Lords of Pain
Lords of Pain
Lords of Pain
¿Qué podría traerme de regreso a sus vidas, sus hogares y, en última instancia, a sus camas?
Killian, Rath y Tristian no son los únicos que me quieren. Hay alguien mucho más
peligroso que me ha estado acechando desde que dejé la ciudad por primera vez. Alguien que
hace que el mal que conozco se sienta menos peligroso que el mal que no conozco.
Pero ser su Lady es más que ropa elegante y reputación.
Puede que esté bajo su protección, pero también estoy a su merced.
Y no hay nada que un Lord ame más que tomar el control.
Nota de las autoras
Si eres un amigo o familiar, deja este libro ahora. Amamos que quieras apoyarnos. Pero no leas
este libro. Nunca más podremos mirarte a los ojos durante la cena.
Para todos los demás, este libro es oscuro. Pero muy oscuro. Más que cualquier otro libro
que hayamos escrito. Si has leído otros libros de Angel Lawson, este es diferente. Si crees que
Heston Wilcox, de Devil May Care, es malo… pues ahora se tambalea al borde de lo apropiado,
así que retrocede ahora.
Killian Payne, Dimitri Rathbone y Tristian Mercer son personas malvadas, malcriadas, con
derechos, complicadas y terribles. Los amamos, pero es posible que tú no los ames. quizás
puedas encontrar sus actos imperdonables. Y eso está bien.
Llaman a la puerta.
—Oye, Killian, es hora de nuestra primera entrevista.
—Sí, dame cinco minutos —Hago una mueca—. Tal vez diez.
—Martin no va a esperar diez. —Es la voz de Tristian. Debe haber regresado del trabajo en
el Lado Sur—. Y yo tampoco.
Me miro en el espejo de mi vestidor, observando los duros músculos ondulados que he
pasado los últimos tres años perfeccionando como mariscal de campo titular del equipo de fútbol
de la Universidad de Forsyth. Mi cuerpo es una obra de arte bien elaborada, y ni siquiera hablo
de la tinta que cubre mis brazos y mi pecho. Está diseñado para dominar. Mis ojos se dirigen
entonces a la chica que tengo delante, inclinada sobre la superficie plana. Entre sus grandes
tetas, posiblemente falsas, el colgante de oro de su collar de la hermandad rebota con cada
empuje de mis caderas. Sus dientes se posan en el labio inferior.
—Cinco minutos —vuelvo a decir, pero sale un gruñido que quizá Tristian no haya oído.
Me importa un carajo, y me abalanzo sobre ella con más fuerza. El espejo golpea contra la pared
y la chica, creo que se llama Cheryl, posiblemente Sherry, suelta un gemido agudo y doloroso.
Sonrío ante su reflejo—. ¿Te ha dolido, cariño?
—S-sí —chilla, apretando las cejas—. Un poco.
Agarro un mechón de su pelo rubio blanquecino en el puño y se lo tiro hacia atrás,
gruñendo:
—Bien.
Cada vez me resulta más difícil correrme sin un poco de dolor. Llevo cuarenta minutos
follando a esta chica y solo ahora siento el cosquilleo en las pelotas que me hace saber que mi
orgasmo se está gestando. Ese gemido, el pellizco de dolor en su cara, me llevan rápidamente a
ese punto.
Cierro los ojos y marco mi ritmo. A pesar de la rubia que tengo debajo, mi mente evoca
una larga melena oscura, una piel pálida y cremosa, y unos ojos azules llenos de tanto odio como
de miedo. El dolor en mi polla aumenta, la tensión se agudiza con cada embestida. Llevo la
mano al pecho de Shanna y le agarro las tetas, pellizcando sus pezones con los dedos.
—Killian, para —suplica, tratando de apartar mis manos de su carne. Se arquea y se retuerce
para intentar escapar, lo que finalmente desencadena el orgasmo. Me abalanzo sobre sus
caderas, golpeando fuerte y violentamente dentro de ella desde atrás. Su coño se aprieta a mi
alrededor. Bueno, tan apretado como su coño bien follado puede manejar. Estoy en medio de
mi última embestida cuando la puerta se abre y la cabeza de Tristian aparece dentro. Sus ojos
se dirigen primero a las tetas de la chica y luego a mi cara.
—Killer, todas las solicitantes están abajo. Hemos pospuesto esto lo suficiente. Tenemos
que encontrar a nuestra Lady antes de que el semestre comience mañana, así que deja de follar
ahora.
Colocando una mano en la espalda de la chica de la hermandad, la saco bruscamente,
dejándola doblada y sin aliento sobre el tocador. Mi polla está casi en carne viva por haber
tardado tanto. Tal vez si su coño no estuviera tan flojo, podría haberme corrido más rápido.
Pero probablemente no.
Las rubias dejaron de excitarme hace años.
Hace cuatro años, para ser exactos.
Me devuelve la mirada y frunce el ceño.
—Por Dios, Killian. Eres un maldito imbécil.
—Sí —digo, limpiando mi polla. Me agacho y le tiro la ropa en un montón en el suelo—.
Ya has oído a Tristian. Tengo una reunión. Vete.
Se queda boquiabierta y mira a mi amigo. Tristian. Uno de mis mejores amigos desde que
tengo uso de razón. Él, Rath y yo hemos estado en las buenas y en las malas, en lo malo y en lo
peor. Ha visto cosas mucho más sórdidas que mi semen corriendo por los muslos de una perra.
Le dedica una sonrisa afilada y se encoge de hombros. Si está buscando compasión, él no es el
más indicado para pedírsela.
Un momento después, está en el pasillo, tratando de ponerse las bragas sobre sus flacas
caderas y cubriendo inútilmente sus tetas. Como si todos los de LDZ no la hubieran visto ya
desnuda y abierta de piernas.
Rath pasa por delante de ella en el pasillo, diciendo:
—Tienes que darte prisa, Martin está a punto de enloquecer.
Me subo los vaqueros y le recuerdo:
—Martin trabaja para nosotros. Nosotros somos los Lords, no él. Puede relajarse un
momento.
—No es solo Martin —dice Tristian, claramente molesto conmigo—. Los Duques tienen su
Duquesa. Los Condes tienen su Condesa. Incluso los Príncipes tienen a su Princesa. Nosotros
estamos arrastrando el culo con la búsqueda de una Lady. Nos hace parecer débiles, Killer —
dice esto incluso mientras saca la pistola de la cintura de sus vaqueros, encerrándola en el cajón
de mi cómoda—. No acabo de pasar tres horas en el Lado Sur negociando con dos personas
llamadas Nick y Bonito Nick para que esto sea nuestra perdición.
Me pongo una camisa, adivinando:
—¿Bonito Nick te da problemas? —Normalmente lo hace. A pesar del nombre, nada en él
es bonito.
—Nada más que lo habitual —responde, cruzándose de brazos.
Me froto la barbilla.
—¿Necesito que mi padre hable con él?
Rath interrumpe:
—Lo que tienes que hacer es no estar follando con la Lady del año pasado.
—Tiene razón —Tristian asiente—. Eso no funcionará hasta que tengamos nuestra propia
Lady.
Pongo los ojos en blanco ante esto, no necesito que me digan las reglas aquí. La fidelidad
cuando se trata de la chica de una casa es una broma. Los duques, los condes, los Lords...
follamos con quien queremos, cuando queremos y como queremos. Los Príncipes quizás traten
a su chica como una princesa, pero nosotros no.
Sin embargo, sea como sea, tirarse a una Lady anterior es una gran injuria, no solo a la
Lady actual, sino a todo el sistema. Le dice que vale la pena tenerla fuera del contexto del Juego.
Le dice que es especial. Mejor que el resto de las Lady. Alguien a quien mantener cerca.
Ninguna Lady es ninguna de esas cosas.
—Relájense —les aseguro a ambos—. Solo quería enfocar esto con un poco de claridad post-
cogida. Ustedes dos estarán jadeando por la primera puta de grandes tetas que entre en este
lugar, pero yo seré sensato. Necesitamos sangre nueva. Estoy harto de los mismos y cansados
coños.
Tristian subraya:
—Tenemos que elegir a alguien bueno, alguien interesante. Vi a la Duquesa la semana
pasada, y está jodidamente cargada.
Me burlo de esto.
—Las tetas grandes no son nada.
Todas las chicas son bonitas y zorras. Se necesita algo especial para que una se distinga
realmente en este lugar.
—Elegir una Lady es la peor parte de ganar El Juego —se queja Rath una vez más.
—Sí —asiente Tristian, torciendo la boca en una sonrisa tortuosa—, pero tener una es la
mejor parte de ganar El Juego.
El Juego. El combustible que hace funcionar a los Lambda Delta Zetas, o Lords, como nos
llama todo el mundo. A pesar de los títulos, los Lords son la fraternidad de más alto nivel del
campus, y la más conocida debido al despiadado Juego que se juega cada año. Es bastante
sencillo, todas las fraternidades del campus compiten por quién consigue más puntos
participando en una serie de retos.
Los Lords siempre ganan.
Como resultado de nuestra larga historia como propietarios de esta ciudad, los Lords
residen en nuestro lujoso edificio de piedra rojiza, completa con habitaciones individuales a
medida, un cocinero, un asistente personal y, por supuesto, la mejor parte: nuestra propia Lady,
seleccionada a mano por los ganadores del año anterior.
Hace años, Tristian, Rath y yo nos comprometimos a ser dueños de los Lords en el último
año. Sin embargo, lo logramos en nuestro primer año. Ni siquiera tuvimos que trabajar para
conseguirlo, nuestros nombres eran suficientes para llegar a la cima, pero lo hicimos de todos
modos.
El Juego no es un juego universitario común y corriente. Hay mucho en juego. La
reputación. Montones de dinero. Carreras. Sobre todo, se trata de demostrar que eres el más
despiadado, el más cruel, lo peor de lo peor, la flor y nata. Algunas fraternidades ni siquiera se
molestan en hacerlo. Los Príncipes tratan a su Princesa como a una esposa mimada. Pero
sabemos de qué va este Juego.
Es una competición que está prácticamente hecha para nosotros.
Nos mudamos al final del verano, cada uno de nosotros ocupa una habitación de la casa.
Martin es nuestro asistente personal que se encarga de la logística de la fraternidad. La Sra.
Crane es el ama de llaves y la cocinera. Ambos vienen con la casa.
¿Pero la Lady? Bueno, ese es un trabajo especial, creado por los Lords desde hace décadas.
Una estudiante universitaria es elegida a dedo para vivir en la casa y satisfacer nuestras
necesidades, todas nuestras necesidades, como mejor nos parezca. A cambio, obtiene un estatus
especial en el campus, alojamiento y comida gratis, y la insignia de honor de sobrevivir un año
con los chicos más despiadados del campus. Se necesita un tipo especial de mujer para manejar
a un Lord. Se necesita aún más para manejar a tres de ellos, especialmente cuando esos Lords
son Tristian, Rath y yo.
Hace dos semanas se anunció la convocatoria de Lady de este año. Martin recogió las
solicitudes y organizó las entrevistas. Todo lo que tenemos que hacer es sentarnos y hacer una
selección, que, de acuerdo con los residentes del año pasado, se supone que es un maldito
desmadre.
Para ellos, probablemente lo fue. ¿Pero para nosotros? Bueno, digamos que los tres no
hemos tenido la mejor suerte cuando se trata de marcar a una chica como propia. Siempre
hemos follado de forma discriminada, pero hoy en día es de una vez y listo, y así es más fácil.
Mira lo que pasó en nuestro último año de instituto, Tristian finalmente se enamoró de
alguien que consideraba digna del título solo para descubrir que ella había estado follando con
el entrenador de softball a sus espaldas. Lo disimula bastante bien estos días, pero Rath y yo
sabemos lo profundo que fue ese corte. Rath nunca ha dejado que ninguna chica se acerque lo
suficiente como para deducir el olor de su desodorante, y mucho menos que viva bajo el mismo
techo. Y luego estoy yo, todavía obsesionado con la que se escapó. Instintivamente, mi mirada
se desplaza hacia el interior de mi bíceps, hacia el tatuaje que me hice en primer año. Una chica
de pelo oscuro y ojos grandes.
Si encontramos una buena Lady, será difícil liberarla. Si elegimos una mala, tendremos
que vivir con un coño de baja calidad durante los próximos nueve meses. No hay un gran
resultado aquí.
—Al menos podemos hacer que hagan lo que queramos —dice Rath, haciendo eco de mis
pensamientos mientras entramos en el salón. Eso sería un punto positivo si no fuera ya nuestro
modus operandi habitual—. Whittaker hizo que todas las aspirantes le hicieran una mamada el
año pasado.
Tristian y yo asentimos, lo sabemos muy bien. Las que no se pusieron de rodillas fueron
cortadas al instante.
—Sí —dice Martin, que parece aliviado de vernos listos para las entrevistas—. Todos han
firmado renuncias. Son conscientes del puesto que solicitan.
Cada uno toma asiento y Martin acompaña a la primera chica. Es rubia, sexy y lleva unos
tacones de 15 centímetros.
Apenas levanto la vista antes de decir:
—Siguiente.
Capítulo 2
STORY
Me paro frente a la casa de piedra rojiza, comprobando y volviendo a comprobar la dirección.
Es innecesario. Todo el mundo conoce este lugar. Para una casa que no se distingue de las
demás a primera vista, basta un momento de escrutinio para sentir que ésta tiene una presencia
extraña. Regia. Inquietante. Un poco más fría. Es difícil no pensar en lo que hay detrás de esta
puerta. En este momento, están ahí dentro, esperando, tan cerca que mi pulso se acelera ante la
verdad de ello.
Sé por mi investigación que la casa tiene cuatro pisos en total, incluyendo el sótano, con
el cuarto piso probablemente con vistas al parque. La ubicación es perfecta para los estudiantes,
codiciada, un rápido paseo a pie o en bicicleta a la Universidad a media milla de distancia. No
es una sorpresa que el club más poderoso de la escuela tenga esto como residencia.
Tras confirmar la dirección por última vez, subo los escalones de la entrada y me acerco
a la puerta. El picaporte de latón es una enorme y pesada calavera con letras griegas talladas en
la frente. Los Lambda Delta Zetas, o Lords, son un club exclusivo de un siglo de antigüedad
que ha dominado la Universidad de Forsyth durante el mismo tiempo. No hay duda de que
estoy en el lugar correcto.
Tras echar una última mirada por encima del hombro, abro la puerta de un tirón y entro.
Otras tres chicas ya están esperando en la sala principal, un salón formal. Supongo que todas
han venido a solicitar el mismo puesto. Mi estómago se retuerce de ansiedad mientras miro a
mi alrededor, casi esperando que uno de los chicos aparezca en la puerta.
Doy una apretada sonrisa a la chica más cercana a mí y tomo asiento en uno de los sillones.
No importa cuánto tiempo me haya preparado para estar aquí, bajo el mismo techo que ellos.
Todavía me siento como si estuviera clavando un cuchillo en un enchufe, esperando a que me
den una descarga.
Intento no compararme con las demás aspirantes, pero es difícil. Es obvio, por su pelo, su
ropa y su belleza física, que aquí se espera un determinado tipo de chica, que no me sorprende
en absoluto. Sé al instante que no encajo en el molde. Las miradas de compasión que me dirigen
confirman que ellas también lo saben.
Ahórratelo, pienso amargamente. No estoy aquí para ser un caniche de exhibición para
un grupo de chicos de fraternidad. No estaría aquí si tuviera otras opciones, pero tiempos
desesperados requieren medidas desesperadas.
Y así es exactamente como estoy.
Desesperada.
¿Por qué más iba a venir aquí, a estos tres hombres que ya me han hecho daño, me han
avergonzado, me han violado? Tendría que ser malo, para buscarlos, para volver a ponerme
bajo sus talones, pero esta vez voluntariamente. Una vez más, se me revuelve el estómago al
pensarlo. Aunque me he enfrentado a ello y he aceptado lo que hay que hacer, eso no lo hace
más fácil.
Nunca delaté a Killian y a sus amigos por lo que me hicieron, lo cual es gracioso, de una
manera horrible. De todos modos, acabé cerrando mi cuenta de Sugar Baby. Obedecer sus
asquerosas órdenes fue todo para nada, al final. No salí de mi habitación durante una semana,
fingiendo estar enferma y cayendo en una profunda depresión. El hecho de que los tres supieran
lo de mi cuenta de Sugar Baby me molestaba casi tanto como lo que había pasado en la
lavandería. Como resultado, había borrado todo rastro de mis actividades en línea.
El Plan había muerto en acción. No habría forma de salir, no por mi cuenta, no sin ayuda.
Después de una semana escondiéndome en mi habitación y limpiando mi pasado, le rogué a mi
madre que me dejara entrar en un internado. Ella y Daniel discutieron durante días, hasta que
finalmente llegó la noticia. Él había accedido a pagar para que fuera a un colegio solo para
chicas al otro lado del país. No era lo ideal. Mi plan había sido huir. Estar por mi cuenta y ser
libre. Pero a veces hay que hacer concesiones.
Recogí mis cosas y nunca miré atrás.
El primer año fuera fue para ponerme en orden. Me centré en mis estudios, me uní a
actividades y grupos, hice todo lo posible para adaptarme a esta idea de una vida normal y
segura. Las cosas incluso iban bien.
Hasta que llegó la primera carta de Ted.
Fue uno de los primeros Sugar Daddys con los que hablé. Las cartas fueron aterradoras al
principio, el pánico constante de haber sido encontrada, incluso al otro lado del país, infectando
cada aspecto de mi nueva vida. Pero en realidad, las cartas no eran nada, no en comparación
con lo que vino después. Los regalos. Los mensajes en mis redes sociales personales. Los correos
electrónicos. Las fotos. Los vídeos. Se volvieron más y más amenazantes, posesivos, amargos
ante mi falta de respuesta. Incluso cuando finalmente conseguí mi deseo, cuando por fin hui de
todo, él volvió a encontrarme.
Fue la mayor escalada la que finalmente me condujo aquí, a este horrible lugar, con estas
terribles y desalmadas personas.
El chasquido de los tacones sobre el suelo de mármol resuena en el pasillo y otra chica
aparece desde el fondo de la casa. Lleva el pelo rubio recogido en una elegante coleta y un
vestido azul brillante ceñido a la cintura con un cinturón. Sus zapatos van a juego y tienen
tacones afilados y puntiagudos. Aunque parece arreglada, tiene las mejillas rojas y se frota algo
en la falda con un pañuelo.
—El cabrón se ha corrido en mi vestido —dice a la sala—. ¡Esta cosa es de seda!
Si alguien se escandaliza por lo que dice, no lo demuestra. Estoy asqueada pero no
sorprendida. No hay nada que se les pueda escapar a estos tipos. Ya me lo han demostrado con
creces.
Un tipo joven y de rostro serio aparece en el pasillo y grita con voz temblorosa:
—¿Bridget Walker?
La morena que está a mi lado se levanta y se alisa la falda. Parece segura de sí misma,
pero veo el titubeo en su paso. Es inteligente por estar nerviosa. Se está metiendo en una maldita
guarida de leones, un dulce corderito para el matadero.
La puerta se cierra con un clic en el pasillo. Me miro las uñas, preguntándome por
millonésima vez si estoy haciendo lo correcto. Entonces recuerdo que no se trata de lo correcto.
Se trata de sobrevivir.
—Así que —dice la pelirroja frente a mí. Levanto la vista y la veo dirigirse a la otra chica
de la habitación. Es curvilínea y tiene una piel suave y morena. Una cadena cuelga de su cuello
con una elegante “D” cursiva que se asienta en el hueco de su escote—. Una amiga mía tuvo
ayer su entrevista.
—¿Ah, sí? ¿Algún consejo? —pregunta D, como si no compitiéramos por el mismo puesto.
—Todos son guapos y sexys. Intimidantes. Pero eso lo sabes, estoy segura. Es obvio cuando
se pasean por el campus. Pero dijo que uno de ellos parece realmente agradable, al menos.
Dulce y encantador, todo sonrisas.
Tristian Mercer. Reconocería esa descripción en cualquier lugar. La gente se deja llevar
tan fácilmente por él, aunque debajo de la fachada sea malo como una serpiente.
—Luego está el callado de los piercings. Caliente como el infierno, pero súper intenso. La
miraba fijamente todo el tiempo y le ponía los pelos de punta.
Dimitri Rathbone. Rath.
—Y luego está el psicópata.
—¿El qué? —pregunta D, frunciendo el ceño.
—Killian, ¿sabes? Killer. Es como ridículamente guapo, tanto que derrite bragas. Consiguió
estar a borde por completo con el fútbol, pero... no sé. Dijo que hay algo raro en él. Es como si
fuera algo más que un idiota. Como si fuera peligroso.
D parece considerar esto.
—Lo peligroso puede ser sexy.
—Sí —dice la pelirroja, revolviendo su pelo por encima del hombro—, lo sé, pero esto es
como otro nivel. Ella dijo que él está completamente en control en todo momento, hasta el punto
de que cuando ella se la chupó, duró tanto que sus rodillas estaban en carne viva y su mandíbula
se había bloqueado totalmente para cuando finalmente se corrió.
Y ese sería Killian Payne. Mi hermanastro. No tienen ni idea de lo psicópata que es en
realidad.
D se limita a poner los ojos en blanco.
—Eso no es nada especial. Hice una audición para ser Condesa el mes pasado y no creerías
algunas de las cosas que me hicieron hacer.
La pelirroja levanta una mano, moviendo la cabeza.
—No, quiero decir... obviamente, cualquier casa va a poner a su chica a prueba...
—Excepto los Príncipes —interrumpí, intentando no marchitarme bajo sus miradas. He
hecho mis deberes. Lo sé todo sobre las fraternidades rivales y sus respectivas chicas.
La pelirroja resopla.
—Los Príncipes ni siquiera cuentan. Son unos completos maricas. —A pesar de esto, veo la
forma en que sus ojos se desvían, la chispa de resentimiento allí. Ella se entrevistó para ser su
princesa, sin duda—. Pero los Lords lo llevan a otro nivel. Son más que controladores. Se
extiende a todo. Lo que te pones, cuando comes, donde duermes. Gobiernan completamente
tu vida. Son tus dueños.
—Y a cambio, eres la chica más poderosa de la escuela. Nadie puede tocarte. Bueno —se
ríe—, excepto ellos. ¿Estás tratando de asustarme? Porque sé en lo que me estoy metiendo. He
investigado.
—Igual yo —responde la pelirroja—. Ser la Lady del campus es la posición más alta que se
puede tener en la escala social de la UF. Haré lo que sea necesario para conseguirlo. —Su mirada
se desplaza hacia mí. En un momento de lucidez, me doy cuenta de que esta pequeña sesión de
cotilleo estaba pensada específicamente para asustarme—. ¿Y tú, cariño? ¿Estás dispuesta a hacer
lo que haga falta para ser su Lady?
Al final del pasillo, la puerta se abre y sale la morena Bridget. Se tambalea un par de pasos
antes de encontrar el equilibrio, con los ojos enrojecidos. Tiene la camisa arrugada, la falda
torcida, el carmín cortado en una mancha oscura sobre la boca. Nos mira a las tres y declara:
—Malditos cerdos.
Y sale corriendo de la casa.
Cuando volvemos a estar solas, miro a la pelirroja y a D, y les sonrío dulcemente.
—Oh, estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario.
Sé qué aspecto tengo en comparación con estas chicas. Todas llevan tacones y faldas
ajustadas, tops escotados, los pechos al aire, el pelo repeinado y brillante, los labios teñidos de
toda una paleta de rojos brillantes. Parecen listas. Preparadas. Ansiosas.
Por el contrario, llevo un sencillo vestido de verano y zapatos planos, con el pelo recogido
en una limpia cola de caballo. Solo un toque de base y colorete, nada más. Debo parecer linda
e inocente a su lado, como alguien que no sabe a qué está accediendo. Me veo como alguien
que se asustará. Alguien a quien habrá que perseguir. Alguien que diría que no.
—Mejor que eso —añado, desviando la mirada—. Sé exactamente lo que hace falta.
—Mary McBeth...
Tardo un minuto en darme cuenta de que el hombre se dirige a mí, aunque soy la única
que queda en la habitación. Las otras dos chicas han entrado y se han marchado, cada una con
un aspecto un poco aturdido al salir por la puerta. Había dado un nombre falso. No podía
avisarles de que iba a entrar en la entrevista.
—Soy yo —digo, poniéndome de pie. Me hace un gesto para que lo siga por el pasillo y se
detiene ante un par de puertas de madera cerradas. Respiro profundamente y con fuerza. Me
dirige una última mirada comprensiva antes de girar el pomo.
No nos prestan atención cuando él cruza el umbral, demasiado absortos en sí mismos
como para darse cuenta de quién entra. Me asomo a su alrededor para ver bien a los tipos que
casi me destruyen. Hace más de tres años que no veo a ninguno de ellos.
Los tres parecen un poco mayores. Rath tiene un diario de cuero en su regazo, en el que
garabatea notas. Tiene unos auriculares inalámbricos conectados a sus oídos. Las líneas de su
mandíbula son más afiladas que antes, más definidas por la barba oscura, y tiene un nuevo
piercing en la nariz que acompaña a los dos que tiene en el labio inferior. Su pelo es un poco
más largo, más desgreñado alrededor de las orejas, y su cuerpo es largo, ocupando todo el sofá
de cuero. Sigue teniendo la misma presencia que recuerdo del instituto, como si la luz se curvara
a su alrededor, haciendo que su aura sea un poco más oscura que todo lo demás.
Tristian se sienta frente a él, y el tiempo le ha servido igualmente. Sus pómulos son más
afilados de lo que recordaba, su pelo sigue siendo un inmaculado barrido de oro pálido. Ahora
tiene cara de hombre. Labios carnosos y pestañas largas y oscuras que se oponen a su pelo rubio.
Está consultando su teléfono, sonriendo ante lo que está mirando. Casi parece agradable.
Casi.
Si no fuera por la huella roja de una mano que se extiende por su mejilla.
O la pelirroja o D deben haberle dado una bofetada. Internamente, estoy impresionada.
Ambas parecían completamente dispuestas a esto. Es bueno saber que incluso las mayores fans
de estos chicos, de estos Lords, tienen sus límites.
Desplazo mi mirada hacia el tercer hombre de la habitación. Killian, mi hermanastro. Casi
no lo reconozco. Tiene los ojos clavados en el suelo, la mandíbula flexionada en torno a algo
que parece frustrado e impaciente. Es más grande que antes, probablemente medio metro más
alto, más ancho de hombros y pecho. Su camisa parece hecha a mano, ajustada perfectamente
para acentuar los abultados músculos de sus brazos y pecho. Debajo está el extenso lienzo de
tinta en que se ha convertido su piel. Sus brazos están absolutamente cubiertos de tatuajes. No
hay ninguno que destaque más que los demás, pero puedo ver claramente la palabra “KILL”
escrita en sus ásperos nudillos. Si el chico que conocí era fuerte e intimidante, no tengo palabras
para el hombre que tengo delante.
Killian parece un gángster.
Cuando sus ojos encuentran los míos por primera vez, siento que mi corazón quiere salirse
de mi propio pecho. Su cuerpo puede ser diferente, pero esa cara y esos ojos...
Los reconocería en cualquier lugar. Los he visto en mis pesadillas durante años. Siempre
vigilando, acechando, observándome.
A pesar de eso, no puedo evitar notar la similitud entre su rostro y el de su padre. Esta
versión más aguda, dura y madura de Killian sigue careciendo de cualquier tipo de emoción.
Ni siquiera cuando me acepta, ni cuando sus ojos parpadean al darse cuenta, eso cambia.
—Su cita final está aquí —dice el tipo—. ¿Hay algo más que necesiten que haga?
—Cierra la puerta. —Es todo lo que dice Killian, con los ojos todavía clavados en mi sitio,
y su lacayo retrocede, animándome a entrar. Entro en la habitación y siento sus miradas fijas en
mí. Ahora es el turno de que mi estómago sienta que quiere salir de mi cuerpo. Se me erizan
todos los pelos del cuerpo y, por un momento, siento que voy a salir corriendo.
He ensayado lo que quería decir un millón de veces durante la última semana, pero ahora
que estoy aquí, frente a ellos, se me queda atrapado en la garganta como una roca. La forma en
que todos me miran, silenciosos y quietos, me hace preguntarme si están sintiendo lo mismo.
Tal vez no estén acostumbrados a enfrentarse a sus crímenes del pasado. Tal vez esperan que
su basura desaparezca una vez que la han tirado.
Es Tristian quien se recupera primero.
—Vaya, vaya, vaya. Si no es Dulce Cereza —dice, con mi apodo como miel en la boca. Se
echa hacia atrás, echando los brazos sobre el respaldo de los asientos. Su mirada se fija en mi
boca—. Esto es una sorpresa inesperada.
Rath se quita los auriculares lentamente, uno por uno, y sus ojos oscuros me evalúan.
Aparte de la apretada línea de sus labios, su rostro es inexpresivo, esa fría mirada me hace
temblar bajo su inspección.
Con los dos mirándome, es como si volviera a estar en aquella lavandería. Ellos son los
depredadores. Y yo soy la presa. Tengo que cerrar las manos en puños para evitar que tiemblen
bajo la intensidad del recuerdo. El agudo sabor del semen. Los dedos deslizándose por mis
pliegues. El sonido de sus respiraciones ásperas y excitadas mientras me utilizaban como un
juguete barato. No. No temblaré ni me acobardaré ante esos hombres.
Ya no soy esa chica.
Tristian me sacude la barbilla.
—Nunca dijiste que tu pequeña hermanita estaba en la ciudad, Killer.
Killian sigue mirándome fijamente, pero ahora tiene el ceño fruncido y el labio despegado.
Me mira como si me hubiera raspado de la suela del zapato.
—No es mi hermana.
—Y ya no es tan pequeña —dice Tristán, con sus ojos recorriéndome antes de posarse de
nuevo en mi boca. Tengo un recuerdo humillante: la sensación de su pene cuando se deslizaba
entre mis labios, el calor de la yema de su dedo cuando me quitaba las lágrimas. Siento el calor
burbujeando en mis mejillas y eso hace que sus labios se inclinen en una sonrisa—. Mírate, ya
has crecido.
Tiene razón. He madurado. Físicamente, emocionalmente. Un año de internado, unos
meses en la calle, y un año y medio trabajando y viviendo y sobreviviendo tiene una manera de
hacer eso a una persona. Ya es obvio que estos tres son exactamente los mismos que eran aquella
noche. No hay remordimientos aquí.
—¿Qué haces aquí, Story? —pregunta Killian, con voz profunda y áspera—. Lo último que
supe es que te habías saltado el internado y te habías largado a lugares desconocidos. ¿Y ahora
te presentas en mi puerta? Si lo que buscas es igualar las cosas, llegas un poco tarde. Si antes
éramos intocables, ahora somos prácticamente de teflón. Deberías haberte quedado por aquí si
querías intentarlo.
Echo los hombros hacia atrás y subo la barbilla.
—Estoy aquí para entrevistarme para el puesto. Me postulo para ser su Lady.
Hay un largo tramo de silencio, sus ojos no parpadean mientras absorben mis palabras.
—Estás solicitando ser nuestra Lady —dice Killian, con voz dura y plana. Se inclina hacia
delante, moviendo los hombros, y apoya los codos entintados en las rodillas—. ¿Siquiera eres
consciente de lo que implica el trabajo?
Sin inmutarme, respondo:
—Atender las necesidades de los Lords que viven en el hogar. —Es una evasión. Ellos son
los únicos Lords que viven aquí.
—Sabes, tal vez estoy recordando mal —dice Rath, con la cabeza ladeada—, pero la última
vez que hablamos, no eras muy complaciente con el servicio a los demás.
—No de buena gana, al menos —añade Tristian, mostrándome una sonrisa afilada y
ladeada—. Aunque eso no me molestó mucho.
—Es como dijiste —insisto, con la voz de piedra—. He cambiado.
—¿Sabe mi padre que estás aquí? —pregunta Killian, juntando los dedos con fuerza.
—Desde junio. Es el quién me ayudó a entrar en Forsyth. —El odio en los ojos de Killian
se vuelve un tono más oscuro—. Pero preferí hacer esto por mi cuenta. Pensé que un trabajo que
se encargara de mi alojamiento y mi comida sería el paso correcto.
—Esto no es limpiar los baños y hacernos la comida, lo entiendes, ¿verdad? —Tristian deja
la sonrisa burlona por algo más condescendiente—. Ya tenemos un ama de llaves, cariño.
Asiento con la cabeza una vez.
—Sí, lo sé.
—Dinos, Dulce Cereza, ¿qué implica ser nuestra Lady? —incita, la curva perversa de la
sonrisa se dibuja en sus labios.
—Significa que están al mando.
—¿De?
—Todo.
Trago, muy consciente de lo que voy a hacer. Lo que no saben es por qué estoy tan
dispuesta a hacerlo.
Tristian me observa. Todavía tiene esa encantadora facilidad. Ese mismo comportamiento
desarmante y sexy. Enfrentarse a él es peor que a los otros, porque incluso para mí, incluso
después de lo que me hizo, después de cómo me trató, es tan fácil caer en él. Dejar que te
adormezca. Creer que no es tan malo como el resto.
Justo hasta que ataca.
—Hay un contrato —dice, con los ojos oscurecidos—. Somos perfectamente sólidos aquí,
Story. Pero por nuestro propio beneficio, creo que quiero oírte decir lo que estás dispuesta a
hacer. Sé específica.
Se me revuelve el estómago y las palmas de las manos se me humedecen mientras lucho
por mantener la compostura. Mi voz suena casi mecánica.
—Les... daré placer. Dejaré que me hagan cosas.
Tristian levanta una ceja, claramente no esperaba este nivel de franqueza.
—¿Y? El contrato nos da derechos unilaterales para controlar todos tus movimientos
durante el próximo año.
—Lo que llevas puesto —añade Rath, mirándome el pecho. Todavía puedo sentir el
fantasma de sus manos en ellos. Su polla frotándose contra mi trasero. Sus duros susurros en mi
oído.
Tristán asiente.
—Cuándo y qué comes.
—Cuándo duermes.
—A quién te follas —dice Killian, uniéndose de repente.
—Cómo follas.
Me pongo firme.
—Puedo manejar eso.
Los chicos se miran entre sí. Rath se levanta y camina hacia mí. Yo sigo de pie cerca de
la puerta. No he llegado muy lejos en la habitación.
—La última vez no lo manejaste, Story. Te esperamos y nunca viniste. Killer se sentó fuera
de tu habitación, pero estaba cerrada. Luego huiste y borraste todo rastro de tu existencia.
—Eso fue diferente. Entonces no estaba preparada. Ahora lo estoy.
Rath saca la lengua y levanta una ceja.
—Quítate el vestido, entonces. Quiero ver cuánto has cambiado.
Es una prueba. Una prueba para ver si cumplo. Pero también sé que no les gusta lo fácil.
Quien haya abofeteado a Tristian probablemente tenga la mejor oportunidad en este trabajo. Es
una línea fina, saber lo que quieren, y tengo que andar con cuidado aquí. También tengo que
controlar mis miedos antes de echarlo a perder.
—Quítate el vestido, Dulce Cereza, o esto se acaba antes de empezar.
Tristian se apoya en el sofá, el cuero cruje. Hace un movimiento con las caderas y veo el
bulto en sus pantalones. Todavía puedo saborear su sabor agrio, incluso después de todo este
tiempo.
Me tiemblan los dedos al estirar la mano para tocar el tirante de mi vestido. Me niego a
mirar a Killian. Sé muy bien que no va a poner fin a esto. El estómago se me revuelve, la bilis
me sube al fondo de la garganta.
No vale la pena, no vale la pena.
—Cereza, no tenemos todo el día. Entrevistamos a otras diez chicas y todas ellas estaban
dispuestas a hacer lo que se les pidiera —dice Rath, molesto por mis dudas—. No sé a qué juego
estás jugando, pero ser una Lady es un asunto serio. Tal vez deberías tomar esto como una
oportunidad para huir. Se te da muy bien, después de todo.
Me trago los nervios y engancho los dedos bajo los tirantes del vestido, tirando de ellos
desde los hombros y arrastrándolos por los brazos. El vestido cae al suelo a mis pies y, de
repente, estoy desnuda, en bragas y un sujetador de encaje azul pálido. Sus ojos observan
sospechosamente cada uno de mis movimientos y sé que, por mucho que me odien, me desean
igualmente.
Tristán se mueve hacia adelante en su asiento, como si estuviera a punto de alcanzarme.
Pero no lo hace. Su lengua sale para mojar su labio inferior.
—Está más grande —le dice a los demás—. ¿Se acuerdan de lo grandes que eran sus
pezones?
Rath asiente a mi pecho.
—Del tamaño de un centavo. ¿También son más grandes ahora?
Me abalanzo hacia abajo para coger el vestido y me lo subo por el torso. Una vez cubierta,
les envío una mirada ardiente.
—Si me dan el trabajo, quizá lo descubran
Una amplia sonrisa divide la cara de Tristán.
—Sigue siendo luchadora. Quizá incluso más que antes.
—Dime algo —dice Killian, con los ojos dilatados—. ¿Qué tienes exactamente que las otras
chicas no tienen?
Juego la carta a la que me había aferrado durante años. La misma carta en la que no había
pensado hasta esa noche con ellos. Fue entonces cuando me di cuenta de la importancia que
tiene. Cuánto poder.
—Fácil —digo, enderezando mi vestido—. Todavía soy virgen.
Capítulo 3
KILLIAN
Nadie habla durante un largo momento después de que Story ha sido despedida. Hay una
tensión en el aire tan palpable que hace que me tiemblen las piernas y que mi rodilla salte.
Solo cuando levanto la vista y veo que los dos me miran fijamente, digo:
—Es evidente que nos está tomando el pelo.
Rath levanta una ceja.
—¿Cómo lo sabes?
—Cualquier puta puede decir que es virgen —señalo—. Probablemente vendió su virginidad
a algún puto geriátrico hace años.
Tristian empieza:
—Pero, ¿y si...?
—¿Soy el único aquí que no piensa con la polla?
—No, tú eres el único aquí pensando con rencor —responde Tristian, metiendo las manos
detrás de la cabeza—. Sé qué crees que te dejó plantado o lo que sea, pero seamos sinceros.
Story es la indicada.
Afortunadamente, Rath tiene algo de sentido común.
—Claro, invitémosla a entrar en nuestras vidas, démosle acceso a todo lo que necesita para
destruirnos completamente.
Hago un gesto a Rath.
—Exactamente. Es imposible que no esté deseando acabar con nosotros después de lo que
le hicimos.
Tristian se encoge de hombros.
—¿Qué le hicimos? Siempre tuvo opciones.
Rath sonríe.
—Pero no buenas opciones.
—¿Cuándo son buenas las opciones, de todos modos? —Tristian pone los ojos en blanco y
me mira a mí—. Si quiere intentarlo, yo digo que la dejemos.
Sus ojos brillan con el mismo regocijo malicioso que estoy acostumbrado a ver en él.
Tristian siempre ha preferido la lucha antes que la caza fácil.
—Es un riesgo —señalo, con las manos formando puños apretados—. Nunca será leal.
Tómalo de alguien que lo sabe: si dejas que esa chica viva bajo tu techo, te vas a arrepentir de
pensar que es tuya.
Verla entrar por nuestra puerta fue como enfrentarse al fantasma de las decepciones del
pasado. Mi cara de póquer es casi impecable, pero aún así me sorprendió verla allí de pie, con
todo el aspecto bonito e inocente pedazo de culo que siempre tenía.
Me recordó la primera vez que la vi. La noche en el restaurante cuando mi padre nos
presentó a todos. Sabía que la había destinado a mí. Tenía que serlo. Era demasiado perfecta,
demasiado pura, demasiado dulce y bonita. La primera vez que le sonreí, se retorció en su
asiento, con las mejillas pálidas enrojecidas, agachando la cabeza para ocultar una sonrisa.
Entonces supe que sería mía.
Me equivoqué.
Solo ahora me permito sentir realmente el tornado de emociones que me produce verla.
Hay ira, como siempre. Demasiadas capas de furia para hacer un inventario. Rabia porque mi
padre hizo que ella y esa zorra buscadora de oro formaran parte de nuestra familia. Rabia porque
se suponía que era mía, pero nunca lo fue. Rabia porque eligió a otra persona. Rabia porque la
noche en el lavadero debería haber sellado el trato, pero los tres estábamos demasiado borrachos
y cabreados como para hacerlo bien. Rabia porque se levantó y se fue.
Lo peor de todo, sin embargo, la parte que me hace querer tirar esta mesa de café por la
puta ventana, es que incluso a través de toda esa rabia y resentimiento, todavía la quiero.
—Piénsalo. Una virgen, Killer —dice Tristian—. Ninguna de las otras casas tiene algo
parecido.
—Y nosotros tampoco —le digo—. Ella está mintiendo.
Parece no importarle, y se echa hacia atrás.
—Así que lo haremos parte del contrato. Si descubrimos que miente, la cambiamos por
una suplente.
Rath pregunta:
—¿Y el cartel?
—¿Qué cartel?
Le echa una larga mirada a Tristian.
—¿El que está todo rojo y parpadea diciendo “oye, esto es claramente una trampa”?
Tristian se burla.
—Como hemos dicho. Somos de teflón. Deja que lo intente.
Rath pone los ojos en blanco, pero veo que los engranajes giran.
—Todavía tiene ese aire.
—Toda inocente y nerviosa. Mierda —Tristian se agacha para apretar su erección—. Los
Condes van a perder su mierda cuando vean lo que tenemos.
No están consiguiendo nada, simplemente son demasiado idiotas para verlo.
—No va a suceder.
Los dos me miran, con expresiones duras.
—Esto no es solo decisión tuya, cabrón. Lo decidimos democráticamente —Tristian levanta
una palma—. ¿Todos a favor?
Antes de que Rath pueda levantar la mano, añado:
—Tienes razón. ¿Aparecer en nuestra puerta tres años después? Eso no suena a Story. Algo
está pasando aquí.
—Quizá probó mi polla y finalmente volvió a por más —dice Tristian, encogiéndose de
hombros—. No sería la primera.
—Eres un iluso.
—Y tú estás demasiado envuelto en tu mala sangre para ver esto como lo que es —Tristian
se inclina hacia delante, dirigiendo su mirada hacia mí—. Finalmente puedes tenerla, Killer.
Hacemos esto, y es nuestra, de verdad, esta vez. Esto no es un polvo de instituto borracho en tu
lavandería. ¿No es eso por lo que siempre la has odiado tanto? —Sacude la cabeza, pareciendo
simpático y molesto a la vez—. Siempre odias lo que no puedes tener.
—¿Quién dice que la quiero? Podría tener a cualquier chica en toda esta puta ciudad. Ella
no es nada especial.
Sé al instante que ven a través de mi mierda.
Sin embargo, Rath es el único con pelotas para decirlo.
—Dame un respiro. Encuentras una morena para follar por detrás y te corres en cinco
minutos. Apuesto a que todavía piensas en ella cuando te masturbas, también.
Tristian se ríe.
—Tiene razón.
Le doy la espalda.
—Tal vez no me gustan las rubias.
Rath se inclina hacia delante para acariciar ese espacio en mi bíceps: el tatuaje de la chica
de pelo oscuro.
—O tal vez solo eres un psicópata obsesivo —Sus palabras no tienen ninguna mordacidad.
Como si estuviera en posición de lanzar piedras aquí—. Pero míralo así, ¿de acuerdo? Si es
nuestra Lady, estará al final del pasillo. Todas las noches. Durmiendo.
Tristian se da cuenta de inmediato y se adelanta para añadir:
—Podemos quitar el candado. O, mejor aún, podemos darte la única llave.
Los miro con desprecio, pero internamente ya me lo estoy imaginando. Entrando a
hurtadillas en su habitación, viéndola allí, metida en su cama. Recuerdo el aspecto de sus labios,
fruncidos por la concentración mientras soñaba. La forma en que se sentían alrededor de la
punta dura de mi polla, tan suave y húmeda. La forma en que dejaba un poco de mi semen en
ellos, esparciéndolo, marcándola como mía. Story siempre tuvo el sueño pesado. Apenas nada
podía despertarla. Entonces era cuidadoso, demasiado cuidadoso, me movía demasiado
despacio. ¿Pero ahora?
Ahora, podría hacerle cualquier cosa.
Así de fácil, mi polla está dura como una roca.
Cabrones. Completos e insufribles cabrones, los dos.
Rath levanta una mano, diciendo “me apunto”, y me mira expectante.
Pensé que era mía la primera vez que nos vimos. Volví a pensar que era mía aquella noche
en nuestra antigua casa, cuando por fin me permití tener un trozo de ella, por pequeño que
pareciera.
Pero eso es lo que pasa con Story que estos tipos no se dan cuenta. Ella es como la arena
que se escurre entre los dedos. Agua a través de un colador.
No se puede conservar lo que no se puede agarrar.
Capítulo 4
STORY
Por mucho que supiera que era una posibilidad remota el convertirme en Lady, todavía me
decepciona no saber nada a la mañana siguiente. Lo ideal sería no tener que volver a la
habitación que he estado alquilando a nombre de mi madre, más que para recoger mis
pertenencias.
Si no puedo mudarme a la casa de los Lords, voy a tener que tomar una decisión
rápidamente sobre qué hacer y dónde ir después. No puedo vivir sola, y tampoco puedo poner
a cualquiera a vivir conmigo.
No con Ted ahí fuera.
Me acerco al pequeño escritorio que hay en la esquina de la habitación que he alquilado
y saco el sobre de mi maleta. Es sencillo y blanco, con mi nombre escrito a máquina en el frente.
Entré en mi habitación del internado y lo encontré sobre la almohada.
También había metido una fotografía en el sobre, una foto comprometedora que envié a
algunos de los Sugar Daddys por dinero. Ted había sido uno de esos Daddys. No era nadie
especial. Solo alguien con quien ganar algo de dinero rápido hasta que pudiera salir del apuro.
En aquel entonces, no había prestado mucha atención a la gente de la pantalla. Apenas eran
personas reales para mí. Solo un medio para un fin.
No fue hasta la primera carta, la mención de mi hermanastro, cuando me di cuenta.
Ted debe haber sido Killian.
¿Quién más lo sabría? ¿Quién más me perseguiría por todo el país así solo para
atormentarme?
Habría sido más fácil si fuera Killian. Significaría que él y los otros eran los únicos que
sabían lo que me hicieron. Sin embargo, nada puede ser tan simple. Rápidamente me di cuenta
de que se trataba de otra persona.
—Señorita Austin —me llama la profesora, mirándome por encima de sus gruesas gafas—.
¿La estoy aburriendo?
—No, señora —respondo, sintiendo que todos los ojos de la sala se dirigen hacia mí. Mis
mejillas se calientan—. Llego tarde a una cita. Ese era el recordatorio.
La profesora mira su reloj y frunce el ceño.
—Muy bien. Veo que todos están deseando irse. Nos detendremos aquí, pero a partir de
ahora, por favor, guarden sus teléfonos en sus bolsos.
Todos los que me rodean recogen sus pertenencias. Escribo furiosamente una respuesta.
Me despierto de a poco. Lo primero que me llega es el olor: un fuerte perfume floral. Después,
empiezo a recibir fragmentos de sonido. Zapatos arrastrando por el suelo, voces indistintas,
susurros.
Mi nombre.
—¿Story? Despierta ahora.
Tristian.
Al sentir una mano en la frente, me retuerzo y abro lentamente los ojos. Tardo un largo
momento en recordar. Tristian. El orgasmo. Y luego todo se desvanece a negro.
Ahora, hay gente de pie sobre mí. No solo Tristian. Hay un grupo de chicos, pero también
una chica preciosa de mi edad, con el pelo oscuro y rizado y la piel suave.
Sus ojos color avellana se clavan en los míos.
—¿Sabes qué día es?
Parpadeo, tratando de orientarme.
—Primer día. El lunes. El once.
La chica —la mujer—, asiente.
—Parece que te has desmayado. ¿Tienes algún problema médico? —Cuando niego con la
cabeza, ella tararea—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste?
—Anoche —grazné, haciendo palanca suavemente sobre mis codos—. Pero antes de eso…
Me detengo, sintiéndome repentinamente mortificada.
Vuelve a mirar al grupo de chicos.
—Seguramente tiene una baja de azúcar o algo así. —Mirando hacia mí, esboza una sonrisa
de pesar—. Soy Sutton, la Condesa. Estoy en pre-medicina, pero eso significa sobre todo un
montón de clases de ciencias imposiblemente duras que nos hacen tomar para eliminar a los
débiles.
—Oh.
Le lanza a Tristian una mirada aguda.
—¿Es una tradición de LDZ matar de hambre a su Lady, o simplemente son
particularmente negligentes?
Oh, Dios. Tristian.
Está de pie, rígido, a mi lado, con esos ojos fríos que miran como dagas al grupo.
—No veo que sea de tu incumbencia. Es nuestra Lady. Nosotros nos encargaremos a partir
de aquí.
Sutton se burla, poniéndose de pie. Me ofrece una mano para ayudarme a levantarme y
la tomo sin pensarlo.
—Tranquila, Lady. ¿Estás bien?
Asiento con la cabeza, evitando cuidadosamente la mirada de Tristian mientras me
estabilizo.
Uno de los otros tipos, un conde, se ríe.
—Debería haberlo sabido. No pondría a un cachorro al cuidado de los Lords, y mucho
menos a una mujer.
Otro conde se encuentra con mi mirada, con la boca curvada en una sonrisa.
—Oye, Lady. Parpadea dos veces si te retienen contra tu voluntad. Te daremos algo de
comer. —Se agarra la entrepierna para enfatizar.
Tristán se interpone suavemente entre nosotros.
—Eso es un poco triste, en realidad. Una chica tendría que estar muy desesperada para
pensar que vale la pena meterse tu polla en la boca.
Los condes se ríen. Uno dice:
—Al menos la Condesa sigue en pie. A este paso, te quedarás sin Lady el viernes.
Otro conde dice:
—Jesús, ni siquiera pueden alimentarla. Los tiempos deben ser bastante duros allí. Tal vez
deberíamos enviarles un paquete de ayuda. La chica se ve demasiado delgada de todos modos.
Sutton se encuentra con mi mirada, con los labios apretados en una línea apretada e infeliz.
Pero, al igual que yo, permanece en silencio.
Tristian me agarra la mano. Su rostro pétreo e inexpresivo ya me ha puesto los pelos de
punta, pero el sonido de su voz es aún peor. Impecablemente uniforme, y aún así cortante.
—Ser conde debe ser difícil. Siempre en segundo lugar desde la cima, pero sin poder
alcanzar nunca la gloria. —Sacude la cabeza, lanzando una mirada que otra persona podría
confundir con simpatía. Sin embargo, todos podemos ver la falta de sinceridad en ella—. Lo
dejaré pasar porque me dan pena. Bueno, y porque tu Coñodesa parecía tan útil.
Con eso, me aleja del grupo, baja la escalera de mármol y sale de la biblioteca.
Intento seguir el ritmo.
Su mandíbula está rígida cuando finalmente rompe el silencio.
