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La estructura del sistema jurídico
Horacio
Andaluz
PALABRAS CLAVE: Supremacía constitucional, continuidad del sistema jurídico, fuentes del
derecho, estructura del sistema jurídico, relaciones formales entre fuentes, jerarquía, competencia,
poderes normativos.
ABSTRACT: The recently in force Bolivian Constitution of 2009 brings a change in the structure of the
legal system.This paper analyzes such change through the formal relations among the legal sources and
exposes the structure of the Unitarian and territorially decentralized State shaped by the Constitution.
Besides a previous theoretical frame, the paper is divided into two main parts: the first one regards
the Constitution as a legal source, and includes the legal consequences of its supremacy, the limits
of the interpretation clause of the Constitution and the application of the stare decisis doctrine to
the Constitutional Court precedents; the second part exposes the ordinary legal sources, its respective
position in the structure of the legal system and the formal relations among them.
KEY WORDS: Constitutional Supremacy, Continuity of the Legal System, Sources of Law, Structure of the
Legal System, Formal Relations among sources of Law, Hierarchy, Jurisdiction, Normative Powers.
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Rev. boliv. de derecho nº 8, julio 2009, ISSN: 2070-8157, pp. 74-108
I. introducción
• Horacio Andaluz
Abogado, Árbitro (CAINCO), Profesor de Derecho (UPSA), Master en Derecho Internacional (Universidad Complutense
de Madrid), antiguo alumno de la Academia de La Haya de Derecho Internacional, Master of Laws (Harvard Law School).
Últimas publicaciones: Positivismo normativo y Derecho Internacional (Plural/CERID, 2005, 201 pp.); El derecho de la
sucesión de Estados (Revista de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2º semestre 2006); Crítica
de juridicidad de un cuerpo normativo: el caso de la Ley de Reconducción de la Reforma Agraria (con Andaluz, Antonio)
(ABEC/El País, 2007, 63 pp.); El Derecho Internacional en el sistema de fuentes, propuesta de artículos para la Nueva
Constitución de Bolivia (Anuario Mexicano de Derecho Internacional Vol. VIII, 2008; Revista Boliviana de Derecho No.
6, julio 2008); El significado jurídico de la cláusula de sumisión en la jurisprudencia (con Andaluz, Antonio) (Revista
Boliviana de Derecho No. 6, julio 2008); El control de la constitucionalidad desde la teoría del derecho (Revista de
Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, 2º semestre 2008); La justicia constitucional en el Estado
de Derecho (Revista General de Derecho Público Comparado No. 4, 2009). Miembro de la Academia Boliviana de
Estudios Constitucionales.
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1. La estructura del sistema jurídico: la teoría formal de las fuentes del derecho
Las teorías tradicionales definen las fuentes atendiendo o bien al criterio sustantivo o bien al de la eficacia
erga omnes. Por el primero, son fuentes las normas generales y abstractas; por el segundo, lo son aquellas
cuya oponibilidad es absoluta. Ambos criterios tienen carácter meramente teórico, útiles únicamente a efectos
de una exposición de las distintas formas normativas, pero carecen de relevancia jurídico-positiva, lo cual
no puede ser de otra manera pues la diferenciación entre “actos fuente” y “actos no fuente” no comporta
consecuencias jurídicas, ya que el sistema jurídico no atribuye especificidades propias a las normas por el
hecho de su clasificación como fuentes del derecho. Frente a las teorías tradicionales está la teoría formal, para
la cual todas las normas son fuentes, y donde el término fuente se toma como mera forma de referirse a las
condiciones de validez que una norma impone para la creación de otra. Como se verá en el texto principal, es
a partir de este régimen que se construye la estructura de los sistemas positivos.
El de Hart es el mejor intento orientado a construir una teoría del conocimiento jurídico alrededor del carácter
dinámico del derecho, a partir de su diferenciación entre reglas primarias (normas de conducta) y secundarias
(normas de competencia).
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producidas por la fuente objeto de análisis (así, las leyes están condicionadas por el
contenido de la Constitución y los decretos por el contenido de la Constitución y
las leyes).
Para la teoría formal de las fuentes del derecho, son fuentes los actos autorizados
por una norma jurídica del sistema para producir, innovar o derogar el derecho
vigente. Esta es la concepción iniciada por Merkl en sus Prolegómenos de una teoría
de la construcción escalonada del derecho (1931). Kelsen, cuya teoría del derecho para
entonces se encontraba atrapada en una concepción estática del fenómeno jurídico,
introdujo a su teoría la concepción dinámica de su “querido alumno”, en que se
mantuvo desde la primera edición de su Teoría pura del derecho (1934).
Para Merkl, el análisis estructural del fenómeno jurídico puede hacerse según el
contenido de las normas o según su fuente de producción (forma). A diferencia de
las formas, los contenidos en el derecho son inagotables. En cambio, sostiene, hay
una “economía de la forma”, ya que con vasta que fuese la multiplicidad de formas,
frente a la diversidad de su contenido siempre tendrá un límite cierto. De ahí su
fórmula: “la forma es finita, el contenido infinito”.
Uno de los primeros discípulos de Kelsen en la Universidad de Viena fue Merkl. Kelsen llegó a considerarlo
“cofundador” de la teoría pura del derecho al reconocer el “gran significado de su obra”. De hecho, escribió
que “el mérito de haber concebido y expuesto el orden jurídico como un sistema genético de normas de
derecho que van concretándose gradualmente desde la constitución, pasando por la ley y el decreto y demás
fases intermedias, hasta los actos jurídicos individuales de ejecución, corresponde a Adolf Merkl” (cit. por Mayer,
Heinz; La teoría de la construcción jurídica escalonada, en Walter, Robert; Problemas centrales de la teoría pura del
derecho, 1ª edición, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2001, p. 63).
