Someone to me
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Alice Evans es una adolescente normal, excepto porque las adolescentes normales acostumbran a vivir en la vida real y ella vive evadiéndola.
Alice Evans necesita empezar de nuevo donde nadie la conozca, tanto como dar un giro a su vida.
Anhela vivir una historia llena de drama y romance.
Cada vez que tiene la oportunidad de formular un deseo siempre es el mismo.
"Vivir dentro de una novela"
Pero no por nada existe un refrán muy conocido que dice...
"Cuidado con lo que deseas".
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Someone to me - Vannesa Gutiérrez Rendueles
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
© Vannesa Gutiérrez Rendueles
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
Ilustracion de portada: Victoria Cavalieri
ISBN: 978-84-1114-835-1
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».
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A quién tenemos tan idealizados los personajes ficticios, que nos cuesta ver la realidad en las personas reales.
0
Alice
Mi padre siempre repetía de manera incansable que todo pasa por algo.
Que nada es aleatorio en esta vida. Que todo es parte de un plan mayor que los humanos no podemos entender todavía.
Mi vida se basaba en mantenerme refugiada diariamente dentro de aquellos mundos ficticios a los que solo podían llevarme los libros. La vida real, en comparación, era demasiado aburrida.
Cuando era pequeña fui la primera de mi clase en aprender a leer. Mientras que mis compañeros no leían una sola página más de las que nos mandaban como obligatorias, yo devoraba un libro tras otro.
El personaje de ficción con el que más identificada me sentiría gracias a su conexión con los libros sería Matilda, de no ser porque mis padres eran todo lo contrario a los suyos. Ellos me inculcaron el amor por la lectura. A tal punto que me pusieron el nombre de Alice, por Alicia en el país de las maravillas.
Recuerdo a la perfección el día en que mi padre me propuso probar a escribir mis propios cuentos. Mi cabeza podría haber explotado con tan solo imaginar hacerlo. Tenía ideas todo el tiempo, pero, tal y como nacían, desaparecían sin dejar rastro. Nunca se me había ocurrido plasmarlas en un papel para no olvidarlas y, en el momento en que lo descubrí, escribir se volvió otra de mis grandes pasiones.
Lo más destacable en mi escritorio son las incontables libretas que he ido llenando desde los diez años hacia delante, con relatos cuyos géneros iban variando a medida que crecía. Poco a poco la fantasía, magia, aventura y seres mitológicos se convirtieron en drama, romance y, al cumplir los catorce, literatura erótica. Tal vez era muy joven para escribir sobre ese tema, pero culparé a internet de robar mi inocencia a una edad tan temprana. No había buscado ese género de manera intencionada. Me gustaba una boyband y descubrí una página donde escribían historias sobre ellos. ¿Cómo iba siquiera a plantearme la posibilidad de que algo así pudiera existir? No pude resistirme a leerlo y, poco a poco, me enganché a ese género tan nuevo, atrayente, y prohibido.
Día tras día, perdida en mi mente, perdida en el papel. Fantaseando con una vida que jamás sería la mía. O eso creía.
Ansiaba tener una vida más emocionante, llena de drama y romance. Cada vez que tenía la oportunidad de formular un deseo siempre era el mismo.
Vivir dentro de una novela.
Y ahora entiendo el significado de la frase…
«Cuidado con lo que deseas».
1
Alice
Inspiro, espiro. Inspiro, espiro.
Inspiro, inspiro. Espiro, espiro.
Intento normalizar mi respiración, sin éxito.
«Solo necesito cinco minutos», me había dicho. «Cinco minutos y estaré lista». Ya debo llevar como quince aquí metida. Encerrada en el baño de chicas de mi nuevo instituto.
Un nuevo instituto. Una nueva aula con mínimo treinta desconocidos. Y para colmo, ni siquiera estoy cerca de mi casa.
No, no, no. No quiero, no quiero, no quiero.
Inspiro, inspiro, inspiro. Espiro, espiro, espiro. Creo que voy a desmayarme.
Me apoyo en el lavamanos alzando la mirada para verme en el espejo.
Mi tono de piel se encuentra incluso más pálido de lo normal y mi mano derecha juega de manera nerviosa con uno de los mechones ondulados de mi pelo.
Debido a mi baja altura, tan solo consigo verme hasta el cuello, así que doy un par de pasos atrás subiéndome a la taza de uno de los inodoros. Repaso mi delgada figura con la mirada. Mi piel es tan similar a la porcelana que me da una imagen indefensa y vulnerable que parece gritar: «Vamos, métete conmigo. Soy débil y sensible. La presa perfecta para tus burlas».
Agarro los bordes de mi vestido celeste preguntándome si debería o no quitarme el enorme lacito que llevo a juego.
