable para que nosotros fuésemos
absueltos. Él fue separado del Padre para que jamás viviésemos lejos de Él.
El Señor Jesús padeció el mayor martirio para llevar a muchos hijos a
conocer la gloria de Dios que solamente Él conocía. Agradó a Dios glori car
a Jesús a través del sacri cio de la cruz. Y, por priorizar la voluntad del Padre,
el Hijo obedeció, y, por eso, Se tornó el Príncipe de nuestra Salvación
(Hebreos 2:10). Es nítido, por lo tanto, que, en el Getsemaní, el Señor Jesús
trabó la mayor de todas las batallas.
No fue fácil para el Hijo obedecer lo que el Padre Le pidió. Por eso, cuando
oró en el Getsemaní, que era el lugar donde ocurría la prensa del aceite, el
Señor Jesús Se postró con la cabeza entre Sus rodillas y, con Su rostro en
tierra, hizo una fuerte súplica con sudor y lágrimas (Hebreos 5:7). Era un
momento extremadamente doloroso, como si una espada traspasara Su alma.
A n de cuentas, Él sabía de los muchos dolores que vendrían por delante,
como la traición de uno de Sus discípulos, la burla de escarnecedores, los
escupitajos, el desprecio, la tortura física, entre tantas otras maldades. Pero
nada se comparaba al dolor de tener que tomar la copa de la ira de Dios, que
incluía la maldición del pecado y el alejamiento del Padre.
Él, que en toda la eternidad nunca había sentido Su ausencia, pues ambos
siempre habían sido UNO, tamaña la unión y la intimidad que compartían,
ahora tendría a Su Padre como Su Juez, que Lo juzgaría en nuestro lugar.
Así, como nuestro Sustituto, Jesús probó nuestra condenación y muerte
espiritual.
Cuando preguntó, en la cruz, por qué Dios Lo había desamparado, Él Se
refería a ese distanciamiento del Padre. Eso fue necesario porque, siendo el
SEÑOR Santo, ¿cómo estaría junto a Alguien que cargaba todos los pecados
del mundo en Su ser? En aquel momento, el Hijo ni siquiera osó llamar
Padre a Su Padre, sino que Lo llamó Dios: “(…) Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué
Me has abandonado?” (Mateo 27:46).
El Señor Jesús era consciente de lo que eso representaba, por eso dijo que Su
alma estaba profundamente entristecida y angustiada. Su gemido de dolor era
tan grande que tuvo que distanciarse de Sus discípulos para orar. A n de
cuentas, más que la muerte física, Él recibiría, en Su cuerpo, la culpa y la
condenación de toda la humanidad de una sola vez. Habría sido algo
imposible de soportar para cualquier ser humano, pero Aquel que Se hizo
hombre y mantuvo Su santidad lo logró, aun con mucho sufrimiento. Así,
incluso ante toda la maldición que recaería sobre Sí, el Señor Jesús no huyó
de Su misión (compruébelo en Gálatas 3:13).
A pesar de la angustia de ver a Su Hijo padecer, Dios hizo lo que debía ser
hecho y colocó en Su cuenta todas las transgresiones del mundo y sus
consecuencias, inclusive, las enfermedades. Él tenía consciencia de que el
sacri cio Lo heriría, Lo castigaría y Lo oprimiría, pero, para rescatar a la
humanidad, siguió con Su plan. El Texto Sagrado nos revela que “(…) quiso
el SEÑOR quebrantarle, sometiéndole a padecimiento. Cuando Él Se entregue a Sí
mismo como ofrenda de expiación (…)” (Isaías 53:10). Por lo tanto, Le
correspondía al Señor Jesús permanecer rme para vencer Su guerra.
Durante toda la vida del Salvador en este mundo, y también en la oración del
Getsemaní, vemos la sumisión, la humildad y el deseo ardiente de obedecer
al Padre, aunque eso Le costase mucho. La intensidad del dolor al que Él fue
sometido Lo hizo transpirar sangre, tal como está registrado por Lucas: “Y
estando en agonía, oraba con mucho fervor; y Su sudor se volvió como gruesas gotas de
sangre, que caían sobre la tierra” (Lucas 22:44).
La presión emocional, la amargura y el sufrimiento eran tan grandes que,
según estudiosos, los vasos sanguíneos del Señor Jesús se rompieron y los
poros se dilataron, dando origen a ese fenómeno, considerado por la
medicina como algo raro. El sudor de nuestro Salvador se convirtió en
grandes gotas de sangre que rodaban hasta el suelo. Lucas, que era médico,
sabía bien que aquello era algo fuera de lo normal; por eso, al oír el relato de
lo que había sucedido con el Salvador, lo registró diligentemente, para que
pudiéramos intentar mensurar lo que pasó en el alma del Hijo de Dios en
aquel instante.
El Señor Jesús luchó intensamente y no permitió que Sus deseos o Sus
emociones gobernaran Su vida, como sucede con la mayoría de las personas.
Aun gimiendo, Él oró: “(…) pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras”
(Mateo 26:39).
Aquella copa era extremadamente difícil de beber debido al penoso sacri cio
que tendría que hacer; sin embargo, no la rechazó.
La oración hecha por Jesús, momentos antes de Su muerte, es prácticamente
ignorada por la mayoría de los cristianos. A muchos no les gusta hacerla,
porque, si hay algo presente en la naturaleza humana desde la tierna infancia,
es el deseo de hacer su propia voluntad y decidir todo por sí mismo. Por el
hecho de que la insubordinación es una característica espontánea en nosotros
desde pequeños, Dios tuvo que establecer un Mandamiento para que los
hijos obedezcan a sus padres. Por lo tanto, quien de hecho no se entrega al
Altísimo, pasa toda la vida idolatrando a su propio ego y haciendo todo a su
manera.
Notamos, entonces, que, para hacer la voluntad de Dios, tenemos que
liberarnos de nuestra propia voluntad, y nada es más difícil para el ser
humano que eso. Por ese motivo, la primera actitud del Señor Jesús, al venir
a este mundo, fue vaciarse de Sí mismo. Es decir, para hacer la voluntad del
Padre, el Hijo tuvo que renunciar a cualquier deseo propio, de lo contrario
no hubiera logrado obedecer a Dios. Eso muestra que no hay cómo
sujetarnos a la voluntad de Dios sin contrariarnos a nosotros mismos. Esta es
nuestra mayor lucha, y sucede en nuestro interior.
Renunciar a lo que creemos, pensamos o queremos en pro de la voluntad de
Dios es la forma más e ciente de revelar el tamaño de nuestra disposición y
fe.
El Getsemaní de cada uno
Cada uno tiene su propio Getsemaní, o sea, momentos en la vida en que
nuestras intenciones y sentimientos son prensados. Si nuestra alma no se
arrodilla ante Dios, como lo hizo el Señor Jesús, no lograremos obedecer al
Padre. Y solo puede ser considerado un vencedor aquel que es capaz de decir
verdaderamente: ¡sea hecha Tu voluntad!
Por lo tanto, la experiencia del Señor Jesús en el Getsemaní también es la
nuestra, pues siempre tenemos una copa en las manos que implica hacer o no
la voluntad de Dios.
Muchas veces, ni siquiera está en cuestión un acto pecaminoso, sino
pequeñas decisiones que hacemos sin consultar la voluntad de Dios. No es
por casualidad que hay tantos cristianos mal casados, tantos negocios
fracasados, tantas sociedades deshechas y tantas otras confusiones. En el afán
de hacer lo que les parece, a las personas no les importa lo que Dios piensa,
pero corren a Él cuando todo va mal.
Para evitar problemas innecesarios, ore todos los días buscando conocer la
voluntad de Dios. Pero diga con sinceridad, principalmente en los momentos
más difíciles de su vida: “¡Sea hecha Tu voluntad!” Esta es la única manera de
vencer nuestra guerra interior.
Esta enseñanza es importante porque, en la lucha por la Salvación del alma,
tenemos guerras entre el exterior y el interior, el alma y el espíritu, el
corazón y la razón, la carne y el Espíritu. Y es el vencedor quien decide el
destino nal del alma. Tenemos que reconocer que, aunque Dios sea el
Todopoderoso, no siempre Su Espíritu vence a la carne. Eso es porque la
carne, el exterior, el alma o el corazón no se sujetan a la ley, que es la
voluntad de Dios (Romanos 8:7). Eso solo sucede si la persona así lo quiere.

Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo


la ley sino bajo la gracia.
Romanos 6:14
Por eso, podemos a rmar que las corrupciones del hombre exterior, o sea,
las obras de la carne, no tienen poder para anular los valores espirituales del
hombre interior sin el permiso de la propia persona. Porque el hombre
interior dispone de muchos recursos para neutralizar al hombre exterior,
como la confesión de pecados, el arrepentimiento, la oración, el ayuno, la
humillación, etc. Medios para levantarse del pecado y de la frialdad espiritual
no faltan.
En el caso de quien cayó en pecado, el diablo comienza a acusarlo con
insistencia. Por eso, su conciencia duele, pues sabe que está mal. ¿Qué hacer
entonces? ¿Dejarse llevar por el desánimo o usar las herramientas de la fe
para levantarse? Si su confesión a Dios fue sincera, inmediatamente recibirá
el perdón por la fe. A partir de entonces, retornará al estado original de paz
con Dios, porque abandonó el pecado y el pasado de insumisión a Su
voluntad. Y, así, es rescatado a través de una fe práctica, que no tiene nada
que ver con sentimientos, solo con obediencia.
Esta es la fe pasada por Pablo, cuando nos estimula a no desanimarnos a causa
de una debilidad de la carne: “Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque
nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva
de día en día” (2 Corintios 4:16).
Por más pesada que sea nuestra carga de cada día, aun así, es in nitamente
inferior cuando asumimos el yugo del Señor Jesús. Si alguien lamenta el
dolor del Getsemaní, el peso de la cruz o el yugo de Jesús, es porque no
quiere someterse a la voluntad de Dios. ¡Y allí viene el gran problema! A
causa de las malas elecciones, las personas cosechan malos frutos, y nadie que
coseche lo que es malo puede culpar a nuestro Señor.
Muchas veces, despreciamos, ignoramos e incluso rechazamos hacer Su
voluntad. Pero, en el momento de la cosecha amarga de la carne, Le
reclamamos. ¿Es justo eso? He aprendido que, por más grande que sea mi fe,
jamás puedo usarla para hacer que prevalezca mi voluntad.
Quien quiera evitar el mal, que huya de él. Es decir, quien no quiera ser
víctima de la violencia y de los males de este mundo, aléjese de sus ofertas
diabólicas. Huya de las malas compañías, de las estas plagadas de drogas y
alcohol, y de videos, películas, canciones, reuniones públicas o privadas que
estimulen la pornografía, la maledicencia y otros deseos de la carne. Si el
cristiano observa las desventajas del pecado, ciertamente entenderá que el
yugo del Señor Jesús realmente es fácil y Su carga es ligera, y logrará
someterse a la voluntad de Dios.