—¿Tienes idea de cómo nos ha sentado eso? —No espera a que le responda—. Jodidamente
ridículo. ¿Cómo no has desayunado? ¿Almorzado?
No busca realmente una respuesta, sus ojos estrechos se fijan en el frente, brillando con
ira.
Le doy una respuesta de todos modos.
—Si recuerdas, ninguno de ustedes me dejó desayunar —Sin prestar atención a la forma en
que suena mi voz, cortante y mordaz, añado—: Y tenía cosas que hacer durante el almuerzo.
Estuve en el centro de estudiantes resolviendo mi horario de clases.
—Fantástico —murmura con sorna—. Killian y su maldito temperamento. Tú y tu maldita
desobediencia voluntaria. Ahora veo que voy a tener que hacerme cargo de estas cosas.
Tragando nerviosamente, pregunto:
—¿Qué cosas?
Sus ojos se dirigen a los míos y hace una pausa, con lo que parte de esa aguda tensión
desaparece de sus rasgos. Me levanta la barbilla con un dedo y sonríe.
—Cuidar de ti, Dulce Cereza.
El restaurante al que vamos no es lo que esperaba. Es un lugar de tipo formal, con iluminación
ambiental. El personal lleva traje. Mientras Tristian habla en voz baja y suave con el anfitrión de
la entrada, me muevo incómodamente, mirando mi absurdo atuendo. Me sentiría menos fuera
de lugar si hubiera entrado desnuda.
—Por aquí —dice el hombre, guiándonos a mí y a Tristian a una mesa del fondo.
Por su parte, Tristian se integra perfectamente, incluso vestido con una camisa de botones
informal y unos vaqueros.
—Siéntate —ordena, y luego dice al hombre—: Empezaremos con dos vasos de agua y algo
de pan. Y no esa basura procesada que envían gratis. Quiero el especial de tu panadería. Si veo
siquiera una pizca de harina blanqueada en esta mesa, seré muy infeliz.
El hombre no se salta nada y asiente con la cabeza antes de marcharse.
Tristian abre el menú, sin molestarse en echarme una mirada.
—Necesitas una buena proteína. Algo fresco. Orgánico, si podemos conseguirlo. ¿Comes
carne?
A pesar de la pregunta, ni siquiera me mira de soslayo.
Todavía espero un momento, por si acaso caigo en una trampa.
—...¿sí?
Suspira.
—Es decepcionante. Ser vegano lo hace mucho más fácil.
Justo en ese momento, llega un camarero con el agua y una cesta de pan. Tristian
pregunta:
—¿El pollo está libre de antibióticos?
Mientras él y el camarero repasan qué carnes están “envenenadas con productos químicos
y hormonas no naturales”, palabras de Tristian, yo medito su pregunta.
Cuando el camarero se ha ido, le pregunto:
—¿Ser vegano hace que sea qué mucho más fácil?
—Comer fresco y limpio. —Tira el menú a un lado, empujando la cesta de pan hacia mí—.
¿Y bien? Adelante. No puedo permitir que te desmayes como una sierva victoriana otra vez.
Ya no parece enfadado. La suave luz de la vela del centro de mesa proyecta sus rasgos
con un brillo cálido y engañoso, incluso cuando sus fríos ojos me observan. Me doy cuenta de
que este es el aspecto que podría tener Tristian en una cita.
La idea me repugna y me fascina al mismo tiempo.
De mala gana, saco un panecillo de la cesta y arranco un bocado. Con la esperanza de
romper un poco la extraña atmósfera, me pregunto:
—¿Eres vegano?
—A veces —responde, perfectamente quieto. La vela parpadeante se refleja en sus ojos—.
Sabes lo que pasó allí, ¿no? En la biblioteca, antes de que te familiarizaras con el suelo.
El pan es de repente como tragar papel de lija.
—Fue una lección —supongo.
Levanta una ceja.
—¿Y? ¿Qué has aprendido?
Mi cerebro peina la niebla en busca de la respuesta.
—Que puedes hacer lo que quieras conmigo, cuando y donde quieras.
—Sí, así es. —Me dedica una sonrisa condescendiente—. ¿Y?
—Y necesito estar donde se supone que debo estar, y solo hablar con los hombres con su
permiso.
—Sí. Exactamente —Alarga la mano y empuja un trozo de pelo sudado de mi mejilla—. ¿Y
esto, lo que estamos haciendo ahora? Te das cuenta de que esto es una recompensa, ¿no?
Recompensa.
La palabra viaja agriamente por mi esófago con el pan.
—¿Una recompensa por qué?
Baja la mano y se posa en mi muñeca, justo sobre el brazalete que me había puesto esta
mañana.
—No hablaste con los condes. Ni siquiera los miraste a los ojos. Eso es lealtad.
Me levanta la muñeca y me da un beso suave y prolongado en el dorso de la mano.
Sus ojos se clavan en los míos mientras lo hace, un gesto extrañamente dulce, devolviendo
después mi mano a la mesa con suavidad.
La forma en que me hace sentir por dentro es extraña e inquietante. Es un sentimiento
suave y nostálgico, contrarrestado por algo extrañamente herido, como si la mejor parte de mí
se hubiera dado cuenta de lo falso que debe ser todo.
Creo que prefiero los castigos.
Capítulo 10
RATH
Me duelen todos los músculos del cuerpo cuando llego a casa después del entrenamiento.
Aparco la camioneta en el garaje y hago una mueca de dolor. Nuestro primer partido es el
sábado y el entrenador ha decidido ponernos a prueba para asegurarnos de que estamos
preparados. Recojo mi bolsa de la parte trasera de la camioneta y me acerco a la casa, sabiendo
lo que me espera dentro.
No es que me importe.
No lo sé. Pero la conciencia de su presencia es algo difícil de evitar, como estar
jodidamente embrujado. Es una cosa molesta de reconciliar, la mitad de mí que desea que Story
no haya vuelto nunca, y la mitad de mí que está salivando con la idea de poseerla.
Cuelgo mi equipo en un gancho junto a la puerta trasera, sintiendo cómo se tensan mis
músculos doloridos. La verdad es que no me importa un poco de dolor, sobre todo cuando es
el resultado de un duro entrenamiento o de un partido bien jugado. Cada golpe me permite
canalizar toda la energía que tengo acumulada en mi interior. Es algo concreto contra lo que
luchar.
Esa es otra razón por la que acepté tener a Story como nuestra Lady.
Especialmente después de dominar tanto el año pasado, necesito un reto. La mierda aquí
se ha vuelto demasiado fácil. Sería fácil caer en la complacencia. Estancarse. Para convertirse en
menos poderoso en el proceso.
La Sra. Crane está encorvada sobre los fogones cuando entro en la cocina. Me mira de
reojo.
—Veo que sigues vivo.
—¿Por qué no iba a estarlo? —pregunto, encogiéndome de hombros. El olor de su cocina
me golpea como un tren de carga—. ¿Qué hay para cenar?
—Lasaña —responde—. Y más vale que no escuche ninguna impertinencia del testículo
derecho de Satanás ahí dentro. Estoy harta de escuchar su gran lloriqueo rubio.
—¿Tristian? —pregunto, asomándome para ver el comedor—. Ya sabes cómo es.
El odio de Tristian hacia la Sra. Crane es una cosa de leyenda, y es completamente mutuo.
Estaban condenados desde el principio, ya que él debe tener su puta mierda especial orgánica,
no transgénica, de origen local, y no estoy seguro de que la Sra. Crane sepa cocinar algo que no
venga congelado o en un tarro.
Haciendo una pausa, la miro.
—¿El testículo derecho? ¿Cuál de los dos es el izquierdo?
Saca un cuchillo del cajón y tengo que evitar activamente dar un paso atrás. La Sra. Crane
puede ser una perra aterradora a veces.
—Oh, el otro.
Entorno una ceja hacia ella.
—¿En qué me convierte eso exactamente?
Su sonrisa muestra una hilera de dientes manchados.
—Tú eres el prepucio, chico.
La fulmino con la mirada.
—No creo que la ayuda pagada deba ser tan insolente.
—No creo que me importe un carajo —responde ella, devolviendo el ceño—. No soy una
de tus pequeñas perras bimbo. Ahora cierra tu maldito agujero de la cara y baja los platos. No
eres demasiado mayor para ponerte encima de mi cuchilla, chico.
Pongo los ojos en blanco. Sé mejor que nadie que la Sra. Crane tiene crédito para respaldar
sus amenazas, pero si realmente quisiera liquidarme, lo habría hecho cuando yo era un niño
revoltoso y cabreado que se refugiaba en su pequeña oficina en los fines de semana libres. Y
Dios sabe que Tristian habría muerto hace mucho tiempo. Su debilidad por mí es comprensible.
Es prácticamente de la familia, como una tía vieja, malhumorada, fumadora empedernida y ex
convicta. Pero también tiene debilidad por los demás, supongo. Después de todo, nosotros la
rescatamos del Lado Sur.
Mientras está rebuscando en la despensa, dice:
—Hoy he conocido a tu juguetito.
Me asomo de nuevo al comedor y no la veo. Apretando la mandíbula, expreso la pregunta
que ha estado dando vueltas en mi cabeza desde que llegué a la entrada: —¿Dónde está?
—¿Cómo diablos voy a saberlo? —responde la Sra. Crane, saliendo del armario con un
frasco de parmesano rallado—. Le di un tentempié y la mandé en su camino. No parecía
dispuesta a asistir a una cena con las manifestaciones sensibles de los genitales de Satanás. No
puedo decir que la culpe. Ustedes tienen las personalidades de una picazón anal. No sé cómo
los soporto.
—Hoy estás realmente de racha, Sra. Crane. —Entrecerré los ojos—. ¿Qué demonios se
arrastró por tu trasero y murió ahí?
Ella agita el cuchillo hacia mí.
—¿Esa chica? Sea lo que sea que creas que es, es todo lo contrario. Conozco esa mirada.
Te va a joder, chico. Y no puedo decir que no me reiré cuando lo haga.
—No sabes nada de ella —digo entre dientes, cogiendo un plato del armario.
—Oh, la conozco mejor de lo que tú nunca lo harás. —Cojeando a mi lado, me envía una
risa áspera—. Pájaros de una pluma. No importa si nos acabamos de conocer. Ella y yo nos
conocemos desde hace mucho tiempo. Ya lo verás.
Putas viudas crípticas de crímenes viejos.
—No puedes hablar jodidamente en serio —dice Tristian, mirando con desprecio la comida
que pone en la mesa. Se le sale una vena de la frente y Rath y yo compartimos una mirada ante
la rabieta que se está formando—. ¿Tienes idea de lo que lleva este queso? No es queso. Es serrín
de estantería. La pasta... ¡esto ni siquiera puede llamarse legalmente pasta! Este pan está lleno
de conservantes y productos químicos, y no quiero ni saber de dónde has sacado la carne. —Se
frota las sienes como si se aferrara a su última pizca de control—. ¡No puedo comer esta basura,
Sra. Crane!
La Sra. Crane clava una cuchara de servir en medio de la lasaña y dice:
—Puedes comer esto o puedes comer mierda. Me importa un bledo cualquier cosa, pútrido
pedazo de mierda.
El ojo de Tristian se estremece al verla salir de la habitación.
—¡Me estoy cansando de sus tonterías! ¿Por qué es nuestra ama de llaves y cocinera? No
debería cobrar por dos trabajos si solo puede hacer uno y medio.
Rath le lanza una mirada fulminante.
—Deja a la Sra. Crane en paz. No es su culpa que tengas algún tipo de enfermedad mental
relacionada con la comida.
—Preocuparme por mi cuerpo no es una enfermedad mental —responde, poniéndose de
pie—. Y yo reiré el último cuando los dos estén carcomidos por el cáncer y les fallen los órganos.
Rath y yo ponemos los ojos en blanco mientras Tristian sale furioso de la habitación.
—Juro que se pone peor cuando no recibe nada —dice Rath, sirviéndose una ración—. La
mierda está a punto de ponerse muy tensa por aquí. ¿De qué crees que se trata? ¿La cláusula de
fidelidad?
No puedo imaginar cuántas calorías quemé en el entrenamiento. Deben haber sido miles.
Amontono tres grandes cucharadas de pasta en mi plato, intentando no pensar demasiado en la
cláusula que la zorra de mi hermanastra añadió al contrato.
—Está tratando cabrearnos.
Rath parece dudoso.
—No, tiene que haber algo táctico ahí. ¿Un año académico entero con nosotros tres y ella
nos prohíbe a sabiendas follar con alguien más? Eso es pedir que se nos tienda una trampa en
todo momento.
—Cree que no podemos hacerlo —le explico, masticando la comida de modo inexpresivo—
. Cree que daremos el brazo a torcer y entonces todo el contrato será nulo.
Tristian vuelve entonces, plato en mano.
—Por suerte, aún tengo las sobras de mi pequeña cita con Dulce Trasero de Cereza.
Dejo de masticar.
—¿Tu qué?
En lugar de responder, dice:
—Me he puesto a cargo de su bienestar general ahora. Cualquier retención de comidas
tiene que pasar por mí primero.
Ahora, dejé mi tenedor.
—¿Cómo mierda lo supones?
—Lo supongo —comienza, mordisqueando un trozo de pan—, desde que se desmayó en la
biblioteca. Delante de los Condes. Porque hoy no había jodidamente comido. Nos hizo quedar
como malos Lords. Tú estás demasiado cabreado para cuidar de ella, y Rath no es lo
suficientemente fiable como para cuidar de sí mismo la mayoría de los días.
—¡Oye! —protesta Rath, pero luego asiente al instante—. En realidad, es justo.
Tristian le tiende su bebida.
—Obviamente, tengo que ser yo. Menos mal, porque soy el único al que le importa la
nutrición por aquí. —Se quita la tensión de los hombros y sonríe—. La llevé a ese bonito lugar en
la calle Market. Una pequeña recompensa.
Le frunzo el ceño.
—¿Una recompensa por qué?
Tristian se encoge de hombros.
—Se encontró cara a cara con los barones y los condes y no les habló. Ni siquiera los miró.
Le miro acaloradamente.
—¿Qué estabas haciendo que se desmayó en la biblioteca?
Tristian se encoge de hombros.
—Follando su dulce y húmedo coño con los dedos. —Se ríe, como si estuviera recordando—
. No es lo que realmente quería hacer. Tomar su virginidad en la biblioteca habría sido épico.
En cambio, tuve que conformarme con un poco de exhibicionismo público.
—¿Exhibición pública? —Rath gime—. Mierda, eso vale...
—Más puntos de los que tú tienes —confirma Tristian, sonriendo como el gato que recibió
la crema.
Siento que la ira sube, se hincha y palpita. Ya es bastante malo que solo tenga dos míseros
puntos por mi castigo de esa mañana. Pero ahora los dos han tenido más de ella que yo. Me lo
imaginaba. Siempre supe que era una puta. No sé por qué al oírlo me dan ganas de coger este
plato y tirárselo a sus caras.
—¿Cuánto tiempo lleva ahí encerrada?
Me guardo toda la volatilidad, aunque estos dos probablemente puedan ver a través de
ella. Nunca es fácil ocultar cosas de ellos.
—Más o menos desde que llegamos a casa —dice Rath—. Estaba tranquila cuando llegó con
Tristian. Comió un bocadillo en su habitación.
—Se está lamiendo las heridas —dice Tristian, haciendo una mueca con algo en su plato—.
Puede que haya recibido una recompensa, pero aún así ha desobedecido varias reglas hoy. Tuve
que corregirla con esa follada a dedo.
—Tenía razón, ¿verdad? —pregunta Rath, y Tristian asiente con la cabeza.
—Se pone jodidamente empapada. —Asiente, ignorando la forma en que estoy
estrangulando mi tenedor—. Y muy apretada. Creo completamente que es virgen. Ni siquiera
estoy convencido de que haya tenido un orgasmo que no provenga de nosotros dos.
Asqueroso. Estos imbéciles están a dos segundos de chocar los cinco por encima de la
mesa como los imbéciles que son.
Tristian continúa:
—Es una jodida peleadora, sin embargo. No envía mensajes de texto, llega tarde... oh, ¿y
sabes por qué llegó tarde a la biblioteca? —No espera a que respondamos—. Porque estaba
hablando con tu padre.
Mi voz sale en un siseo bajo y peligroso.
—¿Estaba haciendo jodidamente qué?
Rath y Tristian me lanzan miradas de simpatía similares. Saben todo lo que pasó entonces,
incluida la espiral que me hizo caer ese año.
Tristian se burla con sorna.
—Tuvieron una pequeña y feliz reunión familiar, justo en medio del campus. Tuve que
cortar esa mierda rápidamente.
Maldita sea.
Hijo de puta.
Dejo el vaso de golpe y me levanto de la silla, cogiendo el plato. ¿Es por eso por lo que
realmente ha vuelto aquí? ¿Para volver a estar cerca de mi padre? La amargura que se instala
en el fondo de mi garganta hace que la comida no sea apetecible en este momento.
—Esto no tiene por qué ser una situación —dice Rath en un lamentable intento de
calmarme.
Tristian está de acuerdo:
—Ya la castigué por ello. No volverá a acercarse a él sin nuestra autorización, créeme.
Escuchó esa mierda alto y claro.
—Sabes que te cubrimos la espalda.
Como los dos están acostumbrados a mi temperamento, ninguno parece sorprendido
cuando salgo de la habitación.
Sé que no es justo. Estos dos han estado a mi lado desde la escuela primaria. Al igual que
yo, han pasado por cosas serias, pero se mantienen cerca y saben cómo es el andar conmigo.
No se quejan. No hay lloriqueos. Son duros, leales y, en el fondo, quizá más depravados que
yo.
Pero una pequeña parte resentida de mí piensa: Se cubren las espaldas ustedes mismos.
Quieren a Story. La quieren de la misma manera que yo la quiero. Posesión absoluta. ¿Pero
cómo puede ser absoluta si son tres personas?
Esto es una competición. El Juego tendrá un vencedor. Uno de nosotros la tomará, se la
follará, poseerá una parte de ella que nadie más podrá reclamar. Es mía por derecho. Todos lo
sabemos. Y de alguna manera, estos dos se me han adelantado en la carrera por tenerla. No es
jodidamente justo.
Bueno, pienso mientras alzo mi plato, nunca he jugado limpio un día en mi vida.
No voy a empezar ahora.
1
Public Displays of Affection. Demostraciones públicas de afecto. Básicamente, cualquier interacción física
(abrazar, besar, tomarse de la mano, manosear, etc.) en público.
—Lo abraza —termina Tristian por mí, pareciendo ligeramente molesto por tener que
hacerlo—. Lo besa.
Me quedo helada, mirándolos con los ojos muy abiertos.
—¿Besar?
—En caso de que sea necesario decirlo —añade Rath, con los ojos oscuros clavados en los
míos—, estamos buscando algo en el departamento de “lenguas y cuellos”. No pequeñas caricias
escolares.
Siento que mi cara palidece.
—Como... ¿beso francés?
Killian me mira con asco.
—¿De verdad eres así de atrofiada? Nadie mayor de doce años lo llama así. Solo es besar.
Me toco las mejillas, empezando a sentir que el calor se acumula en ellas.
—No.
Esa palabra provoca una reacción. Tres reacciones. Cabreado, divertido y curioso.
—“No” no forma parte del vocabulario de una Lady —aclara Tristian—. ¿Pero por qué esa
reacción tan fuerte? Es un beso, Cereza. La forma más fácil de mostrar afecto.
Para él, es fácil. Pero para mí...
Trago saliva.
—Es que no me siento cómoda besándolos.
—¿Cuál es el problema? —pregunta Rath, entre bocado y bocado.
El gran problema es que es demasiado personal. Demasiado cariñoso. Demasiado íntimo.
Lo importante es que no es algo que ellos me hagan o que yo me vea obligada a hacerles.
Es algo que, supongo, hacemos juntos.
El mayor problema es que, después de todo el abuso y la manipulación, nunca me han
besado. Mi virginidad es algo con lo que estoy dispuesta a negociar: ya espero que sea terrible.
Las primeras veces siempre lo son, ¿verdad? Pero un beso, es la cosa que esperas. Las chicas
sueñan con ello. Es un rito de paso y quiero que sea correcto, que no me lo quite un imbécil
abusivo.
No digo nada de esto. Solo me trago todo el desplante, pero una mirada a Rath y dice:
—Dinos por qué, Dulce Cereza.
Es una orden, con un castigo al otro lado, y puedo decir por el brillo de sus ojos que
implicará algo más que un striptease.
—¡No sé cómo! —Me sale a borbotones. Es completamente involuntario, solo una falta de
filtro cerebro-boca. Por supuesto, es cierto. Pero sé al instante, por la forma en que todos me
miran, que debería haber fingido.
Tristian levanta una ceja.
—¿Perdón?
Con la cara encendida, admito lentamente y a regañadientes:
—Nunca he hecho eso antes. Besar.
Hay un largo y tenso silencio alrededor de la mesa mientras me retuerzo las manos. Los
chicos solo apartan sus miradas vacías de mí para compartir una mirada entre ellos.
Es Rath quien habla primero, con la voz baja:
—Ahora sé que nos estás engañando.
Kllian añade:
—Te dije que estaba llena de mierda. Probablemente es algo que le dice a esos viejos que
está desangrando.
—¡Es cierto! —insisto, la indignación subiendo a mi pecho—. ¿Por qué iba a mentir sobre
eso?
Es incluso más embarazoso que ser virgen, porque en algún nivel, Killian tiene razón.
Estoy atrofiada.
—Picaré —salta Tristian, limpiando su boca en una servilleta antes de volverse hacia mí—.
Dime cómo es que has tenido una polla en la boca, pero nunca has besado a un tipo.
Miro fijamente mi tazón de avena, sintiendo un hilo de ira surgir bajo mi piel. Cómo se
atreven.
—No lo sé, Lord Tristian, ¿por qué no me lo dices tú? Porque parece que la clase de tipos
a los que les gusto prefieren obligarme a arrodillarme y meterme sus asquerosas pollas en la
garganta. —Le doy una sonrisa falsamente dulce—. Es el único uso que parece tener mi boca
para ellos.
—Cuidado con ese tono —dice Tristian, arrancando mi cuchara de la mesa. Me la pone en
la mano, obligándome a cogerla—. Eso podría tener algo que ver.
Su sonrisa es afilada y malvada, y la amenaza llega fuerte y clara.
Sin embargo, mientras comemos, Rath no deja de lanzarme miradas largas y calculadoras.
Hago todo lo posible por ignorarlas mientras me esfuerzo por comer la avena, y me retuerzo
interiormente ante la idea de besarlos.
Besos.
Nunca sentí que me estaba perdiendo de nada. No soy tan vieja. Todavía tengo tiempo
de encontrar a alguien suave y dulce que me enseñe. O al menos, eso creía.
Después, cuando todos estamos recogiendo nuestras mochilas para ir a la universidad,
Rath me hace un gesto para que les siga.
—Hoy vamos a conducir —explica, poniendo la mano en la parte baja de la espalda
mientras me guía por el pasillo—. Puedes ir en la parte de atrás, conmigo.
Acentúa esto agachándose para lamer una franja en el lateral de mi cuello.
Apenas logro evitar apartarme, pero es un recordatorio más de que estos hombres son
cualquier cosa menos suaves y dulces.
En el garaje hay una enorme camioneta blanca que ocupa casi todo el espacio, aunque
hay una moto aparcada al otro lado. Killian ya está en el asiento delantero de la cabina. No es
una sorpresa que este sea su vehículo. Siempre quiso tener una camioneta enorme e intimidante.
Había acosado a su padre por una para la graduación. Supongo que finalmente se salió con la
suya.
Rath ya está en la parte trasera, con los auriculares conectados. Tristian me abre la puerta
de atrás y me ofrece su mano para ayudarme a subir el gran escalón con mis zapatos anticuados.
Me subo al lado de Rath, ignorando el cosquilleo que siento al estar cerca de él. Tristian se
sienta en el asiento del copiloto y yo miro el espejo retrovisor.
Killian me está mirando fijamente.
No, a mí no.
A mi boca.
Mira hacia otro lado al instante, arrancando el ruidoso motor.
Estar cerca de los chicos es un asalto a mis sentidos. Todos sus olores se arremolinan a mi
alrededor y mi conciencia de sus presencias alcanza un tono febril, casi como si llevara un
apéndice extra y tangible.
Incluso desde aquí, puedo sentir la rabia que desprende Killian, la arrogancia de Tristian,
la indiferencia discreta de Rath. Sin mi oferta, empiezo a pensar en ello.
En besarlos.
¿Será horrible? ¿Harán que me duela? ¿Y si lo hago mal? Y ese es realmente el quid de
la cuestión, esperan que sea esa chica que puede hacer estas cosas de forma creíble y sin esfuerzo.
Llegar unos minutos tarde o hablar con Daniel es una cosa. Hacerles quedar mal delante de
todo el campus es algo totalmente distinto. No se trata de las reglas. Se trata de las apariencias.
Soy totalmente inadecuada.
Miro mi regazo, con las manos tan apretadas que mis nudillos se han vuelto blancos, y me
pregunto si puedo fingir. Dejar de lado mis ideales de cuento de hadas y hacerlo. ¿Qué tan
difícil puede ser? Ya lo he visto hacer antes. El corazón me late con fuerza en el pecho y el sudor
se me acumula en el cuello. El coche es cálido, sofocante, y mis manos se agarran ociosamente
a mis pantalones ajustados. Siento una presión en el pecho, algo salvaje y pesado, es casi
doloroso respirar. Ninguno de ellos se da cuenta de que estoy al borde del pánico, pero, de
repente, lo único en lo que puedo pensar es en las lenguas y los labios, en la presión mordaz de
los dientes, en el escozor y el sabor de la sangre.
—Detén la camioneta —dice Rath, arrancando sus auriculares. Killian sigue conduciendo,
pero Rath se inclina hacia delante y repite—: Para, Killer.
Killian da un tirón al coche y lo deja al ralentí al lado de la carretera.
—¿Qué mierda? —pregunta—. ¿Te has olvidado de algo? Sabes que no soy un puto
transbordador.
Tristian se da la vuelta y sus ojos pasan de Rath a mí, con la curiosidad parpadeando en
el azul. Me vuelvo hacia Rath y me dice:
—No voy a salir a besarla en frío. No después de lo que dijiste que pasó ayer.
—¿Y qué? ¿Solo quieres ir a casa? —pregunta Killian.
—Sabes tan bien como yo que la mejor manera de mejorar en algo es practicar.
—Práctica —repite Tristian—. Estamos a mitad de camino de la escuela.
Rath resopla.
—¿Me estás diciendo que nunca te has enrollado en un coche con cinco minutos de sobra?
Me doy cuenta de que Rath se ha movido un segundo demasiado tarde. Mi cabeza se
vuelve hacia la suya mientras sus dedos se enredan en mi pelo y me atrae hacia él.
—Espera... —empiezo, pero él no lo hace. Su boca encuentra la mía demasiado rápido para
que pueda pensar en ello. Me pongo rígida, bloqueando la suave sensación de sus labios sobre
los míos, el frío choque de sus aros labiales, pero a Rath no parece importarle que esté congelada.
A pesar de que todo esto ha sido rápido, demasiado rápido, sus labios acarician suavemente los
míos con movimientos lentos y tranquilizadores. No es brusco. Lo miro con los ojos muy
abiertos, aunque sus ojos cerrados se desenfocan en uno.
—Relájate —dice contra mi boca, subiendo una mano para acunar mi mandíbula. Su
siguiente beso es más una oleada que otra cosa, como si pusiera todo su cuerpo en ello. Hay
algo inherente y curiosamente sexual en su forma de moverse, en el modo en que su lengua
apenas se asoma para saludar a mis labios. El duro metal de sus piercings contrasta con la
suavidad del encuentro de nuestros labios.
Me esfuerzo por imitarle, sintiendo que mi cara se calienta cuando nuestras narices chocan
incómodamente. Sin embargo, Rath no pierde el ritmo, guiando el beso e inclinando mi cabeza
hacia atrás.
Cuando separa sus labios, le sigo.
La sensación de su lengua contra la mía hace que una chispa de electricidad caliente y
aguda recorra mis venas. No es como esperaba. Es más húmedo. Más caliente. Rath me lame la
boca como si estuviera probando algo que le gusta, pero lo saborea con largos y rápidos
chapoteos entre mis labios, masajeando mi lengua con la suya. Su pulgar encuentra el borde de
mi mandíbula e inclina mi cabeza hacia atrás, dándole el acceso que necesita para profundizar
el beso.
Se traga mi jadeo, inclinando la cabeza para lamer más profundamente, más largo, más
lento. No es hasta que baja su mano a mi muslo que me doy cuenta de que los estoy presionando
en busca de una fricción que apenas entiendo.
Emite un sonido áspero y gutural que hace que un pico de algo al rojo vivo se dispare
hasta mis entrañas.
—Rath.
Me echo hacia atrás, rompiendo el beso, pero Rath se queda allí suspendido un momento,
con los ojos oscuros y pesados.
Tristian se revuelve en su asiento, mirando a su amigo. Hay un destello de molestia en sus
ojos, aunque su expresión sea artísticamente neutral.
Rath parece salir de su aturdimiento y envía a Tristian una sonrisa de labios rojos.
—Solo pensé en asegurarme de que no nos avergonzara a todos. ¿Hay algún problema?
Pero Tristian no reacciona. ¿Por qué iba a hacerlo? Tristian está calmado y tranquilo todo
el tiempo. Incluso mientras me toca con los dedos en la biblioteca. Las reacciones son
obviamente para los débiles, y aquí estoy, una vez más, demostrando exactamente lo débil que
soy.
Rath retira lentamente su mano de mi muslo mientras Tristian habla.
—No —dice, pero es obvio que lo hay—. Tiene que estar preparada. No solo para la escuela,
sino para la fiesta de esta noche en la casa. —Su mirada vuelve a dirigirse a mí, pero se posa en
mis labios, que se sienten calientes e hinchados—. Tenemos una cada semana durante la
temporada de fútbol. Una especie de evento previo al partido. Obviamente, se espera que estés
allí y que cumplas con tus obligaciones. Martin puede informarte de los detalles.
Asiento obedientemente, agachando la cabeza para ocultar el enrojecimiento de mis
mejillas. Killian vuelve a arrancar la camioneta y el trayecto hasta el campus no es largo, sobre
todo cuando me paso la mayor parte del tiempo llevándome los dedos a la boca, intentando
procesar lo que acaba de ocurrir con Rath. Lo único que oigo en mi cabeza es el latido de mi
corazón y las palabras de la Sra. Crane.
Ve por el chico tranquilo primero.
Si ese es el beso que buscan, entonces...
Bueno.
Supongo que viviré.
Cuando aparcamos, Tristian da instrucciones para el día.
—Las mismas reglas que ayer. Mantén el GPS encendido. Envía mensajes de texto cada
hora. No hay excusas.
—¿Tengo que encontrarme contigo en la biblioteca otra vez? —pregunto.
—Lo siento, Dulce Cereza, hoy no —Hace un mohín como si estuviera triste por ello—. Te
encontrarás con Rath en el edificio de música.
—Estaré en el estudio A4. —Me quedo mirando fijamente mientras la lengua de Rath asoma
para pinchar uno de sus aros labiales—. Aunque tengo una presentación oral en mi clase de
Literatura que podría sobrepasar.
No hace falta escudriñar mucho para ver que no está contento con eso.
No necesito preguntar por qué.
Asiento con la cabeza, bastante segura de saber dónde está el edificio de música.
—¿Algo más que deba saber?
—Compórtate —dice Killian de repente—. Ahora eres una representante de los Lords. La
gente te observa. No hables con otros hombres que no sean tus profesores. —Su mirada se
endurece—. Incluido mi padre.
Erizada, argumento:
—Ha venido a verme, Killian. ¿Se supone que debo ignorarlo? Eso es una locura.
Su mandíbula cincelada se aprieta.
—Bien, Story, desobedéceme y verás lo que pasa.
La amenaza detrás de sus palabras es clara. No quiero ver lo que pasa.
Killian sale del vehículo antes de que pueda responder, con la puerta cerrándose tras él.
Tristian le sigue, con una expresión ilegible, y luego Rath, que me ofrece una mano para bajar
de la cabina.
Al igual que ayer, todos me llevan a la fuente en el centro del campus mientras todos me
observan. Es una sensación incómoda y opresiva, ser observada todo el tiempo. A pesar del
anterior desprecio de Killian por la toma de manos, me arriesgo a deslizar mi mano en la de
Rath.
DPA es DPA.
A Rath no parece importarle, apenas me dedica una mirada mientras nos acercamos a
nuestro destino.
Cuando lo hacemos, casi me despista el golpe de unas manos fuertes que me hacen girar.
La boca de Tristian está sobre la mía en un instante, más agresiva que la de Rath. Más exigente.
Tardo un momento, congelada, en recuperarme. Abriendo la boca hacia él, recibiendo la
contundente lengua de Tristian en mi boca. Emite un sonido áspero, con las manos apretando
mis caderas mientras me atrae hacia él. Es difícil pensar cuando esto sucede, cuando Tristian
me consume, me posee, pero lo intento. Levanto los brazos para rodear su cuello, esperando
que parezca más natural de lo que parece.
Tristian responde bajando sus manos a mi trasero, cogiendo dos grandes puñados de él y
apretando.
Su voz es baja y áspera contra mis labios.
—Esa es mi buena chica —Sus manos siguen masajeando mi trasero cuando se inclina para
susurrarme al oído—: Lástima que no haya podido ser el primero. —Se aparta y me sonríe—. No
para eso, al menos.
Tragando contra las sensaciones persistentes, le veo desaparecer entre una multitud que
se abre paso como el mar rojo.
Me vuelvo de mala gana hacia Killian, con los dientes apretando mi labio. Su mirada está
fija en la acción, pero sus ojos están llenos de fuego furioso, el rostro puesto en una quietud
pétrea. Cautelosamente, me acerco a él, escuchando el silbido de mi sangre en mis oídos ante
la idea de mi boca en la suya. La idea de echarle los brazos al cuello es como tocar un carbón
al rojo vivo. Cada partícula de mi cuerpo se opone a ello instintivamente, sabiendo que allí solo
hay dolor, pero este es el trato. Hacer daño a Killian en público tendría consecuencias. Me
pongo de puntillas e inclino la cara, preparándome para el impacto.
Se da la vuelta y se aleja.
Tropiezo con la sorpresa y apenas consigo no caer en el espacio vacío que ha dejado. Me
invade un sentimiento de mortificación al pensar que todo el mundo me está mirando. De que
todos sepan que he sido rechazada.
Rath lo intercepta suavemente, pasando su brazo por encima de mi hombro y guiándome
alrededor de la fuente.
—Solo les molesta que yo haya llegado primero.
Hago una mueca, sin poder dudar de él. En mi experiencia, eso es lo único que parece
importar a los chicos. Son como la encarnación viviente de la gente que comenta “¡primero!” en
los vídeos. Es inútil y no tiene ningún valor, pero por alguna razón...
Ansiosa por cambiar de tema, digo:
—¿Puedo... hacerte una pregunta?
—Puedes intentarlo —dice Rath, su expresión vacía deja claro que no se siente obligado a
responder.
Lo intento de todos modos.
—Si tienes tantos problemas con... bueno, ya sabes. Entonces, ¿por qué tomas Literatura?
Veo como la mano que cuelga de mi hombro se cierra en un puño.
—No sé a qué te refieres.
Jesús, esto de nuevo.
—Claro que no.
Se detiene y me empuja con él.
—¿Acabas de poner los ojos en blanco? —Su mirada está llena de ira apenas disimulada—.
Para tu puta información, no es que tengas derecho a ella, todas las carreras tienen créditos
obligatorios. Este es uno de los míos.
—Oh —le devuelvo el parpadeo, comprendiendo—. Entonces, ¿cómo...?
—¿Paso? —pregunta, con los ojos entrecerrados—. De la misma manera que siempre paso.
Supongo: —Sobornos. Pagos. Amenazas.
Me dedica una sonrisa hostil.
—Estás llena de observaciones, ¿verdad, Dulce Cereza?
Intuitivamente, me doy cuenta de que está a punto de devolver el golpe. Probablemente
con algo que pretende avergonzarme tanto como asustarme. No le doy la oportunidad.
—Eres muy bueno tocando el piano. Te vi antes, la forma en que estabas tan concentrado.
Parecía que lo hacías sin esfuerzo. Debe haberte llevado mucho tiempo y práctica llegar a ese
nivel de habilidad. Apuesto a que podrías aprender... otras cosas, en poco tiempo.
—¿No crees que lo he intentado? —dice—. Es diferente ahora que soy un Lord.
Me detengo y dejo pasar a un grupo de chicas. Varias se giran para echar otro vistazo,
probablemente a Rath, cuyo rostro oscuro y apuesto es de los que atraen una segunda mirada.
Secretamente, me sorprendo a mí misma haciéndolo también.
—¿Cómo?
Me mira como si fuera estúpida.
—Somos los mejores en Forsyth, en realidad, más allá de eso. Los Lords no tienen
debilidades. Nunca. La gente siempre busca explotar una.
Le dirigí una mirada.
—No es debilidad, Dimitri.
Algo revolotea detrás de sus ojos cuando uso su verdadero nombre.
—Lo es cuando quieres ser el mejor en lo que haces. —Se aparta el pelo oscuro de los ojos,
frunciendo el ceño—. Si la gente quiere pensar que soy vago y con derecho por hacer que otros
hagan mi trabajo, entonces me importa un carajo. —Oigo lo que no dice. Que ni siquiera es una
mentira—. Es más fácil así.
—Creo que es mucho más complicado, en realidad. —Levanto la vista, encontrándome con
su mirada—. En serio quise decir lo que dije antes. Puedo enseñarte. —Me marchito ante su
mirada, pero me obligo a explicarme.
—Mira, firmé un contrato que especifica que debo guardar silencio. Y no es que no lo sepa
ya. También podrías sacar algo útil de los dos, ¿no?
—No puedo permitirme agitar la mierda. ¿No lo entiendes? —Me mira con rencor, con las
mejillas rosadas, pero antes de que pueda responder, murmura—: Claro que no lo entiendes. No
eres más que una perra tonta y sin valor, de todos modos. Como si pudieras enseñarme algo.
Siete minutos de besos en el coche y sigues besando como un pez muerto.
Se va corriendo, dejándome a su paso. Le sigo con la mirada, aturdida y herida de una
manera extraña y sorprendente. Algo dentro de mí se encoge y se enrosca, sintiéndome tonta
por pensar que podía acercarme a él. Que podría llegar a él.
La Sra. Crane se equivoca. Rath, Dimitri, es tan duro y cruel como los demás. Intentar
mantener una conversación civilizada con uno de los Lords es como apuñalarse en el ojo. Está
claro que no son capaces de eso ni de ninguna otra emoción funcional excepto la ira y la
hostilidad. Si voy a sobrevivir siendo su Lady, voy a recordar no bajar la guardia.
Jamás.
Me las arreglo para pasar la mañana sin ninguna infracción. Al menos, eso espero. Envié
mensajes de texto a las horas correctas. No hablé con ninguno de mis compañeros de clase
masculinos, lo cual es más difícil de lo previsto. La ropa sexy pero coqueta es como un faro para
los hombres de la universidad, pero no caigo en ella. Sospecho que llevar estos conjuntos es
probablemente otro truco para justificar mi comportamiento.
Cuando cambio de clase, me pego al borde del patio, siempre alerta para no volver a
chocar con alguien o hacer algo malo por accidente. Estoy decidida a no perderme el almuerzo
hoy, así que me pongo en la cola de uno de los locales de comida para llevar del centro de
estudiantes. Me abro paso a través de la cola, con el ritmo cardíaco elevado. Sé que es una
locura, pero no puedo evitar sentir el calor de los ojos sobre mí. Sé que he venido a Forsyth por
una razón, para protegerme a mí y a los demás, pero la paranoia puede acabar conmigo antes
que Ted.
El camarero me llama por mi nombre y me sobresalto, cogiendo la bolsa rápidamente. La
zona común está abarrotada de gente. Demasiada gente con la que hablar, demasiados
problemas en los que meterse. Solo llevo dos días en este lugar, y ya mi cerebro se está
apoderando de mí, viendo cada pequeña cosa como un peligro instintivo. Me da miedo pensar
en qué tipo de persona seré cuando termine.
Subo por las escaleras hasta la segunda planta, ignorando los carteles que dicen “Suelos
mojados - No se admite la entrada” y veo un grupo de sillas de cuero desocupadas fuera de una
de las salas de conferencias. Me apresuro a sentarme, dejo la mochila y el abrigo en el cojín
vacío junto al mío y abro la bolsa. Tengo el bocadillo a medio desenvolver cuando alguien
mueve mi mochila y se sienta a mi lado.
—Dulce Cereza —dice Tristian—, ¿has ido por el almuerzo sin ofrecerte a traerme algo?
Mi estómago se hunde mientras le devuelvo la mirada.
—Lo siento. No sabía que querías algo.
—¿Preguntaste?
Su tono es suave, pero yo sé que no es así. Me pilló en una posición vulnerable y
comprometida. Su cosa favorita. Respiro profundamente y le tiendo el sándwich.
—Puedo ir a buscarte algo. O —me trago el enfado—, ¿quieres el mío?
Su nariz se arruga, mientras sus fríos ojos azules sostienen los míos.
—Como si fuera a comer esa basura. De todos modos, llegas demasiado tarde. Ya no tengo
hambre. Al menos, no de comida. —Frunzo el ceño, intentando seguirle, pero entonces su mano
se apoya en mi muslo—. No te has puesto una falda para mí.
—Estaban en el armario, pero... —El calor arde en mis mejillas y me muevo incómoda en
mi asiento.
—Hoy te has vestido para Rath. —Las esquinas de sus ojos se tensan con una sonrisa
quebradiza—. No te preocupes —dice, como si anticipara una torcedura en sus planes. Levanta
mi abrigo negro de la silla junto a la nuestra y lo extiende sobre su regazo—. Por mucho que me
guste poner mis dedos sobre, o dentro de, ti, hace tiempo que sueño con que los tuyos estén
sobre mí.
Se mete la mano bajo el abrigo y oigo el inconfundible sonido de la cremallera abriéndose.
Mis ojos se abren de par en par, el estómago se desploma.
—Quieres que —no puedo decirlo—... ¿aquí?
Su mano toma la mía, fría, grande y suave, y la desliza bajo el abrigo, colocándola a la
fuerza sobre su polla ya erecta. No puedo verla, pero puedo sentirla. La piel está caliente, tensa
y suave. Miro a mi alrededor, asustada, pero estamos completamente solos. Estaba tan
preocupada por no estar rodeada de otras personas, por no meterse en líos, que lo había llevado
directamente al lugar aislado perfecto para satisfacer su evidente necesidad de exhibicionismo.
Se inclina hacia atrás y exhala, la columna de su garganta ondulando con su gemido.
—Sé que no tienes mucha experiencia en esto, pero primero, vas a tener que mover un
poco la mano.
—No puedo hacer esto —susurro, desesperada por apartar la mano, pero sabiendo que no
puedo—. Esto es... esto está mal. Nos meteremos en problemas.
—Tal vez lo hagamos —Sus labios se mueven, como si esperara que lo hagamos—. Esto es
lo que pasa cuando egoístamente no consideras las necesidades de tu Lord. —Se acomoda y
cierra los ojos—. Cuanto antes empieces, antes podrás irte.
Durante un parpadeo, considero la posibilidad de correr, salir corriendo del edificio,
alejarme de Tristian, del trabajo y de todas las decisiones estúpidas que he tomado desde los
dieciséis años. Pero entonces su polla se estremece bajo mi mano, presionando mi palma, y una
sensación diferente se instala en lo más profundo de mi vientre. Es la sensación con la que he
luchado desde aquella noche en el lavadero. El amargo conflicto entre el miedo y el deseo.
Vuelvo a mirar a mi alrededor, asegurándome de que nadie nos mira, y luego le acaricio
lentamente la polla, hacia la punta.
—Ahí lo tienes —dice, entornando un ojo para mirarme—. Sigue así.
Vuelvo a bajar la mano hasta la base, tocando el suave saco del fondo. Lo noto, el tamaño
y la circunferencia. Es grueso, llena mi puño. Cambio de posición, intentando algo más informal,
de aspecto natural. Cojo la bolsa con mi almuerzo y la coloco en el sofá entre nosotros para que
parezca que estoy haciendo algo distinto a lo que realmente estoy haciendo.
¿Qué diablos estoy haciendo?
Su voz es un murmullo bajo y resonante.
—Eso es, cariño. Un poco más fuerte, si no te importa.
Tristian, a su favor, parece completamente sereno, como un estudiante universitario que
se echa una siesta durante su descanso. Mientras le acaricio arriba y abajo, su cara permanece
impasible, completamente inexpresiva, pero a medida que voy cogiendo ritmo, empiezo a notar
sus gestos. Cuando llego a la base, su nariz se arruga un poco. Cuando subo por su longitud, los
músculos de su cuello se tensan. Y cuando llego a la cima, pasando el pulgar por la punta, su
lengua sale y se lame los labios.
Lo observo sin pensar realmente en ello, sintiendo curiosidad. Jugando con las reacciones.
Anticipándome a ellas. Creándolas.
Controlándolas.
—¿Se siente bien? —pregunto. No era mi intención, pero se me escapa. Odio querer
saberlo.
—Sí —respira, inclinando la cabeza hacia un lado para poder mirarme. Sus ojos se dirigen
hacia abajo y sonríe perezosamente—. Tienes los pezones duros. Pequeño monstruo. —Mis
pezones están duros, y el punto entre mis piernas arde. Me gusta cómo se siente en mis manos.
Me gusta que, aunque él tenga el control, yo también tenga un poco sobre él—. ¿Estás mojada?
—Tal vez. Solo un poco —confieso con dificultad, apretando los muslos. Me apresuro a
desviarme—: Pero esto no se trata de mí. Se trata de ti.
La puerta de la sala de conferencias se abre de golpe y de repente ya no estamos solos.
Decenas de personas salen de la sala. Hombres, mujeres, estudiantes. Miro el cartel de la puerta
y veo que pone “Reunión de orientación”. Mierda. En esas reuniones hay un centenar de futuros
estudiantes y sus familias. Mi mano se congela, pero la de Tristian baja sobre la mía.
—No te detengas —dice, con su voz de advertencia.
Rígida, de mala gana, continúo. Rodeada por la multitud del edificio, siento que Tristian
se acerca al límite. Me inclino hacia él, como si estuviéramos hablando en voz baja, mi cuerpo
se enrosca inocentemente alrededor del suyo. Su mandíbula se tensa.
—Dios mío —murmura.
Levanto la vista y veo a una mujer que nos observa, con los ojos entrecerrados por la
sospecha. Una parte de mí quiere que nos delate, que haga que esto se detenga, que alguien le
diga a Tristian que esto no está bien. Pero está la otra parte. La que lucho todos los días. La
sucia, jodida y culpable idiota que me metió en esto. A veces esa parte supera a la otra.
Esta es una de esas veces.
—La gente está mirando —digo—, así que a menos que ambos queramos ser expulsados,
tienes que terminar.
Me inclino y presiono mis labios contra los de Tristian, tragándome cualquier respuesta.
Sus labios se separan con sorpresa y los ojos se abren de golpe. Al cabo de un momento, su
mano me rodea el cuello y me aprieta contra él. Su lengua se introduce en mi boca, las caderas
se agitan en mi puño, y entonces un líquido caliente y pegajoso empieza a llenar mi palma. Hago
lo que puedo para atraparlo todo.
Los minutos siguientes pasan como un borrón. Me separo del momento solo para
encontrarme nerviosa, con las manos y las rodillas temblando, el cuerpo en llamas, convencido
de que nos van a pillar. De alguna manera, sin embargo, consigue limpiar mi mano y volver a
meter su polla en los pantalones. Me guía entre la multitud mientras yo me apaño con mi abrigo
y mi mochila. Nadie sabrá nunca lo que acaba de pasar entre nosotros. Lo que me obligó a
hacer.
En las puertas, el sol se posa sobre él, iluminando su cabello rubio con un halo de luz.
Desde esta posición, alguien podría confundirlo con un dios.
—Nos vemos esta tarde —dice, sonriendo. Ni gracias, ni disculpas, nada de lo que un
hombre debería decir normalmente a una chica después de algo así. Lo veo irse, con los dedos
pegados por los residuos, las mejillas encendidas por la humillación y el vientre caliente por el
deseo.
Dos chicas pasan a mi lado, con ojos que se mueven celosamente entre su figura en retirada
y yo. Siento pena por ellas, sabiendo que han visto la fachada. La mentira. El engaño.
No hay nada de dios en Tristian Mercer. En cualquier caso, es un demonio.
Me lleva toda la tarde frenar la adrenalina de mi encuentro con Tristian a la hora del almuerzo.
Casi espero que la seguridad del campus irrumpa en la puerta y me saque a rastras por
comportamiento inapropiado. No escucho ni la mitad de lo que dicen mis profesores y, una vez
que terminan las clases, me alegro de haber escapado, aunque eso signifique volver a casa con
los Lords.
El edificio de música está fresco y silencioso cuando entro, y compruebo el tablón de
información para saber cómo llegar a la sala de prácticas. La sala A4 está subiendo un tramo de
escaleras, y me asomo a las ventanas de las distintas salas de ensayo en busca de la suya. Las
salas están insonorizadas, pero puedo ver a gente tocando varios instrumentos, algunos
individualmente, como chelos y violines, otros en pequeños conjuntos. Cuando llego a la sala
correcta, me detengo a mirar por la ventana. Rath se acerca al piano y coloca sus partituras en
el atril. Se sienta, con el rostro decidido y la mandíbula concentrada. No está solo en la sala. Un
pequeño grupo de estudiantes se sienta en los asientos de observación. Es lógico. Supongo que
necesita practicar delante de la gente.
Por mucho que odie admitirlo, me dolió cuando me llamó perra tonta e inútil esa mañana.
Me dolió cuando dijo que besaba mal. Sobre todo, me dolió que me doliera. Como si no lo
conociera. Como si no me hubiera hecho ya más daño que eso, y por menos. No debería haber
sido una sorpresa. Sabía que el hecho de que fuera amable conmigo no era más que un truco.
Lo último que quiero hacer es sentarme en la habitación con él y esperar más abusos. Pero sé
que, si no lo hago, las consecuencias podrían ser peores.
Con cuidado, abro la puerta y entro, tratando de ser lo más silenciosa posible mientras él
comienza a tocar.
La música llena la sala y él no levanta la vista cuando entro. Tomo asiento en el fondo,
queriendo permanecer invisible.
Un tipo de la primera fila se aclara la garganta en voz alta, tanto que Rath deja de tocar y
le lanza una mirada.
—Es el Preludio en Do Mayor —dice el tipo, y algunos de los demás se ríen en silencio en
sus asientos—. ¿La pizarra dice que estás tocando Solfeggietto?
Rath le mira fijamente, sin responder.
El tipo se mueve con evidente incomodidad.
—Está ahí. En la carpeta.
Después de un momento en el que Rath le mira fijamente, se levanta del banco y coge la
carpeta del piano. Se la lanza al pecho del hombre.
