El Protagonismo Civico de Los Jovenes-1

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 6

viduos por ser miembros de la comunidad; unas responsabilidades que irán acompañadas de

un Estado social activo que busca promover la solidaridad colectiva. Otro ejemplo de los inte-
resantes matices que separan a los neoliberales de los defensores de la tercera vía tiene que
ver con la concepción del voluntariado. En ambos casos se defiende el trabajo voluntario
como la expresión de una ciudadanía activa y responsable, pero para el neoliberalismo se
trata de una opción espontánea de individuos que quieren ayudar en sus ámbito comunitarios
más cercanos; en cambio, para la ‘tercera vía’, el voluntariado y la implicación comunitaria
no es algo que hacen individuos aislados sino individuos insertos en grupos y asociaciones;
una forma de intervenir en la marcha de la sociedad. La acción voluntaria constituye, pues,
un componente imprescindible del protagonismo que los ciudadanos tienen en la esfera públi-
ca y que comparten con múltiples agencias, organizaciones, poderes públicos, etc.
El verdadero reto de esta propuesta política e ideológica es demostrar si, más allá de su
insistencia en la dimensión moral de las responsabilidades individuales, sigue habiendo una
preocupación real y efectiva por reducir las desigualdades sociales y por lograr que aumen-
te la influencia democrática de los ciudadanos.
La construcción de una ciudadanía activa entre los jóvenes

2. El protagonismo cívico de los jóvenes.


De la política de la presencia a la política de la influencia

El análisis de las principales matrices ideológicas que se enfrentan en el discurso con-


temporáneo sobre la ciudadanía activa nos ha permitido confirmar que, sean cuales sean los
significados atribuidos, la adjetivación del término original responde a la intención de poner
el énfasis, de una u otra forma, en la intervención o el protagonismo de los miembros de la
comunidad. Pero más allá de esta afirmación genérica, es muy difícil encontrar coinciden-
cias en el modelo de ciudadano y de ciudadanía que se propone. En el caso de los neolibe-
rales, estamos ante un individuo aislado que actúa en el mercado y que sólo aparece en el
terreno de lo público como cliente-consumidor de servicios y trabajador voluntario en las
comunidades más cercanas. En el discurso democrático radical se habla de públicos, movi-
mientos y asociaciones, es decir de actores políticos que crean espacios y comunidades polí-
ticas mediante su acción colectiva. Para los defensores de la tercera vía, en cambio, la pro-
puesta adecuada a nuestra sociedad globalizada pasaría por lograr que los individuos se
corresponsabilicen de la marcha de la comunidad mediante su aportación personal a la
misma (a través del trabajo, la acción voluntaria, la participación social o política, etc.).
Las divergencias entre unas posiciones y otras son muy acusadas, como por otro lado
era lógico pensar dado que cada una de ellas maneja un modelo de sociedad y propone un
proyecto político diferente. No obstante, cuando se ahonda un poco más puede observarse
que en todas estas concepciones diferentes, muchas veces contrapuestas entre sí, subyace
una tensión entre dos principios opuestos que recorren toda la historia de la ciudadanía
moderna. Es la oposición que enfrenta la lógica de lo civil con la lógica de lo cívico.
Mientras el principio civil remite a la libertad de mercado, al individuo privado y al ‘con-
sumo’ de derechos, el principio cívico se orienta hacia la solidaridad pública, el igualitaris-
mo y la participación. Ambos principios están siempre presentes, aunque su importancia
relativa varía en cada caso, de ahí las diferencias que observamos entre unas concepciones
y otras de ciudadanía. Pero no sólo en el discurso; la tensión entre estas dos lógicas también
tiene consecuencias políticas e institucionales que marcan cada periodo histórico. Jean Leca
ha descrito con precisión esta oposición básica en los siguientes términos:

40
“La crisis actual de la ciudadanía no es quizás mas que la continuación de una larga
historia comenzada con la aparición del individuo moderno ...De aquí surge que un dilema
lógicamente irresoluble sea tan sociológicamente necesario para el funcionamiento de una
sociedad: la combinación de dos principios contradictorios, el individuo privado, calcula-
dor que optimiza en el mercado, productor y producto de un nuevo tipo de desigualdad de
clase, y el individuo, que participa en una comunidad de derechos, igual a los otros, que
intercambia derechos y obligaciones por el bien público e invierte lealismo en la ciudad, es
quizás el resorte no lógico de las sociedades contemporáneas. El individuo de la ‘teoría
económica de la política (economics of politics) y el de la teoría política de la economía
(political economy) forman parte de una misma sociedad pero no de un mismo sistema... Su
tensión, nacida de la pertenencia a dos sistemas diferentes, funda la sociedad democrática,
siempre atravesada por el principio civil, liberal y desigualitario y el principio cívico, inter-
vencionista e igualitario.” (Leca 1991: 207).