Tomad Mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que Soy manso y


humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Porque Mi
yugo es fácil y Mi carga ligera.
Mateo 11:29-30
Las dos figuras: el primer Adán y
el último Adán
Las Escrituras nos muestran que nacer de nuevo no hace que la persona esté
exenta de caer en el pecado; a n de cuentas, vivimos en un cuerpo físico y,
durante todo el tiempo de nuestra vida en este mundo, corremos ese riesgo.
Por eso, tenemos que luchar contra las voluntades de la carne: “Ninguno que
es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no
puede pecar, porque es nacido de Dios” (1 Juan 3:9).
Esta Simiente Divina nace con el nuevo interior del hijo de Dios, cuya
naturaleza es espiritual. Esa nueva naturaleza ve al pecado como un cuerpo
extraño y lo rechaza dentro de sí. De esa forma, el con icto entre el pecado
y el interior espiritual corresponde al tormento del alma de aquel que
cometió el error. La única forma de vencer esa guerra es confesando la
transgresión. Solo así el peso del pecado y de la conciencia puede salir, para
que entre la liviandad de una conciencia sana, junto con una fe saludable,
capaz de remover montañas nuevamente.
Por otro lado, aquel que aún no nació de Dios recibe al pecado de forma
pací ca y armoniosa en su interior carnal, pues los dos viven en plena
comunión: “Todo el que permanece en Él (Dios), no peca; todo el que peca, ni Le
ha visto ni Le ha conocido” (1 Juan 3:6).
Ahora podemos entender el motivo de que muchos obispos, pastores,
obreros/as y miembros vivan en el pecado y no lo con esen: porque, por no
haber nacido de Dios, el pecado es muy bien recibido en su interior. Por su
parte, los que pecan, pero enseguida con esan y abandonan sus errores, por
poseer una naturaleza espiritual, no logran convivir con lo que es nocivo y
abominable al Espíritu Santo que habita en su ser.
¿Qué hay en su interior? ¿Una naturaleza carnal o espiritual? Si está
conviviendo de forma armoniosa con el pecado y no lo con esa, es porque
usted aún es alma viviente, hijo/a de Adán.
La Biblia cita a dos guras para ilustrar las dos naturalezas que puede tener el
hombre: la de Adán y la del Señor Jesús. Hay una enorme diferencia entre
los dos, pues el primer hombre, Adán, era alma viviente; o sea, al pecar,
recibió la muerte para sí y la trasladó a la raza humana (1 Corintios 15:45).
Adán representa a aquellos que no se inclinan ante la voluntad de Dios
porque viven de forma carnal para atender a sus propios deseos. En cambio,
el Último Adán, el Señor Jesús al ser espíritu vivi cante, trae en Sí la
Naturaleza Divina que Se rinde ante Dios y Se complace en obedecerle. Si
Adán trajo la muerte a través de la desobediencia, la vida del Salvador trajo
vida abundante por la obediencia.
Estas dos naturalezas son antagónicas en sus deseos e inclinaciones. Ante eso,
nadie puede alternar vivir en Adán y en Jesús. Cada persona se encaja en uno
o en otro; no hay dualidad, mucho menos, neutralidad.
Por lo tanto, si usted pecó y, a causa de eso, quedó atormentado, vivió un
gran con icto interior y, por no aguantar más esa situación, confesó su error,
es porque usted es espíritu vivi cante, hijo del Último Adán (Jesús).
Pero, si usted pecó y ha ignorado la instrucción Divina, esconde su iniquidad
y desprecia la oportunidad de confesar su transgresión, es porque solo es alma
viviente. En esa condición, no vencerá la guerra por la Salvación de su alma.
Vale destacar que, cuando hablamos sobre confesión, nos referimos a pecados
con alguien o contra alguien, como adulterio, prostitución, robo, homicidio,
etc. En caso de que usted ocupe una posición dentro de la Obra de Dios, eso
también debe ser confesado a la dirección de la iglesia. Esta disciplina es
fundamental para que sea ayudado y esté nuevamente bien para servir. A n
de cuentas, el pueblo que fue con ado en sus manos no merece ser
engañado.
Consecuentemente, si usted se conserva en el pecado, incluso ante tantos
llamados al arrepentimiento, ¿hacia dónde piensa que irá su alma cuando
llegue el momento de su partida de este mundo? Insistir en vivir en el
pecado y no someterse a la voluntad de Dios signi ca perder la más grande e
importante batalla de su vida: la lucha por la Salvación de su alma.
El premio de la guerra
Este libro jamás podría terminar sin revelar el premio de esa guerra que
enfrentamos todos los días. Digamos que, en un cierto sentido, un “trofeo”
será dado a los vencedores, mientras que los perdedores sufrirán las
consecuencias malas y eternas. Todo ese resultado ya está expuesto en las
últimas páginas de la Biblia:

La revelación de Jesucristo, que Dios Le dio, para mostrar a Sus siervos


las cosas que deben suceder pronto (…)
Apocalipsis 1:1

Normalmente, solo tomamos conocimiento del epílogo de una historia


cuando termina. Sin embargo, en la historia de Dios y de la humanidad, ya
tenemos de antemano el desenlace de los princi- pales hechos que sucederán
en el nal. Pienso que el conocimiento de esos eventos es un bálsamo para el
alma de los que gimen por las persecuciones a causa de su fe y una manera
de animar a los eles a permanecer rmes, a pesar de todo el dolor que
enfrentan hoy. Debería ser un hábito de todo cristiano, diariamente, releer las
Promesas Divinas tanto de juicio como de recompensa que cada persona
recibirá según sus acciones, pues eso estimula la delidad, la fuerza y el temor
a Dios y a Su Palabra.
En el transcurso de esta caminata, hablamos del sacri cio que necesitamos
hacer para mantenernos en el Reino de Dios. Alertamos acerca de la ardua
vigilancia espiritual, del riesgo de caer en las trampas del diablo y del peligro
de las inclinaciones de la carne, como vanidad y orgullo, entre otras. Pero
¿qué podría ser mejor para darle coraje a alguien que saber, por el propio
Dios, lo que les ha reservado a aquellos que viven una jornada de con anza y
obediencia a Él? Como Padre, el Altísimo empeña Su Palabra y Se
compromete a honrar sobremanera a aquellos que vencen la guerra por la
Salvación de su alma.
En toda la Biblia, tenemos promesas que hacen referencia a la herencia
eterna de Dios para Sus hijos, pero ningún libro de las Escrituras hace más
promesas a los salvos que Apocalipsis. El propio nombre del libro, que
signi ca “Revelación”, muestra el tenor de sus mensajes; es decir, desvenda
la realidad de un futuro no muy distante que antes estaba oculto y preservado
solo en la mente del Señor. Pero, una vez expuesta a los siervos, les
corresponde a ellos abrazarla y vivir de modo digno al Evangelio revelado.
El Autor de la revelación es el Dios Hijo. Por lo tanto, ninguna Palabra
escrita en Apocalipsis, así como en toda la Sagrada Escritura, tiene origen
humano, sino que viene del Santo, del Verdadero, del Testigo Fiel: el Señor
Jesucristo. Él le mostró los eventos futuros al apóstol Juan, en Patmos, para
ofrecernos la posibilidad de vislumbrar un poco de la gloriosa recompensa
que los justos tendrán en su hogar celestial.
Otro hecho importante a observar es que, antes de escribir una carta,
primero, el remitente necesita saber a quién va a dirigir su mensaje. Por ese
motivo, Apocalipsis trae en su inicio una dedicatoria a las personas que
recibirán sus preciosas revelaciones: los siervos del Altísimo que
permanecerán eles, incluso enfrentando todas las tribulaciones.
Muchos son los privilegios de servir al Todopoderoso; entre ellos, está la
consideración Divina de no mantener en secreto los planes y los propósitos
del Cielo (veri que en Amós 3:7). Por ejemplo, Dios avisó al justo Noé al
respecto del diluvio y fue leal a Abraham, al anunciar la destrucción de
Sodoma y Gomorra, donde estaba su sobrino Lot y su familia.
Siendo Quien es, Dios no necesitaba dejarnos saber Sus planes, pero hace eso
porque Su carácter es el y generoso. Aquellos que no Lo sirven no disfrutan
esa intimidad y ni siquiera entienden Su voluntad, porque Su Palabra solo
puede ser discernida espiritualmente y no por sabiduría humana (1 Corintios
2:14).
La visión de quien quiere vencer
Durante todo el libro de Apocalipsis vemos reprensiones, censuras y juicios
Divinos sobre la Tierra y sus habitantes. Sin embargo, a partir del capítulo
21, podemos deleitarnos con el nuevo Cielo y con la nueva Tierra. Así, no
conoceremos el Cielo donde el diablo, el archienemigo de Dios, estuvo y se
rebeló con la tercera parte de los ángeles, pues nuestro Señor hizo todo
nuevo para la llegada de Sus hijos. En el nuevo Cielo, no sufriremos con el
juicio por medio de los sellos, de las trompetas y de las copas de la ira de
Dios y ni siquiera veremos Su gran Trono como emblema de juicio y
condenación, pues estaremos disfrutando de la recompensa de nuestra fe.
Además, no vamos a experimentar ningún dolor, lágrima o sufrimiento,
porque solo disfrutaremos de la posesión de la Salvación del alma, que es
nuestro tesoro de valor incalculable.
Las revelaciones de Apocalipsis muestran que los salvos vivirán en un estado
pleno de perfección, pues nunca más habrá pecado o inclinación al mal. Por
lo tanto, ya no tendrán que trabar un con icto contra sí, contra el diablo o
contra el mundo, sino que entraremos en el descanso de Dios. Satanás y sus
demonios estarán para siempre presos en el lago de fuego y azufre; por su
parte, los salvos estarán bajo el gobierno espiritual y justo del Cordero de
Dios, que reinará por los siglos de los siglos.
Aquellos que permanezcan eles tendrán la más extraordinaria de todas las
recompensas: ver el rostro del Creador, Dios, Padre y Señor por el cual
vivieron. Ellos no solo Lo contemplarán, sino que también Lo servirán por
toda la eternidad de un modo pleno. En la Tierra, quedamos frustrados por
no lograr servir a Dios de la manera completa y perfecta a causa de nuestra
humanidad. Por más que nos esforcemos, nuestro servicio todavía es
insu ciente y nuestras palabras de alabanza no son nada comparadas a la
grandeza y la sublimidad de nuestro Señor. Pero en el Cielo no será así,
justamente porque todo se hará nuevo; es decir, allí no habrá maldición del
pecado, no presentaremos más fallas ni desilusiones. Mientras muchos
vencidos en la guerra sucumbirán a la marca del anticristo, los salvos tendrán
en sus frentes el Nombre del Hijo de Dios. Es decir, por haberlo asumido y
profesar su fe en la Tierra, pertenecerán a Él para siempre. ¡Qué seguridad!
Los salvos habitarán en la más esplendida de todas las ciudades, la Nueva
Jerusalén. Ella está a rmada sobre el Fundamento eterno y tiene al
Todopoderoso como su Arquitecto y Constructor. Los millonarios de este
mundo, los académicos, los gobernantes, los generales o las celebridades no
tienen ninguna garantía de que pasarán por sus portones, simplemente
porque las posesiones, la fama y los títulos terrenales no sirven para
conquistarla. Pero los ricos de fe, de coraje y de temor a Dios tendrán el
placer de vivir en ella. Solo los que consiguieron, por medio del Espíritu
Santo, regocijarse en las a icciones y en las adversidades, por causa del
Nombre de Jesús, podrán ver su gran recompensa en la eternidad. Estos
oirán el saludo más especial:

(…) Venid, benditos de Mi Padre, heredad el Reino preparado para


vosotros desde la fundación del mundo.
Mateo 25:34

Tener los ojos espirituales vueltos a lo que es incorruptible, en vez de a lo


que es temporal, proporciona al ser humano la visión Divina de la vida y el
Cielo como su destino nal. Además, hace que tenga fuerzas para renunciar
a los placeres transitorios del pecado en pro de la seguridad y de la
perpetuidad del Cielo. Quien venza esa guerra de la fe y por la fe disfrutará
un premio único, que es vivir en un lugar de paz y armonía, y descansará de
todas las adversidades que enfrentó. Por su parte, los que perdieron, vivirán
eternamente en un lugar de tormento, agonía, discordia y todo tipo de
perturbación. Quien pierda la guerra por la vida eterna no tendrá un
segundo de paz en su alma, y eso será irreversible.
Por tener una visión espiritual de la vida, Abraham, por la fe, se hizo
extranjero en este mundo, pues buscaba para sí una patria superior. El
patriarca anheló por la morada de Dios mientras peregrinaba y acampaba, en
obediencia, en su tienda simple rumbo a la Tierra Prometida. Aunque no
tengamos registro de que el Altísimo le haya prometido la Nueva Jerusalén,
la intimidad de Abraham con Dios era tan grande que él tenía certeza de que
había una ciudad celestial para los de la fe. Vea:
Porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios.
Hebreos 11:10

Por eso, no eligió las llanuras del Jordán, como Lot, que buscaba facilidades.
Al contrario, enfrentó, de modo sumiso, el largo período de caminata por el
desierto y por las regiones desconocidas. Tuvo, también, coraje para luchar
contra los peligros, contra las imposibilidades terrenales, e incluso decir
“¡Heme aquí!” todas las veces que el Todopoderoso le pedía algo. Sus ojos
veían más allá, por eso Abraham pudo avistar un hogar que no estaba hecho
por manos humanas. Mientras salvaguardaba su fe en los desiertos, su sobrino
Lot se establecía en una acogedora casa en Sodoma, hacía buenos negocios y
disfrutaba de lo mejor que el lugar le podía ofrecer; sin embargo, todo eso en
medio de los hombres más corruptos de aquella época (Génesis 13:11-13).
Así, percibimos que, mientras el hombre carnal tiene sus ojos jos en el
“aquí y ahora”, el hombre espiritual sabe que todo lo que es terrenal se
desvanece y se acaba. El espiritual reúne todos sus esfuerzos por la búsqueda
de aquello que permanece y tiene fundamento para el alma.
La visión de Abraham ilustra cómo la fe nos coloca en la vanguardia. El
apóstol Pablo a rmó eso, al registrar que el Evangelio, es decir, las Buenas
Nuevas que anuncian la Obra Redentora del Señor Jesús, ya había sido
revelado al patriarca de aquella época (Gálatas 3:8). Esto signi ca que mucho
tiempo antes de que la Ley fuera dada a Moisés, Abraham ya vivía la
bendición de la vida y de la Salvación por la fe, pues había entendido que la
fe era preciosa y traía justi cación para la eternidad. Por eso, el Señor Jesús
usó el testimonio de Abraham cuando les dijo a los religiosos judíos que el
patriarca había estado adelantado a su tiempo, al ver y alegrarse con la venida
de Él y de Su Obra.

