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Investigación cualitativa y psicoanálisis

Carolina Martínez Salgado,1 Universidad Autónoma Metropolitana, México

Resumen

En este trabajo reflexiono sobre dos de los múltiples ángulos desde los cuales
puede ser estudiada la relación entre investigación cualitativa y psicoanálisis. El
primero se refiere a los valiosos elementos que el psicoanálisis puede aportar para
el enriquecimiento de los abordajes de naturaleza cualitativa. El segundo, a las
aportaciones que la investigación cualitativa puede hacer a la investigación en el
ámbito psicoanalítico. Mi interés en la problematización de estos dos ángulos
surgió de mis experiencias como investigadora cualitativa con formación
psicoanalítica y como ocasional asesora de tesis de un programa de maestría en
psicoterapia psicoanalítica. En esta presentación desarrollo mis propias
reflexiones derivadas de esas experiencias, en un diálogo con los textos de otros
autores que han expresado preocupaciones similares a las mías.

Palabras clave: investigación cualitativa, psicoanálisis, investigación


psicoanalítica, interpretación; paradigmas alternativos

Pesquisa qualitativa e psicanálise

Neste trabalho, reflito sobre dois dos múltiplos ângulos a partir dos quais a relação
entre pesquisa qualitativa e psicanálise pode ser estudada. A primeira refere-se aos
elementos valiosos que a psicanálise pode contribuir para o enriquecimento de
abordagens qualitativas. A segunda, às contribuições que a pesquisa qualitativa
pode trazer para a pesquisa no campo psicanalítico. Meu interesse pela
problematização desses dois ângulos surgiu de minhas experiências como
pesquisador qualitativo com formação psicanalítica e como orientador ocasional
de tese para um programa de mestrado em psicoterapia psicanalítica. Nesta
apresentação desenvolvo minhas próprias reflexões derivadas dessas experiências,
dialogando com os textos de outros autores que expressaram preocupações
semelhantes às minhas.

Palavras-chave: pesquisa qualitativa, psicanálise, pesquisa psicanalítica,


interpretação; paradigmas alternativos

1
Dra. en Estudios de Población, El Colegio de México. [email protected]
Revista Investigación Cualitativa
Martínez, C. (2019). Investigación cualitativa y psicoanálisis. Investigación Cualitativa, 4(1) 5-21.
Martínez, C. (2019). Investigación cualitativa y psicoanálisis

Qualitative inquiry and psychoanalysis

In this work, I reflect on two of the multiple angles from which the relationship
between qualitative research and psychoanalysis can be studied. The first one
refers to the valuable elements that psychoanalysis can contribute to the
enrichment of qualitative approaches. The second one is to the contributions that
qualitative research can make to research in the psychoanalytic field. My interest
in problematizing these two angles arose from my experiences as a qualitative
researcher with psychoanalytic training and as an occasional thesis advisor for a
master's program in psychoanalytic psychotherapy. In this presentation, I develop
my own reflections derived from these experiences, in a dialogue with the texts of
other authors who have expressed similar concerns to mine.

Keywords: psychoanalysis, psychoanalytic research, interpretation; alternative


paradigms

Los porqués de esta indagación

El examen de la relación entre investigación cualitativa y psicoanálisis puede abordarse


desde muchos ángulos y puede emprenderse desde cualquiera de las dos direcciones. De entre
todas esas posibilidades, en las siguientes páginas compartiré mis reflexiones sobre algunos de
los aportes que el psicoanálisis puede ofrecer para enriquecer a la investigación cualitativa y los
que la investigación cualitativa podría hacer al campo del psicoanálisis.

Mi interés por el estudio de estas relaciones surge de las experiencias vividas como
investigadora cualitativa que decidió embarcarse en la formación psicoanalítica a partir de mi
convicción de que, cuando se trata de la comprensión del comportamiento humano, este es un
saber fundamental a integrar (Martínez, 1994, 2008). A lo anterior se sumaron, algunos años más
tarde, las inquietudes surgidas a partir de mi quehacer como asesora de tesis en un programa de
maestría en psicoterapia psicoanalítica, cuando un par de alumnas comenzó a interesarse por
incursionar en la investigación cualitativa.

Sobre el primer grupo de experiencias quiero mencionar aquí sólo dos momentos. El
primero se ubica más de 20 años atrás, cuando a comienzos de los noventa emprendí un proyecto
que marcó el comienzo de mi incursión en el territorio de la investigación cualitativa. Mi
propósito en aquel estudio fue profundizar en la configuración de la subjetividad de algunos
integrantes de grupos populares urbanos en las zonas socioeconómicamente más desfavorecidas
del área de Xochimilco, y los riesgos para su salud originados en el entorno en el que transcurría
su existencia (Martínez, 1992, 1998, 1999, 2009). Fue entonces cuando ensayé por vez primera
con la incorporación de la perspectiva psicoanalítica a la investigación cualitativa, en aquella
ocasión bajo la orientación de dos importantes autores: Erich Fromm y George Devereux.
Fromm, uno de los primeros integrantes de la Escuela de Frankfurt, fue uno de los pioneros en
vincular al psicoanálisis con la investigación social (Jay, 1995; Fromm, 1973, 2012). Devereux,
psicoanalista y etnólogo, despliega a lo largo de su obra una propuesta de integración entre estas
dos disciplinas que me pareció especialmente valiosa, ya que sostiene que las explicaciones
ofrecidas por cada una de ellas proporcionan elementos de niveles diferentes, pero

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complementarios para enriquecer la comprensión de las situaciones en estudio (Devereux, 1973a,


p. 359-361).