—Si eres tan jodidamente inteligente, ¿por qué no me la sacas tú, imbécil?
Con el ceño fruncido, el tipo abre la carpeta, hojea las páginas y saca una.
Rath se lo arrebata de la mano.
—Felicidades, eres capaz de algo que un mono entrenado puede hacer. Ahora, si no te
importa, estaba calentando con Preludio, brillante testamento de pollas muertas.
Los demás se ríen ahora más fuerte mientras el tipo se encoge en su asiento. Volviendo a
sentarse en el banco, Rath despliega el papel y empieza a tocar.
Si cierro los ojos, casi puedo imaginar que lo interpreta alguien con sentimientos reales.
Sentimientos que no son de ira. Sentimientos que no solo quieren herir. Casi puedo olvidar el
hecho de que acaba de manipular sin esfuerzo a alguien para que haga un trabajo por él.
Casi puedo olvidar que no está bien que esos dedos vuelen por las teclas.
Su forma de tocar suena magnífica, con ricas notas que reverberan en la sala. Sus dedos
se mueven con rapidez, como un rayo, y no puedo imaginarme que Rath no pueda hacer nada,
y menos aún leer. Pero, aunque las notas se sienten fluidas y serenas, cuando abro los ojos, veo
que sus hombros están tensos, su mandíbula apretada, un mechón de pelo cayendo sobre sus
ojos mientras lee la música.
Dimitri está preocupado.
Pero la expresión de su rostro, cuando se levanta y se inclina ante el público, dice lo
contrario.
Sus ojos se dirigen al fondo de la sala, a mí, y un escalofrío me recorre la espalda. La Sra.
Crane tenía razón en una cosa. Rath nunca había sido el más malo de los chicos, Killian ocupa
ese lugar, y Tristian es simplemente alucinantemente cruel. Rath es distante. Despectivo.
Indiferente, hasta que quiere algo. Como verme llorar. Quiere oírme suplicar. Queriendo que
compartamos un sucio secreto.
Baja del escenario y recoge sus cosas con movimientos bruscos y hostiles. Se dirige hacia
mí, pero no se detiene cuando me alcanza. Me agarra por el brazo y me arrastra fuera. Me
tropiezo con mis zapatos, torciéndome el tobillo, pero me trago el grito de dolor.
—He suspendido mi puto informe oral, gracias a ti —gruñe, con los ojos encendidos—. Valía
el treinta por ciento de mi puta nota.
—¿Yo? ¡Yo no he hecho nada!
—¡Sí, lo hiciste! —escupe, poniéndose en mi cara—. ¡Te metiste en mi cabeza esta mañana!
Toda esa mierda de intentarlo. Me hiciste creer que tenía algo que demostrar. Me la jugaste.
Lo miro boquiabierta y me inclino hacia atrás para poner algo de distancia entre nosotros.
—Eso es una locura, Rath. Estás loco. Solo quería hacer la oferta, por si acaso... —Trago
saliva—. Tu problema es que estás tan acostumbrado a estar rodeado de imbéciles que ni siquiera
sabes lo que es que alguien sea amable contigo —le digo, dando un paso atrás—. Porque eso es
todo lo que estaba siendo: amable. Igual que pensé que estabas siendo amable al besarme antes.
Sus manos se mueven a la velocidad del rayo, golpeando con fuerza mi hombro. En un
abrir y cerrar de ojos, estoy presionada contra la pared, siendo aplastada contra la piedra.
Se burla abiertamente de mi gemido.
—Cállate.
—Me estás haciendo daño.
—Bien —responde, aplicando más presión, apretando la mandíbula ante mi gesto de dolor—
. Haré más que eso si le dices a alguien lo que dije esta mañana. Si le dices algo a alguien.
—No puedo, ¿recuerdas? Firmé un contrato.
—Jodidamente no lo olvides.
Me suelta y me froto el hombro, viendo cómo se marcha. Agarro mi bolso y le sigo,
sabiendo que, si aparece sin mí, habrá un infierno que pagar.
De camino a la camioneta, me pongo a cocinar a fuego lento lo que sé que es cierto. Rath
está enloqueciendo porque he tocado algo personal. Una debilidad. Algo que un Lord no
debería tener. La prueba de que un fracaso no es solo pereza o derecho. Es una incapacidad
para hacer algo.
Una inferioridad.
Y voy a ser yo quien lo pague.
Capítulo 12
RATH
Tan pronto como llegamos a casa, me doy cuenta de que los novatos ya han llegado para ayudar
a organizar la fiesta. No estoy de humor para lidiar con los aduladores, así que sigo directo
afuera para encontrarme con la Sra. Crane por un cigarrillo. Mi sangre está bombeando con
algo caliente y oscuro. Maldita sea, por joder mi informe. Podría haber trabajado para salirme
de él, pero no, tuve que ir allí y hacer un jodido esfuerzo.
Que maldita broma.
La Sra. Crane está en su propio humor, ahorrándome un gruñido mientras fuma su propio
cigarrillo. Se sabe cuándo los dos no estamos de humor porque ni siquiera nos molestamos en
insultarnos.
Una vez más, me maldigo a mí mismo por permitir que Story llegue a mí. Por permitirle
meterse bajo mi piel. La inferioridad no es algo a lo que me haya enfrentado, y especialmente
no es algo que quiera mostrar frente a otras personas, a diferencia de Story, cuya entera
personalidad grita debilidad. Ella camina con un aviso advirtiendo sobre su vulnerabilidad.
Siempre ha sido así. Es parte de lo que hace que joder con ella sea tan entretenido. Es casi como
ver un accidente de trenes.
De manera natural, soy empático. No soy uno de uno de esos tipos conmovedores y
sensibles. No. Pero puedo evaluar las emociones fuertes y rápidamente determinar cómo puedo
beneficiarme de ellas, cómo dominarlas. En el campo de fútbol, podía saber en segundos como
iba a reaccionar un jugador. Es como tener otro sentido que puede ser enfocado en mi oponente
¿Estaban nerviosos, intimidados, llenos de adrenalina, dominados por el ego? Y reacciono
acorde a eso. Exitosamente, ganando. En la música es incluso mejor. Es el conocimiento de
saber evocar sentimientos, saber a dónde dirigir a las personas, convencerlas.
No hay nadie más fácil de leer que Dulce Cereza. Fue obvio desde la primera vez que la
vi, escondida ansiosamente en las sombras en la casa de Killian. Un ratón temeroso de ser
expuesto.
Estaba aterrorizada de él, pero eso no era todo. Quería algo de su medio hermano.
¿Aceptación? ¿Aprobación? Lo que sea que fuera, estaba enterrado bajo el pesado almizcle del
miedo, y era imposible de alcanzar.
Fui el que la sintió en el cuarto de lavado esa noche. Fue como si pudiera olerla todo el
camino hasta el sótano, como si probara su marca especial de desafío, miedo y deseo. No pude
resistirme a localizarla por Tristian, cuya puta novia le había jodido la cabeza. Considerando
como Story había hecho lo mismo con la cabeza de Killian escogiendo a su papá por encima
de él, parecía el juego perfecto.
Las cosas escalaron más rápido de lo que esperaba, todos bloqueando el camino que ella
se esforzó tanto por atravesar, la fácil aceptación de Killian fue toda una sorpresa, pero él siempre
fue bueno ocultando las emociones diferentes a la furia. Esa noche, todos revelamos un poco
más de nosotros. Especialmente Story. Cuando me di cuenta de lo húmeda que estaba,
cuan involucrada estaba con ello, fue como si otro lado de mi mente se abriera.
Cuando se trata de Story, cada movimiento, cada jadeo y cada mirada prácticamente gritan
“rómpeme”. Debajo de toda esa endeble bravuconería esta una chica que necesita ser puesta en
su lugar. No es diferente en ese entonces. Al contrario, se ha vuelto más potente. Un poco más
de miedo, con un poco menos de ingenio en su intento por ocultarlo. Era mucho más joven que
las chicas con las que follábamos y era la hermanastra de Killian. Pero es no nos detuvo. Sólo lo
hizo más excitante. Algo sobre lo que habíamos pensado por tanto tiempo que queríamos
saborearlo. Pero no llegamos a ello, no esa noche.
No hasta ahora.
Esas mismas emociones la siguieron en la entrevista, y luego a mi habitación. El hedor está
en ella todo el tiempo. Desafío, miedo, deseo. Pero esta mañana en la camioneta, fue diferente.
Sentí el miedo enredándose en su columna vertebral. Estaba en sus jadeos mal disimulados, en
la manera en que se aferró a la puerta como si estuviera buscando un escape. Supe exactamente
cómo manejarlo. Cómo manejarla a ella.
Había querido reclamar su primer beso como propio, pero así de fuerte fue la urgencia
de ser quien se llevará ese pánico. Ser quien lo controlará. Y fue exactamente lo que hice.
Pero el problema es que sabe algo de mí.
Tiene una pieza de control por cuenta propia, y eso no es jodidamente aceptable.
Cuando la Sra. Crane y yo regresamos adentro, Tristian y los novatos están en la cocina,
sentado alrededor de unas copas.
—Necesitamos algunos pasabocas —dice Lahey. Es un pequeño idiota mimado,
completamente vacío de encanto, pero pertenecer aquí está en su legado—. ¿Estos son para la
fiesta?
Tristian le da una mirada sarcástica a la bandeja de comida que ya había preparado la
Sra. Crane. —Sólo si quieres comer basura. ¿Qué demonios es esto? ¡Apenas si están por encima
de las papas fritas!
La Sra. Crane le responde. —Tienes brazos y piernas. Cocina algo tú mismo si no te gusta.
Las fosas nasales de Tristian se dilatan, Killer y yo nos miramos ante la inminente pelea
de perras. —¡Dije que quería una bandeja de vegetales!
La Sra. Crane se dirige a la nevera y saca una bolsa de zanahorias bebé. —Toma —dice,
soltándolas sobre el mostrador con un ruidoso golpe—. Vuélvete jodidamente salvaje, conejo
inútil disfrazado de hombre.
Tristian las arroja instantáneamente a la basura. —¿Soy inútil?
Lahey se ríe, mirando entre ellos. —Sí, estúpida bruja, de todas formas. ¿Qué tan difícil es
una bandeja de vegetales? Un caniche entrenado puede hacer un trabajo mejor que este.
La cocina se queda en silencio.
Grave error.
Todos nuestros ojos se dirigen a él, peor él está muy ocupado organizando cerveza en un
refrigerador para notar la montaña de mierda que se echó encima.
En una voz, incluso más baja, Tristian pregunta. —¿Qué le acabaste de decir?
Mucha gente piensa que Tristian odia a la Sra. Crane. Y lo hace, a su manera. Pero es una
especie de odio mezquino. La clase de odio que es más un juego. Debajo de todo eso, Tristian
la puede respetar más que cualquier otro.
Fue él quien sugirió que la sacáramos del lado Sur.
Lahey mira hacia arriba y entonces hace una doble toma de la expresión en mi rostro. —
¿Qué?
Se encoge cuando la mano de Killian aterriza en la parte posterior de su cuello, se pone
rígido con lo que supongo es un agarre doloroso.
—¿Qué mierda acabas de decir? —gruñe Killian, con la cara tensa por la ira.
El trago de Lahey probablemente se escuchó escaleras arriba. Descuidadamente, miró
hacia al pasillo y hago contacto visual con Story. Mis ojos se entrecierran y ella se mueve fuera
de vista. Pequeño jodido ratón.
—Solo estoy de acuerdo con Lord Tristian, eso es todo.
Killian parece estar a cinco segundos de arrancarle la cabeza del cuello. Si él no lo hace,
tal vez yo sí. —Ese no es tu lugar, novato.
—Tenemos permitido hablarle a la Sra. Crane de esa manera. ¿Sabes por qué? —La sonrisa
de Tristian es maliciosa—. Porque la Sra. Crane nos pertenece. Es familia. ¿Qué eres tú
exactamente? Nada.
Tomo mi lugar detrás de la Sra. Crane. La mirada en su rostro, con los ojos hacia abajo,
me hacen cruzar de brazos para evitar golpear a este idiota en la cara. La Sra. Crane nunca debe
verse de esta manera. Acobardada, disminuida, cabreada, pero lo suficientemente inteligente
para reaccionar a eso.
—¿Crees que el personal del servicio está por debajo de ti, Lahey? —pregunto
Sus ojos abiertos se mueven alrededor de nosotros —¡Qu…no! No, no está por debajo de
mí.
Tristian estrella una fuerte, y pesada mano en su hombro. —No, no lo está. Y creo que le
debes una disculpa.
Me encojo de hombros. —Y creo que debe ser muy sincera.
Lahey traga, encontrándose finalmente con la mirada de la Sra. Crane. —Lo siento —me
burlo y Killian le da un empujón que termina siendo una sacudida—. Estuve mal. La comida se
ve bien. Dios, incluso, probablemente trabajaste duro en ella, así que, lo siento.
Tristian lo interrumpe. —Lo sientes, ¿Por qué?
Le toma un momento a Lahey tartamudear apresurado. —Señora lo siento, señora —se
tropieza cuando Killian lo deja ir.
—No estas invitado esta noche —dice Killian, lanzándole su bolsa de mensajero. Golpea
fuerte el pecho de Lahey haciéndolo dar un paso atrás—. Puedes sentarte al frente, en un auto,
y ser el maldito conductor designado de la noche. Si incluso pones un pie en esta casa, estás
acabado. Y si quieres ser invitado la próxima vez, espero que regreses con un gesto que le
demuestre a la Sra. Crane lo arrepentido que estás.
Lahey sale de la casa sin mirar atrás.
—Vamos —le digo a la Sra. Crane, colocando de manera suave su mano en el pliegue de
mi brazo—. Voy a encender tu cigarrillo para que tengas algo fresco.
Ella resopla. —No hay nada fresco en ti, Lord jodido.
Toco su mano. —Esa es nuestra vieja perra malhumorada.
—No lo olviden jodidos idiotas.
Capítulo 13
STORY
No respiro con facilidad hasta que estoy encerrada detrás de la puerta de mi dormitorio. No
estoy segura de cómo la Sra. Crane se ganó el lujo de que salten en su defensa de esa manera,
pero no se extiende a mí.
Rath está enojado.
Aun así, casi lo esperaba de él. De los tres parece llevarse mejor con la Sra. Crane. El que
Killian haya dado la cara por alguien es una sorpresa, pero ¿Tristian? Obviamente, no soporta
a la Sra. Crane. Sus palabras me laten como un susurro ácido.
Porque la Sra. Crane nos pertenece. Es familia. ¿Qué eres tú exactamente? Nada.
Ahora que estoy sola, me quito los dolorosos zapatos y me froto el tobillo dolorido.
Después de toda esa tensión, lo último que quiero hacer es ir a esta fiesta esta noche. Solo Dios
sabe lo que se espera que haga. ¿Servir comida? ¿Frotar sus hombros? ¿Arrastrarme a sus pies?
Teniendo en cuenta la inclinación de Tristian por las exhibiciones públicas, tal vez incluso peor.
Un golpe en la puerta llama mi atención, y me preparo para cualquier Lord que está al
otro lado.
—Adelante.
La puerta se abre para revelar a Martin, que entra sin reservas.
—Lady, quería hablar con usted sobre la fiesta. Como le han informado, hay una reunión
esta noche, un ritual previo al juego. Habrá comida y bebida y...
—Sé lo que es una fiesta, Martin. —Froto mis sienes—. ¿Qué se espera que haga
exactamente?
Sonríe.
—Por supuesto. Bueno, tu papel como Lady es estar disponible para los Lords cuando te
necesiten. Por lo general, te querrían a su lado, rellenando sus bebidas y mirando…
—Como caramelos para los brazos. Entendido. —Inclino mi cabeza—. Pero hay un
problema. Me odian. Bueno, al menos dos de ellos lo hacen. Sé que Killian no quiere que lo
adore toda la noche. Rath, tampoco. Entonces, ¿cómo se supone que debo abordar esto?
Sacude la cabeza con desaprobación.
—Independientemente de lo que sientan, te han elegido como su Lady. Debe estar
disponible para todas sus necesidades mientras los invitados están en la casa. Así es como se
hacen estas cosas.
—Bien —rechiné, escuchando lo que no estaba diciendo. Si los Lords quieren rechazarme,
humillarme, entonces estoy destinada a aceptarlo. Aunque estoy bastante segura de que
preferirían que estuviera en la cocina con la Sra. Crane—. ¿Algo más?
—Una cosa —dice, moviéndose sobre sus pies—. Killian tiene algunos rituales previos al
juego muy específicos. Son muy importantes para él ya que, como sabrás, Lord Killian es
bastante supersticioso. Esta temporada es vital para su carrera. La NFL estará observando cada
uno de sus movimientos. Sus rituales no pueden ser interrumpidos de ninguna manera.
—Y necesito ayudarlo con esos rituales —supongo.
Suelta una risa entrecortada.
—Dios no. De hecho, creo que lo mejor para todos es que te mantengas completamente
alejada de él durante la noche.
No puedo controlar la sonrisa que divide mi rostro.
—Eso suena perfecto. —Un peso se quita de mis hombros. Mantenerme alejada de mi
hermanastro es mi prioridad número uno en un día cualquiera. ¿Pero durante una fiesta con
alcohol y drogas? No quiero estar en ningún lugar a su alrededor—. Bueno, ¿tienes sugerencias
sobre qué ponerme?
Sus labios forman una línea apretada.
—Esa no es realmente mi área de especialización. Estoy seguro de que hay algo adecuado
en el armario.
Lancé una mirada escéptica al armario.
—No estoy segura de lo que les gustaría. —Ni siquiera estoy segura de a qué Lord debería
apelar esta noche. ¿Debería ser cachonda? ¿Debería ser linda y tímida? Caminando hacia el
armario, evalúo la ropa. En verdad, disfrazarse nunca ha estado en mi timonera. En la escuela
secundaria, cada vez que necesitaba ayuda, yo...
Bueno, llamaría a una amiga.
Pero no tengo ninguna.
—Martin —empiezo, con voz reticente—. Sé que hay reglas sobre con quién puedo hablar
y…
—Ningún hombre —enfatiza Martin.
Asiento con la cabeza.
—Obviamente. Pero me preguntaba acerca de otras mujeres. ¿Otras estudiantes? ¿Como
la Condesa o la Baronesa?
La cara de Martin se tuerce.
—No si se puede evitar. Las chicas están destinadas a ser leales a sus casas. No se puede
confiar en ellas.
Me desanimo al recordar lo amable que Sutton, la Condesa, había sido conmigo. ¿Leales
a nuestras casas? Sí, claro. Estos tipos están todos engañados.
—Entonces, básicamente, no puedo tener amigos.
Martin frunce el ceño, la frente arrugada por el pensamiento.
—Bueno, supongo… hay otras chicas leales a nuestra casa. Ladies anteriores.
Me animo
—¿Una Lady anterior? —Eso no es solo compañerismo o camaradería. Eso es información
real—. ¿Cómo quién?
Martin saca su teléfono de su bolsillo.
—Llamaré a Charlene. Fue nuestra última Lady. Tal vez pueda ser de más ayuda.
Tan pronto como entra en mi habitación, me doy cuenta de que todas las esperanzas que podría
haber tenido de entablar una amistad con esta mujer estaban fuera de lugar.
Me saluda con una sonrisa que no llega a sus ojos, labios rojo cereza fruncidos en algo
forzado y rígido.
—Tú debes ser la nueva Lady.
Charlene es hermosa en ese tipo de forma totalmente predecible. Cada mechón de cabello
rubio está perfectamente rizado y peinado, cayendo por su espalda en elegantes ondas de
platino. Lleva un pequeño vestido negro, los senos se inclinan desde la parte superior,
acentuando su cintura diminuta y sus caderas llenas en la figura perfecta de reloj de arena.
Apuesto a que su lista de reglas era solo la mitad de larga que la mía. Claramente, a Lady
Charlene nunca se le ha tenido que decir que permanezca depilada y sexy en todo momento.
Instantáneamente, me arrepiento de haber preguntado por ella.
—Charlene, ¿verdad?
Me da una mirada lenta, sus ojos me examinan de arriba a abajo. Es sutil, la forma en que
su labio se curva, pero es obvio que sus expectativas no se han cumplido.
—Veo que tenemos algo de trabajo que hacer. —Deja una bolsa junto a la puerta y camina,
con los tacones altos, hacia el armario—. Desnúdate. No tengo toda la noche.
Miro su espalda, deseando poder despedirla sin alterar el ecosistema idiota que dirige esta
casa. En cambio, hago lo que me pide, tirando de mi camiseta por encima de mi cabeza.
—Hay un par de vestidos negros ahí —empiezo, pero ella levanta una mano.
—¿Negro? Por favor. Eres la Lady de nuestro jugador estrella. —Ella dice esto como si eso
tuviera algún sentido, sacando algunos vestidos diferentes, evaluándolos—. Deberías estar en
nuestros colores espirituales, obviamente. —El desdén en su voz ni siquiera está levemente
disimulado, y saca algo del estante, girándose hacia mí—. ¿Colores como este?
Observo el jersey de gran tamaño, naranja y morado, y cuando le da la vuelta, veo el
número 36 estampado en la espalda. “PAYNE” se extiende sobre los hombros.
—Parece que una de las camisetas de Killian debe haber entrado ahí por error. —Me río
ansiosamente—. Pero creo que si salgo con eso, Killian podría asesinarme.
Ella pone los ojos en blanco, poniéndolo de nuevo.
—No tienes imaginación. ¿Lord Killian, inclinándote sobre cualquier superficie plana, con
nada más que su propio nombre y número mirándolo fijamente? —Ella se burla—.
Probablemente el mejor sexo que jamás haya tenido.
Me tapo la boca con una mano para amortiguar mi sorprendida carcajada. Tal vez esta
chica no es tan mala.
—Sí, está bastante lleno de sí mismo, ¿no?
—Ponte esto —dice, ignorando mi pregunta para arrojarme una percha. El vestido es de un
morado oscuro y profundo. Su falda corta se ensancha en las caderas, pero el corpiño es ajustado
y más revelador de lo que estoy acostumbrada. Sin embargo, hago lo que me dice, arrastrándolo
sobre mi cabeza—. Necesitas un sostén con eso —dice ella.
Pero solo niego con la cabeza.
—No lo tengo permitido.
Ella levanta una ceja.
—¿No tienes permitido usar sostén?
—No en la casa —explico, sintiendo mis mejillas calentarse. Supongo que había tenido
razón antes. Charlene claramente no tenía tantas reglas.
Afortunadamente, no lo cuestiona.
—Lo que sea. Tenemos que hacer algo con tu cabello. —Comienza a sacar varios
instrumentos de su bolso, señalando el tocador.
Tomo asiento e intento:
—Gracias por ayudar.
Ella solo tararea.
—¿Lo quieres arriba o abajo?
—No lo sé, de verdad. —Me miro en el espejo, girando un mechón de cabello alrededor
de mi dedo—. ¿Qué opinas?
Ella hace estallar una cadera, descansando su puño sobre ella.
—A Rath y Killian les gustará abajo, a Tristian le gustará arriba.
Asintiendo a mi reflejo, respondo:
—Está bien. Afeitémoslo.
Ella ni siquiera esboza una sonrisa ante la broma, recogiendo mi cabello para pasar un
cepillo por él.
—No tienes idea de lo bien que lo tienes, ¿verdad?
—¡¿Bien?! —La miro boquiabierta a través del espejo—. Sí, es tan bueno ser forzada a
atenderlos, sabiendo que puedo ser castigada por ejercer incluso el más mínimo bocado de
autonomía. ¡Qué maravilla!
El cepillo alcanza un nudo y ella tira, ignorando mi sonido de protesta.
—Lo que es divertido es poder tener lo que quieras. Solo tienes que preguntar. Todo este
campus estará a tu disposición. Boo hoo, estás teniendo sexo con los tres tipos más calientes y
poderosos aquí. Nadie vendrá a tu fiesta de lástima.
Cuando el cepillo golpea otro obstáculo, me alejo, mirándola con furia mientras le quito
el cepillo.
—Actúas como si no fueran los mayores imbéciles que jamás hayas conocido.
Ella pone los ojos en blanco, mirándome pasar el cepillo con cautela por mi cabello.
—Por supuesto que son idiotas. Son egoístas, codiciosos y mimados. ¿Y qué? También son
buenos en lo que hacen. No actúes como si no te hubieran hecho sentir bien. —Respira
ruidosamente por la nariz, levantando la barbilla—. Si yo fuera Lady otra vez, su Lady, estaría
de rodillas por ellos sin siquiera tener que pedírmelo.
—Lo único que me han hecho sentir es un profundo deseo de hacerles daño.
—Entonces, cariño —dice, inclinándose para encontrarse con mi mirada—, ¿por qué diablos
no lo haces?
Hago una pausa, frunciendo el ceño.
—Porque no puedo.
—¿Quién lo dice?
—Las reglas, por ejemplo —respondo, dejando el cepillo a un lado.
Ella extiende sus brazos.
—¿Muéstrame dónde dice en esas “reglas” tuyas que no puedes devolver el golpe? —Ante
la expresión de mi cara, sonríe—. Tienes mucho que aprender. Hay tiempo para el cumplimiento
y para la sumisión. Pero a los chicos egoístas, codiciosos y mimados les encanta que las chicas
se defiendan. Todo le llega fácil a un Lord. Hace que sea difícil flexionar su poder cuando no
hay nada para probarlo, ¿no crees?
Todavía estoy pensando en esto mientras Charlene me riza el cabello y lo sujeta con
alfileres. Tiene un punto. En ninguna parte del contrato decía que no podía defenderme. Que
no podía hacerles daño. Que no me podía defender. ¿Podía tener razón? ¿Les gustaría que
luchara contra ellos? No desobediencia o desafío, sino una oposición física real. ¿Haría que les
gustara más?
¿Debería importarme?
—¿Te gustó? —Eventualmente encuentro el coraje para preguntar. A pesar de eso, todavía
mantengo mis ojos apartados—. Cuando te lastimaron, ¿lo disfrutaste?
Ella no pierde el ritmo.
—Sí.
Desconcertada, me encuentro con su mirada y pregunto:
—¿Por qué?
Sus ojos se estrechan.
—No es blanco y negro. No sé de dónde vienes, Pollyanna, pero el dolor y el placer pueden
coexistir. —Ella pone sus manos sobre el tocador, nivelándome con una mirada—. Cuanto más
duros son, más les gusta. Si te duele, si realmente te duele, dime quién tiene realmente el poder
allí, cariño. Entonces dime lo bien que se siente saberlo.
Trago nerviosamente, sabiendo que no he tenido ni una pizca de poder desde el día que
Killian y yo nos conocimos. Lo que no puedo admitirle a Charlene es que, de una manera
profunda y oscura, entiendo ese brillo en sus ojos cuando habla de placer y dolor. Sería más
fácil decir “saber” que no me gusta lo que me hacen. Que el dolor es tan grande, que quita la
posibilidad de placer.
Pero es mentira.
Y por la forma en que Charlene me mira, ella lo sabe.
Capítulo 14
STORY
Dos horas después, la fiesta está en pleno apogeo. He tomado una posición cerca de la entrada,
observando el desfile de gente bonita que entraba a la casa. Hombre guapo. Mujer hermosa. El
dinero y los derechos rezuman de todos y cada uno. Las paredes de la casa de piedra rojiza
tiemblan por la música que Rath hace sonar a través de los altavoces. Con la cabeza gacha, los
auriculares pegados a la oreja, está completamente atrincherado en el papel de DJ, pasando
rápidamente de la música clásica torturada al pop enérgico, hip-hop con graves pesados y
electrónica loca.
Tristian se ha estacionado cerca de la puerta, asumiendo el papel de anfitrión.
Aparentemente, esto requiere darle a cada chica atractiva que entra un beso en la boca antes de
hacer algún comentario sobre su cabello, atuendos o tetas. Se ríen y le susurran al oído, con las
manos apoyadas en su bíceps, visiblemente complacidas de que les esté prestando atención.
Killian está sentado en una silla de cuero suave en el estudio, con dos rubias sentadas en
los brazos. Están vestidas de naranja FU y morado, adorándolo como la realeza. Una está
jugando con el cabello en la base de su cuello mientras la otra masajea su muslo.
Me hace preguntarme acerca de mi cláusula en el contrato. La cláusula de fidelidad. Sin
duda, cualquier Lord podría tener su elección de chicas aquí esta noche. Pero no pueden. Por
mí. Brevemente, me pregunto si debería considerar que el coqueteo está cruzando alguna línea.
Es un pensamiento risible, de todos modos. Ninguno de ellos se preocupa por seguir el espíritu
de la cláusula, solo por el tecnicismo. Y el espíritu detrás de esto no es algo que esté dispuesta a
aceptar.
El espíritu es que, en secreto, estúpidamente, la idea de que me poseyeran mientras
follaban con otras chicas me pareció insultante.
Me río amargamente en mi vaso medio vacío. Como si algo en este arreglo no fuera
insultante.
Ahora que estoy viendo a las chicas de la hermandad cubriendo a Killian, mi estómago
se retuerce con ansiedad. ¿Killian queriendo algo que no puede tener? Hay un precio que pagar
por eso, y no estoy tan segura de que al final valga la pena.
Los Lords, mis Lords, están en el peldaño más alto de la escala social. Al igual que en la
escuela secundaria. Se mueven juntos con fluidez, dominando la sala, dictando la música,
repartiendo bebidas y, en última instancia, creando orden social en una sala llena de aspirantes
y perseguidores.
No tengo ni idea de dónde me deja esto. ¿En el fondo con los esclavos y sirvientes?
Charlene y las otras chicas de la entrevista parecen creer lo contrario, pero todavía tengo que
ver todos estos privilegios de los que todas piensan tan bien.
Solo puedo estar segura de una cosa; habrá mucho que pagar si los Lords creen que estoy
eludiendo mis deberes. Me deslizo de regreso a la cocina, zigzagueando entre bulliciosos
bailarines, jugadores de fútbol gritando y sesiones de besos que se están volviendo lo
suficientemente gráficas como para hacer que mis mejillas se llenen de calor.
El alijo personal de cerveza de los Lords está bien abastecido en el refrigerador, así que
agarro una botella para Tristian. Hago una pausa, pensando en Killian con esas rubias, y luego
en Rath, quien probablemente todavía esté enojado conmigo. Con un suspiro de acero, agarro
una para cada uno.
Al entrar en el pasillo, me veo obligada a pasar entre un grupo de chicos.
—Disculpen —digo, sosteniendo las botellas cerca de mi pecho.
—Hey, mira. Esta tiene las cosas buenas —dice un tipo, empujándose de la pared y mirando
las botellas. O mis tetas. Tal vez ambas—. ¿Necesitas ayuda con eso, bebé?
Agacho la cabeza evasivamente.
—Estoy bien. Gracias.
Otra voz surge, esta vez detrás de mí.
—Eso es mucha cerveza para una chica. ¿Seguro que no quieres compartir? —Sus pesadas
manos aterrizan en mis caderas, seguidas por el olor agrio de su cálido aliento teñido de cerveza
en mi sien—. ¿Qué tal si los tres vamos a un lugar privado y nos conocemos mejor?
Es fácil lanzar un clip:
—¿Qué tal si te vas a la mierda y me dejas seguir mi camino?
Los chicos se miran entre sí, sus expresiones primero atónitas, luego divertidas. Se ríen,
sus voces rebotan en las estrechas paredes del pasillo.
—Eres una pequeña cascarrabias, ¿eh? ¿No sabes quiénes somos? —Inclina su cabeza y
toca mi mandíbula, sus ojos siguen la yema de su dedo mientras asciende a mi labio inferior. La
bilis sube a mi garganta. He visto la mirada en sus ojos oscuros antes. Sé lo que quiere. Me
tienen enjaulada, elevándose sobre mí de una manera que me hace temblar con el recuerdo de
Tristian y Rath obligándome a arrodillarme. Él toca mi labio, tratando de forzar la punta hacia
adentro—. Somos la realeza por aquí. Estoy pensando que tenemos que llevarte a la parte de
atrás y enseñarte modales, darle un buen uso a esta boquita inteligente. ¿Qué opinas, Beck?
—¡Tucker! ¡Beckwith! —Una voz atraviesa mi pánico. El chico que toca mi boca mira hacia
el pasillo hacia donde está de pie Tristian—. ¿Puedes decirme por qué tus manos están en mi
propiedad?
Me tomó algún tiempo aprender a leer a Tristian. Solo ahora me doy cuenta de cuánto
mejoro, porque su voz es perfectamente uniforme. Su expresión es serena, casi educada. Pero
hay algo en esos ojos, la forma en que son capaces de congelarte de adentro hacia afuera con
una sola mirada, que me dice lo enojado que está.
Tucker y Beckwith deben sentir eso.
El que está detrás de mí retrocede, mientras que el que está frente a mí salta hacia atrás,
dejando caer su mano como si mis labios estuvieran en llamas.
Sigue la mirada de Tristian hasta el brazalete de cuero en mi muñeca y tartamudea
apresuradamente:
—Hey, hombre, no la reconocí con el cabello y el maquillaje y...
El otro tipo se desplaza más lejos.
—Espera, ¿ella es...?
—Mía —dice Tristian, abriéndose paso entre la multitud. Sus ojos me recorren como si
estuviera buscando heridas o defectos. En un movimiento rápido su brazo está sobre mi hombro
y una cerveza está en su mano. Se la lleva a la boca y traga—. Parece que estabas tratando de
retrasar a mi Lady para que no me trajera mi bebida.
—Yo… no sabía.
—Estoy seguro de que no, Beckwith —dice, y luego dirige la mirada hacia el otro tipo, que
asumo es Tucker—, porque si estuvieras tocando a mi chica, mi bebida o cualquier otra parte de
mi propiedad, tendría que hacer algo al respecto. No sería bonito.
—Eso fue un malentendido. Solo nos ofrecimos a ayudarla a llevar esas bebidas. —Él me
da una mirada suplicante y tonta—. ¿Correcto?
Tristian cambia su mirada hacia la mía, esperando una respuesta. Una parte de mí solo
quiere mentir y hacer que todo desaparezca. Otra parte de mí, mucho más enfadada, recuerda
la mirada en los ojos de Tucker cuando trató de pasar su pulgar por mis labios.
Tomo aire y me encuentro con la mirada de Tristian.
—Dijeron que me iban a llevar a la parte de atrás y hacer que se la chupara porque tengo
una boca inteligente. Querían enseñarme modales.
La mandíbula de Tristian hace tic.
—Interesante.
—Ese de allí —señalo a Tucker—, trató de meterme los dedos en la boca. No me dejaban
pasar. —A pesar de que me está palmeando el hombro con dulzura, esos ojos helados suyos fijan
a Tucker con un destello maligno.
Tucker suelta una risa tensa.
—Hermano, Tristian, eso es una completa mentira. Vamos, me conoces. Yo no... quiero
decir, no aquí. Debe haberlo entendido mal o tal vez ha estado bebiendo, yo no…
—Mi lápiz labial está en su pulgar.
Tristian agarra rápidamente su mano, lo que lo confirma fácilmente. Una vez lo hace, todo
parece suceder en un abrir y cerrar de ojos. Tiene a Tucker inmovilizado contra la pared, la
gran mano de Tristian se clava en su pecho.
—Así que no solo tocaste mi propiedad y molestaste a nuestra Lady, sino que también me
mentiste.
Tucker tartamudea:
—Y… Yo solo estaba…
—Acumulando deudas —finaliza Tristian—. Lo justo sería llevarlos a los dos a la parte de
atrás y enseñarles algunos modales. —Por ahora, la confrontación está atrayendo miradas y
susurros. A Tristian no parece importarle. En todo caso, solo lo hace presionar más fuerte—.
Estoy tratando de pensar cómo haríamos eso. ¿Alguna idea, Lady?
Lo miro con los ojos muy abiertos, los latidos de mi corazón se aceleran.
—Eh...
Pero Tristian simplemente niega con la cabeza.
—Por suerte para ustedes dos, todos estamos tratando de pasar un buen rato esta noche.
No puedo molestar a los demás con esto, así que tendrá que esperar. —Libera a Tucker con un
último empujón contra la pared—. Le dará tiempo a nuestra chica para pensar en algo creativo.
Mientras tanto, creo que van a dar por terminada la noche y dejar la fiesta.
Tucker y Beckwith asienten con la cabeza, aun viéndose como si fueran a orinarse en los
pantalones cuando se escabullen.
Cuando Tristian se vuelve hacia mí, veo que todavía hay una mirada dura en sus ojos.
—Una vez que hayas terminado de entregarlas, ven a buscarme.
Se aleja y una ráfaga de nervios se eleva en mi estómago cuando me doy cuenta de que
yo también la cagué. Estaba hablando con otros chicos. Había roto una regla. Mierda. Mierda.
Mierda. Estoy completamente jodida. La sangre se precipita a mis oídos mientras busco a Rath
y Killian. Lo mejor que puedo hacer es tratar de compensar mi error.
Rath todavía está junto al estéreo, hablando con un grupo de personas sobre música. Me
detengo detrás de él y trato de cambiar discretamente su botella de cerveza vacía por una nueva.
Él me mira con la misma dureza en su expresión que esta tarde. Supongo que todavía se aferra
a esa.
—¿Necesitas algo? —pregunto lo más dulcemente posible—. ¿Algo para comer?
—Estoy bien —dice, tomando un trago de cerveza antes de volverse hacia sus amigos.
Exhalo y miro hacia la habitación. Killian ya no está en su trono, pero lo veo subiendo las
escaleras con las dos chicas de antes. Martin me dijo específicamente que no interfiriera con su
‘ritual’ previo al juego. Pero no puedo pensar en ningún ritual que incluya subir las escaleras
con dos rubias sexys que no implique tener sexo con ellas. No es que importe. ¿Qué voy a
hacer? ¿Seguirlo hasta allí y decirle que no?
El solo pensamiento me hace estremecer.
Todavía con la cerveza extra, regreso con Tristian, quién finalmente descubro que está en
la cubierta trasera. Está de pie solo, apoyado contra la barandilla. Me ve y una pequeña sonrisa
se curva en sus labios. Sé que lo mejor que puedo hacer es admitir lo que hice por adelantado.
Tal vez si lo hago aquí, no me avergonzará frente toda la fiesta.
—Ahí estás —dice, mirando la botella en mis manos—. ¿Eso es para mí?
—Era para Killian, pero... él acaba de subir.
—Ah, el ritual previo al juego. —Tristian se ríe, usando la barandilla de la cubierta y un
fuerte puño para desalojar la tapa de la cerveza—. Nunca he conocido a alguien tan supersticioso
en mi vida. Una vez que hace algo que considera afortunado, lo agrega. En noveno grado, usó
dos pares de calcetines y ganó un partido. Ahora lo hace en todos los partidos. —Toma un largo
trago de cerveza—. En el tercer año de la escuela secundaria, se enrolló con dos chicas, rubias,
antes del partido de bienvenida. Anotó tres touchdowns. Ha insistido en hacer eso desde
entonces. —Tristian confirma casualmente lo que ya sospechaba.
—Así que está ahí arriba en este momento, violando el contrato.
Tristian levanta la vista, ya sea por mis palabras o por la monotonía de mi voz.
—¿Estás celosa?
Hago una mueca.
—¿De qué? No quiero tener sexo con él más de lo que él quiere tener sexo conmigo. Solo
creo que, si él no va a respetar el contrato, ¿por qué debería hacerlo cualquiera de nosotros?
¿Por qué debería?
Levanta una ceja, dejando su cerveza en la mesa.
—En primer lugar, si quisieras follarte a Killer tanto como él quisiera follarte a ti, estarías
allí ahora mismo montándolo como si tu vida dependiera de ello. En segundo lugar, empiezo a
pensar que ni siquiera has leído el contrato.
Me erizan por igual ambas afirmaciones.
—¡He leído el contrato cien veces!
—Entonces sabes que los rituales previos al partido de Killer reemplazan cualquier otra
cláusula.
Me congelo, recordando esa sección del contrato.
—Pero… —¿Cómo se suponía que iba a saber que su ritual previo al partido involucraba
follar con otras chicas? Estúpido. Desanimada, me doy cuenta de que me han superado.
Pregunto hoscamente—: ¿Crees que funciona?
—¿El ritual? —pregunta Tristian, el humor bailando en sus ojos azules—. Creo que Killer
quiere follar con dos chicas a la vez, y hay muchas rubias dispuestas a ayudar a Forsyth a tener
una temporada ganadora.
Asintiendo, tomo una respiración profunda y digo:
—Sobre lo de antes. No estaba hablando con esos tipos a propósito. Me acorralaron y yo
solo estaba tratando de escapar. Te prometo que no estaba desobedeciendo las reglas.
Extiende la mano, deteniéndose ante mi estremecimiento, para colocar un rizo rebelde
detrás de mi oreja.
—Oh, Dulce Cereza, no te estoy culpando por eso. Esos dos son idiotas absolutos. Nuevas
promesas. Siempre hay algunos que no entienden las reglas. Y siempre hay algunos que las
tuercen intencionadamente.
La sensación de la cálida yema de su dedo contra la concha de mi oído me hace temblar.
—¿De verdad?
—Bueno, seguro que nosotros jodidamente lo hicimos. —Toma un sorbo de su bebida y
apoya los codos en la barandilla—. Primer año, los tres corrimos hacia la Lady que estaba
sirviendo aquí en ese momento.
Ni siquiera había pensado en eso. Pensé que estar aquí mantendría a una chica a salvo de
cosas como esa.
—¿Funcionó?
Se ríe, y así, en la oscuridad sin todos los artificios y posturas, se ve devastadoramente
guapo.
—Diablos no. Nos dieron una paliza. Como, literalmente arrojados a través del guantelete
por los estudiantes de clase alta. —Señala su trasero—. Todavía tengo una cicatriz del remo.
Respiro un suspiro de alivio.
—Así que las Ladys realmente están fuera del alcance de cualquiera excepto de los Lords.
—Técnicamente, sí. —Me da una mirada de evaluación, luego pregunta—: ¿Puedes guardar
un secreto? —Antes de que pueda responder, se ríe—. Por supuesto que puedes. Firmaste un
contrato. Bueno, no logramos conseguir a la Lady el primer año, pero lo hicimos en el segundo.
Fue un desafío y ella dio pelea, pero al final demostramos quién merecía vivir en la casa.
Se me ocurre que está hablando de Charlene.
Tengo entendido que el privilegio de vivir en la casa es solo para personas mayores. No
estaba segura de cómo los muchachos lograron entrar a la casa en su tercer año, pero supongo
que no estoy sorprendida. Siempre han sido increíblemente competitivos y despiadados. La
historia que acaba de contar lo confirma. Toman lo que quieren. Reciben más de lo que se
merecen. El resto de nosotros somos solo peones en sus vidas.
Apoya su botella en la barandilla y se mueve para que su mano esté en mi cadera y
estemos uno frente al otro.
—Si alguien alguna vez trata de molestarte, ven a buscarnos a uno de nosotros. Hombre o
mujer, no nos importa. Nos perteneces, Story. Nadie debería ponerte una mano encima, ¿lo
entiendes?
Me estremezco tanto por el aire fresco como por la sinceridad detrás de esa amenaza.
—Sí.
Presiona el dorso de su cálida mano contra mi mejilla.
—¿Tienes frío? —Es sorprendente, la forma en que me mira como...
¿Como si le importara?
Más sorprendente que eso es cómo, por un largo momento, todo lo que puedo pensar es
en él inclinándose para besarme.
Todo lo que puedo pensar es en lo mucho que quiero que lo haga.
Tragando, admito en voz baja:
—Un poco.
Aunque no me besa.
—Tienes mi permiso para ir a buscar un suéter a tu habitación, si quieres.
—Oh. —Incluso con el recordatorio no tan sutil de que no tengo control aquí, es
posiblemente el gesto más dulce que ha hecho desde que me mudé—. Um. Gracias. ¿Necesitas
algo? ¿De arriba?
—No, ahora no —dice, guiñando un ojo—, pero date prisa, puedo pensar en algo más tarde.
A pesar de que probablemente estemos teniendo algo en esta casa que constituya un
momento placentero, estoy aliviada de volver adentro.
Me abro paso entre la multitud y subo las escaleras hasta el segundo piso. Las puertas de
ambos dormitorios están cerradas, pero cuando me acerco al mío, puedo escuchar voces en el
de Killian. Hago una pausa, demasiado curiosa para mi propio bien. Efectivamente, es obvio
que está allí con al menos dos chicas. Puedo escuchar a una de ellas jadeando con gemidos
entrecortados. Son casi tan fuertes como el bang, bang, bang de su cabecera y el sonido
inconfundible de los gruñidos guturales y enojados de Killian. Cierro los ojos y pienso en Killian
teniendo sexo con alguien. Esos ojos ardientes mirándola mientras sus poderosas caderas
golpean las de ella. Un hormigueo corre por mi cuerpo y no puedo evitar preguntarme... ¿él las
trata como me trata a mí? ¿Las odia? ¿Quiere hacerles daño? Tal vez es diferente con otras
chicas. Tal vez le gustan. Tal vez las toque de la forma en que Tristian acababa de tocarme a
mí. Tal vez las retenga después.
Sí, claro.
Mi pregunta se responde un momento después cuando lo escucho rugir:
—Jesucristo. ¿Siempre estás así de seca? Es como clavar mi pene en papel de lija.
—Aquí —responde una chica, su voz ansiosa—. Métemelo en el culo. Debería ser bueno y
ajustado.
—No, déjame chuparte primero —dice la otra chica—. Te prepararé. Folla mi boca, cariño,
sabes que te gusta eso. —Un momento después—: Oh dios, eres tan grande. Apenas puedo
soportarlo. Mmmmmmm…
El pasillo se llena de sonidos de sexo. Fuertes y falsos, gemidos y chirridos de calidad de
estrella porno. No puedo culpar a las chicas por intentarlo. Killian parece el tipo de persona que
lo querría de esa manera. Pero lo conozco mejor. Es una tontería pensar que me había
preguntado cómo sería Killian con otras chicas. Lo conozco. Esto es demasiado fácil. Les gusta
demasiado.
Ese pensamiento se confirma cuando grita:
—¡A la mierda esto! He terminado. Jodidamente fuera de aquí.
—¿Qué? —chilla una de las chicas—. ¿Por qué? Vamos, nene, danos otra oportunidad.
Puedes mirar mientras Sadie me come.
—¡Si no sales de mi maldita habitación ahora mismo, te juro por Dios, que te mostraré lo
que realmente quiero hacerte!
Incluso cuando los escucho gatear detrás de la puerta cerrada, todavía estoy congelada en
mi lugar por el sonido de su voz, baja y furiosa. Finalmente me sobresalto cuando la puerta se
abre y salen corriendo como si el diablo las estuviera siguiendo. Salto, alcanzando mi puerta,
pero él está allí en un abrir y cerrar de ojos, todo grande y enojado.
También completamente desnudo.
—¡Qué demonios estás mirando! —ruge él.
—N… nada —digo—. Lo juro, nada. —Aun así, mis ojos descienden por su cuerpo. Sus
ondulantes brazos tatuados. Su pecho musculoso y palpitante. Sus duros abdominales de tabla
de lavar. Es como una estatua cincelada en mármol por uno de los maestros antiguos. Y debajo
de todo está su gruesa polla, colgando pesadamente entre sus piernas. Incluso flácido, es enorme
e intimidante, difícil de apartar la mirada—. Yo… solo estaba…
—¿Solo qué? —dice, de repente frente a mí. Él lanza una mano, sujetándola alrededor de
mi brazo, ignorando mi estremecimiento—. ¿Husmeando? ¿Espiando? ¿Excavando suciedad
sobre mí?
—¿Qué? ¡No! Solo iba a mi habitación por un suéter. Tenía frío y Tristian... é… él dijo que
podía. —Sus ojos se lanzan sobre mi cabeza hacia la puerta de mi habitación como si estuviera
recordando que está ahí—. No escuché nada —agrego apresuradamente.
Instantáneamente me arrepiento.
—Lo que significa que escuchaste todo —gruñe, lastimándome el brazo con su agarre—. No
es mi maldita culpa. Esas zorras con sus tetas falsas y gemidos falsos. Es como un maldito
programa porno de bajo presupuesto allí. ¿Sabes lo molesto que es nunca tener una sola follada
honesta?
No estoy segura de si está siendo retórico, pero todavía se aferra a mí, y la ira sale de él
como una advertencia. Niego con la cabeza, ofreciéndome mansa:
—No.
—Es patético —dice con los dientes apretados—. Han sido folladas y maltratadas por la
mitad de los chicos de esta escuela. Todo lo que quiero es un buen descanso antes del partido.
Para calmar algo de esta energía acumulada para que pueda concentrarme en el campo en lugar
de mi polla durante noventa jodidos minutos. —Sus ojos se estrechan y se clavan en los míos—.
Dime, ¿por qué no puedo hacer eso?
—No lo sé —susurro, conteniendo una mueca de dolor cuando él agarra mi brazo con más
fuerza.
—¡Sí, jodidamente lo haces! —grita él—. De lo contrario, no habrías tratado de cortarme
con esa estúpida cláusula tuya. Así que dime. Quiero oírte decirlo.
Lo miro a los ojos, siempre tan llenos de odio hacia mí, y sé lo que quiere que le diga.
Quiere que yo cargue con la culpa. Quiere que me dé la vuelta. Quiere hacerme daño porque
sabe que no puedo devolverle el daño.
Las palabras de Charlene vuelven a mí, y de repente es como si se hubiera levantado una
niebla tóxica.
Contraataco.
—Dije que no lo sé, Killian. No sé por qué es tan difícil para ti encontrar una vagina para
follar que satisfaga tus necesidades muy especiales. Pero puedo adivinar, si eso es lo que quieres.
—Todo el disgusto y la ira que he estado cargando durante los últimos tres años se precipita—.
Tal vez estás tan jodido de la cabeza, tan malvado y rencoroso, que follar a alguien que está
dispuesta no es lo suficientemente bueno para ti. Tal vez tu pene esté tan roto como tu cabeza.
Tal vez, en el fondo, sabes que no hay nada atractivo en ti. Nada especial. Nada que valga la
pena querer. Así que sí, cada vez que gimen, cada vez que suplican, sabes que es falso. Nunca
puede ser otra cosa. —Su expresión se afloja momentáneamente, sus ojos se inundan con una
oscuridad que sé que voy a pagar. Por una fracción de segundo, no me importa. Creo que valdrá
la pena—. Tal vez solo quieras follar con personas que actúan tan disgustadas contigo como se
sienten. Porque al menos eso es genuino, maldito enfermo.
Mi espalda choca con la pared más rápido de lo que puedo procesar la colisión.
—Oh, Story —dice, curvando la boca en una sonrisa aguda y maliciosa. Su mirada se lanza
hacia abajo, y no sé por qué, pero yo también miro. Su pene ya no está caído y sin vida. Ha
cobrado vida, ha crecido dos tamaños en el tiempo que me tomó hablar con él—. Pienso que
podrías estar bien sobre algo. Dime más.
Mierda.
—Y… yo…
—¿No? ¿El gato de repente te comió la lengua? —Sé que es mejor responder, pero no ha
terminado. Casualmente dice—: Tírate al suelo.
Mis ojos se abren.
