Unidad 6
Unidad 6
Unidad 6
La disciplina de la literatura mantiene una conexión con otras afines, tales como la
antropología, la historia, la lingüística, la estética de las bellas artes o de la filosofía y la
sociología. En el marco de los estudios de la disciplina, la teoría literaria es la encargada de
fijar un objeto definido y, si no unas leyes universales e inmutables para caracterizarlo, aportar
unos paradigmas que permitan el análisis. En torno a estos, se puede determinar una primera
división entre las aproximaciones centradas en la autonomía de los textos, de base lingüística y
antropológica, y aquellas que los incluyen como una parte más de un proceso del que forma
parte el contexto de producción y el de recepción. Las primeras acusan la preeminencia del
lenguaje y unas estructuras formales propias, aparte de la condición simbólica y creadora de
mundos que singularizan a los seres humanos. Algunos autores llegan a defender la existencia
de unos valores estéticos universales, de sesgo antropológico, que ayudan a delimitar lo
literario y también a prestigiar por su esencialidad y trascendencia. La base humanística de
estas teorías ha sido cuestionada por otras que, desde una postura más escéptica sitúan las
manifestaciones literarias dentro de un campo amplio, donde caben otros productos y el valor
se encuentra determinado por factores de tipo histórico, sociológico e ideológico.
La noción de literatura no es algo estático, de hecho, no surge hasta el siglo XIX en el sentido
en que hoy la concebimos. La etimología de la palabra procede de latín, littera (letra) que
explica el uso que se le dio como equivalente de cultura escrita, y que todavía se observa en
algunas de las excepciones del diccionario de la rae. El alcance del término va a delimitarse a
medida que se produce la especialización de saberes promovida por el espíritu ilustrado y
enciclopédico, de manera que, como la disciplina urbanística se va posicionando dentro de la
rama de letras frente a las ciencias. El método que va adoptar lo de autonomía es el
historicismo, al considerar cinta interpretación causal de los hechos culturales en relación a un
pasado. el apoyo a la tradición escrita supone una voluntad de racionalismo y rigor al que se
suma el deseo identidad ario e integrador característico de los movimientos nacionalistas del
siglo XIX. La literatura se convierte así en un importante elemento de cohesión social política
y ocupa un espacio institucional frente a otros campos del saber, lo cual le confiere sentido y
prestigio. La historia de la literatura se coloca en el centro de los estudios literarios,
especialmente en el ámbito de la enseñanza, y esa posición ha sido desplazada del todo hasta
nuestros días.
Con la entrada en vigor de la LOGSE (1990) se establece un cambio sustancial dentro del
sistema educativo español que, entre otros, muchos aspectos, afecta a la enseñanza de la
literatura. Los contenidos literarios, que en épocas anteriores habían mantenido su
independencia como ámbito específico del conocimiento, pasa a conformar junto a lingüísticos,
una única asignatura. Ello supone considerar las producciones artísticas centradas en la palabra,
como uso especial de la lengua, potenciado en el currículo por su función de comunicación y
de representación del mundo. Se señala que los textos literarios, apoyados en la tradición
cultural, buscan intencionadamente la exploración de la condición humana y amplían la visión
sobre la realidad, contribuyendo a la regulación del comportamiento y a la interacción con el
otro. Por otro lado, ofrecen la posibilidad del disfrute estético del lector y potencian su
capacidad creativa.
Una de las peculiaridades de la ley es la clasificación de los contenidos conceptuales,
procedimentales y actitudinales, lo cual indica una apuesta por incentivar las destrezas y la
motivación de los estudiantes dentro del enfoque constructivista del aprendizaje. En lo que
respecta a la literatura se destaca asimismo su carácter social como el subrayarse su
potencialidad de servicio a la comunidad, frente a enfoques más académicos de leyes
anteriores.
En el primer ciclo de la ESO en (1º y 2º), la interpretación y el análisis textual se encauzan
hacia la lectura placentera y el desarrollo de las capacidades comprensiva y expresiva. En el
segundo ciclo (3º y 4º) se insiste en el fenómeno literario como producto social y cultural ha
descrito un contexto histórico determinado. En el bachillerato se acentúa el acercamiento al
discurso literario de una forma más rigurosa y sistematizada, haciendo hincapié en sus
convenciones genéricas como a las destrezas que presupone eso análisis y los criterios que
ayudan a su valoración. Se sigue promoviendo la actividad de lectura, puesto que ella ha de
partir la asimilación de los textos representativos del patrimonio hispánico y universal.