Esta tensión también subyace en nuestra concepción de ciudadanía activa entre los jóve-
nes. Ahora bien, antes de entrar en la misma hay que aclarar brevemente la perspectiva que
aquí defendemos sobre la relación entre juventud y ciudadanía. En muchos de los estudios

La construcción de una ciudadanía activa entre los jóvenes


de juventud en que se incorpora la reflexión sobre la ciudadanía, ésta termina convirtiéndo-
se en un remedo del estatus de adulto. En un momento histórico en que los marcadores de
la vida adulta se hacen cada vez más ambiguos, la ciudadanía parece ser una herramienta
conceptual válida para analizar y comprender la incorporación de los jóvenes a la vida de
los adultos. La conclusión a la que nos lleva esta forma de plantear la cuestión es que el ciu-
dadano se define más por el lugar social que ocupa, el que corresponde al adulto libre de
dependencias familiares, que por la relación que establece con la comunidad y las prácticas
que lleva adelante. Por ende, la juventud se convierte en una etapa a superar para poder lle-
gar a la etapa adulta, la del ciudadano completo16.
Frente a esta identificación simplista de la ciudadanía con el estatus de adulto, en un tra-
bajo anterior hemos definido la juventud como un proceso de producción de ciudadanos
(Morán y Benedicto 2000). Un proceso dinámico en el que los miembros de la sociedad se
convierten en actores sociales y políticos, que son y se experimentan autónomos y compe-
tentes para decidir sobre su propia vida e intervenir en la esfera pública. De esta manera, se
deja de definir la juventud en negativo (habitualmente se define al joven por lo que no tiene:
no tiene trabajo, no tiene casa, no tiene pareja), para pasar a considerarla una etapa funda-
mental en la reproducción de la sociedad; aquella en la que se adquieren los recursos nece-
sarios que hacen posible el ejercicio de la ciudadanía, es decir, que los individuos se con-
viertan en sujetos legítimos de acción frente a las instituciones sociales y frente a los demás.
El reconocimiento formal y subjetivo de los derechos y obligaciones, la adquisición de las
competencias necesarias para comprender los asuntos de la esfera pública y el desarrollo de
las virtudes cívicas necesarias para sentirse parte de una comunidad constituyen, de manera
muy sucinta, los tres tipos de recursos que se necesitan para incorporarse a la institución de
la ciudadanía. A partir del análisis de sus características, interacciones, dificultades con las
que se encuentran, podremos conocer mejor la dinámica específica del proceso de la juven-
tud en cada coyuntura histórica concreta.

(16) Hay que recordar que Aristóteles en “La Política” define a los jóvenes como ‘ciudadanos incompletos’

41
Una vez aclarada nuestra perspectiva acerca de la juventud, podemos avanzar en el aná-
lisis de este tipo específico de ciudadanía, la ciudadanía activa, que concede una especial
relevancia a la dimensión política, contrariamente a lo que ocurría en otros momentos his-
tóricos en los que el principal reto consistía en desarrollar el componente social de la ciu-
dadanía de los jóvenes. Pues bien, de acuerdo con nuestra concepción de la ciudadanía acti-
va, ésta significa básicamente presencia y protagonismo de los jóvenes, desde su condición
de ciudadanos, en el desarrollo de los procesos sociales y políticos de la sociedad en la que
viven. Dos son, por tanto, los elementos fundamentales a tener en cuenta para hablar de ciu-
dadanía activa: presencia y protagonismo. Veamos algo mas en detalle cada uno de ellos.
El primer componente es la presencia. Estamos ante un tema clásico de la sociología políti-
ca de las identidades y de los movimientos sociales: el reconocimiento de nuevos sujetos de
derechos, intereses y necesidades en el ámbito de lo público. En este caso se trata de con-
siderar a la juventud como un nuevo sujeto de ciudadanía. Para avanzar en este proceso es
necesario abandonar la idea de ciudadanía vinculada al estatus de adulto y apostar por una
concepción procesual de la misma, en la que lo importante no es cuándo el individuo posee
el estatus de ciudadano sino mas bien cómo los jóvenes van adquiriendo los recursos nece-
sarios para actuar como ciudadanos.
La construcción de una ciudadanía activa entre los jóvenes

