Como Vencer Sus Guerras Por La Fe
Como Vencer Sus Guerras Por La Fe
Como Vencer Sus Guerras Por La Fe
Copyright © 2020 Editora HorebeTodos los derechos están reservados y protegidos por la Ley. Está
prohibida la reproducción total o parcial sin el expreso consentimiento de la editorial. Este libro ha
sido revisado de acuerdo con la Real Academia Española (RAE). Los textos bíblicos citados están en la
versión La Biblia de las Américas (LBLA), excepto mención expresa. El autor hace algunos
comentarios sobre pasajes bíblicos que están identi cados entre paréntesis y con diferente formato.
1ª Edición
M141c
Macedo, Edir
Cómo vencer sus guerras por la fe / Edir Macedo.
San Pablo
ISBN 978-65-5092-015-9
1. Espíritu Santo. 2. Cristiano. I. Título.
CDD 231-3
Introducción
Capítulo 1
La guerra en el Cielo
Capítulo 2
La caída del hombre
Capítulo 3
Cómo el diablo actúa hoy
Capítulo 4
Cuando el cuerpo se transforma
en habitación de demonios
Capítulo 5
Cómo interfiere el diablo en la
mente humana
Capítulo 6
Resistir al diablo es rechazar los
malos pensamientos
Capítulo 7
Estrategias del diablo contra los
cristianos
Capítulo 8
El único sentimiento de la fe
Capítulo 9
Hijos de Dios versus hijos del
maligno
Capítulo 10
¿Salvoconducto para pecar?
Capítulo 11
El diablo y el púlpito
Capítulo 12
Las armas de nuestra guerra
Capítulo 13
Cómo Jesús venció al diablo
Capítulo 14
Su pecado afecta a todos
Capítulo 15
En una guerra, nadie es perdonado
Capítulo 16
El premio de la guerra
Introducción
La guerra por la Salvación del alma es necesaria, pues tiene como objetivo
posicionarnos ante la gran batalla espiritual que todos traban en este mundo.
En otras palabras, tiene como objetivo hacernos escoger de qué lado
queremos estar, del lado del bien o del lado del mal, para que, a partir de esta
elección, disfrutemos o suframos con el resultado de esa pelea. Estemos
conscientes o no de las realidades espirituales que fortalecen y determinan
todo lo que sucede en nuestro plano físico, nuestra vida es completamente
afectada por este con icto interior.
Lo que está escrito en este libro no está destinado a los doctores de las
Sagradas Escrituras, ni a los teólogos y grandes predicadores, sino a las
personas simples que, con sinceridad, quieren mucho permanecer eles,
guardando su fe hasta el n. Sin embargo, para que un día podamos recibir
de las Manos del Señor Jesús la corona de la vida, por haber vencido esta
guerra, necesitamos recordar, en todo momento, que enfrentamos a
enemigos invisibles, crueles y hábiles en la simulación y en el engaño.
Enfrentamos la tentación del pecado, que nos asedia tenazmente, así como
luchamos contra nuestra propia naturaleza que, por sí misma, no quiere hacer
la voluntad de Dios. Entonces, si ignoramos el hecho de que vivimos en un
con icto que exige embates diarios y el revestimiento de las poderosas armas
del Altísimo, con certeza seremos perjudicados por toda la eternidad.
El Espíritu Santo me ha conducido, en los últimos tiempos, a alertar a todos
sobre los peligros que corremos de caer en la apostasía, en el engaño y en las
corrupciones de la carne. Por eso, no me he cansado de “tocar la trompeta”
con respecto al blindaje de la fe para mantenernos en el Reino de Dios. A
n de cuentas, todos los días tenemos la triste noticia de alguien que
comenzó su caminata cristiana con buena voluntad y excelentes intenciones,
y que, sin embargo, debido a la falta de vigilancia espiritual, acabó
enfriándose y abandonando los principios y los valores de la fe que otrora
había abrazado.
Nacimos en un mundo que ya estaba en guerra. Digo esto porque, antes de
que Adán y Eva fueran creados, Dios ya tenía un archienemigo que se
oponía a Sus propósitos. No podemos, entonces, ignorar este hecho y llevar
la vida espiritual de manera super cial, fría e indiferente. Incluso porque, al
igual que las guerras en este mundo están marcadas por un principio y un
n, la guerra entre la luz y las tinieblas, entre el bien y el mal, tiene un
tiempo determinado para acabar. Sin embargo, no sabemos cuándo será, por
eso, es necesario que tengamos total vigilancia. El desenlace de esta pelea
será cuando, nalmente, Satanás sea aprisionado en el lago de fuego y azufre
para siempre. Pero, en caso de que no estemos vivos hasta que se cumplan las
Escrituras, el n de nuestra guerra ocurrirá en el momento de nuestra
muerte. Así, basta con que nuestra vida en este mundo llegue a su n para
que tengamos el veredicto de Dios: vencedores o perdedores de este gran
con icto.
Reunimos, durante nuestra vida, una colección de batallas que, aunque
parezca ser de índole económico, sentimental o familiar, es, en realidad, de
índole espiritual. En determinados momentos, podemos tener la impresión
de que luchamos contra personas y situaciones exteriores y terrenales; sin
embargo, lo que está realmente en cuestión es la Salvación de nuestra alma.
Y, para conquistar el Reino de los Cielos, trabamos tres grandes batallas. La
primera y mayor de todas es la lucha entre nuestra carne y nuestro espíritu.
La segunda es la lucha contra las fuerzas espirituales del mal, es decir, contra
el diablo y sus ángeles caídos. Y la tercera es la lucha contra el mundo, con
sus estándares contrarios a Dios, que siempre van a imponerles a icciones a
los justos. Estos son los principales frentes de la guerra espiritual en la cual el
cristiano está insertado.
La falta de entendimiento e incluso de discernimiento han hecho que
muchos cristianos, que fueron llamados para vencer, hayan sucumbido
derrotados ante el imperio de las tinieblas. ¿Por qué sucede esto? Pienso que
las personas están siendo impulsadas a invertir de modo excesivo en el
cuerpo, con interminables tratamientos estéticos, especialmente aquellos que
promueven la prolongación de la juventud. “Pero ¿qué tiene de malo eso?”,
puede usted preguntarme. En principio, parece una preocupación legítima
que todos pueden tener, solo que, mientras se invierte tiempo, dinero,
energía y expectativas en el cuidado del cuerpo, se olvida el alma. Otros
están empeñando todos sus esfuerzos en conquistar bienes, constituir familia
y tantos otros deseos lícitos; sin embargo, no tienen el mismo empeño en la
Salvación de su alma. Eso no es razonable ni inteligente.
Hemos visto, en esta generación de evangélicos, a muy pocos que realmente
han valorado lo que es eterno. Como sabemos, el cuerpo tiene fecha de
vencimiento y, aunque el ser humano invierta “ríos de dinero” en su
mantenimiento, llegará el día en que se encontrará con la muerte y la
sepultura. Los bienes, el matrimonio, los diplomas y la buena reputación
quedarán por ahí. Pero ¿y el alma?
Pensando en esto, escribí este libro para abrir sus ojos; a n de cuentas,
nuestra batalla por la Salvación es diaria. Quien quiera disfrutar del mundo y
descuidarse un poquito en la fe, perderá su mayor guerra por falta de
vigilancia.
El diablo no está jugando a eliminar vidas o a engañar a los justos. Él
comenzó a actuar en el Edén; por lo tanto, es astuto y muy sagaz en eso. Vea,
entonces, que incluso antes de que usted naciera, el diablo ya trabajaba
incansablemente para derribar a los hijos de Dios. Satanás no descansa, no
duerme, sino que se esfuerza para hacer que el cristiano dormite en la fe y así
atraparlo.
Por eso, en este libro, expondré los disfraces de Satanás, sus artimañas de
engaño, así como su mayor arma: la mentira. Lo hago porque no hay forma
de combatir a enemigos que no conocemos. Si estamos en medio de la
batalla, necesitamos saber bien contra quién luchamos, además de su modo
de actuar, sus ideas y sus conceptos. Porque, en la guerra por la Salvación del
alma, luchamos por nuestro destino eterno.
Si usted anhela su Salvación y quiere triunfar sobre todos los obstáculos que
se interponen a esa conquista, medite en este libro, que revelará cómo usted
podrá concluir su jornada. Y, entonces, dirá con satisfacción lo mismo que el
apóstol Pablo:
¡Cómo has caído del Cielo, oh lucero de la mañana, hijo de la aurora! Has
sido derribado por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Pero tú dijiste
en tu corazón: «Subiré al Cielo, por encima de las estrellas de Dios
levantaré mi trono, y me sentaré en el monte de la asamblea, en el
extremo norte. Subiré sobre las alturas de las nubes, me haré semejante
al Altísimo». Sin embargo, has sido derribado al Seol, a lo más remoto del
abismo.
Isaías 14:12-15
En el principio creó Dios los Cielos y la Tierra. Y la Tierra estaba sin orden
y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de
Dios Se movía sobre la superficie de las aguas.
Génesis 1:1-2
Este pasaje bíblico muestra a Dios como el Autor de todas las cosas. Así, el
mundo no surgió espontáneamente ni es obra de la casualidad, sino que se
origina en el Creador, que es la fuente de todo el bien, perfección, justicia,
excelencia, plenitud y amor. Sus primeros hechos creativos involucran a los
Cielos y a la Tierra hechos con una precisión singular, pues Su naturaleza
perfecta no forma nada imperfecto. ¿Por qué, entonces, vemos, en el
intervalo entre el versículo 1 y el versículo 2, algo que muestra una ruptura
en esta perfección Divina? Note que, en el segundo versículo, los Cielos
continúan perfectos, pero la Tierra es vista como desolada, vacía y sin orden,
como si hubiese pasado por una gran catástrofe. La oscuridad, que es vista
cubriendo la super cie del abismo, denota que había desorden y caos en la
Tierra, factores predominantes en Satanás.
Esta acción del diablo exigió del Altísimo el anuncio que dio origen al
mundo conocido por nosotros:
Nada puede ser concebido por Dios y para Dios en medio de las tinieblas,
por eso Él disipa la oscuridad primero. Esa luz no solo se re ere a la claridad,
pues este es el primer día de la Creación, y las lumbreras fueron creadas
recién el cuarto día. Entonces, esa luz puede ser entendida como una fuente
de calor, de energía, por la cual toda la vida vegetal, animal y humana
comenzaría a desarrollarse. Pero, también, puede ser luz en el sentido
espiritual, al traerle a Su futura obra (el ser humano) el entendimiento sobre
todos Sus hechos.
Vale la pena mencionar que una de las características de la luz es revelar todas
las cosas para que nada quede escondido y, así, podamos andar y actuar con
seguridad. Por otro lado, la oscuridad es opresora, causa miedo, esconde
peligros y distorsiona realidades. Por ese motivo, fue disipada por el Señor al
comienzo de la Creación.
Todo esto estaba siendo hecho bajo la atenta mirada de Satanás quien,
acechando, observaba cada nuevo movimiento que tenía lugar en la Tierra.
Él veía cuando los decretos de Dios daban origen a millones de nuevas cosas.
Sin embargo, una obra sin igual llamó su atención: Adán, el primer ser
humano creado a imagen y semejanza de Dios.
Ahora, ya no era la Palabra del Altísimo el Agente de la Creación: el propio
Señor había tomado en Sus Manos el polvo de la tierra y había comenzado a
trabajar.
El Señor modelaba el barro según Su imagen y semejanza, es decir, Se
tomaba a Sí mismo como modelo en la creación de ese nuevo ser. Adán sería
el espejo de su Creador. Es decir, estaría completamente dotado de capacidad
moral para compartir los atributos Divinos, como justicia, bondad, amor,
delidad, entre tantos otros. Además, sería intelectualmente apto para
razonar, crear, hacer elecciones y decidir. Y, socialmente, tendría la habilidad
de relacionarse y mantener comunión con Dios y con su semejante. Por n,
el diablo se quedó atónito cuando vio a Dios soplar en las fosas nasales de esa
pequeña criatura Su propio aliento. Ahora, el barro se había convertido en
un cuerpo con alma y espíritu, una composición primorosa como nunca
había sido vista.
Satanás recordó el día en que fue creado como ángel de luz, y que había
sido, hasta entonces, la más bella y radiante Obra del Altísimo. Por eso, se
aterrorizó al ver a una nueva criatura siendo hecha, la cual lo superaría y
sería objeto de un amor y una dedicación incomparables.
En esa observación minuciosa, Satanás vio que Adán, además de ser
inteligente y perfecto, había recibido autoridad para dominar sobre toda la
Tierra. Al hombre también se le había otorgado una compañera y, así, ambos
poblarían la Tierra, que antes había sido un lugar de tinieblas.
Otro punto llamó la atención del exquerubín: Dios apreciaba tanto
relacionarse con Adán y Eva que todas las tardes descendía para hablar con
ellos y ayudarlos a desarrollar sus talentos.
Así, el nefasto sentimiento del diablo contra Dios creció tremendamente, y
era ese sentimiento lo que lo motivaba a intentar herirlo de cualquier forma.
Cuando vio, entonces, que el ser humano era muy amado por el Altísimo,
de nió que ahora ese sería su mayor objetivo, ya que acababa de encontrar
una manera de afectar al Creador.
— Mi primera embestida será justamente en el punto en el que yo mismo
caí — le dijo Satanás a uno de sus más altos subordinados.
— ¿A qué te re eres? — preguntó el ángel caído.
— Al igual que nosotros, Adán y Eva fueron creados con libre albedrío.
Tienen libertad tanto para obedecer como para desobedecer a Dios.
— Pero ellos están cercados por el poder y por la bondad del Creador. No
será fácil hacer que se vuelvan contra Quien les proporciona absolutamente
todo.
— Aunque hayan recibido toda esta Tierra de regalo, existe el fruto de un
árbol en el huerto del cual no pueden comer, porque Dios lo ha
determinado. Y es en ese punto donde los atacaré. Yo sé qué hacer para
convencerlos de desobedecerlo y, así, tornarse como nosotros.
La caída del hombre
Una vez expulsado del Cielo, el diablo podría haber reconocido su derrota,
aceptado su condena y haberse retirado al lugar de desgracia que, por sus
propias actitudes, eligió para sí. Pero, no. Satanás decidió continuar la guerra
que comenzó en el Cielo. Y, ya sabemos de antemano que, por libre y
espontánea voluntad, jamás se retirará de la batalla. Será nuestro Señor Jesús
Quien, en el nal de los tiempos, pondrá un n a este con icto, como
muestra el libro de Apocalipsis (20:10).
El diablo no se rinde voluntariamente porque su naturaleza es demasiado
orgullosa para admitir que erró y perdió. Al contrario, elige enfrentar a Dios
indirectamente en la Tierra. Así, instigado por su odio, ocupa todo su
tiempo en represalia al Señor por el castigo sufrido. Lo hace tratando de
afectar al ser humano, que es la imagen de Dios. Los primeros que
experimentaron su crueldad fueron Adán y Eva.
El archienemigo del Altísimo vio que tanto el hombre como la mujer
disfrutaban de una intimidad con Él, algo nunca experimentado por otra
criatura. Por eso, embistió implacablemente para destruirlos.
Satanás estudió cada paso de la vida cotidiana de esa pareja en el huerto. Vio
cuando Adán recibió la orden de Dios de que ni él ni Eva comieran el fruto
de un árbol en particular, bajo pena de sufrir las consecuencias de esa
transgresión. Perspicaz, el diablo proyectó su ataque insidioso justamente en
ese punto, porque, al desobedecer, Adán y Eva estarían rebelándose contra
un Mandamiento de Dios.
(…) Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del
árbol que está en medio del huerto, ha dicho Dios: «No comeréis de él, ni
lo tocaréis, para que no muráis».
Génesis 3:2-3
Con su a rmación, Eva demostró que sabía que era libre para comer de
todos los frutos de los árboles, con excepción de uno. Añadió, inclusive, lo
que Dios no había dicho: “no tocar”. Es decir, ella había sido muy bien
instruida; por lo tanto, no habría excusas para el error que iba a cometer.
2. El siguiente paso del diablo fue más osado: “Y la serpiente dijo a la
mujer: Ciertamente no moriréis. Pues Dios sabe que el día que de él comáis, serán
abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-
5).
Vea la estrategia del mal. Aquel que es el engañador acusa a Aquel que es
Santo y Perfecto de engañar a Adán y Eva. En otras palabras, el diablo dijo
que Dios había mentido al ocultarles la verdadera razón para no comer ese
fruto. Además, a rmó que el límite establecido por el Señor al ser humano
“mostraba” que Él no era tan bueno como pensaban Sus criaturas.
Al hacer falsas promesas y acusaciones, la serpiente eliminó por completo las
consecuencias del pecado. Satanás dijo que Adán y Eva no morirían, sino
que tendrían una comprensión mucho mayor, pues sus ojos se abrirían para
conocer otras realidades y por lo tanto se volverían como Dios. A Satanás
solo le faltó decir lo bueno que era por revelarles “toda la verdad” — a n de
cuentas, nadie merece vivir “engañado”.
3. La siguiente táctica del diablo fue simulación pura: La expresión
“Dios sabe”, al comienzo de su respuesta a la mujer, sugiere que Dios
entiende todo y le cierra los ojos a lo que las personas hacen. Fue una forma
que la serpiente encontró para minimizar la desobediencia al Altísimo. ¿No
es “Dios sabe” ampliamente utilizado hoy para justi car debilidades, caídas al
pecado, entre otros errores? ¡No olvide que quien usó por primera vez el
término “Dios sabe” fue el diablo en el Edén!
A partir de entonces, vemos que, en tan poco tiempo y en un diálogo tan
corto, el diablo logró suscitar las peores dudas en Eva sobre el carácter y la
integridad de Dios, porque puso en jaque a Su Palabra.
Sabemos que la duda genera perturbación, oscurecimiento del
entendimiento y pérdida de con anza en el Señor, y fue eso lo que sucedió
con Eva. Al creer en las mentiras del diablo, dejó de creer en la Palabra de
Dios y dudó de Él. Así, mostró tener fe en la palabra del diablo e
incredulidad en la Palabra de Dios.
Desafortunadamente, esto sucede todos los días. Por ejemplo, ¿cuántos hijos
fueron orientados por sus padres sobre el peligro de las drogas, pero la hábil y
convincente charla de un “amigo” los hizo ignorar los buenos consejos, y así
terminaron por tomar el camino de las adicciones? Eso muestra que esos
hijos le dieron más crédito a la palabra atrayente del amigo que a la palabra
de los padres, que podría ser dura, pero era lo que necesitaban escuchar.
4. Otra promesa mentirosa del diablo fue que Adán y Eva serían
como Dios: “(…) y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal” (Génesis 3:5).
Vea bien, en la Creación, Adán y Eva ya tenían la imagen y la semejanza del
Creador. Sin embargo, ese privilegio sufriría una distorsión si pecaban. Y fue
lo que sucedió. A n de cuentas, ¿cómo un hombre caído, degradado en
iniquidades, re ejaría la santidad y la justicia de su Creador?
Sé que, en este momento, hay muchas personas involucradas en situaciones
de peligro. Están escuchando la misma voz del mal que dice: “¡Lo harás solo
hoy!”; “¡Nadie descubrirá lo que hiciste!”; “¡Todos lo hacen!”; “No hay
nadie viendo”, etc. Pero todas esas sugerencias se resumen a lo que la
serpiente le dijo a Eva: “Ciertamente no moriréis”. Y eso los ha instado a
prostituirse, a ser adúlteros, a robar, a mentir, a ngir y a cometer otros actos
que desagradan a Dios.