Cit. por Mayer, Heinz; en ob. cit. en nota al pié 3 p. 65.
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Así trazó la distinción: (1) si la producción de todos los actos normativos está
condicionada, entonces la dinámica de producción normativa está determinada por
la norma jurídica que los condiciona (jerarquía lógica); (2) frente a esto, la pregunta a
plantearse es si los órganos jurídico-positivos autorizados a producir determinados
actos tendrán también la correspondiente autorización para su anulación; (3) su
respuesta fue que ello depende del “ámbito de vigencia específico de lo jurídico”: “lo
jurídico vale en tanto que en el ámbito de fenómenos jurídicos condicionantes no
sean llenados manifiestamente los presupuestos para la invalidez de los fenómenos
jurídicos condicionados” (presunción de validez); (4) por tanto, el problema de
la capacidad de modificación de normas jurídicas es remitido al derecho positivo:
cada sistema asigna una posición a las diversas fuentes dentro de la estructura
del ordenamiento; esta es la fuerza jurídica, en tanto que capacidad de una fuente
para incidir en el sistema, ya sea introduciendo nuevas normas o ya derogando las
existentes (jerarquía positiva); y (5) la fuerza jurídica específica de las diversas formas
normativas, se determina por el grado de complejidad de sus respectivos procesos
de creación, pues, salvo regla contraria, una forma normativa sólo puede declinar o
innovarse siguiendo el mismo proceso de creación. De ahí que la fuente originada
en un proceso menos complejo no pueda prevalecer contra las fuentes originadas
en procesos de mayor complejidad. De esta manera, la importancia de cada forma
normativa es atribuida por el propio derecho positivo, con independencia de las
razones materiales de lege ferenda que justificaron su inclusión en el sistema como
fuente del derecho. Así, la mayor fuerza jurídica de la ley respecto al decreto se
explica por la mayor complejidad de su proceso de creación (justificación positiva),
sin necesidad de invocar su mayor legitimidad democrática (justificación política).
Cit. por Kucsko-Stadlmayer, Gabriele; La contribución de Adolf Merkl a la teoría pura del derecho; en ob. cit. en nota
al pié 3, p. 169.
Esto descansa sobre una regla de tan vieja data en el conocimiento jurídico como que ya Ulpiano la había
introducido al Digesto: “Nada es tan natural como que cada cosa se la disuelva del mismo modo como se la
ligó” (Nihil tam naturale est, quam eo genere quidque disolveré, quo colligatum est”: Digesto, libro I, título III, ley
37), y que condice con el Ejus est tollere cujus est condere: “Quien tiene poder para hacer una cosa lo tiene para
deshacerla”.
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son descritas por la jerarquía lógica. En efecto, los sistemas jurídicos no suelen
tener disposiciones positivas expresas detallando escalonadamente sus estructuras
normativas, y cualquiera que lo intente a lo sumo llegará a perfilar en términos muy
generales la estructura real que se forma a partir de las relaciones positivas entre
sus normas. Es el caso del artículo 410.II de la Constitución, como se verá en su
momento.
Un ejemplo paradigmático es el de los reglamentos camerales. En este caso, existe una norma de competencia
en los artículos 159.1 y 160.1 de la Constitución reservando a las cámaras legislativas la atribución de dictar
sus propios reglamentos. De esta manera, aún cuando siendo de fuente superior, un reglamento legislativo
promulgado por ley debe ceder ante uno aprobado por resolución cameral. La razón: respecto de esta materia
en particular, el sistema está estructurado según la competencia material de los órganos productores, por lo que
la ley sería inconstitucional por violar la reserva de competencia hecha por la Constitución. Ni siquiera importa
preguntar si la ley es efectivamente antinómica a la resolución cameral, pues lo que la hace inconstitucional es
la actuación ultra vires de su órgano productor. En este ejemplo, la jerarquía entre la ley y la resolución cameral
no juega papel alguno, sólo importa la de la Constitución. Cuando se trata del criterio de competencia, la única
jerarquía relevante es la de la norma que distribuye la competencia entre las fuentes en compulsa: ella tiene
que ser superior a ambas fuentes, pues de lo contrario no puede condicionar la validez de éstas a través de la
competencia material de sus respectivos órganos productores. Esto es lo que hace que el vicio de competencia
se sustancie como una infracción a la norma jerárquicamente superior responsable de la distribución de
materias (norma de competencia).
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De la sola entrada en vigor de la norma que define las condiciones de validez del
sistema jurídico (la Constitución), no se deduce la invalidez automática del derecho
preexistente, lo mismo que tampoco la incompetencia formal de los órganos
productores preconstituidos. En teoría general del derecho se dice que los sistemas
jurídicos tienen vocación de persistencia, porque mantienen su identidad a pesar
de que sus normas varíen. Así, visto como una línea sostenida de tiempo, el sistema
jurídico aparece como una realidad de existencia continua, pero examinado en
distintas secciones de la línea se revela como una sucesión de subsistemas jurídicos.
Tal sucesión es causada por los actos de derogación y de promulgación de normas.
De ahí que la derogación de la norma sucedida y la promulgación de la norma
sucesora no produzcan una ruptura en la continuidad del sistema, sino una sucesión
reglada por el derecho positivo del propio sistema. De esto resulta que el sistema
jurídico, por ser tal, ni por materia ni por tiempo puede darse en compartimientos
estancos. De manera que respecto a la anterior Constitución, la de 2009 implica
continuidad, no ruptura; donde el paso de una norma a otra se rige por la última,
por ser el único texto constitucional positivo vigente10.