El segundo momento al que aquí quiero referirme es en el que me encuentro hoy día, en
que me empeño por aproximarme a la investigación narrativa (Chase, 2005; Charon, 2005)
ensayando con algunos procedimientos de inspiración autoetnográfica (Denzin, 2016) con
estudiantes avanzados de medicina en la universidad pública mexicana de la que formo parte
(Martínez, 2010, 2015, 2019). En lo que se refiere al componente psicoanalítico, las perspectivas
a partir de las cuales oriento mi trabajo interpretativo en la etapa actual son, fundamentalmente,
las de Michel Balint (1961) y Donald Winnicott (1970), aunque ocasionalmente recurro también
a algunos elementos de la muy sugerente obra de Wilfred Bion (1975).

Por lo que se refiere al segundo grupo de experiencias con la asesoría de tesis de maestría
en psicoterapia psicoanalítica a la que antes me referí, esta ha sido una aventura para mí mucho
más reciente y, de hecho, bastante ocasional, pero que me ha llevado a plantearme nuevas
interrogantes. La historia transcurrió como sigue. En dos distintos momentos fui requerida por
dos diferentes alumnas para orientar la elaboración de sus tesis, en las cuales se proponían
acercarse al estudio de las delicadas, penosas y difíciles situaciones en las que algunas personas
se encontraban con motivo de ciertos problemas de salud, en circunstancias que apuntaban a la
necesidad de recurrir a la investigación cualitativa. En el primero de estos estudios, hoy ya
exitosamente culminado, la autora se centró en las vivencias de familias de pacientes sometidos a
diálisis por insuficiencia renal terminal, doloroso proceso en el que por entonces ella misma se
encontraba inmersa como acompañante de un ser querido que recorría el tramo final de su vida.
El segundo proyecto tuvo un destino muy distinto pero no menos interesante de consignar. La
alumna, por motivos personales que no llegué a conocer, deseaba explorar las vivencias
intrapsíquicas de adultos mayores con un grado leve de demencia derivado de alguna
enfermedad física. Sólo que este estudio tendría que llevarse a cabo en una institución pública de
salud sumamente prestigiosa en la cual el estándar de oro, como en estos contextos suele
suceder, es el ensayo clínico controlado. No pasó mucho tiempo antes de que la intención de
adoptar un enfoque cualitativo sucumbiera bajo la presión de las exigencias institucionales y las
incertidumbres de la misma alumna, quien finalmente decidió enfilar por los caminos más
seguros y más fácilmente transitables de la investigación convencional.

Pero vayamos ahora a la comunicación que aquí quiero presentar. Comenzaré con los
hallazgos encontrados en mi búsqueda de algunas respuestas a la pregunta sobre las aportaciones
del psicoanálisis a la investigación cualitativa y las aportaciones de la investigación cualitativa al
psicoanálisis. Las reflexiones que a continuación presento son el resultado de mi diálogo con
varios de los autores localizados a lo largo de esta búsqueda, entre los cuales relevaré de manera
muy especial los textos de Angela Kuehner (2016) y Robert Wallerstein (2009), cuya lectura
suscitó muchas de las consideraciones que constituyen las dos primeras secciones de este
artículo. En la tercera sección expondré mis propios puntos de vista sobre las prometedoras
posibilidades que, a mi juicio, posee el conocimiento psicoanalítico para el enriquecimiento del
investigador cualitativo, tanto en su quehacer como en su persona, con algunos conceptos a
manera de ejemplo; y concluiré con una rápida síntesis de los puntos centrales que aquí he
querido proponer.

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El psicoanálisis en el campo de la investigación cualitativa

El conocimiento psicoanalítico permea, hoy día, todas las ramas del saber humano, y el
ámbito de la investigación cualitativa no es la excepción, como lo muestra la elaboración del
cuadernillo en el que Jennifer Hunt hablaba sobre el valor de esos conocimientos para ayudar a
comprender lo que ocurre en el trabajo de campo (1989) o los muy documentados trabajos de
Kvale (1996, 1999, 2003), entre algunos más. Sin embargo, como también lo consigna este
último autor y también algunos otros, la presencia del saber psicoanalítico en el campo de la
investigación cualitativa se encuentra confinado todavía a un lugar bastante marginal (Kvale,
2003; Midgley, 2006). Y aun cuando me parece a mí que los partidarios de recurrir a él esgrimen
muy buenas razones para hacerlo, lo cierto es que las referencias al cruce entre estos dos campos
en el terreno de la investigación cualitativa no son muchas, o al menos esa fue mi conclusión
luego de este sucinto rastreo.

Pese a ello, fue esa búsqueda la que me condujo al encuentro, en un número especial de
Qualitative Inquiry de 2016 dedicado a reflexionar sobre el tema de la reflexividad, de un texto
que despertó todo mi interés y con el cual entablé uno de los diálogos más intensos, que es el que
dio lugar a la primera parte de las reflexiones que aquí consigno. Su autora, Angela Kuehner, es
una científica social psicoanalíticamente orientada que desarrolla sus investigaciones en el
Instituto Sigmund Freud en Frankfurt. En este trabajo propone traer una vez más a la discusión,
para releerlo a la luz de la discusión contemporánea sobre la reflexividad y la subjetividad, nada
menos que el ya clásico trabajo de George Devereux (1973b), este etnopsicoanalista francés que,
como antes dije, ha sido uno de los pilares de mis propias edificaciones. Entre las muy útiles
consideraciones sobre los postulados de Devereux que ella plantea, resaltaré aquí sólo las
siguientes cuatro, por la enorme contundencia argumental que encuentro en ellas.

Primera: Como lo subraya Kuehner (2016), para Devereux la subjetividad y la


objetividad no se oponen entre sí, sino que hay entre ellas una conexión específica: como él lo
afirmaba, la subjetividad es el camino real hacia la auténtica objetividad, que aleja al
investigador de la objetividad ficticia. Como nos lo recuerda Kuehner, es por ello que Ruth
Behar decía que el sueño de Devereux era hacer ciencias sociales de manera más subjetiva para
hacerlas así más objetivas.