Si Eva hubiera sabido, al menos un poquito, lo que realmente le sucedería a
ella, a su marido, a su familia y a toda la humanidad, jamás hubiera comido
el fruto. Si la mujer pudiera, en una fracción de segundo, vislumbrar algunas
consecuencias de su acto, vería que:
• Habría separación entre el ser humano y Dios, pues el Señor ya no
podría tener la misma comunión con ellos como tenía todas las tardes;
• Tanto ella como Adán serían expulsados del Paraíso;
• Solo con mucho sudor y di cultad podrían conseguir su propio
alimento;
• La muerte física, oriunda de la vulnerabilidad del cuerpo, vendría a
través de enfermedades, violencia, tragedias y otras formas de sufrimiento;
• Ellos comenzarían a vivir con la culpa y la tortura de su propia
conciencia, a causa de la desobediencia;
• Tendrían en sí el aguijón del pecado, es decir, una inclinación constante
a hacer lo que es malo;
• El ser humano, en la condición de pecador, estaría condenado a vivir
eternamente separado de Dios (Efesios 2:1);
• El parto para las mujeres comenzaría a ser con dolor y sufrimiento;
• Ellos enfrentarían problemas familiares gravísimos, como el asesinato de
un hijo a manos de su propio hermano.
Si hubiese sabido de todo ese mal, con certeza Eva no habría pecado. Si solo
hubiera con ado en la instrucción del Altísimo, no habría experimentado el
dolor. Pero, como no fue obediente, solo le restó esperar a ver que todo eso
sucediera en su vida.
¿Por dónde entró el pecado?
Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era
agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría,
tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y
él comió.
Génesis 3:6
Eva fue convencida por la palabra del diablo y creyó que el fruto era bueno,
entonces sus ojos lo codiciaron hasta agarrarlo para probarlo. Satanás “acertó
con las palabras”. Es decir, como ya vimos, él estudió a Eva y le dijo
exactamente lo que ella deseaba oír: ¡ustedes tendrán los ojos abiertos de tal
manera que serán mucho más de lo que son ahora y sabrán mucho más de lo
que ya saben!
Así, ella deseó tener más conocimiento, más poder y más sabiduría, a pesar
de que Dios, al crearlos perfectos, ya les había dado todo eso. Las promesas
satánicas eran, entonces, mentirosas. Basta con pensar: ¿cómo alguien se
tornará mejor experimentando lo que es malo? ¿De qué forma alguien va a
ser semejante a Dios actuando de manera incorrecta e injusta?
Lo peor es que Eva estaba tan convencida de que actuaba bien que, no
satisfecha con comer el fruto sola, le llevó el mismo “alimento envenenado”
a su marido. Si solo ella lo hubiera ingerido, solo ella habría muerto. Pero,
normalmente, quien peca lleva a otros también a pecar.
Cuando Adán, pasivamente, aceptó el fruto de la mujer, el pecado alcanzó a
toda la raza humana. Ambos no guardaron la Palabra de Dios, no protegieron
sus ojos y sus oídos y, por eso, la caída ocurrió.
Todos los demonios se juntaron para ver al diablo en acción en el Edén, pues
aquel era un momento decisivo para el ejército del mal. Satanás sabía que, si
llevaba a Adán y a Eva a pecar, ganaría parte de la guerra que había declarado
contra Dios. Cuando él lo logró, todos los ángeles caídos se reunieron
rápidamente para celebrar. Eso fue motivo de esta en el reino de las
tinieblas; a n de cuentas, ellos ya no serían los únicos condenados a muerte
eterna. Ya no estarían solos en el in erno.
Satanás y sus demonios esperaban eufóricos por el momento de la reprensión
de Dios a la pareja. Apostaban a que Adán y Eva serían expulsados del
Paraíso, tal como ellos habían sido expulsados del Cielo en el pasado.
Sin embargo, lo que no sabían es que el reino de las tinieblas siempre pierde,
incluso cuando parece ganar. ¿Sabe por qué? Porque el Todopoderoso, en Su
soberanía in nita, ha provisto no solo la solución al pecado que entró en la
humanidad, sino también la derrota de Satanás aquí en la Tierra. El diablo,
que ya había sido vencido en el Cielo, sería aplastado en el cumplimiento del
plan de redención para el hombre, con la venida del Señor Jesús al mundo.
Satanás y sus demonios, aunque no lo aceptaran, ya habían sido derrotados el
día en que se habían convertido en enemigos de Dios, ¡y no era posible
revertir eso!
Pero el diablo ignoraba esa realidad mientras era ovacionado por sus
demonios en el in erno. Él y su gentuza reían y comentaban las tácticas de
su golpe, al mismo tiempo que, en la Tierra, Adán y Eva descubrían que
habían sido engañados y que cosecharían los frutos del pecado.
Las consecuencias de la caída fueron muchas, y entre ellas está el hecho de
que el hombre se haya convertido en lo opuesto de lo que, originalmente,
había sido formado. En la condición de perfectos, antes del pecado, ni Adán
ni Eva experimentarían la muerte, ya sea física o espiritual. Sin embargo,
debido a la desobediencia, sus cuerpos pasaron a tener fecha de vencimiento.
Así, comenzó un lento proceso de deterioro en el momento en el que
mordieron ese fruto. Por su parte, en el plano espiritual, si el sacri cio en la
cruz no hubiera sido ofrecido por el Señor Jesús, nadie tendría acceso a la
vida eterna.
A partir de entonces, espíritu, alma y cuerpo, que antes vivían de forma
armoniosa, comenzaron a vivir divididos. El alma, anteriormente creada para
ser guiada solamente por Dios, pasó a ser conducida y altamente in uenciada
por las emociones, por el diablo y por el mundo. Debido a eso, el ser
humano, siendo solo alma viviente, sin la dirección del Espíritu del Creador,
está destinado a la perdición.
Estamos en una guerra
Frente a las enseñanzas sobre el origen de Satanás, su expulsión del Cielo y la
caída de Adán y Eva, estoy seguro de que quedó muy claro para usted que
estamos todos involucrados en una guerra, en la cual debemos posicionarnos.
Y una de las principales estrategias de guerra es reunir el máximo de
informaciones sobre su enemigo. Cualquier soldado es consciente de que
corre serio riesgo de morir al ir a un campo de batalla sin saber contra quién
o contra qué lucha. Por lo tanto, es fundamental entender cómo el diablo
actúa, trama, ataca y se organiza. Pero hablaremos más sobre esto en los
siguientes capítulos.
Por ahora, debemos entender que no podemos subestimar la astucia de
Satanás. Recuerde: él logró seducir a un tercio de los ángeles en el Cielo a
rebelarse contra el propio Dios. Si convenció a seres perfectos, que vivían
delante de la excelsa gloria del Eterno, a traicionar a su propio Creador, ¿qué
puede hacer con los seres humanos imperfectos que nunca vieron al
Altísimo?
Para que nadie caiga en la estafa maligna, el Espíritu Santo nos advirtió, a
través de Pablo, que no ignoremos los ardides del diablo, que son sus muchos
arti cios, planes y medios utilizados para hacernos mal. Por lo tanto, no
podemos ser ingenuos, distraídos o ignorantes, porque estamos en medio de
un intenso con icto espiritual, y solamente estando vigilantes impediremos
que él nos venza (2 Corintios 2:10-11). Su objetivo no es solamente
causarnos tristeza o pequeñas pérdidas y molestias, sino acabar con nuestra
vida y llegar a nuestra alma.
Así como Eva cayó por la curiosidad, muchos cristianos también han sido
enganchados por esa carnada. Conocí a un pastor que estaba mirando fútbol
por internet. Al costado de su dispositivo electrónico, comenzaron a aparecer
anuncios de publicidad con bellas mujeres. Hizo clic en una de esas imágenes
y vio que era contenido pornográ co. En lugar de desconectarse, un clic
condujo a otro, y así, durante meses, estuvo atrapado en la inmoralidad y la
perversión. A causa de la falta de vigilancia y de temor, su acto culminó en
una vida espiritual devastada. Ese hombre, que había sido el hasta entonces,
perdió su ministerio y casi pierde su matrimonio. Lamentablemente,
conozco cientos y cientos de casos como ese. Esas personas no estaban
determinadas a pecar, pero fueron involucradas en una situación casi sin
vuelta atrás por no estar atentas a las trampas del diablo.
Satanás, por lo tanto, actúa como un virus preparado por un hacker, enviado
a través de un link con un título muy llamativo. Una vez que la persona hace
clic, su computadora se infecta, sus datos son robados, su cuenta bancaria es
invadida y un desastre ocurre en su vida.
Queremos desenmascarar a las tinieblas y advertirles a todos que estamos en
una guerra espiritual. Es importante dejar muy en claro que no se trata de
una guerra física, sino de una guerra de la fe, ¡y por la fe! Piense conmigo,
esta guerra solo existe porque hay algo precioso para conquistar.
Vea, si hay guerra en este mundo por la conquista de un poder momentáneo,
¡imagínese si se trata de un poder eterno, como el Reino de los Cielos!
Por eso, todos los días, Satanás se opondrá a nuestra fe. Él hará de todo para
engañarnos y evitar que permanezcamos eles a nuestro Señor, tal como lo
hizo con Eva. Corremos, entonces, los mismos riesgos que los padres de la
raza humana corrieron:
Pero temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva,
vuestras mentes sean desviadas (...)
2 Corintios 11:3
Nuestro interés, con esto, es que cada persona entienda que vivimos en
medio de una guerra espiritual feroz y sin tregua. Por eso, no podemos
desconocer las estrategias y las trampas del mal, ya que corremos el riesgo de
tornarnos un trofeo en las manos de ese enemigo.
Adán y Eva fueron los primeros. Al ser tentados, cayeron delante de la
serpiente, y aún hoy esta continúa en acción, haciendo, todo el tiempo,
propuestas aparentemente “fascinantes” para engañar al ser humano. Y lo
peor es que incluso personas sinceras se han tornado sus víctimas, a lo largo
de todas las generaciones y culturas, independientemente de la edad, género
o clase social. Por ese motivo, la Biblia puede ser considerada el libro que
más habla sobre la guerra, pues en ella están registradas no solo las guerras
físicas y literales enfrentadas por reyes y guerreros, sino también las
espirituales, combatidas diariamente en el interior de cada persona. La
Palabra de Dios nos alerta y nos habilita a que venzamos nuestras batallas
diarias por el mantenimiento de la fe y por la conquista del Reino de los
Cielos.
Para eso, debemos entender que, antes de que esa guerra sea nuestra, es del
SEÑOR, pues comenzó con Él, en el Cielo. Por esa razón, el Altísimo,
prontamente, nos ofrece todos los recursos espirituales para que salgamos
victoriosos y arruinemos los planes del diablo.
Vea eso en el libro de Isaías:
Diles, pues: Así dice el SEÑOR de los Ejércitos: “Volveos a Mí” — declara
el SEÑOR de los Ejércitos — “y Yo Me volveré a vosotros” — dice el
Señor de los Ejércitos.
Zacarías 1:3
La palabra “estrategia” deriva del griego antiguo strategos, cuyo signi cado
primario está relacionado al arte de pensar, de actuar de forma articulada y
de liderar un grupo para alcanzar determinado objetivo. Por eso, este
término es muy usado en operaciones militares y policiales.
Si el Señor Jesús nos amonesta a que seamos prudentes en la conducción de
nuestras vidas, ciertamente Él conoce las estratagemas del mal para engañar al
ser humano. Satanás, como ser inteligente que es, actúa a partir de estrategias
— vale recordar que fue creado lleno de sabiduría; sin embargo, cualquier
tipo de sabiduría sin temor a Dios es vacía, inútil y diabólica (Santiago 3:15).
La primera táctica del diablo es atraernos al pecado. La segunda es intentar
convencernos de que la iniquidad es algo agradable e inofensivo. Fue así
como engañó a Eva. Y hace todo eso de una manera extremadamente
seductora, como si quisiera decirnos que estamos perdiendo nuestro tiempo
en el Reino de Dios, pues todo lo que él tiene para ofrecernos es mucho
más interesante. Si sus propuestas no fueran atractivas, nadie caería en ellas.
Por lo tanto, el pecado siempre se acerca por medio de algo ventajoso, bueno
y bello, para que podamos sentirnos seducidos y tentados a practicarlo.
Sabiendo las múltiples y astutas embestidas del diablo para llevarnos a
desobedecer a Dios, el Espíritu Santo nos orienta, por medio del apóstol
Pedro, a que seamos sobrios y estemos alertas. Si así no fuera, tendremos
nuestra alma “devorada” por el diablo, el cual es retratado como un león que
está constantemente a nuestro alrededor, rugiendo lleno de odio.
Ciertamente, esa mujer ya había oído hablar de la fama de Jesús como Mesías
y Salvador, por eso fue a Su encuentro en un momento en el que Él pasaba
por las regiones cercanas de donde vivía.
Además de esas informaciones, no sabemos nada más acerca de esa mujer,
pero aprendemos con ella que, contra la acción de los demonios, no hay
medicamentos, terapias, consejos o sentimientos. Por más que ella amara a su
hijita, su amor de madre no podría salvarla de las garras del diablo, pues
solamente la fe es e caz en la guerra contra el mal.
Terriblemente endemoniada
Al ir hacia Jesús, la mujer cananea no fue tímida o miedosa. El Texto
Sagrado dice que ella clamó; es decir, llamó al Señor con una voz tan alta
que despertó la atención de los discípulos. La vehemencia de su súplica
mostraba la urgencia de su necesidad: “terriblemente endemoniada”, dijo,
describiendo la condición de su hija. Esas palabras muestran cuánto Satanás
oprime al ser humano, causando todo tipo de miseria, vergüenza y dolor.
Si un demonio instigando y persuadiendo al mal ya es terrible, ¡imagínese
tenerlo en su propio cuerpo! En el caso de la hija de esa mujer, el espíritu
inmundo debe haber comenzado a actuar de manera discreta, creciendo de
tal forma que ya poseía su mente y la dejaba sin el control de sus actos.
Cuando una persona llega a ese nivel de posesión, necesita ser vigilada, pues,
si estuviera sola, corre el riesgo de cometer grandes actos de locura. Por eso,
es probable que la madre de esa niña la haya dejado bajo los cuidados de
alguien mientras iba a buscar el socorro del Señor Jesús.
Pero lo que ella no se imaginaba es que iba a necesitar enfrentar algunos
obstáculos para alcanzar la liberación de su hija. Primero, su fe fue probada.
Aunque Jesús la haya oído, Él no le respondió inmediatamente. Su silencio
no era una negativa a su súplica, sino el deseo de ver su perseverancia en la
fe.
Segundo, ella tuvo que enfrentar la disposición poco amistosa de los
discípulos de Jesús que, enojados por su insistencia, expresaban, en su
sionomía, que estaba importunando al Maestro. Esos hombres, que aún no
habían sido bautizados con el Espíritu Santo, no tenían complacencia para
con los a igidos; por eso, llegaron a pedir que el Señor Jesús le dijese que se
fuera. Cualquier persona con una fe inconstante habría desistido frente a esas
barreras, pero ella no desistió.
Hasta que se dirigió al Salvador, Lo adoró y Le pidió el socorro que tanto
necesitaba. Pero allí enfrentó la tercera y última barrera, la respuesta
aparentemente dura del Señor Jesús: “No está bien tomar el pan de los hijos, y
echárselo a los perrillos”.
Él quiso decir que el “pan”, o sea, las bendiciones, debería ser dado primero
a los judíos y recién después a los demás pueblos, como era el caso de ella,
una extranjera de una tierra vecina de Israel. Aquello sonaba como un
sonoro “no” a su pedido, aún más con el término empleado para
representarla: “perrillos”. Pero todo eso sirvió solo para estimular aún más la
fe de aquella mujer y revelar otra preciosa cualidad de ella, la humildad: “Sí,
Señor; pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus
amos”.
¡Qué respuesta admirable! Además de considerar a Jesús como Amo y de
estar postrada a Sus pies (Marcos 7:25), utilizó la propia respuesta de Él para
humillarse aún más. Lamentablemente, hay personas que, por mucho menos,
saldrían enojadas y otras incluso insultando al pastor, en caso de que oyeran
algo parecido. Conozco a algunas así. Sin embargo, esa mujer, con su
respuesta sincera, mostró ser rme, determinada y osada, por eso su fe fue
aprobada y elogiada por nuestro Salvador: “Y Él le dijo: Por esta respuesta, vete;
el demonio ha salido de tu hija” (Marcos 7:29).
La mujer cananea expresó tanta fe en la capacidad y en el poder del Señor
Jesús que incluso Él apreció tamaña con anza. Ella sobrepasó Su silencio,
argumentó sobre Su a rmación y además consideró tanto la grandeza del
Salvador que creyó que Sus “migajas” de poder ya serían su cientes para
salvar a su hijita.
Los dramas de hoy
¡Cuánta gente vive dramas como los de esta mujer! Dramas que llevan a las
personas a un profundo y continuo sufrimiento físico, emocional y espiritual.
Los ataques malignos involucran todas las áreas de la vida porque el diablo
sabe que, en algún momento, el ser humano puede sucumbir. Por eso, como
ya dijimos, él provoca tanto dolor en el hogar, discordias familiares,
complejos, traumas, vicios y suicidio.
No obstante, el resultado de una fe que prevalece, a pesar de las di cultades y
de las dudas, trae la respuesta de parte de Dios. El testimonio de la mujer
cananea es alentador, especialmente para los padres que luchan delante de
Dios por sus hijos. El carácter de una madre es universal; es la base que
sustenta las necesidades de su familia; sin embargo, no siempre su voluntad
logra prevalecer. La historia de esta madre cananea muestra que, la mayoría
de las veces, no se puede ayudar a los hijos en todo lo que necesitan. Por más
excelente que sea la educación, el acompañamiento, el cuidado y la
protección, nada de eso es su ciente cuando hay un ataque del mal.
Entender eso es esencial para que nos acerquemos a Dios y clamemos a Él
por socorro. Fue lo que esa madre hizo, al notar que sus esfuerzos físicos y
emocionales no traerían la liberación que su hija necesitaba.
Ocuparse de la formación profesional de los hijos o suplirlos materialmente
de lo que necesitan es una preocupación legítima de los padres; no obstante,
esos anhelos de nada sirven sin un legado espiritual. El celo por la Salvación
del alma debe ser la principal herencia dejada a los hijos, pues, sin ella, no
solo los años en los que vivirán sobre la Tierra estarán comprometidos, sino
también toda la eternidad. Por lo tanto, en pro de la vida eterna de los hijos
y también de ellos mismos, los padres deben vivir, ininterrumpidamente, de
fe en fe. Pero no una fe falsa y religiosa, sino una fe intrépida, porque
solamente esta es capaz de expulsar a Satanás de cualquier lugar y de
cualquier persona.
Sabemos que cuando los espíritus malignos pasan a actuar en la vida de
alguien, o incluso toman posesión de su cuerpo para atormentarlo, la
intercesión espiritual de los más cercanos se torna vital. Por eso, quien tiene a
un familiar en esta condición necesita estar consciente de que solamente el
uso de la fe aguerrida puede liberarla del mal. Aunque esa persona no venga
al Señor Jesús por sí misma, puede ser agraciada, si usted, que lee ahora este
libro, fuera a la presencia de Dios para interceder por su alma. Esta acción de
fe ya es su ciente para que el milagro suceda. La mujer cananea creyó que,
aun sin que el Salvador viera o tocara a su hija, aquel demonio saldría, ¡y
salió! Su fe era perfecta; o sea, creyó en la autoridad soberana de Jesús sobre
todo el in erno, sobre la vida y sobre la muerte, en la Tierra y en el Cielo,
por eso fue socorrida.
Lamentablemente, quien vive con los ojos y con la mente dirigidos solo al
mundo visible, a las necesidades materiales y a lo que es tangible desconoce
la gran realidad del mundo espiritual, que prevalece en el mundo aparente y
determina lo que en él ocurre. Y para tornar claro aquello que nuestros ojos
físicos no ven, necesitamos prestarle atención a la Palabra de Dios, pues en
ella tenemos la revelación de cómo las fuerzas del mal se organizan e
interactúan entre sí para destruir al ser humano.
