7.2 Consideraciones Sobre El Final Del Analisis - Korman

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El oficio del analista.

Consideraciones sobre el final de


análisis.
Víctor Korman.

Introducción

Hay algunos temas del psicoanálisis que permiten ciertas


delimitaciones; quiero decir, que es posible aislarlos, recortarlos y
centramos en su estudio haciendo una relativa abstracción de las
múltiples relaciones que guardan con otras regiones teóricas. Este
procedimiento se toma muy complicado -casi imposible, diría- para
la cuestión del fin del análisis; al ser éste una zona de confluencias
y abocamientos, condensa y replantea todas las problemáticas
psicoanalíticas. Por otra parte, las dificultades para la exposición
no provienen sólo de lo abigarrado y denso de la materia: hablar de
este particular moviliza cuestiones personales del analista; entre
ellas las que hacen referencia al final de su propio análisis.
Estamos o hemos estado bajo transferencias analíticas, tenemos
marcas y señales de tales eventos y ello requiere elaboraciones
delicadas. Cuando el inconsciente y las transferencias están
enjuego, conviene ir con precaución.

Repensar la clínica

Mi intención no es hacer una exposición sobre lo ya escrito y


desarrollado por autores como Freud, Ferenczi, Lacan, Balint, 1

1 Esta conferencia tuvo lugar el 7 febrero de 1989


en el Centro Cívico La Sedeta.
M. Klein, etcétera, para no citar sino a aquellos que se han
ocupado explícitamente sobre este nudo; trataré de presentar, en
cambio, cuál es el estado actual de esta cuestión para mí.
Intentaré dar cuenta de mi experiencia sobre el tema desde una
perspectiva clínica, refiriéndome especialmente a los finales de
análisis en las neurosis. Procesar conceptualmente la propia
práctica suele ser particularmente fecundo para uno mismo y a
veces útil para los demás. si se tienen presentes algunas
premisas; entre ellas-

1a) Que incluso reflexionando sobre dicha praxis, seguimos


comprometidos con lo que es su meollo: lo inconsciente.
2a) Que aquello que intentamos teorizar -los observables de
la clínica— ya incluyen efectos de la teoría que ha
orientado la dirección de la cura de ese caso.
3a) Que la construcción de puntos de vista personales no se
hace a partir de la nada. En el mejor de los casos es el
resultado de ir haciendo propio, de manera singular e
intransferible, el conjunto de marcas de nuestros
procesos de formación como analistas. Esto implica un
decantado de lecturas, una elaboración de las
experiencias, tanto la de analista como la de ser o haber
sido analizante; asimismo, una internalización y
transformación de aquello que hemos asimilado en los
diferentes contextos (además de los ya citados:
supervisiones, grupos de trabajo, intercambio con otros
colegas, etc).
4a) Que ir constituyendo un oensamiento propio implica,
entre otras cosas, el reconocimiento de las deudas
intelectuales con las diversas concepciones que han
servido de punto de partida. Con cada una de estas
fuentes se mantienen acuerdos de intensidad variada.
También cabe precisar las corrientes de ideas con las
cuales existen diferencias notables y, si es posible, los
puntos precisos de tales discrepancias. Ambas
situaciones -sintomas y distonías- aportan, aunque de
modo diferente, sus granos de arena para el trazado del
camino propio.
5a) Lo antedicho presupone haber estudiado y tener claras
las propuestas disímiles que se fueron gestando en la
historia del psicoanálisis frente a cada problemática. Para
el caso concreto de hoy, por ejemplo, conocer cuáles han
sido las proposiciones habidas en relación con el fin del
análisis en estos casi cien años de su existencia2. Aunque
no hable explícitamente de ellas esta noche, las tengo en
mente y estarán presentes como telón de fondo.
6a) Y última: la construcción de ópticas personales se realiza
teniendo en cuenta no sólo los desarrollos teóricos; se
suele tomar también en consideración -al menos yo lo
hago— los observables que producen el despliegue
práctico de las diversas concepciones psicoanalíticas
existentes. Concordancias y críticas respecto de este
punto también sirven para ir acuñando la perspectiva de
cada uno.

Lo propio y lo ajeno

En pocos instantes se les hará evidente que la clínica de que


intenta dar cuenta está transitada -al menos es lo que creo- por lo
que ha quedado decantado tras esa metabolización personal y
pondrá sobre el tapete algo de lo que me transmitieron y también
lo que no supe aprender. Las ideas provisorias y en estado de
revisión que les propondré para el debate provienen por lo tanto de

2 Nota preparatoria: Visión sintética de los objetivos y finales de análisis según


diferentes autores.
Alexander: Demolición completa del superyó y arrogación de sus
funciones por parte del yo. Dos etapas para tal empresa: 1a) las funciones
del superyó del paciente son puestas en manos del analista, 2a) pasan de
este último al yo del primero.
Balint: New beginning (recomienzo). Advenimiento de un nuevo sujeto;
posibilidad de tener experiencias emocionales novedosas. Analista más
permisivo al final, favoreciendo la satisfacción de ciertas pulsiones en la
relación transferencial Pasaje del amor objetal primario al amor genital
maduro.
Bleger: Obtención de dos tipos de objetivos: a) mayéuticos
(enriquecimiento de la personalidad) y b) curativos tras el análisis de la
parte neurótica y psicótica de la personalidad.
Escuela del yo: Hartmann-Kris-Lowenstein reformulados por David
Rapaport, Merton Gilí, Roy Schaffer, Guntrip, Arlow, Brenner, Georges,
etcétera: adaptación y refuerzo del yo; producción de un yo más fuerte.
Freud.- Aumento de la capacidad de gozar y actuar. Wo Es war soll Ich
werden. Pasar de la miseria neurótica a la miseria cotidiana.
la reflexión sobre esa experiencia reiteradamente naciente que es
la clínica, donde hay sorpresa, duda, vacilación, perplejidad,
descubrimiento, reinvención, error, horror, acto. Me hago cargo,
pues, de los riesgos que supone hablar en primera persona del
singular; es decir, expondré mis opiniones sobre el tema,
transitando por una franja que no es demasiado estrecha -al menos
es lo que creo- y que se extiende desde la modestia por un lado hasta
el orgullo bien entendido, por el otro.

Dicho en buen romance, pondré “toda la carne en el asador”, cosa que


me va por un triple motivo: ético, estético y gastronómico. Riesgo que
es necesario asumir cuando se quiere evitar los fenómenos del tipo
“horda primitiva”, que reiteran el parricidio y las comidas totémicas
con el aparente propósito de reglar cuestiones de herencias y decidir
-de paso- cuáles serían las filiaciones legítimas y cuáles las
bastardas. Hablar en nombre propio es también una forma de
escapar a los guisos —mejor dicho: a los desaguisados- indigestos de
las masas, que indiferencian e impiden la producción personal al
diluir a todos en un mismo caldo.

Ferenczi: Separación más neta del mundo fantasmático y real, cosa que
determinaría un aumento de la libertad interior; mayor dominio de los actos
y de las decepciones.
Kemberg: Pretende sintetizar el pensamiento freudiano con el de M.
Klein, Hartmann y Margaret Mahler, pasaje progresivo de relaciones de
objeto parciales a totales con reducción del self grandioso y con la apertura
de la posibilidad de análisis de los niveles edípicos, hasta entonces
imposible.
Klein.' Reducción de la ansiedad paranoide y depresiva; elaboración de
las primeras experiencias de duelo; mayor integración del yo (incremento
de la estabilidad y del sentido de realidad) y del superyó.
Kohut: Restauración del self, internalización transmutadora con
establecimiento de armonía empática entre el self y sus objetos en los
diversos niveles de madurez del adulto.
Lacan: reconocimiento del deseo. Caída del S.s.S. Caída del objeto “a”.
Analista como resto. Destitución subjetiva. Atravesamiento del fantasma.
Des-ser. Reducción del goce; tratamiento de lo real del goce por lo simbólico.
Producción de un analista, que puede o no ejercer como tal. El pase.
Procesar con rigor la experiencia clínica implica -por lo recién
enunciado- seguir realizando el necesario, fastidioso y,
probablemente, interminable diálogo con nuestros “padres
analíticos”, para poder convertir en realidad aquella idea que
Goethe pone en boca de su Fausto: hay que hacer propio lo que se
ha heredado. Es un trabajo de internalización no exento de amores,
sumisiones, rebeldías, creaciones, posesiones, desposesiones y
posicionamientos, que pueden posibilitar -al fin— la emergencia
de una nueva opinión -ninguna verdad última- posible de ser
discutida, confrontada.
Realizado este trabajo, ¿cuánto es propio y cuánto es ajeno? Hay
ideas a las que no les puedo poner marca de origen porque, al
haberlas procesado personalmente, podría traicionar el
pensamiento ajeno si les doy carácter de cita Reconocerán, sin
embargo en ellas, un perfume freudiano y lacaniano. Otras
nacieron en tareas de supervisión o en discusiones con analistas
en múltiples contextos, incluido éste, del Espacio Abierto. Por
último hay algunas que aunque no dejan de ser originales para mí
-en tanto las he descubierto en mi práctica clínica-, seguramente
han sido descritas anteriormente por otros.

Leclaire: El final del análisis estaría del lado del significante; se


trataría de revelar al sujeto los significantes fundamentales que lo
determinan.
Laplanche: Historización simbolizante por medio de un trabajo de
simbolización elaborativa [durcharbeitung].
Pommier: Construcción del fantasma fundamental como fin lógico del
análisis.
Strachey: Transformación de la naturaleza del superyó. El analista
funcionaría como superyó auxiliar; que la organización mental del
neurótico, fijado en lo infantil, continúe hacia la adultez.
Winnicott: Uso del objeto en el espado transicional del análisis. La
“destrucción” del objeto transidonal -que sobrevive- posibilita la
construcción de la realidad mediante la ubicación del objeto fuera del self.
Secuenda posible del análisis: el analista funcionaría como una madre (más
que ‘suficientemente buena”) que sabe reparar aquello que la verdadera no
ha hecho bien, razón por la cual ha generado fallos precoces y
fundamentales en la psique del pariente. Efecto del análisis: emergencia del
self verdadero.
Aún así, reinvindico “inventar otra vez la pólvora’. Nada mejor que
vivir en carne propia algunas experiencias para que sedimenten
como un saber hacer y para ir armando una batería conceptual
propia, dúctil y hecha a la mano de cada uno.