El desarrollo de una nueva ley educativa, la LOE (2006), no marca diferencias sustanciales, al
seguir manteniéndose una concepción de la literatura como parte de un proceso comunicativo
[ver cuadro 6.1 pp. 160]. Con el desarrollo del real decreto 1631/2006 se establecen unas
competencias básicas que evidencian la integración de distintos aprendizajes en las diferentes
áreas con el fin de utilizarlos en distintos contextos cuando se haga necesario. Cada área,
aunque exista un nivel de especialización, debe contribuir al desarrollo de dichas competencias.
Entre estas, la cultural y artística se relaciona directamente con la literatura a partir de la lectura
de textos significativos que enlazan con una tradición y representan preocupaciones inherentes
al ser humano. Por otro lado, en el currículo se vuelven a recalcar las convicciones propias del
uso literario de la lengua y la relación de los textos con el contexto social, histórico y cultural
del que parten, en aras de favorecer la comprensión y la interpretación. La lectura de carácter
placentero y la recreación textual siguen siendo fundamentales, por cuanto crean un vínculo de
simbolización de la experiencia y expresión de los sentimientos, acorde con esta etapa
educativa y en relación con otras manifestaciones artísticas como la música, la pintura o el
cine. La incidencia social de la literatura se destaca a través del acercamiento de los estudiantes
a los contextos de producción y difusión (autores, crítica, medios de comunicación, bibliotecas
y librerías).
Una vez entendido la literatura como una tipología textual que se singulariza frente a otras
modalidades verbales o discursos del ámbito académico, cultural y social, se hace pertinente,
establecer aquellos rasgos que lo caracterizan. El objeto, más que establecer una base de
certidumbre que eviten el cuestionamiento genere unos criterios prescriptivos sitúa en el centro
del debate, la reflexión, la esencialidad de la comunicación literaria. Para ello hay que partir de
su soporte material, la lengua.
La desconfianza, las técnicas de representación realista, a finales del siglo XIX llevó a los
poetas simbolistas a destacar la fuerza evocadora de las palabras. La prevalencia del código
sobre la ilusión de lo representado, llevó a que el lenguaje se fuera cerrando dentro de sí
mismo, con afán de crear un mundo propio auto referente, tal como se muestran los
movimientos literarios de vanguardia. En los mismos años, desde la teoría literaria y el ámbito
del formalismo ruso, autores como Jakobson, proponen el concepto de literalidad para definir
el arte como desfamiliarización o extrañamiento frente a la experiencia de lo real. Así la
literatura se caracteriza por presentar un uso de lenguaje que lleva hasta su límite en la
experimentación de sus posibilidades. El deseo de objetivar esta desviación implica categorizar
lo que se aprecia como constante desde el punto de vista formal.
En la década de los 60, la corriente teórica del estructuralismo (que supone una evolución del
formalismo ruso) insiste, por medio del propio Jakobson, delimitar lo literario a partir de la
dominancia de la función poética, cuando en el proceso de comunicación se pone el acento en
la forma del mensaje, la expresión verbal de los contenidos. Aunque, según el tipo de obra
considerada, se hagan patentes otras funciones de lenguaje, como la referencial, básica en el
género narrativo al aludir al mundo exterior; o la expresiva y conativa, afines a la poesía lírica
que a través de un yo se dirige a un tú. La fusión de los referentes, en virtud de su significación
connotativa constituyen la base del lenguaje simbólico y metafórico, que emplea la
potencialidad del código llamando atención sobre sí mismo.
Desde una concepción más pragmática de la literatura se insiste en considerar otros elementos
del proceso de comunicación, como la emisión y la recepción. Entra en juego entonces la
noción de ficcionalidad, de forma que lo literario propone un uso comunicativo particular en el
que el criterio de verdadero o falso no afecta ni al emisor ni al receptor, rompiendo así las
reglas establecidas por Searle a finales de los sesenta para los actos de habla de la
comunicación ordinaria. La enunciación literaria constituye un hablar ficticio, imaginario, en
donde la verosimilitud se pone en relación con la coherencia interna del discurso construido y
su condición estética. De este modo, una representación fantástica de la realidad no es más
ficcional que una realista. Lo importante es que el receptor alcance a percibir la autenticidad de
la experiencia mimetizada y le dé sentido de vivencia si le llega a conmover.
La comunicación literaria se caracteriza por el pacto que se produce entre el autor y el lector;
este último ha de suspender su incredulidad a la hora de construir la imagen del mundo que se
le propone para adaptarse a sus propias convenciones. Los puntos de intersección entre esos
mundos posibles o figurados y el real deberán ser establecidos por el lector según sus
conocimientos y experiencias. Se trata de una semiosis compleja en la que las mediaciones
culturales, históricas y genéricas intervienen como parte del contexto comunicativo. Ello
explica el hecho de que en la Edad Media no hubiera frontera definida entre los géneros
históricos (crónicas) y las novelas, ambas eran llamadas historias en castellano; y también que
Cervantes criticara la lectura de libros de caballerías en el siglo XVI como si se tratara de
acontecimientos reales. En otro sentido, la fractura de los modelos genéricos a partir del siglo
XX implica la renovación del pacto de ficción, sobre todo en lo que respecta a discursos
literarios fronterizos como la autobiografía o el artículo periodístico.