Solo para recordar ese hecho, al rebelarse contra Dios, Lucifer y los ángeles
que lo siguieron se tornaron seres completamente profanos; es decir,
perdieron toda la pureza que tenían cuando fueron creados. En lugar de
santidad, pasaron a existir solamente tinieblas y maldad. Y la pequeña chispa
de poder que conservaron sirve para causar todo tipo de dolor y sufrimiento
en las personas y en el mundo.
Por ejemplo, los demonios tienen la capacidad de entrar en los cuerpos de
personas que no tienen un compromiso con Dios con el n de manipularlas,
conforme a su voluntad. Para que eso ocurra, basta con que le den una única
brecha al mal, que puede ser un rencor, un deseo de venganza, una plaga
lanzada, maldiciones proferidas o hereditarias, involucrarse con la brujería,
etc. Ciertamente, fue una o más de esas brechas las que permitieron que
espíritus malignos atormentaran la vida de otras personas relatadas en las
Escrituras, como el mudo endemoniado (Mateo 9:32-33), el endemoniado
ciego y mudo (Mateo 12:22), el joven poseso (Mateo 17:14-18), el
endemoniado de Capernaúm (Lucas 4:31-37), entre otras.
Como puede ver, las posesiones demoníacas son comunes desde los tiempos
bíblicos, pero muchas personas aún insisten en tratar a ese tema como un
fenómeno raro de ocurrir. Al contrario de lo que piensan, las posesiones
están presentes actualmente. Pero, así como en aquel tiempo el Señor Jesús
no medía esfuerzos para liberar a las personas que iban hacia Él, hoy el
Salvador coloca Su poder a disposición de todos aquellos que Le claman, no
importando si pertenecen a una religión o no son miembros de alguna
iglesia. Por lo tanto, si usted se siente un “extranjero” en el Rebaño de Dios,
aunque su fe sea frágil y pequeña, aun así, hay esperanza para usted, ¡hay
solución para su problema!
El Señor Jesús vino justamente para deshacer las muchas obras del diablo y
colocar en libertad a aquellos que viven aprisionados por el mal. Y hoy, por
medio de Su Nombre, tenemos como misión continuar Su Obra en la
Tierra.
Aprendemos, en el día a día de nuestro ministerio, que hay cuestiones que
parecen de difícil solución para algunas personas, pero que, en realidad, lo
que existe es un demonio trabando su vida. Cuando es expulsado, por medio
del poder de Dios, nunca más ellas sufren con tales problemas.
Vea que, si la actuación de un espíritu maligno en la vida de una persona la
deja en un estado de sufrimiento terrible, ¡imagínese si posee una legión de
demonios en su cuerpo! El término “legión” simboliza a un pelotón de
soldados que podría llegar a más de seis mil hombres. Era esa la cantidad de
demonios, como mínimo, que estaba atormentando la vida de un habitante
de Gadara, región ubicada en la costa oriental del mar de Galilea. Apenas el
Señor Jesús llegó a esa ciudad, el gadareno poseso Le salió al encuentro:
(…) Maestro, Te traje a mi hijo que tiene un espíritu mudo, y siempre que
se apodera de él, lo derriba, y echa espumarajos, cruje los dientes y se va
consumiendo. Y dije a Tus discípulos que lo expulsaran, pero no
pudieron. Respondiéndoles Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta
cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?
¡Traédmelo! Y Se lo trajeron. Y cuando el espíritu vio a Jesús, al instante
sacudió con violencia al muchacho, y este, cayendo a tierra, se revolcaba
echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace
que le sucede esto? Y él respondió: Desde su niñez. Y muchas veces lo
ha echado en el fuego y también en el agua para destruirlo. Pero si Tú
puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos. Jesús le
dijo: «¿Cómo si Tú puedes?». Todas las cosas son posibles para el que
cree. Al instante el padre del muchacho gritó y dijo: Creo; ayúdame en mi
incredulidad. Cuando Jesús vio que se agolpaba una multitud, reprendió
al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, Yo te ordeno: Sal
de él y no vuelvas a entrar en él. Y después de gritar y de sacudirlo con
terribles convulsiones, salió: y el muchacho quedó como muerto, tanto,
que la mayoría de ellos decían: ¡Está muerto! Pero Jesús, tomándolo de
la mano, lo levantó, y él se puso en pie.
Marcos 9:17-27
(…) Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida
contra sí misma, se derrumba. Y si también Satanás está dividido contra
sí mismo, ¿cómo permanecerá en pie su reino? Porque vosotros decís
que Yo echo fuera demonios por Beelzebú. Y si Yo echo fuera demonios
por Beelzebú, ¿por quién los echan fuera vuestros hijos? Por
consiguiente, ellos serán vuestros jueces. Pero si Yo por el dedo de Dios
echo fuera los demonios, entonces el Reino de Dios ha llegado a
vosotros.
Lucas 11:17-20
Vea que el Señor Jesús compara al diablo con ese hombre fuerte, que
protege, armado, su casa. Podemos entender a esa “casa” como las personas
que están bajo su poder y el mundo que Le usurpó a Dios para dominar.
Satanás trata como “sus bienes” a todo aquello que roba, como la paz, la
salud, la prosperidad, la alegría, el placer de vivir y el alma de las personas.
Por otro lado, las armas que el diablo y sus demonios usan en esta guerra
espiritual contra el ser humano son sus dardos in amados y sus múltiples
artimañas. Para vencer a ese “hombre fuerte”, solo hay una manera: alguien
más fuerte que él. En este caso, ese Fuerte es el Señor Jesús, el Único capaz
de desarmar a Satanás, romper todas sus fuerzas y colocar a salvo a aquellos
que viven aprisionados en sus manos.
Ese poder extraordinario para combatir a las tinieblas y deshacer las obras de
Satanás nos fue concedido por intermedio de la autoridad del Nombre de
JESÚS. Eso signi ca que ningún siervo de Dios necesita vivir bajo la tiranía
del mal, pues tenemos acceso a un arma espiritual infalible: el Nombre de
Jesús. Tenemos en Su Nombre una in nita posibilidad de bendiciones,
además de poder, no solo para que seamos salvos, sino también para que
seamos curados y liberados, y para que subyuguemos a todo el in erno.
Le corresponde al siervo de Dios ser más fuerte que Satanás, por intermedio
del poder del Espíritu Santo que habita en él. Quien tiene Ese Tesoro ya fue
debidamente habilitado para sobrepasar al in erno y sacar a los sufridos de las
garras del diablo, exactamente como hizo el Señor Jesús. Pero, para eso,
¡tiene que haber lucha! ¡Hay que trabajar! ¡Hay que dedicarse de cuerpo,
alma y espíritu! La victoria sobre el mal no es automática y no se hace
basado en la magia, sino en el sacri cio de la fe.
Fe e incredulidad
La incredulidad es la única barrera que puede impedir la acción de Dios en
nuestra vida. Por eso, antes de la liberación del joven endemoniado, Jesús
habló sobre la fe. Después de ser reprendido por el Señor, aquel padre, que se
mostraba vacilante en su fe, fue sincero en pedir ayuda para creer de la forma
como Dios determina.
Por más que el Altísimo tenga todo el poder y quiera bendecirnos, Él no nos
va a dar nada si no ve en nosotros una fe rme y un espíritu dispuesto a
creer.
La incredulidad estaba relacionada a la generación de aquella época. Por
ejemplo, los escribas y demás religiosos, además de burlarse de la fe en Jesús,
ridiculizaban a los discípulos, que no lograban expulsar a los espíritus. Por
otro lado, los discípulos, después de intentarlo mucho, se vieron incapaces de
liberar a aquel joven. Y el padre de este, consecuentemente, demostraba poca
con anza en la capacidad de Jesús de resolver el problema. Su frase: “Si Tú
puedes hacer algo” ya muestra el nivel de fe de aquel hombre.
¡Imagínese que alguien llegue delante de Quien tiene un inagotable poder,
inclusive sobre la vida y la muerte, y que Le pregunte si “puede” hacer una
pequeña cosa! En eso, vemos que la raíz de todos los problemas del ser
humano está en la incredulidad y, a causa de esta, el diablo ha conseguido
actuar y destruir a mucha gente. Hay incredulidad entre los incrédulos
confesos, pero hay también mucha incredulidad entre cristianos que profesan
la fe en el Evangelio. Por eso, aun conociendo tanto las numerosas promesas
bíblicas, viven una vida por debajo de lo que Dios promete. Esa incredulidad
ofende a Dios en Su esencia, y el hombre se torna imperdonable cuando no
cree en la Palabra de Aquel que es el y justo.
¿Cómo no con ar en Quien no tiene variación de carácter, temperamento o
poder? ¿Cómo se siente usted cuando dice una cosa y las personas que lo
oyen no creen en sus palabras? Sé que eso no es una experiencia nada
agradable, porque todos quieren ser tomados en serio. ¡Imagínese entonces
qué afrenta es para Dios ver al hombre dudando de Él! Por otro lado, quien
cree honra al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, pues confía que se hará
exactamente aquello que está prometido en Su Palabra.
Así, la fe es una virtud poderosa, capaz de traer la omnipotencia de Dios a
nosotros. Es esta la que trae el Cielo a la Tierra. Por ese motivo, el diablo
desea hacerla desaparecer poco a poco de nuestra vida. Todo el mundo posee
una medida de fe dentro de sí, pues nacemos con esa capacidad de creer,
incluso aquellos que dicen que no la poseen.
Aunque usted diga que su fe es frágil, es poderosa para destruir las fortalezas
del diablo y cambiar el rumbo de todo lo que le ha sucedido, basta con
decidir usarla. Usted puede probar su fe ahora mismo, invocando el Nombre
de Jesús con el n de recibir una respuesta para su mayor necesidad. Si deja
que esa pequeña fe sea la fe que Dios busca, Él vendrá hasta usted,
mostrando que es el Todopoderoso de las Sagradas Escrituras de Quien
usted, tantas veces, ya oyó hablar.
Así como en una guerra física las naciones no pueden ser neutras, sino que es
necesario que elijan un lado, en el campo espiritual tampoco hay neutralidad.
Dios no acepta inde nición. Es Su Palabra la que muestra eso: luz o tinieblas;
vida o muerte; bien o mal; santo o profano; caliente o frío; Cielo o in erno;
justi cación o condenación, etc. Por lo tanto, no hay posibilidad de quedarse
en la columna del medio. Nadie puede ser “ni una cosa ni la otra” en la fe.
Por eso, el Señor Jesús que, dígase de paso, nunca fue adepto a lo
políticamente correcto ni a la hipocresía de estar dando vueltas para decir lo
que se necesitaba decir, dijo vehementemente: “El que no está Conmigo, contra
Mí está; y el que Conmigo no recoge, desparrama” (Lucas 11:23).
Nuestra posición delante de Dios debe ser clara y patente: no existe “medio
cristiano” o simpatizante de Jesús. O usted pertenece a Él o pertenece al
diablo. O lucha por la causa del Evangelio o está contra el Evangelio.
¿De qué lado está?
Cómo interfiere el diablo en la
mente humana
Trabajamos con personas diariamente; por eso sabemos, en la práctica, cuál
es la función del pastor. El ministerio pastoral no es una tarea solitaria, como
de quien vive en un monasterio meditando todo el tiempo, sino un llamado
de dedicación al Reino de Dios. Oímos, en las orientaciones pastorales,
atrocidades que, para mí, hasta entonces con 74 años, eran inimaginables.
Podemos decir que hemos visto los “intestinos” de la sociedad, pues la
aparente alegría que la modernidad le vende al ser humano trae incorporada,
en cada elección, un alto precio de sufrimiento que pagar. Primero el placer,
pero, luego, viene el dolor.
Ya vimos a millares de familias destruidas: de padres desesperados porque
perdieron a sus hijos por las drogas, por la promiscuidad o por el delito;
incluso personas que sufrieron abusos físicos, verbales o emocionales en su
propia casa. Y podemos a rmar, categóricamente, que todo ese mal tiene
origen en la guerra espiritual iniciada en el Cielo por Satanás, que se rebeló
contra Dios. Tenemos un con icto que trabar; no obstante, no es contra
carne o sangre, o sea, contra las personas, sino contra fuerzas de las tinieblas
tremendamente llenas de maldad y sagacidad.
Al mirar las transformaciones radicales que el mundo ha pasado, usted puede
pensar que todo eso ha sucedido por mera casualidad. Pero la verdad es que
existe una guerra de reinos siendo trabada. El reino de las tinieblas se ha
levantado con mucho más ímpetu, especialmente en las últimas décadas, para
arruinar todo lo que fue edi cado por Dios para la sociedad. Sin embargo, la
mayoría de las personas no logra identi car el paso a paso del mal. Los
espíritus inmundos le causan enfermedades, peleas, accidentes y otros
problemas a la vida de las personas, pero el mayor objetivo de ellos es trabajar
para tornarlas necias, ciegas y rebeldes, con el n de que la luz de la Verdad
no resplandezca sobre ellas. Nuestra lucha, por lo tanto, es trabada contra
seres invisibles, mentirosos y extremadamente hábiles en la falsedad y en el
engaño.
El regreso de Jesús se acerca a pasos agigantados, ¡y gracias al SEÑOR por eso!
Entonces, Satanás tiene prisa; a n de cuentas, sabe que le resta poco tiempo
para actuar en la Tierra. Cuanto más pasan los días, más se enfurece por saber
que su condenación está cerca de ocurrir. Frente a eso, usa contra nuestra
generación las “armas” más “letales” que posee, en especial aquellas que
alcanzan a nuestra mente. Cambiar la forma como las personas ven el
mundo, el pecado y a Dios son maneras que el diablo encuentra de dominar
al mayor número de personas de una sola vez.
Por ese motivo, hemos observado un colapso en la humanidad. No hay un
campo en el que el diablo no esté trabajando con crueldad. La degradación
espiritual, moral y familiar es vista tanto en los países del primer mundo
como en los más pobres. Ejemplos de eso no faltan: avalanchas de divorcios;
innumerables movimientos en pro de la “libertad” sexual; actos de violencia
descomunal; llamado excesivo al consumismo; frialdad del amor, en todos los
sentidos; disensiones entre hermanos de la misma fe, etc.
Por lo tanto, la peor guerra que enfrentamos no es la armada y no involucra
a cuarteles, misiles o vehículos blindados. Esta batalla, nítidamente declarada,
se trata de la lucha contra criaturas espirituales de las tinieblas que actúan en
oculto.
La pauta del in erno es debilitar los valores Divinos, morales y éticos con el
n de alcanzar a la fe, a la familia y a la Iglesia. Por eso, hay un ataque
macizo a las virtudes y a la decencia. Y se engaña quien piensa que va a parar
por aquí. El mal no sosegará hasta que gran parte de las personas vea lo que
es nocivo, perverso e inmoral como algo bueno, normal y aceptable.
Para darle voz a ese movimiento de ridiculización a Dios y a Sus enseñanzas,
el diablo usa lo que sea necesario, como la TV, el cine, la literatura, internet,
la música y los sistemas de enseñanza. Su táctica es hacer que un
determinado comportamiento, una idea o losofía, oriundos de él, sean
aceptados por medio de la repetición, hasta que nadie más esté en
desacuerdo. Entonces, hace que el pensamiento que él desea implementar en
las personas esté día y noche al aire, por intermedio de los medios de
comunicación, de las novelas, de las propagandas, de las discusiones
académicas, de los artistas llamados “progresistas”, etc. Pero, en realidad, todo
eso es instrumento del mal para la difusión de sus conceptos para la
humanidad.
¿No es exactamente eso lo que hemos visto ocurrir con tantas nuevas ideas y
pensamientos que han transformado al mundo en lo que es hoy?
Las muchas ideologías que han surgido y que son totalmente contrarias a
Dios no son meras coincidencias y no surgieron por casualidad en la mente
humana. Al contrario, se trata de una estrategia del in erno para provocar un
cambio en la mentalidad de las personas. Así, pasan a tener los mismos
pensamientos del anticristo, sin que se den cuenta de eso. De esta forma,
cuando llegue el momento de colocarles la marca de la bestia a las personas,
no verán ese acto como algo malo o extraño, pues sus mentes ya estarán
completamente oscurecidas contra la Verdad.
¿A quién le interesa la
destrucción de la familia?
Los valores que fundamentan nuestra sociedad fueron a rmados sobre los
principios revelados en el Antiguo y en el Nuevo Testamento de las Sagradas
Escrituras. Ningún pueblo puede ser exitoso si no considera esos valores,
principalmente, en lo que se re ere a la familia.
Vea que, para formar a la nación de Israel, el Todopoderoso tomó a Abraham
y a Sara, y dijo que el Pacto de la Salvación, rmado con ellos, les
proporcionaría bendición a todas las familias de la Tierra:
Por eso, al atacar a la familia y desestructurar los hogares, el diablo logra abrir
heridas en el alma del hombre que, difícilmente, serán reparadas. No son
raros los casos de personas que vivieron en hogares destruidos y que, debido
a eso, se degradaron moral y físicamente al involucrarse en la marginalidad o
en los vicios.
Satanás sabe que el ser humano necesita una familia, pues es poco probable
que logre desarrollarse de forma saludable solo. Sin alguien que lo ayude,
difícilmente aprenderá, por ejemplo, los valores espirituales y morales que
normalmente recibimos en la infancia. Además, tendrá más di cultad de
encontrar su propósito de vida y de ver todo su potencial.
Pero no es solo la familia la que ha sufrido pesados y constantes ataques del
mal. La acción del diablo se ha extendido también a las demás áreas de la
vida humana con el n de que sus “argumentos”, contrarios a la Palabra de
Dios, se establezcan en la mente de las personas. Satanás viene creando, a lo
largo de los años, “antídotos” para neutralizar la fe en las Escrituras y alejar,
cada vez más, al hombre del Altísimo.
Vamos a mencionar algunos de ellos:
1. “No fue Dios quien creó todo lo que existe”. Esto es lo que el
diablo dice, pero ¿qué es lo que la Biblia registra sobre esto? Las Sagradas
Escrituras revelan que Dios es el Autor de la Creación. Es por eso que
nuestra fe se apoya en el creacionismo: “En el principio CREÓ Dios los Cielos
y la Tierra” (Génesis 1:1).
En este pequeño fragmento, la Biblia ya muestra la poderosa existencia del
Altísimo; consecuentemente, refuta al ateísmo. Al mismo tiempo, declara que
el Todopoderoso es el Único Dios, lo que excluye la posibilidad de que
existan otros.
Solo la mente brillante del Señor puede explicar que todo lo que existe se
originó a partir de nada. No obstante, el “antídoto” creado para oponerse a
esta Verdad es el evolucionismo. Desde entonces, la idea de que el universo
fue formado con el Big Bang y que todo lo que es necesario para la
sobrevivencia en la Tierra, como el agua, el aire, la naturaleza, etc., surgió de
este acontecimiento, le agradó al público. Pero ¿cómo cambiar la a rmación
dada por el propio Creador por meras teorías que no se sustentan? Eso solo
ha sido posible porque el mal ha trabajado fuertemente en la mente de niños,
adolescentes y jóvenes, en las escuelas y en las universidades, trayendo, así, un
gran con icto, duda y alejamiento del verdadero Creador.
2. “El ser humano evolucionó a partir del mono”. Esta es otra falacia
diabólica. La cultura moderna predica, por medio de sus agentes, que el
mono y el hombre surgieron de un ancestral en común, pues forman parte
de una evolución de especie. Las a rmaciones como estas están basadas solo
en teorías y no poseen evidencias de que esto, de hecho, haya sucedido.
Podríamos usar los más inteligentes argumentos de estudiosos, investigadores
y cientí cos que rechazan estas ideas, pero, como no es este nuestro objetivo,
dejaremos solo dos simples preguntas para su re exión:
Si la vida humana, fascinante y compleja como lo es, surgió de un proceso
evolutivo ocurrido durante millones de años, ¿por qué no hay una señal
siquiera de que nuestro cuerpo continúa evolucionando a vaya a saber qué
más?