—¿Qué?
—Tírate al suelo —dice, soltándome y empujándome hacia la alfombra del pasillo. Me
pongo de rodillas, cara a cara con su polla oscilante. Trato de abrirme paso a través del creciente
pánico para encontrar aceptación en esto. Sabía que esto vendría eventualmente. Me obligo a
contener las náuseas que me revuelven el estómago, pero antes de que pueda calmarlas, él se
mueve de nuevo, dejándose caer frente a mí—. Túmbate.
Me cierro, mirándolo boquiabierta.
—Killian… por favor…
Su mano se lanza hacia adelante para tomar un puñado de mi cabello.
—Sabes que la mendicidad lo hace más caliente, Dulce Cereza. Así que suplica todo lo
que quieras. ¿Ves lo que le pasa a mi polla cada vez que abres la boca? Se hace más grande.
Más dura. La sangre está bombeando directamente a través de mí. —La agarra y pasa su mano
arriba y abajo del eje—. Estoy más duro en este momento de lo que he estado en años. Debe ser
el maldito sonido de tu voz. Es como un maldito gatillo.
Me muerdo el interior de la boca, obligándome a estar en silencio mientras lo miro, su
mano recorre arriba y abajo la piel rosada y tensa de su erección. Está hinchado y muy grande.
Terriblemente. Pienso en la chica diciéndole que se la meta en el culo. Dios.
—Acuéstate —dice de nuevo, la voz engañosamente uniforme.
—No. —Una mamada es una cosa. He sobrevivido a eso antes, y aunque sé que en algún
momento uno de los chicos me quitará la virginidad, no puede ser así. No lo dejaré—. Esto no
está pasando.
Su risa es una cosa frágil y áspera.
—¿Quieres apostar?
Él no espera mi obediencia, usando la mano en mi cabello para empujarme hacia atrás.
Agarro su muñeca, pateando con mi pierna, pero él usa cada parte de su cuerpo para forzarme
a someterme. Es como si fuera la pelota que se tambalea por el campo de fútbol y él está
decidido a atraparme.
No es una lucha.
Me pone en el suelo en poco tiempo, una mano plantada en mi hombro mientras la otra
aparta la mía. Los músculos de su pecho apenas se mueven cuando se sube encima de mí,
usando sus antebrazos, sus rodillas, sus piernas para inmovilizarme allí como un insecto,
completamente despreocupado por mis extremidades agitadas.
Sus ojos están encendidos así, y aunque todavía están llenos de ira, también están llenos
de algo más. ¿Impaciencia? ¿Emoción? Arranca los tirantes de mi vestido como si no fueran
nada, toma mis dos muñecas con una gran mano mientras lo baja por mi cuerpo, exponiéndome
rápidamente. Su pene se desliza contra mi estómago, accidental o intencionadamente, no lo sé.
Es suave y caliente y la punta deja un residuo pegajoso en mi vientre.
Respirando con dificultad, mira hacia mi pecho, mirando con avidez mis tetas.
—Perfecto —murmura, frotando sus pulgares sobre mis pezones puntiagudos—.
Jodidamente perfecto.
Intentando evitar que mi propio pecho se agite, dejo escapar una serie de apelaciones de
pánico.
—Killian, no puedes hacer esto. No puedes follarme, no puedes, no puedes, eres mi
hermanastro, no... no me quieres. Me odias.
La mirada en sus ojos detiene mi voz fríamente. Se mueve para inmovilizar mis piernas
con sus pies, mientras sus rodillas presionan mis brazos.
—No voy a follarte, Dulce Cereza —dice, su tono implica que se ha abstenido de agregar
un “todavía no” a su declaración—. Al menos, no tu coño.
Se inclina y por un segundo creo que me va a besar, mis labios tiemblan ante la idea, pero
agacha la cabeza y lame el valle entre mis pechos en su lugar. Se vuelve a sentar, su gruesa polla
se balancea sobre mi pecho húmedo. Sus manos amasan mis pechos, apretándolos y
empujándolos antes de separarlos. Cierro la boca con fuerza, temerosa de que vaya a forzarla
entre mis labios, pero la alinea con mis tetas y la empuja entre ellas.
—Sí, esto es jodidamente bueno —gime, entrando y saliendo lentamente. Las puntas de sus
rodillas, el peso de su cuerpo sosteniéndome, duele. No hay nada que pueda hacer. No puedo
ir a ningún lado. Estoy atrapada, mirando a Killian mientras su mandíbula se aprieta y sus ojos
se cierran, cayendo en un ritmo. Sus pulgares siguen presionando mis pezones, mis pezones muy
sensibles. Me despierta, enviando sacudidas graduales de placer no deseado a través de mi
cuerpo. Cada vez que empuja, su trasero roza de un lado a otro mi bajo vientre, juguetonamente
justo por encima de mi pelvis. Un calor cálido y traicionero se acumula entre mis piernas
mientras observo, impotente. No tiene ni puta idea de lo que me está haciendo.
O al menos eso es lo que pienso, hasta que reduce la velocidad, empujando la punta de
su polla más y más cerca de mi cara. Abre los ojos y gruñe:
—Bésalo.
Aparto la cabeza.
—No. —El calor en mi vientre aumenta con cada embestida, cada tirón y juego en mis
pezones.
—Lo harás, Dulce Cereza —dice, la respiración y los movimientos se vuelven más lentos.
Él tiene el control aquí. Siempre en control—. Bésalo.
Escupo:
—Vete a la mierda. —Pero decir cosas así ahora es confuso. ¿Lo digo para que se detenga?
¿O lo digo para animarlo más? Una niebla ha descendido sobre mi cerebro, una que se combina
con el rítmico tira y afloja de la polla de Killian mientras se mueve lentamente más y más cerca
de mi boca. Empujar, retirar, empujar, retirar. Lo más confuso de esto es que, a pesar de la
forma en que me está inmovilizando aquí, a pesar del dolor, ni siquiera se siente agresivo. Se
siente como si mi cuerpo de repente estuviera en llamas, como si tuviera que poner toda mi
fuerza de voluntad en no levantar mis caderas a la par que las suyas.
Tanta fuerza de voluntad que es imposible luchar contra el impulso de saborearlo.
Empuja hacia adelante de nuevo, juntando las cejas. Cuando está lo suficientemente cerca,
saco mi lengua y lamo la punta salada.
—Jooooder, Cristo. —Se estremece, un temblor recorre su cuerpo. Lo vuelve a hacer y esta
vez abro la boca, llevándolo dentro. Es resbaladizo y salado, abrasador. Su respiración se vuelve
irregular junto con la mía. Aprieto mis piernas juntas, buscando fricción entre mis muslos, pero
la oscura verdad es que ni siquiera la necesito. Siento que la bola sinuosa de tensión que se
acumula en mi vientre está a punto de explotar solo por la forma en que está jugando con mis
tetas, por saborearlo en mi boca, por sentir el peso de su cuerpo presionando sobre mí—. Dime
cuánto me odias —dice, con la nariz ensanchada mientras empuja sus caderas—. Dime cuánto
me odias, puta sucia de basura blanca.
—Te odio —grito, sintiendo la espiral que se me aprieta en mi vientre—. Eres malvado y
mezquino, y dejas que tus amigos me lastimen. Tú eres la razón por la que me escapé. Arruinaste
mi puta vida. ¡Te odio tanto, Killian Payne!
Abre los ojos y sostienen los míos durante un largo tiempo antes de empujar hacia adelante
por última vez, agarrando su polla con la mano. Su cuerpo se tensa, audaz y hermoso, y el cálido
semen brota de la punta, cubriendo mi pecho y cuello.
Cae hacia adelante, sus manos aterrizan junto a mi cabeza, su cara a centímetros de la mía.
Todavía estoy atrapada bajo su peso, el semen se acumula en mi pecho. Él me mira, la frente
sudorosa, las mejillas rojas. Está inquietantemente tranquilo ahora, todo ese odio oscuro y odio
brillante aparentemente borrado de sus facciones pétreas.
Mi propia respiración es irregular, todavía tensa por haberme negado un orgasmo que ni
siquiera quería, atrapada en un torbellino de emociones. Lo que había experimentado no era
exactamente placer, pero tampoco era del todo dolor. Era ese lugar atrapado en el medio, del
que Charlene debe haber estado hablando. Es peligroso. Siniestro.
Killian parpadea, como si estuviera volviendo lentamente a la realidad. Se sienta, lo que
obliga a su cuerpo a presionar el mío. Grito de dolor. Sin siquiera mirar, sé que voy a tener
moretones por la forma en que me inmovilizó. A él no parece importarle un carajo.
Exhala, liberando mis brazos y piernas, y luego vuelve a ponerse de pie. Totalmente
consciente de que puedo moverme ahora, no lo hago. Me quedo exactamente donde me ha
dejado, tirada, sin aliento, dolorida, usada.
—Eso —dice en voz baja—, fue culpa tuya. Me obligaste a hacerte eso. Al igual que siempre
obligas a los chicos a lastimarte. Viniste aquí y te metiste en mi negocio, y luego a sabiendas me
provocaste a esto. Eso es lo que haces, Story. Eso es lo que siempre haces. —Sus ojos viajan sobre
mí, sus labios se curvan con disgusto—. ¿Crees que soy yo el que está roto? Mírate. Puedes
escapar, pero no lo harás. Cada vez que lo intentas, simplemente regresas. Entonces, ¿en qué
diablos te convierte eso? —Sacude la cabeza como si yo fuera patética. Como si él no fuera el
que acaba de profanarme. Se inclina y agarra un puñado del vestido que había puesto alrededor
de mi cintura, tirando de él sobre su semen en mi pecho—. Límpiate y vete a la cama. Eres una
puta vergüenza.
Me pasa por encima y camina de regreso a su habitación, cerrando la puerta detrás de él.
Me quedo en el suelo, medio desnuda, cubierta de semen, mientras los sonidos de la fiesta suben
por las escaleras. Un sollozo se eleva en mi garganta cuando finalmente me siento. Ni siquiera
trato de ponerme de pie, mis brazos y piernas están débiles y tambaleantes por haber estado
inmovilizados durante tanto tiempo. Me arrastro fuera del pasillo y entro en mi habitación,
cerrando y dejando fuera a todos y a todo.
Capítulo 15
TRISTIAN
Después de que Story entra a buscar su suéter, vuelvo al estudio y estoy atento a las promesas,
Tucker y Beckwith. Fue difícil ser amable con ellos frente a Story, pero lo hice. Porque sé que
está nerviosa como la mierda. Pero tienen una seria venganza por poner las manos sobre nuestra
Lady, y una vez que Killer y Rath se enteren, será aún peor para ellos.
—Jesús —escucho decir a una chica. Está al otro lado de una planta decorativa, sentada al
borde de la chimenea—. ¿Cuál diablos crees que es su problema?
—No lo sé —responde la otra—, pero mi vagina no está seca como papel de lija, eso es una
mierda.
—Lo es. Él es el que no puede levantarlo. Tiene que dejar de echarnos la culpa de esa
mierda e ir a ver a un maldito médico.
La curiosidad se apodera de mí y miro alrededor de la planta. Son las dos chicas que
subieron antes con Killian.
—Supe que algo anda mal cuando él no me lo metió por el culo. Todos los chicos quieren
eso. Cada. Uno. De. Ellos.
Ella tiene razón en eso, pero este no es el tipo de chisme que debe circular sobre cualquiera
de los Lords. Una vez que un rumor se pone en marcha, no se detiene, y tenemos algo más que
el asunto habitual del Lado Sur para mantener en secreto. Los parámetros de nuestro contrato
son privados. Que Killian tenga algún tipo de problema es una señal segura de que algo está
pasando, lo que solo hará que la gente husmee más. Si cualquiera de las otras fraternidades
descubre que la virginidad de Story es parte de nuestro juego, harán todo lo posible para joderlo.
Lo último que necesitamos es que alguien sospeche. Me acerco y trato de entender lo que está
pasando.
De cerca, puedo decir que estas chicas no son exactamente del tipo de Killian. Están
perfectamente empaquetadas, con cabello rubio botella y grandes, probablemente, tetas falsas.
Sus cinturas son anormalmente estrechas, piernas delgadas con un espacio entre muslos de una
pulgada de ancho. El único defecto es el rojo alrededor de sus narices, el pequeño indicio de
un hábito de coca que es obligatorio si eres un Kappa.
—Señoritas —digo, dándoles mi mejor sonrisa para dejar caer las bragas.
Beverly levanta la mirada, y cuando me reconoce, se endereza, echando los hombros hacia
atrás.
—Oh, Tristian. ¡Hola!
—Hola monada. —Miro a Cami, quien me devuelve la sonrisa, pero no llega a sus ojos.
Están tan rojos como su nariz—. ¿Qué las tiene a ustedes dos tan molestas en una noche como
esta?
—No es nada —dice Beverly, ajustando su parte superior y haciendo que sus tetas reboten
en el proceso.
Me pongo en cuclillas frente a ellas, haciendo contacto visual.
—Creo que las vi a ustedes dos subir las escaleras con Killian antes.
—Lo hicimos —dice Cami, olfateando—. Él solo…
—Actuó como un imbécil —espeta Beverly, luego parece arrepentida. Nadie quiere enojar
a los Lords—. Eso es culpa mía. Yo solo... no era lo que él quería.
Extiendo la mano y froto mi pulgar contra la comisura de sus labios hinchados.
—Killian ha estado estresado últimamente. La NFL lo ha estado observando. Nos hemos
estado instalando en la casa. Esta rivalidad entre nosotros y los Condes se está calentando, y
hemos estado incorporando a nuestra nueva Lady. Hay mucho en juego con el juego. Ya sabes
cómo se pone.
Cómo se “pone” es un eufemismo. La mala racha de Killian es legendaria. Todos lo saben.
—No quisimos molestarlo. Tratábamos de hacerlo feliz. —Beverly se seca una lágrima de
la cara—. Incluso le ofrecí sexo anal.
—Lo sé, cariño, y eso es solo un testimonio de la cantidad de presión bajo la que está. No
conozco a nadie aquí que no aprovecharía la oportunidad de follar ese buen trasero.
—¿Cierto? —dice ella apreciativamente.
Eso parece calmarla, porque en última instancia, no está molesta porque él fue un idiota
con ella. Está molesta porque él la rechazó. Acaricio su cabello.
—¿Qué tal esto? Ustedes dos olvidan que algo de esto sucedió y el jacuzzi de atrás está
abierto para ustedes, en cualquier momento.
Comparten una mirada, las sonrisas se extienden por los rostros de ambas. Cami dice:
—Sí, eso suena genial.
Cuando se marchan, estoy seguro de que no compartirán en las redes sociales que Killian
tiene la polla flácida. Jesús. Jodidamente vergonzoso. Sugiero que busquen una margarita flaca
en el bar y luego busco en la habitación a cualquiera de mis hermanos. Rath sigue revolcándose
en su malhumorado y mierda emo al apoderarse de la música, pero veo que Killian ha emergido,
con los hombros relajados y una gran sonrisa de comemierda en su rostro.
Esa no es la mirada de un tipo que acaba de tener un gatillazo con dos de las piezas más
dulces en su propia maldita fiesta.
De hecho, parece completamente satisfecho.
Un pensamiento, no, una preocupación, molesta en el fondo de mi mente. Furtivamente,
examino la habitación en busca de Story. No ha escapado a mi atención que ella nunca volvió
a bajar con su suéter. Vuelvo a mirar a Killian, entrecerrando los ojos cuando nuestras miradas
se encuentran.
Él guiña un ojo, sacudiendo su hombro en un encogimiento de hombros triste.
Maldito infierno.
Nadie ve mi tensión cuando cruzo la habitación y subo las escaleras hasta el segundo piso.
Mi cara de póquer es mi mejor atributo. Es lo que hace que los profesores y los padres me amen.
Es lo que hace que las chicas se desnuden para mí, y es lo que me permite moverme con
facilidad, fingiendo que todo está bien, aunque sé que no es así.
Espero que eso sea lo que me ayude a limpiar cualquier desastre que Killian haya dejado
ahí arriba.
Lo llamamos Killer por una razón. Es una mierda mala y vengativa. También es mezquino
y casi tan vanidoso como yo. Si realmente no pudo hacerlo con esas chicas, si algo hubiera roto
su ritual, habría tenido mucho que pagar. Y si Story se cruzó en su camino en ese mismo
momento, es posible que nos quedáramos sin Lady.
El segundo piso parece intacto, tanto las puertas del dormitorio de Story como las de
Killian están cerradas. Voy a la de ella primero, comprobando el pomo. Está cerrada.
—¿Story? —llamo, golpeando mis nudillos contra la madera—. Dulce Cereza, ¿estás ahí? —
Escucho un pequeño golpe contra la base de la puerta y pruebo el pomo de nuevo—. Voy a
necesitar que abras la puerta.
—Vete —escucho. No hay gruñidos.
—Story —digo, levantando la voz—. Abre la puerta. Es una puta orden.
Mi corazón late con fuerza mientras espero el sonido del movimiento, que sus manos
alcancen el pomo del otro lado de la puerta. Cuando finalmente la abre y la veo, con la cara
llena de manchas y roja, exhalo. No sé qué pensé que Killian le había hecho, pero al menos está
de una pieza. Cuando mis ojos bajan, veo que su vestido cuelga de sus hombros, la parte superior
estirada y rasgada. Algo brillante y resbaladizo está pegado a su cuello. Miro detrás de mí y
entro en la habitación, llevándola conmigo.
—¿Qué pasó?
Ella ríe.
—Como si te importara. —Las palabras son duras y amargas, merecidas. De alguna manera.
—Oye —digo, ahuecando su codo mientras la conduzco a la habitación—. ¿No te quité a
Tucker y Beckwith de encima esta noche? Me importa.
Ella tira de su brazo.
—Porque soy de tu propiedad.
Parpadeo.
—Dices eso como si fuera algo malo. —No veo por qué debería serlo. Es lo que es. Story
nos pertenece. Todos lo firmamos. Claro, podríamos ponernos duros con ella, podríamos
corregirla, pero asumí el papel de asegurarme de que se satisfagan sus necesidades. No me tomo
mi trabajo más que en serio. La estudio más de cerca ahora, notando que sus ojos están rojos
por el llanto. La parte superior de sus brazos tiene marcas oscuras y rojizas en forma redonda.
Suavemente, las toco.
—¿Quien hizo esto? —Pregunta estúpida, por supuesto. Sé la respuesta. Y ella sabe que lo
sé, porque ni siquiera se molesta en responder. Entra en el baño, abre el agua caliente hasta el
tope y lánguidamente agarra una toallita del gancho.
Observo, más paralizado de lo que me gustaría admitir al verla así, toda libertina y
vulnerable. Su cabello ha escapado por completo de sus horquillas, cayendo sobre sus hombros
en rizos sueltos. Me gustaba arriba, la forma en que acentúa la columna de su garganta, la
pendiente femenina de su cuello. Siempre me han gustado los cuellos de las chicas. La forma
en que se sienten bajo mi control. Por un momento allí en la cubierta trasera, me pregunté si
ella lo había usado así por mí.
Tomo una respiración profunda y empiezo:
—¿Él...?
—¿Me violó? —pregunta sin rodeos, con voz apagada—. A veces desearía que lo hiciera.
Entonces perdería interés, ¿verdad?
Aprieto los labios, mirándola. Definitivamente tiene una gran erección por su virginidad.
Joder, todos lo hacemos. Pero es más que eso, para Killer. La forma en que trata a Story es algo
único. Obsesivo.
—Si no te folló, ¿por qué estás tan molesta?
Sumerge la tela en el agua humeante y luego la levanta para que gotee por sus brazos. Sus
ojos se encuentran con los míos en el espejo, y no estoy tan seguro de que me guste lo que veo.
Están sin vida, oscuros, completamente desprovistos de ese parpadeo que había visto antes. Una
vez más, no se molesta en responder, no estoy seguro de que eso tampoco me guste, eligiendo
frotarse el cuello y el pecho un poco más.
No necesito preguntar qué se está lavando.
—Simplemente está bajo mucha presión —empiezo, repitiendo las líneas que les dije a las
chicas de abajo—. Cuando las cosas no van como él quiere, él… bueno, ya sabes cómo se pone.
¿No viviste con él durante un año? Estoy seguro de que te acuerdas.
Finalmente, un parpadeo. Lo que sea que le contorsione la cara con ira también hace que
me arroje el trapo mojado a la cabeza.
—¡Lo recuerdo! ¿Sabes lo que más recuerdo? ¡A ti violándome! —Ella hace un sonido
profundo de disgusto por mi expresión desconcertada—. ¿Qué, crees que no me violaste solo
porque tu pene no entró en mi vagina?
Levanto un dedo.
—Es interesante en realidad, la definición legal de violación varía en… —Hago una pausa.
Posiblemente, no sea el mejor momento para recitar mi vasto conocimiento de la ley de agresión
sexual. En cambio, opto por—: Vamos, Story. No seamos obtusos aquí. Tuviste elección esa
noche.
Sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas nuevamente, oh dios, oh mierda, justo antes de
que gruesas lágrimas comiencen a rodar por sus mejillas.
—¿Por qué? —llora, sollozando—. ¡¿Por qué me hiciste eso?! —Cristo, odio cuando las chicas
lloran así. Hay mocos y lloriqueos, todo tipo de fluidos, y ninguno del tipo sexy. Ella salta hacia
adelante, embistiendo un puño en mi pecho—. ¡Respóndeme!
Es fácil apartar su mano, tomando su muñeca en mi palma.
—Estás histérica. —Bruscamente, agarro sus brazos y le doy la vuelta—. Quédate quieta —le
digo, hundiendo la toallita bajo el agua de nuevo. Le echo un poco de jabón y lo froto con el
pulgar. Ella me mira con ojos llorosos, siguiendo cada uno de mis movimientos. La ignoro,
levantando su barbilla hasta donde veo una brillante mancha de semen medio seco justo debajo
de su mandíbula. Suavemente, lo lavo y le explico—: El agua caliente y el semen son una mala
combinación. El jabón y el agua fría son la clave. Ahí, ¿ves? Todo se ha ido.
Le entrego una toalla y observo cómo se seca mecánicamente el pecho enrojecido con
ella. Afortunadamente, las lágrimas se han detenido. Deslizando el vestido por su pecho, se
cubre rápidamente, pero no lo suficientemente rápido como para que pase por alto los
moretones que se forman en los lados pálidos de sus senos. Esos, junto con los de sus brazos,
son inquietantes.
Muevo mi barbilla.
—Quítate el vestido.
—¿Qué? —susurra, con la voz áspera por el llanto—. ¿Por qué?
—Quiero ver si hay otros moretones. —Se desnuda forzadamente, con las manos
temblorosas, los ojos desviados en una muestra de timidez tan intensa que casi me río—. Ya lo
he visto todo —le recuerdo, levantando una ceja. Aun así, le toma varios momentos finalmente
quitarse el vestido y dejar caer la toalla, con la cabeza agachada mientras miro hasta llenarme.
La parte superior de sus muslos tiene marcas más grandes y moradas. Lo mismo en sus
espinillas. Una imagen comienza a formarse en mi mente. Killian, posiblemente cien libras más
pesado que la diminuta voluta frente a mí, la inmovilizó contra el suelo usando sus codos, rodillas
y pies. Sus manos apretaron sus tetas con tanta fuerza que casi puedo ver las magulladuras de
las puntas de sus dedos en su carne.
Cabrón.
Hijo de puta.
Una cosa es usar a nuestra Lady. Otra es marcarla así. Esta mierda no es legítima. Podría
meternos a todos en problemas, y tal vez Story aún no se haya dado cuenta, pero también es
una violación del contrato.
Hace que mi puño se cierre ante la vista de esto, de él presionado contra su piel. ¿Qué le
da derecho? Ella nos pertenece a todos. Y ahora está aquí de pie, tatuada por todas partes por
una de sus estúpidas rabietas.
Amo a Killian como a un hermano. Confío en él con mi vida. Mi carrera. Mi familia.
Pero no confío en él con nuestra Lady.
Ni un maldito trozo.
Cuando me doy cuenta de que no ha hecho ningún esfuerzo por moverse, desvío la
mirada. —Puedes vestirte. —Como un zombi, se acerca a la cómoda y encuentra una camiseta y
unos pantalones cortos. Se esfuerza por meterse la camiseta por la cabeza, así que me acerco y
la ayudo a ponérsela, cediendo al impulso de rozar los lados magullados de sus pechos mientras
lo hago.
—Métete en la cama —le digo, bajando las sábanas. Sin decir ni una palabra, gatea sobre
el colchón y se apoya en la almohada—. ¿Hiciste algo para hacerlo estallar?
Ella se burla, moviendo sus ojos hacia los míos.
—¿Tienes el hábito de culpar a todas tus víctimas, o simplemente soy especial?
—Solo quiero saber la verdad.
—No, no quieres. —Alcanza el edredón y tira de él hacia su cintura—. Eso es exactamente
lo que causó esto. Yo, diciendo la verdad. —Ella gira la cabeza hacia otro lado, mirando por la
ventana—. Le dije exactamente lo que sentía. Que era repulsivo y estaba roto. Que su pene no
funcionaba porque era un cabrón enfermo. —Sus párpados se ven pesados e hinchados por las
lágrimas. No es atractivo.
Creo.
No debería ser.
Suavemente, le explico:
—Si quieres sobrevivir a este trabajo, tendrás que mantener la boca cerrada. ¿Lo sabes
bien?
—¿Cómo te la voy a chupar con la boca cerrada?
A pesar de que lo dice con amargura, afilada como un cuchillo, todavía hace temblar mi
polla. Me río por la forma en que me mira, como si lo supiera.
—Me gusta esa boca sexy, pero Killian no siempre puede manejarla. Tampoco estoy seguro
de que Rath pueda hacerlo. Cada vez que te defiendes, te lo pones más difícil a ti misma.
—No está en mi naturaleza ser sumisa —admite.
—Entonces, ¿por qué diablos tomaste este trabajo?
Una extraña expresión cruza su rostro y se encoge de hombros.
—Necesitaba un lugar donde quedarme. No quería volver a depender de Daniel.
Es una mierda y ambos lo sabemos. Hay muchas situaciones de vida posibles que no son
esta. Story Austin esconde algo, y un día voy a averiguar qué es.
—¿Conoces ese dicho, “se cazan más moscas con miel que con vinagre”? Es posible que
desees probar eso. Mírame, Story. Soy bueno. Pero los otros dos son malos como serpientes. A
menos que realmente quieras que te hagan la vida imposible o que te echen, vas a tener que
jugar un poco.
Ella niega con la cabeza, mirando hacia otro lado.
—No hay forma de ganar con ustedes tres. Si miento, si actúo como una marioneta perfecta
y tonta, entonces seré aburrida, como esas dos chicas rubias. Si me defiendo como lo hice antes
con Killian, entonces sucederá esto. Todos ustedes me lastiman porque quieren lastimarme. No
hay nada que pueda hacer para detenerlo.
Esa es una evasiva del más alto nivel. En lugar de decir eso, suspiro, sentándome a su
lado.
—¿Quieres saber qué pasó esa noche? ¿Por qué lo hice? —Me encojo de hombros, sin
haber pensado mucho en ello, si soy honesto—. Tú me empujaste. —Su mirada se balancea hacia
la mía, llena de furia ardiente. Antes de que pueda discutir, le explico—: Genevieve no me dejó.
Ella me jodió. Obtuvo lo mejor de mí. Me hizo… sentir algo por ella, y luego… —Bueno, me
rompió el jodido corazón. Pero Story no puede saber nada de eso. Nadie puede. El amor es
debilidad. Podría haberlo olvidado, en aquel entonces. Pero no lo volveré a hacer—. Y ahí
estabas, echando sal en la herida. Rath también. Él piensa que no sabemos acerca de su pequeño
problema, pero lo sabemos. Tú también lo haces. Y lo pusiste en su contra.
Su frente se arruga cuando estiro la mano para empujar su cabello detrás de la oreja, pero
no retrocede.
—Defiéndete, Cherry. Se interesante. Pero si quieres sobrevivir a este trabajo, debes darte
cuenta de que cada vez que señalas una debilidad, nos hace sentir que tenemos algo que
demostrar. —Riendo, pienso en la mirada en el rostro de Killian antes—. Quiero decir, maldita
sea, nena. Una polla flácida es como la pesadilla número uno para el ego de un hombre. Ni
siquiera necesitabas echarle gasolina a ese fuego.
—¿Tú qué tal? —pregunta, mirándome dudosa—. Te conozco, Tristian. Sé que no vienes
aquí solo porque eres un buen tipo.
Bufo.
—No. Nunca pretenderé ser eso. Pero no me gusta que nadie, ni siquiera Killian, dañe a
nuestra chica. Mientras estés en esta casa, quiero que estés a salvo. ¿Comprendes?
—¿Quieres decir eso? —pregunta, algo asustada, pero esperanza brillando en sus ojos—.
¿Realmente no dejarías que algo me lastimara?
La miro pensativamente, considerando.
—Te castigaremos, si es necesario. Usaremos tu cuerpo, disfrutaremos de ti. Pero no, no
dejaría que nadie te hiciera daño. No si puedo evitarlo. Tal vez incluso a veces si no puedo.
Ella asiente, y siento que un poco de tensión se desvanece.
—Bien.
Le hago un gesto para que se acueste y ella vacilante me sigue, con los ojos siguiéndome
mientras me inclino para presionar un beso en su frente. Entonces me alejo de una chica
vulnerable y a medio vestir por primera vez en mi vida.
Casi, al menos.
—Espera —susurra, deteniéndome. Cuando me doy la vuelta, se está moviendo debajo de
las mantas, retorciéndose. Ella no encuentra mi mirada—. No puedo… uh, ya sabes. Debido al
contrato, así que…
—¿No puedes qué?
Ella hace una mueca, fijando sus ojos en el techo.
—No puedo... ya sabes...
Perdiendo la paciencia, exijo:
—Escúpelo, Cereza. —Abajo hay una fiesta. No puedo pasarme toda la noche mimándola.
Con un resoplido apretado, ella da un escueto:
—Masturbarme.
Mi rostro se relaja por un momento antes de que lo controle. Jódeme. ¿Podría Dulce
Cereza estar cachonda? Lucho contra mi sonrisa.
—Tienes mi permiso —ofrezco, continuando hacia la puerta.
Pero entonces hace ese ruidito de protesta.
—No soy muy... eh, buena en eso.
Hago una pausa, observándola.
—¿Me estás pidiendo que te haga correrte? —Joder, por favor pregúntame. Eso podría valer
más puntos de los que ya tengo—. Tienes que decir las palabras, Story. No puedo hacerlo si no
lo pides. —Ella me da una mirada caliente y beligerante que hace que mi polla salte. Obviamente,
tiene un punto. Ya la saqué sin que me lo pidiera. Pero para los puntos de bonificación de
solicitud consensuada, debe ser explícito.
—Bien —gruñe—. ¿Podrías por favor hacer que me corra?
Solo así, estoy duro como una roca.
Quiero reírme, pero no lo hago. Debe haber hecho un número en ella para llevar a nuestra
Lady a esto, considerando lo cansada, dolorida y enojada que debe estar.
Intuitivamente, sé exactamente cómo abordar esto.
—Quítate los pantalones cortos. —Observo mientras ella lanza un suspiro quebradizo, la
manta se mueve mientras obedece. Regreso a la cama y me apoyo en el borde, con los ojos fijos
en la forma en que le tiembla la barbilla. Oh, sí, está sacrificando algo por pedir esto. Realmente
debe haberla acercado. Clásico de Killer, llevar a una chica hasta el límite antes de dejarla en la
estacada. En voz baja, digo—: Mírame —y le toma un momento, pero finalmente lo hace, esos
ojos húmedos clavados con resentimiento en los míos.
Sé lo que necesita. Tomo su mejilla en mi palma antes de tomar sus labios con los míos.
Mantengo el beso suave, lento, casto. Dejo que se relaje un poco al sentirlo. Esto es fácil,
persuadirla para que lo haga, dejar que sea ella quien abra esos labios carnosos suyos. Killian
era malo y rudo. Un poco de ternura ayudará mucho aquí, pero nunca hago nada a medias.
Para cuando lamo su boca, ella ya está suspirando, moviéndose hacia mí como si fuera un
maldito puerto. La forma en que besa es completamente ingenua, sin práctica. Tal vez a algunos
chicos no les gustaría eso, pero ¿a nosotros tres? Mierda. Cada vez que imita mis movimientos,
lamiendo contra mi lengua, es como si la estuviera moldeando, amoldándola a todo lo que me
gusta.
No pasa mucho tiempo antes de que sumerja una mano debajo de las sábanas, arrastrando
mis dedos por su cálido brazo. Cuando alcanzo su mano, enrosco mis dedos en su palma, ella
se enrosca de vuelta, agarrándome.
Lo llevo a su coño desnudo.
Su boca se queda quieta, pero no protesta, dejándome colocar sus dedos sobre su clítoris.
Los presiono allí, convenciéndola de nuevo en el beso, guiando su mano. Ella es un estudio
rápido, haciendo un sonido suave en mi boca cuando hago que presione en la protuberancia.
Incapaz de evitarlo, dejo sus dedos allí para explorar un poco por mi cuenta, sumergiéndome
más.
No puedo contener mi gemido cuando siento lo mojada que está. Mierda, esta chica está
jodidamente empapada. ¿Qué diablos hizo Killian? Aparta la boca para jadear, pero me quedo
cerca, observando la forma en que sus ojos se cierran, presionando suaves besos en su
mandíbula.
Le susurro:
—¿Te excitó, cariño? —Ella gime, sus dientes se clavan en su labio mientras sus caderas
persiguen mi mano. Ya puedo decir por la forma en que sus piernas tiemblan que no va a tomar
mucho—. ¿Esto se siente bien?
Puedo sentirla asentir debajo de mis labios mientras baño la columna de su cuello con
suaves besos. Se está volviendo más ruidosa ahora, sin sentido de esa manera al estar al borde
que alguien siempre siente. La cama cruje con cada movimiento de sus caderas, la diseñamos
de esa manera, solo para Killian, y deja escapar un gemido forzado.
Incapaz de contenerme, finalmente dejo que mi lengua saboree su cuello, pegándose a la
piel justo encima de un tendón tenso.
Doy una fuerte y poderosa succión, hundiendo mis dientes.
Ella se pone rígida, gritando: —Tristian —y Dios, puedo sentirlo. Ella se aprieta,
estremeciéndose debajo de mí con tanta delicadeza. Es incluso mejor que ese momento en la
biblioteca, sintiendo su espasmo, las piernas apretando con fuerza alrededor de mi muñeca
mientras la atravesaba.
Me alejo de su garganta, gimiendo al ver allí mi marca en ella, todo púrpura contra su
carne pálida. Se siente mejor así, sabiendo que Killian no es el único en ella. Se ve feliz, con los
ojos vidriosos, el pecho agitado. Antes de que pueda comenzar a preocuparse por el hecho de
que mi pene podría perforar un agujero a través del acero sólido en este momento, tiro las
mantas hasta su barbilla.
No le digo que me debe esto, lo suficientemente grande como para que planee cobrarlo
en su totalidad cuando se sienta mejor. Pero no esta noche, pienso, tomando un último y
prolongado beso de sus labios jadeantes.
Después de un momento, ella me mira, esos ojos aturdidos se aclaran lo suficiente como
para aterrizar en los míos. Cuando lo hace, su expresión se cierra y se queda en blanco. No la
detengo de rodar y acurrucarse sobre sí misma, excluyéndome. Se ve pequeña así. Indefensa.
Triste.
—Si estoy rota —susurra, con una voz oxidada cortando el silencio—, entonces son quienes
me rompieron.
Parpadeo hacia ella, confundido.
—Tus piezas se ven bien juntas para mí.
Silencio.
Bien.
Supongo que era demasiado esperar un “gracias”.
Completamente erecto y medio molesto, tomo el trapo usado de la mesita de noche y
salgo al pasillo. Cerrando la puerta detrás de mí, instantáneamente me doy cuenta de la presencia
de Killian en el pasillo.
—¿Qué estabas haciendo allí? —pregunta, entrecerrando los ojos.
Ah, sí, todos los chirridos.
—Limpiando tu desorden —digo, limpiándome las manos en el trapo—. Literal y
figurativamente. ¿Era realmente necesario rociarla como una manguera contra incendios?
Él ríe.
—Diablos, sí, lo fue. Tiene suerte de que no lo haya usado para pegarle la maldita boca.
—¿Tuviste que marcarla así en el proceso? —siseo, lanzando una mano a la puerta—. ¡Está
jodidamente cubierta de moretones!
Cruza sus grandes brazos sobre su pecho.
—¿Y qué? ¿La perra fue a llorar contigo por eso? ¿Desde cuándo te importa ponerte rudo?
Sé que no puedo mover a Killian, así que cuando empujo su hombro y se sacude hacia
atrás, sé que me está dejando.
—Eso fue demasiado jodidamente lejos, Killer. Es visible. Sé que no jugamos de la misma
manera. Lo tuyo es ser físico, y yo...
—Eres todo sobre el daño psicológico. —Me da una mirada que me dice exactamente lo
que piensa de eso—. Quiero decir, si eso funciona para ti, está bien. Pero ese es el juego largo,
Tristian, y necesitaba correrme esta noche.
—Y ahora ella te odia aún más, lo cual ni siquiera me di cuenta de que era posible.
—Y. —Él pasa junto a mí para detenerse frente a su puerta—. Yo también la odio. Siempre
tan malditamente entrometida, siempre en mi jodido espacio, agitando esa jodida boca suya,
empujándome. No actúes como si no supieras lo que quiero decir. Verla cubierta con mi
esperma fue lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Pongo los ojos en blanco.
—Eres un idiota, y ese temperamento lo va a joder todo.
Me pincha en el pecho con el dedo.
—Y tú eres un marica. Voy a conseguir la mayor cantidad de puntos. ¿Una paja con las
tetas? ¿Correrme sobre ella? Eso es diez puntos más.
Miro detrás de mí hacia su puerta.
—Cállate, o ella te escuchará.
—¿Qué? ¿Sobre sus lágrimas? No me importa.
Decido comunicarme con él de la única manera que sé.
—Bueno, acabo de ganar treinta y cinco.
Se congela, con la boca abierta.
—Mierda.
Me encojo de hombros, sabiendo que me cree. No se vería tan furioso si no lo hiciera.
—La dejaste herida, enojada y cachonda como la mierda. La cuidé. Ella lo pidió. Eso es lo
que está haciendo tu juego: darnos una entrada al resto de nosotros. También es imprudente y
estúpido. Que los Condes la vean andar toda magullada, o peor aún, los Príncipes. Conoces su
juego.
Con la mandíbula apretada, me empuja, abriendo su puerta. Antes de que pueda entrar,
hace una pausa para decir:
—Sé una cosa. Si tengo un buen juego este fin de semana, la agregaré a mi ritual previo al
partido.
Él acentúa su reclamo cerrando la puerta en mi cara.
Mis ojos recorren las dos habitaciones, en conflicto por la brutalidad de Killian y la
incapacidad de Story para someterse. Killian tiene razón en una cosa. Jugamos este juego de
manera diferente. Su poder está en su cuerpo, y el mío está en mi mente. Pero lo que todos
hacemos por igual es jugar para ganar. Y tendré que controlar a Killian si quiero que eso suceda.
De lo contrario, no habrá un juego en absoluto.
Capítulo 16
STORY
No quiero despertar.
La alarma de mi teléfono suena, pero la ignoro todo el tiempo que puedo. Sé que en el
momento en que mueva un músculo, descubriré lo mucho que duele. Probablemente pasan tres
minutos completos de alarma antes de que me rinda, haciendo una mueca cuando alcanzo el
teléfono.
Si alguna vez quise saber cómo se siente ser embestida por un jugador de fútbol
universitario de doscientas veinte libras, entonces mi curiosidad ahora está satisfecha. Mi cuerpo
arde, desde mis brazos hasta mis pantorrillas. No son solo los moretones que me hizo mi
hermanastro los que duelen, sino también los músculos por la tensión durante su ataque.
Quizás Tristian podría andarse con rodeos, pero eso es exactamente lo que era.
Un ataque.
Cuando me veo en el espejo, se ve aún peor. Marcas moradas moteadas ensucian mis
brazos y torso. Siempre he sido rápida para conseguir moretones. Cuando éramos más cercanas,
cuando yo era joven, mi mamá solía llamarme su pequeño pétalo de flor. Decía que necesitaría
que me trataran con cuidado, o me marchitaría. Solía pensar que era dulce en ese momento,
como un cariño. Pero ahora, mirando hacia atrás, puedo escuchar claramente la decepción con
la que estaban teñidas sus palabras. Tal vez, de alguna manera, sabía que estaría liberando algo
frágil en un mundo duro lleno de hombres crueles. Tal vez esperaba que fuera más fuerte.
A pesar de lo mal que me veo, una pequeña y enferma parte de mí tiene que darle crédito
a Killian. Todas mis partes expuestas, mi cuello, cara y manos, están perfectamente intactas.
El pensamiento no vuelve a inundarme hasta que estoy en la ducha, de pie mecánicamente
debajo del chorro caliente de agua. Presiono las yemas de mis dedos en un parche de piel azul
oscuro debajo de mi cadera y recuerdo el sonido de su respiración, rápida y ansiosa. Cierro los
ojos con fuerza contra el recuerdo, pero no sirve de nada. La vista de su polla empujando entre
mis pechos. La forma en que se veían sus manos, apretándolos, los pulgares moviéndose sobre
mis pezones en gestos duros y agresivos. La vista de sus nudillos flexionados, las letras en sus
dedos marcadas contra mi carne, “KILL”. La forma en que me miraba, ojos tan embelesados
como enojados. La forma en que sabía, salado, caliente y resbaladizo.
Más vívidamente, recuerdo que nunca en mi vida estuve tan excitada.
Vergonzosamente, me encuentro reorganizándolo todo en mi cabeza. Quitando el odio.
La agresión, la ira y el dolor. Me imagino cómo podría haber sido, sin toda la maldad que parece
haberlo contaminado. ¿Me hubiera gustado más? ¿Me habría agachado voluntariamente, lo
habría tomado en mi boca y gemido alrededor de su duro eje? ¿Le habría pedido, como le pedí
a Tristian, que me tocara, que me hiciera sentir bien?
Sé la respuesta.
Aunque no estoy segura de que me guste.
No importa, de todos modos. Como le había dicho a él, no podría ser de otra manera.
Herir es lo que Killian sabe hacer, y lo hace sin remordimientos. Me culpó por sus deficiencias
con las otras chicas, como si yo fuera de alguna manera culpable de que no pudiera ponerse
duro. Como si fuera culpa mía, obviamente necesita infligir dolor para llegar al placer. Supongo
que ambos aprendimos una cosa anoche. Esas Barbies no logran encenderlo. Yo sí.
Y sé que odia eso más que nada.
Cierro el grifo y me seco, obteniendo otra vista de mi cuerpo maltratado en el espejo del
baño. El consejo de Charlene era claramente una mierda. Ociosamente, me pregunto si
pretendía que esto sucediera, si me dio malos consejos con la esperanza de que me hicieran
daño. Entonces no está de mi lado, todavía es leal a ellos. No debería sorprenderme. Charlene
ha jugado este juego más tiempo que yo. Conoce los movimientos, la estrategia. Yo solo estoy
dando vueltas, reaccionando a sus acciones.
Pero lo que dijo Tristian anoche podrían ser más que solo palabras.
Obtienes más moscas con miel que con vinagre.
Si voy a quedarme aquí, y necesito quedarme, entonces tendré que enfocar mi mente en
el juego. Voy a tener que averiguar qué retener y qué dar libremente. Necesito ser útil, no,
irremplazable, y no va a ser suficiente simplemente llegar a tiempo y repartir algunas cervezas.
Necesito fingir, actuar un papel, aunque solo sea por un tiempo. Necesito averiguar cómo ser
una buena Lady para todos ellos.
Incluso para Killian, me doy cuenta, ya temiéndolo.
Con eso en mente, me visto para el día, asegurándome de cubrir los moretones sin dejar
de lucir sexy. Elijo un suéter suave de color rosa pálido, jeans ajustados oscuros y botas hasta la
rodilla con tacón. Recojo mi cabello en una elegante cola de caballo y aplico una ligera capa de
maquillaje. Lo suficiente como para verme bien para ellos, pero no demasiado como para atraer
la atención de otros hombres en el campus. Estoy caminando en más de una cuerda floja, y
después de lo de anoche, necesito aprender a equilibrarme mejor.
Martin me sonríe mientras bajo los escalones, asintiendo con aprobación. Miro a mi
alrededor y me doy cuenta de que la casa es un desastre. Es obvio que la pobre Sra. Crane
tendrá mucho trabajo hoy, y decido ofrecer mi ayuda, no porque sea mi trabajo, sino
simplemente porque es lo correcto.
Con un suspiro, decido pasar por el comedor de camino a la cocina. —Buenos días —
saludo a los chicos—. Veo que todos sobrevivieron a la fiesta.
Incluso mirarlo hace que mi corazón lata violentamente contra mi pecho, pero me obligo
a hacerlo, a enfrentarlo. Killian se ve igual que siempre, con el rostro en blanco e impasible. Está
mirando su teléfono, tenedor en mano, y ni siquiera se molesta en saludarme. Una parte de mí
desea que lo haga, que mire y vea cuánto me lastimó, y que se sorprenda. Que se arrepienta.
Una gran parte de mí sabe que nunca lo haría. En todo caso, ver mis moretones probablemente
lo haría feliz. Esta indiferencia, fingiendo que lo de anoche nunca sucedió, es probablemente lo
mejor que podría haber esperado.
Lo de siempre.
Me doy cuenta de que no parece tan tenso y hostil. Mastica despacio y el nudo constante
que tenía en la parte posterior de la mandíbula se ha aliviado como por arte de magia.
Cambio mi atención a Rath. Quien a diferencia de Killian, al menos me da un pequeño
asentimiento, incluso si es cortante y con una mirada fulminante. Obviamente todavía guarda
rencor. No puedo permitir que ambos me odien así. Voy a necesitar reparar nuestra grieta
pronto. Sólo necesito averiguar cómo hacerlo.
Tristian, por otro lado, me saluda como una reina, sonriendo cálidamente. —Buenos días,
Dulce Cereza. Te ves bien hoy.
—Gracias. —Aunque me duele todo el cuerpo, fuerzo una sonrisa a cambio—. Quería ver
si necesitabas algo antes de que tome mi desayuno.
Tristian hace un sonido pensativo, empujando su silla un poco. —Solo una cosa —responde,
palmeando su rodilla.
Se necesita toda mi fuerza de voluntad para no poner los ojos en blanco mientras me
coloco entre él y la mesa, sentada en su regazo. Lo que se vuelve difícil con Tristian es que sus
toques no son duros como los de Killian, y no son codiciosos, como los de Rath.
Tristian mueve suavemente el cabello de mi cuello, echándolo hacia atrás. Sé en el instante
en que sus labios tocan mi cuello exactamente lo que está besando: el chupetón que dejó allí
anoche. Mi cara se calienta ante el recuerdo de preguntarle, de tomar placer de él, de la forma
en que me besó tan dulcemente, mientras sus dedos hacían su magia en mí.
Él tararea en la marca que dejó. —Hueles bien. Lástima que estos dos cabrones sean
demasiado tercos para disfrutarlo. Oh, bien. —Con el brazo alrededor de mi cintura, me susurra
al oído—: Más para mí.
Veo la forma en que Rath lo mira por encima del hombro, con los ojos destellando
intensamente. Sería tonto llamarlo celos. Pero es... algo.
Algo que quiere.
Juega el rol, me recuerdo, girando mi cabeza para atrapar su boca en un beso. Tristian
hace un sonido de sorpresa, estupefacto, pero complacido, y acuna mi mandíbula mientras me
lame la boca. Su otro brazo me acerca más, sus dedos se sumergen debajo de la parte inferior
de mi suéter para jugar con la piel magullada allí. El sonido que hago, un gemido suave y
silencioso, es solo medio falso. La otra mitad está bastante segura de que siento a Tristian
engrosándose contra mi trasero.
Bang.
Me sobresalto ante el sonido, girando mi cabeza para encontrar a Killian mirándonos.
Su mano todavía está en puño sobre la mesa, donde debe de haber aterrizado. —Estamos
tratando de comer —se burla, y ese nudo en la parte posterior de su mandíbula hace otra
aparición.
Tragando, agarro el vaso de Tristian. —¿Por qué no te consigo un poco más de jugo?
Cuando me pongo de pie, su mano recorre posesivamente mi trasero. No hay ninguna
razón por la que no pueda servirse la bebida él mismo, pero cada interacción es para demostrar
un punto. Ahora lo entiendo.
—¿Algo más? —Pregunto. Tristian me mira de cerca, como si estuviera considerando pedir
un baile erótico, pero niega con la cabeza. Espero un segundo para ver si los otros dos me dan
algo que hacer por ellos, cualquier cosa, pero no lo hacen. Tristian me da una pequeña sonrisa
alentadora y me dirijo a la cocina para buscar mi propio plato.
El viaje a la escuela no es más agradable. Están entre una conversación sobre el juego del
día siguiente, excluyéndome de la discusión. Una vez más, soy abordada por sus fuertes olores,
particularmente el de Killian. Todas las mañanas me despierto con ese aroma abrumador de
jabón y gel de baño. Está en todas partes. Él está en todas partes. Cierro los ojos y lo veo desnudo
encima de mí. Lo pruebo en mi boca, siento sus codos y rodillas inmovilizándome. De alguna
manera, me las arreglo para no tener un ataque de pánico. Solo respiro profundamente y me
concentro en la ventana, recordándome que sabía lo que estaba haciendo cuando acepté este
trabajo.
—No me desocuparé hasta tarde. El entrenador está enfocado en el juego y no quiere que
salgamos de fiesta, así que nos obliga a ver videos —dice Killian. Le arroja las llaves a Tristian,
quien las atrapa en el aire—. Ustedes pueden conducir a casa.
Gira y se aleja. Rath lo ve irse y luego cambia su mirada hacia mí, luego hacia Tristian. —
¿Me he perdido de algo? Nunca te deja conducir su camioneta.
—Supongo que está teniendo un buen día —dice Tristian, encogiéndose de hombros.
—O tuvo una buena noche. —Rath empuja su cabello detrás de su oreja—. ¿Convirtió ese
trío en un cuarteto o algo así? —Sus ojos se vuelven hacia mí, evaluando, sospechosos.
—Sí, tal vez sí. —Tristian dice, perfectamente distante.
Me concentro en la espalda de Killian mientras camina por el campus. Uno de sus
compañeros se pone al paso junto a él y chocan los puños. Es extraño pensar en este hombre,
esta indescriptiblemente enorme y malvada presencia en mi vida, haciendo cosas cotidianas
como tener amigos, ir a clase y recibir órdenes de un entrenador, como si fuera un humano
normal en lugar de...
Bueno…
Killian.
Rath se burla. —No me importa. Tengo la agenda apretada. Reservé el estudio para
practicar esta tarde, pero tengo que reunirme con un profesor justo antes. —Su expresión se
oscurece—. Los veré en casa.