«Te has equivocado, primaria está en el primer piso». Imagino con facilidad la clase de comentarios que hará la gente cuando me vea. ¿En qué estaría pensando al elegir el conjunto de hoy?
Inevitablemente, mi mirada choca con esa parte de mí que he estado evitando todo este tiempo. Mis profundos y poco comunes ojos violeta.
Me bajo de la tapa como si hubiese sido propulsada por un muelle, huyendo de aquel complejo. Tengo una relación de amor-odio con ellos. De pequeña eran la parte que más me gustaba de mí, pensaba que eran mágicos, especiales… Pero mis compañeros del colegio se encargaron personalmente de hacerme creer que es otra de las muchas razones por las que soy «rara».
Ahora pienso que llaman demasiado la atención y me hacen sentir demasiado expuesta.
Más de una vez me he planteado la opción de ponerme lentes de contacto de un color común como el marrón, a juego con mi pelo. Pero no valdría de mucho. De una forma u otra, siempre termino llamando la atención más de lo que me gustaría.
«¿Llevas lentillas ¿Llevas lentillas?», «¡Claro que las lleva, es imposible tener ese color de ojos!». Casi puedo volver a sentir sus dedos presionando mi iris hasta hacerme llorar. «¡Basta, por favor! ¡Mis ojos son así! ¡Por favor!».
Un escalofrío recorre mi cuerpo mientras recuerdo por qué estoy cambiándome de instituto por cuarto año consecutivo. Siempre coincido con algún antiguo compañero, y si no, con alguien que ha oído hablar de mí. No hay mucha diferencia de uno a otro. Todos actúan igual.
Por eso, mis padres decidieron esta vez cambiarme a un instituto ubicado en un pueblo a las afueras de Londres. Si esto último no funciona, empezaré a tener clases en casa. Demasiado bueno para hacerse realidad.
Salgo a paso de tortuga de mi escondite, encontrándome otra vez con esa puerta abierta de la que salen tantos gritos diferentes. Dios mío. Parece la entrada a una de mis peores pesadillas.
En un arranque de pánico me vuelvo, dispuesta a salir corriendo, pero al girarme choco con un fuerte cuerpo.
―Hey, hey, hey. ¿De verdad creíste que iba a dejarte sola?
Levanto la cabeza y mi mirada choca con unos ojos color púrpura.
―¡Papá!
Me lanzo a abrazarlo ignorando todo a mi alrededor. Si él está aquí, nada importa.
―Prometiste que lo intentarías por mí, princesita. ―Da un toquecito en mi nariz con su dedo y hace un cómico puchero provocándome la primera sonrisa del día.
―Lo he intentado, de verdad que lo he intentado. ―mi voz se quiebra. No quiero decepcionarlo― Pero hay tanta gente desconocida…
―Solo serán desconocidos durante unos segundos ―asegura. ―En cuanto te presentes con tu hermosa sonrisa todos querrán ser tus amigos.
Sé que me habla como si fuera todavía una niña pequeña a pesar de tener quince años, pero me resulta tan dulce y reconfortante que soy incapaz de decirle que no lo haga.
Respiro hondo y me aparto despacio girándome con decisión. Pero, al volver a mirar hacia la puerta, el miedo invade mi cuerpo.
―Venga, princesita, tú puedes. Mientras tú estás aquí yo voy a ir a la librería a escoger tu nueva lectura.
Me vuelvo hacia él, ligeramente sorprendida.
―¿Y si vamos juntos después y la elijo yo?
―Oh, vamos. ―Me mira con diversión―. Sabes que nunca fallo cuando te escojo libros. Y es más divertido que sea una sorpresa. ¿No crees? ―Sabe perfectamente que adoro las sorpresas―. Además, escogeré uno con el que puedas sentirte identificada, como siempre.
―¿Vas a buscar uno sobre una lectora que lo único que hace en su vida es leer y que no tiene ni un solo amigo?
Mi padre levanta una ceja, conteniendo una sonrisa.
―Eso, o… Buscaré uno sobre una escritora insegura que no es capaz de ver su talento.
Desvío la mirada cuando mis mejillas se tiñen de rosa.
―O, por el contrario ―continúa―, puedes rendirte sin haberlo intentado y acompañarme a casa. Nos pasaremos la mañana buscando profesores de cada asignatura, no iremos a la librería y te perderás una nueva historia que podría haber cambiado tu vida.
Me quedo boquiabierta mientras él intenta mantenerse serio y no soltar la risa que se está aguantando.
―¡Papá!
Suelta una pequeña carcajada y revuelve mi pelo con cariño.
―Todo pasa por algo, nada es aleatorio ―dice por séptima vez en esta semana. Resoplo de manera exagerada.
―Está bien, lo intentaré. Pero solo porque quiero un libro nuevo.
―¡Ah! ―finge estar ofendido―. ¿Y no por mí?
―No ―miento―. Por mí.