¿Cuál es el animal, además del hombre, que posee el sentido de justicia y
juicio? Digo esto porque tales características no vinieron por casualidad, y
tampoco están presentes solamente en el ser humano por accidente.
En el Texto Sagrado tenemos la descripción exacta de la creación del
hombre y de la mujer y la división de sus respectivos papeles dentro de la
familia:
Una vez más, por lo tanto, solamente la mente inteligente del Altísimo
podría crear a un ser dotado de una inteligencia tan grande también. No
tiene sentido que la vida haya surgido de algo sin que haya habido la
intervención de alguien superior para eso. Si incluso los objetos que usamos
en el día a día fueron frutos de la creación de un inventor que se puso a
trabajar, ¿por qué creer que el universo y la vida son frutos de la casualidad?
¡Basta con mirar ahora a la composición extraordinaria que su cuerpo posee
para concluir que solo puede ser proveniente de un extraordinario Creador!
3. “El ser humano debe conquistar su libertad sexual”. La más nueva
mentira del diablo involucra a la sexualidad humana. La relativización del
sexo, o del amor, ha cambiado el concepto del matrimonio, y ahora la
práctica sexual no se ha restringido solamente al hombre y a la mujer, sino
que cada cual ha buscado el placer en la forma como mejor le parece. La
Biblia, sin embargo, revela que la institución del matrimonio es una alianza
sagrada entre el hombre y la mujer:
Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y hembra. Por
esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos serán una
sola carne; por consiguiente, ya no son dos, sino una sola carne. Por
tanto, lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe.
Marcos 10:6-9
No obstante, ¡han sido cada vez más recurrentes las noticias de personas que
“se casan” con muñecas, robots e incluso árboles! Este fue el caso de un
hombre que se enamoró de un árbol y que quiso unirse legalmente a él.
“Matrimonios” inexplicables como esos y otros absurdos contrarían a la
inteligencia humana, y lo peor es que nadie puede, ni siquiera, intentar
ayudar a las personas involucradas en esas situaciones porque serán tachadas
como prejuiciosas por no respetar las elecciones ajenas.
Vemos, por lo tanto, que separarse se volvió moda, al punto de que las
personas digan que el casamiento es solo un papel sin valor. Fueron creadas
leyes en todo el mundo para facilitar el casamiento y también el divorcio,
banalizando, así, aquello que Dios instituyó.
4. “El padre y la madre no se deben meter en las voluntades de los
hijos”. Este engaño del mal ha llevado a muchos jóvenes a caminos
prácticamente irreversibles. Además, contraría a uno de los Mandamientos
más poderosos del Decálogo: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días
sean prolongados en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da” (Éxodo 20:12).
Este es el primer Mandamiento con promesa, pero las personas lo han
ignorado. Al establecer el respeto entre hijos y padres, el SEÑOR muestra que,
en la Tierra, ellos Lo representan, por eso la irreverencia, la desobediencia y
la grosería contra los padres son consideradas pecados. Quien se rebela contra
aquellos que los creó, en realidad, se rebela contra el propio Dios. Pero no es
eso lo que muestran las películas y las series de TV.
Cada vez más, en la cción, los hijos buenos y obedientes son vistos como
bobos y dejados atrás. Por otro lado, los padres son vistos como autoritarios,
opresores y retrógrados. Y con la repetición constante de esa imagen
distorsionada en la TV, en internet e incluso en los libros, el diablo ha
alcanzado su objetivo.
En muchos países, este pensamiento está tan difundido que las personas son
incentivadas a denunciar a los padres que intentan corregir a sus hijos incluso
con pequeños actos de corrección. Por lo tanto, está habiendo un intento
desenfrenado, y quizás sin vuelta, de darle un n a la autoridad de los padres
sobre los hijos y de transformar a la familia en una gran confusión.
Está explícito que la cultura moderna trabaja para que la educación familiar
sea cada vez más liberal y genere una relación de igualdad entre padres e
hijos, oponiéndose al Mandamiento Divino de que los hijos deben honrar y
obedecer a sus padres. Cuando se quita la autoridad en el seno familiar, se
debilita la capacidad de los padres de poner límites, creando, así, una
generación debilitada, que no sabe lidiar con las frustraciones. Un simple
“no” o un rechazo en la escuela ha sido su ciente para provocar traumas,
fobias, abandono escolar, rebeldía, venganza e incluso asesinatos en masa.
Claro que la obediencia a la que nos estamos re riendo debe estar dentro de
lo que es correcto, porque, si los padres ordenan que el hijo haga algo malo,
como mentir o cometer otros errores, eso no debe ser considerado
5. “¡Usted es libre para hacer lo que quiera y nadie tiene nada que
ver con eso!” Esta es una típica frase que, aunque suene muy bien a los
oídos y agrade al corazón, es totalmente ilusoria. Dios le regaló al ser
humano el libre albedrío, dándole la perfecta libertad; no obstante, le enseñó
a ejercerla con temor y responsabilidad:
(…) y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá
de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la
vía de escape, a fin de que podáis resistirla.
1 Corintios 10:13
Esto signi ca que, así como es una locura con ar en Satanás, es una locura
con ar en el corazón, pues este está susceptible a todo tipo de inestabilidad y
corrupción.
Las personas que viven apoyadas en lo que sienten son inconstantes porque
nada cambia más que los sentimientos y las pasiones humanas. Por ejemplo,
en un único día, alguien puede tener un torbellino de sentimientos, como
alegría y tristeza, euforia y aburrimiento, satisfacción y frustración, y así por
delante.
¡Imagínese cómo sería si las mujeres convertidas fundamentaran sus vidas en
lo que sienten, y no en la fe! Todos saben que, durante el mes, las tasas
hormonales del cuerpo femenino sufren fuertes oscilaciones y, según la
medicina, debido a esto, ellas están propensas a sufrir los más variados
cambios físicos y emocionales. En un momento, la mujer puede estar
animada y con un buen humor, pero, en otros, puede estar predispuesta a
tener irritabilidad, cansancio o estrés. Sin embargo, aquellas que descubren la
riqueza de la vida por la fe no son movidas por las circunstancias, sino que
transcienden la realidad de lo que su propio cuerpo determina. Alimentan la
con anza en las promesas del Todopoderoso, y no en las sensaciones que sus
hormonas les hacen sentir y conjeturar.
Por lo tanto, cualquier milagro o experiencia con Dios se da de modo único
y exclusivo por la fe. No hay otra manera de que el ser humano se aproxime
a Él. Por eso, una de las ordenanzas más importantes de la Biblia se re ere a
la fe. Vea: “(…) mas el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4).
Este Mandamiento, repetido en el Nuevo Testamento tres veces más, nos fue
dado para que tengamos el claro entendimiento de que la inteligencia
(espíritu) nos lleva a creer, pero las emociones (carne) nos llevan a descreer.
Dios es inmutable, por lo tanto, Sus promesas continúan siendo las mismas.
Si Él dijo que estaría con nosotros, ¡lo está y listo! Entonces, aunque yo no
Lo haya visto cara a cara o no haya tocado Sus Manos, creo en Él. Aunque
yo no haya estado en el Cielo, estoy seguro de que Él existe. Aunque nunca
haya visto a un ángel, sé que todos los días ellos nos acompañan en nuestras
di cultades. Porque la Palabra de Dios me convence. ¡La Palabra de Dios me
basta! Pero, quien vive basado en las emociones y en los sentimientos,
quedará acostumbrado a esas sensaciones. No obstante, como estas son
momentáneas, enseguida la persona se olvidará de lo que sintió y necesitará
una nueva “dosis” de efectos para estar bien de nuevo.
Lamentablemente, este condicionamiento de la fe al corazón, muchas veces,
se da a partir del púlpito, o sea, son los predicadores los responsables por esa
unión tan nociva a la vida espiritual. Esa actitud entristece mucho a Dios, así
como el hecho de que muchos predicadores no preparen a las personas para
la guerra contra el mundo, contra el diablo y contra los sentimientos que
traban todos los días. Existen incluso aquellos que hacen el culto para
promoverse o para conquistar a las personas para sí, usando inventos
extravagantes para causar buenas sensaciones en sus oyentes.
En ese punto, podemos decir que la música ha sido un medio de emocionar
y “quebrantar” a las personas. Por ejemplo, no como una crítica, sino como
re exión, veo que muchos cultos parecen más espectáculos de artistas
seculares, de tanto que usan el sensacionalismo y el llamado al corazón. Eso
huye del estándar bíblico, porque el único que convence verdaderamente al
ser humano, lo lleva al arrepentimiento y a la transformación de vida es el
Espíritu Santo. Y, para hacer esta Obra, Él no necesita un coro o una voz
bonita de un cantante, o incluso una predicación elocuente y perfecta de un
pastor. Todo lo que el Espíritu Santo quiere es un corazón dispuesto a
atender Su llamado.
Necesitamos entender que estamos trabando una guerra espiritual intensa
que ha hecho muchas víctimas en el Reino de Dios, y eso sucede porque, la
mayoría de las veces, esas personas no fueron alertadas sobre el peligro
espiritual que corrían. Para vergüenza nuestra, tenemos, en el medio
evangélico, a personas tan inmaduras que solo logran orar con un fondo
musical o solo logran estar “bien” si reciben una “revelación personal” del
hermano de la iglesia, porque lo que está escrito en la Palabra de Dios no es
su ciente. ¿No sería ese uno de los motivos de que veamos multiplicándose
al número de los desviados del Evangelio y de las iglesias, los llamados
apartados? En muchos cultos, las personas están siendo entretenidas con
buenas sensaciones y, así, han perdido su capacidad de razonar y de poner en
práctica la fe.
El corazón lleva al fondo del pozo
Recientemente, conocí la historia de una muchacha que sirvió a Dios como
obrera durante cinco años. Sin embargo, vio su vida transformándose en un
in erno debido a su propio corazón. Estaba casada con un hombre que
también era obrero de la iglesia, pero, cierta vez, llegó a su casa y lo encontró
en la cama con otra mujer, que también era obrera. En shock, se fue de su
casa y quedó con un rencor profundo hacia él y hacia su amante. Ese
sentimiento fue el comienzo de su caída.
Esa mujer, que tenía fe para expulsar demonios, evangelizar, orar por las
personas y frecuentar asiduamente a los cultos, no tuvo la misma fe para
perdonar ni para superar sus sentimientos de enojo y rencor.
Consecuentemente, con el alma sumergida en resentimientos, no logró
superar aquella situación. Las peleas con el exmarido se tornaron cada vez
más frecuentes y ella, cada vez más, caminaba alejándose de Dios y de Sus
enseñanzas. Después de algún tiempo, con ambos desviados de la fe y
completamente perdidos, ocurrió un hecho que le puso n a la vida de aquel
a quien ella más amaba: su niño.
Un cierto día, su exmarido fue a su casa. Completamente alcoholizado y
drogado, la agredió con un palazo; luego, le dio un tiro en la cabeza a su hijo
y después se mató.
Ella logró sobrevivir a esa tragedia, pero quedó aún más desorientada y
perdida. Ahora, además del rencor del exmarido y de su amante, pasó a
nutrir un enojo hacia Dios. Así, esa joven mujer perdió a su familia, su
preciosidad en este mundo, y vio al suelo abriéndose debajo de sus pies.
En uno de nuestros movimientos evangelísticos para rescatar a las personas
desviadas de la fe, la encontramos con una cuerda en el cuello a punto de
ahorcarse. Aquel era uno más de los muchos intentos de ponerle n a su
propia vida, tamaño era el abismo en el que se encontraba.
Esa exobrera perdió la fe y el amor por Dios y vio cómo su vida quedaba
devastada. Según su relato, no tenía más fuerzas para doblar las rodillas y orar,
porque los demonios hacían de su cabeza una “olla a presión”, con tantos
pensamientos horribles. Además de eso, ya no lograba leer más la Biblia, pues
tenía su mente oscurecida y sin entendimiento.
Varias veces, esa mujer pasó por la puerta de la iglesia e intentó entrar para
pedir ayuda, pero, con el tiempo, no lograba ni siquiera dar ese simple paso
en búsqueda de la Salvación de su alma.
En su testimonio, su voz cargaba tanto dolor que nos llevó a re exionar
sobre cuán importante es guardar nuestra fe y blindarnos de los engaños del
corazón. Pues el diablo, al observar la sensibilidad de alguien, crea situaciones
y usa a personas para traicionar, maltratar y causar injusticias. Su objetivo es
fragilizar la fe de esa persona, como ocurrió con esa exobrera. En el caso de
esa joven mujer, Satanás encontró la brecha que quería cuando ella le dio
lugar a lo que su alma sintió después de la traición, y no a lo que la Palabra
de Dios dice: tener buen ánimo en las a icciones y perdonar a aquellos que
nos hacen mal.
Los espíritus inmundos pisotearon su vida y, si no fuera por el socorro del
Señor Jesús por medio de Sus siervos, ella habría muerto y, lo peor, tendría
su alma atormentada en este momento.
Este ejemplo retrata bien lo que el Señor Jesús dijo al respecto del corazón,
que es la fuente de los malos pensamientos y deseos: “Porque del corazón
provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos
testimonios y calumnias” (Mateo 15:19).
En el jardín del Getsemaní, ocurrió una situación que ilustra la constante
lucha del espíritu (fe) contra la carne (alma). Pedro, Jacobo y Juan dormían
sofocados de cansancio mientras que el Señor Jesús oraba para enfrentar el
momento más decisivo de Su vida: la cruz. Aquellos discípulos, en lugar de
hacer lo que les había sido ordenado hacer, es decir, orar y estar atentos al
Maestro y a aquel momento, descansaban.
Note bien que la mayoría de los pecados mencionados aquí son cometidos
cuando las emociones están en alta. Por ejemplo: solamente una persona
tomada por sentimientos y deseos impropios tiene el “coraje” de traicionar a
su cónyuge y destruir su familia. Solamente alguien que cede ante su carne
da lugar para que los vicios, el odio y otros pecados entren a su vida.
Por lo tanto, podemos entender que el corazón y la carne son lo mismo. Las
obras de la carne y los pensamientos del corazón dan lo mismo. Los nacidos
de la carne y los nacidos del corazón son lo mismo. Los nacidos del corazón
fueron generados en la emoción, de la misma forma como los nacidos de la
carne fueron generados por los sentimientos.
A este tipo de “cristiano” le gustan los mensajes con fuertes llamados a la
emoción. Le gustan las demostraciones de afecto del pastor. Le gusta aparecer
y recibir elogios, reconocimientos y alabanzas. En la ausencia de eso, el
corazón fervoroso se entristece e incluso abandona la fe. Todo eso porque los
nacidos de la carne son pura emoción. En la iglesia, se sienten bien, pero,
afuera, se sienten fríos. A n de cuentas, viven de lo que sienten o dejan de
sentir. Por eso, no logran vencerse a sí mismos y, mucho menos, al mundo.
Fueron engañados por la fe proveniente del corazón, y el tiempo terminó
mostrando sus frustraciones. Lo que dirige su fe son los sentimientos y no la
Biblia, pues la fe que “sienten” nació en el corazón y fue agasajada por los
sentimientos. Allí, se originó y continúa alimentándose con consejos
emotivos, canciones emotivas, reuniones emotivas, alabanzas llenas de
emociones, etc.
Por lo tanto, esa fe es puro fruto de sentimientos. Solo espuma. Nunca está
apta para obedecer la Palabra de Dios, enfrentar a icciones, tribulaciones y
pruebas de los desiertos. Ese tipo de fe no se sustenta en la guerra, porque no
tiene coraje para sostener la espada y defenderla. Al contrario, de ende a la
denominación, al pastor, pero nunca a su creencia. Su cobardía acepta
cualquier cosa, menos luchar. Acepta incluso la unión con el mal, solo para
no tener que enfrentarlo.
La fe del corazón es como el maquillaje. Se derrite frente al calor de la
batalla. Se tapa los oídos al sonido de la trompeta y huye del alarido de
guerra. ¿Cómo podría contar el Espíritu de Dios con ese tipo de gente? Las
religiones y los religiosos son así. Consciente o inconscientemente, trabajan
en conspiración con el in erno. Muchas personas sustentan la fe encendida
por la cobija de la emoción; otras, por la frialdad de la tradición. Pero están
también los que no huelen bien ni mal: son los tibios que, si no toman
partido de la fe, serán vomitados por Dios.
Una mezcla peligrosa
Existen ciertas mezclas que son altamente perjudiciales para nosotros.
Cuando hacemos una combinación no aconsejable de ciertos alimentos con
medicamentos, o incluso entre productos químicos, el resultado es desastroso.
Cada uno de esos elementos, en sí, siempre que sean usados con
moderación, no hace ningún mal — al contrario, los alimentos, los
medicamentos y los productos químicos nos ayudan de diversas formas, y son
esenciales en nuestras vidas — pero el peligro está en la combinación entre
ellos.
Así es la fe y el sentimiento. En su esencia, ninguno de ellos es perjudicial.
¿Qué mal hay en que creamos en algo que no vemos o en que sintamos algo
bueno? Pero el problema está en la mezcla de estos dos elementos. Cuando
se fusionan dentro de alguien, los resultados son los peores posibles.
La fusión entre la fe y el sentimiento lleva a las personas a actuar de forma
irracional, tomando malas decisiones que las destruirán con el paso del
tiempo. El efecto destructivo de esta mezcla es a largo plazo.
Esa fusión es dulce al paladar, pero corroe el estómago. Al principio, se
asemeja a algo especial, santo y puro, pero, cuando los resultados comienzan
a surgir más tarde, muestran que es justamente lo contrario. En realidad, la fe
y el sentimiento, juntos, forman algo despreciable, diabólico y altamente
perjudicial.
En la práctica, esta mezcla hace que sus portadores dependan de sentir o de
dejar de sentir algo para creer en las promesas de Dios; o sea, eso hace que la
fe deje de ser fe. Y, sin la fe pura, es imposible tener ninguna relación con
Dios, conforme está escrito: “(…) sin fe es imposible agradar a Dios; porque es
necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe (...)” (Hebreos 11:6).
No podemos unirnos a Dios ni agradarle por medio de nuestro corazón.
Consecuentemente, quien tiene su fe anulada por los sentimientos no tiene
nada que ver con Dios, tampoco Le agrada — por más que aparente o piense
lo contrario.
Las personas que se “embriagan” constantemente con esa mezcla peligrosa se
tornan débiles, inconstantes e inde nidas. Esos son cristianos solo en los
momentos buenos, porque en los momentos malos se alejan de Dios; son
fuertes cuando todo está a su favor, y débiles en las adversidades; fervorosos
en las alabanzas, y fríos en la con anza y en la obediencia a Dios. Y, todo el
tiempo — sea dentro o fuera de la iglesia — son personas perdidas, pues no
logran ver quiénes son ni hacia dónde están yendo.
Si usted ha sido controlado por los efectos de esta mezcla, aún hay tiempo
para librarse de ella. Y he aquí la oportunidad: a partir de ahora, ignore sus
emociones y viva la fe genuina — la fe sin mezcla, que no depende de
sensaciones para creer y estar bien.
Decida vivir por lo que está escrito en vez de continuar viviendo por aquello
que sus sentidos logran procesar. Si usted ha sido atraído por la propaganda
engañosa de esa mezcla, ni siquiera pruebe el primer trago. Este es lo
su cientemente fuerte como para hacerlo adicto, y lo su cientemente suave
como para conducirlo al in erno, mientras que usted piensa que está
trillando el camino hacia el Cielo.
El único sentimiento de la fe
Como ya vimos, la fe genuina no puede estar apoyada en ninguna emoción.
Sin embargo, si existe un sentimiento relacionado a la fe que debe ser
aceptado y cultivado por nosotros es el de indignación contra el pecado y
contra las amenazas y las afrentas del in erno.