Segunda: Si se admite que, como el psicoanálisis permite ver, en la comunicación entre


humanos el inconsciente de cada uno reacciona siempre al inconsciente del otro, resulta que a
nivel inconsciente podríamos comprendernos con otro ser humano mejor de lo que suele
admitirse. Sin embargo, como reconoce la autora, esta puede ser también una idea sumamente
perturbadora, en la medida en que implica la conciencia de que cada uno deja ver de sí al otro
más de lo que imagina (Kuehner, 2016, p. 726).

Tercera: El psicoanálisis constituye, por todo lo anterior, una perspectiva “dolorosamente


descentradora” (Kuehner, 2016, p. 727), atinada consideración que me hizo recordar, por cierto,
al psicoanalista Jean Laplanche (1992) cuando examinaba las tensiones que la empresa
psicoanalítica plante entre la apertura copernicana y el centramiento ptolemaico.

Y cuarta: De lo anterior se desprende que la perspectiva psicoanalítica ayuda al


investigador a ubicarse del lado de una “reflexividad fuerte”, en contraste con lo que podría

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calificarse como una “reflexividad débil”, en el sentido de que el psicoanálisis conduce a una
reflexividad radical que se compromete con el reconocimiento de los propios puntos ciegos,
ansiedades, inhibiciones y otros muchos elementos que influyen en la percepción del
investigador.

Por lo demás, en el texto de Kuehner encontramos también numerosas llamadas de


atención sobre las precauciones requeridas para evitar que el enorme potencial que puede tener el
conocimiento psicoanalítico para el enriquecimiento de la investigación cualitativa crítica, pueda
anularse. Muchos de los recaudos que esta autora plantea coinciden, por cierto, con lo que
plantean otros autores, entre los que se cuentan Kvale (2003), Frosh y Emerson (2005) o
Midgley (2006), entre otros.

Cuando el investigador cualitativo echa mano de los conceptos psicoanalíticos para


auxiliarse en la comprensión de la realidad en estudio, dice Kuehner (2016), es de la mayor
trascendencia que evite usarlos de manera ingenua y abusiva. De otra suerte, la noción de
contratransferencia podría conducirlo, por ejemplo, a una peligrosa confusión entre sus propias
proyecciones, pensamientos ideológicos y sentimientos, y los de los participantes en su estudio.
O si llegara a sucumbir a las fantasías de omnipotencia, éstas podrían alimentar la pretensión de
construir, a través del sofisticado conocimiento del psicoanálisis, un conocimiento “superior”
sobre el “otro”. Estas consideraciones de Kuehner apuntan hacia una de las principales
inquietudes que surgen tanto del lado de la investigación cualitativa como del lado del
psicoanálisis cuando se trata del asunto de la interpretación, (Kvale, 2003; Frosh y Emerson,
2005; Midgley, 2006), un asunto de fundamental importancia al que volveré con más detalle en
la siguiente sección, porque aquí me quedan aún por mencionar tres más de las muchas y
valiosas consideraciones contenidas en el trabajo de Kuehner (2016).

En el campo de la investigación cualitativa, apunta la autora, se ha suscitado una


conciencia cada vez más aguda de la influencia que ejerce la biografía del investigador sobre su
papel como intérprete. Pero por importante y necesario que esto sea, hay que cuidar de no caer
en lo que Bourdieu designaba como una “reflexividad narcisista” que amenaza con entrampar al
experto en los meandros de las consideraciones sobre sí mismo y extraviarlo, así, de la pregunta
de investigación original. Por lo demás, ella considera que no habría por qué preocuparse de
manera tan excesiva por mostrar quién es el autor para lograr la “representación” adecuada, en
tanto que no es él el único participante en el proceso de generación del conocimiento sino que en
el proceso participa también, además del escritor (reflexivo), el lector siempre presente.

La segunda consideración que quiero aquí recuperar es la que se refiere a cómo abordar
el estudio del “otro” desde una perspectiva descolonizada; esta autora se pregunta si el
psicoanálisis será realmente capaz de hacerlo; más aún, se interroga hasta dónde el propio
Devereux, un europeo blanco tratando de explicar a otros europeos blancos, podría comprender a
los “otros” colonizados.

Y la tercera, que es para mí la más importante: al final de sus agudos cuestionamientos, la


autora se pronuncia decididamente en favor de las aportaciones del psicoanálisis al ámbito de la
investigación cualitativa -y mi coincidencia en este punto no podría ser mayor- con una
invitación a sobreponerse a la incomodidad generada por sus radicales propuestas, que es lo que
parece conducir a muchos estudiosos a preferir dejarlo de lado y descalificar sus aportaciones.

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Como ella lo postula, sólo una perspectiva como la psicoanalítica se atreve a colocarnos frente al
espejo de las incertidumbres en medio de las cuales, como humanos y como investigadores de
humanos, nos movemos:

“el psicoanálisis puede ayudarnos a reconocer el hecho de que, a pesar de todas las teorías
sobre la debilidad del sujeto, todavía vivimos en un mundo de discursos que nos alimentan
con la idea de que podemos ser fuertes y somos capaces de controlar la mayor parte de nuestra
vida, si nos esforzamos en ello lo suficiente. Contra un mundo empeñado en el entrenamiento
de destrezas y competencias, el psicoanálisis pone por delante la idea no sólo de que nos
encontramos expuestos y vulnerables, que fallamos siempre de alguna manera, sino también
de que somos capaces de crecer, siempre y cuando logremos darnos cuenta y aceptar nuestra
condición humana en lugar de negarla. Más aún, el psicoanálisis cree que la vida no se trata
de evitar el dolor, sino de crecer a partir de la experiencia a la que se va sobreviviendo.”
(Kuehner, 2016, p. 729).