Se aleja y una vez que está fuera del alcance del oído, me dirijo a Tristian. —¿No le dijiste
lo que pasó conmigo y Killian anoche?
Me mira de esa manera innatamente condescendiente suya. —Somos cercanos, Story, pero
no somos un grupo de niñas de doce años. No les cuento todo.
Arrugo la nariz. —Bueno, está enojado conmigo de todos modos. Ayer tuvimos una tonta
discusión. Necesito encontrar una manera de compensarlo.
—Rath es un artista. Es todo sobre el ego. Todo lo que tienes que hacer es acariciarlo —
sonríe, lanzándome un guiño—, agradable y lento.
Hago una mueca. —Estoy empezando a pensar que tu respuesta para todo es sexo.
—¿Crees que no lo es? —pregunta incrédulo.
—Tal vez Rath solo necesita algo más —digo vagamente, plenamente consciente de que se
supone que no debo revelar que tiene dificultades con la lectura—. Algo personal.
—Cree lo que quieras, Dulce Cereza, pero yo apoyo la idea del sexo. Mira a Killian —dice,
señalando hacia dónde ha desaparecido—. Ciertamente parece mucho mejor después de ese
asunto nocturno, ¿no crees?
Le doy una mirada dura. —Me alegro de que uno de nosotros lo esté, porque hoy me veo
y me siento como un maldito saco de boxeo.
Tristian frunce el ceño. —Deberíamos conseguirte un analgésico. Tal vez algo de tiempo
en el jacuzzi, hay que relajar un poco esos músculos.
Niego con la cabeza, cambiando de tema. —Además, estoy bastante segura de que se trata
de poder, no de sexo.
—Van de la mano. —Me da una mirada de reojo cuando empezamos a cruzar el campus.
Su mano se desliza detrás de mi espalda, rodeando mi cintura—. Parte de tu problema es que
no has aceptado tu atractivo sexual. Una vez que te deshagas de esa molesta virginidad, creo
que verás las cosas de manera diferente.
Lo que Tristian no entiende es que mi virginidad es lo único que me da poder con los
hombres de mi vida. Son demasiado tontos para saberlo, demasiado dominados por sus pollas
para ver las cosas con claridad.
—¿Quieres que te traiga el almuerzo hoy? —pregunto, deteniéndome en los escalones de
entrada de la escuela de negocios—. O podría… um, ¿encontrarme contigo en alguna parte?
Su ceja se levanta. —Mírate, tomando la iniciativa.
Encogiéndome de hombros, ofrezco: —Después de anoche pensé que te lo debía.
Eso es mentira.
Obviamente, se lo debo. No soy estúpida. Los Lords no están aquí para darme placer, y
Tristian me alivio sin, como él mismo dijo con tanta elocuencia, “volverme loca”. Eso significa
que tengo una deuda.
Pero sobre todo, estoy pensando en lo de anoche y en lo bien que se sintió tener un
momento perfecto de felicidad sin que todo estuviera envuelto en cómo alguien me lastimaba
en el proceso. Es peligroso, lo se. Eso es algo en lo que podría perderme, volverme adicta, si no
tengo cuidado.
—Hoy no —dice.
—¿No?
—Tengo una cita para almorzar —explica, sus ojos azules brillan—. O mejor dicho, dos.
Antes de que pueda preguntarle con quién se encontrará, toma mi cuello y se inclina,
besándome suavemente, lentamente, con su lengua jugando con la mía. A pesar de saber que
todo esto es parte de su juego, todavía me duelen las rodillas. —No te preocupes —dice,
alejándose con una sonrisa—. Encontraré la manera de que me pagues pronto.
Me suelta y sube corriendo las escaleras. Mis labios hormiguean por el beso y mi corazón
late con fuerza, un giro de confusión construyéndose dentro. La cuerda floja por la que camino
es estrecha y delgada. Sé que el objetivo de Tristian es joderme la cabeza, que probablemente
solo esté tratando de hipnotizarme para que confíe en él. Mi nuevo objetivo es convencerlos de
que pueden hacerlo, que cumpliré con todo. Que pertenezco a ellos. Que me tienen bajo su
control.
Pero a veces, cuando me besan así, es difícil saber quién controla a quién.
Capítulo 17
RATH
—Maldita sea —murmuro, golpeando mis manos sobre las teclas. El sonido que sale del piano
vibra en mi pecho. Ulteriormente, la habitación está insonorizada y estoy solo. Nadie más puede
oír que la cagué por tercera vez consecutiva. Me sé la canción de memoria, cada pulsación de
tecla, cada nota, pero sigo perdiendo el enfoque justo a la mitad.
Tomo una respiración profunda y posiciono mis dedos, preparándome para otra canción.
Molestamente, mi concentración es instantáneamente destruida por el zumbido de mi teléfono.
Es el GPS, seguido de una notificación de texto.
Story llegó a Meyers Hall.
Story salió de Meyers Hall.
Story: Reportándome.
Story llegó a la Union.
Story, Story, Story.
Gruñendo, tiro el teléfono a un lado. —Cristo en una maldita galleta, estos dos.
No soy como los otros chicos. No tengo que controlar cada momento de la vida de nuestra
Lady. A diferencia de Tristian, que explotará si ella llega un minuto tarde, o Killian, que se
enfurecerá si mira a otro chico. Story es una mujer adulta. No estoy aquí para cuidarla. Para mí,
ella es más como una caja de pandora. Ábrela y mira todas las sorpresas en su interior. Puede
estar llorando por fuera, pero está caliente y ardiente debajo de la superficie. Es como una de
esas canciones que empiezan fácil y simple, luego, cuando cada instrumento se une y las notas
se juntan, te das cuenta de que estás lidiando con algo mucho más complejo. Algo más profundo.
Esa es Story Austin. Al menos, para mí.
Definitivamente algo pasó entre ella y Killian anoche, aunque nadie habla de eso. Vi la
mirada cautelosa en sus ojos esta mañana, la ligera cojera en su forma de caminar. Y Killian
estaba de muy buen humor. Solo una cosa lo hace feliz: infligir dolor.
Y algo pasó entre ella y Tristian anoche, también. Según nuestra hoja de cálculo
compartida, ese hijo de puta ha subido treinta y cinco puntos después de una noche.
¡Treinta y cinco jodidos puntos!
Me llevó toda la mañana darme cuenta de cómo podía haber ganado tantos puntos en
una sola noche. No fue hasta su pequeña sesión de besos en el comedor que me di cuenta.
Debió de haberlo deseado.
No.
Ella tuvo que haberlo pedido.
Y qué jodido petulante ha sido al respecto. Lanzándole guiños, guiándola con la mano en
su espalda como si fuera su maldita novia o algo así. Por supuesto que primero se inclinaría por
Tristian. El tipo es rápido, sin mencionar que es un hablador tan fluido como los demás. Joder…
me mata, pero tengo que reconocérselo. Aparte de ese pequeño bache en la escuela secundaria
con Genevieve, Tristian tiene un gran juego. Claro, hablando de chicas.
Sin embargo, lo que hagan los demás no es asunto mío. Necesito concentrarme en mi
posicionamiento en el juego: en mis propios puntos. Pero también necesito aprobar este examen
de recuperación el lunes. Me las arreglé para rehacer un poco el oral que reprobé, pero ahora
tengo que descubrir cómo hacerlo. Hice algunas llamadas, así que ahora estoy sentado aquí
tratando de perderme en la música, ignorando el problema. La verdad es que el juego ya es
bastante distracción. Quiero ganar. Quiero demostrar de una vez por todas que la rapidez y la
charlatanería no lo son todo. Es temporal. Frágil.
Echo un último vistazo al GPS, observo como el pequeño punto se desliza por el campus,
antes de dejarlo a un lado.
Tomando una respiración profunda, me preparo para comenzar de nuevo, flexionando
mis dedos y luego colocándolos sobre las teclas. Cuando estoy listo, me sumerjo con entusiasmo,
toco cada nota y gano impulso a medida que alcanzo el crescendo a lo largo de la canción.
Aquí, estoy perfecto. Prócer. Superior. No hay dudas, no hay que pensar, solo sentir la música,
hacer lo que se me da bien. No es de extrañar que prefiera estar haciendo esto que enfrentar la
inevitabilidad de otra calificación reprobatoria, en otro maldito examen tonto, en otra maldita
clase que se trata solo de lectura.
Estoy perdido en el ritmo, las complejidades de la música, cuando el movimiento en el
fondo de la sala llama mi atención. Veo su figura esbelta y cabello oscuro. Mis dedos tropiezan,
dos llaves perdidas. Me detengo abruptamente, golpeando mis dedos y gritando: —¡Joder!
Se congela en la puerta, su mano se extiende como si estuviera a punto de huir.
—No te atrevas a tocar esa maldita puerta. —Levanto la ceja—. ¿Me entiendes?
—Si. —Su voz es apenas un susurro.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Por qué me interrumpes?
—Solo estaba… —Juguetea con la taza en su mano, luciendo como el mismo ratoncito
asustado—. ¿Te traje un poco de café? Me di cuenta de que a veces te dan uno después de clases,
así que… —Se arrastra por los pasillos hacia mí, deteniéndose por un largo momento antes de
colocar lentamente y con cuidado la taza sobre el piano.
La miro. —¿Sueles poner bebidas calientes en instrumentos que cuestan seis jodidas cifras?
Sus ojos se abren como platos y se lanza hacia la taza, arrebatándola. —Lo siento. —Lo
acuna cerca de su pecho, lanzando al piano miradas dubitativas—. Me preguntaba...
Perdiendo rápidamente la paciencia, digo bruscamente: —Escúpelo.
Se estremece, pero se recupera rápidamente. —¿Cómo te fue en tu reunión? ¿La del
profesor? Eso fue por el examen, ¿no? Porque estaba pensando que, si lo necesitas, no digo que
lo necesites, pero si lo hicieras, aún podría... ya sabes. Ayu…
Antes de que pueda responder, no es que esté planeando hacerlo, la puerta se abre de
nuevo. Dios mío, ¿no puede un tipo conseguir su maldito tiempo de práctica en paz?
—¡La habitación está ocupada! —digo, mirando sobre el hombro de Story. Mi mirada se
vuelve más dura cuando me doy cuenta de quién es. Genial. Me pongo de pie, mirando
rígidamente al grupo que baja por el pasillo—. ¿Te importa? Algunos de nosotros estamos aquí
porque en realidad tenemos talento.
Pérez codirige y toca la primera cátedra en la banda de jazz (jodidamente mal, podría
agregar) y también es la cabeza de una serpiente conocida también como Kappa Nu Theta. Los
Condes. El rival más antiguo de los Lords. —Esa no es una forma muy amable de tratar a alguien
que está aquí para hacerte un favor. —No me gusta la forma en que sus ojos se mueven hacia
Story, descendiendo a sus tetas, sus piernas—. Miren esto, muchachos. La Lady se ve mejor desde
la última vez que la vimos. Es casi linda ahora. Sin embargo, todavía hay muy poco atractivo
sexual.
Doy un paso delante de ella. —Es mejor que masturbarse en cualquier pedazo de basura
triste que hayas reclutado este año. —Ya cansado de este juego, agrego—: Y no puedes hacerme
un favor, porque no tienes nada que quiera.
Su Condesa me mira con vehemencia y, a pesar del insulto, tengo que admitir que está
bastante guapa. Piel morena oscura. Ojos llamativos. Piernas largas que puedes mirar por días.
—Este triste pedazo de basura de semen discrepa.
Otro Conde, Lars de pre-leyes, la hace callar. —Reglas, bebé.
Da un paso atrás de mala gana y Pérez comienza: —En caso de que no lo hayas notado, la
Condesa Sutton está en la posición perfecta. ¿Ayudante a docencia para el profesor Lockwood?
¿Te suena? —Ante mi mirada en blanco, sé ríe—. Sí, sabes de lo que estoy hablando.
Hijo de puta.
Lars salta: —Estás reprobando.
Otro Conde agrega: —Y estás entrando en pánico.
Lars pone una cara falsamente comprensiva. —¿Esa conversación previa a la práctica? No
era muy sutil. Eres la única persona en su clase en peligro de reprobar, lo que en realidad es
bastante gracioso, si lo piensas.
El otro chico se ríe. —La clase de Lockwood es cosa sencilla. Básicamente, tienes que
esforzarte para reprobar.
Por supuesto, la clase de Lockwood está pensada para ser sobrellevada con facilidad. Hay
una puta razón por la que le pagué al decano para que no me metiera en ella. Si estos imbéciles
saben que estoy reprobando, si saben que estoy buscando formas de aprobar, entonces
probablemente también sospechen que todos mis exámenes anteriores fueron fraudulentos. Soy
bueno en lo que hago. Cubro mis huellas. Pago bien. Pero si alguien empieza a oler demasiado
bajo la superficie, no tardarán mucho en darse cuenta de la verdad.
Estoy enorme, increíble y exasperantemente jodido.
—Sí, exacto. —Pérez dice, leyendo mi expresión—. Todo este asunto podría hacer que te
echen de Forsyth, lo cual es divertido, en teoría. Pero no es así como queremos ganar. —Pérez
pasa una mano por la parte posterior de su cabello rizado, haciendo su mejor imitación de un
villano de dibujos animados acariciando a su gato—. Como sabes, nuestra Condesa podría
ayudar con tu pequeño problema. Ya sabes, mover algunos hilos.
Sonrío, ocultando el pánico en mi interior. —¿Y qué ganan ustedes?
—No qué —dice Lars—. Quién.
Escucho la brusca inhalación de Story, pero antes de que pueda hablar, respondo: —Ella
es nuestra.
Pérez resopla. —No te halagues a ti mismo. No somos los Barones. No queremos las
segundas de los Lords.
—La criada —dice Lars, con los ojos en blanco—. Queremos a la vieja hacha de batalla.
Mis cejas trepan por mi frente. —¿Quieres a la Sra. Crane? —Ahora, es mi turno de reír, y
eso es exactamente lo que hago. Ruidosamente. Cuando logro controlar mi diversión, me encojo
de hombros—. Déjame pensar en ello.
—¡¿Qué?! ¡No puedes hacer eso!
Me vuelvo hacia Story, mirándola como con dagas con mis ojos. —Mantén tu maldita boca
cerrada.
Todo lo que hace es bajar la voz a un susurro, esos grandes ojos suyos me devuelven el
brillo. —¿Prefieres entregar a la Sra. Crane a estos —les da una mirada, con el rostro contraído
en una mueca de indignación—, estos idiotas, que simplemente aceptar algo de mi ayuda?
¿Realmente me odias tanto?
Respondo fácilmente. —Si.
Su rostro cae. —Pensé que ayer… dijiste que era parte de ti. Que era familia. La defendiste.
¡La protegiste!
Dios, esa jodida mirada en sus ojos, tan llena de horror y tristeza, como si alguien acabara
de apuñalar a su cachorro frente a ella o algo así. Lo que Story no entiende es que los Condes
no durarían ni una semana con la Sra. Crane. Los colgaría a todos por las bolas y regresaría a
nuestra casa antes de que tuviéramos la oportunidad de perdernos sus mordaces insultos. No es
que alguna vez regalaríamos a la Sra. Crane. Esa vieja murciélago es más valiosa que cualquier
otra cosa en todo este puto pueblo. Y, al igual que Dulce Cereza, es nuestra.
Pero maldita sea, deja que un chico fanfarronee por un minuto.
Poniendo los ojos en blanco, me vuelvo hacia Pérez. —Lo siento, coños. Parece que la
Lady está apegada a ella. No puedo imaginar por qué.
Sus ojos se estrechan. —Te das cuenta de lo que estás rechazando, ¿verdad? Esta es una
oferta de tiempo limitado.
Recojo mi bolso, cerrando la tapa del piano. —Como dije antes. No tienes nada que yo
quiera.
Lars niega con la cabeza, evaluando. —Mal movimiento, Rathbone. Si la Condesa puede
pasarte, también puede reprobarte.
—No tendrá que hacerlo —argumenta Pérez, viéndose enojado—. ¿Alguien tan tonto como
tú? Fracasarás por tu cuenta, ¿verdad, Rathbone? O eso, o serás descubierto tratando de hacer
trampa. Mejor créelo, estaremos allí cuando lo hagas. Me pregunto quién se quedará con tu
criada cuando los hayan echado a todos. Me pregunto —dice, mirando a Story—… quién se
quedará con tu Lady.
Ni siquiera escucho mucho más allá de la segunda oración. Mi visión se pone roja,
estrechándose en la cara de Pérez. Dejo caer mi bolso, apretando los puños mientras avanzo. —
¿Cómo me acabas de llamar?
Casi parece sorprendido por el empujón, aunque se recupera instantáneamente,
golpeando su pecho contra el mío, con la boca abierta en una sonrisa agresividad. —Te llamé
tonto, Rathbone. ¿Eres demasiado tonto para saber lo que eso significa? Déjame encontrar
algunos sinónimos para ti. Estúpido. Imbécil. Idiota.
Les he dado demasiado. Racionalmente, lo entiendo. Pero todo lo que puedo escuchar es
a mi maestro de tercer grado, de pie sobre mi hombro, diciendo que soy demasiado estúpido
para leer. Demasiado tonto para entender las palabras. Que terminaré siendo nada, nadie,
porque las letras simplemente no se organizan de manera comprensible para mí. Todavía puedo
escucharlo. Tonto. Estúpido. Idiota.
El golpe que lanzo nunca aterriza.
En cambio, tengo a un Conde frenándome, mientras otro me arrebata a Pérez. —Vamos,
muchachos —gruñe Lars, empujándonos para separarnos—. Ninguno de nosotros puede darse el
lujo de hacer esto aquí. Hay ojos en el cielo, ¿recuerdan? —Asiente a la cámara en la esquina,
finalmente liberando a Pérez.
Me alejo de ellos, retrocediendo hacia Story, cuyos ojos están muy abiertos y alarmados,
con un brazo extendido como si fuera a alcanzarme. Lo retira ante la mirada en mis ojos.
Pérez suelta una risa burbujeante, enderezándose la camisa. —¿Sabes cómo puedes
distinguir a un Lord del resto de nosotros? —le pregunta a la Condesa—. Las rabietas innecesarias.
Son tan aleatorias.
Se van primero, saliendo en fila de la sala de práctica, luciendo mucho menos
decepcionados de lo que me gustaría.
—Hijo de puta —gruño, tirando de mi bolso del suelo. Ya estoy en la mitad de la habitación
antes de darme cuenta de que Story no ha movido un músculo, digo bruscamente—: ¿Y bien?
¿Tus piernas dejaron de funcionar?
Se pone en movimiento, correteando hacia mí. No es hasta que estamos casi en el
estacionamiento que finalmente habla. —Podemos manejar esto —dice, sin aliento mientras lucha
por seguirme el ritmo—. Podemos trabajar en ello todos los días. No será tan malo, si tan solo…
En su mayoría la ignoro mientras busco en el estacionamiento, pasando camionetas y
automóviles. —Lo que sea.
—¡Será genial! —insiste—. De hecho, solía dar clases particulares en la escuela secundaria,
antes... bueno, antes de que nos mudáramos aquí. Me dejaras hacerlo, ¿verdad? ¿Me dejarás
ayudar?
Camioneta. Camioneta. Todoterreno. Sedán. Distraídamente, respondo: —Ajá.
Escucho sus pasos vacilar antes de acelerar. —¡Bien! Será mejor así de todos modos. No
pueden probar que hiciste trampa si no haces trampa. Y entonces no tendrás que despedir a la
Sra. Crane.
Bingo.
Pérez conduce un auto deportivo. Es esta absurda y llamativa cosa roja con llantas
cromadas que solo tiene la vaga impresión de una cajuela. Meto la mano en mi bolsillo mientras
Story jodidamente balbucea una y otra vez.
—¿Por qué querrían a la Sra. Crane, de todos modos? No es que no me agrade. Ella es...
eh, tal vez “agradable” no es la palabra. Pero es algo. ¿Cómo…? Bueno, útil. Pero en lo que
respecta a la limpieza, parece que... —De repente grita—. ¡Oh, Dios mío!
El neumático de Pérez hace un silbido bajo cuando muevo el cuchillo de un lado a otro,
profundizando el corte.
El siseo de Story es mucho más fuerte. —¡¿Qué estás haciendo?!
Le doy una mirada impasible. —Cenando.
—¿Tú… qué? —Su expresión es una mezcla tan perfecta de angustia y confusión que casi
me hace sonreír.
Y entonces recuerdo esa palabra.
Estúpido.
Saco el cuchillo del neumático y me dirijo al otro, clavando la hoja en la goma. —Estoy
cenando, Dulce Cereza. En casa. Contigo y los demás. No hay nadie que diga lo contrario. ¿Me
entiendes?
Su rostro se contrae por la ansiedad. —¡Estás cortando esos neumáticos!
Cristo, esta chica. —Sí, le estoy cortando los neumáticos. ¿Por qué no lo dices un poco más
alto? Todavía no me echan de este puto lugar.
Se retuerce las manos, los ojos saltan alrededor del lote. —Eso es, como… ¡ilegal!
Saco la navaja del neumático y doy la vuelta al coche para ponchar la otra. —¿Qué, como
si nunca hubieras hecho algo ilegal?
Va a discutir, pero su boca se cierra de golpe ante la mirada que le doy. Si. La distribución
de fotos de tetas de menores no es exactamente legal, señorita Cereza. —¿Qué pasa si te atrapan?
—se preocupa.
—¿Cómo me van a atrapar —digo, cortando el cuchillo hacia abajo—, cuando estoy en casa,
comiendo contigo?
Ella pone los ojos en blanco, como si estuviera pidiendo fuerza. —¡Ay, Dios mío! ¡Solo
date prisa!
Voy camino a la cuarta llanta cuando hago una pausa, esa discusión de antes finalmente
se hunde a través de la niebla de querer enterrar mi pie en la cara de Pérez. —Vas a ser mi tutora
—me doy cuenta.
Cierto. Estuve de acuerdo con eso, por alguna razón.
Me mira, y luego al último neumático, sus ojos parpadean tensos de un lado a otro. —
¡Vamos, deberíamos irnos!
En cambio, reflexiono y se siente como sacarme un diente. Dios, ¿qué tan insoportable va
a ser eso? La Lady, enseñándole a su Lord. A mí. Mejor aún. Diciéndome qué hacer, cómo
hacerlo. Todo el concepto es perverso.
O…
Tal vez sea la oportunidad perfecta.
El plan que se está armando en mi cabeza es lo suficientemente animado como para que
incluso me las arregle para no mirarla cuando giro el cuchillo y se lo ofrezco. —Tú, poncha este.
Se congela, con los ojos desorbitados. —¡De ninguna manera!
—No dejaré que te atrapen —digo—. Te insultó, ¿recuerdas? ¿No quieres vengarte de él?
Aprieta su bolso contra su pecho, luciendo escandalizada. —¡Ni siquiera lo conozco!
Poniendo los ojos en blanco, intento: —Bien, lo que sea. Entonces imagina que es el auto
de Killer. —Mira el neumático, su expresión se transforma en algo tenso y pensativo. Ah, te
tengo—. Te hizo algo anoche, ¿verdad? Imagina que es su neumático. Mejor aún, imagina que
es él. Vamos, usa tu imaginación.
Si lo hace, significa que parará de chillar.
Mira de un lado a otro entre el neumático y la cuchilla, moviéndose incómodamente. —
No lo sé…
—Hazlo, y podemos irnos —razono—. Cuanto más tiempo estemos aquí, mayores serán las
posibilidades de que nos atrapen.
Se muerde el labio, prácticamente vibrando, antes de finalmente agarrar la empuñadura
del cuchillo. Espero tener que entrenarla para que pueda hacerlo, pero lo que sea que Killian
hizo anoche debe haber sido bastante brutal.
Levanta el puño en el aire y lo lanza hacia abajo en una dura y furiosa puñalada,
incrustando la hoja en el neumático. Emite un silbido lento que se acelera cuando ella lo saca,
solo para volver a meterlo, y oh...
Oh, joder…
La expresión de su rostro es puro arte. Hay un tendón en su cuello que de repente está
tenso y contraído. Su cara está roja, pero no en la forma en que estoy acostumbrado. No es
tímida o está avergonzada. Esto es algo mucho más amargo. Más fuerte. Clava el cuchillo en el
neumático una y otra vez, el rostro tenso, los ojos duros mientras observa, casi como si estuviera
fascinada.
Mierda, será mejor que Killer cuide su espalda.
Antes de que destroce por completo la maldita cosa, agarro su muñeca y detengo el
siguiente corte. —Tranquila. Creo que ya está bien muerto.
Parpadea, mirando entre mí persona y el neumático desinflado, con el pecho agitado. —
Oh, ups. —Después de un segundo dice—: ¿Podemos irnos ahora?
Le doy una sonrisa, guardo mi cuchillo en el bolsillo y le ofrezco mi mano. —La Sra. Crane
estaría orgullosa.
Capítulo 18
STORY
Es viernes y aún es temprano, y no tengo clases hasta la tarde. Me sorprendo cuando Tristian se
encuentra conmigo fuera del edificio, recostado contra la pared del pasillo abierto, las gafas de
sol sobre su nariz. Otras personas lo miran cuando pasan, y sé que no es solo por su reputación
o su posición como Lord. De pie así, su cabello rubio brillando a la luz del sol, resaltando los
bordes afilados de su mandíbula, parece la imagen de la perfección.
Y me está mirando directamente. —Lady.
Tragando saliva, pregunto: —¿Se canceló tu almuerzo? —Esta mañana, me había dicho una
vez más que tenía una cita para almorzar. Con las mismas dos personas. Había sido un alivio en
ese momento, dos días completos sin ningún “encuentro” público a la hora del almuerzo, pero
ahora tengo más curiosidad.
¿Hay alguna laguna en el contrato en torno a mi cláusula de fidelidad con respecto a él
también?
—Hmm… —tararea, mirándome por encima de sus gafas de sol—. ¿Así es como saludas a
tu Lord?
Miro a mi alrededor, notando todos los ojos en nosotros. Es diferente cuando estoy sola.
La gente ve mi muñequera y no muy a menudo me miran dos veces. Pero cuando uno de los
Lords está cerca, es como si todos estuvieran mirando, esperando un espectáculo.
Y a Tristian, por lo que sé, le gusta darles uno.
Con eso en mente, me acerco a él, enrollando mis brazos alrededor de su cuello a
regañadientes. Él no se agacha para encontrarme, lo que hace que me ponga de puntillas para
juntar nuestras bocas. Por su parte, el beso es pausado, una de sus manos baja para aterrizar en
mi trasero, dándome un apretón que probablemente parezca cariñoso. Su lengua es caliente y
perezosa contra la mía, pero no menos insistente.
—Buena chica —dice, dándome un ligero golpe en el trasero, manteniéndome cerca. Puedo
sentirlo contra mi cadera, medio duro y cada vez más rígido cuanto más me aplasta contra él—.
Para responder a tu pregunta, lo medité y creo que podrías unirte a nosotros para almorzar hoy.
Nosotros. No sé a quién involucra eso, y no pregunto. Carece de sentido. Estoy empezando
a hundirme en la aceptación de que sabré lo que viene cuando ellos quieran que lo sepa. Es
una realización edificante, saber que esto me está modelando, moldeándome para convertirme
en alguien dócil y tranquila.
Pero es lo mejor.
La mirada que Tristian me da mientras me lleva lejos, aguda y satisfecha, me dice que se
da cuenta.
Paso la mayor parte del viaje preparándome, abrumada por el temor y los nervios
inquietos. Dijo que tenía planes para almorzar con otras dos personas. No son los chicos. Debo
suponer que es con dos mujeres. Tal vez esa es la escapatoria que ha encontrado en mi cláusula
de fidelidad; llevándome, haciéndome participar de alguna manera. Tal vez hasta quiera que
haga algo con ellas. Eso está completamente fuera de mi zona de confort. Por otra parte, tal vez
solo quiere que la gente nos mire a los dos. Eso definitivamente suena a algo que Tristian haría.
Podría ser eso. Este podría ser mi último viaje como virgen.
Una parte de mí se siente aliviada. Todos los Lords son terribles a su manera, pero si
tuviera que elegir...
Sería con Tristian.
Estoy tan ansiosa que ni siquiera me doy cuenta cuando la camioneta se detiene, y mucho
menos el edificio frente al cual estamos estacionados.
Su mano descansa sobre mi muslo, el pulgar acariciando la piel justo debajo de mi falda.
—¿Está lista?
—Escucha, Tristian… —empiezo, retorciéndome con sus manos en mi regazo.
Tengo todo este discurso sobre cómo seré buena, lo aceptaré, cumpliré con el acuerdo
que hemos hecho, pero le pido amabilidad, comprensión y...
Una mirada al edificio hace que mis palabras mueran en mi garganta. —Espera. ¿Qué
estamos haciendo aquí?
El letrero dice que estamos en la Escuela Primaria Forsyth Hills.
Mete la mano en el asiento trasero y saca una bolsa de una tienda local. —Es viernes.
Tengo una cita semanal para almorzar con las dos mujeres más importantes de mi vida. —Me
da esa sonrisa lenta y cargada que tiene—. Pensé que ahora que eres mi Lady, probablemente
deberían conocerte.
En serio, no tengo idea de lo que está hablando, pero al menos parte del miedo se ha
disipado. No creo que me empuje a un trío en la escuela primaria.
Toca el timbre y suena la campana, abriendo la puerta de seguridad. Luego se acerca al
mostrador de facturación y le sonríe a la mujer mayor. —Aquí estoy. —En toda mi gloria, no lo
dice, pero todavía puedo escucharlo en el tenor de su voz.
Ella sonríe mucho cuando lo ve. —¡Tristian! Dos veces en una semana, Dios mío. ¡Las
chicas no podrán con su felicidad!
—Un almuerzo no fue suficiente esta semana, ¿qué puedo decir? —Garabatea su nombre
en la hoja de registro y agrega el mío debajo—. ¿Cómo te encuentras hoy?
—Bueno, gracias a Dios es viernes y todo eso. —Ella le entrega dos calcomanías y él quita
la parte de atrás de una, colocando la mía en mi pecho. Es un círculo que declara alegremente:
Visitante de Forsyth Hills.
Hace un gesto hacia el pasillo y yo lo sigo, todavía tratando de orientarme. Algo acerca
de ver a Tristian en el estrecho pasillo se siente surrealista. Se ve mucho más grande aquí,
imposiblemente más imponente. Más adelante, veo las puertas dobles con la palabra “cafetería”
en un letrero en lo alto. La extrañeza de todo esto me detiene en seco.
Agarro a Tristian por el brazo. —Antes de entrar allí, ¿quieres decirme qué está pasando?
Hace una pausa, acunando la bolsa bajo su brazo, y si no lo conociera mejor, casi diría
que la forma en que se arruga la cara es tímida. —Tengo hermanas gemelas de diez años. Todas
las semanas vengo a almorzar con ellas.
—Oh —respondo, parpadeando con sorpresa. Las fotografías de su habitación aparecen en
mi cabeza. Pensé que eran de la misma chica, pero tal vez no. Además, la mala pieza de
cerámica. Las chucherias. Señales de que Tristian se preocupa por alguien lo suficiente como
para ignorar las apariencias—. Eso es, um, muy amable de tu parte, supongo. —Y yo estoy
totalmente fuera de lugar.
Suspira, tirando de mí a un lado, su mano acunando mi codo. —Mira, Rath y Killer son
mis muchachos. Me conocen mejor de lo que nadie jamás podría o lo harán. Ambos tienen
familias jodidas que no tienen ningún problema en dejar atrás, así es como me ven. Familia. —
Hay algo en sus ojos cuando mira hacia las puertas, solemne pero tranquilo. Esto es importante.
Esta es una vulnerabilidad—. Pero estas dos chicas son mi verdadera familia. Por muy jodidos
que son mis padres, no dejaré que ellas dos queden atrapadas en esto. Han pasado por mucho
para niñas de diez años, y creen que soy el puto Capitán América. Creen que soy su protector.
—Me da una mirada intensa, rostro endurecido—. Y seguirá siendo así.
Trago, tratando de imaginar a alguien que cuente con Tristian para protegerlas de
cualquier cosa. —Entonces, ¿por qué traerme aquí? —probablemente soy la última persona que
puede cantar alabanzas hacia él.
Su boca forma una línea apretada y tensa. —Normalmente no invito a extraños en cuanto
a mi familia. Ni siquiera a los chicos. Pero estamos teniendo un pequeño problema y pensé que
tal vez podrías ayudar.
—¿Ayudar?
Su mandíbula se aprieta. —Alguna pequeña perra en su clase les está causando problemas.
Molestándolas, acosándolas Y pensé… —Hace un vago gesto hacia mi cuerpo—. Bueno, ya sabes.
—¿Qué sabría cómo manejar el acoso? —Suelto una risa oscura, casi imposible de creerlo—
. Trajiste a tu glorificada víctima de agresión sexual para enseñarles a tus hermanas pequeñas
sobre… ¿qué? ¿Hacer frente a los idiotas? ¿Enseñarles como derribarlos? ¿Hacerles entender
que está mal? —Niego con la cabeza—. Jesús, Tristian, Shakespeare no podría escribir este tipo
de ironía.
Puedo decir que no se le escapa, porque Tristian es así. Es esta cosa en la que puede tener
una gran cara de póquer, pero al final del día, es un maldito mocoso. —Me ocuparía de eso yo
mismo, pero un hombre de veinte años que se vuelve salvaje con una alumna de quinto grado
no va a ayudar. —Ante mi expresión de incredulidad, entrecierra los ojos—. No me vengas con
esa mierda. Me lo debes, Cereza. ¿No prefieres que te lo cobre así? Sé que estás tomando una
clase de desarrollo infantil. ¿No quieres entrar en trabajo social o algo así? Esto está más en tu
callejón que en el mío. —Aparta la mirada, haciendo una mueca—. Y, puede que me haga parecer
débil, pero me mata no poder ayudarlas. —Puedo decir que también lo dice en serio. Está en la
forma en que no me mira a los ojos después de la confesión, el sutil tinte rosado en sus mejillas.
Tristian está dispuesto a parecer débil, dispuesto a mostrarme esta vulnerabilidad
verdaderamente significativa, si eso significa proteger a sus hermanas.
He hecho todo lo posible para mantener mi corazón fuera de esto. Es suficiente que les
haya entregado mi cuerpo a estos tipos y, sinceramente, una gran parte de mi cerebro. ¿Pero mi
corazón? Eso es mío y lo he escondido detrás de alambre de púas y candados, y sólidas paredes
de metal. ¿Pero escuchar a Tristian decir eso sobre sus hermanas? Bueno, Joder. Acaba de abrir
una grieta en todas mis defensas. Incluso si quisiera decirle que no a él, no podría decirle que
no a dos niñas pequeñas que están pasando por algo difícil.
—Bien —asentí—. Haré lo que pueda.
Naturalmente, no dice gracias. Simplemente abre la puerta, revelando el rugido de las
voces y risas de los niños. La cafetería está ocupada y es grande, pero parece reconocer a sus
hermanas al instante, saludándolas a través de la habitación. Mis ojos siguen su saludo y aterrizan
en dos chicas rubias idénticas que devuelven el saludo con entusiasmo.
Él sonríe, una sonrisa ilumina su rostro. Es una cosa tan extraña de ver. Donde su mirada
suele ser fría y dura, aquí se vuelve cálida y brillante. Justo antes de que lleguemos a la mesa, se
inclina y susurra: —Si me haces quedar mal aquí, pagarás tu deuda de otra manera, ¿entendido?
Erizada, ofrezco un breve: —Entendido.
—¡Tristian! —chillan, saltando y dándole un abrazo. Coloca la bolsa sobre la mesa y atrae
a ambas en un fuerte abrazo. Las abraza como si lo dijera en serio, plantándoles dos fuertes y
exagerados besos en las mejillas.
—¿Cómo están las dos chicas más lindas del mundo?
Ambas se ríen, aunque sus miradas curiosas saltan hacia mí. Cuando las suelta, me mira
y dice: —Chicas, esta es Story. Story, conoce a Izzy y Lizzy. Las dos chicas más bonitas del
mundo.
Los genes Mercer seguro que son algo. Izzy y Lizzy realmente son tan bonitas como su
hermano. Su cabello rubio es igual de fino, peinado impecablemente en coletas con trenzas
francesas a juego, ojos azules mirándome con ingenio. Son la viva imagen de la niñez: una paleta
de rosas y ternura, hasta las florecitas moradas bordadas en sus chaquetas de punto.
—Hola —digo, una sonrisa viene fácilmente—. Encantada de conocerlas.
Izzy parece tímida, levantando la mano para acariciar la bolsa que lleva Tristian. —¿Qué
trajiste para el almuerzo?
Lizzy agrega: —Tenemos hambre.
Tristian toma asiento y las tres hacemos lo mismo. —Sándwiches de trigo integral. Atún,
aguacate y cebollas en escabeche para Izzy. Un montón de buen omega-3 —le dice, conectando
un golpecito—. Manzana, pavo y coles de Bruselas para Liz, porque necesita más vitamina C. —
Saca un tercer sándwich y lo coloca frente a mí—. Y le cedo el mío a Story. Un montón de
nutrientes para la energía.
Miro el sándwich, dubitativa. —¿Energía?
Explica casualmente: —Empiezas el día con mucha energía, pero caes al mediodía. —Dice
esto como si fuera la cosa más obvia del mundo—. Me doy cuenta porque te da frío y dejas de
jugar con todo. —Asiente hacia donde estoy abrazando mi cintura, aunque estoy usando un
suéter—. Podrías evitarlo si te saltases el café y tomas más B-12 con tu desayuno. Te estoy
preparando para ello, no te preocupes.
Lo miro fijamente, luchando entre lo asustada que estoy, pero también... extrañamente
tocada por la consideración. Todo este arreglo está empezando a afectarme. —Gracias.
Eso creo.
Puede que yo no esté inquieta, pero Lizzy seguro que lo está. Está sosteniendo un tenedor
de plástico, dándole vueltas y vueltas. —¿Es tu novia?
Tristian se congela, sus ojos saltan de ella a mí. —¿Ella es mi...? —Claramente no vio surgir
tal pregunta, su boca trabajando en una serie de respuestas interrumpidas—. Bueno, ya ves...
Decido salvarlo. —Soy una amiga, que también es una chica. Entonces, supongo que lo
soy. —Lizzy frunce el ceño pensativamente, pero parece aceptarlo, asintiendo.
Izzy afortunadamente cambia de tema. —¿Por qué te llamas Story? —pregunta.
Me río, tomada por sorpresa por la pregunta. —Es un poco patético, en realidad. Mi abuela
siempre solía llamar a mi mamá su pequeño y dulce poema. —No les digo que esto al final se
convirtió más en un insulto sarcástico que en otra cosa. Mi mamá y mi abuela nunca se llevaron
bien. Solo la conocí una vez, y era demasiado joven para recordar mucho excepto la tensión—.
Entonces, cuando mi mamá quedó embarazada de mí, dijo que se dedicó a escribir una historia
porque los poemas eran demasiado cortos para los finales felices. —Tan pronto como las palabras
salen de mi boca, quiero volver a meterlas. Es un mensaje bastante sombrío para dos alegres
niñas de diez años.
Me miran pensativamente, absorbiendo esto. —Algunos poemas tienen finales felices —
argumenta Izzy.
Asiento de vuelta. —Sí, algunos lo hacen. Mi mamá eventualmente conseguirá uno propio.
—Todavía es incómodo pensar en Daniel y Killian, así que rápidamente desvío el tema y
desenvuelvo mi sándwich—. ¿Ustedes qué tal? ¿Qué representan Izzy y Lizzy? ¿Izzica y Lizzifer?
Ambas se ríen, lo cual es un alivio. —¡Isabel y Elisabeth! —dicen al unísono tan perfecto
que es impresionante.
Izzy prepara su sándwich, sin siquiera arrugar la nariz. Si alguien me hubiera presentado
cualquiera de esas monstruosidades cuando era niña, me habría dado un ataque. —¿Alguna vez
los niños se burlaron de tu nombre porque no es como el de los demás?
—A veces —digo, sorprendida por la pregunta—. Pero me gustaba que fuera único. No me
molestaba.
Lizzy señala al otro lado de la habitación a una chica con cabello oscuro y rizado. —A mí
me molesta. Shelly Baker me llama Cara de Lagarto.
Ah, esa debe ser la bully.
Me tomo un momento para evaluar a Shelly Baker. Está rodeada por un grupo completo
de otras chicas, además de un par de chicos, riéndose y hurgando algo en su bandeja del
almuerzo. Es difícil tener mucho en contra de una niña de diez años desde esta perspectiva, pero
Izzy y Lizzy parecen dulces, un marcado contraste con su hermano.
Su voz baja, con las cejas fruncidas de mal humor, juntas. —También se burla de Izzy por
estar en el grupo lento de matemáticas. —Es evidente que esta es la verdadera fuente del
desprecio de Lizzy por Shelly Baker. Ella puede soportar que se burlen de ella por su nombre,
pero ¿alguien se burla de las habilidades de aprendizaje de su hermana? Eso es un paso
demasiado lejos.
Los Mercer son muy protectores entre sí.
Frunciendo el ceño, mi mente se desvía hacia Rath. Dimitri. Pasé toda la noche pensando
en maneras de enseñarle a leer sin convertir la tutoría en problemas. Defensivo es una palabra
demasiado suave para él cuando se trata de sus habilidades de lectura. —Eso es muy malo. Las
matemáticas son difíciles y, además, estoy segura de que Izzy es mejor que mucha gente en otra
cosa.
Izzy inmediatamente se endereza. —¡Soy buena en el softbol!
Lizzy está de acuerdo: —Mucho mejor que Shelly.
—¿Lo ven? —Les sonrío, tomo mi sándwich, tratando de pensar en algo profundo para
impartir—. Lo que pasa con los matones es que su moneda principal es tu reacción hacia ellos.
Si no les das una reacción, dejarán de molestar. —Ante sus expresiones escépticas, asiento—. Sí,
eso parece bastante inútil, lo sé. Porque los acosadores también son muy buenos para saber qué
provoca una reacción.
—¿Las chicas son malas contigo? —Izzy pregunta, pareciendo animarse un poco con la
discusión.
—A veces sí. —Pienso en Charlene, y en cómo explicarles a estas dos niñas inocentes que
las chicas son fáciles en comparación con los chicos—. Según mi experiencia, cuando una chica
es mala, significa que me ve como una competencia. Es uno de los peores cumplidos que puedes
recibir.
—¿Qué hiciste? —Dice Izzy, mirándome con ojos tristes.
Miro furtivamente a Tristian, que me devuelve la mirada. No estoy segura de lo que está
pensando, pero sé que esto es una farsa completa. Porque no hago nada excepto que empeorar
las cosas para mí. Me doy la vuelta y cumplo. —Puedo decirte cómo desearía haberlo manejado
—ofrezco, un calor blanco ardiendo en mi pecho—. Ojalá hubiera luchado con más fuerza,
incluso cuando parecía inútil. No debería haberme importado tanto, y entonces tal vez no me
habría lastimado tan fácilmente. Debí haber pedido ayuda, de alguien en quien valiera la pena
confiar. Alguien a quien le importaba. —Es una cosa ociosa y nostálgica. A nadie le ha importado
nunca. No sobre mí. Pero tal vez si sobre estas chicas.
—Deberías tener un hermano mayor —decide Izzy, asintiendo con tanta confianza que casi
me hace reír a pesar de que la cosa negra se apodera de mi corazón—. Los hermanos mayores
hacen que todo sea mejor.
Le doy una sonrisa que se siente oxidada y mal, pensando en el tapiz de moretones que
actualmente ocupa mi piel. —No todos los hermanos mayores son tan buenos como lo es Tristian
con ustedes dos. Son muy afortunadas de tenerse entre ustedes.
Tristian de repente se aclara la garganta, la voz engañosamente alegre. —Oigan, será mejor
que comencemos con estos sándwiches. —Veo como los tres empiezan a comer, pero mi apetito
se ha ido hace mucho tiempo, apagado por el nudo que se ha asentado en mi garganta. Tristian
debe notar que no estoy comiendo, porque me empuja con el codo, en voz baja—. Come lo que
puedas.
Mecánicamente, levanto el sándwich, decidida a morder solo lo que pueda masticar.
Por una vez.
El almuerzo es agradable después de eso. Incluso si todavía estoy perdida en una niebla
de autocompasión, todavía hago todo lo posible para ponerle una buena cara a Tristian. Pero la
verdad es que estoy preocupada por ellas, por la vida que tendrán en este mundo. En este
momento, son tan dulces y abiertas, se ríen con su hermano mayor sobre un juego móvil en el
que todos están compitiendo.
Es interesante ver a Tristian con ellas, tan ausente del frío mentiroso al que estoy
acostumbrada. Está relajado aquí, igual de confiado, pero mucho menos intimidante. Está atento,
les pregunta sobre sus tareas, las interroga sobre el estado de sus habitaciones en casa, se asegura
de que coman lo suficiente. Puedo ver niñas pequeñas por todo el comedor, mirándolo
soñadoramente, y sé que muchas de ellas están celosas de las hermanas por tener un hermano
tan genial, guapo y dulce.
No comienza realmente a doler hasta el viaje de regreso a la ciudad.
—¿Qué harás más tarde? —Le pregunto, rompiendo un silencio anormalmente solemne.
No me ha dicho más de tres palabras desde que nos fuimos.
—¿Más tarde? —pregunta, echándome la más mínima mirada mientras acelera a través de
un semáforo en amarillo.
—Más tarde —confirmo rotundamente, mirando el paisaje—. Cuando algún imbécil obligue
a una de ellas a arrodillarse y empuje su…
El camión se sacude bruscamente. —No te atrevas a terminar esa frase! —grita, los nudillos
blancos alrededor del volante—. ¡Tienen diez!
Me encojo de hombros, sin afectarme. —No para siempre. Esas cosas pasan.
—No todas las chicas son como tú —responde, dándome una mirada dura. Más tranquilo,
agrega—: No todos los hombres son como yo.
—Más de lo que crees —argumenté—. Pregúntale a cualquier mujer. La mayoría ha tenido
algún tipo de experiencia en algún momento de su vida. Demonios, solo tengo diecinueve años
y todavía tengo que conocer al hombre que... —Me detengo, volviendo a la realidad lo suficiente
como para sentirme incómoda.
—Eso nunca sucederá —dice, con la mandíbula apretada—. Mataré a todos los hombres de
la Tierra si es necesario.
Lo miro, buscando su rostro, pero en su mayoría solo parece molesto. Aunque quiero
saber. Quiero saber cómo se protege a una chica mientras lastima a otra. Quiero saber qué se
dice a sí mismo para sentirse bien.
Enciende el estéreo, antes de que pueda reunir el valor suficiente para preguntar.
Más tarde, me encuentro con Rath y Tristian en las escaleras. Ambos están sin aliento, sin camisa,
vestidos solo con pantalones cortos de gimnasia sueltos y zapatillas de deporte. Sus pechos están
brillantes de sudor y me detengo un momento en el descanso, sorprendida por la vista de sus
músculos, todos resbaladizos y abultados. Rath tiene una línea oscura de cabello debajo de su
ombligo, que desaparece detrás de los pantalones cortos obscenamente bajos, y mi mirada se
fija en ella como pegamento.
Aparto los ojos de un tirón, mi cara se calienta. —Uh, hola.
Tristian está rodando una pelota de baloncesto en sus manos, un hilo de diversión en su
voz. —Oh, mi… Mira su sonrojo.
Rath se inclina para hablar cerca de mi oído. —Mis ojos están aquí arriba, Story.
Agarro los libros que sostengo contra mi estómago. —¿Ustedes van o vienen? —Le dije a
Rath que pasaríamos la noche trabajando en su próximo examen oral, pero tal vez ya se esté
recuperando. Una parte de mí espera que ese sea el caso.
—Hemos terminado —dice Tristian—. Rath me debía una revancha.
—Lástima que perdiste, de nuevo —dice Rath, agarrando la pelota de Tristian y hábilmente
girándola sobre un dedo—. Uno pensaría que aprendería.
—Lo haría —dice Tristian—, pero soy un notorio glotón por el castigo.
Me guiña un ojo y sigue subiendo las escaleras. Dimitri va tras él, pero agarro su brazo
sudoroso, reteniéndolo. —¿Aun nos encontraremos esta noche?
Se quita el pelo de los ojos. —No veo el punto.
—Dijiste que me dejarías intentarlo.
Parece que quiere discutir, pero en su lugar gruñe un breve: —Bien. Pero necesito
ducharme primero. Puedes esperar en mi habitación.
No es exactamente un sello de aprobación, pero no dejo que eso me desanime. Si no
puede pasar esta prueba, o peor aún, si trata de encontrar alguna manera de hacer trampa, los
Condes podrían retenerlo, y luego la pobre Sra. Crane podría perder el derecho. Incluso sin lo
que escuché la tarde de la fiesta, he estado mirando lo suficiente como para saber que la Sra.
Crane está bien tratada. Claro, los chicos le arrojan púas, pero no más duras que las que ella
devuelve. Los de Tristian están lo más cerca que pueden estar de tener una verdadera
vehemencia detrás de ellos, pero incluso él había saltado en su defensa.
Algo me dice que los Condes no la tratarían con tanta amabilidad.
Lo sigo, llevando los libros a su habitación. Todavía está tan desordenada como la última
vez que estuve aquí, libros e instrumentos, álbumes de discos y partituras apilados al azar. El
piano negro es el punto focal de la habitación.
—Solo voy a exponer algunas cosas, ¿de acuerdo?
—Lo que sea —dice, entrando al baño. La puerta se cierra y un momento después se
enciende la ducha. Me muevo ansiosamente ante el sofá de cuero, hojeando los libros con
aprensión.
No sé en qué nivel está, lo cual es un problema. La mayoría de los libros y tarjetas
didácticas para enseñar estas cosas van dirigidas a niños. Rath explotaría si sugiero comenzar
con eso.
Solo necesitamos que pase su examen oral, eso es todo. Después de eso, podemos llevar
a cabo las cosas en una dirección más legítima. Me dijo que leyó el material, a través de un
audiolibro, así que al menos lo sabe. Necesita escribir el informe y luego presentarlo
minuciosamente, si no palabra por palabra.
Mientras reflexiono sobre las habilidades de memorización de Rath, la ducha se cierra.
Cuando se abre la puerta del baño, la habitación se llena de un aroma cálido, vaporoso y
jabonoso. Dimitri entra en la habitación, secándose el pelo con una toalla, sin camisa una vez
más, vestido únicamente con unos vaqueros negros ajustados que cuelgan bajos sobre sus
caderas estrechas.
Jesús. Es hermoso, con esos ojos oscuros y rasgos angulosos, el cabello húmedo que cae
despeinado alrededor de su rostro. Sus labios son de un rosa oscuro, adornados con esos dos
anillos brillantes, y en este momento, cuando no me mira como si fuera un juguete con el que
jugar, con el cuerpo suelto y relajado, realmente puedo entender por qué las mujeres se sienten
atraídas por él.
Cuelga la toalla en un gancho en la parte trasera de la puerta del baño y saca una camiseta
negra de su tocador. —Entonces —dice sin entusiasmo—, ¿cómo quieres hacer esto?