La indignación a la que me re ero es la que nace justamente de una fe
inteligente, que conoce, por medio de las Escrituras, la grandeza de Dios, Su
poder, Su delidad y Su disposición en actuar por medio de Sus siervos y,
por eso, no se conforma con las injusticias que ocurren en este mundo
causadas por el diablo.
De este modo, no es posible que una persona tenga al mismo Dios de
Abraham dentro de sí y que se acomode delante de la guerra entre el Reino
de Dios y el reino de las tinieblas. ¡Es imposible que una persona sea
bautizada con el Espíritu Santo, que posea la mente de Cristo y que, aun así,
viva retrocediendo frente a las embestidas del diablo, que ha llevado a tanta
gente al in erno!
La mayoría de las veces en las que Dios Se le reveló a alguien, ese manifestó
una fe atrevida e indignada con la situación. La fe genera coraje y elimina
todo tipo de acomodación, conformismo y pasividad. Por lo tanto, esa fe
aguerrida es el combustible que trae respuestas, cambios y milagros. Cuando
existe la indignación de la fe, los Cielos se mueven a nuestro favor, pues la
indignación nos lleva al desafío, al todo o nada, a la vida o a la muerte. La fe
sin indignación es lo mismo que una comida sin sal, es lo mismo que un día
sin sol, que una noche sin estrellas y sin la luz de la luna.
Es necesario entender que nadie logra cambiar de vida ni vencer al in erno
porque es buenito, porque es pastor, obrero o miembro de una iglesia. El
cambio solo viene cuando existe una indignación verdadera, aquella que nos
lleva al trono del Todopoderoso y nos hace partir hacia el sacri cio, para
requerir un cambio.
Arde dentro de mí el hecho de creer en un Dios tan grande y ver cosas tan
insigni cantes siendo hechas para Él. Fue este sentimiento de indignación el
que me impulsó a dejar todo para predicar el Evangelio. Estoy seguro de que,
si Dios es grande, cosas grandes tienen que suceder. Pueden creer que soy
petulante, pero, si en esta guerra espiritual el diablo coloca toda su fuerza
para destruir a las personas, también tengo que dar todo de mí para el Reino
de Dios. Indudablemente, tengo que marcar la diferencia.
¿Qué me darás?
Tengo en Abraham a un gran referente de fe. Por eso, obedezco lo que dice
la Biblia, que nos manda a mirarlo y a tomar su ejemplo. El mismo Dios que
bendijo a Abraham, siendo él “uno”, solo, de una tierra distante, de un
pueblo idólatra e imposibilitado de generar hijos debido a la esterilidad y a la
edad avanzada de Sara, su esposa, fue capaz de hacer de esa pareja el punto de
partida de una nación poderosa, una vasta multitud en la Tierra. Miro a
Abraham para jamás olvidar que Dios continúa siendo el mismo. En Él no
hay sombra de variación o cambio.
Mirad a Abraham, vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz; cuando él era
uno solo lo llamé, y lo bendije y lo multipliqué.
Isaías 51:2
Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
Génesis 1:4
Quiero decir con esto que, si usted es de Dios, va a tener que luchar contra
las tinieblas. Cuando vino al mundo, el Señor Jesús sabía que tenía que
enfrentar, confrontar y vencer a Satanás. Por eso, Él dijo:
(…) El Hijo de Dios Se manifestó con este propósito: para destruir las
obras del diablo.
1 Juan 3:8
El Señor Jesús vivió y murió para poner a todo el reino de las tinieblas en su
debido lugar, de derrota y vergüenza. Entonces, no es aceptable que los
cristianos de hoy sean de “cristal”, miedosos o que vivan intimidados, bajo el
dominio del mal.
En el plan soberano del Dios Eterno, la propia criatura, usada por el diablo
para desvirtuar y pervertir todo el propósito Divino, es la pieza clave que lo
destruirá. Es decir, el Hijo de Dios, que Se hizo Hombre, vivió de modo
perfecto, aplastó la cabeza de la serpiente y hoy nos da Su poder para que, así
como Él, triunfemos sobre Satanás todos los días.
¿No es glorioso eso?
El Señor Jesús continúa Su trabajo por medio de nosotros. Eso signi ca que
Él continúa manifestándose todos los días para deshacer las obras del diablo y
colocarlo en fuga.
Usted que está viviendo este con icto espiritual y espera que Dios resuelva
todo, sepa que el Señor Jesús no va a descender de Su Trono para venir a la
Tierra a hacer lo que es de su incumbencia. Nuestro Señor ya le dio
autoridad para vencer los ataques del diablo en esta guerra. Usted ya tiene Su
poderoso Nombre, Su Palabra (espada) y Su Espíritu. Siendo así, ya le fue
concedido todo lo que es necesario para prevalecer. Pero, si eso no está
sucediendo, es porque le sobra conformismo y le falta la indignación de la fe.
Hijos de Dios versus hijos del
maligno
Notamos, desde la creación de Adán y Eva, que el mal siempre busca
maneras de estar junto al bien. Fue así en el pasado y será así hasta el regreso
del Señor Jesús. Un ejemplo de eso es la parábola del trigo y la cizaña, en la
que Satanás, para in ltrarse en la Obra de Dios, nge ser un siervo del
Altísimo, logrando, así, engañar a muchos. Vea:
Jesús les refirió otra parábola, diciendo: El Reino de los Cielos puede
compararse a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero
mientras los hombres dormían, vino su enemigo y sembró cizaña entre el
trigo, y se fue. Cuando el trigo brotó y pro- dujo grano, entonces apareció
también la cizaña. Y los siervos del dueño fueron y le dijeron: «Señor, ¿no
sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo, pues, tiene cizaña?». Él
les dijo: «Un enemigo ha hecho esto». Y los siervos le dijeron: «¿Quieres,
pues, que vayamos y la recojamos?». Pero él dijo: «No, no sea que al
recoger la cizaña, arranquéis el trigo junto con ella. Dejad que ambos
crezcan juntos hasta la siega; y al tiempo de la siega diré a los segadores:
“Reco- ged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla, pero el
trigo recogedlo en mi granero”».
Mateo 13:24-30
Así también vosotros, por fuera parecéis justos a los hombres, pero por
dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad.
Mateo 23:28
Tienen los ojos llenos de adulterio y nunca cesan de pecar; seducen a las
almas inestables; tienen un corazón ejercitado en la avaricia; son hijos de
maldición. Abandonando el camino recto, se han extraviado, siguiendo el
camino de Balaam, el hijo de Beor, quien amó el pago de la iniquidad.
2 Pedro 2:14-15
Pero tengo unas pocas cosas contra ti, porque tienes ahí a los que
mantienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo
ante los hijos de Israel, a comer cosas sacrificadas a los ídolos y a
cometer actos de inmoralidad (sexual).
Apocalipsis 2:14
Deje de ser cizaña
La persona que se ve siendo cizaña, pero es sincera, necesita asumir su
condición de perdida para adquirir una nueva naturaleza y ser salva. Esta es la
única alternativa para dejar de ser cizaña. No existe recurso humano capaz de
eliminar ese estado degenerado y tóxico que hay en el alma de la cizaña.
Solo con el arrepentimiento puede haber una verdadera conversión.
Si usted es cizaña, no sirve esforzarse para esconder sus acciones y las
reacciones de las demás personas, y mucho menos pensar que el tiempo
cambiará lo que usted carga dentro de sí. Pues, tarde o temprano, esa
impureza será manifestada a todos. ¡Digo esto porque realmente me importa
su condición espiritual!
Lo que está destinado a la cizaña (y en esto incluye al falso convertido y al
falso maestro) es la condenación eterna, porque solo estorba la Mies de Dios.
Además, ignora el llamado Divino para seguir en la incredulidad. El resultado
de esa desobediencia es el fuego intenso e inextinguible, o sea, el lago de
fuego y azufre. Ese lugar es real y nadie habló más de él que el propio Señor
Jesús. El lago de fuego y azufre, hecho para el diablo y sus demonios,
también tendrá otros habitantes: aquellos que desprecian a Dios (Jeremías
23:21-22; Ezequiel 13:4-10; Mateo 25:41-46; 2 Corintios 11:13-15;
Apocalipsis 6:16-17).
Aunque el Señor Jesús haya dicho que hay que dejar a la cizaña crecer junto
al trigo, llegará el día en el que los ángeles vendrán y separarán a los
verdaderos de los falsos. ¡Será el día de la gran cosecha! Es decir, los eles (el
trigo) irán al granero de Dios, el Cielo, mientras que los falsos convertidos (la
cizaña), al fuego eterno (Mateo 13:30). Eso signi ca que usted permanecerá
engañando a las personas solo hasta el momento en el que Dios lo permita.
Frente a esto, queda la re exión: ¿usted es trigo o es cizaña? ¿Quién lo
sembró en el campo de la fe? Si no fue Dios, nuestro Salvador está listo para
recibirlo como hijo, en caso de que usted se arrepienta. Pero ¿está dispuesto a
cambiar?
El bieldo está en Su Mano (Dios) y limpiará completamente Su era; y
recogerá Su trigo en el granero, pero quemará la paja en fuego
inextinguible.
Mateo 3:12
Al decir “De ningún modo”, el apóstol está diciendo: “¡Lejos de nosotros tal
locura!”, porque el propósito de Cristo, para quien nació de lo Alto, es vivir
en la santi cación, y no en el pecado. Aquellos que una vez fueron
regenerados viven en novedad de vida. Es decir, murieron para el pecado, y
ahora viven de acuerdo con la dirección dada por el propio Dios, pues tienen
consciencia de que su vida pertenece a Él.
Esa gracia, sin embargo, ha sido mal comprendida por muchos cristianos, e
incluso usada como un salvoconducto para pecar. ¡Eso mismo! ¡Hay muchos
que están apoyándose en la gracia de Dios para cometer sus errores!
Cierto miembro de la iglesia, por ejemplo, que parecía el y temeroso, buscó
al pastor para preguntarle si Dios lo perdonaría en caso de que se divorciara.
Después de mucha conversación al respecto de la seriedad del matrimonio y
de la importancia de la alianza hecha en el casamiento, aquel hombre dijo
que tenía una amante hacía algunos años y que estaba decidido a casarse con
ella. Entonces, para eso, tendría que divorciarse primero, por eso le preguntó
al pastor sobre el perdón de Dios.
Incluso después de abrir la Biblia y de mostrarle la Verdad, el pastor no logró
quitarle de la cabeza a aquel hombre la idea del divorcio. Él dijo: “Pastor,
estamos en la época de la gracia, por lo tanto, aunque usted diga que es
pecado, basta con que me arrepienta después y estará todo bien con Dios”.
Conclusión: aquel hombre siguió en la terquedad de su corazón, se trans rió
a otra iglesia — ya divorciado — y se casó con su amante, legalizando así un
adulterio, como si nada hubiese sucedido.
El problema de ese y de tantos otros casos semejantes es lo siguiente: ¿cómo
sería posible que ese hombre se arrepintiera si no reconocía que había
cometido un error contra su exesposa y contra Dios? ¿Cómo podría
arrepentirse si no sentía culpa ni vergüenza de su pecado?
Otro caso ocurrió con un empleado cristiano que trabajaba en un banco. El
director con aba en él por saber que era evangélico, entonces, altas
cantidades de dinero quedaban bajo su responsabilidad. Cierto día, al pasar
por un aprieto económico en su casa, le vino la idea de tomar ese dinero
para pagar su deuda, y después lo devolvería. Solo que esa práctica se tornó
algo frecuente hasta ser descubierto y entregado a la justicia. Aunque tuviera
años de Evangelio y una continua asiduidad en la iglesia, aquel hombre ya
había perdido el temor de Dios y de las consecuencias del pecado; así, fue a
parar atrás de las rejas por fraude bancario.
No cito estos ejemplos para juzgar, mucho menos para condenar a
quienquiera que sea, sino para ilustrar el desorden que hemos visto en la
iglesia contemporánea.
A pesar de que los pecados citados en estos ejemplos sean crueles y que
incluso asusten, muchas personas hoy piensan y actúan de igual modo. Son
bautizadas en las aguas, se dicen convertidas e incluso bautizadas con el
Espíritu Santo, pero, cada tanto, se dan una escapadita a la carne. De esta
forma, mienten, hurtan, engañan, cometen pecados sexuales, traicionan, etc.
y, en el culto, piden perdón y “se arreglan”, para después volver a cometer
todo de nuevo. Así, en la iglesia, continúan con la imagen de “correctitos”,
pero solo Dios y el diablo saben lo que preparan y quiénes de hecho son. Eso
no tiene nada que ver con el verdadero arrepentimiento, sino con un mero
sentimiento infructífero de remordimiento.
Pero ¿por qué esas personas no consideran al pecado como pecado? ¿Por qué
confunden la justicia con la injusticia? ¿Y por qué no creen en el Juicio de
Dios? Porque entendieron la gracia de Dios de manera incorrecta. Creen que
la gracia es un permiso para cometer sus pecados, y no un favor inmerecido
que solo es con rmado y establecido por medio de la obediencia al Altísimo.
En el fondo, no creen genuinamente en la Palabra de Dios, por eso el
Espíritu Santo no puede convencerlas del peligro que corren por estar
ofendiendo a Dios.
Es justamente debido a la incredulidad que muchos frecuentadores de iglesias
viven en el libertinaje, pensando que la gracia de Dios va a librarlos del
in erno. Por el mismo motivo, varios religiosos piensan que Dios abrirá una
excepción para ellos por ejercer algún cargo o por tener algún título en
cierta denominación. Es también por no dejarse ser convencida del pecado
que la sociedad vive como si nunca fuera a rendir cuentas de sus obras ante
Dios.
No es por el hecho de que el Espíritu Santo no haya convencido a esas
personas que la culpa por la perdición de ellas sea de Dios. El Señor tiene
todo el poder para convencer, pero somos nosotros los que damos las
condiciones para que Él lo haga. Después de todo, está escrito que Dios no
hace acepción de personas (Hechos 10:34). Es debido a la dureza y a la falta
de arrepentimiento que los incrédulos han acumulado ira contra ellos
mismos (Romanos 2:5). El hecho de que no sean convencidos por Dios es la
mayor prueba de que falta el deseo sincero de querer conocerlo.
Es por eso que la idea de que el arrepentimiento ocurre en el momento que
mejor le parece es cuestionable. El arrepentimiento es un don de Dios
operado por el Espíritu Santo, que es Quien convence al ser humano de
todo pecado. Por lo tanto, no ocurre en un chasquido de dedos o como en
un toque de magia, sino cuando hay un reconocimiento sincero de la
práctica del error.
Hay tres características fundamentales en una persona que muestran si está de
hecho arrepentida:
Primera: siente una tristeza inmensa a causa de las transgresiones que
cometió.
Segunda: no tiene ninguna di cultad de humillarse ni de admitir que falló
delante de Dios y de las personas involucradas.
Tercera: tiene asco de su pecado y, por eso, lo abandona completamente y
no vuelve más a practicarlo.
Resistencia para oír la Voz de
Dios
Es interesante notar que el ser humano es diariamente convencido por
personas, publicidades, programaciones de TV, internet y medios de
comunicación para cambiar su alimentación, sus gustos, hábitos y opiniones.
Por esa razón, compra lo que no necesita, come lo que no le gusta o no le
hace bien, deja de gustarle o no alguien, etc. Por otro lado, esta misma
facilidad para dejarse convencer no ocurre cuando se trata de las cosas de
Dios. Eso solo muestra que el ser humano es vulnerable a los estímulos
externos que recibe, pero, en cuanto a oír al Espíritu Santo, es, la mayoría de
las veces, terco y malhumorado.
La Voz del Espíritu de Dios no es alta, no es invasiva y no violenta nuestro
libre albedrío. Al contrario, es blanda, rme y constante. A pesar de eso, es
fácil sofocar esa Voz con las propuestas del diablo, con las emociones, con los
malos amigos, con las redes sociales y con los demás llamados de este mundo.
Por eso, no hay pecado más terrible que ser resistente a la Voz del Espíritu
Santo; después de todo, la persona deja de oír la Voz del Creador para darle
oídos a todo lo que la aleja de Él. Quien lo hace es incrédulo, aunque tenga
años de iglesia u ocupe un cargo eclesiástico. Además, se pierde
de nitivamente porque rechaza esa Voz que llama al arrepentimiento.
No me asusta que el Espíritu Santo no logre convencer al mundo de su
pecado, pero sí me asusta ver que el Espíritu Santo no ha logrado convencer
a pastores, esposas de pastores, obreros y personas tan conocedoras del
Evangelio de que están caminando hacia la muerte eterna debido a su
desobediencia a los Mandamientos Divinos. Y lo peor es que lo hacen
creyendo que, después de todo, la gracia de Dios los salvará. ¡Eso es muy
triste!
Si usted convive con una persona así y ya intentó convencerla de la Verdad,
probablemente no obtuvo éxito. ¡Y nunca lo obtendrá! Pero no se enoje por
eso, porque ese papel no es suyo, sino del Espíritu Santo. Si ella no ha oído al
propio Dios, difícilmente lo oirá a usted. Y si acaso logró hacer que alguien
cambiara de opinión, puede estar seguro de que él no se convirtió de hecho,
porque fue convencido por un ser humano, y no por Dios. Y el primero que
venga con un argumento mejor logrará convencerlo de lo contrario
nuevamente.
Un tesoro de precio inestimable
Como ya dijimos, la gracia es un tesoro de precio inestimable, pues es un
regalo conquistado en la cruz por el sacri cio del Señor Jesús. Sin embargo,
ha sido vendida como una mercadería barata en una feria libre, anunciada a
los gritos por los vendedores. Esa falta de entendimiento en cuanto a ese
principio tan fundamental para la fe se transformó en un cáncer en la Iglesia
actual, pues ha corroído el temor y la disciplina espiritual en el Cuerpo de
Cristo. Y lo peor es que, cuanto más se acerca el n de los tiempos, más han
liquidado ciertos predicadores la preciosa gracia de Dios, porque encajan en
la predicación de Efesios 2:5, “por gracia habéis sido salvados”, la idea de
complacencia con los errores y la facilidad para heredar el Reino de los
Cielos.
Es como si la gracia de Dios excluyera a la obediencia y a la disciplina
(justicia) de Su Reino. Como si yo creyera y confesara: “Ahora que estoy en
la gracia, puedo disfrutar del mundo sin miedo de perder mi Salvación”.
Como si la Salvación estuviera garantizada para siempre, sin exigir de mí la
renuncia de mis voluntades.
¿Acaso la gracia de Dios permite vivir la vida cristiana libre de la justicia, de
la misericordia y de la fe del Reino de Dios? ¡Claro que no! Lo que era
pecado en el Antiguo Testamento continúa siendo pecado en el Nuevo
Testamento, porque Dios no cambió Su carácter. Quien usa la gracia de Dios
como excusa para el libertinaje, en realidad, no nació de Él y no posee Su
naturaleza porque, si la poseyera, entendería cuánto Le costó al Señor Jesús el
perdón de nuestros pecados.
Es debido a entendimientos erróneos como este de la gracia barata,
diseminados en el medio evangélico, que hemos visto a tantos cristianos
indulgentes con el pecado. Viven un estilo de vida semejante al de los
incrédulos y son igualmente apegados al mundo y a su carne, así como aquel
que no pertenece al Reino de Dios. Creen en una “hipergracia” que
permite hacer todo lo que les dé la gana, pues la idea engañosa es que “una
vez salvo, salvo está para siempre”. ¡Qué terrible ilusión!
El Señor que proporciona la gracia y escribe nuestro nombre en el Libro de
la Vida es el mismo que, al ver esa gracia siendo rechazada, por dejar de lado
una vida en la disciplina de la fe, puede borrar nuestro nombre de allí. A n
de cuentas, no existe comunión con Dios sin arrepentimiento y abandono
del pecado, así como no hay cómo permanecer salvo sin vivir en la justicia y
en la disciplina de la fe.