Lo anterior, continúa la autora, tiene implicaciones para la investigación científico social


en general y para la investigación cualitativa en particular. Entre ellas figura la conciencia de la
oposición que existe entre la idea de “estar en control” del proceso de investigación, y la
necesidad de tolerar la posibilidad de equivocarse, de “abrazar el fracaso” (Kuehner, 2016, p.
729). En efecto, señala, el psicoanálisis nos ayuda a abrazar el fracaso como fuente de
conocimiento. Nos pone en contacto también con la dolorosa pero innegable impotencia del
investigador frente al investigado, a merced de la disposición que este último tenga para él como
condición de posibilidad para la realización del proyecto mismo, y el temor que el investigador
enfrenta de que eso no ocurra (Kuehner, 2016, p. 731).

Un trabajo como este nos conduce a percatarnos de que la visión psicoanalítica puede ser
muy potente para enriquecer el trabajo del investigador cualitativo. Pero nos muestra también
que puede llegar a ser negligentemente utilizada, con negativas consecuencias. De ahí que
recurrir a ella requiere de la mayor responsabilidad y prudencia. Corresponde ahora reportar lo
que me fue posible averiguar sobre las aportaciones de la investigación cualitativa al
psicoanálisis.

La investigación cualitativa en el ámbito del psicoanálisis

Esta segunda vía para examinar la relación de la que aquí me ocupo se encuentra todavía
menos transitada que la primera, por la que se mueven los trabajos que se ocupan del
psicoanálisis en el campo de la investigación cualitativa. Los autores interesados en el estudio de
los aportes de la investigación cualitativa al campo del psicoanálisis son extraordinariamente
escasos. Aun así, tuve la fortuna de toparme con el interesante texto de uno de los estudiosos que
se han ocupado de manera más sistemática del tema, Robert Wallerstein (2009). Su artículo se
convirtió en el principal material de interlocución a partir del cual surgieron las breves notas que
a continuación garrapateo, como un primer apunte destinado a convertirse en una exploración
más amplia en el futuro.

Las dos primeras interrogantes que me suscitó la lectura de este texto fueron: ¿Cuál es el
tipo de conocimiento que le interesa generar al psicoanálisis? y ¿Cuáles serían los

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procedimientos a través de los cuales esta disciplina considera pertinente hacerlo? Las respuestas
no me fueron tan fáciles de encontrar. Porque es cierto que la mayor parte de los autores que se
ocupan de este asunto suelen remitirse al postulado original de Freud, quien a lo largo de su obra
sostuvo, como nos lo recuerda Kvale (2003), que el psicoanálisis es simultáneamente un método
de tratamiento y el método de investigación que da lugar a la construcción de la teoría
psicoanalítica, por lo cual en el psicoanálisis, el método de investigación y el tratamiento van de
la mano. Pero si eso fuera todo, no quedaría espacio para lanzar preguntas de investigación hacia
otros derroteros más allá del quehacer clínico, y sin embargo, esas otras pretensiones también
existen en el ámbito de la investigación psicoanalítica, como lo muestran justamente las
reflexiones vertidas por Wallerstein (2009) en este artículo.

Es posible que lo anterior sea uno de los motivos por los cuales los autores interesados en
plantear preguntas de investigación que no se encuentran directamente vinculadas con la clínica
dentro el territorio del psicoanálisis, se sienten en la necesidad de hacer una cuidadosa
diferenciación entre la tarea terapéutica y la de investigación como lo ejemplifican, entre muchos
otros, los textos de Kvale (1999, 2003), Frosh y Emerson (2005), Midgley (2006) y el propio
Wallerstein (2009) aquí revisados.

Estas inquietudes no son en modo alguno ajenas al tema del que aquí me ocupo, en tanto
que nos conducen, una vez más, a la consideración de esa actividad tan central al quehacer del
psicoanálisis y al de la investigación cualitativa que es la de interpretar. Vale, pues, la pena
dedicar al tema algunas consideraciones.

Frosh y Emerson (2005) atienden con especial atención en su artículo a las diferencias
que existen entre interpretar dentro de la sesión analítica, e interpretar el discurso de los
participantes en un estudio cualitativo. Esa distinción los lleva a aludir a las complejidades que
plantea este ejercicio en cada uno de esos dos radicalmente distintos contextos y a preguntarse
por los límites del acto de interpretar. Al contrastar la interpretación psicoanalítica y la del
análisis del discurso, los autores apuntan al riesgo de sobreinterpretar lo dicho por el entrevistado
que se corre desde los dos lados, preocupación compartida también por otros autores (Midgley,
2006). Frosh y Emerson examinan las estrategias interpretativas “de arriba a abajo”, que son
aquellas que pretenden hacer prevalecer la versión del experto sobre la del emisor y las
estrategias “de abajo a arriba”, en donde ocurre a la inversa. El investigador cualitativo,
consideran, tendería a hacer esto último en la medida en la que sea capaz de evitar la teoría y
permitir, así, la emergencia de los significados propios de quien habla. De la interpretación
psicoanalítica podría pensarse, en cambio, que sería de naturaleza “descendente”, si es que el
experto impone a lo que le dice quien le habla una cuadrícula interpretativa dominada por las
categorías derivadas de la teoría. Y en efecto, muy probablemente sea común que, como lo
comenta Midgley (2006), los investigadores cualitativos tiendan a tachar al psicoanálisis clásico
de aferrarse una postura teóricamente dogmática y políticamente conservadora. No obstante, la
mayor parte de los expertos en psicoanálisis objetarían el carácter “de arriba abajo” de su
interpretación, con el argumento de que las propuestas interpretativas del analista están siempre a
prueba frente al discurso del analizando, y en esa medida, la interpretación sería efectuada de
abajo hacia arriba. Sobre el punto, un autor tan sólidamente informado como Kvale (2003) ha
sostenido que la entrevista psicoanalítica da lugar a una interacción humana y emocional entre
dos personas en la cual se promueve la generación de nuevo conocimiento, un conocimiento

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producido de manera intersubjetiva en el diálogo que tiene lugar entre los dos participantes, en
ese tan especial tipo de encuentro.