Vuestro padre Abraham se regocijó esperando ver Mi día; y lo vio y se


alegró.
Juan 8:56

Después de la conversión, Abraham vivió y murió estando siempre en la fe.


Fijó sus ojos en algo que va mucho más allá que la vida en este mundo y en
ningún momento bajó su mirada. Aun en las circunstancias más
desfavorables, logró mantenerse seguro en las promesas hechas por el
Todopoderoso. Delante de los demás hombres, el patriarca, ciertamente, era
un soñador; pero, en realidad, su fe le daba fuerzas y poder para ver una
realidad que nunca había sido presentada a nadie. Abraham no se atuvo a los
pequeños favores terrenales que podía recibir de Dios, sino que se agigantó
en la fe de tal manera que no solamente fue salvo, sino que también, en
consideración a su legado, su nombre fue usado para nombrar al Paraíso:
Seno de Abraham. Además de eso, logró alegrarse por ver, aún en una época
distante, las mayores bendiciones del Altísimo a todos los que creen en Él: la
encarnación del Señor Jesús como el Mesías, Su Obra de Redención y la
Nueva Jerusalén.
Tengamos, por lo tanto, a Abraham como ejemplo para permanecer de pie
hasta que tomemos posesión de la eternidad que nos está siendo revelada.
Que podamos vivir ese nivel de con anza que levanta los ojos hacia el futuro
y exulta, ¡como lo hizo el padre de la fe! Porque si un hombre que vivió casi
2 mil años antes de la venida del Señor Jesús pudo alegrarse tanto con tal
promesa, ¿qué se puede esperar de nosotros, que vivimos los últimos días
antes de Su segunda venida? ¿Qué se puede esperar de nosotros, que
tenemos, bien delante de nuestras manos, la revelación del pasado, del
presente y del futuro en la Palabra de Dios? Pero, si lo que llama la atención a
nuestros ojos es algo pasajero y mundano; si lo que nuestra alma contempla y
anhela tener no es la Salvación; si oír o leer sobre el Cielo no deleita nuestro
ser; o si no es la comunión con el Espíritu Santo lo que más placer nos da, es
señal de que estamos muy lejos de tener una fe semejante a la fe de
Abraham.
Sepa que no es posible que aquellos que se dicen “hijos de Abraham” en la
fe no sean como su “padre”, que tuvo como su mayor patrimonio no una
tierra u otros bienes, a pesar de haber sido un hombre riquísimo, sino al
Señor, que era “(…) tu galardón sobremanera grande” (Génesis 15:1 RVA). En
este caso, ¿no deberían sus descendientes desear y suspirar por la eternidad
con Dios, así como el patriarca? Entonces, eleve sus ojos y vea la gloria de las
Palabras del Altísimo que anuncian que está todo listo, a la espera de Sus
hijos: “(...) Hecho está (...)” (Apocalipsis 21:6). Que nadie desfallezca en
medio del camino, sino que se fortalezca en el combate contra los enemigos
de la fe y contra todo lo que amenace su felicidad eterna.
La herencia de aquel que venza
Dudo que exista un libro que narre hechos más gloriosos que el Apocalipsis.
Esta es una obra indispensable para nutrir la fe de los siervos, pues muestra el
mayor contraste de la humanidad en cuanto a su destino. Quiere decir,
mientras que los salvos serán honrados y felices, los derrotados por el pecado
y por el diablo serán juzgados y condenados al sufrimiento eterno. Además,
revela un paralelo entre el Cielo y el in erno; entre el Hijo de Dios y el hijo
de la perdición; entre Aquel que descendió del Cielo para hacer la voluntad
de Dios y aquel que fue expulsado del Cielo por querer hacer su propia
voluntad. Vemos también el n de quien anduvo en el Espíritu y de quien
satis zo su carne; la diferencia entre los que conservaron sus vestiduras
limpias en la pureza de los Mandamientos Divinos y los que se contaminaron
con este mundo sucio. Y, semejantemente, la comparación entre el brillo
insuperable y permanente de quien ha estado en la Luz y la oscuridad de
quien fue engañado por el ángel caído que se trans gura en ángel de luz.
Esas distinciones tan sublimadas en Apocalipsis cumplen bien su propósito,
porque es imposible para aquel que lee con temor no entender que no se
puede descuidar en la fe mientras la guerra espiritual en que vivimos exista.
A pesar de haber innumerables promesas grandiosas de consuelo y poder,
tomo ahora una que sirve de aliento para los que viven en la batalla por su
Salvación:

El que venciere heredará todas las cosas, y Yo seré su Dios, y él será Mi


hijo.
Apocalipsis 21:7 RVR1960

No necesitamos mucho discernimiento para entender que, por la


miserabilidad de la naturaleza humana, no merecíamos ni siquiera la atención
de Dios. Sin embargo, Él no solo nos recibió como Sus hijos, sino que
también nos hizo herederos de todo Su Reino. “Todas las cosas” dispensa
explicación. La propia expresión ya trae en sí la integridad de esa promesa,
porque Dios, como Creador y Dueño de todo lo que existe, decidió darnos
todas Sus riquezas. ¡Así es! Nosotros, que antes del Señor Jesús no teníamos
nada, ni siquiera vida, porque si respiramos y existimos es porque Él nos
concede tales dádivas, ahora pasamos a ser los más bienaventurados entre los
hombres. Y no podemos pensar que la mayor gloria de esta herencia está en
heredar la Tierra o el Cielo, sino en tener al propio Dios como nuestra
porción bendita, ¡como nuestro regalo más grande! Esa es la grandeza del
siervo, que le fue revelada a Aarón y a los levitas en el pasado, cuando fueron
elegidos para el servicio sagrado:

Entonces el SEÑOR dijo a Aarón: No tendrás heredad en su tierra, ni


tendrás posesión entre ellos; Yo Soy tu porción y tu herencia entre los
hijos de Israel.
Números 18:20

Por tanto, Leví no tiene porción o herencia con sus hermanos; el SEÑOR
es su herencia, así como el SEÑOR tu Dios le habló.
Deuteronomio 10:9

Cuando el SEÑOR es nuestra porción y el deleite de nuestra alma, en Él y


por Él poseemos todas las cosas. Todo nos es su ciente, porque Dios es
enteramente su ciente. Todo es perfecto, porque Dios es perfecto. Mientras
que aquellos que tienen todo en este mundo, pero no tienen a Dios, son
desafortunados e infelices. Pueden ser millonarios, pero sus muchos bienes se
convierten en nada si no poseen la garantía de la Salvación. Pues, ¿de qué le
sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? (Marcos 8:36). Esa
pregunta hecha por el Señor Jesús apunta al valor incomparable del alma.
Aunque todos los tesoros del mundo fueran reunidos por única vez, aun así,
ninguna suma, por más grande que fuera, podría pagar el precio de una vida.
Por eso, cuán insensatos son aquellos que corren tras la gloria de este mundo
y se olvidan de que, si pierden la vida eterna, nada compensará esa derrota
irreversible.
El salmista Asaf, al tener su fe reestablecida, pudo exclamar su gratitud por
ese privilegio distinto:

Con Tu consejo me guiarás, y después me recibirás en gloria. ¿A quién


tengo yo en los Cielos, sino a Ti? Y fuera de Ti, nada deseo en la Tierra.
Salmos 73:24-25

Es bueno recordar que el libro de Apocalipsis fue escrito para una Iglesia
perseguida y atribulada, que enfrentaba la más feroz batalla por la fe. Para
aquellos hombres y mujeres, estaba en cuestión no solo una lucha diaria para
vencer los problemas cotidianos, sino también el peligro del martirio por
confesar a Jesús como su Señor. Cristianos eran torturados y muertos de las
formas más crueles; por lo tanto, tomar conocimiento de lo que les
aguardaba en la eternidad les daba fuerzas para soportar cualquier dolor,
pérdida o humillación. Tener en mente el “eterno peso de gloria” (2
Corintios 4:16-18), que un siervo el tiene junto a su Salvador, anima a no
desistir en medio del camino.
Aunque las persecuciones al Evangelio en los países occidentales no sean
iguales a las persecuciones del pasado, a pesar de que continúen en los países
de Oriente, de Asia y de África, la corrupción de la carne y las tentaciones
del pecado continúan siendo las mismas en cualquier parte del mundo.
Entonces, tomar y guardar en la memoria las Palabras del libro de
Apocalipsis, inclusive las promesas preciosas de recompensa a los salvos,
promueve temor y ánimo. Y, para los que tienen ganas de desistir de la fe,
esto les sirve como un freno para impedir que tomen esa terrible actitud.
No podemos seguir el mismo camino de Satanás y sus ángeles, que perdieron
el Cielo por rebeldía, mucho menos seguir a Adán y a Eva, que perdieron el
Paraíso por desobediencia a Dios. Por delante tenemos una herencia in nita
para disfrutar, ¿cómo entonces cambiarla por placeres de este mundo?
El Señor Jesús tiene un carácter enteramente el y justo; por lo tanto, es
imposible que Él le quede debiendo algo a quienquiera que sea. Si usted
sufre por amor a Él, Le sirve con sinceridad y es perseverante en la fe hasta el
n, ciertamente tendrá su recompensa.
En este mundo, quien es hijo es heredero naturalmente, y en la vida
espiritual no es diferente. Quien nació de Dios Lo tiene como su Señor, y Él
lo tiene como Su hijo. Para los hijos, el Padre tiene un Reino preparado
desde la eternidad. Es decir, mucho antes de que el mundo y el hombre
fueran creados, el Altísimo ya había preparado la Casa para recibir a Sus hijos.
El Cielo es llamado Casa por el propio Señor Jesús (Juan 14:2-3). Ese registro
prueba lo mucho que los hijos son queridos (benditos) por el Padre, que fue
capaz de darles a ellos Su todo: Su Unigénito, Su propio Espíritu y todo Su
Reino.
Para probar que así será, el Padre ya dejó registrado el derecho de los hijos en
Testamento (la Palabra irrevocable). ¡Eso mismo! El Altísimo dejó descripto
en las Escrituras – que no pueden ser invalidadas – que los vencedores de la
guerra contra la carne, contra el pecado y contra el diablo son Sus
coherederos juntamente con el Señor Jesús, el Primogénito de Sus hijos.
He aquí hago nuevas todas las
cosas
Entonces oí una gran Voz que decía desde el Trono: He aquí, el
tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y
ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda
lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor,
ni dolor, porque las primeras cosas han pasado.
Apocalipsis 21:3-4