El amplio juego medio del análisis que conduce a su fin


Entraremos en tema tomando como punto de partida los
períodos anteriores a la finalización del análisis.
En términos muy amplios, una vez efectuado el
desbrozamiento inicial del terreno psíquico, trabajados ciertos
paquetes sintomáticos, puestos de relieve los guiones primordiales
de las formaciones fantasmáticas, retirados los escombros de
antiguas construcciones narcisistas venidas abajo, puesto un tope
a la desenfrenada compulsión repetitiva, trabajada -al menos en
buena parte— la problemática de la castración... suele suceder
entonces que algo ligado-a la pulsión de vida —cierta fertilidad del
terreno psíquico del analizante— permita la emergencia de un
soplo nuevo: llamémosle rebrotamiento de Eros o activación de la
dimensión deseante.
Estos efectos de la larga tarea de movilización de la estructura
psíquica del analizante suelen conllevar una serie de
modificaciones subjetivas; entre ellas, una desaparición o
mutación de los síntomas iniciales; al menos, de aquellos que le
eran más perturbantes. Se asocia a esto cierto alivio del
sufrimiento y una mejor relación consigo mismo v con los demás.
Un ligero tinte hipomaníaco suele estar presente. Llegados a este
punto, algunos pacientes piensan que ya está bien y se van. Sin
embargo, no es éste el momento del fin del análisis. Prefieren lo
bueno a lo mejor y quieren ahorrarse cierto dolor-placer, ciertos
calvarios y conmociones propios de la última etapa. Algunos
riesgos también.
Dado nuestro tema, nos ocuparemos, evidentemente, no de los
que interrumpen sino de aquellos que han decidido continuar.
Para estudiar mejor los avatares de estos casos, me parece útil
cernir el largo medio juego análisis que conduce a la etapa
posterior de su finalización; lo haré desde aquellos ángulos que
para mí son especialmente importantes desde la perspectiva de la
metamorfosis3 de la neurosis. Me referiré a los siguientes puntos:

1) Los síntomas.
2) El fantasma.
3) El trabajo en torno a las identificaciones.
4) El Ideal del yo y el tener proyectos.
5) La transformación de las instancias narcisistas (yo ideal,
ideal del yo, etcétera) en el registro de la castración.
6) La tarea respecto de las pulsiones. Sublimación.
7) El superyó.
8) La relación del sujeto con el tiempo.

Esta ordenación responde únicamente a una necesidad


expositiva. No están, pues, seriados según su importancia ni
mucho menos reflejan una secuencialidad de la tarea clínica. Bien
sabemos que en el análisis no hay una sucesión preestablecida de
aquello sobre lo cual se ha de trabajar, ya que se trata más bien
de una labor sobre el conjunto de la estructura psíquica y es el
material del analizante el que orienta sobre qué se va incidiendo
puntualmente. En cambio, es de nuestra exclusiva competencia
saber cómo y hacia dónde vamos conduciendo la cura; caso
contrario, todos los vientos serán en contra Pero, ¿quién puede
anticipar el recorrido de ese viaje? ¿Quién puede pautar un orden
determinado de un análisis? Frente a esa impredictibilidad -y la
impaciencia que ella provoca- se han propuesto varias
alternativas: rumbos fijos, metas preestablecidas u objetivos a
priori a obtener para (por) el analizante (coincidentes muchas
veces con los así llamados “valores tradicionales”); en fin: etapas
más o menos fijas a transitar y metas predeterminadas. Mi actitud
está alejada de esa tesitura; tengo perfilados tan sólo algunos
objetivos muy generales para los análisis —en el próximo

3 Nota preparatoria: Metamorfosis, del diccionario de María Moliner:


“cambio profundo y sorprendente efectuado en una cosa o persona”. El
diccionario etimológico de Corominas y Pascual señala el origen griego del
vocablo y su raíz en “amorfo”; sin forma regular. El significado de
metamorfosis sería, entonces, el de modificación de la forma.
“Metamorfosis de la neurosis' implica, pues, que el psicoanálisis produce
un cambio de forma de ella sin que exista una variación de la estructura
neurótica.
encuentro los enunciaré— 4 que se particularizan de modos
diferentes en cada caso.

Un esquema de la operación analítica

Presento a continuación un gráfico que nos servirá de referente


para ambas exposiciones. Está inspirado en la metáfora freudiana
del ajedrez y representa los momentos iniciales de un análisis -
sector izquierdo del diagrama-, los finales -círculo derecho—, así
como también el incierto período intermedio, bosquejado mediante
el cuadrado central. A través de este esqueleto se vislumbra ya que
son varios los factores que tomo en cuenta para decidir el fin del
análisis. En el recuadro del centro están inscritas las líneas
principales por medio de las cuales pretendo abordar aquellos
efectos del análisis que van propendiendo a su finalización.
Iremos haciendo sucesivos barridos horizontales del esquema
para visualizar el complejo movimiento que va conduciendo al
desenlace del análisis. Los ejes que he seleccionado para tal
estudio han sido recién explicitados y están reproducidos en los
rectángulos que figuran en la parte media del esquema. La barra
vertical que los une simboliza la gran imbricación de ellos en la
psique. A la derecha de cada uno de ellos se señala de manera
ultrasintética los efectos que la tarea analítica suele producir en
cada una de estas instancias psíquicas.
En la parte inferior de la columna izquierda -“comienzo”-
aparecen los vocablos neurosis preanalítica y transferencias
espontáneas. Mediante ellos aludo a la neurosis del sujeto anterior
a los comienzos de la tarea clínica y al tipo de transferencias que
por entonces realiza el sujeto, sin tener demasiada conciencia de
ellas. Contrapongo a ambas (ver sector derecho) con la neurosis
“analizada” que, como su nombre lo indica, es el producto del
procesamiento psicoanalítico de la neurosis y con las
transferencias “avispadas” (el sujeto sabe bastante más

4 Véase en la pág. 285, “Fin de análisis, ¿duelo o separación?”.


del tipo de vínculos que establece). El período intermedio del análisis
viene signado por la neurosis de transferencia.
La operación analítica (ver parte superior del recuadro) produce la
metamorfosis de la neurosis inicial que conduce a la neurosis de
salida, “al temple analítico”. Propongo este nombre para caracterizar
a la neurosis del fin de análisis. Cotejada con la inicial, nos permitiría
visualizar cuáles han sido los efectos de la tarea analítica sobre el
sujeto que nos consultó y decidió emprender una experiencia analítica.
Los componentes de este temple quedan sucintamente descritos en la
parte derecha del esquema. Cada uno de los ítemes que elegí para dar
cuenta de lo que acontece en el período medio del análisis nos
permitirá visualizar las transformaciones subjetivas que van
aconteciendo y que hacen posible la neurosis de salida, catalogada
como “al temple analítico”. Al final de la exposición profundizaré en
los aspectos de ésta.
Quisiera agregar, y no como acotación al margen, que aquello que
describiré son elaboraciones a partir de observables clínicos de varios
finales de análisis particularmente fructíferos, pero no debe deducirse
de mi exposición una intención normativa, en el sentido de establecer
objetivos que deban alcanzarse en todos los análisis. Comencemos:

1) Síntomas

Ellos suelen ser los determinantes principales de la demanda


inicial, que habitualmente es -más allá de las formas simples o
sofisticadas en que pueda presentarse- de alivio del padecimiento
psíquico. Se impone transformar esta demanda inicial en demanda
analítica; ello supone que el analizante acepte un largo compás de
espera para su mejoría, mientras nosotros vamos haciendo que los
síntomas iniciales -que constituyeron el motor de arranque del
proceso- dejen lugar a otros propulsores del análisis.
Si tenemos éxito en este cambio de juego, es decir, si logramos que
el analizante -que viene frecuentemente a ser curado según el modelo
médico- postergue su demanda inicial y acepte un trueque de cartas,
es posible que suceda algo inaudito (en todos los sentidos del término):
que él se vea llevado, arrastrado, por su palabra y pueda emerger y
desplegarse la otra escena, activación de lo inconsciente, surgimiento
del oscuro mundo pulsional. Entonces hará su aparición -como suelo
decir- “el barrio chino” de cada quien, con las navajas y los golpes
bajos, lo criminal y homicida de cada uno, lo sórdido y lo ladrón, las
violaciones sufridas y realizadas, la locura, los placeres y goces
recónditos, las delicias de la endogamia, la sangre, sudor y lágrimas,
lo masoquista y exhibicionista... En fin, la trama de delgados hilos
inconscientes que han bordado la historia de todo ser humano. Si todo
esto comienza a desplegarse, la queja inicial, ligada a los síntomas,
suele entonces desaparecer del primer plano de las asociaciones libres
y son otras cuestiones las que ocupan su lugar.