10 Es un hecho incontrovertible que con el cambio de Constitución la continuidad del sistema jurídico boliviano
no está en duda, aunque la fuente de validez de sus normas haya cambiado. Revisemos un poco la teoría en la
materia. Es cierto que para Kelsen no existe continuidad entre dos constituciones cuando la nueva es hecha
en una forma no prevista en la anterior. El caso paradigmático sería el de la revolución victoriosa, que impone
un nuevo orden a partir de la fuerza de los hechos. En estos casos, si el derecho prerrevolucionario continúa
siendo válido, es porque el nuevo orden le confiere validez, sea expresa o tácitamente, y en eso consiste
la ruptura de la continuidad: en la sustitución de la fuente de validez del sistema por procedimientos no
previstos, pero no en la extinción del sistema, pues la existencia de los sistemas jurídicos es tan compleja como
complejas son las formas sociales que regula, por lo que es necesario mucho más que este tipo de ruptura para
extinguirlo. La existencia de los sistemas jurídicos es una cuestión de hecho, que se identifica con su efectividad
para regular las relaciones sociales de una comunidad. Si bien es cierto la existencia de un sistema jurídico
sin capacidad normativa es un contrasentido, también es cierto que el momento de la extinción del sistema
no es determinable con exactitud. Kelsen sólo llegó a plantear una fórmula general: la existencia del sistema
depende de un minimum de eficacia (cf. Kelsen, Hans; en ob. cit. en nota al pie 5, pp. 137-140). Hart fue más allá:
la existencia de un sistema no puede verificarse en cortos períodos de tiempo, porque es lo suficientemente
amplia y general como para tolerar interrupciones (cf. Hart, H.L.A.; The Concept of Law, 2ª edición, Nueva York,
Oxford University Press, 1994, p. 118). Raz ha sido, por último, el que ha problematizado más sobre el tema. Él
propone dos exámenes para determinar la existencia de un sistema jurídico: (1) el examen de efectividad: que
es preliminar y sirve para determinar si en una sociedad existe algún sistema jurídico operante, asumiendo que
aunque todas sus normas son relevantes, no todas tienen la misma importancia para asegurar la continuidad
del sistema; y (2) el examen de exclusión: determina cuál es el sistema existente en una sociedad, pues puede
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Esto significa: (1) que transitoriamente los órganos constitucionales sucedidos del
régimen anterior ejercen las competencias atribuidas por la Constitución de 2009 a
sus sucesores, salvo aquellas que expresamente la Constitución ha reservado a los
últimos; así, el Presidente de la República ejerce las competencias del Presidente del
Estado (artículo 172), el Congreso Nacional las de la Asamblea Legislativa Plurinacional
(artículo 158), excepto la potestad para legislar sobre las materias expresamente
reservadas por las Disposiciones Transitorias Segunda y Quinta al órgano sucesor,
a saber, la Asamblea Legislativa Plurinacional que entre en funciones después de
las elecciones de 6 de diciembre de 2009,etc.; y (2) que hasta el empalme con los
órganos sucesores los órganos constitucionales sucedidos continúan funcionando
de acuerdo a la conformación que traen del régimen anterior, ya que de la regla
de irretroactividad de la Constitución vigente (artículo 123) se deriva que debe
ser respetado el período de funciones de sus actuales integrantes, excepto cuando
la propia Constitución haya establecido una regla contraria, en cuyo caso debe
preferirse por su especialidad; así, los magistrados del órgano judicial continúan en
funciones hasta el vencimiento del plazo para el que fueron designados, con mucho
que la Constitución vigente establezca períodos menores que los de la anterior, y
que, desde luego, correrán para quienes sean designados conforme a ella; o en lo
tocante a los órganos ejecutivo y legislativo conformados según el régimen anterior,
si sus miembros no agotarán los periodos para los que fueron electos no se debe al
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hecho mecánico de pasar a una nueva Constitución, sino a que ésta expresamente
ha reducido sus mandatos, como también expresamente los ha ampliado para los
alcaldes, concejales y prefectos (Disposición Transitoria Primera).
A partir de la unidad del sistema jurídico que propugna la teoría formal de las
fuentes, la supremacía de la Constitución significa: (1) que en todo proceso de
producción normativa debe aplicarse las normas constitucionales con preferencia a
cualquier otra norma, en los términos reglados por el sistema (verbigracia, el incidente
de inconstitucionalidad tratándose de la producción de una norma individualizada,
como una sentencia, artículo 132 de la Constitución); (2) que la pluralidad de normas
que forman el sistema debe interpretarse conforme a la unidad de las normas
constitucionales: dado que ellas fundamentan la validez de todo el sistema jurídico,
las normas que lo integran no pueden ser antinómicas entre sí, y si se produce una
antinomia, el conocimiento jurídico está obligado a eliminarla, pues es un imposible
lógico formular como descripción de normas dos disposiciones antinómicas; (3)
que ante interpretaciones distintas debe preferirse aquella cuya disconformidad
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Ahora bien, son normas constitucionales no sólo las que integran el texto
formal de la Constitución, sino también los tratados sobre derechos humanos y
las normas de derecho comunitario, que sumados al texto formal conforman una
unidad normativa, a saber, el bloque de constitucionalidad (artículo 410.II de la
Constitución). De manera que formalmente la validez del sistema jurídico boliviano,
por efecto de la incorporación normativa prevista por el artículo 410.II, deriva de
los tratados sobre derechos humanos y las normas de derecho comunitario en el
mismo grado que deriva del texto formal de la Constitución. Por derivar de una
incorporación normativa, cuando se trata de la violación de normas incorporadas,
el vicio de constitucionalidad no se sustancia por la violación a dichas normas per
se, sino por la violación de la norma incorporante, responsable de darles rango
constitucional13.