La gracia solo alcanza a quien se arrepiente genuinamente. Si no fuese así,
borraría los pecados de todo el mundo y todos estarían salvos. Sin embargo,
vea lo que dice esta enseñanza del Señor Jesús:
Si ese Texto no signi ca una exigencia al sacri cio personal del propio
querer, en nombre de la vida eterna, entonces ¿qué quiere decir para
nosotros? Claro que no debemos considerar esa recomendación como una
mutilación literal, sino como una entrega tan profunda de nuestras
voluntades a Dios, que perder, sufrir, llorar o gemir pasa a no tener ninguna
importancia. Lo que el verdadero cristiano debe considerar es el rme
compromiso en ser el al Señor hasta la muerte. Pues es mejor que suframos
los mayores dolores en este mundo, como el de la muerte, antes que
pequemos contra Dios.
El pecado es tan nocivo a la Salvación del alma que la Biblia nos orienta a
que no solo lo evitemos, sino que también huyamos de él (1 Corintios 6:18;
2 Timoteo 2:22-23). Note que las Sagradas Escrituras no nos ordenan a huir
de las luchas, de los desiertos y, mucho menos, de las persecuciones, sino que
recomiendan, rmemente, que nos mantengamos lejos de aquello que es
impropio a la fe. La Palabra de Dios es tan enfática en cuanto a esto que
revela, además, que debemos abstenernos incluso de aquello que tiene forma
de mal (1 Tesalonicenses 5:22). Eso quiere decir que, para que el cristiano
tenga la Salvación segura, necesita hacer un ejercicio diario de renunciar a
todo lo que es pecaminoso y nocivo para su fe.
O sea, en la duda de si está bien o mal, no lo haga, para no correr el riesgo
de ser licencioso, dándoles lugar a sus instintos carnales. Eso suena radical
porque el pecado es seductor y puede atraer, encantar y conquistar a
cualquiera. Por lo tanto, nadie está libre del riesgo de caer y, después,
tornarse víctima del mal.
Delante de eso, entendemos que la Salvación es por la gracia, pero no es
gratis. Tenemos un precio que pagar, que se llama renuncia de la propia
voluntad. Es esta obediencia completa, que es el yugo del Señor Jesús, la que
debemos tomar si, de hecho, fuimos salvos.
Si la gracia de Dios eliminara la responsabilidad del hombre de obedecer
elmente los Mandamientos Divinos, entonces permitiría vivir la vida
cristiana libremente para disfrutar de las obras de la carne (Gálatas 5:19-21).
También seríamos libres para negarnos a dar la otra mejilla (Mateo 5:39),
para negar el perdón (Mateo 6:15), para negarnos a nosotros mismos (Mateo
16:24), para dejar de cargar la cruz (Mateo 16:24) y para no aceptar injurias,
persecuciones y mentiras (Mateo 5:11). En n, seríamos libres para andar por
el camino fácil y entrar por la puerta ancha y espaciosa que lleva al in erno
(Mateo 7:13).
Quienes introducen esas falsas doctrinas de una gracia barata y de libertinaje
son, en realidad, enemigos ocultos del Evangelio. Porque,
independientemente del título académico o de la posición que tengan en el
medio evangélico, no respetan la Palabra de Dios, por eso, están al servicio
del diablo.
Delante de Dios, esos falsos maestros serán culpables por la disolución y por
el desvío espiritual de los eles, porque esparcen que la gracia de Dios
“cubre todo”, por eso, pueden pecar a gusto. Vea, entonces, que los mayores
enemigos del pueblo de Dios no están del lado de afuera, sino dentro de las
iglesias, donde el diablo ha in ltrado a hombres impíos con apariencia de
piedad, así como lo hizo en el pasado. Quien promueve la falta de temor y
de Santidad al Señor es un aliado de Satanás.
Fe para pecar
Esta falsa interpretación que ha persuadido a muchos cristianos a vivir fuera
de la disciplina del Reino de Dios y del estándar del servicio a Él, en nombre
de una libertad mentirosa, fue un problema enfrentado por el apóstol Pablo
en sus días.
Para libertad fue que Cristo nos hizo libres; por tanto, permaneced firmes,
y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud.
Gálatas 5:1
Todas las cosas me son lícitas, pero no todas son de provecho. Todas las
cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna.
1 Corintios 6:12
Por eso, cautela: fuimos libres de aquello que antes nos oprimía, del
encarcelamiento maligno, de los rudimentos del mundo, de las reglas
impuestas por la religiosidad, pero no del compromiso de obedecer a Dios en
todo. Libertad sin sumisión al Señor solo es ser esclavo de Satanás. No es en
vano que muchas personas, que antes fueron sacadas de las tinieblas a la luz,
están hoy nuevamente en las garras del diablo porque contaminaron su fe.
Quien fue libre y valora esa libertad no atiende a los llamados del orgullo, del
adulterio, de la envidia, de la codicia y de las demás obras que encarcelan el
alma, ¡al contrario! Pues sabe que el Señor Jesús nos concedió gracia y
libertad para que, con alegría y temor, Le sirvamos a Él y a Su Iglesia en
amor. De esta manera, quien quiera mantenerse libre no puede ignorar los
peligros de las falsas doctrinas de la gracia libertina que, disimuladamente
penetran en el seno del evangelio.
Es justamente para engañar a personas sinceras y eles que el diablo ha usado
a los “profetas viejos”, personas que un día tuvieron un compromiso con el
verdadero Evangelio, pero que hoy ya dejaron de tenerlo. “Profeta viejo” no
es una persona anciana que predica la Palabra de Dios, sino aquella que,
aunque acumule títulos y cargos eclesiásticos, no tiene comunión con Dios,
no Le da prioridad a Su Voz.
Como usted sabe, en el relato de 1 Reyes 13, el falso profeta de Betel usó
mentiras para engañar a un hombre de Dios de Judá, que era el, llevándolo
a desobedecer la orden que había recibido del Señor. La sagacidad y el poder
de convencimiento del profeta viejo fueron tan grandes que el hombre de
Dios cayó en la mentira. A causa de eso, perdió su vida trágicamente al ser
muerto por un león. Además de eso, no le fue permitido ser sepultado con
su familia, sino que su cuerpo fue colocado en el sepulcro del profeta viejo,
en señal de deshonra.
Vea que el diablo no usó a un incrédulo para derrumbar al hombre de Dios,
sino a un profeta igual a él:
La ira de Dios se alzó contra ellos y mató a algunos de los más robustos,
y subyugó a los escogidos de Israel.
Salmos 78:31
Dios es juez justo, y un Dios que Se indigna cada día contra el impío. Y si
el impío no se arrepiente, Él afilará Su espada; tensado y preparado está
Su arco.
Salmos 7:11-12
Pues la ira de Dios vendrá sobre los hijos de desobediencia por causa de
estas cosas.
Colosenses 3:6
Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y
después de esto, el Juicio.
Hebreos 9:27
Él también llegó a llamar “necio” a todo aquel que no nota que la vida en
este mundo es corta, y que buscar solo lo que es temporario es una
insensatez: “(…) ¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma; y ahora, ¿para
quién será lo que has provisto?” (Lucas 12:20).
En otras palabras, ¿de qué sirve perseguir la comodidad y la seguridad que el
dinero puede dar si nada de eso le garantiza paz al alma? ¿De qué sirven los
innumerables procedimientos médicos, el consumo de complejos vitamínicos
y el cuidado con la estética del cuerpo si el hombre no logra evitar la muerte
eterna, en caso de que no se arrepienta?
En un determinado momento, todos, inevitablemente, tendrán que
comparecer delante de Dios. Por más que hayan vivido en el lujo y en los
placeres que el mundo ofrece, un día tendrán que encontrarse frente al Dios
a Quien despreciaron en vida.
El Señor Jesús mostró también la locura de llevar la vida alejado de Dios, por
medio del ejemplo del rico y de Lázaro: “(…) y murió también el rico y fue
sepultado. En el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio a Abraham a lo
lejos, y a Lázaro en su seno” (Lucas 16:22-23).
Aquí comienza el tormento eterno del hombre que, en la Tierra, gozaba
espléndidamente de su fortuna. Tenía el mundo a sus pies, sirvientes para
todo, incluso “para limpiarle el trasero”. Pero, inmediatamente después de
que la muerte golpeara a su puerta, fue a parar a un lugar de tormentos y
desesperación general, algo jamás visto a los ojos humanos. Los gritos
incesantes de dolor y el horror de las almas a su alrededor hacían que el
ambiente se tornara aún peor. Era el in erno. Miles de millones de almas,
todas perfectamente conscientes de lo que estaban pasando, ahora le hacían
compañía. Pero nadie, ni siquiera una sola de las que estaban allí, podría
aliviar su propio tormento.
Además de que la puerta sea estrecha, la Biblia muestra que, de cada 100
oyentes de la Palabra de Dios, solo 25 son obedientes, justi cados y salvos
(Mateo 13:3-23). ¡Imagínese, entonces, el número de los desobedientes,
sumado a los demás que ni siquiera quieren oírlo! Es una verdadera multitud,
lo que muestra que, de nitivamente, ¡el Cielo no es para todos! Fue hecho
para todos, pero son pocos los que quieren pagar el precio (renuncia de sus
propias voluntades) de ir para allá. Mientras tanto, justos e injustos se
soportan en la Tierra, pero la separación se da con la muerte de ambos. A
partir de entonces, cada uno va para un lado: justos para la derecha; injustos
para la izquierda; justos para la vida eterna; injustos para la muerte eterna.
Porque la Justicia del Justo Juez clama por el alma de los justos y Sus ángeles
son enviados para buscarla y llevarla al Lugar de la Justicia (Cielo). Por otro
lado, el diablo requiere el alma de aquellos que, consciente o
inconscientemente, hicieron su voluntad mientras estaban vivos.
Así, la pregunta que no se calla es: ¿su conciencia está en perfecta paz con
relación a la Salvación de su alma? Si muere hoy, ¿usted sabe dónde pasará la
eternidad? Jesús dijo que muchos, en el Juicio Final, oirán de Él la siguiente
declaración:
(…) Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de Mí, todos los que
hacéis iniquidad. Allí será el llanto y el crujir de dientes cuando veáis a
Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios,
pero vosotros echados fuera.
Lucas 13:27-28
Por lo tanto, el in erno no es una invención humana, sino una realidad para
aquellos que no le hacen caso al sacri cio del Señor Jesús y que incluso se
burlan de Su Palabra al elegir vivir de cualquier forma. Dios, sin embargo,
no cambió. Él es el mismo del pasado y Su carácter permanece inmutable.
Puede retrasar Su ira durante un tiempo, dando la oportunidad de
arrepentimiento, pero no será para siempre. Su misericordia solo triunfará
sobre Su Juicio en la vida de quien, sinceramente, se vuelva a Él.
Entonces, si el propio Señor Jesús hizo de la Salvación y de la condenación
eterna los principales temas de Sus prédicas, ¿por qué nosotros, Sus siervos,
omitiremos esas Verdades de nuestra generación?
El Espíritu Santo nos ha obsequiado la oportunidad de que seamos
portadores del Evangelio, anunciadores de las Buenas Nuevas; pero ¿cómo
hemos actuado delante de esa dádiva?
De acuerdo con lo que hemos predicado, la conciencia de las personas será
despertada o no al carácter del Altísimo. Verán a Dios mediante lo que
reciben de nosotros. Por eso, solamente la prédica correcta de las Escrituras
puede alertar a la humanidad sobre el peligro que corre de ir al in erno.
Frente a esto, que ningún siervo se torne un instrumento de engaño, con
palabras blandas y suaves que promueven un Evangelio de puertas anchas;
caso contrario, su ministerio caerá en ruinas, al igual que su alma: “Que nadie
os engañe con palabras vanas, pues por causa de estas cosas la ira de Dios viene sobre
los hijos de desobediencia” (Efesios 5:6).
La misma Palabra que salva será usada en la eternidad para condenar a quien
no la practicó, pues Dios no Se mantendrá indiferente al pecado: “El que Me
rechaza y no recibe Mis Palabras, tiene quien lo juzgue; la Palabra que he hablado,
esa lo juzgará en el día final” (Juan 12:48).
Las armas de nuestra guerra
A todos nosotros nos gustaría vivir sin tener que pasar por ningún dolor, sino
gozar, diariamente, de perfecta paz y tranquilidad. Sin embargo, eso no es
posible, porque hay un enfrentamiento invisible en el mundo espiritual que
va más allá del mundo físico y que le da origen a todo sufrimiento que
vemos en la Tierra. Solo la paz que el Señor Jesús nos dejó, y que habita en
nuestro interior, puede traernos la tranquilidad que tanto anhelamos, aun
viviendo días de luchas. Y esa quietud puede ser disfrutada en diferentes
niveles, dependiendo de nuestra entrega a Dios. Es decir, cuanto más Lo
obedecemos y manifestamos la fe, más aumenta nuestra con anza en Él y,
automáticamente, menos ansiedad, aprensión y miedo pasamos a tener ante
las luchas. Esa paz no signi ca ausencia de problemas, de tribulaciones o de
peligros; no obstante, nos trae la seguridad de que prevaleceremos sobre
nuestros problemas.
Vivimos en un mundo dominado por odio, engaños, guerras y egoísmo, por
eso las Escrituras nos recomiendan que tomemos posesión de la armadura de
Dios. Esa fue la advertencia que el Espíritu Santo dio, a través de Pablo: “Por
lo demás, fortaleceos en el SEÑOR y en el poder de Su fuerza. Revestíos con toda la
armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo” (Efesios
6:10-11).
Observe que los verbos “fortalecer” y “revestir” están en el presente y en el
imperativo, indicando que, en esta guerra espiritual, nuestra acción de buscar
el fortalecimiento y el revestimiento de la armadura de Dios debe ser
continua e ininterrumpida, pues solo así permaneceremos rmes en la fe. El
hombre, por sí mismo, no puede fortalecerse, pero, si obedece la orden
Divina de estar todo el tiempo fortaleciéndose y revistiéndose de la armadura
de Dios, será sustentado y protegido por Él.
Dios no nos omite la biografía de Satanás ni nos deja desprevenidos en
cuanto a sus maquinaciones perversas. Las Sagradas Escrituras revelan que los
enemigos a ser enfrentados son numerosos, sagaces y sutiles. Es decir, Satanás
y sus demonios usan diferentes medios y planes para engañar al ser humano y
lograr arruinar su vida. Por eso, no podemos entrar en ese choque usando
nuestra propia fuerza.
Por sí mismo, el hombre natural está completamente sin preparación para
enfrentar al diablo. Por más que se esfuerce, si lucha solo, su lucha estará
perdida. A n de cuentas, Satanás no es humano. Por esta razón, armas
carnales, estrategias terrenales, buena voluntad y buenas intenciones no lo
derrotan, aunque estén repletas de coraje. Sin embargo, aunque no tengamos
habilidad ni fuerza en nosotros mismos para vencer al imperio de las
tinieblas, el mal no prevalecerá sobre nuestra vida. Primero, porque la guerra
no es nuestra, sino del SEÑOR. Segundo, porque el poder y la fuerza
adecuados para esa batalla vienen de Él.
Contra quién luchamos
Dios coloca a nuestra disposición un verdadero arsenal espiritual capaz de
vencer a todos nuestros enemigos. Pero, para eso, no basta con que tomemos
solo una parte de la armadura de Dios, es necesario tomar “toda” la
armadura: “Revestíos con toda la armadura de Dios”.
De la misma forma que, en las guerras del pasado, solo los soldados
fuertemente armados y protegidos estaban aptos para luchar y vencer, en la
guerra contra el in erno, solamente los siervos revestidos con la armadura
espiritual completa están listos para atacar al mal y defenderse de él
(verifíquelo en Efesios 6:11-13).
En la jornada cristiana, quien se convierte, de inmediato ya recibe un
llamado especial del Altísimo para entrar en las hileras del ejército de los
valientes de la fe. El SEÑOR, que es nuestro General de guerra, convoca a
aquellos que se entregan a Él para guerrear bajo Su comando. A partir de
entonces, Dios lo saca de la condición de víctima de los espíritus inmundos a
la condición de “más que vencedor”, porque ¡es imposible que el SEÑOR de
los Ejércitos pierda una batalla! Pero esa condición de victoria permanente
solo es posible si esa persona se rindió verdaderamente ante Él. En caso de
que tenga los ojos en el mundo, considerándolo como un lugar de ocio y
bienestar, será una presa fácil para su oponente. Por este motivo, el cristiano
tiene que ser vigilante, sobrio y sensato en su fe todo el tiempo, para no ser
sorprendido por el mal.
Es indispensable resaltar que nuestra lucha no es contra las personas, sino
contra los espíritus de las tinieblas que las usan para atacarnos: “Porque nuestra
lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades,
contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes
espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Efesios 6:12).
Si nuestros enemigos fuesen los seres humanos, nuestra guerra sería fácil de
ser vencida, porque las personas son vulnerables y mortales. Nuestra lucha no
es religiosa, política o económica, aunque el diablo actúe en esas áreas y guíe
la mayoría de los eventos que suceden en el mundo.
Luchamos, por lo tanto, contra seres espirituales que se organizan de forma
jerárquica muy inteligente. Los demonios son invisibles a nuestros ojos
físicos, pero nos ven 24 horas por día. Por haber sido ángeles de luz, conocen
a Dios cara a cara, así como al Cielo y varios misterios del mundo espiritual
que ninguno de nosotros conoce. Además, son portadores de vasto
conocimiento bíblico, más que cualquier ser humano, y no descansan hasta
derribar a un hijo de Dios.
Ahora usted entiende pues el Espíritu Santo nos muestra contra quién, de
hecho, luchamos. Quien olvida que su pelea es contra espíritus malignos y se
enfoca en combatir a la persona que está siendo usada por el mal, está
actuando como alguien que culpa al bisturí usado por el médico de hacer
una mala cirugía y no al propio médico que lo usó.
Entonces, nuestra guerra es contra un adversario perspicaz, que tiene muchas
caras y muchos nombres (Beelzebú, Belial, príncipe de este mundo, dragón,
“dios de este mundo”, Satanás, diablo…), pero un solo objetivo: promover el
pecado para alejar al ser humano de Dios. Para eso, usa muchos disfraces,
pues, si muestra su verdadero rostro e intención, nadie caerá en sus trampas.
Vea, ahora, cómo esos espíritus malignos, divididos en principados,
potestades, poderes de este mundo de tinieblas y huestes espirituales de
maldad actúan, en la práctica:
Principados: como el propio nombre lo dice, son los príncipes del in erno
que están directamente relacionados con Satanás y de él reciben órdenes para
comandar a otros demonios. Cada príncipe comanda una región con el n
de oprimir, en mayor o menor grado, al pueblo que vive allí. Solamente las
oraciones de los siervos de Dios pueden impedir o aminorar la acción de
estos espíritus. Daniel, por ejemplo, tuvo que enfrentar, en oración, la
oposición de un principado durante varios días, hasta que el socorro vino,
por intermedio del arcángel Miguel:
Les manda saludos Epafras, que es uno de ustedes. Este siervo de Cristo
Jesús está siempre luchando en oración por ustedes, para que,
plenamente convencidos, se mantengan firmes, cumpliendo en todo la
voluntad de Dios.
Colosenses 4:12 NVI
Esta Comisión te confío, hijo Timoteo, conforme a las profecías que antes
se hicieron en cuanto a ti, a fin de que por ellas pelees la buena batalla,
guardando la fe y una buena conciencia, que algunos han rechazado y
naufragaron en lo que toca a la fe.