En el pasado, para habitar entre los hombres, el Altísimo estableció el


Tabernáculo, una tienda erguida en el desierto para que Su presencia
reposara en el campamento de los hebreos que se dirigían a la Tierra
Prometida (Éxodo 25:8). Aun siendo Dios Santísimo, Se sujetó a caminar
con un pueblo pecador, además de manifestarse dentro de un pequeño
recinto en la tienda, llamado Lugar Santísimo. Por más que aquella tienda
estuviese confeccionada con colores y materiales diferentes y contara con
elementos singulares, no se comparaba en nada con la gloriosa morada del
Altísimo en el Cielo. Eso muestra cuán humilde es el Todopoderoso y que
Se compadece del ser humano, al punto de Él mismo “empequeñecerse”, así
como el padre que se inclina para oír a su niño pequeño. Digo esto, en un
cierto sentido, porque vemos, en la historia de la humanidad, al hombre
pecar y alejarse de Dios, al paso que Él va en busca del ser humano con el n
de rescatarlo. Sucedió con Adán y Eva, que estaban escondidos y mal
vestidos con hojas de higuera para ocultar el pecado y la culpa que sentían;
sin embargo, el Altísimo “Se inclinó” y fue hasta ellos. La pareja había
sufrido pérdidas a causa del pecado; a pesar de eso, Dios tuvo un diálogo de
reconciliación con ellos y los vistió para comenzar la nueva vida fuera del
Edén.
En la destrucción de los habitantes del mundo con el diluvio, Dios eligió a
Noé y a su familia, e hizo, a través de ellos, un nuevo comienzo. Pero,
nuevamente, hubo un distanciamiento entre el hombre y la fe genuina
debido al emprendimiento de la Torre de Babel (Génesis 11). Sin embargo,
enseguida, vemos al Señor llamando a Abraham. Lo mismo se dio con
Moisés, Gedeón, Elías, David y otros, que fueron usados en su tiempo para
promover la reaproximación entre el pueblo y Dios.
El ápice de esa búsqueda es visto en el acto del Señor Jesús, al descender a
este mundo para vivir entre los hombres: “Y el Verbo Se hizo carne, y habitó
entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia
y de Verdad” (Juan 1:14).
En esta frase, el término “habitó” es descripto en los originales griegos como
“tabernaculizó”; es decir, el Señor Jesús no vino como un espíritu o como
un ángel, sino que Se vistió de humanidad, de carne y hueso y de fragilidad,
en una especie de “tabernáculo” de Dios en medio de pecadores, como
citamos anteriormente.
La encarnación del Señor Jesús fue la Palabra tomando cuerpo y una
naturaleza igual a la nuestra, para unir la Tierra al Cielo. El propósito de
Dios fue y será habitar eternamente con nosotros hasta el día en que nosotros
habitaremos con Él. Hoy, ese deseo se muestra a través del bautismo con Su
Espíritu, de forma que a aquellos que Lo poseen “nos sentó en los lugares
celestiales”, aun viviendo en este mundo (Efesios 2:6).
Entonces, como ciudadanos del Reino de Dios, ya gozamos, en parte, de las
ricas bendiciones espirituales reservadas a los hijos, pero llegará el día en que
eso no será más por la fe, sino un hecho. Tomaremos posesión
de nitivamente, y con toda la plenitud, de la vida eterna, como nos fue
prometida. En ese momento, los salvos vivirán de un modo tan superior que
no se acordarán de la vida en este mundo, que es tan marcada por dolores y
sufrimientos. Es imposible encontrar a alguien que no se haya entristecido y
llorado al enfrentar sus sinsabores. Por eso, no tendremos esos recuerdos en el
Cielo. Recibiremos un nuevo nombre, un nuevo cuerpo y una nueva
memoria, de modo que nada de lo que vivimos aquí nos causará angustias
allá. Allí, nadie tendrá recuerdos dolorosos de los errores que cometió o de
sus seres queridos y amigos que no fueron salvos, pues eso generaría
sufrimiento en el Cielo. Esa promesa revela cuán incomparable será la vida
eterna: sin lágrimas, sin muerte, sin llanto, sin clamor y sin dolor. Es decir,
las fuentes de tristeza, como decepciones, enfermedades, escasez, traiciones,
pérdidas, muerte, violencia, limitaciones físicas, injusticias, etc., no existirán
allá, pues el Cielo no es lugar para lágrimas.
El Cielo es completamente distinto de la Tierra también en lo que respecta a
las relaciones. Allí, nuestra unión con nuestro Dios será tan perfecta que los
lazos afectivos vividos en este mundo quedarán atrás. Nuestra comunión
plena con nuestro Padre no competirá con las relaciones humanas entre
marido y mujer o padres e hijos, pues estos lazos son solo para esta vida
terrenal. Así como el brillo del sol al mediodía ofusca cualquier otra fuente
de luz, nuestra unión perfecta con Dios trascenderá todo lo que ya vivimos y
vimos.
Es necesario que haya una completa discontinuidad de la vida terrenal para el
inicio de esa vida celestial, cuya grandiosidad no puede ser explicada o
imaginada por la mente humana debido a su nitud. No habrá ninguna
ligazón de la vida corruptible y transitoria con la vida incorruptible y
permanente, pues, en caso de que ocurriera, imposibilitaría que
disfrutásemos de manera completa de las bendiciones del Cielo.
Nuestro pasado, por lo tanto, será considerado viejo, por eso será substituido
por lo que es nuevo. Así, viviremos una nueva historia con Dios: “Pues he
aquí, Yo creo Cielos nuevos y una Tierra nueva, y no serán recordadas las cosas
primeras ni vendrán a la memoria” (Isaías 65:17).
Esas magní cas promesas contenidas en Apocalipsis vienen “(…) de Aquel que
es y que era y que ha de venir (…)” (Apocalipsis 1:4), exactamente como Dios
Se presentó a Moisés: “Yo Soy el que Soy”. Él fue Dios en el pasado, es Dios
en el presente y será Dios para siempre. Si Él promete una posición tan
gloriosa en la eternidad, usted y yo podemos ansiar por el cumplimiento de
estas palabras, ¡pues se cumplirán!
Pero ¿quién tiene oídos?
El Señor Jesús camina en medio de Su Iglesia y repite nuevamente la frase
tantas veces dicha en los Evangelios durante Su ministerio: “El que tiene oídos,
que oiga” (Mateo 11:15; 13:9-43; Marcos 4:9; Lucas 8:8; 14:35).
Él anda en medio de Su pueblo y ve todo lo que pasa entre aquellos que un
día Lo recibieron, pero están perdiéndose en la fe. Por eso, delante de las
sublimes promesas y de los muchos llamados a la delidad, Él enfatiza la
declaración “El que tiene oídos”. Porque, aunque muchos hayan conocido la
Palabra de Dios, no todos le dan la debida importancia. Las reprensiones y el
llamado al arrepentimiento son dados por el Espíritu Santo vehementemente,
pero pocos son sensibles para atender a Su Voz; pocos abrazan el mensaje y lo
practican. Veo que es muy fácil comenzar bien en la fe, pero es muy difícil