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Hasta aquí, se tiene que los tratados sobre derechos humanos son normas
de jerarquía constitucional, siendo su supremacía (jerarquía positiva) el criterio
que regula sus relaciones con las normas ordinarias del sistema jurídico. Pero la
Constitución también regula las relaciones entre las normas contenidas en estos
tratados y las normas contenidas en su texto formal. Estas relaciones son regidas
por el criterio de especialidad. De ahí que, de presentarse una antinomia
entre una norma del texto formal de la Constitución y una contenida en un tratado
sobre derechos humanos, debe interpretarse el supuesto de hecho de la norma del
texto formal como siendo lo suficientemente general como para cobijar el supuesto
especial de la norma de fuente internacional, eliminándose así la antinomia15.
14 Cf. STC 45/2006-RDI (2 de junio). Durante el proceso de cambio de la Constitución, presenté a la Asamblea
Constituyente una propuesta de artículado sobre los aspectos formales que debiera regular la Constitución
en materia de derecho internacional. Uno de los artículos propuestos buscaba elevar a sitial constitucional
jurisprudencia del antiguo Tribunal Constitucional sobre el bloque de constitucionalidad. El artículo
propuesto decía: “Las normas de derecho internacional sobre derechos humanos son por su materia normas
constitucionales”. Su motivación puede verse en Andaluz, Horacio; El derecho internacional en el sistema de
fuentes: propuesta de artículos para la nueva Constitución de Bolivia (6 Revista Boliviana de Derecho, 2008), p.
93 y ss. (reproducido en VIII Anuario Mexicano de Derecho Internacional 2008 y en 15 Anuario de Derecho
Constitucional Latinoamericano 2009).
15 Es un equívoco decir que algunas normas constitucionales tienen rango “supraconstitucional” para referirse
a que se aplican con preferencia a otras normas constitucionales. Tal designación confunde las relaciones
estructurales del sistema jurídico con los modos específicos de relacionamiento intranormativo, por ello que no
conciba más modo de relacionamiento intranormativo que el jerárquico, y por eso que la aplicación preferente
la entienda en términos de jerarquía, como la propia palabra “supraconstitucional” mienta. Si la aplicación
preferente se entiende en términos de jerarquía, entonces la “supraconstitucionalidad” sólo puede significar
una de las dos siguientes consecuencias: (1) o bien es una invocación al naturalismo, con lo cual las normas
“supraconstitucionales” expresarían una teoría acerca del conocimiento moral, pero no serían derecho; (2) o
bien conlleva la ordinarización de la constitución, pues si hay normas superiores a ella, entonces no es la norma
suprema, y la verdadera norma suprema, o sea la verdadera constitución, estaría conformada por las llamadas
normas “supraconstitucionales”, y en esa medida sólo ellas condicionarían la validez de todo el ordenamiento
jurídico, comenzando con las normas de lo que entonces habría que denominar la “constitución ordinaria”.
Ahora bien, si con el término “supraconstitucionalidad” no se quiere hacer referencia a una superior jerarquía,
sino al hecho de que ciertas disposiciones tienen mayor relevancia ontológica que otras, como ocurre con las
disposiciones que llamamos “principios”, haciendo que las primeras influyan en la determinación del significado
jurídico de las segundas, entonces la “supraconstitucionalidad” sería una nueva denominación para un concepto
ya conocido, a saber, el ámbito de aplicación material propio de cada disposición. En el caso de los principios, su
mayor ámbito de acción es consecuencia de que los mismos reciben tal denominación porque de ellos puede
deducirse otros contenidos, sea por su mayor relevancia teleológica o lo sea por su importancia axiológica. En
cualquier caso, no es que se trate de normas superiores, sino de contenidos de mayor relevancia ontológica,
que, por ello mismo, participan en la determinación del significado jurídico de otras normas.
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entre Estados). Por su fuente de producción, estos sistemas están compuestos por
normas de derecho originario y de derecho derivado. Las primeras son normas
de derecho internacional convencional producidas por los Estados miembros de
la comunidad, y equivalen a la constitución de la comunidad. Las segundas son
producidas por los órganos de gobierno de las comunidades. Son normas cuya
validez deriva de los tratados constitutivos, pues los poderes normativos resultan de
las competencias que, a través de los tratados constitutivos, los Estados miembros
han atribuido a los órganos comunitarios.
16 En cuanto a esta acepción, la mención a la ratificación en el texto de la Constitución debe entenderse referida
al género de actos aceptados en el derecho internacional para manifestar tal consentimiento. Así, la ratificación
se equipara a la firma, al canje de instrumentos constitutivos del tratado, a la aceptación, a la aprobación, a la
adhesión o a cualquier otra forma convenida en un tratado como medio para obligarse por él, pues todas ellas
son las formas usadas en el derecho internacional. De esta manera, integran el bloque de constitucionalidad
todas las normas respecto de las cuales el Estado boliviano haya manifestado su consentimiento en obligarse,
aún cuando no sea bajo la forma específica de la ratificación.
17 La aplicación del derecho comunitario derivado en el derecho interno depende de cada acuerdo de integración.
Por ejemplo, el artículo 189 del Tratado de la Comunidad Europea establece que los reglamentos son
directamente aplicables en los Estados miembros, mientras que las directivas no lo son (éstas obligan a los
Estados miembros en cuanto al resultado que debe conseguirse, dejándoles en libertad para elegir la forma y
los medios de alcanzarlos). En el caso del Protocolo de Ouro Preto (Mercado Común del Sur), las decisiones,
resoluciones y directivas deben ser incorporadas en los ordenamientos jurídicos nacionales mediante los
procedimientos previstos en la legislación de cada país (artículo 42). Por tratarse de un proceso de integración,
cada uno de los Estados miembros ha regulado procedimientos menos formales que la ratificación legislativa.
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18 Ratificado por Ley 1872 de 15 de junio de 1998. El instrumento de ratificación se depositó el 18 de septiembre
de 1998. El Protocolo Modificatorio entró en vigor en agosto de 1999.