Es aquí donde hay que situar el debate sobre la educación para la ciudadanía, en tanto
en cuanto el objetivo de ésta no debería ser, tal y como ocurre en muchos proyectos educa-
tivos, tratar de que los jóvenes sean ‘buenos ciudadanos’, según un modelo en el que se exal-
ta la conformidad y el respeto con las normas17, sino más bien dotar a los jóvenes de los
conocimientos, competencias, valores y sentimientos que les lleven a implicarse activa-
mente en la sociedad, independientemente de cuales sean los resultados finales de la impli-
cación. Asimismo, no podemos olvidar el tema del reconocimiento de los derechos cívicos
a los jóvenes, especialmente el desfase que a veces se observa entre el reconocimiento for-
mal de los derechos civiles y políticos, por una parte, y los derechos sociales por el otro.
Este desfase se hace aún más agudo en algunos contextos sociales con problemas de desa-
rrollo, como por ejemplo en bastantes países de América Latina, donde los jóvenes empie-
zan a trabajar desde edades bien tempranas pero sin que se les considere sujetos de derechos
dada su situación de minoría de edad.
Pero a veces se nos olvida que más importante aún es que los jóvenes puedan llegar a
estar presentes. Utilizando la conocida metáfora de la representación teatral, la cuestión fun-
damental es que se den las condiciones imprescindibles para que, si lo desean, los jóvenes
puedan asistir a la representación. Antes de pensar en el lugar que los jóvenes deben ocupar
dentro de la representación de la esfera pública, hay que detenerse en las condiciones nece-
sarias para que los recursos de ciudadanía puedan ser puestos en práctica. En primer lugar,
hay que referirse a un entorno social y económico que permita el acceso y ejercicio de los
derechos de ciudadanía al mayor número posible de jóvenes; es decir, que reduzca los efec-
tos de las pautas sociales de desigualdad y de los procesos de exclusión social. Demasiado
a menudo los discursos sociopolíticos actuales (un buen ejemplo puede ser el discurso de la
sociedad del riesgo) caen en el error de olvidar que, a pesar de la innegable diversificación

(17) Esta orientación parece ser, precisamente, la más habitual en nuestro sistema educativo, de acuerdo con los primeros
resultados de nuestra investigación sobre las representaciones sociales de la ciudadanía en la juventud española. Según nuestros
resultados, tanto profesores como alumnos tienden a reducir el significado de la ciudadanía al de civismo, es decir, respeto a las
normas de convivencia (Moran y Benedicto 2002).

42
e individualización de las trayectorias vitales, éstas siguen estando en buena medida deter-
minadas por las condiciones estructurales que restringen o amplían, según los casos, las
oportunidades de elección de los jóvenes. Asimismo las políticas económicas y sociales, en
tanto en cuanto son instrumentos decisivos para crear un entorno de mayor o menor seguri-
dad material, constituyen elementos fundamentales para que el ejercicio de la ciudadanía
entre los jóvenes pueda ser una realidad mas allá de las declaraciones formales.
La segunda de las condiciones para poder estar presente en la representación de la esfe-
ra pública es la implicación de los jóvenes en contextos participativos. Una implicación que
les convierte en público específico y les proporciona las capacidades necesarias para reco-
nocerse como tal público que asiste a la representación y que mantiene vínculos comunica-
tivos con otros públicos también asistentes. Esta implicación es fundamental en tanto que
fuente de aprendizaje y construcción de una experiencia cívica que, según todos los indicios,
resulta decisiva para formar ciudadanos competentes y conscientes de sus obligaciones.
Puede concluirse que la experiencia de la juventud en el campo de la implicación participa-
tiva marca en buena medida la vida cívica de los adultos.
El tercer requisito es la existencia de diseños institucionales que permitan a los jóvenes
poner en práctica los recursos que han ido adquiriendo. Se trata de políticas, estructuras ins-