Lo engañoso y la candidez: una dupla necesaria

Quiero hacer aquí un breve inciso para plantear algunas


consideraciones sobre el síntoma y lo terapéutico.

a) El síntoma es hipócrita: la cara' que más muestra -la


sufriente- clama desaparición, pero sus otras facetas se
oponen a ella. Esta impostura del síntoma pide una cierta
credulidad en la escucha. Sólo si el analista acepta el juego de
la credulidad -sólo en ese sistema complementario de
hipócrita y crédulo- se abre un espacio donde algo puede
empezar a decirse, abordarse y elaborarse.
b) Los síntomas conforman la hendidura por donde se cuela la
transferencia posibilitando iniciar una tarea de largo aliento
sobre el terreno psíquico. Por eso no hay que subestimar los
síntomas ni sus transformaciones; tampoco sus
desplazamientos y reemergencias en planos diferentes. Desde
el padecimiento ligado a sus síntomas el paciente nos adjudica
capacidad y sapiencia para hacerlos desaparecer. Así, y a sus
espaldas, en la búsqueda de alivio, el sujeto se ve abocado a la
transferencia, cosa que implica -paradójicamente- la
posibilidad de que instalemos una carga de profundidad
respecto de los síntomas. Operamos entonces sobre la neurosis
de transferencia creada y propenderemos a la desaparición o
mutación de ellos, mediante la transformación -en su
conjunto— de la dinámica psíquica del sujeto. Si por el
“agujero” del síntoma no se cuela la transferencia, la tarea
analítica es imposible. De ahí que no sea únicamente la
intensidad del sufrimiento lo que se ha de tener en cuenta; es
muy importante también saber si el síntoma se ha abierto (o
no) a la transferencia. Una respuesta negativa habla de
nuestro fracaso en constituirlo como síntoma analítico. Dicho
en otros términos, y por la inversa, sólo si se cambia la
neurosis preanalítica por una neurosis de transferencia es
posible un psicoanálisis.
c) Sabemos también que hay un diabolismo implícito en la
compulsión repetitiva que sostiene la formación sintomática.
El más allá del principie de placer que habita en cada síntoma
hace que la tarea sobre ellos no sea fácil. Transformar en
analítico un síntoma para luego hacerlo desaparecer operando
sobre el goce y los determinantes inconscientes de los mismos,
tal es el contradiabolismo que opone el analista a la pulsión
de muerte.5

Los síntomas irreductibles

Creo que ahora se hace palpable que hay una inercia psíquica, un
estatismo, un cierto anquilosamiento de la estructura, que opone
resistencias al logro de las metas analíticas en la clave del “3b” (bueno,
barato, bonito) con que algunos pacientes llegan al análisis. La idea
de metamorfosis de la neurosis implica que lo terapéutico, es decir la
modificación favorable de los sufrimientos ligados a los síntomas, es
consecutiva a la transformación global de la dinámica psíquica del
analizante. Es por el larguísimo rodeo de la conmoción del sujeto que
lo terapéutico se alcanza. Aunque se trabaja sobre los síntomas hasta
las últimas sesiones, en los períodos finales del análisis comienza a
ocupar un cierto espacio el qué hacer con los irreductibles analíticos.
Tiene que Quedar abierta la posibilidad de nuevas resignificaciones

5 Nota preparatoria: Hay situaciones -pocas- en las que no desvalorizo con


ligereza ciertas modificaciones sintomáticas sin cambios profundos de la
psique. Si bien es válida la pregunta sobre la estabilidad y duración de tales
“curaciones”, también cabe interrogamos sobre las consecuencias de la
persistencia de ciertos síntomas (por ejemplo: insomnio, algunas
somatizaciones o fobias restrictivas de la vida del analizante, enuresis
infantiles y de la adolescencia y un largo etcétera). Al desaparecer, deslastran
al sujeto de un padecimiento serio y disminuyen la producción de inhibiciones
secundarias importantes. Es evidente que borramientos del síntoma de esta
naturaleza juegan no sólo contra el análisis sino contra el paciente, puesto que
lo alejan prematuramente de la posibilidad de resolver más a fondo aquello que
sostiene el síntoma. Sin embargo, conviene no generalizar: a veses, un
tratamiento sintomático puede tener más efectos que una propuesta
maximalista que no se concreta; en otras ocasiones, la supresión de estos
síntomas facilita el establecimiento de una transferencia positiva, que permite
luego un trabajo analítico de más largo aliento.
ya lejos del analista. Al analizante se le impone la tarea de hacer algo
interesante con los síntomas que persisten El humor y la ironía
respecto a uno mismo no suele ser de escasa ayuda en los momentos
en que descubrimos que muchas ilusiones es megalomaníacas,
omnipotentes y mesiánicas en relación con los resultados del análisis
no se concretaron. Como dije en otras ocasiones, valoro la dimensión
terapéutica del análisis. 6 Prefiero mantener esa brújula Tanto la
medicalización del análisis como el transformarlo en una metafísica
de la verdad absoluta o en una búsqueda epistémica del ser han
generado -a mi entender- serias desviaciones. No me pa- rece noca cosa
que el analizante se descubra viviendo mejor, al haber cambiado unos
síntomas insufribles por otros más tolerables.7

2) El fantasma

Su reiterada puesta en escena va posibilitando el conocimiento de


su contenido argumental, que puede pensarse como una condensación
simbólica expresable mediante una frase concisa. En tanto lo Real
insiste, el fantasma despliega en lo imaginario sus múltiples formas
de manifestación. A veces suelen escenificarse partes de él, y sucede
también que ciertos componentes de esos fragmentos pueden
deslizarse por el desfiladero regresivo, razón por la cual adquieren
ropajes más arcaicos. Ello supondrá la emergencia de escansiones
primarias, que nos muestran la presencia actualizada del pasado:
sombras de anudamientos y separaciones con los objetos primordiales,
marcas de encuentros con otros cuerpos en historias libidinales y
libidinizantes. Asimismo, percibiremos las huellas de los cortes que
transformaron dichas relaciones. Se configuró así una geografía
erógena en la que los fantasmas marcaron jalones y quedaron inscritos

6 Véase al respecto la conferencia “Transferencia, cura analítica e


inconsciente” (pág. 63). También abordé esta cuestión en “Psico- analizar” (pág.
381).
7 Nota preparatoria: La secundarización de lo terapéutico, que en
ocasiones ha llegado lisa y llanamente hasta su menosprecio, conduce de hecho
a privilegiar otras empresas para el psicoanálisis en general y la clínica en
particular. Las otras metas pueden ser, por ejemplo, la iniciación a las
verdades con mayúsculas o hacer lo imprescindible para que no surja la culpa
por haber cedido respecto del deseo, vivir a
como epitafios en el inconsciente. La reiteración de sus
escenificaciones hace de los fantasmas un componente omnipresente
en la psique.

Clínica del fantasma

El trabajo en filigrana sobre las múltiples y variadas formas de


expresión fantasmática permite -con la mediación del tiempo
necesario- la construcción del fantasma habitualmente llamado
fundamental: quiero decir, la fórmula condensada del contenido
argumental, básico del fantasma. Pero éste no existe como tal en la psique del
analizante puesto que se trata de una abstracción, de una construcción
del analista. En la mente del paciente habitan sólo las formas
calidoscópicas con las que semanifiestan, que son -en principio- las que
más me interesa trabajar analíticamente.
Este pasaje por el desfiladero imaginario es imprescindible para
que puedan sedimentar y decantarse los materiales con los cuales,
como analista, construyo la fórmula sintética antes mencionada. Al
descubrir asta clave matricial puedo guiarme mejor en la frondosidad
de las escenificaciones, pero evito hacer una rápida reducción de estas
formas imaginarias a su “mínimo común denominador”. Más tarde y
una vez construida esta frase, ella me sirve como patrón para cotejarla
con los mil y un revestimientos con los que el fantasma se presenta.
Dicho en otros términos, prefiero revelar las variantes, los tintes,
los armónicos y disarmónicos, las escenificaciones parciales o
regresivas de los fantasmas. Además de su fijeza, me interesa subrayar
su carácter proteiforme. Tener presente esto último me permite
descubrir y hacer descubrir al analizante los diferentes modos que
tiene de relacionarse desde matices circunscritos y desde las
tonalidades de los fantasmas, que le son constitutivos. Lo que estoy
diciendo no significa fomentar- una deriva interminable de puestas en
escena-imaginarias del fantasma sino otorgar al analizante el tiempo
necesario para que estos despliegues le posibiliten hacer, por ejemplo,
la experiencia de cómo los fantasmas determinan su relación con la
realidad y de cómo esta última, se edifica mediando-la presencia de
sus fantasmas. En otros términos, que pueda percibir que la
construcción de la realidad que él hace está determinada por su
condición de sujeto deseante, deseo cuyo código es transportado por
sus fantasmas.
Después de un largo proceso elaborativo que prepara el terreno,
suele haber un momento en el que el analizante descubre que el guión
es el mismo a pesar de que la “película” parezca diferente. Es un
instante importante. A nosotros como analistas se nos hace patente
que ese contenido argumental esencial se escenificaba ya desde las
primeras entrevistas pero nos era imposible capturarlo. Y con razón
diría, puesto que no hay un saber previo sobre el fantasma de tal o
cual pariente antes de realizar esta larga tarea.
Con toda la importancia que tiene este momento, no es el
conocimiento del argumento básico del fantasma lo que genera las
modificaciones psíquicas del analizante; le queda un paso más por dar:
debería producirse un cambio en la posición subjetiva en el fantasma,
un mayor libre juego en la escena fantasmática; es decir, la creación
de guiones inéditos o la representación de otros roles. Esto implica un
paso, un corte, un acto. Hace falta un salto, un efecto de innovación,
que probablemente consista en trascender identificación imaginaría
que condenaba al sujeto a representar siempre el mismo papel en la
película, a pesar de los diferentes disfraces. Es necesario conmover
esta ‘‘identificación-prisión” que atenaza. Recién entonces puede
producirse un pellizcamiento de lo Real del fantasma; o, si quieren, un
“‘pólder’ simbólico” en lo Real. Esto supondrá también un
sacudimiento y reacomodo de lo imaginario, pero, por más
construcción del fantasma que hayamos realizado, seguirá habiendo
reverberaciones imaginarias; distintas, pero seguirán existiendo.
El fantasma fundamental es teórico; en lo psíquico: complejo
fantasmático, multiplicidad. Hay ciertos reduccionismos teóricos que
no son compatibles con las formas que los fantasmas tienen de habitar
en lo psíquico. Si algo aporta la cura al analizante, ésta no se expresa
-a mi modo de ver- a través dé efectos de reducción sino por la creación
y recreación de nuevos circuitos.