—Bueno —digo—. Traje algunos bocadillos. ¿Te gustaría algo? —He notado que tiene un
poco de gusto por lo dulce: los montones de jarabe que vierte en sus panqueques y las botellas
de refresco que lleva consigo todo el día son una buena señal. La Sra. Crane mantiene la
despensa bien surtida con productos horneados y golosinas, así que pensé en traer algunos
conmigo, junto con algunas bebidas.
Mira la colcha que he arreglado junto al sofá, con la cara en blanco. —Una cerveza,
supongo.
Agarro una y arranco la parte superior. Se la entrego y empiezo: —Está bien, comencemos.
Toma asiento en la cama frente a mí, inclinando la botella hacia atrás mientras habla. La
iluminación aquí es diferente a la de cualquiera de los otros dormitorios. Rath lo mantiene bajo
y sombrío, una lámpara lo ilumina en una silueta oscura contra el caos de su habitación.
Llevo unos diez minutos explicando un conjunto de recursos mnemotécnicos
cuidadosamente elaborados cuando de repente habla.
—¿De dónde sacaste ese suéter? —Sus ojos se han ido a algún lugar debajo de mi cuello,
pegados allí, con párpados pesados.
Hago una pausa, confundida. —Estaba en mi armario. —Cuando le da una calada lenta a
su botella de cerveza, empiezo lentamente de nuevo—: Para que puedas memorizar el artículo
que escribimos, que no es exactamente aprender, pero te ayudará a…
—¿Llevas puesto un sujetador?
Sobresaltada, echo un vistazo a mi pecho. —Por supuesto que no. —Eso va contra las reglas.
Lo sabe. Abro el libro en abanico en mi regazo, luchando por no retorcerme—. Como estaba
diciendo… —Mientras hablo, él bebe el resto de su cerveza, la nuez de Adán se balancea mientras
baja, y esta vez sus ojos están definitivamente fijos en mis pechos.
Me interrumpe de nuevo. —Debería poner algo de música.
Harta, tiro el libro a un lado. —¡Lo que deberías estar haciendo es prestar atención! Vamos,
Dimitri, sé que puedes memorizar estas cosas si te concentras.
Eso hace que su mirada se endurezca. —Concentrarme. Claro. —Burlándose, se inclina
para tomar otra cerveza—. Esto es tu culpa.
—¿Qué? —Lo miro—. ¿Cómo es que todo esto es mi culpa?
Se pasa una mano por el pelo, con expresión nerviosa. —Entras aquí con ese suéter —
explica, haciéndome un gesto—. ¿Esperas que preste atención cuando tus pezones me están
apuntando?
Sonrojándome, tartamudeo: —¡Eso no es mi culpa!
—Sí, lo es. —Se pone de pie, paseando, con los hombros tensos—. ¡Pusiste esa estúpida y
jodida cláusula de fidelidad en el contrato, y ahora no puedo obtener ninguna acción! No he
tenido una buena follada en una eternidad. Soy un hombre, Story. Mi cerebro no tiene claridad
hasta que me hayan jodido bien y correctamente.
Lo miro boquiabierta, sin palabras. —Oh…
—Killian tiene sus rituales previos al juego, y Dios sabe que Tristian probablemente rompe
uno cada vez que se mira en el espejo. ¿Pero tú? Me estoy volviendo jodidamente loco aquí.
Estoy cachondo las veinticuatro horas del día.
Forzadamente, pregunto: —¿No puedes simplemente... eh, ya sabes? —Parece casi
fascinado por el gesto lascivo que hago, deteniéndose en seco para ver mi puño subir y bajar.
—¿Qué crees que estaba haciendo en la ducha? —Rueda los ojos—. No es lo mismo.
—Oh. —Me desinflo, mirándolo con cautela.
—Pero tienes razón —agrega, dejándose caer de nuevo en la cama, tirado sobre su espalda.
Se frota la cara con las palmas de las manos—. Tengo que aprobar este maldito examen.
Simplemente no puedo concentrarme.
Jugueteando con la esquina de la página, no puedo evitar preguntarme con amargura: —
¿Por qué no me has hecho hacer algo al respecto todavía? —No ha escapado a mi atención.
Killian y Tristian han tomado su placer de mí.
Pero no Rath.
Se pasa las manos por la cara y se gira para curvar sus labios hacia mí. —Por favor. Tristian
y Killian pueden disfrutar de todo eso, pero si puedo obtenerlo de las chicas que realmente me
desean. ¿Por qué molestarme en luchar con alguien que no lo hace? —Dirigiendo su mirada al
techo, agrega en voz más baja—: No es lo mismo si no lo desean. Es básicamente como
masturbarse, excepto que tal vez sea incluso peor.
Lo observo, tomada por sorpresa por la confesión. Eso no suena para nada al Rath que
recuerdo de la escuela secundaria, el tipo que definitivamente se excitaba conmigo haciendo
algo que vocalmente no quería hacer.
Aunque tal vez haya cambiado. Tal vez estar en la universidad con chicas nuevas, más
chicas, ha cambiado su punto de vista. Tal vez Dimitri Rathbone en realidad se está convirtiendo
en alguien que no es un monstruo.
De repente, se anima, apoyándose en los codos. —Tal vez podamos hacer que Martin
altere el contrato. Solo una o dos veces. Solo para poder concentrarme cuando lo necesito.
Como Killer tiene sus folladas previas al juego, ¿sí?
Lo miro como un búho, deliberadamente sin decir lo terrible que había ido ese ritual para
Killian, y para mí, la última vez. —Yo... no sé.
Gime, la cabeza girando hacia atrás. —Mierda, ellos nunca aceptarían eso. Todo esto es
inútil. —Frunzo el ceño mientras observa la curva derrotada de sus hombros—. Tal vez todos
tengan razón. Tal vez solo soy jodidamente estúpido.
—¡No eres estúpido, Dimitri! —Insisto, sintiéndome repentinamente acelerada por la
palabra—. Tocas música como nada que haya escuchado antes. Eres más que bueno, ¡eres
prácticamente un genio! Solo necesitas superar esto. —Puedo ver que no estoy logrando nada
con mis palabras. Ya se dio por vencido, la atención claramente fijada en el piano al otro lado
de la habitación, los dedos moviéndose inquietos como si pudiera sentir las teclas debajo de
ellos.
—¿Y si yo… —tragando saliva, trato de armarme de valor para expresar el pensamiento que
pasa por mi cabeza—, lo deseara?
Su frente se frustra, sus ojos finalmente se encuentran con los míos. —¿Desear qué?
Sé que mi cara debe estar roja como una remolacha. Se siente tan caliente que presiono
mis palmas contra mis mejillas, con el estómago revuelto. Temblando, ofrezco: —Podría...
chuparte.
Levanta una ceja lentamente. —¿Esperas que me crea que quieres darme una mamada?
Haciendo una mueca, miro hacia otro lado, avergonzada. En muchos sentidos, tiene razón.
La idea de hacerlo me hace sentir vagamente mareada.
También me hace sentir más caliente.
Me hace dar curiosidad.
—Yo… no quiero. Quiero hacer lo que sea necesario para que pases esta clase —intento,
ignorando la forma en que me mira, desconcertado y ligeramente molesto—. Si estás así de
distraído todo el tiempo, nunca lograremos nada.
—No lo sé…
—Eres lindo y todo —continúo, convenciéndome a mí misma—, y quién sabe. Si no me
obligan a hacerlo, tal vez sea diferente —apuesto, sonando mucho más segura de lo que siento—
. Tal vez me guste.
O, al menos, no tendré pesadillas al respecto tres años después.
Desde mi periferia, creo que lo veo sonreír, pero cuando me giro, su rostro esta tan pasivo
como siempre. —¿Quieres chuparme la polla?
Apretando mis labios, asiento con la cabeza de forma insegura.
No parece impresionado. —Los asentimientos a regañadientes no son realmente la vibra
que busca mi pene. Pero gracias de cualquier manera.
Tomo una bocanada de aire ardiente, deseando que mi estomago se asiente ante las
palabras que ofrezco. —Dimitri. Quiero... chupártela. —Ante su mirada en blanco, digo—: No sé
si seré buena en ello, así que quizás tengas que ser paciente. Pero lo digo en serio. Quiero.
Hacerlo. Especialmente si creo que ayudará y, técnicamente, soy quien puso esa regla de no
sexo en el contrato.
Arrastra su labio inferior entre sus dientes, sus ojos se desvían hacia mi pecho. —Está bien
—dice al fin decidiendo—. Si quieres.
Aun así, mi cuerpo tarda un momento en ponerse en movimiento, levantándome del sofá
y girando hacia el pie de la cama donde está sentado, con las piernas abiertas, ojos oscuros
siguiéndome por debajo de sus largas pestañas.
Froto mis palmas nerviosamente una contra la otra antes de hundirme lentamente sobre
mis rodillas. Sus muslos son cálidos y firmes bajo mis manos cuando lo alcanzo, indecisa, pero
él no se mueve. No parpadea. No me dice que haga otra cosa.
Así que paso las palmas de las manos hacia arriba y hacia abajo, con el estómago
revoloteando por los nervios cuando siento que sus músculos se flexionan debajo de la mezclilla.
No puedo decir si es impaciencia o simplemente su forma de moverse conmigo, dentro de mí.
Tomándome mi tiempo, subo a su cintura, evitando el obvio bulto justo en frente de mí, y
alcanzando el botón de sus jeans, abriéndolos. El sonido de su cremallera bajando envía una
extraña y explosión de electricidad a la boca de mi vientre. Observo cómo se separan los dientes,
curiosamente por este destello de... ¿anticipación? ¿Es eso lo que es esto?
No es hasta que estiro los dedos para enganchar mis dedos en la cinturilla, dando un tirón
a los jeans, que Dimitri responde en absoluto, levantando sus caderas para mí.
Me recuesto sobre mis talones al verlo descubierto, finalmente siguiendo esa línea de
cabello oscuro debajo de su ombligo hasta la gruesa y dura polla que espera debajo. Mi
exhalación se escapa en una ráfaga lenta y, por un momento, no tengo idea de qué hacer.
Entonces se contrae.
Extiendo la mano lentamente, vacilante, pasando mis dedos a lo largo del eje tenso y
aterciopelado. Dimitri hace un ruido, profundo en su pecho, arenoso y bajo. Eso es lo que me
da el coraje para finalmente envolverlo con mi palma, tal como lo hice con Tristian el otro día.
—Eso es todo —suspira, estirando la mano para tocar mi cabello. Sus dedos se entrelazan
en él, enroscándose en la parte posterior de mi cabeza, y cometo el error de mirarlo a los ojos,
viendo lo oscuros que se han vuelto, lo suaves que se ven sus labios. Mi propia boca se abre en
una exhalación y sus ojos se lanzan hacia abajo para mirar—. ¿Quieres chuparme, bebé?
Me acerco, dando un pequeño asentimiento. —Si.
Su mano se aprieta en mi cabello, empujándome hacia donde está cerrado en mi mano.
—Adelante. Dale una probada.
Cerrando los ojos, abro la boca y le doy a la punta una lamida experimental. No es mucho.
Apenas tengo el sabor de él en mi lengua. Pero su muslo se tensa bajo mi mano. Esperando.
Voy un paso más allá, empujando la punta hasta el fondo de mi boca. Lo chupo lenta y
suavemente antes de soltarlo, probando las aguas. Sus caderas se mueven ligeramente,
persiguiendo el calor de mis labios. Puedo decir por el peso creciente de su mano sobre mi
cabeza que se está impacientando y está ansioso, así que finalmente hundo mi boca en él.
—Joder, sí —suspira, sus dedos amasan mi cabeza. Puedo sentir el calor de sus ojos sobre
mí, observándome, con la voz baja y áspera—. Eso es todo, bebé, hazlo agradable y húmedo.
¿Te gusta? —Tarareo en respuesta y él gime, levantando las caderas—. Puedes profundizar más.
Vamos, sé que puedes.
Todavía estoy tambaleándome por su sabor: la sal, la carne y la forma en la que se posa
contra mi lengua. Quiero explorarlo, descubrir qué es lo que está enviando un desfile de
hormigueo directamente a mi núcleo.
Como si leyera mi mente, pregunta en un susurro ronco: —Te pone húmeda, ¿no es así?
—Suelta una risa temblorosa, su mano presionándome un poco más fuerte—. Eres una cosita tan
inquieta cuando estás caliente. Apuesto a que te verías tan bien atada, retorciéndote por todos
lados, tan jodidamente hambrienta por una polla que ni siquiera te sentirías avergonzada por tu
apariencia.
Sus palabras traen un calor renovado a mi rostro, pero hacen aún más por él. Se hincha
en mi boca, la mano presionando más y más fuerte. No soy la reina de las mamadas. La única
que he dado fue a Tristian esa noche, pero en mis días de Sugar Baby leí y vi muchos videos.
Hago lo mejor que puedo para emular, usando mi lengua y mis labios, chupando y jugando con
la cabeza salada cuando su mano me deja levantarme.
Probablemente marque el ritmo más que yo, pero en secreto estoy agradecida por ello:
esta instrucción amable, libre de violencia, despecho y codicia. Cuanto más lo hace, más quiero
demostrar que está funcionando. Que soy buena. Que puedo ser buena, si tuvieran un poco de
maldita amabilidad al respecto.
Dimitri parece entender, dándome elogios en maldiciones bajas, irregulares y mordidas.
—Joder, así. Tu boca está tan malditamente caliente. Voy a llenarla, hacer que te ahogues
conmigo. Te gustaría eso, ¿no? Tragar mi semen, probarme toda la noche.
Sé que eso es lo que quiere, y sé que por eso lo haré: tragármelo. Pero es casi como si
estuviera preguntando. Es casi como si le importara lo que quiero.
—Te daría permiso —dice, su voz suena más sin aliento—. Y lo usarías, ¿verdad? Irás a la
cama esta noche y te masturbarás pensando en esto.
Lo chupo con vigor, tarareando sus sucias frases, sin importarme la saliva que gotea por
mi barbilla. Sé que se viene cuando se pone más grande, más duro, surgiendo en mi boca. Me
arrodillo hacia adelante con anticipación, obligándome a no entrar en pánico cuando su mano
me empuja hacia abajo, hundiendo su pene profundamente en mi boca.
Se corre con un gemido largo y trémulo, su mano apretada en mi cabello. Es diferente de
esa vez con Tristian. Esta vez, puedo saborearlo, el calor y la acidez de su semen. Puedo apreciar
ese estremecimiento en sus abdominales mientras se flexionan, las caderas se sacuden mientras
sus hombros dan un único y fuerte estremecimiento. Puedo escuchar su jadeo, y sé que se acabó,
sé que está bien escabullirse y dar un gran trago, deslizando una mano sobre mi boca. Esta vez,
puedo verlo tirado en su cama y sentir algo más que náuseas al ver su expresión satisfecha.
Esta vez, tengo un propósito, y me siento menos como un juguete y más como una Lady.
Capítulo 19
STORY
No sé qué hay entre Dimitri y Tristian al día siguiente, pero las cosas son ciertamente
antagónicas.
En el desayuno, al que Killian no asiste debido a asuntos del día del partido, ambos están
sentados a la mesa, hablando de mí, sospecho. Puedo decirlo porque en el instante en que entro
en la habitación, ambos se quedan llamativamente en silencio.
Dimitri se recuesta casualmente en su silla, mirándome con ojos brillantes e interesados. —
Dulce Cereza —dice, mirándome de arriba abajo.
Tristian frunce el ceño. —Aún no estás vestida.
Avergonzada, tiro de las mangas de mi suéter. —No estaba segura de qué ponerme hoy.
Para nuestros planes, quiero decir. Es sábado, lo que significa que no hay clases. Pero luego está
el juego de FU. La gente ha estado hablando de eso toda la semana. El fútbol es muy importante
en Forsyth.
—Tenemos un montón de tiempo. Más de setenta y cuatro minutos. —Confundida por el
extraño énfasis, lo miro confundida mientras Dimitri se da palmaditas en el muslo—. Puedes
sentarte aquí esta mañana.
—No. Tiene que comer —argumenta Tristian, acercando la silla a su lado—. Te compré
bagels con chía y lino hoy. Además, un batido de hierba de trigo. —Señala lo que ha preparado
para mí como si fuera una atracción especial. Tal vez a su manera, lo es.
Dimitri me da una mirada. —Tengo tocino grasoso, trozos de patata con queso y
panqueques con chispas de chocolate. Es tu elección.
Tristian chasquea la lengua. —Ella no quiere comer esa basura. Todo es grasa, azúcar y
tonterías de conservantes procesados. Vamos, Story. Le agregué un poco de canela al batido de
trigo, así que esta vez te gustará.
Sabiendo que definitivamente no pasará, me quedo paralizada por un momento,
sorprendida de que me den a elegir.
Casi creo ver la cara de Tristian caer cuando doy la vuelta a la mesa para sentarme de
mala gana en el regazo de Dimitri.
Él ríe. —Míralo de esta manera: más pasto de trigo para ti. ¿De cuántos sorbos es ese vaso?
¿Al menos de setenta y cuatro?
Agacho la cabeza ante la mirada gélida de Tristian. —Lo siento. —A la defensiva, agrego—
: Me gusta el tocino. —Va a hacer falta mucho más que canela para que esa sustancia pegajosa
verde radiactiva sea apetecible.
Dimitri desliza su plato más cerca de mí, su otro brazo se enrolla alrededor de mi cintura.
—No te preocupes por él —dice, sus labios rozando el caparazón de mi oído—. Si quieres llevarte
algo a la boca, entonces deberías poder hacerlo.
Mi rostro se calienta ante la insinuación, mis ojos saltan hacia arriba para atrapar los ojos
de Tristian en nosotros, entrecerrados.
Todo el desayuno es así. Dimitri dice algo coqueto y Tristian mira a cualquier parte en
una escalada entre desaprobación y asco. No soy lo suficientemente estúpida como para pensar
que es una cuestión de celos, pero claramente hay algún tipo de pelea de meadas en la que
preferiría no participar.
Es por eso que, cuando subo a cambiarme, elijo una falda corta de mezclilla para ponerme.
A Tristian le gustará, y ya me ha pedido que me vista para Dimitri en el pasado, así que lo verá
como el gesto que debe ser.
Después de un largo y espantoso momento de consideración, saco la camiseta de Killian
del perchero y me la pongo.
Entonces, me la quito.
Gimiendo, me la pongo de nuevo.
Hago esto tres veces más antes de que finalmente desgaste mi molestia y continue. Es más
como un vestido que una camisa, pero lo anudo en la cintura y me pongo unas botas de tacón,
y es lo suficientemente llamativa. Asiento con la cabeza en el espejo, extrañamente orgullosa de
haberme vestido para cada uno de ellos, y al mismo tiempo ser apropiada para la ocasión.
Más tarde, me paro en el vestíbulo y los escucho discutir sobre quién va a conducir.
Definitivamente es un concurso de meadas. Dimitri podría haber ganado el del desayuno, pero
esta va para Tristian, quien se pavonea hacia el garaje con una sonrisa en su rostro.
Me deslizo en el asiento trasero.
Dimitri también.
Tristian ajusta el espejo retrovisor hasta que nos mira directamente. —¿¡Qué diablos estás
haciendo!? —Dice con una voz cuidadosamente uniforme, y no como una pregunta.
—Siempre obtienes el asiento del pasajero cuando Killer conduce. —Dimitri frota una mano
sobre el respaldo del asiento, estirándose hasta que está alrededor de mis hombros—. ¿Qué
puedo decir? Me acostumbré a estar aquí.
Si Tristian quiere discutir, entonces ejerce un poco de autocontrol simplemente respirando
profundamente y arrancando el motor. —Bien.
Todo el viaje es incómodo. Dimitri sigue paseando sus dedos por mi muslo desnudo,
riéndose cada vez que me retuerzo, y Tristian sigue lanzándonos miradas frías desde el frente.
Me ha llevado algo de tiempo, pero al final me doy cuenta de que realmente hay ventajas
en ser la Lady de los Lords. Privilegios, fuera de mi objetivo principal de estar a salvo, de
mantener a otros a salvo, de Ted. Está el hecho de quedarme en una hermosa casa, obviamente.
Además, tener un ama de llaves que prepara mis comidas y mantiene mi baño impecable. Pero
todo eso palidece cuando llegamos. Los tres pasamos junto a los que siguen afuera y entramos
en Mercer Field a través de una entrada especial. Obviamente. El estadio lleva el nombre de la
familia de Tristian. Explica mucho sobre su nivel de derecho en establecimientos como este.
—Pensé que querrían estar en la barricada —le digo mientras somos conducidos por
seguridad a lo que me dijeron que son palcos especiales. Una placa junto a la puerta muestra el
apellido “Mercer”. Debajo hay letras griegas más pequeñas. LDZ.
—Es divertido allá abajo —admite Tristian, echándose el pelo rubio hacia atrás—, pero aquí
arriba podemos comer y beber a nuestro gusto. Y no esa mierda de comida chatarra que ofrecen
en las concesiones. Elegí personalmente al proveedor y aprobé el menú yo mismo. —La puerta
de la suite se abre y veo que ya hay bastante gente aquí. Me sorprende el aroma especiado de
la deliciosa colcha dispuesta sobre una mesa larga estilo buffet cubierta con lino. Tristian tiene
razón. No es comida de estadio de mierda, sino una comida gourmet.
También hay un bar completamente abastecido, asientos cómodos y enormes televisores
repartidos por la habitación para una mejor vista.
Tristian me acerca. —También hay más oportunidades para tener privacidad.
Un escalofrío me recorre la espalda, pero no es por miedo a Tristian. Bueno, no del todo.
Las cosas entre nosotros han estado un poco forzadas desde el almuerzo con sus hermanas. Más
exactamente, desde el viaje a casa después del almuerzo. No se tomó muy bien el que lo
relacionara a un abusador.
Estoy a punto de jugar un poco, para complacerlo, reparar lo que sea necesario remediar
para que las cosas funcionen sin problemas con nuestro acuerdo, cuando lo veo.
Mi sangre se convierte en hielo agudo y punzante.
Está al otro lado de la habitación, apilando su plato con alitas de pollo, y observo,
horrorizada, mientras coloca un último muslo encima del otro y se lame los dedos.
Al principio, es como si todo el aire hubiera sido exprimido de mis pulmones, demasiado
constreñidos para tomar más. Entonces, es como si no pudiera tomar lo suficiente, tragando
saliva con fuerza y estremeciéndome.
—¡Oh, Dios mío! —Me giro hacia ellos, agachando la cabeza para protegerme la cara con
el pelo. Los latidos de mi corazón se vuelven un staccato espeso en mis oídos, ahogando todo.
Tristian inmediatamente me levanta la barbilla y continúa: —Bueno, si prefieres no tener
privacidad, también puedo hacerlo. Sin embargo, puede ser un poco incómodo con mi madre
en la habitación.
Dimitri resopla, pero en realidad no estoy escuchando a ninguno de ellos. Por una vez,
hay alguien más en la habitación a quien temo más que a los Lords.
Tristian se da cuenta lentamente de esto, frunciendo el ceño mientras se agacha para
encontrarse con mi mirada. —Oye, ¿qué pasa?
Frenéticamente, niego con la cabeza. —¡Nada! No es nada.
—Estás temblando —dice Dimitri, sus dedos rozando los míos. Mira hacia arriba y alrededor
de la habitación—. ¿De qué estás tan asustada?
Miro por encima del hombro al hombre. Se ha trasladado a uno de los grandes televisores
con algunos otros hombres, viendo un programa anterior al partido. No es feo. Tiene cabello
oscuro con mechas plateadas en las sienes. Postura recta pero informal. Robustos rasgos
aristocráticos y ropa cara. Sabía que tenía dinero, había estado en su perfil.
Su perfil de Sugar Daddy.
—¿Conoces a ese tipo? —Los dedos de Dimitri se enroscan alrededor de mi muñeca,
tirando—. Story, ¿cómo conoces a Saul Cartwright?
Saúl no es el nombre por el que lo conozco, aunque me resulta vagamente familiar. Su
usuario era DaddySiempreTeDará en la aplicación, pero si he aprendido algo sobre las
actividades en línea, es que las personas se esconden bajo muchos nombres diferentes.
Consideré más de una vez que DaddySiempreTeDará podría ser Ted. Esa teoría me sacude
hasta la médula ahora que me doy cuenta de que está en la Universidad, parado en la misma
habitación. ¿Puede ser esto una coincidencia?
En silencio, Dimitri exige: —Cereza, responde la maldita pregunta.
Tomo una respiración profunda. —Ese tipo. Era uno de los hombres de la aplicación de
Sugar Daddys. Le envié algunas fotos y chateé por video con él varias veces.
La imagen de él masturbándose al otro lado de la pantalla está grabada en mi memoria.
Su lujoso Rolex, moviéndose arriba y abajo en su muñeca, el profundo azul marino de sus
pantalones, con la cremallera abierta, los sonidos que hacía.
—Por dinero —dice Dimitri, dejando caer mi muñeca. El disgusto en su rostro es claro.
—O tarjetas de regalo —aclaro, sintiéndome extrañamente dolida por el rechazo—, pero sí.
Con los labios fruncidos, deja muy claro lo que siente por todo el asunto. —Ese tipo tiene
cincuenta y tantos años. No puedo creer que te hayas excitado con eso.
Lo miro boquiabierta, con el pecho hinchado de indignación. No es justo que me sienta
avergonzada. Estos dos han hecho cosas mucho peores, por razones mucho peores. —¡¿Qué te
hace pensar que yo… —bajando la voz, siseo—, estaba excitada?!
Es Tristian quien responde, y aunque su rostro muestra una expresión perfectamente
pasiva, todavía puedo ver el desagrado en sus ojos. —¿Por qué más te molestarías en hacerlo?
Vivías en una jodida mansión como el Payne mimado más nuevo. Killian nos dice mucha
mierda, como te habrás dado cuenta. Su padre te hubiera comprado todo lo que quisieras. —No
estoy segura de por qué lo dice así, lleno de desdén.
Pero sé una cosa. —Te equivocas. —Estaba tan mal, de hecho, que ya no estoy temblando
de miedo, sino de ira—. Necesitaba dinero. Dinero que no podía pedirle a Daniel. ¡Dinero que
no podría ganar lo suficientemente rápido haciendo otra cosa!
Dimitri todavía parece dudar. —Daniel probablemente se limpia el culo con Benjamins.
No hay nada que no puedas pedirle.
Tomo un respiro para calmarme antes de que mi cabeza explote, mirando alrededor para
asegurarme de que nadie esté suficientemente cerca para escuchar mis siguientes palabras. —
Estaba pensando en escapar.
Tristian sonríe con indulgencia. —Por supuesto. Estabas tratando de huir de una nueva
vida cómoda llena de lujo y privilegios.
Lo miro con tanta fuerza que su sonrisa desaparece. —Sí, qué gran vida era esa, con un
hermano que me atormentaba todos los jodidos días. ¡No sé por qué alguien querría alejarse de
eso! —No es toda la verdad, pero es justificación más que suficiente—. Estaba en una situación
difícil e hice algo estúpido, pero solo porque estaba desesperada. Y si vivir conmigo durante este
tiempo no les ha dado ni siquiera una idea de mi personaje, entonces ambos están mucho más
ciegos de lo que esperaba.
—¿Y qué? ¿Ahora le tienes miedo? —pregunta Dimitri, asintiendo hacia Cartwright—. ¿Qué
va a hacer, recuperar el dinero?
El triste hecho del asunto es que mi breve tiempo como Sugar Baby fue la única vez que
pude usar mi cuerpo, a mi manera, para mi propio beneficio. Nunca fue algo de lo que me
enorgulleciera, pero tenía una forma de hacerlo. Una forma de hacerme sentir empoderada.
Codiciada. En control.
Todo era falso. Lo sé ahora, viendo a Cartwright, sabiendo que él podría ser el hombre
que me ha aterrorizado durante tanto tiempo. Hubo consecuencias que no podría haber
esperado. Dimitri y Tristian no tienen idea. Pero ahora definitivamente no es el momento de
contarles sobre Ted, si es que alguna vez lo llegan a saber.
Me desinflo, aun escondiendo mi rostro. —Verlo así, aquí afuera, es… —Suavemente,
confieso—: Es extraño e incómodo. ¿Qué pasa si intenta hablar conmigo o algo así? —Agrego el
“o algo así” intencionalmente, solo que no en la forma en que probablemente lo entiendan.
Tristian me mira, sus ojos azules buscan los míos, contemplativo. No estoy segura de lo
que encuentra en ellos, pero parece tomar una decisión, dejando su bebida sobre la mesa. —
Bueno, no podemos dejar que lo haga, ¿verdad? La buena noticia para ti es que Saul Cartwright
definitivamente tiene más motivos para temerte que tú a él.
Arrugo la frente. —¿Por qué dices eso?
—Porque es el jefe del Departamento Atlético de Forsyth. Si se supiera que estaba
solicitando sexo a una menor —Tristian se ríe maliciosamente—, toda su jodida carrera habría
terminado. Es el hombre mejor pagado del campus, y tú tienes sus pelotas en un tornillo de
banco, Dulce Cereza.
Sonriendo, Dimitri agrega: —Y ahora, nosotros también.
Por eso había oído el nombre antes. Simplemente no conecte los puntos. Nada de lo que
acaba de decir Tristian me hace sentir mejor. En todo caso, podría estar en más peligro.
DaddySiempreTeDará —Saul Cartwright—, es más poderoso de lo que pensaba.
—Debería irme —digo, mientras el pánico aumenta una vez más al pensar en él tan cerca—
. Interrumpir esta fiesta no sería un comportamiento apropiado para su Lady.
Tristian mira a Dimitri antes de decir: —Lo que no es apropiado es que no estés aquí, con
nosotros, tus Lords, apoyando a otro Lord que está a punto de patear traseros en el campo. Este
es mi palco, Story. Nadie avergonzará a nuestra mujer aquí. Él es el pervertido. —Su brazo pasa
por encima de mi hombro—. Además, ese viejo sucio puede necesitar entender exactamente a
quién perteneces ahora.
—Pero… —lo intento, pero Tristian se dirige a través de la habitación con una arrogancia
fácil y confiada. Empiezo a seguirlo, temblando de terror ante la idea de una confrontación, pero
la mano de Dimitri aterriza pesada y fuerte en mi hombro.
—Tranquilízate, Story. Puede manejarlo.
Mi estomago da un vuelco, el sudor hormiguea en la base de mi cuello. Todo podría
explotar en este momento. Si Cartwright es realmente Ted, entonces está a punto de averiguarlo
todo: dónde vivo, con quién estoy, todo. Tendré que volver a la casa y... ¿qué, empacar? ¿Huir?
No.
Entonces no solo tendré a un acosador persiguiéndome, sino también a los tres Lords
cabreados con los que hice un contrato.
Tristian se acerca a Saul Cartwright y le pone una mano en el hombro. Es difícil de ver,
pero mis ojos están bien abiertos, es como ver un accidente automovilístico. Su cabeza se inclina
hacia delante y le dice algo en voz baja al oído. Todo se queda quieto y en silencio, y luego, un
momento después, se dan la mano como viejos amigos que acaban de terminar una transacción
comercial.
Cartwright gira bruscamente y se dirige directamente hacia la puerta. Me giro cuando
pasa, encogiéndome contra la delgada pared del cuerpo de Dimitri. Su mano sube para ahuecar
la parte de atrás de mi cabeza, presionándome más cerca. Oigo la puerta para abrirse y luego
cerrarse.
Suavemente, Dimitri dice: —Se ha ido.
Tristian regresa, con las manos en los bolsillos, una sonrisa de suficiencia en su rostro.
—¿Qué le dijiste? —Me pregunto, con el corazón todavía acelerado.
Se encoge de hombros. —Dejé en claro que los pedófilos no son bienvenidos en la suite
de Mercer, y que si no quería estar expuesto y perder su trabajo, debía irse de inmediato.
El alivio me inunda, al menos por el momento. Le doy a Tristian un agradecido: —Gracias
—pero él niega con la cabeza.
—No es necesario agradecerme. Ahora nos perteneces. Protegemos a los nuestros. Lo
sabes.
Lo extraño es que, en cierto modo, lo hago. Es lo que quería cuando acepté este puesto,
pero entonces no me había dado cuenta de hasta dónde se extendería esa lealtad hacia mí.
—¡Tristian! —una mujer llama, interrumpiéndonos. Una mujer rubia vestida de naranja y
morado acaba de entrar en la habitación. No está usando las prendas horteras que compras a
los vendedores fuera del estadio. Todo lo que viste luce muy caro, como si hubiera comprado
su bufanda de tablero de ajedrez en una elegante boutique de Forsyth U para damas ricas—. No
estaba segura de sí aparecerías.
—Hola, mamá —dice, y la envuelve en un abrazo. ¿Mamá? Deseosa de sacudirme la tensión
de encontrarme con Cartwright, abrazo la curiosidad sobre la mujer que engendró un demonio
como Tristian. ¿Encontró la marca de la bestia en su frente al nacer? ¿Tuvo que cubrirle las
pezuñas?—. Solo llegué un poco atrasado. Tú sabes cómo es todo.
—Estuviste de fiesta hasta tarde esta semana, supongo. —Su mirada pasa de mí a Dimitri—
. Oh, Dimitri. Te ves tan guapo como siempre. ¿Qué tal la música?
—Señora Mercer —saluda Dimitri, apartándose el pelo de los ojos—. Todo va bien. Mis
clases son un poco más complicadas este año, pero creo que tuve un gran avance anoche. —Sus
labios se curvan en una sonrisa. A pesar de nuestra pequeña discusión, encuentro que en
realidad es bastante agradable verlo sonreír, especialmente sabiendo que mi lección tuvo algo
que ver con eso.
La señora Mercer le da una palmadita en el hombro, sus brazaletes de oro chocan entre
sí. —Superar el bloqueo artístico es parte del proceso. Sé que el programa es muy desafiante. El
padre de Tristian dona una cantidad generosa a la escuela de música todos los años.
—Madre —dice Tristian, poniendo una mano en mi espalda baja—. Estoy seguro de que
recuerdas a la hermanastra de Killian, Story.
Finalmente fija su mirada en mí. —¡Ay, Story! Sí, había oído que estabas de vuelta en la
ciudad. Supuse que podrías ser otra de las... amigas de Tristian.
Su sonrisa es agradable pero tensa, y no puedo evitar moverme con inquietud mientras
evalúa mi atuendo. Nadie me dijo que íbamos a una suite elegante. Si lo hubieran hecho,
probablemente habrían elegido algo un poco más elegante y un poco menos agradable para las
gradas. —De hecho, he invitado a tu madre ya Daniel al palco hoy. No sabía que estarías
disponible, o te habría extendido una invitación personal, por supuesto.
—¿Ah, de verdad? —Pregunto, luchando contra una mueca ante la idea de ver a mi madre.
Mi mamá y Daniel. Esta caja es el círculo del infierno certificado—. No he tenido muchas
oportunidades de verlos desde que regresé.
—Así es. Pasaste algún tiempo… lejos, ¿no?
—Si, en un internado —explico, pero su tono me hace preguntarme si ella también sabe
sobre mi acto de desaparición. La forma sospechosa en que sigue mirándome inquieta.
—Ya es hora del juego inicial —dice Tristian, presionando con la mano mi espalda baja—.
Voy a servirme un trago antes de que comience el juego. ¿Alguien quiere algo?
—Cuenta conmigo —dice Dimitri, dirigiéndose al bar.
—Encantada de conocerla, señora Mercer —digo, lista para escapar.
—Igual querida. —Da media vuelta, con la bufanda ondeando detrás de ella, y se une a
otras mujeres de su edad.
Cuando alcanzo a los chicos en el bar, Tristian empuja un vaso en mi mano. —Bebé esto.
—¿Por qué?
—Porque pareces un paso más allá de enloquecer.
—¿Y por qué sería eso? —Pregunto en un susurro, inspeccionando el líquido marrón—.
¿Será porque casi me encuentro con alguien que probablemente todavía tiene fotos mías
desnuda de cuando era adolescente? ¿O porque me acaba de tender una emboscada tu madre,
quién probablemente pensó que era una de esas putas con las que te acuestas, pero luego se dio
cuenta de que solo soy la jodida hermana pequeña de Killian? —Tiro el vaso hacia atrás, dejando
que el licor fresco cubra mi garganta de un solo trago—. ¿O es el hecho de que vienen mi mamá
junto mi padrastro y no tengo idea de cómo ser su Lady frente a ellos?
—Relájate, Dulce Cereza —dice Dimitri—. No somos animales. Podemos comportarnos en
la educada sociedad.
Tal vez puedan, pero no estoy segura de que yo pueda hacerlo. Lo que hago en esa casa,
con estos tipos... es algo que he tenido que compartimentar mientras me concentro en
mantenerme a salvo. Pero alrededor de todas estas otras personas, sigo pensando en lo que
Tristian y yo hemos hecho en todo el campus, y lo que le hice a Dimitri anoche. ¿Puede la gente
saberlo? ¿Ya lo saben?
En su mayoría lo ignoro porque el juego comienza y todos están enfocados en el chico
dorado de Forsyth U, Killian “Killer” Payne. Ver sus hombros anchos y su paso confiado
mientras domina el campo desencadena el recuerdo de lo que me hizo en el piso del pasillo.
Puedo sentir su aliento cálido sobre mí, el dolor en mis brazos y piernas, su olor, lo rojo que se
vio su rostro cuando se acercaba…
—¡Story! ¡Dios mío, no puedo creer que tú también estés aquí! —Dando vuelta, veo que
han llegado mi madre y Daniel.
—¡Mamá! ¡Hola! —Le doy un abrazo. Todavía es elegante y delgada, aunque se ha cortado
el pelo más corto de lo que jamás lo he visto, enroscado alrededor de las orejas en una melena
ordenada. Está vestida con ropa similar a la señora Mercer. Ya no es la madre soltera trabajadora
que tenía dos empleos solo para mantener las luces encendidas. Es la esposa de un elegante
magnate inmobiliario, de pies a cabeza—. Tristian me invitó.
—Que maravillosa sorpresa. —Mira mi camiseta, con los ojos desorbitados—. ¡Daniel! ¡Mira,
Story lleva la camiseta de Killian!
—Bueno, mira eso —dice Daniel, sonriendo—. Nunca pensé que vería el día.
Tiro del nudo, tratando de respirar alrededor del puño en mi garganta. —Solo trato de
mostrar mi espíritu al equipo.
—Te ves bien —dice Daniel en voz baja—, ¿como si las cosas estuvieran yendo bien?
—Me está yendo bien. Realmente bien. —Muevo la cabeza tranquilizadoramente, a pesar
de que no quiero nada más que ir a esconderme a un armario en alguna parte.
Mamá agarra mi mano, exclamando: —¡Estoy tan contenta de verte! Quiero escuchar todo
sobre la universidad hasta ahora. ¿Cómo son tus clases? —Su voz baja—. ¿Has conocido a algún
chico guapo?
—¡Blair! —La señora Mercer llama, desviando su atención. Mi madre chilla y se abrazan
como dos adolescentes. Un momento después, su interés en mi vida académica y social se ha
visto superada por una discusión sobre una recaudación de fondos. Afortunadamente, Daniel
también parece aburrido de mí, y se va para buscar un asiento con una buena vista del campo.
Los otros hombres le dan una palmada en la espalda, obviamente impresionados con la forma
en que su hijo domina el campo. La distracción es un alivio. Lo último que necesito es que
parezca una madre cariñosa, sondeando mi vida. Incluso si Ted no es Cartwright, todavía está
por ahí. Observando, esperando.
—¿Quién diría que nuestras madres eran amigas tan cercanas? —dice Tristian, acercándose
sigilosamente a mí. La sonrisa en su rostro me dice que definitivamente lo sabía.
—Sí, ¿quién diría? —Supongo que debería haberlo hecho. Tristian y Killian son tan
cercanos. ¿Por qué no lo serían ellas?—. ¿No es un poco raro que estemos aquí juntos?
Niega con la cabeza. —No seas tan de secundaria, Dulce Cereza. Nadie lleva esos viejos
rencores a la universidad. Además, nadie podría culparnos. ¿Quién hubiera dicho que la
pequeña Story Austin crecería para convertirse en un pequeño zorro astuto?
Me alejo de sus cumplidos, sintiéndome insegura y fuera de lugar. Todos los demás aquí
encajan, pero sé que sobresalgo como un pulgar colorido. ¿Todos saben que soy su Lady?
¿Saben lo que una Lady está obligada a hacer? Si es así, nadie lo menciona. Tal vez así es como
funcionan las cosas en su mundo, porque me doy cuenta de algunas otras mujeres jóvenes en la
sala. Una está sentada al lado del señor Mercer y está actuando particularmente amistosa.
—¿Quién es ella? —Le pregunto a Dimitri.
Sus ojos oscuros se fijan en la rubia. Podría haber sido una de las chicas que Killian arrojó
de su habitación en la fiesta. —Oh, esa es Ruthie Jones. Es la amante de Mercer.
—¿La amante? ¿Aquí?
Tengo muchas preguntas.
Se encoge de hombros. —Las cosas funcionan de manera diferente con la gente rica, lo
sabes. Amantes, Ladys, Sugar Babys —levanta una ceja—, es parte del estilo de vida.
—Pero, ¿y su esposa? ¡Está ahí!
—Estoy seguro de que ella se vengará de él por ser criticada con su entrenador de tenis
mañana.
—Jesús.
—Story, vivimos en una mansión con un ama de llaves, un abogado personal y una sirviente
contratada sexualmente. ¿Recién te estás dando cuenta de que las cosas funcionan de manera
diferente por aquí? —Me da una mirada de incredulidad y luego regresa a la barra para tomar
otro trago.
Intento adaptarme a la nueva normalidad de mi vida. ¿Mi mamá sabe todo esto? ¿Daniel?
Pienso en la amenaza de Killian de que tenía influencia sobre mi madre. Sólo Dios sabe si es
cierto.
A pesar de todo, los ánimos aumentan a medida que avanza el juego, y luego burbujea
cuando gana Forsyth. El señor Mercer hace que el personal pase champán, brindando por el
liderazgo de Killian. Incluso después de despejar el campo y el estadio, no hay señales de que
esta pequeña fiesta termine. Estoy empezando a sentirme un poco achispada por todas las
bebidas y más de una vez confiado en Tristian para mantenerme pie.
—¿Qué tal si tú y yo anotamos un touchdown por nuestra cuenta? —susurra en mi oído—.
Puedes mostrarme tus pompones.
Pongo los ojos en blanco, lo suficientemente excitada como para sentirme bien al decir: —
Eres ridículo. ¿No crees que alguien se daría cuenta si desapareciéramos de repente?
—¿Crees que me importa? —Sé que no le importa, y cuando mete la mano debajo de mi
camisa mientras mi madre, Jesús y su madre, están a medio metro de distancia, lo demuestra—.
Sé que usaste esto para mí —dice, husmeando en el espacio detrás de mí oreja.
Antes de que tenga la oportunidad de decidir si voy a luchar contra él o no, la puerta se
abre y Killian entra en la habitación.
Ahora, definitivamente es un círculo del infierno certificado.
Está aseado, lleva una sudadera de FU y pantalones de chándal. Su cabello esta húmedo
por la ducha. Incluso con mi familia aquí, me siento incómoda, como si no perteneciera aquí.
Esta es su gente, no la mía, y sé que no me quiere a su alrededor. Nunca lo ha hecho.
Desafortunadamente, cuando entra a la suite, los míos parecen ser los primeros ojos que se
encuentran. Me muevo ansiosamente bajo su peso, especialmente cuando su mierda cae,
absorbiendo la camiseta que llevo puesta.
Killian me mira fijamente.
Y me mira.
Y me mira.
Un momento después, está rodeado, primero por su papá, luego por los otros adultos,
felicitándolo por una buena victoria. Alguien le presiona una cerveza en la mano mientras un
hombre grande y mayor le da una palmada en el hombro. Aprovecho la oportunidad para
escapar, pero antes de que pueda, mi mamá me agarra del brazo y tira de mí. En lo que debo
considerar un movimiento orquestado, Daniel ha hecho lo mismo con Killian.
—Estoy tan contento de ver que ustedes dos se llevan mejor ahora —dice Daniel una vez
que estamos en un círculo cerrado—. Sé que las cosas fueron difíciles para ustedes dos en la
escuela secundaria, pero un poco de espacio y algo de madurez probablemente los haya
ayudado a ambos a llevarse mejor.
Killian no responde, pero a pesar de que me mira, es sin la agresión y abierta hostilidad a
la que estoy acostumbrada. En cambio, solo se ve cansado, duro y confundido.
—Tengo una gran idea —dice, con los ojos iluminados—, ¿qué tal si ustedes dos vienen a
cenar mañana por la noche?
—¿A cenar? —Pregunto. Me viene a la mente una imagen de nosotros cuatro, reunidos
alrededor de una mesa en un silencio asfixiante e incómodo. Y ese es el mejor de los casos—.
¿En la casa? ¿Juntos?
Killian se frota la nuca. —En realidad creo que tengo un…
—No hay excusas —dice Daniel, levantando las manos—. Finalmente tenemos a nuestra
familia de vuelta en un solo lugar. Creo que es hora de celebrar.
Es una idea terrible, Killian y yo, de vuelta en casa juntos después de todos estos años. No
se comportó bien entonces, y no se comporta bien ahora. Solo aceptar la invitación me pondría
en riesgo de daño personal. Al menos en la casa de los Lords, tengo a Dimitri y Tristian como
amortiguadores.
Killian es el mayor de los tres males.
“No”, está en la punta de mi lengua, pero mi mamá me mira con tanta esperanza. Tendría
que ser una excusa realmente buena y convincente. Estúpidamente, busco en Killian un bote
salvavidas.
Él solo me devuelve la mirada.
Reprimiendo un suspiro de que probablemente estará lleno de miseria, digo: —Claro. Creo
que eso suena genial.
Mi mamá me da un fuerte abrazo alrededor del cuello y todos miran a Killian esperando
su respuesta. Mira a su padre, con la boca apretada en una línea tensa e infeliz, y gruñe: —Bien.
—Se vuelve hacia mí, sus ojos se clavan en los míos y agrega—: ¿Qué tal si te llevo mañana,
Story? Podemos encontrarnos en el camino.
—Perfecto —aclama mi madre, con las manos entrelazadas, sin darse cuenta de que la oferta
de Killian para llevarme no tiene nada que ver con la generosidad. Es sólo otra oportunidad
para que me torture.
Y no hay escapatoria.
Capítulo 20
KILLIAN
—No tan rápido —digo, alcanzando a Story mientras se dirige directamente a su habitación. Ella
y los chicos estaban pasando el rato en la sala de estar de la planta baja cuando llegué a casa,
pero salió corriendo tan pronto como me vio. Estamos en el pasillo de arriba y puedo sentir la
tensión saliendo de ella, esos grandes ojos suyos moviéndose frenéticamente alrededor, como si
buscara una ruta de escape, por si acaso. Es razonable. Hace dos días, la inmovilicé en el suelo
bajo nuestros pies y le follé las tetas. Pero no necesita preocuparse. No estoy aquí para lastimarla.
Solo tengo una pregunta. —¿Por qué diablos estás usando mi camiseta?
Ella agacha la cabeza, sus grandes ojos se fijan en la camisa naranja, con mi número
estampado en el pecho. —Estaba en mi armario —tartamudea, levantando la barbilla—, estaba
tratando de ser solidaria. ¿No es ese el trabajo de una Lady?
Estrecho los ojos ante su tono, malhumorado y un poco insolente. Verla arriba en la suite
usando mi camiseta… Envió un temblor cálido, en lo profundo de mi vientre inferior, que todavía
parpadea como una brasa ardiente. Por un momento allí, la miré con la camiseta, mi nombre y
mi número pegados en ella, y pensé que tal vez…
Tal vez se estaba dejando ser mía.
Solo un poco.
Debería haber sabido que sería así, nada más que un poco de cumplimiento malicioso. —
Lo que sea —me burlo, fingiendo que no estoy decepcionado—, esto es sobre mañana.
—Jesús, mi mamá —gime, rodando los ojos—. No te preocupes, no planeo decirles que
estoy trabajando aquí, o para ti. Haría demasiadas preguntas.
—Sé que no lo harás. —La nivelo con una mirada—. Te iba a decir que estuvieras lista a las
seis. No quiero estar allí toda la noche.
—Oh —dice, claramente tomada con la guardia baja. Se frota las palmas de las manos en
los muslos, la mirada salta al pomo de la puerta—, claro, bien. Seis, entonces.
Cierra la puerta y oigo girar la cerradura con un chasquido. Me quedo con su olor pegajoso
y empalagoso. Eso, más una mirada al suelo, inunda mi mente con imágenes de ella allí abajo.
Atrapada debajo de mí. Retorciéndose. Mendigando. Había estado asustada, seguro. Pero más
que eso, había estado seriamente enojada.
Bueno, yo también. Las chicas que habían subido a mi habitación no habían funcionado.
En todo caso, lo habían empeorado. Claro, rebotaron en mi polla, la chuparon, ofrecieron sus
culos, pero nada de eso funcionó como solía hacerlo. Si era honesto conmigo mismo, admitiría
que ha sido algo gradual. La mierda habitual había estado funcionando cada vez menos. Lo que
sucedió la noche de la fiesta fue solo la culminación de tres años de pésimos polvos.
Mis ojos se mueven rápidamente hacia su puerta y dejo que la verdad pase por mi cabeza.
Solo una cosa me pone duro últimamente.
Esta es la misma mierda que pasó en la escuela secundaria. Lo mismo que me dije una y
otra vez que no dejaría que sucediera. Cuando me despierto, la escucho moverse en su
habitación, peinarse, vestirse. Cuando desayuno, ahí está ella. En la escuela, la veo, caminando
en el patio, vagando por los pasillos. Cuando llego a casa, está allí. Cuando ceno, está allí. Por
la noche, la única vez que realmente me permito mirar, querer y tener, ella llena mi nariz con
su olor, mis ojos con la pálida porcelana de su delicada piel, mi mente con pensamientos de
todo lo que quiero hacerle.
Es todo en lo que puedo pensar. Se siente como si me estuviera ahogando con ella,
rogando por una sola bocanada de aire fresco, pero nunca puedo encontrarla. Todo es Story.
El único momento de libertad que he logrado tener son los minutos que estoy en el campo,
demasiado ocupado concentrándome en el juego como para estar obsesionado con la forma en
que se ven mis moretones asomando por el dobladillo de su falda; mi marca en ella, mi reclamo
hecho carne.
Ahora incluso eso está contaminado, la vista de ella en mi jersey ya lo pervierte. Puedo
verla ahora, estando en el campo, pensando en todas las personas que la habían visto usando
mi nombre, reclamándome.
Soy el tipo que siempre consigue lo que quiere. Tengo dinero, apariencia, habilidad
atlética. No tengo que sacrificarme en el campo de fútbol, lo hago porque mi objetivo no es solo
ser bueno, es ser grandioso. Lo he logrado con un récord ganador, trofeos y una beca increíble
que ni siquiera necesitaba. Pero no todo es deporte. Lo académico es casi tan fácil como lo es
estar en la cima socialmente. Desde la escuela secundaria hasta la universidad, la gente
simplemente hizo fila, lo que permitió que mi estatus social aumentara. No dolía que tuviera los
dos mejores amigos más leales e igualmente impresionantes. ¿Y las chicas? Las chicas siempre
han sido fáciles. Siempre tan, tan insípidamente fáciles.