La construcción de una ciudadanía activa entre los jóvenes


titucionales, mecanismos de participación, etc. que favorezcan la acción de los jóvenes y no
la conviertan en un hecho excepcional o carente de toda repercusión. Este tercer elemento, al
que a veces no se le presta la debida atención, es crucial a nuestro juicio no sólo por su capa-
cidad de facilitar u obstaculizar la presencia de los jóvenes, sino también porque crea cultu-
ra, es decir, significados y contenidos simbólicos sobre lo que es y no es ser ciudadano.
Contribuye a crear la estructura de plausibilidad dentro de la que se van a mover los jóvenes
a la hora de plantearse su relación con la esfera de lo público (Morán y Benedicto 2000).
Argumentar, en suma, a favor de una presencia real de los jóvenes en la esfera pública
implica defender un tipo de política que reconozca a los jóvenes su condición de público
cualificado y competente para entrar y participar en la esfera pública, con la trascendencia
que ello tiene en cuanto a la capacidad de definir y transformar la realidad social y política.
En el terreno de la acción de los poderes públicos, esta política de la presencia exige, ade-
más, asumir realmente la diversidad social y política que caracteriza a la juventud, aceptar
la diferencia y el componente de conflicto social. Será necesario, pues, superar los habitua-
les esquemas categoriales de la políticas de juventud en las que predomina una visión homo-
génea de los jóvenes: bien a través de la desproblematización de la vida juvenil o bien cen-
trando la atención en aquellos sectores que quieren dejar de serlo.
Llevar adelante una verdadera política de la presencia respecto a los jóvenes constitu-
ye, sin duda, un avance importante, porque supone reconocer a los jóvenes como interlocu-
tores legítimos en la construcción de la esfera pública. Sin embargo, tampoco podemos olvi-
dar que, en ocasiones, cuando no se va más allá del reconocimiento formal de esta condi-
ción, los efectos pueden llegar a ser negativos. Esto es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con
la experiencia de los Consejos Escolares, una institución de gobierno del centro educativo
en la que los alumnos están representados junto a otros sectores de la comunidad educativa;
es decir, se les reconoce su derecho a estar presentes como sujetos de acción. Pero, a pesar
de ello, apenas ha suscitado el interés y la participación de los jóvenes y la causa hay que
buscarla en la escasa capacidad que allí suelen tener para influir en la marcha de las cosas y
en la toma de decisiones. Este ejemplo muestra las limitaciones del discurso de la presencia
de los jóvenes en la esfera pública y la necesidad de introducir el segundo de los elementos
antes mencionados: el protagonismo.

43
Ser protagonista significa intervenir activamente y tener la capacidad de influir sobre el
desarrollo de los procesos sociales y políticos en los que se está presente. En la vida social
se habla de protagonismo para referirse a aquellos individuos o colectivos cuya acción es
capaz de tener repercusión sobre la orientación y el resultado de los procesos en los que se
interviene. Recurriendo nuevamente a la metáfora de la representación teatral, podemos
decir que en la escena actual proliferan los actores que interpretan los guiones preestableci-
dos, pero solamente podemos atribuir el calificativo de protagonistas a aquellos actores que
son capaces de modificar esos guiones mediante su interpretación de los mismos. De la
misma manera, hay ciudadanos, públicos, asociaciones, movimientos que a través de su
acción colectiva en el espacio público son capaces de modificarlo, de transformarlo. Pero
hay que tener cuidado para no construir una imagen utópica del ciudadano activo. En el
espacio público moderno, los ciudadanos intervienen en la representación dependiendo del
tema o del problema que se trate en cada momento, de tal forma que unas veces nos los
encontraremos como protagonistas y otras como espectadores atentos. La participación es
pues contingente respecto a múltiples factores sociales, lo cual no quiere decir que se parti-
cipe de manera instrumental, en función de intereses individuales. Como afirma K. Eder:
La construcción de una ciudadanía activa entre los jóvenes

“quien actúa y quien mira depende de la obra interpretada. Hay obras que atraen a
mucha gente y necesitan muchos actores. El medio ambiente es una obra de este tipo (...) El
ciudadano activo y el ciudadano pasivo son las dos caras de la misma moneda: son los dos
elementos necesarios para la interpretación de los eventos públicos. Necesitamos interpre-
tes y espectadores, unos que hablan y otros que escuchan. Pero esto es la ciudadanía en
estado de naturaleza. Las instituciones son necesarias para garantizar que los interpretes y
los actores se encontrarán. Necesitamos horarios, espacios y guiones. Actuar como un ciu-
dadano es un fenómeno complejo.” (Eder 2000: 231).