Cura psicoanalítica y fantasma

Señalaría como efectos del análisis un relajamiento de la fijeza del


fantasma (otro componente de la neurosis al temple analítico; véase
sector derecho y superior del esquema), un efecto de
desanquilosamiento de las articulaciones fantasmáticas; la
introducción de una cuña en las reiteradas consumaciones de su trama
argumental. En otras palabras, que el analizante pueda dejar de estar
capturado, sometido y obligado a “actuar” por el fantasma siempre e
inexorablemente de la misma manera. Cuando ello acontece, el
paciente comienza -paradójicamente- a percibir como síntomas
aquello que con anterioridad no sentía ni valoraba como tales. No es
raro escuchar entonces cosas de este tenor: ¿cómo es que yo antes
toleraba tal o cual cosa sin darme cuenta? Este puede ser, por ejemplo,
el comentario de algún paciente, tras haber elaborado su posición
masoquista en ciertos fantasmas.

3) El trabajo en torno a las identificaciones

Los efectos del análisis sobre la trama identificatoria consisten en


una reorganización de la misma como producto del desprendimiento
de los aspectos alienantes de algunas identificaciones y de haber
logrado establecer nuevas relaciones intrapsíquicas con los rasgos y
detalles (einziger Züge) de los objetos hechos propios.
El largo proceso de elaboración que supone un análisis y los
cambios surgidos como producto del trabajo realizado sobre el
conjunto de la estructura psíquica tienen sus repercusiones sobre la
urdimbre identificatoria. La tarea analítica respecto de la
castración, el fantasma, la compulsión repetitiva, el deseo, el
narcisismo, etcétera, coadyuva indirectamente al retejido de la red
de identificaciones, en tanto que aquellos que dejaron inscripciones
estructurantes en el aparato psíquico han sido objetos de amor y/o
deseo, fueron incluidos en las producciones fantasmáticas del sujeto
y sobre ellos recayeron también las idealizaciones que están en la
base del movimiento que lleva a la identificación. Por lo tanto, las
transformaciones acaecidas en todas estas dimensiones del
psiquismo repercutirán de manera necesaria sobre la trama
identificatoria.
Como ven, considero que la tarea analítica no consiste en hacer
consciente las identificaciones. La creencia de que la toma de
conciencia es sinónimo de deshacer una identificación no es más que
una vana ilusión. Tampoco se trata de “romper" las identificaciones,
como suele escucharse últimamente. Si éstas son -desde una
perspectiva estructurante las, que constituyen al sujeto, se deduce
que identificaciones de esta índole no pueden abolirse -“romperse”-
porque ello acarrearía la cancelación del sujeto. Es modificable, en
cambio -mediante su abordaje indirecto-, la relación que se ha
establecido internamente con y entre los rasgos de los objetos
introyectados y apropiados.
¿Esto es mucho? ¿Es poco? En todo caso, es claro que aquí nos
topamos con los límites de nuestro accionar: el núcleo duro de
identidad generado por las identificaciones es sin duda
transformable, pero dentro de ciertas cotas; no hay renaci miento
del sujeto sino recomposición del mosaico identificatorio. Esto último
aporta sustancialmente a la metamorfosis de la neurosis y a su
temple analítico.8

Una seducción duradera

Describiendo las identificaciones secundarias edípicas Freud


plantea que el yo -identificado a los rasgos del objeto- envía al ello
el siguiente mensaje: “Puedes amarme pues soy parecido al
objeto”.9
Se trata de una verdadera seducción intrapsíquica, heredera y
reproductora del vínculo libidinal otrora existente con los objetos
edípicos. A juzgar por la fijeza de los rasgos identificatorios
adquiridos, se trata de un amor estable y duradero; casi un
embrujo.
Buena parte del trabajo analítico sobre las identificaciones
edípicas pasa, justamente, por modificar ese encantamiento con que
el yo captura al ello. Es la condición necesaria para que pueda
aflojarse la firmeza de estas trazas constitutivas del yo (como diría
Freud) o del sujeto, siguiendo a Lacan. El analizante tiene ante
estos rasgos suyos una actitud compleja. En lo manifiesto, al
percibir que le producen inhibiciones, síntomas, limitaciones,
clama por su desaparición: “¡quíteme esto!”. Simultáneamente,
parece decir: “No toque esos rasgos ni el sufrimiento que les son
inherentes porque es mi placer. Yo soy esos rasgos y no sabría ni
querría abandonarlos puesto que es como dejar de existir, como sé
que existo gracias a ellos... y por el momento no tengo ningún otro
modo de existencia”.
Por esto se requiere, justamente, un abordaje indirecto que
vaya facilitando desprendimientos parciales.

8 Véanse más adelante (pág. 279) alguna consideraciones sobre la


clínica del fin del análisis y sobre el temple analítico.
9 Freud, S.: El yo y el ello (1923), O.C., tomo 19; Buenos Aires
Amorrortu editores.
Siniestrar

En otra ocasión10 me he referido a la clínica de las


identificaciones, sintetizando la tarea sobre las mismas por medio de
un neologismo: siniestrar. Aludía con ella al fenómeno de lo siniestro,11
pero derivándolo hacia una forma verbal y otorgándole la siguiente
acepción: hacer que lo propio, lo absolutamente familiar y personal,
comience a devenir extraño. Lograr que lo que ha sido tan
consustancial al analizante empiece a producirle el horror necesario
como para que pueda desprenderse de estos rasgos v abandonar las
delicias de la endogamia.

Clínica de las identificaciones narcisistas

Muchos de ustedes recordarán lo que expuse en aquel entonces


respecto de las identificaciones edípicas;12 por lo tanto, hoy me
permitiré abordar otro aspecto: la clínica de las narcisistas. 13 Además
del mecanismo incorporativo14 que preside su consumación, las
identificaciones narcisistas se caracterizan por la soldadura, por el
imantamiento del yo al objeto de identificación con el cual se establece
una colación absoluta total.

10. Véase “Las identificaciones en las teorías psicoanalíticas” (pág. 113).


Lo aquí dicho puede ser visto como complementario de lo afirmado en aquella
conferencia.
11. Cfr. el texto homónimo de Freud.
12. Véase “Clínica de las identificaciones. Siniestrar”, pág. 143.
13. Nota preparatoria: La importancia de estas identificaciones va más
allá de su utilidad explicativa de una problemática específica -la melancolía—
, ya que pueden ser vistas como constitutivas del narcisismo. Podrían ocupar
en el sistema identificatorio freudiano el lugar que las especulares tienen en la
teoría de Lacan. En tanto el narcisismo es estructural, podemos encontrar
manifestaciones sobredeterminadas de las identificaciones narcisistas en todo
cuadro clínico, con sus correlatos transferenciales acordes. En las neurosis, por
ejemplo, se observa cómo ellas pueden teñir, colorear, matizar lo edípico,
otorgando una tonalidad particular a las formaciones del inconsciente. Es
evidente también que esta dimensión narcisista será puesta en acción en
cualquier vínculo que establezca el sujeto, tanto en la vida cotidiana como en
la relación analítica. Constituido por estas identificaciones, embargado por
ellas, el analizante repetirá en sus relaciones los conflictos inherentes a las
mismas; quiero decir, aquellos que condujeron a una seudorresolución del
problema mediante la consumación de una identificación narcisista.
Esta última es producto -entre otras cosas- del desamparo y la
angustia de separación exacerbados. La identificación narcisista
tiende a unificar, a hacer uno de lo diferente, propende a uniformar,
lleva justamente a no crearla diferencia, fomenta y refuerza una
dependencia del objeto, a diferencia de lo que sucede con las
secundarias edípicas. be trata de una identificación a imagen y
semejanza, que ha cristalizado también en instancias psíquicas
perdurables, de carácter narcisista.
Freud trata la identificación narcisista como una reacción o
respuesta a la pérdida de objeto, pero sin menospreciar esta faceta me
interesa poner de relieve la otra cara de la misma, que ha sido un tanto
soslayada: la pervivencia psíquica de ese mismo objeto totalizado y la
relación que se establece con el mismo en la mente. A mi juicio, la
identificación narcisista habla más de la capacidad (fantasmática en las
neurosis, alucinatoria en las psicosis) de mantener vivo dentro de sí al
objeto (supuestamente) perdido. Si esta hipótesis fuera cierta,
convendrá entonces relacionar esta identificación más con la
problemática del desamparo originario que con el duelo.

Una alternativa: duelo o identificación narcisista

Me explico un poco más: al conservar (internamente) al objeto. no hay


duele posible. La identificación narcisista no es ni compensatoria de
una pérdida ni la respuesta regresiva ante la misma. Más bien es una
no pérdida evidenciada por la sobrevivencia intrapsíquica del obieto y
de su relación con él. Justamente por eso no hay duelo. Este último
implica una elaboración simbólica de la pérdida, fenómeno que no
ocurre cuando ella se salda con una identificación narcisista. Si en ésta
se privilegia la pérdida más que la pervivencia del objeto, se con funde
duelo con melancolía, cosa que ocurrió —en alguna medida— en las
teorizaciones de Abraham, M. Klein, y otros, como tendré ocasión de
plantear la semana próxima, especialmente respecto al duelo del fin
de análisis.15

14. Véanse en la conferencia sobre identificación primaria las


diferencias que postulo entre introyección e incorporación.
15. 15. Véase “Fin de análisis, ¿duelo o separación?”, especialmente la
tercera parte.
En las pérdidas que acontecen en terrenos abonados por el
narcisismo, la injuria y virulencia con que fue vivido el desamparo ha
llevado a incorporar ese objeto y a aferrarse a él. Deshacerse de esta
identificación es la verdadera amenaza de pérdida, porque reactiva el
desamparo y las angustias a él asociadas. Por eso el sujeto parece
preferir el eterno combate sadomasoquista intrapsíquico con el objeto
de renunciar a él. Mantiene la ilusión de “amamantarse" de ese objeto
perdido (a medias) y revivido en la mente, y evita así la angustia de
aniquilación que este desprendimiento podría despertar. Por medio de
este tipo de identificación el sujeto ha establecido una “solución”
incestuosa -soldarse al objeto- frente a una angustia de separación
exacerbada.