En todo caso, Frosh y Emerson (2005) apuntan a que ni el psicoanálisis ni la


investigación cualitativa consideran que los significados son fijos, ya que éstos se construyen
siempre en situaciones específicas, en cada tipo de encuentro intersubjetivo, lo cual también
explica por qué la manera en la que esto ocurre en cada uno de esos campos es radicalmente
distinta.

La interpretación psicoanalítica, como bien lo puntualizan, tiene lugar en el contexto de


la situación clínica en el consultorio, en el transcurso de ese diálogo tan especial que ahí se da
entre los dos protagonistas del encuentro; es ese el dispositivo diseñado para contrastar las
propuestas interpretativas que ahí van emergiendo, y es ahí en donde éstas pueden llegar a
adquirir su validez (Frosh y Emerson, 2005). Kvale (2003) se ha ocupado también con gran
detalle de este asunto en su estudio de la entrevista psicoanalítica como fuente de inspiración
para la investigación cualitativa. Y como es fácil suponer, en el ámbito del psicoanálisis
contemporáneo es este un tema que ha dado lugar al más intenso y profundo debate (Castoriadis-
Aulagnier, 1977; Laplanche, 1992; Elliott, 1996; Green, 2005, entre muchísimos más), si bien no
habrá aquí ocasión para detenernos más en ello.

La interpretación en la investigación cualitativa, por su parte, no es de menor


complejidad, si bien la situación difiere enteramente con respecto a la psicoanalítica. Como
también lo puntualizan Frosh y Emerson (2005), cada texto producido, cada discurso emitido por
quienes participan en un estudio, puede admitir varias posibles interpretaciones, todas ellas
diferentes pero viables y, en ocasiones, igualmente convincentes. Esto conduce a la necesidad de
que el investigador se cuestione con la mayor seriedad y responsabilidad sobre lo que resulta
permisible y lo que no al momento de proponer una interpretación.

El trabajo de Kvale (1999, 2003) nos ofrece también consideraciones muy valiosas sobre
las diferencias entre la interpretación y su validación cuando se trata de un encuentro terapéutico
y cuando se da en el contexto de un estudio académico. En el primer caso, por ejemplo, resultaría
poco ético que el diálogo solicitado por el paciente y por el cual además paga, no condujera a la
emergencia de nuevas ideas o cambios emocionales. Pero esas interpretaciones destinadas a
propiciar cambios profundos en la auto comprensión y la personalidad del sujeto como parte del
contrato terapéutico, están fuera de lugar en los encuentros organizados con fines de
investigación. En este último caso, el problema ético podría plantearse, justamente, si el
investigador pretendiera interpretar al entrevistado más allá de su propia auto comprensión; en
este contexto no habría la justificación para confrontar a los participantes con interpretaciones de
sí mismos no solicitadas, o para instigarlos a nuevas auto interpretaciones o cambios
emocionales que ellos no han pedido. En este último caso está también el problema que enfrenta
el investigador cualitativo ante los desacuerdos entre las interpretaciones de los participantes y
las suyas propias.

Volviendo a Frosh y Emerson, entre sus conclusiones está que quizá lo más valioso sería
lograr la colaboración entre las dos modalidades de interpretación que ellos examinan, la
psicoanalítica y el análisis del discurso. Por mi parte, con lo que yo me he encontrado es con que
al construir su versión, el investigador no escapa del resbaladizo terreno de la interpretación, por

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lo cual no puede nunca eludir la responsabilidad que le confiere su papel como intérprete
(Martínez, 2015a).

Sin agotar en modo alguno la cuestión antes planteada, avanzo ahora hacia la siguiente
gran interrogante que la lectura de Wallerstein trajo a mi mente. Esta fue la de cuál sería la
perspectiva epistemológica desde la cual el autor intenta establecer el estatuto científico del
psicoanálisis. Sus reflexiones introductorias, en las cuales resalta su preocupación por el lugar
del psicoanálisis en el mundo de la ciencia, sus consideraciones sobre la naturaleza de esta última
y, dentro de ella, el papel de la investigación que busca añadir nuevo conocimiento al que ya se
encuentra establecido y consensuado, sugieren una postura post positivista. La porción de las
posturas freudianas que ahí reivindica2 apuntalan esa impresión, en la medida en la que apuntan a
sustentar la raigambre positivista del psicoanálisis desde el momento mismo de su nacimiento.

Sin embargo, como Midgley (2006) lo comenta, la nueva materia de trabajo con la que
Freud se fue encontrando lo impulsó a moverse más allá de las enseñanzas de su sólida
formación científica positivista. Y añade que hoy día, hay autores como Kvale que consideran al
psicoanálisis como incompatible con la epistemología positivista y, en cambio, lo encuentran
más cercano a posiciones filosóficas como la existencialista, la hermenéutica, la dialéctica o la
gran diversidad de visiones de la posmodernidad.