concluir la carrera de la fe. A causa de eso, gran parte de los cristianos se
torna religiosa, tibia o incluso fría en la fe.
Así como el cuerpo tiene sus sentidos físicos que ayudan la supervivencia en
este mundo, como la audición, el habla, el olfato y otros, el alma también
tiene percepciones distintas. Por lo tanto, es necesario que se tengan oídos
espirituales bien abiertos para obedecer a lo que el Espíritu Santo le dice a
Su pueblo. Quien no oye rechaza las más espléndidas promesas, tales como:
1. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le
daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios” (Apocalipsis
2:7).
2. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El vencedor no
sufrirá daño de la muerte segunda” (Apocalipsis 2:11).
3. “(…) Al vencedor le daré del maná escondido y le daré una piedrecita blanca,
y grabado en la piedrecita un nombre nuevo, el cual nadie conoce sino aquel que lo
recibe” (Apocalipsis 2:17).
4. “Y al vencedor, al que guarda Mis Obras hasta el fin, le daré autoridad sobre
las naciones; y las regirá con vara de hierro, como los vasos del alfarero son hechos
pedazos, como Yo también he recibido autoridad de Mi Padre; y le daré el lucero
de la mañana” (Apocalipsis 2:26-28).
5. “Así el vencedor será vestido de vestiduras blancas y no borraré su nombre del
libro de la vida, y reconoceré su nombre delante de Mi Padre y delante de Sus
ángeles” (Apocalipsis 3:5).
6. “Al vencedor le haré una columna en el templo de Mi Dios, y nunca más
saldrá de allí; escribiré sobre él el Nombre de Mi Dios, y el nombre de la ciudad
de Mi Dios, la nueva Jerusalén, que desciende del Cielo de Mi Dios, y Mi
Nombre nuevo” (Apocalipsis 3:12).
7. “Al vencedor, le concederé sentarse Conmigo en Mi trono, como Yo también
vencí y Me senté con Mi Padre en Su trono” (Apocalipsis 3:21).
“Al vencedor” indica quien recibirá el premio, pues es imposible que alguien
venza algo si no lucha primero. Y en la guerra por la Salvación del alma, es
el Espíritu Santo Quien nos capacita para luchar y vencer. Por eso, solo
perderá esa guerra quien no tenga oídos espirituales para oírlo.
Cuando todo se torna perdido…
Sepa que no sirve de nada comenzar la batalla de la fe si no la termina. La
condición para recibir la corona de la vida de las Manos del Señor Jesús es ser
el hasta la muerte; es decir, permanecer irreprensible en Su justicia hasta el
n. La delidad es un fruto del Espíritu que debe crecer a medida que
caminamos con nuestro Señor. Cuanto más maduros y experimentados en la
fe, más debemos soportar rmes las tribulaciones y las injusticias de esta vida,
sin desanimar.
Aquellos que retroceden tienen, de la parte de Dios, la siguiente advertencia:
“El alma que peque, esa morirá (…)” (Ezequiel 18:20).
Dios nunca quiso el sufrimiento y la perdición de nadie. Al contrario, a
todos trata con justicia, para que cada uno reciba mediante sus propias
elecciones y obras. Así, no podemos olvidarnos que “la justicia del justo será
sobre él y la maldad del impío será sobre él”, para que, de acuerdo con la
conducta, también sea la recompensa.
(…) La justicia del justo será sobre él y la maldad del impío será sobre él.
Pero si el impío se aparta de todos los pecados que ha cometido, guarda
todos Mis estatutos y practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá, no
morirá. Ninguna de las transgresiones que ha cometido le serán recordadas;
por la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Acaso Me complazco Yo en la
muerte del impío — declara el SEÑOR DIOS — y no en que se aparte de sus
caminos y viva? Pero si el justo se aparta de su justicia y comete iniquidad,
actuando conforme a todas las abominaciones que comete el impío, ¿vivirá?
Ninguna de las obras justas que ha hecho le serán recordadas; por la
in delidad que ha cometido y el pecado que ha cometido, por ellos morirá.
Ezequiel 18:20-24
Eso signi ca que todos los hechos de justicia pueden ser olvidados si la
persona se desvía de la fe, así como todos los actos pecaminosos pueden ser
perdonados, si tan solo hay arrepentimiento. El siguiente ejemplo ilustra bien
esto.
Manasés fue el peor rey que tuvo Judá. A pesar de eso, fue el que por más
tiempo reinó en todo Israel. Subió al trono con 12 años y gobernó durante
55 largos años (ver 2 Crónicas 33:1). Prácticamente, durante todo ese
tiempo, Manasés hizo lo malo ante los ojos del Señor, provocando Su ira.
Aunque haya sido hijo de Ezequías, un padre el y temeroso a Dios, Manasés
eligió involucrarse con la hechicería, la necromancia, las adivinaciones y la
idolatría. También fue capaz de levantarles altares a sus ídolos dentro del
Templo, en Jerusalén, profanando así la Casa de Dios. Además, quemó a sus
hijos y a hijos de otras personas en sacri cio a Moloc en esos altares paganos
(2 Reyes 21:5-6). Inveterado en el pecado, Manasés actuó con injusticia y
violencia contra su propio pueblo. Pero, al nal de su vida, preso y humillado
por sus enemigos, regresó ante el Altísimo arrepentido. A causa de eso,
Manasés fue perdonado, restaurado y recibió de Dios una nueva oportunidad
(2 Crónicas 33:12-13).
La historia de ese rey ejempli ca que el perverso puede volver a la fe y
encontrar el perdón. Para eso, tiene que buscar, con sinceridad, un cambio
de su viejo corazón. Pero también puede suceder lo opuesto. A n de
cuentas, el Todopoderoso actúa a través de Sus leyes y Sus rectos decretos.
Por lo tanto, si el justo se desvía de Sus caminos, aunque haya pasado toda la
vida dedicada a la fe, al nal, perecerá. Este caso certi ca que es
completamente errónea la enseñanza “Una vez salvo, salvo para siempre”. El
versículo 24 de Ezequiel 18 refuta esa doctrina que dice que es imposible
perder la Salvación: “(…) Ninguna de las obras justas que ha hecho le serán
recordadas; por la infidelidad que ha cometido y el pecado que ha cometido, por ellos
morirá”.
Por eso, conozcamos y prosigamos conociendo al SEÑOR, nuestro Dios
(Oseas 6:3), pues no es su ciente tener solo algunos o muchos años en la fe y
en la obediencia a Dios. ¡Es necesario vivir y morir en esta fe! Cualquiera
que muera en sus pecados sin antes recibir el perdón y la justi cación del
Señor Jesús sobre sí, perderá su alma.
Vencer o perder son las dos únicas opciones que el ser humano tiene en la
guerra por la Salvación del alma.
Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que
tiene sed, venga; y el que desea, que tome gratuitamente del agua de la
vida.
Apocalipsis 22:17

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