Identificación narcisista y metamorfosis de la neurosis

Si me he extendido en la descripción de la intimidad de estas


identificaciones es porque estoy señalando de paso dónde ha de incidir
la operación analítica: posibilitar la separac ión de este objeto
incorporado con el que se sostenía ese vínculo narcisista. Se trata de
un complejo proceso de reobjetalización; una verdadera “puesta
afuera” del objeto, lenta, fraccionada. Quizá sean éstos los momentos
más álgidos y peligrosos del análisis que -como ya había anticipado-
algunos pacientes quieren evitar yéndose tras las primeras mejorías
sintomáticas. De no movernos con tacto, pueden desencadenarse
despeñamientos regresivos en el analizante. La identificación
narcicista es productora de una seguridad ilusoria, pero seguridad al
fin: la que otorga el seguir portando el objeto dentro de sí. Aunque esto
perpetúa la conflictividad —agresividad enorme, ambivalencia hacia
el objet,o satisfacción de las tendencias sadomasqauistas- se siente
esto como más tolerable que la supuesta “orfandad” que conllevaría el
distanciamiento. Las vivencias de abandonar o ser abandonado
pueden ser intensas. Igualmente, la de sentir que se está traicionando
al objeto si se toman las distancias -internas y externas- necesarias.

En líneas generales, mi trabajo interpretativo respecto de estas


identificaciones -que es también una forma de procesar
psicoanalíticamente el narcisismo- evita insistir en aquellos aspectos
que remiten a las semejanzas entre el sujeto y el objeto incorporado,
camino que toman habitualmente los que quieren “conscientizar” la
existencia de esta identificación. Por el contrario, apunto más bien las
diferencias con él— ¡que siempre existen!- porque creo que esto facilita
las separaciones puntuales respecto del objeto incorporado. Como casi
nunca acontece una caída masiva de tal identificación -¡mejor!, dado
los efectos que algo por el estilo acarrearía- tendrán necesariamente
que reiterarse estos despegues parciales. Se van produciendo así
desoldaduras focales con el objeto, simultáneas a su “externalización”
progresiva. En el mejor de los casos se reconstruye fuera el objeto y
éste comienza a adquirir volumen y consistencia propia. Este proceso
conlleva cierta recuperación de los fragmentos de historia que
quedaron aplastados por la identificación.
Esta labor suele tener efectos desalienantes. Se abre así la
posibilidad de atenuar las repeticiones de la conflictiva expuesta y
permite ganar para la dimensión del deseo lo que está más allá del
principio del placer, arrebatando territorio al narcisismo fallido,
engrosando el narcisismo trófico y los procesos simbolizantes. Sin
duda, estos efectos suponen un cambio en el funcionamiento psíquico
y configuran una neurosis de “salida” cualitativamente diferente de la
preanalítica. Quede claro una vez más que me estoy refiriendo a las
identificaciones narcisistas operando en las neurosis; no es el caso de
la melancolía, por ejemplo.
Esta soldadura al objeto específico de las identificaciones
narcisistas podrá resolverse mejor o peor el grado de simbolización de
lo imaginario que puede obtenerse en la tarea clínica. Cuantos más
fallos simbólicos hubo, más difícil será ésta. De todas formas, siempre
se requiere trabajar la problemática del desamparo y las
idealizaciones arcaicas que están en juego.

Caída de lo imaginario con reacomodo siguiente

Está claro que sin el procesamiento de estas dimensiones


narcisistas, sin cierta caída de lo imaginario, habría que considerar
seriamente si lo que se está realizando es un psicoanálisis; pero
también es evidente que la tarea analítica no tiene sólo como objetivo
el desmantelamiento de los soportes yoicos. Sea como fuere, es evidente
que esta labor debe ser hecha coa muchos cuidados y es necesario
otorgar siempre un tiempo para el siguiente reacomodo, para una
posterior restitución diferenciada. De lo contrario, el sujeto puede
Quedar en estado de destitución subjetiva, de enrancia. La pérdida de
los soportes imaginarios ha de ser la necesaria antesala para su
reorganización. Si bien el análisis pretende un quebrantamiento de
los espejismos en los cuales ha quedado capturado un sujeto, no
debería, sin embargo tender a la exoneración de toda función-
imaginaria. No se trata de barrer el narcisismo sino de transformarlo,
destilarlo.

No a la identificación con el analista

La tarea clínica respecto de las identificaciones tal como la concibo


y tal como he tratado de describiría está en las antípodas de una
búsqueda de la identificación del analizante con el analista.16 Para
evitar ese riesgo -siempre presente y más de lo que suponemos- se ha
de tener especialmente en cuenta que en un contexto como el
transferencial, la idealización (denigración) funciona a tambor
batiente, y esto empuja a la identificación con el analista. Se deduce
entonces la necesidad de trabajar la idealización que recae sobre
nosotros para contrarrestar así el movimiento que conduce a ella.

Si como efecto de un análisis presidido por la identificación al


analista solemos observar un sujeto rodeado de una orla de sapiencia,
creyente seguro de que el ya transmitido saber del analista -como
quien adquirió la gallina de los huevos de qué -le garantiza tener
respuesta a todos los interrogantes que la vida le planteará -de ahí
cierto look maníaco-; los otros análisis, aquellos donde la deriva es
permanente, la actitud hiper- silenciosa del analista es la norma, la
palabra “imaginario” es casi un insulto y la búsqueda del sinsentido
está sistemáticamente en primer plano al igual que los juegos
homofónicos y las “palabras cruzadas”... este tipo de análisis -repito-
puede producir como efecto un sujeto desubjetivado, errático,
desengañado a merced de un destino incierto, con un sentido de lo
trágico aguzado y que "hace del pesimismo la única verdad de su
existencia.
16. Nota preparatoria: Lacan ha insistido mucho y bien sobre los riesgos
de tales avatares; es llamativo que allí donde más se habla sobre estas
cuestiones, y donde mejor preparados se habría de estar para evitar tales
desenlaces, ocurren sin embargo fenómenos de identificación entre analizantes
y analistas. Ello no es óbice para que allí donde estos aspectos son ignorados,
tales efectos no ocurran. Dejo de lado, por supuesto, a los que consideran que
tal identificación no es un artefacto de la cura sino una meta a alcanzar.
¿Podemos discutir con ecuanimidad y tolerancia, sin que se hieran
susceptibilidades, algo que-sin ser cotidiano —¡por suerte!- forma
también parte de nuestra realidad como psicoanalistas? La
perspicacia de vuestra escucha hace que no se les escape un más allá
en las preguntas que me y les estoy haciendo: ¿en qué grado inciden,
sobredeterminadamente, las filiaciones, la genealogía analítica, las
pertenencias institucionales (o las no pertenencias) y las adhesiones
teóricas en la producción de las variedades de finales de análisis? Más
allá de eso, ¿cómo influyen nuestros transfondos personales -digo
inconscientes, digo filosóficos, digo ideológicos- en la implementación
práctica de los conceptos teóricos que sostenemos, tanto los que hemos
elaborado como aquellos que heredamos? Dejo planteadas estas
preguntas para el debate.

Resignificación de la historia personal

Retomo el hilo: si el trabajo de desmontaje-remontaje puede


realizarse con el tiempo necesario, si se acompaña al analizante en las
recomposiciones calidoscópicas de su batería identificatoria -lo que en
otro registro describí como resignificación de su historia o construcción
de una nueva novela familiar—, se va creando un espacio para nuevas
ópticas, se va armando otro andamiaje simbólico que da al sujeto una
consistencia distinta. En fin, se elabora, se escribe una historia que no
ha tenido jamás lugar anteriormente en tanto se construye con
elementos que recién ahora empiezan a ver la luz del día. Se trata de
otros componentes de la neurosis al temple analítico.

3) El ideal del yo y el tener proyectos

Otro aspecto interesante al que presto particularmente atención


y que tomo en consideración para pensar el fin del análisis es algo del
orden de la transmisión. Sea cual fuere la actividad del analizante,
algo cambia en sus trabajos, en la forma de realizarlos y concebirlos;
surge, entonces, cierta necesidad de transmitir la experiencia personal
respecto de su ocupación. En tanto ha habido interpretación de los
deseos inconscientes y los sueños, en tanto hubo una tarea analítica
con relación al complejo fantasmático, en tanto se amplió la capacidad
sublimatoria, el descubrimiento e implementación de ciertos aspectos
antes reprimidos abre las puertas a la creatividad y, por ende, a tener
algo para transmitirá los demás.
Esto implica que parte de las energías robadas por la neurosis de
transferencia, por el investimiento libidinal del analista y de la tarea
analítica, comienza a estar más disponible para empresas y provectos
personales. Éste es para mí otro signo más de que el final de análisis
se va acercando. Otorgo cierta importancia a ese momento, en que el
analizante comienza a desplegar planes renovados para el futuro.
Pero su valor no reside en la envergadura de los proyectos en sí, sino
en su significación: se está elaborando silenciosamente el duelo del fin
del análisis. Lo esencial de todo trabajo de duelo está en marcha: retiro
de catexias —en este caso, las investidas en el analista— para
dedicarlas a otros objetos y actividades.8

Comienza a mi modo de ver un lento, frágil y dubitativo proceso de


salirse de la órbita transferencial con repercusiones en todos los
planos de la dinámica psíquica y en la vida cotidiana del analizante.
Entreveo en esa fenomenología habitual —aunque variada en sus
formas- el correlato manifiesto de un reacomodo de la organización
libidinal narcisística y edípica, con sus manifestaciones a nivel del
Ideal del Yo. Suele ser vivido como la sensación de salir de un largo
túnel.
En estas circunstancias, la actitud del analista es clave; aunque
este movimiento está sobredeterminado -especialmente desde la
historia del analizante- sus formas de resolución dependen también
del posicionamiento del analista. Si a éste le inquieta su propia soledad
o si no ha podido hacerse carga de lo que en otra ocasión llamé "culto
de la diferenciación". 9 tenderá necesariamente o bien a frenar este
proceso o a direccionarlo fuertemente. Para decirlo de manera breve,
y en especial respecto de los candidatos, es conveniente evitar lo que
llamo finales de análisis con “adepción’’ -mezcla de adepto y adopción-
, forma habitual de reclutamiento de las instituciones.