19 Este punto es parte de un trabajo mayor, publicado en España como La justicia constitucional en el Estado de
Derecho (4 Revista General de Derecho Público Comparado 2009).
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literal de su texto a las normas jurídicas que realmente contiene. Por toda justificación
del ejercicio, baste advertir que por la interpretación de su cláusula de interpretación
pasará a su turno todo el contenido de la Constitución, incluyendo sus normas sobre
la producción jurídica. De manera que en gran medida esta cláusula es “la constitución
de la constitución”. Dice la cláusula de interpretación: “En su función interpretativa,
el Tribunal Constitucional Plurinacional aplicará como criterio de interpretación, con
preferencia, la voluntad del constituyente, de acuerdo con sus documentos, actas y
resoluciones, así como el tenor literal del texto”.
En efecto, “con preferencia” envuelve: (1) que los criterios proporcionados por
la cláusula deben tener para el intérprete preeminencia sobre otros métodos de
interpretación (sentido obvio de la cláusula); (2) que entre la interpretación según
“la voluntad del constituyente” y la interpretación según “el tenor literal del texto” no
existe prelación, siendo que en la práctica lo segundo puede no expresar lo primero,
y aún presentar divergencias; (3) que la preeminencia asignada por la cláusula a
ambos criterios no es razón excluyente de otros resultados interpretativos, a los
que pueda arribarse mediante la aplicación de métodos distintos, pues el enunciado
“con preferencia” tiene de suyo un claro sentido normativo, y tanto como le permite
al intérprete servirse de otros métodos no puede prohibirle luego valerse sus
20 La frase hace referencia a la interpretación histórica. Ésta propugna: (1) que el significado de las disposiciones
legales debe justificarse en la voluntad del legislador; (2) que la voluntad del legislador es un buen justificativo
porque la misma fue expresión de las fuentes materiales que desembocaron en la promulgación de la norma; (3)
que un buen referente de las fuentes materiales, como acervo condicionante de la intención legislativa, debiera
encontrarse en los trabajos preparatorios y precedentes inmediatos de los cuerpos legales, pues ellos pueden
ser útiles para investigar las razones sociales y políticas en que estuvo inmersa la actividad legislativa (de ahí que
la cláusula de interpretación remita a encontrar la “voluntad del constituyente” en “sus documentos, actas y
resoluciones”); y (4) que, por ello mismo, el método no ata a lo que el legislador quiso decir, sino a las razones
que lo llevaron a decir lo que dijo, como fuente de justificación del significado jurídico de una proposición (esto
último ya es un alejamiento del planteamiento decimonónico original que trabajaba con una visión subjetiva
respecto del contenido de las proposiciones jurídicas, obligando al intérprete a atar el significado de las normas
a la voluntad de la autoridad normativa que las dictó, mientras que hoy se acepta que las normas son autónomas
e independientes de la voluntad de su creador y, por consiguiente, del sentido que éste quiso atribuirles).
21 La frase se refiere a la interpretación gramatical, sobre la que cabe puntualizar lo siguiente: (1) que por ella
se entiende la tarea de precisar el significado de una disposición normativa haciendo un análisis lingüístico
de las palabras, de los enunciados formados por ellas, del texto formado por los enunciados y del contexto
extralingüístico en que discurre la disposición; (2) se entiende que cualquier análisis lingüístico se hace con
referencia a las particulares acepciones usadas en cualquier campo del saber, de modo que tratándose de
proposiciones de derecho el análisis lingüístico deberá considerar el sentido especializado que algunas palabras
tienen en el marco del sistema jurídico, y cuando las palabras empleadas carezcan de un significado propio en el
derecho, habrá de tomarse su sentido ordinario; (3) no supone que siempre deba acudirse a la interpretación,
sino sólo cuando el texto no tiene un lenguaje claro, y donde por tal debe entenderse el que posee un
significado convencionalmente aceptado; así, la antigua sentencia in claris non fit interpretatio se sigue aplicando
pero con un sentido renovado; (4) la sentencia que se acaba de citar tiene el sentido de una salvaguarda para
evitar la interpretación contra-literal, es decir, aquella que es contraria al significado claro de una proposición;
y (5) llevada a la adjudicación constitucional, la prohibición de interpretación contra-literal puede más que el
principio de conservación de la norma (“al juez no le está permitido mediante la interpretación conforme con
la constitución darle un significado diferente a una ley cuyo tenor y sentido resulta evidente”: Schwabe, Jurgen;
Cincuenta años de jurisprudencia del Tribunal Constitucional Federal alemán, 1ª edición, Montevideo, Fundación
Konrad Adenauer, 2003, p. 3).
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resultados, con lo que el asunto pasa por saber bajo qué argumentos se pueden
excluir los resultados contradictorios; y (4) que así como no significa una razón
excluyente, “con preferencia” tampoco significa valor confirmatorio, en el sentido
que el uso de los resultados interpretativos obtenidos por métodos no mencionados
estaría condicionado a su carácter confirmatorio de los resultados obtenidos
acudiendo a “la voluntad del constituyente” o al “tenor literal del texto”, pues tal
sería una interpretación contra-literal, es decir, una interpretación que no respeta el
significado claro de una proposición, y donde por significado claro se entiende aquel
convencionalmente aceptado, en que “preferir” y “confirmar” no son sinónimos.
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La unidad del sistema jurídico exige que los precedentes constitucionales gocen
de preeminencia sobre el derecho ordinario, pues su órgano productor es el único
autorizado por el sistema para pronunciarse autoritativamente sobre la Constitución
(artículo 196).