Al margen de las características del propio texto y la competencia y conocimientos del lector,
en la actividad lectora, también entra en juego los intereses y los objetivos planteados a la hora
de leer. La finalidad literaria se singulariza por una intención lúdico-evasiva a la par que
estética. A medida que se va ganando experiencia lectora, la exigencia es mayor, de manera
que, lector, aparte de encontrarse asimismo, apreté los aspectos formales de los textos y el uso
de un lenguaje que se aparta de lo común, intensificando así la carga significativa. El receptor
de la comunicación literaria rebasa la ilusión referencial para captar a través del discurso
imaginario, nuevas miradas sobre la realidad suscitadas por las palabras.Esto implica un
distanciamiento de la propia experiencia; sentir placer, al descubrir el entramado escénico,
también la enriquece y la completa, ya que deja un poso que persiste una vez acabada la lectura
y hace que ésta se repita o provoque el deseo de aprender otras similares.
La variedad lingüística y cultural dentro del Estado español puede convertirse en acicate
para explorar textos literarios que se contemplen y a la vez muestren su singularidad. Aparte se
cuenta con un acervo hispanoamericano, imprescindible en cualquier programación curricular
para dar cuenta de la pluralidad de identidades expresadas a partir de un vehículo compartido.
El castellano también es el idioma elegido por escritores de origen africano que viven en
España o proceden de antiguos territorios del continente ligados al pasado colonial.
Por otro lado, en consonancia con otro de los enfoques de la literatura comparada compartido
con los estudios culturales, los textos pueden trascender su propio ámbito para concluir con
otras manifestaciones artísticas. El arte, en general, a través de la pintura, la escultura de
arquitectura o el cine siempre ha estado ligado a la literatura, nutricionista de los mismos temas
y mitos y verificarse en ambos características similares de acuerdo a los distintos movimientos
culturales de la historia.
La noción de hipertexto incide en una escritura en la que la cohesión viene marcada por los
vínculos que remiten a otros textos o contextos. Se trataría de una textualidad abierta infinita
gestionada según los intereses del receptor. La idea de recursividad había sido expulsada por
Borges en el relato La biblioteca de Babel de 1941, en una visión del universo como “un
número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales” que contienen todos los libros.
La cooperación activa del lector en la construcción del texto, forma parte de muchas de las
experimentaciones de la literatura de vanguardia. El discurso fragmentado ya constituía una de
las técnicas usadas por los escritores para imitar la falta de continuidad de la vida, y su
combinación con otros lenguajes, ya había sido probada. Los soportes transmedia amiga
evolucionando el tiempo que la tecnología. Las posibilidades abiertas por los medios digitales
suponen el desarrollo de nuevos esquemas, lectores y cognitivos.
En el campo educativo conviene tener presentes utilidad, por la facilidad que supone la
reproducción de obras literarias impresas y la búsqueda de fuentes para su análisis. Aparte de la
conexión con otros lenguajes que estimulan su creación. No obstante, hay que advertir, las
desventajas de la lectura del texto digital, tales como "La ubicuidad textual, su dislocación y el
miedo al solipsismo”.
La sociedad actual, caracterizada por Bauman, como modernidad líquida por su transitoriedad
y falta de solidez, la literatura debe seguir planteándose como una práctica cultural que
intercede en el desconcierto provocado, por lo extraño indaga en el desarrollo afectivo y
comunitario a partir de una puesta comprometida, ética, a la vez que estética. Si algo diferencia
al discurso literario, como ya ha sido puesto en evidencia, es su capacidad de plantear
interrogantes en un plano que sobrepasa los racional; espacios de indeterminación que los
lectores deben completar a partir de un ejercicio activo, creativo y crítico. La razón de su
permanencia frente a otros discursos funcionales se basa en su densidad significativa, gracias a
un ejercicio de malabarismo entre fondo y forma que hacen posible la actualización desde el
presente de textos procedentes de diferentes épocas y culturas. Lo importante es que bajo la
estructura superficial de las palabras y su significación unívoca se descubran zonas de la
realidad inexploradas que ayuden a ser y estar en el mundo, empleando todos los sentidos y
capacidades de la inteligencia frente un discurso simplificador, impostado y homogéneo.