1 Timoteo 1:18-19
Por tanto, por esta razón he pedido veros y hablaros, porque por causa
de la esperanza de Israel llevo esta cadena. Y ellos le dijeron: Nosotros ni
hemos recibido cartas de Judea sobre ti, ni ha venido aquí ninguno de los
hermanos que haya informado o hablado algo malo acerca de ti. Pero
deseamos oír de ti lo que enseñas, porque lo que sabemos de esta secta
es que en todas partes se habla contra ella. Y habiéndole fijado un día,
vinieron en gran número adonde él posaba, y desde la mañana hasta la
tarde les explicaba testificando fielmente sobre el Reino de Dios, y
procurando persuadirlos acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés
como por los profetas. Algunos eran persuadidos con lo que se decía,
pero otros no creían.
Hechos 28:20-24
Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la Verdad, revestidos con
la coraza de la justicia, y calzados los pies con el apresto del Evangelio
de la paz; en todo, tomando el escudo de la fe con el que podréis apagar
todos los dardos encendidos del maligno. Tomad también el yelmo de la
salvación, y la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios.
Efesios 6:14-17
Vea que el Evangelio tiene poder para deconstruir so smas, miedos y dudas,
así como para construir una fe sólida para mantenernos en comunión con el
Altísimo. Por eso, hermosos son los pies de los que tienen disposición y
rapidez para llevar las Buenas Nuevas de la Salvación a los que sufren
(verifíquelo en Isaías 52:7).
4. Escudo de la fe. Una de las tácticas de guerra de aquella época era
lanzar sobre los enemigos lanzas cuyas puntas contenían un paño de
estopa embebida en material combustible: los llamados “dardos
in amados”. En el lanzamiento, la estopa era encendida y, al ser lanzada,
la echa incendiaba navíos y campamentos, causando innumerables
muertes. Había, incluso, dardos envenenados que causaban heridas
mortales. Para no ser alcanzado, el soldado tenía que estar protegido con
su escudo. Así también es la fe en la vida del cristiano: lo protege contra
los dardos in amados del maligno, que pueden ser los malos
pensamientos, la incitación al pecado, las mentiras, difamaciones y otras
ofensivas por parte del diablo. Solo la fe es capaz de blindarnos de esas
embestidas y ponernos en un refugio seguro. Al mismo tiempo que la fe
nos protege, trae a la existencia aquello que no existe, pues nos hace
audaces para que tomemos posesión de las promesas de Dios.
5. Yelmo de la Salvación. El yelmo de un soldado era especí camente
confeccionado para él a n de que quedara bien ajustado a su cabeza. Era
hecho de un material resistente, como metal, y revestido de piel por dentro,
volviéndolo e caz contra golpes y otras agresiones. El yelmo simboliza la
Salvación, que es una fortaleza dentro de nosotros, capaz de repeler cualquier
miedo y duda sobre el futuro. Es en la mente que guardamos la rme
convicción de la vida eterna, por eso, también debemos guardarla de los
malos pensamientos. La certeza de la Salvación no es solo una esperanza para
el mañana, sino una realidad que trae seguridad y bendice el tiempo
presente. Por eso, quien es salvo enfrenta cualquier tribulación porque tiene
conocimiento del eterno “peso de gloria” que le está reservado. Siendo así,
esa persona no cambia su preciosa herencia por los placeres de este mundo.
6. Espada. Ningún soldado osaba luchar sin tener en mano esa arma. La
espada representa a la Palabra de Dios. En ella, tenemos la garantía de que, al
ser vivida y anunciada, jamás volverá vacía, sino que se cumplirá
perfectamente el propósito para el que fue designada (Isaías 55:11). La
Palabra es como su Autor: viva y poderosa, por eso es invencible (Hebreos
4:12). Es más cortante que cualquier espada de dos los porque actúa donde
ninguna otra arma es capaz de penetrar. Va hasta el alma, discerniendo
pensamientos y pesando todos los deseos del corazón. La Palabra también
destruye las fortalezas del diablo, así como todas sus obras. Si el ser humano
le obedece, ella cortará todas las ataduras que lo atan al pecado, a los vicios y
a su naturaleza carnal y corrupta.
Orad en todo tiempo
Pablo concluyó que la armadura de Dios debe ser “sellada” con la oración,
que debe ser constante y perseverante en el Espíritu:
Con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu, y así, velad
con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y orad por mí, para
que me sea dada palabra al abrir mi boca, a fin de dar a conocer sin
temor el misterio del Evangelio, por el cual soy embajador en cadenas;
que al proclamarlo hable con denuedo, como debo hablar.
Efesios 6:18-20
Ese estado de vigilancia debe ser constante porque, casi siempre, el diablo
surge inesperadamente para atacar. Algunas veces, su deseo de engañar es tan
grande que simula ser un “ángel de luz”. O sea, se disfraza, usando
“consejos” de una “buena persona” o una idea aparentemente excelente,
solo para alejar a alguien de Dios. Satanás sabe que la mayoría de las personas
aprecia la luz, entonces, la imita, a n de engañarlas. Por ejemplo:
• Hace que las personas crean que el “amor vence todo”, que todos
deben seguir al “amor” y oír “la voz del corazón”. Así, distorsiona el real
sentido del amor, que es el sacri cio. Quien ama se sacri ca por la persona
amada, y quien ama a Dios sacri ca sus voluntades por Él.
• Promete conceder “paz” al mundo y a las personas a través de tratados,
acuerdos políticos y riquezas. Sin embargo, esa “paz” es falsa e ilusoria.
• Se camu a de forma casi perfecta en la religión, usando argumentos
aparentemente piadosos, para perseguir, provocar guerras y muertes en todo
el mundo, como sucedió en el pasado, en la Inquisición.
Ante eso, el Espíritu Santo nos advierte que no podemos ignorar ni
admirarnos por la manera sagaz en la que las tinieblas trabajan para colocar
trampas en el camino del ser humano. Es propio del mal tener un carácter
ambiguo, además de asumir una postura y un discurso según le conviene. Ese
carácter maligno ha sido promovido sin cautela en nuestra sociedad, al punto
de que hoy tengamos di cultad de encontrar una persona realmente
transparente, sincera y sin doble comportamiento. De esa forma, le
corresponde a cada uno tener discernimiento para distinguir que no todo es
lo que parece, así como no todas las palabras “agradables” son realmente
buenas y no todos los que se dicen de Dios realmente son de Él.
Ahora bien, si Satanás tiene ese tipo de carácter engañoso, sus hijos también
son semejantes a él. De esa manera, solo quien esté revestido de la armadura
de Dios logrará discernir cuando esté delante de máscaras, es decir, de
espíritus engañadores.
Y no es de extrañar (de admirarse), pues aun Satanás se disfraza (finge
ser) como ángel de luz. Por tanto, no es de sorprender que sus servidores
también se disfracen como servidores de justicia; cuyo fin será conforme
a sus obras.
2 Corintios 11:14-15
Siendo el diablo este ser astuto, que arde de odio, furia y engaño, ¿usted cree
que él despreciaría una brecha dada por un siervo de Dios cuando se relaja
espiritualmente?
Cómo Jesús venció al diablo
Para entender este capítulo, vamos a recordar rápidamente lo que le sucedió
a la primera pareja del mundo, cuya caída repercute en nosotros hasta hoy.
Después de desobedecer, Adán y Eva perdieron su estado de perfección y
pureza, comenzando a vivir contaminados por el pecado. A partir de
entonces, la capacidad de re exionar, discernir y hacer sus elecciones de
forma correcta, que ellos y toda la humanidad tenían, fue afectada
drásticamente. Porque el ser humano, por sí mismo, corrompido con el
pecado, solo logra alcanzar el entendimiento de la voluntad de Dios a través
del Espíritu Santo. Además, la criatura antes fuerte, valiente y segura pasó a
ser vulnerable y fácilmente consumida por la culpa, por el miedo, por las
dudas y por tantas otras debilida- des. No es de extrañar que el ser humano,
como Adán y Eva, pre era huir de Dios antes que acudir a Él para ser
restaurado. No es de extrañar que la mayoría de las personas solo busque a
Dios o se entregue en Sus Manos cuando está en el fondo del pozo.
Pero no fue solo la humanidad la que tuvo que enfrentar las consecuencias
del pecado. La serpiente, el reptil que fue usado por el diablo como
instrumento de tentación y convencimiento para llevar a la mujer a la
transgresión, tampoco dejó de tener su castigo. El animal, que antes de que
el pecado entrara en el mundo probablemente tenía una postura erguida e
imponente, destacándose entre toda la fauna, ahora había caído en
vergüenza. La maldición dada a la serpiente indica que, otrora, tenía una
estructura física diferente, y eso, posiblemente, le proporcionaba una
alimentación superior. Pero, al recibir la punición de Dios para arrastrarse
sobre su propio vientre y comer el polvo de la tierra, el reptil quedó
humillado.
Sabemos que la serpiente no come tierra, sin embargo, al arrastrarse por el
suelo, por no tener patas, es obligada a engullir su alimento con suciedad y
polvo: “Y el SEÑOR DIOS dijo a la serpiente: Por cuanto has hecho esto, maldita
serás más que todos los animales, y más que todas las bestias del campo; sobre tu
vientre andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida” (Génesis 3:14).
La degradación de la serpiente muestra la degradación del propio tentador.
O sea, la maldición no era solamente para el animal usado para promover el
pecado, sino también para quien lo utilizó: el diablo.
En el primer momento, Satanás, aparentemente, alcanzó la victoria que
quería: separar al ser humano de Dios, rompiendo así la perfecta comunión
que disfrutaba con el Creador. Pero lo que él no sabía era que ese mal, que
acababa de cometer contra la raza humana, se transformaría en un bien
extraordinario. Quiere decir, el ser humano, sucio con el pecado y distante
de Dios, sería limpiado, lavado y puri cado con la Sangre de Aquel que
moriría por nuestras iniquidades. Así, el diablo colaboró para unirnos por los
siglos de los siglos al Creador, como era al principio de todo.
¡Vea cuán sabio e in nitamente poderoso es el Altísimo! Él transforma la
perversidad del diablo contra Sus hijos en bien, de alguna manera. Y así, el
mal, en ese sentido, pasa a ser cooperador de los propósitos Divinos, sin
desearlo.
Constatamos eso varias veces en las Escrituras. José, por ejemplo, al ser
vendido por los hermanos como esclavo a una caravana egipcia, años
después, se tornó el segundo hombre más poderoso de Egipto. En esa
posición, él libró a la mayor nación del mundo del hambre. Su fe y su
carácter, hasta hoy, sirven de testimonios para nosotros. Vea lo que él dijo
sobre las injusticias cometidas por sus hermanos:
Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que
sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente.
Génesis 50:20
Eso quiere decir que no existe la más mínima chance de reconciliación entre
Dios y el diablo, así como no hay a nidad entre el Cielo y el in erno o entre
el justo y el impío.
El Todopoderoso no Se detuvo en Su propósito de salvar a la humanidad,
pues, inmediatamente después de la muerte del justo Abel, Él levantó a Set,
su hermano, en su lugar. Después de esto, Dios hizo alianza con Noé,
Abraham, Isaac y Jacob. De sus hijos, procedieron las doce tribus de la
nación de Israel hasta llegar el momento de enviar a Su Hijo, Aquel que
trabaría la guerra frente a frente con Satanás y le pisaría la cabeza para,
nalmente, redimir a Su pueblo.
El nacimiento de Jesús
La responsabilidad que Le fue atribuida por el Padre al Hijo fue abrazada por
Él con amor y voluntariedad. El Señor Jesús Se presentó espontáneamente al
sacri cio de la encarnación y muerte para salvar a los pecadores. Por eso Él
descendió del Cielo, dando oportunidad de Salvación a aquellos que se
perdieron del propósito de Dios.
La vida del Señor Jesús en este mundo fue un constante combate contra
Satanás. Aun siendo Dios Hijo, Él enfrentó, desde la más temprana infancia,
los dolores de las persecuciones. Es común que el diablo use a muchos de sus
hijos para hacerles la “guerra a los santos”, como está escrito en los capítulos
12 y 13 de Apocalipsis. Por eso, Abel fue asesinado; los descendientes de
Abraham fueron odiados y esclavizados en Egipto; Israel sufre con todo tipo
de rechazo y hostilidad hasta hoy; y la Iglesia del Señor Jesús, en todas las
generaciones, es perseguida. Ese es el motivo de que continuemos en guerra.
Enseguida de Su nacimiento, el Mesías vio la cara cruel de las tinieblas
presentándose ante Él a través del rey Herodes, que peleó para matarlo
cuando aún era bebé (verifíquelo en Mateo 2:13-16). La fuga de José y
María, llevando consigo a Jesús a Egipto, tenía por objetivo preservar Su
vida.
Vemos, entonces, en la ira de un gobernante, el retrato de la ira del diablo.
La personalidad de Satanás muestra que él luchará para matar y destruir, en
todo momento, principalmente a aquellos que Le pertenecen a Dios. Por eso
debemos ser conscientes de que, cuanto más amigos de Dios y más temerosos
y eles a Él seamos, más Satanás se opondrá a nosotros y se hará nuestro
enemigo, promoviendo luchas, calumnias y a icciones.
La ira de Satanás contra el Hijo de Dios continuó cuando Lo tentó en el
desierto después de Su bautismo. Pero, al contrario de Adán y Eva que,
cercados de comodidad y abundancia, no se resistieron a las palabras
seductoras de Satanás en el huerto, nuestro Señor, con hambre y solo, venció
a todas las propuestas malignas en medio del desierto.
Vea cómo del carácter del diablo uye la maldad, pues, si él no tuvo temor
de tentar al propio Hijo de Dios, ¡imagínese lo que le hace al ser humano!
Sin embargo, su acción solo hizo que se revelara aún más la belleza del
temor, de la santidad y de la obediencia del Señor Jesús, al negar todas las
ofertas del mal. Note que el Salvador vino al mundo para luchar contra todo
el in erno igual que todos los seres humanos, es decir, en carne y hueso,
mostrando así que, tal como Él, también podemos vencer al diablo.
Así que, por cuanto los hijos participan de carne y sangre, Él igualmente
participó también de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder
de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los
que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud (al diablo)
durante toda la vida.
Hebreos 2:14-15
(…) el SEÑOR estará con vosotros mientras vosotros estéis con Él. Y si
Le buscáis, Se dejará encontrar por vosotros; pero si Le abandonáis, os
abandonará.
2 Crónicas 15:2
No hay otra manera. Nadie puede imponer sus propias reglas a aquello que
el Señor determinó. Por lo tanto, en vez de aceptar a Jesús en los cultos,
usted debe entregarse a Él por completo. A n de cuentas, ¿cuántas veces ya
aceptó a Jesús como su Señor y Salvador y no vio ningún cambio en su vida?
El problema es que usted Lo aceptó, pero no se rindió a Él. En este caso,
aceptarlo no hará ninguna diferencia mientras no haya una entrega total.
¿Cómo alguien puede aceptar a Jesús sin entregar su vida y, aun así, esperar
una nueva vida? Es imposible recibir vida nueva sin renunciar a la vida actual.
¡Es imposible tener dos vidas al mismo tiempo!
El revestimiento del Espíritu de Dios, las oraciones de Jesús por nosotros y el
poder de Su Sangre sobre nuestra vida están sujetos a nuestra entrega total e
incondicional a Él, ¡y no a su aceptación!
El Espíritu de Dios es el Espíritu de la fe. La fe que hace nacer del Espíritu,
andar en espíritu e incomodar a la carne; que hace de la persona de mal
comportamiento una nueva criatura; la fe que hace que alguien embista al
diablo y lo venza. Sin embargo, esa fe exige el sacri cio de la vida actual a
cambio de la nueva vida ofrecida por el SEÑOR.
Entonces, “tomar” el revestimiento de Dios y Su Reino no es una
sugerencia, es una orden. Nos corresponde a nosotros buscar ser revestidos
de poder, vivir en obediencia y disponernos al sacri cio de nuestras
voluntades.
Si fracasamos en la lucha contra el diablo, la responsabilidad no será del Dios
Padre, ni del Dios Hijo, ni del Dios Espíritu Santo, sino nuestra, por ser
negligentes con respecto a Su orden.
Su pecado afecta a todos
Muchos piensan que las elecciones que hacen son un problema
exclusivamente de ellos y que nadie tiene nada que ver con eso. En parte,
eso es verdad. Sin embargo, debe considerarse que no somos como una isla
que no interactúa con las demás personas. ¡Al contrario! Estamos todos, de
alguna manera, conectados unos a los otros, y nuestras actitudes in uyen, y
mucho, la vida de los que nos rodean.
La forma en la que Coré, Datán, Abiram y sus familiares murieron es un
ejemplo de esto. Un grupo liderado por Coré se levantó contra la autoridad
de Moisés, allí en el desierto, rumbo a la conquista de la Tierra Prometida.
En su interior, la motivación del cabeza de la rebelión era disfrutar de los
privilegios y de los bene cios que el cargo sacerdotal de Aarón
proporcionaba. Aquel bando no quería servir al pueblo de Israel, sino a sí
mismo, obteniendo ventajas a las que, supuestamente, se tenía derecho en
una posición de liderazgo. La ira de Dios se encendió contra todos, inclusive,
el Texto Sagrado dice que tanto ellos como sus casas fueron tragados por la
Tierra y descendieron vivos al abismo (Números 16:24-35).
Otro caso ocurrió en Jericó, cuando un solo hombre pecó al tomar,
deliberadamente, los despojos de esa ciudad conquistada por Israel. Acán
desobedeció a la orden del Altísimo y, secretamente, se llevó un manto
babilónico y monedas de oro y de plata al campamento de Israel. A causa de
su delito, varios soldados que fueron a guerrear en otra ciudad, llamada Hai,
murieron. Eso le trajo dolor y humillación al pueblo ante las demás naciones
(Josué 7).
Así también sucedió con David debido a su adulterio. Al desposar a Betsabé,
esposa de Urías, y ordenar la muerte de este, el rey padeció junto con toda
su familia, pues sus hijos cosecharon las consecuencias de su mala conducta.
Perciba, entonces, que el acto del marido que decide adulterar afecta a la
vida de su mujer, de sus hijos y, muchas veces, incluso a la de sus padres.
Trayendo esos hechos a nuestros días, percibimos que lo mismo sucede en las
familias actuales. En una casa, todos pueden ser honestos y de carácter, pero,
si existe un miembro adicto o de mala índole, por ejemplo, toda la familia
sufrirá las consecuencias de sus actos. De la misma forma, si un pastor cae, al
relajarse en su fe y dejarse enredar por el pecado, probablemente, arrastrará a
un gran número de personas consigo debido al escándalo y a la incredulidad
que provocará. Así, toda la multitud, que fue llevada a la conversión por él,
no será nada comparada con la cantidad de aquellos que caigan a causa de su
mala conducta.
Vivimos una época de gran vergüenza en el medio evangélico, a causa,
justamente, de aquellos que deberían servirle de modelo al Rebaño de Dios.
Hemos visto, por parte de obispos, pastores, misioneros y obreros, una larga
lista de pecados ya banalizados, como adulterio, robo, mentira, trampas,
vanidad, disputas por posiciones, entre otros. Sin embargo, nada de eso
surgió de un momento a otro, sino que comenzó con una pequeña semilla
plantada en el corazón, que germinó con la voluntad de transgredir y dio
fruto al pecado.
En la epístola de Santiago, tenemos un abordaje que describe bien el curso
del pecado cuando está siendo generado en el alma del ser humano:
Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no
puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie. Sino que cada
uno es tentado cuando es llevado y seducido (y arrastrado) por su propia
pasión (deseo). Después, cuando la pasión (deseo) ha concebido, da a
luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte.
Santiago 1:13-15
Satanás no hace pecar al hombre, pues no tiene ese poder. Sin embargo,
lanza la semilla de acuerdo con la inclinación que ve en cada persona. Las
trampas del diablo tienen por objetivo atraer, pero el pecado solo se concreta
si la persona cede a la tentación, y eso sucede de acuerdo con el carácter y
con la voluntad de cada uno.