En los sistemas jurídicos de tradición civil, el papel del juez se considera más
restringido y modesto que el papel que sus pares desempeñan en los sistemas
jurídicos de derecho común (common law). La razón de esta diferencia está en el
efecto vinculante que los precedentes judiciales tienen en los sistemas de derecho
común, es decir, en la obligación que tienen los jueces de resolver casos similares
conforme a sus propias decisiones, las decisiones de sus pares o las de sus superiores;
mientras que en la tradición civil el carácter normativo de los precedentes, más allá
del caso en litigio, es resistido.
23 Este punto está formulado en argumentos de teoría general del derecho, válidos para cualquier sistema jurídico
positivo, por eso que se apoye en la unidad del sistema como tesis central. Para un análisis específicamente
constitucional y lo suficientemente amplio sobre el efecto vinculante de los precedentes constitucionales en
Bolivia, véase Asbun, Jorge; Estudios constitucionales, 1ª edición, Santa Cruz, El País, 2008, pp. 73-116.
24 De hecho, hasta tiempos prerrevolucionarios los jueces continentales actuaban de manera similar a sus colegas
ingleses, desarrollando un cuerpo de normas de derecho común y su propia doctrina del precedente. Esto fue
interrumpido por la Revolución, que reclamaba el monopolio en la producción jurídica para poder consolidar sus
reformas por medio del derecho (cf. Merryman, John Henry; La tradición jurídica romano-canónica, 8ª reimpresión,
México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2003, pp. 47-59, 72-80).
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Hasta aquí la teoría del derecho; ahora su aplicación. Resulta que (1) la Constitución
no sólo es una norma dotada de contenido, sino que (2) parte de ese contenido
consiste en la igualdad de las personas ante la ley y en la garantía de seguridad
jurídica25, lo que (3) significa que ante todos los hechos “A” el derecho debe ser “B”
(se entiende que “A” supone la identidad fáctica del supuesto y sus circunstancias),
por lo que, en consecuencia, (4) de la propia Constitución nace el respeto a los
precedentes, en sus respectivas materias, del Tribunal Constitucional Plurinacional,
del Tribunal Supremo de Justicia y del Tribunal Agroambiental, por cuanto (5) si ante
los hechos “A” el derecho no fuera “B”, sino indistintamente “C”, “D” o “E”, entonces
no habría igualdad ante la ley ni tampoco habría garantía de seguridad jurídica.
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1. Los tratados
Una primera forma posible de eliminar la antinomia pasaría por interpretar que
la Constitución establece tres regímenes jerárquicos para los tratados: (1) rango
constitucional, para los tratados que integran el bloque de normas constitucionales;
Journal, 1930, p. 182). El antiguo Tribunal Constitucional se refirió a la identidad de hipótesis de hecho de los
precedentes (es decir, el elemento “A” en la fórmula Si es “A” debe ser “B”), como “analogía fáctica”, queriendo
decir con ello que las hipótesis que fundan la decisión en un caso deben ser las mismas en otro, para que a
éste se aplique el precedente sentado (cf. AC 004/2005-ECA, 16 de febrero). No se debe, pues, confundir la
analogía a la que hacía mención el Tribunal con la analogía como procedimiento de integración del derecho ante
la insuficiencia de legislación expresa, pues ésta importa el análisis de dos situaciones de hecho, a efectos de
argumentar una semejanza suficiente como para que se justifique la aplicación, al caso no reglado, de la solución
prevista expresamente por el ordenamiento para el caso reglado (cf. STC 221/2004-RAC, 12 de febrero).
28 Llewellyn, Karl; The Bramble Bush (reimpresión, Nueva York, Oceana/Oxford University Press, 1961), p. 65.
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La estructura del sistema jurídico
(2) rango supralegal, para los tratados sobre las materias listadas en el artículo 257.
II y para los de cualquier materia a los que eventualmente, por solicitud del cinco
por ciento de los ciudadanos registrados en el padrón electoral, se les aplique el
procedimiento del artículo 259.I: la superioridad de estos tratados se fundaría en las
mayores complejidades de su procedimiento de creación, ya que para ellos se exige
su aprobación por “referendo popular vinculante previo a [su] ratificación” (artículos
257.II y 259.I), por lo que, al tener una forma más difícil, es aceptable al pensamiento
jurídico que se les reconozca mayor jerarquía que a los tratados que siguen la
ratificación legislativa ordinaria (artículo 158.I.14); y (3) rango legal (artículo 257.
I), aplicable como criterio residual a todos los demás tratados, que se relacionarían
con las leyes por el criterio de temporalidad, pudiendo ser derogados por ellas, sin
perjuicio de la consiguiente responsabilidad internacional del Estado en la medida
que resultaran incumplidas sus obligaciones internacionales29.
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2. Las leyes nacionales, los estatutos autonómicos, las cartas orgánicas y el resto
de legislación departamental, municipal e indígena
Lo cierto es que las relaciones formales entre estas fuentes producen una
estructura de tres niveles jerárquicos: (1) por su fuerza jurídica, las leyes que deben
ser aprobadas por dos tercios de votos son superiores a las leyes ordinarias y a los
estatutos autonómicos y las cartas orgánicas; (2) en un nivel intermedio están las
leyes para cuya aprobación basta la mayoría absoluta, los estatutos autonómicos y las
cartas orgánicas, cuyas relaciones mutuas se rigen por la competencia constitucional
atribuida a sus respectivos órganos productores; y (3) las demás normas
departamentales, municipales e indígenas están subordinadas a sus respectivos
estatutos autonómicos y cartas orgánicas, en la medida que constituyen las normas
supremas de los subsistemas descentralizados y autonómicos, y, en consecuencia, las
fuentes que les proveen de validez30.