4) Transformación de Las instancias narcisistas en el


registro de la castración

La idealización puede mover montañas pero nos acerca también


al abismo de la alienación. Más temprano que tarde suelen hacerse
presentes en la escena transferencial los sistemas idealizantes de
aquel que está tendido en el diván: engarzan objetos que conforman

8 Véase “Fin de análisis, ¿duelo o separación?” (pág. 285).


9 Véase ‘Transferencia, cura analítica e inconsciente’ (pág. 63).
una constelación de excelsos. Solemos -como analistas- estar
incluidos en ella, pero cuanto más alto nos colocan, mayor es el
riesgo de que caigamos estrepitosamente de esos pedestales.
Por “Introducción al narcisismo” sabemos que la idealización es
un proceso subjetivo que produce una sobrevaloración del objeto. Se
trata de un narcisismo proyectado. El yo ideal -también el ideal del
yo, aunque de un modo menos masivo- irradia esa sobretasación,
engrandeciéndolo y perpetuando una forma narcisista de vínculo
con el objeto que, en ese contexto, deviene un espejito que fascina.
La idealización convierte al narcisismo en una tierra sin fronteras;
sostiene a un Otro omnipotente, omnisciente, todopoderoso; un Otro
no castrado, podríamos decir con Lacan.
Desde esta dimensión narcisista el neurótico engendra, como si
fuera su propia sombra, una imagen de gigante que lo acompaña a
todas partes. Es un apasionado de esta figura que él segrega, que él
construye. Cuanto más peso tenga el narcisismo mayor será la
idealización. Se sostiene un Otro omnipotente para no asumir lo que
significa reconocerlo castrado: mientras exista un Otro así, habra
siempre un causante de sus males; la queja tendrá el campo orégano
en los decires del analizante. Manteniendo un Otro con esas
características puede conservar el secreto anhelo de que alguna vez -en
esa ocasión en la que “se le reconozca como corresponde y
definitivamente”; en esa oportunidad en que “sea desagraviado para
siempre”- llegará a ocupar el lugar deseado, temido y a los postres,
ilusorio, de ese Otro grandioso, omnipotente fálico, que con tanto afán
construyó y sostuvo.

A “Su Majestad el bebé” se le cae la corona

Reconocer al Otro castrado implicaría aceptar de alguna manera


la propia castración; sería dejar de buscar culpables externos, que el
victimismo se acaba y que se deben tomar las riendas de su propia
vida. Algo sustancial sucede en un proceso analítico cuando se produce
ese giro y el analizante deja de imputar a papá, mamá, a fulanito de
tal, a su pareja o ai destino las causas de sus padeceres. Quizás esté
aquí otro de los momentos durísimos del análisis: caer en la cuenta de
que el peor enemigo está dentro de uno mismo. Podremos entonces
escuchar cosas como éstas:

“Que ni siquiera lo que me ha hecho sufrir es íntegra


responsabilidad de ella; como mínimo, yo lo he consentido”.
“Forjé enemigos porque necesitaba de la atención que yo suponía
que ellos me prestaban.”
“Me sentí defraudado porque en mi devoción por esa sombra,
creía que él lo tema todo para mí... y no me lo daba.” “Qué tonto fui,
por no poder reírme de mí o que se rieran de mí, conmigo. Que el
miedo horrible a sentirme ultrajado, humillado, me haya cerrado el
camino hacia el humor.”
“Qué necio fui, al desconfiar de todos aquellos que me decían:
estoy contigo.”
“Qué ciego estaba, cuando sentía que tenía pegada en mi frente
la marca de la desgracia y creía que todos la veían, cuando sólo se
trataba de mis propios ojos.”
“Mi culpabilidad horrenda está apaciguada, tiene ahora un cierto
aire de respeto por mí mismo y me cuestiona. No destruí como supuse
y los que sufrieron por mí han tenido -también ellos- su dosis de
responsabilidad en el asunto.”
“¡Cuánto malestar, cuánta vanidad y qué en vano fue exigirme y
exigir a los demás tamaña perfección!”

Como vemos, son momentos en los que al megalómano infantil, a


“Su Majestad el bebé” se le cae la corona. Y ríe... se ríe de sí mismo...
o quizá llora. “¿En qué estaba ?”, se suele preguntar. Recién después
pueden empezar a despuntar algunos cambios: se acaba el péndulo
entre la gloria y el ridículo, entre la depresión y la euforia.
Probablemente se termine también el todo es nada y nada es todo.
Estos movimientos subjetivos implican duelos importantes; ídolos
ahora caídos que la idealización sostenía; incluido el analista. Para
este último, ningún otro destino mejor que el de la vela: consumirse
en su uso. Abolirse por la operación que él mismo permitió y sostuvo.
Si se perpetúa la idealización del analista se llega al fin del análisis
con identificación al mismo.
Deshacer los ídolos requiere tanto o más
tiempo del que se necesitó para construirlos y adorarlos, pues no basta
con desbaratar su encarnación temporal en tal persona, institución,
teoría u objeto -cosa que sin ser sencilla no anele ser imposible- sjno
desvanecer las raíces narcisistas de estos sistemas idealizantes
arcaicos, con puntos de partida en el yo ideal o en un Ideal del Yo
tiránico. De más está decir que no se trata de una abolición de los
ideales sino de un pasaje de ellos por el registro de la castración.
De todas formas, conviene estar atentos para no confundir una
decepción respecto de un objeo sobrevalorado -que puede
ser más o menos duradera— con la transformación de las fuentes
psíauicas de donde brota la idealización. Si esto último no acontece, el
desengaño habido suele ser velozmente sustituido con una nueva
idolatría.

El humor

Dos aspectos polares ligados a las transformaciones del


narcisismo que suelen aparecer al fin del análisis: uno, el humor, la
risa.“ Otro: la muerte, la percepción más clara de la finitud de la vida.
Adelanté hace un rato que sólo cuando la sensación de injuria
narcisista o su riesgo se atenúan es posible que el analizante pueda
reírse de sí mismo, caricaturizarse, aceptar que le caricaturicen o
ironizar. La verdad y la seriedad pueden vestirse, revestirse de humor.
Ha disminuido la sensibilidad a la burla. La pretendida seriedad que
sigue rizando el rizo eternamente sin dejar de ser seria, se contenta
con lo más obvio de la seriedad y es, en realidad, la insoportable
solemnidad del ser.
Por el contrario, como, cuando se ahonda en la arena de la playa
y la humedad se va haciendo cada vez más intensa, de igual modo, la
profundización en las problemáticas de cada uno, la percepción de lo
insondable o de lo nimio no estremece. Entonces, un empapamiento
risueño suele hacerse presente; incontenible a veces, vehemente en
algunas ocasiones; y en otras, apenas una sonrisa pícara si la
vergüenza sigue inhibiendo. La risa, la verdadera risa, surge de la
desesperación. ¿Recuerdan la película Zorba, el griego?
En las postrimerías del análisis, al descubrir que se acabaron los
nunca, que los jamases son relativos y los siempre imperfectos, el
analizante se aproxima, se pone en contacto con el corazón paradójico
que late en cada recodo de la vida. Suele encontrar ahí una fuente
importante de humor. Percibe también que las palabras, mucho más
intensamente que antaño, pueden querer decir otra cosa de las que
dicen, que tienen facetas ocultas. Puede jugar más con ellas.

19. Véanse en las págs. 319 y 339, los trabajos sobre “La risa” y “El
humor*.
Al liberarse de la condena que le imponían las verdades eternas y
las certezas, el desprenderse del parentesco sublevante que estableció
entre la cordura y la resignación, el vislumbrar que la ecuanimidad y
el justo medio del que hacía gala servía para el apaciguamiento del
deseo... todo eso les invita a la risa. El antes aludido “siniestrar”
también acaba produciendo hilaridad: no hay nada que esté más cerca
de lo cómico que la angustia horrenda de haber perdido las referencias
del ser. Sentir que las garantías de existencia que pedía nadie se las
puede dar y aunque se la dieran, no le serviría de nada. O sea que
también ríe de las tantas veces que ha pedido peras al olmo.
Hay otra risa: la que aparece después de haberles dado muchas
vueltas a las situaciones y ya no necesitar -ahora- hacerlo como antes.
Es un cierto y relativo “estar de vuelta” de las cosas, de los conflictos,
que da una ligera distancia pacificante. Asimismo, ríe cuando pierde
el análisis como religión. (Lo mismo nos ocurre a nosotros, analistas,
en iguales circunstancias.)
Si el análisis acercó al analizante a ver la imposibilidad de hacer
encontrar el deseo con el objeto que lo causa, si le aproximó a la
imposibilidad de coincidencia de un objeto cualquiera y el objeto causa
del deseo (“no es eso lo que yo te pedía”; Lacan en “AuPire”), poniendo
de manifiesto cuán alejado está el bienestar en el ser humano y cuán
cercano está el aburrimiento y la insatisfacción... por otro lado le
facilita acudir a los paños tibios del humor para consolarnos de tales
heridas incurables. ¡Qué mejor salida que el humor parados
irreductibles analíticos! ¡La seriedad del sufrimiento provocado por la
repetición puede coexistir con el reír a la vista de dichas repeticiones!