En efecto, en uno de los textos de Kvale (2003) al cual aquí he estado haciendo
referencia, el autor se manifiesta en contra de esa ciencia psicológica que pretende eliminar la
subjetividad humana de los métodos de investigación por medio de los cuales pretende estudiar
precisamente al sujeto humano y afirma, en cambio, que es característico de la perspectiva
psicoanalítica propiciar la intensa interrelación humana con todos los sentimientos que esto
implica, y con la posibilidad de abrir así el camino hacia “niveles de auto revelación”
inaccesibles para otras disciplinas. Su postura en este texto, como ya lo señalaba Midgley (2006),
cuestiona francamente a las posiciones positivistas/post positivistas y apunta hacia las posturas
orientadas por el pensamiento de filósofos como Sartre, Ricoeur o Habermas, y de psicoanalistas
como el propio Lacan, Binswanger, Boss, e incluso Ronald Laing.

En todo caso, resultó para mí desconcertante que Wallerstein (2009), a pesar de conocer a
un autor como Habermas (que aparece citado en su artículo), no hiciera en este artículo ninguna
mención explícita de las distintas posturas epistemológicas desde las cuales también en esta rama
del saber podría generarse el conocimiento. Es como si su preocupación fundamental no fuera
otra que la de garantizar la capacidad del psicoanálisis para proveer el tipo de conocimiento
científicamente creíble y acumulable que él atribuye a la investigación cuantitativa (método), en
tanto que yo lo adscribiría más bien, enteramente, a la postura epistemológica positivista/post
positivista (paradigma).3

2
Para Freud era evidente a priori que el psicoanálisis es una ciencia biológica basada en el
desarrollo, una ciencia de la mente dentro del cuerpo biológico, que debe estar firmemente
anclada, a medida que aumenta nuestro conocimiento, en su matriz fisiológica y química.
(Wallerstein, 2009, p. 109)
3
Un problema de paradigma, como diríamos siguiendo la ya conocida propuesta de Guba y Lincoln (1994).
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Martínez, C. (2019). Investigación cualitativa y psicoanálisis

Es posible, entonces, que eso explique por qué al entrar al examen de los aportes de la
investigación cualitativa al psicoanálisis, su razonamiento parezca quedar preso en lo que hoy día
algunos consideramos como el falso dilema entre los métodos cuantitativos y cualitativos. A mi
juicio, en cambio, el problema en el fondo de las inquietudes que ahí expresa tendría que
ubicarse más bien en el plano epistemológico. Me parece a mí que si consideráramos que la
investigación en psicoanálisis –al igual que en cualquier otra disciplina– puede efectuarse bajo la
orientación de distintas posturas epistemológicas, nuestra reflexión podría encaminarse hacia
otros derroteros.

No está por demás, por eso, traer acá las apreciaciones de Midgley (2006, p. 225) cuando
sugiere que (y parafraseo),4 al hablar de psicoanálisis o de investigación cualitativa no nos
estamos refiriendo a “entidades individuales”, sino a disciplinas que pueden trabajar desde una
muy amplia gama de diferentes epistemologías y metodologías, de tal suerte que al ocuparnos de
la relación entre estos dos campos tendríamos que comenzar por preguntarnos de qué
psicoanálisis y de qué psicología cualitativa estamos hablando.

Como última pieza especialmente elegida para cerrar mi muy somero apunte quiero
incluir las siguientes palabras de Elliott (1996) con quien siento una gran coincidencia:

El psicoanálisis contemporáneo…ha producido un alejamiento radical de [las]


aspiraciones realistas a la objetividad científica, conjugado con un rechazo del
punto de vista según el cual la forma más clara de conocimiento se presenta
cuando los procesos secundarios del pensamiento se divorcian de la imaginación
inconsciente. Con el psicoanálisis pos tradicional, la atención se dirige
explícitamente al poder creativo de la imaginación humana. (p. 45)

En busca del sentido del acto humano

Culminado este recorrido, vuelvo al fin al tema central de las reflexiones que aquí he
querido compartir: por qué encuentro no sólo pertinente, sino sumamente provechosa, la
inclusión de la perspectiva psicoanalítica a mi estilo de trabajo en investigación cualitativa.

Hace algunos años, Crouch y McKenzie (2006) señalaban que la investigación cualitativa
se interesa en profundizar en la comprensión de lo que ocurre en la vida social más allá de la
apariencia y los significados manifiestos. Mucho tiempo atrás, la muy reconocida psicoanalista
francesa Francoise Dolto decía que quienes creen que el acto humano es un acto libre, deliberada
y racionalmente elegido, harían muy bien en dar un vistazo a lo que se revela a través de la
mirada psicoanalítica, para tomarlo como una materia muy seria de reflexión (Dolto, 1992).

La investigación cualitativa nos enfrenta con la evidencia de la diversidad de


circunstancias en las cuales se teje el comportamiento humano, con sus intrincadas motivaciones

4
Ya que, citado textualmente, lo que dice es (en traducción mía): “Los términos „psicoanálisis‟ y „psicología
cualitativa‟ dan la impresión de ser entidades individuales, pero quizás sería más adecuado considerarlos como
términos generales para referirse a una amplia gama de diferentes epistemologías y metodologías. Cuando se habla
de la relación entre estos dos campos, uno tiene que tener en cuenta la cuestión de a „qué psicoanálisis‟ y a „qué
psicología cualitativa‟ está uno describiendo.”
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no siempre accesibles a nuestra consciencia. La tarea de dar cuenta de por qué hacemos lo que
hacemos, ya sea para nosotros mismos o para aquellos que nos interrogan, resulta enormemente
compleja. El acervo del conocimiento que se ha ido generando en esa todavía bastante joven
rama del saber que es el psicoanálisis nos ofrece valiosos recursos teóricos y metodológicos para
lograr un abordaje más refinado de la problemática de la que nos ocupamos a través de la
investigación cualitativa. En lo que sigue quiero ofrecer algunos argumentos y algunos ejemplos
para ilustrarlo.