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La estructura del sistema jurídico
Pues bien, (1) en su relación con las leyes aprobadas por mayoría absoluta
(leyes ordinarias), las leyes aprobadas por dos tercios tienen mayor fuerza jurídica,
la misma que deriva de la mayor complejidad que la Constitución exige para su
producción, y de ahí que el criterio de temporalidad no se aplique a sus relaciones
con las leyes ordinarias; (2) el efecto de la mayor fuerza jurídica alcanza sólo a las
materias para las que la Constitución exige aprobación por dos tercios, de manera
que inclusive dentro de la misma ley (expresa o Marco) pueden haber disposiciones
que, votadas por dos tercios, no tengan mayor fuerza que las leyes ordinarias, si
no constituyen materia que debe ser legislada por dos tercios; (3) el hecho que
la Constitución delimite el ámbito de legislación propio de cada ley aprobada por
dos tercios (artículos 262.I y 271.I), supone la unidad de materia en su tratamiento;
así, la ley expresa del artículo 262.I no puede legislar materias de la Ley Marco del
artículo 271.II, y viceversa, porque violarían las disposiciones constitucionales que
delimitan el ámbito de legislación propio de cada forma; deriva de esto que entre
ambas no se aplica el criterio de temporalidad; (4) una ley ordinaria que legislase
materias sujetas al procedimiento de dos tercios sería inconstitucional, por violar
las disposiciones de reserva de tal procedimiento (artículos 262.I y 271); (5) la
relación de la ley expresa del artículo 262.I con los estatutos autonómicos y las
cartas orgánicas se define por la competencia material de sus órganos productores
y la unidad de materia en su tratamiento; así, sin importar su mayor jerarquía, por la
ley expresa la Asamblea Legislativa Plurinacional no puede legislar lo que es materia
de los órganos deliberativos territoriales (artículo 275); y (6) en su relación con los
estatutos autonómicos y las cartas orgánicas, la Ley Marco condiciona su validez, en
la medida que regula el procedimiento para su formación y operatividad (artículo
271.I), pero su capacidad normativa está limitada por la competencia material que la
Constitución atribuye a las entidades territoriales descentralizadas y autónomas.
Respecto a las leyes que requieren votación calificada, habría sido útil incorporar
al sistema jurídico boliviano las leyes orgánicas y estatutarias, ya que, por su propia
materia (las primeras referidas a la organización de los poderes públicos y las
segundas a los códigos), estas leyes debieran ser invulnerables a las modificaciones
incidentales del legislador ordinario32.
Respecto a las leyes ordinarias, los estatutos autonómicos y las cartas orgánicas
(nivel intermedio), la relación entre estas formas normativas se define por la
competencia material atribuida por la Constitución a sus respectivos órganos
productores, con lo que carece de relevancia el criterio de temporalidad. Por tanto, el
acto normativo producido por fuente incompetente será inconstitucional por violar
32 Las leyes que en Bolivia reciben la denominación de orgánicas, como en su momento la antigua Ley Orgánica de
Municipalidades (Ley 696 de 10 de enero de 1985) o actualmente la Ley Orgánica del Ministerio Público (Ley
2175 de 13 de febrero de 2001), sólo dan cuenta de su objeto de regulación (un órgano público), pero no dicen
nada respecto a su fuerza jurídica, pues todas ellas son por igual leyes ordinarias, con lo que lo de “orgánicas”
termina siendo un puro nombre, pero no un efecto jurídico atribuido por la Constitución a una forma específica
de fuente legislativa.
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En lo que respecta a las relaciones del derecho indígena originario campesino con
las normas de fuente formal, éstas son (1) de subordinación a la Constitución, a los
respectivos estatutos de autonomías indígenas y a la Ley de Deslinde Jurisdiccional,
pues la costumbre existe por la remisión de la Constitución en los términos que
deberá legislar la Ley de Deslinde Jurisdiccional (artículo 191.II.2)37, a saber, en
consecuencia con la cosmovisión indígena originaria campesina (artículo 30.II.14), en
cuanto no implique irrespeto a los derechos y garantías constitucionales (artículo 190.
II) ni rebasar las materias atribuidas a los subsistemas indígena originario campesinos,
lo que, a su vez, conlleva la subordinación a sus respectivos estatutos autónomos
(artículo 304); y (2) con relación a las fuentes formales de los otros subsistemas
normativos, no se aplican los criterios de jerarquía, temporalidad ni especialidad, por
cuanto la costumbre pertenece a un subsistema normativo autónomo, por lo que
su relación con las demás fuentes pasa por la competencia constitucional de este
subsistema, haciendo que la costumbre rija respecto de los miembros de los pueblos
37 El texto de la Constitución remite a la Ley de Deslinde Jurisdiccional la determinación del ámbito material de
regulación consuetudinaria (artículo 191.II.2). Su propio nombre indica que el objeto de la Ley de Deslinde
Jurisdiccional es delimitar el ámbito propio de la jurisdicción indígena originaria campesina en sus relaciones
con las jurisdicciones ordinaria, agroambiental y constitucional, y eso pasa por definir las materias objeto de
regulación consuetudinaria, en cuya aplicación se ejercerá la jurisdicción. En esta tarea la Ley de Deslinde
Jurisdiccional no procede ad libitum, sino en el marco de las competencias atribuibles a los subsistemas
indígena originario campesinos (artículo 304), no hacerlo así supondría violar la distribución constitucional de
competencias.
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roto con esa redacción, presentando tal competencia en un texto separado, que
dice que el órgano ejecutivo produce derecho en la forma de decretos supremos
y resoluciones (artículo 172.8). El hecho es que aunque la redacción ha cambiado,
la norma no lo ha hecho: la competencia formal del órgano ejecutivo para producir
derecho requiere de habilitación legislativa previa para su ejercicio (regla general),
salvo cuando la ejerza en cumplimiento de competencias directamente atribuidas
por la Constitución.
decretos y órdenes convenientes, sin definir privativamente derechos, alterar los definidos por Ley ni contrarias
sus disposiciones, guardando las restricciones consignadas en esta Constitución” (artículo 96.1). Con el lenguaje
propio de la dogmática de la época, el texto de 1861 definía muy bien el objeto de la capacidad normativa
del Poder Ejecutivo: “[es su atribución] expedir las instrucciones y reglamentos que sean necesarios para la
ejecución de las leyes, cuidando de no alterar su espíritu con excepciones reglamentarias” (artículo 54.2).