Me refugio en sus brazos, sintiéndome mucho mejor.
―Te quiero, princesita. Todo va a salir bien, pero llámame si pasa cualquier cosa, por mínima que sea.
Aprovecho la fuerza temporal que me da tener a mi padre aquí y camino a paso rápido. El corazón me late más y más fuerte a cada paso que doy.
Vamos, ya casi, ya casi. Sin pensar, sin pensar.
Al entrar en el aula las voces se desvanecen convirtiéndose en murmullos.
Quiero hacer una vista superficial para asegurarme de que no haya nadie conocido, pero soy incapaz. Todas las miradas están clavadas en mí.
Camino intimidada buscando algún sitio vacío, intentando evitar todo tipo de contacto visual.
Quiero irme. Necesito irme. Necesito desaparecer.
Me dejo caer en el primer pupitre vacío que encuentro, apropiándomelo como el único lugar seguro, rezando para mis adentros por que no tenga ya dueño, y tratando de sacar las cosas de la mochila sin que los temblores en mis manos provoquen que me caiga algunos de los objetos.
―Hey.
Una voz masculina inesperadamente cercana me saca del trance.
Mis fosas nasales se llenan de un fresco olor a lima.
Alzo la cabeza encontrándome con unos profundos ojos azules que me observan con curiosidad.
Fuegos artificiales.
Mis mejillas arden e intento aguantar su mirada.
―Vaya, hasta hace un momento mis ojos eran los más bonitos de toda la clase, pero parece que me has quitado el puesto.
Juego con mis manos bajo la mesa, anonadada, nerviosa, tratando de pensar una respuesta coherente.
―H… Hola. ―tan solo puedo pronunciar el más simple saludo, adornándolo de forma inconsciente con un tartamudeo.
―¿Hola? ―Esboza una sonrisa que casi me hace derretirme en el suelo. ―¿Todo bien? ―su voz adquiere un tono de diversión mientras coloca un mechón rebelde de su cabello rubio.
Creo que me he quedado sin aire otra vez.
Asiento con la cabeza en un movimiento suave.
―Soy Niall ―se presenta a la vez que me tiende su mano.
Siento una corriente eléctrica al estrecharla y me obligo a soltarlo.
―Yo soy… Alice.
¿Es posible que casi me haya hecho olvidar mi propio nombre?
―Muy bien, Alice ―su voz acaricia mi nombre―. Con la excusa de que eres nueva, varios chicos se te van a acercar. Si quieres ahorrarte ese fastidio puedes salir a comer conmigo después de clase. Si ven que te he visto primero no se van a atrever a acercarse.
Intento no quedarme boquiabierta y solo consigo asentir de nuevo, incapaz de pronunciar una sola palabra.
―Genial, te veo luego entonces, Alice.
«Si no vas, te perderás una historia que podría haber cambiado tu vida».
En ese momento era imposible que fuera consciente de que el aleteo de una mariposa puede provocar una tormenta.
2
Eric
Toda tu vida puede cambiar cuando menos te lo esperas.
―Eh, tío. Mira eso. Eh, ps.
El compañero que se sienta detrás de mí insiste en que le preste atención.
Separo la vista del papel en blanco del cual trataba de sacar algo decente con ayuda de mi lápiz.
―Más te vale que no sea una tontería ―me quejo por la interrupción, dirigiendo mi vista hacia donde señala.
Mierda. El lápiz se resbala entre mis dedos cayendo contra la madera de la mesa al ver lo que demanda tanta atención. Una chica que nunca había visto antes intenta esconderse detrás de un hombre que parece ser su padre. Ambos hablan demasiado bajo y es imposible escuchar lo que dicen, pero por el contexto de la situación debe de ser nueva.
Deseo de manera inconsciente que la clase que tiene asignada sea la mía mientras no puedo apartar la mirada de ella, hipnotizado con su presencia.
Piel pálida, complexión delgada, apariencia frágil, baja estatura… (no debe medir más de uno cincuenta y cinco), vestido combinado con un lazo exactamente del mismo color.
Parece una muñeca de porcelana. Nunca había sentido tanta inspiración.
Percibo cada gesto, cada expresión en su rostro, los temblores de su cuerpo.
Y de pronto, entra en el aula.
Mis ojos color avellana chocan durante un segundo con sus ojos… ¿violeta? ¿Cómo es eso posible?
Decidido a ser el primero en presentarme me levanto, pero me detengo en seco al ver que alguien ha sido más rápido que yo.
No me jodas. Niall Settler. Cómo no. Rápido como un lobo, acechando a su nueva presa.
Levanto la cabeza volviendo a revisar el reloj de pared, contando los minutos que quedan para el recreo.
Diez minutos. Solo diez minutos y podré presentarme.
No consigo apartar la mirada de las agujas, que parecen moverse cada vez