Quienes realizan investigación cualitativa y aquellos de sus semejantes con quienes


trabajan, forman parte de una especie que se caracteriza por poseer una mente cuya compleja
estructura y funcionamiento implican la existencia de áreas de mayor transparencia y otras de
mayor opacidad para la autoconciencia (Freud, 1938/1940). Es en la mente en donde reside la
capacidad de simbolizar, una potencialidad que se despliega con mejor o peor fortuna según las
vicisitudes emocionales por las que cada recién nacido atraviesa a lo largo del proceso de crianza
(Bion, 1975) por medio del cual se humaniza en el contexto de su cultura (Martínez, 2008).

La capacidad humana de significar es una función que resulta crucial de ser atendida por
el investigador cualitativo, si es que ha de comprender cómo los comportamientos que estudia
pueden encontrarse orientados por el sentido que cada persona otorga a la experiencia. Algunas
de las teorías psicoanalíticas más recientes permitirían, además, afinar la diferenciación entre los
distintos modos en los que, siempre dentro de la cultura, se gesta en la mente el acto humano.
Estos distintos modos pueden ser localizados en algún punto entre los dos polos que marcarían,
de un lado, las acciones más impulsivas, casi meras reacciones, así como las que se generan a
manera de obediencia automática a las prescripciones del grupo familiar y cultural, y del otro
lado, las acciones guiadas por secuencias elaborativas más complejas que van desde la
percepción sensorial hasta la simbolización de la experiencia y de los “otros” con quienes cada
uno se relaciona (Bion, 1975).

Algunos ejemplos más sobre lo que el saber psicoanalítico sobre el funcionamiento de la


mente humana, enriquecido y complejizado por las aportaciones de los pensadores post
freudianos, podría ofrecer a la investigación cualitativa, son los siguientes. Comienzo con la
constatación de que el sujeto humano está muy lejos de ser una entidad unitaria y enteramente
coherente.

Cada uno de nosotros, sea que se encuentre en el papel de investigador o de invitado a


participar en un estudio cualitativo, está constituido por una multiplicidad de facetas que se
expresan, entre muchas otras cosas, en las diversas versiones que una misma vivencia puede
suscitarnos, en las mutables y contradictorias interpretaciones que uno mismo puede dar de sus
propias experiencias. Esto se manifiesta también en los cambios en nuestro propio modo de ser
entre un momento y el siguiente, como si cada uno de nosotros se encontrara habitado por una
multiplicidad de personajes que se turnan para manifestarse, y que mantienen ciertos diálogos
dentro de nuestra mente, a veces tersos y otras sumamente ríspidos o hasta violentos. Como bien
lo evoca Anthony Elliott (1996) en el título del sugerente libro al que antes he hecho referencia:
nos encontramos “sujetos a nuestro propio y múltiple ser”. Así que, cuando solicitamos a un
entrevistado que nos hable de aquello que nos interesa conocer de su experiencia y quizá sin
percatarnos siquiera, tenemos la expectativa de obtener de él unas versiones coherentes y
unitarias, nos estamos colocando en una postura mucho más ingenua de lo que imaginamos.

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Algunas de las teorías psicoanalíticas que profundizan en la gestación y el


funcionamiento de la mente pueden ayudarnos a problematizar la idea misma de “verdad” –o de
“mentira”- que cada persona es capaz de producir para sí misma o para su interlocutor, y
enriquecer nuestras posibilidades para dar cuenta de ello. Porque en todo esto se juegan, entre
muchas otras cosas, los recursos que la mente interpone para dar cuenta de lo que al sujeto le
ocurre, lo cual atraviesa por su posibilidad –o imposibilidad- para tolerarlo, asumirlo y
expresarlo. Visto así, se nos haría evidente que en las respuestas que obtenemos a las
interrogantes que planteamos o en los relatos que las personas nos ofrecen de sus propias
historias, hay mucho más que una suerte de “verdad” transparente, una sola versión verídica e
incuestionable que resultaría iluso perseguir.

El investigador cualitativo cuya postura epistemológica lo lleva a considerar que la


realidad es infinitamente compleja, esencialmente inaccesible y en continua mutación, y que la
versión que las personas tenemos de ella cambia, influida también por muchas situaciones que
nos conducen a modificar nuestra perspectiva, se encuentra ante la necesidad de problematizar
qué es lo que va a considerar como “información fidedigna”. Porque desde esa posición no
podemos ya ignorar que las versiones que los humanos construimos pasan, en primer lugar, por
la posibilidad que tenemos para percatarnos de ello, y en segundo, por la manera en la que desde
nuestra mente interpretamos lo percibido. Así, tendríamos que incorporar a nuestra comprensión
los profundos significados de los distintos tipos de eso que podrían considerarse como versiones
“falsas”: distorsiones, equivocaciones, mentiras, engaños.

Nuestra propia experiencia nos informa, también, de que nuestro estado de ánimo,
nuestra vida emocional, altera la forma en la que recordamos, lo que olvidamos y lo que, aún sin
proponérnoslo, privilegiamos, desestimamos o distorsionamos al responder o al narrar. Hace ya
más de un siglo que Freud (1899) nos mostró la enorme complejidad del recuerdo humano. Saber
que nuestra memoria está muy lejos de asemejarse a lo que sería una filmación o grabación fiel
de los acontecimientos, y que en verdad remodelamos y reconstruimos por medio de los más
complejos mecanismos aquello que nos ha ocurrido, nos impide conformarnos con nociones tan
superficiales como la de “sesgo de memoria”.