Excepto mi hermanastra. Story es la única persona que se interpone en el camino para
que mi vida sea exactamente como yo quiero. No debería necesitar tenerla. Tengo todo a mi
favor. Story Austin no es nada. Entonces, ¿por qué no puedo dejar de pensar en la forma en
que huele? ¿La forma en que su jodido cabello brillante se balancea cuando camina? ¿El corte
de sus caderas cuando se da la vuelta en la cama? ¿Cómo se ven las yemas de mis dedos,
clavándose en su piel? ¿Sus tetas apretadas y follables?
¿Por qué no puedo estar cerca de ella sin ser consumido por todo eso?
El resto del equipo está de fiesta ahora mismo, mientras yo estoy en casa obsesionado con
la Lady. No tengo otra opción. Lo último que necesito es tener que rechazar a más chicas. La
otra noche hubo una laguna en el contrato, mi ritual previo al juego. De lo contrario, no se me
permite estar con ninguna otra mujer, lo que estoy empezando a pensar que fue un trato
realmente estúpido. Sobre todo, porque reventar la cereza de Story depende de quién gane el
juego. Todo esto es solo un bloqueo de polla gigante diseñado para hacer que me obsesione
más con ella. Ahora estoy caliente todo el maldito tiempo. Tengo chicas, estoy lleno de
adrenalina, pero mi pene quiere solo una cosa. Una.
Este es exactamente el estado de ánimo que me va a meter en problemas. Todo lo que
necesito es ir a algún bar y descargar toda esta energía en algo equivocado, en la persona
equivocada.
Entro en mi habitación y me cambio, poniéndome unos pantalones cortos holgados y una
camisa de FU. Debería estar agotado después del partido, pero estoy más nervioso que nunca.
Abro mi computadora portátil, con la intención de encontrar algo de porno, lo único que parece
funcionar para mí últimamente, pero en su lugar veo un mensaje emergente sobre el recuento
de puntos semanales.
Mierda. Los puntos.
Abro la hoja de cálculo y hago una doble toma.
De ninguna maldita manera.
Los chicos están relajados cuando bajo las escaleras, y ¿por qué no deberían estarlo? —
¿Cómo diablos —gruño, arrebatándole el vaso de whisky de las manos de Rath—, estás anotando
tan malditamente alto?
Rath se ve momentáneamente enojado porque tomé su bebida, pero desaparece en un
instante, reemplazada por algo presumido. —Tengo tantos porque me estaba básicamente
rogando. Apesta ser ustedes dos.
—Estoy siete puntos por detrás. Podría desempolvar tu trasero en un solo almuerzo. —
Tristian pone los ojos en blanco, pero agrega en un tono a regañadientes—. Dicho eso, la mierda
de tutoría fue genial. Tú y yo —me señala—, vamos a tener que mejorar nuestro juego.
—¿Cómo? —pregunto de nuevo, distantemente sorprendido de que este vaso no se rompa
en mi agarre—. ¿Cómo diablos obtienes tantos puntos? Paso diez minutos con ella y quiero
atravesar una pared con el puño, y esperas que les crea que ustedes dos…
Rath levanta una mano, las cejas subiendo por su frente. —¿Estás dudando de nosotros?
—Cada punto se puede respaldar. —Concuerda Tristian, bebiendo de su propio vaso—. Yo
mismo vi el video de Rath. Ella pidió chuparle la polla. Lo tragó. Y no se escapó después. —Está
marcando modificadores de puntos con los dedos—. Mira, sé que no piensas mucho en el juego
a largo plazo, pero Story no es como tú piensas, Killer. El camino de menor resistencia funciona
con ella. Es como… una chica normal.
Rath se inclina hacia adelante para levantar su vaso. —Es masilla, amigo. Los castigos no
dan resultado, pero ¿sabes que sí? Ser amable. —Se ríe de esto, como si le hubiera hecho
cosquillas la maldita idea—. Tristian le compró una de esas flores de papel después del partido.
Ya sabes, ¿las que venden para recaudar fondos? Deberías haber visto la mirada en su rostro.
—Estaba sonrojada y tropezando consigo misma. —Explica Tristian—. Ni siquiera hace falta
mucho.
—Tácticas de Príncipe. —Me burlo, pero Tristian niega con la cabeza.
—Para nada. Verás, eres tan jodidamente terrible con ella que se aferra al más mínimo
gesto de amabilidad como el velcro. Así que oye, supongo que esto es gracias a ti. —Levanta su
vaso hacia mí antes de inclinarlo hacia atrás.
—Esto es una jodida mierda. —Digo con furia, plantando mis pies para evitar caminar de
un lado a otro como un tigre furioso—. ¿Amabilidad? ¿Simpatía? ¿Desde cuándo ustedes,
cabrones, juegan el juego así?
—Ya que voy a romper ese coño con mi polla gorda en unos meses. —Rath se ríe, agarrando
su entrepierna—. Lo siento hermano. Todo es justo.
Tristian debe sentir que estoy a punto de estallar porque deja su vaso, entrelazando sus
dedos. —Killian. Killer. Necesitas calmarte. Story hace lo que le dicen. Es una buena Lady. Solo
tienes que darle algo con lo que trabajar.
Exploté. —¡¿Cómo qué, joder?!
Levanta una palma, como si me estuviera dando algo. —Como un cumplido. Un regalo.
Una recompensa por ser buena. Refuerzo positivo. Sé amable con ella durante cinco jodidos
minutos. Verás lo que queremos decir. Los Príncipes son maricas, pero hay algo de mérito ahí.
Rath añadió: —Podría ayudar si al menos intentaras besarla.
—¿Por qué querría besarla? —Les doy una mirada de disgusto, a pesar de que el
pensamiento de su boca ya está haciendo que mi polla se mueva—. Y de todos modos, ella no
quiere nada “agradable” de mí, e incluso si lo quisiera, ¿por qué debería hacerlo? Es la ruina de
mi puta existencia. Cada día que no irrumpo en su habitación y estrangulo su culo es regalo
suficiente.
Tristian niega con la cabeza, recostándose en su silla. —Bien. Hazlo a tu manera. Sigue
molestándola y haciéndola sentir horrible, y estaremos allí para acumular puntos. Es tu
problema.
Juro que todavía puedo escucharlos reír cuando me voy, subiendo las escaleras. Que
jodidas bromas. Sé bueno. Hazle regalos. Dale recompensas. Refuerzo positivo.
Apuesto a que no pensaría que son tan amables si se diera cuenta de que la están tratando
como a un perro.
Deteniéndome frente a su puerta, decido que ya he esperado suficiente. Ha sido un largo
día y estoy enojado, imaginándomela pidiéndole a Rath, de rodillas por él, tragándolo. Me
pregunto si le gustó. No lo hizo, no cuando se trataba de Tristian. Pero Rath ha tenido tiempo
de meterse en su cabeza. Tal vez estaba interesada.
El pensamiento hace que mi puño se cierre alrededor de la llave, y un momento después,
estoy deslizándome por la puerta. Las luces están apagadas y tiene un ventilador encendido en
el tocador, apuntando a su cama. Siempre ha tenido un sueño bastante profundo, pero sé, lo
recuerdo, que se despierta si hace demasiado calor. Puse el ventilador en el armario antes de
que ella se mudara, sabiendo que lo encontraría y lo usaría. ¿Cómo es eso de jodidamente
agradable?
Me deslizo adentro, cerrando la puerta en silencio detrás de mí. La habitación está oscura,
pero puedo distinguir su cuerpo en la cama. Cada vez que vengo aquí, me vuelvo un poco más
valiente, pasando de sentarme en el sofá a acercarme poco a poco a la cama. Esta noche, me
paro sobre ella, inhalo su dulce aroma y miro su cuerpo dormido. Mis ojos tardan un momento
en aclimatarse, pero cuando lo hacen, cada uno de los nervios de mi cuerpo se dispara con una
conciencia conmocionada.
Todavía lleva mi camiseta.
Por un brevísimo momento, me pregunto si sabe que voy a entrar aquí, si quería que la
encontrara así, tirada en su cama, nadando en esta camiseta. Mi camiseta. Es básicamente una
maldita invitación. Una que no puedo rechazar.
En silencio, tomo aire y alcanzo la manta que cubre la parte inferior de su cuerpo. Bajo la
cobija lentamente, revelando la carne suave de sus muslos y sus suaves pantorrillas. Desde aquí,
apenas puedo distinguir los moretones que se desvanecen. Tal vez sea enfermizo, pero me afecta
casi tanto como la camiseta, sabiendo que me he apretado contra su carne. Que ella me está
usando. Empezando a ser de mi propiedad.
No lleva pantalones cortos debajo de mi camiseta y me pican los dedos por levantarla y
ver qué tiene debajo. ¿Algo de encaje? ¿Nada? Mi polla se contrae, cada vez más dura. Si tan
solo pudiera arrastrarme a su lado.
No. Esto es ir muy lejos. Muy pronto.
He tenido la fantasía desde siempre, desde que me deslicé en su habitación hace tantos
años. Fue antes de que la encontrara con mi papá, cuando todavía pensaba que era para mí,
mía.
Tenía diecisiete años, y después de darme cuenta de que ella era una completa cobarde
para las películas de terror, quería asustarla. Pero cuando llegué a su habitación, mi cuerpo tenía
otros planes. Las erecciones espontáneas eran algo a lo que estaba totalmente acostumbrado; en
la ducha, en el desayuno, en la clase de matemáticas, a veces incluso en la cena. Pero ver a Story
toda vulnerable en esa cama, sin ninguna puta idea de que yo estaba allí o de lo que podría
hacerle… era un nivel completamente nuevo. Mi mente empezó a dar vueltas, pensando en las
cosas que podría hacer, el dolor y la humillación que podía infligir, no se me quitaba ninguna
de la cabeza.
Quería meterme en la cama y explorar su cuerpo, pasar mi polla entre sus muslos. No me
importaba que estuviera durmiendo. Eso lo hacía mejor. No quería que supiera cómo me hacía
sentir.
Noche tras noche, entraba en su habitación y fantaseaba con eso, con todas las formas
diferentes en que podría suceder. En la mayoría de ellas, nunca se despertaba. Simplemente, la
follaba sin sentido y me iba. Pero a veces había otras fantasías. Aquellas en las que se despierta
y grita de miedo, rogándome que me detenga. O aquella en la que su cuerpo se arquea
instantáneamente hacia mí y gime de satisfacción, tan excitada por mi polla que ni siquiera le
importa. De cualquier manera, me deslizaba en su habitación y me masturbaba con cualquier
fantasía sexual evocada que he tenido, noche tras noche.
O lo hice, hasta que huyó.
Acabo de pasar mi mano por mi longitud, sintiendo los movimientos familiares, cuando
se da la vuelta y me enfrenta. Me congelo. Estoy tan cerca de la cama, más cerca de lo que
nunca he estado, lo suficientemente cerca como para extender la mano y tocarla. Sus ojos aún
están cerrados, pero sus labios se abren, expulsando un suspiro suave y gentil. Un destello de
ella lamiendo la punta de mi polla me viene a la mente, obligándome a ahogar un gemido. Mis
ojos van de sus labios a las curvas de los senos, hasta donde sé que un vientre plano y suave se
esconde debajo de mi camiseta. Si eso no fuera suficiente para poner mi pene completamente
duro, sus caderas se mueven contra el colchón y su mano presiona entre sus piernas.
Dejo de respirar.
En todas mis noches de ver a Story, ella nunca se ha tocado. Que yo sepa, nunca ha tenido
un sueño sexual ni nada parecido. Tal vez algunas pesadillas, donde se sobresalta y mira
alrededor de la habitación como si estuviera buscando un monstruo, pero esto es diferente. No
hay urgencia, ni miedo, solo su inquietud lenta y retorciéndose contra las sábanas. La forma en
que siempre lo había imaginado.
No hay forma de que me vaya ahora. Doy un paso atrás hasta que mis pantorrillas golpean
el sofá y me siento, sacando mi polla de mis pantalones. Todavía puedo verla, escucharla,
mientras se mueve lentamente contra su mano. Es un movimiento somnoliento, falto de
delicadeza. Esto es algo sin sentido y primitivo, destinado a ser privado. Todo su retorcimiento
hace que la camiseta se suba, revelando finalmente lo que hay debajo.
Un par de bragas rosas de encaje.
Acaricio mi longitud, tocando la punta y deslizándome hacia abajo, ejerciendo presión
sobre mis bolas. Sin embargo, es mucho más intenso verla así. No tengo que trabajar tan duro.
Sigo el ritmo de sus respiraciones cortas, el sonido de su crujido moviéndose contra las sábanas.
No sé si es solo la vista de Story dándose placer a sí misma o si es su olor en el aire, pero no me
toma mucho tiempo llevarme al borde, mi polla se pone tan dura que palpita dolorosamente
contra mi cuerpo contenido. Mi mandíbula se afloja y miro fijamente su rostro, paralizado. He
fantaseado más de una vez con alimentarla con mi esperma. A veces, en ese entonces solía untar
un poco en sus labios y me la imaginaba lamiéndolos más tarde. Solía mirar en la mesa durante
el desayuno, sabiendo que ella me había probado, incluso sin saberlo, y me pasaba el día medio
duro e impaciente por la hora de acostarme.
Estuve aún más cerca de lograrlo hace un par de noches cuando le rocié el pecho. Mis
bolas se tensan ante el recuerdo y cierro los ojos, tratando de recordar cada detalle al respecto.
El ardor en el interior es tan bueno, se siente tan bien, y el pequeño y tenue gemido que sale de
la cama solo lo hace más agudo e intenso. Vuelvo a abrir los ojos y la miro.
Sus grandes ojos somnolientos me devuelven la mirada.
Joderjoderjoder.
Me congelo, el corazón me late con fuerza, las bolas me duelen, el orgasmo me hace
cosquillas en los bordes de mi conciencia. Espero el susto, el terror, los gritos. ¿Qué debo hacer?
¿Correr? ¿Esconderme? En lo profundo de mi corazón, sé que no haré ninguna de esas cosas.
La callaré y finalmente cumpliré esa fantasía que ha estado corriendo por mis venas durante los
últimos cuatro años. Le haré pagar por encontrarme aquí. Haré que me suplique que me
detenga.
No.
Haré que me suplique que no pare.
Ambos nos quedamos en silencio durante un largo momento mientras evalúo mi próximo
movimiento, pero luego me doy cuenta de que ella ni siquiera está reaccionando. Me devuelve
la mirada, con la boca suavemente entreabierta, la mano presionando entre sus muslos, y dice…
nada. Mi erección sigue dura como una roca, sobresaliendo. Si realmente está despierta, no hay
forma, incluso en la oscuridad, de que no pueda verlo. Paso mi mano a lo largo, alimentando el
impulso, que no ha disminuido en lo más mínimo. Su mano sigue moviéndose entre sus piernas,
presionando y empujando, y me doy cuenta de lo que realmente está pasando aquí.
Dulce Cereza sabe que estoy en la habitación y el pequeño sueño que estaba teniendo la
ha puesto muy cachonda. Nos sentamos, con los pies separados, y en silencio satisfacemos
nuestras necesidades. Sus dedos se sumergen debajo de sus bragas y los míos empujan y tiran
de mi polla. Pronto la habitación se llena con los sonidos de nuestra respiración errática y
nuestras manos trabajando. El giro y la contracción de mi orgasmo no toma mucho tiempo, no
en estas circunstancias, no con Story montando su mano tan cerca.
Verla correrse es el puto dolor más dulce. Sus hombros tiemblan con él, la boca abierta
en un pequeño y suave grito. La sangre retumba en mis oídos y, por un momento, me pierdo
en la oleada de euforia. El semen pegajoso gotea por mi puño mientras su respiración y sus
movimientos son lentos.
Es la primera vez que somos iguales: compartimos un momento en lugar de robar uno.
Ella me mira quitándome la camisa y al limpiarme la polla, y yo le devuelvo la mirada. Solo
miro hacia otro lado por un segundo, solo para volver a meterme en mis pantalones, pero
cuando la miro de vuelta, sus ojos se han cerrado, la respiración se vuelve más lenta e incluso
como si nunca hubiera estado despierta. Como si esto nunca hubiera pasado.
Brevemente, me pregunto si me quedé dormido e inventé todo el maldito asunto. ¿Fue
solo un sueño sexual? No, no lo creo. Incluso en la oscuridad, puedo ver que sus mejillas están
sonrojadas y sus labios están rojos por morderlos. De pie, acecho sobre su cama por un largo
momento, mirándola, preguntándome si estoy loco por venir aquí todas las noches, por elegir
estar tan cerca de ella, pero nunca permitirme tenerla.
Después de esta noche, sé que una cosa es segura.
No hay manera de que pueda detenerme.
Capítulo 21
STORY
Inclinándome sobre mis talones, me limpio la boca, observando el rápido ascenso y descenso
del pecho de Dimitri. Fue incluso mejor que la última vez, chupándolo. Más fácil. Más rápido.
Más caliente…
—Mierda —jadea, tirándose sobre su espalda—, te estás volviendo buena en esto. —Con
apatía, se agacha para subirse los pantalones, levantando las caderas con un gemido.
Después de tomar un trago de la gaseosa que había traído conmigo, me pongo de pie,
sintiéndome inquieta y ansiosa. Es aún más difícil, mirándolo así. Más de una vez, la idea me ha
asaltado.
Específicamente, la idea de que una repetición de lo que me había hecho en mi primera
noche aquí no sería desagradable.
Pero como la última vez, me ha dado permiso para tocarme esta noche, para masturbarme,
y sé que lo haré. He estado haciéndolo. Lo hice anoche.
Distrayéndome rápidamente de ese recuerdo muy complicado y súper confuso, digo: —
Está bien —y abro la computadora portátil que había dejado en su sofá—, empecemos.
A Dimitri realmente le va mejor después de una mamada. Rueda hacia mí, con las
extremidades relajadas y los ojos claros, y luego estira la mano para pasarme el pelo por encima
del hombro. Es un gesto ocioso, apenas íntimo, pero aun así me toma por sorpresa. Si se da
cuenta, no lo da a conocer.
Se olvida por completo una vez que estamos concentrados en el trabajo, yo escribiendo
sus pensamientos, haciéndole repetirlos y memorizarlos palabra por palabra.
Se enfoca mejor.
¿Yo? No tanto.
Mi sangre se siente un poco demasiado eléctrica, mi piel demasiado tensa para
concentrarme adecuadamente. No ayuda que mi mirada no pueda dejar de ir a la deriva a sus
ojos. Tiene unas pestañas tan largas y oscuras. Le rozan la mejilla cuando mira hacia abajo. Sus
ojos son conmovedores, pero extrañamente cerrados, como si escondiera multitudes justo debajo
de la superficie. Me dan ganas de preguntarle cosas, como ¿por qué acabas de tocar mi cabello
de esa manera?
Lleva dos horas, pero finalmente logramos sacar un borrador viable. Mientras empaco mis
cosas, digo: —Probablemente bajaré. Killian y yo cenamos con nuestros padres esta noche y
debería prepararme.
Se levanta de la cama, estirando los brazos en el aire. Mis ojos se lanzan al parche de piel
expuesto por su camisa subiendo por su torso. Cuando ascienden una vez más, está sonriendo,
habiéndome atrapado. —Por supuesto “prepararse”. Considérate excusada.
—Gracias. —Respondo, ignorando deliberadamente las implicaciones.
Sin embargo, antes de irme, me detiene. —Deberías usar algo lindo.
Hago una pausa, girando. —¿Lindo?
—Para Killian —aclara, arqueando una ceja cuando me pongo rígida—, a él le gustan esos
lindos vestiditos que usas a veces. Cosas de niña. Todo dulce e inocente, ¿sabes?
—Oh. —Parpadeo, confundida. ¿Se espera que me vista para Killian? Realmente no lo
había planeado. He estado evitando pensar en él en absoluto—. Eh, claro. Gracias por el consejo.
Mientras salgo de la habitación, lo veo abrir un pequeño libro en el piano. Toma un
bolígrafo y hace algunas marcas rápidas antes de volver a cerrarlo. Lo hizo la última vez que
estuve aquí también, pero no pensé mucho en eso entonces. Ahora me pregunto si está tomando
notas después de nuestras sesiones, y si es así, qué dice. ¿Está bien? ¿Eso puede ayudarlo?
Revisar las cosas personales de los chicos me da náuseas. Incluso revisar la computadora en la
habitación de Killian se sentía como un riesgo enorme y aterrador. Todavía estoy medio
convencida de que va a saltar de una esquina en cualquier momento para castigarme por eso.
Ya en mi habitación, rápidamente me ducho y me visto para la noche. Después del
comentario de Dimitri, me encuentro mirando los vestidos. Son lindos. A decir verdad, son el
tipo de cosas que usaría libremente, sin que me lo digan. Hay un vestido color melocotón en el
armario que se ata en los hombros. Se detiene unos centímetros por encima de mis rodillas y no
es atrevido en lo más mínimo. Después de ponérmelo, doy vueltas, observándome en el espejo.
¿A Killian le gustaría esto?
Es un pensamiento tonto. A Killian no le gusta nada de mí, y no estoy segura de por qué
debería hacer el esfuerzo. No se merece nada más que lo mínimo indispensable. Vivo bajo su
techo y tomo sus castigos. Eso es suficiente.
Aun así, me pongo el vestido. ¿Qué había dicho la Sra. Crane sobre Dimitri?
—Él es el mejor manejando a los otros dos.
Si Dimitri piensa que esta es la mejor manera de manejarlo, entonces vale la pena
intentarlo. Dios sabe que nunca he sido buena en eso. De cualquier manera, no importa. Esta
noche no se trata de él. De ninguna manera. Se trata de sufrir durante una cena familiar juntos.
Vamos a la casa de nuestros padres, y allí, solo soy Story. Su hermanastra. No su Lady.
Desafortunadamente, salgo al pasillo al mismo tiempo que él, y me encuentro cara a cara
con su gran cuerpo. Su aroma flota sobre mí y me estiro hacia atrás, agarrándome a la puerta
para estabilizarme. Sin previo aviso, me asalta el recuerdo de Killian en mi habitación, fuera de
sí, acariciándose en la oscuridad. La forma en que se veía, sombreado, pero aún claro, y el
sonido de sus respiraciones rápidas están grabadas en mi memoria como una marca. Un calor
chispeante sube por mi columna debido a mi propio disfrute. El recuerdo es tan completo, tan
real, que sé en mi corazón que no fue solo un sueño, no importa cuánto desee que fuera así.
—¿Qué? —Pregunta, observándome.
—N-Nada
Su rostro es exasperantemente inexpresivo, incluso cuando me mira de arriba abajo,
fijándose en mi vestido. El vestido que he usado para él. Se aclara la garganta y no estoy segura
de qué le pasa, la forma en que se pone de pie, quieto y rígido, pero pregunta: —¿Estás lista?
Trago. —Sí.
Trato de procesar mis sentimientos, mientras subo al asiento delantero de su auto. Killian
no está actuando de forma mezquina y hostil como de costumbre, pero tampoco hay nada en
su rostro que hable de lo que pasó anoche. Puede ser que esté equivocada. Tal vez realmente
fue solo un sueño. Tal vez solo deba fingir.
Tal vez incluso me deje.
El potente motor del carro cobra vida cuando Killian lo saca del garaje. Me siento ridícula
sentada aquí. Si quisiera, podría estirar la mano y partirme el cuello de un solo golpe. Pero a
pesar de que sus manos están envueltas alrededor del volante, agarrándolo con tanta fuerza que
sus nudillos están blandos, no me mira en absoluto. Mantengo la boca cerrada. ¿Qué iba a
decir? Sé quién eres y lo que haces. Sé que, en algún lugar, en el fondo, me deseas de la misma
manera que yo te deseo a ti.
Pero apenas puedo admitir eso para mí misma, mucho menos para él.
Estamos a mitad de camino cuando de repente se acerca. Me estremezco, pero es
innecesario. Simplemente saca una bolsa de M&M de la consola central y la abre en el siguiente
semáforo. Ahora recuerdo que él siempre odió la comida de mi mamá, en las raras ocasiones
en que ella se esforzaba en hacerla.
Observo por el rabillo del ojo mientras inclina la bolsa hacia atrás, atrapándolos en su
boca y masticándolos. Estoy tan rígida en mi asiento que mis huesos empiezan a doler. Miro por
la ventana el paisaje (edificios, casas residenciales, estacionamientos) y desearía estar en
cualquier lugar menos aquí.
Killian se aclara la garganta, atrayendo mi atención. Sostiene la bolsa, dándole una
sacudida. Cuando solo lo miro, confundida, mueve los hombros y ofrece: —¿Quieres un poco?
—Me quedo boquiabierta ante la bolsa, porque debo estar perdiendo la cabeza. ¿Killian
ofreciéndome algo? ¿Qué demonios es esto? Me lanza una mirada rápida, apretando la
mandíbula—. ¿Y bien?
Los miro desconfiada. Tal vez estén envenenados o algo así. Peor aún, tal vez esto sea una
prueba. A regañadientes, extiendo mi mano, medio esperando que la golpee. No lo hace.
Vuelca un puñado en mi palma.
Si los inspecciono de cerca antes de llevarme uno lentamente a la boca, es solo porque no
soy estúpida. —Gracias. —Murmuro, todavía desconcertada—. No le digas a Tristian.
Su única respuesta es un gruñido silencioso mientras vierte más en su boca.
—Nunca pensé que llegaría el día —dice mi madre, sirviéndose su tercera copa de vino—, en que
tuviéramos a toda la familia de regreso en casa. ¿Y tú, querida?
—No, no realmente —digo, metiéndome una aceituna de conserva en la boca. Es amarga
y salada, lo que me recuerda al sabor de la polla de Dimitri.
—¿Segura que no quieres un poco de vino? Eres lo suficientemente mayor para tomar algo
con la cena.
—No gracias. —Dios, lo último que necesito hacer es beber en esta casa. Tengo el ojo
puesto en la cubierta trasera, donde Killian y Daniel están atrapados en la hombría de asar
bistecs. No voy a bajar la guardia ni un segundo. El comportamiento extrañamente calmado de
Killian, el truco de M&M, el viaje silencioso…
Esas cosas son engañosas.
Simplemente no sé de qué manera.
Mi madre sigue mi mirada. —Estoy contenta de ver que ustedes dos pueden llevarse mejor
ahora. Killian y tú realmente tuvieron dificultades para adaptarse el uno al otro en la escuela
secundaria. —Toma otro trago largo—. Por supuesto, luchaste para llevarte bien con él en ese
entonces. La mayoría de las chicas habrían estado encantadas de tener un hermano mayor tan
popular, pero tú siempre tenías esa manera de hacer las cosas difíciles.
Sí, mamá, ser manoseada por mi padrastro y luego agredida por mi hermanastro y sus
amigos era realmente sobre mi comportamiento y yo siendo la difícil.
Tal vez necesito un poco de ese vino. En cambio, tomo una alcachofa marinada y me la
meto en la boca.
Ella se acerca y empuja mi cabello fuera de mis ojos. —Me alegro de que después de toda
la preocupación y los gastos, finalmente pareces estar en el camino correcto.
—Sí. Lo tengo todo bajo control —digo, lista para quitarme la atención. Señalo la sala de
estar—. ¿Redecoraste?
—¡Oh! ¡Lo notaste! —Esto conduce a treinta minutos de historias sobre todo el trabajo que
hizo para que la habitación quedara perfecta y cómo Daniel quería esta característica o esa nueva
tecnología, o el televisor que se desliza desde el techo. Todo el tiempo que habla, no puedo
evitar preguntarme si mi madre siempre ha sido así o si cambió en el camino. Sé que trabajó
duro cuando yo era más joven y casarse con Daniel había sido como un regalo del cielo. No la
culpo por no mirar demasiado bajo la superficie. Tener juguetes nuevos y relucientes junto a un
esposo aparentemente devoto no es algo con lo que quieras meterte.
La puerta trasera se abre y Daniel asoma la cabeza. —Cinco minutos, ladys —dice, luego
me guiña un ojo antes de agacharse para salir. Jesucristo.
—Story —dice mi madre, alcanzando el gabinete—, ¿puedes llevarle el plato a tu padrastro?
En realidad, preferiría clavarme el ojo con el sacacorchos.
Tratar a Daniel es una cosa. No es lo suficientemente estúpido como para hacer algo
abiertamente frente a mi madre, además, ni siquiera estoy segura de que vuelva a molestarme.
Ni siquiera me trata igual. Tal vez las chicas mayores de dieciséis años no lo excitan. Pero Killian
es otra cosa completamente diferente. Él es tanto mi hermanastro como mi Lord. No sé cómo
equilibrar los dos.
Afortunadamente, cuando salgo a la terraza, Killian está a un lado hablando por teléfono.
Daniel sonríe apreciativamente, toma el plato con una mano y me aprieta el hombro con la otra.
El aroma de su colonia me da ganas de vomitar.
—Estoy tan contento de que hayas venido esta noche —dice, recogiendo un tenedor de dos
puntas y apuñalando la carne chisporroteante—. Quiero que sepas que este siempre será tu hogar.
Si alguna vez necesitas un lugar para relajarte o simplemente tener un poco de tiempo lejos de
tu agitado horario escolar, eres más que bienvenida.
—Gracias —le digo con fuerza, mirando a Killian. Todavía está hablando, pero sus ojos
están en mí, observándome de cerca—, aunque no creo que sea necesario. Las cosas en el campus
están bien.
—Me alegra escuchar eso —dice, volteando el otro bistec—. ¿Has hecho amigas? ¿Estás
saliendo con alguien?
—¿Salir con alguien? ¿Story? —Daniel mira por encima de mi cabeza. La pesada mano de
Killian aterriza en mi hombro—. La pequeña señorita perfecta 4.0 está demasiado ocupada para
tener citas ahora, como lo estaba en la escuela secundaria. Ni siquiera puedo hacer que venga a
la casa de fraternidad para una fiesta. Sigo diciéndole que todo el trabajo y nada de diversión
hacen que la vida sea aburrida.
Los ojos de Daniel van de la mano de Killian en mi hombro a mi cara. —Se necesita una
fuerte convicción para no quedar atrapado en la distracción de la vida universitaria. Estoy
impresionado. Tu hermano nunca ha sabido el significado de la palabra “no”.
Un poco de saliva se afloja en mi tráquea y toso.
Cuéntame sobre eso.
—Debería ir a lavarme las manos —digo, volviendo a entrar abruptamente. El baño más
cercano se encuentra junto al cuarto de lavandería. De ninguna manera voy a revivir esa
pequeña pesadilla mientras estamos aquí, así que salgo por la otra puerta y escapo escaleras
arriba. Cuando llego al rellano, entro automáticamente en mi antiguo dormitorio y enciendo la
luz.
Esas historias sobre padres que mantienen las habitaciones de sus hijos como un santuario
después de que se van de casa no se aplican aquí. No tengo idea de cuánto tiempo estuve fuera
antes de que mi madre llamara a su decorador, pero sospecho que todavía estaba en el autobús.
Aparte de la estructura de la cama y el escritorio antiguo de roble contra la pared, nada es igual.
Tan alienante como se siente ser borrada, no estoy segura de que me importe.
Entro al baño de Jack y Jill y me limpio la marinada aceitosa de los dedos. Después de
secarlos con una toalla, decido echar un vistazo rápido y curioso a la habitación de Killian.
Ah, y aquí está el santuario.
Trofeos, fotos del equipo, banderines de fútbol y pancartas decoran la habitación ordenada
que huele como la que está frente a la mía en la casa de los Lords. Hay una foto enmarcada del
día de su firma por Forsyth, colgada con prominencia justo encima de su cómoda. En él, está
flanqueado por su padre, con la mano apoyada con orgullo en su hombre, y su entrenador de
la escuela secundaria. Killian Payne; mariscal de campo estrella, hijo devoto, y un gilipollas
abusivo.
Estoy a punto de regresar al baño cuando la puerta se abre y Killian entra a zancadas. —
¿Qué estás haciendo? —Se ve sospechoso y molesto, con los ojos entrecerrados observando la
habitación.
—Mirando. Ver lo que ha cambiado. —Me encojo de hombros, porque aquí es fácil volver
a caer en la vieja dinámica—. Mi antigua habitación no se parece en nada a lo que solía ser.
Sus ojos se posan en mí y permanecen allí, y vuelve esa misma energía extraña del carro.
—Te fuiste. —Se dice acusadoramente, pero no hay nada real. En todo caso, se ve inseguro e
impaciente, extrañamente nervioso.
Pisando con cuidado, decido no morder el anzuelo. Una discusión aquí, esta noche, haría
que toda la cena fuera imposiblemente más horrible. En su lugar, agacho la cabeza y me dirijo
de nuevo al baño conectado.
Cuando lo paso, su mano sale disparada, agarrando mi brazo.
Me pongo rígida, preparándome para el pellizco, el apretón, el dolor. Cuando no viene
de inmediato, miro hacia arriba, encontrándome con su mirada. Killian me mira fijamente, con
la boca entreabierta como si estuviera a punto de decir algo, pero se distrajo.
Sus ojos están pegados a mis labios.
Tengo el mismo cosquilleo de conciencia de ese día que vino a ofrecerme el puesto de
Lady. Sus pupilas se dilatan, cambiando de tamaño, y sé que debo estar loca. Debe ser. Porque
Killian no va a besarme.
Solo tengo la mitad de la razón.
Se lanza hacia adelante para tomar mi boca con la suya, pero sería absurdo llamarlo un
beso. Casi instantáneamente, sus manos suben para agarrar mis brazos, girando para golpearme
contra la pared. Mi boca se abre con un grito ahogado de sorpresa y empuja su lengua dentro,
fuerte e inflexible.
Mi respuesta es culpa de Dimitri. Esto es su culpa. Me había puesto nerviosa antes y no
tenía tiempo para hacer nada al respecto. Ahora Killian está lamiendo mi boca, la dura longitud
de su cuerpo me sujeta contra la pared, y todo lo que quiero hacer es seguirle la corriente.
Eso es exactamente lo que hago, tomo sin pensar un puñado de su camisa y me abalanzo
sobre él. Gruñe, profundamente en su pecho, y hay una punzada de dolor cuando sus dientes
se clavan en mi labio. No me da tiempo para procesarlo. Se apresura hacia atrás, su cuerpo
entero se dobla alrededor del mío. Killian besa como juega en el campo. Duro. Implacable.
Ávido. No hay nada más que bordes afilados en esto, la forma en que su palma se eleva para
envolver mi garganta. No aprieta, simplemente la mantiene allí, como si necesitara que yo
supiera que podría hacerlo. Estoy atrapada por el punto del mismo, aunque no es necesario. Su
amplio pecho ya me sostiene allí.
El cuerpo de Killian está diseñado físicamente para hacer que la gente se doblegue.
Cuando más lo intenta, más quiero empujar hacia atrás. Mi corazón late como loco, inundando
mis oídos. Esto no se parece en nada a lo que pensé que sería besarlo. Hay dolor en la forma
en que sus dientes rozan mis labios, pero nada más. Sus dedos se doblan alrededor de mi
garganta, pero no presionan. Mis caderas se mueven hacia adelante, buscando fricción, y él mete
suavemente su muslo entre ellas, un rugido áspero derramándose de su pecho.
Está temblando.
Me toma un largo momento averiguar por qué. No es hasta que aparta la boca para
presionar una serie de besos duros y mordaces en mi mandíbula que me doy cuenta de que se
está conteniendo. Tal vez quiera lastimarme, después de todo.
—Debería follarte aquí mismo contra la pared. —Sisea, presionando su muslo con más
fuerza en mi centro. Jadeo por aire, y aunque me sentiré avergonzada de eso más tarde, me
muevo hacia él, persiguiéndolo, desesperada—. Todo el mundo piensa que te gusta lento, pero
yo te conozco mejor. Preferirías que te abriera con mi polla. —Su voz es cruda mientras rechina—
. Eso es exactamente lo que te mereces. Tal vez entonces, todos sabrían que eres mía. —Suena
vicioso y enojado, y esto debe ser culpa de Dimitri. Tiene que ser. Porque me atraviesa como
un rayo.
El orgasmo es una sorpresa tan aguda que ni siquiera tengo tiempo de ahogar mi llanto.
La subida es demasiado empinada, demasiado rápida. Me duele de la mejor manera,
extendiéndose desde mi centro hasta las puntas de mis extremidades. Soy impotente contra eso,
montando la pierna de Killlian sin sentido, implacablemente.
No es hasta que se me baja el subidón, que me doy cuenta de que está tapándome la boca,
su gran palama se clava en mi cara para sofocar los sonidos.
—¿Niños? ¿Están aquí?
Nos separamos con el sonido de la voz de Daniel, tan rápido que tropiezo, mis rodillas
aún débiles. Me atrapo en la cómoda, derribando un viejo despertador en el proceso. Apenas
repiqueteó suavemente en el suelo alfombrado cuando Daniel entra en la habitación, agarrando
una caja en sus manos.
—Ahí están —dice, pareciendo completamente ajeno—. A ustedes dos todavía les están
enviando todo su correo aquí. Tal vez hoy aprendamos una lección sobre el cambio de
dirección, ¿eh? —Tira la caja sobre la cama y saluda a Killian antes de salir de la habitación—.
Disfruten.
Mi cuerpo todavía se siente como si estuviera en llamas, quemándome de adentro hacia
afuera. Killian se había arrojado al otro lado de la habitación y ahora está mirando hacia la
puerta, con los ojos llenos del mismo fuego que yo siento.
Me aclaro la garganta y alcanzo la caja con las manos inseguras. —Probablemente solo es
un montón de basura.
Sus ojos se mueven hacia los míos, la subida y bajada de su pecho superficial y rápida. —
¿Qué? —Mierda. Esa mirada en sus ojos, llena de calor no gastado y energía crepitante. Nunca
ha salido nada bueno de eso.
—El correo. —Suelto, tratando desesperadamente de distraerlo antes de que la oscuridad
en sus ojos se haga cargo—. Ven, los separaré. —Frenéticamente, cavo, haciendo dos montones
en la cama. Hay más para mí que para él, ya que supongo que Killian ha estado en casa mucho
más recientemente que yo. Lo escucho acercarse, pero me mantengo concentrada en la tarea,
tratando de no inmutarme cuando pasa junto a mí para tomar algunos sobres de la pila.
Tengo razón, es principalmente basura. Hay un sobre más grande con mi nombre y una
dirección de remitente del campus. Debe ser algo de admisiones que me perdí.
Antes de que pueda meter la uña debajo de la solapa, me la están arrancando de la mano.
Killian.
Lee el frente antes de sacar un cuchillo de su bolsillo, del mismo tipo que Dimitri había
usado para cortar las llantas de ese tipo. Rompe el sobre fácilmente.
—Oye. —Protesto—. ¡Eso es para mí!
No parece molesto en lo más mínimo. —El contrato dice lo contrario.
—Eso es para el correo enviado a la casa de piedra rojiza —muerdo, observándolo sacudir
el contenido sobre la cama—, no para el correo enviado…
Mis palabras mueren en mi garganta.
Es un par de bragas de encaje morado.
El rostro de Killian se tuerce en algo oscuro y peligroso. —¿De quién diablos es esto? —
Hace puño las bragas. Son nuevas, y aunque Killian aún no lo sabe, tampoco se han usado. Sin
embargo, los reconoce, y lo haría. Son parte de un conjunto que me compraron los Lords—.
Estos son tuyos.
Todo mi mundo se rompe a mi alrededor. Este es un mensaje. Me encontró. Sabe dónde
estoy y sabe acerca de los Lords. Mi mente vuelve a Saul Cartwright y la forma en que Tristian
le susurró al oído. Saul lo sabe. Y ahora Ted también.
—Lo son. —No tiene sentido mentir. Ya sé que el castigo por eso será peor—. No tengo idea
de cómo alguien los obtuvo o por qué me los enviarían.
Con la cara inquietantemente inexpresiva, rebusca en el sobre y extrae una tarjeta. Es
pequeña, está colocando un papel grueso gofrado. Conozco la tarjeta como conozco las bragas,
porque el mismo papel que me dieron instrucciones esa primera mañana en la casa de piedra
rojiza. Sin ver lo que está escrito en el frente, sé que tiene las letras “LDZ” impresas en la esquina
inferior derecha. Las palabras están garabateadas en la parte posterior y lo voltea y lo sostiene
para que lo vea.
Eres mía, Puta.
Su rostro se oscurece. —Te estás tirando a alguien en la fraternidad, ¿no es así? ¿Un
estudiante de primer año? ¿Alguien que intenta expulsarnos?
—¿Qué? No. —Intento alcanzar la tarjeta, pero él la retira violentamente—. No me acuesto
con nadie más. ¡No me acuesto con nadie! Tú de todas las personas lo sabes. ¡Revisaste mi
himen!
—Alguien vino a ti con un trato mejor, ¿no es así? ¿Qué te están dando para traicionarnos?
—Sus dientes rechinan—. Sabía que estabas escondiendo algo. Sabía que había algo más en ti al
aparecer en nuestra puerta ese día. ¿Crees que somos jodidamente estúpidos?
Podría decirle la verdad. Que estoy huyendo de Ted, la persona real que me envió esto.
La persona que ha intentado destruir mi vida durante los últimos dos años. Un asesino. Pero
incluso en mi cabeza suena como una mentira fantástica y exagerada. No. Solo necesito calmarlo,
asegurarle que alguien me está jodiendo, a nosotros.
—Killian, mira —empiezo, rogándole con mis ojos que entienda—, alguien ha estado
jugando conmigo. Enviándome mensajes, observándome. Esto es solo otro…
Él me interrumpe, escupiendo: —¡Otra razón por la que eres una puta oportunista y
buscadora de oro, como tu madre! —Retrocedo con enojo, pero se adelanta para agarrarme,
sujetando su mano alrededor de mi garganta. Sus ojos se abren como platos y enloquecidos
mientras dice—. ¡No lo niegues! Siempre supe que esto pasaría. Actúas así, como si fueras una
pequeña víctima dulce e inocente, pero yo sé la verdad. Tropezarías con tus propios pies para
darle ese coño al mejor postor. ¡Para regalar lo que es mío!
—¡Nunca será tuyo! —Exploto. Mi pecho se llena con un tipo diferente de fuego y agarro
su muñeca, dejando que mis uñas se hundan en la piel—. Se lo regalaría a cualquier otra persona.
Ni siquiera necesitan dinero. ¡Lo haría en un santiamén! Prefiero morir que follarte. No hay nada
bueno en ti, Killian. Cuando estoy contigo, cualquiera se ve mejor en comparación. Cualquiera.
Se pone más furioso mientras hablo, esa vena en su sien palpitando a un ritmo rápido. Sus
dedos se aprietan alrededor de la columna de mi garganta, pero su mano tiembla. Se está
conteniendo.
Apenas.
—Esto es lo que vas a hacer —dice, en voz baja y lleno de advertencia—, vas a bajar las
escaleras y subirte al carro. No vas a hablar con la zorra de tu madre. Ni siquiera vas a mirar a
mi padre. Simplemente vas a desaparecer. —Con eso me empuja, haciéndome retroceder
tambaleándome.
En el segundo en que me pongo de pie, salgo por la puerta.
La ira sale de él mientras hace girar el carro con un estruendo desagradablemente fuerte. Debería
tener miedo de lo que va a pasar, pero ¿la cosa es…?
Estoy casi harta de todo eso.
Estoy harta de Ted, siempre pisándome los talones. Hasta de los juegos de Tristian y los
comentarios astutos de Dimitri. Harta de Daniel, que está tratando de actuar como si fuéramos
una gran familia feliz, como si él no fuera el principal catalizador de toda esta miserable
existencia. Y harta de Killian, quien solo quiere tomar y lastimar.
Cuando llegamos al pub, ni siquiera me siento confundida. Solo estoy pensando en cómo
devolverles el golpe a todos, cómo recuperar incluso la más pequeña pieza de control para mí.
Killian no me dice una palabra mientras abre la puerta y sale. La golpea con tanta fuerza
que el carro se balancea, pero ni siquiera me estremezco. Lo observo caminar hacia las puertas
y abrirlas furiosamente, desapareciendo en el interior.
Veinte minutos después, está claro que esta no es una visita rápida.
Salgo del carro y lo sigo adentro. Está más oscuro aquí, y aunque apenas son las siete de
la tarde, ya está lleno. A pesar de eso, lo veo al instante, sentado con la espalda recta en un
taburete en el bar. Está bebiendo un vaso alto de líquido ámbar con una mano y haciendo algo
en su teléfono con la otra. Toda su aura grita “aléjate”, y parece que todos le están prestando
atención.
No me dedica ni una mirada cuando me acerco a él. Traga, golpeando su vaso en la barra
para burlarse. —¿Dije que podías venir aquí?
—Tengo que usar el baño —me burlo de vuelta—, ¿o quieres que orine en tu precioso
jodido eufemismo?
—Ve. —Ladra—. Déjame jodidamente solo.
—¡Con gusto! —Me giro, encuentro el baño y me dirijo hacia él.
Está más tranquilo adentro y elijo un fregadero para abrirlo todo. El agua es
refrescantemente fría contra mi cara caliente, devolviéndome a la realidad. Apoyo las manos en
fregadero y me quedo pensando en él, bebiendo como si lo hubieran dejado plantado de alguna
manera. ¿Qué diablos era todo eso de que mi virginidad era suya para que la tomara? ¿Desde
cuándo?
¿Y cómo puedo asegurarme de que nunca, nunca suceda?
En ese momento, alguien sale de un cubículo y me pongo rígida, tratando de parecer más
arreglada de lo que me siento. Me miro al espejo y me congelo cuando me doy cuenta de quién
es.
—Oh —digo, parpadeando el agua de mis pestañas—, hola.
La Condesa me mira de vuelta, dándome una pequeña sonrisa. —Hola. Es Story, ¿verdad?
Asiento con la cabeza. —Sí, y tú eres… ¿puedo llamarte Sutton? ¿O es algo más por lo que
me gritarán?
Ella se ríe, acercándose al fregadero a mi lado. —Sutton está bien cuando solo estamos
nosotras. —Es mucho más bonita que yo, con sus labios carnoso, su postura elegante y su piel
suave y oscura. Pero sus ojos también son cálidos y amables—. ¿Están los tuyos ahí fuera? Los
Condes tienen la sala de billar. Es posible que tengamos que mantenerlos distraídos para que
no se metan en otra pelea de bofetadas.
Sonrío con fuerza. —Solo uno de ellos. Está en el bar. Y la única persona con la que quiere
pelear esta noche soy yo.
—Ahh, una de esas noches. ¿Cuál de ellos? —pregunta, dejando caer su bolso en el
mostrador—. No espera. Déjame adivinar. Killian Payne.
Me río sombríamente. —¿Cómo lo supiste?
—Oh, chica —abre la cremallera de su bolso—, sus berrinches son legendarios en FU. Ese
chico no puede manejar que las cosas no salgan como él quiere. —Saca una barra plateada
brillante de brillo de labios—. No es que yo pueda hablar. Uno de los Condes se enfadó tanto el
otro día que arrancó la pantalla plana de la pared. —Rueda los ojos—. Es como si fueran niños.
Asiento con la cabeza. —Bebés demasiado grandes.
Se inclina hacia el espejo, evaluando una mancha diminuta, casi inexistente. —¿Entonces
qué pasó? ¿Miraste a otro chico? ¿Fue el inclinarse demasiado seductoramente? ¿Hablar con el
camarero? —No es ninguna de esas cosas, pero Sutton parece entender mi situación mejor de lo
que esperaba. Ella se encoge de hombros—. Soy amiga de Charlene. Conozco el proceso.
La observo aplicar el brillo a lo largo de su labio inferior. —¿Charlene te dijo eso? Se
supone que las Ladys no deben compartir su contrato con nadie. Joder, se supone que ni siquiera
debo hablar contigo.
—Chica, lo quieren así para mantenernos a raya, pero las mujeres hablan. Siempre hemos
hablado. Siempre lo haremos. —Ella vuelve a poner la tapa en el brillo—. De lo contrario, ¿de
qué otra manera sobreviviríamos?
Tiene razón en eso. Me giro y me apoyo en el mostrador. —Hay momentos en los que
siento que me estoy ahogando. Como que nada de lo que hago está bien, y todo es mi culpa.
Especialmente con Killian. Está tan enojado todo el tiempo. No tengo idea de cómo mejorarlo.
Sutton me mira y sonríe. —¿Ni idea?
—Bueno —aliso la parte delantera de mi vestido—, usé este atuendo para él. Creo que
podría gustarle. Y no discutí con él ni una vez esta noche. Pensé que las cosas iban bien hasta
que…
Levanta la ceja. —¿Hasta qué?
—Nada. —Exhalo—. Nada de lo que hago lo hace feliz. Nunca lo ha hecho. Quizás la peor
parte es que hay una pequeña y profunda parte de mí que siempre ha querido. Incluso después
de todos estos años, esa adolescente estúpida, torpe y triste todavía vive dentro de mí, deseando
que el chico guapo en la habitación de al lado me quiera.
—Story, cariño —dice, cerrando la cremallera de su bolso y apoyando su mano en mi
brazo—, hay una cosa que todos los hombres quieren, especialmente hombres como Killian: que
lo folles sin sentido. Para que le dejes meter su polla por todos los orificios que tienes. Todo lo
que estos imbéciles quieren es reclamar a su mujer. Solo ve a buscarlo, arrástralo de vuelta aquí,
y deja que te joda, justo en este mostrador. Empaña su cerebro con un orgasmo tan bueno que
no pueda recordar por qué está tan enojado. ¿Y el bono? —Ella guiña—. Es que te correrás
también. Es un ganar-ganar.
Lo dice tan fácilmente. Como si fuera la cosa más fácil del mundo. Abre las piernas y deja
que te folle sin sentido. Y tiene razón. Debería ser fácil, pero hay capas sobre capas unidas a mi
relación con estos tipos, con nuestro pasado, con Ted, Daniel y todos los demás hombres con
los que me he encontrado. Es el único poder que he tenido. El único apalancamiento. ¿Estoy
lista para renunciar a eso?
—Soy virgen. —Suelto, el peso del secreto pesa sobre mí. La deficiencia. El “por qué”
Killian está tan reprimido y enojado—. Es por eso que me eligieron como su Lady. Soy virgen y
les gusto así.
Los labios de Sutton forman un pequeño círculo y sus ojos crecen el doble de lo normal.
—Mierda santa. ¿En serio?
—Sí. —Me doy vuelta y alcanzo una toalla de papel. Sólo por algo que hacer con mis
manos—. Patético, lo sé.
—No —dice ella, un poco demasiado rápido—, no es patético. Honestamente, tiene mucho
sentido. Tienes lo único que el resto de nosotras no tenemos. —Se ríe y miro su rostro. Se ve
positivamente divertida—. No es de extrañar que esté tan tenso.
—Sí. ¿Ves? Te lo dije, todo es mi culpa, de una forma u otra.