En este contexto es en el que hablamos de la necesidad de un protagonismo cívico de


los jóvenes. Un protagonismo realista que asuma no sólo las dificultades con las que se
encuentran para poder intervenir activamente en los procesos sociopolíticos, sino que, ade-
más, considere las características del espacio público moderno en el que la idea de un ciu-
dadano permanentemente activo no encuentra respaldo empírico, en el que proliferan los
actores y la participación no sólo es contingente sino que adopta múltiples formas.
Precisamente uno de los rasgos que mayor complicación introducen a la hora de pensar en
la participación cívica de los jóvenes es su pluralidad de formas, esquemas y significados.
En la actualidad la implicación activa de los jóvenes en la comunidad incluye un amplio
abanico de actividades y campos que va desde la participación política mas o menos for-
malizada, pasando por la participación social organizada hasta la acción de voluntariado. En
los últimos años se ha planteado un extenso debate sobre estos distintos tipos de participa-
ción, especialmente sobre el papel del voluntariado, en el que la principal controversia ha
girado sobre la posible despolitización de la participación en la esfera pública. Sin entrar
ahora en esta complejo discusión, somos de la opinión de que la mejor manera de superar-
lo es ver la acción voluntaria dentro de un escenario más amplio en el que coexisten movi-
mientos sociales, organizaciones formales, instituciones políticas. Un escenario en el que los
jóvenes intervienen de maneras muy diferentes y muchas veces sin establecer apenas dife-
rencias entre unos tipos y otros, tal y como ha demostrado recientemente una investigación
británica dirigida por Ruth Lister (Lister et al. 2002)18.
Esta concepción del protagonismo cívico de los jóvenes, alejada tanto del idealismo

44
ingenuo de muchos comunitarismos como de la despolitización liberal predominante en
nuestras sociedades, tiene como correlato necesario el desarrollo de una política de la influen-
cia dirigida a dotar a los jóvenes de una voz eficaz, capaz de intervenir para intentar –para-
fraseando a Hirschman– ‘cambiar un estado de cosas poco satisfactorio’. Tres son, a nuestro
juicio, los aspectos fundamentales en los que esta política de la influencia tendría que cen-
trarse teniendo en cuenta la estructura del espacio público y su lógica de funcionamiento.
En primer lugar, la influencia sobre la agenda de temas del debate. Desde hace varias
décadas los especialistas en comunicación están de acuerdo en la importancia decisiva de
manejar la agenda de los temas que entran en el debate público: que temas entran y cuáles
no, en qué momento se plantean y con qué secuencia temporal, cuáles son los actores que
los enuncian, etc. Pues bien, en el caso de los jóvenes es necesario lograr que tengan mayor
protagonismo en la selección previa de los sucesos, acontecimientos y temas que son deba-
tidos en el espacio público, con el fin de que sus necesidades y problemas específicos pasen
a un primer plano y se conviertan en prioridades sociales. En segundo lugar, la influencia
sobre el vocabulario que se utiliza. No hay que olvidar que el espacio público está construi-
do comunicativamente y, por tanto, el modo en que se enuncian los problemas de los jóve-
nes, el tipo de argumentación que se utiliza o los recursos retóricos resultan fundamentales

La construcción de una ciudadanía activa entre los jóvenes


para entenderlos, interpretarlos y actuar sobre ellos. El reciente debate sobre el ‘botellón’ es
un buen ejemplo de la importancia de dominar el lenguaje y de la escasa influencia que hoy
día tienen los jóvenes sobre el discurso que habla de ellos, de sus problemas y de sus inte-
reses. El tercer aspecto a considerar es la participación en la toma de decisiones. En este sen-
tido, la tarea de los poderes públicos sería poner en marcha estrategias y programas partici-
pativos que involucren directamente a los grupos de jóvenes en un conjunto de áreas cada
vez mas amplio, más diversificado y con mayor repercusión sobre la vida de la comunidad.
Se trataría de esta manera de evitar la habitual reducción del ámbito de participación juve-
nil a temas relacionados con el ocio y ampliarlo a cuestiones más importantes y trascen-
dentes como puede ser, entre otros, la planificación urbana o la política de empleo.

(18) En esta misma investigación se utiliza un interesante concepto, el de “participación social constructiva” para referirse a
un conjunto de actividades que no son expresión directa de ciudadanía pero que indirectamente la refuerzan a través del reforza-
miento del capital social. Bajo este rótulo se incluyen actividades como: trabajo voluntario, acción política informal, actividades
con implicaciones políticas, actividades informativas, actos altruísticos y participación social general. Según los autores de la inves-
tigación esta noción inclusiva y fluida de participación puede ser entendida como una expresión de responsabilidad cívica de los
jóvenes (Lister et al. 2002)

45

También podría gustarte