Otra situación frente a la cual el saber psicoanalítico tiene mucho que ofrecer a la
investigación cualitativa es la ya reconocida influencia que tiene en el discurso que una persona
construye el significado que le otorgan a aquél a quien va dirigido. Fue aquí donde tiempo atrás
se consideró de gran valor traer al ámbito de la investigación cualitativa ese concepto del acervo
psicoanalítico que Freud identificó con el término de transferencia, con su contraparte que sería
la contratransferencia, al cual ya antes aludí. Uno de los primeros en hacerlo fue, como antes
vimos, Devereux (1973b), quien fue además uno de los autores que lo estudió con mayor
acuciosidad. Autores post freudianos de corrientes psicoanalíticas más cercanas a nuestro tiempo
han seguido profundizando, en la clínica, en el estudio de estos conceptos (Bion, 1975; Meltzer,
1986; Green, 1972), y sus aportaciones podrían continuar enriqueciendo las posibilidades de la
investigación cualitativa siempre desde un atento cuidado en la diferenciación de la tarea
terapéutica y de la académica, como nos lo sugieren enfáticamente muchos de los autores
mencionados.

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En la obra de algunos de los pensadores más importantes en el campo del psicoanálisis


contemporáneo pueden encontrarse muchas ideas más, que considero de gran utilidad para el
trabajo en investigación cualitativa (Bion, 1975; Castoriadis-Aulagnier, 1977; Green, 1972,
2005; Elliot, 1996; Kristeva, 2001). Tales serían, por ejemplo, las que apuntan al investigador
como escucha atento y "cámara de resonancia emocional" que propicia la comunicación de los
participantes consigo mismos en su propio interior, y con el escucha en el mundo externo; el
investigador como figura que propicia, en la relación intersubjetiva, la función auto indagatoria
tanto para los participantes como para sí mismo; el concepto del investigador como “continente”
que recibe lo que el otro le comunica y favorecer su elaboración hasta convertirlo en un
significado; el concepto de identificación proyectiva, en sus diversas manifestaciones, como
complejo mecanismo de comunicación no verbal entre los humanos (Holmes, 2013); la
conciencia de las siempre cambiantes configuraciones de la transferencia y, por ende, la
contratransferencia, con sus múltiples posibles significados; los requerimientos de
autoconocimiento y autocontención en la preparación del investigador cualitativo, entre muchos
más.

Una mirada enriquecida con el tipo de conocimiento que aquí sugiero ayudaría, sin duda,
a examinar muy críticamente situaciones como las de la “imposición de problemática” que
inadvertidamente puede ejercer el investigador cualitativo sobre aquellos a quienes estudia; el
manejo poco cuidadoso de las relaciones entre investigador y participantes; los desencuentros
comunicativos, los malos entendidos y las malas interpretaciones; el reconocimiento de los
significados psicodinámicos involucrados en todo proceso de investigación (Midgley, 2006); la
suplantación de la versión del emisor del discurso por la versión del investigador, entre tantas
otras. Pero dejo aquí esta enumeración de posibilidades cuyo propósito no ha sido otro que el de
invitar a abrir la mirada hacia un horizonte que yo encuentro tan atractivo como prometedor.

En síntesis

Los tres puntos básicos que en las páginas previas he intentado sostener, muy
sintéticamente enunciados, son los siguientes. Primero, que cuando estudiamos el
comportamiento humano no podemos suponer que cada acción consiste en un suceso
enteramente libre, fraguado en un proceso de decisión racional y enteramente consciente.
Tampoco podemos esperar que las versiones que de él ofrecen los protagonistas sean siempre las
mismas, coherentes, inmutables, exhaustivas y fieles. Segundo: que para profundizar en la
comprensión de la complejidad del significado del acto humano, podemos recurrir con provecho,
en la investigación cualitativa, a ciertos conceptos y técnicas procedentes del conocimiento
psicoanalítico, como aquellos de los cuales he intentado aquí ofrecer algunas ilustraciones. Me
parece que por esta vía podríamos asumir más cabalmente la multiplicidad de facetas que
constituyen al sí mismo, ampliar las posibilidades para la construcción del conocimiento en la
relación dialógica con el otro, y nutrir nuestra reflexión sobre las implicaciones éticas y políticas
de las cuales, como investigadores cualitativos, tenemos que hacernos responsables. Tercero: que
así como el psicoanálisis ha venido a romper la ingenuidad interpretativa que quisiera suponer
que todo en los seres humanos ocurre al nivel racional y que éstos pueden dar cuenta cabal de sus
acciones, así los paradigmas alternativos han venido a cuestionar la ingenuidad epistemológica y
metodológica de la ciencia clásica, y que esto afecta a todos los campos del saber humano, entre
los cuales se cuentan tanto la investigación cualitativa como el conocimiento psicoanalítico, con

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todas las implicaciones que ello supone sobre la modalidad de pensamiento científico a la que
este último ha de adscribirse.5

En lo que se refiere a mi propia postura, podría englobarla en los dos siguientes


postulados. Primero: considero que es posible hacer “afirmaciones universales” pero que eso a lo
que se refieren existe siempre en un contexto histórico específico que lo configura y en donde
adquiere su propio sentido. Y segundo: que en todos los casos, nuestros postulados sobre lo que
hay y lo que acontece derivan de los marcos interpretativos desde los cuales los concebimos,
definimos y creemos descifrarlos.

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5
¿Que podría ocurrir, pongamos por caso, si la cientificidad del psicoanálisis –y la de la investigación cualitativa–
alcanzara el plano de una todavía inexistente pero no por eso impensable “ciencia post epistemológica en busca de la
ciencia posible después de las críticas a la ciencia”; una “ciencia más en contacto con las contingencias, las
relacionalidades, las inestabilidades y la historia”; una ciencia más “digna del mundo”, como esa en cuya creación se
encuentran embarcados pensadores como Latter (2016)?
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