—No, nena, esto no es tu culpa. Esto es… bueno —sus labios se curvan en una pequeña
sonrisa—, es algo bueno. Muy, muy bueno.
—No lo sé. —Le digo—. Están obsesionados con eso, como si fuera una especie de premio.
A veces solo quiero hacerlo y terminar de una vez. Quitar la presión y encontrar a un chico que
se preocupe más por mí que por el himen entre mis piernas.
—No. No lo pienses así —dice Sutton rápidamente—. Te hace poderosa. Te protegerán pase
lo que pase. ¿Yo? No tengo nada que perder.
Un puño golpea con fuerza la puerta, haciéndonos saltar a ambas. —¡Condesa! ¿Sigues
ahí? —Grita la voz de un chico.
—¡Voy, mi Conde! —Ella vuelve a llamar, luego pone los ojos en blanco dramáticamente—
. Supongo que me he tomado demasiado tiempo.
—Ve —dije—. Y gracias. Hablar contigo realmente me ayudó.
Ella engancha su bolso sobre su hombro. —Nosotras, la realeza, debemos permanecer
unidas, ¿sabes?
Sonrío. —Sí, en serio debemos.
Sale al pasillo y espero unos minutos antes de seguirla, por si Killian la está mirando. No
debería haberle dicho esas cosas a Sutton, pero ¿la regla de confidencialidad? Es sólo más
manipulación y mierda. Otra forma de controlarme. Quiero decir, ¿qué es lo peor que puede
pasar de una pequeña charla de chicas en el baño?
Capítulo 22
TRISTIAN
—Necesitamos algo sobre este tipo —digo, leyendo el nombre en voz alta—, Rufus Hammond.
El dedo de Rath recorre el libro mayor, tratando de encontrar una conexión. —Nick no
nos está dando una mierda aquí.
Bufo. —¿El Nick feo o el Nick guapo?
Rath murmura sarcásticamente. —Exacto.
Bueno, no se equivoca. Caminar por la línea entre las facciones es algo frágil. A veces
tenemos que hacer cosas por los Nick, a veces los Nick tienen que hacer cosas por nosotros. Es
todo un trato de armonía, lo que hace que sea difícil volver a la escuela después de un verano
trabajando en el Lado Sur. Es un equilibrio al que debemos recuperar el ritmo, y lleva tiempo.
Suspirando, admito a regañadientes. —Tal vez deberíamos preguntarle a la Sra. Crane. —
Es más difícil encontrar trapos sucios sobre la gente cuando tienes clases y deberes dentro de la
fraternidad. Los informantes del Lado Sur no entran precisamente al campus.
—No. —Responde, sacudiendo la cabeza—. Hoy es su aniversario de bodas. No querrá
desenterrar nada de mierda. Me sorprende que incluso esté aquí.
—¿De qué sirve tener una base de datos viva, respirando y maldiciendo mierda del Lado
Sur si nunca podemos acercarnos a ella y preguntarle al respecto? —Lanzando la carpeta a un
lado, paso mis dedos por mi cabello—. Ustedes dos la miman como la mierda.
—Y tú la tratas como una base de datos viviente, que respira y maldice mierda del Lado
Sur. —Me mira con dureza—. Delores Crane es más que eso. Es un maldito testimonio de toda
esta institución torcida. Es un ícono.
—Es una reliquia. —Le corrijo, preparado para darle un discurso sobre las viejas
costumbres y cómo las amistades como Crane nunca sobrevivirían en la era de la información.
Y luego Killer irrumpe en la sala.
Es obvio que está furioso, aunque no dice una palabra. Se queda allí, rígido y quieto,
mientras Story entra detrás de él y sube inmediatamente las escaleras a su habitación.
Rath cierra la computadora portátil. —¿Ahora qué?
Killian señala con el dedo hacia las escaleras, gruñendo. —Esa maldita perra se está
follando a alguien. —Y, oh, también está muy preocupado por eso, justo ahora.
—De ninguna manera. —Insisto, resoplando—. Tenemos a esa chica encerrada las
veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
Rath está de acuerdo. —Está con nosotros todo el tiempo. Rastramos su teléfono. ¿Cuándo
tendría la oportunidad?
—Incluso si la tuviera, no lo haría. —Argumento, sabiéndolo hasta en mis huesos.
Killian se detiene, mirándonos. —¿Me están escuchando? ¡Les digo que está follando con
alguien! Y ese alguien es de LDZ. Le enviaron un par de bragas por correo, junto con esto.
Cojo la tarjeta que me arroja, entrecerrando los ojos mientras la leo.
Eres mía, puta.
Rath la toma a continuación, burlándose. —¿Estás seguro de que tú no enviaste esto?
—Alguien la está acosando. —Jura Killian, arrebatándole la nota.
Me recuesto, pensando. —¿Estudiante de primer año?
—Tiene acceso a la casa. —Asiente—. Probablemente alguien tratando de saltar sobre
nosotros.
—Nos quedan dos años en esta casa —digo—. Lo ganamos.
—Eso no nos detuvo. —No teníamos respeto por los antiguos Lords y su Lady. Pusimos
nuestra mirada en Charlene y le dimos la vuelta al juego. El problema es que sentó un
precedente. Y si estos cabrones mocosos creen que pueden ir contra nosotros y nuestra Lady…
—No lo sé —digo, golpeándome la rodilla pensando—. ¿De verdad crees que Story haría
eso? No…
Gruñe. —¡No te atrevas a decir que no lo haría! Es una zorra avariciosa de dinero. Sabíamos
que había un riesgo de esto cuando se mudó aquí. Todo lo que necesitó fue un mejor trato, no
le importa una mierda nuestra reputación.
Rath se pone de pie, con el rostro en blanco mirando entre nosotros. —Está bien, entonces
sí es verdad. ¿Cómo quieres manejarlo?
Debajo del escepticismo, veo la preocupación en sus ojos. Sé lo que está pensando; que
Killian querrá echar a Story por violar el contrato. Es válido. Hay una cláusula estricta de no
follar con otros, pero incluso si ella nos hubiera traicionado de esa manera, y no lo hizo, tampoco
estoy seguro de estar listo para que se vaya.
—No la vamos a echar —digo, planteando esa mierda ahora.
—Estoy de acuerdo —dice Killian.
Miro hacia arriba con sorpresa. —¿Lo estás?
—Quienquiera que haya hecho esto necesita aprender que sucede cuando jodes con los
Lords. —Su mandíbula se aprieta—. ¿Y Dulce Cereza? Aprenderá que no hay salida fácil de este
contrato.
Mierda. —¿Qué significa eso? —Pregunto, temeroso de darle demasiada holgura. Killian es
lo más parecido a un sociópata que jamás haya esperado conocer. Lo que sea que haya planeado
no puede ser bueno.
—Convoca una reunión. De toda la fraternidad —dice, sin responder a mi pregunta—, lleva
a Story a la sala de reuniones. La perra tonta probablemente esté empacando mientras hablamos.
Sabes que su primer instinto es correr.
Eso todos lo sabemos.
Killian comienza a alejarse cuando lo agarro del brazo. —¿Qué vas a hacer con ella?
Me mira a los ojos y no me gusta lo que encuentro allí. —Voy a asegurarme de que ella y
todos los demás miembros de esta fraternidad sepan exactamente lo que sucede cuando intentas
jugar con el juguete favorito de los Lords.
Encontrar a Beckwith es fácil. Siempre está dando vueltas por el estacionamiento, mostrando su
Trans-am. Hacerle sentir el miedo de Dios es aún más fácil.
Pero no suele ser tan fácil.
—Ya se lo he dicho a él —me dice cuando me acerco, extendiendo las palmas de las manos
a la defensiva—. ¡No he hecho nada con ella!
Me detengo, estrechando los ojos. No sé a qué "él" se refiere, pero decido hacerme el
interesante. —De verdad.
—¡De verdad! —insiste, retrocediendo—. No le mentiría a Payne, ¿vale? Ese tipo es un puto
psicópata. Nunca he visto esa tarjeta antes, y sólo he hablado con la Lady una vez, en la última
fiesta previa al partido. Tristian estaba allí. Pregúntale tú mismo.
Killian.
La comprensión llega cuando me doy cuenta de que Killer ha estado interrogando a los
chicos sobre ese maldito paquete. Es como un perro con un hueso: no se detendrá hasta que
pueda probarlo.
2Pastel en forma cuadrada, es crujiente y está confirmado de varias capas. Su textura es muy
parecida a la de un croissant, pero de sabor más dulce.
Inclino la cabeza, buscando en su cara. —Desafiando los estatutos a los que te
comprometiste, no has comprobado tus mensajes, Beckwith.
Sus ojos se desorbitan. —¿Hablas en serio? Uno de ustedes agarra mi teléfono y lo rompe,
¿y luego otro quiere penalizarme por no responder a los mensajes? ¿Qué esperan que haga, que
lo comparta con otra persona? Sólo ha pasado una hora.
Poniendo los ojos en blanco, saco mi teléfono y repito la advertencia que había enviado a
los demás. No voy a limpiar más los cabos sueltos de Killian. Si quiere ir por ahí dando el tercer
grado a todo el mundo y rompiendo sus teléfonos, allá él.
Tengo que esperar fuera del edificio de administración durante veinte minutos antes de
que aparezca el segundo tipo. Sé al instante, por la mirada en su cara, que Killer ya lo ha visitado.
—¿También te ha destrozado el teléfono? —Pregunto, inexpresivo.
Morris es grande y ancho. Y está épicamente cabreado. —Sí, y era nuevo.
Me estremezco por dentro. Parece que Killer se está abriendo camino en el campus. Repito
la advertencia a Morris y paso al siguiente, pero es exactamente lo mismo. Todos los chicos que
no han revisado el texto del grupo han tenido su teléfono destruido por Killian Hijo de Puta
Payne.
Me lleva la duración de mi primera clase averiguar por qué.
La noche anterior había sido una locura. Me gustaría decir que nunca dudé de la lealtad
de Story, pero por un momento Killer me hizo dudar. No fue hasta que entró en el sótano, con
Tristian a su lado, que me di cuenta de lo equivocado que estaba Killian.
Después de eso, todo fue difícil de ver. Intenté centrarme en los chicos, pero eso lo
empeoró. No dejaba de tener recuerdos del tercer curso: burlas, mofas y risas. Seguía oyendo
que decían cosas jodidas sobre nuestra Lady. Mi Lady. Tuve que callar a uno de ellos, dándole
un fuerte golpe en la cabeza. El cabrón tuvo suerte de que no me pusiera peor.
Pero ahora estoy pensando que no estaba vigilando tan de cerca cómo debería, porque
todos los tipos que he tenido que cazar tenían una cosa en común anoche: Sus teléfonos estaban
apagados.
Lo que significa que Killian no sólo está interrogando a la fraternidad, sino que también
está destruyendo cualquier evidencia de video de lo que le hizo hacer a nuestra Lady.
Ella aún no lo sabe, pero eso es lo más cercano a una disculpa que será capaz de darle.
Capítulo 27
STORY
Estoy a mitad de camino en el campus cuando mi teléfono suena.
Tristian: Story, puedes ir al Centro de Estudiantes a comer. Nos vemos en el coche a las
tres.
No es habitual que los dos chicos se retrasen en el almuerzo y eso me hace sentirme en
un aprieto. Ver a Sutton lo hace aún más. Supongo que es lo dependiente que me he vuelto de
ellos. Me dicen dónde ir, qué comer, junto a quién sentarme, cuándo abrir las piernas, cuándo
dormir y cuándo despertar. Al principio, su control parecía más una correa que otra cosa. Pero
después de la sorpresa de Ted y el castigo de Killian, la naturaleza posesiva de los Lords me
proporciona un extraño consuelo.
Alcanzo mi bolso y, cuando vuelvo a levantar la vista, Sutton está de pie frente a mí.
—Hola —dice.
Miro a mi alrededor, con la paranoia de que esto es una especie de prueba preparada por
los chicos. Las cosas han ido demasiado bien hoy, con los regalos, las disculpas y el orgasmo sin
compromiso. Sin embargo, no los veo por ninguna parte.
Así que les devuelvo la sonrisa y respondo. —Hola.
—¿Has quedado con tus Lords?
—En realidad, no —digo, echando una mirada decepcionada a mi teléfono—. Me dirijo al
Centro de Estudiantes para almorzar, supongo.
Mueve la cabeza hacia las otras chicas. —Nos dirigimos fuera del campus para comer
ensaladas en ese lugar de “hazte tu propia comida”. ¿Quieres venir con nosotras?
Miro a las chicas, que se aferran a sus bolsas y parecen felices. Sacudo la cabeza,
suspirando. —No debería.
—¿Segura? —pregunta, frunciendo el ceño—. Sabes, nos encantaría que estuvieras con
nosotras. No hay muchas otras chicas en el campus con nuestras especiales circunstancias.
Deberíamos permanecer juntas.
—No creo que a los chicos les guste. —Sé que no les gustaría. Tristian estaría encantado
con la parte de la ensalada, pero eso es todo.
—Pssh. —Me hace señas con las manos—. Sé que tienes todas esas reglas, pero vamos.
Nosotras también las tenemos. Saben que nos reunimos así. Es como un pequeño secreto a
voces. —Sonríe, con su pelo rizado reflejando la luz del sol—. No es que no se beneficien de ello.
Inclinando la cabeza, me pregunto: —¿Cómo es eso?
—Hablar de cómo servir mejor a nuestros hombres es uno de nuestros principales temas
de conversación —explica, tomando asiento a mi lado, bajando la voz—. Ya sabes, pequeños
trucos que hacen que la vida como mujer de la realeza sea más fácil y mejor para ellos. Autumn
nos va a contar el secreto de los besos en la parte trasera, si sabes a lo que me refiero. Uno de
sus Príncipes está muy metido en eso en este momento.
—No lo sé… —Las cosas por fin están mejorando con los chicos, al menos con dos de ellos.
Tristian se ha disculpado y todavía no sé qué hacer con él. ¿Lo hace mejor? ¿Más fácil? Todavía
no estoy muy segura, pero me encuentro con curiosidad, queriendo saber a dónde vamos a
partir de aquí.
Sutton me mira con dulzura. —Pareces estar sola, Story. Te mereces un tiempo para ti.
Tiempo con amigas. La forma en que vivimos, las cosas que hacemos, a veces es difícil recordar
eso. —Me da un empujón con el hombro—. Es sólo un almuerzo.
El recuerdo de estar sola me golpea. Soy un blanco fácil para Ted, sin mencionar a Killian,
que está por aquí. Estar con estas chicas es mejor que ponerme en riesgo. Y además, Sutton
tiene razón.
Todo el mundo necesita amigos.
Sonrío de mala gana y acepto. —De acuerdo. Tengo dos horas antes de mi próxima clase.
—Entonces, hago una pausa—. Oh, mierda.
—¿Qué?
—Los Lords. —Dios, esto es embarazoso—. Rastrean mi teléfono.
Sorprendentemente, no parece sorprendida u horrorizada. Sólo se encoge de hombros. —
Podemos dejarlo en mi coche e ir en el de Autumn. Así estará aquí todo el tiempo.
Me muerdo el labio, con la preocupación revuelta en mis entrañas. —¿Estás segura?
—Síp.
—Vale —digo, sintiéndome ansiosa, pero también vergonzosamente emocionada—. Vamos
a hacerlo.
Ella hace seña a las otras chicas, que sonríen al verme. Sé que lo que estoy haciendo es
arriesgado, y los chicos son estrictos. Pero después de esta mañana, no creo que me aterroricen
de verdad por nada. Sólo espero que Killian no se entere.
Sutton y las otras chicas hablan todo el camino hasta el aparcamiento. Ropa, fiestas, sexo,
pelo. Me lo bebo todo, riendo, dándome cuenta de lo mucho que he echado esto de menos.
Después de todo, fui a un colegio de chicas. Esto formaba parte de mi vida cotidiana.
—Story —pregunta la Princesa, pasando su brazo por el mío—. ¿Quién es el que mejor besa
de tus Lords? —Es una chica hermosa, con toda la apariencia de una chica de concurso.
Maquillaje de ojos intenso. Grandes ojos azules. Pelo en ondas perfectas.
—Oh, um… —Lo pienso, con las mejillas encendidas por la idea de compartir esto tan
fácilmente—. Todos son buenos, pero diferentes. Dimitri besa con todo su cuerpo. Siempre es
intenso con él, pero también... es muy fácil caer en él. Es cómodo. —Agacho la cabeza,
conteniendo una sonrisa al recordar esta mañana—. Tristian besa como si tuviera algo que decir
con ello. Le gusta mucho el destello. Pero tiene esa forma de hacerte sentir como si fueras la
única chica en la habitación.
—Mmm —tararea ante mi descripción—. ¿Qué hay de Payne? Dios, hablando de extremos.
Mi sonrisa cae al pensar en la única vez que nos besamos. Se siente incómodo describirlo,
pero en el espíritu de una nueva hermandad, lo intento. —Killian besa como si tratara de abrirse
camino dentro de tu piel. Es duro y duele, pero no te das cuenta en ese momento. A veces, con
él, lo malo parece bueno. Es confuso.
La Baronesa se vuelve hacia nosotras, posando sus gafas de sol en la nariz mientras sonríe.
—Y es por eso que una chica no debería establecerse con un solo chico demasiado pronto.
Llegamos al borde del aparcamiento, donde cada plaza está llena de un coche.
—Mi coche está aquí —dice Sutton, señalando a la izquierda.
—De acuerdo, iremos a buscarlo —dice la Princesa. Sigue a la Baronesa mientras se agacha
entre dos coches. Sigo a Sutton, metiéndome entre un todoterreno de gran tamaño y una
furgoneta mal aparcada.
—Es demasiado estrecho para pasar. —Levanta la barbilla—. Vuelve por ahí y bajaremos
por otra fila.
Me doy la vuelta y doy un salto de sorpresa.
Hay un hombre, vestido de negro, con la cara cubierta por una máscara, justo delante de
mí.
El corazón se me clava en la garganta, paralizándome durante un momento de suspensión
mientras mis ojos suben por su pecho hasta el rostro enmascarado. Mi mochila cae pesadamente
al suelo y es una tontería, es una puta estupidez, pero mis pies están pegados al suelo.
Muévete, sisea mi cerebro.
La puerta de la furgoneta mal aparcada se abre, dejando ver a otros dos hombres
enmascarados.
Giro sobre mis talones y respiro profundamente para llamar a Sutton, pero apenas alcanzo
a ver su pelo antes de que él se me eche encima, me ponga la capucha en la cabeza y me agarre
por el medio. Inhalo instintivamente, arrastrando un aliento mohoso para gritar, pero algo
amargo golpea mis fosas nasales y mi garganta, provocando en cambio un ataque de tos.
—¡Ayuda! —Intento gritar, pateando salvajemente. Mi pie choca con algo duro y metálico,
el lateral de la furgoneta, y empujo, obligando a mi agresor a chocar con el lateral del
todoterreno.
Gruñe un agudo: —Vamos, zorra —y me empuja.
Sé que estoy en la furgoneta por la sensación de empuje y el silencio que me invade. Presa
del pánico, me agito y pataleo un poco más, luchando contra los brazos que me sujetan. El olor
químico incrustado en la máscara me ahoga, me quema la garganta y me aprieta los pulmones.
Cuando mi pie choca con algo blando, una voz grita. —¡Mierda! —Es una voz profunda,
masculina—. ¡Maldita sea, mi puta nariz!
Lucho con más fuerza, esperando recibir otro golpe, pero la puerta de la furgoneta se
cierra de golpe y el motor arranca. En menos de tres segundos, las ruedas están rodando. Ahora
siento que mis miembros se mueven dentro de algo viscoso e imposible. Golpeo, grito y toso,
pero todo se siente pesado. El olor del capó es abrumador, mareante, y de repente la lucha más
urgente es la que se libra contra mis párpados caídos.
Justo antes de que la ola de sueño se apodere de mí, oigo una voz áspera y masculina que
dice: —Esto va a ser una Dulce Cereza.
Ted, pienso mientras me arrastro hacia la oscuridad.
Toda esta carrera. Toda la lucha. Ahora me tiene. Ahora está hecho.
Es casi un alivio.
Capítulo 28
TRISTIAN
Voy a ir a la cárcel por asesinato.
Eso es todo. Izzy y Lizzy se sentirán decepcionadas, pero cuando lleguen a la universidad
y se encuentren atrapadas en un proyecto de grupo con dos personas que odian, lo entenderán.
Jason es un Conde de bajo nivel y tiene el aspecto adecuado: camisa oscura, vaqueros
raídos y una postura arrogante. —Creo que deberíamos usar un PowerPoint y no un vídeo.
—Amigo, nadie quiere usar PowerPoint —dice Mark, con los ojos en blanco—. Supéralo.
—Ya te lo dije —dice Jason, recostándose en su asiento como si tuviéramos todo el maldito
tiempo del mundo—, a los profesores les encantan los PowerPoint. Los gráficos son como el
porno para ellos.
—Sí, pero el vídeo... —Mark empieza.
—El vídeo es una mierda —interviene Jason.
Miro mi teléfono por tercera vez. Llevo dos horas en esta estúpida reunión de proyecto de
grupo. La primera hora la pasé discutiendo sobre el tema a tratar. La segunda fue sobre los
méritos de un PowerPoint o un vídeo. Si no odiara ya a Jason por su afiliación a los Condes,
esto lo pondría en mi lista de mierda de por vida. Mark, un Príncipe de nivel medio, no es
mucho mejor. Pero al menos tiene razón con el maldito video.
No tengo ni idea de cómo el profesor determinó los grupos, pero es casi como si estuviera
tratando de agitar la mierda. Un Lord, un Conde y un Príncipe encerrados en la misma
habitación es un polvorín.
De nuevo, miro mi teléfono. Casi ha terminado su hora del almuerzo, Story debería
reportarse antes de ir a su clase de la tarde. Ahora es muy buena reportándose. Es casi
deprimente. Su cumplimiento ya no me da muchas oportunidades de idear formas divertidas y
sexys de corregir su comportamiento. Esa es la diferencia entre Killer y yo. Mis correcciones son
todas sobre diversión buena y sexy. Sus castigos son siempre más sobre su ego que sobre su
polla.
Los números de mi teléfono pasan de la 1:59 a las 2:00 y abro la aplicación de seguimiento.
Su pequeño punto azul se cierne sobre el campus. Amplío la pantalla y me fijo en su ubicación.
El GPS baja la escala y muestra el campus. No está en el Centro de Estudiantes, ni de camino a
su aula. Su punto parpadea pasivamente en el aparcamiento. ¿Qué diablos está haciendo allí?
—¿Qué piensas, Mercer?
—Pienso que me importa un carajo —digo, poniéndome de pie, con los ojos pegados al
teléfono—. Ustedes resuélvanlo y háganmelo saber por un correo electrónico señalando mi parte.
—De ninguna manera —dice Jason, actuando todo insultado, aunque no sé por qué. Es
imposible que no hagamos este proyecto. Deberían darme una medalla por haberme quedado
tanto tiempo—. Tenemos que entregar el borrador del proyecto hoy a las cinco.
—Pues entrégalo. —Me cuelgo la mochila al hombro. El punto no se ha movido en absoluto.
Hago clic en él, sacando los detalles.
11:00 Story salió del edificio de Ciencias Sociales.
11:02 - 11:08 Story hizo un corto viaje a Forsyth Quad (6 min).
11:17 Story hizo un corto viaje a Arthur Grant Drive (5 min).
11:17 - 2:01pm Cerca de Arthur Grant Drive (1 h, 46 min).
Parpadeo. Según el rastreador, Story ha estado en el aparcamiento desde las 11:17 am.
Algo no va bien. Me dirijo a la puerta.
—¿Adónde vas? —pregunta Mark, con su silla deslizándose por el suelo—. Tenemos que
terminar esto.
Vuelvo a mirar por encima del hombro, sonriendo. —Haz lo que tengas que hacer. Si
repruebo, haré que mi padre done un ala nueva. —Me doy la vuelta y tropiezo con Jason, que
ahora está bloqueando la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Es en serio? Apártate
de mi camino.
La mandíbula de Jason hace un tic y mira por encima de mi hombro, como si estuviera
considerando si Mark le ayudará si empieza una pelea. —La verdad es que no esperaba mucho
más de un Lord, viendo que son unos vagos y unos tramposos de mierda. No nos vas a dejar a
ambos todo el trabajo.
Me acerco, dejando que mi boca se estire en una sonrisa. —Muévete, o te haré mover. —
Sé que no me va a llamar la atención, pero veo que sus ojos bajan hasta mi labio partido,
estrechándose. Por mucho que me gustaría partirle la cara a este cabrón, definitivamente no
quiero perder el tiempo.
—Déjalo ir —dice Mark, sonando un poco demasiado casual al respecto—. Estamos bien
aquí.
Jason despliega sus brazos y se aparta lentamente de mi camino, extendiendo un brazo. —
Kumbaya, mi Lord. —No me gusta la sonrisa zalamera que lleva en la cara. Probablemente me
van a hacer reprobar.
Oh, bueno.
Me dirijo hacia el pasillo, con el teléfono en la oreja. El móvil de Story salta directamente
al buzón de voz. —Dulce Cereza —le digo, manteniendo la voz lo más calmada posible—, no te
has reportado. Llámame enseguida.
A continuación, marco a Rath, cuyo teléfono va directamente a su respuesta de “No
molestar”. ¡Joder! Cada vez que entra a la sala de práctica se lanza una respuesta como esa, la
sala queda básicamente cerrada hasta que termina, lo que no ocurrirá hasta dentro de quince
minutos. Sin teléfonos. Sin interrupciones.
Me detengo fuera del edificio y compruebo de nuevo el rastreador. No hay cambios.
Definitivamente, algo pasa. Esto no es propio de ella.
Mis pensamientos van directamente a Killian. Puede que no sea muy caritativo de mi parte,
pero no se ha ganado mucha de mi caridad estos días. Si él le diera una orden, ella la cumpliría.
Porque no importa lo que piense, ella es así de leal.
Algo está mal. Moviéndome por instinto ahora, troto por la acera, hacia los dormitorios
de atletismo. Atravieso la puerta y salto el ascensor, subiendo a toda prisa a la tercera planta.
Killian tiene su propia suite, pagada personalmente por mi querido padre. El año pasado
pasamos mucho tiempo aquí arriba, de fiesta y planeando trabajos en el Lado Sur. Sería el único
lugar al que iría.
Golpeo dos veces antes de abrir la puerta, irrumpiendo en el interior.
—¡Killer! —Me detengo, mirando el estado de la habitación. Es una maldita pocilga. Cajas
de pizza, calzoncillos sucios, botellas de bebida deportiva y de cerveza por todas partes. Hay
dos mandos de juego sentados en el sofá cubierto de ropa sucia, mientras la música de
introducción y el brillo de la pantalla del televisor llenan la habitación.
Killian debe estar perdiendo la cabeza, tal y como he dicho. El tipo no sólo es infame por
ser ordenado. Es como si toda su vida girara en torno a un nebuloso concepto de orden y
limpieza. “Obsesivo de la organización” no es lo suficientemente fuerte. Le he visto tener un
arrebato absoluto sólo porque se le han caído unas carpetas sobre el escritorio. Si este es el
estado de su habitación, no quiero ni saber dónde tiene la cabeza.
Maldigo, apartando de una patada una botella de bebida energética vacía mientras salgo
de la suite.
Como está entre aquí y el aparcamiento, voy en doble fila hasta el edificio de música, con
los ojos medio fijos en el lugar por el que camino. Sigo mirando mi teléfono, pero ese maldito
punto nunca se mueve.
Como era de esperar, Rath está encerrado en el estudio. Mirando a través de la ventana,
puedo verlo ahí dentro, con la cara tensa y molesta mientras ignora a quien está hablando.
Parece nervioso, y conozco esa mirada: la forma en que se pellizca el puente de la nariz, los pies
que se mueven inquietos, los ojos que se oscurecen. Está a punto de perder la cabeza. A lo lejos,
le recuerdo mencionando que hoy tiene una revisión por parte de sus compañeros. Sin embargo,
nunca ha pasado del mediodía. Rath tiene sus puntos débiles, pero la música nunca ha sido uno
de ellos.
—A la mierda —murmuro, agarrando el pomo y abriendo de un tirón. Tal vez papá
también pueda comprarle un ala. La mirada de todo el mundo se dirige hacia mí cuando entro,
incluida la de Rath.
Su expresión de sorpresa se transforma en disgusto y luego en confusión. No sé qué es lo
que ve en mi cara, pero le hace ponerse en pie de inmediato y soltar un rápido —Lewis no llega
a los pedales, Willis tiene un ritmo de mierda y Gregory puede chuparme las pelotas si cree que
voy a estar sentado durante otra pieza rusa de veinte minutos. —Les hace una señal de paz—. Me
voy, cabrones.
Sus airadas protestas le pisan los talones, pero Rath se acerca a mí a grandes zancadas. —
¿Y ahora qué?
Le conduzco fuera del estudio y le explico: —Story no se está reportando. —La mirada que
me lanza podría pelar la pintura.
—¿De eso se trata? Dios mío, me hiciste pensar que uno de los Pete había aparecido en
nuestra puerta. Ya sabes, algo jodidamente importante.
Rechinando los dientes, insisto: —¡Esto es importante!
—No te entiendo —dice, con sus andares desenfadados a mi lado—. Todo el asunto del
seguimiento, la necesidad de conocer cada maldito movimiento de ella. Es demasiado trabajo.
No sé por qué te molestas. Si la chica quiere irse por unas horas, yo digo...
Lo agarro del brazo y lo detengo de un tirón. —Escúchame, Dimitri. —Su boca se tensa al
oír su nombre. Sólo lo saco cuando la cosa va en serio—. Su rastreador ha estado en el mismo
lugar, el lugar equivocado, durante dos putas horas. La suite de Killian en los dormitorios
deportivos está destrozada, y tampoco puedo encontrarlo.
Por lo menos eso le da algo de urgencia a su expresión. Mueve sus ojos alrededor,
frunciendo las cejas. —¿Crees que ha hecho algo?
Encogiéndome de hombros, admito: —No lo sé, hombre. Pero Killer ha estado con la
mecha corta últimamente.
—Joder. —Rath respira con fuerza y se pasa los dedos por el pelo. La mirada que me dirige
es de incomodidad—. Esta mañana, cuando estaba rastreando a todos los que aún no habían
revisado sus mensajes, descubrí que ha estado interrogando a la fraternidad.
—¿Sobre qué? —Pregunto, aunque al instante me doy cuenta de la respuesta—. Sobre Story
“follando” con otros.
Rath asiente, con los ojos desorbitados. —También estuvo rompiendo teléfonos. Creo que
algunos de los chicos estaban grabando lo que pasó anoche.
Abriendo los ojos, le empujo el hombro. —¿No les quitaste sus putos teléfonos en la puerta?
Me quita la mano de un manotazo, con los ojos brillando con rabia. —¿Cómo coño iba a
saber que le iba a hacer chupar la polla delante de cuarenta y cinco degenerados hambrientos
de coños?
—Maldita sea. —Me presiono los ojos con las yemas de los dedos, tratando de aliviar el
dolor que se forma detrás de ellos—. Maldita sea, Rath.
—Destruyó sus teléfonos —repite, con las palmas de las manos extendidas, desventurado—
. Ya conoces a Killian. Es minucioso.
Resoplo con amargura. —Sí, y está dejando un camino de guerra por el campus al hacerlo.
Mientras tanto —sostengo mi teléfono, mostrando el punto inmóvil en la pantalla—, nuestra Lady
está desaparecida. Esto no me reconforta.
—Estoy seguro de que sólo… —Se encoge de hombros ante el teléfono, momentáneamente
sin palabras. Y entonces, lanza otra posibilidad que no quiero oír—. Tal vez se haya escapado.
Quiero decir, vamos. ¿Podrías culparla?
—No —admito, mirando en dirección al aparcamiento—. Pero si no lo hizo, si Killian la está
jodiendo de alguna manera, entonces...
Tengo mucho terreno que cubrir cuando se trata de arreglar las cosas con Story. Me he
disculpado esta mañana, y no importa que haya visto las lágrimas de sorpresa brillando en sus
ojos. No importa que me dejara ponerle la margarita detrás de la oreja antes del desayuno. Ni
siquiera importa que, después del desayuno, me dejara inclinarme para besar sus labios, o que
me devolviera el beso, lento y dulce.
Las palabras no importan aquí.
El verdadero terreno comienza con esto: mantener una promesa. Mantenerla a salvo.
—Rath. —Le miro a los ojos, deseando que entienda—. Le dije que no dejaría que le hiciera
daño de nuevo.
Por la postura de sus hombros, la forma en que se endereza, creo que lo entiende. —De
acuerdo —dice, moviendo la cabeza en dirección al aparcamiento—. Vamos a buscar a nuestra
Lady, entonces.
Capítulo 29
STORY
Hay una imagen en el borde de mi mente. Es borrosa e indistinta, pero puedo sentir la suavidad
de la cama de Dimitri, recuerdo los besos matutinos somnolientos, la forma en que su brazo se
había sentido alrededor de mi cintura. Seguro. Cálido.
Pero hay otra imagen que sigue surgiendo. Está llena de destellos de Jack, mi antiguo
compañero de cuarto. Me he condicionado para alejarme del recuerdo, arrinconándolo en algún
lugar en lo profundo de mi mente. He intentado no hacer preguntas. ¿Cómo eran sus padres?
¿Tenía hermanos? ¿Se le echa de menos? ¿He sido yo la responsable de abrir un agujero en sus
vidas?
No me he permitido pensar en Jack en mucho tiempo. Mientras despierto lentamente a la
conciencia, él es lo único en lo que puedo pensar. Me pregunto si le dolió. ¿Ted lo hizo rápido?
¿Jack puso resistencia? ¿Entendió el por qué estaba pasando?
Está oscuro cuando intento abrir los ojos. Al principio, creo que no puedo levantar los
párpados, pero luego me doy cuenta de que es una venda. Todo el despertar es así, pensar que
hay algo malo en mi cuerpo sólo para descubrir lo contrario.
No puedo mover los brazos, ni las piernas. Mis extremidades están extendidas, pero atadas
a algo. No puedo abrir la boca. Está cubierta con cinta adhesiva.
El pánico llega poco a poco, en oleadas. Intento tirar de las ataduras, pero estoy débil. Las
drogas siguen nublando mi mente. La garganta todavía me arde por los productos químicos y
todo me parece confuso. Sólo una cosa brilla con fuerza y claridad, como un faro de luz que
atraviesa las nubes.
Lucha.
Las ataduras me aprietan en las muñecas, en los tobillos y me cortan la piel, haciendo que
me duelan los tendones. Hace frío aquí, estoy tumbada sobre algo flexible y suave. Cuando
hago un intento inútil de girar, jalando lo que me ata, el chirrido de los muelles delata un colchón
viejo.
De repente, el colchón se hunde con un gran peso a mi lado. Me paralizo, con el corazón
martilleando de terror. Ted, recuerdo, mi estómago cayendo en picado mientras mis pulmones
se contraen. Intento zafarme, pero las ataduras son demasiado fuertes.
Grito detrás de la cinta cuando noto las yemas de los dedos en la mejilla, y muevo la
cabeza hacia un lado. Sin embargo, los dedos me siguen. Tiemblo, pero me niego a llorar y
cierro las manos en puños alrededor de las cuerdas.
—Lamento esto —dice el hombre que está a mi lado, acariciando un punto doloroso en mi
pómulo—. Golpear a chicas no es nuestro estilo. Pero es que no esperábamos tanta pelea. Le
rompiste la nariz a un tipo, le torciste una muñeca y le diste a otro un buen dolor de cabeza. Se
armó un poco de lío en la furgoneta. —Su dedo recorre mi cuello. Por mi clavícula—. No lo
sabría al mirarte. Eres una cosa tan triste y diminuta. Pero eres una luchadora. —Su voz suena
pensativa y emocionada—. No debería sorprenderme.
Me estremezco con el frío de la habitación, el terror que recorre mis venas, y hace que se
me erizan los pezones. Mi respuesta corporal no tiene nada que ver con su contacto conmigo,
pero de todos modos se ríe en mi oído.
—¿Te gusta eso? —dice, pasando el dedo por un pezón—. ¿Te gusta que te toque así? —
Tomando aire, murmuro bajo la cinta—. ¿Qué pasa, cariño?
—¡Mwuf Mmew!
Sus dedos se clavan en mi mejilla antes de arrancar el adhesivo de mi piel. Grito de dolor
y me hace callar. —Dime lo que querías decir.
—Dije —me chupo los labios, sintiendo la sangre de donde la cinta arrancó piel—, que te
jodan.
Se ríe a carcajadas, pero no es eso lo que me produce un escalofrío. Es la repentina
presencia de otras voces lejanas, quizás en la habitación de al lado. No estamos solos. Mi cabeza
va de un lado a otro, persiguiendo los sonidos, tratando de contar.
—Qué jodida luchadora —dice, dándome un fuerte pellizco en el pezón—. No tengo ni idea
de cómo te han aguantado esos cabrones. Los Lords no son conocidos por su autocontrol.
Tienen más fuerza de voluntad de lo que pensaba. Lo admito, estoy impresionado. No me
extraña que mantuvieran en secreto ese pequeño detalle sobre ti.
Mi mente da vueltas, con el ceño fruncido por la confusión. Cuanto más habla, menos
convencida estoy de que sea Ted. Pero no tiene sentido. ¿Quién más me llevaría así? ¿Quién
querría hacerme daño?
—Eso no es una sorpresa, sin embargo. Los Lords mantienen su mierda en secreto. ¿Tienes
idea de la coordinación que se hizo para esto? —Riendo, añade—: Sin embargo, lo has hecho
mucho más fácil, confiando en la persona equivocada.
—No sé de qué estás hablando —jadeo, apartándome—. ¡No confío en nadie!
Sus dedos recorren la parte superior de mis pechos, luego bajan por los costados, antes de
volver a subir para acariciar mi pezón. —Irónico, ¿verdad? Sólo hace falta un desliz. Un pequeño
detalle y la estructura de poder de todo este pequeño sistema se pone de cabeza. —Su aliento es
caliente en mi oído—. Nunca habríamos sabido de su preciada posesión si no se lo hubieras
dicho a nuestra Condesa.
Sutton.
Pienso en ella ese mismo día, invitándome a comer, en la expresión de su cara cuando me
dijo diera una vuelta, que caminara en otra dirección. Pero sé que no fue entonces cuando
ocurrió. Fue esa noche después de la cena con nuestra familia, cuando Killian se detuvo en el
bar. Cuando Sutton se acercó a mí en el baño. Me llevó a cotillear. Se enteró de mi virginidad.
Le dije por qué los chicos me eligieron como Lady, fue a mis espaldas y…
Su mano permanece en mi pecho, pero otra escarba bajo mi cabeza, desatando la venda.
Mi visión es borrosa en los bordes mientras parpadeo para adaptarme, con el pecho agitado por
el pánico.
No me doy cuenta de la intensidad con la que espero ver los apuestos rasgos de Saul
Cartwright hasta que no los veo. —Me acuerdo de ti. —Es Pérez, el tipo con el que Dimitri había
discutido. El que quería a la Sra. Crane. Al lado de Saúl Cartwright, este tipo no parece nadie.
Un don nadie. Un universitario apocado, nada más. Atónita, pregunto—: ¿Estás bromeando?
¿Esto es sólo una tonta mierda de rivalidad entre fraternidades?
—¿Tonta? —pregunta, con los ojos brillando con rabia—. La única tonta aquí eres tú.
¿Tienes idea de lo mucho que está en juego aquí? —Me agarra el pecho, apretándolo
dolorosamente—. Todos estamos hartos de las estupideces de LDZ. Controlan el juego, la
facultad, los ojeadores, incluso el puto Lado Sur. Este año va a ser diferente.
—¿Qué quieres de mí? —Pregunto, con el estómago revuelto cuando sus dedos exploran
mi carne.
Sonriendo, dice: —Ya sabes lo que queremos, Story. Es lo mismo que ellos quieren. Sólo
que lo queremos por razones diferentes. Aunque… —sus ojos recorren mi cuerpo, dos manos
anchas agarran el cuello de mi camisa y la rasgan por la mitad. Hago un sonido de sorpresa,
momentáneamente tan angustiada por la pérdida de la camisa, Tristian me la había dado como
disculpa, que ni siquiera pienso en preocuparme por estar expuesta. Pérez se relame los labios
ante lo que ve—, quitarte la virginidad no será precisamente una carga, si me entiendes.
Mi corazón se detiene, atorándose en mi garganta. —¿Qué? —Me preocupa estar expuesta
ahora, retorciéndome inútilmente.
—Sólo digo que he tenido trabajos peores —dice, viendo cómo su mano masajea mi carne
desnuda—. De hecho, es la segunda razón más importante por la que decidimos unirnos a los
Príncipes y Barones para empezar. Están por debajo de nosotros, sinceramente. Ni siquiera la
perspectiva de acabar con los Lords fue suficiente para convencerme de que una alianza valía
la pena. Pero tú —se inclina, lamiendo un camino entre mis pechos y emergiendo con una sonrisa
tortuosa—. El hecho de hacer estallar tu cereza, tu virginidad, realmente endulza el asunto, Lady.
—Me mete los dedos bajo la cintura, abriendo los botones de mis vaqueros.
Mi grito es ensordecedor incluso para mis propios oídos.
Por eso sé que esto es real. En mis sueños, mis gritos son tan débiles y tenues. Aquí, ahora,
están llenos de rabia y alarma, tan fuertes que hacen que me piten los oídos y me duela la
garganta.
Aunque veo su mandíbula tensa, Pérez dice: —Grita todo lo que quieras. Nadie puede
oírte excepto chicos de la habitación de al lado. Que, por cierto, están esperando su turno.
Y eso es lo que hago, aullando lo más fuerte que puedo, golpeándome contra el colchón.
A pesar de su insistencia en que nadie me oirá, escupe una maldición y empieza a rebuscar en
la cama, sacando la tira de cinta adhesiva que me había quitado de la boca. Parece molesto
mientras intenta volver a colocarla, pero tengo la boca demasiado abierta y mis gritos salen de
mi garganta como una banshee.
En lugar de eso, me la tapa con una mano y me abre los pantalones. —Quería hacer esto
con cuidado —me sisea en la cara—, pero ahora estás empezando a cabrearme de verdad.
Hay tres fuertes golpes en la puerta antes de que se abra, un hombre de pelo oxigenado
asoma la cabeza. —Oye, puede que tengamos algún problema en la entrada.
Pérez gruñe, con la mano a medio camino de mis pantalones. —¡Todavía no la tengo
desnuda!
El tipo le devuelve la mirada. —No es mi culpa que necesites tres horas de juegos previos.
Tenemos que asegurarnos de que este lugar es seguro.
—Estamos en el Lado Sur, imbécil —le espetó, apalancándose—. Nada por aquí es seguro.
—La puerta se cierra tras él y me quedo sola, sin aliento y mareada.
Sé que no tengo mucho tiempo hasta que vuelva alguien. Compruebo los alrededores y
me doy cuenta de lo abandonado que está todo. La casa es vieja de manera evidente,
probablemente incluso abandonada. Hay grafitis en una de las paredes y una ventana nublada
junto a la cama con tres cristales rotos.
Y ahí es donde aparece.
Asustada, casi grito de nuevo, pero él se lleva un dedo a los labios, con ojos duros y
urgentes. Obedezco más por miedo instintivo que por otra cosa, y aprieto los labios. Observo
cómo busca en el marco de la ventana, con los dedos recorriendo la parte inferior. Debe de
haber encontrado algo porque, de repente, la ventana emite un horrible chirrido.
Se detiene, con los hombros tensos.
A la mierda tus órdenes, pienso, abriendo la boca y soltando otro grito espeluznante.
Los ojos de Killian se abren de par en par y se enfadan, un destello de descontento
traicionado, pero le hago un gesto de ánimo con la cabeza. Por fin debe entenderlo, porque
empuja la ventana hacia arriba de un solo empujón, rápido y dominante, sus musculosos
hombros se sacuden con el movimiento. El chirrido de la madera contra el metal es tragado por
mi gemido. Me callo, jadeando, mientras él trepa por la ventana.
Cuando lo hace, se asoma, mirando a la izquierda y luego a la derecha, antes de volverse
finalmente hacia mí, sacando su navaja del bolsillo. Observo con estupor cómo la hoja corta la
cuerda. —Tenemos que darnos prisa —dice, con una expresión sombría en el rostro—. Mi amigo
no va a mantenerlos ocupados por mucho tiempo.
Cuando mis muñecas están libres, me cubro apresuradamente, encogiéndome cuando
Killian me tiende la mano. Me lanza una mirada, sorprendida y aceptada a la vez mientras se
echa la mano por encima del hombro. Se pasa la camisa por encima de la cabeza, dejando al
descubierto su amplio y tatuado pecho.
—Ponte esto —dice, y se dirige inmediatamente a mis tobillos, tallando con facilidad la
cuerda. Cuando suelta la última, se queda allí un momento, con los dedos calmando la piel
rojiza. Sus ojos oscuros se fijan en los míos—. ¿Puedes correr?
Al principio, asiento con la cabeza, pero en cuanto me siento para ponerme la camiseta,
la cabeza me da vueltas. Gimo, agarrándome la frente, pero hago todo lo posible para seguir
adelante, despojándome de la camisa rota y tirando de la de Killian por encima de mi cabeza.
Se gira para comprobar la puerta, y es entonces cuando lo veo. Hay una pistola metida en
la cintura de sus vaqueros.
Mi primer intento frenético de ponerme en pie no sale bien. Killian se lanza hacia adelante
para atraparme, gruñendo una maldición. —Las drogas —le explico, con la visión nublada y
desenfocada—. Me tienen mareada.
—Eso es un problema —dice, rodeando mi cintura con un brazo—. No puedo lanzarte por
la maldita ventana. Estamos en el segundo piso. Joder. —Me mantiene ahí un momento, con el
brazo apretándome contra su cálido pecho—. Realmente no quería hacerlo así —murmura,
agachándose para levantarme, haciendo que mi cabeza dé otro giro mientras me acuna. Me da
un empujón, asegurándome contra él—. Tendré que intentar colarme. —Suena realmente
sombrío al respecto, lo que tiene sentido.
Killian no es un tipo sigiloso, incluso cuando no está llevando a alguien por una escalera
destartalada y chirriante.
Cada paso que da hace que sus músculos contra mí se tensen más y más. La escalera
chirría y está evidentemente podrida, pero él consigue bajar de forma segura, aunque no del
todo silenciosa, hasta el descanso. Dirijo mis ojos a su garganta, al pulso que salta bajo la piel, y
recuerdo las palabras que me dijo el día que me ofrecieron el puesto.
—No soy tu salvador, no lo era antes y no lo soy ahora. Tienes que meterte eso en tu linda
cabecita.
Todo es confuso, y creo que, si salgo de esto, podría tener tiempo para tamizarlo todo y
desenredar la ironía de que me barajen constantemente entre males mayores y menores. Pero
ahora mismo, no.
Así que me agarro más fuerte.
Me mira, con una clara sorpresa en su rostro, pero con la misma rapidez vuelve a la tarea
de sacarnos a escondidas de aquí.
Todo se desmorona a metros de la puerta trasera.
—Suelta a la chica, Payne.
Me pongo más rígida que Killian, los latidos de mi corazón se disparan. Cuando giro mis
ojos amplios y aterrorizados hacia los suyos, noto que parece más molesto que asustado.
—Pérez. —Killian se gira lentamente, con la boca apretada en una línea plana. A Pérez se
le unen otros dos hombres, todos ellos todavía vestidos con las mismas ropas negras de antes—.
Debería haber sabido que se estaban asociando. Vuestras casas son demasiado estúpidas para
hacer algo así solos. No es que lo hayan conseguido ahora. —Suavemente, baja mis piernas,
dejando que me deslice sobre mis pies—. Enviar a Gonzo a emborracharme anoche podría haber
funcionado, si no fuera porque tenía mierda que hacer esta mañana.
Uno de los otros chicos se encoge de hombros. —Funcionó con los demás perfectamente.
—Pérez se burla—. No puedes vencernos a los tres.
—Suenas bastante confiado para un tipo que necesitó a tres personas para derribar a una
chica.
Me aferro al brazo de Killian mientras los veo ir de un lado a otro, y me invade un
momento de perfecta claridad. Me ayuda la cosa furiosa y salvaje que tengo en el pecho,
desesperada por soltarse.
Desesperada por luchar.
Hablo con los dientes apretados, con la voz tan cruda como mi garganta. —Quería hacer
esto con cuidado. —Llevo la mano a la espalda de Killian, sacando la pistola de su cintura—.
Pero ahora estás empezando a cabrearme de verdad.
Pérez se agacha cuando le apunto con la pistola, y grita: —¡Mierda!
Los otros dos no son más valientes, uno se lanza detrás del mostrador y el otro huye de la
cocina.
Incluso Killian se estremece, y realmente, debería hacerlo. —Story. Tranquila, ¿de
acuerdo?
Mantengo a Pérez en la mira del arma. —Vete a la mierda, Killian.
Me toca el hombro y me alejo de un tirón. No parece importarle. Ni siquiera parece tener
miedo. En voz baja, dice: —Entiendo que quieras dispararle a ese imbécil, pero eso atrae policías.
Eso es un rastro de papel. Eso es exposición y atención, y un montón de drama que no quieres.
—No —digo, sin mover el arma—, es atención que tú no quieres. Este pedazo de mierda
iba a violarme. No me importa un poco de atención.
—No lo dices en serio —dice, cogiendo mi codo—. ¿Sabes lo que significa matar a alguien?
¿Eres una asesina, Story? Porque no creo que lo seas.
Me encojo de hombros, sin necesidad de pensar en ello. Le digo a Pérez: —Me siento muy
bien al intentarlo. Pero lo que sea con lo que me hayan drogado me está mareando un poco, así
que podría fallar el primer tiro.
Los ojos de Pérez se cierran de golpe.
Killian murmura: —Basta de esto —y, más rápido de lo que puedo reaccionar, me arrebata
la pistola de la mano—. Algún día, tú y yo vamos a tener una charla sobre que esto no es un
juguete —dice, metiéndola de nuevo en su cintura—. Y también sobre que las armas dan mucho
menos miedo cuando no se les quita el seguro.
Me desinflo, tropezando hacia un lado, pero Killian me atrapa de nuevo. Dios mío. Me
había olvidado del seguro.
Cuando Pérez vuelve a saltar, con la cara apretada por la ira, Killian le suelta: —¡Agáchate,
cabrón! Puede que ella no sepa manejar un seguro, pero yo sí. Y todo ese plan me está sonando
jodidamente bien.
Pérez no impide que nos vayamos, y suelta un agudo: —Malditos psicópatas —mientras
Killian me vuelve a coger en brazos.
SAMANTHA RUE
Samantha Rue es una diseñadora gráfica profesional que dirige una empresa de diseño
de medios y portadas de libros durante el día, y escribe sobre imbéciles trágicos durante
la noche. Tiene marido y un gato, y escribe libros muy largos porque no mata a sus
queridos personajes. Ella los nutre. En situaciones angustiosas y sexys.
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