La muerte

Algunas palabras sobre una cuestión que nos queda pendiente: la


relación con la muerte, o si quieren, con mayor eufemismo, la
percepción de la finitud de la vida. En tanto se descubrió que ella es
ya una realidad en nuestro presente, la muerte no sólo nos aguarda
sino que nos preexiste, nos habita.
No sólo voy hacia ella sino que estoy instalado en ella desde el
momento mismo de nacer.
En esa soledad a la que hice referencia antes, descubrimos en el
núcleo mismo de nuestra intimidad algo difícilmente comunicable,
pero interiormente palpable; una presencia callada, silenciosa, hasta
ese momento y que sin embargo nos acompañó desde siempre. Algo
violento y mágico, invisible, pero que nos toca. Ese algo interno sabe
desde siempre qué es la muerte, y sin embargo, ahora, en los finales
de análisis, se hace oír más, toma la palabra... toma cuerpo. Ahí, en
ese punto -lugar e instante- ahí se encuentra con sus antepasados;
incluso -o sobre todo- con aquellos a los que ni siquiera había conocido.
Puede imaginar sus rostros, sus gestos, sus maneras de vestirse.
Llorar por ellos, quizás escuchar un grito desgarrador o una risotada
que viene de lejos, de ultratumba. En el análisis se desentierra los
muertos de cada quien- se dialoga con ellos; quizá se les dice lo que no
se les puede expresar antes. Luego, se los vuelve a enterrar.
Algo suele cambiar en el analizante a partir de todo esto.
Aparecen fórmulas más serenas, quizá menos trágicas que el anterior
estremecimiento desesperado ante la muerte; ante la propia, la ajena,
la familiar, la lejana, la cotidiana. Desterrar la muerte, exiliarla al
inconsciente, obsesiona, fobiza, histeriza. Una grieta enorme separa
al ser humano que tolera una percepción consciente de la muerte y el
que la niega desaforadamente. A pesar de esas diferencias, ambos
mueren; pero mientras a uno le ocurre en un solo instante; el otro no
deja de morir constantemente.
No estoy filosofando; tengo presente aquella paciente atravesada
por fantasías de eternidad pero poseída sintomáticamente por
desasosiegos que sólo calmaban con una hiperactividad, fobias, cuyo
núcleo central estaba constituido por la angustia ante la muerte. Vivía
como si fuera inmortal, pero con la muerte presente de modo
permanente.
La aceptación de la muerte coexiste con negaciones. ¡No hay otra
posibilidad!, creo yo; pero habría que ver en ello no sólo contradicción
sino paradoja: prefigurarnos la muerte o tenerla-presente de cierta
manera nos aporta una nueva visión de la vida la modifica y amplía.
Puede estimular incluso a
vivir mejor. Esta posible “hazaña” no es fruto de la racionalidad;
tampoco es necesariamente hipomanía disfrazada de resignación ante
el hecho objetivo de la muerte; es —si acontece- ni más ni menos que
la aparición de una forma destilada del narcisismo, en su paso por el
alambique de la castración simbólica. -
No hay conformismo ni desesperanza sino sereno orgullo. Los que
saben dicen que aquellos que disfrutaron de la vida tienen menos
temor a la muerte. Es probable... ya les contaré. Creo que además de
la muerte real, de la no metafórica, de la estremecedora, nacemos y
morimos varias veces... y quizás ésta sea otra de las razones por las
que el psicoanálisis sigue vigente: el que podamos parimos,
simbólicamente al menos, un par de veces en la vida.
Humor y muerte, dos polos que se tocan. Les recuerdo aquí el
chiste que comenta Freud, aquel del criminal qué llevado al cadalso
un día lunes dice: ¡empieza bien la semana! O aquel otro, de una
pareja charlando. Uno de ellos dice: el día que alguno de los dos se
muera, yo me voy a vivir a París.

6) La sublimación

La sublimación y su relación con la cura analítica la abordaré en


el próximo encuentro, ya que la considero una cuestión clave respecto
del final de análisis y además me permitirá establecer una
articulación con la disolución de la transferencia y la problemática de
los duelos.
Avanzo hoy únicamente una idea: es para mí un hecho de
observación clínica que en los períodos de terminación de un proceso
analítico se producen un conjunto de fenómenos que en cierto sentido
podrían ser considerados como un aumento de la capacidad de
sublimar: es decir, cambiar un fin que es originariamente sexual por
otro no sexual, pero emparentado con el primero-.
Dejo este punto aquí, señalando que dentro de lo complejo y oscuro
de este concepto, trataré de exponer su operatividad en la cura,
dejando la gran sublimación, la de los genios y creadores afamados,
para el psicoanálisis aplicado.

7) Superyó

La fuerte coacción que esta instancia ejerce sobre el sujeto exige


una ardua tarea analítica; cuestión explicable si tenemos presente que
el superyó es un lugar de cultivo de la pulsión de muerte y origen de
un empuje hacia el masoquismo primario. El superyó nos habla de la
tiranización que el inconsciente ejerce sobre el sujeto, a nivel del
síntoma y más allá de él. Podríamos aplicarle una de las
características que Freud atribuye a la pulsión: ser una konstante
kraß, una fuerza constante que se impone como ley, como imperativo
categórico. ¡Goza!, al decir de Lacan.
Es la instancia donde se origina tanto el sentimiento de culpa, el
estar en falta, como los autocastigos y autorreproches. A través de él
y sus efectos vemos claramente que hay algo en cada ser humano, en
lo más íntimo de sí mismo, que no colabora ni batalla a favor del
bienestar y se constituye -por el contrario- en una fuente inagotable
de remordimientos, puniciones, autoinculpaciones.
Decía un paciente mío: todos y cada uno de los actos de mi vida
son escritos en alguna parte, esculpidos en una piedra. Me imagino
una docena de personas ocupándose de mí, tallando en la roca todo,
para luego pedirme cuentas; pero no en el día del Juicio Final, sino
cada día.
El mal que nos habita no es un invitado, es de la propia casa.
Evidentemente, la puesta en transferencia y movilización de toda la
estructura psíquica tendrá efectos sobre esta instancia insensata e
insaciable; podríamos decir que las representaciones imaginarias del
superyó -esas figuras persecutorias, severísimas, cargadas de enorme
autoridad- van adquiriendo rostros más benévolos, permisivos. Se
abre la dimensión del: "Eso que yo creía que pensaban mis padres no
es tan así”... o- bien: “Y yo, que me imaginaba que ellos se opondrían
a tal o cual cosa”. Hay también una visión más clara de las
identificaciones que han constituido esta instancia y, como efecto del
siniestrar al que aludí antes, acontece un retejido de sus rasgos
constitutivos. Se abre, además, la posibilidad de actuar sin tanta
necesidad de la aprobación o desaprobación ajenas.-¡Mi vida es mi
vida. Ya basta de sondeos de la opinión pública para hacer algo!-,
suelen decir.
Otro aspecto de la tarea clínica con relación al superyó pasa por
aquella dimensión que Lacan denominó goce, e implica la reducción
del mismo.
El sometimiento y rebeldía a la autoridad (padres de la infancia y
sus relevos) por parte de los analizantes suelen dejar su lugar a la
posibilidad de sostener pensamientos y acciones más
autodeterminados, con los que otros podrán o no estar de acuerdo.
Ahora son realizados con una convicción más profunda e intensa. La
culpa cede y puede ser reemplazada por la responsabilización de sus
actos.

8) Relación con el tiempo

“El pasado no me pesa; el futuro no me inquieta.”

Esta frase, pronunciada por un paciente en las postrimerías de un


análisis, grafican otro aspecto que quiero resaltar, una relación con el
tiempo peculiar. Este analizante se caracterizaba por unir a la
inseguridad e inquietud por el futuro una amnesia funcional respecto
de su pasado conflictivo. Producto del trabajo analítico, si pasado
resignificado se aligera, pierde su carácter de pesada carga, y se diluye
la letanía quejosa con él relacionada. Puede entonces pasar de la
represión al olvido. Concomitantemente, la dimensión de futuro queda
más abierta.
Esperanza discreta e incertidumbre tranquila (otros ingredientes
del “temple analítico*) constituyen el marco de la ventana por la cual
se entrevé el futuro y muestran otros componentes del fin del" análisis
poco revelados si como analistas estamos demasiado empeñados en
ver exclusivamente los duelos por la terminación. Me estoy refiriendo
a las expectativas frente a una nueva etapa que se abre una vez
acabado el análisis, a la sensación de que el día después, la vida
continúa... que no sólo hay tristeza por marcharse del análisis; sino, y
también, satisfacción por la tarea realizada y una cierta alegría por
concluir. Esto suele estar asociado a una relación peculiar con el
tiempo. Se percibe la diferencia entre luchar contra el tiempo —en una
carrera empecinada, sin respiros- y dejarse llevar por él,
acompañándolo. Se rompe en parte, el querer dominarlo, manejarlo.
La dimensión de futuro suele incluir -y esto es un observable
clínico bastante habitual en las postrimerías de los análisis- la
percepción más clara de la finitud de la vida, punto del que me ocuparé
más adelante. De forma simultánea suele haber usa mejor relación del
sujeto con la soledad. No se la vive ya como una maldición ni como un
estigma.