40 Limitarse a afirmar que el principio de legalidad se satisface con la actuación conforme al derecho por parte de
los órganos públicos es redundante y peligroso para la libertad democrática: redundante porque la prohibición
de actuación contraria a normas es consecuencia de la propia existencia de éstas, por lo que la prohibición
de actuación antijurídica es esencial a la existencia de un sistema de derecho; y peligroso para la libertad
democrática porque puede prestarse a una lectura abusiva de la cláusula general excluyente (todo lo que no
está jurídicamente prohibido está jurídicamente permitido, artículo 14.IV de la Constitución), que extienda
impropiamente su ámbito de validez personal a los poderes públicos, pasando por alto, primero, que la cláusula
está inserta en el título correspondiente a las garantías de la persona, lo que siembra la presunción a favor
de su aplicabilidad a la persona y no a los poderes públicos y, segundo, que aún cuando no estuviese inserta
en dicho título, el resultado sería el mismo (aplicable a la persona y no a los poderes públicos), por cuanto
lo contrario supondría hacer de la Constitución una norma superflua, ya que el objeto de la Constitución no
es dejar en la orfandad al ciudadano administrado ante los poderes públicos de los que él mismo es fuente,
sino instituir un gobierno limitado por el derecho, lo cual sería una meta de suyo imposible si al Estado le
estaría permitido todo lo que no está prohibido. Por eso el énfasis en las competencias expresas: “la autoridad
administrativa no solamente debe abstenerse de actuar contra legem, sino que además está obligada a actuar
solamente secundum legem, o sea en virtud de habilitaciones legales”, (Carré de Malberg, R.; Teoría general del
Estado, reimpresión, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 449). Respecto a los poderes implícitos,
un buen antecedente de derecho comparado es la sentencia de Marshall en McCulloch c. Maryland (1819):
“déjese que el fin sea legítimo, que esté dentro del ámbito de la Constitución, y todos los medios que le sean
apropiados, que se adecuen plenamente a ese fin y que no estén prohibidos, sino que coincidan con la letra y
espíritu de la Constitución, son constitucionales” (17 U.S., 4 Wheat, 316). En el derecho internacional la doctrina
de los poderes implícitos también ha sido reconocida judicialmente en el asunto Reparación por daños sufridos
al servicio de las Naciones Unidas (ICJ Reports-CIJ Recueil, 1949), al declararse el derecho de las Naciones Unidas
a reclamar la reparación por la muerte de su mediador en la guerra árabe israelí de 1948, Bernadotte. En el
derecho boliviano el antiguo Tribunal Constitucional dijo que la competencia era conferida expresa o en “forma
razonablemente implícita” por la Constitución y las leyes (STC 054/01-RDN, 16 de julio), donde lo reprochable
es que no definir lo “razonablemente implícito” puede leerse como invitación al abuso de las competencias
expresas, por ello que en el texto principal se haya querido recordar que si hay poderes implícitos los mismos
(1) se conciben como medios constitucionalmente válidos (lícitos) para el cumplimiento de competencias
expresas; y (2) están limitados por la reserva material de competencias a favor de otros órganos del poder
público y por la prohibición de alterar los principios, derechos y garantías constitucionales.
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Dadas las relaciones entre sus fuentes, son los criterios de jerarquía y de
competencia los que determinan la estructura del sistema jurídico boliviano (sistema
nacional). Según el criterio de competencia, a partir de su tercer nivel jerárquico el
sistema está organizado en subsistemas normativos. Uno de ellos es el subsistema
central; los demás los distintos subsistemas descentralizados y autónomos, incluyendo
los subsistemas indígena originario campesinos. Dichos subsistemas están en pie de
igualdad; sus normas no se derogan recíprocamente, desde que se estructuran según
la competencia material de sus distintos órganos productores. Así, la estructura del
sistema es la siguiente:
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(4) A partir del tercer nivel nacional, la estructura del sistema se define sólo
en términos de competencia. Comenzando con los subsistemas normativos
descentralizados y autónomos, su estructura es la siguiente: (a) la supremacía
en cada subsistema la ostentan los respectivos estatutos autonómicos y cartas
orgánicas, que pertenecen al tercer nivel del sistema nacional; (b) subordinadas a los
estatutos o cartas, según corresponda, están las normas de los órganos legislativos
de cada subsistema; y (c) subordinadas a las normas de sus órganos legislativos
están las de normas de sus respectivos órganos ejecutivos, salvo cuando éstos
ejerzan competencias normativas derivadas directamente de la norma suprema de
sus subsistemas. También son subsistemas normativos autónomos los subsistemas
indígena originario campesinos, en los cuales se aplica su derecho consuetudinario
en las materias reconocidas en sus respectivos estatutos indígenas, en ejecución de
la distribución de competencias entre los distintos subsistemas normativos efectuada
por la Constitución.
(5) Por último, también subordinadas al tercer nivel del sistema nacional, en el
subsistema central siguen las normas del órgano ejecutivo (decretos y resoluciones
supremas), que tienen a las leyes como fuente de validez, salvo que se trate del
ejercicio de atribuciones constitucionales directas; y de ahí, en los subsiguientes
niveles, siguen las demás normas producidas por las distintas reparticiones del
órgano ejecutivo central, según la ordenación jerárquica establecida por sus normas
de fuente legal.
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