La fuente de la tentación está en la propia naturaleza humana; por eso, nadie
está libre del riesgo de caer en la fe, pues todos sufren algún tipo de
sugerencia diabólica. Sea hombre, mujer, pobre, rico, altamente instruido,
analfabeto, joven, anciano, etc. Cualquier persona que no esté,
constantemente, vigilándose a sí misma, será inducida por la propia carne a
transgredir la Palabra de Dios en el área de la vida en la que es más
vulnerable.
Aquellos que son permisivos y condescendientes en cuanto a los propios
deseos buscan agradar a su ego. El problema es que el ego quiere siempre
más, hasta llegar el momento en que el pecado prevalece y hace que la
persona quede completamente alejada de Dios. Entonces, si hay algo que
debe formar parte de la vida cristiana, es la renuncia constante al “yo”,
porque los pensamientos, deseos e inclinaciones, aunque aparentemente sean
pequeños e inofensivos, si son alimentados, ciertamente mañana provocarán
la caída espiritual.
Podemos decir que la concupiscencia, o sea, el deseo carnal, es la “madre”
de todas las iniquidades, pues es lo que hace que el ser humano se embarace
del pecado. Y una vez que el pecado se instala y se desarrolla en la vida de
una persona, se apodera de su mente, de su corazón y de su cuerpo,
provocando su muerte espiritual.
Un ejemplo de eso sucedió con David, nuevamente, cuando decidió realizar
el censo de Israel. Satanás hizo su parte al lanzar el anzuelo de la vanidad en
el corazón del guerrero, cuando volvió de una batalla y fue exaltado por las
mujeres de la nación:
Porque si Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los
arrojó al infierno y los entregó a fosos de tinieblas, reservados para juicio;
si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, un predicador de
justicia, con otros siete, cuando trajo el diluvio sobre el mundo de los
impíos; si condenó a la destrucción las ciudades de Sodoma y Gomorra,
reduciéndolas a cenizas, poniéndolas de ejemplo para los que habrían de
vivir impíamente después.
2 Pedro 2:4-6
Las Sagradas Escrituras muestran que ni los ángeles, que tenían una
condición superior (ya que habitaban en el Cielo y vivían en un estado de
santidad, honra y pureza) fueron perdonados de las consecuencias de su
insurrección contra Dios, ¡imagínese el ser humano, que ya nace con la
naturaleza pecadora! El castigo a los ángeles caídos, la muerte de los
habitantes del mundo en la época de Noé y la destrucción de las ciudades de
Sodoma y Gomorra muestran que no hay posibilidades de que alguien se
rebele contra Dios y no coseche los resultados de esa rebeldía. Esas tres
situaciones sirven, incluso, para llamar la atención de los que dejan prevalecer
la voluntad de la carne sobre el Espíritu, por con ar, insensatamente, en que
la gracia y la bondad de Dios cubrirán sus pecados.
La repulsión que el Todopoderoso sentía por el pecado, en el pasado,
continúa sintiéndola hoy. El carácter y el modo de actuar de Dios continúan
siendo los mismos, pues Él no cambió.
El Señor dejó registrado en Su Palabra esos ejemplos para que vigilemos, a
n de que nuestra historia no se torne semejante a la de ellos. Tenemos que
recordar que las Leyes Divinas son justas y aplicadas de manera imparcial,
pues Dios no tiene hijos preferidos ni mima a los que Le sirven. El Altísimo
tampoco hace acepción de personas, porque eso iría contra Su propio
carácter justo (Santiago 2:9). Él no juzga según la apariencia, sino que ve el
interior de la persona y bendice, o deja de bendecirla, de acuerdo con lo que
ella trae en su interior (1 Samuel 16:7). Además de eso, el Todopoderoso no
acepta soborno para determinar una sentencia, ni siquiera admite
negociaciones para torcer Su justicia y Su voluntad (2 Crónicas 19:7).
La guerra interior para hacer la
voluntad de Dios
Dios conoce bien los con ictos íntimos del ser humano. El propio Señor
Jesús los enfrentó cuando estuvo en el mundo. Por eso, Su actitud, antes de
recibir sobre Sí todos los pecados de la humanidad, fue:
Para que entendamos mejor todo lo que pasó la noche que antecedió a la
cruci xión, necesitamos observar el contexto judaico de la época. Era
costumbre, en aquel tiempo, que la esta de la Pascua durara casi toda la
noche. Las familias comían, conversaban, recordaban la historia de la nación,
cantaban, se alegraban y, cada dos o tres horas, bebían una copa de vino.
Cada judío ingería aproximadamente cuatro copas. En las familias judaicas
más tradicionales, ese ritual sucede hasta hoy, pues existe un signi cado
espiritual en ese acto.
La primera copa, llamada “copa de la esclavitud”, rememora el tiempo en
que el pueblo fue esclavo en Egipto. La segunda, llamada “copa de la
liberación”, conmemora la liberación del pueblo del yugo en Egipto. La
tercera, llamada “copa de la promesa”, despierta la mente a todas las
bendiciones prometidas por Dios. Él es el Señor que no solamente rescata y
libera al ser humano, sino que también lo redime y le concede dádivas
preciosas. La cuarta y última, llamada “copa del sufrimiento”, muestra que la
vida en este mundo no es indolora, sino repleta de adversidades. Aunque sea
duro soportarlas, es necesario mantenerlas vivas en la memoria.
Como el Señor Jesús conmemoró la Pascua con Sus discípulos en Su última
noche con ellos, ciertamente tomó esas copas antes de ir al Getsemaní, en el
Monte de los Olivos. Sin embargo, el sufrimiento, representado por la cuarta
y última copa, no sería solo simbólico, sino literal, pues, dentro de unas
horas, el martirio del Salvador se iniciaría.
La copa que sería colocada en las Manos del Hijo por el propio Padre era la
copa amarga que cada ser humano tendría que beber a causa de sus delitos y
pecados. Ahora vea que, si las transgresiones de una única persona durante su
vida ya son terribles, ¡imagínese las de todas las generaciones! Es decir, todos
los delitos, todos los malos pensamientos, todo el odio, todo el deseo de
venganza, todo el adulterio, todas las mentiras, toda la prostitución, toda la
impureza y demás pecados que ya habían sido practicados e incluso serían
cometidos, recayeron sobre Aquel que nunca había pecado. Como muestran
las Escrituras, el Señor Jesús probó la “muerte por todos” los hombres
(Hebreos 2:9). Él fue considerado culpable para que nosotros fuésemos
absueltos. Él fue separado del Padre para que jamás viviésemos lejos de Él.
El Señor Jesús padeció el mayor martirio para llevar a muchos hijos a
conocer la gloria de Dios que solamente Él conocía. Agradó a Dios glori car
a Jesús a través del sacri cio de la cruz. Y, por priorizar la voluntad del Padre,
el Hijo obedeció, y, por eso, Se tornó el Príncipe de nuestra Salvación
(Hebreos 2:10). Es nítido, por lo tanto, que, en el Getsemaní, el Señor Jesús
trabó la mayor de todas las batallas.
No fue fácil para el Hijo obedecer lo que el Padre Le pidió. Por eso, cuando
oró en el Getsemaní, que era el lugar donde ocurría la prensa del aceite, el
Señor Jesús Se postró con la cabeza entre Sus rodillas y, con Su rostro en
tierra, hizo una fuerte súplica con sudor y lágrimas (Hebreos 5:7). Era un
momento extremadamente doloroso, como si una espada traspasara Su alma.
A n de cuentas, Él sabía de los muchos dolores que vendrían por delante,
como la traición de uno de Sus discípulos, la burla de escarnecedores, los
escupitajos, el desprecio, la tortura física, entre tantas otras maldades. Pero
nada se comparaba al dolor de tener que tomar la copa de la ira de Dios, que
incluía la maldición del pecado y el alejamiento del Padre.
Él, que en toda la eternidad nunca había sentido Su ausencia, pues ambos
siempre habían sido UNO, tamaña la unión y la intimidad que compartían,
ahora tendría a Su Padre como Su Juez, que Lo juzgaría en nuestro lugar.
Así, como nuestro Sustituto, Jesús probó nuestra condenación y muerte
espiritual.
Cuando preguntó, en la cruz, por qué Dios Lo había desamparado, Él Se
refería a ese distanciamiento del Padre. Eso fue necesario porque, siendo el
SEÑOR Santo, ¿cómo estaría junto a Alguien que cargaba todos los pecados
del mundo en Su ser? En aquel momento, el Hijo ni siquiera osó llamar
Padre a Su Padre, sino que Lo llamó Dios: “(…) Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué
Me has abandonado?” (Mateo 27:46).
El Señor Jesús era consciente de lo que eso representaba, por eso dijo que Su
alma estaba profundamente entristecida y angustiada. Su gemido de dolor era
tan grande que tuvo que distanciarse de Sus discípulos para orar. A n de
cuentas, más que la muerte física, Él recibiría, en Su cuerpo, la culpa y la
condenación de toda la humanidad de una sola vez. Habría sido algo
imposible de soportar para cualquier ser humano, pero Aquel que Se hizo
hombre y mantuvo Su santidad lo logró, aun con mucho sufrimiento. Así,
incluso ante toda la maldición que recaería sobre Sí, el Señor Jesús no huyó
de Su misión (compruébelo en Gálatas 3:13).
A pesar de la angustia de ver a Su Hijo padecer, Dios hizo lo que debía ser
hecho y colocó en Su cuenta todas las transgresiones del mundo y sus
consecuencias, inclusive, las enfermedades. Él tenía consciencia de que el
sacri cio Lo heriría, Lo castigaría y Lo oprimiría, pero, para rescatar a la
humanidad, siguió con Su plan. El Texto Sagrado nos revela que “(…) quiso
el SEÑOR quebrantarle, sometiéndole a padecimiento. Cuando Él Se entregue a Sí
mismo como ofrenda de expiación (…)” (Isaías 53:10). Por lo tanto, Le
correspondía al Señor Jesús permanecer rme para vencer Su guerra.
Durante toda la vida del Salvador en este mundo, y también en la oración del
Getsemaní, vemos la sumisión, la humildad y el deseo ardiente de obedecer
al Padre, aunque eso Le costase mucho. La intensidad del dolor al que Él fue
sometido Lo hizo transpirar sangre, tal como está registrado por Lucas: “Y
estando en agonía, oraba con mucho fervor; y Su sudor se volvió como gruesas gotas de
sangre, que caían sobre la tierra” (Lucas 22:44).
La presión emocional, la amargura y el sufrimiento eran tan grandes que,
según estudiosos, los vasos sanguíneos del Señor Jesús se rompieron y los
poros se dilataron, dando origen a ese fenómeno, considerado por la
medicina como algo raro. El sudor de nuestro Salvador se convirtió en
grandes gotas de sangre que rodaban hasta el suelo. Lucas, que era médico,
sabía bien que aquello era algo fuera de lo normal; por eso, al oír el relato de
lo que había sucedido con el Salvador, lo registró diligentemente, para que
pudiéramos intentar mensurar lo que pasó en el alma del Hijo de Dios en
aquel instante.
El Señor Jesús luchó intensamente y no permitió que Sus deseos o Sus
emociones gobernaran Su vida, como sucede con la mayoría de las personas.
Aun gimiendo, Él oró: “(…) pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras”
(Mateo 26:39).
Aquella copa era extremadamente difícil de beber debido al penoso sacri cio
que tendría que hacer; sin embargo, no la rechazó.
La oración hecha por Jesús, momentos antes de Su muerte, es prácticamente
ignorada por la mayoría de los cristianos. A muchos no les gusta hacerla,
porque, si hay algo presente en la naturaleza humana desde la tierna infancia,
es el deseo de hacer su propia voluntad y decidir todo por sí mismo. Por el
hecho de que la insubordinación es una característica espontánea en nosotros
desde pequeños, Dios tuvo que establecer un Mandamiento para que los
hijos obedezcan a sus padres. Por lo tanto, quien de hecho no se entrega al
Altísimo, pasa toda la vida idolatrando a su propio ego y haciendo todo a su
manera.
Notamos, entonces, que, para hacer la voluntad de Dios, tenemos que
liberarnos de nuestra propia voluntad, y nada es más difícil para el ser
humano que eso. Por ese motivo, la primera actitud del Señor Jesús, al venir
a este mundo, fue vaciarse de Sí mismo. Es decir, para hacer la voluntad del
Padre, el Hijo tuvo que renunciar a cualquier deseo propio, de lo contrario
no hubiera logrado obedecer a Dios. Eso muestra que no hay cómo
sujetarnos a la voluntad de Dios sin contrariarnos a nosotros mismos. Esta es
nuestra mayor lucha, y sucede en nuestro interior.
Renunciar a lo que creemos, pensamos o queremos en pro de la voluntad de
Dios es la forma más e ciente de revelar el tamaño de nuestra disposición y
fe.
El Getsemaní de cada uno
Cada uno tiene su propio Getsemaní, o sea, momentos en la vida en que
nuestras intenciones y sentimientos son prensados. Si nuestra alma no se
arrodilla ante Dios, como lo hizo el Señor Jesús, no lograremos obedecer al
Padre. Y solo puede ser considerado un vencedor aquel que es capaz de decir
verdaderamente: ¡sea hecha Tu voluntad!
Por lo tanto, la experiencia del Señor Jesús en el Getsemaní también es la
nuestra, pues siempre tenemos una copa en las manos que implica hacer o no
la voluntad de Dios.
Muchas veces, ni siquiera está en cuestión un acto pecaminoso, sino
pequeñas decisiones que hacemos sin consultar la voluntad de Dios. No es
por casualidad que hay tantos cristianos mal casados, tantos negocios
fracasados, tantas sociedades deshechas y tantas otras confusiones. En el afán
de hacer lo que les parece, a las personas no les importa lo que Dios piensa,
pero corren a Él cuando todo va mal.
Para evitar problemas innecesarios, ore todos los días buscando conocer la
voluntad de Dios. Pero diga con sinceridad, principalmente en los momentos
más difíciles de su vida: “¡Sea hecha Tu voluntad!” Esta es la única manera de
vencer nuestra guerra interior.
Esta enseñanza es importante porque, en la lucha por la Salvación del alma,
tenemos guerras entre el exterior y el interior, el alma y el espíritu, el
corazón y la razón, la carne y el Espíritu. Y es el vencedor quien decide el
destino nal del alma. Tenemos que reconocer que, aunque Dios sea el
Todopoderoso, no siempre Su Espíritu vence a la carne. Eso es porque la
carne, el exterior, el alma o el corazón no se sujetan a la ley, que es la
voluntad de Dios (Romanos 8:7). Eso solo sucede si la persona así lo quiere.
Por eso, no eligió las llanuras del Jordán, como Lot, que buscaba facilidades.
Al contrario, enfrentó, de modo sumiso, el largo período de caminata por el
desierto y por las regiones desconocidas. Tuvo, también, coraje para luchar
contra los peligros, contra las imposibilidades terrenales, e incluso decir
“¡Heme aquí!” todas las veces que el Todopoderoso le pedía algo. Sus ojos
veían más allá, por eso Abraham pudo avistar un hogar que no estaba hecho
por manos humanas. Mientras salvaguardaba su fe en los desiertos, su sobrino
Lot se establecía en una acogedora casa en Sodoma, hacía buenos negocios y
disfrutaba de lo mejor que el lugar le podía ofrecer; sin embargo, todo eso en
medio de los hombres más corruptos de aquella época (Génesis 13:11-13).
Así, percibimos que, mientras el hombre carnal tiene sus ojos jos en el
“aquí y ahora”, el hombre espiritual sabe que todo lo que es terrenal se
desvanece y se acaba. El espiritual reúne todos sus esfuerzos por la búsqueda
de aquello que permanece y tiene fundamento para el alma.
La visión de Abraham ilustra cómo la fe nos coloca en la vanguardia. El
apóstol Pablo a rmó eso, al registrar que el Evangelio, es decir, las Buenas
Nuevas que anuncian la Obra Redentora del Señor Jesús, ya había sido
revelado al patriarca de aquella época (Gálatas 3:8). Esto signi ca que mucho
tiempo antes de que la Ley fuera dada a Moisés, Abraham ya vivía la
bendición de la vida y de la Salvación por la fe, pues había entendido que la
fe era preciosa y traía justi cación para la eternidad. Por eso, el Señor Jesús
usó el testimonio de Abraham cuando les dijo a los religiosos judíos que el
patriarca había estado adelantado a su tiempo, al ver y alegrarse con la venida
de Él y de Su Obra.
Por tanto, Leví no tiene porción o herencia con sus hermanos; el SEÑOR
es su herencia, así como el SEÑOR tu Dios le habló.
Deuteronomio 10:9
Es bueno recordar que el libro de Apocalipsis fue escrito para una Iglesia
perseguida y atribulada, que enfrentaba la más feroz batalla por la fe. Para
aquellos hombres y mujeres, estaba en cuestión no solo una lucha diaria para
vencer los problemas cotidianos, sino también el peligro del martirio por
confesar a Jesús como su Señor. Cristianos eran torturados y muertos de las
formas más crueles; por lo tanto, tomar conocimiento de lo que les
aguardaba en la eternidad les daba fuerzas para soportar cualquier dolor,
pérdida o humillación. Tener en mente el “eterno peso de gloria” (2
Corintios 4:16-18), que un siervo el tiene junto a su Salvador, anima a no
desistir en medio del camino.
Aunque las persecuciones al Evangelio en los países occidentales no sean
iguales a las persecuciones del pasado, a pesar de que continúen en los países
de Oriente, de Asia y de África, la corrupción de la carne y las tentaciones
del pecado continúan siendo las mismas en cualquier parte del mundo.
Entonces, tomar y guardar en la memoria las Palabras del libro de
Apocalipsis, inclusive las promesas preciosas de recompensa a los salvos,
promueve temor y ánimo. Y, para los que tienen ganas de desistir de la fe,
esto les sirve como un freno para impedir que tomen esa terrible actitud.
No podemos seguir el mismo camino de Satanás y sus ángeles, que perdieron
el Cielo por rebeldía, mucho menos seguir a Adán y a Eva, que perdieron el
Paraíso por desobediencia a Dios. Por delante tenemos una herencia in nita
para disfrutar, ¿cómo entonces cambiarla por placeres de este mundo?
El Señor Jesús tiene un carácter enteramente el y justo; por lo tanto, es
imposible que Él le quede debiendo algo a quienquiera que sea. Si usted
sufre por amor a Él, Le sirve con sinceridad y es perseverante en la fe hasta el
n, ciertamente tendrá su recompensa.
En este mundo, quien es hijo es heredero naturalmente, y en la vida
espiritual no es diferente. Quien nació de Dios Lo tiene como su Señor, y Él
lo tiene como Su hijo. Para los hijos, el Padre tiene un Reino preparado
desde la eternidad. Es decir, mucho antes de que el mundo y el hombre
fueran creados, el Altísimo ya había preparado la Casa para recibir a Sus hijos.
El Cielo es llamado Casa por el propio Señor Jesús (Juan 14:2-3). Ese registro
prueba lo mucho que los hijos son queridos (benditos) por el Padre, que fue
capaz de darles a ellos Su todo: Su Unigénito, Su propio Espíritu y todo Su
Reino.
Para probar que así será, el Padre ya dejó registrado el derecho de los hijos en
Testamento (la Palabra irrevocable). ¡Eso mismo! El Altísimo dejó descripto
en las Escrituras – que no pueden ser invalidadas – que los vencedores de la
guerra contra la carne, contra el pecado y contra el diablo son Sus
coherederos juntamente con el Señor Jesús, el Primogénito de Sus hijos.
He aquí hago nuevas todas las
cosas
Entonces oí una gran Voz que decía desde el Trono: He aquí, el
tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y
ellos serán Su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. Él enjugará toda
lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor,
ni dolor, porque las primeras cosas han pasado.
Apocalipsis 21:3-4