Clínica de los finales de análisis: temple analítico


Si tuviera que trazar un panorama de conjunto y ultrasintético de
los efectos del psicoanálisis en un sujeto, lo explicitaría del siguiente
modo: movimiento que transforma la neurosis inicial (aquella con la que
vino el analizante a la consulta por primera vez) en neurosis al “temple
analítico
Les comento rápidamente mi acercamiento a la palabra '‘temple",
en su vertiente “psi”. El doctor Mauricio Goldenberg, con quien tuve
el privilegio de formarme en clínica psiquiátrica, solía explicar de
forma precisa y preciosa, un estado que la fenomenología clásica
describía como “temple delirante”: esos momentos previos a la
cristalización de un delirio en una esquizofrenia paranoide, por
ejemplo. Ese “algo pasa, no sé qué pasa”, que bien podría delinear el
clima mental de estos pacientes antes de la eclosión del brote.
Presenta una riqueza de cualidades y matices que aquel que ha tenido
alguna experiencia de trabajo clínico con psicóticos podría evocar con
cierta facilidad. Luego, se me ocurrió asociar el vocablo “temple” al de
neurosis; de ahí: “neurosis al temple analítico”, expresión que
pretende nominar un estado peculiar de la psique, que surge como
producto de una tarea psicoanalítica efectiva, exitosa. Dicho en otros
términos, es un giro lingüístico que intenta reflejar la configuración
de la subjetividad y de la dinámica psíquica en los anales de análisis
y que esperamos pueda conservarse de manera duradera, aunque —
conviene anticiparlo- la palabra temple20 posee como una de sus orlas
semánticas 10 la idea de algo que puede oscilar,, variar, sufrir
modulaciones, caracteres éstos que también son válidos para las
adquisiciones del proceso analítico.
Esta expresión tiene a mi gusto la ventaja de subrayar ya en su
breve enunciado que el producto del fin del análisis sigue siendo -
estructuralmente hablando— una neurosis, aunque ahora analizada,
cosa que le da un temple peculiar. Neuróticos no dejamos de ser nunca.
De la escisión que nos hace ser sujetos divididos, no nos curamos; al
contrario: después de un análisis la percibimos más netamente.
El último tramo -pasaje de la neurosis de transferencia a la fase

Temple: 1) Acción y efecto de templar el acero, el vidrio, etcétera. 2) Estado


de la atmósfera en relación con la temperatura y la humedad. 3) Humor, estado
de ánimo de una persona que predispone (bien o mal) para tratar con Otras. 4)
Valor sereno o entereza para arrostrar peligros o dificultades. 5) Pintura para
muros, bóvedas, etcétera, preparada mezclando el pigmento con cola u otra
materia glutinosa caliente y agua.
Templar: 1) Colocar las cuerdas o notas en el tono debido; por ejemplo:
templar el violín o la flauta. 2) Apretar o atirantar una cosa hasta el punto
debido, mediante un tomillo o muelle. 3) Dar ai hierro o a los objetes de hierro
la dureza y elasticidad necesarias mediante procedimientos adecuados. 4)
Adaptar las velas de un barco a la fuerza del viento. 5) Combinar
adecuadamente los colores para que no desentonen.
Es evidente que estos significados y usos de "temple" y “templar” los
trasladó a la clínica con un carácter exclusivamente metafórico. Con tal
sentido, los considero muy ilustrativos del conjunto de matices que -
constelativamente- conforman el estado mental del sujeto en los finales de
análisis.
de finalización- está determinado por el conjunto de modificaciones
subjetivas producidas durante el “largo medio juego del análisis que
conduce a su fin", y que fueron explicadas recién. Este viraje, que le
coloca en el camino de salida, coincide en términos generales con la
disminución en el analizante de su necesidad de venir y hacerse
escuchar en sesión, cosa que, habitualmente, va asociada al
reconocimiento de la falta en el propio analista. En términos de Lacan:
caída del Sujeto supuesto Saber. Obviamente, no se trata de una
inflexión abrupta; el conjunto de efectos analíticos ya producidos
habían preparado el terreno para que esto pueda suceder
La entrada en la “rampa de despegue” ha implicado un progresivo
-y, generalmente, silencioso- movimiento de eferentización. de la
transferencia analítica, la cual ha podido desplazarse, derivarse, y por
lo tanto, dejar de estar concentrada en el analista. En otras palabras,
se ha producido lo que suelo llamar "centrifugación de la transferencia"
términos con los que intento explicar el hecho de que el círculo de
intereses y de investimientos libidinales del analizante se ha ido
alejando del analista, cosa que no quiere decir borramiento de las
huellas de este vínculo m desaparición de la capacidad transferente
del sujeto. Esta modificación cuanti y cualitativa de la transferencia es un
elemento fundamental para la conformación del “temple analítico”.
A lo largo de la exposición fui señalando los cambios que la tarea
analítica suele introducir en la neurosis de partida para
metamorfosearla en “neurosis al temple analítico". Los más
significativos están señalados en la mitad derecha del esquema 11 y
sobre la mayoría de ellos ya me he ido explayando. Me referiré a
continuación a aquellos componentes del temple analítico de los que
no hablé hasta ahora.

• Relación del sujeto con la asociación libre: es una actitud del


analizante en las postrimerías del análisis y en el posanálisis
mediante la cual mantiene un vínculo especial respecto de lo
inconsciente, respecto de sus fantasmas, sueños, actos fallidos,
etcétera, y que remeda de alguna manera la tarea asociativa y
elaborativa de las sesiones. En otras palabras: se mantiene abierto el
expediente de lo inconsciente, y ante la emergencia de un material que
retoma de lo reprimido, el analizante pueda reconocerlo como algo

11 Véase pág. 253.


propio y darle, todavía, otra vuelta más de tuerca. Quizás en esto
radique lo que Freud consideraba como la interminabilidad del
análisis. En mis propios términos lo diría así: no condenamos a
utilizar soluciones perimidas para problemas nuevos, que
seguramente surgirán después del análisis. Nos queda por debatir si
esta relación del sujeto con sus ocurrencias y asociaciones libres puede
considerarse, estrictamente hablando, una continuación del análisis
sin la presencia del analista. Personalmente, no creo en el carácter
autoanalítico de esta empresa, pero considero que en el posanálisis a
la mayor “porosidad” para la emergencia de lo inconsciente se le puede
responder mediante procedimientos psíquicos que no impliquen
necesariamente la represión.

• Capacidad, para la acción: este componente del temple


analítico no necesita demasiadas aclaraciones; su enunciado es, por
sí mismo, elocuente. Supone una actitud más resuelta en el actuar,
que incluye aquello que los griegos significaban con el término valor:
la valentía, el tener genio y nervio (ver en acta n° 20 la acepción 4
de temple). Si en lo manifiesto esta actitud está relacionada con lo
corporal, no son menos importantes los ligámenes opacos que posee
con la sublimación.12 Supone estar tensado, preparado, para el acto,
cosa que requiere del desvanecimiento, al menos en una dosis
importante, de las dudas, las vacilaciones extenuantes y/o las
inhibiciones del neurótico. Esto le otorga una mayor capacidad de
decisión y presteza, cualidades éstas insoslayables para cualquier
actividad. En otro plano, supone haber integrado para accionar en
la vida cotidiana una dosis adecuada de la agresividad que otrora se
manifestaba de manera explosiva o era controlada y contenida. El
saber un poco más sobre el propio deseo amplía también la aptitud
para el acto, ya que permite montarlo en el tren desiderativo.

• Talento para vivir: lo caracterizaría como la capacidad de


poder precisar las actividades, personas o cosas que a cada uno “le
van” (aludo al deseo) y saber, además, luchar por conseguirlas,
sorteando los obstáculos propios y ajenos que inveteradamente se
opondrán a la obtención de tales metas. Lo que connoto como talento
para vivir es distinto para cada sujeto. Describo algunos ejemplos de

22. Véase en el próximo texto “Fin de análisis, ¿duelo o separación?”, la


amplia primera parte dedicada a la sublimación.
aquello que mis ex analizantes ubicaban dentro de este rubro: el saber
maniobrar con los síntomas nuevos que surjan o los viejos que puedan
reaparecer; el aceptar un poco mejor las manías personales y las de
los otros, que siempre parecen ser más manías que las propias; que la
ilusión no se doblegue fácilmente ante el reconocimiento de la
realidad; que se pueda aceptar de un modo no resignado los cambios
corporales; el saber expulsar otra vez al "autómata" que está dentro
nuestro y que de tanto en tanto vuelve a visitarnos, el poder utilizar -
corno la sal y la pimienta- el humor, el sarcasmo, la ironía, para que
compensen las antiguas idealizaciones, ahora desvanecidas.

• Me duele la vida - me gusta la vida: con estas palabras, una


analizante mía expresaba, a su manera, el mejor acoplamiento entre
el inevitable dolor de existir y sus renovadas ganas de vivir y de
disfrutar de la vida.

Es esperable que al final del análisis, el “dolor, de vivir" (Lacan)


se haga más soportable. Si algo creativo, productivo, pudo hacerse con
el sufrimiento se habrá ampliado la posibilidad de" ver la vida como
una aventura. Todo ello implicó, además de otros duelos, uno por ese
largo período en que los síntomas mantenían un cierto acorralamiento
de la existencia. Ahora, en las postrimerías del análisis, el sufrimiento
no desaparece del todo, pero es quizá más tolerable; se puede
maniobrar mejor con él. Suele haber también un cierto reconocimiento
de que en la vida habrá que seguir luchando siempre.

Volatilización de las esperanzas mégalomaníacas

El temple analítico incluye haber perdido la ilusión de marcharse


del análisis con inmunidad contra todas las algias; también, el no
creer que las angustias, dolores, malestares, se han acabado para
siempre. Cabe incluir asimismo como ingrediente de ese estado el
dulce amargor de existir, que es inherente a la vida misma. Para eso,
tampoco hay cura. Comprende, igualmente, el poder aceptar las
miserias... las propias, las ajenas, las de la humanidad; que éstas no
nos pesen tanto... pero que tampoco sean ignoradas; que duelan, sí,
pero que puedan ser soportadas.
Supone también reconocer que podía no haber venido al análisis...
en cuyo caso, sería otro. Y que si acudió, ahora es otro diferente del
que vino; igual pero distinto.
Para terminar

Me gustaría agregar un último ingrediente del temple analítico: el


reconocer y aceptar, nos situemos donde nos situemos —ubicación
siempre difícil entre las seducciones contrapuestas del alborozo, la
tristeza, del algo más de lucidez y del algo menos de locura-, reconocer
y aceptar, repito, que nuestra presencia y nuestro testimonio siguen
contando... para nosotros mismos... quizá también para los demás... y
que amantes por igual de la soledad y la compañía, de la vida y de la
muerte, del dolor y la aventura, de lo posible y de lo imposible... a todo
eso le seguiremos diciendo: “¡Sí, ¿por qué no?!”23

23. Véase al final de la próxima conferencia, continuación de ésta, la


bibliografía consultada.

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